Concepción Arenal en el pensamiento y los ideales

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José Ramón Ariño
Se trata de fijar el marco económico,
político y social de la España del siglo XIX (1808-1874), dentro del cual
vivió la ilustre mujer ferrolana Concepción Arenal, haciendo especial
referencia al pensamiento de la burguesía revolucionaria, que nunca
ha sido muy numerosa en España.
En 1808 había unos 11 millones de
habitantes en la España peninsular,
Baleares y Canarias. Unos 29 millones incluyendo el Imperio ultramarino de América y Filipinas. De los
11 millones de españoles de la metrópoli eran analfabetos el 94% y
una cifra similar de la población
vivía de la agricultura. El número
de alfabetizados, es decir, de los
que sabían leer y escribir, el 6%,
coincide casi exactamente con el
número de nobles, 400.000 (que, a
su vez, poseían el 51,5% de la tierra)
y de clérigos, 170.000 (poseyendo
la Iglesia un 16,5% de la tierra).
Entre ambos estamentos, nobles y
clérigos, poseían el 66% de las tierras. Esta era la situación bajo el
Antiguo Régimen de la Monarquía
Católica Absoluta que la Revolución
liberal intentó cambiar a lo largo
del siglo XIX. Por desgracia para el
país, con poco éxito, salvo las desamortizaciones eclesiásticas de
1836-1837.
En 1875, la tasa de analfabetismo
seguía siendo del 75%. En 1900, la
población de España (ya sin Imperio)
era de 18,5 millones. De ellos, el
60%, seguían siendo analfabetos.
En Francia, nuestro país vecino, la
tasa de analfabetos era del 17% y
solo del 5% en Inglaterra. En estos
dos últimos países, cada uno con
su propia forma política, sí se había
hecho la revolución liberal y la sociedad se había transformado. En
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CONCEPCIÓN
ARENAL EN EL
PENSAMIENTO Y
LOS IDEALES DE LA
BURGUESÍA
REVOLUCIONARIA
1808-1874
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conseguir el sufragio universal masculino pero el régimen caciquil imperante impedía que España fuera
un país verdaderamente democrático
y habría que esperar a la Constitución
de la Segunda República para que,
primero los varones, y, a partir de
1933, las mujeres pudieran votar.
Interior del Teatro de las Cortes, antiguo Teatro Cómico o Teatro de San Fernando en la Isla de León,
sede de la primera reunión de las Cortes, el 24 de septiembre de 1810
curso gurméndez
España se había pintado la fachada,
la superestructura política, varias
veces, demasiadas veces. Pero había
habido pocos cambios estructurales
en la sociedad.
La Edad Contemporánea comienza
en España en 1808. Es el año en el
que el pueblo español, abandonado
por sus gobernantes, tiene que luchar por su independencia, partiendo
de lo básico, de las normas y costumbres existentes, de la Constitución no escrita de la nación, como
decía Jovellanos. 1808 es el año en
el que España, partiendo de las Juntas de Defensa locales y provinciales,
que son las Españas realmente existentes, que no aceptan el entreguismo del Gobierno y administración
monárquicos, se encuentran como
Nación. Lo que sale en 1814 de un
proceso caótico de seis años de
guerra (con un millón de muertos)
es un país arruinado y destrozado,
aunque con un proyecto de futuro y
de modernidad: la Constitución de
1812, redactada en Cádiz, sometida
al cerco francés desde 1810 a 1812.
Se trata de una Constitución moderna y liberal, la tercera escrita
del mundo, después de la Estados
Unidos (1787) y la de Francia (1791
y la ya republicana de 1793).
La Constitución de 1812 fija los
grandes principios del liberalismo:
La soberanía nacional. La libertad
de Prensa e Imprenta, sin censura
previa. La división de poderes, que
se controlan unos a otros: Poder
Legislativo, Poder Ejecutivo, Poder
Judicial. El Poder Judicial es independiente y el fuero único e igual
para todos. Se suprime el tormento
(la tortura) y los apremios. El domicilio es inviolable. Todos están obligados a pagar impuestos en razón
de todas sus rentas y a servir en el
Ejército. La Constitución consagra
el sufragio universal masculino para
elegir representantes.
Hay que destacar que hasta la Revolución de 1868, conocida como la
Gloriosa y de corta vida, no volvió a
conseguirse el sufragio universal
masculino. Con el Estatuto Real de
1834, que quiso lavar la cara a la
dictadura de Fernando VII, muerto
en 1833, solo tenían derecho al voto
el 0,15% de la población que acreditaba más renta, es decir, los ricos.
La Constitución progresista de 1837
elevó este derecho al voto al 2,2%
de los españoles. La llamada Constitución moderada de 1845 (en realidad muy reaccionaria) volvió a bajar
el derecho al sufragio al 0,8% de la
población. Tras el fracaso de la Revolución de 1868 y la efímera Primera
República, la ley electoral de 1878
de la llamada Restauración, volvió a
suprimir el sufragio universal masculino y solo dejaba votar al 5,1%
de la población. En 1890 se volvió a
El título del libro del conde de Toreno, Historia del Levantamiento, Guerra
y Revolución de España, resume muy
bien lo que pasó en España en esos
años heroicos y crueles de 1808 a
1814. Pasó de todo y todo pasó a la
vez. España intentó pasar a ser un
país moderno, donde la Libertad y
la Igualdad (de derechos y de deberes) llegara a todos los españoles,
que dejaban de ser súbditos (que
solo debían trabajar, obedecer y rezar) a ser ciudadanos, capaces de
pensar por sí mismos. Y con el derecho a publicar lo que pensaban;
no conviene olvidar que en el Cádiz
sitiado hubo 60 periódicos.
La instrucción pública era fundamental para los liberales ya que en
el Antiguo Régimen el 94% de la población era analfabeta y así el artículo
366 de la Constitución de Cádiz dice:
“En todos los pueblos de la Monarquía
se establecerán escuelas de primeras
letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición
de las obligaciones civiles”. Con instrucción, el pueblo, (además de trabajar, obedecer y rezar) puede pensar
y decidir lo que vota para elegir el
Gobierno de forma democrática. ¡Ahí
es nada! La Constitución de Cádiz
daba el plazo hasta 1830, fecha en
la que se suponía que todos sabrían
ya leer y escribir, para que votaran
también los analfabetos. Este sufragio
universal masculino solo se volvería
a alcanzar en la Constitución progresista de 1869.
El artículo 8º de la Constitución de
Cádiz dice: “También está obligado
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todo español, sin distinción alguna, a
contribuir en proporción de sus haberes
para los gastos del Estado”. Por si hay
alguna duda, el artículo 339 lo completa: “Las contribuciones se repartirán
entre todos los españoles con proporción a sus facultades, sin excepción ni
privilegio alguno”. Este artículo de
1812 de que todos pagaran impuestos por toda la riqueza que tenían
(es decir, algo parecido al Impuesto
de la Renta de las Personas Físicas,
de ahora) solo se volvería a lograr
bajo la Constitución de 1978.
El Rey Fernando VII, al negarse a
acatar y luego suprimir la Constitución, cambió el rumbo de España
del progreso hacia el atraso. Conviene detenerse en el decreto de
mayo de 1814, que suprimió la Constitución de un plumazo y condenó
a los liberales a la ilegalidad, a la
muerte, al presidio o al exilio. De
ahí arrancan muchos males que han
envenenado la política española desde entonces y que han conducido a
una cadena de guerras civiles.
Fue entonces cuando el Gobierno
absolutista de Fernando VII decretó
pena de muerte para los que gritaran
en la calle “¡Viva la Constitución!”
o “¡Viva la Libertad!”, el momento
en que los liberales comenzaron a
gritar “¡Viva la Pepa!”, aludiendo a
la fecha de proclamación del texto
constitucional.
Ingenio contra represión. Y la mala
leche española envenenando la política desde entonces, siembra de
odio nefasta que ha originado ya
cuatro guerras civiles, la conocida
por este nombre en el siglo XX y las
tres guerras carlistas del siglo XIX.
Algo que todavía perturba hoy el
orden de un país normal y que hace
que la bandera española, creada
por el rey Carlos III para la Marina y
los fuertes de costa en 1785 y que
en el Cádiz de 1812 comienza a ser
la bandera de todos, sea considerada
aún por una parte de la sociedad
española como la bandera franquista, es decir de solo un bando de la
guerra civil, pese a la Constitución
consensuada de 1978. También que
España no tenga letra para su himno,
que no puede cantar aunque quede
campeona del mundo de fútbol en
2010 o de Europa en 2012.
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La Constitución de 1812 por la que
luchó el padre de Concepción Arenal, sargento mayor del Ejército,
que fue encarcelado por sus ideas
liberales, es también la garantía
de los derechos de cada persona.
Así el artículo 302 dice: “No se
usará nunca del tormento ni de los
apremios”. Y el artículo 297: “Se
dispondrán las cárceles de manera
que sirvan para asegurar, y no para
molestar a los presos; así, el alcaide
curso gurméndez
El Himno de Riego fue himno nacional durante el Trienio Liberal y que Azaña intentó restaurar en la II República sin conseguirlo
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CONCEPCIÓN ARENAL EN EL PENSAMIENTO Y LOS IDEALES...
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tendrá a estos en buena custodia, y
separados los que el juez mande tener sin comunicación; pero nunca
en calabozos subterráneos ni malsanos”.
La Constitución de 1812 volvió a
estar vigente desde 1820 a 1823,
tras el levantamiento de Riego, en
el período que se conoce como el
Trienio Constitucional y que acabó
con la invasión de un Ejército absolutista de 100.000 soldados franceses de la Santa Alianza (del Trono y
el Altar). El texto de 1812 volvió a
regir en España en 1836, tras el levantamiento de los sargentos de La
Granja e inspiró profundamente las
Constituciones progresistas de 1837
y 1869. Sus artículos inspiraron
también a la mayor parte de las
constituciones liberales que se redactaron entre 1812 y 1840 en Europa y especialmente en las de las
repúblicas hispanoamericanas que
se independizaron de España en un
largo y cruento proceso que abarcó
desde 1810 a 1828.
¿Por qué fracasó este primer intento
de Revolución Liberal en España?
Las circunstancias de la guerra, el
reclutamiento masivo de la población masculina (y de miles de mujeres también) en las guerrillas,
eran favorables a un cambio de régimen. Al fracasar la revolución en
ese momento, que era el momento,
el grupo del 5% de la población
que se oponía a ella (mayoría de
nobles y clérigos), se acostumbraron a que cada vez que se les discutía su poder y se les pedía que
renunciaran a sus privilegios echaban el órdago del todo o nada y
declaraban enemigo de España y
de su Religión a los compatriotas
que no comulgaban con sus ideas,
a los que había que hacer una guerra a muerte, una cruzada.
El día 24 de septiembre de 1810, durante el sitio de Cádiz, en el contexto de la Guerra de Independencia
Española, los diputados que redactaron la Constitución Española de 1812 juraron lealtad en la iglesia de
San Pedro y San Pablo de San Fernando. Este hecho quedó inmortalizado por el pintor José Casado del
Alisal (1832-1886), cuyo cuadro está expuesto en el Congreso de los Diputados de España
Otra respuesta de por qué fracasó la
Constitución de 1812 fue por la falta
de una verdadera burguesía liberal,
excepto en ciudades como Cádiz,
Barcelona y quizás Coruña, en contacto con el mundo a través de sus
puertos y el comercio. En España,
burguesía liberal, poca y burguesía
revolucionaria, menos, que es la que
nos ocupa en esta ponencia. Al no
haber burguesía tampoco hay clases
medias, o estas son muy escasas.
De atraso económico y cultural y de
falta de clases medias productivas,
de eso ha carecido España hasta el
desarrollo industrial que se realizó
en la década de 1960 en la que el
país pasó de ser agrícola y campesino
a industrial y urbano.
Hasta que no murió Fernando VII,
en 1833, España no pudo modernizarse. La guinda del pastel político
que el Narizotas o el Rey Felón (como
le llamaban los liberales tras desdecirse de su juramento de la Constitución en 1823, auxiliado por un
Ejército extranjero) legó a España
fue la guerra carlista, una verdadera
guerra civil en las zonas rurales vasco-navarras, catalanas y valencianas,
donde la población era antiliberal.
Como el rey no había tenido hijos
hasta su cuarto matrimonio, con su
sobrina María Cristina de Borbón
(22 años menos que él), celebrado
en 1829, el hermano del rey, Carlos
María Isidro, era el llamado a sucederle. Carlos era muy piadoso y la
Iglesia lo veía con buenos ojos. Pero
la joven reina se quedó embarazada
pronto y antes de que diera a luz en
octubre de 1830 el Rey publicó la
Pragmática Sanción, que anulaba la
Ley Sálica, por la que prohibía reinar
a las mujeres y había sido introducida
en España por el primer Borbón español, Felipe V, ya que hasta entonces, las mujeres habían tenido en
nuestro país el mismo derecho a reinar que los varones.
El hermano del Rey y sus seguidores,
que empezaron a llamarse carlistas
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(antes se designaban como apostólicos, realistas puros o agraviats y
malcontents en Cataluña) y defendían los valores del Antiguo Régimen
(Dios, Patria, Rey y Leyes Viejas, es
decir los Fueros Vascos, Navarros y
Catalanes), no aceptaron a la niña
que nació en octubre de 1830 y
que reinaría con el nombre de Isabel
II. En cuanto murió el rey comenzó
la Primera Guerra Carlista (18331840); luego le seguirían la Segunda
Guerra Carlista (1846-1849) y la
Tercera Guerra Carlista (1872-1876).
María Cristina de Borbón, la viuda
de Fernando VII y madre de la niña,
tuvo que dar un decreto de amnistía
y apoyarse en los liberales a los
que su poco inteligente marido había
perseguido a sangre y fuego. Estas
guerras debilitaron aún más la siempre precaria economía española.
Lo mismo hicieron los liberales, que
reprimidos a muerte por Fernando
VII tuvieron que actuar durante su
reinado en la clandestinidad agrupados, primero en la Masonería y
luego en asociaciones secretas como
la Unión de Comuneros de España
—La Comunería, en términos coloquiales— o La Cadena. Los militares
liberales actuaban en política por
medio de “el pronunciamiento” o
“rompimiento”: una sublevación de
un militar de prestigio rompía la situación del pueblo obligado a callar,
arengaba a sus hombres (como el
coronel Riego en 1820) y proclamaba la Constitución y la libertad
prohibida. Desde el exilio se fundó
también la Unión de Constitucionales Europeos, que extendía sus ramas por toda Europa.
La mayoría de los pronunciamientos
liberales fracasaban ya que Fernando
VII había montado un aparato represivo muy eficaz. Por un lado una
eficiente policía política que tenía
miles de confidentes a sueldo y, por
otro lado, en el campo, los llamados
Voluntarios Realistas, grupo militar
que actuaba en cada municipio.
A la muerte de Fernando VII, la
reina regente María Cristina intentó
gobernar con los liberales moderados de Martínez de la Rosa y se redactó en 1834 el llamado Estatuto
Real, que más que una Constitución
es una carta otorgada por la reina,
un paso del Absolutismo al Liberalismo. Prevé dos cámaras, la de
Próceres (obispos y personalidades
nombradas a dedo) y la de Procuradores, elegidos por sufragio censitario entre los propietarios ricos,
ya que solo tenía derecho al voto el
0,15% de la población.
Como los liberales no estaban de
acuerdo con esta pseudolibertad descafeinada se unieron todas las tendencias (exaltados, progresistas, demócratas) contra los moderados. Un
grupo de sargentos, a finales de
agosto de 1836, se sublevaron en
La Granja de San Ildefonso (Segovia)
donde estaba el palacio de verano
de los Borbones y obligaron a la
Reina Regente a proclamar la Constitución de 1812. Como esta decían
que se había quedado anticuada, se
redactó la Constitución progresista
de 1837 que recogía los valores de
la Pepa pero de forma moderada.
En 1836 se realiza, aunque con muchos defectos, una de las operaciones
político-financieras más importantes
de la época que nos ocupa. Dado
que la Iglesia apoyaba la sublevación
carlista, el Gobierno progresista de
Mendizábal decretó la nacionalización de los bienes de la Iglesia, que
eran muchos, ya que acumulaba el
66% de las fincas cultivables.
Los campesinos sin tierra, la mayoría
analfabetos, eran incapaces de entender el papeleo a seguir. Además
el precio se podía pagar al Estado,
bien en dinero, bien en títulos de
deuda pública, incluidos los bonos
de guerra que el Gobierno había
emitido para financiar la guerra contra los carlistas y que al ir mal las
cosas para el Gobierno habían bajado
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mucho su cotización, pudiendo comprarse bonos de 100 duros de nominal a 20 duros, que luego contaban
como 100 para pagar al Estado.
Así, muchos ricos comerciantes, escribanos, abogados, secretarios de
ayuntamiento, militares y también
nobles ricos fueron los afortunados
compradores recaudando el Estado
4.500 millones de reales y dejando
de apoyar estos nuevos propietarios
a los carlistas. En 1855 una segunda desamortización, realizada
por Pascual Madoz, esta vez sobre
los bienes comunales de los ayuntamientos, volvió a cometer los
mismos errores. El resultado fue
que se agravó el problema agrario y
que los campesinos que trabajaban
la tierra siguieron sin ser propietarios de ella.
Además, al pasar las fincas de la
Iglesia a propietarios privados se
permitió su vallado y se prohibió el
acceso a ellas a los vecinos pobres
que hasta entonces se aprovechaban de las tierras comunales y de
que la Iglesia, como tenía tanto,
dejaba meter ganado, coger leña y
setas de sus fincas. Estallaron miles
de conflictos por este uso de los
vecinos pobres de las fincas de la
Iglesia, ahora propiedad de otros
ciudadanos. El problema se acabó
en 1843 al crearse la Guardia Civil
por el Gobierno reaccionario de
Narváez. El nuevo cuerpo hizo respetar el derecho de propiedad en
el campo y tras la instalación del
telégrafo logró acabar con el bandolerismo.
La no resolución del problema de la
tierra, del reparto de la tierra en el
Sur, ha pesado en toda la política
española hasta 1960. A diferencia
de Francia, donde la Revolución repartió las tierras de los nobles y
logró crear una clase media de pequeños propietarios agrarios de 2,6
millones de personas, en España se
llega al siglo XX con el problema sin
resolver. Un 1% de los propietarios
posee el 42% del catastro.
España fue resolviendo otros problemas como el de la población que
pasó de los 11 millones de 1808 a
los 15,5 millones en 1857 y a los
18,5 en 1900, llegando a los 24 millones en 1935, en vísperas de la
guerra civil. Lo que no se resolvió
fue el problema del analfabetismo,
que en 1808 era del 94% y en 1900
era del 60%, como queda dicho. Así
se fue separando el camino de España de la del resto de países europeos que, a partir de 1830, disfrutan
de paz, constituciones y derechos
de voto.
En otros sectores de la economía
España también fue diferente y la
tasa de ahorro nacional insuficiente
para el desarrollo, lo que obligó a
depender del capital extranjero (el
oro de América que financiaba el
Estado hasta 1808 dejó de llegar).
El capital extranjero se invirtió en
el sector minero. Otro sector que
cayó en manos del capital extranjero
fueron los ferrocarriles, símbolo del
Progreso entre los años 1848 y
1900. España siempre llevó en ferrocarriles 25 años de retraso con
respecto al resto de Europa y era
un capital que vivía de los presupuestos del Estado (y de los políticos
que daban las contratas, a los que
a su vez estas financiaban) y consolidó un modelo centralista de
transportes que tomaba a Madrid
como centro, sin conexiones entre
la periferia.
La industria pesada, también en
manos extranjeras, solo logró instalarse en el País Vasco y Asturias
pero ya en los albores del siglo
XX. Cataluña fue la única zona en
la que se consolidó una industria
ligera en el siglo XIX, la industria
textil y toda una serie de pequeñas
industrias que dependen de ella.
Desde entonces ha sido siempre el
territorio más dinámico de España
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seguido del País Vasco (donde se
crearon los grandes bancos) y de
Asturias.
La oligarquía agraria española es
en el XIX una mezcla de la antigua
aristocracia y los nuevos propietarios
que invierten en tierras aprovechándose de las gangas de las desamortizaciones de 1836 y 1855. La burguesía ciudadana, por su parte, se
acostumbra a vivir del Boletín Oficial
del Estado. Los industriales buscan
leyes proteccionistas que les eviten
la competencia con los productos
extranjeros. Los financieros viven
de las concesiones y los préstamos
sin riesgo al Estado y bajo ellos una
serie de empresarios, los llamados
contratistas, que son los que se presentan a los concursos de obras del
Estado. Todos viven del presupuesto
y no quieren que nada cambie.
Una minoría de la pequeña burguesía, sobre todo intelectuales, profesores de universidad, abogados y
periodistas, optan por la rebeldía
contra las injusticias del sistema,
que mantiene a la mayoría del pueblo en la miseria y en la incultura,
en el atraso. Esta minoría de solo
unos miles de personas es la burguesía revolucionaria y ha sido duramente reprimida en España desde
el reinado de Fernando VII hasta la
dictadura de Franco, dos regímenes
muy parecidos, pese a los 125 años
que los separan. Los reaccionarios
Portadilla facsímil de la edición príncipe del Leviatán
se mantienen en el poder en España
durante décadas y los progresistas
solo están períodos de dos o tres
años (Trienio Constitucional 182023, Bienio Progresista 1854-56, Revolución Gloriosa y Primera República 1868-1874).
La clase obrera en España fue
siempre reducida en el siglo XIX,
pero ya desde 1830 había asociaciones obreras en Cataluña como
la Sociedad de Tejedores o la Unión
Manufacturera. Allí ya hubo una
primera huelga general en 1855.
Las noticias de la creación de La
Internacional Obrera en 1864 llegan pronto a España y también las
divisiones entre el socialismo de
Marx y el anarquismo de Bakunin,
uno de cuyos enviados, Fanelli,
funda en Cataluña y Andalucía secciones de la Asociación Internacional de Trabajadores en 1868.
En 1870 ya tenían 100.000 afiliados
en España.
La bandera de los ideales obreros
durante todo el siglo XIX girará en
torno al derecho de asociación de
los trabajadores para defender sus
derechos. La burguesía revolucionaria será su aliada en esta lucha,
sobre todo por medio de la implantación del sufragio universal
masculino que solo se logrará en
dos Constituciones: la de Cádiz,
en 1812, y la de 1869, que solo
duraría hasta el golpe del general
Pavía en 1874.
curso gurméndez
La clase media o pequeña burguesía
es muy escasa en España. En ella
se agrupan subcontratistas, pequeños propietarios agrarios e industriales, comerciantes, funcionarios
(que dependen de los cambios de
Gobierno), abogados, intelectuales,
periodistas y militares. Suelen estar
divididos. La mayoría buscan la felicidad en la paz familiar y en el sistema de valores que les da la burguesía en el poder y la Iglesia. Son
aliados perfectos de la oligarquía
que no quiere que nada cambie
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a un nuevo partido de centro, la
Unión Liberal, dirigido por el general
O’Donnell, que intenta conciliar Libertad y Orden. Gracias al apoyo
militar, entre ellos el de Francisco
Serrano, el general bonito, que llegará
a ser amante de la Reina, los progresistas triunfan y vuelven al poder
con Espartero, quien restaura la
Constitución de 1837. Un joven abogado malagueño, Antonio Cánovas
del Castillo, es el redactor del Manifiesto de Manzanares. Es un progresista que ha evolucionado hacia posiciones moderadas y dará mucho
que hablar ya que será en 1876 uno
de los artífices de la Constitución de
la Restauración.
El triunfo de los militares que apoyan
al Manifiesto de Manzanares en
1854 abre lo que se ha llamado
Bienio progresista. Los liberales de
esta tendencia y los de la Unión Liberal, que también logran el consenso de parte de los moderados,
redactan la Constitución de 1856
que, aunque aprobada, no entra en
vigor ya que O’Donnell, el líder de
la Unión Liberal, toma el poder y
gobierna con la Constitución moderada de 1845, pero moderniza la
educación. En todas estas medidas
lo apoyan los progresistas.
curso gurméndez
Gobierno de la República (1873) en el que figuran los ministros catalanes Pi i Margall y Tuau
En la España que dejó Fernando VII
la guerra carlista era el asunto más
importante y los generales que dirigían el Ejército, convertido a la fuerza en liberal, los héroes del momento
que se colocan a la cabeza de los
partidos. Así el general Espartero,
progresista, hizo que la reina madre
marchara al exilio en 1841 y ocupó
él mismo el puesto de Regente de la
niña Isabel II, de diez años. Como
todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, Espartero cometió varios abusos (entre
ellos bombardear varios barrios de
Barcelona) y tuvo que dimitir en
1843. A Espartero le sucede Narváez,
general jefe de los liberales moderados, mucho más del agrado de la
Corona. Bajo su tutela se redactará
la Constitución moderada (reaccionaria) de 1845, que restringe los
derechos de voto y que pone el Orden por delante de la Libertad.
Pero como el Gobierno se pasa en
su giro hacia la derecha e intenta
que los alcaldes sean elegidos por el
Ejecutivo, en vez de por los vecinos,
hay protestas en todo el país. Un
grupo heterogéneo de civiles y militares proclaman el 7 de julio de 1854
en Manzanares (Ciudad Real) un Manifiesto. Agrupa a los progresistas y
O’Donnell obtiene el apoyo moderado
después de declarar la guerra a Marruecos tras un incidente de ataque
y ultraje al Ejército español en las
afueras de Ceuta. El propio O’Donnell,
y sobre todo otro general, Juan Prim,
que dará mucho que hablar, conquistan Tetuán después de ganar las
batallas de Los Castillejos y WadRas. Toda la opinión les apoya pese
a los 7.000 españoles que han muerto
en los seis meses de guerra hasta
que el sultán se rinde. La reina se
casa en 1856, a los 16 años, con su
primo don Francisco de Asís. El pueblo apoda a don Francisco, que es
un poco amanerado, “Doña Paquita”.
Se comenta también la procacidad
sexual de la reina, que alterna citas
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José Ramón Ariño
Aunque durante el Bienio progresista
de Espartero (1854-57) se redacta
una Constitución progresista, la de
1856, esta no se proclama ya que
el general O’Donnell, líder del partido
de centro la Unión Liberal, da un
golpe y gobierna con el lema de Libertad y Orden y la Constitución
moderada (reaccionaria) de 1845.
Habrá que esperar al 17 de septiembre de 1868, cuando el almirante
Topete subleva a la flota en Cádiz al
grito de “¡Libertad con honra!”. Se
le suman el general Prim, que viene
a Cádiz desde el exilio de Gibraltar,
y el general Serrano, que gana a los
gubernamentales cerca de Córdoba
en la batalla del Puente de Alcolea.
La reina Isabel II que sigue disfrutando de un largo veraneo en Lequeitio (Vizcaya) decide emprender
el camino del exilio en Francia.
hubo levantamientos republicanos,
dos de ellos en Ferrol.
El régimen se sostiene por el apoyo
de las masas urbanas y el prestigio
del regente general Serrano y del
general Prim, que busca en Europa
un rey que no sea Borbón. Los dos
tercios de las Cortes votan la candidatura de don Amadeo de Saboya,
hijo del rey de Italia. Cuando don
Amadeo llega a España, el 30 de diciembre de 1870, tiene que presidir
los funerales de Prim, tiroteado tres
días antes en el centro de Madrid
por un grupo de pistoleros que nunca
fueron detenidos. El 10 de febrero
de 1873, el rey Amadeo I, ante la
división constante de los españoles
abdica de la corona y se va del país,
al que califica de “casa de locos”.
La situación se complica para los
nuevos dirigentes de la burguesía
revolucionaria que toman el poder.
La burguesía adinerada de Cuba,
agrupada en la Liga Nacional, no
acepta a los nuevos gobernantes de
España y casi inmediatamente se
declara una sublevación independentista en Cuba. Desde entonces,
la guerra de Cuba, junto a la intermitente guerra carlista en España,
serán espadas de Damocles sobre
los gobernantes.
El mismo día, las Cortes, con 258
votos a favor y 32 en contra, proclaman la Primera República y eligen
presidente a don Estanislao Figueras,
que dura hasta el 1 de junio. Los
sustituye Francesc Pi i Margall, republicano federal, que redacta una
Constitución Federal de 17 Estados
autónomos. Estalla la sublevación
cantonal en varias localidades, sobre
todo en Cartagena. El 19 de julio, a
Pi i Margall le sustituye Nicolás Salmerón que dimite el 8 de septiembre
por negarse a firmar sentencias de
muerte contra los cantonalistas de
Cartagena. Emilio Castelar es el nuevo presidente y proclama la República
Unitaria, con el lema “República para
todos”. Pero siguen la sublevación
cantonal, la guerra de Cuba, la guerra
carlista, la rebelión de muchos militares y la condena de la Iglesia al
laicismo del régimen.
La desestabilización del régimen
progresista surgido de la Gloriosa
se intenta también con la oposición
radical en el Parlamento de carlistas
y republicanos, que piden ya la
abolición de la Monarquía. Los primeros hacen que estalle la tercera
guerra carlista en 1872. También
El 3 de enero de 1874 el general
Pavía toma el Congreso de los Diputados y acaba con la República.
La revolución liberal ha vuelto a
fracasar en España una vez más.
En diciembre de ese año el general
Martínez Campos proclama rey en
Sagunto al joven de 17 años Alfonso
XII, hijo de Isabel II y nieto de Fernando VII, que estudia en Inglaterra.
Bajo su reinado se proclamará la
Constitución de 1876 y se desarrollará la llamada Restauración (borbónica), con el caciquismo y el turno
en el poder de los conservadores
de Cánovas y los liberales de Sagasta, que durará hasta 1923.
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El liberalismo no logra echar raíces
auténticas y populares en España.
Habrá dos Españas, la oficial, que es
teóricamente liberal, y la real, que
sigue anclada en el Antiguo Régimen
lastrada por la mala e injusta distribución de la tierra que produce miseria e ignorancia. Contra esta injusticia estructural, madre de muchos
casos concretos de injusticia y violencia, intentará luchar doña Concepción Arenal, imbuida siempre por
su profunda fe cristiana, por su gran
capacidad de trabajo —fue una de
las primeras sociólogas de España—
y por un infatigable sentimiento romántico de la justicia.
Tuvo que luchar casi siempre en solitario contra los muchos prejuicios
de la sociedad en la que vivió (asistió
a las clases de la Facultad de Derecho,
en Madrid, disfrazada de hombre).
Vivió de la herencia de su familia
materna y de sus artículos en la
prensa liberal, primero en La Iberia
(de donde fue despedida a la muerte
de su marido ya que una mujer no
podía firmar artículos editoriales) y
luego en el Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza, en La España
Moderna y en La Ilustración Española
y Americana. Francisco Giner, Gumersindo de Azcárate y otros intelectuales de la segunda generación
de krausistas fueron sus amigos. Sus
importantes libros solo llegaron a un
pequeño círculo de personas. La España oficial solo le dio el cargo de
visitadora de prisiones entre 1863 y
1865. Tras el triunfo de la Revolución
Gloriosa, en 1868, fue nombrada inspectora de casas de corrección de
mujeres hasta 1873.
curso gurméndez
y amoríos con sus guardias con la
oración y los consejos de frailes reaccionarios, monjas milagrosas (Sor
Patrocinio, la monja de las llagas) y
nobles intrigantes. Todos ellos forman
parte de la llamada Camarilla, que
nombra al Gobierno.
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