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Juan Carlos Pantoja Rivero, Espejo de caballerías (Segunda parte) (2007)
INTRODUCCIÓN
El Libro segundo de Espejo de cavallerías. en el cual se verán el fin que ovieron los amores del
conde don Roldan con Angélica la Bella, y las grandes cavallerías que hizo y estrañas aventuras que acabó
el infante don Roserín, hijo del rey don Rugiero e de la reina madama Brandamonte se acabó de
imprimir el veintiocho de junio de 1527, en las prensas toledanas de Cristóbal Francés y
Francisco de Alfaro, tal y como podemos leer en el colofón de su primera edición; tan solo
dos años después de que se publicara la primera parte, también en Toledo, aunque en el
taller de Gaspar de Ávila1. El autor de ambas obras, Pedro López de Santa Catalina, afirma,
en el prólogo de la primera parte, que esta es una traducción de un original italiano, el
"Roldan enamorado" en sus propias palabras, lo cual nos coloca en la línea de la matiére de
France, emparentada desde lejos con la épica medieval francesa, a través de los poemas
cultos de Boiardo y otros autores italianos que continúan su Orlando innamorato, en los que
parece beber nuestro autor. El resultado de su trabajo es fruto pues de la fusión de
episodios traducidos y otros que incluye de su propia cosecha. Según Javier GómezMontero, López de Santa Catalina toma elementos narrativos de Niccoló degli Agostini (77
quarto libro de ilnnamoramento d'Orlando, en tres libros: 1506, 1514 y 1521), de Raphael de
Verona (Quinto libro de Lo Inamoramento de Orlando. 1514) y de Pierfrancesco Conte (Sexto
libro del innamoramento d'Orlando, continuación del libro de Verona, 1518), además de los tres
primeros libros escritos por Boiardo, para componer la primera y segunda partes del Espejo
de cavallerías, pero lo hace a partir de una edición conjunta de la obra de Boiardo, el primer
libro de Agostini y los de Verona y Conte, que se publicó en 1518. Según Gómez-Montero,
"se puede afirmar con seguridad que López de Santa Catalina efectuó su labor de
traducción y adaptación con un ejemplar de la señalada edición de 1518 (...), pues llegó a
adaptar en el devenir del Libro segundo de Espejo de cavallerías algunos episodios entresacados
de los libros de Raphael de Verona y Pierfrancesco Conte, si bien creó de su invención
muchos episodios que, a su vez, en su disposición y en el desarrollo de la acción, presentan
ciertas reminiscencias de momentos determinados del Amadís de Gaula y de su
continuación, las Sergas de Esplandián"2.
Según vemos, nuestro libro tiene una base indiscutible en la literatura italiana y en la veta
narrativa que conocemos como materia carolingia, pero todo ello pasado por el filtro de los
libros que suponen el inicio de la importante tradición caballeresca del siglo XVI castellano,
si tenemos en cuenta las palabras de Gómez-Montero. Y en efecto, algunos elementos
constructivos del Libro segundo de Espejo de cavallerías tienen una sólida base en el Amadís y en
1
Los bibliógrafos del siglo XIX no citan ninguna de estas dos primeras ediciones, y mantienen que la primera
parte se publicó por vez primera en Sevilla en 1533 (así Salva y Gayangos), mientras que la segunda vería la
luz, también en Sevilla, en 1536. De ninguna de estas ediciones hay constancia documental, así como
tampoco la hay de una primera edición de 1526 de la segunda parte, única que cita Cristóbal Pérez Pastor (La
imprenta en Toledo. Madrid. 1887), probablemente por confusión con la de 1527, ya que afirma que se conserva
en la biblioteca de Rouen, lugar en el que se encuentra esta última.
2 Javier Gómez-Montero, Literatura caballeresca en España e Italia (1483-1542), El Espejo de cavallerías
(Deconstrucción textual y creación literaria), Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1992, pp. 27-28.
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el Esplandián, tal y como podemos comprobar con un ejemplo de este último. El
enamoramiento del infante Roserín y la princesa Florimena en el Espejo avanza por caminos
muy parecidos al de Esplandián y Leonorina, pues, en ambos casos, los jóvenes caballeros
son hijos de héroes de gran renombre (Rugiero y Amadís, respectivamente), comienzan sus
aventuras al mismo tiempo que tienen noticia de la existencia de sus amadas, se enamoran
de estas sin haberlas visto (de oídas en el caso de Esplandián y a través de un retrato en el
de Roserín), las doncellas, Leonorina y Florimena. son en ambos casos, hijas del
Emperador de Constantinopla. y las dos sienten un inquietante deseo de conocer al
caballero que está enamorado de ellas y de quien tantas y tan grandes hazañas se predican.
Por otro lado, las caballerías de Roserín (y en general de todos los héroes del Espejó) se
centran en la lucha contra los infieles y en la defensa de la religión cristiana, tal y como
sucede también en las Sergas de Esplandián. Podríamos aducir más ejemplos, pero los límites
de esta introducción no lo consienten.
La importancia del Espejo de cavallerías debemos medirla en función de sus varias
ediciones y de la creación de un ciclo que no termina con esta segunda parte que nos
ocupa, sino que transciende ya los límites de las versiones que hemos comentado arriba con
la publicación de una tercera parte, el Roselao de Grecia de Pedro de Reinosa, que ve la luz
también en Toledo en 1547 y que narra las hazañas del hijo de Roserín y Florimena. en la
misma línea de continuaciones que son comunes a varios de los libros de caballerías
contemporáneos. El hecho de que se trate en gran parte de una traducción no quita interés
al ciclo ni resta importancia a los textos como formantes, en igualdad de condiciones, del
género de los libros de caballerías y, de manera especial, de los que tratan una temática que,
si bien hereda también aspectos de la materia artúrica, se centra más de lleno en
Carlomagno y los Doce Pares de Francia, al tiempo que desplaza la acción desde la mítica
Bretaña de los relatos medievales franceses y del propio Amadís, hacia el Mediterráneo, en
torno a Constantinopla, como ocurre ya desde las Sergas de Esplandián y sucederá en gran
parte de los textos caballerescos (el Tirant lo Blanc y el Espejo de príncipes y cavalleros son dos
ejemplos de muy distinta fecha). Por otro lado, nos encontramos ante uno de los libros
que. sin duda, debió de leer don Quijote, ya que aparece citado en el escrutinio de su
biblioteca, posiblemente en la edición conjunta de las tres partes que se publicó en Medina
del Campo, en el taller de Francisco del Canto, en 1586: "Ya conozco a su merced -dijo el
cura-. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más
ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín, y en verdad que
estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la
invención del famoso Mateo Boyardo"3. El dictamen del cura es hasta cierto punto
benévolo con el Espejo y aun con todos los que tratan de asuntos carolingios, ya que más
adelante dice: "que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia,
se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de
hacer dellos..."4. Cervantes, pues, a través de las palabras de Pero Pérez, no ve con malos
ojos estas hazañas de las que está compuesto nuestro libro, y, en contra del veredicto
normal, no envía al fuego del ama el Espejo de cavallerías.
En cuanto al contenido y al tono general del libro, debemos señalar que la trama se
centra sobre todo en las aventuras de dos caballeros principales: el conde don Roldán y su
3
4
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, edición de Martín de Riquer, Barcelona, Planeta, 1980, p.73.
Ibidem, p. 74.
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sobrino, el infante Roserín, llamado a sucederle en el primer lugar de todos los que manejan
las armas. Como ocurre también en el Amadís, un enfrentamiento entre los dos héroes
marcará el principio del fin de la preemiencia del veterano sobre el novel, con la
superioridad de este último tras un muy reñido combate que lleva a ambos hasta una
situación extrema. En torno a estas dos figuras capitales, un manojo de caballeros cristianos
y musulmanes despliegan sus aventuras por las páginas del libro, aunque siempre desde un
marcado segundo plano, y contribuyen al engrandecimiento del protagonista, cuya figura
crece al lado de estos, en busca de la adquisición de los méritos suficientes para presentarse
ante el Emperador de Constantinopla y, sobre todo, ante su hija, la princesa Florimena, fin
último de las hazañas llevadas a cabo por Roserín, un poco en la línea de lo que había
sucedido con Amadís de Gaula y sus deseos de merecer a Oriana. En este orden de cosas,
el Libro segundo de Espejo de cavallerías, a pesar de presentarse en gran parte como una cruzada
contra el infiel y como una defensa a ultranza del cristianismo (a la manera del Esplandián),
también se mueve en el ámbito de la superación personal del caballero, que busca alcanzar
fama y renombre para ser digno de la dama de sus pensamientos y del favor de los grandes
príncipes (como sucede en los relatos de la materia de Bretaña o en el propio Amadís). De
esta forma, el libro se inscribiría en los límites del primer paradigma de los libros de
caballerías, establecido por José Manuel Lucía, y que tiene su procedencia directa del
modelo fijado por Garci Rodríguez de Montalvo en el Amadís. Este paradigma inicial, que
podríamos llamar "idealista" por su interés en reflejar una imagen ideal del mundo
caballeresco, está "basado en una serie de aventuras organizadas a partir de dos ejes: el de la
identidad caballeresca y el de la búsqueda amorosa"5. Los dos planos son el móvil de las
aventuras del infante Roserín, personaje capital, como venimos diciendo, de nuestra novela.
No faltan tampoco en el libro los elementos mágicos y los encantamientos, cuya resolución
está reservada al brazo poderoso del héroe, así como la presencia de seres fantásticos,
monstruos híbridos, gigantes y magos. Estos últimos aparecen en su doble categoría de
benefactores (como el sabio Atalante, muy en la estela del Merlín artúrico) y enemigos
(como Falerina, perseguidora de Roldán y de su estirpe). La doncella guerrera, también de
procedencia clásica y artúrica, está representada en el Espejo por dos grandes mujeres:
Brandamonte, la madre del infante Roserín, y Marfisa, hermana de Rugiero y, por lo tanto,
tía del héroe.
Libro pues en la línea de la materia de Francia, de ambientación mediterránea y
griega, pero emparentado inevitablemente con sus predecesores castellanos (Amadís de
Gaula, Sergas de Esplandián), y, por este camino, también con la materia de Bretaña, cuyos
principales personajes (Arturo, Merlín) tienen un hueco en la trama narrativa, como
representación de ese mundo caballeresco y fantástico de la Edad Media, sin el cual
ninguno de los libros de caballerías habría sido escrito y nada de lo que aquí decimos
tendría sentido. El Libro segundo de Espejo de cavallerías forma parte del corpus de los libros de
caballerías castellanos no solo como formante de un género editorial (aunando el formato y
el contenido), sino también porque, a pesar de ser en gran parte una traducción de otros
textos italianos, como ya se dijo, se inscribe de manera indiscutible en la línea del resto de
sus compañeros, tal y como se puede observar, por ejemplo, en el citado escrutinio de la
biblioteca de don Quijote, donde lo encontramos, junto a textos originales y otras
5
José Manuel Lucía Megías, De los libros de caballerías manuscritos al Quijote, Madrid, Sial Ediciones, 2004, p.
236.
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traducciones, como uno más de los libros de caballerías que analizan Pero Pérez y maese
Nicolás"6.
La historia editorial del libro no es muy extensa, aunque sí ofrece algún que otro
quebradero de cabeza a los bibliógrafos del siglo XTX, tal y como señalo en la nota
número uno. Sin embargo, además de la editio princeps de 1527, solo tenemos constancia de
otras dos ediciones, ambas sevillanas, de Juan y Jacome Cromberger respectivamente, y de
1533 y 1549, aparte de una cuarta, perdida, de 1536, citada por Gayangos. Por último,
como ya señalamos arriba, el ciclo completo del Espejo de cavallerías se publicó en 1586 en
Medina del Campo, en casa de Francisco del Canto, incluyendo las tres partes: las dos
primeras, de Pero López de Santa Catalina, y la tercera, Roselao de Grecia, de Pedro de
Reinosa.
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6
Vid. a este respecto José Manuel Lucía Megías, Imprenta y libros de caballerías, Madrid, Ollero & Ramos, 2000.
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