Penas y garantías constitucionales

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PENAS Y GARANTIAS CONSTITUCIONALES
Edmundo Rodríguez Achútegui, Portavoz de Jueces para la Democracia EL
CORREO, Opinión. 7 de marzo de 2006.
La sentencia de 28 de febrero pasado, dictada por el Pleno de la Sala de lo Penal
del Tribunal Supremo, ha provocado serias dudas jurídico-constitucionales en más
de un jurista. Razones hay para la perplejidad, porque incluso la propia lógica en
la forma de resolver el recurso es contradictoria.
En primer lugar porque hay que recordar que lo que hace el Tribunal Supremo es
revisar una insólita resolución de la Audiencia Nacional, que, alejándose del modo
de proceder de la totalidad de los tribunales sentenciadores españoles, ingenia
una partición de condenas para tratar de superar la limitación legal que deriva del
artículo 70 del Código Penal de 1973, que dispone que el cumplimiento efectivo no
supere veinte años.
En síntesis, la Audiencia Nacional no refunde en una sola todas las penas por los
gravísimos crímenes terroristas del condenado Parot, sino que las divide en dos
periodos. Y a cada uno de ellos le aplica un plazo máximo de cumplimiento, como
dice dicho Código, de veinte años, con lo que evita su inminente libertad. El
Tribunal Supremo desautoriza ese modo de proceder, y entiende que la pena
refundida sólo puede ser una.
No obstante la sentencia perjudica al recurrente, algo inconcebible en nuestro
ordenamiento jurídico, porque quien pide la revisión de una decisión judicial no
puede resultar afectado por esa revisión. Es un principio jurídico esencial el de la
'prohibición de la reforma a peor', según el cual quien recurre puede mejorar su
situación o quedarse como está, pero no verse menoscabado por su propio
recurso.
El Tribunal Supremo, por razones que sólo se explican por el clima preexistente,
analiza una cuestión no planteada en el recurso y cambia de modo radical su
uniforme interpretación de la norma hasta la fecha. Olvida que reiteradamente ha
dicho en sus sentencias que el Código Penal de 1973 es más favorable al reo que
el vigente, de 1995. Y decide reinterpretar su anterior doctrina en perjuicio de
quien recurría.
En ese proceso quedan afectados, como ha puesto de relieve el voto particular de
algunos prestigiosos magistrados, principios constitucionales esenciales. En
primer lugar, el de irretroactividad de las normas penales desfavorables, que
proclama el artículo 9.3 de la Carta Magna, ya que con la nueva forma de
interpretar la aplicación de los beneficios penitenciarios a cada pena, en lugar de a
la pena refundida que tradicionalmente consideró 'pena nueva', se endurece la
forma de cumplimiento, siguiendo las pautas interpretativas de un Código no
vigente en el momento de cometerse el delito.
Por otro lado el propio principio de resocialización o reeducación de la pena, que
la Constitución proclama en el artículo 25.2 en el que, recuérdese, se obvian otras
consideraciones retributivas o vindicativas. El Tribunal Supremo alude al artículo
118 de la Constitución («es obligado cumplir las sentencias») como justificación
del cambio interpretativo, apartando el principio resocializador que debe impregnar
cualquier pena, lo que sólo se explica, como dice la sentencia, por la «llamativa
singularidad del caso concreto». Por último, afecta a la necesidad de motivar los
cambios en la jurisprudencia, como ha resaltado insistentemente la doctrina del
Tribunal Constitucional, lo que atañe al principio de igualdad en la aplicación de la
ley del artículo 14 de la Constitución.
Estos cambios tan poco explicados, en una materia tan delicada pues afecta a
derechos fundamentales, no son buenos. Menos aún en nuestro país, en el que la
población penitenciaria es de las más altas de Europa, cuando sin embargo
tenemos unos de los índices de criminalidad más reducidos, lo que evidencia el
enorme rigor punitivo de nuestro ordenamiento.
Nada justifica que principios tan esenciales del Estado de Derecho puedan estar
siendo objeto de discusión. Los instintos vindicativos, la repugnancia por las
manifestaciones del condenado, perfectamente comprensibles en éste y muchos
otros casos, no pueden ser una seña de identidad de una sociedad democrática
civilizada. La nueva interpretación es regresiva, un paso atrás en la lectura
garantista a la que obliga la Constitución, que era la aplicada hasta hoy por la
unanimidad de los tribunales sentenciadores. En definitiva, es una mala noticia
que el ambiente creado por un caso concreto haya propiciado una modificación
semejante en la jurisprudencia del Tribunal Supremo.
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