Una historia siniestra

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Del 12 al 26 de abril de 2006 // Diagonal
ESPECIAL // 13
EL FIN DEL PLAN ATÓMICO. Carrero Blanco y Henry Kissinger llegaron
a mantener entrevistas sobre el plan atómico español. Tras la muerte del dictador, Jimmy Carter insistió en detener el plan, en 1981
las instalaciones pasaron a ser vigiladas por la OIEA y ya en 1987
el Gobierno de González firmó el Tratado de No Proliferación.
LA BOMBA ATÓMICA ESPAÑOLA. Durante años Franco soñó con la idea de
una España nuclear. El accidente de un avión norteamericano con cuatro
bombas de Hidrógeno en 1966 en Palomares (Almería), dio a la Junta
de Energía Nuclear (JEN) las claves para fabricar la bomba. Y ya en
1971 se pensó incluso en realizar pruebas nucleares en el Sahara.
Latuff
LA CARRERA DE ARMAMENTOS //
Una historia
siniestra
La proliferación atómica durante la Guerra Fría marcó
la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces, las
propuestas para el desarme no han sido respetadas.
Pere Ortega*
l 6 de agosto de 1945 empezó una larga pesadilla que
llega hasta nuestros días y
ensombrece el futuro de la
humanidad: la posibilidad de que
una guerra nuclear acabe, si no con
toda, con buena parte de la vida en la
Tierra. Ese día EE UU lanzaba sobre
Hiroshima la primera bomba atómica, con una potencia de 15 kilotones,
que acabó con la vida de 110.000 personas. Tan sólo cuatro años después,
la URSS hizo explosionar en Kazajistán su primera bomba atómica.
Empezaba la Guerra Fría y otros estados se iban sumando al club de las
potencias nucleares: Reino Unido
E
El 6 de agosto de 1945
empezó una larga
pesadilla que
ensombrece el futuro
de la humanidad
(1952), Francia (1960), China (1964).
Esos estados, además, desde una situación de privilegio, con un asiento
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, gobernaban la política mundial. Y al poco, empezaron a
preocuparse por la aspiración de
otros estados de conseguir la “bomba”, por la llamada “proliferación nu-
clear”. Cierto es que el resto de la
Comunidad Internacional también
estaba horrorizada ante la posibilidad de una guerra nuclear entre los
dos bloques militares, y empezaron
los esfuerzos que condujeron el 12
de junio de 1968 a la firma del
Tratado de No Proliferación de armas nucleares (TNP). Y para su control, se creó la Oficina Internacional
de Energía Atómica (OIEA). Pero el
tratado nacía discapacitado: las cinco potencias nucleares tenían derecho a mantener sus arsenales,
mientras el resto de los firmantes se
comprometían a no tenerlos.
Si bien era importante administrar
medidas que impidieran la proliferación, también lo era, y aquí aparece
la principal objeción, que el TNP
aceptaba el doble rasero moral de
otorgar un derecho a unos mientras
se lo negaba a otros. Esa situación no
impulsaba al optimismo, sobre todo
porque pocos años después, las dos
principales potencias ayudaron a
conseguirla a otros Estados no firmantes del TNP: la URSS lo hizo con
la India (1998); EE UU con Israel y
Pakistán (1998); y en 2003 se anunció que Corea del Norte, con la ayuda
de China, también poseía la bomba.
Además, en 1990 los arsenales alcanzaban la cifra de 50.000 ojivas nucleares con una potencia de 20.000
megatones, lo que equivale a un millón y medio de veces la bomba arrojada sobre Hiroshima y con capacidad de arrasar 15 veces el planeta.
El riesgo de las bombas nucleares
no sólo estriba en el propio artefacto,
sino también en tener la capacidad
tecnológica de arrojarlas contra enemigos situados a miles de kilómetros,
y por tanto de disponer de bombarderos o misiles capaces de transportarlas. Y ahí empezó otra carrera armamentista a la que se sumaron
muchos países, pues poseer un misil
o avión con esa capacidad otorga una
ventaja estratégica. Otro peligro eran
las pruebas nucleares que preocupaban al resto de la comunidad internacional. Ambas cosas condujeron a un
sinfín de acuerdos de reducción de
sistemas balísticos, de moratorias de
pruebas nucleares, de zonas libres
de armas atómicas. El más significativo surgió al final de la Guerra Fría:
los acuerdos START I y II (1991-93)
firmados entre Bush padre y Gorbachov, luego Yeltsin, que reducían los
arsenales nucleares de ambas potencias entre 3.000 y 3.500 ojivas,
lejos de las 45.000 que habían llegado a poseer. Estos acuerdos tuvieron continuidad en mayo de
2004 entre Bush hijo y Putin, que
anunciaron la reducción a 1.700 y
2.200 las ojivas por bando.
Esperanza de un desarme nuclear
total que, a tenor de los hechos más
recientes, se ha convertido en una
imposible utopía. Sobre todo si nos
remitimos a cómo ha evolucionado
el panorama estratégico mundial. La
responsabilidad es primero de
EE UU como primera potencia militar, pues puso en marcha varios
programas militares estratégicos:
reanudó el programa del escudo antimisiles con la pretensión de convertir su territorio en invulnerable; anuló el tratado ABM de 1972, que impedía el despliegue de defensas antimisiles; se retractó del acuerdo de abolición de pruebas nucleares (CTBT);
puso en marcha un programa de satélites militares XSS-11 para facilitar
el lanzamiento de cilindros de tungsteno, titanio o uranio, un arma para
atacar cualquier objetivo en tierra;
un programa de armas nucleares de
nueva generación y baja potencia para destruir búnkeres en el subsuelo;
impulsó a sus aliados en Taiwán,
Japón e Israel a incrementar la compra de sofisticados equipos de armas.
Además, persiste un hecho paralelo que no debemos olvidar. Las centrales nucleares tienen un riesgo añadido, aparte del peligro de accidente
(Chernobil): ofrecen la posibilidad
de mercados ilegales de uranio y plutonio enriquecido que servirán para
la obtención de nuevas armas atómicas. Por ello se deben erradicar las
centrales nucleares. Si bien debemos
dar por bienvenidos los acuerdos de
reducción de armas nucleares, la mejor manera de impedir la proliferación es el abandono de las centrales,
pues es la única garantía de alcanzar
algún día la desnuclearización total.
Un último recordatorio. En 1955
se publicaba el Manifiesto RussellEinstein, donde ambos advertían que
la posesión de armamento atómico,
conduciría tarde o temprano a una
guerra nuclear de exterminio global.
Pero ese Manifiesto era más ambicioso y apuntaba un objetivo final para impedir la utilización de armas de
destrucción masiva, abolir la guerra
como método para resolver los conflictos entre estados.
* Pere Ortega es historiador.
El arsenal de EE UU rompe el equilibrio nuclear
Israel, por encima de la ley
La actitud empleada por
EE UU como juez de la
comunidad internacional
ante los peligros de la
proliferación atómica presenta algunas contradicciones. En la actualidad,
Washington mantiene
más avanzado arsenal de
armas atómicas. Se calcula que posee más de
7.000 cabezas atómicas,
lo suficiente para destruir
varias veces al mundo.
De forma reiterada ha
incumplido el Tratado de
Después de que el presidente iraní Ahmadineyad
afirmase que Israel debía
ser borrado del mapa, el
Estado hebreo no ha
cesado en los llamamientos a la comunidad
internacional para impedir la posibilidad de un
Irán atomizado. Hasta
ahora se ha limitado a
canales diplomáticos.
Sin embargo, Israel tampoco descarta recurrir a
medidas de fuerza. No
sería la primera vez. En
No Proliferación Nuclear
de 1968. No sólo no ha
llegado a desarmarse,
sus equipos nucleares,
además, han seguido
actualizándose y moderni-
zándose después de la
Guerra Fría. Con ello, EE
UU ha evitado quedarse
en exclusiva con material
obsoleto de la guerra fría,
como así ha ocurrido con
China y Rusia. Esta situación ha provocado que, a
ojos de numerosos analistas, se haya roto el
equilibrio del terror de la
Guerra Fría. La vieja doctrina de la destrucción
mutua asegurada, según
la cual el lanzamiento de
una bomba atómica ase-
guraba una respuesta que
también acabaría con el
país atacante, ya no se
sigue produciendo. En la
actualidad Estados Unidos es el único país en
disposición de lanzar
bombas atómicas sin el
riesgo de recibir una
repuesta semejante.
Hasta el momento, con el
bombardeo de Hiroshima
y Nagasaki, únicamente
Washington ha arrojado
bombas atómicas sobre
la población civil.
1981, un ataque de sus
fuerzas aéreas redujo a
cenizas el reactor nuclear
de Osiraq, al sur de Bagdad, y hoy no son pocos
quienes se plantean
repetir la operación con
Irán. Esta actitud ha recibido duras críticas por
incumplimiento reiterado
de Israel respecto a la
legislación atómica. Se
trata de un país no firmante del Tratado de No
Proliferación, que nunca
ha admitido oficialmente
haber fabricado bombas
atómicas, pero con un
arsenal, según analistas
internacionales, cifrado
en un total de entre 100
y 300 ojivas nucleares.
TRATADO DE NO PROLIFERACIÓN (TNP)
INVIERNO NUCLEAR
En 1968, el TNP establecía que sólo podrán tener armas atómicas los países que ya disponían de la bomba: EE UU, la URSS,
China, Francia y Reino Unido. Éstos se comprometían a no
transferir tecnología nuclear y a reducir sus arsenales. El resto de
firmantes acordaba no desarrollar armas atómicas. El TNP no se
cumplió, y hoy día parece haberse quedado en una promesa.
Las consecuencias de un intercambio nuclear fueron estudiadas
durante la Guerra Fría. Algunos científicos alertaron entonces sobre
el riesgo de un posible Inverno Nuclear. Según esta teoría, un bombardeo atómico mutuo enfriaría el clima hasta provocar una nueva
Edad de Hielo, iniciando una era de frío extremo global. A su vez, la
diferencia térmica con los océanos causaría brisas huracanadas.
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