^í tiiLLARA(L, it J1O 100 - KOLLASUYO l<0l\6 Sta „, . s^ ^a^ g oil= era una debilias suaves rogó al dad y una cobardía. Con pala sacerdot que se marchara, p ésto que él no creía ig,1 . , iOH 12,1 convencional en aquellas horas BIBLIOTECA ETNOLOGICA da que confesar, no en la otra\vida --y no tenía sentía ning.un peso en su onciencia . Viví sierrpre en paz y.^quiero morí en paz; déjenme tranquilo en mis últimas horras, dijo con gran serenidad. Como le\llevaran/ el primer ejemplar de ojos"/ fresco aún de tinta, que "La niña acababa de salir `de COCHABAMBA - BOLIVIA as prensas , tomó el libro y ran ternura -era el último lo acarició con una con la misma ternura que fruto de su espírit N frutos de su carne- anacarició a sus hijo les de morir. íaz Vilramil, por su honestidad Antonio de hombre y dq escritor, oupará siempre un sinla historia de nuestra cultura, y guiar puesto su obra liferar, a, tanto en elcuenio , en la novela como en sus estudio dele iezas de teatro , merece y espera un Kj esppía ido de la crítica. Publ Vcamos de nuestro autor su cuento La e forma parte de "Tres' relatos paceKjesppía, \ el que pinta sabrosameni e\la socarroños", y e nería y el pícaro humor de las almas pieb]. erinas. La Dirección Aquel banquito de la plaza tenía su tradición. Sus gruesas, tablas, su respaldo de cedro, sujetados contra los travesaños con toscos remaches de hierro de forja, estaban desgastados y pulidos por el constante uso. La risueña placita provinciana tenía varios bancos, hasta media docena en cada uno de sus cuatro costados . Pero, ninguno como este de nuestro relato había gozado de la preferencia de las parejas enamoradas a través de consecutivas generaciones. La predilección por el tal banquito provenía del hecho de estar situado en el ángulo me(nos transitado de la plaza y, además, de que las dos. centenarias higueras que crecían a sus lados habían tenido el previsor capricho de unir sus ryf LA KJESPPLA - 103 102 - KOLLASUYÓ verdes copas hasta formar un amplio dosel que en la canícula proporcionaba fresca sombra al-si¡¡o y en las noches de luna llena velaba con discreta-penumbra el afán de quienes querían platicar y soñar al embrujo de las tibias noches del valle. El simbolismo era ejemplar: dos árboles que entretejían sus ramas para que a su vera los amantes hi .ieran lo mismo con sus ilusiones y esperanzas. Por eso, en aquella noche lunada de otoño, la romántica tradición del banquito se renovaba con la presencia de Irenita Moniealegre y de Marcos Arenas que, sentados muy juntitos, discurrían sobre su querer y ensoñaban el porvenir. Los veinte años de Irenita estaban deliciosamente expresados. en su cuerpo lozano, en sus ajos hermosos y rasgados, en su roja y fresca boca y en su ilusionado espíritu. Los veintiseis 'de Marcos se acreditaban magníficamente en sus proporciones viriles de hombre logrado, en su gesto decidido y en su alma serena pero dispuesta a reñir con el destino para • defender su porvenir. Ajenos al canto de los grillos que entre los setos daban su serenata en la tibia noche valluna; ciegos para el milagro luminoso de las luciérnagas que con sus vuelos callados enjoyaban la noche; indiferentes al aroma de los limoneros y de los floripondios que saturaba la atmósfera apasible, sólo escuchaban la voz de sus carazones embriagados de amor y, deslumbrados por la luz de su felicidad. -Ya ves, Irenita. Por cuanto tú me dices y yo siento, y no puedo decírtelo tal como lo sien.éo, nos queremos tanto que este amor nos va a dar la muerte si es que no le damos el cauce que la vida impone. REBERDIO~ Nw -Eso mismo pienso yo, mi Marcos. ¿Pero, acaso le encuentras remedio? -Sí.: Lo he de encontrar esta misma noche. -,;Y, cómo, Marcos de mi vida? -De alguna manera. Esto no 'puede seguir así. -Marcos. Si dependiera de nosotros, ya lo habríamos arreglado. Pero, tú sabes que es mi padre el que me ha prohibido que siquiera hable contigo... Pero yo hablaré con él. Y esta misma noche. Ya lo verás. -¿Esta misma noche? Es preferible que esperes un poco, Marcos. Las partidas de rocambor acaban muy tarde y, si para nuestro mal, papá sale perdiendo, no sólo que se negará a tu petición sino que desahogará en tí su mal humor. -Pues, aunque tenga que esperar hasta la madrugada, he de ver a tu padre y le pediré fu mano. - II A esas mismas horas en que la pareja enamorada, bajo el dosel de las higueras de la plaza, platicaba, amaba y sufría frente a las incertidumbres que amenazaban su dicha , en la más grande y presuntuosa casa del pueblo, que también daba a la plaza , don Agamenón Monfealegre jugaba su consabida partida de rocambor con sus amigos, cómodamente instalado en su salón, bajo la luz de una lujosa lámpara de bronce que pendía del cielo raso. La luz amarillenta se proyectaba desde el salón a la plaza' a través de dos ventanas enfaroladas que como dos inmensas pupilas miraban al exterior por encima de las frondas del parque que la luna bañaba suavemente. LA' KJESPPIA - 105 104 - KOLLASUYÓ Don Agaménón Montealegre había pasado del medio siglo. Alto y corpulento, cetrino de piel, con gruesos y voluntariosos labios y los párpados protuberañtes que parecían querer comerse a sus ojillos, enrojecidos y brillañies de malicia y desconfianza. Era el prototipo del burgués provinciano, enriquecido desde su primitiva posición de propietario medianamente acomodado por el ahinco y constante trabajo de su consorte que en gloria esté. Había llegado a ser el primer propietario de la provincia. Su fortuna comprendía las ocho mejores haciendas del lugar y 'se complementaba con gruesos depósitos. de dinero en los bancos, amén de algunas propiedades urbanas de la ciudad que le producían magníficas rentas. Durante él. día no tenía más trabajo que el de bajar a la "tienda" situada en la planta baja de la casa y'esperar allí sentado en su escritorio a que fueran cayendo en pos de auxilio pecuniario los vecinos y agricultores de la comarca. Unos llegaban a venderle por adelantado la cosecha íntegra de sus viñedos para obtener una insignificante suma con que acudir al trabajo de los reparos para defender sus menguadas tierras de los furores hidráulicos del río. Otros le pignoraban la parcela, la huerta o la casita para conseguir algún dinero con qué hacer frente a prerniosas necesidades.' En fin todos acudían a la tienda de don Agamenón como a un banco para efectuar diversas transacciones en las que el rico burgués siempre salía beneficiado en una proporción desmedida con las reducidas y disputadas concesiones económicas que hacía a los pobres campesinos. El negocio de don Agamenón era "sobre seguro", sin las inquietudes ni las incertidum- ores de otras empresas. El no tenía más que esperar tranquilamente a que cayeran los clientes. Títulos de propiedad, documentos saneados, prendas de oro, plata labrada, pagarés, todo a plena satisfacción y gusto del opulento Montealegre, quedaban en sus enormes "petacas" como la me= jor garantía de sus operaciones. Al atardecer, después de comer a la antigua, es decir antes de que cayera el sol, salía envuelto en su amplia capa española a darse unas vueltas por la plaza, y lo hacía con tal orgullo que parecía que paseaba en su huerto particular. Allí no tardaban en acudir cumplida y dócilmente sus amigos y "manos" para el imprescindible rocambor de la noche. Después de dar vueltas, a guisa de digestión, presidiendo altivo el grupo de contertulios, cuando cerraba ya la noche; retenía a los "manos" y despedía a los demás para dirigirse al salón a comenzar la partida. De esta circunstancia se, aprovechaba inmediatamente su hija Irenita para salir furtivamente a "pelar la pava" con su adorado Marcos en el historiado banquito cobi-' jado por las higueras gemelas. - UI Aquella noche de uno • de los días del mes de abril, próximo a la pascua de Resurrección, don Agamenón y sus tres amigos, cartas en mano y fichas al frente, jugaban sus basas de rocambor. ' Mala semana había transcurrido para el opulento propietario en los lances del tresillo. Tóda su ciencia y sus más eficaces tretas no le habían valido contra la interminable suerte de su amigo y rival en el arte de la baraja; el reposa- 11 106 - KOLLASUYO LA KJESPPIA 107 do y apostólico cura del lugar, presbítero don Adeudaio Paniagua. Cuando no tenía que pagar al sacerdote, en manidas y descoloridas fichas, un "juego sacado y ¡res matadores", era peor para él, porque el apacible tonsurado le daba un "codillo" de rechupete y hasta, cuando las cosas iban más fuerte, so permitía "cortarle una bola" con la misma unción con que estuviera poniendo los santos óleos a un moribundo. Entonces era de ver a don Agamenón. Se ponía rojo de cólera. Soplaba y resoplaba mientras le caían de la frente gruesas gotas de sudor; las únicas que aquel hombre podía verter en su vida llena de comodidades y regalos. Y lo que contribuía a agriarle mucho más el trance era la frailuna parsimonia del cura' que recogía las Iichas cobradas y las apilaba ante sí tranquilamente, por colores sin inmutar el gesto, tal como si estuviera ordenando en fila chicos del pueblo ante el presbiterio para la primera comunión. Esa era la séptima en que el vecino sufría a reventar los codillos y los "roben oros" o por lo menos las "puestas" que le propinaba invariablemente la mano sacerdotal. Los otros dos compañeros de juego, el Juez y el Maestro de escuela, aunque en su inferior sentían que el alma les retozaba de gusto por la adversa suerte del riquísimo y orgulloso amigo, ponían al exterior, esforzándose, una cara compungida y a cada nuevo revés de don Agamenón lanzaban exclamaciones de pesar. -¡Caramba, don Agamenón! No hay nada qué hacer. Está usted de perder, decía comedidamente el maestro de escuela. -¡Mal en el juego, bien en amores! -añadía con servil elogio el juez. la ..- En amores?. ¡Qué disparate! -respondía el aludido-. Ni que hubiera en toda la provincia una mujer como para mí! -De dónde sabemos, don. Agamenón. A lo mejor es usted un mátalas callando. -!Déjese de sonseras, Maestro Ciruela! Y, más bien, fíjese en su juego! Cuidado con fallar a esa base. Mire que la estoy haciendo-yo- que soy el primer contrista - respondía impaciente el propietario. . . . -Pues, vea usted lo que es la mala suerte, don Agamenón. Por este caballo de `copas, sin querer, tengo que quitarle la basa. ¡Caramba! Usted perdone - respondía temeroso el maestro. -¡Qué barbaridad! ¿Por qué no se "apeó" usted de esa caria? ¡Así no se puede jugar! ¡Claro! ¡Si ustedes no me ayudan... ! -¡Me_ "saqué" el juego! Como es la última "vuelta", con el permiso de ustedes me voy a llevar a la "viudita" - exclamó el cura, vaciando ante sí el platillo repleto de fichas que correspondía a la "viuda". . El dueño de casa, soplando con fuerza el viento de su tremendo disgusto, al fin pudo decir: -¡No hay caso con este cura! Toda esta semana está de una suerte bárbara. -Es que usted no se ha fijado, don Agamenón -exclamó con tono conciliador el juezque esta es, por fuerza, la semana especial del señor cura. -¿Esta semana? ¿Y, por qué - demandó siempre irritado. don Agamenón. .-Claro, si estamos en la semana santa y, cabalito, el padre Adeudaio ha comenzado a ga nar desde el viernes de Dolores. Y me parece que ha de seguir, porque estamos recién en miércoles santo. • _ r . r_ ice?, 71-W 108 - KOLLASUYO -!Deveras! Yo no me había dado cuenta - comentó el maestro. -De. manera que este astuto sacerdote. se ha aprovechado de estos días de protección divina -pudo al fin decir con el seño fruncido el 'perdidoso- sólo así se explica que me haya ganado, se puede decir milagrosamente, a mí que soy la primera mano del pueblo. -En consecuencia -dijo a su vez con voz tranquila y suave el padre Adeudato- ha terminado la. partida pro "chanchito de pascua ". Y, según las cuentas, el tal "asadito al horno" le corresponde pagar y preparar con sus respectivos adminículos de "bebestibles y comestibles" al señor don Agarnenón Moniealegre, dueño de casa. ¿Está usted conforme? Mientras esto decía lentamente el cura, don Agamenón había columbrado en su mente una idea estupenda que le puso un diabólico brillo en los ojos. Bajo el influjo de esta idea dijo así, cuando el sacerdote 'terminó de hablar... -Es cierto. Mi palabra es mi palabra. El día de pascua vamos a comer un "chanchito al horno". ¡Y les juro que va a estar muy rico! -Y sobre todo barato para nosotros tres ¿no? -córnenió el párroco con ingénuo alborozo-. Bueno, ahora me retiro a descansar un poco, porque estos días voy a tener mucho traba jo en la iglesia. Dicho esto, se despidió el padre Adeudafo y salió hacia la casa parroquial. Iban a seguirlo el juez y el maestro, pero el dueño de la casa, so pretexto de invitarles una nueva copita de mistela, los retuvo. Apenas quedaron los tres amigos, don Agamenón se despabiló de su gesto de incomodidad y frotándose las manos les habló así: LA KJESPPIA - 109 -Este cura inocente no sabe que el "chanchito al horno" que vamos a comer el domingo va a ser , nada menos, que el cerdo de pura sangre que ha comprado hace poco tiémpo. -¿Qué dice usted, don Agamerión? - preguntó intrigado el maestro. . -Lo verá usted tal como se lo digo. ¡Vamos a comernos el finísimó chancho del cura. -Pero, es que don Adeudato ha comprado ese animal para hacer raza . No creo que lo venda por todo el oro del mundo. ¡Y, con la afición que tiene a la crianza de porcinos!... ` -Le repito, maestro. Usted saboreará el riquísimo cerdito del cura. -Yo, querido don Agamenón, comparto la misma convicción del maestro - añadió él juez. Piensen como ustedes quieran. Lo único que les recuerdo es que pasado mañana es viernes santo. ¿Y?... interrogaron a dúo el juez y maestro. . :-Y, como ese día muere Cristo y esa noche nó hay Dios, pues, yo me aprovechará de la tradicional "Kjesppía". -¿Es decir que esa noche le robará usted el chanchito al cura? - siguió preguntando él maestro. -Ni más ni menos. Las costumbres son las costumbres. Hay que aprovecharlas. ¿Me entienden ahora? -Já, já, já!... -rieron los contertulios-. Usted es formidable, don Agamenón. Va a ser un "asadito" de chuparse los dedos.' -Lo único que les exijo es que me guarden el secreto. -!Se lo juramos, don.Agamenón! LA , KJESPPIA - 111 110 - KOLLASUYO --SV Mientras don Agamenón había retenido en su casa al-jtzéz-y al maestro para darles a conocer su plan de venganza y así desahogarse de la cólera que le causara su derrota, el párroco, al salir de esa casa. para dirigirse a su domicilio, se enconfro de zopetón, casi a la misma puerta del acaudalado, con su ahijado Marcos Arenas quien se disponía a quemar sus naves y entrevistar a don Agamenón, tal como se lo había. expresado momentos antes a Irenita, para pedirle la emano de su hija. Ese mismo propósito se lo comunicó al anciano. Oyóle el sacerdote con. la predilección e interés que siempre le había inspirado el mozo. Le conocía desde pequeño. El lo había adoctrinado y' preparado, en los lejanos días, para la primera comunión de la que también había sido su padrino. Desde evito rices apreciaba 'su buena índole. Había sido testigo del tesonero esfuerzo que Marquilos, desde cuando quedara huérfano y solo con su madre, había desplegado para trabajar y administrar su pequeño viñedo y dos huertas. Había presenciado y alentado su labor inteligente pára, mediante abonos científicos e injertos, mejorar extraordinariamente la calidad de sus frutales. En fin, sabía más que nadie que ese mozo poseía las mejores prendas de hombre de bien y que por tanto merecía un buen porvenir. En los últimos tiempos había sido también consejero, confidente, y paño de lágrimas del ahijado en sus cuitas de amor. Confesor a la vez de Irenita, conocía al mismo tiempo la profunda decisión afectiva de la muchacha por su galán. Y, él honradamente, consideraba que aquellos dos seres habían sido creados el uno para el otro. El también, dentro de su fuero apostólico, consideraba y deseaba que esos honrados jóvenes constituyeran un feliz y honesto hogar que con su ejemplaridad sirviera para norma moral. de tantas gentes de ese pueblo que habían preferido ayuntarse al, margen de los mandamientos de la ley de Dios. Pero su afán sincero de proteger ese idilio y conducirlo hacia el desenlace sacramental había zozobrado contra la roca inquebrantable del tremendo egoísmo y del práctico y materialista sentido financiero de don Agamenón Montealegre, el cual tenía resuelto , como en cualquiera de sus otros negocios casar a su hija con un joven de la ciudad, hijo único del propietario más rico después de él en la provincia, proyecto de boda que le permitiría reunir a su hija una fortuna inmensa, cosa que' constituía uno de los más ardiente sueños de su ambición. El padre de Irenita conocía' también los anhelos de Marcos y, porr mucho que reconociera, a más no poder, las cualidades del muchacho, no le tomó en serio al principio y lo desdeñó olímpicamente después, porque, a pesar de que el otro novio era nada más que un pintiparado sin hábitos de trabajo, su hacienda y su futura herencia eran el argumento decisivo para que fuera preferido. Muchas veces, el cura había tratado de inclinar muy diplomáticamente el criterio del hacendado en fa-. vor de Marcos, pero había fracasado ante el' alma fenicia de don Agamenón a quién le importaba un. ápice la felicidad de su hija con tal de lograr la duplicación de su riqueza. Al final de sus vanos afanes, el anciano sacerdote quedó convencido de que su amigo no sólo no vacilaría en vender el destinó de su hija sino que sería capaz de vender su propia alma al demonio por un puñado de oro. Con estos datos, fácil es deducir el 112 - KOLLASUYO J talante con qú^e recibió el buen párroco las confidencias del ahijado en tardes horas y semejante trance...___ -Padrino -terminó diciéndole el joven-, esta misma noche voy a entrar a pedir la mano de Irenita. -No, no, ahijado. Esta noche no le digas una sola palabra. Ni le mires siquiera. 1 -No puedo esperar. Se lo he prometido a ella. Necesito saber a qué atenerme. Me han dicho que para la pascua ha de llegar el novio que ha buscado su padre. Antes de eso quiero definir mi felicidad o rni desdicha. -Ven, Marquifos -díjole el buen anciano- y tomándole suave pero enérgicamente por el brazo le obligó a dar media vuelta y se lo llevó lentamente hacia la casa cural, mientras le hablaba así: -Estanoche será inútil cuanto pretendas hacer. Los "codillos" que acabo de darle le han puesto en un humor de los mil demonios. Figú_' rafe que acabo de ganarle un "chanchifo asado" para el domingo. Y eso le ha dejado hecho un energúmeno. ¡Qué más querría él' tenerte en este momento a su alcance ! Serías la víctima inocente de su cólera. -Pero, es que yo no puedo vivir un día más así, padrino. En lugar de vivir, yo agonizo. Mire usted padre. Si no me dejan casarme con Irenita, me voy a matar. Se lo juro. -(Qué estas diciendo, muchacho! -La verdad, padrino. 1 0 Irenita, o la muerte! -Solemne tontería harías con eso. Sobran en el mundo mujeres para un buen chico como tú- !Qué demontre! Si el viejo Montealegre prefiere casar a su hija con ese hijo de Manuel Pardo, LA KJESPPIA. - .113 déjalo, Ya se te presentarán quizá mejores muchachas. -Eso no, padre. ' Si ocurriera eso, Irenita tendrá que pasar sobre mi cadáver. Hasta la mataría a ella antes que despose con otro hombre. Usted sabe más que nadie que ella me quiere. Cómo podría yo dejar que sea desgraciada por mi falta de entereza. Por último -exclamó Marcos, cada vez más exaltado-, si en vida no podemos estar juntos lo lograremos en la muerte. Sí: Eso será tal vez lo mejor. ¡Nos mataremos los dos! -Válgate Dios, hijo mío! Desecha esas ideas del infierno. Hay por suerte muchos otros recursos, siempre mejores que la muerte', para disputarle al destino la felicidad que avaramente nos escatima. -¿Qué recursos, padrino? ¿Usted podría aconsejarme alguno? Sonrío primeramente el cura y luego puso un rostro grave y meditativo. Habían llegado a la puerta de la casa parroquial. El cura extendió en silencio su mano en actitud de despedida. Pero Marcos la tomó con fuerza entre las suyas y la retuvo con resolución firme de evitar la despedida. -Bueno hijo. Vete a dormir. La almohada es muy buena consejera. -No, padre. Usted tiene que indicarme el recurso. No me dejé así desesperado. - No tengo fuerzas para refrenar cualquier locura. El sacerdote tenía en ese momento algo que le bullía en el espíritu y que se vislumbraba en el rojo encendido de sus mejillas y en la agitada palpitación de su pecho. Un impulso de juvenil travesura le hacía entreabrir los labios y brillar la mirada. "Sí -pensaba para sus adentros¿Por que no? El hubiera hecho lo mismo si de esa 114 - KOLLASUYO ! guisa el amor lo hubiera perturbado en los años mozos. Porque l él también tenía su alma en su almario -y. ésta había sido sensitiva y vehemente para sus cariños. -Otra cosa fue, sin embargo, cuando la muchacha de sus caros sentimientos se murió en lo más luminoso y bello del prólogo de su idilio. Por eso él se había ido a refugiar desesperadarnente al seminario, a cumplir el voto solemne que hiciera a la bella moribunda: no amar a ninguna más en el mundo. En suma, el viejo constataba que, a su tiempo, él supo querer con las enirañas. Por eso, ahora, daba todos sus quilates a esa pasión que ardía así, en el alma de su ahijado. Inmerso en sus lejanos recuerdos, el anciano seguía mudo e inmóvil. Marcos, anheloso, esperaba el remedio. Impaciente ya, acabó por acicatear a sud confidente: -Padrino, dígame, pues, algo. Derne su remedio para: evitar que se lo pida a la muerte. Hijo: ! Sí. En eso estoy pensando. Pero no me atrevo. Al fin y al cabo soy un sacerdote. ! Qué se diría de rní, por Dios! Y calló nuevamente don Adeudato, como si hubiera logrado detenerse al borde mismo del prevaricato o del sacrilegio. -Padre. Entonces quiere decir que no hay en el rnúndo remedio para mi suerte. !Adiós padrino! Y que sea lo que el destino quiera. Sólo le pido que me eücomiende y me perdone por lo que haga en mi desesperación. Se iba a marchar el mozo con la cara sombría por la fuerza de sus fatales designios, cuando el cura lo atrajo a sí y, muy sigilosamente, le deslizó al oído: LA KJESPPIA - 115 -Que Dios me perdone. Pero no hay otro remedio... Escúchame. Todo sea por salvarte del infierno. ¿Sabes?... -¿Qué, padrino? -¿No has pensado en robártela? -!Padrino! ¿Ese sería su cónsejo? - demandó transfigurado por un. rayo de esperanza. -¿Y, no te has fijado que.pasado mañana es viernes santo? ¿Y que esa noche dicen las gentes de por acá que Nuestro Señor está muerto?... No pudo ni quiso decir más el viejo cura. Abrió la puerta de su casa y desapareció rápidamente por ella como si tratara de huir de algo tremendo. Se hubiera dicho que don Adeudato era en ese momento un arrapiezo que huía para esconderse, después de haber perpetrado una gravísima, travesura. Luminosa mañana del domingo de Pascua. Las intermitentes lloviznas de los días anteriores habían hecho esmerado aseo de las huerlas, de los viñedos circundantes, de los tejados de las casas del pueblo, para que en ese día de Resurrección el sol esmaltara el verde brillante de las plantas, el incitante pericardio de los frutos en sazón y el rojo limpio de las tejas. Las viñas, en las uvas blancas, semejaban gruesas cuentas de ámbar, o gigantescos herretes de amatistas, en las uvas negras. Desde muy temprano, las campanas de la iglesia, lanzadas a vuelo, repicaban sonoramente, anunciando la festividad. De las casas pueblerinas, de las huertas y fincas y de los villorios próximos se vaciaban, por 116 - KOLLASUYO . LÁ XiMPPIA - 117 li ^! las callejas, los carilinos , los senderos y los ataos, interminables • giupos de fieles que se dirigían a. la placita del pueblo, sobre cupo frente principal se l ábá la iglesia parroquial , dispuesta con esmero para la celebración de la misa de gloria. Pronto quedó colmada la iglesia con gen¡es aldeanas que lucían sus mejores trajes de fiesta. Cornenzó la misa y cuando el oficiante entonó el " Gloria in excelsis Deo", las voces del cantor y del órgano que contestaban quedaron apagadas por el estrépito de afuera . Eran los petardos y "camaretas " que estallaban en la plazuela. En el centro de ellas estaba ya dispuesto, en lo alto de un poste, un gran muñeco , hecho de papel y cohetes, que debía ser quemado a la sa• l.ida de los fieles después de la misa. Apenas estallaron. los primeros cohetes, casi todos los chiquillos que oían la misa junto a sus padres , indiferentes a las amonestaciones y aun a los elocuentes y categóricos " pellizcos" de sus parientes , , arran'!caron hacia Jafuera como bandada de chúcaros animalitos . Llegaron a la plaza y llenos de alborozó aclamaron las detonaciones. Terminada la ceremonia religiosa, el vecindario salió a la plaza y se congregó, lo más cerca que pudo, en torno del muñeco que simbolizaba al apóstol traidor. Todos estabar. afanosos para escuchar , como todos los años, la tradicional lectura del "Testamento de Judas". Curioso documento confeccionado por dos o tres vecinos que se distinguían por su gracejo y ma.l.cis. y conocían los defectos y particularidades de los vecinos que pudieran servir para hilvanar algunas bromas y chistes . Algunas veces estas bromas llegaban a convertirse en perversas alusiones. Se podía decir que el tal testamento era en el pueblo el único órgano escrito donde la expresión popular, encontraba a veces su desahogo. En él. se hacían, lo más sintéticamente posible, las críticas o pullas a los que, por uno u otro motivo, eran dignos de la censura popular. Aquella vez, el notario ad-hoc se incorporó, al pie de Judas y comenzó a leer a todo pulmnón, el documento. Después de varios conside-. randos y requilorios más o menos-jocosos siguió la distribución que,hacía el felón apóstol de lo que, se suponía, eran sus bienes, a diferentes personas y personajes del vecindario. Cuanto más popular era el aludido causaba más risas y alegría en el público. . -'Dejo mi mujer al Pampa-huankku- tenorio muy conocido en el pueblo- para que la enamore, si puede". Un coro de carcajadas y aplausos respondió a esta disposición, mientras tódos. miraban al aludido, un sujeto ya maduro, con los bigotes esmeradamente torcidos, el cabello teñido y que asomaba sobre su frente .y, debajo del ala de su sombrero, formando una onda hecha a base de gomina, un "roba corazón"..El individuo, al verse objeto de la alusión y de la retozona atención de sus conterráneos, irguió más su figura, -torció sus bigotes y miró de soslayo, como si pretendiera añadir mayor seducción a su terioriesca figura. Siguió el lector: , : . . -'Dejo las aguas del río al "Uchicho" para que se bañe siquiera una vez en su .vida,'con motivo de mi muerte" - la alusión -e a al más reacio al aseo y al más bohemio: de los vecinos. -Dejo mis treinta monedas a don Agamenón Montealegre para que las multiplique con su talento financiero". - la 'alusión al poderoso hacendado que ya conocemos era 'demasiado w en LA KJFSPPL4 - ll^ 11^ - KOLLASUYÓ eje peligrosa. El qúe m nos de los presentes tenía sus motivos para no irritar al hacendado. Eso explicó el silencio y. la !inquietud que causó esta pulla. El mismo que Leía comprendió que su audacia no contaba con el apoyo popular y, tratando' de disimular su crítica situación , se apresuró a seguir Leyendo otras disposiciones del testamento. El testamento fue escuchado entre risas y jaleos hasta el úlfi-no codicilo. A continuación se prendió fuego a Judas. Crepitó el muñeco con los miles de cohetes que encerraba, envolviéndose en humo y fuego. La chiquillería saltaba y gritaba en torno del ajusticiado que así merecía la tradicional vindicta del pueblo cristiano. , Entre tanto en la casa de don Agamenón se ultimaban 'los preparativos para la 'fiesta, en la. cual se serviría,. como "plato de fuerza", el chanchito al horno 'cuyo origen y objeto ya conocemos. Estaban allí reunidos los principales vecinos y amigos del dueño de casa. Este, lleno de secreto contentamiento revisaba los preparativos y repartía órdenes y advertencias a sus numerosos servidores. Al llegar el juez y el maestro cambiaron una significativa mirada con el propietario. Al aproximarse, díj ole el juez: -Y, dan Aga, ¿el chanchifo es, siempre, eL que nos decía? -Claro, pues. Yo cumplo mi palabra. -!Qué buena se la hecho usted al pobre sacerdote! - comentó. el juez en voz baja. --Esta es, panes, mi venganza de los codillos y de las —bolas- que me ha cortado ese cura "suertudo". A lo que el guntar: maestro se apresuró a pre- -.¿y, el cura, ya sabe . lo de la Kjesppía? -No debe saber., Porque de otra manera no hubiera estado tan risueño y entusiasta en la misa y en el sermón de esta mañana - absolvió don Agamenón. -,;Y cuándo le van a avisar? - siguió interrogando el maestro. -Después que saboree el asadito. -¿No se indigestará el pobre con la noticia? -Más me he indigestado yo con el rocambor -respondió rencoroso aún el acendado-. Luego, trocando su gesto con la más plena sonrisa exclamó: - ¡Ah, pero cómo me voy a reir del bienaventurado ese!, -¿Y, qué es de Irenita? -preguntó con atento comedimiento el juez-. La he buscado para presentarle mis respetos y no la veo; -Ah, esa chiquilla loca me ha hecho, desde ayer, una trastada. Pero no le hace. Estoy acostumbrado a sus simplezas. Como ha sabido que debe llegar hoy el novio que le tengo destinado, dice que se ha ido a una de las haciendas. Claro. Comprendo. Quiere hacerse la interesante, sobre todo ante el pretendiente. Eso es cosa de arreglar después de la fiesta. Por ahora, aquí me basto con mis compadres y pongos para atender a ustedes. ¡Qué.caray! No por esa caprichosa nos hemos de privar de celebrar una buena pascua. !Y a cosita del cura! ¿No les parece? . -Quién habla de Roma aquí se asoma - advirtió el maestro, al ver entrar én ese preciso momento al párroco que avanzó entre los convidados repartiendo saludos y apretones . de manos. rx^^uyati LA . KJESPPIA - 12i 120 - KOLLÁSUYÓ -Tata..I !Qué contento estás! - díjole el anfitrión, mientras pensaba para sí: "!Ahora mismo vas- a ver lo que te pasa!". -Tan c'óntento como tú, querido Agamenón -contestó el- sacerdote-. Se sirvieron los cocteles hechos de riquísimo licor de uva y con jugo de fragantes y dulces frutillas. Cuando Iodos tuvieron su respectiva copa en la mano, como es costumbre esperaron el brinclis del dueño de casa. Este aprovechó ese momento de silencio y de general expectación para decir: -Señores: antes de tomar este primer cóctel, quiero que el tata Adeudato nos haga una declaración formal. -La que gustes, querido Agamenón -respondió bonachonamenie el párroco-. -Sólo ;deseo que, aquí ante todos los que estamos reunidos en éste momento, declares que estás de acuerdo, que respetas y te sometes a las costumbres tradicionales de este pueblo. -!Cómo no he de someterme! Toda tradición es como una. ley sagrada que nos han impuesto los antepasados. ¿Estás satisfecho, Agamenón? -Sí. Pero, quiero que declares que, de entre todas nuestras tradiciones, estás especialmente.de acuerdo con la "kjesppía". -!Eh! -reaccionó el sacerdote, sorprendido por esas palabras que, por motivos muy especiales para él, tenían en ese momento un gravísimo significado. -¿Me has entendido, tata? -Sí. Mejor dicho, no todavía. Porque... -dijo vacilando, y no sin alarma, el anciano,. sin saber a dónde quería llevarle su amigo. 0 -Quiero decirte que si reconoces el derecho del que hubiera "kjesppiado" algo en la noche del viernes santo y que jamás -le disputarías su derecho de posesión. Ante estas palabras, el cura se dio cuenta de que no trataba de lo que él se temía. Al contrario, le pareció haber encontrado una ventana abierta hacia el cielo, precisamente en momentos en que el secreto que le acogotaba el alma había encontrado insospechadamente la más feliz circunstancia para su solución. Respiró, pues, con enorme satisfacción y dijo: -Y tú, Agamenón ; estás, por lo que te pudiera tocar, dispuesto a reconocer públicamente y en este mismo sitio, el derecho de la "kjesppía". -Claro que lo reconozco. Bajo mi palabra solemne. No faltaría más. ¿Y, tú? -Yo también -contestó solemnemente el cura de almas. -Entonces señores, a la salud de los "kjesppiadores"! - brindó gozoso el hacendado, levantando su copa. -Y, también, a la salud de los "kjesppiados" !, añadió el párroco. -! Salud ! -i Salud 1 Bebieron todos muy contentos . El trago era riquísimo y tal prólogo les anunciaba una fiesta espléndida. Hecho más estrecho. el círculo énire él. cura, el afincado y algunos amigos, Agamenón dijo al sacerdote en tono zumbón y como insistiendo en su secreto y burlona alegría: -¿Con qüe te' gusta la "kjesppía", eh? -Y tanto -contestó el párroco, que quería despacharse de algo que no tenía ya fuerzas =!3 A 122 - KOLLASUYQ para contener que i ahora mismo vas a saber por qué. i Dicho esto salió del salón y de la casa, apresúraclarhente , para estar de vuelta al cabo de algunos minutos conduciendo por. el brazo a Irenita y a Marcos. Al ver entrar a la pareja todos los invitados rebulleron' y acabaron por formar un gran círculo en el salón. El trance no era para menos. Todos sabían de los amores ocultos de los dos muchachos; sabían también de la testaruda desaprobación que el proyecto matrimonial merecía de ese padre orgulloso. De manera que esperaban toda una escena de violencia, provocada por. la audacia de los enamorados. El único que, sin perder la calma , acompañó a los mozos conduciéndolos hasta don Agamenón, fue el padre Adeudalo. Montealegre, al ver a su hija del brazo de Marcos, quedó; estupefacto, pero al instante una sorda cólera coréienzó a brillar en sus ojos. El movimiento que hizo al, tratar de expresar su repul, sión le hizo verter el contenido desu copa, que acabó por estrellarla iracundo contra el suelo,. -,Qué quiere decir ésto? -Cálmate, Agamenón. Sólo te pido que respetes la palabra que acabas de dar ante todos nosotros. -¿Qué palabra? - pudo contestar a] mesurado sacerdote-, conteniéndose por un verdadero milagro. -Lo de respetar y de no discutir el derecho "kjesppía". ¿No es verdad, señores? Todos asistieron, aunque azorados por lo que veían y creían estar soñando. -Bueno. ¿Y, de qué se trata?, - preguntó.todavía fuera de sí, el padre de Irenita. LA" MSPPiÁ - 123 -Ahijado. Tienes la palabra - luego, aproximándose más al aludido le deslizó al oído: "Tenías coraje para matarte. Ahora demuetra tu carácter para una cosa mejor . Anda . Agárrate ahora con el viejo . Verás que no es tan león co- mo lo pintan". El mozo , entre frases imprecisas y embarulladas al principio y luego ya sinceras , convintentes y llenas de juvenil calor, declaró que en el mundo no había para él otra cosa más grande que el amor que sentía por Irénita' y que ante la mala voluntad demostrada por el padre de su amada , él estaba dispuesto a hacer , cualquier cosa por realizar su anhelo de matrimonio . Con patéiicas palabras afirmó su propósito de matarse si no lo conseguía .' Y que, antes de acudir. a .tan trágico recurso, había tenido la oportuna idea de aprovechar la "kjesppía" para obligar a don Agamenón a legalizar su cariño . Que procediendo así, había raptado, a Irenita en la noche del viernes y que, ahora estaba allí para pedir al señor Montealegre que se resignara a lo que ya no tenía remedio y aprobara la inmediata boda., La apasionada . franqueza y la profunda verdad de cuanto dijo el mozo, que era corroborado con las elocuentes y' emocionadas actitudes y tiernas miradas de la muchacha, les ganaron la simpatía de todos. Hasta la cólera del padre fue vencida en parte por lo menos. Algunos de los vecinos , más generosos y dolidos de la situación de la pareja de tórtolos, se aproximaron a don Agarnenón para desarrriarlo y convencerlo con sus mejores razones. -¡Qué va , usted a hacer ya, don Agamenón! -Matrimonio y mortaja , del cielo baja, LA KJESPPIA - 125 124 - KOLLASUY F 1i -Si está j tan 1 a la vista lob mucho que se quieren, ¿para c ué l ^ cerlos desgraciados por una intransigencias -!Cómo! ¿Mi cerdo de pura raza? ¡Ese hermoso ejemplar que he mandado traer especialznente desde la Argentina!... ¡Alabado sea Diosl... -Está en sús1 manos la honra de su hija. Tiene usted que aceptar no más, sea lo que sea. En fin. Frases como esas y otras golpearon durante una buena media hora la terca estructura mental de aquel padre hasta ponerlo en situación de ceder, a pesar de su orgullo y de sus planes. El compungido lamento del -cura fue ahogado por alegres carcajadas y vítores. La resistencia del hacendado recibió el decisivo embate cuando Irenita, tierna, y emocionada, se refugió en sus brazos para pedirle llorando que fuera tolerante y comprensivo, siquiera en memoria de su pobre mamacita muerta. Un murmullo de aprobación y de viva complacencia acogió el paso de la muchacha. Acosado el padre no pudo menos que dulcificar su talante y, asumiendo,, de pronto, una cortés e hidalga actitud, extendió su mano al galán, el cual, en un rapto, de felicidad y gratitud, la besó. -Bueno. No puedo hacer otra cosa. Me han vencido todos ustedes reunidos. Todos aplaudieron la generosa decisión y con unánime espontaneidad levantaron sus copas para beber a la salud de la envidiable pareja. Cuando se hizo el, silencio, don Agamenón habló así: Adeudato. Me has ganado también esta partida. Estoy seguro que tú tienes que ver mucho en ésta travesura. Pero, ahora yo también te la tengo hecha. Y, por lo menos, ese es mi desquite. ¡Señores, el chanchifo al horno que ahora vamos a servirnos, lo he "kjesppiado" al faca! Nadie hubiera podido averiguar en aquel momento si la aflicción del sacerdote por su cerdo sacrificado era mayor que la satisfacción que sentía por haber sacado con bien los desesperados amores de su ahijado. Antonio Díaz Villamil (De "Tres félatos paceños". La Paz - 1945).