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Carlos Fajardo Fajardo
LUCY TEJADA O LA TERNURA DEL GRITO
Siempre he caminado artísticamente
hacia la búsqueda temática y técnica. Siempre en mi vida
hay alguna sorpresa, alguna cosa nueva,
todo lo cual corresponde a una clara intención:
después de cada exposición hay que cambiar
Lucy Tejada
He aquí un universo hecho poesía; línea que se transforma en dibujo, color unido a la
ensoñación de un rostro que ante el mundo se asoma. La poesía estalla en cuadros
aéreos y terrestres, con la gracia y la dicha de alguien que inventa su morada por
primera vez. La colombiana Lucy Tejada (Pereira, 9 de octubre de 1920 - Cali, 2 de
noviembre de 2011) nos edifica atmósferas de profundidad y estremecimiento.
Asombro, misterio, ternura, se unen para provocar nuevas miradas, otras formas de
sentir y palpar los contornos, los volúmenes, sus inquietantes composiciones.
Escuchemos a Lucy: “Yo defiendo la idea de un arte responsable. Es una palabra
peligrosa, pero eso es. Un arte responsable” (1997: 38). Sí, un arte donde vibra toda
su fuerza ingrávida y su independencia vital creativa.
Provocativa e insinuante, su obra procede a instaurar ambientes que encuentran lo
trascendental en lo inmanente; una cotidianidad encantada, permanencia en fuga, con
capacidad para perpetuar y detener por un instante el traumático devenir temporal. Así
es la obra de Lucy Tejada: lucha y afecto ante el buitre de una realidad sonora y viva;
combate para provocar una maravilla. “No existe obra mía donde no haya depositado
mi sensibilidad, mi tristeza y mi ternura” (1997: 39).
Como artista se enfrenta al imperio de lo efímero, y no duda en registrar la grandeza o
la miseria de ese reino que llamamos vida, casi con descuido. Creo ver en Lucy
Tejada esa energía que procede a crear el encantamiento, la fábula allí donde antes
no existían; es decir, una capacidad de mutación, de sabotaje. Su obra nos invita a
viajar por las diferentes esferas del sueño, con una imaginación fascinante,
embrujadora. Entonces, extraños y familiares seres surgen como compañeros de
camino, desgarradas imágenes florecen en medio de un esplendoroso acontecimiento.
La ensoñación es su fuente inagotable. “En realidad, mi obra no está orientada en una
determinada dirección, no ha tenido el propósito de depositarse en ningún ‘ismo’, no
ha sido perenne o repetida o preponderante en tal tendencia u otra” (1997: 37).
Obra creada con una voluntad autónoma e independiente; con la fuerza de lo volátil.
Ingrávida y terrestre, pájaro y raíz. Poesía madurando y creciendo. Terrígena sí, pero
con una profunda convicción de vuelo propio. De allí sus lunas encantadas junto a sus
insectos devoradores; de allí su iconografía mítica-indígena junto a sus volatineros,
melancólicos niños; de allí las máquinas de terror citadino junto a la delicadeza de
protectores ángeles. Figuras ambiguas, obras de contrastes, naturaleza e historia. Mito
y racionalidad, donde tortura y caricia se funden de tal forma que no rivalizan sino que
nos inventan un diálogo de posibles/ imposibles, tan solitarios como solidarios. Obra
de contrastes he dicho, pues deja la sensación de observar un universo que se
deshace y se unifica a la vez. Integración y desgarramiento. Dialéctica viva, contrarios
engendrando un organismo estético en plena y audaz conmoción.
Bajo tales condiciones, el soñador voyerista queda atrapado en lo paradójico, por el
ser y el parecer, la caricia y el golpe, luz y penumbra. En palabras del escritor
Fernando Cruz Kronfly: “Lucy es paradoja profunda, abismal, desgarrante. Ella cree
que aún es posible la esperanza, pero ocurre que pinta lo contrario. Sus manos cierran
la paradoja, la perfeccionan, la realizan” (Catálogo Lucy Tejada: Obra pictórica, 1992).
La introversión de lo terrígeno
Yo creo que el principio para mí fue la Guajira
con su paisaje irreal y con su manera de ser
y de ver totalmente distinta. Era una tierra sana,
con una gente que luchaba por conservar
su individualidad y sus tradiciones(...) Ese
sentido de dignidad y aislamiento, de miseria
y soledad, junto con el sentido mágico, inspiraron
mis primeros cuadros
Lucy Tejada
Guajira años cincuenta. Allí la artista mira con asombro un nuevo mundo, excitante,
exótico en su intensa soledad salina. Un extenso y abrumador silencio. Si algo tiene la
serie que sobre la Guajira realizó Lucy Tejada, es su invitación a habitar un paisaje
desconocido; es posesionarse de una insinuante luz que golpea figuras hieráticas,
tranquilas. La mudez es atmósfera suprema, todo es pausa en la inquietud del día. El
sol quema en estos cuadros, el sol y los rayos expresionistas a lo Gauguin. Pintura
viva en la dimensión de los colores terrígenos: ocres, rojos, negros, sepias, amarillos,
todos se conjugan creando un ambiente de “otra orilla”, la orilla de lo extraño, la casa
de una región “natural”, originaria y mística. Hay algo que llama la atención; Lucy
transmite la profunda concepción matriarcal de la cultura indígena wayuu. La
feminidad posee un sitio de honor, la mujer se eleva como protagonista primigenia.
Mujer y tierra, mujer y labor, mujeres estáticas donde cierta reminiscencia de figura
egipcia retorna ante nuestros ojos. Mujeres y mundo del susurro, manifestando alegría
frente a una placidez monótona. Mujeres sin hacer nada, tal como lo sugiere el cuadro
de 1955, Primer Premio en el X Salón Anual de Artista Colombianos de 1957.
Mujeres sin hacer nada, 1955.
Óleo sobre lienzo. 123 x 149 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
“Esta tierra insólita y desierta, comenta Lucy Tejada, creó en mí un fuerte vínculo
emocional con esta gente de porte alto, morena, con su belleza intrínseca que conlleva
el espíritu y el carácter de este sitio sorprendente con su aire silencioso y solitario y su
lento devenir” (1997: 80). La solidez del paisaje, su desnudez vibrante, con el sol
ardiendo en esas pieles morenas de hombres y mujeres emblemáticos y taciturnos,
eso es lo que facilita la ensoñación y el silencio en cuadros vueltos poemas. Pero
también encontramos el estallido de las frutas, sus provocativos manjares;
geométricas, diríase casi Cezanne, casi cubistas y, sin embargo, vibrantes, con una
inquieta quietud extraída de los colores del trópico. Todas las conquistas de las
vanguardias sobre la composición son felizmente asimiladas (véase, Bodegón
Tropical, 1957; Mujer con Naranja, 1957). Expresionismo madurado, expresión y
meditación creciente (Comadres, 1960; Pájaro Herido 1960).
Mujer con naranja, 1957.
Óleo sobre lienzo. 68 x 68 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
En 1958, Marta Traba lo había insinuado:
Lo que se ha aclarado y enriquecido es sobretodo el color, extrayendo
las cosas de una paleta excesivamente prudente blanqueada por el sol
guajiro, que ha incorporado con audacia tonos y colores agrupados en
voluntario contrapunto. Pero las formas siguen siendo meditadas y
tranquilas, empeñadas invariablemente en la caza de armonías lógicas
que siempre se remiten a conceptos geométricos básicos
(Catálogo Lucy Tejada. Obra Pictórica, 1992).
Entonces lo terrígeno y la experiencia de las exploraciones vanguardistas se unen. El
sentido de lo poético es parte integral en esta obra, y va a florecer con mayor
propiedad en los años sesenta cuando, con una madurez fecunda, Lucy rompe, como
siempre, con sus indagaciones anteriores y horada otras tierras, otros territorios.
Escuchemos a la artista:
Yo venía trabajando hasta entonces un estilo geométrico con figuras
estáticas, pero vino un cambio en mi vida que influyó posteriormente en
mi actitud pictórica. Por esa razón, la exposición de 1961 fue muy
alegre, se soltó el gesto, cambió el estilo, y resultó muy amena y
romántica, pero al mismo tiempo pienso que había una cierta presencia
de Alejandro Obregón. Esa atmósfera un poco gris tan propia de sus
lienzos estaba allí. Trabajé en eso que denominé ‘breve historia del
viento” (1997: 34).
Efectivamente, en cuadros como Encuentro de la rosa y la saeta, 1961; La barca
sumergida, 1961 o Mujer soñando flores, 1961, las líneas adquieren levedad y
ligereza. Fuerza y vigor explotan en tonos grises, rosas. Se siente la volátil presencia
del viento que palpita en los objetos. Todo es temblor en estas expresiones,
permanencia en fuga, tierno estremecimiento. Cuadros de una sutileza trágica y feliz a
la vez: Reflexión, 1961 donde la voluptuosidad de un sensual desnudo nos abruma
frente a la roja manzana surgida de lo místico y el pecado. El juego de la luz alimenta
los contrastes. Fuerza, espontaneidad y estallido. Temas oníricos, dice Lucy, y
supremamente líricos, “una ventana de luz, una ráfaga de aire fresco”. Y, por esa
ventana, entrarán voraces y furiosos insectos pintados en óleo sobre lienzo en 1962.
La barca sumergida, 1961
Óleo sobre lienzo. 159 x 169 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Reflexión, 1961
Óleo sobre lienzo. 120 x 160 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
“Nacidos de un estado anímico de inquietud y angustia, comenta Lucy, se vuelven
agresivos mostrando púas, garfios y garras en luchas implacables, en dos tiempos y
en técnicas diferentes...” (1997: 106). La dinámica impone en esta serie sus
condiciones. Es una poética del bestiario la que surge entonces. Violencia y lucha
representadas en púas y aguijones que se insertan en la mirada. Su arte prueba una
vez más la rebeldía contra la realidad de lo bello terrible. Intensidad que se devora
devorándonos. Insectos nocturnales e insectos a plena luz del día hacen del mundo un
angustioso campo de batalla. La monstruosidad del terror, y el miedo a las condiciones
de una naturaleza feroz y en conflicto, metaforiza las acciones humanas y las más
profundas heridas del inconsciente individual y colectivo. Insectos insaciables como
son nuestros traumas y deseos. Esta lucha de insectos quizá sea el símbolo de una
cultura escindida, una realidad fragmentada nada armoniosa ni simple. El espectáculo
se hace patético, y es cuando un desgarramiento rompe el equilibrio del día (Lucha de
Insectos, 1962; Insecto, 1961).
Lucha de insectos, 1962
Óleo sobre lienzo. 126 x 132 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Insecto, 1961
Óleo sobre lienzo. 42 x 64 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
La serie de los insectos le sugirió a Lucy Tejada buscar nuevas técnicas, distintos
matices, mezclas y collages hasta llegar a una “pintura más informalista, usando
vegetales, cebollas, estropajos, arenas, cualquier material que me diera una textura
interesante y colores nuevos” (Lucy Tejada, 1992).
Pero muy pronto a esta serie le seguirán las apacibles, acuáticas lunas, las lunas de la
poesía, del poema, de lo poético. Hacia 1964 y 1965, la plenitud del misterio aurático
ronda por una serie de cuadros encantados, casi fábula, casi fantasía. De la pesadilla
que producen los sueños racionales, a la ensoñación que proviene de la imaginación
del hechizado. Diría que los cuadros de estos años es pintura hecha música y ritmo.
Pintura nocturnal, femenina, maternal y tierna, enfática y obsesionada por lo extraño.
Lucy expone ante el paseante el revés de la realidad; invita atravesar el espejo cual
Alicia, a visitar la “otra parte”, ya no desde la escisión irónica, sino desde la analogía
que integra y recompone. Cosmos y hombre se han unido, realidad y deseo son
totalidad, gracias a la imaginación, la intuición, la poesía. El arte y el mundo se atraen
superando lo bizarro, lo fragmentado, fundando una metafísica estética que busca
ante todo un cosmos unificado donde se haga habitable el mundo. En Tiempo del
ángel, 1964; Niña en rojo, 1964; Noches del pasado, 1964; Cara de luna, 1965, es el
sueño de la infancia la que alimenta estas utopías mayores: la alteridad soñando con
la unidad. La región de la infancia nos vuelve mito, luna, poema, magia, memoria
creadora, universo conciliado.
Niña en rojo, 1964
Óleo sobre lienzo. 75 x 60 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Noches del pasado, 1965
Técnica mixta sobre madera. 100 x 120 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
En torno a estas fecundas ambigüedades, transita la obra de Lucy Tejada por estos
años. El régimen nocturno femenino, matriarcal, y el régimen diurno masculino,
patriarcal, son representados no como elementos distantes, sino dialógicos en los
cuadros de finales de los sesenta. Así, Hoy es gris, 1966; El bosque infame, 1966; y,
sobre todo, Color de rosa de 1968, poseen un drama intensificado por las
contradicciones, gracias al desgarramiento, a la denuncia y el aullido de una
contracultura juvenil: Color de rosa, nos dice la artista (es una ) “obra trascendente
donde presento una situación de los 60, años estelares en el arte y conflictivos en el
mundo: la dolorosa guerra de Vietnam, los hippies, el nadaísmo, los alucinógenos y la
marihuana, la espantosa bomba atómica y el amor que todo lo salva. Con dibujo y
collage de recorte de periódico que en forma plástica decrecen comunicando
mensajes del momento” (1997: 106).
Color de rosa
Técnica mixta sobre madera. 114 x 174 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Entre el inicio del mundo y las triturantes máquinas
Llena de poesía, fundada en poema, la obra de Lucy Tejada se cifra y descifra también
desde el mundo literario latinoamericano, y es Macondo el asunto emblemático que se
le presenta más urgente a la artista a principios de los setenta. Un diálogo magistral
surge entonces: Macondo se transmuta en imagen visual, su epopeya y magnitud
originarias, la simbología de una cultura. Dibujos vivaces, explosivos que captan la
atmósfera mítico-histórica de Cien años de soledad, su trágico-mágico hechizo. Una
obra más latinoamericana y terrígena se vierte en su trabajo. Con el cuadro Macondo,
1970, Lucy obtiene el Primer Premio de Dibujo en el X festival de Arte de Cali. Registra
aquí un caosmos, paralelo a los conceptos sobre identidad latinoamericana de la
época. “Macondo somos todos”, parece decirnos su pintura.
De esta familiarización con el mundo literario, pleno y apoteósico en imágenes, en
realismos mágicos y extrañezas, su trabajo se introduce más en la tierra, en el
tubérculo cultural mayor. El sincretismo y la hibridación pictórica se presentan en la
serie A las manos de los indios, con profundos colores ocres, rojos, con una
simbología geométrica como homenaje al arte precolombino. El ritual indígena es
invitado a volverse centro y tótem estético. Fusiona el abstraccionismo de las
creaciones indígenas, “presentes en rodillos, cerámicas, pitos, en la extraordinaria
orfebrería hasta las tumbas y la estatuaria” (Lucy Tejada, 1997: 144), con la figuración
analógica y metafórica de los rostros-máscaras. Reinvención de una inmanencia
cósmica. Reivindicación de la iconografía del pasado, magníficamente actualizada,
volviéndose presente, presencia vital y activa por gracia del dibujo. “Porque es justicia
rendir homenaje y tributo al grafismo mágico, a la estilización exquisita, a la línea que
se entrelaza en múltiples juegos misteriosos y rituales”, lo dice Lucy convencida de
que con su intervención desde lo originario y primigenio, un mundo latinoamericano
vuelve a empezar. La artista en los años setenta es, pues, seducida por la exaltada
petición intelectual de expresarnos como latinoamericanos, sugiriendo que existimos
como cultura híbrida, mestiza, heterogénea.
A las manos de los indios –Máscaras- 1974
Dibujo sobre papel y madera. 56 x 44 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Rebelión y denuncia; expresión y casi grito donde se nota la sensibilidad de época,
una búsqueda constante de lo que fuimos y lo que somos. Dicha denuncia se
encamina a reclamar por una infancia desterrada de toda felicidad humana. Denuncia
y rebeldía por la trágica suerte de los exiliados en su propia patria. Sola, sin nación, sin
nombre, la infancia y su ostracismo se nos hace insoportable. La inevitable imagen de
un mundo sin aire se revela en la serie Oxígeno con un aterrador esplendor.
Iconografía de lo terrible sí, pero llena de una pavorosa ternura. Niños sin oxígeno se
muestran prisioneros de la racionalidad técnica, entre máquinas de poder. La jaula de
hierro de Max Weber no puede ser tan diciente. Los tristes rostros-máscaras de los
niños miran desde el asombro el panóptico de una globalización instrumental en auge.
Son, como bien lo define en una de sus series, niños con Jardines prohibidos, 1976; o
bien, negados para el juego, ensoñando o anhelando desde su imaginación poderosa,
un espacio-tiempo para inventar un mundo posible, la unión libertaria de deseo y
realidad.
“Pinto niños pero en el fondo siento que estoy haciendo mi autorretrato” confiesa Lucy.
“Yo misma soy una niña asombrada, con miedo del mundo, encarcelada por
circunstancias externas donde ya no hay amor, donde se le dan patadas a los perros,
donde la indiferencia es el común denominador, donde estoy sola porque no me
identifico con nadie” (Maritza Uribe de Urdinola, Catálogo Lucy Tejada, Obra pictórica,
1993).
Serie Oxígeno –niño del ciprés, 1976
Dibujo Técnica mixta. 33 x 33 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Con la trágica suerte de vivir en tiempos terribles -como son todos los tiempos, al
decir de Jorge Luis Borges- a los niños-máscaras de Lucy los habita la ambigüedad
estética de la ternura que es, en palabras de Estanislao Zuleta “esa curiosa mezcla de
amor y tristeza; tristeza por el desamparo y la vulnerabilidad originaria de los seres
(...). Una fragilidad agobiada por un mundo hostil o rodeada de un amable universo
infantil; pero siempre opuesta a la dureza de nuestra época, siempre esgrimida contra
su brutal indiferencia” (Lucy Tejada: Obra pictórica, 1993).
A falta de oxígeno y de jardín libertario, debido al grado de polución de la vida y del
crecimiento de una sociedad carcelaria, queda la región de lo innombrado, la
naturaleza inédita, origen y fin de la visión del universo: Galápagos, 1979. Entonces,
un asombro sublime por lo extraordinario y poderoso surge cuando el aislamiento de la
naturaleza en estado “puro” se nos presenta. La tierra aquí es tensión y descarga,
tempestad y brizna, infinitud y misterio. Toda su extrañeza nos excede y sobrepasa,
hechiza al sólo mirarla. Galápagos, isla mágica, embrujante. “La fauna endémica,
extraña y mansa, dominando la soledad y el silencio. Y el alma sobrecogida, se
pregunta si asistimos al principio de la creación o a su final inexorable” (Lucy Tejada,
1997: 144). Terror y tranquilidad sublime ante esta monstruosidad generosa: solitarios
niños ante pájaros, iguanas gigantes. Ambivalencia estética que en sus dibujos se
vuelve encantamiento.
Galápagos –Iguana, 1978
Dibujo Técnica mixta. 16 x 25 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Sin embargo, en la misma proporción, está “la máquina que tritura los sueños” como
se lee en el verso del poeta Salvatore Quasimodo. Sí, la máquina citadina, sociedad
de torturados. Máquinas surreales en pleno trabajo demoledor y enajenante. Máquinas
producidas por una tecno-cultura esquizofrénica y fanática.
El displacer nihilista y la desesperanza habitan en esta serie de los años ochenta. No
hay puerta que salve a una generación desencantada de la naturaleza. Lo sublime ha
cambiado de rostro. Ahora se presenta con su dolor exquisito en la grandiosidad
trituradora de la máquina infernal. La utopía de los vanguardistas futuristas adquiere
en esta serie cuerpo, rostro encadenado. Metáforas mecánicas de la sociedad
industrial capitalista; puesta en duda de esta gran ola progresiva de barbarie que
amenaza con desterrar al hombre.
Atrapados por las máquinas, los niños miran a su alrededor con total desencanto. Ni
angustiados, ni desesperados, sus rostros expresan resignación, quizá con esa
extraña lucidez e inteligencia que tienen los desesperanzados. La estática es su
universo, la paciencia su tabla de valores.
Un nihilismo crítico ante los conceptos centrales de la modernización: progreso,
desarrollo, futuro, paradigmas de una religión de la velocidad y de una “maquinolatría”
que lleva a idealizar la potencia de los utensilios. Se produce así la estética de la
máquina expresada de forma contundente por Buzi, poeta italiano futurista:
Y fabricadas las máquinas para fabricar las máquinas
Una monstruosa hembra
Se apareará con un macho monstruoso
Nacerán Hijos imposibles del Futuro.
Los miembros serán de hierro, pero etéreos:
Y las energías de fuego, pero apagadas.
(Verdone, 1997: 97)
Máquinas voladoras- Desintegrada, 1980
Técnica mixta. 70 x 100 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Máquinas – Los que salen I, 1981
Técnica mixta. 70 x 100 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
En torno a los hierros retorcidos vive la carne. Prisioneros, atados con cuerdas
de fique, los inmóviles niños esperan no se sabe qué. La soledad del hombre
se hace cierta. No hay espacio para la comunicación, no hay sitio para el canto.
Oigamos a Lucy Tejada
Máquinas de tierra, de vapor, interplanetarias con rayos láser,
lunares y electrónicas; un mundo de la intromisión de elementos
mecánicos en contraposición a la naturaleza (...) Un nuevo
lenguaje de tubos retorcidos, calderas, tornillos, hélices, ruedas,
poleas y grúas, arman un insólito panorama surrealista donde se
asoman animales como cormoranes o armadillos reforzando la
situación absurda donde están escondidos estos pequeños
seres prisioneros de un tiempo y una adversidad, con la
inocencia asombrada de su desventura (1997: 182).
Una memoria exuberante
Si quisiéramos designar la obra que Lucy Tejada realiza en la década del noventa,
podríamos decir que ella dialoga con un barroquismo lírico y, más aún, romántico y
expresionista. De este modo, entramos a una exuberancia de paisaje y memoria, de
tranquilidad y tormenta, en los cuales la infancia juega a ser libre en unos espacios
donde soñar es traumático. Pero allí están sus niños insomnes de terrible caricia, con
sus primerizos miedos, los sufribles y gratos asombros. Lo lúdico funda un reino de
felices posibilidades. La ambigüedad es manifiesta: el juego es placidez y tragedia a la
vez, soledad y solidaridad, comunión y extravío. Con una memoria encantada, Lucy
plasma la gravidez de tierra y la levedad de espíritu propia de la infancia; raíz y nube
envuelta en el esplendor del trópico. Árbol caído, 1990; Atrapados en la corteza, 1990;
Las veloces, 1990; Niñas en manglar, 1990; Guardianas de los Farallones, 1990, dejan
un olor a humus, a fragancia vaporosa. “Son cuadros plácidos, retozones y
surrealistas, con animales y vegetación profunda y barroca como corresponde a
nuestra naturaleza tropical en su exuberante biodiversidad. Cada uno con su propia
motivación, como un cuento imaginario” (Lucy Tejada, 1997: 208).
Las veloces, 1990
Óleo sobre lienzo. 65 x 70 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Guardianas de los Farallones, 1990
Óleo sobre lienzo. 65 x 70 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Testimonio de una aventura, de un extenso e intenso viaje donde se han registrado los
grandes sucesos de la niñez como si fueran un milagro, es el cuadro Memoria, ciega
abeja de amargura de 1991. En él la infancia se ha mutado en lúdicas y , a veces,
sombrías imágenes. La madre es centro y ombligo de este universo onírico y real; los
viajes de la casa, sus secretos y guardados fantasmas que siempre irán con uno; los
objetos y utensilios míticos, tótems permanentes, archivados en el armario de nuestros
recuerdos, en fin, la región de la “infancia redimida”. En éste cuadro, como en otros
tantos, la memoria no es telón de fondo ni escenografía icónica, no es simple
ornamento estético. Su fuerza está en ser personaje principal, protagonista, actora,
autora y directora del drama poético. La memoria, más que cumplir un papel de
acompañamiento, es ante todo una actividad crítico-creadora que comunica lo
incomunicable, inventora del reino de lo inexpresable. Con ello, supera la nostalgia
inmediatista. Memoria artística que se vuelve provocación e insinuación, presencia y
evocación. Lucy Tejada, como Mnemosina, la madre de las musas y de la memoria,
construye estas atmósferas lúdicas/lúcidas, invitándonos a entrar a su zona de
penumbra, a su línea de sombra. La memoria individual se ha socializado, es un yo
comunal, una entidad creciendo y creándose en la mirada del “otro”; es un “nosotros”
intersubjetivo, activo y participante. La memoria se vuelve lenguaje que canta y
encanta a la hechicera y al hechizado ante sus provocativas llamas.
Memoria, ciega abeja de amargura, 1991
Óleo sobre lienzo. 125 x 134 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Serenamente sitiada, Lucy Tejada ha realizado para la pintura colombiana un
extraordinario itinerario, con mutaciones y transgresiones interiores. Sin rabia, plena
de una terneza trágica, ha producido en su obra una iconografía gestual envolvente,
única y particular; ha proyectado un sistema de gestualidad, formas y figuras con una
intensa carga psicológica y sociológica que representa la sensibilidad y la experiencia
emotiva de nuestra época. Da evidencia de lo que somos y seremos a través de un
trabajo arduo, constante y provocador. Así lo insinúa en los cuadros de 1996 y 1997,
tales como: Oración, Sutileza, Colibríes, realizados en tinta china y acuarela. En ellos
la gestualidad expresada en las manos hace participar de cierta reverencia
melancólica, del recogimiento y del secreto. ¿Qué señala el dedo índice de la
misteriosa mujer en el cuadro Sutileza, (1996)? ¿Un invisible objeto? ¿Un posible
signo de utopías? Insinuación y evocación poética, sutil juego de manos que arrastra
la mirada. Es un índice que hace participar todo el cuerpo, comunicando los
movimientos de un deseo, de un secreto. Tal vez, aquel índice femenino sea la
invitación a gozar de esta fiesta prodigiosa, realizada en la obra de Lucy Tejada.
Sutileza, 1996
Tinta china-Acuarela. 36 x 31.5 cm
Tomado de Lucy Tejada. Cali: Alejandro Valencia Tejada, 1997
Nota
En palabras de Lucy “Memoria, ciega abeja de amargura, está situada en los paisajes
de mi infancia (...) Son cosas que le quedan a uno en la memoria y las quiere. Evoco
nuestro viaje al Valle en tren. En medio del cuadro, la mamá peinando a la niña; al
lado y un poco atrás, la niña el día de su Primera Comunión con una mariposa negra
de mal agüero. Mamá hacía muchas cosas, pintaba, confeccionaba sombreros para
las señoras elegantes de Manizales y Pereira. Allí están los sombreros (...) Son
evocaciones oníricas de mis recuerdos y sentimientos infantiles, no retratos; aparecen
los guijarros o formas de colores, que bajan en diagonal, son hitos del tiempo y
finalmente, yo corriendo con los brazos en alto” (1997:208).
REFERENCIAS
Tejada L 1997. Cali, Alejandro Valencia Tejada.
Tejada L. 1992. Catálogo, obra pictórica. Cali, Alejandro Valencia Tejada, Sp.
Tejada L. 1997. 50 años de labor pictórica. Homenaje del Club El Nogal. Santafé de
Bogotá, Club el Nogal.
Tatarkiewicz W. 2001. Historia de seis ideas. Arte, belleza, creatividad, mímesis,
experiencia estética. Madrid, Tecnos.
Varios 2000. Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas.
Vol. I y II. Valeriano Bozal (Ed.). Madrid, Visor.
Verdone M. 1997. El futurismo. Bogotá, Editorial Norma, 160 pág.
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