José Julio Martín Romero, Espejo de príncipes y caballeros (II) de Pedro de la Sierra (2001) INTRODUCCIÓN LA SEGUNDA PARTE DE ESPEJO DE PRÍNCIPES Y CABALLEROS de Pedro de la Sierra apareció por primera vez en Alcalá de Henares en 1580. Salió de las prensas de Juan Íñiguez de Lequerica junto con una reedición –la cuarta– de la primera parte del ciclo, debida a Diego Ortúñez de Calahorra. La obra obtuvo gran éxito, si tenemos en cuenta la cantidad de reediciones –cuatro– que se hicieron de ella. Además, la última de estas reediciones se realizó en 1615, tras la aparición del Quijote. Este éxito propició la aparición en 1587 de una tercera parte, escrita por el alcalaíno Marcos Martínez y, ya en el siglo XVII, de una última parte del ciclo, manuscrita. La Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros muestra, a través de lo heterogéneo de sus influencias, la capacidad de su autor para absorber y sintetizar diversas tradiciones con el fin de crear un texto que, a pesar de sus imitaciones evidentes, resulta original por su concepción narrativa y su estructura. Pedro de la Sierra demuestra habilidad para narrar historias y mantener el interés del lector u oyente a través de técnicas como la no revelación de ciertos datos de la historia hasta un determinado momento o los combates forzados entre caballeros amigos a pesar de su propia voluntad. Una de las principales características de la Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros es su acelerado ritmo narrativo que recuerda, más que a la primera parte del ciclo, a las impetuosas carreras de los protagonistas del Orlando Furioso, una de las obras que más impresionó a su autor a juzgar por los numerosos momentos en que el autor aragonés se inspira en el italiano. Ya desde el inicio, la batalla entre Alfebo y Bramarante, y la veloz marcha de éste, con la consecuente persecución de aquél, marca el ritmo que va a dominar en la obra, no tanto el de la errancia en busca de aventuras como el de las persecuciones y las búsquedas apresuradas a causa de plazos. A ello ayuda el carácter de sus protagonistas tanto masculinos como femeninos –las doncellas se muestran como adversarios tan valientes y poderosos como los caballeros–, un carácter en el que, aunque la mesura y la cortesía no están del todo ausentes, el orgullo por la propia valía va a motivar más de un combate y, de igual forma que en el Orlando Furioso, los caballeros llegarán a enfrentarse entre sí para poder combatirse con un adversario común. Otro de los rasgos que han de destacarse de la obra de Pedro de la Sierra es la importancia de lo maravilloso. En el universo literario que crea el autor aragonés, en el que se mezcla lo artúrico, lo carolingio y lo grecolatino, tal como es frecuente en la producción caballeresca de la época, el aspecto maravilloso cobra una importancia enorme y roza en ocasiones lo simbólico. El encuentro con lo maravilloso se realiza a través de la llegada a un paraje sobre cuya ubicación se ofrecen escasos datos, lo que lo diferencia del resto de lugares del libro que, aunque pertenezcan al terreno de lo literario, se presentan dentro de la ficción como reales frente a estos otros ámbitos maravillosos. Si bien se dan datos geográficos muy precisos, por ejemplo, del viaje que realiza Claridiano en compañía de Antemisca y Belia, el autor se abstiene totalmente de dar ninguna información al respecto © Centro de Estudios Cervantinos José Julio Martín Romero, Espejo de príncipes y caballeros (II) de Pedro de la Sierra (2001) en el caso de la misteriosa isla en la que Trebacio encuentra el cuerpo de Herea, infanta de Cimarra, o la isla paradisíaca en la que Arquisilora encuentra encantado a Alpatrafio, convertido en árbol de metales preciosos en castigo por haber asesinado a su propia hija. Normalmente este acercamiento a lo mágico ocurre tras un viaje por mar o la entrada a un castillo. La vuelta al mundo real de los héroes se hace a través de una pérdida de la memoria de lo ocurrido o un desfallecimiento del héroe que lo saca del ámbito mágico. La obra de Pedro de la Sierra parece estructurarse a partir de la errancia y lo maravilloso; la errancia abre y cierra ciclos, mientras que lo maravilloso, a través de prodigios que presenta ciertos paralelismos, como es el caso de las historias de Alpatrafio y de Merlín, confieren al libro mayor unidad, a la manera de un tema musical con variaciones. La Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros recoge tópicos propios del género como el matrimonio secreto, el nacimiento clandestino, las marcas en la piel como señales del destino heroico o el amamantamiento del héroe por diversos animales. Entre los libros de caballerías previos que influyeron en él se encuentra la obra capital del género, el Amadís de Gaula, del que no duda en tomar episodios como el de la carreta del Rey de Sobradisa, convenientemente transformado por Pedro de la Sierra en Rey de Lira. Sin embargo, el autor también utiliza elementos de otras tradiciones, como la pastoril, que, si había sido compañera de los libros de caballerías desde Feliciano de Silva, la aparición de la obra Montemayor y el éxito que obtuvo el género hizo que no fuera infrecuente encontrar motivos pastoriles en obras caballerescas como, por ejemplo, el Olivante de Laura de Antonio de Torquemada (1564), Febo el Troyano (1576) de Esteban Corbera y la obra de Pedro de la Sierra, en la que lo pastoril tiene un peso relevante no sólo en lo argumental sino también en su composición. En efecto, si los libros de pastores proponían como motivo narrativo la lamentación por amor, en la Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros se encuentran, además de pastores que sufren y cantan sus penas de amor, caballeros que se comportan de igual forma. Así, los episodios amorosos cuentan con una estructura tomada de lo pastoril en la que la acción cede paso a la expresión lírica de los sentimientos. Esto lo diferencia de las obras más propiamente amadisianas –como lo es hasta cierto punto la de Ortúñez de Calahorra–, en las que el amor era principalmente un mecanismo para iniciar la errancia del caballero; si bien en estas obras los caballeros a veces lamentaban ser rechazados por sus damas, como es el caso del propio Amadís en el episodio de la Peña Pobre o el de Rosicler en el libro de Ortúñez de Calahorra, el peso argumental de estos episodios no eran los lamentos en sí –como ocurre en la Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros– sino la reacción: el período de penitencia en el caso de Amadís o simplemente la marcha del caballero para que así pueda continuar sus aventuras, en el caso de Rosicler. La imaginación creadora de Pedro de la Sierra va más allá y no duda en tomar elementos de obras para elaborar su texto, en el que se encuentran influencias tan diversas como la Eneida de Virgilio, el Orlando Furioso de Ariosto e incluso Boscán y Garcilaso; éste no sólo influyó en algunos de los muchos versos que se encuentran en el libro, sino que uno de sus episodios –la historia de amor de Eleno de Dacia por Floridama– repite el esquema que se encuentran en la Segunda Égloga del poeta toledano, imitación, a su vez, de Sannazaro. Hay que destacar la influencia que la materia troyana – muy posiblemente a través de la versión impresa que de la Crónica Troyana se realizó en el siglo XVI y que tanto éxito obtuvo– ejerció sobre el autor aragonés, aunque transforma los motivos y los utiliza para conferir a su mundo ficticio un carácter más universal; no duda © Centro de Estudios Cervantinos José Julio Martín Romero, Espejo de príncipes y caballeros (II) de Pedro de la Sierra (2001) en situar una de las aventuras, el rescate de Breño por parte de Trebacio y Rosicler, en la Isla Citarea, lugar del rapto de Helena. Y para no dejar lugar a dudas afirma que allí se encuentra el impresionante templo de Venus donde Paris llevó a cabo el rapto. La aparición de este tipo de motivos en los libros de caballerías pone en evidencia el carácter eminentemente permeable del género, que no duda en aceptar elementos ajenos para poder sobrevivir en el mercado editorial de la época. En definitiva, la Segunda parte de Espejo de príncipes y caballeros es una muestra de los libros de caballerías a finales del siglo XVI y de las innovaciones que aparecían en la producción caballeresca en un momento en el que la sensibilidad del público se había transformado desde la aparición de las obras iniciales del género, casi un siglo antes. José Julio Martín Romero © Centro de Estudios Cervantinos