Fukushima redescubre el miedo a la radiación

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ACCIDENTE DE FUKUSHIMA »
Fukushima redescubre el miedo a la radiación
Cuatro años después del accidente de la central nuclear japonesa, la brecha de percepción del riesgo nuclear está más
abierta que nunca entre los expertos y la sociedad
JAVIER SALAS
11 MAR 2015 - 10:42 CET
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El 23 de mayo de 2013, mientras un
grupo de investigadores realizaba un
experimento irradiando un objeto de oro
con un haz de protones se produjo una
liberación inesperada de sustancias
radiactivas tóxicas. Las alarmas sonaron
de inmediato, en cuanto los sensores lo
detectaron. Los científicos apagaron las
alarmas, accionaron la ventilación para
dejar salir el material radiactivo y
siguieron trabajando durante casi tres
días. Un total de 34 investigadores
recibieron dosis detectables de radiación
en su organismo; dos de ellos recibieron
en todo su cuerpo el equivalente a una
veintena de radiografías de pecho. Esta
Manifestación contra la energía nuclear en las calles de Tokio el pasado fin de semana. / CHRISTOPHER
negligencia se produjo en el laboratorio
JUE (EFE)
J-PARC, dependiente de la Agencia para
la Energía Atómica de Japón, dos años
después del accidente de Fukushima. El Gobierno nipón tuvo que pedir disculpas por la actitud de
los científicos —se tardó 36 horas en informar al público— y el laboratorio permaneció cerrado casi
un año hasta que se aclararon las responsabilidades.
El 12 de febrero de 2012, se celebró en la localidad conquense de Villar de El 82% de los
Cañas una manifestación contra la instalación de un Almacén Temporal
japoneses apoyaba
Centralizado (ATC) de residuos nucleares. Todas las organizaciones
las nucleares pero
ecologistas españolas abordaron el pueblo con cientos de activistas
llevados en autobuses para una concentración a la que también acudieron hoy generan más
representantes políticos como Cayo Lara. Entre los manifestantes,
miedo que el
numerosas pancartas cargando contra el ATC y recordando el desastre de
seísmo que mató a
Fukushima. En uno de estos carteles, adornado con una señal de peligro
18.000 personas
radiactivo, se podía leer: "Quiero morir a los 90 de un orgasmo, no a los
60 de un cáncer". La activista que portaba esa pancarta estaba fumando,
una de las actividades conscientes que más nos acercan a sufrir cáncer, entre otras cosas por la
exposición a los isótopos radiactivos del radón.
El ser humano es tan contradictorio como su relación con la radiación. Tras el terremoto y tsunami
que golpearon la costa este de Japón hace ahora cuatro años, se produjo un accidente en la central
nuclear de Fukushima Daiichi, el mayor de la historia junto al de Chernóbil. Nadie ha muerto como
consecuencia directa de la liberación de materiales radiactivos de Fukushima; alrededor de 18.000
personas murieron con el terremoto y, sobre todo, el tsunami posterior. Sin embargo, la ansiedad
que provoca entre los japoneses la posibilidad de un accidente en una central nuclear ha crecido el
triple que el miedo a un nuevo terremoto catastrófico, según un estudio de varias universidades
japonesas que compararon los miedos frente a 51 amenazas (como desempleo, guerras o
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enfermedades) de la población nipona en 2008 y en 2012.
Activista antinuclear porta una pancarta en Villar de
Cañas, en 2012. / J. S.
Al margen de las específicas circunstancias del pueblo japonés, la
supuesta incoherencia del miedo a la radiación es un fenómeno
global. Los expertos explican que se debe a que es invisible, genera
incertidumbre sobre qué efectos causará y que su daño, al contrario que
otras catástrofes, permanece en el tiempo. Además, evoca el secretismo y
el horror de la bomba atómica. Pero la brecha de percepción es evidente al
comparar los muertos provocados en los accidente nucleares y los
provocados por otras industrias. Tras Chernóbil, en 1986, murieron unos
50 trabajadores implicados en el accidente y la OMS estima que otras
9.000 personas morirán a lo largo de su vida por culpa de la exposición a
los materiales tóxicos que liberó. Dos años antes, el desastre de Bhopal
mató de golpe a más de 3.700 personas, e hirió a medio millón, 4.000 de
ellas de gravedad. En 1975, los fallos de la presa china de Banqiao
mataron a 171.000 personas. Ni la industria química y ni las represas
aparecen en encuestas entre las amenazas que preocupen a la sociedad.
Aquí es donde surge la brecha de percepción: los especialistas y el resto de
la sociedad ven las cosas de manera muy distinta. En EE UU, el mayor productor mundial de energía
nuclear con sus 100 reactores, la brecha es muy notoria: el 51% de los ciudadanos se oponen a la
construcción de más centrales, frente al 65% de sus científicos que se se muestra a favor de
construirlas, según una encuesta de enero de Pew Research. Un estudio belga de 2014 contrastó la
percepción de riesgo de la población general con la de más de 330 trabajadores del Centro de
Estudios Nucleares: los expertos —expuestos habitualmente a la radiación— consideraban que los
rayos X usados en medicina suponen una amenaza mayor para la salud que un accidente en una
instalación nuclear. Para la gente sin experiencia, el resultado fue exactamente el opuesto.
El resultado de estos estudios podría llevarnos a concluir que el miedo
Expertos en riesgo
surge del desconocimiento. Sin embargo, los especialistas en la materia
consideran injusto
tienen claro que el recelo no se resuelve con información. En 2008, hubo
hablar de miedo
un serio escape de yodo radiactivo en Fleurus (Bélgica) que obligó al
Gobierno a recomendar no consumir productos de huertas de la zona. Los "irracional" a la
investigadores que trabajaron con la población publicaron sus
radiación
conclusiones: la información ayudaba a recibir los mensajes sobre el
riesgo, pero para que calaran en el aspecto psicológico, en la actitud frente
al riesgo, "la confianza era el factor más influyente para la aceptación de los mensajes". No sucede
solo con gente sometida a situaciones de estrés: un estudio entre estudiantes universitarios
californianos sobre una central cercana mostró que su aceptación no dependía de sus conocimientos
sobre energía nuclear, sino de su nivel de confianza en la industria nuclear, al margen de lo que
supieran sobre isótopos o reactores.
El pionero en el estudio de esta brecha de percepción es el psicólogo de la
Universidad de Chicago Paul Slovic, que viene publicando trabajos sobre
este asunto desde hace décadas. Sus estudios fueron los primeros en observar cómo los expertos en
riesgos colocaban las centrales nucleares en la parte baja de la lista de posibles peligros mientras el
resto de la gente las elevaban a las primeras posiciones. Sin embargo, observó que la población de un
pueblo de Nueva Jersey con altos niveles de radiación natural por culpa del radón de la zona no
parecían preocuparse en exceso mientras la oposición a la instalación de almacenes como el ATC
siempre es importante. "Parece resultar del hecho de que [el radón] es de origen natural, sin nadie a
quien culpar. Y nunca puede ser totalmente eliminado. La oposición al cementerio radiactivo, por el
contrario, probablemente se deriva de que es un peligro importado y de origen tecnológico; se puede
culpar a la industria y al estado; el riesgo es involuntario", explicaba en un artículo reciente.
¿Es irracional, por tanto, el miedo a la radiación? "No se debe denominar como irracional un
comportamiento sin conocer el contexto de la situación", explica Slovic en conversación por correo
electrónico. "La radiación puede ser perjudicial y beneficiosa. Si no se está gestionando
cuidadosamente, no es irracional temerla", asegura este experto en percepción del riesgo. Desde su
perspectiva, "es claramente injustificado" calificar de irracionales estas reacciones: la gente acepta
sin problemas el riesgo de los rayos X porque percibe los beneficios directos y porque confía en los
especialistas que gestionan la máquina. "Los gestores de la energía nuclear claramente reciben
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menos confianza y los beneficios de estas tecnologías no son muy apreciados; por lo tanto, sus
riesgos son menos aceptables", asegura.
No obstante, hay casos de éxito en la consolidación del apoyo a la energía La clave está en la
nuclear: en Japón, en 2008, los niveles de apoyo a los reactores se
confianza: la gente
alzaban hasta el 82% de la población. ¿Cómo llegó a entusiasmarse de
se fía del
este modo un país en el que sus ciudades sirvieron como banco de
pruebas de los más salvajes bombardeos de la historia? Justo después del especialista de los
famoso discurso Átomos para la Paz del presidente Dwight D.
rayos X pero no
Eisenhower anunciando el uso civil del poder nuclear, Japón lanzó en
tanto de la
1954 una campaña respaldada por el dinero de EE UU. Y con el decisivo
industria nuclear
apoyo de Matsutaro Shoriki, padre del béisbol nipón, dueño del periódico
con mayor difusión del mundo (Yomiuri), la primera televisión (recién
creada) y cofundador del partido que ha gobernado Japón en 56 de los últimos 60 años, el LDP. Ese
mismo año, nacía Godzilla en las pantallas de cine, justo después de que una prueba nuclear en
Bikini del Ejército de EE UU rociara con una lluvia radiactiva a los marineros de un atunero nipón,
lo que obligó a trabajar duro a la maquinaria propagandística de Shoriki.
Hoy, Japón vive otra situación. El miedo a lo atómico ha resucitado: tras Fukushima, los nietos de
las víctimas de Hiroshima y Nagasaki —los hibakusha— han mostrado ser más vulnerables al estrés
postraumático y al miedo a la radiación, algo parecido a lo que se ha observado en los descendientes
de las víctimas del holocausto. Todo a pesar de que hoy sabemos que las terribles consecuencias de
las bombas nucleares no lo fueron tanto: no ha habido daño genético en las siguientes generaciones
y apenas aumentó un 1% la mortandad por cáncer entre los supervivientes.
Tras Fukushima, como sucedió en otros accidentes nucleares, la ansiedad
y la depresión ya hacen mella entre los vecinos de las localidades
afectadas, entre otras cosas, por culpa de este pavor hacia la radiación.
Hasta allí se ha acercado Evelyn Bromet, como hizo anteriormente a
Chernóbil y a Three Mile Island, para estudiar el efecto de este estrés en la
población afectada. "No es justo en absoluto calificar este miedo como
irracional. Hay un temor universal a las armas y las plantas de energía
nuclear que se remonta a la bomba atómica. Continúa por muchas
razones, una de las cuales es la comunicación inadecuada sobre sus
Portadas de la revista 'Time' tras los accidentes de Three
Mile Island y de Chernóbil.
efectos en la salud por parte de los científicos y, al mismo tiempo, el
alarmismo de otros científicos que dicen cosas ridículas", critica la
epidemióloga de la Universidad Estatal de Nueva York especializada en
las secuelas psicológicas de los desastres de las centrales nucleares.
En la población del entorno de la central estadounidense de Three Mile Island, donde nadie sufrió
una grave exposición a la radiación tras el accidente de 1979, los índices de ansiedad y depresión
duplicaban lo normal incluso 10 años después. Bromet ha observado cifras similares en la población
evacuada de Chernóbil incluso 19 años después, con importantes porcentajes de personas afectadas
por enfermedades psicosomáticas. También aumentan las muertes por problemas de salud
derivados de esta situación, que empujan al alcoholismo o al suicidio. "El impacto en la salud
mental es el mayor problema de salud pública desatado por el accidente de Chernóbil hasta la
fecha", según el Foro de Chernóbil. En Japón, todos estos cuadros se empiezan a reproducir de la
misma forma.
En los tres escenarios, según Bromet, la ansiedad surge de unas
Los niveles de
circunstancias que se repiten en cada accidente: secretismo por parte de
ansiedad y
las autoridades, informaciones contradictorias, rumores y una negligente
depresión siguen
evacuación de la población. Inmediatamente después del accidente de
muy altos incluso
Fukushima, los habitantes de la cercana localidad de Namie huyeron
hacia el norte pensando que en aquella dirección estarían más seguros.
décadas después de
En los ordenadores de las agencias gubernamentales se veía con claridad
accidentes como el
que la nube radiactiva viajaba precisamente en su misma dirección, pero
de Chernóbil
nadie les avisó. Cuando se supo, dos meses después, el alcalde de Namie
calificó de "crimen" esta ocultación de datos esenciales. Tal fue la
desconfianza generada por las autoridades japonesas dentro y fuera del país que EE UU desplegó
sus drones sobre la costa de Fukushima para ver con sus propios ojos lo que ocurría en realidad.
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Bromet incide en la importancia de periodistas que sepan informar con conocimientos sobre la
materia: tras la rueda de prensa posterior al accidente de Three Mile Island, alguno de los 300
periodistas que asistieron no sabía si se había anunciado la fusión del núcleo, el peor de los
escenarios, porque no entendía el lenguaje usado por los expertos de la Comisión Reguladora
Nuclear. Bromet señala que estos miedos solo podrán mitigarse recuperando la confianza de la
sociedad, contando con los propios afectados a la hora de afrontar las decisiones y ofreciendo
información permanente con la debida transparencia.
En su último libro sobre la historia de la era atómica (The Age of Radiance), el divulgador Craig
Nelson cita una frase que al parecer repiten mucho en los círculos de la energía nuclear, en
referencia a la imagen asociada a Hiroshima: "Si el primer uso de la gasolina hubiera sido el napalm,
todos estaríamos conduciendo coches eléctricos". Antes del lanzamiento de las dos bombas
atómicas, los aviones aliados castigaron decenas de ciudades japonesas con bombas incendiarias
abrasando hasta la muerte a entre 250.000 y 900.000 personas, en su gran mayoría civiles. Más que
en Hiroshima y Nagasaki juntas.
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