Autores: Juvenal Peña Michele Castelli Publicado en la página web del IUTAV www.gav.edu.ve El Conde Antonio Cattaneo Quirino y sus hazañas militares en Venezuela Le debemos a Producciones Cinematográficas Mario Volpi, y en particular a su gerente general Mario Sértoli, como también al magnífico director Jacobo Penzo, el que se nos haya dado la oportunidad de conocer un poco más de cerca a una recia personalidad ítalo-venezolana que en el siglo pasado, hasta su muerte, escribió bellas páginas de historia que todavía no se han recogido íntegramente para el disfrute y el ejemplo de las nuevas generaciones. Nos estamos refiriendo a Antonio Cattaneo Quirino, Conde de Serrano, gran patriota y luchador de nobles causas. Mario Volpi pensaba llevar a la pantalla la historia de Cattaneo, y por ese motivo se estaban haciendo los trámites para que la RAI Radio Televisión Italiana se interesara también en el proyecto. El guion escrito por Jacobo Penzo, quien dirigiría la película, tenía que traducirse al italiano y por tal motivo, le fue confiada la traducción al prof. Michele Castelli, mientras el prof. Juvenal Peña estaría comprometido con investigar más de cerca las gestas de nuestro personaje. Lamentablemente, por decisiones que desconocemos, nunca han comenzado las tomas pero aun así sentimos que nuestro esfuerzo no ha sido en vano, pues nos ha permitido profundizar sobre este personaje de cuyas hazañas sólo conocíamos por 1 algunos cuentos escuchados. Juvenal Peña, en tal sentido, obtuvo un ejemplar de la obra “El Conde Cattaneo y la querencia de Guayana” escrita por Horacio Cabrera Sifontes, una edición de 1974 completamente agotada, y comenzó una intensa y emotiva investigación histórica. Una historia fascinante la de Cattaneo. Un luchador incansable que no sólo por el gusto de la aventura, sino también por su fe inquebrantable en las causas nobles, siempre estuvo al lado de quienes impugnaban las armas para defender los derechos de soberanías. Por eso, aún jovenzuelo, abandona la vida cómoda de la Corte de los Saboya donde su madre, la Condesa María Teresa Ifigenía Colli era dama de compañía de la Reina Madre, y sale hacia Rusia enrolándose en el Estado Mayor del Ejército Imperial de Extremo Oriente en calidad de “Voluntario Extranjero”. Participa con gallardía en la guerra ruso-japonesa incorporándose al legendario batallón de los Cosacos de Amur, y por sus gestas heroicas recibe la distinción más alta y codiciada de la Rusia de los Zares: el Águila Blanca, que por expresa voluntad pidió que se la colgaran en el cuello el día de su muerte, prefiriéndola a la Orden del Libertador, que también es la máxima distinción de la República Bolivariana. Al terminar el conflicto ruso-japonés pasa algún tiempo en Japón, tierra de los vencedores, y finalmente regresa a Italia. Era el año de 1906. Durante un recibimiento en su honor en el Palacio Real del Quirinale, sede actual de la presidencia de la República, sus ojos se cruzan con los de una delicada doncella, ya prometida de un militar, y pronto los brazos también se entrecruzan en el baile romántico y sensual. El pretendiente, enfurecido por los celos, dispara su arma, que en vez de enfriar el cuerpo del héroe, golpea a muerte la delicada figura de la joven inocente. El asesino pagará caro su 2 atrevimiento: en el duelo inevitable mediante el cual se limpiaban las ofensas, Cattaneo “no quiso exhibir las habilidades técnicas de que hacía gala en la esgrima… (sino) que jugó el todo por el todo y con desprecio imprudente se fue a fondo en la estocada única que remató el duelo con la muerte instantánea de su agresivo contendor”. Él también fue herido en la parte superior del pecho: “rastro romántico – escribe Cabrera Sifontes – que mantuvo hasta su muerte y que le siguió en su gran recorrido por el mundo, al cual se lanzó desesperado sin encontrar paradero fijo ni entretenimiento que absorbiera su nerviosa iniciativa”. La desaventura en Roma lo impulsa, en efecto, una vez más a la expatriación y, sin una meta real, con pocas secretas pertenencias encerradas en un misterioso baúl del que jamás se desprendía, viaja por tierras de Brasil, pasa a Chile, visita las pampas argentinas, se emociona frente a la gigantesca naturaleza habitada por los incas, se dirige a Canadá donde le espera el espectáculo extraordinario de las cataratas de Niágara y de allí, a través del río San Lorenzo, busca el trópico “sin arredrarse por la inmensidad de las distancias”. En su paso por Nicaragua siente nuevas emociones cuando encuentra al General José Santos Zelaya, a quien ayuda a recobrar la presidencia de la República, destacándose sobre todo en la famosa batalla de la toma de Ciudad León recibiendo luego, por sus hazañas, el grado de General de Brigada. Se queda en Nicaragua hasta finales de 1907, cuando de repente siente la nostalgia de su tierra ancestral y decide regresar a Italia. En Panamá se embarga en el “Città di Torino” que, al llegar a Puerto Cabello de Venezuela, sufre una severa avería. Cattaneo desembarga y a partir de ese momento comienza su larga aventura, 3 hasta la muerte, en la tierra de Bolívar. El entonces presidente de la República Cipriano Castro, el “cabito” como le decían despectivamente sus adversarios, tiene oportunidad de conocerlo a través de unos acólitos y enterado de que el Conde Cattaneo era, entre otras cosas, un experto cartógrafo, le propone personalmente ratificar los relieves de la costa entre Punta de Paria y Tucacas, con lo cual el General aventurero inicia un largo servicio a la República que terminará en 1942, año en el cual el gobierno italiano le propone hacerse cargo de los intereses de la comunidad en Venezuela. Su primera acción guerrera en el país se cumple a principios de 1908 cuando es nombrado jefe del Cuerpo Expedicionario para recuperar el Cabo de La Vela, invadido por Colombia. Cuando ese mismo año Gómez es proclamado presidente de la República Cattaneo, al contrario de muchos castristas que cometen la traición, por un simple compromiso de conciencia se queda fiel al antiguo régimen, y escapa a Trinidad. Pero su exilio voluntario dura muy poco. El general Gómez que conocía sus hazañas no podía prescindir de su recia fibra de combatiente. Lo invita a unirse a sus milicias de manera que el Conde contribuye reconocidamente a derrotar y luego a pacificar a los distintos caudillos que operaban en todas las latitudes del país. Cumplida la hazaña, es nombrado Jefe del Cuerpo Autónomo de Caballería del Yuruari (1913), Inspector General de las Fronteras Orientales y Meridionales del Estado Bolívar (1914-1920), Primer Ayudante y Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Reunidas para enfrentar la primera invasión de Arévalo Cedeño en cuya acción se recupera Guasdualito que había caído en manos de los rebeldes (1921). Obtiene muchísimas otras responsabilidades civiles y militares que sería largo enumerar acá. 4 Lo que sí vale subrayar es que Cattaneo se distingue en cada uno de los cargos que ocupó. Sus amigos y conmilitones han transmitido de forma oral centenares de anécdotas sobre ese período de su vida. Entre todas, cabe mencionar una. Encontrándose de paso por El Dorado, un habitante poderoso de los parajes se entera de que nuestro héroe llevaba una poderosa pistola máuser que “se enganchaba a una culata que a la vez servía de caja para guardarla”. Quiso verla de cerca y Cattaneo lo satisfizo. Pero mientras la accionaba salió una bala hacia la casa de don Rafael Lezama, noble personaje de la época, que fue a parar en la cabeza de Elías Casado, quien se encontraba enfermo en una de las habitaciones, matándolo. Cattaneo lamenta mucho esa muerte y la llora con profundo pesar. Todos en la familia Casado se convencen de que se había tratado de un accidente, menos un hermano del muerto, don Arturo, que jura pronta venganza. Un día llega a una barbería donde Cattaneo se afeitaba, con el propósito de esperarlo que saliera para agredirlo de frente, y así demostrarle que tratábase de una venganza “gallarda”. Pero Cattaneo, “cuya experiencia mundana le había hecho capaz de “reconocer al renco antes de que se pare”, nota algo irregular, se levanta de la silla y se dirige directamente al que creía su agresor. Imaginando que dispondría de un revolver para matarlo, lo abraza para dominarlo cuerpo a cuerpo. Allí aprovecha don Arturo para darle varias leves puñaladas a pesar de la incomodidad creada por la presión hercúlea ejercida sobre él por los brazos poderosos de Cattaneo. Cuando éste se siente herido, forcejean y caen al suelo. Casado que no desperdiciaba oportunidad ni se amedrentaba por la corpulencia de su contrincante, también le atraviesa la mano derecha con el puñal. El vengador no se da por satisfecho, había 5 fracasado en su intento, pero el propósito persistía y el tiempo alargaría la segunda oportunidad. Ella, en efecto, se presenta durante el velorio de Stella Cabrera, hija de Horacio y ahijada de nuestro héroe, cuando un tiro de escopeta traidora lo hiere sin consecuencias fatales. Para evitar nuevas complicaciones y sobre todo para preservar la incolumidad de su esposa (se había casado el 24 de junio de 1917 con Tivita Bigott en la Iglesia de la Virgen del Valle de la Isla de Margarita), Cattaneo se muda a Ciudad Bolívar (donde ejerce primero el cargo de Director de Obras Públicas del Estado, y luego el de Director de Salud Pública. Todo esto hasta 1932 cuando renuncia por haber suspendido el Dr. Toribio Muñoz, Presidente del Estado Bolívar, las obras que Cattaneo había comenzado. En esa oportunidad sus enemigos lo acusan de estar comprometido en el movimiento subversivo de Emilio Lanza y así, hecho prisionero, prueba la amargura de presidiario en la famosa cárcel La Rotunda donde, sin embargo, puede apreciar el sentido verdadero de la lucha que algunos jóvenes patriotas estaban librando contra la tiranía de Gómez. Allí conoce a Jóvito Villalba, José Antonio Mayobre, Fernando Key Sánchez y otros, todos combatientes antigomecistas, y miembros de la llamada “Generación del „28”. Cuando por órdenes expresas de Gómez, enterado de la intriga contra el héroe, sale de la cárcel, es trasladado al Estado Zulia donde desempeña numerosos nuevos cargos para el Gobierno, pero no en subordinada sumisión a los caprichos del dictador, sino en provecho y en función del bien del país. Después de la muerte de Gómez, el primero de febrero de 1936, el general Eleazar López Contreras, como Presidente Provisional de la República, llama a Cattaneo en vista de los disturbios de la capital. 6 Con un escuadrón de caballería toma parte en la pacificación de Caracas al sucumbir el hermano del tirano, el general Eustaquio Gómez. Inmediatamente después, López Contreras admite un proyecto de Cattaneo para la formación de una Guardia Nacional de Fronteras, y en cuenta de que los ingleses como de costumbre estaban aprovechando los apuros centrales del gobierno para penetrar por el Esequibo, lo hace reunirse con otros conocedores del terreno guayanés: los generales Angel Custodio Lanza, Rafael Tovar García y Carlos Rivera para discutir y redactar, con la asesoría jurídica del Dr. Eduardo Oxford López, el proyecto de la Guardia Nacional propuesta. De manera que, aquí queda develado un secreto que seguramente la gran mayoría de venezolanos no conocen: la fundación de la Guardia Nacional surge sobre un proyecto del poco recordado ítalo-venezolano Antonio Gastone Cattaneo, Conde de Sedrano. Aparte de esto, pocos saben que nuestro personaje también fue el inspirador del Conde Giaffaro en la bellísima obra “Canaima” de Rómulo Gallegos, el que despierta la conciencia vigorosa de Marcos Vargas, el protagonista de la novela, y le hace entender con sofisticadas interpretaciones “que la selva era para que en ella se le abriese la válvula de escape al grito de Canaima”. En ese mismo año de 1936 López Contreras lo nombra nuevamente Comisario Nacional de Fronteras Orientales y vuelve así al Estado Bolívar en contacto con la selva, al reencuentro con sus querencias. Se establece cerca del salto Araguay y, para decirlo con palabras inspiradas de su amigo y biógrafo Horacio Cabrera Sifontes, “allí construyó ranchos provisorios para albergar su gente, entre los cuales había llevado herreros y carpinteros. Luego levantó una sólida construcción de 40 metros por 20, y una estación 7 meteorológica cuyos datos acumuló siempre con religioso cuidado y responsabilidad científica. Renovó sus contactos con lo indios. Colaboró con las Misiones Franciscanas de Luepa y Santa Elena. Recorrió toda la Gran Sabana. Examinó el nuevo hito de la cumbre del Roraima. (…) Caminó la Sabana de Camarata, llegó al Churún Merú, gran salto del río Churún en el Auyantepuy que había sido descubierto en 1910 por Ernesto Sánchez La Cruz y ubicado con su respectivo croquis, y que hoy ridículamente se llama “Salto “Angel”, estropeando su bello nombre indígena original, porque un saltimbanqui norteamericano de dudosa moralidad se engañó con el terreno y se atascó en una avioneta”. En 1939 comienza a adiestrar gente para la ocupación sorpresiva del Alto y Medio Esequibo, sin embargo la inteligencia militar inglesa lo descubre y por vía diplomática le exige a la presidencia de la República frenar la conspiración. Al general López Contreras no le quedará otra alternativa que retirar al General Cattaneo del lugar ofreciéndole en Caracas un puesto de Inspector en el Banco Agrícola y Pecuario. El guerrero interpreta que de esta manera se le retiraba del servicio activo de la Nación, cosa que equivalía a una media muerte para su espíritu emprendedor. No obstante, desempeña el puesto con la mística de siempre hasta 1942, año en que inicia la segunda guerra mundial cuyos acontecimientos lo llevarán a otros compromisos más de tipo social que militares, pero que también lo marcarán para siempre dejándole en el alma una profunda amargura hacia la patria adoptiva que en el fondo no supo reconocerle el amor con el cual se había entregado a ella a lo largo de más de treinta años. Los acontecimientos fueron los siguientes: Al iniciarse el segundo conflicto mundial en ese aciago año de 1942, Venezuela consecuente con su credo democrático, pues había 8 emprendido una nueva fase política bajo el mando del prudente y ponderado neo presidente de la República General Isaías Medina Angarita, toma partido en contra del llamado “Eje” Berlín-TokyoRoma, constituido por los nefastos regímenes nazi-fascistas de Hitler y Mussolini, y el Imperio nipón, obligando de esta manera el retiro de la misión diplomática italiana de Venezuela. El Ministro Italiano de Relaciones Exteriores de la época Giovanni de Giura, le pide a Cattaneo encargarse de los intereses italianos en Venezuela y éste, consciente de que su negativa hubiese podido perjudicar a la numerosa comunidad italiana que comenzaba a poblar las principales ciudades del país huyendo de la represión del régimen y de la posibilidad de ser enrolados en una guerra absurda en la que no creían, acepta. Sin embargo, antes de asumir oficialmente el encargo, considera procedente solicitar permiso ante el Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, pues no sólo poseía la nacionalidad venezolana otorgada ad honorem por sus múltiples actuaciones en los diferentes escenarios políticos y militares, sino que se consideraba un funcionario de la República y como tal sentía un compromiso ineludible con su nueva patria. La respuesta escrita del Ministro fue cruda y violenta: “se le concedía la autorización siempre y cuando renunciara a la ciudadanía venezolana y a todas las prestaciones sociales a que pudiera ser acreedor por sus 30 años de servicios activos en el gobierno venezolano”. Con el corazón destrozado, “conociendo la delicadeza y la honestidad de Cattaneo – escribe Cabrera en su obra – es de suponer que al leer la carta se sintiera como un hijo desterrado o como un militar degradado, después de haber hecho de su vida un juguete del peligro por la grandeza de su Patria Adoptiva”. Sin embargo, no se deja llevar por la pasión, contesta a la carta del Ministro Pietri con 9 un gran sentido de responsabilidad. Le dice que cumpliría dolorosamente los requisitos impuestos por el país que tanto amaba, pero que para él también era perentorio el llamado de sus hermanos italianos residentes en Venezuela, quienes no tenían la culpa de lo que acontecía en Italia sumergida en una guerra bajo la orientación de una ideología que no compartían, pues por ello habían tomado el camino de nuevos horizontes. Concluido el conflicto y constituido el nuevo gobierno republicano con el demócrata cristiano De Gásperi a la cabeza, Italia reanuda las relaciones diplomáticas con Venezuela. Llega la misión oficial nombrada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y, en reconocimiento a su tarea llevada a cabo con profesionalismo y sentido de grandeza, a nuestro personaje se le da empleo en la flamante Embajada de Italia en calidad de “Encargado de Asuntos Comerciales”. A pesar de que Cabrera Sifontes escribiera la biografía sobre Cattaneo entre 1973 y 1974, y de que el personaje muriera el 30 de junio de 1970, nada nos dice de los últimos veinte años de su vida, luego de retirarse como funcionario de la Embajada de Italia. Apenas nos transmite algunas vicisitudes propias de la agonía cuando, víctima de un cáncer de próstata, le sobra aliento para expresarle a Dalila, la ahijada amada, los últimos deseos de su vida. Una especie de testamento del que el autor revela uno que otro detalle. Nada nos dice, sin embargo, dónde termina el famoso baúl que trajo de Italia y del que nadie, ni siquiera los más íntimos, conocían de su contenido. La curiosidad da rienda suelta a la imaginación de Michele Castelli, escritor, y así, en su libro “Cuentos de inmigrantes” editado en 2005, en el capítulo II intitulado “El secreto del baúl”, resume de esta 10 manera, en su fantasía, aquellos años de inexplicable olvido del ilustre personaje: “…Se marcha a Guayana, su tierra amada, y sólo de vez en cuando toma la ruta de algún sendero lejano en compañía de Furia, el viejo caballo de mil y una batallas, y del mulo sabanero en cuya grupa va amarrado, indefectiblemente, el mismo baúl que trajo de Italia cuando emprende la larga fuga por todo el continente americano. – ¿Qué llevará el musiú en esa caja que no suelta nunca? – Se pregunta la gente que por esa costumbre entiende que va de viaje. No ha faltado la tentación de algunos de ir a ver en su casa, a escondidas, qué tesoro tan precioso lleva guardado el General en ese baúl de cedro que se parece a un cofre de dimensión gigante, protegido por sendas tiras de hierro alrededor que terminan con dos argollas en cada lado donde están enfilados los candados. No se atreven, sin embargo, porque saben de sobra que aquel hombre no perdona las intrusiones. Quien se mete con él sin motivos es persona muerta. Lo ha demostrado tantas veces, y las noticias vuelan: que se puede perdonar de la estocada al enemigo en un campo de batalla pero jamás al cobarde que no da la cara. Cuando fallece, en Tumeremo, en un caluroso día de junio, es la ahijada quien, aún él en su lecho de muerte esperando sepultura, ve en un rincón del cuarto el extraño cofre y se acerca, por fin, para revisar qué hay adentro. Está abierto. Es decir, no hay candados en las argollas. Alguna inspiración misteriosa tuvo que empujar a la joven hacia el baúl, porque al alcance inclusive de un ojo distraído hubiese resaltado una hoja grande escrita a mano que parece un testamento, y cuyos deseos en parte es menester cumplir ahora. De 11 cada objeto allí guardado, se da una breve descripción, que es la siguiente: “Quiero que al morir me vistan con mi blusa de cosaco, y en el cuello me coloquen el Águila Blanca. Ella representa el momento de mi vida en que tuve la primera auténtica sensación de hombre libre”. “Con la pala oxidada que traigo conmigo desde la estepa de la Rusia inmensa, he enterrado a muchos compañeros muertos en distintos campos de batalla. Con esa misma, quiero, que se excave el hoyo en la tierra caliente de Guayana donde colocarán mis huesos ahora”. “Con la tira de madera que el indio Piao, mi fiel acompañante, cortó de la sarrapia, háganme una cruz y escriban en ella: Aquí está Antonio Gastone con su vida y experiencia; un inmigrante italiano que sembró aquí la querencia”. “En el sobre sellado con lacre hay cuatro monedas de plata, que es toda mi riqueza. Repártanlas entre los pobres, y denles también el valor de mi pistola que estoy seguro querrá comprar el nieto del General Zapata, pues el abuelo le habrá contado que es precisa el arma si el pulso es firme”. Y finalmente. “Colóquenme el cuerpo inerme en el baúl vacío, donde estoy seguro, entrará completo, porque fue hecho a la medida. Cierren bien los candados para que el gusano no entre rápido a estropearme la barba blanca, y mi larga cabellera”. Todos los deseos del héroe se cumplen a la letra, con una sola novedad que el tiempo agrega. A un lado de la cruz los 12 italianos inmigrantes, descalzos antes y ahora prósperos de bienes, levantan un monumento que representa al Soldado pionero. Es un soldado de paz, sin embargo, que en vez del fusil empuña un pico y en la cintura, en lugar de la pistola enganchada en la culata, una vieja cantimplora repleta de sudor”. 13