Proyecto Guarda Memorias Ensayos Publicados Litertura mexicana de fin de siglo José Manuel García-García José Manuel García-García (New Mexico State University). «La literatura mexicana de fin de siglo». Revista de Literatura Mexicana Contemporánea 8 (mayoAgosto, 1998). 16-23. 1 En ‘Cuatro estaciones de la cultura mexicana’, Enrique Krauze desarrolla un esquema inventario de las generaciones de escritores, intelectuales y académicos mexicanos del siglo XX. La primera generación es bautizada como la ‘Generación del 15’. A ella pertenecen los nacidos entre 1891 y 1905. La segunda es la ‘Generación del 29’, los nacidos entre 1906 y 1920. La tercera es la ‘Generación de Medio Siglo’. Los nacidos entre 1921-1935. Y la cuarta y última generación es la ‘Generación del 68’, los nacidos entre 1936 y 1950. Esta idea es perfecta en su correspondencia analógica con las estaciones cíclicas anuales. El esquema es riguroso, creativo e inspirador. Pero la vida sigue su rumbo y de 1951 a 1965, ha surgido y madurado otra generación. Y después de ésta hay otra (y otras más). Así tendremos hasta el fin del milenio, las siguientes generaciones: A) La Generación del 68: (1936 ó 1943) a 1950. Y las tres generaciones siguientes: La postista (1951 ó 1958 a 1965) y las dos subsi- guientes de fin de siglo (1966 a 1980 y 1981 a 1996/2000). ¿Qué características comparten la G68 y la generación postista? ¿En qué son diferentes? Respondamos en detalle a estas preguntas. 2 La crítica de la rebelión domada. La G-68 fue ante todo una generación crítica o antiísta: ‘Lo que se compartía en los sesenta [dice Krauze] no era una aventura o una conquista sino una negatividad, una cultura de protesta contra la Sociedad Industrial’ (38). Bueno, era una negatividad o antiísmo que también tenía su carga de acción positiva, de aventura social. En realidad, lo que la G-68 ofreció en primera instancia, fue una muy positiva ‘negatividad’ crítica que fue creación cultural renovadora. Supo unir ruptura y sutura; novedad y tradición. 2.1 Podemos distinguir dos etapas de la G-68. La primera ocurre de 1965 a 1968 y la segunda se extiende hasta finales de los 70. La primera cosecha de la G-68 (insisto, los nacidos de 1936 a 1943) fue definitivamente ingenua. Criticaban al establishment, eran antisolemnes, pero ingenuos. Querían ser los Traviesos del México Formal; los Caifanes Culturales del México Oficial. Carlos Monsiváis (n. 1938), señaló en su ensayo ‘De algunas características de la literatura mexicana contemporánea’, los siguientes factores que conformaron la cultura del 68: una clase media educada, el crecimiento de la enseñanza superior, el desarrollo de un marxismo esquemático (estructuralista) que daba ‘visiones unificadas del mundo’ (23). Otros factores fueron: la producción masiva de reproducciones de obras de arte, la reducción de la distancia entre la Alta Cultura y la Cultura Popular. Según Monsiváis, el joven sesentaiochero quería sentirse moderno; es decir, ser contemporáneo del mundo (frase que Octavio Paz remarca en su Laberinto de la Soledad). Monsiváis concluye que: ‘Hasta 1968, la modernidad cultural se había concentrado en la defensa de la crítica como elemento de corrección del autoritarismo, en la oposición —mundana, antisolemne, informada, irónica— al México tradicional’ (26). 2.2 A esta primera etapa pertenecen los jóvenes reunidos en el colectivo de La Espiga amotinada (1960) que crean una poesía ‘comprometida’. La Espiga fue un grupo dirigido por Jaime Labastida (1937) y Eraclio Ze- peda (1937), que pretendía una poesía de izquierda, aunque de gran calidad literaria, como el mismo Octavio Paz lo señaló en Poesía en movimiento: México. 1915-1966 (México: Siglo XXI, 1966). También a esta etapa pertenecen los chavos antisolemnes de la Onda. Eran los jipitecas clase-media mexicana, como el precoz José Agustín (n. 1944) y los jóvenes Gustavo Sainz (n, 1940) y Parménides García Saldaña. 2.3 José Agustín se integra a la ola de la popularidad con su novelita La tumba (Novaro, 1964) y su novela larga De perfil (Joaquín Mortiz, 1966). Este escritor es reconocido como el campeón del humorismo ondero, el derrochador de personajes adolescentes, elasemedieros y no-sofisticados, pero que buscaban llegar a ser los meros representantes del humor de una generación que se creyó gerontofóbica y fueron sólo voces lúdicas que adelantaban lo que vendría en el axial año del 68. Los personajes de José Agustín, se enfrentaban con ganas a esa abstracción llamada Aburrimiento, fueron los nenes-de-papá, los niños socialmente domesticables, rebeldes-sin-mayor-causa que la travesura y el desparpajo más o menos relajiento y que se dedicaban a mitificar sus correrías, creyéndose personajes epopéyicos que tomaban por asalto un cielo que se caía de puro tedio. 2 2.4 El segundo gran andero fue Gustavo Sainz que publica sus novelas: Gazapo (Joaquín Mortiz, 1965) y Obsesivos días circulares (Joaquín Mortiz, 1969). And last but not least, el gran Parménides García Saldaña con su desencuadernada novela Pasto verde (Diógenes, 1968) y su colección de cuentos El rey criollo (Diógenes, 1970). Parménides es el que captó mejor el sabor sesentaiochero de la Onda y la Rebelión Antisolemne. En su breve cuento ‘El rey criollo’, la chaviza llega a un cine del DF para descargar, como es debido, su hormonal violencia adolescente. El cine es el espacio donde las pandillas se dedican a descargar sus energías, hay patadas, gritos, desplantes de machos braveros, etcétera. Parménides supo relatar sabrosamente el perfecto relajo de la generación a la que perteneció. Se adelantó a las grandes manifestaciones del 68, donde los estudiantes democratizaron el espíritu lúdico de la época (dixit Monsiváis). 2.5 Los jóvenes del 68 fueron antinacionalistas, lucharon contra la ortodoxia de los muralistas y los preceptos del Viva-MéxicoJijos-de-la-nación. Rene Avilés Fabila (1940) caricaturiza estas batallas generacionales en su novela Los juegos (1967). Avilés satiriza a los Viejos Nacionalistas contra los ‘Mafiosos’ de la G-68. En una parte memorable de la novela, los Viejos Nacionalistas se lanzan a las calles de la Capital contra los jóvenes ‘contemporáneos del mundo’. El zafarrancho se convierte en una guerra a botellazos que acaba en histórico empate. 2.6 Renglón aparte merece la figura cultural y literaria de Carlos Monsiváis. El proyecto de Monsiváis es el de reevaluar críticamente los mitos ideológicos (el nacionalismo, la mexicanidad, etcétera.) y los símbolos populares mexicanos (las figuras de la cultura de masas y las respuestas culturales de las masas a las figuras del momento). Enrique Krauze dice que Monsiváis es la figura paradigmática del 68, por su: ‘regocijante iconoclastia. [Y su] pitorreo’. Monsiváis ‘debe pasar a la historia como el padrino de la Generación del 68’ (39). Es la Conciencia Critica (y Lúdica) de su generación, es el periodista que impondrá un estilo a la literatura mexicana. Un estilo y un género: el periodismocultural que es una rama del ensayo que llamamos Crónica. Según Krauze, la Generación del 68 ‘ha descuidado la poesía, la narrativa y las artes visuales o de cualquier índole, en favor de géneros más propicios a la politización: el reportaje, la crónica, el ensayo teórico, la caricatura y en general, el periodismo militante y doctrinario’ (39). La G-68 (y Carlos Monsiváis con ella) recupera los géneros que antes fueron marginales: el periodismo cultural, la reseña documentada y el ensayo literario evaluador. 3 2.7 En La Cultura en México, suplemento de Siempre!, hay una gran promoción de escritores de la talla de Jorge Ayala Blanco (n. 1943) y José Joaquín Blanco. De hecho, La Cultura en México, dirigida por Monsiváis de marzo de 1972 a febrero de 1987, es el pulso del acontecer cultural mexicano de la época (ver al respecto: Carlos Monsiváis, ‘En el vigésimoquinto aniversario de La Cultura en México. La Cultura en México’ / 5 de marzo de 1987; 36-48). 2.8 La euforia lúdica del la G-68 se vino abajo con la noche de Tlatelolco. La masacre del 2 de octubre transformó la gozosa rebeldía juvenil en desengaño, rabia e impotencia desesperada. La matanza de estudiantes partió en dos la experiencia generacional. Aparecen las primeras publicaciones que mezclan el desengaño y el sarcasmo. Luis González de Alba (San Luis Potosí, 1944), autor de Los días y los años (ERA, 1970), describe en esa obra el ambiente estudiantil de las grandes manifestaciones premasacre y la sensibilidad del desengaño post-2 de octubre. 2.9 En el teatro, Emilio Carballido publica su Teatro joven de México (Editores Mexicanos Unidos, 1971) y da a conocer a dramaturgos como Óscar Villegas (n. 1943) que en 1968 pone en escena su farsa El renacimiento. En esta obra, Villegas certifica la desesperanza de la G-68 como un conflicto generacional-institucional: es la razón de los estudiantes versus la sinrazón de las universidades. 2.10 Estas representaciones literarias coincidieron con las respuestas políticas de muchos de los jóvenes sesentaiocheros que se lanzaron a la guerrilla urbana tupamaresca que conformó la Liga Comunista 23 de Septiembre. Y que fueron aplastados a fines de los años 70 (ver al respecto: el heroísmo ‘negativo’ documentado en Memorias de la guerra de los justos, (México: Cal y Arena. 1996). de Gustavo Hilares; militante y protagonista de la vertiente ‘subversiva’ de la G-68. Memorias, es un ‘recuento de los daños’; es el apasionado desencanto de un sobreviviente del naufragio marxista postnoche-de-Tlatelolco. Esta época conforma un estado emocional y una actitud diferentes de la primera cosecha de la G-68, Hilares llega a colocase al otro extremo de la izquierda. 2.11 En ese gran monumento titulado Días de guardar (ERA, 1970), Carlos Monsiváis anota: Después de una desgracia injusta, irreparable, impune como la matanza de Tlatelolco, las cosas no vuelven a su lugar. La certidumbre desaparece, las seguridades se eliminan [...] el miedo nos obliga a prescindir de la inteligencia; el escepticismo se confunde con el cinismo que se mezcla con el 4 abandono que se contamina de la indiferencia que se entrevera con el letargo (75, 75). 2.12 El espíritu post-68, concluye Monsiváis, es de un ‘sentimiento de frustración compartido, de represión en todas sus acepciones’ (76). El destino de la G-68 se tuerce: las opciones se reducen: o resistencia militante o entrega al establishment. Hasta el acto de elegir tendrá ‘carácter apocalíptico’. 2.13 Enrique Krauze comenta sobre el estado traumático de la G-68: es moralmente triste ‘su incapacidad para la decepción, la autocrítica, el pluralismo y la tolerancia’ (41). La G-68 vivirá un estado de indefinición que se reflejará en los textos reunidos en Días de guardar, especialmente en el ensayo ‘14 de febrero, día de la amistad y el amor: Yo y mis amigos’ páginas 65-77, donde Monsiváis emite un juicio demoledor contra su generación que vive en la contemplación de los daños, en la inercia que es la aceptación implícita de la derrota. vuelven al confort de la poesía de ‘minorías’, en el muestrario de Sandro Cohén, Palabra nueva: dos décadas de poesía en México (Premia, 1981), la poesía ‘socialmente comprometida’ brillará por su ausencia. 2.15 En Un chavo bien helado: Crónicas de los años ochenta (ERA, 1990) José Joaquín Blanco (n. 1951) hará un dictamen postista de los años 70. Para él, la Gran Crisis de los ochenta barrió con ‘la contracultura de los sesenta que nos llegó en los setenta y que cundió y prosperó en los medios juveniles, artís-ticos e intelectuales’ (183) de la época. Vivimos, asegura Blanco, en la asfixia y la agonía. Y quienes ‘participamos en la contracultura [agrega] nos quedamos colgados de la brocha, sin saber qué se hizo de todo aquello’ (183). El México de fines de los setenta y principios de los ochenta ‘quedó como antes: un Ranchote de las Cavernas’ (183). Desapareció el marxismo, el último de los baluartes del romanticismo europeo, terminó el sueño de la modernidad, adiós a los signos de la Rebelión: 2.14 Las postrimerías de los años 70 fueron dominadas por obras hechas con el sabor de la impotencia: La noche de Tlate-lolco (testimonio periodístico) de Elena Poniatowska; Los días y los años (novela-testimonial) de González de Alba y Días de guardar (iniciadora del cronismo contemporáneo) de Monsiváis, e inclusive los poetas ‘Inconformidad, rock, antiautoritarismo, feminismo, liberación gay, reivindicación de la sensualidad y de la aventura, rechazo del camino burgués, culto de la sencillez y del instante; en fin, del odio a papá y de las coléricas urgencias de Revolution Now y Paradise Now’ (183). 5 2.16 La generación posterior a la del 68, vio la renuncia en masa de las actitudes antiístas. La G-68 se acabó ‘sólita, erosionándose en la asfixia y el miedo. Y en la asfixia de la asfixia y en el miedo del miedo. ¡Ora sí qué manera de perder!’ (186). A mediados de los ochenta. México será: ‘Dejar de fumar, guardar la línea, beber con moderación, ser amable. Sólo buscar la prosperidad individual y la buena conciencia [...] vivir en santa y sana comodidad [...] adiós a los libros difíciles, a la crítica y a la pachanga: puras Obras Maestras —puras sobras mustias—, de mucho status, muy presentables en sociedad. La Función del arte volvió a ser la de siempre: objetos bonitos, con su monote rojo y su celofán’. (Blanco, 187) 2.17 José Joaquín Blanco concluye que el único escape a esta asfixia del miedo es la vuelta a la contracultura, la vuelta a ‘la tradición de la crítica, a la inconformidad’ (189). Pero la contracultura tendrá otros nombres, otros medios y otros fines. La Generación del Postismo comenzaba así, su crítica a la tradición de la crítica; su crítica al gesto rebelde de sus hermanos mayores. 3 El postismo contra el sueño de la razón cínica. Los Postistas nacieron entre 1966 y 1980. Son los herederos del Octavio Paz de finales de los 60 y del Monsiváis de cualquier época. Buscan más la explicación de la tradición que la postura de la ruptura. Octavio Paz en un artículo titulado ‘El romanticismo y la poesía contemporána’ (Vuelta 127, junio 1987), escribe lo siguiente: ‘Hoy asistimos al crepúsculo de la estética del cambio. El arte y la literatura de este fin de siglo han perdido paulatinamente sus poderes de negación; desde hace años sus negaciones son repeticiones rituales, fórmulas sus rebeldías, ceremonias sus transgresiones. No es el fin del arte: es el Fin de la idea del arte moderno. O sea: el fin de la estética fundada en el culto al cambio y la ruptura’ (26). Estamos, dice Paz, más allá de una ‘crisis de la vanguardia’, hoy presenciamos el fenómeno del ‘arte de la convergencia’ (27). Paz se refiere a lo que hoy conocemos como ‘la condición posmoderna’. El arte es un abigarrado sincretismo; especie de neobarroco conscientemente paródico (a la manera Monsiváis). 3.1 Después de la masacre del 68, la intelectualidad mexicana clausuró sus anhelos de progreso y cambio. La estética del cambio se había convertido en un signo oficialista: hay que modernizar a México, decían los políticos. Mientras los intelectuales (los del 68 y sus hermanos menores), sin Marx y sin Rousseau, guiaron sus búsque6 das hacia las nacientes teorías postestructuralistas francesas. Leyeron a Roland Barthes y a Michel Foucautl y se reeducaron bajo los signos de los tiempos de la posmodernidad. Carlos Monsiváis en su ya citado ensayo ‘De algunas características...’, señala que tiempo después del trauma del 68, se crea una atmósfera de ‘nueva sensibilidad que es, ante todo, la posibilidad de elección en materia de comportamiento’ (28). Las características de esta nueva generación son las siguientes: ‘En sus libros todo se encuentra: obsesiones eróticas (la mística de Bataille o de Klossovski): ritmos prosísticos que son métodos para reproducir el movimiento de la realidad; juegos de espejos con el lenguaje: versiones crispadas del deterioro personal y social; búsqueda de la marginalidad como escudo protector ante la absorción en el conformismo que es la nada, rechazos abiertos y aceptaciones involuntarias de la tradición’. (28) 3.2 Entre la crisis de la vieja guardia intelectual y la crisis oficialsocial, emerge la literatura posmoderna mexicana. Muchos de la Generación del 68 contribuyeron a esta difusión, principalmente desde las páginas de La Cultura en México, Suplemento de la Revista Siempre!, que entre 1985 y 1986 publicó diversos textos de los principales teóricos de la posmodernidad (ver, por ejemplo, las tesis de Frederic Jameson publicadas en septiembre de 1986). También participó la revista de la Universidad de México, que de 1987 a 1988 publicó magníficos ensayos sobre el tema de la posmodernidad (ver al respecto los números 437 y 449). Y la revista Vuelta, que en 1987 publica la polémica (la última batalla intelectual) de Octavio Paz en torno a esa ‘nueva estética’ (ver el número 127). 3.3 En cuanto a los escritores del 68 que escribieron libros con características posmodernas fueron: Carlos Monsiváis, con sus libros de ensayos acerca de la cultura mexicana. Mencionaremos el más reciente: Los rituales del caos (ERA, 1995), donde examina la relación entre la cultura de la crisis y sus nuevos símbolos populares. El poeta David Huerta, por su parte, siguió publicando sus poemas de alta carga autorreflexiva, postestructuralista e intertextual. Un ejemplo, Cuaderno de noviembre (ERA, 1976/80), poemario de estilo neobarroco. Otro del 68 cuyo estilo posmoderno ha transformado el género marginal de la reseña cinematográfica en un ‘arte de la convergencia’, es Jorge Ayala Blanco. En sus libros La disolvencia del cine mexicano: entre lo popular y lo exquisito (Grijalbo. 1991) y La eficacia del cine mexicano: entre lo viejo y lo nuevo (Grijalbo 1994), Ayala Blanco nos ofrece un magnífico ejercicio de crítica intertextual. Su estilo también es neo7 barroco, rítmioco en la repetición de verbos saturantes. Otro mencionable es el escritor Paco Ignacio Taibo II (n. 1949). Este ha publicado varias novelas policiacas con juegos intertextuales (este término significa que el escritor hace referencias a otros textos y contextos históricos en una especie de juego vertiginoso). 3.4 Los jóvenes de la Generación Postista crecieron pues, en un ambiente de crisis y ocasos. Ciclos enteros del pensamiento moderno habían concluido. Monsiváis bautizó las décadas de los 80 y 90 como del ‘postnacionalismo en la crisis’ (ver, ‘Muerte y resurrección del nacionalismo mexicano’. Nexos 109, enero 1987:13-22). ¿En qué consiste esta etapa postnacionalista? En la democratización violenta de la vida social ‘desde abajo’, en el ‘rechazo de los panoramas unificadores’, en el ‘gusto por la fragmentación’ (20), y en ‘la renovación de la fe en el localismo, pero ya no el pueblito de Azuela o López Velarde, sino en la colonia, el barrio, la banda’ (20). También, predomina un espíritu sardónico para enfrentar la crisis permanente mexicana. Y admite ‘la incorporación masiva de las mujeres al proyecto de nación a través de su ingreso a la economía, abate nociones grandilocuentes: la Honra, el Respeto Inmanente, la Autoridad que no admite respuesta’ (21). Otras características marcadas del postnacionalismo mexicano son: ‘la ausencia visible de teo- rías, lo que tiene que ver con las dificultades para concertar acciones comunes, y con la desconfianza a la política’ (21). 3.5 La generación Postista destacará lo marginal. Será feminista no-tradicional (aquí los adjetivos tienen la carga ideológica que el lector desee). Han llegado para quedarse la literatura feminista, la homosexual, y la literatura ‘provinciana’, local. Lo marginal se ha convertido en el centro. Es una ‘marginalidad’ desingenuizada, anticínica, su proyecto va más allá de la literatura mesiánica o desengañada del 68 (los binomios de la ‘guerra fría’ se han borrado). Los postistas aprendieron a resistir de forma diferente o más sofisticada el cinismo crítico de sus hermanos mayores (ahora incrustados en el estáblishment). Octavio Paz observa a esta nueva generación y desconfía de ella, ‘no sabemos siquiera [dice] si vivimos en un crepúsculo o en un alba’ (‘El romanticismo...’ 26). La respuesta la están dando los nuevos escritores con su literatura de juegos intertextuales, sus laberintos fragmentarios, sus localismos, su humor textual. Sus juegos subversivos contra las reglas impuestas de los géneros literarios, la guerra contra el canon, y el franco discurso gay y/o feminista. Con la generación de fin de siglo, México vuelve a ser ‘contemporáneo del mundo’, esta vez de verdad (al menos esa es la actitud). 8 3.6 Los chavos de la generación Post, desdeñan las grandes teorías mesiánicas (el marxismo y el neoliberalismo), sus respuestas contra la razón cínica del capitalismo en crisis, comienza a oírse; José Joaquín Blanco tiene razón, la contracultura debe resurgir, y está resurgiendo. Ya tiene otros nombres y otros estilos. Jaime Moreno Villarreal, por ejemplo, publicó La línea y el círculo (UAS, 1981), donde evalúa las herencias de la Generación del 68. Moreno Villarreal integra en su texto las ideas de Michel Foucault y de Carlos Monsiváis para entender las ‘nuevas actitudes’ de los poetas jóvenes. Descarta las divisiones artificiales entre los escritores ‘cultos’ y los ‘buenos salvajes’ (103). Borra los dilemas morales y la oposición entre la ‘high’ y la ‘pop culture’; entre los temas ‘dominantes’ y los ‘marginales’. 3.7 Jaime Moreno Villarreal también participa con otros escritores como Adolfo Castañón y Fabio Morabito en la creación de un libro que es un ejercicio de intergéneros, nos referimos a Macrocefalia (SEP/ CREA, Cuadernos de La Orquesta, 1988); un texto hecho de fragmentos, por entregas quincenales, donde los escritores intenta explícitamente abolir al autor (en singular): ‘cada sujeto ora exhibe los rasgos de su individualidad, ora intenta borrarlos’ (8). Y utilizan las ‘técnicas de inserción, transposición, dialoguismo, supresión, subversión ¿boicot? Insistencia e intensidad’ (9). 3.8 Donde la generación postista se ha desarrollado más, es en la literatura feminista post-naif. Algunas representantes de esta corriente son: Ethel Krauze (n. 1954) con sus libros Infinita (Joaquín Mortiz, 1992) y Mujeres en Nueva York (Grijalbo. 1993) donde ocurren triángulos amorosos y relaciones problemáticas hetero / bisexuales. Seymour Mentón dice de Krauze que es ‘la portavoz de la nueva mujer liberada’ (369). Aunque en el caso de la literatura feminista mexicana, las portavoces se multiplican. Están por ejemplo: Carmen Boullosa (DF. 1951) con sus novelas: La Milagrosa (ERA. 1993) y Duerme (España. Madrid: Alfaguara, 1994). En la primera novela Boullosa mezcla el tema policiaco, la política y fantasía, con las técnicas de la epístola y el recado (los agradecimientos populares a los milagros de una santa). La segunda, es acerca de una mujer travestí sumida en los albores del Nuevo Mundo hispano-machista. También está Martha Cerda (Guadalajara, 1952) que desarrolla una aguda parodia al Boom hispanoamericano. Martha Cerda es una genuina ‘Post-Boomista’, con sus juegos a contracorriente del realismo mágico. Su ‘novela’ La señora Rodríguez y otros mundos (Joaquín Mortiz, 1990) es un claro ejercicio posmoderno. Otra voz: Margarita Mansilla (México, 1953) con su novela Karenina Express (UNAM, 1995); 9 a pesar de que es su primera obra publicada, Mansilla muestra una maestría en el uso de los juegos intertextuales y de intergéneros, así como un juego neobarroco con los idiomas. Otra de las protagonistas del postismo de este fin de siglo, es la voz poética de Minerva Margarita Villarreal (Nuevo León, 1957). De esta autora hay que citar su poemario Epigramísticos (Coordinación Nacional de Descentralización, Instituto Coahuilense de Cultura, 1995), donde la autora transgrede los discursos feministas de antaño. Por ejemplo, en ‘Envidia del coño’ la poeta dice: ‘Es verdad. Ligia, eres feminista / salvo cuando, flecha en vuelo, / un falo se cruza entre nosotras’ (44). también escribe novelas de temática gay, pero es en sus ensayos es donde se encuentra su poder de seducción narrativa. Dos libros cruciales: Cuando todas las chamacas se pusieron medias de nylon (Joan Boldó i Climent. Editores, 1989) y Un chavo bien helado: Crónicas de los años ochenta (ERA, 1990). En cuanto a Luis Montaño, éste nos dejó sólo una buena novela: Brenda Berenice o el diario de una loca (Editorial Domés, 1985). Esta novela es el ‘diario’ de un travestí ‘mujir’ y que nos cuenta su vida de ‘loca’. A pesar del humorismo contenido en la novela, el personaje sufre su aislamiento social. En esta novela, es destacable el uso de la jerga del ‘loca-gay’. 3.10 3.9 También, la generación Postista tiene excelentes representantes en la literatura gay. Basta mencionar a Luis Zapata (Guerrero, 1951), José Joaquín Blanco (n. 1951) y a Luis Montaño (Sonora, 1955-1985). Luis Zapata es el decano de la literatura gay-mexicana. Tiene novelas de gran calidad como El vampiro de la Colonia Roma (Grijalbo, 1979), y La hermana secreta de Angélica María (Cal y Arena, 1989). Ambas obras son verdaderas tragicomedias de seres marginales incomprendidos por la sociedad. En El vampiro, un prostituto nos cuenta sus desventuras; en La hermana, conocemos la historia de un hermafrodita que acaba en un manicomio. José Joaquín Blanco, por su parte, Hay otras voces que subrayan otras categorías posmodernas. Por ejemplo. Armando Ramírez se dedica a exaltar sus obsesiones localistas. En sus libros sólo hay un sujeto: Tepito. En su Crónica de los chorrocientos mil días del Barrio de Tepito (Editorial Novaro, 1973), Ramírez pone en jaque al lector que no sabe si está ante una novela o una secuencia de relatos cortos; también es necesario mencionar su uso de un lenguaje marginal post-ondero. 3.11 Otro postista importante es Enrique Serna (1959). Autor de la novela Uno soñaba que era rey (Plaza y Valdés. 1989). Serna ejerce una dura sátira contra la razón cínica de la generación del 68. Se burla del racismo y 10 de la inmoralidad de la clase media mexicana. Los personajes de Enrique Serna son los envejecidos chavos de la onda que, alguna vez, fueron mitificados por José Agustín. Similar actitud encontramos en la obra del poeta Ricardo Castillo (Guadalajara, 1954). En su poemario titulado El Pobrecito señor X (Fondo de Cultura Económica, 1980) Castillo nos ofrece uno de los poemas más importantes del postismo: ‘La oruga’. Es un texto donde la carcajada posmoderna flota en las tinieblas de la crisis: ‘porque tu esperanza ha quedado al margen de cuentos celestiales / porque tu amor ya no da para utopías’ (43). Y nos envuelve en el vértigo seductor del caos: ‘El hombre tomó una vertiente luminosa que le tendió Caos / y Caos resopló en las ruinas del hombre’ (60). 3.12 Hay otros tres postistasposmodemos que quiero mencionar: José Joaquín Blanco, Pablo Espinosa (Veracruz, 1956) y Oscar de la Borbolla. De Blanco ya hemos mencionado su contribución. Es, junto con Jaime Moreno Villarreal, el crítico de esa cultura que está en proceso de creación. En cuanto a Pablo Espinosa, éste pareciera ser el sucesor de Monsiváis (el tiempo lo dirá). Espinosa es el nuevo cronista de eventos culturales de masas. Su estilo es coloquial (como Armando Ramírez) y en sus temas mezcla la ‘alta’ y la ‘baja’ cultura (como Monsiváis) para estudiar las expresiones carna- valescas mexicanas. Es menos crítico que José Joaquín Blanco, pero su estilo es tan seductor como el de Jorge Ayala Blanco. 3.13 El tercer ‘cronista’ (aquí la palabra se adentra al cronismo de ficción) es Oscar de la Borbolla. Al que es mejor definir como post-cronista o como él mismo se define: ucronista. Y precisamente, en el libro titulado Ucranías (Joaquín Mortiz, 1989), De la Borbolla destaca su concepto de la literatura: la vida es un simulacro y la literatura, una oportunidad para mentir con la verdad simulada. Lo que pudo sser, no lo que fue. 3.14 Hay muchos otros escritores de la generación Postista que comienzan a desarrollarse dentro de este ‘espíritu de época’. Algunos de ellos son: Guillermo J. Fadanelli, Ricardo Chávez Castañeda, Luis Humberto Crosthwaite, Alfredo Espinosa, y los críticos Lauro Zavala. (No hablo de géneros literarios, sino de generaciones) 3.15 Junto con los mencionados, siguen publicando los reconocidos: Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Emmanuel Carballo y las nuevas luminarias: Ángeles Mastretta (1949) y Laura Esquivel (1950). Mastretta con su novela ¡Arráncame la vida! (Premio Mazatlán 1985; Cal y Arena, 1993) y Esquivel con el best seller Como agua para chocolate (Planeta, 1989). Ana Rosa Domenella ha señala11 do que ambas escritoras comenzaron sus carreras vinculadas a los medios periodísticos (relación obvia con la G-68) y que sus novelas tienen temas populares y un tratamiento de subliteratura: parodia de folletín, música popular, recetas de cocina y de buenos modales y una tradición oral, como es el chisme. Bibliografía Burgess. Ronald D. The New Dramatists of México: 1967-1975. UP Kentucky, 1991. Brushwood. John S. La novela mexicana (1967-1982). Grijalbo, 1985. Carballido, Emilio. Teatro joven de México. Editores Mexicanos Unidos, 1985 (9a. edición; primera ed. 1980. Cortés, Elodio, Ed. Dictionary of Mexican Literature. Library of Congress Cataloging Publication Data, 1992. Dauster, Frank. ‘Poetas nacidos en las décadas de 1920,1930 y 1940’. Revista Iberoamericana 55 (julio-diciembre 1989) 1161-1175. Dauster, Frank. 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