la era de la apostasía

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La Biblioteca Negra
LA ERA DE LA APOSTASÍA
Autor AGRAMAR
lunes, 08 de octubre de 2007
Modificado el miércoles, 10 de octubre de 2007
Gracias a ugluck de el cubil,de nuevo.
LA SENDA DE LA CONDENACIÓN
El poder de la Eclesiarquía se propagó por todos los aspectos de la vida Imperial. Desde los humildes mineros y
ordenanzas, pasando por los Oficiales de la Guardia Imperial y la Armada, hasta los Gobernadores Planetarios y los
propios Altos Señores de la Tierra, todos eran leales al credo Imperial, al menos en teoría. Muchas veces, los Altos
Señores adoptaban el punto de vista de la Eclesiarquía, creyendo que representaban la voz del Emperador; una opinión
que el Ministorum no hizo nada por contradecir. En poco tiempo la Eclesiarquía dictaba indirectamente la ley Imperial,
organizaba ejércitos, decidía qué amenazas eran prioritarias y hacia dónde debían dirigirse los recursos Imperiales.
A medida que el poder de la Eclesiarquía aumentaba, algunos elementos se rebelaron contra el control que ésta ejercía
sobre el Imperio. En los consejos de los Altos Señores, el Fabricador General de los Adeptus Mechanicus se opuso a la
voluntad de la Eclesiarquía, y los Señores de los Capítulos de Marines Espaciales también dudaban de las órdenes
Imperiales. Siguiendo su ejemplo, el Administratum también empezó a combatir el excesivo poder de la Eclesiarquía.
Rabioso por su pérdida de control, el Administratum comenzó a reestablecer su poder como la fuerza dominante y
aglutinante del Imperio. Así empezó un conflicto que ha perdurado siete mil años, hasta la actualidad. El Administratum
ejercitó su influencia de diversas formas: socavando la autoridad del Eclesiarca, influenciando en las votaciones del
consejo de los Altos Señores, y nombrando seguidores leales para los puestos de importancia. Desde finales del
trigésimo quinto milenio, el poder de la Eclesiarquía declinó. A consecuencia de la elección de una desastrosa serie de
Eclesiarcas débiles e incompetentes, el Administratum consiguió arrebatarle al Ministorum la mayor parte de su poder. A
medida que transcurría el tiempo, el Administratum recuperaba su supremacía. Para la mayor parte de la población la
Eclesiarquía seguía siendo tan fuerte como siempre, poderosa y omnipresente, pero entre bastidores era el
Administratum quien dictaba la agenda del Santo Sínodo.
En un intento de escaparse de las garras del Alto Señor del Administratum, el Eclesiarca Benedin IV trasladó el Santo
Sínodo y los escalafones superiores del Adeptus Ministorum al planeta Ophelia VII en el Segmentum Tempestus. Éste
había sido la diócesis de Benedin como Cardenal, y posiblemente el planeta más rico después de la Tierra y Marte.
Los Palacios de la Eclesiarquía en Ophelia cubrían 20.000 kilómetros cuadrados y se levantaban más de 4.000 metros
hacia el cielo. Sólo eran superados por el Palacio Imperial de la Tierra. Separada de los designios del Administratum por
la gran distancia que los separaba, el poder de la Eclesiarquía volvió a aumentar. En una sucesión de fuertes incrementos
de diezmos, los recursos del Ministorum alcanzaron su punto culminante. Los Cardenales de las diferentes Diócesis
competían entre ellos para erigir los monumentos más espléndidos, para construir los templos y catedrales más
ostentosos y grandes. Las purgas de los denominados cultos herejes aumentaron significativamente, ya que cualquier
oposición a la más pequeña voluntad de la Eclesiarquía era brutalmente aplastada.
Al margen del Administratum, la Eclesiarquía empezó a formar su propia flota de naves interestelares y ejércitos. Las
Fratrías Templarias, como se denominó a estas tropas, estaban compuestas por una gran cantidad de transportes
comerciales y naves de guerra, y docenas de ejércitos cada uno de los cuales rivalizaba con un Regimiento de la
Guardia Imperial en cuanto a número de tropas. Mientras tanto, los edificios del Ministorum en la Tierra fueron
desmoronándose y cayendo en ruinas.
A mediados del trigésimo quinto milenio, casi trescientos años después del traslado a Ophelia VII, Greigor XI fue
elegido para la posición de Eclesiarca. Greigor, un hombre profundamente espiritual, era considerado el paso siguiente
en el crecimiento de la Eclesiarquía: aires frescos para despertar lo que se había convertido en un apático Santo Sínodo.
Sin embargo, los Cardenales no estaban en absoluto preparados para lo que estaba a punto de suceder. Greigor anunció
que el Adeptus Ministorum regresaría a la Tierra. Aunque esta decisión recibió una fuerte oposición tanto desde dentro como
desde fuera de la Eclesiarquía, Greigor creía que el verdadero centro de la Fe debía ser la Tierra, el planeta natal de la
humanidad y lugar de reposo del Emperador.
Nadie pudo disuadirle de esta decisión, y aunque llevó doce años organizar el regreso, el tiempo necesario para reunir los
recursos y las necesidades físicas del viaje por el espacio disforme, las puertas de los Palacios Eclesiarcales de la Tierra
volvieron a abrirse una vez más. El acondicionamiento de los Palacios supuso una fuerte carga para las ya maltrechas
arcas de la Eclesiarquía. Al haberse agotado sus fondos con el extremadamente costoso traslado a la Tierra, el Adeptus
Ministorum tuvo que incrementar aún más los diezmos para costear la reconstrucción.
Mientras proseguía el acondicionamiento, Greigor XI empezó a preparar los fundamentos para otros cambios en el seno
de la estructura del Adeptus Ministorum, cambios que fueron considerados radicales por muchos de los miembros del
Santo Sínodo. Una vez más, se negó a cambiar de opinión, pero antes de que sus innovaciones pudieran ser puestas en
práctica, Greigor XI murió al ser envenenada su comida. Se derramaron muchas lágrimas en su funeral (se dice que
seis millones de fieles pasaron ante su capilla ardiente), y los Cardenales hablaron de un gran hombre que les había sido
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arrebatado demasiado pronto. Sin embargo, antes de que las lágrimas se hubieran secado y de que el cuerpo de
Greigor hubiera sido enterrado en el Mausoleo del Recuerdo, fue elegido un nuevo y más conservador Eclesiarca, y el
Ministorum continuó tal y como había venido haciéndolo desde entonces.
LA ANARQUÍA
Debido a las cada vez mayores demandas de los Cardenales, los diezmos de la Eclesiarquía se incrementaron una vez
más. Desafortunadamente, la mayoría de la población ya se encontraba al límite de sus posibilidades, y este nuevo
incremento fue considerado por muchos como innecesariamente desorbitado. En una gran cantidad de mundos
Imperiales la población se rebeló abiertamente contra la Eclesiarquía, negándose a pagar. Incluso algunos Gobernadores
Planetarios se pronunciaron en contra de los excesos del Ministorum, pero nadie les escuchó.
La Eclesiarquía respondió con la venganza, enviando ejércitos para aplastar cualquier signo de revuelta, y ejecutando a
altos cargos por herejía. Alexis XXI utilizó el Oficio Asesinorum para eliminar a varios Gobernadores que utilizaron los
diezmos para financiar sus propias Fuerzas de Defensa Planetaria, y se le atribuye el haber dicho: "Habían abjurado de
la protección del Emperador para su propio beneficio material". Los diezmos se utilizaron para construir templos todavía
más grandes, para erguir estatuas de los Eclesiarcas difuntos junto a las autopistas de los planetas y para decorar los
Palacios Eclesiarcales con los metales y joyas más raras.
La rebelión prosiguió. En todo el Imperio se produjeron revueltas en masa que las Fratrías Templarias de la Eclesiarquía
sofocaban rápidamente. Todos aquellos que desafiaban los derechos de la Eclesiarquía eran acusados de herejes y
castigados en consecuencia. Hubo quien pensó que los sangrientos métodos de represión de la Eclesiarquía eran
excesivos, pero no eran nada en comparación con lo que estaba por llegar.
Cuando el Imperio todavía tenía problemas para sobrevivir a causa de las guerras y la falta de un verdadero liderazgo en
la Tierra, nuevos desastres se cernieron sobre la humanidad. A principios del trigésimo sexto milenio la incidencia de
las tormentas de Disformidad empezó a aumentar. Los viajes entre las estrellas que no estuvieran próximas se volvió
arriesgado, y a medida que pasaban los siglos el espacio disforme fue convirtiéndose en una masa de turbulentas
tormentas. La navegación se hizo difícil por toda la Galaxia, y cientos de sistemas quedaron totalmente aislados. Con los
recursos del Administratum y la Eclesiarquía concentrados en su lucha por el poder, la mayor parte del Imperio se sumió
en la anarquía. En los pocos planetas aún accesibles a las naves interestelares, el poder de la Eclesiarquía fue
brutalmente impuesto por las Fratrías Templarias, y cualquier ligera desviación de sus santos decretos era considerada
herética, colgando o quemando al responsable de ese crimen.
Viendo las convulsiones que agitaban al Imperio, los incursores del Caos emergieron del Ojo del Terror para atacar los
despojos de sus enemigos. Los Señores de la Guerra Orkos asolaron amplias zonas de la Galaxia sin que nadie
pudiera detenerles. En los planetas aislados de la Tierra los cultos del Caos y Genestealers se rebelaron y depusieron a
sus gobiernos, condenando a mundos enteros a la esclavitud y las masacres. Los planetas que no fueron devastados
por alienígenas lucharon por conservar lo que pudieron. Con el paso del tiempo incluso los planetas más avanzados
comenzaron a doblar la rodilla. Como había sucedido anteriormente, sin la firme guía del Adeptus Ministorum, incluso el
Culto al Emperador comenzó a evolucionar hacia una serie de sub-cultos y sectas, y en los tiempos difíciles de aquellos
siglos, quienes alguna vez habían sido hermanos bajo la luz del Emperador combatían uno contra el otro para imponer
sus ideales religiosos.
La mayor parte del Imperio se encontraba sumido en un estado preapocalíptico. Zelotes enloquecidos denunciaban a la
Eclesiarquía y proclamaban que el Emperador estaba disgustado con ella por su codicia y sus excesos, enviando
tormentas de Disformidad como una prueba para juzgar a los buenos creyentes y separarlos de los herejes y pecadores.
Azuzados por estas proclamas, los ciudadanos emplearon las flagelaciones y automutilaciones para probar sus
convicciones y su fe. Poblaciones enteras se convirtieron en masas hirvientes de cultos sumidos en la desesperación,
cada uno intentado superar al otro en sus demostraciones de devoción al Emperador. Extraños grupos desgajados
crecieron en poder, proclamando sus causas radicales. Pogromos sedientos de sangre masacraron a muchos inocentes
mientras la población trataba de aplacar la ira del Dios Emperador. En algunas comunidades cualquier mínima desviación
de lo que parecía normal conducía instantáneamente a la muerte del afectado y toda su familia. Poblaciones enteras
fueron esclavizadas o masacradas al considerarlas culpables de alguna desviación genética real o imaginaria.
EL ALTO SEÑOR VANDIRE
El nombre más infame conectado con la Era de la Apostasía y arquitecto del Reinado del Terror fue Goge Vandire, 361º
Alto Señor del Administratum. Vandire tenía reputación de intransigente y era un fuerte adversario de la primacía de la
Eclesiarquía. Se rumoreaba que utilizó asesinatos y chantajes para alcanzar el rango de Alto Señor, y nadie dentro del
Administratum se atrevía a oponerse a él. Poco antes de su ascenso al preciado cargo de Alto Señor, Vandire había
sido decisivo en la elección del Eclesiarca Paulis III, un degenerado incompetente que fue fácilmente controlado por
Vandire y sus partidarios dentro del Ministorum.
Una vez bien afianzado en su posición dentro del Administratum, Vandire se puso en marcha para hacerse con el control
de la Eclesiarquía. Mientras otros Altos Señores habían manipulado de forma encubierta al Adeptus Ministorum, Vandire
fue totalmente abierto en sus intenciones. Al final Vandire en persona dirigió un contingente selecto de oficiales de la
Guardia Imperial hasta el Palacio Eclesiarcal y destronó a Paulis III en lo que sólo puede ser considerado como un golpe
militar. Declarando que Paulis III era un traidor a la humanidad, hizo que el Eclesiarca fuese sumariamente fusilado, y
ocupó el puesto dual de Alto Señor de la Tierra y de la Eclesiarquía.
Sorprendido y aterrorizado, el Santo Sínodo no pudo hacer nada para oponerse a Vandire, ya que éste empezó a eliminar
a cualquiera que se le opusiese dentro del Ministorum. Cuando la ira de Vandire cayó sobre los Cardenales, todos
aquellos que aún no habían huido decidieron regresar a Ophelia VII para escapar de las garras del Alto Señor. Sin
embargo, el destino les jugó una mala pasada y en cuanto su nave entró en el espacio disforme fue engullida por una
enorme tormenta y nadie volvió a saber nunca nada más de ellos. Vandire proclamó que era la voluntad del Emperador,
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evidencia de su derecho divino a gobernar el Imperio en nombre del Emperador.
Vandire nombró Cardenales de su entero gusto para cubrir los bancos de caoba de las cámaras del Santo Sínodo.
Seleccionó una calculada mezcla de dementes sin fuerza de voluntad y genios brillantes con la suficiente cantidad de
crueldad para asegurarse de que apoyarían sus deseos sin réplica alguna. El Alto Señor poseía al fin el control total y
sin oposiciones sobre la Eclesiarquía y el Administratum. El Imperio afrontaba los momentos más terribles desde la
Herejía de Horus.
EL REINADO DEL TERROR
Vandire estaba loco: era un paranoico megalómano que veía complots e intrigas por todas partes. Su mente era retorcida
en todos los aspectos, y disfrutaba torturando a sus víctimas, con la excusa de que estaba purificando sus almas para el
Emperador. Esperaba que todas y cada una de sus palabras fueran anotadas para la posteridad, y constantemente le
acompañaba una marabunta de escribas cuya misión era anotar cualquier cosa que dijera o cualquier tortura
especialmente innovadora que inflingiera en las transformadas catacumbas del Palacio Eclesiarcal. Su humor variaba
violentamente, riendo un momento y violentamente furioso al siguiente.
Vandire caía a menudo en un estado de semitrance, durante el cual discutía consigo mismo con voz susurrante y en
otras ocasiones gritaba sin razón aparente. Afirmaba que estaba recibiendo mensajes del Emperador. Estos períodos
meditativos siempre eran seguidos por accesos de violencia excesiva. Había instalado un descomunal mapa
tridimensional del Imperio en su Cámara de Audiencias, que era constantemente actualizado con la actividad de las
tormentas de Disformidad. Tan pronto como era posible llegar a un mundo, enviaba una flota de guerra para establecer
su control en él.
El Reinado del Terror afectó a todo el Imperio. Muchos oficiales psicópatas del Ejército y la Armada estaban demasiado
dispuestos a ejecutar las órdenes de Vandire: el bombardeo vírico del Mundo Colmena de Calana VII sin razón aparente; la
invasión de las tierras agrícolas de Boras Minos y la posterior esclavización de todas las niñas menores de doce años de
edad; la utilización de las baterías orbitales de Jhanna para fundir los casquetes polares del planeta, donde murieron
ahogadas casi cuatro billones de personas en las inundaciones resultantes. La lista es interminable, meticulosamente
registrada por los escribas de Vandire. Éste dictaba largos discursos lamentándose del maltrecho estado del Imperio,
exigiendo justicia contra el sector de la humanidad que en ese momento fuera el objetivo de su odio.
LAS HIJAS DEL EMPERADOR
Al principio del Reinado del Terror, la inmensa red de espías de Vandire notificó al Alto Señor la existencia de un secta
que hasta entonces había evitado la atención del Ministorum. Se trataba de un pequeño culto, de quizás unos 500
miembros en total, en el diminuto mundo agrícola de San Leor. Vandire estaba furioso cuando por primera vez oyó hablar
del grupo, pero mientras sus agentes continuaban explicando la naturaleza de su culto, sus intenciones homicidas se
convirtieron en codicia. La secta, conocida como las Hijas del Emperador, estaba compuesta sólo por mujeres que se
consagraban a la adoración del Emperador a través de la pureza interior. Las Hijas del Emperador estudiaban los
antiguos artes de la guerra, empleando un gravoso proceso de aprendizaje para liberar sus mentes de cualquier
consideración mundana, mejorando sus habilidades a lo largo de toda su vida. Vandire ordenó que se preparara
inmediatamente una nave para viajar a San Leor, y anunció que honraría al planeta con una visita Eclesiarcal.
Con un séquito de casi cien mil sirvientes y soldados, Vandire llegó a San Leor. Mientras la procesión de kilómetros de
longitud se dirigía hacia el templo de las Hijas del Emperador, los agentes de Vandire precedieron a la caravana del
Eclesiarca, obligando a la escasa población de granjas y pueblos a alinearse a lo largo de las calles de sus poblaciones y
mostrar el debido respeto. Aquellos que no lo hacían eran ejecutados en el acto, sin tener en cuenta sus razones.
Incluso los ancianos y los recién nacidos fueron sacados de sus casas para presenciar la llegada del Eclesiarca. Las
multitudes, a punta de pistola, eran provistas de laureles y regalos con los que obsequiar al Señor Vandire, tirándole
flores perfumadas y alabándole. Los holovídeos de las diversas ceremonias realizadas por el Señor Vandire se
difundieron por todos los planetas accesibles por el Imperio, aprovechando esta propaganda para reforzar más aún el
poder del Eclesiarca.
Al llegar al templo, Vandire encontró las puertas cerradas a cal y canto, y fue informado por una joven Hija del Emperador
de que la Orden no reconocía su autoridad. Esperando la acostumbrada explosión de rabia y destrucción, los aterrorizados
funcionarios de Vandire temieron por sus vidas. Sin embargo, Vandire había tenido en cuenta la posibilidad de una
respuesta tan insolente y ya había pensado una solución. Ordenó a las Hijas del Emperador que presenciaran un hecho
que demostraría que tenía el favor del Emperador.
Acompañado por una pequeña escolta, Vandire entró en el templo y fue conducido al salón principal. Ante toda la Orden
reunida, Vandire se arrodilló en súplica al Emperador, solicitando su protección mientras aferraba el Rosarius del
Eclesiarca con ambas manos. Levantándose nuevamente, ordenó a un miembro de su escolta disparar sobre él con su
pistola láser. Al principio el oficial se negó, pidiendo a Vandire que no se pusiera en peligro. La respuesta de Vandire
que ha quedado registrada fue: "No hay peligro, tengo la protección del Emperador. ¿Dudas de ello?". El oficial no tuvo
respuesta para esta pregunta, llena como estaba de doble sentido y porque ocultaba una amenaza de castigo.
Fríamente, alzó su pistola, apuntó al pecho del Eclesiarca y disparó.
Cuando el fogonazo de energía impactó a Vandire, se produjo una explosión de luz, cegando a todos los que se
encontraban en la sala. Cuando recuperaron sus sentidos, vieron a Vandire en pie, totalmente ileso en el centro de la
sala apoyado en su cetro de hueso. Casi al unísono, los Guardias y las Hijas del Emperador cayeron de rodillas en
adoración. Según explicó posteriormente a sus escribas, Vandire había supuesto que las aisladas Hijas del Emperador
jamás habrían oído hablar del Rosarius, o del generador de una pantalla de conversión que contenía.
Recibiendo el juramento de fidelidad de las Hijas del Emperador, Vandire elevó la secta a la posición de guardia personal
del Eclesiarca y se las llevó consigo de regreso a la Tierra. Desde entonces, las mujeres guerreras se convirtieron en su
escolta personal de soldados y asistentes, y Vandire las rebautizó como Consortes del Emperador. Fueron entrenadas
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por los mejores instructores de la Guardia Imperial para combinar sus propias habilidades con las armas modernas. La
noticia de su dedicación a la protección de Vandire se propagó por todo el Imperio. Eran sus fieles guardianas y sus
silenciosas ejecutoras, que matarían con una sola palabra de su Señor.
Las Consortes del Emperador no sólo servían a Vandire como escolta personal, si no que también eran sus criadas y
asistentes. Probaban la comida del Alto Señor, lo alimentaban cuando se encontraba débil por la enfermedad,
cuidaban su frágil cuerpo y lo entretenían con canciones, bailes y otras habilidades más exóticas. Pese a toda su
dulzura, cuando era necesario las Consortes del Emperador seguían siendo duras combatientes, y cuando el Santo
Sínodo intentó asesinar a Vandire unos años más tarde, las Consortes entraron en la sala de reuniones, cerraron las
puertas y salieron una hora más tarde llevando las cabezas cortadas de todos los Cardenales.
SEBASTIAN THOR
La violenta represión y las carnicerías infundadas prosiguieron durante siete décadas tras la ascensión de Vandire al
Palacio Eclesiarcal. Los recursos del Adeptus Ministorum se destinaban a los sangrientos pogromos y a la construcción
de nuevos e inmensos monumentos del Emperador y Vandire. Sin embargo, la locura de Vandire se dirigía siempre
hacia el exterior, y aunque los planetas más remotos disponían de torres y catedrales kilométricas, el Palacio
Eclesiarcal de la Tierra cayó de nuevo en el abandono. Se desmoronaron alas enteras del edificio a causa del peso de
los siglos, y los inmensos candelabros e incensarios de la Cámara de Audiencias se dejaron extinguir.
Mientras el resto del Imperio refulgía con el brillo del oro y el platino, y resplandecía con la luz de millones de gemas
raras, el dominio personal de Vandire se convirtió en un oscuro cubil de sombras y vientos gélidos y húmedos. En
algunos lugares el polvo se acumulaba hasta los tobillos; las antiguas reliquias estaban manchadas y deslustradas; los
tapices se desgastaban y enmohecían; las ratas y otras alimañas dejaban su huella en las valiosísimas alfombras.
Muchas veces, la gran sala estaba iluminada tan sólo por un único candelabro, y tan sólo algunas pisadas dispersas
delataban la presencia en la oscuridad de las Consortes del Emperador.
Incluso durante el día, la pátina de mugre y suciedad que cubría las vidrieras apenas dejaba pasar un rayo de luz solar.
Cuando las lluvias persistentes limpiaban el exterior de los ventanales, un haz de luz más clara podía llegar hasta el
suelo de la gran sala, pero en esos casos Vandire se retiraba a sus habitaciones y se sentaba durante días en completo
silencio. El Alto Señor caía en largos sueños en los que, atormentado por las pesadillas, lanzaba aullidos histéricos. Su
anciano cuerpo fue saturado de drogas y elixires para evitar las inevitables enfermedades y achaques de la edad. Sin
embargo, con las armas de las Consortes del Emperador siempre dispuestas a obedecer su voluntad, el inválido Alto
Señor seguía mandando con puño de hierro. En sus momentos de mayor lucidez, podía oírse al achacoso Vandire
murmurando contra la luz. Las notas de sus escribas indican que su temor hacia la luz solar crecía día a día.
La llegada de un joven agente procedente de los límites septentrionales de la Galaxia, en los alrededores del planeta
Dimmamar, causó una gran conmoción en la Tierra. Su informe preocupó a los consejeros del Alto Señor y causó un
estallido de ira apopléjica en Vandire. Dimmamar había denunciado al Alto Señor como traidor al Imperio y los antiguos
rituales de la Confederación de la Luz estaban siendo restaurados en toda la Diócesis. El nombre de un hombre se repetía
una y otra vez por todo el Segmentum Obscurus. Ese nombre era Sebastian Thor.
Nadie en la Tierra sabía de dónde procedía este hombre o cuáles podían ser sus objetivos. Los Altos Señores iniciaron
un debate de más de un mes sobre las acciones que debían llevarse a cabo. Después de su estallido inicial, Vandire se
encerró en sí mismo más que nunca, y en la mayoría de las reuniones del consejo aparecía acurrucado en el trono de
ébano y terciopelo del Eclesiarca, rodeado por las siempre vigilantes Consortes del Emperador, con sus ojos fijos en el
vacío. Cuando llegaron nuevas noticias de la revuelta, fue evidente que la rebelión tenía que abortarse rápidamente. En
tres meses otros ochenta sistemas habían declarado su lealtad a la Confederación de la Luz y sólo la presencia de los
ejércitos y flotas del Ministorum evitaba que sucediera lo mismo en otros sectores de los límites septentrionales de la
Galaxia. Para neutralizar esta amenaza se envió a las Fratrías Templarias más leales, con la orden de arrasar
Dimmamar y aniquilar a toda criatura viviente del planeta.
La flota de guerra partió rápidamente, pero poco después de entrar en el espacio disforme cerca del sistema Clax, fue
destruida por una tormenta de Disformidad de proporciones colosales. La última transmisión astropática hablaba de
arcos de energía blancos que partían los cascos de las naves, la potencia de la tormenta retorcía literalmente a hombres y
máquinas, haciendo implosionar a los soldados y desintegrándolo todo. El sistema Clax ha quedado aislado desde
entonces por la tempestad, y se dice que aquellos que pasan por sus proximidades todavía pueden oír los gritos de los
muertos y el eco de los últimos pensamientos de los Astrópatas. Es un área de malos augurios conocida actualmente
como la Tormenta de la Ira del Emperador.
Con este severo revés para el poderío militar de la Eclesiarquía, la totalidad de la población del Segmentum Obscurus se
alzó en rebelión. Los Palacios Cardenalicios fueron asaltados por fanáticos conversos, que rasgaron los tapices,
quemaron los iconos y rompieron las vidrieras. En medio de toda esta locura, el nombre de Sebastian Thor seguía
repitiéndose. ¿Quién era esta misteriosa figura que parecía buscar la destrucción de la Eclesiarquía y con ella la del
propio Imperio? Quizás se trataba de algún instrumento de los Dioses del Caos, otro Horus intentando esclavizar de
nuevo a la humanidad. También era posible que alguna otra fuerza alienígena lo controlara: una de las numerosas
criaturas del espacio disforme, o alguna raza inmensamente poderosa no detectada hasta entonces. A medida que los
agentes del Ministorum fueron reuniendo más información, los Altos Señores quedaron sorprendidos por las noticias.
Thor no era ninguna entidad demoníaca con intención de corromper el Imperio; era sólo un hombre educado en una
Escuela Progenium de Dimmamar. Los interrogatorios a antiguos compañeros revelaron que había sido un devoto,
aunque introvertido, seguidor del Culto Imperial desde muy temprana edad. Sin embargo, Thor había afirmado
recientemente tener visiones del Emperador, y había avisado del desastre que estaba a punto de caer sobre la
humanidad. Se decía que Thor había echado a un viejo Predicador de su púlpito en medio de una oración y había
denunciado los procedimientos de la Eclesiarquía. Con una elocuencia y un carisma que los informantes no podían
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explicar, Thor se dirigió a los presentes, penetrando con sus palabras en sus mentes y corazones.
Las nuevas del incidente se propagaron rápidamente, y pronto millares de personas acudieron a oír sus sermones y
marchaban junto a él con un nuevo celo religioso que ardían en sus almas, propagando aún más el mensaje. Algunos
miembros de la herética Confederación de la Luz se aproximaron al joven en secreto, y en su siguiente sermón declaró
abiertamente su lealtad a la secta. Thor fue conducido ante el Comandante Imperial, Gaius Welkonnen, y le habló de sus
sueños y visiones, y de su ambición por liberar al Imperio de la tiranía de Vandire. Nadie podía explicar qué extraño
poder contenía la voz de Thor, pero el Gobernador inmediatamente juró lealtad a Sebastian Thor y puso el ejército de
Dimmamar a su disposición, como el adepto había solicitado.
Cuando se propagó la noticia, el Segmentum Obscurus se sumió en la anarquía, y por doquier se produjeron
profanaciones, saqueos y actos de destrucción indiscriminada. Aunque los espías de Vandire eran descubiertos y
eliminados con gran eficiencia, se hizo evidente que el "ejército" de Sebastian Thor había crecido hasta alcanzar la cifra
de más de cinco millones de seguidores en menos de un año, y que esta gigantesca comitiva estaba dirigiéndose
lenta pero inexorablemente hacia la Tierra. Incluso algunas Fratrías Templarias supervivientes se habían unido a sus
fuerzas.
Se multiplicaron las leyendas sobre Thor y su larga marcha, y sobre los milagros que se atribuían a su presencia.
Algunos eran explicables por la increíble oratoria del joven adepto, como la forma en que los habitantes de los planetas
por donde pasaba reunían sus recursos para proveerle de todo los necesario para alimentar y alojar a su inmensa
comitiva. Otros continúan siendo un misterio, como las leyendas de los Navegantes sobre la calma total del espacio
disforme mientras viajaban de un sistema a otro. Aunque el resto de la Galaxia todavía estaba afectada por las
devastadoras tormentas que habían aislado al Imperio desde hacía muchos siglos, la gigantesca flota de la Confederación
de la Luz atravesaba el espacio disforme sin el menor percance. El Paternal de los Navegantes le dio el título de
Abstracta Preomnis, el Señor del Espacio Disforme.
Las noticias sobre Sebastian Thor se extendieron desde el Segmentum Obscurus hacia otras partes del Imperio. La
distancia exageró el mensaje, y pronto Thor estaba siendo aclamado como un Dios. Al haber sido destruido la mayor
parte de su ejército en Clax, el Adeptus Ministorum no podía hacer nada para evitar que un sistema tras otro, una diócesis
tras otra cambiasen su lealtad hacia la nueva creencia religiosa predicada por Thor. A pesar de la abierta oposición de
muchos Cardenales y Confesores que veían cómo su poder, sus tradiciones y su forma de vida estaban siendo
destruidos, el credo de Thor convirtió a millones de seguidores. La cooperación y el sacrificio pasó a ser la doctrina de
aquellos que oían los apasionados discursos de Thor, pronunciados en todos los planetas por los que pasaba a lo largo
de la ruta hacia la Tierra. Aunque muchos se opusieron a Thor, en todo el Imperio la situación general estaba en contra
de Vandire. Las masas habían sido presionadas hasta el límite, pero esta vez tenían un líder que les guiaba.
LAS GUERRAS DE LA APOSTASÍA
Todavía tenían que llegar noticias más preocupantes al consejo de los Altos Señores. Hasta ahora, el Adeptus
Mechanicus y los Capítulos de Marines Espaciales habían jugado un papel secundario en la Era de la Apostasía. Las
violentas tormentas del espacio disforme hacían que recorrer largas distancias fuera, en el mejor de los casos,
arriesgado, e imposible en algunas zonas. Los planetas del Adeptus Astartes y los Mundos Forja del Adeptus
Mechanicus se convirtieron en fortificaciones en medio de un mar de anarquía. Estas organizaciones estaban a la
defensiva, protegiendo los pocos sistemas que podían de los desmanes de la Era de la Apostasía y las masacres del
Reinado del Terror de Vandire. De todo el Imperio, tan sólo estos pequeños enclaves consiguieron sobrevivir toda la Era
sin sufrir daños importantes, gracias a la protección del Adeptus Mechanicus y los Marines Espaciales que los salvaron
de los peores sucesos de esa terrible época.
Al recibir noticias de Sebastian Thor y la propagación de la Confederación de la Luz, muchos Señores de los Capítulos de
Marines Espaciales del Segmentum Solar y los sectores más próximos del resto del Imperio empezaron a apoyar
abiertamente a este movimiento. El Adeptus Mechanicus envió requerimientos a los Altos Señores para que tomasen la
iniciativa y juzgaran y ejecutaran a Vandire por traición. La respuesta de Vandire fue disolver el consejo de Altos Señores
y ordenar al resto de sus ejércitos y flotas que atacasen a los insurrectos Marines Espaciales y al Culto Mechanicus.
Muchos oficiales se negaron a cumplir órdenes suicidas como esa y fueron quemados o fusilados por alta traición y herejía.
Fueron reemplazados por comandantes más manejables, pero esta vez se hizo evidente la traición de Vandire.
Enfurecido por lo que vio, Gastaph Hedriatix, Fabricador General del Adeptus Mechanicus, ordenó el transporte de
regimientos de la Tecno-Guardia marciana a la Tierra. A estos regimientos se les unieron los Marines Espaciales de los
Capítulos Puños Imperiales, Halcones Llameantes, Bebedores de Almas y Templarios Negros.
Aunque la mayor parte del Palacio Eclesiarcal había quedado en ruinas, el complejo central que albergaba el salón del
trono de Vandire continuaba siendo una fortificación casi inexpugnable. Durante meses, las fuerzas combinadas de la
Tecno-Guardia y los Marines Espaciales intentaron abrir una brecha en los muros, pero fueron rechazados una y otra
vez por las Consortes del Emperador, que en esa época contaban con diez mil guerreras. Mientras los gigantescos
cañones del Adeptus Mechanicus bombardeaban una y otra vez los muros del Palacio, y las escuadras de asalto de los
Marines luchaban por corredores de kilómetros de longitud plagados de muertos, la atención de Vandire y los Altos
Señores se dirigía hacia el exterior. Pero era desde el interior de donde iba a llegar el mayor peligro.
LA CAÍDA DEL ALTO SEÑOR
Desde el inicio del Reinado del Terror, otra organización había permanecido al margen de la carnicería y la devastación.
Desde el interior de los seguros muros del Palacio Imperial, el Adeptus Custodes había continuado su eterna vigilia del
Trono Dorado. Para escapar a la anarquía que prevalecía, y asegurar la protección del propio Emperador, los Custodios se
habían aislado voluntariamente del exterior. Sólo algunos retazos de información habían atravesado los sellados muros de
los más sagrados lugares, y fue sólo cuando los Marines Espaciales y los Adeptus Mechanicus atacaron a Vandire que
conocieron la verdadera extensión de la traición cometida por el Alto Señor. Durante sus encuentros secretos con los
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La Biblioteca Negra
Comandantes de los Marines Espaciales, los Adeptus Custodes tuvieron noticia del Reinado del Terror y de las
Consortes del Emperador que defendían al Alto Señor traidor. La misteriosa orden aconsejó a los Marines Espaciales que
continuaran su ataque mientras ellos hacían lo que estuviera en sus manos.
Las defensas del Palacio Eclesiarcal no constituían obstáculo alguno para los Adeptus Custodes, con sus
conocimientos milenarios del Palacio Imperial y de sus miles de kilómetros de corredores ocultos y pasadizos secretos.
Un pequeño contingente de Custodios, al mando de un Centurión de los Comilitones, se abrió paso hasta el centro del
dominio de Vandire. Saliendo de los túneles secretos, no tardaron en ser detenidos por las Consortes del Emperador.
Solicitando una tregua para parlamentar, el Centurión dejó en el suelo sus armas y caminó al encuentro de las guardianas
de Vandire. Durante una hora desarrolló una apasionada petición para que las Consortes del Emperador renunciasen a
sus juramentos, intentando convencerlas de que estaban combatiendo en nombre del mal, no del Emperador. Sin
embargo, las Consortes del Emperador no se dejaron convencer por sus argumentos, y al anónimo Centurión no le quedó
más que una opción. Dejando a sus hombres como rehenes, el Centurión guió a la oficial de las Consortes del Emperador
y a una escolta de cinco guerreras a través de los túneles.
Las Consortes del Emperador pronto se encontraron perdidas en el interior del oscuro y retorcido laberinto, pero el
silencioso Centurión las condujo sin titubeos hasta el interior del Palacio Imperial. Finalmente aparecieron ante una luz
mortecina, frente a los Comilitones que custodiaban La Puerta; la entrada secreta a la Sala del Trono Dorado. El
Centurión les explicó lo que estaba sucediendo, que las mujeres guerreras estaban a punto de entrar en el lugar más
sagrado de la Galaxia, y que él las conduciría ante el propio Emperador. Iban a ver lo que nadie, salvo los Primarcas
Marines Espaciales y los Comilitones había visto durante seis milenios. El Centurión les avisó de que si hablaban morirían, y
las guió hacia la luz dorada que escapaba del portal entreabierto.
Lo que vieron no ha quedado registrado, y los Comilitones hicieron jurar a las Consortes del Emperador que guardarían
el secreto. Se rumorea que vieron al Emperador, inmovilizado por las energías del Trono Dorado. Lo que sucedió entre
ellas y los Comilitones también es causa de muchas especulaciones, pero cuando volvieron a cruzar La Puerta, sus
ojos ardían con un odio y una furia incontrolables. Sin pronunciar una palabra, el Centurión las guió de nuevo a través de
los lúgubres túneles, esta vez directamente hasta la Cámara de Audiencias. Su oficial, Alicia Dominica, habló de la
traición de Vandire y su depravada corrupción de la Eclesiarquía, pero sobre todo habló de la retorcida perversión de la orden.
Furiosas y avergonzadas, renunciaron al nombre de Consortes y se convirtieron una vez más en las Hijas del
Emperador.
Durante todo este tiempo, Vandire había permanecido ignorante de la revuelta que se cernía sobre él, estudiando el
mapa tridimensional del Imperio. Saliendo de su introspección, parpadeó sorprendido cuando se percató de las guerreras
congregadas a su alrededor. El distante sonido del tiroteo había enmudecido en cuanto el mensaje se había extendido
por el Palacio Eclesiarcal. Las cuatro mil combatientes que habían sobrevivido al salto de los Marines Espaciales y la
Tecno-Guardia fueron reuniéndose lentamente en el gran salón.
Vandire pronunció un apasionado discurso, explicando qué sistemas tenían que ser aplastados, dictando órdenes para que
se enviaran flotas para aniquilar a Thor y a sus seguidores. Sin embargo, incluso sus escribas lo habían abandonado, y
se había quedado solo en la Cámara de Audiencias con las vengativas Hijas del Emperador. Alicia Dominica se enfrentó
a Vandire. Sus palabras están grabadas sobre el negro sarcófago de marfil que contiene su cuerpo:
"Habéis cometido la mayor herejía. No sólo habéis dado la espalda al Emperador y abandonado su luz, sino que
además habéis profanado su nombre y casi destruido todo aquello por lo que él ha luchado. Habéis pervertido y
retorcido la senda que había establecido para que siguiera la Humanidad. Como vuestros propios decretos han
establecido, no puede haber gracia para tal crimen, no puede sentirse piedad para un criminal como este. Renuncio a
vuestra autoridad, camináis en la oscuridad y no podéis seguir viviendo. Vuestra sentencia ha sido aplazada durante
demasiado tiempo. Ha llegado el momento de que muráis."
Dominica desenfundó su espada de energía y la sostuvo en alto para que todas la vieran. Vandire miró hacia las guerreras
congregadas, confuso, con el entrecejo fruncido. Negando ligeramente con la cabeza, el Alto Señor susurró sus últimas
palabras:
"¡No tengo tiempo para morir... estoy demasiado ocupado!"
La espada de energía cayó, decapitando al Alto Señor traidor de un solo tajo y partiendo su Rosarius por la mitad.
El Reinado del Terror había terminado.
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