OBRAS DE GUSTAVO A. BECQUER OBRAS DE GÜSTAYO A. BECQUER Q U I N T A AUMENTADA E D I C I Ó N CON V A R I A S P O E S I A S TOMO V LEYENDAS TERC «GffcOO MADRID LIBRERÍA DE FERNANDO Carrera de San Jerónimo, 2 1898 FÉ 85360 LA PEREZA A pereza dicen que es dón de los inmortales: en efecto, en esa serena y olímpica quietad de los perezosos de pura raza, h a y algo q u e les da cierta s e m e j a n z a con los dioses. E l trabajo aseguran que santifica al hombre: de a q u í sin duda el adagio popular que dice: «A D i o s rogando y con el m a z o dando.» Y o tengo, no obs t a n t e , mis ideas particulares sobre este punto. Creo, en efecto, que se puede recitar una jaculatoria, mientras se echan los bofes golpeando un y u n q u e ; pero la verdadera oración, esa oración sin p a l a b r a s que nos pone en contacto con el Ser S u p r e m o , por medio de la idea mística, no puede existir sin tener á la pereza por base. L a pereza, pues, no sólo ennoblece al h o m b r e porque le da cierta s e m e j a n z a con los p r i v i l e g i a d o s ¡Heureux les morís, étemels paresseux! seres que gozan de la inmortalidad, sino que, después de tanto como contra ella se d e c l a m a , es seg u r a m e n t e uno de los mejores caminos para irse al cielo. E s a pereza eterna del cadáver, cómodamente tendido sobre la tierra blanda y removida de la sepultura, no me disgusta del todo; sería tal v e z mi L a pereza es una deidad á que rinden culto infi- bello ideal, si en la muerte pudiera tener la con- nitos adoradores; pero su religión es una religión ciencia de mi reposo. ¿Será que el alma desasida silenciosa y práctica: sus sacerdotes la predican de la materia vendrá á cernerse sobre la t u m b a , con el ejemplo, la naturaleza misma en sus días de g o z á n d o s e en la tranquilidad del cuerpo que la ha sol y s u a v e temperatura, contribuye á p r o p a g a r l a alojado en el mundo? y extenderla con una persuasión irresistible. Si fuera así, decididamente me hacía partidario E s cosa sabida que la b i e n a v e n t u r a n z a de l o s del tan repetido y manoseado «reposo de la tum- justos es una felicidad inmensa, que no a c e r t a m o s ba», tema favorito de los poetas elegiacos y lloro- á comprender ni á definir de u n a manera satisfac- nes, y aspiración constante de las a l m a s superio- toria. L a inteligencia del hombre, e m b o t a d a por res y no comprendidas. Pero... ¡la muerte! su contacto con la materia, no concibe lo puramente espiritual, y esto ha sido causa de que c a d a uno se represente el cielo, no tal como es, sino tal como quisiera que fuese. Y o lo sueño con la quietud absoluta, como pri- «¿Quién sabe lo que h a y detrás de la muerte?» — p r e g u n t a H a m l e t en su famoso monólogo, sin q u e nadie le haya contestado todavía. V o l v a m o s , pues, á la pereza de la vida, que es lo más positivo. mer elemento de goce: el v a c í o alrededor, el a l m a L a mejor prueba de que la pereza es una aspi- despojada de dos de sus tres facultades: la volun- ración instintiva del hombre, y uno de sus mayo- tad y la memoria, y el entendimiento, esto es, el res bienes, es que, tal como está organizado este espíritu reconcentrado en sí mismo, g o z a n d o en picaro mundo, no puede practicarse, ó al menos contemplarse y en sentirse. su práctica es tan peligrosa, que siempre ofrece E s t a es la razón por qué no estoy conforme con el poeta que ha dicho: por perspectiva el hospital. Y que el mundo, tal c o m o le conocemos h o y , es la antítesis completa d e l paraíso de nuestros primeros padres, también es cosa que por lo evidente no necesita demostración. Sin e m b a r g o , el cielo, la luz, el aire, los bosques, los ríos, las flores, l a s montañas, la creación,, en fin, todo nos dice que subsiste la pereza. ¿Dónde está la variación? E l hombre ha comido la fruta prohibida; h a deseado saber; y a no tiene derechoá ser perezoso. — ¡ T r a b a j a , muévete, agítate p a r a comer! E s t o es tan horrible, como si nos d i j e r a n : — ¡ D a á esa b o m b a , suda, afánate para coger el aire que hasde respirar! ¡Cuántas veces, pensando en el bien perdido p o r la falta de nuestros primeros padres, he dicho en el fondo de mi a l m a , parodiando á D o n Q u i j o t e en su célebre discurso sobre la edad de o r o : — D i chosa edad, y dichosos tiempos aquellos en que el h o m b r e no conocía el tiempo, porque no conocía la muerte, é inmóvil y tranquilo g o z a b a de la voluptuosidad de la p e r e z a en toda la plenitud de s u s f a c u l t a d e s ! — Caímos del trono en que D i o s n o s había sentado; y a no somos los señores de la creación; sino una parte de ella, una rueda de la g r a n m á q u i n a , más ó menos importante, pero rueda a l lado y nos envuelve en la s u a v e atmósfera de lang u i d e z que la rodea, y se sienta con nosotros y nos habla ese idioma divino de la trasmisión de l a s ideas por el fluido, en el que no se necesita ni a u n tomarse el trabajo de remover los labios p a r a articular palabras. Y o la he visto m u c h a s v e c e s flotar sobre mí, y arrancarme al mundo de la actividad, en que tan m a l me encuentro. M a s su paso por la tierra es siempre ligerísimo; nos trae el perf u m e de la b i e n a v e n t u r a n z a , para hacernos sentir mejor su ausencia. ¡Qué casia, qué misteriosa, qué llena de dulce pudor es siempre la pereza del hombre! V e d la actividad, corriendo por el mundo, como una bacante desmelenada, dando una forma material y grosera á sus ideas y sus ensueños; v e d el m e r c a d o público cotizándolos, vendiéndolos á precio de oro. S a n t a s ilusiones, sensaciones purísimas, fantasías locas, ideas extrañas, todos los misterios hijos del espíritu, son, apenas n a c e n , cogidos por la materia, su estúpido consocio, y expuestas desnudas, temblorosas y a v e r g o n z a d a s á los ojos de la multitud ignorante. fin, condenada, por lo tanto, á voltear y á engra- Y o quisiera pensar para mí, y g o z a r con mis ale- narnos con otras, gimiendo y rechinando, y que- grías, y llorar con mis dolores, adormido en los riéndonos resistir contra nuestro inexorable desti- brazos de la pereza, y no tener necesidad de diver- no. A l g u n a s veces la pereza, esa deidad celeste, tir á nadie con la relación de mis pensamientos y primera a m i g a del hombre feliz, p a s a á nuestro mis sensaciones más secretas y escondidas. E L A D E R E Z O DE E S M E R A L D A S STÁBAMOS p a r a d o s en la C a r r e r a de San Jerónimo, frente á la casa de D u r á n , y leíamos el título de un libro de M e r y . C o m o me llamase la atención aquel título extraño, y se lo dijese así al amigo que me a c o m p a ñ a b a , éste, apoyándose ligeramente en mi brazo, e x c l a m ó : — E l día está hermoso á más no poder, v a m o s á dar una v u e l t a por la F u e n t e C a s t e l l a n a . Mientras dura el paseo, te contaré una historia en la que y o soy el héroe principal. V e r á s como, después de oiría, no sólo comprendes el título, sino que te lo explicas de la manera más fácil del mundo. Y o tenía bastante que hacer; pero como siempre estoy deseando un pretexto p a r a no hacer n a d a , acepté la proposición, y mi amigo comenzó de esta día tener un eco semejante, y encontré, en efecto, manera su historia: q u e era una mujer hermosísima. N o pude contem- — H a c e algún tiempo, una n o c h e en que salí á dar vueltas por las calles, sin más objeto que el de plarla más que un m o m e n t o , y , sin e m b a r g o , su belleza me hizo una impresión profunda. darlas, después de haber e x a m i n a d o todas las co- A la puerta de la joyería de donde había salido, lecciones de e s t a m p a s y fotografías de los estable- estaba un carruaje. L a a c o m p a ñ a b a una señora de cimientos, de haber escogido con la imaginación cierta edad, muy j o v e n para ser su madre, d e m a - delante de la tienda de los S a b o y a n o s los bronces siado v i e j a para ser su a m i g a . C u a n d o a m b a s hu- con que y o adornaría mi casa, si la tuviese, de ha- bieron subido á la carretela, partieron los caballos, ber pasado, en fin, una revista minuciosa á todos y y o me quedé hecho un tonto, mirándola ir hasta los objetos de arte y de lujo expuestos al público perderla de vista. detrás de los iluminados cristales de l a s anaquele- ¡ Q u é hermosas e s m e r a l d a s ! había dicho. En rías, me d e t u v e un momento ante la de S a m p e r . efecto, las esmeraldas eran bellísimas; aquel co- N o sé cuanto tiempo haría que estaba allí rega- llar, rodeado á su g a r g a n t a de nieve, hubiera pa- l a n d o con la imaginación á todas las mujeres gua- recido una guirnalda de t e m p r a n a s hojas de almen- p a s que conozco, á ésta un collar de perlas, á d r o , salpicadas de rocío; aquel aquélla una c r u z de brillantes, á la otra unos pen- seno, una flor de loto cuando se mece sobre su dientes de amatistas y oro. D u d a b a en aquel punto movible o n d a , coronada de espuma. ¡ Q u é her- alfiler sobre su á quién ofrecería, q u e lo mereciese, un magnífico mosas esmeraldas! ¿ L a s deseará acaso? Y si l a s aderezo de e s m e r a l d a s , tan rico como elegante, desea, ¿por qué no las posee? E l l a debe ser rica que entre todas las otras j o y a s l l a m a b a la aten- y pertenecer á una clase e l e v a d a ; tiene un carrua- ción por la hermosura y claridad de sus piedras, je e l e g a n t e , y en la portezuela de ese c a r r u a - cuando oí á mi lado una voz s u a v e y dulcísima j e he creído ver un noble blasón. I n d u d a b l e m e n t e e x c l a m a r con un acento que no pudo menos de h a y en la existencia arrancarme de mis imaginaciones: «¡Qué hermosas terio. esmeraldas!» de esa mujer algún mis- E s t o s fueron los pensamientos que me agitaron V o l v í la c a b e z a en la dirección que había oído después que la perdí de vista, cuando y a ni el ru- resonar aquella v o z de mujer, porque sólo así p o - mor de su c a r r u a j e llegaba á mis oídos. Y en efec- to, en su vida, al parecer tan apacible y envidiable, había un misterio horrible. N o te diré cómo, pero y o llegué á penetrarlo. C a s a d a desde muy niña con un libertino, que, N o desesperé, sin e m b a r g o , de mi propósito. ¿Cómo buscar dinero? decía yo para mí, y me acordaba de los prodigios de las Mil y una noches, de aquellas palabras cabalísticas, á c u y o eco se después de disipar una fortuna propia, había bus- abría la tierra y se m o s t r a b a n los tesoros escondi- c a d o en un v e n t a j o s o enlace el mejor expediente dos, de aquellas v a r a s de virtud tan grande que, para gastar otra ajena; modelo de esposas y de tocando con ellas en una roca, brotaba de sus hen- madres, aquella mujer había renunciado á satisfa- diduras un manantial no de a g u a , que era peque- cer el menor de sus caprichos para conservar á su ñ a maravilla, sino de rubíes, topacios, perlas y hija alguna parte de su patrimonio, p a r a mantener diamantes. en el exterior el nombre de su c a s a á la altura que en la sociedad había tenido siempre. S e h a b l a de los grandes sacrificios de algunas mujeres. Y o creo que no h a y ninguno c o m p a r a b l e , Ignorando las unas, y no sabiendo dónde encontrar la otra, decidí por último escribir un libro y venderlo. S a c a r dinero de la roca de un editor no deja de ser milagro; pero lo realicé. d a d a su organización especial, con el sacrificio de E s c r i b í un libro original, que gustó poco, por- un deseo ardiente, en el que se interesan la v a n i - que sólo una persona podía comprenderlo; para las d a d y la coquetería. d e m á s sólo era una colección de frases. D e s d e el punto en que penetré el misterio de su existencia, por una de esas e x t r a v a g a n c i a s de mi A l libro le titulé El aderezo de esmeraldas, y lo firmé con mis iniciales solas. carácter, todas mis aspiraciones se redujeron á una C o m o y o no soy V í c t o r H u g o , ni mucho menos, sola: poseer aquel aderezo maravilloso, y r e g a l á r - excuso decirte que por mi n o v e l a no me dieron lo selo de una manera que no lo pudiese rechazar, de que por la última que ha escrito el autor de Nues- un modo que no supiese ni aun de qué mano po- tra Señora de París, pero con todo y con eso, reuní dría venir. lo suficiente p a r a comenzar mi plan de c a m p a ñ a . E n t r e otras m u c h a s dificultades que desde luego E l aderezo en cuestión valdría como cosa de encontré á la realización de mi idea, no era segu- unos catorce á quince mil duros, y para comprarlo ramente la menor que, ni poco ni mucho, tenía di- c o n t a b a y a con la respetable cantidad de tres m i l nero p a r a comprar la joya. reales: necesitaba, pues, j u g a r . Jugué, y j u g u é con tanta decisión y fortuna, que en una sola noche gané lo que necesitaba. Mefistófeles escogiese un collar de piedras preciosas como el objeto más á propósito para seducir á A propósito del j u e g o he hecho una observación, M a r g a r i t a : y o , con ser hombre y todo, hubiera en la que c a d a día me confirmo más y más. C o m o querido por un instante vivir en el Oriente y ser se apunte con la completa seguridad de que se ha uno de aquellos fabulosos m o n a r c a s que se ciñen de g a n a r , se g a n a . A l tapete verde no h a y que las sienes con. un círculo de oro y pedrería, para acercarse con la vacilación del que v a á probar su poder adornarme con aquellas magníficas h o j a s de suerte, sino con el aplomo del que llega por a l g o esmeraldas con flores de brillantes. suyo. D e mí sé decirte que aquella noche me hubiera sorprendido tanto el perder, como si una c a s a respetable me hubiese n e g a d o dinero con la firma de R o t s c h i l d . U n gnomo para comprar un beso de una silfa no hubiera logrado encontrar entre los inmensos tesoros que g u a r d a el a v a r o seno de la tierra, y q u e solos conocen, una esmeralda más grande, A l otro día me dirigí á casa de S a m p e r . ¿Creerás que al arrojar sobre el despacho del j o y e r o aquel puñado de billetes de todos colores, aquellos billetes que representaban para mí cuando menos un año de placer, m u c h a s mujeres hermosas, un v i a j e á Italia, y champagne y vegueros á discreción, v a cilé un momento? P u e s no lo creas: los arrojé con la m i s m a tranquilidad ¡qué digo tranquilidad! con la misma satisfacción con que B u c k i n g h a m , rompiendo el hilo que las s u j e t a b a , sembró de p e r l a s la alfombra del palacio de su amante. más clara, más hermosa que la que brillaba, sujetando un lazo de rubíes, en mitad de la d i a d e m a . D u e ñ o y a del aderezo, comencé á imaginar el modo de hacerlo llegar á la mujer á quien lo destinaba. A l cabo de algunos días, y merced al dinero q u e me quedó, conseguí que una de sus doncellas me prometiese colocarlo en su g u a r d a - j o y a s sin ser vista; y á fin de asegurarme de que por su conducto no había de saberse el origen del regalo, la di c u a n t o me restaba, algunos miles de reales, á con- C o m p r é las j o y a s , y las llevé á mi casa. N o pue- dición de que, apenas hubiese puesto el aderezo des figurarte n a d a más hermoso que aquel a d e r e z o . en el lugar convenido, abandonaría la corte p a r a N o extraño que las mujeres suspiren alguna v e z a l trasladarse á B a r c e l o n a . E n efecto, lo hizo así. pasar por delante de esas tiendas que ofrecen á sus ojos tan brillantes tentaciones; no e x t r a ñ o que J u z g a tú cuál no sería la sorpresa de su señora c u a n d o , después de notar su inesperada desapariTOMO III A 2 ción, y sospechando que tal vez había huido de la ñas ó porque no tenía qué: de todos modos, era fe- c a s a llevándose alguna cosa, encontró en su secre- liz. D u r a n t e mi sueño creí percibir la música d e l íaire el magnífico aderezo de esmeraldas. ¿Quién baile y verla cruzar ante mis ojos, lanzando chis- había a d i v i n a d o su pensamiento? ¿Quién había po- p a s de fuego de mil colores, y hasta m e parece que dido sospechar que aún recordaba de cuando en bailé con ella. c u a n d o aquellas joyas con un suspiro? L a aventura de las esmeraldas se había trasluci- P a s ó tiempo y tiempo. Y o sabía que conservaba do, siendo objeto, cuando apareció en su secretaire, mi regalo, sabía que se habían hecho grandes di- de las conversaciones de algunas d a m a s elegantes. ligencias por averiguar cual era su origen, y sin D e s p u é s de haberse visto el aderezo, y a no que- e m b a r g o , nunca la vi adornada con é l . — ¿ D e s d e - d ó lugar á dudas, y los ociosos comenzaron á co- ñará la ofrenda? ¡Ah! decía yo, ¡si supiese todo el mentar el hecho. E l l a g o z a b a de una reputación mérito que tiene ese regalo; si supiese que apenas intachable. A pesar de los extravíos y del abando- le supera el de aquel amante que empeñó en invier- no en que su marido la tenía, la calumnia no pudo n a la c a p a para c o m p r a r un r a m o de flores! ¡Creerá j a m á s elevarse hasta el alto lugar en que la habían tal v e z que viene de manos de algún poderoso que c o l o c a d o sus virtudes; sin embargo, en esta oca- algún día se presentará, si lo admiten, á reclamar sión comenzó á levantarse el venticello por donde co- su precio. C ó m o se engaña! m i e n z a , según D o n Basilio. U n a noche de baile me situé á la puerta del pa- U n día en que me hallaba en un círculo de j ó v e - lacio, y confundido entre la multitud esperé su ca- nes, se h a b l a b a de las famosas esmeraldas, y un r r u a j e para verla. C u a n d o llegó éste, y , abriendo fatuo dijo al fin, c o m o terminando la cuestión: el l a c a y o la portezuela, apareció ella radiante de -No h a y que darle vueltas: esas j o y a s tienen hermosura, se elevó un murmullo de admiración un origen tan vulgar, como todas las que se rega- de entre la apiñada muchedumbre. L a s mujeres la lan en este mundo. P a s ó y a el tiempo en que los m i r a b a n con envidia, los hombres con deseo; á mí genios invisibles ponían maravillosos presentes de- se me escapó un grito sordo é involuntario. L l e v a - b a j o de la almohada de las hermosas, y el que h a c e b a el aderezo de esmeraldas. A q u e l l a noche me acosté sin cenar; no me acuerd o si porque la emoción me había quitado las ga- un regalo de ese valor es con la esperanza de la recompensa... y esa recompensa, ¡quién s a b e si se c o braría adelantada! L a s p a l a b r a s de aquel necio me sublevaron, y me sublevaron sobre todo, porque encontraron eco en los que las oían. N o obstante, me contuve. ¿ Q u é derecho tenía yo para salir á la defensa de aquella mujer? N o había pasado un cuarto de hora cuando se me ofreció la ocasión de contradecir al que la h a bía injuriado. N o sé á propósito de qué le c o n t r a dije; lo que te puedo asegurar es que lo hice con tanta aspereza, por no decir grosería, que de contestación en contestación sobrevino un lance. E r a lo que y o deseaba. Mis a m i g o s , conociendo mi c a r á c t e r , se ad- miraban, no sólo de que hubiese b u s c a d o un desafío por una causa tan fútil, sino de mi e m p e ñ o en no dar ni admitir explicaciones de ningún genero. M e batí, no sé decirte si con fortuna ó sin ella, pues aunque al hacer fuego vi v a c i l a r un instante á mi contrario y caer redondo á tierra, un instante después sentí que me z u m b a b a n los oídos y que se obscurecían mis ojos. T a m b i é n estaba herido, y herido de g r a v e d a d en el pecho. M e llevaron á mi pobre habitación presa de una espantosa fiebre... Allí... N o sé los días que p e r m a necí, llamando á v o c e s no sé á quién... á ella sin duda. H u b i e r a tenido valor p a r a sufrir en silencio toda la vida, á trueque de obtener al borde del se- pulcro una mirada de gratitud; ¡pero morir sin dej a r l e siquiera un recuerdo! E s t a s ideas atormentaban mi imaginación en una noche de insomnio y de calentura, c u a n d o v i que se separaron las cortinas de mi alcoba, y en el dintel de la puerta apareció una mujer. Y o creía que soñaba, pero no. A q u e l l a mujer se acercó á mi lecho, á aquel pobre y ardiente lecho en que me rev o l c a b a de dolor; y levantándose el velo que cubría su rostro, dejó ver una lágrima suspendida de sus l a r g a s y obscuras pestañas. ¡ E r a ella! Y o me incorporé con los ojos espantados, me incorporé y . . . en aquel punto llegaba frente á casa de Durán... — ¡Cómo! e x c l a m é y o interrumpiéndole al oir aquella salida de tono de mi amigo; ¿pues no estabas herido y en la cama? — ¡En la cama!... ¡ah! ¡qué diantre!... S e me h a bía olvidado advertirte que todo esto lo vine y o pensando desde casa de S a m p e r , donde en efecto v i el aderezo de esmeraldas y oí la e x c l a m a c i ó n q u e te he dicho en boca de una mujer hermosa, hasta la C a r r e r a de S a n Jerónimo, donde un codaz o de un mozo de cuerda me sacó de mi asbtracc i ó n . f r e n t e á casa de D u r á n , en c u y o escaparate reparé un libro de M e r y con este título: Historie de u qui n' est pas arrivé, «Historia de lo que no ha sucedido». ¿ L o comprendes ahora? A l escuchar este desenlace, no pude contener una c a r c a j a d a . E n efecto, y o no sé de qué tratará el libro de M e r y ; pero ahora comprendo que con ese título podrían escribirse un millón de historias á c u a l mejores. LAS UIÉN PERLAS no ha pensado alguna v e z , mirando los granizos saltar en el alféizar de la ventana y o y e n d o el repiqueteo de sus golpes en los cristales:—«¡Si estos granizos fueran monedas de cinco duros!»—¿Y quién no h a añadido completando la frase, después de reflexionar un instante sobre los inconvenientes que traería á la sociedad esta riqueza repentina, que al fin y al c a b o daría por resultado una p o b r e z a g e n e r a l ? — «|Y sólo cayeran en el patio de mi casa!»—Porque en efecto, n a d a más inútil que el oro el día en q u e se hiciese tan común como el estaño. T o d o lo que se prodiga es vulgar; nadie aprecia lo que no h a de causar envidia, y es seguro que hasta la salud se miraría como cosa despreciable, si no hubiese enfermos. / A l escuchar este desenlace, no pude contener una c a r c a j a d a . E n efecto, y o no sé de qué tratará el libro de M e r y ; pero ahora comprendo que con ese título podrían escribirse un millón de historias á c u a l mejores. LAS UIÉN PERLAS no ha pensado alguna v e z , mirando los granizos saltar en el alféizar de la ventana y o y e n d o el repiqueteo de sus golpes en los cristales:—«¡Si estos granizos fueran monedas de cinco duros!»—¿Y quién no h a añadido completando la frase, después de reflexionar un instante sobre los inconvenientes que traería á la sociedad esta riqueza repentina,, que al fin y al c a b o daría por resultado una p o b r e z a g e n e r a l ? — «|Y sólo cayeran en el patio de mi casa!»—Porque en efecto, n a d a más inútil que el oro el día en q u e se hiciese tan común como el estaño. T o d o lo que se prodiga es vulgar; nadie aprecia lo que no h a de causar envidia, y es seguro que hasta la salud se miraría como cosa despreciable, si no hubiese enfermos. / ¿Qué piedras preciosas, qué objetos de lujo y de toria maravillosa, un verdadero cuento de hadas. flores, D e c í a s e que aquel traficante, desconocido de los tan diversas en brillante color, caprichosas f o r m a s que andan en este comercio, era un antiguo buzo, y suaves perfumes? ¿Qué h a y , á pesar de esto, más el cual había descubierto un banco tan extraordi- v u l g a r que las flores? E s v e r d a d que han tenido nario, que todas las conchas que lo f o r m a b a n con- también su día de reinado; es verdad que su esca- tenían una perla más ó menos grande. L a historia sez, si no su belleza, las ha hecho objeto de lujo en pareció absurda al principio; mas luego, teniendo épocas determinadas, pero alternativamente se han en cuenta la imposibilidad de que á no ser así, destronado unas á otras, para dejarle el puesto á dispusiese un particular de un número tan consi- la última y desconocida producción v e g e t a l de un derable de perlas, no cogidas en l a s pesquerías del c l i m a remoto. gobierno, hubo una v e r d a d e r a alarma entre los suprema elegancia habrá comparables á las U n hecho que ha tenido lugar últimamente en la compradores. f a m o s a feria de L e i p s i c k , á la cual acuden para ha- S a b i d o es que las pesquerías de C e y l á n son pro- cer sus compras los más reputados j o y e r o s alema- piedad del E s t a d o que posee estas islas, y que los nes, nos ha inspirado las y a v u l g a r e s reflexiones que arriendan al gobierno las pesquerías, lo h a c e n que d e j a m o s hechas acerca de las causas de depre- en una cantidad a l z a d a , de m o d o que sólo ellos, ciación de ciertos objetos. que disponen de grandes medios, pueden empren - P a r e c e que un comerciante de C e y l á n , h a s t a ahora desconocido en la plaza, se ha presentado este año con una colección de perlas tan gruesas y tan nunca vistas por sus condiciones de Oriente, i g u a l d a d y trasparencia, que con justicia han sido c o l o c a d a s en primer término y p a g a d a s mejor que todas las otras perlas de que el mercado e s t u v o muy a b u n d a n t e . H a s t a aquí el suceso no tiene n a d a de particular; pero es el caso que á última hora c o m e n z ó á correr de boca en boca por todo L e i p s i c k una h i s - der un negocio costosísimo, en el cual se emplean millones de hombres para obtener algún resultado. ¿Cómo un solo individuo h a podido, t r a b a j a n d o aislada y furtivamente, reunir un número considerable de perlas de tal m a g n i t u d , que suponen una inmensa cantidad d e s e c h a d a , y operarios y buzos sin cuento? L a s pesquerías oficialmente hechas no han dado por resultado una seguridad de la existencia del maravilloso b a n c o de que se h a b l a en L e i p s i c k ; pero todo i n d u c e á creer que, en efecto, existe, y una v e z descubierto, inundará el m e r c a d o de perlas vano se procura disimular la crisis c o m e r c i a l hasta hasta el punto de hacer v u l g a r í s i m a una materia, tanto que los j o y e r o s de A l e m a n i a y los comercian- objeto hoy de lujo, buscada y p a g a d a á precios tes holandeses h a y a n realizado sus existencias; á exorbitantes. » un mismo tiempo, un periódico inglés y dos revis- ¡El reinado de las perlas toca á su fin! E s t e grito de angustia, lanzado por los traficantes y j o y e r o s de A l e m a n i a , ha encontrado un eco en los más eleg a n t e s boudoirs de las d a m a s de E u r o p a . v o z de a l a r m a . L a s perlas v a n á desaparecer del c a t á l o g o de los objetos preciosos: y a las mujeres no las verán con S e teme, y con razón, que se repita uno de esos cuentos orientales en que las piedras tas de intereses materiales de B é l g i c a han d a d o la un suspiro de envidia detrás de la iluminada ana- preciosas, quelería de un joyero; y a no harán un primer papel r e g a l a d a s por los malos genios á los muchachos en en l a s anécdotas galantes; sin embargo, su historia c a m b i o de una indiscreción, se transformaban al es tan brillante como antigua. M u c h o se h a discu- otro día en carbones. tido acerca de la época de la primera exportación Mientras el d i a m a n t e espera temblando la h o r a de esta materia preciosa, objeto siempre de un g r a n en que un químico le derribe del trono que o c u p a , comercio entre la India y las naciones occiden- al cristalizar el carbón puro; mientras las m a t e r i a s tales. H o m e r o no h a b l a de las perlas, y con este más preciosas, merced á las conquistas de la cien- dato niegan algunos que se conociesen antes de cia, a g u a r d a n de un día á otro una depreciación emplearlas los romanos. E n el libro de Job y el de inevitable, la perla, esa «gota de rocío cuajada>, los P r o v e r b i o s se mencionan, y ateniéndose á esta como la llaman los poetas indios, esa «lágrima de cita, parece indudable que, al menos del pueblo ju- la aurora perdida en el fondo del mar», como ha dío, fueron conocidas desde tiempos muy remotos. dicho un célebre orientalista; la perla, a j e n a á todo miedo, merced á las dificultades de su adquisición, se ostentaba llena de orgullo en los hombros d e nuestras hermosas, en sus cabellos negros c o m o la noche, ó en sus brazos torneados y blancos c o m o la nieve. N o obstante, le ha llegado también su hora. E n L a primera perla célebre de que h a b l a la historia, perla que por otra parte merecía con razón ser mencionada, es la que Julio César dió á Servilia, h e r m a n a de C a t ó n de Ú t i c a . H o y no es posible formarse una idea e x a c t a de sus condiciones y su tamaño, por ignorarse el precio que tenían y la tasación aproximada; pero es seguro q u e no debió ser, como v u l g a r m e n t e se d i c e , g r a n o de a n í s , cuando al galante C é s a r le costó la friolera de 6.000 grandes sextercios, p r ó x i m a m e n t e unos cinco millones de reales. D e esta calidad debió ser sin duda la que dió origen á un proverbio romano, el cual da hoy por seguro que «una hermosa perla c o l o c a d a en el seno de una mujer, hacía las veces de líctor, separando á la multitud y atrayendo sobre su d u e ñ a la consideración y el respeto de las turbas». E n el día, han v a r i a d o mucho las condiciones sociales; pero aún puede decirse que h a c e las v e c e s de Cupidillo. ¿ A c u a n t o s que no fascinarían los m á s hermosos ojos del mundo, no h a flechado el aderezo de perlas de una mujer rica, especie de arco-iris de la tempestad, v a g a promesa de una dote respetable? P e r o v o l v a m o s á R o m a . L a s romanas, antes que todo, y por m á s que a l g u n o s h i s toriadores se empeñen en probarnos lo contrario, eran mujeres, y como tales m u j e r e s , a m i g a s del lujo y la ostentación, caprichosas y a n t o j a d i z a s . S e n t a d o s estos precedentes, no h a y p a r a qué decir que, una v e z conocidos, el gusto por las perlas, entonces la última n o v e d a d , se desarrolló espontáneamente entre el sexo hermoso. S e usaron perlas entre los cabellos, en las orejas, en el pecho y en l o s brazos. C o n ellas se bordaron l a s túnicas, los velos, los mantos, y hasta los coturnos; se incrus- taron en las v a j i l l a s , en l a s ánforas, en los muebles y h a s t a en los muros. Y en pos de las mujeres v i nieron los hombres. C o m e n z ó P o m p e y o entrando triunfante en R o m a con treinta coronas de perlas á sus pies, y una v e z conquistada A l e j a n d r í a , y hecho más general su comercio, acabaron C a l í g u l a y N e r ó n c u a j a n d o de ellas los arreos de sus c a b a llos, después de prodigarlas con una profusión espantosa en sus vestiduras. A los que se espantan hoy del lujo de nuestras mujeres y lo llaman escandaloso é inmoral, quisiéramos poderlos trasladar, después de una de nuestras reuniones más brillantes, á una de aquellas soirées ó tés dansants romanos, en donde se descolgaban prójimas que, como L u l l i a P a u l i n a , llevaban á cuestas diariamente, y así como para andar por casa de trapillo, valor de treinta millones en perlas, piedras preciosas y otras z a r a n d a j a s del mismo j a e z . L l e g a d a á este punto la e x a g e r a c i ó n del uso de l a s perlas, p a r e c e como que no habría medios de seguir adelante; mas no fue así: los que no sabían y a qué hacer para mostrarse más pródigos que sus antecesores, imaginaron m a c h a c a r l a s y servirlas en los banquetes rociadas en polvo aljofarado sobre los m a n j a r e s . — M a c h a c a r í a n perlas de poco valor, pequeñas y d e f o r m e s , dirán a l g u n o s . — T o d o es posible: en R o m a como en M a d r i d , debió haber muchos de los que quieren y no pueden; pero la v a n i d a d , que aunque no lo p a r e z c a , es m u y ingeniosa, había establecido un ceremonial para e v i t a r supercherías. E r a costumbre que al mediar el festín, el a n f i trión ó anfitriona se quitase del cuello la perla, una perla m a y ú s c u l a , y la triturase en presencia de los c o n v i d a d o s que la h a b í a n de consumir. dor, que acaso mañana no tendrá más mérito que las cuentas de vidrio que r e g a l a b a n á sus naturales los descubridores del N u e v o Mundo, deben consolarse de la pérdida de sus adornos, impregnándose en su espíritu. H e aquí la historia, porque historia es y no cuento: L a princesa de J... es sin duda alguna la más Ignoramos hasta qué punto serán d i g e s t i v a s l a s perlas; mas lo que podemos asegurar es que, sólo al acordarnos de estos convites en que hacían tan principal p a p e l , se nos crispan los nervios pensand o en cómo rechinarían sus partículas entre los dientes. hermosa de las d a m a s de la corte de V i e n a . L a s D e s p u é s de estas épocas de esplendor, las perlas manos, aquéllos el talle, los de más allá los pies, ó han seguido estando á la moda en el mundo ele- la boca, ó la nariz, la oreja pequeña, rosada y tras- g a n t e de todos los siglos y todas las civilizaciones. parente. T o d o era á su alrededor un concierto de m i r a d a s de envidia de sus rivales se lo h a b í a n dic h o cien veces, y otras cien el círculo m á s florido de los pollos cóinm' il faut de V i e n a , que también en V i e n a h a y pollos. U n o s a l a b a b a n la m a j e s t a d de su apostura, otros el fuego de sus ojos, éstos las D e s d e la célebre que Cleopatra ofreció á M a r c o alabanzas; sus oídos se habían a c o s t u m b r a d o á los A n t o n i o disuelta en v i n a g r e , hasta los históricos elogios como á una música conocida y deliciosa. hilos de B u c k i n g h a m , sueltos en presencia del elev a d o objeto de su amor, en la corte de L u i s X I I I , las perlas han intervenido como protagonistas en mil y mil lances de amor históricos. U n a noche el príncipe de J... entró en el boudoir de su mujer, á tiempo que ésta se vestía para un baile, y le ofreció como recuerdo del aniversario de sus b o d a s una perla: una perla monstruosa, D e estas cien anécdotas sólo queremos referir magnífica, con toda la s u a v e o p a c i d a d , los cam- una. A q u e l l a s de nuestras lectoras que, después de biantes de mil colores y las condiciones de f o r m a leer los renglones que l l e v a m o s escritos, se acuer- que pueden hacer única una perla entre las cien den con un suspiro de sentimiento de las perlas mil perlas c o g i d a s en un siglo en la isla c u y o mar q u e g u a r d a n en las afiligranadas boites de su toca- l a s produce. L a princesa, ufana con ella, se la colocó en la c a b e z a en el punto donde su cabello negro se p a r tía sobre la frente como en dos alas obscuras, y se marchó al baile. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! ¡ V a l e un tesoro! ¡No tiene igual! H e aquí las e x c l a m a ciones que la saludaron á la e n t r a d a en el círculo LA V E N T A DE L O S G A T O S cortesano. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! N i una palabra para sus ojos, ni una frase g a lante á su sonrisa, á la gracia de su fisonomía, á la esbeltez de su talle. C u a n d o la princesa v o l v i ó á su c a s a , es f a m a que dijo, arrojando al suelo la famosa perla, y pisoteándola: ¡Necia de mí! ¿Quién me ha m a n d a d o TN S e v i l l a y en mitad del camino que se di- llevar al baile esta perla, la sola que podía ser mi rige al convento de S a n Jerónimo desde rival, porque, como yo, es única en V i e n a ? Consuélense, pues, las mujeres, si el acaso l a s la puerta de la M a c a r e n a , h a y , entre otros ventorrillos célebres, uno, que por el lugar en que está colocado y las circunstancias especiales que priva de uno de sus adornos favoritos. P o c o más ó menos, la historia de la perla que en él concurren, puede decirse que era, si y a no lo a c a b a m o s de referir, es la historia de todas las per- es, el más neto y característico de todos los v e n t o - las del mundo. rrillos andaluces. L a s hermosas parecen tanto más hermosas, F i g u r á o s una casita b l a n c a como el ampo de la cuanto más sencillas; y las feas, si es v e r d a d que nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, h a y alguna mujer fea en E s p a ñ a , esas están tanto verdinegras las otras, entre las cuales crecen un peor, cuanto más se adornan. sin fin de j a r a m a g o s y m a t a s de resedá. U n cober- E n c u a n t o á la pérdida del valor material, eso tizo de m a d e r a b a ñ a en sombra el dintel de la no es tanto cuestión de nuestras Suscritoras c o m o puerta, á c u y o s lados h a y dos poyos de ladrillos y de S a m p e r y P i z z a l a . a r g a m a s a . E m p o t r a d a s en el muro, que rompen TOMO 111 3 L a princesa, ufana con ella, se la colocó en la c a b e z a en el punto donde su cabello negro se p a r tía sobre la frente como en dos alas obscuras, y se marchó al baile. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! ¡ V a l e un tesoro! ¡No tiene igual! H e aquí las e x c l a m a ciones que la saludaron á la e n t r a d a en el círculo LA V E N T A DE L O S G A T O S cortesano. ¡Qué hermosa perla! ¡Qué magnífica perla! N i una palabra para sus ojos, ni una frase g a lante á su sonrisa, á la gracia de su fisonomía, á la esbeltez de su talle. C u a n d o la princesa v o l v i ó á su c a s a , es f a m a que dijo, arrojando al suelo la famosa perla, y pisoteándola: ¡Necia de mí! ¿Quién me ha m a n d a d o TN S e v i l l a y en mitad del camino que se di- llevar al baile esta perla, la sola que podía ser mi rige al convento de S a n Jerónimo desde rival, porque, como yo, es única en V i e n a ? Consuélense, pues, las mujeres, si el acaso l a s la puerta de la M a c a r e n a , h a y , entre otros ventorrillos célebres, uno, que por el lugar en que está colocado y las circunstancias especiales que priva de uno de sus adornos favoritos. P o c o más ó menos, la historia de la perla que en él concurren, puede decirse que era, si y a no lo a c a b a m o s de referir, es la historia de todas las per- es, el más neto y característico de todos los v e n t o - las del mundo. rrillos andaluces. L a s hermosas parecen tanto más hermosas, F i g u r á o s una casita b l a n c a como el ampo de la cuanto más sencillas; y las feas, si es v e r d a d que nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, h a y alguna mujer fea en E s p a ñ a , esas están tanto verdinegras las otras, entre las cuales crecen un peor, cuanto más se adornan. sin fin de j a r a m a g o s y m a t a s de resedá. U n cober- E n c u a n t o á la pérdida del valor material, eso tizo de m a d e r a b a ñ a en sombra el dintel de la no es tanto cuestión de nuestras Suscritoras c o m o puerta, á c u y o s lados h a y dos poyos de ladrillos y de S a m p e r y P i z z a l a . a r g a m a s a . E m p o t r a d a s en el muro, que rompen TOMO 111 3 varios ventanillos, abiertos á capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más b a j o s y otros más altos, éste en forma cuadrangular; aquél imitando un ajimez ó una c l a r a b o y a , se ven de trecho en trecho algunas estacas y anillas d e hierro, que sirven para atar las caballerías. U n a pa- agrestes márgenes, hasta llegar al pie del antiguo c o n v e n t o de S a n Jerónimo, el cual se asoma por cima de los espesos olivares que los rodean, y dibuja por obscuro la negra silueta d e s ú s torres sobre un cielo azul trasparente. rra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos Imagináos este paisaje animado por una multi- por entre la armazón de m a d e r a s que la sostienen, tud de figuras de h o m b r e s , m u j e r e s , chiquillos y vistiéndolos de p á m p a n o s y hojas verdes y a n c h a s , animales, formando grupos á cual más pintorescos cubre como un dosel el estrado, el cual lo com- y característicos: aquí el ventero, rechoncho y co- ponen tres b a n c o s de pino, media docena de sillas loradote, sentado al sol en una silleta b a j a , des- de anea desvencijadas, y hasta seis ó siete mesas haciendo entre las manos el t a b a c o para liar un c o j a s y hechas de tablas m a l unidas. P o r uno de cigarrillo y con el papel en la b o c a ; allí un regatón los costados de la casa sube una m a d r e s e l v a , aga- de la M a c a r e n a , que c a n t a entornando los ojos y rrándose á las grietas de las paredes, hasta llegar acompañándose con una guitarrilla, mientras otros al tejado, de c u y o alero penden algunas guías que le llevan el compás con las p a l m a s , ó golpeando se mecen con el aire, s e m e j a n d o flotantes pabello- l a s mesas con los v a s o s ; m á s allá una turba de nes de v e r d u r a . A l pie del otro corre una cerca de m u c h a c h a s con su pañuelo de espumilla de mil co- c a ñ i z o , señalando los límites de un pequeño jardín lores, y toda una maceta de claveles en el pelo, que parece una canastilla de juncos q u e tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y ha- rebosando L a s c o p a s de dos corpulentos árboles que blan á v o c e s en tanto que impulsan como locas el se levantan á espaldas del ventorrillo, forman el columpio colgado entre dos árboles; y los mozos fondo obscuro, sobre el cual se destacan sus blan- del ventorrillo que v a n y vienen con bateas de c a s chimeneas, completando la decoración los v a - manzanilla y platos de aceitunas; y las b a n d a s de flores. llados de las huertas llenos de pitas y z a r z a m o - g e n t e s del pueblo que hormiguean en el camino; ras, los retamares que crecen á la orilla del a g u a , dos borrachos que disputan con un m a j o que re- y el G u a d a l q u i v i r , que se aleja arrastrando con quiebra al pasar á una b u e n a moza; un gallo que lentitud su torcida corriente por entre aquellas c a c a r e a esponjándose orgulloso sobre las b a r d a s del corral; un perro que ladra á los chiquillos que le hostigan con palos y piedras; el aceite que hierv e y salta en la sartén donde fríen el pescado; el chasquear de los látigos de los caleseros que lleg a n l e v a n t a n d o una nube de polvo; ruido de cantares, de castañuelas, de risas, de v o c e s , de silbidos y de guitarras, y golpes en las mesas y p a l m a - saqué un papel de la cartera de dibujo, que llevaba conmigo, afilé un lápiz, y comencé á buscar con la vista un tipo característico para copiarle y conservarle como un recuerdo de aquella escena y d e aquel día. D e s d e luego mis ojos se fijaron en una de l a s das, y estadillos de jarros que se rompen; y mil y m u c h a c h a s que formaban alegre corro alrededor mil rumores extraños y discordes que forman una del columpio. E r a alta, d e l g a d a , levemente more- alegre algarabía imposible de d e s c r i b i r . na, con unos ojos adormidos, grandes y negros, y Figuráos todo esto en una tarde t e m p l a d a y serena, en la un pelo más negro que los ojos. Mientras y o hacía tarde de uno de los días más hermosos de A n d a l u - e l dibujo, un g r u p o de hombres, entre los cuales cía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis había uno que r a s g u e a b a la guitarra con m u c h o una idea del espectáculo que se ofreció á mis ojos aire, e n t o n a b a n á coro cantares la primera v e z q u e , g u i a d o por su f a m a , fui á vi- prendas personales, los secretillos de amor, las in- sitar aquel célebre ventorrillo. clinaciones ó las historias de celos y desdenes de D e esto h a c e y a muchos a ñ o s : diez ó doce lo menos. Y o estaba allí como fuera de mi centro n a tural c o m e n z a n d o por mi t r a j e , y a c a b a n d o por la a s o m b r a d a expresión de mi rostro, todo en mi alusivos á las las m u c h a c h a s que se entretenían alrededor del columpio, cantares á los que á su v e z respondían éstas con otros no menos graciosos, picantes y ligeros. persona disonaba en aquel c u a d r o de franca y bu- L a m u c h a c h a , morena, esbelta y decidora que lliciosa alegría. P a r e c i ó m e q u e las gentes, al pa- había escogido por modelo, l l e v a b a la v o z entre sar, volvían la cara á mirarme con el d e s a g r a d o l a s mujeres, y que se mira á un importuno. a c o m p a ñ a d a del ruido de l a s p a l m a s y las risas de N o queriendo llamar la atención ni que mi presencia se hiciese objeto de burlas, m á s ó m e n o s e m b o z a d a s , me senté á un lado de la puerta delventorrillo, pedí algo de b e b e r , que no b e b í , y* c u a n d o todos se olvidaron de mi e x t r a ñ a aparición, componía l a s coplas y las decía, sus compañeras, mientras el tocador parecía ser el j e f e de los mozos y el que entre todos ellos despunt a b a por su g r a c i a y su desenfadado ingenio. P o r mi parte, no necesité mucho tiempo para conocer que entre ambos existía algún sentimiento de afección que se r e v e l a b a en sus cantares, llenos de alusiones trasparentes y frases e n a m o r a d a s . reparado que, después de concluida la broma, se acercó disimuladamente hasta el sitio en que me C u a n d o terminé mi obra, c o m e n z a b a á h a c e r s e encontraba con objeto de v e r qué hacía yo, miran- de noche. Y a en la torre de la catedral se h a b í a n do con tanta insistencia á la mujer por quien él encendido los dos faroles del retablo de las c a m p a - parecía interesarse. nas, y sus luces parecían los ojos de fuego de aquel gigante de a r g a m a s a y ladrillo que domina toda la ciudad. L o s grupos se iban disolviendo poco á p o c o y perdiéndose á lo l a r g o del c a m i n o entre la bruma del crepúsculo, p l a t e a d a por la luna, que empez a b a á dibujarse sobre el fondo v i o l a d o y o b s c u r o del cielo. L a s m u c h a c h a s se alejaban j u n t a s y cant a n d o , y sus v o c e s argentinas se debilitaban gradualmente hasta confundirse con los otros rumores indistintos y lejanos que t e m b l a b a n en el aire. T o d o a c a b a b a á la vez: el día, el bullicio, la animación y la fiesta; y de todo no q u e d a b a sino un eco en el oído y en el alma, como una vibración s u a v í s i m a , c o m o un dulce\sopor parecido al que se experimenta al despertar de un sueño a g r a d a b l e . — S e ñ o r i t o , me dijo con un acento que él procuró s u a v i z a r todo lo posible; v o y á pedirle á usted un favor. — ¡Un favor! e x c l a m é yo, sin comprender cuales podrían ser sus pretensiones; diga usted, que si está en mi mano es cosa hecha. — ¿ M e quiere usted dar esa pintura que h a hecho? A l oir sus últimas palabras, no pude menos de quedarme un rato perplejo; e x t r a ñ a b a por una parte la petición, que no dejaba de ser bastante rara, y por otra el tono, que no podía decirse á punto fijo si era de a m e n a z a ó de súplica. É l h u b o de comprender mi duda, y se apresuró en el momento á añadir: — S e lo pido á usted por la salud de su madre, L u e g o que hubieron desaparecido l a s ú l t i m a s por la mujer que m á s quiera en este mundo, si personas, doblé mi dibujo, lo g u a r d é en la c a r t e r a , quiere á alguna; pídame usted en c a m b i o todo lo llamé con una p a l m a d a al mozo, p a g u é el p e q u e ñ o que yo p u e d a hacer en mi pobreza. gasto que había hecho, y y a me disponía á alejar- N o supe qué contestar para eludir el compro- me, cuando sentí que me detenían s u a v e m e n t e por miso. C a s i casi hubiera preferido que viniese en el brazo. E r a el m u c h a c h o de la guitarra que y a son de quimera, á trueque de conservar el bosque- noté antes, y que mientras d i b u j a b a me miraba j o de aquella mujer, que tanto me había impresio- m u c h o y con cierto aire de curiosidad. Y o no había nado; pero sea sorpresa del momento, sea que y o á n a d a sé decir que no, ello es que abrí mi carte- cien otros detalles de más escaso interés me refirió ra, saqué el papel y se lo alargué sin decir una pa- durante el camino. C u a n d o llegamos á las puertas labra. d e la ciudad me dió un fuerte apretón de manos, Referir las frases de agradecimiento del mucha- tornó á ofrecérseme, y se marchó entonando un el c a n t a r cuyos ecos se dilataban á lo lejos en el silen- dibujo á la l u z del reverbero de la v e n t a , el cuida- cio de la noche. Y o permanecí un rato viéndole ir. do con que lo dobló p a r a guardárselo en la f a j a , S u felicidad parecía contagiosa, y me sentía a l e g r e , cho, sus e x c l a m a c i o n e s al mirar n u e v a m e n t e los ofrecimientos que me hizo y las a l a b a n z a s hi- con una alegría e x t r a ñ a y sin nombre, con una ale- perbólicas con que ponderó la suerte de haber en- g r í a , por decirlo así; de reflejo. contrado lo que él l l a m a b a un señorito templao y neto, sería tarea dificilísima por no decir imposible. É l siguió cantando á más no poder; uno de sus c a n t a r e s decía así: Sólo diré que como entre unas y otras se había hecho completamente de noche, que quise que no, se empeñó en a c o m p a ñ a r m e hasta la puerta de la Macarena; y tanto dió en ello, que por fin me determiné á que emprendiésemos el c a m i n o juntos. E l c a - Compañerillo del alma, mira qué bonita era: se parecía á la Virgen de Consolación de Utrera. mino es bien corto, pero mientras duró encontró C u a n d o su v o z c o m e n z a b a á perderse, oí en l a s forma de contarme del pe al pa t o d a la historia de r á f a g a s de la brisa otra d e l g a d a y vibrante que so- sus amores. n a b a más lejos aún. E r a alia, ella que le a g u a r d a - L a v e n t a donde se había celebrado la función b a impaciente . . e r a de su padre, quien le tenía prometido, p a r a c u a n d o se casase, una huerta que l i n d a b a con la P o c o s días después a b a n d o n é á S e v i l l a , y pasa- c a s a y que también le pertenecía. E n c u a n t o á la ron muchos años sin que volviese á ella, y olvidé m u c h a c h a , objeto de su cariño, que me describió m u c h a s cosas que allí me habían sucedido; pero el con los m á s v i v o s colores y las frases más pinto- recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila feli- rescas, me dijo que se l l a m a b a A m p a r o , que se ha- c i d a d , no se borró nunca de la memoria. bía criado en su casa desde muy pequeñita, y se ignoraba quiénes fuesen sus padres. T o d o esto y del río h a sido siempre en Sevilla el lugar p r e d i lecto de .mis excursiones. II Después que hube admirado el magnífico panorama que ofrece en el punto por donde une sus opuestas márgenes el puente de hierro; después q u e C o m o he dicho, transcurrieron muchos años des- hube recorrido, con la mirada absorta, los mil de- pués que abandoné á Sevilla, sin que olvidase del talles, palacios y blancos caseríos; después que todo aquella tarde, c u y o recuerdo p a s a b a a l g u n a s pasé revista á los innumerables b u q u e s surtos en v e c e s por mi imaginación como una brisa bienhe- sus aguas, que desplegaban al aire los ligeros ga- chora que refresca el ardor de la frente. llardetes de mil colores, y oí el confuso hervidero C u a n d o el a z a r me condujo de n u e v o á la g r a n del muelle, donde todo respira a c t i v i d a d y movi- ciudad que con tanta razón es l l a m a d a reina de miento, remontando con la imaginación la corrien- Andalucía, una de las cosas que más llamaron mi te del río, me trasladé hasta S a n Jerónimo. atención, fué el notable c a m b i o verificado durante mi ausencia. Edificios, m a n z a n a s de c a s a s y barrios enteros habían surgido al c o n t a c t o m á g i c o de la industria y el capital: por todas partes fábricas, jardines, posesiones de recreo, frondosas alamedas, pero por desgracia, m u c h a s venerables a n t i g u a l l a s habían desaparecido. M e a c o r d a b a de aquel paisaje tranquilo, reposad o y luminoso en que la rica vegetación de A n d a lucía despliega sin aliño sus galas naturales. C o m o si hubiera ido en un bote corriente arriba, v i desfilar otra v e z , con a y u d a de la memoria por un lado la C a r t u j a Con sus arboledas y sus altas y delg a d a s torres; por otro el barrio de los H u m e r o s , Visité n u e v a m e n t e muchos soberbios edificios, los antiguos murallones de la ciudad, mitad árabes, llenos de recuerdos históricos y artísticos; torné á mitad romanos, las h u e r t a s con sus v a l l a d o s cu- v a g a r y á perderme entre l a s mil y mil r e v u e l t a s biertos de zarzas, y las norias que sombrean algu- del curioso barrio de S a n t a C r u z ; e x t r a ñ é en el nos árboles aislados y corpulentos, y por último, curso de mis paseos m u c h a s cosas n u e v a s que se S a n Jerónimo... A l llegar aquí con la imaginación, han l e v a n t a d o no sé cómo; eché de menos m u c h a s se me representaron con m á s v i v e z a que nunca los c o s a s v i e j a s que han desaparecido no sé por qué, recuerdos que aún conservaba de la famosa v e n t a , y por último, me dirigí á la orilla del río. L a orilla y me figuré que asistía de nuevo á aquellas fiestas populares, y oía cantar á las m u c h a c h a s , meciéndose en el columpio, y veía los corrillos de gentes del pueblo v a g a r por los prados, merendar unos, disputar los otros, reir éstos, bailar aquéllos, y todos agitarse, rebosando j u v e n t u d , animación ó alegría. A l l í estaba ella, rodeada de sus hijos lejos y a del grupo de las mozuelas, que reían y c a n t a b a n y allí estaba él, tranquilo y satisfecho de su felicidad, mirando con ternura, reunidas á su alrededor y felices, todas las personas que más a m a b a en el mundo: su mujer, sus hijos, su padre, que e s t a b a entonces como hacía diez años, sentado á la puerta amigo, ¿cuándo nos v a m o s allí una tarde á merendar y á tener un rato de jarana? — ¡ U n rato de j a r a n a ! exclamó mi interlocutor, con una expresión de asombro que y o no a c e r t a b a á e x p l i c a r m e entonces; ¡un rato de j a r a n a ! P u e s digo que el sitio es aparente para el caso. — ¿ Y por qué no? le repliqué a d m i r á n d o m e á mi v e z de sus admiraciones. — L a razón es m u y sencilla, me dijo por último; porque á cien pasos de la v e n t a han hecho el nuev o cementerio. de su venta, liando impasible su cigarro de p a p e l , E n t o n c e s fui yo el que lo miré con ojos asombra- sin más variación que tener b l a n c a como la nie- dos y permanecí algunos instantes en silencio, an- v e la c a b e z a , que era gris. tes de añadir una sola p a l a b r a . U n amigo que me a c o m p a ñ a b a en el paseo, not a n d o la especie de éxtasis en que estuve abstraído con esas ideas durante algunos minutos, me sacudió al fin del brazo, preguntándome: — ¿ E n qué piensas? — P e n s a b a le contesté, en la Venta de los Gatos, y revolvía aquí, dentro de la imaginación, todos los agradables recuerdos que g u a r d o de una tarde que estuve en S a n Jerónimo... E n este instante concluía una historia que dejé e m p e z a d a allí, y la concluía tan á mi gusto, que creo no puede tener otro final que el que yo le he hecho. Y á propósito de la V e n t a de los G a t o s , proseguí, dirigiéndome á mi V o l v i m o s á la c i u d a d y p a s ó aquel día, y pasaron algunos otros m á s , sin que y o pudiese des- echar del todo la impresión que me había c a u s a d o una noticia tan inesperada. P o r más v u e l t a s q u e le d a b a , mi historia de la m u c h a c h a morena no tenía y a fin, pues el i n v e n t a d o no podía concebirlo, antojándoseme inverosímil un cuadro de felicidad y alegría con un cementerio por fondo. U n a tarde, resuelto á salir de dudas, pretexté una ligera indisposición para no a c o m p a ñ a r á mi amigo en nuestros acostumbrados paseos, y emprendí solo el camino de la v e n t a . C u a n d o dejé á mis e s p a l d a s la M a c a r e n a y su pintoresco arrabal, y c o m e n c é á chuzar por un estrecho sendero aquel laberinto de huertas, y a me parecía advertir a l g o extraño en c u a n t o me rodeaba. y los ojos fijos en la tierra. Y o me creía trasporta- B i e n fuese que la tarde estaba un poco encapotada, bien que la disposición de mi ánimo me inclin a b a á las ideas melancólicas, lo cierto es que sentí f n o y tristeza, y noté un silencio que me recordaba la completa soledad, como el sueño recuerda la muerte. b a un paisaje c u y o s contornos eran los mismos de A n d u v e un rato sin detenerme, acabé de cruzar l a s huertas para abreviar la distancia, y entré en el camino de S a n L á z a r o , desde donde y a se divisa en lontananza el convento de S a n Jerónimo. c o s a s son y no son á la v e z , y los sitios en que creemos T a l v e z será una ilusión; pero á mí me parece que por el camino que pasan los muertos, hasta los árboles y las hierbas toman al cabo un color diferente. P o r lo menos allí se me antojó que faltaban tonos calurosos y armónicos, frescura en la arboleda, ambiente en el espacio y l u z en el terreno. E l paisaje era monotono, las figuras negras v y aisladas. por el rótulo, que aún conserva escrito con grandes do no sé adonde; pues todo lo que veía me recordasiempre, pero c u y o s colores se habían borrado por decirlo así, no quedando de ellos sino una media tinta dudosa. L a impresión que experimentaba, sólo puede compararse á la que sentimos en esos sueños en que por un fenómeno inexplicable, l a s hallarnos se trasforman en parte de una manera estrambótica é imposible. P o r último, llegué al ventorrillo: lo recordé, más letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había c a m b i a d o de formas y proporciones. D e s d e luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, a b a n d o n a d o y triste. L a sombra del cementerio, que se alzaba en el fondo, parecía extenderse hacia él, envolviéndole en una obscura proyección como P o r a q u í un carro que m a r c h a b a p a u s a d a m e n t e en un sudario. E l ventero estaba solo, completa- cubierto de luto, sin l e v a n t a r polvo, sin c h a s q u i d o mente solo. Conocí que era el mismo de hacía diez de l á t i g o , sin a l g a z a r a , sin movimiento c a s i : más años; y lo conocí no sé por qué, pues en este tiem- allá un hombre de m a l a catadura con un a z a d ó n po h a b í a envejecido hasta el punto de aparentar un en el h o m b r o , ó un sacerdote con su hábito talar viejo decrépito y moribundo, mientras q u e cuando y obscuro, ó un grupo de ancianos mal vestidos ó le vi no representaba apenas cincuenta años, y re- de aspecto repugnante, con cirios a p a g a d o s en las b o s a b a salud, satisfacción y vida. manos, que volvían silenciosos, con la c a b e z a b a j a S e n t é m e en una de las desiertas mesas; pedí algo de beber, que me sirvió el ventero, y de una en otra ro á la cual saqué y o cuando pequeña de la c a s a palabra suelta vinimos al c a b o á entrar en una con- de e x p ó s i t o s : me pidieron los envoltorios con q u e versación tirada acerca de la historia de amores, la abandonaron y que y o conservaba, resultando c u y o último capítulo ignoraba todavía, á pesar de al fin, que A m p a r o era hija de un señor muy rico, haber intentado adivinarlo v a r i a s veces. el cual trabajó con la justicia p a r a arrancárnosla, — T o d o , me dijo el pobre viejo, todo parece que y trabajó tanto, que logró conseguirlo. N o quiero se h a conjurado contra nosotros desde la época en recordar siquiera el día que se la llevaron. E l l a llo- que usted me recuerda. Y a lo sabe usted: A m p a r o raba como una M a g d a l e n a , mi hijo quería hacer era la niña de nuestros ojos, se había criado aquí una locura, y o estaba como atontado, sin com- desde que nació, casi era la alegría de la casa; nun- prender lo que me sucedía. ¡Se fué! E s decir, no ca pudo echar de menos el s u y o , porque y o la se fué, porque nos quería mucho para irse; pero se quería como un padre; mi hijo se acostumbró t a m - la llevaron, y una maldición c a y ó sobre esta casa. bién á quererla desde niño, primero como un her- Mi hijo, después de un arrebato de desesperación m a n o , después con un cariño más g r a n d e t o d a v í a . espantosa, c a y ó como en un letargo: yo no sé de- Y a estaba en vísperas de casarse; y o les había ofre- cir qué me pasó; creí q u e se me había a c a b a d o el cido lo mejor de mi poca hacienda, pues con el pro- mundo. d u c t o de mi tráfico me parecía tener más que suficiente para vivir con desahogo, cuando no sé qué diablo malo t u v o envidia de nuestra felicidad, y la deshizo en un momento. P r i m e r o comenzó á susurrarse que iban á colocar un cementerio por esta parte de S a n Jerónimo: unos decían que más aca, otros que más allá; y mientras todos estábamos inquietos y temerosos, temblando de que se realizase este p r o y e c t o , una desgracia m a y o r y más cierta c a y ó sobre nosotros. Mientras esto sucedía, comenzóse á l e v a n t a r el cementerio; la gente huyó de estos contornos, se a c a b a r o n las fiestas, los cantares y la música, y se a c a b ó toda la alegría de estos c a m p o s , como se había a c a b a d o toda la de nuestras almas. Y A m p a r o no era más feliz que nosotros; criada aquí al aire libre, entre el bullicio y la animación de la v e n t a , e d u c a d a para ser dichosa en la pobreza, la sacaron de esta v i d a , y se secó como se sec a n las flores a r r a n c a d a s de un huerto para llevar- U n día llegaron aquí en un c a r r u a j e dos señores, l a s á un estrado. M i hijo hizo esfuerzos increíbles me hicieron mil y mil p r e g u n t a s acerca de A m p a - por verla otra v e z , por hablarla un momento. T o TOMO 111 4 do fué inútil: su familia no q u e r í a . A l c a b o la vió, mentó, las p a l a b r a s sueltas y horribles de los se- pero la vió m u e r t a . Por aquí pasó su entierro. Y o pultureros que concertaban en v o z b a j a un robo no sabía n a d a , y no sé por qué me eché á llorar sacrilego... N o sé; en mi memoria no ha quedado, cuando vi el ataúd. E l corazón, que es muy leal, lo mismo de esta escena fantástica de desolación, me decía á voces: q u e de la otra escena de alegría, m á s que un re- — E s a es joven como A m p a r o : c o m o ella sería c u e r d o confuso, imposible de reproducir. L o que también h e r m o s a ; ¿quién sabe si será la misma? me parece escuchar tal c o m o lo escuché entonces, Y era: mi hijo siguió el entierro, entró en el patio, e s este cantar que entonó una voz, plañidera, tur- y al abrirse la c a j a , dió un grito, c a y ó sin sentido b a n d o de repente el silencio de aquellos lugares. en tierra, y así me lo trajeron. D e s p u é s se volvió loco, y loco está. C u a n d o el pobre viejo llegaba á este punto de su narración, entraron en la v e n t a dos enterradores de siniestra figura y aspecto repugnante. A c a b a d a su tarea venían á echar un trago «á la salud, de los muertos», como dijo uno de ellos, a c o m p a ñ a n d o el chiste con una estúpida sonrisa. E l ventero se enj u g ó una lágrima con el dorso de la mano, y fué á servirles. L a noche c o m e n z a b a á cerrar, obscura y tristísim a . E l cielo e s t a b a negro y el c a m p o lo mismo. D e los brazos de los árboles pendía aún, medio podrida, la soga del columpio agitada por el aire; me pareció la cuerda de una h o r c a oscilando t o d a v í a d e s p u é s de haber descolgado á un reo. Sólo llegab a n á mis oídos algunos rumores confusos: el ladrido lejano de los perros de las huertas, el chirrido de una noria, largo, quejumbroso y agudo como un la- En el carro de los muertos ha pasado por aquí, llevaba una mano fuera, por ella la conocí. E r a el pobre m u c h a c h o , que estaba encerrado en una de las habitaciones de la v e n t a , donde pasaba los días c o n t e m p l a n d o inmóvil el retrato de su amante sin pronunciar una palabra, sin comer a p e n a s , sin llorar, sin que se abriesen sus labios más que para cantar esa copla tan sencilla y tan tierna que encierra un poema de dolor que yo aprend í á descifrar entonces. UN DRAMA (Hojas arrancadas de un libro de memorias) El mayor mónstruo los celas. CALDERÓN ESCENA PRIMERA El mar. Venecia en el fondo. Jicobo y Rafael en una góndola. acobo ¿Te incomoda la herida? Rafael. N o . . . no es n a d a . . . un rasguño: al caer me tiró un último g o l p e , pero y a sin fuerza... y ¿él? Jacobo. S u s padrinos lo llevan en una góndola; no sé adonde, tal v e z á su casa. Rafael. ¿Se quejaba al transportarle á la gón- dola? Jacobo. No. Rafael. H a b r á muerto. Jacobo. O estaría d e s m a y a d o . Rafael. Si ha muerto, la v e n g a n z a de su - p a d r e será terrible. Jacobo. E s la única manera de que abandone á esa mujer que le v u e l v e loco, antes de que ya sea imposi- D e todos modos, es preciso q u e s a l g a s ble el salvarle. (Recostándose en el fondo de la de V e n e c i a antes que llegue el día, y de Italia en góndola). ¡El amor, el amor! Si no existieran los c u a n t o encuentres ocasión. celos, sería un paraíso sin serpiente. Rafael. ¡Antes que llegue el día!... E l día cla- reará dentro de una hora. Jacobo. P o r eso creo una locura lo q u e h a c e s . . . Rafael. ¡Una locura!!! Por ella he matado á un E S C E N A II hombre, al que solo por ella odiaba... por ella h e LOS • MISMOS puesto en peligro la existencia de nuestros h e r m a nos, los afiliados para la grande obra... por e l l a Rafael entra en la góndola. E l día comienza á elatear. dejo á mi madre anciana y sola, e x p u e s t a á la ira de mis enemigos, y pierdo acaso para siempre mi Jacobo. ¡Aún no brilla el horizonte del mar con hogar y mi patria, ¿y quieres que la abandone sin la primera luz, y y a estás de vuelta! H a s cumplido decirle adiós? tu p a l a b r a . C o m o no h a y n a d a más inútil que los Rafael. M e he acordado de tí. consejos que no han de a p r o v e c h a r s e , no te res- Jacobo. Y a lo sabía y o . pondo n a d a para combatir tu idea; pero yo la sigo Rafael. ¿Y qué h a c e m o s ahora? creyendo una locura ó una temeridad, que viene á Jacobo. Cálate la c a p u c h a . . . pon mano al remo, Jacobo. ser la misma cosa. Rafael. L e v a n t a los remos... y a hemos llegado. (Rafael salta á tierra) ¿Me esperarás aquí? Jacobo. A q u í te espero... ¡ A h ! . . . escucha... un instante... cuando v e a s que a p u n t a el día, a c u é r date que si nos sorprende el sol en este sitio, no t e costará á tí solo la c a b e z a , sino á mí también... ( R a fael se aleja). y á volar en dirección de la rada. P e r o ¡calle! parece que tienes fiebre... á ver, á ver esa herida... ¿y dijiste que no era nada, que no la sentías apenas? Rafael. A h o r a me incomoda un poco. Jacobo. ¡Ahora!... Suelta ese remo, échate en e l fondo de la góndola y descansa. Rafael. N o . . . estoy bien así... Jacóbo. ¡Qué estás bien!... ¡ah! vamos... y a lo comprendo, v e s aún el pabellón donde habita... Rafael. ¡ L a quiero tanto!!! Jacobo. ¿Y ella? Rafael. E l l a . . . me ha jurado aguardarme... has- Máscara i . a T o d o s . . . el tabernero no deja pasar á la c u e v a sino á los que dicen las palabras convenidas, y esas palabras sólo las saben los hermanos. Máscara 2.a ta que pueda volver. Jacobo. Jacobo. ¿Y si no volvieras en algunos años? Rafael. M e aguardaría hasta la muerte. L o ha prometido. ¿Y c u a l es el objeto de nuestra re- unión? E s c o g e r al que h a de dar muerte á un enemigo. Máscara 3. a Jacobo. ¿Por qué causa debe> morir? D e b e morir... porque ha faltado á su pa- Jacobo. ¿Y lo cumplirá? labra e m p e ñ a d a solemnemente, antes de batirse, Rafael. ¿Se puede mentir llorando? á uno de nuestros hermanos... porque h a hecho Jacobo. S e miente de todas maneras. perseguir á su madre, que acaso habrá espirado ya Rafael. ¿Se puede jurar una cosa por la memo- ria de un padre, y no hacerla? Jacobo. S e jura en v a n o hasta en nombre de Dios. en una prisión... porque va á unirse á una italiana, y es un tudesco. Máscara 3. a Jacobo. Rafael. ¡Bah! T ú no crees en nada. Jacobo. A l revés: yo creo en todo. ¿Y ella? E l l a vivirá... porque el único que tiene derecho á su v i d a no está aquí. ( E l enmascarado se levanta de la mesa donde bebe solo, coge el cuchillo que se v e en la otra, y se quita la careta). ESCENA III Rafael. E l l a morirá. E l sótano de una taberna. Jacobo y algunos otros jóvenes disfrazados con Todos. ¡Rafael! trajes caprichosos, beben alrededor de una mesa, sobre la que se v e un Rafael. cuchillo d e s n u d o . — E n un extremo un hombre enmascarado también bebiendo solo. E s t a noche h a y un baile en el palacio D o r i a : descubriéndose uno de los que la componen, puede penetrar en el salón una comparsa cualquie- Jacobo. ¿Somos todos de la hermandad? (Diri- ra... ¿Cuál de vosotros se descubrirá? giendo una mirada de inquietud hacia el enmas- Jacobo. Pero... carado). Rafael. ¿Cuál de vosotros se descubrirá? Jaeobo. Yo. Rafael. ¿No sospecharán de tí? Jacobo. Menos que de ninguno... pero... ¿qué v a m o s á hacer en el baile de máscaras? Rafael. traje. H e sabido que ella asiste y cuál será su Julia. T ú perteneces á la h e r m a n d a d de los li- bertadores de V e n e c i a . Bautista. Julia. ¡Yo! ¡Crees que v o y á denunciarte!... L o s her- manos saben unos de otros por correspondencias misteriosas; tú puedes hacer que esta c a r t a llegue Jacobo. ¿ L o has pensado bien? á manos de R a f a e l mejor que ningún otro... ten Rafael. C u a n d o tú dudaste de la verdad de al- presente que le importa mucho... mucho... acaso gunos juramentos, y o hice uno... lo hice sólo con la la vida... N o te ofrezco n a d a ; porque sé que enton- mente... y sin embargo, el tiempo te dirá si lo cum- ces no h a s de hacerlo. (Julia desaparece"). plo... V a m o s al palacio D o r i a . Jacobo. A l palacio D o r i a . Bautista. (Después de un momento de pausa, dándole v u e l t a s á la c a r t a entre las manos). No h a y duda esa mujer me conoce... ¡Rafael! ¡Rafael! Si he de decir la v e r d a d , lo mismo sé y o que ella ESCENA IV en este asunto... pero... ¡bah! y a me lo dirán los hermanos. U n a calle en Venecia. Bautista dormita recostado en su góndola, que s e balancea amarrada al muelle. Julia, cubierta con un manto obscuro. ESCENA Julia. Bautista. Julia. Bautista. Julia. Señora... T ú sabes dónde está R a f a e l . Rafael... está en P a r í s . N o está; y a le he escrito, y no me ha con- testado. Bautista. Julia. Bautista. V Bautista. Entonces... T ú sabes donde se halla. ¿Y por qué he de saberlo? U n salón en él palacio Doria. Julia otras damas. —Rafael, y su madre sentadas á un lado entre Jacobo y sus compañeros disfrazados y encubiertos. — P a r e j a s de ambos sexos que se disponen á bailar. L a orquesta preludia un vals. Rafael. (Acercándose á Julia). M á s c a r a . . . ¿Quie- res bailar conmigo? Julia. (Sorprendida). E s a v o z parece... pero no, es imposible. Rafael. M á s c a r a , el preludio termina; el v a l s comienza... ¿Cómo debo interpretar tu silencio? Julia. (¡Dios mío! ¿Si será él?) T o m a d . ( D e j a el ramillete y el abanico en la falda de su madre). U n a sola vuelta; una sola. (Se alejan bailando y se confunden entre la multitud. L a madre se inclina al oído de una de las señoras que tiene á su lado). La Madre. cuando pase, voy á hacerle una seña; tanto bailar puede fatigarla. ¿ L o hará por aturdirse?... (Rafael y Julia aparecen de nuevo y se detienen un instante). Rafael. ¿Y no tienes una sola palabra para dis- culparte? L o que son las m u c h a c h a s ; hoy hu- biera dicho cualquiera que iba á morir de sentimiento; tanto h a llorado y g e m i d o antes de decidirse á aceptar el esposo que se le destina... ¡ Y a está bailando!... Si se hubiera de hacer caso de las Julia. (Después de d u d a r un momento y con v o z sorda). N i n g u n a . . . Rafael. Dios tenga más misericordia de tí q u e de mí ha tenido. ( D e j a caer un pañuelo blanco.) Jacobo. (A los otros jóvenes). H a dejado caer el lágrimas de las chiquillas... ( R a f a e l y Julia p a s a n pañuelo... rodeadlos... ( L a comparsa de enmasca- bailando). Rafael. ¿ E s v e r d a d que te casas? rados forma un corro alrededor de los amantes, y , Julia. E s v e r d a d . (Se alejan hacia el fondo y v u e l v e n á perderse). cia el fondo). La Madre. dando v o c e s y b a i l a n d o á su compás, se alejan haLa Madre. ¡Qué algazara... qué gritos! V a n á Y dijo que una sola vuelta... E n tra- aturdiría... N o ; de esta v u e l t a no p a s a sin dejar el tándose de bailar, todas son lo mismo. V e r d a d que baile... (Se pone de pie). ¿Dónde va?... N o la veo... y o de sus años tampoco era más juiciosa... ¿más?... ni cómo la he de v e r si esa comparsa de locos h a ni tanto... ¡Ay! ¡si yo hubiera hecho caso de los formado á su alrededor un círculo i m p e n e t r a b l e . . . consejos de mi m a d r e como ella lo h a c e h o y de los míos! (Rafael y Julia tornan de nuevo á pasar). Rafael. Julia. ¡Un grito!... Y esa música no callará... nada; c a d a , v e z parece que lleva el compás más rápido... v a á ¿Dices que es imposible? marearse... ¡Ah! y a la veo: ¿no lo dije? se h a ma- ¡Imposible! (Tornan á alejarse). reado... no se puede sostener... ( L a comparsa vuelSi v e con una algarabía espantosa de voces, gritos h a de ser extremosa en todo... G r a c i a s á Dios que extraños y c a r c a j a d a s que casi ensordecen la mú- aún no ha llegado su prometido... si no, estoy se- sica. R a f a e l , cubierto a ú n , trae en sus brazos á gura de que tendríamos escena... N o , pues ahora Julia, al parecer d e s m a y a d a ) . La Madre. ¿Otra vuelta? ¡Jesús! ¡Jesús!... La Madre. ¡Aquí, aquí! D e j a d l a sobre esta oto- mana... (Rafael la coloca sentada; v a c i l a un mo- Bautista. Rafael. A . las once. ( R o m p e precipitadamente la n e m a y mento antes de apartarse de aquel sitio, de donde lee). «Rafael: T u madre, que todos creen muerta, lo arranca Jacobo). ¡Dios mío, está pálida como un v i v e aún; pero v i v e aherrojada en el fondo de un cadáver!... ¡Julia, Julia!... (Tocándole la frente y calabozo .. E l precio de su v i d a y su libertad es, l a s manos). ¿Qué es esto? ¡Sangre, sangre! ¡ L a h a n no mi a m o r , porque ese h a sido y será siempre asesinado!... t u y o , sino mi mano. C u a n d o recibas esta carta y a perteneceré á otro hombre. ESCENA ULTIMA E l sótano en la taberna, kafaelinmóvil, mesa. - Jacobo, Bautista sentado en el fondo junto á una y algunos otros jóvenes en primer término. T o d o lo tengo preparado p a r a huir de él una v e z c u m p l i d a mi palabra. N o te he dicho n a d a antes, porque no quiero que ni tú ni y o v a c i l e m o s un momento en sacrificar nuestra felicidad por la v i d a de la que padece por nuestra culpa. Bautista. T e n g o una carta para el h e r m a n o R a - fael; ¿á dónde debo dirigirla? Jacobo. Bautista. Dásela en su m a n o . ¿Está en V e n e c i a ? Jacobo. M í r a l o allí... ¡Rafael! ¡Rafael! Rafael. (Como saliendo de un letargo profundo). ¿Quién me llama?... - Bautista. U n a c a r t a tengo para tí; me la h a d a d o una mujer encubierta, y me ha dicho que te import a b a mucho su contenido. T o m a . Rafael. ¡ E s su letra!... ¡ N o ha muerto!... ¿Cuándo te han dado esta carta? Bautista. E s t a noche p a s a d a . Rafael. ¿A qué hora? Adiós... T e juré esperarte... Y a que no pueda ser en la tierra, te esperaré en el cielo. Adiós, adiós. — Julia.* RECUERDOS DE UN V I A J E A R T I S T I C O LA BASÍLICA NTRE DE SANTA LEOCADIA los innumerables edificios que el ar- tista encuentra en la antigua ciudad de T o l e d o , la basílica de S a n t a L e o c a d i a es sin duda uno de los m á s ricos, si no en g r a n d e z a y lujo ornamental, en recuerdos y tradiciones. E r i g i d o sobre el sepulcro de una mártir, durante los primeros siglos de la era cristiana, las diversas razas que han dominado en.nuestra P e n í n s u l a han escrito al pasar un pensamiento sobre su frente, borrando al mismo tiempo hasta las huellas del que grabó la que le había precedido; por eso hoy, pequeño en sus proporciones y desprovisto hasta TOMO III 5 cierto punto de importancia en la parte arquitectónica, conserva todavía esa indefinible y misteriosa m a j e s t a d que el tiempo imprime á los edificios que han desafiado su curso destructor ese aspecto solemne, que nos fuerza á detener nuestro p a s o y á descubrirnos aun en presencia de una sola piedra, á la que v i v e unida una tradición remota y venerable. quierda, y escondiéndose por intervalos entre el follaje de sus orillas, el río se alejaba, besando los sauces que sombrean su ribera y estrellándose cont r a los molinos que detienen su curso, h a s t a b a ñ a r las blancas paredes de la fábrica de armas que aparece en su margen, en medio de un bosque de verdura. C u a n t o se ofrecía á nuestros ojos formaba un conjunto pintoresco; pero diríase al contem- C u a n d o , después de haber recorrido una gran plarlo que sobre aquel paisaje había extendido el nuestros o t o ñ o ese velo de niebla azulado y melancólico, en pasos sobre la altura que corona el hospital de T a - q u e se envuelve la naturaleza al sentir el soplo he- parte de la ciudad imperial, detuvimos v e r a , desde la que se domina el lugar en que está lado de sus tardes sin sol, ese silencio profundo, situada la basílica, el día c o m e n z a b a á caer. E l e s a v a g u e d a d sin nombre, imposible de expresar cielo se veía cubierto por largos girones de nubes con palabras, que apoderándose de nuestro espíri- p a r d a s y cobrizas, entre los que se deslizaban al- t u , lo sumerge en un océano de meditación y de g u n o s rayos del sol, que, encendiendo sus orlas y tristeza imponderable. C l a u d i o L o r e n a , en algu- b a ñ a n d o en l u z la cima de los montes, doraban nos de sus maravillosos países, h a logrado sor- las altas a g u j a s y los derruidos muros de la pobla- prender su secreto á la naturaleza, y h a reprodu- ción que a c a b á b a m o s de abandonar. L a v e g a , que c i d o ese último adiós del día, con todo el miste- extendiéndose á nuestros pies se dilataba hasta las rio, con toda la indefinible v a g u e d a d que lo embe- ondulantes colinas que se elevan en su fondo como llece. las g r a d a s de un colosal anfiteatro, asemejábase con sus obscuros manchones de césped y las a n c h a s líneas amarillentas y rojas de su terreno arcilloso, á una alfombra sin límites, en la que podíamos admirar la armónica gradación de los colores que se confundían y debilitaban, m a r c a n d o así sus diferentes términos y desigualdades. A nuestra iz- D e s p u é s de haber contemplado durante cortos momentos el panorama que hemos querido descri bir con algunos rasgos, c o m e n z a m o s á descender á la llanura por una senda que nos mostró nuestro guía, y que b a j a serpenteando por la falda de la eminencia en que se halla el hospital de que m á s arriba se hizo mención. Y a en la v e g a , lo primero que despertó nuestra dejó en cada uno de sus extremos las a s o m b r o s a s curiosidad fueron varios trozos de fábrica ó frogo- huellas de su paso. E r a n tan rápidas las ideas, que nes de argamasa y ladrillo, los cuales parecían se atropellaban entre sí en la imaginación como pertenecer á una Efectivamente;: las leves olas de un mar que pica el viento; tan son fragmentos de construcciones r o m a n a s que, confusas, q u e deshaciéndose las unas con las otras, diseminadas acá y allá y medio ocultas entre las sin dar espacio á completarse, huían como esos v a - altas hierbas, señalan aún al v i a j e r o los lugares- gos recuerdos de un sueño que no se puede coor- por donde en tiempo de los Césares se extendió la dinar, como esos fantasmas ligerísimos, fenómenos gran ciudad que h o y ha tornado á subirse sobre inexplicables de la inspiración, que al querer m a - las siete colinas que le sirvieron de cuna. C o m o á terializarlos pierden su hermosura, ó se escapan la distancia de unas cien v a r a s de estos vestigios c o m o la mariposa que h u y e dejando entre las ma- de la antigua población, nuestros ojos se nos que la quieren detener el polvo de oro con que época remota. fijaron en unas n u e v a s ruinas. L o s informes restos del circo de los gladiadores parecían brotar de entre los zarzales que crecen en su arena, como esos g i g a n tescos trozos de roca, que heridos por el r a y o , se desprenden de las alturas y ruedan al fondo de los valles. sus alas se embellecen. A b a n d o n a m o s el circo, siguiendo nuestro paseo á través de una ancha vía romana, de la que sólo quedan algunos vestigios. E s t o s , que se reúnen y a en forma de arcos informes, por entre c u y a s grietas suben enredándose las campanillas silvestres, A p r e s u r a m o s nuestra m a r c h a hasta penetrar e n y a en figura de rotos pedestales ó de ruinosos lien- el perímetro del anfiteatro, el cual d i b u j a su plan- zos de muros, apenas se alzan del terreno que los ta circular por medio de una destrozada gradería cubre lo suficiente para indicar la planta de las de argamasa, que aparece y se esconde alternati- construcciones á que pertenecían. vamente, siguiendo las ondulaciones del terreno en que se halla como hundida. Menos de un cuarto de hora había transcurrido desde que c o m e n z a m o s á atravesar la v e g a , cuan- Inútil fuera el querer h o y dar formas á los mil y do nuestro guía nos llamó la atención sobre un pe- mil pensamientos que asaltaron nuestra mente al q u e ñ o edificio de forma circular, en c u y o s muros contemplar los mudos despojos de esa civilización se observan tres series de arcos árabes rehundidos, titánica que, después de haber sometido al m u n d o colocados los unos sobre los otros, y al que defen- dian contra la intemperie, una cúpula de p i z a r r a tras cabezas, y una humilde cubierta de tejas. melancólicos y perdidos. A q u e l l o s obscuros cipreses A medida que nos fuimos a p r o x i m a n d o , c o m e n - apercibíanse por intervalos por entre los que marchábamos, aquellas tonos flores zaron á levantarse á sus alrededores algunas t a p i a s pálidas é inodoras que bordeaban los lindes de ruinosas, por detrás de las que se elevaban g r u p o s nuestro sendero, parodiaban las calles de un jar- de árboles, entre c u y a s copas vimos aparecer una dín; pero las ortigas que crecen en su enarenado c r u z de hierro que nos indicó el carácter religioso piso, el j a m a r a g o q u e , con sus grupos de de aquella fábrica. E n efecto, el edificio que con- amarillentas, ondula como el penacho de una ci- flores t e m p l á b a m o s era la antigua basílica, conocida h o y mera sobre los muros, las tintas v a g a s é indefini- b a j o el nombre de Cristo de la V e g a . bles del crepúsculo, las que contribuía á encarecer A l fin llegamos á la v e r j a de hierro que defiende el o p a c o reflejo de l a s nubes apiñadas en el hori- la entrada del atrio, y sobre la que se v e l a g r a n zonte, el sordo murmullo del río que se revuelve y c r u z de que h a poco hicimos mención. A l l í encon- forcejea entre los trozos de roca que en aquel pun- tramos dos mujeres, con las que c a m b i a m o s un sa- to detienen sus aguas, todo sobrecogía el ánimo in- ludo, y á las que nuestro guía hizo presente el ob- fundiéndole un p a v o r religioso que, sin saber por jeto que llevábamos. E s t a s nos señalaron el c a m i - qué, no nos permitía hablar sino en v o z b a j a , for- no que se dirige á la ermita, y nos internamos en zándonos á mover el pie con sigilo, como si temié- él siguiendo sus instrucciones. E l camino lo forman ramos que el rumor de nuestros pasos despertara á dos tapias de construcción moderna, al par de l a s los que en aquel recinto duermen el sueño de la que corren dos filas de cipreses, por c u y o s troncos eternidad. suben tallos de hiedra y de c a m p a n i l l a s azules, y á c u y o s pies crecen un gran número de rosales blancos que enlazan sus flores con las de siemprev i v a s y del lirio. U n silencio profundo reinaba en derredor nuestro; el leve suspiro de la brisa que agitaba las ho- A l fin de esta calle de cipreses se halla el atrio. É l atrio que sirve de cementerio á los canónigos es de planta c u a d r a d a , y consta de un frente principal que o c u p a la puerta de la ermita, y otros dos laterales en que están abiertos los nichos, cerrando el todo una v e r j a de hierro. j a s era triste: hasta en el canto lejano de las golon- Involuntariamente nuestra atención se fijó en la drinas que c r u z a b a n con vuelo desigual sobre nues- portada de la basílica, c u y o exterior humilde forma un contraste singular con los grandiosos recuerdos moribundos reflejos del crepúsculo que penetraban que á ella viven unidos. L a superioridad de la idea á través de los altos y estrechos ajimeces del ábsi- sobre la materia, la mirábamos allí como simbo- de, los objetos fueron poco á poco destacándose lizada. M o n u m e n t o s que sus autores creyeron im- los unos sobre los otros, deshaciéndose de la obscu- posibles de destruir; razas poderosas que sujetaron ridad que los e n v o l v í a . Aquellos de nuestros lecto- el m u n d o á su poder; imperios construidos por la res que h a y a n contemplado uno de esos lienzos de espada sobre las ruinas de otros imperios; civili- R e m b r i i d t , en el fondo de los cuales las grandes zaciones que los siglos contribuyeron á perfeccio- m a s a s de obscuro circunscriben la luz en un solo nar, todo se ha borrado, mientras un templo hu- punto, puesto que desde luego fija la atención del milde, erigido sobre la t u m b a de una doncella por espectador atrayendo su mirada sobre la princi- algunos hombres obscuros, á quienes sólo animaba pal figura, tras la que luego se comienzan á distin- la fe, ha atravesado las edades, ha hecho frente á guir entre las sombras unas c a b e z a s , antes invisi- las invasiones, y aunque perdiendo sus formas, bles, después otras, en seguida grupos de persona- siempre conservando su espíritu, existe h o y solo, jes que se adelantan, un mundo, en fin, que, su- mas con su mismo nombre, con su mismo objeto, mergido entre las fantásticas y trasparentes vela- en mitad de esa llanura erizada un día de palacios duras del pintor, v a apareciendo y completándose gigantes, de circos asombrosos, de termas sin nú- según el análisis á que se sujeta, esos tan sólo po- mero, de las que sólo quedan la memoria ó a l g u - drán formarse una idea, aunque v a g a , del interior nos fragmentos informes. de S a n t a L e o c a d i a , visto á esa hora en que el sol D e estas consideraciones que de tropel asaltaron nuestra mente, vino á arrancarnos la v o z de nues- desaparece y la brisa mensajera de la noche tiende sus alas humedecidas en las ondas del río. tro guía, que nos invitaba á penetrar en la iglesia L a primera figura que, herida por un rayo de antes que la y a dudosa l u z de la tarde se extinguie- dudosa c l a r i d a d , apareció deshaciéndose de las se por completo. sombras como e v o c a d a por nuestro deseo, fué la T r a s p a s a m o s el umbral de S a n t a L e o c a d i a . L a efigie del Cristo que posteriormente ha dado nom- rápida transacción de lalclaridad del atrio á l a s som- bre á la ermita. L a efigie, que es de tamaño natu- bras que bañaban el interior de la iglesia, nos des- ral, tiene la frente inclinada, los cabellos esparci- lumhró al principio. Después, gracias á algunos dos por los hombros, una mano sujeta á la c r u z y la otra extendida hacia delante c o m o en actitud de halla cubierto por series de arcos incluidos los unos jurar. Nosotros, que conocíamos la misteriosa tra- en los otros, ofrece al artista un estudio del pos- dición de aquella imagen; nosotros, que tal v e z en trer período de los cuatro en que puede dividirse el fondo de nuestro gabinete habíamos sonreído al la historia de nuestra arquitectura árabe. P e r o , en leerla, no pudimos por menos de permanecer inmó- c a m b i o , un mundo de recuerdos, á cual más gran- viles y mudos al mirar adelantar su b r a z o descar- diosos é imponentes, se agita y v i v e en aquellos nado y amarillento, al ver aún su b o c a entreabier- reducidos l u g a r e s ; una á una pueden recorrerse ta y cárdena, como si de ella acabasen de salir l a s allí todas las épocas, con la certeza de encontrar, terribles palabras: «Yo soy testigo.» en alguna de sus páginas de gloria el nombre de la F u e r a del lugar en que se g u a r d a su memoria, humilde basílica. lejos del recinto que aún conserva sus trazas donde L a primera que se ofrece á los ojos del pensador, parece que t o d a v í a respiramos la atmósfera de las es esa edad remota que sirvió de c u n a al Cristia- edades que les dieron el ser, las tradiciones pier- nismo, época fecunda en tiranos y en héroes, en den su poético misterio, su inexplicable dominio crímenes y en fe. L a civilización, que muere en- sobre el alma. D e lejos se interroga, se analiza, se vuelta en púrpura y ceñida de flores, tiembla ante duda; allí la fe, como una revelación secreta, ilu- la civilización que nace, d e m a c r a d a por la auste- mina al espíritu, y se cree. ridad y vestida del cilicio. A q u é l l a tiene una espa- P a s a d a esta primera impresión, poco á poco y á da en sus manos, ésta un libro de v e r d a d e s eter- medida que nos familiarizábamos con la obscuridad, nas, y el hierro domina, pero la razón convence. fuimos g r a d u a l m e n t e distinguiendo las efigies, los H e aquí por qué los C é s a r e s lanzan sin fruto los altares y los muros de la iglesia. C o m o dejamos di- rayos de su ira desde lo alto del Capitolio sobre l a s cho, n a d a de particular ofrece el templo en su par- proscritas c a b e z a s de los discípulos del Señor; he te arquitectónica: ni sus proporciones ni sus deta- aquí por qué á sus legiones conquistadoras de la lles son suficientes á producir tierra le es imposible vencer á esas miríadas, no de esa sensación de asombro que c a u s a n las maravillosas o b r a s que el guerreros, sino de ancianos y de vírgenes, mismo arte que elevó por última v e z á S a n t a L e o - vierten su sangre con una sonrisa de gozo, y mue- que cadia, h a d e j a d o esparcidas por T o l e d o . Sólo en el ren sin resistirse, confesando su religión y prorrum- exterior de su ábside, que, según y a se expresó, se piendo en un himno de triunfo. L a semilla de la fe germina y crece en el silencio de las c a t a c u m b a s , perio dobla la frente ante sus vencedores, que des- en las tinieblas de los c a l a b o z o s , en el horror de pués de asolar sus templos y ciudades, no encon- los suplicios, en la ensangrentada arena de los an- trando enemigos que combatir, se sienta sobre l a s fiteatros. L a persecución á su v e z t o m a g i g a n t e s d e s t r o z a d a s ruinas del Capitolio, á reposar del ar- proporciones, y presa de un delirio febril, corre ar- dor y el cansancio de las luchas. E l cristianismo diendo en sed de exterminio tras un fantasma in- entonces, esa idea que m a r c h a silenciosa á t r a v é s visible, y hiere el aire con sus g o l p e s inútiles, por- de la desolación y los c o m b a t e s , esa llama de fe que cuando logra a l c a n z a r el objeto de su furor, que crece y se multiplica de día en día, viene á en- la muerte deja entre sus manos sangrientas con un contrarlos, y sin sangre, sin violencia, sin horro- c a d á v e r , la envoltura material del espíritu que res, s u b y u g a aquellos guerreros indómitos, ante rompe sus ligaduras y sube al cielo desafiando su quienes las h a c e s romanas se deshicieron como co- crueldad con una sonrisa. E n estos días de lucha y l u m n a s de h u m o , y dándoles l e y e s , dándoles re- de prueba, aparece el santuario de S a n t a L e o c a - ligión, dulcifica sus costumbres, enfrena sus pasio- dia, erigido, según la más remota tradición, sobre nes, h a c e sus leyes, sus monarquías y su sociedad. la t u m b a de la virgen y mártir de este nombre. L a s E n t r e los obscuros anales de esa segunda época de ruinas de un templo gentílico prestan sus sillares la era cristiana, v o l v e m o s á encontrar el reducido para la piadosa construcción, y los cristianos, pro- santuario, obra de los primeros defensores de la fe. tegidos por las sombras y el silencio de la noche, U n rey poderoso l e v a n t a con mano piadosa la ba- y evitando las centinelas romanas que vigilan alre- sílica sobre los antiguos restos de la tumba, y el dedor de los antiguos muros, vienen á orar sobre arte que e m p i e z a á salir del profundo sueño en que la tosca cruz de m a d e r a del sepulcro, á fortalecerse se hallaba sumergido, merced á una tosca imitación con el ejemplo de una débil mujer, á recibir la ben- de la antigüedad, despliega en él las rudas g a l a s dición de sus pastores, á darse, en fin, un adiós, que lo distinguen, agotando los recursos de su ima- quizás el último, porque ninguno s a b e si el nuevo ginación sencilla y ardiente. sol iluminará su muerte. P e r o las tribus del N o r t e se extienden sobre la U n a era brillante de gloria c o m i e n z a e n t o n c e s para el edificio. L a veneración por él crece: los e n v e j e c i d a E u r o p a , y á la regeneración espiritual dones que le h a c e n se multiplican, y los privile- de las ideas se une la material de l a s razas. E l Im- gios que consigue se a u m e n t a n . E s o s concilios fa- mosos, que dan renombre á T o l e d o , y de los que gión se trasmite de unos en otros durante la domi- salen las leyes reformadoras de la Iglesia y del E s - nación sarracena, y prosigue su marcha triunfa- tado, tienen lugar dentro de los muros. A q u í reso- dora á través de las vejaciones y la esclavitud. nó la p a l a b r a inspirada de aquellos doctos varo- D u r a n t e este período, temerosos los cristianos de nes, que con su santidad y e l o c u e n c i a , pusieron q u e la profanación toque con su mano atrevida los un v a l l a d a r indestructible al poder; y aquí los re- venerables restos de la mártir que guardan, huyen yes vinieron á depositar su d i a d e m a ante un so- con las s a g r a d a s reliquias á las d e s n u d a s rocas en lemne concurso de prelados y m a g n a t e s , que, pe- que P e l a y o arrojó el grito de guerra. s a n d o sus razones en la b a l a n z a de la justicia, le- P a s a n los años, y la C r u z vuelve á elevarse so- g i t i m a b a n su derecho ó l a n z a b a n sobre su frente bre las torres de T o l a i t o l a ; los pendones de Alfon- los rayos de la excomunión apostólica. E n este so ondean sobre sus muros; un piadoso arzobispo mismo lugar, Ildefonso, el denodado c a m p e ó n de reconstruye la antigua basílica, y el arte muslími- la R e i n a de los Cielos, escuchó de boca de S a n t a co, que desaparece, g r a b a en su ábside uno de sus L e o c a d i a , que con este fin rompió la losa de su últimos pensamientos. sepulcro, aquellas frases divinas que, fortaleciendo su ánimo, le dieron valor para proseguir constante la árdua empresa que había acometido. A esta tierra santificada por la tradición pidieron, en fin, las lumbreras de l a , I g l e s i a , del trono y de la sabiduría, un reducido espacio donde sus huesos reposaran á la sombra de los altares, en tanto que llegaba el eterno día de la resurrección y la gloria. L a santa mártir que guardó, después de largas peregrinaciones v u e l v e á la ciudad donde t u v o su c u n a , pero no al t e m p l o á que dió su n o m b r e . ¿Mas podrán arrancarse de la historia de la iglesia las brillantes páginas que o c u p a este santuario, hoy casi olvidado y escondido entre los cipreses que le rodean? N o . ¡El viajero, al pasar junto á tí, detendrá su marcha para contemplar los vestigios que diecisiete centurias han amontonado sobre M a s la estrella de los G o d o s desciende á su oca- tu c a b e z a ; el cristiano, al traspasar tus umbrales, so; W i t i z a y Rodrigo apresuran su c a í d a , y los doblará su rodilla, en presencia de un testigo de l a s hijos del Profeta se derraman por la península co- luchas y del triunfo de su fe! mo un torrente. H o y tolerada, m a ñ a n a persegui- E s t a s y otras ideas semejantes hervían en nues- d a , pero siempre incómüle, siempre pura, la reli- tra imaginación, c u a n d o nos vinieron á avisar que la noche se a d e l a n t a b a y la hora de cerrar la ermita había llegado. Por última vez tendimos á nuestro alrededor una mirada triste, y llenos de un respetuoso silencio y temor, a t r a v e s a m o s el cementerio, c r u z a m o s la estrecha calle de cipreses que conduce á la verja, y nos dirigimos hacia la ciudad. L a s altas y negras a g u j a s de l a s torres de T o l e - i ' y—v '• I H f l r \J¡ • , " C A R T A S L I T E R A R I A S Á UNA MUJER do, por entre cuyos ajimeces se desprendían algunos rayos de luz, se d e s t a c a b a n sobre los flotantes grupos de nubes amarillentas, como una legión de fantasmas que, desde lo alto de las siete colinas, i i dominaban la llanura con sus ojos de fuego. rN una ocasión me preguntaste: — ¿ Q u é e s la poesía? ¿ T e a c u e r d a s ? N o sé á qué propósito había y o hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella. ¿Qué es la poesía? me dijiste; y yo, que no soy muy fuerte en esto de l a s definiciones, te respondí titubeando: la poesía es... es... y sin concluir la frase b u s c a b a inútilmente en mi memoria un térm i n o de comparación, q u e no a c e r t a b a á encontrar. T ú h a b í a s adelantado un poco la c a b e z a para escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar á su antojo, sombrear tu frente con un a b a n d o n o tan artístico, pendían de tu sien y b a j a b a n rozando tu TOMO iu 6 mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas, h ú m e d a s y azules c o m o el cielo de la noche, brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían ligeramente al impulso de una respiración perfum a d a y suave. Mis ojos, que, á efecto sin d u d a de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron instintivamente hacia los tuyos, y exclamé al fin: ¡la poesía... la poesía eres tú! Y o aún tengo presenté el gracioso ceño de curiosidad burlada, el acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste: ¿Crees que mi preg u n t a sólo e s hija de una v a n a curiosidad de mujer? T e equivocas. Y o deseo saber lo que e s la poesía, porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir lo que tú sientes, penetrar, por último, en ese misterioso santuario en donde á v e c e s se refugia tu alma, y c u y o dintel no puede traspasar la mía. interrumpió nuestro diálogo. Y a sabes por qué. A l g u n o s días han transcurrido. N i tú ni y o lo hemos vuelto á renovar, y sin embargo, por mi parte no he d e j a d o de pensar en él. T ú sientes, sin duda, que la frase con que contesté á tu e x t r a ñ a interrogación equivalía á una e v a s i v a galante. saber siquiera si decía un disparate. Después lo he pensado mejor, y no dudo al repetirlo. L a poesía eres tú. ¿Te sonríes? T a n t o peor para los dos. T u incredulidad nos v a á costar, á tí e l trabajo de leer un libro, y á mí el de componerlo. ¡Un libro! e x c l a m a s palideciendo y d e j a n d o esc a p a r de tus manos esta c a r t a . N o te asustes. T ú ¿ T e acuerdas? C u a n d o llegaba á este punto se ¿Por qué no hablar con franqueza? E n aquel mom e n t o di aquella definición porque la sentí, sin lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy larg o . E r u d i t o , sospecho que tampoco. Insulso, tal vez; m a s p a r a tí, escribiéndolo yo, presumo que no lo será, y para tí lo escribo. Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún poeta; pero en cambio, h a y bastante papel borrad o por muchos que no lo son. E l que la siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estadio del saber y pasa. L o s críticos se lanzan entonces sobre esa forma, lá e x a m i n a n , la disecan, y creen haberla comprendido, cuando han hecho su análisis. L a disección podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano; pero los fenómenos del alma, el secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un cadáver? N o obstahte, sobre la poesía se han d a d o reglas, se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña en las Universidades, se discute en los círculos literarios, y se e x p l i c a en los A t e n e o s . N o te extrañes. U n sabio alemán h a tenido la h u m o r a d a de reducir á notas y encerrar en l a s cinco líneas de una pauta el misterioso lenguaje d e los ruiseñores. Y o , si he de decir la v e r d a d , todav í a ignoro qué es lo que v o y á hacer; así es que n o puedo anunciártelo anticipadamente. Sólo te diré, p a r a tranquilizarte que no te inundaré en ese diluvio de términos que pudiéramos llamar facultativos, ni te citaré autores que no conozco, ni sentencias en idiomas que ninguno de los dos entendemos. A n t e s de ahora te lo he dicho. Y o n a d a sé, n a d a he estudiado, he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré á decir si bien ó mal. C o m o sólo de lo que he sentido y h e pensado he de hablarte, te bastará sentir y p e n s a r para comprenderme. H e r e j í a s históricas, filosóficas y literarias pre- siento que v o y á decir muchas. N o importa. Y o n o pretendo enseñar á nadie, ni erigirme en autoridad, ni hacer que mi libro se declare de texto. Q u i e r o hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un capricho t u y o ; quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos el g u s t o de saber que si nos equivocamos, nos e q u i v o c a m o s los dos, lo cual, dicho sea de paso, para nosotros e q u i v a l e á acertar. L a poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento, y el sentimiento es la mujer. L a poesía eres tú, porque esa v a g a aspiración á lo bello que la caracteriza, y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en tí pudiera decirse que es un instinto. L a poesía eres tú, porque el sentimiento que en nosotros es un fenómeno accidental, y pasa como una ráfaga de aire, se halla tan íntimamente unid o á tu organización especial, que constituye una parte de tí misma. U l t i m a m e n t e , la poesía eres tú, porque tú eres e l foco de donde parten sus rayos. E l genio verdadero tiene a l g u n o s atributos extraordinarios, que B a l z a c l l a m a femeninos, y que efectivamente lo son. E n la escala de la inteligencia del poeta h a y not a s que pertenecen á la de la mujer, y éstas son las que expresan la ternura, la pasión y el sentimiento. Y o no sé por qué los poetas y las mujeres no se entienden mejor entre sí. S u manera de sentir tiene tantos puntos de c o n t a c t o . . . Q u i z á por eso... P e r o dejemos digresiones y v o l v a m o s al asunto. Decíamos... ¡ah! sí, h a b l á b a m o s de la poesía. L a poesía es en el hombre una cualidad pura- mente del espíritu; reside en su alma, v i v e con la D e j a esta carta, cierra tus ojos al mundo exte- v i d a incorpórea de la idea, y para revelarla nece- rior que te rodea, vuélvelos á tu alma, presta aten- sita darla una forma. P o r eso la escribe. ción á los confusos rumores que se elevan de ella, E n la mujer, por el contrario, la poesía está co- y acaso lo comprenderás como yo. m o encarnada en su ser, su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y su destino son poesía: vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfe- II ra de idealismo .que se desprende de ella, como un fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el verbo poético hecho carne. E n mi anterior te dije que la poesía eras tú, por- S i n embargo, á la mujer se le acusa v u l g a r m e n - que tú eres la más bella personificación del senti- te de prosaísmo. N o es extraño: en la mujer es poe- miento, y el verdadero espíritu de la poesía no e s sía casi todo lo que piensa; pero muy poco de lo otro. que habla. L a razón yo la adivino, y tú la sabes. Q u i z á cuanto te he dicho lo habrás encontrado confuso y vago. T a m p o c o debe maravillarte. L a poesía e s al saber de la humanidad lo que el amor á las otras pasiones. A propósito de esto, la palabra amor se deslizó de mi pluma en uno de los párrafos de mi c a r t a . D e aquel párrafo hice el último. N a d a más natural. V o y á decirte por qué. E l amor es un misterio. T o d o en él son fenó- E x i s t e una preocupación bastante g e n e r a l i z a d a , menos á cual más inexplicables; todo en él es iló- a u n entre l a s personas q u e se dedican á dar formas gico; todo en él es v a g u e d a d y absurdo. á lo que piensan, que, á mi modo de ver, es, sin L a ambición, la envidia, la avaricia, todas l a s demás pasiones tienen su explicación y aun su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y l o alimenta. parecerlo una de l a s mayores. Si hemos de dar crédito á los que de ella participan, es una v e r d a d tan innegable, que se puede elevar á la categoría de a x i o m a , el q u e nunca se Y o , sin embargo, la comprendo; la comprendo vierte la idea con tanta v i d a y precisión, como en por medio de una revelación intensa, confusa é el momento en que ésta se levanta, semejante á un inexplicable. g a s desprendido, y enardece la fantasía y hace vi- mente del espíritu; reside en su alma, v i v e con la D e j a esta carta, cierra tus ojos al mundo exte- v i d a incorpórea de la idea, y para revelarla nece- rior que te rodea, vuélvelos á tu alma, presta aten- sita darla una forma. P o r eso la escribe. ción á los confusos rumores que se elevan de ella, E n la mujer, por el contrario, la poesía está co- y acaso lo comprenderás como yo. m o encarnada en su ser, su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y su destino son poesía: vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfe- II ra de idealismo .que se desprende de ella, como un fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el verbo poético hecho carne. E n mi anterior te dije que la poesía eras tú, por- S i n embargo, á la mujer se le acusa v u l g a r m e n - que tú eres la más bella personificación del senti- te de prosaísmo. N o es extraño: en la mujer es poe- miento, y el verdadero espíritu de la poesía no e s sía casi todo lo que piensa; pero muy poco de lo otro. que habla. L a razón yo la adivino, y tú la sabes. Q u i z á cuanto te he dicho lo habrás encontrado confuso y vago. T a m p o c o debe maravillarte. L a poesía e s al saber de la humanidad lo que el amor á las otras pasiones. A propósito de esto, la palabra amor se deslizó de mi pluma en uno de los párrafos de mi c a r t a . D e aquel párrafo hice el último. N a d a más natural. V o y á decirte por qué. E l amor es un misterio. T o d o en él son fenó- E x i s t e una preocupación bastante g e n e r a l i z a d a , menos á cual más inexplicables; todo en él es iló- a u n entre l a s personas q u e se dedican á dar formas gico; todo en él es v a g u e d a d y absurdo. á lo que piensan, que, á mi modo de ver, es, sin L a ambición, la envidia, la avaricia, todas l a s demás pasiones tienen su explicación y aun su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y l o alimenta. parecerlo una de l a s mayores. Si hemos de dar crédito á los que de ella participan, es una v e r d a d tan innegable, que se puede elevar á la categoría de a x i o m a , el q u e nunca se Y o , sin embargo, la comprendo; la comprendo vierte la idea con tanta v i d a y precisión, como en por medio de una revelación intensa, confusa é el momento en que ésta se levanta, semejante á un inexplicable. g a s desprendido, y enardece la fantasía y hace vi- brar todas las fibras sensibles, c u a l si l a s tocase alg u n a chispa eléctrica. Y o no niego que suceda así. Y o no niego n a d a , Y o creo que éstos son los poetas. E s más, creo q u e únicamente por esto lo son. E f e c t i v a m e n t e , es más grande, más hermoso, pero por lo que á mí toca, p u e d o asegurarte q u e figurarse c u a n d o siento no escribo. G u a r d o , sí, en mi cere- raciones, trazando, á grandes rasgos, temblorosa al genio ébrio de sensaciones y de inspi- bro escritas, como en un libro misterioso, l a s im- la mano con la ira, llenos aún los ojos de lágrimas presiones que han d e j a d o en él su huella al p a s a r ; ó profundamente conmovido por la piedad, esas ti- estas ligeras y ardientes hijas de la sensación, duer- radas de poesía que más tarde son la admiración men allí a g r u p a d a s en el fondo de mi memoria, has- del mundo; pero, ¿qué quieres? N o siempre la ver- ta el instante en qué, puro, tranquilo, sereno, y re- d a d e s lo más sublime. vestido por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las e v o c a , y tienden sus a l a s trasparentes q u e bullen con un z u m b i d o extraño, y cruz a n otra v e z á mis ojos como en una visión luminosa y magnífica. ¿Te acuerdas? N o h a c e mucho que te lo dije á propósito de una cuestión parecida. C u a n d o un poeta te pinta en magníficos versos su amor, duda. C u a n d o te lo dé á conocer en prosa, y mala, cree. E n t o n c e s no siento y a con los nervios que se agi- H a y una parte mecánica, pequeña y material en t a n , con el pecho q u e se oprime, con la parte orgá- todas las obras del hombre, que la primitiva, la nica y material que se c o n m u e v e al rudo choque de v e r d a d e r a inspiración desdeña en sus ardientes las sensaciones producidas por la pasión y los afec- momentos de arrebato. tos; siento, sí, pero de una manera que puede lla- S i n saber cómo, me he distraído del asunto. marse artificial; escribo c o m o el que copia de una C o m o quiera que lo he hecho por darte una sa- página y a escrita; dibujo, c o m o el pintor que re- tisfacción, espero que tu amor propio sabrá discul- p r o d u c e el paisaje que se dilata ante sus ojos y se parme. pierde entre la bruma de los horizontes. T o d o el mundo siente. ¿Qué mejor intermediario que éste p a r a con una mujer? Sólo á algunos seres les e s d a d o el g u a r d a r , c o - N o te enojes. E s uno de los muchos puntos de mo un tesoro, la memoria v i v a de lo que han sen- contacto que tenéis con los poetas, ó que éstos tie- tido. nen con vosotras. Sé, porque lo sé, aun cuando tú no me lo h a s tibie es el hilo de luz q u e ata entre sí los pensamien- dicho, que te quejas de mí, porque al hablar del tos más absurdos que nadan en su caos: si tú supie- amor detuve mi pluma, y terminé mi primera car- ras... pero, ¿qué digo? T ú lo sabes, tú debes saberlo. ¿No has soñado nunca? ta como enojado de la tarea. Sin duda ¿á qué negarlo? pensaste que esta fe- A l despertar, ¿te h a sido alguna v e z posible re- cunda idea se esterilizó en mi mente por falta de ferir, con toda su inexplicable v a g u e d a d y poesía, sentimiento. lo que h a s soñado? E l espíritu tiene una manera de sentir y com- Y a te he demostrado tu error. A l estamparla, un mundo de ideas confusas y sin prender, especial, misteriosa, porque él es un ar- nombre se elevaron en tropel en mi cerebro, y pa- cano: inmensa, porque él es infinito; divina, por- saron volteando alrededor de mi frente como una que su esencia es santa. ¿Cómo la p a l a b r a , cómo un idioma grosero fantástica ronda de visiones quiméricas. y U n vértigo nubló mis ojos. mezquino, insuficiente á veces para expresar las ¡Escribir! ¡Oh! Si yo pudiera haber escrito en- necesidades de la materia, podrá servir de digno tonces, no me cambiaría por el primer poeta del intérprete entre dos almas? Imposible. mundo. Mas... entonces lo pensé, y ahora lo digo. Si y o Sin embargo, y o procuraré apuntar, como de p a - siento lo que siento para hacer lo q u e hago, ¿qué sada, alguna de las mil ideas que me agitaron du- g i g a n t e océano de l u z y de inspiración no se agita- rante aquel sueño magnífico, en que v i al amor en- ría en la mente de esos hombres que han escrito lo v o l v i e n d o la humanidad como en un fluido de fue- que á todos nos admira? go, pasar de un siglo en otro, sosteniendo la in- Si tú supieras cómo las ideas más grandes se empequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro de la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras, qué impalpables son l a s gasas de oro que flotan en la imaginación, al envolver esas misteriosas figuras que crea, y de las que sólo acertamos á reproducir el descarnado esqueleto; si tú supieras cuán impercep- comprensible atracción de los espíritus, atracción semejante á la de los astros, y revelándose al mund o exterior por medio de la poesía, único idioma que acierta á b a l b u c e a r algunas de las frases de su inmenso poema. P e r o ¿lo ves? Y a quizá ni tú me entiendes ni y o sé lo que me digo. H a b l e m o s como se habla. P r o c e d a m o s con orden. j E l orden! ¡ L o detesto, y sin e m b a r g o , es tan preciso para todo!... ra disculparme de no hablar del amor. T e lo Confesaré ingenuamente; tengo miedo. A l g u n o s días, sólo algunos, y te lo juro, te ha- L a poesía es el sentimiento, pero el sentimiento no e s más que un efecto, y todos los efectos proceden de una causa más ó menos conocida. blaré del amor á riesgo de escribir un millón de disparates. ¿Por qué tiemblas? dirás sin d u d a . ¿ N o hablan ¿Cuál lo será? ¿Cuál podrá serlo de este divino a r r a n q u e de entusiasmo, de esta v a g a y melancólica aspiración del alma, que se traduce al lenguaj e de los hombres por medio de sus más s u a v e s armonías, sino el amor? de él á cada paso las gentes que ni aun lo conocen? ¿Por qué no h a s de h a b l a r tú, tú q u e dices q u e lo sientes? ¡Ayl acaso por lo mismo que ignoran lo q u e es, se atreven á definirlo... S í ; el amor es el m a n a n t i a l perenne de t o d a poesía, el origen fecundo de todo lo g r a n d e , el ¿ V u e l v e s á sohreirte? Créeme; la v i d a está llena de estos absurdos. principio eterno de todo lo bello: y digo el amor, porque la religión, nuestra religión, sobre todo, es un amor también, es el amor más puro, más her- III moso, el único infinito que se conoce, y sólo á estos dos astros de la inteligencia puede volverse el hombre, cuando desea luz q u e alumbre su camino, inspiración que fecundice su v e n a estéril y fatigada. ¿Qué es el amor? A pesar del tiempo transcurrido, creo que debes ' acordarte de lo que te v o y á referir. L a fecha en E l amor es la c a u s a de sentimiento; pero... ¿qué e s el amor? que aconteció, aunque no la consigne la historia, será siempre una fecha memorable para nosotros. Y a lo ves, el espacio me falta, el asunto es gran- N u e s t r o conocimiento sólo d a t a b a de a l g u n o s de, y . . . ¿te sonríes?... ¿Crees q u e v o y á darte una meses; era v e r a n o y nos hallábamos en C á d i z . E l e x c u s a fútil para interrumpir mi carta en rigor de la estación no nos permitía pasear sino al este sitio? N o ; y a no recurriré á los fenómenos del mío p a - amanecer ó durante la noche. U n día... digo m a l , no era día aún, la dudosa claridad del crepúsculo de la mañana teñía de un v a g o azul el cielo, la resplandeció, como si un océano de luz se hubiese luna se desvanecía en el ocaso, envuelta en una volcado sobre el mundo. b r u m a violada, y lejos, muy lejos, en la distante E n las crestas de las olas, en los ribetes de las lontananza del mar, las nubes se coloraban de nubes, en los muros de la ciudad, en el v a p o r de amarillo y rojo cuando la brisa precursora de la la m a ñ a n a , sobre nuestras c a b e z a s , á nuestros pies, luz, levantándose del O c é a n o fresca é i m p r e g n a d a en todas partes ardía la pura lumbre del a ^ r o , y en el marino perfume de las o l a s , acarició, flotaba al p a s a r , nuestras frentes. una atmósfera luminosa y trasparente, en la que n a d a b a n encendidos los átomos del aire. L a naturaleza c o m e n z a b a entonces á salir de su letargo con un sordo murmullo. T u s p a l a b r a s resonaban a ú n en mi o í d o . — ¿ Q u é es el sol? me h a b í a s p r e g u n t a d o . — E s o , respondí T o d o á nuestro alrededor estaba en suspenso y señalándote su disco q u e v o l t e a b a obscuro y fran- c o m o a g u a r d a n d o una señal misteriosa para pro- j a d o de fuego en mitad de aquella diáfana atmós- rumpir en el gigante himno de alegría de la crea- fera de oro; y tu pupila y tu a l m a se llenaron de ción que despierta. luz, y en la indescriptible expresión de tu rostro Nosotros, desde lo alto de la fortísima muralla que ciñe y defiende la ciudad, y á cuyos pies se rompen las olas con un gemido, contemplábamos con avidez el solemne espectáculo que se ofrecía á nuestros ojos. conocí que lo habías comprendido. L o s dos g u a r d á b a m o s un silencio profundo, y no obstante, los dos p e n s á b a m o s una misma cosa. Y o ignoraba la definición científica con que pude responder á tu pregunta; pero de todos modos, en aquel instante solemne estoy seguro de que no te hubiera satisfecho. ¡Definiciones! Sobre n a d a se han d a d o tantas, como sobre las cosas indefinibles. L a razón es m u y T ú formulaste mi pensamiento al decirme: sencilla. N i n g u n a de ellas satisface, ninguna ¿ Q u é es el sol? e x a c t a , por lo que c a d a c u a l se cree con derecho es E n aquel momento el astro c u y o disco comenza- para formular la suya. ba á chispear en el límite del horizonte, rompió el ¿Qué e s el amor? C o n esta frase concluí mi car- seno de los mares. S u s rayos se extendieron rapi- ta de ayer, y con ella he comenzado la de hoy. dísimos sobre su inmensa llanura; el c i e l o , las N a d a me sería más fácil que resolver, con el a p o y o a g u a s y la tierra se inundaron de claridad, y todo de una autoridad, esta cuestión que yo mismo me propuse al decirte que es la fuente del sentimiento. L l e n o s están los libros de definiciones sobre este jer no s a b e formular; pero que siente y comprende mejor que nosotros. punto. L a s h a y en griego y en árabe, en chino y Sí. Q u e poesía es, y no otra cosa, esa aspiración en latín, en copto y en ruso, ¿qué sé yo? en todas m e l a n c ó l i c a y v a g a que agita tu espíritu con el d e - las lenguas muertas ó vivas, sabias ó ignorantes seo de una perfección imposible. que se conocen. Y o he leído algunas, y me he P o e s í a , esas lágrimas involuntarias que tiemblan hecho traducir otras. D e s p u é s de conocerlas casi un instante en tus párpados, se desprenden en si- todas, he puesto la mano sobre mi corazón, he lencio, ruedan y se e v a p o r a n como un perfume. consultado mis sentimientos y no he podido me- P o e s í a , el g o z o improviso que ilumina tus fac- nos de repetir con H a m l e t : ¡palabras, palabras, pa- ciones con una sonrisa suave, y c u y a oculta c a u s a labras! i g n o r a s donde está. P o r eso he creído más oportuno recordarte una P o e s í a son, por último, todos esos fenómenos escena p a s a d a q u e tiene a l g u n a analogía con nues- inexplicables que modifican el a l m a de la mujer tra situación presente, y decirte ahora como enton- c u a n d o despierta al sentimiento y la pasión. ces:—¿Quieres saber lo que es el amor? R e c ó g e t e j D u l c e s p a l a b r a s que brotáis del corazón aso- dentro de tí misma, y si e s v e r d a d que lo abrigas máis al labio y morís sin resonar apenas, mientras en tu alma, siéntelo y lo comprenderás, pero no me que el rubor enciende las mejillas! ¡Murmullos e x - lo preguntes. Y o sólo te podré decir que él es la suprema ley del universo; ley misteriosa por la que todo se go- traños de la noche, que imitáis los pasos del a m a n te que se espera! ¿Gemidos del viento, que fingís una v o z querida que n o s llama entre las sombras! bierna y rige, desde el átomo inanimado hasta la ¡Imágenes confusas, que pasáis c a n t a n d o una can- criatura racional; que de él parten y á él conver- ción sin ritmo ni p&lcibrciS) que sólo pcrcibc y en- gen como á ' u n centro de irresistible atracción to- tiende el espíritu! ¡Febriles exaltaciones de la pa- d a s nuestras ideas y acciones, que está, aunque sión, que dáis colores y forma á las ideas más abs- oculto, en el fondo de toda cosa, y , efecto de una tractas! ¡Presentimientos incomprensibles, que ilu- primera c a u s a , D i o s es á su v e z origen de esos mil mináis como un r e l á m p a g o nuestro porvenir! ¡Es- pensamientos desconocidos, que todos ellos son pacios sin límites, que os abrís ante los ojos del poesía, poesía v e r d a d e r a y espontánea que la mu- alma, á v i d a de inmensidad y la arrastráis á vuestro TOMO III Y seno, y la saciáis de infinito! ¡Sonrisas, lágrimas, suspiros y deseos, q u e formáis el misterioso cortej o del amor! ¡Vosotros sois la poesía, la v e r d a d e r a poesía que p u e d e encontrar un e c o , producir una sensación, ó despertar una idea! Y todo este tesoro i n a g o t a b l e de sentimiento, todo este animado p o e m a de esperanza y de abnegaciones, de sueños y de tristezas, de alegrías y de lagrimas, donde c a d a sensación es una estrofa y cada pasión un canto, todo está contenido en vuestro corazón de mujer. U n escritor francés h a dicho, j u z g a n d o á un músico y a célebre, el autor de Tannhauser: «Es un hombre de talento que h a c e todo lo posible por disimularlo, pero que á v e c e s no lo p u e d e conseguir, y — á su p e s a r — l o demuestra.» R e s p e c t o á la poesía de v u e s t r a s a l m a s puede decirse lo mismo. P e r o , ¿qué? frunces el ceño y arrojas la carta?... ¡ B a h ! N o te incomodes... S a b e de una v e z y para siempre, que tal como os manifestáis, y o creo, y conmigo lo creen todos, q u e l a s mujeres son la poesía del mundo. H e aquí el a x i o m a que debía ahorrarme el trab a j o de escribir una nueva carta. S i n embargo, y o mismo conozco q u e esta conclusión m a t e m á t i c a , q u e en efecto lo parece, así puede ser una verdad c o m o un sofisma. L a lógica sabe fraguar razonamientos inatacables, que á pesar de todo, no convencen. ¡Con tanta facilidad se sacan deducciones precisas de una base falsa! E n c a m b i o , la convicción íntima suele persuadir a u n q u e en el método del raciocinio reine el mayor desorden. ¡ T a n irresistible es el acento de la fe! L a religión es amor, y , porque es amor, es poesía. H e aquí el t e m a que me he propuesto desenvolv e r hoy. A l tratar un asunto tan grande en tan corto espacio y con tan escasa ciencia, como la de que y o dispongo, sólo me anima una esperanza. Si para persuadir basta creer, yo siento lo que escribo. H a c e y a mucho tiempo, y o no te conocía, y con e s t o excuso el decir que aún no había amado, sentí en mi interior un fenómeno inexplicable. Sentí, IV no diré un vacío, porque sobre ser v u l g a r , no e s e s t a la frase propia; sentí en mi alma y en todo mi E l amor es poesía; la religión e s amor. D o s cos a s semejantes á una tercera son iguales entre si. ser como una plenitud de v i d a , como un desbordamiento de a c t i v i d a d moral, que no encontrando objeto en q u e emplearse, se eleva en forma de ensueños y fantasías; ensueños y fantasías en los cuales b u s c a b a en v a n o la expansión, estando c o m o estaban dentro de sí mismo. T a p a y coloca al fuego un vaso con un l í q u i d o cualquiera. E l v a p o r , con un ronco hervidero, s e desprende del fondo, y sube, y p u g n a por salir, y v u e l v e á caer deshecho en menudas gotas, y torna á elevarse, y torna á deshacerse, h a s t a q u e al c a b o estalla comprimido y quiebra la cárcel que lo detiene. E s t e es el secreto de la muerte prematura y misteriosa de algunas mujeres y de algunos poetas, arpas que se rompen sin q u e nadie h a y a arrancado una melodía de sus c u e r d a s de oro. E s t a era la v e r d a d de la situación de mi espíritu, cuando aconteció lo que v o y á referirte. E s t a b a en T o l e d o ; en T o l e d o , la ciudad sombría y melancólica por excelencia. Allí, c a d a lugar rec u e r d a una historia, c a d a piedra un siglo, c a d a monumento una civilización; historias, siglos y civilizaciones que h a n p a s a d o y c u y o s actores t a l v e z son ahora el polvo obscuro que arrastra el viento en remolinos, al silbar en sus estrechas y tortuosas calles. S i n embargo, por un contraste m a r a v i lloso, allí donde todo parece muerto, donde no se v e n más que ruinas, donde sólo se tropieza con rotas c o l u m n a s y destrozados capiteles, m u d o s sarcasmos de la loca aspiración del hombre á perpe- tuarse, diríase que el alma, sobrecogida de terror y sedienta de inmortalidad, b u s c a algo eterno en d o n d e refugiarse, y como el náufrago que se ase d e una tabla, se tranquiliza al recordar su origen. U n día entré en el antiguo convento de San J u a n de los R e y e s . M e senté en una de las piedras de su ruinoso claustro, y me puse á dibujar. E l c u a d r o que se ofrecía á mis ojos era magnífico. L a r g a s hileras de pilares que sustentan una bóved a c r u z a d a de mil y mil crestones caprichosos; anc h a s o j i v a s caladas, como los encajes de un rostrillo; ricos doseletes de granito con caireles de h i e d r a , que suben por entre las labores, c o m o a f r e n t a n d o á las naturales; ligeras creaciones del cincel, que parece han de agitarse al soplo del viento; estatuas vestidas de luengos paños, q u e flotan c o m o al andar; caprichos fantásticos, gnomos, hipógrifos, dragones y reptiles sin número, que y a a s o m a n por cima de un capitel, y a corren por las cornisas, se enroscan en las columnas, ó trepan babeando por el tronco de l a s g u i r n a l d a s de trébol; galerías que se prolongan y que se pierden, árboles que inclinan sus ramas sobre una fuente, flores risueñas, pájaros bulliciosos formando contraste con las tristes ruinas y las c a l l a d a s naves, y por último, el cielo, un p e d a z o de cielo azul que se v e más allá de las crestas de pizarra, de los miradores, á t r a v é s de los calados de un rosetón. E n tu á l b u m tienes mi dibujo; una reproducción pálida, imperfecta, ligerísima de aquel lugar, p e r o que no obstante puede darte una idea de su m e lancólica hermosura. N o ensayaré pues, describírtela con palabras, inútiles t a n t a s veces. Sentado, como te dije, en una de las rotas piedras, t r a b a j é en él toda la mañana, torné á e m prender mi tarea á la tarde, y permanecí a b s o r t o en mi ocupación h a s t a que comenzó á faltar la l u z . Entonces, dejando á mi lado el lápiz y la cartera, tendí una mirada por el fondo de las solitarias galerías y me abandoné á mis pensamientos. con una túnica flotante y ceñida la frente de una aureola. E r a una de las estatuas del claustro derruido, una escultura q u e arrancada de un p e d e s tal y arrimada al muro en q u e me había r e c o s t a d o , y a c í a allí cubierta de polvo y medio escondida e n tre el follaje, junto á la rota losa de un sepulcro y el capitel de una columna. M á s allá, á lo lejos, y v e l a d a s por las penumbras y la obscuridad de l a s extensas bóvedas, se distinguían confusamente alg u n a s otras imágenes: vírgenes con sus p a l m a s y sus nimbos, monjes con sus báculos y sus c a p u chas, eremitas con sus libros y sus cruces, mártires con sus e m b l e m a s y sus aureolas, toda una ge- E l sol había desaparecido. Sólo t u r b a b a n el a l t o neración de granito, silenciosa é inmóvil, pero en silencioso de aquellas ruinas, el monotono rumor c u y o s rostros había g r a b a d o el cincel la huella del del agua de aquella fuente, el trémulo murmullo del ascetismo y una expresión de beatitud y serenidad viento que suspiraba en los claustros, y el temero- inefables. so y confuso rumor de l a s h o j a s de los árboles q u e parecían hablar entre sí en v o z b a j a . M i s deseos comenzaron á hervir y á levantarse en v a p o r de fantasías. B u s q u é á mi lado una m u jer, una persona á quien comunicar mis sensaciones. E s t a b a solo. E n t o n c e s me acordé de esta verdad, que había leído en no se qué autor: «La soled a d es m u y hermosa... cuando se tiene j u n t o alguien á quien decírselo.» N o había aún concluido de repetir esta frase celebre, cuando me pareció v e r levantarse á mi l a d o y de entre l a s sombras, una figura ideal, cubierta — H e aquí, e x c l a m é , un m u n d o de piedra; fantasmas inanimados de otros seres que han existido y c u y a memoria legó á las épocas v e n i d e r a s un siglo de entusiasmo y de fe. V í r g e n e s solitarias, austeros cenobitas, mártires esforzados, que, c o m o yo, vivieron sin amores ni placeres; que, como yo, arrastraron una existencia obscura y miserable, solos con sus pensamientos y el ardiente corazón inerte bajo el s a y a l , como un c a d á v e r en su sepulcro. V o l v í á fijarme en aquellas facciones angulosas y expresivas; volví á e x a m i n a r aquellas figuras secas, altas, espirituales y serenas, y proseguí diciendo: ¿ E s posible que h a y á i s v i v i d o sin pasiones, ni temor, ni esperanzas, ni deseos? ¿Quién h a recogid o las e m a n a c i o n e s de amor, que como un aroma, se desprenderían de vuestras almas? ¿Quién h a saciado la sed de ternura que abrasaría vuestros pechos en la juventud? ¿Qué espacios ni límites se abrieron á los ojos de vuestros espíritus, ávidos de inmensidad, al despertarse al sentimiento?... La PRÓLOGO ESCRITO POR E L AUTOR PARA L A COLECCIÓN DE C A N T A R E S DE A U G U S T O F E R R Á N Y FORNIÉS n o c h e h a b í a cerrado poco á poco. A la dudosa claridad del crepúsculo h a b í a sustituido una l u z tibia y azul; la l u z de la luna que, v e l a d a un instante LA SOLEDAD por los obscuros chapiteles de la torre, b a ñ ó en aquel momento con un r a y o plateado los pilares de l a desierta galería. E n t o n c e s reparé que todas aquellas figuras, cuy a s l a r g a s sombras se p r o y e c t a b a n en los muros y en el pavimento, c u y a s flotantes ropas parecían moverse, en c u y a s d e m a c r a d a s facciones brillaba una expresión indescriptible, santo y sereno gozo, t e n í a n sus pupilas sin luz, v u e l t a s al cielo, como si el escultor quisiera semejar que sus m i r a d a s se perdían en el infinito b u s c a n d o á D i o s . A Dios, foco eterno y ardiente de hermosura, al q u e se vuelve con los ojos, como á un polo de amor, el sentimiento del alma. I JEÍ la última página, cerré el libro y a p o y é mi c a b e z a entre l a s manos. U n soplo de la brisa de mi país, una o n d a de perfumes y armonías lejanas, besó mi frente y acarició mi oído al pasar. T o d a mi A n d a l u c í a , con sus días de oro y sus noches luminosas y trasparentes, se levantó como una visión de f u e g o del fondo de mi alma. S e v i l l a , con su Giralda de encajes, que copia t e m b l a n d o el G u a d a l q u i v i r , y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuc h a r el extraño crujido de los pasos del rey justiciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus altas, espirituales y serenas, y proseguí diciendo: ¿ E s posible que h a y á i s v i v i d o sin pasiones, ni temor, ni esperanzas, ni deseos? ¿Quién h a recogid o las e m a n a c i o n e s de amor, que como un aroma, se desprenderían de vuestras almas? ¿Quién h a saciado la sed de ternura que abrasaría vuestros pechos en la juventud? ¿Qué espacios ni límites se abrieron á los ojos de vuestros espíritus, ávidos de inmensidad, al despertarse al sentimiento?... La PRÓLOGO ESCRITO POR E L AUTOR PARA L A COLECCIÓN DE C A N T A R E S DE A U G U S T O F E R R Á N Y FORNIÉS n o c h e h a b í a cerrado poco á poco. A la dudosa claridad del crepúsculo h a b í a sustituido una l u z tibia y azul; la l u z de la luna que, v e l a d a un instante LA SOLEDAD por los obscuros chapiteles de la torre, b a ñ ó en aquel momento con un r a y o plateado los pilares de l a desierta galería. E n t o n c e s reparé que todas aquellas figuras, cuy a s l a r g a s sombras se p r o y e c t a b a n en los muros y en el pavimento, c u y a s flotantes ropas parecían moverse, en c u y a s d e m a c r a d a s facciones brillaba una expresión indescriptible, santo y sereno gozo, t e n í a n sus pupilas sin luz, v u e l t a s al cielo, como si el escultor quisiera semejar que sus m i r a d a s se perdían en el infinito b u s c a n d o á D i o s . A Dios, foco eterno y ardiente de hermosura, al q u e se vuelve con los ojos, como á un polo de amor, el sentimiento del alma. I JEÍ la última página, cerré el libro y a p o y é mi c a b e z a entre l a s manos. U n soplo de la brisa de mi país, una o n d a de perfumes y armonías lejanas, besó mi frente y acarició mi oído al pasar. T o d a mi A n d a l u c í a , con sus días de oro y sus noches luminosas y trasparentes, se levantó como una visión de f u e g o del fondo de mi alma. S e v i l l a , con su Giralda de encajes, que copia t e m b l a n d o el G u a d a l q u i v i r , y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuc h a r el extraño crujido de los pasos del rey justiciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus n o c h e s A l t r a v é s de ellos se divisaba casi todo M a drid. tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas co- Madrid, envuelto en una ligera neblina, por en- lor de rosa y sus crepúsculos a z u l e s ; Sevilla, con tre c u y o s rotos jirones l e v a n t a b a n sus crestas obs- todas las tradiciones que veinte centurias curas l a s chimeneas, las buhardillas, los campana- han amontonado sobre su frente, con toda la p o m p a y la g a l a de su n a t u r a l e z a meridional, con toda la rios y las desnudas r a m a s de los árboles. M a d r i d sucio, n e g r o , feo como un esqueleto poesía que la imaginación presta á un recuerdo d e s c a r n a d o , tiritando b a j o su inmenso sudario de querido, apareció como por encanto á mis ojos, y nieve. penetré en su recinto, y crucé sus calles, y respiré su atmósfera, y oí los c a n t o s que entonan á m e d i a Mis miembros e s t a b a n y a ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma. voz las m u c h a c h a s que cosen detrás de las celosías, Y sin embargo, y o había vuelto á respirar la ti- medio ocultas entre las h o j a s de las c a m p a n i l l a s bia atmósfera de mi ciudad querida; y o había sen- azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de tido el beso vivificador de sus brisas c a r g a d a s de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón perfumes, su sol de f u e g o había deslumhrado mis á b a l c ó n , formando toldos de flores; y torné en ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se fin, con mi espíritu á vivir en la c i u d a d donde h e asienta el convento de A znalfarache. nacido, y de la que tan v i v a guardaré siempre la memoria. N o sé el tiempo que trascurrió mientras s o ñ a b a despierto. C u a n d o me incorporé, la l u z que ardía Aquel mundo de recuerdos lo había evocado como un conjuro m á g i c o un libro. sobre mi bufete oscilaba p r ó x i m a á espirar, arro- U n libro impregnado en el perfume de las flores j a n d o sus últimos destellos, q u e en círculos, y a de mi país; un libro, del que c a d a una de las pá- luminosos, y a sombríos, se p r o y e c t a b a n t e m b l a n d o ginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima ó un sobre l a s paredes de mi habitación. rayo de sol; un libro, por último, c u y o solo título L a claridad de la m a ñ a n a , esa claridad incierta y triste de las nebulosas m a ñ a n a s de invierno, teñía de un v a g o azul los vidrios de mis balcones. aún despierta en mi a l m a un sentimiento indefinible de v a g a tristeza. ¡ L a soledad! L a soledad es el cantar favorito del pueblo en mi A n d a l u c í a . L a primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo. L a s e g u n d a carece de medida absoluta; adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: II p u e d e llamarse la poesía de los poetas. L a primera es una melodía que n a c e , se desarrolla, a c a b a y se desvanece. A q u e l libro lo tenía allí para juzgarlo. C o m o cuestión de sentimiento, para mí ya lo estaba. S i n e m b a r g o , el criterio de la sensación está sujeto á influencias puramente individuales, de l a s que se debe despojar el crítico, si h a de llenar su misión d i g n a m e n t e . E s t o e s lo que v o y á hacer, si me es posible. H a y una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se e n g a l a n a con todas las p o m p a s de la l e n g u a , se m u e v e L a segunda es un acorde que se a r r a n c a de un a r p a , y se quedan l a s c u e r d a s v i b r a n d o con un z u m b i d o armonioso. C u a n d o se c o n c l u y e aquélla, se dobla la hoja con una s u a v e sonrisa de satisfacción. C u a n d o se a c a b a ésta, se inclina la frente carg a d a de pensamientos sin nombre. L a una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía. L a otra es la centella i n f l a m a d a que brota al choque del sentimiento y la pasión. con una cadenciosa m a j e s t a d , h a b l a á la imagina- L a s poesías de este libro pertenecen al ú l t i m o ción, completa sus cuadros y la c o n d u c e á su an- de los dos géneros, porque son populares, y la poe- tojo por un sendero desconocido, seduciéndola con sía popular es la síntesis de la poesía. su armonía y su hermosura. H a y otra natural, breve, seca, que brota del a l m a como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y h u y e , y desnuda de III artificio, d e s e m b a r a z a d a dentro de una forma libre, despierta, con una que las t o c a , las mil ideas q u e duermen en el océano sin fondo de la fantasía. E l pueblo ha sido, y será siempre, el g r a n p o e t a de todas l a s edades y de todas l a s naciones. N a d i e mejor que él s a b e sintetizar en sus o b r a s las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época. E l forjó esa maravillosa epopeya celeste de los dioses del p a g a n i s m o , que después formuló H o mero. É l h a d a d o el ser á ese mundo invisible de las tradiciones religiosas, que puede llamarse el m u n d o de la mitología cristiana. E l inspiró al sombrío D a n t e el asunto de su terrible poema. É l dibujó á D . Juan. natural, le bastan para emitir una idea, caracteriz a r un tipo ó hacer una descripción. E s t o y no más son las canciones populares. T o d a s las naciones las tienen. L a s nuestras, l a s de toda la A n d a l u c í a en particular, son acaso las mejores. E n algunos países, en A l e m a n i a sobre todo, esta clase de canciones constituyen un género de poesía. Gcethe, Schiller, U h l a n d , H e i n e , no se han desd e ñ a d o de cultivarlo; es más, se han gloriado de hacerlo. E n t r e nosotros no: estas canciones se a d m i r a n , É l soñó á F a u s t o . e s v e r d a d , se aplauden, se repiten de boca en b o c a . É l , por último, ha infundido su aliento de v i d a T r u e b a las ha glosado con una espontaneidad y á todas esas figuras g i g a n t e s c a s que el arte ha per- una g r a c i a admirables; Fernán C a b a l l e r o ha re- feccionado luego, prestándoles formas y g a l a s . unido un gran número en sus obras: pero n a d i e ha L o s grandes poetas, semejantes á un osado arquitecto, han recogido las piedras t a l l a d a s por él, y han levantado con ellas una pirámide en c a d a siglo. P i r á m i d e s colosales, que dominando la inmensa tocado ese género para elevarlo á la categoría de tal en el terreno, del arte. A esto es á lo que aspira el autor de La Soledad. E s t a s son las pretensiones que trae su libro al aparecer en la arena literaria. o l a del olvido y del tiempo, se contemplan unas á E l propósito es digno de aplauso, y la empresa otras y señalan el paso de la h u m a n i d a d por el más arriesgada de lo que á primera vista parece. mundo de la inteligencia. C o m o á sus maravillosas concepciones, el pueblo da á la expresión de sus sentimientos una forma especialísima. U n a frase sentida, un toque valiente ó un rasgo ¿Cómo lo ha cumplido? c h o Sin n IV «Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.» Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace. Desde luego confesamos que este rasgo, á la v e z de modestia y confianza en su obra, nos gusta. Sean como fueren sus cantares, el autor no re- U n a d l f i C U l t a d P O r g a l a - ha he- tán, T r q U G S U S i d e a s ' a l - v e s t i r s e espontáneamente de una forma, han tomado ésta: porque su libre educación literaria «,„ ™ «a\P°rde inc 1 " a r a r í a , su conocimiento de l a ™ T n e S y " eSt "di° -r-ialfsimo da la poes.a popular, han formado desde luego su talento propósito para representar este nuevo gg ! ñero en ánuestra nación. E n efecto, sus cantares, ora brillantes y g r a d ó o s ora sentrdos y profundos, y a se traduzca'n p o r med o d e u n r a s g Q a p a s ¡ o n a d o ^ Por « d a una nota melancólica y v a g a , siemp e vienen huye las comparaciones. N o tiene por qué rehuirlas. Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela, aun b a j o el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de En'!,! T ^ US 6braS d d poeta E n ellos hay un grito para cada dolor, una son P " a e s P e r a n z a , una lágrima para cada \ desengaño, un suspiro para cada recuerdo todos los generos, responde á todos los tonos de — la senciUa arpa obst t M r ' a d e ] S e n , i m , e n , ° * P-iones No obstante, lo mismo al reir q u e al sufpirar, al hab ar de amor q u e a, exponer algunos de s u ^ t r a . ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, á los nos fenomenos, al traducir un sentimiento „ u e al que se ha propuesto por norma. formular una esperanza, estas canciones r e b o L n E l autor de La Soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no eo „ n a especie de v a g a é indefinible melaneo fa " produce en el ánimo una sensación a l p a r d o l o r ^ pueden imitarse. T a m p o c o ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose á una forma prescrita, como N o es extraño. E n mi p a í s , cuando la guitarra acompaña TOMO 111 La Soledad, ella misma parece como que se q u e j a y Guando pasé por tu casa «¿Quién vive?» al v e r m e gritaste, llora. sólo con la m a l a idea V L a s fatigas que se cantan son las fatigas más grandes, porque se cantan llorando y las lágrimas no salen. E n t r e los originales, este es el primer cantar que se encuenta al abrir el libro. É l da el tono al resto de la obra, que se desenvuelve como una rica melodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y mil brillantes variaciones. Si la dimensión de este artículo me lo permitiera citaría una infinidad de ellos que justificasen mi opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, trascribiré algunos q u e , aunque imperfecta, puedan d a r alguna idea del libro que me ocupa: de si aún vivía, matarme. Compañera, yo estoy hecho á sufrir penas crueles; pero no á sufrir la dicha que apenas llega se vuelve. E n estos cantares, el autor rivaliza en espontaneidad y gracia con los del pueblo: la misma forma ligera y breve, la misma intención, la misma verdad y sencillez en la expresión del sentimiento. E n los que siguen v a r í a de tono: A n t e s piensa y luego h a b l a ; y después de haber hablado, vuelve á pensar lo que has dicho, y verás si es bueno ó malo. Si yo pudiera arrancar una estrellita del cielo, te la pusiera en la frente para verte desde lejos. L e v á n t a t e si te caes, y antes de volver á andar, mira dónde te h a s caído y pon allí una señal. Y o me he querido v e n g a r de los que me h a c e n sufrir, y me h a dicho mi conciencia que antes me v e n g u e de mí. Y o no sé lo que yo tengo, ni sé lo que á mí me falta, que siempre espero una cosa que no sé cómo se llama. U n a sentencia profunda, encerrada en una forma concisa, sin más elevación que la que le presta la elevación del pensamiento que contiene. V e r d a d en la o b s e r v a c i ó n , naturalidad en la frase: e s t a s , son las dotes del género de estos cantares. E l pueblo los tiene magníficos; por los q u e d e j a m o s citados se verá hasta qué punto compiten con ellos los ¡ A y de mí! P o r más que busco la soledad, no la encuentro. Mientras y o la v o y buscando, mi sombra me v a siguiendo. del autor de La Soledad. L o s mundos q u e me rodean son los que menos me e x t r a ñ a n ; el que me tiene asombrado es el mundo, de mi alma. T o d o hombre que viene al mundo trae un letrero en la frente con letras de fuego escrito, que dice: «Reo de muerte.» L a poesía p o p u l a r , sin perder su c a r á c t e r , c o - L o que envenena la v i d a , es v e r q u e en torno tenemos c u a n t o para ser felices nos h a c e falta y no es nuestro. mienza aquí á elevar su vuelo. L a honda admiración que nos sobrecoge al sentir levantarse en el interior del a l m a un maravilloso mundo de ideas incomprensibles; ideas que flotan como flotan los astros en la inmensidad. E s a amargura que corroe el corazón, ansioso de goces, goces que p a s a n á su lado, y h u y e n lanzándole una c a r c a j a d a , cuando tiene la mano p a r a asirlos; goces que existen, pero que acaso n u n c a podrá conocer. E s a impaciencia nerviosa que siempre espera con voz muy ronca: «aquí está». Y me respondió «aquí está», y entonces me entró un temblor algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, al ver que la v o z salía porque ni a u n se sabe su nombre; deseo quizá d e de mi mismo corazón. algo divino, que no está en la tierra, y que presentimos no obstante. E s a desesperación del que no puede a h u y e n t a r los dolores, y h u y e del mundo, y los tormentos le siguen, porque su tortura son sus ideas, que, como su sombra, le a c o m p a ñ a á todas partes. E s a lúgubre v e r d a d q u e nos dice que l l e v a m o s un germen de muerte dentro de nosotros mismos; todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas que constituyen la inspiración, están e x p r e s a d o s en los cuatro cantares que preceden, con una sobriedad y una maestría que no puede menos de lla- T e n í a los labios rojos, tan rojos como la grana... labios ¡ a y ! que fueron hechos para que alguien los besara. Y o un día quise... la niña al pie de un ciprés descansa: un beso eterno la muerte puso en sus labios de g r a n a . mar la atención. C o m o se ve, el autor, con estas c a n c i o n e s , h a d a d o y a un gran paso para a c l i m a t a r su género favorito en el terreno del arte. V e a m o s ahora algunas de las que, también imitación de las populares, que constan de dos ó m á s estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro. Allá arriba el sol brillante, l a s estrellas allá arriba: aquí a b a j o los reflejos de lo que tan lejos brilla. A l l á lo que nunca a c a b a , aquí lo que al fin termina: P a s é por un bosque y dije «aquí está la soledad...» Y el eco me respondió ¡ Y el hombre atado aquí a b a j o mirando siempre hacia a r r i b a ! L a primera de estas canciones p u e d e ponerse en »alegres muchachas, acompañado por los tristes boca del Manfredo, de B y r o n ; Schiller, no repudia- »tonos de una guitarra" daré por c u m p l i d a t o d a mi ría la s e g u n d a si la encontrase entre sus baladas, »ambición de gloria, y habré escuchado el mejor y con pensamientos menos grandes que el de la »juicio crítico de mis humildes composiciones». tercera ha escrito V í c t o r H u g o m u c h a s de sus odas. A s í termina el prólogo de La Soledad. ¿ C o n qué P e r o nps resta aún por citar una de ellas, a c a s o otras palabras podía yo concluir esta revista, que una de las mejores, sin d u d a la más melancólica, pusieran m á s de relieve la modestia y la ternura la más v a g a , la más s u a v e de todas, la última: con del nuevo poeta? ella termina el libro de La Soledad, como con una Y o creo, y o espero, digo más, y o estoy seguro cadencia armoniosa que se desvanece t e m b l a n d o , que no tardarán mucho en cumplirse las aspiracio- y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación: nes del autor de estos cantares. A c a s o , cuando yo v u e l v a á mi Sevilla, me re- L o s que quedan en el puerto cordará alguno de ellos, días y cosas que á su v e z c u a n d o la n a v e se v a , me arranquen una lágrima de sentimiento seme- dicen al ver que se aleja: j a n t e á la que h o y brota de mis ojos al recordarla. «¡Quién sabe si volverán!» Y los que v a n en la n a v e dicen mirando hacia atrás: «¡Quién sabe cuando v o l v a m o s si se habrán m a r c h a d o y a ! » VI « E n cuanto á mis pobres v e r s o s , si algún día • oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de PENSAMIENTOS OSOTROS los que esperáis con ansia la hora de una cita; los que contáis impacientes los golpes del reloj lejano, sin v e r llegar á la mujer a m a d a ; vosotros que confundís los rumores del viento con el leve crujido de la f a l d a de seda, y sentís palpitar apresurado el corazón, primero de gozo y luego de rabia, al escuchar el e c o distante de los pasos del transeúnte nocturno, que se acerca poco á poco, y al fin aparece tras la esquina, y cruza la calle, y sigue indiferente su c a mino; vosotros que habéis calculado mil veces la distancia que media entre la casa y el sitio en que la aguardáis, y el tiempo que t a r d a r á , si y a h a salido, ó si v a á salir, ó si aún se está prendiendo el último adorno p a r a pareceros más hermosa; vosotros que habéis sentido las angustias, las esperan- 128 ¿Qué viento la trajo hasta allí? N o lo sé. P e r o z a s y las decepciones de esas crisis nerviosas, cu- y o v i la flor de la semilla, que germinó en v e r d e y a s horas no pueden contarse como parte de la guirnalda de hojas, al pie del alto ciprés, que se vida; vosotros solos comprenderéis la febril excita- levanta, como la última c o l u m n a de un t e m p l o ción en que v i v o yo, que he pasado los días m á s arruinado en medio de la llanura escueta y solitaria. hermosos de mi existencia, a g u a r d a n d o una mujer que no llega nunca... ¿Dónde me h a d a d o esa cita misteriosa? N o lo sé. A c a s o en el cielo, en otra v i d a anterior á la que sólo me liga ese confuso recuerdo. P e r o y o la he esperado y la espero aún, trémulo de emoción y de impaciencia. M i l mujeres pasan Y o vi aquella flor azul, del color de los cielos y roja como la sangre, y me acordé de nuestro imposible amor. U n breve estío duraron los ligeros festones de verdura en derredor del viejo tronco; un breve estío duraron las campanillas azules, y l a s a b e j a s de oro, y las mariposas blancas, sus a m i g a s . al lado mío: p a s a n unas altas y pálidas, otras mo- Y llegó el invierno helado, y el ciprés v o l v i ó á renas y ardientes; aquéllas con un suspiro, éstas quedar solo, moviendo melancólicamente la cabe- con una c a r c a j a d a alegre; y todas con p r o m e s a s za, y sacudiendo los copos de nieve, alto, d e l g a d o de ternura y melancolía infinitas, de p l a c e r e s y de y obscuro en medio de la b l a n c a llanura... pasión sin límites. É s t e es su talle, aquéllos son sus ojos, y aquél el e c o de su v o z , semejante á una música. P e r o mi alma, que es la que g u a r d a de ella una remota memoria, se acerca á su alma... ¡y no la. conoce!... A s í pasan los años, y me encuentran y me dejan ¿Cuántas horas durarán tus risas y tus p a l a b r a s sin sentido, tus melancolías sin causa y tus alegrías sin objeto? ¿Cuánto tiempo, en fin, durará tu a m o r de niña? U n a breve m a ñ a n a ; y volverá á hacerse la noche en torno, y permaneceré solitario y t r i s t e , , envuelto en las tinieblas de la vida. sentado al borde del c a m i n o de la vida... ¡siempre esperando!... T a l v e z , v i e j o á la orilla del sepulcro, veré, con ** * turbios ojos, cruzar aquella mujer tan deseada, para morir como he vivido... ¡esperando y desesperado!... Y o no envidio á los que ríen: es posible v i v i r sin reírse... ¡pero sin llorar alguna vez!... A s ó m a t e á mi alma, y creerás que te asomas á un lago cristalino, al v e r temblar tu i m a g e n en el fondo. * * sobre la tierra, llegan en silencio á la misma altura que aquéllos. L a justicia d i v i n a lleva también allí á los genios * desconocidos. E n t r e las obscuras ruinas, al pie de las torres cubiertas de musgo, á la sombra de los arcos y las c o l u m n a s rotas crece oculta la flor del recuerdo. P l e g a d a s las hojas, permanece muda un día y otro á las caricias de un furtivo rayo del sol que le anuncia la mañana de las otras g a r á l a s inteligencias, que sin dejar rastro de sí flores. «Mi sol, dice, no es el sol de la alondra, el alba q u e espero para romper mi broche ha de clarear en el cielo de unos ojos». F l o r misteriosa y escondida, g u a r d a tu pureza y tu perfume al abrigo de los ruinosos monumentos. L a r g a es la noche; pero y a las lágrimas, semejantes á gotas de rocío, anuncian la llegada del día entre las tinieblas del espíritu. H a y un lugar en el Infierno de D a n t e p a r a los grandes genios: en él coloca á los hombres célebres, que conquistaron en el mundo m a y o r gloria. L a justicia h u m a n a no puede hacer otra cosa, y j u z g a tan sólo por lo que realmente conoce. P e r o la divina lleva, sin duda, á ese mismo lu- RONCESVALLES CORTA distancia del p u e b l o de R o n c e s v a - lles h a y una c r u z de piedra, que antiguamente era conocida con el nombre de Cruz de los Peregrinos. A l g u n a mano piadosa la elevó allí, sin d u d a con objeto de que sirviese de punto de reposo á los que, llena el alma de fe, venían á visitar su célebre santuario desde los más a p a r t a d o s rincones de la Península. C u a n d o llegué á este sitio, después de haber cruzado á pie las intrincadas sendas que c o n d u c e n desde B u r g u e t e á Roncesvalles, serpenteando á lo largo inmensos bosque de h a y a s , el día tocaba á la mitad, y el sol, que hasta aquel momento se había mantenido oculto, c o m e n z a b a á rasgar l a s nubes brillando á intervalos por entre sueltos jirones. TOMO 111 14 L a verde y tupida hierba que t a p i z a b a el suelo, la fresca sombra de los árboles, el murmullo de las a g u a s corrientes, el magnífico horizonte que se d e s p l e g a b a ante mis ojos, la hora del día y el cansancio del camino, todo parecía combinarse p a r a h a c e r m e comprender mejor la previsora solicitud de los que en siglos remotos habían colocado tan delicioso lugar de descanso al término de un penoso v i a j e . M e senté al pie de la c r u z , respiré á pleno pul- rándola á penetrar con el entusiasmo del c r e y e n t e en este maravilloso mundo de la l e y e n d a , donde c a d a roca debía hablarle de un prodigio de valor ó de una aparición divina. N a d a h a c a m b i a d o aquí d e cuanto le impresionaba. A l l í está la llanura, teatro de la sangrienta j o r n a d a , c u y a memoria, prolongándose de siglo, en siglo, ha hecho famoso el nombre de estos lugares: allí el santuario, c u y a vetusta torre descuella airosa por cima de los puntiagudos tejados de pizarra de la población; á un món el aire p u r o y sutil de la m o n t a ñ a , lleno de lado y otro se descubren las g i g a n t e s c a s rocas de perfumes silvestres y de átomos de v i d a , dejé res- las cuales c a d a una lleva aún el nombre de un hé- balar un m o m e n t o la incierta mirada por los dila- roe legendario: el Pirineo, con l a s ásperas vertien- tados horizontes de v e r d u r a y de l u z que desde allí t e s , sus peñascosas faldas c u b i e r t a s de bosques de se descubren, saqué un cigarro de la cartera de a b e t o s seculares y sus dentelladas crestas v e s t i d a s v i a j e , lo encendí, y después de encendido c o m e n c é de eternas n i e v e s , se alza hoy como ayer sirvien- á arrojar al aire b o c a n a d a s de h u m o . d o de mangnífico fondo al cuadro. E s t e es el R o n c e s - E n este m o m e n t o me asaltó una idea e x t r a ñ a . valles de las caballerescas c r ó n i c a s ; este es el H e aquí, dije, h a b l a n d o conmigo mismo, el punto Roncesvalles de las m a r a v i l o s a s tradiciones, este, donde el piadoso romero, vestido de un b u r d o sa- en fin, el Roncesvalles de nuestros poetas de ro- y a l y a p o y a d o en su tosco bordón, se prosternaba mancero. ¿ E n qué consiste, pues, que, á pesar de poseído de hondo respeto á la vista del santuario, t o d o , al descubirlo hoy la imaginación se esfuer- como los peregrinos del Oriente se prosternan aún z a en v a n o por considerar en torno s u y o esa at- en la c i m a del monte que domina la ciudad santa: mósfera de entusiasmo y de fe que le d a b a todo su las ideas guerreras y religiosas, el sentimiento de prestigio? ¿ P o r qué me fatigo e v o c a n d o recuerdos la gloria nacional y de la fe, despertándose al eco d e los tiempos pasados p a r a tratar de sentir una de un nombre que ha c o n s a g r a d o la tradición, lle- impresión grande y profunda mientras mis mira- naban de piadoso recogimiento su a l m a , p r e p a - d a s v a g a n , á pesar m í o , de un punto á otro, dis- b a r g a d o s de una profunda emoción, donde se e x a l traídas é indiferentes? N a d a ha c a m b i a d o a q u í d e t a b a su fantasía, donde se elevaba su espíritu y vi- cuanto nos rodea, es v e r d a d ; pero hemos c a m b i a - braban sacudidas por el entusiasmo todas las fibras do nosotros: he c a m b i a d o y o , que no v e n g o en d e l sentimiento, nosotros nos sentemos indiferentes, alas de la fe vestido de un tosco sayal y pidiendo encendamos un cigarro y entornando los soñolien- de puerta en puerta el pan de la peregrinación, á tos ojos, nos entretengamos en arrojar b o c a n a d a s prosternarme en el dintel del santuario, ó á reco- d e humo al aire. ger con respeto el polvo de la llanura, testigo del sangriento combate, sino que, guiado por la fama,, y de la manera más c ó m o d a posible, llego h a s t a este último confín de la Península á satisfacer una curiosidad de artista ó un capricho de desocupado. L a crítica histórica, esa incrédula hija del espí- E s t o diciendo, ó mejor dicho pensando, arrojé la punta del que había encendido y que ya comenz a b a á q u e m a r m e los dedos, sacudí las hojarascas y la tierra que al tomar el suelo por asiento se habían adherido á los faldones de mi levita, y un pas o tras otro emprendí el camino de la población. ritu de nuestra época, nos h a infiltrado desde n i ñ o s su petulante osadía, nos ha enseñado á s o n r e i m o s de compasión al oir el relato de esas tradiciones, II que eran el brillante cimiento de nuestros a n a l e s patrios, y desnudando uno por uno á nuestros héroes nacionales de las espléndidas galas con que los vistiera la fantasía popular, e m p e ñ a n d o con su hálito de d u d a la brillante aureola que ceñía s u s sienes y derribándolos del pedestal en q u e los colocó la leyenda, nos h a mostrado su d e s c a r n a d a armazón, s e m e j a n t e á un maniquí risible. E l l a nos h a truncado la historia, nos niega á B e r n a r d o del C a r p i ó , nos disputa al C i d , hasta h a puesto en cuestión á Jesús... P e r o ¿ha c o n s e g u i d o del todo su objeto ? N o lo sé. Por lo pronto h a c o n s e g u i d o que aquí donde nuestros mayores se sentían e m - R o | c e s v a l l e s tiene un aspecto original. S u s cas a s de forma irregular y pintoresca, con cubiertas de pizarra puntiagudas, con pisos v o l a d o s al exterior, torcidas escaleras que rodean los muros y d a n paso á las galerías altas, barandales, postes y cobertizos por donde se enredan, suben y caen las p l a n t a s trepadoras en largos festones de verdura, ofrecen, agrupándose en torno á la colegiata un conjunto de líneas y de color s u m a m e n t e extraño y pintoresco. L a colegiata es, si no el único, el m o n u m e n t o A n c h a s y obscuras losas sepulcrales señalan en m á s notable de la población. S i n embargo, a n t e s el p a v i m e n t o el sitio donde duermen el eterno sue- de penetrar en ella, visité la fuente que llaman d e ño de la muerte los religiosos y guerreros que bus- la V i r g e n , m a n a n t i a l de agua fresca y purísima caron este lugar para su última morada. Recorrien- que brota á corta distancia del porche del t e m p l o , do las sombrías n a v e s de la iglesia y oyendo las pi- al pie de unos paredones derruidos y musgosos que sadas que repite el eco, prolongándolas por l a s fueron parte del primitivo santuario. A c e r c a d e subterráneas bóvedas, antiguo panteón de los ca- esta fuente y de la fundación de la antiquísima c a - nónigos, se recuerda el bellísimo verso en que dice pilla, entre c u y a s ruinas se encuentra, refiere la Víctor Hugo: tradición una de esas leyendas extraordinarias con que la piedad de nuestros padres se c o m p l a c í a en Los sepulcros son las raíces del altar. envolver el misterioso origen de sus m á s v e n e r a d a s imágenes. E n el presbiterio, en una urna de jaspes, sobre L a fundación de la colegiata es debida á D o n la cual se v e n sus estatuas, y a c e n juntos el f u n d a - S a n c h o el F u e r t e , y su antigua fábrica conserva, dor D . S a n c h o el F u e r t e , de N a v a r r a , y su mujer á pesar de las modificaciones que h a sufrido con el doña C l e m e n c i a . A un lado y otro del lucillo cuel- transcurso de los tiempos, el severo y sencillo ca- gan aún dos trozos de la cadena que el valiente rey rácter de las construcciones de su época. E n una g a n ó en la batalla de las N a v a s de T o l o s a . de l a s n a v e s se encuentra la capilla de S a n P e d r o , L a sacristía, que es de construcción moderna, muestra p u r a del estilo á que pertenece la iglesia, g u a r d a algunas antigüedades y pinturas de v e r d a - y que parece haber servido de tipo á la l l a m a d a dero mérito. E n t r e las primeras, son notables v a - Barbazana de la catedral de P a m p l o n a . E n el a l t a r rios efectos pertenecientes al pontifical del arzobis- m a y o r se venera la milagrosa i m a g e n de la V i r g e n , po de R e i m s , aquel famoso T u r p í n , por c u e n t a del que da nombre al santuario, la cual es de p l a t a , y cual Ariosto relató tantos absurdos en su célebre se descubre al fulgor que penetra por las redondas poema. T a m p o c o dejan de ser notables las m a z a s rosetas del t e m p l o , sentada sobre un trono del que la tradición asegura haber pertenecido á R o l - mismo precioso metal, enriquecido de brillante pe- dán, y de las cuales la una es de hierro y la otra drería. de bronce. E n otro tiempo se conservaban igual- mente cálices de forma extraña y curiosa, que acu- de iglesia recepticia, el capítulo no cuenta con nú- s a b a n la remota época á que pertenecían, y hoy mero fijo de canónigos, eligiendo sólo los que pue- mismo pueden e x a m i n a r s e algunos relicarios dig- da mantener de sus rentas. E n la actualidad, aun- nos de estima. L o s cuadros que merecen atención que pueden ser hasta doce, sólo existen seis. A s í especial son, un tríptico pintado sobre tabla, que al prior como á los canónigos de este santuario, p a r e c e pertenecer á la escuela holandesa, y repre- les distingue una particularidad de su traje. S o b r e senta la Crucifixión en el centro, la predicación de la ropa talar obscura llevan una c r u z de terciopelo Jesús á un lado, y el beso de Judas al otro, y una verde, en forma de espada, y al cüello una g r a n me- S a c r a F a m i l i a , de escuela italiana, que recuerda dalla de o r o , a m b a s insignias de la orden militar el estilo de Julio R o m a n o . de R o n c e s v a l l e s , á que p e r t e n e c e n , la c u a l t u v o T a m b i é n merece visitarse el archivo donde se mesnada y pendón, levantó tropas y se hizo cargo custodia el magnífico evangelario, sobre el cual de la defensa del castillo de Seguín, histórica for- p r e s t a b a n - j u r a m e n t o los R e y e s de N a v a r r a al ce- t a l e z a que aún se mantenía en pie á fines del si- ñirse la corona. E s t a obra de arte, pues tal califica- glo x v . t i v o merece, es de plata sobredorada, con adornos C u a n d o después de haber e x a m i n a d o minucio- de pedrería, y tiene en una de las c a r a s un C r u c i - s a m e n t e h a s t a los más obscuros rincones del tem- fijo, y en la otra la i m a g e n del S a l v a d o r , sentado plo, penetré en el claustro, por entre c u y a s derrui- sobre un trono, en medio de los cuatro e v a n g e - d a s a r c a d a s sube serpenteando la hiedra hasta co- listas. ronar con un festón de h o j a s las extrañas figuras L a R e a l C a s a y C o l e g i a t a de N u e s t r a Señora de de los capiteles, y c u y o anchuroso patio cubren las R o n c e s v a l l e s está colocada b a j o la inmediata pro- altas y silenciosas hierbas que ondean c a l l a d a s al tección de la silla apostólica, y es patronato de la soplo de la brisa de la t a r d e , sentí que una emo- Corona, que en las v a c a n t e s nombra el prior. E s t e , ción profunda, y hasta entonces desconocida, agi- que en otras épocas pertenecía de derecho al R e a l t a b a mi espíritu. Consejo de S . M., se intitula, ignoramos por qué P o r el fondo de la iglesia a t r a v e s a b a en aquel privilegios, g r a n abad de Colonia, y tiene uso de momento uno de los religiosos con su luenga c a p a pontificales, con jurisdicción cuasi nullius, en el te- obscura, ornada con la histórica c r u z verde. S e a rritorio que comprende su dominio. E n su c u a l i d a d prestigio de la imaginación, sea efecto del fantás- figura tre el vulgo. A su soplo se había d e s b a r a t a d o en me trajo á la memoria no sé qué recuerdos confu- mi imaginación todo el fabuloso cielo de Carlo- tico cuadro en que la v i destacarse, aquella sos de siglos y de gentes que han p a s a d o ; genera- M a g n o , y la T a b l a R e d o n d a con sus D o c e P a r e s , ciones de las que sólo he visto un trasunto en las B e r n a r d o y Marsilio, D u r a n d a r t e y Roldán se ha- severas estatuas que duermen inmóviles sobre l a s bían desvanecido como fantasmas fingidos por la losas de sus tumbas; pero que entonces me pare- niebla, ante la luz del análisis filosófico. P e r o en ció verlas levantarse como e v o c a d a s por un conju- aquel momento, ¿qué me importaba y a de la his- ro para poblar aquellas ruinas. toria, si la historia era para mí él pueblo que re- L a atmósfera de la tradición que aún se respira lata aún esta j o r n a d a con vivísimos colores y de- allí en átomos impalpables, c o m e n z a b a á embria- talles sorprendentes; el romancero nacional, c u y o s gar mi alma, cada v e z más dispuesta á sentir sin versos pintan l a s escenas con una v e r d a d y una razonar, á creer sin discutir. valentía asombrosas? B l a s o n a n d o está el francés III contra el ejército hispano, por v e r que cubren sus gentes sierra, monte, c a m p o y llano. A l caer la tarde salí de la población, con el objeto de dar una vuelta por los contornos y recorrer V a n los D o c e de la fama la reducida llanura y los estrechos desfiladeros, con el v i e j o C a r i o - M a g n o , teatro de la f a m o s a rota de los franceses. haciendo alarde de reinos A ú n me duraba la impresión recibida en el claus- que en poco tiempo han g a n a d o ; tro del santuario; aún sentía abiertos los poros del los estandartes despliegan a l m a y dispuesta la fantasía á exaltarse y á d a r de flores de lis bordados, crédito á todo lo más extraordinario y maravilloso. diciendo que han de añadirles L a historia crítica me había h a b l a d o en otra ocasión, desvaneciendo, una multitud de errores que, á propósito de este hecho de armas, corre en- un castillo y un león b r a v o . E n el mismo punto en q u e este romance vino á mi memoria, se ofrecieron á mis ojos las ásperas c u m b r e s que según la tradición o c u p a b a el ejército B a j o los montes muy alto un azor vide volar, francés. E l dentellado y fantástico perfil de aque- tras dél viene una aguililla llas crestas, parece que fingen destacarse entre las que lo afincaba m u y mal. nubes que el viento arremolina á su alrededor, grupos de soldados armados de largas picas, es- E n efecto: trábase la lucha y el choque de las tandartes que tremolan, c a s c o s bruñidos donde lla- armas, la estruendosa vocería de los c o m b a t i e n t e s m e a el sol y c u y a s cimeras forman un bosque de y el a g u d o clamor de las trompetas ensordecen los plumas. montes vecinos, c u y a s enormes c u e n c a s repercuten D e una parte está C a r l o - M a g n o con su brillante cohorte de héroes, que h a engrandecido la leyen- de una en otra este rumor, como durante la tempestad repercuten el trueno. da; de la otra los vascones y los árabes, sus alia- E l sol comienza á trasponer las colinas que limi- dos en esta j o r n a d a . R o l d á n en lo alto del monte tan la llanura por la parte del ocaso y aún dura la a m e n a z a n d o c a e r sobre las huestes de sus enemi- refriega; pero y a la fortuna inclina la b a l a n z a en g o s como una a v a l a n c h a ; B e r n a r d o en la llanura, contra del E m p e r a d o r ; unos tras otros, once de esperando á pie firme su embate. R o l d á n tiene sus más ilustres capitanes han sucumbido; sólo so- lleno el m u n d o con la f a m a de sus proezas; Ber- brevive R o l d á n en el lastimoso estado en que le nardo es casi un guerrero desconocido fuera de los pinta el poeta: límites de su país. D o ñ a A l d a , la esposa del guerrero francés, v e A p a r t a d o del camino, esta escena tal como yo me la representaba enton- por un valle m u y cerrado c e s en la imaginación. v i venir un caballero en un herido caballo; U n sueño soñé, doncellas, de la sangre que le corre que me h a d a d o g r a n pesar; d e j a un lastimoso rastro. que me veía en un monte en un desierto lugar. L a noche cierra por último; R o l d á n expira al neo y ensordece los angostos valles, crean v e r en abrigo de la peña que aún conserva su nombre; los jirones de niebla que flotan sobre los precipi- C a r l o - M a g n o h u y e con los restos de su derrotado cios, ejércitos de blancos fantasmas que c o m b a t e n , ejército, mientras que aquellas b a n d e r a s con flores y piensen oir en el zumbido del viento y el fragor de lis, á las que debían añadirles un castillo y un del trueno, el eco de la e n c a n t a d a trompa de R o l - león, son arrastradas por los vencedores entre el dán que aún pide socorro en su agonía? polvo, el cieno y la sangre del c a m p o de b a t a l l a . A l reconstruir en la mente este fantástico cuadro, al ver con los ojos de mi imaginación cubiertos de cadáveres la llanura y los estrechos desfiladeros q u e se ofrecían á mis ojos, no pude menos de e x c l a m a r con el pueblo, repitiendo su r o m a n c e f a v o r i t o , cuyos versos brotaron espontáneamente de mis labios: ¡Mala la hubisteis, franceses, en esa de Roncesvalles! D o n Carlos perdió la honra, murieron los D o c e P a r e s . Y en el m o m e n t o en que esto decía, me h u b i e r a y o á mi v e z reído del que osase poner en d u d a el m á s insignificante detalle de esta e p o p e y a magnífica. ¿Qué e x t r a ñ o es, pues, si de tal modo impresion a n los sitios que g u a r d a n la memoria de las tradiciones, que los habitantes de aquellas c o m a r c a s , c u a n d o la tempestad rueda por la falda del P i r i - LAS DOS OLAS (!) o h a c e m u c h o s días que entré en el estudio de mi amigo C a s a d o á tiempo que d a b a los últimos toques á un lienzo c u y o asunto llamó mi atención. Y digo asunto, porque aun cuando visto á la ligera, podría decirse que en rigor carecía de él, toda v e z que era sólo un retrato: el sexo, la edad y la hermosura del tipo, junto al carácter y la g r a n d e z a del fondo, f o r m a b a n cierto contraste y armonía particular, de la que brotaba (i) E s t e a r t í c u l o le escribió B e c q u e r en 1870, p a r a a c o m pañar un g r a b a d o en La Ilustración de Madrid, de la c u a l era director. E l asunto no parecía ofrecer ningún interés literario; él, sin embargo, p u s o al g r a b a d o un m a r c o de filigrana, q u é esmaltan el sentimiento y la poesía. E s e m a r c o vale lo suficiente p a r a que nosotros j u z g u e m o s oportuno enriquecer c o n él esta n u e v a edición. L a s c o n d i c i o n e s en que este artículo h a sido escrito, manifiestan, q u i z á m á s q u e o t r o alguno, las f a cultades creadoras de Becquer. TOMO 111 15 u n a idea. ¿Y qué m á s debe pedirse p a r a a s u n t o de B u e n R e t i r o , y en la fuente de las C u a t r o E s t a c i o - u n a obra de arte? nes! ¿Y qué p o n d r í a m o s d e b a j o de la lámina? P o r - L a mejor m u e s t r a de cortesía que puede d a r n o s que lo primero que necesita un g r a b a d o , c o m o un u n pintor c u a n d o se entra en su estudio, es seguir libro ó una c o m e d i a , es un título: ¿ p o n d r í a m o s Re- pintando. D e j a r la paleta y los pinceles, e q u i v a l e á trato de la sobrina del autor? ¡ E s t a r í a chistoso! E n el decir al recién venido: «Acabe usted pronto, p o r q u e retrato de una persona sin i m p o r t a n c i a p a r a la g e - t e n g o que continuar». n e r a l i d a d , sólo p u e d e apreciarse el p a r e c i d o ó las C a s a d o prosiguió, pues, t r a b a j a n d o á mi l l e g a d a : c o n d i c i o n e s de la ejecución... L o primero es g r a v e y o c o m e n c é á f u m a r , y c o m o n i n g u n a de las dos a s u n t o sólo p a r a l a familia; de la ejecución y el co- o p e r a c i o n e s , p a r t i c u l a r m e n t e la mía, e s t o r b a b a el lor, ¿qué puede q u e d a r en las c o l u m n a s del perió- h a b l a r , a u n q u e á retazos, c h a r l a m o s un poco de dico? todo, h a s t a venir á dar en la frase que de a l g ú n — ¿ E s d e c i r - o b j e t é y o - q u e usted cree que un retrato... este que t e n e m o s delante, no es más que una f o t o g r a f í a i l u m i n a d a . . . y el arte no va m á s allá? t i e m p o á esta p a r t e es el eterno estribillo de mis c o n v e r s a c i o n e s , siempre que acierto á e n c o n t r a r m e con un escritor ó artista a m i g o : - ¿ C u á n d o n o s da usted a l g o para La Ilustración deMadrid? — C u a n d o usted q u i e r a - m e respondió C a s a d o ; — N a d a menos que eso... c i e r t a m e n t e : el cariño q u e me inspiraba el modelo, la ternura de que es — p e r o y a v e usted, a h o r a no t e n g o nada... es d e c i r , o b j e t o p a r a mí y los míos, a l g o p a r t i c u l a r n a d a á propósito. h a b í a en la atmósfera que lo r o d e a b a que cuando — ¡ A propósito!... P a r a un periódico del g é n e r o m a n c h é la tela en la p l a y a de B i a r r i t z t e n i e n d o el d e l nuestro, es todo lo que t e n g a algún c a r á c t e r ar- m a r C a n t á b r i c o por fondo, a q u e l m a r c u y a s o l a s tístico ó en algún m o d o p u e d a interesar al público... por e j e m p l o ese retrato... ¿por qué no nos da usted e l dibujo? — ¡ D e este retrato!... ¡ E l retrato de una niña d e c u a t r o á cinco años... a d o r a d a , es cierto, de s u s padres y su f a m i l i a , m u y c o n o c i d a . . . de su a y a y en los círculos que j u e g a n al alimón en el P a r t e r r e del v i e n e n de tan l e j o s - a c a s o de las r e m o t a s p l a y a s e n que ella ha n a c i d o — ¿ q u é sé yo? una porción de c o s a s que p u d e sentir e n t o n c e s y recuerdo ahora, c o n t r i b u y e n á que este retrato t e n g a a l g o especial p a r a mí, a l g o s e m e j a n t e al e c o de una idea c o n f u s a que n a d a determina, y á la que no obstante responden vibraciones l e j a n a s de v a g o s senti- mientos... tal v e z de gozo... quizás de tristeza... pe- V a n d i k , nunca pregunto: ¿guardará s e m e j a n z a con ro esto ¿quién más que yo puede sentirlo? el original? ¿Qué me importa? E s semejante á e s a s — ¡ V a r a o s ! ¡ Y a apareció aquello!... H a y algo en esa figura, algo en ese fondo... ¿Y usted cree q u e cuando tiembla ligeramente la mano del artista poseído de una idea ó de un sentimiento, no deja el pincel un rastro propio, no acusan las líneas a l g o particular, a l g o impalpable, indefinible, pero que permanece palpitando allí como la estela de perfu- mujeres que no he visto, pero que he soñado, y y a me recuerdan una i m a g e n querida. — P a r t i e n d o de esa base... — E s indestructible—me apresuré á añadir, a t a j á n d o l e el camino á fin de que no la destruyese, lo c u a l , después de todo, no hubiera sido completamente difícil; luego continué: me y luz que deja tras sí una divinidad que ha des- — Y si consideramos la cuestión b a j o otro aspec- aparecido; a l g o que nos dice «por aquí h a p a s a d o to, la silueta de una mujer que se destaca lige- la inspiración?» ra y graciosa sobre la sábana de espuma del m a r — C r e o , en efecto, que puede suceder así; pero e s y el dilatado horizonte del cielo, ¿qué sentimientos cuando el artista se refiere á cosas de más impor- no despierta? ¿Cuánta poesía no tiene? U n a in- tancia, á impresiones m á s hondas, á ideas más ge- m e n s i d a d que apenas basta á reflejar la o t r a , y nerales y que pueden encontrar eco en todos. suspendidos entre ellas algo más pequeño y m á s — ¿ Y quiere usted n a d a más general que las i d e a s g r a n d e á la vez, dos ojos de mirada dulce y pro- que despierta esa figura? H a b l a usted del parecido: f u n d a , en cuyo fondo cabe la copia de los dos que y o no sé si se parece al original; pero es h e r m o s a , allí se encienden y abrillantan, no y a con reflejos y basta: seguramente se parece á alguien: y no y a de sol, sino con relámpagos de ideas... L a s rela- á esta ó aquella persona que á mí espectador indi- ciones entre la mujer y la mar son infinitas. ferente, me importan un ardite; se parece á ese mosa como el cielo, amarga como la muerte! dijo el pro- ¡Her- ideal de belleza, del c u a l todos t e n e m o s . e l tipo y f e t a de la mujer. ¿Y quién no podrá decir lo mismo el severo canon en el alma. ¿ H a y n a d a que sea de la mar? ¡Pérfida como la onda! añadió más tarde m a n a n t i a l de ideas y sentimientos más i n a g o t a b l e el grán trágico inglés. que lo simplemente bello? D i g o simplemente bello, — N o está eso mal h i l a d o , - i n t e r r u m p i ó el ar- digo m a l lo que es bello lo es todo á la v e z . C u a n d o tista sonriéndose, cortándome el vuelo cuando y a admiro el retrato de una mujer hermosa hecho por c o m e n z a b a á r e m o n t a r m e ; — y aún me parecía me- j o r si se tratara, en efecto, de una mujer en c u y o s á morir... ¿quién sabe? ¡tal vez á una playa desier- ojos h a y abismos y en c u y o corazón pueden presu- ta... á ahogar el último grito de dolor de un náu- mirse tempestades; pero... ¡una niña de tres á c u a - frago!... Y en este mar de la humanidad, ¿qué es tro años! el niño sino la ola que se l e v a n t a cantando para ir — ¡ U n a n i ñ a ! ¿ Y qué importa eso? — proseguí al fin á estrellarse contra la piedra del sepulcro, volviendo á la c a r g a sin d e s c o n c e r t a r m e ; — e n la c o m o contra la roca de la misteriosa playa de un simiente está la flor con sus tallos país desconocido?... flexibles, su fo- llaje de v e r d u r a , su cáliz lleno de miel y sus péta- — P e r o ¡por D i o s ! ¿ T o d o eso se ve en mi cua- los irisados. E n la niña está la mujer, porque e s t á d r o ? N o , hombre, no; acaso lo verá usted, ó cree- su espíritu. P o r v e n t u r a , al desenvolverse su orga- rá q u e lo ve, que e s lo más probable... pero los de- nismo, ¿se e s c a p a uno y le infunde otro? N o : el más encontrarán aquí una muñeca grande que jue- alma está allí, la misma que h a de arrostrar t a n t o s ga con un muñeco chico, et pas plus. c o m b a t e s y estremecerse al contacto de tantas p a siones. Y después de todo, la niña, ¿qué es m á s que la ola que se levanta?... A l l á en el fondo, j u n to á la arena blanca, surge una ola imperceptible, suspira apenas, como suspira la seda, y parece e l ligero pliegue de una tela azul; esa ola que n a c e ahí, se la puede seguir con la mirada al t r a v é s del O c é a n o , porque no se d e s h a c e , no; sube y b a j a para volverse á levantar más lejos herida del sol, coronada de espuma y c a n t a n d o un himno sonoro... P e r o es la misma; la misma que más allá aún, salta y se rompe en polvo m e n u d o y brillante contra las rocas, por c u y o s flancos trepa rabiosa c o m o una culebra que silba y se retuerce: la misma que c a n s a d a de luchar cae sombría y se lanza gimiendo al través de la inmensidad de las aguas para ir — ¡ U n m u ñ e c o ! — e x c l a m é entonces fijándome en el lienzo objeto de nuestra conversación; y , en efecto, vi, cómo la niña, que tenía la mirada alta, serena, dulce y al par dominadora, traía colgado de un b r a z o y en una postura d e s c o y u n t a d a , risible y lastimosa á la vez, un muñeco, una especie de polichinela, del que no hacía más caso que el suficiente para no dejarlo escapar de entre sus pequeñas garras de terciopelo rosa. L a observación comenzó por desconcertarme un poco, pero y o estaba decidido á obtener el dibujo. — V e r d a d es que tiene ahí un muñeco en el cual no me había fijado, repuse articulando lentamente estas palabras, mientras revolvía con velocidad increíble la imaginación buscando n u e v o s argumentos para mi tesis; p e r o . . . — a ñ a d í al cabo con cier- to aire de t r i u n f o , — e s e muñeco mismo puede ser tema f e c u n d o , no y a de divagaciones poéticas, sino de las más altas especulaciones filosóficas. A h í las más besan el que tienen sobre el regazo, y le muestran aquella imagen simpática trazada sobre el papel. está la mujer toda. H a s t a se h a hecho una frase de — E s a s dulces sensaciones responderán mejor al la idea que representa el cuadro: «el hombre es ju- artista, proponiéndose despertarlas, merced á un guete de la mujer», y es verdad; pobres polichine- asunto que no g u a r d e tan escondido el pensamiento. las, el mundo p a r e c e estrecho á nuestras ambiciones: éste es un héroe, aquél un ingenio, el de más allá un gran c o r a z ó n ó un gran carácter: uno per o r a , otro p e l e a ; el de acá pinta, el de acullá escribe; todos nos agitamos, y l u c h a m o s y algunos v e n c e m o s , hasta que aparece al fin la mujer, esa mujer que h a y ó debe haber en el mundo, la sola c a p a z de hacerse dueña de cada hombre, y ceñidos de nuestros laureles, cubiertos aún del polvo de la l u c h a , nos agarra por cualquier parte y nos lleva tras sí como esa niña l l e v a el muñeco, sin que nos quede otro recurso sino pedirle á D i o s que la postura no sea del todo ridicula ó traiga un descoyuntamiento demasiado g r a v e . — V a m o s , y a eso v a estando m á s al alcance de la g e n e r a l i d a d ; aunque así y t o d o , dudo mucho C a s a d o se defendía h u y e n d o como los parthos; pero se defendía. Y o me aventuré á c a m b i a r rápidamente el plan de operaciones, aventurando el último ataque. — C o n v e n i m o s en que usted me dará con g u s t o un dibujo cualquiera para La Ilustración de Madrid; p u e s bien, y o deseo que sea éste... y a no h a y cuestión de poesía y sentimiento... se acabaron las d i v a g a c i o n e s filosóficas y los discursos elevados; si es modestia la de usted, ya no tiene excusa... E n nuestro periódico ocupan lugar l a s modas... esta niña es distinguida y g u a p a ; su traje es al par elegante y sencillo. D e m e usted la copia á título de figurín. C a s a d o rompió á reír y me dijo: — V a y a por figurín... que me envíen la madera, y esta semana tendrá usted el dibujo. que se comprenda á primera vista. — A los hombres se les ocurrirá desde luego. — ¿ Y las m u j e r e s ? E l artista ha cumplido su p a l a b r a , y en las co- — ¿ L a s mujeres? L a s m a d r e s ven siempre con l u m n a s de La Ilustración de Madrid habrán visto y a delicia otros niños; á unas les recuerdan los ángeles nuestros habituales lectores el dibujo que hemos q u e perdieron; otras suspiran por el que a g u a r d a n ; bautizado con el título de Las dos olas. L O S DOS COMPADRES ESTUDIO DE COSTUMBRES POPULARES DE (Dibujo de D. Valeriano D. ESPAÑA Becquer). A un poeta de la antigüedad lo decía con estas ó semejantes palabras: «Ven^ a m i g o , hablaremos de largo y te daré á beber v i n o del tiempo de los cónsules». E n todas las é p o c a s , la e m b r i a g u e z y la expansión han tenido por c u n a el mismo tonel y han andado j u n t a s de la m a n o . S i n g u l a r influencia de un poco de líquido que se ingiere en el estómago del hombre! ¡Desarruga el ceño del adusto, infunde osadía en el tímido, desarrolla las corrientes magnéticas de la simpatía para con los extraños, abre de par en par las puertas á los secretos del alma, rompe, en fin, el hielo de la calculada reserva que se funde á su dulce calor én cómicos apostrofes ó en lágrimas de vino es el ronquido formidable del Sileno griego. grotesca ternura! E l alcohol h a legado á los hombres como un dón E l j u g o de la vid tiene su e p o p e y a en los himnos funesto el ddivium tvemens. de Anacreon, la poesía ha prestado á sus inspira- N o nos es fácil, pues, calcular todo el efecto que ciones las alas de la oda en los espondeos de H o - haría en una r a z a n u e v a más tranquila, m á s fuer" racio, las j á c a r a s de Q u e v e d o cantan sus picares- te, menos propensa á la exaltación, ese secreto y cas travesuras entre las gentes de b a j a estofa, aún misterioso impulso que despierta la a c t i v i d a d de en nuestro siglo brota espontanea la canción bá- las facultades, ese fluido que circulando con la san- quica como la flor de la orgía. ¡Qué mucho que en gre comienza por aligerar su curso, aguijonear l a s la antigüedad h a y a tenido adoradores de buena fe ideas perezosas y abrir los poros del alma á los sen- un dios sin altar y sin culto! timientos y las emociones. C o n razón creyeron que E n t r e nosotros, generación nerviosa é irritable sólo un D i o s podía haber hecho á los hombres tan c u y a inquieta a c t i v i d a d sostiene la continua exal- a g r a d a b l e presente. ¡Evoe! ¡evoe! g r i t a b a n los sa- tación del espíritu, el vino ejerce un muy diverso cerdotes invocando á B a c o . «Baja á nosotros», aña- influjo del que debió ejercer entre los h o m b r e s de dían, apurando copa tras copa, y cuando la embria- las edades primitivas. E m b r i a g a d o s casi desde el g u e z divina agitaba sus miembros, cuando el v a - nacer, y a de un deseo, de una ambición ó una por del líquido subía á su c a b e z a , e x c l a m a b a n lle- idea, constantemente sacudidos por emociones po- nos de místico alborozo: »El D i o s ha bajado». derosas, el s u a v e impulso de un licor generoso se L a mano del tiempo h a derribado la divinidad, h a c e apenas perceptible en el acelerado movimien- aunque no se ha perdido el culto. A l c a m b i a r de to de nuestra sangre en el estado de que épocas, hemos despojado á sus adoradores del c a - constituye nuestra a g i t a d a y febril existencia. P a r a fiebre rácter sagrado con que se revestían. D e s p u é s de obviar á este defecto, h e m o s recurrido al alcohol. arrebatarle el tirso, la corona de p á m p a n o s y la piel P e r o el alcohol es al vino lo que la c a r c a j a d a de tigre, hemos d e j a d o al sacerdote del antiguo histérica de un demente e s á la rica, fresca y sono- templo en c u y o vestíbulo nació la tragedia clásica, ra de una m u c h a c h a de quince años. E l uno es el convertido en el borracho v u l g a r que se desploma entusiasmo, el otro es la locura; éste a p a g a la sed, á la puerta de la taberna. aquél consume l a s entrañas. L a última palabra del A pesar de todo, lejos del agitado círculo en que bullen y se codean las ambiciones y los intereses, tari liantes in gurgite vasto, aún se encuentran a l g u n o s tipos que traen á la imaginación reminiscencias de aquellas p a s a d a s glorias. L o s que han estudiado con algún detenimiento las costumbres populares, así en nuestro país c o m o fuera de él, suelen mostrarse á menudo m a r a v i l l a dos de las singulares coincidencias que existen entre las costumbres y los usos modernos de los habitantes de ciertas localidades y las de los pueblos más remotos de la antigüedad. Y efectiva- mente, si con la diligencia y la condición de los q u e se afanan en b u s c a de la ignota raíz de una p a l a b r a , h a s t a que profundizando en las c a p a s prim i t i v a s del l e n g u a j e humano, resulta al fin sánscrita ó caldea, se buscara la generación de ciertas ceremonias y hábitos, v e r í a m o s , persiguiéndolos en sus modificaciones al través de los siglos, que aparecía al fin enlazándose y como derivación natural de ceremonias, c o s t u m b r e s y fiestas o l v i d a - o c u p a n el primer término del cuadro, y que embebidos en su plática sólo se interrumpen para dar e s p a c i o á sus repetidas libaciones. T i e n e el fondo algo de grande é imponente que recuerda el templo. N o e s esa la borrachera que pasea por las calles su escandalosa exaltación: no es esa la e m b r i a g u e z q u e se desata en improperios, incita al crimen y se desploma en el arroyo para a c a b a r desvaneciéndose en un sueño febril sobre la p a j a de un calabozo. R e i n a una p a z , se trasluce una unción tan profundas en el uno de sus héroes; rebosa en el otro, aunque grotesco, un sentimentalismo tan propio de la chispa e x p a n s i v a , que entre los dos puede decirse que completan el ideal del bebedor clásico. Basta fijarse en esa escena aislada de la eterna comedia popular para conocer el teatro de la acción, reconstruir el prólogo y adivinar el desenlace. L a amplia c a p a , el sombrero colosal y la fisono- mía característica del compadre g r a v e , denuncian al menos conocedor el tipo de un manchego. d a s y a , ó de las que j u z g a m o s no queda el menor ¿Quién no reconoce en su alterego un labrador ara- vestigio. Y una c o s a semejante sucede respecto á gonés? Son los representantes de las dos provin- algunos tipos de las edades p a s a d a s c u y o s moldes cias m a d r e s del vino, que beben á pasto l a s ma- parece que se rompieron después de vaciarlos. E l dibujo que me h a inspirado estas desaliñadas líneas justifica, h a s t a cierto punto, las anteriores observaciones. H a y algo de solemne y patriarcal en la actitud y el tipo de los dos personajes que sas, del verdadero vino nacional, del que presta genio y carácter propios al pueblo español. ¿Dónde se haD conocido? ¿De qué fecha data su amistad? ¿Por qué acaso se encuentran juntos? N o importa averiguarlo. Después que la c a m p a n a de la iglesia ha tocado á vísperas, al 'tiempo que el a l calde, el cura, el boticario y algún primer contrib u y e n t e de c a p a parda, arreglan los destinos del país midiendo con lentos pasos el pórtico; en t a n t o que las comadres del lugar j u e g a n al guiñóte ó al julepe próximas á la lumbre, donde hierve el es- y a regularidad y extraña apariencia traen á la imaginación la memoria de esas ciudades de los muertos, verdaderos tesoros científicos p a r a los modernos sabios, que los egipcios tallaban en los penones de algún recóndito valle. peso chocolate de la merienda; mientras las m o z a s U n o s cuantos escalones, naturales ó mal com- bailan en la picota y los mozos j u e g a n á la barra puestos con ladrillo y a r g a m a s a , d a n p a s o al inte- ó recorren las calles desgañitándose al c o m p á s d e rior de las bodegas, á las cuales se desciende casi un guitarrillo destemplado, nuestros dos héroes se siempre á trompicones, deslumhrados por la súbita presienten, se buscan, y después de encontrarse, transición de la claridad del cielo á las sombras sin c a m b i a r una sola p a l a b r a , sin preceder siquie- que envuelven sus galerías. C u a n d o los ojos co- ra algo semejante á la invitación del poeta latino, m i e n z a n á habituarse á la v a g a niebla que envuel- como empujados por una fuerza sobrenatural, se v e aquel recinto, cuando la dudosa y a z u l a d a cla- encaminan á las afueras de la población, si no á ridad que se abre p a s o á través de los respiraderos beber v i n o del tiempo de los cónsules, á saborear resbalando sobre los muros, comienza el contenido de una tinaja de lo añejo, c u y o z u m o mente á destacarlos del fondo, es difícil dar idea gradual- tal v e z exprimió niño el que hoy lo consume an- con p a l a b r a s de los pintorescos contrastes de luz ciano. de color y de líneas que ofrece el cuadro que se' E n muchos pueblos de A r a g ó n , y particularmente en la parte alta de la provincia, una senda que pasa costeando el lugar, se dirige en desiguales c u r v a s por entre las quiebras del monte h a s t a el punto que en la falda de éste ocupan las bodeg a s . S o c a v a d a s en la peña v i v a , recibiendo la l u z por los a g u j e r o s p r a c t i c a d o s en el granito, el conj u n t o de ellas sólo ofrece á la v i s t a una serie de bocas abiertas en el corte vertical del terreno, CU- presenta á la vista. E n primer término, pipas, cub a s y tinajas colosales, c u y a gigantesca propor- cion recuerda los restos de l a s construcciones ciclópeas, se levantan majestuosas formando g r u p o con los artefactos y los útiles groseros de una industria que aún permanece entre nosotros en toda su primitiva sencillez. P o r unos lados, la galería abierta á pico deja ver las grietas de la roca y sus robustos pilares; sus arcos chatos y robustos parece que remedan el interior de los templos TOMO I I I sub- terráneos de Elefanta: por otros un madero, un pilar de adobes ó el tronco de una encina que sirve de puntal, revelan el carácter típico de su obra, que no es, como suele decirse, de romanos ni mucho menos. T a l es la que sirve de refugio á nuestros dos compadres. L a muda admiración con que el huésped contempla la larga fila de ventrudas tinajas que se prolonga hasta perderse degradándose entre las sombras del fondo, las respetuosas ceremonias con que el anfitrión destapa la más venerable á fin de preparar la ofrenda, el silencio con que no y a en copa de cristal tallado, en caña ó cubillo, sino en clásico puchero de barro, comienzan ambos á trasegar al estómago el reverenciado líquido, dan á conocer que se sienten poseídos de toda la majestad del sitio en que se ha lian, de toda la grandeza del misterio que en ellas " ó n recorre todos los tonos de la escala de la pa- sion. ¡Esta es la bebida sentimental y tierna "a que abre como con una llave misteriosa'las del corazón y saca á plaza sus más recónditos se Ws T ¡ í a S ÍmP°SÍb,eS' ambÍCÍOnes ores ignorados, extravíos de la pasión ó de la inteligencia! todo sale á luz, todo'se extiende á la v!s ta como las baratijas de un buhonero en la tienda ambulante de un baratillo Vo 1 v aviv^o , . a t l U o ' Y a l a s a n g r e enardecida y a v i a d a con el acicate y el desorden del cerebro h ncha las venas por donde corre precipitada. E l P T XnasT, ^ k ChaqU6ta' t0ma 11 r L Í 7 ' 7 ¡°h Pr°dÍgÍO d el a -altacidnf llega hasta el punto de olvidar el puchero que ruehaCi'nd°Se par e^nr ^ * deÍando -capar el preciado jugo. Si B a c o sentado en el borde de una tinaja como un dios de Homero sobre una v a á operarse. L o s tragos menudean, el silencio se interrumpe nube y la tagarnina comienza á delinearse con carácter ofrenda M ^ * P * f c m e de la ofrenda, solo comparable á las que en otra edad propio en cada uno de los actores. E n el uno se traduce el progresivo influjo del mosto por medio de la animación siempre creciente. le hacían sus sacerdotes derramando sobre el fuego del altar el líquido encerrado en las ánforas de oro. 6 L a s palabras, primero lentas y entrecortadas, se suceden y se eslabonan con rapidez maravillosa. L a asistiese invisible á esta escena, sonreiría ardientes profesiones de fe política! ¡qué proyectos para la regeneración de la patria! ¡qué actitud, el gesto, la acción, se hacen más vivos y historias de agravios ó de satisfacciones, qué con- acentuados; las ideas adquieren n u e v a lucidez y fidence se producen por medio de imágenes, la imagina- clado con vivas protestas de amistad, con vehe- de familia, todo ello revuelto y entremez- mentes apóstrofes de indignación ó patéticas ex- clamaciones de ternura, á las que presta realce l a lágrima que humedece sus ojos enrojecidos por el sentimiento y la bebida! Por desgracia ó fortuna para el sentimental c o m p a d r e , t o d a s aquellas g a l a s oratorias, todas aquellas expansiones inconscientes, todo aquel tesoro de cariño de un a l m a que se abre á la e x p a n sión después de estar largo tiempo c o m p r i m i d a , se pierden en el vacío. É l no sabe lo que se dice: en c a m b i o su P í l a d e s t a m p o c o se da cuenta de lo q u e oye. Majestuoso en su olímpica serenidad, á p l o m o sobre su abultado vientre, envuelto en los anchos pliegues de su c a p a como en una toga, permanece inmóvil é imponente, s e m e j a n t e á aquellos senadores romanos que al acercarse los bárbaros á R o m a esperaban tranquilos la muerte sentados en sus sillas curules. E s t e es el v i n o solemne, el vino epopéyico del que se emborracha, c o m o (dado caso que bebiese) se emborracharía una esfinge. E m o c i ó n p r o f u n d a que sólo se revela por raras i n t e r j e c c i o n e s , que aunque tiene los ojos abiertos no ve, que aunque finge prestar atención no oye, que está toda reconcentrada en el interior del individuo, de c u y o estóm a g o se e l e v a lento hasta la c a b e z a el v a p o r del vino como se eleva la nube del incienso del ara de un altar... L a noche que deja en profundas tinieblas á núes-- tros héroes, pone punto al diálogo. E l anfitrión c o n palabras balbucientes, anuncia que ha llegado el momento de partir, y da un último abrazo á su huésped, el cual después de un resoplido previo, se l e v a n t a sobre sus enormes p i e s , firme y derecho c o m o una columna. E l uno, un poco á g a t a s , otro poco agarrándose á las paredes, pero siempre digno, vuelve á su hogar. E l otro, pausado y magnífico, llevando sobre sus hombros el peso de la chispa con el respeto y el orgullo con que un elefante llevaría la tienda de oro y brocado de un rey persa, s e encamina á su posada. M e d i a hora después de haberse separado a m b o s c o m p a d r e s , duermen con el sueño de los j u s t o s . C A S T I L L O R E A L DE O L I T E (NOTAS DE UN VIAJE POR N A V A R R A ) . A ciudad de Olite, célebre en la historia de N a v a r r a por haber tenido en ella asiento algunos de sus reyes, está situada á la margen derecha del Z i d a c o s y en una dilatada llanura, que riegan y fecundan las aguas de este río. T a l vez para mal de sus intereses materiales, pero indudablemente para bien del artista que busc a en los pueblos de la vieja E s p a ñ a rastros de otros siglos y otras costumbres, la moderna civilización no ha llevado aún la manía de las demoliciones y las restauraciones á Olite; de modo que todavía pueden admirarse algunos notables vestigios de su esplendor pasado. L a ciudad debe su origen á la época goda en que la fundó Suintila, con el nombre de Ologito, pero de estos remotos tiempos, apenas se conserva más que la memoria del sitio que ocuparon algunos muros; pues los restos que aún se señalan como primitivos, no lo parecen. L a invasión árabe la redujo á ruinas, y después de reconquistada, comenzó á Repoblarse á principios del siglo x u , creciendo poco á poco en import a n c i a hasta llegar á ser asiento de los reyes navarros, y ver celebrar cortes importantes en su recinto. L a ciudad de Olite, aunque pequeña, anuncia desde su e n t r a d a la importancia de que gozó en un tiempo, y permite que se note á primera vista el carácter religioso y guerrero, q u e c a m p e a en sus monumentos más célebres. C u a n d o llegamos á la población, la noche había cerrado por completo y l a s grandes m a s a s verticales de sus bastiones, que se d e s t a c a b a n obscuros sobre el cielo estrellado y de un azul intenso, parecían los gigantes guardia- U n a calle corta, obscura y formada por casas desiguales y caprichosas, entre las que descollaban algunas, cuya m a s a imponente y denegrida acusab a su antigüedad, nos condujo á una gran plaza donde, según las indicaciones que traíamos, se debía de encontrar nuestro alojamiento. L a p o s a d a , parador ó mesón donde al fin nos instalamos, á j u z g a r por la rápida y escudriñadora mirada que dirigimos á nuestro alrededor al traspasar sus umbrales, era una copia fiel de los históricos mesones q u e ya habíamos e x a m i n a d o en Castilla, y para c u y a descripción puede aún aprovecharse algún párrafo de C e r v a n t e s . C o n tal escrupulosidad se conservan en algunos puntos de E s p a ñ a , la tradición de estos establecimientos públicos. N o obstante y en honor de la v e r d a d , debemos decir que la c a m a y la cena sobrepujaron en bond a d á la triste idea que de antemano nos h a b í a m o s f o r m a d o de ellos, j u z g a n d o por el exterior del alojamiento. nes de la antigua é imponente puerta ojival que d a p a s o á su recinto. A la luz de un pequeño farolillo, que colgaba delante de un retablo II empotrado en el grueso del muro, pudimos distinguir algunas típicas de jornaleros del país, que v o l v í a n A l día siguiente nuestro primer cuidado fué vi- á sus hogares con los instrumentos de la labran- sitar el Castillo R e a l . L a fundación de este casti- z a al hombro y que al entrar saludaban devota- llo ó su completa renovación data del primer tercio mente á la imagen. d e l siglo xv, y se debe á D . C a r l o s I I I , de N a v a r r a , figuras llamado el Noble, el cual tuvo de ordinario en él su residencia. H o y día es difícil determinar precisamente la planta de esta obra, de la que sólo quedan en pie muros aislados cubiertos de musgo y hiedra, torreones sueltos y algunos cimientos de fábrica derruida, que en ciertos puntos permite adivinar la primitiva construcción, pero que en otros desaparecen sin dejar huella ostensible entre los escombros y l a s altas hierbas que crecen á g r a n d e altura en sus c e g a d o s fosos y en sus extensos y chispas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo b a ñ a las ruinas en un tinte v i o l a d o y misterioso, aún parece que la brisa de la tarde murmura una canción gimiendo entre los ángulos de la Torre de los Trovadores; y en alguna gótica v e n t a n a , en c u y o alféizar se balancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silvestre, se cree v e r asomarse un instante y desaparecer una forma b l a n c a y ligera. A c a s o es un girón de la niebla que se desgarra de en los dentellados muros del castillo, tal v e z su úl- aquellos gigantes y grandiosos restos impresionan timo rayo de l u z que se desliza fugitivo sobre los profundamente y por poca imaginación que se ten- calcinados sillares. ¿Pero quién nos impide soñar a b a n d o n a d o s patios. Sin e m b a r g o , la vista g a , no puede menos de ofrecerse á la memoria al que es una mujer e n a m o r a d a , que aún v u e l v e á contemplarlos, la imagen de la caballeresca época oir el eco de un cantar grato á su oído? en que se levantaron. P a r a el soñador, para el poeta, suponen poco los U n a v e z la fantasía, templada á esta altura, fácilmente se reconstruyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los muros, cruje el puente levadizo b a j o el herrado casco de los corceles de la regia c a b a l g a t a , las a l m e n a s se coronan de ballesteros, en los silenciosos patios se v u e l v e á oir la alegre algarabía de los licenciosos pajes, de los rudos h o m b r e s de armas y de la gente m e n u d a del castillo que adiestran á volar á los azores, atraillan los perros, ó enfrenan los caballos. C u a n d o el sol brilla y perfila de oro las almenas, aún pa- rece que se ven tremolar los estandartes y l a n z a r estragos del tiempo; lo que está caído se levanta, lo que no ve lo adivina, lo que ha muerto lo saca del sepulcro y le m a n d a que ande, como C r i s t o á Lázaro. P a r a el arqueólogo no se conservan en el castillo de Olite más que un determinado número de torreones, cuadrados los unos y cilindricos los otros, que refuerzan exterior é interiormente el doble lienzo de muralla que aún se tiene en pie y algunas construcciones a i s l a d a s , enriquecidas de lujosos ornamentos y que recuerdan al destacarse sobre el cielo, el airoso perfil de los minaretes moriscos. U n lienzo de dobles arcos ojivales, sostenido por los estribos de un vano de medio punto que parece haber formado parte de una galería interior del palacio, se ostenta aún con toda su elegante esbeltez hacia la parte de la torre l l a m a d a del homen a j e ; varios escudos esculpidos en berroqueña, algunos ricos fragmentos mutilados y esparcidos por el suelo, y restos de atauricado mudéjar, pertenecientes sin d u d a á la ornamentación de l a s e s t a n c i a s , son mudos testimonios de la g r a n d e z a de esta magnífica obra y curiosos e j e m p l a r e s del estado de las artes en la época á que se debe la fundación del castillo, que aún se conservaría en buen estado, si durante la última guerra civil, un célebre G e n e r a l no le hubiese entregado á l a s llamas. III A n t e s de volvernos á la población y después de haber arrojado una última y dolorosa mirada sobre los imponentes restos del famoso castillo, nos dirigimos á S a n t a M a r í a la R e a l , iglesia que se encuentra en l a s inmediaciones de estas r u i n a s , y j u n t o á la c u a l se observan aún ciertos huecos y e x c a v a c i o n e s que recuerdan el gran proyecto de D o n C a r l o s I I I el Noble. E s t e rey, según M a r i a n a , pretendía unir los dos pueblos ( O l i t e y T a f a l l a ) con un pórtico ó portal continuado y t i r a d o desde el uno hasta el otro. E s creencia v u l g a r en este país, que tal c a m i n o ha existido; pero lo cierto del c a s o p a r e c e ser, que el R e y N a v a r r o murió sin llevar á cabo su e m p r e s a . 11 de M a r z o de 1866. EL CARNAVAL I AY gentes que tienen en la uña el almanaque y saben en qué día preciso entran y salen las estaciones, c a m b i a n l a s lunas y c a e n tales ó cuales santos, éstas ó las otras fiestas. Y o tengo la felicidad de olvidar fácilmente todo lo q u e me importa poco, y como entre otras cosas se encuentran en el número de éstas los detalles del calendario, de aquí, que la m a y o r parte del año estoy como los niños en el L i m b o , sin saber el día ni la hora en que me encuentro. P a r a mí es p r i m a v e r a cuando el aire t e m p l a d o y s u a v e trae á mi oído armonías extrañas envueltas en el perfume de las primeras flores, y otoño c u a n d o al pasear por entre las largas a l a m e d a s el ruido especial de las h o j a s amarillas, que crujen b a j o mis pies, me llena el a l m a de un sentimiento melancólico é indefinible. Si el viento de G u a d a - L a fiesta de T o d o s los S a n t o s se a p r o x i m a , digo rrama me enrojece la p u n t a de la nariz, e x c l a m o entonces entre mí, los mercaderes de la muerte endosándome el g a b á n de m á s abrigo: ¡Diantre, sin comienzan á sacar á luz la bisutería del dolor. E n saber cómo ni por dónde, se nos h a entrado el in- otras ocasiones v a g a n d o al a z a r por las calles co- vierno! Y si, por el contrario, el calor me o b l i g a á mienza á sorprenderme un espectáculo extraño. aflojarme el nudo de la corbata, y a no me c a b e M e parece que entre las gentes que circulan á d u d a de que el estío comienza á dorar las mieses mi alrededor y sobre las cuales arrojo á intervalos y á tostar los hombres. una mirada distraída, se mezclan seres sobrenatu- H a y , sin e m b a r g o , dos solemnidades ó fiestas ó como se las quiera llamar, en el año, que nunca p a s a n inadvertidas para mí, porque á s e m e j a n z a de l a s golondrinas que anuncian la estación templada con su vuelta, las preceden ciertas señales características. E s t a s son el día de difuntos y el C a r n a v a l . N o sé precisamente en qué estación ni en qué mes; pero ello es que h a y un día en el año que al p a r a r m e distraído delante de una de esas luj o s a s anaquelerías de la C a r r e r a de S a n Jerónimo, allí donde otras v e c e s me he detenido á contemplar uno de esos adornos de flores y de plumas destinado á ornar la espesa cabellera de una d a m a rales y deformes, y de cuando en cuando v e o aparecer una cara de tafetán celeste que me mira con sus ojos huecos, una nariz colosal que me sale al paso como cerrándome el camino, ó una c a b e z a fantástica que me h a c e ' v i s a j e s horribles desde el fondo obscuro de una tienda de tiroleses. A l notar que aquellas visiones no son otra cosa que c a r e t a s que en largos festones de m a m a r r a c h o s orlan la entrada de los establecimientos públicos, e x c l a m o al fin, c a y e n d o en la cuenta del mes en que me enc u e n t r o : — Y a tenemos el C a r n a v a l en planta, los traficantes de la locura comienzan á vender los pasaportes de la despreocupación. elegante y hermosa, y á besar con sus flotantes cabos de cintas sueltas, su redonda espalda ó su seno m a l encubierto por un e n c a j e finísimo, me encuen- II tro con una corona de pálidas s i e m p r e v i v a s , en cuyo centro y entre un diluvio de lágrimas de talco, dice con letras de oro y dos colosales signos de admiración: ¡A mi esposo! L a época del C a r n a v a l ha pasado. E l c a r n a v a l parece que parodiaba en el mundo moderno la costumbre que en el antiguo permitía á los esclavos TOMO III en ciertos días del año j u g a r á los señores y tomarse con éstos todo género de libertades y aun de licencias. E n la V e n e c i a de los tenebrosos Consejos, de los P a l o m o s y del puente de los Suspiros, en la R o m a de l o s ' B o r g i a s , en cualquiera parte donde el pueblo h a vivido sujeto por una mano de hierro á un poder más ó menos tiránico, se comprendía esta periódica explosión de libertad y de locura. L a política y el amor pedían prestado su traje á A r l e q u í n , y al alegre ruido de los cascabeles del cetro del bufón, urdían la t r a m a de su novela sangrienta ó sentimental. L a aparente rigidez de las costumbres, el aislamiento del hogar, el carácter propio de la época, h a c í a n necesarias esas noches de luna vel a d a por nubes, de rostros ocultos con antifaces, de a l g a z a r a popular y de misterios, en el C o r s o y en R i a l t o . E n este siglo de meetings y de comités, de T e a t r o en un p a l c o de la Opera por entre las doradas v a rillas de su abanico de plumas? ¿A qué no nos atrev e r e m o s en el bullicio de la orgía, con la cara tap a d a , que no nos h a y a m o s atrevido en el silencio d e l p e r f u m a d o boudoir con la cara descubierta? P a r a desenvolverse, para conspirar ó para lanzarse ¿necesita por ventura alguna idea del discreto antifaz ó del misterioso dominó? L a política y el amor han tirado ya los a n d a d o res; la R e v o l u c i ó n y el c a n c á n se pasean de la mano por la plaza y salones públicos: el C a r n a v a l no tiene razón de ser, y sin e m b a r g o existe. C o m o las wills, esas fantásticas apasionadas de la d a n z a , se levantan al filo de la media noche para bailar en silenciosa ronda en derredor de los sepulcros, el C a r n a v a l sale todos los años de su tumba envuelto en su haraposo sudario, h a c e media docena de piruetas en Capellanes, en el P r a d o y el C a n a l y des- R e a l y de t e m p o r a d a de baños, en este siglo de pe- a p a r e c e . S u s escasos prosélitos se agitan durante riódicos y de soirées, de Congreso y de F u e n t e Cas- esos días guiados por intereses distintos; para éstos tellana, de paseos matinales y de conciertos noc- el C a r n a v a l es una cuestión de toilette; para aquéllos turnos; en que durante el año c a d a cual es tan ex- una especulación; para los otros una borrachera t r a v a g a n t e como le parece, se viste con el m a m a - c o n el derecho de pasearla al aire libre. V a m o s á rracho que mejor se le antoja y hace en todos sen- decir no más que cuatro palabras sobre cada uno t i d o s el m á s libre uso de su autonomía, ¿qué objeto de estos tres grupos en que pueden subdividirse los tiene el C a r n a v a l ? ¿Qué nos dirá hoy una mujer q u e t o m a n aún parte en el C a r n a v a l de M a d r i d . en el baile por d e b a j o de la flotante b a r b a de su c a r e t a de raso, que no nos lo h a y a dicho otra ayer bajas, delgadas y gordas, tienen que doblar la cerviz á su y u g o y conformarse con sus preceptos hasta que llega el C a r n a v a l . III E n t o n c e s la valla se rompe en mil pedazos. S e dispone un baile de trajes en casa de la D u q u e s a L a aristocracia en sus bailes de buen tono comienza por desterrar la careta, ó no permitirla hasta cierta hora de la noche. H a s t a aquí la aristocracia es lógica. E n otras épocas, cuando todos se conocían perfectamente y sabían hasta el abolengo d e c a d a persona m e d i a n a m e n t e visible, era una gracia no conocerse en esta ocasión. H o y que todo se ha mezclado en el B a b e l social, el verdadero chiste consistiría en podernos conocer unos á otros siquiera un par de días al año. Suprimida la careta, la idea filosófica que preside á la fiesta del C a r n a v a l cae por su base y queda reducida á un pretexto. S e trata de conceder m á s libertad á la modista en un momento dado, de ensanchar e! círculo de los caprichos de la toilette, de poderse permitir combinaciones de telas, colores, j o y a s y adornos velados en otra ocasión por las inflexibles leyes de la moda. Considerando la cues- tión b a j o este aspecto, podría decirse que aunque en pormenores, el C a r n a v a l llena aquí su objeto. L a moda es una tiranía, prescribe el color, la forma y las dimensiones del traje de nuestras d a m a s . R u b i a s y pelinegras, morenas y blancas, altas y de C * * * ó de la Condesa de H * * * una legión de modistas, peluqueros y doncellas de labor se pone sobre las armas, las c a j a s de márfil ó de ópalo del e l e g a n t e tocador dejan ver los tesoros de perlas y piedras preciosas que contienen; por los muelles divanes caen descuidadamente tendidos los anchos pliegues de las más vistosas telas; el raso, el terciopelo, el brocado de metales, la leve g a s a azul s a l p i c a d a de puntos de oro y semejante al estrellado cielo de una noche de Estío. H a y libertad c o m p l e t a de elegir la falda: p u e d e ser larga ó corta, según lo permita la misma: el descote alto ó bajo en razón á la esteología de los hombros: el pelo e m p o l v a d o ó al natural, con arreglo al color de la tez. E l oro, los diamantes, el tisú, las plumas y las perlas en montón, que otro día pudieran parecer ridicula exhibición de riquezas, parecen entonces c o m o artículos necesarios. E l C a r n a v a l ha abierto las c o m p u e r t a s de la. vanidad, y el lujo y el capricho pueden por un momento derramarse en oleadas de luz y de oro, de diamantes y de seda, de g a s a y de flores por el aristocrático salón del baile. Y á esto queda reducido el C a r n a v a l en el d o r a do círculo de la sociedad elegante: A una vistosa m a j a d e r í a . A renglón seguido nos sale al paso vestido de tafetanes mugrientos, de percalina roja, cintas a j a d a s y de falsos oropeles, la turba de másc a r a s que durante el día llena las calles de discordes músicas, y á la noche, d e j a n d o desiertas l a s bohardillas y los sotabancos de Madrid, corre frenética de P a u l á Capellanes, de la E s m e r a l d a á la L i r a de Oro. Y he a q u í al pobre C a r n a v a l sirviendo de pretexto y t a p a d e r a . T a l estudiante de v e t e rinaria que no se creería con valor para coger una guitarra y sentarse á la puerta de una iglesia en los tiempos normales, llega el C a r n a v a l y se a b r a za á un figle monstruoso, y pide limosna á t r o m petazos. T a l otra deidad que ayer desplegaría por aparato, una serie de resistencias y n e g a t i v a s en el dintel del a m b i g ú de Capellanes, hoy á falta deotra cosa, aceptará en P a u l un panecillo y un chico de cariñena. E s o s infelices que, mustios y f a t i g a d o s se estacionan en las esquinas vestidos de pajecillos ó de marineros y tienden la pandereta á los balcones, no b u s c a n d o una sonrisa, una flor ó un furtivo y p e r f u m a d o billete de una hermosa,, sino una pieza de veinticinco céntimos;, esas pobres mujeres que han escatimado de su más quefrugal almuerzo la media docena de reales del alquiler del dominó y bailan entre una atmósfera d& polvo y de m i a s m a s mefíticos, con el estómago a y u n o y el pensamiento puesto en el todavía problemático beesteak con patatas, toda esa turba de gentes que se mueve alrededor del C a r n a v a l como en torno á un negocio, más que otra cosa inspira compasión. N i su música divierte, ni su d a n z a fascina, si sus bromas agradan. C o m o la nota pedal del piano en una atronadora sinfonía, en el fondo de toda esa a l g a z a r a , esa animación y ese bullicio, se o y e monotona y constante una palabra que en v a n o trata de disfrazarse: /Miseria! L a careta en estas ocasiones es como la placa de metal, y el número que autoriza á implorar la caridad pública, sin temor de ser l l e v a d a á S a n Bernardino. Pero dejemos los aristocráticos salones donde el lujo moderno realiza los prodigios de las mil y una noches; dejemos las calles de la villa del O s o por donde discurren amenazando el bolsillo las m a s c a r a d a s pedigüeñas y el ambigú de Capellanes, donde las a j a d a s bailarinas y sus estimadas é inverosímiles madres, en presencia de un helado ó un pastel, suspiran y sienten que no haya en la lista puchero; dejemos^ en fin el P r a d o , teatro de las gracias de los tontos con diploma que se pasean vestidos de mujer con cierta coquetería, y trasladémonos á la pradera del C a n a l . U n a larga fila de gentes que se enrosca por entre los raquíticos árboles del paseo, llam a d o irónicamente, sin duda, de las Delicias, nos EL CARNAVAL 269 e n c a m i n a r á al punto á que acuden como citados ginal. E l C a r n a v a l de la P r a d e r a , es, si no una no- por un edicto oficial los tradicionales a c o m p a ñ a - che, un verdadero día de W a l p u r g i s , con sus som- mientos del famoso entierro de la sardina, y a pertene- bras infernales', sus visiones horribles, sus carcaja- ciente á la historia. E l Rastro parece que se ha sa- das estridentes, su confuso vocear, su abigarrado lido de madre, y desbordando por las calles v e c i n a s conjunto y su confusión indecibles. B a c o en otro á los portillos de la R o n d a , inunda la pradera con tiempo no recorriera con más gusto la India en su un océano de telas mugrientas, t r a j e s haraposos, carro de triunfador, que h o y pasean en el C a r n a - guiñapos y objetos sin forma, color ni nombre, que val su tirso de pámpanos por entre estos animados aún conservan la señal del g a n c h o del trapero, grupos que le rinden adoración con sus frecuentes como la etiqueta del almacén de donde proceden. libaciones. Sileno creería encontrarse en un coro E s t o es lo más inconsciente que forma bulto en de monjes, si las antiguas bacantes todas las grandes fiestas, los c o m p a r s a s obligados p a r a ocupar el lugar de los vinosos que allí le cir- de las romerías y las solemnidades. A q u í el turco cundan. indispensable, aquí la cantinera, a q u í el que llam a al higuí; y los m a m a r r a c h o s de toda especie circulan, y se agitan, v a n y vienen, riñen y se a b r a z a n , corren ó se revuelven en el más a m a b l e desorden. L o s felpudos, las esteras viejas, el lienzo de embalar y el papel, son las telas más á la última en esta grotesca d a n z a , donde en v e z de dijes de oro, plumas de color y piedras de brillantes, lucen cacerolas y aventadores, escobas y aceiteras, ristras de ajos y sartas de arenques. E l ambigú se halla establecido al aire libre, el e s c a b e c h e abunda, la long a n i z a frita no escasea, los callos son el plato de e n t r a d a de rigor, el vino se vende en los propios carros que lo han traído de las llanuras m a n c h e gas, y se traslada al estómago desde el pellejo ori- resucitaran T a l es el C a r n a v a l en Madrid. A s í revolcándose entre el l é g a m o de la v a n i d a d las necesidades y el v i n o , agoniza en medio de la atmósfera del siglo xix por falta de aire que purifique sus pulmones, el C a r n a v a l de la tradición y de la historia. D e r r a m e m o s una lágrima á la cabecera de su lecho de muerte, y preparémonos á poner el inútil antifaz y el cetro de cascabeles sobre su tumba. 1 1 d e F e b r e r o d e 1866. A CASTA |u aliento es el aliento de las flores, T u v o z es de los cisnes la armonía; E s tu mirada el esplendor del día Y el color de la rosa es tu color. T ú prestas n u e v a v i d a y esperanza A un corazón para el amor y a muerto, T ú creces de mi v i d a en el desierto C o m o crece en un páramo la flor. tí AMOR E T E R N O ODRÁ nublarse el sol eternamente; P o d r á secarse en un instante el mar;: P o d r á romperse el e j e de la tierra C o m o un débil cristal. ¡ T o d o sucederá! P o d r á la muerte C u b r i r m e con su fúnebre crespón, P e r o j a m á s en mí podrá apagarse L a llama de tu amor. POESIA INÉDITA s un sueño la v i d a , P e r o un sueño febril que dura un punto C u a n d o de él se despierta, S e v e que todo es v a n i d a d y humo... ¡Ojalá fuera ün sueño M u y largo y muy profundo; U n sueño que durara hasta la muerte!... Y o soñaría con mi amor y el tuyo. • LA NOCHE DE D I F U N T O S fi t crepúsculo de un día de Otoño brumoso y triste, sucede la noche fría y obscura. D u r a n t e algunas horas, parece que se h a a p a g a d o el continuo hervidero de la población. U n a s cerca, otras lejos, éstas con un acento grav e y compasado, aquéllas con una vibración a g u d a y temblorosa, las c a m p a n a s voltean l a n z a n d o al aire sus notas de metal, que y a flotan y se confunden entre sí, y a se dilatan y se pierden p a r a d e j a r lugar á una nueva lluvia de sonidos que se derrama continuamente de las anchas b o c a s de bronce, como de una fuente de armonías inagotable. D i c e n que la alegría es contagiosa; pero y o creo que la tristeza lo es mucho más. H a y espíritus melancólicos que logran sustraerse á la e m b r i a g u e z TOMO 111 18 de g o z o q u e traen en su atmósfera las grandes fiestas populares. C o n dificultad, se encontrará uno que consiga mantenerse indiferente al helado cont a c t o de la atmósfera del dolor, si ésta viene á buscarnos h a s t a el fondo de nuestro hogar, en la fatigosa y lenta vibración de la c a m p a n a que parece una v o z que llora y nos relata sus cuitas al oído. Y o no puedo oir sonar l a s c a m p a n a s aunque repiquen volteando alegres como anuncio de una fiesta, sin que se apodere de mi a l m a un senti- miento de tristeza i n e x p l i c a b l e é involuntario: por fortuna ó por desgracia en las grandes capitales, el confuso murmullo de la m u c h e d u m b r e que se agita en todos sentidos, presa del ruidoso vértigo de la actividad, ahoga de ordinario su clamor h a s t a el punto de hacer creer que no existen. A mí al m e n o s me parece que la .noche de difuntos, única del año en que las oigo, las torres de las iglesias de M a d r i d un tono propio y expresa un sentimiento e s p e c i a l ; creo, en fin, que después de prestar por algún tiempo profunda atención al discorde conjunto de los sonidos, graves ó agudos, sordos ó metálicos que e x h a l a n , logro sorprender palabras misteriosas que palpitan en el aire envueltas en sus prolongadas vibraciones. E s t a s p a l a b r a s sin hilación, sin sentido, que flotan en el espacio a c o m p a ñ a d a s de suspiros apenas perceptibles y de largos sollozos, comienzan á reunirse unas con otras como se reúnen al despertar las v a g a s ideas de un sueño, y y a reunidas forman un inmenso y doloroso poema, en el que c a d a camp a n a canta su estrofa, y todas j u n t a s interpretan por medio de sonidos simbólicos el pensamiento q u e hierve callado en el cerebro de los que oyen sumidos en profunda meditación. recobran la v o z merced á un prodigio, rompiendo U n a c a m p a n a de v o z hueca y asordadora que sólo durante algunas horas su largo silencio. B i e n se balancea gravemente en lo alto de la torre con sea que la imaginación predispuesta á los pensa- ceremoniosa lentitud, q u e parece que lleva un rit- mientos meláncolicos a y u d e á prestarle aparien- mo matemático y se m u e v e por medio de algún per- cias, bien que la n o v e d a d de los sonidos me hiera fecto mecanismo, dice sonando a j u s t a d a por puntos más profundamente, siempre que percibo en las al ritual: ráfagas del viento las notas sueltas de esa armonía, — «Yo soy ruido v a n o que desvanece sin hacer se opera en mis sentidos un extraño fenómeno. vibrar una sola de las infinitas cuerdas del senti- C r e o reconocer una por una las diferentes v o c e s miento en el corazón del hombre; y o no tengo en de las c a m p a n a s ; creo que c a d a cual de ellas tiene mis ecos ni sollozos ni suspiros; y o desempeño correctamente mi parte en la lúgubre y aérea sinfonía 28o GUSTAVO A. BECQUER LA NOCHE DE DIFUNTOS 28I de la parroquia, la c a m p a n a oficial de las h o n r a s u n o por uno sus nombres, títulos y condecoraciones; acaso esta nueva fórmula serviría de bálsamo á sus familias.» fúnebres. Mi v o z pregona el duelo de etiqueta; mi C u a n d o el a c o m p a s a d o martilleo de la g r a v e v o z llora desde lo alto del campanario contando á c a m p a n a cesa un instante y su eco lejano se con- del dolor, sin que mis sonoros golpes se retarden ó se anticipen un solo segundo; y o soy la c a m p a n a la vecindad la desgracia á gritos; mi v o z , que g i m e f u n d e y se pierde entre la nube de notas que lleva á tanto por sollozo, e v i t a al rico heredero y á la jo- e l viento, c o m i e n z a á percibirse el tañido triste, de- v e n viuda otros cuidados que el de las formalidades s i g u a l y agudo de un pequeño esquilón. de la lectura del testamento ó el e n c a r g o de los elegantes lutos.» — «Yo soy, dice, la v o z que canta y que llora las a l e g r í a s ó los pesares del lugar que domino desde »A mi sonido salen de su m a r a s m o los industria- mi espadaña: y o soy la humilde c a m p a n a de la al- les de la muerte; el carpintero se apresura á galo- d e a , la que llama con plegarias ardientes el agua near de oro el más confortable de sus ataúdes; el del cielo sobre los agostados c a m p o s , la que ahu- marmolista golpea el cincel buscando una n u e v a y e n t a las tempestades con sus piadosos conjuros, alegoría para el ostentoso sepulcro; hasta los c a b a - la que voltea trémula de emoción y pide socorro á llos del grotesco carro, teatro del último triunfo de gritos cuando el fuego devora las mieses.» la v a n i d a d , sacuden engreídos sus antiguos pena- »Yo soy la v o z a m i g a que da al pobre su último chos de plumas de color de ala de mosca, en tanto adiós; y o soy el gemido que a h o g a el dolor en la que los pilares del templo se revisten de b a y e t a s g a r g a n t a del huérfano y que sube en las a l a d a s no- negras, se alza en el crucero el túmulo tradicional t a s de la c a m p a n a hasta el trono del padre de las y el maestro de capilla e n s a y a en el violín un nue- misericordias.» vo Dies ir ce para su última misa de Requiem.» »Yo soy el dolor de las lágrimas de talco, de l a s flores de papel y los dísticos en letras de oro.» »Hoy me toca conmemorar á mis conciudadanos, á los ilustres difuntos por quienes oficialmente llo- »Al escuchar mi tañido, brota involuntariamente u n a oración del labio y mi último eco v a á espirar a l borde de las fosas escondidas llevado por el aire q u e parece rezar en voz b a j a agitando las altas yerbas que las cubren.» ro, y sólo siento, al hacerlo con toda la pompa y el »Yo soy el llanto que escalda l a s mejillas, y o soy ruido que conviene á su condición, no poder decir el sentimiento que seca la fuente de las lágrimas, 282 GUSTAVO A. BECQUER LA NOCHE DE DIFUNTOS 283 yo soy la angustia que oprime el corazón como con gos, de los vestiglos y las monstruosas esfinges q u e una mano de hierro, y o soy el supremo dolor, el trepan por entre las revueltas h o j a s de piedra á lo dolor del desamparo y de la miseria.» largo de las a g u j a s de las torres; yo soy la fantás- «Hoy lloro por esa multitud sin nombre que p a s a tica c a m p a n a de la tradición y la l e y e n d a que vol- ignorada por la v i d a sin dejar más huella en pos tea sólo en la noche de difuntos tañida por una de sí que el ancho reguero de sudor y de l á g r i m a s mano invisible.» q u e señala su camino; hoy lloro por los que duermen olvidados en la tierra sin otro monumento que una tosca cruz de palo que casi ocultan las ortigas y cardos silvestres, pero entre c u y a s h o j a s descuellan esas humildes flores de pétalo amarillo q u e los ángeles dejan del halda sobre la fosa de los justos. E l eco de la esquila se v a debilitando poco á po- «Yo soy la c a m p a n a de los cuentos medrosos, d e las historias de los aparecidos y de las a l m a s en pena; c a m p a n a c u y a vibración indescriptible y extraña sólo encuentra eco en las imaginaciones ardientes.» «A mi voz, los caballeros armados de todas a r m a s se l e v a n t a n de sus góticos sepulcros, los m o n j e s salen de las obscuras b ó v e d a s en que duermen el co, hasta perderse entre el torbellino de notas, por último sueno al pie de los altares de su abadía, y cima del c u a l se destacan los sordos y c a s c a d o s los camposantos abren de par en par sus puertas golpes de una de esas g i g a n t e s c a s c a m p a n a s que p a r a dejar paso al tropel de amarillos esqueletos hacen que se estremezcan al sonar, hasta los hon- que acuden presurosos á d a n z a r en vertiginosa ron- dos cimientos de las a n t i g u a s catedrales góticas en da en torno al puntiagudo chapitel que me cobija.» c u y a torre se las v e suspendidas. «Cuando mi imponente clamor sorprende á la — « Y o soy, dice la c a m p a n a con su medroso y es- crédula v i e j a al pie del antiguo retablo c u y a s luces tentóreo acento; la v o z de la gigante mole de pie- cuida, cree ver por un momento las ánimas del dra que p a r a asombro de los siglos alzaron tus ma- cuadro danzar entre las l l a m a s de bermellón y ocre yores: yo soy la v o z misteriosa, familiar á las vír- al escaso resplandor del moribundo farolillo.» genes de largo brial, á los ángeles, los reyes y los profetas de piedra que velan de noche y de día á la puerta del templo envueltos en las sombras de sus arcadas; y o soy la v o z de los deformes endria- «Cuando mis sordas vibraciones a c o m p a ñ a n el monotono relato de la antigua conseja que escuc h a n absortos los chicos agrupados j u n t o al hogar, l a s lenguas de fuego rojas y azules que se deslizan á lo largo de los encendidos troncos, y las chispas de luz que saltan sobre el fondo obscuro de la c o cina, se le antojan espíritus que voltean en el aire, y el rumor del viento que estremece l a s puertas, obra de las ánimas que llaman en los e m p l o m a d o s vidrios de la v e n t a n a con el d e s c a r n a d o nudillo de sus manos de huesos.» INDICE DEL TOMO TERCERO «Yo soy la c a m p a n a que pide á D i o s por las alm a s precitas; y o soy la v o z del terror supersticioso; y o no h a g o llorar, pero erizo el cabello, y llevo el frío del espanto h a s t a la médula de los huesos del que me oye.» ARTICULOS A s í u n a s tras otras, ó todas á la v e z , l a s c a m p a - VARIOS Págs. n a s v a n sonando, ora como el tema melódico que L a Pereza E l A d e r e z o de E s m e r a l d a s L a s Perlas se destaca sobre el conjunto de la orquesta en una sinfonía gigante; ora como en un fantástico que se prolonga y se aleja dilatándose en el viento 7 15 L a V e n t a de los G a t o s U n drama (hojas a r r a n c a d a s de un libro de memorias] R e c u e r d o s de un v i a j e artístico. — L a B a s í l i c a de S a n ta L e o c a d i a C a r t a s literarias á u n a mujer, P r ó l o g o escrito por el autor p a r a la colección de c a n tares de A u g u s t o F e r r á n y F o r n i é s . — L a S o l e d a d . . Pensamientos L a l u z del día y los rumores que se e l e v a n del seno de la población á par de la luz, pueden tan sólo disipar los extraños engendros de la mente y el 27 37 57 69 85 109 127 lúgubre y pertinaz tañido de las c a m p a n a s , que aun á t r a v é s del sueño, se perciben como en una fatig o s a pesadilla durante la eterna noche ele difuntos. FIN DEL TOMO TERCERO Y ÚLTIMO RIMAS Ci- I II III IV........ V Y o sé un h i m n o gigante S a e t a que voladora Sacudimiento extraño. N o d i g á i s que agotado su tesoro. E s p í r i t u sin n o m b r e 135 136 137 140 142 á lo largo de los encendidos troncos, y las chispas de luz que saltan sobre el fondo obscuro de la c o cina, se le antojan espíritus que voltean en el aire, y el rumor del viento que estremece l a s puertas, obra de las ánimas que llaman en los e m p l o m a d o s vidrios de la v e n t a n a con el d e s c a r n a d o nudillo de sus manos de huesos.» INDICE DEL TOMO TERCERO «Yo soy la c a m p a n a que pide á D i o s por las alm a s precitas; y o soy la v o z del terror supersticioso; y o no h a g o llorar, pero erizo el cabello, y llevo el frío del espanto h a s t a la médula de los huesos del que me oye.» ARTICULOS A s í u n a s tras otras, ó todas á la v e z , l a s c a m p a - VARIOS Págs. n a s v a n sonando, ora como el tema melódico que L a Pereza E l A d e r e z o de E s m e r a l d a s L a s Perlas se destaca sobre el conjunto de la orquesta en una sinfonía gigante; ora como en un fantástico que se prolonga y se aleja dilatándose en el viento 7 15 L a V e n t a de los G a t o s U n drama (hojas a r r a n c a d a s de un libro de memorias] R e c u e r d o s de un v i a j e artístico. — L a B a s í l i c a de S a n ta L e o c a d i a C a r t a s literarias á u n a mujer, P r ó l o g o escrito por el autor p a r a la colección de c a n tares de A u g u s t o F e r r á n y F o r n i é s . — L a S o l e d a d . . Pensamientos L a l u z del día y los rumores que se e l e v a n del seno de la población á par de la luz, pueden tan sólo disipar los extraños engendros de la mente y el 27 37 57 69 85 109 127 lúgubre y pertinaz tañido de las c a m p a n a s , que aun á t r a v é s del sueño, se perciben como en una fatig o s a pesadilla durante la eterna noche ele difuntos. FIN DEL TOMO TERCERO Y ÚLTIMO RIMAS Ci- I II III IV........ V Y o sé un h i m n o gigante S a e t a que voladora Sacudimiento extraño. N o d i g á i s que agotado su tesoro. E s p í r i t u sin n o m b r e 135 136 137 140 142 286 ÍNDICE INDICE Págs. V I V I 1 1 I x x XI X I I X I I I X I V x v X V I XVI I XVIII.... X I X XX X X I XXI I XXII I XXI V XX V XXV I XXVII... XXVIII.. XXI X XX X XXX I XXXII... XXXIII.. XXXIV... XXXV ... C o m o la brisa q u e la sangre orea Del salón en el ángulo obscuro C u a n d o miro el a z u l horizonte 145 146 146 B e s a el a u r a que g i m e b l a n d a m e n t e L o s invisibles á t o m o s del aire Y o soy ardiente, y o soy morena P o r q u e son, niña, tus ojos T u p u p i l a es a z u l , y c u a n d o ríes 147 148 148 T e vi un punto, y, flotando ante mis ojos. C e n d a l flotante de leve b r u m a Si al m e c e r las azules c a m p a n i l l a s H o y la tierra y los cielos m e sonríen F a t i g a d a del baile C u a n d o s o b r e el p e c h o inclinas S a b e , si alguna v e z tus labios r o j o s ¿ Q u é es poesía?—dices mientras c l a v a s . ¿ C ó m o v i v e esa rosa que h a s p r e n d i d o . . . P o r u n a mirada, un m u n d o D o s rojas l e n g u a s de fuego C u a n d o en la n o c h e te e n v u e l v e n V o y contra mi interés al c o n f e s a r l o D e s p i e r t a , t i e m b l o al mirarte C u a n d o entre la s o m b r a o b s c u r a S o b r e la falda tenía A s o m a b a á sus ojos una l á g r i m a N u e s t r a pasión f u é un t r á g i c o s a í n e t e . . . P a s a b a a r r o l l a d o r a en su h e r m o s u r a E s cuestión de palabras, y no o b s t a n t e . . C r u z a callada, y son sus m o v i m i e n t o s . . . . ¡No me a d m i r ó tu olvido! A u n q u e de un día XXXVI... XXXVII.. XXXVIII. XXXIX... Si d e nuestros a g r a v i o s en un libro A n t e s que tú m e moriré: e s c o n d i d o L o s s u s p i r o s son aire, y v a n al a i r e ¿A. qué me lo decís? lo sé: es m u d a b l e S u m a n o entre m i s manos. Pigs. XLI XLII XLIII. ... XLIV.... XLV XLVI.... XLVII... XLVIII.. T ú e r a s el h u r a c á n , y y o la alta C u a n d o me lo contaron sentí el frío D e j é l a luz á un lado, y en el b o r d e C o m o e n un libro abierto E n la c l a v e del a r c o mal seguro M e ha h e r i d o recatándose en las sombras Y o me he a s o m a d o á las profunda's s i m a s . C o m o se a r r a n c a el hierro de una h e r i d a . XLIX A l g u n a v e z la encuentro p o r el m u n d o . . . 182 L LI L o que el salvaje con torpe m a n o D e lo p o c o d e v i d a que me resta 182 183 L I 1 O l a s gigantes q u e o s r o m p é i s b r a m a n d o . V o l v e r á n las o b s c u r a s golondrinas ... C u a n d o v o l v e m o s las f u g a c e s h o r a s E n t r e e l d i s c o r d e estruendo de la o r g í a . . H o y c o m o a y e r , mañana c o m o h o y . . . . . . E s t e a r m a z ó n d e huesos y pellejo ¿Quieres que de ese néctar delicioso Y o sé c u á l el objeto M i v i d a es un erial A l ver mis h o r a s de fiebre P r i m e r o es un albor trémulo y v a g o C o m o e n j a m b r e de a b e j a s i r r i t a d a s . . . . . C o m o g u a r d a el a v a r o su tesoro L l e g ó la n o c h e y no encontré un asilo ¿ D e d ó n d e vengo?... E l m á s horrible y áspero ¡ Q u é h e r m o s o es ver el día N o sé lo q u e . h e soñado A l brillar un r e l á m p a g o n a c e m o s ¡ C u á n t a s veces al pie de las m u s g o s a s . . . . N o dormía; v a g a b a en ese l i m b o L a s ondas tienen v a g a armonía C e r r a r o n sus ojos L a s ropas desceñidas 183 184 185 186 187 188 189 189 ig0 ig X 192 192 193 193 I50 153 154 155 156 157 I5? 158 158 159 159 j59 j60 i6r 163 164 166 169 169 170 170 171 172 172 173 174 174 175 287 LUI LIV LV LVI LVII LVIII LIX LX LXI LXII LXIII.... LXIV LXV.. i.. LXVI.... LXVII... LXVIII.. LIX LXX LXXI.... LXXII... L X X I I I .. LXXIV... 177 177 178 iyg 179 r 80 181 181 ig4 195 196 196 197 199 201 203 208 Págs. LXXV— LXXVI... ¿Será v e r d a d q u e c u a n d o toca el s u e ñ o . . . E n la i m p o n e n t e n a v e Roncesvalles L a s dos olas L o s dos compadres C a s t i l l o real de O l i t e E l Carnaval A Casta A m o r eterno • P o e s í a inédita L a noche de d i f u n t o s 213 229 239 251 259 271 273 275 277 1 9 t 209 210