SÓFOCLES EDIPOREY + • EDIPO EN COLONO • "LECCIONES SOBRE ARTE DRAMÁTICO Y LITERATURA" ANTÍGONA AUGUST WILHELM SCHLEGEL Traducción, notas e introducción: Jimena Schere COLIHUE ({ CI,ÁSICA APÉNDICE 1 AucusT WILHELM ScHLEGEL LECCIONES SOBRE ARTE DRAMÁTICO Y LITERATURA(•¡ 2 Si se tiene en cuenta la gran fecundidad de Sófocles -en vista de que, según algunos, habría escrito ciento treinta obras (diecisiete de las cuales fueron consideradas apócrifas por el gramático Aristófanes); según los datos más moderados, ochenta-, es poco lo que ha llegado hasta nosotros, ya que solo disponemos de siete obras. Pero el azar ha sido considerado con nosotros, en la medida en que, entre ellas, encontramos algunas que fueron reconocidas por los antiguos como sus más excelentes obras maestras, como Antígona, Electra y los dos Edipos; además, han llegado a nosotros bastante libres de mutilaciones y con un texto que no se halla corrompido. Los críticos modernos en general han alabado, sin motivo alguno, Edipo rey y Filoctetes, colocándolas por encima de las demás obras: la primera, a raíz de la artificiosa intriga en que la terrible catástrofe, que incluso despierta la curiosidad (hecho poco común en las tragedias griegas), es producida de manera inevitable a través de una sucesión de motivos ", Vírrlesun,f!,en über rlrarnatische Kwz.st unrlliteratur. 2 vols. Stuttgart, Kohlhammcr, 1966, pp. 91-93; 95-96. Traducción de Miguel Vcdda. 1. Las notas al pie corresponden, en cada caso, a los textos que integran el presente Apéndice. 2. La primera edición de las Lecciones fue publicada en 1809-1811; la segunda, en 1816; la tercera -póstuma-, en 1845 (edición de Eduard Bocking). [N. del T.J t88 SELECCIÓN DE TEXTOS CRÍTICOS / JIMENA SCHERE que se encuentran conectados entre sí; la segunda, a raíz de la diestra caracterización y las bellas antítesis entre los tres protagonistas, como también por la estructura sencilla de la obra, ya que, habiendo tan pocos personajes, todo se deriva de los impulsos más auténticos. Pero las tragedias de Sófocles brillan, casi sin excepción, por méritos particulares. En Antígona, aparece representado el heroísmo en la más pura feminidad· ' ' en Ayax, el pundonor masculino se muestra en su pleno vigor; Electra se destaca por la energía y el patetismo; en Edipo en Colono, domina la emoción más apacible, y sobre toda la obra se extiende la mayor de las gracias. No me ocuparé de estimar el valor de estas obras cotejándolas entre sí; confieso, sin embargo, que siento una especial predilección por la última de las piezas nombradas, ya que, según mi parecer, la personalidad de Sófocles se expresa allí del mejor modo. En vista de que esta obra, en términos generales, está dedicada a la glorificación de Atenas y, en especial, de su lugar de nacimiento,3 también parece haber sido compuesta con un amor particular. Habitualmente, Áyaxy Antígona son las obras menos comprendidas. Uno no puede entender que esas obras, después de tanto tiempo, aún sigan siendo desarrolladas de acuerdo con lo que llamamos catástrofe. Haré una observación al respecto más adelante. Entre todos los argumentos del destino que contiene la mitología antigua, la historia de Edipo es, quizás, la más ingeniosa; pero me parece que han sido concebidas con mayor lucidez otras historias -por ejemplo, la de Níobe-, que exponen a una escala colosal tanto la arrogancia humana como el castigo que fatalmente le imponen los dioses, y lo hacen de un modo totalmente simple y sin recurrir a semejante intrincación de acontecimientos. Lo que concede un carácter menos elevado al argumento de Edipo es, precisamente, la 3. Sófocles había nacido en el distrito de Kolonos Agoraios [N. del T.]. APÉNDICE t8g intriga que encierra. Intriga es, en el sentido dramático, un enredo que procede del entrecruzamiento de intenciones . y azares, y esto tiene lugar ostensiblemente en los destinos de Edipo, ya que cae sobre este todo lo que sus padres y él mismo hacen para eludir la atrocidad vaticinada. Pero lo que concede un sentido grande y temible a este argumento es la circunstancia -que quizás pasa desapercibida en la mayoría de los casos- de que precisamente el mismo Edipo que resolvió el enigma de la esfinge referente a la existencia humana, es aquel para el cual su propia vida queda como un enigma imposible de dilucidar, hasta que dicho enigma le es explicado del modo más horroroso demasiado tarde, cuando ya todo está irremisiblemente perdido. Esta es una imagen acertada de la arrogante sabiduría humana, que siempre se dirige a lo general, sin que sus poseedores sepan cómo aplicarla adecuadamente a sí mismos. Nos reconciliamos con el acerbo desenlace del primer Edipo a través de la vehemencia, el carácter receloso y autoritario de Edipo, en la medida en que el sentimiento experimenta una decidida indignación frente a un destino tan cruel. Desde esta perspectiva, debería ser sacrificado el carácter de Edipo, que, en cambio, es realzado a través de la preocupación paternal y el heroico afán de salvar al pueblo: un afán que acelera su caída mediante la recta búsqueda del culpable del crimen. También, debido a la antítesis con su ulterior miseria, era preciso presentarlo en h forma en que se encuentra con Tiresias y Creonte, investido aún con todo el orgullo de la dignidad soberana. En general, ya en sus acciones iniciales es posible reconocer al receloso y violento; al primero, por el modo en que, ante las acusaciones de Pólibo, no logra serenarse a través de las aseveraciones de este; al segundo, en el sangriento altercado con Layo. Parece haber heredado de sus padres este carácter. La petulante ligereza con que Yocasta se burla del oráculo -como algo que no se 190 SELECCIÓN DE TEXTOS CRÍTICOS / JIMENA SCHERE ve confirmado por el desenlace-, pero poco después ejecuta el castigo sobre sí misma, sin duda que no se ha trasladado a él: antes bien, lo honra la pureza de ánimo con que cuidadosamente huye del crimen vaticinado, y a través de la cual tiene que acentuarse, naturalmente, en forma extremada la desesperación de haberlo cometido de todos modos. Es temible su ceguera, cuando ya la aclaración resulta tan obvia; por ejemplo, le pregunta a Yocasta qué aspecto tenía Layo, y ella responde que este tenía cabellos blancos y que, de no ser así, habría sido físicamente muy parecido a Edipo. Por otra parte, un rasgo que caracteriza la ligereza de Yocasta es que esta no haya prestado la debida atención a la semejanza con su marido, en función de la cual habría debido reconocer en Edipo a su hijo. De modo que, si se examinan las cosas con detalle, es posible demostrar en cada rasgo la destreza y la significación más extremas. Solo que, en vista de que uno está habituado a elogiar la corrección de Sófocles, y de que se alaba, sobre todo en este Edipo, la brillantez con que ha sido respetada la verosimilitud, debo señalar que precisamente esta obra es una prueba de que, en este punto, los artistas antiguos obedecían a principios totalmentediferentes que los críticos modernos. Pues, de no ser así, sería sumamente inverosímil que Edipo, después de tanto tiempo, no se haya enterado de las circunstancias de la muerte de Layo; que las cicatrices en sus pies, e incluso el nombre que lleva, no hayan despertado sospecha alguna en Yocasta, etc. Solo que los antiguos no diseñaban sus obras maestras para· el entendimiento prosaico y calculador, y una inverosimilitud que solo es descubierta mediante el análisis, y que no se encuentra en el ámbito de la propia representación, no tenía para ellos valor alguno. Incluso Aristóteles, que en general se muestra tan poco inclinado a otorgar un campo de acción libre a la imaginación, formula explícitamente este principio. [... ]Dos obras de Sófocles se relacionan, en concordancia APÉNDICE con la sensibilidad griega, con los derechos sagrados de los muertos y la importancia de la sepultura: en Antígona, toda la acción parte de ello; en Áyax, solo a partir del entierro encuentra la acción un final satisfactorio. El ideal femenino en Antígona es de gran severidad, de modo que bastaría con poner fin a todas las representaciones edulcoradas acerca del carácter griego que en los últimos tiempos se han convertido en moneda corriente. Su disgusto cuando Ismena se niega a tomar parte en su osada decisión, o el modo en que rechaza a Ismena -que está arrepentida de su debilidad- cuando esta se ofrece a acompañar a su heroica hermana al menos en la muerte, rozan la rudeza; su silencio y sus palabras en contra de Creonte, con los que instiga a este a ejecutar su decisión tiránica, dan testimonio de un valor viril inconmovible. Solo que el poeta ha encontrado el secreto para revelar el afectuoso ánimo femenino en un único verso, en la medida cuando, a la idea de Creonte según la cual Polinices es un enemigo de la patria, Antígona responde: Yo no nací para compartir el odio, sino el amor. 1 También ella contiene el estallido de su sentimiento, por cuanto este habría podido tornar dudosa la firmeza de su decisión. Cuando es conducida irrevocablemente a la muerte, se entrega a las lamentaciones más tiernas y conmovedoras sobre su acerba muerte temprana, y aunque es una muy tímida doncella, no deja de llorar también por tener que perderse la fiesta de bodas y por no poder disfrutar jamás de las bendiciones del matrimonio. Barthelemy asegura, sin duda, lo contrario; pero el verso al que se refiere pertenece, de acuerdo con mejores manuscritos y según el contexto, a todo elpasaje de Ismena. Permanecer atada aún a la vida a través de una particular inclinación después de semejante decisión heroica, 4. Cf. p. 155 de la presente edición. SElECCIÓN DE TEXTOS CRÍTICOS / JIMENA SCHERE habría sido debilidad; abandonar sin tristeza aquellos dones universales con que los dioses adornan la vida, no habría estado a la altura de la pía santidad de su ánimo. A primera vista, el coro de Antígona puede parecer débil, en la medida en que se aviene sin oposición a las órdenes tiránicas de Creonte, y ni siquiera intenta expresarse a favor de la joven heroína. Solo que esta tiene que estar totalmente sola con su decisión y su acción; a fin de ser ensalzada de un modo adecuado, no debe encontrar en ningún lugar apoyo ni asistencia. La sumisión del coro intensifica también la impresión de que las órdenes reales no admiten resistencia. De modo que incluso en sus últimas alocuciones a Antígona tienen que introducirse también algunas insinuaciones dolorosas, a fin de que ella apure totalmente el cáliz de los padecimientos terrenales. Muy diferente es el caso en Electra, donde el coro tenía que mostrarse compasivo y alentador con los dos protagonistas a fin de que poderosos sentimientos étiq:>s se rebelasen en contra de la acción de ambos, como también para que otros inciten a favor de dicha acción; en cambio, semejante controversia interna no tiene lugar en absoluto a propósito del acto de Antígona, sino que tienen que impedirlo temores meramente externos .. Una vez realizado el acto y superado el padecimiento a raíz de él, queda aún la punición de la arrogancia, que venga la muerte de Antígona; solo la destrucción de toda la familia de Creonte y la propia desesper~ción de este constituyen un funeral digno por el sacrificio de una vida tan valiosa. En consecuencia, debe aparecer al final la mujer del rey -que hasta ese momento no había sido mencionada- solo para enterarse de la desgracia y quitarse la vida. A la sensibilidad griega le habría resultado imposible dar por terminado el poema con la muerte de Antígona, sin una reparación escarmentadora.