“Imaginando la Argentina” la Eucaristía y los cuerpos

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XXXV Semana Argentina de la Teología
En el camino de Emaús – Esperanza que fecunda la historia
“Imaginando la Argentina”
la Eucaristía y los cuerpos sociales
William T. Cavanaugh
DePaul University, USA
La novela de Lawrence Thornton Imaginando la Argentina se ubica durante los días
más oscuros del régimen militar a fin de los años 70 y principios de los 80. La acción de
la novela está centrada en el personaje de Carlos Rueda, un director de teatro infantil
cuya mujer e hija están desaparecidas. Carlos desarrolla un don milagroso por el cual
es capaz de ver lo que ha sucedido a los desparecidos y sus familiares comienzan a
acudir a él. Su imaginación no sólo ve la realidad sino que a veces también es capaz
de alterarla: se abren agujeros en paredes de cemento y los prisioneros torturados
escapan hacia la libertad. Los amigos de Carlos, no piensan que se pueda combatir
contra los tanques y los rifles solo con la imaginación, pero para Carlos la lucha no es
entre la imaginación y la realidad, sino entre dos clases diferentes de imaginación. Él
se da cuenta que “(el General) Guzmán y los otros habían estado soñando con él, y
que él había estado viviendo en su imaginación.”
Un Ford Falcon manejado por agentes de seguridad se acerca despacio. Carlos le
dice a su amigo Silvio lo que él piensa que los hombres en el auto ven.
“Ellos ven ovejas y terroristas porque nos imaginan así. Pero mira a esa gente,
Silvio, a la mujer en mangas de camisa. Ellos tienen recuerdos de un tiempo anterior al
régimen pero no llevan su imaginación más allá de la memoria porque la esperanza es
muy dolorosa. En tanto aceptemos lo que imaginan los hombres en el auto, estamos
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terminados. Todo lo que te quiero decir, Silvio, es que existen dos Argentinas: la
parodia del régimen, y aquella que late en nuestros corazones… Debemos creer en el
poder de la imaginación porque es todo lo que tenemos, y el nuestro es más fuerte que
el de ellos.”
En mi libro Tortura y Eucaristía, analizo la tortura y la Eucaristía como dos tipos
diferentes de imaginación en el Chile del General Pinochet. La tortura es la imaginación
de los generales, y la Eucaristía es la imaginación de Dios. Utilizo el término
“imaginación” en el sentido que Benedict Anderson llama a las naciones-estado
“comunidades imaginadas”. Existen cosas tangibles como banderas, tanques, oficinas
y formularios de impuestos pero sólo tienen poder efectivo cuando están animadas por
un "entramado" formado sentido que un pueblo tiene de su propia identidad, por la
memoria de sus orígenes, por sus miedos y esperanzas y por su idea de amistad y
enemistad. La imaginación social consiste en la narrativa y los rituales e imágenes que
organizan los cuerpos en el espacio y en el tiempo. La imaginación es tanto la causa
como el efecto de tal organización.
Paul Ricoeur utiliza el término “imaginación” para diferenciarse tanto de la ideología
–que nos acomoda al mundo tal como es- como de la utopía que sugiere un “no lugar”,
o un escape de la realidad. La imaginación nos permite transformar el mundo, no
participando de una fantasía, sino realmente haciendo la experiencia de otro mundo
que está ya sucediendo en este mundo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando
describe que el Reino de Dios “está cerca” (Mc.1,15). No está consumado. Tampoco
es un sueño. Pero está ya presente de tal manera que nos permite pensar que el
mundo tal como se encuentra no es irreversible, y que ya es posible actuar en él de un
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modo diferente, aún cuando esto nos ponga en contra de los defensores del status quo.
esto es, con los que crean la ideología y con aquellos formateados por ella.
La Eucaristía como imaginación de Dios no es sólo una idea abstracta que organiza
los cuerpos en espacio y tiempo. La iglesia es un cuerpo social, el Cuerpo de Cristo,
engendrado por la acción del Espíritu Santo en la Eucaristía. En la conocida
declaración de Henri de Lubac “La Eucaristía hace la Iglesia”. En la iglesia de los
primeros tiempos, de acuerdo a de Lubac, la Eucaristía “era más una acción que una
cosa”. Aquí “acción” se refiere a la reunión de los cuerpos en el Cuerpo de Cristo. La
forma dinámica del misterio como acción está relacionada a las tres dimensiones del
tiempo –pasado, presente y futuro- que la Eucaristía realiza. El sacrificio histórico de
Cristo está realmente presente ahora, pero la acción eucarística también mira hacia la
consumación escatológica del Cuerpo de Cristo completo.
En esta breve charla, voy a tratar de la Eucaristía en relación con la imaginación de
los cuerpos sociales. Primero hablaré de cómo se forma la imaginación social en una
sociedad necesitada de reconciliación, como la Argentina. Luego, sobre cómo la
Eucaristía puede servir de fuente de sanación de la imaginación social.
I. El espectáculo
La Iglesia nació durante el Imperio Romano, en el cual un sistema poderosamente
centralizado de la imaginación social –que San Agustín caracterizó como la libido
dominandi, la voluntad de dominar- tenía lugar. El sistema estaba basado en parte en
el espectáculo. Las primeras luchas de gladiadores en el siglo III antes de Cristo,
destacaban tres pares de luchadores. En el tiempo de Julio Cesar dos siglos después,
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Comentario [AB1]: falta algo.
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existían trescientos veinte pares de gladiadores, y los números aumentaron aún más a
medida que la República dio paso al Imperio. Para dar un ejemplo, el emperador
Trajano, solventó los entretenimientos en el Coliseo por un período de tres meses
durante el cual murieron diez mil hombres y diez mil animales. Una
violencia tan
asombrosa fue necesaria para aplacar a los dioses y al pueblo común. Los
espectáculos se hicieron esenciales para la imaginación social, tanto como una
demostración del poder de los gobernantes y su devoción a los dioses, como un modo
de unir al pueblo en contra de chivos expiatorios comunes tales como esclavos,
criminales y cristianos. El cuerpo político estaba construido sobre los cuerpos
sacrificados de hombres y animales. El vínculo social se fortalecía sobre la base de las
fiestas públicas –provistas por los emperadores- que acompañaban a los espectáculos.
Los cristianos eran acusados de “odio de la raza humana” porque evitaban los
espectáculos y sacrificios realizados por el cuerpo político. Por lo tanto los cristianos se
convirtieron ellos mismos en víctimas, sacrificados ante multitudes de observadores
ansiosos de verlos sufrir. Sin embargo, ellos comprendieron la ejecución pública a la
luz de la cruz de Cristo; aunque Cristo fue ejecutado como un espectáculo, Dios revirtió
la lógica, “y habiendo despojado a los poderes y autoridades, los expuso públicamente
a la burla, triunfando sobre ellos por la cruz” (Col.2,15). Pablo dice a los corintios que
los seguidores de Cristo han sido entregados por Dios como “un espectáculo para el
mundo” (I Cor.4,9). En su voluntad de morir más que matar, los cristianos se han
convertido en mártires, testigos para el mundo. Y, tal como remarcó Tertuliano, cuanto
más se les veía morir, más crecía la Iglesia: “La sangre de los mártires es la semilla de
la Iglesia.”
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Los regímenes militares modernos aprendieron bien esta lección. Más que confiar en el
espectáculo, las dictaduras en Latinoamérica emplearon estrategias de invisibilidad.
Las estrategias empleadas buscaban no crear mártires. Las desapariciones, en vez de
ejecuciones públicas, se convirtieron en el modo más favorable de silenciar a los
críticos. La gente simplemente se perdía en la nada, se desvanecía. No había ningún
cuerpo del cual tomar reliquias, ninguna tumba sobre la cual hacer un banquete o
celebrar la Eucaristía, ninguna fecha aniversario de la muerte que sirviese para
mantener viva la memoria del mártir. La estrategia de la desaparición es la estrategia
del olvido. La tortura, tal como fue practicada por los regímenes militares en
Latinoamérica, fue otra práctica de la invisibilidad. Las técnicas de tortura que
predominaban –especialmente con el uso de electricidad- eran diseñadas para no dejar
huella en el cuerpo de la víctima, de modo que no hubiese evidencia en los cuerpos de
aquellos que eran liberados. La brutalidad del régimen militar debía ser conocida
ampliamente entre el pueblo a fin de desanimar la resistencia, pero la represión debía
ser sentida y no vista.
La invisibilidad aumenta el temor y la ansiedad; uno puede ciertamente temer lo que se
ve, pero a la vez puede desarrollar estrategias de resistencia hacia lo que es visto y
conocido. Es mucho más difícil desarrollar tales estrategias con lo que no puede ser
visto o conocido. La ansiedad distancia a la gente entre sí; es complicado saber en
quién se puede confiar, y así la gente tiende a mantenerse reservada y evitar los
grupos. El cuerpo político formado por este tipo de imaginación es diferente de aquel
formado en Roma. En vez de unirse en lugares comunes alrededor de un sacrificio
común, se busca dispersar a la gente.. La tortura está dirigida a cuerpos sociales, no
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simplemente a cuerpos individuales. Los regímenes militares en Latinoamérica no eran
fascistas, más bien lo contrario. No animaban a la unidad sino a la individualización
en/de la sociedad. Las políticas económicas neoliberales promovieron este proceso de
individualización.
El régimen militar se ha ido, pero ha dejado una sociedad herida con necesidad de
reconciliarse en su recuperación. Desafortunadamente, los recursos imaginativos
necesarios para la sanación del cuerpo político son difíciles de encontrar. Por un lado,
encontramos un tipo de nacionalismo populista que busca unir a la gente en torno a
una imagen mística del Pueblo argentino. Tal como lo señaló Loris Zanatta, este
énfasis mística en la unanimidad
- uniformidad
- más allá de tender hacia el
autoritarismo – es proclive a crear divisiones, dado los partidos populistas se arrogan
la representación de todo el pueblo argentino. El populismo pretende una suerte de
monopolio sobre la unidad mística de la nación, y por tal razón tilda de enemigos a
quienes disienten. La memoria del pasado es instrumentalizada y usada como un arma.
Por otro lado, una sociedad basada en el consumo más que en la producción se presta
a volverse olvidable. Como sucede en todo el mundo occidental, el sujeto ciudadano es
cada vez más reemplazado por el individuo consumidor. No queremos discernir juntos
políticamente; queremos ir de compras.
De algún modo, una sociedad consumista es más difícil de evangelizar que una
sociedad enfrentada a una opresión pública/abierta. El poder en una sociedad
consumista funciona no por miedo sino por seducción y distracción. El espectáculo ha
vuelto pero de un modo bastante diferente que aquel que tenía lugar bajo la
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dominación romana. Tal como lo señala Guy Debord, el espectáculo no está hoy en día
coordinado por una autoridad central, pero funciona de un modo disperso a través de
las millones de imágenes que constantemente pasan delante de nuestros ojos en una
sociedad saturada por el mercado. El efecto deseado no es unir sino individualizar;
cada persona se imagina a sí mismo como un consumidor soberano persiguiendo sus
deseos individuales. La imaginación del mercado coloniza todas las áreas de la vida
pública, incluyendo la política y la religión. Los candidatos al servicio público son
etiquetados y puestos a la venta como autos o celulares. Las imágenes y los gestos
hacen oscilar a los votantes más que las políticas. Los límites entre política,
entretenimiento y mercado están desapareciendo. Y la sociedad del espectáculo posee
también una dimensión religiosa. El espectáculo es atractivo porque ofrece la
posibilidad de escaparse de los límites de la finitud mortal y a comulgar con la
trascendencia. Es por esta razón que el Papa Francisco casi nunca habla de la
economía actual sin usar el término “idolatría”.
Podría decirse mucho acerca de la imaginación social de una sociedad de consumo,
pero quisiera focalizarme en el modo en que ésta causa nuestro olvido del pasado y del
futuro. El mercado nos empuja a centrarnos en nuestros deseos actuales. La opresión
de aquellos en el pasado para defender el status quo capitalista; las condiciones
laborales miserables de aquellos que producen bienes en la actualidad; los efectos
destructivos de nuestro consumismo en el medioambiente en el futuro; somos
estimulados a olvidar todo esto y a concentrarnos en nuestro propio deseo. La
economía global ha causado un desprendimiento de la producción, de productores y
productos: no hacemos las cosas, sino que las compramos; no vemos a quienes las
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fabrican, porque viven en otra parte del mundo; y somos permanentemente animados a
desprendernos de los productos, porque es necesario que sigamos adelante y
compremos algo nuevo. La movilidad constante de la economía de consumo depende
de la distracción y olvido del pasado. Al mismo tiempo hay un olvido del futuro, un
abandono de la esperanza. El tiempo mesiánico, la esperanza de que las cosas van a
cambiar radicalmente, es reemplazada por lo que Metz llama “tiempo evolutivo”, un
sentido de fatalismo en que nada va a cambiar realmente alguna vez. El deseo del
consumidor parece alentar la esperanza de algo nuevo, pero, como escribe Vincent
Miller, el consumidor “desea todo y espera nada”. El consumidor no quiere que el
deseo concluya, que tenga un telos, porque el placer es buscado en el deseo mismo. El
corazón inquieto sobre el cual San Agustín escribió, no desea descansar en Dios sino
que busca seguir deseando. La escatología es abandonada, porque los deseos
superficiales son constantemente estimulados, pero nada cambia realmente alguna
vez. Los grandes proyectos de cambio social tanto de la derecha como de la izquierda,
han sido reemplazados por el deseo de comprar.
II. La Eucaristía
Hemos sido entrenados en la modernidad para pensar que las sociedades son
manejadas por leyes que pueden ser descubiertas a través de las ciencias sociales; la
teología es irrelevante más allá de los límites de la esfera religiosa/del ámbito religioso.
Tal como se demostró en el análisis previo sobre el espectáculo, sin embargo, esta
dicotomía entre lo real y lo imaginario, es falsa. Lo que tenemos en vez, es una lucha
entre diferentes tipos de imaginación. Y la imaginación de Dios es más real que la
imaginación secular.
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Lo que la Iglesia tiene para ofrecernos hoy es lo que Dios nos ha ofrecido: el Cuerpo y
la Sangre de Cristo. Cuando me refiero a la Eucaristía como imaginación de Dios, no
quiero decir que la imaginación es un acto puramente mental, o algo que contrasta con
la realidad. La Eucaristía es la imaginación de Dios corporizada en comunidades
humanas concretas que se convierten en el cuerpo de Cristo en la tierra. Debemos
resistirnos a la espiritualización e individualización de la Eucaristía, así como también a
reducción de la Eucaristía a términos meramente sociológicos. La Iglesia es el modo en
que el cuerpo de Cristo se manifiesta en el mundo, y la Eucaristía hace la Iglesia.
De acuerdo a de Lubac, lo que más importaba en la iglesia primitiva acerca de la
Eucaristía era la acción de crear un cuerpo, el corpus verum que era la Iglesia. Para
Pablo, Juan, y para todos los Padres de la Iglesia, era la acción de consumir el Cuerpo
de Cristo lo que incorporaba a los cristianos al cuerpo de Cristo; la realidad
sacramental era manifestada en la realidad social de un cuerpo reconciliado de
personas que habían sido reunidas por el Espíritu Santo bajo Cristo, la cabeza. La
Eucaristía es una acción social no solo en un sentido superficial y solo sociológico de
reunir a las personas sino en un sentido ontológico más profundo de incorporarlas a
Dios. Lo que hace la diferencia, en un sentido profundo, es el modo en que la gente
imagina a los demás en el cuerpo de Cristo: como miembros de su propio cuerpo. Tal
como Pablo deja claro en el capítulo 12 de los Corintios, los miembros comparten el
mismo sistema nervioso, de tal modo que si uno sufre, sufren todos juntos, y si uno se
alegra, todos se alegran. Pablo escribe que el dolor de los más débiles no es
simplemente visto, sino sentido, por eso a los miembros más débiles les es dado el
mayor honor.
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Esta imaginación social
es realmente distinta de aquella realizada tanto por el
populismo como por una sociedad de consumo. A diferencia del populismo, (en el
Cuerpo de Cristo) ninguna porción
o miembro se apropia de la totalidad; y una
profunda empatía en el sufrimiento prima por sobre la tendencia a crear enemigos. Es
más: el cuerpo de Cristo en tanto católico – es decir, universal – sirve como crítica de
todos los nacionalismos. A diferencia del consumismo, en el cuerpo de Cristo no se
trata de proceder de acuerdo a los propios intereses, porque no existen individuos
como unidades aisladas; los intereses y deseos de unos son los intereses y deseos de
todos. El deseo tiene un telos, que es la vida en comunión con Dios. La Eucaristía que
realiza este cuerpo es de hecho exactamente lo opuesto a la imaginación del
consumismo. El consumidor se mantiene aparte de los objetos y busca sólo un éxtasis
temporal antes de avanzar hacia el siguiente objeto. Por otro lado, en el acto de
consumir la Eucaristía el "consumidor es consumido", llevando a la persona más allá de
su individualidad a un sí mismo mayor, el Cuerpo de Cristo. Esto no es sólo un éxtasis
temporal, sino un ex-stasis o mantenerse fuera del sí mismo, para permanentemente
descentrar a la persona, poniendo el centro de la persona en Cristo. Se invierte el acto
de consumir.
Chanon Ross demostró recientemente que San Agustín consideraba la Eucaristía
como un entrenamiento que iba en contra de los espectáculos de Roma. Mientras
Roma esperaba que el pueblo se deleite con los sacrificios humanos y de animales,
creando así un sentido perverso de la comunidad unidos en contra de los chivos
expiatorios, la Eucaristía invitaba a los participantes no sólo a recordar y honrar a la
víctima sino también a identificarse con ella y hacerse sacrificio ellos mismos. Al
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hacerlo de esta manera Cristo reconfigura la realidad total del sacrificio. El verdadero
sacrificio no es ceder algo para aplacar a un dios sediento, sino hacer algo sagrado, tal
como la palabra latina significa, al unirnos a Dios en amistad. La kenosis de Cristo es
tal que entrega su propia identidad a la comunidad que Él funda, y sus seguidores
como consecuencia, se descentran de sí mismos uniéndose en servicio a Dios y entre
sí. Como dice Agustín, nos convertimos en aquello que se nos ofrece en el altar.
La Eucaristía es una anamnesis, literalmente un “no olvidar”. Recordamos el sacrificio
de Cristo: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19). Pero la Eucaristía como acción
social es mucho más que el acto mental que trae a la memoria la acción pasada de
Jesucristo como un individuo. Primero, Cristo es más que un individuo, tal como Mt.25
explica con toda claridad. Cristo se identifica con todas las víctimas del mundo, con
todos aquellos que están hambrientos, sedientos, enfermos y prisioneros. La crucifixión
y resurrección de Jesús es un acto de esperanza para todas las víctimas del mundo.
Como Pablo subraya, Cristo no es sólo un individuo sino que también tiene un cuerpo
corporativo en el cual los débiles encuentran su lugar más digno. Segundo, la
anamnesis de la Eucaristía no es sólo un acto mental sino un “recuerdo” colectivo (en
inglés), la asimilación de los miembros al cuerpo (en español, re-cordar, volver al
corazón). Esta es la creación de un cuerpo social. Tercero, el recuerdo eucarístico se
refiere no sólo al pasado, sino también al presente y al futuro. La dimensión
escatológica de la Eucaristía significa que, en palabras del Sacrosanctum Concilium,
“en la liturgia terrenal, pregustamos aquella liturgia celestial que es celebrada en la
ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual peregrinamos”. John Zizioulas acertadamente
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llama a la Eucaristía “la memoria del futuro”. Actuamos en el presente para anticipar la
reconciliación celestial que es celebrada en la Eucaristía.
La Eucaristía es la imaginación social de la Iglesia. Es un modo diferente de ver el
mundo que se basa en la esperanza en que la escatología cristiana nos lo exige. La
Eucaristía busca una reconciliación futura de todos los seres. La imaginación no es ni
utopía ni un no-lugar, pero tampoco pura fantasía. La Eucaristía es la construcción de
un cuerpo social aquí y ahora que realiza la anticipación del escathon, el “ya” en el
“todavía no”. No esperamos la segunda venida de Cristo como si la primera fuera sólo
un rumor. Lo que Cristo ha realizado y lo que celebramos en la Eucaristía es una
profunda interrupción en la historia, la venida del Reino de Dios, de cuya labor somos
ya testigos. En la Eucaristía vivimos en un tiempo mesiánico, no en un tiempo
evolutivo.
El Mesías que celebramos en la Eucaristía es inusual. El no vino a vencer a través de
un espectáculo violento, sino que El mismo se convirtió en un espectáculo, una víctima.
Al identificar a Dios con las víctimas de este mundo, Jesucristo expuso el mecanismo
del chivo expiatorio como una mentira, tal como René Girard expuso con tanta
convicción. El cuerpo social que Cristo nos dejó en la Tierra, es un cuerpo que
recuerda las víctimas y absorbe su sufrimiento, “completando lo que falta a los
padecimientos de Cristo”, como expone Col 1,24. Sin embargo el luto y el lamento no
deben transformarse en resentimiento y venganza ya que Cristo rompió el ciclo de la
violencia. La justicia debe estar siempre al servicio del objetivo final de la reconciliación.
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Por lo tanto la Iglesia debe crear y fomentar cuerpos sociales que realicen una
imaginación corporativa, una en la cual todos compartamos el mismo sistema nervioso.
La Iglesia está situada en un lugar único para promover comunidades de participación
que resistan las dinámicas consumistas del espectáculo y el desprendimiento. Cuando
consumimos la Eucaristía convertimos el acto de consumo de adentro hacia afuera y a
cambio, somos consumidos, entregados como pan para un mundo hambriento. Como
expresa el predicador papal Rainiero Cantalamessa,”la Eucaristía hace la Iglesia
haciendo la Iglesia Eucaristía”. La Iglesia hace de su propio cuerpo un don para la vida
del mundo.
Debe quedar claro que el mundo incluye tanto a cristianos como a no-cristianos de todo
tipo. La Iglesia no debe mirarse a sí misma, sino que debe salir a la calle, como nos
exhorta el Papa Francisco. Dorothy Day solía recordar a sus compañeros trabajadores
católicos, que todos somos miembros o miembros potenciales del cuerpo de Cristo. La
Eucaristía es fuente de imaginación social no solamente para los católicos. Como
mostré en el caso de Chile, la Iglesia católica bajo el régimen militar realizó una
imaginación eucarística no sólo negando el sacramento a los torturadores, sino también
y más ampliamente creando comedores, talleres para desempleados, comprando
cooperativas, entramando círculos para familiares de desaparecidos y muchos otros
tipos de comunidades en las cuales el pueblo católico o no, era bienvenido. Tales
esfuerzos ayudaron a re-unir el cuerpo social en contra de los intentos del régimen de
dispersarlo. Proyectos sociales como estos son aún necesarios hoy y aún más, de
cara a la presión implacable que ejercen las fuerzas económicas globales en una
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comunidad verdadera. Quizás podamos encontrar en la Eucaristía los recursos para
ofrecer al mundo la imaginación de Dios.
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