CAPITULO VII EL MAGNO PROBLEMA: LA VIOLENCIA 121

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CAPITULO
VII
EL MAGNO PROBLEMA: LA VIOLENCIA
"Un estado falseado, porque no es elegido sino impuesto
PQr los poderosos". - Por qué fracasó la Rehabilitación.
El pago de la delación. - Una vida que no es vida. - La
represión se aplica al revés.
En tratándose de proyectar un lente femenino sobre
el territorio nacional, que es lo que he pretendido en estas
páginas, la visión quedaría incompleta si no enfocara el
magno problema insoluble: la violencia.
Ríos de tinta de imprenta se podrían formar con lo
que se ha escrito sobre esta ola de barbarie; montañas
de consejos y de buenas intenciones; pirámides de condena·
ciones y protestas; toneladas de cartuchos y bombas; kiló·
metros de discursos edificantes; millares de millones de
juntas y asambleas de sab ios y sabias, doctores y doctoras,
todo con el mismo desolador resultado: nada.
Dos aspectos igualmente alarmantes ha revestido la
violencia: uno político, y otro meramente de pillaje, pero
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en ocasiones confluyen ambos en la perpetracwn del acto
delictuoso. Ambas facetas del crimen fueron cu~dadosamen­
te estudiadas y denunciadas con ejemplar valor por el siquiatra Julio Azuad en sucesivas conferencias que publicó "El Espectador" en el mes de julio de 1959.
Este científico colombiano, horrorizado ante el macabro espectáculo de descuartizamiento, incedio, torturas y
robo a mano armada, se desplazó por el país para recorrer
los sitios más afectados, se puso en con.!acto con sacerdote!!
y políticos, y después de agotar todos los medios de información, llegó a la absoluta certeza de que la violencia es
el producto de la quiebra de la moral y del desequilibrio
social de un conglomerado humano dirigido por grupos
o camarillas del más crudo sectarismo político, del más
agudo personalismo y de la más cruel indolencia ante el
dolor de los humildes.
Veamos algunos apartes de las conferencias de Julio
Azuad:
"El Estado colombiano desbordado por los elementos
vive dando pasos de ciego en medio de la avalancha
esperando que el Ejército solo, pueda resolver problemas
que no sólo se solucionan con la fuerza en excursiones
punitivas, sino, y ante todo, con el restablecimiento de
la justicia social, del derecho natural, de los derechos
del hombre; además, una guerra de guerrillas que exige
material moderno, como helicópteros y personal técnico
muy adiestrado de paracaídistas, no cumpliría sino la
mitad de su misión; la otra mitad, la· protección de la
vida y de los bienes del campesino, no podría realizarse
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por falta de elementos suficientes. ya que la distribución de nuestra población campesina es tan absurda que
para darles una PAZ ARMAD A serían necesarios dos
hombres en cada tugurio. Puedo afirmar que ningún
ejército del mundo en condiciones iguales, podría hacer
más y mejor que nuestro ejército, cuya abnegación social quiere poner al margen la mentalidad criminosa colectiva, que sólo ve en él la fuerza y no la FUERZA
DEL DERECHO, la justicia en acto, la objetivación de
la patria, el instinto de conservación que caracteriza a
los pueblos, la garantía del más precioso de los tesoros
de la naturaleza: las vidas humanas . ..
"Y hablo del Estado de siempre porque es un Estado
que no ha sabido organizar, que no barrunta en asuntos
de distribución de poblaciones, que no produce sino cargas al consumidor, que abusando del poder ha regalado
y continúa regalando el patrimonio nacional, los territorios de todos, el sub-suelo de los antepasados, de los colombianos presentes y de los colombianos por venir.
Porque es un Estado pésimamente estructurado desde
sus cimientos, que abusando siempre del poder delegado
y con la ayuda dP los partidos políticos que lo engen·
dran, se roba la soberanía del pueblo; de un Estado
que desde sus jundar.7,entos está falseado porque no es
elegido, si:w impuesto por los poderosos.
"La ciencia administrativa, las técnicas administrati·
vas no se improvisan, se aprenden: ellas se adquieren
en largos estudios, mediante largas experimentaciones
constantes de ensayos y errores. claro está, pero con es-
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p~ntu sostenido de perfeccionamiento, con voluntad permanente de producir resultados perfectos. Pero eso no se
obtiene sino mediante el control de la opinión general,
el control de los electores; ese control de los electores no
existe en Colombia, puesto que la elección se hace en
Bogotá y el voto es impuesto en la periferia; en esas
condiciones, ¿cómo puede el pueblo controlar?
" . .. N o soy político, ni quiero serlo jamás. Mis razones aparecerán a lo largo de mis exposiciones donde
veremos cómo la inautenticidad del Estado, la inautenticidad de las instituciones seudo-democráticas que nos
gobiernan y la contranatural formación de nuestros partidos políticos son las causas determinantes de nuestra
desdicha social. En todo lo que se ha dicho y hecho
contra la violencia aparece la impreparación de las entidades; allí se confunde lo social con lo político; lo individual con lo colectivo, lo criminal con lo revolucionario, lo material con lo espiritual, las medidas urgentes
con las de largo plazo, lo causal con lo sintomático.
" ... Y a veremos cómo la llamada erróneamente criminalidad política no es criminalidad política auténtica,
porque no tenemos en Colombia ni siquiera una política verdadera, una política científica, una política filosófica, una política moral, una política pragmática; porque sólo tenemos una política sui-géneris, es decir, una
actividad combinadora electorera y burocrática, carente de pensamiento y de programas. Para garantizar el
triunfo de un partido en un momento crucial; para obtener mayores participaciones en la distribución de las
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funciones públicas, se lanzan a las aldeas y a los campos esas aves de presa que .50n los agentes electorales,
y todos sabemos lo que sucede, lo que hacen esos buitres
con el campesinado inocente, ignorante, hambreado, enfermo y SUmLSO.
"Para llegar a un diagnóstico más o menos aproximado, hay que oír ante todo las dolencias del enfermo
y reunirlas en lo que llamamos los médicos la amnesis
subjetiva.
" . . . A partir de 194 7 la criminalidad colectiva empezó a extenderse, y en pocas semanas cubrió una gran
parte del territorio nacional, causando hasta el año pasado, según mis cálculos, más de doscientas veinte mil
víctimas, todas ellas campesinas.
"En los valles se fue extinguiendo poco a poco, hasta
casi desaparecer, a medida que las condiciones vitales
se humanizaban, pero se fijó con virulencia en las faldas tibias de la cordillera, en sus ricas zonas cafeteras.
"¿Por qué? Quise averiguarlo y allá fui , y visité muchos microfundios, numerosísimos cuarteles de peones,
casuchas campesinas inimaginables, algunas grandes haciendas con sus fondas , la mayor parte abominables, y
juro por mí fe que nunca, jamás, en ninguno de los
países paupérrimos que he visitado, había visto tanta degradación humana, tanta esclavitud, tantas y tan
colosales injusticias; tanta y tan profunda resignación;
tanta indiferencia ante la agonía; tanto estoicismo o tanta estolidez.
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"De todas partes salían a mi encuentro la desnutric¡ón y la miseria; el hambre física, el miedo y la desesperación.
" . . . Para que pudiera yo apreciar directamente y mejor la supuesta insensibilidad del campesino frente a
su desventura, un sacerdote me invitó a que lo visitara
el mismo día, con urgencia, porque en su parroquia
acababan de asesinar a ocho campesinos. Allí pude asistir al reconocimiento de los cadáveres: una pobre mujer, más muerta que viva, acompañada por tres niños
famélicos, reconoció impávida los cadáveres del marido, del hermano y del hijo mayor. Su rostro estaba se·
reno y el corazón, ausente. Más tarde la interrogué:
-¿No le duele la muerte de los suyos? No contestó.
-¿No le duele?- le pregunté con insistencia. Al fin dijo: -Como doler. . . sí duele; pero ellos siquiera descansaron. -¿Pero descansaron de qué? ¿De vivir?. Mucho tiempo permaneció silenciosa; casi impaciente, le
pregunté: ¿La vida para ustedes no vale nada? En ese
instante, como si la hubiera punzado con violencia, levantó hacia mí sus ojos, sin cólera, y me dijo con vive·
za -¿Usté que sabe, llama ésto una vida? . ..
"¿Es campesina nuestra criminalidad? Nuestra criminalidad es colectiva, pero no es campesina todavía.
El campesino colombiano ha dado a nuestra criminalidad la única colaboración de su sangre. El campesinado colombiano ha puesto al servicio de la criminalidad todo
el contingente de las víctimas. 71 % de la población co·
lombiana, su inmensa mayoría, está sub-desarrollada, es
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primitiva, carece de instrucción y de cultura religiosa;
vive en el más absoluto desamparo por parte del Estado,
de la Iglesia y de los partidos políticos; está detériorada, desnutrida, hambreada, enferma y frustrada en todos los dominios del derecho natural, y sin embargo,
todavía no es criminal. A pesar de que el terreno biológico está suficientemente preparado; a pesar de que la
afectividad está saturada de odios, de rencores y de tendencias mortíferas, el campesino colombiano no es un
criminal todavía. N o lo ha sido ni lo es; pero ¿hasta
cuándo? Si los factores desfavorables, heredados, si las
taras adquiridas, si las frustraciones de toda clase no
han logrado operar aún, ello no significa que no existan,
ni existiendo, se puedan menospreciar; ello significa para
el sociólogo que todos esos factores temibles están en estado de latencia, que se conservan en estado potencial,
constituyendo una verdadera posibilidad criminal; la capacidad criminógena (que no debemos confundir con
mentalidad criminógena).
" . .. La criminalidad colectiva colombiana es sencillamente una criminalidad crapulosa y perversa. La criminalidad colombiana no se ejerce sobre los déspotas ni
sobre los grandes; al contrario, ella escoge como víctimas
a los pobres más pobres, a los humildes más humildes,
a los desamparados más desamparados, a los enfermos
más deteriorados y hambrientos. a los que nada tienen
y a los que nada podrán poseer jamás. Nuestra criminalidad colombiana es politiquera y crapulosa porque busca objetivos personales, ventajas individuales, posiciones
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burocráticas, favores estatales o sociales. La criminalidad
colombiana no respeta, al contrario, se hace más cruel
con las mujeres, con los niños y con los ancianos; la criminalidad colombiana es sádica, infrahumana y atroz porque la muerte constituye un orgasmo y porque después
del crimen ella profana los cadáveres de sus víctimas" .
("El Espectador" Dominical, julio 12 de 1959 ) .
De estas conferencias hace ya cinco años y a pesar
de tan oportuna campanada de alarma nada positivo, concreto, real, que revele una verdadera contribución. se ha
hecho para desarraigar la violencia de sus verdaderas
fuentes ; ni en educación , ni en salubridad, ni en ninguno
de los campos administrativos existe plan completo algu·
no; apenas se perfila, como remedio operante, la Reforma Agraria, que necesitó cuatro años de frente nacional
para su elaboración y aprobación, sin que hasta el presente (vamos para el quinto), haya entrado en el proceso de
desarrollo y funcionamiento. Parece que requiere un
crecido tren burocrático, en donde se pondrán en juego
todas las habilidosas mani!>bras de politiqueros, caciques
y compadres que cosecharán sus frutos mientras el campesino lleva todas las de perder.
La única medida puesta en pracllca por esa época
fue la creación de la Comisión de Rehabilitación. Era casi
un Ministerio servido por técnicos con altas asignaciones,
con apropiación de cuantiosos recursos, en donde funcionaban diversas dependencias hasta la de Protección Infantil.
La prensa desplegaba una fastuosa propaganda a sus visitas, parcelaciones, etc., pero nunca publicó un plan con-
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creto y científicamente elaborado para cubrir siquiera una
porción del país.
La violencia siguió su curso amenazador, lo cual provocó una millonésima reunión de sabios y arúspices, quienes decretaron que de ahí en adelante no más amnistía,
ni más rehabilitaciones ni más contemplaciones; todos los
violentos : guerrilleros, rateros, asaltantes, incendiarios,
etc., recibirían el nombre común de "bandoleros" y serían
perseguidos por el ejército hasta su exterminio definitivo.
Se votaron las partidas necesarias, se elevó el pie de
fuerza y empezó la cruzada, sin que tampoco obtuviera
resultado alguno.
Los "bandoleros" rodeaban a las tropas cerrándoles
el paso, sacrificaban a los soldados, y los que llegaban a
ser aprehendidos, se fugaban al día siguiente de las cárceles.
El montaje de la represwn fue de tal naturaleza, que
el gobierno dictó el decreto No. 0012, por medio del
cual se estableció el pago para los delatores de
los violentos. ( l) La prensa traía diariamente estos o parecíDECRETO No. 0012 DE 1959
(JUNIO 4)
por el cual se dictan normas tendientes a procurar la rápida y eficaz admi·
nistración de justicia en lo penal, en los Departamentos en donde subsiste el
estado de sitio.
EL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA DE COLOMBIA
en uso de las facultades consagradas en el Art. 121 de la Constitución Nacional,
DECRETA:
ARTICULO 27.- Autorizase a los Gobernadores de los Departamentos en estado
de sitio para que, previa consulta de la cuantía al Ministro de Justicia, ofrezcan
recompensas en dinero a los particulares que entreguen a los delincuentes requeridos por la justicia, o faciliten su captura. Tales recompensas se pagar6n con
cargo al Tesoro Nacional.
COMUNIQUESE Y CUMPLASE.
Dado en Bogotá, a 4 de junio de 1959.
ALBERTO LLERAS .
(Siguen las firmas de todos los Ministros del
Diario Oficial No. 29971, junio 12 de 1959.
Despacho) .
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dos motes : •·Tres mil pesos ofrece el gobierno a quien dé
noticias del paradero del bandido N. N .... " · "Veinte mil,
por la captura de Ch". - "Diez mil por la captura de M''.
Quienes conocíamos por percepción propia las atroces características de la violencia y su certero impacto destructor de toda moral y de toda ley en las gentes campesi·
nas vejadas, humilladas, mutiladas, violadas y sacrificadas
sin fórmula de juicio en muchas partes, quedamos horrorizados ante la vigencia del bárbaro decreto lanzado a un
pueblo carente ya de todo freno moral, en total descom·
posición.
;, Qué les ocurrió a los gobernantes y dirigentes políticos? ¿Era acaso odio por esas fieras de la violencia que
no los dejaban dormir tranquilos"? ¿Que perturbaban sus
festines y banquetes con la dura noticia: "Diez campesinos muertos en un asalto" , etc.?
Como era de esperarse, el famoso decreto tampoco
sirvió para producir el exterminio de los bandidos, porque
aquellos campesinos que se atrevían a delatar a los '·bandoleros'" eran sacrificados o quedaban amenazados de
muerte. Comprobaron entonces que estaban colocados frente
a una alternativa o disyuntiva igualmente ·peligrosa: la
delación, que implicaba el inmediato abandono de sus
propiedades para trasladarse a un lugar seguro en donde
encontraran el amparo de las autoridades. o la convivencia con los "bandoleros", recibiéndolos en sus casas y
auxiliándolos con alimentos y dineros. Optaron por esta
última, que al menos les permitía vivir aun cuando fuese
transitoriamente y en perpetua alarma. Circularon por los
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campos, a media voz, las versiones diversas del paso de
"bandoleros", sus exigencias, sus propósitos, etc.; unos los
habían tenido que abrigar en su casa a altas horas de la
noche; otros se habían visto obligados a suministrarles
dineros o víveres, porque decían: "es la única manera de
conservar nuestros bienes".
Apareció ahora el libro '·LA VIOLENCIA EN COLOMBIA" escrito por tres prestantes elementos de respetabilidad y honorabilidad insospechables : un sacerdote,
un sociólogo y un jurista. Todos tres presentan en forma
documentada y completa un historial de la violencia, que
coincide con las apreciaciones del siquiatra Julio Azuad
en cuanto a sus profundas raíces de miseria y abandono
del pueblo, y todos tres enjuician valerosamente a las cla·
ses dirigentes.
Demuestran con apoyo en documentos irrefutables cómo la violencia empezó desde arriba, desatada, organizada
y maquiavélicamente planeada por los politiqueros de tur·
no con el fin preconcebido de convertir sus minorías en
mayorías para adueñarse del poder político a perpetuidad.
Explican cómo de la feroz consigna persecutoria nació la
auto-defensa materializada y configurada por los grupos
de campesinos armados rudimentariamente, que huyeron
a las montañas enfebrecidos por el odio, el rencor y la paswn sectaria contra quienes habían roto y mancillado
cuanto les era caro: el rancho, la mujer, los hijos, el barbecho y el perro. Estas gentes equipadas para la conformidad, que nada habían pedido ni tenían más noción de
libertad que la de vagar por el campo, aguantar el ham-
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bre y ver morir a sus hijos resignadamente, como designio
de una voluntad suprema, estas gentes, digo, se tornaron
en fieras montaraces, se organizaron en jaurías vengadoras y se lanzaron con la grandeza de una fuerza elemental
desencadenada, para defenderse de las fieras civilizadas que
irrumpían en sus montañas equipadas de los más modernos instrumentos de destrucción y amaestradas en las más
refinadas torturas nazi-fascistas, importadas como consigna exterminadora de sus credos políticos, de sus amores y
sus aversiones.
Y ahora vienen los modernos fariseos a escandalizarse
de lo que hicieron. Blanqueados con la cal de la reconciliación entre sí, se dan golpes de pecho y proclaman el exterminio contra esas fieras montaraces que no los dejan
disfrutar en paz de su nueva Arcadia de prebendas y canonjías presupuestales.
El Ministro de Justicia denuncia como hecho inaudito que los bandoleros son jóvenes entre los 14 y los 20
años. ¿Es que ignora que estos niños tuvieron como primera visión del mundo y de la vida la tortura, la violación
y el descuartizamiento de sus propios padres? ¿Cree el señor Ministro que la represión armada y violenta puede
operar en sentido positivo y regenerativo contra esta masa
lacerada por el odio?
Para quienes hemos recorrido el territorio nacional
y hemos obtenido la versión de la violencia de boca de los
propios campesinos, las cosas son muy diferentes de como
las ven y las quieren remediar los señoritos del Club, los
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magnates del capital y de la industria,
" país político".
los dueños
del
En una de mis correrías por la montaña colombiana, ya en pleno gobierno del frente nacional (julio del
60 ), llegué a la estación de Sabaneta, sobre el ferrocarril de Puerto Wilches. Era una concentración política, y
habían concurrido a ella en masa campesinos, guerrilleros, caciques y matones de las breñas santandereanas y de
las limítrofes selvas de Bolívar. Asfixiada por el bochorno
de la hora les dije a unas bondadosas mujeres que me hacían compañía : -Quiero tomar un baño. ¿Podríamos ir
a la quebrada más cercana? -Aquí no hay quebrada ni
cercana ni lejana -me replicaron. -Entonces, ¿de dónde
obtienen el agua? -De unos hoyos en el monte. -V amos
a uno de ellos. -¡Imposible, señora! eso queda en el platanal, ya está oscureciendo, hay mucho barro y culebras.
-No importa, iremos allá. Y nos fuimos. Con unos tarros
pasamos el agua de un hoyo turbio a una caneca, y a totumadas logré mi baño.
Había oscurecido y soplaba una leve brisa cálida.
Sentada en un taburete de vaqueta recostado a la pared
de la casa en donde el pueblo entusiasmado bebía aguardiente, rasgaba tiples y bailaba bambucos y pasillos, inicié mi ritual charla con los campesinos que me rodearon
entre sorprendidos y sospechosos de ver a una dama en
tan apartado sitio, a tales horas y con tan singular confianza y desdén por las incomodidades.
Pronto fui informada de que allí no había asistencia social de ninguna clase. Un Puesto de Salud en donde
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no encontré m una jeringa hipodérmica, con un médico
que iba, cuando iba, cada cuatro o seis meses. Los campesi·
nos me fueron relatando su mísera existencia. Lo umco
malo que tenemos ahora -dijo uno-- es la muerte diaria
de los niños, sin saber de qué. "Les echa a dar un escalofrío y una tembladera, en seguida se ponen rojos como
mararayes y amanecen muertos; ya en el mes pasado tu·
vimos veintidós angelitos y en éste (nueve de julio) ya llevamos ocho". "Ayer -dijo otro-- taba uno tan vivaracho
en el billar arrecogiendo bolas cuando le agarró la tembla·
dera y esta mañana lo enterramos; tuavía taba calientico
y rojo como un ají, el muchachito".
Relataban , semejante horror con la tranquila resigna·
ción de la impotencia ante lo irremediable; era su suerte,
su destino y su gloria porque -afirmaban impávidamente- "al fin los criaturitos se van derechito al cielo, y aquí
con esta carestía y sin modo de mandarlos a la escuela
nada bueno les aguarda".
A las dos de la mañana me recogí para intentar
dormir pero fue en vano : los niños muertos giraban en
torbellinos en mi cerebro. ¿Era posible que existiera un sitio del mundo en donde los niños morían como perros y
aún en peores condiciones?
Llegué a Bogotá resuelta a remover cielo y tierra para
lograr algo en defensa de esas pobres gentes. Llamé al doc·
tor Jorge Bejarano, qui~;n se aterró con la información.
Salió al momento para el Ministerio de Higiene y pocas
horas después me dijo: -"El lunes sale para Sabaneta
con drogas y recursos una comisión sanitaria a estudiar
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el caso; escriba para que estén listos a recibirla". Me apresuré a informarles y descansé aliviada del peso que me
oprimía, pero cuál sería mi sorpresa cuando, a los veinte
días, recibí una carta de Sabaneta que decía textualmente :
"Mi doña: tan agradecidos que quedamos con usted por
su interés por los chinitos, pero fue para peor porque conformes con su carta nos vinimos con ellos para Sabaneta, muchos desde el aserrío de Bolívar, y ahí sí fue para ver
los entierros; la tal comisión no llegó por aquí y nosotros
gastando los centavos y pasando los trabajos de verlos monr lejos del rancho".
Llamé de nuevo al doctor Bejarano quien no salía
de su asombro. -"Pero es que me lo prometieron seriamente -me dijo-. Es increíble que sean capaces de mentir así". Esta historia no necesita comentarios, pero sobran
testigos de la categoría moral del doctor Bejarano que respaldan mi afirmación.
Esta brevísima síntesis de los orígenes y el curso que
ha seguido la violencia en Colombia me lleva a la plena
certidumbre de que han sido equivocados o mal dirigidos
los dos remedios empleados para combatirla : la represión
armada y la rehabilitación.
En cuanto al primero, conocidos los antecedentes, es
absurdo cargar exclusivamente sobre el ejército la obligación de erradicarla porque, conforme al concepto de Julio
Azuad, "para darles a los campesinos una paz armada serán necesarios dos hombres en cada tugurio". Y aún en el
supuesto de que todo el presupuesto del país se destinara al Ministerio de la Guerra, para elevar el pie de fuerza
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hasta obtener este número de agentes de la paz armada,
tampoco se conseguiría porque es bien sabido que no existe fuerza compulsiva alguna capaz de obligar a las gentes
a obedecer por la fuerza cuando tienen profundos motivos que los impulsan a desobedecer. Increíble es que quienes se apellidan demócratas piensen de esa manera en un
país que jamás ha tolerado la dictadura ni acepta la pena
de muerte. Mi asombro crecía en la Cámara de Representantes, cuando, en 1961, veía citar diariamente al Ministro de Guerra para que rindiera cuentas de las causas por
las cuales "era incapaz de cortar la violencia de un solo
tajo". Procedentes de todos los bandos llovían sobre el Ministro las incriminaciones y el recuento de las atrocidades,
que convirtieron el parlamento en un río de elocuencia
demagógica de ínfima calidad.
En cuanto al segundo, o sea la Rehabilitación, que era
el remedio cuerdo y operante, es claro que bien dirigido,
orientado y planificado, hubiera empezado desde entonces
a producir los benéficos resultados que, en un plazo de
tres o cuatro años es decir hoy, habría alcanzado, si no la
total erradicación de la violencia, al menos su disminución vertical hasta obtener su completa extinción. Pero la
Rehabilitación se esfumó sin que nadie supiera las causas
de su fracaso. Era indispensable que la Oficina de Rehabilitación hubiera empezado su actividad por trazar un
plan de reforma social estipulado, a plazos, cuyos gastos
hubiera cubierto con los cuantiosos recursos de que disponía tal institución. De lo contrario, era nula y quizás
nociva, al convertirse en rapiña de cuantiosas asignacio-
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nes, paseos, propaganda, compadrazgos y favores de todo
género. Por esa época escuché en Tuluá las quejas de multitud de damas y caballeros honorables horrorizados ante
el nombramiento de Jefe de Rehabilitación de esa sección
del país recaído en un individuo de pésimos antecedentes.
Si cada uno de estos jefes seccionales de la Rehabilitación hubiera recibido un plan de trabajo científicamente
elaborado y acorde con las necesidades de su región, y hubiera sido vigilado y visitado por sus superiores jerárquicos, indudablemente se habrían dado cuenta de las fallas
de muchos de estos funcionarios que acabaron por hacer
nula y desacreditar la labor de la Rehabilitación.
A mi entender, para acabar con la violencia no hay
más que un solo remedio: la reforma social valerosa, inmediata y planificada, hecha o decretada por el Estado,
sometiendo a las clases dirigentes capitalistas a que la acepten. Obligándolas a entregar hoy una pequeña parte de
sus cuantiosas ganancias en vez de perderlo todo mañana.
El error fundamental consiste en que la fuerza represiva
se está empleando al revés, al descargarla con todo su rigor
sobre mayorías populares acosadas por el hambre para lanzarlas a la muerte por inanición, en lugar de aplicarla a
la minoría capitalista para forzarla a que entregue algo de
lo mucho que le sobra, en provecho de los que carecen
de todo.
Los últimos brotes de descontento popular que están
degenerando en motines y atentados nos ofrecen la demostración nítida de esta afirmación : el Gobierno, para cubrir
el déficit presupuesta], decretó impuestos que recayeron
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sobre las empresas; éstas, para defenderse, elevaron sus
precios en razón de un cuarenta por ciento por unidad;
esta alza castigó duramente a los trabajadores, quienes pidieron aumento en sus salarios; el gobierno lo decretó en
forma proporcional para todos, a fin de ponerlos en condiciones de hacer frente a los nuevos costos. Por ejemplo,
el salario mínimo de los trabajadores campesinos, que era
de siete pesos diarios, quedó en nueve pesos; pero la alegría que produjo en los siervos de la gleba el aumento
fue tan afímera como profundo su desconsuelo ante la nueva situación. Las medidas operaron en sentido contrario
porque con el alza por unidad en los artículos de primera necesidad, las empresas no solamente cubrieron el aumento de sueldo de sus obreros sino que obtuvieron un
margen de utilidad que duplica sus ganancias. Así la situación del trabajador empeoró en vez de aliviarse, como
se ve claramente al verificar la inversión diaria para la
familia de un trabajador, compuesta de su esposa y tres
hijos:
Antes au
4
mento sueldo
Valor de l panela . .
" de 3 libras de papa .
" de l libra de carne ..
" de l libra de arroz ..
" de l botella de leche . .
" de un cuarto de café
de 3 plátanos . . . .
" de l libra de maíz
138
0 . 50
0.60
3 . 00
l. 00
Después del
aumento
l. 20
1.80
3.50
l. 35
0.60
0.40
0.60
l. 00
0 . 70
l. 00
0.65
l. 50
de 1/2 libra de manteca
de 1 caja fósforos ....
de un 1/ • de libra de sal
de 1/ 2 barra de jabón
de media libra azúcar
Sumas ..
l. 20
0.15
0.07
0.70
0.26
0.60
9.78
15.60
l. 70
0.20
0.10
LOO
Como se ve por este cuadro, el campesino que antes
del aumento tenía un salario mínimo de siete pesos, solo
podía alimentarse suprimiendo la carne, y el de hoy con
el aumento de dos pesos no solamente tiene que suprimir
la carne sino también otros de los artículos de la lista,
porque el mercado le cuesta $ 5 . 82 más que el nuevo salario. De manera que fue ilusoria y perversamente engañosa el alza.
Quizás es este el único país en donde, cuando se decreta un impuesto para que lo cubran las clases adineradas, éstas se apresuran a resarcirse de él y a doblar sus ganancias a costa del trabajador, sin que el gobierno sea
capaz de llamarlas al orden y ponerlas en cintura. Y o pregunto: ¿para qué sirve la Superintendencia de Regulación
Económica, el IN A y demás instituciones de este género?
¿Para qué el DAS, la Policía y cuerpos de vigilancia?
¿Cómo puede esperarse que haya paz, estabilidad y contento en donde las altas clases dirigentes juegan alegremente a la millonada sin que exista poder alguno de control sobre ellas?
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Si los "padres de la patria" dan la tónica con el alza
de sus sueldos, claro es que cada grupo se lanza en pos
del mismo objetivo que sólo tiene efectividad por medio
de las huelgas, cubriendo así al país con la multiplicidad
de manifestaciones anárquicas que estamos contemplando
diariamente. ¿Por qué esperar que los desposeídos de todo
sean los únicos que permanezcan eternamente humildes,
obedientes y abnegados? Estos, que nada tienen que per·
der, ya que ni siquiera pueden vivir, se lanzan a la violencia como evasión de esa vida que no es vida.
La conclusión de tan desolado panorama es que carecemos de gobierno que administre con equidad los de~­
falcados caudales y controle a los insaciables desfalcadores. Luego la violencia es una consecuencia natural del
desequilibrio provocado por el desorden administrativo, y
la desmedida ambición de lucro de las clases adineradas .
Los niños del pueblo han de morir como perros porque para ellos no hay plata y los que abusivamente se llaman "representantes del pueblo" han de vivir como reyes
porque para ellos sí hay plata. Veintidós millones anuales,
según nota de Klim en "El Tiempo", vale el alza que se
hicieron los parlamentarios en sus dietas. Quien se atreva
a replicarme, que me diga primero si hay derecho a esta
clase de latrocinio al pueblo que representan. Y que me diga también quiénes están enseñando al pueblo a mentir,
a matar y a robar. Y ahora, cuando pretenden que les
radiodifundan sus arengas incendiarias, y sus bochinches
a puñetazos , zapatazos y tiros de revólver, tendremos la
140
mas moderna y eficaz escuela radiofónica de "bandole·ros".
Buenos tiempos y maravilloso material para lo que
llaman "erradicación de la violencia en Colombia". El régimen de austeridad y del cinturón apretado ya sabemos
para quiénes es. Se me dirá que con mis afirmaciones
estoy provocando el desprestigio de la institución parlamentaria, base y sustento de toda democracia. Como si el prestigio o desprestigio no fueran natural consecuencia de los
actos humanos. Tan acostumbrados están a fabricar prestigios a base de propaganda, que ahora quieren convencernos de que el mal no está en pecar sino en publicar el
pecado. Y o creo que una democracia edificada sobre tan
podridas bases se derrumbará tarde o temprano; por eso
todo ciudadano honesto tiene la obligación de señalarlas
para que se cambien a tiempo en vez de tapar su carcoma para que la caída del edificio nos aplaste a todos sorpresivamente.
Comparto integralmente las apreciaciones y conceptos
de Julio Azuad, así como la de los autores del libro " La
Violencia en Colombia", menos en cuanto al hecho de remontar el origen de esta violencia estilo nazi-fascista al año
de 1930, como tampoco en la frase final, cuando dice: ·'Habrá paz en Colombia cuando los campesinos hagan la paz!
Cuando los campesinos impongan la paz! " . Para mí, la
conclusión a que conduce tan documentado estudio es al revés, así : Habrá paz en Colombia cuando las indolentes clases dirigentes quieran. de verdad, hacer la paz que se basa
en la justicia social.
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