DÍA PRIMERO Acto de Contrición Dios mío y Padre de mi Redentor Jesucristo, yo amo a Vuestro querido Hijo que tanto sufre por mi amor; y os amo también a Vos que con tanto amor le habéis entregado por mí a tantos padecimientos. Os suplico que no miréis ya a mis pecados con los que tantas veces he ofendido a Vos y a Vuestro Hijo; mirad a este Vuestro Hijo Único cubierto de llagas y de oprobios para expiar mis iniquidades, y por sus méritos perdonadme y no permitáis que yo jamás os ofenda. Que la sangre de este Hombre - Dios que os es tan amado, que os ruega por nosotros y os pide misericordia, descienda sobre nuestras almas y nos alcance vuestra gracia. ¡Oh mi Señor y mi Dios! Detesto cuantos disgustos os he dado, y os amo, bondad infinita, más que a mí mismo. Por el amo de este Vuestro Hijo concededme vuestro amor, el que me haga triunfar de todas mis pasiones y sufrir toda especie de penas antes que volver a ofenderos. Amén. CONSIDERACIÓN. Jesús coronado de espinas. Haciendo una corona de espinas la pusieron los soldados sobre la cabeza de Jesús. Este suplicio de las espinas fue excesivamente doloroso, porque atravesaron por todas partes la sagrada cabeza del Señor, que es la parte más sensible, como que de la cabeza descienden todos los nervios y todas las sensaciones; y porque este tormento fue el más largo de su Pasión, puesto que Jesús llevó hasta la muerte estas crueles espinas clavadas en la cabeza. Cada vez que se tocaban éstas o su cabeza, se le renovaban todos los dolores. Según el común sentir de los autores, la corona fue hecha de muchos ramos de espinas entrelazados y dispuestos en forma de capillo o redecilla; por manera que según la revelación hecha a Santa Brígida, cubría toda la cabeza y descendían hasta la mitad de la frente. Y según San Lorenzo Justiniano, las puntas de las espinas penetraron hasta el cerebro, y el mansísimo Cordero lleno de dulzura se dejaba atormentar a gusto de ellos sin articular palabra, y sin dar un solo grito; sino que cerrando los ojos por el exceso de dolor, lanzaba frecuentemente agudos suspiros, como un hombre que se halla en la tortura a punto de espirar. La cantidad de sangre que corría de las heridas de su cabeza por sus cabellos, ojos y barba era tanta, que su semblante parecía todo de sangre, según la revelación de Santa Brígida. Y San Buenaventura añade, que no era ya aquel hermoso rostro del Señor el que se veía, sino el de un hombre desollado. Aspiración. Eterno Padre, por la preciosísima sangre (Se repite tres veces y después de cada una un Padre Nuestro) de Jesús, Misericordia. Oración a Jesús. ¡Oh amor divino! Yo ignoro cómo pueda llamaros, si dulce o cruel; pues que Vos parecéis ser al mismo tiempo uno y otro. ¡Ah Jesús mio! El amor os ha hecho para nosotros la dulzura, abrazándoos en un amor tan apasionado por nuestras almas: más también os ha hecho cruel para Vos, haciéndoos padecer tormentos espantosos. Vos quisisteis ser coronado de espinas para alcanzarme una corona de gloria en el Cielo. ¡Oh Salvador mio dulcísimo! Yo espero ser vuestra corona en el paraíso después de haberme salvado por los méritos de vuestros dolores: yo bendeciré allí eternamente vuestro amor y vuestras misericordias. Amén (Se pide ahora lo que se desea) Oración a María Santísima. ¡Oh Reina de los Dolores! Acordaos que Vuestro Hijo a quien tanto habéis amado me ha entregado a Vos por hijo vuestro en la persona de Juan. Por el amor, pues, que tenéis a Jesús, apiadaos de mí. Yo no os ido los bienes de la tierra: al ver a Vuestro Hijo que sufre por mí tantos padecimientos; al veros a Vos, Madre mía, que siendo del todo inocente como lo sois, padecéis también por mí tantos dolores; y al ver que yo, miserable, después de haber merecido el infierno por mis pecados, nada he padecido aún por vuestro amor; quiero sufrir alguna cosa por Vos antes de morir. Os pido esta gracia, Señora, y os digo con San Buenaventura, que si os he ofendido, es justo que yo padezca por pena, y si os he servido, es justo que yo padezca por premio. Alcanzadme, ¡oh María! Una gran devoción a la Sagrada Pasión de vuestro Hijo, y una continua memoria de sus padecimientos; y por aquella amargura que experimentasteis viéndole sufrir tantos tormentos, obtenedme una buena muerte, asistidme, oh Reina mía, en este último momento, haced que yo muera amando y pronunciando vuestros nombres Jesús y María. Amén. DÍA SEGUNDO Acto de Contrición Dios mío y Padre de mi Redentor Jesucristo, yo amo a Vuestro querido Hijo que tanto sufre por mi amor; y os amo también a Vos que con tanto amor le habéis entregado por mí a tantos padecimientos. Os suplico que no miréis ya a mis pecados con los que tantas veces he ofendido a Vos y a Vuestro Hijo; mirad a este Vuestro Hijo Único cubierto de llagas y de oprobios para expiar mis iniquidades, y por sus méritos perdonadme y no permitáis que yo jamás os ofenda. Que la sangre de este Hombre - Dios que os es tan amado, que os ruega por nosotros y os pide misericordia, descienda sobre nuestras almas y nos alcance vuestra gracia. ¡Oh mi Señor y mi Dios! Detesto cuantos disgustos os he dado, y os amo, bondad infinita, más que a mí mismo. Por el amo de este Vuestro Hijo concededme vuestro amor, el que me haga triunfar de todas mis pasiones y sufrir toda especie de penas antes que volver a ofenderos. Amén. CONSIDERACIÓN. Jesús escarnecido como rey de burlas. Y doblando los soldados la rodilla delante de El se le burlaban diciendo: "Dios te salve, rey de los judíos;" y escupiéndole, tomaron una caña y con ella le herían en la cabeza. San Juan añade: "Y ellos le daban bofetadas." Después que aquellos bárbaros hubieron colocado sobre la cabeza de Jesús la cruel corona, no les bastó apretarla con todas las fuerzas de sus manos, sino que se valieron de una caña como de martillo para introducir más y más las espinas: y enseguida comenzaron a mofarse de El como de un rey de teatro, saludándole primero con la rodilla doblada rey de los judíos; y levantándose después le escupían en la cara y le daba bofetadas, con gran gritería y carcajadas de menos precio: ¡oh Jesús mio! A qué estado tan lastimero os habéis reducido. Si en este momento hubiera pasado alguno por allí, y hubiese visto a Jesucristo tan agotado de sangre y de fuerzas, cubierto con aquel harapo encarnado, con aquel nuevo cetro en la mano, con aquella corona en la cabeza y abofeteado y maltratado por aquel populacho; ¿por quién le hubiera tenido sino por el hombre más vil y más malvado del mundo? Ved aquí, pues, al Hijo de Dios hecho en este momento el oprobio de Jerusalem. Aspiración Eterno Padre, por la preciosísima sangre (Se repite tres veces y después de cada una un Padre Nuestro) de Jesús, Misericordia. Oración a Jesús. ¡Ah mi tierno Salvador! Recibid a un siervo rebelde que os ha abandonado, pero que arrepentido ahora se vuelve a Vos. Cuando yo huía de Vos y menospreciaba vuestro amor, Vos no dejabais por eso de venir tras de mí para atraerme a Vos; por lo mismo, pues, no puedo temer que me desechéis ahora que os busco, que os estimo; y que os amo más que a ninguna otra cosa; dadme a conocer lo que debo hacer para agradaros, porque estoy dispuesto a todo. ¡Oh Dios, que sois el mismo amor! Yo quiero amaros verdaderamente, y no quiero desagradaros más. Ayudadme con el auxilio de vuestra gracia, no permitáis que jamás os abandone. Amén. (Se pide ahora lo que se desea) Oración a María Santísima. ¡Oh Reina de los Dolores! Acordaos que Vuestro Hijo a quien tanto habéis amado me ha entregado a Vos por hijo vuestro en la persona de Juan. Por el amor, pues, que tenéis a Jesús, apiadaos de mí. Yo no os ido los bienes de la tierra: al ver a Vuestro Hijo que sufre por mí tantos padecimientos; al veros a Vos, Madre mía, que siendo del todo inocente como lo sois, padecéis también por mí tantos dolores; y al ver que yo, miserable, después de haber merecido el infierno por mis pecados, nada he padecido aún por vuestro amor; quiero sufrir alguna cosa por Vos antes de morir. Os pido esta gracia, Señora, y os digo con San Buenaventura, que si os he ofendido, es justo que yo padezca por pena, y si os he servido, es justo que yo padezca por premio. Alcanzadme, ¡oh María! Una gran devoción a la Sagrada Pasión de vuestro Hijo, y una continua memoria de sus padecimientos; y por aquella amargura que experimentasteis viéndole sufrir tantos tormentos, obtenedme una buena muerte, asistidme, oh Reina mía, en este último momento, haced que yo muera amando y pronunciando vuestros nombres Jesús y María. Amén. DÍA TERCERO Acto de Contrición Dios mío y Padre de mi Redentor Jesucristo, yo amo a Vuestro querido Hijo que tanto sufre por mi amor; y os amo también a Vos que con tanto amor le habéis entregado por mí a tantos padecimientos. Os suplico que no miréis ya a mis pecados con los que tantas veces he ofendido a Vos y a Vuestro Hijo; mirad a este Vuestro Hijo Único cubierto de llagas y de oprobios para expiar mis iniquidades, y por sus méritos perdonadme y no permitáis que yo jamás os ofenda. Que la sangre de este Hombre - Dios que os es tan amado, que os ruega por nosotros y os pide misericordia, descienda sobre nuestras almas y nos alcance vuestra gracia. ¡Oh mi Señor y mi Dios! Detesto cuantos disgustos os he dado, y os amo, bondad infinita, más que a mí mismo. Por el amo de este Vuestro Hijo concededme vuestro amor, el que me haga triunfar de todas mis pasiones y sufrir toda especie de penas antes que volver a ofenderos. Amén. CONSIDERACIÓN. Jesús presentado al pueblo. Viendo Pilato al Salvador reducido a un estado tan digno de compasión, pensó que solo su vista enternecería a los judíos: le condujo, pues, a una especie de galería o balcón, levantó el pedazo de púrpura que le cubría, y mostrando al pueblo el llagado y despedazado cuerpo de Jesús, les dijo: ¡Ved aquí el hombre! Como si hubiera querido decir: Ved aquí el hombre a quien acusabais ante mí de que pretendía hacerse rey; por daros gusto lo he condenado, aunque inocente, a ser vilmente azotado. Vedle aquí reducido ahora a tal estado que se asemeja a un hombre desollado, y que apenas puede ya vivir. Si no obstante pretendéis que le condene a muerte, os digo que yo no puedo hacerlo, porque no encuentro razón alguna para condenarle. Pero los judíos viendo a Jesús tan maltratado, se enfurecieron todavía más y pidieron su muerte de cruz. Conociendo, pues, Pilato que no se aplacaban, se lavó las manos a vista del pueblo, diciendo: Yo soy inocente de la sangre de este justo: allá os lo veréis. Y ellos respondieron: Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Aspiración Eterno Padre, por la preciosísima sangre (Se repite tres veces y después de cada una un Padre Nuestro) de Jesús, Misericordia. Oración a Jesús. ¡Oh mi amantísimo Salvador! Vos sois el mayor de todos los reyes, más ahora os veo el más indignantemente vilipendiado de todos los hombres. Si este pueblo ingrato no os conoce, yo os reconozco y os adoro como mi verdadero Rey y Señor: yo os doy gracias, ¡oh Redentor mío! por todos los ultrajes que habéis sufrido por mí, yo os pido me hagais amar los menos precios y sufrimientos, puesto que Vos los habéis abrazado con tanto afecto. Yo me sonrojo de haber hasta aquí amado de tal suerte los placeres y los honores, que por ellos haya llegado tantas veces a renunciar de vuestra gracia y de vuestro amor; to me arrepiento de esto más que de todo otro mal; yo abrazo, Señor, todas las cruces, todas las afrentas que me vinieren de vuestra mano. Concededme la virtud de la resignación de que tengo tanta necesidad; yo os amo mi Jesús, mi amor y mi todo. Amén. (Se pide ahora lo que se desea) Oración a María Santísima. ¡Oh Reina de los Dolores! Acordaos que Vuestro Hijo a quien tanto habéis amado me ha entregado a Vos por hijo vuestro en la persona de Juan. Por el amor, pues, que tenéis a Jesús, apiadaos de mí. Yo no os ido los bienes de la tierra: al ver a Vuestro Hijo que sufre por mí tantos padecimientos; al veros a Vos, Madre mía, que siendo del todo inocente como lo sois, padecéis también por mí tantos dolores; y al ver que yo, miserable, después de haber merecido el infierno por mis pecados, nada he padecido aún por vuestro amor; quiero sufrir alguna cosa por Vos antes de morir. Os pido esta gracia, Señora, y os digo con San Buenaventura, que si os he ofendido, es justo que yo padezca por pena, y si os he servido, es justo que yo padezca por premio. Alcanzadme, ¡oh María! Una gran devoción a la Sagrada Pasión de vuestro Hijo, y una continua memoria de sus padecimientos; y por aquella amargura que experimentasteis viéndole sufrir tantos tormentos, obtenedme una buena muerte, asistidme, oh Reina mía, en este último momento, haced que yo muera amando y pronunciando vuestros nombres Jesús y María. Amén.