Kj esppía

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^í tiiLLARA(L, it J1O
100 - KOLLASUYO
l<0l\6 Sta „, . s^ ^a^ g oil=
era una debilias
suaves rogó al
dad y una cobardía. Con pala
sacerdot que se marchara, p ésto que él no creía
ig,1 . , iOH 12,1
convencional en aquellas horas
BIBLIOTECA ETNOLOGICA
da que confesar, no
en la otra\vida --y no tenía
sentía ning.un peso en su onciencia . Viví sierrpre en paz y.^quiero morí en paz; déjenme tranquilo en mis últimas horras, dijo con gran serenidad. Como le\llevaran/ el primer ejemplar de
ojos"/ fresco aún de tinta, que
"La niña
acababa de salir `de
COCHABAMBA - BOLIVIA
as prensas , tomó el libro y
ran ternura -era el último
lo acarició con una
con la misma ternura que
fruto de su espírit
N frutos de su carne- anacarició a sus hijo
les de morir.
íaz Vilramil, por su honestidad
Antonio
de hombre y dq escritor, oupará siempre un sinla historia de nuestra cultura, y
guiar puesto
su obra liferar, a, tanto en elcuenio , en la novela
como en sus
estudio dele
iezas de teatro , merece y espera un
Kj esppía
ido de la crítica.
Publ Vcamos de nuestro autor su cuento La
e forma parte de "Tres' relatos paceKjesppía,
\
el
que pinta sabrosameni e\la socarroños", y e
nería y el pícaro humor de las almas pieb]. erinas.
La Dirección
Aquel banquito de la plaza tenía su tradición. Sus gruesas, tablas, su respaldo de cedro,
sujetados contra los travesaños con toscos remaches de hierro de forja, estaban desgastados y pulidos por el constante uso.
La risueña placita provinciana tenía varios bancos, hasta media docena en cada uno de
sus cuatro costados . Pero, ninguno como este de
nuestro relato había gozado de la preferencia de
las parejas enamoradas a través de consecutivas
generaciones.
La predilección por el tal banquito provenía del hecho de estar situado en el ángulo me(nos transitado de la plaza y, además, de que las
dos. centenarias higueras que crecían a sus lados
habían tenido el previsor capricho de unir sus
ryf
LA KJESPPLA - 103
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verdes copas hasta formar un amplio dosel que
en la canícula proporcionaba fresca sombra al-si¡¡o y en las noches de luna llena velaba con discreta-penumbra el afán de quienes querían platicar y soñar al embrujo de las tibias noches del
valle. El simbolismo era ejemplar: dos árboles
que entretejían sus ramas para que a su vera los
amantes hi .ieran lo mismo con sus ilusiones y
esperanzas.
Por eso, en aquella noche lunada de otoño, la romántica tradición del banquito se renovaba con la presencia de Irenita Moniealegre y
de Marcos Arenas que, sentados muy juntitos, discurrían sobre su querer y ensoñaban el porvenir.
Los veinte años de Irenita estaban deliciosamente expresados. en su cuerpo lozano, en sus
ajos hermosos y rasgados, en su roja y fresca boca y en su ilusionado espíritu. Los veintiseis 'de
Marcos se acreditaban magníficamente en sus
proporciones viriles de hombre logrado, en su
gesto decidido y en su alma serena pero dispuesta a reñir con el destino para • defender su porvenir.
Ajenos al canto de los grillos que entre los
setos daban su serenata en la tibia noche valluna; ciegos para el milagro luminoso de las luciérnagas que con sus vuelos callados enjoyaban la
noche; indiferentes al aroma de los limoneros y
de los floripondios que saturaba la atmósfera
apasible, sólo escuchaban la voz de sus carazones embriagados de amor y, deslumbrados por la
luz de su felicidad.
-Ya ves, Irenita. Por cuanto tú me dices
y yo siento, y no puedo decírtelo tal como lo sien.éo, nos queremos tanto que este amor nos va a
dar la muerte si es que no le damos el cauce que
la vida impone.
REBERDIO~
Nw
-Eso mismo pienso yo, mi Marcos. ¿Pero,
acaso le encuentras remedio?
-Sí.: Lo he de encontrar esta misma noche.
-,;Y, cómo, Marcos de mi vida?
-De alguna manera. Esto no 'puede seguir así.
-Marcos. Si dependiera de nosotros, ya lo
habríamos arreglado. Pero, tú sabes que es mi
padre el que me ha prohibido que siquiera hable
contigo...
Pero yo hablaré con él. Y esta misma noche. Ya lo verás.
-¿Esta misma noche? Es preferible que
esperes un poco, Marcos. Las partidas de rocambor acaban muy tarde y, si para nuestro mal,
papá sale perdiendo, no sólo que se negará a tu
petición sino que desahogará en tí su mal humor.
-Pues, aunque tenga que esperar hasta
la madrugada, he de ver a tu padre y le pediré
fu mano.
- II A esas mismas horas en que la pareja enamorada, bajo el dosel de las higueras de la plaza, platicaba, amaba y sufría frente a las incertidumbres que amenazaban su dicha , en la más
grande y presuntuosa casa del pueblo, que también daba a la plaza , don Agamenón Monfealegre jugaba su consabida partida de rocambor con
sus amigos, cómodamente instalado en su salón,
bajo la luz de una lujosa lámpara de bronce que
pendía del cielo raso.
La luz amarillenta se proyectaba desde el
salón a la plaza' a través de dos ventanas enfaroladas que como dos inmensas pupilas miraban
al exterior por encima de las frondas del parque
que la luna bañaba suavemente.
LA' KJESPPIA - 105
104 - KOLLASUYÓ
Don Agaménón Montealegre había pasado del medio siglo. Alto y corpulento, cetrino de
piel, con gruesos y voluntariosos labios y los párpados protuberañtes que parecían querer comerse a sus ojillos, enrojecidos y brillañies de malicia y desconfianza. Era el prototipo del burgués
provinciano, enriquecido desde su primitiva posición de propietario medianamente acomodado
por el ahinco y constante trabajo de su consorte
que en gloria esté. Había llegado a ser el primer
propietario de la provincia. Su fortuna comprendía las ocho mejores haciendas del lugar y 'se
complementaba con gruesos depósitos. de dinero
en los bancos, amén de algunas propiedades urbanas de la ciudad que le producían magníficas
rentas.
Durante él. día no tenía más trabajo que
el de bajar a la "tienda" situada en la planta baja de la casa y'esperar allí sentado en su escritorio a que fueran cayendo en pos de auxilio pecuniario los vecinos y agricultores de la comarca.
Unos llegaban a venderle por adelantado la cosecha íntegra de sus viñedos para obtener una insignificante suma con que acudir al trabajo de
los reparos para defender sus menguadas tierras
de los furores hidráulicos del río. Otros le pignoraban la parcela, la huerta o la casita para conseguir algún dinero con qué hacer frente a prerniosas necesidades.' En fin todos acudían a la
tienda de don Agamenón como a un banco para efectuar diversas transacciones en las que el
rico burgués siempre salía beneficiado en una
proporción desmedida con las reducidas y disputadas concesiones económicas que hacía a los pobres campesinos.
El negocio de don Agamenón era "sobre
seguro", sin las inquietudes ni las incertidum-
ores de otras empresas. El no tenía más que esperar tranquilamente a que cayeran los clientes.
Títulos de propiedad, documentos saneados, prendas de oro, plata labrada, pagarés, todo a plena
satisfacción y gusto del opulento Montealegre,
quedaban en sus enormes "petacas" como la me=
jor garantía de sus operaciones.
Al atardecer, después de comer a la antigua, es decir antes de que cayera el sol, salía envuelto en su amplia capa española a darse unas
vueltas por la plaza, y lo hacía con tal orgullo
que parecía que paseaba en su huerto particular.
Allí no tardaban en acudir cumplida y dócilmente sus amigos y "manos" para el imprescindible
rocambor de la noche.
Después de dar vueltas, a guisa de digestión, presidiendo altivo el grupo de contertulios,
cuando cerraba ya la noche; retenía a los "manos" y despedía a los demás para dirigirse al salón a comenzar la partida. De esta circunstancia
se, aprovechaba inmediatamente su hija Irenita
para salir furtivamente a "pelar la pava" con su
adorado Marcos en el historiado banquito cobi-'
jado por las higueras gemelas.
- UI
Aquella noche de uno • de los días del mes
de abril, próximo a la pascua de Resurrección,
don Agamenón y sus tres amigos, cartas en mano y fichas al frente, jugaban sus basas de rocambor. '
Mala semana había transcurrido para el
opulento propietario en los lances del tresillo. Tóda su ciencia y sus más eficaces tretas no le habían valido contra la interminable suerte de su
amigo y rival en el arte de la baraja; el reposa-
11
106 - KOLLASUYO
LA KJESPPIA 107
do y apostólico cura del lugar, presbítero don
Adeudaio Paniagua.
Cuando no tenía que pagar al sacerdote,
en manidas y descoloridas fichas, un "juego sacado y ¡res matadores", era peor para él, porque el apacible tonsurado le daba un "codillo"
de rechupete y hasta, cuando las cosas iban más
fuerte, so permitía "cortarle una bola" con la misma unción con que estuviera poniendo los santos
óleos a un moribundo.
Entonces era de ver a don Agamenón. Se
ponía rojo de cólera. Soplaba y resoplaba mientras le caían de la frente gruesas gotas de sudor;
las únicas que aquel hombre podía verter en su
vida llena de comodidades y regalos. Y lo que
contribuía a agriarle mucho más el trance era la
frailuna parsimonia del cura' que recogía las Iichas cobradas y las apilaba ante sí tranquilamente, por colores sin inmutar el gesto, tal como
si estuviera ordenando en fila chicos del pueblo
ante el presbiterio para la primera comunión.
Esa era la séptima en que el vecino sufría
a reventar los codillos y los "roben oros" o por
lo menos las "puestas" que le propinaba invariablemente la mano sacerdotal. Los otros dos
compañeros de juego, el Juez y el Maestro de escuela, aunque en su inferior sentían que el alma
les retozaba de gusto por la adversa suerte del
riquísimo y orgulloso amigo, ponían al exterior,
esforzándose, una cara compungida y a cada
nuevo revés de don Agamenón lanzaban exclamaciones de pesar.
-¡Caramba, don Agamenón! No hay nada qué hacer. Está usted de perder, decía comedidamente el maestro de escuela.
-¡Mal en el juego, bien en amores! -añadía con servil elogio el juez.
la
..- En amores?. ¡Qué disparate! -respondía el aludido-. Ni que hubiera en toda la provincia una mujer como para mí!
-De dónde sabemos, don. Agamenón. A
lo mejor es usted un mátalas callando.
-!Déjese de sonseras, Maestro Ciruela! Y,
más bien, fíjese en su juego! Cuidado con fallar
a esa base. Mire que la estoy haciendo-yo- que
soy el primer contrista - respondía impaciente
el propietario. .
. . -Pues, vea usted lo que es la mala suerte,
don Agamenón. Por este caballo de `copas, sin
querer, tengo que quitarle la basa. ¡Caramba!
Usted perdone - respondía temeroso el maestro.
-¡Qué barbaridad! ¿Por qué no se "apeó"
usted de esa caria? ¡Así no se puede jugar! ¡Claro! ¡Si ustedes no me ayudan... !
-¡Me_ "saqué" el juego! Como es la última "vuelta", con el permiso de ustedes me voy
a llevar a la "viudita" - exclamó el cura, vaciando ante sí el platillo repleto de fichas que correspondía a la "viuda".
. El dueño de casa, soplando con fuerza el
viento de su tremendo disgusto, al fin pudo decir:
-¡No hay caso con este cura! Toda esta semana está de una suerte bárbara.
-Es que usted no se ha fijado, don Agamenón -exclamó con tono conciliador el juezque esta es, por fuerza, la semana especial del señor cura.
-¿Esta semana? ¿Y, por qué - demandó
siempre irritado. don Agamenón.
.-Claro, si estamos en la semana santa y,
cabalito, el padre Adeudaio ha comenzado a ga
nar desde el viernes de Dolores. Y me parece que
ha de seguir, porque estamos recién en miércoles
santo.
•
_
r . r_ ice?, 71-W
108 - KOLLASUYO
-!Deveras! Yo no me había dado cuenta - comentó el maestro.
-De. manera que este astuto sacerdote. se
ha aprovechado de estos días de protección divina -pudo al fin decir con el seño fruncido el
'perdidoso- sólo así se explica que me haya ganado, se puede decir milagrosamente, a mí que
soy la primera mano del pueblo.
-En consecuencia -dijo a su vez con voz
tranquila y suave el padre Adeudato- ha terminado la. partida pro "chanchito de pascua ". Y, según las cuentas, el tal "asadito al horno" le corresponde pagar y preparar con sus respectivos
adminículos de "bebestibles y comestibles" al
señor don Agarnenón Moniealegre, dueño de casa. ¿Está usted conforme?
Mientras esto decía lentamente el cura,
don Agamenón había columbrado en su mente
una idea estupenda que le puso un diabólico brillo en los ojos. Bajo el influjo de esta idea dijo
así, cuando el sacerdote 'terminó de hablar...
-Es cierto. Mi palabra es mi palabra. El
día de pascua vamos a comer un "chanchito al
horno". ¡Y les juro que va a estar muy rico!
-Y sobre todo barato para nosotros tres
¿no? -córnenió el párroco con ingénuo alborozo-. Bueno, ahora me retiro a descansar un poco, porque estos días voy a tener mucho traba
jo en la iglesia.
Dicho esto, se despidió el padre Adeudafo
y salió hacia la casa parroquial. Iban a seguirlo
el juez y el maestro, pero el dueño de la casa, so
pretexto de invitarles una nueva copita de mistela, los retuvo.
Apenas quedaron los tres amigos, don
Agamenón se despabiló de su gesto de incomodidad y frotándose las manos les habló así:
LA KJESPPIA - 109
-Este cura inocente no sabe que el "chanchito al horno" que vamos a comer el domingo
va a ser , nada menos, que el cerdo de pura sangre que ha comprado hace poco tiémpo.
-¿Qué dice usted, don Agamerión? - preguntó intrigado el maestro. .
-Lo verá usted tal como se lo digo. ¡Vamos a comernos el finísimó chancho del cura.
-Pero, es que don Adeudato ha comprado ese animal para hacer raza . No creo que lo
venda por todo el oro del mundo. ¡Y, con la afición que tiene a la crianza de porcinos!... `
-Le repito, maestro. Usted saboreará el riquísimo cerdito del cura.
-Yo, querido don Agamenón, comparto
la misma convicción del maestro - añadió él
juez.
Piensen como ustedes quieran. Lo único
que les recuerdo es que pasado mañana es viernes santo.
¿Y?... interrogaron a dúo el juez y
maestro.
. :-Y, como ese día muere Cristo y esa noche nó hay Dios, pues, yo me aprovechará de la
tradicional "Kjesppía".
-¿Es decir que esa noche le robará usted
el chanchito al cura? - siguió preguntando él
maestro.
-Ni más ni menos. Las costumbres son las
costumbres. Hay que aprovecharlas. ¿Me entienden ahora?
-Já, já, já!... -rieron los contertulios-.
Usted es formidable, don Agamenón. Va a ser un
"asadito" de chuparse los dedos.'
-Lo único que les exijo es que me guarden el secreto.
-!Se lo juramos, don.Agamenón!
LA , KJESPPIA - 111
110 - KOLLASUYO
--SV
Mientras don Agamenón había retenido
en su casa al-jtzéz-y al maestro para darles a conocer su plan de venganza y así desahogarse de
la cólera que le causara su derrota, el párroco,
al salir de esa casa. para dirigirse a su domicilio,
se enconfro de zopetón, casi a la misma puerta
del acaudalado, con su ahijado Marcos Arenas
quien se disponía a quemar sus naves y entrevistar a don Agamenón, tal como se lo había. expresado momentos antes a Irenita, para pedirle
la emano de su hija. Ese mismo propósito se lo comunicó al anciano.
Oyóle el sacerdote con. la predilección e interés que siempre le había inspirado el mozo. Le
conocía desde pequeño. El lo había adoctrinado
y' preparado, en los lejanos días, para la primera
comunión de la que también había sido su padrino. Desde evito rices apreciaba 'su buena índole.
Había sido testigo del tesonero esfuerzo que Marquilos, desde cuando quedara huérfano y solo
con su madre, había desplegado para trabajar y
administrar su pequeño viñedo y dos huertas. Había presenciado y alentado su labor inteligente
pára, mediante abonos científicos e injertos, mejorar extraordinariamente la calidad de sus frutales. En fin, sabía más que nadie que ese mozo
poseía las mejores prendas de hombre de bien
y que por tanto merecía un buen porvenir. En los
últimos tiempos había sido también consejero,
confidente, y paño de lágrimas del ahijado en
sus cuitas de amor. Confesor a la vez de Irenita,
conocía al mismo tiempo la profunda decisión
afectiva de la muchacha por su galán. Y, él honradamente, consideraba que aquellos dos seres
habían sido creados el uno para el otro. El
también, dentro de su fuero apostólico, consideraba y deseaba que esos honrados jóvenes constituyeran un feliz y honesto hogar que con su
ejemplaridad sirviera para norma moral. de tantas gentes de ese pueblo que habían preferido
ayuntarse al, margen de los mandamientos de la
ley de Dios. Pero su afán sincero de proteger ese
idilio y conducirlo hacia el desenlace sacramental había zozobrado contra la roca inquebrantable del tremendo egoísmo y del práctico y materialista sentido financiero de don Agamenón
Montealegre, el cual tenía resuelto , como en cualquiera de sus otros negocios casar a su hija con
un joven de la ciudad, hijo único del propietario
más rico después de él en la provincia, proyecto
de boda que le permitiría reunir a su hija una
fortuna inmensa, cosa que' constituía uno de los
más ardiente sueños de su ambición. El padre de
Irenita conocía' también los anhelos de Marcos y,
porr mucho que reconociera, a más no poder, las
cualidades del muchacho, no le tomó en serio al
principio y lo desdeñó olímpicamente después,
porque, a pesar de que el otro novio era nada
más que un pintiparado sin hábitos de trabajo,
su hacienda y su futura herencia eran el argumento decisivo para que fuera preferido. Muchas
veces, el cura había tratado de inclinar muy diplomáticamente el criterio del hacendado en fa-.
vor de Marcos, pero había fracasado ante el' alma fenicia de don Agamenón a quién le importaba un. ápice la felicidad de su hija con tal de lograr la duplicación de su riqueza. Al final de sus
vanos afanes, el anciano sacerdote quedó convencido de que su amigo no sólo no vacilaría en
vender el destinó de su hija sino que sería capaz
de vender su propia alma al demonio por un puñado de oro. Con estos datos, fácil es deducir el
112 - KOLLASUYO J
talante con qú^e recibió el buen párroco las confidencias del ahijado en tardes horas y semejante
trance...___
-Padrino -terminó diciéndole el joven-, esta misma noche voy a entrar a pedir la
mano de Irenita.
-No, no, ahijado. Esta noche no le digas
una sola palabra. Ni le mires siquiera. 1
-No puedo esperar. Se lo he prometido a
ella. Necesito saber a qué atenerme. Me han dicho que para la pascua ha de llegar el novio que
ha buscado su padre. Antes de eso quiero definir
mi felicidad o rni desdicha.
-Ven, Marquifos -díjole el buen anciano- y tomándole suave pero enérgicamente por
el brazo le obligó a dar media vuelta y se lo llevó lentamente hacia la casa cural, mientras le hablaba así:
-Estanoche será inútil cuanto pretendas
hacer. Los "codillos" que acabo de darle le han
puesto en un humor de los mil demonios. Figú_'
rafe que acabo de ganarle un "chanchifo asado"
para el domingo. Y eso le ha dejado hecho un
energúmeno. ¡Qué más querría él' tenerte en este
momento a su alcance ! Serías la víctima inocente
de su cólera.
-Pero, es que yo no puedo vivir un día
más así, padrino. En lugar de vivir, yo agonizo.
Mire usted padre. Si no me dejan casarme con
Irenita, me voy a matar. Se lo juro.
-(Qué estas diciendo, muchacho!
-La verdad, padrino. 1 0 Irenita, o la
muerte!
-Solemne tontería harías con eso. Sobran
en el mundo mujeres para un buen chico como
tú- !Qué demontre! Si el viejo Montealegre prefiere casar a su hija con ese hijo de Manuel Pardo,
LA KJESPPIA. - .113
déjalo, Ya se te presentarán quizá mejores muchachas.
-Eso no, padre. ' Si ocurriera eso, Irenita
tendrá que pasar sobre mi cadáver. Hasta la mataría a ella antes que despose con otro hombre.
Usted sabe más que nadie que ella me quiere. Cómo podría yo dejar que sea desgraciada por mi
falta de entereza. Por último -exclamó Marcos,
cada vez más exaltado-, si en vida no podemos
estar juntos lo lograremos en la muerte. Sí: Eso
será tal vez lo mejor. ¡Nos mataremos los dos!
-Válgate Dios, hijo mío! Desecha esas
ideas del infierno. Hay por suerte muchos otros
recursos, siempre mejores que la muerte', para
disputarle al destino la felicidad que avaramente nos escatima.
-¿Qué recursos, padrino? ¿Usted podría
aconsejarme alguno?
Sonrío primeramente el cura y luego puso
un rostro grave y meditativo.
Habían llegado a la puerta de la casa parroquial. El cura extendió en silencio su mano en
actitud de despedida. Pero Marcos la tomó con
fuerza entre las suyas y la retuvo con resolución
firme de evitar la despedida.
-Bueno hijo. Vete a dormir. La almohada
es muy buena consejera.
-No, padre. Usted tiene que indicarme el
recurso. No me dejé así desesperado. - No tengo
fuerzas para refrenar cualquier locura.
El sacerdote tenía en ese momento algo
que le bullía en el espíritu y que se vislumbraba
en el rojo encendido de sus mejillas y en la agitada palpitación de su pecho. Un impulso de juvenil travesura le hacía entreabrir los labios y brillar la mirada. "Sí -pensaba para sus adentros¿Por que no? El hubiera hecho lo mismo si de esa
114 - KOLLASUYO !
guisa el amor lo hubiera perturbado en los años
mozos. Porque l él también tenía su alma en su
almario -y. ésta había sido sensitiva y vehemente
para sus cariños. -Otra cosa fue, sin embargo,
cuando la muchacha de sus caros sentimientos se
murió en lo más luminoso y bello del prólogo de
su idilio. Por eso él se había ido a refugiar desesperadarnente al seminario, a cumplir el voto solemne que hiciera a la bella moribunda: no amar
a ninguna más en el mundo. En suma, el viejo
constataba que, a su tiempo, él supo querer con
las enirañas. Por eso, ahora, daba todos sus quilates a esa pasión que ardía así, en el alma de su
ahijado.
Inmerso en sus lejanos recuerdos, el anciano seguía mudo e inmóvil. Marcos, anheloso,
esperaba el remedio. Impaciente ya, acabó por
acicatear a sud confidente:
-Padrino, dígame, pues, algo. Derne su
remedio para: evitar que se lo pida a la muerte.
Hijo: ! Sí. En eso estoy pensando. Pero
no me atrevo. Al fin y al cabo soy un sacerdote.
! Qué se diría de rní, por Dios!
Y calló nuevamente don Adeudato, como
si hubiera logrado detenerse al borde mismo del
prevaricato o del sacrilegio.
-Padre. Entonces quiere decir que no hay
en el rnúndo remedio para mi suerte. !Adiós padrino! Y que sea lo que el destino quiera. Sólo le
pido que me eücomiende y me perdone por lo
que haga en mi desesperación.
Se iba a marchar el mozo con la cara sombría por la fuerza de sus fatales designios, cuando el cura lo atrajo a sí y, muy sigilosamente, le
deslizó al oído:
LA KJESPPIA - 115
-Que Dios me perdone. Pero no hay otro
remedio... Escúchame. Todo sea por salvarte del
infierno. ¿Sabes?...
-¿Qué, padrino?
-¿No has pensado en robártela?
-!Padrino! ¿Ese sería su cónsejo? - demandó transfigurado por un. rayo de esperanza.
-¿Y, no te has fijado que.pasado mañana
es viernes santo? ¿Y que esa noche dicen las gentes de por acá que Nuestro Señor está muerto?...
No pudo ni quiso decir más el viejo cura.
Abrió la puerta de su casa y desapareció rápidamente por ella como si tratara de huir de algo
tremendo. Se hubiera dicho que don Adeudato
era en ese momento un arrapiezo que huía para
esconderse, después de haber perpetrado una
gravísima, travesura.
Luminosa mañana del domingo de Pascua.
Las intermitentes lloviznas de los días anteriores habían hecho esmerado aseo de las huerlas, de los viñedos circundantes, de los tejados de
las casas del pueblo, para que en ese día de Resurrección el sol esmaltara el verde brillante de
las plantas, el incitante pericardio de los frutos
en sazón y el rojo limpio de las tejas. Las viñas,
en las uvas blancas, semejaban gruesas cuentas
de ámbar, o gigantescos herretes de amatistas,
en las uvas negras.
Desde muy temprano, las campanas de la
iglesia, lanzadas a vuelo, repicaban sonoramente, anunciando la festividad.
De las casas pueblerinas, de las huertas y
fincas y de los villorios próximos se vaciaban, por
116 - KOLLASUYO .
LÁ XiMPPIA - 117
li ^!
las callejas, los carilinos , los senderos y los ataos, interminables • giupos de fieles que se dirigían
a. la placita del pueblo, sobre cupo frente principal se l ábá la iglesia parroquial , dispuesta con
esmero para la celebración de la misa de gloria.
Pronto quedó colmada la iglesia con gen¡es aldeanas que lucían sus mejores trajes de
fiesta. Cornenzó la misa y cuando el oficiante entonó el " Gloria in excelsis Deo", las voces del cantor y del órgano que contestaban quedaron apagadas por el estrépito de afuera . Eran los petardos y "camaretas " que estallaban en la plazuela. En el centro de ellas estaba ya dispuesto, en
lo alto de un poste, un gran muñeco , hecho de
papel y cohetes, que debía ser quemado a la sa• l.ida de los fieles después de la misa.
Apenas estallaron. los primeros cohetes, casi todos los chiquillos que oían la misa junto a
sus padres , indiferentes a las amonestaciones y
aun a los elocuentes y categóricos " pellizcos" de
sus parientes , , arran'!caron hacia Jafuera como bandada de chúcaros animalitos . Llegaron a la plaza y llenos de alborozó aclamaron las detonaciones.
Terminada la ceremonia religiosa, el vecindario salió a la plaza y se congregó, lo más
cerca que pudo, en torno del muñeco que simbolizaba al apóstol traidor. Todos estabar. afanosos para escuchar , como todos los años, la tradicional lectura del "Testamento de Judas". Curioso documento confeccionado por dos o tres vecinos que se distinguían por su gracejo y ma.l.cis. y
conocían los defectos y particularidades de los
vecinos que pudieran servir para hilvanar algunas bromas y chistes . Algunas veces estas bromas llegaban a convertirse en perversas alusiones. Se podía decir que el tal testamento era en
el pueblo el único órgano escrito donde la expresión popular, encontraba a veces su desahogo. En
él. se hacían, lo más sintéticamente posible, las
críticas o pullas a los que, por uno u otro motivo,
eran dignos de la censura popular.
Aquella vez, el notario ad-hoc se incorporó, al pie de Judas y comenzó a leer a todo pulmnón, el documento. Después de varios conside-.
randos y requilorios más o menos-jocosos siguió
la distribución que,hacía el felón apóstol de lo
que, se suponía, eran sus bienes, a diferentes personas y personajes del vecindario. Cuanto más
popular era el aludido causaba más risas y alegría en el público. .
-'Dejo mi mujer al Pampa-huankku- tenorio muy conocido en el pueblo- para que la
enamore, si puede".
Un coro de carcajadas y aplausos respondió a esta disposición, mientras tódos. miraban al
aludido, un sujeto ya maduro, con los bigotes esmeradamente torcidos, el cabello teñido y que
asomaba sobre su frente .y, debajo del ala de su
sombrero, formando una onda hecha a base de
gomina, un "roba corazón"..El individuo, al verse objeto de la alusión y de la retozona atención
de sus conterráneos, irguió más su figura, -torció
sus bigotes y miró de soslayo, como si pretendiera añadir mayor seducción a su terioriesca figura.
Siguió el lector: , : . .
-'Dejo las aguas del río al "Uchicho" para que se bañe siquiera una vez en su .vida,'con
motivo de mi muerte" - la alusión -e a al más
reacio al aseo y al más bohemio: de los vecinos.
-Dejo mis treinta monedas a don Agamenón Montealegre para que las multiplique con
su talento financiero". - la 'alusión al poderoso
hacendado que ya conocemos era 'demasiado
w
en
LA KJFSPPL4 - ll^
11^ - KOLLASUYÓ eje
peligrosa. El qúe m nos de los presentes tenía sus
motivos para no irritar al hacendado. Eso explicó el silencio y. la !inquietud que causó esta pulla. El mismo que Leía comprendió que su audacia no contaba con el apoyo popular y, tratando'
de disimular su crítica situación , se apresuró a seguir Leyendo otras disposiciones del testamento.
El testamento fue escuchado entre risas y
jaleos hasta el úlfi-no codicilo. A continuación se
prendió fuego a Judas. Crepitó el muñeco con los
miles de cohetes que encerraba, envolviéndose en
humo y fuego. La chiquillería saltaba y gritaba
en torno del ajusticiado que así merecía la tradicional vindicta del pueblo cristiano. ,
Entre tanto en la casa de don Agamenón
se ultimaban 'los preparativos para la 'fiesta, en
la. cual se serviría,. como "plato de fuerza", el
chanchito al horno 'cuyo origen y objeto ya conocemos.
Estaban allí reunidos los principales vecinos y amigos del dueño de casa. Este, lleno de
secreto contentamiento revisaba los preparativos
y repartía órdenes y advertencias a sus numerosos servidores.
Al llegar el juez y el maestro cambiaron
una significativa mirada con el propietario. Al
aproximarse, díj ole el juez:
-Y, dan Aga, ¿el chanchifo es, siempre,
eL que nos decía?
-Claro, pues. Yo cumplo mi palabra.
-!Qué buena se la hecho usted al pobre
sacerdote! - comentó. el juez en voz baja.
--Esta es, panes, mi venganza de los codillos y de las —bolas- que me ha cortado ese cura
"suertudo".
A lo que el
guntar:
maestro se apresuró a pre-
-.¿y, el cura, ya sabe . lo de la Kjesppía?
-No debe saber., Porque de otra manera
no hubiera estado tan risueño y entusiasta en la
misa y en el sermón de esta mañana - absolvió
don Agamenón.
-,;Y cuándo le van a avisar? - siguió interrogando el maestro.
-Después que saboree el asadito.
-¿No se indigestará el pobre con la noticia?
-Más me he indigestado yo con el rocambor -respondió rencoroso aún el acendado-.
Luego, trocando su gesto con la más plena sonrisa exclamó: - ¡Ah, pero cómo me voy a reir del
bienaventurado ese!,
-¿Y, qué es de Irenita? -preguntó con
atento comedimiento el juez-. La he buscado
para presentarle mis respetos y no la veo;
-Ah, esa chiquilla loca me ha hecho, desde ayer, una trastada. Pero no le hace. Estoy
acostumbrado a sus simplezas. Como ha sabido
que debe llegar hoy el novio que le tengo destinado, dice que se ha ido a una de las haciendas.
Claro. Comprendo. Quiere hacerse la interesante,
sobre todo ante el pretendiente. Eso es cosa de
arreglar después de la fiesta. Por ahora, aquí me
basto con mis compadres y pongos para atender
a ustedes. ¡Qué.caray! No por esa caprichosa nos
hemos de privar de celebrar una buena pascua.
!Y a cosita del cura! ¿No les parece? .
-Quién habla de Roma aquí se asoma
- advirtió el maestro, al ver entrar én ese preciso momento al párroco que avanzó entre los
convidados repartiendo saludos y apretones . de
manos.
rx^^uyati
LA . KJESPPIA - 12i
120 - KOLLÁSUYÓ
-Tata..I !Qué contento estás! - díjole el
anfitrión, mientras pensaba para sí: "!Ahora
mismo vas- a ver lo que te pasa!".
-Tan c'óntento como tú, querido Agamenón -contestó el- sacerdote-. Se sirvieron los cocteles hechos de riquísimo licor de uva y con jugo de fragantes y dulces frutillas.
Cuando Iodos tuvieron su respectiva copa
en la mano, como es costumbre esperaron el brinclis del dueño de casa. Este aprovechó ese momento de silencio y de general expectación para
decir:
-Señores: antes de tomar este primer cóctel, quiero que el tata Adeudato nos haga una
declaración formal.
-La que gustes, querido Agamenón -respondió bonachonamenie el párroco-.
-Sólo ;deseo que, aquí ante todos los que
estamos reunidos en éste momento, declares que
estás de acuerdo, que respetas y te sometes a las
costumbres tradicionales de este pueblo.
-!Cómo no he de someterme! Toda tradición es como una. ley sagrada que nos han impuesto los antepasados. ¿Estás satisfecho, Agamenón?
-Sí. Pero, quiero que declares que, de entre todas nuestras tradiciones, estás especialmente.de acuerdo con la "kjesppía".
-!Eh! -reaccionó el sacerdote, sorprendido por esas palabras que, por motivos muy especiales para él, tenían en ese momento un gravísimo significado.
-¿Me has entendido, tata?
-Sí. Mejor dicho, no todavía. Porque...
-dijo vacilando, y no sin alarma, el anciano,. sin
saber a dónde quería llevarle su amigo.
0
-Quiero decirte que si reconoces el derecho del que hubiera "kjesppiado" algo en la noche del viernes santo y que jamás -le disputarías
su derecho de posesión.
Ante estas palabras, el cura se dio cuenta
de que no trataba de lo que él se temía. Al contrario, le pareció haber encontrado una ventana
abierta hacia el cielo, precisamente en momentos
en que el secreto que le acogotaba el alma había encontrado insospechadamente la más feliz
circunstancia para su solución. Respiró, pues, con
enorme satisfacción y dijo:
-Y tú, Agamenón ; estás, por lo que te pudiera tocar, dispuesto a reconocer públicamente
y en este mismo sitio, el derecho de la "kjesppía".
-Claro que lo reconozco. Bajo mi palabra
solemne. No faltaría más. ¿Y, tú?
-Yo también -contestó solemnemente el
cura de almas.
-Entonces señores, a la salud de los
"kjesppiadores"! - brindó gozoso el hacendado,
levantando su copa.
-Y, también, a la salud de los "kjesppiados" !, añadió el párroco.
-! Salud !
-i Salud 1
Bebieron todos muy contentos . El trago
era riquísimo y tal prólogo les anunciaba una
fiesta espléndida.
Hecho más estrecho. el círculo énire él. cura, el afincado y algunos amigos, Agamenón dijo al sacerdote en tono zumbón y como insistiendo en su secreto y burlona alegría:
-¿Con qüe te' gusta la "kjesppía", eh?
-Y tanto -contestó el párroco, que quería despacharse de algo que no tenía ya fuerzas
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A
122 - KOLLASUYQ
para contener que i ahora mismo vas a saber
por qué. i
Dicho esto salió del salón y de la casa,
apresúraclarhente , para estar de vuelta al cabo
de algunos minutos conduciendo por. el brazo a
Irenita y a Marcos.
Al ver entrar a la pareja todos los invitados rebulleron' y acabaron por formar un gran
círculo en el salón. El trance no era para menos.
Todos sabían de los amores ocultos de los dos
muchachos; sabían también de la testaruda desaprobación que el proyecto matrimonial merecía de ese padre orgulloso. De manera que esperaban toda una escena de violencia, provocada
por. la audacia de los enamorados. El único que,
sin perder la calma , acompañó a los mozos conduciéndolos hasta don Agamenón, fue el padre
Adeudalo.
Montealegre, al ver a su hija del brazo de
Marcos, quedó; estupefacto, pero al instante una
sorda cólera coréienzó a brillar en sus ojos. El movimiento que hizo al, tratar de expresar su repul,
sión le hizo verter el contenido desu copa, que
acabó por estrellarla iracundo contra el suelo,.
-,Qué quiere decir ésto?
-Cálmate, Agamenón. Sólo te pido que
respetes la palabra que acabas de dar ante todos
nosotros.
-¿Qué palabra? - pudo contestar a] mesurado sacerdote-, conteniéndose por un verdadero milagro.
-Lo de respetar y de no discutir el derecho "kjesppía". ¿No es verdad, señores?
Todos asistieron, aunque azorados por lo
que veían y creían estar soñando.
-Bueno. ¿Y, de qué se trata?, - preguntó.todavía fuera de sí, el padre de Irenita.
LA" MSPPiÁ - 123
-Ahijado. Tienes la palabra - luego,
aproximándose más al aludido le deslizó al oído:
"Tenías coraje para matarte. Ahora demuetra tu
carácter para una cosa mejor . Anda . Agárrate
ahora con el viejo . Verás que no es tan león co-
mo lo pintan".
El mozo , entre frases imprecisas y embarulladas al principio y luego ya sinceras , convintentes y llenas de juvenil calor, declaró que en
el mundo no había para él otra cosa más grande
que el amor que sentía por Irénita' y que ante
la mala voluntad demostrada por el padre de su
amada , él estaba dispuesto a hacer , cualquier cosa por realizar su anhelo de matrimonio . Con patéiicas palabras afirmó su propósito de matarse
si no lo conseguía .' Y que, antes de acudir. a .tan
trágico recurso, había tenido la oportuna idea de
aprovechar la "kjesppía" para obligar a don Agamenón a legalizar su cariño . Que procediendo así,
había raptado, a Irenita en la noche del viernes y
que, ahora estaba allí para pedir al señor Montealegre que se resignara a lo que ya no tenía
remedio y aprobara la inmediata boda.,
La apasionada . franqueza y la profunda
verdad de cuanto dijo el mozo, que era corroborado con las elocuentes y' emocionadas actitudes
y tiernas miradas de la muchacha, les ganaron
la simpatía de todos. Hasta la cólera del padre
fue vencida en parte por lo menos.
Algunos de los vecinos , más generosos y
dolidos de la situación de la pareja de tórtolos,
se aproximaron a don Agarnenón para desarrriarlo y convencerlo con sus mejores razones.
-¡Qué va , usted a hacer ya, don Agamenón!
-Matrimonio y mortaja , del cielo baja,
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124 - KOLLASUY
F
1i
-Si está j tan 1 a la vista lob mucho que se
quieren, ¿para c ué l ^ cerlos desgraciados por una
intransigencias
-!Cómo! ¿Mi cerdo de pura raza? ¡Ese hermoso ejemplar que he mandado traer especialznente desde la Argentina!... ¡Alabado sea Diosl...
-Está en sús1 manos la honra de su hija.
Tiene usted que aceptar no más, sea lo que sea.
En fin. Frases como esas y otras golpearon
durante una buena media hora la terca estructura mental de aquel padre hasta ponerlo en situación de ceder, a pesar de su orgullo y de sus
planes.
El compungido lamento del -cura fue ahogado por alegres carcajadas y vítores.
La resistencia del hacendado recibió el decisivo embate cuando Irenita, tierna, y emocionada, se refugió en sus brazos para pedirle llorando que fuera tolerante y comprensivo, siquiera en
memoria de su pobre mamacita muerta.
Un murmullo de aprobación y de viva
complacencia acogió el paso de la muchacha.
Acosado el padre no pudo menos que dulcificar su talante y, asumiendo,, de pronto, una
cortés e hidalga actitud, extendió su mano al galán, el cual, en un rapto, de felicidad y gratitud,
la besó.
-Bueno. No puedo hacer otra cosa. Me
han vencido todos ustedes reunidos.
Todos aplaudieron la generosa decisión y
con unánime espontaneidad levantaron sus copas para beber a la salud de la envidiable pareja.
Cuando se hizo el, silencio, don Agamenón
habló así:
Adeudato. Me has ganado también esta partida. Estoy seguro que tú tienes que ver mucho en ésta travesura. Pero, ahora yo también te
la tengo hecha. Y, por lo menos, ese es mi desquite. ¡Señores, el chanchifo al horno que ahora
vamos a servirnos, lo he "kjesppiado" al faca!
Nadie hubiera podido averiguar en aquel
momento si la aflicción del sacerdote por su cerdo sacrificado era mayor que la satisfacción que
sentía por haber sacado con bien los desesperados amores de su ahijado.
Antonio Díaz Villamil
(De "Tres félatos paceños".
La Paz - 1945).
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