REFLEXIÓN INICIAL Jesús nunca percibió que en el corazón de Dios hubiera indiferencia hacia sus criaturas. Menos aún, irritación o ira ante el pecado del ser humano. Sólo ternura y compasión hacia sus hijos e hijas que sufren y muchas veces equivocan el camino. Ésta fue su experiencia de Dios: somos hijos de una Fuerza y un Misterio que nos quiere ver libres de miedos, angustias y sufrimientos, para que podamos vivir en plenitud. Al experimentar todo eso, Jesús ya no pudo seguir con su vida normal de siempre. Lo dejó todo para comunicar lo que él sentía en lo más profundo de su corazón: «Dios cuenta con nosotros; todos podemos vivir de su bondad y de su perdón que no excluye a nadie». En adelante se dedicaría a curar, a aliviar el sufrimiento y a rescatar vidas fracasadas. Su verdadera revolución fue poner en marcha una «religión terapéutica». Lo importante no era el esfuerzo por ordenar la vida y regular la convivencia con preceptos y normas. Lo decisivo es acoger a Dios para recuperar nuestra dignidad humana y vivir como hermanos. Por eso, no se acercaba a la gente levantando con autoridad el índice de su mano para recordar la Ley del Señor. Sus manos acariciaban y bendecían. Toda su actuación recordaba la mano amistosa de Dios tendida a enfermos y pecadores, y a los que peor lo pasan en la vida. Cuando se le preguntó si venía en nombre de Dios, Jesús presentó su actividad sanadora: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!!». No hay duda. Para Jesús, la mejor prueba de que estamos actuando en nombre de Dios es curar la vida, aliviar el sufrimiento, suprimir el mal que hace daño, sanear la sociedad, hacer posible una vida más digna y saludable para todos. El problema principal de Jesús fue que las personas más religiosas de su sociedad y de su tiempo, es decir, las personas que eran moralmente correctas e irreprochables desde el punto de vista de la ley, no entendieron su manera de entender y vivir la religión. En cambio los pobres, los enfermos y los pecadores no fueron un problema para Jesús, sino todo lo contrario: enseguida comprendieron y acogieron su mensaje. Para ellos, todo lo que Jesús hacía y decía era una Buena Noticia. Bastaría introducir más decididamente en la Iglesia la dimensión terapéutica de la religión para ver cómo empiezan a cambiar muchas cosas aparentemente inconmovibles. Jamás deberíamos perder de vista que únicamente mediante la compasión y la actitud sanadora con las que Jesús vivió toda su vida, podremos anunciar y hacer presente en nuestro mundo la Buena Noticia del Reino. 3 MONICIÓN INICIAL A: Juan el Bautista ha acertado acerca del tiempo y del personaje, pero se ha equivocado respecto al modo. Ha sabido indicar exactamente al esperado, pero no ha sabido comprender el estilo de su acción. En el fondo, éste debe haber sido su martirio, más doloroso que aquel que le infligía Herodes en la fortaleza de Maqueronte. Un Dios que se manifiesta de manera distinta a como nos lo habíamos imaginado, que no se comporta según nuestras “razonables” previsiones, que no se acomoda a nuestras expectativas, es verdaderamente insoportable. Ante un Dios así, se nos plantea la duda insoslayable: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Defender la causa de un Dios que no avala nuestras ambiciones, que nos desmiente sistemáticamente, que no está “de nuestro lado” para ayudarnos a imponer nuestros criterios o puntos de vista, es la cosa más difícil. Es la prueba decisiva de la fe. No basta acoger a Dios; es necesario estar dispuestos a acoger a un Dios “diferente”. Diferente de nuestras ideas, de nuestros esquemas, de nuestras imágenes distorsionadas. Porque cada uno de nosotros tiene la tentación de proyectar en Dios los propios sentimientos, los propios gustos, y a veces hasta los propios resentimientos y las propias mezquindades. Siempre estamos dispuestos a sugerir a Dios cómo debe comportarse, a decirle lo que tiene que hacer. Tenemos la pretensión de enseñarle el oficio de ser Dios. Y olvidamos que, en todo caso, es él quien puede enseñarnos el oficio de ser plenamente humanos… ACTO PENITENCIAL A: «Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!”». Al comenzar nuestra celebración, y a la luz de estas palabras del Evangelio, nos reconocemos necesitados del perdón y la misericordia de Dios… C: Por las veces en que nuestra esperanza desfallece y caemos en la tentación de bajar los brazos y de esperar salvación donde no la hay ni puede haberla… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad. 4 C: Por las veces en que nos dejamos abatir por el desaliento y permitimos que crezca en nosotros el sentimiento de que nos has defraudado… Cristo, ten piedad. R: Cristo, ten piedad. C: Por las veces en que perdemos de vista que únicamente mediante la compasión y la actitud sanadora podremos anunciar y hacer presente en nuestro mundo la Buena Noticia del Reino… Señor, ten piedad. R: Señor, ten piedad. C: Danos tu perdón, Padre bueno, y ayúdanos a mantener siempre encendida nuestra esperanza. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén. ORACIÓN COMUNITARIA (COLECTA) Señor y Dios nuestro, Fuerza y Misterio que nos quiere ver libres de miedos, de angustias y sufrimientos, para que podamos vivir en plenitud. Ayúdanos a comprender que eres un Dios “diferente”: diferente de nuestras ideas, de nuestros esquemas, de nuestras imágenes distorsionadas. No nos dejes caer en la tentación de proyectar en Ti los propios sentimientos y los propios gustos, ni tampoco los propios resentimientos y las propias mezquindades. Líbranos de la pretensión de enseñarte el oficio de ser Dios, y haz que entendamos que, en todo caso, eres Tú quien mejor puede enseñarnos el oficio de ser plenamente humanos. Y al acercarnos a la celebración de la fiesta entrañable de la Navidad te pedimos que acrecientes nuestra esperanza, para que nunca renunciemos al esfuerzo de hacer realidad ese mundo nuevo en el que la paz, la justicia y el amor sean posibles. Te lo pedimos a Tí, que vives y haces vivir. Amén. 5 LA PALABRA DE DIOS HOY PRIMERA LECTURA Lectura del libro de Isaías. ¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo, coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría; la tristeza y los gemidos se alejarán. Es Palabra de Dios. SALMO RESPONSORIAL R. Señor, ven a salvarnos. El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R. El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, y protege a los extranjeros. R. Sustenta al huérfano y a la viuda; y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R. 6 SEGUNDA LECTURA Lectura de la carta de Santiago. Tengan paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardando pacientemente hasta que caigan las lluvias del otoño y de la primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la venida del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser condenados. Miren que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. Es Palabra de Dios. EVANGELIO Mt 11, 2-11 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!”. Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver, entonces? ¿A un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino’. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”. Es Palabra del Señor. 7 PARA COMPRENDER MEJOR LA PALABRA DE DIOS HOY PRIMERA LECTURA: Is 35,1-6a.10 En los domingos anteriores, el profeta nos invitaba a subir al Monte Santo, a la morada del Señor, donde Dios construiría una fraternidad universal. También nos invitaba a que acogiéramos la llegada de su enviado, el Ungido, que inauguraría un tiempo de justicia y de igualdad. Semejantes invitaciones, después de veintiocho siglos de haber sido proclamadas, parecen haber perdido efectividad; su eco se desvanece en la inmensidad de la historia. Otros profetas anteriores alimentaron la esperanza del pueblo de Dios con bellas y grandes ilusiones, que nunca se cumplieron del todo, dejando en los oyentes una cada vez más profunda desesperanza. El adviento es un tiempo para renovar nuestra esperanza en las promesas divinas. También Isaías tuvo que afrontar el desánimo de su pueblo. La esperanza del profeta no es la euforia del visionario, sino su confianza en el Dios de las promesas. El tiempo está próximo. Isaías escruta el horizonte de la historia con la mirada de Dios. Y a lo lejos descubre el amanecer de la primavera. Ante sus ojos tiene el desierto (símbolo de la esterilidad en la vida humana), pero siente acercarse la fuerza salvadora de Dios. Y ese desierto se regocijará ante su llegada; el páramo y la estepa se cubrirán de flores. Cada generación ha de vivir esta experiencia vivificadora del Señor; algunos contemporáneos del profeta la vivieron, aunque siguieron aguardando la eclosión definitiva de esa primavera. También hoy nosotros la seguimos esperando; pero si no percibimos el aroma de las flores, que aunque pequeñas quizá, ya han brotado, sólo nos quedaremos con la sequedad y la aridez del desierto. El desierto. Muchos desiertos son, por desgracia, la morada infranqueable de muchos de nuestros contemporáneos: enfermedad, desocupación, pobreza, emigración, explotación, marginación… El que alude Isaías era el que vivía Judá en aquel momento: gran parte de la población había sido desterrada a Babilonia, y Palestina estaba desolada y sometida al invasor. (Los cc. 34 y 35 del libro, conocidos como “pequeño Apocalipsis”, son ciertamente tardíos con respecto al primer Isaías del siglo VIII; su temática y estilo son muy cercanos al conocido como segundo Isaías: caps. 40-55.) En este contexto de abatimiento y derrota, el profeta anuncia, en nombre de Dios, que la suerte de su pueblo cambiará. Confianza y fortaleza. Ante la proximidad de la acción divina, no es tiempo de desánimo, sino todo lo contrario, de confianza: Fortalezcan los brazos 8 débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Sólo una mirada como la del profeta es capaz de descubrir la llegada del Señor. Es preciso creer y confiar en quienes también hoy, como ayer, lo descubren en nuestros desiertos. El Señor llega salvando. El profeta habla en futuro; el evangelio de hoy en presente. El signo de que el Señor ya ha comenzado a transformar el desierto es que se abren los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos. Las realidades opresoras de muchos enfermos, desocupados, pobres, emigrantes, explotados y marginados desaparecen; y en sus vidas florecen nuevas esperanzas. Descubrirlo y alentarlo es estar en armonía con el plan salvador de Dios, que quizá tarde en cumplirse del todo. Por ello es necesaria, como se insiste en la segunda lectura, junto a la confianza, la paciencia. SEGUNDA LECTURA: St 5,7-10 La repetición de los términos relacionados con la “paciencia” a lo largo del texto muestra a las claras que se trata del tema central del mismo. La 2ª lectura del domingo pasado mostraba ya la relación de la paciencia con la esperanza, la gran virtud del adviento. El texto de Santiago supone dicha relación, aunque no la explicita; de hecho, la paciencia a la que el autor exhorta a sus destinatarios desde el principio se ordena a la venida del Señor, objeto de la esperanza cristiana. Como en otros lugares de su escrito, el autor recurre a un ejemplo de la vida ordinaria para apoyar su exhortación: la paciencia del sembrador que espera el fruto y, antes que éste, las lluvias que lo harán posible. El ejemplo aducido sirve de base para repetir esta primera exhortación, prácticamente en los mismos términos, aunque explicitando la relación con el ejemplo e indicando la cercanía de la venida del Señor. De esta indicación se puede concluir que, lo mismo que otras comunidades de la segunda o tercera generación cristiana (cf. 2 Pedr 3,3.4-9), la comunidad a la que escribe Santiago sintió vivamente el retraso de la parusía, un problema que se agravaba en su caso por la injusticia de los ricos respecto de los pobres (cf. 5,16). La referencia al sufrimiento de los profetas al final del texto muestra claramente que estas circunstancias están detrás de la insistente exhortación a tener paciencia y a animarse. La llamada a no quejarse unos de otros marca un segundo momento de la exhortación, en el que el tema de la venida se traduce en el de la inminencia del juicio de Dios, tan estrechamente vinculado a la escatología en toda la tradición bíblica. Tanto la 9 referencia al juez divino (cf. Mc 13,29) como la idea de la condena permiten descubrir en la exhortación de Santiago un eco de las palabras del Jesús a evitar el juicio y la condena de los demás para no ser juzgados y condenados nosotros mismos. Al final, el autor hace un nuevo esfuerzo por reforzar su exhortación, recurriendo a otro ejemplo, el de los profetas, presentados en su condición de “voceros” de Dios. El ejemplo de los profetas no es sólo de paciencia, sino también de fortaleza. Es decir, ellos muestran a las claras que la esperanza y la confianza en Dios no ahorran el sufrimiento y que tampoco éste tiene por qué acabar con aquéllas: el creyente puede seguir esperando y seguir confiando en Dios a pesar de todas las dificultades y adversidades. EVANGELIO: Mt 11,2-11 Mateo ha recogido el núcleo del texto de hoy, (los vv. 2-6), del evangelio de Dichos Q. Los exégetas lo consideran como un apotegma, es decir, una pequeña narración en que se destacan unas palabras auténticas de Jesús, que en nuestro caso conserva la forma de un diálogo didáctico. En esas palabras se expresa la autoconciencia de Jesús como Mesías. Tal como aparece este relato, estamos ante una reflexión cristológica, tomada de los misioneros de Q, sobre la relación existente entre la espera escatológica del Mesías por parte de Juan y sus seguidores, por una parte, y su propia confesión de Jesús, de acuerdo con el comportamiento mantenido por su Señor, por otra. Pero desentrañemos poco a poco la riqueza de este texto, dejando a un lado los otros versículos. 1. El Mesías esperado. Históricamente tiene solidez el hecho de que Juan dudó de la actuación mesiánica de Jesús. Éste rompía sus esquemas, ya que no se comportaba como el que tiene la horquilla en la mano (3,12). Lo que escuchaba sobre Él, encerrado en la cárcel, lo llenaba de dudas; no respondía para nada a sus expectativas mesiánicas. Jesús hablaba de un Dios Padre misericordioso, que ama y perdona sin condiciones, y Juan, en cambio, hablaba de un Dios Juez, que está a punto de condenar y castigar a la humanidad. De ahí, que se decidiera a enviarle una embajada de discípulos con una pregunta bien concreta: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?. (Q 7, 19 = Mt 11, 3/ Lc 7, 19). La expresión el que ha de venir (= o ερχομενος) no era en aquella época, tanto en el judaísmo como en la primitiva comunidad, una designación mesiánica sin más. Pero en la intencionalidad de Juan, tal como la presenta Mateo, sí contiene una clara alusión al Mesías, como quintaesencia de la esperanza final. Era Jesús esa figura escatológica, que iba a decidir la salvación de parte de Dios, en la forma y medida que 10 él pensaba, o había que esperar a otro. He aquí la cuestión planteada. 2. Los signos del Mesías: compasión activa. La respuesta de Jesús constituye todo un grito de júbilo, un canto de salvación. Aunque no contesta directamente a la pregunta, lo hace de modo indirecto, remitiendo a hechos probados, realizados por Él. Constituyen todo un signo fehaciente del Reino anunciado, que viene con su persona: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí! (Q 7, 22-23 =Mt 11, 5-6/ Lc 7, 22-23). Las palabras de Jesús constituyen un empedrado de citas, tomadas del libro de Isaías, que canta, como ningún otro, la expectación ante la salvación: “los ciegos ven” esta tomado de Is 29,18b; 35,5a); “los paralíticos caminan” de Is 35,6a; “los leprosos son purificados” de Is 35,8; “los sordos oyen” de Is 29,18a; 35,5b; “los muertos resucitan” de Is 26,19; “y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” de Is 61,1a. En Jesús se cumplen estas Escrituras, que poseen un marcado carácter mesiánico. Jesús es consciente de que, con su obrar, actúa en nombre y en lugar de Dios a favor de los seres humanos. No viene como Soberano y Juez, sino como Mesías-Siervo de Dios, que se debe a los pobres, cura las enfermedades y extirpa la culpa de los pecadores. Su manera de presentarse produce escándalo, porque rompe las expectativas creadas, que de hecho no corresponden a los designios divinos. Por eso, es dichoso quien no se escandaliza de Él, al mostrar una gran compasión activa ante los necesitados. Aunque en el Antiguo Testamento no existe ningún texto que sostenga que el Mesías obre milagros, sí que encontramos en él descripciones generales, que presentan al Mesías radicalmente implicado en el tiempo final de salvación. Y en ese tiempo pueden integrarse perfectamente los milagros. Jn 7, 31 da a entender que existía la opinión de que el Mesías obraría acciones maravillosas. Los misioneros de Q entonces pudieron muy bien corregir la dogmática judía sobre el Mesías a la luz del acontecimiento Cristo. Lo que nos importa resaltar aquí en este tiempo de Adviento es que cuanto Jesús dice y hace está mostrando que en Él se cumplen las Escrituras referentes al esperado por antonomasia de Israel, como el que nos trae la salvación en nombre de Dios. Algo que tiene que seguir resonando en nuestro corazón como una buena noticia, transformadora de nuestro acontecer. Algo, también, que está llamado a ser experimentado en nuestra existencia condicionada por el mal y la injusticia, y testimoniado ante la sociedad con el gozo y la alegría de quien sabe que su vida tiene sentido y camina hacia la plenitud con obras de compasión y misericordia, como las de Jesús. 11 PARA LA ORACIÓN PERSONAL 1er. Momento: apertura, escucha, acogida… Busco una postura corporal cómoda, y que me permita ir serenándome y centrándome… Puedo cerrar los ojos unos instantes... Tomo conciencia de que estoy en presencia de Dios… Respiro profundamente varias veces... Dejo que el silencio vaya creciendo en mí... Leo y releo la Palabra de Dios (quizá te convenga elegir un solo texto y centrarte en él). ¿Qué dice el texto en sí mismo? ¿De qué habla? ¿Hay algo que me llame la atención en forma especial? ¿Qué preguntas me surgen ante el texto? ¿Qué “me” dice el texto? ¿Cómo “me” veo reflejado en él? ¿Qué ecos, qué resonancias, suscitan en mí estas palabras...? ¿Tiene algo que ver conmigo, con lo que me pasa, con lo que estoy viviendo? ¿Me dice algo acerca de mí mismo? ¿Me aclara algo acerca del misterio que soy yo mismo? ¿Qué siento al respecto? ¿Qué me dice del misterio de Dios? ¿Qué rasgo o aspecto del misterio de Dios se me revela? ¿Qué siento ante eso? Estoy atento a los pensamientos, sentimientos, ideas, recuerdos, deseos, imágenes, sensaciones corporales… acojo serenamente todo lo que va surgiendo en mí, todo lo que voy descubriendo… En todo ello el Espíritu me hace “ver y oír”… y de alguna manera (que puede resultarme no tan clara en este momento), me hace experimentar el amor de Dios... 2° Momento: diálogo, intercambio, conversación... Hablo con Jesús, como un amigo habla con otro amigo, con plena confianza, con toda franqueza y libertad: le expreso mis sentimientos…, le cuento lo que me pasa..., le manifiesto mis dudas…, le pregunto…, le agradezco…, le pido..., le ofrezco... 3er. Momento: encuentro profundo, silencio amoroso, comunión... Después de haber hablado y de haber expresado todo lo que tenía que decirle al Señor, procuro permanecer en silencio… Trato de estar, simple, sencilla y amorosamente en presencia del Señor... Trato de que cese toda actividad interior, de que cesen los pensamientos y las palabras; a lo sumo, me quedo repitiendo alguna frase que se hubiera quedado resonando en mi interior, o reviviendo alguna imagen que me hubiera impactado especialmente… 12 PARA EL DIÁLOGO ENTRE TODOS (si ayuda… y si no, podemos hablar de lo que cada uno “ha visto y oído” en el rato de oración personal) En estos tiempos de confusión interior y de pérdida del sentido, es importante recordar que Jesús de Nazaret no es propiedad particular de las Iglesias ni de los cristianos. Es de todos. A El pueden acercarse tanto quienes lo confiesan Hijo de Dios, como también quienes andan buscando un camino para vivir más humanamente. Hace ya muchos años, el conocido pensador Roger Garaudy, marxista convencido entonces, gritaba así a los cristianos: «Ustedes han recogido y conservado esta esperanza que es Jesucristo. Devuélvanla al mundo, porque ella nos pertenece a todos». Y casi por la misma época, Jean Onimus publicaba su apasionante e insólito libro sobre Jesús con el provocativo título de «El perturbador». Dirigiéndose a Jesucristo, decía así el escritor francés: «¿Por qué vas a permanecer propiedad privada de los predicadores, de los doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, palabras directas, palabras que permanecen para los hombres, palabras de vida eterna?» Por eso, es para alegrarse el hecho de saber que muchos hombres y mujeres, alejados de la práctica religiosa habitual, leen el Evangelio o algún libro sobre Jesús de Nazaret. Porque sin lugar a dudas, Jesús puede ser para muchos el mejor camino para encontrarse con el Dios Amigo. Y para dar un sentido más esperanzado a sus vidas. Jesús no deja indiferente a nadie que se acerca a El. Uno se encuentra, por fin, con alguien que vive en la verdad, alguien que sabe por qué hay que vivir y por qué merece la pena morir. Intuye que ese estilo de vivir «tan de Jesús» es la manera más acertada y humana de enfrentarse a la vida y a la muerte. Jesús sana. Su pasión por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad y convencionalismos. Su amor a los indefensos desenmascara nuestros egoísmos y mediocridad. Su verdad desvela nuestros autoengaños. Pero, sobre todo, su fe incondicional en el Padre nos invita a salir de la incredulidad y a confiar en Dios. 13 Quienes hoy abandonan la Iglesia porque se encuentran incómodos dentro de ella, o porque discrepan de alguna de sus actuaciones o directrices concretas, o porque, sencillamente, la liturgia cristiana ha perdido para ellos todo interés vital, no deberían, por ello, abandonar automáticamente a Jesús. Cuando uno ha perdido otros puntos de referencia y siente que «algo» está muriendo en su conciencia, puede ser decisivo no perder contacto con Jesús. En algún sentido, de eso nos habla el evangelio de hoy cuando el evangelista pone en boca de Jesús estas palabras: «¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!». Felíz de aquel y de aquella que entiendan todo lo que Jesús puede significar en su vida… PROFESIÓN DE FE La fe del Adviento es fe en esperanza: es creer con todas las fuerzas que el Señor vendrá, que está por llegar el tiempo de la liberación plena y definitiva. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! A pesar de que no es fácil encontrar motivos y razones para mantener despierta la esperanza, creemos que el amor misericordioso del Padre todavía está presente en el corazón de muchos hombres y mujeres. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! La muerte temprana, absurda e injusta, de tantos niños que mueren de hambre, grita la cercanía del Salvador que librará al pobre que suplica y al afligido que no tiene protector. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Cuando tantos viven marginados y en una situación de opresión; cuando tantos están metidos en el pozo ciego de la angustia y la miseria; cuando tantos están solos y abatidos y ya no tienen fuerzas para esperar… 14 Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Vendrá el Salvador, vendrá el liberador, como don gratuito del Padre, a restaurar definitivamente la justicia; porque el Señor no es indiferente a la sangre y a las lágrimas, a la opresión y al sufrimiento de los seres humanos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos en el Espíritu que da la vida, que transforma la fe en amor y en entrega generosa a los hermanos, y que expresa la fe del Adviento en una oración agradecida; que las comunidades cristianas repiten con la esperanza y las palabras de María. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Creemos con la fe del Adviento, una fe que impulsa a abrazar la utopía. Creemos que vendrá, por fin y definitivamente, el Reino que Jesús ha inaugurado y que hará posible otra vida. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! Llegará el día en que la justicia correrá como el agua de un río. Creer es poner el hombro y dar una mano, mientras se espera, contra toda esperanza, un mundo nuevo y una vida mejor para todos. Creemos que el Señor vendrá: ¡Ven Señor, no tardes! 15 ORACIÓN DE LOS FIELES C: Llenos de confianza ante la cercanía de la Navidad, queremos presentarte, Padre bueno, algunas de las intenciones que traemos a esta celebración. A cada una respondemos: ¡Ven Señor Jesús! - Para que en Navidad y en todos los tiempos, la Iglesia sea, como Jesús, Buena Noticia para los pobres, para todos los hombres y mujeres necesitados de amor, de paz y de justicia. Oremos. - Para que en estos días cercanos a la Navidad todas las personas que se sientan tristes o nostálgicas, lejos de sus familias, en soledad… experimenten la fuerza del amor de Dios ayudándolos a superar las distancias y a sentirse en comunión universal. Oremos. - Para que en este tiempo Adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, profundizándola y compartiéndola con las personas con las que cotidianamente estamos en contacto. Oremos. - Para que nos preparemos a la celebración de la Navidad con realismo, poniendo lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás, de manera que, efectivamente, Jesús nazca en nuestros corazones y a nuestro alrededor. Oremos. - Para que los signos de desesperanza que vemos a diario, no nos conduzcan a la resignación o al fatalismo, y tengamos el coraje de vivir una fe sin claudicaciones, en la resistencia y el esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino. Oremos. - Para que en este tiempo de preparación a la Navidad, la austeridad de Juan Bautista, el precursor, nos recuerde el valor y la importancia de ser sobrios en nuestra celebración, a fin de compartir lo nuestro con los más necesitados. Oremos. C: Escucha, Padre bueno, nuestra oración, y ayúdanos a mantener encendida nuestra esperanza. Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo y nuestro hermano. Amén. 16 ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Al poner sobre la mesa este pan y este vino, que recibimos de tu generosidad y que ahora te ofrecemos, te pedimos, Dios nuestro, que ellos se conviertan por la acción de tu Espíritu, en Pan de Vida y Bebida de Salvación para nosotros. Junto con estos dones, que serán alimento para nuestro cuerpo y nuestro espíritu, te ofrecemos también nuestras vidas, y te pedimos que nos ayudes, en este tiempo de Adviento, a fortalecer y acrecentar nuestra esperanza en la llegada inminente de aquel que viene siempre y «que ha de venir», y en cuya presencia ya no necesitamos «esperar a otro». Te lo pedimos por Jesús, el Ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Amén. 17 ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS PREFACIO DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA C: El Señor esté con ustedes R: Y con tu espíritu C: Levantemos nuestros corazones R: Los tenemos levantados hacia el señor C: Demos gracias al Señor, nuestro Dios R: Es justo y necesario Todos juntos: Realmente es justo y es necesario darte gracias, Padre bueno, porque en este tiempo de Adviento recordamos tus promesas y nos sentimos animados a renovar de nuestra esperanza. Te bendecimos, porque por la acción de tu Espíritu nos abrimos a la posibilidad de escuchar hoy nuevamente la respuesta de Jesús a la angustiada pregunta de Juan: «los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí!» Somos conscientes de que nos cuesta compartir el pan, acercarnos a los pobres, y ser efectiva y activamente solidarios para con los que sufren, de manera de dar testimonio con nuestra propia vida, de esa Buena Noticia anunciada por Jesús. Por eso te pedimos que nos ayudes a ser compasivos y misericordiosos como Tú lo eres, y a colaborar contigo cotidianamente en la apasionante tarea de construir un mundo más justo y más humano. Gracias, Padre, porque siempre que recurrimos a Ti nos dices: «Aquí estoy», y renuevas nuestra confianza. 18 Bendito seas por las palabras y el testimonio de los profetas como Juan el Bautista que nos ayudan a soñar un mundo nuevo y un mañana mejor. Y bendito seas, especialmente, por tu Palabra hecha carne en Jesús de Nazaret, tu Hijo y nuestro hermano, por quien tu amor infinito e incondicional por todos los seres humanos, se puso de manifiesto de manera definitiva e irrefutable. Mientras aguardamos su venida te alabamos y te damos las gracias, y nos unimos a todos los que sueñan con una humanidad nueva, para cantarte, llenos de alegría: Santo, Santo, Santo… Celebrante: Santo eres, en verdad, Dios nuestro, Señor de la Esperanza y fuente de toda plenitud. Derrama tu Espíritu abundantemente sobre este pan y este vino ( + ) que aquí te presentamos, y sobre esta comunidad que se reúne en el nombre de Jesús, el Crucificado-Resucitado. Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, estando a la mesa con sus amigos tomó un pan, te dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por todos. De la misma manera, después de comer, tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: Tomen y beban todos de ella, porque esta es la copa de mi sangre; sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres y mujeres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía. Y desde entonces, éste es el Misterio de nuestra fe. 19 Todos: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús! Celebrante: Al proclamar la Resurrección de tu Hijo y expresar nuestro deseo de que Él vuelva pronto, te damos gracias una vez más, Padre bueno, por Jesús, imagen tuya y semejanza nuestra, que tuvo un corazón lleno de dichas y de penas, de alegrías y de tristezas de esperanzas y de angustias. Te damos gracias porque Él se unió en el Jordán al pequeño resto de los pobres y compartió con ellos la esperanza de la liberación. La víspera de su comunicación total y de su entrega definitiva, para que la muerte no tuviese ya la victoria, para que la libertad no fuese una meta inalcanzable, y para que en una misma mesa se reuniesen los pobres de todos los tiempos, celebró con sus amigos la cena del adiós. Ahora nosotros, Padre, recordamos aquel gesto del Señor Jesús, su pasión y glorificación, mientras aguardamos su advenimiento pleno al final de la historia. Acepta, Padre, nuestra buena voluntad. Que podamos ser llamados por Ti hijos tuyos, porque comulgamos en tu amor; que seamos hermanos unos de otros, para que brille la luz en las tinieblas y la oscuridad se vuelva mediodía con la Buena Noticia del evangelio de Jesús. Acuérdate de tu servidor el Papa Benedicto, y de nuestro obispo Carlos: que no se desconcierten como Juan y que no se sientan defraudados por Jesús, para que sean capaces de confirmar nuestra fe. 20 Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que ya han muerto, y cuyos corazones sólo Tú conociste a fondo; admítelos a contemplar la luz de tu rostro y llévalos a la plenitud de la vida en la resurrección. Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria. Te lo pedimos… Levantando el pan y el vino consagrados Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre misericordioso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén. 21 ORACIÓN FINAL Fortalecidos por la presencia de Jesús en cada uno de nosotros y en la comunidad, renovamos, Padre Bueno, nuestro deseo de comprometernos cada día más, en la tarea de hacer realidad tu Reino, en nuestra propia vida y a nuestro alrededor. Te pedimos que nos ayudes, en este tiempo de Adviento, a dejarnos interpelar por el testimonio de Juan el Bautista, y por los testimonios de tantos profetas modernos, que en medio de este mundo tan injusto y convulsionado, no dejan de admirar la belleza de las cosas, y de dar gracias por la hermosa y apasionante aventura de vivir. Que la entrega de Juan y la de tantos hombres y mujeres que buscan la verdad, y que trabajan día a día por la Paz y la Justicia, nos ayude a mantener encendida nuestra esperanza, y nos permita sostener a otros en la espera. Te lo pedimos por Jesús, que quiere nacer en cada uno de nosotros. Amén. 22 SUGERENCIAS PARA SEGUIR TRABAJANDO EN LA SEMANA PARA REFLEXIONAR 1. El Reino está donde está la liberación de los hombres. A medida que avanza el Adviento (no como tiempo litúrgico sino como tiempo de los cristianos comprometidos en la historia...), los textos bíblicos se hacen cada vez más claros en relación a ciertas preguntas que nos hicimos en reflexiones anteriores. La expresión «Reino de Dios» nos pudo parecer demasiado abstracta o muy «religiosa» y, en cierta medida, como fórmula lo es; pero ya nos vamos dando cuenta de que su realidad tiene muy poco de ese mundillo religioso que tanta alergia nos produce y con toda razón. También la palabra Adviento comienza a tomar colorido a medida que asumimos esa responsabilidad que nos corresponde como agitadores del Espíritu en este tiempo que transcurre. Pero si alguno aún ha quedado con dudas, al igual que los discípulos de Juan, tendrá que rendirse ante la evidencia de unas palabras, esta vez del mismo Jesús, que no admiten doble fondo ni truco alguno. El Bautista, profeta del Adviento, está en la cárcel por haber comprendido demasiado bien las lecciones que él mismo enseñaba: empujado por el viento del Espíritu, penetró como fuego en el mismo palacio del rey: “No te es lícito juntarte con la mujer de tu hermano”, le espetó al monarca. Conocemos el final. Y su antorcha todavía no ha sido apagada. Pero Juan, aun tras los cerrojos de la temible cárcel de Maqueronte, en pleno desierto de Judá, no dejaba de mirar al horizonte. Su absoluta lealtad y sinceridad lo llevó hasta a cuestionar al mismo Jesús: ¿Eres tú aquel a quien todos esperamos? ¿Ha llegado el Reino de Dios con tu presencia? Poco nos interesa si realmente hizo la pregunta, o si sólo la hicieron sus discípulos, o si simplemente se trata de un recurso didáctico del evangelista, deseoso siempre de poner de relieve la supremacía de Jesús sobre Juan, aún seguido como Mesías por ciertos grupos hasta finales del siglo primero. El centro del texto está en la respuesta de Jesús en una de las páginas más importantes de todo el Evangelio. Si Dios interviene en la historia de los hombres por su mediación, ¿cuáles son los signos que lo prueban? Si el Reino ya ha llegado, ¿cuáles son sus manifestaciones como para no correr el riesgo de confundirse? En aquella época, como ahora, existían muchos signos religiosos que pretendían ser signos de la presencia de Dios: el Templo, en primer lugar; luego, la Ley, la Biblia, los ritos y sacrificios, las oraciones, los ayunos, el precepto del sábado, etc. 23 Lo increíble de la respuesta de Jesús es que no alude a ninguno de estos tradicionales signos de la presencia de Dios y presenta, como manifestaciones de su reinado, hechos aparentemente carentes de sentido religioso; hechos, diríamos, profanos; acontecimientos que estaban fuera del ritual y de los manuales de teología. Su respuesta comienza con un dato de capital importancia: anuncien a Juan esto que están viendo y oyendo... ¿Qué se estaba viendo? Que los hombres eran liberados de sus seculares males y ataduras, y comenzaban a ascender a una nueva condición humana, más digna y justa. No otra cosa había anunciado «Isaías» a los hebreos desterrados en Babilonia; y no otra podía ser la respuesta de Jesús en una cita casi textual del antiguo vidente. Jesús no hace un largo discurso sobre la tan mentada liberación. La experiencia demuestra que los discursos poco interesan a los pobres, a los ciegos, a los mudos y a cuantos sufren una condición infrahumana. Simplemente tradujo en hechos concretos lo que consideraba como la más clara expresión de la voluntad de Dios, de ese Reinado de dignidad humana al que todos los seres humanos tienen derecho. ¿Dónde está el Reino de Dios? Hace falta estar muy ciego para no querer verlo: allí donde el hombre pasa de condiciones menos humanas a condiciones más humanas y dignas, allí está actuando Dios; allí está su Reino. Y antes de ponernos a discutir sutilezas sobre el significado de la liberación evangélica, es bueno seguir el consejo de Jesús: abrir los ojos y mirar. Miren los hechos que he realizado, miren mis acciones, miren a esta gente hasta ayer desposeída y marginada: ahora están libres de sus males. Mírenlos a la cara. Miren cómo ven y oyen, cómo hablan y caminan. Han recuperado su dignidad. Mírenlos bien... En ellos se ha manifestado la fuerza del Espíritu; en ellos ha obrado el Reino de Dios. 2. La liberación del hombre no admite limitaciones de ninguna especie Mucho se ha hablado y discutido en las últimas años sobre la liberación del hombre. Nosotros preferimos no perder el tiempo en vanas especulaciones que suelen esconder, en su rincón más profundo, un miedo a comprometerse y cierto pánico a ver claramente lo que es una simple verdad de evidencia. Lo que sí haremos es extraer algunas conclusiones que se desprenden espontáneas del texto evangélico: a) El Reino se manifiesta con hechos, no con palabras. O si se quiere ser más exactos: primero con hechos; luego, con palabras que los interpretan, explican, aclaran y profundizan. Estos hechos constituyen el Evangelio, palabra que significa “noticia”; y toda noticia lo es en la medida en que anuncia hechos concretos. La noticia sucede aquí y ahora; luego, el 24 periodismo se encarga de divulgarla o profundizarla en sus implicaciones. Pero sin hechos no hay noticia. Una noticia sin hechos es una mentira. Mentira es toda palabra que no va respaldada por hechos. Pues bien, Jesús anuncia a los pobres «la Buena Noticia». ¡Y feliz el hombre que no se siente defraudado por esa noticia! Es que nadie puede sentirse frustrado cuando puede comprobar, sobre el mismo terreno de los acontecimientos, que la noticia es verdadera porque los hechos hablan por sí solos. ¿Hace falta extraer alguna conclusión de todo esto? ¿Hace falta insinuar que los cristianos lo somos en la medida en que con hechos hacemos presente el Reino y su Justicia? ¿Hace falta afirmar que todas nuestras palabras, aun las más ortodoxas, son mentira y falsedad si no están sostenidas por un real y auténtico compromiso con los que peor lo pasan en la vida? b) El Reino se hace presente, sobre todo y antes que nada, allí donde los hombres viven cierta condición infrahumana. El texto no admite dudas al respecto. Al contrario, alude a los que viven en los palacios con un lenguaje que no debió de agradar a más de uno de los presentes. El Reino llega como un movimiento eminentemente social y orienta con ese solo gesto nuestra mirada hacia aquellos sectores que, ¡oh ironía!, fueron quizá los más abandonados por la Iglesia y los menos tenidos en cuenta, al menos en los últimos siglos. El Reino, penetrando en los estratos más humildes de la humanidad, nos señala el sentido de nuestro compromiso, sentido que cabalga sobre la inevitable dirección que tarde o temprano ha de asumir la historia. ¿Hace falta todavía seguir preguntándose si la marcha de la humanidad irá hacia la derecha o hacia la izquierda, hacia arriba o hacia abajo, cuando Jesús señala con su dedo la única y sola dirección que puede tener una historia que se precie de humana y justa? ¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas se hubieran evitado en estos veinte siglos de cristianismo si no hubiéramos marchado a contramano! Pero aún estamos a tiempo. Aún hoy se nos ha anunciado este Evangelio, siempre nuevo y siempre buena noticia. c) El Reino no se manifiesta en signos precisamente “religiosos” o cultuales. Las Bienaventuranzas del Reino insisten en el mismo detalle significativo, como asimismo todos los textos de Isaías. Esto no significa que el culto no tenga ningún valor. Precisamente lo tiene como reunión de los que se sienten liberados por la fe y que proclaman en la asamblea cómo el Reino se ha hecho presente en sus vidas. Ya hemos visto en nuestra anterior reflexión cómo el Bautismo es válido en la medida en que el Espíritu obra en nosotros su tarea de transformación y cambio. 25 ¿Será acaso otro el sentido de la Eucaristía, comida fraternal en la que ricos y pobres se sientan en pie de igualdad para comer el mismo pan y beber la misma copa? d) El Reino es anunciado en la calle, antes que en el templo. También Jesús predicó en los pórticos del Templo, pero en forma ocasional. Su evangelio fue realizado y anunciado allí mismo donde vivían los hombres, allí donde trabajaban y sufrían. Su anuncio fue esencialmente callejero y popular. No tuvo miedo de ensuciarse la túnica o las sandalias; ni se arredró cuando trató con mujeres de vida dudosa o con hombres considerados como corrompidos; tampoco se avergonzó de tratar a los niños (que en aquella época no gozaban de ninguna consideración social) o de sentir en su cara el aliento de los leprosos. En fin, él mismo lo dijo claramente: «No he venido para los sanos, sino para los enfermos.» ¿Hace falta extraer conclusiones de esta modalidad del Reino? ¿No será necesaria una revisión a fondo de toda la tarea pastoral de la Iglesia y de ciertas élites intelectualizadas y con tantos prejuicios sobre el pueblo inculto, supersticioso e ignorante? ¿Tenemos los cristianos un lenguaje directo, simple, comprensible, popular, o seguimos creyendo que cuanto más difíciles son las palabras más profundo es esto que llamamos «el misterio de Cristo»? ¿No tendrá razón aquel pensador chino, Lin Yu Tang, al decir que los occidentales cuando no tenemos nada que decir hablamos con palabras y términos complicados? ¿Hasta cuándo el evangelio y la teología seguirán como patrimonio de una minoría que piensa y habla de espaldas a lo que el común de las personas piensa y siente? e) El Reino llega como liberación de toda situación que atenta contra la dignidad humana. No se detiene en disquisiciones sobre derechos humanos... Tampoco distingue hipócritamente entre salvación espiritual y salvación temporal, entre la liberación del cuerpo y la del alma. Bastante sufre la gente como para que prolonguemos un minuto más su dolor con nuestras eternas disquisiciones. Jesús no conoció la distinción griega entre cuerpo y alma; sí conoció al hombre, no a través de los libros, sino por su propia experiencia de hombre pobre y por el contacto directo con enfermos, endemoniados, pecadores e indigentes. Tampoco murió «espiritualmente» en la cruz ni sufrió espiritualmente cuando le colocaron la corona de espinas o destrozaron su espalda con 39 latigazos. Por cierto que conoció una escala de valores: primero el hombre, después la ley y el culto. Primero el hombre que no tiene, después el que tiene; primero el enfermo, después el sano. También conoció la otra escala: primero el Reino y su Justicia, después el resto que vendrá por añadidura. Ese fue su lenguaje; ésos sus criterios de acción. 26 Podemos ahora usar la filosofía que nos parezca mejor, pero teniendo mucho cuidado de no terminar colocando nuestra filosofía por delante y al hombre por detrás... La Justicia del Reino (Justicia en lenguaje bíblico es todo el bien que Dios desea para el hombre) es interior y exterior, es individual y es social, es hacia dentro y hacia fuera, es para el espíritu y para el cuerpo... Es para el hombre y para la mujer, para el niño y para el adulto, para el negro y para el blanco. En una palabra: allí donde un hombre, cualquiera que sea, sufre bajo cualquiera de las formas que conoce el sufrimiento humano, allí ha de hacerse presente el cristiano que todavía reza: «Que venga tu Reino... y que se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo.» 3. Servir al Reino: gloria y privilegio de los pequeños El texto evangélico concluye con una paradoja: mientras Jesús alaba la fortaleza de temple de Juan el Bautista, y después de proclamarlo el más grande entre los nacidos de mujer, concluye con esas extrañas palabras: «Sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él». ¿Qué quiso decir Jesús con esto? Por cierto que no le resta grandeza a Juan ni supone por un instante que Juan no sea uno de los que pertenecen al Reino. Precisamente es todo lo contrario: fue grande porque sirvió con humildad a la causa del Reino. Tal es la grandeza de todo hombre, cristiano o no cristiano, que se precie de auténtico: servir a los más humildes e indefensos haciendo presente en el mundo la fuerza salvadora de Dios. Reino de Dios y liberación total del hombre son cara y cruz de la misma moneda; derecho y revés de esta realidad que llamamos historia; historia de salvación, de epifanía del Espíritu. La última frase de Jesús será explicada por él mismo en la última cena, poco antes de morir: que nadie busque honores ni privilegios, prestigio ni poder. Los cristianos, laicos y jerarquía, hemos de gozar del raro privilegio de sentirnos «los pequeños» en medio de los hombres, los servidores de la comunidad. Esta pequeñez, la pequeñez del Reino, es la mayor grandeza a que puede aspirar una persona. Podemos recordar aquí a María de Nazaret, tan relacionada con Adviento y Navidad: también ella fue proclamada la más feliz y grande entre las mujeres precisamente por esa su actitud humilde y servicial que constituyó la característica de toda su vida. De esta manera, el proceso de cambio de mentalidad preconizado por Juan es llevado hasta sus últimas consecuencias por Jesús: lo que antes se consideraba 27 grande, ahora es pequeño; lo que ante los hombres aparece como pequeño, es lo verdaderamente grande. Todos queremos una Iglesia grande, por eso debemos hacerla pequeña, humilde y pobre. Todos y cada uno de nosotros aspira a ser un hombre mayor, adulto, simplemente grande: nos basta con sentirnos el más pequeño en el Reino. Extraña paradoja del Evangelio que podríamos considerarla locura si la grandeza de Dios no se hubiera hecho tan pequeña en el niño de Belén. Cerremos ahora esta reflexión, que podríamos prolongar indefinidamente, extrayendo algunas conclusiones... 1. Nuestro lenguaje y modo de reflexionar pudo haber causado la impresión de que minimizábamos la importancia de la Iglesia, de esta comunidad de la que los cristianos formamos parte. Y tal fue nuestra intención: siguiendo el mismo texto del Evangelio, descubrir que lo primero es el Reino de Dios, distinto de la Iglesia y más allá de la Iglesia. La mayoría de nuestras discusiones llega a un callejón sin salida por no hacer esta clara distinción entre esa realidad absoluta, siempre nueva y siempre por llegar, presente pero siempre un poco o bastante ausente, el Reino o la total liberación de los hombres, y esta otra realidad, limitada, imperfecta, terrena, que conforma la Iglesia. Jesús anuncia el Reino, mientras prepara a un pequeño grupo de gente para que luego continúe esa misión: haciendo presente en el espacio y en el tiempo la realidad del Reino. Ese grupo, los llamados o convocados para una misión que es la misma de Jesús, se llama «iglesia», asamblea o pueblo que dedica todos sus esfuerzos, al igual que Juan el Bautista, no a anunciarse a sí mismo, sino a preparar los caminos para que el Reino penetre como lluvia en tierra sedienta. ¿Cómo ha de cumplir la Iglesia esta misión? No hace falta explicarla después de la reflexión de los textos de hoy: exactamente igual que Jesús: con hechos concretos y con palabras que proclaman e interpretan dichos hechos. Si alguien pregunta: ¿Son ustedes los seguidores de Jesús o debemos buscarlos en otra parte?, qué interesante sería que les pudiéramos responder con el texto de Isaias, que Jesús hizo suyo: Sí, somos nosotros; miren: los hombres son liberados y a todos los pobres les anunciamos la buena noticia del Reino de Dios. ¡Y felices ustedes si no se sienten defraudados por nuestro testimonio! 2. Sin embargo, los cristianos tenemos hoy una tarea en cierta forma distinta a la de Jesús, y por lo mismo nueva y original. No somos tan sólo repetidores del «canal principal». El concepto de liberación del hombre no es el mismo en cada época, si bien tiene un sentido original que 28 no varía. Siempre será hacer crecer al hombre hasta su máxima dimensión, en el nivel individual y en el social. Pero, y aquí radica nuestra misión específica y original, también debe crecer el hombre en la comprensión de sí mismo y de su dignidad y, por lo tanto, también crece, digámoslo así, el concepto mismo de liberación. En tiempos de Jesús, tal como hoy sucede en muchos países del llamado Tercer Mundo o mundo subdesarrollado, había ciertas necesidades humanas primarias que aún no habían sido resueltas ni satisfechas; tal era el caso de la salud e integridad física, de la alimentación, de la vivienda, etc. En otros países las mismas instituciones públicas están minadas por un poder incontrolado y por formas que atentan directamente contra los derechos humanos. Pero también existen otras situaciones no menos alienantes que las anteriores, que se dan tanto en unos países como en los otros, considerados más ricos o desarrollados. Podemos referirnos así a la dignidad de la mujer en cuanto persona, a la atención de los ancianos o de los deficientes mentales. Podemos también referirnos a ciertos grupos sobre quienes cae aún toda la ira de la sociedad, como los homosexuales o los drogadictos, o las madres solteras o los divorciados. También podemos descubrir a quienes sufren bajo el peso de la angustia, de la soledad, de la depresión; o aquellos que no logran encontrar un sentido a su vida y un ideal por el cual vivir con alegría y esperanza... En una palabra: siempre es Adviento para el hombre, cualquiera que sea su situación o nivel de vida. Siempre hay un pobre dentro de cada persona, porque siempre existe cierta carencia de un bien al que se aspira. Y cuanto más avanza la historia, más necesitado se siente el hombre de ser más y mejor. Así el Reino cada día llega y cada día está por venir. Así la liberación es siempre presente y siempre futura; hoy es logro, y hoy mismo es tarea a realizar. Tampoco tenemos los hombres la fórmula o receta única para lograr la liberación en cada caso particular. Otra tarea dejada a la capacidad, interés y originalidad de los hombres y grupos sociales, políticos o religiosos. A los cristianos la fe nos exige esta tarea, porque sólo así el Reino se hace presente. Pero en cada caso debemos buscar la forma y el modo concreto para que la liberación del hombre sea algo más que un bello concepto. Si es cierto que el Reino llega desde adelante como objetivo a alcanzar, también es cierto que desde atrás se debe empujar la historia para acertar en el blanco. El cristiano está obligado no sólo a rezar y pedir por el Reino, sino también a pensar... ¿No habrá sido éste un grave pecado de omisión del que aún no hemos tomado conciencia? Pensar cómo hacer presente aquí y ahora la obra liberadora del Reino, debería ser nuestro pequeño y gran servicio a los hermanos. 29 PARA LA ORACIÓN PERSONAL La figura de Juan Bautista da unidad a todo el pasaje evangélico de este tercer domingo de Adviento. Mateo presta especial atención a este personaje en su Evangelio. Es probable que tenga presente los grupos de discípulos de Juan que existían en su época (Hech 18,25; 19,1-7), y que trate de orientar la relación que mantienen los cristianos con esos grupos. Ante la polémica en torno a quién era mayor, si Juan o Jesús, deja zanjada la cuestión: Juan es más que un profeta, es el precursor de Jesús, el mensajero; pero el Mesías esperado, el que realiza los signos anunciados por los profetas, es Jesús. LEEMOS Y COMPRENDEMOS En el texto evangélico de hoy se distinguen claramente dos partes: 1) la respuesta a los enviados del Bautista (vv 2-6); 2) la declaración de Jesús sobre Juan (vv. 7-15): • Podemos volver a leer el Evangelio, muy lentamente y tratando de saborear las palabras. Luego, tras unos momentos de silencio, intentamos descubrir qué nos dice el texto. 1) Aparentemente, el comportamiento de Jesús no responde al ideal mesiánico de Juan. Éste, en la cárcel por haber criticado a Herodes, al ver que las obras de Jesús no son como él había pensado, al comprobar que decepcionaban a sus compatriotas, que el pueblo no se convertía, que crecían los conflictos con los jefes..., se siente desconcertado y angustiado, y envía a dos de sus discípulos para que pregunten directamente a Jesús si él es el Mesías. Obsérvese que Jesús no responde directamente a la pregunta, sino que remite a sus obras (una historia que está a la vista de todos) y a las Escrituras. Sus signos, contemplados a la luz de los oráculos proféticos (Is 35,5-6; 42,18), revelan claramente que él es el Mesías, el que tenía que venir. Él cura al pueblo de sus heridas, enfermedades y dolencias, le da vida y anuncia la Buena Noticia a los pobres. La respuesta de Jesús, como respuesta evangélica, orienta a Juan y a todos los demás. Pero no todos están de acuerdo con su estilo de vida, con sus obras, con su forma de vivir el mesianismo. De ahí que el mismo Jesús tenga que proclamar: «Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí». 30 2) La declaración de Jesús sobre Juan (vv. 7-15) consta de tres preguntas dirigidas al público. Las dos primeras tienen una respuesta negativa: Juan no es un predicador oportunista ni un personaje de la corte. La respuesta a la tercera es, sin embargo, positiva: Juan es un profeta, y más que un profeta; es el precursor del Mesías, es Elías, el que tenía que venir a prepararle el camino (Mal 3,23-24). La grandeza de Juan no estriba solamente en su carácter fuerte y en su coraje, en la rectitud de su obrar, en la austeridad de su vida; está, ante todo y sobre todo, en la respuesta a su vocación de profeta y precursor del Mesías. Juan es grande; no obstante, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Afirmación que no es fácil de entender, pero en la que al menos una cosa está clara: pertenecer al reino de los cielos supera cualquier otra grandeza. MEDITAMOS Y ACTUALIZAMOS - «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres». En el Evangelio hay una teología de la ternura que siempre es curativa y liberadora. Se ejerce con palabras, con las manos, con los ojos, con el corazón..., y se concreta en gestos de cercanía, en comidas en común, en diálogos, en contactos, en abrazos... Son los verdaderos gestos liberadores. Si algo caracteriza la vida de Jesús de Nazaret es su amor apasionado a la vida. Los relatos más antiguos lo presentan luchando contra todo lo que bloquea la vida, la mutila o empequeñece. Siempre atento a lo que puede hacer crecer a las personas. Siempre sembrando vida, salud, sentido, esperanza. ¿Qué significa todo esto para mí? ¿De qué manera está presente en mi vida la preocupación por los pobres y los que sufren? ¿Es mi fe en Dios fuente de ternura en mi relación con los demás? ¿Soy capaz de gestos genuinamente liberadores en mi relación con las personas con las que comparto cotidianamente la vida? ¿Me preocupo realmente por hacer crecer a las personas que tengo a mi alrededor? ¿Vivo, como Jesús, tratando de sembrar vida, salud, sentido y esperanza en los demás? - «Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí». Cuando Jesús, encarnación del mismo Dios, 31 se presenta al Bautista lo hace como alguien que ayuda a ver, que ofrece apoyo para caminar, que limpia nuestra existencia, que nos invita a vivir en plenitud. Pero el Dios de la ternura y de la vida también puede defraudar. Hay personas que se han hecho un Dios a su imagen y semejanza y por nada del mundo quieren desprenderse de él. El Dios manifestado en Jesús rompe sus parámetros. ¿Me abro a la novedad de ese Dios “diferente” que se nos revela en Jesús, y trato de vivir compasivamente; o proyecto en él mis propios resentimientos, rencores y mezquindades para justificar actitudes egoístas e insolidarias? - «Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él». Juan es un hombre fiel a sí mismo y a su misión. Austero, firme, lleno de coraje y esperanza. Nada de lujoso cortesano, nada de predicador oportunista... Pero, a la vez, es un hombre solo, encarcelado y sin poder ejercer su misión, con la duda en las entrañas y desconcertado: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Éste es Juan Bautista. Éste es el precursor. El elogio que Jesús hace de él nos revela qué es lo que cuenta para Dios y qué es lo que nos hace grandes en el Reino: Anunciar la Buena Noticia, preparar el camino del Señor, a pesar y más allá de nuestras limitaciones, de nuestras contradicciones, de nuestras dudas e incertidumbres. ¿Trato de contribuir desde mi propio lugar a hacer realidad el Reino, a pesar y más allá de mis propias limitaciones y contradicciones? ¿Intento ser fiel a mi misión aún en medio de dudas e incertidumbres? ¿Cuál es el elogio que Jesús podría hacer hoy de mí? ORAMOS A pesar de nuestras dudas e incertidumbres, a pesar de nuestros fracasos, a pesar de nuestras limitaciones, a pesar de nuestros falsos o desvirtuados ideales y esperanzas..., Jesús tiene un elogio para nosotros… ¿Qué me dice hoy Jesús? Espontáneamente, con mis propias palabras, y dejando que hable mi corazón: ¿Qué le digo al Señor…? 32 BUENA SEMANA!