Las dos caras de Jano

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cuadernos del claeh ∙ Pérez Bocca ∙ Anatomía del refugio-palabra ∙ Pp. 203-207
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Anatomía del refugio-palabra
Claudia Pérez Bocca
Sobre Modzelewski, Helena (2015).
El refugio de las palabras dormidas.
Montevideo: Susana Aliano Casales Proyectos Editoriales
El individuo subalterno no puede hablar, pues no existe mérito alguno en la
lista completa de la lavandería donde la «mujer» sea vista como una prenda
piadosa. La representación no se ha marchitado. La mujer intelectual tiene
como intelectual una tarea circunscripta que ella no puede desheredar
poniendo un florilegio en su firma.
Y la mujer subalterna seguirá muda como siempre (Spivak, Gayatri, 1998)
Las palabras, una vez despiertas, volvieron a dormirse (Modzelewski, 2015)
Testimonio narrativizado de una experiencia de trabajo poético en un contexto social
de exclusión, el libro coloca y conecta varias formas de mirar al otro. Este proceso puede
consistir en la reformulación de una propuesta evangelizadora que se relaciona con la
toma de conciencia, o en mostrar otros paisajes de la vida a través del pensamiento poético, propuesta que tiene como efecto colateral movilizar tanto al supuesto dador como al
receptor. Relato sincero, poético, anclado en la noción de humanidad, parece devolvernos
la idea de que la literatura no es solo un jugueteo con las palabras o un desentrañamiento
y develamiento de una realidad que solo se ve en el arte. Nos devuelve la poeticidad de la
experiencia de la vida cotidiana, sin dejar de considerar que la salida de sí de la palabra
comprometida nos permite develar una experiencia del yo.
¿Puede hablar la subalterna?
Los vericuetos que pueden hacer que alguien termine viviendo en la calle son más
misteriosos que una novela policial.
Gayatri Spivak se plantea y problematiza la cuestión de la subalternidad, social y de
género, y plantea cómo, muchas veces, los discursos teóricos sobre esta mantienen la idea
de sujeto occidental en su restricción. ¿Cómo hablar del otro sin encorsetarlo en una matriz
204 cuadernos del claeh ∙ Segunda serie, año 35, n.º 103, 2016-1 ∙ issn 0797-6062 - issn [en línea] 2393-5979 ∙ Pp. 203-207
adquirida, por más que sea híbrida? Es decir, ese sujeto, sujetado de por sí, que precisa de
lo otro para autodefinirse, aunque sea provisoriamente, y que frente a un discurso supuestamente hegemónico se presenta como otro que debe ser traducido. «La cuestión es, más
bien, que, en ambos problemas, tanto como objeto de una historiografía colonialista y como
sujeto de la rebelión, la construcción ideológica de género se presenta bajo el dominio de
lo masculino», señala Spivak (1998), aludiendo a esa doble subalternidad de clase y género.
Dice Modzelewski:
Sueñan con ser madres, son madres y, cuando el bebé deja de necesitarlas demasiado, son madres de nuevo, para nunca dejar de sentirse únicas para alguien.
Spivak subraya la postura derrideana del habla del otro, de todo otro, como otro completo que habla también en nosotros. O realiza, en el ejemplo, la maternidad. Esa figura de
la mujer pronunciada en la tradición del falocentrismo. ¿Qué es lo que los círculos de élite
deben hacer para velar por la continuación de la construcción de un discurso subalterno, no
como función benevolentemente normalizadora? Para esta autora, en los mecanismos para
construir la conciencia del otro y asumirla es imposible no arraigarse o entremezclarse con
la constitución de un sujeto imperialista, aún en los discursos antiimperialistas, que muchas
veces recrean performativamente la matriz dominadora. Derrida advierte sobre el peligro
de apropiarse del otro por asimilación, exhorta a la reescritura de un impulso estructural
utópico «reproduciendo como delirante la voz interior que es la voz del otro en nosotros».
El examen del problema de la conciencia de la mujer como individuo subalterno puede
pasar por la victimización y por el posicionamiento de un intelectual «esclarecido» como
sujeto investigador. Helena narra, recuperando un entredós entre la cotidianeidad y el sueño:
A veces no me gusta ir al refugio. Hoy, por ejemplo, no parece ser un buen día. Voy
un poco descorazonada. A veces me ocurre Me siento indigna de mi casa, de los
domingos en que mis hijos haraganean en sus camas, de mi perro. Por eso no les
llevo cuentos para leer hoy. Quisiera que profundizaran en los proyectos de futuro
que han escrito hace una semana. Necesitan más detalles para hacerlos tangibles,
para librarse de la sensación de que es solo ficción. Voy a pedirles que hoy escriban el
eslabón perdido: lo que debería ocurrir entre el día de hoy y ese ensueño del mañana.
Ejercicio del testimonio como doble refugio
Nunca respondí. Yo no voy a salvar el mundo.
Como refugio, puede plantearse que evitamos por un tiempo la «acción modeladora», señalada por Asensi (2007): «la acción consistente en crear sujetos (cuerpos, gestos,
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acciones, discursos, subjetividades) que se representan, perciben y conciben el mundo
y a sí mismos según modelos previamente codificados, ideológicos, cuya finalidad es la
práctica de una política normativa y obligatoria, y cuya estrategia consiste en presentarse
como «naturales».» El refugio también es la salida y la acogida. Heidegger fundamentó
las razones por las cuales «ser-en» no es algo que el Dasein pueda elegir, sino una manera esencial de ese ser, tan esencial que en la expresión «ser-en-el mundo», ser y mundo
no son dos unidades puestas una junto a la otra, sino un vínculo que absorbe la manera
como mora el sujeto en su entorno. Ese ser emerge en virtud del lenguaje en tanto que
«habla», lo cual quiere decir que el ser-en es lo que es precisamente en virtud de esa
habla. En este sentido, todo sujeto solo puede operar dentro de una modelización, que
responde a una dirección ideológica. Lotman, definió el arte como un «sistema modelizante secundario» (1978, p. 20), «modelización» como mecanismo performativo que crea
efectos de sujeto (cuerpos, gestos, acciones, discursos, subjetividades). Lo que se modela
no existía previamente, sino que es el producto de la modelización misma. Parece así que
no pudiéramos refugiarnos de esa modelización. Pero, al menos, se puede dar cuenta de
él, como se narra Modzelewsi:
Mi propósito es errático, casi irresponsable: ir a verlas cada semana, munida
de libros de relatos, papeles y lápices, para incitar en ellas su imaginación y sus
propios cuentos
Para Asensi existen textos téticos, cuya estrategia fundamental es la de ocultar su
carácter ideológico o sus fisuras, y los textos atéticos que en su disposición dan a ver la
ideología. Tienen potencial desautomatizador, de ideas y/o de fórmulas poéticas escapan
a una condicionada verosimilitud. Salen de la «limpieza esteticista». La crítica debería ser
capaz de aislar la imagen y desarmar lo naturalizado, como hace la palabra poética, no
simplemente esteticista. Con respecto a la exposición del subalterno como ideologema,
Asensi no entiende la subalternidad como una posición fija y esencial. El lugar de la subalternidad es el de una pluralidad móvil, como un efecto de discurso de las relaciones
antagonísticas, producido por un proceso de subalternización ejercida por otro individuo.
Así las cosas, el subalterno no es sólo el que no puede hablar, dice Spivak. «Por ejemplo,
puede haber un subalterno económico, un lumpen, que subalternice a una mujer, la cual
queda en posición de subalterna en razón de su sexo. La «literatura» nos muestra este
problema continuamente». El subalterno nombra esa posición resultante de una violencia procedente de distintos niveles y espacios sociales: económica, raza, género, religión,
etc. Por consiguiente, la crítica como sabotaje adopta el punto de vista del subalterno, sí,
pero es clase. Por ello la operación de sabotaje es productiva, al impedir cristalizaciones
permanentes. Como ha dicho Foucault (1979, p. 27): «el término poder […] no hace otra
cosa que recubrir toda una serie de mecanismos particulares, definibles y definidos, que
parecen susceptibles de inducir comportamientos o discursos», y ello asumiendo que
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«saber y poder no son más que rejillas de análisis». Crítica saboteadora y deconstrucción
se vinculan, así lo veo en este pasaje de Modzelewski:
Soy una más en el plantel docente que nutre los largos, interminables días de estas
mujeres. […] Se trata de un programa estatal de reinserción de mujeres que han
perdido prácticamente todo: trabajo y relaciones sociales, lo que las ha arrojado a
la calle. Lo único que les queda son sus hijos. Estas mujeres pasan las noches en los
refugios nocturnos del Estado y sus días transcurrirían a la intemperie si no fuera por
este hogar diurno, entre otros, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social, donde
a cambio de tener un lugar donde pasar el día y alimentarse, ellas deben participar
en talleres que buscan devolverlas a la trama social de donde se han desenganchado.
No hay aquí soberanía emancipadora, sino la conciencia de una acción a través
de la palabra poética, una duda sobre su potencial de acción, un hacer como isla en el
punto de la nada.
Melancolía del duelo:
el que se refugia hace y deja hacer
Cada una de ellas toma una lapicera, no porque vaya a escribir inmediatamente,
sino como un gesto de aplicación, de disposición al taller; ellas están preparadas
para escribir, sea lo que sea que yo les pida.
Ese gesto de disposición, ese transferir al imaginario, nos lleva al concepto que propone Butler de agencia, que no es sinónimo de soberanía. Aquel que actúa (aunque no
es un sujeto soberano), actúa precisamente en la medida en que existe desde el principio
dentro de un campo lingüístico de restricciones que son al mismo tiempo posibilidades.
Butler (2004) intenta de este modo fundar una noción alternativa de libertad performativa
y de responsabilidad política, una noción que reconozca plenamente el modo en el ser en
el lenguaje. Hacemos cosas con palabras, producimos efectos con el lenguaje, y hacemos
cosas al lenguaje, pero podemos llamar la atención sobre el «instrumento a través del que
se ejerce el poder», haciendo que la elección resida en el interlocutor, el o la que lee este
libro. El lenguaje se piensa «sobre todo como agencia», a diferencia, por una parte, de formas
de dominio y control, y por otra, de la clausura del sistema. El lenguaje vive o muere como
un ser vivo puede vivir o morir, de modo que la cuestión de la supervivencia es central en
relación a la cuestión de cómo se usa el lenguaje El lenguaje permanece vivo cuando se niega
a «encapsular» o a «capturar» los hechos y las vidas que describe. Así vive la pregunta, la
duda de la narradora-personaje de este relato autobiográfico. Aunque a veces su elegancia
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consiste en desplazar la experiencia, no es un sustituto de ella. Se inclina hacia el lugar en
el que podría residir el significado» (Butler). Y más adelante: «Su fuerza, su éxito, reside
en alcanzar lo inefable». La violencia del lenguaje consiste en su esfuerzo por capturar lo
inefable y destrozarlo, por apresar aquello que debe seguir siendo inaprensible para que el
lenguaje funcione como algo vivo. La mujer que escribe ejerce una agencia sobre el relato
de su vida. Llama la atención sobre el «instrumento a través del que se ejerce el poder»,
haciendo que la elección resida en las manos del interlocutor que ella no puede ver.
¿Qué hay encerrado en estas mujeres? ¿Quiénes son estas personas que no poseen
más bienes materiales que la calle, que no han podido atenerse a una vida «normal»,
que no han podido mantener un techo para sus hijos, vínculos familiares que las
ayuden, alguien que las ame tanto como para encontrar impensable verlas en la
calle? Y, sin embargo, escriben como yo escribiría, comparten como yo comparto
y sienten como yo siento… Estoy perturbada.
La posibilidad de agencia está en la pregunta, en la confrontación de dos paradigmas
donde no hay tantas diferencias. Aquel que actúa (que no es lo mismo que el sujeto soberano) actúa precisamente en la medida en que él o ella es constituido en tanto que actor y,
por lo tanto, opera desde el principio dentro de un campo lingüístico de restricciones que
son al mismo tiempo posibilidades. Posibilidades de salir del juicio a priori y confrontarse
con la complejidad de una red de interacciones. Así concluye este texto, aunque quizás
las palabras dormidas mantuvieron su potencial desautomatizador:
—Al final no ganamos la licitación para un año más. Van a usar la casona para otra
cosa. Una pena, las chicas se dispersaron. Yo ahora estoy trabajando en un hogar
infantil. Cuando quieras, sos bienvenida.
«Las chicas se dispersaron». Nuestros esfuerzos también. Las palabras, una vez
despiertas, volvieron a dormirse.
Bibliografía consultada
Asensi, Manuel (2007). «Crítica, sabotaje y subalternidad». Recuperado de: ‹dialnet.unirioja.
es/descarga/articulo/2297460.pdf›. [consulta: 6.2.2016].
Butler, Judith (2004). Lenguaje, poder e identidad. Madrid: Síntesis.
Foucault, Michel (1979). Microfísica del poder. Madrid: Las Ediciones de la Piqueta.
Modzelewski, Helena (2015). El refugio de las palabras dormidas. Montevideo: Susana
Aliano Casales Proyectos Editoriales.
Spivak, Gayatri (1998). «¿Puede hablar el subalterno?», Orbis Tertius, año 3, n.º 6, pp. 175-235.
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