EL FARO 1 Enero 2010 ENERO 2010 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 11 Ricardo Bellveser: Las cenizas del nido JOSÉ LUPIÁÑEZ Pocas escenografías tan emotivas como la casa familiar, la casa en la que nacimos y fuimos creciendo junto a los padres, los hermanos, la familia; la casa de la que un día partimos a descubrir la vida. Tan llena de recuerdos que nos fueron marcando, de señales de un tiempo que ya sólo retiene la memoria, quizá se esconda en ella el germen de lo que fuimos, o la razón secreta que explique, en parte al menos, algo de lo que luego, con el correr de los años, hemos llegado a ser. El nido blanco y cálido, que decía Juan Ramón, el nido de los hombres, como lo llamaba Cernuda… Ricardo Bellveser también se acoge a la alegoría del nido para evocar en su último libro ese cúmulo de emociones y de experiencias que ha sentido en la casa familiar cuando, ya ausentes sus mayores, regresa para encontrarse con los objetos, con los recuerdos, con los vestigios de otro tiempo al que ahora se enfrenta desde la nostalgia, la serenidad y un pesimismo que alcanza a sus muchas preguntas, evocaciones y redescubrimientos fulgurantes. Este es el punto de partida de Las cenizas del nido, (Visor, Madrid, 2009) su libro más reciente, que ha obtenido el XIX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma. Ricardo Bellveser es para mí un poeta meditativo y mediterráneo. Era ya elegíaco y culto en sus inicios y el tiempo nos lo ha ido acercando más al corazón. En su Mediterráneo, que es el mar de los símbolos, siempre hay ánforas, estatuas dormidas y dioses antiguos que persisten y en sus poemas no falta nunca alguna llamarada, algún deslumbramiento en medio de sus soliloquios y regresos. Porque este es un libro de regresos, como El agua del abedul lo es de viajes. El nido lo fue de plenitud, hasta que ardió y ahora el poeta hurga en las cenizas, las remueve, y con ello su conciencia y su discurso que se va al ayer, al pasado, a través de unas fotografías, de unas postales, de una agenda o de un simple clavo que queda en medio de la pared vacía. La verdad de lo vivido se prolonga y permanece en la verdad de la escritura; se produce esa continuidad, ese trasvase convincente. Hay una solemnidad sorda en el deambular por lo que se abandona y se desaloja, y va más allá de la despedida. En un intenso y poético texto inicial en prosa, «Lo que quedaba de ellos», autobiográfico y desgarrado a veces, el poeta evoca sus orígenes en esa EL POETA VALENCIANO RICARDO BELLVESER, AUTOR DE LAS CENIZAS DEL NIDO XIX PREMIO DE POESÍA JAIME GIL DE BIEDMA casa, se topa con la vida que hubo en lo que ahora es un laberinto de cajas con objetos, muebles y cosas, huellas del ayer que aún permanecen, porque «Esto ya no es una casa, sino el almacén del desengaño, aquí nada vale nada, nada vale para nada, no se preserva el recuerdo de vida alguna». Por eso tienen sus palabras algo de clausura, de ajuste espiritual para seguir viviendo y saben a final de una larga etapa. Las cenizas se remueven y con ese gesto, con ese rito se dice adiós a los días que fueron. «Le he dado un hachazo a mi vida», confiesa, mientras va desapareciendo ante sus ojos parte de ese universo familiar «donde aguardaban las respuestas a todas la preguntas y se conservaban impecables las certezas sobre el pasado, sobre nosotros y sobre todo». Esta vendría a ser una primera línea de su discurso, la que marca la razón y la atmósfera, el escenario y la trascendencia de la situación vital elegida. A modo de pórtico, se corresponde con el texto citado, «Lo que quedaba de ellos». Otras dos líneas tex- tuales dependientes de ese marco son, además, el corpus poético dividido en dos apartados y las citas o lemas previos a los poemas. Unas veces son citas reales de John Donne, Machado o Luis de Góngora, por ejemplo, y otras, textos propios traídos a propósito. Se trata de sentencias, de comentarios eruditos, de versos incluso que podrían haberse desprendido de alguna estrofa y se han encaramado a las cursivas de la cita. Literatura gnómica y sabia, paralela a los versos, iluminando, abriendo horizontes, universalizando la experiencia vivida, haciendo humor con evidente agudeza: «Todo acto humano tiene un propósito. / El tiempo se encarga de ocultarlo». La arquitectura es importante, como vemos. Pero lo es, porque nos conduce con más eficacia a la hondura del mensaje. Especialmente dependientes del texto inicial son las composiciones recogidas en la primera parte Fugit Prima, la segunda Fugit Secunda funciona más como una coda a la intensa unidad de la primera, y en ella están quizá más EL FARO 2 Enero 2010 Cultura/Poesía GRETA LOVISSA GUSTAFSSON, LA GRAN DIVA DEL CINE, A LA QUE RICARDO BELLEVESER DEDICA UN POEMA, EN EL QUE LA EVOCA: «NO QUISO ENVEJECER ANTE EL PÚBLICO// SE RETIRÓ A LOS TREINTAICINCO AÑOS/ DEL CINE, DE LA LUZ Y DE LA VIDA, / COMO UNA SOMBRA A LA QUE EL SOL PERSIGUE.» A LA DERECHA PORTADA DE LA EDICIÓN DE VISOR (MADRID, 2009) presentes los temas de la vejez y del paso del tiempo como elementos dominantes. Al ser tan endiabladamente hipnótico el escenario de partida, el lector no puede evitar sentirse en medio de ese laberinto vital, entre el pasado y el presente, entre el recuerdo y el olvido y percibir el extrañamiento ante los antaños del poeta que asoman a través de los objetos. En Fugit Prima, los objetos son protagonistas junto con las ausencias y un pesimismo que tiene «un sabor rancio a azúcar antiguo» y «una aspereza como de cenizas», que se filtra por los versos. Se transitan las nostalgias y se deviene en melancolía. La sensorialidad está a flor de piel, el tacto, los olores, los sabores, en medio de la neblina de lo antiguo y de lo olvidado. «La casa de los padres», que se abandona ¿sin emoción?, «Un poemario antiguo» que canta una pasión apagada, «Una agenda antigua» en la que aparecen nombres que ya ni se reconocen, «Un libro viejo, muy estropeado», que «Huele a macero, a tiempo, a polvo, a espera», todo tiene que ver con el pasado, «Una postal de Uclés» o «Una foto de familia», porque, como indicaba antes, el libro es un regreso, aunque se nos diga que «volver no es regresar» y un adiós ambiguo, un adiós no definitivo, porque todo ese mundo que se pretende olvidar al faltar las personas que le daban sentido, es el motivo central de este homenaje que traza el poeta a los suyos y a sus raíces, y no deja de ser otra manera de perpetuar su memoria. En «La fresca brisa» queda constancia de esa duda sobre poder desprenderse de todo lo que en el fondo nos constituye: «Adiós a lo que fui y tal vez aún sea», nos dirá el poeta en el último verso, dando pie a esa segura posibilidad. Balance, puesta en claro, confesión, ajuste de cuentas, autobiografía, de todo ello hay en este libro sentido y lúcido, al tiempo que reflexión sobre la ausencia, el abandono, el paso del tiempo, que en el fondo propician el rescate de cuanto se pretende olvidar, en una suerte de actualización sentimental de lo vivido. Ese proceso nos depara momentos de verdadera intensidad lírica como en «La habitación vacía», en donde el poeta pasa del decorado al drama con evidente fuerza poética; de lo constreñido de una sala vacía a la inmensidad de la noche cósmica: «Este espacio hospedó/ una larga agonía/ y presenció la muerte, / tras un suspiro espeso/ que vino de muy atrás, / se engendró en la caverna/ de los labios donde/ brotó la noche». Fugit secunda es una serie breve de siete poemas que se centra preferentemente en el paso del tiempo, en torno al tópico De senectute y en la persistencia de la belleza, como indicaba antes. Los cuatro primeros textos tienen como protagonistas a ancianas que contrastan en su vejez con la hermosura retenida en la perfección del mármol de las estatuas, o congelada y latente en el celuloide de las viejas películas, como ocurre en el poema dedicado a Greta Garbo, o en las memorias tristes de la dama que dibuja con su dedo signos en el vaho que empaña el cristal de la ventana y se pregunta «dónde fue, como acabó todo aquello,/ en qué momento desapareció,/ cuál fue el instante del inicio final». La angustia del paso del tiempo, el extrañamiento que nos hace exiliados de nosotros mismos, el mundo reducido a fragmentos, el todo inalcanzable, en cada una de sus partes, flotando a la deriva como los restos de un inmenso naufragio simbólico, he aquí los elementos en los que se enredan su pensamiento y su palabra. Vestigios de lo que antaño fuera la gloria, el esplendor, la fama, el lujo, el triunfo y que ahora deviene en agonía, en incomunicación, en olvido. De la casa familiar a la casa común, el mundo, este otro nido del que nos vamos despidiendo cuando ya el tiempo nos ha mudado tanto que casi no nos reconocemos. ¿Hay regreso al fin? ¿Encontramos el camino de vuelta? La única esperanza en medio de tanta incertidumbre quizá siga siendo el amor. Sólo el amor acude, insinuado, lejano, para poner su bálsamo en el corazón desconcertado a la hora del ocaso: «El sol se pone, en fin, mientras pasa la vida. / Allá a lo lejos hallo la paz de tu mirada». Y es que sólo la luz de unos ojos puede, al cabo, traer algo de calma en medio de tanto desasosiego, un poco de paz ante la certeza de un universo, de un nido, que ha saltado en pedazos, o que es ceniza ahora, como antes llama, fuego admirable que no se temía; pero fuego, al fin, esa clase de fuego que todo lo devora y lo dispersa. Sólo lo que ardió permanece, ya irreconocible, ya convertido en ceniza, en las cenizas del nido esparcidas por este canto amargo que el poeta nos deja, mientras retorna a la luz de unos ojos en donde siguen aguardando la paz o la promesa. EL FARO 3 Enero 2010 Cultura/Narrativa Aldea 1936 Una novela desconocida sobre la Guerra Civil ANTONIO ENRIQUE Llevo años compilando títulos de novelas sobre la Guerra Civil. Comencé, por pura curiosidad, cuando empecé a elaborar la mía propia, sobre tal conflicto. Aunque existen numerosos trabajos bibliográficos de recuento, uno tiene la impresión de que siempre hay títulos que escapan al escrutinio, aun después de tantos años y contando siempre con la buena voluntad y aptitud de los investigadores. Aldea 1936 me era totalmente desconocida, también de mención, hasta llegarme la excelente antología sobre José López Rueda (Madrid, 1928), Poética de la errancia, coordinada recientemente por Enrique Viloria Vera (Caracas, 1950). En la bibliografía que adjunta, reparo en este título. Puesto en contacto epistolar con López Rueda, éste tiene la deferencia de mandármela en fotocopia. La novela fue impresa en 1958, el mismo año que José López Rueda recibía en Quito el prestigioso premio de poesía Alfonso Reyes, y en la ciudad ecuatoriana de Cuenca. López Rueda, que ha recorrido medio mundo enseñando en universidades americanas y asiáticas, residía por entonces en Cuenca del Ecuador, junto a su compañera Adelina. Desde entonces, la novela no ha sido reeditada, ni en España ni fuera de ella. Cincuenta largos años en los que Aldea 1936, lejos de envejecer, resalta como recién escrita. Y es esto lo que primero llama la atención, con sólo leer las primeras páginas. ¿Cómo es posible que novela escrita con tal tersura estilística y brío argumental no haya llamado la atención de ningún editor español en tanto tiempo? La novela transcurre en retaguardia, y en un periodo que abarca los dos primeros años de la contienda. Ésta no se percibe, aparentemente, sino en la penuria vital de la aldea, de la que nunca se ofrece el nombre, aunque sí numerosos topónimos de la zona (Maranchón, Somaén, Montuenga, Santa María de la Huerta, además de Calatayud): puede que sea Arcos de Jalón, por tierras sorianas. De hecho, sólo se mencionan, como ecos lejanos, las tomas de Málaga y de Bilbao. Ahora bien, si traspasamos esta primera costra de impasibilidad con respecto a los acontecimientos históricos, esto es, si indagamos en la intrahistoria del pequeño cosmos aldeano, sí percibimos la tragedia a la que las familias se vieron abocadas. La razón de esta sordina de los hechos externos está en que es la mirada de un niño quien contempla el mundo devastado de su entorno, y a ello se supedita la voz del narrador. Un niño, Germán, que pronto atisbará la injusticia primordial de toda guerra al ver cómo un prófugo republicano es apresado en su propio hogar, una noche en que visita a su familia, entre la que se cuenta su amigo de juegos el Pelirrojo; el pasaje, con la vil delación por medio, y ejecución sumaria consiguiente, es de una dureza estremecedora, como otros muchos: así la persecución y muerte por horca de todos los perros de la aldea o la muerte del tío Juan en su casa calcinada, dejándose morir junto a su esposa muerta desde hacía días. La veracidad con que nos son narrados ARRIBA IZDA. PORTADA DE ALDEA 1936, DE JOSÉ LÓPEZ RUEDA. DERECHA: LA IGLESIA DE ARCOS DE JALÓN (SORIA), EN DONDE HIZO SU PRIMERA COMUNIÓN EL ESCRITOR EN 1938. LA FOTOGRAFÍA DE 1924 NOS ACERCA AL ESCENARIO DE LA NOVELA. ABAJO: EL AUTOR CON SU NIETA ANA EN PARÍS Y EL SENA DE FONDO, EN EL VERANO DE 2008. episodios semejantes provocan en el lector una angustia y sugestión insuperables. Las consecuencias de la Guerra son así incesantes y se alternan, en un círculo más íntimo, con el aciago desvivir de los protagonistas impulsores de la historia que se nos narra. Pues Germán es hijo de Elisa, cuyo marido está en el frente, no se sabe si vivo o muerto, y ambos, hijo y madre, viven en la casa de la hermana de ésta, Petra, mujer díscola y, bien pronto se verá, neurótica, casada con Paco, hombre tan razonable como débil, y los hijos de ambos, entre los que destacan Ignacio, el delator, y Anita, la muchacha que pasó una noche de amor con un italiano de paso con su contingente por el pueblo, cuyas consecuencias serán el detonante de la novela. Las discordias provocadas por Petra, su dureza de corazón, su rencor y codicia, son tales que llega un momento en que Elisa ha de abandonar la casa por desesperación y dignidad. A Germán, que ya comía, para evitar reproches de Petra, en el Auxilio Social, institución cuyos usos nos son contados con un detalle que sólo puede ser autobiográfico del autor, y a Elisa les aguarda un ingrato porvenir, que en el caso de la madre pasa por la violencia sexual de uno de los llamados responsables del nuevo régimen. La novela, a partir de aquí, se ovilla en el conflicto entre Petra y Anita, con desenlace que se va configurando a partir de la demencia obsesiva de Petra. Es toda una parábola simbólica este desenlace. Una España y otra: la que manda y no entiende, y la que es abortada, sin perdón ni misericordia por parte de la que vence. Pero aún así, quien vence, no deja de ser víctima de sí misma, porque la sangre apaleada es su propia sangre. Debo destacar un último rasgo que me ha convencido de la alta calidad literaria de la presente novela. Por si su pulso narrativo no fuera excepcional, por el temple con que gradúa el argumento, por si su penetración psicológica (véase, por ejemplo, el soliloquio del italiano, al levantarse aquella mañana en el pajar donde había yacido con Anita) no denotase todo el conocimiento que cabe acopiar sobre el ser humano, por si la naturalidad con que desarrolla su realismo rural que por entonces venía imponiéndose en España no fuese de sí convincente, así como su precisión léxica, he encontrado un raudal de verdadera poesía en sus descripciones de la tierra y del paisaje. Vibrantes, perfiladas, melodiosas. Así son. Ésta es la novela de un poeta sabio y sabedor. Lo uno, por su conocimiento de los resortes que mueven la conciencia; lo otro, por saber cómo decirlo, y expresarlo con humanidad y sin artificio. EL FARO 4 Enero 2010 Cultura/Poesía A LA IZQUIERDA OBRA DE JITO. DERECHA: PORTADA DE CARNALIA, LIBRO RECONOCIDO CON EL XXIII PREMIO CÁLAMO DE POESÍA ERÓTICA Poesía y erotismo en Faílde JOSÉ ANTONIO SÁEZ A menudo el lector o el crítico tienen la impresión de adentrarse en un bosque de incertidumbre cuando se enfrentan a la lectura de un poemario erótico. Y ello porque las fronteras entre erotismo y pornografía resultan a veces muy sutiles, incluso para los especialistas en el tema, los cuales no consiguen aclarárnoslas a quienes no disponemos de tal marchamo o condición. Por otro lado, se hace difícil decir algo nuevo en tal tema, o al menos resistir la atracción fulgurante de los tópicos manidos o al uso. El poeta Domingo F. Failde (Linares, Jaén, 1948) tiene ampliamente demostrados sus resortes, registros y valía como tal, por lo que su obra no necesita en modo alguno mi defensa. Su amplia trayectoria de libros y premios así lo demuestra. El erotismo es tema que prácticamente todos los poetas abordan de una u otra manera (recuérdese el caso de san Juan de la Cruz, por citar uno de los extremos), pero a lo largo y ancho de la historia literaria de todos los pueblos y naciones ha sido afrontado con más que suficiente calado. Sus fronteras con la moral imperante lo han convertido en tema escandaloso y maldito para unos, en festivo y jovial para otros, cuando no jocoso para otra buena parte de lectores. Evidentemente, el erotismo tiene no pocos puntos de relación y vinculación con el amor y éste es uno de los temas capitales de la vida. En muchas ocasiones la literatura erótica se consideró como un modo de provocar al burgués y a la moral burguesa, por lo cual fue considerada como piedra de escándalo. En los días que corren, pocos son los lectores que pueden escandalizarse ya de lo que un libro de poesía erótica pueda descubrirles, a vista de la cantidad de fuentes de información que éstos tienen a su disposición para documentarse en cuantas artes amatorias coexisten. Pero el poeta Domingo F. Failde ha demostrado en Carnalia (2009), neologismo latinizante que viene a designar a los asuntos carnales, que es autor con recursos y que conoce bien la tradición de la literatura erótica; en especial, se nos menciona aquí a Catulo, a Pietro Aretino, al marqués de Sade, a Kavafis, etc. El libro, que mereció el XXIII Premio Cálamo de Poesía Erótica, consta de tres partes: la primera lleva por título «Cinco desnudos para encender la noche» y se basa esencialmente en el conocimiento del cuerpo amado, en sus secretos y en la trasgresión de prejuicios morales que impidan gozar de ese cuerpo en su integridad. En el poema IV hay algunos guiños irónicos a la contemporaneidad poética: «Yo, Fulano de Tal -pongo mi nombre-/, renuncio a los laureles del sistema, es decir, / a ganar el Loewe, por ejemplo» (p. 22); o cuando escribe: «No valen las completas de Luis García Montero/ lo que verte desnuda, en el instante/ de advertir la mentira de todo lo cantado,/ de todo, sin reservas,/ excepto la lujuria que me empuja hacia ti» (Ibid, p. 22). Entiendo que la pasión erótica se constituye en una de las formas mayores para negar la muerte (eros y tanatos), de oponerse a ella con la fuerza más vital e intensa que poseemos, con la más radical y humana. Por tanto: a la medida de las limitaciones que son inherentes a nuestra condición. En otro ámbito de cosas estarían los baluartes que proporcionan la fe, la religión o las creencias. Algunos grandes poetas cayeron en la desmesura de considerar al amor vencedor de la muerte (léase don Francisco de Quevedo y su soneto «Amor constante más allá de la muerte»), pero dejo a la lucidez del lector la decisión sobre cuestión tan determinante, sin pronunciarme al respecto. La segunda parte, que lleva por título «Angelario», está compuesta de diez textos, todos ellos con referencia al concepto de ángel incluido (inevitable resulta recordar, aunque no sea más que de forma anecdótica, al Rafael Alberti de Sobre los ángeles). Estos van desde Gabriel al mundano, el de Sodoma, el sexo de los ángeles, el de las tumbas, el censor, el de la virtud, el publicitario, el réprobo o el exclusivo. Toda una gama de angelería, confeccionada según las necesidades de un discurso poético que ha sabido ver en estas criaturas celestiales símbolos casi vivos de la belleza efébica, andrógina y hasta asexuada. Ángeles, pues, que nada o muy poco tienen que ver con tales criaturas celestiales, sino más bien con seres humanos que coadyuvan a la realización de la experiencia amorosa e incluso, en ocasiones, intervienen en ella. El poeta afronta el tema con ironía y sobre todo con irreverencia, como cuando escribe: «Abrumado por su hermosura/ y la forma terrible de mirarme,/ me arrodillé a sus pies./ Él sin embargo, rechazó mi gesto,/ me tomó de la mano y, levantándome, un ojo me guiñó, con aire cómplice: / ¿No quieres que pasemos/ un buen rato? -me dijo-./ Hablaba deliciosamente en griego,/ con acento francés» («El ángel mundano», p. 28). En el poema «Discurso del ángel réprobo» (p. 35) afirma que ángeles son Penélope Cr uz y Scarlett Johansson; «o cruzando la acera», Mel Gibson, Richard Gere y Kevin Costner. La tercera parte del poemario, titulada «Memorias», consta de nueve textos en los que se hace uso de un fino culturalismo para invocar a Virgilio, Kavafis, Ana Rosetti, Salomé y la cabeza de Juan el Bautista, el marqués de Sade, a quien se cita, o a Neruda, a quien se hace referencia siempre con un lenguaje altamente provocativo y un discurso erótico-pornográfico que no debiera confundir a nadie. Dolors Alberola, en su prólogo titulado «Página por delante y por detrás», traza unas audaces líneas en torno al sentido del libro y a la personalidad de su autor. Lo hace con soltura, atrevimiento, gracia, incontinencia e ironía y resulta sorprendente para el lector, que de ninguna manera debería obviarlo. EL FARO 5 Enero 2010 Cultura/Poesía / Narrativa Antología de la amistad FERNANDO DE VILLENA Hace muchos años escribí un libro, Por los barrios de Granada, donde intentaba recoger todos los recuerdos personales y todas las sugerencias históricas que despertaban en mí los diversos rincones y calles de nuestra ciudad. Si hoy lo reeditase, tendría que ampliarlo mucho pues ha crecido la cauda de mis vivencias y por lo tanto la de mis evocaciones. Digo cuanto antecede porque desde aquella tristísima noche de diciembre de 2008 en que nos dejó Juan Jesús León, cuando camino por muy diversos puntos de la geografía urbana granadina siento como una punzada de nostalgia pues se me representa la imagen del amigo en días felices, cuando compartíamos instantes. Se trata de una punzada que desgarra al principio, pero que, poco a poco, se transforma en memoria dichosa, porque en la vida lo importante no es la extensión sino la intensidad, la plenitud, y pocas vidas tan plenas, tan felices y tan intensas como la del poeta «del corazón y la experiencia». Lo recuerdo primero en su acogedora casa del barrio de la Magdalena con un aire bohemio, pero con las obras completas de Quevedo sobre la mesa; lo recuerdo en el bar Enguix en animada plática con otros dos ya ausentes: el pintor Coco Ruiz de Almodóvar y el poeta Francisco Javier Egea; lo recuerdo con Ángel Moyano en el piso de la plaza Garcilaso de la Vega donde se encontraba la editorial Ánade, y también en el que, cercano a la avenida de Cervantes, hoy se ubica Port EL POETA JUAN JESÚS LEÓN Royal Ediciones; lo recuerdo en los diversos bares por los que ha ido rodando nuestra tertulia de los miércoles y, asimismo, luego, en la alta noche, por las calles solitarias defendiendo con mesura y gracia la calidad de algún escritor olvidado; lo recuerdo en su domicilio último, en la calle Nueva de San Antón, el día de san Juan entre pasteles y amigos. Y, ya fuera de nuestra ciudad, lo recuerdo en Archidona cuando vino a leer poemas en la plaza Ochavada, y en Antequera, cuando yo acudí a su instituto; lo recuerdo en los almuerzos felices de Tiena a la sombra de un tilo o en Cádiar, con Enrique Morón subiendo al «cementerio de Narila» o en los pueblos de la costa granadina —Motril, Salobreña, Almuñécar— con José Lupiáñez y Antonio Enrique….Y recuerdo la ilusión enorme que puso en esta antología de la amistad. Como todo gran autor, Juan Jesús León era muy autocrítico. Cuando finalizaba un poema, traía a la tertulia varias copias del mismo para someterlas a la consideración de sus amigos y, por supuesto, se hallaba siempre abierto a admitir cualquier sugerencia que pudiera mejorarlo. Rara vez fue necesario, pues él trabajaba muchísimo los poemas antes de mostrarlos. Por todo ello y porque una de las más difíciles empresas para un poeta consiste en escoger los poemas para una antología de su obra, ya que a todos se los quiere por igual como a los hijos propios, optó por fiar en nosotros la selección. Finalmente, añadiré que, para mí, la elegancia consiste en saber llevar el chaqué con la misma soltura que el pijama y el pijama con la misma dignidad que el chaqué, y recuerdo a Juan Jesús en nuestra Academia vistiendo su chaqué con más elegancia que nadie porque la elegancia en él era algo natural, nacido del corazón. O, dicho de otro modo y sin desmerecer a nadie: posiblemente nuestro amigo era el mejor de todos nosotros, el más humilde y generoso y, por lo tanto, el más grande. Busquémoslo ya en sus poemas. Diego Perdiste, a propósito de una novela JOSÉ ENRIQUE SALCEDO De uno de los poemas de su propio libro Réplicas nacidas del ángel (Dauro, Granada, 2004), el joven Nicolás García ‘Anaros’ parece haber sacado el personaje Diego Perdiste. Y en la novela donde desarrolla la narración de la desigual fortuna de este (Diego Perdiste, ed. Atlantis, Madrid, 2009), notamos la misma fuerza sentimental e instintiva, asociada a la desesperación y al pesimismo, en un espacio anímico oscuro, misterioso e indeterminado, todo semejante al libro de poemas citado. La novela empieza, no es de extrañar, con la noticia de los poemas y los textos autobiográficos de Diego. Se concentra la acción en unos días de primavera y nos ofrece una panorámica social, desde la perspectiva del soldado Diego, que vive en un cuartel. Es un perdedor con tendencias suicidas, un resentido, un solitario irredento, alguien aburrido que se entretiene en demasiados pensamientos o en el espacio de los internautas. El autor desvela sarcásticamente el hipócrita dualismo de lo que dicen y lo que querían decir en realidad los personajes. Por aquí entramos en cierto propósito crítico que alcanza su mayor grado en la «heroificación» del suicida —por una situación tragicómica— y en el discurso del falso héroe ante los pamplonicas, que se cierra así: «Vivo aterrorizado por el mundo que nos rodea...» EL ESCRITOR NICOLÁS GARCÍA Por desgracia, muchos lectores se pueden sentir fascinados con este tipo. Tampoco es simpático que trasladando Diego su ineptitud se transforme en un homicida. Contradice el vitalismo de la primavera, el instinto natural del hombre como ser social y el instinto natural de la mujer como madre. Pone en evidencia que nuestra sociedad no está bien, que nos han educado los padres y las instituciones para vivir en un mundo irreal que origina conflictos tan falsos como los de Irak y Afganistán. Diego puede parecer aterrador a sus amigos por la tremenda soledad metafísica, pero también aparecen otros tipos inquietantes en la novela: el amante contrariado y el astrólogo argentino, tan peligrosos como el primero. Estamos ante una novela que participa de un principio de indeterminación, que se ve en el cambio radical del soldado y en algunos momentos estremecedores, como aquel en que siente la fuerza psíquica de su novia recién desencarnada.. Se plantea, asimismo, quién conoce mejor a Diego: ¿el coronel que dice conocer a las personas valientes?, ¿los amigos del acuartelamiento de Pamplona?, ¿sus novias, Isabel, en la juventud, y Lucía, la actual?, ¿o acaso Ivette, enamorada de Diego sólo por los testimonios del correo electrónico? Ivette llega a desconfiar antes del encuentro físico si será un psicópata, pero el amor le hace olvidar las dudas. ¿Quién conoce a Diego? Sólo él puede conocerse a sí mismo y rectificar con la fuerza del amor. ¿Estamos nosotros dispuestos a hacer lo mismo? Recuerdo el caso de la novelista Josefa Carmen Fernández Garzón y su libro El estanque de No. Libros buenos, escritos por gente joven y desconocidos, ocultados por la avalancha de novedades editoriales. ¿Vamos a dejar igual este de Diego Perdiste que proponemos? EL FARO 6 Enero 2010 Cultura/Arte IZQUIERDA: EL POETA Y PINTOR RAFAEL ALBERTI REALIZANDO UN DIBUJO EN SU ESTUDIO. DERECHA: SIN TÍTULO, OBRA DEL ARTISTA GADITANO DE 1980 Urgencias y perfiles en la plástica de Rafael Alberti ANTONIO ABAD Que la personalidad poética de Rafael Alberti haya solapado en cierta medida al pintor que siempre llevó dentro no quiere decir, en modo alguno, que su obra pictórica ocupe un lugar secundario en su extensa labor creadora. Alberti antes que un poeta suficiente fue un pintor arrepentido. Pero arrepentirse no es negar. El que niega renuncia. Arrepentirse es un estado de ociosidad que puede ser pasajero. Y Alberti volvía a ser pintor cada mañana y poeta que pintaba escribiendo. Nadie como él ha hecho del gesto un oficio capaz de arriesgarse más allá de la escritura misma y permitir que su particular caligrafía se fuera trocando en una convulsión. Era un modo de otorgarle toda la libertad a la mano. A la mano que escribe y a la mano que mira. De ahí que su pintura pertenezca a un abecedario múltiple y sutil que desemboca igual que su escritura en esa planicie ilimitada que es el mar. Alberti era el mar. Y como el mar la calma y el desasosiego. Por eso en él se define la línea (el horizonte del mar es la línea mejor pintada del mundo) como una totalidad. Como un símbolo no sólo dibujístico sino también de pertenencia instalada en la mirada. El lápiz cuando se desliza en la blancura del papel cruza como un río un espacio y con él se define todo lo creado. La línea pone límites y contornea el sentido o el sinsentido de las formas. Alberti antes que nada dibujaba. Antes que dibujaba escribía. Y es, precisamente, este mecanismo paralelo de escritura y dibujo lo que le hace concebir una plástica del gesto en la que el perfil o la filigrana, el arabesco o la libre dejación del lápiz sobre el papel, impulsa una obra abundante y valiosa, cercana a los caligramas o la plástica oriental a la que él mismo denominó «liricografías». Se trata de una concepción gestual de la pintura en la que el primer trazo, el arranque impulsivo, sostiene todo el peso de la obra rehusando cualquier técnica o experiencia que no sea el arrebato o el signo como una impronta perdurable. Pintura apasionada que hace de la pasión su emblema. Todo lo que se configura, todo lo que se dice, todo lo que se transmuta del mundo de los sueños o la realidad es un soplo, un aliento desesperado y confluente de un ardor. La obra gráfica de Rafael Alberti se desliza por un tiempo de urgencias, por un sentido de la inmediatez como esos insectos que confluyen a la vida en una brevedad inusitada. Esta prodigalidad y esa especie de arrebato, de distorsiones y reconciliaciones, de negación y movimiento, están regidos por el ámbito de la provisionalidad, por un concepto de síntesis y confluencias que le lleva, desesperadamente, a ir creando un mundo irreal de seres innecesarios, amenazados en desaparecer a poco que la filigrana o las convulsiones de las líneas teja sobre ellos una tela de perdición. Alberti radicaliza en estas formas un dibujo envolvente, una malla beligerante y radical de perfiles arabescos, como ya hemos apuntado. Diríamos que el artista problematiza su visión del mundo y de las cosas y que por ello trasciende sobre el papel un resultado barroquizante. Pintor de aterrizaje. Estridente en el color. Viajero del abismo. Alberti es un resuello, un enamorado de la eclosión, un pródigo del fragmento, un incontenible de la inocencia pura de la irrupción del punto. Una mano peligrosa que hace surgir el peligro en la paz y el vacío del papel. Pintura que quiere rebelarse y desvelarse. Espontaneidad de lo absoluto. Fotografía del tiempo único, de la hora cero, del misterio de abrir y cerrar los ojos. Su obra enlaza con esa estética que personifica el momento de lo irrecuperable. Su belleza, no obstante, nos permite detenernos en ella y mirarla con la delicadeza y la ternura de un tiempo ilimitado, muchos años después. EL FARO 7 Enero 2010 Cultura/Arte IZQUIERDA; BAJAMAR EN EL GUADALETE, OBRA DE ALONSO SANTIAGO, (DERECHA) La sonrisa de Alonso Santiago MAURICIO GIL CANO Conocí a Alonso Santiago en Jerez, donde apareció en compañía de los poetas Carlos Clementson, Carlos Álvarez y Lur Sotuela. Éste último es además editor y venía a presentar una antología de Carlos Álvarez -Tercera mitad (Eneida: Madrid, 2007)- y el número 4 de su revista El invisible anillo, ilustrado por Alonso Santiago. Este número resulta especialmente significativo para mí, pues en él publiqué -por invitación de su editor- el Mapa Literario de Jerez, pero no referido exclusivamente a la ciudad, sino que, en un guiño dionisíaco, abarcaba también otras localidades de la denominación de origen jerez-xères-sherry. Por si fuera poco, incluía una preciosa crítica de Miguel Galanes a mi Declaración de un vencido. Nuestra confluencia en aquella revista de poesía, literatura y otras bellas artes, la extendimos durante un almuerzo, acompañados además por Paco Carrasco y el también pintor y cordobés Ramón Epifanio. Más tarde, tras la doble presentación, tomamos copas hasta las tantas en el barrio de San Mateo. Las ilustraciones de Alonso Santiago son extraordinarias y me impresionaron desde el primer momento. Gran parte de ellas retrata a genios de la literatura. Otras son capitulares eróticas que saltean los textos. También hay alguna escena suelta, como «Reposo» o «Amor en verde», igualmente de encendido erotismo. Carlos Álvarez ha escrito, en esa misma revista, a propósito de la concepción de la belleza de Alonso Santiago, que «la sensualidad y la voluptuosidad no son el objeto de su trabajo, sino el principio en que se apoya y que constituye una grata obsesión en la mente del pintor poeta (…). ¡Qué lejos de la pornografía! ¡Cuán sabiamente inmerso en el erotismo!». Es difícil definir la sensación que causa contemplar los retratos de escritores de este gran artista egabrense. A la turbación que provoca su maestría técnica -el citado Car- los Álvarez explica certeramente que, a partir de una sugerencia figurativa, divaga con los volúmenes y el color más que con la línea y el dibujo-, se añade la maravillosa selección de personajes: Quevedo, Baudelaire, Shakespeare, Juan Ramón, Góngora, Cervantes, García Márquez, Joyce, Pessoa, Allan Poe, Bécquer, etc., de los que Santiago extrae el misterio de su alma creadora. En la serie que compone este universal -y particular- parnaso no faltan varios autorretratos, con los que Alonso Santiago se ha insertado como uno más de este literario baile de máscaras. Así nos vibra, con la fuerte personalidad de quienes son de veras y hacen del arte actitud y razón del existir. Así lo reconocemos, como quien ha dado forma a la máxima de Leonardo da Vinci: «La pintura es poesía muda; la poesía, pintura ciega». El pasado 27 de noviembre la asociación cultural Razzia Artis le entregó una distinción muy simbólica en El Puerto de Santa María: el I Tresantié de Plata, la réplica de una moneda fenicia cargada de emotividad y fango de la tierra. Escucharle hablar es sentir la voz de un alma veterana y siempre niña. Fue un acto de amor y admiración a su persona y obra. Alonso Santiago nos devolvió con creces el honor con que se le honraba. Encantado, ejercí de mensajero y le trasladé un poema que le había dedicado Lur Sotuela. Acababa tomando cierto tono de confidencia: «Hablar de ti, compañero, es sencillo./ Cazador al alba/ del hermoso instante esquivo./ Arquitecto de la palabra y el silencio;/ pintor, amigo y hombre, / de la vida, la sonrisa y el sueño». EL FARO 8 Enero 2010 Cultura/El canto del Urogallo A LA DERECHA EL DRAMATURGO FRANCISCO NIEVA. A LA IZQUIERDA EUGÈNE IONESCO, UNO DE LOS GRANDES AUTORES DEL TEATRO DEL ABSURDO, QUIEN DECLARÓ EN ESTADOS UNIDOS QUE ESPAÑA ERA EL PAÍS MÁS RUDO E INHÓSPITO DEL MUNDO Annus pestis PEDRO RODRIGUEZ PACHECO Pasan los días, las voraces horas, y dejan a su paso un rastro de las cenizas de sus nínives y babilonias, las hojas muertas del muladar de sus tristezas, la usura de los placeres exaltados. Cuando los ojos de algún benevolente lector recorran estas líneas, el año de desgracias de 2009 no será más que el humus de su trabajada pestilencia, los idus traicioneros de la crisis, las muertes desatentas de algunos admirados (Diego Jesús Jiménez) o admirados y queridos (Juan Campos Reina)… Pero en la indignada sublevación de los sentimientos se escuchan los ayes desquiciados de los que perdieron su modus vivendi, sus necesarios trabajos, y ven llegar los amaneceres sin otro horizonte que el menesteroso de la caridad o esos precarios dracmas que, en el afán minimalista de nuestros infatuados gobernantes, se enfatizan como ayudas sociales, limosna asocial, afrenta intolerable en una sociedad democrática que dice ser Estado Social de Derecho y que se trivializa en una fiesta política de amnésicos asilvestrados y obvia, criminalmente, el miedo, la angustia de más de cuatro millones de parados. Son los herederos de los que ayer auspiciaron de los poderes internacionales una proscripción y bloqueo que convirtió nuestra infancia en un muladar de hambruna, piojos, tifus, sarna y tuberculosis; son los mismos que, ahora, callan, y refrendan con su silencio actuaciones públicas engañosas, tramposas e insolidarias, porque, para ellos, la solidaridad empieza por uno mismo y ésa está garantizada si el gallardo, «No he de callar por más que con el dedo / señalando la boca o bien la frente / silencio avises o amenaces miedo», del gran Francisco de Quevedo, no es otra cosa que literatura… Ante la República del Poder, el silencio de los corderos. Los mismos, los del resistencialismo intelectual, los del compromiso, los del Miguel Hernández de «Las nanas de la cebolla» que, ya veis, hoy, un poeta «oliendo a cabras»; los de Las cartas boca arriba o, más desconsideradamente para nosotros -«ojú qué frío, los andaluces»- La rapsodia euskera o, malintencionadamente, «¿Qué cantan los poetas andaluces de hoy?» que encontró música y plebeyez en quienes, hoy, siguen en las mamancias de las subvenciones, esos callados, atemperados, enquistados vampiros de la res pública… Fuimos estigmatizados quienes no aceptamos el adulterio intelectual, literario, que conllevaba poner una obra al servicio de unas siglas políticas: el compromiso no era otro que la utilización de la literatura por unos líderes arcaicos subvencionados y mantenidos por quienes, en sus gulags dejaban perecer a quienes tenían otros criterios que no eran los establecidos en los planes quinquenales de la ortodoxia y de la nomenklatura… Y así nos fue, y así nos va; y así los parámetros de las líneas sucesorias de las tendencias, las modalidades, las historicidades y sus mamelas usufructuarias, son sólo despensa, no el vasto dominio donde la libertad procura, aún, Mediterráneos vírgenes. Los mismos… Escribe Francisco Nieva -noviembre del año de la peste 2009- un artículo sobre Ionesco, y lo inicia sí: «No es que yo tenga la costumbre de criticar a la izquierda española, hoy en el poder, pero tengo suficiente ‘memoria histórica’ aplicable a varias entidades políticas, que no las honra en absoluto. Por ejemplo…» El ejemplo no es otro que el relativismo con el que Ionesco -un emigrante rumano- criticaba el poder soviético y, consecuentemente, Sartre y acólitos denunciaron como «contrarrevolucionario, defensor de la burguesía y del capitalismo»… Su obra, consecuentemente, fue objeto, en España, de una campaña de desprestigio, a favor de un estalinismo que conduciría a la salvación política y económica del mundo»… Termina el artículo con la anécdota de la venida de Ionesco a España, su visita a la casa de Nieva y en ella, nuestra izquierda, también invitada, acorraló «políticamente al representante del teatro del absurdo -en mi casa y en mis propias narices- de una manera improcedente»… Ya de regreso, y en un viaje a EEUU dijo Ionesco que «España era el país más rudo e inhóspito del mundo»… Por supuesto, Nieva soslaya su cobardía: en mi casa, nadie hubiera osado ofender a mi huésped, del mismo modo que Nieva silencia que en aquellos programas televisivos de los años sesenta -Estudio 1-, vimos representar Las sillas y El rinoceronte, soberbiamente, por José Bódalo, como también, interpretado por José Mª Rodero, el Calígula de Albert Camus… De tal disparidad de propuestas culturales el benévolo lector saque sus consecuencias. Pasan los días, las horas, un año nuevo, con sus arcanos, se ha iniciado sin perspectivas de redención. Seguirán los silencios cómplices; los mismos, se aferrarán como garrapatas a la República del Poder para no mermar en los condumios… Y la peste, sus ratas, bajarán de los galeones en permanentes naufragios, para salvarse entre el silencio y la estupidez, la que, ahora, al decir de Luis Cernuda, «sucede al crimen».