Introducción Libro segundo de Espejo de Caballerías

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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
INTRODUCCIÓN
Para José Manuel Lucía Megías, amigo generoso
y aguerrido caballero andante
1. El entorno de Pedro López de Santa Catalina
Nada sabemos de cierto sobre la vida de Pedro López de Santa Catalina, aunque,
como iremos viendo a continuación, sí podemos establecer de forma aproximada cuál fue
el contexto social y cultural en el que se movió, allá por las primeras décadas del siglo XVI,
en un Toledo en plena efervescencia.
Nos es complicado concretar quién fue realmente el autor de las dos primeras
partes del Espejo de cavallerías, ya que se nos mezclan datos y circunstancias de al menos dos
personas posibles. En primer lugar nos encontramos con un Pedro de Santa Catalina,
platero toledano, que debía de ser relativamente joven en 1514 (dicho sea con todas las
reservas), a juzgar por algún que otro documento de la segunda mitad de dicho año
relacionado con su casamiento con María Álvarez. Los documentos son una carta de arras
y otra de dote, otorgadas por el platero a su mujer, la citada María Álvarez, hija del
tintorero Antón Sánchez1. La actividad laboral de suegro y yerno no desmiente la estirpe
toledana de ambos, dedicados a oficios que fueron muy comunes en Toledo en aquellos
tiempos. Tal vez este Pedro de Santa Catalina sea el mismo que en 1513 solicitó una
licencia de armas, cuando la ciudad vivía los prolegómenos de la rebelión comunera: «Así,
reclamaron una licencia de armas Rodrigo Escobedo, Diego de Guzmán, Pedro de Medina
(...), Pedro de Santa Catalina (...) y un larguísimo etcétera»2.
Por otro lado, no cabe descartar que nuestro autor fuera un eclesiástico, ya que,
como veremos, era un hombre muy cercano al círculo erudito del canónigo obrero de la
catedral de Toledo, don Diego López de Ayala, a quien, por cierto, va dedicada esta
segunda parte del Espejo de cavallerías. Así, encontramos a un Pedro López (no se me escapa
el hecho de que se trata de un nombre muy común, pero sus circunstancias pueden resultar
interesantes), citado en el testamento de Bernardino de Alcaraz (1484-1556), maestrescuela
de la catedral primada y patrono del colegio de Santa Catalina (germen de la futura
universidad toledana). En el testamento se dice:
Pedro López, mi capellán, ha muchos años que vive conmigo como parece por mis
libros de cuentas y yo le he dado quitación y la capellanía que tiene y dádole ayuda de
costa, y ha mucho tiempo que con la edad no me sirve aunque todavía está y come en
casa y le doy quitación, mando que le sea pagada hasta dos meses después de yo
fallecido y, demás de esto, le den en descargo cuarenta y cinco mil maravedís.
(Vaquero Serrano 2006: 325-326)
1
Los documentos, conservados en el Archivo Histórico Provincial de Toledo, son reseñados por José
Gómez Menor en Cristianos nuevos y mercaderes de Toledo, Toledo, Editorial Zocodover, 1971, p. [34], docs. 75 y
78.
2 Óscar López Gómez, La Toledo precomunera (1495-1520), p. 321, en su tesis doctoral inédita, Violencia urbana y
paz regia: el fin de la época medieval en Toledo (1422-1522), leída en diciembre de 2006 en la Facultad de
Humanidades de la Universidad de Castilla-La Mancha, y dirigida por el profesor Ricardo Izquierdo Benito.
Agradezco desde aquí a su autor la gentileza de permitirme utilizar su trabajo.
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El testamento de Alcaraz está firmado el 5 de marzo de 1556, con lo que nos
encontraríamos con un Pedro López ya anciano en esa fecha, que bien podría andar por la
veintena o la treintena en los años en los que se publicaron las dos partes del Espejo (1525 y
1527). No deja de ser atractivo que este capellán estuviera ligado a uno de los fundadores
del colegio de Santa Catalina, ya que podría esta circunstancia haber legitimado el uso de
este nombre en uno de los apellidos de nuestro hipotético autor, que por ello pasaría a
llamarse Pedro López de Santa Catalina. En esta línea se podrían insertar las siguientes
palabras de Javier Gómez-Montero:
Aunque la hipótesis apuntada [que López de Santa Catalina fuera un eclesiástico
toledano] no sea más que una especulación, posee un gran atractivo presuponer que
nuestro Pero López fuera un eclesiástico, quizá uno de los 12 jóvenes becados del
Colegio de Santa Catalina. Incluso está documentado en 1545 un cierto Pero López,
en verdad un nombre muy corriente, como refitor o refitolero, es decir, como
administrador de los bienes del Cabildo toledano y, por tanto, al servicio directo de D.
Diego López de Ayala. (Gómez-Montero 1992: 15, n. 7)
Todo son conjeturas, ya que no tenemos constancia de ningún documento que nos
permita identificar con rigor al autor de nuestro libro, e incluso este último Pero López que
cita Gómez-Montero no parece guardar ninguna relación con el capellán de don
Bernardino de Alcaraz que he citado arriba. Sin embargo, no deja de ser esta última una
hipótesis muy plausible, a pesar de que el propio Gómez-Montero parece inclinarse más
hacia la posibilidad de que López de Santa Catalina perteneciera a una familia de
mercaderes toledanos, entre los que se encontrarían el librero Fernando de Santa Catalina y
el platero Pedro de Santa Catalina de quien hemos hablado al principio. Para GómezMontero, los intereses literarios del autor del Espejo de cavallerías «pudieron haberle sido
transmitidos por el librero Fernando de Santa Catalina», y sus conocimientos de la lengua
italiana (imprescindibles para afrontar la traducción y adaptación del Orlando innamorato de
Boiardo y sus continuaciones, que sirven de base a las dos primeras partes del Espejo)
pudieron ser adquiridos por las necesidades de su actividad como mercader y sus
«relaciones comerciales con Italia» (Gómez-Montero 1992: 14-15).
La idea de que Pedro López de Santa Catalina fuera miembro del clero toledano me
parece, no obstante, más aceptable, ya que explicaría con más autoridad la relación de este
con el canónigo obrero don Diego López de Ayala, a quien, como hemos dicho, va
dedicada la segunda parte del Espejo de cavallerías sobre la que trabajamos. Explicaría
también su cercanía con la literatura italiana contemporánea, ya que López de Ayala,
hombre culto y refinado, fue traductor de la Arcadia de Sannazaro y de algunos fragmentos
del Filocolo de Boccaccio, textos que fueron publicados, respectivamente, en 1547 y 1546. A
pesar de que estas fechas están lejanas de los años en los que López de Santa Catalina
trabaja en su traducción y adaptación del Orlando innamorato, no parece descabellado pensar
que, en ese ambiente en el que se celebra y se cultiva la cultura italiana, pudo crecer la
afición de nuestro autor y sus deseos de contribuir con su trabajo a la degustación de la
literatura del Renacimiento italiano.
Diego López de Ayala participó activamente en la vida política y cultural de Toledo,
creando a su alrededor un interesante círculo literario en el cual sería posible incluir a
nuestro autor, tanto si aceptamos la hipótesis de que este fuera un eclesiástico como si
pensamos que fue miembro de una familia de mercaderes pudientes. Del enorme atractivo
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de este círculo literario nos habla la siguiente cita: «El canónigo obrero don Diego López
de Ayala (...) reunía en su casa una tertulia literaria en la que, en septiembre de 1534,
intervino el mismo Garcilaso recitando sus poesías a los acordes de la vihuela»3. GómezMontero afirma a este respecto que López de Ayala fue el «animador principal de un
círculo humanista al que estaban adscritos representantes de la aristocracia eclesiástica
toledana, como los canónigos Juan de Vergara y Álvar Gómez de Castro» (GómezMontero 1992: 19). En lo tocante a su participación en la política, el canónigo obrero
intervino en varios acontecimientos relacionados con la sublevación de los comuneros, que
llegaron a valerle el destierro de la ciudad de Toledo en 1521, por oponerse a que el
agustino comunero fray Juan de Santamarina predicase en la catedral4. También fue López
de Ayala uno de los firmantes del Estatuto de Limpieza de Sangre promovido por el
cardenal Siliceo a finales de julio de 15475.
En cualquier caso, esta actividad cultural y social fue el caldo de cultivo propicio
para que tuviera lugar el trabajo de López de Santa Catalina. Gómez-Montero afirma
incluso que
el auge de la vida cortesana a partir de 1525 se plasma de modo peculiar en la ficción
literaria del Libro segundo –sin duda escrito entre 1525 y 1526 inmediatamente antes de
su publicación–, en el que repetidamente se da cabida a escenas de recreo cortesano
(bodas, cacerías, juegos caballerescos) y se realza notoriamente la figura del emperador
como centro del orden social establecido y en ejercicio pleno de sus funciones
político-militares. (Gómez-Montero 1992: 21)
Si a todo esto añadimos que el escudo que aparece en la portada de la editio princeps
del Libro segundo de espejo de cavallerías es el de los Ayala, no nos quedará la más mínima duda
de la influencia que Diego López de Ayala ejerció, de una u otra manera, en Pedro López
de Santa Catalina y en la decisión de este de traducir y adaptar el Orlando innamorato de
Boiardo y sus continuaciones. Fuera quien fuese nuestro autor, parece indiscutible que
vivió de cerca el auge cultural toledano de la primera mitad del XVI y se vio inmerso en el
gusto por el Renacimiento italiano que movió de manera especial al círculo de humanistas e
intelectuales que giraba en torno al canónigo obrero de la catedral de Toledo.
2. Boiardo y sus continuadores como base de los dos primeros libros de Espejo de
cavallerías
En el colofón del Libro segundo de Espejo de cavallerías, se nos informa de que este fue
«traducto y compuesto por Pero López de Santa Catalina», y la referencia a la traducción
aparece ya en el prólogo del Libro primero, donde el autor, además, nos dice cuál es el libro
que traduce:
assí yo novel escodriñador de antiguas historias, andando mirando diversidad de
libros, los cuales con soberano estilo en lengua toscana escritos estavan, uno que a mi
parecer más alegre y mejor que los otros de su calidad era, hallé, llamado Roldán
3
Vid. VV.AA., Historia de Toledo, Toledo, Editorial Azacanes-Librería Universitaria de Toledo, 1997, p. 356.
Vid. a este respecto María del Carmen Vaquero Serrano, Garcilaso, poeta del amor, caballero de la guerra, Madrid,
Espasa-Calpe, 2002, pp. 69-71, y Fernando Martínez Gil, La ciudad inquieta. Toledo comunera, 1520- 1522,
Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos-Diputación Provincial de Toledo, 1993,
p. 84.
5 Vid., vgr., Vaquero Serrano 2006: 155-156.
4
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enamorado, en el cual tantas e tan grandes aventuras vi escritas, assí d’él como de don
Renaldos de Montalván, su primo, e de otros diversos cavalleros, que jamás otro libro
de más pasatiempo ni más bien ordenado leí. E pareciome no convenible cosa querer
yo solo gozar de su letura dexando cosa tan aplazible debaxo de estrangera lengua
escondida, puesto que muchos la entienden: determiné con deliberada voluntad de la
traduzir en nuestro sermón español del mejor e más compuesto estilo que con la
rudeza de mi boto ingenio alcançar pude6.
El propio autor, pues, nos dice cuál es su fuente principal, el Orlando innamorato de
Boiardo, cuya versión en prosa configura casi por completo el texto del Libro primero. Sin
embargo (y sin adentrarnos de momento en el grado de traducción y adaptación del texto),
una mirada más detallada nos permitirá ver que, en la base del trabajo de López de Santa
Catalina, no está solamente la obra de Boiardo, sino también, en diferentes grados de
intertextualidad, las continuaciones que de ella se hicieron en Italia a principios del siglo
XVI. Según el estudio profundo que Javier Gómez-Montero ha llevado a cabo sobre los
hipotextos de las dos primeras partes del Espejo de cavallerías (Gómez-Montero 1992), el
manejo de las fuentes por parte del autor-traductor es diferente en cada caso y tiende,
como veremos, a desligarse de ellas progresivamente. Así, mientras Boiardo es la base de
casi todo el Libro primero, el Quarto libro de l’inamoramento de Orlando, de Niccolò degli
Agostini, será la fuente de los capítulos finales de este y de los primeros del Libro segundo,
mientras los libros quinto y sexto del Innamorato, compuestos respectivamente por Raffaele
Valcieco da Verona y Pierfrancesco Conte, aportan materiales a este Libro segundo, aunque
de forma cada vez más endeble. Veamos a continuación la secuencia cronológica de todos
los hipotextos que maneja López de Santa Catalina en sus dos libros:
1. Matteo Maria Boiardo, Orlando innamorato. Los libros I y II se publicaron en 1483, y
junto al libro III, incompleto a causa de la muerte del autor, en 1495.
2. Niccolò degli Agostini, Il quarto libro de l’inamoramento de Orlando. Dividido en varios
libros por su autor, el libro I se publicó en 1506.
3. Raffaele Valcieco da Verona, Quinto e fine de tutti li libri de lo inamoramento de Orlando.
Publicado en 1514 como continuación del libro de Agostini. El propio Agostini publicó
sus libros II y III en 1514 (siete meses después del de Verona) y en 1521 respectivamente,
pero estas dos obras no se reflejan en ningún momento en la versión de López de Santa
Catalina.
4. Pierfrancesco Conte, Sexto libro dello inamoramento de Orlando intitulato Rugino.
Continuación de Verona y publicado en 1518.
5. En 1518 se publicó un volumen que recogía todos los poemas, desde Boiardo a Conte,
excepto la parte II de Agostini (el libro III, como queda dicho, se publicó en 1521, por lo
que también queda fuera de esta compilación).
A todas luces, López de Santa Catalina trabajó sobre esta última publicación de
1518, según afirma Gómez-Montero, «pues llegó a adaptar en el devenir del Libro segundo de
Espejo de cavallerías algunos episodios entresacados de los libros de Raphael da Verona y
Pierfrancesco Conte» (Gómez-Montero 1992: 27).
6
Empleo para la transcripción de este fragmento los mismos criterios manejados en la edición del texto,
expresados al final de esta introducción. La fuente es el ejemplar R-2533 de la Biblioteca Nacional de España,
editado en Sevilla por Juan Crómberger en 1533, que recoge las dos primeras partes del Espejo de cavallerías.
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Pero, ¿de qué manera está desglosado el material de los poemas italianos en las dos
novelas castellanas? Tenemos que seguir de nuevo el excelente trabajo de Gómez-Montero,
del que podemos extraer el siguiente esquema:
Libro primero, capítulos I-XCVI: Boiardo
Libro primero, capítulos XCVII-CIII: Cantos I-VII de Agostini
Libro segundo, capítulos I-II y IV-VIII: Cantos VIII-XI de Agostini
Libro segundo, capítulos X-XXVII: Reminiscencias de los cantos IX-XVIII de Raffaele
da Verona
Libro segundo, capítulos XLVIII-LIII y LXVI-LXVIII: Reminiscencias de los cantos
IX-XI y
XIV y XVI de Pierfrancesco Conte
Aparte de la reeelaboración libérrima que López de Santa Catalina hace de los
materiales italianos en el Libro segundo, el resto de capítulos no señalados de este son
creación propia del toledano, con una base referencial en algunos libros de caballerías
castellanos, pero ajenos por completo a los poemas épicos italianos que ha venido
manejando7.
No creo necesario ni conveniente repetir aquí el desarrollo del aprovechamiento de
las fuentes por parte de López de Santa Catalina, extensamente estudiado en el citado libro
de Gómez-Montero, pero sí es interesante insistir en una idea que define en gran medida el
trabajo realizado por el autor toledano en su adaptación del Orlando innamorato y sus
continuaciones: López de Santa Catalina no pretende tan solo hacer una traducción en el
sentido estricto del término. La traducción consiste en pasar un texto de una lengua a otra
(perdónese la perogrullada) y, por lo general, tiende a ser fiel en la medida de lo posible a la
obra original. Así sería, por ejemplo, en el caso de la traducción al castellano del Orlando
furioso llevada a cabo por Jerónimo de Urrea, quien, a pesar de eliminar algunos cantos de
Ariosto y de traducir con cierta libertad determinados pasajes, mantiene con bastante
fidelidad la trama y el contenido, respetando incluso la forma y componiendo su texto en
octavas. Al leer esta traducción, podemos considerar que hemos leído el poema de Ariosto.
Por su parte, López de Santa Catalina, de entrada, convierte en novela (entendida con
nuestros criterios actuales) el poema épico de Boiardo cuando escribe en prosa el Libro
primero de Espejo de cavallerías, y esa conversión en novela le lleva a interpretar libremente
muchos episodios, eliminando materiales y aspectos ideológicos que no le son necesarios o
que no considera válidos para su versión. En este proceso se va quedando con una serie de
elementos que, por lo general, contribuyen a insertar su obra entre los libros de caballerías
castellanos del XVI: predominio de combates singulares frente a batallas campales,
idealización de la relación amorosa entre Roldán y Angélica o el deseo de reflejar un orden
social de tipo aristocrático-feudal, entre otros. Por otro lado, López de Santa Catalina deja
fuera de su «traducción» el tono paródico que a menudo emplea Boiardo o elimina
personajes que representan un obstáculo para sus pretensiones, como es el caso de
Angélica. Si a esto le añadimos la innegable huella de episodios procedentes del Amadís y
del Esplandián, y los materiales de elaboración propia (mucho más abundantes en el Libro
segundo), nos encontraremos con una obra renovada que tiene una base sólida en el
Innamorato, pero que no es el Innamorato en castellano. El propio Cervantes parece aludir a
esta adaptación libérrima cuando, al referirse a los personajes del Espejo de cavallerías, afirma,
por boca del cura Pero Pérez: «estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo,
7
Vid. el cuadro sinóptico que incluye Gómez-Montero en la p. 199 de su libro.
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siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo» (Quijote, I, 6). No
es Boiardo, a los ojos del escudriñador cura, sino «parte» de su «invención»; tiene que ver
con él, pero no es él.
Sin embargo, cuando realmente se despega López de Santa Catalina de sus
hipotextos italianos es a partir del comienzo del Libro segundo, objeto único, por otro lado,
de nuestro trabajo. Ya hemos visto arriba cómo se desglosa el desarrollo de los episodios
procedentes de las fuentes en los capítulos correspondientes de nuestra novela, y si
tuviéramos que reducirlo a números, tendríamos que decir que de los setenta y un capítulos
que contiene este Libro segundo, treinta y siete son invención y creación de López de Santa
Catalina, frente a treinta y cuatro que tienen una base en las continuaciones del poema de
Boiardo, de los cuales tan solo siete se muestran bastante fieles al original (los capítulos en
los que se versiona parte de la obra de Agostini), mientras el resto, veintisiete, solo
contienen reminiscencias de los poemas de Verona y Conte que, en algunos casos, además,
son reelaboradas por el autor toledano para adaptarlas a sus necesidades narrativas.
Podríamos afirmar, según esto, que sesenta y cuatro capítulos del Libro segundo son creación
directa de López de Santa Catalina con algún elemento intertextual procedente de los
poemas italianos, y tan solo siete capítulos contienen una base sólida en su hipotexto. Por
otro lado, como luego veremos, también están presentes en la labor del toledano los libros
amadisianos de Montalvo, especialmente las Sergas de Esplandián, que formarían parte de un
grado menor de intertextualidad, pero que conformarían, junto a los episodios citados de
Agostini, Verona y Conte, el cañamazo sobre el que se construye el Libro segundo de Espejo de
cavallerías. Todo dentro de un orden muy común a decenas de obras literarias (no solo
dentro del género caballeresco): las lecturas de los autores son parte del material que luego
utilizan en sus libros, y más aún en el Renacimiento, donde, como es sabido, el concepto de
imitatio es uno de los pilares de la creación literaria.
Por todo ello, parece indiscutible que el Espejo de cavallerías (y el Libro segundo de
manera especial) debe incluirse sin ninguna duda dentro del corpus de los libros de
caballerías castellanos, tal y como pretendía, según se desprende de su forma de trabajar,
Pedro López de Santa Catalina, quien, conforme va avanzando en su obra, se va alejando
más de los modelos, hasta crear su propio relato, con los valores literarios e ideológicos que
él quiere aportar, en gran parte alejados de las pretensiones de Boiardo y de sus
continuadores.
3. Creación e imitación en el Libro segundo de Espejo de cavallerías: el esquema de
las Sergas de Esplandián
En el libro que venimos manejando, Javier Gómez-Montero analiza con gran
detenimiento el proceso de traducción-adaptación-creación llevado a cabo por López de
Santa Catalina, que desemboca en el desarrollo narrativo del Libro segundo, en el que, como
hemos visto, apenas quedan restos de los hipotextos italianos. Un caso interesante del
quehacer literario del toledano lo podemos encontrar en los episodios que narran las
aventuras de Roldán en Sericana, cuya fuente se encuentra en el libro de Pierfrancesco
Conte. López de Santa Catalina se limita a tomar como base la anécdota: un caballero
cristiano llega al reino de Sericana para participar en unas justas y ganarse como esposa a la
hermana del rey Leopardo, quien, al descubrir la traición, mueve una guerra contra los
cristianos. En el poema italiano, el caballero será Rugino (el Roserín del Espejo), quien tras
sus grandes hechos de armas conquista el corazón de Elidona, la hermana de Leopardo, y
le promete casarse con ella, a la vez que ella promete hacerse cristiana. El traidor Gano
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(Galalón en el Espejo) informa al rey de Sericana de la verdadera identidad de Rugino
(desconocida hasta entonces por él) y Elidona, a instancias de su hermano, promete
envenenar a Rugino, pero no lo hace, y, por el contrario, huye con él. Leopardo, entonces,
inicia la guerra contra los cristianos yendo sobre París. Los elementos que hemos empleado
para resumir el relato coinciden punto por punto con el episodio narrado en el Espejo, con
lo que la imitación por parte de López de Santa Catalina parece evidente, pero se desvanece
la idea de traducción cuando vemos el tratamiento que este da a los materiales que
comentamos. Así, en el Espejo el protagonista de las acciones en Sericana será Roldán (y no
Roserín como hubiera correspondido si se tratase de una traducción o de una imitación
rigurosa); el héroe cristiano llega a Sericana para raptar a Melisandra (la Elidona de Conte)
por mandato del sabio Atalante, pues su presencia es necesaria en Constantinopla para que
se pueda desencantar la Sala Encantada; la guerra de Leopardo contra los cristianos tiene
como objetivo Constantinopla y no París. Visto de esta manera, tampoco se perciben
grandes diferencias, sin embargo el relato retocado por López de Santa Catalina busca,
sobre todo, el engrandecimiento de Roserín, que ha de lucirse por encima de todos los
caballeros en las guerras de Constantinopla, delante de la princesa Florimena, de cuyos
amores ha de hacerse merecedor. Además, el autor del Espejo reserva la pureza del joven
infante Roserín, fiel a su dama en todo momento, frente al original italiano, donde Rugino
queda mancillado tras sus amores con la princesa Elidona. No debe pasarnos desapercibido
el papel que se le asigna al invencible Roldán, que se encuentra estructuralmente al servicio
del caballero novel, pasando a un segundo plano su protagonismo anterior. En resumen,
López de Santa Catalina ha escogido un episodio básico del poema de Pierfrancesco Conte,
se ha quedado con el esquema (justas, princesa, guerra posterior) y lo ha reconstruido a su
manera, para ponerlo al servicio de sus intenciones: engrandecimiento de la figura del héroe
Roserín y conversión de este en un caballero ideal, fiel a su dama, a los principios de la
caballería y a la fe cristiana. La importancia de este nuevo modelo de caballero es tal, que el
propio Roldán actúa a su servicio. Esto, unido a la posterior derrota del viejo paladín a
manos del joven, configura el surgimiento de un nuevo orden caballeresco inspirado por
los valores cristianos y la concepción de la caballería como una cruzada contra el infiel,
lejos de las disputas amorosas entre Roldán y Renaldos que motivaron el poema de Boiardo
y sus continuaciones (incluyendo el Orlando furioso) y que giraban en torno a la figura de
Angélica8.
Con el ejemplo que hemos comentado, nos podemos hacer una idea de cuál era el
método empleado por López de Santa Catalina en la redacción del Libro segundo de Espejo de
cavallerías y su lejana dependencia de los hipotextos, lo que nos llevará a plantearnos el
grado de imitación y de creación que encierra el resultado final. Pero en esta línea de
dependencias que venimos estableciendo, no podemos pasar por alto que nuestro autor
toma varios motivos procedentes de las Sergas de Esplandián y los utiliza para sus
intenciones, creando una especie de «vidas paralelas» entre su protagonista, Roserín, y el de
Montalvo, Esplandián.
En primer lugar, ambos noveles son hijos de un héroe invencible, modelo de
caballeros (Rugiero y Amadís), y de una dama discreta (Brandamonte y Oriana), lo cual
marca ya su destino como sucesores de tan altos guerreros, cuyas hazañas se nos antojan
8
Sobre estos conceptos sustenta Gómez-Montero sus planteamientos en torno a la configuración del Espejo
de cavallerías como un libro de caballerías castellano, que se inscribiría en esa tendencia cristianizante, un tanto
alejada de los pilares que sostenían la caballería artúrica y que seguían siendo la base del Amadís de Gaula,
aunque no así de su continuación (Gómez-Montero 1992: 254-270).
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insuperables. Precisamente para demostrar la superación de ese pasado glorioso que
representa la generación anterior, los dos nuevos caballeros habrán de enfrentarse a quienes
son un modelo de caballerías mundano, alejado del servicio de Dios: Esplandián luchará
con su padre, Amadís, y lo derrotará (Sergas XXVIII), mientras que Roserín hará lo propio
con Roldán (Espejo LX), su tío (Rugiero había muerto traicionado por Galalón al principio
del Libro segundo, y, además, Roldán representaba mejor que nadie el tiempo caballeresco
anterior). Los dos combates son fieros y sangrientos, y tanto en un caso como en el otro,
las heridas que se infligen los contendientes los dejan al borde de la muerte. Como remate
de las coincidencias, en ambos casos los caballeros heridos son curados de sus llagas en un
monasterio. No se nos escapa el hecho de que estos enfrentamientos entre padre e hijo (o
entre una generación y otra, pero siempre con un parentesco por medio) tienen un modelo
común en el combate del llano de Salisbury entre el rey Arturo y su hijo Mordred, si bien
aquí no hay un claro vencedor, ya que ambos pierden la vida (ya sabemos que la muerte de
Arturo no se explicita)9: si en este último caso la terrible batalla supone el final de la
caballería cortesana, en los que nos ocupan el relevo generacional trae como consecuencia
un nuevo concepto de la caballería, al servicio de Dios.
Otro elemento concomitante entre las Sergas y el Espejo está relacionado con el
enamoramiento del héroe principal, donde confluyen varias similitudes. De entrada, la
doncella que se convertirá en la dama de los pensamientos de ambos caballeros es, en los
dos libros, la princesa de Constantinopla, hija del emperador (para Esplandián, Leonorina;
para Roserín, Florimena), y los caballeros noveles se enamoran de sus respectivas princesas
sin haberlas visto nunca: en el caso de Esplandián es un enamoramiento de oídas (muy
común en la literatura contemporánea y, de manera especial, en los libros de caballerías),
mientras que Roserín se enamora de un retrato de Florimena que unos embajadores llevan
a la corte de Carlomagno en París10. La idealización que conlleva este tipo de
enamoramiento parece hacer más pura la relación de los enamorados, que no parecen
esperar un encuentro carnal inminente y que se sustentan en el pensamiento y en la
imaginación de una mujer a la que no conocen, pero por la que suspiran enamorados.
Precisamente el amor que sienten ambos hacia las doncellas soñadas será el móvil
principal de sus aventuras, a la manera de lo que había ocurrido en los relatos medievales
de la materia de Bretaña, donde el caballero ha de demostrar el valor de su brazo si quiere
aspirar a gozar de los amores de la dama de sus pensamientos. Así ocurre, por ejemplo, con
Lanzarote, cuyas hazañas heroicas han de conducirle a los brazos de la reina Ginebra. El
esquema es también el de muchos libros de caballerías y, por encima de todos, el del
Amadís, base y sustento del género. Sin embargo, el destino de los caballeros es distinto en
el modelo (o en los modelos, si tenemos también en cuenta los textos artúricos) y en los
imitadores, de tal manera que, si Amadís realiza grandes hechos de armas para ganar el
favor de Oriana, no hay en ello ningún trasfondo ideológico más allá de la conquista de la
dama, mientras que en el caso de Esplandián y de Roserín, la grandeza de los caballeros,
aunque también se encamina a la consecución de los amores, se sustenta sobre la base
sólida de una caballería productiva (por llamarla de alguna manera), con la que se lleva a
cabo el servicio a Dios y a la fe cristiana luchando contra los infieles. Las guerras que, muy
por debajo de los combates singulares, se describen en el Amadís, son guerras entre
9
Vid. el episodio en La muerte del rey Arturo, introducción de Carlos Alvar, Madrid, Alianza Editorial, 1980,
pp. 190-193.
10
En esta misma línea estaría, por ejemplo, el enamoramiento de Palmerín, que cae en las redes del amor
através de un sueño en el que ve a quien será luego su amada Polinarda (Palmerín de Olivia, capítulo XII).
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cristianos, motivadas por cuestiones territoriales o por rencillas surgidas entre los
personajes11; guerras improductivas, si seguimos manejando el mismo concepto, pues no
están al servicio de la fe, como las que encontramos en las Sergas y en el Espejo, en las que
los enemigos son los infieles, por lo que se justifican las matanzas de miles y miles de
caballeros musulmanes, en beneficio de la defensa de la cristiandad. No se debe matar, pero
si es a mayor gloria de Dios todo es lícito; ese es el criterio que mueve las aventuras de los
caballeros que protagonizan este nuevo planteamiento narrativo que se inicia con las Sergas
de Esplandián y que se encuentra en el esquema estructural del Libro segundo de Espejo de
cavallerías. En definitiva, hallamos una oposición entre el mundo caballeresco de Amadís y
el de Esplandián, que se pone de manifiesto, de manera simbólica, con la derrota de aquel
por parte de este, del mismo modo que sucede con la derrota de Roldán a manos de
Roserín en el libro de López de Santa Catalina. Así lo entiende y lo explica María Rosa
Lida:
A ojos del Regidor de Medina del Campo, combatir por razón o capricho individual es
condenable, pues el caballero debe reservar su esfuerzo para la guerra coordinada de
toda la cristiandad contra el infiel. El duelo que en el Amadís primitivo oponía en ciego
azar el padre al hijo, sirve ahora para oponer el ideal frívolo de la caballería, tipificado
en Amadís, quien por pura vanagloria sale mañosamente a provocar a su joven rival, al
ideal austero de la caballería como guerra santa, encarnado en Esplandián... (Lida de
Malkiel 1966: 151-152)
No cabe ninguna duda acerca de estos planteamientos, que se subrayan en un
nuevo punto de coincidencia estructural entre las Sergas y el Espejo: la gran guerra contra los
musulmanes que tiene lugar en Constantinopla y que, en ambos casos, será el pórtico de la
consecución de los amores de la doncella, una vez que el héroe haya mostrado su valía
haciendo que el combate se incline del lado de los cristianos gracias a su gran fortaleza y a
sus virtudes, que le convierten en el elegido para lograr esos beneficios religiosos. En las
Sergas, el rey persa Armato convoca a los reyes paganos para marchar sobre Constantinopla
y vengarse así de los daños que los cristianos han producido entre sus enemigos (Sergas
CXXII). Tras la gran batalla, en la que destaca el valor de Esplandián, este se casará con
Leonorina y alcanzará también el trono imperial (Sergas CLXXVII). En el Espejo será el rey
Leopardo de Sericana quien mueva la guerra contra los cristianos, por motivos idénticos, y,
también Roserín, tras brillar con luz propia en la batalla, alcanzará el matrimonio con
Florimena (Espejo LXXI), aunque no sin antes desencantar la Sala Encantada, con lo cual, la
gloria del héroe será si cabe mayor, pues tendrá que enfrentarse a fieras bestias, gigantes y
encantamientos muy peligrosos. Es muy significativo el sesgo que López de Santa Catalina
da a la guerra con Leopardo que, como vimos arriba, en el poema de Pierfrancesco Conte
tiene lugar en París, mientras que en el Espejo se produce en Constantinopla. El cambio de
Rugino por Roldán, antes comentado, y la marcha de este a la capital del imperio griego
tienen la finalidad de acercar el conflicto al Mediterráneo, donde las luchas entre cristianos
y musulmanes eran comunes en la época, y, por lo tanto, el sentido de cruzada que
adquieren las aventuras de Roserín se liga más a la novela de Montalvo, modelo escogido
por López de Santa Catalina para insertar su trabajo entre los libros de caballerías
castellanos.
11 Un claro ejemplo es la enemistad de Amadís con el rey Lisuarte a causa de la decisión de este último de
casar a Oriana con el rey de Roma, Patín, y de los malos consejeros del rey, que, movidos por la envidia,
hacen que este expulse de su reino a Amadís.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
No debemos suponer, por todo lo que precede, que las obras que comparamos se
encuentran al margen del ideal cortesano que emana de la materia de Bretaña y discurre
luego por el Amadís; ya hemos señalado cómo tanto Esplandián como Roserín actúan
movidos por el deseo de alcanzar el amor de sus respectivas damas, lo cual los sitúa dentro
de la caballería cortesana y deja unidos ambos textos a la tradición caballeresca medieval,
ligada aquí al contenido religioso que, por otro lado, también tiene su origen en la literatura
artúrica, sobre todo a partir de las figuras de Perceval y de Galaz, los caballeros puros que
parecen destinados al encuentro místico con el Grial12. No tan puros como Galaz,
Esplandián y Roserín sí pueden presumir de ser hombres de una sola mujer, caballeros
fieles y leales a sus damas, y, por ello, dignos defensores de la fe.
Todavía podemos espigar un caso más de parentesco formal entre las dos novelas.
Cuando Esplandián lleva a cabo la conquista de Galacia (capítulo CII), envía a Gandalín a
Constantinopla con dos fustas cargadas de joyas y prisioneros, como botín de guerra y
regalo para el Emperador y Leonorina (capítulo CIV). De igual manera, Roserín, tras liberar
y conquistar el castillo de Salamina, manda a su amigo Visobel y a la doncella Arminda (que
será luego la más cercana a Florimena) a Constantinopla, para que lleven los trofeos allí
conseguidos y los tesoros que encerraba la fortaleza, y se los presenten al Emperador y a la
princesa (capítulo LVIII).
Como vemos, López de Santa Catalina comienza rehaciendo los materiales que le
sirven de las continuaciones últimas del Orlando innamorato, y luego los inserta en un
esquema narrativo típico de los libros de caballerías castellanos, tomando como soporte la
estructura de las Sergas de Esplandián, pero no se limita a imitar o copiar episodios de unas u
otras fuentes, sino que construye su propia novela, independiente y original, aunque
aderezada con los ingredientes básicos del género literario en el que se ha propuesto
incluirla. De este modo, el Libro segundo de Espejo de cavallerías ocupa un lugar entre el resto
de los libros de caballerías, no como traducción (que no lo es), sino como creación, en la
línea que marca su modelo más cercano y que abre una modalidad dentro del género,
basada, como venimos insistiendo, en la sustitución de la caballería mundana, que sirve
para la vanagloria de los caballeros aventureros, por otra caballería, destinada a ensalzar a
Dios y a defender los ideales cristianos. Sin embargo, con estos presupuestos, deberíamos
inscribir el Espejo dentro del grupo que José Manuel Lucía Megías ha considerado el
«paradigma inicial» del género, «basado en una serie de aventuras organizadas a partir de
dos ejes: el de la identidad caballeresca y el de la búsqueda amorosa» (Lucía Megías 2004:
236). Al menos como punto de partida, ya que en el Espejo, como en las Sergas, están
presentes esos dos ejes citados, así como toda una ideología cortesana que hace girar a los
protagonistas en torno a un rey poderoso y vivir inmersos en el mundo ideal que proyectan
las vivencias en la corte (fiestas, cacerías, jornadas campestres, bailes...). Hay en la obra de
López de Santa Catalina ciertos atisbos que la hacen proyectarse, tempranamente, hacia el
paradigma de los libros de caballerías de entretenimiento, aunque solo sea por la presencia
de los dos grandes desencantamientos que tiene que afrontar Roserín: el de la isla de
Salamina y el de la Sala Encantada de Constantinopla, donde la afluencia de monstruos
híbridos, engendros mecánicos, gigantes y caballeros encantados parece acercarse a la
12 Sobre la relación de Esplandián con Galaz, y el origen de la religiosidad de aquel, vid. Jesús Rodríguez
Velasco, «‘Yo soy de la Gran Bretaña, no sé si la oistes acá decir’ (la tradición de Esplandián)», en Revista de
Literatura, tomo LIII, número 105 (1991). pp. 49-61. Aprovecha este parentesco Rodríguez Velasco para
insistir en la idea de que, aunque Esplandián sea un caballero cristiano y sus hechos se centren en la defensa
de la fe en la lejana Constantinopla, la base bretona y artúrica de las Sergas le parece indiscutible. No en vano
el título de su artículo recoge unas palabras de Esplandián que parecen reivindicar su procedencia.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
desbordante imaginación de este patrón, si bien el respeto a un esquema estructural y al
carácter cíclico que trae consigo su final (donde se anuncia la tercera parte, protagonizada
por el hijo de Roserín y Florimena, Roselao), así como todo lo que acabamos de analizar en
este epígrafe, son argumentos más que suficientes para que esto último sea tan solo una
aproximación lejana, fuera del esquema fundamental que tanto acerca el Espejo al Amadís y,
sobre todo, a las Sergas de Esplandián.
4. Estructura del relato: las aventuras del infante Roserín
El Libro segundo de Espejo de cavallerías tiene como tema central las aventuras
caballerescas del infante Roserín, tal y como se nos indica en el título: «en el cual se verán el
fin que ovieron los amores del conde don Roldán con Angélica la Bella, y las grandes
cavallerías que hizo y estrañas aventuras que acabó el infante don Roserín, hijo del rey don
Rugiero e de la reina madama Brandamonte». Como vemos, de las dos vetas narrativas que
se plantean, una supone el fin de algo, mientras la otra nos habla de algo nuevo; los amores
de Roldán y Angélica pertenecen al pasado, a un orden caballeresco que se ha agotado; los
hechos de Roserín, por el contrario, son el futuro. La intención de López de Santa Catalina
es cerrar el ciclo vital de la generación de Roldán (junto a él, perderán protagonismo el
resto de los paladines: Rugiero, que muere víctima de una traición, Renaldos de Montalbán,
Brandimarte, Escardaso y hasta el propio emperador Carlomagno, por citar solo unos
pocos de los héroes del bando cristiano); a cambio, nos ofrece el surgimiento de un nuevo
grupo de caballeros noveles, jóvenes y superiores en valores humanos y fortaleza física a
sus predecesores (algo que parecía imposible a la vista de la grandeza de aquellos), que
entre los cristianos estarán encabezados por el infante Roserín, Visobel de Orlán y Escardín
de Risa, hijos respectivamente de Rugiero y Brandamonte, Brandimarte y Milorena de
Orlán, Escardaso y Marfisa: la nueva generación viene a sustituir a la vieja.
Con estos elementos, el autor nos conduce hacia un tipo de novela muy común
entre los libros de caballerías del XVI, cuyo centro de atención es, básicamente, un solo
caballero (alrededor del cual medran también otros grandes héroes, pero siempre un poco a
su sombra). No creo necesario citar aquí títulos que atestigüen lo que estoy diciendo, pues,
aunque los encabezamientos de la mayor parte de los libros de caballerías contienen
muchas palabras, nosotros solemos citarlos por el nombre del caballero principal, con lo
que queda justificada la relevancia de este como protagonista. De este modo, López de
Santa Catalina escribe, sobre todo, el libro de Roserín, cuyas aventuras se desarrollan a
partir del capítulo XXXV (su investidura de armas será narrada en el XLII) y abarcan (casi
de forma exclusiva) hasta el último, que lleva el número LXXI, si bien su nacimiento e
incluso su gestación se nos han anunciado y reseñado a lo largo de los primeros capítulos.
Los treinta y cuatro capítulos iniciales los emplea el autor para liquidar el mundo
caballeresco de los Doce Pares de Francia y para desprenderse de la dependencia de sus
modelos, como ya hemos señalado, preparando así el camino para que brillen con luz
propia los grandes hechos de quien es llamado por el Emperador de Constantinopla con la
metáfora que da título al libro, cuando en el capítulo LXVII, tras las primeras grandes
hazañas de Roserín en la guerra contra las huestes de Leopardo, exclama: «¡O espejo de
cavallería de nuestros tiempos! ¿Con qué vos pagaré yo tanta buena obra como de vos he
recebido?» La equivalencia de Roserín y ese «espejo de caballerías» subraya y confirma lo
que venimos diciendo, ya que el título hace referencia al héroe.
Así pues, si convenimos que el centro de atención de nuestro libro es el infante
Roserín, ajustaremos nuestras palabras a esta realidad para ver de qué manera la
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
importancia del personaje hace que todo el resto exista y se estructure en torno a él. De
entrada, podríamos establecer dos tiempos diferenciados en el devenir de los hechos, que
tendrían como referencia la figura del infante Roserín: un primer tiempo, abarcaría los
acontecimientos ocurridos desde la concepción del héroe (que se narra en la primera parte,
pero aparece ya citada en el capítulo I de esta segunda), hasta la llegada de este a la corte de
Carlomagno (capítulo XXXV), donde el narrador va cerrando los ejes narrativos
pertenecientes al viejo orden caballeresco, el de los Doce Pares de Francia; el segundo
tiempo discurriría a partir del capítulo XXXV, desde donde todos los episodios que se
incluyen se estructuran en torno a Roserín, y los grandes hechos de armas narrados (sea
quien sea el caballero que los lleva a cabo) tienen lugar a mayor gloria de este.
4.1. Primer tiempo: liquidación del viejo orden caballeresco
Los acontecimientos que van a terminar con la desaparición de los principales
paladines carolingios se van produciendo de manera escalonada durante los primeros
treinta y cuatro capítulos del Espejo. López de Santa Catalina va dejando fuera de la
circulación a los viejos héroes, mediante el empleo de técnicas variadas.
El primer caballero que va a desaparecer es Rugiero de Risa, esposo de
Brandamonte y padre del futuro héroe, el infante Roserín. Rugiero se había construido con
una serie de materiales que hacían propicia su desaparición, ya que había abandonado el
bando musulmán y se había convertido al cristianismo, por lo que pasa a ser considerado
por el rey moro Agramante como un traidor y se convierte en uno de los objetivos
principales de este. Si a ello le unimos la presencia del alevoso conde de Maganza, Galalón,
siempre enemistado con los paladines de Carlomagno y dispuesto a vender información a
los musulmanes, los ingredientes para la emboscada en la que termina cayendo Rugiero
están ya preparados. En efecto, el héroe muere tras enfrentarse en combate singular a
Agramante (que lo había retado durante la gran batalla de París, al comienzo del relato),
gracias a la traición que urde contra él Galalón. La muerte de Rugiero (que se narra en el
capítulo XVIII) se nos antoja necesaria para el engrandecimiento futuro de Roserín, su
sustituto natural. Bien es verdad que en el modelo más cercano, Amadís-Sergas, el hijo se
enfrenta al padre para representar el cambio generacional, pero en el Espejo, que, como ya
sabemos, tiene como fuente el Innamorato y sus continuaciones, ese cambio se va a
representar con el combate entre Roserín y Roldán, básicamente porque la importancia de
este último es mucho mayor que la de Rugiero: no en vano Roldán es el protagonista de
gran parte de los relatos carolingios desde la Edad Media. Así, Roldán representa la vieja
caballería del mismo modo que lo hace Amadís, dejando a Rugiero el simple papel de padre
del nuevo héroe. Es necesario, por lo tanto, que Rugiero muera para dejar paso a Roserín.
Si nos ceñimos al orden lineal del relato, los dos siguientes caballeros que van a ser
retirados de la circulación por López de Santa Catalina serán Brandimarte y Escardaso.
Mientras Rugiero tiene que morir, a estos les bastará con casarse con herederas de
importantes señoríos para quedar apartados de los caminos. A su vez, como veremos
luego, ambos dejarán paso también a las futuras generaciones en las personas de sus hijos.
El primero que se va a retirar es Brandimarte, gracias a su boda con la hermosísima
Milorena de Orlán (capítulo XXVI), a la que llega tras una serie de vicisitudes que le van a
permitir deshacerse de su pasado (los amores con la caprichosa Flordelisa), tras beber
casualmente del agua de la fuente desamorada. La «jubilación» de Brandimarte se produce
por medio de un episodio típico de los libros de caballerías: una doncella le solicita su
ayuda para que defienda a su señora. Se recrea aquí el motivo de la doncella en peligro cuyo
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
reino está amenazado tras la muerte de su padre a manos de un enemigo, muy común en la
tradición artúrica y presente en el Amadís, en la aventura que llevará al héroe a defender a
Briolanja de su tío, el traidor Abiseos, En la misma línea de este último relato, Brandimarte
será objeto del amor de la doncella Milorena, a quien corresponderá, a diferencia de lo que
sucede con Amadís y Briolanja (aunque, como es sabido, esta aventura traerá al héroe
serios problemas con su señora Oriana). Es importante que para apartar de los caminos a
Brandimarte, el autor eche mano, precisamente, de este motivo tan común, pues esto hace
que la figura del caballero y el episodio en sí, queden enmarcados en la tradición
caballeresca. Por otro lado, la aventura que resuelve Brandimarte estaba reservada a Roldán
o a Renaldos, quienes en su ausencia pasajera, son sustituidos por aquel, de manera que se
siga preservando a los dos más grandes paladines hasta el final. La boda de Brandimarte
con Milorena deja ya fuera de la acción al héroe, de quien volveremos a tener noticias más
adelante, pero solo para conocer dos aspectos de su vida: la tranquilidad y el sosiego en que
mantiene el señorío de Orlán y, lo más importante, la existencia de su hijo Visobel, que se
convertirá en amigo inseparable de Roserín.
En lo tocante a Escardaso, la fórmula que emplea López de Santa Catalina para
apartarlo de las aventuras es muy similar a la que acabamos de comentar, ya que también se
resuelve con una boda. En este caso, el matrimonio se produce en un tiempo de inactividad
en la corte de Carlomagno, a instancias de Renaldos, y, por lo tanto, no es consecuencia de
una aventura caballeresca (capítulo XXXIV). El efecto conseguido es el mismo: uno de los
caballeros que más ha destacado en las últimas batallas contra el infiel se retira a la paz de
su nuevo reino, tras casarse con Marfisa, la hermana de Rugiero, y cede el relevo a la nueva
generación, representada aquí por su hijo, Escardín de Risa, quien, hacia el final del relato,
entrará en el círculo de los caballeros noveles al lado de su primo Roserín.
En un principio, estas tres despedidas (Rugiero, Brandimarte y Escardaso) son
suficientes para que los nuevos héroes ocupen el lugar que los viejos han dejado vacío; es
más, el hecho de que cada uno de los retirados deje a su heredero como sustituto refuerza
mucho más ese cambio generacional. El realismo que marca el apartamiento de los tres
viejos caballeros aporta un toque de naturalidad que queda subrayado con la muerte de
Rugiero: los grandes héroes pueden morir jóvenes y dejar así su figura convertida en mito.
Con todo esto quiero insistir en que López de Santa Catalina resuelve la transición de
manera natural, haciendo que sean los acontecimientos cotidianos y normales de la
existencia humana los que provoquen la retirada de unos y la entrada de los otros.
Sin embargo, todavía quedan en circulación los dos paladines más egregios de la
corte de Carlomagno: Renaldos de Montalbán y Roldán. ¿Cómo dejarlos fuera de la acción?
Su presencia, sin duda, es un estorbo para que puedan desarrollarse con normalidad los
grandes hechos de los noveles, porque desde tiempos remotos estos dos son considerados
como los más grandes. La sustitución, por lo tanto, no es sencilla; no basta con casarlos
como a los anteriores, y tampoco parece buena idea que mueran: aún pueden dar buenos
frutos sus hechos de armas. Así, para apartarlos, el autor empleará fórmulas distintas con
cada uno, también en función de su relevancia.
Renaldos dejará de estar presente a partir del capítulo XXXVII, aunque su nombre
y su persona continuarán en boca de todos, como una referencia inevitable. El autor echa
mano del traidor conde Galalón para forjar la enemistad de Carlomagno con Renaldos y
propiciar el destierro de este:
E passados algunos días, no teniéndose por contento el traidor de Galalón de las
passadas maldades que contino avía usado contra la casa de Claramonte, acordó de
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
inventar una nueva malicia para traer todo el daño que pudiesse a la cristiandad. E
como vio al conde don Roldán ausente, y a la reina Marfisa y a su buen amigo
Escardasso, y tanbién a la reina madama Brandamonte, porque ya era partida para
Cerdeña, y que fincava don Renaldos de Montalván solamente en la corte, muy
favorescido y muy rico de la prosperidad de las batallas passadas, de tal manera le
rebolvió con el Emperador, que le cumplió partirse de la corte mal su grado, por no
ser desobediente a los mandamientos del Emperador, donde, de lance en lance, le
sucedió la pérdida de su castillo y el destierro de su persona. (Capítulo XXXVII)
Como podemos ver, la situación es propicia para que Galalón lleve a cabo sus
planes siniestros, tal como indican las ausencias citadas, entre las que se encuentra la de
Escardaso y Marfisa, ya comentada arriba: la corte se está desestructurando y, a esas alturas
del libro, tan solo Roldán (ausente por encontrarse camino de Sericana) y Roserín (aún no
investido como caballero) quedan como representantes respectivos del viejo y del nuevo
orden, aunque inoperantes en este momento por las causas que señalo. Para el narrador, las
aventuras de Renaldos fuera de la corte parisina de Carlomagno carecen de interés en este
momento, por lo que afirma:
...dexamos aquí de contar [las aventuras de Renaldos] por dos cosas: lo uno y principal
porque nuestra intención fue solamente deziros el fin de los amores de don Roldán y
los hechos maravillosos del infante Roserín; e lo otro, porque la historia de don
Renaldos de Montalván, que lo passado todo cuenta, es tan conocida de todos, que
sería trabajar en vano escrivirla dos vezes. (Capítulo XXXVII)
Más adelante, López de Santa Catalina nos informa sobre la existencia de ese libro
que contiene las hazañas del paladín, al anticipar otro episodio que él no va a narrar, pero
nos hace saber que «más por entero se lee en el libro que cuenta de los hechos de don
Renaldos de Montalván cuando fue por sus grandes cavallerías alçado por emperador de
Trapesonda.» (Capítulo L)13
Solo una reflexión más acerca de la desaparición de Renaldos de la trama principal
del Libro segundo de Espejo de cavallerías: la insistencia del autor en que este solo pretende
narrar «el fin de los amores de don Roldán y los hechos maravillosos del infante Roserín»;
es decir, los dos pilares sobre los que estamos sustentando nuestro trabajo en estas páginas:
el fin del mundo caballeresco representado por Roldán y el inicio de la nueva caballería, al
servicio del cristianismo, que representan Roserín, Visobel y Escardín.
13 En la fecha en que escribe López de Santa Catalina, se habían publicado ya los tres primeros libros del
ciclo de Renaldos de Montalbán en castellano. Los dos primeros, titulados precisamente Renaldos de Montalbán,
obra de Luis Domínguez, se publicaron en Valencia, en los talleres de Jordi Costilla, posiblemente antes de
1511; el tercer libro, La Trapesonda, se publicó en el mismo lugar en el año 1513, aunque no se conserva
ningún ejemplar de ninguno de ellos (Lucía Megías 2004: 284-285). Tal vez es a estos libros a los que se
refiere nuestro autor, que pudo leerlos en esas ediciones hoy perdidas, aunque no hemos de descartar que
conociera los textos italianos que los inspiraron: «Este es el momento [finales del siglo XV y principios del
XVI] en que nacen las obras que actuaron de fuentes del ciclo de Renaldos: el Innamoramento di Carlo Magno
(1481-1491), la Trabisonda hystoriata (1483) de Francesco Tromba, y el Baldus (1517-1521) de Teófilo Folengo.
Estos textos, años después, pasarán a España acomodándose al estilo de los libros de caballerías y dando
lugar, respectivamente, a los libros primero y segundo del ciclo, a La Trapesonda y al Baldo, cuarto libro de la
serie» (Garza Merino 2002: 8). No debemos olvidar que López de Santa Catalina era un gran conocedor del
italiano, según demuestran, sin ir más lejos, las versiones de los poemas sobre Orlando que son las dos partes
del Espejo de cavallerías.
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El último eslabón que une el universo de los Doce Pares de Francia con las
aventuras de Roserín es, precisamente, Roldán, quien por otro lado (y como acabamos de
repetir) es también uno de los objetivos que se plantea el autor al escribir su libro. Sin
embargo este personaje está condenado a pasar a un segundo plano desde el título, donde
leemos que en este libro segundo asistiremos al «fin que ovieron los amores del conde don
Roldán con Angélica la Bella», por lo que el sustento sobre el que se habían edificado los
anteriores textos italianos, desde el Orlando innamorato hasta el Orlando furioso, pasando por
las continuaciones del primero, desaparece aquí, llevándose consigo parte de la importancia
del personaje de Roldán/Orlando. Como venimos diciendo, López de Santa Catalina
somete a un proceso de desaparición o apartamiento a todos los caballeros del viejo orden,
para preparar el camino a la nueva generación: ya hemos visto cómo estos héroes pierden
protagonismo antes del capítulo XXXIV (con la excepción de Renaldos, que se mantiene
tres capítulos más entre los personajes del libro), justamente antes de la entrada en escena
del infante Roserín, en el capítulo XXXV y de su posterior investidura caballeresca e inicio
de sus hechos de armas. Roldán, por el contrario, va a recibir un tratamiento diferente al de
sus compañeros, ya que su presencia va a ser constante (con el vaivén que produce el
entrelazamiento) hasta el último capítulo de la novela; de todos los paladines de la antigua
caballería mundana, Roldán será el único que vea de cerca la gloria del infante Roserín,
aunque, eso sí, como un personaje secundario a su servicio.
La trayectoria del conde don Roldán después de la gran guerra en París (capítulos
XIV-XVIII) y de la destrucción de la ciudad de Biserta (capítulos XXII y XXIII), llevada a
cabo para vengar la muerte de Rugiero, se ve condicionada por la necesidad narrativa de
dejar paso al nuevo gran héroe que será Roserín. Podríamos establecer cuatro momentos
esenciales que tendrán como finalidad la pérdida de protagonismo de Roldán en beneficio
de su sucesor: el desenamoramiento de Angélica, sus acciones en el reino musulmán de
Sericana, su derrota en combate singular ante el propio Roserín y su paso definitivo a un
segundo plano.
El desenamoramiento de Angélica tendrá lugar en el capítulo XXX, es decir, antes
de la llegada de Roserín a París, y, curiosamente, después de que la bella dama que había
causado tantos problemas a los paladines de Carlomagno hubiera muerto a manos de los
servidores de Malgesí, en el capítulo XXI. Roldán, metido de lleno en las campañas bélicas
que hemos citado arriba, no tiene conocimiento de esta muerte, y el deseo de volver a ver a
su amada le hace ponerse en camino para buscarla. Malgesí, que ya lleva andada más de la
mitad del camino que se había propuesto (lograr que Roldán y Renaldos se olvidasen de
Angélica), solo tiene que ingeniárselas para que el enamorado conde beba el agua de la
fuente desamorada que él mismo se había ocupado de recoger en una ampolla antes de
destruir, con la ayuda del sabio Atalante, el encantamiento de las fuentes de Merlín y sus
poderes sobre el amor y el desamor. Tras este episodio, Roldán reconocerá su error al
haber estado tan ciego en sus amores con Angélica y, teóricamente, terminará el argumento
primero de esta segunda parte del Espejo de cavallerías, que, como hemos señalado no hace
mucho, no era otro que contar el «fin que ovieron los amores del conde don Roldán con
Angélica la Bella». Liquidado pues lo que todavía restaba de los relatos orlandianos, López
de Santa Catalina se prepara a jugar a su antojo con la figura de Roldán, para poner al
paladín al servicio del nuevo orden y de su máximo representante, el infante Roserín.
Pasamos así al segundo momento en el proceso de apartamiento de Roldán: sus
aventuras en Sericana, donde tiene como misión principal secuestrar a la princesa
Melisandra. No hemos de olvidar que, en el hipotexto que le sirve de base a López de Santa
Catalina (la sexta parte del Innamorato, que escribió Pierfrancesco Conte), las acciones en
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Sericana son llevadas a cabo por Rugino, el equivalente de Roserín en nuestro libro. Ya
hemos comentado arriba cómo este cambio tiene la finalidad de poner a Roldán al servicio
de Roserín, tal y como se desprende de los sucesos que conducen al conde a realizar su
viaje a Sericana. El sabio Atalante, con sus artes, ha sabido que la Sala Encantada del
palacio imperial de Constantinopla solo podrá ser desencantada (y descubiertos así sus
misterios y tesoros), cuando estén juntos en la ciudad los dos más grandes caballeros y las
tres doncellas más hermosas, a saber: Roserín y Roldán, Florimena, doña Alda y
Melisandra. Para lograr reunir a todas estas gentes, Atalante conduce a doña Alda, mediante
un encantamiento, a Constantinopla (donde ya reside la princesa Florimena), y envía a
Roldán a Sericana para que se traiga de allí a Melisandra. Cuando estos dos estén en la corte
griega, la aventura terminará llevando hasta allí al infante Roserín, a quien está reservada la
ordalía de la Sala Encantada. No vamos a negar que los capítulos que narran los hechos de
Roldán en Sericana están claramente protagonizados por él y se recrean en la grandeza de
sus hechos de armas: no podía ser de otra manera, ya que Roldán sigue siendo uno de los
más grandes caballeros del mundo. Sin embargo, ese protagonismo indiscutible tiene aquí
una función vicaria, ya que todos los esfuerzos del héroe tienen como fin último que él
mismo y la princesa musulmana Melisandra se encuentren en Constantinopla para facilitar
la gran hazaña de Roserín. Esto es, Roldán llevará a cabo peligrosas aventuras para la
mayor gloria del nuevo representante de la caballería cristiana. Las acciones de este
oscurecerán las del conde, quien habrá trabajado a su servicio para quedar luego relegado a
un segundo plano y convertirse en un mero espectador del ascenso del nuevo héroe.
Pero para lograr este grado de apartamiento al que se ve sometido Roldán es
necesario, también, que quede patente la superioridad de Roserín sobre él: no se trata tan
solo de realizar hazañas superiores a las llevadas a cabo por su antecesor, sino de derrotar a
este en un combate singular, demostrar que se es invencible aun enfrentándose a quien
ostentaba entonces el honor de ser considerado el mejor caballero del mundo. Ya hemos
comentado arriba la estirpe caballeresca de este motivo, desde la literatura artúrica hasta el
Amadís, pero en el caso del Espejo, el autor va a dar otra vuelta de tuerca más, ya que
Roserín vencerá a Roldán en dos ocasiones. La primera, parangonable a la derrota de
Amadís por parte de su hijo Esplandián, tiene lugar en el capítulo LX, y en ella, el azar lleva
a los dos caballeros a un enfrentamiento feroz, en el que ninguno de ellos sabe con quién
está combatiendo: solo al final, cuando ambos están desmayados y sus escuderos les quitan
el yelmo, se produce la anagnórisis. A pesar de lo reñido del combate, la superioridad de
Roserín queda patente: la sucesión se ha consumado y el nuevo héroe se ha impuesto al
antiguo, la nueva caballería ha superado a la vieja. Sin embargo, como hemos dicho, López
de Santa Catalina enfrentará de nuevo a tío y sobrino, esta vez de manera deportiva, en un
paso de armas que defendía Visobel de Orlán con el apoyo del conde don Roldán, cuando
Roserín llegaba a Constantinopla (capítulo LXIII). Tras varias justas, el infante derriba del
caballo al paladín de Carlomagno; el anonimato del vencedor hace que, esta vez, Roldán no
sepa que ha sido derrotado por Roserín, pero el lector, cómplice del narrador, sí lo sabe, y
este conocimiento le lleva a asumir definitivamente la superioridad de la nueva generación.
Más adelante, cuando Roserín se considera digno de decir su nombre al emperador de
Constantinopla, queda a todos patente quién fue el que derrotó a todos los caballeros del
paso de armas, incluyendo a Roldán, con lo cual, la grandeza del caballero novel se hace
visible a los ojos de todos: el triunfo de Roserín y de los valores que representa es ya
indiscutible. Queda consolidado el nuevo orden.
El último hito que el narrador nos muestra, en el camino de la desintegración de la
caballería representada por los Doce Pares de Francia, consiste en la pérdida de
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
protagonismo de Roldán, tras los acontecimientos que hemos venido comentando.
Participará activamente en la guerra contra las tropas del rey Leopardo, en Constantinopla,
y, después, tras ser testigo del desencantamiento de la Sala Encantada por parte de Roserín,
se retirará a Francia con doña Alda, en el último capítulo. Esta retirada coincide con el
momento de mayor esplendor de la figura de Roserín y con el anuncio del nacimiento
futuro del hijo de este y de Florimena, Roselao, cuyas hazañas se prometen para la tercera
parte. La normalidad del relevo generacional se consolida con esta doble sucesión.
4.2. Segundo tiempo: la nueva caballería cristiana
Nada más comenzar el capítulo I de este Libro segundo de Espejo de cavallerías, en su
primera página, encontramos ya la primera referencia a la grandeza futura de un héroe que
aún no ha nacido, el infante Roserín:
...en este tiempo empeçaron a caminar por aquel ancho desierto los dos estremados en armas y
señalados enamorados: el fuerte Rugiero y su esposa, la linda Brandamonte, apartándose de
aquella fresca ribera del río en la cual, en la primera parte d’esta historia, los dexamos, adonde
cada uno d’ellos cogió del otro el enamorado fruto de su deseo. Y como el perfeto amor jamás,
aunque alcance lo que desea, no se resfría, ante, vivificando las llamas de su encendido querer
más y más crece y en estremo grado se augmenta, ansí, entre estas tan estremadas personas
creció cada día más, cuanto más el uno al otro se comunicavan. De la cual comunicación y
estremado querer fue produzido un fruto tal, que bien dio en sus obras a conocer la alta sangre
donde decendía. (Capítulo I)
Ese «fruto» producido por la relación de tan grandes y nobles personas está llamado
a ser el representante principal de un nuevo orden caballeresco, tal y como venimos
diciendo, y, al igual que su modelo, Esplandián, fue engendrado en el sosiego y la paz de un
agradable locus amoenus propicio para el amor, tal y como se lee en la cita anterior:
«apartándose de aquella fresca ribera del río», es decir, en un paraje oculto de las miradas,
pero deleitoso por estar en plena naturaleza.
El embarazo de Brandamonte es, pues, un motivo principal desde el comienzo de la
novela, y preludia, en las distintas ocasiones en que se hace referencia a él, la llegada de ese
caballero grandioso. Un ejemplo de esto lo tenemos en el capítulo III, donde Malgesí
cuenta a Aquilante y Grifón algunos de los acontecimientos futuros que le anticipó el sabio
Atalante, quien, como veremos luego, tiene también un papel fundamental en el tránsito de
la caballería antigua a la moderna. De este modo se expresa Malgesí:
E me dixo cómo madama Brandamonte estava preñada del fuerte Rugiero, e cómo
don Rugiero avía de morir cristiano y en muy breve tiempo, e cómo el hijo que la linda
Brandamonte pariera sería el más señalado cavallero del mundo, tanto que no se
hablaría de otro cavallero sino d’él, donde se olvidaríen los famosos fechos de don
Roldán e de don Renaldos e de todos los Doze Pares de Francia. (Capítulo III)
Por primera vez (y no olvidemos que estamos en los primeros compases del libro)
se hace alusión al olvido en que caerán las hazañas de los más grandes paladines carolingios
cuando venga al mundo el hijo de Brandamonte y Rugiero, y se nos dice que ese niño será
«el más señalado cavallero del mundo».
Cuando ya casi va a nacer Roserín (tras la muerte de su padre y la marcha de su
madre a Sicilia), será el propio sabio Atalante quien se presente en la corte de Carlomagno
con una demanda: «E porque cumple que yo vaya a cierto negocio, solamente pídoos me
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
deis esta espada de mi hijo don Rugiero, la cual será tan bien empleada en breve tiempo
como nunca fue espada en el mundo» (Capítulo XVIII). Están cerca ya los tiempos en que
ha de llegar el nuevo caballero; así lo confirma Atalante, haciendo uso de su sabiduría y de
sus dotes adivinatorias. La referencia a Roserín, aunque anónima, como todas las
anteriores, nos habla de un guerrero invencible y grandioso, insuperable en todo el mundo.
Con todas estas alusiones, el lector está preparado para la llegada de tan ínclito
caballero e impaciente ante la perspectiva de sus grandiosos hechos, que se prometen como
algo nunca visto. Es el momento de hacer entrar en escena al personaje, aunque por ahora
solo se nos informará de su nacimiento. La primera vez que se habla de él es por boca de
un mensajero de Brandamonte, que llega a París con la buena nueva de que esta ha dado a
luz a un niño, «al cual hizo en su baptismo llamar don Rugerín, esto por memoria del
desdichado de su padre, que se llamava don Rugiero». (Capítulo XIX). Lo primero que nos
llama la atención es el nombre del neonato, distinto al que será usado por él durante sus
aventuras y con el que alcanzará gran fama. Sin embargo, ya sabemos que es normal en los
caballeros cambiar de nombre a menudo, por motivos diversos; enseguida conoceremos el
porqué de la mudanza de Rugerín en Roserín.
Aún queda mucho para que el infante Roserín entre realmente en escena, pues no
será hasta el capítulo XXXV cuando, en compañía de su madre, llegue ante Carlomagno.
La entrada en el mundo de la gran corte parisina y en el entorno del ejercicio de las armas
serán motivos suficientes para que el niño, ya adolescente, adquiera un nuevo nombre, ya
que dejará la vida regalada al lado de su madre, para vivir en la corte, al servicio del
Emperador, formándose como caballero de la mano de Espinel de Ungría, el preceptor que
le asigna Carlomagno. El Emperador será quien cambie el nombre al protagonista:
Por cierto –dixo el Emperador–, si por memoria de vuestro padre don Rugiero os
cupo el nonbre de Rugerín, por la vuestra sobrada hermosura mejor os cuadra nombre
de Roserín, que assí como la rosa entre todas las flores sobrepuja su hermosura, assí
entre todos los donzeles de vuestro tiempo sobrepuja vuestra gran beldad y
dispussición; y si plazer me queréis hazer, vuestro nombre no sea otro sino el infante
Roserín. (Capítulo XXXV)
Desde este capítulo, Roserín se convierte en una referencia constante, si bien se le
trata solo como a un doncel, dotado de una gran hermosura, pero inexperto con las armas.
Su rápido enamoramiento de la princesa griega Florimena (a través del retrato que de ella
llevan a París unos embajadores de Constantinopla) contribuye a reforzar su imagen de
mancebo que todavía debe madurar y nos lo muestra siempre entre lamentos y quejas de
ausencia. Un doncel en vías de educación. Sin embargo, las advertencias que se nos han ido
haciendo a lo largo de los capítulos anteriores mantienen intactas las expectativas acerca de
la grandeza inminente del nuevo héroe. Y esta no se hará mucho de rogar, pues en el
capítulo XLII, el propio Roserín intuye la necesidad de ejercitar las armas para poder ganar
gloria y fama, y hacerse así merecedor del amor de Florimena. Contemplando extasiado la
belleza de esta en su retrato, el infante, deseoso de poder considerarla suya, habla consigo
mismo en los siguientes términos:
Mas, ¿cómo espero yo alcançar tanto bien como desseo estando como estoy, hecho
delicado donzel de palacio? Imposible es que yo, holgando en delicada vida, alcance lo
que los cavalleros con estremos trabajos alcançar no pueden. Pues cumple, si quiero
hallar esta tan gloriosa folgança, que trabaje como cavallero en buscalla y no como
tierno donzel en solo contemplalla. (Capítulo XLII)
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
Se plantea aquí uno de los más reiterados móviles de la aventura en los libros de
caballerías: alcanzar el amor de una doncella. Así fue en el Amadís y así fue en las Sergas, en
contra de lo que había sucedido con los antecesores de Roserín, ya que, si bien Roldán y
Renaldos luchan por una dama, no realizan sus hazañas para ganar nombre, sino que,
poseedores ya de la fama, se enfrentan el uno al otro por el amor de Angélica. La nueva
caballería (que se insertaría en el primer paradigma de los libros de caballerías, como ya
comentamos arriba) está al servicio del amor, de la fidelidad amorosa y de la superación
personal del héroe, quien, con sus hechos de armas, va consolidando su identidad
caballeresca. Roserín será armado caballero por Carlomagno en el capítulo XLII y luego
será el vencedor absoluto en las justas que, con motivo de su investidura, se celebrarán en
París. Es el comienzo de su superioridad sobre los representantes del viejo orden.
Después, las aventuras de Roserín irán creciendo hasta el momento final, con la
culminación de su grandeza y la consecución de su principal objetivo: el matrimonio con la
princesa Florimena. Así, se enfrentará con el gigante Belorofonte el Cruel y lo derrotará,
después de que este derrote y haga prisioneros a los principales caballeros de la corte de
Carlomagno, incluida la madre de Roserín, Brandamonte (capítulo XLVI); desencantará la
isla de Salamina, destruyendo el poder de la maga que daba nombre al lugar y que, con sus
encantamientos, era una nueva Circe (capítulos LVII y LVIII); liberará la fortaleza de Bella
Estança, que había caído en poder de los sicarios de Leopardo de Sericana, los gigantes
Murdán y Mafelón (capítulo LIX); vencerá a Roldán (capítulo LX); se hará con el cetro de
leal amador en defensa de la belleza superior de Florimena en la aventura de la Demanda
de las Cadenas (capítulo LXIV); participará activamente en la guerra contra Leopardo, una
cruzada contra el infiel, en la línea de la caballería cristiana que venimos comentando: no
hemos de perder de vista que todos los rivales con los que se enfrenta en serio Roserín
(aparte de las justas, torneos y pasos de armas, y del necesario combate contra Roldán)
pertenecen al bando infiel de los no cristianos (capítulos LXVI-LXVIII); desencantará, por
último, la Sala Encantada de Constantinopla (capítulos LXIX y LXX). Todo ello, como
vimos en el epígrafe anterior, a mayor gloria suya y de su generación, y en detrimento de
Roldán y de sus coetáneos, que quedan desbancados y ceden paso a los nuevos héroes,
fieles amadores, conscientes de la importancia de su engrandecimiento y defensores de la fe
cristiana; representantes, en fin, de una caballería «útil» que los encumbra como individuos
y como cristianos intachables.
4.3. Otros personajes que dan cohesión a la trama
Un elemento estructural de primer orden en el trazado del argumento es el sabio
Atalante, cuyas intervenciones proféticas, unidas al poder de su magia, marcarán el devenir
de los acontecimientos en más de una ocasión. En Atalante se recrea la figura del mago
protector que vela por el caballero, a la manera del Merlín de la materia de Bretaña o de la
propia Urganda la Desconocida del Amadís. Su papel, por lo tanto, es el mismo que el que
desempeñan estos y otros magos presentes por doquier en los libros de caballerías. Se
refuerza así la idea de que López de Santa Catalina pretende insertar su libro en la tradición
que se había inaugurado con el Amadís de Montalvo.
Atalante contribuirá a la grandeza de Roserín con palabras y con hechos. Con palabras,
a través de sus profecías, crípticas algunas (como es normal en este género) y más evidentes
otras. De profecías crípticas tenemos un ejemplo en la carta que el sabio envía a
Carlomagno, al principio del relato (capítulo XIII), en la que vaticina lo que será el futuro
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
de las tropas cristianas y las traiciones de Galalón, aspectos ambos relacionados con el
tiempo vigente entonces de la vieja caballería carolingia. Mucho más claro será el mensaje
que ofrezca en el capítulo XVIII (ya comentado arriba), donde profetiza los grandes
hechos de Roserín, sin decir su nombre, al llevarse la espada de Rugiero a la muerte de este.
No vamos a extendernos aquí glosando las acciones del sabio Atalante, pero sí es
preciso dejar constancia del carácter relevante de este personaje, que, al igual que Urganda,
sobrevuela las acciones de los principales héroes, aunque no está presente de manera
continua en la mayor parte de los episodios. Atalante es una necesidad estructural y
narrativa, dada la importancia que los magos tienen en los libros de caballerías y su papel de
coadyuvantes con respecto al héroe principal. Aquí, sin ir más lejos, el sabio entrega a
Roserín las armas cuando es investido caballero, o, más adelante, le obsequia con otras
armas encantadas con las que nadie podrá sacarle sangre. Sin el mago protector, el caballero
estaría un poco desvalido, ya que de su magia y de sus poderes emana una parte principal
de la grandeza del héroe.
Muy importantes también en el encumbramiento de Roserín y de la nueva caballería
serán los otros caballeros noveles amigos suyos: Visobel de Orlán y Escardín de Risa, y,
junto a ellos, la princesa Florimena. Esta última representa la razón de ser del caballero,
pues, como dijimos arriba, Roserín se mueve por el deseo de hacerse merecedor de sus
amores. Aunque en apariencia pasiva (como otras muchas doncellas de la tradición
caballeresca), Florimena es el resorte básico de la acción; ya lo dirá unas décadas después
don Quijote cuando piense que «el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin
fruto y cuerpo sin alma» (Quijote, I, 1).
Los compañeros de Roserín conforman, con él, ese nuevo universo caballeresco del
que tanto venimos hablando, sirven para ir formando un nuevo núcleo, a la manera del que
formaban Roldán, Renaldos y el resto de los paladines de Carlomagno. Sin embargo, solo
conocemos una parte mínima de sus hechos de armas, pues la novela termina cuando ellos
están comenzando sus aventuras, en plena juventud. Asistimos a los grandes triunfos de
Roserín, apoyado en más de una ocasión (aunque en un segundo plano) por Visobel de
Orlán, que estará presente de manera activa en la recuperación de la fortaleza de Bella
Estança y en una parte de la aventura de la isla de Salamina, pero luego solo conocemos el
valor de su brazo por su actuación en las justas de la Demanda de las Cadenas, donde
destaca también el otro caballero novel, Escardín de Risa, promotor de la demanda, cuyas
aventuras se limitan a este juego caballeresco. Hemos de suponer que en la continuación
que proyectaba López de Santa Catalina (y que, a todas luces, no escribió; la tercera parte,
como es sabido, se debe a la pluma de Pedro de Reinosa), los nuevos guerreros ejercerían
las armas con valor hasta dar paso a la nueva generación, representada por Roselao14. Hay
en el grupo formado por Roserín, Visobel y Escardín un recuerdo evidente del que forman
en las Sergas el propio Esplandián, Maneli el Mesurado y Talanque, junto a otros nuevos
caballeros que sucederán en las armas a Amadís y a sus coetáneos. Una vez más vemos
cómo el esquema estructural del Libro segundo de Espejo de cavallerías debe parte de su
construcción a las novelas de Garci Rodríguez de Montalvo.
5. El Libro segundo de Espejo de cavallerías en la tradición de los libros de
caballerías. El ciclo carolingio
14 Así sucede, no obstante, en la tercera parte escrita por Pedro de Reinosa, donde este núcleo formado por
Roserín, Visobel y Escardín desempeña un papel relevante.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
De todo lo que antecede, podemos inferir que la obra de Pedro López de Santa
Catalina nace con la vocación de imitar, sobre todo, a los libros de caballerías que le son
contemporáneos y en cuya tradición se inserta por méritos propios: ya hemos analizado los
rasgos de hermandad que existen entre el Espejo y los cinco primero libros del Amadís de
Gaula. En este orden de cosas, nuestro libro, con su innegable base en los poemas italianos,
se configura como integrante de un género prolífico y diverso en el que confluyen
elementos procedentes de diversos filones literarios de la Antigüedad y de la Edad Media.
De sobra es sabido que entre los libros de caballerías los hay con una base en los textos
homéricos (algunos héroes del Espejo de príncipes y cavalleros, de Ortúñez de Calahorra, son
descendientes por línea recta de Aquiles); los hay que proceden de la materia de Bretaña, en
cuyas fuentes beben (el Amadís es un caso) y también los hay que dependen de la materia
carolingia, cuyas raíces, como nadie ignora, se encuentran en la épica medieval francesa. Sin
ánimo de establecer ningún tipo de clasificación de los libros de caballerías, sí cabría decir
que el Espejo quedaría incluido en este último grupo que hemos citado, como parece
indudable.
Sin embargo, no podemos hablar de un solo grupo que incluya todos los textos del
llamado ciclo carolingio, ya que entre ellos existen diferencias que se basan en la presencia
de protagonistas distintos o en la mayor o menor dependencia con respecto a sus fuentes.
José Manuel Lucía establece una clasificación de todos los libros de caballerías, en función
de su pertenencia a los distintos ciclos, que me parece especialmente clarificadora, ya que
deja ordenados los textos conforme a sus afinidades y al innegable carácter cíclico de
muchos de ellos. En dicha clasificación, los textos dependientes de la materia carolingia
aparecen distribuidos en tres grupos: el ciclo de Espejo de cavallerías, que incluiría las dos
novelas de López de Santa Catalina y la tercera parte, el Roselao de Pedro de Reinosa; el
ciclo del Morgante, con las dos obras de Jerónimo Aunés, publicadas respectivamente en
1533 y 1535, y el ciclo de Renaldos de Montalbán, que recoge las dos primeras partes, del
mismo nombre, y los libros tercero y cuarto, La Trapesonda y el Baldo (Lucía Megías 2004:
35-36)15. El protagonismo de distintos caballeros en cada uno de los tres grupos, y, sobre
todo, la no dependencia argumental y narrativa de unos con respecto a otros, aconseja esta
distribución. En los ciclos literarios es imprescindible que un libro continúe la acción
interrumpida en el anterior, ya que ese principio da coherencia a la saga y resulta atractivo
para el lector, que ve como algo agradable el reencuentro con personajes ya conocidos y
disfruta con las aventuras de sus descendientes.
De este modo, el Libro segundo de Espejo de cavallerías es una continuación del primero,
tal y como indica el numeral que precede al título, y como manifiesta el propio autor, que,
en el primer capítulo, alude ya a esa dependencia: «apartándose [Rugiero y Brandamonte]
de aquella fresca ribera del río en la cual, en la primera parte d’esta historia, los dexamos...».
Además, el desarrollo posterior de la trama novelesca se centra en la continuación de
acciones pendientes; existe un sistema de referencias continuas a episodios, aventuras y
15 Otras clasificaciones anteriores (como la de Pascual Gayangos) ofrecen una distribución parecida, pero
muy caótica e imprecisa, fruto tal vez del momento en el que se llevan a cabo, ya que en los últimos años el
avance en las investigaciones sobre los libros de caballerías ha sacado a la luz ediciones perdidas, manuscritos
y referencias muy valiosas para el establecimiento de un corpus fiable, aunque no definitivo. Por eso, la
clasificación tradicional de Gayangos se nos antoja poco clarificadora y menos rigurosa que la de José Manuel
Lucía. Gayangos mete en el mismo grupo todos los textos que acabamos de citar, bajo el epígrafe de «Libros
de caballerías del ciclo carlovingio», sin hacer distinciones. Sin embargo, no debemos despreciar el hecho de
que para él, estos son tan libros de caballerías como los demás, independientemente de que sean traducciones
o versiones de obras pertenecientes a otras literaturas. En esa línea nos movemos también nosotros.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
personajes de la primera parte, y, por último, el devenir de los acontecimientos produce la
sustitución natural de unos personajes por otros nuevos, en una simulación perfecta del
paso del tiempo. Del mismo modo, en el Roselao se continúan con la misma naturalidad los
hechos que habían quedado inconclusos en nuestro libro, se retoman los personajes que
protagonizaban la trama y se les hace crecer con nuevas aventuras. Sin embargo, en lo
tocante a los otros libros que manejan la materia carolingia, el propio López de Santa
Catalina parece ser consciente de que son otra historia distinta; paralela, sin duda, pero no
la misma. Así lo demuestra la alusión a las aventuras individuales de Renaldos de
Montalbán tras su enfrentamiento con Carlomagno a causa de las insidias de Galalón, de la
que ya hemos hablado anteriormente. No vendrá mal traer de nuevo aquí la cita. Al
referirse al futuro de Renaldos, el narrador dice que «más por entero se lee en el libro que
cuenta de los hechos de don Renaldos de Montalván cuando fue por sus grandes cavallerías
alçado por emperador de Trapesonda.» (Capítulo L). La intención de diferenciar ese ciclo
narrativo del que él está elaborando parece patente, pues, como ya dijimos, alude de manera
implícita al libro tercero de la saga de Renaldos de Montalbán, titulado, como es sabido, La
Trapesonda.
En definitiva, nos encontramos ante un libro que se inserta en un ciclo narrativo
concreto y que, a su vez, se asocia con otros ciclos independientes gracias a la presencia en
todos ellos de una serie de personajes y episodios procedentes de una misma tradición, a la
que conocemos como materia carolingia y que, además de su procedencia inmediata de los
poemas caballerescos italianos de Boiardo y sus continuadores, tiene una larga vida previa
que parte de la Chanson de Roland de la épica medieval francesa y se expande por el
occidente europeo. No hace falta que nos detengamos aquí a comentar la presencia ingente
de esta materia de Francia en el romancero medieval castellano, de sobra conocida por
todos. Nuestra novela alimenta así un material narrativo de indiscutible estirpe caballeresca,
que la instala, sin fisuras, en el género que conocemos como libros de caballerías: las
influencias y las fuentes que le sirven de base no solo no son un obstáculo para su inclusión
en este grupo de obras, sino que, por el contrario, refuerzan su adscripción al conectar con
todos esos materiales novelescos que han ido conformando toda la literatura caballeresca,
se escriba esta en España, en Francia o en Italia. Nos hallamos ante un género
eminentemente europeo que propicia los intercambios y la fusión de elementos entre unas
y otras literaturas: rara vez nos enfrentamos a traducciones literales de textos escritos en
otras lenguas; por lo general, estamos siempre ante revisiones, versiones o continuaciones16,
lo cual contribuye a la creación de una literatura propia, con claros antecedentes en otras
literaturas vecinas, pero asimilada sin duda al género caballeresco y a la historia literaria
española.
6. Cuestiones textuales: la transmisión del Espejo de cavallerías
La historia textual de las dos primeras partes del Espejo de cavallerías no está exenta
de complicaciones, ya que, hasta fecha reciente, los bibliógrafos que han citado los dos
libros desconocían la existencia de ejemplares de las primeras ediciones de ambos, hoy
localizadas y documentadas en 1525 y 1527 respectivamente, y publicadas en Toledo. El
propio Pérez Pastor no tiene nada claro cuáles son las fechas de impresión de nuestro Libro
16 Ejemplos claros de esta afirmación los tenemos desde los orígenes de la literatura caballeresca en la Edad
Media: Perlesvaus o el alto libro del Graal y el Parzival de Wolfram von Eschenbach son variantes del Cuento del
Grial de Chrétien y de las continuaciones de este, del mismo modo que el Tristán e Isolda alemán de Gotfried
von Strassburg o el Tristán de Leonís castellano rehacen a su manera la dispersa leyenda de Tristán e Iseo.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
segundo, ya que lo cita como editado en 1526 y conjetura que esta podría ser la primera
edición:
Es muy probable que esta sea la primera edición de la 2.ª Parte del Espejo de Caballerías,
y que el impresor sea el Cristoval francés que en compañía de Francisco de Alfaro imprimió
en Toledo, año de 1528, el segundo libro de Palmerín17.
Salvá y Gayangos recogen previamente las mismas referencias que manejará
después Pérez Pastor, y tan solo el primero de ellos hace alusión al ejemplar de la Biblioteca
Municipal de Rouen (único conservado de la primera edición), aunque con ciertas
reticencias:
En el Catálogo de la Biblioteca pública de Rouen se anuncia una edición de la Parte
Segunda de Toledo, Christoval, 1526 (...). Pongo mui en duda la exactitud de la fecha;
pero caso de ser cierta debemos suponer que existe alguna impresión de la parte primera
anterior a la de 153318.
Como vemos, la fecha confusa de Pérez Pastor estaba ya en Salvá, quien, por otro
lado, conjetura sabiamente la existencia lógica de una edición de la primera parte anterior a
la impresa en Sevilla en 1533, que contenía las dos primeras partes y que era considerada en
su tiempo como la más antigua. Nada dice, por cierto, Pérez Pastor de la edición toledana
del Libro primero (1525), que sería curiosamente la que se plantea con dudas Salvá. La
ignorancia acerca de las ediciones de 1525 y 1527 de los libros primero y segundo de Espejo
de cavallerías se mantiene a mitad del siglo XX, cuando Henry Thomas escribe: «Así,
veinticinco años después de la publicación de Amadís de Gaula aparecieron en España las
siguientes novelas (...) del ciclo de Carlomagno (...): Espejo de Caballerías y Morgante y Roldán,
1533...» (Thomas 1952: 114). Daniel Eisenberg, por su lado, incluirá ya en su bibliografía las
citadas ediciones toledanas y rectificará la fecha equivocada de 1526 que para nuestra
novela habían manejado otros bibliógrafos y que él mismo había dado por válida con
anterioridad: «In my article in RLit19 the date of this edition [la de Toledo, 1527] was
erroneously given as 1526, as is also found in Brunet, II, col. 1060, Salvá, II, 57, and Palau,
V, p. 131» (Eisenberg 1979: 61).
Así pues, hasta el último tercio del siglo XX no se reconstruye la historia textual de
las dos primeras partes del Espejo de cavallerías, permitiéndonos situar sus primeras ediciones
en el primer cuarto del XVI, en plena efervescencia del género caballeresco y lejos de las
conjeturas que los bibliógrafos del XIX hicieron acerca de las dos obras de López de Santa
Catalina. Precisamente el nombre del autor ha sido también objeto de dudas y de
incertidumbres hasta el hallazgo, en 1974, del único ejemplar conservado de la editio princeps
17 Cristóbal Pérez Pastor, La imprenta en Toledo. Descripción bibliográfica de las obras impresas en la imperial ciudad
desde 1483 hasta nuestros días, Madrid, Imprenta y fundición de Manuel Tello, 1887, p. 57. No se equivoca Pérez
Pastor al aventurar el nombre del editor ni el de su compañero, quienes, en efecto, imprimieron como es
sabido el Libro segundo, sin embargo, se equivoca abiertamente en la fecha, ya que este vio la luz en 1527, tal y
como se lee en el colofón del ejemplar conservado en la biblioteca de Rouen que nos sirve de base para este
trabajo y que el propio bibliógrafo cita, probablemente sin haberlo visto.
18 Pedro Salvá y Mallén, Colección de libros de caballerías de la Biblioteca de Salvá, Valencia, Imprenta de Ferrer de
Orga, 1872, edición facsímil en Valencia, Librerías París-Valencia, 1993, p. 57.
19 Daniel Eisenberg, «Más datos bibliográficos sobre libros de caballerías españoles», Revista de Literatura,
XXXIV (1968, publicado en 1970), pp. 5-14.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
del Libro primero20, en cuyo colofón se revela la identidad del «traductor»: «Aquí fenece la
primera parte desta historia lamada Espejo de cavallerías, traduzida de lengua toscana en
nuestro vulgar castellano por Pero López de Santa Catalina, vezino desta muy noble ciudad
de Toledo». Hasta este momento, y a la luz de las ediciones conservadas
(fundamentalmente la de Sevilla de 1533, que recoge, como venimos señalando, las dos
partes), se ignoraba la identidad del autor-traductor de la primera parte, ya que esta no
indica ningún nombre en su portada ni en su colofón, aunque sí nos informa de quién es el
autor-traductor de la segunda parte en el colofón con el que se remata esta: «Aquí se acaba
el segundo libro de Espejo de cavallería (sic), traducido y compuesto por Perolopez de Santa
Catalina». La portada de la edición conjunta de las tres partes (Medina del Campo,
Francisco del Canto, 1586) recoge la siguiente información: «Primera, segunda y tercera parte de
Orlando enamorado. Espejo de cavallerías, en el qual se tratan los hechos del Conde don Roldán: y del muy
esforçado Cavallero don Reynaldos de Montalván, y de otros muchos preciados Cavalleros. Por Pedro de
Reynosa, vezino de la muy noble Ciudad de Toledo». El desconocimiento de la edición de
1525 de la primera parte, unido a esta afirmación tan contundente, llevó a la crítica a
considerar que Reinosa era el autor de los tres libros, todo ello a pesar de que en esta
misma impresión medinense el Libro segundo incluye un colofón en el que vuelve a figurar
como traductor y compositor Pedro López de Santa Catalina.
Concluyendo, hoy es evidente que las primeras ediciones de las partes primera y
segunda se publicaron en Toledo en 1525 y 1527 respectivamente, y que ambas son obra de
Pedro López de Santa Catalina, mientras que Pedro de Reinosa es el autor de la tercera
parte, también publicada en Toledo, en 1547.
7. Criterios de edición
Para la presente edición se ha transcrito el texto de la primera, que salió de las prensas
toledanas de Cristóbal Francés y Francisco de Alfaro en 1527, de la que se conserva un
único ejemplar, en la Biblioteca Municipal de Rouen, con la signatura O 168. En la
transcripción he preferido ser conservador, para ofrecer el texto de la manera más cercana
a como fue impreso.
Los criterios manejados se ajustan a los que se emplean habitualmente en los libros de
la colección:
1. La puntuación y la acentuación se ajustan a criterios actuales, así como el uso de
signos de interrogación y de exclamación, muchas veces ausentes en el texto,
aunque necesarios. En el caso de la acentuación se tendrá también presente el valor
diacrítico de esta en los siguientes casos:
-á (verbo) / a (preposición)
-ý (adverbio) / y (conjunción)
-só (verbo) / so (preposición)
-ál (indefinido, con valor de ‘otro’) / al (contracción)
2. Se desarrollan las abreviaturas sin previo aviso.
3. La s alta se transcribe como s normal.
4. Se mantienen las vacilaciones vocálicas.
20 Vid. Anna Maria Pacci, «Un’edizione sconosciuta della prima parte dell’Espejo de caballerías: Toledo, Gaspar
de Ávila, 1525», in Miscellanea di Studi Ispanici, I. Letteratura classica, Pubblicazioni dell’Istituto di Letteratura
Spagnola e Ispano-americana dell’Università di Pisa, XXVIII (Pisa, 1974), pp. 89-95.
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
5. La i con valor consonántico se transcribe como una j. Así, iuvenil se transcribe
juvenil.
6. La u con valor consonántico se transcribe v y, a la inversa, la v con valor vocálico
se transcribe u. De este modo, auentura aparece transcrito como aventura, y vsando
como usando.
7. En general se respeta el consonantismo del texto base, incluso en sus alternancias
(m o n ante bilabial, siempre que vayan juntas en una misma palabra. Así, se
restaura la separación de palabras en casos como tambien con el valor de tan bien y
se transcribe de esta última forma, con n. Cuando la nasal aparece abreviada ante
bilabial, resuelvo la abreviatura transcribiendo siempre m). Se mantiene, igualmente,
la ausencia o presencia de h muda y su alternancia (á dotado, ha hecho). No obstante
se llevan a cabo las siguientes intervenciones en lo referente a las consonantes:
7.1. Mantengo la qu- ante e, i, pero la transcribo como c (k) cuando va seguida de a,
o, u. Así, qualquiera se transcribirá cualquiera.
7.2. Se eliminan los grupos consonánticos cultos con un valor meramente gráfico
(th, ch, ph) y se mantienen, en cambio, los que tienen valor fonético, como gn, bd,
pt, ct, o bs, además de las geminaciones. De este modo, christianos aparecerá como
cristianos.
7.3. La y solo se emplea con valor consonántico (así, traydora se transcribe traidora),
aunque se reserva su uso para final de palabra, como en la actualidad (rey, muy),
aun en los casos en que figure en el texto como i. En los nombres propios de
personajes de la ficción de la novela se mantiene la y con valor vocálico, como
en Yroldo o Naymo.
7.4. La alternancia g/j se mantiene en casos como coger y cojer.
7.5. La alternancia c/ç se resuelve transcribiendo c ante e, i y ç ante a, o, u. En ambos
casos se restaurará cuando sea pertinente según este criterio. La alternancia c/z
se mantiene (decís/dezís).
7.6. Se mantiene la –ss– intervocálica, así como su alternancia con –s–, en casos
como pesa y pessa o pudiese y pudiesse.
7.7. El uso de r/rr se adapta siempre a las normas actuales. Así, aredró se transcribirá
arredró, y honrra, honra.
7.8. Se mantiene la alternancia entre b/v, en casos como nube y nuve.
7.9. Se restituye la ñ cuando en su lugar aparece n. Por el contrario, se conserva la ñ
en casos como ñublado.
7.10. Se mantiene la alternancia entre f y h a principio de palabra, en casos como fijo
e hijo o fazía y hazía.
8. En el caso de la unión o separación de palabras se seguirá siempre el criterio actual,
con la excepción de algunos casos de fusión por fonética sintáctica, en los que se
discriminarán las secuencias confluyentes. Así, dello se transcribirá como d’ello. La
colocación de los apóstrofos se ajustará a la facilidad de la lectura; así,
transcribimos sobr’ello o yo’s (yo os) Por otro lado, los adverbios en -mente se
escribirán en una sola palabra.
9. Se transcriben con minúscula inicial los nombres del tipo: rey, príncipe, corte, etc.,
aunque en el texto figuren a veces con mayúscula. Sin embargo se emplea la
mayúscula cuando dicho nombre (en los casos en que se refiere a poder público,
dignidad o cargo relevante) se convierte en el sobrenombre de algún personaje
(Cavallero del Campo) o sustituye al nombre propio (Rey de Libicana, Emperador
de Constantinopla) El nombre Emperador se transcribe con mayúscula inicial
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Juan Carlos Pantoja Rivero (ed.), Libro segundo de Espejo de caballerías (2009)
cuando no va acompañado del nombre propio del personaje. Los nombres
abstractos asociados a alguna divinidad (amor, fortuna...) se transcriben con
mayúscula inicial cuando suponen una clara y activa intervención de esa potencia
en el desarrollo de la frase.
10. Se respeta la alternancia de formas analíticas y sintéticas en casos como do y donde.
11. Corrijo entre corchetes [ ] las elisiones evidentes, así como las lecturas dudosas,
para facilitar la labor del lector.
12. Corrijo sin avisarlo las erratas suficientemente obvias.
13. Los errores evidentes en los nombres propios se rectifican sin anotarlo, pero se
mantienen algunas alternancias, como Escardaso/Escardasso.
15. Se mantiene la alternancia y/e para la conjunción copulativa.
16. Se mantienen las peculiaridades lingüísticas del texto, en cuanto al léxico y las
formas lexicalizadas.
17. El signo tironiano se transcribe siempre como e.
BIBLIOGRAFÍA
Ediciones antiguas
[1] Toledo, Cristóbal Francés y Francisco Alfaro, 1527. Ejemplar: Rouen, Municipale, O
168.
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No hemos podido ver el ejemplar de la British Library).
[3] Sevilla, 1536, citada por Gayangos, que, a su vez, cita a Brunet. Perdida.
[4] Sevilla, Jacome Cromberger, 1549. Ejemplares: Bibliothèque Nationale de France, Rés.
Y2 216; BSM, 2º P.o.hisp.19; Nápoles, Nazionale, S.Q.XXXI.C.47 [2].
[5] Medina del Campo, Francisco del Canto, 1586, junto a los libros I y III. Ejemplares:
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21 Este es un ejemplar raro que recoge solo los libros primero y segundo, precedidos de un fragmento muy
incompleto del libro tercero.
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