La Nación 24/2/2000 Escenarios ¿Qué es el Islam? Por Mariano Grondona Las revoluciones empiezan en un estado de exaltación cuando sus líderes, ya se llamen Mariano Moreno en 1810, Maximiliano Robespierre a partir de 1789 o el ayatollah Ruhollah Khomeini en 1979, todavía creen que cambiarán el mundo. Pero la furia inicial termina por agotarse. Llega la hora del Termidor. Así llamaban los jacobinos franceses al mes de julio, ya que hasta el calendario pretendían cambiar. En el mes Termidor de 1794 o "año II" según la cuenta jacobina, cayó Robespierre y Francia empezó a volver lentamente sobre sí misma. La revolución iraní, que comenzó con el derrocamiento del sha ("rey") Reza Pahlevi en 1979, tuvo su Termidor recién en 1997, cuando el moderado Mohammed Khatami ganó por amplio margen las elecciones presidenciales. El último viernes Khatami amplió su poder cuando nuevas elecciones le prometieron algo que aún no tenía: el control del Parlamento. ¿Hacia dónde se encamina ahora la revolución iraní? De 1979 a 1989, ella tuvo su hora jacobina bajo el mando absoluto del ayatollah Khomeini. Había pasado de una monarquía a una teocracia (del griego kratos , "poder", y Theós , "Dios": gobierno de los sacerdotes en nombre de Dios). En 1989, murió Khomeini. Siguieron ocho años de sorda lucha entre los continuadores de Khomeini y los moderados. Pero en 1997 irrumpió Khatami, con el 70 por ciento de los votos. ¿Estamos contemplando el principio del fin de la revolución iraní? Esta sería la interpretación correcta si lo que hubo en 1979 fue una revolución exclusivamente religiosa. La periodista Robin Wright, al escribir en la última entrega de Foreign Affairs (enero-febrero del 2000, págs. 133-145), sostiene al contrario que en 1979 hubo en realidad una revolución democrática contra el sha, a la que los sacerdotes de Khomeini "secuestraron" en su cuna, desviándola hacia la teocracia. Lo que está pasando ahora, según Wright, es que Irán reanuda el camino de su interrumpida revolución democrática. Es cierto que las fuerzas democráticas avanzan en Irán de la mano del presidente Khatami. Pero eso a lo que aspiran, ¿es lo que en Occidente entendemos por democracia? El propio Khatami, después de todo, es un clérigo y no un dirigente secular. Y si bien parece que ahora dominará el Parlamento, aun así las leyes que en él se dicten podrán ser vetadas por el Consejo de Guardianes de la Revolución, un cuerpo de sacerdotes que responde al líder espiritual de los musulmanes iraníes, el ayatollah Ali Khamenei, continuador de Khomeini. Tres preguntas se abren así ante nosotros. La primera es cuánto poder tendrá Khatami frente a los conservadores. La segunda es si Khatami aspira a una democracia de tipo occidental. La tercera es cuán occidentales pueden llegar a ser, además de los 70 millones de habitantes de Irán, los 1000 millones de musulmanes que viven en Asia, Africa y Medio Oriente. ¿Qué es Occidente? El Islam, ¿podrá ser alguna vez occidental? ¿Pero qué es, después de todo, Occidente? Aquí, ni los occidentales se ponen de acuerdo. Según la tesis de Francis Fukuyama en El fin de la historia , lo que llamamos "Occidente" es simplemente la aspiración de vivir en prosperidad y libertad que, si bien nació en Europa y los Estados Unidos, representa el anhelo de toda la humanidad. Cuando los jóvenes iraníes se ponen jeans o bailan rock, o cuando las mujeres iraníes pretenden liberarse, no hacen otra cosa que expresar lo que toda persona querría obtener en cualquier rincón del mundo. Según esta tesis, la fuerza popular que está cambiando a Irán es la misma que ya se impuso en Occidente: el deseo universal de riqueza y democracia. Tarde o temprano, por ello, Irán y el Islam se occidentalizarán. Pero esto no es lo que piensan Samuel Huntington en El choque de las civilizaciones ni su más reciente discípulo, David Gress, en su monumental historia de Occidente "De Platón a la OTAN" ( From Plato to NATO , The Free Press, 1998). Occidente, según ambos, es sólo una civilización entre otras. Por eso otras civilizaciones, como China, Rusia o el Islam, cuando se vuelvan ricas y fuertes lo desafiarán desde perspectivas culturales abismalmente diferentes, a las que sólo nuestra incurable vanidad permite imaginar como meras variaciones del espíritu occidental. /// La Nación 28/2/2000 Hipótesis de conflicto: Irán Hacia el ocaso del fundamentalismo Por Narciso Binayán Carmona Corrían los últimos meses de 1389 cuando estuve en Damasco y, diez años más tarde, comenzaba 1399 cuando conocí Bagdad y Teherán. En 1400 sumé Bangladesh, en 1401 Arabia Saudita, y así sucesivamente. Mi última visita a un país musulmán -Marruecosfue en 1415. Es decir que empezando el siglo XIV he multiplicado viajes, ya en el XV. (De la Hégira -Huida- de Mahoma a Medina.) Con esta aparente paradoja queda sentada una realidad que en Occidente se suele olvidar continuamente: nuestra era no es la única que existe en el mundo. Más de mil millones de personas -los musulmanes- viven en el siglo XV (no en el XX). Y tampoco la civilización occidental es la única, se acepten o no la "globalización", "el fin de la historia" y todo eso. Por ello es necesario no invertir las cosas y no considerar que las cruciales elecciones que acaban de ganar los tradicionalistas contra los fundamentalistas en Irán implican como consecuencia que el 70 por ciento aproximado que sacaron los primeros contra el 30 por ciento de votos para los segundos representa un vuelco absoluto de la opinión pública. No es un voto contra el islam ni es un voto en favor de "occidentalizar" un país justamente orgulloso de una tradición ilustre, de una historia gloriosa y, además, profundamente religiosos. Por ello aquí se ha preferido usar la palabra "tradicionalistas" y no "progresistas". En este sentido, si el vocero del Departamento de Estado, James Rubin, cuando afirmó que "los iraníes han votado por un reacercamiento con el resto del mundo", quiso decir por adoptar los valores occidentales, probablemente se equivocó. En cambio, si quiso decir abandonar la postura fundamentalista posterior a 1979, acertó. No son equivalentes. Ya cuando los disturbios en julio pasado en la Universidad de Teherán se calculó que el apoyo a la posición moderada -"tradicionalista"- del presidente Mohammed Khatami era de 70 por ciento, es decir, lo que ha logrado ahora. Ligeramente diferente era lo estimado para los "fundamentalistas": 20 por ciento y lograron 30. El resultado es claro: el sector que podría llamarse "duro" reclutó sus adeptos principalmente en los barrios más pobres de las grandes ciudades, en especial en Teherán, y en las provincias de Azerbaiján y de Khorassán. La primera es de población turca azerí, grupo lingüístico más que étnico al que pertenece el guía supremo de la revolución, Alí Khamenei; la segunda tiene por capital a Mashad, una de las ciudades más devotas al shiismo persa desde los tiempos de la dinastía Safawida. La Constitución de Irán, de 1979, es original en Medio Oriente en todos los aspectos. Se inspira en Montesquieu y en la V República de De Gaulle; en las enseñanzas del islam inicial;en los imanes shiitas, pero, básicamente, en la doctrina de Khomeini. Introduce algo muy raro en la región: elecciones verdaderas en las que el oficialismo fundamentalista puede perder. Pero lo combina con 40 reformas y con el poder de veto del Consejo de Guardianes. Intereses del Estado Khomeini añadió la doctrina de los "intereses del Estado" que permite abrigar enseñanzas del Corán si va contra aquéllos. Además, el Consejo no informa sobre sus debates sino sólo sus resoluciones, sin fundarlas. (Asghar Schirazi, "The Constitution of Iran: Politics and the State in the Islamic Republic", Nueva York, Tauris, 1997.) En este cuadro se dan situaciones muy raras. Por ejemplo, parece falsa la presunta fatwa que condena a muerte a Salman Rushdie. No cumple los requisitos canónicos ni admite el arrepentimiento, algo que Mahoma siempre aceptó (y Rushdie se ha retractado). Un punto que es muy sensible para Occidente: el chador. El Corán sólo dice que la mujer debe guardar pudor; "no muestren sus encantos naturales más allá de lo imprescindible"; "que se cubran el seno". El velo y el traje negro no lo propuso siquiera Mahoma, sino el califa Omar, que lo tomó del de las damas de la corte persa pro islámica. Hay aquí un aspecto de alta política: a la muerte de Khomeini, Khamenei con el apoyo de Alí Akbar Hashemi Rafsanjani, presidente del Parlamento y del país (1989-1997), dieron un golpe de Estado incruento y reformaron a su arbitrio el Irán de Khomeini. Incluso cambiaron el himno nacional y proclamaron guía supremo a Khamenei, pese a que no tiene la erudición y la sabiduría teológica necesarias para semejante cargo ni tampoco es elocuente. Pero se añadió algo más: es infalible. Sin contar a los izquierdistas, ni a los liberales a la occidental (una minoría), ni a los grupos sunnitas, ¿qué ocurrirá cuando el Consejo de Guardianes comience a votar las leyes que le envíe un Parlamento elegido por el 70 por ciento del electorado? El persa es veleidoso por naturaleza. Admiró al caído Reza II Pahlevi con su complejo de grandeza -y con uno de los ejércitos más fuertes del mundo- y luego se aburrió y siguió entusiasmado a Khomeini. Han pasado 20 años. ¿Se volverá a una situación parecida? /// La Nación Enfoques 6 27/2/2000 EL MUNDO / La fe shiita Doctrina en jaque Después de mantener en alto el estandarte del fundamentalismo por 20 años, los clérigos de línea dura de Irán y del Líbano han llegado a sus respectivos rubicones políticos. Pueden languidecer si no se adaptan a las nuevas circunstancias de la región NABATIYA, Líbano.- LA semana pasada, un grupo de hombres de mirada dura del Hezbollah, el Partido de Dios, estaban conduciendo a un corresponsal estadounidense a lo largo de un estrecho camino en las afueras de esta aldea en el sur del Líbano. En determinado momento, el visitante señaló a través de la ventanilla abierta del auto una fortificación israelí en la cumbre de una rocosa colina hacia el sur. Algo en ese lugar estaba brillando bajo el sol calcinador de esta tierra. Probablemente eran los binoculares de un soldado israelí, y la reacción de los combatientes del Hezbollah fue rápida e iracunda. "¡En el nombre de Alá, no apunte!", exclamó el conductor, dando vuelta el volante del auto para regresar de inmediato a la aldea. "Si usted señala, los israelíes pensarán que les está apuntando, y nos despedazarán con sus armas de 155 milímetros", explicó más tarde. El reproche fue una dura lección, pero fue nada comparado con la fría furia de los hombres del Hezbollah un poco después, al pasar frente a anuncios espectaculares en los que aparecían los iconos supremos del fundamentalismo musulmán shiíta: el ayatollah Ruhollah Komeini, quien encabezó la revolución islámica de Irán en 1979, y su sucesor como supremo líder religioso de la República Islámica, el ayatollah Ali Khamenei. En un nuevo error, el reportero preguntó dónde estaba la imagen del presidente de Irán, Mohammed Khatami, reformista islámico cuyos llamados para una mayor democratización y respeto a los derechos humanos han sacudido a su país y cristalizado la batalla entre los reformistas y los conservadores, que culminó con las recientes elecciones parlamentarias. En esta ocasión, el conductor redujo la velocidad, volvió el rostro para ver al reportero con algo parecido al desprecio, y guardó silencio. Entre los shiítas militantes en Líbano, al parecer, Khatami no existe, es alguien cuya mención sólo merece un gesto adusto de desdén. Posteriormente, una reacción muy parecida fue evidente en los estrechamente vigilados santuarios de Hezbollah, en los suburbios del sur de Beirut, donde los líderes se están preparando para enfrentar su propia prueba. Ese momento será en julio, cuando las tropas israelíes terminen su retirada de Líbano, coimo lo han prometido, y dejen al Hezbollah adoptar una decisión histórica entre las políticas islámicas militantes del pasado o ceder a las crecientes presiones para aplicar mayor pragmatismo, particularmente si el vecino y protector del Líbano, Siria, reanuda su búsqueda de la paz con Israel. Frente a una decisión crítica Después de 20 años de mantener en alto el estandarte del fundamentalismo islámico, los mulajs conservadores de Irán y sus colegas del liderazgo del Hezbollah del Líbano han llegado, más o menos simultáneamente, a sus respectivos rubicones políticos, el momento en que su causa se adaptará a las nuevas circunstancias o languidecerá. En parte, esto a causa de una coincidencia, debido a plazos políticos en Irán y del Líbano que tienen su propia y separada lógica. Hay, sin embargo, otros factores que les son comunes, como ha ocurrido desde los primeros movimientos de la insurgencia clerical shiita en los dos países, hace más de 40 años. Llegar a conclusiones amplias acerca de la marea política en el mundo islámico es una labor sumamente incierta, particularmente si se toma en cuenta que hay más de 50 naciones islámicas, que abarcan más de mil millones de habitantes, culturas vastamente diferentes. Algunas tendencias, sin embargo, son tan poderosas que no se pueden ignorar: entre ellas destacan los sucesos que se desarrollan actualmente en Irán y el Líbano, sugerentes de un movimiento más amplio hacia el realismo político en el mundo shiita. Debido a la división entre éstos y los sunnitas, que se remonta a la ruptura subsecuente a la muerte del profeta musulmán Mahoma, en el año 632 d.C, sólo un cronista intrépido se atrevería a sugerir que algo aún más amplio se esté agitando a lo largo y ancho del Islam: un desplazamiento lento, un tanto al estilo de un cangrejo, para alejarse de la militancia que parecía ser la marea en ascenso en el inicio de la década de 1990. Después de todo, Osama Bin Laden, que es el líder terrorista más buscado del mundo, aún está en libertad y refugiado en Afganistán, con células de correligionarios armados en muchas partes del Medio Oriente Medio, Africa del norte y Europa. Otras formas de militancia islámica siguen ocultas en docenas de países, en los lugares secretos del poder o en la clandestinidad: Indonesia, Paquistán, Egipto, Sudán y Argelia, entre ellos. Algunos expertos creen que el mundo aún no ha visto el momento de mayor intensidad del fundamentalismo sunnita, o sea el equivalente de la revolución shiita de Irán, en 1979. Por el momento, sin embargo, lo que parece inescapable es que los hombres que pusieron en marcha la oleada de militancia islámica en el mundo moderno, los clérigos shiitas de Irán y del Líbano, están con la espalda contra la pared, aun cuando todavía son pocos los mulajs de línea dura en cualquiera de estos dos países que se muestren dispuestos a enarbolar una bandera blanca. En el Líbano, una evaluación superficial sugeriría que Hezbollah, después de 15 años de combatir contra tropas israelíes, se encuentra al borde de tener su momento más brillante, al ocurrir la retirada unilateral prometida por el primer ministro israelí, Ehud Barak. Pero en el Líbano, como en Irán, las tendencias a largo plazo parecen estar en contra de los militantes. Con la retirada de las tropas israelíes, el grupo islámico se verá privado de su carta más poderosa, y los 3,5 millones de habitantes del Líbano deberán sopesar si desean dar al grupo más poder político del que ya tiene actualmente en el Parlamento libanés, con su bloque minoritario. Todas las señales indican que no lo harán. En tiempos recientes, el Hezbollah ha estado reescribiendo la historia, pretendiendo que nada tuvo que ver con el terrorismo brutal que patrocinó en la década de 1980, y restando importancia a su compromiso con el establecimiento de un Estado islámico. En forma similar, en Irán, las tendencias a largo plazo parecen favorecer marcadamente a los pragmáticos, si no por otra razón, por la demografía. Los jóvenes constituyen un gran núcleo en la población de Irán: gente de menos de 25 años que son demasiado jóvenes para recordar la revolución, para haber luchado contra Irak o para haber hecho otra cosa que resentir las restricciones sociales impuestas por Khomeini como precio por la liberación del puño del régimen del sha Mohammed Reza Pahlevi. Esos jóvenes integran una base de apoyo formidable, y cada día mayor, para las fuerzas de la reforma. El despertar populista shiita Si esta tendencia pragmática se mantiene, será un revés irónico para los fundamentalistas shiitas, que en un tiempo vieron el eje Irán-Líbano como la base para la construcción de un eventual superestado islámico. Sólo en el Líbano, al parecer, mucha gente recuerda que fue aquí, en el decenio de 1960, cuando Musa al-Sadr, el clérigo shiita nacido en Irán, inició el despertar del movimiento populista shiita que encontró su máxima expresión en la revolución islámica en Irán. Reverenciado tanto por moderados como revolucionarios shiitas, desapareció durante un viaje a Libia, en 1978, al parecer víctima de una conjura dirigida por el líder libio Muamar Khadafi, musulmán sunnita que, supone la mayoría de los shiitas libaneses, no aprobaba el auge del poder shiita fundamentalista en el corazón del mundo árabe. Menos de seis meses después de que el equipaje de Sadr apareció en un vuelo de Trípoli a Roma en el que el clérigo no viajaba, Khomeini abordaba un avión de París desde Teherán, donde declaró el surgimiento del Estado islámico que luego sacudió a Irán. A los pocos años, los militantes shiítas libaneses, que se sentían abandonados por la desaparición de Sadr, recibieron alientos nuevamente cuando Khomeini envió a 5000 guardias revolucionarios iraníes al valle Bekaa, del Líbano, donde armaron, adiestraron y adoctrinaron a la fuerza del hezbollah que se lanzó a la guerra contra Israel. Ahora, en ambos países, los clérigos de línea dura se enfrentan a la desaparición de sus sueños. Quizás el único solaz para ellos sea que su fe shiita ha descansado desde el principio en un culto de traición y derrota. En la misma forma en que los shiitas creen que los sunnitas usurparon el legado de Alí, yerno del profeta Mahoma y primer imán de los shiitas, ahora los partidarios de la línea dura han llegado a creer que sus enemigos en la Tierra les han arrebatado la milenaria promesa que les fue hecha por el profeta. Por John F. Burns De The New York Times El viraje musulmán -Khomeini: la cruzada terrorista que el célebre ayatollah inició en 1979 aparece ahora vacía de contenido. -Mulajs: los sacerdotes más duros de Irán y del Líbano están contra la pared: deben decidir si adoptan una línea más prágmática y democrática. De no hacerlo, corren el riesgo de que su poder, aún respetado, languidezca sin remedio. -Retirada: en el Líbano, con el éxodo de las tropas israelíes, el grupo islámico se verá privado de su razón de ser más poderosa. -Hezbollah: en los útimos tiempos, llamativamente, el Partido de Dios ha estado reescribiendo su historia con la pretensión de negar toda participación en el terrorismo que patrocinó en la década de los ochenta, además de restar importancia a la idea de crear un gran Estado islámico.