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Vida de Cervantes
Daniel Eisenberg
La vida de Cervantes es bien conocida en sus líneas generales. En cualquier
enciclopedia se pueden encontrar los hechos salientes de su vida. Nació en 1547 en la
ciudad universitaria de Alcalá de Henares de un padre cirujano, cuya vida no fue
acomodada. Estudió con el humanista Juan López de Hoyos, en el «Estudio de Madrid».
Tras una riña cuyos detalles no conocemos, fue desterrado y se marchó a Italia, donde
sirvió a un cardenal. Sin volver a España, entró en la marina, y participó en la batalla de
Lepanto, en la cual fue herido y una mano destrozada. Fue preso por corsarios
musulmanes, y se quedó en el «baño» o prisión de Argel. (La palabra «baño» en este
contexto no tiene nada que ver con agua o limpieza; es transcripción de una palabra
turca que quiere decir «prisión».) Tuvo que esperar cinco años hasta que se reunieran
los fondos para pagar su rescate. De vueltas a España, tuvo una amante, una hija natural,
publicó su primer libro, La Galatea, y se casó. Su matrimonio fue estéril.
Por unos años sirvió como comisario de la Armada y recaudador de impuestos; por
estos trabajos pasó mucho tiempo en Andalucía, de donde eran sus ascendientes. Quedó
encarcelado tras la quiebra de un banco sevillano adonde había depositado fondos de la
corona. De allí hay años vacíos; sólo hay suposiciones sobre sus actividades hacia 1600.
En 1604 le encontramos en la corte, Valladolid. Conoce éxito con la primera parte de
Don Quijote. Vuelve a Madrid, y consigue el apoyo financiero de un mecenas, el Conde
de Lemos. Dentro de pocos años publica el resto de sus obras: las Novelas ejemplares,
Ocho comedias y ocho entremeses, Viaje del Parnaso, la segunda parte de Don Quijote.
Se muere en 1616 casi con la pluma en la mano, corriendo para acabar Persiles y
Sigismunda, publicado póstumamente.
Estos escuetos datos son conocidos a todos aquellos que hayan tenido una mínima
introducción a la literatura castellana. Se encuentran en libros para el gran público,
libros escolares, en obras de consulta. Lo que falta, y lo que intento facilitar en este
artículo, es la perspectiva para entender estos datos.
Podemos comenzar con una noticia a veces molesta, pero ineludible. El éxito de
Cervantes en su vida era modesto. No fue tomado como un autor serio, ni como,
digamos, el igual de Lope. En contraste con autores más populares y reputados, cuyas
biografías se escribieron poco después de su fallecimiento y cuyos manuscritos se
reunieron, tras su muerte en 1616 Cervantes cayó rápidamente en un olvido. Sus
manuscritos, sus obras inacabadas o inéditas, se perdieron en la casi totalidad. Cuando,
en el siglo XVIII, comenzó el interés en él de nuevo, cuando un aristócrata inglés
encargó a un valenciano, Mayáns, la primera biografía de Cervantes, no hubo fuentes.
No hubo escritos a que se podía acudir.
Lo que sí había eran muchos comentarios de Cervantes sobre su propia vida.
Reunidas sus obras publicadas -aun esto fue un reto en el siglo XVIII, cuando a nadie se
le ocurrió editar sus obras completas- leídos sus prólogos y dedicatorias, ya se veían
puntos esenciales de su vida. Cervantes mismo nos refiere su servicio en Italia, su
participación en la batalla de Lepanto, su manquedad. Desde entonces, poco a poco,
documento tras documento, se han descubierto y reunido otras partes de su novelesca
biografía. Apareció su partida de bautismo, resolviendo un punto debatido en el siglo
XVIII -su lugar de nacimiento- definitivamente en favor de Alcalá de Henares. Por
casualidad, un lector de la Topografía e historia general de Argel publicada por Diego
de Haedo descubrió en ella una detallada descripción del cautiverio y heroísmo de
Cervantes. En una antología poética de circunstancias, apareció Miguel de Cervantes
como el «amado discípulo» del maestro erasmista Juan López de Hoyos. El Archivo de
Indias proveyó un conjunto de testimonios reunido por Cervantes sobre su cautiverio.
En el Archivo de Simancas, se hallaron datos sobre sus servicios como comisario y
recaudador, hasta entonces desconocidos, y se comenzó a buscar en los archivos de las
ciudades y pueblos donde, según los documentos oficiales, había comprado víveres para
la Armada. Se encontraron también los testimonios tomados en 1605 de los habitantes
de la casa de Cervantes en Valladolid, cuando un noble fue apuñalado en la calle y
expiró en la cercana casa, a que fue llevado.
El cenit de este proceso de recuperación de datos fue la publicación de Documentos
cervantinos hasta ahora inéditos (1899-1902), del archivero Cristóbal Pérez Pastor.
Con este caudal se pudo elaborar la gran biografía documental de James FitzmauriceKelly (1913), y está en esta línea, valiéndose de sus propias investigaciones en archivos,
la obra de Luis Astrana Marín. En siete tomos, la más larga de todas las biografías
cervantinas, todavía no ha sido superada después de medio siglo.
Todos estos documentos, todo el material reunido informa mucho. Nos sirve, por
ejemplo, para conocer sus circunstancias económicas y para acabar con el mito de su
pobreza. Pero no nos dice qué tipo de persona era Miguel de Cervantes, si amaba a su
mujer, si era católico practicante, cuáles eran sus creencias políticas. Para todo esto no
hay más remedio que acudir a sus obras literarias, clase de fuente siempre peligrosa de
usar. La historia del capitán cautivo en Don Quijote I, del soldado preso en Argel, se
supone -todos los cervantistas lo suponemos- que refleja algo de lo que Cervantes vivió.
Si aparecen descritas ciudades italianas, por ejemplo en Persiles y Sigismunda y «El
licenciado Vidriera», sin que aparezca la descripción de un viaje por el sur de Francia,
se concluye que Cervantes viajó de España a Italia en barco y no por Francia. Son
conclusiones que a veces parecen fáciles y lógicas, pero fácilmente uno se encuentra en
terreno movedizo. El capitán cautivo recibió la ayuda de una mora, quien había
aprendido las virtudes de «Lela Marién» de una nodriza española. ¿También representa
una experiencia cervantina? Del detallado conocimiento de los libros de caballerías en
Don Quijote, se puede suponer un contacto directo y prolongado de Cervantes con ellos.
De la admiración para Amadís de Gaula, repetidas veces expresada, se puede
igualmente incluir un aprecio de Cervantes para esta obra. Pero pasar de allí a entender
la verdadera actitud de Cervantes hacia estos libros, decidir si era genuina la intención
de acabar con su «máquina mal fundada», ha sido disputado por los cervantistas durante
décadas.
Llama la atención de los biógrafos la mediana posición de Cervantes en la España
de su tiempo. Aunque sí estudió las primeras letras, no pudo (¿o acaso no quiso?)
estudiar en una universidad. No sufrió hambre, y tuvo los recursos para una vida de
clase media, y para formarse una biblioteca. Pero no consiguió nunca una posición de
prestigio, ni una vida lujosa. No consiguió el puesto en las Indias que buscaba, y el
Conde de Lemos llevó a un escritor de tercera clase, comparado con Cervantes, para ser
su secretario en Nápoles. Sólo después de la publicación de las Novelas ejemplares -su
primer éxito que le rendía prestigio literario- le fue posible económicamente dedicarse
plenamente a la escritura.
A quien le parezca escandalosa esta realidad debe meditar el hecho de que
Echegaray fue el primer autor en lengua castellana, y Benavente el segundo, que
ganaron el premio Nobel de literatura. Son rarísimos los casos de autores populares e
influyentes en vida y al mismo tiempo, famosos y alabados en siglos posteriores. El
autor innovador, el pensador, siempre -necesariamente- está en conflicto con las
creencias y valores de su tiempo. Quien gusta al mercado, al gran público, no gustará a
lectores de futuros siglos. «Bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las
mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un
libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama», comenta
Cervantes en el prólogo a la Segunda Parte de Don Quijote.
Don Quijote no fue visto en su tiempo sino como una obra cómica que atacaba los
libros de caballerías. Unos pocos, sí, habrán percibido algo más, pero no cabe duda de
que ésta fue la reacción general. Las obras cómicas o «festivas» eran tenidas en poco. El
principio del entendimiento moderno de la complejidad y riqueza de Don Quijote, llegó
en el tardío siglo XVIII, y del extranjero.
Acaso los problemas de Cervantes en vida deben algo a su personalidad. Cervantes,
quien veía tanto que sus contemporáneos no veían, y quien sentía más que ellos la
corrupción tan prevaleciente en la sociedad y gobierno de su tiempo, puede haber sido
una persona algo altanera y de trato difícil. Se creía de la misma categoría de Homero y
Virgilio, y que escribía había escrito una obra que llegaría «al extremo de bondad
posible». Repasa los poetas españoles contemporáneos en su Viaje del Parnaso, que
serviría para entonces lo que es hoy reseñar muchos libros -ganar influjo, pero a costa
de aislarse. Su matrimonio fue un fracaso. Es posible que sufriera períodos de lo que
hoy llamaríamos depresión: había perdido el uso de la mano izquierda, destruida por un
arcabuzazo, y pasó cinco años detenido en Argel, sin que el rey, ni nadie, le
indemnizara ni incluso ayudara, a lo que sabemos, después de su vuelta a España. Según
Lope, autor probable del prólogo del Quijote de Avellaneda, Cervantes fue «tan mal
contentadizo, que todo y todos le enfadan».
Dada esta lectura entre líneas, he dejado por último los dos temas más sensibles, dos
temas que, hace un siglo, serían inconcebibles. Gracias sobre todo a Américo Castro,
sabemos que muchos de los intelectuales del Siglo de Oro, la gran mayoría de ellos,
formaron parte de la clase llamada -hoy, por falta de mejor nombre- los «cristianos
nuevos». Estas personas descendían de los judíos que eran los médicos, abogados,
orfebres, sastres y contables de la España cristiana hasta el reinado de Isabel la Católica.
Entre ellos hay figuras cristianas destacadas, de la categoría de Santa Teresa y fray Luis
de León. No se les califique de «judíos»; no lo eran. Algunos, o muchos, eran «mejores
cristianos» que los cristianos viejos. Pero ya que la supresión del judaísmo y las
conversiones -forzadas en su mayor parte, pero algunas genuinas- no acabaron con el
problema social que estaba tras la política religiosa hacia ellos, fueron víctimas de una
discriminación legal y social. La «limpieza de sangre», noción entre cuya descendencia
figura el racismo de la Alemania nazista, tenía que demostrarse mediante
documentación. Sin las medidas discriminatorias, calurosamente apoyadas por las capas
menos afortunadas de la sociedad, los cristianos nuevos hubieran podido controlar el
país.
En el caso de Cervantes, no hay documentación directa de su descendencia de judíos
y de formar, por consiguiente, parte de la clase de cristianos nuevos. Pero las
circunstancias presentan un caso fortísimo. Su padre fue un cirujano; su abuelo un
licenciado; su bisabuelo un trapero. La familia de su mujer, un vacío sospechosísimo. El
hecho de que ganara la vida durante más de veinte años tratando con dinero, como
comisario, recaudador de impuestos, y (creo) como contable, es otro indicio. La
recaudación de impuestos, trabajo ingrato, era típicamente encargada a los judíos en la
Edad Media castellana. Y en general el fracaso de sus carreras -si no un fracaso total
que le dejó en la miseria económica, sí podemos decir que no tuvo acceso a los puestos
que le correspondieron y que pudiera haber ocupado mejor que sus inquilinos.
Cervantes fue, entonces, una persona marginada, víctima de discriminación, y con
conciencia de formar parte de una clase reprimida. Será por algo que Sancho Panza es
enemigo de los judíos y se proclama cristiano viejo, y Don Quijote no dice nada
parecido y, en cambio, califica a Sancho de mal cristiano.
Tenemos, entonces, a un Cervantes bastante diferente del héroe de la nación que era
en, digamos, 1905. Representa los conflictos internos de una nación que había pasado
por paroxismos sociales e espirituales.
No acabaron con este tema los esfuerzos para ver a un Cervantes diferente. Durante
las últimas décadas del siglo XX se comenzó -primero en la periferia de los estudios
cervantinos, pero cada vez más centralmente- a hablar de la sexualidad de nuestro autor.
Concretamente, se propuso que Cervantes fuera homosexual, subrayando su amistad
con un renegado argelino conocido por deleitarse con mancebos.
Como ataque a un símbolo glorioso de la patria, la imagen de un Cervantes
homosexual sólo se puede comparar -y creo que en efecto es comparable- con la vagina
de Isabel la Católica que se penetra en Reivindicaciones del conde don Julián de
Goytisolo. Por algo es Arrabal, hombre con un odio hacia la España católica y
consagrada, quien más que nadie lo ha promovido.
Si Cervantes fuera homosexual o sodomita, no hubiera vuelto de Argel, donde la
libertad en conducta sexual era absoluta, a la pudibunda España de Felipe II. No era un
homosexual. Esto no quiere decir que no haya sentido atracciones homosexuales, y
sabía que otros fácilmente los sentirían también; acaso lo apoya la misma ausencia en
sus obras de jóvenes sin amores para una mujer. Alonso Quijano tenía un «mozo de
campo y plaza», pero éste desaparece después del primer capítulo, y el escudero de Don
Quijote es el feo y casado Sancho.
Para nuestro autor, la amistad era más importante que la sexualidad; la sexualidad es
peligrosa y egoísta, mientras la amistad es desinteresada y benéfica. Según Cervantes, la
amistad más honda para un hombre era con otro hombre. Por eso es tan frecuente en sus
obras encontrar pares de amigos: Don Quijote y Sancho, Anselmo y Lotario, Rinconete
y Cortadillo, Diego Carriazo y Tomás Avendaño, Cipión y Berganza, incluso Rocinante
y el Rucio. Es «el autor de los dos amigos» por antonomasia. Pasarán siglos hasta que
aparezca otro autor quien valore en tanto la amistad.
Cervantes tenía bastantes amigos, como los poetas Pedro de Padilla, Gabriel López
Maldonado, y su maestro poético Pedro Laínez: todos ellos de la década de 1580. En los
años posteriores, si es que tuvo buenos amigos, no nos consta. Y el amigo de toda la
vida, el amigo íntimo de que gozan algunos de sus personajes, no lo encontró nunca.
Era un hombre aislado, solitario, lleno (como Don Quijote) de pensamientos varios y
nunca imaginados de otro alguno, rodeado de corrupción, víctima de discriminación.
Sus amigos eran sus libros y los lectores como nosotros, con quienes se comunica a
través de sus obras.
Bibliografía
No hay una única fuente para la biografía de Cervantes. La biografía standard,
aunque de difícil manejo, es la Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes
Saavedra, en siete tomos, de Luis Astrana Marín (Madrid, 1948-58). Esta obra carece
de índice, aunque uno ha sido elaborado y está pendiente de publicarse. La mejor
biografía más reciente (y más breve) que ésta es la de Jean Canavaggio, Cervantes. En
busca del perfil perdido, 2.ª ed. (Madrid: Espasa-Calpe, 1992). Canavaggio también
redactó la sección sobre «Vida y literatura. Cervantes en el Quijote», I, pp. xli-lx de la
edición de Don Quijote de Francisco Rico (Barcelona: Crítica, 1998), con una extensa y
anotada guía bibliográfica en las pp. lx-lxvi.
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