ENCUENTROS EN VERINES 2002 Casona de Verines. Pendueles(Asturias) ASÍ QUE PASEN ONCE AÑOS... Marta Pessarrodona Mi primer "Verines" No sé qué afortunado azar me llevó a Verines en 1991, bajo la convocatoria "Mito y realidad en la narrativa actual", en la que las abuelas, en especial gallegas, tuvieron un protagonismo notable. En cualquier caso, uno de los primeros coparticipantes (y, en definitiva, una de las almas del evento) que se dirigió a mi persona fue, precisamente, Carlos Casares, a quien hoy homenajeamos, mientras intentamos dilucidar (porque en Verines siempre se dilucida) sobre la literatura oral y la escrita. Carlos, a quien veía por vez primera en mi vida, sentía, en aquel momento, un síndrome muy catalán: preocupación por el estado de salud de Montserrat Roig (1946-1991), quien moriría poco después (10 de noviembre). En un paréntesis: siempre digo que 1991 fue un año en que la cultura catalana y, por ende, la literatura, vivió peligrosamente, porque con un mes de diferencia morían una madre y una hija, digamos. Me refiero a la también narradora Maria Aurelia Capmany (1918-1991) y a la ya mencionada Montserrat Roig (Montse, en adelante), una "verinista". Y lo saco a colación porque ambas trascendían, como Carlos, su propia literatura, para ser un patrimonio social, en algunos momentos incluso político, de lo que se denomina política activa (porque política hacemos todos y cada uno a nuestra manera). A Carlos le constaba mi amistad con Montse y, naturalmente, había un matiz de tristeza en nuestros intercambios, que no empañaron, no obstante, los "after hours" verinescos. Después de los debates, en los que ya pude comprobar algo que, en parte, sabía, el sentido poético celta, ante el que me inclino desde mi adustez catalana, comprobé, como todo el mundo sabe, que Carlos era un narrador oral tan excelente como un narrador estrictamente literario. Después de las sesiones, me pareció que Carlos dejaba en suspenso la tristeza que nos producía lo que parecía inevitable, la muerte de Montse, para solazarnos en su vida universitaria, sus viajes, sus estancias nórdicas, etc. Inacabable su repertorio, siempre desde una gesticulación escasa, muy suya. Encontré de nuevo a Carlos en lo que yo llamo la Casa de Társila (Peñarrubia), léase el Ministerio de Cultura, al cabo de unos años. Él llegaba directamente del aeropuerto, maleta incluida, de un viaje a los Estados Unidos, concretamente a Baltimore, junto con otro escritor catalán, Joan Perucho, un narrador y poeta que podría ser gallego, tal es su capacidad fabuladora oral y escrita. Un narrador oral que es como el reverso de Carlos, por su gesticulación. No hablamos de Montse, quien ya llevaba unos años viviendo en sus admiradores. Encontré de nuevo a Carlos en su entorno, concretamente en A Costa da Morte, gracias a uno de los amigos que le debo, entre otras muchas cosas, a Verines: Suso de Toro. Suso había convocado algo así como un encuentro de escritores trasatlánticos, pero como el Mediterráneo para mí (que incluye a irlandeses, alemanes, gallegos, portugueses y demás) Suso había incluido a dos mediterráneos: Miquel de Palol y yo misma. No hablamos de Montse. Hablamos de su reciente, entonces, cargo, el de Presidente del Consello de Cultura Galega y de proyectos varios. Pero, si hago balance de mi primer, y único hasta ahora, Verines, no sólo conocí a Carlos, que ya sería bastante, sino que hice amigos, incluso catalanes, fomenté aún más la lectura de obras (ya en original, como en el caso gallego; ya en traducción, como en el caso euskera) en las diversas lenguas de España. Asimismo, y para mí es muy importante, coloqué a Asturias en mi geografía particular. Desde 1991, mi primer Verines, no he perdido ni una sola ocasión de pasar por Asturias, hasta el punto que me descubrí cicerone de alguien que pisaba el país por vez primera. Me refiero a la escritora británica Doris Lessing, quien me honra con una cierta amistad y a quien acompañé en la recepción de su Premio Príncipe de Asturias del 2001. Verines en Salamanca No olvidaré nunca el día en que murió Carlos Casares (y me suena al "Nunca olvidaré el día en que murió Laura...", del memorable filme homónimo de Otto Preminger), porque lamentablemente coincide con mi primera visita a Salamanca, donde una mañana, 9 de marzo del 2002, mientras desayunaba y me despedía de la bellísima ciudad leí la noticia de su muerte en el periódico. Ante la noticia, que habría deseado no leer, recordé a Adolfo Bioy Casares, quien manifestaba que no se moría porque era un hombre educado. ¿Me habría yo engañado respecto a Carlos y su corrección de trato? Ciertamente, me lo planteé, porque tamaña incorrección es de difícil perdón. (Lo mismo pensé, en su momento de Montse, una amiga que sólo me falló en una ocasión: cuando me orilló por sus lectores.) Uno de tantos tópicos es que la vida está hecha de claroscuros. Ciertamente, a raíz de mi paso por Salamanca (el día anterior, el 8 de marzo, el día en que murió Carlos, curiosamente el Día Internacional de la Mujer, yo había discurseado sobre una admirada amiga, la ya mencionada Doris Lessing, en aquella ciudad que no sé si se me resistía o yo me resistía a ella), que para mí es como decir Verines. En Salamanca mi recuerdo de Verines había sido constante y maldije al destino que me lo hacía aún más patente, si Niéndose de Carlos. De Salamanca, ya de turismo, digamos, a la Soria machadiana, punto geográfico que también se me había resistido o al que yo me había resistido (supongo que mi peregrinaje casi anual a Collioure me disculpa en parte), me perseguía el recuerdo de Carlos. Pensé, por pensar algo, que de vuelta a mi internet, ya en casa, mandaría un mail a Suso. No lo hice. jEs grave pecar por omisión! Dicen que la vida sigue y Verines también Sin olvidar Salamanca, ni Soria, ni mis limitaciones, Társila (Peñarrubia) desde su casa (Ministerio de Cultura, Madrid) me invita al Encuentros en Verines del 2002. Como, creo, todo el mundo, ni pregunto quien estará presente, una precaución elemental consuetudinaria al recibir la invitación a cualquier otro encuentro. El título del encuentro es "Encuentro de 105 Encuentros. Homenaje a Carlos Casares" y, subsidiariamente o no, literatura oral y escrita. Es decir, segundo homenaje a Carlos Casares. Por lo que se refiere al tema, me impresionó mucho y se me grabó en el pensamiento la afirmación de Edgar Morin, en un encuentro en el Parlamento Europeo en Estrasburgo. Morin dijo, más o menos, que nosotros, 105 occidentales, obsesionados por la alfabetización nos hemos cargado impunemente cantidad de culturas, que eran tan 5010 orales. Seguramente. Tampoco se me aleja del pensamiento cierto exabrupto que tuvo mucha fortuna en mi país, Cataluña, recién fallecido el "defuntiño", valga la redundancia. Corrió a cargo de un eminente prosista doblado de mercenario, mimando y mimado por el poder de turno, y consistía en asegurar que la poesía (ciertamente más oral que la narrativa) era propia de pueblos de tam-tam y, en consecuencia, si una cultura-como la catalanadeseaba un reconocimiento cabal, debía orillarla y centrarse única y exclusivamente en la prosa. Sin comentarios. Tampoco olvido la abuela de Víctor Fernández Freixanes y mi primer Verines. En mi infancia, mi abuela, a diferencia de la suya, no me contaba cuentos, que tan útiles habrían sido para mi carrera de narradora, que discurre tímidamente con la de poeta. En realidad, mi abuela seguía el patrón de las abuelas de mis amiguitas, sencillamente porque nos encontrábamos en plena guerra (Segunda Mundial) y en plena posguerra (Guerra Civil española) y mejor) era evitar la fabulación. Sin embargo, me llevaba cada semana al teatro o al cine (con la merienda a cuestas). De las muchas cosas que le debo, es un cierto amor por el teatro, que he practicado y habría practicado más si el teatro en Cataluña no fuera un club privado del que no soy socia. Una cosa va por la otra. Además mi abuela no era ni gallega, ni irlandesa, ni mallorquina: era catalana. Y hace años que sé que Cataluña es un país menos poético, menos fabulador que Galicia, Irlanda o Mallorca. Sin embargo, ha dado grandes poetas y grandes narradores. ¿Habrá alguna esperanza para mí? Naturalmente, no soy yo quién para decirlo. Cuando ya han pasado once años De alguna manera, en mi primer Verines (1991), para no acomplejarme ante Víctor F. Freixanes, saqué a mi abuelita inventada, Virginia Woolf (1882-1941). Hoy también la sacaré a relucir, aunque sea tangencialmente. En 1943, cuando el llamado Grupo de Bloomsbury, que, según sus componentes, nunca pretendió ser un Grupo ni de Bloomsbury, ya tenía mermadas sus filas (Roger Fry había muerto en 1934; Lytton Strachey, en 1932; y Virginia se había suicidado en 1941) y hacía unos años que habían decidido crear un grupo "comme il faut", para recordar, básicamente, que titularon consecuentemente el "Memoir Club", a cuyas reuniones debemos el excelente recuerdo woolfiano Moments of Being (en versión castellana, Momentos de vida), la pintora Vanessa Bell decidió plasmar en lienzo a los supervivientes, con imágenes de los ausentes adornando las paredes de la estancia. No me parecería mal que, en la tradicional sala en el primer piso de la Casona de Verines, donde los participantes expresamos nuestras supuestas genialidades, o en el salón donde yantamos, nos contemplaran Carlos Casares y Montserrat Roig, por ejemplo, aunque seguro que ya nos contemplan. Tampoco me parecería mal un "Diccionario de citas de Verinesft o muchas otras iniciativas que, seguro, pueden aparecer. En cualquier caso, lo que debe existir y resistir es Verines, en especial para quienes procedemos de literaturas en lenguas "menos conocidas, como suele decirse en los encuentros internacionales. En especial, para quienes proceden de literaturas en lenguas "muy extendidas", como la castellana. En especial, para todos, porque en Verines siempre aprendemos algo, incluso la nostalgia ante algunas ausencias no queridas. Mira-sol Alt