La comunidad de paz de San José de Apartadó

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La comunidad de paz de
San José de Apartadó.
Alrededor de los hechos
de Febrero de 2005.
Juan José Romeo Laguna
Luis Fernando Martínez Zapater
Magistrados
MEDEL
1
«El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar
se levantó a las 5,30 de la mañana para
esperar el buque en que llegaba el obispo.»
Gabriel García Márquez
2
Introducción.
Apenas llevábamos veinticuatro horas en
Colombia. Al final de una jornada de viajes,
bofetadas de calor tropical y paisajes en verde, y
tras las primeras entrevistas de trabajo en San
Josesito, nos propusieron trasladarnos a San José
de Apartadó, distante apenas unos pocos
kilómetros. Tras casi media hora de agitación en el
todoterreno de la Defensoría del Pueblo, y con la
siempre inestimable compañía de Rubén Darío
Díaz, el encargado de la Defensoría de Apartadó
para la zona, llegamos a San José, el lugar donde
nació, hace ya casi diez años, la comunidad de
paz. La pequeña población, cuando ya la tarde
comenzaba a declinar, estaba casi desierta. El
lugar, que había sido el hogar de la mayor parte
de las personas a las que acabábamos de conocer
es, ahora, un pequeño núcleo de casas, muchas
deshabitadas, que ya presentan el desgaste
acelerado por los rigores del trópico.
Aparcamos al lado de la plaza. Pedimos
unos “tintos” en un tenducho donde tres personas
dejaban pasar el tiempo escuchando los ruidos del
monte próximo. Rubén Darío saludo a los
presentes, a los que parecía conocer, y todos nos
dimos la mano. En la plaza jugaban algunos niños,
apenas dos o tres, con un balón, bajo la mirada
desganada de otros jóvenes, éstos apenas
olvidada la adolescencia, uniformados con traje de
campaña verde oliva y armados con inmensos
fusiles que apuntaban al suelo. Más allá, junto a
una esquina, se veía otro uniformado. La policía
colombiana hacía acto de presencia en la
localidad para salvaguardar su seguridad.
El “tinto” debía cocinarse. Los clientes
eran tan inesperados aquella tarde que una
petición tan sencilla como la nuestra motivó que
las dos mujeres comenzaran a afanarse en el
interior del local. Mientras lo preparaban fuimos a
dar un pequeño paseo por el pueblo. Apenas
había vida. Sobre una terraza cubierta, cuatro o
cinco hombres se sentaban junto a una mesa de
billar, charlando y observando nuestros pasos. Les
saludamos con un ligero movimiento de cabeza. El
local, nos dijeron después, había sido abierto poco
tiempo atrás por un hombre del que se rumoreaba
que había estado integrado en un grupo de
paramilitares.
Casi en cada esquina un policía
fuertemente armado. El control policial, en una
jornada aparentemente normal, era total. Nada se
escapaba de su vista, cada ángulo, cada
movimiento en las calles de tierra, donde antes
había abundado la vida y que, ahora, solo eran
recorridas por un forastero con chaleco de la
Defensoría, al que ya conocían, y dos
desconocidos con pinta de extranjeros, era
cuidadosamente escrutado pese a sus caras de
aburrimiento mortal.
Subiendo una pequeña cuesta enlodada
llegamos a la escuela, situada en una zona del
pueblo elevada sobre la plaza. Entramos en el
patio por un agujero en la valla. Las aulas aun
guardaban los ecos de los ruidos y las risas de los
niños que las poblaron unos meses atrás. Este
nuevo curso apenas tiene alumnos. Algunos
cristales rotos, mesas y sillitas tamaño infantil
amontonadas por su inutilidad, el tejado de metal
de una de las clases agujereado. Abandono.
Seguimos a Rubén Darío hasta el antiguo centro
de salud, situado un poco más arriba de la
escuela. Allí la desolación y la ruina eran
completas. Apenas algún mueble desvencijado
apartado en los rincones de dependencias
invadidas por el calor, la humedad y los insectos.
Nadie se había curado allí en meses o tal vez en
años. Antes venía un sanitario de vez en cuando,
cada dos semanas, nos dijo Rubén Darío, ahora
ya no viene nadie.
Al salir de los restos de lo que fue el centro
de salud, los ojos que nos habían estado mirando
desde que llegamos a San José habían hablado.
Cuando caminábamos de nuevo hacia la plaza se
nos acercaron dos personas uniformadas,
portando armas largas, con uniformes de
campaña. Nos saludaron y, el que parecía estar al
mando, comenzó el interrogatorio, educado pero
exigente, sobre nuestra profesión, el motivo de
nuestro viaje, la organización para la que estamos
trabajando, la zona en la que nos estamos
moviendo. Le contestamos con la mayor
sinceridad. Y bueno -nos dice después de
escuchar nuestras respuestas- y entonces, ¿qué
les parece “Locombia”?.
Unos pocos meses después de que se nos
formulara aquella pregunta, y después de lecturas
y reflexiones, seguimos sin encontrar respuesta.
No podemos pretender en este informe ni siquiera
expresar una opinión personal sobre la situación
actual de Colombia. Las conversaciones que allí
sostuvimos, las entrevistas que realizamos, las
visitas oficiales, los contactos particulares, la
documentación recibida en Colombia o la
accesible en Internet y que hemos estudiado para
redactar estas paginas, fueron abriendo un
panorama de múltiples problemas con tan
variadas facetas, en ocasiones convergentes,
divergentes otras veces, que resulta imposible de
resumir en estas páginas. Tan solo pretendemos
aportar nuestra visión personal con relación a los
hechos que nos llevaron hasta Colombia, lo que
conocimos y vimos allí, lo que aprendimos durante
esos días y lo que hemos tratado de aprender de
3
los distintos documentos que hemos manejado
después y todo tamizado, como no podría ser de
otra forma, por los esquemas mentales que
derivan de nuestro ejercicio profesional diario
como jueces españoles y que no podemos evitar
ni ocultar.
Sobre la historia, los orígenes y la
evolución, hasta la situación actual, de la violencia,
de la guerra, en Colombia existen multitud de
tratados, libros, estudios e informes1 y también
sobre la situación de la población afectada por la
violencia, sobre los múltiples casos de violación de
los derechos humanos, homicidios, torturas,
delitos contra la libertad sexual, robos, secuestros,
extorsiones, desplazamientos forzados, falta de
acceso a la educación, a la salud, a los alimentos,
a la vivienda, a un trabajo digno. Los hechos que
nos llevaron hasta Colombia son sólo y por
desgracia una masacre más entre otras muchas,
pero tienen el valor del paradigma. Como todo lo
que percibimos durante el viaje, no pueden
explicarse de forma aislada, separados del
contexto en el que se produjeron. Sirva, a esos
efectos, la siguiente referencia.
1. San José de Apartadó: Breve
referencia histórica.
El corregimiento de San José de Apartadó
forma parte de la municipalidad de Apartadó, en el
departamento de Antioquia. Se encuentra en una
zona que, desde hace décadas, ha sido foco
permanente de la guerrilla de las FARC y,
posteriormente, lugar de enfrentamientos entre las
guerrillas, el Ejército, la Policía y grupos
paramilitares.
La historia de las últimas décadas en la
zona es la historia de las vivencias de una
población de frontera, de su lucha diaria por
sobrevivir en unión con la tierra y frente a una
situación de guerra que les ha envuelto, en la que
se han visto inmersos sin haber participado directa
y abiertamente en la misma, y, al mismo tiempo, la
historia de la toma de conciencia de los
pobladores con relación a su condición, a sus
derechos, a su situación en el centro de un
conflicto que no pueden controlar, pero del que
decidieron, en libertad, no formar parte, de los
múltiples hechos de violencia de los que han sido
objeto, que han venido sufriendo de forma directa
y por los que han reclamado la actuación de la
Justicia sin conseguir, al menos hasta nuestros
1
Con relación a la historia del conflicto armado en Colombia y
su evolución nos resultó de interés, aun habiendo sido
publicado hace más de dos años, el informe del PNUD “El
Conflicto, Callejón con salida”, del año 2003, accesible en:
http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte
nido&f=1142946518
días, un resultado siquiera alentador, la historia de
una comunidad que, por sí sola, sigue intentando
mantener su identidad, sus principios y su forma
de vida en el lugar donde se establecieron, donde
han nacido y crecido durante generaciones.
Con relación al territorio en el que se
encuentra situada la comunidad de paz de San
José de Apartadó, la historia más reciente de su
población, así como su economía y el proceso que
condujo a su constitución, resulta ilustrativo el
artículo de Maria Teresa Uribe en el libro
“Emancipación social y violencia en Colombia”2.
Allí se expone que la región en la que se
encuentra situado San José de Apartadó se
encuentra en una zona geoestratégica en la que
se
entrecruzan
intereses
nacionales
e
internacionales. El territorio de Urabá está situado
entre los dos océanos, el Atlántico y el Pacífico,
próximo a la frontera con Panamá y, por tanto, con
Centroamérica, y próximo a su vez a Venezuela y
el Caribe. En la zona existe una importante
producción de banano para la exportación, que
exige el empleo de tecnología agraria y una
importante organización empresarial. También
existen amplias zonas de ganadería extensiva.
Con esas organizaciones productivas conviven
otras zonas de economía campesina, áreas de
colonización espontánea hacia la selva y los
bosques primarios todavía existentes. En el
entramado social coexisten, no sin dificultades,
pequeños grupos cooperativos y organizaciones
gremiales de grandes productores y exportadores.
Entre la población, a los indígenas originarios que
todavía permanecen, se han ido agregando, en
distintas etapas, grupos heterogéneos de diversa
procedencia: negros, indios, “contrabandistas”,
criollos, gente perseguida por razones políticas o
personales, que buscaron, en esta zona entonces
apartada del centro de Colombia, la invisibilidad de
las autoridades. Es en la década de los años
sesenta del pasado siglo cuando, tras la
terminación de la carretera que une la región con
el centro del país, y el desarrollo del cultivo del
banano a impulsos de la United Fruit Company, se
produjo la colonización completa de la región,
situación que, pese a lo que pudiera pensarse, no
significó una presencia institucional fuerte del
Estado colombiano. Al contrario, los intereses
económicos privados imperantes en el territorio
produjeron sus propias dinámicas, expulsando a
los residentes de las tierras que comenzaban a
utilizarse en la agricultura empresarial, empujando
a los pobladores y a los que iban llegando a las
zonas de serranía o sometiéndolos a un régimen
laboral carente de mediaciones institucionales o
apoyos sociales.
2
Libro de los editores Boaventura de Sousa Santos y Mauricio
García Villegas. Publicado en Editorial Norma, Bogotá, 2.004.
4
Es en esta coyuntura cuando se funda San
José de Apartadó, en las inmediaciones de la
serranía de Abibe, apenas a doce kilómetros de la
principal población y centro urbano del eje
bananero, Apartadó.
Desde finales de los años sesenta la zona
se convirtió en territorio de enfrentamientos
armados, con presencia de varias organizaciones
guerrilleras, entre ellas las FARC y el ELP,
posteriormente convertido en el movimiento
político Unión Patriótica tras el proceso de paz con
el gobierno colombiano culminado en 1.991. Para
estas organizaciones la zona era de capital
importancia, tanto para proveerse de recursos
financieros por medio del secuestro y el chantaje,
como para el ejercicio político, mediante su
influencia en sindicatos y organizaciones sociales.
Según destaca Maria Teresa Uribe en el
texto antes citado3 «en las áreas de economía
campesina, las zonas de colonización y los
pequeños poblados, como San José de Apartadó,
la gente no se sentía amenazada por la presencia
guerrillera, pues no era objetivo directo de su
accionar militar y mantuvo con ellos relaciones
más fluidas y menos tensas».
La evolución de la situación en las
primeras décadas del conflicto en la zona puede
establecerse en diversas fases:
Desde finales de los años sesenta hasta
finales de los años ochenta, una primera fase de
presencia de poderes insurgentes que van
convirtiéndose en un referente de integración para
las poblaciones, que llegaron a desarrollar
funciones judiciales y policiales ante la ausencia,
desde su origen, de una presencia real del Estado.
La insurgencia se va convirtiendo, así, en la «otra
ley, con capacidad para establecer un orden en la
zona y… al propio tiempo, servía a los pobladores
como principio inteligible del universo social y
como
referente
para
sus
acciones
y
comportamientos».
A finales de los años ochenta, se abre una
segunda fase: «el desarrollo del estado de guerra
en el país terminó por activar procesos de
contrainsurgencia, privados e ilegales, mediante la
irrupción
de
varias
modalidades
de
paramilitarismo, de las cuales las más importantes
son, en esta zona, las Autodefensas Campesinas
de Córdoba y Urabá». Estos grupos entran en
3
Obra citada en el apartado anterior. Un extracto de la misma
fue publicado en “Noche y Niebla: Caso Tipo número 6”,
Bogotá, Octubre de 2005 y puede ser consultado en Internet en
la siguiente dirección:
http://www.nocheyniebla.org/casocdp.htm
acción en las zonas donde la guerrilla había tenido
una presencia más activa y organizada, con la
intención de reconquistar el territorio. En la zona
de Urabá tienen una fuerte presencia, con una
“estrategia de barrido”, dejando una estela de
asesinatos, desplazamientos forzados y masivos,
desarticulación de organizaciones sociales. En la
zona de San José de Apartadó, a tenor de los
datos, sólo se logra someter el corregimiento a
principios de 1.996 (María Teresa Uribe, obra
citada). Durante los años anteriores, los habitantes
de San José de Apartadó realizaron actuaciones
dirigidas a reclamar al orden institucional apoyos e
inversiones, y, al propio tiempo, las reformas que
propiciaron la elección municipal de alcaldes,
permitieron que la Unión Patriótica, partido de
izquierda surgido de los primeros acuerdos de paz
con las FARC llegara controlar cuatro alcaldías en
la región, entre ellas la de Apartadó. San José se
convirtió en uno de los fortines electorales más
importantes de ese partido en la región, se logró el
reconocimiento institucional con la creación del
corregimiento y la zona vivió un periodo de
expansión económica y social, pero, al propio
tiempo, situó a San José de Apartadó como uno
de los focos del conflicto armado nacional. Todas
estas circunstancias, junto con la situación
geoestratégica de San José de Apartadó como
punto de entrada a la sierra de Abibe, foco de la
guerrilla, proximidad a Apartadó, centro económico
de importancia de la región, confluencia de
corredores de circulación de la guerrilla en la zona,
propiciaron que la zona tuviera una situación de
especial relevancia y la colocaron en el punto mira
de los grupos paramilitares y, a su vez, la
actuación de éstos en la zona fue uno de los
hechos
determinantes
que
motivaron
la
declaratoria de la comunidad de paz firmada en el
año 1997.
Podría entenderse que, la tercera fase, se
inicia en el proceso de toma de conciencia entre
los pobladores de la zona de San José de
Apartadó que condujo a la declaratoria de la
comunidad de paz, enfrentados a la situación de
guerra presente, con intervención no solo de los
actores armados que tradicionalmente habían
actuado en la zona, sino de nuevos grupos, de los
que se convirtieron, en muchas ocasiones, en
objetivo directo, hubieron de adoptar nuevas
estrategias de resistencia y una nueva forma de
organización que les permitiera la supervivencia
aún en condiciones mínimas. Se aprovecharon
para ello anteriores experiencias de cooperación
en la comercialización de sus productos,
adaptándolas a las nuevas circunstancias para, al
menos, poder mantener, aun con nuevos modelos,
la producción agrícola y la comercialización
externa, colectivizando el uso de las tierras como
paso necesario ante la imposibilidad de mantener
5
los sistemas de trabajo tradicionales, individuales,
por los continuos ataques que sufrían los
campesinos cuando acudían solos a sus tierras.
Los pasos que fueron dados por las necesidades
impuestas por la evolución de la guerra en la zona
se convirtieron en alternativa de organización
social, de participación en el destino de la
colectividad y, en definitiva, de lucha contra la
explotación económica del campesinado en la
zona.
2. La declaratoria de la Comunidad de
Paz de San José de Apartadó.4
Las experiencias vitales de los pobladores
de la zona de San José de Apartadó que
condujeron a la declaratoria de la comunidad de
paz el día 23 de julio de 1997 están resumidas de
forma sintética en el considerando que da inicio a
la declaratoria: «la gravedad de la crisis
humanitaria y desplazamientos forzados en la
zona, la persistencia de la presencia de actores
armados que atacan de forma indiscriminada a la
población civil, la ineficacia de las medidas
estatales de control y judicialización de los actores
armados, y la voluntad de la población civil
campesina no combatiente de poder continuar
viviendo y trabajando en sus tierras y conseguir
ser respetados por todos los actores en el
conflicto».
La declaración de la comunidad de paz
supone un compromiso personal para cada uno de
sus integrantes, y supone por tanto una
declaración expresa de voluntad individual, un
previo conocimiento del proyecto y una formal
adscripción a la misma. Cada persona debe
demostrar que conoce la declaratoria de la
comunidad, que no es parte directa o indirecta en
el conflicto, que acepta el reglamento interno, que
se compromete activamente en el desarrollo del
proceso y en las actividades comunitarias que se
le asignen: todos los miembros de la comunidad
se comprometen a participar en los grupos de
trabajo, que se encargan de la producción
colectiva de alimentos, y en los distintos comités,
que se ocupan de aspectos concretos para la
organización de la vida en común.
La declaración de la comunidad y la
neutralidad frente al conflicto, frente a todos los
actores armados, exigen la organización de una
autoridad como garantía mínima para el
cumplimiento de los objetivos propuestos. Su
única autoridad es el Consejo Interno, con
funciones administrativas y disciplinarias, que
4
El texto completo de la declaratoria puede consultarse en
http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/02EscenciaComunida
d.pdf
coordina las actividades de la comunidad, resuelve
los conflictos que se suscitan entre sus habitantes
y dispone la aplicación de sanciones a quienes
violen los acuerdos aceptados por la comunidad.
El Consejo también representa a la comunidad
ante los actores armados y ante las
organizaciones y organismos nacionales o
internacionales. La autoridad del Consejo no tiene
reconocimiento institucional ni oficial, sino
únicamente la que deriva de su legitimidad dentro
de la propia comunidad, de su sistema de elección
y del propio y continuado ejercicio de las
competencias que desde la comunidad se le han
atribuido.
La elección de los miembros del Consejo
ha venido realizándose previo un proceso de
reuniones por “veredas” (aldeas o pequeñas
poblaciones)
para
reflexionar
sobre
las
características que debe tener cada miembro del
mismo. Se realiza una lista con los posibles
candidatos y se procede a las elecciones en una
fecha previamente señalada. Las ocho personas
que tengan la votación más alta serán los
integrantes del nuevo consejo si cada uno de ellos
decide, de forma libre, aceptar el cargo.
La propia comunidad ha recogido, junto
con un reglamento interno de funcionamiento, los
principios de su actuación: la libertad, autonomía
de la comunidad y de cada uno de los individuos
que la componen para tomar sus propias
decisiones;
el
diálogo
transparente,
comprendiendo que la posibilidad de sobrevivir en
una zona de conflicto pasa por sobrevivir en la
verdad y en decir abiertamente a los actores
armados que no se puede colaborar en la guerra;
el respeto a la pluralidad, partiendo de la
neutralidad cada persona tiene derecho a discutir,
al desacuerdo, a plantear alternativas; la
solidaridad, sumar esfuerzos para conseguir el
bien común, solidaridad en la exigencia de respeto
para todos los miembros de la comunidad;
resistencia y justicia, resistencia frente a la
situación de injusticia y exigencia del derecho a la
defensa, frente a los ataques, y de justicia. Con
posterioridad a la declaratoria se han creado, con
el impulso de la comunidad de paz, “zonas
humanitarias” en algunas veredas próximas a San
José de Apartadó
La historia de la comunidad de paz, desde
su fundación, es la historia de los ataques
recibidos, la historia de la resistencia de sus
miembros y la historia de su demanda de justicia
en todas las instancias a las que han podido
acceder. También es una historia de la impunidad.
3. Los ataques a la Comunidad de Paz.
6
Las agresiones a miembros de la
comunidad de paz, desde el año 1.996, poco
antes de su creación, y hasta octubre de 2005,
han sido múltiples. Se han recogido y detallado de
forma minuciosa5, más de quinientas agresiones,
entre las que se incluyen hasta 150 muertes
violentas, detenciones arbitrarias, desapariciones
forzosas, torturas, amenazas, desplazamientos
forzosos colectivos, pillajes.
Desde su creación, la comunidad de paz
ha vivido permanentemente la agresión de los
distintos actores del conflicto, si bien puede
destacarse que el número de víctimas y de
agresiones atribuidas a miembros de la guerrilla
presente en la zona ha sido considerablemente
más reducido que el que se imputa a los grupos
paramilitares o, directamente, a la actuación del
Ejército y de la Policía de Colombia. Así, en la
relación que puede verse en el enlace a pie de
página, 20 homicidios de los 150 reseñados se
consideran realizados por la guerrilla y, los
restantes, por los grupos paramilitares y por el
Ejército su mayor parte, organizaciones que a las
que también se atribuyen, junto con la Policía, la
mayor parte de los restantes hechos constitutivos
de agresiones graves contra la comunidad de paz
o sus miembros.
La situación de la comunidad de paz
desde octubre de 2005, en que finaliza el informe
citado, hasta la fecha de nuestra visita y con
posterioridad a la misma, sigue siendo
prácticamente idéntica. Las agresiones continúan
realizándose de forma sistemática. En los meses
transcurridos desde octubre de 2005 se han
contabilizado nuevas muertes violentas y otros
ataques a miembros de la comunidad, por citar
solo los más recientes, la muerte de Arlen Rodrigo
Salas, a la que más adelante nos referiremos, el
día 21 de noviembre de 2005; la muerte de
Edilberto Vásquez Cardona el pasado 12 de enero
de 2006; la muerte de Nelly Johana Durango en
los primeros días del mes de marzo de 2006; la
detención durante unas horas de uno de los
líderes de la Comunidad y miembro de su
Consejo, Gildardo Tuberquia, el pasado 21 de
marzo de 2006.
significativo, pero solo un ejemplo, de todos los
que vienen produciéndose contra los miembros de
la comunidad de paz y de los nulos avances
producidos en su investigación. Constituyen, por la
relevante personalidad de algunas de las víctimas,
por la escasa edad de otras, y por la
trascendencia pública que tuvieron, un ejemplo
especialmente significativo que puede ayudar a
comprender la realidad vivida en San José de
Apartadó.
4. Los hechos de febrero de 2005.
4.1. La versión de la Comunidad. Extractos de
la publicación “Noche y Niebla”6.
«El sábado 19 de febrero de 2005, hacia
las 09:00 horas, cerca de 100 unidades del
ejército, en uniforme militar completo, con
insignias y botas militares, llegaron a la vereda La
Esperanza, de San José de Apartadó. Cuando
Don Alberto Aníbal Vargas, quien tiene sus
campos de cultivo en La Esperanza, llegaba a la
casa de su vecino Don José de los Santos Berrío
vio salir de entre el rastrojo a numerosos militares
quienes lo sometieron inmediatamente a
interrogatorios. Los militares afirmaban no creer
que él estuviese allí para trabajar, pues decían
que quienes van por esa zona solo van a observar
los movimientos de los militares y de los
paramilitares para ir a comunicárselo a la guerrilla.
Al saber que él venía de San José de Apartadó, le
dijeron que “allá no hay sino guerrilla” y lo
presionaban para que se regresara a San José, si
quería estar cerca de la guerrilla, o se fuera para
Nueva Antioquia, donde están los enemigos de la
guerrilla. No obstante que él les explicó que
estaba cosechando un arroz, lo obligaron a
permanecer confinado en la casa de sus vecinos
con prohibición de moverse de allí hasta nueva
orden, advirtiéndole que si violaba la prohibición,
ellos no responderían por las consecuencias. Esa
misma mañana, otros pobladores que tenían sus
parcelas y viviendas al otro lado del río, decidieron
desplazarse hacia la vereda de Playa Larga.
Como Don Alberto tuvo que quedarse esa noche
en la casa de sus vecinos, al día siguiente, al no
ver militares en los alrededores, se fue a trabajar
en la cosecha y regresó a la casa del vecino, pero
ya éste había decidido desplazarse también.
Luego se enteró de que los militares habían
avanzado en la tarde del sábado 19 hacia la
vereda Las Nieves.
Desde la declaratoria de la comunidad, las
agresiones y actos violentos en la zona parecen
haberse incrementado, y han mantenido una
presencia constante en la vida de los campesinos
de la zona. Los hechos ocurridos en febrero de
2005, que fueron los que motivaron, inicialmente,
nuestro viaje, son sólo un ejemplo, especialmente
El mismo 19 de febrero de 2005, a las
16:00 horas, llegan a la vereda Las Nieves, de
5
6
Los detalles pueden consultarse en las siguientes páginas:
http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio
n.pdf y en
http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/05VictimasCifras.pdf
Noche y Niebla, “San Josesito de Apartadó, la otra versión”.
CINEP y Banco de Datos de Violencia Política, Bogotá Octubre
de 2005. Puede consultarse la publicación íntegra en
http://www.nocheyniebla.org/
7
San José de Apartadó, siete militares con
uniformes de camuflado (…). Llegaron a la casa
de un poblador que no tenía candado; entraron,
tumbaron al piso las ollas, robaron cien mil pesos,
se apoderaron de los machetes y esa noche se
adueñaron de la casa. Ese mismo día, hacia las
10:00 horas fue detenido en Apartadó por
integrantes de la Policía, Norbey Sepúlveda,
miembro de la Comunidad de Paz de San José de
Apartadó,(…).
El domingo 20 de febrero de 2005 el
ejército ingresó hacia las 05:00 horas a la casa de
Dña. Gladys Guzmán Palacios, quien se
encontraba con su hija Diana Marcela Guzmán, en
la vereda Las Nieves. Allí dispararon a quienes
aún estaban acostados e hirieron al miliciano
Marcelino Moreno, quien se encontraba de visita
en la casa de la madre de su hija. La niña Diana
Marcela fue herida y trasladada al hospital de
Apartadó. Marcelino se levantó herido y fue a
buscar un arma con la cual se enfrentó a los
soldados. En el enfrentamiento un soldado quedó
herido y fue trasladado también al hospital de
Apartadó, mientras Marcelino quedó muerto.
Cuando su cadáver fue sacado por los soldados
para llevarlo a Apartadó, tenía un brazo y el
cráneo destrozado (…).
El mismo domingo, 20 de febrero, en la
vereda Las Nieves se escuchó ruido de
helicópteros militares muy temprano. A las 08:00
horas un poblador adulto y otro joven se dirigían a
pilar un arroz cuando vieron a dos hombres
encapuchados en trajes civiles mientras algunos
soldados que vieron pasar a los dos pobladores,
dijeron, refiriéndose al adulto: “éste es el que
necesitamos;
quemémoslo;
quemémoslo”.
Entonces los dos encapuchados le dijeron a los
soldados: “No lo quememos porque se nos daña el
plan”. Los dos pobladores, al escuchar que los
iban a matar, corrieron y se internaron en el
bosque rápidamente donde permanecieron 10
días escondiéndose en diversos sitios; en el
camino se encontraron con otros pobladores de la
vereda Las Nieves, quienes también huyeron
luego de percatarse de que los soldados
pretendían asesinarlos. Uno de esos campesinos
se había encontrado con la tropa en el camino y
un soldado le dijo que si se había escapado de
morir eso era casi un milagro, pues la consigna
que llevaba la tropa era la de matar desde niños
hasta viejos, aconsejándole enseguida que se
fuera de la región. Una comisión de la Comunidad
de Paz, que los daba por desaparecidos, fue a
buscarlos el 1° de marzo y los acompañó hasta el
caserío de San José.
El lunes 21 de febrero de 2005, Alirio
Cartagena, integrante de la Comunidad de Paz, y
Dumar Areiza, poblador de la zona, se
desplazaron hacia Apartadó con el fin de cobrar
algunos salarios que la Alcaldía de Apartadó les
adeudaba (…) fueron interceptados por dos
hombres en traje civil quienes los señalaron como
“guerrilleros”, dejándolos seguir. Luego, cuando
estaban en la terminal del transporte buscando un
vehículo para regresar a San José, hacia las 11:00
horas, fueron detenidos sin ninguna orden judicial
por agentes de la Policía y conducidos al
Comando
donde
fueron
sometidos
a
interrogatorios hasta las 18:00 horas. Allí los
expusieron ante una supuesta “guerrillera” para
que los identificara; les preguntaron por los líderes
de la Comunidad de Paz, solicitándoles dar sus
nombres y direcciones; les decían que tenían que
colaborar con la Policía informando sobre todas
las actividades de la Comunidad de Paz y sobre
todas las personas que entraban y salían de San
José. Al dejarlos en libertad ya al anochecer, les
advirtieron que continuarían investigándolos.
También el lunes 21 de febrero de 2005,
hacia las 08:00 horas, Luis Eduardo Guerra
Guerra, uno de los líderes históricos de la
Comunidad de Paz de San José de Apartadó,
salió de la casa de su madrastra, ubicada en el
sitio El Barro, de la vereda Mulatos, hacia el sitio
conocido como “Macho Solo”, de la misma vereda,
para cosechar un poco de cacao. Luis Eduardo
había subido de San José el sábado 19 con la
intención de cosechar el cacao y de regresar el
lunes 21, ya que el miércoles tenía que viajar a
Medellín para llevar a control médico a su hijo
Deiner Andrés, quien se estaba recuperando de
los destrozos sufridos en una de sus piernas el
pasado 11 de agosto, a causa de la explosión de
una granada dejada por el ejército en una vereda
de San José. Puesto que el domingo 20 se
escucharon disparos y ruidos de explosiones que
debían estar ocurriendo en la vecina vereda de
Las Nieves, Luis Eduardo y su familia decidieron
no ir a cosechar el cacao, y el lunes prefirió
retrasar su regreso e ir a cosechar algo de cacao.
Cuando iba hacia su parcela, junto con su nueva
compañera Bellanira Areiza Guzmán, de 17 años,
ya que su esposa había muerto a causa de la
misma explosión que dejó herido a su hijo Deiner
Andrés, de 11 años, quien también lo acompañaba
montado en una mula, se percataron de que el
ejército estaba en la zona y permanecía oculto
entre el rastrojo. Otro pariente que también los
acompañaba, le señaló a Luis Eduardo a un militar
que se encontraba adelante, en el camino, a corta
distancia, pero el militar al ser señalado se agachó
y se ocultó entre el follaje. El pariente le rogó a
Luis Eduardo que se regresaran a casa pues la
zona estaba militarizada. Luis Eduardo respondió
que no se iba a regresar y que si era necesario
discutiría con los militares para que le dejaran
8
cosechar el cacao. Pocos segundos después,
vieron levantarse soldados de ambos lados del
camino, donde permanecían ocultos, y les
gritaron: “Alto y manos arriba”. El pariente de Luis
Eduardo logró huir corriendo velozmente, y
aunque los soldados le gritaron que lo
perseguirían, no lo hicieron. Más tarde él diría: “ya
tenían a su presa principal y no la iban a soltar
para perseguirme a mí”. Mientras iba corriendo,
todavía muy cerca, alcanzó a escuchar gritos de
dolor de Luis Eduardo, de Bellanira y del niño. Se
encontraban a poca distancia del Centro de Salud
de la vereda Mulatos Medio, muy cerca de la orilla
del río Mulatos.
El mismo lunes 21 de febrero de 2005,
hacia las 12:30 horas, tropas del ejército llegaron a
la vereda La Resbalosa, de San José de Apartadó,
distante cerca de una hora de Mulatos, a la casa
de Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, de 34
años, quien se encontraba almorzando en
compañía de su esposa Sandra Milena Muñoz
Posso, de 24 años, de sus hijos Natalia Andrea,
de 5 años, y Santiago, de 18 meses, así como de
cuatro trabajadores que le ayudaban en la
cosecha del cacao. El ejército rodeó la finca justo
en momentos en que un campesino había llegado
a comunicar a la familia que la zona estaba
militarizada y que esa mañana la tropa había
detenido, en la vereda Mulatos, a Luis Eduardo
Guerra, a su compañera y a su hijo, invitándolos a
desplazarse rápidamente para evitar atropellos de
los militares que siempre habían sido brutales.
Cuando comenzaron a discutir sobre si
desplazarse o no, se dieron cuenta de que
estaban rodeados de tropa y salieron rápidamente
al patio, pero en ese momento la tropa comenzó a
disparar. Alejandro Pérez, un campesino de 33
años que vivía cerca y ayudaba en las cosechas,
salió por la corraleja del ganado y allí fue
alcanzado por disparos, quedando herido. Alfonso
y los otros trabajadores huyeron por una parte aún
no bloqueada por la tropa y lograron alejarse de la
finca unos 20 minutos, pero no pudieron llevar
consigo a Sandra Milena ni a los niños, ya que
volverse por ellos implicaba enfrentar las balas y
morir. Alfonso estuvo atento al momento en que se
silenciaran los disparos, y hacia las 14:30 horas
decidió regresar a su casa para enterarse de la
suerte corrida por su esposa y sus hijos. Los
demás le suplicaban que no lo hiciera, pues casi
con seguridad lo iban a matar, pero él afirmó que
prefería morir con su familia que dejarla sola en
esos momentos. Les prometió a los trabajadores
que volvería a ese lugar si lograba salvar a su
familia. Ellos esperaron toda esa tarde y esa
noche pero no regresó.
El mismo lunes 21 de febrero de 2005,
hacia las 15:00 horas, tropas del Batallón de
Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima, adscrito a
la Brigada 17 del Ejército, se hicieron presentes en
el sitio El Barro, de la vereda Mulatos, de San
José de Apartadó; privaron de la libertad a seis
familias de la vereda confinándolas sin permitirles
moverse del sitio en donde estaban a la llegada de
la tropas, a pesar de que algunas personas se
encontraban de visita o trabajo en casas vecinas.
En una de las viviendas, propiedad de la familia de
Luis Eduardo Guerra, cavaron dos fosas, en las
que varios pobladores presumían que los iban a
sepultar, ya que los soldados anunciaban con
frecuencia que los iban a asesinar. El grupo de
habitantes de este sitio permaneció en esa
situación hasta el 26 de febrero, cuando un grupo
de la Comunidad de Paz de San José, que había
subido a rescatar los cadáveres de las víctimas de
la masacre, los rescató y los acompañó en su
desplazamiento hasta San José. Durante su
permanencia en ese sitio, los soldados escribieron
letreros en las tablas de la casa con tizones; uno
de ellos decía: “Fuera guerrilla, se lo dice tu peor
pesadilla El Cacique”; en otro se leía: “El Alacrán
BCG33”, claras alusiones al Batallón de
Contraguerrilla No. 33 Cacique Lutaima que
estaba presente en el área. Dicho letrero fue
borrado por los mismos soldados cuando la
comisión de rescate llegó al lugar el 27 de febrero
en la mañana. Los soldados también acusaron (...)
a los pobladores de trabajar con la guerrilla y les
manifestaron que habían venido a arrasar con
todo. El día 22 los militares conversaron en
particular con la madrastra de Luis Eduardo
Guerra y le preguntaron si conocía a éste. Cuando
ella respondió que lo había criado desde niño,
ellos le dijeron que ése era “un h. p. guerrillero” y
que “ya lo habían matado junto con otros dos
guerrilleros, un muchacho y una muchacha, junto
al río Mulatos”; que los habían matado “con las
armas en la mano”. Ella les respondió que eso era
falso; que ellos no eran ningunos guerrilleros; que
habían salido a las 8:00 a .m. a cosechar cacao y
que la única arma que tenían era el costal para
traer el cacao. Los militares le decían entonces
que se callara. Después le preguntaron si conocía
a “Alfonso Bolívar”. Cuando ella respondió que sí
lo conocía, los militares le respondían que también
lo habían matado con unos niños; que también era
guerrillero y que habían “muerto en combate” con
ellos. La señora y los demás familiares y
pobladores quedaron estupefactos con las
afirmaciones de los militares y presintieron que su
muerte estaba cercana. Días después, los
militares intentaron cambiar la versión, diciendo
que quienes habían matado a todas esas
personas eran “paramilitares”. De hecho, con el
Batallón Contraguerrilla 33 iba un paramilitar
apodado “Melaza”, el cual entraba por tercera vez
a la vereda El Barro en compañía del ejército.
Durante todo el tiempo de su permanencia allí, los
9
militares estigmatizaron a la Comunidad de Paz;
anunciaron nuevamente su destrucción y uno de
ellos afirmó que era capaz de asesinar a algunos
de sus acompañantes extranjeros, de los cuales
se burlaron constantemente. Anunciaron que irían
después a San José a matar a todos los líderes de
“esa h. p. comunidad de paz”.
El martes 22 de febrero de 2005, hacia las
12:30 horas, los trabajadores de la finca de
Alfonso Tuberquia, cansados de esperar su
regreso y preocupados por su suerte, decidieron
acercarse a su finca. Primero subieron a un lote
elevado desde donde observaban la finca, pero la
percibían solitaria. Luego se fueron entrando con
cautela y encontraron abundancia de sangre
derramada y la ropa dispersa por el suelo.
Encontraron muchos pedazos de cabellera de niña
pequeña esparcidos por el piso, algunos con cuero
cabelludo. Pasaron por la corraleja donde
Alejandro había caído herido y vieron rastros de
sangre. Muy pronto comprendieron que todos
habían sido asesinados. Buscaron entonces los
cadáveres y vieron que del cacaotal salían
gallinazos. Exploraron por allí y finalmente vieron
alguna tierra removida en dos sitios, debajo de los
árboles de cacao. Allí cerca había un machete con
sangre y, según los testigos, “amellado de picar
huesos”. Al escarbar un poco en una de las fosas,
encontraron pedazos de miembros humanos, los
que por el color de la piel identificaron como de
Alfonso. Comprendieron entonces que los habían
mutilado y horrorizados volvieron a tapar la fosa y
huyeron con la intención de regresar días después
a enterrarlos dignamente. Al salir de la finca
encontraron animales de carga que resultaron ser
los mismos en que el día anterior iban montados
Deiner Andrés y Bellanira, el hijo y la compañera
de Luis Eduardo Guerra, cuando fueron
capturados por el ejército. Los trabajadores
decidieron enviar un emisario para que informara a
los miembros del Consejo Interno de la
Comunidad de Paz sobre lo que estaba
ocurriendo.
El mismo martes 22 de febrero de 2005, a
las 11:30 horas varios helicópteros militares
bombardearon las veredas Bellavista, Buenos
Aires y Alto Bonito, de San José de Apartadó,
dando muerte a varios animales de sustento de los
pobladores: una vaca y un toro murieron en el
bombardeo y una mula fue herida. Luego del
bombardeo, tropas del ejército compuestas por
cerca de 100 efectivos que se desplazaban por
tierra, en trajes de camuflaje, algunos con botas
militares de cuero y otros con botas pantaneras de
caucho, ingresaron en algunas viviendas de la
vereda Bellavista. En una de ellas miraban a los
moradores y comentaban: “aquí están; vamos a
matar a estos h.p.”. A algunos pobladores los
obligaban a quitarse la camisa y las botas y los
observaban. Las tropas se instalaron en algunos
potreros
y
varios
pobladores
decidieron
desplazarse. Al regresar, luego del retiro de las
tropas, comprobaron que se habían robado todas
las gallinas y la mitad de una vaca que los
campesinos no pudieron arreglar antes del
desplazamiento. También mataron los marranos.
En noviembre de 2004 se había realizado otra
incursión militar a la misma vereda, dejando
también varios animales muertos y destruyendo el
techo de una casa.
El miércoles 23 de febrero de 2005, a las
16:30 horas, llegaron a San José pobladores de la
vereda La Resbalosa y le informaron a los
miembros del Consejo Interno de la Comunidad de
Paz la detención y desaparición de Luis Eduardo
Guerra, miembro del mismo Consejo, así como de
su compañera Bellanira Areiza y de su hijo Deiner
Andrés Guerra. También le informaron sobre la
llegada del ejército a la finca de Alfonso Tuberquia
y sobre todos los indicios de que él, su familia y
algunos trabajadores podrían haber sido
asesinados, descuartizados y sepultados en las
fosas descubiertas. La Comunidad comenzó
inmediatamente a conformar una comisión de
búsqueda de los desaparecidos y de verificación
de los hechos y se comunicó con diversos
organismos asesores. Por su parte, la Corporación
Jurídica Libertad le envió esa misma tarde un
oficio urgente al Director del Programa de
Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la
República, solicitándole la conformación de una
comisión especial de la Unidad Nacional de
Fiscalías de Derechos Humanos para que iniciara
las investigaciones penales y efectuara el
levantamiento de los cadáveres.
El jueves 24 de febrero de 2005, en horas
de la tarde, llegó a Apartadó una Comisión
compuesta por un fiscal, un procurador y diez
técnicos judiciales, con el fin de practicar el
levantamiento de los cuerpos enterrados en la
finca de Alfonso Tuberquia, en la vereda de La
Resbalosa. Solo podría partir hacia la zona el
viernes 25 en la tarde pues dependían del
suministro de helicópteros militares asignados a la
misma Brigada 17.
Los días jueves 24 y viernes 25 de febrero
de 2005 tropas del ejército incursionaron en la
zona rural entre las veredas Bellavista y Buenos
Aires disparando sus armas. A la 23:00 horas
ingresaron en la casa del Señor Antonio Borja
mientras la familia dormía y continuaron
disparando en el interior de la casa haciendo tiros
contra el fogón. Los moradores de la vivienda
tuvieron que tirarse al piso presos del pánico. En
los días anteriores (20 y 21 de febrero) el ejército
10
había perpetrado la masacre de 8 personas en las
veredas Mulatos y La Resbalosa, a poca distancia
de allí.
El viernes 25 de febrero de 2005, a las
05:00 horas sale de San José de Apartadó con
dirección a la vereda La Resbalosa una Comisión
integrada por 110 personas para buscar a los
desaparecidos y verificar los asesinatos. Al
atravesar las veredas de La Unión, Buenos Aires,
Chontalito, Las Nieves, Mulatos, Mulatos Medio y
La Resbalosa, la delegación se percata de que
toda esa zona está fuertemente militarizada. Al
paso de la delegación, los soldados procuran
alejarse de los caminos e internarse entre el
bosque. A la 12:00 horas llegan a la finca de
Alfonso Tuberquia, en la vereda La Resbalosa,
donde encuentran sangre derramada, pelo de
mujer esparcido en el suelo, ropa dispersa en el
piso del patio, alguna ensangrentada, y letreros
alusivos al Batallón Contraguerrilla 33 y a las AUC
(grupo paramilitar). Miembros de la Comunidad de
Paz y acompañantes internacionales filman el
lugar. En el área de cultivo de cacao encuentran
dos fosas cubiertas con tierra recientemente
removida. Alrededor de quince minutos después
de la llegada de la Comisión de Búsqueda, hace
su arribo a la misma finca un contingente del
ejército que comienza a insultar a los miembros de
la Comunidad, a decirles que son guerrilleros y a
ordenarles acostarse en el suelo. Los campesinos
se resisten a hacerlo y exigen respeto. El ejército
rodea a los integrantes de la Comisión de
Búsqueda y comienza a filmarlos, a señalarlos y a
preguntar por nombres concretos de los líderes;
toma fotografías y hace grabaciones. A un soldado
se le escucha expresar que agradecieran que esto
se hubiera sabido muy rápido, porque si no,
hubieran hecho una barrida (masacre) mucho más
grande. Poco después llegan los helicópteros con
la comisión judicial. No obstante que se ponen las
denuncias sobre el comportamiento del ejército,
los funcionarios judiciales y del Ministerio Público
no hacen nada y toleran que los militares
continúen tomando fotografías a los integrantes de
la Comunidad de Paz. Hacia las 15:00 horas
sacan los cuerpos de las víctimas. Allí son
encontrados los cuerpos descuartizados de
ALFONSO BOLÍVAR TUBERQUIA GRACIANO,
de 34 años; SANDRA MILENA MUÑOZ POSSO,
de 24 años; ALEJANDRO PÉREZ CASTAÑO, de
33 años; NATALIA ANDREA TUBERQUIA
MUÑOZ, de 5 años, y SANTIAGO TUBERQUIA
MUÑOZ, de 18 meses. Los adultos estaban
decapitados y desmembrados; los niños tenían
machetazos en el cráneo, el estómago abierto a
machete y un brazo cercenado. Un helicóptero
militar transporta los restos al cementerio de
Apartadó donde se realizan las necropsias. El
Alcalde de Apartadó, luego de apremiantes
reclamos que le hacen algunos acompañantes de
la Comunidad, contrata a una funeraria de la
ciudad para proveer los cofres mortuorios y el
transporte, pero la funeraria se niega a transportar
los féretros hacia San José cuando son
entregados, alegando que ya es de noche. Al
comprobar que en las fosas abiertas no
aparecieron los cadáveres de Luis Eduardo
Guerra y de su familia, los integrantes de la
Comisión de Búsqueda se dirigen hacia el sitio
donde él había sido capturado, siguiendo algunos
rumores de caminantes y concentraciones de aves
de carroña. Hacia las 18:00 horas son hallados los
cuerpos, ya muy destrozados por los animales, de
LUIS EDUARDO GUERRA, BELLANIRA AREIZA
y DEINER ANDRÉS GUERRA, junto al río
Mulatos, muy cerca del Centro de Salud de la
vereda Mulatos Medio, a muy poca distancia del
sitio donde fueron capturados el lunes 21 por el
ejército. La Corporación Jurídica Libertad, por
medio de teléfonos satelitales, da aviso inmediato
a la Vicepresidencia de la República y a la
delegación de fiscales, sobre la ubicación exacta
de los cadáveres. Los miembros de la comisión
judicial prometen que el día siguiente, a primera
hora, se desplazarán a ese sitio a practicar los
levantamientos legales, lo que no ocurre.
El sábado 26 de febrero de 2005, la
comisión de búsqueda de la Comunidad de Paz de
San José permaneció en la vereda Mulatos Medio,
custodiando los restos mortales de Luis Eduardo
Guerra, Bellanira Areiza y Deiner Andrés Guerra,
asediados por multitud de aves de carroña y de
cerdos de monte que querían terminar de
devorarlos. La esperada comisión judicial que
debía practicar los levantamientos no llegó en todo
el día. Diversos acompañantes nacionales e
internacionales que ya habían llegado a San José,
se comunicaron con el Alcalde de Apartadó, con la
Defensoría Regional del Pueblo, con la Fiscalía y
con la 17 Brigada del Ejército, pero recibieron
respuestas contradictorias y explicaciones que no
correspondían a la realidad, como la que atribuía
la no presencia de la comisión judicial a malas
condiciones atmosféricas, en contra de lo que todo
el mundo podía percibir, mientras se veía volar
helicópteros por la zona. Algunos miembros de la
comisión judicial afirmaron que la Brigada 17 no
les había querido proporcionar el helicóptero. Se
les solicitó que dejaran constancia de ello en el
expediente. Ya en horas de la tarde, la Comunidad
tomó la decisión de recoger lo que quedaba de los
cuerpos de las víctimas y trasportarlos a San José
para darles una digna sepultura y no permitir que
durante más días fueran sometidos a la afrenta y
al escarnio público. En la tarde de ese sábado, las
comisiones de búsqueda presenciaron la llegada
de helicópteros militares que recogieron personal
militar en la vereda La Resbalosa y lo
11
transportaron hasta el sitio El Barro, de la vereda
Mulatos, en varios viajes; poco después llegaron
por tierra al sitio donde se encontraban los
cadáveres un contingente de la Policía de
Contraguerrilla de Urabá, otro del Batallón Vélez y
otro del Batallón de Contraguerrilla No.33 Cacique
Lutaima, personal que acordonó los restos de las
víctimas. Al atardecer, un soldado de piel morena
y contextura gruesa, guiado por un oficial que
tenía radio de comunicaciones, se acercó al
escenario del crimen y tomó en sus manos un
machete ensangrentado que sin duda había
servido para perpetrar el crimen, y delante de
todos los presentes, entre quienes había cerca de
cincuenta integrantes de la Comunidad de Paz, lo
fue a lavar en el río, frotándolo con arena y con
piedras; luego volvió con él en la mano y lo mostró
en medio de burlas desafiantes a los miembros de
la Comunidad, mientras decía: “este es el
degollador”. Se dejó constancia de este hecho,
que constituye una destrucción de pruebas, ante el
comandante de la Policía que se hallaba en el
lugar y al día siguiente ante la comisión judicial
que finalmente realizó el levantamiento de los
cuerpos.
El domingo 27 de febrero de 2005, una
comisión judicial llega a la vereda Mulatos Medio
hacia el final de la mañana y realiza el
levantamiento de los cuerpos de Luis Eduardo
Guerra Guerra, de 35 años, Bellanira Areiza
Guzmán, de 17 años, y Deiner Andrés Guerra
Tuberquia, de 11 años. Todo indicaba que habían
sido asesinados a golpes de garrote y de machete,
pues no había orificios ni restos de proyectiles. La
cabeza de Deiner estaba separada de su cuerpo
por unos 20 metros. La parte superior de los
cuerpos estaba ya devorada por animales y solo
se apreciaban los huesos. Un helicóptero los
transportó al cementerio de Apartadó donde los
médicos legistas opusieron todos los obstáculos
posibles para su entrega a las familias. Solo
después de la media noche fueron entregados, no
sin antes solicitar declaraciones ante fiscales de
quienes reclamaban los restos, con interrogatorios
tendenciosos y ofensivos.
El mismo domingo 27 de febrero de 2005,
los integrantes de la Comisión de Búsqueda de la
Comunidad de Paz, decidieron enviar una subcomisión al sitio El Barro, para rescatar a varias
familias que se encontraban confinadas por el
ejército desde el lunes 21 de febrero, sin poderse
mover de sus casas siquiera para conseguir
alimentos. Desde el día anterior habían recibido un
mensaje de esas familias y le dieron aviso a las
tropas presentes en el lugar de que la Comisión se
dirigía allí a auxiliar a esas familias. Los militares
negaron rotundamente que allí hubiera alguna
familia y trataron de impedir el paso de la
delegación, la cual irrumpió decidida hasta las
viviendas de las víctimas, donde efectivamente las
encontró tras seis días de confinamiento ilegal y
las acompañó en su desplazamiento hasta San
José. En el lugar, la delegación pudo leer y
fotografiar los letreros alusivos a la presencia del
Batallón de Contraguerrilla No. 33 Cacique
Lutaima, escritos en las tablas de una de las
casas, antes de que los militares intentaran
borrarlos. Los militares trataron de impedir la
salida de los pobladores, pero ante la decisión de
éstos de poner fin a una semana de secuestro y
bloqueo total de sus actividades de subsistencia,
en medio de amenazas de muerte y comentarios
de terror, finalmente la toleraron. Uno de los
soldados que se encontraban allí le confirmó a un
periodista acompañante que ellos estaban allí
desde el lunes 21 de febrero y que habían entrado
por la vereda Las Nieves el sábado 19, lo que
confirmaba la presencia del ejército en los sitios
donde se perpetró la masacre y cometieron otros
atropellos contra la población civil.
El lunes 28 de febrero de 2005, a las 08:00
horas, con participación de las familias de las
víctimas, de delegaciones de las diversas veredas
de San José de Apartadó y de acompañantes
nacionales e internacionales, se ofició la
ceremonia exequial, con la presencia de los ocho
sarcófagos. Enseguida fueron conducidos al
cementerio del lugar donde recibieron cristiana y
humilde sepultura.
El martes 1 de marzo de 2005, al
amanecer, sale de San José de Apartadó otra
Comisión de Búsqueda, integrada por 110
personas, la cual se subdivide, dirigiéndose una
parte a la vereda La Esperanza y otra a la vereda
Las Nieves. En los días anteriores se habían
difundido muchos rumores sobre la existencia de
otros cadáveres en la zona y el temor por la suerte
de varias familias que no aparecían. En la vereda
Las Nieves, la comisión encuentra total desolación
ante la huída de todos sus pobladores. Cuando
inician el regreso, les sale al paso uno de los que
buscaban y ése los conduce a donde están los
otros. En la tarde, los que se habían escondido en
el monte desde el 20 de febrero, al escuchar los
planes que llevaban los soldados de asesinarlos,
salen de sus escondites y son acompañados por
la delegación hasta San José. Desde esa mañana
se había depositado una petición, en las oficinas
del Programa de Derechos Humanos de la
Vicepresidencia de la República, en Bogotá, para
que la comisión no fuera tan agredida y ofendida
por el ejército, como la anterior comisión de
búsqueda.
El mismo martes 1 de marzo de 2005, el
conductor Otalivar Triana, quien presta servicio de
12
transporte público entre Apartadó y San José y
quien en los días precedentes había sido
contratado para transportar a delegaciones
nacionales e internacionales que acudieron al
funeral de las víctimas en San José de Apartadó,
así como para transportar los sarcófagos de las
víctimas en la noche del 27 de febrero, ante la
negativa de la funeraria, fue amenazado de
muerte por un mensajero de Wilmar Durango,
paramilitar que trabaja con el Coronel Néstor Iván
Duque, comandante del Batallón Bejarano Muñoz
de la Brigada 17 del Ejército y quien ha cometido
numerosos crímenes contra la Comunidad de Paz.
El conductor pidió protección a una patrulla de la
Policía y más tarde fue trasladado fuera de la
región por el programa oficial de protección del
Estado.
El miércoles 2 de marzo de 2005, hacia las
15:00 horas, llegan a San José varios vehículos de
la Policía escoltando a una delegación de fiscales
y procuradores, quienes se proponen pedir
testimonios de miembros de la comunidad sobre la
masacre ocurrida la semana anterior en las
veredas Mulatos y La Resbalosa. Momentos
antes, un fuerte contingente militar ha comenzado
a transitar por las orillas del caserío de San José,
lo que agudiza el nerviosismo de todos los
pobladores. La comisión de investigadores se
acerca a conversar con algunos líderes y
acompañantes, pero éstos le solicitan que para
poder conversar ordenen el retiro del personal
armado. La Policía se retira un poco del caserío y
representantes de la Comunidad le explican a los
fiscales y procuradores que los pobladores no
tienen confianza en la justicia colombiana ya que
ha dejado en la impunidad varios centenares de
agresiones anteriores que han sido denunciadas y
que prefieren que tribunales internacionales
avoquen el caso; les advierten que la Corte
Interamericana de Derechos Humanos ya había
convocado a una audiencia pública sobre el caso
de San José de Apartadó para el próximo 14 de
marzo en San José de Costa Rica. La comisión
judicial se retira en momentos en que los
pobladores se están encerrando en sus casas a
causa del paso intenso de tropas. Una religiosa
acompañante, mientras están conversando con la
comisión judicial, hace caer en cuenta de que está
llegando mucha tropa y los pobladores se
apresuran a encerrarse en sus viviendas, ya que
el paso de tropas por el caserío ha sido casi
siempre violento y afrentoso. Pocos minutos
después de que la comisión judicial inicie su
regreso hacia Apartadó, los pobladores escuchan
una fuerte explosión en la carretera y muy pocos
minutos después un helicóptero militar aparece
sobrevolando la zona. Algunos comienzan a
escuchar por emisoras radiales, con breves
minutos de intervalo, la noticia de un atentado
perpetrado contra la comisión judicial en la
carretera entre San José y Apartadó, en el cual
habrían resultado heridos dos agentes, uno de
ellos de gravedad: el patrullero Roger Jaraba
Álvarez, quien según los medios habría muerto al
día
siguiente.
El
hecho
es
atribuido
inmediatamente por el gobierno y por los medios a
la guerrilla de las FARC, de acuerdo a
deducciones lógicas».
4.2. La versión de las Autoridades
Colombianas.
El estudio de las distintas intervenciones
recogidas tanto en la publicación Noche y Niebla
(ver nota al pie núm. 6 anterior), como las que,
aún actualmente, pueden consultarse en Internet,
revelan que, prácticamente desde el primer
momento en que se producen los hechos, las
autoridades colombianas, comenzando por el
Presidente de la República7, pretenden atribuir la
responsabilidad de los atroces asesinatos
cometidos a los miembros de la guerrilla que
operan en la zona, desvinculando de toda posible
participación en los hechos al Ejército o a
miembros de organizaciones paramilitares y
desmintiendo las declaraciones públicas que se
realizan por personas próximas a la Comunidad de
Paz y que, desde el primer momento, denuncian
con claridad tanto la presencia de miembros del
Ejército en la zona donde se produjeron los
hechos, negada por las autoridades, como la
participación directa de miembros del Ejército y de
grupos paramilitares actuando conjuntamente con
éstos en las masacres, así como actuaciones
posteriores para dificultar o impedir las
investigaciones que puedan realizarse por
miembros de la Fiscalía u otros organismos con
competencias para ello.
En declaraciones realizadas el día 3 de
marzo de 2005 a Radio Caracol, el General Carlos
Alberto Ospina, Comandante General de las
Fuerzas Armadas, refiriéndose a los hechos antes
recogidos, afirmaba, refiriéndose a las víctimas de
las masacres «por ejemplo, uno de ellos, el Sr.
Luis Eduardo Guerra, tenemos testigos que él
públicamente había manifestado su intención de
retirarse de la comunidad de paz de Apartadó y
entonces ahora que él manifestó su intención,
pues aparece asesinado. Hay otro señor
asesinado…he…Alejandro Pérez, a quien le
decían Cristo de Palo; este señor pues tenía que
ver con las milicias, era cabecilla de las milicias de
7
En un comunicado de prensa de Amnistía Internacional se
recoge que el 20-03-05 el Presidente Uribe acusó a la
Comunidad de Paz de ayudar a las FARC y obstaculizar a la
Justicia. Puede consultarse en
http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230042005?open
&of=ESL-COL
13
esa región y él había expresado su deseo de
acogerse a programas de reinserción e inclusive
había iniciado gestiones a tal fin».
El mismo día 3 de marzo de 2005, en
declaración a Radio Caracol, el Director de
Fiscalías de Antioquia, refiriéndose a la comunidad
de paz, afirmó «es un veraneadero de las
guerrillas de las FARC … además en el pasado
denunciamos el hecho de que allí, en el territorio
urbano de esa pequeña comunidad llegó incluso a
presentarse la negociación de secuestros de las
FARC y los familiares de personas que habían
sido tomadas cautivas….»
En un comunicado hecho público el día 4
de marzo de 2005, el comandante de la Brigada
17 del Ejército, General Héctor Jaime Fandiño
Rincón, exonera de responsabilidad al Ejército en
los hechos ocurridos pocos días atrás
argumentando que el método empleado para el
asesinato de Luis Eduardo Guerra y el resto de
personas fallecidas ha sido el utilizado por la
guerrilla y que, además, el Ejército ha prestado
seguridad a los investigadores judiciales en el
lugar de los hechos.
En las citadas declaraciones, se relata que
Luis Eduardo Guerra fue miembro de las FARC, y
que cuando fue nombrado líder de la comunidad
de paz la coordinaba desde Bogotá o desde otro
sitio lejano, y que había manifestado su voluntad
de retirarse de la comunidad y se había puesto en
contacto con un “reinsertado” para pedirle que le
ayudara para “reinsertarse”, y que ese fue el
motivo por el que los miembros de la guerrilla le
asesinaron a él y a los miembros de su familia. En
cuanto a Alejandro Pérez, que fue asesinado junto
a la familia de Alfonso Tuberquia, también de éste
se dice que era miembro de la guerrilla y que tenía
intención de solicitar la “reinserción” y que, por ese
motivo, se produjo su muerte. En cuanto a Alfonso
Tuberquia, se asegura que su asesinato fue
también realizado por la guerrilla y estuvo
motivado por que supuestamente habría
denunciado a un miembro de la guerrilla,
Marcelino Moreno, alias “Machorrusio”, al que el
Ejército mató el 20 de febrero de 2005 en la zona.
Estos supuestos testimonios tuvieron
acogida en los medios de comunicación
colombianos en las fechas siguientes a los
hechos. Así, fueron recogidos por el diario “El
Colombiano” de Medellín el día 4 de marzo de
2005, que difunde el citado relato como testimonio
de Elkin Darío Tuberquia, al que presenta como
“desmovilizado” de las FARC. La versión del diario
citado coincide en su práctica totalidad con la
versión oficial de los hechos que, incluso a fecha
de hoy, se mantiene en la página web del
Ministerio de Defensa de Colombia8, donde se
recoge la entrevista a un “miliciano desmovilizado”
de las FARC con relación a estos hechos así
como el mapa operacional de los miembros de las
Fuerzas Armadas que se encontraban más
próximos a la zona en que se produjeron los
hallazgos de los cuerpos de las víctimas de las
masacres de febrero de 2005, y que sustentan la
versión oficial que rechaza cualquier posible
participación de miembros de las Fuerzas
Armadas de Colombia en los mismos.
En definitiva, la versión expuesta por las
Autoridades Colombianas, con relación a los
hechos, y desde los primeros días tras tenerse
noticia de los mismos, se dirige, por una parte, a
estigmatizar a las víctimas y a los restantes
miembros de la comunidad, sosteniendo que
pertenecían a la guerrilla o que colaboraban y
siguen colaborando con ella; a considerar las
masacres como consecuencia de las disensiones
y venganzas internas en el ámbito de la guerrilla; y
a exculpar al Ejército de cualquier posible
participación en los hechos, negando incluso de
entrada que se encontraran presentes en la zona
en que se produjeron los mismos. Así,
desprestigiando a las víctimas e imputando a la
comunidad de paz y a sus miembros, a las
personas de su entorno, al propio tiempo parece
que se está pretendiendo reducir la credibilidad de
los miembros de la comunidad y de las personas
que les acompañan en los testimonios y denuncias
hechas públicas con relación a estos hechos. En
estas actuaciones parecen converge, de forma
coordinada, tanto altos cargos del Ejército como
miembros de la Fiscalía, que, en principio, está
encargada de la investigación criminal y forma
parte del aparato judicial, y también miembros del
Poder Ejecutivo, que acogen la versión expuesta
por los altos cargos del Ejército e incluso llegan a
presentar públicamente ante el cuerpo diplomático
acreditado a los supuestos desmovilizados de las
FARC en los que se sustenta la versión oficial
inicial que señala a la guerrilla como autora de las
masacres y a la comunidad de paz como una
comunidad penetrada por colaboradores de la
guerrilla.
Con ocasión de nuestra estancia en
Apartadó pudimos entrevistarnos con el Coronel
D. Diego León Caicedo, Jefe de la Policía
Colombiana en Apartadó, que, además de otras
cuestiones que más adelante expondremos,
8
En la página web del Ministerio de Defensa continúan los
informes referentes al mapa operacional de las Fuerzas
Armadas en la zona en las fechas en que se produjeron las
masacres así como otros documentos que pueden consultarse
en la siguiente dirección:
http://alpha.mindefensa.gov.co/index.php?page=406&PHPSESS
ID=cd5eef94b9fe25fef0aa30e820a60aa9
14
también nos expuso su opinión con respecto a la
comunidad de paz. La posición que sostuvo con
relación a la misma vino a confirmar las
declaraciones realizadas con posterioridad a los
hechos de febrero de 2005 por altos mandos del
Ejército y del Ejecutivo, en definitiva, a sostener la
relación entre la guerrilla y la comunidad de paz o,
al menos, de alguno de sus dirigentes o de sus
miembros más significados, como se había
afirmado en los días posteriores a las masacres de
febrero. Manifestó que los miembros de la
comunidad sienten hostilidad y recelo ante las
Fuerzas Públicas y que algunos de los miembros
de la comunidad colaboran con la guerrilla, y, en
especial, algunos líderes de la comunidad, sin citar
nombres, tienen engañados a los campesinos que
forman parte de ella y son en realidad
colaboradores de la guerrilla.
4.3. La versión de los testigos durante nuestra
visita a la Comunidad de Paz.
Durante las jornadas en las que pudimos
acercarnos a San Josesito de Apartadó, tuvimos la
oportunidad de escuchar las declaraciones de
varias personas que, directamente, presenciaron
algunos de los hechos anteriores. Los testimonios
que pudimos recoger, de personas, que, en
algunos casos, se encontraban, en nuestra
opinión, temerosas por las posibles represalias
que pudieran sufrir por contarnos su versión, nos
fueron confirmando, paso a paso, la expuesta por
la comunidad de paz y recogida anteriormente,
versión que nosotros, en ese momento, no
conocíamos, ya que no habíamos leído
previamente los documentos en que se recoge la
misma.
El primer testigo fue víctima directa de una
parte de los hechos sucedidos en febrero de 2005,
una de las personas que, durante los días en que
se produjeron las masacres, estuvieron retenidas
por miembros del Ejército y paramilitares, según
narra, en el interior de sus viviendas. Nos relató
que «los hechos comenzaron el día 19 de febrero
de 2005, cuando los militares vinieron a la vereda
de La Esperanza y detuvieron a dos personas. El
día 20 de febrero entraron en Las Nieves. El día
21 de febrero llegaron a las 14 horas, entraron a la
casa de la declarante y, ese día, Luis Eduardo
había salido a las 8 de la mañana con su mujer y
el niño y con el hijo de la declarante. Le dijeron
que volverían por la tarde pero ya no regresaron.
Ella dijo a los del Ejército que sus hijos se habían
ido a trabajar, a recoger cacao. Como esa noche
no regresaban preguntó a los miembros del
Ejército que estaban en su casa y le dijeron que
no se preocupara, que ya llegarían, conversación
que tuvo lugar a las diez de la noche. A las siete
de la mañana del día 22 de febrero, volvió a
preguntar y un soldado le dijo, textualmente, «lo
matamos allí abajito con la mujer y el niño, el otro
hijo suyo escapó». Ella había criado a Luís
Eduardo como si fuera su hijo desde los dos años
y hasta que cumplió los dieciocho. Los miembros
del Ejército también le dijeron que habían matado
a otros familiares en la vereda de La Resbalosa. El
soldado que se lo dijo le comentó que lo hacía por
que le daba lástima. También los soldados le
dijeron que ellos eran del Ejército y que allí
estaban también los paramilitares, que el ejército
se iría en tres días pero los paramilitares se
quedaban e iban a limpiar la zona. Ella no se
acuerda de los soldados, no los reconocería. El
jueves 23 de febrero los militares se pegaron una
“rebotada”. Estaban dentro su la casa y hablaban
de que eran de las Brigadas 17 y 11. Como
estaban retenidos en la casa durante todos esos
días no podían ir a recoger maíz ni comida para
los animales, la comida se les había acabado, no
tenían nada ni para ellos ni para los animales, y
estaban once personas en la casa retenidas por el
Ejército, muchos de ellos niños, la declarante, sus
cuatro hijos, su nuera con sus dos hijos y unos
vecinos que habían llegado poco antes que el
Ejército para avisarla de la presencia de los
militares en la zona. El jueves 23 los militares
registraron su casa, diciendo que buscaban
armamento, aunque ella ya les dijo que no tenían
nada escondido. Durante esos días en que
estaban retenidos, los militares se llevaron comida
de la casa, la comieron allí, y también dos
cadenas de oro, dos mulas y una yegua. Estuvo
retenida en su casa un total de cinco días, por
miembros del Ejército y paramilitares. La mayor
parte de los que estaban en la casa eran niños
pequeños. La retención cesó cuando acudieron a
buscarla unos 130 miembros de la comunidad de
paz. El Ejército, inicialmente, no les dejó
aproximarse a la casa, pero aprovecharon un
momento para acercase hasta ella y entrar, y le
preguntaron si quería irse y ellas les dijo que sí,
consiguiendo todos salir. Cuando se iban, alguien
del Ejército le dijo a su nuera, la mujer de Wilmar
Darío, que fuera donde fuera no se podría
escapar, que iban a matarla. El número de
militares que la retenían en su casa oscilaba entre
diez y cuarenta, cambiaban cada día, se iban por
la noche y regresaban al amanecer. Que no supo
distinguir si había oficiales al mando, que no sabe
de graduaciones, aunque si diferencia a los
militares de los paramilitares. Durante la
ocupación de su casa, algunos miembros del
Ejército hicieron pintadas en las paredes, pintadas
que borraron cuando vieron acercarse a los
miembros de la comunidad, sin que sepa lo que
decían ya que no sabe leer ni escribir. Desde que
se produjeron estos hechos no ha vuelto a vivir en
su casa ni tampoco los vecinos que estuvieron con
ella han regresado a su vivienda. Ella ahora esta
15
recogida por otras personas junto con sus cuatro
hijos. El Ejército ha vuelto a su casa y al lugar
donde ahora vive, siempre buscando a su hijo
Wilmar. Que con el Ejército van siempre tres
personas que ella conoce, uno llamado Ovidio y
sus dos hermanos, que en los últimos meses
siempre andan con el Ejército, cree que por
intereses económicos. El Ejército ha regresado en
unas siete ocasiones, las dos ultimas en el mes de
enero de 2006 y en la vivienda donde ahora vive.
Que cuando llegan entran en su hogar sin su
consentimiento. Le preguntan por su hijo y por su
nuera. Su hijo no sabe donde está desde que
ocurrieron los hechos de febrero de 2005, aunque
de vez en cuando va a verla, y su nuera cada día
cambia de domicilio con sus hijos de cuatro años y
de nueve meses de edad. Miembros del Ejército le
dicen que si su hijo no paga lo pagarán ella y su
nuera, pero ella cree que no tiene que pagar nada
ya que nada ha hecho y su hijo tampoco, ya que
nunca ha pertenecido a la guerrilla. Que miembros
del Ejército también han entrado en casa de su
nuera sin autorización alguna. Con relación a los
hechos que ocurrieron en febrero de 2005 y que
ha narrado, estuvo declarando en Bogotá, con
otros miembros de la comunidad de paz, pero no
sabe decir en donde estuvo ni en que calidad.
Cuando la Fiscalía estuvo en la comunidad
durante los levantamientos de los cadáveres de
las víctimas de las masacres de febrero de 2005,
sabe que preguntaron por ella, que la estuvieron
buscando para interrogarla, pero ella siempre se
escapaba. Que durante todo este tiempo no ha
recibido ninguna citación personal, pero en enero
de 2006 supo que la estaban intentando citar por
radio para que acudiera a la Fiscalía, y, aunque
tenía mucho miedo, al final acudió a la Fiscalía de
Apartadó. Que durante la declaración le
preguntaron que si sabía por que habían matado a
su hijo Luis Eduardo y a Alfonso Bolívar, y ella
contestó «que por que les dio la gana de matar al
ejército». Que no le preguntaron ni por su hijo
Wilmar ni por la mujer de éste y ella tampoco les
dijo nada. No le dijeron nada más, eso fue todo,
una declaración corta, de apenas media hora. En
la declaración estuvo presente una persona que
se presentó como Fiscal de Bogota y otras dos
personas más que no se identificaron. Que tiene
mucho miedo a prestar declaración ya que sabe
que en otras ocasiones las personas que han
declarado como testigos han sido posteriormente
asesinadas. Que no tiene tranquilidad, que no
puede vivir en su casa ni cultivar sus propiedades,
de las que tiene títulos de propiedad y con las que
se ganaba la vida».
El segundo testimonio fue realizado
conjuntamente por varios de los líderes de la
Comunidad de Paz, y se refiere fundamentalmente
a los hechos que se produjeron durante la
búsqueda de los cadáveres de las víctimas. De
forma directa fueron explicando que «la
Comunidad fue avisada por el hermano de Alfonso
Bolívar Tuberquia Graciano, el miércoles 23 de
febrero, y les comunican el ataque del Ejército a
Alfonso y a su familia en la vereda de La
Resbalosa. El viernes 25, una vez organizada la
Comunidad, comienzan la búsqueda del cadáver
de Alfonso Bolívar y sus familiares así como del
resto de personas, entre ellas Luis Eduardo
Guerra, que en esos momentos daban por
desaparecidas. Ese mismo día avisan a Javier
Giraldo, y a unos abogados de Medellín, de la
Corporación Jurídica Libertad. Los Abogados
avisaron a Fiscalía y a la Policía comunicando las
muertes y las desapariciones. Salieron dos
comisiones en la búsqueda, una de la vereda de
La Unión y otra desde San José de Apartadó y se
unieron por la noche en la vereda de La
Resbalosa, donde había ruido de disparos y de
bombas. Con la comisión de La Unión se
encontraban cooperantes internacionales de la
ONG norteamericana FOD. Llegan directamente a
La Resbalosa pasando por la vereda de Mulatos
Medios, localizando en un agujero, tapado con
hojas de cacao, los cadáveres descuartizados de
Alfonso Bolívar Tuberquia Graciano, su mujer
Sandra Milena Muñoz Posso, sus hijos Natalia
Andrea Tuberquia y Santiago Tuberquia, y el del
trabajador y vecino de aquéllos Alejandro Pérez
Castaño. Poco después de la llegada de la
comisión, llegan en helicóptero miembros de la
Fiscalía, acompañados por el Defensor del Pueblo
de Apartadó, y en el lugar también se encontraban
miembros del Ejército, antes de la llegada de los
miembros de la Fiscalía. Los miembros de la
comunidad pensaban que también se encontraban
allí los cadáveres de Luis Eduardo Guerra y sus
familiares, ya que allí se encontraban las bestias
de éste. La Fiscalía procede al levantamiento de
los cadáveres que se encontraban en La
Resbalosa y a trasladarlos a la morgue de
Apartadó. Ese mismo día, los miembros de la
comunidad se dirigen hacia el lugar donde
pensaban que había sido detenido Luis Eduardo
Guerra y su familia, en la vereda de Mulatos
Medio. La información procedía del hermano de
Luis Eduardo, Wilmar Darío, que se lo había dicho
a la comunidad tras conseguir huir del lugar
cuando los militares les habían dado el alto todos
ellos. Una mujer llamada Rosalía, miembro de la
comunidad, se había adelantado un poco al resto
y fue la primera que encontró unas botas y unos
lazos de la esposa de Luis Eduardo, y observó la
presencia de gallinazos en las proximidades del
lugar donde había hecho el hallazgo. Rosalía
volvió atrás e informó al resto de los miembros de
la comisión de la comunidad que se dirigieron
hacia el lugar en que se encontraban los
gallinazos y encontraron los cuerpos sin vida de
16
Luis Eduardo Guerra, de su esposa Bellarina Ariza
Guzmán, y del hijo de Luis Eduardo, Deiner
Andrés Guerra Tuberquia, que había sido
decapitado y cuya cabeza fue hallada a unos
cuantos metros. Prácticamente en el mismo
momento aparecieron miembros del Ejército, que
se habían ocultado durante la llegada de los
miembros de la Comunidad de Paz y rodearon a
éstos. Los miembros de la comunidad habían
observado que, a unos metros de los cadáveres,
se encontraba, tirado en el suelo, un machete
manchado de sangre y, a unos dos metros, un
palo o garrote también manchado de sangre. No
quisieron tocar nada para que fuera recogido por
la
Fiscalía
cuando
se
realizaran
los
levantamientos. Uno de los soldados, de aspecto
mulato, cogió el machete, lo restregó por la arena
del suelo y lo lavó en el río, tras lo cual se dirigió al
grupo, blandiéndolo y diciendo que “este es el
machete degollador”. El machete era corriente, de
los de trabajo en este territorio, y no de los que
usa el Ejército o los paramilitares, que son más
cortos. El militar se quedó con el machete y se
alejó del grupo. Cuando regresó ya no llevaba el
machete, no lo han vuelto a ver. El garrote no fue
recogido por la Fiscalía durante el levantamiento
de los cadáveres a pesar de que tenía sangre.
Afirman que todavía recientemente se encontraba
en el lugar. Ese mismo viernes, tras ser
localizados los cadáveres a última hora de la
tarde, los abogados de la Corporación Jurídica
Libertad dan aviso telefónico a la Fiscalía y a la
Vicepresidencia de la República, solicitando que
se practique el levantamiento de los mismos. En
Fiscalía les aseguran que llegarán al día siguiente,
sábado 26 a primera hora de la mañana. Los
miembros de la comunidad permanecieron durante
todo el sábado custodiando los cadáveres y
esperando la llegada de la Fiscalía, que, cuando
se conseguía comunicar con ellos para preguntar
por el retraso en la llegada, contestaban que eran
problemas de visibilidad para el helicóptero en el
que debían trasladarse los que lo motivaban. En la
mañana del domingo 27 y viendo que los
miembros de la Fiscalía no se personaban en el
lugar, decidieron llevarse los cadáveres ellos
mismos hasta San José. Cuando iban a hacerlo,
finalmente aparecieron los miembros de la Fiscalía
que procedieron al levantamiento de los cadáveres
y a la recogida de algunos vestigios (ropas,
algunas piedras manchadas de sangre) pero no el
palo o garrote ensangrentado ni tampoco el
machete que ya había desaparecido el viernes al
atardecer. Los cadáveres fueron trasladados a la
morgue de Apartadó. Cuando los miembros de la
comunidad se personaron en la morgue para
reclamar la entrega de los cuerpos, no les
permitían llevarse el cuerpo de Luis Eduardo
Guerra ya que, alegaban, no podía ser identificado
por presentar amputadas ambas manos y no
haberse podido contrastar las huellas dactilares.
Finalmente le reconoció una religiosa, la hermana
Clara, que en esa época vivía con la comunidad
de paz. El traslado del cuerpo no pudo ser
realizado con la funeraria, ya que se negó a ello, y
se hizo por medio de un vehículo colectivo de
transporte. El conductor del colectivo que se
ofreció a realizar el traslado fue amenazado pocos
días después y le dijeron que si no se iba de la
zona le mataban, así que decidió trasladarse a
otra parte del país. Mientras el cuerpo de Luis
Eduardo Guerra permanecía en la morgue,
miembros de la comunidad de paz negociaron
para declarar en Fiscalía. Las preguntas que les
realizaron no tenían nada que ver con la identidad
de Luis Eduardo sino con su posible pertenencia a
la guerrilla, extremo negado por todos los testigos.
Con posterioridad no han declarado ante la
Fiscalía de Apartadó por estos hechos aunque en
la comunidad se han recibido numerosas
citaciones, más de sesenta, pero ninguna
realizada personalmente. Los miembros de la
comunidad han llegado al acuerdo de no acudir a
estas citaciones, de no acudir a declarar ante la
Fiscalía de Apartadó y sostienen que en la Fiscalía
ya saben por que no van a declarar. Estos hechos,
y las ocho muertes producidas, produjeron una
gran conmoción a nivel nacional y tuvieron mucha
repercusión en los medios de comunicación, hasta
el punto de que el Defensor del Pueblo convocó a
Javier Giraldo para reunirse en Bogotá en su
despacho. Antes de entrar Javier Giraldo, en el
despacho del Defensor entraron muchos
periodistas con cámaras que estuvieron presentes
en la entrevista entre ambos. Javier Giraldo
solicitó de nuevo, en esta ocasión, el
nombramiento de un Delegado de la Defensoría
Pública en San José de Apartadó, lo que fue
aceptado y se nombró, dos meses más tarde, al
actual Delegado. El Gobierno informó en esas
fechas de que no había tropas en la zona en el día
de las matanzas, que los soldados más cercanos
se encontraban a dos días de camino. En cambio
los testigos sostienen que en esos días había
militares por todas partes, en La Esperanza,
Arenas, San José y La Cristalina, que habían visto
numerosos rastros de las tropas, rastros y huellas
de entrada en las veredas y no de salida. Al
parecer, los militares informaron que los más
próximos se encontraban en la vereda de Las
Flores, en el extremo nororiental de Apartadó. En
cambio, el día 20 de febrero, en la vereda de Las
Nieves,
murió
el
guerrillero
apodado
«Machorrusio», Marcelino Moreno, al parecer a
manos de miembros del Ejército, y, desde esa
vereda, los militares se trasladaron hacia el sur, a
la vereda de Mulatos y desde allí a la vereda de La
Resbalosa, lugares donde se produjeron las
masacres. Además, en el mes de enero de 2005,
en la zona se había producido un enfrentamiento
17
entre guerrilleros y militares en el que habían
muerto 19 militares».
También otra persona que participó en la
búsqueda de los cuerpos accedió a declarar con
relación a esa búsqueda y a otros hechos
posteriores. Su relato es el siguiente: «El
declarante participó en la búsqueda del cadáver
de Alfonso Bolívar en La Resbalosa, con otros
miembros de la Comunidad, en febrero de 2005.
Cuando llegaron a la casa vieron sangre por todas
partes y los cuerpos semienterrados por hojas y
otros vegetales. Fiscalía llegó y realizó el
levantamiento de los cadáveres. Al día siguiente
fueron a buscar a Luis Eduardo y a su familia, y de
inmediato, cuando llegaron al lugar, apareció el
Ejército que estaba oculto y les rodearon. Relata el
episodio del machete que fue limpiado por un
soldado en términos similares a lo narrado por
otros testigos. Fiscalía tardó más de un día en
llegar a realizar el levantamiento de los cadáveres.
Nunca ha sido citado por Fiscalía pero tampoco
acudiría.
A las siete de la mañana del 12 de enero
de 2006, mientras cortaba leña en su casa en la
vereda de Las Arenas, escuchó unos treinta
disparos muy cercanos, por lo que, asustados, él y
su hijo se tiraron al suelo y se arrastraron hasta un
caño próximo. Después escucharon un bombazo.
Posteriormente, cuando iban por la vereda camino
de San Josesito, vieron a unos militares que
llevaban el cadáver de un líder de la comunidad,
Eliberto Vásquez, atado a un palo. Que decían
que era un miliciano. Él no les dijo nada a los del
Ejército cuando pasaron a su lado. Con el Ejército
venía un reinsertado al que llaman “el chulo”.
Acudió a San Josesito para refugiarse y desde
entonces vive en San Josesito y solo va a trabajar
a sus tierras, no se queda a dormir en su casa.
Los militares no han entrado en su casa. Desde el
ataque del 12 de enero de 2006 vive en San
Josesito».
Con relación a las masacres de febrero de
2005 también recibimos declaración a otra de las
personas que, durante las fechas en que se
produjeron las masacres, fue retenido en el interior
de su propia vivienda, según sostiene, por
miembros del Ejército y paramilitares. En nuestra
presencia afirmó que «es familiar de la primera
testigo y el día anterior a los sucesos había estado
recogiendo plátanos con Luis Eduardo Guerra,
trajeron los plátanos a la casan y habían quedado
para trabajar el lunes, pero Luis Eduardo no vino.
Ellos cayeron en manos del Ejército el día 21 de
febrero, que llegó acompañado de paramilitares. A
las 8 o las 9 de la mañana llegó una gente y les
dijeron si conocían a Luis Eduardo Guerra y les
dijeron también que habían matado a Luis
Eduardo y a su familia y a Alfonso Bolívar con sus
familiares. Los que ocuparon la casa era
bastantes, no sabe cuantos. Los militares habían
estado en diciembre de 2004 y habían ocupado un
lote próximo, pero no les hicieron nada y por eso
en febrero de 2005 se dejaron atrapar, por que
confiaban en que no les hicieran nada como la
otra vez. A ellos les amenazaban preguntándoles
por sus relaciones con la guerrilla, que siempre
negaban. Esa misma semana, la guerrilla había
estado en la vereda de Mulatos. Los del Ejército
les decían que si ellos se iban los paramilitares se
quedarían y los matarían. Pidieron ir a por comida
y por maíz, para ellos y para los animales, ya que
se quedaron sin alimentos, pero no les dejaban.
Durante los días que estuvo retenido junto con su
hermana y otras personas, entre ellos niños, les
amenazaban con “mocharles la cabeza” y
estuvieron registrando la casa. También hicieron
pintadas en la casa, donde ponía Brigada 17 y
Brigada 11, y, cuando llegaron los miembros de la
comunidad de paz se hicieron algunas fotos de las
pintadas, aunque los militares intentaron borrarlas
cuando vieron acercarse a los de la comunidad. El
domingo 27 de febrero la comisión de la
comunidad de paz consiguió localizarles y
acercarse a la vivienda donde estaban retenidos,
y, aunque el personal del Ejército que encontraron
les dijo que en las viviendas no había nadie,
consiguieron alcanzar la vivienda y decir a los que
se encontraban dentro que si querían salir. Todos
salieron y se fueron con los miembros de la
comunidad, con quienes iba un periodista de
Bogotá, hasta San José de Apartadó. Durante los
días de su retención se perdieron dos mulas y una
yegua, a las que habían soltado para que
comieran en el río ya que en la casa se había
terminado la comida. Desde que les liberaron tiene
miedo por que hay gente, los paramilitares y los
militares, que le conocen, que saben que la familia
Tuberquia estuvo en El Barro. Desde entonces no
han vuelto a sus casas, hay trabajo pero no tienen
dinero. En las veredas de Mulatos y El Barro ya
solo queda una familia, el resto se ha desplazado,
y no pueden volver a vivir allí ni a trabajar en su
zona, la vereda de Mulatos, donde se encuentran
las mejores tierras, y cree que es por eso que
están trayendo gente de otros sitios para
ocuparlas, con gente de grupos paramilitares. Solo
la comunidad de paz le ha protegido ante esta
estrategia y en esta situación».
Indirectamente relacionada con estos
hechos está la siguiente declaración recibida, que
atestigua sobre la presencia del Ejército en la zona
en las fechas que se produjeron las masacres,
situación que, como se dijo anteriormente, en la
actualidad sigue siendo negada. El testigo nos
refirió que «el sábado 19 de febrero iba caminando
desde la vereda de La Esperanza en dirección a
Playa Larga cuando observó huellas de militares y,
18
comentándolo con un vecino conocido suyo,
llamado José Lozanitos que, tras estos hechos, se
fue a Nueva Antioquia en Turbo, y que le dijo que
las tropas habían entrado en su casa y le habían
humillado. Cuando estaban hablando llegaron
tropas del Ejército que le preguntaron de donde
venía y hacia donde se dirigía y, cuando les dijo
que iba a Playa Larga, le dijeron que no podía
seguir, que tenía que quedarse detenido allí hasta
nueva orden. Le acusaron de ir a ver donde
estaban los paramilitares para ir a contarlo a la
guerrilla. Les dijo que volvería a San José.
Salieron por la tarde y vieron militares por las
veredas de Las Nieves y Mulatos. Al día siguiente
fue a recoger el maíz y se encontró con miembros
de la comunidad de paz. Veía un helicóptero
sobrevolar la zona por donde suele operar la
guerrilla. Ahora vive en Arenas Altas, en la
comunidad de paz, el Ejército le imputa ser
guerrillero pero no puede decir nada ya que de
otra forma el Ejército o la guerrilla lo matan. Desde
febrero de 2005 no tiene contacto con el Ejército.
No ha recibido citaciones personales de ninguna
institución pública. Se han producido muchos
desplazamientos: en la vereda de La Esperanza
había 70 familias y ahora ya no hay nadie y las
tierras no las pueden trabajar. Hay siete familias
que quieren regresar pero sin acompañantes
internacionales permanentes no pueden, no se
atreven. El Estado les pide que colaboren para
saber donde está la guerrilla y si no lo hacen les
echan de sus tierras, y si colaboran pueden sufrir
represalias de la guerrilla. Las tierras de los
desplazados están siendo ocupadas por
paramilitares».
Con idéntica finalidad, comprobar la
presencia y actuación del Ejército en la zona en
que se produjeron las masacres y en la fecha de
las mismas, recibimos declaración a otro
campesino que, venciendo sus temores, nos habló
tanto de lo vivido por él en esa ocasión como en
fechas anteriores: «El 31-12-04 escucho disparos
en la vereda de Las Nieves, donde vivía.
Miembros del Ejército le sorprendió en su vivienda
y le cogieron. Le obligaron a echarse al suelo, le
taparon la boca, le colocaron un arma en cada
costado y, poco después, le metieron el cañón de
un arma en la boca. En ese momento le ofrecieron
dinero, dos millones de pesos, si decía quién era
de la guerrilla, pero les dijo que no conocía a
nadie. Intentaron quitarle la ropa y cambiársela por
una de camuflaje para que pareciera que era
guerrillero. Se negó y resistió a ello. Le llevaron a
la Brigada del Ejército con la cara tapada. Allí le
presentaron ante el general, que le acusó de ser
guerrillero. El le enseñó sus manos de trabajador y
su espalda. Vieron así que solo era un campesino.
Fue trasladado por los militares a la Fiscalía de
Apartadó y allí no le preguntaron nada y lo
pusieron, poco después de su llegada, en libertad.
Al salir alguien le dijo que si le volvían a ver por
Las Nieves lo iban a matar. Posteriormente, el 192-05 y días siguientes, durante varios días, vio al
Ejército por la zona con helicópteros. Desde ese
día y durante los siguientes estuvo viviendo en el
monte con su hijo, sin comida, escondiéndose los
dos del Ejército, hasta que les localizaron
miembros de la comunidad de paz que les daban
por desaparecidos. Relaciona la entrada del
Ejército en la vereda en la que vivía con la muerte
del guerrillero llamado «Machorrusio» que se
produjo en esas fechas a manos del Ejército. La
vivienda en que habitaba este guerrillero estaba
muy próxima a la suya. Desde entonces, no ha
sido citado nuevamente por la Fiscalía ni ha vuelto
a salir de la zona. Tiene miedo aunque el Ejército
no le ha vuelto a molestar. Vive en la vereda de La
Unión con su hijo y no ha podido regresar a la
vereda de Las Nieves. En esta vereda había 6 o 7
familias y actualmente no queda ninguna, está
deshabitada, todos tuvieron que desplazarse. Su
vivienda está derrumbada y el cacao que cultivaba
perdido. Querrían trasladarse, él y su hijo, para
salir de la zona y vivir junto a otros miembros de
su familia que están residiendo en otra parte de
Colombia, pero su hijo no tiene cédula de
identidad ni la ha tenido nunca y él tampoco la
tiene aunque sabe el número. Tiene miedo de que
los detengan a ambos si intentan abandonar la
zona o si se acercan a Apartadó para conseguir
las cédulas».
De las declaraciones que pudimos recoger
durante nuestra visita en San Josesito de
Apartadó, cuya riqueza de detalles y de matices
no puede apreciarse en las transcripciones que
realizamos casi a vuela pluma, si hemos
alcanzado algunas conclusiones iniciales:
En primer lugar, las declaraciones que se
realizan en nuestra presencia vienen a confirmar,
en su práctica totalidad, todos los datos que,
después de escucharlas, pudimos leer en la
publicación Noche y Niebla9 antes citada, datos
que, por nuestras propias comprobaciones,
parecen proceder directamente de las mismas
fuentes de las que nosotros tuvimos conocimiento
o de otras muy próximas.
En segundo lugar, del contenido de las
declaraciones, parecen existir indicios suficientes
de que, contrariamente a lo que se ha sostenido
como versión oficial del Ejército de Colombia, en
los días en que se produjeron las masacres de
febrero de 2005 se produjeron importantes
movimientos de miembros del Ejército en la zona,
y en las mismas zonas o muy próximas a los
9
Puede consultarse la publicación íntegra en
http://www.nocheyniebla.org/
19
lugares en que se produjeron las masacres y en
donde fueron localizados los cadáveres. Las
declaraciones de los testigos son muy claras en
cuanto a este respecto. Además, debe tenerse en
cuenta que los habitantes de la zona, son su
mayor
parte
campesinos
que
conocen
perfectamente las “veredas” y los caminos, las
distintas localidades, las fincas y lugares, y
también las huellas, los rastros dejados por las
personas que circulan por los senderos. Sus
testimonios resultan, por estas circunstancias, muy
creíbles.
Además, y en tercer lugar, resultan muy
esclarecedores los testimonios de las personas
que, durante las fechas en que se produjeron los
hechos, permanecieron privadas de libertad,
retenidas de forma ilícita en sus viviendas, con las
mismas ocupadas por miembros del Ejército y, al
parecer, también por paramilitares. Se da la
circunstancia de que algunas de estas personas
son familiares próximos de algunas de las víctimas
de las masacres de febrero de 2005.
También
resultan
significativos
los
testimonios recibidos que indican una posible
actuación concertada de miembros del Ejército
con individuos que pudieran encontrarse
integrados en grupos de los denominados
“paramilitares” y que, según los testimonios,
parecen operar con total libertad y en colaboración
con las Fuerzas Armadas colombianas en
operativos desarrollados en la zona del
corregimiento de San José de Apartadó y que,
concretamente, pudieron haber participado en
estos hechos.
En quinto lugar, hemos constatado la gran
desconfianza existente entre los miembros de la
comunidad de paz y los representantes de los
poderes públicos en la zona y, también,
especialmente, con relación a la Administración de
Justicia,
la
institución
constitucionalmente
encargada del esclarecimiento de hechos de tanta
gravedad como los sucedidos en las zonas
próximas a San José de Apartadó. La relación
entre los ciudadanos y los miembros de las
fuerzas públicas que deberían protegerles de la
violencia generada por el conflicto en la zona y
proporcionarles seguridad simplemente no existe.
Los miembros de la comunidad perciben a las
fuerzas de seguridad y el Ejército como
responsables en un grado muy importante de la
violencia que sufren, como sus victimarios, y, por
su parte, y a tenor de las declaraciones públicas
comprobadas así como del resultado de las
entrevistas mantenidas durante nuestra estancia
en la zona, la comunidad y sus miembros o
personas próximas a la misma son percibidas por
los responsables de las fuerzas de seguridad
como sospechosos de colaboración con la
guerrilla, como personas a las que debe
someterse a vigilancia y control.
En cuanto a las relaciones entre la
comunidad de paz y la Administración de Justicia,
la situación constatada en el curso de las
declaraciones
recibidas
es
de
absoluta
desconfianza y de ruptura total de cualquier
colaboración entre los miembros de la comunidad
y la Fiscalía encargada de la investigación
criminal. A esta situación se ha llegado como
consecuencia de la experiencia de constante
impunidad vivida por la comunidad. Fuimos
informados de que ninguno de los crímenes o
hechos violentos de que han sido objeto personas
miembros de la comunidad o próximos a ella han
sido resueltos. Al parecer, ninguna sentencia
condenatoria firme ha sido obtenida. Ante esta
situación, todos los testigos con los que pudimos
hablar en la comunidad nos ratificaron la situación
de práctica “rebeldía” ante la Administración de
Justicia, de la que no esperan nada y con la que,
al menos en estos momentos, no desean
colaborar, después de que las experiencias
anteriores se hayan saldado con fracasos
absolutos, con un reinado de la impunidad de sus
victimarios, e, incluso, con la muerte violenta de
algunos de los miembros de la comunidad que
habían denunciado hechos violentos, según
narraron.
En séptimo y último lugar, y directamente
relacionado con el punto anterior, la absoluta
desconfianza de los miembros de la comunidad
con relación al sistema de protección de testigos
vigente en Colombia. Al parecer, como se decía,
existen experiencias en la comunidad de
homicidios de testigos protegidos y en la situación
actual, el sentimiento que se percibe es que,
además de inútil, la declaración de testigos ante la
Administración de Justicia con relación a alguno
de los crímenes únicamente supondría el seguro y
elevado riesgo para el testigo de convertirse, a su
vez, en víctima de hechos violentos, de perder la
vida.
5. Otras agresiones a la Comunidad de
Paz de San José de Apartadó y a sus
miembros.
5.1. La entrada de la Policía Nacional y su
instalación permanente en San José de
Apartadó.
«El miércoles 30 de marzo de 2005, hacia
las 14:00 horas, un grupo de policías ingresó al
caserío de San José, repartió volantes en los
cuales se anunciaba que la Policía iba a realizar
un trabajo conjunto con la comunidad,
20
especialmente en una labor educativa con los
niños, asesorías en resolución de conflictos y otras
labores sociales. Durante los 40 minutos que
permanecieron en el caserío, los miembros de la
policía filmaron las casas y a la gente y dieron a
entender que su presencia ya estaba concertada
con la Comunidad, lo cual era falso. El día
siguiente, hacia las 11:00 horas ingresó al caserío
de San José una motocicleta con dos personas
armadas con armas cortas. Luego llegó el
Capellán de la Policía, anunciando a través de un
megáfono la llegada de la Policía e invitando a
aceptar su presencia, la cual obedecía a órdenes
presidenciales. Enseguida llegó un vehículo tipo
“chiva” de tamaño grande con cerca de 100
personas, entre las cuales se encontraba un grupo
de policías. Llevaban tambores, dulces y juguetes
para los niños y los acompañaban supuestos
sicólogos, sociólogos, payasos, peluqueros y
músicos, según decían, para trabajar con los
pobladores. Nuevamente hicieron filmaciones de
la gente y de las casas…. Comprobaron que la
gran mayoría de los pobladores no los acogía con
beneplácito, se negaba a recibir sus «regalos»,
cerraba las puertas de sus casas y regañaba a los
niños….
El día 1 de abril de 2005 la población de
San José inició un desplazamiento hacia la finca
La Holandita, distante 15 minutos del centro
urbano de San José y propiedad de la Comunidad
de Paz desde hace muchos años, donde se han
realizado trabajos comunitarios. …
El sábado 2 de abril de 2005 llegó al
caserío de San José una gran cantidad de policías
y personas en trajes civiles que llevaban
implementos en camiones. Inmediatamente se
ubicaron en el lote del poblador Nubar Tuberquia
cuya vivienda, que estaba cerrada, fue violada por
los agentes, y sin obtener de él autorización
alguna, dado que es una propiedad privada, se
instalaron en su casa y lote y comenzaron a
construir unas instalaciones para su permanencia.
Los medios locales y regionales de comunicación
desinformaron a la opinión pública, afirmando que
el propietario del lote había negociado con la
Policía, lo cual era falso. Pretendían así encubrir el
delito de invasión de tierras o edificaciones con
que la fuerza pública inauguraba su presencia en
el caserío.
El domingo 3 de abril de 2005 la Policía
que había penetrado en el caserío de San José
hizo una fiesta de inauguración, con la presencia
del Director Nacional de la Policía quien pronunció
un discurso, el Alcalde de Apartadó y población
llevada en vehículos desde Apartadó. Realizaron
simultáneamente jornadas de vacunación y
llevaron odontólogos y peluqueros, pero la
población que aún no se había desplazado
rechazó sus servicios y cerró las puertas de sus
casas. Según el diario El Colombiano (edición del
4 de abril, pag. 6b), el Director de la Policía y el
Alcalde le informaron a los medios que en el
pueblo “todavía sigue el 85 por ciento de la
población”, lo cual es falso. Según el diario El
Tiempo (edición del 4 de abril, pag. 1-7) “El alcalde
de Apartadó, Phidalgo Banguero, se comprometió
a iniciar arreglos en la vía que costará 510
millones de pesos, y la Red de Solidaridad Social
anunció que entregará kits agropecuarios”. Este
mismo diario, en su edición del 5 de abril
registraba que a las 72 horas de estar presente la
Policía ya se vendía licor “así lo indican varios
agentes que dicen que es algo permitido por la
Constitución en todo el país” (pg. 1-5). El imperio
de la Constitución pretendía establecerse, pues,
según la Policía, facilitando la embriaguez de los
pobladores, y no mediante el respeto a la vida,
integridad y libertad de los pobladores ni a sus
proyectos y decisiones democráticas y soberanas.
El martes 5 de abril de 2005, los líderes de
la comunidad de paz de San José de Apartadó
realizaron un rápido censo y evaluación de la
situación de desplazamiento en que se
encontraban. Antes de la Navidad de 2004 se
había realizado un censo… que permitió registrar
como población del caserío 510 personas, entre
niños, jóvenes y adultos. En esta primera semana
de abril estaban desplazadas en la finca La
Holandita 71 familias con 417 personas,
habiéndose desplazado otras 11 familias,
compuestas por 47 personas, hacia fincas en
diversas veredas, lo que permite deducir que en el
caserío solo permanecían 46 personas integrantes
de entre 5 y 10 familias. Otras familias de los
alrededores del caserío han solicitado un lugar en
el asentamiento de los desplazados, llegándose a
completar 90 familias al promediar el mes de
abril.»10
Pocos días después de la entrada de
miembros de la Policía Nacional en San José de
Apartadó, la zona fue visitada por miembros de,
entre otras organizaciones, Asonal Judicial
(Asociación Nacional de Empleados de la Rama
Judicial). La visita se efectuó los días 8 y 9 de abril
de 2005, comprobando, en el curso de la misma
que, en los primeros días tras la llegada a la
población de un importante número de policías
pertenecientes a la Contraguerrilla de la Policía de
Urabá y a la Policía Comunitaria, la mayor parte
de los habitantes se habían trasladado a la finca
“La Holandita”, hacia otras veredas cercanas o
hacia poblaciones más alejadas, encontrándose
en el caserío únicamente cinco familias y con la
actividad comercial completamente paralizada11.
10
Los detalles pueden consultarse en las siguientes páginas:
http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio
n.pdf
11
La información completa está accesible en:
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=141
21
Durante nuestra estancia en la zona
pudimos comprobar que la situación de
desplazamiento de la población del caserío de San
José de Apartadó se está convirtiendo en
permanente. Visitamos el caserío de San José en
compañía del delegado de la Defensoría del
Pueblo para San José de Apartadó y pudimos
comprobar, tanto la importante presencia policial
instalada como el hecho de que la mayor parte de
las viviendas del caserío se encontraban cerradas,
así como el escaso número de pobladores que se
dejaban ver en el lugar, el abandono en el centro
de salud, el parcial cierre de la escuela donde solo
un aula parecía utilizarse. Por el contrario, los
campesinos desplazados en la finca “La
Holandita”, en el poblado, surgido de la nada en
pocas semanas, al que han llamado San Josesito
de Apartadó, forman una población numerosa y
completamente instalada pese a la precariedad de
sus viviendas de tablones y a los escasos
servicios con los que cuentan, apenas una
maestra para los niños, unos sencillos sistemas de
recogida de agua de lluvia y potabilización, todos
ellos sufragados, al parecer, y hasta la fecha, por
organizaciones
no
gubernamentales
de
cooperación.
La instalación de miembros de la Policía,
de forma permanente, en el mismo caserío de San
José de Apartadó es percibida por los miembros
de la Comunidad como una flagrante violación por
parte del Estado Colombiano de las resoluciones
de la Corte Interamericana de DDHH, en especial
de la resolución, dictada pocos días antes, de 15
de marzo de 2005, sobre la que volveremos más
adelante, y en cuya parte dispositiva se requiere al
Estado para que «continúe dando participación a
los beneficiarios de las medidas provisionales o a
sus representantes en la planificación e
implementación de dichas medidas, para
establecer las que sean más adecuadas para la
protección y seguridad de los miembros de la
Comunidad de Paz de San José de Apartadó y
que, en general, los mantenga informados sobre el
avance en la adopción por el Estado de las
medidas dictadas por la Corte Interamericana de
DDHH» (Resolución de 15 de marzo de 2005,
parte resolutiva nº 212).
La posición del Coronel Jefe de la Policía
con el que pudimos hablar durante nuestra
estancia, así como la de D. Carlos Franco,
Director del Programa de DDHH de la
Vicepresidencia de la República, que también tuvo
la deferencia de recibirnos durante nuestra
12
La resolución íntegra puede consultarse en la página web de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
http://www.corteidh.or.cr/paises/colombia.html en el enlace
correspondiente a San José de Apartadó.
estancia en Bogotá, con relación a la presencia de
la Policía en San José de Apartadó desde pocas
semanas después de los hechos de febrero de
2005, fue explícita: el Estado Colombiano tiene la
obligación de estar presente en todo el territorio,
de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, y no
puede permitir que el cumplimiento de esas
obligaciones puedan depender de negociaciones
con determinadas poblaciones.
En la entrevista mantenida con el Coronel
D. Diego León Caicedo, Jefe de la Policía
Nacional en Apartadó se sostuvo que es misión de
la Policía prestar seguridad a los civiles insertos
en el marco del conflicto armado que sufre la zona
y que, en cumplimiento de la resolución de la
Corte Interamericana de DDHH (anteriormente
referenciada), se ha adoptado, como medida de
aseguramiento de la población civil, la instalación
de un puesto de policía en San José de
Apartadó...y, además, los policías de ese puesto
reciben formación específica en derechos
humanos, y tiene orden de no subir por las
“veredas” próximas, sino que permanecen en San
José y alrededores, con dos puestos de policía en
zonas elevadas de San José, para prevenir la
posible presencia de elementos de la guerrilla.
La instalación del la Policía en la localidad
de san José de Apartadó también fue valorada por
D. Carlos Franco como una decisión adoptada por
el Estado colombiano en el marco de las medidas
de protección de los pobladores de San José de
Apartadó, tanto pertenecientes a la comunidad de
paz como ajenos a ella, a las que venía impelido
tanto por el cumplimiento de las obligaciones de
dar protección a la población en riesgo por habitar
en zonas de conflicto, como por lo dispuesto en la
resolución de la Corte Interamericana de DDHH.
No obstante y con relación al despliegue
de miembros de la Policía Nacional colombiana en
la localidad de San José, debe tenerse en cuenta
que, si bien resulta evidente la obligación de las
fuerzas de seguridad del Estado de estar
presentes en todas las zonas del territorio nacional
en las que puedan existir riesgos de cualquier
naturaleza para las personas o bienes de los
ciudadanos, garantizando su seguridad, no
pueden olvidarse las distintas resoluciones de la
Corte Interamericana de DDHH con relación a la
comunidad de paz de San José de Apartadó, que
vinculan y obligan directamente al Estado
colombiano. Ya desde prácticamente las primeras
resoluciones de la Corte Interamericana de
DDHH13, iniciadas con la resolución de 9 de
13
Todas las resoluciones pueden consultarse en la página web
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
http://www.corteidh.or.cr/paises/colombia.html en el enlace
correspondiente a San José de Apartadó.
22
octubre de 2000, dictada en relación con las
medidas provisionales solicitadas por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, se
reconoce que «la Comunidad de Paz de San José
de Apartadó, integrada según la Comisión por
aproximadamente 1.200 personas, constituye una
comunidad organizada, ubicada en un lugar
geográfico determinado, cuyos miembros pueden
ser identificados e individualizados y que, por el
hecho de formar parte de dicha comunidad, todos
sus integrantes se encuentran en una situación de
igual riesgo de sufrir actos de agresión en su
integridad personal y su vida» (Resolución de la
Corte de 24 de noviembre de 2000) y, en esta
misma resolución, se acuerda «Requerir al Estado
de Colombia que amplíe, sin dilación, las medidas
que sean necesarias para proteger la vida e
integridad personal de todos los demás miembros
de la Comunidad de Paz de San José de
Apartadó. Requerir al Estado de Colombia que
investigue los hechos que motivan la adopción de
estas medidas provisionales con el fin de
identificar a los responsables e imponerles las
sanciones correspondientes, e informe sobre la
situación de las personas indicadas en los puntos
resolutivos anteriores. Requerir al Estado de
Colombia que adopte, sin dilación, cuantas
medidas sean necesarias para asegurar que las
personas beneficiadas con las presentes medidas
puedan seguir viviendo en su residencia habitual.
Requerir al Estado de Colombia que asegure las
condiciones necesarias para que las personas de
la Comunidad de Paz de San José de Apartadó
que se hayan visto forzadas a desplazarse a otras
zonas del país, regresen a sus hogares. Requerir
al Estado de Colombia que dé participación a los
peticionarios en la planificación e implementación
de las medidas y que, en general, los mantenga
informados sobre el avance de las medidas
dictadas por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos.»
La Corte, por tanto, ya en el año 2000,
reconoce que los miembros de la Comunidad, por
este solo hecho, se encuentran en situación de
grave riesgo para su vida y su integridad personal
y resuelve no sólo requerir la adopción por parte
de Estado Colombiano de distintas medidas de
protección de la vida y la integridad física, para
asegurar la permanencia de los miembros de la
Comunidad de Paz en sus lugares de residencia o
el regreso a los mismos, sino que, además, y este
pronunciamiento resulta ahora especialmente
relevante a la vista de la situación producida en el
mes de abril de 2005, acuerda requerir al Estado
para que dé participación a los peticionarios
(miembros de la comunidad de paz) en la
planificación e implementación de las medidas,
medidas que no pueden ser otras que las que se
adopten para cumplir con el resto de
requerimientos dirigidos a garantizar la seguridad
de los miembros de la comunidad de paz.
Podría concluirse, por tanto, que la
decisión de instalar a miembros de la Policía
Nacional en la población de San José de
Apartadó, adoptada de forma unilateral por parte
del Estado colombiano pocas semanas después
de las masacres de febrero de 2005, pudiera
constituir un incumplimiento de lo dispuesto por la
Corte Interamericana de DDHH en su Resolución
de 24 de noviembre de 2000, disposición que ha
sido reiterada en las resoluciones posteriores,
dictadas en fechas 18 de junio de 2002, 17 de
noviembre de 2004, 15 de marzo de 2005 y la más
reciente de 2 de febrero de 2006.
Posteriormente será necesario entrar a
analizar con más detalle las cuestiones que
pueden derivar de estas resoluciones, así como la
evolución de los procesos de negociación que,
durante largo tiempo, se han desarrollado entre la
comunidad de paz y representantes del Gobierno
de Colombia y sus distintas instituciones con
relación y competencia en las situaciones de
vulneración de los derechos humanos y en los
graves crímenes sufridos por los miembros de la
Comunidad, pero baste por ahora concluir con la
constatación, percibida con claridad durante
nuestra instancia en San Josesito de que los
miembros de la Comunidad han interiorizado el
establecimiento de las fuerzas de la Policía
Nacional en San José de Apartadó como una
nueva agresión, a sumar a las tan graves
agresiones consumadas pocas semanas antes,
como el establecimiento de los victimarios junto a
sus víctimas, como el fracaso de todas las
conversaciones
anteriores
y
como
un
incumplimiento de las resoluciones de la Corte
Interamericana de DDHH.
5.2. Los hechos de noviembre de 2005. La
muerte de Arlen Salas David y heridas de
Hernán Goez.
«El 17 de noviembre a las 10:30 de la
mañana en la vereda de Arenas Altas se
encontraba Arlen Salas con otros seis miembros
de la comunidad desyerbando maíz. Al verlos, el
ejército les dispara varias ráfagas de fusil y luego
les lanza una granada que cae junto a Arlen
quien resulta herido. El ejército sigue disparando
mientras los compañeros de Arlen tratan de
ayudarlo pero las ráfagas hacen que tengan que
refugiarse detrás de los árboles. Cuando cesan
los disparos, se acercan nuevamente a Arlen
pero lo encuentran ya muerto. Algunos de los
que estaban junto a Arlen van avisar a San
Josesito sobre lo sucedido hacia las 13 horas.
Enseguida se conforma un grupo de personas de
la comunidad que sale con acompañamiento
23
internacional; de igual forma de La Unión sale un
grupo de personas de la comunidad hacia Arenas
Altas. Hacia las 5 de la tarde los dos grupos se
encuentran en Arenas Altas, en la finca de
Rodrigo Rodríguez, con el ejército. A estas
personas de la comunidad, el ejército los hace
entrar a una casa y comienza a decirles que eran
guerrilleros, que ellos sólo han herido a
guerrilleros, hacen tiros al aire y les dicen que los
van a matar, que la comunidad es guerrillera y
que la van a acabar. La mayoría de los militares
tenía dos fusiles: uno con el que siempre andan y
el otro con que se han visto a los paramilitares.
Enseguida un grupo del ejército comienza a
disparar contra el caserío de Arenas Altas y las
familias tienen que salir de las casas a
esconderse. Varios de los impactos dan en las
casas. El ejército también dispara contra la
escuela donde se encontraba el profesor con
varios niños. La tropa dice que desde la escuela
les están disparando pero el profesor les
confronta diciendo que era totalmente falso, que
él estaba con los niños tirado en el suelo
mientras les disparaba el ejército. En los disparos
que hacen contra el caserío de Arenas Altas es
herido Hernán Goez, miembro de la comunidad.
La delegación de la comunidad llega con el
defensor comunitario hacia las 6:30 de la tarde
donde se encontraba el cuerpo de Arlen y lo
traen a San Josesito. Delante del defensor se
recogieron los restos de la granada».
La versión que acabamos de transcribir
es la expuesta por la comunidad de paz en
Internet14. Con relación a estos hechos también
tuvimos la oportunidad de escuchar a algunos de
los testigos que, al parecer, los presenciaron de
forma directa.
Hernán Goez proviene de la vereda de
Arenas Altas. Fue testigo de la muerte de Rodrigo
Arlen Salas el 17 noviembre de 2005 y resultó
herido por arma de fuego en la misma fecha de la
muerte de Arlen. Según relata, «el día de los
hechos tenía que ir a trabajar, se levantó como a
las 5.30 horas, y vio que su yegua estaba
comiendo el maíz y fue a buscarla. Su mujer le
preparó el desayuno. Se fue para donde estaba su
trabajo, y se fueron juntando un grupo de
trabajadores. Iban a limpiar un campo de maíz.
Comenzaron a trabajar en el maizal sobre las ocho
de la mañana. Oyeron unos disparos pero al
principio no hicieron caso, siguieron trabajando;
poco después sonaban disparos por todas partes
y se refugiaron de la balacera en un filo (ladera).
El les decía a sus compañeros que no subieran,
que no se movieran, que esa gente que disparaba
los mataba. Algunos se subieron a ver más.
14
La versión completa puede consultarse en
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=199 y otras
visiones sobre los mismos hechos en
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=201
Rodrigo (Arlen) Salas asomó la cabeza y le
lanzaron una bomba, sintieron la explosión y cayó
tierra en el ala de su sombrero. Vio a Rodrigo
(Arlen) Salas salir volando, cabeza abajo y herido.
Como estaba con convulsiones, sus compañeros
de trabajo querían ir a recogerle, pero él les dijo
que no lo hicieran, que iban a ser descubiertos,
que si se amontonaban les iban a tirar otra bomba.
Lo dejaron allí al herido y se fueron por un caño,
resguardados por el filo, para que no les vieran.
Pasaron al camino y se subieron por el rastrojo
hasta la cacahuetera de Simón Goez. Siguieron
hasta la casa de la hermana del declarante Mirce
Goez. Seguían cayendo balas hasta que subió un
helicóptero y se calmó. Él se quedó en la casa de
Mirce junto con otros cuatro trabajadores. La gente
que les había disparado dio la vuelta y les
alcanzaron en la casa de Mirce y comenzaron a
disparar contra la casa. Al sentir la plomiza se
tiraron al suelo pero les cogieron a plano en la
casa de Mirce. Fue allí donde sintió un quemorazo
en la espalda y que le habían herido. Les dijo a
sus compañeros que se volaran, que le habían
dado. Desde la casa dio un salto a un caño y
escuchó a la hija de Mirce diciendo “dieron a
Nando” ya que pudo ver su camisa llena de
sangre. Bajó por el caño para salir hasta la
escuela de Arenas Altas y subió quebrada arriba.
Se encontró allí con Mirce y otra señora llamada
Norma, que iban huyendo, corriendo por una
quebrada hasta resguardarse tras una piedra
grande. Allí se quedaron con mucho miedo.
Fueron después a la Escuela y se quedaron allí
hasta que subió gente de la comunidad de paz de
San José de la vereda de La Unión y fueron a
recoger a Rodrigo (Arlen) Salas y le trasladaron a
él al Hospital. La Fiscalía fue a interrogarle al
Hospital y cree que recogieron la bala y que se la
quedaron, él no sabe donde está. El Ejército
reconoce que dispararon pero lo justifica diciendo
que anteriormente a ellos les habían disparado
desde la escuela de Arenas Altas. Al parecer
había habido un enfrentamiento anterior con la
guerrilla en Los Mandarinos, a una hora de camino
de Arenas Altas».
Además, y con relación a otros hechos,
manifestó que su hermano, «Darío Goez, vivía con
una viejita a la que llaman “Heroína” y el día 9 de
abril de 1998 los militares se acercaron a Arenas
Bajas, cuando él estaba fuera de la casa, con otra
gente, y los militares le dieron un tiro en el pie a
Darío, que cayó herido al suelo. La viejita y su
hermano se quedaron allí. Ella les rogó que le
dejaran llevarlo al Hospital, que ellos o sus
familiares lo llevarían, pero al resto de los
familiares y personas les obligaron a irse del lugar
y a Darío lo llevaron junto a un cañito y allí le
acabaron de matar. Cuando regresaron el cuerpo
no se encontraba, lo habían llevado con un
24
helicóptero hasta Turbo, donde lo vistieron de
guerrillero, lo “legalizaron”, antes de entregarlo a
los familiares. El denunciante vive actualmente en
Arenas Altas y desde noviembre de 2005 no ha
tenido otros incidentes con el Ejército. Cuando
ocurrieron los hechos de noviembre el Ejército
entró en su casa, que se encontraba sola, y
cuando regresaron faltaban una radio y unos
huevos».
También con relación a estos mismos
hechos se nos narraron las vivencias de varios
miembros de la comunidad, vivencias del
momento en que se produjeron y también de
cuando acudieron al lugar. El primero de los
testigos es un hombre adulto, que declara haber
estado junto con Hernando Goez y Rodrigo (Arlen)
Salas, el día 17 de noviembre de 2005, formando
parte del grupo de trabajadores que habían
acudido a limpiar un maizal: «Los que dispararon,
les estaban viendo, cayó una granada que alcanzó
a Rodrigo (Arlen) Salas. Ellos no tenían nada que
ver con las balas, solo se refugiaron y corrieron.
Había aparatos volando, gente por la tierra. Él se
refugió dentro de la escuela de Arenas Altas y
Hernán Goez se quedó en casa de su hermana.
En la escuela no había nadie que disparara contra
los militares, solo civiles allí refugiados, maestros y
niños, unos veinte niños, que estaban en clase ya
que estos hechos ocurrieron entre las 10,30 y las
11 de la mañana. Por la hora que era el Ejército
tenía que saber que en la escuela estaban los
niños y pese a ello dispararon, sabiendo que había
niños dentro. Después, cuando se calmaron los
disparos, fueron a San Josesito y formaron una
comisión de la Comunidad de Paz para buscar a
Rodrigo (Arlen) Salas. Les acompañaba Yolanda,
maestra española en la Comunidad de Paz, y
Rubén Darío, de la Defensoría del Pueblo.
Durante el camino escucharon sonar disparos.
Continúa diciendo que desde el 17 de noviembre
no han vuelto a tener otros problemas y que no lo
han citado para nada. La noche anterior a esta
declaración el Ejército ha estado por la zona, pero
no han entrado en las casas. Que ha visto los
rastros del Ejército. Que no les han citado de
Fiscalía con relación a estos hechos».
Gildardo Tuberquia, uno de los miembros
del Consejo de la comunidad de paz, nos relata lo
sucedido cuando miembros de la comunidad
acudieron al lugar de los hechos pensando
encontrar herido a Arlen Salas: «antes de llegar al
lugar de los hechos, a unos cincuenta metros, el
Ejército les rodeó, les llamaron guerrilleros y les
dijeron que no fueran a correr, les hicieron tirarse
al suelo y tirar los machetes que llevan siempre.
Les dijeron que no había heridos e hicieron varios
disparos intimidatorios que no alcanzaron a
ninguno de los miembros de la comisión. Un
soldado sacó del grupo a un muchacho de La
Unión. R., uno de los líderes de la comunidad de
paz,
les
dijo
entonces
que
llevaban
acompañamiento internacional, Yolanda, la
maestra de la comunidad de paz, y que más atrás
estaba la Defensoría del Pueblo, y entonces los
soldados se hicieron señas de que no se podía
hacer nada. Los soldados llevaban el cadáver de
una guerrillera y la mayor parte de ellos llevaban
dos armas. Con las tropas estaba Apolinar Guerra,
un reinsertado, antiguo guerrillero torturado por el
Ejército en el año 2004, que iba vestido de
uniforme, con armas y con instrumentos de
comunicación modernos. Los metieron en casa de
Rodrigo Rodríguez, hasta que el Ejército pasó con
el cadáver y abandonaron el lugar, momento en
que salieron y pudieron continuar su camino y
sobre las 18.30 horas llegaron al lugar y
comprobaron que Rodrigo (Arlen) Salas estaba
muerto, habiendo encontrado también otra
persona herida, Hernando Goez y, en las casas de
la vereda, agujeros producidos por las balas.
Rubén Darío, de la Defensoría, les dijo que había
que esperar a Fiscalía para levantar el cadáver de
Rodrigo, pero los miembros de la comisión de la
comunidad de paz se negaron a esperar y fueron
hasta el campo de maíz y lo sacaron. Encontraron
la cola de la granada y se entregó en la
Procuraduría de Apartadó, que creen que abrió
una investigación sobre el caso de carácter
disciplinario y también sobre la masacre de febrero
de 2005».
Por último, y también como testigo
presencial de, al menos, una parte de estos
hechos, una mujer adulta residente en Arenas
Altas, frente a la Escuela declaró que «estaban
en su casa, tres familias juntas, cuando
escucharon disparos procedentes de las afueras
de la vereda y también tres explosiones. Estando
en la casa, llegaron los soldados y comenzaron a
disparar contra las viviendas y la escuela,
también vieron como dispararon a la casa donde
estaba Hernando Goez. La casa de la declarante
y, al menos, otra, recibieron impactos de bala. Su
casa fue dañada en el tejado, hicieron dos
agujeros en la plancha de cinc y también dañaron
el tejado de la otra vivienda. A las dos de la
tarde se fueron por que vieron una salida.
Cuando murió Rodrigo estaban once personas
limpiando el maíz. Rodrigo era el coordinador de
la zona humanitaria, se dedicaba tan solo a
trabajar y a coordinar la ayuda humanitaria,
llevaba cinco años residiendo en la vereda.
También el Ejército conocía que era el
coordinador de la ayuda humanitaria. El Ejército
no le ha reparado el tejado. La Fiscalía estuvo allí
pero no habó ni con ella ni con las personas que
se encontraban en su casa por que no estaban
en la vereda cuando llegó la Fiscalía. Sigue
viviendo en su casa y el Ejército no le ha
25
molestado desde entonces. Los soldados
siempre están por la zona, esta misma noche el
Ejército ha realizado movimientos por la zona.
Con el Ejército siempre andan los llamados
“paras”».
Con relación a estos hechos, que
tuvieron tan graves consecuencias, no fuimos
informados de que se estuviera realizando
investigación penal alguna, ni tampoco de que
existieran procedimientos abiertos siquiera para
obtener una posible reparación por los perjuicios
sufridos por las víctimas como consecuencia de
hechos que pudieron, en su caso, haber sido
realizados por error por miembros del Ejército. El
tratamiento informativo de este caso por parte del
Ejército, parece dirigirse nuevamente, como en
otras
ocasiones
anteriores,
a
excluir
responsabilidades de cualquier tipo más que a
contribuir, con las encuestas internas que
pudieran resultar necesarias a un esclarecimiento
de los mismos15 . La investigación penal, a tenor
de los vestigios existentes (la bala extraída al
herido, los restos que pudieron encontrarse en el
lugar de los hechos), parece, en principio, que
podría establecer, de forma rápida y no
excesivamente compleja, si las armas utilizadas
en los hechos en los que murió Arlen Salas y en
los que resultó herido Hernán Goez pertenecen
al Ejército Colombiano.
5.3. Controles en el retén de la Policía en «El
Mangolo», en la salida de Apartadó a San José
de Apartadó.
Como pudimos comprobar cada uno de los
días en que nos trasladamos desde Apartadó
hasta San Josesito y San José de Apartadó, en las
afueras de Apartadó, prácticamente en el
comienzo del azaroso camino que sube hasta San
José, se encuentra establecido un puesto de la
Policía Nacional, con un número variable de
integrantes, entre ocho y diez creímos contar, que
tienen como misión controlar la identidad y demás
datos personales de todos los que transitan por
esa vía únicamente apta para las “chivas” o los
caminantes. Cada vez que, de camino a San José
o de regreso a Apartadó, ya fuéramos
acompañados del miembro de la Defensoría y en
vehículo con identificación de la Defensoría del
Pueblo de Colombia o ya estuviéramos dentro de
una “chiva” cruzábamos por el puesto policial, el
vehículo debía detenerse, y dos policías con
uniforme de campaña y armas largas se
acercaban al mismo y nos solicitaban la
documentación. Un policía permanecía junto al
vehículo y el otro se retiraba con la
documentación, hacia un toldillo donde, al parecer,
y por lo que pudimos observar, realizaban
15
En el segundo párrafo del texto de la siguiente página se
hace referencia a dicho tratamiento:
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=201
anotaciones en un libro, suponemos que de los
datos de nuestra documentación personal, en la
que figura nombre, filiación y domicilio. También
nos preguntaban directamente, cuando el trayecto
era de Apartadó a San José, cual era nuestro
destino, la finalidad de nuestro traslado a San
José de Apartadó, nuestra profesión, la finalidad
de nuestra estancia en Colombia. Debemos
recalcar que, en todo momento, fuimos tratados
con educación y cortesía, aun cuando no dejó de
sorprendernos un control tan estricto y,
especialmente, que se realizaran anotaciones
cuyo contenido exacto desconocemos. Este
control se extiende, al parecer, a todas las
personas que circulan por ese lugar, incluso con
independencia de que trabajen para otras
instituciones del Estado Colombiano, como
comprobamos en las ocasiones en la que nos
acompañaba el delegado de la Defensoría del
Pueblo.
Miembros de la
Comunidad vienen
sosteniendo que esta actuación carece de soporte
legal alguno. Planteamos la cuestión al Coronel
Jefe de la Policía, D. Diego León Caicedo que nos
contestó, a tenor de las notas que tras la
entrevista transcribimos, que el control policial de
identidad que se realiza a la entrada del camino
que sube a San José de Apartadó tiene por
finalidad comprobar los antecedentes de las
personas que circulan por allí, para verificar si
alguna persona está reclamada, ya que es el
acceso a zona con presencia guerrillera, no tiene
por finalidad controlar los desplazamientos de
personas, aunque se hacen anotaciones en un
libro, previo control de sus documentos, ya que no
tienen mecanizado el sistema de control de
identidad, como esperan que pueda ser en el
futuro. Sostuvo que no se vigilan los
desplazamientos de personas, que en Colombia la
Constitución garantiza el derecho a la libertad de
movimientos de las personas y que el registro
tiene como finalidad la seguridad de las personas
que se desplazan a San José y luego regresan a
Apartadó, si bien el registro no está fundado en
norma legal o reglamentaria alguna en vigor.
También reconoció que en ese puesto se realiza el
control de los alimentos y mercancías que suben
hacia San José de Apartadó y que ese control es
necesario, importante, para tener información
sobre la guerrilla.
Los argumentos de los miembros de la
Comunidad los fundamentan en el contenido de la
sentencia de la Corte Constitucional de 26 de
noviembre de 2002, C-1024. La sentencia
mencionada resuelve diversas demandas de
Control de Constitucionalidad del Decreto
Legislativo No. 2002 de 2002 de 9 de septiembre
«Por el cual se adoptan medidas para el control
26
del orden público y se definen las zonas de
rehabilitación y consolidación».
En el
Considerando del Decreto Legislativo mencionado
se cita, en primer lugar, el Decreto 1837 del 11 de
agosto de 2002 que declaró el estado de
conmoción interior en todo el territorio nacional y
se afirma que, en las actuales circunstancias de
alteración de orden público, las autoridades deben
adoptar las medidas estipuladas en el art. 38 de la
Ley 137 de 1994, Estatutaria de los Estados de
Excepción, como, entre otras, la restricción a la
libertad de circulación de las personas y vehículos.
En ese sentido, y dentro del Capítulo II del Decreto
Legislativo, se establecen las Zonas de
Rehabilitación y Consolidación, como «áreas
geográficas afectadas por acciones de grupos
criminales en donde, con el fin de garantizar la
estabilidad institucional, restablecer el orden
constitucional, la integridad del territorio nacional y
la protección de la población civil, resulte
necesaria la aplicación de una o más de las
medidas excepcionales de que tratan los
siguientes artículos, sin perjuicio de la aplicación
de las demás medidas dictadas con base en la
conmoción interior», y, dentro de esas medidas, se
recoge en el art. 17 las atribuciones en materia de
información, estableciéndose que «el Comandante
Militar de la Zona de Rehabilitación y
Consolidación, queda facultado para recoge,
verificar, conservar y clasificar la información
acerca del lugar de residencia y de la ocupación
habitual de los residentes y de las personas que
transiten o ingresen a la misma, de las armas,
explosivos, accesorios, municiones y de los
equipos de telecomunicaciones que se encuentren
dentro de dichas áreas; así como de los vehículos
y de los medios de transporte terrestre, fluvial,
marítimo y aéreo que circulen o presten sus
servicios por ellas en forma regular u ocasional».
La Corte Constitucional, en la sentencia C-1024,
resolvió en el apartado décimo segundo del fallo:
«Declarase inexequible la expresión “del lugar de
residencia y de la ocupación habitual y de los
residentes y de las personas que transiten o
ingresen a la misma”. La norma vigente, por tanto,
recoge que «el Comandante Militar de la Zona de
Rehabilitación y Consolidación, queda facultado
para recoger, verificar, conservar y clasificar la
información acerca de las armas, explosivos,
accesorios, municiones y de los equipos de
telecomunicaciones que se encuentren dentro de
dichas áreas; así como de los vehículos y de los
medios de transporte terrestre, fluvial, marítimo y
aéreo que circulen o presten sus servicios por
ellas en forma regular u ocasional».
Creemos que no nos
una valoración jurídica
consecuencias y del alcance
de la Corte Constitucional
corresponde realizar
de las efectivas
del pronunciamiento
que acabamos de
mencionar. Es evidente que carecemos de los
conocimientos necesarios del ordenamiento
jurídico colombiano. Por eso, únicamente referir,
en el presente informe, tanto las circunstancias
que, de forma personal, hemos vivido en el retén
policial de «El Mangolo» como la situación de la
norma que, al parecer, se encuentra actualmente
vigente en Colombia, y, en concreto, en la zona de
San José de Apartadó tal y como ha sido
interpretada
y
declarada
por
la
Corte
Constitucional de Colombia.
Los miembros de la Comunidad, o, al
menos, una parte de los mismos, parecen
decididos a reclamar en el mismo retén de la
Policía Nacional que se apliquen las normas
vigentes en los términos que consideran
establecidos por la sentencia de la Corte
Constitucional C-1024. Ante esta situación, y la
subsistencia del retén con las exigencias y en los
términos que antes hemos descrito, con
posterioridad a nuestra estancia parece que han
comenzado a producirse incidentes graves. Así,
en la página web de la comunidad de paz se relata
la detención de Gildardo Tuberquia, miembro del
Consejo Interno de la comunidad, que se produjo
el día 21 de marzo de 2006 en el retén y que, al
parecer, se había negado en esa fecha, a facilitar
a los policías encargados del mismo otros datos
que los relativos a su identificación legal,
considerando que actuaba al amparo de lo
dispuesto
por
la
Corte
Constitucional.
Afortunadamente, la detención finalizó con
rapidez, y fue puesto en libertad a las pocas horas.
Más datos sobre este incidente pueden
consultarse en la página web de la comunidad de
paz16 .
5.4. Otras agresiones contra miembros de la
Comunidad de Paz de San José de Apartadó en
los últimos meses.
No podemos dar por concluido este
apartado sin hacer referencia a otros hechos que,
si bien no han sido objeto directamente de nuestra
atención en los días en que permanecimos en San
José de Apartadó, sí que hemos podido conocer a
través de las conversaciones y comentarios que
mantuvimos durante el viaje, y también, una vez
finalizado, por medio de la información
proporcionada por la comunidad de paz en su
página en Internet.
Solo a modo de simple recordatorio y por
citar únicamente los hechos de mayor gravedad:
detenciones con posterior liberación de dos
16
Los enlaces a la información sobre este incidente son los
siguientes:
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=224 y
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=228
27
personas el día 30-06-05; disparos, realizados al
parecer por miembros del Ejército, por encima del
poblado de San Josesito en los últimos días de
junio de 2005, allanamientos de dos viviendas, al
parecer por soldados del Ejército acompañados
por una persona civil el día 26-07-05; asesinato, el
día 13-08-05, de Carlos López en las
proximidades de San José de Apartadó,
posiblemente realizado por miembros de la
guerrilla; asesinato, el día 15-09-05, de Ángela
Correa, atribuido a miembros de la guerrilla;
amenazas a dos miembros de la comunidad de
paz en Apartadó por dos hombres armados;
allanamiento de viviendas y amenazas a
pobladores atribuidas a miembros del Ejército en
la vereda de Arenas Altas el 31-10-05;
detenciones de dos miembros de la Comunidad de
Paz los días 23-12-05 y 8-01-06, realizadas al
parecer por miembros de la Policía, siendo
posteriormente puestos en libertad; asesinato de
Edilberto Vásquez Cardona, miembro de la
Comunidad, en Arenas Altas, atribuido a miembros
del Ejército; allanamiento de dos viviendas y
detenciones, que se atribuyen a miembros del
Ejército, el día 13-02-06; desaparición de Nelly
Johana Durango, miembro de la comunidad de
paz, que es sacada de su vivienda, al parecer por
miembros del Ejército, el día 4-03-06 y cuyo
cuerpo es finalmente identificado el día 15-03-06
en la morgue de Tierra Alta, Departamento de
Córdoba, donde figuraba como una guerrillera no
identificada dada de baja por el Ejército; nuevas
detenciones de miembros de la comunidad y
amenazas contra personas identificadas de la
comunidad en los meses de marzo y abril de 2006.
La situación en la que viven los miembros
de la comunidad de paz es, por lo expuesto, de
continuas agresiones. La presencia de miembros
de la Policía Nacional en San José de Apartadó, a
tenor de las denuncias que se efectúan, no parece
haber producido una sustancial mejora de la
seguridad de los pobladores de la zona pese a las
declaraciones oficiales al respecto17.
6. La respuesta de la Comunidad de
Paz frente a las agresiones. Ejercicio
de acciones y peticiones ante
organismos nacionales e
internacionales. La situación actual.
Desde la formal constitución en comunidad
de paz, y ante el gran número de agresiones
sufridas por sus miembros por parte, según
manifiestan, de los distintos actores armados, su
17
Todos estos hechos y otros que no han quedado reflejados,
pueden consultarse en la página de la Comunidad:
http://www.cdpsanjose.org/rubrique.php3?id_rubrique=6.
actuación estuvo dirigida, tal y como se expone en
los documentos a los que hemos tenido acceso, a
solicitar seguridad y garantías de protección de
sus derechos fundamentales como ciudadanos por
parte del Estado colombiano, y a exigir el castigo,
dentro del debido proceso penal, de las personas
que pudieran resultar criminalmente responsables
de las diversas agresiones de que han sido
víctimas.
Los ámbitos ante los que ha actuado la
comunidad de paz, por sí o por medio de personas
y Organizaciones no Gubernamentales que les
prestan colaboración y apoyo, han sido tanto
instancias del propio Estado colombiano como
instancias internacionales, pero partiendo siempre
del respeto por las normas jurídicas, actuando
dentro de las distintas posibilidades que las
normas les ofrecían, intentando utilizar las más
adecuadas a las distintas situaciones que se les
iban presentando.
Así, y en el ámbito interno, la comunidad
de paz, como entidad con personalidad jurídica
propia y por medio de sus representantes y
apoderados designados, ha interpuesto denuncias
ante las autoridades judiciales colombianas, la
Fiscalía Nacional, y ha intentado, en tanto le ha
sido posible o lo han considerado necesario,
participar como parte en los procesos penales
abiertos sobre los que más adelante nos
extenderemos, ha presentado
derechos de
petición ante altas autoridades del Estado, de ellos
trece ante el Sr. Presidente de la República, y
también
ante
autoridades
militares
con
competencias en la zona, ha presentado
denuncias ante la Procuraduría General de la
Nación, acciones de tutela ante Tribunales
Ordinarios y ha avocado las mismas ante la Corte
Constitucional, ha propiciado la constitución de
comisiones especiales de investigación con
relación a la actuación de la Administración de
Justicia en el caso de San José de Apartadó y
participado en ellas, ha entablado negociaciones
con
autoridades
gubernativas
para
el
establecimiento de medidas de seguridad en el
núcleo de San José de Apartadó y en las
“veredas”, para solicitar la designación de
funcionarios de la Defensoría del Pueblo en el
corregimiento de San José de Apartadó, han
acudido personas que les acompañan a
comparecencias parlamentarias en Colombia, y
han
acudido
también
a
instituciones
internacionales, ante la Corte Interamericana de
Derechos
Humanos
en
solicitud
de
establecimiento por parte del Estado, a la Oficina
en Colombia del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, e
incluso
parlamentarios
colombianos
han
presentado los hechos ante la Corte Penal
28
Internacional y a ella se han dirigido también
copias de derechos de petición y otros escritos
presentados ante las más altas autoridades de
Colombia.
Resulta complejo sistematizar todas estas
actuaciones. Intentaremos analizar paso a paso,
capa a capa, cada una de ellas, conforme a las
informaciones recibidas y a los datos que
aparecen en los documentos utilizados durante la
realización del informe, así como, en lo que
conocemos, cual ha sido la actuación de las
distintas instituciones y en que situación se
encuentran los distintos procedimientos o
actuaciones que vienen realizándose.
6.1. Fiscalía General de la Nación. Unidad de
Derechos Humanos. Otras Unidades de la
Fiscalía.
Por la información recibida, tanto en la
comunidad de paz como en nuestra entrevista con
la Fiscal encargada de la Unidad de Derechos
Humanos de la Fiscalía General de Colombia18,
los procedimientos abiertos tanto en la Fiscalía de
Apartadó como en la Unidad de Derechos
Humanos de la Fiscalía con relación a hechos de
los que han sido víctimas personas integrantes de
la comunidad son muy numerosos. Se nos
detallaron diversos problemas que habían
dificultado las investigaciones, como la existencia
de cuestiones de competencia entre la Fiscalía y
la Jurisdicción Militar, cuestión que, en su opinión,
había sido superada con reformas legales
realizadas en los últimos tiempos, y problemas de
falta de personal suficiente para el volumen de
trabajo que asume la Unidad, tanto en la Fiscalía
en Apartadó como en la Unidad especializada en
Derechos Humanos y en las unidades
desplazadas de Fiscales pertenecientes a esta
Unidad y que actúan en el territorio en el que se
producen los hechos a investigar. Otra de las
causas a la que se atribuye la paralización o,
directamente, el fracaso de los procedimientos
abiertos, es la falta de colaboración de los testigos
miembros de la comunidad. En el momento de
nuestra visita a San José de Apartadó pudimos
comprobar, y así lo hemos reflejado, que los
miembros de la comunidad habían adoptado, tras
las masacres de febrero de 2005, la decisión de
no declarar como testigos en los procedimientos
penales. Justifican esta decisión tanto en el
fracaso de los procedimientos penales en los que
han comparecido como denunciantes o testigos,
que, en ninguno de los casos han terminado con
declaración de responsabilidad penal como,
además, en las experiencias vividas años atrás, en
18
Entrevista mantenida con la Dra. Marisol Palacios en la sede
de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía General, en
Bogotá, el día 8 de febrero de 2006.
las que testigos que habían prestado declaración
en procesos abiertos como consecuencias de
hechos muy graves (a modo de ejemplo, masacre
de La Unión de 8 de julio de 2000, en la que
fueron asesinados seis miembros de la
comunidad) fueron asesinados pocos meses
después de prestar su colaboración a la
Administración de Justicia.
En esta tesitura, el procedimiento abierto
en la Fiscalía sobre la masacres de febrero de
2005 se encuentra, según nuestras informaciones,
prácticamente paralizado. Al parecer, la causa
principal de la paralización es la falta de
declaración de los testigos pertenecientes a la
comunidad y, especialmente, del testigo que,
según se manifiesta y se encuentra publicado por
la comunidad, presenció como a Luis Eduardo
Guerra y sus familiares los detenían personas con
uniformes del Ejército y armados. Este testigo se
encuentra en paradero desconocido desde la
fecha de los hechos y, por lo que fuimos
informados, no ha podido ser citado ni localizado
por la Fiscalía o por las fuerzas de seguridad ni ha
prestado declaración en el proceso penal, pero no
obtuvimos explicación alguna con relación a otras
posibles diligencias practicadas en la investigación
criminal de los hechos por parte de la Fiscalía
colombiana. Más de un año después de ocurridas
las masacres, no existe, según los datos, ninguna
persona encausada por su posible participación en
las mismas, ni tampoco resulta previsible que se
realice en un futuro más o menos próximo alguna
imputación. Tampoco parecen existir previsiones
para la localización del testigo o para ofrecer al
mismo la protección necesaria y suficiente que
pudiera permitir su declaración ante las
autoridades judiciales.
En definitiva, la situación, en el momento
de nuestra estancia es de práctica paralización de
todos o la mayor parte de los procedimientos que
siguen abiertos en Fiscalía con relación a los
distintos hechos denunciados por la comunidad o
cometidos contra sus miembros. Éstos sostienen
que ninguno de los crímenes o de los actos de que
han sido víctimas ha concluido con declaración de
responsabilidad penal y, por lo que nos fue
expuesto en la entrevista mantenida con Fiscalía,
no nos cabe duda alguna de que así ha sido y así
seguirá siendo, al menos en el futuro más
inmediato.
A modo de corolario, debemos aclarar en
este punto que la Fiscalía, en la organización
constitucional colombiana, forma parte de la Rama
Judicial (art. 249 de la CC de 1991) y tiene
garantizada su autonomía administrativa y
presupuestaria, sus funciones están sujetas a los
principios constitucionales y legales y, por tanto,
29
los Fiscales deben ser independientes, libres de
presión por parte de cualquier otro poder público o
agente externo a ella e, internamente, respecto de
sus superiores jerárquicos, al menos al margen del
sistema de recursos establecido legalmente. El
sistema procesal penal en Colombia se encuentra
en transición desde un sistema formalmente
“mixto” que aun se encuentra vigente en parte del
país, entre otros lugares en la zona en que está
establecida la comunidad de paz, y un sistema
“acusatorio puro”, con etapas de investigación y
juicio formalmente separadas. En el sistema que
denominaremos “mixto” el Fiscal dirige la
investigación criminal, y puede adoptar medidas
de aseguramiento y tomar otras decisiones
sustantivas y, además, dirige la Policía Judicial,
circunstancias todas ellas que ponen de relieve la
necesidad de plenas garantías de independencia,
tanto externa como interna, para garantizar el
ejercicio legítimo e íntegro, no solo formalmente
cubierto por la ley, de sus funciones19, y para que
puedan
existir
posibilidades
reales
de
cumplimiento de sus funciones.
6.2. Procuraduría General de la Nación.
Procuraduría Delegada para la prevención en
materia de derechos humanos y asuntos
étnicos y otras unidades de la Procuraduría.
La Procuraduría General de la Nación,
tiene constitucionalmente atribuidas tres funciones
(art. 277 CC): vigilar el cumplimiento de la
Constitución, las leyes, las decisiones judiciales y
los actos administrativos, proteger los derechos
humanos y asegurar su efectividad, con el auxilio
del Defensor del Pueblo, y defender los intereses
colectivos, en especial el medio ambiente, así
como defender los intereses de la sociedad, y
ejercer la vigilancia superior de la conducta oficial
de quienes desempeñen funciones públicas,
inclusive las de elección popular, ejercer el poder
disciplinario, e intervenir en los procesos y ante las
autoridades judiciales o administrativas, cuando
sea necesario en defensa del orden jurídico, del
patrimonio
público
o
de
los
derechos
fundamentales. El papel, por tanto, que la
institución está exigida a cumplir en virtud de los
imperativos constitucionales, es de una gran
trascendencia, especialmente en los ámbitos de
protección de los derechos humanos y
aseguramiento de su efectividad así como en el
ejercicio las competencias disciplinarias, la
vigilancia de la conducta oficial de las personas
que desempeñen funciones públicas.
19
Con relación a la organización del sistema de justicia penal en
Colombia, resulta de interés consultar el Capítulo 7, «Cuidar a
la gente: seguridad ciudadana y justicia» del informe del PNUD
«El Conflicto, Callejón con salida», del año 2003, accesible en:
http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte
nido&f=1142946518
En la entrevista que mantuvimos con la
Dra. Dña. Patricia Linares Prieto, Procuradora
Delegada para la prevención en materia de
Derechos Humanos y Asuntos Étnicos20, se puso
de manifiesto la profunda preocupación existente
en la Procuraduría con relación a los múltiples
hechos de violencia y los graves ataques a los
derechos humanos que se vienen produciendo
desde hace años en San José de Apartadó, tanto
antes de la constitución de la comunidad de paz
como con posterioridad a la misma.
La Procuraduría, según se nos informó,
«hace seguimiento de las medidas provisionales
(ordenadas por la Corte Interamericana de DDHH)
participando en comisiones interinstitucionales y
reuniéndose con las autoridades civiles, militares y
de policía para vigilar los proyectos de inversión
social en este corregimiento (de San José de
Apartadó) y verificar la implementación de
medidas eficaces de protección y de seguridad
para sus habitantes. En el ejercicio de la vigilancia
especial, realiza seguimiento al fallo de tutela T327-04, a través de reuniones con la comunidad y
requerimientos a la fuerza pública para conocer la
situación de seguridad y protección de derechos
de sus integrantes».
Otras actuaciones trascendentes de la
Procuraduría han sido visitas y reuniones
posteriores a los hechos de febrero de 2005 con
miembros de la mesa directiva (de la comunidad) y
visitas al corregimiento de San José de Apartadó,
así como insistir ante el personal militar de la
Brigada 17 sobre el trato especial que deben
recibir los miembros de comunidad, que toda
actuación que tenga que ver con algún miembro
de
la
comunidad
debe
ser
informada
inmediatamente a la Provincial de Apartadó (de la
Procuraduría) y proceder a poner los hechos en
conocimiento de la Procuraduría General de la
Nación en Bogotá.
De forma complementaria debemos hacer
constar que el Sr. Procurador General de la
Nación dictó dos Directivas, números 08 y 09, en
el año 2005, motivadas por el especial deterioro
de la situación de orden público en la zona de San
José de Apartadó, con violaciones graves a los
derechos humanos, dirigidas a orientar la
actuación de los funcionarios públicos en la zona,
directivas que son vinculantes para los mismos y
que, de no ser acatadas, pueden dar lugar a
responsabilidad disciplinaria. Se han emitido
también desde la Procuraduría y con destino a la
Fuerza Pública disposiciones en materia de
seguridad y protección y se dispuso que el Comité
20
Entrevista mantenida en la Sede de la Procuraduría General,
en Bogotá, el día 9 de febrero de 2006.
30
Interinstitucional de Alertas Tempranas (CIAT)
debía presentar en informe detallado, la respuesta
de la fuerza pública a todos los informes de
riesgos y alertas lanzadas sobre distintas zonas,
que incluyen Apartadó, desde abril de 2002, si
bien se reconoce que, pese a la existencia de
alertas, la Fuerza Pública no ha podido garantizar
la seguridad en las zonas. La Procuraduría
consideró que han existido fallas como el retraso
en la valoración de los informes de riesgo, la
desestimación de riesgos considerados altos por
la Defensoría, falta de actualización periódica del
seguimiento de alertas, lo que cuestiona la
efectividad del sistema CIAT. Con relación a
comunidad de paz se cita el informe de riesgo 078
de noviembre de 2004, precalificado de riesgo alto
por la Defensoría del Pueblo, en el que el CIAT no
determinó la activación de la Alerta Temprana, lo
que motivó que el Sr. Procurador General
considerara no acatada la directiva y requiriese a
los Ministros de Defensa, Interior y Justicia y al
Comandante de las Fuerzas Militares para dar
inmediato cumplimiento y respuesta concreta.
También se nos informa de que se
dictaron directrices para eliminar los controles al
transporte de alimentos en la zona, y
requerimientos a la Administración para garantizar
la educación de las poblaciones desplazadas de la
zona.
Con relación a las directivas 08 y 09 de
2005, no recibimos datos con relación sobre la
posible apertura de algún expediente disciplinario
como consecuencia de incumplimientos de las
mismas.
La actuación de la Procuraduría con
relación a la investigación de las masacres
sucedidas en febrero de 2005 fue resumida en el
documento que nos fue entregado durante la
visita: «El 23 de febrero de 2005, el Gobierno
Nacional solicitó a la Fiscalía General de la Nación
y a la Procuraduría General de la Nación, que
acudieran de manera inmediata al lugar de los
hechos para realizar las correspondientes
investigaciones. Se conformó una comisión judicial
integrada por Fiscales de la Unidad Nacional de
Derechos Humanos, Técnicos del CTI
y un
Procurador. La comisión informó que la comunidad
de paz no colaboró con los investigadores y que
fue unánime la negativa de los presuntos testigos
a rendir declaraciones ante los cuerpos
encargados
de
administrar
justicia.
Una
representante de la comunidad manifestó que no
hablarían hasta tanto no se llevaran a cabo las
sesiones de la Corte Interamericana de DDHH el
14 de marzo de 2005 en Costa Rica. Anunciaron
que en dicho escenario presentarían testigos y
evidencias. No obstante, ningún testigo ni
evidencia
se
presentó
ante
la
Corte
Interamericana de DDHH. Ante la negativa de la
comunidad de colaborar con las autoridades
judiciales la comisión decidió regresar, siendo
atacada en el camino por un grupo armado ilegal
con un artefacto explosivo. Se sostuvieron
combates para proteger los funcionarios judiciales.
Dicho atentado dejó varios policías heridos y un
policía muerto. Las comisiones judiciales se han
trasladado en distintas oportunidades a la zona
con el objeto de realizar las diligencias
respectivas. A finales de 2005 una nueva comisión
fue integrada. Es importante registrar que este
caso se incluyó en el Comité Especial de Impulso
a las Investigaciones de Violaciones de los
Derechos Humanos (creado por Decreto 2429 de
1998, conformado por el Vicepresidente de la
República, Ministro del Interior y de Justicia, Fiscal
General de la Nación, Procurador General de la
Nación y el Director del Programa Presidencial
para los Derechos Humanos y la participación de
la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos como invitado
permanente), que tiene entre sus funciones
impulsar diligencias relacionadas con violaciones
de derechos humanos, vigilar y controlar el
desarrollo de esas investigaciones, coordinar e
impulsar el desarrollo de esas investigaciones a
través de una colaboración armónica e informar
los resultados de esas gestiones. La Procuraduría
General de la Nación, a través de la Unidad
Nacional de Investigaciones Especiales, adelanta
en la actualidad una investigación por la posible
participación de miembros de la fuerza pública en
la masacre de varios habitantes de la vereda La
Resbalosa del municipio de Apartadó los días 21 y
22 de febrero de 2005. De acuerdo con el reporte
suministrado el 8 de febrero de 2006 por dicha
Unidad, los presuntos testigos se han negado
reiteradamente a declarar sobre los hechos
ocurridos, dificultando el avance efectivo de la
investigación. En la actualidad se encuentra en
etapa de indagación preeliminar».
En total, la Procuraduría informó de
diecisiete procesos con relación a hechos
sucedidos en el corregimiento de San José de
Apartadó, entre 2002 y 2005. De los diecisiete, en
febrero de 2006, cinco habían sido archivados,
figurando en todos ellos como implicado el Ejército
Nacional, cuatro habían sido remitidos por
competencia a la Fiscalía General de la Nación, en
los que también figuraba como posible implicado
el Ejército Nacional, uno había sido remitido por
competencia a la Procuraduría Regional de
Antioquia, otro a la Procuraduría Delegada
Moralidad Pública, un tercero remitido por
competencia sin que conste a que autoridad o
dependencia, y un cuarto acumulado a otro
procedimiento que finalmente ya fue remitido a la
31
Fiscalía General. En suma, únicamente cuatro
procedimientos parecen seguir abiertos en la
Procuraduría con relación a hechos sucedidos en
San José de Apartadó en el momento de nuestra
visita: uno seguido ante la Procuraduría Delegada
de Fuerzas Militares, por «irregularidades al hurtar
catorce cabezas de ganado perteneciente a Jair
Ortega de la comunidad de San José de
Apartadó», que se encuentra en fase de
indagación preeliminar, en el que figura como
implicado el Ejército Nacional, y que fue iniciado
en el año 2004 a tenor de su número, y otros tres
iniciados en 2005,
el primero de ellos seguido
por «presunta violación directiva presidencial por
cometer atropellos contra la comunidad de San
José de Apartadó», en fase de estudio preeliminar
de la queja, en el que figura como implicada la
Policía Nacional; el segundo seguido por la muerte
de Arlen Salas, hechos a los que nos hemos
referido con anterioridad, en el que figura como
implicado el Ejército Nacional, y que se encuentra
en fase de estudio preeliminar de la queja; y, por
último, y en la Unidad Nacional de Investigaciones
Especiales, la investigación seguida por la
«posible participación en la masacre de varios
habitantes de la vereda La Resbalosa y municipio
de Apartadó días 21 y 22 de febrero de 2005», en
la que se encuentra implicado el Ejército Nacional
y que se encuentra en fase de indagación
preeliminar.
También debe ponerse de relieve que la
Procuraduría, conforme a sus competencias
constitucionales, participa y ejercita acciones en
los procesos penales abiertos ante los Tribunales
y también, por tanto, en los que se siguen por los
graves y distintos hechos ocurridos en la zona. En
estos supuestos, la Procuraduría cumple
funciones de monitoreo del estado de los
procedimientos, seguimiento de los mismos, e
interviene como parte en el proceso penal.
Como conclusión de la entrevista y de la
información recibida en la misma, pusimos de
manifiesto la existencia de una evidente situación
de impunidad que se está producido desde hace
muchos años con relación a casos de graves
violaciones de DDHH en la zona de San José de
Apartadó. La gravedad de la situación y la
existencia de una total impunidad es una situación
que fue compartida, dado el nulo resultado de los
procesos penales abiertos. Se expuso la
necesidad de poner fin a esta situación agilizando
los procesos penales abiertos que parecen no
tener una conclusión próxima. Con relación a los
distintos factores que pueden estar favoreciendo la
situación de impunidad de los crímenes de lesa
humanidad y contra los derechos humanos
cometidos, la cuestión deberá ser abordada más
adelante.
Con posterioridad a nuestra estancia en
Colombia hemos tenido conocimiento, a través de
la página de la comunidad de paz, de la sanción
impuesta por el Procurador General de la Nación a
un general y un coronel del Ejército Nacional, por
omisiones en su actuación respectiva, el primero
de ellos, como comandante de la Brigada 17 del
Ejército Nacional con sede en Carepa (Antioquia)
y, el segundo, como comandante del Batallón de
Ingenieros número 17 Bejarano Muñoz, durante
los años 2001 y 2002, y concretamente en la
seguridad que debían brindar a los habitantes de
la comunidad de paz, por «no haber diseñado ni
ejecutado una estrategia eficaz y oportuna para
proteger a esta zona vulnerada en varias
ocasiones por los grupos armados ilegales». La
sanción impuesta es de noventa días de
suspensión de sus cargos. El general, en la fecha
de la sanción, ya se encuentra en situación de
retiro.21
6.3. Defensoría.
La Defensoría del Pueblo forma parte del
Ministerio Público, y es una institución del Estado
colombiano encargada específicamente de la
promoción y divulgación de los Derechos
Humanos y del Derecho Internacional Humanitario
y de la defensa y protección de los Derechos
Humanos22.
Tanto
la
Defensoría,
como
la
Procuraduría, que velan, cada una en su
respectivo ámbito de funciones establecido en la
Constitución, por el respeto y la observancia del
Estado de Derecho, están llamadas a cumplir un
papel fundamental en el proceso de legitimación
del Estado, pero se enfrentan con importantes
dificultades, la primera de ellas, de índole
presupuestario, pues su participación en el total
gasto del sistema de seguridad y justicia es muy
limitada, apenas del 3 % del sector en el año
200423.
La Defensoría tiene establecido un
Sistema de Alertas Tempranas (SAT) para trabajar
en la prevención y protección de los ciudadanos
que pueden encontrarse en situaciones de riesgo
de sufrir violaciones graves de sus derechos. El
sistema de alertas funciona en coordinación con el
Comité Interinstitucional de Alertas Tempranas
(CIAT), integrado, como ya se anticipaba, por
21
Los entrecomillados son de la página de la Comunidad de
Paz. La información completa está disponible en
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=230
22
Información sobre la Defensoría del Pueblo en
http://www.defensoria.org.co/?
23
Datos obtenidos en la publicación del PNUD “El Conflicto,
Callejón con salida”, año 2003, citada anteriormente (1).
32
representantes del Ministerio de Defensa,
Ministerio de Interior y Justicia y Vicepresidencia
de la República, que se encarga de gestionar los
informes de riesgo generados por el SAT de la
Defensoría del Pueblo. No obstante, esta
importante función, de gran trascendencia en
zonas como el corregimiento de San José de
Apartadó, ha presentado disfunciones tanto por el,
en ocasiones, excesivo tiempo transcurrido entre
las comunicaciones de las alertas parte del SAT y
la toma de decisiones por el CIAT, así como por,
en otros casos, la realización de las violaciones
advertidas por el SAT sin que fuera decretada la
alerta por el CIAT y, al parecer, también se han
producido supuestos de falta de acatamiento por
parte de servidores públicos obligados a la toma
de medidas de protección tras la emisión de las
alertas por parte del CIAT, servidores públicos que
pudieron haber omitido el cumplimiento íntegro de
sus funciones, sin que se hayan producido
respuestas de naturaleza disciplinaria para
corregir estas situaciones24. A estos problemas
también se refirió, como ya se dijo, la Procuradora
Delegada para la prevención en materia de
Derechos Humanos y Asuntos Étnicos.
La presencia de un delegado de la
Defensoría del Pueblo para el corregimiento de
Apartadó, que fue solicitada por la comunidad de
paz reiteradamente y que finalmente se puso en
funcionamiento tras entrevistas con el Defensor
del Pueblo mantenidas tras las masacres de
febrero 2005, no obstante los problemas
expuestos, parece estar cumpliendo con, al
menos, una misión fundamental, en tanto que,
desde el desplazamiento de los miembros de la
comunidad de paz, parece ser la única institución
colombiana con la que se mantienen relaciones
fluidas y continuadas, siendo, por ello, esencial su
posición para la existencia de, al menos, algún
puente de diálogo, alguna vía de comunicación
entre la comunidad y las instituciones y
autoridades del Estado.
6.4 Comisiones «ad hoc».
La continuidad, durante años, de los
graves ataques sufridos por residentes en San
José de Apartadó, desde años antes de la
constitución de la comunidad y, tras ésta, el
incremento de la violencia de toda clase contra las
personas miembros de la misma y contra otros
residentes en la zona, así como el completo
fracaso de los órganos encargados de administrar
24
Datos del Informe Anual de 2005 de la Alta Comisionada de
Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación
de los derechos humanos en Colombia, que puede consultarse
íntegro en
http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco
misionado/informes.php3?cod=9&cat=11
justicia y esclarecer los múltiples crímenes
ocurridos, fue poniendo de manifiesto la necesidad
de adoptar distintas alternativas, impulsadas por la
propia comunidad de paz, para poder hacer la luz
a la realidad de los hechos que estaban
sucediendo ante la ciudadanía colombiana y ante
la opinión pública internacional.
Con anterioridad a la constitución de la
comunidad de paz, una comisión negociadora
conformada por diversas instancias del Estado de
orden nacional, departamental y municipal,
suscribió el acta de 4 de julio de 1996 que permitió
el retorno a sus zonas de origen de campesinos
que se habían desplazado a Apartadó desde
veredas de San José de Apartadó y Turbo desde
el 18 de junio de 1996 (más de ochocientas
personas) y creó una Comisión Verificadora de los
Acuerdos, formada por delegados del Ministerio
del Interior, la Consejería Presidencial para los
Derechos Humanos, la Defensoría del Pueblo, la
Procuraduría Delegada para las Fuerzas Militares,
el Alto Comisionado para la Paz, la Gobernación
de Antioquia, las alcaldías de Turbo y Apartadó,
las organizaciones no gubernamentales ANDAS y
ASOPAUR y cuatro campesinos. Los trabajos de
esta primera comisión «ad hoc» de la que
tenemos noticias documentadas25, tuvieron como
objeto los hechos sucedidos con anterioridad a su
constitución,
que
habían
motivado
los
desplazamientos, y en las conclusiones de su
trabajo, se afirmaba que «La confrontación militar
en la región visitada se desarrolla contra la
población civil con el objetivo de presionar su
desplazamiento y ejercer control territorial;
considera que los hechos violentos registrados
con posterioridad al 5 de julio (de 1996) y los
sucesivos desplazamientos, son resultado de
represalias contra los campesinos que participaron
en el éxodo; deja constancia de su profunda
preocupación por la situación en que se
encuentran los derechos a la vida, los bienes y
domicilio de las personas que ocuparon
pacíficamente el Coliseo Menor de Apartadó,
especialmente la de los líderes; también llama la
atención sobre la oferta indiscriminada de
recompensas a cambio de delación, puesto que
puede conducir a señalamientos arbitrarios, frutos
en ocasiones de rencillas personales, laborales o
políticas, entre otras». Esta comisión tuvo que dar
por concluidos de forma precipitada sus trabajos
de campo el día 7 de septiembre de 1996, para
trasladarse a San José de Apartadó donde se
había producido un homicidio múltiple de personas
que habían participado en la movilización
campesina del mes de junio y colaborado con la
25
Puede ampliarse la información en la publicación «Noche y
Niebla: caso tipo nº 6», antes citada, accesible en
http://nocheyniebla.revolt.org/cdpsanjose/04CronologiaAgresio
n.pdf, en concreto, páginas 36 y siguientes.
33
comisión para su recorrido en la vereda de La
Resbalosa, personas que habían formulado quejas
contra miembros de la Brigada 17 del Ejército ante
el Comandante de la Brigada. Este crimen produjo
un nuevo éxodo de la población civil de la zona.
A raíz de la masacre contra líderes de la
comunidad que se produjo en julio de 2000 en la
vereda de La Unión, en la que, al parecer, unas
veinte personas encapuchadas
asesinaron a
Rigoberto Guzmán, Elodino Rivera, Diofanor Díaz
Correa, Humberto Sepúlveda, Pedro Zapata y
Jaime Guzmán, la comunidad de paz propuso la
creación de una Comisión Especial de
Investigación conformada por distintos organismos
del Estado (Fiscalía, Procuraduría) y con la
intervención de la Oficina del Alto Comisionado de
la ONU para los Derechos Humanos de en
Colombia. Después de casi tres años, de más de
cien testimonios de miembros de la comunidad, no
prosperó ninguna de las investigaciones
propuestas por la comunidad de paz contra
miembros del Ejército.
La comunidad de paz planteó entonces, en
las reuniones de seguimiento a las medidas
provisionales
acordadas
por
la
Corte
Interamericana de DDHH, la creación de una
Comisión de Evaluación de la Justicia, para la
evaluación de los trabajos de la comisión anterior
y de las distintas instancias de la Administración
de Justicia, en la que se integraran tanto
instancias nacionales como internacionales, pero,
según sostiene la comunidad de paz, la Fiscalía
siempre se ha opuesto a esta propuesta y no ha
llegado a funcionar. Las negociaciones, por tanto,
no han producido los resultados pretendidos,
realizar una investigación externa de las causas
que están produciendo la total impunidad de los
hechos de que vienen siendo víctimas los
miembros de la comunidad y otras personas
residentes en San José de Apartadó y las
“veredas” de la zona.
La comunidad de paz, por medio de sus
representantes, ha puesto de manifiesto la falta de
resultados de esta Comisión Especial después de
más de tres años, circunstancia que unen al
fracaso de la Administración de Justicia en la
zona. Sus afirmaciones recogen lo que, a su
juicio, constituye una reiterada frustración de todos
y cada uno de los diversos intentos de conformar
comisiones especiales para el esclarecimiento o la
posible resolución de los problemas que afectan a
San José de Apartadó, como tuvimos ocasión de
comprobar en la reunión del Consejo de la
Comunidad que celebraron durante nuestra
estancia en la zona26.
«Desde 1996 y hasta 2004 estuvieron
colaborando con la Justicia, pero ha habido en ese
tiempo cinco asesinatos de testigos y ninguna de
las denuncias efectuadas, muchas por delitos muy
graves, ha terminado siendo esclarecida.
Negociaron primero una Casa de la Justicia e
incluso un Fiscal para San José de Apartadó, pero
no se lo concedieron. Pidieron un defensor
comunitario, pero hasta después de la masacre de
febrero de 2005 tampoco les fue nombrado.
Propusieron una comisión de verificación para
acreditar que no tenían relación con la guerrilla y
que se hiciera público el informe de esta comisión,
pero también se rechazó por parte de la
Vicepresidencia. Pidieron una Comisión de
Evaluación para analizar por que no había habido
ningún procesado por la Justicia pese a los
múltiples crímenes cometidos en la zona, se creó
pero no funcionó, nunca se reunió, aunque
formaban parte de ella Fiscalía, Procuraduría y
bajo la supervisión de el Alto Comisionado de
Derechos Humanos de ONU. Negociaron un
puesto de policía a la entrada de San José de
Apartadó, para controlar la entrada de los
paramilitares, cuya presencia en la zona ha sido
constante. Pidieron que el puesto se sitúe a las
afueras de la población para controlar los
movimientos de los paramilitares. En diciembre de
2004 se acordó que si había devolución de tierras
y de casas, reasentamientos en los lugares de
origen y puesto de policía, la Comunidad volvería
a colaborar con la Justicia, acuerdo alcanzado en
reunión con el Vicepresidente Santos.
Iban a firmar los acuerdos en enero de
2005. El 24 de enero se reúnen Luis Eduardo,
Conrado y Wilson con la vicepresidencia para
cristalizar y cerrar los acuerdos, pero no
estuvieron presentes ni el vicepresidente ni sus
más cercanos colaboradores, sino una Delegada
de Vicepresidencia y representantes del Ministerio
del Interior y de la Policía. No hubo acuerdo final,
no fueron convocados y al mes siguiente se
produce la masacre en la que muere, entre otras
personas, Luis Eduardo Guerra. Rompen de forma
completa con el Gobierno y con la Justicia, y tan
solo mantienen vínculos con Defensoría y
Procuraduría así como con instituciones
internacionales como la Corte Interamericana de
DDHH y el Alto Comisionado de NU para los
DDHH».
Se ha mantenido, por tanto, y durante
prácticamente todo el tiempo transcurrido entre la
constitución de la Comunidad de Paz y las
masacres de febrero de 2005, una casi
26
Reunión del Consejo de la Comunidad celebrada en San
Josesito el día 6 de febrero de 2006 y a la que asistieron siete
de los actuales miembros del mismo.
34
permanente situación de diálogo entre los
miembros de ésta y representantes de las distintas
instituciones del Estado colombiano, en especial
con las más directamente relacionadas con la
protección y garantía de los Derechos Humanos,
y, al parecer, con la finalidad de encontrar
soluciones factibles para poner fin, tanto a la
situación de violencia sufrida por los miembros de
la Comunidad de Paz, como para intentar terminar
con la situación de impunidad y de falta de un
mínimo y normal funcionamiento de la Justicia en
la investigación y sanción de los graves delitos
que se han cometido en la zona.
Pese a las dificultades y a los escasos o
nulos logros alcanzados durante este periodo, los
líderes de la comunidad y las personas que les
acompañan parecen no haber cejado en su afán
por mantener vías de diálogo abiertas con la
Procuraduría, con la Defensoría del Pueblo, con
los responsables del Programa de Derechos
Humanos y Derecho Internacional Humanitario de
la Vicepresidencia de la Republica, y con todas las
personas, organizaciones e instituciones, ya de
ámbito nacional o internacional que pudieran
realizar alguna aportación en la dirección
pretendida.
Ciertamente los resultados obtenidos, a la
vista de la situación actual en la que se
encuentran los miembros de la comunidad, más
de un año desplazados de sus viviendas y
sufriendo continuas y graves agresiones, no han
sido los que se esperaban y, desde las masacres
de febrero de 2005 la situación como ya se dijo,
es ausencia de total de diálogo entre los miembros
de la comunidad y las autoridades del Estado
colombiano, y de rotunda y clara negativa de los
miembros de la comunidad a participar en
cualquier tipo de comisiones o a colaborar como
testigos
con
las
instituciones
que,
constitucionalmente, tienen competencias en la
investigación criminal.
6.5. Acciones ante Órganos Jurisdiccionales.
Acción de Tutela.
La vigente Constitución de la República de
Colombia establece en su artículo 86 que «Toda
persona tendrá acción de tutela para reclamar
ante los jueces, en todo momento y lugar,
mediante un procedimiento preferente y sumario,
por sí misma o por quien actúe a su nombre, la
protección
inmediata
de
sus
derechos
constitucionales fundamentales, cuando quiera
que éstos resulten vulnerados o amenazados por
la acción o la omisión de cualquier autoridad
pública. La protección consistirá en una orden
para que aquel respecto de quien se solicita la
tutela, actúe o se abstenga de hacerlo. El fallo,
que será de inmediato cumplimiento, podrá
impugnarse ante el juez competente y, en todo
caso, éste lo remitirá a la Corte Constitucional
para su eventual revisión. Esta acción solo
procederá cuando el afectado no disponga de otro
medio de defensa judicial, salvo que aquella se
utilice como mecanismo transitorio para evitar un
perjuicio irremediable. En ningún caso podrán
transcurrir más de diez días entre la solicitud de
tutela y su resolución. La ley establecerá los casos
en los que la acción de tutela procede contra
particulares encargados de la prestación de un
servicio público o cuya conducta afecte grave y
directamente el interés colectivo, o respecto de
quienes el solicitante se halle en estado de
subordinación o indefensión».
No es esta la ocasión para efectuar un
análisis constitucional comparado de la que viene
denominándose “acción de tutela”, sino de recoger
aquí el ejercicio por parte de la Comunidad de Paz
de acciones de tutela al amparo de lo establecido
en la Constitución. La acción de tutela a la que
vamos a referirnos fue presentada por D. Javier
Giraldo, SJ, como agente oficioso de distintas
personas pertenecientes la Comunidad de Paz y
coadyuvada por la Defensoría del Pueblo, contra
el
General
Pauxelino
Latorre
Gamboa,
Comandante de la Brigada 17 del Ejército
Nacional con sede en Carepa (Antioquia) y con el
fin de que se protejan los derechos a la vida, a la
integridad personal, a la seguridad jurídica, al
buen nombre, a la honra, a un debido proceso y a
la libertad. La acción fue presentada el 25 de
febrero de 2003 ante la Corte Suprema de Justicia
que la remitió por competencia a los Juzgados
Penales del Circuito de Apartadó y coadyuvada el
día 11 de marzo de 2003 por la Defensoría del
Pueblo. El Juzgado al que correspondió la
demanda, Segundo Penal del Circuito de
Apartadó, denegó la tutela pedida, y la Defensoría
del Pueblo impugnó esta decisión y pidió que se
revoque, impugnación que también fue efectuada
por el actor, dictándose sentencia en segunda
instancia por el Tribunal Superior de Antioquia el
10 de julio de 2003, en la que se confirmó la
sentencia impugnada. Siendo remitido el
expediente a la Corte Constitucional en virtud del
decreto 2591 de 1991, la Sala de Selección de
Tutelas número Doce en auto de fecha 5 de
diciembre de 2003 lo eligió para efectos de
revisión, dictándose finalmente la sentencia de
quince de abril de 2004 (T-327/04) por la Sala
Segunda de Revisión de la Corte Constitucional,
donde se revoca la sentencia del Tribunal Superior
de Antioquia y concede la acción ejercida «para la
protección de los derechos fundamentales a la
vida, la integridad personal, la seguridad personal,
la libertad de locomoción, la dignidad personal, la
privacidad del domicilio salvo orden judicial, la
35
intimidad de los integrantes de la Comunidad de
Paz de San José de Apartadó y de quienes tienen
vínculos de servicio con esta Comunidad. En
consecuencia, se ordena al Comandante de la
Brigada 17 del Ejército Nacional, o quien haga sus
veces, desde el momento de la notificación de
esta sentencia, que cumpla lo siguiente:
1. Cumplir, en el ámbito territorial de
competencia de la Brigada, los requerimientos
impuestos al Estado colombiano por la Resolución
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
de 18 de junio de 2002, sobre “Medidas
Provisionales solicitadas por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos respecto
de Colombia – Caso de la Comunidad de Paz de
San José de Apartadó”, en beneficio de las
personas que fueron objeto de medidas cautelares
por la mencionada Corte, es decir, los miembros
de la Comunidad de Paz y las personas que
tengan un vínculo de servicio con esta
Comunidad, para cuyo efecto, se transcribe la
parte Resolutiva de esa providencia, que en lo
pertinente, resuelve: 1. Requerir al Estado que
mantenga las medidas que sean necesarias para
proteger la vida e integridad personal de todos los
miembros de la Comunidad de Paz de San José
de Apartadó, en los términos de la Resolución del
Presidente de la Corte de 9 de octubre de 2000 y
la Resolución de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos de 24 de noviembre de 2000.
2. Requerir al Estado que adopte las medidas que
sean necesarias para proteger la vida e integridad
personal de todas las personas que prestan
servicios a los miembros de la Comunidad de Paz
de San José de Apartadó, en los términos de los
considerandos octavo, noveno y décimo primero
de la presente Resolución. 3. Requerir al Estado
que investigue los hechos que motivan la
ampliación de estas medidas provisionales, con el
fin de identificar a los responsables e imponerles
las sanciones correspondientes. 4. Requerir al
Estado que mantenga cuantas medidas sean
necesarias para asegurar que las personas
beneficiadas con las presentes medidas puedan
seguir viviendo en su residencia habitual y
continúe asegurando las condiciones necesarias
para que las personas de la Comunidad de Paz de
San José de Apartadó, que se hayan visto
forzadas a desplazarse a otras zonas del país,
regresen a sus hogares. 5. Requerir al Estado que
garantice las condiciones de seguridad necesarias
en la ruta entre San José de Apartadó y Apartadó
en la terminal de transporte en el sitio conocido
como Tierra Amarilla, tanto para que los
transportes públicos de personas no sean objeto
de nuevos actos de violencia, tales como los
descritos en la presente Resolución, así como
para asegurar que los miembros de la Comunidad
de Paz reciban y puedan transportar de manera
efectiva y permanente productos, provisiones y
alimentos. 6. Requerir al Estado que continúe
dando participación a los beneficiarios de las
medidas provisionales o sus representantes en la
planificación e implementación de dichas medidas
y que, en general, los mantenga informados sobre
el avance de las medidas dictadas por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. 7.
Requerir al Estado que, de común acuerdo con los
beneficiarios o sus representantes, establezca un
mecanismo de supervisión continua y de
seguridad permanente en la Comunidad de Paz de
San José de Apartadó, de conformidad con los
términos de la presente Resolución. 8. Requerir al
Estado que continúe presentando a la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, cada dos
meses a partir de la notificación de la presente
Resolución,
informes
sobre
las
medidas
provisionales que haya adoptado en cumplimiento
de ésta.
2. En todos los casos en que sea privado
de la libertad a cualquier título, un integrante de la
Comunidad de Paz o una persona vinculada al
servicio de la misma, informará inmediatamente a
la Procuraduría General de la Nación y a la
Defensoría del Pueblo, para que en cumplimiento
de sus funciones, velen por la protección de los
derechos fundamentales de las mencionadas
personas.
3. No se podrá mantener privado de la
libertad en las instalaciones del Ejército ni, en
particular, en la Brigada 17 del Ejército, a ningún
integrante de la Comunidad de Paz de San José
de Apartadó, ni a ninguna persona vinculada a
esta Comunidad. En caso de retención de alguna
de estas personas, éstas deberán ser puestas
inmediatamente a órdenes de la autoridad judicial,
y trasladadas al lugar que indique el fiscal o juez
del caso.
4. El Comandante de la Brigada 17 del
Ejército, o quien haga sus veces, ordenará al
personal bajo su mando, otorgar un tratamiento de
especial cuidado y protección cuando se trate de
requisas en retenes y estén de por medio los
miembros de la Comunidad de Paz de San José
de Apartadó, los habitantes de este municipio, los
conductores de transporte público o las personas
vinculadas al servicio con esta Comunidad. La
información allí obtenida sólo puede servir para los
fines definidos en la ley y no puede ser utilizada
para fines distintos, ni mucho menos, podrá ser
suministrada a terceros. Salvo los casos
expresamente señalados por la ley, no se podrán
retener los documentos de identidad de las
personas requisadas que han sido beneficiadas de
medidas cautelares por la Corte Interamericana en
mención.
5. El Comandante de la Brigada 17 del
Ejército Nacional, o quien haga sus veces, asume
bajo su responsabilidad, la garantía y protección
de los derechos fundamentales que adelante se
36
indican, de los habitantes de la Comunidad de Paz
de San José de Apartadó y de las personas que
tienen vínculos con ella. Para tal efecto, debe
adoptar las decisiones que sean necesarias para
garantizar su seguridad personal. Bajo su
responsabilidad tiene la protección de los
derechos a la vida, integridad personal, seguridad
personal, libertad de locomoción, a la privacidad
del domicilio y a la intimidad de los miembros de la
Comunidad de Paz de San José de Apartadó y de
quienes tienen vínculos de servicio con la
Comunidad, dándole cumplimiento, en todo caso,
a las órdenes judiciales.
Para el cabal cumplimiento de lo
ordenado, el Comandante de la Brigada XVII del
Ejército, o quien haga sus veces, elaborará los
manuales operativos o manuales de instrucciones
al personal bajo su mando, con el fin de asegurar
que se ejecute estrictamente lo ordenado en esta
sentencia. De estos manuales enviará copia a la
Procuraduría y a la Defensoría del Pueblo, en un
término no mayor a treinta días27».
La sentencia resulta, a nuestro juicio,
especialmente relevante. Confirma la procedencia
de la acción de tutela para hacer efectivas las
medidas cautelares decretadas por un órgano
internacional de protección de derechos humanos
(ya admitida en sentencia T-558 de 2003 de la
propia Corte Constitucional), en este caso la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, y para
conminar a las autoridades pública para que
cumplan lo dispuesto en las medidas cautelares
dictadas.
Sin entrar en sus fundamentos jurídicos, sí
que resulta significativo reconocer que, en la
misma, se afirma con rotundidad que existe el
requerimiento de un organismo internacional que
debe ser acatado por el estado colombiano (las
resoluciones
de
la
Corte
Interamericana
acordando medidas provisionales de protección a
favor de la Comunidad de Paz) y que su
cumplimiento se deberá realizar de acuerdo con la
naturaleza
de
las
medidas
cautelares,
dependiendo del Estado establecer cual es la
autoridad obligada a ejecutar las medidas
decretadas por la Corte Interamericana, y que, en
el momento de dictarse la sentencia de la Corte
Constitucional, se estaba en la etapa de reuniones
con la comunidad con el propósito de dar
cumplimiento a lo dispuesto por el organismo
internacional,
sin
que
existiera
ningún
procedimiento
concreto
encaminado
a
contrarrestar inmediatamente el temor de los
habitantes, y sin que se hubieran proferido
medidas cautelares de ningún tipo, por lo que la
27
El texto íntegro de la sentencia puede consultarse en la
página de la Corte Constitucional de Colombia
http://www.constitucional.gov.co/corte/
Corte Constitucional concede la acción de tutela
en tanto culmina el procedimiento de adopción de
medidas cautelares a nivel nacional y por parte de
las altas autoridades del Estado con el fin de que
ceses las perturbaciones a la Comunidad,
profiriendo tanto las medidas de protección
correspondientes a nivel regional de acuerdo con
los requerimientos de la Corte Interamericana
como las órdenes pertinentes a la acción de tutela
que resuelve, y, entre ellas, las que afectan
directamente al Comandante de la Brigada 17 del
Ejército, que, conforme a la doctrina que se
transcribe en la sentencia, no sólo deberá
responde por las actividades del personal bajo su
mando sino también por las omisiones en que éste
incurra, ocupando la posición de garante para el
respeto de los derechos fundamentales conforme
se estableció en la Sentencia SU-1184 de 2001 de
la propia Corte Constitucional.
La Brigada 17 del Ejército Nacional con
sede en Carepa, que opera en el corregimiento de
San José de Apartadó, tras la sentencia de tutela y
en cumplimiento de la misma, dictó un Manual
Operativo para el cumplimiento de la sentencia al
parecer en fecha 30 de enero de 2005, según
parece desprenderse de la propia información del
Ministerio de Defensa28. En el documento, que nos
fue facilitado en el curso de las entrevistas
mantenidas con altos cargos de la Brigada 17 del
Ejército con sede en Carepa (Antioquia) y del
Ministerio de Defensa en Bogotá, se establecen
los procedimientos jurídicos para el desarrollo de
operaciones militares, y se recogen, entre otros
aspectos, la prohibición de trasladar a las
personas detenidas a las instalaciones de la
Brigada 17 o de cualquier otra unidad táctica
adscrita a la misma, la obligación de informar
desde el momento de su captura a la Procuraduría
Provincial de Apartadó y la Defensoría del Pueblo,
el procedimiento a seguir con las personas
detenidas, los supuestos en los que el Ejército
puede efectuar detenciones, el procedimiento a
seguir cuando se produzcan “bajas en combate”,
el procedimiento en los allanamientos con
autorización judicial o sin ella en los supuestos de
flagrancia contemplados en la Constitución, y la
actuación en retenes militares.
Como
puede
comprenderse,
la
trascendencia de esta sentencia para la protección
y garantía de los derechos fundamentales de los
miembros de la comunidad de paz es muy
importante. Sin embargo, sus repercusiones
prácticas, su traslación a la realidad cotidiana de la
comunidad de paz y de sus miembros, atendidos
los múltiples hechos de violencia y de vulneración
28
La información ha sido obtenida en:
http://alpha.mindefensa.gov.co/descargas/Apartado/ANEXO1%
20Respuesta%20al%20padre%20Javier%20Giraldo.doc
37
de los más elementales derechos a la vida, a la
integridad personal, la seguridad, la libertad de
locomoción, la dignidad personal, la privacidad del
domicilio y la intimidad, por el contrario, y a tenor
de los múltiples episodios de violencia y
vulneración grave de sus derechos, ha sido, por
desgracia, mínima. El Manual Operativo antes
mencionado, a tenor de las manifestaciones de los
miembros de la Comunidad, no ha sido cumplido,
al menos en los hechos que, con posterioridad a
su publicación, la comunidad de paz sostiene que
fueron realizados con participación de miembros
del Ejército.
6.6. Derechos de petición presentados ante el
Presidente de la República, el Ministro de
Defensa Nacional y el Fiscal General del
Estado.
Se
establece
en
la
Constitución
colombiana, artículo 23, que «Toda persona tiene
derecho a presentar peticiones respetuosas a las
autoridades por motivos de interés general o
particular y a obtener pronta resolución. El
legislador podrá reglamentar su ejercicio ante
organizaciones privadas para garantizar los
derechos fundamentales».
Las personas que acompañan a la
Comunidad han formulado en los años
transcurridos desde la declaratoria de la
Comunidad de Paz, numerosas peticiones por
escrito ante las más altas autoridades del Estado
Colombiano. Así, el 16 de marzo de 2006 se
interpuso la décimo tercera petición ante el
Presidente de la República, en la que, además de
reiterar las peticiones formuladas en las doce
anteriores, presentadas entre el 29 de julio de
2003 y
el 21 de noviembre de 2005, se
formulaban otras concretas, relativas tanto a los
últimos y más recientes ataques contra la vida, la
integridad personal, la libertad de desplazamiento,
contra la propiedad y la intimidad, sufridos por
miembros de la comunidad y atribuidos a personas
miembros de la Brigada 17 del Ejército Nacional y
de la Policía Nacional con sede en Apartadó, entre
los que incluyen posibles vulneraciones de lo
dispuesto en las sentencias de la Corte
Constitucional que han sido citadas anteriormente
(T-327/04, C-1024/02)29. Los derechos de petición
ante el Sr. Presidente de la República han sido
respondidos, en la mayor parte de los supuestos,
29
El texto completo del derecho de petición número 13 es
accesible en
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=227, y
también en la página de la Comunidad de Paz puede
examinarse otros derechos de petición anteriores dirigidos al
Presidente de la República y a otras Altas Autoridades:
http://www.cdpsanjose.org/rubrique.php3?id_rubrique=10.
con acuses de recibo y notas de remisión a otras
Autoridades del Estado30.
También se han presentado derechos de
petición recientemente ante el Ministro de Defensa
Nacional, en fecha 21 de marzo de 2006,
reiterando las peticiones relacionadas en otro
derecho de petición anterior presentado el 12 de
diciembre de 2005. Se solicita la identificación de
miembros del Ejército y de la Policía que
participaron en distintas fechas en operativos
realizados en el corregimiento de San José de
Apartadó en los que supuestamente se cometieron
violaciones de los derechos humanos de distintas
personas miembros de la comunidad o residentes
en la zona y que anteriormente había sido, al
parecer, contestado sosteniendo que los hechos
son objeto de investigación y que «una vez que se
establezcan responsabilidades, si existe mérito
para ello se podría suministrar la información por
usted requerida. Entre-tanto, es necesario
acogerse a los principios fundamentales del
debido proceso y la presunción de inocencia». No
consta que el último derecho de petición haya sido
contestado.
Por último, también en la página de la
Comunidad de Paz consta el derecho de petición
presentado ante el Fiscal General de la Nación el
18 de noviembre de 2005 en el que se solicita
información con relación a la identidad y cargos de
los miembros de la Fiscalía y de la Policía
Nacional que el día 12 de noviembre de 2005
penetraron en la finca “La Holandita” donde se
encuentra el asentamiento de San Josesito de
Apartadó, propiedad de la Comunidad de Paz, y,
al parecer, filmaron a las personas que allí se
encontraban, así como del destino dado a las
filmaciones.
No parece que este derecho de petición
haya tenido más consecuencias que otros
interpuestos anteriormente ante el Fiscal General.
En fecha 29 de enero de 200431, se solicitaba por
esta vía información sobre el trámite dado a una
denuncia presentada por la Comunidad el 12 de
noviembre de 2003 en la que se solicitaba la
investigación de trescientos crímenes de lesa
humanidad perpetrados contra la población de
San José de Apartadó. Esta petición, según se
expone, no fue respondida, ni siquiera cuando la
denuncia que le había dado origen, que
inicialmente fue remitida a un fiscal que
investigaba uno de los casos en particular, fue
devuelta por éste a la Dirección Nacional de
30
«Noche y Niebla, caso tipo nº 6», ya referenciada, página
141, accesible en http://www.nocheyniebla.org/
31
Los datos figuran en «Noche y Niebla, caso tipo nº 6», ya
referenciada, página 140, accesible en
http://www.nocheyniebla.org/
38
Fiscalías. El 25 de marzo de 2004 se presentó
nuevo derecho de petición ante el Fiscal General,
que, según se recoge, tampoco fue contestado.
6.7. Comparecencias y actuaciones ante y de
órganos legislativos, nacionales y de terceros
estados.
Distintos miembros de la Comunidad de
Paz y personas que les acompañan han acudido a
exponer su versión, su verdad, ante el Parlamento
de Colombia. La repercusión de las masacres de
febrero de 2005 en Colombia fue tan importante
que motivó sesiones especiales en el Parlamento
Colombiano. A ellas fue invitado a acudir, como
acompañante de la Comunidad de Paz, D. Javier
Giraldo, SJ, que tuvo ocasión de exponer los
hechos que, a juicio de los miembros de la misma,
motivan las imputaciones que se realizan al
Ejército colombiano de haber participado de forma
directa en las mismas. La sesión se celebró el 25
de mayo ante la Comisión Segunda Constitucional
de la Cámara de Representantes, y en ella se
denunciaron tanto la impunidad que se viene
produciendo de forma sistemática con relación a
todos los hechos violentos, constitutivos de graves
crímenes contra los derechos humanos más
elementales, de los que vienen siendo víctimas
habitantes del corregimiento, con anterioridad a la
constitución de la comunidad de paz y también
después de haber decidido libremente formar la
misma, como, con relación a las masacres de
febrero, los argumentos que consideran elementos
de juicio para fundar sus denuncias públicas,
argumentos que ya habían sido expuestos pocas
semanas antes en la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, en la sesión celebrada el 14
de marzo de 2005 y de entre los que podemos
destacar los siguientes:
«La evidente presencia de las tropas en
las dos veredas donde se perpetró la masacre y
en veredas aledañas como Las Nieves y Las
Esperanza y paso de tropas por las veredas Alto
Bonito, Buenos Aires, La Linda, La Cristalina,
Miramar, Arenas, La Unión.
El confinamiento ilegal, por tropas del
ejército, de varios pobladores en La Esperanza el
19 de febrero y el desplazamiento de varias
familias de La Esperanza hacia Playa Larga, a
causa de la presencia del ejército.
La persecución a muerte, por parte de
tropas militares, a varios pobladores de Las
Nieves desde la noche del 19 de febrero y en la
mañana del 20, y el ataque a la casa en donde se
encontraba el miliciano Marcelino Moreno en la
madrugada del 20 de febrero, hiriéndolo mientras
dormía e hiriendo a su hija Diana Marcela
Guzmán, hechos reconocidos por el mismo
ejército que llevó a la niña herida al hospital de
Apartadó.
La presencia de tropas del ejército cerca
del Centro de Salud de Mulatos Medio en la
mañana del 21 de febrero y detención ilegal de
Luis Eduardo Guerra, su compañera y su hijo,
presenciada por testigos, momentos antes de
asesinarlo.
La presencia evidente de tropas del
ejército que rodearon la vivienda de Alfonso
Tuberquia al medio día del 21 de febrero,
presenciada por varios testigos que tuvieron que
huir y que al día siguiente constataron el asesinato
de Alfonso Tuberquia, su esposa y sus niños y del
trabajador Alejandro Pérez, quienes fueron
descuartizados.
La presencia evidente de tropas del
ejército en el sitio El Barro, de la vereda Mulatos,
hacia las 15 horas del mismo día 21 de febrero,
donde confinaron a varias familias ilegalmente, las
amenazaron de muerte y les comentaron que
habían asesinado esa mañana a Luis Eduardo
Guerra y a dos personas más, así como a Alfonso
Bolívar y a unos niños, calificando a todas estas
víctimas como guerrilleros. Estas mismas tropas
fueron encontradas allí el 27 de febrero cuando
comisiones de la comunidad fueron a rescatar las
familias confinadas. Uno de los soldados que
estaba allí le confesó a un periodista que habían
llegado el día 20 a Las Nieves y que desde el día
21 estaban allí, lo que confirmaba todo el itinerario
de las tropas que perpetraron la masacre.
Los comentarios que varios militares
hicieron ante los campesinos: ya afirmando que
esa vez la tropa llevaba la consigna de arrasar con
todos, desde niños hasta ancianos; expresiones
que daban a entender que llevaban un plan de
asesinar sin armas de fuego, al parecer para no
alertar a los campesinos de veredas vecinas antes
de cumplir el plan; recomendaciones de algunos
soldados a campesinos que huían, invitándolos a
desplazarse ya que “milagrosamente” se habían
escapado de la muerte; anuncios de que irían
enseguida a San José a matar a todos los líderes
de la Comunidad y a sus mismos acompañantes
internacionales; hasta el comentario hecho por un
soldado en momentos en que ya los fiscales se
disponían a exhumar los cadáveres, en el sentido
de que “dieran gracias a Dios que este hecho se
había conocido demasiado rápidamente, pues si
no, la masacre hubiera sido de proporciones
mucho más grandes”.
Los ultrajes de que fueron víctimas, por
parte de las tropas del ejército, los grupos de
búsqueda de la Comunidad de Paz que fueron a
verificar la masacre y a buscar los cadáveres, así
como las filmaciones, insultos, amenazas y
fotografías.
La destrucción de una posible evidencia de
huellas dactilares en el machete ensangrentado
que había servido para asesinar a Luis Eduardo
39
Guerra y a su familia, por un soldado que
obedecía órdenes de un oficial.
La amenaza de muerte contra el conductor
del campero que transportó los féretros entre
Apartadó y San José en la noche del 27 de
febrero, proferida por el paramilitar Wilmar
Durango que trabaja estrechamente con el
Coronel Néstor Iván Duque, según lo han
reconocido ambos múltiples veces, públicamente.
El hecho de que no se trate de un hecho
sorpresivo sino que ha sido anunciado multitud de
veces cuando las tropas del ejército transitan por
los caminos del corregimiento anunciando que van
a destruir a esa comunidad de paz, refiriéndose a
ella con los términos más soeces.
El hecho de que los campesinos hicieron
un rastreo de huellas desde los primeros días de
su búsqueda de las víctimas, descubriendo que no
había huellas de salida sino que las tropas que
habían entrado desde el 19 de febrero aún se
encontraban en la zona el 25 cuando fueron
exhumados los cadáveres de las víctimas.
Los graffiti que fueron pintados en las
tablas de las humildes viviendas de las víctimas en
El Barro y en la Resbalosa, que fueron
fotografiados y filmados por testigos, que hacían
alusión a la presencia del Batallón de
Contraguerrilla 33, siendo borrados por los
mismos soldados cuando se percataron del interés
que habría sobre ellos, cambiándolo en un caso
por el de la sigla AUC».
Además de la anterior comparecencia, no
podemos dejar de recoger la aprobación por la
Comisión de Exteriores del Congreso de España
el pasado 18 de mayo de 2005 de una proposición
no de ley «sobre la masacre de San José del
Apartadó y la violencia sistemática sobre la
Comunidad de Paz de San José del Apartadó y
otras regiones colombianas, presentada por el
Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana
(ERC)». El texto de la proposición fue publicado
en el B.O.C.G. Congreso de los Diputados núm.
D-175 de 22 de marzo de 2005, y las enmiendas y
el texto íntegro aprobado fue publicado en el
B.O.C.G. Congreso de los Diputados núm. D-217
de 7 de junio de 200532. El texto aprobado insta al
Gobierno español a «condenar la masacre de San
José del Apartadó y la violencia sistemática sobre
la Comunidad de paz de San José del Apartadó y
otras regiones colombianas y a pedir al Estado de
Colombia que finalice las investigaciones judiciales
para esclarecer los hechos y castigar a los
culpables de estos crímenes atroces».
Tampoco podemos dejar de hacer
referencia a la carta de que 53 congresistas de
Estados Unidos de América dirigieron a la
32
Textos que pueden consultarse en http://www.congreso.es
Secretaria de Estado solicitando que se abstenga
de certificar que el Gobierno colombiano satisface
las condiciones en derechos humanos incluidas en
el Acta de Apropiaciones de Operaciones
Extranjeras para los años 2005 y 2006, hasta que
la Brigada 17 del Ejército Colombiano mejore sus
prácticas en derechos humanos. Entre otras
actuaciones, se relaciona en dicho escrito33 a la
Brigada 17 del Ejército con una parte importante
de los numerosos crímenes de los que han venido
siendo víctimas miembros de la Comunidad y,
específicamente, con las masacres de febrero de
2005 y con la muerte de Arlen Salas, solicitándose
que se mantenga la retención de la certificación en
materia de derechos humanos hasta que no se
alcancen, al menos, tres condiciones: 1. Que la
Fiscalía colombiana sigua las pistas disponibles y
realice progresos sustanciales en los más
importantes crímenes contra la Comunidad de Paz
de San José de Apartadó, sin importar quienes
fueron los autores; 2. En el caso específico de la
Brigada 17, que sus responsables sean
suspendidos hasta que una investigación completa
e imparcial establezca que esos oficiales son
inocentes o culpables; y 3. Que se realice una
reforma sustancial en las operaciones de la
Brigada 17, como reflejo de su conducta en San
José de Apartadó, comunidades afrocolombianas
y otras comunidades bajo su jurisdicción.
Por último, recoger la pregunta escrita
realizada por el parlamentario europeo Vittorio
Agnoletto al Consejo34 de la Unión Europea con
relación a la masacre en San José de Apartadó y
la impunidad en torno a la misma donde se afirma
que «La Comunidad de Paz de San José de
Apartadó, una comunidad pacifista que intenta
permanecer al margen del conflicto armado, es
muy criticada por el actual gobierno. El Gobierno
colombiano ha publicado un documento para la
cooperación internacional en el que prohíbe dar
apoyo a las experiencias de comunidades de paz.
Ahora, después de que ocho civiles, entre ellos el
líder de la comunidad y algunos niños, hayan sido
masacrados, algunas organizaciones de defensa
de los derechos humanos han decidido llevar el
caso de la última masacre en San José ante el
Tribunal Internacional de La Haya. ¿Va a tener el
Consejo una presencia más activa en la defensa
de las comunidades de paz y de las comunidades
indígenas de Colombia o considera, al igual que el
Gobierno colombiano, que todos deben participar
en el conflicto? ¿Qué planes tiene el Consejo para
prestar apoyo a las víctimas y luchar contra la
impunidad en Colombia? ¿Apoya el Consejo la
33
El texto del escrito puede consultarse en
http://www.cdpsanjose.org/article.php3?id_article=221
34
El texto de la pregunta escrita ha sido recogido de
http://www.europarl.europa.eu/registre/questions/ecrites/2005/
2741/P6_QP(2005)2741_ES.doc
40
iniciativa de llevar a los autores de la masacre de
San José de Apartadó ante el Tribunal
Internacional de Justicia? .
La pregunta, al menos por lo
conocemos, todavía no ha tenido respuesta.
que
6.8. Actuaciones ante organismos
internacionales de protección de los Derechos
Humanos y organismos internacionales de
Justicia.
Las primeras actuaciones de la comunidad
de paz en este ámbito se dirigieron a la Corte
Interamericana de DDHH. A las resoluciones de la
Comisión y de la Corte Interamericana relativas a
la comunidad de paz de San José de Apartadó ya
hemos hecho referencia anteriormente35.
Interesa ahora señalar que, desde la
primera resolución dictada con relación a la
comunidad de paz, la resolución del Presidente de
la Corte de fecha 9 de octubre de 2000, a petición
de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos y en la se adoptan medidas de carácter
urgente, consistentes en requerir al Estado de
Colombia para que, sin dilación, adopte cuantas
medidas sean necesarias para proteger la vida e
integridad personal de distintas personas
miembros de la comunidad de paz, ya se recoge
que la Comisión Interamericana solicitó, junto con
el pronunciamiento favorable al dictado de
medidas
provisionales,
algunas
solicitudes
particulares, entre las que resulta de especial
interés la primera de ellas: «Que las medidas de
protección sean acordadas de común acuerdo
entre el Estado y los miembros de la Comunidad y
los peticionarios. En este sentido, y con el fin de
asegurar su efectividad y pertinencia, debe
tenerse en consideración la compatibilidad de las
medidas de seguridad ofrecidas con el carácter de
la experiencia de la Comunidad de Paz, dado que
la protección personal y armada de estas
personas puede poner en peligro los principios de
neutralidad colectiva y zona humanitaria que
informan su propia existencia y generar
respuestas violentas por parte de los actores
armados de la región»36.
Ya desde esa primera resolución de
medidas provisionales de carácter urgente, y en
las
posteriores
dictadas
por
la
Corte
Interamericana de Derechos Humanos, desde la
primera de ellas, con fecha 24 de noviembre de
2000, y todas las que le han seguido, dictadas el
35
Ver página 37 y siguientes del informe. En la página web de
la Corte Interamericana puede obtenerse abundante
información sobre la misma http://www.corteidh.or.cr/ .
36
El texto completo de la resolución puede consultarse en
http://www.corteidh.or.cr/seriee/apartado_se_01.doc
18 de junio de 2002, en la que se ratifica la
anterior resolución del Presidente de la Corte, el
17 de noviembre de 2004, el 15 de marzo de 2005
y, por último, el 2 de febrero de 200637, la Corte
recoge la trascendencia de que las medidas de
protección que deben adoptar el Estado para
garantizar el derecho a la vida y a la integridad
corporal de los miembros de la comunidad se
establezcan de común acuerdo con los
peticionarios. La Corte reconoce la singularidad de
la experiencia vivida desde la comunidad, las
especiales circunstancias en que se encuentran
sus miembros, así como el posible incremento de
los riesgos para su seguridad que pueden
derivarse de la adopción de medidas por parte de
las Autoridades colombianas por la posibilidad de
que éstas modifiquen la situación en la zona y
produzcan ataques no deseados de otros actores
armados allí presentes.
En todas las audiencias celebradas con
anterioridad a las resoluciones mencionadas, así
como en los informes presentados ante la Corte
Interamericana por los representantes designados
por el Estado de Colombia se viene reconociendo
que las medidas que, sucesivamente, han ido
adoptando para garantizar la seguridad de las
personas en el corregimiento de San José no han
producido
los
resultados
idóneos,
y
reiteradamente, en cada sesión, se aportan a la
Corte por los peticionarios datos de nuevos
homicidios y otros ataques graves a los derechos
humanos cometidos contra miembros de la
comunidad o personas que les prestan servicios
(de transporte o de otro tipo), personas que
también han sufrido ataques, intimidaciones y
amenazas, al parecer por la única vinculación que
tienen con la comunidad por el trabajo que
realizan. La lectura de las distintas resoluciones,
hasta la última de fecha reciente, 2 de febrero de
2006, es la lectura del continuo incremento de los
hechos violentos en la zona y la lectura, también,
del continuado y repetido fracaso de las
Autoridades nacionales en su función esencial de
garantizar la seguridad de los ciudadanos, así
como la reiteración de acuerdos de la Corte
requiriendo al Estado colombiano para la adopción
de medidas y para el impulso de las
investigaciones con relación a los distintos
crímenes que, de forma continuada se vienen
produciendo. Baste con transcribir aquí, el
contenido dispositivo de la última resolución
dictada el 2 de febrero de 2006 en la que la Corte
Interamericana acuerda:
«1.Reiterar al Estado que mantenga las
medidas que hubiese adoptado y disponga de
forma inmediata las que sean necesarias para
37
El texto completo de todas ellas disponible en el enlace
siguiente:
http://www.corteidh.or.cr/seriee/index.html#apartado
41
proteger eficazmente la vida y la integridad
personal de todos los miembros de la Comunidad
de Paz de San José de Apartadó, en los términos
de la Resolución del Presidente de la Corte de 9
de octubre de 2000 y las Resoluciones de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos de 24 de
noviembre de 2000, 18 de junio de 2002, 17 de
noviembre de 2004, y 15 de marzo de 2005.
2. Reiterar al Estado que continúe
investigando los hechos que motivaron la
adopción de estas medidas provisionales, con el
fin de identificar a los responsables e imponerles
las sanciones correspondientes.
3. Reiterar al Estado que debe dar
participación a los beneficiarios de las medidas o
sus representantes en la planificación e
implementación de las medidas de protección y
que, en general, les mantenga informados sobre el
avance de las medidas ordenadas por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
…
7. Reiterar al Estado que continúe
informando a la Corte Interamericana de Derechos
Humanos cada dos meses sobre las medidas
provisionales adoptadas, y requerir a los
beneficiarios de estas medidas o a su
representante que presenten sus observaciones
dentro de un plazo de cuatro semanas contadas a
partir de la notificación de los informes del Estado,
y a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos que presente sus observaciones a
dichos informes del Estado dentro de un plazo de
seis semanas contadas a partir de su recepción».
Debe
señalarse
que
la
Corte
Constitucional de Colombia, en la sentencia T-558
de 200338, tras estudiar la naturaleza jurídica de
los actos proferidos por las organizaciones
internacionales, y en particular las medidas
cautelares decretadas por un órgano de protección
de los Derechos Humanos, en ese caso la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
consideró que las medidas tienen la naturaleza de
un acto jurídico mediante el que «se conmina al
Estado demandado para que adopte, en el menor
tiempo posible, todas las medidas necesarias, de
orden administrativo o judicial, a fin de que cese la
amenza que se cierne sobre un derecho humano
determinado» y, dado que el Estado colombiano
es parte en el Pacto de San José de Costa Rica
que da origen a la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, la medida cautelar «debe ser
examinada de buena fe por las autoridades y su
fuerza vinculante en el derecho interno va
aparejada del cumplimiento de los deberes
constitucionales que las autoridades públicas
deben cumplir» y, ya que las medidas se refieren a
casos concretos, particulares, con beneficiarios
38
La sentencia puede consultarse en la siguiente dirección:
http://www.constitucional.gov.co/corte/
determinados, no puede sostenerse que el Estado
destinatario de las mismas goce de absoluta
liberalidad para cumplir o no lo decidido por el
organismo internacional de protección que las ha
dictado. En la sentencia mencionada también se
recoge la procedencia de la acción de tutela (a la
que anteriormente hemos hecho referencia), para
«conminar a las autoridades públicas para que
cumplan lo dispuesto en las medidas» y «para
impartir las órdenes correspondientes contra las
autoridades que en un determinado asunto
hubieren
incumplido
con
sus
deberes
constitucionales».
También los distintos crímenes que vienen
produciéndose en San José de Aparatadó han
sido trasladados a la Corte Penal Internacional39,
en mayo de 2005, por miembros de la Cámara de
representantes de Colombia, solicitando al Fiscal
ante la Corte que se inicie una investigación sobre
los crímenes ocurridos en la zona en los últimos
nueve años, que cuantifican en 433 actos
violentos, atribuidos, en su mayor parte, un 95 %,
a la acción directa de la fuerza pública o de
elementos paramilitares que actuaron «con la
tolerancia, apoyo o complicidad de los agentes
oficiales», y en el marco de la «inactividad de la
justicia» que ha facilitado que los hechos se sigan
produciendo. Solicitan del Fiscal que se inicie una
investigación por los crímenes de lesa humanidad
ejecutados contra los integrantes de la Comunidad
de Paz y habitantes de San José de Apartadó.
Colombia ha suscrito declaración en virtud
del art. 124 del Estatuto de Roma de la Corte
Penal Internacional, que permite rechazar durante
un periodo de siete años la competencia de este
Tribunal para conocer de los delitos de guerra
recogidos en el art. 8 del Estatuto.40
No puede olvidarse tampoco, en este
punto, la intervención de la Oficina en Colombia
del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Derechos Humanos, que viene siguiendo con
gran preocupación la evolución de los distintos
acontecimientos que se producen en la comunidad
de paz y en el corregimiento de San José de
Apartadó, tal y como tuvimos la oportunidad de
constatar durante la entrevista que pudimos
mantener en Bogotá el día 8 de febrero de 2006
con D. Michael Frühling, Director de la Oficina y
con Dña. Paula Berrutti, Oficial de Derechos
Humanos de la Oficina.
39
El documento puede consultarse en
http://www.cdpsanjose.org/IMG/pdf/DenunciaRepresentantesC
PI.pdf
40
Véase la Carta Abierta a los candidatos presidenciales,
documento de Amnistía Internacional
http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230132006?open
&of=ESL-325
42
La actividad pública de la Oficina con
relación a los hechos de febrero de 2005, se
tradujo en un primer e inmediato comunicado de
condena, emitido el día 28 de febrero de 200541,
en el que se destaca que una de las víctimas,
Eduardo Guerra Guerra «era un importante líder
de la comunidad y defensor de derechos
humanos» y solicita a las autoridades que realicen
las investigaciones necesarias para un rápido y
eficaz esclarecimiento de los hechos y que puedan
ser juzgados y sancionados los responsables de
estos crímenes.
Algunos días después del comunicado, el
2 de marzo de 2005, el Director Adjunto de la
Oficina, Sr. Incalcaterra, visitó la Comunidad de
Paz acompañado de representantes del ACNUR.
Finalmente, el 22 de marzo de 2005, la
Oficina emitía un nuevo comunicado en el que, en
cumplimiento de su mandato, realizaba una serie
de consideraciones con relación a las masacres
en que perdieron la vida ocho personas42, entre
las que podemos destacar las consideraciones
relativas a la necesidad de que el Gobierno de
Colombia y las autoridades competentes adopten
las medidas adecuadas para evitar que la
impunidad
continue,
como
ha
venido
produciéndose en la mayoría de los crímenes
cometidos contra miembros de la comunidad de
paz, y manifestando: «mientras no haya una
decisión judicial que declare a determinadas
personas como responsables de esos delitos, es
aconsejable abstenerse de hacer afirmaciones que
puedan poner en peligro la vida o la integridad
física de los miembros de la comunidad de paz, o
que provoquen su desplazamiento forzado. La
Oficina sugiere que se actúe con prudencia en el
manejo de la información pública relacionada con
la comunidad de paz de San José de Apartadó».
Como puede comprenderse, el lenguaje
diplomático pocas veces puede resultar más claro,
si se relacionan estas afirmaciones con el
tratamiento informativo que se dio en la mayor
parte de los medios de comunicación colombianos
y por parte de altas autoridades de la nación, a los
hechos sucedidos en febrero de 2005.
También puede aquí hacerse referencia a
los informes anuales del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos
sobre la situación de los Derchos Humanos y el
Derecho Internacional Humanitario en Colombia.
Pueden consultarse todos los publicados desde el
de 9 de marzo de 1998, referido a la situación en
el año 199743. En prácticamente todos pueden
encontrarse referencias a distintos hechos
producidos en la comunidad de paz, bien con el
relato concreto de los mismos o bien con la
descripción de actuaciones que, por haberse
producido en distintos puntos del territorio nacional
colombiano, se recogen de forma genérica, sin
referencias al lugar en que se han realizado
individualmente cada uno.
También ha venido trabajando con la
comunidad de paz la oficina del ACNUR,
especialmente en los distintos desplazamientos de
la población que se han producido en la zona
durante diversos periodos de tiempo. Durante
nuestra visita a la comunidad de paz coincidimos
con la visita de la encargada de la delegación del
ACNUR en Apartadó, que se había trasladado
hasta el asentamiento de San Josesito para
mantener conversaciones con los líderes de la
comunidad y otros pobladores con la finalidad de
evaluar las necesidades más urgentes de los
desplazados.
Por último, y para cerrar este capítulo,
debemos hacer referencia a la constante
preocupación
de
organizaciones
no
gubernamentales de derechos humanos con
relación a los distintos hechos en los que se han
producido ataques contra la comunidad de paz,
alguno de sus miembros u otros pobladores de la
zona. Así, a modo de simple ejemplo, al menos
dos comunicados públicos44 de Amnistía
Internacional expresan la condena por las
masacres ocurridas en febrero de 2005, y por el
posterior tratamiento de la misma por parte de las
autoridades colombianas. También el CINEP
(Centro de Investigación y Educación Popular),
fundación sin ánimo de lucro de la Compañía de
Jesús en Colombia, creada en 1972 y que cuenta
con financiación de agencias gubernamentales
europeas y de otras ONG, en colaboración con la
Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz,
han venido colaborando para la creación y puesta
en funcionamiento de un Banco de Datos de
Derechos Humanos y Violencia Política en
Colombia que está funcionando desde el año 1996
y que, a través de la revista “Noche y Niebla”, se
ha ocupado de forma muy relevante de los hechos
de que vienen sucediendo a los miembros de la
comunidad de paz y otros pobladores de la zona
43
41
El comunicado puede consultarse íntegro en
http://www.hchr.org.co/publico/comunicados/2005/comunicado
s2005.php3?cod=12&cat=58
42
El comunicado íntegro puede consultarse en
http://www.hchr.org.co/publico/comunicados/2005/comunicado
s2005.php3?cod=17&cat=58
Son accesibles desde
http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco
misionado/informes.php3?cat=11
44
Accesibles en la página web de A.I.,
http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230032005?open
&of=ESL-COL
http://web.amnesty.org/library/Index/ESLAMR230042005?open
&of=ESL-COL
43
de San José de Apartadó45. Esta publicación,
como ha podido verse a lo largo de estas páginas,
ha proporcionado una parte relevante de la
información utilizada para la elaboración de este
informe y también ha sido citada como fuente en el
informe del PNUD «El conflicto, callejón con
salida, Informe Nacional de Desarrollo Humano
para Colombia» de 2003 que hemos citado
anteriormente.
Los miembros de la comunidad también
cuenta con la colaboración de organizaciones no
gubernamentales no colombianas que realizan
acompañamientos por la situación de riesgo en
que se encuentran (FOR, PBI).
7. Las respuestas del Estado
colombiano ante los ataques sufridos
por la comunidad de paz: la impunidad.
La primera obligación del Estado es
proteger la vida e integridad física de sus
integrantes y, en el ámbito de un conflicto de
carácter interno, resulta evidente que los ámbitos
de la seguridad y la justicia penal se encuentran
fuertemente unidos, completamente imbricados.
En el sistema de seguridad y justicia penal
en Colombia participan todos los poderes públicos:
El poder ejecutivo, encabezado por el Ministerio
del Interior y Justicia, como responsable de la
política criminal y penitenciaria, y el Ministerio de
Defensa que dirige la política de seguridad, las
Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y el DAS
(Departamento Administrativo de Seguridad) con
funciones de inteligencia adscrito a la Presidencia
de la República. El poder legislativo que, como
corresponde en un Estado de Derecho, dicta las
leyes y ejerce el control político sobre el Gobierno.
El Poder Judicial, la Rama Judicial, que, en
asuntos penales está integrada por la Fiscalía
General de la Nación, los jueces penales con su
distinta jurisdicción y competencia y el Instituto
Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
Y, por último, el denominado Ministerio Público,
encargado de vigilar la gestión pública por medio
de la Procuraduría General de la Nación y de
promover, divulgar y defender los Derechos
Humanos de los ciudadanos por medio de la
Defensoría del Pueblo. Este es, en resumen, el
marco general, al que podrían añadirse, en
materia de Derechos Humanos, otras instituciones
y programas, como el Programa Presidencial de
Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario,
que
se
encabeza
por
el
Vicepresidente de la República.
45
Amplia información en http://www.cinep.org.co/inicio.htm y
en http://www.nocheyniebla.org/
Los análisis realizados con relación al
funcionamiento de los principales actores del
sistema de seguridad y justicia penal en Colombia
en el informe del PNUD46 resultan poco
alentadores:
En cuanto a la Policía, se afirma que su
intervención en el conflicto armado le ha alejado
de sus funciones preventivas para asumir tareas
reactivas, y se encuentra militarizada en cuanto a
su estructura de mando y la formación de sus
cuadros.
Las Fuerzas Militares, cuya misión
fundamental debería ser la defensa de la
soberanía nacional frente a posibles enemigos
extranjeros, tienen atribuida en la Constitución
«como finalidad primordial, la defensa de la
soberanía, la independencia, la integridad del
territorio nacional y del orden constitucional» y, en
desarrollo de la defensa de este último, dedican
gran parte de sus esfuerzos a combatir al enemigo
interno, lo que implica que hayan acabado por
asumir tareas de carácter policial.
La Fiscalía, en la actualidad, en tanto se
mantiene la vigencia del sistema procesal penal
mixto en la transición al sistema acusatorio puro,
problema que ya anticipábamos, ha padecido y
padece una importante congestión en las
investigaciones, lo que provoca que el número de
casos que superan las primeras fases de
investigación previa y llegan a enjuiciarse sea muy
bajo. También se detecta la falta de plenas
garantías procesales para los imputados, ya que el
fiscal investigador puede adoptar medidas de
aseguramiento y otras decisiones procesales. Si a
esto se une un sistema probatorio que es
calificado como deficiente, por depender, de forma
casi exclusiva, de las declaraciones de testigos y
que deja con un papel meramente marginal a la
prueba técnica criminalística, y la dependencia de
la Policía Judicial del Fiscal General, lo que
provoca que el cuerpo investigador se encuentra
integrado en el acusador, no cabe sino concluir
que el sistema presenta importantes quiebras que
pueden romper el complejo y delicado equilibrio
probatorio entre las partes.
Por otra parte, y siendo la prueba testifical
la más importante, casi la única existente en el
sistema, las normas y sistemas de protección de
testigos, que deberían resultar claves para
sostener aún de forma mínima las acusaciones en
los asuntos de mayor gravedad o trascendencia,
46
Para esta referencia y para las siguientes, el informe resulta
accesible en su integridad en el siguiente enlace, y los datos a
los que nos referimos se encuentran recogidos en el Capítulo 7:
http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaConte
nido&f=1142946518
44
han venido siendo también objeto de importantes
críticas por los insatisfactorios resultados
conseguidos con las existentes.
Tampoco es de menor trascendencia que
la independencia de los fiscales en el seno de su
organización dentro de la Rama Judicial se ha
encontrado fuertemente cuestionada durante los
últimos años, como tendremos ocasión de
profundizar más adelante, aun cuando existen
iniciativas tendentes a introducir mejoras en esta
materia.
Indudablemente, todos estos factores,
entre otros, han contribuido al fracaso del sistema
de seguridad y justicia, cuya máxima expresión es
la impunidad, la falta de toda respuesta del
sistema penal a los más graves crímenes,
situación de la que, los hechos que vienen
sucediendo en la comunidad de paz no son,
desafortunadamente, más que un ejemplo de
singular gravedad. Como bien pone de relieve el
informe del PNUD, «entre impunidad y conflicto
armado hay un círculo vicioso: en un sentido, la
improbabilidad del castigo es un incentivo para
seguir violando la ley; en el otro sentido, la altísima
criminalidad resultante del conflicto desborda la
capacidad del sistema» y alimenta, por tanto, uno
de los factores desencadenantes de la impunidad.
En el informe del PNUD se recogen una
serie de funciones deficientemente atendidas por
el sistema de seguridad y justicia penal. Así, se
afirma, en primer lugar, la existencia de una débil
coordinación entre todas las instituciones que
operan en el ámbito de la inteligencia. Tanto el
DAS, como el Ejército y la Policía cuentan con
sistemas de inteligencia propios que, en muchas
ocasiones, actúan en parámetros de rivalidad más
que de cooperación, aunque, al parecer, existe el
propósito gubernamental de intentar vías de
solución a esta situación con la creación de una
junta de inteligencia conjunta para que se cuenten
con análisis suficientes en la toma de decisiones
en las más altas instancias del país, que se
puedan atender de forma coordinada los
requerimientos de las políticas de seguridad y que
no se desperdicien esfuerzos en la investigación.
En segundo lugar, la vigilancia rural, de los
espacios que constituyen el principal escenario de
la violencia, no se encuentra atendida de forma
suficiente, dado que ni la Policía ni las Fuerzas
Armadas cuentan con los recursos suficientes
pese al incremento de sus efectivos. No existe en
Colombia un cuerpo de seguridad cuya misión
específica se dirija al control de las áreas rurales y
la protección de la población residente en estas
áreas. Además, y en tercer lugar, la relación con la
comunidad, en las áreas de conflicto, tiende a
confundirse con el apoyo a la fuerza pública que
actúa en la zona, situación que se produce por el
predominio del componente coercitivo entre las
posibles fórmulas que pueden aplicarse para la
intervención de la Policía o del Ejército. Si bien, se
afirma que, en las grandes poblaciones existe un
respaldo creciente a la fuerza pública, en los
pequeños municipios más afectados por acciones
armadas la percepción es diferente. Existen
importantes muestras de desconfianza entre la
población campesina respecto a la fuerza pública
que actúa en su zona de residencia, circunstancia
motivada en demasiadas ocasiones por la
ausencia de acciones efectivas contra grupos
paramilitares que accionan en el territorio, por
incidentes de corrupción, maltrato, vulneraciones
de derechos, muerte de civiles inocentes ,
complicidades con el narcotráfico o con el
paramilitarismo, que, a su vez, son contestadas
con el silencio y la impunidad por las instituciones
encargadas de la prevención de estos hechos y
por el Poder Judicial encargado de su castigo.
Algunas de estos factores están presentes,
como hemos podido comprobar, en San José de
Apartadó, la desconfianza de la población y su
consiguiente negativa a toda colaboración con los
actores armados institucionales en el conflicto, por
motivos que están claramente incluidos en los
citados en el anterior párrafo, confluye con las
sospechas y recelos de los miembros de las
fuerzas de seguridad hacia la población
campesina que, de forma genérica, parecer ser
percibida como sospechosa de colaborar con los
actores armados ilegales. Se produce, por tanto,
un nuevo círculo vicioso. La población, en el
interior del conflicto, y a los ojos de, al menos, una
parte significativa de miembros de las fuerzas de
seguridad, debería prestar su colaboración a los
actores legales, y las fórmulas o intentos de
neutralidad en el conflicto son percibidos como
actos de oposición a la actuación de los institutos
armados. Desde aquí a la extensión genérica de
recelos de actuaciones de colaboracionismo con la
guerrilla y, por tanto, la puesta bajo sospecha de
un número indeterminado de personas sólo por el
hecho de su pertenencia a la comunidad de paz o
por tener establecida su residencia en la zona de
conflicto, media un solo paso y, en nuestra
opinión, ese paso se dio hace demasiado tiempo
en la zona de San José de Apartadó. La decisión
de instalar de forma permanente un puesto de la
Policía Nacional en San José de Apartadó sin
negociar y acordar previamente con la comunidad
de paz, como parecen exigir con claridad las
resoluciones de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, no ha venido a pacificar la
situación sino a generar mayores desconfianzas y
recelos entre la fuerza pública, que es percibida
como un agente violento amparado por la
impunidad, y los pobladores de la zona, que, en
45
nuestra
impresión,
son
percibidos
como
potenciales o activos colaboradores de los grupos
armados irregulares que actúan en la zona.
El informe de la Alta Comisionada de
Naciones Unidas para los Derechos Humanos
sobre la situación de los derechos humanos en
Colombia de 2006, correspondiente a la situación
durante el año 2005 recoge que «continúa siendo
preocupante el bajo número de sentencias, la
poca efectividad de las investigaciones sobre
responsabilidad de servidores públicos y la
asunción indebida de casos por la justicia penal
militar… Poco se avanzó en cuanto a sancionar
los vínculos de servidores públicos con
paramilitares y a desmantelar efectivamente el
paramilitarismo». Se destaca algún mínimo
avance en la puesta en marcha de la carrera para
los funcionarios y empleados de la Fiscalía
General tras la sentencia de la Corte
Constitucional T-131 que ordenó implementar toda
la carrera antes de julio de 2006. En el citado
informe también se recoge la precaria situación del
programa de protección de víctimas y testigos
durante el año 2005 y la elaboración de un
proyecto de ley con relación a esta materia, que,
en cualquier caso, no parece haber sido aprobado
todavía, pese a que resulta esencial la existencia
de un marco legal que garantice la eficacia del
programa de protección de testigos y víctimas de
la Fiscalía General. El informe incluye entre sus
recomendaciones
la
siguiente:
«La
Alta
Comisionada alienta al Gobierno a adoptar e
implementar una política pública de lucha contra la
impunidad.... También exhorta a la rama judicial y
a la Procuraduría General a investigar y sancionar,
en forma oportuna y adecuada, las violaciones de
los derechos humanos e infracciones del derecho
internacional humanitario».47
La situación particular de la Fiscalía
General que tan importantes funciones tiene
atribuidas en el sistema jurídico penal de Colombia
ha sido analizada en el informe «Independencia en
juego. El caso de la Fiscalía General de la Nación
(2001-2004» elaborado por el Observatorio
Colombiano de la Administración de Justicia, en el
que se integran Corporación Fondo de Solidaridad
con los Jueces Colombianos (FASOL), Colectivo
de Abogados José Alvear Restrepo, Asociación
Nacional de Empleados de la Rama Judicial
(Asonal Judicial), Cátedra Gerardo Molina de la
Universidad Libre y el Instituto Latinoamericano de
Servicios Legales Alternativos (ILSA)48.
47
Como ya se citó, el informe completo puede leerse:
http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco
misionado/informes.php3?cod=9&cat=11
48
La introducción al informe se encuentra accesible en la
página web de ILSA
http://www.ilsa.org.co/article.php3?id_article=94
En este informe se pone de manifiesto la
deficitaria situación de la independencia del
Ministerio Fiscal que dificulta, e, incluso, incapacita
al mismo, para la consecución de los fines y
objetivos propios de esta institución en un régimen
constitucional democrático.
El marco constitucional en el que se
integra el Ministerio Fiscal como parte de la Rama
Judicial es irreprochable: el art. 113 C.C. reconoce
que los poderes públicos son autónomos e
independientes y deben actuar de manera
coordinada para desarrollar los fines del Estado, el
art. 228 C.C. establece que la administración de
justicia es función pública y sus decisiones deben
ser independientes, mientras el art. 230 C.C.
establece que los jueces en sus providencias solo
están sometidos al imperio de la ley. En relación
con la Fiscalía, el art. 249 establece que ésta
forma parte de la Rama Judicial, aunque tiene
garantizada su autonomía administrativa y
presupuestaria. Esta regulación constitucional
tiene su desarrollo en la Ley Estatutaria de la
Administración de Justicia que, en su art. 5,
reconoce que la Rama Judicial es independiente y
autónoma en el ejercicio de su función
constitucional y legal de administrar justicia.
Ningún superior jerárquico en el orden
administrativo o jurisdiccional podrá insinuar,
exigir, determinar o aconsejar a un funcionario
judicial para imponerle las decisiones o criterios
que debe adoptar en sus providencias.
Pese a este marco general, se denuncian
públicamente en el informe distintos actores y
estrategias que minan la independencia de los
miembros de la Fiscalía General de la Nación.
La independencia externa exige que la
actuación en el ejercicio de sus funciones de los
miembros de la Fiscalía se realice sin la injerencia
de actores externos que tengan o puedan tener
interés en influirla en su beneficio. Los actores
externos que puede interferir en la independencia
de los Fiscales son tanto los restantes poderes
públicos, incluyendo dentro de éstos a las Fuerzas
Armadas, y actores privados que gozan de algún
tipo de poder real, ya sea militar, económico o
social. La injerencia de este tipo de actores
externos, según se afirma, es muy diversa, y tiene
su inicial expresión en el mismo diseño
constitucional que atribuye al Presidente de la
República la designación de una terna de la que
deberá salir el elegido por la Corte Suprema de
Justicia para el cargo de Fiscal General, cuyo
mandato tendrá una duración de cuatro años y
que no podrá ser reelegido. El proceso de
selección se ve, por tanto, sometido a grandes
riesgos desde su origen, por poder vincularse de
forma directa a criterios de vinculación política e
ideológica, lo que favorece cuando menos la
aparición de sospechas de que, en la adopción de
determinadas decisiones por parte del Fiscal
46
General, hayan primado razones más próximas al
cumplimiento de decisiones del Ejecutivo que
estrictamente jurídicas.
También la Fuerza Pública es señalada en
el informe como uno de los actores externos que
han pretendido y conseguido en ocasiones
obtener decisiones favorables a sus estrategias,
presionando para ello, de ser necesario, a la
Fiscalía. La Comisión Interamericana de Derechos
Humanos ha registrado denuncias que relatan que
funcionarios judiciales se han visto presionados
para legalizar detenciones realizadas por la
Fuerza Pública en operativos especiales donde se
realizan allanamientos y detenciones masivas e
indiscriminadas y, en los casos en que los Fiscales
han expresado su resistencia a esta presión, han
sido tachados de laxos, cooperadores de los
actores armados ilegales y se han llegado a abrir
investigaciones frente a los Fiscales que han
tomado decisiones en forma diferente a la
pretendida por la Fuerza Pública.
Además, existen otras prácticas que
dificultan o, en la práctica, imposibilitan el ejercicio
de la independencia externa de los fiscales La
primera de las citadas es la presencia y actuación
de Fiscales desde guarniciones militares, en el
interior de los acuartelamientos militares, práctica
que se ha pretendido justificar como actuación
necesaria para garantizar su seguridad en zonas
de especial riesgo, pero que puede producir
consecuencias
nocivas
tanto
para
la
independencia de los Fiscales en su actuación
como para la percepción de los miembros de la
Fiscalía por la sociedad en la que actúan, ya que
muy fácilmente pueden ser percibidos como parte
integrante de los actores armados, como parte del
conflicto, cuando sus funciones son muy distintas
y deben insertarse en la sociedad civil. Otra
práctica de este tipo es la existencia de programas
del Ejército y la Policía dirigidos a los Fiscales
para que se entrenen como oficiales de la reserva.
Añádase que altos cargos de la Fiscalía, que
desconocemos si en la actualidad siguen en sus
puestos, han sido ocupados por personas con
rango militar, e incluso, una parte importante de
los miembros de la Unidad de Derechos Humanos
(al menos en informaciones referentes al periodo
2001-2004 analizado en el informe) se
encontraban vinculados como reservistas con
alguno de los cuerpos armados del Estado. Otra
práctica que puede poner en riesgo la
independencia es la percepción por parte de
funcionarios de Fiscalía de fondos especiales
manejados por las Fuerzas Armadas y
provenientes de la participación de éstas en
determinados operativos de protección y
aseguramiento de instalaciones petroleras.
Desde el poder legislativo, espacio para la
actuación de intereses político partidistas también
pueden introducirse factores contrarios a la
independencia del Fiscal, especialmente por su
influencia en materia de nombramientos que,
según el citado informe, son percibidos en algunos
casos como producto, más que de un
merecimiento personal, de la presión de grupos
políticos que respaldan a los candidatos
finalmente designados.
También desde los actores armados
irregulares,
guerrilleros,
paramilitares,
organizaciones de narcotraficantes, se han
producido numerosos ataques contra miembros de
la Fiscalía. En el informe se recogen datos
estadísticos de estos ataques, provenientes de la
base de datos de FASOL, así como la importante
impunidad que encubre a los autores materiales e
intelectuales de estas acciones, que han supuesto
en el periodo 2001-2004 un total de 32 muertes
violentas. Se pone de relieve, con la persistencia
de estos ataques, que, si bien es cierto que han
ido descendiendo en cada uno de los años,
revelan, en su conjunto, la falta de capacidad de la
Fiscalía General para proteger de forma adecuada
a sus funcionarios, incluso en los casos en que ha
sido posible detectar con antelación algún
supuesto de riesgo.
Pero, además, los ataques contra la vida y
la integridad personal de los miembros de la
Fiscalía no son el único aspecto de los posibles
ataques que desde estos actores se producen
contra la independencia de la Fiscalía. En el
informe se sostiene que las organizaciones
paramilitares han actuado en algunas ocasiones
infiltrándose en determinadas Fiscalías y, por otra
parte, la actuación de las organizaciones de
narcotraficantes también ha incidido en la
independencia del Fiscal por dos vías principales,
mediante el pago de sumas importantes de dinero
para influir en el resultado de los procesos o
mediante el uso de la fuerza para lograr la
actuación pretendida por parte de la Fiscalía. A
estas circunstancias deben añadirse los actos
violentos realizados por grupos guerrilleros contra
miembros de la Fiscalía, acciones que
principalmente se localizan en zonas alejadas de
las ciudades más importantes.
La independencia interna del Ministerio
Fiscal se enmarca en el ámbito de decisión dentro
de la configuración jerárquica de la institución. La
Fiscalía es una organización fuertemente
jerarquizada y sujeta al principio de unidad de
acción, pero esta situación debería tener como
límite el respeto de la autonomía necesaria del
Fiscal en la dirección de las investigaciones que
tenga asignadas.
Esta estructura viene acompañada de un
sistema de evaluación de la calidad del trabajo a
realizar por el superior jerárquico dentro de la
pirámide organizativa, que introduce o puede
introducir componentes de lealtad o fidelidad de
47
carácter personal. Resulta sorprendente que el
sistema de evaluación contenga, tal y como se
recoge en el informe, componentes como el
referido a la lealtad institucional al Fiscal General o
la ortografía, y, en cambio, la actitud del fiscal en
procura de amparo de los derechos fundamentales
de la población no sea un campo sujeto a
evaluación (Germán Silva, 2003, citado en el
informe). La posibilidad de retomar o reasignar
investigaciones también ha podido producir en
ocasiones ataques a la independencia de los
Fiscales.
La Corte Constitucional se ha encargado
de precisar en la sentencia C-837 de 2003 que,
en el ejercicio de sus funciones jurisdiccionales, a
pesar de existir el principio de jerarquía, «los
fiscales como jueces de la República que son,
tienen entre sus características la independencia y
por tanto en el ejercicio de sus funciones, bien en
la actividad investigativa, bien en el momento de
toma de decisiones, son totalmente autónomos y
en esas actuaciones ni siquiera el Fiscal General
de la nación tiene jerarquía constitucional ni legal
para ordenarles en qué sentido deben orientar las
investigaciones o cuales son las decisiones que
deben tomar»49.
En esta situación, el Acto Legislativo 03 de
2002 reformó la Constitución Nacional en aras a la
adopción de un nuevo sistema de proceso penal,
modificando, entre otros, el art. 251 C.C., donde
se introduce como función especial del Fiscal
General de la Nación «asumir directamente las
investigaciones y procesos, cualquiera que sea el
estado en que se encuentren, lo mismo que
asignar y desplazar libremente a sus servidores en
las investigaciones y procesos. Igualmente, y en
virtud de los principios de unidad de gestión y de
jerarquía, determinar el criterio y la posición que la
Fiscalía deba asumir, sin perjuicio de la autonomía
de los fiscales delegados en los términos y
condiciones fijados por la ley». El desarrollo de
este nuevo marco constitucional se realizó por las
Ley 983 de 2004, que establece el nuevo Estatuto
Orgánico de la Fiscalía, y en el actual Código de
Procedimiento Penal, aún no completamente
vigente en todo el país, que establece en su art.
116 la facultad del Fiscal General de la Nación de
asumir directamente las investigaciones y
procesos, cualquiera que sea el estado en que se
encuentren, lo mismo que de asignar desplazar
libremente a sus servidores en las investigaciones
y procesos mediante orden motivada.
Otra de las cuestiones en las que se viene
realizando un especial énfasis, en tanto afecta
directamente a la independencia de los fiscales y,
por ende, puede constituirse como uno de los
factores que inciden en la situación de impunidad,
49
La sentencia, como otras de la Corte Constitucional de
Colombia puede consultarse en
http://www.constitucional.gov.co/corte/
es la situación de la carrera judicial en la Fiscalía.
Pese a que la Constitución establece en su art.
253 que la ley debe determinar el ingreso por
carrera de los funcionarios de la Fiscalía, el
sistema no ha podido, todavía, estructurarse, y, a
tenor de los datos existentes en 2003, más del
noventa por ciento de los funcionarios son de
nombramiento provisional. La ausencia de carrera
judicial, la falta de estabilidad, hace a los
funcionarios más vulnerables a los actores
externos y, sobre todo, dificulta el ejercicio de la
independencia ante los superiores jerárquicos en
la estructura de la Fiscalía. La precariedad de esta
situación, que ha venido prologándose durante
años, ha exigido incluso la presentación de una
acción de tutela ante la Corte Constitucional para
exigir que se ejecutara una sentencia de
cumplimiento dictada por el Consejo de Estado en
la que se ordenó al Fiscal General del Estado
poner en práctica las normas del Decreto 261 de
2000 relacionadas con el régimen de la carrera
dentro de la institución. La Corte Constitucional
adoptó una orden de ejecución compleja que
permitiera comprobar la implementación de la
carrera y que el Fiscal General contara con tiempo
para superar los problemas que se aducían como
obstáculos
que,
hasta
entonces,
habían
ocasionado la inexistencia de la regulación de la
carrera en la Fiscalía. La sentencia recoge que el
término para el establecimiento de la carrera
concluye el 1 de julio de 2006, si bien puede
solicitarse una ampliación del término.
La trascendencia de la implementación de
la carrera profesional dentro de la Fiscalía ha sido
puesta de relieve, incluso, en el informe de la Alta
Comisionada de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos sobre la situación de los
derechos humanos en Colombia en 2005, que,
entre sus recomendaciones para 2006, «exhorta al
Fiscal General a implementar la carrera para los
funcionarios y empleados de su dependencia, a
priorizar e implementar las recomendaciones
formuladas en el diagnóstico sobre la Unidad de
Derechos Humanos y Derecho Internacional
Humanitario, a promover la adopción de un marco
legal para asegurar la efectividad y la eficacia del
Programa de protección de víctimas y testigos de
la Fiscalía, y a adoptar las medidas de orden
normativo, reglamentario y financiero que se
requieran para que la subunidad especial de
investigación de vínculos entre servidores públicos
y grupos paramilitares pueda ejercer sus
competencias».
No queremos cerrar esta parte del informe
relativa a la Fiscalía y a la incidencia que la
situación existente en la misma puede tener en la
impunidad sin hacer referencia a lo que el informe
examinado denomina «la débil conciencia interna
de la independencia». Es evidente que, uno de los
factores fundamentales para la existencia real de
48
la independencia de los titulares del poder judicial
es la propia incorporación de este valor como un
principio real que debe regir la actuación
profesional. Sin la asunción propia de la necesidad
de una actuación independiente, regida por las
exigencias de la legalidad, los distintos operadores
pueden terminar actuando bajo otros criterios, a
impulsos de de los temores personales nacidos de
la inestabilidad en el trabajo o del excesivo poder
del Fiscal General. En este punto concreto el
informe hace referencia a casos que, podríamos
denominar, ejemplarizantes a la hora de poder
medir esa situación, sin duda subjetiva y
perteneciente al fuero interno de cada integrante
de la fiscalía y, por tanto, imposible de mensurar
de forma objetiva. Las actuaciones se refieren a
los distintos supuestos de detenciones masivas de
personas a las que se imputa la pertenencia a
organizaciones o grupos ilegales y al papel de los
distintos miembros la Fiscalía en las mismas, en
situaciones en las que las pruebas en las que se
basan para dictar órdenes de captura son,
básicamente, el señalamiento por encapuchados,
el testimonio de «reinsertados» o la «red de
informantes», las declaraciones e informes de la
Fuerza Pública o las declaraciones de testigos
criminales de guerra y, en la mayoría de los casos,
estas pruebas no son sometidas a verificación
previa a la orden de captura, sino que las órdenes
de detención se dictan de forma masiva y solo
posteriormente, cuando las personas son
capturadas se intenta verificar la información y se
adoptan, entonces, las órdenes de libertad que se
consideran adecuadas. Se han llegado a
documentar casos en que, para dictar resolución
de acusación se toma como indicio de la supuesta
calidad de rebelde la existencia de amenazas por
parte de grupos paramilitares (caso documentado
por el Observatorio de Derechos Humanos y
Derecho Humanitario de la Coordinación
Colombia, Europa y Estados Unidos).
Con relación a los restantes integrantes de
la Rama Judicial, Jueces y Magistrados, no
dispusimos de una información semejante a la
obtenida respecto de la Fiscalía. La información
oficial puede obtenerse en Internet50, por lo que no
parece necesario realizar aquí referencia
específica alguna a su organización y estructura.
Baste con considerar que, en materia de justicia
penal, su actuación, al menos en tanto en cuanto
no entre en vigor en todo el territorio nacional la
modificación del sistema procesal penal, viene
condicionada por la actuación previa del Fiscal
como encargado de la realización de la
investigación previa y de la formulación de la
acusación.
50
No obstante, sí que resulta importante
destacar experiencias en las que, aún ya pasadas,
participó el Poder Judicial. Debemos hacer
referencia, aunque sea rápida, a la justicia
especializada regulada inicialmente por la Ley 2
de 1984 que estableció mecanismos para
investigar y sancionar comportamientos graves por
las implicaciones para el orden social y que, desde
una vigencia inicialmente programada por seis
meses, fue prorrogada por Decreto de 1990 por el
tiempo que durase el estado de sitio. En 1987 se
había establecido, por Decreto 1631 de 1987 la
jurisdicción especial conformada por el Tribunal de
Orden Público y noventa jueces especializados,
cuya jurisdicción fue ampliada en 1988 a delitos
contra la seguridad y tranquilidad públicas, incluido
el terrorismo, delitos contra las libertades
individuales, contra el patrimonio económico y
contra funcionarios públicos. A partir de 1991 esta
legislación excepcional y temporal se volvió
permanente y sirvió de base a la denominada
«justicia regional». Este sistema, conocido como
«Justicia sin Rostro» tenía como característica
más importante la admisión de procedimientos
tales como ocultar la identidad de jueces y testigos
y fue finalmente declarado «inexequible» en
sentencia de la Corte Constitucional C-179 de
1994. Sobre el sistema de la Justicia sin Rostro las
críticas de distintas organizaciones internacionales
de derechos humanos fueron constantes y
demoledoras. Baste con citar un párrafo de las
Conclusiones y Recomendaciones del Segundo
Informe sobre la situación de los Derechos
Humanos en Colombia de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos de la
O.E.A. que señala: «La existencia de jueces “sin
rostro” y de procedimientos secretos para la
presentación
y
deposición
de
testigos,
ofrecimiento y actuación de pruebas y pericias,
contradice los postulados de la Convención
Americana. En Colombia debe superarse cualquier
modalidad de justicia secreta para favorecer en
general el fortalecimiento de la administración de
justicia y en particular, de las garantías
fundamentales».
La denominada «Justicia Regional», a
tenor del informe del PNUD ya citado, presentó
importantes fallos por el amplio margen de
interpretación que tenían a los jueces que
«usaban para ordenar la detención preventiva del
sindicado sin imputarle delito preciso; se
presentaban diferencias entre el delito de
llamamiento a juicio y el de sentencia, por lo que
eran comunes las declaraciones de nulidad».
Para
corregir
esta
situación,
reiteradamente denunciada, se adoptó la Justicia
especializada por Ley 504 de 1999, creando los
jueces penales de circuito especializados. La ley
establece la posibilidad de la reserva de identidad
de fiscales y jueces durante la fase de instrucción
http://www.ramajudicial.gov.co/csj_portal/index.jsp
49
siempre que lo decida la Fiscalía previo informe
favorable del Ministerio Público (procuraduría), en
procesos por secuestro, terrorismo, narcotráfico,
lavado de activos o enriquecimiento ilícito. En la
etapa de juzgamiento prevalece el principio de
publicidad.
También en las normas legales que
regulan el proceso penal existen también algunos
problemas que pueden estar incidiendo en el
resultado de impunidad del que hemos hablado
tantas veces. Sólo destacar algunos de ellos, unos
ya en vías de posible solución por medio de
reformas legales, otros todavía pendientes de que
se encuentre una mejor regulación, que pasa
fundamentalmente
por
la
aprobación
de
modificaciones legales adaptadas a las exigencias
de los tratados internacionales en materia de
Derechos Humanos suscritos por Colombia. A
modo de rápida cita: la extensión del concepto de
flagrancia
a
supuestos
denominados
de
«flagrancia permanente» para justificar la
detención de personas frente a las que, en
principio, no existe orden de detención alguna; la
fijación en términos estrictos de las competencias
de la jurisdicción militar, limitando la misma a los
delitos que se relacionan con el servicio militar y
garantizando que todos aquéllos hechos que
constituyan violaciones graves de los derechos
humanos imputados a miembros de las Fuerzas
Armadas sean competencia de la jurisdicción
ordinaria, estableciendo no sólo normas de
competencia jurisdiccional claras sino también
procedimientos ágiles para la resolución de los
conflictos de jurisdicción y competencia que
puedan producirse; favorecer que, dentro del
proceso penal, las víctimas de hechos de violencia
y violación de los derechos humanos puedan
participar en forma activa en el mismo desde el
inicio de las investigaciones, ya que las normas
existentes en el código de procedimiento penal,
similares en ello a la normatividad anterior,
impiden que las víctimas puedan participar en la
investigación a cargo de la Fiscalía hasta tanto se
dicte el auto de apertura de proceso y, este auto,
sólo puede dictarse cuando se individualice al
infractor de la ley penal, lo que, en la práctica, ha
venido favoreciendo los procesos de impunidad en
muchos casos de violación a derechos
fundamentales. Por último, reiterar la necesidad de
establecer de un sistema de protección de testigos
que garantice de forma íntegra su seguridad
personal y la de sus personas allegadas.
Finalmente,
dejar
constancia
de
novedades legislativas que, en estos meses, se
están poniendo en funcionamiento tras su
publicación oficial, y, en concreto, la Ley de
Justicia y Paz 975 de 2005 y el reglamento para
su desarrollo 4760 de 2005, normas que han sido
objeto de muy importantes críticas y que pudieran
conducir en un nuevo fomento de la impunidad51.
Este no es el momento más adecuado para
realizar un análisis profundo del contenido y de los
posibles efectos de la ley, baste, pues, a estos
efectos, dejar constancia de que, en la aplicación
de la misma, es previsible que queden impunes o
que resulten sancionados con penas muy
reducidas numerosas personas que pudieran ser
autoras de graves violaciones de los derechos
humanos integradas en grupos paramilitares, sin
que, por otra parte, se garantice un procedimiento
que permita asegurar las reparaciones debidas a
las víctimas. La ley también ha sido objeto de
recurso de constitucionalidad que, por lo que
conocemos, no ha sido resuelto por la Corte
Constitucional de Colombia. La Alta Comisionada
de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, en su informe sobre la situación de los
Derechos Humanos en Colombia durante el año
200552, « invita al Gobierno y al Congreso a
introducir
en
la
legislación
sobre
la
desmovilización y reincorporación de miembros de
grupos armados ilegales las reformas necesarias
para que esa normativa sea más compatible con
los principios y normas internacionales sobre los
derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia y
a la reparación, con la debida atención a las
situaciones especiales de las mujeres, los niños y
las minorías étnicas. También, alienta al
Presidente de la República a que adopte las
medidas necesarias para lograr que cese todo
vínculo entre servidores públicos y miembros de
grupos paramilitares, y para que se desmantelen
efectivamente las estructuras del paramilitarismo».
8. A modo de conclusiones (y algunas
propuestas).
La experiencia organizativa de la
comunidad de paz, por lo que hemos podido
conocer durante nuestra estancia en San Josesito
de Apartadó, constituye, en nuestra opinión, un
ejemplo positivo en la búsqueda de soluciones
para la paz dentro del conflicto que se desarrolla
en la zona.
Los miembros de la comunidad de paz han
sido objeto de múltiples acciones violentas, que
constituyen violaciones graves de los Derechos
Humanos
y
del
Derecho
Internacional
Humanitario.
51
A modo de simple ejemplo puede consultarse el siguiente
artículo de Amnistía Internacional:
http://www.amnistiainternacional.org/revista/rev75/articulo7.ht
ml
52
Puede consultarse, como se citó anteriormente, en
http://www.hchr.org.co/documentoseinformes/informes/altoco
misionado/informes.php3?cod=9&cat=11
50
En la autoría de tan graves violaciones de
los Derechos Humanos sufridas por miembros de
la comunidad de paz, parecen haber intervenido,
en ocasiones, miembros de grupos guerrilleros y,
en otros hechos, miembros de las Fuerzas
Armadas y de la Policía Nacional, así como
personas pertenecientes a grupos paramilitares,
que, también parecen haber actuado en algunos
hechos en colaboración o con la cobertura de
personas de las fuerzas de seguridad presentes
en la zona.
En los hechos sucedidos en febrero de
2005, que supusieron el salvaje asesinato de ocho
personas, entre ellos tres niños de corta edad,
parecen existir indicios de la posible participación
directa en los mismos de miembros del Ejército y
de grupos paramilitares. También existen indicios
de la posible participación de miembros del
Ejército en la ocultación de posibles pruebas
materiales de los mismos y en otros delitos graves
cometidos en la zona en esas fechas.
Al parecer, existen testigos directos e
indirectos
de
los
hechos
anteriormente
mencionados, si bien se niegan a comparecer ante
las autoridades competentes para la investigación
de los hechos por el riesgo, que valoran como muy
grave, que podría suponer para sus vidas dicha
comparecencia. No parece que se haya ofrecido a
esos testigos, por las autoridades competentes,
medidas de seguridad suficientes para garantizar
que presten sus declaraciones libremente y sin
riesgo alguno para sus vidas.
La respuesta de las autoridades
colombianas competentes en materia de
seguridad y justicia penal a los graves hechos que
durante años vienen sucediéndose en la zona de
San José de Apartadó ha sido siempre la misma:
impunidad. Ninguna condena se ha dictado pese a
los múltiples y graves delitos cometidos.
No podemos descartar, pero tampoco
afirmar, la existencia, en la mayor parte de las
acciones violentas sufridas por miembros de la
comunidad, de un propósito común, de un plan
dirigido a obtener la claudicación de estas
personas, el abandono de la comunidad de paz y
su desplazamiento o exterminio.
En estas
acciones
pudieran
encontrarse
implicadas
personas vinculadas a las fuerzas de seguridad y
a grupos paramilitares. La falta de investigaciones
al respecto resulta, en cualquier caso,
preocupante, ya que la reiteración de los ataques
durante un periodo de tiempo tan prolongado
podría merecer, en nuestra opinión, el examen de
esta cuestión por las Autoridades colombianas
competentes.
Los miembros de la comunidad de paz,
por medio de los representantes elegidos y de las
personas que les acompañan en el proceso, han
venido manteniendo durante años su disposición
al diálogo y a la colaboración con las autoridades,
proponiendo y participando en comisiones,
reuniones de trabajo, e intentando ejercer sus
derechos ciudadanos ante las instituciones
nacionales e internacionales competentes.
En la actualidad, y desde los hechos de
febrero de 2005, esta situación se ha modificado
con el acuerdo, al parecer, de todos los miembros
de la comunidad, que, ante la ausencia de
respuestas por parte del sistema de justicia penal
y habiendo valorado como un incumplimiento de
las obligaciones del Estado colombiano que
derivan de las resoluciones de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos la
instalación de la Policía Nacional de forma
permanente en el casco urbano de San José de
Apartadó, rechazan mantener contactos con las
autoridades colombianas y colaborar con las
autoridades judiciales, aun cuando se mantiene el
diálogo con el encargado de la Defensoría del
Pueblo para el corregimiento y con organizaciones
internacionales y no gubernamentales.
La instalación de un puesto permanente
de la Policía Nacional en San José de Apartadó,
que ha motivado el desplazamiento de los
miembros de la comunidad desde esa localidad
hasta su asentamiento actual, ha podido suponer,
en nuestra opinión, un incumplimiento por parte
del Estado colombiano de las obligaciones
derivadas de las distintas resoluciones dictadas
por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, que obligaban al Estado a dar
participación a los beneficiarios de las medidas en
la planificación e implementación de dichas
medidas. La instalación del puesto de la Policía
no fue planificada con la participación de los
miembros de la comunidad, opuestos a la misma,
y, al parecer, truncó, en un momento
especialmente delicado, pocas semanas después
de las masacres de febrero de 2005, los procesos
de diálogo que todavía venían manteniéndose.
El Estado colombiano es plenamente
soberano para decidir el destino de sus fuerzas de
seguridad dentro de su territorio nacional, pero
también es un sujeto de Derecho Internacional
obligado a cumplir con las resoluciones de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos conforme a
los tratados que ha suscrito.
En la actualidad persiste la situación de
riesgo para los miembros de la comunidad pues
las graves violaciones de sus derechos más
elementales se siguen produciendo.
51
La situación de impunidad, que tan
gravemente afecta a los miembros de la
comunidad de paz y a otras personas residentes
en la zona, se viene produciendo por causas muy
diversas, entre ellas algunas que han sido citadas
en el presente informe, sin que, pese a las
reformas legales en curso, en especial las que
afectan al proceso penal y a la independencia del
Fiscal mediante la regulación de la carrera,
parezca previsible alguna modificación de la
situación. Por el contrario, la Ley de Justicia y Paz
puede convertirse en un nuevo eslabón en la
cadena de la impunidad.
Las recomendaciones en materia de
estado de derecho e impunidad, contenidas en el
Informe de la Alta Comisionada de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos sobre la
situación de los derechos humanos en Colombia,
tanto en el correspondiente al año 2004,
presentado en fecha 28 de febrero de 2005, como
en el correspondiente al año 2005, presentado el
13 de febrero de 2006, son expresivas, a nuestro
juicio, de las carencias del sistema de seguridad y
de justicia colombiano y de los problemas que, en
el ámbito de la impunidad, pueden producirse en
el futuro con alguna de las modificaciones legales
ya aprobadas. Entendemos que la implementación
del conjunto de las recomendaciones podría
favorecer una modificación sustancial del actual
estado de impunidad.
Consideramos que corresponde a las
autoridades colombianas y, específicamente, a la
Fiscalía competente para la investigación de los
graves delitos cometidos en San José de
Apartadó, establecer los primeros pasos para la
recuperación de la confianza de los ciudadanos
miembros de la comunidad de paz y residentes en
la zona en las instituciones de su Estado, pasos
que deben iniciarse con un decidido impulso de los
procedimientos penales abiertos, tanto en la
Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía como
en la Fiscalía de Apartadó, acordando para ello la
práctica de las diligencias que consideren
imprescindibles y que puedan practicarse sin
riesgo para la vida de ninguno de los miembros de
la Comunidad.
Las autoridades colombianas deberían
también ofrecer los medios de protección y
aseguramiento que garanticen plenamente la
ausencia de cualquier riesgo para la vida o para la
integridad personal de los posibles testigos en el
caso de que sea imprescindible su concurso para
la culminación de la instrucción de las causas
penales que se sigan por los hechos ocurridos en
febrero,
incluso con la intervención, si se
considera necesario, de organizaciones
gubernamentales de carácter internacional.
no
Entendemos que corresponde al Estado
de Colombia, a todas sus instituciones, garantizar
la seguridad de sus ciudadanos con todos los
medios a su alcance, y, también, cumplir con las
obligaciones que derivan de las resoluciones
dictadas por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en las que se acuerdan medidas de
protección a favor de los miembros de la
comunidad de paz y de otras personas que
guardan alguna relación con los mismos y de las
dictadas por la Corte Constitucional. Además,
consideramos especialmente importante que, en lo
posible, el Estado colombiano pueda comenzar a
prestar a las personas desplazadas en San
Josesito los servicios educativos, sanitarios y de
cualquier otro tipo a lo que, como ciudadanos,
tengan derecho.
9. Final.
La visita estuvo centrada en la comunidad
de paz de San José de Apartado y, especialmente,
en los sangrientos hechos de febrero de 2005. Ese
fue el motivo principal de nuestro desplazamiento
a Colombia. Pero, una vez allí, pudimos
comprobar, que, como ya quedó reflejado en algún
párrafo anterior de este informe, los hechos con
los que conviven a diario las personas de la
comunidad de paz y otros pobladores del
corregimiento no son una situación excepcional,
que existen otros casos tan duros y dolorosos
como los vividos en San José. Algunos de ellos
tuvimos la oportunidad de conocerlos de primera
mano en conversaciones mantenidas con
miembros de la Comisión Intercongregacional
Justicia y Paz que nos trasladaron su gran
preocupación por la situación que se está viviendo
en algunas zonas del Chocó, en los territorios de
Jiguamiandó y Curvaradó, donde existen
comunidades de afroamericanos, en la zona del
Bajo Atrato, y en donde también se han producido
y se siguen produciendo numerosas violaciones
de los Derechos Humanos y del Derecho
Internacional Humanitario53 . Con ellos también
pudimos conocer la historia de uno de los
abogados de la CI Justicia y Paz, defensor de
pobladores de los territorios antes citados, con el
que coincidimos cuando regresaba a Bogotá tras
tener que comunicar a un gran número de
miembros de esas comunidades que se
encontraban encausados, al parecer por las
declaraciones de un supuesto “reinsertado” y que
53
Pueden obtenerse un importante número de datos sobre la
situación vivida por estas comunidades en la publicación
«Noche y Niebla, caso tipo núm.5, La Tramoya, Derechos
Humanos y palma aceitera» en http://www.nocheyniebla.org/
52
nos comentó, con su mejor humor, que también él
estaba a su vez encausado por, al parecer,
enseñar a los pobladores de estas comunidades a
presentar demandas ante los Tribunales, y con la
posibilidad, además, de verse incurso en un
expediente disciplinario ante la Sala Disciplinaria
del Consejo Superior de la Judicatura, a la que
corresponde ejercer la función disciplinaria no sólo
con los funcionarios judiciales sino también con los
abogados. Su situación y la de las comunidades
de Jiguamiandó y Curvaradó, aunque no ha sido
objeto de este informe, no podemos dejar de
mencionarla.
San José de Apartadó, Apartadó, Bogotá,
Sevilla y Barcelona.
Febrero – Mayo 2006.
53
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