«Cuando yo tenía tu edad...» «Así es como me gustaría que se hiciera esto» «Eso es muy discutible» «¡Eso es imposible!» «Estás completamente equivocado» «Solo era una broma...» «¿Estarás ahora ya contento, no?» «¡Esto es un desastre!» «Lo que él quiere decir es...» «Nunca escuché nada parecido» «¿¡Tú sabes lo que dices!?» «Sé que no te gusta hablar de ello, pero...» «¿Y tú, no tienes nada que decir?» «¡No me hagas reír!» «No seas ridículo» «Incluso tú deberías...» «Me gustaría compartir esto contigo» «No quiero meterme donde no me llaman, pero...» «Y tú, más» «Tú me odias» «Métete en tus cosas» «¿Puedo hacerte una pregunta?» ÍNDICE ALFABÉTICO DE FRASES Prólogo pocas cosas tan inciertas hoy como el proverbio de que hablando se entiende la gente. Entenderse no es fundamentalmente cuestión de emitir palabras, sino de compartir significados. Y los significados en muchas ocasiones quieren ahora alojarse vanamente en palabras que han perdido su carga significante. Cuando esto ocurre, el lenguaje se vuelve ambiguo, ambivalente, confuso e incluso perverso. No pocas veces, también, se pone al servicio del sarcasmo, Q UIZÁ HAYA que es una de las más crueles formas de tortura. Si la realidad en torno al lenguaje tiene algunos de los perfiles que acabo de apuntar, resulta apasionante explorar el lenguaje que emplea una época a fin de buscar la transparencia para ver el fondo real de las intenciones, abrir la ventana de las falsedades verbales que se practican, o, simplemente, gozarse con los disparates en que muchos ciudadanos —en primer lugar los profesionales del verbo hablado o escrito— convierten el lenguaje. Hacía tiempo que esperaba un libro de Francisco Gavilán en este sentido. Gavilán es un cazador magnífico, lo que casi convierte su apellido real en un pseudónimo. Gavilán sabe que pertenecemos a una época en que lo gestual trasluce en infinidad de ocasiones la verdad de lo que se piensa mucho mejor que lo hacen las palabras. Es decir, en el gesto suele darse una participación real de contenidos, mientras que en las palabras suele acomodarse un maremagnum infinito de contradicciones, mentiras e ignorancias. Dejo aparte, claro es, excepciones notabilísimas y nobilísimas, como Cervantes, sin ir más lejos. De entonces acá no es menos cierto —como se dice en los interrogatorios jurídicos-militares— que hemos ido perdiendo. La caza por el lenguaje no solamente constituye un deporte, tan notablemente ejercido por Gavilán, sino una forma de depurar el habla a fin de restaurarla en una serie de aplicaciones. No se puede decir, cuando a un futbolista se le va una pelota indebidamente fuera de banda, que ha cometido una «secuela», como oí el otro día a un locutor de relieve en el mundo del deporte. Ni añadir, al mostrarle el árbitro la