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Heterodoxos #30. Viaje al USSURI_Maquetación 1 21/03/14 14:23 Página 7
Sumario
Introducción
9
Pekín - Vladivostok
15
El hotel Azimut
19
Alexéi
35
La M-60
45
En dirección a las montañas de Sijoté-Alín
63
Campanarios y estrellas
69
Machaon
75
Plastun
91
Incidente 611
105
Dalshe
111
Janka
119
En la frontera
127
Bikin
135
La tierra prometida de Stalin
139
Dersú
147
Jabárovsk
155
Epílogo de un mundo en extinción
165
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MUSEO DE HISTORIA DE VLADIVOSTOK.
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Vladímir Arséniev, seguido por Dersú Uzalá, listos para marchar con otros compañeros
en una de sus expediciones.
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Introducción
La idea de este viaje nació una noche de verano de 1997. Por entonces yo era un joven romántico de diecinueve años que aprovechaba la menor ocasión para perderme en solitario por los bosques
y las cumbres del Pirineo. Aquella noche preparaba el equipaje en
mi refugio del Valle de Arán para bajar a la mañana siguiente de
Vielha a Barcelona con el taxi de Javier Castet. Tenía la televisión
encendida para que me hiciera compañía mientras recogía la ropa.
Recuerdo que estaba triste por regresar a la ciudad. A eso de la
una y media de la madrugada, en La 2 anunciaron que a continuación retransmitirían una película de Akira Kurosawa, Dersú
Uzalá. Dejé la maleta a medias porque enseguida me enganché a
la película. Dersú Uzalá es hoy un referente del movimiento ecologista; pero para mí también es un filme exquisito por la representación que ofrece de la amistad.
Dersú Uzalá me impactó hasta el punto de llorar en escenas como la emotiva despedida del capitán del ejército ruso Vladímir Arséniev —el actor Yuri Solomin— y Dersú Uzalá —su guía, interpretado por el actor Maksim Munzuk, de la etnia tuvan, del sur de
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Viaje al Ussuri. Tras los pasos de Dersú Uzalá
Siberia— al final de su primera misión: tras un fraternal choque
de manos, con la nieve casi hasta las rodillas, ambos andan ochenta metros en direcciones opuestas hasta que Arséniev se gira para
observar la marcha de su amigo. Dersú se para a lo lejos —la cámara sigue con Arséniev— y cuando ve que Arséniev le está siguiendo con la mirada, grita: «¡Capitán!», y este le devuelve el saludo levantando la mando y gritando: «¡Dersú!».
Cuando estuvimos a un kilómetro de Dmitrovka, el «gold» [la etnia
a la que pertenecía Dersú] se detuvo; había llegado el momento de
la separación.
—Adiós, Dersú —le dije estrechándole la mano—. Te deseo buena suerte en todo; jamás olvidaré lo que has hecho por mí. ¡Adiós!
¡Ojalá nos volvamos a ver!
Dersú se separó de los soldados, me hizo una señal con la cabeza
y se adentró en los zarzales que se elevaban a nuestra izquierda.
Unos minutos después llegó a lo alto de una colina cubierta de maleza. Sobre el fondo claro del cielo, su silueta se destacó netamente,
con la mochila a la espalda y el fusil y el tridente en las manos. Un
hermoso sol salía en aquel momento de las montañas e iluminó al
gold. Después de trepar hasta la cima se detuvo, se volvió hacia nosotros, nos saludó con la mano y desapareció tras la cresta de la montaña. Sentí un desgarramiento en el corazón al perder a aquel hombre de quien me había sentido tan próximo.
A la semana siguiente ya me había leído el libro en el que se inspira la película de Kurosawa. En concreto, adquirí la edición de
bolsillo de Grijalbo Mondadori, editada en 1997 y traducida del
francés al castellano por Teresa Ramonet. El libro es el diario de
viaje del topógrafo, geógrafo y etnógrafo Vladímir Arséniev en sus
tres expediciones llevadas a cabo en 1902, 1906 y 1907 para estudiar la vida humana en las fronteras orientales del imperio ruso y detallar la geografía del territorio del río Ussuri. Sin Dersú
Uzalá, cazador de profesión y guía improvisado, Arséniev no habría conseguido llevar a buen puerto las que fueron sus expedi-
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Introducción
ciones más ambiciosas. Sin Dersú, Arséniev habría muerto en más
de una ocasión.
Arséniev viene a ser una suerte de Alexander von Humboldt ruso, quizá más desconocido y menos reconocido que el humanista
alemán pese a que fue un referente para la ciencia a principios del
siglo xx. Los más de setenta años de dictadura soviética relegaron
su recuerdo a un ostracismo injusto.
***
Dada su condición primitiva, la raza humana necesita de símbolos y de la idealización para dotar de sentido a la vida. Buscamos
en el pasado para descifrar quiénes somos. Tienen especial valor
aquellos iconos a los que el ser humano atribuye una dimensión
mística. Arséniev, la cara amable del desarrollo occidental, y Dersú Uzalá, la quintaesencia del buen salvaje, representaban virtudes
humanas que me maravillaron y que me llenaron de optimismo
acerca del futuro de nuestra especie.
Trece años después de aquella noche reveladora, me encuentro en el país del Ussuri, en el Lejano Oriente ruso, siguiendo los
pasos de Vladímir Arséniev y Dersú Uzalá.
En 1947, el escritor y premio Nobel de Literatura John Steinbeck y el célebre fotógrafo Robert Capa viajaron a la Unión Soviética con el fin de arrojar un poco de luz en Estados Unidos sobre la sociedad rusa. De aquel viaje surgieron varios reportajes
que fueron publicados en el International Herald Tribune y posteriormente en un diario de viaje titulado Viaje a Rusia:
Empezamos a hablar sobre lo que quedaba en el mundo que un hombre honesto y liberal pudiera hacer. […] Se nos ocurrió que había algunas cosas que nadie sabía sobre Rusia, y eran las cosas que más nos
interesaban a nosotros. ¿Cómo se viste la gente de allí? ¿Qué sirven
para cenar? ¿Hacen fiestas? ¿Qué comida hay allí? ¿Cómo hacen el
amor y cómo mueren? ¿De qué hablan? ¿Bailan, cantan y juegan?
¿Van los niños al colegio? […] Ese era el tipo de historias que nos
gustaría leer.
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Viaje al Ussuri. Tras los pasos de Dersú Uzalá
La misma motivación que guió a Steinbeck y Capa inspiró un
trabajo conjunto con la periodista Andrea Rodés, autora de las descripciones que acompañan las fotografías de este libro. Ella insiste en que ninguno de los dos tiene precisamente el talento de Capa, pero hicimos lo que pudimos. Así que en julio de 2010, Andrea
y yo decidimos emprender esta aventura por el Ussuri desde Pekín, donde residíamos en aquel momento, y aprovechar la ocasión
para explorar los confines de la frontera china y rusa.
***
Vladímir Klávdievich Arséniev (San Petersburgo, 1872 - Vladivostok, 1930) vivió sus años de madurez a caballo de las dos ciudades que delimitan la taiga ussuriana: Vladivostok y Jabárovsk.
Vladivostok se halla en el extremo sur del (casi) continente ruso;
setecientos kilómetros más al norte, en la confluencia de los ríos
Amur y Ussuri, se levanta Jabárovsk. Ambas son capitales (Vladivostok lo es de la provincia de Primorie y Jabárovsk de la región
que lleva su nombre); ambas conservan cierto aire rancio (como
el del viejo aristócrata que todavía sueña despierto con las glorias
de antaño) por la relevancia militar que tuvieron, primero frente
al poder chino, luego frente al imperialismo japonés y, finalmente, durante la guerra fría. Su poderío militar se ha desvanecido, y
si hoy tienen alguna relevancia en el juego geoestratégico mundial es por su proximidad al gigante económico actual: China.
Arséniev vivió en Jabárovsk durante las dos primeras décadas
del siglo xx y desde allí emprendió las tres expediciones que llevó
a cabo guiado por Dersú Uzalá. Nosotros, en cambio, pondremos punto final a nuestro viaje de tres semanas en Jabárovsk y empezaremos en Vladivostok, donde Arséniev murió.
Podría justificar que nuestro viaje había de finalizar en Jabárovsk
porque muy cerca de allí, en un pueblo ferroviario llamado Korfoskiy, murió Dersú Uzalá, el símbolo de Primorie. Pero la realidad es mucho más mundana y elegimos Vladivostok como punto
de partida porque era la opción más cómoda y económica gracias
a las excelentes combinaciones de transporte que hay con Pekín.
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Introducción
Esta guía profesional, fruto de intensas horas de trabajo y numerosas consultas enciclopédicas, fue enviada por e-mail a Tatiana Kalishevskaya, responsable de Ecotravel, una agencia de viajes de Moscú
que nos ayudó a tramitar los visados y encontrar un coche de alquiler. Aún hoy sigue pensando que estamos locos. Nos respondió con una
propuesta de itinerario ligeramente modificada, «ya que algunos
tramos señalados en nuestro mapa eran inaccesibles para vehículos
de ruedas».
Bienvenidos al Far East. «No ha sido fácil diseñar una ruta de 2.700
kilómetros de dos semanas ajustada a vuestro presupuesto», añadió
Tatiana, una mujer de talante directo y algo brusco, por lo que pude
interpretar de sus e-mails. En lugar de sugerencias, Tatiana daba órdenes. Acabamos pagando alrededor de 100.000 rublos, que incluían el alquiler del Toyota, la gasolina, las dietas de nuestro conductorintérprete, el equipo de acampada y tres o cuatro noches de hotel en
Vladivostok y Jabárovsk. El itinerario final quedó así:
Itinerario a partir del cual la agencia EcoTravel preparó
nuestra expedición en el Ussuri.
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Viaje al Ussuri. Tras los pasos de Dersú Uzalá
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Pekín - Vladivostok
Son las cuatro de la tarde cuando nuestro Túpolev procedente de Pekín
aterriza en Vladivostok, poniendo fin a las dos horas de vuelo que unen
la capital china con esta ciudad portuaria del este de Rusia. Ha llovido toda la mañana y la pista está encharcada. En los laterales se acumulan el barro y los escombros de las obras en la terminal. El aeropuerto está patas arriba, como media ciudad. Vladivostok se moderniza
contrarreloj para albergar la cumbre de los países del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (apec) de 2012, a la que se espera que
asistan los presidentes de Estados Unidos, China y Rusia.
Sopla un viento fuerte que se ha ido llevando las nubes. El avión se
desplaza lentamente por la pista y observo por la ventanilla cómo
los primeros rayos de sol se reflejan sobre un viejo aparato con el
logo de Vladivostok Air, la compañía que ha monopolizado los vuelos
Pekín-Vladivostok y hace pagar precios abusivos. Los destellos del sol
molestan a la joven rusa sentada a mi lado, a juzgar por la cara de
asco que pone al descubrir que no puede leer con claridad la pantalla
de su teléfono móvil. Lo peor de todo es que la he visto intentar enviar
un mensaje de texto cuando el avión todavía estaba sobrevolando la
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Viaje al Ussuri. Tras los pasos de Dersú Uzalá
pista de aterrizaje. Yo, una paranoica con todo lo relacionado con la
seguridad aérea, la he mirado con cara suplicante para que apagase
el móvil. Ella entonces me ha mirado fríamente con sus ojitos verdes
y, arrugando su nariz pequeña y afilada, ha rumoreado algo en ruso,
del tipo «dime lo quieras, que voy a pasar de ti olímpicamente».
Al pie de la escalerilla del avión nos recibe una oficial del aeropuerto que hace señas con banderines en las manos. Lleva un uniforme anticuado, de color azul marino muy ceñido que resalta su figura
esbelta, y el cabello oscuro recogido en una cola de caballo larga hasta el trasero. El viento la agita con furia contra su espalda, como si
fuera un látigo. Bella y salvaje, así definiría yo la imagen de la oficial rusa que nos da la bienvenida. Dos adjetivos que a lo largo del viaje entenderé que sirven para describir tanto a las mujeres jóvenes como
a la naturaleza del Far East ruso.
En nuestro vuelo Pekín-Vladivostok la mayoría de los pasajeros son
rusos residentes en China (sobre todo, empresarios, estudiantes y profesores de música), o personas que regresan a casa después de unos días de shopping. Desde comer en un restaurante a hacerse la manicura
o adquirir un teléfono móvil o un ordenador, en China todo cuesta por
lo menos la mitad que aquí. A una distancia de casi diez mil kilómetros
de Moscú, y con una de las economías más deprimidas de Rusia, los habitantes de Vladivostok y sus alrededores ven en China la tierra de las
oportunidades. Pekín está lleno de ejemplos como el de mi amiga rusa Alena Vyalova, una licenciada en música de veintiocho años que se
gana la vida como profesora particular de piano y guitarra.
Alena es de Blagovéshchensk, una población de la estepa siberiana, fronteriza con el gigante asiático, a unos mil kilómetros al oeste de
Vladivostok. Su familia es descendiente de los colonos rusos que ocuparon la zona durante la Unión Soviética. Al terminar el bachillerato,
Alena se fue a estudiar música en el Conservatorio de Vladivostok y tras
la graduación se marchó a Pekín para ganarse la vida, siguiendo el
ejemplo de algunos amigos suyos. «En Pekín hay más oportunidades
de trabajo que en ciudades como Moscú o San Petersburgo», me aseguró Alena una calurosa tarde de julio, poco antes de emprender nuestro viaje a Rusia. Impecablemente maquillada, con el cabello rubio
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Pekín - Vladivostok
recogido en un moño, y un vestido veraniego ajustado, Alena saboreaba su latte en la terraza de una cafetería pija de Sanlitun, el barrio de
moda de la capital china. «¡Incluso los salarios son más altos en China
que en las ciudades rusas!», exclamó Alena abriendo sus grandes ojos
azules. En Pekín, Alena enseña música a los alumnos del Liceo Francés y por las tardes da clases particulares de piano a niños de familias
chinas. Estos dos empleos le permiten llevar un ritmo de vida que en
Moscú sería prohibitivo.
El día de nuestro encuentro hacía un calor sofocante y Alena tenía
la frente empapada de sudor. Pekín es una ciudad de inviernos gélidos y veranos calurosos y húmedos, pero el clima no ha sido nunca un
problema de adaptación para ella. «Es mucho peor en Blagovéshchensk», me aseguró Alena riendo.
Para los jóvenes del extremo oriental de Rusia, Pekín es el «Nueva
York de Asia»: una metrópoli de casi diecinueve millones de personas,
moderna, cosmopolita, con una comunidad numerosa de extranjeros
y una vida social y cultural vibrante, en comparación a sus ciudades de
origen. No obstante, Alena no sabe si se quedará mucho tiempo más
en Pekín. «Las diferencias culturales entre chinos y rusos son demasiado grandes y a la larga sé que me afectará —me confesó la guapa profesora de piano, que habla chino con fluidez—. Quizá debería probar
suerte en Estados Unidos», dijo Alena dando el último sorbo a su café.
Se quedó pensativa durante unos instantes y frunciendo la nariz,
añadió: «El problema son los americanos. No sé qué pensar de ellos.
¿A ti te caen bien?».
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