MADRID. 0h 165 Murillo, oh Velazquez, oh pobre pluma mia! p ocos dias despues de mi llegada a Madrid, vi Primera vez, desembocando por la calle de Al**& en la puerta del Sol, al Rey Amadeo. Senti un Placer vivisimo, como si vol viera a ver al mas iatimo aei nis amigos. Es cosa curiosa encontrarse en un Pais donde la unica persona conocida sea el Rey. "abanme tentaciones de correr tras de el gritando: ""-Senor, soy yo, he llegado.— °on Amadeo seguia en Madrid las costumbres pater nas. Se levantaba al amanccer, e iba a dar un paJ^Porlos jardines delCampo del Moro, que se exUe nden entre el Palacio Real yel Manzanarcs; 6 bien se d |rigia a visitar los Museos, atravesando la eiudad a P»e con un solo ayudante de campo. Las criadas, al v °'ver a casa embarazadas con la cesta llena, conab an a sus adormiladas ducfias que lo habian en? 0 n t r a d o, que habian pasado junto a el, casi toeanJ " 0 : las amas republicanas decian:-—Asidebehacer, ~~Y las carlistas torcian el jeslo murmurando:-Que ««ase de rey!,__0 c o m o 0 i dccir una vez:-Quiere a aa costa que l e pegucn un tiro.—Al volver a pala° recibia al capitan general yal gobernador de Mam » los cuales, segun costumbrc antigua, debian rc P sentarse diariamente al Rey para saber si tenia lu *° We ordenar al ejercito y a la policja. Llegaban ee los ministros. Ademas de verlos a todos juntos en ° c onsejo una vez por semana, Amadeo recibia auno ^ el, os cada dia. Luego que se iba el minislro, coenzaba la audicncia: Don Amadeo daba audiencia Por 166 MADRID. todos los días á lo menos durante una hora, y u. cas veces durante dos. Las pretensiones eran ^ merables, y el objeto de las pretcnsiones faC1 ¡()S) adivinar: limosnas, pensiones, empleos, Pr*vl ¡Díi cruces; el Rey recibía á todos. También la a daba audiencia; aunque no cuotidianamente, a 5 de su mudable estado de salud. Tocábanle a e ^ obras de beneficencia. Recibía en presencia mayordomo y de una camarista, á la mism* ^^ que el Rey, á toda especie de gente: señoras, o ^ mujeres del pueblo, escuchando piadosatnen ^ gos relatos de miserias y de dolores. Distn l gj0 obras de caridad más de cien mil pesetas al m 's¡ contar los donativos extraordinarios á los nosV Qi á los hospitales y otros institutos benéficos. A " ^ fundó ella misma. Orilla del Manzanares, a la ve del Palacio Real, en lugar abierto y sonriente, ^ una casita pintada con vivos colores y r° d e a J fiun jardinillo, dentro de la cual se oyen al PaSc0t)ssas, gritos y vagidos de niños. La Reina n , z °. o S f truir aquella casa para recoger en ella á los hij gflS queños de las lavanderas, los cuales, niien _ ^ madres trabajaban, solian estarse por las ca eS puestos á mil peligros. Hay allí maestros y n je de servicio que proveen á todas las necesita ^9 los niños: es á la vez un hospicio y una escu ^ gastos para la fabricación de la casa y P a r a ^ tenimiento, se cubrieron con las veinte iBl a^^6 mensuales que el Estado habia señalado al ^t Pulla. La Reina estableció también un hosp'c ^ kilos ciegos; una casa ó especio de colegio pa MADRID. 167 Jos de las operarias de la fabrica de labacos; una •stribucion dc meneslra, carne y pan para todos los Pobrcs de la ciudad. Ella misma iba muchas veces a" Presenciar la distribucion, apareciendo de improviso Para persuadirse de que no se cornelian abusosj y nabiendo deseubierto algunos, dispuso lo neeesario Para que no se renovasen. Ademas de esto, daba tod °s los meses a las hermanas de la caridad trelnla mi1 pesetas para socorrer a aquellas familias que por su condicion social no podian asistir al esparto de fenestra. De sus actos privados de beneflcencia era diflcil tener noticia, porquc solia hacerlos sin dar a nadie cuenta de ellos. Aun de sus habitos se sabia Poco, porque obraba en todo sin ostentacion, y con Una reserva que casi hubiera parecido excesiva haste en una senora particular. Ni siquiera las damas de ' a corte sabian que iba a oir la platica religiosa & san W*. de los Franceses: una senora la vio por casualiaad la primera vez en medio de sus vecinas. No usa° a er> su traje dislintivo alguno de Reina, ni aun los dl as de comida oficial. La Reina Isabel llevaba un Sran manto morado con las armas de Castilla, diadema , adornos e insignias; dona Victoria nada. Vestia^e comunmente con los colores de la bandera espanola » y con una sencillcz que anunciaba la corona mucho mas que el esplendor y el fausto. Tampoco c °n aquclla simplicidad tenia nada que ver cl oro esPanol, porque todos los gastos que hacia para si, para sus hijos y sus criadas, los hacia con dincro Propio. Cuando reinaban los Borbones todo el Palacio 168 MADRID. . de ' a Real estaba ocupado: el Rey habitaba la parte ^ izquierda, hacia la plaza de Oriente; doña Isa e parte que mira de un lado á la plaza de Oriente 7. otro a la de la Armería; Montpensier la parte op^ ^ ta á la de la Reina; los príncipes tcnian cada l,n0 aposento hacia los jardines del Campo del Mororantc el tiempo que estuvo allí el Rey Amadeo, gran parte del edificio permaneció vacía. Tenía s ^ mente tres pequeñas habitaciones: un salonciW , estudio, una alcoba y el tocador. La alcoba da un largo pasillo por donde se iba á las habitad 0 ^ de los príncipes, junto á las cuales estaba el apo ^ to de la Reina, que no queria separarse nunca de c¡0 , hijos. Habia además un salón destinado á recep rca i nes. Toda esta parte que servia para la fam¡lia d0 entera, ocupábala antes la Reina Isabel sola. C»a supo que don Amadeo y doña Victoria se ha» contentado con tan pequeño espacio, cuéntase 4 exclamó asombrada:—Pobres jóvenes: no P°a moverse. El Rey y la Reina solían comer con un m^0íc^ mo y una camarista. Después de la comida, el fumaba un cigarro de Virginia (sépanlo los de" ^ lores de este principe de los cigarros), y P a s a b ^ 0 sgabincte á ocuparse de las cosas de Estado. A ¿ tumbiaba tomar muchos apuntes y aconseja^ menudo con la Reina, en especial cuando se t r a \flS de poner acuerdo entre los ministros, ócompoDe ^ ánimos divididos de los jefes de partido. L e í a S(ag número de periódicos de todos colores, las ca ^ anónimas que lo amenazaban de muerte, las 1 MADRID. d aban consejos, las poesias saliricas, los proyeclos renovation social, todo cuanto le mandaban. A cosa de las tres salia de palacio a caballo, sonaban las tr onipetas de la guardia, y un servidor con librea encarnada lo seguia a cincuenta pasos de distancia. Hubierase dicho al vcrlo que el mismo no sabia que ue se Rey: contemplaba los chiquillos que pasaban, la s mucstras de las liendas, los soldados, las diiiSencias, las fuentes, con una curiosidad casi infonUl - Recorria toda la calle de Alcala lenlaoicnle, com ° un ciudadano desconocido que pensara en sus ne gociOS) y s e iba al Prado a gozar su parte de aire ^ d e sol. Los ministros rabiaban; los borbomcos, ac oslumbrados al imponente cortejo de Isabel II, dec 'an que arrastraba por las calles la majestad del lr °no de San Fernando; hasta el lacayo que lo segUla miraba en torno con aire irritado, como diciendo:—[Ved un loco, que locura!—Mas dijerase lo que se dijera, el Rey no podia totnar las apariencias de l miedo. Y los espaiioles, menester es decirlo, le nacian en eslo justicia: cualquiera que fuese el jui610 que emitieran de su inteligencia, de su conducta y de su gobierno, no dejaban nunca de afiadir:—En c uanto a valor, despues de todo, no hay nada que decir. Los domingos habia comida oftcial. Asislian a j - 1 I a generates, diputados, profesores, academicos, ^mbres notables en las lelras y en las ciencias. La jtetaa hablaba a todos y de todo, con tal seguridad y *al gracia, que por mucho que se supiera antes de su lB Senio y su cultura, superaba siempreala expcclade , 1 169 170 MADRID. ^_- - ^ ^e tiva. El pueblo, naturalmente, refiriendose a ^ clla sabia, tiraba por lo largo: decia del grieg0'< arabe, del sajiscrito, de la astronomia, de las W ^g_ maticas. La verdad es que discurria agudatnen ^ bre cosas apartadisimas de cuanlo enlra en loS gg, tudios femeniles, y no con aquel hablar vago " ^ pecioso que es propio de quien sabe solaniente ^ los y nombres. Habia csludiado profundame" lcngua espafiola, y la hablaba ya como la Pr ^Q$. eranle familiares la historia, la literatura y laS $et tumbres de su nueva patria; no le faltaba Pal'a fJ verdaderamente espafiola mas que el deseo de 1 ^ maneeer en Espafia. Los liberales murniuraban. ^ borbonicos decian:—No es nuestra Reina;—P°r ^ dos sentian por clla un profundo rcspcto. Los Pc dicos mas encarnizados decian a lo sumo la JjSP^ de D. Amadeo, en vez de decir la Reina. E> &Q violento enlre los diputados republicanos, alud '^ a ra clla en un discurso, no pudo menos de pr° cl , c r la iluslrc y virluosa. Era la unica persona de »^ sa respeclo de la cual ninguno se permilio Ja una burla, ni de palabra ni por escrito; era c ^ una figura dejada en bianco en medio de un c"a de caricaturas malignas. -0|u En cuanto al Rey, parece quo la prensa esp^aargozase de una libertad desniedida. Bajo la s a l v T , jodia del apelalivo de saboyano, de extranjero, ^ ven de la corte, los diarios adversos a la dinas > . cian en sustancia cuanto se les antojaba, y a $> decian cosas amenas. Tomabala esle a pechos v que el Rey era f'eo de cara y de perftl; aquel se Pu MADRID. 171 P°rquo andaba con paso menudito; un tercero hallaba <%na de risa su manera de devotver el saludo; y otr as mcnudencias que no se crecrian. No obstante, el P«eblo de Madrid sentia hacia el, si no cl entusiasm ° d e la Agencia Stefani, al menos una simpatia "^y viva. La sencillez de sus costumbres y la bonaad de su corazon cran proverbiales hasta entre los J u fhachos. Sabiase que no guardaba rencor anadie, ni a un a aquellos que se habian conducido poco digDan iente con ej; que jamas habia hecho un acto desPreciativo a ninguno- que no habia dejado escapar nun ca de sus la'bios una palabra amarga contra sus ene migos. Al que hablasc de los peligros personalcs J u e pudiera correr, respondiale desdefiosamente toao b uea patriota que el pueblo espafiol respeta a JU'en tiene fe en el: sus enemigos encarnizados hab| aban COn ira, mas no con odio: aquellos mismos que JJ° s e quitaban el sombrero al encontrarle por la calle . senlian cstrecharscles el corazon viendo que olros °° s e lo quitaban, y no podian ocultar un senlimien0 de trisleza. Hay imageries de reyes caidos sobrc ' a s cuales se extiende un lienzo negro; otras que so ' u b r e * de un velo bianco, a traves del cual se las eotreve mas heraiosas y venerablesr-Espafia ha ex^ d i d o un velo bianco sobre esta. $ quien sabe si ai u & n dia la vista de csta imagen no arrancara del P ech o de todo espafiol honrado un suspiro secrelo, om0 el recuerdo de una persona amada ofendida, 6 0mo °na voz pacata y benigna que diga en son de amar Soreproche:—Y sin embargo... has obradomal' 172 MADRID. Un domingo el Rey paso revista a los Volun de la Libcrtad, que son una especie dc guardias ^ cionales italianos, con la diferencia de que aq11 ^ preslan un bucn servicio esponlancamente, y no lo prestan siquiera malo ni por fuerza. Los v ^ tarios deblan formar a lo largo de las alameo»s ^ Prado: una muchedumbre inmensa los espC 1 Cuando yo llegue habia ya Ires 6 cuatro bata1 °' El priraero era el batallon de los veleranos; hombres sobre los cincuenta; no pocos vicjisi vestidos de negro, con ros, galones sobre &al0°lull,cruces sobre cruccs; lindos y relucientes conio a nos de academia, y «nel mover degli occhi alleri & tnrdi,* de confundirse con los granaderos dc la vieja fP dia. Seguia a cste otro batallon con otro uD'fo1 cllo panlalon gris, levita abicrta y vuella sobre el Pc^gj con anchas franjas de pafio cncarnadisimo; no ya fu. kepi con penachoazul, y bayoneta calada en c sil. Olro batallon, otro uniforme: no ya kepi, de n ros; no ya franjas de paiio encarnado, sino de "^g verde; pantalones de olro color; no bayoneta, machete. Un cuarto batallon, un cuarto um1° s pcnachos, colores, armas, lodo diverso. Llega" ^ batallones, otro aspecto. Algunos traen yeln10 prusiana, otros yelmo sin punta; quien bayo" ^0 quien machetes rectos, quien machetes corvos, <\ machetes en forma de sierpe; aqui soldados c ° n c V 0 : dones; alia sin cordoncs, aculla cordones dc n MADRID. 173 cinturoncs, espadines, corbatas, plumas, cada cosa cambia a cada instante. Y son todas divisas raras y Pomposas, coacioncolorcs y cien dijesque cuelgan, reluccn y ondulan. Cada batallon tiene una bandera do forma diversa, cubicrta de bordados, cintas y franjas. Enlre los otros se ven milicianos vestidos do Paisano, con una lira cualquicra cosida a largas punk a s , sobre un pardecalzones rcmendados; algunos sin corbala, otros con corbata negra, chaleco abicrl o y camisa de cborrera; muchachos dc quince y hasta doce auos, armados de punla en bianco en medio de las filas; cantineras con saya corta y pantaloQ es encarnados, y caDaslos Uenos de eigarros y naranjas. Dclante de los batallones un continuo correr dcoficialesacaballo. Cada comandantc llcva en la cabeza, 6 en. el pecho, 6 en la silla, algun adorno de su invencion; a cada momento pasa un correo que no s e sabe a que diablo dc cuerpo pertenczca; se ven Salones en los brazos, en las espaldas y alrededor del cuello: de plata, de oro y de lana; medallas y cruces tan espesas que esconden lamilad del pecho, Puostas una sobre otra, por encima y por bajo de la cintura; guantes de todos los colores del iris; sables, es Padas, espadines, espadones, pistolas, rcwolvers; Una mescolanza, en suma, de todas las divisas y de tQ das las armas de todos los ejercitos; una variedad Ca Paz de cansar a diez comisiones ministeriales para la modification del vestuario; una confusion de perder la cabeza. No recuerdo si eran doce 6 catorce batallones, cada uno de los cuales, al escoger su P'-opia divisa, se habia esforzado por distinguirse lo 174 , MADRID. as posible de los reslantes. Mandabalos el A ^ mas dc, que tenia tambien su uniforme fantastico. P° ^ scr ocho mil hombres. A la hora fljada, un i®\ viso correr de oficiales dc estado mayor y e l s 0 ^ . de las trompetas anunciarou la llegada delRey- • go en efecto por la calle de Alcala D. A»nad®'dB caballo, vestido de capitan general, con b° * .0 montar, calzones blancos y casaca; detras de ei ^ un cspeso escuadron de generates , a y u d a n i c ^ campo, lacayos vestidos de encarnado, lan<5 j ^ coraceros y guardias. Despues que hubo reC °' ta ia toda la frente del ejercilo, desdc el Prado h a ^ iglesia de Atocha, en medio de una muchedu^ ^ fija y sileneiosa, volvio hacia la callo de Al Aqui habia multitud inmensa de gente que ond • y se agitaba como el mar. El Rcy y su estado yor fueron a colocarse delante de la iglesia de Jose, con la espalda vueita a la fachada, y iaa(,i0 balleria despejo, no sin fatiga, un pcquefio esp , por donde pudiesen desfllar los batallones. ^ Desfilaron por compaiiias. A medida <lu0 yi* pasando, £ una serial del comandante gritabau:"' va el Rey! Viva D. Amadeo primero! i(je» El primer oficial que lanzo el grito tuvo UD» . infcliz. El viva dado expoataneamente por If* ^ meros, se hizo comoun deber paratodos los &^ <j y fue causa de que el publico tomase la wf* $ menor fuerza y armonia de las voces como si? u„ demostracion politica. Algunos pelotones d a ruviva tan flaco y corto, que parecia la voz de u " [tipo de cnfermos pidiendo socorro: enlonces la MADRID. tl 175 ><i prorumpia en risas. Otros pelotones gritaban a s&amtarse, y tambien su grito era interpretado c °mo demostracion de hostilidad a la dinastia. Corriau varias voces entre la gente que estaba junto a mi - Uno decia:—Ahora viene tal batallon; es un ballon de republicanos; ya veran Vds. como no grila —El batallon no gritaba: los espectadores tosian. Otro dccia:—Es una vergiienza, una falta de educaci °n; a mi tampoco me gusta D. Amadeo; pero callo y rcspeto. Hubo alguna cuestion. Un jovenzuelo &rit6 viva con voz de falsete; llamole impertinente "ncaballero; resintiose el otro; alzaron ambos las '"anos; los dividio un tercero. Entre batallon y ballon pasaban ciudadanos a caballo: algunos no se ^uilaban el sombrero, y miraban sin embargo al R ey: entonces se oian en la multitud voces diversas, c omo muy bien y mal criado. Otros que hubieran ^"erido saludar, no saludaban por miedo, y pasaban c °n la cabeza baja y el rostro encendido de verguen*a- Otros, por el contrario, repugnandoles aquel esPectaculo, hacian a las barbas de todos una valerosa de «iostracion de amadeismo pasandoconel sombrero en la mano, y mirando ora respetuosam.ente al Key, 0ra altaneramente a la muchedumbrc por espacio de "na docena de pasos. El Rey estuvo inmovil hasta el fi n del desfile con exprcsion inalterable de serena altivez. Asi termino la revista. E sta milicia nacional, aunque menos desorgam2a(ia y concluida que la nucstra, no es lodavia mas 1«e una larva; el ridiculo ha corrompido sus raiees. de 176 MADRID. LAS CORRIDAS DE TOKOS. de' aS El 31 de Marzo so inauguro el espectaculo o corridas de toros. Discurramos sobrc el a n ^ antojo, porque el asunto lo mcrece. El que hay0 ha bef la descripcion de Baretti, haga cuenta do n° ^ leido nada. Baretli no vio ma's que las corTLai{ii toros de Lisboa, que ea parangon con las d e 'drid; son juegos de chiquillos; la sede del arte es J» g ^. aquilos grandes artistas, aqui los e s p e c t a c " 1 0 e . luosos, aqui los espectadores maestros, aq" 1 1 0 d es ces que reparten la gloria. La Plaza de, Mad el Teatro de la Scala del arte lauromaco. ^ p.La inauguracion de las corridas de toros e ^ drid es mucho mSs importante que un cambio r uisterio. Un mes antes se ha extendido el a« u ° c ' | b a o toda Espana; desde Cadiz a Barcelona, desde r> hasta Almeria, se habla de los toreros y de »• ' |aS de los toros; disponense viajes de placer ent ^ provincias y la capital; el que anda escaso de ^ ros, hace economias para procurarse un buen P 5 en la Plaza el dia solcmne; los padres y las n» , ,„ prometen a los hijos estudiosos que los Ilcvara ^ corrida; los amantcs lo prometen a las herm° s * ^ o periodicos aseguran que se tendra una buena ^ rada; scnalase con el dedo a los toreros escriW^ ^ que andan y a por Madrid; corren voces de ^ ^ Hegado los toros, hay quien los ha visto, s e s de1 empeiios para ir a verlos: son toros de los pas ^ \t duque de Veragua, del marques de la Merccd> MADRID. 177 excclcntisima senora viuda de Villaseca, •magnifie s , formidables; se abre el despacho para los abodes; acuden en tropel los aficionados, los criados de as familias nobles, los agentes, los amigos encargaos de tomar asientos; el primer dia, el empresario . metido en caja diez mil duros, el segundo seis 9>M> en una semana veinte mil; llega Frascuelo, el lamoso matador, llega el Cuco, llega Calderon; estan a 'li todos; ; tres dias no mas!; millares de personas no hablan de olra cosa; hay sefioras que suenan con a Plaza , ministros que no tienen ya cabeza para los n egocios, viejos aficionados que no sosiegan en el Pe'lejo; obreros, pobres que dcjan de fumar para ^?er aquellos pocos cuartos el dia del espectaculo. "iene finalmente la vispera; el sabado por la mafiana, a ntes del alba, en un piso bajo de la calle de Alcala, se comienza a vender los billetes: aiin no se ha abier0 la . Puerta, y hay ya gran muchedumbre de gente; Sritan, se empujan y atropellan; veinte guardias ciVlles c °n el rewolver a la cintura se afanan y fatigan P°r obtener un poco de quietud; es un ir y venir inCe sante. Apunla el dia suspirado. El espectaculo co^lenza a las tres; a medio dia se mueve la gente de °das partes hacia la Plaza; la Plaza esta en un exIremo del barrio de Salamanca, al otro lado del Pra»fuera de la Puerta de Alcala; todas las calles que °nducen a ella son recorridas por una procesion de Pueblo; los alrededores del cdificio parecen un hormi guero; llegan piquetes de soldados y de volunta"os de la libertad precedidos de musicas; una lurba e aguadores y naranjeros atruena el cielo con sus c 12 178 MADRID. U grilos: los revendcdores de billetcs van dc aq ^ ra alia solicitados por cien voces; jdesgracia ^ que no tenga todavia billele! pagara el dob'e._ $, pie, el cuadruplo! pero ^que importa?: so p a & ° $ llctc aim en diez duros, dun en una onza. Esp c(). al Rey; dieese que vendra tambicn la RelD ' 0r< mienzan a Uegar los carruajes de los pajar0 a0dos: el duque de Fernan-Nunez, el duque d e uu» les, el marques de la Vega de Armijo; con el -^ multilud de grandes de Espafia, la flor de la s; cracia; los ministros, los gcnerales, los ernbaja ^ cuanto hay de hermoso, de cspleodido y &° s ^ s en la vasta ciudad. Se entra en la Plaza po'" ^ ^ puertas; antes de entrar esta ya uno ensoi de^1 ft| Entre. La Plaza es inmensa. Vista d e s d e d 0 W no tiene nadade notable: cs un edificio redoDa - e jo, sin ventanas, dado de amarillo; pero al en 0, experiments un scnlimiento vivisimo de aso ^ E$ un circo para un pueblo; caben en el diez ^ ^ pectadores; podria maniobrar un regimiento d6 balleria. La Arena es circular, vastisima, caP ^ contener dicz de nuestros circos ecuestres, y ft una barrera de madera alta casi hasta el euc^ ua un hombre, y por la parte interior provista ^ cstribo, sobre el cual apoyan el pie los torero ^ r sallar al lado opueslo cuando el toro les siSue- 6el mas dc csta barrera hay otra mas elcvada, P° $• toro salla a menudo la primcra; y enlre esta y .||0| Ha corre a lo largo de todo el redondel un P Jj/t& ancho poco mas de un metro, por el cual van lcI»' nen los toreros antes de la lidia, y cstiin du MADRID. 179 'dialos mozos dc la Plaza, los carpinteros dispues°s a rcparar los deslrozos que puede hacer el toro, 0s guardias, los vendedores de naranjas, los aficionados que gozan de la amistad del empresario, y los Personajes a quienes es pcrmilido abrir un boqueto en el rcglamento. Al otro lado de la segunda barrera *e alza una gradinata de picdra; mas alia de la gra*jlnata los paleos; bajo los palcos una galeria oeupaQa Por tres ordcnes de asientos. Los palcos pueden Coi "ener cada uno dos 6 tres familias: el del Rey es ^ a g r a n sala, y junto al palco del Rey esta el del A yuntamiento, donde el alcalde, 6 alguno por el, Preside el espectaculo. Hay palco para los minisros > para el gobernador, para los embajadores; cada atmlia de la nobleza tiene uno; los jovcnes bontonisJ C O m o diria Giusti, tienen uno entre varios; luego l(J nen los palcos dc alquiler, que cuestan un senli°_ Todos los asientos de la gradinata estan numead os; cada uno tiene su billete; la entrada se hace m °l mas minimo desorden. Esta la Plaza dividida n dos partes: la parte donde da el sol, y la parte de a sombra: en esta se paga mas; a la otra va el pue^ ° bajo. El redondel tiene cuatro puertas, a inter0s c asi iguales entrc si: la puerta por la cual ent' an los toreros, la de los toros, la de los caballos, y la d ^ los que anuncian el espectaculo, bajo el palco d eI R ey. Sobre la puerta que da entrada a los toros, s ta d1Za U n a e s P e c i e d e terrado que se llama la mesedel torii. Afortunado el que puede enconlrar alii ta ^l 10 ' E a e s l a m c s e t a » y c a u n pequeno palco, es' D 0 s nuc a una senal que se hace desde el palco 180 MADRID. del Ayuntamienlo, tocan la trompcta y e i ^ en para anunciar la salida del toro. Frente a ,joata» la parte opuesla del rcdondel, sobre la S ^tir esta la banda musical. Toda la gradinata se gU vidida en tendidos, cada uno de los cuales ^ 0 . puerta de cntrada. Antes de que comience c ^ taculo, el pueblo pucde bajar al redondel J^, |0s por todos los ambitos del edificio: va uno Ja caballos encerrados en un patio, y destina ^ro$ morir la mayor parte; a ver los chiquer0S ipo' dentro de los cuales estan presos los toros, ,e el go pasan de uno en otro, hasta un corredor ^ . cual se lanzan a la Arena; a ver la enfermert '^Qe,f dcson trasladados los toreros hcridos; J unt0 ^ gta s laS ta principal de entrada, donde estdn expu ^ banderillas que se han de clavar en el cUc],oSvie; toros, y donde se encuentra multitud de t o r ^ $t jos, este lisiado, aquel sin un brazo, el de t{fi con muletas, y de toreros jovenes no adnn x c0ttiprfl a los honores de la Plaza de Madrid; s e pO** despues un mimcro del Bolelin de LoterM*^.^ que promote maravillas para la funcion del ^ uno que los porteros le den el progratna ,ornpf>s' taculo, y una hoja impresa dividida en c S) If para anotar las varas, las estocadas, las c0rr heridas; se da vueltas por los intermit ^[0^ dores y las interminables escaleras, e n baja, ? | una muchedumbre que va y viene, sube y ^ tando y armando tal estrepito que ticm jUr s edificio; yfinalmenle,vuelve uno a su P ^ t La Plaza esta llena da bote en bole, y MADRID. 181 espectaculo del cual es imposible que forme idea quien no lo haya visto: cs un mar de cabezas, de sombreros, de abanicos y de manos que se agitan en el aire: en la parte de la sombra, dondc estan !os senores, todo negro; en la parte del sol, donde esta el pueblo bajo, mil colores vivisimos de vestid °s, sombrilias, abanicos de papel, una inmensa •"ascarada. No hay silio para un nifio; la multitud e sta apretada como una falange; se ve uno y se desea para mover los brazos. Y no es el bullicio y cstrepilo de los demas teatros; es distinto; es una agitation, unavida enteramente propia del Circo: tod °s gritan, se llaman y saludan con alegria frenetica . los ninos y las mujeres Chilian, los hombres mas ^aves diablean como mozalvetes; los jovenes, en Srupos de vcinte y de treinta juntos, voceando a eompas y dando con los bastones en la gradinata, anuncian al representante del Ayuntamiento que ya es hora; en los palcos un rebullicio, propio de gaHinero de teatro diurno; al grilerio ensordeciente de la multitud se mezclan los chillidos de un centenar d e vendedores que tiran naranjas por todas partes; su ena la musica, los loros mugen, oyese el rumor de la muchedumbre agrupada fuera...: es un espec'aculo que produce vertigos: antes de que comience la lucha, estais ya rcndidos, ebrios, desmemoriados. I>e repente se oyc una exclamation:—El Rey!— El Rey acaba de llegar. Ha venido en un carruaje lir ado por cuatro caballos blancos, monlado por serv idores vestidos con el pintoresco traje andaluz. Las 182 MADRID. ' " " ' tf el vidrieras que cierran el palco regio se abren, J Rey entra con numeroso séquito de ministros- ^ neralcs y mayordomos. La Reina no está con e'preveía: sábese que le causa horror este e s P e . „,. lo. Oh! pero el Rey no podia faltar; ha venido si pre; se dice que los toros le vuelven loco. Es la n ¿¿ y principia la corrida. Me acordaré toda la vi¿a frió que sentí en las venas en aquel momentoSuenan las trompetas: cuatro guardias de 1» . za, á caballo, con sombrero y penacho á lo ^ que IV, capilla negra, coleto, bota alta y esPa entran por la puerta que está bajo el palco del i |ft Y a paso lento, lento, dan la vuelta al rodonde'gente despeja, cada cual vuelve en busca de su »s to, y la Arena queda vacía. Los cuatro cabal' yan entonces á colocarse de dos en dos delante la puerta, todavía cerrada, que da frente al P a ^ real: diez mil espectadores tienen fija la "f „ ella; el silencio es general; por allí debe s alir c cuadrilla: todos los toreros, en traje de gala, \ vienen a presentarse al Rey y al pueblo. Toca la . sica, se abre la puerta, óyese una explosión de mensos aplausos, y los toreros se adelantan. vie primero los tres espadas, Frascuelo, Lagartijo, W taño, los tres famosos, vestidos con el trage d e lcr< ro en el Barbero de Sevilla, de raso, de seda, d ° ¿(¡ ciopelo naranjado, encarnado, azul, cubierto^ bordados, cintas, galones, filigranas, lentejUd0'eI colgantes de oro y plata que esconden casi to ^ vestido, envueltas enanchas capas amarilla9?¿e jas, con medias blancas, faja de seda, una trd»z MADR1U. 183 cabello en la nuca, y un casquete de pelo. Vienen espues los banderilleros y los capeadores, una cüajtrüla, cubiertos estos también de oro y de plata; ue &o los picadores á caballo, de dos en dos, con una & r a u laQ za en la mano, un sombrero gris, bajo, de •ya grandísima,'una chaquetilla recamada, calzones ac Piel de búfalo amarilla, forrados y guarnecidos P°r dentro con láminas de hierro; finalmente los chu. > ° mozos, vestidos con sus ropas de gala; y todos Juntos atraviesan majestuosamente el redondel dirigiéndose hacia el palco del Rey. Nada se puede irnaS'oar más pintoresco que aquel espectáculo que ° [ r c c e todos los colores de un jardín, todos los esplendores de un cortejo real, toda la alegría de un Sru P° de máscaras, todo el imponente aparato de un es cuadron de guerreros: entornando los ojos no se ^° más que el centelleo del oro y de la plata. Son 10 nl) ' res hermosísimos: los picadores altos y.fornios como atletas; los otros, sutiles, esbeltos, de forj a s escultóricas, rostros morenos, ojos grandes y a hvos: figuras de gladiadores antiguos vestidas con n 'austo de príncipes asiáticos. Toda la cuadrilla se detiene delante del palco del °y> y saluda; el alcalde da la señal; cae del palco a redondel la llave del toril donde están encerrados os toros; un guardia de la Plaza la recoge y la entreoí al custodio, que va á ponerse junto á la puerta, s Puesto á abrirla; la cuadrilla se disuelve; los esPalas saltan al otro lado de la barrera; los capeares s e dispersan por el redondel agitando sus capas m arillas y encarnadas; de los picadores se retiran 184 MADRID. algunos para esperar su turno; los demas espc> el caballo, y van a apostarse a la izquierda del ^ a distancia dc veinte pasos uno de otro, con la ^ palda vuelta a la barrera y la pica en ristre. p a S [eS; mom'ento de agilaciony de ansiedad iQeXPrCS^o0de todas las miradas estan fijas en la puerta por d ^ ha de salir el toro; todos los corazones palpita°' . ^ ta un silencio profundo en toda la Plaza; no se s te mas que el mugido del toro que avanza de en 4 ro enchiquero, en la oscuridad de su vasta pr' casi gritando: «Sangre! Sangre!» Los cabaUoS.» ^ blan, los picadores palidecen; un momento t o d a ^e suena la trompela, se abrela puerta, un toro eno se lanza a la Arena, y un grilo formidable quo c Ha a la vez en diez mil pechos lo saluda. El ^ " comienza. Ah! Se necesila tenereslomago: en aquel n10"1 to se queda uno bianco como un cadaver. c ^ Yo no recuerdo sino muy confusamente lo ^^ ,a cedio en los primeros instantes; no se dondc ten 1 ^ cabeza. El toro se lanzo contra el primer pica $e despucs rclrocedio, volvio a tomar carrera, J ^ lanzo contra el segundo; siguio a esto una lu(cba^tr» recuerdo; de alii a un minuto el toro se lanzo eo ^ el lercero; luego corrio en medio del redondeb detuvo, y miro. Mire yo lambieu, y me eubri* cl tro con las manos. Toda la parte de la Arena 1 • toro habia corrido estaba regada de sangre; c ^ mcr caballo yacia en tierra* con el vientre des r do y las entranas esparcidas;.el segundo, con cho abierto por ancha herida de la cual manaba MADRID. 186 &re a borbotones, andaba de aqui para alia tropezan°; el tercero, que habia caido en tierra, se esforzaba P°r alzarse; los chulos, acudiendo aprcsuradamente, le vantaban del suelo a los picadores, quitaban la silla y 'as riendas al caballo muerto, procurabaa poner en Pie al herido; un vocerio del infiemo resonaba en todos los ambitos de la Plazs. Asi comicnza comunmcnte el espectaculo. Los primcros en recibir el choque del toro son los picadores: lo esperana pie finne, y le clavan la pica £n're la cabeza y el cucllo, en el momento en que se °aJa para dar la cornada al caballo. La pica, notesc ble n, no tiene mas que una pequefia punla que no Puede abrir heridas profundas; y los picadores de3e n, haciendo fuerza con el brazo, mantencr lejos al toro y salvar su cabalgadura. Se necesita un golpe dc ojo seguro, un brazo de hierro y un corazon intr epido. No siempre lo consiguen; antes bien no lo consiguen i as mas do las veces, y el toro clava los cu ernos en cl vientre del caballo y el picador viene a tle rra. Entonces acudcn los capcadores; y mientras el toro desenreda los cuernos de las tripas de su victlm a, le echan las capas sobre los ojos, lo disU-acn, Se hacen seguir, y dejan en salvo al ginete caido, a quien los chulos van a socorrer, para ponerlo de nuevo en la silla si el caballo vive lodavia, 6 Uevarselo d el mismo a la enfermeria, si se ha deshecho la cabeza. El toro, fijo en medio de la Arena, con los cuernos ensangrenlados, jadeando, miraba en derredor omo para decir: «;No teneis hastante?» Un grupo de d 186 MADRID. capeadores se lc fue al encuentro, lo rodeo, y ^ menzaron a provocarlo, a azuzarlo, a hacerlo co ^ do aqui para alia sacudiendole el capote sob,r<5d0|e ojos, pasandoselo por entre los cuernos, a t r a y ^ c r i y huyendole con rapidisimas vuellas, para v 0 , e t r provocarlo y a huirlo nuevamente; y el toro a _ prcnderla ora tras del uno, ora tras del otro, ^ guirlos hasta la barrera, y alii a dar cornadas^ ^ Ira las tablas, a hollar .el suelo, a mugir, a r e ^,| 0 s de paso los cuernos en el vicntre dc los ca muertos, a esforzarse por saltar la barrera, a c° ^ el redondel en todas direcciones. Habian cntrad 6 tanlo olros picadores para sustituir a los doS a ,. r perdieron sus caballos, y se habian pnesto, seP ^ dos uno dc otro, del lado del toril, con la P 1 0 1 ^ ristre, aguardando que el toro les arretneties0, capcudores lo llevaron diestramentc de aquet'a P ,( tc, yvisto el primer caballo, el toro sclanz 0 ^,, con la cabeza baja. Pero esta vez no tuvo efe<^ |(), acomctida: la lanza del picador se le clavo en „ mo, y rcsislio; obstinose el toro, empujo, hiz°' ^ con toda su mole; pero en vano: el picador se ^ tuvo firme, el animal relrocedio, el caballo 1 en salvo, y una explosion fragorosa dc aplaus°sfortlido a" su Salvador. El otro picador fue menos a ^ nado: acometiole el toro; no consiguio el clava ^ p pica; el cuerno formidable penetro en el vien ^ la rapidez dc una espada, se revolvio en la ^ y cuando salio de ella los intestines de la n ° b Jfc tia salicron tras del cuerno y se qnedaron s ^ didos, oscilando como un saco, casi hasta 6