H I S T O R I A Repensando la configuración socio-racial del Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII: pardos, mulatos, cuarterones y quinterones Sergio Paolo Solano D. Presentación En 1735 los viajeros españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa visitaron la ciudad de Cartagena de Indias, en el Nuevo Reino de Granada. Sus observaciones las publicaron trece años más tarde (1748) en el libro Relación histórica del viaje a la América meridional. Entre los aspectos que describieron de la vida social y cotidiana de esta ciudadpuerto y plaza fuerte nos interesa resaltar la narración de los distintos segmentos de la sociedad, de arriba a abajo, empezando por los blancos clasificados en españoles y criollos. Algunos españoles estaban ligados al comercio con la metrópoli, y el resto eran íberos pobres, “reducidos a la miseria, y muchos de ellos a vivir de su trabajo personal”. Los blancos criollos eran los propietarios de la tierra y algunos eran “[…] de mucha distinción, porque sus ascendientes pasaron a aquellos parajes con empleos honoríficos […] y han procurado mantenerse en el lustre de sus antepasados casado, o ya con sus iguales del país, o de los europeos, que van en las armadas”. Luego describieron los cruces de los blancos pobres con las castas de color e indios: mulatos (blanco y negro), tercerones (mulato y blanco que han avanzado en el proceso de blanqueamiento), cuarterones (blanco y tercerón), quinterones (blanco y cuarterón). Esta es la última que participa de las castas de negros; y cuando llegan a este grado, no es perceptible la diferencia entre los blancos, y ellos, por el color ni fac- ciones. La generación de blanco, y quinterón se llama ya español y se considera como fuera de toda raza de negro; aunque sus abuelos, que suelen vivir, se distinguen muy poco de los mulatos […]. Antes de llegar al grado o jerarquía de quinterón, se ofrecen muchas intercadencias, que les embarazan el llegar a ella, porque entre el mulato y el negro, hay otra casta que llaman zambo originada de la mezcla de alguno de estos dos con indio o entre sí; y fe distinguen también según las castas de donde fueron los padres: entre el tercerón, y mulato; cuarterón, y tercerón […] También todas las mezclas desde negro hasta quinterón con indio se denominan zambos de negro, mulato, tercerón, etc. (Juan y Ulloa, 1748, t.I, 40-42). Descripciones de parecido tenor realizó en 1747 el sacerdote jesuita Joseph Gumilla en su libro El Orinoco Ilustrado (1791, t.I, 69-76), y luego fueron convalidadas en 1759 por Fray Juan de Santa Gertrudis (t.I, 1956, 52) después de recorrer el bajo curso del río Magdalena que separaba a las provincias caribeñas de Santa Marta y Cartagena. En 1772 Diego de Peredo (1972, 118-154), obispo de Cartagena, hizo algo parecido una vez culminó su visita pastoral a toda la provincia homónima. En 1789 el sacerdote Joaquín de Finestrad (2001, 135) recogió parecidas impresiones en un libro de la visita que había hecho en 1781 a las comarcas de la rebelión de los Comuneros (oriente neogranadino). Promediando el siglo XIX algu- AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 39 nos elementos de esas clasificaciones fueron recreados por el general Joaquín Posada Gutiérrez (1797-1881) (t.II, 1971, 58-65) en su remembranza de las fiestas de la Virgen de la Candelaria, a las que presentó como una especie de caleidoscopio de la estratificación social de finales del siglo XVIII de su ciudad natal, Cartagena de Indias. En esas festividades, los bailes de salón realizados en lo alto del cerro de La Popa se correspondían a la jerarquía y preeminencia de los “blancos de Castilla […] que monopolizan el título de caballeros como las blancas de señoras […]”. Luego seguían los bailes de pardos y, por último, el de los negros acomodados. Los pobres, libres y esclavos de varias condiciones sociales, bailaban en el pie de ese cerro, con música de tambores y flautas de caña. Y los indios bailaban aparte. Lo último que describió fue el baile de las cuarteronas. Casi medio siglo más tarde de la visita de Juan y Ulloa, se celebró el censo de 1777 en el virreinato del Nuevo Reino de Granada, primer intento para contabilizar y tener una semblanza de la totalidad de la población de esta colonia española. A este siguieron otros censos y cálculos sobre el crecimiento de la población. Con base en los padrones levantados entre aquel año y 1780 se ensambló un resumen para todo este virreinato, el que se ha convertido en la fuente de cifras y datos más conocido por los historiadores que estudian la sociedad del último cuarto del siglo XVIII. Por ejemplo, al basarse en esos resúmenes, el historiador Anthony McFarlane, quien ha escrito uno de los libros más influyentes sobre el tránsito entre los siglos XVIII y XIX, ha sentenciado que “En los censos de 1777-80, la población estaba dividida en las usuales cuatro categorías raciales: blancos, negros, indios y libres de todos los colores” (1997, 65, énfasis en el original), y asocia estos últimos a los mestizos. Descripciones de parecida naturaleza pueden ser rubricadas por muchos historiadores colombianos y extranjeros cuando se refieren a las características de la sociedad neogranadina de las postrimerías del periodo colonial.1 Una de las consecuencias negativas de fundamentar los análisis de la sociedad de ese siglo en los resúmenes de los censos es que se pierden muchos detalles de gran interés para comprender la dinámica social de y entre los distintos sectores socio-raciales, como también la vida de las poblaciones. Así, la categoría de “blancos” que agrupa a todas las personas de esa condición esconde diferen1 Por ejemplo, ver las descripciones de Múnera (1994: 146-149); Lasso (2013: 19-22). 40 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 cias determinadas por distintos factores como la riqueza, la prestancia, los oficios y las redes sociales y políticas a las que se perteneciera. Algo parecido acontecía con los quinterones y cuarterones, al igual que con gentes de piel más oscura que luchaban por diferenciarse de los mulatos y para que se les reconociera una condición distinta. El tema forma parte de un debate historiográfico que hasta cierto punto ha sido soslayado en los medios académicos colombianos debido tanto a los modelos de análisis que se aplican como a la situación política que devino con la Constitución de 1991 y con el reconocimiento del carácter multiétnico de la nación y el otorgamiento de derechos a las gentes de color. El no saber diferenciar los problemas del presente de los del pasado ha llevado a que se forme una historiografía que, a partir de una relación política presente-pasado, extiende los hechos políticos de la actualidad al estudio de la historia, arrastrando en muchas ocasiones errores de anacronismos. Algunas variantes de esa perspectiva son frutos de la combinación entre los actuales procesos de reinvención de las identidades de las gentes de color y de la aplicación del modelo de la sociedad racial estadounidense a los estudios del pasado neogranadino. Para estas miradas, las categorías aglutinantes de los resúmenes de los censos de 1777 (pardos y libres de todos los colores) en adelante le vienen como anillo al dedo, pues sirven para apuntalar la imagen de una comunidad organizada en torno a la condición racial negra (o parda), no fraccionada, con un imaginario ligado a un hipotético punto de partida de la diáspora (África), y un proyecto colectivo de liberación en el que todos participaban. Por eso, las categorías como las de “libres de todos los colores” y “pardos” se trastocan rápidamente en las de “afrodescendientes” y “negros”.2 No cabe duda que se conservaron elementos de las culturas de sus lugares de orígenes, pero como bien lo ha señalado Patrick J. Carroll (2000, 58-59) a propósito de los negros del puerto de Veracruz, debe distinguirse 2 Una crítica a estas imágenes anacrónicas en (García de León 2011: 536555). Para el caso colombiano una crítica a la categoría de “afrodescendientes” en (Saether 2010: 382-383). A propósito de los negros de Cuba, un estudio reciente afirma: “El continente africano, en su conjunto, no puede ser admitido como un referente generalizador para los hombres esclavizados que fueron arrojados masivamente al Nuevo Mundo. Pocos habían traspasado el territorio de sus etnias, las lenguas que hablaban eran diversas, también lo eran sus características físicas, sus sistemas religiosos y su organización política. Los sistemas de parentesco no constituyeron una excepción en esa diversidad (Barcia 2009: 68). Bernand (2000: 39-68), se ha preguntado hasta dónde sobrevivieron las “naciones” de los esclavos traídos de África, y ha resaltado lo que ella llama “el proceso de ladinización”. Testamentos del siglo XVIII de negros y pardos esclavos y libres evidencian hasta dónde había avanzado el proceso de mestización cultural. (Jiménez y Pérez 2013: 37-160). entre la etiqueta racial asignada y la etnia (las expresiones culturales de origen africano que los identificaban), cuyas relaciones fueron desiguales y se inclinaron a favor de la raza en detrimento de lo étnico. Con base en estudios de casos de esclavos que compartieron periplos vitales desde que fueron apresados en sus lugares de origen, los que luego se prolongaron en las colonias españolas y portuguesas, Herbert S. Klein y Ben Vinson III (2013, 176-210) han planteado que pese a la diversidad de los orígenes de los esclavos, estos “[…] no impidió la formación de identidades.” Sin embargo, estas no eran réplicas exactas de las de los lugares de orígenes, y mucho menos una supuesta identidad africana. Quiere esto decir que hubo un intenso proceso de mestizaje cultural entre la población descendiente de los esclavizados, tanto esclavos como libres, generándose una jerarquía diferenciada basada en el color de la piel. Y también quiere decir que se olvidan los recientes logros de la historiografía estadounidense la que viene debatiendo acerca de la construcción de los discursos raciales en ese país. En los últimos años esa historiografía argumenta que la representación bipolar racial de la sociedad del sur estadounidense (“blancos” y “negros”) solo se introdujo en el último cuarto del siglo XIX mediante la supresión de una gama de categorías sociales previas situadas entre aquellos extremos. De forma más detallada, la situación empezó a cambiar una vez culminó la guerra civil (18611865) que originó el fin de las diferencias entre esclavos y personas libres de color, y la prohibición de matrimonios entre desiguales, y la introducción de la ideología de “una gota de sangre” en los antepasados para definir a una persona como negra (Twinam 2014. En prensa. Agradezco a la autora el enviarme una copia de este capítulo; Good 1999). Pues bien, con el propósito de proponer mayores elementos de análisis basados en un significativo número de documentos de archivos, en este artículo reflexiono sobre algunos segmentos socio-raciales de la sociedad del Caribe neogranadino durante el siglo XVIII. Me interesa mostrar cómo en los padrones locales de 1777 se siguió registrando una diversidad de categorías socioraciales y cómo, cuando se triangula esa información con la contenida en otros documentos (listados de milicianos, procesos judiciales por ofensas al honor y por disensos matrimoniales), se evidencia que esas categorías continuaron operando. En consecuencia, en vía contraria de una imagen ofrecida por la reciente historiografía en la que la sociedad neogranadina parece marchar ha- cia su homogenización, lo que realmente existía era una diversidad de sectores socio-raciales. En la primera parte analizo las diferenciaciones entre pardos y mulatos. En la segunda, abordo lo que significaba ser cuarterón y quinterón. Estratificaciones entre las gentes de color: pardos y mulatos El análisis de la existencia de diferencias entre los blancos y de las estatificaciones entre las gentes libres de color es de interés para entender aspectos importantes de la vida social de las poblaciones, pues nos dice mucho de la dinámica social en el siglo XVIII. Aline Helg (2005: 319-370) y Steinar Saether (2005:141-242) han demostrado que los libres de color de las provincias de Cartagena de Indias y de Santa Marta no formaban un contingente homogéneo y que, durante la Colonia, aprendieron a diseñar estrategias individuales y familiares para sobrellevar las exclusiones y para insertarse de mejor forma en la sociedad. Ese fraccionamiento de las gentes libres de color y la diversidad de intereses es lo que explica que durante el conflicto de la Independencia hayan optado por la causa de la República o de la monarquía. Los censos de 1777 de las poblaciones andinas (tabla 1) muestran que tenían un fuerte componente de habitantes de ascendencia indígena. Muchas habían sido pueblos de indios que luego se transformaron en parroquias de vecinos libres (Bonnett 2002: 97-156; Herrera 2002: 171-198). Allí las clasificaciones estuvieron organizadas en torno a un peso dominante de blancos y mestizos y aparece la categoría de “pardos”, “mulatos” y, escasamente, la de “negros”. No se registró la de “morenos”. En efecto, de los 26 padrones de esas poblaciones andinas, 11 emplearon el término “mulatos” para clasificar a gentes libres de color, mientras que solo 8 utilizaron el de “pardos”, 3 usaron los calificativos de “pardos” y “mulatos”, y las 4 restantes no registraron ninguno. AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 41 Tabla 1: Categorías sociales usadas en algunos padrones de los Andes centrales neogranadino, 1777 Parroquias y pueblos Parroquia de Capitanejo Parroquia de Tequia Parroquia Macaravita Parroquia de San Miguel de Oiba Parroquia de Molagavita Parroquia Llano de Enciso Parroquia de Poyma Ciudad de Salazar de las Palmas Parroquias de San Cayetano y Santiago (jurisdicción de Salazar de las Palmas) Parroquia de Suatá Parroquia de Santa Rosa de Viterbo Parroquia de Cerinza Categorías “blancos de distinción”, “cuarterones”, “mestizos”, “indios” y “mulatos”. “blancos principales”, “indios”, “mestizos”, “pardos”, “mulatos” y “esclavos”. “gente noble”, “mestizos” y “gente de color pardo”. “nobles”, “mulatos”, “cuarterones”, “mestizos”, “de color”, “mestizo puro”, “casta baja”, “de gente revuelta”; “esclavos”, “zambos”, “indios”. “blancos”, “mestizos”, “indios” y “mulatos”. “blancos limpios de sangre”, “mestizos”, “mulatos”. “nobles”, “blancos”, “mestizos”, “pardos” e “indios”. “personas de primera plana que llamamos caballeros, que han gobernado y pueden gobernar esta ciudad de Salazar de las Palmas”; “personas blancas limpias”; “casta de mestizos”; “casta de mulatos, negros y zambos”; “1ª clase”, “2ª clase”, “3ª clase”. “gente noble”, “gente blanca del común”, “indios y mestizos”, “mulatos y negros”, “esclavos”, “gente parda de comunidad”. “blancos”, “mestizos”, “indios” y “mulatos”. Solo se señaló la calidad de los “principales de la parroquia”. En sus agregaciones aparecen “principales”, “mulatos libres” e “indios forajidos”. “clase de blancos”, “clase de mestizos”, “clase de mulatos”, “Clase de indios”. “blancos”, “indios” y “mulatos”. Nobles, esclavos, naturales, pardos. Parroquia de Sátiva Parroquia de la Sinselada Pueblos de Firavitoba, Iza, Nobsa, Chámeza, Monguí, Tiba- “caballeros”, “blancos”, “mestizos” y “pardos”. sosa Pueblo de Tota “clase de blancos” y “clase de mestizos”. Pueblo Viejo Solo señaló la calidad a los “blancos”. Pueblo de Sogamoso A muy pocos se les agregó “noble”, “mestizo”, “mulato”, “liberto”. Pueblo de Cuítiva “clase de blancos”, “mestizos”, “indios”, “mulatos”. Fuentes: Archivo General de la Nación (AGN), Sección Colonia (SC), fondo Censos Redimibles-Censos Varios Departamentos (CR-CVD), leg.6, ff.376r.-385v., 453r.-470v. y 714r.-716v.; leg.8, ff.366r.-374v.; 420r.-448v., 578r.-590v., 652r.-664v., 669r.-674v., 681r.-702v., 732r.-759v., 846r.-878v., 886r.904v.; agn, sc, fondo Miscelánea, leg.41, ff.993r.-994v., 995r.-998v, 999r.-1003v.; leg.44, ff.924r.-943v.; AGN, SC, fondo Visitas-Santander, leg.2, ff.997r.-1015v.; leg.4, f.948v. 42 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 Tabla 2: Condición social de algunas poblaciones de las provincias del Caribe neogranadino, 1777 Mulatos Naturales Morenos libres Quinterones --- 3,7 --- 2,0 --- 2,0 --- 5,4 --- 12,9 --- 0,3 --- 19,4 --- --- Cuarterones ----------------- Pardos ----- Mestizos ----- Cholos --0,6 Zambos ------0,4 5,8 --- Indios ------7,0 ----- Negros 0,8 --1,2 ----- 2,2 --- 7,3 0,6 ----- 18,2 Españoles Poblaciones Provincia de Cartagena Tacamocho 899 El Retiro 1201 Santiago 364 ** 1023 Tacasaluma 619 Tacaloa 522 Provincia de Santa Marta San Fernando 325 San Sebastián 844 Provincia de Riohacha Riohacha 1789 Moreno 857 Villa de Pedraza 304 Camarones 111 Pueblo de Boronata 201 Sinamayca 346 Bahía Honda 118 Sabana del Valle 54 Provincia de Portobelo Ciudad de Portobelo 1844 Blancos Habitantes % Calidades 2,1 7,0 0,3 6,3 2,1 11,9 ----1,6 1,6 ----- 0,4 11,1 --2,6 --4,2 ------0,5 --1,1 30,8 23,0 10,2 39,8 36,8 29,7 8,4 8,8 ----11,5 5,7 8,2 22,1 30,5 29,5 13,4 22,8 40,4 19,4 48,9 1,1 28,0 4,9 4,7 6,5 6,3 4,9 2,1 1,5 22,5 4,9 ----- 0,9 3,7 --0,2 1,2 19,2 2,2 15,1 57,8 25,3 10,2 28,4 5,2 --2,5 0,2 11,5 1,3 6,3 ----46,8 8,5 38,9 ----------------- 22,4 8,3* 6,9* 1,8* 6,0* ------- 0,7 ------6,0 3,5 ----- 17,3 24,6 27,3 27,9 40,8 4,3 6,8 13,0 ----------------- ----0,3 --6,5 1,4 --14,8 44,6 63,6 57,2 64,9 27,9 43,6 65,3 29,6 ----------------- 4,9 --- 1,1 1,2 11,0 --- 0,8 23,0 ----------------- 3,6 0,9 --- 0,9 52,4 Fuentes: AGN, SC, Miscelánea, leg.3, ff.30r.-46v., y leg.44, ff.959r.-973r.; AGN, SC, fondo Poblaciones-Varias, leg.4, ff.450r.-459v., 516r.-537v.; leg.10, ff.498r.538v.; AGN, fondo Censos Varios (CV), leg.6, ff.222r.-231v.; AGN, SC, CR-CVD, leg.6, f.581r. *esclavos. **Por no tener encabezamiento no ha sido posible establecer la población a que corresponde este padrón. AGN, SC, CR-CVD, leg.8, ff.498r.-525v. AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 43 Este hecho llama la atención, pues todo lo contrario sucedía en las poblaciones del Caribe neogranadino donde en los padrones de 1777 de 17 poblaciones (tabla 2) se empleaba el término “pardos,” y solo en 6 se utilizó el de “mulatos”, al tiempo que también se empleaba el de “pardos”. En el censo de 1791 del sitio de Quilichao se establecieron diferencias entre mulatos y pardos, mientras que en el de la ciudad de Caloto (provincia de Popayán) que ejercía jurisdicción sobre aquel sitio, no se registraron personas en condición de “pardas”.3 El porqué en algunas poblaciones tanto del interior andino como del área del Caribe a un sector de los habitantes de color se le calificaba de “pardo” y a otra franja de “mulato” es algo que aún los estudios históricos no han abordado con el rigor que el caso amerita y, tanto por cierta facilidad como por anacronismo, los historiadores prefieren desarrollar sus investigaciones como si fueran lo mismo u obvian enfrentar este problema empleando el término de afrodescendientes. En parte esta actitud de la historiografía se explica porque los términos muchas veces se utilizaron como sinónimos, aunque en otras oportunidades, en un mismo documento, algunas personas se tildaban de “pardas” y a otras de “mulatas”.4 En muchos casos los términos podían emplearse como sustantivos sinónimos para designar a un grupo o franja de la población caracterizada por el color de piel, la presencia negra en la ascendencia y una condición de subordinación respecto a los blancos. Pero cuando se individualizaban y se usaban como adjetivos para caracterizar a personas y familias podían tomar significados distintos, pues en ello entraban otros aspectos sociales que hemos mencionado al comienzo del primer capítulo al hablar de la “calidad”. Quiere esto decir que en esa época existía un lenguaje social comprensivo para caracterizar grupos amplios, y otro más específico, producto del trato diario, de las redes sociales y políticas y de la consideración social que se granjearan individuos y familias de color. Como lo veremos más adelante, los testigos que intervinieron en un pleito por limpieza de sangre, en 1759, en Cartagena, sabían distinguir distintas categorías socio-raciales y, en especial, las distintas clases de mestizos, y cuándo estos eran productos del cruce con indios o con negros.5 Esto hace pensar que las gentes del común de esta ciudad distinguían una variedad de condiciones sociales mucho más 3 AGN, SC, fondo Poblaciones, leg.2, ff.700r.-720r. 4 AGN, SC, fondo Milicias y Marina (MM), leg.48, f.862r.; leg.58, ff.998r.1003v.; AGN, SC, Miscelánea, leg.41, ff.1004r.-1078v.; leg.3, ff.30r.-46v. 5 AGN, SC, fondo Genealogías, leg.1, ff.1r.-353v. 44 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 allá de lo que la documentación oficial nos muestra. Y que, además del color, en esa distinción también intervenían los cabellos, las vestimentas, la reputación social y el oficio, entre otros factores. Todo esto constituía un aspecto fundamental para los que se interesaban en mejorar su ubicación en el orden. En esto era clave el hecho de que el intenso proceso de mestizaje había hecho difusas las fronteras entre algunas clasificaciones, ofreciendo la posibilidad de deslizarse de una a otra de acuerdo con las circunstancias y conveniencias. Quienes estaban en estas situaciones y se interesaban en lograr una mejor posición social, tenían a su favor el carácter casuístico del derecho español, pues las ambivalencias o ausencias de ciertos vocablos clasificatorios de las personas les permitían reclamar derechos y excluirse de cumplir ciertos deberes. Por eso, el tema que nos ocupa se convirtió en una especie de campo de batalla jurídica, política y simbólica, pues el uso de ciertos términos y de sus polifonías y polisemias ponía en juego imaginarios a favor o en contra de los sectores de la población a los que se endilgaban, o con los que estos se representaban frente al resto de la sociedad y ante las instituciones. Una mirada a lo que sucedía en otras colonias ilumina de mejor forma esas ambivalencias en el empleo de los adjetivos de “pardos” y “mulatos”. En 1772, el virrey Amat del Perú proponía organizar milicias para la defensa de las costas del virreinato del Perú frente a una posible amenaza de invasión inglesa. Llamaba la atención sobre la necesidad de contar con padrones de la población en los que se registraran las diferencias de calidades. Sin embargo, en esta oportunidad, y contrario a lo que había hecho dos años antes al remitir a la Corona los cuadros de las castas de Lima,6 la descripción de los sectores socio-raciales los redujo: Y solo puedo asegurar que en cuanto a la distinción, que observan entre sí, es la misma que muestran los colores, las que los dividen en otras tantas clases. La primera es la de los Blancos, que llaman Españoles; a la que sigue la de los Indios, que dicen Naturales; y a esta la de los Mulatos, que intitulan Pardos; y a todas las de Negros, conocidos por Morenos […].7 Años más tarde, el censo de Lima de 1790, volvió a diferenciar a los distintos sectores socio-raciales de la po6 Archivo General de Indias (AGI), Lima, leg.652, exp.57. 7 Archivo General de Simancas, Secretaría Despacho de Guerra (AGS, SDG), leg.7128, exp.19, f.16r. Énfasis nuestro. blación en “españoles, indios, mestizos, negros, mulatos, cuarterones, quinterones, zambos y chinos”.8 Obsérvese que mientras que mulatos y pardos son una misma cosa en el informe que rendía el virrey a la Corona, en el censo estos últimos no aparecen, mientras que sí se registraron otras categorías desglosadas de los mulatos. En 1795 el Ayuntamiento de Caracas mostraba su descontento por la expedición de la cédula de gracias al sacar del año anterior que permitiría la compra de la blancura a pardos y quinterones, y señalaba al Rey que “Los pardos, mulatos y zambos (cuya diferencia en la común acepción no es conocida o es casi ninguna) […]” (Mago de Chópite y Hernández 2005: 374). Se trataba del conocido caso de la familia Mejía Bejarano, que formaba parte de los llamados “pardos beneméritos” (Castellanos y Caballero 2010: 36-48; Gómez 2005; Langue 2010: 105-127) de solvente posición económica que intentaba aprovechar esa cédula que le permitía equipararse a los blancos en muchos aspectos. Valga señalar rápidamente, siguiendo a Ann Twinam (2014), que el concepto del Ayuntamiento de esa ciudad fue rechazado, porque en otros documentos había admitido que esta familia era parda y que esta condición era diferente a la de los mulatos. En este caso había manipulación de la información con el propósito de impedir la aplicación de esa real cédula. Años después, en 1803, al quejarse por el pleito entablado por Diego Mejía Bejarano para que a su hijo se le permitiera seguir estudios de sacerdocio, el gobernador de Caracas volvía a utilizar el término de “mulatos” para referirse a la población de color que podía sacar beneficio de la cédula de gracias al sacar. Intentaba aprovecharse de la pésima imagen que se había creado, entre las altas autoridades de Madrid, de este sector de la población, al que se tildaba de insubordinado, perezoso y dado a actitudes pecaminosas.9 Se trataba de un desconocimiento hecho a propósito y con la expectativa de que surtiera los efectos deseados sobre las decisiones de las autoridades del imperio. Pese a que en la documentación oficial de los funcionarios de Caracas y de otras capitales político-administrativas era común que los términos de mulatos y pardos se intercambiaran, lo cierto era que entre las gentes libres de color se reconocía la existencia de una estratificación desde mucho tiempo atrás. Esta era mucho más evidente 8 AGI, Lima, leg.700, exp.11, f.5r. Énfasis nuestro. 9 Sobre esta familia ver el expediente de 1801-1805 que contiene la solicitud de dispensas para que uno de sus jóvenes estudiara en la universidad. AGI, Caracas, leg.976. entre los sectores que habían hecho del blanqueamiento familiar una estrategia de mejoramiento social (Solano 2014a, 2014b). Este hecho usualmente se olvida por parte de los historiadores que, con frecuencia, creen que la totalidad de la distinta gama de hombres de color vivía apostándole a una supuesta identidad y conciencia racial en torno a lo negro. Precisamente uno de los logros del reciente libro de Ann Twinam (2014), fundado en el estudio de los expedientes de quienes acudieron a la normatividad de gracias al sacar de 1795, es develar que muchos argumentaron a su favor la parte blanca de sus antecesores. A esto agreguemos la reelaboración que habían hecho de las formas de vida de los blancos (Solano 2011: 23-68). Dos casos sucedidos en Caracas y separados por una centuria de años ilustran acerca de cómo las gentes de color que habían avanzado en el blanqueamiento asumían un orden jerárquico en relación con los de piel más oscura y con ascendientes más próximos en el tiempo a la esclavitud. En 1679, oficiales de una compañía de milicianos pardos se opusieron a que se hiciera efectivo el nombramiento de un capitán por “[…] ser el dicho de color más negro que pardo”, y lo caracterizaban como un zambo, pues “[…] su abuelo materno, y demás ascendientes, ser indios y negros, los unos esclavos y los otros encomendados […]” (Suárez, 1984, 11). Una situación parecida volvió a presentarse en 1774 cuando los oficiales pardos del batallón de igual condición solicitaron a las autoridades superiores que se sacase a un oficial de sus filas arguyendo que era de una calidad social más baja: “[…] cuando no sea zambo, es tente en el aire, y por consiguiente enteramente excluido de la legitimidad de pardos […]”. Lo interesante de este caso es que permite ver qué pensaban los pardos de la estratificación socio-racial entre las gentes de color, pues para explicar a las autoridades las razones de la resistencia adujeron: Para más clara inteligencia de este asunto será forzoso expresar las distintas especies de negros mezclados con otros, que los constituyen de inferior esfera: la mezcla de mulato y blanco es la que se llama tercerones. Los cuarterones provienen de blanco y tercerón. Los quinterotes, que es de blanco y cuarterón, no es perceptible su diferencia entre los blancos, así en el color como en las facciones, la de mulato y negro que es la que llaman zambo originada de la mezcla de algunos de estos con indios, o entre sí, se distinguen también según sus castas; porque si se mezcla el zambo con el tercerón, o cuarterón son los hijos tente en el aire AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 45 porque ni avanzan a salir, ni retroceden. Los hijos de cuarterones o quinterotes por la junta con mulatos o negros tienen el nombre de salto atrás, porque en lugar de adelantarse a ser blancos, han retrocedido, y se han acercado a la casta de negros […] Con que siendo el ánimo o intención de S. M. de que el que no fuere legítimamente pardo no puede ingerirse en el batallón no siendo estos, según la opinión de los autores del Reino sino lo que resulta de blanco y negro, o a lo menos de tercerón con cuarterón o quinterón, porque estos se van acercando cada vez más a los blancos, mientras más se fueren alejando de los negros […] (Cortés: 1978: 19-20; Twinam 2009: 255-293). En parecida tónica se pronunció la Audiencia de La Española (Santo Domingo) en 1788 cuando envió a Madrid, por solicitud del ministro José de Gálvez, un proyecto de “código negro Carolino” (Lucena Salmoral 1995: 117-131) en el que establecieron unos criterios de clasificación para las personas de ascendencia negra con el propósito de reglamentar las normas de policía. En este proyecto de código consignaron: Y siendo necesario a este efecto hacer ante todas las cosas la división oportuna de sus razas o generaciones para las clases y censos en que deban distribuirse y para la justa regulación de los derechos civiles, concepto y graduación que deban tener en el orden público y los ministerios y oficios a que según sus diversas clases deban destinarse, dividiremos su población. Primeramente en negros esclavos y libres, y éstos en negros, y mulatos o pardos. Es a saber, hijos de blanco y negra legítimamente casados, que será la primera generación, y segundo grado respecto del pardo, de cuyo matrimonio con persona blanca resultará el tercero, llamándose sus hijos tercerones; cuarterones los de éstos con persona blanca; mestizos sus nietos de persona también blanca, e hijos de mestizos los biznietos que se hallan en sexto grado de generación legítima, y deberán ser reputados por blancos, si alguna de ellas no hubiere interrumpido el orden prefinido (en cuyo caso, retrocederá la generación, según la calidad de la persona que la invirtiere), siendo justo que la sociedad a cuya población y beneficio han contribuido con sus servicios los recompense y premie, elevándolos alguna vez a la jerarquía de su principal esfera; en lo cual tendrá además el mayor interés haciendo apreciable por tan recomendable estímulo la miserable condición de sus esclavos. Formarán la primera clase de estos individuos los negros libres y esclavos, y la segunda entre éstos y los ingenuos, los pardos o mulatos, bajo cuyo nombre genérico deben, sin embargo, distinguirse los primerizos y tercerones de los cuarterones y mestizos 46 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 con sus hijos para los efectos civiles y políticos, que insinuaremos más abajo, como conducentes para establecer el orden público y la policía más conveniente y acomodada a la constitución de la Isla Española (Lucena Salmoral 2000: 1034-1035). Cuando comparamos la interpretación de los oficiales pardos de Caracas (1774) con la ofrecida por la Real Audiencia de la Española (1784), ambas situadas en el área del Gran Caribe, resaltan las coincidencias y algunas diferencias. Entre las primeras sobresalen las parecidas interpretaciones sobre las distintas generaciones que iban resultando de los procesos de blanqueamiento de las gentes de color. Es difícil conocer el momento en que se le dio uso preferencial al término pardo sobre el de mulato. Algunos ha rastreado sus inciertos orígenes en la institución de los “caballeros pardos de león”, cuerpos de milicias formados en la península en el siglo XII por hombres del estado llano, los que por prestar ese servicio en la guerra de reconquista contra los moros recibían ciertas prerrogativas como exenciones de impuestos y fuero militar (Flórez de Ocariz 1943: 41-42; Gutiérrez 1983: 129; Martínez 2011: 13-41). Lo cierto es que una búsqueda de ese tipo tal vez se revele inútil. Lo mejor es escoger un camino que permita integrar los aspectos negativos que se le achacaban a las gentes de color (mancha de sangre, impureza, ilegitimidad, bastardía, comportamientos disolutos, etc.) y, a partir de ahí, ver cómo el imaginario fue cambiando tanto por las presiones de las gentes libres de color como por las necesidades de la Corona y la mentalidad ilustrada. Es aquí donde los referentes para ir midiendo las transformaciones no pueden reducirse a los documentos oficiales que contienen las visiones despectivas de las autoridades y de las elites. Y esto también vale para el referente social que se emplee para medir esos cambios, pues si solo lo calculamos comparándolos con el rasero de las elites, obvio es que las imágenes que resulten siempre serán lastimosas. Estudios sobre otras ciudades se encuentran en igual tónica a la que hemos señalado sobre la importancia del vínculo institucional en el cambio de imagen de las gentes libres de color. En el caso de la ciudad de Pernambuco (Brasil) se considera que el servicio miliciano, la vinculación a las hermandades religiosas y el ejercicio de oficios artesanales contribuyeron a la mejoría de la imagen (Precioso 2011: 65-106; Machado 2006). El desplazamiento del término mulato en la sociedad pernambucana de la segunda mitad del XVIII y el auge que tomó el empleo AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 47 del término pardo, los historiadores lo asocian a la existencia de una identidad reivindicada por las gentes libres de color, frente a una identidad adscrita que los demeritaba como lo era el término de mulato (Santos Bezerra 2010: 33-71). Para estas gentes, desde que despuntó el siglo XVII, la prestación de ese servicio se convirtió en una obsesión. Por ejemplo, en 1630, el Rey ordenó a las autoridades militares de Cartagena no aceptar soldados mestizos y mulatos en las compañías del presidio, pues ya era algo usual en esa ciudad debido a que las necesidades de defensa de la plaza obligaban a crearlas o aceptar su existencia cuando eran producto de iniciativas de la misma gente de color. En 1643, 1648, 1649, 1652 y 1653 las autoridades de Madrid volvieron a ratificar esa orden. En su informe de 1650 sobre el estado de las defensas, el gobernador de la plaza anotaba: “Hay también otras tres [milicias] de mulatos y negros libres, que por incansables al trabajo, fueron siempre de mucho servicio”.10 Pero ya en 1655 solicitó al gobernador de Cartagena le informara si era conveniente crear una compañía de mulatos oriundos de esta ciudad (Arrázola 2007: vol.III, 104-105, 193-193, 211, 223-224; vol.IV, 132-133). Desde el siglo XVII, el adjetivo “pardo” aparece con cierta frecuencia en la documentación de archivos. En un padrón de 1663 de la población de Cartagena en capacidad de tomar las armas, el gobernador Diego de Portugal presenta a los habitantes de 14 años en adelante clasificados en “españoles/as”, “eclesiásticos”, “negros/ as libres”, mulatos/as libres” y “negros/as esclavos/as”. Pero cuando se refiere a las compañías milicianas que estaban organizadas, los términos eran “compañía de pardos libres” y “compañía de morenos libres”.11 Es decir, las denominaciones de “pardos” y “morenos” tenían características institucionales para designar a las gentes de color que prestaban servicios al Rey, y de esa forma sustraerlas de términos asociados a cargas despectivas como eran los de “mulatos” y “negros”. Caso contrario sucedía con los padrones de poblaciones que no tenían el propósito institucional de arreglar las milicias de gentes de color; en estos la denominación “pardos” no aparece 10 Archivo Histórico Nacional (Madrid), Diversos-Colecciones, leg.27, N.62, f.2r. 11 AGI, Santa Fe, leg.43, exp.4, n.°19, f.4v. 48 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 como sucedió en 1664 y 1688 con los de la jurisdicción de la ciudad de Vélez.12 Ahora bien, la reelaboración de la identidad también estuvo asociada a la búsqueda de formas de evadir las disposiciones tributarias de finales del siglo XVI, y aplicadas en la siguiente centuria, que obligaban a negros, mulatos y zambos libres a pagar el tributo del requinto que se había impuesto en 1574. En 1712, una familia libre y de color, vecina del pueblo de Chocontá (provincia de Tunja), reclamaba no tener que pagar ese impuesto debido a que era de color pardo.13 En 1733, un hombre libre de color residenciado en el pueblo de Usaquén, entabló pleito para no pagar ese tributo aduciendo que no era mulato, sino pardo.14 Hasta dónde el protagonismo alcanzado por hombres libres de color en la defensa militar ayudó a ese desplazamiento, es un aspecto que está por averiguarse.15 En el informe de 1741 del virrey Eslava sobre la defensa de Cartagena del sitio de la escuadra inglesa dirigida por el almirante Edward Vernon, aparece un empleo indistinto de los términos de “compañías de mulatos libres” y “compañías de pardos”.16 Lo cierto es que el uso de forma indeterminada de los términos “pardo” y “mulato” por parte de las autoridades daba la oportunidad para deslizar la identidad y así lograr lo propuesto. Ese deslizamiento era de interés para sectores de hombres y familias de color y libres interesados en quitarse de encima la clasificación como mulatos dado a que estos eran caracterizados por el poder, las instituciones y las elites como personas de color refractarias al orden. Frente a esto, el término “pardo” comenzó a aparecer como una alternativa para aquellas familias y personas de color que se habían diseñado proyectos de vida para lograr insertarse de mejor forma en la sociedad colonial. El límite definitivo del desplazamiento institucional del término mulato por el de pardo se dio con la creación 12 Ver los padrones de negros, mulatos, zambos y zambahigos libres en la ciudad de Vélez en 1664 en AGN, SC, Miscelánea, leg.54, ff.124r.-129v., y AGN, SC, fondo Tributos, leg.10, ff.221r.-228v., y el listado de 1688 en AGN, SC, CR-CVD, leg.6, ff.371r.-383v. 13 AGN, SC, Tributos, leg.15, ff.462r.-466v. 14 AGN, SC, Miscelánea, leg.87, ff.840r.-871v. 15 En disputa suscitada en 1752 entre el comandante militar y un alcalde de Cartagena de Indias por motivo del fuero militar de los oficiales milicianos de color, el primero le escribía al virrey de la Nueva Granada que en esa ciudad era público que las acciones militares más peligrosas durante el sitio de la escuadra inglesa del almirante Vernon corrieron a cargo de aquellos. AGN, SC, MM, leg.58, ff.1001v.-1002r. 16 Archivo Histórico Nacional (Madrid), Diversos-Colecciones, leg.28, exp.5, ff.4r.-5r. de las milicias disciplinadas en 1773, cuando la categoría “pardo” tendió a imponerse a la de “mulato”, sin que esto quiera decir que esta última dejara de emplearse. Lo que sucedió fue que para el tránsito entre los siglos XVIII y XIX la categoría “pardo” adquirió un doble estatuto que debe tenerse en cuenta para no cometer errores propios de sueños de niveladores que creen que las diferencias raciales han desaparecido o de los que creen que nada había cambiado. Esa categoría agrupaba tanto un estatuto social de las personas que en la vida diaria podían remarcar sus diferencias en concordancia con el color de la piel, los rasgos físicos, la ascendencia familiar y los estilos de vida, como un estatuto político definido por las relaciones con las instituciones (libres, vasallos y milicianos). Esas dos condiciones muchas veces podían complementarse y/o estar en direcciones opuestas. Así, mientras que desde lo político la condición de pardo podía ser una potencial vía para ir avanzando en el logro del reconocimiento social gracias al sistema miliciano y a la condición de vecino, desde lo social siguió marcando exclusiones fundadas en el criterio de las calidades diferenciadas entre las personas. Por eso, el ser pardo constituía una paradoja cuando se le mira en esa triple dimensión, contradicción que se hizo evidente de 1808 en adelante cuando en el intento de salvar al Imperio de la crisis, las autoridades de Madrid pretendieron redefinir las relaciones entre los vasallos y la Monarquía. A partir de ese momento, y a propósito de los debates sobre quiénes serían los portadores de la ciudadanía, se manifestó de forma diáfana esa ambigüedad entre el elemento político y el social de la condición de los pardos, como también se expresó la capacidad de movilización de esta categoría política y la posibilidad de sus integrantes para alcanzar conquistas. Estratificaciones entre las gentes de color: quinterones y cuarterones Otros sectores socio-raciales también tuvieron presencia en algunos padrones. En las poblaciones de Tacamocho, El Retiro, Santiago, Tacasaluma, Tacaloa, San Sebastián, San Fernando y en la población cuyo nombre desconocemos, los zambos, cholos y mestizos tenían un peso determinante en la configuración socio-racial (tabla 2). Téngase en cuenta que la zona de los alrededores de Mompox estaba ocupada por pueblos de indios chi- milas y malibúes (Herrera 2006: 118-156), a diferencia, por ejemplo, de buena parte del área de los alrededores Cartagena y del Canal del Dique que estaba ocupada por haciendas laboradas por esclavos.17 En el pueblo de Venero (jurisdicción de Tamalameque) de 101 habitantes, el 50% eran zambos, el 29,7% mestizos, el 18,8% indígenas y el 9% eran negros.18 Aunque es posible que en Cartagena existieran zambos de ascendencia india dado la cercanía de varios resguardos de esta condición (Turbaco, Turbana y Timirihuaco), los que aparecen registrados en el censo del barrio de Santo Toribio parecen referirse a descendientes de mulatos con negras, es decir, a los que Juan y Ulloa registraron en 1739 como zambos de negros (Juan y Ulloa, 1748: 41).19 Aquí es recomendable tener presente la sugerencia que ha hecho Marta Herrera acerca de la posibilidad de que muchas personas de otras condiciones que habitaban en los pueblos de indios o en áreas de influencias de estos situados en el área del bajo curso del río Magdalena estuvieran insertas en la cultura de aquellos (Herrera 2006: 257-260). Y la hipótesis no es descabellada si se tiene en cuenta que José Polo Acuña (2012: 49-60; Polo y Carmona 2013: 130-155) lo ha demostrado con detalles en sus estudios sobre la provincia de Riohacha. En consecuencia, antes de adscribir a gentes mezcladas que habitaban ese tramo del río Magdalena a un grupo socioracial (por ejemplo, los zambos usualmente son descritos colocándose el énfasis en el aporte negro), es necesario que se profundice en los estudios para determinar hasta dónde la cultura y la sociedad de los indios podían asimilar a gentes de otras condiciones. Reconocemos que no se trata de un tema nada fácil como lo demuestran los estudios sobre los zambos del área de la Mosquitia, en Centroamérica (Ibarra 2007: 105-115). Aunque cuantitativamente sus representatividades eran menores, desde el punto de vista cualitativo, los cuarterones y quinterones tenían un peso social significativo si lo medimos por la escala del blanqueamiento y por la posibilidad de desplazarse y ascender al sector de los notables de las poblaciones. Quizá esto explique el escaso registro de los quinterones, los que al decir de Juan y Ulloa, “Esta es la última que participa de las castas de negros; y cuando llegan a este grado, no es perceptible la 17 En los listados de 1780 de milicianos de las poblaciones de Mahates, San Etanislao situadas en el área del Canal del Dique predominaban pardos, zambos y morenos. Ver: AGN, SC, MM, leg.14, ff.197r.-204r. 18 AGN, SC, fondo Curas y Obispos, leg.27, ff.810r.-811r. 19 AGN, SC, Miscelánea, leg.41, f.1071v. AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 49 diferencia entre los blancos, y ellos, por el color ni facciones […]” (Juan y Ulloa 1748: 41). En las poblaciones de los Andes centrales, los cuarterones solo se especifican en las parroquias de Capitanejo y San Miguel de Oiba (tabla 1).20 Aunque un documento de 1693 contiene la solicitud de un “cuarterón de mestizo” (hijo legítimo de español con mestiza) oriundo de la villa de San Gil (provincia de Vélez) que reclamaba para que se le excluyera de la lista de los que debía pagar tributo, pues en el padrón de los tributarios se le había clasificado como “cholo de indio con ocasión de su color moreno”,21 es posible que en esa área neogranadina también hayan existido cuarterones de mulatos. Los listados de negros, mulatos y zambos libres que tenían que pagar el tributo del requinto en la jurisdicción de la ciudad de Vélez, en el último tercio del siglo XVII, contienen clasificaciones como “mulato libre criollo”, “mulato zambo”, “mulata aindiada”, en el mayor de los casos casados con mulatas, indias, mestizas y cholas.22 Pero de todas formas las cifras no eran significativas frente al número de blancos en estas poblaciones, el que se fue engrosando con familias de mestizos que, además de los avances en el blanqueamiento, contaban con alguna fortuna material. El padrón de San Miguel de Oiba, luego de señalar en su parte final que los “nobles” correspondían a la primera clase, consigna a propósito de los cuarterones (de mestizos) que, […] ya son cuasi nobles, y a lo menos por un sexo [ascendiente familiar] lo manifiestan; a que van también […] las mujeres y familias domésticas de esta clase […]. Y luego van los mestizos que entendemos por acá medio a medio de blanco e indio […] Y acabadas estas tres partidas se sigue la de indios e indias conocidos. Y así mismo van en partidas los mulatos y mulatas con sus familias. Y la última que son los zambos que entendemos ser los que tienen de indio y mulato […].23 En las poblaciones del área de influencia de la villa de Mompox (bajo curso del río Magdalena, en la provincia 20 AGN, SC, CR-CVD, leg.6, ff.376r.-385v., 453r.-470v. y 714r.-716v.; leg.8, ff.366r.-374v.; 420r.-448v., 578r.-590v., 652r.-664v., 669r.-674v., 681r.-702v., 732r.-759v., 846r.-878v., 886r.904v.; AGN, SC, Miscelánea, leg.41, ff.993r.994v., 995r.-998v., 999r.-1003v.; leg.44, ff.924r.-943v.; AGN, SC, Visitas-Santander, leg.2, ff.997r.-1015v.; leg.4, f.948v. 21 AGN, SC, fondo Tributos, leg.10, ff.326r.-333v. 22 Ver los padrones de negros, mulatos, zambos y zambahigos libres en la ciudad de Vélez en 1664 en AGN, SC, Miscelánea, leg.54, ff.124r.-129v., y AGN, SC, Tributos, leg.10, ff.221r.-228v., y el listado de 1688 en AGN, SC, CR-CVD, leg.6, ff.371r.-383v. 23 AGN, SC, CR-CVD, leg.8, f.589v. 50 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 de Cartagena), también había quinterones, cuarterones y zambos24 debido a que predominaba un poblamiento de indios. Cuarterones y quinterones podían ser resultados de un proceso de blanqueamiento entre pardos y blancos y entre mestizos y blancos. Por ejemplo, en la matrícula de 1751, la totalidad de las personas obligadas a poblarse en el sitio de San Zenón de Navarro, población de la provincia de Santa Marta y vecina de la villa de Mompox, aparecen registradas como “cuarterones de mestizos” (Mier 1987: 270-271). Los padrones de 1777 de cuatro de los cinco barrios de Cartagena (no se ha podido hallar el del barrio de Santa Catalina) no son uniformes en cuanto al registro de la condición socio-racial de la totalidad de los habitantes y, en consecuencia, es poco lo que dicen sobre la configuración socio-racial de esta ciudad. Mientras que el del barrio de Santo Toribio detalló esas condiciones, los de La Merced y San Sebastián lo hicieron de forma parcial y el de Getsemaní no lo hizo. Del total de los habitantes registrados en los cuatro padrones solo señaló la calidad del 49,0% (Aguilera y Meisel 2009: 9-54). De los tres censos de barrios que anotaron esas condiciones es el de Santo Toribio el más detallado al registrar la presencia de cuarterones, quinterones, zambos, mulatos, pardos, negros, mestizos y blancos, y las calidades de las parejas conyugales.25 En esta ciudad los “cuarterones” debieron ser los que el virrey Pedro de Mendinueta llamó en 1798 “[…] blancos de la tierra que en sustancia son mulatos algo más aproximados a nuestra raza y que acaso solo la circunstancia de ejercitarse en trabajos menos duros que los de la agricultura hace disimular su color”.26 Lo escueto del dato de este virrey no permite percibir las implicaciones de diferenciación entre ese sector y el resto de la población de color, como sí lo garantiza la descripción del general Joaquín Posada sobre la participación de las mujeres de esa condición en las fiestas de la Virgen de la Candelaria, tal como puede verse en la cita que colocamos unas líneas más adelante. Aquellos términos hacen referencia a la representación de lo negro e indio en los grados de la ascendencia de familias en procesos de blanqueamiento. 24 AGN, SC, Miscelánea, leg.3, ff.30r.-46v.; leg.39, ff.1004r.-1078v.; leg.44, ff.945r.-958v.; ff.959r.-973r.; AGN, SC, Poblaciones-Varias, leg.4, ff.450r.-459v., 516r.-537v.; leg.10, ff.498r.-538v.; AGN, SC, CR-CVD, leg.6, ff.581r.; 222r.231v.; leg.8, ff.75r.-134v., 132r.-164v.; ff.498r.-525v.; 879r.-885v. 25 AGN, SC, Miscelánea, leg.39, ff.1004r.-1078v.; leg.44, ff.945r.-958v.; AGN, SC, CR-CVD, leg.8, ff.75r.-134v., 132r.-164v. 26 AGS, SDG, leg.7069, exp.36, ff.2v.-3r. Énfasis en el original. La importancia de esos sectores de la población en proceso de blanqueamiento la podemos medir cuando nos detenemos a analizar la letra menuda de la información contenida en los censos. Por ejemplo, en el del barrio de Santo Toribio de Cartagena hemos contabilizado 350 uniones conyugales y de esta cifra, el 61,5% vinculaba a personas de una misma condición. Este hecho se presta a varias lecturas. La más obvia es que si había predominio de algunos sectores socio-raciales era apenas lógico que se dieran matrimonios con esas características. Sin embargo, un estudio más atento de esas uniones maritales permite percibir algunas peculiaridades dignas de tener en cuenta. Por ejemplo, de las 24 uniones conyugales que involucraban a cuarteronas, 22 estaban casadas con hombres blancos, y solo 2 con pardos, mientras que en las 5 uniones maritales en las que aparecen registrados hombres cuarterones todos las realizaron con mulatas, zambas y negras.27 Con toda seguridad sucedía que las familias de subordinados mejor ubicadas en la escala del proceso de blanqueamiento diseñaban estrategias para que sus mujeres se casaran con hombres de mejor condición socio-racial, aunque no necesariamente de mejor estatus (prestancia social y poder político) y de clase (riquezas).28 Lo anterior apunta a señalar que entre los cuarterones existían estrategias para conservar o mejorar el status expresadas en los esfuerzos que habían hecho para actuar de forma mancomunada y diferenciada tanto de los blancos como del resto de los sectores subordinados libres de color.29 Y esas estrategias a la vez indican que era un sector que se esforzaba en diferenciarse de las franjas más bajas de la población. Dos ejemplos ilustran con detalles lo que estamos afirmando. Uno lo dio el general Joaquín Posada Gutiérrez en su descripción de las fiestas en honor a la virgen de la Candelaria que se celebraban en Cartagena de Indias, al señalar la correspondencia entre los distintos bailes y la estratificación social de la sociedad de finales del siglo XVIII. En su cuadro narró que, además de los bailes de los blancos de Castilla, de los pardos, de los negros acomodados, de los pobres, libres y esclavos de varias condiciones sociales, de las blancas de la tierra y de los indios, se llevaban a cabo otros bailes: […] aún había otra clase, y en verdad muy interesante: componíase de cuarteronas, color entre el nácar y la 27 AGN, SC, Miscelánea, leg.39, ff.1004r.-1078v. 28 Sobre la relación condición socio-racial-matrimonios en la provincia de Santa Marta ver el documentado análisis de Saether, 2005, 83-101. 29 AGN, SC, Miscelánea, leg.41, ff.1004r.-1078v. canela; de ojos de lucero chispeando fuego y amor y dentadura esmaltada cual hileras de perlas panameñas, solo un grado inferior a las blancas de la tierra, casi pobres, las más cigarreras, costureras, modistas y bordadoras, etc. de traje modesto de zaraza o muselina y calzado de rasete. Estas, con los mozos de su clase, decentemente vestidos, bailaban sin otra música que la de una o dos arpas cartageneras que las mismas muchachas tocaban, y aún tocan, maravillosamente, y la de una o dos flautas de aficionados que las acompañaban. Los blancos de Castilla y los blancos de la tierra se desertaban furtivamente a bailar con ellas, dejando sus salas desiertas y muchas veces se necesitaban enviar comisionados a buscarlos […] (Posada 1971: 65. Énfasis en el original ). Y el otro ejemplo es el de la existencia en 1755 de una compañía miliciana de cuarterones que, según el gobernador de la provincia y comandante militar de la plaza de Cartagena, era “[…] la comandanta de todas las de pardos y morenos libres de esta ciudad, de la que es capitán Toribio de la Torre […]. Esta compañía seguía existiendo aún diez años más tarde.30 Luego, cuando se crearon las milicias disciplinadas en 1773, los cuarterones pasaron a reforzar las de los blancos, como se desprende de las declaraciones de José Pérez Dávila, oficial encargado de crear las de la provincia de Cartagena.31 Es muy probable que ese condicionamiento familiar para el matrimonio poco sucediera con los hombres que en principio tenían mayor libertad para tomar decisiones (Gonzalbo, 2007, 1117-1161). Pero tampoco cabe duda que eso funcionara entre ciertos sectores de subordinados, en especial, entre los sectores medios,32 mientras que entre los sectores más bajos las mezclas de personas de distintas condiciones no representaban ningún problema. Pablo Rodríguez (2008: 279-310), Susan Socolow (1991: 229-270) y Mónica Ghirardi (2008: 41-72) han concluido que, desde el punto de vista de la formalización del matrimonio como acto eclesiástico, los libros parroquiales de algunas localidades neogranadinas y del virreinato de La Plata muestran unas sociedades cuyos sectores altos y medios eran endogámicos. En el caso de Quito, la consulta de los expedientes de pleitos de disen30 AGN, SC, MM, leg.48, f.862r. 31 AGN, SC, MM, leg.59, f.968r.; leg.58, ff.1059r.-1062v. 32 El caso de los descendientes de Pedro Romero (uno de los dirigentes populares de la independencia de Cartagena y sobre quien se ha hecho una lectura muy plana de su condición social) es muy significativo en esta dirección, pues a comienzos del siglo XIX las mujeres contrajeron nupcias o tuvieron uniones conyugales con hombres prestantes. (Ballestas, 2011). AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 51 sos matrimoniales llevaron a Bernard Lavallé (1998: 5-23) a concluir que después de la expedición de la cédula de 1803 que permitía a los padres y tutores establecer disensos sin argumentar las razones, fueron familias de color las que más acudieron a este recurso para evitar matrimonios de algunos de sus familiares con personas que consideraban de calidad inferior. Tanto las investigaciones de Aline Helg (2005: 347-352) sobre las estrategias de las mujeres de Cartagena para procrear hijos que estuvieran en mejor condición social, como los de Steinar Saether (2005: 85-121) sobre el recurso del matrimonio entre las gentes del común de Santa Marta, aportan algunos argumentos y pruebas en esta dirección. Esto no desdice el hecho de que por fuera del matrimonio estuvieran generalizadas las uniones ilícitas con barraganas de igual o baja condición socio-racial.33 Otras categorías socio-raciales como “tercerón”, “tente en el aire” y “salta para atrás” no aparecieron en los padrones de 1777. Situación similar se observa en Nueva España y Perú al comparar las pinturas de castas con los censos de población. En las primeras se señalan la existencia de esas categorías intermedias o de retroceso. Por ejemplo, tres series de cuadros representando 16 tipos de mestizajes se realizaron en Nueva España entre 1763 y 1774 (Katzew, 2004, 39-61; Deans-Smith, 2005, 169-204). Sin embargo, el censo de 1778 del arzobispado de Ciudad de México redujo las categorías solo a 12.34 Los 20 grupos socio-raciales del Perú se pintaron en 1770 por petición del virrey Amat35 (Ebert 2008: 139-152; Estenssoro 2000: 67-107; Romero 2004: 11-23), pero en el 33 Varios ejemplos de relaciones ilícitas entre personas de diferentes calidades pueden leerse en Navarrete, 2003, 91-99. Sobre los matrimonios de soldados del Regimiento Fijo de Cartagena y las normas militares ver: OByrne, 2010, 17-42; Correa, y Cáceres 2012, 48-59. 34 El resumen de este censo puede verse en: AGI, sección Mapas y PlanosVarios, 38. La historiografía ha empezado a desarrollar un debate a propósitos de las relaciones entre esas representaciones pictográficas y la realidad social de ese entonces. Para el caso de la Nueva España durante del siglo XVIII Pilar Gonzalbo (2001, 201-218) solo reconoce la existencia de las categorías de español, indio, negro, mestizo, mulato, castizo, morisco, y ocasionalmente, pardo, chino o zambo, mientras que niega muchas otras registradas en los cuadros pintados de las castas, calificándolos de “extravagantes taxonomías” que poco tenían que ver con una realidad de mezclas de distintos sectores que en sus vida cotidianas no andaban estableciendo diferenciaciones, lo que solo preocupaba a las familias prestantes. Norma Castillo expone parecida idea. (2001, 101-102). 35 Los propósitos del virrey Amat para que se dibujaran las castas del Perú pueden leerse en AGI, Lima, leg.652, exp.57. 52 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 censo de Lima de 1790 solo se registraron 9.36 En esos virreinatos no se empleó la categoría de “libres de todos los colores” pese a que se puede hacer el ejercicio de sumar a la población que no era blanca, india ni esclava y determinar que constituía la mayoría de los habitantes de esos reinos. Para el caso neogranadino existen varias probabilidades para explicar el que en determinadas provincias no se emplearan las clasificaciones enunciadas. Una es que su uso solo se daba en los círculos restringidos de los sectores de notables y medios interesados en registrar posibles retrocesos en el proceso de blanqueamiento de personas y familias. Para estos casos téngase en cuenta que la cercanía o la distancia entre los sujetos coloniales tenían un peso significativo al momento de determinar las calidades de las personas. La otra es que las elites de ese siglo reforzaron los criterios de diferenciación socioracial debido a la amenaza que representaba el mestizaje y la maleabilidad que fue adquiriendo la categoría de “blanco”, lo que terminó representando un riesgo para la hegemonía de los sectores que defendían la blancura, la limpieza de sangre y la legitimidad. Conclusiones En este artículo hemos estudiado algunos aspectos de la compleja configuración socio-racial del Caribe neogranadino durante la segunda mitad del siglo XVIII, con énfasis en el análisis de las relaciones entre las categorías socio-raciales y la realidad social. Hemos señalado la existencia de una diversidad de categorías socio-raciales acorde con las especificidades de las distintas áreas de poblamiento del Nuevo Reino de Granada, a su vez determinadas por las características del mestizaje y del juego entre las posibilidades y resistencias a la movilidad social. En consecuencia, es totalmente factible que algunas categorías socio-raciales no se emplearan en los centros urbanos de poder, pero que si se usaran en otras áreas. Una de las ideas centrales que hemos sostenido en otros ensayos (Solano 2014a; 2014b) es que existió una relación compleja entre esa mentalidad ilustrada y las 36 Este censo se publicó en el periódico El Mercurio Peruano, y en 1797 el virrey Francisco Gil de Lemos envió el resumen impreso al Conde del Campo de Alange, Secretario de Estado de la Guerra. Ver: AGI, Lima, leg.700, exp.11, f.5r. Parecida descripción de la configuración socio-racial de Lima se hizo en un documento posterior a 1776, año en que terminó la administración del virrey Amat. AGI, Indiferente, leg.1528, exp.46, ff.41r.-43v. reformas borbónicas y la realidad social. Así, mientras que en la documentación oficial de finales de ese siglo, la sociedad y las personas aparecen de formas simplificadas aglutinadas en ciertas categorías como “libres de todos los colores”, “pardos”, “vecinos” y “vasallos”, en la vida social siguieron operando las categorías socio-raciales. Por eso creemos que los avances del mestizaje no deben llevar a pensar que el conjunto de la sociedad marchaba hacía la nivelación de todos sus sectores como han creído algunos historiadores. Esta es una idea que tiene un sustento muy simple, pues solo se fundamenta en el impacto inicial del mestizaje sobre el temprano orden colonial de las repúblicas de blancos y de indios (Jaramillo Uribe 1965: 21-48). Se dejan de lado dos aspectos de suma importancia. Por un lado, el hecho de que el mestizaje también reconfiguró las jerarquías sociales basadas en la intensidad del blanqueamiento y en los estilos de vida que se reflejaban en la calificación de la calidad de las personas. Redefinió en muchos lugares la condición de blanco, originando diferenciaciones en relación con los sectores más bajos en concordancia con la claridad que iba tomando el color de piel. Y por otra parte que para el siglo XVIII la crisis de las repúblicas de blancos y de indios ya no era un problema central, y que a lo largo de los dos siglos que le precedieron el mestizaje ha impactado y reelaborado las formas de representaciones y de jerarquía del orden social con base en nuevos criterios, accediendo sectores de quinterones, cuarterones y mestizos a la condición de blancos, los que a su vez establecían distancias en relación con los sectores que quedaban por fuera de los procesos de blanqueamiento y de movilidad social. Como consecuencia, los sectores del patriciado blanco se apertrecharon en la defensa de su estatus frente a los advenedizos y también relaboraron tanto sus identidades como los criterios de prestancia y de exclusión social, y demandó de las autoridades la protección de sus privilegios.37 Creemos que cuando se ponen en juego esas variables en el estudio se desdibuja la funcionabilidad de ciertos modelos de análisis de la sociedad neogranadina del siglo XVIII que han empleado con regular frecuencia los resúmenes de los censos por provincias y el general de 1777-1780, con sus columnas de blancos, indios, libres y esclavos de todos los colores, originando una lectura reduccionista de la sociedad neogranadina. 37 Sobre las características ambivalentes de las reformas sociales de los borbones ver (Twinam 2000: 73-101). Ahora bien, un aspecto central para tener en la cuenta es que muchas de las categorías socio-raciales que hemos registrado son producto del mestizaje. No debe olvidarse que en el contexto de Hispanoamérica, exceptuando las de blancos, negros e indios, las categorías socio-raciales que hemos registrado eran producto del mestizaje, y que las elites y autoridades se quejaban por las dificultades y peligros que esto representaba para el buen gobierno que persistía en mantener nítidas líneas divisorias entre los distintos grupos sociales para efectos del orden social y fiscal. También se quejaban porque ese mestizaje había producido una movilidad social que en muchas partes colocaba en entredicho el dominio político y social de los blancos. Al menos así lo expresaban en sus informes a las autoridades superiores, ya fuesen de los virreinatos y capitanías o a la Corona. Sobre el tema la historiografía es abundante.38 Quiere esto decir que hay que prestar atención a las transgresiones identitarias fundadas en la existencia de unas fronteras deleznables entre las distintas condiciones. Y también quiere decir que las transgresiones no solo se fundaban en condiciones difusas de color y fenotipo, sino que también involucraban muchos otros aspectos de la vida social como podían ser los estilos de vida, el trabajo, la residencia, la adscripción a redes políticas y sociales, la indumentaria… en fin, eso que en la documentación de archivos aparece registrado como la calidad. No cabe la menor duda que distintos factores habían contribuido a darle flexibilidad a las fronteras entre algunas categorías sociales que podían hallarse próximas, incidiendo en las simplificaciones institucionales. En efecto, cuando se comparan las categorías socio-raciales descritas por los autores (Jorge y Juan, Santa Gertrudis, Diego de Peredo, Finestrad y Posada y Gutiérrez) con las registradas en la documentación de archivos de la segunda mitad del siglo XVIII se observa que algunas cayeron en desuso. Categorías como “tente en el aíre”, “salta para atrás” y “tercerón”, que se usaban para indicar los estancamientos, retrocesos o avances en los procesos de blanqueamiento de las personas, o dejaron de usarse o fueron reemplazados por categorías que hacían énfasis en las combinaciones, y colocaron en un segundo plano el blanqueamiento. En este caso son necesarias nuevas 38 De 1789 en adelante, el Cabildo de Caracas se opuso a que se aplicara la legislación de gracias al sacar. Ver varias de sus actas y representaciones compiladas en Mago de Chópite y Hernández 2005: 332-333, 372-389. Bernand 2001: 105-133 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 53 investigaciones que analicen con más detalles cómo sectores de la sociedad asumían el blanqueamiento. Otras categorías, aunque muy esporádicamente se les registró en la información de archivo que hemos consultado, continuaron empleándose al ser defendidas por las personas que eran calificadas como tales, pues de alguna manera conllevaban ciertas posibilidades de movilidad social. Era el caso de las condiciones de “cuarterones” y “quinterones”. Y aquí hay que anotar que en esto escasamente cuenta su representatividad porcentual en la totalidad de los habitantes de las poblaciones en las que se usaban. Lo importante es que determinaban posibilidades de movilidad. Los historiadores parecen no tener presente que para ciertos segmentos de la sociedad que se empecinaban en blanquearse, mantener estas condiciones era fundamental. Este también es el caso de que durante la segunda mitad del siglo XVIII algunas categorías socioraciales adquirieron un acento político, como fue el caso del término “pardo” en razón del vínculo institucional que lograron los libres de color gracias a las milicias disciplinadas. Sin embargo, es posible que una categoría política de afirmación de una imagen positiva, representara al mismo tiempo una posible pérdida de otras categorías que, como las de quinterones y cuarterones, permitían establecer diferencias y posibilidades de movilidad social. Todo esto originó complejos resultados a partir de distintas combinaciones, siendo factible que en una designación socio-racial se vaciaran distintos significados, como también que otras cayeran en desuso. Frente a los problemas que presentan estas situaciones que han generado malos entendidos entre los historiadores, se debe 54 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 tener presente que la puesta en escena de esas categorías o sus desplazamientos por otras categorías políticas (por ejemplo, por las de libres o vecinos), depende de la naturaleza de los aspectos de que tratan los documentos de archivos, y de los intereses y categorías de los funcionarios que escribieran los textos. También dependían de los vínculos de las personas con las instituciones. Conflictos en los que estuvieran involucradas personas del común y que llevaran a solicitar la intervención de las autoridades judiciales o administrativas, colocaban en un primer plano las categorías de vasallos, libres y vecinos. Pero si estos conflictos obligaban a diferenciar sectores, estos podían aparecer agrupados en dos grandes bloques: notables o patricios y plebe. Sin embargo, en el plano de las relaciones interpersonales y de jerarquía social, las categorías socio-raciales seguían cumpliendo un papel importante para determinar el orden social. Por eso, durante la segunda mitad del siglo XVIII, viejas y nuevas categorías se sobrepusieron, y aunque desde la crisis de 1808 en adelante las acciones políticas de los actores sociales fueron las que empezaron a marcar el derrotero, en otros escenarios, en especial en la vida cotidiana, continuaron operando muchos aspectos de las formas tradicionales de leer los lugares de las personas y familias en el orden socio-racial. AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 55 De ahí que bajo la República fuera fácil que se desarrollaran lecturas racializadas de la sociedad y de sus distintos sectores (Arias 2005), y aunque por la normatividad propia de la democracia liberal desapareció de la documentación oficial cualquier referencia a la condición racial de las personas, en las afiliaciones de quienes eran buscados por la justicia aparecían unas descripciones que remiten al imaginario social del siglo XVIII. En un listado que contiene a 270 desertores del ejército y reos prófugos de Cartagena correspondiente a los años de 1845-1848 se les identificaba por el color de la piel como “zambo”, “pardo”, “mulato”, “blanco”, “mestizo”, “indígena”, “moreno claro”, “claro”, “castaño”, “prieto”, “achinado”, “oscuro”, “trigueño” y “negro” (Conde, 2009, 343-351). Una investigación referida a los esclavos del área de la ciudad de Mérida (Venezuela) en los años de 1800 a 1854, señala que las diferencias entre 342 esclavos se basaron en los tonos e intensidades del color de la piel, entre los cuales resaltaron: “atezado”, “pardo”, “claro”, “trigueño”, “blanco”, “oscuro”, “prieto” y muy raramente “rosado” (Rodríguez, 1986, 48). El censo de Lima de 1860 también registró la condición socio-racial de la población en blancos, indios, negros, mestizos, natural, mulatos, cholos, pardos, chinos (de origen afroperuano), prietos y chinos (de origen asiático) (Cosamalón, 2009, 134-143). Algunos términos desparecieron a lo largo del primer siglo de la República, mientras otros aparecieron y se reforzaron. En las lecturas que realizaron intelectuales de las elites decimonónicas sobre las dificultades en la formación de la nación continuaron apareciendo los “negros”, “mulatos, “zambos”, mestizos”, ahora asociados a las geografías regionales (Arias 2005; Nieto y Riaño 2011). Hasta hace pocos años en el Caribe colombiano se distinguían los “morenos”, “claros”, “color canela” y “trigueños” de los “negros”. Y para muchas personas y familias de color, el estar por encima de la condición “negra” representaba un logro y un capital simbólico para ser defendidos. Una lectura politizada de estas situaciones afirma que se trataba de eufemismos diseñados por las elites y el poder para dividir. No creemos que valga la pena debatir esto, pues lo que importa es que esas condiciones sociales eran asumidas y defendidas, y por tanto, producían hechos sociales. Si algo ha evidenciado el juicioso trabajo de la socióloga Elisabeth Cunin es que una de las dificultades que ha enfrentado el multiculturalismo en Colombia, y en especial las gentes negras para reconocerse como un grupo étnico, es la persistencia de 56 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 diversas categorías en su interior lo que refleja las distintas maneras como se leen y jerarquizan de acuerdo con el color de la piel (Cunin 2003). En fin, el nudo gordiano a desatar por los estudios es el que se forma por el cruce de las taxonomías sociales que se expresaban en las categorías desagregadas que aparecen en los padrones de las localidades y en otras informaciones de archivos, con la tendencia institucional a la simplificación de las representaciones de los segmentos se la sociedad, las transformaciones que se fueron operando en la esfera de la participación política gracias a la triple condición de vasallos, vecinos y milicianos, y las presiones de sectores subordinados en pro de una redistribución de algunas simbologías y rituales de la prestancia social. Las gentes ponían en escena distintas identidades acorde con los espacios en que se movían. La mujer que en 1797 denuncia al hombre en Mompox por incumplimiento de promesa matrimonial alegó varias condiciones: “vecina”, pues le permitía acudir a la justicia para reclamar derechos; “parda”, pues le permitía demostrar que estaba en condición de igualdad al demandado; y “honesta”, porque le permitía reclamar un derecho que el conjunto de la comunidad le reconocía.39 Cuando una comunidad acudía a las autoridades en reclamo de un derecho hacía uso de la condición de vecinos. Pero cuando se trataba de pleitos personales la condición “racial” y la posición en la jerarquía social salían a relucir. Bibliografía Fuentes primarias: Archivo General de la Nación (AGN), Sección Mapas y Planos, Mapoteca 7. Sección Archivos Anexos, Guerra y Marina, leg.16; fondo i, subfondo 17, leg.14. Sección Colonia (SC), fondo Causas Civiles de Bolívar, leg. XXIX; fondo Censos Redimibles-Censos Varios Departamentos (CR-CVD), legs. 6, 8; fondo Colegios, leg.2; fondo Curas y Obispos, leg.27; fondo Genealogías, leg.1; fondo Juicios Criminales, leg.215, 216; fondo Milicias y 39 AGN, SC, Miscelánea, leg.82, f.280r. Marina (MM), legs. 14, 48, 58, 59; fondo Miscelánea, legs. 3, 39, 41, 44, 54, 82, 87; fondo Poblaciones, leg.2; fondo Poblaciones Varias, leg. 4, 10; fondo Policía, leg.8; fondo Tributos, legs.10, 15; fondo Visitas Santander, legs. 2, 4. Archivo General de Indias (AGI), Indiferente, leg.1528; Lima, leg.652; leg.700; Santa Fe, leg.43. Sección Mapas y Planos-Varios, 38. Archivo General de Simancas, Secretaría Despacho de Guerra (AGS, SDG), legs.7069, 7128. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Diversos-Colecciones, legs.27, 28. Arrázola, Roberto (comp.) (2007), Documentos para la historia de Cartagena, vols.III y IV. Cartagena: Tecnar. Finestrad, Joaquín de (2001), El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respectivas obligaciones. Bogotá: Universidad Nacional. Flórez de Ocariz, Juan (1943), Genealogías del Nuevo Reino de Granada, tomo II. Bogotá: Biblioteca Nacional. Jiménez, Orián y Pérez, Edgardo (comps.) (2013), Voces de esclavitud y libertad. Documentos y testimonios. Colombia 1701-1833. Popayán: Universidad del Cauca. Juan, Jorge y Ulloa, Antonio de (1748), Relación histórica del viaje a la América meridional, tomo I. Madrid: Antonio Marín. http://goo.gl/u7IoV. Gumilla, Joseph (1791), Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riberas del Río Orinoco, 2 tomos. Barcelona: Imprenta de Carlos Gibert Tutó. Lucena Salmoral, Manuel (comp.) (2000), Leyes para esclavos. El ordenamiento jurídico sobre la condición, tratamiento, defensa y represión de los esclavos en las colonias de la América española. Madrid: Fundación Larramendi. http://goo.gl/EAgGt0. Mago de Chópite, Lila y Hernández, José (comps.), El Cabildo de Caracas (1750-1821), (2005). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Escuela de Estudios Hispano Americanos/Universidad Pedagógica Experimental Libertador/Cabildo Metropolitano de Caracas. Mier, José de (comp.), (1987), Poblamientos en la Provincia de Santa Marta. Siglo XVIII, tomo I. Bogotá: Colegio Máximo de la Academia de Colombia/Libreros Colombianos. Peredo, Diego de (1972), “Noticia historial de la provincia de Cartagena de las Indias año 1772”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura No. 6-7, Bogotá, Universidad Nacional: 118-154. Posada, Joaquín (1971), Memorias histórico-políticas, tomo II. Medellín: Bedout. Santa Gertrudis, Fray Juan de (1956), Maravillas de la naturaleza tomo I. Bogotá: Presidencia de Colombia. Fuentes secundarias: Aguilera, María y Meisel, Adolfo (2009), Tres siglos de historia demográfica de Cartagena de Indias. Cartagena: Banco de la República. Arias, Julio (2005), Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales. Bogotá: Universidad de los Andes. Ballestas, Rafael (2011), Pedro Romero. Verdades, dudas y leyendas sobre su vida y su obra. Cartagena: Universidad Libre. Barcia, María (2009), La otra familia. Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba. Santiago de Cuba: Oriente. Bernand, Carmen (2000), Negros, esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas. Madrid: Fundación Larramendi. http:// goo.gl/XKQDed. Bernand, Carmen (2001), “Mestizos, mulatos y ladinos en Hispanoamérica: un enfoque antropológico de un proceso histórico”, en Miguel León Portilla (ed.), Motivos de la antropología americanista: Indagaciones en la diferencia. México: Fondo de Cultura Económica: 105-133. Bonnett, Diana (2002), Tierra y sociedad. Un problema irresoluto. El caso del altiplano cundiboyacense (Virreinato de la Nueva Granada) 1750-1800. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia/Universidad de los Andes. Carroll, Patrick J. (2000), “Perfiles demográficos y culturales esquemáticos en la comunidad de esclavos del centro de Veracruz dentro de un contexto interpretativo más amplio”, en Signos Históricos vol.II, 4, México D. F., Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa: 55-86. Castellanos, Rocío y Caballero, Boris (2010), La lucha por la igualdad. Los pardos en el proceso de independencia de Venezuela 1808-1812. Caracas: Archivo General de la Nación/Centro Nacional de Historia. Castillo, Norma (2001), Cholula. Sociedad mestiza en ciudad india. Un estudio sobre las causas económicas, sociales y demográficas del mestizaje en una provincia novohispana. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Plaza y Valdés. Conde, Jorge (2009), Buscando la nación. Ciudadanía, clase y tensión racial en el Caribe colombiano, 1821-1855. Medellín: Universidad del Atlántico/La Carreta. Correa, Nancy y Cáceres, Marcelo (2012), “Los soldados y las mujeres de las castas. Vida cotidiana y matrimonios de la soldadesca del ejercito colonial en Cartagena en el siglo XVIII”, en Historia 2.0 vol.II, n.°4, Bucaramanga, Asociación Historia Abierta: 48-59. http://goo.gl/hIb3Ud. Cortés, Santos Rodulfo (1978), El régimen de “las gracias al sacar” en Venezuela durante el periodo hispánico, 2 tomos. Caracas: Academia Nacional de la Historia. Cosamalón, Jesús (2009), Babel en los Andes. Población y mestizaje en Lima (1860), México D. F., tesis para optar al título de doctor en Historia El Colegio de México. AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 57 Cunin, Elisabeth (2003), Identidades a flor de piel. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia/Universidad de los Andes/Observatorio del Caribe Colombiano/Instituto Francés de Estudios Andinos. Deans-Smith, Susan (2005), “Creating the colonial subject. Casta paintings, collectors, and critics in Eighteenth-Century Mexico and Spain”, in Colonial Latin American Review vol.14, 2, New México, University of New México: 169204. http://goo.gl/1o15te. Ebert, Anne (2008), “La representación de las Américas coloniales en los cuadros de castas”, en Scientia vol.X, 10, Lima, Universidad Ricardo Palma: 139-152. http://goo. gl/CJYqJ4. Estenssoro, Juan Carlos (2000), “Los colores de la plebe. Razón y mestizaje en el Perú colonial”, en Los cuadros de mestizaje del Virrey Amat. La representación etnográfica en el Perú colonial. Lima: Museo de Arte Lima: 67-107. García de León, Antonio (2011), Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821. México: Fondo de Cultura Económica/Gobierno del Estado de Veracruz/Universidad Veracruzana. Ghirardi, Mónica (2008), “Experiencias de desigualdad. El régimen matrimonial homogámico y sus tensiones en Córdoba en la transición del orden monárquico al republicano” en Nora Siegrist y Mónica Ghirardi (comps.), Mestizaje, sangre y matrimonio en territorios de la actual Argentina y Uruguay. Siglos XVII-XIX. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba: 41-72. Gómez, Alejandro (2005), “Las revoluciones blanqueadoras: elites mulatas haitianas y ‘pardos beneméritos’ venezolanos, y su aspiración a la igualdad, 1789-1812”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos. http://goo.gl/HWWxaS. Gonzalbo, Pilar (2001), “La vida familiar y las móviles fronteras sociales en el siglo XVIII novohispano”, en Montalbán, 34, Caracas, Universidad Andrés Bello: 201-218. Gonzalbo, Pilar (2007), “Afectos e intereses en los matrimonios en la Ciudad de México a fines de la Colonia”, en Historia Mexicana vol.LVI, 4, México D. F., El Colegio de México: 1117-1161. Good, Catharine (1999), “Reflexiones sobre la raza y el racismo; el problema de los negros, los indios, el nacionalismo y la modernidad”, en Dimensión Antropológica, 14, México D. F., Instituto Nacional de Antropología e Historia. http://goo.gl/6gLMI4. Gutiérrez, Ildefonso (1983), “Los libros de registro de pardos y morenos en los archivos parroquiales de Cartagena de Indias”, en Revista Española de Antropología Americana vol. XIII, Madrid, Universidad Complutense: 121-141. Helg, Aline (2005), “Sociedad y raza en Cartagena a fines del siglo XVIII”, en Haroldo Calvo y Adolfo Meisel (eds.), 58 AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2 0 1 3 Cartagena de Indias en el siglo XVIII. Cartagena: Banco de la República: 319-370. Herrera, Marta (2002), Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales neogranadinos, siglo XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia/Academia Colombiana de Historia. Herrera, Marta (2006), “Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva Granada”, en Historia Crítica, 32, Bogotá, Universidad de los Andes: 118-156. Herrera, Marta (2006), “Libres de todos los colores el ordenamiento social en las llanuras del Caribe, siglo XVIII”, en Alberto Abello (comp.), El Caribe en la nación colombiana. (Memorias). Bogotá: Museo Nacional de Colombia/Observatorio del Caribe Colombiano: 248-268. Ibarra, Eugenia (2007), “La complementariedad cultural en el surgimiento de los grupos zambos del Cabo Gracias a Dios, en la Mosquitia, durante los siglos XVII y XVIII”, en Revista de Estudios Sociales, 26, Bogotá, Universidad de los Andes: 105-115. Jaramillo Uribe, Jaime (1965), “Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 3, Bogotá, Universidad Nacional: 21-48. Katzew, Ilona (2004), La pintura de castas. Representaciones raciales en México del siglo XVIII. Madrid/México: Conaculta/ Turner. Klein, Herbert S. y Vinson III, Ben (2013), La esclavitud en América Latina y el Caribe. México: El Colegio de México. Langue, Frédérique (2005), “La pardocratie ou l’itineraire d’une “classe dangereuse” dans le Venezuela des XVIII e et XIXe siècles”, en Nuevo Mundo/Mundos Nuevos. http:// goo.gl/j2177U. Langue, Frédérique (2012), “La culpa o la vida. El miedo al esclavo a finales del siglo XVIII venezolano”, en Procesos Históricos, 22, Mérida, Universidad de los Andes: 19-41. http://goo.gl/V5qHCk. Lasso, Marixa (2013), Mitos de armonía racial. Raza y republicanismo durante la era de la revolución, Colombia 1795-1831. Bogotá: Universidad de los Andes/Banco de la República. Lavallé, Bernard (1998), “¿Estrategia o coartada? El mestizaje según los disensos matrimoniales en Quito (1778-1818)”, en Procesos, 12, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar: 5-23. Lucena Salmoral, Manuel (1995), “El segundo código negro español, la religión, la humanidad y la tranquilidad y quietud públicas. La crítica realizada en 1788 al código carolino”, en Estudios de Historia Social y Económica de América, 12, Alcalá, Universidad de Alcalá de Henares: 117-131. Machado, Cacilda (2006), A Trama das Vontades. Negros, pardos e brancos na produção da hierarquia social (São José dos Pinhais - PR, passagem do XVIII para o XIX), Rio de Janeiro, tesis doctoral-Universidade Federal do Rio de Janeiro. http:// goo.gl/yEmcsl. Martínez, Armando (2011), “Arrabal, prejuicio moral y demanda de instrucción: elementos para comprender el estatus de los caballeros pardos en la transición a la sociedad republicana”, en Historia Caribe vol.VI, 19, Barranquilla, Universidad del Atlántico: 13-41. McFarlane, Anthony (1997), Colombia antes de la Independencia. Bogotá: Banco de la República/El Áncora. Múnera, Alfonso (1994), “Ilegalidad y frontera 1700-1800”, en Adolfo Meisel (ed.), Historia económica y social del Caribe colombiano. Barranquilla: Universidad del Norte/Ecoe: 146-149. Navarrete, María C. (2003), “De amores y seducciones. El mestizaje en la Audiencia del Nuevo Reino de Granada en el siglo XVII”, en Memoria y Sociedad, 15, Bogotá, Universidad Javeriana: 91-99. Nieto, María y Riaño, María (2011), Esclavos, negros libres y bogas en la literatura del siglo XIX. Bogotá: Universidad de los Andes. OByrne, Alex (2010), “El matrimonio castrense. Casos en el Regimiento Fijo de Cartagena de Indias, 1775-1805”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura vol.37, 1, Bogotá, Universidad Nacional: 17-42. Polo, José (2012), Indígenas, poderes y mediaciones en la Guajira en la transición de la Colonia a la República (1750-1850). Bogotá: Universidad de los Andes. Polo, José y Carmona, Diana (2013), “El mestizaje en una frontera del Caribe: El caso del pueblo de Boronata en La Guajira, 1696-1776”, en Investigación y Desarrollo vol.21, 1, Barranquilla, Universidad del Norte: 130-155. Precioso, Daniel (2011), Legítimos vassalos. Pardos libres e forros na Vila Rica colonial (1750-1803), Sao Paulo, Cultura Académica Ed. http://goo.gl/Ad2zK7. Rodríguez, Miguel (1986), “Algunos aspectos de la vida cotidiana de los esclavos de origen africano en los Andes venezolanos (II)”, en Boletín Antropológico, 11, Mérida, Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”-Universidad de Los Andes: 43-71. Rodríguez, Pablo (2008), “Sangre y mestizaje en la América Hispana”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 35, Bogotá, Universidad Nacional: 279-310. Romero de Tejada, Pilar (2004), “Los cuadros de mestizaje del Virrey Amat”, en Frutas y castas Ilustradas. Madrid: Museo Nacional de Antropología/Ministerio de Educación, Cultura y Deporte: 11-23. Saether, Steinar (2005), Identidades e independencia en Santa Marta y Riohacha, 1750-1850. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Saether, Steinar (2010), “Estudios recientes sobre raza e independencia en el Caribe colombiano (1750-1835)”, en Claudia Leal y Carl Langebaek (comps.), Historias de raza y nación en América Latina. Bogotá: Universidad de los Andes: 381-406. Santos Bezerra, Janaína (2010), Pardos na cor & impuros no sangue: etnia, sociabilidades e lutas por inclusão social no espaço urbano pernambucano do XVIII, Recife, Universidade Federal Rural de Pernambuco. http://goo.gl/329qPr. Socolow, Susan (1991), “Cónyuges aceptables: la elección de consorte en la Argentina colonial, 1778-1810”, en Asunción Lavrin (coord.), Sexualidad y matrimonio en la América Hispánica, siglos XVI-XVIII. México: Grijalbo: 229-270. Solano, Sergio Paolo (2011), “Raza, trabajo, liberalismo y honorabilidad en Colombia durante el siglo XIX”, en Sergio Paolo Solano y Roicer Flórez, Infancia de la Nación. Colombia en el primer siglo de la República. Cartagena: Pluma de Mompox: 23-68. Solano, Sergio Paolo (2014a), “Poder, escritura y representaciones sociales. Configuración socio-racial del Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII”, en Memorias vol.11, 23, Barranquilla, Universidad del Norte. Solano, Sergio Paolo (2014b), “Representaciones socio-raciales en el Nuevo Reino de Granada del siglo XVIII: censo de 1777, listados de milicianos y juicios por ofensas al status y al honor”, en José Polo y Rafael Acevedo (eds.), Poder y formas de sociabilidad en Colombia, 1750-1850. Medellín: Universidad de Cartagena/La Carreta. (En prensa). Sosa, Diana (2010), Los pardos. Caracas en las postrimerías de la Colonia. Caracas: Universidad Andrés Bello. Suárez, Santiago Gerardo (1984), Las milicias: instituciones militares hispanoamericanas. Caracas: Academia Nacional de la Historia. Twinam, Ann (2000), “Las reformas sociales de los borbones. Una interpretación revisionista”, en Víctor M. Urán y Luis Javier Ortiz (eds.), Naciones, gentes y territorios. Ensayos de historia e historiografía comparada de América Latina y el Caribe. Medellín: Universidad de Antioquia: 73-101. Twinam, Ann (2009), Vidas públicas, secretos privados. Género, honor, sexualidad e ilegitimidad en la Hispanoamérica colonial. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Twinam, Ann (2014), “American Defects:” Pardos, Mulatos and the Quest for Whiteness in the Spanish Indies, (Chapter 2), Stanford, Stanford University Press. (En prensa). AGUAITA V E I N T I C I N C O / D I C I E M B R E 2013 59