BEATO JUAN PABLO II Cuando escribo estas líneas Juan Pablo II “se apaga pausadamente”. Quizás, cuando sea publicada esta glosa se haya producido el desenlace y el Papa polaco esté ya contemplando cara a cara al Maestro, al que tanto ha amado y hacia quien ha querido conducir -hasta la extenuación- a millones de hombres y mujeres. Casi ochenta y cinco años de vida, casi cincuenta y nueve de consagración como sacerdote, casi veintisiete como Siervo de los siervos del Señor... y todo para mostrar al mundo el inmenso amor misericordioso de Dios en Jesucristo a cada hombre en su realidad concreta, en su dolor y en su sufrimiento. Enamorado de Dios, no podía ser sino un profundo enamorado del hombre, defensor de su dignidad y de su trascendencia, y valedor suyo ante quien fuera necesario. No es un error, amigo lector. Hace seis años, para la Octava de Pascua, escribía yo estas líneas, y, efectivamente, cuando salieron a la luz Juan Pablo II había pasado ya a los brazos del Padre. Hoy está siendo proclamado Beato por la Iglesia. Todo en el domingo de la Divina Misericordia, fiesta promulgada por él mismo. ¡Gracias! Es la palabra que resume todo lo que puedo decir ahora, y es la única palabra que le pude decir en las cuatro ocasiones que tuve la oportunidad de saludarle personalmente. Cuando estaba frente a él sólo me brotaba agradecimiento, y no podía articular palabra. Agradecimiento a Dios porque habérnoslo dado, agradecimiento a la Virgen María por haberlo sostenido, agradecimiento a Emilia -su madre- por permitir su nacimiento a pesar de las dificultades y presiones para que abortara, y agradecimiento a él por su labor de servicio, por su entrega a la obra de Dios. Cierto que la primera vez añadí: “Santo Padre, soy de Murcia, de la tierra de Madre Esperanza”. El, que la había conocido en persona y de la que aprendió mucho sobre la Misericordia de Dios, se sobresaltó y me respondió: “Dios la bendiga”. Hoy yo te digo: “Bendito seas, Karol Wojtyla. Intercede por nosotros ante el Padre”. ¡Gracias! “¿Qué va a pasar?”, preguntaban los discípulos tras la muerte en la cruz del Maestro y, con María, se encerraban para celebrar la fracción del pan, “por miedo a los judíos”. Jesús rompe las puertas del miedo y se hace presente en medio del grupo con la paz. “¡Paz a vosotros!”. Todos los miedos caen hechos añicos cuando aparece el Señor de la Paz. Tomás no estaba, y no creyó a sus compañeros. La experiencia de la muerte había sido muy dura… Y Jesús volvió para encontrar a Tomás cara a cara. Hoy, como ayer, Jesucristo, vivo y resucitado, busca el encuentro directo con cada hombre, con cada mujer, para decirle que le ama, que le quiere dar sentido pleno a su vida. Sale a nuestro encuentro. Os repito, como nos dijo Juan Pablo II hace ya treinta y tres años: “¡No tengáis miedo de abrir las puertas a Cristo!”. Luis Emilio Pascual Molina Capellán de la UCAM