De la mistificación al fascismo. cuerpo, psique y sociedad en la

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DE LA MISTIFICACIÓN AL FASCISMO. CUERPO, PSIQUE Y SOCIEDAD EN LA
NARRATIVA DE ROBERTO ARLT
Requisito parcial para optar al título de
Magíster en Literatura
MAESTRÍA EN LITERATURA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
2012
EDSON STEVEN GUÁQUETA ROCHA
DIRECTORA: HÉLÈNE POULIQUEN
2
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
MAESTRÍA EN LITERATURA
RECTOR DE LA UNIVERSIDAD:
Joaquín Sánchez García S. J.
DECANO ACADÉMICO:
Luis Alfonso Castellanos S. J.
DECANO DEL MEDIO UNIVERSITARIO:
Luis Alfonso Castellanos S. J.
DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA:
Cristo Rafael Figueroa Sánchez
DIRECTORA DE LA MAESTRÍA EN LITERATURA:
Graciela Maglia Vercesi
DIRECTORA DEL TRABAJO DE GRADO:
Hélène Pouliquen
3
A Esperanza Rocha, mi madre
4
ÍNDICE
Introducción, 6
I. Marco teórico. Psicoanálisis y literatura. El caso Arlt, 15
1.1 Psicoanálisis y literatura, 15
1.2 Psique, cuerpo, individuo y sociedad, 21
1.3 El deseo y sus obstáculos, 24
1.4 Una radical toma de posición, 27
II. De la mistificación al fascismo. Cuerpo, psique y sociedad en la narrativa
de Roberto Arlt, 29
2.1 Capítulo I. Rasgos expresionistas y grotescos en la descripción de los
personajes, 29
2.2 Capítulo II. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte: la
configuración psíquica de los locos de la narrativa de Roberto Arlt, 41
2.2.1 El yo, el ello y el superyó, 43
2.2.2 Sensación de lo subconsciente, 50
2.2.3 Principio de realidad vs principio de placer, 53
2.2.4 Una lucha contra la autoridad o ley del padre marcada por el
fracaso, 56
2.2.5 La mujer, objeto privilegiado del deseo, 60
2.2.6 La inaprensibilidad de lo Otro: narcisismo y melancolía, 65
5
2.2.7 El dinero como factor de mediación de las relaciones humanas,
69
2.2.8 Excurso psicoanalítico por el significante en Arlt, 73
2.2.9 El deseo y el cuerpo como verdaderos lugares del logos, 77
2.2.10 Narcisismo de vida y de muerte: unas axiologías enfrentadas,
82
2.3 Capítulo III. La problemática colectiva encarna en la frustración
individual: el malestar en la cultura o del cuerpo social, 85
III. Conclusiones, 101
IV. Bibliografía, 104
6
Se han hecho mapas de la distribución muscular y del sistema arterial, ¿cuándo se harán
los mapas del dolor que se desparrama por nuestro pobre cuerpo?
(Arlt, Los lanzallamas, 19311: 333)
INTRODUCCIÓN
¿Vale la pena añadir, a la ya extensa bibliografía existente sobre el escritor argentino
Roberto Arlt (1900-1942), un trabajo de crítica más? ¿Por qué una literatura que desde su
momento de aparición ha estimulado a tantos críticos y escritores cuenta, en cambio, con
una recepción tan reducida por parte del público lector de hoy? La presente investigación es
un intento por contribuir con una nueva perspectiva al estudio de la obra de dicho escritor,
así como mostrarle a ese público la pertinencia de leerlo en nuestros días.
Las novelas de Roberto Arlt, que con el pasar de las décadas han ido ganando un lugar
consolidado dentro del panorama de las letras argentinas e hispanoamericanas, son el
testimonio de una crisis (Sarlo, 2000: XV): la del hombre inmerso en las estructuras de un
sistema económico y cultural represivo. A través de sus personajes marginales, de las
situaciones más grotescas y dramáticas, Arlt les muestra a sus lectores cuán dolorosas
pueden llegar a ser, para las personas de carne y hueso, las contradicciones del capitalismo
industrial y dependiente.
La literatura de Arlt alude, de manera específica, a la desorientación y a la frustración
que sufrió la pequeña burguesía argentina en las décadas de 1920 y 1930, debidas
fundamentalmente a la crisis económica del país y a la imposibilidad de ascenso social, tal
como lo desarrolla por extenso Andrés Avellaneda2. La literatura de Arlt puede ser leída
1
2
De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como LL.
Según los datos obtenidos y analizados por este crítico en “Clase media y lectura: La construcción de los
sentidos”, a pesar de la reducción de la tasa de analfabetismo y del aumento de la población, así como de la
extracción del petróleo y de ser por entonces la principal exportadora del mundo “en materia de carnes
7
como una radiografía de un sector de la sociedad de su tiempo, en la que el rápido aumento
poblacional, motivado por la afluencia de inmigrantes europeos –principalmente de origen
italiano– y el desarrollo urbano de la ciudad de Buenos Aires no fueron de la mano con
mejores condiciones de vida ni de trabajo para sus habitantes3. Es un momento de
emergencia para Argentina y para el mundo, pues a la ya veloz vida de las ciudades se
sumó la importancia, cada vez mayor, de las ideologías de masas, las cuales hallaron su
expresión en tendencias políticas que se radicalizarían hasta producir, bajo la tutela de
diversos dirigentes y mandatarios, múltiples encarnaciones de fascismo.
Una revisión de la bibliografía que ha incursionado por la novelística arltiana desde la
perspectiva sociocrítica4 permite concluir que este escritor se apropia y reelabora ese
congeladas, lino, maíz y avena, y sólo [la tercera] en exportación de trigo” (Avellaneda, 2000: 634),
Argentina seguía siendo un país cuya economía “era aún fundamentalmente colonial” (op. cit.: 634), pues se
basaba en la explotación de materias primas a cambio de manufacturas provenientes del mundo
industrializado y se amparaba en una alianza entre éste último y la oligarquía terrateniente local (Avellaneda,
2000: 634), vínculo que dejaba excluidos a los sectores urbanos y obreros. Estos últimos, sometidos a un
proceso de proletarización cada vez más intenso, se encontraban a merced del vaivén político de la época,
oscilando entre una derecha tradicional que prometía la bonanza económica y estaba encarnada en Marcelo
Torcuato de Alvear, presidente entre los años 1922 y 1928, y una izquierda populista, integrada por las clases
medias y los universitarios, que eligió a Hipólito Yrigoyen para que ocupara, por segunda vez, el cargo en el
período siguiente; dicho gobierno se vería interrumpido con el golpe de estado del general José Félix Uriburu
en 1930 y ha conferido a Los siete locos un valor anticipatorio, pues muchos de los discursos del Astrólogo se
centran en la apremiante necesidad de una revolución que cambie el estado de las cosas, incluso si para
llevarla a cabo se requiere primero de una dictadura militar que por su brutalidad despierte la conciencia
moral y política de la gente.
3
En una conferencia dictada en su paso por Argentina en 1929, Le Corbusier exclamó: “Buenos Aires es la
ciudad más inhumana que he conocido; en verdad, el corazón se encuentra allí martirizado” (Le Corbusier en
Gostautas, 1972: 244, 245).
4
Para Bourdieu, “[e]l campo es una red de relaciones objetivas (de dominación o subordinación, de
complementaridad [sic] o antagonismo, etc.) entre posiciones: por ejemplo, la que corresponde a un género
como la novela o a una subcategoría como la novela mundana, o, desde otro punto de vista, la que identifica
una revista, un salón o un cenáculo como los lugares de reunión de un grupo de productores. Cada posición
está objetivamente definida por su relación objetiva con las demás posiciones, o, en otros términos, por el
sistema de propiedades pertinentes, es decir eficientes, que permiten situarla en relación con todas las demás
en la estructura de la distribución global de las propiedades. Todas las posiciones dependen, en su existencia
misma, y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, de su situación actual y potencial en la
estructura del campo, es decir en la estructura del reparto de las especies de capital (o de poder) cuya posesión
controla la obtención de beneficios específicos (como el prestigio literario) que están puestos en juego en el
campo. A las diferentes posiciones (que en un universo tan poco institucionalizado como el campo literario o
8
contexto hasta lograr producir unas obras que, en su momento, marcaron cambios de tipo
estético y en la relación que los lectores comunes mantenían con los productos literarios.
Sin llegar a ser las primeras novelas que en Argentina tratasen el tema urbano5, obras como
El juguete rabioso (1926) y el díptico constituido por Los siete locos (1929) y Los
lanzallamas (1931) resultan valiosas porque fueron las primeras en ese país en explorar, sin
atenuaciones, la conciencia desgarrada del hombre en la modernidad.
En Arlt se encuentran todas las características de una modernidad periférica, dado que
Argentina sufría por entonces un proceso de desarrollo lleno de contradicciones y de
cataclismos sociales, y este enfoque ha constituido el acercamiento más constante a su obra
por parte de la crítica. Sus protagonistas son héroes problemáticos que fracasan en la
búsqueda de sus objetivos vitales, seres degradados caracterizados por la angustia, la
soledad y la alienación, aspirantes a superhombres cuya existencia está marcada por nuevas
formas de sometimiento, personajes descentrados que no encuentran su lugar en el mundo.
Las reiteradas alusiones en la literatura arltiana a máquinas en movimiento, materiales de
construcción, colores metalizados, formas geométricas, términos matemáticos o
provenientes de la química y la física, crean un efecto de deshumanización y de
extrañamiento en el lector, el cual asocia todos esos elementos a las condiciones creadas
por la industrialización, la cual desconoce al hombre en su integridad y lo convierte en un
mero apéndice del desarrollo económico. A esto cabe añadir las descripciones mismas de
los personajes, en las cuales es recurrente encontrar la mención de anormalidades físicas o
gestos propios de animales, procedimiento que sugiere una bestialización y que está
artístico sólo se dejan aprehender a través de las propiedades de sus ocupantes) corresponden tomas de
posición homólogas, obras literarias o artísticas evidentemente, pero también actos y discursos políticos,
manifiestos o polémicas, etc., lo que impone la recusación de la alternativa entre la lectura interna de la obra y
la explicación a través de las condiciones sociales de su producción o su consumo” (Bourdieu, 1992: 342,
343).
5
Según la crítica Maryse Renaud, “pese al lento progreso de la temática urbana surge por fin, en 1884, un
texto que puede considerarse como la primera novela [argentina] realmente dedicada a la descripción de la
vida capitalina: La gran aldea de Lucio V. López” (Renaud, 2000: 691).
9
emparentado con la estética expresionista6, heredera del peso que el arte moderno le
concede en general a lo anómalo, lo disonante y lo degradado7.
A diferencia de la literatura con una intención didáctica o moralizante, la cual en el caso
de Argentina hundía sus raíces en un mítico gaucho lleno de rasgos de carácter que eran
entendidos como virtudes –tal como predominó a lo largo del s. XIX con la llamada
«literatura gauchesca» y cuyo representante más destacado fue el Martín Fierro (1872, 1ª
parte; 1879, 2ª parte) de José Hernández–, las novelas de Arlt están dirigidas a un público
proletario o pequeño-burgués, al cual no se pretende educar. El lector común se identificaba
con esta literatura en la medida que las problemáticas allí retratadas eran las mismas suyas,
y ese vínculo que Arlt procuró mantener con sus lectores lo situó en un lugar interesante en
relación con otros escritores de su tiempo8. Contrariamente al mito del escritor marginado,
es un hecho que Arlt gozó del reconocimiento de sus contemporáneos. Los lectores
esperaban ansiosos sus Aguafuertes porteñas en el periódico El Mundo, a tal punto que el
director tuvo que dejar de anunciar qué día se iba a publicar dicha columna para así
aumentar el número de ventas de todos los días (Onetti, 1958: 8). Si bien una parte de la
recepción más temprana de su obra elogió su talento y la novedad que significaba su obra,
otros insistieron en su «mal gusto» y en sus faltas ortográficas y gramaticales. Cuestiones
6
Indica al respecto Walter Muschg: “lo feo es un concepto tan amplio como la belleza. Existe una emoción,
una mística, un cinismo y un nihilismo de lo feo; su glorificación puede nacer del fervor de una nueva
intimidad, o bien ser únicamente un deseo sádico de destrucción, condicionado por la época (…) Llegó a ser
axioma del arte moderno que lo bello abarcaba también lo horrendo y lo espantoso, la destrucción y lo
incomprensible” (Muschg, 1961: 38, 39).
7
La vida y obra de Charles Baudelaire marcan el comienzo de esta redefinición del ámbito estético, de la
aproximación a temas hasta entonces intocados y de la experimentación con formas novedosas, así como de la
valoración y exaltación de lo feo por parte de los artistas. Señala al respecto Enrique López Castellón: “A
medio camino entre la truculencia y el refinamiento, la pasión desbordada y el estoicismo lúcido, la elevación
mística y la sordidez asqueante, Las flores del mal no podían menos que suscitar el rechazo de una buena
parte de la sociedad de la época. El escritor quería inspirar horror y, de hecho, consiguió este objetivo. Trató
de abrir una nueva vía y, realmente, lo logró” (López, 2007: 42).
8
Para establecer el campo literario argentino de ese momento, es imprescindible la mención de obras como
Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes y Zoigobi (1926) de Enrique Larreta, textos que por su
factura estética estaban más acordes con las expectativas de la época. En poesía, la vanguardia se instala
anticipadamente con obras como Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) de Oliverio Girondo y
Fervor de Buenos Aires (1923) de Jorge Luis Borges.
10
que hoy, frente a la gran apertura abierta por lo posmoderno y a la desestabilización que
ésta ha introducido en los distintos ámbitos de la vida y del saber académico, han ido
perdiendo vigencia. ¿No son, para nosotros, esas incorrecciones una prueba más de su
modernidad estética?
Hay un consenso en la crítica cuando se afirma que “lo nuevo y avanzado de su
literatura residió (…) en su capacidad para darle consistencia estética a la crisis de la
conciencia pequeño-burguesa, urbana y bonaerense, a fines de la década de los veinte”
(Romano, 1981: 144). De ahí que conceptos tales como alienación, falsa conciencia y lucha
de clases ya hayan sido empleados para abordar estas obras. Mención aparte en la crítica
merece el libro Roberto Arlt y la rebelión alienada (1980) de Beatriz Pastor, en el cual la
autora hace un análisis metódico de las principales novelas de Arlt a la luz del marxismo:
los personajes son unos alienados por factores que van desde la esfera sexual y familiar
hasta la económica y social, y cuando se proponen romper con las estructuras opresivas no
lo logran, pues su rebelión sólo tiene lugar en el plano de lo simbólico y nunca es llevada a
la praxis. Por otra parte, esos intentos no significan una auténtica liberación o ruptura con
los vínculos del pasado, sino la transición a nuevas formas de sometimiento, tanto de otros
como de ellos mismos.
Pero la interpretación de la obra arltiana no se agota con las cuestiones históricas y
sociales, las cuales, aunque importantes, no logran dar cuenta cabalmente de la peculiar
forma de la escritura de este autor. El marxismo, que le sirve al estudioso de la literatura
para descubrir e interpretar las complejas relaciones entre la base y la superestructura de un
momento histórico dado y cómo éstas influencian la composición estética –la cual contiene,
implícitamente, una visión de mundo particular–, así como la evaluación que hace el autor
de una realidad histórico-social concreta, requiere ser complementado por una perspectiva
como la psicoanalítica, que indaga no sólo en el ser histórico del hombre sino
fundamentalmente en su inconsciente y sus deseos reprimidos. En el presente trabajo se
pretende explorar las relaciones que existen entre la narrativa arltiana y el psicoanálisis.
Aunque no por completo ajenos al estudio de las obras, conceptos tales como el
narcisismo, el inconsciente o el deseo no han sido completamente desarrollados en la crítica
11
sobre la narrativa de Roberto Arlt. El psicoanálisis, que se ha consolidado como un método
fructífero en el tratamiento de las enfermedades mentales de las personas, dispone de una
red de conceptos útiles para la crítica literaria a la hora de analizar mejor ciertas situaciones
narrativas, los personajes o determinados usos de la lengua. Al considerar la recurrencia de
rasgos expresionistas y grotescos en la descripción física de los personajes, así como el
énfasis puesto en lo opresivo de los espacios en los que estos habitan, se ha determinado,
como punto de partida para esta investigación, que el cuerpo es el lugar en donde mejor se
revelan, en la obra literaria de este escritor argentino, los efectos negativos de unas
estructuras de producción que operan limitando y censurando al hombre. La historia del s.
XX, que sobreabunda en hechos de violencia ejercida contra la integridad y la libertad del
cuerpo, merece ser leída no sólo desde el punto de vista histórico de luchas imperialistas y
de competencia entre ideologías, sino haciendo un mayor énfasis en las consecuencias que
éstas tienen en la estabilidad emocional y afectiva de las personas. Siendo un marginado, un
personaje como Erdosain representa a una porción considerable de la humanidad cuando
consideramos que su angustia no es aislada, sino la sensación más generalizada en los
individuos de las sociedades modernas. Tal como señala Michel Foucault en Enfermedad
mental y personalidad (1954), “[H]ay enfermedad (…) cuando el individuo no puede
gobernar, a nivel de sus reacciones, las contradicciones de su medio: cuando la dialéctica
psicológica del individuo no puede encontrarse en la dialéctica de sus condiciones de
existencia” (Foucault, 1954: 114).
Una tensión permanente recorre la obra de Roberto Arlt. Sus personajes viven acosados
por el incesante «trabajo de la angustia9». El desajuste entre sus más íntimas aspiraciones y
la realidad que los subyuga es la causa fundamental de estos desequilibrios, los cuales se
intentan resolver por vías que no eliminan, sino que sustituyen las distintas formas de
explotación de la sociedad capitalista. Es fácil reconocer que la situación de marginación y
9
Para Lacan, “[l]a angustia del hombre está ligada a la posibilidad de no poder” (Lacan, 1963: 206). En la
sociedad capitalista, intervendrían no solamente las condiciones sociales e históricas que disminuyen o
imposibilitan la satisfacción de los deseos, sino también la exacerbación de los mismos a través de una serie
de entidades que se lucran de aquélla; casos paradigmáticos de esto son la industria de la publicidad y la
moda.
12
pobreza contribuye a la conformación de ese caos, pero un lector con alguna formación en
psicoanálisis tiende a pensar que, en la obra arltiana, no todo se explica por los
condicionamientos culturales y las limitaciones históricas que sufren los personajes en la
sociedad retratada. De hecho, no todos reaccionan igual frente al estado de cosas que
comparten, y ni siquiera los distintos integrantes de la Sociedad Secreta de Los siete locos y
Los lanzallamas se toman con la misma seriedad los planes de subvertir el orden
establecido. Aunque el psicoanálisis contaba apenas con unas pocas décadas para la época
en la que escribió Arlt, es lícito considerar que el autor ya había hecho un somero
acercamiento a sus temas y problemas10; y lo que es más importante, tanto en la
construcción de los personajes como en las situaciones planteadas y la forma de la escritura
hay serios indicios de que Arlt intuía una dimensión del hombre que no se alcanzaba a
explicar completamente por las solas circunstancias históricas.
La locura de los personajes arltianos tiene múltiples maneras de concretarse, pero sus
manifestaciones están siempre ligadas a la violencia y al delirio. En cuanto a la primera, es
una violencia más peligrosa que la puramente instintiva, pues es meditada y planificada:
Erdosain muestra incoherencia en muchos de sus actos, pero al diseñar la fábrica de
fosgeno es perfectamente metódico y racional. Tanto el asesinato que comete como su
posterior suicidio no son productos de una casualidad, sino que detrás de estos hay una
elaboración más o menos consciente que lo lleva a aniquilar a otros o a planear hacerlo
cuando se encuentran en estado de indefensión. De la misma manera que ocurre con el
personaje del Astrólogo, para quien la toma del poder sólo es cuestión de planear bien un
ataque masivo a la población civil. En cuanto al delirio, Beatriz Pastor explica que éste
asume a veces la forma del delirio religioso o del retorno mítico a una naturaleza
inmaculada. ¿Pero no es también tremendamente inquietante la conversación entre
Erdosain y un hombre con máscara de gas, en el que podemos advertir una figura paterna,
esto es, los soldados que fueron a combatir en el frente durante la Primera Guerra Mundial?
10
Cfr. los títulos de varios de los apartados de los capítulos que conforman el díptico: “Estados de
conciencia”, “Capas de obscuridad”, “Incoherencias”, “Trabajo de la angustia”, “La vida interior”, “Sensación
de lo subconsciente”, “La cortina de angustia”, “El enigmático visitante”, “Un alma al desnudo”.
13
¿Qué nos dice sobre su estado mental ese delirio de Erdosain, o el de Ergueta, quien cree
hablar con Jesús? ¿Por qué el Astrólogo tiene éxito en convencer a sus seguidores de
destruir el orden imperante para crear otro nuevo, pero las relaciones de solidaridad entre
ellos, tal como ocurre con Silvio Astier y su banda de ladrones, se rompen y no dejan así
lugar para la tan esperada revolución?
Lo más interesante en leer la obra de Arlt desde la perspectiva psicoanalítica es
descubrir que, como en tantas otras ocasiones en la historia de la literatura y del arte en
general, la creación imaginativa se anticipa al desarrollo conceptual o teórico de un
problema. Freud descubrió en las tragedias griegas y en los dramas shakespereanos varios
indicios que corroboraban sus observaciones y sus análisis de pacientes con distintas
enfermedades mentales; Arlt, por su parte, muestra la problemática del hombre moderno
desde todos sus ángulos y se anticipa a los funestos efectos que históricamente tendría para
la sociedad la alianza entre la técnica y el totalitarismo.
Las configuraciones psíquicas individuales de los personajes arltianos, signadas por la
enfermedad y la alienación, repercuten, necesariamente, en el contexto más amplio de lo
social. Éste último fenómeno fue tratado por Freud en su célebre texto El malestar en la
cultura (1930), y es una noción que Noé Jitrik retoma para referirse a Los siete locos y Los
lanzallamas. Dijo al respecto el citado crítico en una entrevista hecha por la Universidad
Nacional de Colombia en 2001 y retomada en 2003:
La idea en la que trabajo en este momento, y que tiene el carácter de travesía, es la idea de
malestar. Es una actualización del concepto freudiano. Me pregunto si es posible que eso sea una
constante en las culturas. (…) Yo diría, retrospectivamente, que los textos de Roberto Arlt,
especialmente Los siete locos y Los lanzallamas, son también textos de malestar, sólo que de
otro malestar [distinto al de la lectura]: el riesgo de la pertenencia a una clase que parecía
destinada a un gran futuro. La frustración forma el relato de Arlt (Anónimo, “Entrevista a Noé
Jitrik”, 2003: 305, 307).
Finalmente, cabe enfatizar en que entender las principales novelas de Roberto Arlt desde
algunos conceptos del psicoanálisis11 enriquecerá la comprensión que hay sobre la práctica
11
Con todo, hay que señalar que el psicoanálisis tiene ciertas limitaciones. El objeto específico de esta
disciplina, que es el inconsciente, no logra explicar los efectos estéticos de la obra literaria: para ello hay que
recurrir a una semiosis controlada que considere su estructura lingüística, sus convenciones narrativas o
14
literaria de este autor, pero éste será también un ejercicio que tendrá una ventaja más: la de
advertir, en nuestros días, los ecos de esa angustia y deshumanización que a primera vista
parecen ligados al advenimiento de la técnica y del desarrollo industrial pero que, tal como
lo explica Beatriz Pastor en su ya mencionado libro Roberto Arlt y la rebelión alienada,
sólo tienen lugar si dicha técnica y desarrollo están condenados a ser percibidos como
alienantes por las contradicciones existentes en las estructuras sociales y la economía que
se favorece al hacer uso de estos.
recursos poéticos y su situación en los campos literario y del poder: “Lo hemos reconocido abiertamente: la
interpretación psicoanalítica no es exhaustiva, es específica” (Green, 1971: 381).
15
MARCO TEÓRICO
PSICOANÁLISIS Y LITERATURA. EL CASO ARLT
Psicoanálisis y literatura
Para juzgar la pertinencia que tiene el psicoanálisis en la mejor comprensión de un texto
literario es imprescindible considerar, en primer lugar, bajo qué presupuestos se efectúa
dicha relación. En efecto, la práctica psicoanalítica constituye en principio un método
terapéutico que se circunscribe a sujetos de carne y hueso, cuya psique es susceptible de ser
examinada por un especialista; en cambio, en el ámbito de la escritura con efectos de
sentido predominantemente estéticos, cabe preguntarse cuál sería el proceso equivalente a
dicha práctica y por qué se puede efectuar con un objeto que carece de conciencia y, por
supuesto, de inconsciente.
Una de las preocupaciones que ha mantenido la teoría literaria a lo largo de su historia es
la dilucidación de cómo se produce un texto literario, y pienso que frente a ésta el
psicoanálisis ofrece algunas de sus más poderosas herramientas. Si bien es imposible entrar
en la conciencia del autor a partir de su sola obra, lo cual es algo que además carece de
interés para quien se aproxima al texto encaminado a entender un fenómeno literario, el
psicoanálisis pone en evidencia que en ese producto quedan huellas más o menos visibles
tanto del proceso creador como de los deseos inconscientes que impulsaron dicha creación:
“el texto (…) deja aquí y allí, justamente por ser una obra de ficción y, por lo tanto,
gobernada por el deseo, huellas de los procesos primarios sobre los cuales se edifica”
(Green, 1971: 382). El inconsciente, sistema “constituido por contenidos reprimidos”
(Laplanche y Pontalis, 1971: 193) –y que por lo tanto permanece oculto para el yo– se
manifiesta, tras un arduo proceso de reelaboración o traducción imperfecta12, en la forma o
12
Este proceso de reelaboración comprende “las condensaciones, desplazamientos y (…) redoblamientos
repetitivos” (Green, 1974: 35) de los contenidos del inconsciente, por lo cual no es, en ningún caso, una
manifestación directa y cabal del mismo. Tal como la traducción, cuyo sólo ejercicio ya implica una
deformación o traición del contenido original (Croce) y la cual se hace más imperfecta aún en la medida en
16
artefacto verbal que es la obra literaria. En ese sentido, la materia prima que conforma la
obra literaria es análoga13 a aquella sobre cuya base el psicoanalista hace inferencias y
deducciones en su trabajo corriente, esto es, el relato, por parte de un paciente, de sus
sueños, aspiraciones, recuerdos y temores14. El psicoanalista, como el crítico literario,
analiza un relato teniendo como soporte el lenguaje. Éste último es un instrumento de doble
operatividad: constituye la cadena de significantes que conforman el texto y sirve para
transmitir las conclusiones del análisis. El lenguaje es para ambos, en este sentido, tanto un
punto de partida como uno de llegada.
En este punto, es imprescindible reflexionar sobre el vínculo que descubre el
psicoanálisis entre el autor y su obra. El primero, que puede ser entendido como un sujeto
deseante, tiene uno o varios objetos de deseo, ya sea de una manera consciente o
inconsciente. La obra literaria corresponde en este sentido a la expresión de un deseo no
realizado/ no realizable en el ámbito de lo cotidiano y tangible15, y obedece a la
sublimación de la energía pulsional del artista, la cual, si bien puede adquirir muchas
formas –entre éstas, la creación misma de la obra de arte–, tiene siempre un origen sexual16.
Dicha creación “no puede evitar hallarse condicionada por el sello de la organización
que los sistemas preconsciente y consciente del escritor amplifican, reducen o cambian las ideas que sirvieron
como punto de partida a la obra.
13
“El texto literario y el texto del sueño confluyen en un solo punto: estar los dos presentados a través de la
elaboración secundaria” (Green, 1971: 382). Dicha “elaboración secundaria” no es otra cosa sino la del
lenguaje. Precisa al respecto Ricoeur: “el psicoanálisis comienza con el relato del sueño y la posibilidad de
interpretarlo” (Ricoeur, 1974: 222).
14
“Freud pedirá a sus pacientes que le aporten, no razonamientos intelectuales y divagaciones abstractas, sino
historias: hable según se le pase por la cabeza y asocie libremente; cuénteme sus historias, sus tonterías”
(Kristeva, 1996: 70).
15
“A los ojos de Freud el arte es la expresión de un deseo que renuncia a buscar satisfacción en el universo
de los objetos tangibles. Es un deseo desviado a la región de la ficción y, en virtud de una definición ahora
angosta de la realidad, Freud no atribuye al arte sino un poder de ilusión. El arte es la sustitución de un objeto
real, que el artista es incapaz de alcanzar, por un objeto ilusorio” (Starobinski, 1974: 211; las cursivas son
mías).
16
Indica al respecto Julia Kristeva: “[Los artistas] resexualizan la actividad sublimatoria; sexualizan las
palabras, los colores, los sonidos” (Kristeva, 1996: 110).
17
inconsciente de los conflictos del creador, especialmente de aquellos que han sido
actualizados o reactivados en el momento de la creación” (Green, 1974: 40). En este orden
de ideas, la obra literaria corresponde a una manifestación sublimada de las pulsiones
primarias de su creador, y el psicoanálisis entra a desempeñar un papel muy importante en
el desvelamiento de las motivaciones profundas e inconscientes que dieron lugar a su
elaboración o, en palabras de André Green, en traer “a la luz relaciones del texto con el
núcleo de verdad” (op. cit.: 386). Dicho núcleo de verdad atañe a la «verdad del deseo»,
“puesto que el texto concierne al deseo de escribir y al deseo de ser leído por parte del
escritor” (op. cit.: 384). El escritor es, en este sentido, “un analista intuitivo17 que trabaja
con sus propios deseos conscientes e inconscientes y con las tragedias y comedias de la
vida cotidiana” (Schneider, 1962: 81).
En cuanto a las motivaciones y a los deseos inconscientes, es importante enfatizar en que
el psicoanálisis ha descubierto que éstos, si bien adquieren una forma diferente en cada
persona y hacen de su psique algo único e irrepetible, obedecen a unos esquemas más o
menos generalizables. Tal es el caso del Edipo, figura del inconsciente que se desarrolla de
manera particular en cada individuo pero que al mismo tiempo posee unas características
universales que resultan insoslayables, tales como la madre como primer objeto de deseo –
tanto en niñas como en niños– y el padre como rival implacable con respecto a dicho
objeto. Aproximarse a la comprensión de este tipo de situaciones psíquicas que aparecen
explícitamente en la obra literaria, o que hay que deducir en una lectura más atenta –lo cual
es mucho más frecuente– es una de las fuentes de mayor riqueza del análisis psicoanalítico,
ya que permite explicar los mecanismos que intervienen en su productividad textual –tales
como las acciones de los personajes o el empleo de una determinada técnica narrativa– y
poner en claro su dinámica o funcionamiento18. Este es el caso de los protagonistas de El
17
Para Freud, la relación entre el psicoanálisis y las obras literarias es productiva en dos sentidos: “En primer
lugar, esas obras a menudo expresan en forma poética verdades sobre la psique, lo que implica que el creador
literario puede intuir directamente las verdades que los psicoanalistas sólo descubren más tarde por medios
más laboriosos. En segundo término, Freud sostenía también que una lectura psicoanalítica atenta de las obras
literarias permitiría descubrir elementos de la psique del autor” (Evans, 1996: 40).
18
Tal como aclara André Green, no se trata de que el personaje tenga literalmente un complejo de Edipo, pues
en literatura aquél no es sino una suma de indicios –el nombre, la caracterización directa o indirecta, entre
18
juguete rabioso y de Los siete locos y Los lanzallamas, cuyas figuras paternas, inexistentes
o autoritarias, determinan la necesidad de que ellos busquen en la adolescencia o en su vida
adulta una figura masculina en la cual depositar sus expectativas vitales y su camaradería,
lo cual determina el trasunto verbal o secuencia de acciones de cada una de las obras
mencionadas.
El psicoanálisis, pues, encuentra en la obra literaria un material privilegiado, no en tanto
que objeto de conciencia sino en tanto que lenguaje saturado de las huellas psíquicas que en
ella ha dejado, sin verlas, el inconsciente de su creador, de su conflicto edípico, así como de
todas aquellas características peculiares que le fueron heredadas por la cultura, el medio
social y las circunstancias históricas. Señala al respecto Daniel Schneider: “la situación
artística (literaria) no es sino una manera de captar fuerzas edípicas particulares y ocultas a
medida que «se filtran» hacia la superficie” (op. cit.: 26). La lectura «flotante» que hace el
psicoanalista de una creación literaria, así como la del estudioso de la literatura con alguna
formación en psicoanálisis, debe estar atenta tanto a lo visible como a lo oculto/ocultado19
en el texto: “Lo que realmente interesa está en lo manifestado, en lo dicho y expresado;
pero también en lo que no se ve a simple vista, en esas dudas y dubitaciones, en esos
silencios o ausencias” (Huamán y Mondoñedo, 2003: 160). En este sentido apunta el
empleo metafórico del verbo “escuchar”20 que emplea André Green para referirse a la
lectura psicoanalítica: “¿Qué hace el psicoanalista frente a un texto? Procede a una
transformación –a decir verdad, no procede deliberadamente así, sino que ella se le
impone– en virtud de la cual no lee el texto, lo escucha. Esto no quiere decir,
evidentemente, que se lo haga leer o que lo lea en voz alta. Lo escucha según las
modalidades que son específicas de la escucha psicoanalítica” (Green, 1971: 381, 382; las
cursivas son mías). En este tipo de escucha, se hace evidente que la literatura y el
psicoanálisis resultan ser actividades complementarias entre sí, pues tal como lo afirma
otros–, sino de que el crítico pueda referirse a dicho personaje como si tuviera un complejo de Edipo sobre la
base de “una correspondencia coherente y significante desde el punto de vista semántico” (Green, 1974: 66).
19
Por efecto de la represión ejercida por el inconsciente.
20
Así como la imagen de buscar, no el hilo de Ariadna, sino lo que está por encima o por debajo del mismo.
19
Julia Kristeva, “así como acudo al psicoanálisis para contribuir a la interpretación de la
experiencia literaria, hago también lo inverso: acudo a la literatura para afinar la
interpretación analítica” (Kristeva, 1997: 95).
La escucha psicoanalítica del texto literario saca a relucir la fantasmática de su autor y
del momento histórico que lo rodea. La palabra “fantasma”, que en el español corriente no
tiene nada que ver con la acepción psicoanalítica del término21, se ha asimilado a la palabra
“fantasía”22, la cual, en el Diccionario de psicoanálisis (1971) de Laplanche y Pontalis,
aparece definida como el “guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que
representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de
un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente” (Laplanche y Pontalis, 1971:
138). Al haber postulado unas líneas arriba que la obra literaria contiene, atravesando
transversalmente las capas que la conforman, la expresión de un deseo del sujeto creador,
es lógico que “el lugar favorito, no de una realización sino de una formulación de los
fantasmas, sea la literatura y el arte” (Kristeva, 1997: 102): cada obra literaria pone en
funcionamiento la fantasmática de su autor y los personajes, sin ser seres a los que se pueda
psicoanalizar en tanto que son criaturas de ficción23, trasuntan rasgos específicos del
inconsciente que los originó y del contexto social e histórico en el cual fueron creados –y al
21
En su empleo ordinario, un “fantasma” es la “imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece
a los vivos” (DRAE) o el “espantajo o persona disfrazada que sale por la noche a asustar a la gente” (DRAE).
22
Con este término sucede algo semejante que con el anterior, ya que en su empleo corriente está relacionado,
sobre todo, con la facultad de fantasear.
23
Kristeva proporciona un ejemplo en su análisis de la novela Le Con d´Irène (aparecida clandestinamente en
1928 y vuelta a publicar en 1968) de Louis Aragon y lo vincula con la actualización de los fantasmas del
lector: “Ni Victoire ni Irène son mujeres reales, desde luego, mujeres en el sentido social del término; insisto
en este punto para enfatizar que se trata de un fantasma, de una prosopopeya del inconsciente del narrador y
del escritor, en el sentido de que la prosopopeya es una puesta en escena de ausentes, de muertos, de seres
sobrenaturales o inanimados que hablan y actúan, mientras que el fantasma realiza esta escenografía con los
retoños de nuestro propio inconsciente, retoños que no están muertos en absoluto” (Kristeva, 1996: 245; las
cursivas son mías). A propósito de esto, Arlt mismo declaró en una entrevista publicada en La Literatura
Argentina en agosto de 1929: “Lo único que sé es que el personaje se forma en lo sub-consciente de uno,
como el niño en el vientre de la mujer” (Arlt en Borré y Goloboff, 2000: 720).
20
que al mismo tiempo aluden24–. El psicoanálisis acude en la revelación de ese “fantasma” o
“fantasía”, pues ésta “no está representada en el nivel del texto: sólo una acumulación de
huellas permite deducirla” (Green, 1971: 395).
Con base en lo anterior, se puede establecer que la fantasmática del autor queda
plasmada en las ilusiones rotas de sus personajes, así como en la manera brusca y
amenazante en que es entendido el mundo exterior. Si se intenta hacer una conexión entre
la vida de Arlt y sus obras, se puede afirmar que existió un proceso de reelaboración
creativa de los conflictos y limitaciones que agobiaron a este autor a lo largo de su vida. La
figura del padre siempre es concebida como una autoridad castradora ante la cual se es, en
un primer momento, impotente, pero contra la cual cabe la posibilidad de combatir hasta
que ésta sea derrocada; de ahí que muchos de estos personajes busquen, con sus inventos y
en sus idearios políticos, la manera de destruir el orden establecido por considerarlo
arbitrario e insoportable. El tema del poder, que según Beatriz Sarlo atraviesa toda la
novelística arltiana (Sarlo, 1988: 53), lo impregna todo: desde las relaciones entre los sexos
hasta la manera como se conciben el saber, la sociedad y la técnica. La preocupación por
conseguir esos saberes con el fin de llenar los vacíos de una formación académica escasa,
así como la necesidad de trabajar en exceso, marcarían con huellas indelebles la vida adulta
del autor; en efecto, su literatura, caracterizada por el uso de un vocabulario lunfardo y por
una sintaxis dislocada, revela que su creatividad estuvo sometida a limitaciones semejantes
a las de los personajes. De esta manera, su apuesta por el «mal escribir» se torna interesante
tanto desde el punto de vista psicoanalítico –¿qué fantasmas alimentaron la imaginación de
este escritor?– como sociocrítico –ni una sociedad en crisis ni su portavoz, el escritor,
pueden producir en esas condiciones una literatura que siga la normatividad clásica–.
24
A partir de sus personajes, el escritor alude a una realidad histórico-social concreta. Dicha relación con la
realidad, ni siquiera en el llamado «realismo literario», es transparente, pues está siempre mediada por el
lenguaje. Además, no se puede subestimar que la imaginación del escritor desempeña un papel preponderante
en dicha re-creación: “La literatura es una máquina de elaborar la relación con la realidad externa y con la
realidad psíquica, para reenviarla interpretada y necesariamente deformada” (Green, 1971: 406, 407). Por su
parte, el psicoanálisis “no es una serie de «explicaciones» e «interpretaciones», aunque ambas se usen como
parte del proceso. El psicoanálisis es, más bien, un trabajo de transformación” (Schneider, 1962: 77).
21
Psique, cuerpo, individuo y sociedad
Cuando se considera que la fantasmática concierne no solamente al autor o a sus
personajes, sino a la sociedad a la cual estos aluden, el psicoanálisis establece unos
productivos vasos comunicantes con la sociología y con su enfoque más reciente, la
sociocrítica: la psique de un individuo es, en buena medida, producto de las circunstancias
sociales e históricas que lo determinaron25. Así, la frustración que caracteriza a los
personajes de Arlt en los distintos ámbitos de su existencia –la imposibilidad de conquistar
a la mujer soñada, la insatisfacción de los deseos sexuales, la carencia de estabilidad
económica y de claridad en las decisiones políticas– exhibe la psique de estos como una
especie de cajas de resonancia de los acontecimientos políticos, económicos y sociales que
los determinan y rodean. Pero no es solamente la psique lo que está en juego, sino el
cuerpo. Éste último, en tanto que testigo fiel de la violencia –por las distintas huellas que en
él van quedando del dolor o del maltrato– y de las restricciones impuestas por el poder,
deviene un objeto privilegiado para la escritura moderna (Green, 1971: 400). No es gratuito
que muchos de los personajes de Arlt, además de sus anomalías mentales, presenten taras
de tipo físico, a las cuales aluden los sobrenombres que les dan en el entorno rufianesco: la
Coja, la Bizca, la Cieguita. En el caso de los personajes masculinos, son personajes cuyas
fisonomías tienen rasgos animales o que son descritas a partir de alusiones geométricas,
como el rostro romboidal del Astrólogo.
Por esta razón, uno de los ejes fundamentales sobre los cuales descansará mi reflexión
psicoanalítica sobre la obra de Roberto Arlt es el cuerpo, entendido como una unidad con la
psique; sólo en el ámbito de la abstracción es posible separarlos y comprenderlos como
diferentes, cuando en realidad existen de manera indisoluble, ya que “el funcionamiento
humano es psicosomático por esencia” (Marty, 1990: 156). Las reflexiones de muchos de
los personajes del argentino giran en torno al sufrimiento que su cuerpo experimenta, a sus
carencias y a la necesidad de sentirse plenos, en contraposición a la dureza de las
25
Cfr. la siguiente cita de Marx: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1859).
22
circunstancias sociales y económicas que están obligados a soportar, como cuando Erdosain
piensa:
–¿Qué he hecho yo para la felicidad de este desdichado cuerpo mío? Porque lo cierto es que se
sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo contiene. Luego recaía que
ese su cuerpo era el que avanzaba sus cavilaciones, las nutría con su sangre cansada; un
miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que sentía el desprecio y la
carga de los días de la que sólo eran responsables sus pensamientos que nunca habían apetecido
los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente (Arlt, Los siete locos, 192926: 114).
El creciente abismo que se tiende entre la psique y el cuerpo cuando éste último es
menospreciado y visto como algo diferente al yo tiene como consecuencia percibirlo como
si se tratase de un “doble físico” (LSL 114), lo cual compagina con lo afirmado por
Foucault en Enfermedad mental y personalidad al considerar, como una de las variantes de
la enfermedad mental, el que los individuos no puedan reconocer su cuerpo o lo sientan
como ajeno o inerte –lo cual es, a menudo, producto de situaciones que comportan altos
niveles de estrés o de angustia–. Si el cuerpo puede enfermarse por las anomalías de la
mente, también puede ocurrir al revés: que la mente se empiece a ver directamente afectada
por las anomalías del cuerpo. Joyce McDougall explica que, al ser indisolubles, hay una
mutua interdependencia entre uno y otro, y que en ciertos casos pueden ocurrir procesos de
somatización de todos los desórdenes que afectan a la psique: “El psicosoma funciona
como una entidad. Poca duda cabe de que todo hecho psíquico tiene efectos en el cuerpo
fisiológico, así como todo hecho somático repercute en la mente, aunque estos efectos y
repercusiones no sean realizados de manera consciente” (McDougall, 1978: 313).
Además de las anormalidades físicas, la literatura arltiana es especialmente rica en
describir estados alterados de la conciencia. Los distintos personajes tienen sueños y
delirios que los hacen separarse, de manera radical, de lo cultural y socialmente entendido
como aceptable. Sus modos particulares de ver el mundo no toleran intromisiones, y esto se
debe fundamentalmente a que sus sufrimientos y decepciones los han hecho enquistarse en
proyectos que rompan definitivamente con lo establecido y que transformen sus vidas,
aunque para ello haya que arriesgarlo todo. Pero a diferencia del enfermo que no quiere o
26
De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como LSL.
23
no tiene la capacidad de reconocer su estado anómalo, los personajes de Arlt saben –y a
menudo gozan– de esa disparidad. Tal como ocurrió durante los prolegómenos a la
Segunda Guerra Mundial, estos hombres y mujeres prefieren abrazar causas que, aunque
fascistas, quiten el velo de hipocresía que rige las relaciones de una sociedad que perciben
como castradora. En su libro Roberto Arlt y la rebelión alienada, Pastor pone en evidencia
la equivalencia que existe, en el capitalismo, entre las prácticas delictivas de algunos
miembros de la pequeña-burguesía y el lumpen, en el cual las máscaras de bondad han
desaparecido (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 82); entre la cantidad de
dinero necesaria para lograr una conquista amorosa y el objeto deseado, esto es, una mujer
que ha sido cosificada por la mentalidad pequeño-burguesa y que en las obras del argentino
es, a menudo, el agente o la responsable misma de esa cosificación27:
[Erdosain se imaginaba] rodeándose de las delicias que estaban alejadas de su vida, de todos los
cuerpos más distintos y hermosos, para los que se necesitarían una suma inmensa de existencias
y dinero para gozar (LSL 114; las cursivas son mías).
Y ya eran doncellas altas, finas y pulidas, ya colegialas corrompidas, un mundo femenino y
diverso del que nadie podía expulsarle, a él, pobre diablo, a quien las regentas de los prostíbulos
más destartalados miraban con desconfianza como si fuera a defraudarles el importe de la
fornicación (LSL 115; las cursivas son mías).
Como quien saca de su cartera un dinero que es producto de distintos esfuerzos, Erdosain
sacaba de las alcobas de la casa negra una mujer fragmentada y completa, una mujer
compuesta por cien mujeres despedazadas por los cien deseos siempre iguales, renovados a la
presencia de semejantes mujeres (LSL 115; las cursivas son mías).
Psique, cuerpo, individuo y sociedad: cuatro elementos que, sólo por motivos
metodológicos, se analizarán separadamente en el presente trabajo, pero que en realidad se
hallan íntimamente ligados e interconectados entre sí.
27
Al no disfrutar de independencia en el circuito económico, las mujeres de Arlt se ven en la obligación de
buscar a toda costa un esposo que las sostenga y les dé lo necesario para vivir. En una sociedad en donde todo
ha sido permeado por el dinero, la mujer pasa a ser, para la burguesía, una mercancía más, y el lazo
matrimonial “una transacción comercial en la que se intercambia sexo por dinero” (Hernando, 2001: 42). Esto
último, tal como reflexiona el Rufián Melancólico, no hace muy diferente el matrimonio burgués de la
prostitución: sólo que el primero aún conserva su aureola de mistificación.
24
El deseo y sus obstáculos
El deseo, que ocupa un lugar central para el psicoanálisis por ser el elemento
fundamental de la experiencia humana28, no puede ser nunca aprehendido en su totalidad
por las palabras. La literatura, al intentar salvar la incongruencia fundamental que hay entre
el deseo y la palabra, constituye un esfuerzo y una lucha privilegiada por acercarlos, más
aún tratándose de una narrativa con tan claras resonancias psicoanalíticas como la de
Roberto Arlt. Hay que precisar que el deseo no se limita a la mera satisfacción de los
instintos, como es el caso de los animales; de hecho, tiene un fuerte componente social
pues, más que desear por sí mismos, los seres humanos desean según los otros: se desea ser
objeto del deseo de otros, al querer ser amado, deseado o reconocido; se desea desde el
punto de vista de los otros, pues a menudo se busca una persona o un objeto no por sus
cualidades intrínsecas, sino por el prestigio que su compañía o su posesión hacen ganar
frente a los demás; se desea siempre, sin descanso, puesto que no es posible desear lo que
ya se tiene y una vez satisfecho un deseo aparecerá otro nuevo que remplace al anterior
(Evans, 1996: 68, 69).
La dinámica del deseo es fundamental para comprender las secuencias de acciones
emprendidas por los personajes de Roberto Arlt, pues frecuentemente estos desean y luchan
contra todo y contra todos, no tanto por el bienestar que pueda derivar de sus conquistas
materiales o sociales sino por el prestigio y el reconocimiento que, piensan, pueden ganar
ante los ojos de los demás.
El deseo, permanentemente negado por la experiencia concreta y por numerosas
limitaciones de diversa índole, es una fuente de inacabables tormentos para estos
personajes. Se trata de seres que deambulan por las calles de Buenos Aires en busca de
fruiciones que no es posible encontrar en su entorno más cercano. Es interesante apreciar
que la censura, incluso en lo más íntimo de su pensamiento, sigue operando con fuerza:
esos deseos son frecuentemente vistos como negativos y también la manera de
28
“Lacan sigue a Spinoza al sostener que «el deseo es la esencia del hombre» (…) el deseo es al mismo
tiempo el corazón de la existencia humana y la preocupación central del psicoanálisis” (Evans, 1996: 67).
25
satisfacerlos. Sin llegar a ser individuos que acepten lo establecido, los personajes arltianos
no logran llegar a descubrir el entramado cultural y socioeconómico que les hace ver sus
vidas y su ausencia de placer como una fatalidad desdichada.
La tenaz contradicción que existe entre el principio del placer y el de realidad es
permanente en el desarrollo de estos personajes. La oposición entre el instinto y el
imperativo social, entre una ley ante la cual los hombres son libres e iguales y la realidad,
en la cual persiste la dominación de unos por otros, entre una industria que provee infinidad
de bienes y servicios y un sistema económico que sólo a algunos concede el acceso a estos,
ocasionan la insuperable angustia de toda una sociedad. Indica al respecto Michel Foucault:
“Las relaciones sociales que determina la economía actual bajo las formas de competencia,
de la explotación, de guerra imperialista y de lucha de clases ofrecen al hombre una
experiencia de su medio humano acosada sin cesar por la contradicción” (Foucault, 1954:
98). Y en las novelas de Arlt esta contradicción estriba, fundamentalmente, en que no hay
formas de satisfacer el deseo: las necesidades de la psique, los reclamos del cuerpo.
Novelas como El juguete rabioso y Los siete locos narran ampliamente los pormenores
de esa contradicción. En la primera, en contraste con un capitalismo que teóricamente
alienta los méritos personales, Astier experimenta una enorme decepción cuando sus sueños
de hacer carrera como inventor se ven reducidos a polvo al ser expulsado de la Escuela
Militar de Aviación, no por una ausencia de formación o conocimiento sino por un exceso
de los mismos, cuando el teniente coronel le dice: “Vea, amigo, el capitán Márquez me
habló de usted. Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas
inteligentes, sino brutos para el trabajo” (Arlt, El juguete rabioso, 192629: 140). En el caso
de la segunda novela citada, no es gratuito que el relato comience cuando Erdosain deja de
ser funcional para el sistema, esto es, cuando sus patrones lo interrogan a raíz de un robo;
29
De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como EJR.
26
éste constituye el punto de no retorno frente a unas relaciones familiares30 y laborales31 ya
deterioradas y, junto con el abandono de su esposa Elsa, se completan las condiciones para
que él selle su ruptura definitiva con el orden establecido.
Pero las novelas de Roberto Arlt exploran no solamente la búsqueda de la realización del
deseo y la consecución, aunque efímera y llena de obstáculos, del placer, sino también sus
excesos32. El goce experimentado en situaciones criminales o vergonzosas según los
códigos de conducta de la pequeño-burguesía muestran que hay una perversidad acuciosa
en estos personajes: “hay en los agonistas del argentino una saga de seres perversos,
alegremente perversos que adoptan el signo negativo de la existencia como una forma de
realización personal” (Vélez, 2002: 27; las cursivas son mías). El tránsito entre goce y
sufrimiento, entre crimen y arrepentimiento, es muy breve; de ahí que estas novelas no
puedan ser leídas según los parámetros decimonónicos de la «psicología de los personajes»,
sino que requieran de otro tipo de explicaciones, para lo cual el psicoanálisis ofrece “un
metalenguaje o vocabulario técnico autorizado que se puede aplicar a las obras literarias y a
otras situaciones, para entender qué está pasando «realmente»” (Culler, 1997: 153).
30
“La familia en Arlt (…) lejos de ser el lugar idealizado por el discurso oficial, es un foco de conflicto. Los
personajes femeninos y masculinos son construidos como enemigos y el matrimonio aparece como una
relación de poder donde, paradójicamente, es la mujer la que tiene al hombre «encadenado por su sexo»”
(Hernando, 2001: 39).
31
Según Beatriz Sarlo, Arlt “entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la
reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de relaciones y sentimientos” (Sarlo, 1988:
52, 53).
32
“El principio de placer funciona como un límite al goce. Es una ley que le ordena al sujeto «gozar lo menos
posible». Al mismo tiempo, el sujeto intenta constantemente transgredir las prohibiciones impuestas a su
goce, e ir «más allá del principio de placer». No obstante, el resultado de transgredir el principio de placer no
es más placer sino dolor, puesto que el sujeto sólo puede soportar una cierta cantidad de placer. Más allá de
este límite, el placer se convierte en dolor, y este «placer doloroso» es lo que Lacan denomina goce: «el goce
es sufrimiento»” (Evans, 1996: 103).
27
Una radical toma de posición
La orientación ideológica del autor emana de cuestiones como las anteriores: al no
escamotear la realidad de la pobreza en los suburbios, del interés en las relaciones amorosas
y de los conflictos en el ámbito laboral, al mostrar cómo los cuerpos de los seres humanos
se han convertido en meras piezas dentro del complicado engranaje de la sociedad, Arlt nos
revela el inmenso malestar que subyace en la cultura del hombre de la era industrial –más
aún si se trata de países como la Argentina de 1920 y 1930, en vías de desarrollo–, al cual
se le impone como condición interpretar su vida y los distintos ámbitos que la conforman
en términos de transacción económica, incluso sus deseos más naturales y su necesidad de
afecto. Así, en una sociedad en la que todos los aspectos están controlados por intereses
políticos y por el afán de lucro que caracteriza al capitalismo y a la clase social que le da
vida, esto es, la burguesía, “los individuos, psíquicamente vaciados por completo, están a
merced de las grandes organizaciones que operan con racionalidad instrumental –tan
indefensos como lo fueron en la prehistoria ante las fuerzas indomables de la naturaleza–”
(Honneth, 2009: 94). Si hay algo en lo que insisten las novelas de Roberto Arlt, y que se
manifiesta en ellas de múltiples formas, es en el vacío: el de unos personajes que no se
encuentran, el de una sociedad sin rumbo, el de la completa ausencia de sentido de todas las
formas políticas, culturales y religiosas creadas por el hombre, en lo cual el autor lleva,
hasta las últimas consecuencias, los postulados nietzscheanos que como ríos subterráneos
recorren su obra.
La toma de posición de un escritor como Arlt, a la cual está dedicada buena parte de la
crítica que ha analizado su narrativa, se relaciona con su radical rechazo del orden
establecido. Sus obras, aunque dirigidas específicamente contra los males del capitalismo y
la desorientación en la que se hallaba sumida la pequeña burguesía argentina de las
primeras décadas del s. XX, son un testimonio de la lucha contra toda clase de autoridad.
Las novelas de Arlt, tanto por sus temas como por la forma como están escritas,
representaron una literatura de vanguardia para su tiempo, y aun hoy advertimos su carácter
iconoclasta e irreverente con respecto a todos los poderes, tanto políticos como los de la
institucionalidad académica y literaria; de ahí que en el prólogo a Los lanzallamas (1931)
declare:
28
Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.
(…) Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros
escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es
penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación
de buscarse distracciones les produce surmenage (LL 285).
La confesión de su lugar periférico con respecto a la literatura que se producía en su
tiempo, así como de las carencias económicas para llevar a cabo la práctica de la escritura
con comodidad33, son una manera de enrostrarle al poder el lugar marginal que él como
artista ocupaba. Y aunque por su novela Los siete locos recibió, el 8 de mayo de 1930, el
tercer puesto en el Premio Municipal de Buenos Aires (Borré y Goloboff, 2000: 606, 731),
su recepción más temprana distaba de ser uniforme: mientras algunos elogiaron su talento y
la novedad que significaba su obra, otros insistieron en su «mal gusto» y en sus faltas
ortográficas y gramaticales.
Hoy, con un lugar ya consolidado en la historia literaria, revaloramos la narrativa
arltiana por la manera como supo retratar a la sociedad pequeño-burguesa y al lumpen en el
seno de una economía capitalista en vías de desarrollo. Su aproximación al dolor individual
y a las vicisitudes colectivas, a las marcas que el desarrollo industrial deja tanto en la
psique como en el cuerpo, constituyen una muestra de cómo su literatura elabora
estéticamente un momento y una situación histórica concreta y de cuán inquietantes son
estas huellas al ser revisitadas desde una disciplina como el psicoanálisis.
33
“Arlt estableció, con toda claridad, la relación entre ocio y estilo; entre estilo y propiedad de marca de una
mercancía; entre estilo y valor de cambio agregado a un objeto (…) el prólogo de Los lanzallamas revela la
situación del escritor en el centro de su sistema de producción y en cada una de sus complejas relaciones de
dependencia” (Prieto, 1978: XXVI, XXVII).
29
CAPÍTULO I
RASGOS EXPRESIONISTAS Y GROTESCOS EN LA DESCRIPCIÓN DE LOS
PERSONAJES
“[L]a madre, una señora de color de sal con pimienta, de ojillos de pescado y larga nariz
inquisidora, y la abuela encorvada, sorda y negruzca como un árbol tostado por el fuego”
(EJR 26), “[e]n las manos teníamos una prontitud fabulosa, en la pupila la presteza de ave
de rapiña” (op. cit.: 33), “el perfil de su rostro, de larga nariz rojiza, aplanada frente estriada
de arrugas, y cráneo mondo, con vestigios de pelos grises encima de las orejas” (op. cit.:
86), “[l]a señora Rebeca (…) [c]aminaba como una foca y escudriñaba como un águila”
(op. cit.: 118, 119), “un canoso polaco, con nariz de cacatúa” (op. cit.: 121), “[e]ra un
hombre rechoncho, de cara mofletuda y colorada como la de un labriego” (op. cit.: 139,
140), “rostros de expresiones bestiales” (op. cit.: 157), “[u]n obeso salchichero con cara de
vaca” (op. cit.: 167), “[l]a mujer oscura, arrinconada, con los ojos brillantes miraba a todos
los costados, como una fiera que se prepara para saltar” (op. cit.: 217), “el director, un
hombre de baja estatura, morrudo, con cabeza de jabalí” (LSL 7), “Gregorio Barsut, con la
cabeza rapada, la nariz huesuda de ave de presa, los ojos verdosos y las orejas en punta
como las de un lobo” (op. cit.: 23), “Erdosain sostuvo la estriada mirada verde, realmente
aquel hombre tenía la facie de un tigre” (op. cit.: 119), “se erguía gigantesco y morrudo
como un cráneo de buey, el relieve del patrón de la fonda” (op. cit.: 192), “él era un
monstruo, un monstruo frío, un pulpo” (LL 416), “el hambre lo acosa como a una fiera en
su caverna” (op. cit.: 456), “la marrana de la Bizca” (op. cit.: 509), “los labios contraídos,
como los de un perro que amenaza mordisco, dejan ver la hilera de los dientes brillantes”
(op. cit.: 562)… Innumerables son, en la obra de Roberto Arlt, las descripciones en las que
el cuerpo, y especialmente el rostro de los personajes, es sometido a un proceso de
animalización, esto es, sujeto a una mirada que lo deforma y que enfatiza o exagera sus
rasgos más desagradables o siniestros. Este procedimiento, basado enteramente en una
estética de lo feo, tiene por objeto hacer visible la dimensión más irracional e instintiva de
30
los individuos, así como mostrar a una sociedad cuyos integrantes se hallan inmersos en
una encarnizada lucha por la supervivencia.
Dichas anomalías de los personajes, desde el punto de vista de la historia literaria,
recuperan rasgos que son abundantes en la picaresca española, la cual fue una de las
principales lecturas que Arlt llevó a cabo en su adolescencia y juventud. Asimismo, la
lectura de traducciones españolas baratas de los clásicos de la literatura pudo haber
influenciado la terminología que él emplea para referirse a los personajes y a las situaciones
tragicómicas que estos protagonizan. De ahí que Aristófanes, El Buscón o el mismo Quijote
resuenen en los personajes arltianos. Claudia Kaiser-Lenoir señala que
lo grotesco [consiste en] la tensión entre lo cómico y lo dramático o aterrador (…) Esta fusión
debe estar dada en tal forma que nunca alcance a ser resuelta dentro de la obra (…) La idea que
nutre a la tragicomedia es la de que el mundo y la vida no son enteramente cómicos, ni
enteramente trágicos. Lo que hoy es carnaval mañana es un valle de lágrimas (…) El grotesco
implica una visión mucho más inquietante en ese aspecto: la vida es las dos cosas a la vez, sin
posibilidades de aislar un aspecto de otro: los dos extremos se condicionan mutuamente (KaiserLenoir, 1977, pp. 34, 35).
La tragicomedia, forma dramática en la que los mundos autónomos de la tragedia y de la
comedia se han mezclado y sus respectivos valores son cuestionados, influencia de manera
notable a las obras narrativas en las que se retrata una sociedad en crisis. La picaresca,
género que tuvo en España sus más logradas manifestaciones, sirve para dar una mirada
trágica de las capas más bajas de la sociedad y de sus problemas, así como para subrayar lo
cómico y lo absurdo que subyace en los actos humanos. La obra de Arlt, al mostrar la
desesperada lucha de la pequeña burguesía argentina de las décadas de 1920 y 1930 por
conseguir el ascenso social, es proclive a describir situaciones en las que el lector alternará
sucesivamente entre la compasión y la risa, la construcción de sentido y el extrañamiento.
Los personajes arltianos no son enteramente trágicos ni enteramente cómicos, sino que
vacilan entre unos rasgos y otros; la complejidad y la incertidumbre de la vida son
mostradas a través de la ambivalencia inherente a cada acto de los seres humanos; más aún,
a su incapacidad para transformar realmente las circunstancias34.
34
En efecto, ni Silvio Astier ni Erdosain logran llevar a cabo sus ilusiones, y generalmente sus acciones tiene
un contrapeso que las invalidan. Tal como anota Ana María Zubieta, “Las acciones de Los siete locos – Los
31
El desorden inherente a la vida humana, la superposición de rasgos animales y de formas
geométricas en la caracterización física de los personajes, hace que algunos estudiosos
interpreten la obra de Arlt a partir de la categoría de lo grotesco. Sin embargo, hay que
tener presente que, por más desorden que se perciba en los hechos narrados, o en la manera
de actuar de los personajes, no hay anarquía en la composición de las obras: el
psicoanálisis, al revelar los mecanismos profundos que subyacen en la psique, permite dar
cuenta de fenómenos que, vistos desde el psicologismo, serían poco creíbles como parte del
material narrado, mas en realidad contienen una coherencia profunda a la luz de las
pulsiones y el deseo.
Lo grotesco, categoría que mereció estudios detallados y profundos por parte de teóricos
como Wolfgang Kayser y Mijaíl Bajtín35, pone en crisis las nociones tradicionales de la
estética y de lo bello. En efecto, es una categoría que siempre aparece ligada, en la historia
de las artes, a los momentos de crisis de lo clásico. Si por éste último entendemos una serie
de cualidades que fueron situadas en el centro de la producción estética de la antigua
Grecia, tales como la armonía, la proporción y el equilibrio entre las partes, una estética de
lo feo da realce a sus contrarios, esto es, a lo inarmónico, lo desproporcionado y lo
inestable. Lo bello, que durante siglos estuvo en Occidente indisolublemente vinculado a la
idea misma de lo estético, pierde su lugar central a partir del Romanticismo, momento en el
que lo feo y todas las sensaciones anejas al mismo ganan importancia. En el capítulo II de
su Imperio de las obsesiones (2007), Rocco Carbone señala que este cambio no obedece
solamente a una revaloración de lo antes rechazado –aunque presente, de manera
lanzallamas suelen tener una segunda inflexión que las neutraliza” (Zubieta en Arlt, 2000: 55). Así, el dinero
que Erdosain roba a la Compañía Azucarera es luego restituido; Erdosain cree haber asesinado a Barsut, y
luego el lector sabe que fue engañado. Esta neutralización también ocurre en El juguete rabioso: Astier, que al
comienzo de la obra hace parte de una banda de ladrones, al final delata al ingeniero los planes e identidad del
delincuente que había pensado robarlo. Así, la dirección a la que apuntan los actos, con los cuales se
construye el sentido de la narración, se invierte; en este caso, liberando una satisfacción plena por la delación,
un goce, en oposición al estado de ánimo anterior.
35
Cfr. Lo grotesco (1957) de Kayser y La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento (1941) de
Bajtín.
32
intermitente, en las manifestaciones artísticas y populares de Occidente36–, sino a que, con
la obra de filósofos y teóricos de finales del s. XVIII como Schlegel, el énfasis dejó de
ponerse en la relación de la creación artística con el público para ponerse en la creación en
sí misma, con lo cual se daba el paso fundamental para la emancipación de lo estético en
relación con otros factores –en particular con una concepción a priori, idealizada, de lo
bello; un deber-ser del hombre, tal como lo preconizó la estética neoclásica–.
Cuando el interés de la obra ya no recae en proporcionar una sensación de armonía a su
público receptor, sino en sus propias características como arte, lo feo puede entrar en la
composición de la misma sin que necesariamente éste entre en competencia con lo bello o
siga teniendo connotaciones negativas. Más aún: lo feo cuestiona la estética de lo bello
porque pone en crisis un sistema de valores y de relaciones basado fundamentalmente en la
concepción del arte que existía en la Grecia clásica, en la cual la creación estaba ligada a
los intereses de la polis37. Este cambio fue decisivo para que se abriera paso la estética de la
modernidad, en la cual la relación del arte con el público se torna problemática pues el
horizonte de expectativas de éste último no siempre está ajustado para acoger lo nuevo;
como regla general, todo arte moderno ha sido mal recibido por parte del gran público en su
momento de aparición:
La serie de grabados en cobre de Hogarth, el Joseph Andrews, de Fielding, el Don Quijote,
redescubierto al ser leído en forma nueva, Los viajes de Gulliver, de Swift, he aquí algunas obras
que facilitaron a la época [el s. XVIII, la antesala del Romanticismo] la experiencia de que la
36
Antes de que fueran llevadas a cabo su teorización y exaltación en el Romanticismo, lo grotesco tuvo como
antecedentes importantes las extrañas pinturas encontradas en las criptas de la antigua Roma, el carnaval
durante la Edad Media y el Renacimiento y la proliferación y exageración de rasgos de la naturaleza o del
hombre a todo lo largo del barroco. Para una historia del término, ver “El grotesco. El asunto y el término” en
Lo grotesco (1957) de Wolfgang Kayser.
37
“El arte (poesía, música, teatro) que se encuentra genéticamente ligado al misterio, parece faltar a la
vocación misteriosa cuando, en el período griego clásico, abandona los misterios y representa abiertamente
las exigencias de la πόλις detentadora del poder y reguladora de las relaciones de producción. (…) El
universalismo del Estado griego no se sostiene pues sino en una exclusión de hecho de los ciudadanos pobres,
de los no-ciudadanos, de los esclavos y de las mujeres, la claridad del arte clásico no expresa sino este
«universalismo» y reposa sobre esta exclusión” (Kristeva, 1974: 460; la traducción es mía). La irrupción de
nuevos grupos detentadores del poder a partir de la Revolución francesa contribuye también a la crisis de las
prerrogativas clásicas.
33
caricatura [añado: y lo feo en general] puede llegar a ser el manantial de un arte significativo y
altamente sustancioso y que no es permisible pasarla por alto como una diversión carente de
importancia. Si era cierto que constituía una auténtica fuerza formativa del arte, esa caricatura
con su reproducción de una realidad deforme y en todo caso nada bonita, e incluso con su
exageración de las desproporciones, entonces comenzaba a desmoronarse el principio que las
reflexiones sobre el arte habían reconocido hasta entonces como base y según el cual el arte era
una reproducción de la naturaleza bella[,] o sea su elevación idealizante. La caricatura hizo
exactamente lo contrario. Era posible, por decir así, interpretarla como ampliación extrema de un
principio llamado a constituir el centro de una nueva estética: el de lo característico (Kayser,
1957: 30, 31; las cursivas son mías).
El expresionismo, una de las más importantes modulaciones de esta estética de lo feo, es
un movimiento que tuvo gran repercusión en la escritura arltiana. Señala al respecto
Norbert Wolf: “con su estilo lapidario, sus exclamaciones y sus frases cortas y explosivas,
el lenguaje expresionista no sólo derriba la vieja sintaxis, sino que de entrada parece
castigar y explicitar lo esencial de la forma expresiva” (Wolf, 2004: 7). Arlt siempre intentó
sorprender a sus lectores con rasgos como los señalados; sin embargo, esta ruptura con lo
convencional va más allá de ser un procedimiento formal: “En realidad, [dicho lenguaje]
hincha el significado metafísico de las palabras, forma cadenas verbales arbitrarias y,
rebosante de símbolos y de metáforas, es intencionadamente oscuro, sólo accesible a los
iniciados” (op. cit.: 7). Con su sintaxis rota y sus turbadoras imágenes, Arlt quiere lograr
que sus lectores se acerquen a unos estados de conciencia como los experimentados por sus
personajes, haciéndolos así partícipes de un mundo en el que las duras condiciones del
desprotegido deshumanizan al hombre.
Las imágenes grotescas con las que aparecen aludidos los personajes de Arlt, aunque no
comportan por sí mismas una novedad, son chocantes para un público como la clase media
Argentina de las décadas de 1920 y 1930, en la cual, cabe recordar, se hallaban la mayoría
de sus primeros lectores. Aun en nuestros días, y aunque ya habituados o saturados por una
industria cultural que aprovecha con fines comerciales lo deforme y lo irracional, la lectura
de estas descripciones nos inquieta en la medida que éstas revelan una naturaleza animal
oculta en el hombre; el proyecto de la modernidad, por más que haya entrado en crisis,
sigue empeñándose en corregirla o atenuarla a través de la educación, o de la negación de
34
cuanto corpóreo tiene el hombre, en pro de su intelecto o de su racionalidad38. Lo
interesante aquí es apreciar el trasfondo de verdad que dichas descripciones tienen al
insistir, sin ambages, en la naturaleza animal de los seres humanos. En su libro sobre lo
grotesco, Wolfgang Kayser señala que, ante éste,
[s]e despiertan varias sensaciones, evidentemente contradictorias, la sonrisa sobre las
deformaciones y la repugnancia ante los siniestro, lo monstruoso en sí. Como sentimientos
fundamentales (…) se hacen notar la sorpresa, el estremecimiento y una congoja perpleja ante un
mundo que se está desquiciando mientras ya no encontramos apoyo alguno (…) Pues si
interpretamos la sorpresa como una congoja perpleja ante la destrucción del mundo, lo grotesco
adquiere una relación oculta con nuestra realidad y un fondo de ´verdad´ (Kayser, 1957: 32).
Pienso que éste es el punto donde entra el psicoanálisis a superar la mera exposición de
las distintas concepciones que hay acerca de lo grotesco –y una de sus modulaciones, el
expresionismo– y permitir ver que tanto Roberto Arlt como sus lectores alcanzan una
visión de mundo en la que la psique se defiende del horror, pero no por reconocerlo como
algo diferente, sino como su auténtica naturaleza constitutiva.
Para analizar esta situación, es preciso introducir el concepto de la negación, tal como
aparece formulado en Laplanche y Pontalis –que a su vez se basan en lo afirmado por Freud
en un artículo publicado en 1925–. Los mencionados autores definen la negación como un
“[p]rocedimiento en virtud del cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos,
pensamientos o sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que
le pertenezca” (Laplanche y Pontalis, 1971: 233). En la recepción del grotesco, en las
“vivencias psíquicas que suscita” (Carbone, 2007: 152), se encuentra a menudo una
sensación de desagrado por parte del público: la vinculación del hombre con el animal
produce malestar cuando se ve el mundo a partir de ideas que se oponen a ese parentesco,
38
Ya en su poema “Una temporada en el infierno” (1873), Rimbaud había declarado, dando al traste con la
formación burguesa que recibió en su entorno familiar y en la escuela, “De profundis domine, ¡seré animal!”
(Rimbaud, 1873: 175). Por otra parte la posmodernidad, al exaltar el cuerpo en los circuitos del mercado
neoliberal y globalizado, no contribuye a su emancipación; por el contrario, lo convierte en un instrumento
más de fines que continúan negando la libertad del mismo. Cabe tener presente qué tipo de cuerpo es el que
exalta la posmodernidad mediática y qué tipo de sociedad se propone con el mismo.
35
tales como las heredadas por la cultura o la religión39: en realidad, si la cultura o la religión
entendieron al hombre y al animal como diferentes fue con el objetivo de alejar al hombre
de su naturaleza primitiva.
Más allá de la crítica social y la denuncia que entrañan este tipo de representaciones, lo
cual constituyó uno de los principales objetivos del arte expresionista en la Alemania de la
época de entreguerras –y que sería retomado por Arlt para mostrar una sociedad en
descomposición–, hay una poderosa intuición de que la naturaleza animal del hombre se
exhibe con más fuerza cuando la estrechez de las circunstancias económicas y sociales le
quitan todo atisbo de cultura o de razón, las cuales, como se sabe, funcionan a partir de la
represión y el control de los instintos. De ahí que quienes leen con naturalidad estas
descripciones están más dispuestos a aceptar los deseos de su inconsciente o a no
disfrazarlos, mientras que aquellos que no, se exasperan en la justa medida en que la
represión, que en el fondo es una afirmación rotunda, actúa sobre su psique. En su texto
dedicado a la negación, Freud afirma lo siguiente: “Negar algo en nuestro juicio equivale,
en el fondo, a decir: «Esto es algo que me gustaría reprimir»” (Freud, 1925: 2885). Y esto
tiene consecuencias fundamentales en la manera como lo grotesco y toda representación
anómala o anti-clásica en general han sido recibidos por la crítica y por el público. El
inicial rechazo que ha suscitado siempre este tipo de arte entre ciertos sectores de la crítica
y algunas franjas del público –y que corresponde a los que ocupan las posiciones más
conservadoras– obedece a la represión o censura de las manifestaciones más auténticas de
la psique, ante las cuales dichos ocupantes –el mismo término “conservar” lo sugiere–
tienen mucho que perder.
39
Hay que advertir el enorme recelo con el que todavía hoy los distintos fundamentalismos religiosos ven a la
evolución, concepto que ocupa un lugar central en la biología moderna. Dichos fundamentalismos se niegan a
aceptar la ascendencia zoológica del hombre y la indestructibilidad de su naturaleza animal, al pretender
concederle un puesto privilegiado en el orden de la «creación» (Freud, 1917: 300). La idea de la evolución,
propuesta separadamente por Wallace y Darwin a mediados del s. XIX y de la que naturalmente no está
excluido el hombre, encontró un absoluto respaldo en los hallazgos científicos del s. XX y hasta el presente,
en disciplinas tan diversas como la paleontología, la anatomía comparada, la genética y la bioquímica. La
teoría de la evolución, sus pruebas y su divulgación siguen siendo satanizadas y estigmatizadas en amplios
círculos conservadores, tales como los republicanos en Estados Unidos o las sectas protestantes en América
Latina.
36
Frente a la posibilidad de considerar la negación como una circularidad en la que está
asegurado el triunfo del psicoanalista –esto es, si el paciente afirma algo, la interpretación
de aquél se lo corrobora y si niega, entonces necesariamente reprime–, Freud recomendó
“buscar la confirmación en el contexto y en la evolución de la cura” (Laplanche y Pontalis,
1971: 235). No es gratuito que la no aceptación de este tipo de ideas, tanto en la literatura
como en los distintos espacios de la vida social, provengan de los sectores más
conservadores en el campo del poder y por lo tanto más renuentes a aceptar aquello que
amenaza su estatus o que muestra los puntos de ruptura y de quiebre de los principios sobre
los cuales se asienta su ideología y su poder.
Si en el inconsciente permanecen vivos los impulsos primitivos del hombre, la
conciencia aparece en el momento en el que dichos impulsos son atenuados por el yo y por
el superyó para tener una visión más ordenada y sosegada de las cosas. Así, el juicio “se
hace posible por la creación del símbolo de la negación que permite al pensamiento un
primer grado de independencia de los resultados de la represión y con ello también de la
compulsión del principio del placer” (Freud, 1925: 2886). La enorme energía que invierte
la psique en controlar sus propios deseos, contradictorios y a menudo antisociales, no logra
extinguir, incluso en los hombres más transformados por la cultura, los llamados a los
estadios anteriores, los cuales tienen que ver fundamentalmente con la subsistencia y con
las distintas manifestaciones de la sexualidad, ambas formas del Eros. Las novelas de Arlt
insisten en que la civilización industrial, con toda su complejidad, ha creado tantas formas
nuevas de exclusión y de violencia que hace resurgir en los seres humanos los rasgos
propios de la animalidad. Es esta una sociedad que mutila al hombre en muchos aspectos40;
los personajes de Arlt no tienen rasgos de animales tranquilos, sino prontos a atacar, como
40
En sus notas filológicas al texto, Zubieta señala que es un procedimiento reiterativo en Arlt designar a los
personajes por medio de patologías (Zubieta en Arlt, 2000: 519), por lo cual cabe preguntarse si la ceguera, la
bizquera o la cojera obedecen a procesos de somatización que no están registrados explícitamente en el texto,
aunque su mención aluda a las contradicciones de esa sociedad y lo aplastante que resulta para sus
integrantes.
37
si hubieran sido sometidos a agresiones o maltratos o se encontraran sometidos a contextos
en los que prima la supervivencia del más fuerte41.
Las sensaciones encontradas de reconocimiento de una verdad profunda y displacer que
despierta la presencia de lo feo constituye, según Carbone, el
mecanismo fundamental del grotesco: nuestro mundo rutinario, ordenado y tranquilo, de pronto
entra en un proceso de demolición, inquietándonos. A la comodidad inicial se impone el miedo
ante una realidad en la que no encontramos apoyo alguno. (…) de la confusión de dominios
entre lo humano y lo vegetal42 surge lo monstruoso, pero se trata de un monstruoso que no
infunde temor, o no solamente esa sensación, porque nos empuja también a la risa. Por cierto, no
a una despreocupada y contagiosa, sino a una nerviosa (Carbone, 2007: 163).
O, en palabras de Wolfgang Kayser, la inquietud que surge con el grotesco, al referirse
“al mismo tiempo a un aspecto angustioso y siniestro en vista de un mundo en que se
halla[n] suspendidas las ordenaciones de nuestra realidad, quiere decir, la clara separación
de los dominios reservados a lo instrumental, lo vegetal, lo animal y lo humano; a la
estática, la simetría y el orden natural de las proporciones” (Kayser, 1957: 20). La
contaminación entre dichos dominios y su degradación origina lo abyecto, que para
Kristeva implica la disolución del orden y la evidencia de su debilidad: “lo abyecto nos
confronta con esos estados frágiles en donde el hombre erra en los territorios de lo
animal43” (Kristeva, 1980: 21).
41
Esta interpretación del pensamiento de Darwin, para quien la selección natural no implicaba el triunfo del
más fuerte, sino del mejor adaptado, tuvo repercusiones a comienzos del s. XX en fenómenos como el
imperialismo, el racismo y el fascismo; en Argentina, bajo las banderas del librecambio y de la agitación de
masas, tuvieron acogida por una parte de la población. Cabe recordar la insistencia con la que Lucio le habla a
Silvio Astier en El juguete rabioso de la «lucha por la vida» o por la supervivencia en términos darwinistas:
“La struggle for life, che, unos se regeneran y otros caen; así es la vida…” (EJR 172).
42
43
A lo cual añado: lo animal.
Llamamos bestial un crimen en el que las pulsiones más violentas de su ejecutor estallan sin control; así,
nuestro juicio establece una línea demarcadora entre los comportamientos humanos y animales a fin de
sabernos a salvo, al menos con la manifestación de nuestra indignación, del horror de la abyección. Según
Mercedes Serna, con su narrativa “Arlt ha hecho una antiépica que canta la maldad del ser, siguiendo la regla
de que cada acto futuro de los personajes será peor, más miserable y vejatorio que el anterior” (Serna en
Borré, 1996: 29).
38
Los personajes de Arlt, en este orden de ideas, vacilan entre la cordura y la locura, la
humanidad y la instrumentalización, lo noble y lo siniestro. Erdosain es un exponente de
todo ello: cuerdo cuando analiza las circunstancias que lo llevaron a tener una psique rota,
pero loco en las ideas que se le ocurren para ponerle fin a ese estado44; noble cuando visita
a los Espila y les presenta el proyecto de la rosa de cobre para que estos puedan salir de su
situación de pobreza, pero siniestro cuando comete el asesinato de una joven como la
Bizca. Las instancias encontradas en este personaje, su comportamiento errático entre
momentos de reflexión y de impulsividad, conforman el retrato de un personaje grotesco
que para la época de Arlt estaba asociado, en la mentalidad de la gente, a las figuras del
anarquista o del nihilista, quien podía llegar a ser contradictorio en sus búsquedas vitales y
era percibido fundamentalmente como peligroso por cuestionar las bases sobre las cuales se
asentaba la sociedad de la época. Pero también se aprecia la intuición de Arlt de que la
psique humana es irreductible, pues tal como lo teorizara Freud a lo largo de sus escritos,
los imperativos del superyó están en una permanente oposición con los requerimientos del
ello y los deseos del yo.
La exposición de estos rasgos en los personajes contribuye a acabar cualquier pretensión
idealizadora sobre el ser humano. Tal como sucede en el expresionismo, en el cual “lo
decisivo es la vehemencia de lo feo con la que queda plasmada la pobreza metafísica del
hombre” (Muschg, 1961: 39), la animalización de Arlt ataca sin rodeos la mistificación de
considerar al hombre como un individuo privilegiado entre los seres vivos: “¿Puede
decirme para qué deseamos las mujeres? No somos hombres, sino sexos que arrastran un
pedazo de hombre” (LL 331). La exhibición del deseo sexual despojado de la mistificación
cultural que lo rodea causa un impacto en el lector, especialmente si la mentalidad de éste,
44
Hay una profunda escisión en Erdosain entre sus descubrimientos intelectuales y aquello que el entorno
familiar y social exige de él; esto lo lleva, como señala el Comentador, a “originar situaciones grotescas que
hubieran escandalizado a sus prójimos, de conocerlas” (LL 424). La lucidez que él alcanza con respecto a
ciertas instituciones y comportamientos de la vida social es, a los ojos de los demás, locura. En el relato hecho
a la monja por Elsa, ésta última le dice sobre Erdosain: “Luego observé que todo principio de mes estaba un
no sé qué irónico y burlón. Me desperté alarmada. Se había sentado en la cama y se reía con risitas reprimidas
y convulsas, las risitas de un loco que ha hecho una travesura. Cuando le pregunté qué le pasaba, me contestó:
–¿Qué te importa? ¿O es que ahora pensás también administrarme la risa?” (op. cit.: 407).
39
tal como la de los primeros lectores de Arlt, se halla imbuida en los códigos culturales de la
pequeña burguesía.
La reflexión hasta aquí emprendida sobre la presencia de lo grotesco y del
expresionismo en las novelas de Roberto Arlt desemboca en apreciar que dichos códigos
estéticos no se limitan a hacer una crítica de la sociedad de su tiempo, ni a tener un papel
renovador –como el que, en efecto, tuvieron en las letras argentinas, marcando la entrada
definitiva de éstas a la modernidad–, sino a revelar unos mecanismos psíquicos apenas
entrevistos, “aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde
tiempo atrás” (Freud, 1919: 2484). La desfamiliarización o extrañamiento45 que acompaña
a estas representaciones ya ha sido suficientemente hecha explícita; en lo que aquí se
pretende hacer énfasis es en la puesta en evidencia o el descubrimiento de la dimensión más
oscura de la psique, tal como es llevada a cabo por las novelas de Roberto Arlt y la cual
constituye uno de sus más importantes efectos de sentido:
lo angustioso es algo reprimido que retorna (…) Esta forma de la angustia sería precisamente lo
siniestro (…) si ésta es realmente la esencia de lo siniestro, entonces comprenderemos que el
lenguaje corriente pase insensiblemente de lo «Heimlich» a su contrario, lo «Unheimlich», pues
esto último, lo siniestro, no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue
familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión
(Freud, 1919: 2498).
O, en palabras de Carbone, “el estremecimiento se apodera de nosotros con tanta fuerza
porque es la seguridad de nuestro mundo la que se pone en entredicho o, si se prefiere, es
esa seguridad la que prueba ser nada más que apariencia” (Carbone, 2007: 159).
La obra de Roberto Arlt es fascinante, entre otras razones, porque en medio del vértigo
del desarrollo industrial que llena sus páginas, de las conflictivas situaciones laborales y
familiares que reconocemos como subproductos de la modernidad, nos reconecta con el
lado más primitivo de nuestra psique, con “todo lo que debía haber quedado oculto,
secreto, pero que se ha manifestado” (Freud, 1919: 2487); esa porción de nuestro ser que
45
Cfr. la definición de Marchese y Forradellas: “El extrañamiento es, para los formalistas rusos, el
procedimiento estilístico mediante el cual el artista nos ofrece una percepción inédita de la realidad,
desautomatizando el lenguaje, deformando los materiales que lo componen, dislocando semánticamente la
expresión” (Marchese y Forradellas, 1978: 158).
40
ha sufrido un largo proceso de represión y de habituación a las convenciones y a los
parámetros sociales pero que redescubrimos al leer a un autor que, como Arlt, no traiciona
la verdad auténtica que es nuestro inconsciente.
41
¿Existe la locura? ¿O es que se ha establecido una forma convencional de expresar ideas,
de modo que éstas puedan ocultar siempre y siempre el otro mundo de adentro, que nadie
se atreve a mostrar? (LL 389)
CAPÍTULO II
NARCISISMO DE VIDA, NARCISISMO DE MUERTE: LA CONFIGURACIÓN
PSÍQUICA DE LOS LOCOS DE LA NARRATIVA DE ROBERTO ARLT
La obra narrativa de Roberto Arlt ofrece un amplio repertorio de situaciones que
encarnan los principales conceptos freudianos y de otros psicoanalistas posteriores. Sus
personajes, descritos de entrada como «locos» (Vélez, 2002: 89), son propicios para
entablar una relación fructífera entre las disciplinas que se han entrecruzado para el
presente trabajo. Cabe tener presente, tal como se explicitó en la introducción, que un
análisis de esta naturaleza sólo es posible sobre la base de una correspondencia coherente
desde el punto de vista semántico (Green, 1974: 66), y que toda consideración que aquí se
haga descansa sobre los personajes de las novelas y el argumento en ellas narrado, y no
sobre unas hipotéticas relaciones de estos elementos con la vida privada, íntima o familiar
de su creador.
Hay que considerar que la crítica, al interesarse fundamentalmente por la «modernidad»
de sus obras –bien sea por el tema urbano o por una escritura que disloca la sintaxis e
inserta neologismos y el vocabulario del lumpen bonaerense46–, por el mundo social o las
estructuras económicas representadas, o al verlas desde la óptica posmoderna como
hibridación de discursos, palimpsestos de «géneros menores» como el folletín, la crónica
policial y el manual de instrucción técnica, ha escamoteado la dimensión psicoanalítica que
46
“[S]u lenguaje abigarrado, indiferente a los ideales de escritura correcta y elegante, o su asimilación del
lunfardo, del léxico folletinesco de las traducciones baratas, lo sindican también como un escritor
revolucionario” (Romano, 1981: 147).
42
una lectura crítica de los textos exige. La sola recurrencia de términos provenientes del
psicoanálisis para los nombres de los capítulos o para describir las transformaciones
internas que sufren los personajes, así como el llamado que hacen estas obras a una parte
del ser humano que no alcanza a ser explicada enteramente por las estructuras económicas
y sociales, hacen que sea pertinente indicar y explorar todas aquellas resonancias del deseo
y del inconsciente que se perciben en la escritura arltiana. Señala al respecto Noé Jitrik:
“De a ratos el texto está recorrido, ciclotímicamente, por un exceso de ánimo y, luego, por
un desánimo, esa demora que parece característica de los estados depresivos y que,
paradójicamente, produce estados de gran lucidez” (Jitrik, 2001: 128). De ahí que se pueda
establecer la posibilidad de leer estos textos como unos testimonios “de supervivencia
psíquica para quienes se jugaron ellos, y para nosotros mismos” (Kristeva, 1996: 96).
El análisis que se lleva a cabo a continuación se basa en los conceptos claves del
psicoanálisis, comenzando por los más freudianos para ir evolucionando a otros que han
sido perfilados y redefinidos por psicoanalistas más recientes.
43
¿Cuántas verdades tiene cada hombre? Hay una verdad de su padecimiento, otra de su
deseo, otra de sus ideas (LL 388)
El yo, el ello y el superyó
El tratamiento que Arlt le da a sus personajes supone una ruptura con el psicologismo
decimonónico, ya que estos a menudo se comportan de manera discordante y experimentan
sensaciones que van desde la plenitud y la grandeza hasta la más tétrica desesperación.
Asimismo, los actos que llevan a cabo pueden ir de lo más noble y altruista a lo más ruin y
sanguinario. Esta multiplicidad a la hora de representar los actos humanos pone en
evidencia la fragmentación a la cual está sujeto el yo: sin llegar nunca a la fijeza, el yo es
una entidad móvil que debe responder e intentar equilibrar los requerimientos del ello y del
superyó, y esto hace que la vida humana sea un permanente estado de tensión entre lo que
se quiere, lo que se puede y lo que se debe hacer. Los personajes arltianos muestran a la
perfección las oscilaciones que sufre la psique en tanto que se debate entre estas exigencias
opuestas entre sí, y el mismo Arlt parece haber sido consciente de esto al crear a un
personaje tan contradictorio como Erdosain.
El protagonista del díptico conformado por Los siete locos y Los lanzallamas muestra
una sensibilidad exacerbada que lo hace comportarse a veces de manera desinteresada y a
veces con sordidez. Este personaje, al comienzo de su matrimonio, siente un afecto
desmedido por su mujer y la concibe como un ser puro que se mancillaría con el contacto
sexual, mas luego de la crisis de esta relación no tiene inconvenientes en acudir a los
prostíbulos para satisfacer sus necesidades47. Erdosain tiene también el sueño de ser
47
“La prostitución es una garantía de orden dentro de esta sociedad y asegura la perpetuación de todo el
proceso de alienación sexual y económica a que se verán sometidos sus miembros. Cumple la función de
válvula de escape para esa especie de bestia o doble a veces incontrolable que es el cuerpo del pequeño
burgués. En este aspecto, la prostitución no sólo no amenaza sino que refuerza las estructuras establecidas. Y
esto hace que, aunque moralmente sea condenable por el hipócrita sistema de valores de la pequeñoburguesía, socialmente cumpla una función que la hace asimilable” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión
alienada, 1980: 38).
44
inventor, y anima a la familia Espila para que sus miembros lleven a cabo su proyecto de
hacer la rosa de cobre, pero una vez ellos han logrado algunos progresos en dicha idea, no
les presta mayor atención y los abandona. Erdosain siente compasión por una prostituta
pobre y la lleva a vivir a su casa, pero una vez han pasado algunas semanas se desinteresa
del asunto por completo. Esta manera de tratar a los personajes hace que la literatura
arltiana sea más compleja que la del realismo decimonónico, en la cual a cada personaje
correspondía un rol que permanecía prácticamente invariable a todo lo largo del relato. La
preferencia por mostrar personajes con estados alterados de conciencia hace que las novelas
de Arlt den cabida a experiencias que la novela clásica evitaba o delineaba apenas
superficialmente, sin llegar a intuir la existencia de una psique fragmentada.
El ello, que para Freud abarca las pulsiones reprimidas, sale a relucir en los instintos48
criminales y de destrucción que experimentan tanto Silvio Astier como Erdosain. El
primero afirma que su “cuerpo era una estatua ceñuda rebalsando de instintos criminales”
(EJR 59), y en la primera parte de El juguete rabioso él hace parte de una banda de
ladrones que hurta en el colegio y que se propone fabricar explosivos para facilitar el
cumplimiento de sus objetivos. En este sentido, Erdosain es un personaje que ha
evolucionado a partir del modelo de Silvio Astier, pues en su caso esos artefactos ya no se
limitan a tareas pequeñas sino a cómo planear el exterminio de poblaciones enteras
haciendo uso de gases tóxicos letales. Influido por el contexto de la Primera Guerra
Mundial, Arlt presenta un copioso vocabulario para designar esas sustancias, además de
presentarnos la ilustración misma de una fábrica de fosgeno49 y los pasos requeridos para la
fabricación del mismo, indicando de esta manera al lector, de manera implícita, que él le
concede a cualquiera el conocimiento de la técnica para lograr ese fin, y le deja en sus
manos la posibilidad de hacer realidad dicha industria.
48
Para Freud, un instinto “no pude devenir nunca objeto de la conciencia. Únicamente puede serlo la idea que
lo representa” (Freud, “Lo inconsciente”, 1915: 2067).
49
Ver LL 568.
45
En este orden de ideas, la literatura arltiana constituye un auténtico y poderoso “«cross»
a la mandíbula” (LL 286) del lector pequeño-burgués, quien ve en la novela un instrumento
para la formación en valores, naturalmente que burgueses, de la siguiente generación. Las
novelas de Arlt, contrariando esas expectativas de lectura, no son formativas ni edificantes,
y en la exhibición de la violencia con la que actúa el ello necesariamente tienden a
desintegrar los paradigmas burgueses de conducta y las resistencias de sus lectores a
enfrentar esa parte de su psique. A mi juicio, el valor literario de estas descripciones de
violencia no reside en el narrar un asesinato, tal como sucede en Los lanzallamas, sino en
mostrar cuán absurdo e inmotivado puede ser el comportamiento de un personaje para
llevarlo a cometer un crimen de esa magnitud.
Las explosiones de violencia se relacionan hasta cierto punto con la hostilidad del
entorno, pero no son reductibles a ésta. En efecto, si estaba en la mente de Erdosain planear
un asesinato que sirviera para demostrarse a sí mismo de qué era capaz50 y para estremecer
a la sociedad, no tenía por qué haber escogido a la Bizca, una joven sin destino en la cual
recayeron sus instintos de destrucción; dicho acto de violencia contra un personaje inocente
muestra al lector lo inmotivado de su crimen, respecto a lo cual señala Nidia Marta Velozo:
“Con el asesinato de la Bizca, Erdosain cumple un movimiento estratégico. El asesinato es
gratuito; no responde a ningún cálculo táctico, que evalúa lo que conviene en cada
situación, sino a un enfrentamiento total con la vida y sus posibilidades de comunicación”
(Velozo, 2008; las cursivas son mías). Muchos de los actos de los locos arltianos obedecen
a esta clase de ímpetus que los hacen sentir compasión y pesar cuando ya se ha cometido la
ofensa y es imposible remediarla:
Una enorme bofetada lo hizo trastabillar [a Erdosain] sobre la silla. Más tarde recordó que el
brazo de Barsut retrocedía y avanzaba amasando su carne. Se tapó el rostro con las dos manos,
quiso escapar a esa mole que siempre avanzaba sobre él como una fuerza desencadenada de la
naturaleza. Su cabeza golpeó sordamente contra el muro y cayó. (…)
–Lavate. Esto te va a hacer bien. ¿Querés que te friccione? Mirá, perdoname, fue un impulso.
Vos, también, ¿por qué guiñaste un ojo como burlándote? Lavate, haceme el favor (LSL 74, 75;
las cursivas son mías).
50
En una clara intertextualidad con el personaje de Raskólnikov en Crimen y castigo (1866) de Dostoievski.
46
En los diálogos de los personajes, es común la mención de una especie de «monstruo
interior» que muchos de ellos llevan dentro. Sin que ellos lleguen a teorizar sobre esta
cuestión, la intuición del mismo es válida y en psicoanálisis corresponde al ello, aquella
parte de nuestro ser que reacciona ferozmente cuando somos amenazados por otros o por
las circunstancias hostiles del ambiente circundante. Si hay algo que caracteriza al ello es la
desproporción: su manera de reaccionar no obedece a una visión mesurada de las cosas, y
ni siquiera le importa poner en riesgo la propia existencia porque muchos de sus impulsos
no se dirigen a la conservación de la vida sino a la planeación y ejecución de la muerte, ya
sea propia o ajena. Erdosain le confiesa al Comentador su intuición de la existencia de esa
parte de su psique y su sorpresa al reconocer lo indomable que es:
Ud. sabe que lleva en su interior un monstruo que en cualquier momento se desatará y no sabe
en qué dirección.
¡Un monstruo! Muchas veces me quedé pensando en eso. Un monstruo calmoso, elástico,
indescifrable, que lo sorprenderá a Ud. mismo con la violencia de sus impulsos, con las oblicuas
satánicas que descubre en los recovecos de la vida y que le permiten discernir infamias desde
todos los ángulos. ¡Cuántas veces me he detenido en mí mismo, en el misterio de mismo, y
envidiaba la vida del hombre más humilde! (op. cit.: 122).
Si la descripción física de los personajes, tal como se estudió en el capítulo I, abunda en
rasgos grotescos, hay también un grotesco de lo psíquico, si bien éste es inherente a la
naturaleza impulsiva del ello. Aunque el grotesco sea un código cultural e histórico, es
quizás el mejor vehículo expresivo para tratar la desproporción o la fealdad moral propia
del ello, tal como expone Vélez Correa en su libro El misterio de la malignidad (2002).
Por otra parte, los personajes no están exentos de delirios y de anhelos en los que
aparece configurada la instancia del superyó. El superyó de Silvio Astier y de Erdosain los
hace soñar con tener éxito como inventores, frente a lo cual hay que tener presente el
contexto positivista que tuvo arraigo en la Europa de finales del siglo XIX y en Argentina
con pensadores como el filósofo José Ingenieros (1877-1925) y el psiquiatra José María
Ramos Mejía (1842-1914). En dicho contexto, las ciencias exactas se situaron como
paradigma de todo conocimiento, y sus descubrimientos y métodos como las más altas
realizaciones hechas por el hombre; de ahí que en la mentalidad de muchos, y en especial
de un proletariado que adquiría en forma difusa algunos saberes técnicos gracias a revistas
47
y cursos cortos de aprendizaje, estuviera presente el ideal de conquistar el éxito gracias a
algún tipo de logro técnico o científico. Señala al respecto Beatriz Sarlo:
La figura del inventor es clave tanto en El juguete rabioso como en Los siete locos y Los
lanzallamas. El batacazo, exaltación final que obsesiona a Silvio y a Erdosain, puede alcanzarse
a través de un descubrimiento afortunado, la construcción de una máquina o la obtención de una
fórmula química: el triunfo del inventor proporciona, de un solo golpe, fama, mujeres y dinero.
Incluidos en esta figura están el saber y el saber hacer prácticos cuyo prestigio es grande en el
mundo medio y popular: son años de revistas técnicas, de cientos de patentes registradas, de
cursos en instituciones barriales o por correspondencia (Sarlo, 1988: 57).
El superyó de Silvio Astier lo impulsa a ser alguien reconocido e importante. Astier cree
tener las capacidades físicas e intelectuales para lograrlo; es la precariedad del medio social
y de su situación económica lo que se lo impide. Es interesante apreciar que este deseo no
obedece a la mentalidad que él encuentra en su entorno inmediato, sino a que es una
construcción libresca, lo cual hace tan moderno en ese aspecto a este personaje: “Más que
nunca se afirmaba la convicción del destino grandioso a cumplirse en mi existencia. Yo
podría ser un ingeniero como Edison51, un general como Napoleón, un poeta como
Baudelaire, un demonio como Rocambole” (EJR 131). Es ésta una identidad moderna en el
sentido de que se sobrepone a lo que la familia y el colectivo esperan de él –esto es, que
trabaje en oficios menesterosos sin renegar nunca de estos–, pero que adolece de la falta de
asidero en la realidad. En los términos desarrollados por René Girard en su obra Mentira
romántica y verdad novelesca (1961), éste constituye un deseo mimético pues, tal como
Don Quijote o Emma Bovary, Astier no desea por sí mismo sino en función de personajes
que han sido idealizados y mitificados y que él se impone como modelos a seguir en su
adolescencia52.
51
El nombre del personaje Erdosain se compone de las letras del apellido del inventor norteamericano más las
iniciales del escritor argentino: EDISON + RA = ERDOSAIN. ¿Invención deliberada o influjo del
inconsciente?
52
Para Girard, “[l]a negación de Dios no suprime la trascendencia pero la desvía del más allá al más acá. La
imitación de Jesucristo se convierte en la imitación del prójimo (…) A medida que el cielo se despuebla, lo
sagrado refluye sobre la tierra (…) La necesidad de trascendencia se «satisface» en la mediación” (Girard,
1961: 58, 61).
48
El protagonista de El juguete rabioso manifiesta no querer ser olvidado; su ilusión más
grande es la de hacer perdurar su nombre en la posteridad gracias a algo que lo haga único
y afamado. Es, de acuerdo con Girard, un deseo que en principio no comporta el bienestar
propio, sino que implica la mirada o el juicio de los demás. Existe, pues, una inmadurez por
parte de Silvio, quien preferiría soportar más precariedad en sus condiciones de existencia
antes que la indiferencia de la gente. Es el suyo un narcisismo que se sacrifica a sí mismo
en pos del aprecio o la censura que los demás puedan tener sobre él, si bien este proceso es
frecuente en la adolescencia y justifica muchas de las decisiones que una persona puede
tomar para su vida adulta:
De pronto se hizo tan evidente en mi conciencia la certeza de que ese anhelo de distinción me
acompañaría por el mundo, que me dije: –No me importaría no tener traje, ni plata, ni nada –y
casi con vergüenza me confesé–: Lo que yo quiero es ser admirado por los demás. ¡Qué me
importa ser un perdulario! Eso no me importa. Pero esta vida mediocre… Ser olvidado cuando
muera, esto sí que es horrible. ¡Ah, si mis inventos dieran resultado! Sin embargo, algún día
moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré
muerto, bien muerto… muerto para toda la vida (EJR 134).
Por su parte, en Erdosain, al ser mayor que Silvio, se han interiorizado más los valores
de la sociedad que lo rodea. Dichos valores son eminentemente burgueses: el trabajo y la
familia son entendidos como instancias netamente naturales en las que está cifrada «la
felicidad humana», lo cual el más elemental análisis marxista desmiente, al demostrar que
la primera está edificada sobre la base de las relaciones de producción capitalista y la
segunda sobre la mentalidad burguesa, además de que ambas se hallan imbricadas de
manera indisoluble53. En este sentido, esas instancias no han sido diseñadas en función de
la plenitud del hombre, sino de su productividad dentro de un estrecho régimen que
controla su vida tanto en el ámbito público como en el privado. Erdosain siente angustia de
quebrantar ese orden, el cual ya se ha introyectado en su superyó: “En realidad, Ud.
quisiera vivir como los demás, ser honrado como los demás, tener un hogar, una mujer,
asomarse a la ventana para mirar [a] los transeúntes que pasan, y sin embargo, ya no hay
53
“La ideología burguesa trata de establecer una barrera entre la esfera pública y la privada. El marxismo, por
el contrario, por lo menos desde El origen de la familia, la propiedad privada y el estado de Engels, ha
demostrado la relación que existe entre familia, modo de producción y forma estatal” (Hernando, 2001: 37).
49
una sola célula de su organismo que no esté impregnada de la fatalidad que encierran esas
palabras: tengo que matarlo” (LSL 121).
Las citas anteriores muestran con claridad que el superyó, lejos de ser algo inherente a la
psique humana, es una construcción cultural en la que reposan los ideales más diversos –
sociales, culturales, políticos, religiosos, etc.– Sin embargo, un somero análisis del superyó
demuestra que esta parte de la psique siempre está permeada por la ideología; ésta última,
en tanto que construcción histórica, no es perfecta ni irreprochable, y se debilita cuando
entra en pugna con otras ideologías o cuando fenómenos diversos de la cultura la erosionan.
La mentalidad mítica permea todas estas idealizaciones, y basta con someter a un juicio
racional y de pruebas dichas construcciones para demostrar lo absurdas, prejuiciosas o
inconsistentes que son. En las obras que son objeto del presente estudio, esto último es
especialmente visible en el caso del personaje de Erdosain, en quien colisionan tendencias
de corte progresista –el saber científico, la crítica implícita del matrimonio burgués, la
participación en un proyecto colectivo que se propone acabar con la explotación
capitalista– con otras reaccionarias y fascistas –el carácter sectario de la Sociedad Secreta,
el uso de la técnica para la destrucción masiva, la incomprensión de las verdaderas causas
de su malestar psíquico y la atribución del mismo a un «destino», etc.–
Entretanto, el yo debe procurar establecer un equilibrio entre el ello y el superyó. Señala
a propósito Freud que “frente al ello, [el yo] conquista el dominio sobre las exigencias de
los instintos, decide así si han de tener acceso a la satisfacción, aplazando ésta por los
momentos y circunstancias más favorables del mundo exterior, o bien suprimiendo
totalmente las excitaciones instintivas. En esta actividad, el yo se ajusta a la consideración
de las tensiones excitativas que ya posee o que le llegan” (Freud, 1940: 13). El yo de
personajes como Silvio Astier o Erdosain vive lleno de tensiones porque no encuentra
salida ni para los instintos más elementales –el hambre, el deseo sexual– ni para las
exigencias de notoriedad y reconocimiento propias del superyó. Es un yo que está sometido
a la necesidad de trabajar de manera extenuante y en condiciones de precariedad, que vive
el mundo como una permanente humillación y el agobio de la imposibilidad de realizarse
50
en cualquier aspecto de la vida54. Las decisiones desesperadas que toman estos personajes
en algunas ocasiones se deben a la enorme presión exterior, al aumento de tensiones
psíquicas que no tienen descarga y que incluso llegan a tener efectos somáticos: la mención
de las venas que laten fuertemente en las sienes es recurrente55 y es un indicio de la
desesperación y la angustia que a menudo experimentan.
Sensación de lo subconsciente
El inconsciente, que constituye en última instancia el gran descubrimiento del
psicoanálisis, es una realidad psíquica captada por Roberto Arlt en sus novelas, si bien en
éstas suele aparecer mencionado como “subconsciente” –término que, dicho sea de paso,
fue abiertamente rechazado por Freud (Freud, “Lo inconsciente”, 1915: 2064)–. Las
actuaciones aparentemente contradictorias de los personajes, así como el trasfondo errático
y desesperado que hay en la forma de escribir de Arlt, hacen que este inconsciente se asome
por momentos aunque, por definición, nunca se descubra. Cuando Erdosain le revela al
Comentador cómo concibió la idea de secuestrar a Barsut, le confiesa que ese deseo, como
otros que en sano juicio nunca se le ocurrirían a un hombre, lo asombró: “me he preguntado
54
Según Óscar Masotta, Erdosain lamenta “su humillación para no olvidar ni por un instante su esencia de
humillado” (Masotta, 1965: 39).
55
Lo significado por las frases siguientes es prácticamente lo mismo; pareciera que, más que un
procedimiento estilístico, dicha imagen fuera obsesiva para Arlt y por eso la reitera con algunos pequeños
cambios: “Con violencia latían mis venas cuando llamé” (EJR 100), “En las sienes me batían las venas
terriblemente” (op. cit.: 148), “Una ola de sangre subió hasta las sienes del hombre” (LSL 66), “Una franja de
temperatura le abrasaba la frente entrándole por las sienes y yéndole a punzar hasta la nuca” (op. cit.: 75), “En
las sienes le batían fuertemente las venas” (op. cit.: 252), “Se aprieta las sienes, se las prensa con los puños;
está ubicado en el negro centro del mundo” (LL 314), “Erdosain sacude la cabeza, semejante a un hombre que
tuviera las sienes horadadas por una saeta” (op. cit.: 315), “Las arterias me daban martillazos en las sienes”
(op. cit.: 437), “el dolor abandonado permanece allí más abrasador, quemándole las sienes, apesantándole los
párpados” (op. cit.: 468), “Erdosain ha vuelto de la calle, con frío en el cuerpo y palpitaciones en las sienes”
(op. cit.: 522). Estas sensaciones figuran en la definición que del fenómeno de la angustia proporciona el
Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano (1996): “Durante mucho tiempo, la angustia ha sido
reconocida en psiquiatría como uno de los síntomas más comunes del trastorno mental. Las descripciones
psiquiátricas de la angustia por lo general se refieren a fenómenos mentales (aprensión, preocupación) y
corporales (sofocación, palpitaciones, tensión muscular, fatiga, vértigos, sudor y temblor)” (Evans, 1996: 38).
51
qué secreto llega a encerrar el alma de un hombre, que sucesivamente le va mostrando
horizontes nuevos, descascarando sensaciones que para él mismo son un asombro por su
origen aparentemente ilógico” (LSL 81).
Un origen sólo ilógico en apariencia, pues en realidad el inconsciente busca la
realización de unas pulsiones que, siendo de por sí violentas, se acentúan cuando las
circunstancias externas las exasperan. En el caso de Erdosain, la motivación para el
secuestro de Barsut no es solamente conseguir dinero para el plan revolucionario del
Astrólogo, sino vengarse de las humillaciones que él le había infligido sucesivamente, más
aún cuando éste le confesó haber sido quien lo delató ante la Compañía Azucarera. El
Comentador afirma, en una de sus notas a pie de página, que eso explicaría la pasividad con
la cual Erdosain actuó inicialmente frente a Barsut, especialmente en el momento en el que
éste último le propinó una bofetada por haberse dejado llevar a Elsa en su presencia: “Este
capítulo de las confesiones de Erdosain me hizo pensar más tarde si la idea del crimen a
cometer no existiría en él en una forma subconsciente, lo que explicaría su pasividad frente
a la agresión de Barsut” (op. cit.: 80).
Más adelante en el texto, es Erdosain mismo quien le expone al Astrólogo un
razonamiento en el que está condensado el conocimiento de la existencia de dicho
“subconsciente”: “en el fondo, adentro, más debajo de nuestra conciencia y de nuestros
pensamientos hay otra vida más poderosa y enorme… y si soportamos todo es porque
creemos que soportando o procediendo como lo hacemos llegaremos por fin hasta la
verdad… es decir, a la verdad de nosotros mismos” (op. cit.: 92). Es por debajo de las
coordenadas racionales y prácticas con las que nos movemos en la cotidianidad que está
contenido un magma de impulsos y de instintos que la educación y el entorno reprimen
pero que nunca pueden anular totalmente. Lo escandaloso de la lectura de El juguete
rabioso y del ciclo conformado por Los siete locos y Los lanzallamas es que los instintos de
los personajes salgan a flote y que la educación recibida y la ley civil ya no basten para
contenerlos, por lo cual Silvio Astier, Erdosain y sus compañeros de delitos planeen con
tranquilidad el robo o el exterminio de otros; y que dicha ley sea vista como la peor
enemiga de sus anhelos vitales. Asimismo, son chocantes los estados de locura simulados
por Erdosain y su manera procaz de expresarse cuando, por ejemplo, le insinúa a Doña
52
Ignacia que su hija puede no ser ya virgen y que él quiere casarse con ella a cambio de
pagarle sus deudas.
En ese orden de ideas, es lógico que la mentalidad burguesa se muestre renuente a este
tipo de contenidos. Sin embargo, dada la marginalidad en la que se mueven los personajes
arltianos, el inconsciente aflora con menos restricciones que en la sociedad burguesa, en la
cual es más frecuente que se guarden más celosamente las apariencias56. En un medio en la
que las máscaras se han quitado y las convenciones e imposiciones sociales han perdido su
fuerza –esto es, el mundo narrado en las novelas de Arlt–, los hombres aparecen sin la
construcción de su yo social y se muestran a los demás tal cual son. Señala al respecto
Beatriz Pastor: “La traición, la violencia y la ferocidad que caracterizaba a estos últimos
[los miembros del hampa], existe también –aunque hipócritamente disimulada– entre los
miembros de la pequeño-burguesía. La única diferencia entre ambos es táctica y viene de la
necesidad que tiene el pequeño-burgués –y que niega el lumpen– de guardar las
apariencias” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 83). Este es uno de los
aspectos que hace tan revolucionaria la literatura arltiana y marca un momento de quiebre
con respecto a la tradición: sus novelas no educan, sino que aluden a los instintos básicos
de defensa y de supervivencia, y los alientan.
Esta presencia del inconsciente en Arlt resulta, con mucho, novedosa para la literatura
argentina y para las letras latinoamericanas en general: en un momento en el que lo que
56
Los movimientos de liberación sexual de las décadas del 60´ y del 70´ no han tenido mayores repercusiones
en el enorme tabú que aún pesa socialmente sobre la sexualidad, del cual no son responsables solamente los
fundamentalismos religiosos. Incluso los medios masivos de comunicación, aparentemente más liberadores
por sus contenidos desinhibidos, la siguen convirtiendo en espectáculo y en mercancía. En cuanto al respeto a
la propiedad, basta un somero acercamiento a las noticias mundiales, y no solamente de Argentina o de
América Latina, para encontrar que las instituciones encargadas de mantener la transparencia no funcionan, y
que aquellas personas que son cuestionadas, en lugar de facilitar la labor de la justicia o de la prensa,
obstaculizan por todos los medios a su alcance que algo en su contra se sepa. En este sentido, cabe citar a
Freud con una frase que, aunque escrita en relación con el adulterio, también se puede aplicar en relación con
la ausencia de reacción frente a estos fenómenos de ocultamiento: “La sociedad culta se ha visto precisada a
aceptar calladamente muchas trasgresiones que según sus estatutos habría debido perseguir” (Freud, 1930:
102).
53
predominaba era la novela de la tierra57, es decir, lo exterior, las novelas de Arlt se adentran
en un mundo mucho más desconocido e indomable, como es el interior de nosotros
mismos.
Principio de realidad vs principio de placer
Las restricciones que impone la realidad al placer son muy numerosas, y se acrecientan
cuando las circunstancias económicas y políticas de una determinada clase social le
impiden el disfrute del ocio. Si se analiza cómo operan el principio de realidad y el de
placer en las novelas arltianas, se descubre que estos no solo se sitúan en el contexto de las
relaciones entre los personajes, sino que se apoyan en el cronotopo en el que tienen lugar
los sucesos narrados. El cronotopo de las novelas arltianas no es un mero telón de fondo en
frente del cual transcurren los hechos58, sino que sirve para apoyar la significación de las
sensaciones de abatimiento y desesperación que a menudo experimentan los personajes e
interviene en el curso de los acontecimientos, en la medida que las características de los
crímenes o la trayectoria vital de los personajes no sería la misma si no se desarrollaran en
pensiones, barrios marginales, cuartos pequeños y desaseados, etc59.
57
Esta novela, que explora la relación del hombre con la naturaleza y que en su momento constituyó una
apuesta política por la definición de la nación en términos de su paisaje, tiene un corpus del que hacen parte
obras como La vorágine (1924) del colombiano José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra (1926) del
argentino Ricardo Güiraldes –de quien fue secretario Arlt– y Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo
Gallegos.
58
Indica al respecto Antonio Garrido Domínguez: “El hombre –y, muy en especial, el artista– proyectan sus
conceptos, dan forma a sus preocupaciones básicas (cuando no obsesiones) y expresan sus sentimientos a
través de las dimensiones u objetos del espacio (…) En este sentido resulta innegable su capacidad
simbolizadora” (Garrido, 1993: 207, 208).
59
Dice el Buscador de Oro, el más abierto crítico de ese entorno: “Las ciudades son los cánceres del mundo.
Aniquilan al hombre, lo moldean cobarde, astuto, envidioso y es la envidia la que afirma sus derechos
sociales, la envidia y la cobardía” (LSL 177). Erdosain también piensa a menudo en “toda la realidad inmunda
de los millares de empleados de la ciudad, de los hombres que viven de su sueldo y que tienen un jefe” (LL
510).
54
La formulación de los principios de realidad y de placer, que según el psicoanálisis
constituyen los motores de la conducta humana, es hecha por Freud en El malestar en la
cultura (1930). Sus palabras se pueden aplicar perfectamente a cada uno de los elementos
narrativos que constituyen el mundo arltiano:
Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la
disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo
exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas,
destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos (…) No es asombroso,
entonces, que bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos suelan
atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transformó, bajo el
influjo del mundo exterior, en el principio de realidad; no es asombroso que se consideren
dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron indemnes del sufrimiento, ni tampoco que
dondequiera, universalmente, la tarea de evitar éste relegue a un segundo plano la de la ganancia
de placer (Freud, 1930: 76, 77).
Los personajes arltianos experimentan el mundo como el escenario de una lucha
permanente, en el cual la ciudad constituye el principal y más monstruoso de los enemigos
y cuyos agentes son los seres humanos a los que, por más cercanos que sean, ven como sus
rivales60, ya que en general se oponen a sus ansias de placer y satisfacción. Estas mismas
ansias tampoco son siempre gratas, pues son tan exigentes que los llevan a cometer locuras
o a caer en la angustia y la desesperación si no son colmadas. Es interesante ver que Arlt
sitúa estos deseos en un contexto en el que la religión ha perdido peso en la mentalidad de
la sociedad, pues muchos personajes se declaran abiertamente ateos o se comportan
contradiciendo las esperanzas religiosas por considerarlas un falso consuelo: “Pero si la
gente lo que necesita es plata… no sagradas verdades” (LSL 21). Cuando nombran a Dios,
lo hacen movidos por la denuncia de su ausencia, o para parodiarlo, lo cual recoge la crítica
nietzscheana a la religión y particularmente al cristianismo61, como cuando el Rufián
Melancólico monologa: “Supongamos que yo pudiera convertirme en Dios. ¿Qué haría yo?
60
Cfr. la afirmación de Ergueta en Los siete locos: “… creer en la bondad de la gente, cuando todo el mundo
lo que tira es a hundirlo a uno y hacerle fama de loco…” (LSL 19) y la de Luciana en Los lanzallamas: “El
alma de nuestros semejantes es más dura que una plancha de acero endurecido” (LL 494).
61
La novela posmoderna abunda en críticas a la religión, especialmente a los monoteísmos (cristianismo,
judaísmo e Islam). Esto ha despertado reacciones fundamentalistas, tales como la condena a muerte
pronunciada por el ayatolá Jomeini contra Salman Rushdie por la publicación de Los versos satánicos (1988).
55
¿A quién condenaría? ¿Al que hizo mal porque su ley era hacer mal? No. ¿A quién
condenaría entonces? A quien habiendo podido convertirse en un Dios para un ser humano,
se negó a ser Dios. A ése le diría yo: ¿Cómo? ¿Pudiste enloquecer de felicidad a un alma y
te negaste? Al infierno, hijo de puta” (LL 350).
El hincapié que hacen las novelas arltianas en el hecho de que los seres humanos sufren
en un ambiente que, tanto en lo público como en lo privado, les resulta hostil, va
intrínsecamente ligado a la locura. Si tanto el principio de placer como el de realidad
imponen restricciones al hombre, ¿cuánto más intensas y numerosas se tornan estas
restricciones cuando el entorno es así de precario y violento? Silvio Astier intenta matarse,
pero no lo consigue; sobre Erdosain, que sí llega a hacerlo, el Comentador hace una
reflexión que hoy calificaríamos de foucaultiana: “No puede escaparse. De un costado está
la cárcel. Del otro el manicomio” (op. cit.: 525). Estas instituciones, que tienen como fin
salvaguardar la propiedad, la integridad y la vida de los miembros de una sociedad son al
mismo tiempo, en determinados casos, productos de ésta: aquello que la amenaza o que no
entiende, es aislado. Pero, ¿qué se puede decir cuando esa «amenaza» es hecha para acabar
con unas estructuras políticas y económicas excluyentes y explotadoras? ¿En qué
circunstancias la «locura»62 puede ser más razonable que lo que la mayor parte de la
sociedad acepta, dado que ésta considera su criterio como el único válido solo porque en
éste se amparan sus beneficios, aun cuando sean injustificados? La profundidad de las
novelas arltianas, más allá de que la Sociedad Secreta sea un engaño, su líder un
oportunista63 y sus seguidores no concreten ninguna revolución, radica en que, tal como lo
hace la buena literatura y el arte, hacen cuestionar al lector acerca de los parámetros sobre
los cuales descansa su espectro de opciones en los distintos ámbitos de la vida.
62
Es claro que tanto el término «amenaza» como el término «locura» son dados por un observador externo y
que se puede ver perjudicado por esos comportamientos. El poder, como diría Foucault, produce cambios en
el lenguaje, que a su vez dependen del lugar en el cual está situado ese poder.
63
Desde la óptica psicoanalítica, “[l]a verdad está íntimamente vinculada al engaño, puesto que las mentiras a
menudo pueden revelar la verdad sobre el deseo con más elocuencia que los enunciados sinceros (…) El
papel del analista es revelar la verdad inscrita en el engaño de la palabra del analizante” (Evans, 1996: 195;
las cursivas son mías). Así, los engaños del Astrólogo y su oportunismo deben ser interpretados como lo que
son: formas de camuflar su deseo de dinero y de obtenerlo a costa de la credulidad de sus seguidores.
56
Una lucha contra la autoridad o ley del padre marcada por el fracaso
Si hay algo que caracteriza a los antihéroes arltianos es la lucha contra un estado de
cosas que consideran inaceptable. Desde su más temprana juventud, los protagonistas saben
que deben poner todo de su parte para que se produzca un cambio en la sociedad. La
cultura, que según el psicoanálisis está elaborada sobre la base de la renuncia a los impulsos
del ello, constituye un orden en el que los individuos son obligados a entrar, lo cual ocurre
desde la más tierna infancia con la aceptación de la autoridad de los padres –o de figuras
que desempeñan su misma función– y el aprendizaje de unos códigos de conducta que se le
presentarán como normas inmanentes que no se pueden infringir. Si bien la cultura
representa numerosos beneficios, implica también la negación frecuente del goce por las
leyes que una sociedad instaura para sus integrantes, las cuales no siempre son razonables.
En una franja de la sociedad como la descrita por Roberto Arlt en sus novelas, son
mayores las privaciones y las carencias que las oportunidades de goce. Para Erdosain, la
autoridad paterna no es una fuente de identificación válida, sino el origen de toda violencia.
Tal como señala Beatriz Pastor en Roberto Arlt y la rebelión alienada, la sensación de
humillación que sufre el personaje proviene de la arbitrariedad y el autoritarismo que
caracterizaron a dicha figura, cuando siendo niño lo amenazaba con golpearlo o lo obligaba
con insultos a hacer los deberes:
Quien comenzó este feroz trabajo de humillación fue mi padre. Cuando yo tenía diez años y
había cometido alguna falta, me decía: mañana te pegaré. Siempre era así, mañana… ¿se da
cuenta? mañana… Y esa noche dormía, pero dormía mal, con un sueño de perro, despertándome
a media noche para mirar asustado los vidrios de la ventana y ver si ya era de día (…) [Al día
siguiente] mientras yo me vestía lentamente, sentía que en el patio ese hombre movía la silla. Al
salir él estaba inmóvil como un soldado, junto a la silla. –Vamos –me gritaba otra vez, y yo,
hipnotizado iba en línea recta hacia él; quería hablar, pero eso era imposible ante su espantosa
mirada. Caía su mano sobre mi hombro obligándome a arrodillarme, yo apoyaba mi pecho en el
asiento de la silla, tomaba mi cabeza entre sus rodillas y, de pronto, crueles latigazos me
cruzaban las nalgas. Cuando me soltaba corría llorando a mi cuarto. Una vergüenza enorme me
hundía el alma en las tinieblas (LSL 62, 63).
La sensación de impotencia experimentada por el personaje se reiterará en la vida adulta,
pues tal como enseña el psicoanálisis, los años de la infancia resultan cruciales en la manera
como una persona se comporta cuando es mayor. El personaje, en lugar de reaccionar frente
a las circunstancias adversas, a menudo se refugia en sus fantasías, en un mundo interior en
57
el que su yo no tiene las trabas y los condicionamientos impuestos por el mundo exterior.
Aunque dicha característica es inherente a la psique humana y hasta benéfica, cuando se
exagera representa un peligro pues conduce a los seres humanos a la inacción o la parálisis.
Los locos arltianos son seres trastornados, en buena medida, por dejarse llevar por su locura
privada sin establecer una relación con el mundo real, por lo cual empiezan a ver ese
entorno hostil como un destino o como un mal merecido64 –tal como fue asumido el castigo
durante el período de la infancia–. Pastor señala que, si bien el padre desaparece con la
infancia, la figura paterna autoritaria se mantendrá en el futuro (Pastor, Roberto Arlt y la
rebelión alienada, 1980: 14) aunque revista nuevas configuraciones, como las de la esposa
o el jefe.
Los intentos de rebelión contra esas nuevas figuras de autoridad están marcados por el
fracaso. Erdosain deja que su esposa administre su salario, lo cual es para él una fuente de
gran insatisfacción. Su jefe, al cual roba, lo descubre, y en el momento en el que es acusado
se queda inmóvil y siente el deseo de contarle “toda la desdicha inmensa que pesaba sobre
su vida” (op. cit.: 8), en una clara rememoración del sentimiento de impotencia y de tristeza
que cuando niño sentía frente a su padre. Estas figuras de autoridad se sentirán a menudo
extrañadas de que Erdosain no se comporte como un adulto, y esto se debe a que, aunque
exteriormente asumió la ley del padre, nunca llegó a asumirla interiormente, y por eso el
mundo de la fantasía cobra para él una importancia exagerada en contraposición a la
realidad, a la que concibe como algo intrínsecamente hostil y negativo.
La ciudad entera, descrita en términos deshumanizantes y en cuyas calles transitan seres
perturbados y agresivos, representa para él un agigantamiento y una exteriorización de la
autoridad paterna, frente a lo cual aparece como un posible remedio la percepción mística
64
Monologa Silvio Astier en El juguete rabioso: “Algunas veces en la noche. –Piedad, quién tendrá piedad de
nosotros. Sobre esta tierra quién tendrá piedad de nosotros. Míseros, no tenemos un Dios ante quien
postrarnos y toda nuestra pobre vida llora. ¿Ante quién me postraré, a quién hablaré de mis espinos y de mis
zarzas duras, de este dolor que me surgió en la tarde ardiente y que aún es en mí? Qué pequeñitos somos, y la
madre tierra no nos quiso en sus brazos y henos aquí acerbos, desmantelados de impotencia. ¿Por qué no
sabemos de nuestro Dios? ¡Oh! Si Él viniera un atardecer y quedamente nos abarcara con sus manos las dos
sienes. ¿Qué más podríamos pedirle? Echaríamos a andar con su sonrisa abierta en la pupila y con lágrimas
suspendidas de las pestañas” (EJR 194).
58
de Dios. Tal como indica Pastor, dicha figura “[d]e un modo u otro es invocada en la
mayoría de los momentos de crisis” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 55);
sin embargo, dicha figura no pasa de ser una “perpetuación de la estructura ideológica
engendrada por la figura paterna durante la infancia” (op. cit.: 55), que no soluciona los
problemas reales y concretos del hombre. A la luz del psicoanálisis, toda mentalidad
religiosa se alimenta del mecanismo de culpa creado en la infancia65, de tal manera que
“[l]a existencia de la figura divina en la conciencia del adulto es una transposición directa
de la presencia de la figura autoritaria del padre en la vida del niño” (op. cit.: 55, 56). El
trauma sufrido en la infancia lo hace responsabilizar a Dios –o a su ausencia– de su
sufrimiento personal o el del entorno social66, lo cual no pasa de ser una percepción
mistificadora que falsea la realidad y que es producto de las fantasías alimentadas por él de
manera muchas veces inconsciente.
Es interesante, por otra parte, analizar si hay una nueva flexión de la figura paterna en el
personaje del Astrólogo. A semejanza de una familia en la que él cumple el papel de líder,
65
En Tótem y tabú (1913), Freud estableció que, de la misma manera que el niño diviniza a la figura paterna,
atribuyéndole unos poderes extraordinarios y la omnisciencia, la horda primitiva en las épocas más remotas
de la humanidad divinizó al pater familiæ, hombre que ejercía despóticamente su autoridad pero que una vez
asesinado pasó a representar, para sus sucesores, unos ideales y un culto que terminaron por convertirlo en un
dios: “Los hermanos expulsados [de la horda] se reunieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver,
poniendo así un fin a la existencia de la horda paterna. Unidos, emprendieron y llevaron a cabo lo que
individualmente les hubiera sido imposible. Puede suponerse que lo que les inspiró el sentimiento de su
superioridad fue un progreso de la civilización, quizá el disponer de un arma nueva. Tratándose de salvajes
caníbales, era natural que devorasen el cadáver. Además, el violento y tiránico padre constituía seguramente
el modelo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la asociación fraternal, y al devorarlo, se
identificaban con él y se apropiaban una parte de su fuerza. La comida totémica, quizá la primera fiesta de la
humanidad, sería la reproducción conmemorativa de este acto criminal y memorable, que constituyó el punto
de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones morales y de la religión” (Freud, 1913: 185,
186).
66
“Erdosain entreabre los ojos. Dios. El Infinito. Dios. Cierra los ojos. Dios. Una obscuridad espesa se
desprende de sus párpados. Cae como cortina. Lo aísla y lo centraliza en el mundo (…) Erdosain mira de
reojo el ángulo de su cuarto. Sin embargo es imposible escaparse de la tierra. Y no hay ningún trampolín para
tirarse de cabeza al infinito. Darse entonces. ¿Pero darse a quién? A alguien que bese y acaricie el cabello que
brota de la mísera carne? ¡Oh, no! ¿Y entonces? ¿A Dios? Pero si Dios vale menos que el último hombre que
yace destrozado sobre un mármol blanco de una morgue. –A Dios habría que torturarlo, –piensa Erdosain.
¿Darse humildemente a quién?” (LL 343, 344).
59
él reúne a varios desdichados que acogen sus planes de hacer una revolución. Pero, por más
que el Astrólogo tenga razón en muchas de sus críticas, en especial las dirigidas contra el
sistema capitalista y la connivencia de éste con los gobiernos estatales67, no deja de ser un
oportunista, pues al final de la obra se escapa con el dinero robado a Barsut y en ningún
caso llega a cumplir los planes en los que mantuvo ocupados a sus seguidores. Erdosain
deposita su confianza en él como una manera de restablecer y restituir, inconscientemente,
la figura paterna, sin darse cuenta de que va a ser víctima de un doble fraude: el asesinato
de Barsut es una farsa y su diseño de la fábrica de fosgeno no es llevado a cabo en la
realidad. Así, en la orientación ideológica de la obra arltiana subyace, en últimas, una
crítica a todo discurso político o religioso, pues incluso aquellos que se proclaman como los
más liberadores no dejan de ser, en sus novelas y en la visión de mundo que emana de
éstas, meras tácticas para dominar a los otros y hacerlos trabajar en pro de sus propios
intereses, desconociendo el valor intrínseco del ser humano y sus problemas reales y
concretos.
Hay, pues, un rechazo completo a la autoridad o ley del padre, a la que se responsabiliza
de ser la más grande coartadora de la creatividad y del goce. Es, además, una autoridad que
produce, sistemáticamente y a lo largo de los distintos momentos de la vida, un
falseamiento o mistificación de la realidad que en lugar de contribuir al crecimiento
humano, lo desconoce y lo convierte en una mera pieza al servicio de intereses ajenos a él
por completo68.
67
68
Véase especialmente el capítulo “El Abogado y el Astrólogo” en Los lanzallamas.
Frente a la crisis de la autoridad paterna, de sus funciones y de su estatus en la sociedad contemporánea,
algunos asumen “conductas adictivas del tipo de las toxicomanías” (Landman, 1997: 141), mientras otros
“han recurrido a ideologías que propugnan un retorno en regla a la norma o a las sectas que están organizadas
como masas freudianas artificiales, especialmente rígidas (…) Por una parte, se observa una oferta incesante
de transgresión de la ley (…) por otra parte hay un incremento de popularidad de las instituciones políticas o
religiosas que se apoyan en una pasión por la norma” (op. cit.: 142). En todos estos casos, el individuo falsea
la realidad.
60
La mujer, objeto privilegiado del deseo
¿Cómo es la relación de Erdosain con las mujeres? El deseo erótico, que ha hecho
correr ríos de tinta a creadores literarios y a psicoanalistas, es inquietante si es examinado
desde ciertas figuras del inconsciente que hacen comprenderlo, más allá del simple deseo
físico, de manera inusual. El Edipo, por ejemplo, que a un siglo de haberse formulado sigue
levantando resquemores, consiste en el remplazo del objeto primario del deseo –esto es, la
madre– por una o varias mujeres en las que se deposita el afecto en la vida adulta. Si la
infancia de Erdosain estuvo marcada por las constantes humillaciones a las que lo sometía
su padre, así como por la amenaza de darle una paliza al día siguiente y por ello no poder
dormir tranquilo, es lícito suponer que todo el afecto se pusiera en la figura materna. Lo
extraño es que la manera como el personaje trata a sus amadas es ambigua: si por una parte
las desea fervientemente, por otra las lastima. La crisis matrimonial que sale a flote en la
narración que Elsa le hace a la monja sobre su relación con Erdosain consiste en cómo el
afecto inicial que él le profesa se va deteriorando conforme ella le exige dedicarse a
trabajos económicamente productivos69. Luego, él no tiene reparos en ocultarle a su mujer
que frecuenta los prostíbulos, y ella incluso accede a proteger a una muchacha que él
encontró en situación de extrema pobreza y que ejercía el oficio de prostituta.
La voluntad de proteger a una mujer y el llenarla de cuidados y de mimos excesivos se
explicaría, desde el psicoanálisis, por el afecto experimentado por el niño al recibir las
atenciones maternales. En su confesión, Elsa advierte las inexplicables vacilaciones del
comportamiento de Erdosain para con ella, además de que una descripción como la
siguiente hace pensar en la injerencia del Edipo, con todo lo que contiene de amor y de odio
por el objeto de deseo:
69
Señala al respecto Beatriz Pastor: “En el aspecto social, la esposa cumple una función integradora. Como la
madre anteriormente, insiste en la importancia del dinero y del trabajo. Al presionar al personaje para que se
dedique a actividades remuneradas y sancionadas por la sociedad, se inscribe en la línea de todos los que han
ido creando y acentuando la escisión del personaje entre aspiraciones profundas y actividad social, y pasando
a estar funcionalmente en el mismo grupo que el padre, la madre, los jefes… etc.” (Pastor, Roberto Arlt y la
rebelión alienada, 1980: 23).
61
A veces he pensado que debía odiarme profundamente, y que solo se quedaba a mi lado para
martirizarme. Y sin embargo él era el mismo hombre. El mismo hombre que un día me había
acariciado con manos tímidas de rubor, el mismo hombre que apoyaba la cabeza en mis rodillas,
sentado a mis pies, y a quien yo entonces miraba con asombro mezclado de burla, porque al fin y
al cabo, era una mujer como otra para merecer tan exagerada adoración (LL 409).
Lo interesante es que el mismo Comentador aventura su propia hipótesis de explicación
de acuerdo con lo vivido por el personaje en su infancia, cuando éste se divertía
destruyendo una fortaleza de barro que poco antes le había costado mucho trabajo edificar:
“En este acto del Erdosain niño, ¿podemos encontrar un símil con la conducta que observa,
destruyendo casi sistemáticamente aquello que más ama, cuando ya es mayor?” (op. cit.:
476).
El sometimiento de Erdosain a la mujer es consecuencia del Edipo, el cual, según Freud,
no hace sino actualizar, en la vida adulta, el temor a dejar de ser amado por la figura
materna: “Como residuo de la fijación erótica a la madre, suele establecerse una excesiva
dependencia de ella, que más tarde continuará con la dependencia de la mujer” (Freud,
1940: 79). Pero, ¿qué hace que Erdosain no se oponga a que el capitán se lleve a Elsa en su
mismísima presencia? Si se tiene en cuenta que la novela finalizará con el asesinato de la
Bizca y con el suicidio de Erdosain, no sería extraño que éste hubiera podido reaccionar
violentamente frente a ese suceso. Así que, si lo permite, es porque una parte de su
inconsciente así lo quiere: se trata de la escena primitiva. Dicha escena consiste en la
visión, imaginada en la infancia de manera consciente –aunque en contacto con el sistema
inconsciente o preconsciente–, de la cópula de los progenitores; en el caso de Erdosain, esa
unión implicaría una dosis considerable de violencia por parte del padre, dada la manera
como éste ha sido descrito a todo lo largo del relato. En una de las discusiones que tienen
Elsa y Erdosain, éste le dice a ella que no la habría reconvenido por conseguirse un amante:
“A tu lado hasta he experimentado curiosidades infames… Si hubieras tenido un amante,
no te reprochara nada… Te hubiera observado. Hasta he llegado a desear que lo tuvieras…”
(LL 435). Estas circunstancias y declaraciones llevan a pensar que Erdosain siente un placer
inconsciente en ser el espectador de una escena primitiva, actualizada en las figuras de su
62
esposa y el capitán, lo cual, desde la óptica freudiana, comporta una dimensión
parcialmente homosexual70.
Cualquiera que sea el caso, tanto la psique de Erdosain como la de su antecesor Silvio
Astier están acuciosamente invadidas de sueños eróticos, en los que las mujeres despiertan
desde los deseos más tiernos hasta los más carnales. El erotismo, en el adolescente, es un
deseo impreciso en el que se mezclan la curiosidad, las fantasías y la idealización de la
persona amada, como cuando Astier monologa:
Algunas veces, en la noche, hay rostros de doncellas que hieren con espada de dulzura71. Nos
alejamos, y el alma nos queda entenebrecida y sola, como después de una fiesta.
Realizaciones excepcionales… se fueron y no sabemos más de ellas, y sin embargo nos
acompañaron una noche teniendo la mirada fija en nuestros ojos inmóvil… y nosotros heridos
con espadas de dulzura, pensamos cómo sería el amor de esas mujeres con esos semblantes que
se adentraron en la carne. Congojosa sequedad del espíritu, peregrina voluptuosidad áspera y
mandadora.
Pensamos cómo inclinarían la cabeza hacia nosotros para dejar en dirección al cielo sus labios
entreabiertos, cómo dejarían desmayarse del deseo sin desmentir la belleza del semblante un
momento ideal; pensamos cómo sus propias manos trizarían los lazos del corpiño…
Rostros… rostros de doncellas maduras para las desesperaciones del júbilo, rostros que
súbitamente acrecientan en la entraña un desfallecimiento ardiente, rostros en los que el deseo no
desmiente la idealidad de un momento. ¿Cómo vienen a ocupar nuestras noches?
Yo me he estado horas continuas persiguiendo con los ojos la forma de una doncella que durante
el día me dejó en los huesos ansiedad de amor.
Despacio consideraba sus encantos avergonzados de ser tan adorables, su boca hecha tan sólo
para los grandes besos; veía su cuerpo sumiso pegarse a la carne llamadora de su desengaño e
70
Esta dimensión se refuerza en la expectativa que tiene Erdosain de que un «millonario melancólico y
taciturno» lo mande “llamar de un momento a otro al observar su semblante de músculos endurecidos por el
sufrimiento de tantos años” (LSL 30), así como en su admiración y sometimiento al Astrólogo y la insistencia
del texto en “la corpulencia de un negro, cuya mano perdíase en el trasero de un pequeño” (op. cit.: 192, 194,
196-198). También llama la atención, en El juguete rabioso, la existencia de un personaje homosexual, el cual
tiene un altercado con Silvio Astier cuando éste intenta hospedarse en una pensión.
71
¿Qué le dice al psicoanálisis la recurrente alusión al amor a partir de un juego de contrarios? Que se trata de
un deseo y de un goce no exento de dolor. En una obra como El erotismo (1957), Georges Bataille explica
que “[h]asta la pasión feliz lleva consigo un desorden tan violento, que la felicidad de la que aquí se trata, más
que una felicidad de la que se puede gozar, es tan grande que es comparable con su contrario, con el
sufrimiento” (Bataille, 1957: 24). Véase también la definición de goce dada por Dylan Evans en su
Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano (1996), citada en la nota a pie número 32.
63
insistiendo en la delicia de su abandono, en la magnífica pequeñez de sus partes destrozables, la
vista ocupada por el semblante, por el cuerpo joven para el tormento y para una maternidad,
alargaba un brazo hacia mi pobre carne; hostigándola, la dejaba acercarse al deleite (EJR 88, 89).
Y también:
Estoy colmado de imprecisos deseos, de una vaguedad que es como neblina, y adentrándose en
todo mi ser, lo torna casi aéreo, impersonal y alado. Por momentos el recuerdo de una fragancia,
de la blancura de un pecho, me atraviesa unánime, y sé que si me encontrara otra vez junto a ella
desfallecería de amor; pienso que no me importaría pensar que ha sido poseída por muchos
hombres y que si me encontrara otra vez junto a ella, en esa misma sala azul, yo me arrodillaría
en la alfombra y pondría la cabeza sobre su regazo, y por el júbilo de poseerla y amarla haría las
cosas más ignominiosas y las cosas más dulces.
Y a medida que se destrenza mi deseo, reconstruyo los vestidos con que la cortesana se
embellecerá, los sombreros armoniosos con que se cubrirá para ser más seductora, y la imagino
junto a su lecho, en una semidesnudez más terrible que el desnudo.
Y aunque el deseo de mujer me surge lentamente, yo desdoblo mis actos y preveo qué felicidad
sería para mí un amor de esa índole, con riquezas y con gloria; imagino qué sensaciones
cundirían en mi organismo si de un día para otro, riquísimo, despertara en ese dormitorio con mi
joven querida calzándose semidesnuda junto al lecho, como lo he visto en los cromos de los
libros viciosos72 (op. cit.: 109, 110).
Además de las huellas del deseo en pasajes como los anteriores, es importante destacar
en ellos el uso de la prosa poética. En una sintaxis extraña como la que predomina en la
escritura de Arlt, fragmentos como los anteriormente citados demuestran que el escritor no
es ignorante de la forma, sino que reserva el lirismo para la ensoñación en medio de la
enormidad de un caos que, teniendo en cuenta las influencias vanguardistas de la época, se
transmitía mejor a los lectores rompiendo el orden convencional de las frases y de sus
componentes.
Ya en la edad adulta, un personaje como Erdosain manifiesta una sexualidad errática:
además de sus visitas a los prostíbulos, su relación con las mujeres con las que se involucra
sentimentalmente varía de manera ostensible. Además de las oscilaciones en su conducta
72
La pornografía es un arma de doble filo: si por una parte elimina los prejuicios morales y las prohibiciones
de tipo religioso –en particular del monoteísmo, el cual es monolítico frente al sexo–, introduce la sexualidad
en el circuito de las mercancías y nunca llega a constituir una fuente de satisfacción plena. Caso de Erdosain,
quien se imagina “una mujer fragmentaria y completa, una mujer compuesta por cien mujeres despedazadas
por los cien deseos siempre iguales (…) [Una] mujer arbitraria, amasada con la carnadura de todas las
mujeres que no había podido poseer” (LSL 115, 116).
64
amorosa con respecto a Elsa, su actitud no es clara ni frente a Luciana ni frente a la Bizca.
A la primera, por ejemplo, la rechaza, a pesar de que es ella quien le ofrece su cuerpo,
descrito en términos de poderosa sensualidad y frente al cual muestra su temor a la
impotencia:
El vestido se atorbellina, y cae en redor de las piernas de la doncella. Su camisa, sostenida por
un brazo, traza un triángulo oblicuo sobre su cabeza. La blancura lechosa de sus amplias caderas
colma el cuarto de una grandeza titánica. Erdosain mira sus redondos senos, de pezones
rodeados de un halo violeta, y un mechón rubio de cabellos, que escapa de su sexo, entre las
rígidas piernas apretadas, y piensa: –Sólo un gigante podría fecundarla (LL 494, 495).
Asimismo, a la Bizca la asesina, a pesar de que ella nunca le dio motivos para cometer
ese crimen. Ante la fuerza del Eros, es Tánatos el que triunfa: Erdosain hace daño porque
busca una víctima para después poder sentirse plenamente culpable73. En el asesinato de la
Bizca, por ejemplo, es muy sugerente la descripción del cuerpo de Erdosain una vez ha
cometido el homicidio, pues pareciera que es él mismo el que se ha asesinado –cosa que, de
hecho, no tardará en suceder–, pues en ocasiones la psique busca maneras simbólicas de
descargar sus contenidos violentos haciéndole a otro aquello que en realidad quisiera para
sí74: “Erdosain, precipitándose en el movimiento, hundió el cañón de la pistola en el blando
cuévano de la oreja, al tiempo que apretaba el gatillo. El estampido lo hizo desfallecer. El
cuerpo de la jovencita se dilató bajo sus miembros con la violencia de un arco de acero.
Durante varios minutos, Erdosain permaneció inmóvil, estirado oblicuamente sobre ella, la
carga del cuerpo, soportada por un brazo” (op. cit.: 585).
Lejos de ser armónicas, las relaciones de los personajes masculinos arltianos con las
mujeres están atravesadas por un frenesí, en el cual el deseo puede tornarse violento y
conducir a la disgregación del Eros que mantiene unida a una sociedad. Por su parte, al
73
Señala al respecto Pastor: “El personaje es capaz de asumir su sexualidad sólo de manera emocionalmente
negativa. El placer sexual, por su asociación ineludible con esas emociones negativas –terror, remordimiento–
se nos presenta situado dentro de un marco potencialmente sadomasoquista. Placer y sufrimiento son
inseparables, dada la estructura psicológica del personaje, que asocia siempre gratificación con castigo”
(Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 44).
74
Tal es el caso de algunos comportamientos rituales, que tanto en las sociedades «primitivas» como en las
«modernas» permiten la descarga de las tensiones y de los impulsos de muerte. Para el inconsciente, como en
el sueño, no hay diferencia entre asesinar/ser asesinado.
65
estar aprisionadas por unas convenciones sociales restrictivas y unos condicionamientos
económicos ineludibles, las mujeres quedan expuestas a un terreno, abonado por el
capitalismo, en el que los hombres las ven como mercancías. Es por esto que Silvio Astier y
Erdosain mistifican la sexualidad y la ven como algo sagrado si se trata de mujeres
adineradas, a las que nunca podrán acceder, y como algo impuro si se trata de mujeres de su
misma o peor condición económica y social. Señala al respecto Beatriz Pastor:
Las gratificaciones, el goce, pertenecen a una clase económicamente privilegiada –la de los
ricos– clase a la que de ningún modo puede acceder alguien como Astier o Erdosain. Es por ello
que la sexualidad realizada de manera positiva aparece dentro del universo arltiano únicamente
asociada al mundo de los ricos. El personaje concibe la posibilidad real del placer sexual sólo
asociada a una cuenta bancaria de varios millones que suprima la contaminación del trabajo, y
con una señorita aristocrática cuya pertenencia de clase implique la ruptura del nexo sexualidaddinero, tal como el personaje la ha interiorizado en su experiencia del noviazgo y del matrimonio
pequeño-burgués (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 30).
–¿Y el sol? –implora su alma. –¿El sol de la noche? (LL 523)
La inaprensibilidad de lo Otro: narcisismo y melancolía
Los personajes de Roberto Arlt viven permanentemente acuciados por la necesidad de
restablecer un contacto con lo Otro, que aunque por momentos adquiere una forma
particular –el amor, el éxito político, el reconocimiento social–, es en última instancia un
ansia de otredad que no puede saciarse. Esta experiencia hace que estén permanentemente
desilusionados, que se sientan interiormente vacíos y que vean el mundo como un caos sin
salida posible. El malestar inherente a las necesidades insatisfechas de toda vida humana se
acentúa cuando se considera que el entorno social y político ha establecido una serie de
privaciones que, en lugar de permitir el crecimiento personal de los individuos, mutila su
energía psíquica y la libertad de su pensamiento y de su cuerpo. En este proceso, es el yo
interior el que más sufre, pues sin tener la posibilidad de llevar a cabo en la realidad los
impulsos del ello, tiende a considerarlos como algo intrínsecamente malo, así como
también el superyó es alimentado por las imposiciones de la ideología que domina en un
contexto determinado.
66
El sujeto, pues, vive la experiencia de estar descentrado, pues el objeto de su deseo
siempre permanece fuera de su alcance. La imposibilidad de reconciliar el sujeto con su
objeto de deseo es un acontecimiento que marca el inicio de la modernidad en la literatura:
ni Don Quijote ni Emma Bovary pueden ya cumplir sus anhelos más profundos, por lo cual
están irremediablemente enemistados con el mundo75. Esta imposibilidad se lleva al
extremo en la literatura del s. XX, en la cual las circunstancias se han hecho tan dramáticas
que los sujetos son perpetuamente negados, vistos sólo en función de intereses políticos o
económicos, y por lo cual su psique se halla irremediablemente fragmentada. El yo interior,
único espacio disponible para el sujeto, es conquistado por dichos intereses, los cuales lo
manipulan en aras de su propio provecho. En ese orden de ideas, es lógico que aquello que
caracterice al sujeto del s. XX, así como a sus antihéroes literarios, sea la experiencia del
vacío, la imposibilidad de realizarse y de reconocerse frente a sí mismos y frente a los
otros.
El narciso, que para Freud constituía una construcción del yo que se ha decepcionado de
las figuras materna y paterna y que en compensación a ello ha instaurado un culto de sí
mismo, merece revisarse dentro de este contexto. No es un narcisismo de vida, sino uno de
muerte, el que surge de un estado de cosas como el anteriormente descrito. La melancolía,
marca de los héroes literarios modernos, pierde su nombre de estirpe clásica y de
connotaciones románticas para convertirse, en el s. XX, en depresión. Señala al respecto
Freud:
La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso,
una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición
de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y
acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante
espera de castigo76 (Freud, “Duelo y melancolía”, 1915: 2091).
75
Cfr. Mentira romántica y verdad novelesca (1961) de Girard.
76
Muchas de las características reseñadas por Freud se advierten en el personaje de Erdosain.
67
Kristeva, por su parte, en su clásico estudio titulado Sol negro77. Depresión y melancolía
(1987), señala: “Se denomina melancolía la sintomatología característica de la situación
hospitalaria, de inhibición y de asimbolía, que se instala por momentos o de manera crónica
en un individuo, alternándose la mayoría de las veces con la fase llamada manía de
exaltación” (Kristeva, 1987: 14).
La manía de exaltación que se advierte tan frecuentemente en los personajes arltianos no
representa una reanimación de la vida que amenaza con extinguirse, sino un brote violento
de sus instintos de destrucción. Pues aquello que verdaderamente impulsa a estos
personajes es el deseo de aniquilar a otros, de hacerles daño para restaurar así su yo
personal. Un narcisismo de muerte impregna la construcción de los personajes de Arlt: la
salida que obtienen sus ansias de distinción y reconocimiento es planear cómo robar a otro
o asesinarlo, e incluso hacerlo en masa con tecnologías letales, tal como se discute en el
seno de la Sociedad Secreta del Astrólogo. Es extraño, a la luz de la psicología tradicional,
que un personaje como Erdosain pase en un breve instante de considerarse un genio a verse
como el hombre más desdichado o abyecto del planeta. Sin embargo, el escrutinio
psicoanalítico del texto permite entender que ambos estados de conciencia responden a un
mismo concepto: es su narciso el que se mueve entre el placer de saberse intelectualmente
más capaz que los otros y el dolor de sentirse desprotegido y culpable, lo cual lo lleva a
extraer conclusiones delirantes. Si en algunos momentos Erdosain o Silvio Astier pasean
por los lugares más deprimentes como buscando un eco de su estado de ánimo abatido78, en
otros se considerarán como los poseedores de los saberes más sofisticados para lograr un
invento importante y convertirse en hombres adinerados y famosos.
77
El símbolo del Sol negro, recurrente en el Romanticismo, alude a los estados de depresión y melancolía
estudiados por Kristeva en creadores como Holbein, Nerval, Dostoievski y Duras; la mención de un «sol de la
noche» en Arlt, así como sus personajes crónicamente insatisfechos, permitirían añadirlo a esta lista de figuras
en las que el abatimiento de ánimo tuvo un importante papel en la creación artística.
78
Señala al respecto Starobinski: “La experiencia afectiva de la melancolía, a menudo dominada por el
sentimiento de la pesantez, es inseparable de la representación de un espacio hostil, que bloquea o hunde toda
tentativa de movimiento, y que deviene de este modo el complemento externo de la pesantez interior”
(Starobinski, 1989: 41; la traducción es mía).
68
En su libro Narcisismo de vida, narcisismo de muerte (1983), Green nos advierte que el
narciso, como entidad independiente, es desde hace tiempo “una divinidad desdeñada del
panteón psicoanalítico” (Green, 1983: 17; las cursivas son mías), puesto que es más
correcto hablar de estructuras narcisistas. Esto permitiría entender que los personajes, con
sus comportamientos, se orienten en algunas ocasiones hacia el placer y en otras hacia la
muerte. El primero de estos, sin embargo, es tan reiterativamente inaccesible, que la energía
psíquica se descarga en actuaciones destructivas. La desesperación y la angustia padecidas
por los locos de Arlt los conducen a menudo a la vivencia de la muerte psíquica, entendida
como “una búsqueda activa, pero no de la unidad, sino de la nada; es decir, de un
rebajamiento de las tensiones hasta el nivel cero, que es la aproximación de la muerte
psíquica” (op. cit.: 23). Un ejemplo de ello es que después de que Elsa le confesara a
Erdosain que de haber sido soltera tendría un amante, él se siente tan herido en su amor
propio –y en la imagen idealizada que tenía de su esposa– que queda postrado en una cama,
en un cuadro que hoy identificaríamos con una profunda depresión: “explicando esos
momentos, [Erdosain] recordó que se mantenía inmóvil, en la cama, temeroso de romper el
equilibrio de su enorme desdicha, que aplomaba definitivamente su cuerpo horizontal en la
superficie de una angustia implacable” (LSL 107). Y es que Erdosain, más que concebir a
Elsa como un ser humano con cualidades y defectos, la agigantó en su fuero interno hasta
llegar a concebirla como una mujer desprovista de todo ejercicio de la sexualidad, una
«espiritualidad pura» sin cuerpo. De ahí que la destrucción de dicha mistificación le resulte
tan dolorosa, al igual que para Silvio Astier verse menospreciado en la sociedad por ser
pobre –aunque cuente con talento intelectual–, o para el mismo Erdosain ser rebajado por
toda una serie de instancias que no le permiten ser libre ni creativo, tales como su esposa,
su jefe y su propio superyó, construido con base en las humillaciones y castigos que le
infligía su padre.
Si se estudian los demás puntos neurálgicos de las redes de personajes inscriptas en las
novelas que son objeto del presente estudio, se advierte que los locos arltianos lo son en
buena medida por la obcecación con la que buscan ese Otro que nunca llega. Este deseo de
otredad, inherente a la condición humana, se torna más intenso en una sociedad en la que se
alimenta el narciso pero que crea cada vez más barreras para impedir que éste sea
69
satisfecho. Esta situación, propia del capitalismo, se torna más aguda en un país como la
Argentina de las décadas de 1920 y 1930, en la cual sólo una parte reducida de la sociedad
goza del bienestar, dejando a una inmensa mayoría por fuera de las comodidades e incluso
de los bienes de primera necesidad. El narciso de Erdosain tiene fantasías en las que él se
ve investido como emperador, teniendo a su antojo riquezas, adulaciones y a las mujeres
más hermosas; pero él sabe que, aun si las cosas fueran así, él seguiría estando triste:
Aun cuando bailaran las más hermosas mujeres de la tierra en torno tuyo, aun cuando todos los
hombres se arrodillaran a tus pies, y los bufones y aduladores saltaran, danzando volteretas
frente a ti, estarías tan triste como lo estás ahora, pobre carne. Aun cuando fueras Emperador. ¡El
Emperador Erdosain! Tendrías carruajes, automóviles, criados perfectos que besarían, a una
señal tuya, el orinal donde te sientas, ejércitos de hombres uniformados de rojo, verde, azul, caki
[sic], negro y oro. Mujeres y hombres te lamerían dichosos las manos, con tal que les
prostituyeras las esposas o las hijas. Tendrías todo eso, Emperador Erdosain, y tu carne
endemoniada y satánica se encontraría tan sola y triste como lo está ahora (LL 340, 341).
Es interesante ver que el narciso de un ser humano no se colma nunca, lo cual obedece a
que si la existencia misma del narciso implica un juicio negativo sobre la realidad, la
idealización siempre podrá rebasar a ésta, limitada y restrictiva por definición.
El dinero como factor de mediación de las relaciones humanas
Hay un tema en el que los análisis de Noé Jitrik y Ricardo Piglia hacen particular énfasis
al intentar comprender el motor de las relaciones entre los personajes de Roberto Arlt: es la
cuestión del dinero, el cual aparece como la principal motivación para las actuaciones, los
diálogos y el ocultamiento de los delitos. No hay una sola obra arltiana en la que éste no
tenga un peso fundamental, y se puede afirmar que es un eje primordial de cada una. Señala
Piglia al respecto: “El dinero –podría decir Arlt– es el mejor novelista del mundo: legisla
una economía de las pasiones y organiza –en el misterio de su origen– el interés de una
historia donde la arbitrariedad de los canjes, las deudas, las transferencias es el único
enigma a descifrar” (Piglia en Goloboff, 2000, p. 806). Las narraciones de Arlt pueden
considerarse, en este sentido, como continuadoras de las novelas decimonónicas que
retratan a la burguesía, en las cuales los comportamientos están supeditados a aquello que
impone la infraestructura económica, esto es, el dinero como única medida para todos los
70
intercambios existentes entre los individuos. La cosificación en esas condiciones resulta
evidente: en un mundo en el que todo está determinado por las cuestiones comerciales, todo
llega a tener precio, incluso aquellas cosas que en épocas anteriores al dominio de la
burguesía fueron establecidas como valores supremos o trascendentales79:
… en todas las partes y en todas las casas se hablaba de dinero. Ese campo era un pedazo de la
provincia de Buenos Aires, pero qué importa. Allí esos hombres y esas mujeres, hijos de
italianos, alemanes, de españoles, de rusos o de turcos, hablaban de dinero. Parecía que desde
criaturas estaban acostumbrados a oír hablar del dinero. A juzgar los hombres y sus pasiones,
todos sus sentimientos los controlaba una sed de dinero. Juzgaban los casamientos y los
noviazgos por el número de hectáreas que sumaban tales casamientos, por los quintales de trigo
que duplicaban esos matrimonios (…) aquello ya era increíble. En la mesa, a la hora del té,
cenando y después de cenar, hasta antes de acostarse, la palabra dinero venía a separar a las
almas. Se hablaba del dinero a toda hora, en todo minuto, el dinero estaba ligado a los actos más
insignificantes de la vida cotidiana, en el dinero pensaban las madres cuyos hijos deseaban que
ellas se murieran de una vez (…) las muchachas antes de aceptar un novio pensaban en el dinero,
los hombres antes de escoger una mujer investigaban su hijuela80 (LL 296, 297).
Aunque la anterior descripción hace referencia específicamente al mundo rural, se puede
aplicar sin mayores modificaciones al entorno urbano en el que predominantemente se
mueven los personajes arltianos. Estos personajes, en este orden de ideas, no tienen
escrúpulos para actuar en pos del dinero: Beatriz Pastor llega a la conclusión de que la
única diferencia entre la manera como Arlt retrata a la pequeña burguesía y al hampa radica
en que, en ésta última, los individuos se han quitado las máscaras, no ocultando ya su
ferocidad ni los intereses que en realidad los mueven.
Pero dado que la burguesía desea crearse y conservar un aura que la justifique, oculta
sus intereses reales y convierte la obtención de dinero en algo ejemplar y deseable, una
especie de «recompensa» al esfuerzo o sacrificio que implica ganarlo. Los personajes
arltianos, influenciados por este sistema de valores –mas no determinados por él–
reaccionan buscando maneras de apropiarse del dinero, pero sin seguir los patrones del
79
Heredero de la tradición balzaciana, las novelas de Arlt resaltan el papel del dinero en la sociedad burguesa.
Papá Goriot llega a afirmar que “[e]l dinero es la vida, la moneda lo puede todo” (Balzac, 1835: 126), criterio
según el cual se comportan tanto la mayoría de los personajes de Balzac como los de Arlt, y por el cual
desconocen todo lo demás.
80
“Documento donde se reseñan los bienes que tocan en una partición a cada uno de los partícipes en el
caudal que dejó un difunto. Conjunto de estos bienes” (DRAE).
71
trabajo o del ahorro. Como inventores, conspiradores o, en último término, ladrones, los
antihéroes de Arlt desean situarse con un solo movimiento en la cúspide de la sociedad, con
el fin de tener todo aquello que antes les fuera negado: fama, prestigio, mujeres y más
dinero. Por lo cual, tal como afirma Jitrik, “el dinero aparece como un «eros» activo pero
reprimido en la sociedad capitalista del cual es la verdad pero disfrazada por otras
«motivaciones»: triunfar, ser reconocido, amar” (Jitrik, 2001: 95).
El dinero, pues, pierde su función de puente para conseguir ciertos bienes y se convierte,
en sí mismo, en un fin. De ahí que, por más críticos que sean estos personajes de la
sociedad capitalista y burguesa, y de que sus robos –como los de Astier y su banda o el de
Erdosain a la Compañía Azucarera– y las reuniones con fines conspirativos amenacen a
dicha sociedad, no logren superar la explotación que afirman denunciar ni tampoco cambiar
ese sistema de valores. El mismo Astrólogo le revela a Erdosain que la financiación de la
Sociedad Secreta dependerá por entero de la explotación de la mujer y del proletariado, lo
cual no lo diferencia en nada de las prácticas capitalistas:
El poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios quieran dar, sino de lo que producirán
los prostíbulos anexos a cada célula. Cuando yo hablo de una sociedad secreta, no me refiero al
tipo clásico de sociedad, sino a una super[sic]-moderna, donde cada miembro y adepto tenga
intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible vincularlos más y más a los fines que
sólo conocerán unos pocos. Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos producirán ingresos
como para mantener las recientes ramificaciones de la sociedad. (…) [E]legiremos los más
incultos… y allá abajo les doblaremos bien el espinazo a palos, haciéndolos trabajar veinte horas
en los lavaderos (LSL 37, 149).
Además de que los métodos de explotación siguen siendo tan opresivos y crueles como
los del capitalismo, hay un aspecto fundamental que se desprende de estas páginas: el
problema fundamental en relación con el dinero es que estos personajes no logran
desprenderse ni por un momento de un sistema de valores establecido por la burguesía, a la
que tanto afirman criticar. Tal como ha ocurrido con muchos movimientos políticos y
religiosos a lo largo de la historia, se critica una jerarquía para establecer otra, a veces tan
autoritaria, explotadora y excluyente como aquella que fue objeto de los primeros ataques.
El dinero pasa a ser, pues, el fundamento tanto de la estructura como del funcionamiento
mismo de la sociedad. Esta situación, que desde un punto de vista marxista implica la
determinación de la base proletaria y pequeño-burguesa –clases a las que está ligada la
72
visión de mundo arltiana– por la superestructura política y la infraestructura económica
burguesa, tiene serias consecuencias en la psique individual. El dinero, el más grande
posibilitador de la realización de los deseos en una imbricación de factores que lo han
convertido en tal, se convierte en un fetiche al que se le atribuyen propiedades mágicas, o al
que se llega por vías mágicas también: “No se trata de ganar dinero (con el trabajo o con el
juego) sino de hacerlo. Esta tarea (asociada con la falsificación y la estafa, pero también
con la magia, con «las artes teosóficas» y la alquimia) se afirma en la ilusión de transformar
el vacío en dinero81” (Piglia en Borré y Goloboff, 2000, pp. 808, 809). El afán de ser
personas diferentes82, de conquistar todas aquellas cosas que antes les fueron negadas,
incita a los personajes arltianos a cometer el crimen, el cual los deja en la abyección, pues
sienten placer al cometerlo83: un placer que les recuerda el disfrute social o sexual que antes
les estaba vedado. Pero, cabe preguntarse, ¿hasta qué punto las fuerzas sociales y culturales
en el contexto del capitalismo industrial y dependiente trastornan a las personas para que
deseen tan fervientemente ser otras, incluso en desmedro de su propio yo? Señala al
respecto René Girard:
Modelos y copias se renuevan cada vez más rápidamente alrededor del burgués, que no por ello
vive menos en lo eterno, eternamente extasiado ante la última moda, el último ídolo, el último
eslogan. Las ideas y los hombres, los sistemas y las fórmulas se suceden en una ronda cada vez
81
En estas manías se advierte una honda crisis de la modernidad, por la cual las creencias más retrógradas,
como la multiplicación desmedida de dinero al depositar la fe en algo o en alguien, vuelven a ganar adeptos.
82
Además del ansia nunca satisfecha de otredad depositada en el Otro, ya explorada en el apartado sobre la
melancolía en Arlt, se encuentra el deseo de ser otra persona. Señala al respecto Zubieta: “Muchas veces,
tanto en Los siete locos como en Los lanzallamas, Erdosain tiene sensaciones de pérdida del yo, de extrañeza,
de deseos de «ser otro»” (Zubieta en Arlt, 2000: 312).
83
Señala Kristeva: “No es (…) la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que
perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La
complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal con la conciencia limpia, el violador
desvergonzado, el asesino que pretende salvar… Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es
abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aun más porque
aumentan esta exhibición de la fragilidad legal (…) La abyección es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos,
turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de
abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda…” (Kristeva, 1980: 11). Hay,
en la novelística de Roberto Arlt, representaciones de todas y cada una de esas abyecciones: Astier traiciona
al Rengo; Erdosain asesina a la Bizca; el Rufián Melancólico explota a las mujeres; el Astrólogo engaña y
estafa a los demás…
73
más estéril (…) Se pasa poco a poco de las novelas de caballería a los folletines y a las formas
modernas de la sugestión colectiva, cada vez más abundante, cada vez más obsesiva… De la
misma manera que la publicidad más hábil no intenta convencernos de que un producto es
excelente sino de que es deseado por los Otros (Girard, 1961: 97, 98).
De esta manera, los personajes arltianos, siendo unos alienados, contribuyen, al erigir al
dinero en ídolo todopoderoso, a su propia alienación. Es por esta razón que, por más que el
lector entienda la situación de precariedad y de marginación en la que estos seres están
insertos, no llega a sentir lástima por el destino de un personaje como el Rufián
Melancólico o como el Rengo. Las relaciones mediadas que establece el significante dinero
en la sociedad capitalista son, en este sentido, omnipresentes, y a menudo contienen, en sí
mismas, la contradicción: para acceder a la «espiritualidad», se requiere de ciertas
condiciones materiales –pues el “misticismo industrial” (LSL 43) del que habla el Astrólogo
requiere de la preparación técnica–; para acceder a lo material, se requiere «depositar la fe»
en una causa intangible; para acceder a lo bello y a lo carnal, la rudeza y el sacrificio del
trabajo, o del dinero obtenido por medios ilícitos; las mujeres, para conseguir un lugar en la
sociedad, tienen que sacrificar su sexualidad en pos de intereses económicos. Todo esto
ocurre cuando el dinero, medio de las transacciones económicas de la burguesía, se
convierte en una finalidad en sí que desconoce la humanidad de las partes de un contrato y
sus urgencias vitales y emocionales.
Excurso psicoanalítico por el significante en Arlt
Aunque Freud ya había reparado en el significante como una parte esencial e importante
de la reflexión psicoanalítica, son los postulados de Lacan los que más profundizaron en
este aspecto. El significante, que tal como mostró Saussure84 mantiene un vínculo arbitrario
con el significado, tiene según Lacan una relación estrecha con el deseo. Y dado que, en
términos estrictos, el significado lingüístico no existe –pues en cualquier caso no pasa de
ser una construcción humana, cultural–, el significante es, en sí mismo, una fuente de
placer. Esto conduce a que el significante pueda ser sometido a varias operaciones: a la
84
Y antes de él el escolasticismo medieval.
74
sustitución por otro, cuando ese otro es más placentero o útil85 que el significante
remplazado; a la resignificación, pues dado que si un significante sólo tiene sentido en
relación con otros, entonces es posible insertarlo en una cadena más grande que haga más
denso y placentero el sentido; o a la omisión, si el sujeto le tiene miedo y por eso prefiere
ocultarlo –o que se lo oculten–.
Un ejemplo del significante como fuente de placer se encuentra cuando Erdosain repite
su nombre completo para darse ánimo: “Y sin agregar una palabra más, se decía: –Augusto
Remo Erdosain –tal como si pronunciar su nombre le produjera un placer físico, que
duplicaba la energía infiltrada en sus miembros por el movimiento” (op. cit.: 132). Ante un
yo tan amenazado por la fragmentación como el suyo, el Eros busca la manera de mantener
la unidad ante la inminencia de la ruptura –la cual se consumará definitivamente al final de
la novela–.
Con respecto a los casos en los que hay alguna operación con el significante, la obra
arltiana es profusa e interesante. La escritura moderna86, en este sentido, es más sugerente y
rica que la clásica, ya que en ésta última encontramos una relación más ingenua con el
lenguaje. Entre las novelas que son objeto de la presente reflexión, el díptico constituido
por Los siete locos y Los lanzallamas mantiene una relación más compleja con el lenguaje
que El juguete rabioso, obra más temprana y en la que aún la psique mantiene cierta
85
Tal como ocurre en el discurso de tipo político, en el cual detrás de cada término hay otro significante más
verdadero pero que es ocultado.
86
Roland Barthes sitúa el origen de esta modernidad a mediados del s. XIX, cuando la escritura clásica estalla
en una pluralidad de escrituras debido a que la ideología dominante –antes, las teocracias y las aristocracias;
en las primeras décadas del s. XIX, la burguesía– ya no puede mantener cohesionados a todos los actores de la
sociedad: “Veremos, por ejemplo, que la unidad ideológica de la burguesía produjo una escritura única, y que
en los tiempos burgueses (es decir clásicos y románticos), la forma no podía ser desgarrada ya que la
conciencia no lo era; y que por lo contrario, a partir del momento en que el escritor dejó de ser testigo
universal para transformarse en una conciencia infeliz (hacia 1850), su primer gesto fue el compromiso de su
forma, sea asumiendo, sea rechazando la escritura de su pasado. Entonces, la escritura clásica estalló y la
Literatura en su totalidad, desde Flaubert hasta nuestros días, se ha transformado en una problemática del
lenguaje” (Barthes, 1972: 12, 13). Es significativa la publicación, en el mismo año (1857), de Las flores del
mal de Baudelaire y de Madame Bovary de Flaubert, obras imprescindibles en la instauración de esa
modernidad.
75
unidad, por más que un personaje como Astier esté tan sometido como Erdosain a unas
condiciones adversas. Si se examina la sustitución, se observa que es el procedimiento
favorito de Arlt para la descripción de personajes en términos grotescos, tal como se
analizó en el primer capítulo: dotar a los individuos de rasgos de animales, sobre todo
feroces o prontos a atacar, transmite al lector el significado de la hostilidad en las relaciones
humanas y de la fuerza de los instintos más elementales. Pero con la sustitución también se
puede exaltar o rebajar al otro: el Astrólogo, por ejemplo, se mueve en un medio marginal
en el que, por ignorancia, la astrología goza de cierto prestigio, por lo cual el sobrenombre
que tiene le conviene, por más que él mismo sepa que ese «saber» es un engaño: “–¡Qué
admirable es usted!... Dígame… ¿Usted cree en la Astrología? –No, son mentiras” (LL
303). Al mismo tiempo, Erdosain en su infancia es rebajado por su padre a la categoría de
un “perro”, lo cual contribuye a conformar su trauma psicológico: “–Perro, ¿por qué no
hiciste esto? Perro, ¿por qué no hiciste aquello? Siempre el calificativo de perro antepuesto
a la pregunta” (op. cit.: 478).
En un universo pequeño-burgués como el descrito por Arlt, el robo y el adulterio son
mal vistos, pese a que los personajes los cometan con frecuencia. Así, cuando Erdosain
piensa en el robo hecho a la Compañía Azucarera, lo designa con la palabra “eso” (LSL 13),
de tal manera que logra tranquilizar a su psique de la represión hecha por el superyó contra
dicho delito. La doble vida que lleva Erdosain frente a su esposa es una fuente a la vez de
satisfacción y nerviosismo: por una parte, goza del robo o del adulterio, cuando acude a las
casas de lenocinio; por otra, teme ser descubierto, aunque la misma disparidad de impulsos
de su psique lo haga finalmente confesarle todo a su esposa: “Me has hecho un trapo de
hombre (…) Y mientras yo robo y estafo, y sufro por vos, vos... (…) ¿Sabes a dónde voy?
A un prostíbulo, a buscarme una sífilis” (op. cit.: 109).
Pero, además del significante lingüístico o verbal, también hay un universo de
significantes que pertenecen al orden de lo no verbal. Es curioso, por ejemplo, que Erdosain
alquile el mismo cuarto que tenía Barsut después de que se le ha hecho creer que lo ha
asesinado: como si la psique, una vez desaparecido el rival, se regocijara de remplazarlo
por completo, alojándose en el mismo lugar que a él le perteneciera, lo cual se confirma en
76
el hecho de que el narrador nos informe que Erdosain “ni por un momento se cuidó de
ocultar su dirección” (LL 308).
Con respecto a la significación dada por una cadena de significantes, hay que indicar que
las novelas mismas, como productos de una elaboración que explota, para hacer literatura,
los recursos de la lengua, cumplirían con este procedimiento. Mas hay pasajes en los que
esa significación nos es dada de manera explícita: por ejemplo, la asociación entre el dinero
y la mujer en un contexto de permanente denuncia de una clase social en la que ambos,
como explica Beatriz Pastor en Roberto Arlt y la rebelión alienada, están estrechamente
relacionados: “Como quien saca de su cartera un dinero que es producto de distintos
esfuerzos, Erdosain sacaba de las alcobas de la casa negra una mujer fragmentaria y
completa” (LSL 115), así como también la identidad que el narrador establece entre el
espacio de la casa y el de la cárcel o entre el convento y el cuartel –cuestión fascinante
desde la óptica de un pensador como Foucault–: “Erdosain no podía asociar, con el declive
de su razonamiento, su hogar llamado casa con una institución designada con el nombre de
cárcel” (op. cit.: 9), “Convento de las Carmelitas. En el locutorio encalado, las dos monjas
de mejillas regordetas y rojas permanecían sentadas en el banco junto al muro, como si
estuvieran en un cuartel” (LL 404). Por su parte, las cadenas de significantes que se repiten
hacen alusión a una obsesión en particular: es el caso de la imagen de los “ríos y barcas con
hombres silenciosos” (op. cit.: 505), que se reitera en el capítulo titulado “El paseo” en Los
lanzallamas y que, a mi juicio, hace alusión a la muerte, pues recuerda el mito griego de
Caronte.
Por último, el significante se puede omitir cuando el sujeto prefiere esconderlo porque es
causa de temor. Un hecho cultural como el tabú obedece, semióticamente, a este fenómeno;
y la antropología enseña que aquello sobre lo cual recaen los tabúes más arraigados es todo
lo que se relaciona con la sexualidad y la muerte. En Los siete locos se puede encontrar un
ejemplo de cada uno. Cuando Barsut le confiesa a Erdosain que fue él quien lo delató ante
la Compañía Azucarera, éste repara en que “en la conversación de esa noche Barsut evitó
llamar a Elsa por su nombre” (LSL 77), sustituyéndola por el pronombre “ella”, como si al
nombrarla diera a conocer el principal motivo de su rivalidad con Erdosain. En tanto que
objeto de deseo, en una pregunta como la que Barsut le hace a Erdosain –“¿Vos te pensás
77
que la quería a ella?” (op. cit.: 77)– opera la negatividad: en realidad quiere decir que sí. En
cuanto a la muerte, el Astrólogo evita nombrar el asesinato de Barsut para no despertar
recelo cuando le dice a Erdosain: “¿Pero se creía usted que «eso» es como en el teatro?”
(op. cit.: 279), logrando así disminuir el efecto que podría tener el empleo de una palabra
más fuerte y acertada.
Los discursos de los personajes como significantes en el nivel macrotextual también
operan bajo estos procedimientos. El que el Astrólogo hable en nombre de un comunismo o
de una revolución cuya ejecución distaría completamente de ponerle fin a la explotación
capitalista, o el que un personaje como Hipólita haya estudiado pero con el propósito de
dedicarse a la “mala vida” (op. cit.: 222, 223) o considere la cultura “un disfraz que
avaloraba a la mercadería” (op. cit.: 223) de su cuerpo, además de ser profundamente
irónicas, enfatizan, como lo hace la escritura moderna, en la naturaleza inmotivada del
signo y en su absoluta dependencia del contexto en el cual se encuentre. Acabadas las
«esencias», lo que queda es el terreno de una intensa y permanente lucha por el sentido.
El deseo y el cuerpo como verdaderos lugares del logos
En los apartados anteriores se examinaron las distintas circunstancias por las cuales la
energía psíquica resulta disminuida, sometida a fuerzas ajenas que la debilitan o la niegan87.
Sin embargo, y a pesar de que la violencia y la hostilidad son lo que predomina en el campo
de fuerzas establecido por la interacción de las psiques de los personajes, la literatura
arltiana se dirige también al deseo, lo exalta y lo sitúa como valor central de la plenitud del
hombre. Ante los embates del tiempo, de la ciudad ruda y caótica y del mundo
deshumanizado del trabajo, el cuerpo y su disfrute son el mejor refugio para unos seres
humanos amedrentados y agobiados por todas esas condiciones. En Así habló Zaratustra
(1883-1885), Friedrich Nietzsche exalta el cuerpo como el lugar en donde reside el
87
Señala al respecto Julia Kristeva: “Las condiciones de vida modernas, donde priman la técnica, la imagen,
la velocidad, etc., inductoras todas ellas de estrés y depresión, tienden a reducir el espacio psíquico y a anular
la facultad de representación” (Kristeva, 1997: 21).
78
verdadero valor del hombre, y por esto critica a todos aquellos que lo ven como algo
negativo, pues su mirada está llena de resentimiento:
Enfermos y moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron las
cosas celestes y las gotas de sangre redentora: ¡pero incluso estos dulces y sombríos venenos los
tomaron del cuerpo y de la tierra!
(…) cosa enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escuchan a los
predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos.
(…) ¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os convertisteis vosotros en
despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros.
Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la
oblicua mirada de vuestro desprecio (Nietzsche, 1885: 62, 63, 66).
Si los trasmundanos, al no poder realizar sus deseos terrestres, sitúan sus esperanzas en
un «más allá» de la muerte, es por su debilidad y cobardía, frente a lo cual Nietzsche exalta
al hombre fuerte, el cual no niega sus impulsos porque sabe que de éstos emana su poder;
considerarlos malos es un acto de mala fe, que nace del apego a las normas morales del
rebaño88: “Es mejor que oigáis, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más
honesta y más pura” (op. cit.: 63). Contrariando a una tradición intelectual y religiosa que
había situado lo más valioso del hombre en su mente o en su «alma», Nietzsche sitúa ese
valor en el cuerpo, pues es éste, en sí mismo, no el recipiente, sino la sabiduría misma del
hombre: “Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un
soberano poderoso, un sabio desconocido –llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu
cuerpo. Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué
necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?” (op. cit.: 65).
El psicoanálisis, que descubrió el papel del inconsciente en los actos humanos, es una
disciplina que, desde sus orígenes, tuvo que dar cuenta del cuerpo, el cual da origen a los
impulsos y al mismo tiempo los recibe de otros individuos –y del mundo exterior en
general– como estímulos de su conducta. Algo que me parece fundamental es que el
88
Es bien conocida la imagen del rebaño o de los esclavos para referirse al conjunto de los cristianos, quienes,
desde la óptica nietzscheana, convierten en valores todo aquello que es producto de su debilidad y de sus
carencias (ante la riqueza, la pobreza; ante el sexo, la castidad; ante el conocimiento, la ignorancia, etc.), y se
apegan a la masa por su incapacidad de crear valores propios.
79
psicoanálisis recuperó para la modernidad la importancia de esa physis, la cual empezó a
ser subvalorada y desestimada desde el racionalismo de la Ilustración. Un autor como
Nietzsche descubre que las razones más poderosas se encuentran en el cuerpo, y que sólo es
producto de la debilidad o del resentimiento el considerar a éste como algo malo, tal como
lo hace el pensamiento religioso en general y particularmente el monoteísmo.
El Astrólogo, al conocer a Hipólita –la cual constituye uno de los personajes femeninos
más logrados de Arlt y quien lleva hasta las últimas consecuencias los postulados
nietzscheanos sobre el cuerpo–, le hace ver que el cuerpo sufre porque ha sido sometido al
avance de la civilización industrial, la cual, al poner la razón monetaria e instrumental por
encima de todo lo demás, destruye al hombre:
¿Qué es la verdad, me dirá usted? La Verdad es el Hombre. El Hombre con su cuerpo. Los
intelectuales, despreciando el cuerpo, han dicho: Busquemos la verdad, y verdad la llaman a
especular sobre abstracciones (…) A su vez, comerciantes, militares, industriales y políticos
aplastan la Verdad, es decir, el Cuerpo. En complicidad con ingenieros y médicos, han dicho: El
hombre duerme ocho horas. Para respirar, necesita tantos metros cúbicos de aire. Para no
pudrirse y pudrirnos a nosotros, que sería lo grave, son indispensables tantos metros cuadrados
de sol, y con ese criterio fabricaron las ciudades. En tanto el cuerpo sufre (LL 298, 299).
La técnica, que ha logrado multiplicar en sumo grado las posibilidades del cuerpo, es en
buena medida empleada para controlarlo e incluso aniquilarlo. Las diversiones del mundo
moderno conducen, en último término, al hastío y al aburrimiento89, pues no pasan de ser
falsas satisfacciones para un hombre que no se siente pleno y que yerra aún más si cree en
un trasmundo en el que será «recompensado», haciendo de su dolor una virtud. El trabajo,
que en la sociedad capitalista instrumentaliza al hombre, deja de ser una fuente de bienes y
comodidades para convertirse en una actividad que agota los esfuerzos del hombre y lo
convierte en un mero engranaje de la maquinaria social y económica: “Nuestra civilización
se ha particularizado en hacer del cuerpo el fin, en vez del medio, y tanto lo han hecho fin,
que el hombre siente su cuerpo y el dolor de su cuerpo que es el aburrimiento” (op. cit.:
299). Por último, el Astrólogo desprecia el saber científico y, siguiendo los pasos de
89
Los poetas malditos hicieron referencia en sus escritos a estas sensaciones bajo el nombre de spleen, tema
recurrente en obras como Las flores del mal (1857) o los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire y que
tiene como antecedente el tædium vitæ de los antiguos romanos.
80
Nietzsche, concluye que es en el cuerpo donde reside la verdad fundamental del hombre:
“Si usted conociera ahora todos los secretos de la mecánica o de la ingeniería y de la
química, no sería un adarme más feliz de lo que es ahora. Porque esas ciencias no son las
verdades de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo tiene otras verdades. Es en sí una verdad” (op.
cit.: 299).
En la narrativa artliana, es frecuente que, frente a las limitaciones y los sufrimientos que
impone el mundo exterior, el individuo se sienta dividido y vea su cuerpo como un otro que
no le pertenece. Este desdoblamiento, que es vivido con intensidad por un personaje como
Erdosain, es producto de una sociedad que, al escindir la mente del cuerpo, produce
individuos psicóticos: “Adorno puede ver en el sufrimiento psíquico del neurótico o del
esquizofrénico una expresión muda del impulso humano a la conciliación consigo mismo, a
la reintegración de las porciones de pulsión separadas por la civilización” (Honneth, 2009:
146). En efecto, las barreras entre lo personal y lo colectivo, lo público y lo privado, el
trabajo y el ocio, hechas para edificar la civilización y extender la cultura, se han vuelto tan
insoportables, que terminan por destruir a las personas, fundamentalmente porque
desconocen al hombre en su integridad. Dichas divisiones son hechas con el objetivo de
capitalizar cada una de las áreas que antes se encontraban juntas, convirtiendo en
mercancía90 desde los más íntimos deseos del hombre hasta sus anhelos de trascender en la
comunidad a la que pertenece. El Comentador reúne, en el personaje de Erdosain, un
conjunto de sensaciones que son propias del esquizofrénico:
Su centro de dolor se debatía inútilmente. No encontraba en su alma una sola hendidura por
donde escapar. Erdosain encerraba todo el sufrimiento del mundo, el dolor de la negación del
mundo (…) Sentía que no era ya un hombre, sino una llaga cubierta de piel, que se pasmaba y
gritaba a cada latido de sus venas. Y sin embargo, vivía. Vivía. Vivía simultáneamente en el
alejamiento y en la espantosa proximidad de su cuerpo. Él no era ya un organismo envasando
sufrimientos, sino algo más inhumano… quizá eso… un monstruo enroscado en sí mismo en el
negro vientre de la pieza. Cada capa de obscuridad que descendía de sus párpados era un tejido
placentario que lo aislaba más y más del universo de los hombres (…) No podía reconocerse…
90
En Sentido y sinsentido de la revuelta (1996), Julia Kristeva nos exhorta a no aceptar los efectos del
mercado neoliberal como algo inevitable: “Ya es hora de inquietarse, en efecto, ante la preeminencia de la
economía de mercado sobre el cuerpo, e incluso quizá de dramatizar, de pedir socorro, cuando aún no está
todo férreamente instalado, cuando no es aún, definitivamente, demasiado tarde” (Kristeva, 1996: 22).
81
dudaba que él fuera Augusto Remo Erdosain. Se apretaba la frente entre la yema de los dedos, y
la carne de su mano le parecía extraña y no reconocía la carne de su frente, como si estuviera
fabricado su cuerpo de dos substancias distintas91 (LSL 68, las cursivas son mías).
Aunque no llegue a teorizar sobre el cuerpo como lo hace el Astrólogo, Erdosain siente
que su cuerpo es una verdad profunda, y que su vida ha sido desperdiciada si no le ha dado
a éste lo necesario. Esto crea una sensación de extrañamiento de sí mismo, en la cual se
advierte que la locura arltiana tiene como raíz esa disociación de los componentes que
constituyen al ser humano; más aún, la negación y al aplastamiento que el capitalismo
industrial impone sobre los requerimientos más naturales y apremiantes del hombre como
organismo vivo:
su tristeza actual se refería a su cuerpo, un cuerpo sufriente, y en el cual a momentos Erdosain
pensaba como si ya no le perteneciera, pero con el remordimiento de no haberle hecho feliz.
Dicha tristeza, en cuanto se refería a su pobre físico, tornábase profunda, como debe ser
profundo el dolor de una madre que nunca pudo satisfacer los deseos de su hijo. Porque él no le
dio a su carne, que tan poco tiempo viviría, ni un traje decente, ni una alegría que lo reconciliara
con el vivir; él no había hecho nada por el placer de su materia. (…)
Y muchas veces se decía:
–¿Qué he hecho yo para la felicidad de este desdichado cuerpo mío?
Porque lo cierto es que se sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo
contiene.
Luego recaía [en] que ese su cuerpo era el que avanzaba sus cavilaciones, las nutría con su
sangre cansada; un miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que
sentía el desprecio y la carga de los días de la que sólo eran responsables sus pensamientos que
nunca habían apetecido los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente.
Erdosain se sentía apiadado, entristecido hacia su doble físico, del que era casi un extraño (op.
cit.: 113, 114; las cursivas son mías).
Ante estos reclamos del cuerpo, surge la posibilidad de oponerse a todos los obstáculos
para buscar el goce. Este concepto, que de acuerdo con André Green hizo su entrada al
psicoanálisis con Lacan –quien lo llamó jouissance–, abarca “diferentes ideas: la de una
satisfacción plena y entera, más precisamente cuando se trata de voluptuosidad, y la que
91
“Atravesados por una dostoievskiana agitación permanente [, los personajes arltianos] viven pesadillas,
ensoñaciones, cavilaciones, estados semi-hipnóticos; se creen dobles, no se reconocen, perciben como el
psicótico su propio cuerpo, observan como voyeurs el cuerpo el otro” (Sarlo, 1988: 61).
82
dice la posibilidad de extraer de un objeto los placeres o las ventajas que puede procurar, a
veces después de haber adquirido, llegado el caso, el derecho que autoriza este usufructo”
(Green, 1997: 59). Este goce se manifiesta en los personajes arltianos a través de un
inmenso deseo de vivir, tal como el que experimenta Silvio Astier, al final de El juguete
rabioso, cuando dialoga con el ingeniero después de haber delatado al Rengo por causa del
robo que éste iba a cometer en su contra:
Es tan grande la vida. Hace un momento me pareció que lo que había hecho estaba previsto hace
diez mil años; después creí que el mundo se abría en dos partes, que todo se tornaba de un color
más puro y los hombres no éramos desdichados (…) Yo no estoy loco. Hay una verdad, sí… y es
que yo sé que siempre la vida va a ser extraordinariamente linda para mí. No sé si la gente
sentirá la fuerza de la vida como la siento yo, pero en mí hay una alegría, una especie de
inconsciencia llena de alegría. –Una súbita lucidez me permitía ahora discernir los móviles de
mis acciones anteriores, y continué–: Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta fuerza
enorme que está en mí… (…) Todo me sorprende. A veces tengo la sensación de que hace una
hora que he venido a la tierra y que todo es nuevo, flamante, hermoso. Entonces abrazaría a la
gente por la calle, me pararía en medio de la vereda para decirles: ¿Pero ustedes por qué andan
con esas caras tan tristes? Si la Vida es linda, linda… (…) Lo que hay, es que esas cosas uno no
las puede decir a la gente. Lo tomarían por loco. Y yo me digo: ¿qué hago de esta vida que hay
en mí? (EJR 220, 221).
Narcisismo de vida y de muerte: unas axiologías enfrentadas
Las locuras particulares de los personajes están, como se afirmó antes, muy marcadas
por la hostilidad del entorno y la intensidad de la energía psíquica de cada uno; sin
embargo, cabría hacer una distinción entre aquellos caracteres que revelan una axiología
conservadora y aquellos que, en cambio, luchan contra los valores establecidos para
implantar unos nuevos. Si se agrupan los personajes por sus características ideológicas más
generales, se pueden identificar dos grandes tendencias. Por una parte, están aquellos que
no esperan transformar el sistema, sino adaptarse mejor a él, ya sea mediante el ascenso
social –caso de Elsa, que se va con un capitán o de María Pintos, cuya madre la insta a
casarse con Erdosain pensando que éste ganará mucho dinero cuando patente y
comercialice sus inventos– o mediante el falseamiento de la crisis a través de la religión,
como ocurre con Ergueta y su mesianismo. Por otra, se podrían agrupar aquellos personajes
que pretenden la conquista irrevocable del poder político y económico, ya sea mediante la
agitación de masas y la guerra –el Astrólogo– o los inventos –Silvio Astier y Erdosain–,
83
con el fin de transformar radicalmente la vida personal o social. La instauración de la
Sociedad Secreta representa mejor que nada a ésta última tendencia.
En los personajes se pueden apreciar, desde el punto de vista psicoanalítico, un constante
enfrentamiento entre el narcisismo de vida y de muerte. En cada uno predomina Eros o
Tánatos, y el desenlace de las obras muestra con claridad cuál de estos impulsos tenía
mayor intensidad en cada uno. En un personaje como Silvio Astier, con el estallido de goce
que experimenta al final de El juguete rabioso, predomina el primero; mas en Erdosain, a
quien la angustia y la precariedad fragmentan definitivamente, triunfa el segundo. La
caracterización recurrente de Erdosain a todo lo largo del díptico Los siete locos y Los
lanzallamas es la de un enfermo depresivo o melancólico, quien “no se conduce (…) como
un individuo normal, agobiado por los remordimientos. Carece, en efecto, de todo pudor
frente a los demás, sentimiento que caracteriza el remordimiento normal. En el melancólico
observamos el carácter contrario, o sea el deseo de comunicar a todo el mundo sus propios
defectos, como si en este rebajamiento hallara una satisfacción” (Freud, “Duelo y
melancolía”, 1915: 2093). El narrador, en efecto, insiste en el afán de humillación que
constantemente experimenta Erdosain, así como en su recursividad para provocar
situaciones exasperantes en las que la hipocresía o la vulgaridad de las relaciones que
mantienen los miembros de la pequeña burguesía salen a flote. Un buen ejemplo de ello lo
encontramos cuando Erdosain le dice a Doña Ignacia:
–Y si supiera usted los inventos que estudio ahora, se caería de espaldas. Esta plata que tengo
aquí no es toda, sino una parte que me han dado a cuenta… Cuando la rosa de cobre se venda en
Buenos Aires me pagarán cinco mil pesos más. La Electric Company, señora. Esos
norteamericanos son plata en mano… Pero, hablando de todo un poco, señora, ¿qué le parece si
me casara ahora que tengo dinero?... Yo, señora, necesito una mujercita joven… briosa… Estoy
harto de dormir solo. ¿Qué le parece?
Se expresaba así, con deliberada grosería, experimentando un placer agudo, rayano en el
paroxismo. Más tarde, el comentador de estas vidas supuso que la actitud de Erdosain provenía
del deseo inconsciente de vengarse de todo lo que antes había sufrido (LL 318; las cursivas son
mías).
Así, “[e]l mecanismo de la humillación se alimenta a sí mismo en fantasías perversas
(…) La humillación se convierte así en una suerte de instancia metafísica; en un Destino
del que sólo será posible escapar con la muerte” (Prieto, 1978: XX). Pero, al mismo tiempo
y al lado de la depresión, no todo es tragedia en la manera como Arlt retrata el afán de
84
humillación y de rebajamiento de sus personajes. Su narrativa “revela la génesis de la moral
burguesa, traza un diagnóstico de la clase media con suma indiscreción e hilaridad (…)
Como una suerte de Midas al revés, ennegrece lo que toca y en esa contaminación reside su
poder de taumaturgo, el prodigio inventor de quien advierte, hipócritas y caducos, los
principios del orden burgués” (Fernández, 2001: 33; las cursivas son mías).
En este punto del análisis hay que considerar que, si bien el sentido denotativo de los
textos apunta a la negatividad –Astier no mejora su situación social, los planes de la
Sociedad Secreta no son llevados a cabo, Erdosain se suicida y el Astrólogo huye con el
dinero robado en compañía de Hipólita–, sus connotaciones pueden ser positivas, pues han
hecho cuestionar al lector sobre todos los elementos castradores que conforman la sociedad
capitalista y han despertado su psique como solo lo puede hacer una literatura que, como la
de Arlt, explora las regiones más hondas del sufrimiento y del goce.
85
El capitalismo debe entenderse como una patología y no únicamente como una injusticia
de las condiciones sociales (Honneth, 2009: 69)
CAPÍTULO III
LA PROBLEMÁTICA COLECTIVA ENCARNA EN LA FRUSTRACIÓN
INDIVIDUAL: EL MALESTAR EN LA CULTURA O DEL CUERPO SOCIAL
La sociología de masas descansa sobre un supuesto: el de que se puede considerar la
totalidad de un grupo humano como homogénea, haciendo abstracción de las diferencias
que hay entre sus integrantes. En efecto, detenerse en cada uno de ellos es imposible en la
práctica; no así en el caso de las obras literarias, cuyos personajes, tal como se estudió en el
capítulo anterior, al ser limitados en número son susceptibles de ser analizados
individualmente.
El análisis de un colectivo humano a partir de ciertas premisas permite mostrar que
ciertas problemáticas no son fenómenos aislados, sino que obedecen a cuestiones de tipo
estructural. Para un filósofo como Deleuze, el espacio psíquico individual y el colectivo
guardan una relación de resonancia: el entorno produce determinados deseos en el
individuo, el cual ve sus pulsiones inconscientes alimentadas o restringidas por el contexto
social en el cual vive: “Lo que cuenta es mi relación inconsciente con mis máquinas
deseantes92 y por eso mismo la relación inconsciente de esas máquinas con las grandes
máquinas sociales de las que proceden” (Deleuze, 1971: 31).
En el caso de la literatura, y teniendo presente que la sociología del arte nos enseña que
una creación artística no se halla aislada del contexto en el cual fue producida –por más que
no sea reductible a éste–, es importante encontrar indicios de la colectividad, y no sólo de la
92
Para Deleuze, “[e]l inconsciente son máquinas que, como toda máquina, se confirman por su
funcionamiento” (Deleuze, 1971: 28).
86
manera como ésta aparece descrita o retratada en la obra literaria, sino –y esta es la cuestión
más importante– por qué es plasmada en esos términos.
En este sentido, las novelas de Roberto Arlt son sintomáticas de una sociedad en crisis.
La clara pertenencia de todos sus personajes a la pequeña burguesía facilita el análisis en la
medida que se puede determinar, con mayor exactitud, con qué intensidad es afectada dicha
capa social por cada una de las variables que atraviesan el cuerpo social como un todo.
Naturalmente, los efectos de un sistema económico como el capitalismo son más severos
cuanto más se desciende en la pirámide social establecida por éste. Pero antes de continuar
vale la pena citar a Raúl Larra, quien en un artículo de 1956 hizo algunas aclaraciones de
tipo histórico sobre la situación social de Argentina en las décadas en las que se sitúa la
ficción novelesca arltiana:
Los protagonistas de Los siete locos y Los lanzallamas están determinados por ese crisol
fantástico que es Buenos Aires, pero a su vez aportan las peculiaridades propias del grupo social
de que proceden y del momento económico que viven. Todos ellos devienen de la pequeñoburguesía, son hombres sacudidos por la confusión de la postguerra, y viven los prolegómenos
de la crisis mundial del año 29. De ahí que la desorientación de la clase media ante la caída
vertical de valores –económicos, éticos, sociales– se vuelca en predicciones bíblicas, como las
que declama Ergueta, el exegeta del Libro Santo. Y esas admoniciones terribles se mezclan a
una postura netamente individual, exitista, con pujos de apostolado profético y anarquismo
nietzscheano (Larra en Borré y Goloboff, 2000: 790, 791).
¿Cuáles son las variables que configuran ese estado de cosas? La denominación
«burguesía», que se ha empleado reiterativamente en este trabajo, obedece a un criterio
político y económico a un mismo tiempo. Político, en el sentido de un grupo social que
conquistó sus derechos por la fuerza a partir de la Revolución francesa y la implantación
del código napoleónico, conquistas que fueron extendiéndose por todo el mundo hasta el
presente. Económico, en el sentido de que si bien desde la Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano en 1789 los hombres adquirían igualdad ante la ley, en la práctica
subsistieron las diferencias: desde entonces no es la sangre lo que legitima el usufructo del
87
poder93, sino el dinero. Desde entonces, la burguesía se legitima en el poder presentándose
a sí misma como la única forma de sociedad posible, por lo cual es anónima y a-histórica.
Señala al respecto el semiólogo Roland Barthes:
Cualesquiera que sean los accidentes, los compromisos, las concesiones y las aventuras políticas,
cualesquiera que sean los cambios técnicos, económicos o aun sociales que la historia nos
aporta, nuestra sociedad es todavía una sociedad burguesa. No niego que en Francia, desde 1789,
se hayan sucedido en el poder varios tipos de burguesía; pero el estatuto profundo permanece:
determinado régimen de propiedad, determinado orden, determinada ideología. (…) la burguesía
se define como la clase social que no quiere ser nombrada. “Burgués”, “pequeñoburgués”,
“capitalismo”, “proletariado”, son los sitios de una hemorragia incesante: fuera de ellos el
sentido se derrama, hasta que el nombre se vuelve inútil (Barthes, 1957: 232, 233).
Por su parte, el dinero, que ayudó a emancipar a la burguesía del dominio de la
aristocracia, es en realidad el causante de nuevas y múltiples formas de discriminación. La
pequeña burguesía se halla en una tenaz encrucijada: por una parte, requiere de dinero para
satisfacer sus necesidades; por otra, en muchos casos la posibilidad de encontrar instrucción
o empleo le es negada. La situación de los inmigrantes europeos en la Argentina de las
primeras décadas del s. XX distaba de ser utópica; por el contrario, se pasaban grandes
penalidades. En el capítulo anterior se vio cómo el dinero desempeña un papel fundamental
en las ficciones de Roberto Arlt; aquí quiero enfatizar en cómo el autor logra delinear en
sus novelas, a través de las situaciones relacionadas con el dinero, la estructura de una
mentalidad colectiva que sufre la reificación o cosificación de todo lo existente. Señala al
respecto Axel Honneth:
Marx entiende por “cosificación” el proceso mediante el cual la presión de aprovechamiento del
capital hace que los sujetos queden forzados a cometer una especie de permanente error
categorial ante la realidad: sometidos a la presión económica de tener que descuidar siempre
todos los fenómenos no aprovechables, finalmente ya no son capaces de percibir la realidad en
su conjunto de una manera distinta a la del esquema de entidades que asumen el carácter de
cosas (Honneth, 2009: 70).
93
A esta afirmación hay que hacerle algunas acotaciones: en teoría es así; en la práctica, y sobre todo en los
países subdesarrollados, persisten los vínculos de la sangre para heredar el poder. Caso de América Latina,
donde cada país ha sido gobernado, salvo raras excepciones, por un reducido número de familias que detentan
todo el poder político y económico.
88
Dicho esquema es la traducibilidad de todo por el dinero, incluso de aquellos valores
abstractos que sirven como factores de cohesión de la burguesía, tales como la libertad, la
igualdad de representación ante la ley o la democracia94, ya que
[l]a presión de cálculo que ejerce el intercambio capitalista de mercancías (…) desencadena un
proceso de racionalización que va transformando todos los fenómenos en objetos de disposición
económica: trátese de sujetos humanos y sus relaciones intersubjetivas, de procesos naturales
orgánicos y sus productos, todos adoptan la forma de objeto de meras cosas en el sentido de que
parecen perder su viveza totalmente incalculable (op. cit.: 87).
La relación establecida por Deleuze y Guattari en obras como El Antiedipo (1972) o Mil
mesetas (1980) entre el capitalismo –que todo lo cosifica– y la esquizofrenia obedece,
fundamentalmente, a esa circunstancia: no se trata solamente de que este sistema de
producción produzca sujetos esquizofrénicos, como los locos arltianos95, sino que la
manera como funciona esa sociedad implica situar como centro a un ente no humano, esto
es, el dinero, y a partir de él tasar todo lo demás: “En lugar de comprender la esquizofrenia
en función de las destrucciones que ella ocasiona en las personas, o en los huecos y lagunas
que hace aparecer en la estructura, es necesario captarla como proceso” (Deleuze, 1975: 26:
la traducción es mía). Un proceso que, aunque permita en un primer momento el goce en la
posesión y disfrute de las mercancías, desemboca finalmente en el malestar de los sujetos,
pues hace que las necesidades profundas de los seres humanos –y que los requerimientos
que garantizan su cohesión como cuerpo social– permanezcan insatisfechos.
94
La democracia, forma de gobierno en la que se depositaron las aspiraciones de igualdad de la burguesía
frente a la aristocracia, está atravesada siempre por factores monetarios y publicitarios, cuando no militaristas;
tal es el trágico caso de Argentina, sometida a los horrores de distintas dictaduras a lo largo del s. XX. El
Astrólogo le aconseja a sus seguidores tener una conducta hipócrita: en efecto, no hay ejercicio político que
no tenga intereses subterráneos y distintos a los que se proclaman en las consignas.
95
“Los personajes de Arlt son perfectos psicópatas y/o psicóticos, y los «siete locos» son exactamente eso.
Los síntomas son bastante claros: ensimismamiento, imposibilidad de tener relaciones normales con los
demás, delirios de destrucción, perseverancia, trastornos en la corriente de pensamiento («pensaba
telegráficamente», etc.), complejo de dependencia, enjuiciamiento negativo de sí mismo, etc. Y si se agrega
que estos personajes se sienten interiormente vacíos, se podría diagnosticar –como se ha hecho con el
Roquentin de Sartre–: esquizofrénicos. O si se piensa en la inclinación a teatralizar la humillación, o en ese
«dolor» presunto y metafísico que afirman los invade, se podría decir, histéricos. (…) Sin embargo, la
literatura de Arlt nada tiene que ver con ningún decadentismo, y ella «pinta», a su manera, las relaciones
reales de los hombres en el seno de una sociedad efectiva. (…) los «enfermos» de Arlt (…) están enfermos
porque la sociedad, literalmente, los ha enfermado” (Masotta, 1965: 81).
89
Pero si bien el dinero es un factor fundamental que influye decisivamente en el
comportamiento de los personajes, no menos importantes son las instituciones encargadas
de disciplinar a todos los miembros de esa sociedad. Adelantándose a los análisis de Michel
Foucault, para quien “las sociedades desarrolladas de la era moderna pueden mantenerse
sólo porque una densa red de instituciones de control procura un creciente disciplinamiento
del cuerpo humano, obligando al mismo tiempo a los sujetos a que organicen su vida con
racionalidad instrumental, y suprimiendo cualquier forma de resistencia desde sus inicios”
(Honneth, 2009: 111), Roberto Arlt hizo énfasis en lo opresivo que puede haber en espacios
como el hogar, la escuela o el trabajo. Es interesante reconocer que, para Arlt, ni siquiera el
ámbito privado del hogar constituye un refugio: todos los espacios de la ciudad, incluso
aquellos en donde se debería poder descansar o en los que se transgreden las convenciones
sociales, están atravesados por la violencia y el sufrimiento psíquico. Las tendencias
represivas no sólo normalizadoras, sino constitutivas que caracterizan a todos los
dispositivos de poder (Deleuze, 1977: 113), reducen la posibilidad de crear algo que goce
de un valor subjetivo: la insatisfacción en las sociedades capitalistas depende de que, a toda
la red que conforma lo real, ha sido aplicado un criterio ajeno a las posibilidades y los
deseos particulares de la mayoría de los individuos. A menudo, los personajes de Arlt
insisten en que el mundo parece haber perdido su sentido, y que todo no es más que una
repetición vana de actos que finalmente no conducen a nada trascendente, como cuando el
Astrólogo le dice a Hipólita:
Nosotros estamos sentados aquí entre los pastos, y en estos mismos momentos en todas las
usinas del mundo, se funden cañones y corazas, se arman «dreadnoughts», millones de
locomotoras maniobran en los rieles que rodean al planeta, no hay una cárcel en la que no se
trabaje, existen millones de mujeres que en este mismo minuto preparan un guiso en la cocina,
millones de hombres que jadean en la cama de un hospital, millones de criaturas que escriben
sobre un cuaderno su lección (…) todos estos trabajos se hacen sin ninguna esperanza, ninguna
ilusión, ningún fin superior (…) Ponga en fila a esos hombres con su martillo, a las mujeres con
su cazuela, a los presidiarios con sus herramientas, a los enfermos con sus camas, a los niños con
sus cuadernos, haga una fila que puede dar varias veces vuelta al planeta, imagínese usted
recorriéndola, inspeccionándola, y llega al final de la fila preguntándose: ¿Se puede saber qué
sentido tiene la vida? (LL 291, 292).
Cada una de las actividades descritas en el pasaje anterior persigue un fin práctico que,
frente a la conciencia pequeño-burguesa, le resta un algo «misterioso» o «espiritual» a la
vida. Y es aquí donde se entra a una de las cuestiones fundamentales para comprender la
90
insatisfacción o el sufrimiento colectivo: ¿tiene en realidad la vida ese lado «trascendente»?
En El malestar en la cultura (1930), Freud postula este cuestionamiento como una pregunta
que se ha planteado “innumerables veces” (Freud, 1930: 75), para luego desautorizarla y
encontrar que, en últimas, “la idea misma de un fin de la vida depende por completo del
sistema de la religión” (op. cit.: 76). En una época histórica en la que la secularización y el
ateísmo ganaron espacio, tal como la abarcada por las décadas de entreguerras, era
creciente el malestar frente a lo que se experimentaba como la ausencia de sentido o
nihilismo. Y para entender la situación de los personajes arltianos en su contexto, considero
pertinente compararla con la situación actual: hoy, aunque no se han suprimido las
condiciones de explotación y de pobreza propias del capitalismo, se ha invertido mucho en
re-encantar, mediante ilusiones, la vida de las personas. La industria cultural, a la cual
dedicaron profundos análisis Adorno y Horkheimer para establecer qué estaba ocurriendo,
en la primera mitad del s. XX, en un arte como el cine, intensificó sus dinámicas desde la
década de 1950 hasta hoy. Esa industria, aunque también aparece en Los siete locos y Los
lanzallamas96, no tiene en la narración el suficiente peso para contrarrestar o paliar las
frustraciones personales, pues lo que predomina es la descripción de cómo los personajes se
hallan permanentemente sometidos a unas instituciones que sirven para disciplinarlos como
integrantes de un cuerpo social, contra las cuales se rebelan.
La frustración o el dolor padecido por un personaje como Astier o como Erdosain bajo
unas instituciones que los agobian son una consecuencia tardía de la Ilustración. Al
establecer diferencias irreconciliables entre la naturaleza y la cultura, o entre la emoción y
la razón, los pensadores ilustrados prepararon el camino para la dominación del mundo, el
cual se habría de llevar a cabo a partir de la explotación sistemática de la naturaleza y del
continuo perfeccionamiento de la técnica. De eso a la explotación perfeccionada de las
masas sólo había un paso. La modernidad instaurada por la Ilustración, en ese sentido, es un
proceso ambiguo: facilita el bienestar humano y logra conquistas antes impensables, pero a
96
En el “Epílogo”, el narrador menciona que Barsut ha sido contratado por una empresa cinematográfica para
filmar todo lo ocurrido en Temperley (LL 598). Convertir unos episodios sangrientos en espectáculo, extraer
provecho económico de unos hechos truculentos, constituye uno de los procedimientos favoritos de la
industria del entretenimiento.
91
un precio social muy alto. Y a diferencia de su coetánea Don Segundo Sombra (1926) de
Ricardo Güiraldes, las novelas de Arlt parecieran indicarnos que ya no hay salida posible:
ni mítico retorno a la naturaleza, ni inagotable progreso en las ciudades:
no hay en las novelas de Arlt descripciones de paisajes de la naturaleza. Su paisaje es el creado
por el hombre, estrecho como la calle, profundo como el abismo excavado por los rascacielos y
veloz como visto desde un tren. Ese paisaje monótono y geométrico es el contexto urbano en el
que Arlt sitúa al hombre. Sin embargo, en ese contexto creado por el hombre no hay sitio para el
hombre, porque la ciudad hecha por el hombre es invivible para él [,] que se siente
deshumanizado y enajenado por ella (Gostautas, 1972: 272, 273).
Las consecuencias de la excesiva racionalización de la vida se dejan sentir por todas
partes, y a esta Ilustración forzosa sigue la mistificación, la cual resulta aún peor que la
sujeción al dominio de la razón instrumental.
La mistificación brota por doquier en las novelas de Roberto Arlt: el mesianismo, el
delirio, los intentos frustrados de separarse de la sociedad o de conquistarla97 responden a
una única variable –el capitalismo industrial– que se encuentra amparada por la ley –el
Estado–, el cual cuenta con toda una serie de dispositivos intermedios para reforzar el
adoctrinamiento en el cumplimiento del deber y evitar que los individuos se salgan de los
límites fijados por éste. Ante las conmociones que esto provoca y los numerosos intentos de
rebelión, el poder dispone de otros instrumentos: si no se logra disuadir o atenuar a las
personas mediante distracciones98, se recurre al uso de la fuerza. Si los discursos del
Astrólogo son, en ciertos pasajes, muy interesantes, es porque él logra descubrirle a quienes
lo escuchan dichas estructuras de poder –por más que al final de la obra no haya hecho ese
desenmascaramiento con fines emancipadores, sino buscando un provecho personal–:
97
“Los personajes de Arlt tratarán de romper los muros de prisión, por medio de la fuga al campo, por medio
del sueño de la evasión, por medio de la destrucción colectiva y por último, como único recurso, por medio
del suicidio” (Gostautas, 1972: 256).
98
“La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles.
Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. («Eso no anda sin construcciones auxiliares», nos ha
dicho Theodor Fontane.) Los hay, quizás, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en
poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan
insensibles a ellas” (Freud, 1930: 75). La búsqueda de mundos alternos por parte de los personajes arltianos –
el lumpen, las casas de lenocinio, etc.– ilustran la relación entre crisis social y sustitutivos psíquicos de la
miseria.
92
“Dentro del régimen capitalista, el militarismo es una institución a su servicio. Ningún
sistema de gobierno capitalista puede resolver los problemas económicos que cada año
aumentan de gravedad” (LL 369, 370).
A continuación, analizaré cada uno de los factores que contribuyen al sostenimiento de
ese estado de cosas. El más simple es el discurso religioso. Desde sus orígenes, el
psicoanálisis ha hecho profundas críticas a la religión, la cual es definida por Freud como
una ilusión que revela, además de una mentalidad mítica99, cuán grande es el narcisismo de
los seres humanos, al creer, una vez incorporados a los sistemas religiosos, que hacen parte
de algún tipo de «plan divino» o que tienen alguna importancia para el cosmos, ya que las
diferentes doctrinas religiosas, sin excepción,
son indemostrables (…) Algunas son tan inverosímiles, contradicen tanto lo que trabajosamente
hemos podido averiguar sobre la realidad del mundo, que se las puede comparar –bajo la debida
reserva de las diferencias psicológicas– con las ideas delirantes (…) Repetidas veces ha sido
señalado (por mí mismo, y en particular por T. Reik) cuán en detalle puede perseguirse la
analogía de la religión con una neurosis obsesiva, y cuántas peculiaridades y destinos de la
formación religiosa pueden comprenderse por este camino (Freud, 1927: 31, 43).
El mesianismo desquiciado del farmacéutico Ergueta, que lo hace interpretar a su antojo
la Biblia100 y ver a Jesús en un delirio, es una clara manifestación de cómo una situación
99
El mito, por más poético o sugestivo que pueda ser, es siempre irracional. Niega tajantemente la lógica, se
solaza en la contradicción; es más: no la reconoce. Cualquier ejercicio de tipo racional actúa sobre el mito
como un líquido corrosivo: el mito no resiste ninguna confrontación con la realidad. Señala Freud en Tótem y
tabú (1913): “una neurosis obsesiva es una religión deformada (…) Desde el punto de vista genético, la
naturaleza social de la neurosis se deriva de su tendencia original a huir de la realidad, que no ofrece
satisfacciones, para refugiarse en un mundo imaginario, lleno de atractivas promesas” (Freud, 1913: 101). Sin
embargo, como el mito y la religión reúnen los deseos más íntimos del ser humano –ser inmortal, ser
omnipotente, tener seguridad ontológica frente a un mundo adverso u hostil etc.–, vuelven una y otra vez, por
más que los avances de la ciencia demuestren su vaciedad o que regímenes como el comunismo soviético –
éste mismo no exento de aspectos míticos– hayan intentado erradicarlos.
100
Es cómico que Ergueta crea que Jesús le reveló un secreto para ganar apuestas en la ruleta; que la ramera
mencionada en el Apocalipsis es Hipólita, su propia esposa; o que en el libro de Daniel hay una profecía sobre
“el aniquilamiento del imperio británico” (LL 581). La trasposición de pasajes bíblicos a eventos históricos o
a situaciones de la vida personal o familiar es típica del fanatismo religioso y expresa, fundamentalmente, la
angustia y desesperación de quienes hacen esas equivalencias por unos problemas que no están en la
capacidad de enfrentar solos, a menos que los mistifiquen mediante cualquier doctrina o interpretación de
carácter religioso: “La corrupción de la sociedad en la que se mueve no es, para Ergueta, algo que obedece a
unas estructuras concretas, sino que viene de un alejamiento de Dios previsto y determinado siglos antes. Lo
93
social difícil, de necesidades básicas insatisfechas y de angustia, es propicia para la
exaltación del sentimiento religioso. La bien conocida frase de Feuerbach citada por Marx
en la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843) –“La religión es
el opio del pueblo” (Marx, 1843: 10)– expresa hasta qué punto la religión falsifica y
trastorna la percepción de la realidad para hacerle sentir al creyente aquello que él más
desea, por lo cual aquélla aparece, desde esta óptica, como una “conciencia invertida del
mundo” (Marx, op. cit.: 9). Al lado del psicoanálisis, es claro que el materialismo histórico
rechaza, de plano, toda idea de trascendencia, pues en el caso de la religión supone el que
los hombres depositen su esperanza en un «más allá» que resulta hipotético, cuando no
absurdo, además de un reflejo invertido de todas sus angustias101 y carencias.
Con un personaje como Ergueta, Arlt, que en su adolescencia conoció las supercherías
de las sociedades teosóficas y en sus crónicas periodísticas se mostró muy crítico con la
religión, pareciera plantear en sus novelas que dicho mecanismo, en lugar de emancipar al
hombre, está al servicio de los poderosos y sus intereses. Para Marx, la idea de Dios es un
símbolo de tiranía política, una efigie creada por las castas dominantes que les ha servido
para someter a las conciencias y explotar a las masas mediante el trabajo; en ese orden de
ideas, la mistificación religiosa consiste en disfrazar unos intereses de tipo político y
económico con el manto de la «espiritualidad», por lo cual no es gratuito que Ergueta, que
se proclama muy creyente, busque ganar dinero en los juegos de azar y no acceda a
prestarle dinero a Erdosain cuando éste se lo pide: “¿Te pensás que porque leo la Biblia soy
un otario? (…) Rajá, turrito, rajá102” (LSL 22). Además, ante el avance de la secularización
ineludible del proceso se refuerza constantemente en su discurso con la repetición de expresiones como «está
escrito», «dicen las escrituras», «dice el libro», etc.” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 92,
93).
101
Para Lacan, la angustia se articula con “un elemento traumático que permanece externo a la simbolización”
(Evans, 1996: 38), “ante el cual todas las palabras cesan y todas las categorías fallan” (Lacan en Evans, 1996,
p. 38); en este sentido, el recurso mistificador más constante en todas las culturas es la religión.
102
Además de su caracterización exterior, el uso del lunfardo da también una idea de la extracción social de
este personaje.
94
y el ateísmo, el Astrólogo propone, entre sus planes, crear una nueva religión, con el fin de
explotar mejor a las masas apoyándose en su credulidad y en su sed de milagros:
Para la comedia del dios elegiremos [a] un adolescente… mejor será criar un niño de
excepcional belleza y se le educará para hacer el papel de dios. Hablaremos… se hablará de él
por todas partes, pero con misterio, y la imaginación de la gente multiplicará su prestigio. ¿Se
imagina usted lo que dirán los papanatas de Buenos Aires cuando se propague la murmuración
de que allá en las montañas del Chubut, en un templo inaccesible de oro y de mármol habita un
dios adolescente… un fantástico efebo que hace milagros? (…) ¿Disparates? ¿No se creyó en la
existencia del plesiosaurio que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquén a
quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?... ¿No creyó la gente de Buenos
Aires en los poderes sobrenaturales de un charlatán brasileño que se comprometía a curar
milagrosamente de la parálisis de [sic; a] Orfilia Rico? (op. cit.: 147, 148).
Para concluir con el análisis de la religión como discurso alienante y mistificador, vale la
pena cerrar con las palabras que anteceden a la famosa frase arriba citada, en las cuales se
expresa la necesidad de entender el discurso religioso en su vinculación con una situación
social en la que reinan la precariedad y las privaciones: “La miseria religiosa es a la vez la
expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de
la criatura abrumada, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una
situación sin espíritu” (Marx, 1843: 9, 10).
Cercana a la religión, encontramos la fantasía individual o de la imaginación personal.
Ante la religión, ésta tiene la fortaleza de ser particular, engendrada por el deseo del sujeto
y no implantada a un colectivo como un cuerpo de creencias y de prácticas inamovibles.
Aunque la imaginación desempeñe un papel fundamental en la vida de las personas,
refugiarse siempre en ella sin pasar a la acción es una forma de parálisis. A menudo, los
personajes de Roberto Arlt fantasean con mujeres bellas, casas elegantes, fama y fortuna;
sin embargo, al quedarse en esas ensoñaciones y no hacer nada concreto por obtenerlas, o al
asignarles un prestigio que sólo corresponde a un código social vigente pero que no tiene
asidero en la realidad, los que sueñan se ven abocados al fracaso. Erdosain, por ejemplo,
llega a imaginar que un “millonario «melancólico y taciturno»” (LSL 30) se compadecerá
de él cuando lo vea triste y desarreglado por la calle, lo cual, además de sus carencias
económicas, revela también las de tipo afectivo, tal como se estudió en el capítulo anterior
en relación con la crueldad y arbitrariedad de su figura paterna.
95
Para muchos personajes, existe también la posibilidad de lograr la conquista de la
sociedad mediante el «milagro» tecnológico o el uso del saber con fines destructivos. El
primero está representado por Erdosain, quien en colaboración con la familia Espila espera
salir de su difícil situación económica creando una rosa de cobre. La ciencia, lejos de estar
representada como un conjunto de conocimientos que se obtienen de manera sistemática a
través de una permanente confrontación con la realidad, aparece revestida, para los
personajes arltianos, de un halo milagroso: es la que permite llevar a cabo el cambio social
de una manera rápida y exitosa. El experimento de la rosa de cobre fracasa, ya que sus
ejecutores no prevén los posibles fallos en el desarrollo de la misma, como si el sólo hecho
de hacer algo con aire científico garantizara su triunfo, además de no haber planeado cómo
sería la comercialización de dicho objeto, dado caso que lo hubieran podido terminar bien.
La fábrica de fosgeno, de la que se nos suministra un diseño y una lista de instrucciones
detalladas, nunca es llevada a cabo. Al considerar que la ciencia de por sí garantiza al éxito,
y no introducirla en un contexto de relaciones más amplio como en el que realmente se
encuentra, los personajes falsean a este discurso y lo mistifican103. Otro tanto sucede con un
personaje como Hipólita, quien decide estudiar por su cuenta para después prostituirse, o
con el Rufián Melancólico, quien abandona su cátedra de matemáticas para dedicarse al
oficio de proxeneta. En este sentido, la educación, que dentro del régimen burgués se
ampara en una ideología de corte liberal, es puesta al servicio del sometimiento de otros y,
en el caso de la narrativa arltiana, de la explotación sexual o de la invención de dispositivos
que tienen como fin el exterminio masivo de las personas.
Pero si hay una forma de escape en la que insisten todas las novelas de Roberto Arlt es
la formación de sociedades al margen de lo oficial. El lumpen aparece descrito sin ninguna
exaltación ni mistificación –tal como alguna vez lo hicieran los románticos con personajes
como los bandidos, los piratas o los criminales en general–. El ambiente sórdido en el cual
se mueven los personajes arltianos, los motivos que los conducen, los hechos que
103
El crecimiento de la industria y el uso de tecnologías modernas en América Latina han estado llenos de
fracasos por la misma razón: la mentalidad de las masas no cambia con la misma rapidez que el desarrollo
científico o tecnológico y éste, por sí mismo, no garantiza la modernización de la sociedad.
96
protagonizan; todo da cuenta de una crisis social muy profunda, ante la cual cualquier
intento de comprensión se hace difícil. En dichas agrupaciones delictivas la amistad no
existe; todos están en ellas por intereses personales y si actúan en grupo es porque así
multiplican su fuerza: “La alianza entre perversos es común en las historias de Arlt. Desde
adolescentes organizan pandillas, luego, de adultos, sociedades secretas. Es la unión de las
voluntades malignas como forma de presión y aprovechamiento de sus fuerzas para derrotar
a los enemigos que están en la otra orilla, la de las buenas costumbres, la civilidad, el orden
y la piedad” (Vélez, 2002: 115). La Sociedad Secreta del Astrólogo, paradigma de la
rebelión organizada contra el orden establecido, tiene todas estas características. En sus
discursos, el Astrólogo conmina a todos los participantes a la acción y justifica su propia
criminalidad revelándoles la que subyace en las prácticas del capitalismo pues, contrariando
los principios que instituyeron ideológicamente a la sociedad burguesa, “el funcionamiento
de esta maquinaria capitalista (…) tolera las organizaciones más criminales, siempre que
estas organizaciones reporten un beneficio a los directores de la actual sociedad” (LL 355;
las cursivas son mías). Sin embargo, la proliferación de doctrinas disímiles y hasta
abiertamente opuestas en cuanto el Astrólogo les dice revelan su inconsistencia: esto
significa que su discurso aún no es sólido, que tiene que recurrir a instancias diversas con
tal de convencer a más personas de participar en su revolución. Y si así lo hace es por
oportunismo, por lo cual se puede afirmar que
[l]a revolución del Astrólogo es una rebelión fascista. La mezcla de elementos y retórica que
encontramos en su pensamiento no la aparta de la ideología fascista sino que, por la función real
que cumple, la inscribe plenamente en ella. Irracionalismo y misticismo –dos componentes
centrales del fascismo– son la base sobre la que se levanta todo el programa del Astrólogo. Su
concepto de hombre superior o inferior por esencia, su formulación del problema de la
alienación mediante abstracciones metafísicas, su creencia en la necesidad de devolverle al
hombre unos valores espirituales perdidos a través de un engañoso contacto con lo sobrenatural
derivan todos de esos componentes de Irracionalismo y Misticismo inseparables de su
percepción de la realidad (Pastor, “De la rebelión al fascismo”, 1980: 30, 31; las cursivas son
mías).
La existencia de grupos humanos que se apartan de las verdades oficialmente
establecidas revela el descontento de sus integrantes, su ausencia de identificación con
ciertos valores y una voluntad de cambio. Empero, muchas de esas sociedades no logran
desprenderse por completo de la mentalidad adquirida, y terminan reproduciendo los
97
mismos mecanismos de coerción y las mismas prácticas de violencia y discriminación que
tanto afirmaron criticar:
«Crearemos dioses supercivilizados» dice el Astrólogo; «seremos como dioses» dice Erdosain.
Y es que, a nivel individual, de eso se trata: no de revolucionar el sistema y acabar con sus
formas de explotación y con la alienación del hombre, sino de alcanzar el poder de promoverlas,
convirtiéndose en jefes todopoderosos de un mundo por lo menos tan degradado como el que
pretender destruir (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 102).
Las instituciones criticadas –la familia, el Estado, la Iglesia, la escuela, etc.– exhiben en
ese proceso sus falencias y a menudo sus abusos de poder contra el individuo; sin embargo,
¿qué otra cosa es una sociedad secreta, sino una familia, un Estado, una iglesia y una
escuela104? Señala al respecto Gilles Deleuze: “[l]os partidos revolucionarios se han
construido como síntesis de intereses en lugar de funcionar como analizadores del deseo de
las masas y los individuos. O, lo que viene a ser lo mismo: los partidos revolucionarios se
han construido como embriones de aparatos de Estado, en lugar de formar máquinas de
guerra irreductibles a tales aparatos” (Deleuze, 1973: 354; las cursivas son mías).
Por otra parte, la necesidad de fabricarse un líder muestra que se trata de individuos que
no son capaces de dirigir sus vidas por sí mismos, ya que necesitan de otra persona que
funcione como rectora de su conducta, pensamiento y actitudes. Un filósofo como
Nietzsche siempre se mostró muy crítico con dicho comportamiento, pues esos individuos,
por más rebeldes que se proclamen frente a algo, actúan como un «rebaño», al no ser
capaces de exhibir, de manera auténtica y espontánea, sus deseos vitales o sus opiniones
frente al mundo. Al mismo tiempo, la necesidad de cometer delitos, de obtener financiación
por medios ilícitos como el robo, muestran su debilidad para vivir en el orden establecido
por la ley, por lo cual se ven abocados a agredirla. En las obras de Arlt, las equivalencias
que a menudo se hacen entre el lumpen y la burguesía, entre las prácticas corruptas del bajo
mundo y las del capitalismo, son reveladoras y muy críticas de la sociedad en conjunto:
104
Más allá de si los vínculos de cualquiera de estas instituciones están abiertos a todos o solo a unos pocos –
como es el caso de las sectas–, todas establecen unos determinados parámetros de conducta que no se pueden
infringir y a partir de cuyo cumplimiento se cimienta su unidad.
98
La sociedad actual se basa en la explotación del hombre, de la mujer y del niño. Vaya, si quiere
tener conciencia de lo que es la explotación capitalista, a las fundiciones de hierro de
Avellaneda, a los frigoríficos y a las fábricas de vidrio, manufacturas de fósforos y de tabaco.
(…) Nosotros, los hombres del ambiente [los proxenetas], tenemos a una o dos mujeres; ellos,
los industriales, a una multitud de seres humanos. ¿Cómo hay que llamarles a esos hombres? ¿Y
quién es más desalmado, el dueño de un prostíbulo o la sociedad de accionistas de una empresa?
(LSL 51).
La reacción contra ese estado de cosas tampoco es liberadora. La banda de ladrones de
Astier, así como la de los rebeldes bajo las órdenes del Astrólogo, están conformadas por
excluidos, por individuos que sufren de carencias, pero que no logran emanciparse ni
cambiar con sus delitos el ejercicio de la violencia o de la explotación que caracteriza a la
sociedad contra la cual se enfrentan. Los crímenes cometidos por los integrantes de estos
grupos implican una actitud nada solidaria para con otros, y el forjarse un líder, incluso si
éste es positivo –lo cual no es el caso en las novelas de Arlt–, es la expresión de su
incapacidad de actuar o de trascender individualmente. El proyecto de la fábrica de fosgeno
es la expresión más perfecta de que los intentos de rebelión desembocan, a menudo, en el
fascismo105: se pretende que haya armonía social eliminando a toda costa y mediante
engaños la diferencia, se obliga al otro a seguir una determinada doctrina política o a
ajustarse a los parámetros, siempre coercitivos, de una determinada religión. El absurdo del
fascismo radica, en este orden de ideas, en ver como viable a una sociedad sólo si se la
extermina por completo. Se controla al otro cabalmente sólo si se lo elimina.
En este punto del análisis se puede retomar la hipótesis arriba planteada: las distintas
formas de mistificar los problemas sociales, en lugar de contribuir a su solución, los
mantienen e incrementan. El poder político y el religioso, tremendamente conscientes de
que son puestos a tambalear cada vez que los individuos dejan de falsear la realidad y
empiezan a darse cuenta y actuar en contra de la manipulación a la que diariamente son
sometidos, invierten mucho dinero y esfuerzos en el “perfeccionamiento continuo de las
técnicas de poder” (Honneth, 2009: 134), a fin de mantener su estatus y su dominio sobre
las conciencias. Y si bien la ruptura con lo establecido no llega a tener éxito en la narrativa
105
Deleuze señala que “un investimento preconsciente revolucionario puede estar doblado por un
investimento libidinal de tipo fascista” (Deleuze, 1971: 34). Con esta observación se puede explicar
psicoanalíticamente lo que ocurre con la Sociedad Secreta descrita en Los siete locos y Los lanzallamas.
99
de Roberto Arlt, el haberlo intentado y el haber señalado muchas de las fallas estructurales
de dicha sociedad en ese proceso hace que se llegue a un mayor grado de conciencia, más
que en los personajes, en los lectores de las obras. La pequeña burguesía que leía a Arlt
veía, seguramente, en sus novelas y crónicas periodísticas, un retrato dramático de sus
propias vivencias personales y sociales, de sus problemas conyugales, del desempleo de
azotaba al país y, en general, de la ausencia de futuro.
El profundo malestar en la cultura que nos transmiten las novelas de Roberto Arlt nos
señala, además, que las formas de racionalización instrumental no conducen a la felicidad
del hombre y que sus mecanismos se han agotado, no sólo porque filosófica y socialmente
han perdido su legitimidad sino también, y quizás en este autor sea lo más importante,
porque martirizan el cuerpo y lo convierten en una simple pieza de un enorme engranaje
que lo utiliza y que una vez no sirve lo desecha. Señala al respecto Axel Honneth:
La estabilidad de las sociedades altamente desarrolladas es únicamente el resultado del trabajo
controlador de organizaciones eminentemente perfectas en términos administrativos: dichas
organizaciones intervienen como instituciones totales en el nexo de vida de cada individuo para
hacer de él, disciplinando y controlando, manipulando y amaestrándolo, un integrante dócil de la
sociedad. Las sociedades modernas son, en principio, de acuerdo con su constitución de
dominación, sociedades totalitarias (op. cit.: 140).
Así, las novelas de Arlt son un vigoroso testimonio de la situación del hombre
contemporáneo, dominado por los totalitarismos, la homogenización forzada y la violencia
ejercida contra la integridad y la libertad del cuerpo106: cabe recordar la multitud de
víctimas que a su paso dejaron, en el transcurso del s. XX, hechos como los campos de
concentración nazis y soviéticos, las explosiones atómicas, los bombardeos a la población
civil, los campos minados, la guerra étnica, el secuestro, el tráfico de órganos y las
adicciones a diferentes sustancias psicoactivas, lo cual se representa en las novelas arltianas
106
Indica Honneth: “Los actos silenciosos de esclavización y mutilación del cuerpo humano, en los cuales
Adorno y Horkheimer perciben la «historia subterránea de Europa», Foucault los reconoce en los
disciplinamientos cotidianos del cuerpo, en su adiestramiento perfecto; el verdadero rostro de la historia
humana parece revelarse también para él mucho más en la violencia hecha piedra de la celda carcelaria, en la
ejercitación ritual en los patios de los cuarteles y en los mudos actos de violencia de la cotidiana vida escolar”
(Honneth, 2009: 125).
100
con la sensación de estar sometido a miles de libras de presión bajo una plancha de
metal107, de padecer intensos dolores de cabeza108, etc.
La problemática colectiva de Argentina en las primeras décadas del s. XX, reelaborada
literariamente por Arlt en sus novelas, toma cuerpo de manera distinta en cada uno de sus
personajes. La mistificación que cada uno asume, aunque adquiera formas más o menos
irracionales, no deja de ser la expresión de la profunda frustración que pesa sobre cada uno,
al ver limitadas sus posibilidades de realización personal. Es, pues, no solamente el cuerpo
y la psique individual los que sufren, sino que todo un cuerpo social se encuentra enfermo.
Finalizo este capítulo aludiendo al epígrafe que le dio comienzo: el capitalismo, como la
religión cristiana, aunque motores de las conquistas de la clase burguesa, ya no desempeñan
una función social ni emancipadora, y las crisis sufridas por estos a lo largo del s. XX y
hasta el presente, de las cuales es una muestra significativa la narrativa arltiana, no son
fenómenos aislados, sino de tipo estructural. Tal como sostuvo Freud, “la cultura corre
mayor peligro aferrándose a su vínculo actual con la religión [añado: y con el capitalismo]
que desatándolo” (Freud, 1927: 35).
107
108
Cfr. “La plancha de metal” en Sexo y traición en Roberto Arlt (1965) de Óscar Masotta.
“Y apareció en él la angustia, pero tan poderosa, que de pronto Erdosain se tomaba la cabeza enloquecido
de un dolor físico. Parecíale que la masa encefálica se le había desprendido del cráneo y que chocaba con las
paredes de éste al movimiento de la menor idea” (LSL 112, 113).
101
¿Quién podría decir si ellos [escritores y poetas] hablan como enfermos o como médicos
[de la civilización]? (Deleuze, 1972: 282)
CONCLUSIONES
La narrativa arltiana, al relatar con toda su crudeza las problemáticas que enfrentaba la
pequeña burguesía argentina de las décadas de 1920 y 1930, constituye un magnífico
ejemplo de cuánto sufre la psique cuando es sometida a un sistema económico y cultural
represivo. La recurrencia de imágenes grotescas para la descripción de los personajes, así
como la bestialización mediante la cual el escritor señala la feroz lucha por la
supervivencia, van de la mano con unas secuencias de acciones en las que se narra,
preponderantemente con dramatismo pero también con humor, la vida humana en los
ámbitos del lumpen y el delito.
El relato de un mundo caótico y deshumanizado está apoyado, en la escritura arltiana, en
las influencias del expresionismo y el grotesco; estas formas estéticas y culturales le sirven
también al escritor para indicar la condición instintiva del ser humano y, en esa medida,
para rechazar todas aquellas doctrinas filosóficas que consideran que éste tiene una
dimensión «trascendente» o «ideal», tal como lo hacen las creencias religiosas en general.
La psique de los personajes se halla sometida a una pugna entre el principio de placer y
el principio de realidad, a la permanente confrontación entre sus aspiraciones más
profundas y aquello que deben enfrentar en el mundo circundante. En general, sus anhelos
se ven frustrados por la dureza de las condiciones en las que están obligados a vivir, pero
también porque la rebelión contra el orden establecido es llevada a cabo sólo en el plano
simbólico, sin pasar a la acción concreta. Los personajes, que afirman rechazar los códigos
de conducta de la pequeña burguesía, no logran separarse de estos ni tampoco superarlos,
razón por la cual su rebelión adquiere una orientación reaccionaria.
102
Los personajes en conjunto experimentan sensaciones de desorientación y de frustración,
al no poder llevar a cabo aquello que quisieran para sus vidas. No se trata, simplemente, de
ausencia de dinero, tal como a menudo lo entienden ellos y por lo cual estafan o sueñan con
un invento o una rebelión que los haga ricos y famosos: se trata de que las relaciones de
producción en las que están insertos relegan al hombre al puro ámbito económico,
desconociendo sus impulsos vitales y haciendo que todos, hombres y mujeres por igual, se
perciban como seres fragmentados, interiormente vacíos y sometidos a una «fatalidad» de
la que les es imposible escapar. De ahí que las posibilidades de satisfacción del deseo y de
goce, cuando llegan, sean vistas como algo negativo, y de que el cuerpo no pase de ser visto
como un «ente» distinto al ser mismo del hombre:
El personaje percibe emocionalmente la alienación del cuerpo, pero no sólo no comprende sus
causas e implicaciones, sino que reacciona siguiendo los imperativos de su estructura ideológica
pequeño-burguesa, que asocia expresión de instintos primarios con castigo, percibiendo a partir
de ahí como degradación, y condenando por criterios puramente morales, sus propios intentos de
superar esa alienación y de entrar en contacto con su cuerpo, recuperándolo (Pastor, Roberto Arlt
y la rebelión alienada, 1980: 41).
Por otra parte, esta situación de angustia y de desesperación es percibida por los distintos
personajes como algo que solo los perjudica individualmente, sin llegar a hacerse
conscientes de que los problemas enfrentados por cada uno afectan a todo el cuerpo de la
sociedad. Las instituciones encargadas de mantener ese estado de cosas, fundamentalmente
la política y la religión, contribuyen a que las personas desvíen su atención de sus
problemas reales y concretos y los mistifiquen a través de recursos muy diversos, a partir de
lo cual aquéllas resultan muy beneficiadas. La mistificación de cualquier aspecto de la
realidad, especialmente del descontento social o del avance de la técnica y del desarrollo
industrial como algo malo per se, conduce a la propagación y el establecimiento del
fascismo; prueba de ello es el desenvolvimiento histórico de Argentina a lo largo del s. XX,
con sus cruentas dictaduras. En este sentido, y aunque casi siempre víctima de una
estructura que la discrimina y empobrece, la pequeño-burguesía se hace “cómplice de su
propia alienación” (Hernando, 2001: 51) al abandonar la lucha política y someterse a
aquello que los dueños del capital y los «dirigentes» políticos esperan de ella.
103
Por último, hay que reconocer la importancia de entrecruzar las disciplinas del
psicoanálisis y los estudios literarios. En efecto, ambas nos señalan, decididamente, la
experiencia fundamental del hombre –el deseo–, y contribuyen a reintegrar lo que las
estructuras de poder parcializan y separan. Concluyo con una cita que alude a las
principales preocupaciones de la escritura arltiana, además de resumir, en pocas palabras,
las intenciones del presente trabajo: “Desde luego, a fin de cuentas, ambos tipos de trabajo
–el artístico y el psicoanalítico– deberían de unir sus fuerzas contra el embate de las
agresiones anacrónicas: las guerras reaccionarias y la caníbal explotación del hombre por el
hombre” (Schneider, 1962: 366).
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