1 DE LA MISTIFICACIÓN AL FASCISMO. CUERPO, PSIQUE Y SOCIEDAD EN LA NARRATIVA DE ROBERTO ARLT Requisito parcial para optar al título de Magíster en Literatura MAESTRÍA EN LITERATURA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA 2012 EDSON STEVEN GUÁQUETA ROCHA DIRECTORA: HÉLÈNE POULIQUEN 2 PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES MAESTRÍA EN LITERATURA RECTOR DE LA UNIVERSIDAD: Joaquín Sánchez García S. J. DECANO ACADÉMICO: Luis Alfonso Castellanos S. J. DECANO DEL MEDIO UNIVERSITARIO: Luis Alfonso Castellanos S. J. DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA: Cristo Rafael Figueroa Sánchez DIRECTORA DE LA MAESTRÍA EN LITERATURA: Graciela Maglia Vercesi DIRECTORA DEL TRABAJO DE GRADO: Hélène Pouliquen 3 A Esperanza Rocha, mi madre 4 ÍNDICE Introducción, 6 I. Marco teórico. Psicoanálisis y literatura. El caso Arlt, 15 1.1 Psicoanálisis y literatura, 15 1.2 Psique, cuerpo, individuo y sociedad, 21 1.3 El deseo y sus obstáculos, 24 1.4 Una radical toma de posición, 27 II. De la mistificación al fascismo. Cuerpo, psique y sociedad en la narrativa de Roberto Arlt, 29 2.1 Capítulo I. Rasgos expresionistas y grotescos en la descripción de los personajes, 29 2.2 Capítulo II. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte: la configuración psíquica de los locos de la narrativa de Roberto Arlt, 41 2.2.1 El yo, el ello y el superyó, 43 2.2.2 Sensación de lo subconsciente, 50 2.2.3 Principio de realidad vs principio de placer, 53 2.2.4 Una lucha contra la autoridad o ley del padre marcada por el fracaso, 56 2.2.5 La mujer, objeto privilegiado del deseo, 60 2.2.6 La inaprensibilidad de lo Otro: narcisismo y melancolía, 65 5 2.2.7 El dinero como factor de mediación de las relaciones humanas, 69 2.2.8 Excurso psicoanalítico por el significante en Arlt, 73 2.2.9 El deseo y el cuerpo como verdaderos lugares del logos, 77 2.2.10 Narcisismo de vida y de muerte: unas axiologías enfrentadas, 82 2.3 Capítulo III. La problemática colectiva encarna en la frustración individual: el malestar en la cultura o del cuerpo social, 85 III. Conclusiones, 101 IV. Bibliografía, 104 6 Se han hecho mapas de la distribución muscular y del sistema arterial, ¿cuándo se harán los mapas del dolor que se desparrama por nuestro pobre cuerpo? (Arlt, Los lanzallamas, 19311: 333) INTRODUCCIÓN ¿Vale la pena añadir, a la ya extensa bibliografía existente sobre el escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942), un trabajo de crítica más? ¿Por qué una literatura que desde su momento de aparición ha estimulado a tantos críticos y escritores cuenta, en cambio, con una recepción tan reducida por parte del público lector de hoy? La presente investigación es un intento por contribuir con una nueva perspectiva al estudio de la obra de dicho escritor, así como mostrarle a ese público la pertinencia de leerlo en nuestros días. Las novelas de Roberto Arlt, que con el pasar de las décadas han ido ganando un lugar consolidado dentro del panorama de las letras argentinas e hispanoamericanas, son el testimonio de una crisis (Sarlo, 2000: XV): la del hombre inmerso en las estructuras de un sistema económico y cultural represivo. A través de sus personajes marginales, de las situaciones más grotescas y dramáticas, Arlt les muestra a sus lectores cuán dolorosas pueden llegar a ser, para las personas de carne y hueso, las contradicciones del capitalismo industrial y dependiente. La literatura de Arlt alude, de manera específica, a la desorientación y a la frustración que sufrió la pequeña burguesía argentina en las décadas de 1920 y 1930, debidas fundamentalmente a la crisis económica del país y a la imposibilidad de ascenso social, tal como lo desarrolla por extenso Andrés Avellaneda2. La literatura de Arlt puede ser leída 1 2 De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como LL. Según los datos obtenidos y analizados por este crítico en “Clase media y lectura: La construcción de los sentidos”, a pesar de la reducción de la tasa de analfabetismo y del aumento de la población, así como de la extracción del petróleo y de ser por entonces la principal exportadora del mundo “en materia de carnes 7 como una radiografía de un sector de la sociedad de su tiempo, en la que el rápido aumento poblacional, motivado por la afluencia de inmigrantes europeos –principalmente de origen italiano– y el desarrollo urbano de la ciudad de Buenos Aires no fueron de la mano con mejores condiciones de vida ni de trabajo para sus habitantes3. Es un momento de emergencia para Argentina y para el mundo, pues a la ya veloz vida de las ciudades se sumó la importancia, cada vez mayor, de las ideologías de masas, las cuales hallaron su expresión en tendencias políticas que se radicalizarían hasta producir, bajo la tutela de diversos dirigentes y mandatarios, múltiples encarnaciones de fascismo. Una revisión de la bibliografía que ha incursionado por la novelística arltiana desde la perspectiva sociocrítica4 permite concluir que este escritor se apropia y reelabora ese congeladas, lino, maíz y avena, y sólo [la tercera] en exportación de trigo” (Avellaneda, 2000: 634), Argentina seguía siendo un país cuya economía “era aún fundamentalmente colonial” (op. cit.: 634), pues se basaba en la explotación de materias primas a cambio de manufacturas provenientes del mundo industrializado y se amparaba en una alianza entre éste último y la oligarquía terrateniente local (Avellaneda, 2000: 634), vínculo que dejaba excluidos a los sectores urbanos y obreros. Estos últimos, sometidos a un proceso de proletarización cada vez más intenso, se encontraban a merced del vaivén político de la época, oscilando entre una derecha tradicional que prometía la bonanza económica y estaba encarnada en Marcelo Torcuato de Alvear, presidente entre los años 1922 y 1928, y una izquierda populista, integrada por las clases medias y los universitarios, que eligió a Hipólito Yrigoyen para que ocupara, por segunda vez, el cargo en el período siguiente; dicho gobierno se vería interrumpido con el golpe de estado del general José Félix Uriburu en 1930 y ha conferido a Los siete locos un valor anticipatorio, pues muchos de los discursos del Astrólogo se centran en la apremiante necesidad de una revolución que cambie el estado de las cosas, incluso si para llevarla a cabo se requiere primero de una dictadura militar que por su brutalidad despierte la conciencia moral y política de la gente. 3 En una conferencia dictada en su paso por Argentina en 1929, Le Corbusier exclamó: “Buenos Aires es la ciudad más inhumana que he conocido; en verdad, el corazón se encuentra allí martirizado” (Le Corbusier en Gostautas, 1972: 244, 245). 4 Para Bourdieu, “[e]l campo es una red de relaciones objetivas (de dominación o subordinación, de complementaridad [sic] o antagonismo, etc.) entre posiciones: por ejemplo, la que corresponde a un género como la novela o a una subcategoría como la novela mundana, o, desde otro punto de vista, la que identifica una revista, un salón o un cenáculo como los lugares de reunión de un grupo de productores. Cada posición está objetivamente definida por su relación objetiva con las demás posiciones, o, en otros términos, por el sistema de propiedades pertinentes, es decir eficientes, que permiten situarla en relación con todas las demás en la estructura de la distribución global de las propiedades. Todas las posiciones dependen, en su existencia misma, y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, de su situación actual y potencial en la estructura del campo, es decir en la estructura del reparto de las especies de capital (o de poder) cuya posesión controla la obtención de beneficios específicos (como el prestigio literario) que están puestos en juego en el campo. A las diferentes posiciones (que en un universo tan poco institucionalizado como el campo literario o 8 contexto hasta lograr producir unas obras que, en su momento, marcaron cambios de tipo estético y en la relación que los lectores comunes mantenían con los productos literarios. Sin llegar a ser las primeras novelas que en Argentina tratasen el tema urbano5, obras como El juguete rabioso (1926) y el díptico constituido por Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931) resultan valiosas porque fueron las primeras en ese país en explorar, sin atenuaciones, la conciencia desgarrada del hombre en la modernidad. En Arlt se encuentran todas las características de una modernidad periférica, dado que Argentina sufría por entonces un proceso de desarrollo lleno de contradicciones y de cataclismos sociales, y este enfoque ha constituido el acercamiento más constante a su obra por parte de la crítica. Sus protagonistas son héroes problemáticos que fracasan en la búsqueda de sus objetivos vitales, seres degradados caracterizados por la angustia, la soledad y la alienación, aspirantes a superhombres cuya existencia está marcada por nuevas formas de sometimiento, personajes descentrados que no encuentran su lugar en el mundo. Las reiteradas alusiones en la literatura arltiana a máquinas en movimiento, materiales de construcción, colores metalizados, formas geométricas, términos matemáticos o provenientes de la química y la física, crean un efecto de deshumanización y de extrañamiento en el lector, el cual asocia todos esos elementos a las condiciones creadas por la industrialización, la cual desconoce al hombre en su integridad y lo convierte en un mero apéndice del desarrollo económico. A esto cabe añadir las descripciones mismas de los personajes, en las cuales es recurrente encontrar la mención de anormalidades físicas o gestos propios de animales, procedimiento que sugiere una bestialización y que está artístico sólo se dejan aprehender a través de las propiedades de sus ocupantes) corresponden tomas de posición homólogas, obras literarias o artísticas evidentemente, pero también actos y discursos políticos, manifiestos o polémicas, etc., lo que impone la recusación de la alternativa entre la lectura interna de la obra y la explicación a través de las condiciones sociales de su producción o su consumo” (Bourdieu, 1992: 342, 343). 5 Según la crítica Maryse Renaud, “pese al lento progreso de la temática urbana surge por fin, en 1884, un texto que puede considerarse como la primera novela [argentina] realmente dedicada a la descripción de la vida capitalina: La gran aldea de Lucio V. López” (Renaud, 2000: 691). 9 emparentado con la estética expresionista6, heredera del peso que el arte moderno le concede en general a lo anómalo, lo disonante y lo degradado7. A diferencia de la literatura con una intención didáctica o moralizante, la cual en el caso de Argentina hundía sus raíces en un mítico gaucho lleno de rasgos de carácter que eran entendidos como virtudes –tal como predominó a lo largo del s. XIX con la llamada «literatura gauchesca» y cuyo representante más destacado fue el Martín Fierro (1872, 1ª parte; 1879, 2ª parte) de José Hernández–, las novelas de Arlt están dirigidas a un público proletario o pequeño-burgués, al cual no se pretende educar. El lector común se identificaba con esta literatura en la medida que las problemáticas allí retratadas eran las mismas suyas, y ese vínculo que Arlt procuró mantener con sus lectores lo situó en un lugar interesante en relación con otros escritores de su tiempo8. Contrariamente al mito del escritor marginado, es un hecho que Arlt gozó del reconocimiento de sus contemporáneos. Los lectores esperaban ansiosos sus Aguafuertes porteñas en el periódico El Mundo, a tal punto que el director tuvo que dejar de anunciar qué día se iba a publicar dicha columna para así aumentar el número de ventas de todos los días (Onetti, 1958: 8). Si bien una parte de la recepción más temprana de su obra elogió su talento y la novedad que significaba su obra, otros insistieron en su «mal gusto» y en sus faltas ortográficas y gramaticales. Cuestiones 6 Indica al respecto Walter Muschg: “lo feo es un concepto tan amplio como la belleza. Existe una emoción, una mística, un cinismo y un nihilismo de lo feo; su glorificación puede nacer del fervor de una nueva intimidad, o bien ser únicamente un deseo sádico de destrucción, condicionado por la época (…) Llegó a ser axioma del arte moderno que lo bello abarcaba también lo horrendo y lo espantoso, la destrucción y lo incomprensible” (Muschg, 1961: 38, 39). 7 La vida y obra de Charles Baudelaire marcan el comienzo de esta redefinición del ámbito estético, de la aproximación a temas hasta entonces intocados y de la experimentación con formas novedosas, así como de la valoración y exaltación de lo feo por parte de los artistas. Señala al respecto Enrique López Castellón: “A medio camino entre la truculencia y el refinamiento, la pasión desbordada y el estoicismo lúcido, la elevación mística y la sordidez asqueante, Las flores del mal no podían menos que suscitar el rechazo de una buena parte de la sociedad de la época. El escritor quería inspirar horror y, de hecho, consiguió este objetivo. Trató de abrir una nueva vía y, realmente, lo logró” (López, 2007: 42). 8 Para establecer el campo literario argentino de ese momento, es imprescindible la mención de obras como Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes y Zoigobi (1926) de Enrique Larreta, textos que por su factura estética estaban más acordes con las expectativas de la época. En poesía, la vanguardia se instala anticipadamente con obras como Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) de Oliverio Girondo y Fervor de Buenos Aires (1923) de Jorge Luis Borges. 10 que hoy, frente a la gran apertura abierta por lo posmoderno y a la desestabilización que ésta ha introducido en los distintos ámbitos de la vida y del saber académico, han ido perdiendo vigencia. ¿No son, para nosotros, esas incorrecciones una prueba más de su modernidad estética? Hay un consenso en la crítica cuando se afirma que “lo nuevo y avanzado de su literatura residió (…) en su capacidad para darle consistencia estética a la crisis de la conciencia pequeño-burguesa, urbana y bonaerense, a fines de la década de los veinte” (Romano, 1981: 144). De ahí que conceptos tales como alienación, falsa conciencia y lucha de clases ya hayan sido empleados para abordar estas obras. Mención aparte en la crítica merece el libro Roberto Arlt y la rebelión alienada (1980) de Beatriz Pastor, en el cual la autora hace un análisis metódico de las principales novelas de Arlt a la luz del marxismo: los personajes son unos alienados por factores que van desde la esfera sexual y familiar hasta la económica y social, y cuando se proponen romper con las estructuras opresivas no lo logran, pues su rebelión sólo tiene lugar en el plano de lo simbólico y nunca es llevada a la praxis. Por otra parte, esos intentos no significan una auténtica liberación o ruptura con los vínculos del pasado, sino la transición a nuevas formas de sometimiento, tanto de otros como de ellos mismos. Pero la interpretación de la obra arltiana no se agota con las cuestiones históricas y sociales, las cuales, aunque importantes, no logran dar cuenta cabalmente de la peculiar forma de la escritura de este autor. El marxismo, que le sirve al estudioso de la literatura para descubrir e interpretar las complejas relaciones entre la base y la superestructura de un momento histórico dado y cómo éstas influencian la composición estética –la cual contiene, implícitamente, una visión de mundo particular–, así como la evaluación que hace el autor de una realidad histórico-social concreta, requiere ser complementado por una perspectiva como la psicoanalítica, que indaga no sólo en el ser histórico del hombre sino fundamentalmente en su inconsciente y sus deseos reprimidos. En el presente trabajo se pretende explorar las relaciones que existen entre la narrativa arltiana y el psicoanálisis. Aunque no por completo ajenos al estudio de las obras, conceptos tales como el narcisismo, el inconsciente o el deseo no han sido completamente desarrollados en la crítica 11 sobre la narrativa de Roberto Arlt. El psicoanálisis, que se ha consolidado como un método fructífero en el tratamiento de las enfermedades mentales de las personas, dispone de una red de conceptos útiles para la crítica literaria a la hora de analizar mejor ciertas situaciones narrativas, los personajes o determinados usos de la lengua. Al considerar la recurrencia de rasgos expresionistas y grotescos en la descripción física de los personajes, así como el énfasis puesto en lo opresivo de los espacios en los que estos habitan, se ha determinado, como punto de partida para esta investigación, que el cuerpo es el lugar en donde mejor se revelan, en la obra literaria de este escritor argentino, los efectos negativos de unas estructuras de producción que operan limitando y censurando al hombre. La historia del s. XX, que sobreabunda en hechos de violencia ejercida contra la integridad y la libertad del cuerpo, merece ser leída no sólo desde el punto de vista histórico de luchas imperialistas y de competencia entre ideologías, sino haciendo un mayor énfasis en las consecuencias que éstas tienen en la estabilidad emocional y afectiva de las personas. Siendo un marginado, un personaje como Erdosain representa a una porción considerable de la humanidad cuando consideramos que su angustia no es aislada, sino la sensación más generalizada en los individuos de las sociedades modernas. Tal como señala Michel Foucault en Enfermedad mental y personalidad (1954), “[H]ay enfermedad (…) cuando el individuo no puede gobernar, a nivel de sus reacciones, las contradicciones de su medio: cuando la dialéctica psicológica del individuo no puede encontrarse en la dialéctica de sus condiciones de existencia” (Foucault, 1954: 114). Una tensión permanente recorre la obra de Roberto Arlt. Sus personajes viven acosados por el incesante «trabajo de la angustia9». El desajuste entre sus más íntimas aspiraciones y la realidad que los subyuga es la causa fundamental de estos desequilibrios, los cuales se intentan resolver por vías que no eliminan, sino que sustituyen las distintas formas de explotación de la sociedad capitalista. Es fácil reconocer que la situación de marginación y 9 Para Lacan, “[l]a angustia del hombre está ligada a la posibilidad de no poder” (Lacan, 1963: 206). En la sociedad capitalista, intervendrían no solamente las condiciones sociales e históricas que disminuyen o imposibilitan la satisfacción de los deseos, sino también la exacerbación de los mismos a través de una serie de entidades que se lucran de aquélla; casos paradigmáticos de esto son la industria de la publicidad y la moda. 12 pobreza contribuye a la conformación de ese caos, pero un lector con alguna formación en psicoanálisis tiende a pensar que, en la obra arltiana, no todo se explica por los condicionamientos culturales y las limitaciones históricas que sufren los personajes en la sociedad retratada. De hecho, no todos reaccionan igual frente al estado de cosas que comparten, y ni siquiera los distintos integrantes de la Sociedad Secreta de Los siete locos y Los lanzallamas se toman con la misma seriedad los planes de subvertir el orden establecido. Aunque el psicoanálisis contaba apenas con unas pocas décadas para la época en la que escribió Arlt, es lícito considerar que el autor ya había hecho un somero acercamiento a sus temas y problemas10; y lo que es más importante, tanto en la construcción de los personajes como en las situaciones planteadas y la forma de la escritura hay serios indicios de que Arlt intuía una dimensión del hombre que no se alcanzaba a explicar completamente por las solas circunstancias históricas. La locura de los personajes arltianos tiene múltiples maneras de concretarse, pero sus manifestaciones están siempre ligadas a la violencia y al delirio. En cuanto a la primera, es una violencia más peligrosa que la puramente instintiva, pues es meditada y planificada: Erdosain muestra incoherencia en muchos de sus actos, pero al diseñar la fábrica de fosgeno es perfectamente metódico y racional. Tanto el asesinato que comete como su posterior suicidio no son productos de una casualidad, sino que detrás de estos hay una elaboración más o menos consciente que lo lleva a aniquilar a otros o a planear hacerlo cuando se encuentran en estado de indefensión. De la misma manera que ocurre con el personaje del Astrólogo, para quien la toma del poder sólo es cuestión de planear bien un ataque masivo a la población civil. En cuanto al delirio, Beatriz Pastor explica que éste asume a veces la forma del delirio religioso o del retorno mítico a una naturaleza inmaculada. ¿Pero no es también tremendamente inquietante la conversación entre Erdosain y un hombre con máscara de gas, en el que podemos advertir una figura paterna, esto es, los soldados que fueron a combatir en el frente durante la Primera Guerra Mundial? 10 Cfr. los títulos de varios de los apartados de los capítulos que conforman el díptico: “Estados de conciencia”, “Capas de obscuridad”, “Incoherencias”, “Trabajo de la angustia”, “La vida interior”, “Sensación de lo subconsciente”, “La cortina de angustia”, “El enigmático visitante”, “Un alma al desnudo”. 13 ¿Qué nos dice sobre su estado mental ese delirio de Erdosain, o el de Ergueta, quien cree hablar con Jesús? ¿Por qué el Astrólogo tiene éxito en convencer a sus seguidores de destruir el orden imperante para crear otro nuevo, pero las relaciones de solidaridad entre ellos, tal como ocurre con Silvio Astier y su banda de ladrones, se rompen y no dejan así lugar para la tan esperada revolución? Lo más interesante en leer la obra de Arlt desde la perspectiva psicoanalítica es descubrir que, como en tantas otras ocasiones en la historia de la literatura y del arte en general, la creación imaginativa se anticipa al desarrollo conceptual o teórico de un problema. Freud descubrió en las tragedias griegas y en los dramas shakespereanos varios indicios que corroboraban sus observaciones y sus análisis de pacientes con distintas enfermedades mentales; Arlt, por su parte, muestra la problemática del hombre moderno desde todos sus ángulos y se anticipa a los funestos efectos que históricamente tendría para la sociedad la alianza entre la técnica y el totalitarismo. Las configuraciones psíquicas individuales de los personajes arltianos, signadas por la enfermedad y la alienación, repercuten, necesariamente, en el contexto más amplio de lo social. Éste último fenómeno fue tratado por Freud en su célebre texto El malestar en la cultura (1930), y es una noción que Noé Jitrik retoma para referirse a Los siete locos y Los lanzallamas. Dijo al respecto el citado crítico en una entrevista hecha por la Universidad Nacional de Colombia en 2001 y retomada en 2003: La idea en la que trabajo en este momento, y que tiene el carácter de travesía, es la idea de malestar. Es una actualización del concepto freudiano. Me pregunto si es posible que eso sea una constante en las culturas. (…) Yo diría, retrospectivamente, que los textos de Roberto Arlt, especialmente Los siete locos y Los lanzallamas, son también textos de malestar, sólo que de otro malestar [distinto al de la lectura]: el riesgo de la pertenencia a una clase que parecía destinada a un gran futuro. La frustración forma el relato de Arlt (Anónimo, “Entrevista a Noé Jitrik”, 2003: 305, 307). Finalmente, cabe enfatizar en que entender las principales novelas de Roberto Arlt desde algunos conceptos del psicoanálisis11 enriquecerá la comprensión que hay sobre la práctica 11 Con todo, hay que señalar que el psicoanálisis tiene ciertas limitaciones. El objeto específico de esta disciplina, que es el inconsciente, no logra explicar los efectos estéticos de la obra literaria: para ello hay que recurrir a una semiosis controlada que considere su estructura lingüística, sus convenciones narrativas o 14 literaria de este autor, pero éste será también un ejercicio que tendrá una ventaja más: la de advertir, en nuestros días, los ecos de esa angustia y deshumanización que a primera vista parecen ligados al advenimiento de la técnica y del desarrollo industrial pero que, tal como lo explica Beatriz Pastor en su ya mencionado libro Roberto Arlt y la rebelión alienada, sólo tienen lugar si dicha técnica y desarrollo están condenados a ser percibidos como alienantes por las contradicciones existentes en las estructuras sociales y la economía que se favorece al hacer uso de estos. recursos poéticos y su situación en los campos literario y del poder: “Lo hemos reconocido abiertamente: la interpretación psicoanalítica no es exhaustiva, es específica” (Green, 1971: 381). 15 MARCO TEÓRICO PSICOANÁLISIS Y LITERATURA. EL CASO ARLT Psicoanálisis y literatura Para juzgar la pertinencia que tiene el psicoanálisis en la mejor comprensión de un texto literario es imprescindible considerar, en primer lugar, bajo qué presupuestos se efectúa dicha relación. En efecto, la práctica psicoanalítica constituye en principio un método terapéutico que se circunscribe a sujetos de carne y hueso, cuya psique es susceptible de ser examinada por un especialista; en cambio, en el ámbito de la escritura con efectos de sentido predominantemente estéticos, cabe preguntarse cuál sería el proceso equivalente a dicha práctica y por qué se puede efectuar con un objeto que carece de conciencia y, por supuesto, de inconsciente. Una de las preocupaciones que ha mantenido la teoría literaria a lo largo de su historia es la dilucidación de cómo se produce un texto literario, y pienso que frente a ésta el psicoanálisis ofrece algunas de sus más poderosas herramientas. Si bien es imposible entrar en la conciencia del autor a partir de su sola obra, lo cual es algo que además carece de interés para quien se aproxima al texto encaminado a entender un fenómeno literario, el psicoanálisis pone en evidencia que en ese producto quedan huellas más o menos visibles tanto del proceso creador como de los deseos inconscientes que impulsaron dicha creación: “el texto (…) deja aquí y allí, justamente por ser una obra de ficción y, por lo tanto, gobernada por el deseo, huellas de los procesos primarios sobre los cuales se edifica” (Green, 1971: 382). El inconsciente, sistema “constituido por contenidos reprimidos” (Laplanche y Pontalis, 1971: 193) –y que por lo tanto permanece oculto para el yo– se manifiesta, tras un arduo proceso de reelaboración o traducción imperfecta12, en la forma o 12 Este proceso de reelaboración comprende “las condensaciones, desplazamientos y (…) redoblamientos repetitivos” (Green, 1974: 35) de los contenidos del inconsciente, por lo cual no es, en ningún caso, una manifestación directa y cabal del mismo. Tal como la traducción, cuyo sólo ejercicio ya implica una deformación o traición del contenido original (Croce) y la cual se hace más imperfecta aún en la medida en 16 artefacto verbal que es la obra literaria. En ese sentido, la materia prima que conforma la obra literaria es análoga13 a aquella sobre cuya base el psicoanalista hace inferencias y deducciones en su trabajo corriente, esto es, el relato, por parte de un paciente, de sus sueños, aspiraciones, recuerdos y temores14. El psicoanalista, como el crítico literario, analiza un relato teniendo como soporte el lenguaje. Éste último es un instrumento de doble operatividad: constituye la cadena de significantes que conforman el texto y sirve para transmitir las conclusiones del análisis. El lenguaje es para ambos, en este sentido, tanto un punto de partida como uno de llegada. En este punto, es imprescindible reflexionar sobre el vínculo que descubre el psicoanálisis entre el autor y su obra. El primero, que puede ser entendido como un sujeto deseante, tiene uno o varios objetos de deseo, ya sea de una manera consciente o inconsciente. La obra literaria corresponde en este sentido a la expresión de un deseo no realizado/ no realizable en el ámbito de lo cotidiano y tangible15, y obedece a la sublimación de la energía pulsional del artista, la cual, si bien puede adquirir muchas formas –entre éstas, la creación misma de la obra de arte–, tiene siempre un origen sexual16. Dicha creación “no puede evitar hallarse condicionada por el sello de la organización que los sistemas preconsciente y consciente del escritor amplifican, reducen o cambian las ideas que sirvieron como punto de partida a la obra. 13 “El texto literario y el texto del sueño confluyen en un solo punto: estar los dos presentados a través de la elaboración secundaria” (Green, 1971: 382). Dicha “elaboración secundaria” no es otra cosa sino la del lenguaje. Precisa al respecto Ricoeur: “el psicoanálisis comienza con el relato del sueño y la posibilidad de interpretarlo” (Ricoeur, 1974: 222). 14 “Freud pedirá a sus pacientes que le aporten, no razonamientos intelectuales y divagaciones abstractas, sino historias: hable según se le pase por la cabeza y asocie libremente; cuénteme sus historias, sus tonterías” (Kristeva, 1996: 70). 15 “A los ojos de Freud el arte es la expresión de un deseo que renuncia a buscar satisfacción en el universo de los objetos tangibles. Es un deseo desviado a la región de la ficción y, en virtud de una definición ahora angosta de la realidad, Freud no atribuye al arte sino un poder de ilusión. El arte es la sustitución de un objeto real, que el artista es incapaz de alcanzar, por un objeto ilusorio” (Starobinski, 1974: 211; las cursivas son mías). 16 Indica al respecto Julia Kristeva: “[Los artistas] resexualizan la actividad sublimatoria; sexualizan las palabras, los colores, los sonidos” (Kristeva, 1996: 110). 17 inconsciente de los conflictos del creador, especialmente de aquellos que han sido actualizados o reactivados en el momento de la creación” (Green, 1974: 40). En este orden de ideas, la obra literaria corresponde a una manifestación sublimada de las pulsiones primarias de su creador, y el psicoanálisis entra a desempeñar un papel muy importante en el desvelamiento de las motivaciones profundas e inconscientes que dieron lugar a su elaboración o, en palabras de André Green, en traer “a la luz relaciones del texto con el núcleo de verdad” (op. cit.: 386). Dicho núcleo de verdad atañe a la «verdad del deseo», “puesto que el texto concierne al deseo de escribir y al deseo de ser leído por parte del escritor” (op. cit.: 384). El escritor es, en este sentido, “un analista intuitivo17 que trabaja con sus propios deseos conscientes e inconscientes y con las tragedias y comedias de la vida cotidiana” (Schneider, 1962: 81). En cuanto a las motivaciones y a los deseos inconscientes, es importante enfatizar en que el psicoanálisis ha descubierto que éstos, si bien adquieren una forma diferente en cada persona y hacen de su psique algo único e irrepetible, obedecen a unos esquemas más o menos generalizables. Tal es el caso del Edipo, figura del inconsciente que se desarrolla de manera particular en cada individuo pero que al mismo tiempo posee unas características universales que resultan insoslayables, tales como la madre como primer objeto de deseo – tanto en niñas como en niños– y el padre como rival implacable con respecto a dicho objeto. Aproximarse a la comprensión de este tipo de situaciones psíquicas que aparecen explícitamente en la obra literaria, o que hay que deducir en una lectura más atenta –lo cual es mucho más frecuente– es una de las fuentes de mayor riqueza del análisis psicoanalítico, ya que permite explicar los mecanismos que intervienen en su productividad textual –tales como las acciones de los personajes o el empleo de una determinada técnica narrativa– y poner en claro su dinámica o funcionamiento18. Este es el caso de los protagonistas de El 17 Para Freud, la relación entre el psicoanálisis y las obras literarias es productiva en dos sentidos: “En primer lugar, esas obras a menudo expresan en forma poética verdades sobre la psique, lo que implica que el creador literario puede intuir directamente las verdades que los psicoanalistas sólo descubren más tarde por medios más laboriosos. En segundo término, Freud sostenía también que una lectura psicoanalítica atenta de las obras literarias permitiría descubrir elementos de la psique del autor” (Evans, 1996: 40). 18 Tal como aclara André Green, no se trata de que el personaje tenga literalmente un complejo de Edipo, pues en literatura aquél no es sino una suma de indicios –el nombre, la caracterización directa o indirecta, entre 18 juguete rabioso y de Los siete locos y Los lanzallamas, cuyas figuras paternas, inexistentes o autoritarias, determinan la necesidad de que ellos busquen en la adolescencia o en su vida adulta una figura masculina en la cual depositar sus expectativas vitales y su camaradería, lo cual determina el trasunto verbal o secuencia de acciones de cada una de las obras mencionadas. El psicoanálisis, pues, encuentra en la obra literaria un material privilegiado, no en tanto que objeto de conciencia sino en tanto que lenguaje saturado de las huellas psíquicas que en ella ha dejado, sin verlas, el inconsciente de su creador, de su conflicto edípico, así como de todas aquellas características peculiares que le fueron heredadas por la cultura, el medio social y las circunstancias históricas. Señala al respecto Daniel Schneider: “la situación artística (literaria) no es sino una manera de captar fuerzas edípicas particulares y ocultas a medida que «se filtran» hacia la superficie” (op. cit.: 26). La lectura «flotante» que hace el psicoanalista de una creación literaria, así como la del estudioso de la literatura con alguna formación en psicoanálisis, debe estar atenta tanto a lo visible como a lo oculto/ocultado19 en el texto: “Lo que realmente interesa está en lo manifestado, en lo dicho y expresado; pero también en lo que no se ve a simple vista, en esas dudas y dubitaciones, en esos silencios o ausencias” (Huamán y Mondoñedo, 2003: 160). En este sentido apunta el empleo metafórico del verbo “escuchar”20 que emplea André Green para referirse a la lectura psicoanalítica: “¿Qué hace el psicoanalista frente a un texto? Procede a una transformación –a decir verdad, no procede deliberadamente así, sino que ella se le impone– en virtud de la cual no lee el texto, lo escucha. Esto no quiere decir, evidentemente, que se lo haga leer o que lo lea en voz alta. Lo escucha según las modalidades que son específicas de la escucha psicoanalítica” (Green, 1971: 381, 382; las cursivas son mías). En este tipo de escucha, se hace evidente que la literatura y el psicoanálisis resultan ser actividades complementarias entre sí, pues tal como lo afirma otros–, sino de que el crítico pueda referirse a dicho personaje como si tuviera un complejo de Edipo sobre la base de “una correspondencia coherente y significante desde el punto de vista semántico” (Green, 1974: 66). 19 Por efecto de la represión ejercida por el inconsciente. 20 Así como la imagen de buscar, no el hilo de Ariadna, sino lo que está por encima o por debajo del mismo. 19 Julia Kristeva, “así como acudo al psicoanálisis para contribuir a la interpretación de la experiencia literaria, hago también lo inverso: acudo a la literatura para afinar la interpretación analítica” (Kristeva, 1997: 95). La escucha psicoanalítica del texto literario saca a relucir la fantasmática de su autor y del momento histórico que lo rodea. La palabra “fantasma”, que en el español corriente no tiene nada que ver con la acepción psicoanalítica del término21, se ha asimilado a la palabra “fantasía”22, la cual, en el Diccionario de psicoanálisis (1971) de Laplanche y Pontalis, aparece definida como el “guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente” (Laplanche y Pontalis, 1971: 138). Al haber postulado unas líneas arriba que la obra literaria contiene, atravesando transversalmente las capas que la conforman, la expresión de un deseo del sujeto creador, es lógico que “el lugar favorito, no de una realización sino de una formulación de los fantasmas, sea la literatura y el arte” (Kristeva, 1997: 102): cada obra literaria pone en funcionamiento la fantasmática de su autor y los personajes, sin ser seres a los que se pueda psicoanalizar en tanto que son criaturas de ficción23, trasuntan rasgos específicos del inconsciente que los originó y del contexto social e histórico en el cual fueron creados –y al 21 En su empleo ordinario, un “fantasma” es la “imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos” (DRAE) o el “espantajo o persona disfrazada que sale por la noche a asustar a la gente” (DRAE). 22 Con este término sucede algo semejante que con el anterior, ya que en su empleo corriente está relacionado, sobre todo, con la facultad de fantasear. 23 Kristeva proporciona un ejemplo en su análisis de la novela Le Con d´Irène (aparecida clandestinamente en 1928 y vuelta a publicar en 1968) de Louis Aragon y lo vincula con la actualización de los fantasmas del lector: “Ni Victoire ni Irène son mujeres reales, desde luego, mujeres en el sentido social del término; insisto en este punto para enfatizar que se trata de un fantasma, de una prosopopeya del inconsciente del narrador y del escritor, en el sentido de que la prosopopeya es una puesta en escena de ausentes, de muertos, de seres sobrenaturales o inanimados que hablan y actúan, mientras que el fantasma realiza esta escenografía con los retoños de nuestro propio inconsciente, retoños que no están muertos en absoluto” (Kristeva, 1996: 245; las cursivas son mías). A propósito de esto, Arlt mismo declaró en una entrevista publicada en La Literatura Argentina en agosto de 1929: “Lo único que sé es que el personaje se forma en lo sub-consciente de uno, como el niño en el vientre de la mujer” (Arlt en Borré y Goloboff, 2000: 720). 20 que al mismo tiempo aluden24–. El psicoanálisis acude en la revelación de ese “fantasma” o “fantasía”, pues ésta “no está representada en el nivel del texto: sólo una acumulación de huellas permite deducirla” (Green, 1971: 395). Con base en lo anterior, se puede establecer que la fantasmática del autor queda plasmada en las ilusiones rotas de sus personajes, así como en la manera brusca y amenazante en que es entendido el mundo exterior. Si se intenta hacer una conexión entre la vida de Arlt y sus obras, se puede afirmar que existió un proceso de reelaboración creativa de los conflictos y limitaciones que agobiaron a este autor a lo largo de su vida. La figura del padre siempre es concebida como una autoridad castradora ante la cual se es, en un primer momento, impotente, pero contra la cual cabe la posibilidad de combatir hasta que ésta sea derrocada; de ahí que muchos de estos personajes busquen, con sus inventos y en sus idearios políticos, la manera de destruir el orden establecido por considerarlo arbitrario e insoportable. El tema del poder, que según Beatriz Sarlo atraviesa toda la novelística arltiana (Sarlo, 1988: 53), lo impregna todo: desde las relaciones entre los sexos hasta la manera como se conciben el saber, la sociedad y la técnica. La preocupación por conseguir esos saberes con el fin de llenar los vacíos de una formación académica escasa, así como la necesidad de trabajar en exceso, marcarían con huellas indelebles la vida adulta del autor; en efecto, su literatura, caracterizada por el uso de un vocabulario lunfardo y por una sintaxis dislocada, revela que su creatividad estuvo sometida a limitaciones semejantes a las de los personajes. De esta manera, su apuesta por el «mal escribir» se torna interesante tanto desde el punto de vista psicoanalítico –¿qué fantasmas alimentaron la imaginación de este escritor?– como sociocrítico –ni una sociedad en crisis ni su portavoz, el escritor, pueden producir en esas condiciones una literatura que siga la normatividad clásica–. 24 A partir de sus personajes, el escritor alude a una realidad histórico-social concreta. Dicha relación con la realidad, ni siquiera en el llamado «realismo literario», es transparente, pues está siempre mediada por el lenguaje. Además, no se puede subestimar que la imaginación del escritor desempeña un papel preponderante en dicha re-creación: “La literatura es una máquina de elaborar la relación con la realidad externa y con la realidad psíquica, para reenviarla interpretada y necesariamente deformada” (Green, 1971: 406, 407). Por su parte, el psicoanálisis “no es una serie de «explicaciones» e «interpretaciones», aunque ambas se usen como parte del proceso. El psicoanálisis es, más bien, un trabajo de transformación” (Schneider, 1962: 77). 21 Psique, cuerpo, individuo y sociedad Cuando se considera que la fantasmática concierne no solamente al autor o a sus personajes, sino a la sociedad a la cual estos aluden, el psicoanálisis establece unos productivos vasos comunicantes con la sociología y con su enfoque más reciente, la sociocrítica: la psique de un individuo es, en buena medida, producto de las circunstancias sociales e históricas que lo determinaron25. Así, la frustración que caracteriza a los personajes de Arlt en los distintos ámbitos de su existencia –la imposibilidad de conquistar a la mujer soñada, la insatisfacción de los deseos sexuales, la carencia de estabilidad económica y de claridad en las decisiones políticas– exhibe la psique de estos como una especie de cajas de resonancia de los acontecimientos políticos, económicos y sociales que los determinan y rodean. Pero no es solamente la psique lo que está en juego, sino el cuerpo. Éste último, en tanto que testigo fiel de la violencia –por las distintas huellas que en él van quedando del dolor o del maltrato– y de las restricciones impuestas por el poder, deviene un objeto privilegiado para la escritura moderna (Green, 1971: 400). No es gratuito que muchos de los personajes de Arlt, además de sus anomalías mentales, presenten taras de tipo físico, a las cuales aluden los sobrenombres que les dan en el entorno rufianesco: la Coja, la Bizca, la Cieguita. En el caso de los personajes masculinos, son personajes cuyas fisonomías tienen rasgos animales o que son descritas a partir de alusiones geométricas, como el rostro romboidal del Astrólogo. Por esta razón, uno de los ejes fundamentales sobre los cuales descansará mi reflexión psicoanalítica sobre la obra de Roberto Arlt es el cuerpo, entendido como una unidad con la psique; sólo en el ámbito de la abstracción es posible separarlos y comprenderlos como diferentes, cuando en realidad existen de manera indisoluble, ya que “el funcionamiento humano es psicosomático por esencia” (Marty, 1990: 156). Las reflexiones de muchos de los personajes del argentino giran en torno al sufrimiento que su cuerpo experimenta, a sus carencias y a la necesidad de sentirse plenos, en contraposición a la dureza de las 25 Cfr. la siguiente cita de Marx: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1859). 22 circunstancias sociales y económicas que están obligados a soportar, como cuando Erdosain piensa: –¿Qué he hecho yo para la felicidad de este desdichado cuerpo mío? Porque lo cierto es que se sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo contiene. Luego recaía que ese su cuerpo era el que avanzaba sus cavilaciones, las nutría con su sangre cansada; un miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que sentía el desprecio y la carga de los días de la que sólo eran responsables sus pensamientos que nunca habían apetecido los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente (Arlt, Los siete locos, 192926: 114). El creciente abismo que se tiende entre la psique y el cuerpo cuando éste último es menospreciado y visto como algo diferente al yo tiene como consecuencia percibirlo como si se tratase de un “doble físico” (LSL 114), lo cual compagina con lo afirmado por Foucault en Enfermedad mental y personalidad al considerar, como una de las variantes de la enfermedad mental, el que los individuos no puedan reconocer su cuerpo o lo sientan como ajeno o inerte –lo cual es, a menudo, producto de situaciones que comportan altos niveles de estrés o de angustia–. Si el cuerpo puede enfermarse por las anomalías de la mente, también puede ocurrir al revés: que la mente se empiece a ver directamente afectada por las anomalías del cuerpo. Joyce McDougall explica que, al ser indisolubles, hay una mutua interdependencia entre uno y otro, y que en ciertos casos pueden ocurrir procesos de somatización de todos los desórdenes que afectan a la psique: “El psicosoma funciona como una entidad. Poca duda cabe de que todo hecho psíquico tiene efectos en el cuerpo fisiológico, así como todo hecho somático repercute en la mente, aunque estos efectos y repercusiones no sean realizados de manera consciente” (McDougall, 1978: 313). Además de las anormalidades físicas, la literatura arltiana es especialmente rica en describir estados alterados de la conciencia. Los distintos personajes tienen sueños y delirios que los hacen separarse, de manera radical, de lo cultural y socialmente entendido como aceptable. Sus modos particulares de ver el mundo no toleran intromisiones, y esto se debe fundamentalmente a que sus sufrimientos y decepciones los han hecho enquistarse en proyectos que rompan definitivamente con lo establecido y que transformen sus vidas, aunque para ello haya que arriesgarlo todo. Pero a diferencia del enfermo que no quiere o 26 De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como LSL. 23 no tiene la capacidad de reconocer su estado anómalo, los personajes de Arlt saben –y a menudo gozan– de esa disparidad. Tal como ocurrió durante los prolegómenos a la Segunda Guerra Mundial, estos hombres y mujeres prefieren abrazar causas que, aunque fascistas, quiten el velo de hipocresía que rige las relaciones de una sociedad que perciben como castradora. En su libro Roberto Arlt y la rebelión alienada, Pastor pone en evidencia la equivalencia que existe, en el capitalismo, entre las prácticas delictivas de algunos miembros de la pequeña-burguesía y el lumpen, en el cual las máscaras de bondad han desaparecido (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 82); entre la cantidad de dinero necesaria para lograr una conquista amorosa y el objeto deseado, esto es, una mujer que ha sido cosificada por la mentalidad pequeño-burguesa y que en las obras del argentino es, a menudo, el agente o la responsable misma de esa cosificación27: [Erdosain se imaginaba] rodeándose de las delicias que estaban alejadas de su vida, de todos los cuerpos más distintos y hermosos, para los que se necesitarían una suma inmensa de existencias y dinero para gozar (LSL 114; las cursivas son mías). Y ya eran doncellas altas, finas y pulidas, ya colegialas corrompidas, un mundo femenino y diverso del que nadie podía expulsarle, a él, pobre diablo, a quien las regentas de los prostíbulos más destartalados miraban con desconfianza como si fuera a defraudarles el importe de la fornicación (LSL 115; las cursivas son mías). Como quien saca de su cartera un dinero que es producto de distintos esfuerzos, Erdosain sacaba de las alcobas de la casa negra una mujer fragmentada y completa, una mujer compuesta por cien mujeres despedazadas por los cien deseos siempre iguales, renovados a la presencia de semejantes mujeres (LSL 115; las cursivas son mías). Psique, cuerpo, individuo y sociedad: cuatro elementos que, sólo por motivos metodológicos, se analizarán separadamente en el presente trabajo, pero que en realidad se hallan íntimamente ligados e interconectados entre sí. 27 Al no disfrutar de independencia en el circuito económico, las mujeres de Arlt se ven en la obligación de buscar a toda costa un esposo que las sostenga y les dé lo necesario para vivir. En una sociedad en donde todo ha sido permeado por el dinero, la mujer pasa a ser, para la burguesía, una mercancía más, y el lazo matrimonial “una transacción comercial en la que se intercambia sexo por dinero” (Hernando, 2001: 42). Esto último, tal como reflexiona el Rufián Melancólico, no hace muy diferente el matrimonio burgués de la prostitución: sólo que el primero aún conserva su aureola de mistificación. 24 El deseo y sus obstáculos El deseo, que ocupa un lugar central para el psicoanálisis por ser el elemento fundamental de la experiencia humana28, no puede ser nunca aprehendido en su totalidad por las palabras. La literatura, al intentar salvar la incongruencia fundamental que hay entre el deseo y la palabra, constituye un esfuerzo y una lucha privilegiada por acercarlos, más aún tratándose de una narrativa con tan claras resonancias psicoanalíticas como la de Roberto Arlt. Hay que precisar que el deseo no se limita a la mera satisfacción de los instintos, como es el caso de los animales; de hecho, tiene un fuerte componente social pues, más que desear por sí mismos, los seres humanos desean según los otros: se desea ser objeto del deseo de otros, al querer ser amado, deseado o reconocido; se desea desde el punto de vista de los otros, pues a menudo se busca una persona o un objeto no por sus cualidades intrínsecas, sino por el prestigio que su compañía o su posesión hacen ganar frente a los demás; se desea siempre, sin descanso, puesto que no es posible desear lo que ya se tiene y una vez satisfecho un deseo aparecerá otro nuevo que remplace al anterior (Evans, 1996: 68, 69). La dinámica del deseo es fundamental para comprender las secuencias de acciones emprendidas por los personajes de Roberto Arlt, pues frecuentemente estos desean y luchan contra todo y contra todos, no tanto por el bienestar que pueda derivar de sus conquistas materiales o sociales sino por el prestigio y el reconocimiento que, piensan, pueden ganar ante los ojos de los demás. El deseo, permanentemente negado por la experiencia concreta y por numerosas limitaciones de diversa índole, es una fuente de inacabables tormentos para estos personajes. Se trata de seres que deambulan por las calles de Buenos Aires en busca de fruiciones que no es posible encontrar en su entorno más cercano. Es interesante apreciar que la censura, incluso en lo más íntimo de su pensamiento, sigue operando con fuerza: esos deseos son frecuentemente vistos como negativos y también la manera de 28 “Lacan sigue a Spinoza al sostener que «el deseo es la esencia del hombre» (…) el deseo es al mismo tiempo el corazón de la existencia humana y la preocupación central del psicoanálisis” (Evans, 1996: 67). 25 satisfacerlos. Sin llegar a ser individuos que acepten lo establecido, los personajes arltianos no logran llegar a descubrir el entramado cultural y socioeconómico que les hace ver sus vidas y su ausencia de placer como una fatalidad desdichada. La tenaz contradicción que existe entre el principio del placer y el de realidad es permanente en el desarrollo de estos personajes. La oposición entre el instinto y el imperativo social, entre una ley ante la cual los hombres son libres e iguales y la realidad, en la cual persiste la dominación de unos por otros, entre una industria que provee infinidad de bienes y servicios y un sistema económico que sólo a algunos concede el acceso a estos, ocasionan la insuperable angustia de toda una sociedad. Indica al respecto Michel Foucault: “Las relaciones sociales que determina la economía actual bajo las formas de competencia, de la explotación, de guerra imperialista y de lucha de clases ofrecen al hombre una experiencia de su medio humano acosada sin cesar por la contradicción” (Foucault, 1954: 98). Y en las novelas de Arlt esta contradicción estriba, fundamentalmente, en que no hay formas de satisfacer el deseo: las necesidades de la psique, los reclamos del cuerpo. Novelas como El juguete rabioso y Los siete locos narran ampliamente los pormenores de esa contradicción. En la primera, en contraste con un capitalismo que teóricamente alienta los méritos personales, Astier experimenta una enorme decepción cuando sus sueños de hacer carrera como inventor se ven reducidos a polvo al ser expulsado de la Escuela Militar de Aviación, no por una ausencia de formación o conocimiento sino por un exceso de los mismos, cuando el teniente coronel le dice: “Vea, amigo, el capitán Márquez me habló de usted. Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sino brutos para el trabajo” (Arlt, El juguete rabioso, 192629: 140). En el caso de la segunda novela citada, no es gratuito que el relato comience cuando Erdosain deja de ser funcional para el sistema, esto es, cuando sus patrones lo interrogan a raíz de un robo; 29 De aquí en adelante esta referencia bibliográfica se abreviará como EJR. 26 éste constituye el punto de no retorno frente a unas relaciones familiares30 y laborales31 ya deterioradas y, junto con el abandono de su esposa Elsa, se completan las condiciones para que él selle su ruptura definitiva con el orden establecido. Pero las novelas de Roberto Arlt exploran no solamente la búsqueda de la realización del deseo y la consecución, aunque efímera y llena de obstáculos, del placer, sino también sus excesos32. El goce experimentado en situaciones criminales o vergonzosas según los códigos de conducta de la pequeño-burguesía muestran que hay una perversidad acuciosa en estos personajes: “hay en los agonistas del argentino una saga de seres perversos, alegremente perversos que adoptan el signo negativo de la existencia como una forma de realización personal” (Vélez, 2002: 27; las cursivas son mías). El tránsito entre goce y sufrimiento, entre crimen y arrepentimiento, es muy breve; de ahí que estas novelas no puedan ser leídas según los parámetros decimonónicos de la «psicología de los personajes», sino que requieran de otro tipo de explicaciones, para lo cual el psicoanálisis ofrece “un metalenguaje o vocabulario técnico autorizado que se puede aplicar a las obras literarias y a otras situaciones, para entender qué está pasando «realmente»” (Culler, 1997: 153). 30 “La familia en Arlt (…) lejos de ser el lugar idealizado por el discurso oficial, es un foco de conflicto. Los personajes femeninos y masculinos son construidos como enemigos y el matrimonio aparece como una relación de poder donde, paradójicamente, es la mujer la que tiene al hombre «encadenado por su sexo»” (Hernando, 2001: 39). 31 Según Beatriz Sarlo, Arlt “entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de relaciones y sentimientos” (Sarlo, 1988: 52, 53). 32 “El principio de placer funciona como un límite al goce. Es una ley que le ordena al sujeto «gozar lo menos posible». Al mismo tiempo, el sujeto intenta constantemente transgredir las prohibiciones impuestas a su goce, e ir «más allá del principio de placer». No obstante, el resultado de transgredir el principio de placer no es más placer sino dolor, puesto que el sujeto sólo puede soportar una cierta cantidad de placer. Más allá de este límite, el placer se convierte en dolor, y este «placer doloroso» es lo que Lacan denomina goce: «el goce es sufrimiento»” (Evans, 1996: 103). 27 Una radical toma de posición La orientación ideológica del autor emana de cuestiones como las anteriores: al no escamotear la realidad de la pobreza en los suburbios, del interés en las relaciones amorosas y de los conflictos en el ámbito laboral, al mostrar cómo los cuerpos de los seres humanos se han convertido en meras piezas dentro del complicado engranaje de la sociedad, Arlt nos revela el inmenso malestar que subyace en la cultura del hombre de la era industrial –más aún si se trata de países como la Argentina de 1920 y 1930, en vías de desarrollo–, al cual se le impone como condición interpretar su vida y los distintos ámbitos que la conforman en términos de transacción económica, incluso sus deseos más naturales y su necesidad de afecto. Así, en una sociedad en la que todos los aspectos están controlados por intereses políticos y por el afán de lucro que caracteriza al capitalismo y a la clase social que le da vida, esto es, la burguesía, “los individuos, psíquicamente vaciados por completo, están a merced de las grandes organizaciones que operan con racionalidad instrumental –tan indefensos como lo fueron en la prehistoria ante las fuerzas indomables de la naturaleza–” (Honneth, 2009: 94). Si hay algo en lo que insisten las novelas de Roberto Arlt, y que se manifiesta en ellas de múltiples formas, es en el vacío: el de unos personajes que no se encuentran, el de una sociedad sin rumbo, el de la completa ausencia de sentido de todas las formas políticas, culturales y religiosas creadas por el hombre, en lo cual el autor lleva, hasta las últimas consecuencias, los postulados nietzscheanos que como ríos subterráneos recorren su obra. La toma de posición de un escritor como Arlt, a la cual está dedicada buena parte de la crítica que ha analizado su narrativa, se relaciona con su radical rechazo del orden establecido. Sus obras, aunque dirigidas específicamente contra los males del capitalismo y la desorientación en la que se hallaba sumida la pequeña burguesía argentina de las primeras décadas del s. XX, son un testimonio de la lucha contra toda clase de autoridad. Las novelas de Arlt, tanto por sus temas como por la forma como están escritas, representaron una literatura de vanguardia para su tiempo, y aun hoy advertimos su carácter iconoclasta e irreverente con respecto a todos los poderes, tanto políticos como los de la institucionalidad académica y literaria; de ahí que en el prólogo a Los lanzallamas (1931) declare: 28 Escribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana. (…) Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage (LL 285). La confesión de su lugar periférico con respecto a la literatura que se producía en su tiempo, así como de las carencias económicas para llevar a cabo la práctica de la escritura con comodidad33, son una manera de enrostrarle al poder el lugar marginal que él como artista ocupaba. Y aunque por su novela Los siete locos recibió, el 8 de mayo de 1930, el tercer puesto en el Premio Municipal de Buenos Aires (Borré y Goloboff, 2000: 606, 731), su recepción más temprana distaba de ser uniforme: mientras algunos elogiaron su talento y la novedad que significaba su obra, otros insistieron en su «mal gusto» y en sus faltas ortográficas y gramaticales. Hoy, con un lugar ya consolidado en la historia literaria, revaloramos la narrativa arltiana por la manera como supo retratar a la sociedad pequeño-burguesa y al lumpen en el seno de una economía capitalista en vías de desarrollo. Su aproximación al dolor individual y a las vicisitudes colectivas, a las marcas que el desarrollo industrial deja tanto en la psique como en el cuerpo, constituyen una muestra de cómo su literatura elabora estéticamente un momento y una situación histórica concreta y de cuán inquietantes son estas huellas al ser revisitadas desde una disciplina como el psicoanálisis. 33 “Arlt estableció, con toda claridad, la relación entre ocio y estilo; entre estilo y propiedad de marca de una mercancía; entre estilo y valor de cambio agregado a un objeto (…) el prólogo de Los lanzallamas revela la situación del escritor en el centro de su sistema de producción y en cada una de sus complejas relaciones de dependencia” (Prieto, 1978: XXVI, XXVII). 29 CAPÍTULO I RASGOS EXPRESIONISTAS Y GROTESCOS EN LA DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES “[L]a madre, una señora de color de sal con pimienta, de ojillos de pescado y larga nariz inquisidora, y la abuela encorvada, sorda y negruzca como un árbol tostado por el fuego” (EJR 26), “[e]n las manos teníamos una prontitud fabulosa, en la pupila la presteza de ave de rapiña” (op. cit.: 33), “el perfil de su rostro, de larga nariz rojiza, aplanada frente estriada de arrugas, y cráneo mondo, con vestigios de pelos grises encima de las orejas” (op. cit.: 86), “[l]a señora Rebeca (…) [c]aminaba como una foca y escudriñaba como un águila” (op. cit.: 118, 119), “un canoso polaco, con nariz de cacatúa” (op. cit.: 121), “[e]ra un hombre rechoncho, de cara mofletuda y colorada como la de un labriego” (op. cit.: 139, 140), “rostros de expresiones bestiales” (op. cit.: 157), “[u]n obeso salchichero con cara de vaca” (op. cit.: 167), “[l]a mujer oscura, arrinconada, con los ojos brillantes miraba a todos los costados, como una fiera que se prepara para saltar” (op. cit.: 217), “el director, un hombre de baja estatura, morrudo, con cabeza de jabalí” (LSL 7), “Gregorio Barsut, con la cabeza rapada, la nariz huesuda de ave de presa, los ojos verdosos y las orejas en punta como las de un lobo” (op. cit.: 23), “Erdosain sostuvo la estriada mirada verde, realmente aquel hombre tenía la facie de un tigre” (op. cit.: 119), “se erguía gigantesco y morrudo como un cráneo de buey, el relieve del patrón de la fonda” (op. cit.: 192), “él era un monstruo, un monstruo frío, un pulpo” (LL 416), “el hambre lo acosa como a una fiera en su caverna” (op. cit.: 456), “la marrana de la Bizca” (op. cit.: 509), “los labios contraídos, como los de un perro que amenaza mordisco, dejan ver la hilera de los dientes brillantes” (op. cit.: 562)… Innumerables son, en la obra de Roberto Arlt, las descripciones en las que el cuerpo, y especialmente el rostro de los personajes, es sometido a un proceso de animalización, esto es, sujeto a una mirada que lo deforma y que enfatiza o exagera sus rasgos más desagradables o siniestros. Este procedimiento, basado enteramente en una estética de lo feo, tiene por objeto hacer visible la dimensión más irracional e instintiva de 30 los individuos, así como mostrar a una sociedad cuyos integrantes se hallan inmersos en una encarnizada lucha por la supervivencia. Dichas anomalías de los personajes, desde el punto de vista de la historia literaria, recuperan rasgos que son abundantes en la picaresca española, la cual fue una de las principales lecturas que Arlt llevó a cabo en su adolescencia y juventud. Asimismo, la lectura de traducciones españolas baratas de los clásicos de la literatura pudo haber influenciado la terminología que él emplea para referirse a los personajes y a las situaciones tragicómicas que estos protagonizan. De ahí que Aristófanes, El Buscón o el mismo Quijote resuenen en los personajes arltianos. Claudia Kaiser-Lenoir señala que lo grotesco [consiste en] la tensión entre lo cómico y lo dramático o aterrador (…) Esta fusión debe estar dada en tal forma que nunca alcance a ser resuelta dentro de la obra (…) La idea que nutre a la tragicomedia es la de que el mundo y la vida no son enteramente cómicos, ni enteramente trágicos. Lo que hoy es carnaval mañana es un valle de lágrimas (…) El grotesco implica una visión mucho más inquietante en ese aspecto: la vida es las dos cosas a la vez, sin posibilidades de aislar un aspecto de otro: los dos extremos se condicionan mutuamente (KaiserLenoir, 1977, pp. 34, 35). La tragicomedia, forma dramática en la que los mundos autónomos de la tragedia y de la comedia se han mezclado y sus respectivos valores son cuestionados, influencia de manera notable a las obras narrativas en las que se retrata una sociedad en crisis. La picaresca, género que tuvo en España sus más logradas manifestaciones, sirve para dar una mirada trágica de las capas más bajas de la sociedad y de sus problemas, así como para subrayar lo cómico y lo absurdo que subyace en los actos humanos. La obra de Arlt, al mostrar la desesperada lucha de la pequeña burguesía argentina de las décadas de 1920 y 1930 por conseguir el ascenso social, es proclive a describir situaciones en las que el lector alternará sucesivamente entre la compasión y la risa, la construcción de sentido y el extrañamiento. Los personajes arltianos no son enteramente trágicos ni enteramente cómicos, sino que vacilan entre unos rasgos y otros; la complejidad y la incertidumbre de la vida son mostradas a través de la ambivalencia inherente a cada acto de los seres humanos; más aún, a su incapacidad para transformar realmente las circunstancias34. 34 En efecto, ni Silvio Astier ni Erdosain logran llevar a cabo sus ilusiones, y generalmente sus acciones tiene un contrapeso que las invalidan. Tal como anota Ana María Zubieta, “Las acciones de Los siete locos – Los 31 El desorden inherente a la vida humana, la superposición de rasgos animales y de formas geométricas en la caracterización física de los personajes, hace que algunos estudiosos interpreten la obra de Arlt a partir de la categoría de lo grotesco. Sin embargo, hay que tener presente que, por más desorden que se perciba en los hechos narrados, o en la manera de actuar de los personajes, no hay anarquía en la composición de las obras: el psicoanálisis, al revelar los mecanismos profundos que subyacen en la psique, permite dar cuenta de fenómenos que, vistos desde el psicologismo, serían poco creíbles como parte del material narrado, mas en realidad contienen una coherencia profunda a la luz de las pulsiones y el deseo. Lo grotesco, categoría que mereció estudios detallados y profundos por parte de teóricos como Wolfgang Kayser y Mijaíl Bajtín35, pone en crisis las nociones tradicionales de la estética y de lo bello. En efecto, es una categoría que siempre aparece ligada, en la historia de las artes, a los momentos de crisis de lo clásico. Si por éste último entendemos una serie de cualidades que fueron situadas en el centro de la producción estética de la antigua Grecia, tales como la armonía, la proporción y el equilibrio entre las partes, una estética de lo feo da realce a sus contrarios, esto es, a lo inarmónico, lo desproporcionado y lo inestable. Lo bello, que durante siglos estuvo en Occidente indisolublemente vinculado a la idea misma de lo estético, pierde su lugar central a partir del Romanticismo, momento en el que lo feo y todas las sensaciones anejas al mismo ganan importancia. En el capítulo II de su Imperio de las obsesiones (2007), Rocco Carbone señala que este cambio no obedece solamente a una revaloración de lo antes rechazado –aunque presente, de manera lanzallamas suelen tener una segunda inflexión que las neutraliza” (Zubieta en Arlt, 2000: 55). Así, el dinero que Erdosain roba a la Compañía Azucarera es luego restituido; Erdosain cree haber asesinado a Barsut, y luego el lector sabe que fue engañado. Esta neutralización también ocurre en El juguete rabioso: Astier, que al comienzo de la obra hace parte de una banda de ladrones, al final delata al ingeniero los planes e identidad del delincuente que había pensado robarlo. Así, la dirección a la que apuntan los actos, con los cuales se construye el sentido de la narración, se invierte; en este caso, liberando una satisfacción plena por la delación, un goce, en oposición al estado de ánimo anterior. 35 Cfr. Lo grotesco (1957) de Kayser y La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento (1941) de Bajtín. 32 intermitente, en las manifestaciones artísticas y populares de Occidente36–, sino a que, con la obra de filósofos y teóricos de finales del s. XVIII como Schlegel, el énfasis dejó de ponerse en la relación de la creación artística con el público para ponerse en la creación en sí misma, con lo cual se daba el paso fundamental para la emancipación de lo estético en relación con otros factores –en particular con una concepción a priori, idealizada, de lo bello; un deber-ser del hombre, tal como lo preconizó la estética neoclásica–. Cuando el interés de la obra ya no recae en proporcionar una sensación de armonía a su público receptor, sino en sus propias características como arte, lo feo puede entrar en la composición de la misma sin que necesariamente éste entre en competencia con lo bello o siga teniendo connotaciones negativas. Más aún: lo feo cuestiona la estética de lo bello porque pone en crisis un sistema de valores y de relaciones basado fundamentalmente en la concepción del arte que existía en la Grecia clásica, en la cual la creación estaba ligada a los intereses de la polis37. Este cambio fue decisivo para que se abriera paso la estética de la modernidad, en la cual la relación del arte con el público se torna problemática pues el horizonte de expectativas de éste último no siempre está ajustado para acoger lo nuevo; como regla general, todo arte moderno ha sido mal recibido por parte del gran público en su momento de aparición: La serie de grabados en cobre de Hogarth, el Joseph Andrews, de Fielding, el Don Quijote, redescubierto al ser leído en forma nueva, Los viajes de Gulliver, de Swift, he aquí algunas obras que facilitaron a la época [el s. XVIII, la antesala del Romanticismo] la experiencia de que la 36 Antes de que fueran llevadas a cabo su teorización y exaltación en el Romanticismo, lo grotesco tuvo como antecedentes importantes las extrañas pinturas encontradas en las criptas de la antigua Roma, el carnaval durante la Edad Media y el Renacimiento y la proliferación y exageración de rasgos de la naturaleza o del hombre a todo lo largo del barroco. Para una historia del término, ver “El grotesco. El asunto y el término” en Lo grotesco (1957) de Wolfgang Kayser. 37 “El arte (poesía, música, teatro) que se encuentra genéticamente ligado al misterio, parece faltar a la vocación misteriosa cuando, en el período griego clásico, abandona los misterios y representa abiertamente las exigencias de la πόλις detentadora del poder y reguladora de las relaciones de producción. (…) El universalismo del Estado griego no se sostiene pues sino en una exclusión de hecho de los ciudadanos pobres, de los no-ciudadanos, de los esclavos y de las mujeres, la claridad del arte clásico no expresa sino este «universalismo» y reposa sobre esta exclusión” (Kristeva, 1974: 460; la traducción es mía). La irrupción de nuevos grupos detentadores del poder a partir de la Revolución francesa contribuye también a la crisis de las prerrogativas clásicas. 33 caricatura [añado: y lo feo en general] puede llegar a ser el manantial de un arte significativo y altamente sustancioso y que no es permisible pasarla por alto como una diversión carente de importancia. Si era cierto que constituía una auténtica fuerza formativa del arte, esa caricatura con su reproducción de una realidad deforme y en todo caso nada bonita, e incluso con su exageración de las desproporciones, entonces comenzaba a desmoronarse el principio que las reflexiones sobre el arte habían reconocido hasta entonces como base y según el cual el arte era una reproducción de la naturaleza bella[,] o sea su elevación idealizante. La caricatura hizo exactamente lo contrario. Era posible, por decir así, interpretarla como ampliación extrema de un principio llamado a constituir el centro de una nueva estética: el de lo característico (Kayser, 1957: 30, 31; las cursivas son mías). El expresionismo, una de las más importantes modulaciones de esta estética de lo feo, es un movimiento que tuvo gran repercusión en la escritura arltiana. Señala al respecto Norbert Wolf: “con su estilo lapidario, sus exclamaciones y sus frases cortas y explosivas, el lenguaje expresionista no sólo derriba la vieja sintaxis, sino que de entrada parece castigar y explicitar lo esencial de la forma expresiva” (Wolf, 2004: 7). Arlt siempre intentó sorprender a sus lectores con rasgos como los señalados; sin embargo, esta ruptura con lo convencional va más allá de ser un procedimiento formal: “En realidad, [dicho lenguaje] hincha el significado metafísico de las palabras, forma cadenas verbales arbitrarias y, rebosante de símbolos y de metáforas, es intencionadamente oscuro, sólo accesible a los iniciados” (op. cit.: 7). Con su sintaxis rota y sus turbadoras imágenes, Arlt quiere lograr que sus lectores se acerquen a unos estados de conciencia como los experimentados por sus personajes, haciéndolos así partícipes de un mundo en el que las duras condiciones del desprotegido deshumanizan al hombre. Las imágenes grotescas con las que aparecen aludidos los personajes de Arlt, aunque no comportan por sí mismas una novedad, son chocantes para un público como la clase media Argentina de las décadas de 1920 y 1930, en la cual, cabe recordar, se hallaban la mayoría de sus primeros lectores. Aun en nuestros días, y aunque ya habituados o saturados por una industria cultural que aprovecha con fines comerciales lo deforme y lo irracional, la lectura de estas descripciones nos inquieta en la medida que éstas revelan una naturaleza animal oculta en el hombre; el proyecto de la modernidad, por más que haya entrado en crisis, sigue empeñándose en corregirla o atenuarla a través de la educación, o de la negación de 34 cuanto corpóreo tiene el hombre, en pro de su intelecto o de su racionalidad38. Lo interesante aquí es apreciar el trasfondo de verdad que dichas descripciones tienen al insistir, sin ambages, en la naturaleza animal de los seres humanos. En su libro sobre lo grotesco, Wolfgang Kayser señala que, ante éste, [s]e despiertan varias sensaciones, evidentemente contradictorias, la sonrisa sobre las deformaciones y la repugnancia ante los siniestro, lo monstruoso en sí. Como sentimientos fundamentales (…) se hacen notar la sorpresa, el estremecimiento y una congoja perpleja ante un mundo que se está desquiciando mientras ya no encontramos apoyo alguno (…) Pues si interpretamos la sorpresa como una congoja perpleja ante la destrucción del mundo, lo grotesco adquiere una relación oculta con nuestra realidad y un fondo de ´verdad´ (Kayser, 1957: 32). Pienso que éste es el punto donde entra el psicoanálisis a superar la mera exposición de las distintas concepciones que hay acerca de lo grotesco –y una de sus modulaciones, el expresionismo– y permitir ver que tanto Roberto Arlt como sus lectores alcanzan una visión de mundo en la que la psique se defiende del horror, pero no por reconocerlo como algo diferente, sino como su auténtica naturaleza constitutiva. Para analizar esta situación, es preciso introducir el concepto de la negación, tal como aparece formulado en Laplanche y Pontalis –que a su vez se basan en lo afirmado por Freud en un artículo publicado en 1925–. Los mencionados autores definen la negación como un “[p]rocedimiento en virtud del cual el sujeto, a pesar de formular uno de sus deseos, pensamientos o sentimientos hasta entonces reprimidos, sigue defendiéndose negando que le pertenezca” (Laplanche y Pontalis, 1971: 233). En la recepción del grotesco, en las “vivencias psíquicas que suscita” (Carbone, 2007: 152), se encuentra a menudo una sensación de desagrado por parte del público: la vinculación del hombre con el animal produce malestar cuando se ve el mundo a partir de ideas que se oponen a ese parentesco, 38 Ya en su poema “Una temporada en el infierno” (1873), Rimbaud había declarado, dando al traste con la formación burguesa que recibió en su entorno familiar y en la escuela, “De profundis domine, ¡seré animal!” (Rimbaud, 1873: 175). Por otra parte la posmodernidad, al exaltar el cuerpo en los circuitos del mercado neoliberal y globalizado, no contribuye a su emancipación; por el contrario, lo convierte en un instrumento más de fines que continúan negando la libertad del mismo. Cabe tener presente qué tipo de cuerpo es el que exalta la posmodernidad mediática y qué tipo de sociedad se propone con el mismo. 35 tales como las heredadas por la cultura o la religión39: en realidad, si la cultura o la religión entendieron al hombre y al animal como diferentes fue con el objetivo de alejar al hombre de su naturaleza primitiva. Más allá de la crítica social y la denuncia que entrañan este tipo de representaciones, lo cual constituyó uno de los principales objetivos del arte expresionista en la Alemania de la época de entreguerras –y que sería retomado por Arlt para mostrar una sociedad en descomposición–, hay una poderosa intuición de que la naturaleza animal del hombre se exhibe con más fuerza cuando la estrechez de las circunstancias económicas y sociales le quitan todo atisbo de cultura o de razón, las cuales, como se sabe, funcionan a partir de la represión y el control de los instintos. De ahí que quienes leen con naturalidad estas descripciones están más dispuestos a aceptar los deseos de su inconsciente o a no disfrazarlos, mientras que aquellos que no, se exasperan en la justa medida en que la represión, que en el fondo es una afirmación rotunda, actúa sobre su psique. En su texto dedicado a la negación, Freud afirma lo siguiente: “Negar algo en nuestro juicio equivale, en el fondo, a decir: «Esto es algo que me gustaría reprimir»” (Freud, 1925: 2885). Y esto tiene consecuencias fundamentales en la manera como lo grotesco y toda representación anómala o anti-clásica en general han sido recibidos por la crítica y por el público. El inicial rechazo que ha suscitado siempre este tipo de arte entre ciertos sectores de la crítica y algunas franjas del público –y que corresponde a los que ocupan las posiciones más conservadoras– obedece a la represión o censura de las manifestaciones más auténticas de la psique, ante las cuales dichos ocupantes –el mismo término “conservar” lo sugiere– tienen mucho que perder. 39 Hay que advertir el enorme recelo con el que todavía hoy los distintos fundamentalismos religiosos ven a la evolución, concepto que ocupa un lugar central en la biología moderna. Dichos fundamentalismos se niegan a aceptar la ascendencia zoológica del hombre y la indestructibilidad de su naturaleza animal, al pretender concederle un puesto privilegiado en el orden de la «creación» (Freud, 1917: 300). La idea de la evolución, propuesta separadamente por Wallace y Darwin a mediados del s. XIX y de la que naturalmente no está excluido el hombre, encontró un absoluto respaldo en los hallazgos científicos del s. XX y hasta el presente, en disciplinas tan diversas como la paleontología, la anatomía comparada, la genética y la bioquímica. La teoría de la evolución, sus pruebas y su divulgación siguen siendo satanizadas y estigmatizadas en amplios círculos conservadores, tales como los republicanos en Estados Unidos o las sectas protestantes en América Latina. 36 Frente a la posibilidad de considerar la negación como una circularidad en la que está asegurado el triunfo del psicoanalista –esto es, si el paciente afirma algo, la interpretación de aquél se lo corrobora y si niega, entonces necesariamente reprime–, Freud recomendó “buscar la confirmación en el contexto y en la evolución de la cura” (Laplanche y Pontalis, 1971: 235). No es gratuito que la no aceptación de este tipo de ideas, tanto en la literatura como en los distintos espacios de la vida social, provengan de los sectores más conservadores en el campo del poder y por lo tanto más renuentes a aceptar aquello que amenaza su estatus o que muestra los puntos de ruptura y de quiebre de los principios sobre los cuales se asienta su ideología y su poder. Si en el inconsciente permanecen vivos los impulsos primitivos del hombre, la conciencia aparece en el momento en el que dichos impulsos son atenuados por el yo y por el superyó para tener una visión más ordenada y sosegada de las cosas. Así, el juicio “se hace posible por la creación del símbolo de la negación que permite al pensamiento un primer grado de independencia de los resultados de la represión y con ello también de la compulsión del principio del placer” (Freud, 1925: 2886). La enorme energía que invierte la psique en controlar sus propios deseos, contradictorios y a menudo antisociales, no logra extinguir, incluso en los hombres más transformados por la cultura, los llamados a los estadios anteriores, los cuales tienen que ver fundamentalmente con la subsistencia y con las distintas manifestaciones de la sexualidad, ambas formas del Eros. Las novelas de Arlt insisten en que la civilización industrial, con toda su complejidad, ha creado tantas formas nuevas de exclusión y de violencia que hace resurgir en los seres humanos los rasgos propios de la animalidad. Es esta una sociedad que mutila al hombre en muchos aspectos40; los personajes de Arlt no tienen rasgos de animales tranquilos, sino prontos a atacar, como 40 En sus notas filológicas al texto, Zubieta señala que es un procedimiento reiterativo en Arlt designar a los personajes por medio de patologías (Zubieta en Arlt, 2000: 519), por lo cual cabe preguntarse si la ceguera, la bizquera o la cojera obedecen a procesos de somatización que no están registrados explícitamente en el texto, aunque su mención aluda a las contradicciones de esa sociedad y lo aplastante que resulta para sus integrantes. 37 si hubieran sido sometidos a agresiones o maltratos o se encontraran sometidos a contextos en los que prima la supervivencia del más fuerte41. Las sensaciones encontradas de reconocimiento de una verdad profunda y displacer que despierta la presencia de lo feo constituye, según Carbone, el mecanismo fundamental del grotesco: nuestro mundo rutinario, ordenado y tranquilo, de pronto entra en un proceso de demolición, inquietándonos. A la comodidad inicial se impone el miedo ante una realidad en la que no encontramos apoyo alguno. (…) de la confusión de dominios entre lo humano y lo vegetal42 surge lo monstruoso, pero se trata de un monstruoso que no infunde temor, o no solamente esa sensación, porque nos empuja también a la risa. Por cierto, no a una despreocupada y contagiosa, sino a una nerviosa (Carbone, 2007: 163). O, en palabras de Wolfgang Kayser, la inquietud que surge con el grotesco, al referirse “al mismo tiempo a un aspecto angustioso y siniestro en vista de un mundo en que se halla[n] suspendidas las ordenaciones de nuestra realidad, quiere decir, la clara separación de los dominios reservados a lo instrumental, lo vegetal, lo animal y lo humano; a la estática, la simetría y el orden natural de las proporciones” (Kayser, 1957: 20). La contaminación entre dichos dominios y su degradación origina lo abyecto, que para Kristeva implica la disolución del orden y la evidencia de su debilidad: “lo abyecto nos confronta con esos estados frágiles en donde el hombre erra en los territorios de lo animal43” (Kristeva, 1980: 21). 41 Esta interpretación del pensamiento de Darwin, para quien la selección natural no implicaba el triunfo del más fuerte, sino del mejor adaptado, tuvo repercusiones a comienzos del s. XX en fenómenos como el imperialismo, el racismo y el fascismo; en Argentina, bajo las banderas del librecambio y de la agitación de masas, tuvieron acogida por una parte de la población. Cabe recordar la insistencia con la que Lucio le habla a Silvio Astier en El juguete rabioso de la «lucha por la vida» o por la supervivencia en términos darwinistas: “La struggle for life, che, unos se regeneran y otros caen; así es la vida…” (EJR 172). 42 43 A lo cual añado: lo animal. Llamamos bestial un crimen en el que las pulsiones más violentas de su ejecutor estallan sin control; así, nuestro juicio establece una línea demarcadora entre los comportamientos humanos y animales a fin de sabernos a salvo, al menos con la manifestación de nuestra indignación, del horror de la abyección. Según Mercedes Serna, con su narrativa “Arlt ha hecho una antiépica que canta la maldad del ser, siguiendo la regla de que cada acto futuro de los personajes será peor, más miserable y vejatorio que el anterior” (Serna en Borré, 1996: 29). 38 Los personajes de Arlt, en este orden de ideas, vacilan entre la cordura y la locura, la humanidad y la instrumentalización, lo noble y lo siniestro. Erdosain es un exponente de todo ello: cuerdo cuando analiza las circunstancias que lo llevaron a tener una psique rota, pero loco en las ideas que se le ocurren para ponerle fin a ese estado44; noble cuando visita a los Espila y les presenta el proyecto de la rosa de cobre para que estos puedan salir de su situación de pobreza, pero siniestro cuando comete el asesinato de una joven como la Bizca. Las instancias encontradas en este personaje, su comportamiento errático entre momentos de reflexión y de impulsividad, conforman el retrato de un personaje grotesco que para la época de Arlt estaba asociado, en la mentalidad de la gente, a las figuras del anarquista o del nihilista, quien podía llegar a ser contradictorio en sus búsquedas vitales y era percibido fundamentalmente como peligroso por cuestionar las bases sobre las cuales se asentaba la sociedad de la época. Pero también se aprecia la intuición de Arlt de que la psique humana es irreductible, pues tal como lo teorizara Freud a lo largo de sus escritos, los imperativos del superyó están en una permanente oposición con los requerimientos del ello y los deseos del yo. La exposición de estos rasgos en los personajes contribuye a acabar cualquier pretensión idealizadora sobre el ser humano. Tal como sucede en el expresionismo, en el cual “lo decisivo es la vehemencia de lo feo con la que queda plasmada la pobreza metafísica del hombre” (Muschg, 1961: 39), la animalización de Arlt ataca sin rodeos la mistificación de considerar al hombre como un individuo privilegiado entre los seres vivos: “¿Puede decirme para qué deseamos las mujeres? No somos hombres, sino sexos que arrastran un pedazo de hombre” (LL 331). La exhibición del deseo sexual despojado de la mistificación cultural que lo rodea causa un impacto en el lector, especialmente si la mentalidad de éste, 44 Hay una profunda escisión en Erdosain entre sus descubrimientos intelectuales y aquello que el entorno familiar y social exige de él; esto lo lleva, como señala el Comentador, a “originar situaciones grotescas que hubieran escandalizado a sus prójimos, de conocerlas” (LL 424). La lucidez que él alcanza con respecto a ciertas instituciones y comportamientos de la vida social es, a los ojos de los demás, locura. En el relato hecho a la monja por Elsa, ésta última le dice sobre Erdosain: “Luego observé que todo principio de mes estaba un no sé qué irónico y burlón. Me desperté alarmada. Se había sentado en la cama y se reía con risitas reprimidas y convulsas, las risitas de un loco que ha hecho una travesura. Cuando le pregunté qué le pasaba, me contestó: –¿Qué te importa? ¿O es que ahora pensás también administrarme la risa?” (op. cit.: 407). 39 tal como la de los primeros lectores de Arlt, se halla imbuida en los códigos culturales de la pequeña burguesía. La reflexión hasta aquí emprendida sobre la presencia de lo grotesco y del expresionismo en las novelas de Roberto Arlt desemboca en apreciar que dichos códigos estéticos no se limitan a hacer una crítica de la sociedad de su tiempo, ni a tener un papel renovador –como el que, en efecto, tuvieron en las letras argentinas, marcando la entrada definitiva de éstas a la modernidad–, sino a revelar unos mecanismos psíquicos apenas entrevistos, “aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás” (Freud, 1919: 2484). La desfamiliarización o extrañamiento45 que acompaña a estas representaciones ya ha sido suficientemente hecha explícita; en lo que aquí se pretende hacer énfasis es en la puesta en evidencia o el descubrimiento de la dimensión más oscura de la psique, tal como es llevada a cabo por las novelas de Roberto Arlt y la cual constituye uno de sus más importantes efectos de sentido: lo angustioso es algo reprimido que retorna (…) Esta forma de la angustia sería precisamente lo siniestro (…) si ésta es realmente la esencia de lo siniestro, entonces comprenderemos que el lenguaje corriente pase insensiblemente de lo «Heimlich» a su contrario, lo «Unheimlich», pues esto último, lo siniestro, no sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su represión (Freud, 1919: 2498). O, en palabras de Carbone, “el estremecimiento se apodera de nosotros con tanta fuerza porque es la seguridad de nuestro mundo la que se pone en entredicho o, si se prefiere, es esa seguridad la que prueba ser nada más que apariencia” (Carbone, 2007: 159). La obra de Roberto Arlt es fascinante, entre otras razones, porque en medio del vértigo del desarrollo industrial que llena sus páginas, de las conflictivas situaciones laborales y familiares que reconocemos como subproductos de la modernidad, nos reconecta con el lado más primitivo de nuestra psique, con “todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado” (Freud, 1919: 2487); esa porción de nuestro ser que 45 Cfr. la definición de Marchese y Forradellas: “El extrañamiento es, para los formalistas rusos, el procedimiento estilístico mediante el cual el artista nos ofrece una percepción inédita de la realidad, desautomatizando el lenguaje, deformando los materiales que lo componen, dislocando semánticamente la expresión” (Marchese y Forradellas, 1978: 158). 40 ha sufrido un largo proceso de represión y de habituación a las convenciones y a los parámetros sociales pero que redescubrimos al leer a un autor que, como Arlt, no traiciona la verdad auténtica que es nuestro inconsciente. 41 ¿Existe la locura? ¿O es que se ha establecido una forma convencional de expresar ideas, de modo que éstas puedan ocultar siempre y siempre el otro mundo de adentro, que nadie se atreve a mostrar? (LL 389) CAPÍTULO II NARCISISMO DE VIDA, NARCISISMO DE MUERTE: LA CONFIGURACIÓN PSÍQUICA DE LOS LOCOS DE LA NARRATIVA DE ROBERTO ARLT La obra narrativa de Roberto Arlt ofrece un amplio repertorio de situaciones que encarnan los principales conceptos freudianos y de otros psicoanalistas posteriores. Sus personajes, descritos de entrada como «locos» (Vélez, 2002: 89), son propicios para entablar una relación fructífera entre las disciplinas que se han entrecruzado para el presente trabajo. Cabe tener presente, tal como se explicitó en la introducción, que un análisis de esta naturaleza sólo es posible sobre la base de una correspondencia coherente desde el punto de vista semántico (Green, 1974: 66), y que toda consideración que aquí se haga descansa sobre los personajes de las novelas y el argumento en ellas narrado, y no sobre unas hipotéticas relaciones de estos elementos con la vida privada, íntima o familiar de su creador. Hay que considerar que la crítica, al interesarse fundamentalmente por la «modernidad» de sus obras –bien sea por el tema urbano o por una escritura que disloca la sintaxis e inserta neologismos y el vocabulario del lumpen bonaerense46–, por el mundo social o las estructuras económicas representadas, o al verlas desde la óptica posmoderna como hibridación de discursos, palimpsestos de «géneros menores» como el folletín, la crónica policial y el manual de instrucción técnica, ha escamoteado la dimensión psicoanalítica que 46 “[S]u lenguaje abigarrado, indiferente a los ideales de escritura correcta y elegante, o su asimilación del lunfardo, del léxico folletinesco de las traducciones baratas, lo sindican también como un escritor revolucionario” (Romano, 1981: 147). 42 una lectura crítica de los textos exige. La sola recurrencia de términos provenientes del psicoanálisis para los nombres de los capítulos o para describir las transformaciones internas que sufren los personajes, así como el llamado que hacen estas obras a una parte del ser humano que no alcanza a ser explicada enteramente por las estructuras económicas y sociales, hacen que sea pertinente indicar y explorar todas aquellas resonancias del deseo y del inconsciente que se perciben en la escritura arltiana. Señala al respecto Noé Jitrik: “De a ratos el texto está recorrido, ciclotímicamente, por un exceso de ánimo y, luego, por un desánimo, esa demora que parece característica de los estados depresivos y que, paradójicamente, produce estados de gran lucidez” (Jitrik, 2001: 128). De ahí que se pueda establecer la posibilidad de leer estos textos como unos testimonios “de supervivencia psíquica para quienes se jugaron ellos, y para nosotros mismos” (Kristeva, 1996: 96). El análisis que se lleva a cabo a continuación se basa en los conceptos claves del psicoanálisis, comenzando por los más freudianos para ir evolucionando a otros que han sido perfilados y redefinidos por psicoanalistas más recientes. 43 ¿Cuántas verdades tiene cada hombre? Hay una verdad de su padecimiento, otra de su deseo, otra de sus ideas (LL 388) El yo, el ello y el superyó El tratamiento que Arlt le da a sus personajes supone una ruptura con el psicologismo decimonónico, ya que estos a menudo se comportan de manera discordante y experimentan sensaciones que van desde la plenitud y la grandeza hasta la más tétrica desesperación. Asimismo, los actos que llevan a cabo pueden ir de lo más noble y altruista a lo más ruin y sanguinario. Esta multiplicidad a la hora de representar los actos humanos pone en evidencia la fragmentación a la cual está sujeto el yo: sin llegar nunca a la fijeza, el yo es una entidad móvil que debe responder e intentar equilibrar los requerimientos del ello y del superyó, y esto hace que la vida humana sea un permanente estado de tensión entre lo que se quiere, lo que se puede y lo que se debe hacer. Los personajes arltianos muestran a la perfección las oscilaciones que sufre la psique en tanto que se debate entre estas exigencias opuestas entre sí, y el mismo Arlt parece haber sido consciente de esto al crear a un personaje tan contradictorio como Erdosain. El protagonista del díptico conformado por Los siete locos y Los lanzallamas muestra una sensibilidad exacerbada que lo hace comportarse a veces de manera desinteresada y a veces con sordidez. Este personaje, al comienzo de su matrimonio, siente un afecto desmedido por su mujer y la concibe como un ser puro que se mancillaría con el contacto sexual, mas luego de la crisis de esta relación no tiene inconvenientes en acudir a los prostíbulos para satisfacer sus necesidades47. Erdosain tiene también el sueño de ser 47 “La prostitución es una garantía de orden dentro de esta sociedad y asegura la perpetuación de todo el proceso de alienación sexual y económica a que se verán sometidos sus miembros. Cumple la función de válvula de escape para esa especie de bestia o doble a veces incontrolable que es el cuerpo del pequeño burgués. En este aspecto, la prostitución no sólo no amenaza sino que refuerza las estructuras establecidas. Y esto hace que, aunque moralmente sea condenable por el hipócrita sistema de valores de la pequeñoburguesía, socialmente cumpla una función que la hace asimilable” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 38). 44 inventor, y anima a la familia Espila para que sus miembros lleven a cabo su proyecto de hacer la rosa de cobre, pero una vez ellos han logrado algunos progresos en dicha idea, no les presta mayor atención y los abandona. Erdosain siente compasión por una prostituta pobre y la lleva a vivir a su casa, pero una vez han pasado algunas semanas se desinteresa del asunto por completo. Esta manera de tratar a los personajes hace que la literatura arltiana sea más compleja que la del realismo decimonónico, en la cual a cada personaje correspondía un rol que permanecía prácticamente invariable a todo lo largo del relato. La preferencia por mostrar personajes con estados alterados de conciencia hace que las novelas de Arlt den cabida a experiencias que la novela clásica evitaba o delineaba apenas superficialmente, sin llegar a intuir la existencia de una psique fragmentada. El ello, que para Freud abarca las pulsiones reprimidas, sale a relucir en los instintos48 criminales y de destrucción que experimentan tanto Silvio Astier como Erdosain. El primero afirma que su “cuerpo era una estatua ceñuda rebalsando de instintos criminales” (EJR 59), y en la primera parte de El juguete rabioso él hace parte de una banda de ladrones que hurta en el colegio y que se propone fabricar explosivos para facilitar el cumplimiento de sus objetivos. En este sentido, Erdosain es un personaje que ha evolucionado a partir del modelo de Silvio Astier, pues en su caso esos artefactos ya no se limitan a tareas pequeñas sino a cómo planear el exterminio de poblaciones enteras haciendo uso de gases tóxicos letales. Influido por el contexto de la Primera Guerra Mundial, Arlt presenta un copioso vocabulario para designar esas sustancias, además de presentarnos la ilustración misma de una fábrica de fosgeno49 y los pasos requeridos para la fabricación del mismo, indicando de esta manera al lector, de manera implícita, que él le concede a cualquiera el conocimiento de la técnica para lograr ese fin, y le deja en sus manos la posibilidad de hacer realidad dicha industria. 48 Para Freud, un instinto “no pude devenir nunca objeto de la conciencia. Únicamente puede serlo la idea que lo representa” (Freud, “Lo inconsciente”, 1915: 2067). 49 Ver LL 568. 45 En este orden de ideas, la literatura arltiana constituye un auténtico y poderoso “«cross» a la mandíbula” (LL 286) del lector pequeño-burgués, quien ve en la novela un instrumento para la formación en valores, naturalmente que burgueses, de la siguiente generación. Las novelas de Arlt, contrariando esas expectativas de lectura, no son formativas ni edificantes, y en la exhibición de la violencia con la que actúa el ello necesariamente tienden a desintegrar los paradigmas burgueses de conducta y las resistencias de sus lectores a enfrentar esa parte de su psique. A mi juicio, el valor literario de estas descripciones de violencia no reside en el narrar un asesinato, tal como sucede en Los lanzallamas, sino en mostrar cuán absurdo e inmotivado puede ser el comportamiento de un personaje para llevarlo a cometer un crimen de esa magnitud. Las explosiones de violencia se relacionan hasta cierto punto con la hostilidad del entorno, pero no son reductibles a ésta. En efecto, si estaba en la mente de Erdosain planear un asesinato que sirviera para demostrarse a sí mismo de qué era capaz50 y para estremecer a la sociedad, no tenía por qué haber escogido a la Bizca, una joven sin destino en la cual recayeron sus instintos de destrucción; dicho acto de violencia contra un personaje inocente muestra al lector lo inmotivado de su crimen, respecto a lo cual señala Nidia Marta Velozo: “Con el asesinato de la Bizca, Erdosain cumple un movimiento estratégico. El asesinato es gratuito; no responde a ningún cálculo táctico, que evalúa lo que conviene en cada situación, sino a un enfrentamiento total con la vida y sus posibilidades de comunicación” (Velozo, 2008; las cursivas son mías). Muchos de los actos de los locos arltianos obedecen a esta clase de ímpetus que los hacen sentir compasión y pesar cuando ya se ha cometido la ofensa y es imposible remediarla: Una enorme bofetada lo hizo trastabillar [a Erdosain] sobre la silla. Más tarde recordó que el brazo de Barsut retrocedía y avanzaba amasando su carne. Se tapó el rostro con las dos manos, quiso escapar a esa mole que siempre avanzaba sobre él como una fuerza desencadenada de la naturaleza. Su cabeza golpeó sordamente contra el muro y cayó. (…) –Lavate. Esto te va a hacer bien. ¿Querés que te friccione? Mirá, perdoname, fue un impulso. Vos, también, ¿por qué guiñaste un ojo como burlándote? Lavate, haceme el favor (LSL 74, 75; las cursivas son mías). 50 En una clara intertextualidad con el personaje de Raskólnikov en Crimen y castigo (1866) de Dostoievski. 46 En los diálogos de los personajes, es común la mención de una especie de «monstruo interior» que muchos de ellos llevan dentro. Sin que ellos lleguen a teorizar sobre esta cuestión, la intuición del mismo es válida y en psicoanálisis corresponde al ello, aquella parte de nuestro ser que reacciona ferozmente cuando somos amenazados por otros o por las circunstancias hostiles del ambiente circundante. Si hay algo que caracteriza al ello es la desproporción: su manera de reaccionar no obedece a una visión mesurada de las cosas, y ni siquiera le importa poner en riesgo la propia existencia porque muchos de sus impulsos no se dirigen a la conservación de la vida sino a la planeación y ejecución de la muerte, ya sea propia o ajena. Erdosain le confiesa al Comentador su intuición de la existencia de esa parte de su psique y su sorpresa al reconocer lo indomable que es: Ud. sabe que lleva en su interior un monstruo que en cualquier momento se desatará y no sabe en qué dirección. ¡Un monstruo! Muchas veces me quedé pensando en eso. Un monstruo calmoso, elástico, indescifrable, que lo sorprenderá a Ud. mismo con la violencia de sus impulsos, con las oblicuas satánicas que descubre en los recovecos de la vida y que le permiten discernir infamias desde todos los ángulos. ¡Cuántas veces me he detenido en mí mismo, en el misterio de mismo, y envidiaba la vida del hombre más humilde! (op. cit.: 122). Si la descripción física de los personajes, tal como se estudió en el capítulo I, abunda en rasgos grotescos, hay también un grotesco de lo psíquico, si bien éste es inherente a la naturaleza impulsiva del ello. Aunque el grotesco sea un código cultural e histórico, es quizás el mejor vehículo expresivo para tratar la desproporción o la fealdad moral propia del ello, tal como expone Vélez Correa en su libro El misterio de la malignidad (2002). Por otra parte, los personajes no están exentos de delirios y de anhelos en los que aparece configurada la instancia del superyó. El superyó de Silvio Astier y de Erdosain los hace soñar con tener éxito como inventores, frente a lo cual hay que tener presente el contexto positivista que tuvo arraigo en la Europa de finales del siglo XIX y en Argentina con pensadores como el filósofo José Ingenieros (1877-1925) y el psiquiatra José María Ramos Mejía (1842-1914). En dicho contexto, las ciencias exactas se situaron como paradigma de todo conocimiento, y sus descubrimientos y métodos como las más altas realizaciones hechas por el hombre; de ahí que en la mentalidad de muchos, y en especial de un proletariado que adquiría en forma difusa algunos saberes técnicos gracias a revistas 47 y cursos cortos de aprendizaje, estuviera presente el ideal de conquistar el éxito gracias a algún tipo de logro técnico o científico. Señala al respecto Beatriz Sarlo: La figura del inventor es clave tanto en El juguete rabioso como en Los siete locos y Los lanzallamas. El batacazo, exaltación final que obsesiona a Silvio y a Erdosain, puede alcanzarse a través de un descubrimiento afortunado, la construcción de una máquina o la obtención de una fórmula química: el triunfo del inventor proporciona, de un solo golpe, fama, mujeres y dinero. Incluidos en esta figura están el saber y el saber hacer prácticos cuyo prestigio es grande en el mundo medio y popular: son años de revistas técnicas, de cientos de patentes registradas, de cursos en instituciones barriales o por correspondencia (Sarlo, 1988: 57). El superyó de Silvio Astier lo impulsa a ser alguien reconocido e importante. Astier cree tener las capacidades físicas e intelectuales para lograrlo; es la precariedad del medio social y de su situación económica lo que se lo impide. Es interesante apreciar que este deseo no obedece a la mentalidad que él encuentra en su entorno inmediato, sino a que es una construcción libresca, lo cual hace tan moderno en ese aspecto a este personaje: “Más que nunca se afirmaba la convicción del destino grandioso a cumplirse en mi existencia. Yo podría ser un ingeniero como Edison51, un general como Napoleón, un poeta como Baudelaire, un demonio como Rocambole” (EJR 131). Es ésta una identidad moderna en el sentido de que se sobrepone a lo que la familia y el colectivo esperan de él –esto es, que trabaje en oficios menesterosos sin renegar nunca de estos–, pero que adolece de la falta de asidero en la realidad. En los términos desarrollados por René Girard en su obra Mentira romántica y verdad novelesca (1961), éste constituye un deseo mimético pues, tal como Don Quijote o Emma Bovary, Astier no desea por sí mismo sino en función de personajes que han sido idealizados y mitificados y que él se impone como modelos a seguir en su adolescencia52. 51 El nombre del personaje Erdosain se compone de las letras del apellido del inventor norteamericano más las iniciales del escritor argentino: EDISON + RA = ERDOSAIN. ¿Invención deliberada o influjo del inconsciente? 52 Para Girard, “[l]a negación de Dios no suprime la trascendencia pero la desvía del más allá al más acá. La imitación de Jesucristo se convierte en la imitación del prójimo (…) A medida que el cielo se despuebla, lo sagrado refluye sobre la tierra (…) La necesidad de trascendencia se «satisface» en la mediación” (Girard, 1961: 58, 61). 48 El protagonista de El juguete rabioso manifiesta no querer ser olvidado; su ilusión más grande es la de hacer perdurar su nombre en la posteridad gracias a algo que lo haga único y afamado. Es, de acuerdo con Girard, un deseo que en principio no comporta el bienestar propio, sino que implica la mirada o el juicio de los demás. Existe, pues, una inmadurez por parte de Silvio, quien preferiría soportar más precariedad en sus condiciones de existencia antes que la indiferencia de la gente. Es el suyo un narcisismo que se sacrifica a sí mismo en pos del aprecio o la censura que los demás puedan tener sobre él, si bien este proceso es frecuente en la adolescencia y justifica muchas de las decisiones que una persona puede tomar para su vida adulta: De pronto se hizo tan evidente en mi conciencia la certeza de que ese anhelo de distinción me acompañaría por el mundo, que me dije: –No me importaría no tener traje, ni plata, ni nada –y casi con vergüenza me confesé–: Lo que yo quiero es ser admirado por los demás. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso no me importa. Pero esta vida mediocre… Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. ¡Ah, si mis inventos dieran resultado! Sin embargo, algún día moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto… muerto para toda la vida (EJR 134). Por su parte, en Erdosain, al ser mayor que Silvio, se han interiorizado más los valores de la sociedad que lo rodea. Dichos valores son eminentemente burgueses: el trabajo y la familia son entendidos como instancias netamente naturales en las que está cifrada «la felicidad humana», lo cual el más elemental análisis marxista desmiente, al demostrar que la primera está edificada sobre la base de las relaciones de producción capitalista y la segunda sobre la mentalidad burguesa, además de que ambas se hallan imbricadas de manera indisoluble53. En este sentido, esas instancias no han sido diseñadas en función de la plenitud del hombre, sino de su productividad dentro de un estrecho régimen que controla su vida tanto en el ámbito público como en el privado. Erdosain siente angustia de quebrantar ese orden, el cual ya se ha introyectado en su superyó: “En realidad, Ud. quisiera vivir como los demás, ser honrado como los demás, tener un hogar, una mujer, asomarse a la ventana para mirar [a] los transeúntes que pasan, y sin embargo, ya no hay 53 “La ideología burguesa trata de establecer una barrera entre la esfera pública y la privada. El marxismo, por el contrario, por lo menos desde El origen de la familia, la propiedad privada y el estado de Engels, ha demostrado la relación que existe entre familia, modo de producción y forma estatal” (Hernando, 2001: 37). 49 una sola célula de su organismo que no esté impregnada de la fatalidad que encierran esas palabras: tengo que matarlo” (LSL 121). Las citas anteriores muestran con claridad que el superyó, lejos de ser algo inherente a la psique humana, es una construcción cultural en la que reposan los ideales más diversos – sociales, culturales, políticos, religiosos, etc.– Sin embargo, un somero análisis del superyó demuestra que esta parte de la psique siempre está permeada por la ideología; ésta última, en tanto que construcción histórica, no es perfecta ni irreprochable, y se debilita cuando entra en pugna con otras ideologías o cuando fenómenos diversos de la cultura la erosionan. La mentalidad mítica permea todas estas idealizaciones, y basta con someter a un juicio racional y de pruebas dichas construcciones para demostrar lo absurdas, prejuiciosas o inconsistentes que son. En las obras que son objeto del presente estudio, esto último es especialmente visible en el caso del personaje de Erdosain, en quien colisionan tendencias de corte progresista –el saber científico, la crítica implícita del matrimonio burgués, la participación en un proyecto colectivo que se propone acabar con la explotación capitalista– con otras reaccionarias y fascistas –el carácter sectario de la Sociedad Secreta, el uso de la técnica para la destrucción masiva, la incomprensión de las verdaderas causas de su malestar psíquico y la atribución del mismo a un «destino», etc.– Entretanto, el yo debe procurar establecer un equilibrio entre el ello y el superyó. Señala a propósito Freud que “frente al ello, [el yo] conquista el dominio sobre las exigencias de los instintos, decide así si han de tener acceso a la satisfacción, aplazando ésta por los momentos y circunstancias más favorables del mundo exterior, o bien suprimiendo totalmente las excitaciones instintivas. En esta actividad, el yo se ajusta a la consideración de las tensiones excitativas que ya posee o que le llegan” (Freud, 1940: 13). El yo de personajes como Silvio Astier o Erdosain vive lleno de tensiones porque no encuentra salida ni para los instintos más elementales –el hambre, el deseo sexual– ni para las exigencias de notoriedad y reconocimiento propias del superyó. Es un yo que está sometido a la necesidad de trabajar de manera extenuante y en condiciones de precariedad, que vive el mundo como una permanente humillación y el agobio de la imposibilidad de realizarse 50 en cualquier aspecto de la vida54. Las decisiones desesperadas que toman estos personajes en algunas ocasiones se deben a la enorme presión exterior, al aumento de tensiones psíquicas que no tienen descarga y que incluso llegan a tener efectos somáticos: la mención de las venas que laten fuertemente en las sienes es recurrente55 y es un indicio de la desesperación y la angustia que a menudo experimentan. Sensación de lo subconsciente El inconsciente, que constituye en última instancia el gran descubrimiento del psicoanálisis, es una realidad psíquica captada por Roberto Arlt en sus novelas, si bien en éstas suele aparecer mencionado como “subconsciente” –término que, dicho sea de paso, fue abiertamente rechazado por Freud (Freud, “Lo inconsciente”, 1915: 2064)–. Las actuaciones aparentemente contradictorias de los personajes, así como el trasfondo errático y desesperado que hay en la forma de escribir de Arlt, hacen que este inconsciente se asome por momentos aunque, por definición, nunca se descubra. Cuando Erdosain le revela al Comentador cómo concibió la idea de secuestrar a Barsut, le confiesa que ese deseo, como otros que en sano juicio nunca se le ocurrirían a un hombre, lo asombró: “me he preguntado 54 Según Óscar Masotta, Erdosain lamenta “su humillación para no olvidar ni por un instante su esencia de humillado” (Masotta, 1965: 39). 55 Lo significado por las frases siguientes es prácticamente lo mismo; pareciera que, más que un procedimiento estilístico, dicha imagen fuera obsesiva para Arlt y por eso la reitera con algunos pequeños cambios: “Con violencia latían mis venas cuando llamé” (EJR 100), “En las sienes me batían las venas terriblemente” (op. cit.: 148), “Una ola de sangre subió hasta las sienes del hombre” (LSL 66), “Una franja de temperatura le abrasaba la frente entrándole por las sienes y yéndole a punzar hasta la nuca” (op. cit.: 75), “En las sienes le batían fuertemente las venas” (op. cit.: 252), “Se aprieta las sienes, se las prensa con los puños; está ubicado en el negro centro del mundo” (LL 314), “Erdosain sacude la cabeza, semejante a un hombre que tuviera las sienes horadadas por una saeta” (op. cit.: 315), “Las arterias me daban martillazos en las sienes” (op. cit.: 437), “el dolor abandonado permanece allí más abrasador, quemándole las sienes, apesantándole los párpados” (op. cit.: 468), “Erdosain ha vuelto de la calle, con frío en el cuerpo y palpitaciones en las sienes” (op. cit.: 522). Estas sensaciones figuran en la definición que del fenómeno de la angustia proporciona el Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano (1996): “Durante mucho tiempo, la angustia ha sido reconocida en psiquiatría como uno de los síntomas más comunes del trastorno mental. Las descripciones psiquiátricas de la angustia por lo general se refieren a fenómenos mentales (aprensión, preocupación) y corporales (sofocación, palpitaciones, tensión muscular, fatiga, vértigos, sudor y temblor)” (Evans, 1996: 38). 51 qué secreto llega a encerrar el alma de un hombre, que sucesivamente le va mostrando horizontes nuevos, descascarando sensaciones que para él mismo son un asombro por su origen aparentemente ilógico” (LSL 81). Un origen sólo ilógico en apariencia, pues en realidad el inconsciente busca la realización de unas pulsiones que, siendo de por sí violentas, se acentúan cuando las circunstancias externas las exasperan. En el caso de Erdosain, la motivación para el secuestro de Barsut no es solamente conseguir dinero para el plan revolucionario del Astrólogo, sino vengarse de las humillaciones que él le había infligido sucesivamente, más aún cuando éste le confesó haber sido quien lo delató ante la Compañía Azucarera. El Comentador afirma, en una de sus notas a pie de página, que eso explicaría la pasividad con la cual Erdosain actuó inicialmente frente a Barsut, especialmente en el momento en el que éste último le propinó una bofetada por haberse dejado llevar a Elsa en su presencia: “Este capítulo de las confesiones de Erdosain me hizo pensar más tarde si la idea del crimen a cometer no existiría en él en una forma subconsciente, lo que explicaría su pasividad frente a la agresión de Barsut” (op. cit.: 80). Más adelante en el texto, es Erdosain mismo quien le expone al Astrólogo un razonamiento en el que está condensado el conocimiento de la existencia de dicho “subconsciente”: “en el fondo, adentro, más debajo de nuestra conciencia y de nuestros pensamientos hay otra vida más poderosa y enorme… y si soportamos todo es porque creemos que soportando o procediendo como lo hacemos llegaremos por fin hasta la verdad… es decir, a la verdad de nosotros mismos” (op. cit.: 92). Es por debajo de las coordenadas racionales y prácticas con las que nos movemos en la cotidianidad que está contenido un magma de impulsos y de instintos que la educación y el entorno reprimen pero que nunca pueden anular totalmente. Lo escandaloso de la lectura de El juguete rabioso y del ciclo conformado por Los siete locos y Los lanzallamas es que los instintos de los personajes salgan a flote y que la educación recibida y la ley civil ya no basten para contenerlos, por lo cual Silvio Astier, Erdosain y sus compañeros de delitos planeen con tranquilidad el robo o el exterminio de otros; y que dicha ley sea vista como la peor enemiga de sus anhelos vitales. Asimismo, son chocantes los estados de locura simulados por Erdosain y su manera procaz de expresarse cuando, por ejemplo, le insinúa a Doña 52 Ignacia que su hija puede no ser ya virgen y que él quiere casarse con ella a cambio de pagarle sus deudas. En ese orden de ideas, es lógico que la mentalidad burguesa se muestre renuente a este tipo de contenidos. Sin embargo, dada la marginalidad en la que se mueven los personajes arltianos, el inconsciente aflora con menos restricciones que en la sociedad burguesa, en la cual es más frecuente que se guarden más celosamente las apariencias56. En un medio en la que las máscaras se han quitado y las convenciones e imposiciones sociales han perdido su fuerza –esto es, el mundo narrado en las novelas de Arlt–, los hombres aparecen sin la construcción de su yo social y se muestran a los demás tal cual son. Señala al respecto Beatriz Pastor: “La traición, la violencia y la ferocidad que caracterizaba a estos últimos [los miembros del hampa], existe también –aunque hipócritamente disimulada– entre los miembros de la pequeño-burguesía. La única diferencia entre ambos es táctica y viene de la necesidad que tiene el pequeño-burgués –y que niega el lumpen– de guardar las apariencias” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 83). Este es uno de los aspectos que hace tan revolucionaria la literatura arltiana y marca un momento de quiebre con respecto a la tradición: sus novelas no educan, sino que aluden a los instintos básicos de defensa y de supervivencia, y los alientan. Esta presencia del inconsciente en Arlt resulta, con mucho, novedosa para la literatura argentina y para las letras latinoamericanas en general: en un momento en el que lo que 56 Los movimientos de liberación sexual de las décadas del 60´ y del 70´ no han tenido mayores repercusiones en el enorme tabú que aún pesa socialmente sobre la sexualidad, del cual no son responsables solamente los fundamentalismos religiosos. Incluso los medios masivos de comunicación, aparentemente más liberadores por sus contenidos desinhibidos, la siguen convirtiendo en espectáculo y en mercancía. En cuanto al respeto a la propiedad, basta un somero acercamiento a las noticias mundiales, y no solamente de Argentina o de América Latina, para encontrar que las instituciones encargadas de mantener la transparencia no funcionan, y que aquellas personas que son cuestionadas, en lugar de facilitar la labor de la justicia o de la prensa, obstaculizan por todos los medios a su alcance que algo en su contra se sepa. En este sentido, cabe citar a Freud con una frase que, aunque escrita en relación con el adulterio, también se puede aplicar en relación con la ausencia de reacción frente a estos fenómenos de ocultamiento: “La sociedad culta se ha visto precisada a aceptar calladamente muchas trasgresiones que según sus estatutos habría debido perseguir” (Freud, 1930: 102). 53 predominaba era la novela de la tierra57, es decir, lo exterior, las novelas de Arlt se adentran en un mundo mucho más desconocido e indomable, como es el interior de nosotros mismos. Principio de realidad vs principio de placer Las restricciones que impone la realidad al placer son muy numerosas, y se acrecientan cuando las circunstancias económicas y políticas de una determinada clase social le impiden el disfrute del ocio. Si se analiza cómo operan el principio de realidad y el de placer en las novelas arltianas, se descubre que estos no solo se sitúan en el contexto de las relaciones entre los personajes, sino que se apoyan en el cronotopo en el que tienen lugar los sucesos narrados. El cronotopo de las novelas arltianas no es un mero telón de fondo en frente del cual transcurren los hechos58, sino que sirve para apoyar la significación de las sensaciones de abatimiento y desesperación que a menudo experimentan los personajes e interviene en el curso de los acontecimientos, en la medida que las características de los crímenes o la trayectoria vital de los personajes no sería la misma si no se desarrollaran en pensiones, barrios marginales, cuartos pequeños y desaseados, etc59. 57 Esta novela, que explora la relación del hombre con la naturaleza y que en su momento constituyó una apuesta política por la definición de la nación en términos de su paisaje, tiene un corpus del que hacen parte obras como La vorágine (1924) del colombiano José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra (1926) del argentino Ricardo Güiraldes –de quien fue secretario Arlt– y Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos. 58 Indica al respecto Antonio Garrido Domínguez: “El hombre –y, muy en especial, el artista– proyectan sus conceptos, dan forma a sus preocupaciones básicas (cuando no obsesiones) y expresan sus sentimientos a través de las dimensiones u objetos del espacio (…) En este sentido resulta innegable su capacidad simbolizadora” (Garrido, 1993: 207, 208). 59 Dice el Buscador de Oro, el más abierto crítico de ese entorno: “Las ciudades son los cánceres del mundo. Aniquilan al hombre, lo moldean cobarde, astuto, envidioso y es la envidia la que afirma sus derechos sociales, la envidia y la cobardía” (LSL 177). Erdosain también piensa a menudo en “toda la realidad inmunda de los millares de empleados de la ciudad, de los hombres que viven de su sueldo y que tienen un jefe” (LL 510). 54 La formulación de los principios de realidad y de placer, que según el psicoanálisis constituyen los motores de la conducta humana, es hecha por Freud en El malestar en la cultura (1930). Sus palabras se pueden aplicar perfectamente a cada uno de los elementos narrativos que constituyen el mundo arltiano: Desde tres lados amenaza el sufrimiento; desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos (…) No es asombroso, entonces, que bajo la presión de estas posibilidades de sufrimiento los seres humanos suelan atemperar sus exigencias de dicha, tal como el propio principio de placer se transformó, bajo el influjo del mundo exterior, en el principio de realidad; no es asombroso que se consideren dichosos si escaparon a la desdicha, si salieron indemnes del sufrimiento, ni tampoco que dondequiera, universalmente, la tarea de evitar éste relegue a un segundo plano la de la ganancia de placer (Freud, 1930: 76, 77). Los personajes arltianos experimentan el mundo como el escenario de una lucha permanente, en el cual la ciudad constituye el principal y más monstruoso de los enemigos y cuyos agentes son los seres humanos a los que, por más cercanos que sean, ven como sus rivales60, ya que en general se oponen a sus ansias de placer y satisfacción. Estas mismas ansias tampoco son siempre gratas, pues son tan exigentes que los llevan a cometer locuras o a caer en la angustia y la desesperación si no son colmadas. Es interesante ver que Arlt sitúa estos deseos en un contexto en el que la religión ha perdido peso en la mentalidad de la sociedad, pues muchos personajes se declaran abiertamente ateos o se comportan contradiciendo las esperanzas religiosas por considerarlas un falso consuelo: “Pero si la gente lo que necesita es plata… no sagradas verdades” (LSL 21). Cuando nombran a Dios, lo hacen movidos por la denuncia de su ausencia, o para parodiarlo, lo cual recoge la crítica nietzscheana a la religión y particularmente al cristianismo61, como cuando el Rufián Melancólico monologa: “Supongamos que yo pudiera convertirme en Dios. ¿Qué haría yo? 60 Cfr. la afirmación de Ergueta en Los siete locos: “… creer en la bondad de la gente, cuando todo el mundo lo que tira es a hundirlo a uno y hacerle fama de loco…” (LSL 19) y la de Luciana en Los lanzallamas: “El alma de nuestros semejantes es más dura que una plancha de acero endurecido” (LL 494). 61 La novela posmoderna abunda en críticas a la religión, especialmente a los monoteísmos (cristianismo, judaísmo e Islam). Esto ha despertado reacciones fundamentalistas, tales como la condena a muerte pronunciada por el ayatolá Jomeini contra Salman Rushdie por la publicación de Los versos satánicos (1988). 55 ¿A quién condenaría? ¿Al que hizo mal porque su ley era hacer mal? No. ¿A quién condenaría entonces? A quien habiendo podido convertirse en un Dios para un ser humano, se negó a ser Dios. A ése le diría yo: ¿Cómo? ¿Pudiste enloquecer de felicidad a un alma y te negaste? Al infierno, hijo de puta” (LL 350). El hincapié que hacen las novelas arltianas en el hecho de que los seres humanos sufren en un ambiente que, tanto en lo público como en lo privado, les resulta hostil, va intrínsecamente ligado a la locura. Si tanto el principio de placer como el de realidad imponen restricciones al hombre, ¿cuánto más intensas y numerosas se tornan estas restricciones cuando el entorno es así de precario y violento? Silvio Astier intenta matarse, pero no lo consigue; sobre Erdosain, que sí llega a hacerlo, el Comentador hace una reflexión que hoy calificaríamos de foucaultiana: “No puede escaparse. De un costado está la cárcel. Del otro el manicomio” (op. cit.: 525). Estas instituciones, que tienen como fin salvaguardar la propiedad, la integridad y la vida de los miembros de una sociedad son al mismo tiempo, en determinados casos, productos de ésta: aquello que la amenaza o que no entiende, es aislado. Pero, ¿qué se puede decir cuando esa «amenaza» es hecha para acabar con unas estructuras políticas y económicas excluyentes y explotadoras? ¿En qué circunstancias la «locura»62 puede ser más razonable que lo que la mayor parte de la sociedad acepta, dado que ésta considera su criterio como el único válido solo porque en éste se amparan sus beneficios, aun cuando sean injustificados? La profundidad de las novelas arltianas, más allá de que la Sociedad Secreta sea un engaño, su líder un oportunista63 y sus seguidores no concreten ninguna revolución, radica en que, tal como lo hace la buena literatura y el arte, hacen cuestionar al lector acerca de los parámetros sobre los cuales descansa su espectro de opciones en los distintos ámbitos de la vida. 62 Es claro que tanto el término «amenaza» como el término «locura» son dados por un observador externo y que se puede ver perjudicado por esos comportamientos. El poder, como diría Foucault, produce cambios en el lenguaje, que a su vez dependen del lugar en el cual está situado ese poder. 63 Desde la óptica psicoanalítica, “[l]a verdad está íntimamente vinculada al engaño, puesto que las mentiras a menudo pueden revelar la verdad sobre el deseo con más elocuencia que los enunciados sinceros (…) El papel del analista es revelar la verdad inscrita en el engaño de la palabra del analizante” (Evans, 1996: 195; las cursivas son mías). Así, los engaños del Astrólogo y su oportunismo deben ser interpretados como lo que son: formas de camuflar su deseo de dinero y de obtenerlo a costa de la credulidad de sus seguidores. 56 Una lucha contra la autoridad o ley del padre marcada por el fracaso Si hay algo que caracteriza a los antihéroes arltianos es la lucha contra un estado de cosas que consideran inaceptable. Desde su más temprana juventud, los protagonistas saben que deben poner todo de su parte para que se produzca un cambio en la sociedad. La cultura, que según el psicoanálisis está elaborada sobre la base de la renuncia a los impulsos del ello, constituye un orden en el que los individuos son obligados a entrar, lo cual ocurre desde la más tierna infancia con la aceptación de la autoridad de los padres –o de figuras que desempeñan su misma función– y el aprendizaje de unos códigos de conducta que se le presentarán como normas inmanentes que no se pueden infringir. Si bien la cultura representa numerosos beneficios, implica también la negación frecuente del goce por las leyes que una sociedad instaura para sus integrantes, las cuales no siempre son razonables. En una franja de la sociedad como la descrita por Roberto Arlt en sus novelas, son mayores las privaciones y las carencias que las oportunidades de goce. Para Erdosain, la autoridad paterna no es una fuente de identificación válida, sino el origen de toda violencia. Tal como señala Beatriz Pastor en Roberto Arlt y la rebelión alienada, la sensación de humillación que sufre el personaje proviene de la arbitrariedad y el autoritarismo que caracterizaron a dicha figura, cuando siendo niño lo amenazaba con golpearlo o lo obligaba con insultos a hacer los deberes: Quien comenzó este feroz trabajo de humillación fue mi padre. Cuando yo tenía diez años y había cometido alguna falta, me decía: mañana te pegaré. Siempre era así, mañana… ¿se da cuenta? mañana… Y esa noche dormía, pero dormía mal, con un sueño de perro, despertándome a media noche para mirar asustado los vidrios de la ventana y ver si ya era de día (…) [Al día siguiente] mientras yo me vestía lentamente, sentía que en el patio ese hombre movía la silla. Al salir él estaba inmóvil como un soldado, junto a la silla. –Vamos –me gritaba otra vez, y yo, hipnotizado iba en línea recta hacia él; quería hablar, pero eso era imposible ante su espantosa mirada. Caía su mano sobre mi hombro obligándome a arrodillarme, yo apoyaba mi pecho en el asiento de la silla, tomaba mi cabeza entre sus rodillas y, de pronto, crueles latigazos me cruzaban las nalgas. Cuando me soltaba corría llorando a mi cuarto. Una vergüenza enorme me hundía el alma en las tinieblas (LSL 62, 63). La sensación de impotencia experimentada por el personaje se reiterará en la vida adulta, pues tal como enseña el psicoanálisis, los años de la infancia resultan cruciales en la manera como una persona se comporta cuando es mayor. El personaje, en lugar de reaccionar frente a las circunstancias adversas, a menudo se refugia en sus fantasías, en un mundo interior en 57 el que su yo no tiene las trabas y los condicionamientos impuestos por el mundo exterior. Aunque dicha característica es inherente a la psique humana y hasta benéfica, cuando se exagera representa un peligro pues conduce a los seres humanos a la inacción o la parálisis. Los locos arltianos son seres trastornados, en buena medida, por dejarse llevar por su locura privada sin establecer una relación con el mundo real, por lo cual empiezan a ver ese entorno hostil como un destino o como un mal merecido64 –tal como fue asumido el castigo durante el período de la infancia–. Pastor señala que, si bien el padre desaparece con la infancia, la figura paterna autoritaria se mantendrá en el futuro (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 14) aunque revista nuevas configuraciones, como las de la esposa o el jefe. Los intentos de rebelión contra esas nuevas figuras de autoridad están marcados por el fracaso. Erdosain deja que su esposa administre su salario, lo cual es para él una fuente de gran insatisfacción. Su jefe, al cual roba, lo descubre, y en el momento en el que es acusado se queda inmóvil y siente el deseo de contarle “toda la desdicha inmensa que pesaba sobre su vida” (op. cit.: 8), en una clara rememoración del sentimiento de impotencia y de tristeza que cuando niño sentía frente a su padre. Estas figuras de autoridad se sentirán a menudo extrañadas de que Erdosain no se comporte como un adulto, y esto se debe a que, aunque exteriormente asumió la ley del padre, nunca llegó a asumirla interiormente, y por eso el mundo de la fantasía cobra para él una importancia exagerada en contraposición a la realidad, a la que concibe como algo intrínsecamente hostil y negativo. La ciudad entera, descrita en términos deshumanizantes y en cuyas calles transitan seres perturbados y agresivos, representa para él un agigantamiento y una exteriorización de la autoridad paterna, frente a lo cual aparece como un posible remedio la percepción mística 64 Monologa Silvio Astier en El juguete rabioso: “Algunas veces en la noche. –Piedad, quién tendrá piedad de nosotros. Sobre esta tierra quién tendrá piedad de nosotros. Míseros, no tenemos un Dios ante quien postrarnos y toda nuestra pobre vida llora. ¿Ante quién me postraré, a quién hablaré de mis espinos y de mis zarzas duras, de este dolor que me surgió en la tarde ardiente y que aún es en mí? Qué pequeñitos somos, y la madre tierra no nos quiso en sus brazos y henos aquí acerbos, desmantelados de impotencia. ¿Por qué no sabemos de nuestro Dios? ¡Oh! Si Él viniera un atardecer y quedamente nos abarcara con sus manos las dos sienes. ¿Qué más podríamos pedirle? Echaríamos a andar con su sonrisa abierta en la pupila y con lágrimas suspendidas de las pestañas” (EJR 194). 58 de Dios. Tal como indica Pastor, dicha figura “[d]e un modo u otro es invocada en la mayoría de los momentos de crisis” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 55); sin embargo, dicha figura no pasa de ser una “perpetuación de la estructura ideológica engendrada por la figura paterna durante la infancia” (op. cit.: 55), que no soluciona los problemas reales y concretos del hombre. A la luz del psicoanálisis, toda mentalidad religiosa se alimenta del mecanismo de culpa creado en la infancia65, de tal manera que “[l]a existencia de la figura divina en la conciencia del adulto es una transposición directa de la presencia de la figura autoritaria del padre en la vida del niño” (op. cit.: 55, 56). El trauma sufrido en la infancia lo hace responsabilizar a Dios –o a su ausencia– de su sufrimiento personal o el del entorno social66, lo cual no pasa de ser una percepción mistificadora que falsea la realidad y que es producto de las fantasías alimentadas por él de manera muchas veces inconsciente. Es interesante, por otra parte, analizar si hay una nueva flexión de la figura paterna en el personaje del Astrólogo. A semejanza de una familia en la que él cumple el papel de líder, 65 En Tótem y tabú (1913), Freud estableció que, de la misma manera que el niño diviniza a la figura paterna, atribuyéndole unos poderes extraordinarios y la omnisciencia, la horda primitiva en las épocas más remotas de la humanidad divinizó al pater familiæ, hombre que ejercía despóticamente su autoridad pero que una vez asesinado pasó a representar, para sus sucesores, unos ideales y un culto que terminaron por convertirlo en un dios: “Los hermanos expulsados [de la horda] se reunieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver, poniendo así un fin a la existencia de la horda paterna. Unidos, emprendieron y llevaron a cabo lo que individualmente les hubiera sido imposible. Puede suponerse que lo que les inspiró el sentimiento de su superioridad fue un progreso de la civilización, quizá el disponer de un arma nueva. Tratándose de salvajes caníbales, era natural que devorasen el cadáver. Además, el violento y tiránico padre constituía seguramente el modelo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la asociación fraternal, y al devorarlo, se identificaban con él y se apropiaban una parte de su fuerza. La comida totémica, quizá la primera fiesta de la humanidad, sería la reproducción conmemorativa de este acto criminal y memorable, que constituyó el punto de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones morales y de la religión” (Freud, 1913: 185, 186). 66 “Erdosain entreabre los ojos. Dios. El Infinito. Dios. Cierra los ojos. Dios. Una obscuridad espesa se desprende de sus párpados. Cae como cortina. Lo aísla y lo centraliza en el mundo (…) Erdosain mira de reojo el ángulo de su cuarto. Sin embargo es imposible escaparse de la tierra. Y no hay ningún trampolín para tirarse de cabeza al infinito. Darse entonces. ¿Pero darse a quién? A alguien que bese y acaricie el cabello que brota de la mísera carne? ¡Oh, no! ¿Y entonces? ¿A Dios? Pero si Dios vale menos que el último hombre que yace destrozado sobre un mármol blanco de una morgue. –A Dios habría que torturarlo, –piensa Erdosain. ¿Darse humildemente a quién?” (LL 343, 344). 59 él reúne a varios desdichados que acogen sus planes de hacer una revolución. Pero, por más que el Astrólogo tenga razón en muchas de sus críticas, en especial las dirigidas contra el sistema capitalista y la connivencia de éste con los gobiernos estatales67, no deja de ser un oportunista, pues al final de la obra se escapa con el dinero robado a Barsut y en ningún caso llega a cumplir los planes en los que mantuvo ocupados a sus seguidores. Erdosain deposita su confianza en él como una manera de restablecer y restituir, inconscientemente, la figura paterna, sin darse cuenta de que va a ser víctima de un doble fraude: el asesinato de Barsut es una farsa y su diseño de la fábrica de fosgeno no es llevado a cabo en la realidad. Así, en la orientación ideológica de la obra arltiana subyace, en últimas, una crítica a todo discurso político o religioso, pues incluso aquellos que se proclaman como los más liberadores no dejan de ser, en sus novelas y en la visión de mundo que emana de éstas, meras tácticas para dominar a los otros y hacerlos trabajar en pro de sus propios intereses, desconociendo el valor intrínseco del ser humano y sus problemas reales y concretos. Hay, pues, un rechazo completo a la autoridad o ley del padre, a la que se responsabiliza de ser la más grande coartadora de la creatividad y del goce. Es, además, una autoridad que produce, sistemáticamente y a lo largo de los distintos momentos de la vida, un falseamiento o mistificación de la realidad que en lugar de contribuir al crecimiento humano, lo desconoce y lo convierte en una mera pieza al servicio de intereses ajenos a él por completo68. 67 68 Véase especialmente el capítulo “El Abogado y el Astrólogo” en Los lanzallamas. Frente a la crisis de la autoridad paterna, de sus funciones y de su estatus en la sociedad contemporánea, algunos asumen “conductas adictivas del tipo de las toxicomanías” (Landman, 1997: 141), mientras otros “han recurrido a ideologías que propugnan un retorno en regla a la norma o a las sectas que están organizadas como masas freudianas artificiales, especialmente rígidas (…) Por una parte, se observa una oferta incesante de transgresión de la ley (…) por otra parte hay un incremento de popularidad de las instituciones políticas o religiosas que se apoyan en una pasión por la norma” (op. cit.: 142). En todos estos casos, el individuo falsea la realidad. 60 La mujer, objeto privilegiado del deseo ¿Cómo es la relación de Erdosain con las mujeres? El deseo erótico, que ha hecho correr ríos de tinta a creadores literarios y a psicoanalistas, es inquietante si es examinado desde ciertas figuras del inconsciente que hacen comprenderlo, más allá del simple deseo físico, de manera inusual. El Edipo, por ejemplo, que a un siglo de haberse formulado sigue levantando resquemores, consiste en el remplazo del objeto primario del deseo –esto es, la madre– por una o varias mujeres en las que se deposita el afecto en la vida adulta. Si la infancia de Erdosain estuvo marcada por las constantes humillaciones a las que lo sometía su padre, así como por la amenaza de darle una paliza al día siguiente y por ello no poder dormir tranquilo, es lícito suponer que todo el afecto se pusiera en la figura materna. Lo extraño es que la manera como el personaje trata a sus amadas es ambigua: si por una parte las desea fervientemente, por otra las lastima. La crisis matrimonial que sale a flote en la narración que Elsa le hace a la monja sobre su relación con Erdosain consiste en cómo el afecto inicial que él le profesa se va deteriorando conforme ella le exige dedicarse a trabajos económicamente productivos69. Luego, él no tiene reparos en ocultarle a su mujer que frecuenta los prostíbulos, y ella incluso accede a proteger a una muchacha que él encontró en situación de extrema pobreza y que ejercía el oficio de prostituta. La voluntad de proteger a una mujer y el llenarla de cuidados y de mimos excesivos se explicaría, desde el psicoanálisis, por el afecto experimentado por el niño al recibir las atenciones maternales. En su confesión, Elsa advierte las inexplicables vacilaciones del comportamiento de Erdosain para con ella, además de que una descripción como la siguiente hace pensar en la injerencia del Edipo, con todo lo que contiene de amor y de odio por el objeto de deseo: 69 Señala al respecto Beatriz Pastor: “En el aspecto social, la esposa cumple una función integradora. Como la madre anteriormente, insiste en la importancia del dinero y del trabajo. Al presionar al personaje para que se dedique a actividades remuneradas y sancionadas por la sociedad, se inscribe en la línea de todos los que han ido creando y acentuando la escisión del personaje entre aspiraciones profundas y actividad social, y pasando a estar funcionalmente en el mismo grupo que el padre, la madre, los jefes… etc.” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 23). 61 A veces he pensado que debía odiarme profundamente, y que solo se quedaba a mi lado para martirizarme. Y sin embargo él era el mismo hombre. El mismo hombre que un día me había acariciado con manos tímidas de rubor, el mismo hombre que apoyaba la cabeza en mis rodillas, sentado a mis pies, y a quien yo entonces miraba con asombro mezclado de burla, porque al fin y al cabo, era una mujer como otra para merecer tan exagerada adoración (LL 409). Lo interesante es que el mismo Comentador aventura su propia hipótesis de explicación de acuerdo con lo vivido por el personaje en su infancia, cuando éste se divertía destruyendo una fortaleza de barro que poco antes le había costado mucho trabajo edificar: “En este acto del Erdosain niño, ¿podemos encontrar un símil con la conducta que observa, destruyendo casi sistemáticamente aquello que más ama, cuando ya es mayor?” (op. cit.: 476). El sometimiento de Erdosain a la mujer es consecuencia del Edipo, el cual, según Freud, no hace sino actualizar, en la vida adulta, el temor a dejar de ser amado por la figura materna: “Como residuo de la fijación erótica a la madre, suele establecerse una excesiva dependencia de ella, que más tarde continuará con la dependencia de la mujer” (Freud, 1940: 79). Pero, ¿qué hace que Erdosain no se oponga a que el capitán se lleve a Elsa en su mismísima presencia? Si se tiene en cuenta que la novela finalizará con el asesinato de la Bizca y con el suicidio de Erdosain, no sería extraño que éste hubiera podido reaccionar violentamente frente a ese suceso. Así que, si lo permite, es porque una parte de su inconsciente así lo quiere: se trata de la escena primitiva. Dicha escena consiste en la visión, imaginada en la infancia de manera consciente –aunque en contacto con el sistema inconsciente o preconsciente–, de la cópula de los progenitores; en el caso de Erdosain, esa unión implicaría una dosis considerable de violencia por parte del padre, dada la manera como éste ha sido descrito a todo lo largo del relato. En una de las discusiones que tienen Elsa y Erdosain, éste le dice a ella que no la habría reconvenido por conseguirse un amante: “A tu lado hasta he experimentado curiosidades infames… Si hubieras tenido un amante, no te reprochara nada… Te hubiera observado. Hasta he llegado a desear que lo tuvieras…” (LL 435). Estas circunstancias y declaraciones llevan a pensar que Erdosain siente un placer inconsciente en ser el espectador de una escena primitiva, actualizada en las figuras de su 62 esposa y el capitán, lo cual, desde la óptica freudiana, comporta una dimensión parcialmente homosexual70. Cualquiera que sea el caso, tanto la psique de Erdosain como la de su antecesor Silvio Astier están acuciosamente invadidas de sueños eróticos, en los que las mujeres despiertan desde los deseos más tiernos hasta los más carnales. El erotismo, en el adolescente, es un deseo impreciso en el que se mezclan la curiosidad, las fantasías y la idealización de la persona amada, como cuando Astier monologa: Algunas veces, en la noche, hay rostros de doncellas que hieren con espada de dulzura71. Nos alejamos, y el alma nos queda entenebrecida y sola, como después de una fiesta. Realizaciones excepcionales… se fueron y no sabemos más de ellas, y sin embargo nos acompañaron una noche teniendo la mirada fija en nuestros ojos inmóvil… y nosotros heridos con espadas de dulzura, pensamos cómo sería el amor de esas mujeres con esos semblantes que se adentraron en la carne. Congojosa sequedad del espíritu, peregrina voluptuosidad áspera y mandadora. Pensamos cómo inclinarían la cabeza hacia nosotros para dejar en dirección al cielo sus labios entreabiertos, cómo dejarían desmayarse del deseo sin desmentir la belleza del semblante un momento ideal; pensamos cómo sus propias manos trizarían los lazos del corpiño… Rostros… rostros de doncellas maduras para las desesperaciones del júbilo, rostros que súbitamente acrecientan en la entraña un desfallecimiento ardiente, rostros en los que el deseo no desmiente la idealidad de un momento. ¿Cómo vienen a ocupar nuestras noches? Yo me he estado horas continuas persiguiendo con los ojos la forma de una doncella que durante el día me dejó en los huesos ansiedad de amor. Despacio consideraba sus encantos avergonzados de ser tan adorables, su boca hecha tan sólo para los grandes besos; veía su cuerpo sumiso pegarse a la carne llamadora de su desengaño e 70 Esta dimensión se refuerza en la expectativa que tiene Erdosain de que un «millonario melancólico y taciturno» lo mande “llamar de un momento a otro al observar su semblante de músculos endurecidos por el sufrimiento de tantos años” (LSL 30), así como en su admiración y sometimiento al Astrólogo y la insistencia del texto en “la corpulencia de un negro, cuya mano perdíase en el trasero de un pequeño” (op. cit.: 192, 194, 196-198). También llama la atención, en El juguete rabioso, la existencia de un personaje homosexual, el cual tiene un altercado con Silvio Astier cuando éste intenta hospedarse en una pensión. 71 ¿Qué le dice al psicoanálisis la recurrente alusión al amor a partir de un juego de contrarios? Que se trata de un deseo y de un goce no exento de dolor. En una obra como El erotismo (1957), Georges Bataille explica que “[h]asta la pasión feliz lleva consigo un desorden tan violento, que la felicidad de la que aquí se trata, más que una felicidad de la que se puede gozar, es tan grande que es comparable con su contrario, con el sufrimiento” (Bataille, 1957: 24). Véase también la definición de goce dada por Dylan Evans en su Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano (1996), citada en la nota a pie número 32. 63 insistiendo en la delicia de su abandono, en la magnífica pequeñez de sus partes destrozables, la vista ocupada por el semblante, por el cuerpo joven para el tormento y para una maternidad, alargaba un brazo hacia mi pobre carne; hostigándola, la dejaba acercarse al deleite (EJR 88, 89). Y también: Estoy colmado de imprecisos deseos, de una vaguedad que es como neblina, y adentrándose en todo mi ser, lo torna casi aéreo, impersonal y alado. Por momentos el recuerdo de una fragancia, de la blancura de un pecho, me atraviesa unánime, y sé que si me encontrara otra vez junto a ella desfallecería de amor; pienso que no me importaría pensar que ha sido poseída por muchos hombres y que si me encontrara otra vez junto a ella, en esa misma sala azul, yo me arrodillaría en la alfombra y pondría la cabeza sobre su regazo, y por el júbilo de poseerla y amarla haría las cosas más ignominiosas y las cosas más dulces. Y a medida que se destrenza mi deseo, reconstruyo los vestidos con que la cortesana se embellecerá, los sombreros armoniosos con que se cubrirá para ser más seductora, y la imagino junto a su lecho, en una semidesnudez más terrible que el desnudo. Y aunque el deseo de mujer me surge lentamente, yo desdoblo mis actos y preveo qué felicidad sería para mí un amor de esa índole, con riquezas y con gloria; imagino qué sensaciones cundirían en mi organismo si de un día para otro, riquísimo, despertara en ese dormitorio con mi joven querida calzándose semidesnuda junto al lecho, como lo he visto en los cromos de los libros viciosos72 (op. cit.: 109, 110). Además de las huellas del deseo en pasajes como los anteriores, es importante destacar en ellos el uso de la prosa poética. En una sintaxis extraña como la que predomina en la escritura de Arlt, fragmentos como los anteriormente citados demuestran que el escritor no es ignorante de la forma, sino que reserva el lirismo para la ensoñación en medio de la enormidad de un caos que, teniendo en cuenta las influencias vanguardistas de la época, se transmitía mejor a los lectores rompiendo el orden convencional de las frases y de sus componentes. Ya en la edad adulta, un personaje como Erdosain manifiesta una sexualidad errática: además de sus visitas a los prostíbulos, su relación con las mujeres con las que se involucra sentimentalmente varía de manera ostensible. Además de las oscilaciones en su conducta 72 La pornografía es un arma de doble filo: si por una parte elimina los prejuicios morales y las prohibiciones de tipo religioso –en particular del monoteísmo, el cual es monolítico frente al sexo–, introduce la sexualidad en el circuito de las mercancías y nunca llega a constituir una fuente de satisfacción plena. Caso de Erdosain, quien se imagina “una mujer fragmentaria y completa, una mujer compuesta por cien mujeres despedazadas por los cien deseos siempre iguales (…) [Una] mujer arbitraria, amasada con la carnadura de todas las mujeres que no había podido poseer” (LSL 115, 116). 64 amorosa con respecto a Elsa, su actitud no es clara ni frente a Luciana ni frente a la Bizca. A la primera, por ejemplo, la rechaza, a pesar de que es ella quien le ofrece su cuerpo, descrito en términos de poderosa sensualidad y frente al cual muestra su temor a la impotencia: El vestido se atorbellina, y cae en redor de las piernas de la doncella. Su camisa, sostenida por un brazo, traza un triángulo oblicuo sobre su cabeza. La blancura lechosa de sus amplias caderas colma el cuarto de una grandeza titánica. Erdosain mira sus redondos senos, de pezones rodeados de un halo violeta, y un mechón rubio de cabellos, que escapa de su sexo, entre las rígidas piernas apretadas, y piensa: –Sólo un gigante podría fecundarla (LL 494, 495). Asimismo, a la Bizca la asesina, a pesar de que ella nunca le dio motivos para cometer ese crimen. Ante la fuerza del Eros, es Tánatos el que triunfa: Erdosain hace daño porque busca una víctima para después poder sentirse plenamente culpable73. En el asesinato de la Bizca, por ejemplo, es muy sugerente la descripción del cuerpo de Erdosain una vez ha cometido el homicidio, pues pareciera que es él mismo el que se ha asesinado –cosa que, de hecho, no tardará en suceder–, pues en ocasiones la psique busca maneras simbólicas de descargar sus contenidos violentos haciéndole a otro aquello que en realidad quisiera para sí74: “Erdosain, precipitándose en el movimiento, hundió el cañón de la pistola en el blando cuévano de la oreja, al tiempo que apretaba el gatillo. El estampido lo hizo desfallecer. El cuerpo de la jovencita se dilató bajo sus miembros con la violencia de un arco de acero. Durante varios minutos, Erdosain permaneció inmóvil, estirado oblicuamente sobre ella, la carga del cuerpo, soportada por un brazo” (op. cit.: 585). Lejos de ser armónicas, las relaciones de los personajes masculinos arltianos con las mujeres están atravesadas por un frenesí, en el cual el deseo puede tornarse violento y conducir a la disgregación del Eros que mantiene unida a una sociedad. Por su parte, al 73 Señala al respecto Pastor: “El personaje es capaz de asumir su sexualidad sólo de manera emocionalmente negativa. El placer sexual, por su asociación ineludible con esas emociones negativas –terror, remordimiento– se nos presenta situado dentro de un marco potencialmente sadomasoquista. Placer y sufrimiento son inseparables, dada la estructura psicológica del personaje, que asocia siempre gratificación con castigo” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 44). 74 Tal es el caso de algunos comportamientos rituales, que tanto en las sociedades «primitivas» como en las «modernas» permiten la descarga de las tensiones y de los impulsos de muerte. Para el inconsciente, como en el sueño, no hay diferencia entre asesinar/ser asesinado. 65 estar aprisionadas por unas convenciones sociales restrictivas y unos condicionamientos económicos ineludibles, las mujeres quedan expuestas a un terreno, abonado por el capitalismo, en el que los hombres las ven como mercancías. Es por esto que Silvio Astier y Erdosain mistifican la sexualidad y la ven como algo sagrado si se trata de mujeres adineradas, a las que nunca podrán acceder, y como algo impuro si se trata de mujeres de su misma o peor condición económica y social. Señala al respecto Beatriz Pastor: Las gratificaciones, el goce, pertenecen a una clase económicamente privilegiada –la de los ricos– clase a la que de ningún modo puede acceder alguien como Astier o Erdosain. Es por ello que la sexualidad realizada de manera positiva aparece dentro del universo arltiano únicamente asociada al mundo de los ricos. El personaje concibe la posibilidad real del placer sexual sólo asociada a una cuenta bancaria de varios millones que suprima la contaminación del trabajo, y con una señorita aristocrática cuya pertenencia de clase implique la ruptura del nexo sexualidaddinero, tal como el personaje la ha interiorizado en su experiencia del noviazgo y del matrimonio pequeño-burgués (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 30). –¿Y el sol? –implora su alma. –¿El sol de la noche? (LL 523) La inaprensibilidad de lo Otro: narcisismo y melancolía Los personajes de Roberto Arlt viven permanentemente acuciados por la necesidad de restablecer un contacto con lo Otro, que aunque por momentos adquiere una forma particular –el amor, el éxito político, el reconocimiento social–, es en última instancia un ansia de otredad que no puede saciarse. Esta experiencia hace que estén permanentemente desilusionados, que se sientan interiormente vacíos y que vean el mundo como un caos sin salida posible. El malestar inherente a las necesidades insatisfechas de toda vida humana se acentúa cuando se considera que el entorno social y político ha establecido una serie de privaciones que, en lugar de permitir el crecimiento personal de los individuos, mutila su energía psíquica y la libertad de su pensamiento y de su cuerpo. En este proceso, es el yo interior el que más sufre, pues sin tener la posibilidad de llevar a cabo en la realidad los impulsos del ello, tiende a considerarlos como algo intrínsecamente malo, así como también el superyó es alimentado por las imposiciones de la ideología que domina en un contexto determinado. 66 El sujeto, pues, vive la experiencia de estar descentrado, pues el objeto de su deseo siempre permanece fuera de su alcance. La imposibilidad de reconciliar el sujeto con su objeto de deseo es un acontecimiento que marca el inicio de la modernidad en la literatura: ni Don Quijote ni Emma Bovary pueden ya cumplir sus anhelos más profundos, por lo cual están irremediablemente enemistados con el mundo75. Esta imposibilidad se lleva al extremo en la literatura del s. XX, en la cual las circunstancias se han hecho tan dramáticas que los sujetos son perpetuamente negados, vistos sólo en función de intereses políticos o económicos, y por lo cual su psique se halla irremediablemente fragmentada. El yo interior, único espacio disponible para el sujeto, es conquistado por dichos intereses, los cuales lo manipulan en aras de su propio provecho. En ese orden de ideas, es lógico que aquello que caracterice al sujeto del s. XX, así como a sus antihéroes literarios, sea la experiencia del vacío, la imposibilidad de realizarse y de reconocerse frente a sí mismos y frente a los otros. El narciso, que para Freud constituía una construcción del yo que se ha decepcionado de las figuras materna y paterna y que en compensación a ello ha instaurado un culto de sí mismo, merece revisarse dentro de este contexto. No es un narcisismo de vida, sino uno de muerte, el que surge de un estado de cosas como el anteriormente descrito. La melancolía, marca de los héroes literarios modernos, pierde su nombre de estirpe clásica y de connotaciones románticas para convertirse, en el s. XX, en depresión. Señala al respecto Freud: La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo76 (Freud, “Duelo y melancolía”, 1915: 2091). 75 Cfr. Mentira romántica y verdad novelesca (1961) de Girard. 76 Muchas de las características reseñadas por Freud se advierten en el personaje de Erdosain. 67 Kristeva, por su parte, en su clásico estudio titulado Sol negro77. Depresión y melancolía (1987), señala: “Se denomina melancolía la sintomatología característica de la situación hospitalaria, de inhibición y de asimbolía, que se instala por momentos o de manera crónica en un individuo, alternándose la mayoría de las veces con la fase llamada manía de exaltación” (Kristeva, 1987: 14). La manía de exaltación que se advierte tan frecuentemente en los personajes arltianos no representa una reanimación de la vida que amenaza con extinguirse, sino un brote violento de sus instintos de destrucción. Pues aquello que verdaderamente impulsa a estos personajes es el deseo de aniquilar a otros, de hacerles daño para restaurar así su yo personal. Un narcisismo de muerte impregna la construcción de los personajes de Arlt: la salida que obtienen sus ansias de distinción y reconocimiento es planear cómo robar a otro o asesinarlo, e incluso hacerlo en masa con tecnologías letales, tal como se discute en el seno de la Sociedad Secreta del Astrólogo. Es extraño, a la luz de la psicología tradicional, que un personaje como Erdosain pase en un breve instante de considerarse un genio a verse como el hombre más desdichado o abyecto del planeta. Sin embargo, el escrutinio psicoanalítico del texto permite entender que ambos estados de conciencia responden a un mismo concepto: es su narciso el que se mueve entre el placer de saberse intelectualmente más capaz que los otros y el dolor de sentirse desprotegido y culpable, lo cual lo lleva a extraer conclusiones delirantes. Si en algunos momentos Erdosain o Silvio Astier pasean por los lugares más deprimentes como buscando un eco de su estado de ánimo abatido78, en otros se considerarán como los poseedores de los saberes más sofisticados para lograr un invento importante y convertirse en hombres adinerados y famosos. 77 El símbolo del Sol negro, recurrente en el Romanticismo, alude a los estados de depresión y melancolía estudiados por Kristeva en creadores como Holbein, Nerval, Dostoievski y Duras; la mención de un «sol de la noche» en Arlt, así como sus personajes crónicamente insatisfechos, permitirían añadirlo a esta lista de figuras en las que el abatimiento de ánimo tuvo un importante papel en la creación artística. 78 Señala al respecto Starobinski: “La experiencia afectiva de la melancolía, a menudo dominada por el sentimiento de la pesantez, es inseparable de la representación de un espacio hostil, que bloquea o hunde toda tentativa de movimiento, y que deviene de este modo el complemento externo de la pesantez interior” (Starobinski, 1989: 41; la traducción es mía). 68 En su libro Narcisismo de vida, narcisismo de muerte (1983), Green nos advierte que el narciso, como entidad independiente, es desde hace tiempo “una divinidad desdeñada del panteón psicoanalítico” (Green, 1983: 17; las cursivas son mías), puesto que es más correcto hablar de estructuras narcisistas. Esto permitiría entender que los personajes, con sus comportamientos, se orienten en algunas ocasiones hacia el placer y en otras hacia la muerte. El primero de estos, sin embargo, es tan reiterativamente inaccesible, que la energía psíquica se descarga en actuaciones destructivas. La desesperación y la angustia padecidas por los locos de Arlt los conducen a menudo a la vivencia de la muerte psíquica, entendida como “una búsqueda activa, pero no de la unidad, sino de la nada; es decir, de un rebajamiento de las tensiones hasta el nivel cero, que es la aproximación de la muerte psíquica” (op. cit.: 23). Un ejemplo de ello es que después de que Elsa le confesara a Erdosain que de haber sido soltera tendría un amante, él se siente tan herido en su amor propio –y en la imagen idealizada que tenía de su esposa– que queda postrado en una cama, en un cuadro que hoy identificaríamos con una profunda depresión: “explicando esos momentos, [Erdosain] recordó que se mantenía inmóvil, en la cama, temeroso de romper el equilibrio de su enorme desdicha, que aplomaba definitivamente su cuerpo horizontal en la superficie de una angustia implacable” (LSL 107). Y es que Erdosain, más que concebir a Elsa como un ser humano con cualidades y defectos, la agigantó en su fuero interno hasta llegar a concebirla como una mujer desprovista de todo ejercicio de la sexualidad, una «espiritualidad pura» sin cuerpo. De ahí que la destrucción de dicha mistificación le resulte tan dolorosa, al igual que para Silvio Astier verse menospreciado en la sociedad por ser pobre –aunque cuente con talento intelectual–, o para el mismo Erdosain ser rebajado por toda una serie de instancias que no le permiten ser libre ni creativo, tales como su esposa, su jefe y su propio superyó, construido con base en las humillaciones y castigos que le infligía su padre. Si se estudian los demás puntos neurálgicos de las redes de personajes inscriptas en las novelas que son objeto del presente estudio, se advierte que los locos arltianos lo son en buena medida por la obcecación con la que buscan ese Otro que nunca llega. Este deseo de otredad, inherente a la condición humana, se torna más intenso en una sociedad en la que se alimenta el narciso pero que crea cada vez más barreras para impedir que éste sea 69 satisfecho. Esta situación, propia del capitalismo, se torna más aguda en un país como la Argentina de las décadas de 1920 y 1930, en la cual sólo una parte reducida de la sociedad goza del bienestar, dejando a una inmensa mayoría por fuera de las comodidades e incluso de los bienes de primera necesidad. El narciso de Erdosain tiene fantasías en las que él se ve investido como emperador, teniendo a su antojo riquezas, adulaciones y a las mujeres más hermosas; pero él sabe que, aun si las cosas fueran así, él seguiría estando triste: Aun cuando bailaran las más hermosas mujeres de la tierra en torno tuyo, aun cuando todos los hombres se arrodillaran a tus pies, y los bufones y aduladores saltaran, danzando volteretas frente a ti, estarías tan triste como lo estás ahora, pobre carne. Aun cuando fueras Emperador. ¡El Emperador Erdosain! Tendrías carruajes, automóviles, criados perfectos que besarían, a una señal tuya, el orinal donde te sientas, ejércitos de hombres uniformados de rojo, verde, azul, caki [sic], negro y oro. Mujeres y hombres te lamerían dichosos las manos, con tal que les prostituyeras las esposas o las hijas. Tendrías todo eso, Emperador Erdosain, y tu carne endemoniada y satánica se encontraría tan sola y triste como lo está ahora (LL 340, 341). Es interesante ver que el narciso de un ser humano no se colma nunca, lo cual obedece a que si la existencia misma del narciso implica un juicio negativo sobre la realidad, la idealización siempre podrá rebasar a ésta, limitada y restrictiva por definición. El dinero como factor de mediación de las relaciones humanas Hay un tema en el que los análisis de Noé Jitrik y Ricardo Piglia hacen particular énfasis al intentar comprender el motor de las relaciones entre los personajes de Roberto Arlt: es la cuestión del dinero, el cual aparece como la principal motivación para las actuaciones, los diálogos y el ocultamiento de los delitos. No hay una sola obra arltiana en la que éste no tenga un peso fundamental, y se puede afirmar que es un eje primordial de cada una. Señala Piglia al respecto: “El dinero –podría decir Arlt– es el mejor novelista del mundo: legisla una economía de las pasiones y organiza –en el misterio de su origen– el interés de una historia donde la arbitrariedad de los canjes, las deudas, las transferencias es el único enigma a descifrar” (Piglia en Goloboff, 2000, p. 806). Las narraciones de Arlt pueden considerarse, en este sentido, como continuadoras de las novelas decimonónicas que retratan a la burguesía, en las cuales los comportamientos están supeditados a aquello que impone la infraestructura económica, esto es, el dinero como única medida para todos los 70 intercambios existentes entre los individuos. La cosificación en esas condiciones resulta evidente: en un mundo en el que todo está determinado por las cuestiones comerciales, todo llega a tener precio, incluso aquellas cosas que en épocas anteriores al dominio de la burguesía fueron establecidas como valores supremos o trascendentales79: … en todas las partes y en todas las casas se hablaba de dinero. Ese campo era un pedazo de la provincia de Buenos Aires, pero qué importa. Allí esos hombres y esas mujeres, hijos de italianos, alemanes, de españoles, de rusos o de turcos, hablaban de dinero. Parecía que desde criaturas estaban acostumbrados a oír hablar del dinero. A juzgar los hombres y sus pasiones, todos sus sentimientos los controlaba una sed de dinero. Juzgaban los casamientos y los noviazgos por el número de hectáreas que sumaban tales casamientos, por los quintales de trigo que duplicaban esos matrimonios (…) aquello ya era increíble. En la mesa, a la hora del té, cenando y después de cenar, hasta antes de acostarse, la palabra dinero venía a separar a las almas. Se hablaba del dinero a toda hora, en todo minuto, el dinero estaba ligado a los actos más insignificantes de la vida cotidiana, en el dinero pensaban las madres cuyos hijos deseaban que ellas se murieran de una vez (…) las muchachas antes de aceptar un novio pensaban en el dinero, los hombres antes de escoger una mujer investigaban su hijuela80 (LL 296, 297). Aunque la anterior descripción hace referencia específicamente al mundo rural, se puede aplicar sin mayores modificaciones al entorno urbano en el que predominantemente se mueven los personajes arltianos. Estos personajes, en este orden de ideas, no tienen escrúpulos para actuar en pos del dinero: Beatriz Pastor llega a la conclusión de que la única diferencia entre la manera como Arlt retrata a la pequeña burguesía y al hampa radica en que, en ésta última, los individuos se han quitado las máscaras, no ocultando ya su ferocidad ni los intereses que en realidad los mueven. Pero dado que la burguesía desea crearse y conservar un aura que la justifique, oculta sus intereses reales y convierte la obtención de dinero en algo ejemplar y deseable, una especie de «recompensa» al esfuerzo o sacrificio que implica ganarlo. Los personajes arltianos, influenciados por este sistema de valores –mas no determinados por él– reaccionan buscando maneras de apropiarse del dinero, pero sin seguir los patrones del 79 Heredero de la tradición balzaciana, las novelas de Arlt resaltan el papel del dinero en la sociedad burguesa. Papá Goriot llega a afirmar que “[e]l dinero es la vida, la moneda lo puede todo” (Balzac, 1835: 126), criterio según el cual se comportan tanto la mayoría de los personajes de Balzac como los de Arlt, y por el cual desconocen todo lo demás. 80 “Documento donde se reseñan los bienes que tocan en una partición a cada uno de los partícipes en el caudal que dejó un difunto. Conjunto de estos bienes” (DRAE). 71 trabajo o del ahorro. Como inventores, conspiradores o, en último término, ladrones, los antihéroes de Arlt desean situarse con un solo movimiento en la cúspide de la sociedad, con el fin de tener todo aquello que antes les fuera negado: fama, prestigio, mujeres y más dinero. Por lo cual, tal como afirma Jitrik, “el dinero aparece como un «eros» activo pero reprimido en la sociedad capitalista del cual es la verdad pero disfrazada por otras «motivaciones»: triunfar, ser reconocido, amar” (Jitrik, 2001: 95). El dinero, pues, pierde su función de puente para conseguir ciertos bienes y se convierte, en sí mismo, en un fin. De ahí que, por más críticos que sean estos personajes de la sociedad capitalista y burguesa, y de que sus robos –como los de Astier y su banda o el de Erdosain a la Compañía Azucarera– y las reuniones con fines conspirativos amenacen a dicha sociedad, no logren superar la explotación que afirman denunciar ni tampoco cambiar ese sistema de valores. El mismo Astrólogo le revela a Erdosain que la financiación de la Sociedad Secreta dependerá por entero de la explotación de la mujer y del proletariado, lo cual no lo diferencia en nada de las prácticas capitalistas: El poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios quieran dar, sino de lo que producirán los prostíbulos anexos a cada célula. Cuando yo hablo de una sociedad secreta, no me refiero al tipo clásico de sociedad, sino a una super[sic]-moderna, donde cada miembro y adepto tenga intereses, y recoja ganancias, porque sólo así es posible vincularlos más y más a los fines que sólo conocerán unos pocos. Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las recientes ramificaciones de la sociedad. (…) [E]legiremos los más incultos… y allá abajo les doblaremos bien el espinazo a palos, haciéndolos trabajar veinte horas en los lavaderos (LSL 37, 149). Además de que los métodos de explotación siguen siendo tan opresivos y crueles como los del capitalismo, hay un aspecto fundamental que se desprende de estas páginas: el problema fundamental en relación con el dinero es que estos personajes no logran desprenderse ni por un momento de un sistema de valores establecido por la burguesía, a la que tanto afirman criticar. Tal como ha ocurrido con muchos movimientos políticos y religiosos a lo largo de la historia, se critica una jerarquía para establecer otra, a veces tan autoritaria, explotadora y excluyente como aquella que fue objeto de los primeros ataques. El dinero pasa a ser, pues, el fundamento tanto de la estructura como del funcionamiento mismo de la sociedad. Esta situación, que desde un punto de vista marxista implica la determinación de la base proletaria y pequeño-burguesa –clases a las que está ligada la 72 visión de mundo arltiana– por la superestructura política y la infraestructura económica burguesa, tiene serias consecuencias en la psique individual. El dinero, el más grande posibilitador de la realización de los deseos en una imbricación de factores que lo han convertido en tal, se convierte en un fetiche al que se le atribuyen propiedades mágicas, o al que se llega por vías mágicas también: “No se trata de ganar dinero (con el trabajo o con el juego) sino de hacerlo. Esta tarea (asociada con la falsificación y la estafa, pero también con la magia, con «las artes teosóficas» y la alquimia) se afirma en la ilusión de transformar el vacío en dinero81” (Piglia en Borré y Goloboff, 2000, pp. 808, 809). El afán de ser personas diferentes82, de conquistar todas aquellas cosas que antes les fueron negadas, incita a los personajes arltianos a cometer el crimen, el cual los deja en la abyección, pues sienten placer al cometerlo83: un placer que les recuerda el disfrute social o sexual que antes les estaba vedado. Pero, cabe preguntarse, ¿hasta qué punto las fuerzas sociales y culturales en el contexto del capitalismo industrial y dependiente trastornan a las personas para que deseen tan fervientemente ser otras, incluso en desmedro de su propio yo? Señala al respecto René Girard: Modelos y copias se renuevan cada vez más rápidamente alrededor del burgués, que no por ello vive menos en lo eterno, eternamente extasiado ante la última moda, el último ídolo, el último eslogan. Las ideas y los hombres, los sistemas y las fórmulas se suceden en una ronda cada vez 81 En estas manías se advierte una honda crisis de la modernidad, por la cual las creencias más retrógradas, como la multiplicación desmedida de dinero al depositar la fe en algo o en alguien, vuelven a ganar adeptos. 82 Además del ansia nunca satisfecha de otredad depositada en el Otro, ya explorada en el apartado sobre la melancolía en Arlt, se encuentra el deseo de ser otra persona. Señala al respecto Zubieta: “Muchas veces, tanto en Los siete locos como en Los lanzallamas, Erdosain tiene sensaciones de pérdida del yo, de extrañeza, de deseos de «ser otro»” (Zubieta en Arlt, 2000: 312). 83 Señala Kristeva: “No es (…) la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el criminal con la conciencia limpia, el violador desvergonzado, el asesino que pretende salvar… Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aun más porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal (…) La abyección es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda…” (Kristeva, 1980: 11). Hay, en la novelística de Roberto Arlt, representaciones de todas y cada una de esas abyecciones: Astier traiciona al Rengo; Erdosain asesina a la Bizca; el Rufián Melancólico explota a las mujeres; el Astrólogo engaña y estafa a los demás… 73 más estéril (…) Se pasa poco a poco de las novelas de caballería a los folletines y a las formas modernas de la sugestión colectiva, cada vez más abundante, cada vez más obsesiva… De la misma manera que la publicidad más hábil no intenta convencernos de que un producto es excelente sino de que es deseado por los Otros (Girard, 1961: 97, 98). De esta manera, los personajes arltianos, siendo unos alienados, contribuyen, al erigir al dinero en ídolo todopoderoso, a su propia alienación. Es por esta razón que, por más que el lector entienda la situación de precariedad y de marginación en la que estos seres están insertos, no llega a sentir lástima por el destino de un personaje como el Rufián Melancólico o como el Rengo. Las relaciones mediadas que establece el significante dinero en la sociedad capitalista son, en este sentido, omnipresentes, y a menudo contienen, en sí mismas, la contradicción: para acceder a la «espiritualidad», se requiere de ciertas condiciones materiales –pues el “misticismo industrial” (LSL 43) del que habla el Astrólogo requiere de la preparación técnica–; para acceder a lo material, se requiere «depositar la fe» en una causa intangible; para acceder a lo bello y a lo carnal, la rudeza y el sacrificio del trabajo, o del dinero obtenido por medios ilícitos; las mujeres, para conseguir un lugar en la sociedad, tienen que sacrificar su sexualidad en pos de intereses económicos. Todo esto ocurre cuando el dinero, medio de las transacciones económicas de la burguesía, se convierte en una finalidad en sí que desconoce la humanidad de las partes de un contrato y sus urgencias vitales y emocionales. Excurso psicoanalítico por el significante en Arlt Aunque Freud ya había reparado en el significante como una parte esencial e importante de la reflexión psicoanalítica, son los postulados de Lacan los que más profundizaron en este aspecto. El significante, que tal como mostró Saussure84 mantiene un vínculo arbitrario con el significado, tiene según Lacan una relación estrecha con el deseo. Y dado que, en términos estrictos, el significado lingüístico no existe –pues en cualquier caso no pasa de ser una construcción humana, cultural–, el significante es, en sí mismo, una fuente de placer. Esto conduce a que el significante pueda ser sometido a varias operaciones: a la 84 Y antes de él el escolasticismo medieval. 74 sustitución por otro, cuando ese otro es más placentero o útil85 que el significante remplazado; a la resignificación, pues dado que si un significante sólo tiene sentido en relación con otros, entonces es posible insertarlo en una cadena más grande que haga más denso y placentero el sentido; o a la omisión, si el sujeto le tiene miedo y por eso prefiere ocultarlo –o que se lo oculten–. Un ejemplo del significante como fuente de placer se encuentra cuando Erdosain repite su nombre completo para darse ánimo: “Y sin agregar una palabra más, se decía: –Augusto Remo Erdosain –tal como si pronunciar su nombre le produjera un placer físico, que duplicaba la energía infiltrada en sus miembros por el movimiento” (op. cit.: 132). Ante un yo tan amenazado por la fragmentación como el suyo, el Eros busca la manera de mantener la unidad ante la inminencia de la ruptura –la cual se consumará definitivamente al final de la novela–. Con respecto a los casos en los que hay alguna operación con el significante, la obra arltiana es profusa e interesante. La escritura moderna86, en este sentido, es más sugerente y rica que la clásica, ya que en ésta última encontramos una relación más ingenua con el lenguaje. Entre las novelas que son objeto de la presente reflexión, el díptico constituido por Los siete locos y Los lanzallamas mantiene una relación más compleja con el lenguaje que El juguete rabioso, obra más temprana y en la que aún la psique mantiene cierta 85 Tal como ocurre en el discurso de tipo político, en el cual detrás de cada término hay otro significante más verdadero pero que es ocultado. 86 Roland Barthes sitúa el origen de esta modernidad a mediados del s. XIX, cuando la escritura clásica estalla en una pluralidad de escrituras debido a que la ideología dominante –antes, las teocracias y las aristocracias; en las primeras décadas del s. XIX, la burguesía– ya no puede mantener cohesionados a todos los actores de la sociedad: “Veremos, por ejemplo, que la unidad ideológica de la burguesía produjo una escritura única, y que en los tiempos burgueses (es decir clásicos y románticos), la forma no podía ser desgarrada ya que la conciencia no lo era; y que por lo contrario, a partir del momento en que el escritor dejó de ser testigo universal para transformarse en una conciencia infeliz (hacia 1850), su primer gesto fue el compromiso de su forma, sea asumiendo, sea rechazando la escritura de su pasado. Entonces, la escritura clásica estalló y la Literatura en su totalidad, desde Flaubert hasta nuestros días, se ha transformado en una problemática del lenguaje” (Barthes, 1972: 12, 13). Es significativa la publicación, en el mismo año (1857), de Las flores del mal de Baudelaire y de Madame Bovary de Flaubert, obras imprescindibles en la instauración de esa modernidad. 75 unidad, por más que un personaje como Astier esté tan sometido como Erdosain a unas condiciones adversas. Si se examina la sustitución, se observa que es el procedimiento favorito de Arlt para la descripción de personajes en términos grotescos, tal como se analizó en el primer capítulo: dotar a los individuos de rasgos de animales, sobre todo feroces o prontos a atacar, transmite al lector el significado de la hostilidad en las relaciones humanas y de la fuerza de los instintos más elementales. Pero con la sustitución también se puede exaltar o rebajar al otro: el Astrólogo, por ejemplo, se mueve en un medio marginal en el que, por ignorancia, la astrología goza de cierto prestigio, por lo cual el sobrenombre que tiene le conviene, por más que él mismo sepa que ese «saber» es un engaño: “–¡Qué admirable es usted!... Dígame… ¿Usted cree en la Astrología? –No, son mentiras” (LL 303). Al mismo tiempo, Erdosain en su infancia es rebajado por su padre a la categoría de un “perro”, lo cual contribuye a conformar su trauma psicológico: “–Perro, ¿por qué no hiciste esto? Perro, ¿por qué no hiciste aquello? Siempre el calificativo de perro antepuesto a la pregunta” (op. cit.: 478). En un universo pequeño-burgués como el descrito por Arlt, el robo y el adulterio son mal vistos, pese a que los personajes los cometan con frecuencia. Así, cuando Erdosain piensa en el robo hecho a la Compañía Azucarera, lo designa con la palabra “eso” (LSL 13), de tal manera que logra tranquilizar a su psique de la represión hecha por el superyó contra dicho delito. La doble vida que lleva Erdosain frente a su esposa es una fuente a la vez de satisfacción y nerviosismo: por una parte, goza del robo o del adulterio, cuando acude a las casas de lenocinio; por otra, teme ser descubierto, aunque la misma disparidad de impulsos de su psique lo haga finalmente confesarle todo a su esposa: “Me has hecho un trapo de hombre (…) Y mientras yo robo y estafo, y sufro por vos, vos... (…) ¿Sabes a dónde voy? A un prostíbulo, a buscarme una sífilis” (op. cit.: 109). Pero, además del significante lingüístico o verbal, también hay un universo de significantes que pertenecen al orden de lo no verbal. Es curioso, por ejemplo, que Erdosain alquile el mismo cuarto que tenía Barsut después de que se le ha hecho creer que lo ha asesinado: como si la psique, una vez desaparecido el rival, se regocijara de remplazarlo por completo, alojándose en el mismo lugar que a él le perteneciera, lo cual se confirma en 76 el hecho de que el narrador nos informe que Erdosain “ni por un momento se cuidó de ocultar su dirección” (LL 308). Con respecto a la significación dada por una cadena de significantes, hay que indicar que las novelas mismas, como productos de una elaboración que explota, para hacer literatura, los recursos de la lengua, cumplirían con este procedimiento. Mas hay pasajes en los que esa significación nos es dada de manera explícita: por ejemplo, la asociación entre el dinero y la mujer en un contexto de permanente denuncia de una clase social en la que ambos, como explica Beatriz Pastor en Roberto Arlt y la rebelión alienada, están estrechamente relacionados: “Como quien saca de su cartera un dinero que es producto de distintos esfuerzos, Erdosain sacaba de las alcobas de la casa negra una mujer fragmentaria y completa” (LSL 115), así como también la identidad que el narrador establece entre el espacio de la casa y el de la cárcel o entre el convento y el cuartel –cuestión fascinante desde la óptica de un pensador como Foucault–: “Erdosain no podía asociar, con el declive de su razonamiento, su hogar llamado casa con una institución designada con el nombre de cárcel” (op. cit.: 9), “Convento de las Carmelitas. En el locutorio encalado, las dos monjas de mejillas regordetas y rojas permanecían sentadas en el banco junto al muro, como si estuvieran en un cuartel” (LL 404). Por su parte, las cadenas de significantes que se repiten hacen alusión a una obsesión en particular: es el caso de la imagen de los “ríos y barcas con hombres silenciosos” (op. cit.: 505), que se reitera en el capítulo titulado “El paseo” en Los lanzallamas y que, a mi juicio, hace alusión a la muerte, pues recuerda el mito griego de Caronte. Por último, el significante se puede omitir cuando el sujeto prefiere esconderlo porque es causa de temor. Un hecho cultural como el tabú obedece, semióticamente, a este fenómeno; y la antropología enseña que aquello sobre lo cual recaen los tabúes más arraigados es todo lo que se relaciona con la sexualidad y la muerte. En Los siete locos se puede encontrar un ejemplo de cada uno. Cuando Barsut le confiesa a Erdosain que fue él quien lo delató ante la Compañía Azucarera, éste repara en que “en la conversación de esa noche Barsut evitó llamar a Elsa por su nombre” (LSL 77), sustituyéndola por el pronombre “ella”, como si al nombrarla diera a conocer el principal motivo de su rivalidad con Erdosain. En tanto que objeto de deseo, en una pregunta como la que Barsut le hace a Erdosain –“¿Vos te pensás 77 que la quería a ella?” (op. cit.: 77)– opera la negatividad: en realidad quiere decir que sí. En cuanto a la muerte, el Astrólogo evita nombrar el asesinato de Barsut para no despertar recelo cuando le dice a Erdosain: “¿Pero se creía usted que «eso» es como en el teatro?” (op. cit.: 279), logrando así disminuir el efecto que podría tener el empleo de una palabra más fuerte y acertada. Los discursos de los personajes como significantes en el nivel macrotextual también operan bajo estos procedimientos. El que el Astrólogo hable en nombre de un comunismo o de una revolución cuya ejecución distaría completamente de ponerle fin a la explotación capitalista, o el que un personaje como Hipólita haya estudiado pero con el propósito de dedicarse a la “mala vida” (op. cit.: 222, 223) o considere la cultura “un disfraz que avaloraba a la mercadería” (op. cit.: 223) de su cuerpo, además de ser profundamente irónicas, enfatizan, como lo hace la escritura moderna, en la naturaleza inmotivada del signo y en su absoluta dependencia del contexto en el cual se encuentre. Acabadas las «esencias», lo que queda es el terreno de una intensa y permanente lucha por el sentido. El deseo y el cuerpo como verdaderos lugares del logos En los apartados anteriores se examinaron las distintas circunstancias por las cuales la energía psíquica resulta disminuida, sometida a fuerzas ajenas que la debilitan o la niegan87. Sin embargo, y a pesar de que la violencia y la hostilidad son lo que predomina en el campo de fuerzas establecido por la interacción de las psiques de los personajes, la literatura arltiana se dirige también al deseo, lo exalta y lo sitúa como valor central de la plenitud del hombre. Ante los embates del tiempo, de la ciudad ruda y caótica y del mundo deshumanizado del trabajo, el cuerpo y su disfrute son el mejor refugio para unos seres humanos amedrentados y agobiados por todas esas condiciones. En Así habló Zaratustra (1883-1885), Friedrich Nietzsche exalta el cuerpo como el lugar en donde reside el 87 Señala al respecto Julia Kristeva: “Las condiciones de vida modernas, donde priman la técnica, la imagen, la velocidad, etc., inductoras todas ellas de estrés y depresión, tienden a reducir el espacio psíquico y a anular la facultad de representación” (Kristeva, 1997: 21). 78 verdadero valor del hombre, y por esto critica a todos aquellos que lo ven como algo negativo, pues su mirada está llena de resentimiento: Enfermos y moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron las cosas celestes y las gotas de sangre redentora: ¡pero incluso estos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra! (…) cosa enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escuchan a los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos. (…) ¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros. Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio (Nietzsche, 1885: 62, 63, 66). Si los trasmundanos, al no poder realizar sus deseos terrestres, sitúan sus esperanzas en un «más allá» de la muerte, es por su debilidad y cobardía, frente a lo cual Nietzsche exalta al hombre fuerte, el cual no niega sus impulsos porque sabe que de éstos emana su poder; considerarlos malos es un acto de mala fe, que nace del apego a las normas morales del rebaño88: “Es mejor que oigáis, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más honesta y más pura” (op. cit.: 63). Contrariando a una tradición intelectual y religiosa que había situado lo más valioso del hombre en su mente o en su «alma», Nietzsche sitúa ese valor en el cuerpo, pues es éste, en sí mismo, no el recipiente, sino la sabiduría misma del hombre: “Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido –llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo. Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?” (op. cit.: 65). El psicoanálisis, que descubrió el papel del inconsciente en los actos humanos, es una disciplina que, desde sus orígenes, tuvo que dar cuenta del cuerpo, el cual da origen a los impulsos y al mismo tiempo los recibe de otros individuos –y del mundo exterior en general– como estímulos de su conducta. Algo que me parece fundamental es que el 88 Es bien conocida la imagen del rebaño o de los esclavos para referirse al conjunto de los cristianos, quienes, desde la óptica nietzscheana, convierten en valores todo aquello que es producto de su debilidad y de sus carencias (ante la riqueza, la pobreza; ante el sexo, la castidad; ante el conocimiento, la ignorancia, etc.), y se apegan a la masa por su incapacidad de crear valores propios. 79 psicoanálisis recuperó para la modernidad la importancia de esa physis, la cual empezó a ser subvalorada y desestimada desde el racionalismo de la Ilustración. Un autor como Nietzsche descubre que las razones más poderosas se encuentran en el cuerpo, y que sólo es producto de la debilidad o del resentimiento el considerar a éste como algo malo, tal como lo hace el pensamiento religioso en general y particularmente el monoteísmo. El Astrólogo, al conocer a Hipólita –la cual constituye uno de los personajes femeninos más logrados de Arlt y quien lleva hasta las últimas consecuencias los postulados nietzscheanos sobre el cuerpo–, le hace ver que el cuerpo sufre porque ha sido sometido al avance de la civilización industrial, la cual, al poner la razón monetaria e instrumental por encima de todo lo demás, destruye al hombre: ¿Qué es la verdad, me dirá usted? La Verdad es el Hombre. El Hombre con su cuerpo. Los intelectuales, despreciando el cuerpo, han dicho: Busquemos la verdad, y verdad la llaman a especular sobre abstracciones (…) A su vez, comerciantes, militares, industriales y políticos aplastan la Verdad, es decir, el Cuerpo. En complicidad con ingenieros y médicos, han dicho: El hombre duerme ocho horas. Para respirar, necesita tantos metros cúbicos de aire. Para no pudrirse y pudrirnos a nosotros, que sería lo grave, son indispensables tantos metros cuadrados de sol, y con ese criterio fabricaron las ciudades. En tanto el cuerpo sufre (LL 298, 299). La técnica, que ha logrado multiplicar en sumo grado las posibilidades del cuerpo, es en buena medida empleada para controlarlo e incluso aniquilarlo. Las diversiones del mundo moderno conducen, en último término, al hastío y al aburrimiento89, pues no pasan de ser falsas satisfacciones para un hombre que no se siente pleno y que yerra aún más si cree en un trasmundo en el que será «recompensado», haciendo de su dolor una virtud. El trabajo, que en la sociedad capitalista instrumentaliza al hombre, deja de ser una fuente de bienes y comodidades para convertirse en una actividad que agota los esfuerzos del hombre y lo convierte en un mero engranaje de la maquinaria social y económica: “Nuestra civilización se ha particularizado en hacer del cuerpo el fin, en vez del medio, y tanto lo han hecho fin, que el hombre siente su cuerpo y el dolor de su cuerpo que es el aburrimiento” (op. cit.: 299). Por último, el Astrólogo desprecia el saber científico y, siguiendo los pasos de 89 Los poetas malditos hicieron referencia en sus escritos a estas sensaciones bajo el nombre de spleen, tema recurrente en obras como Las flores del mal (1857) o los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire y que tiene como antecedente el tædium vitæ de los antiguos romanos. 80 Nietzsche, concluye que es en el cuerpo donde reside la verdad fundamental del hombre: “Si usted conociera ahora todos los secretos de la mecánica o de la ingeniería y de la química, no sería un adarme más feliz de lo que es ahora. Porque esas ciencias no son las verdades de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo tiene otras verdades. Es en sí una verdad” (op. cit.: 299). En la narrativa artliana, es frecuente que, frente a las limitaciones y los sufrimientos que impone el mundo exterior, el individuo se sienta dividido y vea su cuerpo como un otro que no le pertenece. Este desdoblamiento, que es vivido con intensidad por un personaje como Erdosain, es producto de una sociedad que, al escindir la mente del cuerpo, produce individuos psicóticos: “Adorno puede ver en el sufrimiento psíquico del neurótico o del esquizofrénico una expresión muda del impulso humano a la conciliación consigo mismo, a la reintegración de las porciones de pulsión separadas por la civilización” (Honneth, 2009: 146). En efecto, las barreras entre lo personal y lo colectivo, lo público y lo privado, el trabajo y el ocio, hechas para edificar la civilización y extender la cultura, se han vuelto tan insoportables, que terminan por destruir a las personas, fundamentalmente porque desconocen al hombre en su integridad. Dichas divisiones son hechas con el objetivo de capitalizar cada una de las áreas que antes se encontraban juntas, convirtiendo en mercancía90 desde los más íntimos deseos del hombre hasta sus anhelos de trascender en la comunidad a la que pertenece. El Comentador reúne, en el personaje de Erdosain, un conjunto de sensaciones que son propias del esquizofrénico: Su centro de dolor se debatía inútilmente. No encontraba en su alma una sola hendidura por donde escapar. Erdosain encerraba todo el sufrimiento del mundo, el dolor de la negación del mundo (…) Sentía que no era ya un hombre, sino una llaga cubierta de piel, que se pasmaba y gritaba a cada latido de sus venas. Y sin embargo, vivía. Vivía. Vivía simultáneamente en el alejamiento y en la espantosa proximidad de su cuerpo. Él no era ya un organismo envasando sufrimientos, sino algo más inhumano… quizá eso… un monstruo enroscado en sí mismo en el negro vientre de la pieza. Cada capa de obscuridad que descendía de sus párpados era un tejido placentario que lo aislaba más y más del universo de los hombres (…) No podía reconocerse… 90 En Sentido y sinsentido de la revuelta (1996), Julia Kristeva nos exhorta a no aceptar los efectos del mercado neoliberal como algo inevitable: “Ya es hora de inquietarse, en efecto, ante la preeminencia de la economía de mercado sobre el cuerpo, e incluso quizá de dramatizar, de pedir socorro, cuando aún no está todo férreamente instalado, cuando no es aún, definitivamente, demasiado tarde” (Kristeva, 1996: 22). 81 dudaba que él fuera Augusto Remo Erdosain. Se apretaba la frente entre la yema de los dedos, y la carne de su mano le parecía extraña y no reconocía la carne de su frente, como si estuviera fabricado su cuerpo de dos substancias distintas91 (LSL 68, las cursivas son mías). Aunque no llegue a teorizar sobre el cuerpo como lo hace el Astrólogo, Erdosain siente que su cuerpo es una verdad profunda, y que su vida ha sido desperdiciada si no le ha dado a éste lo necesario. Esto crea una sensación de extrañamiento de sí mismo, en la cual se advierte que la locura arltiana tiene como raíz esa disociación de los componentes que constituyen al ser humano; más aún, la negación y al aplastamiento que el capitalismo industrial impone sobre los requerimientos más naturales y apremiantes del hombre como organismo vivo: su tristeza actual se refería a su cuerpo, un cuerpo sufriente, y en el cual a momentos Erdosain pensaba como si ya no le perteneciera, pero con el remordimiento de no haberle hecho feliz. Dicha tristeza, en cuanto se refería a su pobre físico, tornábase profunda, como debe ser profundo el dolor de una madre que nunca pudo satisfacer los deseos de su hijo. Porque él no le dio a su carne, que tan poco tiempo viviría, ni un traje decente, ni una alegría que lo reconciliara con el vivir; él no había hecho nada por el placer de su materia. (…) Y muchas veces se decía: –¿Qué he hecho yo para la felicidad de este desdichado cuerpo mío? Porque lo cierto es que se sentía en circunstancias tan ajeno a él, como el vino del tonel que lo contiene. Luego recaía [en] que ese su cuerpo era el que avanzaba sus cavilaciones, las nutría con su sangre cansada; un miserable cuerpo mal vestido que ninguna mujer se dignaba mirar y que sentía el desprecio y la carga de los días de la que sólo eran responsables sus pensamientos que nunca habían apetecido los placeres que reclamaba en silencio, tímidamente. Erdosain se sentía apiadado, entristecido hacia su doble físico, del que era casi un extraño (op. cit.: 113, 114; las cursivas son mías). Ante estos reclamos del cuerpo, surge la posibilidad de oponerse a todos los obstáculos para buscar el goce. Este concepto, que de acuerdo con André Green hizo su entrada al psicoanálisis con Lacan –quien lo llamó jouissance–, abarca “diferentes ideas: la de una satisfacción plena y entera, más precisamente cuando se trata de voluptuosidad, y la que 91 “Atravesados por una dostoievskiana agitación permanente [, los personajes arltianos] viven pesadillas, ensoñaciones, cavilaciones, estados semi-hipnóticos; se creen dobles, no se reconocen, perciben como el psicótico su propio cuerpo, observan como voyeurs el cuerpo el otro” (Sarlo, 1988: 61). 82 dice la posibilidad de extraer de un objeto los placeres o las ventajas que puede procurar, a veces después de haber adquirido, llegado el caso, el derecho que autoriza este usufructo” (Green, 1997: 59). Este goce se manifiesta en los personajes arltianos a través de un inmenso deseo de vivir, tal como el que experimenta Silvio Astier, al final de El juguete rabioso, cuando dialoga con el ingeniero después de haber delatado al Rengo por causa del robo que éste iba a cometer en su contra: Es tan grande la vida. Hace un momento me pareció que lo que había hecho estaba previsto hace diez mil años; después creí que el mundo se abría en dos partes, que todo se tornaba de un color más puro y los hombres no éramos desdichados (…) Yo no estoy loco. Hay una verdad, sí… y es que yo sé que siempre la vida va a ser extraordinariamente linda para mí. No sé si la gente sentirá la fuerza de la vida como la siento yo, pero en mí hay una alegría, una especie de inconsciencia llena de alegría. –Una súbita lucidez me permitía ahora discernir los móviles de mis acciones anteriores, y continué–: Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta fuerza enorme que está en mí… (…) Todo me sorprende. A veces tengo la sensación de que hace una hora que he venido a la tierra y que todo es nuevo, flamante, hermoso. Entonces abrazaría a la gente por la calle, me pararía en medio de la vereda para decirles: ¿Pero ustedes por qué andan con esas caras tan tristes? Si la Vida es linda, linda… (…) Lo que hay, es que esas cosas uno no las puede decir a la gente. Lo tomarían por loco. Y yo me digo: ¿qué hago de esta vida que hay en mí? (EJR 220, 221). Narcisismo de vida y de muerte: unas axiologías enfrentadas Las locuras particulares de los personajes están, como se afirmó antes, muy marcadas por la hostilidad del entorno y la intensidad de la energía psíquica de cada uno; sin embargo, cabría hacer una distinción entre aquellos caracteres que revelan una axiología conservadora y aquellos que, en cambio, luchan contra los valores establecidos para implantar unos nuevos. Si se agrupan los personajes por sus características ideológicas más generales, se pueden identificar dos grandes tendencias. Por una parte, están aquellos que no esperan transformar el sistema, sino adaptarse mejor a él, ya sea mediante el ascenso social –caso de Elsa, que se va con un capitán o de María Pintos, cuya madre la insta a casarse con Erdosain pensando que éste ganará mucho dinero cuando patente y comercialice sus inventos– o mediante el falseamiento de la crisis a través de la religión, como ocurre con Ergueta y su mesianismo. Por otra, se podrían agrupar aquellos personajes que pretenden la conquista irrevocable del poder político y económico, ya sea mediante la agitación de masas y la guerra –el Astrólogo– o los inventos –Silvio Astier y Erdosain–, 83 con el fin de transformar radicalmente la vida personal o social. La instauración de la Sociedad Secreta representa mejor que nada a ésta última tendencia. En los personajes se pueden apreciar, desde el punto de vista psicoanalítico, un constante enfrentamiento entre el narcisismo de vida y de muerte. En cada uno predomina Eros o Tánatos, y el desenlace de las obras muestra con claridad cuál de estos impulsos tenía mayor intensidad en cada uno. En un personaje como Silvio Astier, con el estallido de goce que experimenta al final de El juguete rabioso, predomina el primero; mas en Erdosain, a quien la angustia y la precariedad fragmentan definitivamente, triunfa el segundo. La caracterización recurrente de Erdosain a todo lo largo del díptico Los siete locos y Los lanzallamas es la de un enfermo depresivo o melancólico, quien “no se conduce (…) como un individuo normal, agobiado por los remordimientos. Carece, en efecto, de todo pudor frente a los demás, sentimiento que caracteriza el remordimiento normal. En el melancólico observamos el carácter contrario, o sea el deseo de comunicar a todo el mundo sus propios defectos, como si en este rebajamiento hallara una satisfacción” (Freud, “Duelo y melancolía”, 1915: 2093). El narrador, en efecto, insiste en el afán de humillación que constantemente experimenta Erdosain, así como en su recursividad para provocar situaciones exasperantes en las que la hipocresía o la vulgaridad de las relaciones que mantienen los miembros de la pequeña burguesía salen a flote. Un buen ejemplo de ello lo encontramos cuando Erdosain le dice a Doña Ignacia: –Y si supiera usted los inventos que estudio ahora, se caería de espaldas. Esta plata que tengo aquí no es toda, sino una parte que me han dado a cuenta… Cuando la rosa de cobre se venda en Buenos Aires me pagarán cinco mil pesos más. La Electric Company, señora. Esos norteamericanos son plata en mano… Pero, hablando de todo un poco, señora, ¿qué le parece si me casara ahora que tengo dinero?... Yo, señora, necesito una mujercita joven… briosa… Estoy harto de dormir solo. ¿Qué le parece? Se expresaba así, con deliberada grosería, experimentando un placer agudo, rayano en el paroxismo. Más tarde, el comentador de estas vidas supuso que la actitud de Erdosain provenía del deseo inconsciente de vengarse de todo lo que antes había sufrido (LL 318; las cursivas son mías). Así, “[e]l mecanismo de la humillación se alimenta a sí mismo en fantasías perversas (…) La humillación se convierte así en una suerte de instancia metafísica; en un Destino del que sólo será posible escapar con la muerte” (Prieto, 1978: XX). Pero, al mismo tiempo y al lado de la depresión, no todo es tragedia en la manera como Arlt retrata el afán de 84 humillación y de rebajamiento de sus personajes. Su narrativa “revela la génesis de la moral burguesa, traza un diagnóstico de la clase media con suma indiscreción e hilaridad (…) Como una suerte de Midas al revés, ennegrece lo que toca y en esa contaminación reside su poder de taumaturgo, el prodigio inventor de quien advierte, hipócritas y caducos, los principios del orden burgués” (Fernández, 2001: 33; las cursivas son mías). En este punto del análisis hay que considerar que, si bien el sentido denotativo de los textos apunta a la negatividad –Astier no mejora su situación social, los planes de la Sociedad Secreta no son llevados a cabo, Erdosain se suicida y el Astrólogo huye con el dinero robado en compañía de Hipólita–, sus connotaciones pueden ser positivas, pues han hecho cuestionar al lector sobre todos los elementos castradores que conforman la sociedad capitalista y han despertado su psique como solo lo puede hacer una literatura que, como la de Arlt, explora las regiones más hondas del sufrimiento y del goce. 85 El capitalismo debe entenderse como una patología y no únicamente como una injusticia de las condiciones sociales (Honneth, 2009: 69) CAPÍTULO III LA PROBLEMÁTICA COLECTIVA ENCARNA EN LA FRUSTRACIÓN INDIVIDUAL: EL MALESTAR EN LA CULTURA O DEL CUERPO SOCIAL La sociología de masas descansa sobre un supuesto: el de que se puede considerar la totalidad de un grupo humano como homogénea, haciendo abstracción de las diferencias que hay entre sus integrantes. En efecto, detenerse en cada uno de ellos es imposible en la práctica; no así en el caso de las obras literarias, cuyos personajes, tal como se estudió en el capítulo anterior, al ser limitados en número son susceptibles de ser analizados individualmente. El análisis de un colectivo humano a partir de ciertas premisas permite mostrar que ciertas problemáticas no son fenómenos aislados, sino que obedecen a cuestiones de tipo estructural. Para un filósofo como Deleuze, el espacio psíquico individual y el colectivo guardan una relación de resonancia: el entorno produce determinados deseos en el individuo, el cual ve sus pulsiones inconscientes alimentadas o restringidas por el contexto social en el cual vive: “Lo que cuenta es mi relación inconsciente con mis máquinas deseantes92 y por eso mismo la relación inconsciente de esas máquinas con las grandes máquinas sociales de las que proceden” (Deleuze, 1971: 31). En el caso de la literatura, y teniendo presente que la sociología del arte nos enseña que una creación artística no se halla aislada del contexto en el cual fue producida –por más que no sea reductible a éste–, es importante encontrar indicios de la colectividad, y no sólo de la 92 Para Deleuze, “[e]l inconsciente son máquinas que, como toda máquina, se confirman por su funcionamiento” (Deleuze, 1971: 28). 86 manera como ésta aparece descrita o retratada en la obra literaria, sino –y esta es la cuestión más importante– por qué es plasmada en esos términos. En este sentido, las novelas de Roberto Arlt son sintomáticas de una sociedad en crisis. La clara pertenencia de todos sus personajes a la pequeña burguesía facilita el análisis en la medida que se puede determinar, con mayor exactitud, con qué intensidad es afectada dicha capa social por cada una de las variables que atraviesan el cuerpo social como un todo. Naturalmente, los efectos de un sistema económico como el capitalismo son más severos cuanto más se desciende en la pirámide social establecida por éste. Pero antes de continuar vale la pena citar a Raúl Larra, quien en un artículo de 1956 hizo algunas aclaraciones de tipo histórico sobre la situación social de Argentina en las décadas en las que se sitúa la ficción novelesca arltiana: Los protagonistas de Los siete locos y Los lanzallamas están determinados por ese crisol fantástico que es Buenos Aires, pero a su vez aportan las peculiaridades propias del grupo social de que proceden y del momento económico que viven. Todos ellos devienen de la pequeñoburguesía, son hombres sacudidos por la confusión de la postguerra, y viven los prolegómenos de la crisis mundial del año 29. De ahí que la desorientación de la clase media ante la caída vertical de valores –económicos, éticos, sociales– se vuelca en predicciones bíblicas, como las que declama Ergueta, el exegeta del Libro Santo. Y esas admoniciones terribles se mezclan a una postura netamente individual, exitista, con pujos de apostolado profético y anarquismo nietzscheano (Larra en Borré y Goloboff, 2000: 790, 791). ¿Cuáles son las variables que configuran ese estado de cosas? La denominación «burguesía», que se ha empleado reiterativamente en este trabajo, obedece a un criterio político y económico a un mismo tiempo. Político, en el sentido de un grupo social que conquistó sus derechos por la fuerza a partir de la Revolución francesa y la implantación del código napoleónico, conquistas que fueron extendiéndose por todo el mundo hasta el presente. Económico, en el sentido de que si bien desde la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 los hombres adquirían igualdad ante la ley, en la práctica subsistieron las diferencias: desde entonces no es la sangre lo que legitima el usufructo del 87 poder93, sino el dinero. Desde entonces, la burguesía se legitima en el poder presentándose a sí misma como la única forma de sociedad posible, por lo cual es anónima y a-histórica. Señala al respecto el semiólogo Roland Barthes: Cualesquiera que sean los accidentes, los compromisos, las concesiones y las aventuras políticas, cualesquiera que sean los cambios técnicos, económicos o aun sociales que la historia nos aporta, nuestra sociedad es todavía una sociedad burguesa. No niego que en Francia, desde 1789, se hayan sucedido en el poder varios tipos de burguesía; pero el estatuto profundo permanece: determinado régimen de propiedad, determinado orden, determinada ideología. (…) la burguesía se define como la clase social que no quiere ser nombrada. “Burgués”, “pequeñoburgués”, “capitalismo”, “proletariado”, son los sitios de una hemorragia incesante: fuera de ellos el sentido se derrama, hasta que el nombre se vuelve inútil (Barthes, 1957: 232, 233). Por su parte, el dinero, que ayudó a emancipar a la burguesía del dominio de la aristocracia, es en realidad el causante de nuevas y múltiples formas de discriminación. La pequeña burguesía se halla en una tenaz encrucijada: por una parte, requiere de dinero para satisfacer sus necesidades; por otra, en muchos casos la posibilidad de encontrar instrucción o empleo le es negada. La situación de los inmigrantes europeos en la Argentina de las primeras décadas del s. XX distaba de ser utópica; por el contrario, se pasaban grandes penalidades. En el capítulo anterior se vio cómo el dinero desempeña un papel fundamental en las ficciones de Roberto Arlt; aquí quiero enfatizar en cómo el autor logra delinear en sus novelas, a través de las situaciones relacionadas con el dinero, la estructura de una mentalidad colectiva que sufre la reificación o cosificación de todo lo existente. Señala al respecto Axel Honneth: Marx entiende por “cosificación” el proceso mediante el cual la presión de aprovechamiento del capital hace que los sujetos queden forzados a cometer una especie de permanente error categorial ante la realidad: sometidos a la presión económica de tener que descuidar siempre todos los fenómenos no aprovechables, finalmente ya no son capaces de percibir la realidad en su conjunto de una manera distinta a la del esquema de entidades que asumen el carácter de cosas (Honneth, 2009: 70). 93 A esta afirmación hay que hacerle algunas acotaciones: en teoría es así; en la práctica, y sobre todo en los países subdesarrollados, persisten los vínculos de la sangre para heredar el poder. Caso de América Latina, donde cada país ha sido gobernado, salvo raras excepciones, por un reducido número de familias que detentan todo el poder político y económico. 88 Dicho esquema es la traducibilidad de todo por el dinero, incluso de aquellos valores abstractos que sirven como factores de cohesión de la burguesía, tales como la libertad, la igualdad de representación ante la ley o la democracia94, ya que [l]a presión de cálculo que ejerce el intercambio capitalista de mercancías (…) desencadena un proceso de racionalización que va transformando todos los fenómenos en objetos de disposición económica: trátese de sujetos humanos y sus relaciones intersubjetivas, de procesos naturales orgánicos y sus productos, todos adoptan la forma de objeto de meras cosas en el sentido de que parecen perder su viveza totalmente incalculable (op. cit.: 87). La relación establecida por Deleuze y Guattari en obras como El Antiedipo (1972) o Mil mesetas (1980) entre el capitalismo –que todo lo cosifica– y la esquizofrenia obedece, fundamentalmente, a esa circunstancia: no se trata solamente de que este sistema de producción produzca sujetos esquizofrénicos, como los locos arltianos95, sino que la manera como funciona esa sociedad implica situar como centro a un ente no humano, esto es, el dinero, y a partir de él tasar todo lo demás: “En lugar de comprender la esquizofrenia en función de las destrucciones que ella ocasiona en las personas, o en los huecos y lagunas que hace aparecer en la estructura, es necesario captarla como proceso” (Deleuze, 1975: 26: la traducción es mía). Un proceso que, aunque permita en un primer momento el goce en la posesión y disfrute de las mercancías, desemboca finalmente en el malestar de los sujetos, pues hace que las necesidades profundas de los seres humanos –y que los requerimientos que garantizan su cohesión como cuerpo social– permanezcan insatisfechos. 94 La democracia, forma de gobierno en la que se depositaron las aspiraciones de igualdad de la burguesía frente a la aristocracia, está atravesada siempre por factores monetarios y publicitarios, cuando no militaristas; tal es el trágico caso de Argentina, sometida a los horrores de distintas dictaduras a lo largo del s. XX. El Astrólogo le aconseja a sus seguidores tener una conducta hipócrita: en efecto, no hay ejercicio político que no tenga intereses subterráneos y distintos a los que se proclaman en las consignas. 95 “Los personajes de Arlt son perfectos psicópatas y/o psicóticos, y los «siete locos» son exactamente eso. Los síntomas son bastante claros: ensimismamiento, imposibilidad de tener relaciones normales con los demás, delirios de destrucción, perseverancia, trastornos en la corriente de pensamiento («pensaba telegráficamente», etc.), complejo de dependencia, enjuiciamiento negativo de sí mismo, etc. Y si se agrega que estos personajes se sienten interiormente vacíos, se podría diagnosticar –como se ha hecho con el Roquentin de Sartre–: esquizofrénicos. O si se piensa en la inclinación a teatralizar la humillación, o en ese «dolor» presunto y metafísico que afirman los invade, se podría decir, histéricos. (…) Sin embargo, la literatura de Arlt nada tiene que ver con ningún decadentismo, y ella «pinta», a su manera, las relaciones reales de los hombres en el seno de una sociedad efectiva. (…) los «enfermos» de Arlt (…) están enfermos porque la sociedad, literalmente, los ha enfermado” (Masotta, 1965: 81). 89 Pero si bien el dinero es un factor fundamental que influye decisivamente en el comportamiento de los personajes, no menos importantes son las instituciones encargadas de disciplinar a todos los miembros de esa sociedad. Adelantándose a los análisis de Michel Foucault, para quien “las sociedades desarrolladas de la era moderna pueden mantenerse sólo porque una densa red de instituciones de control procura un creciente disciplinamiento del cuerpo humano, obligando al mismo tiempo a los sujetos a que organicen su vida con racionalidad instrumental, y suprimiendo cualquier forma de resistencia desde sus inicios” (Honneth, 2009: 111), Roberto Arlt hizo énfasis en lo opresivo que puede haber en espacios como el hogar, la escuela o el trabajo. Es interesante reconocer que, para Arlt, ni siquiera el ámbito privado del hogar constituye un refugio: todos los espacios de la ciudad, incluso aquellos en donde se debería poder descansar o en los que se transgreden las convenciones sociales, están atravesados por la violencia y el sufrimiento psíquico. Las tendencias represivas no sólo normalizadoras, sino constitutivas que caracterizan a todos los dispositivos de poder (Deleuze, 1977: 113), reducen la posibilidad de crear algo que goce de un valor subjetivo: la insatisfacción en las sociedades capitalistas depende de que, a toda la red que conforma lo real, ha sido aplicado un criterio ajeno a las posibilidades y los deseos particulares de la mayoría de los individuos. A menudo, los personajes de Arlt insisten en que el mundo parece haber perdido su sentido, y que todo no es más que una repetición vana de actos que finalmente no conducen a nada trascendente, como cuando el Astrólogo le dice a Hipólita: Nosotros estamos sentados aquí entre los pastos, y en estos mismos momentos en todas las usinas del mundo, se funden cañones y corazas, se arman «dreadnoughts», millones de locomotoras maniobran en los rieles que rodean al planeta, no hay una cárcel en la que no se trabaje, existen millones de mujeres que en este mismo minuto preparan un guiso en la cocina, millones de hombres que jadean en la cama de un hospital, millones de criaturas que escriben sobre un cuaderno su lección (…) todos estos trabajos se hacen sin ninguna esperanza, ninguna ilusión, ningún fin superior (…) Ponga en fila a esos hombres con su martillo, a las mujeres con su cazuela, a los presidiarios con sus herramientas, a los enfermos con sus camas, a los niños con sus cuadernos, haga una fila que puede dar varias veces vuelta al planeta, imagínese usted recorriéndola, inspeccionándola, y llega al final de la fila preguntándose: ¿Se puede saber qué sentido tiene la vida? (LL 291, 292). Cada una de las actividades descritas en el pasaje anterior persigue un fin práctico que, frente a la conciencia pequeño-burguesa, le resta un algo «misterioso» o «espiritual» a la vida. Y es aquí donde se entra a una de las cuestiones fundamentales para comprender la 90 insatisfacción o el sufrimiento colectivo: ¿tiene en realidad la vida ese lado «trascendente»? En El malestar en la cultura (1930), Freud postula este cuestionamiento como una pregunta que se ha planteado “innumerables veces” (Freud, 1930: 75), para luego desautorizarla y encontrar que, en últimas, “la idea misma de un fin de la vida depende por completo del sistema de la religión” (op. cit.: 76). En una época histórica en la que la secularización y el ateísmo ganaron espacio, tal como la abarcada por las décadas de entreguerras, era creciente el malestar frente a lo que se experimentaba como la ausencia de sentido o nihilismo. Y para entender la situación de los personajes arltianos en su contexto, considero pertinente compararla con la situación actual: hoy, aunque no se han suprimido las condiciones de explotación y de pobreza propias del capitalismo, se ha invertido mucho en re-encantar, mediante ilusiones, la vida de las personas. La industria cultural, a la cual dedicaron profundos análisis Adorno y Horkheimer para establecer qué estaba ocurriendo, en la primera mitad del s. XX, en un arte como el cine, intensificó sus dinámicas desde la década de 1950 hasta hoy. Esa industria, aunque también aparece en Los siete locos y Los lanzallamas96, no tiene en la narración el suficiente peso para contrarrestar o paliar las frustraciones personales, pues lo que predomina es la descripción de cómo los personajes se hallan permanentemente sometidos a unas instituciones que sirven para disciplinarlos como integrantes de un cuerpo social, contra las cuales se rebelan. La frustración o el dolor padecido por un personaje como Astier o como Erdosain bajo unas instituciones que los agobian son una consecuencia tardía de la Ilustración. Al establecer diferencias irreconciliables entre la naturaleza y la cultura, o entre la emoción y la razón, los pensadores ilustrados prepararon el camino para la dominación del mundo, el cual se habría de llevar a cabo a partir de la explotación sistemática de la naturaleza y del continuo perfeccionamiento de la técnica. De eso a la explotación perfeccionada de las masas sólo había un paso. La modernidad instaurada por la Ilustración, en ese sentido, es un proceso ambiguo: facilita el bienestar humano y logra conquistas antes impensables, pero a 96 En el “Epílogo”, el narrador menciona que Barsut ha sido contratado por una empresa cinematográfica para filmar todo lo ocurrido en Temperley (LL 598). Convertir unos episodios sangrientos en espectáculo, extraer provecho económico de unos hechos truculentos, constituye uno de los procedimientos favoritos de la industria del entretenimiento. 91 un precio social muy alto. Y a diferencia de su coetánea Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes, las novelas de Arlt parecieran indicarnos que ya no hay salida posible: ni mítico retorno a la naturaleza, ni inagotable progreso en las ciudades: no hay en las novelas de Arlt descripciones de paisajes de la naturaleza. Su paisaje es el creado por el hombre, estrecho como la calle, profundo como el abismo excavado por los rascacielos y veloz como visto desde un tren. Ese paisaje monótono y geométrico es el contexto urbano en el que Arlt sitúa al hombre. Sin embargo, en ese contexto creado por el hombre no hay sitio para el hombre, porque la ciudad hecha por el hombre es invivible para él [,] que se siente deshumanizado y enajenado por ella (Gostautas, 1972: 272, 273). Las consecuencias de la excesiva racionalización de la vida se dejan sentir por todas partes, y a esta Ilustración forzosa sigue la mistificación, la cual resulta aún peor que la sujeción al dominio de la razón instrumental. La mistificación brota por doquier en las novelas de Roberto Arlt: el mesianismo, el delirio, los intentos frustrados de separarse de la sociedad o de conquistarla97 responden a una única variable –el capitalismo industrial– que se encuentra amparada por la ley –el Estado–, el cual cuenta con toda una serie de dispositivos intermedios para reforzar el adoctrinamiento en el cumplimiento del deber y evitar que los individuos se salgan de los límites fijados por éste. Ante las conmociones que esto provoca y los numerosos intentos de rebelión, el poder dispone de otros instrumentos: si no se logra disuadir o atenuar a las personas mediante distracciones98, se recurre al uso de la fuerza. Si los discursos del Astrólogo son, en ciertos pasajes, muy interesantes, es porque él logra descubrirle a quienes lo escuchan dichas estructuras de poder –por más que al final de la obra no haya hecho ese desenmascaramiento con fines emancipadores, sino buscando un provecho personal–: 97 “Los personajes de Arlt tratarán de romper los muros de prisión, por medio de la fuga al campo, por medio del sueño de la evasión, por medio de la destrucción colectiva y por último, como único recurso, por medio del suicidio” (Gostautas, 1972: 256). 98 “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. («Eso no anda sin construcciones auxiliares», nos ha dicho Theodor Fontane.) Los hay, quizás, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas” (Freud, 1930: 75). La búsqueda de mundos alternos por parte de los personajes arltianos – el lumpen, las casas de lenocinio, etc.– ilustran la relación entre crisis social y sustitutivos psíquicos de la miseria. 92 “Dentro del régimen capitalista, el militarismo es una institución a su servicio. Ningún sistema de gobierno capitalista puede resolver los problemas económicos que cada año aumentan de gravedad” (LL 369, 370). A continuación, analizaré cada uno de los factores que contribuyen al sostenimiento de ese estado de cosas. El más simple es el discurso religioso. Desde sus orígenes, el psicoanálisis ha hecho profundas críticas a la religión, la cual es definida por Freud como una ilusión que revela, además de una mentalidad mítica99, cuán grande es el narcisismo de los seres humanos, al creer, una vez incorporados a los sistemas religiosos, que hacen parte de algún tipo de «plan divino» o que tienen alguna importancia para el cosmos, ya que las diferentes doctrinas religiosas, sin excepción, son indemostrables (…) Algunas son tan inverosímiles, contradicen tanto lo que trabajosamente hemos podido averiguar sobre la realidad del mundo, que se las puede comparar –bajo la debida reserva de las diferencias psicológicas– con las ideas delirantes (…) Repetidas veces ha sido señalado (por mí mismo, y en particular por T. Reik) cuán en detalle puede perseguirse la analogía de la religión con una neurosis obsesiva, y cuántas peculiaridades y destinos de la formación religiosa pueden comprenderse por este camino (Freud, 1927: 31, 43). El mesianismo desquiciado del farmacéutico Ergueta, que lo hace interpretar a su antojo la Biblia100 y ver a Jesús en un delirio, es una clara manifestación de cómo una situación 99 El mito, por más poético o sugestivo que pueda ser, es siempre irracional. Niega tajantemente la lógica, se solaza en la contradicción; es más: no la reconoce. Cualquier ejercicio de tipo racional actúa sobre el mito como un líquido corrosivo: el mito no resiste ninguna confrontación con la realidad. Señala Freud en Tótem y tabú (1913): “una neurosis obsesiva es una religión deformada (…) Desde el punto de vista genético, la naturaleza social de la neurosis se deriva de su tendencia original a huir de la realidad, que no ofrece satisfacciones, para refugiarse en un mundo imaginario, lleno de atractivas promesas” (Freud, 1913: 101). Sin embargo, como el mito y la religión reúnen los deseos más íntimos del ser humano –ser inmortal, ser omnipotente, tener seguridad ontológica frente a un mundo adverso u hostil etc.–, vuelven una y otra vez, por más que los avances de la ciencia demuestren su vaciedad o que regímenes como el comunismo soviético – éste mismo no exento de aspectos míticos– hayan intentado erradicarlos. 100 Es cómico que Ergueta crea que Jesús le reveló un secreto para ganar apuestas en la ruleta; que la ramera mencionada en el Apocalipsis es Hipólita, su propia esposa; o que en el libro de Daniel hay una profecía sobre “el aniquilamiento del imperio británico” (LL 581). La trasposición de pasajes bíblicos a eventos históricos o a situaciones de la vida personal o familiar es típica del fanatismo religioso y expresa, fundamentalmente, la angustia y desesperación de quienes hacen esas equivalencias por unos problemas que no están en la capacidad de enfrentar solos, a menos que los mistifiquen mediante cualquier doctrina o interpretación de carácter religioso: “La corrupción de la sociedad en la que se mueve no es, para Ergueta, algo que obedece a unas estructuras concretas, sino que viene de un alejamiento de Dios previsto y determinado siglos antes. Lo 93 social difícil, de necesidades básicas insatisfechas y de angustia, es propicia para la exaltación del sentimiento religioso. La bien conocida frase de Feuerbach citada por Marx en la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1843) –“La religión es el opio del pueblo” (Marx, 1843: 10)– expresa hasta qué punto la religión falsifica y trastorna la percepción de la realidad para hacerle sentir al creyente aquello que él más desea, por lo cual aquélla aparece, desde esta óptica, como una “conciencia invertida del mundo” (Marx, op. cit.: 9). Al lado del psicoanálisis, es claro que el materialismo histórico rechaza, de plano, toda idea de trascendencia, pues en el caso de la religión supone el que los hombres depositen su esperanza en un «más allá» que resulta hipotético, cuando no absurdo, además de un reflejo invertido de todas sus angustias101 y carencias. Con un personaje como Ergueta, Arlt, que en su adolescencia conoció las supercherías de las sociedades teosóficas y en sus crónicas periodísticas se mostró muy crítico con la religión, pareciera plantear en sus novelas que dicho mecanismo, en lugar de emancipar al hombre, está al servicio de los poderosos y sus intereses. Para Marx, la idea de Dios es un símbolo de tiranía política, una efigie creada por las castas dominantes que les ha servido para someter a las conciencias y explotar a las masas mediante el trabajo; en ese orden de ideas, la mistificación religiosa consiste en disfrazar unos intereses de tipo político y económico con el manto de la «espiritualidad», por lo cual no es gratuito que Ergueta, que se proclama muy creyente, busque ganar dinero en los juegos de azar y no acceda a prestarle dinero a Erdosain cuando éste se lo pide: “¿Te pensás que porque leo la Biblia soy un otario? (…) Rajá, turrito, rajá102” (LSL 22). Además, ante el avance de la secularización ineludible del proceso se refuerza constantemente en su discurso con la repetición de expresiones como «está escrito», «dicen las escrituras», «dice el libro», etc.” (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 92, 93). 101 Para Lacan, la angustia se articula con “un elemento traumático que permanece externo a la simbolización” (Evans, 1996: 38), “ante el cual todas las palabras cesan y todas las categorías fallan” (Lacan en Evans, 1996, p. 38); en este sentido, el recurso mistificador más constante en todas las culturas es la religión. 102 Además de su caracterización exterior, el uso del lunfardo da también una idea de la extracción social de este personaje. 94 y el ateísmo, el Astrólogo propone, entre sus planes, crear una nueva religión, con el fin de explotar mejor a las masas apoyándose en su credulidad y en su sed de milagros: Para la comedia del dios elegiremos [a] un adolescente… mejor será criar un niño de excepcional belleza y se le educará para hacer el papel de dios. Hablaremos… se hablará de él por todas partes, pero con misterio, y la imaginación de la gente multiplicará su prestigio. ¿Se imagina usted lo que dirán los papanatas de Buenos Aires cuando se propague la murmuración de que allá en las montañas del Chubut, en un templo inaccesible de oro y de mármol habita un dios adolescente… un fantástico efebo que hace milagros? (…) ¿Disparates? ¿No se creyó en la existencia del plesiosaurio que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquén a quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?... ¿No creyó la gente de Buenos Aires en los poderes sobrenaturales de un charlatán brasileño que se comprometía a curar milagrosamente de la parálisis de [sic; a] Orfilia Rico? (op. cit.: 147, 148). Para concluir con el análisis de la religión como discurso alienante y mistificador, vale la pena cerrar con las palabras que anteceden a la famosa frase arriba citada, en las cuales se expresa la necesidad de entender el discurso religioso en su vinculación con una situación social en la que reinan la precariedad y las privaciones: “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura abrumada, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin espíritu” (Marx, 1843: 9, 10). Cercana a la religión, encontramos la fantasía individual o de la imaginación personal. Ante la religión, ésta tiene la fortaleza de ser particular, engendrada por el deseo del sujeto y no implantada a un colectivo como un cuerpo de creencias y de prácticas inamovibles. Aunque la imaginación desempeñe un papel fundamental en la vida de las personas, refugiarse siempre en ella sin pasar a la acción es una forma de parálisis. A menudo, los personajes de Roberto Arlt fantasean con mujeres bellas, casas elegantes, fama y fortuna; sin embargo, al quedarse en esas ensoñaciones y no hacer nada concreto por obtenerlas, o al asignarles un prestigio que sólo corresponde a un código social vigente pero que no tiene asidero en la realidad, los que sueñan se ven abocados al fracaso. Erdosain, por ejemplo, llega a imaginar que un “millonario «melancólico y taciturno»” (LSL 30) se compadecerá de él cuando lo vea triste y desarreglado por la calle, lo cual, además de sus carencias económicas, revela también las de tipo afectivo, tal como se estudió en el capítulo anterior en relación con la crueldad y arbitrariedad de su figura paterna. 95 Para muchos personajes, existe también la posibilidad de lograr la conquista de la sociedad mediante el «milagro» tecnológico o el uso del saber con fines destructivos. El primero está representado por Erdosain, quien en colaboración con la familia Espila espera salir de su difícil situación económica creando una rosa de cobre. La ciencia, lejos de estar representada como un conjunto de conocimientos que se obtienen de manera sistemática a través de una permanente confrontación con la realidad, aparece revestida, para los personajes arltianos, de un halo milagroso: es la que permite llevar a cabo el cambio social de una manera rápida y exitosa. El experimento de la rosa de cobre fracasa, ya que sus ejecutores no prevén los posibles fallos en el desarrollo de la misma, como si el sólo hecho de hacer algo con aire científico garantizara su triunfo, además de no haber planeado cómo sería la comercialización de dicho objeto, dado caso que lo hubieran podido terminar bien. La fábrica de fosgeno, de la que se nos suministra un diseño y una lista de instrucciones detalladas, nunca es llevada a cabo. Al considerar que la ciencia de por sí garantiza al éxito, y no introducirla en un contexto de relaciones más amplio como en el que realmente se encuentra, los personajes falsean a este discurso y lo mistifican103. Otro tanto sucede con un personaje como Hipólita, quien decide estudiar por su cuenta para después prostituirse, o con el Rufián Melancólico, quien abandona su cátedra de matemáticas para dedicarse al oficio de proxeneta. En este sentido, la educación, que dentro del régimen burgués se ampara en una ideología de corte liberal, es puesta al servicio del sometimiento de otros y, en el caso de la narrativa arltiana, de la explotación sexual o de la invención de dispositivos que tienen como fin el exterminio masivo de las personas. Pero si hay una forma de escape en la que insisten todas las novelas de Roberto Arlt es la formación de sociedades al margen de lo oficial. El lumpen aparece descrito sin ninguna exaltación ni mistificación –tal como alguna vez lo hicieran los románticos con personajes como los bandidos, los piratas o los criminales en general–. El ambiente sórdido en el cual se mueven los personajes arltianos, los motivos que los conducen, los hechos que 103 El crecimiento de la industria y el uso de tecnologías modernas en América Latina han estado llenos de fracasos por la misma razón: la mentalidad de las masas no cambia con la misma rapidez que el desarrollo científico o tecnológico y éste, por sí mismo, no garantiza la modernización de la sociedad. 96 protagonizan; todo da cuenta de una crisis social muy profunda, ante la cual cualquier intento de comprensión se hace difícil. En dichas agrupaciones delictivas la amistad no existe; todos están en ellas por intereses personales y si actúan en grupo es porque así multiplican su fuerza: “La alianza entre perversos es común en las historias de Arlt. Desde adolescentes organizan pandillas, luego, de adultos, sociedades secretas. Es la unión de las voluntades malignas como forma de presión y aprovechamiento de sus fuerzas para derrotar a los enemigos que están en la otra orilla, la de las buenas costumbres, la civilidad, el orden y la piedad” (Vélez, 2002: 115). La Sociedad Secreta del Astrólogo, paradigma de la rebelión organizada contra el orden establecido, tiene todas estas características. En sus discursos, el Astrólogo conmina a todos los participantes a la acción y justifica su propia criminalidad revelándoles la que subyace en las prácticas del capitalismo pues, contrariando los principios que instituyeron ideológicamente a la sociedad burguesa, “el funcionamiento de esta maquinaria capitalista (…) tolera las organizaciones más criminales, siempre que estas organizaciones reporten un beneficio a los directores de la actual sociedad” (LL 355; las cursivas son mías). Sin embargo, la proliferación de doctrinas disímiles y hasta abiertamente opuestas en cuanto el Astrólogo les dice revelan su inconsistencia: esto significa que su discurso aún no es sólido, que tiene que recurrir a instancias diversas con tal de convencer a más personas de participar en su revolución. Y si así lo hace es por oportunismo, por lo cual se puede afirmar que [l]a revolución del Astrólogo es una rebelión fascista. La mezcla de elementos y retórica que encontramos en su pensamiento no la aparta de la ideología fascista sino que, por la función real que cumple, la inscribe plenamente en ella. Irracionalismo y misticismo –dos componentes centrales del fascismo– son la base sobre la que se levanta todo el programa del Astrólogo. Su concepto de hombre superior o inferior por esencia, su formulación del problema de la alienación mediante abstracciones metafísicas, su creencia en la necesidad de devolverle al hombre unos valores espirituales perdidos a través de un engañoso contacto con lo sobrenatural derivan todos de esos componentes de Irracionalismo y Misticismo inseparables de su percepción de la realidad (Pastor, “De la rebelión al fascismo”, 1980: 30, 31; las cursivas son mías). La existencia de grupos humanos que se apartan de las verdades oficialmente establecidas revela el descontento de sus integrantes, su ausencia de identificación con ciertos valores y una voluntad de cambio. Empero, muchas de esas sociedades no logran desprenderse por completo de la mentalidad adquirida, y terminan reproduciendo los 97 mismos mecanismos de coerción y las mismas prácticas de violencia y discriminación que tanto afirmaron criticar: «Crearemos dioses supercivilizados» dice el Astrólogo; «seremos como dioses» dice Erdosain. Y es que, a nivel individual, de eso se trata: no de revolucionar el sistema y acabar con sus formas de explotación y con la alienación del hombre, sino de alcanzar el poder de promoverlas, convirtiéndose en jefes todopoderosos de un mundo por lo menos tan degradado como el que pretender destruir (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 102). Las instituciones criticadas –la familia, el Estado, la Iglesia, la escuela, etc.– exhiben en ese proceso sus falencias y a menudo sus abusos de poder contra el individuo; sin embargo, ¿qué otra cosa es una sociedad secreta, sino una familia, un Estado, una iglesia y una escuela104? Señala al respecto Gilles Deleuze: “[l]os partidos revolucionarios se han construido como síntesis de intereses en lugar de funcionar como analizadores del deseo de las masas y los individuos. O, lo que viene a ser lo mismo: los partidos revolucionarios se han construido como embriones de aparatos de Estado, en lugar de formar máquinas de guerra irreductibles a tales aparatos” (Deleuze, 1973: 354; las cursivas son mías). Por otra parte, la necesidad de fabricarse un líder muestra que se trata de individuos que no son capaces de dirigir sus vidas por sí mismos, ya que necesitan de otra persona que funcione como rectora de su conducta, pensamiento y actitudes. Un filósofo como Nietzsche siempre se mostró muy crítico con dicho comportamiento, pues esos individuos, por más rebeldes que se proclamen frente a algo, actúan como un «rebaño», al no ser capaces de exhibir, de manera auténtica y espontánea, sus deseos vitales o sus opiniones frente al mundo. Al mismo tiempo, la necesidad de cometer delitos, de obtener financiación por medios ilícitos como el robo, muestran su debilidad para vivir en el orden establecido por la ley, por lo cual se ven abocados a agredirla. En las obras de Arlt, las equivalencias que a menudo se hacen entre el lumpen y la burguesía, entre las prácticas corruptas del bajo mundo y las del capitalismo, son reveladoras y muy críticas de la sociedad en conjunto: 104 Más allá de si los vínculos de cualquiera de estas instituciones están abiertos a todos o solo a unos pocos – como es el caso de las sectas–, todas establecen unos determinados parámetros de conducta que no se pueden infringir y a partir de cuyo cumplimiento se cimienta su unidad. 98 La sociedad actual se basa en la explotación del hombre, de la mujer y del niño. Vaya, si quiere tener conciencia de lo que es la explotación capitalista, a las fundiciones de hierro de Avellaneda, a los frigoríficos y a las fábricas de vidrio, manufacturas de fósforos y de tabaco. (…) Nosotros, los hombres del ambiente [los proxenetas], tenemos a una o dos mujeres; ellos, los industriales, a una multitud de seres humanos. ¿Cómo hay que llamarles a esos hombres? ¿Y quién es más desalmado, el dueño de un prostíbulo o la sociedad de accionistas de una empresa? (LSL 51). La reacción contra ese estado de cosas tampoco es liberadora. La banda de ladrones de Astier, así como la de los rebeldes bajo las órdenes del Astrólogo, están conformadas por excluidos, por individuos que sufren de carencias, pero que no logran emanciparse ni cambiar con sus delitos el ejercicio de la violencia o de la explotación que caracteriza a la sociedad contra la cual se enfrentan. Los crímenes cometidos por los integrantes de estos grupos implican una actitud nada solidaria para con otros, y el forjarse un líder, incluso si éste es positivo –lo cual no es el caso en las novelas de Arlt–, es la expresión de su incapacidad de actuar o de trascender individualmente. El proyecto de la fábrica de fosgeno es la expresión más perfecta de que los intentos de rebelión desembocan, a menudo, en el fascismo105: se pretende que haya armonía social eliminando a toda costa y mediante engaños la diferencia, se obliga al otro a seguir una determinada doctrina política o a ajustarse a los parámetros, siempre coercitivos, de una determinada religión. El absurdo del fascismo radica, en este orden de ideas, en ver como viable a una sociedad sólo si se la extermina por completo. Se controla al otro cabalmente sólo si se lo elimina. En este punto del análisis se puede retomar la hipótesis arriba planteada: las distintas formas de mistificar los problemas sociales, en lugar de contribuir a su solución, los mantienen e incrementan. El poder político y el religioso, tremendamente conscientes de que son puestos a tambalear cada vez que los individuos dejan de falsear la realidad y empiezan a darse cuenta y actuar en contra de la manipulación a la que diariamente son sometidos, invierten mucho dinero y esfuerzos en el “perfeccionamiento continuo de las técnicas de poder” (Honneth, 2009: 134), a fin de mantener su estatus y su dominio sobre las conciencias. Y si bien la ruptura con lo establecido no llega a tener éxito en la narrativa 105 Deleuze señala que “un investimento preconsciente revolucionario puede estar doblado por un investimento libidinal de tipo fascista” (Deleuze, 1971: 34). Con esta observación se puede explicar psicoanalíticamente lo que ocurre con la Sociedad Secreta descrita en Los siete locos y Los lanzallamas. 99 de Roberto Arlt, el haberlo intentado y el haber señalado muchas de las fallas estructurales de dicha sociedad en ese proceso hace que se llegue a un mayor grado de conciencia, más que en los personajes, en los lectores de las obras. La pequeña burguesía que leía a Arlt veía, seguramente, en sus novelas y crónicas periodísticas, un retrato dramático de sus propias vivencias personales y sociales, de sus problemas conyugales, del desempleo de azotaba al país y, en general, de la ausencia de futuro. El profundo malestar en la cultura que nos transmiten las novelas de Roberto Arlt nos señala, además, que las formas de racionalización instrumental no conducen a la felicidad del hombre y que sus mecanismos se han agotado, no sólo porque filosófica y socialmente han perdido su legitimidad sino también, y quizás en este autor sea lo más importante, porque martirizan el cuerpo y lo convierten en una simple pieza de un enorme engranaje que lo utiliza y que una vez no sirve lo desecha. Señala al respecto Axel Honneth: La estabilidad de las sociedades altamente desarrolladas es únicamente el resultado del trabajo controlador de organizaciones eminentemente perfectas en términos administrativos: dichas organizaciones intervienen como instituciones totales en el nexo de vida de cada individuo para hacer de él, disciplinando y controlando, manipulando y amaestrándolo, un integrante dócil de la sociedad. Las sociedades modernas son, en principio, de acuerdo con su constitución de dominación, sociedades totalitarias (op. cit.: 140). Así, las novelas de Arlt son un vigoroso testimonio de la situación del hombre contemporáneo, dominado por los totalitarismos, la homogenización forzada y la violencia ejercida contra la integridad y la libertad del cuerpo106: cabe recordar la multitud de víctimas que a su paso dejaron, en el transcurso del s. XX, hechos como los campos de concentración nazis y soviéticos, las explosiones atómicas, los bombardeos a la población civil, los campos minados, la guerra étnica, el secuestro, el tráfico de órganos y las adicciones a diferentes sustancias psicoactivas, lo cual se representa en las novelas arltianas 106 Indica Honneth: “Los actos silenciosos de esclavización y mutilación del cuerpo humano, en los cuales Adorno y Horkheimer perciben la «historia subterránea de Europa», Foucault los reconoce en los disciplinamientos cotidianos del cuerpo, en su adiestramiento perfecto; el verdadero rostro de la historia humana parece revelarse también para él mucho más en la violencia hecha piedra de la celda carcelaria, en la ejercitación ritual en los patios de los cuarteles y en los mudos actos de violencia de la cotidiana vida escolar” (Honneth, 2009: 125). 100 con la sensación de estar sometido a miles de libras de presión bajo una plancha de metal107, de padecer intensos dolores de cabeza108, etc. La problemática colectiva de Argentina en las primeras décadas del s. XX, reelaborada literariamente por Arlt en sus novelas, toma cuerpo de manera distinta en cada uno de sus personajes. La mistificación que cada uno asume, aunque adquiera formas más o menos irracionales, no deja de ser la expresión de la profunda frustración que pesa sobre cada uno, al ver limitadas sus posibilidades de realización personal. Es, pues, no solamente el cuerpo y la psique individual los que sufren, sino que todo un cuerpo social se encuentra enfermo. Finalizo este capítulo aludiendo al epígrafe que le dio comienzo: el capitalismo, como la religión cristiana, aunque motores de las conquistas de la clase burguesa, ya no desempeñan una función social ni emancipadora, y las crisis sufridas por estos a lo largo del s. XX y hasta el presente, de las cuales es una muestra significativa la narrativa arltiana, no son fenómenos aislados, sino de tipo estructural. Tal como sostuvo Freud, “la cultura corre mayor peligro aferrándose a su vínculo actual con la religión [añado: y con el capitalismo] que desatándolo” (Freud, 1927: 35). 107 108 Cfr. “La plancha de metal” en Sexo y traición en Roberto Arlt (1965) de Óscar Masotta. “Y apareció en él la angustia, pero tan poderosa, que de pronto Erdosain se tomaba la cabeza enloquecido de un dolor físico. Parecíale que la masa encefálica se le había desprendido del cráneo y que chocaba con las paredes de éste al movimiento de la menor idea” (LSL 112, 113). 101 ¿Quién podría decir si ellos [escritores y poetas] hablan como enfermos o como médicos [de la civilización]? (Deleuze, 1972: 282) CONCLUSIONES La narrativa arltiana, al relatar con toda su crudeza las problemáticas que enfrentaba la pequeña burguesía argentina de las décadas de 1920 y 1930, constituye un magnífico ejemplo de cuánto sufre la psique cuando es sometida a un sistema económico y cultural represivo. La recurrencia de imágenes grotescas para la descripción de los personajes, así como la bestialización mediante la cual el escritor señala la feroz lucha por la supervivencia, van de la mano con unas secuencias de acciones en las que se narra, preponderantemente con dramatismo pero también con humor, la vida humana en los ámbitos del lumpen y el delito. El relato de un mundo caótico y deshumanizado está apoyado, en la escritura arltiana, en las influencias del expresionismo y el grotesco; estas formas estéticas y culturales le sirven también al escritor para indicar la condición instintiva del ser humano y, en esa medida, para rechazar todas aquellas doctrinas filosóficas que consideran que éste tiene una dimensión «trascendente» o «ideal», tal como lo hacen las creencias religiosas en general. La psique de los personajes se halla sometida a una pugna entre el principio de placer y el principio de realidad, a la permanente confrontación entre sus aspiraciones más profundas y aquello que deben enfrentar en el mundo circundante. En general, sus anhelos se ven frustrados por la dureza de las condiciones en las que están obligados a vivir, pero también porque la rebelión contra el orden establecido es llevada a cabo sólo en el plano simbólico, sin pasar a la acción concreta. Los personajes, que afirman rechazar los códigos de conducta de la pequeña burguesía, no logran separarse de estos ni tampoco superarlos, razón por la cual su rebelión adquiere una orientación reaccionaria. 102 Los personajes en conjunto experimentan sensaciones de desorientación y de frustración, al no poder llevar a cabo aquello que quisieran para sus vidas. No se trata, simplemente, de ausencia de dinero, tal como a menudo lo entienden ellos y por lo cual estafan o sueñan con un invento o una rebelión que los haga ricos y famosos: se trata de que las relaciones de producción en las que están insertos relegan al hombre al puro ámbito económico, desconociendo sus impulsos vitales y haciendo que todos, hombres y mujeres por igual, se perciban como seres fragmentados, interiormente vacíos y sometidos a una «fatalidad» de la que les es imposible escapar. De ahí que las posibilidades de satisfacción del deseo y de goce, cuando llegan, sean vistas como algo negativo, y de que el cuerpo no pase de ser visto como un «ente» distinto al ser mismo del hombre: El personaje percibe emocionalmente la alienación del cuerpo, pero no sólo no comprende sus causas e implicaciones, sino que reacciona siguiendo los imperativos de su estructura ideológica pequeño-burguesa, que asocia expresión de instintos primarios con castigo, percibiendo a partir de ahí como degradación, y condenando por criterios puramente morales, sus propios intentos de superar esa alienación y de entrar en contacto con su cuerpo, recuperándolo (Pastor, Roberto Arlt y la rebelión alienada, 1980: 41). Por otra parte, esta situación de angustia y de desesperación es percibida por los distintos personajes como algo que solo los perjudica individualmente, sin llegar a hacerse conscientes de que los problemas enfrentados por cada uno afectan a todo el cuerpo de la sociedad. Las instituciones encargadas de mantener ese estado de cosas, fundamentalmente la política y la religión, contribuyen a que las personas desvíen su atención de sus problemas reales y concretos y los mistifiquen a través de recursos muy diversos, a partir de lo cual aquéllas resultan muy beneficiadas. La mistificación de cualquier aspecto de la realidad, especialmente del descontento social o del avance de la técnica y del desarrollo industrial como algo malo per se, conduce a la propagación y el establecimiento del fascismo; prueba de ello es el desenvolvimiento histórico de Argentina a lo largo del s. XX, con sus cruentas dictaduras. En este sentido, y aunque casi siempre víctima de una estructura que la discrimina y empobrece, la pequeño-burguesía se hace “cómplice de su propia alienación” (Hernando, 2001: 51) al abandonar la lucha política y someterse a aquello que los dueños del capital y los «dirigentes» políticos esperan de ella. 103 Por último, hay que reconocer la importancia de entrecruzar las disciplinas del psicoanálisis y los estudios literarios. En efecto, ambas nos señalan, decididamente, la experiencia fundamental del hombre –el deseo–, y contribuyen a reintegrar lo que las estructuras de poder parcializan y separan. Concluyo con una cita que alude a las principales preocupaciones de la escritura arltiana, además de resumir, en pocas palabras, las intenciones del presente trabajo: “Desde luego, a fin de cuentas, ambos tipos de trabajo –el artístico y el psicoanalítico– deberían de unir sus fuerzas contra el embate de las agresiones anacrónicas: las guerras reaccionarias y la caníbal explotación del hombre por el hombre” (Schneider, 1962: 366). 104 BIBLIOGRAFÍA FUENTES PRIMARIAS: Arlt, Roberto. El juguete rabioso. Pról. de Juan Carlos Onetti. Barcelona: Bruguera, 1979 (1926). Los siete locos (1929). Los lanzallamas (1931). Ed. crítica bajo la coordinación de Mario Goloboff. París: Colección Archivos de la UNESCO, 2000. FUENTES SECUNDARIAS: Balzac, Honoré de. Papá Goriot. Pról. de Rafael Solana, versión y notas de F. Benach. México: Porrúa, 1999 (1835). Marx, Karl. Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Notas de Rodolfo Mondolfo. 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