V Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes – mayo 2013 ELENA

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V Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes – mayo 2013 ELENA LÁZARO RUIZ – “El vacío de un sueño” ‐ 2º PREMIO CATEGORÍA UNIVERSITARIOS Desde aquel ático frente al mar, los atardeceres traspasan las ventanas y se cuelan
cuerpo adentro, por los ojos, por la boca, por todas las heridas que no se acaban de
cerrar. Rojo carmesí, como los brotes del granado del jardín, como la sangre que corre
lenta por las venas. Estoy inquieta. Cuando no puedo dormir, invento principios para
relatos que nunca llego a escribir. Me da pereza encender la luz y buscar el cuaderno
para anotarlos, siempre me convenzo de que los recordaré por la mañana, a pesar de que
la experiencia augure lo contrario. Oigo los segundos caer uno detrás de otro. Tic-tac,
tic-tac. Me concentro para no oírlos, pero cuanto más me esfuerzo, más aumenta su
retumbo en el silencio denso de la habitación. Escamoteo la oscuridad, rasgada por las
tenues líneas de luz que se cuelan entre las rendijas de la persiana. De pronto empiezo a
sentir como si el tiempo me palpitase dentro del cuerpo. Me asusto, por un instante,
hasta que identifico esta extraña sensación con la de otras noches de insomnio. Creo
notar los latidos del reloj bajo la piel, unas veces detrás de la oreja, otras en la sien,
ahora me está pasando en el cuello; pero no, no es el tiempo: es la sangre, el corazón. Es
como uno de esos espasmos que se apoderan del párpado y hacen que se abra y se cierre
incontrolablemente, ¿no te ha pasado nunca?, un tic, seguro que sabes a lo que me
refiero. El ritmo implacable de los engranajes del Festina parece diluirse con las sístoles
y las diástoles, ya no es tic-tac, sino bum-bum.
No consigo dormir. No sé por qué estoy intranquila, tengo la sensación de saber algo
que no tendría que saber, como si hubiese visto por una mirilla el desencadenante de un
crimen. Se quedó sentado en el primer peldaño de la escalera, con aire mohíno, los
hombros caídos y la mirada atónita. Acababa de sentenciar su propia tragedia, acababa
de descubrir la cara de la Verdad. Este podría ser el comienzo para otra historia, tal vez
el final. Qué más da, mañana lo habré olvidado. Quería contárselo a Lea, lo de la
turbación que me viene persiguiendo desde esta tarde, pero no he sabido encontrar el
momento ni la forma. He empezado a leer las instrucciones de la nevera para
distenderme y al final se ha ido pasando el rato –tic-tac, bum-bum– y he preferido
callar, no darle importancia. Los segundos ahora desfilan como hilos de hormigas por
las paredes, mis latidos intentan seguir su ritmo pero están descompasados.
Cierro de nuevo los ojos y doy un pequeño giro para quedarme boca arriba. Siento el
colchón amoldarse a mi espalda; el dócil rozar de la sábana en los flancos de mi cuerpo
me advierte de que Lea no se ha metido en la cama aún. Estará en el salón con sus
papeles –siempre ha tenido la maldita costumbre de acostarse más tarde y levantarse
más temprano que yo–. Me tranquiliza saber que está ahí, que está cerca, a pesar de…
bueno, a pesar de todo. Prefiero no sacar a flote los resabios, tengo que dormir. Intento
centrar la atención en algo vacuo, en cualquier detalle que aleje al pensamiento de las
preocupaciones. El tiempo, tic-tac. No, mejor inventa una frase, me digo. Nunca supo
contar ovejas sin perder la cuenta, se le intercalaban ideas y recuerdos, dos, tres, mañana
seguro que llueve, cuatro, lloverá, seis, siete, ¿y si la soledad se esconde en los huecos
del silencio?, diez, quince, no sé. Pienso en la soledad y un escalofrío me recorre la
médula. Menos mal que está aquí, al otro lado de la pared. En este aspecto no ha fallado
nunca, nunca ha permitido que me quedase sola. Es tan agradecido llegar a casa y tener
a alguien con quien hablar al final del día... A veces pienso que no sé qué haría si no
tuviese a nadie que me escuchase. Pero no, ya estoy otra vez con lo mismo, por este
camino tampoco quería tirar. Se me desparraman las ideas con una facilidad
abrumadora, no hay forma de encauzar la marea hacia el sueño. Sería ideal tener un
botoncito en la cabeza para poner en off el pensamiento. Me resigo el cráneo lentamente
‐1‐ V Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes – mayo 2013 ELENA LÁZARO RUIZ – “El vacío de un sueño” ‐ 2º PREMIO CATEGORÍA UNIVERSITARIOS con la mano –aun sabiendo que no existe ninguna tecla para desconectar neuronas–,
quizás acariciándome el pelo consiga relajarme y dormir.
De repente me acuerdo del yogur. Tengo un yogur solo en la nevera, en el estante del
medio. No he tenido tiempo de comprar nada más, pero no importa. Basta con eso, con
un solo yogur y el saber que por fin mañana podré volver a la rutina de mi desayuno.
Lea se ríe de mí por este tipo de cosas, no entiende que estas pequeñas trivialidades son
las que mitigan el miedo al vacío, el pánico a lo incontrolable. Hay ocasiones en las que
tengo la sensación de que me trata como a un bicho raro, me mira con indiferencia y me
hago pequeña, del tamaño de una pulga. Supongo que por eso tampoco he querido
perder el tiempo en explicarle la extraña inquietud que me aqueja. Le habría dicho que
siento como si me hubiesen cargado en los bolsillos el peso de un gran secreto y su cara
hubiese adoptado el gesto escéptico de las cejas arqueadas y los ojos distantes. Quizás
un día pierda el miedo a perderme, a perderte, a perder. Quizás entonces los abrazos
dejen de morirse de ausencia en el umbral de la espera. Tengo que calmarme,
distraerme.
La nevera. Por fin esta tarde han traído la nevera nueva, gracias a dios, llevo casi un mes
alimentándome de pan y conservas. Me da pena deshacerme de la vieja, es tan antigua y
tiene tanta historia que me veo incapaz de mandarla al traste. La podría usar de
estantería, a Lea le ha parecido buena idea. Eso creo, al menos; se me hace difícil saber
qué opina solo con las pistas de su rostro. Se lo digo a menudo, que se le acabará
oxidando la voz de pasarse los días sin hablar. Hablar… No lo necesita, dice. Vive
ensimismada, refugiada en sus papeles; aunque supongo que no es lícito echárselo en
cara. Al fin y al cabo, nos compenetramos bastante bien: su silencio contrarresta mis
palabras. Bum-bum, mis pulsaciones se acoplan mejor a la cadencia inestable de las
ramas de los árboles que se mueven al viento. Parece que se ha girado aire, el hombre
del tiempo ha anunciado tormentas. Que llueva, ojalá. La lluvia hace más soportables
las noches de insomnio. Si volviese a cambiar de nombre, a cambiar de ropa o a
inventar nuevos paraguas para paliar tormentas, no serviría de nada. La lluvia seguiría
enganchada en la piel. Seremos nosotros, siempre nosotros, y cada vez dolerán más los
alfileres de la ilusión clavados en la conciencia. Afuera, los murciélagos deben de volar
con la misma torpeza de los pensamientos que trato de enterrar. No consigo recordar
con exactitud cuándo ni por qué ha surgido la zozobra. Igual ha sido por el dichoso
frigorífico, podría ser, me ha dado tantos dolores de cabeza últimamente… Aunque lo
que me acecha es otra cosa, no sé, algo así como una especie de resentimiento turbio, el
peso de un secreto –ya lo he dicho, ¿no?–, la desnudez de una verdad que no quisiera
conocer.
En la oscuridad de la habitación las sombras de los pinos bailan como fantasmas. He
vuelto a abrir los ojos, ¿qué hora será? Podría levantarme y salir a la terraza, me vendría
bien despejarme un poco. Seguro que no hace frío y huele a salitre y a madreselva. ¿Me
levanto? No, no. Si salgo al balcón, Lea me verá desde su ventana y entonces mañana
discutiremos nada más vernos. No pronunciará una sola palabra, seguro, pero me mirará
con esa pasividad exasperante y reventaré, como siempre. Le soltaré la dinamita de los
reproches y luego, como siempre también, me quedaré indefensa, acurrucada en un
rincón, asimilando el arrepentimiento. Cuando me altero no sé contenerme, así que
prefiero quedarme en la cama tratando de pronosticar un buen amanecer. Pensaré en
comienzos para ficciones y soñaré que escribo, me soñaré como ella, encerrada en su
sigilo, la pluma enganchada al papel, refugio de tristes mentiras de tinta china. Un
‐2‐ V Premio de Relatos C.J.C. para Jóvenes – mayo 2013 ELENA LÁZARO RUIZ – “El vacío de un sueño” ‐ 2º PREMIO CATEGORÍA UNIVERSITARIOS relámpago resquebraja la madrugada. Siempre le tuvo pánico a los espejos. Se ahogaba
al verse reflejada. Desde fuera, parecía que los cristales la ametrallasen a porqués y ella
se desangrase lentamente con rojos silencios. Recupero la imagen del yogur, es de
cereales, mi favorito. Me lo comeré con el café, antes de la ducha. Mañana será un buen
día.
Me doy otra vuelta. Voy a entretenerme buscándole una utilidad al frigorífico viejo.
Podría convertirlo en archivo, seguro que ahí quedarían resguardadas del polvo todas
estas hojas amarillentas que invaden la casa. Tic-tac, otro relámpago, se acerca la
tormenta. Alargo el brazo y noto la sábana fría, el hueco de Lea. Se habrá quedado
dormida en el salón. Si no fuese tan solemne y tuviese menos recelos, me detendría a
contarle esta procesión que llevo dentro. Le hablaría de nuestras pequeñas
desavenencias para remendar un poco la convivencia. Hay cosas que sobrepasan los
límites de mi entendimiento. Esta tarde, por ejemplo, cuando han venido los técnicos a
instalar la nevera, estaba tan concentrada con sus escritos que no se ha molestado ni en
asomar la cabeza para saludar. Este tipo de detalles son los que me molestan, ¿tanto le
costará pronunciar una mísera palabra? A veces pienso que lo hace adrede. La he tenido
que disculpar delante de los dos chicos y me he sentido bastante idiota. Ellos me habrán
tomado por loca, se habrán pensado que estaba sola y hablaba con un fantasma. Los he
acompañado hasta el rellano y… espera, creo que ha sido entonces cuando ha llegado la
ansiedad, el secreto, la inquietud. Me ha venido ahora como un flash; ha sido ahí, en el
rellano. Les despedía mientras bajaban las escaleras y uno de ellos se ha girado para
decir algo. Era jovencito y moreno, tenía una sonrisa muy sugestiva, se me aparecen sus
labios rojo carmín. ¿Qué decía? Ya está aquí la lluvia. Algo del espejo, del espejo viejo
del salón, el que compré en el mercado de antigüedades. Es precioso, eso ha dicho, es
precioso. Veo su boca moverse lentamente en el recuerdo. Al cerrar la puerta he sentido
frío, un bloque de hielo en el pecho. Por eso me he sentado frente a la ventana a ver el
atardecer, buscaba el calor, la luz. Recuerdo el cielo amoratado colándose por los ojos,
guardo sus rescoldos cromáticos en la retina, contrastan con la bruma oscura que ahora
invade el cuarto. Arranca a llover y siento el agua helada traspasando la piel, escarcha
germinando en los huesos. La nevera, me meto dentro. Qué pesadilla. Enciendo
impulsivamente la luz, me tranquiliza saber que Lea está al otro lado de este tabique.
Cojo el libro que tengo en la mesilla como última alternativa para atraer al sueño. Me
pongo las gafas, me incorporo y lo abro, ¿por dónde me quedé? Aparece Lea
asomándose entre las líneas, Lea y la boca del chico moreno flotando en el aire, rojo
fuego, rojo sangre. Crece vertiginosamente la ansiedad, bum-bum, me cuesta respirar.
Veo los labios carmín, etéreos, afilando la daga de la Verdad: precioso –repiten–,
precioso espejo. Aprieto con fuerza los dientes con el febril deseo de que se me lleve el
viento, me ahogo. Las sombras de los pinos bailan como fantasmas. Está inmóvil en un
rincón, abrazándose las rodillas. El espejo hecho añicos. Acaba de derrumbarse su dulce
mentira. Se ha ido, sin dejar rastro. Solo el vacío, el vacío de un sueño –qué enorme
vacío el de un sueño–. Un recuadro en la pared, y en él, el interrogante estrangulando la
razón: ¿y si Lea nunca existió?
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