dad al césar lo que es del césar ya dios lo que es de dios

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“DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL
CÉSAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS”
(Lc 20,20-26)
Mons. Silvio José Báez, o.c.d.
1. Introducción
En el evangelio de Lucas se acercan a Jesús unos «espías», enviados por los escribas y los sumos
sacerdotes que se quedan al acecho. En el evangelio de Marcos y de Mateo se le acercan algunos
fariseos, grupo extremista en lo religioso, y herodianos, judíos partidarios de Antipas, gobernador de
Galilea y, por tanto, gente simpatizante de los romanos (Mc 12,13; Mt 22,15-16). En cualquier caso el
contexto es de controversia y de hostilidad.
Las personas que se acercan a Jesús intentan llevarlo al terreno peligroso de la política de la época. De
hecho la trampa refleja la situación político-religiosa de Palestina: una situación tensa, caracterizada
por las confrontaciones y las divisiones entre distintas tendencias religiosas y políticas. El impuesto del
que habla el texto es el impuesto exigido por Pompeyo desde el año 63 a.C. Lo tenían que pagar todos
los judíos después de la adolescencia hasta los 60-65 años.
Para los judíos la cuestión del tributo al emperador comportaba una problemática política y religiosa.
Pagar el tributo al César era un signo claro de sometimiento a un poder extranjero; al mismo tiempo
esta ausencia de autonomía política planteaba a Israel un problema religioso, ya que el tributo al
emperador parecía suponer una cierta forma de culto religioso. ¿Reconocer la dependencia de un
imperio extranjero y pagano, no es traicionar la soberanía de Yahvéh?
2. Lectura del texto
2.1 El contexto narrativo (vv. 20-21)
Lucas encuadra la escena de tal manera que el lector pueda anticipadamente estar preparado para juzgar
la falsedad de las acusaciones que serán presentadas contra Jesús en el proceso frente a Pilatos (cf. Lc
23,2-7). Sólo Lucas habla de «espías» enviados por los escribas y los sumos sacerdotes (cf. v. 19), es
decir, espías enviados por las autoridades judías. Al mismo tiempo habla de la hipocresía de su actitud
y del intento de encontrar un pretexto para entregarlo a las autoridades romanas.
Por una parte el texto muestra el ambiente hostil en el que se movió Jesús, sobre todo al final de su
ministerio y lo incómodo que había resultado para los distintos grupos de poder de la época. Al mismo
tiempo se deja entrever el objetivo apologético de la época en que se escribe el evangelio, cuando se
quiere mostrar que los cristianos, como Jesús, son buenos ciudadanos, y que el cristianismo no es una
religión peligrosa que pueda suscitar desórdenes públicos o insubordinación violenta en contra de las
autoridades del Estado.
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Los adversarios de Jesús inician con una captatio benevolentiae, un recurso retórico para ganarse la
buena voluntad del interlocutor. Le llaman «maestro» y reconocen que «no tiene en cuenta la condición
de las personas»; es decir, reconocen que él nunca se ha comprometido con ninguna persona ni con
ningún grupo ni ha entrado en juegos humanos para buscar privilegios o ganarse la simpatía de la gente
o de los líderes religiosos y políticos. También hablan positivamente de su modo de enseñar: «enseñas
con franqueza el camino de Dios» (v. 21), una expresión de la piedad judía que indica la enseñanza de
una forma de vida conforme a la voluntad de Dios. La intención es clara: quieren ganarse la confianza
de Jesús, hacer que se sienta en confianza con ellos, para inducirlo a que hable sin temor y así hacerlo
caer en la trampa.
2.2 La pregunta sobre el tributo al César (vv. 22)
La pregunta: «¿Nos es lícito pagar (dídōmi) impuesto al César o no?», se refiere al hecho de que si la
Ley permitía a los judíos observantes pagar el impuesto al emperador. Se trataba de un impuesto
repudiado y que para muchos planteaba un problema de conciencia: ¿pagar el impuesto a una autoridad
extranjera y pagana no es desconocer a Dios como único soberano?
La pregunta es astuta y tenía el claro objetivo de hacer caer a Jesús en una trampa, tanto si criticaba la
autoridad del César, como si aceptaba pagar el tributo a Roma. En el primer caso, Jesús se habría
enfrentado directamente al imperio a través de una postura política claramente anti-romana, dando la
razón al partido de los zelotes, instigadores de la objeción fiscal y de la revolución armada; en el
segundo caso, Jesús habría demostrado que aceptaba la autoridad divina del emperador, a través de una
posición política filo-romana, en abierta contraposición con la religión de Israel y la forma de pensar de
la gran mayoría de los judíos de su tiempo.
2.3 La respuesta de Jesús (vv. 23-25)
Jesús se da cuenta de la trampa y comprende que la verdadera intención de sus adversarios no es
conocer la enseñanza de la Ley en relación con los impuestos. Por eso Lucas dice que «sospechaba que
actuaban con astucia» (v. 23).
El Maestro no responde inmediatamente, sino que les pide que le muestren un denario (v. 24), moneda
de plata del imperio, con la cual se paga el tributo al emperador en las provincias romanas sometidas.
Las monedas acuñadas bajo Tiberio, emperador del 14 al 37 d.C. llevaban la imagen del emperador (el
César), de un lado tenían la inscripción Tiberius Caesar divi Augusti filius Augustus (Tiberio César,
hijo del divino Augusto, Augusto), del otro lado se leía: Pontifex Maximus (Pontífice Máximo). Una
moneda así era doblemente abominable para el piadoso judío: violaba la prohibición de construir
imágenes (Ex 20,4) y se oponía al monoteísmo favoreciendo el culto imperial.
Jesús se libra de la trampa insidiosa, pasando del plano ideológico de sus adversarios, al plano práctico
y de los valores, en el cual se coloca la experiencia de la fe y de la religión. Toma una moneda, en la
cual estaba la imagen del emperador romano, y pregunta: «¿De quién lleva la imagen y la
inscripción?». Cuando le responden que en la moneda está la imagen del César, les invita a dar al
emperador lo suyo: «Pues bien, lo del César, devolvédselo (paradídōmi) al César». En el contexto de la
discusión, lo que es del César es claro: la moneda, símbolo del poder económico y administrativo del
imperio. La frase se puede comprender desde dos perspectivas: ya sea a partir del hecho de que la
moneda es propiedad de la persona cuya imagen está impresa en la moneda; o también pudiera
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significar que hay que restituirle el dinero al César como una deuda por los servicios prestados por el
imperio en Palestina. En todo caso, obligando a sus interlocutores a mostrar una moneda romana, los
está desenmascarando. Quiere decir que la moneda la llevaban en sus bolsillos y se servían de ella: así
que si se sirven de la moneda romana, están implícitamente reconociendo el poder del César; por lo
tanto, que paguen los impuestos.
Jesús, que no vive al servicio del emperador de Roma ni tiene ninguna ambición ni compromiso con la
política de su tiempo, sino que vive dedicado al anuncio de la llegada del Reino de Dios, como última
oferta de salvación divina, añade una advertencia sobre algo que nadie le ha preguntado: «A Dios
(dadle) lo que es de Dios». A Dios hay que reconocerlo y tratarlo como Dios y sólo a él. Jesús
sorprende a los interlocutores hablando de Dios, cuando la discusión es sobre los impuestos al César.
Llama poderosamente la atención que Jesús introduzca en un diálogo sobre política económica la
temática de la relación con Dios, y lo hace de la manera más natural y espontánea. Quiere decir que
algo tiene que ver Dios con el mundo político. Jesús habla de una exigencia que coloca a sus
interlocutores frente a un deber fundamental, basado en un derecho igualmente fundamental: el derecho
de Dios, como Creador, sobre todo el ser humano, sobre su vida, su corazón y su conducta. Más que
nunca, en el momento presente, el anuncio de la cercanía del Reino de Dios a través de las palabras y
obras de Jesús, exige tal sumisión del ser humano frente a Dios.
Jesús no dice: ¡Den al César el impuesto que le corresponde, pero no se olviden de pagar a Dios el
impuesto del templo!, ni tampoco: ¡Una cosa es la política y la economía en la vida pública y otra cosa
es la relación con Dios que se debe vivir sólo en el ámbito privado y la conciencia individual! Para
Jesús no contrapone el Reino de Dios y el reino del César, pues se colocan en planos distintos. Jesús
rechaza la alternativa: César o Dios. Para él, el emperador romano y Dios no se encuentran al mismo
nivel. Lo que pertenece al César, en el contexto inmediato de la discusión, es el dinero, símbolo del
poder político y económico, que nunca puede ser absoluto, nunca puede ser algo divino. Lo que
pertenece a Dios se deduce de todo el conjunto de la revelación bíblica, según la cual la íntegra y total
entrega a él, el único Señor, con todo el corazón y con todas las fuerzas, no admite compromisos con
ningún otro poder o autoridad antagonista (cf. Dt 6,4-5; Lc 16,13). Jesús afirma claramente la fidelidad
y la entrega total que el hombre está llamado a tributar solamente a Dios. El amor íntegro y la entrega
total del hombre a Dios, único Señor, no se le da a ningún otro señor o poder de este mundo.
Jesús está interesado en el anuncio de la cercanía del Reino, vive anunciando y mostrando que el
reinado de Dios está llegando y constantemente está invitando a los hombres a la conversión y a la fe
para acoger ese reinado y prepararse al momento definitivo de la salvación. De ahí que afirme con
claridad que la relación con Dios exige entregarle todo el ser y la vida entera, personal y social.
Afirmando que hay que darle o devolverle al César lo suyo, reconoce la autoridad del César, pero
diciendo que hay que dar a Dios lo que es de Dios, coloca la figura y el poder del César en su justo
límite, relativizando así cualquier tipo de poder humano frente a la soberanía absoluta de Dios, el único
que merece ser amado y obedecido con todo nuestro ser.
3. Conclusión
El énfasis de la respuesta de Jesús está en la segunda parte del v. 25: «Dar a Dios lo que es de Dios».
Lo esencial es entregarse a Dios acogiendo el anuncio de la cercanía de su Reino. Aún reconociendo la
legitimidad del poder político, Jesús exige la total sumisión y obediencia a Dios: él es el Creador y el
Señor al cual pertenece toda creatura. Hecha esta opción de fe en la vida, amando a Dios y
sometiéndose a su voluntad, el hombre puede luego comprometerse responsablemente en el campo
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político, en donde actuará de tal manera que en cada momento tome la decisión justa en conformidad
con la voluntad divina.
Jesús habla como profeta, en consonancia con la proclamación de la cercanía del Reino de Dios, no se
coloca en el plano de la política. En sus respuesta la estructura formal de la frase nos lleva a concluir
que se trata de dar a cada uno lo suyo, al César y a Dios; el problema empieza en la determinación de
qué es de cada quien.
Al hacer notar la imagen que lleva la moneda Jesús quiere hacer ver que podría pagarse el impuesto sin
que eso suponga necesariamente una toma de posición religiosa. En esto Jesús se distancia de los
zelotes que mezclaban directamente el problema político de la sumisión al emperador con una toma de
posición religiosa y se distancia igualmente de los saduceos y de la clase sacerdotal aristocrática, que se
sirve de la religión para aprovecharse de los espacios de poder que el César les concede. Jesús rechaza
la «politización» de lo religioso y la «religiosización» de lo político, proponiendo un camino
alternativo: la dimensión política de la fe. El ser humano puede ( ¡y debe!) participar activamente en el
ámbito de lo político y de lo económico en la sociedad, en la medida en que con su conducta no
contradiga la voluntad divina, ni acepte como absoluto y llega a convertir en un ídolo lo que no es
Dios.
Jesús no pretendió que la religión ocupara el lugar del Estado, ni promovió una imposición de la Ley
judía como norma suprema de la sociedad. La interpretación teocrática nacionalista del estado no es la
alternativa que Jesús propone frente a la dominación romana. Por un lado no está interesado en la
dimensión nacionalista del problema y, por otro, su verdadero interés está en lo que le ocurra al pueblo
sean sus dominadores unos u otros. Jesús no propone ni una religión que ocupe el lugar del Estado, ni
un Dios que justifique una ideología o un proyecto social o político, cualquiera que sea. Dios se sitúa
en otro plano: es el Señor de la historia.
Con su respuesta Jesús tampoco favorece –usando el lenguaje de hoy– la teoría de la total separación
entre Iglesia y Estado, es decir, un Estado que se siente finalmente emancipado de las exigencias
religiosas. La respuesta de Jesús no se puede utilizar para justificar la exclusión de la religión de los
diversos ámbitos de la sociedad, limitándola al ámbito de la conciencia individual, afirmando que la
Iglesia no tiene por qué intervenir en temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos.
Detrás de estas interpretaciones erradas de la frase de Jesús se esconde una concepción a-religiosa de la
vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un
Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y
en toda situación.
Jesús tampoco está llamando a sus discípulos a la resignación y a la sumisión a toda costa frente al
orden establecido, pues se deben limitar a vivir lo religioso en su conciencia y su vida individual.
Mucho menos está exhortando a escapar del compromiso social y político como si fuera un campo, en
el que la voluntad de Dios y la dignidad de las personas no tienen nada que ver. A este propósito
citamos unas palabras de S.S. Benedicto XVI: «Todos los creyentes, y de modo especial los creyentes
en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca
a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana,
individual y social, y que, por otra, afirme y respete “la legítima autonomía de las realidades terrenas”,
entendiendo con esta expresión –como afirma el Concilio Vaticano II– que “las cosas creadas y las
sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar
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paulatinamente” (Gaudium et Spes, 36)» (BENEDICTO XVI, Discurso a los juristas católicos,
9.12.2006).
Se puede dar al César lo que es del César, con tal de que a Dios se le de lo que es suyo. Es decir, el
creyente, desde su fe en Dios puede y debe participar en el ámbito económico y político de la sociedad,
pero está llamado constantemente a juzgar y criticar, decidir y discernir, sobre los «césares» de este
mundo, para adherirse a ellos en modo crítico o denunciarlos valientemente desde su convicción de fe.
Si con la expresión «autonomía de las realidades terrenas» se quisiera entender que «las cosas creadas
no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador», entonces la falsedad
de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente en el mundo
creado. (Cf. Gaudium et Spes, 36). Jesús enseña que ningún poder político y ningún poderoso de este
mundo, ninguna ideología y ningún proyecto social y político, puede presentarse como absoluto,
exigiendo obediencia ciega y total a sus decisiones y caprichosos, pues estaría usurpando el lugar de
Dios y haciendo del hombre un objeto a su servicio.
La política puede ser y debe ser un cauce para expresar y vivir la fe a través del amor y la justicia; la fe,
por su parte, debe ser una instancia iluminadora y crítica del mundo político, siempre tentado a caer en
el riesgo de autojustificarse, absolutizarse y hacerse obedecer en modo absoluto y ciego. La enseñanza
de Jesús es clara: ¡Ni estados totalitarios, ni religiones que justifiquen proyectos políticos! ¡En lugar de
una religión politizada o de una política religiozisada, Jesús propone una fe política!
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