El Acto, El Acting Out Y El Pasaje Al Acto En El Análisis De Un Niño

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"El Acto, El Acting Out Y El Pasaje Al Acto En El Análisis De Un Niño: La
Respuesta Del Sujeto O ¿por Qué La Ley Hace Falta?"
(*) Jornadas De Escuela, Acto E Interpretación. Escuela Freudiana De Buenos Aires, 2010.-
Alba Flesler
Me interesa desplegar algunas reflexiones sobre el acting out y el pasaje al acto en el análisis
de un niño con el propósito de compartir con ustedes un debate que incumbe al horizonte de
nuestro tiempo.
La pregunta por el acto y la responsabilidad del sujeto en los tiempos de la infancia no es
exclusiva de los psicoanalistas. Los padres, los educadores y la sociedad misma se debaten
respecto del alcance y límite que le cabe a la responsabilidad del sujeto y cómo proceder ante
ello cuando se trata de un niño o de un adolescente.
Múltiples perspectivas se acercaron a lo largo de los tiempos a la problemática con la
intención de afinar la perspectiva del concepto de responsabilidad, en la medida que involucra
consecuencias en el lazo social.
Es precisamente la ley social la que distingue la culpa del dolo, pero considera a ambos,
factores de atribución de la responsabilidad. Alguien es responsable de su acto más allá de
su premeditación, negligencia, imprudencia o intención, y el acto es sancionado no con el fin
de la reprochabilidad sino del resarcimiento.
La raíz latina ‘respondere’, que acentúa en la responsabilidad su connotación de respuesta,
me permite volver a subrayar (1) una distinción mencionada por Lacan en las ‘Dos Notas
sobre el Niño’(2). En ellas, Lacan afirma que el síntoma del niño está en lugar de responder a
lo que hay de sintomático en la estructura familiar. Y añade que es el caso más complejo pero
también el más abierto a nuestras intervenciones. En cambio, aclara, es mucho más difícil
operar analíticamente cuando en lugar de esa respuesta que el síntoma abre, el niño realiza la
presencia del objeto en el fantasma materno.
Según mi lectura, Lacan está colocando un contrapunto entre respuesta y realización y
considerando el síntoma del niño como respuesta del sujeto. Podemos afirmar, en ese caso,
que en la respuesta se efectiviza una diferencia entre el niño como objeto del Otro y el sujeto
como respuesta.
Al poner en juego una lógica de no identidad, la respuesta abre un intervalo para la
existencia del sujeto.
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Sin embargo, a mí entender, no parece un dato menor el resaltar que, la respuesta del sujeto
lo involucra como efecto y no como “causa sui” de su acto. Lo subrayo porque en este
estrecho desfiladero se ha abierto una divergencia en la práctica del psicoanálisis con los
niños.
Una perspectiva, asentada en el determinismo, relevó al niño de toda responsabilidad, e hizo
recaer sobre el Otro no sólo la tarea, también el accionar, y el acto mismo.
Posición controvertida y polémica, ha mantenido al niño en su dimensión de objeto del Otro, al
considerarlo sólo continuador o títere de los designios de los padres.
Otra posición, al intentar dignificar al sujeto, enarboló la consigna de ‘la responsabilidad del
sujeto’, abordando psicoanalíticamente a los niños y púberes sin distinción alguna con el
tratamiento de adultos. Con ello desestimó una distinción lógica asentada en que el sujeto de
la estructura más que edad tiene tiempos. La estructura del sujeto se estructura en tiempos de
lo Real, tiempos de lo Simbólico y tiempos de lo Imaginario.
Para abrir un sesgo en la falsa opción, me interesa resaltar, a propósito del acting y del pasaje
al acto, los tiempos de lo Simbólico.
Los significantes, sin los cuales no hay corte en el centro de la banda de Moebius, y por ende
no hay acto(3), producen su cadena serial sucesivamente. A diferencia de lo Imaginario, que
sabe precipitar en la conformación unificada, lo Simbólico es dependiente de una linealidad
distintiva que no acepta saltos sino tiempos sucesivos, otorgando herramientas simbólicas,
tiempo a tiempo, para la respuesta del sujeto a la demanda del Otro. Esto es, para la
construcción paso a paso del fantasma en los tiempos de la infancia.
Quienes atendemos niños y adolescentes, constatamos no sólo los tropiezos y contratiempos
en el armado de la estructura sino también, la escasez de recursos simbólicos en los tiempos
de la infancia para enmarcar los goces que, desencajados, se muestran por lo tanto en la
escena.
Desde esa perspectiva, conviene recordar que la responsabilidad en la dialéctica del sujeto y
el Otro no es simétrica. La anterioridad del Otro lo hace responsable, no sólo de la donación
del intervalo, si no también de la transmisión de la ley y de la letra para hacer litoral al goce.
De su sanción habilitante dependerá la respuesta del sujeto.
El acto formalizado por Lacan no es el Agieren (4) freudiano. En todo caso, ese actuar
impulsivo que el verbo alemán señala y que Freud contrapone a Erinner o recordar en su
clásico texto del 14, pareciera guardar una connotación negativa heredera del modelo trazado
en “La Interpretación de los Sueños”(5) cuando hace explícito que el polo motor debe quedar
inhibido para garantizar el dormir.
La propuesta de subsumir lo Real por lo Simbólico llegó a extremos inusitados cuando,
siguiendo los pasos de la propuesta kleiniana, los psicoanalistas ingleses apostaron a
interpretar el acting out sin hesitación alguna, dejando abierta la brecha de una idealización
interpretativa en la que lo Simbólico abarcaría todo lo Real.
Parece no ser casual que Lacan se ocupara de hacer distinciones entre el acting out y el
pasaje al acto justamente en su seminario sobre “La Angustia”(6) revelando que el sujeto
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ante lo real del goce responde de muy diversas maneras, sobre todo en la infancia y en la
adolescencia.
Los recursos simbólicos con los que cuenta la estructura del sujeto difieren según los tiempos
del sujeto y no son reductibles a la edad cronológica.
En la infancia y en la pubertad arrecian las urgencias y desbordes mostrando con despliegues
en la escena ese llamado al Otro como pedido de simbolización. Lo que el acting muestra en
la escena es un llamado, ante la angustia desbordante, cuando el sujeto no encuentra letra
para enmarcar el goce. En la infancia, tal como nos es dado a leer en los dos casos
paradigmáticos tomados por Lacan de Freud, el llamado se dirige al Otro real, es decir a los
padres.
La joven homosexual se pasea públicamente con la dama de sus amores en un franco acting
out a la búsqueda de otra mirada del padre. Pero sólo obtiene una sorda mirada colérica que
la arroja al pasaje al acto, Niederkommen. Se deja caer rompiendo la escena y revelando la
esencia del pasaje al acto: toda simbolización se ha hecho imposible.
Difiere del acting de Dora quien deja su carta de despedida en el escritorio de sus padres
anunciando que va a quitarse la vida. El padre lee el mensaje y le impone el análisis.
Es que perdida la ley natural que guía el instinto hacia su objeto y su fin, el ser humano queda
inmerso en el torbellino pulsional provocado por las olas del lenguaje.
¿Cómo se han de orientar los goces discriminando los que han de ser prohibidos?
¿Dónde hallar las reglas que le permitan alcanzarlos en la escala invertida del deseo?
He ahí por qué la ley hace falta: para que el goce se enlace a una lógica. Sin la lógica de
incompletud que hace agujero principal en lo Simbólico e instaura el goce fálico no habrá
luego resonancia para agujerear el goce del Otro. En otros términos, si no funciona la ley
prohibiendo el goce incestuoso, el desborde pulsional comandará el acting como llamado a la
simbolización, o peor aún el pasaje al acto revelando la impotencia de toda simbolización.
Cuando los niños hacen su llamado al Otro real, los padres, el acting out puede hallar un
marco, siempre y cuando ellos atiendan al pedido que la escena entraña. Si en los padres, el
anclaje de algún goce les impide recepcionar el mensaje que les está dirigido, es el pasaje al
acto con su perfil de tragedia el que acecha con aniquilar la escena destrozando cualquier vía
simbólica. Aún así, en esas ocasiones, si los padres acusan recibo del riesgoso abismo, ellos
pueden hacer del pasaje al acto, acting out y reposicionarse.
La mamá de un chico, que atendí hace años, se complacía en meter mano a todo cuanto
atañía a su hijo, avalada por el rigor superyoico del padre del niño, un hombre devoto para
quien la religión era inapelable. La madre revisaba la mochila para ver si tenía tarea, pero no
sólo. Lo vestía y desvestía cada día, lo bañaba y limpiaba su cola cuando iba al baño a pesar
de contar el niño la edad de siete años. Los límites de la intimidad estaban invadidos de tal
modo que la unificación de la imagen corporal estaba francamente amenazada. La materia
fecal solía desprenderse del organismo sin registro alguno del sujeto y la contigüidad de sus
semejantes decidía sus movimientos en el espacio. De ese modo cuando, por ejemplo, un
compañerito sentado junto a él se paraba y se encaminaba hacia algún lugar, él también lo
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hacía, metonimizando su cuerpo al del otro chico.
Era difícil lograr que la madre frenara su compulsivo maniobrar y que intercalara cierto
intervalo a su tendencia predominante de tomar al hijo de objeto de su fantasma. Un día, ella
estaba hablando por teléfono, y lo encerró con llave en su habitación, “por su bien”. La
angustia del niño fue tan desesperante, que no encontró otra salida que saltar por la ventana
hasta la cornisa donde quedó paralizado, desoyendo los gritos con que intentaban ubicarlo.
La “solución”, que podría haberle costado la vida, abrió la opción a una instancia diferente. La
madre registró su propia imprudencia y aceptó restringirse, pedirle permiso para tocar sus
cosas, golpear la puerta para entrar al cuarto y no vestirlo dormido sin permitirle elegir su ropa.
Y el padre, suspender el dogma religioso, cruel e inflexible que lo tornaba inepto para trasmitir
la ley.
Él jovencito, finalmente, logró cerrar la puerta de su cuarto. Con este acto real y simbólico
recuperó intimidad, devolviéndole un nivel aceptable de consistencia a su cuerpo amenazado
en su conformación imaginaria. Terminó su análisis llevándose, a su pedido, la llave que había
utilizado para entrar y salir del edificio de mi consultorio. Volvió algunas veces a consultarme
cada vez que precisaba relanzar los puntos de detenimiento que lo motivaban a venir una vez
más a la consulta. Pero lo interesante para mí, fue que al encontrar casualmente a su madre
algunas veces por la calle, me hacía siempre el mismo comentario: me decía que su hijo
estaba muy bien, pero que a ella le llamaba la atención que él seguía guardando la llave.
Guardar la llave del análisis que abrió la puerta a la exogamia hace, del fin del análisis de un
niño, apertura y oportunidad para un análisis posterior que tal vez en otro momento podrá
arribar al fin.
Hay ocasiones en que los niños realizan la puesta en escena a la entrada o salida de la
sesión. Lo hacen en ese ámbito intermedio en que los padres los traen o los vienen a buscar
para mostrar al analista los límites de la ley.
Atendí a un chiquito que al salir del consultorio, inmediata y automáticamente, metía la mano
en la cartera de la madre o se tiraba al piso provocando una escena en la que su progenitora
se quedaba impotente frente al accionar pulsional del hijo. Era realmente curioso, sobre todo
por la diferencia de su actuar en el consultorio a solas conmigo, lugar en el que preguntaba si
podía o no tomar los juguetes y jugaba ficcionalizando su impulsión. Mostraba de ese modo,
cómo su mamá se colocaba ante la demanda y cómo su padre no ponía límite a la pulsión.
Esa escena es un llamado al analista a intervenir con los padres promoviendo la palabra y la
entrada en discurso del goce escenificado.
No alcanza con decir que el sujeto más que edad tiene tiempos, la responsabilidad ante el
acto también se efectúa en tiempos.
El sujeto será responsable de sus actos si en la infancia la pulsión hizo lazo con la castración.
En otras palabras, si el padre realizó su acto de sanción al sujeto.
Desde ya, no debe equipararse la sanción subjetiva al castigo. En todo caso, la sanción es un
reconocimiento que libera al sujeto del torbellino indiscriminado y desorbitado del lenguaje
pulsional dando vector a la creatividad y recreación de la existencia.
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Con frecuencia, el fantasma neurótico, al hacer del padre un Otro del terror, crea un discurso
sobre la libertad que deja al sujeto en la infancia y en la adolescencia sin borde, cuando no
desbordado, confundiendo, como bien lo subrayó Isidoro Vegh, la trasgresión regresiva con la
trasgresión creativa(7).
Por esa vía, la sanción al sujeto será un acto de reconocimiento, introductor de un comienzo,
si atiende al significante que libera al sujeto de la desmedida pulsional.
Es que la sanción, tira una tanza a la pesca del empuje desbocado, ofreciendo al goce
pulsional una red para engarzarlo al deseo.
Los chicos se pacifican con la sanción subjetivante, la pulsión no se encaminará mansamente
al altar de la sublimación ni se contentará naturalmente con la lógica de incompletud. Por eso
los niños y los adolescentes no agradecen en lo inmediato a sus padres las restricciones de
goce cuando les indican que apaguen el televisor, que vayan a dormir, que se bañen o coman
sentados a la mesa sin atender el celular todo el tiempo.
Actualmente, bajo el amparo de un discurso seudolibertario, aunque no faltan las reglas, se
inhiben las sanciones, la pulsión comanda, la angustia cunde, el aburrimiento compele a los
niños y a los jóvenes adolescentes al acting out como demanda de simbolización que se dirige
al Otro.
Conviene escucharlos. La sordera, ante el clamor de una letra que limite y dé vector legítimo a
la pulsión desorbitada, lleva a una angustia que no hace señal sino que precipita a lo
irreparable, haciendo que la tragedia avance con pies de gliptodonte hacia el siempre costoso
pasaje al acto. En él, el sujeto frecuentemente paga el desborde con su vida.
NOTAS
(1) Flesler, Alba: “El Síntoma del Niño y la respuesta del Sujeto”, Imago Agenda, Buenos
Aires, julio de 2009.
(2) Lacan, Jacques: " Deux Notes a J. Aubry ”. Ornicar, nº 37, avril - juin 1986.
(3) Lacan, Jacques: La Lógica del Fantasma, Seminario XIV, 1974-1975. (Inédito)
(4) Freud, Sigmund: Recordar, repetir y reelaborar (1914), AE, Tomo XXII.
(5) Freud, Sigmund: La Interpretación de los Sueños (1900), AE, Tomo IV y V.
(6) Lacan, Jacques: El Seminario, Libro 10. La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006.
(7) Referencia tomada del seminario “Transferencia: ¿Todo dicho?” dictado por Isidoro Vegh
en la Escuela Freudiana de Buenos Aires en el año 2010.
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