la escuela de medicina

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LA ESCUELA DE MEDICINA
SOBRE MEDICINA, PROFESORES
Y ESTUDIANTES
Historias acerca de los estudios de medicina
en los años cincuenta
Clifton K. Meador
Traducción y edición:
Ximena Páez
Profesora Titular
Facultad de Medicina
Universidad de los Andes
Mérida, Venezuela
Versión en español de la obra original en inglés “Med School. A Collection
of Stories about Medical School 1951-1955” Clifton K. Meador. Hillsboro
Press, Franklin Tennessee, 2003.
ISBN de la edición original: 1-57736-311-6
DERECHOS RESERVADOS. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida, reeditada, o difundida en ninguna forma o medio sin la
autorización escrita del autor
ISBN de “LA ESCUELA DE MEDICINA. SOBRE MEDICINA, PROFESORES Y
ESTUDIANTES. Historias acerca de los estudios de medicina en los años cincuenta”:
980-11-0839-8
Depósito Legal: LF237200561084
Publicación financiada por la Facultad de Medicina, Universidad de los
Andes y debidamente autorizada por el autor Clifton K. Meador.
Impresa en Editorial Venezolana, C.A., Mérida, Venezuela, 2005.
Otros libros del Dr. Clifton K. Meador traducidos al español por X. Páez:
Sobre Medicina, Médicos y Pacientes Vol. I Clifton K. Meador, CDCHT
ULA, Editorial Venezolana, Mérida, Venezuela, 2001.
Sobre Medicina, Médicos y Pacientes. Una recopilación. Vol. II Clifton
K. Meador, CDCHT ULA, Editorial Venezolana, Mérida, Venezuela, 2001.
Sobre Medicina, Médicos y Pacientes en la Medicina de Emergencia
Vol. III. Corey M. Slovis, Keith D. Wrenn y Clifton K. Meador, CDCHT
ULA, Editorial Venezolana, Mérida, Venezuela, 2001.
Estos tres volúmenes constituyen la Colección sobre la Buena Práctica
Médica.
Más elogios para Med School
“Med School es una fascinante mirada a la vida de la escuela de medicina en los años
cincuenta y nos muestra claramente que tan lejos llegó la medicina en la segunda mitad del
siglo pasado. La historia, la gente, y el maravilloso estilo de escribir me cautivaron
inmediatamente y no me soltaron hasta el final... y todavía quería más. Gran lectura para
cualquiera interesado en la medicina y su historia.”
Kevin Soden, M.D.
Autor de The Art of Medicine: What Every Doctor and Patient Should Know.
“Una maravillosa colección de viñetas de la experiencia del autor como estudiante de
medicina cargada con descripciones de las idiosincrasias de los profesores, humor, ocurrencias
de los estudiantes, y observaciones convincentes sobre la práctica médica y los que la
practican.”
Roscoe R. Robinson, M.D.
Vicecanciller de Asuntos de Salud, Emérito, Universidad de Vanderbilt
“Este libro aparece en un momento de la historia de la medicina cuando nuestra sociedad, los
litigios y la tecnología están forzando a los médicos a volverse hombres y mujeres de negocios
más que médicos sabios libres para amar, apreciar y cuidar completamente a sus pacientes
como Clifton Meador lo ha hecho a través de su carrera. Para aquellos de nosotros quienes
atesoramos nuestras memorias de la escuela de medicina, Med School nos envía a un viaje
emocionante. Para aquellos quienes apenas entran en el mundo de la medicina, este libro les
provee de motivación y de una guía invalorable.
Betty Ruth Speir, M.D.
Profesora Clínica Asociada de Obstetricia y Ginecología
Profesora Clínica de Cirugía General, Colegio de Medicina, Universidad del Sur de Alabama
“Una educación médica provee experiencias de inspiración y de motivación. El Dr. Meador
cita ejemplos de estas experiencias de una manera vívida y humorística con precisión y
espíritu. Hay otros libros y artículos acerca de los eventos en la escuela de medicina; sin
embargo, este tratado es lo más singular entre tales ejemplos, en que los sucesos son vistos a
través de sus ojos, oídos y su participación en hechos reales. La crónica que ha presentado es
un atractivo relato de sus vivencias como un estudiante de medicina en una escuela de
medicina particular en un tiempo particular.”
John Chapman, M.D.
Decano Emérito, Escuela de Medicina, Universidad de Vanderbilt
“Con percepción e imaginación, Clifton Meador ha capturado los rigores de la escuela de
medicina, la camaradería entre compañeros, y la relación especial de estudiantes y profesores
en la Escuela de Medicina de Vanderbilt durante los años cincuenta.”
Eric Chazen, M.D.
Profesor de Clínica Pediátrica, Escuela de Medicina, Universidad de Vanderbilt
“Comencé en la Escuela de Medicina de Vanderbilt en 1948. Mi memoria de esos días es de
horas de estudio y múltiples laboratorios. El libro del Dr. Meador me recuerda el gozo de
aprender, y la emoción de hacer un diagnóstico preciso sólo por la historia clínica. ¡El
recuerdo sobre sus compañeros y sus profesores es maravilloso! Su genio para hacer todas
estas muchas cosas hacen de éste, un libro para todos los tiempos.”
Bill Wadlington, M.D.
Profesor de Clínica Pediátrica, Hospital de Niños de Vanderbilt
“La versión del Dr. Meador de la escuela de medicina del comienzo de los años cincuenta
trasciende el lugar y captura un tiempo cuando la ciencia había apenas comenzado a
transformar la práctica de la medicina. Escuchar lo que el paciente decía era la mejor
herramienta en el arsenal del médico. El proceso de formar al futuro médico, en una serie de
historias a menudo divertidas y frecuentemente profundas, es relatado por un narrador de
cuentos naturalmente dotado. Esta colección dejará en el lector un aprecio por la medicina sin
la exageración artificial (y el costo) de la tecnología y la farmacia de hoy en día.”
Charles F. Federspiel, PhD.
Profesor Emérito de Bioestadística, Escuela de Medicina, Universidad de Vanderbilt
Este libro está dedicado a la promoción de 1955,
a los profesores que nos enseñaron
y a los pacientes
cuyos sufrimientos nos hicieron mejores médicos.
CONTENIDO
NOTA PRELIMINAR
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
PLAN GENERAL DE INSTRUCCIÓN
xi
xiii
xv
xvii
1. Los muchachos perdidos
19
2. Pesos y medidas
27
3. La caza de codornices
35
4. Cuidado con la muerte de los perros
39
5. Miastenia gravis
45
6. La primera casa que atender
49
7. Estudios en contraste y separación
59
8. Un cirujano en traje de patólogo
73
9. El bizarro Harper
85
10. Zapatos, tela metálica y carne
97
11. Herramientas de trabajo
105
12. El frotis perfecto
117
13. Un vuelo solitario en la historia clínica
125
14. El fantasma de plata
133
15. Los cirujanos nacen, no se hacen
139
16. Algunas lecciones no necesitan ser repetidas
145
17. Una cepa especial
153
18. Pilotos de bombarderos de la medicina
159
19. Finalmente medicina
167
20. Historia de una pupila dilatada
179
21. Sonidos de la noche
185
22. Simplemente, un asunto de orgullo
191
23. El último capítulo
197
EPÍLOGO
205
NOTA PRELIMINAR
Los cálidos, humanos y a veces casi ingenuos relatos del Dr. Clifton K.
Meador, sobre sus años de estudiante de medicina en la Universidad de
Vanderbilt a mediados de los años cincuenta, son una estampa de la
enseñanza y la práctica de la medicina en el sur de los Estados Unidos,
de cuando todavía el desarrollo y por ende la salud pública no se habían
alcanzado en esa región del país. Sus descripciones del campo sureño
coinciden aún en muchos aspectos con el medio rural venezolano donde
los recién graduados inician su práctica médica.
En esta remembranza, Meador hace un recuento cronológico de su
experiencia en las diferentes asignaturas, departamentos y rotaciones
clínicas. Muestra cómo se enseñaba, cómo se estudiaba, y cómo era la
extraordinaria dedicación que profesores y estudiantes ponían en esta
labor. Para el lector que haya pasado por una escuela de medicina le es
imposible no establecer analogías y diferencias con su propia experiencia
durante este período, y con la realidad actual en las escuelas de medicina.
En las narraciones dedicadas a algunos de sus profesores, compañeros y
pacientes, Meador resalta los rasgos de los buenos profesores y los
buenos estudiantes, y aprecia cuánto le enseñaron sus siempre buenos
pacientes. Pero también hace referencia a los rasgos negativos, tal como
vívidamente lo describe en la historia del mal estudiante, que sin tener
ninguna deficiencia intelectual tiene una arrogancia que lo hace fallar.
Hace ver que la soberbia en estudiantes y médicos puede ser tan
perversamente destructiva que los conduce a cometer no pequeños sino
enormes errores en perjuicio de los pacientes y de ellos mismos.
La Escuela de Medicina narra cómo enseñar y practicar la medicina.
No es solamente una emotiva y a veces divertida lectura sino una sólida
enseñanza de los principios éticos que fundamentan y que deben regir la
atención del paciente, principios que, como dice el Dr. Meador, eran
xi
verdad antes y permanecerán siendo verdad. Enseñanzas sencillas pero
contundentes, tales como: ¡saber escuchar al paciente! Esta cualidad en
el médico es crucial, permite establecer una buena relación con el paciente
como su semejante, le permite extraer del paciente una buena historia
clínica que lleve a diagnósticos y tratamientos apropiados, meta muchas
veces imposible de alcanzar simplemente por no poner en práctica esta
premisa. Otra de estas enseñanzas básicas es la de considerar a la
enfermedad como un evento singular en la vida de un paciente particular,
tomando en cuenta su contexto emocional, ambiental y social, de modo
que sea tan importante, o más, conocer al paciente que tiene la
enfermedad, como conocer sobre la enfermedad misma. Para Meador,
éstas son unas de las reglas primordiales que aprendió en la escuela de
medicina, las cuales usó exitosamente durante toda su vida de ejercicio
profesional de más de cincuenta años.
Mi interés al ofrecer esta versión en español de Med School es
precisamente difundir entre los lectores legos y letrados, esos principios
siempre vigentes e intrincadamente ligados a la esencia misma de la
medicina y que deberían ser de imprescindible conocimiento de todos
aquellos que quieran servir al paciente. Confío que este libro además de
entretener sea una forma sutil de enseñar. Nunca está de más aprender o
recordar las acciones que puedan ir en favor de una mejor atención al
paciente.
Finalmente, quiero agradecer una vez más a la Universidad de los
Andes por hacer posible esta publicación y continuar así con el esfuerzo
institucional de enfatizar los aspectos éticos en la enseñanza y en la
práctica de la medicina.
XIMENA PÁEZ
xii
AGRADECIMIENTOS
Muchas personas contribuyeron para lograr la versión final de este libro.
Quiero agradecer a Mary H. Teloh y a James Thweatt de la Sección
de Historia de la Biblioteca Eskind de Vanderbilt por su tiempo y
paciencia en buscar materiales escritos y fotográficos.
Michael Burgin editó parte del manuscrito y aportó muchas
sugerencias para mejorarlo. Mary Neal Meador hizo un trabajo cuidadoso
de edición del manuscrito final.
Las siguientes personas leyeron los primeros borradores e hicieron
sugerencias y críticas constructivas: la Dra. Betty Ruth Speir; los Drs.
Charles Chambliss, Oscar Crofford, Jean Cortner, Ben Moore, Walter
Puckett y William Wadlington; la Dra. Martha Kirkpatrick Crabtree; los
Drs.Wallace Faulk y Robert Collins, las Dras. Cathy Taylor y Diana
Marver; los Drs. Eric Chazen y Lewis Lefkowitz; el Dr. Roy Elam,
Stephen Salisbury, Martha y Pat Clark, Celine Meador, Ann Meador
Shayne, Jon Shayne, Elizabeth Meador Driskill; el Dr Robert Sanders y
Sra., Tom Blankenship, el Dr. Kevin Soden, el Decano Emérito James
Pittman, los Drs. Harris Riley y Myron Stocking, el Decano Emérito
John Chapman y Jack Wheeler.
Virginia Fuqua-Meadows organizó mi agenda y me ayudó de muchas
formas en la preparación del manuscrito.
Quiero dar gracias especiales a mi hermano, Daniel J. Meador III,
por su lectura minuciosa, ánimo y consejos. Su hijo Dan sugirió el título.
También quiero agradecer a mi esposa, Kathleeen, por apoyarme
durante mis largas horas de retiro. Quiero expresar también mi amor y
aprecio a todos mis hijos: Clif, Aubrey, Elizabeth, Mary Kathleen,
Graham, y Rebecca. Los mayores aportaron ideas útiles, y los más jóvenes
toleraron mi aislamiento.
xiii
PRÓLOGO
Decidí estudiar medicina poco después de mi quinto cumpleaños. No
estoy seguro qué me hizo tomar una decisión vital a tan temprana edad.
Quizás mi deseo moldeado por el tiempo que pasé observando y
ayudando a mi padre, un veterinario, y también porque tenía tíos que
eran médicos.
O quizás, aunque podría sonar como cliché, un precoz encuentro
con la muerte que encendió un deseo por preservar la vida. Cuando
tenía cinco años, desarrollé una neumonía con empiema, pus en la cavidad
pleural, y tuve una sonda insertada en el tórax. No había antibióticos
entonces y la mortalidad de la enfermedad era cerca del noventa por
cien. Estuve en coma por dos semanas y en el hospital por tres meses.
Aparentemente, como lo leería más tarde, un considerable número de
aquellos que sobreviven a una enfermedad casi fatal antes de los diez
años de edad entran en profesiones de la salud. En muchas culturas
primitivas, sobrevivir a una enfermedad mortal es un pre-requisito
esencial para convertirse en shaman.
O tal vez, fue el hombre que cuidó de mí durante mi enfermedad
más que la enfermedad misma lo que me hizo querer ser médico. El
viejo Dr. Vastine Stabler me atendió durante la neumonía. Todavía puedo
oler el éter que emitía cuando entraba a mi cuarto en las revistas dos
veces al día. El Dr. Tine, como lo llamaba, egresó de la Escuela de
Medicina de Vanderbilt en algún momento en los años 1880, y era lo
más cercano a lo que yo conocía como un santo. Cualesquiera hayan
sido las razones, nunca dudé en mi decisión. La escuela primaria y el
bachillerato fueron simplemente la pre-pre preparatoria para mí.
Cuando finalmente llegué, amé la escuela de medicina. Yo había
esperado por casi quince años y mi paso por la escuela fue una experiencia
mágica. Encontré el estudio del cuerpo humano completamente
xv
absorbente. Durante cuatro años, mis compañeros y yo aprendimos acerca
de los estados normales y anormales del hombre. Al escribir estas
historias, espero haber capturado el zeitgeist de la medicina como se
enseñaba y practicaba a mediados del siglo veinte. También espero haber
tomado algo del espíritu de la Escuela de Medicina de Vanderbilt como
era cuando se recuperaba de las pérdidas humanas de la Segunda Guerra
Mundial. Por encima de todo, intento relatar las historias de las
experiencias cotidianas al asistir a la escuela de medicina junto con
algunos de mis compañeros desde 1951 a 1955.
Comencé a escribir estas historias al inicio de los años setenta, luego
abandoné la tarea y las volví a escribir el año pasado. Todas son auténticas.
Por supuesto hay algún maquillaje en ellas. Después de todo, Mark Twain
dice que algunas veces es necesario mentir para decir la verdad. Mientras
que he cambiado la identidad de muchos para evitar cualquier
incomodidad, he usado los verdaderos nombres de mis profesores y
algunos de mis compañeros, quienes me merecen gran respeto y
admiración.
Entonces, aquí tienen los relatos de algunos de mis compañeros,
profesores y pacientes. Todos ellos me enseñaron durante cuatro de los
más emocionantes años de mi vida.
Clifton K. Meador M.D.
Nashville, Tennessee
Julio 18, 2003
xvi
PLAN GENERAL DE ESTUDIOS
Cada año académico con excepción del primer semestre está dividido
en tres trimestres de once semanas cada uno. Esta característica del plan
de estudios tiende a romper, en algún grado la aguda separación entre
los alumnos de los diferentes años. Esto también permite a los estudiantes
regresar a los departamentos por los cuales ellos han desarrollado especial
interés. Unas asignaciones determinadas de tiempo están disponibles
cada año para un trabajo electivo. No hay trabajo asignado los sábados
en la tarde.
Aunque no hay en el plan de estudios una precisa demarcación entre
el laboratorio y los cursos clínicos, el primer año y gran parte del segundo
año están dedicados al estudio de las ciencias médicas: anatomía, química
biológica, fisiología, bacteriología, patología y farmacología.
ARANCELES Y GASTOS
Arancel por solicitud de ingreso
(junto con el formulario) ..................................................... $ 5.00
Arancel por matrícula por año académico
(tres trimestres) .................................................................... $ 800.00
Este arancel se puede pagar en cuotas iguales, al comienzo de cada
período. Un atraso en la matrícula para cada sesión debe ser pagado
antes de la admisión a la sesión siguiente.
Arancel de contingencia ...................................................... $ 10.00
Este pago cubre daño de aparatos y de la edificación, y será devuelto,
menos las cargas, al cierre de cada año académico.
Arancel por el diploma ........................................................ $ 5.00
Para los estudiantes que se gradúan, a ser pagado en el tercer trimestre.
xvii
Los estudiantes que se inscriban para los cursos regulares en esta Escuela
de Medicina deben pagar la matrícula completa cada año. No habrá
excepción a esta regla.
El promedio anual de gastos de un estudiante en la Escuela de Medicina,
incluyendo los de manutención y alojamiento y excluyendo los gastos
de vestido e imprevistos, se estima en aproximadamente $1200 a $1400.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
xviii
1
La residencia estudiantil...
Los muchachos perdidos
Fraternidades médicas.- Hay dos fraternidades médicas con
capítulos en Vanderbilt, Alfa Kapa Kapa y Phi Chi. Un gran
número de muchachos disfruta de las ventajas de vivir juntos en
estas casas de fraternidades. Ellos encuentran allí los mismos
estándares de inspección que se requieren en las residencias de la
universidad. La habitación y comida en estas casas es de
alrededor de $ 40 por mes.
Programa 1951 1952, página 60
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
En algunos lugares, la ausencia de una mujer es evidente de
inmediato. En las cabañas de caza, en los apartamentos de soltero. Y,
por supuesto, en las casas de fraternidades. Al dar una mirada a la
fraternidad médica Phi Chi, nuestra residencia lejos del hogar durante
los cuatro años de la escuela de medicina, Ud. se daba cuenta que
estaba en una zona libre de estrógenos.
Técnicamente, Phi Chi era una fraternidad médica, o más bien,
había sido una vez una fraternidad médica. Ahora era una residencia,
no supervisada por nadie. El gerente anterior había gastado los
ingresos nacionales de Phi Chi en una fiesta desenfrenada al final del
año. Con el tesoro agotado nos rehusamos a pagar las deudas, y eso
llevó a nuestra expulsión de la organización nacional de las
fraternidades Phi Chi. Lo que no nos importó. Todo lo que queríamos
era un lugar para comer y dormir. Nosotros mantuvimos el nombre de
Phi Chi en la puerta de entrada de la casa, y la placa con el estatuto
20
LA ESCUELA DE MEDICINA
permaneció sobre el mantel en el comedor. Pensamos que si ellos
realmente querían botarnos tendrían que venir y retirar el aviso y la
placa. Continuamos llamándonos Phi Chis, no por ningún orgullo,
sino por hábito.
No teníamos una casera, y aun la idea de pasar el estándar de
inspección de la universidad era absurda. Por años, una masa amorfa
de desecho y basura se había acumulado por toda la casa. En el
comedor había tres sofás grandes atestados y con la tela raída de años
de la repetida práctica de suturar sobre el tapizado. Cada rendija en
los sofás estaba llena con una mezcla de páginas arrancadas de viejas
revistas, máscaras quirúrgicas, gorros, pedazos de monos quirúrgicos,
tubos de goma, partes de estetoscopios, y una media aquí y una
franela allá. Los periódicos estaban regados por el piso del salón.
Había pilas de números viejos de New England Journal of Medicine,
JAMA y una serie de Annales of Medicine o Surgery, y otras revistas
médicas arrimadas a las paredes de la habitación. El único estante
estaba repleto de libros, la mayoría viejos y que no habían sido
abiertos en años. Si se planeaba una fiesta, alguien empujaba la masa
acumulada de mugre contra las paredes o debajo de sillas y sofás. Las
camas nunca estaban completamente hechas, las cobijas se estiraban
hacia arriba de modo que las ropas y libros no se perdieran en las
sábanas. Las ropas estaban en los respaldos de las sillas y sobre los
escritorios.
Aunque quince de nosotros dormíamos y comíamos allá, ninguno
realmente vivía en la casa. La mayor parte del día y hasta tarde en la
noche, la casa estaba completamente vacía. Durante las horas del día
estábamos allí sólo para el almuerzo y la cena preparados por James
Walton y su ayudante de cocina. Era una base de operaciones, como
un portaaviones, y nosotros estábamos constantemente en maniobras
en algún otro lado. Ninguno estudiaba en la casa. Todo el estudio y
trabajo era hecho en la escuela o el hospital. La casa era un lugar para
dormir profundamente y comer vorazmente, un lugar del cual salir
temprano y regresar tarde, antes de repetir el proceso al día siguiente.
LOS MUCHACHOS PERDIDOS
21
Había una excepción a este régimen. Los viernes en la noche, los
que vivíamos en la casa nos aparecíamos para la cena,
entretenimiento y confort.
La cena del viernes generalmente comenzaba con Oscar leyendo
la carta semanal de su madre. Él leía lenta y deliberadamente y nunca
preguntaba si queríamos escuchar. Oscar asumía que nosotros
queríamos que leyera en voz alta las cartas de su madre. Estaba en lo
cierto. Nosotros queríamos. Esperábamos por ellas y nos sentíamos
desanimados si no había una, lo cual ocurrió pocas veces. Su madre
era una escritora regular, y aquellos de nosotros quienes recibíamos
muy poco o ningún correo, la adoptamos secretamente como nuestra
propia madre. Oscar comprendió esto tácitamente, y el compartir sus
cartas era su manera de hacernos saber que conocía y comprendía
nuestra soledad. Él leía cada palabra sin modificación. Y cuando lo
hacía, cada uno de nosotros nos volvíamos un miembro de su familia.
Querido Oscar,
Espero que hayas recibido la ropa interior que te mandé. No pude
escoger los colores que yo quería, así que tienes que usar lo que pude
encontrar en rebaja en Goldsmith.
Oscar mostró unos calzoncillos en rojo y azul brillante,
continuando la lectura de su carta tratando de no reírse.
Fui a la granja la semana pasada, y el Sr. Lewis dijo que una de las
vacas quedó atrapada en el lodo y murió. Sacó su cuerpo con un
tractor, y dijo que al hacerlo arrancó la parte de atrás del tractor.
Nellerine no ha tenido todavía su potro, pero el Sr. Lewis dijo que ella
estaba bien.
Te estoy mandando algunas galletas de chocolate para que compartas
con todos los muchachos de la casa. Asegúrate de darles al menos una
a cada uno. No te las comas solo. Y no escondas la caja tampoco. Yo
se lo que los muchachos dirán si lo haces.
22
LA ESCUELA DE MEDICINA
La semana pasada vi de compras a la madre de Jean. Ella dijo que
Jean también envía por correo su ropa para lavar como tú, así que no
pienses que es extraño hacer eso. Una cantidad de muchachos lo
hace, de otro modo, no venderían esas cajas para enviar la ropa a
casa como las que tú tienes. ¿No estas contento ahora por haberte
hecho llevar una contigo a la universidad?
Estudia bastante y aprende a ser un buen médico. Cuéntame qué estás
estudiando.
Te quiere,
Mamá
Nosotros vociferábamos a gritos las cosas que queríamos que
Oscar le escribiera a su madre. Preguntas que teníamos acerca de las
vacas y caballos, y gracias por las galletas. Algunas veces sugeríamos
otras comidas que ella podía enviar, o en nuestros peores ánimos,
inventábamos historias obscenas acerca de Oscar y lo amenazábamos
con escribirle a ella de nuestra cuenta (nunca lo hicimos). Cada vez
que Oscar leía una de sus cartas, él se sentía conmovido como el resto
de nosotros, riéndose de las preocupaciones de su madre, pero
obviamente irradiando el amor que sus cartas mostraban. Era como
recibir cartas de nuestras casas al oír a Oscar leer su correspondencia.
Nunca me di cuenta hasta años después, lo que esas cartas
significaban para mí cada semana.
Durante las lecturas de Oscar de los viernes, nos
transformábamos de jóvenes que eran estudiantes de medicina en
muchachos que extrañaban a sus familias. Nosotros fuimos los
Muchachos Perdidos viviendo en un escondite particularmente
desordenado, y la mamá de Oscar era nuestra Wendy* ausente.
Después de la lectura de Oscar, Wally tomaría el centro del
escenario. Si la madre de Oscar era Wendy, Wally era Peter Pan. Él
nos hablaría acerca de muchos Capitanes Hook, que bajo la forma de
profesores, nosotros enfrentaríamos más adelante.
*
NT: se refiere al personaje en el cuento de Peter Pan.
LOS MUCHACHOS PERDIDOS
23
Wally había sido presidente del centro de estudiantes antes de
ingresar a la escuela de medicina, un hombre importante en el
Campus. Iba un año delante de nosotros, así que él tenía cierta
credibilidad. Estaba cargado de carisma y nos entretenía con historias
todo el tiempo. Los nuevos estaban en anatomía, así que Wally, un
estudiante de segundo año, nos daba información sobre los profesores
y lo que nosotros podríamos esperar de ellos.
La premisa básica de Wally era que el cuerpo de profesores
estaba allá afuera para atraparnos y que haría cualquier cosa para
aumentarnos la presión y atormentarnos. Ellos existían sólo para
acosar, y hacer lo que fuera para destruirnos, de tal modo que nos
pudieran sacar de la escuela. Mejor aun, ellos querían corrernos,
hacer que nos quisiéramos ir, hacernos suplicar para que nos dejen ir,
hacer cualquier cosa para sacarnos de la miseria del horrible peso del
estudio. Ésta era la tesis de Wally, y él era diligente en su defensa.
Era un artista en su retrato exagerado e incluso teatral de cada
profesor.
Nuestra primera prueba en el ritual de la escuela de medicina era
la anatomía, el curso donde disecábamos el cuerpo humano. Con la
materia vino el primer retrato de Wally. Había dos profesores en el
departamento de anatomía. Uno era el Dr. Sam Clark, un académico
refinado, amable, sereno, y la estampa de un caballero. “Diablo”,
como Wally explicaría, “El Dr. Sam puede darse el lujo de ser
amable, tranquilo, porque el obtuvo el más vil h. de p. del mundo,
nombre de...” A este momento, Wally haría una pausa, se subiría sus
lentes sobre la cabeza, se subiría las mangas sobre los codos, miraría
a cada lado como si fuera a revelar algún terrible secreto y
continuaría... Junnnnnn... Guuullll... Jimmmmm.” Su voz comenzaría
baja, gutural y apenas audible, antes de acechar en un áspero gorgoteo
de horror. Nunca pronunciaría el nombre normalmente. Era siempre
acompañado con jactancia, los lentes sobre su cabeza, las mangas
24
LA ESCUELA DE MEDICINA
remangadas, mirando a los lados. Y luego el bajo retumbo que
termina en un largo y ruidoso JUN-GULL-JIM.*
“Sólo espere hasta que Ud. esté hasta su coronilla en ese
cadáver,” advirtió, “tratando de encontrar la fosa isquiorectal, la parte
más escondida e incomprensible de la anatomía humana, y de repente
JUN... GUL... JIM estará allí, mirando por encima de su hombro. El
aparece de la nada, sin hacer ningún sonido. Él precisamente aparece
en la mesa... y saca de su bolsillo ese puntiagudo instrumento de
metal.
“AHORA SEÑOR, muéstreme la fosa isquiorectal e indíqueme su
margen anterior y su posterior y sus extensiones caudal y cefálica.
¿PUEDE HACER ESO POR FAVOR?... ¡AHORA!!! Para entonces
Wally era Jungle Jim. Se pararía al lado del cadáver, respirando sobre
su cuello mientras Ud. lo escucha. Y ahora, estando al lado de la
mesa con un cuchillo en su mano, comenzaría lentamente a tocar la
mesa con la punta del bisturí, señalando cada palabra. “La”…tap-taptap…“fosa” …tap-tap-tap... “isquio”…tap-tap-tap...“rectal”…tap-taptap…“Muéstreme”…tap-tap-tap...“¡AHOOORA!
Completamente
enloquecido, con los ojos desorbitados y mirando fuera de si, Wally
estaba llevando a cabo su representación teatral.
A este punto los estudiantes de clases superiores presentes reirían
histéricamente. Nosotros queríamos reír también, pero había algo
demasiado real, demasiado viable acerca del personaje para
descartarlo a la ligera. Sabíamos que Wally exageraba, pero no
mucho. Después de todo, “Jungle Jim” había sido el sobrenombre del
hombre por años. Profesores, suaves, amables no sacan sobrenombres
como “Jungle Jim.” Tenía que haber algo de verdad en el nombre y
en la imitación que hizo Wally de él.
“Miren cuando el bisturí aparece!” advirtió Wally. “Hace dos
años, le clavó la mano a un estudiante en la cadera de un cadáver. El
instrumento pasó a través de la mano... profundo en el miembro
*
NT: la pronunciación en inglés del apodo Jungle Jim
LOS MUCHACHOS PERDIDOS
25
inferior del cadáver. Si él saca el bisturí de su bolsillo, significa que
Ud. ha cometido un gran error. Ud. está fregado si él ha ido por el
bisturí.” A este punto, Wally se desplomaba en su silla riendo. Pero el
discurso ya había sido lanzado y la advertencia dada.
La semana siguiente, después de conocer a Jungle Jim o Dr. Jim
Ward, Oscar, Jean, y yo hicimos un pacto solemne. “Nuestra única
meta”, dijo Oscar, “es hacer que Jungle Jim nunca, nunca venga a
nuestra mesa de disección. Jamás. ¿De acuerdo?” Jean y yo asentimos
el acuerdo.
Aunque nunca lo admitiríamos y aun lo negaríamos si es que
alguien lo hubiera preguntado, nosotros amamos la premisa detrás de
las historias de advertencia de Wally. Nosotros queríamos que la
escuela de medicina fuera dura, difícil, y cerca de lo imposible. Cada
uno de nosotros hizo algún silente no expresado paralelismo con un
campamento de recién reclutados en la marina o con el primer año en
West Point o Annapolis. Wally era nuestro equivalente de un “primer
hombre en la clase,” aunque él solamente abrumaba indirectamente.
Con estos cuentos semanales de terror, Wally estaba diciendo lo
profundo del reto que enfrentábamos. Tener conciencia de este reto
convertía lentamente nuestra floja fraternidad de muchachos en un
grupo de profesionales. Juntos, soportaríamos esta prueba, y todos
aquellos de nosotros que sobreviviéramos nos convertiríamos en
médicos y cirujanos.
A pesar de su exageración y teatralidad, Wally estaba
básicamente en lo correcto. Casi todo profesor en casi todo curso
infundía temor con sus demandas y expectativas. Y una falla en
respetar eso, aunque podía no resultar en una mano ensartada por un
instrumento de metal, podría resultar en cambio en la expulsión de la
escuela de medicina. A su modo, Wally nos proveía de una cartilla
que estudiábamos, para evitar la ira de los profesores y para viajar
mejor por el riguroso camino que teníamos por delante.
26
LA ESCUELA DE MEDICINA
2
las ciencias morfológicas...
Pesos y medidas
421. Anatomía.- Este curso está dedicado a una disección
sistemática del cuerpo humano. La instrucción es principalmente
individual y el trabajo del estudiante debe hacerse tan
independientemente como sea posible. Veintisiete horas por
semana durante el primer semestre del primer año.
422. Histología.- Este curso esta dedicado a familiarizar al
estudiante con la estructura normal de los principales tejidos y
órganos del cuerpo. Se usan tejidos frescos siempre que sea
posible para la demostración de la función celular normal, y a los
estudiantes se les enseña a usar coloraciones para analizar las
características de células particulares. Doce horas por semana
durante el primer trimestre del primer año.
423. Neuroanatomía.- El aspecto histológico del sistema nervioso,
incluyendo la estructura de las neuronas, fibras y terminaciones,
la histología y vías de la médula espinal, la estructura y
conexiones de los nervios craneales espinales y autonómicos, y
ganglios, y la histología de los órganos de los sentidos. Doce
horas por semana durante cinco semanas al final del primer
semestre del primer año.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Si uno pudiera graficar el estrés y la carga de trabajo de los cuatro
años de medicina en una curva, el apogeo llegaría justo antes del final
del primer semestre del primer año. Cuando las últimas hojas de los
árboles caían a tierra, nuestro curso de anatomía macroscópica
comenzaba con el estudio de cabeza y cuello, el componente más
complejo y difícil del curso. Más allá del esfuerzo normal de
28
LA ESCUELA DE MEDICINA
memorización e identificación, el estudio de estas áreas de cabeza y
cuello tiene un grado mayor de estrés por su forzada proximidad
anatómica. Las tensiones se elevan cuando cuatro personas se reúnen
y concentran toda su atención y actividad dentro de un cuadrado de
un metro veinte por un metro veinte, todos tratando de ver y disecar
al mismo tiempo. Imagínese diciéndoles a cuatro personas que
prepararen un pavo al mismo tiempo, con el acuerdo de que quien no
participe activamente no obtendrá nada. Para hacer las cosas más
difíciles en el cadáver, la disección de una capa más profunda
necesariamente destruye la capa que está por encima. En la parte más
compleja del cuerpo, teníamos sólo una rápida imagen de la anatomía
de superficie, para luego movernos a estructuras más profundas.
Cuando terminábamos entonces quedaba muy poco que ver, excepto
la parte de atrás del cráneo y de la columna. Por el contrario en las
partes bajas del cuerpo, la disección entera podría dejarse descubierta,
mostrada y examinada completamente.
Hank y yo trabajamos como pareja en un lado del cadáver. Oscar
y Jean trabajaban en el otro lado. Estábamos físicamente cansados de
más de dos meses de disección diaria. Estábamos emocionalmente
exhaustos y desde hace mucho sumergidos, lo que quedaba de
nuestros yo espirituales, dentro del estudio de la anatomía
macroscópica. Wally había predicho que para el final del mes, dos de
nosotros nos pelearíamos. En los tres años que conocería a Wally,
esto marcó el único momento en que podríamos considerarlo culpable
por haberse quedado corto en sus predicciones. Difícilmente hubo un
día en que Oscar y Jean no se gritaran uno al otro, o que Hank y yo
no nos viéramos involucrados en un concurso de peleas para empujar
al otro de modo de poder dar un vistazo a la disección.
Luego en el medio del estudio y el estrés, un segundo curso fue
añadido. La histología, el estudio de los tejidos corporales,
demandaba también de nuestra memoria y tiempo con casi el mismo
esfuerzo que la anatomía. La velocidad de la cinta sin fin había
PESOS Y MEDIDAS
29
aumentado considerablemente y teníamos que correr más rápido o
caeríamos hacia atrás.
Nosotros le hacíamos frente estudiando en grupo. Eso nos
mantenía alejados de caer en lo trivial o perdernos en demasiados
detalles. A poco de haber iniciado el primer año, Hank y yo
comenzamos a estudiar juntos todas las noches. Más tarde, otros dos
compañeros se unieron a nosotros. Siendo cuatro personas juntas
sobre el mismo material, quedaba muy poco chance de que
pudiéramos dejar escapar algo importante. El estudio selectivo era
vital. Nosotros no pudimos entonces, y nunca podríamos, saberlo
todo.
No todos fueron capaces de mantener el ritmo. Frederick sería el
primer compañero en fracasar. Para ser justos, Frederick no estuvo
nunca destinado a ser médico; eso se hizo evidente poco después de
conocerlo. Por pasión Frederick era un historiador, y por disposición
e intelecto, era ya un historiador de primer orden. Mucho de la
historia que sé, la aprendí a la hora del almuerzo o en las caminatas
hacia o desde la residencia Phi Chi. Desafortunadamente, ya que la
mayoría de los hombres de su familia habían sido médicos, él
también esperaba convertirse en uno de ellos.
Estábamos en la tercera semana de histología, aprendiendo a
identificar bajo el microscopio, los diversos tejidos corporales.
Generalmente pasábamos una semana en cada tipo de tejido, y luego
teníamos un chequeo usando todos los cincuenta y dos microscopios,
seguido por una prueba escrita de cuatro horas.
Habíamos estado estudiando hueso, que es uno de los tejidos más
complejos y difíciles de comprender. Además de conocer su
apariencia microscópica y su anatomía, teníamos que conocer su
embriología y cómo el tejido se formaba en el feto. El día del
examen, Frederick vino corriendo hacia un grupito de nosotros que
estaba esperando en el pasillo para entrar al laboratorio para el
examen. “Hank, por Dios, dime lo que sabes acerca del músculo.”
Frederick estaba ya tan fuera de lugar que había estado estudiando
30
LA ESCUELA DE MEDICINA
músculo, mientras el resto de nosotros estaba en hueso. El grupo
había terminado músculo hacía dos semanas. Aunque él estaba allí de
pie, ruborizado y con pánico, no se daba cuenta que ya estaba
abandonando la escuela de medicina.
“!¿MÚSCULO?!” gritó Hank. “¿MÚSCULO? Fred, nosotros
estamos estudiando hueso.”
Frederick se recostó contra la pared y se deslizó unos cuantos
centímetros. El color desapareció de su cara. “He pasado toda la
noche despierto estudiando músculo. Rápido, rápido díganme qué
debo saber de hueso... algo, demonios, cualquier cosa.” Realmente,
Hank, se quedó allí con él y trató de decirle algunas cosas esenciales,
pero era demasiado tarde. Después del examen, la escuela le pidió a
Frederick que se retirara. Nunca más lo volví a ver.
Apenas Frederick dejó la escuela, la neuroanatomía fue añadida a
nuestra carga de trabajo. Cualesquiera hayan sido las horas que nos
sobraban, estas desaparecieron. De alguna manera, teníamos que
sacar tiempo para otro curso exigente y extenuante. Nos vimos
forzados a robar tiempo de anatomía e histología. Nuestra inmersión
en la escuela era total. Los eventos distantes aunque importantes
como la Guerra de Corea desaparecieron de nuestro conocimiento.
Simplemente no había tiempo más allá del libro, laboratorio, y
apuntes. Inclusive los aspectos de la vida diaria que eran
inmediatamente discernibles no dejaban ninguna huella. Un día era
otoño; el siguiente día era invierno. Los colores habían cambiado, las
hojas y luego la nieve habían caído. Ninguna máquina del tiempo
sería efectiva. Nosotros subsistíamos fuera de los ciclos naturales y
los eventos mundiales. Solamente la anatomía, histología, y
neuroanatomía existían.
La neuroanatomía era el estudio de la estructura y función del
cerebro, médula espinal, y nervios periféricos. A fin de ver las vías, el
cerebro fue seccionado en cortes de pocos milímetros. El cerebro, los
tractos y los núcleos eran teñidos con coloraciones especiales para
que se pudieran ver e identificar. Cada sección transversal era luego
PESOS Y MEDIDAS
31
embebida entre dos láminas de vidrio. El truco para aprender
neuroanatomía era desarrollar la destreza de ver estructuras en tres
dimensiones a partir de una sección de dos dimensiones. Ahora hay
toda suerte de simulaciones en computadores que permiten desplegar
este cuadro tridimensional. Nosotros teníamos que construir estas
figuras en nuestras mentes.
En la noche, nuestro grupo aprendía a hacer dibujos de las
secciones transversales a cualquier nivel de la médula espinal o el
cerebro. Hank, siendo ambidiestro y encaminado a la cirugía, tomaría
un pedazo de tiza en cada mano, y con un gran movimiento hacia
abajo de ambas manos, haría el esquema de la médula espinal
trazando simultáneamente sus bordes derecho e izquierdo; repetía
este proceso hasta haber llenado el pizarrón con los diagramas
circulares. Luego nosotros llenábamos las figuras con los tractos,
yendo cada vez más arriba hasta que llegábamos al sitio de cruce de
las vías donde todo lo que viene de la derecha cruza a la izquierda y
viceversa. Era también el gran cruce de los tractos motores
descendentes. Este cruce de vías explica porqué los accidentes
cerebrovasculares del lado izquierdo producen deficiencias en el lado
derecho y viceversa.
A medida que progresábamos en el curso, uno de nosotros se
levantaría al pizarrón y dibujaría los niveles de la médula espinal y
los otros inventarían accidentes cerebrovasculares o lesiones cada vez
más complejos. “¿Dónde estará la lesión que causó la parálisis del pie
derecho y pérdida de la vibración debajo de la rodilla derecha, pero
pérdida de dolor, tacto y sensación térmica del pié izquierdo?” A
medida que íbamos mejorando, nos encontrábamos con hallazgos que
sólo podrían explicarse por lesiones múltiples como ocurre en la
esclerosis múltiple. Inventábamos juegos, turnándonos para describir
las ubicaciones de lesiones imaginarias. Luego los otros tenían que
describir los hallazgos clínicos resultantes que se producirían. Este
reto que nos hacíamos unos a otros noche tras noche ponía la
neuroanatomía como un holograma en mi mente. Hasta hoy puedo
32
LA ESCUELA DE MEDICINA
seguir la mayoría de los tractos principales que corren hacia arriba y
hacia abajo entre la médula espinal y el cerebro, y puedo trazar hacia
donde van los grandes tractos cuando entran a la corteza, y que aun
maravillan la simetría de la creación que nos hace la inteligencia más
elevada del planeta, y quizá en el universo.
Pero la neuroanatomía representaba algo más que un estudio
fascinante. La inmensa casi absurda carga que resultaba de su adición
nos forzaba a ser maestros en el fino arte de jugar con prioridades.
Trabajaríamos en un tema un día, y nos atrasaríamos en los otros dos
cursos, para luego tomar esos dos y dejar atrás al tercero. De nuevo el
estudiar en grupo ayudaba. Planificábamos el estudio de cada noche
con cuidado, arreglando límites de tiempo para estudiar cada curso, y
luego continuar así sin importar ninguna otra cosa. Este método de
establecer prioridades fue tan vital para nuestros planes de éxito como
lo fueron las clases clínicas. En la práctica de la medicina, no hay
nunca tiempo suficiente para hacer todo en un día. Un doctor nunca
se va a la cama con el trabajo del día terminado completamente.
Tendríamos por siempre que decidir qué era esencial, qué podría
esperar, y lo que simplemente no podría hacerse.
Este cuarto curso fantasma, llamémosle “malabarismo de
prioridades 101”, se cargó a nuestro segundo compañero del
semestre. Stockman simplemente no pudo distinguir el conocimiento
trivial del importante. La mayoría usábamos la Anatomía de Gray
como nuestro texto. Tenía suficiente detalle, pero no demasiado.
Stockman usaba la Anatomía de Morris. Esa daba cada variación
posible y una descripción detallada de cada parte del cuerpo. Aunque
tal descripción escrita era innecesaria en un campo visual, Stockman
memorizaba cada una. Stockman era un fenómeno. El tenía una
inexplicable habilidad para memorizar la palabra escrita. A la hora
del almuerzo o cuando estábamos descansando en la sala de estar, lo
poníamos a demostrar sus habilidades a los estudiantes de años
superiores. Y diríamos, “Stockman, diles cómo luce el riñón.”
PESOS Y MEDIDAS
33
Él se pararía, miraría a la distancia, y comenzaría. “El riñón,
también conocido como el órgano renal, yace en una posición
posterior en el espacio retroperitoneal. Su borde externo es convexo,
mientras que su borde medial es cóncavo donde la pelvis renal forma
un cuerpo sacular que drena caudalmente dentro del uréter. El riñón
izquierdo, sobre su polo cefálico yace bajo la cola del páncreas y una
porción de la flexura esplénica del colon transverso...” Y él
continuaría recitando las palabras exactas del texto de Morris.
Nosotros lo seguíamos con el libro a medida que recitaba, y nos
asombrábamos de como no dejaba ni una conjunción o adjetivo fuera
de lugar. Hacía esto para todas las partes del cuerpo, y especialmente
las formas de todos los huesos, y sitios de inserción de los músculos y
ligamentos. Este era un tour de fuerza de la memoria, pero él perdió
la visión de contexto. No encontraba las partes en el cadáver, y
pasaba poco tiempo disecando. Para Stockman la anatomía era un
ejercicio verbal más que visual. Falló en todo examen práctico donde
trataba de recitar sus descripciones memorizadas. La anatomía exige
un conocimiento práctico, no pasajes de libros. Al final del primer
semestre le pidieron a Stockman que se retire. A diferencia de
Frederick, su partida me tomó por sorpresa. Yo había pensado que él
sólo memorizaba sus descripciones para hacernos reír, lo que
invariablemente hizo. Ninguno pensó seriamente que él creía que la
habilidad para vomitar monólogos de la Anatomía de Morris era de lo
que se trataba la anatomía. Él debió haberse sorprendido aun más que
cualquiera de nosotros.
Frederick y Stockman ilustraron una verdad simple de la escuela
de medicina. La mayoría de los estudiantes fracasan no por falta de
talento. Fracasan porque renuncian o porque son perezosos o porque
no están motivados. Fracasan porque una atención parcial no es
suficiente. Durante mis años de estudio, los estudiantes fracasaron
porque eran lentos, porque no establecían prioridades, porque su
concentración se atrasaba un mes, o una semana o aun un día. Pero
ninguno falló por carencia de poder mental. Fallaron porque su deseo
no fue lo suficientemente intenso para sobrevivir este primer año de
34
LA ESCUELA DE MEDICINA
la escuela de medicina. Y a diferencia del intelecto, el deseo no puede
ser medido en vatios de potencia. El deseo es medido por el peso que
puede llevar y por la presión que puede soportar.
La anatomía macroscópica, la histología y la neuroanatomía y aun
el “malabarismo de prioridades 101” fueron los componentes de una
sola prueba de deseo simple y vital. Al final del semestre todos,
excepto dos de nosotros, podríamos mirarnos en el espejo y ver a una
persona que aunque débil, perdida del tiempo y notablemente
desinformada acerca de los sucesos mundiales, había llevado el peso
y soportado la presión. Más pruebas y fracasos nos esperarían más
adelante, pero en ese momento estábamos triunfantes.
3
Las noches en el hospital...
La caza de codornices
La edificación que aloja la escuela de medicina y el hospital está
ubicada en la esquina sureste del campo de la universidad. Está
construida en el estilo gótico colegial, con la estructura de
concreto con ladrillo y paredes de granito... y es en realidad una
serie de edificios puestos juntos de modo que puedan estar todos
bajo el mismo techo... La planta entera esta hecha para que haya
comunicación libre entre los varios departamentos de la escuela y
el hospital, y la biblioteca, con su espacioso cuarto de lectura en el
centro del edificio. La escuela está así dispuesta para albergar a
doscientos estudiantes.
El servicio ambulatorio ocupa todo el primer piso de la
porción sur del edificio. Esta especialmente diseñado para enseñar
y tiene una serie de cuartos de examen, tratamiento, y de
enseñanza para medicina general y cirugía, pediatría, neurología,
dermatología,
psiquiatría,
odontología,
traumatología,
oftalmología, otorrinolaringología, obstetricia, ginecología y
urología... Una sala de espera se anexa a cada departamento y
varios
pequeños
laboratorios
clínicos
se
colocan
convenientemente.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Tres edificios, estrechamente conectados formaban el complejo
escuela de medicina/hospital. En el extremo norte estaban las oficinas
de los profesores y los laboratorios de enseñanza de los
departamentos de ciencias básicas. En el extremo sur estaban las salas
de pacientes hospitalizados y las clínicas ambulatorias. En el edificio
36
LA ESCUELA DE MEDICINA
del medio estaban las oficinas de los profesores de las clínicas. En
cualquier piso podíamos caminar de un laboratorio de ciencias
básicas a una oficina de un profesor de clínicas o a una sala del
hospital o clínica. La teoría detrás de esto era que los problemas
clínicos al lado del lecho del paciente podían ser llevados
directamente a los laboratorios de investigación de los científicos de
las básicas. La intimidad física puso la ciencia y la medicina clínica
una al lado de otra. Era una escuela perfectamente diseñada.
Durante los descansos de nuestro grupo de estudio, Hank algunas
veces nos conducía a misiones de reconocimiento nocturno. Algunas
noches él iba solo. A mediados de octubre, Hank había explorado
todo el complejo. Conocía cada esquina y cada vuelta del complicado
laberinto. Una noche en nuestros tardíos recesos, Hank vino corriendo
a la cafetería. Se estaba riendo con disimulo y hablando al mismo
tiempo, un hábito que tenía cuando estaba agitado. Esto lo hacia casi
totalmente ininteligible hasta que dejara de reír. Finalmente dijo,
“Vengan. Ahora. Uds. tiene que ver esto.”
No era infrecuente para Hank regresar de un reconocimiento y
arrastrarnos de un descubrimiento a otro. Una noche encontró el
cuarto de autopsias. Nos escurrimos allí y logramos que el residente
de patología nos mostrara la anatomía fresca de la autopsia. Era la
primera vez que veía el interior de un cuerpo que no había sido
embalsamando y curado en formalina. Había poco parecido entre los
tejidos frescos de la autopsia y la carne seca de nuestro cadáver. El
cadáver parecía una abstracción del cuerpo real, a tal punto alejado de
la muerte que no pensamos que viniera de una persona real. En la
autopsia por otro lado los órganos brillaban y reflejaban luz. El
corazón era violeta, no de un pálido marrón seco. Los pulmones eran
rosados y estaban turgentes, aun llenos de aire, del último aliento del
paciente agonizante.
Otra noche Hank encontró la sala de partos, y nosotros miramos
nacer un bebé. En una semana, las expediciones de Hank habían
saltado del final al inicio de la vida. Nunca olvidaré la maravilla de
LA CAZA DE CODORNICES
37
ver un nuevo ser humano venir a la vida. Al principio el bebé estaba
sin movimiento, todo húmedo y rojo-azulado. Con sangre por todas
partes, Por un instante pensé que el bebé era un nonato.
Repentinamente, la forma sin vida súbitamente reaccionó y emitió un
largo llanto tras otro. Cada llanto forzó los pulmones a recibir más
aire. Pensé que era extraño que el nacimiento y la muerte, el primero
y el último acto humano, estuvieran bañados en llanto y lágrimas.
Llorar es esencial para la vida.
Esa noche en particular, Hank estaba inusualmente excitado. Le
cortamos el paso cuando estaba a medio camino saliendo de la
cafetería. Lo pudimos oír riendo cuando volteó una esquina después
de otra en el laberinto de pasillos. De repente estábamos en una
sección a oscuras del primer piso yendo hacia las clínicas. Apenas
pudimos seguirlo en la penumbra. “Shh... Quietos. No hablen.” Hank
sostuvo su mano para detenernos a los tres que le seguíamos. Éramos
soldados desplazándonos en alguna posición desconocida del
enemigo. “Pronto... ahora... ahora... ahora miren esto” susurró Hank,
todavía riendo conteniendo su respiración al mismo tiempo. En eso,
dio un tirón a una larga palanca en la pared de la clínica, y todo el
largo corredor y todos los cuartos a los lados se prendieron. Él había
encontrado el switch maestro para toda el ala. Cada espacio en la
larga sección se iluminó. Nos detuvimos allí sorprendidos con la
iluminación repentina que reemplazó a la oscuridad. Hank susurró,
“Esperen, esperen.”
Al final del corredor primero uno, luego dos, y finalmente un
tercer bedel salieron de los cuartos, cada uno barriendo tan
furiosamente como les era posible. Hank nos hizo caminar hacia los
tres hombres. “Buenas noches,” dijo Hank, eliminando su risita y
corriendo hacia uno de los cuartos de conferencias de la clínica.
Colapsamos en las sillas, nos cubrimos las bocas, y tratamos de no
reírnos fuerte.
Los hombres evidentemente habían estado haraganeando, y por su
apariencia, era obvio que habían estado durmiendo en los cuartos de
38
LA ESCUELA DE MEDICINA
examen de la clínica. Al ser despertados por la luz, ellos pretendieron
estar activos y salieron barriendo, como si momentos antes, en la
oscuridad de boca de lobo, hubieran estado barriendo enérgicamente.
Hank llamó a este entretenimiento “la caza de bedeles.” Para
aquellos de nosotros criados en áreas rurales, era un nombre
apropiado. Habló de disparos cubiertos, de bajarse a los que estén
solos, y de lanzar uno, dos y aun tres disparos al levantar la bandada.
Hank hizo de la caza de bedeles un arte. Al principio cazábamos cada
noche, y pronto ya no hubo bedeles en ningún sitio. Hank dijo que
habíamos exterminado los campos. Así que esperamos una semana
entre cacerías. Con seguridad la población de bedeles se recuperaba y
estabilizaba, y podríamos contar uno o dos, y en buenas noches tres
bedeles en cada clínica, y siempre salían barriendo cuando las luces
se encendían.
Hank había hecho ciertos descubrimientos migratorios acerca de
dónde estarían los bedeles la siguiente vez. Él había encontrado que
los bedeles de la clínica médica general tendían a irse a la clínica de
ginecología, mientras que los de la clínica quirúrgica se irían a la
clínica pediátrica. Hubo un período de varias semanas donde no
cazamos nada. Dejamos de cazar por dos semanas, pero aun así no
había bedeles. Estábamos desconcertados por las desapariciones.
Hank nos aseguró que debían estar en algún lado. Sólo teníamos que
encontrarlos. Después de más de un mes sin éxito, Hank corrió a la
cafetería. “Esos condenados de segundo año. Los agarré cazando en
veda a los bedeles en la clínica ortopédica. Con razón nuestra cacería
estaba agotada. Ud. no puede exterminar un campo y esperar
encontrar aves. Esos tipos no saben un comino acerca de cazar
codornices o el juego de la conservación.”
A veces no había límites en nuestra necesidad de humor.
4
Las prácticas de fisiología...
Cuidado con la muerte de los
perros
521. Fisiología.- Curso para los estudiantes de primer año de
medicina que está diseñado para cubrir los conceptos esenciales
de fisiología médica. Veinte horas por semana de clases,
conferencias, y trabajo de laboratorio se dan durante el segundo
semestre del primer año.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
El segundo semestre del primer año comenzó pesado: bioquímica con
dos laboratorios por semana, fisiología con dos laboratorios, otros dos
meses de neuroanatomía, una introducción a farmacología y un curso
de estadística.
El departamento de fisiología estaba formado por tres profesores.
Apodamos a esta trinidad “El Viejo P,” “El Loco” y “El Chino.” El
Dr. King era “El Viejo P.” El sobrenombre era por profesor viejo, un
remedo del “padre viejo” de Dickens. El Dr. King estaba en sus
setenta años y había regresado de su retiro. Como un anciano
sacerdote con una cara benevolente, hacía su ronda diaria en el
laboratorio, asistiendo aquí y allá cuando pasaba entre nuestras mesas
en el laboratorio. No me habría sorprendido si él hubiera mecido un
pote de incienso para bendecir nuestro trabajo.
“El Loco” era el Dr. Robert Post, un instructor joven quien
acababa de terminar su entrenamiento posdoctoral en Harvard. Post
40
LA ESCUELA DE MEDICINA
conducía una Harley-Davidson para ir al trabajo, ocasionalmente
llegaba a clase llevando unos Lederhosen y una capa Alpina de
plumas, y honestamente, aparte de su excentricidad, era un genio.
“El Chino” el tercero y más joven de la trinidad, era un fisiólogo
chino que había llegado al país pocos años antes. El Dr. Ray Meg
había hecho ya algunas observaciones fundamentales en nutrición
parenteral, y más tarde haría disponible los lípidos intravenosos para
los pacientes sin función intestinal. Posteriormente en su carrera, el
ganaría renombre nacional por sus extensos estudios en nutrición.
Pero en el departamento de Fisiología de Vanderbilt en 1951, nuestra
clase sabía sólo una cosa acerca del Dr. Meng: entendíamos muy
poco de lo que decía.
Dos veces a la semana teníamos laboratorios en la tarde. Por ser
el miembro más joven de los profesores su deber era supervisar las
sesiones del laboratorio de las tardes. Estas prácticas consistían en
hacer preparaciones complicadas. Comenzamos con sapos, palomas,
y pequeños peces, luego calamares y ratas. Cada experimento
requería de una larga preparación para alistar el equipo y los aparatos
primitivos de registro preparados para medir lo que fuera que el
experimento requiriera. Al final del curso usábamos perros.
El grupo de trabajo era de cuatro estudiantes. Teníamos el mismo
grupo que en el cadáver, lo que era una prueba de lo bien que nos
llevábamos. Dadas las tensiones y casi peleas en la disección de
cabeza y cuello, muchos grupos de disección se separaron. Jean,
Oscar, Hank y yo trabajaríamos en una mesa. Para cada experimento
en fisiología asignábamos roles. Uno de nosotros sería el cirujano
jefe, otro el anestesiólogo, otro el ingeniero, y uno sería el muchacho
de servicio o mantenimiento. El peor trabajo era este último.
Rotábamos los papeles para que a ninguno le tocase el de servicio
más veces que cualquiera de los otros. El muchacho de servicio tenía
que ahumar e instalar el quimógrafo*.
*
NT: aparato de registro rudimentario usado en fisiología hace unas décadas.
CUIDADO CON LA MUERTE DE LOS PERROS
41
No teníamos aparatos electrónicos de registro avanzados que
ahora son lugares comunes en cualquier laboratorio; todavía no se
habían inventado. Usábamos los quimógrafos, tambores de metal,
alrededor de los cuales enrollábamos un pedazo de papel grueso que
luego era cubierto con humo negro espeso. El papel se pegaba
alrededor del tambor. Luego el tambor se rotaba lentamente en un
aparato con mecha encendida con querosén, que permitía cubrir
uniformemente el papel con el humo. Eso suena simple, pero era
tedioso y se necesitaba mucha práctica para hacerlo bien. Muy poco
humo y la plumilla no dejaría trazas. Mucho humo y la plumilla se
empastaría o peor, la capa de humo se podría despegar del papel. El
tambor ahumado era luego colocado cerca del animal y una afilada
plumilla de ganso era adherida a la palanca. La palanca era luego
unida a un músculo, o conducto o lo que fuera que iba a causar un
movimiento o flujo para que pudiera ser medido. La plumilla raspaba
la superficie del tambor que se movía lentamente y dejaba un trazado
del movimiento. Además del movimiento, teníamos una plumilla para
el timer, algunas veces teníamos otra para el ECG*, y en
experimentos grandes, una plumilla adicional de movimiento.
Ocasionalmente de manera accidental empastábamos el humo y
teníamos que empezar de nuevo, desde el comienzo del experimento.
Con suerte, podríamos llegar a tener el perro anestesiado, la disección
hecha, el tambor ahumado. Tener todos los dispositivos conectados y
estar listos para el experimento en dos o tres horas. Pero había una
regla. Si el perro moría antes de las tres horas, el grupo tenía que
comenzar de nuevo desde el principio. Si el perro moría después de
las tres horas, podríamos parar el experimento donde estuviéramos,
calcular los resultados, hacer el registro permanente por sellar el
papel del quimógrafo con laca, limpiar e irnos a casa a las 6 p.m. Si el
perro moría muy pronto, teníamos que comenzar el experimento de
nuevo. Esto significaba terminar algunas veces tan tarde como las 9 o
10 p.m.
*
NT: siglas para electrocardiograma.
42
LA ESCUELA DE MEDICINA
Las dos mesas al lado de las nuestras eran de un contraste total. A
nuestra derecha, técnicamente los estudiantes eran singularmente
ineptos. Nada les salía bien. Rara vez lograban quemar bien el
quimógrafo. El perro generalmente quedaba despierto o estaba tan
anestesiado que había que mantenerlo vivo dándole respiraciones con
un ambú*. Nada de la preparación era hecho correctamente. Los
pocos conductos que teníamos que canular eran dañados más de la
cuenta. Y encima de todo, sus perros morían exactamente a las tres
horas y cinco minutos, salvándose de repetir la práctica. De acuerdo a
la regla de las tres horas, ellos podían calcular sus resultados con los
datos que habían recogido y legalmente pedir prestado los datos de la
mesa de al lado para poder terminar el trabajo. Esto significaba que
estaban listos a las 4 p.m. y podían irse. A pesar de su habilidad para
salirse del trabajo, se quejaban todo el tiempo y detestaban todo el
trabajo de laboratorio. Ninguno quería ser el cirujano o hacer ninguna
parte experimental. Cada uno quería hacer las notas o hacer las
observaciones, pero estar lejos de cualquier tarea mecánica. Ellos
eran todo mente y nada manos. Nosotros podíamos decir entonces
que ellos tenían tendencias hacia la carrera psiquiátrica.
El grupo a nuestra izquierda era el polo opuesto al grupo de los
futuros psiquiatras en cuanto a competencia mecánica. En ese
momento pronto aun, uno diría que en ese grupo estaban destinados a
ser cirujanos. El grupo constantemente peleaba acerca de sus roles.
Había una conversación grosera y ruidosa acerca de quien haría las
incisiones, quien haría las disecciones meticulosas, o a quien le
tocaría hacer la mayoría de las preparaciones de rutina. Ellos
realmente peleaban sobre quien haría el trabajo de servicio. Los
trabajos eran asignados lanzando una moneda, y aun en ese caso se
quejaban constantemente. A pesar de las peleas, eran trabajadores
extraordinarios y diligentes con los experimentos, invariablemente
producían los mejores y más limpios resultados experimentales. Ellos
estaban orgullosos de cómo presentaban los resultados. El resto de
*
NT: bolsa con máscara usada para la ventilación manual.
CUIDADO CON LA MUERTE DE LOS PERROS
43
nosotros teníamos cuidado en nuestro trabajo, pero nuestros
principales objetivos eran hacer las cosas y aprender de lo que
enseñaba el experimento. Para ellos, el hacer el experimento era la
cosa principal.
44
LA ESCUELA DE MEDICINA
5
La fisiología...
Miastenia Gravis
5. Clases y demostraciones especiales.- Una serie de clases y
demostraciones con el propósito de traer ante la audiencia,
pacientes que ilustran enfermedades importantes e infrecuentes.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
En el primer año y medio de la escuela de medicina, todo está
centrado en la ciencia. A medida que los cursos fueron pasando, nos
volvimos más y más interesados en ver pacientes vivos. Recuerdo
nuestra primera exposición a un paciente. En la mitad del tema de la
fisiología del sistema nervioso al final del primer año, estábamos
sentados esperando que apareciera el profesor, cuando las puertas del
anfiteatro se abrieron y un ayudante empujó una silla de ruedas en la
parte baja del teatro. Una mujer canosa que parecía estar en sus
cincuenta estaba sentada y tirada hacia un lado en la silla de ruedas.
Era la persona más lastimosa que yo había visto. Su boca estaba
media abierta y su saliva escurría por un lado. Ella se esforzaba por
mantener su cabeza derecha, sin lograrlo. Sus ojos estaban medios
cerrados. Era obvio que la mujer estaba paralizada.
Entonces fuimos presentados al Dr. Sam Riven, miembro de la
facultad en el área clínica y médico de la paciente. El Dr. Riven nos
dijo que la mujer tenía miastenia gravis. Nosotros habíamos estado
estudiando la placa neuromuscular y sus neurotransmisores. Las
reacciones a la acetilcolina y la colinesterasa nos eran familiares, así
46
LA ESCUELA DE MEDICINA
que estamos preparados para comprender algo de lo que vimos y
oímos. El Dr. Riven nos dijo que la mujer había aceptado omitir una
dosis de sus medicinas para que pudiéramos ver como lucía ella sin
tratamiento. La paciente hizo un débil esfuerzo para sonreír con un
ligerísimo movimiento de las comisuras labiales y un ronco sonido
cuando ella trato de reír. Él le pidió que realizara varias tareas.
Sostuvo su brazo y luego lo soltó. El brazo cayó en su regazo. Ella no
podía mover sus brazos ni piernas, ni elevar la cabeza o abrir sus ojos.
Ella podía tragar, pero no hablar, al menos en una voz que
pudiéramos oír. El Dr. Riven acarició la cabeza de la paciente y la
animó. Le pregunto si podía aguantar unos minutos más. Ella asintió
con un movimiento apenas perceptible de la cabeza. Era más como
elevar la cabeza un par de centímetros y luego dejarla caer sobre su
pecho.
El Dr. Riven sacó de su maletín negro una jeringa llena. Sostuvo
la jeringa hacia arriba y dejo salir de la aguja un pequeño chorro,
limpió el brazo de la paciente e inyectó el líquido claro. Nos sentamos
en completo silencio por unos minutos. Lentamente la mujer volvió a
la vida. Al principio pudo abrir completamente sus ojos, luego pudo
cerrar su boca, luego movió su cabeza a la posición erguida.
Desapareció el balanceo de la cabeza, muy lentamente se acomodó en
la silla de ruedas, Y luego como un milagro, se sentó derecha, se
levantó, abrió sus brazos a cada lado e hizo una pequeña inclinación
como para decir: “estoy aquí.” Aplaudimos y comenzamos a hablar
entre nosotros.
Ella continuó para decirnos en clara y fuerte voz cómo el Dr.
Riven hizo el diagnóstico un año atrás, y cómo su vida volvió a lo
normal gracias al tratamiento con fisostigmina. Al comienzo de su
enfermedad varios médicos dejaron escapar el diagnóstico. Ellos le
dijeron que era una neurótica. La paciente dijo que siempre estaría
agradecida al Dr. Riven y que estaba muy contenta de poder
mostrarnos a nosotros, estudiantes de medicina, lo que era esta
MIASTENIA GRAVIS
47
enfermedad. Tal vez eso nos mantendría alejados de dejar sin
diagnóstico a estos pacientes, como había ocurrido en su caso.
Me maravilló entonces y aun me maravilla que la ciencia hubiera
identificado los detalles de la transmisión neuromuscular, aislado e
identificado sus compuestos químicos, identificado la lesión
bioquímica en la miastenia gravis y luego sintetizado una droga para
contrarrestar el defecto bioquímico que produce los síntomas de la
enfermedad.
Los cincuenta años que han pasado desde esta demostración en
ningún modo han reducido su impacto sobre mí. En el momento que
la paciente del Dr. Riven se levantó, supe que yo quería ser capaz de
tener ese efecto sobre un paciente, ser capaz de hacer diagnósticos,
tratar pacientes, y devolver una vida normal a los que han sido
afectados. Ingenuamente pensé que todas las enfermedades podían ser
como la miastenia gravis. Me imagine la medicina algo como
encontrar la sustancia química o el elemento que hacia falta,
administrarlo y curar el paciente. En algún modo pensé que todas las
enfermedades y sus remedios serian justo como lo que acabamos de
presenciar. Yo creía que la ciencia médica encontraría curas similares
para cada enfermedad y que viviría lo suficiente para hacer toda clase
de diagnósticos, dar una píldora o inyección y curar completamente a
la gente. En ese momento veía la medicina sin limitaciones. Lo que
no era curable entonces era sólo que no se había trabajado lo
suficiente en investigación.
Yo he practicado y enseñado medicina por casi cincuenta años y
no he hecho un diagnóstico de miastenia gravis en un solo paciente,
aunque he buscado la enfermedad diligentemente. Aunque varias
personas con la enfermedad han estado en mi consulta, no hice nunca
el primer diagnóstico. Me tomó varios años entender que esta
enfermedad no solo era muy rara, sino que habría muy pocas
enfermedades tan claramente definidas o tan dramáticamente
tratables, al menos durante mi existencia.
48
LA ESCUELA DE MEDICINA
Y Ud. sabe, puede ser que todavía sea ingenuo, pero creo que la
mujer que en 1952 volvió a la vida después de una inyección muestra
el efecto que la medicina y el método científico tendrán finalmente
sobre todas las enfermedades. Yo continuo teniendo completa
reverencia por el poder del método científico. Éste puede que sea la
hazaña más grande de la humanidad.
6
La medicina comunitaria...
La primera casa que atender
No se les da a los estudiantes calificaciones relativas a su
rendimiento escolar. Pero a los estudiantes que fallen en dos de
los principales cursos en cualquier momento durante su año
escolar o fallen un segundo examen en un curso principal se les
puede pedir que se retiren de la escuela. Así mismo, a los
estudiantes que aunque no tengan ninguna falla reportada si su
trabajo no ha sido satisfactorio se les puede pedir que se retiren
Los estudiantes recibirán una nota de servicio sobre la necesidad
de hacer un mayor esfuerzo para llevar a cabo su trabajo en la
Escuela, cada vez que el Comité de Promociones considere que su
desempeño es de pobre calidad.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
El decano John Youmans introdujo un nuevo curso en el otoño del
primer semestre de nuestro primer año. No estaba listado en el
programa, simplemente apareció. Estábamos en el medio del curso de
anatomía, histología, y comenzando neuroanatomía cuando el decano
decidió que deberíamos ser introducidos, “tan temprano como sea
posible, a la dinámica de familia.” Cada uno de nosotros fue asignado
a una familia para seguirla durante los cuatro años de la escuela de
medicina. Teníamos que hacer dos visitas cada semestre para ver a
nuestras familias. Aunque la idea básica de humanizar la medicina era
sólida y adelantada para las escuelas de medicina de esa época, el
momento no pudo haber sido peor. “Medicina social y ambiental,”
como la llamó el decano, comenzó justo después de Acción de
50
LA ESCUELA DE MEDICINA
Gracias. Una vez a la semana pasábamos dos horas de un tiempo de
estudio desesperadamente necesario con una de las cuatro
trabajadoras sociales psiquiátricas asignado a cada grupo de 13
estudiantes de medicina. Las familias fueron presentadas y discutidas
por el trabajador social. Durante este período, la psiquiatría freudiana
estaba en el cenit en toda la América académica. No había otra
escuela sicológica de pensamiento aceptada. Ninguna. No Carl Jung,
Carl Rogers, no Alfred Adler, o cualquiera de los otros teóricos
existentes de ese tiempo. Freud era el rey de la psiquiatría, un
absoluto monarca, para no ser criticado. El trabajador social de
nuestro grupo asociaba cada conducta en cada etapa de desarrollo con
celos, inhibiciones o represiones sexuales. Cualquier valor perdurable
que las teorías de Freud pudieran haber tenido en el resto del mundo
era perdido para la mayoría de nuestra clase por las presentaciones
dogmáticas de los trabajadores sociales. Al menos ese era el modo en
que fuimos enseñados, o puede que ese haya sido el modo en que
algunos de nosotros lo tomamos.
La trabajadora social que conducía nuestro grupo enfatizó que el
entrenamiento precoz de los hábitos de ir al baño prevalecía como rey
de todas las fuerzas formativas. Cada cosa en las conferencias era
referida a la conducta retentiva anal del entrenamiento estricto para ir
al baño, o a una estructura social flojamente organizada de un
entrenamiento flojo para ir al baño. El complejo de Edipo era
mencionado con cada historia familiar. Las frases favoritas eran
“envidia del pene” para niñas pequeñas que se portaban mal, temor de
“concepción oral” para cualquier problema de alimentación en una
jovencita, y lujuria para cada padre, si bien sumergido y represado. El
subconsciente era un lugar oscuro y no amigable, con neurosis
escondida, esperando para aflorar en algún momento más tarde en
algún lugar desconocido.
Si alguien retaba cualquiera de los conceptos freudianos, la
respuesta estándar del trabajador social era, “Puedo ver que Ud. esta
obviamente amenazado por esa idea. ¿Hay algo que Ud. nos quiera
LA PRIMERA CASA QUE ATENDER
51
decir?” Era un tapón de primer orden. Primero que todo, nosotros
estábamos en el máximo de la producción de testosterona, encerrados
en un laboratorio de anatomía, e incapaces de conseguir una cita por
el olor a formol que destilábamos. Así que era altamente improbable
que nosotros compartiéramos fantasías sexuales reprimidas con los
trabajadores sociales de sexo femenino. No sucedió. Quizá el temor
real era que si comenzábamos a hablar, revelaríamos todo, y algunas
represiones escondidas saldrían, más allá de nuestro control para
detenerlas. Todo esto fue bastante antes de la píldora anticonceptiva o
de la así llamada revolución sexual. Sexo y cualquier discusión de
ello estaba apenas emergiendo de la era victoriana, la cual había
negado su existencia en cualquier conversación civilizada.
El trabajo del curso presumía que nosotros estábamos para hablar
de esta terminología freudiana y usarla en nuestras entrevistas en las
visitas a nuestra familia asignada. Luego de las entrevistas, teníamos
que escribir detallados reportes de nuestras visitas. Para enero
ninguno en mi grupo había hecho la primera visita domiciliaria.
Estábamos casi como una clase en completa rebelión pasivo-agresiva.
La mayoría de mis compañeros sentía lo mismo. Simplemente no
teníamos el tiempo o inclinación para tomar el autobús al otro lado de
la cuidad, visitar una familia que nunca habíamos conocido,
entrevistarla usando herramientas que no entendíamos, y luego
haciendo un largo reporte sobre un tema que no comprendíamos.
Mientras más tiempo pasaba sin que visitáramos la familia, más
enojado se ponía el decano. Su enojo hizo su pico a fines de enero
justo antes de que el semestre terminara. Fuimos llamados a una
reunión especial. Era nuestra primera reunión con el decano desde el
primer día en la escuela.
El decano John Youmans vino cojeando en muletas, su pierna
derecha tenía un yeso hasta el muslo. Sabíamos que se había caído de
su caballo en una cacería y se había fracturado la pierna. Al decano le
gustaba el vino. Le gustaba la caza del zorro. Le gustaban los
52
LA ESCUELA DE MEDICINA
caballos. Le gustaba saltar sobre ellos. Lo que se decía era que había
bebido un poco temprano en su última cacería.
Ese día estaba furioso. Podíamos decirlo por las muecas que hacía
cuando entró. Pequeña de por si, su boca estaba como un pequeño
agujero como de lápiz. Pronto aprendimos a juzgar su furia por el
tamaño de su boca. Su cara estaba roja, y su pelo generalmente
aplastado, estaba ligeramente despeinado. Las “cuatro brujas
freudianas” el nombre que nuestro grupo le puso a las trabajadoras
sociales, entraron al empinado anfiteatro. Ellas estaban igualmente
descontentas con nuestro incumplimiento.
El decano cojeó hasta el podio en la tarima del anfiteatro. “Esta
clase ha sido un problema desde el comienzo, primero que todo, Uds.
no lo sabían, pero Uds. son la primera clase en ser entrevistada como
parte de un proceso de selección. Los miembros del personal docente
me dijeron que estaba cometiendo un error al hacer eso, y ahora estoy
de acuerdo. Me han tomado el pelo y también me han reclamado y los
han llamado a Uds., abro cita “la clase excelente en personalidad
según las entrevistas (pero nada más que eso)” cierro cita. Pues bien
sus temores estaban bien fundados. Continuó diciendo que no harían
más entrevistas, y que nosotros éramos una desgracia para la escuela.
Que nuestro rechazo a hacer lo que se había pedido en un curso no
era aceptable. Y que a menos que cada uno de nosotros tuviera un
reporte escrito en su escritorio para finales de enero de por lo menos
una visita a los hogares asignados, el retiraría a toda la clase si era
necesario. Estipuló que no era un requisito tener una cohorte del 55, y
que él y la escuela justo saltarían un año de graduación sin
lamentarlo. Estaba bastante enojado sin saber que más decir. Cuando
terminó, salió cojeando, con las trabajadoras sociales de psiquiatría
detrás de él.
Cuando nosotros salimos del anfiteatro, comencé a hacer planes
para la ansiada visita a mi casa para ver a mi familia. Sabía que el
decano hablaba en serio y que continuaría con su plan de expulsarnos
de la escuela. Era conocido como un hombre de palabra, y que no
LA PRIMERA CASA QUE ATENDER
53
desperdiciaba ningún discurso. Llenos de miedo haríamos las visitas
domiciliarias y escribiríamos los reportes.
Mi familia asignada vivía en el lado opuesto de donde quedaba la
escuela de medicina. Haría un viaje largo en autobús al centro de la
ciudad y luego dos transferencias para llegar a mi destino. Aparte de
los estudiantes de la ciudad, sólo los veteranos casados y quizá un par
de estudiantes más tenían carros. El resto de nosotros estábamos a
pie. Ordinariamente, yo le habría pedido a Hank que me llevara, pero
esta vez cada uno estaba frenético por hacer la visita, todos estábamos
apurados. Teníamos sólo cinco días para hacer las visitas y escribir
los reportes. Aparté una tarde para la visita. Una de las trabajadoras
sociales me hizo la cita.
Las familias habían sido seleccionadas a través de la clínica
ambulatoria obstétrica; así, las mujeres en esas familias estaban
embarazadas y darían a luz en los próximos meses. Una idea detrás
del programa era que nosotros siguiéramos una mujer durante su
trabajo de parto y parto propiamente dicho, para ver el impacto de un
nuevo niño en la dinámica familiar, y ver al niño a través de su
primera infancia. En cierto nivel sabíamos que el curso tenía algún
mérito, pero en otro nivel sabíamos que una F en medicina social y
ambiental no sería tan mala como una F en anatomía, histología o
neuroanatomía. Esta presunción, unida a la condescendiente actitud
de las trabajadoras sociales, puso el sello de muerte en cualquier
esperanza para el éxito del programa. A ellas no les gustaba nuestra
clase, y a la mayoría de nosotros no nos gustaban ellas.
La primera parada del autobús me dejó en el centro de la ciudad.
Estaba comenzando a sentirme con náuseas, dada mi predisposición a
marearme en los viajes en carro. Si viajar en el asiento de atrás de un
carro produce náusea, imagínese lo que un autobús echando humo me
hizo. Al final del primer viaje, estaba casi en una náusea terminal.
Dejé pasar otro autobús mientras me reponía sentado en la acera,
tratando de no vomitar, sabiendo que no era posible hacer el viaje
completo del último cambio de bus sin perder mi almuerzo. Me
54
LA ESCUELA DE MEDICINA
aguante hasta que llegué a la parada final. Con mi boca llena de saliva
caliente, y empapado de sudor, a Dios gracias logré salir del autobús
tan pronto como la puerta se abrió. Estaba mojado, mareado y
sintiendo que me desmayaría si no me recostaba. El aire frío de enero
fue la única cosa que ayudó a recuperarme.
El autobús me dejó en una zona pobre de la ciudad. Las calles
necesitaban pavimento, y los hombrillos de las carreteras terminaban
en surcos que se borraban. Las pequeñas zanjas terminaban en las
cunetas a lo largo de las calles. Había dos carros sobre bloques de
concreto en un lote vacío de la esquina con una maleza seca y alta.
Un autobús escolar viejo oxidado con todas las ventanas rotas estaba
sobre sus ejes en la parte de atrás del lote vacío. Me subí en ese bus y
vi mi triste figura en el espejo roto. Mi pelo estaba húmedo con sudor.
Mi color era gris pálido, con mis labios perdidos en mi cara. Me senté
en el asiento delantero del bus, exhausto, sudoroso y todavía con
náuseas. Afortunadamente el mareo pasó una vez que el movimiento
cesó, y después de unos minutos me recuperé. El aire frío terminó su
trabajo, y en menos de media hora, estaba seco, me puse mi chaqueta
y corbata, y estaba de pie y caminando hacia la casa de mi familia
unas pocas cuadras adelante.
Un momento después toqué la puerta y una niña pequeña
contestó. Cuando ella abrió, una ola de aire caliente me barrió. La
temperatura dentro debió ser más de ochenta grados. La madre
rápidamente apareció con la hija al lado. Ambas estaban sudando del
calor, y ambas se veían cansadas. La madre estaba embarazada. El
olor de ropa lavada mojada, plancha y calentador de gas llenaba el
ambiente.
“Ud. debe ser uno de esos doctores de Vanderbilt,” dijo ella,
secando sus manos en el delantal. “La trabajadora social me dijo que
Ud. vendría. Entre.”
La casa realmente pequeña, pero muy arregladita. Me pregunté si
la madre tendría alguna enfermedad que requería una temperatura tan
alta, pero no continúe con la idea. La madre tomó la silla frente a mí,
LA PRIMERA CASA QUE ATENDER
55
y su pequeña se escondió detrás. El recibo también servía de
comedor. Había un sofá, dos sillas y una mesa redonda en una
esquina. Las paredes eran de madera pintada. El único cuadro era una
fotografía de un hombre en uniforme de la II Guerra Mundial.
Sonreí y agradecí por dejarme entrar. Luego la habitación quedó
en silencio. No podía pensar en nada que decir. Ahora que miro hacia
atrás, había alguna suerte de abismo cultural que no podía saltar. La
mujer no dijo nada. La niña no dijo nada. Yo no dije nada. Nos
sentamos y nos miramos unos a otros. Podía oír una tetera en algún
lado en la parte posterior de la casa haciendo un sonido agudo. Podía
oír el tic-tac del reloj en la pared. Mi ansiedad finalmente me
consumió. Dije algo insulso como “Creo que Ud. va a la consulta
ambulatoria.”
La madre dijo, “Sí.” Nada más. Ninguna expansión de la idea.
Tratar de hablar con ella era como hablar al viento. Nada regresaba.
Cada vez que pensaba en algo para preguntar, lo que lograba en
respuesta era un monosílabo. Y luego silencio, excepto por los
sonidos de la casa. Yo podía oír el calentador de gas abierto en frente
de la chimenea haciendo un silbido.
Me estaba volviendo más ansioso. Andaba a tientas por ahora y
lejos de lograr el coraje para preguntar acerca del entrenamiento del
baño o el destete, temas que nos habían dicho que debíamos explorar.
De alguna manera yo tenía que traer a colación esos temas. “Su hija
se ve saludable” dije. Así pensé que esa apertura me llevaría hasta
tener el coraje de preguntar sobre el entrenamiento de los hábitos
intestinales. Pero no me sirvió.
“Bueno, ella no lo está” dijo la madre, aun mirándome.
“Oh, ¿cuál es el problema?” pregunté, sintiendo otra apertura.
“Ud. no es un doctor verdadero, ¿no es cierto? dijo la madre. Y
luego una larga pausa. “Nancy agarró el asma. Ella tenía el asma muy
mala hasta que nosotros le compramos a Twitty.”
56
LA ESCUELA DE MEDICINA
A ese punto, Nancy se acercó al borde de la silla y sostuvo un
pequeño bolso hacia a mí. “Muéstrale a Twitty, Nancy. Muéstraselo a
él,” dijo la madre, empujando a Nancy hacia mí.
Miré dentro del bolso abierto, y allí estaba un periquito sucio
mirándome y sacudiendo su cabeza de un lado a otro. El no hizo
ningún esfuerzo para escapar. El pájaro parecía como salido de un
baño. Con las plumas húmedas y pegadas. Nancy entonces me habló
de su mascota, cómo la bañaba cada día en el tanque de la cocina.
Desde que ella tenía el pájaro, su asma desapareció. Al menos eso es
en lo que la madre insistió.
No sabía nada de asma y nada acerca de pájaros que curen el
asma o nada acerca de nada de lo que ellas hablaron. Me sentí
estúpido y fuera de lugar. Todo lo que quería era salir de allí. Cada
intento de hacer una conversación inteligente falló. Cada pregunta
que ellas hicieron, no pude responder honestamente. Cada pregunta
que hice provocó sólo respuestas de una palabra. Me sentía inútil.
Pero, la madre sabía que yo era inútil. ¿Les diría ella a las
trabajadoras sociales, y ellas correrían a decirle al decano, y él me
llamaría y me despediría de la escuela de medicina? ¿Qué escribiría
en mi reporte?
Después de pocos minutos de silencio y respuestas cortas, dije
que tenía que irme. La madre dijo adiós. Y cuando miré atrás hacia la
casa, Nancy estaba diciendo adiós con sus manos. Yo no hice nada.
¿Qué era lo que se suponía tenía que hacer? No estuve cerca de llegar
a preguntar sobre el entrenamiento de baño o el destete. Todo lo que
hice fue tener miedo del viaje en autobús de regreso al hospital. De
algún modo logré volver sin vomitar. El viaje entero duró cuatro
horas. Estaba derrotado.
El escrito que envié detallaba la historia de mi estado nauseoso
por el movimiento, el periquito mojado, y la milagrosa remisión del
asma de la niña. Durante mi visita, me olvidé completamente
preguntar acerca del esposo y padre. Yo asumí que el de la foto era el
esposo, así que no mencioné nada acerca de militares. Mi reporte
LA PRIMERA CASA QUE ATENDER
57
altamente pulido no capturó la completa verdad de esta lúgubre
experiencia. Yo busqué literatura para mi informe, y me preparé
considerablemente. Pasé algún tiempo investigando sobre las
condiciones socioeconómicas de la vecindad. Mencioné mi
preocupación por la fiebre del loro (psitacosis), habiendo descubierto
que la familia de aves que incluía los periquitos podía transmitir un
tipo especial de neumonía. Pensé que eso añadía un poquito de
carácter científico al reporte. Las trabajadoras sociales no creyeron
eso, y me empequeñecieron por no recurrir a las máximas freudianas.
Nunca volví a ver a mi familia asignada. Continuamos los
encuentros con las trabajadoras sociales cada dos semanas por otro
mes más. Y luego, como un milagro, el curso se desvaneció. Sin
anuncio, simplemente fue cancelado. Pensamos que los profesores de
ciencias básicas decidieron que el curso estaba demasiado
entrometido en la ciencia “verdadera” la cual deberíamos estar
aprendiendo. Supe años después que el curso resurgió en 1955. Bien
planificado y mejor diseñado, el curso habría sido una excelente idea.
El decano Youmans y Vanderbilt estaban muy adelantados a los
tiempos con la idea de una educación médica humanista, un tópico de
mucha discusión unos pocos años después. La idea de seguir por
cuatro años el desarrollo en una familia era sólida. Pero,
desafortunadamente, la instrucción era exclusivamente freudiana y
fuera de lugar en el medio del primer semestre del primer año. En
cualquier caso, nuestra agresión pasiva ganó. Wally, al oír nuestras
historias, dijo que todos éramos retenedores anales.
Ninguno en mi grupo tuvo una buena experiencia con la visita. La
única cosa buena acerca de todo el asunto era que ahora era pasado.
Por el resto del semestre, regresamos a poner todo el esfuerzo en
anatomía, histología, y las restantes partes de cabeza y cuello. Las
ciencias duras triunfaron sobre las suaves teorías de la psique.
58
LA ESCUELA DE MEDICINA
7
El primer trabajo: la investigación...
Estudios en contraste y separación
Cursos electivos especiales.- Un número limitado de estudiantes...
puede ser aceptado cada trimestre para un trabajo electivo
especial en los diversos laboratorios de los departamentos.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Decidí permanecer en Nashville durante el verano al terminar mi
primer año. Tuve un ofrecimiento interesante para trabajar como
asistente de investigación en el Veterans Administration Hospital
operando perros para probar unas drogas con acción sobre el corazón.
Hank había arreglado esto para los dos. John, otro compañero,
también estaría trabajando con nosotros. Yo recibiría una paga
suficiente para vivir si continuaba en mi cuarto de la residencia Phi
Chi. Jean se había encargado como administrador de la casa y estaba
trabajando como consejero y chofer de bus para un campamento de
niños. Oscar se había ido a su granja en Arkansas por el verano. Otros
compañeros también estaban tomando trabajos de verano como estos
cursos electivos, así que yo busqué la camaradería además del chance
de probar de cerca el trabajo de investigación.
A fin de mantener la casa Phi Chi abierta por el verano, Jean
había hecho un negocio, alquilar la casa entera excepto nuestros
cuartos, a un grupo de entrenadores de bachillerato que venían cada
verano a asistir al Peabody College. En tres veranos ellos obtendrían
una maestría en educación física. Como uno de ellos dijo,
60
LA ESCUELA DE MEDICINA
“Demonios, estoy lejos de la vieja todo el verano, obtendré aumento
de sueldo cuando tenga mi grado. ¿Qué más podría pedir?” Iba a ser
un verano de contrastes.
A pesar de venir de diferentes liceos distribuidos en el sureste, los
entrenadores parecían conocerse muy bien. La mayoría de ellos había
asistido a Peabody por uno o dos veranos anteriormente, y bajo el
liderazgo de “veteranos” se instalaron en sus nuevos ambientes. En el
primer día “la cabeza de playa” fue establecida como en los
desembarcos militares. Ellos habían arreglado un área para el bar y
habían empujado todos los muebles para hacer sitio para bailar. Uno
de los hombres instaló un tocadiscos y parlantes en el pasillo, e
hicieron algunos esfuerzos para limpiar el primer piso. Para el
segundo día, ya el lugar parecía un pequeño club nocturno. Para la
tercera noche, cualquiera que quisiera parranda y bebida podía
unírseles. Las fiestas comenzaron y continuaron todas las noches
durante casi todo el verano.
Todos los días Hank me recogía en el frente de la residencia Phi
Chi en su Chevy 1941, y nos dirigíamos hasta el VA Hospital. El
carro estaba en sus últimas, y le tomaba a Hank horas cada semana
para mantenerlo andando. Primero era el carburador, luego el
silenciador, luego el radiador, y finalmente los pistones. Hank lo
relacionaba todo a la práctica médica. Pensaba en el carburador como
el corazón y en la gasolina como la sangre. Él hablaba de cirugía
mayor, cuidado crítico, estar en el cuarto de recuperación. Pero no
aceptaría mi sugerencia de que el carro estaba en estado terminal.
Decía que era sólo insuficiencia cardiaca congestiva leve.
El carro estaba oxidado. La tela del interior del techo estaba
parcialmente desgarrada, mostrando el metal del techo. Los asientos
delanteros estaban destrozados por algún previo propietario obeso, así
que me senté en el asiento delantero que se inclinaba hacia atrás y a la
derecha. El asiento de atrás no existía. Hank usaba ese espacio para
llevar dos neumáticos extras (tenía en promedio un neumático
desinflado cada dos semanas). El carro sonaba constantemente, y
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
61
emitía nubes de humo negro. Habiendo perdido su silenciador hace
mucho, podía oír venir a Hank desde una cuadra antes. Y también los
entrenadores, para quienes el decrépito vehículo era una fuente
sostenida de diversión. Ellos ofrecieron comprárselo a Hank por
cinco dólares, o tirarlo en la basura si él les pagaba.
Pero si la condición del carro era terminal o leve, un transporte en
carro era mejor que un viaje en autobús de cuarenta y cinco minutos
haciendo transferencia. Con mi experiencia en el bus durante la
reciente debacle de la visita a mi familia asignada todavía vívida en
mi memoria, cualquier alternativa era preferible.
El Thayer VA Hospital estaba fuera de la ciudad,
aproximadamente a doce kilómetros del centro. El hospital había sido
construido pocos años antes para recibir y tratar los heridos que
regresaban de la Segunda Guerra Mundial. En su pináculo, el censo
podría ser expandido a más de dos mil camas. Miles de militares que
regresaban habían sido tratados en el hospital hasta que terminó su
uso como hospital militar en 1946, cuando fue convertido en el
Veterans Hospital.
El enorme complejo estaba en el medio de una gran área de
pastoreo con nada cerca, excepto una cancha de golf pública que
estaba en un extremo de la propiedad. A lo largo del otro lado del
campo había filas de barracas de madera donde algunos de los
estudiantes de medicina, veteranos casados y médicos de planta
podían obtener casas a bajo costo. Para mi esas barracas cumplieron
una función adicional. Ellas reafirmaron mi decisión de permanecer
soltero, al menos durante la escuela de medicina. Una buena mirada a
esas barracas fue suficiente. Parecían como la parte de atrás de un
barrio pobre. La lavandería estaba entre una unidad y otra. Unas
pocas bicicletas yacían aquí y allá. Entre dos barracas, alguien había
puesto juntas unas sillas playeras y una mesa con una sombrilla. Era
una vista deprimente.
Calle abajo en una esquina de una gran propiedad estaba un cine
al aire libre para veteranos. Una piscina exterior para los pacientes y
62
LA ESCUELA DE MEDICINA
familias estaba entre el teatro y las barracas de los estudiantes al
frente del campo explayado. Era un club campestre no exclusivo con
un presupuesto estrecho.
El hospital propiamente dicho tenía cinco corredores largos de
unos ochocientos metros conectados por pasajes cerrados. A lo largo
de los corredores estaban conectadas cada cincuenta metros más o
menos las barracas de madera. Cada una servía como una sala que
podía alojar hasta cuarenta pacientes. Estaba diseñado como los
hospitales originales del ejército desde los 1800, con la teoría de que
si un brote de epidemia surgía en una barraca, Ud. simplemente podía
quemarla y contener el contagio. También, si el fuego surgía, Ud.
perdería solo una unidad y evitaría rápidamente la difusión del fuego.
Nos llevaba cerca de quince minutos caminar desde el laboratorio
de los perros en una esquina del hospital hasta el desordenado pasillo
de la esquina opuesta. Era un viaje que teníamos que hacer
diariamente a mediodía. El almuerzo gratis era el otro atractivo de
este trabajo de verano. La mayor parte del tiempo Hank y yo
estábamos sin un centavo. Así que la comida gratis era siempre
bienvenida.
Caminábamos todos los días por los corredores que ondulaban y
seguían las suaves elevaciones y caídas del terreno. Apenas
alcanzábamos a ver el final de los pasillos cuando desaparecían en
pequeños puntos en la distancia. A todo lo largo, puertas dobles
opuestas a cada sala, se abrían directamente al exterior. Los veteranos
pululaban alrededor de cada salida. Estaban sentados, parados o
reunidos en pequeños grupos hablando en tono bajo y fumando. Los
cigarrillos eran a diez centavos el paquete, y la cantina tenía todas las
marcas. Además, las mujeres voluntarias traían cigarrillos a las salas
con revistas y caramelos. Fumar era casi universal entre los
veteranos. La asociación de fumar con la enfermedad pulmonar no
había sido establecida todavía.
Todos los pacientes llevaban uniformes arrugados y desteñidos
que consistían en camisetas blancas, chaquetas verde oscuro abiertas
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
63
al frente y pantalones que parecían pijamas con un cordón para atar.
Me recordaban las fotografías de prisioneros de guerra japoneses,
quienes siempre parecían estar en pijamas.
La ocupación del hospital en cualquier momento era de
aproximadamente ochocientos pacientes, que en su mayoría podía
deambular. Ellos estaban allí para hacerse algunos exámenes, o para
recuperase de algún procedimiento o para cirugía electiva. Los que
esperaban por exámenes a menudo tenían que esperar una semana o
dos para que les hagan las radiografías o los procedimientos
especiales pedidos. La duración de la estadía no preocupaba a nadie,
pacientes o doctores. Los pacientes se sentaban alrededor de la
cantina, o estaban alrededor de la piscina. El complejo con su
población en movimiento lento, toda vestida igual, era como una gran
prisión de mínima seguridad, con cada uno en el sistema de honor.
Cotidianamente, Hank, John y yo preparábamos en el laboratorio
los experimentos del día. Ya que éramos tres haciendo los
experimentos animales, uno de nosotros actuaba como anestesiólogo,
otro como cirujano y el tercero era un enfermero de servicio que
limpiaba todo. Estábamos probando cuáles drogas y cuáles dosis
prevendrían la fibrilación auricular en perros. El procedimiento
consistía en la infusión de una de las drogas seleccionadas seguida de
la inducción de fibrilación al ocluir la arteria coronaria izquierda
durante treinta minutos y luego liberarla. Bajo esas condiciones, un
número predecible de perros fibrilaría. Era un trabajo fascinante, y
nosotros aprendíamos acerca del diseño experimental, las dificultades
con la reproducibilidad de los experimentos, y los análisis estadísticos
apropiados para el método experimental de probar drogas.
El Dr. George Meneely dirigía el laboratorio de investigación.
Además de nuestra investigación, había otros grupos trabajando en un
corazón artificial y una máquina pulmonar, otros midiendo los efectos
en ratas de dietas con alto contenido de sodio, y otros intentando
definir los requerimientos de vitaminas en humanos. Era realmente un
grupo variado y reflejaba los intereses de largo alcance de Meneely.
64
LA ESCUELA DE MEDICINA
Decir que el Dr. Meneely era un hombre corpulento no era
suficiente, era enorme, masivo, gigante como Gargantúa. Alto, medía
casi dos metros, y encima de eso pesaba más de ciento cincuenta
kilos. Algunos hombres gordos llevan sus pantalones por debajo de
sus abdómenes, y algunos los llevan por encima, pero Meneely los
llevaba directamente sobre el diámetro mayor de su inmensa barriga.
Su cintura debe haber tenido más metro y medio.
Tres tardes por semana, el Dr. Meneely nos llevaba a Hank, John
y a mí para oír su clase en el auditorio al final del pasillo del
laboratorio. La escena tenía un carácter surrealista. El auditorio podía
albergar más de trescientas personas, pero allí estábamos sólo
nosotros tres. El primer día pensamos que era un poco temprano para
la clase. Pronto descubrimos que éramos su única audiencia, y que lo
seríamos por el resto del verano. Por qué escogía dar la clase en el
auditorio grande y caliente en lugar de la sala de conferencias es aun
un misterio. El estrado estaba equipado para una presentación teatral
completa, con pesadas cortinas, luces y toda la parafernalia de un
teatro.
Todo era realmente formal. Nos sentábamos allá esperando que
llegara el Dr. Meneely. Generalmente unos pocos minutos después de
la una de la tarde, bajaba rápidamente por el pasillo central, entraba
por una puerta lateral que llevaba al estrado y se sentaba en una silla
detrás del podio por unos pocos momentos, sin decir nada. Después
de una pausa, se levantaba, aclaraba su garganta, y se subía en el
podio. Habría hecho lo mismo con el auditorio lleno.
Meneely se paraba como a un metro sobre el nivel del piso. Los
tres estábamos sentados en las sillas en la primera fila frente a él. A
fin de ver al Dr. Meneely teníamos que estirarnos hacia atrás y poner
las cabezas en los espaldares de las sillas dobladas. Esta vista
alargaba a Meneely como un Buda gigante flotando sobre nosotros.
Esto me recordaba a Orson Welles en su peso más extremo. La
posición de Meneely directamente sobre nosotros hacía que
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
65
deslizáramos nuestros cuerpos en una posición casi supina en nuestras
sillas.
Meneely aclaró su garganta y comenzó. “Bienvenidos al
programa de estadística de este verano. Aquellos de Uds. por primera
vez entre nosotros necesitarán conocer un poco acerca del contenido
del nuestro curso.” Meneely continuó hablando del cronograma de
clases, y algunas fechas en las que no estaría en la ciudad y siguió,
“Aaah, unos pocos detalles de mantenimiento antes de entrar en la
agenda del material de esta tarde. Espero el cien por cien de asistencia
a estas clases. Uds. encontrarán el material a veces difícil y a veces
más allá de lo que Uds. puedan entender. De tiempo en tiempo, yo
haré preguntas, pero para mejor desenvolvimiento de la clase pediré
que la audiencia guarde las preguntas para más tarde a fin de que
otros puedan seguir el flujo de mis conceptos sin interrupción...”
Leyó sus notas y no se desvió ni una palabra. Esto continuó tres
tardes por semana, siempre inmediatamente luego del almuerzo. Estar
despierto era una batalla constante.
Hubo un día memorable a finales de junio. Como era costumbre,
los ojos de Meneely estaban fijos en el techo. Él estaba ido,
inconsciente a la presencia de cualquiera. De pronto, estaba perdido
en estadísticas, cifras, desviaciones del promedio, coeficientes de
variación, suma de cuadrados de las diferencias del promedio... y
luego los sonidos comenzaron a desvanecerse. Los sonidos iban
dentro y fuera de mi mente y resonaban con los enormes ventiladores
de ventana haciendo su esfuerzo inútil de remover el aire del
auditorio no usado y no ventilado. Los sonidos se mezclaron en un
sonoro jum y combinado con mi estómago lleno para formar un
sedante desconocido. Un gran sentido de relajación y una necesidad
por sueño profundo superó mi débil esfuerzo por permanecer
despierto. Me sentí como que había sido premedicado para una
cirugía. Los sonidos amortiguados, el jum y dron finalmente tomaron
control y me dormí.
66
LA ESCUELA DE MEDICINA
Repentinamente un fuerte bang me llevó a una conciencia
completa. Tomo unos pocos momentos saber que pasaba. Hank,
dormido hacía rato, se había resbalado de su silla. La silla de metal
plegada había colapsado y caído hacia atrás, haciendo un sonoro
ruido. Hank estaba en el piso. Daba pena. Apenas emergiendo del
coma, parecía como alguien que acaba de recibir tratamiento con
electrochoque. Tenía su cara contra el piso, sus ojos estaban
enrojecidos, su pelo desordenado. Estaba mojado en sudor de sueño.
John y yo no mucho mejor, retiramos la silla hacia atrás y luego
ayudamos a Hank a regresar a la posición sentada. Todo el tiempo,
estábamos mirando al estrado para ver si Meneely lo había notado.
EL Dr. Meneely hizo una pausa breve, nos miró por encima del
marco de sus lentes de lectura, y sin decir nada volvió a la clase.
Nunca nos mencionó el episodio.
Tres días a la semana, luego del almuerzo, sufrimos estas clases
de una hora. Obviamente estaba usando las notas de algún curso al
que había enseñado previa y frecuentemente, y que tenía una mejor
asistencia. Cada día teníamos que pelear la batalla para estar
despiertos. Y cada día uno o más de nosotros nos dormíamos, sin
importar cuanto nos esforzáramos por estar despiertos.
Como acumulábamos más y más data de los experimentos,
pasábamos más tiempo en la oficina del Dr. Meneely para revisar los
resultados. Estos fueron días antes de los computadores, así que
teníamos que hacer todos nuestros cálculos a mano, o con una
sumadora mecánica. Era aritmética lenta y tediosa. Pero Meneely
personalmente nos dirigía en todos los cálculos. Las bromas, los
comentarios al margen y las interrupciones del teléfono hicieron la
experiencia deliciosa. Yo llegué a disfrutar completamente de la
compañía de Meneely.
George Meneely tenía un carácter maravilloso. Cuando no estaba
parado en un podio durante la muy formal y extraña presentación en
el teatro, estaba lleno de historias, había viajado mucho, sirviendo en
muchas comisiones internacionales de investigación. Parecía conocer
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
67
a todos en la medicina académica, y no vacilaría en agarrar el
teléfono y llamarlos. Una vez entramos en discusión acerca de la
angina de Prinzmetal, un peculiar grupo de hallazgos en el ECG
asociados con dolor de pecho anginoso. Meneely llamó a Con, su
ayudante. “Con, ponga a Prinzmetal al teléfono.” En un momento,
Meneely estaba en el teléfono.
“Myron, George Meneely al teléfono. Bien... si... no... si... no en
Chicago, OK.” Continuó por algún tiempo discutiendo sobre un
próximo congreso.
“Dime Myron, cuando el segmento ST esta elevado solamente en
las derivaciones precordiales sin recíproco descenso en la
derivaciones de los miembros, ¿qué piensas de ese hallazgo?”
Continuó en considerables detalles en sus preguntas, perdiéndome en
las complejidades. Luego colgó. La información fue condensada y
presentada a nosotros, directa de la boca del mismo Myron
Prinzmetal. Era como pensar que había llamado a Pasteur o Lister o
aun a Osler. Aquí estábamos en la parte de atrás de un VA hospital
escuchando a Meneely hablar con las grandes mentes médicas del
momento. Hizo esto con otras luminarias médicas, impresionándonos
con cada llamada o cada cuento o historia de algún paciente que había
visto.
Una vez estuvimos discutiendo el trabajo del día en su oficina, y
Meneely estaba jugando con un pequeño vidrio pasándolo de una
mano a otra. Le pregunté que qué era. Sin hacer pausa, contestó de la
manera más informal, “Ventosas, el médico personal del Rey Farouk
me las dio.” Continuó con lo que habíamos estado hablando como
que esto último fuera un trivial comentario. Farouk acababa de ser
coronado rey de Egipto y la noticia había causado gran revuelo.
No podía dejar pasar esto y dejar de preguntarle acerca de las
ventosas de vidrio. “Estas ventosas de vidrio fueron usadas por los
médicos de la antigüedad. Todavía lo usan en Egipto. Ali Hamid
Cussef, el médico personal del rey Farouk, me dio estos y me dijo que
las usa con frecuencia para bajarle la fiebre al rey. Aves extrañas,
68
LA ESCUELA DE MEDICINA
estos médicos egipcios.” Describió como estas copas huecas son
primero calentadas y luego sostenidas firmemente contra la piel. El
aire caliente se contrae cuando se enfría, succionando la piel dentro
de la copa. Era uno de los muchos falsos caminos que la medicina
había tomado a través de siglos. Aparentemente, aun estaba en
práctica en Egipto.
Dos veces cuando el carro de Hank no pudo funcionar, Meneely
nos llevó a casa. Manejaba un pequeño carro importado. Apenas pude
entrar con él en el asiento delantero. Hank y John se sentaron atrás.
Meneely hablaba incesantemente, una historia tras de otra yendo de la
práctica médica extranjera, al remolino social de Nashville, a los
hábitos alimentarios de los habitantes de Guam, a la electrofisiología,
y más a menudo, a su tema favorito, “el potasio del cuerpo.”* Años
más tarde construyó y operó el primer contador de radiación para
todo el cuerpo. Hizo algunos de los primeros experimentos contando
la cantidad que ocurre naturalmente en el potasio radioactivo y
calculando la cantidad en todo el cuerpo. Meneely hubiera sido un
científico maravilloso del siglo diecisiete. El estaba maravillado por
la biología y amaba las invenciones. Sus intereses no tenían ataduras,
y su laboratorio reflejaba sus amplios intereses.
La vida que incluía los entrenadores en la residencia Phi Chi
estaba en agudo contraste con mi vida durante el día en el laboratorio
de investigación de Meneely. Los entrenadores tenían interés
solamente en tres cosas: deportes, cerveza y mujeres.
Ese verano rompió todos los récords de calor, y por varias
semanas la temperatura pasó los treinta y ocho grados. No había aire
acondicionado, solo ventiladores. Jean y yo regaríamos los lados de la
casa con la esperanza que la evaporación pudiera enfriar el interior un
poco. No pude ver mucha diferencia. En la tarde cuando regresaba
con Hank, los entrenadores, estaban juntos en el porche tomando
*
NT: El Dr. G. Meneely publicó decenas de artículos sobre los electrolitos sodio y
potasio y las afecciones cardiovasculares.
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
69
cerveza. Con el calor tan intenso, se habían sacado la mayor parte de
sus ropas.
Jack, claramente el auto-nombrado líder estaba en calzoncillos,
con medias de seda hasta la mitad de la pierna, y zapatos de dos
colores marrón y blanco. Estaría en el borde de concreto del porche,
cerveza en mano, saludando a los carros que pasaban por la calle
cercana. Para cuando yo llegaba a la casa al final de la tarde, Jack y
su grupo de entrenadores estaban borrachos. Ellos estarían
completamente borrachos a la hora de ir a la cama. Jack, quien tenía
una tremenda capacidad para beber en exceso, regresaría de la cena y
seguiría tomando y la mayoría de las noches aparecería con diferentes
mujeres. El tocadiscos estaría sonando ruidosamente con uno de los
nuevos discos de Johnny Ray.* Era como vivir en los altos de un club
nocturno de mala muerte.
Jack saludaba cuando caminaba por la acera aproximándome a la
casa. “Oye, Doc, ¿hiciste algunos descubrimientos hoy?” Yo había
cometido el error de hablarles acerca de mi trabajo de investigación
en el verano. Deseaba no haberlo mencionado nunca. Jack se volvió
hacia el grupo que formaba su audiencia diaria.
“El Doc, aquí, está haciendo investigación sobre el cáncer, Uds.
saben, van a encontrar una cura para eso. Matando perros. Qué cosa.
Cuéntales a ellos acerca de tu trabajo. Como me dijiste a mí.” Era
obvio que estaba buscando hacerlos reír y burlarse de mí. Yo farfulle
algo y estuve con los entrenadores por un rato. Nunca sabía que
hacer, sentía mi cara calentarse y enrojecer. La mayoría de las veces
yo forzaba una sonrisa y no decía nada.
“Diablos, yo entreno pelota todo el año. Enseño un poco de física
y cívica en mi pueblo.” Dijo Jack un día. Tenía una manera
curiosamente refinada de sostener su meñique fuera de la lata de
cerveza cuando tomaba un sorbo. Se subía un poco sus shorts,
*
NT: Famoso baladista de la década del cincuenta.
70
LA ESCUELA DE MEDICINA
estiraba una pierna para ayudarse en el ajuste y se rascaba. Todos los
entrenadores tenían casos fulminantes de prurito en esa zona.
Jack continuaba. “Otro verano más y obtendré mi grado de
maestría y ochocientos más al año. No es nada malo vivir aquí
tampoco. Hay un gran grupo aquí.” y señaló al grupo de entrenadores.
“Lejos de la vieja todo el verano, no esta nada mal.”
Cualquier cosa era buena para reírse. Uno de los entrenadores
daría vueltas alrededor y gritaría “uaaao” cada vez que Jack dijera
algo gracioso. Otro levantaría su lata de cerveza para brindar por Jack
cuando él se reía.
Jack seguía, “Doc, lo lograste. Unos pocos años más y tendrás la
licencia para robar.” El grupo se reía de nuevo y miraba al piso. Ellos
movían sus cabezas de incredulidad. Algunas veces Jack era
demasiado para ellos. No siendo fácil la dirección que tomaba la
conversación, yo trataba de cambiar de tema. “¿Qué cursos están
tomando Uds.?” preguntaba.
Jack en cuclillas, hacía unas pocas flexiones de rodilla y rotaba
una pierna hacia fuera al lado para acomodarse sus pantalones cortos.
Parecía un quarterback quien no podía decidir si pasaba o corría.
Cualquier pregunta tomaba mucho de preparación física y un sorbo o
dos de cerveza. Jack de pie derecho, sosteniendo sus manos sobre las
caderas, y daba la cara hacia la calle y la vecindad. El grupo esperaba
pacientemente, Yo podía imaginarme a Jack en el vestuario a la mitad
del partido. Apuesto que estaría enfurecido, especialmente si su
equipo estaba perdiendo.
“Doc, voy a ser directo contigo. Yo tomo lo mínimo necesario en
la escuela y tanto como puedo en la noche.” El grupo rugía de
aprobación. Cuando sus risas se aplacaban, se ponían de pie,
caminaban alrededor en pequeños círculos, movían sus cabezas,
miraban a Jack, reían nuevamente, y finalmente se sentaban de nuevo
en el porche. Las cosas que decía Jack traían consigo la misma
actividad ritual en los otros entrenadores. Ellos me recordaban a los
perros caminando en pequeños círculos antes de acostarse.
ESTUDIOS EN CONTRASTE Y SEPARACIÓN
71
Con la más ligera pausa en la conversación, me iba rápidamente
arriba a mi cuarto. Era casi siempre lo mismo cada tarde, excepto los
fines de semana, cuando los entrenadores se iban a sus casas.
Había un amplio abismo entre los entrenadores y yo. La mayor
parte del tiempo ellos me dejaban incomodo o apenado. Pero en otra
forma, yo disfrutaba su humor y aun envidiaba su estilo de vida libre.
Era ciertamente un agudo contraste con mi vida en la escuela de
medicina. No había ninguno completamente honesto y correcto en el
grupo y no pretendían ser otra cosa sino lo que eran. Sin importar si
ellos fueran buenos o malos como entrenadores, hubiera sido
interesante verlos en la clase de física o cívica.
El verano con los entrenadores fue mi primer encuentro con
sentimientos de distanciamiento. El primer año en la escuela de
medicina nos había sacado completamente a todos los estudiantes del
mundo alrededor de nosotros. La distancia a la que nos habíamos
movido era en parte responsable por esos sentimientos. Yo había
estado alrededor de los entrenadores. Estaba físicamente allí.
Escuchando y aun riendo de su humor crudo, pero al mismo tiempo
yo estaba despegado a alguna distancia. Los caminos que estábamos
tomando divergían. Hay una clase de despego que es esencial para la
práctica de la medicina. Y yo ya estaba experimentando las fases
tempranas de esa separación. La separación emocional crucial de un
médico es una razón por la que no es sabio para los médicos tratar a
los amigos cercanos y a la familia. No me di cuenta de eso en esa
época, pero pronto comprendería que los médicos son puestos en una
posición aparte del resto del mundo por la gente de ese otro mundo.
Es como si los médicos deben de algún modo ponerse a un lado, y
nunca estar completamente en la otra parte. Ese verano experimenté
con los entrenadores esos sentimientos por primera vez.
Un día al final del verano, los entrenadores metieron sus cosas en
los carros y se fueron despidiéndose gritándose unos a otros, y
diciéndonos a Jean y a mí, adiós con las manos. Nos quedamos de pie
en el porche retornándoles los saludos. Jean dijo, “Bueno al menos
72
LA ESCUELA DE MEDICINA
ellos pagaron la renta por el verano, y por otro lado nosotros hicimos
un poquito por la casa.”
El verano terminó. El ligero tono sepia en los árboles, que
indicaba la llegada de la temporada de fútbol, me decía que el
segundo año de la escuela de medicina iba pronto a comenzar. Era
una sensación agradable y yo estaba listo.
8
La anatomía patológica...
Un cirujano en traje de patólogo
21. Patología general y especial.- Diversas fases de la patología
general y especial se presentan en clases, demostraciones,
discusiones, y trabajo de laboratorio. Tanto las lesiones macro y
microscópicas de diversas enfermedades son estudiadas y
correlacionadas. La clase asiste y puede ayudar en los exámenes
post-mortem realizados durante el año.
Diecisiete horas de clases y trabajo de laboratorio por
semana durante el primer trimestre y quince horas de clases y
trabajo de laboratorio durante el segundo trimestre del segundo
año.
Programa 1952-1953
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Los suaves vientos fríos del inicio del otoño alternaron con el aire
caliente residual del verano. Era un tiempo de transición. Nos
moveríamos del mundo de lo normal al mundo de lo anormal. La
patología era el principal curso del segundo año, y el Dr. John
Shapiro era su maestro absoluto.
Después de nuestro verano con los entrenadores, Jean y yo
estuvimos encantados de tener el viejo grupo de nuevo. Wally,
regresó de su verano en una reservación india, estaba entrando a su
tercer año, y trajo consigo el valor de los consejos y advertencias de
otro año. Oscar había regresado del verano en su granja en Arkansas.
Jean había dirigido un campamento de niños a lo largo del verano.
Hank, John y yo terminamos los experimentos con drogas en el
hospital de veteranos, y saldría una publicación de ese trabajo. Era la
primera cena de viernes por la noche del nuevo semestre en la
74
LA ESCUELA DE MEDICINA
residencia Phi Chi. Todos los que vivían allí estábamos juntos más
dos nuevos estudiantes. Era tiempo para recordar los espíritus de los
ausentes.
Primero vino la madre de Oscar, ratificando su presencia en una
forma fina en su carta semanal, luego de la ausencia en el verano.
Querido Oscar,
Espero que hayas recibido las galletas que envié. Dile a Wally que
puede tomar sólo dos. Y dile a Jean y a Clifton que yo quiero que ellos
también tomen algunas galletas.
Estoy contenta que hayas terminado todo eso de cortar cuerpos.
Espero que no tengas que hacerlo de nuevo. Olvidé lo que me dijiste
que estarías estudiando este año, pero ojalá que no sea tan difícil
como el año pasado.
El Sr. Lewis llamó de la granja después que te fuiste, y dijo que el
caballo está mejor y que el pondrá anticongelante en los baños antes
de que se congelen este otoño.
Es mejor que termine ahora y vaya a hacer mis compras. Debes
recibir pronto tu caja de ropa limpia.
Te quiere,
Mamá
Oscar escondió su pesar y pasó a todos las galletas de su madre,
gritando a Wally cuando él trató de tomar tres.
Luego era tiempo para que Wally haga una evocación de su
cuenta... del “espíritu de esos por venir.” Wally comenzó la
evocación del Dr. John Shapiro. Shapiro había servido como cirujano
de un batallón en la campaña italiana en la II Guerra Mundial y había
sido herido gravemente. Casi murió y quedó con una infección de la
articulación de la rodilla. La infección crónica resultante dejó a
Shapiro con la rodilla derecha rígida y una furia con él mismo y con
todos alrededor de él. Físicamente impedido de continuar con los
UN CIRUJANO EN TRAJE DE PATÓLOGO
75
rigores del entrenamiento quirúrgico, Shapiro se volcó a la patología
como una carrera alternativa. Las fuerzas profundas de la fiereza
psíquica que mueve a los cirujanos a hacer lo que ellos hacen ahora se
redirigieron en una obsesión en Shapiro. Enseñaría a todos y cada uno
de los estudiantes de medicina todo lo que había que conocer acerca
de la patología humana. Ese era su llamado divino.
El Dr. Shapiro tenía la pierna derecha completamente rígida. Su
rodilla estaba congelada e inmóvil. Cuando caminaba, tenía que
mover la pierna derecha en un amplio círculo elevándose sobre los
dedos del pié izquierdo y luego bajando el pie derecho con alguna
fuerza. El sonido de su caminar producía terror en los alumnos del
segundo año, era oír algo como la pata de palo de un capitán marino
viniendo a la cubierta. Podíamos oírlo antes de que apareciera. El
amplio movimiento de su pierna derecha hizo imposible caminar por
su lado derecho; si alguien se atrevía, él lo golpearía sin perder un
paso.
Shapiro era un moderno Capitán Ahab* de nuestros días, y su
ballena blanca era cualquier signo de incompetencia o evasión del
trabajo en un estudiante de medicina. Exigía trabajar y hacer un
trabajo duro. No toleraba una preparación mediocre para una clase.
No se contenía en nada con sus insultos y censuras. Mentir o tratar de
engañar en una pregunta era impensable, y los pocos que lo intentaran
provocarían un ataque de desaprobación.
Siempre que Wally me contaba una de sus historias sobre
Shapiro, se paraba y caminaba alrededor de la habitación para poder
imitar la cojera, la cual exageraba hasta que lograba grandes risas del
público. Wally debería haber estado en un escenario. Ese primer
viernes de regreso a la escuela, Wally escogió contarnos una de sus
historias favoritas acerca de Shapiro.
Uno de los compañeros de Wally era el hijo de un ex-alumno
prominente de la escuela de medicina. Como muchos hijos de padres
*
NT: se refiere al personaje de la novela Moby Dick de H. Meville.
76
LA ESCUELA DE MEDICINA
famosos, él estaba apoyado por la influencia de su padre. La reacción
a esta fuerza paternal puede tomar dos caminos: puede guiar al hijo
en la dirección del padre; o como en el caso de este estudiante, puede
llevarlo en la dirección opuesta, quizás inconscientemente
provocando la ira del padre. En cualquier caso, la meta parece ser
provocar la buena o mala atención del padre. Este estudiante estaba
perdiendo el tiempo, no estudiaba, no contestaba preguntas en clase.
Y haciendo precisamente todo lo posible para irritar a los profesores.
Si no hubiera sido por la influencia de su padre, al estudiante le
habrían pedido que deje la escuela en el primer año. Shapiro
descubrió el problema y lo atacó frontalmente.
Wally representaba la escena con su exageración habitual.
Imitando a Shapiro, Wally, dijo: “Señor Sabelotodo, por favor venga
delante de la clase.” Wally caminaba alrededor en círculos,
balanceando la pierna ampliamente y dejándola caer en el piso.
“Señor Sabelotodo, Ud. tiene que salir inmediatamente de esta clase e
irse a casa. Voy a darle un día. Cuando haya pensado sobre su vida y
haya descubierto si Ud. quiere ser un médico o no, entonces Ud.
vendrá a mi oficina y me dirá qué ha decidido. Si Ud. decide estudiar
medicina, bien. Si Ud. decide cavar zanjas, bien. ¿Ud. me
comprende? ¿Hay alguna pregunta en esa idiota cabeza suya?”
El estudiante regresó al día siguiente, le dijo al Dr. Shapiro que
realmente quería estudiar medicina, y comenzó a aplicarse. El Dr.
Shapiro nunca lo acorraló de nuevo. Años más tarde el estudiante se
convirtió en un excelente cirujano sobrepasando los logros del padre.
A pesar de toda la fiereza de Shapiro, y de todas las veces que
parecía malo y cruel, nosotros todos sabíamos que era exacto en lo
que decía. Por encima de todo era justo y no tenía favoritos. Nunca
dijo nada que no quisiera significar y nunca se inhibió de decir su
opinión ante un desempeño que dejaba mucho que desear. Infundir
temor era parte del hombre como era en muchos de los profesores de
esa época. De algún modo sabíamos con certeza que él llevaba
profundo en su alma lo que más nos convenía y lo que más le
UN CIRUJANO EN TRAJE DE PATÓLOGO
77
convenía a la medicina. Antes o desde entonces, yo nunca he tenido
un profesor que inspirara ese nivel de respeto.
El corazón de todo en patología era la autopsia, el árbitro final de
la medicina, la última corte de apelaciones diagnóstica, la respuesta
final. De la autopsia venía la verdad de la medicina clínica, y Shapiro
era el mensajero que entregaba esas verdades. Ningún clínico podía
esconderse de sus hallazgos, Shapiro se aseguraba que eso fuera así.
La autopsia era también el eje del curso de patología. Cerca del
noventa por cien de las muertes en el hospital iban a autopsia, así que
en el curso de un año, nosotros veríamos todo el rango de la medicina
clínica que iba a la muerte.
Como parte del curso de patología, Shapiro hizo que
atendiéramos en grupos de cuatro a las llamadas para autopsia. Los
residentes de patología hacían las autopsias tan pronto como fuera
posible para entregar el cuerpo a la funeraria. Como en el laboratorio
de fisiología cada uno de los cuatro estudiantes tenía una tarea
asignada, la cual nos rotábamos en cada autopsia. Uno de nosotros
hacia la disección en la mesa con el residente de patología. Otro de
nosotros llevaba las notas de los hallazgos de la autopsia, registrando
el peso de los órganos, medidas y descripciones dictadas por el
residente o el profesor. Otro estudiante se sumergía en la historia
clínica, y resumía el caso, hallazgos del examen físico, hallazgos de
laboratorio, y el curso en el hospital hasta llegar a la muerte. Como en
fisiología, el grupo de autopsia también tenía a uno que hiciera la
limpieza, pero había una gran diferencia entre el de la limpieza de
fisiología y el de la limpieza de patología. El de la limpieza de la
autopsia era el hombre más bajo en la pila del tótem. Él tenía que
lavar y limpiar los intestinos en un gran fregadero de acero
inoxidable, y luego limpiar la mesa de autopsia al terminar el caso. La
apertura y limpieza de los intestinos generalmente necesitaba de dos
estudiantes.
Una noche, el mismísimo Dr. Shapiro se presentó para hacer una
autopsia con el residente. Hacía esto a menudo e inesperadamente,
78
LA ESCUELA DE MEDICINA
justamente para mantenernos alertas. Esto sucedió en una de las
autopsias de Wally y era una de sus historias favoritas. La contó al
menos una docena de veces.
Wally y su compañero estaban en el fregadero en el cuarto de
autopsia limpiando los intestinos. El fregadero estaba lleno con seis
metros o más de intestinos. El intestino tenía que ser cortado con
tijeras a todo lo largo y luego lavado segmento por segmento. Era
extremadamente resbaloso y difícil de sostener, era como sostener
una gelatina. Cuando habían terminado de lavar todo el intestino, un
cuarto o medio metro de intestino se escurrió por el drenaje.
Wally continuó su acto, recordando el horror de la noche. “Yo
estaba allá de pie con mi compañero tratando de sacar el intestino de
la cañería, mientras más tirábamos, más se deslizaba hacia la cañería.
Demonios, hablando francamente era como tratar de sostener algo
como quimbombó o ruibarbo (vegetales babosos en su interior)”
Wally ahora controlaba la audiencia, la mesa del comedor era el
fregadero, y su servilleta era la punta de intestino cuando él trataba de
simular estar tirando del intestino.
“Yo estaba tratando de sacar el intestino. Comenzamos a susurrar
y luego hablar cada vez alto y más alto. No importaba cuánto
tratáramos de agarrar, más intestino se deslizaba. Todos seis y pico de
metros. Cañería abajo. Idos. Y con Shapiro precisamente allí en la
sala.”
Wally se desplomó en su silla, con la boca abierta de horror.
“Comenzamos a cuchichear uno al otro, juntos sobre el desaguadero.
Podía ver toda mi carrera seguir al intestino. Tenía visiones de ser
despedido allí mismo. Estaba frenético.” Wally imitaría la
desesperación del momento. Lo hacía diferente cada vez dependiendo
de la audiencia.
“Mi compañero me susurró finalmente, ‘OK. ¿Quién le va a decir
al viejo hijo de p.?’ Nos volteamos, y estaba Shapiro justo detrás de
nosotros, mirando. El bastardo, de algún modo, se había deslizado
sobre nosotros. Parado allí. No dijimos ni una palabra. Él no dijo una
UN CIRUJANO EN TRAJE DE PATÓLOGO
79
palabra. Sólo movió la cabeza, volteó su pierna buena, fue hacia la
mesa de autopsia. Luego se detuvo y dio la vuelta y dijo, ‘Ah por
cierto, dile a tu amigo que no soy viejo’. Nunca dijo nada sobre el
intestino esfumado.”
Además de nuestras clases, Shapiro arreglo tres sesiones
especiales por semana con el Dr. Ernest Goodpasture. El Dr.
Goodpasture era y todavía es una de las deidades de la Escuela de
Medicina de Vanderbilt. Descubrió el primer método para cultivar
virus por sembrarlos en embriones de pollo y luego sellar los huevos.
Escribió el primer libro sobre el estudio patológico sistemático de una
variedad de virus. Antes del trabajo de Goodpasture, los virus eran
considerados un elemento misterioso que podía pasar a través de un
filtro de papel ordinario. De hecho antes de ser nombrados virus
fueron llamados “agentes infecciosos filtrables.” Todo lo que
conocemos acerca de los virus se origina del trabajo que siguió al
original y colosal trabajo de Goodpasture. Muchos científicos creían
que Goodpasture debería haber recibido el premio Nobel por su
investigación. Shapiro creía eso y más. En la mente de Shapiro,
Goodpasture era el Santo de la Patología nombrado directamente por
Dios. Shapiro lo adoraba y veneraba. Esperaba y pedía que nosotros
lo siguiéramos, y tenía un método para asegurarse que lo hiciéramos.
El Dr. Goodpasture era lo opuesto a Shapiro en casi todos los
aspectos. Hablaba en una suave voz y lucía como Clarence el ángel
en la sempiterna película de navidad “It is a Wonderful Life.” Era
amable, bondadoso y extremadamente cortés.
El Dr. Goodpasture tenía una rutina y un sistema para sus clases.
Él daba un poco de clase, y luego hacía que sus estudiantes se
pusieran de pie y contestaran sus preguntas acerca del tópico del día.
Los temas eran publicados con bastante anticipación. El Dr. Shapiro
se ocupaba de que eso se cumpliera. Se esperaba que nosotros
leyéramos el material antes de ir a las clases del Dr. Goodpasture, y
era mejor que no hubiera una pregunta que no pudiéramos contestar.
El Dr. Goodpasture tenía una libreta con nuestros nombres e iba en
80
LA ESCUELA DE MEDICINA
estricto orden alfabético. Generalmente interrogaba dos o tres
estudiantes por clase. Sabíamos de memoria nuestro orden alfabético,
así que podíamos predecir con una o dos clases de anticipación
cuando nos llamarían, y así estar preparados para la sesión.
Como si el rigor de encarar al Dr. Goodpasture, el más grande
patólogo viviente del mundo, no fuera suficiente, había un estricto
escrutinio de Shapiro, el cual traía temor y terror al proceso. Como
guardias de una prisión de máxima seguridad, Shapiro los profesores
jóvenes, y los residentes de patología se sentaban atrás con la clase
completa al frente de ellos. Shapiro vigilaba cuidadosamente en
detalle nuestras respuestas en el quiz de Goodpasture. Cualquier
respuesta errónea traía un estallido audible de Shapiro. Hank diseño
la escala de Desagrado y Disgusto de Shapiro para las respuestas de
los malos estudiantes.
El primer nivel de desaprobación en la escala de Shapiro
construida por Hank, generalmente en respuesta a una respuesta
incompleta menor, era un suave, “¡Buen Dios Todopoderoso!” Su
segundo nivel de desaprobación, para una más seria omisión de
conocimiento, era “Oh, demonio, maldición. Un tonto sabría eso.” El
tercer nivel era en voz alta, “Demonios, fuego del infierno. Ud. es un
idiota estúpido.” El nivel más alto de condenación, reservado para
respuestas incorrectas terribles, era un arrastrar de su pierna mala,
asentar con su pie bueno y toda suerte de combinaciones de
“maldición,” “infierno,” y aun “mierda.” La palabra “F”*
simplemente no era permitida en 1952, o Shapiro probablemente
habría estado entre esos pocos despedidos.
Durante uno de mis turnos de ponerme de pie y ser interrogado
por el Dr. Goodpasture, hablé con inseguridad acerca de la formación
del cartílago. Recuerdo vividamente la sangre fluyendo a mi cabeza
cuando oía sonidos de la parte de atrás del aula. Después de la sesión,
*
NT: se refiere a la inicial del vocablo inglés fuck considerado obsceno o al menos
vulgar
UN CIRUJANO EN TRAJE DE PATÓLOGO
81
pregunté a Hank que calificación tuve en la escala de Shapiro. Hank
dijo que no se podía repetir de una manera cortés.
Aunque la muerte ocurre en cualquier momento, parecía que casi
todas las llamadas para autopsias ocurrían en la noche. No importaba
donde estuviéramos o que estábamos haciendo, teníamos que ir al
hospital si nuestro grupo de cuatro estábamos de guardia. No me di
cuenta entonces, pero esta era nuestra introducción al aprendizaje de
que la medicina y sus demandas vienen primero, no importaba
ninguna otra cosa. Acudir a la llamada de autopsia era la primera
parte de una lenta progresión en las exigencias de la medicina. Era
también un paso más que nos alejaba del mundo fuera de la medicina.
Cuando ahora miro atrás a mis experiencias, el estudio de la medicina
nos movió año a año dentro de un mundo muy aislado, alejándonos
de casi todo contacto social fuera de nuestro pequeño círculo de
compañeros y de nuestros pacientes.
En adición a las clases y a nuestra sesión vespertina de laboratorio
de microscopio, nos reuníamos semanalmente una mañana completa
para revisar los hallazgos de autopsia de la semana anterior. Shapiro
estaba al mando, nosotros éramos la tripulación. Nuestra clase
completa, llenaba el cuarto de autopsia, montados en tres inusuales
gradas de metal. Parecían gimnasios distorsionados, o equipo de
escalar de los parques infantiles. Cada fila de la gradería tenía barras
de metal, una para sentarse, otra para las manos al frente, y una
tercera para apoyar los pies,. Eran incómodas, más allá de toda
descripción, especialmente después de un par de horas. Cerca de seis
estudiantes se podían sentar por fila, dieciocho en total en la gradería.
Una gradería de estudiantes era colocada al frente de la mesas de
autopsia, con una gradería en cada extremo de la mesa. Shapiro y los
residentes, todos con monos blancos y guantes, estaban parados en
una fila detrás de la mesa metálica de autopsia rodeada por gradas
elevadas con cincuenta y dos estudiantes de medicina, cuando la clase
estaba llena. En nuestras batas blancas éramos los marineros
colgando sobre los andamios, mirando abajo como oficiales en el
82
LA ESCUELA DE MEDICINA
puente de un bote muy extraño. La escena era tan vieja como la
ciencia médica, y me recordaba de pinturas de antiguos cirujanos en
anfiteatros haciendo demostraciones de disecciones a un grupo de
estudiantes de medicina.
Algún estudiante grandemente olvidado había apodado las
sesiones semanales “recitales de órganos.” Varios grandes recipientes
de cerámica con órganos estaban en la mesas de metal de autopsia.
Cada recipiente contenía los órganos de una autopsia. Luego el Dr.
Shapiro leería el número nunca el nombre del paciente. Con esa clave
los cuatro estudiantes que habían participado en la autopsia se
colocaban en un extremo de la mesa y se paraban allí con toda la
atención mirando a Shapiro. Un estudiante leía el resumen clínico,
dando primero la historia del paciente, los hallazgos, el curso en el
hospital y los eventos clínicos terminales. Luego el Dr. Shapiro
sacaría un órgano después de otro del vaso de cerámica. En pocos
momentos todos los órganos estaban expuestos sobre la mesa,
orientados de la cabeza a los pies, formando un homunculus
particular... pulmones, corazón, hígado, intestinos, riñones y órganos
genitales internos. Expuesto de ese modo, lográbamos en esa forma
dar una rápida mirada a todos los órganos vitales. Esto me impactó,
cuán realmente pequeña era la maquinaria vital interna. Al menos
comparado al grueso de un cuerpo humano.
Shapiro llamaba a cada uno de los cuatro estudiantes quienes
habían hecho la autopsia. Le peguntaba acerca de los hallazgos de la
autopsia hasta que los detalles fueran claramente puestos en una
forma lógica y comprensible. Luego podríamos ver y oír cómo los
hallazgos de la autopsia se correlacionaban con los hallazgos clínicos
antes de la muerte. Podríamos mirar las válvulas cardíacas enfermas y
ver los defectos que generaron un soplo registrado en la historia
clínica. Podríamos ver metástasis del cáncer ahora reemplazando el
tejido hepático normal. Podríamos ver los uréteres obstruidos
dilatados hasta ser casi de tamaño como mangueras de jardín,
causando riñones enormes e insuficientes.
UN CIRUJANO EN TRAJE DE PATÓLOGO
83
Estos fueron tiempos mágicos para mí. Shapiro hizo el estudio de
la enfermedad algo vívido. Si había un hallazgo clínico, había una
explicación patológica. No había nunca un día para mí sin absoluta
fascinación y maravilla. Aprendimos que una historia y un examen
físico cuidadosos combinados con una precisa selección de exámenes
de laboratorio, conducía en la mayoría de los casos, a diagnósticos
muy exactos. Aprendimos que en cara a una muerte muy rápida o a
una ausencia de historia, habría poca correlación entre el curso clínico
y los hallazgos de la autopsia. La historia y la vida del paciente eran
tan vitales como siempre lo serán. De todos mis profesores, Shapiro
permanece como el más vívido en mi mente. Había un rasgo que no
se mostró en él durante su curso, y que era una medida visible de su
corazón. Tan pronto como el curso de patología terminó, ese mismo
día Shapiro me llamó “Clifton” cuando lo encontré en el pasillo. Ya
yo no era más “Señor Meador.” Sentí un profundo goce de aceptación
y logro. Supe inmediatamente que había aprobado su curso. Era la
manera de Shapiro de decirlo. Me había aceptado en sus altos rangos,
como lo hizo con todos excepto con uno de nuestra clase.
Pasamos a la siguiente fase de estudiar medicina.
84
LA ESCUELA DE MEDICINA
9
El mal estudiante...
El bizarro Harper
A los estudiantes se les puede pedir que se retiren de la Escuela si
su desempeño no ha sido satisfactorio, aun no teniendo ninguna
falta reportada.
Programa 1952-1953
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Madison Harper apareció un día en el laboratorio de patología, varias
semanas después del comienzo de nuestro segundo año. Por varios
días pensamos que era un nuevo profesor de patología, o quizá un
profesor visitante. Su edad mucho mayor y su acento extraño nos
intrigó. Parecía un inglés viejo, vacilante, que había bebido mucho.
Harper a menudo caminaba para arriba y para abajo a lo largo de las
mesas donde estábamos estudiando nuestras láminas bajo el
microscopio. Ocasionalmente, diría algo como, “Aah, buen trabajo,
hombre.” “Hombre” era su saludo acostumbrado.
Después de una semana descubrimos que Harper no era un
profesor, sino un estudiante de treinta y ocho años que vino por
traslado a nuestro curso. Pronto descubrimos porqué su acento sonaba
tan extraño. Era pura afectación, Harper había crecido en Chicago.
Hank descubrió que Harper había sido transferido de alguna
escuela en Viena, Harper se llamaba a si mismo “Maddie,” el nombre
86
LA ESCUELA DE MEDICINA
corto para Madison, pero nosotros pronto lo apodamos “Harpo” como
uno de los hermanos Marx.*
Cuando decidió aparecerse en nuestras clases, se sentó al lado de
Walter. Walter se había mudado a la residencia Phi Chi y se había
vuelto un miembro regular de nuestro grupo y el biógrafo no oficial
de Harper. Su interés surgió no del gusto o disgusto por Harper; sino
más bien, que Walter vio en el sujeto un enigma fascinante que
merecía observarse de cerca y sobre el cual hacer reportes frecuentes
a la hora de la cena. Walter le sacó provecho a estas historias que
pronto comenzaron a tomar un lugar al lado de las cartas de la mamá
de Oscar y de las descripciones prohibidas que hacía Wally de los
profesores por venir. Cada viernes en la noche, las observaciones
documentadas sobre Harpo era reportadas, con datos adicionales que
otros enviaban.
Walter pronto se dio cuenta que mientras más estudiaba a Harper,
más recompensado era con sus notorias características. Además del
acento falso, estaba la horrible chaqueta de lana de dos colores y los
pantalones que apenas le combinaban. Aun más resaltante fue el
haber observado que las mangas de su pijama sobresalían del abrigo y
los ruedos del pijama sobresalían de los pantalones. Aunque
estábamos un poco escépticos con el primer reporte, estábamos lo
suficientemente seguros con respecto al pijama. Cuando Walter le
preguntó porqué llevaba pijama todo el tiempo, Harper contestó, “Tu
ves, mi viejo, mis ropas de lana son de Outer Hebrides. Ellas pican
terriblemente. De ahí mi necesidad de usar pijama como ropa
interior.”
Harper se distinguía tanto por lo que vestía como por lo que
llevaba consigo. Siempre cargaba bajo un brazo un gran bulto de
papeles con las puntas dobladas y varios libros bajo el otro. Se las
arreglaba para sostener en el aire con dos dedos la caja de madera del
microscopio debajo de resmas de papel. Nosotros guardábamos los
*
NT: Los Hermanos Marx afamado grupo de comediantes americanos de la primera
mitad del siglo XX , uno de ellos llamado Harpo.
EL BIZARRO HARPER
87
microscopios en los gabinetes del laboratorio de patología. Harper,
por razones desconocidas, prefería llevarlo de clase en clase.
En el medio de su montón de papeles había una serie de
fotografías de su esposa flamante. Aparentemente, Harper se había
casado poco antes de regresar al país, dejando a la novia en Viena.
Las fotos la mostraban en todos los estados de vestido y desvestido.
Su pose en la mayor parte de las fotos era muy sugestiva, en algunos
casos casi pornográfica. Harper disfrutaba pasándonos las fotos a
todos para que las viéramos. En muchas ocasiones, Ud. podía ver su
foto pasando de fila en fila en la parte de atrás del aula durante la
clase. Harper esperaba de pie al final de la clase, para pedir que le
devolvieran las fotos. Parecía realmente orgulloso de las fotos y sin
vacilar las mostraba si se lo pedían.
Harper parecía no darse cuenta o no se preocupaba de cualquier
regla de cortesía o conducta que son esperadas en toda relación, bien
sea con los otros estudiantes o con la escuela.
Walter había notado que Harper constantemente miraba sus
apuntes durante las clases, obviamente copiándose de ellos. Las
propias notas de Harper mostraban un extraño patrón. Había escritura
en el lado izquierdo de la página, luego un espacio grande en blanco,
y luego escritura en el lado derecho. Walter se sentaba a la derecha de
Harper y mantenía su brazo izquierdo sobre sus notas como hábito. El
brazo de Walter tapaba las notas debajo de la mitad de la página
izquierda. Para Harper no había problema, copiaba precisamente lo
que él podía ver y dejaba en blanco lo que él no podía ver. Después
de clase, Harper le pedía a Walter las notas para poder llenar los
espacios en blanco. Walter le quitaba algunas notas a Harper y nos las
pasaba junto con las fotos para que pudiéramos ver su patrón bizarro.
Aunque Harper era un estudiante de segundo año, no se restringía
a las clases o laboratorios del segundo año. Un día estaba en las
revistas con los estudiantes de tercer año en medicina. Al día
siguiente se uniría a un grupo de estudiantes de cuarto año en la
clínica pediátrica. Inclusive pasaba tiempo con los de primer año en
88
LA ESCUELA DE MEDICINA
el laboratorio de cadáveres. En pocas semanas, todos en la escuela de
medicina lo conocían y tenían una historia que contar. Se había
aparecido en casi todas las clases o clínicas o salas desde el primer
año hasta el último año. Tenía rienda suelta en la escuela entera.
Estábamos asombrados de que los profesores no se hubieran referido
a su conducta caótica. La falta de acción de la facultad ciertamente no
derivaba de no haber notado la conducta de Harper. Esta era llamativa
en todos los frentes y para todos los que lo veían, profesores así como
también compañeros.
Un día en clase un profesor había presentado un caso de una
fiebre crónica persistente o lo que se llama FOD, por “fiebre de
origen desconocido.” El profesor estaba llamando a los estudiantes
por orden de lista.
“Señor Harper, ¿qué tiene Ud. que decir?” preguntó el profesor.
“Pobre tipo, murió de un aneurisma aórtico roto.” Contestó
Harper sin siquiera mirar el libro que estaba leyendo. La respuesta era
demasiado apartada y demasiado fuera de lugar. El diagnóstico
diferencial de una FOD incluye todas las clases de oscuras
infecciones, con la tuberculosis a la cabeza. Luego una larga lista de
enfermedades raras asociadas con fiebre persistente. Pero los
accidentes vasculares no están en la lista por ningún lado. El profesor
hizo una pausa, miró perplejo, inclusive pensó quizá que había mal
interpretado la pregunta. Había risitas regadas en la clase.
“Perdón, no estoy seguro de haberlo oído,” dijo el profesor. Era
uno de los médicos de la ciudad que ofrecía voluntariamente su
tiempo, así que no nos conocía. No tenía forma de conocer la
creciente reputación de Harper por respuestas y conducta
inapropiadas.
“Realmente no es molestia, mi viejo,” respondió Harper con algo
de animación. “Ud. ve, el pobre tipo murió de un aneurisma aórtico
roto.” Harper estaba seguro por su tono de voz. Con frecuencia daba
respuestas que no tenían nada que ver con la pregunta, y siempre lo
hacía en una voz alta y asertiva.
EL BIZARRO HARPER
89
El profesor, a quien nosotros habíamos visto una sola vez, estaba
obviamente confundido. No quiso sin embargo saltar demasiado
rápido a la evidente conclusión de que Harper estaba fuera de juicio.
“¿Alguien más piensa que este hombre tiene un aneurisma roto?”
Las risitas se difundieron por el salón de clase. Nadie levantó la
mano. El profesor continuó con el siguiente nombre en la lista,
ignorando a Harper por el resto de la sesión.
Aun cuando se desaparecía completamente, Harper todavía se las
arreglaba de una manera que confundía y dejaba perplejo a
cualquiera.
Una de sus sobresalientes ausencias ocurrió poco después que el
decano Youmans decidió añadir las visitas de campo durante el
segundo año. La idea era que deberíamos movernos de un pensum
fijo y tener una visión más amplia de nuestros papeles de médicos y
líderes médicos. En los años cincuenta, los directores de salud del
municipio eran los mismos que los directores de las sociedades
médicas del municipio, así que caía sobre los médicos del municipio
administrar y vigilar los programas de salud pública. Nosotros
hicimos un día un viaje al campo a una planta de desechos de aguas
negras, a una planta de carne, a un departamento de salud del
municipio y a una planta de tratamiento de agua. Para que nos
llevaran a los mencionados sitios dependíamos de los estudiantes de
la ciudad que podían usar los carros de sus familias, ya que sólo unos
pocos estudiantes tenían carros. Harper amaba los viajes de campo y
generalmente estaba en el centro del grupo rodeado de los guías,
quienes eran trabajadores de las diversas instalaciones. En la planta
de desechos de aguas negras, seguimos el flujo del sumidero de su
estado crudo a la última purificación y remoción. El operador de la
planta dijo, “en esta fase, la cuenta de bacterias no es más alta que en
la mantequilla de maní.” Para mí, eso puso finiquito a la mantequilla
de maní por un tiempo.
Al final de la visita a la planta de desechos, regresamos a la
escuela de medicina con los mismos que nos habían llevado hasta allí.
90
LA ESCUELA DE MEDICINA
Harper había cambiado de grupo de compañeros para el transporte,
pero ninguno lo sabía. Así que inadvertidamente fue dejado en la
planta a cuarenta y cinco kilómetros, en la parte más rural del
condado. La clase lo supo al día siguiente. Nosotros esperamos.
Esperamos un día, luego otro y luego un tercero. Al cuarto día,
Harper se apareció en clase. Incluso Walter no pudo descubrir que
había pasado con él. Harper nunca comentó sobre su desaparición, ni
parecía estar molesto por haber sido dejado en el campo, sin
transporte para regresar.
Creció la anticipación sobre el primer encuentro directo entre
Harper y Shapiro. Harper siendo por la H aun no había sido llamado
por Goodpasture. Su grupo de cuatro por autopsias aun no había
hecho ninguna. Nosotros habíamos oído por encima a los residentes
hablando acerca de la opinión de Shapiro sobre Harper. Ellos decían
que Shapiro había descubierto que Harper no era un estudiante de
medicina usual. El primer encuentro en vivo ocurrió en una sesión de
revisión de órganos en el salón de autopsias. El Dr. Shapiro tiró un
colon completo sobre la mesa de disección. Lo abrió hasta haber
expuesto toda la capa que recubre el interior del colon. La mucosa
estaba negra como que hubiera sido cubierta con hollín.
Shapiro caminó con su pierna buena hacía Harper. Harper estaba
sentado en la tercera fila de metal, escondido en medio de todos sus
papeles, libros y su caja de microscopio.
“Señor Harper, diga a la clase lo que Ud. piensa de este colon.”
Shapiro sostuvo el colon levantado para que todos vieran la cubierta
negra. Harper no vaciló. “Obviamente un caso de suicidio. Pobre tipo
lo hizo.” Harper contestó en su habitual tono confiado
La clase rugió en risas. Nosotros sabíamos acerca de la melanosis
coli, una condición causada por el abuso crónico de laxantes, donde la
mucosa del colon está pigmentada muy oscuramente. Se consideraba
una condición benigna que sólo se descubría en la autopsia o a veces
por proctoscopia. Habíamos estado esperando ver un ejemplo desde
que nos hablaron de ello en las clases.
EL BIZARRO HARPER
91
El Dr. Shapiro apenas pudo contenerse. Rara vez sonreía, de
hecho, decir nunca sería lo más próximo a la verdad. Esta vez, no
pudo esconder su sonrisa forzada. “SUICIDIO,” gritó. “Señor Harper,
¿cómo en nombre de Dios puede Ud. salir con suicidio?”
“Realmente, un suicidio obvio. El pobre hombre se dio un enema
de hidróxido de sodio.” Harper contestó en un tono que sugería
impaciencia.
Con eso, la clase reía aun más fuerte, pero había una corriente de
anticipación. ¿Cómo Shapiro, el fiero destructor del inepto y
demoledor de la estupidez, manejaría a Madison Harper? Shapiro se
volteó sobre su pierna buena, movió su pierna tiesa y luego la tiró
rápidamente sobre el piso y salió precipitadamente de la habitación,
llamando sobre su hombro al jefe de residentes en una apenas
perceptible risa contenida, “despida a la clase, es suficiente por hoy.”
Esta fue en cierto modo, una respuesta aun más extraña que la
respuesta de Harper.
La decisión de Shapiro de salir de la escena más que destruir a
Harper, nos sonó como un posponer más que dar un resultado, así que
nosotros esperaríamos ansiosos a que el grupo de autopsia de Harper
tuviera que reportar la revisión de órganos. El día llegó finalmente, y
nosotros pensamos que sería una venganza retardada. Había tres
autopsias para ser reportadas ese día. El grupo de Harper era el último
de los tres. Shapiro había usado veinte minutos con los dos primeros
casos. Shapiro llamó el número de autopsia del caso de Harper. Tres
del equipo se bajaron de las gradas de metal y se pararon junto a la
mesa. Shapiro caminó de arriba abajo detrás de la mesa.
Shapiro llamó, “Señor Harper, ¿nos daría el placer de su
compañía? Tenemos poco tiempo.”
Detrás de mí y a mi derecha vi una forma blanca pararse sobre el
pasamano. Harper lucía como un gran pájaro que iba a volar. El saltó,
papeles, bata blanca volando y todo, sobre la fila de estudiantes en
frente de él. Cuando aterrizó sobre el piso mojado por el agua
corriente del fregadero, sus pies continuaron, y él se deslizó bajo el
92
LA ESCUELA DE MEDICINA
extremo de la mesa de autopsia. Sus papeles dispersos por todas
partes. La clase explotó. Los residentes se voltearon para esconder su
risa. Shapiro estuvo parado en el sitio moviendo su cabeza. “Señor
Harper, por favor levántese del piso.”
Harper se levanto, mojado. “Señor Harper,” dijo finalmente
Shapiro después que la que risa se calmó. “Nos quedan solo pocos
minutos. Por favor acorte su resumen para que podamos tener los
hallazgos de la autopsia.”
A Harper le había tocado el trabajo de hacer el resumen clínico.
Tenía dos opciones, podría condensar la historia clínica, o podría leer
tan rápido como pudiera. Harper escogió la última opción. Se lanzó
en algo que sonaba como una subasta en un extraño acento, leyendo
el resumen clínico tan pronto como su boca y lengua se podían
mover.
Shapiro se detuvo en obvia incredulidad, moviendo su cabeza
lentamente. “Señor Harper, pare. Pare ahora.” Harper continuó
leyendo. “PARE,” gritó Shapiro. Harper se detuvo.
Shapiro dijo, “Se nos acabó el tiempo. Señor Harper, quiero verlo
en mi oficina inmediatamente.” De nuevo, la anticipada explosión no
ocurrió. Quizás Shapiro estaba justo fuera de equilibrio; con cada
encuentro, Harper de algún modo se las arregló hasta el absurdo.
Finalmente, Harpo manejó una escena digna de su apodo
inspirado en los hermanos Marx. Con el progreso del curso, las cargas
de papel, libros y cualquier otra parafernalia de Harper había
aumentado. Era el día del examen final práctico de patología
microscópica. Los largos mesones negros estaban cubiertos con
nuestros microscopios, uno en cada puesto de la mesa. Bajo cada
microscopio había una lámina representando una lesión de un tejido
desconocido. Nosotros teníamos que mirar la lámina, escribir qué
tejido era, y qué proceso de enfermedad veíamos. Por ejemplo,
nosotros podíamos decir “adenocarcinoma del páncreas” o “infarto de
miocardio” o “glomerulonefritis,” o cualquier lesión microscópica
que viéramos. Cuando el tiempo tocaba, nos moveríamos al siguiente
EL BIZARRO HARPER
93
microscopio. Siempre esperábamos en el pasillo, hasta que todos los
estudiantes estuvieran presentes, luego el Dr. Shapiro iría al
laboratorio y nos dirigiría a nuestra primera estación designada. Este
día, nosotros esperamos. Nada de Harper. Shapiro iba y venía,
murmurándose a así mismo. “¿Alguien ha visto al Señor Harper?”
preguntó en alta voz.
Nosotros esperamos un par de minutos. Repentinamente, las
puertas dobles batientes al fondo del corredor se abrieron. Aquí vino
Harper a toda velocidad. Su brazo derecho estaba lleno con papeles
doblados y colgando por los bordes. En su brazo izquierdo estaban
varios libros. Pegados a su índice derecho apenas siendo agarrada,
estaba su caja de microscopio. Se veía algo raro y cómico, se apareció
a través de las puertas del salón como un vaquero buscando pelea. Se
aproximó lo más rápido que pudo.
El laboratorio de estudiantes estaba siendo remodelado, y a lo
largo de las paredes de los corredores estaban varios de los viejos
mesones de laboratorio. Había cuatro patas en el centro de cada
mesón, con largas extensiones no apoyadas afuera de cada lado. Así,
cada mesón formaba un sube y baja potencial. Cualquier peso en un
extremo del mesón largo, y el otro lado saldría disparado al aire.
Harper aparentemente no sabía eso. Cuando el vino casi corriendo
corredor abajo, se adelantó por uno de los mesones así pudo poner
algo del peso extra de sus cosas acumuladas. Alguien grito,
“¡Cuidado!, no haga eso.” Era demasiado tarde. Todo se fue abajo, su
microscopio, libros y los cerros de papeles. El tiempo se detuvo
cuando mirábamos que lo inevitable, impredecible solo un momento
antes, ocurría. El otro lado del largo banco se fue hacia arriba, golpeó
al extintor ligeramente pegado a la pared de arriba. Se vinieron abajo
los extintores de fuego no anclados. La espuma se difundió en todas
direcciones saliendo de la boquilla después de que golpeó en el piso.
La clase se esparció. Shapiro gritó a Harper. Harper tomó el extremo
espumoso de la manguera, y finalmente dobló la manguera y detuvo
el chorro, estaba todo envuelto en espuma. Era difícil hacer la
94
LA ESCUELA DE MEDICINA
coreografía para una escena de farsa tan efectivamente como la de
Harper. De nuevo, Shapiro estaba frustrado. Levantó sus manos, sin
recibir ninguna respuesta. “Vamos a tomar el examen,” fue todo lo
que dijo cuando abrió las puertas para que entráramos en el
laboratorio. Cuando entramos, apenas sacudió su cabeza de lado a
lado, sin decir nada.
De algún modo Harper sobrevivió a este fiasco y todos sus otros
desaciertos y transgresiones de ese trimestre. Permaneció en la clase
hasta el final del primer período antes de ser despedido por el decano
Youmans. El no regresó. Nunca supimos que pasó con él. Alguien
creyó haber visto su nombre en una lista de gente de Minnesota.
Alguien oyó que se había ido a una escuela dental en Oregon. Otro
pensó que se había convertido en farmaceuta. Pero nadie sabía con
seguridad, y nosotros nunca oímos de Madison Harper de nuevo.
Siempre fue un misterio. Debió haber sido capaz de lograr algún alto
nivel para terminar la escuela antes de ingresar a Medicina, y luego
ser aceptado para el traslado. Puede ser que haya podido pasar
algunas pruebas y repetir material en forma escrita. Quien sabe como
fue que logró llegar a donde estaba. A pesar del hecho que cada
estudiante en cada clase sabía de Harper, ninguno de nosotros
realmente lo conoció lo más mínimo, ni siquiera su biógrafo, Walter.
Hay una observación que vale asentar acerca de los Harpers de
este mundo. He visto donde quiera, no importa cuan competitiva o
enrarecida sea la atmósfera, siempre hay un Harper, alguien que
desafía toda descripción, ignora a los que le rodean, comete errores
estúpidos, y parece carecer aun de los más básicos componentes de
sentido común. Incluso se pueden encontrar algunos justamente en
algunas posiciones altas, completamente incompetentes para lo que
están haciendo. Allí están ellos. Vi Harpers en mi residencia en New
York, los vi en mis visitas al National Institute of Health. Me he
encontrado con Harpers como miembros del cuerpo de profesores en
varias universidades que he visitado. Los vi en el cuerpo médico del
ejército, una vez como el oficial comandante de un hospital. Aunque
EL BIZARRO HARPER
95
Harper era un caso extremo, caracteres similares a él se presentan en
casi toda escuela de medicina cada tantos años. De algún modo, no
importa cuan cuidadosos sean los procedimientos de selección,
siempre habrá alguien que se cuele a través del proceso. Todavía me
sorprende cuando me encuentro con uno. Siempre recuerdo a Harper.
Él estará siempre en mi banca para alguno que está subiendo a un
nivel más allá de su competencia.
Después que terminé la escuela de medicina, llegué a conocer al
Dr. Shapiro como un colega, como un amigo cercano y como uno de
mis pacientes. Un día, muchos años más tarde, me preguntó de
repente si yo alguna vez había entendido a Madison Harper. Le dije
que no. Sonrió y sacudió su cabeza con incredulidad, todavía
frustrado después de todos estos años.
96
LA ESCUELA DE MEDICINA
10
La salud pública...
Zapatos, tela metálica y carne
522. Enfermedades parasitarias- Métodos de diagnóstico de
laboratorio, aspectos clínicos y medidas de control. Un curso con
clases, demostraciones y ejercicios de laboratorio para estudiar
los parásitos, sus vectores y las enfermedades producidas en el
hombre. Se hace énfasis en los ciclos biológicos de los parásitos.
Los pacientes y sus historias se usan siempre que sea posible; los
métodos de tratamiento pueden ser discutidos, y la prevención y
control son resaltados. Cinco horas a la semana durante el
segundo trimestre del segundo año.
Puede haber actividades conjuntas de clínica con el
departamento de medicina con el propósito de integrar la
enseñanza de la medicina preventiva y la clínica. Estas
actividades no están planificadas en un horario formal pero
pueden realizarse cuando haya pacientes en el hospital con
enfermedades tales como fiebre tifoidea, malaria, fiebre ondulante,
tifus endémico, tularemia y envenenamiento con plomo.
Programa 1952-1953
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
La parasitología desapareció del programa de Vanderbilt al año
siguiente. Así que fuimos los últimos en tomar el curso de
parasitología que se ofreció en la Escuela. En unos pocos años la
parasitología dejaría de ser un curso en la mayoría de las escuelas de
medicina en Estados Unidos. No serian necesarios más. Las
enfermedades parasitarias, ahora muy raras en el país, estuvieron
todavía presentes, aunque en números cada vez menores en los años
cincuenta, especialmente en el medio rural del Sur. La desaparición
de las enfermedades parasitarias es una historia del extraordinario
98
LA ESCUELA DE MEDICINA
poder del método científico en acción, acoplado con el extremo poder
de la educación pública. Sobre todo es una historia de la prevención
sobre la curación.
La dramática reducción de la prevalencia de estas enfermedades
es evidenciada por las diferencias en la cantidad de material escrito en
los libros de texto entonces y ahora. En la primera edición de
Principles of Internal Medicine de Harrison en 1950 había más de
sesenta páginas dedicadas a las enfermedades parasitarias, que
constituía cerca del cuatro por cien de todo el libro. Cuatro secciones
completas del texto estaban dedicadas a las cuatro clases de parásitos
que infectaban al hombre. Había una sección para los protozoos (el de
la malaria o paludismo era uno), una sección para los nemátodos
(como el áscaris), una sección sobre trematodos (los parásitos de la
bilharzia) y una sección sobre cestodes (la tenia)
Por el contrario, la quinta edición de Essencials of Medicine de
Cecil de 2002 contiene apenas cuatro páginas con el título de
“Enfermedades Infecciosas de los Viajeros; Infecciones por
Protozoos y Helmintos.” Las enfermedades parasitarias son
agrupadas con enfermedades que están ahora limitadas al tercer
mundo y países subdesarrollados. El Sur de mi juventud en los años
treinta era un tercer mundo, un país subdesarrollado, que sufría
pillaje, destrucción y enfermedades, remanentes de la Guerra Civil y
los años de la ocupación federal que le siguieron.
Nuestro profesor de parasitología, el Dr. Alvin Keller, había
servido como un funcionario de Salud Pública en el Sur en las
décadas de 1920 y 1930. Había visto la miseria humana y la
devastación producidas por las enfermedades parasitarias y la
desnutrición. Las principales parasitosis que afectaron el Sur rural
fueron: anquilostomiasis, ascaridiasis, y malaria. Había otra
enfermedad pandémica de origen nutricional, la pelagra. Todo esto
fue completamente erradicado hacia el comienzo de los años sesenta.
El Dr. Keller hizo la historia de la eliminación de estas enfermedades
vívida y fascinante.
ZAPATOS, TELA METÁLICA Y CARNE
99
La mayoría de parásitos son llevados en las heces humanas y
deben ser identificados en muestras de materia fecal. La malaria, una
excepción, es llevada en la sangre. Sería nuestro trabajo, como
ayudantes clínicos en el tercer año, el ser capaces de encontrar e
identificar todos los parásitos de Norteamérica en las heces de
nuestros pacientes. El laboratorio de examen de heces constituía la
mitad del curso de parasitología.
Los parásitos de los humanos son organismos muy variados y
muy diferentes de las bacterias. En primer lugar, los parásitos son
animales, contrario a las bacterias la mayoría de las cuales son
clasificadas como plantas. Los parásitos van desde los protozoarios
unicelulares como el parásito de la malaria a lombrices muy
desarrolladas que pueden llegar a alcanzar cerca de seis metros de
largo como la tenia. Hay algo nauseabundo que linda con el horror, el
del gusano que toma residencia dentro del cuerpo humano. En cierto
sentido, esa forma de vida se hace más evolucionada, demasiado
cerca de una forma alta de vida. Las bacterias son pasadas
pasivamente dentro de nuestros cuerpos en el aire, la comida o el
agua. Los parásitos especialmente los gusanos, con frecuencia nos
invaden, trepando a través de nuestra piel. Y luego horadando dentro
de nosotros. Hay un cierto grado de miedo de que ellos nos están
invadiendo o aun peor, que ellos tienen algún intento consciente de
alcanzarnos. Finalmente, hay algo realmente perturbador y extraño en
una infección dentro de nosotros que puede aun moverse más a
nuestro alrededor. Al menos las bacterias y virus tienden a quedarse
en un sitio, una vez que ellos se asientan.
Estos pensamientos intranquilos fueron traídos vívidamente
cuando vi fotos de un gusano redondo saliendo de la nariz de una niña
pequeña, ya afectada de la combinación de anquilostomas, paludismo
crónico y desnutrición. La madre, una mujer en sus treinta, parada a
su lado. Ella se veía desgastada y parecía estar en sus sesenta. Ambas
descalzas, Walker Evans y James Agee capturaron imágenes
similares del campo en el Sur en su prosa poética y clásico de la
100
LA ESCUELA DE MEDICINA
fotografía, “Let us now praise famous men.” Cerca de una cuarta
parte de los sureños del medio rural, negros y blancos por igual, tenía
la feroz y letal combinación de las tres enfermedades:
anquilostomiasis, malaria crónica y desnutrición.
Evans y Agee tomaron sus fotos y escribieron sobre la gente que
vivía en la misma sección del sur de Alabama donde crecí. Ellos
pudieron también haber estado en mi escuela primaria. Recuerdo
cuando regresé a casa un día en 1939 cuando estaba en mi tercer
grado. Le pregunté a mi madre porque los niños que venían del
campo a la ciudad eran tan pálidos y amarillos, y los de la ciudad eran
rosados. Ella pensó un minuto con una expresión triste en su cara. Me
dijo que ellos eran pobres y no tenían comida o zapatos o ropa como
nosotros. Ella no sabía nada de la endemia de anquilostomiasis, o
paludismo o pelagra y de la resultante anemia que estaba detrás de la
palidez de esos niños. La enfermedad que se produce es una anemia
por deficiencia de hierro debida a la pérdida sanguínea. En los niños,
la anemia esta frecuentemente asociada con desnutrición, y los que
sobreviven a la pubertad, a menudo muestran retardo en el desarrollo
mental, físico y sexual. Al comienzo de los años 1930, el treinta y
seis por cien de los sureños negros y blancos tenían anquilostomiasis.
Sólo cuando supe de la alta prevalencia de estas enfermedades en
el Sur, comprendí lo que había afligido a tantos de mis compañeros
de clase. El Dr. Keller hizo las cifras epidemiológicas vívidas cuando
contaba historias de familias y pacientes que había tratado al
comienzo de su carrera.
Además de mi interés en la epidemiología de estas enfermedades,
la vida misma de los parásitos me fascinó. Nada en la ciencia-ficción
puede superar el ciclo de vida de cualquier parásito. Una y otra vez,
estaba maravillado de la complejidad de sus ciclos de vida. Estaba
aun más asombrado de los muchos científicos que descubrieron esas
casi increíbles transformaciones en sus ciclos de vida. Tomemos por
ejemplo, la vida de uno de los anquilostomas, el Anquilostoma
duodenale en el viejo mundo y Necator americano en el nuevo
ZAPATOS, TELA METÁLICA Y CARNE
101
mundo. Estos parásitos, casi de dos centímetros de largo son llevados
en el tracto intestinal humano, donde el parásito engancha partes de
su boca en el epitelio intestinal y comienza a succionar sangre.
Periódicamente, el parásito se desengancha y se mueve
progresivamente en el intestino hacia la salida. Cada gusano adulto
bebe medio mililitro de sangre por día, o lo que es lo mismo una
cucharadita en diez días. La hembra después de la copulación (si Ud.
puede imaginarse eso) y la fertilización pone alrededor de diez mil
huevos por día. Los huevos sin abrirse se eliminan por las heces. Si el
suelo es húmedo, luego de pocos días los huevos se abren y liberan
una larva que en unos días más puede infectar. Estas larvas esperan
por cualquier pie desnudo para erosionar la piel y luego dirigirse al
torrente sanguíneo. Hay algunas veces intenso prurito en los pies
llamado “prurito de tierra” que aparece en las áreas afectadas. Las
larvas luego encuentran su camino a los pulmones, donde se meten
dentro de los alvéolos (los pequeños sacos de aire), luego migran
hacia la tráquea, faringe para ser deglutidas. Durante esta fase, el
paciente puede presentar tos. Finalmente, en tres o cuatro semanas,
las larvas maduran en los intestinos, se pegan y comienzan a chupar
sangre y a poner huevos. El repugnante y grotesco ciclo de vida se
repite una y otra vez.
Además de la anquilostomiasis o necatoriasis, cerca de un tercio
de la población rural sureña tenía paludismo crónico, por vivir en
casas sin tela metálica en las ventanas. La malaria, palabra que
significa “mal aire” es llevada por un mosquito. Se producen fiebres y
escalofríos recurrentes y gran debilidad crónica. Mi madre había
sufrido de malaria crónica durante muchos años de su vida y estaba
parcialmente ciega de tanta quinina en su juventud. Como si la
malaria y la anquilostomiasis no hubieran sido suficientes, se añadía
la plaga de la desnutrición, especialmente en la forma de pelagra.
Cerca del veinte y cinco por cien de los sureños tenía pelagra, una
enfermedad causada por el déficit de triptófano, un aminoácido
esencial en la dieta. La dieta de los granjeros sureños consistía casi
enteramente de pan de maíz y grasa de cochino, ninguno de los cuales
102
LA ESCUELA DE MEDICINA
tenia ninguna cantidad significante de triptófano. La pelagra se
caracteriza por diarrea crónica severa y una erupción en la piel en las
zonas expuestas del cuerpo. La fase final de la pelagra se caracteriza
por deterioro mental, demencia y muerte.
A mediados de los años treinta no sólo se conocía el origen de las
parasitosis intestinales sino que los científicos habían descubierto las
causas y prevención de la pelagra y malaria. A través de los esfuerzos
de la Fundación Rockfeller y los departamentos de Salud Pública de
los estados, una masiva campaña de educación fue puesta en acción.
El resultado final de esa campana fue librar al Sur de las tres terribles
enfermedades. La malaria se eliminó por el control de la reproducción
del mosquito y por la colocación de telas metálicas en puertas y
ventanas; la pelagra por enseñar la necesitad de comer carne en la
dieta y tener suplementos de vitaminas; y la necatoriasis por usar
calzado. No conozco historia más dramática y exitosa del uso de la
ciencia y la educación para eliminar la enfermedad en tal escala. La
modernización del Sur no podía considerarse hasta que estas tres
enfermedades fueron controladas.
Aprendimos a identificar los parásitos bajo el microscopio
además de aprender los ciclos de vida y epidemiología de los
parásitos. Las sesiones del laboratorio de procesamiento de muestras
de heces estaban en completo contraste con las fascinantes clases del
Dr. Keller. Cada martes en la tarde, inmediatamente luego del
almuerzo, nos reuníamos en los largos bancos negros del laboratorio
de estudiantes. Allí estábamos para aprender a reconocer todos los
parásitos que infestaban a los humanos, al menos aquellos que se
encontraban en las heces.
Como asistentes clínicos de los terceros y cuartos años seriamos
los responsables de examinar las heces de cada paciente que
viéramos. El propósito de este laboratorio era enseñarnos cómo hacer
estos exámenes. Teníamos que buscar e identificar todos los huevos y
parásitos. Esto aparecía en las órdenes para los estudiantes
encargados como “heces para H y P.” Además teníamos que buscar
ZAPATOS, TELA METÁLICA Y CARNE
103
sangre oculta en cada muestra. El laboratorio de heces, como lo
llamábamos se convirtió, por encima de cualquier otra cosa, en una
prueba de nuestra fuerza de voluntad sobre las reacciones más
viscerales.
Alguna pobre alma, en algún lugar perdido en el sótano de la
escuela de medicina, mantenía cada parásito en recipientes con heces
humanas. Cada martes esos grandes vasos de cerámica eran traídos al
laboratorio en un carrito. Un vaso estaba marcado como
“anquilostomas,” otro “áscaris,” otro “tenia” y otro como “giardia”
con una etiqueta debajo “cuando esté disponible”
A las dos de la tarde, el olor del laboratorio (el hedor para ser más
exacto) era imponente. Ello requirió de todo el valor y determinación
que yo pudiera reunir para estar en mi mesa mirando la gota del negro
fluido extendida en la lámina. Esto ponía la muestra fecal sólo a
pocos centímetros de mis narices. Era como meter mi cabeza dentro
de un tanque séptico. Si lograba sobrevivir al laboratorio de heces,
Ud. podía manejar casi cualquier clase de porquería y desecho
funcional. Los profesores nos dijeron muchas veces que nada humano
es repugnante. El laboratorio de heces en parasitología fue la prueba
ácida para esa afirmación.
Tener náuseas era contagioso. Cuando una sola náusea ocurría,
ponía a todo el laboratorio fuera de control en segundos. Una arcada,
y luego dos y luego tres, luego todo el banco estaba vomitando. Por
ese tiempo, uno o más estudiantes corrían al pasillo en busca de algún
alivio y aire fresco. Ninguno realmente vomitó, pero algunos
estuvieron cerca. Las náuseas traían risa histérica del resto de
compañeros y luego el ciclo se repetiría. Gradualmente, en el curso de
varias semanas, las náuseas cesaron y nos volvimos más y más
inmunes a los olores desagradables o a la despreciable apariencia de
las lombrices. Además de aprender a manejar esta desagradable tarea,
el laboratorio de heces me dio gran respeto por lo que los científicos
precedentes habían soportado en su búsqueda de la verdad acerca de
los parásitos intestinales.
104
LA ESCUELA DE MEDICINA
Tanto el Dr. Kampmeir quien nos enseñó el diagnóstico físico y
el Dr. Keller insistieron muchas veces en que ninguna enfermedad
había sido eliminada nunca por ningún tratamiento médico. La razón
era obvia. Hasta que el reservorio de una enfermedad no sea
contenido, removido o eliminado del contacto humano, la enfermedad
persistirá. El tratamiento es siempre una acción más allá de la causa.
El tratamiento es siempre una reacción después del hecho.
La historia del descubrimiento y eliminación de las enfermedades
parasitarias y de la pelagra en el medio rural del Sur de los Estados
Unidos es el mejor ejemplo de la fuerza del método científico, de la
prevención y de la educación pública. Ningún tratamiento estuvo
involucrado. ¡Todo consistió en llevar calzado, poner telas metálicas
en las ventanas y comer carne magra!
11
La semiología...
Herramientas para el trabajo
2. Introducción a la Clínica Médica.- Un curso integrado
impartido por los miembros de los departamentos de bioquímica,
medicina, radiología y cirugía. Clases, demostraciones y prácticas
han sido diseñadas para introducir a los estudiantes al método
usado para examinar pacientes y para la interpretación de los
datos obtenidos. Este curso sirve también como una transición de
los cursos de bioquímica, fisiología y patología a su aplicación en
la clínica médica. El curso consiste de catorce clases o
demostraciones y seis horas de demostraciones prácticas
semanales durante el tercer trimestre del segundo año. Dr.
Kampmeir y Dr. Hartman.
Se requiere que cada estudiante tenga un microscopio
estándar con cuatro objetivos, equipado con luz debajo de la
platina. Todos los estudiantes tienen que proveerse de
hemocitómetros, hemoglobinómetros y oftalmoscopio antes del
comienzo del segundo trimestre del segundo año.
Programa 1952-1953
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Después del receso de navidad del segundo año, comenzamos el
curso de introducción a la medicina clínica. La carga de trabajo no era
más liviana que la del año anterior, llevábamos este curso junto con
farmacología, parasitología, microbiología y un curso nuevo llamado
patología clínica. Pero también estábamos comenzando a pasar de un
esquema de laboratorio y clases a vernos con los pacientes de verdad.
En la introducción a la medicina clínica, aprenderíamos a tomar una
historia médica y a realizar un examen físico. No pudimos haber
106
LA ESCUELA DE MEDICINA
tenido un mejor profesor para el curso. El Dr. Rudolph Kampmeier
literalmente había escrito el libro sobre el tema, “Physical
Examination in Health and Disease,” el libro de texto usado entonces
en la mayoría de las escuelas de medicina a lo largo y ancho del país.
Después de nuestra primera clase, donde el Dr. Kampmeier nos
dijo qué podíamos esperar del curso, corrimos a la tienda de
instrumentos médicos para comprar las herramientas que se
convertirían en artículos indispensables de nuestras vidas
profesionales. Regresé a mi cuarto de estudiante y comencé a abrir
los paquetes. Cada instrumento estaba envuelto en papel blanco de
seda, y la emoción que sentí al abrirlos era la misma que sentía la
mañana de navidad cuando era niño. Los juguetes nuevos y las
herramientas nuevas comparten una característica particular, la
anticipación de su uso frecuente. Acomodé los instrumentos sobre mi
cama en filas y me senté allí abrazándolos a todos. Luego comencé a
examinar cada instrumento.
Tomé el oftalmoscopio varias veces, prendí la lucecita, roté los
lentes, y ajusté las dioptrías. ¿Qué vería dentro de los ojos? Luego
coloqué el otoscopio y las piezas para los oídos, quité la lámpara para
ver cómo trabajaba y luego seleccioné diferentes tamaños de piezas
para los oídos. ¿Cuándo y para qué usaría cada pieza?
Colgué mi estetoscopio nuevo alrededor del cuello y me paré
frente al espejo. Creo que acababa de cumplir los veintiún años, y
parecía un muchachito con un estetoscopio alrededor del cuello. Puse
el estetoscopio sobre mi pecho desnudo y escuche el lobdob, lobdob.
¿Qué sensación podían causar esos sonidos? Sabía de los ruidos
cardiacos, pero yo no tenía idea de cómo sonaban. Escuché mi reloj
con el estetoscopio, luego susurré sobre la campana para oír la
magnificación de mi voz. Tomé el martillo de reflejos de goma roja y
golpeé sobre mi rodilla hasta que produje algo que parecía un tirón de
la rodilla.
De todas las herramientas, el hemoglobinómetro y hemocitómetro
serían los favoritos. Venían en un lindo estuche que era conveniente
HERRAMIENTAS PARA EL TRABAJO
107
para llevarlo a las guardias. Nosotros haríamos todo el trabajo de
hematología en nuestros pacientes con este pequeño equipo. No tenía
idea de cómo trabajaban sus partes. Había pipetas de diferentes
formas y un aparato manual para contar. Había cámaras de vidrio
para contar los glóbulos blancos, glóbulos rojos y plaquetas. Había un
dispositivo con una aguja para pinchar los dedos. Esto lo usaríamos
una y otra vez únicamente con limpiezas con alcohol entre los usos
(no existían entonces los temores de enfermedades transmitidas por la
sangre). En pocos meses conocería todo acerca de estos pequeños
instrumentos, sabría como usarlos con precisión, y medir todos los
componentes de la sangre en pacientes reales. Pero sólo por ese
primer momento permanecí sentado en la cama, contemplándolos
fascinado. Estas eran las herramientas de mi profesión. Ellas estaban
en mi futuro, las tomaba una y otra vez en un estado más de trance
que despertar... al futuro.
Al día siguiente cambiamos las batas blancas largas que usamos
los dos primeros años por la bata corta de los alumnos de los dos
últimos años. Habíamos llegado! Esa primera caminata en la escuela
de medicina con la bata corta con mi estetoscopio saliendo del
bolsillo está todavía presente en mi memoria. En días como ese, el sol
brillaba más y los colores eran más fuertes. Los árboles estaban en su
verde espectacular de primavera. Si la savia puede surgir en un ser
humano, esa fuerza o vigor estaba elevándose ese primer día en batas
cortas cuando nuestro grupo se dirigía a la fraternidad Phi Chi para el
almuerzo.
Después de años de preparación, finalmente estábamos a punto de
hacer contacto con pacientes. Pero primero deberíamos practicar
exhaustivamente en los cuerpos de cada uno de nosotros, cuando nos
esforzábamos por aprender y hacer nuestras las enseñanzas de
Kampmeier. Una historia médica consiste de cuatro partes diferentes.
Primero, la queja principal, luego el relato cronológico de la
enfermedad actual, seguido por la revisión por órganos y sistemas. Y
finalmente, la historia pasada, la cual comprende los antecedentes
108
LA ESCUELA DE MEDICINA
médicos, personales, sociales y familiares. Durante varias semanas,
nos tomamos las historias entre nosotros mismos. Como ninguno de
los compañeros tenía ninguna enfermedad interesante en su pasado,
nos aburrimos pronto con lo casi normal. El Dr. Kampmeier nunca
nos permitió usar los términos “normal” o “negativo” o “dentro de
límites normales” en nuestras descripciones. Cualquiera fuera la parte
del cuerpo, teníamos que escribir una descripción de lo veíamos,
sentíamos, oíamos e inclusive olíamos, es decir lo que podíamos
obtener con todos los sentidos, excepto el gusto. “Inspección,
palpación, y auscultación” nos dijo muchas veces en ese orden. Era
una de sus muchas letanías. Nos acostumbramos a la secuencia, la
misma rutina en el mismo orden. ¡MIRAR! ¡SENTIR! ¡ESCUCHAR!
“Busquen lo que van a sentir. Sientan lo que van a oír. Escuchen lo
que han visto y sentido.” Oler no estaba en la lista, sin embargo, nos
contó historias sobre los olores de algunas enfermedades.
Hacíamos descripciones detalladas de nuestros exámenes físicos
semanales. Por ejemplo, cuando trataba de describir la erupción de
acné de mi compañero, yo podía escribir, “la piel de la frente es
rosada amarillenta y sin lesiones visibles. Hay áreas rojas elevadas
distribuidas alrededor del borde de las fosas nasales que miden entre
dos y cuatro milímetros de diámetro. Algunas tienen centros blanco
amarillentos. Otras tienen excoriaciones con pequeños centros rojo
oscuro. En esta fase no podíamos usar ningún término médico.
Teníamos que describir como si fuéramos el vulgo mirando a otra
persona en gran detalle, como marcianos viendo a terrestres por
primera vez. Inclusive cuando empezamos a ver pacientes
verdaderos, continuábamos escribiendo descripciones detalladas.
Nunca podíamos decir que una parte era “normal” o dentro de
“limites normales.” Kampmeir detestaba el término “negativo.” Decía
que el uso de esos términos se ganaba por observaciones repetidas de
lo normal. No teníamos idea de lo que era normal o anormal hasta
después de que habíamos visto pacientes por largo tiempo. Además,
variaciones de lo normal son frecuentes, así que tendríamos que
aprender lentamente para poder hacer distinciones entre esas
HERRAMIENTAS PARA EL TRABAJO
109
variaciones y las variaciones que vienen por la enfermedad. Él
prefería los términos “ausente” o “presente” siempre y cuando
hayamos especificado qué estaba o no presente. Por ejemplo,
teníamos que escribir, “No había enrojecimiento o edema visible en
ninguna parte del cuello.” El Dr. Kampmeier leía cada historia en
detalle y hacia uso de la tinta roja. Era como un excelente profesor de
inglés que pasaba tiempo marcando temas y piezas de escritura
creativa, corrigiendo aquí, añadiendo allá, o reforzando párrafos
completos. Nuestros escritos podían fácilmente ser de doce o quince
páginas. No importaba lo largos que fueran, él los leía, corregía y
devolvía en la siguiente sesión.
Aprendimos rápidamente que no existía eso de “no hay
síntomas.” Lo que había meramente era una larga lista de síntomas
ausentes. En lugar de escribir “no hay síntomas de oído, nariz o
garganta” o cualquiera sea el área del cuerpo explorada, teníamos que
escribir “no hay dolor de oído, no hay tinnitus, no hay secreción ótica,
no hay prurito, no se percibe disminución de la audición.” De esa
manera se construía una lista exhaustiva de quejas que no había. Esta
práctica aseguraba que me hiciera un catálogo interno de cada
imaginable síntoma de cada órgano o sistema. Para el final del curso
yo podría recitarlos y finalmente, si dejaba un síntoma fuera de mi
lista, una alarma automática sonaría en mi cerebro. Este aprendizaje
ha durado toda una vida, y ha mostrado ser invaluable para un
tratamiento adecuado cuando el diagnóstico no es claro.
La necesidad de preguntar acerca de todos los síntomas fue
entendida desde comienzos del curso. Ben (mi compañero de clase y
de cuarto en la fraternidad Phi Chi) y yo estábamos tratando de tomar
una historia en uno de nuestros primeros pacientes verdaderos. La
mujer, en sus sesenta, venía de uno de los condados más pobres cerca
de Nashville, gente del campo los llamábamos. Ella parecía haber
llevado una vida dura. Aunque no tenía dientes, mostraba manchas en
su labio inferior de masticar tabaco, y sus pies parecían como que
nunca habían usado zapatos. Nunca se había casado, y vivía con su
110
LA ESCUELA DE MEDICINA
hermana y cuñado en una granja en la colina, kilómetros fuera de la
vía pavimentada más cercana. No tenía electricidad ni agua corriente.
Ben y yo pusimos la larga lista de síntomas de cada órgano sobre
nuestras piernas, de modo de poderla ver y así no olvidar preguntar
todo (en ese tiempo no se me ocurrió que sentarme frente al paciente
con esa lista entre mis rodillas no era el mejor modo de establecer una
relación con el paciente). No había nada espontáneo en la mujer.
Cuando le preguntamos porque estaba en el hospital, ella contestó,
“porque el doctor me dijo que viniera aquí.” Por más de una hora la
interrogamos acerca de todos los síntomas desde la cabeza a los pies.
Cuando terminamos la lista, mire a Ben y él me miró. No teníamos
idea de lo qué tenía la mujer. Para cada síntoma, ella había
respondido: “no, no tengo nada de eso.” Contrario a pacientes que
tenían muchos síntomas, esta mujer no tenía ninguno y nosotros no
sabíamos porqué estaba en el hospital. Nuevamente revisamos la lista
que teníamos, y entonces Ben no sé de dónde, preguntó, “¿Cuánta
agua toma?” Nosotros habíamos saltado inadvertidamente de la lista
“polidipsia (sed excesiva). “Ah, cerca de doce litros al día,” respondió
la mujer, en una voz aburrida, con tanta emoción como si nos hubiera
dicho la hora. Ben y yo nos miramos. Mientras nos sentíamos
triunfantes de haber descubierto el problema de la mujer, habíamos
violado una de las reglas básicas de la buena recolección de la
historia clínica. En lugar de pedir a la paciente que nos cuente su
historia, nosotros habíamos saltado al interrogatorio. Habíamos hecho
preguntas de “sí” y “no” y obtuvimos respuestas de “sí” y “no.” Ella
continuó explicando que treinta años atrás una mula la golpeó en su
cabeza causándole pérdida de conocimiento. Desde entonces ella
tenía que tomar litros de agua al día para calmar la sed. Como vivía
en una montaña y la fuente de agua estaba en la hondonada, todas las
noches su hermana y ella tenía que cargar agua cuesta arriba para
poder pasar la noche. Esto lo habían hecho por treinta años. Ella no
hubiera estado aquí si su hermana no caía enferma. El médico que
trataba a su hermana se enteró del problema del consumo de agua y la
envió al Hospital de Vanderbilt.
HERRAMIENTAS PARA EL TRABAJO
111
Lo que la paciente tenía entonces era diabetes insípida causada
por la ausencia de la hormona antidiurética. Cuando la mula la pateó,
el golpe causó una lesión del tallo de la hipófisis, glándula localizada
en la base del cráneo. Esto detuvo la secreción de la hormona
antidiurética, permitiendo así que el riñón excrete cantidades
excesivas de orina diluida. Ella había sufrido de esta afección por
tanto tiempo que no la veía como si fuera anormal o inusual. Unos
pocos días más tarde, nos enteramos al leer la historia, que la mujer
había rechazado las inyecciones diarias que habrían normalizado el
volumen de orina y la sed. Aparentemente, cuando rechazó el
tratamiento, ella le había dicho al interno, “no gracias, yo sólo quiero
seguir tomando agua” Además de aprender el valor de preguntar
acerca de cada síntoma, esta paciente caracterizaba una de las
lecciones que Kampmeier repetía más: los pacientes con frecuencia le
dicen exactamente lo que esta mal en ellos, si Ud. se los permite.
Nosotros nunca le dimos a esta paciente el tiempo para que nos lo
dijera.
Kampmeier hizo más que enseñar acerca de la forma sutil y
efectiva de tomar la historia, él mismo era una especie de leyenda.
Había tenido una larga lista de triunfos clínicos en su haber, de los
cuales dos en particular vienen a mi mente. El primero ocurrió
durante las revistas en nuestro último año. Kampmeier era mi médico
de sala. Íbamos caminando de sala en sala en el ala privada. Además
de la carga docente, él tenía una muy activa práctica privada de
referencias. Llegamos al cuarto adyacente al de una pareja de
ancianos que habían sido misioneros en Africa. Habían vivido en la
selva con los habitantes del lugar para escapar ser capturados por el
ejército alemán y así sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. Ambos
tenían aneurismas ascendentes de la aorta, una de las manifestaciones
clásicas de la sífilis terciaria. Kampmeier era un reconocido experto
mundial en sífilis. Además de su libro de texto sobre el diagnóstico
clínico, él había escrito el libro clásico sobre sífilis, “Essentials of
Syphilology.” Sir Willian Osler dijo, “Conocer la sífilis en todas sus
112
LA ESCUELA DE MEDICINA
manifestaciones, es conocer la medicina.” Kampmeier conocía la
sífilis.
Estuvimos parados en el pasillo hablando en tono bajo para no ser
oídos por los pacientes. Uno de mis compañeros de clase presentó la
historia, obviamente orgulloso de incluir muchos detalles que él creyó
podían agradar a Kampmeier. Cuando terminó, Kampmeier preguntó,
“Ahora, ¿qué me dice acerca de la lesión primaria... el chancro?” El
estudiante enrojeció y respondió que le había dado mucha vergüenza
preguntar tal cosa a los misioneros, especialmente ancianos.
Kampmeier nos pidió esperar afuera. Entró a la habitación del
hombre. Minutos más tarde, Kampmeier regreso al pasillo. Tenía el
hábito de hacer muecas que hacían recordar a un conejo sabio. Su
bigote bien cortado se movía hacia delante y atrás al final de su boca.
Fruncía sus labios como una especie de puntuación para indicar el
final de un punto que estaba haciendo. “El anciano caballero me dice
que... lamentablemente, un día... había estado en la jungla con una
joven del lugar... que esto ocurrió hace mas de veinte años, que
perdió el control y tuvo una relación sexual. Dice que ha sido su
única transgresión. Unos pocos días más tarde él notó una pequeña
lesión... sobre su pene... en la unión del glande justo debajo del meato
urinario, para ser exacto... no pensó nada de esto en ese tiempo.”
Cada breve frase fue puntualizada por una mueca de sus labios “La
falta de la fase secundaria, no es infrecuente... es muy importante
obtener la historia de la primaria. No se puede estar seguro sin la
historia del chancro. Se requiere dar un poco de ayuda... para lograr
un interrogatorio cuidadoso.” En sus clases, Kampmeier había
enfatizado que la sífilis no respetaba edad, sexo, educación, o
posición en la vida. La había visto en todos los estratos. Nadie y
ninguna profesión o nivel de educación estaban a salvo. Ver a dos
ancianos misioneros con sífilis terciaria de la aorta grabó este punto
en mi mente.
El episodio me enseñó otra lección más acerca de la habilidad de
Kampmeier. Era una lección sobre el papel que la discreción debería
HERRAMIENTAS PARA EL TRABAJO
113
jugar en el diagnóstico. Mi compañero había estado demasiado
apegado a la toma de su historia, dejando que la vergüenza interfiriera
con el diagnóstico. Pero una vez que la verdadera historia se
descubrió, había la obligación de no decir más que lo que a uno le
concernía. En este caso, Kampmeier le aseguró al hombre que no le
diría nada a la esposa sobre su trasgresión. Ambos fueron informados
de la naturaleza de su enfermedad, y fueron tratados por sífilis
terciaria, pero Kampmeier dijo que no era asunto suyo sino del
esposo, el decir o no a la esposa la historia completa. Kampmeier no
haría ningún juicio acerca del tema, considerándolo solamente un
asunto entre el hombre y su esposa. La esposa sabía lo que tenía, pero
no tenía idea de cómo había pescado la enfermedad. No era nuestra
tarea como médicos meternos donde no éramos llamados o
bienvenidos. Kampmeier creía que la medicina no es inmoral*, sino
amoral. Como médicos, no estábamos para juzgar la moral de nadie.
Estábamos para tratar asesinos con la misma atención como a
cualquier otro, estábamos para confortar y curar, no para juzgar
conductas.
El otro caso que demostraba la impresionante habilidad de
Kampmeier para sacar la verdad de una historia médica, era el de un
joven que había sido ingresado al hospital repetidas veces con un
conjunto de hallazgos curiosos. Era admitido con fiebre alta y aire
palpable debajo de la piel en la parte superior del cuerpo: enfisema
subcutáneo. Cada vez entraba al hospital, se obtenían cultivos
bacterianos, se comenzaba a tratar con estreptomicina y penicilina, se
recuperaba, regresaba a su casa para ser readmitido pocos meses
después con los mismos síntomas. Nadie tenía la más ligera idea de la
causa de este extraño síndrome. En una de las admisiones, el caso fue
presentado en la revista semanal. Este era el evento de la semana y
todos los alumnos de los dos últimos años junto con la mayoría de los
*
NT: Según el Diccionario de la Real Academia Española, inmoral es que se opone a
la moral o a las buenas costumbres; y amoral es desprovisto de moral o que
prescinde del fin moral.
114
LA ESCUELA DE MEDICINA
clínicos asistían a la discusión del caso. Uno de los médicos tratantes
conducía la discusión, y discurría sobre cada posible germen que
podía generar gas y hacía finas especulaciones para explicar cómo el
microorganismo podría producir las manifestaciones clínicas del
paciente, aunque ningún caso de enfisema subcutáneo infeccioso
espontáneo había podido ser encontrado en la literatura. Toda clase de
imaginables fístulas entre el pulmón y la piel, esófago y piel, faringe
y piel, y otras fueron presentadas como posibilidades. Nada se había
encontrado. La mayoría concluyó que el joven hombre tenía su propia
y singular enfermedad, cualquiera que ésta sea. La historia de este
caso fue famosa. Todos los residentes con entusiasmo anticiparon la
siguiente admisión, esperando dar con la solución a este
rompecabezas. Y las readmisiones continuaron, cada vez tan
intrigantes como las anteriores. Finalmente, alguien pensó en pedir al
Dr. Kampmeier que viera al paciente. Kampmeier escogió ver al
paciente una noche después de que todas las visitas se habían ido.
Después de hablar a solas con el hombre, Kampmeier emergió con la
respuesta en la mano. El muchacho vivía en el campo, como también
su novia. El padre del paciente administraba una gasolinera que
estaba entre las dos casas. La pareja se encontraba con frecuencia en
las noches en la parte de atrás de la gasolinera cerrada y tenían
relaciones, pero no lo usual. Su novia tenia ideas extrañas acerca del
sexo. Ocasionalmente ella insistía en hacerle un pequeño agujero en
la piel de su brazo. Ella le insertaba una aguja para llenar los balones
de fútbol y me metía aire con una bomba de bicicleta. El joven dijo
que a ella le gustaba la sensación crujiente del aire debajo de la piel.
La mayoría de las veces no le causaba problemas. Cuando le daba
fiebre, sabía que tenía que ir inmediatamente al hospital. El misterio
estaba resuelto y las acciones de Kampmeier subieron mucho más. Si
Ud. es capaz de obtener una historia como ésta, Ud. puede obtener la
historia de cualquiera.
Kampmeier vio la enfermedad como una interacción única entre
una persona, los que la rodean y el ambiente en el cual vive,
incluyendo la comida que come, el aire que respira, y las bacterias,
HERRAMIENTAS PARA EL TRABAJO
115
virus y parásitos que lo rodean. Para él, la historia de la enfermedad
era la historia de la persona. Él con frecuencia diría: “¿Cuál es la
historia del hombre? No se pierda en los detalles de los nombres de
las enfermedades. Dígame la historia de la enfermedad del paciente.”
Él prefería ir atrás, al comienzo de la enfermedad, al tiempo cuando
la persona se sentía bien y estaba saludable por última vez y
comenzar desde allí. Yo usé esta táctica con frecuencia en mi
ejercicio.
Las revistas de Kampmeier en la consulta o en las salas
demostraban su maestría en el proceso diagnóstico. Le presentábamos
los casos. Únicamente quería la historia, e invertía una cantidad de
tiempo en los detalles de la misma. Quería saber todo lo que fuera
posible sobre un dolor. ¿Dónde estaba? ¿Adónde se irradiaba o
movía? ¿El paciente lo podía señalar con un dedo o usaba toda la
mano? ¿Usaba el dorso o la palma de la mano cuando indicaba el
dolor? ¿Estaba la mano cerrada o abierta cuando señalaba el dolor?
¿Sonreía o se fruncía cuando hablaba del dolor? ¿A qué hora del día
ocurría, en la noche, durante el día, antes o después de las comidas y
si así era cuanto después aparecía? ¿Cuánto duraba el dolor? ¿Qué
característica tenía el dolor? ¿Aparecía abruptamente o lentamente?
¿Subía y bajaba de intensidad o era constante? El Prof. Kampmeir
podía continuar con preguntas acerca del dolor por tiempo
interminable, especialmente si Ud. estaba presentado el caso o sí Ud.
no sabía las respuestas acerca de su paciente.
Kampmeier nos dio una cantidad de consejos útiles acerca de
cómo hacer historias clínicas. Uno de los mejores era hacer repetir al
paciente la descripción del síntoma. “Si Ud. esta en lo correcto, el
paciente asentirá con la cabeza.” Lo verá en sus ojos. Ellos saben y
Ud. sabe que Ud. entendió como se sienten los pacientes. Sólo
entonces, podrá saber cómo el paciente siente realmente el síntoma.”
Este es un método poderoso que apliqué toda la vida en el ejercicio
profesional
116
LA ESCUELA DE MEDICINA
Algunas veces en las presentaciones, él resumiría lo que había
aprendido de la historia. Nos diría en detalle lo que el examen físico
mostraría o no. La mayor parte del tiempo el examen físico añadiría
poca o ninguna nueva información. Podría solamente confirmar lo
que la historia le decía, pero no por eso él recomendaba un examen
superficial o malo. Sólo hacia la salvedad que el examen físico era
débil comparado con la historia. Usaba el examen físico para
confirmar o refutar las posibilidades diagnósticas de la historia y para
buscar signos de enfermedad que no eran sintomáticos todavía.
Después del examen físico, nos decía lo que los resultados del
laboratorio mostrarían o no. Él pensaba que el trabajo de laboratorio
era sólo confirmatorio. Veía el laboratorio como una extensión del
examen físico, y opinaba que los exámenes se debían pedir en
respuesta a hallazgos de la historia o del examen físico. Un segmento
del proceso diagnóstico lleva al siguiente segmento en un orden
lógico. La historia llevaba al examen físico, éste llevaba al laboratorio
y así de un modo iterativo.
Cuando pienso en el comienzo de ese semestre, todavía recuerdo
la emoción que sentía ese día en la residencia de estudiantes cuando
estaba contemplando todos esos instrumentos nuevos. Esos
instrumentos refulgentes contenían muchas promesas. Y hacia el final
del curso, realmente los había explorado y usado y vine a comprender
la extensión a la cual tales instrumentos me llevaban y capacitaban a
la más adecuada práctica de la medicina. Pero para entonces, los
métodos de Kampmeier me habían mostrado cuan limitado es
cualquier instrumento médico. Ningún estetoscopio puede detectar
emociones como vergüenza y pena, y ningún oftalmoscopio puede
decir lo que un paciente ha visto o hecho. Sólo el paciente puede
decirle al médico esas cosas. Afortunadamente, si está entrenada y
aguzada, todos tenemos la herramienta necesaria para trabajar en esas
áreas donde otras se quedan cortas, ¡la mente humana!
12
El laboratorio clínico...
El frotis perfecto
Patología Clínica. – Una serie de clases y ejercicios de
laboratorio con el microscopio y el método químico para el
diagnóstico de la enfermedad. Los estudiantes son entrenados en
las técnicas para examinar orina, sangre, esputo, contenido
gástrico, heces y “líquidos obtenidos por punciones.” Se discute la
interpretación de los datos del laboratorio. Ocho horas a la
semana en el tercer trimestre del segundo año. Dr. Hartman.
Programa 1952-1953
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Si uno se pregunta por qué han subido los costos del cuidado de la
salud, sólo se necesita mirar cómo era la situación con respecto a los
exámenes de laboratorio en los hospitales de enseñanza antes de la
introducción de la cobertura de Medicare* en 1966. Antes del
Medicare, todo el trabajo del laboratorio era hecho por estudiantes de
medicina sin ningún costo. Era trabajo de rutina, y era bastante
trabajo. Se hacía un cobro nominal por química sanguínea y
radiografías, pero todos los otros exámenes eran gratis. Los
trabajadores hospitalarios estaban específicamente excluidos de la ley
de salario mínimo, y muchos trabajaban por un dólar la hora o menos.
La empresa entera era de baja tecnología y bajo costo. En lugar de
equipo y pruebas sofisticados, el razonamiento clínico era el que
reinaba. El costo del cuidado médico era generalmente pagado en
*
NT: programa gubernamental de atención médica especialmente para ancianos.
118
LA ESCUELA DE MEDICINA
efectivo o regalado como caridad. Había muy poco o nada de seguros
de salud. Los pacientes eran muy cuidadosos al momento de hacerse
exámenes aun cuando su médico los haya ordenado. Con frecuencia
rechazaban hacérselos si ellos no podían pagarlos. La carencia de
fondos hizo para los médicos que fuera imperativo el tener una aguda
precisión clínica y evitar pedir exámenes innecesarios; y para los
estudiantes de medicina que fuera necesario desarrollar rápidamente
esas habilidades. Pero no importaba cuán agudo fuera el doctor, un
trabajo de laboratorio lerdo podría hacer lento un diagnóstico o
incluso desviarlo. Era responsabilidad del Dr. Robert Hartman
asegurar que realizáramos todo el trabajo de laboratorio, con la
habilidad y el cuidado que garantizarían que los resultados fueran la
bendición para el diagnóstico propuesto, sin importar cuan rutinaria
pudiera ser la tarea.
Nosotros conocimos al Dr. Hartman justo después de las
vacaciones de navidad en el segundo año. Enseñaba patología clínica,
una sección de la introducción a la clínica médica del Dr.
Kampmeier. En este curso nos enseñaron todos los métodos de
laboratorio que usaríamos para realmente hacer una serie de análisis
en sangre, orina, heces, fluido espinal, y otros trabajos de laboratorio
en pacientes que veríamos el año siguiente. Las únicas pruebas que
no hacíamos eran las químicas sanguíneas, las que se realizaban en un
laboratorio aparte.
Aunque trabajamos con una serie de fluidos corporales y
sustancias, la sangre es la que asocio con el curso y con el Dr.
Hartman. En algún grado esto es simplemente debido a la cantidad.
Los estudiantes extraían sangre en todo el hospital y consultas para
los análisis, así la sangre sería el principal fluido con el que
trabajaríamos. Pero más allá de lo práctico y mundano, había algo
más. Aquí había un hombre enseñando en el curso sobre sangre. Y él
comenzó con una salpicadura.
En una de sus primeras clases, Hartman nos hizo esperar. Al lado
del podio había una sábana blanca limpia enrollada sobre un paral de
EL FROTIS PERFECTO
119
madera. Después de que toda la clase había llegado tenía pocos
minutos para acomodarse y comenzar a preguntarse acerca del para
qué de la sábana, Hartman entró rápidamente seguido por dos
mujeres. Las conoceríamos después como Dorothy y Susan, las dos
técnicas en el curso, que se veían como dos adorables asistentes en el
escenario listas para ayudar a su jefe, el mago, a realizar algún acto
sorprendente. Las mujeres desenrollaron otra sábana, tapando la vista
del gran Hartmandini. Segundos más tarde, la sábana fue corrida,
revelando a Hartman parado al frente de una sábana cubierta de
sangre. Susan y Dorothy, obviamente conscientes de cómo todo esto
lucía, se pararon a cada lado, y extendieron sus manos hacia Hartman.
Por su parte, Hartman parecía aun estar actuando lo ejecutado detrás
de la sábana. Elevó ambos brazos en el aire y caminó alrededor en
pequeños círculos.
Después de unas pocas vueltas, él desaceleró y habló. “Ahora,
vamos a estimar la cantidad de sangre que acabo de derramar en la
sábana,” anunció a viva voz. Cuando habló, la ilusión de Hartman
como un maestro de magia era estremecedora. Carecía de voz como
para comandar desde el escenario. Su voz sonaba siempre como que
necesitaba aclararla, y luego aumentaba el volumen de una voz
gangosa.
Dorothy fue a la pizarra y comenzó a hacer una tabla con varias
columnas. Hartman interrogando a los estudiantes de la primera fila,
luego la siguiente fila, hasta que cada uno había hecho un estimado
(uno de sus primeros actos de magia menor fue aprenderse todos
nuestros nombres al final de la primera semana.). Nuestros estimados
fueron desde cincuenta a trescientos mililitros con un promedio de
doscientos. La sábana parecía que había sido sumergida en sangre, y
yo habría adivinado casi un litro de sangre si los otros no hubieran
adivinado cifras más bajas.
Hartman sonrió ampliamente, casi carcajeando, cuando metió los
números en la sumadora (el equivalente más cercano a una
calculadora que los años cincuenta tenían para ofrecer) que él había
120
LA ESCUELA DE MEDICINA
llevado a clase. “Por supuesto, yo podría calcular el promedio y
desviación estándar del promedio, pero no haría eso. ¿Alguno sabe
por qué?” Él hizo una pausa, y miró hacia atrás sobre su hombre con
orgullo, pero no esperó por la respuesta. “Bien, nosotros todos
sabemos que ya que tenemos el universo de respuestas y no
simplemente una muestra del universo, nosotros no necesitamos hacer
ningún cálculo de varianza. Nosotros podemos ver la varianza ahí
mismo en el pizarrón.”
Luego, con nuestro interés y anticipación in crecendo, Hartman
habló por varios minutos acerca de estadística y métodos de cálculo
detallados. Cuando caía en esos frecuentes desvíos, su voz cambiaba
a un tono más suave y bajo. Su expresión facial perdía intensidad. Si
su voz disminuía en sus intentos de animador, sus divagaciones en
metodologías misteriosas y formulas estadísticas se salían
completamente del tema. Era como si dos personalidades distintas
batallaban por el control. En lugar de Jekyll y Hyde,* había un
conflicto menos dramático pero aún incongruente entre el
investigador académico y el maestro de ceremonias, y este último
nunca estaba en el escenario por mucho tiempo. En un momento,
Hartman era un aficionado pero entusiasta mago deseoso de
asombrar, luego ¡puf! se transformaría en el preocupado investigador
académico. Algunas veces, parecía consciente de una divagación y él
movería su cabeza y parpadearía sus ojos como para forzarse a salir
de eso. Otras veces, saldría de ese estado por momentos como el
estado post-ictal de confusión luego de crisis de gran mal. Tal como
corresponde a una buena discusión errática, lo que él dijo acerca de
estadística este día no tenía nada que hacer con el tema presentado:
estimar la cantidad de sangre perdida.
Así que nosotros sentados allá, con la anticipación que había sido
hábilmente construida, desvanecida, y de repente ¡puf! el animador
se reafirmó. Hartman metió la mano en el bolsillo y con exageración
*
NT: se refiere a la novela “The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde” de R.L.B
Stevenson de 1886, que plantea la lucha del bien y el mal en el mismo individuo.
EL FROTIS PERFECTO
121
sacó un pequeño recipiente con sangre. Sosteniéndolo tan alto como
para que todos pudieran verlo, él anunció en una voz gangosa, “La
cantidad de sangre real fue de diez mililitros como la que contiene
este tubo.” Se volteó hacia una de sus asistentes. “Susan, por favor
ponga una sábana limpia para mi próxima demostración.” Cuando la
nueva sábana estaba lista, Hartman sostuvo el pequeño envase sobre
su cabeza y lentamente caminó hacia la primera fila de asientos antes
de regresar a la sábana.
Dando un paso atrás, tomó el tubo con sangre y con un rápido
movimiento hacia la sábana, lanzó la sangre hacia la sábana limpia.
La sangre se esparció sobre toda la sábana. La sábana se empapó. Los
diez centímetros cúbicos se extendieron como casi un litro de sangre.
Hartman luego caminó hacia la ventana abierta y sacudió el recipiente
vació fuera de la ventana sobre el patio debajo. Su gesto tuvo el sabor
de celebración como cuando se tira el vaso de champaña en la
chimenea después del último brindis de la noche.
Hartman se volteó hacia la clase, obviamente complacido. “Nunca
permita que se diga que Ud. no aprendió el verdadero problema de
estimar la pérdida de sangre. Caballeros, esto no puede hacerse sólo
por observación. Uds. deben medir la pérdida de sangre. En el caso
de ropa de cama o aun campos quirúrgicos la pérdida de sangre no
puede estimarse. Los cirujanos no pueden hacerlo, ni tampoco los
pacientes.” Luego, continuó en una larga descripción de peso, luego
secado, luego repesado de sábanas y gasas. De las diferencias en
peso, uno podría exactamente calcular la cantidad de sangre. El
método no era nada práctico, pero ilustraba el celo de Hartman por la
exactitud.
Era una lección importante. Mientras aprendíamos a afinar y
confiar en nuestros ojos y juicio, había el peligro que lo haríamos en
tal medida que creeríamos demasiado en nuestros ojos y juicio. La
presentación de Hartman nos reforzó la importancia de las técnicas
que teníamos que aprender.
122
LA ESCUELA DE MEDICINA
Mientras que el acto de Hartman en el escenario con las sábanas
fue brillante, él exigía de cada uno de nosotros que realizáramos
nuestro propio acto con sangre, haciéndolo incluso un requisito para
aprobar el curso. Para pasar, cada uno de nosotros tenía que producir
un frotis perfecto. Usando dos cubreobjetos de vidrio, poníamos una
gota de sangre en uno de los vidrios dejando caer el segundo
cubreobjeto sobre la gota de sangre y luego separando rápidamente
los cubreobjetos, dejando un fino frotis en cada cubierta de vidrio.
Luego teñíamos ambos frotis. Hartman detestaba el método de una
lámina corrida contra la otra lámina, que era el más usado por la
mayoría. Hablaba con pasión y animación sobre los errores que el
viejo método de las dos láminas podría producir. Esto era un tema
que le hacía alzar la voz a una completa voz gangosa cuando hablaba
acerca de la idiotez de usar una lámina para hacer algo tan importante
como un frotis de sangre.
Hartman era exacto y preciso en sus definiciones del frotis
perfecto. El frotis no debería tener ni un solo glóbulo rojo que toque
otro glóbulo rojo. Ninguno. Si encontraba cualquier célula tocándose
con otra, rechazaba el frotis. La distancia entre dos glóbulos rojos no
debería exceder el diámetro de dos glóbulos rojos. Siempre que
creyéramos que teníamos el frotis perfecto, deberíamos llamarlo a
nuestro microscopio y él evaluaría el frotis y daría su sentencia.
Retiraba el banquito de laboratorio, se echaba los lentes sobre la
cabeza y miraba al microscopio. Luego rápidamente movía la lámina
un poquito y la mayor parte de las veces nos decía porqué era la
lámina imperfecta. Algunas veces era que unas pocas células apenas
se tocaban o una parte donde la sangre estaba muy delgada en los
bordes. Cada vez que él rechazaba lo que yo tenía la esperanza de que
estaba perfecto, sentía una sensación de náusea en mi estómago. Yo
sabía que tenía que hacer muchos más antes de que alguno estuviera
cerca de lo perfecto.
En cualquier momento de descanso, a menudo en la noche, nos
sentábamos en las largas bancas del laboratorio de estudiantes. Al
EL FROTIS PERFECTO
123
principio nosotros nos pinchábamos los dedos entre nosotros, pero
eso nos atrasaba mucho. Pronto aprendimos a pincharnos nuestros
propios dedos. Nos sentábamos noche tras noche después de estudiar,
para pincharnos con una aguja fina, dejando que la sangre gotee y
luego haciendo frotis uno tras otro con nuestra sangre. Después que
teníamos una docena o más, teñíamos los mejores con la coloración
de Wright.
Y Hartman no solo exigía el frotis perfecto; también esperaba la
coloración perfecta, con la cantidad correcta de azul y de rosa y sin
precitación del colorante. Era frustrante hacer un buen frotis y luego
un desastre la tinción. No sé cuantos frotis tuve que hacer hasta
obtener lo que se consideraba perfecto, pero deben haber sido cientos.
Gracias a ello, este proceso nos enseñó cómo hacer los frotis rápido y
apropiadamente. Usaríamos esta habilidad una y otra vez en los
siguientes años en la escuela de medicina y en el internado. Pero
parecía una enseñanza matadora. Nosotros nos quejábamos y
despotricábamos lejos de los oídos de los profesores acerca de
repetición sin sentido, y de los reclamos obsesivo-compulsivos de
detalles triviales de todo esto.
Finalmente, todos hicimos frotis perfectos, a pesar de todas
nuestras quejas. Hartman nos enseñó que hay un método correcto y
uno incorrecto para hacer cualquier cosa. Más importante que un
curso que comenzó con una salpicadura y terminó con un frotis,
aprendimos acerca de la esencia de la perfección, una lección que
caló lento pero profundo. Cuando se consigue la perfección, se
aprende. Pero como aquellos que saludan el viaje cuando alcanzan el
destino, es el perseguir la perfección tanto como su logro lo que
produce los más valiosos dividendos al estudiante y más tarde, al
médico. Por aprender cómo hacer para lograr la perfección en la más
pequeña de las cosas, nosotros aprendimos porqué tales esfuerzos
importan.
124
LA ESCUELA DE MEDICINA
13
La relación médico-paciente...
Un vuelo solitario en la historia
clínica
230. Medicina. Clases y demostraciones clínicas. Los estudiantes
presentan los pacientes que les fueron asignados.
Programa 1952-1953, página 80
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Los cursos clínicos con Kampmeier y Hartman estuvieron en el
último mes del segundo año. Pronto estaríamos en las salas y en las
pasantías. Las pasantías consistían en rotaciones de tres meses en los
principales campos de la medicina y de la cirugía. Pediatría y
obstetricia tenían seis semanas cada una. Todo lo demás era
considerado una sub-especialidad y sería cubierto por rotaciones
clínicas en el último año. Estábamos en las fases finales de nuestra
preparación para trabajar directamente con pacientes y ser parte del
equipo de internos y asistentes de los residentes quieres realmente
atendían a los pacientes.
En este último mes del curso, trabajamos solos por primera vez
con un paciente a la vez. Yo estaba en la fase terrible de hacer la
historia clínica y todavía tenía que tener mi esquema a mano y la lista
de síntomas sobre una carpeta en mi regazo. Llegué a pensar que
tomar una historia era justamente eso. Haría preguntas acerca de los
síntomas y el paciente contestaría. Para cuando terminara, tendría una
lista de todos los síntomas, fechas, y nombres de enfermedades
126
LA ESCUELA DE MEDICINA
previas, operaciones, y medicamentos actuales. Sabría qué
enfermedades tuvieron el padre y la madre, y sabría algo sobre la
historia social. El paciente estaba allí para contestar mis preguntas.
Eso era lo que pensaba, hasta que me encontré con Lemuel Harrison
en mi viaje solitario en la toma de la historia.
Lemuel Harrison era un granjero de sesenta y nueve años de edad
del condado de Cheatham, uno de los cinco condados que rodean a
Nashville. Estos condados eran llamados condados marginales por su
localización alrededor de la ciudad, y porque ellos formaban un alto
anillo de arena y piedra caliza alrededor de la cuenca donde se asienta
Nashville. Geológicamente, todo esto era los residuos de la erosión de
millones de años de los desgastados montes Apalaches al este. El Sr.
Harrison vivía en el condado más pobre, donde el suelo era tan estéril
que lo único que crecía era el maíz, y el único dinero que se producía
era de la ganancia del whiskey de maíz.
El Sr. Harrison estaba en la 3300, en la sala de hombres de
dieciséis camas. Estaba en la tercera cama de la izquierda, con una
vista de toda la sala. Cada cama tenía una cortina que colgaba de un
riel y que podía cerrarse para crear un poco de privacidad.
Rápidamente descubrí que la cortina no bloqueaba ningún ruido. Él
estaba levantado sobre almohadas cuando me dirigí hacia la cama.
Cerca de siete u ocho hombres en batas y pijamas retrocedieron,
deslizándose en sus sillas cuando me aproximé. El gran sultán estaba
despidiendo a su corte.
“Bueno, mejor lo dejamos por ahora, muchachos. Me dieron un
doctor nuevo,” anunció el Sr. Harrison en una voz alta no habitual.
Todavía yo no había aprendido que él estaba parcialmente sordo.
“Ud. es uno de los aprendices de doctor, ¿no es cierto?” preguntó
el Sr. Harrison. Sacó sus piernas del borde de la cama, se levantó de
su pila de almohadas, y arregló su cabello con su mano. “Como que
está aprendiendo a ser doctor, ¿no es verdad?” Esto trajo unas risitas
de su tribu.
UN VUELO SOLITARIO EN LA HISTORIA CLÍNICA
127
“Si señor, yo estoy aprendiendo,” dije. Tiré la cortina alrededor
de su cama y me senté en la silla directamente en frente de él. Se
sentó más alto que yo y lanzó una mirada a ambos lados. Con
percepción tardía, me di cuenta que estaba chequeando a su
audiencia. Volviendo hacia atrás, ahora me doy cuenta que mi gran
error fue estar sentado más bajo que el Sr. Harrison. Así renunciaba
inmediatamente a cualquier pequeña ventaja que pudiera haber
tenido.
“Bueno, dispare nada más. Hágame cualquier pregunta que Ud.
quiera,” dijo, acomodando su brazo derecho en el aire para ajustar las
mangas de su bata de baño.
“Bien, ¿qué le trajo a Ud. al hospital?” pregunté, pensando que le
dejaría contarme su historia y divagar un poquito. No iba a cometer el
error que cometimos con la mujer que tomaba doce litros de agua al
día.
“¿Qué dijo?” contestó él. Yo había aprendido que tenía que hablar
en voz muy alta, o tenía que repetir todo. Sospeché que me hacía
repetir las preguntas siempre que él tuviera particularmente una buena
respuesta. Repetí mi pregunta, investigando qué lo había traído al
hospital.
“Era un Ford del 38,” contestó el Sr. Harrison, riéndose entre
dientes. Fuera de la cortina delgada, yo podía oír unas pocas risas,
luego sillas que se movían como una pequeña audiencia que se reunía
afuera de la cortina. La tribu estaba viniendo a la sesión.
Ahí aprendí de inmediato a nunca enunciar de ese modo tal
pregunta. Aprendería un montón de cosas más ese día antes de
terminar de tomar la historia del Sr. Harrison.
“No quise decir qué carro lo trajo. ¿Qué problema médico lo hizo
venir?” pregunté. Podía sentir enrojecer mi cara. Sentí una sensación
de hundimiento, dándome cuanta que estaba en un momento difícil.
“Bueno pues justo poder hacerlo bien. No puedo mear como
antes.” Más risas y algún murmullo al otro lado de la cortina.
128
LA ESCUELA DE MEDICINA
Di una mirada a mi lista de preguntas, aun no automáticas en mi
interrogatorio. “Ud. quiere decir que su chorro ha disminuido?”
pregunté.
“Qué demonios, sí. Era capaz de abrir un hueco en una hoja de
col a unos seis metros.” Hizo una pausa para esperar las risas y
aplausos cerrados de afuera de la cortina. “Cuéntale, Lem,” oí que
uno de ellos gritó. Su ocasión era perfecta.
“Ahora no puedo hacer un hueco en una servilleta de papel
mojada.” La audiencia creció más, podía decirlo por el ruido de más
sillas. Nadie quería perderse esto. Ahora había pocos ecos de
respuestas del grupo reunido. “Cuéntale viejo.” Más risitas y unas
pocas risas fuertes.
“De hecho mi pipi no hace muchas de las cosas que acostumbraba
hacer.” El Sr. Harrison lanzó esto. Para este momento él tenía una
audiencia llena afuera de la cortina.
Luché a través de una larga y divagante historia de su vida en la
granja, sus tres esposas, y trece hijos, la Gran Depresión, su parte en
la I Guerra Mundial, y las partes de sus hijos en la II Guerra Mundial.
Se enorgullecía de haber conocido personalmente al Sargento Alvin
York, el legendario héroe de guerra de Tennessee. El Sr. Harrison
dijo que se había criado en el valle al lado de donde todavía vivía,
cerca de Jamestown en el condado Fentress, y que más tarde se mudó
al condado de Cheatham donde se casó con su primera esposa. Cada
cuento traía más y más risa. El Sr. Harrison estaba completamente a
cargo de la situación y yo estaba luchando para hacer todas las
preguntas que se suponía tenía que hacer. Yo había ido muy lejos en
dejar al paciente contar su historia.
Una fase de la historia es la llamada revisión por sistemas, donde
los síntomas por cada órgano se exploran sistemáticamente. Esto
comienza con cabeza y progresa pasando por corazón, pulmones,
tracto gastrointestinal., y riñones hasta bajar a piernas y pies. Yo
había ido bajando al tracto gastrointestinal y estaba chequeando sus
hábitos intestinales.
UN VUELO SOLITARIO EN LA HISTORIA CLÍNICA
129
“¿Cómo están sus hábitos intestinales?” pregunté.
“¿Qué dice?,” preguntó él.
“Sus hábitos intestinales. Sus heces. Cómo están?” Elevé mi voz
un poquito.
“No puedo oírlo,” dijo él, arrimándose hacia mi con su cabeza
inclinada hacia un oído. Yo sabía de alguna manera en el fondo de mi
cerebro que estaba siendo probado.
“HABITOS INTESTINALES. SUS HECES. ¿UD. PUEDE IR
AL BAÑO?” Yo estaba casi gritando.
“Ah, le entiendo. Bueno sí, hago una descarga todos los días de
mi vida.” Eso trajo la audiencia abajo. Para este momento, debe haber
tenido la sala completa y todos los visitantes afuera de la cortina. Yo
estaba al borde de renunciar a cualquier semblante de ser profesional.
Estaba comenzando a disfrutar la sesión, y no me importaba
alimentarlo con algunas líneas directas.
Yo había revisado todos los sistemas por síntomas y ahora
intentaba obtener su “historia social.”
“¿Qué otros trabajos ha tenido aparte de la granja?”
“Ah, le entiendo. Yo hago licor de maíz.”
“¿Cómo lo hace?,” pregunté. Yo estaba fascinado.
“Bueno, pongo maíz y cebada, y mucha azúcar y agua. Hago una
mezcla. Pongo todo en un gran barril de madera. Toma algún tiempo
este trabajo, Ud. sabe, fermentar. Por supuesto, yo lo preparo algo.
Yup, yo lo preparo.” El hizo una pausa, esperando. Yo tomé el bate.
“Prepararlo, ¿qué quiere decir?” pregunté.
“Bueno, yo lo hago especial,” contestó. “Yo pongo una pala o dos
de mierda de caballo.”
“¿Qué… de caballo?” pregunté, no creyendo lo que el acababa de
decir.
130
LA ESCUELA DE MEDICINA
“MIERDA DE CABALLO, HIJITO, MIERDA DE CABALLO.”
La sala reventó en risa. Ahora había gritos, todos se sumaron a esto.
Me sentí como que estaba en un encuentro de lucha con la multitud
que estaba desbocada. “Cuéntale, viejo.” “Continua” “Eso es
verdadero whiskey.” “Hombre, no voy a ir cerca de su casa!” “¿Quien
oyó alguna vez acerca de whiskey de mierda de caballo?” Finalmente,
la multitud se aplacó.
“¿Por qué pone heces de caballo en su mezcla?” pregunté.
“Le da al whiskey un gusto especial.”
Continué viendo al Sr. Harrison diariamente y conversando con
él. Le operaron la próstata y se quedó en el hospital por casi dos
semanas. Me narró historias de cuando creció en las montañas de
Tennessee, de cazar pavos salvajes, del baile de cuadrilla, de cortejar
a su primera esposa. El había cazado osos salvajes, y tiempo atrás
había alcanzado todavía a ver lobos en la región. Su abuelo mudado
desde las Carolinas, se había establecido en las montañas y había
llegado a conocer indios que todavía vivían en el área.
El Sr. Harrison me enseñó mucho acerca de la toma de la historia
clínica. Yo aprendería lentamente como ser directo, dejar espacio
para que los pacientes se muevan libremente cuando es necesario
dentro de sus propias historias. Descubriría que la información
verdaderamente importante surge cuando se le permite al paciente
hablar, y que las preguntas de “si” y de “no” sólo traen respuestas de
“si” y de “no.” Hay una fina línea para mantener fluyendo la historia,
y todavía cubrir todo lo que es necesario para reunir la información
requerida. Años después, yo encontraría que algunas historias tardan
semanas o meses en llenarse. Algunas necesitan años para extraer la
completa narrativa de la vida de una persona y su relación con su
salud y enfermedad. La enfermedad es en gran parte una narración
personal, y perder toda la narrativa es perder mucho acerca de
comprender la enfermedad en un individuo dado. Yo aprendí la
verdad de un viejo dicho, que es tan importante conocer al paciente
UN VUELO SOLITARIO EN LA HISTORIA CLÍNICA
131
con la enfermedad como conocer la enfermedad. Algunas personas se
desempeñan muy bien con la enfermedad que a otras las incapacita.
Nosotros necesitábamos aprender a hacer una historia completa
de una vez, pero ese proceso daba una comprensión artificial de lo
que sería en la práctica, ver pacientes a lo largo de mucho tiempo.
Solamente entonces entendería cuan lentamente se revelan algunas
historias, y cuan imposible es reunir algo más que una pobre
descripción de una vida en menos de una hora.
El Sr. Harrison tuvo una vida maravillosa. Y él la compartió
conmigo y me enseñó mucho acerca de la gente. Siempre le estaré
agradecido. Todos mis pacientes fueron mis maestros. Él fue uno de
los mejores.
132
LA ESCUELA DE MEDICINA
14
Las diversiones...
El fantasma de plata
Aunque no hay tiempo planificado para actividades extracurriculares, yo sugiero recesos periódicos en su rutina de estudio
como un modo de refrescar sus mentes.
Notas del Decano
Otoño 1951
Una noche cerca de la medianoche, hacia el final del segundo año,
encontré a Oscar sentado en la sala de la casa Phi Chi, sosteniendo
una gran lata de pintura.
“Mira lo que encontré en el armario del pasillo,” dijo. Era un
galón de pintura plateada metálica y varias brochas. Nuevo aun no
abierto. Ambos miramos la lata.
“Vamos a pintar los pomos de las puertas de plateado,” balbucí.
“Es exactamente lo que estaba pensando,” dijo Oscar. “Y no digamos
nada. Esperemos hasta que alguien lo note.”
Hicimos nuestro plan. Pintaríamos de plateado unos cuantos
pomos de las puertas y esperaríamos. Nos pusimos de acuerdo en
negar cualquier participación y crear así un misterio. Esa noche
pintamos tres manubrios y el marco de uno de los cuadros de
plateado brillante. Luego escondimos las pinturas.
Nadie notó nada en los dos días siguientes. Requirió de toda
nuestra voluntad para no decir nada. Oscar y yo nos pusimos de
acuerdo para encontrarnos de nuevo tarde en la noche cuando los
demás estén durmiendo y pintar algo más. La noche siguiente
134
LA ESCUELA DE MEDICINA
pintamos todos los manubrios del recibo y las cerraduras, también.
Luego continuamos la juerga y pintamos el borde de la televisión,
todos los marcos de los cuadros en el pasillo abajo, y el manubrio y la
aldaba de la entrada.
La noche subsiguiente era viernes con todas sus ceremonias. Es
decir, la carta más reciente de la mamá de Oscar y la adjudicación del
premio Novillo Cornudo para el estudiante más “excitado” de la
semana. Alguien había encontrado un enorme lote de cuernos Texas
Longhorn, así que cada semana se galardonaba al que saliera con la
historia más absurda de algún compañero con una muchacha. La
mayoría de las historias eran acomodadas, más fantasía que realidad.
Wally, como era habitual, nos estaba hablando sobre el nuevo jefe de
cirugía y el terror del pabellón, el Dr. Scott. En ese momento, alguien
mencionó los manubrios plateados. Alguno más dijo que el televisor
estaba plateado. Con esto la mesa del comedor se quedó vacía. Todos
corrimos arriba a ver qué más estaba plateado.
Nos quedamos en el recibo, mirando el trabajo manual de Oscar y
mio. Wally chilló, “Miren, pintaron los marcos de los cuadros.” Jean
dijo, “Chequeen las cerraduras... todas plateadas. ¿Qué demonios está
pasando?”
La multitud estaba corriendo en búsqueda de más objetos
plateados. En minutos todo lo que habíamos pintado había sido
encontrado. Oscar y yo corrimos mirando alrededor como los demás,
señalando una o dos cosas que los otros habían dejado escapar. Era
difícil contenernos y no reír. La respuesta excedía nuestra más salvaje
imaginación. El lugar estaba enloquecido.
Wally le dio nombre. “Es el Fantasma de Plata. Alguien está
pintando esta casa de plateado. Va ser uno de esos AKKs.”
La residencia AKK, la otra fraternidad médica. Estaba en la
siguiente puerta con un lote vacío de por medio. Nos movíamos
libremente para allá y para acá entre las dos casas, y poníamos poca
atención o ninguna atención a que casa pertenecía cada quien. El
único tiempo en que poníamos atención era las noches de los sábados,
EL FANTASMA DE PLATA
135
cuando jugábamos a la caza de citas y captura entre las dos casas,
pero esa es otra larga historia.
Por días la AKK permaneció sospechosa como la número uno.
Oscar y yo incitamos esas sospechas. Oscar insistió que esperáramos
para hacer cualquier otra pintura más. Yo quería hacerlo la primera
noche que la pintura se descubrió. Nosotros esperamos. La tensión se
elevó. Cada noche a la cena, era el principal tópico de discusión.
Quien era el Fantasma de Plata. Cada quien estaba buscando objetos
plateados recién pintados.
Después de varios días, Oscar y yo hicimos planes para el
siguiente ataque de pintura. Habíamos escondido la pintura en una
esquina bajo la casa para que nadie pudiera encontrarla. Decidimos
regresar temprano luego de estudiar cuando nadie estaba en la casa,
hacer la pintura, luego regresar al hospital y regresar más tarde a la
casa junto con el grupo. Esa noche pintamos casi todo lo que se podía
ver. Hicimos el marco de la puerta del recibo, la lámpara en el
cielorraso, las ventanas cerradas en la sala., las divisiones en la
ventana del frente, la tela metálica en la chimenea, y todos los
restantes pomos en el primer piso. Estábamos allí cuando Wally
entró.
“Bueno, me condenaré. No lo puedo creer. Uds. dos.” Wally se
sentó en la silla movía su cabeza, y ría.
“OK, OK, nos encontraste, cállate y únete a nosotros.” respondió
Oscar rápidamente, “pero mantén la boca cerrada, sin habladurías.”
Oscar detestaba cualquier clase de chismorreo y más tarde predijo
que Wally sería incapaz de tener la boca cerrada. “No hay modo que
él pueda guardar un secreto.”
Wally estuvo de acuerdo y saltó a la tarea, se puso a pintar
furiosamente. Riendo-pintando-riendo. Pintó algunos de los
pasamanos de la escalera que va a los pisos de arriba. Limpiamos
todo y corrimos al hospital justo a tiempo para regresar a la casa con
el grupo de estudio. Ellos se pusieron frenéticos cuando vieron la
pintura fresca.
136
LA ESCUELA DE MEDICINA
Wally se puso loco con el resto del grupo, Wally era el más
bullicioso de todos, profetizando la peor de las suertes a quien fuera
el Fantasma de Plata. Toda clase de amenazas fueron hechas. Un
miembro del grupo quería llamar a la policía. Nosotros sofocamos la
idea rápidamente. Nos sentamos alrededor del recibo tratando de
descubrir como encontrar el Fantasma de Plata. Finalmente, cada uno
renunció y se fue a la cama.
Requirió de toda nuestra voluntad para mantener a Wally sin
hablar. Sabíamos que él quería confesar, así que ganaría el crédito por
ser el fantasma. Cada noche a la hora de la cena teníamos que hacerle
caras para mantenerlo quieto cada vez que surgiera el tema de la
pintura plateada.
Cada uno estaba tan vigilante, que no podríamos pintar de nuevo.
Todos acordamos que nos rotaríamos de modo que alguien se quede
en la casa estudiando y que así pudiéramos agarrar al fantasma. No
nos atreveríamos a pintar fuera nuestro turno de quedarnos en la casa
porque habría sido una revelación de nuestro secreto.
Tal como lo predijo Oscar, Wally no pudo mantener el suspenso.
Un viernes en la noche se levantó y confesó, lanzándonos a Oscar y a
mí al escarnio. El grupo explotó. Ellos comenzaron a gritar y a
tirarnos comida y agua, riendo y gritando. Luego alguien gritó,
“¡Vamos a mojarlos con la manguera!” Con eso, ellos agarraron a
Wally, mientras Oscar y yo corríamos por los escalones. Llegamos al
frente de la casa, únicamente para ser pescados, sujetados y mojados
con agua fría. El grupo, ahora mojados y tiritando de frío, se doblaban
de risa, de regreso al recibo. Y se tiraron en las sillas. Cada uno
tomaba turnos contando quien había pensado que era el Fantasma de
Plata. Reímos hasta más no poder. Oscar, con su excesivo detalle
habitual contó su versión de lo que hicimos. Luego yo di la mía.
Wally dijó su versión, constantemente interrumpida y corregida por
Oscar. Cada historia provocaba más risa. Finalmente, nos fuimos
acostar exhaustos pero también muy alborozados. Podía oír los brotes
de risa franca y de risitas de los otros cuartos cuando cada uno
EL FANTASMA DE PLATA
137
contaba y recontaba los cuentos del Fantasma de Plata. La casa
gradualmente se fue aplacando y quedando en silencio el resto de la
noche.
El Fantasma de Plata desapareció pero no quedó en el olvido. No
había muchos límites para lo que unos estudiantes de medicina,
privados de tantas cosas, pudieran hacer para divertirse.
138
LA ESCUELA DE MEDICINA
15
La cirugía...
Los cirujanos nacen no se hacen
5. Sala de Cirugía.- Por un trimestre, una tercera parte de los
estudiantes del tercer año trabajan diariamente como ayudantes
en las salas quirúrgicas del Hospital de la Universidad de
Vanderbilt. Los estudiantes, bajo la dirección de los cirujanos,
toman historias, hacen exámenes físicos, y realizan los exámenes
de laboratorio de rutina. Las revistas se pasan diariamente con
varios miembros del cuerpo de cirujanos que discuten las
afecciones quirúrgicas con los estudiantes. Los estudiantes pueden
estar presentes en los quirófanos las veces que sus tareas lo
permitan. Cuando sea posible, el estudiante puede ayudar en la
operación del paciente que le ha sido asignado en la sala.
Aproximadamente el curso es de veinte horas por semana durante
un trimestre del tercer año.
Programa 1953-1954
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Mi primera rotación clínica en el tercer año fue en las salas de
cirugía. Hay dos cosas de la cirugía que no pude aprender a aceptar:
quirófanos y cirujanos. Mi primer encuentro con la cirugía estableció
esa posición. Yo iba al cuarto piso del hospital cuando el ascensor se
detuvo en el tercer piso. Cuando la puerta se abrió, había un gnomo
en bata blanca. El anciano me habló agriamente. Su larga bata casi
tocaba el suelo, ya que apenas media un poco mas de metro y medio.
“Salga de este ascensor,” dijo en una voz aguda y desagradable. La
sala de seguridad de psiquiatría estaba justo al voltear. Pensé que
podía ser uno de los pacientes que se había escapado, disfrazado de
doctor. Me eche más hacia atrás en el ascensor. “Salga ahora, salga de
140
LA ESCUELA DE MEDICINA
este ascensor.” Tenía una actitud de reprobación y una postura que lo
hacia ver más pequeño. Pensé por un momento que me iba a pegar.
No sabía que hacer. Había notado que tenía un estetoscopio en el
bolsillo de la bata. Estuvimos allí por unos segundos mirándonos.
“Salga. Los estudiantes de medicina no usan los ascensores. Salga
ahora.” Él estaba imperturbable. Cuando me deslicé para salir
pasando por su lado, él dijo de nuevo, “Los estudiantes de medicina
no van en ascensores. No deje que lo agarre de nuevo” ¿Dónde cree
que consiguió el tiempo para gastarlo haraganeando en los
ascensores? Los estudiantes de medicina usan las escaleras.”
Me quedé en el corredor preguntándome quién y qué era todo
esto. Uno de los residentes pasaba por allí, así que le conté lo que
había sucedido y le describí al hombre. Me dijo que debía haber sido
el Dr. Barney Brooks, el jefe de cirugía retirado. Para mi gran alivio,
esa fue la única vez que vi al Dr. Brooks. Barney Brooks era una
leyenda en la escuela. Había sido jefe de cirugía por más de veinte
años, y había aterrorizado a los estudiantes y residentes por todo ese
tiempo. Se había retirado como jefe el año anterior.
Había una historia vieja que era repetida y repetida. El Dr. Brooks
estaba en el estrado del anfiteatro en una de sus clases. Siempre traían
al paciente en una camilla. El Dr. Brooks estaba en un lado y el
estudiante en el otro lado de la camilla. El paciente tenía una úlcera
duodenal y estaba siendo preparado para una resección gástrica, la
operación usual para las úlceras duodenales intratables en ese tiempo.
El Dr. Brooks estaba discutiendo la terapia dietética, y le preguntó al
estudiante que cómo alimentaría al paciente.
El estudiante ya paralizado de terror, se quedó congelado.
El Dr. Brooks le gritó con su aguda voz, “Bueno, ¿Qué le daría
Ud. a este paciente?”
El estudiante vaciló, paralizado por el miedo.
El Dr. Brooks gritó “¿Y entonces?”
LOS CIRUJANOS NACEN NO SE HACEN
141
Todavía con terror, el estudiante balbuceó “puré de papas.” De
dónde saco eso, nadie supo.
Brooks daba vueltas y gritaba “¿Puré de papas? ¿PURÉ DE
PAPAS?
El estudiante se desmayó y cayó al suelo. Brooks iba a continuar
su discusión, cuando el estudiante se levantó apoyándose en las
barandas de la cama. Brooks fue de nuevo hacia él, “PURE DE
PAPAS, ¿ESO ES TODO LO QUE PUEDE DECIR?”
El resto de la historia es que el estudiante se desmayó de nuevo.
Después de mi encuentro en el ascensor, no tenía ninguna duda de la
veracidad de cualquier historia acerca del Dr. Brooks.
Hubo otro encuentro con un cirujano que eliminó cualquier duda
acerca de la cirugía como una opción para mí. Yo había sido asignado
a un paciente de traumatología. El hombre estaba cerca de los sesenta
años y tenía una fractura del fémur que requería una reducción
abierta. Como estudiante de medicina mi trabajo era tomar la historia
inicial, hacer el examen físico y realizar todo el laboratorio de rutina.
Iba a ser mi primer cepillado quirúrgico antes de la intervención
de un caso real. Yo había practicado el cepillado como parte del curso
de introducción a la clínica médica. Nos poníamos en las manos
carbón negro, nos vendábamos los ojos y luego nos cepillábamos por
los diez minutos requeridos. Cuando retirábamos los vendajes, nos
sorprendíamos de ver cuánto material negro estaba todavía entre
nuestros dedos y debajo de las uñas. Era un gran modo de enseñar
cuan bien se debe restregar para limpiar cada parte de la mano. Pronto
nos volvimos muy expertos en esto.
El lavado quirúrgico oficial era de diez minutos, usando jabón y
un cepillo duro para las manos. Primero nos cepillábamos del codo al
antebrazo, a la muñeca, las palmas y luego los dedos y el dorso.
Cuando llegábamos a los dedos, sistemáticamente comenzábamos
uno por uno (el tope, la base, los lados y el dorso) y lentamente hacer
esta maniobra en los diez dedos. Luego poníamos especial atención
142
LA ESCUELA DE MEDICINA
en las uñas, asegurándonos que las cerdas llegaran debajo de las uñas.
Habíamos aprendido que las áreas entre dedos, eran especialmente
difíciles de limpiar, así que poníamos atención a estas zonas también.
Cuando terminábamos, nos enjuagábamos de las manos a los codos
teniendo cuidado de mantener las manos en el aire por encima del
nivel de los codos. Esto permitía que el agua corriera afuera de los
codos y no se dirigiera hacia las manos.
El traumatólogo, el residente y el interno estaban ya vestidos y
comenzado la operación cuando yo terminé mi cepillado, me arrimé
contra la puerta batiente con mi dorso, poniendo cuidado especial de
no tocar nada con mis brazos o manos. Ahora estaba en el quirófano.
El cirujano se volteó, me miró y dijo: “Fuera, Ud. tocó el paral del
suero. Regrese y vuelva a cepillarse otros diez minutos.” Apenas
cuando había comenzado a protestar, el residente ayudante giró y
exclamo: “Oiga, mocoso, vaya y cepíllese. Y no se contamine de
nuevo, ¿lo entendió?” Varios de los residentes de cirugía llamaban a
los estudiantes “mocos.” Los internos de cirugía eran llamados “los
muchachos de los lados.” Todos los internistas y residentes de
medicina eran llamados “moscas,” implicando que ellos vivían en las
espaldas de los cirujanos, quienes eran llamados “top dogs.” Un
término alterno para los internistas era “quemadores de plumas.” Esto
implicaba que los internistas realmente no “hacían” nada, que sólo
danzaban quemando plumas alrededor de la cama.
Yo estaba seguro de no haber tocado nada cuando entré al
quirófano, y absolutamente convencido que no me había
contaminado. Estaba siendo acosado, y no había nada que pudiera
hacer. El cirujano en el quirófano era Dios, Rey, Dictador y el
Capitán del barco. Él tenía autoridad absoluta. Ese era el modo como
era y yo lo sabía. Me metí en el cuarto para el cepillado y comencé
nuevamente. Pronto pequeños puntos de sangrado aparecieron en mis
brazos. Mi piel estaba casi en carne viva. De algún modo logre repetir
la acción de lavado por diez minutos por el reloj. Nuevamente regrese
LOS CIRUJANOS NACEN NO SE HACEN
143
a la sala de operaciones tomando un cuidado extra de no tocar la
puerta o cualquier otra cosa.
Estaba con mis brazos levantados listo para que la enfermera
circulante me coloque la bata, cuando de nuevo, el cirujano se volvió
repentinamente, me miró y dijo: “No voy a tener ningún estudiante
mocoso que venga aquí a infectar mis pacientes. Ud. se ha
contaminado de nuevo. Lávese otros diez minutos, sin equivocarse,
¿entendió?” Él se volteó hacia la enfermera, “Ponga el reloj y dígame
cuando hayan pasado los diez minutos.”
Yo estaba echando chispas. Toda la situación era completamente
injusta. Empujé la puerta hacia el cuarto de lavado y me paré allí.
Rápidamente decidí que no lo iba a hacer de nuevo. La cirugía iba ya
en más de la mitad. Decidí irme. Me escurrí en el vestuario, me
cambié de ropa y me fui al laboratorio de estudiantes. Hank estaba
“pipeteando” sangre para una cuenta blanca. Le conté lo sucedido.
Era una rotación de cuatro semanas. Me escondería por el resto del
tiempo para hacer el trabajo de los casos de cirugía, que me fueran
asignados. Vivía con el temor de ser descubierto, pero la suerte
estuvo conmigo, y pase todo el período sin que me descubrieran. Creo
que el cirujano nunca supo mi nombre Y yo fui capaz de evitarlo por
el resto del mes.
La idea de hacer cirugía por otros cinco años después de terminar
la escuela de medicina era impensable. Aunque hay muchas
habilidades que un cirujano necesita, hay mínimo dos cualidades,
extraordinaria capacidad física y la habilidad para absorber regaños y
abuso. Yo carecía de ambos. Después de cinco años de abuso de los
superiores, es un milagro que los cirujanos no sean más gruñones y
abusivos de lo que algunos de ellos son. Además de la carencia de
estos atributos, no estaba hecho para ser cirujano. No tenía la destreza
manual que se necesitaba para hacer el trabajo. No me gustaba estar
de pie por largos períodos para sostener los retractores. Estaba
aburrido con el progreso muy lento de la mayoría de las operaciones.
144
LA ESCUELA DE MEDICINA
Parecía que abrir y cerrar tomaba horas. Pero más allá de estos
requerimientos físicos, no pensaba como un cirujano.
Los cirujanos están orientados a la acción. Su credo es, “No esté
allí parado, haga algo.” Por el contrario los clínicos podrían decir,
“No sólo esté allí, no haga nada.” Los cirujanos están entrenados para
tomar decisiones basadas en pocos datos. Una vez que deciden, van a
la acción. Ellos operan. Un cirujano es de lo más feliz en la sala de
operaciones. “Un chance para cortar es un chance para curar” era la
antítesis de lo que yo pensaba era la esencia de la medicina.
Los cirujanos son una cepa especial, probablemente identificable
a los cinco años, o a más tardar en la adolescencia, y con más certeza
desde el primer año de medicina. Yo he enseñado a estudiantes de
medicina por más de cuarenta años, y creo que puedo divisar los
jóvenes cirujanos desde que los conozco en el primer año. Si jugaban
fútbol americano, ellos eran casi siempre running back, quarterback,
o wide receiver, excepto por los traumatólogos quienes generalmente
jugaban en la línea ofensiva.
Cuando mi primera rotación clínica del tercer año terminó, yo ya
había descartado una de las opciones para mi carrera. Pediatría,
obstetricia y medicina todavía estaban por venir.
16
La inexperiencia...
Algunas lecciones no necesitan
repetirse
340. Cirugía.- El objeto del curso es instruir al estudiante en los
métodos de diagnóstico físico particularmente en lo que se refiere
a enfermedades de tratamiento quirúrgico. El estudiante es
instruido en los métodos de examen físico del abdomen, de la
columna vertebral, de las articulaciones, deformidades y otros.
Programa 1953-1954, página 89
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Estaba rotando en cirugía general como estudiante de tercer año
cuando me asignaron a Rupert Mullins. El Sr. Mullins estaba
completamente demente y era incapaz de dar una historia precisa. El
divagaba acerca de su granja y de su hija, Rheet. Ella se aparecía de
vez en cuando a visitarlo. Con su ayuda, logré juntar los pedazos de la
historia médica de su padre.
El Sr. Mullins había cultivado tabaco en un pequeño pedazo de
tierra en uno de los condados cercanos. Su esposa había muerto hacía
un año, y el continuaba viviendo en la misma finca con su hija
solterona. Ambos estaban viviendo de la ayuda del estado, sin ningún
otro ingreso desde que el Sr. Mullins enfermó. Rheet para visitar a su
padre tenía que tomar el bus o aceptar el transporte de un vecino
cuando éste venía a la ciudad. Ellos no tenían teléfono, electricidad ni
agua potable.
146
LA ESCUELA DE MEDICINA
El Sr. Mullins ingresó al hospital luego de romperse la cadera al
caerse de unos escalones. Su cadera se había estabilizado y había
estado convaleciente por más de un mes cuando me lo asignaron. Las
largas estadías en el hospital eran comunes en ese tiempo ya que no
había otras alternativas. No había asilos, ni cuidados de salud en los
hogares, ni unidades de rehabilitación. Su hija no tenía modo de
cuidarlo hasta que él pudiera moverse algo.
En las noches el Sr. Mullins se ponía más confundido, gritón y a
veces agresivo. Esta confusión nocturna era llamada “síndrome de la
caída del sol” Cuando el sol caía algunos hospitalizados perdían toda
referencia familiar en sus alrededores y se volvían combativos y
confundidos por las sombras y la penumbra. Por las noches, el
personal los sujetaba por las muñecas y los tobillos. El estar retenidos
aumentaba su confusión, y los hacía gritar. La pobre enfermera
solitaria y su única ayudante tenían sus manos ocupadas con treinta
pacientes. La escena completa me recordaba las películas de
Frankenstein de mi juventud, en las cuales la multitud pensaba que
tenía el monstruo acorralado y amarrado, pero en la siguiente escena
y sin que la gente lo supiera, el monstruo comenzaba a desatarse en el
sótano del castillo.
Una vez avanzada la noche, estaba sentado en el puesto de
enfermeras escribiendo las admisiones del día. La sala estaba a
oscuras, y las luces del pasillo reducidas. Había luz sólo en la
estación de enfermeras, donde la enfermera encargada y yo nos
sentábamos. Éramos el único personal presente cuando yo oí una
conmoción al fondo del pasillo. El Sr. Mullins venía saltando en el
oscuro pasillo.
“Rheeet, Rheet, por Dios, ven a sacarme de aquí. Ellos me
amarraron. Rheet... Rheet ... sal del campo.” Su llamada era fuerte y
penosa. De algún modo, había logrado desatarse las amarras de sus
brazos y piernas. Tenía todavía las tiras blancas colgando de sus pies
y manos. Estaba completamente desnudo excepto por las tiras y los
vendajes Ace en ambas piernas. Tenía un tubo largo pegado a su
ALGUNAS LECCIONES NO NECESITAN REPETIRSE
147
catéter de Foley y que colgaba hacia abajo entre las piernas e iba
detrás de él como una cuerda. Una bolsa de orina todavía pegada al
tubo estaba siendo arrastrada por el piso casi un metro detrás de él.
Me recordaba a un soldado de la I Guerra Mundial quien había sido
volado de las trincheras sin nada excepto sus medias de lana. La
escena se repetía noche tras noche. Nada de lo que hacían las
enfermeras podía mantenerlo en la cama.
El interno había estado preocupado porque Sr. Mullins no había
evacuado durante algún tiempo. A pesar de los intentos con una
variedad de laxantes fuertes, el Sr. Mullins no había evacuado en dos
semanas y había desarrollado una compactación fecal. Las
compactaciones fecales eran los eventos más temidos por los
estudiantes de medicina. Primero, eran completamente prevenibles y
se consideraban errores en el manejo médico. Segundo, una
compactación podía disparar “una delegación de tareas en dominó.”
Al ser descubierta la compactación, el jefe de residentes le daría un
discurso al nuevo residente, quien se lo pasaría al interno, quien
entonces “enseñaría” al estudiante de medicina como remover la
compactación. Yo era el último dominó. Allí estaba escrito sobre la
página amarilla del estudiante, “!Retire la compactación tan pronto
como sea posible y no deje que esto pase de nuevo!” Esta sería mi
primera experiencia con la compactación fecal, y yo la temía.
A la mañana siguiente, me acerqué a Jane Corvil, una instructora
de la escuela de enfermería para pedirle ayuda. Jane se había
graduado un año antes y había estado saliendo con uno de mis
compañeros. Ella pensó que era maravilloso que yo fuera a retirar la
compactación. Llamando a esto un “momento de enseñanza” ella dijo
que quería que sus cuatro estudiantes de enfermería aprendieran
acerca de la compactación. Quien quisiera ella llamar estaría bien
para mí. “Ud. sabe el viejo dicho, ‘vea uno, haga uno, enseñe uno’”
dijo ella en su inusualmente dichosa voz. Yo agradecí su ofrecimiento
de ayuda.
148
LA ESCUELA DE MEDICINA
“La Srta. Corvill” como yo llamaba a Jane en la sala, tenía todo
arreglado para mí. Éramos realmente formales llamándonos a cada
uno “señorita” y “doctor,” especialmente en frente de pacientes y
estudiantes de enfermería.
El Sr. Mullins estaba en uno de los cuartos de cuatro camas, al
fondo del corredor de la gran sala de dieciséis camas. Ellos tenían a
todos los pacientes dementes en la sala de cuatro camas, para
mantenerlos separados de los otros pacientes. Cuando yo entré a la
habitación, las cuatro estudiantes de enfermería ya habían corrido la
cortina y preparaban al Sr. Mullins para el procedimiento. Las
estudiantes de enfermería se colocaron dos a cada lado de la cama.
Ellas tenían sus delantales blancos almidonados encima de sus
vestidos azul claro también almidonados con unas pequeñas cofias
blancas sujetas a su pelo. Pequeños mechones de pelo colgaban en la
parte posterior de sus cuellos. Por un momento mi mente voló. Estaba
parado en un jardín con lilas y jacintos y botones de rosas. El olor de
perfume y talco llenaba el ambiente con el aroma de rosas y un poco
de jazmín. Por el más breve de los momentos, yo estaba parado en un
jardín con cuatro bellas muchachas en el esplendor de su belleza de
adolescentes.
Jane Corvill estaba parada en la cabecera de la cama, dando
palmaditas en la cabeza del Sr. Mullins y acariciando su pelo, como
una madre con su hijo antes de una operación.
Esta era mi primera vez dirigiendo asistentes de enfermería, y me
sentía como un cirujano que va a hacer un importante procedimiento
quirúrgico. Este era mi equipo, y la Srta. Corvil iba a ser mi
enfermera instrumentista. Mi equipo estaba listo. Tenía una sensación
de autoridad. A pesar del contexto, me divertía, esto debía ser cómo
se sentiría un cirujano, cuando entra a un cuarto lleno de enfermeras
circulantes y asistentes. Las estudiantes retrocedieron un poquito
cuando entré a la cama con la cortina corrida. El perfume se
intensificó.
ALGUNAS LECCIONES NO NECESITAN REPETIRSE
149
“Dr. Meador,” dijo la Srta. Corvill. Pude sentir mi cara enrojecer
ligeramente al ser llamado “doctor” por alguien de mi edad. “Dr.
Meador, por favor dígales a las estudiantes qué procedimiento va a
realizar.”
Aunque tomado un poco fuera de guardia, estaba decidido a hacer
lo máximo en esta oportunidad. “Bien, voy colocar manualmente mi
dedo en el recto y digitalmente remover la compactación fecal hasta
extraer todo lo que pueda palpar. Este procedimiento no debe tomar
mucho tiempo.” Yo no tenía idea de lo que ella quería que dijera, así
que puse todas las grandes palabras que pude en mi esfuerzo.
“Necesitaré tener al Sr. Mullins en la posición de rodillas y sobre sus
manos, por favor.”
Con algún esfuerzo, todos las cuatro estudiantes, Jane y yo,
pusimos al Sr. Mullins sobre sus rodillas. Él estaba casi doblado. Se
necesitó tener a dos estudiantes en cada lado arrimadas sobre su
cuerpo para mantenerlo en posición. Una estudiante en cada lado
sostenía sus rodillas para evitar que se movieran. La otra lo sostenía
para mantenerlo con su tórax mirando hacia la cama. Esta posición
permitía un acceso completo al recto. También, las dos enfermeras
más cercanas tenían una vista completa del “sitio de operación,”
como ahora estaba llamando a la zona.
Cuando me puse los guantes de goma y lubrique el área rectal, yo
mantenía lo que esperaba fuera un tono profesional, describiendo para
las enfermeras cada paso. El Sr. Mullins no compartía mi indiferencia
profesional. Cuando entré en su recto, gritó, “¡En nombre de Dios,
Rheet, ven a ayudarme, Rheet!” Su grito se hizo más fuerte y más
fuerte. “Rheet, ellos me están matando, Rheet. Sal del campo, ven a la
casa. Ellos me tienen... aquí... ahora ... Rheet, Rheet no me dejes.”
Yo estaba comenzando a sudar. Todo lo que podía sentir era
concreto, tan duro como cualquier cemento que yo pudiera haber
tocado. Yo cavé y cavé con mi dedo, y, poco a poco, extraje un
pequeño pedazo después de otro, dejándolos caer en una bacinilla
entre las piernas. Cada uno golpeaba el recipiente de metal como una
150
LA ESCUELA DE MEDICINA
roca. Cada excavación traía más gritos. “Pare. Pare. ¡Ud. me está
matando!”
Repentinamente todo cambió. Al principio, no pude descubrir que
había pasado. Yo sentí de repente algo caliente que golpeó mi pecho.
Luego hubo una explosión de un líquido caliente hediondo. Un
torrente salpicó mi manga, debajo de mi camisa y sobre mi pecho
desnudo. Pude sentir correrlo de mi pecho a los pantalones. ¡Oh mi
Dios, rompí su aorta! fue mi primer pensamiento. Luego comprendí
que había dado con una bolsa de heces líquidas. En un torrente que
parecía sin fin, dos semanas de laxantes que habían fallado, hicieron
su camino una vez que la obstrucción desapareció. Yo traté de parar
el flujo, pero fue inútil.
Me retiré pensando que se detendría, pero se mantenía saliendo
como agua de una manguera que gotea, desparramándose sobre la
cama y sobre el piso. Todo mi cuerpo estaba empapado con heces
líquidas humeantes y calientes. Luego cometí el error de todos los
errores: puse la palma de mi mano contra su recto esperando contener
el flujo de heces. Ocurrió lo opuesto. Mi mano creó un chorro a
presión, enviando las heces hacía afuera y derecho hacia las
estudiantes de enfermería. Cuando ellas retrocedieron, el Sr. Mullins
cayó de lado en el charco que ahora llenaba la cama.
Extrañamente, en la mitad del grito y de la explosión de heces
líquidas, yo estaba consciente de que los otros tres pacientes que
estaban en la habitación habían volado hacia la puerta de la sala.
Todos los visitantes se fueron en segundos. La sala estaba vacía. Allí
estábamos parados. Las estudiantes de enfermería estaban salpicadas
con heces, sus uniformes azul y blanco almidonados arruinados. Ellas
todavía lucían como flores, solo que estaban viejas y pútridas en un
florero. Yo estaba cubierto con heces de mis hombros a mis zapatos.
Jane Corvil, quien había estado de pie en la cabecera, desapareció.
Las estudiantes de enfermería comenzaron a llorar. Tenían sus
manos a los lados y las sacudían haciendo pequeños círculos, no
sabiendo que más hacer. Yo quería gritar, pero los estudiantes de
ALGUNAS LECCIONES NO NECESITAN REPETIRSE
151
medicina no lloran. Nunca. Estuve allí por un momento. Los únicos
sonidos eran las quejas del Sr. Mullins y el sollozo de las enfermeras.
Todos los esfuerzos de un discurso profesional fueron abandonados.
Las estudiantes continuaron lloriqueando cuando movimos al Sr.
Mullins a una silla y retiramos todas las sábanas y ropa de cama.
Extrañamente, incluso el Sr. Mullins se había silenciado también.
Cuando salí, pude oír a la Srta. Corvil tratando de consolar a las
estudiantes.
Yo vagué en el pasillo todavía ofuscado y encontré un baño.
Limpié mi cara y manos y tiré mi bata en la cesta de basura. Toda mi
ropa estaba mojada por delante. Mis zapatos sonaban cuando
caminaba. Pedí prestada una bata blanca larga, y emprendí el camino
de dos cuadras a la residencia Phi Chi. Me preguntaba si alguna vez
volvería a estar limpio de nuevo.
Caminé calle abajo y me imaginé a mi mismo empacando,
llamando un taxi, subiéndome al tren, y yéndome a mi casa. ¿Por qué
debería trabajar de ochenta a cien horas por semana y terminar así?
Estaba decidido a renunciar, irme, olvidar el sueño. Quería salir de
esto. No quería pasar mi vida limpiando heces. Si esto era la
medicina, no quería nada de ella.
Cuando llegué a la casa Phi Chi, tiré todas mis ropas en un pote
de basura y caminé desnudo escaleras arriba a la ducha. Me restregué
y volví a restregarme. No importaba cuan fuerte o prolongado había
sido el baño, el olor a heces parecía estar todavía. Me senté en el piso
de la ducha y deje que el agua caliente corriera sobre mí. Me senté
allí por un rato largo.
No hay nada como una explosión de mierda para atenuar el deseo
y la ambición. Era el más bajo de los puntos bajos. Después de algún
tiempo, las caras de todos aquellos que sabían que estaba estudiando
para doctor comenzaron a desfilar por mi mente. Primero mi padre,
luego mi madre muerta, después mi hermano, mi tío Sam el médico, y
luego el viejo Dr. Stabler, mi ídolo de la niñez. Cada uno de mis
profesores o adultos en la familia o amigos que sabían que iba a ser
152
LA ESCUELA DE MEDICINA
médico vinieron a mi mente. ¿Qué les diría a ellos? ¿Cómo podría
decirles que iba a renunciar a causa de una compactación fecal que
había explotado en mi cara? Gradualmente, el peso de la indignidad
que había sufrido comenzó a disminuir, mi vergüenza delante de las
estudiantes de enfermería se desvaneció. Esta fue la única vez en
cuatro años de la escuela de medicina que consideré renunciar.
Me vestí y me encaminé de regreso al hospital. Me encontré con
Hank en el corredor. “No me vas a creer lo que acaba de pasarme,”
dije, pensando ya como sacaría lo máximo de la historia.
En los cincuenta años siguientes, nunca dejé que otro paciente
llegara a tener una compactación fecal. Algunas lecciones no
necesitan repetirse.
17
La pediatría...
Una cepa especial
1. Clases y demostraciones de pediatría. – Aquí se tratan el
período prenatal, el recién nacido, el crecimiento y desarrollo
físico y mental, la nutrición de los infantes y niños, y la prevención
de lo anormal. Atención especial es dada al niño normal como
base para el estudio de lo anormal, o enfermedades de los niños.
Una hora a la semana durante el tercer trimestre del tercer año.
2. Trabajo de sala.- Una sexta parte de los alumnos del tercer año
son asignados como pasantes a las salas de pediatría durante la
mitad de cada trimestre. Se da instrucción al lado del lecho del
paciente y los pacientes se estudian con énfasis en la estructura y
función del niño normal. Se consideran el diagnóstico físico y las
variaciones de lo normal y su prevención. Dieciocho horas a la
semana durante la mitad de un trimestre del tercer año.
Programa 1953-1954
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
En cirugía me gustaban los problemas clínico-quirúrgicos de los
pacientes, pero no me gustaba el estilo abusivo de los cirujanos. Lo
opuesto sucedía con pediatría. Me gustaban los pediatras, pero no me
gustaban los problemas involucrados en el cuidado de los pacientes
pediátricos, especialmente los bebés.
No me pude acostumbrar a la ausencia casi total de historia. Un
niño sólo sabe algo en sentido global. Ellos están o bien o están
enfermos. Cuando están enfermos, no tienen idea dónde o qué
enfermedades tienen. Casi cualquier enfermedad produce vómito.
Con infecciones óticas, vomitan; con neumonías, vomitan; con
154
LA ESCUELA DE MEDICINA
amigdalitis, vomitan. Ud. diga cualquier cosa y eso causa vómito.
Vomitar es una clave para casi nada.
Pregunte a un niño qué le molesta y le dirá: “estoy enfermo,” o
“me siento mal,” o “nada, solo que no estoy bien.” “No estar bien” es
el estado de enfermedad para la mayoría de los niños. Pregunte a un
niño dónde le duele y señalará los lugares más extraños. La vida está
bien o está mal. No hay tonos de gris, ni síntomas sutiles como en los
adultos. No hay chance de explorar las sutilezas de los síntomas o
hacer deducciones de ellos. Todo es examen físico combinado con la
historia dicha por la madre. Es medicina veterinaria practicada en
humanos, y eso no es un irrespeto. Para ser pediatra se requiere ser
una persona con talentos muy especiales.
Los niños se mejoran increíblemente rápido. Ese es un aspecto de
la pediatría que me encanta. Cerca de la muerte un día, corriendo y
jugando al día siguiente. La pediatría especialmente para infantes y
preescolares era en todo lo posible, diferente de la medicina de
adultos. No era apenas una especialidad de la medicina, era un campo
completamente diferente. Hay un viejo dicho que dice que la pediatría
no es la medicina interna en la gente menuda. No es ni siquiera del
mismo sistema planetario que la medicina interna.
El examen físico de bebes y preescolares fue casi imposible y
siempre difícil para mí. Era una pelea que tenía que dar. El pequeño o
pequeña paciente está pegado a su madre, gritando, llorando,
quitándose, agarrando o tirando el estetoscopio. Examinar los oídos
era particularmente difícil. Cuando estaba tratando de descubrir la
anatomía del tímpano, el bebé se movía y perdía el canal auditivo.
Escuchar el corazón, lo cual ya era difícil incluso en adultos
colaboradores que podían sostener la respiración, era virtualmente
imposible en un niño llorando. Era lloro, inhalación de una
respiración, oír dos latidos, exhalación, grito, inhalación, oír dos
latidos, exhalación y lloro. Todo lo que podía decir era que había un
corazón presente y aun eso era una adivinanza.
UNA CEPA ESPECIAL
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El Dr. Amos Christie era el jefe de pediatría, y nos maravillaba
con su habilidad para examinar bebes, especialmente sus corazones.
De un modo mágico, calmaba a los niños y era capaz de lograr que
estuviesen quietos. Dejaba al niño sentado en el regazo de la madre
cuando lo examinaba. Los niños casi nunca lloraban. Esto era lo más
sorprendente pues el Dr. Christie era una enorme figura. Era un AllAmerican de la pelota del equipo de Washington que ganó el Rose
Bowl en los años treinta. Algunas veces en sus clases, sostendría un
bebé en sus manos gigantes y elevaría el niño por encima de su
cabeza para que todos lo viéramos. Él era como un dios griego
gigante que vino a la tierra para enseñarnos el cuidado de los niños.
Aparte de ser un hombre voluminoso, el Dr. Christie atraía a un
cuerpo de profesores talentosos. De los seis profesores a tiempo
completo que tuvimos, cuatro fueron después jefes de departamentos
de pediatría. Floyd Denny fue jefe en North Carolina; Ralph Petersen
en Marquette; Robin Merrill en Arkansas; y Harris (Pete) Riley en
Oklahoma. Los otros dos miembros de Pediatría fueron Randy
Bastón, quien fue decano de la Escuela de Medicina en Vanderbilt, y
Mildred Stahlman, que llevó a la creación de un nuevo campo de la
pediatría, la neonatología. Más de veinte residentes de Christie
llegarían a ser jefes de departamentos de pediatría. Ese era realmente
un Departamento y el Dr. Christie era realmente un jefe.
Recuerdo una vez, cuando el Dr. Christie estaba auscultando el
corazón de un bebé que estaba llorando, el niño estaba muy enfermo
con una endocarditis bacteriana, una infección de las válvulas
cardíacas. Él continuó describiendo la localización e intensidad de los
soplos que escuchaba. Luego describió como podía sentir las
vibraciones, llamadas “frémitos” del soplo en la pared torácica. En
nuestro pequeño grupo cada uno de nosotros se turnó para escuchar y
sentir la pared del tórax. Todo lo que oí fue el llanto del niño. Todo lo
que pude sentir fueron las vibraciones del llanto.
Los procedimientos tales como, sacar sangre o colocar una vía
endovenosa para administrar líquidos eran muy diferentes a los que se
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LA ESCUELA DE MEDICINA
hacían en adultos. Las venas superficiales en brazos o piernas son
inexistentes en bebés y cuando se encuentran son mínimas. Una
noche estaba ayudando al interno de pediatría a colocar una vía
endovenosa en un bebé de pocos meses, y el único sitio que había era
una vena del cuero cabelludo. Podía ver las diminutas venas
corriendo en su cabecita sin pelo. Tuvimos que envolver al niño en
sábanas y enrollarlo como un paquete apretado para inmovilizarlo. La
enfermera sostenía el bebé en la camilla mientras el interno intentaba
una pequeña vena tras otra. El tamaño de la aguja era mínimo y tomó
más de una hora colocar la aguja en una vena que sirviera. El bebé
nunca dejó de llorar y gritar.
Extraer sangre era un proceso difícil también. Ahora, la mayoría
de los exámenes de sangre pueden ser realizados sin ningún problema
en gotas de sangre de una punción de un dedo o talón del paciente.
Pero no en los años cincuenta. Los exámenes requerían grandes
volúmenes de sangre extraída de venas grandes. Había sólo dos sitios:
la vena femoral en la ingle o la yugular externa en el cuello. Si esos
sitios fallaban, eso significaba que había que ir más profundo a la
yugular interna, un proceso riesgoso. Eran procedimientos brutales.
Todavía me asombra que hubiese tan pocas complicaciones con tales
procedimientos agresivos.
Una de las más grandes diferencias entre la pediatría y la
medicina del adulto es la atención puesta al crecimiento y desarrollo
de los niños. Los niños son blancos que se mueven. Los adultos
permanecen iguales de un mes a otro. Ningún grupo de normas puede
aplicarse a un niño en crecimiento. El pediatra usa el crecimiento y
desarrollo para casi cualquier juicio a cualquier edad. ¿Está el niño
creciendo como se espera? ¿A qué edad se volteó, se sentó, gateó o
caminó? ¿Qué habilidades manuales exhibe? ¿Puede colocar bloques
unos sobre otros? ¿Su función mental y desarrollo son apropiados
para su edad? ¿Cuándo dijo sus primeras palabras o comenzó a
formar oraciones? El pediatra está constantemente en alerta sobre
cualquier desviación de estos estadios temprano en la vida del niño.
UNA CEPA ESPECIAL
157
Las enfermedades crónicas serias generalmente retardan la curva de
crecimiento. Las enfermedades raras como el hipertiroidismo pueden
acelerarla brevemente.
Hubo una experiencia que ella sola pudo haber sido el factor
determinante que me alejó definitivamente de la pediatría, fue lo que
nosotros llamábamos la Unidad de Polio. Aunque la vacuna Salk
estaba en prueba, la poliomielitis, entonces llamada parálisis infantil,
era todavía común, con frecuentes epidemias en el verano. La
parálisis completa ocurría en la forma bulbar de la enfermedad, y la
muerte resultaba de la incapacidad para respirar si la ventilación no
era sostenida mecánicamente. En el centro de la Unidad de Polio
estaban las habitaciones para los pulmones de hierro, tres máquinas
por habitación. Los pacientes yacían encerrados dentro de estos
dispositivos, excepto sus cabezas. Un apretado collar de goma estaba
colocado alrededor del cuello. El aire era bombeado fuera del pulmón
de hierro para hacer que el tórax del paciente se expandiera y así le
entrara aire. El aire era luego forzado dentro del pulmón de hierro
para hacer que el tórax se desinflara, haciendo que el paciente
exhalara. Estos grandes aparatos eran largos barriles de metal con
pequeñas ventanas y puertas selladas a ambos lados en la parte baja.
Cada pequeña ventana tenía un manguito de goma alrededor del
brazo para evitar que el aire se saliera de o entrara a la abertura
cuando las enfermeras lo alcanzaban. Estas daban acceso al paciente
para bañarlo, cambiarlo de ropa, y asearlo. Los cuartos olían a heces y
orina a pesar de la constante y diligente atención de las enfermeras.
Es que justamente no había modo de lidiar con el aseo de los niños
encerrados en un tanque de acero.
Los pulmones de hierro salvaron muchas vidas y mantuvieron
pacientes cuadripléjicos hasta que ellos lograban una recuperación
neurológica suficiente como para respirar sin asistencia, pero había
un lado trágico con estas máquinas. Muchos niños nunca lograron
salir de ellas. Algunos vivieron por pocos meses o aun años hasta que
murieron después por una serie de complicaciones. Yo no me pude
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LA ESCUELA DE MEDICINA
desprender emocionalmente del dolor y agonía que vi en las caras de
los padres de esos niños que habían renunciado a todo chance de una
vida normal. Eso era mucho más de lo que yo podía soportar.
Hubo una cosa final que me alejó irremisiblemente de la
pediatría. Nunca me pude acostumbrar a que los pacientes me
orinaran, defecaran o vomitaran. Ciertamente, había soportado la
indignidad del episodio de la retención fecal, pero ese era un paciente
y una circunstancia que yo pude evitar. No así en la práctica
pediátrica. Yo tenía que enfrentar los hechos. No tenía el
temperamento, habilidades, paciencia o imperturbabilidad que se
necesitan para ser un pediatra. Por encima de todo, carecía de la
habilidad para desprenderme del dolor emocional de ver un niño
enfermo y desvalido. Los pediatras son de una cepa especial. Ellos
están entre los últimos médicos verdaderos que quedan. Ellos son los
mejores de todos nosotros, como médicos y como seres humanos.
Eliminé así un sendero más en mi carrera. La obstetricia era mi
siguiente rotación.
18
La obstetricia...
Pilotos de bombarderos en
medicina
3. Obstetricia Clínica. – Durante la mitad de un trimestre un
pequeño grupo de estudiantes trabaja con las pacientes obstétricas
de las salas y servicios ambulatorios. Ellos trabajan en la clínica
prenatal, practican pelvimetría, y hacen ejercicios con los
maniquís obstétricos.
Durante este período los estudiantes deben trabajar como
pasantes con las pacientes obstétricas en el hospital y participan
en el parto bajo la supervisión del personal de obstetricia. A todos
los estudiantes se les pide haber asistido un número especifico de
partos en el hospital, antes de graduarse.
Aproximadamente dieciocho horas a la semana durante la mitad
del semestre del tercer año, aparte de los partos.
Programa 1953-1954
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Uno de los propósitos de las rotaciones clínicas en el tercer año era
permitirnos comenzar a tomar decisiones acerca de nuestras futuras
especialidades. Yo ya había rechazado pediatría y cirugía. Obstetricia
era la siguiente.
En obstetricia, más que en ningún otro campo, la personalidad y
carácter de los médicos van entrelazados con el carácter y la historia
de la paciente que ellos ven. Los obstetras eran la gente más feliz en
la escuela de medicina, quizá en toda la medicina. Nunca conocí a
ninguno que fuera un cínico. Ellos como los cirujanos nacen no se
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LA ESCUELA DE MEDICINA
hacen. Esa clase de entusiasmo y eterno optimismo sería imposible
aprender.
Otro conjunto de características separan los obstetras de los
pediatras, de los cirujanos y otras especialidades en medicina. Ellos
no estaban profundamente preocupados con la fisiología, bioquímica,
u otras sutilezas de los mecanismos de enfermedad. Después de todo,
no hay nada sutil en tratar de sacar un objeto de tres kilos a través de
una apertura de diez centímetros. El embarazo es un evento natural
que difícilmente puede ser llamado enfermedad. Es decir, hasta que
algo va mal.
El embarazo representa un considerable cambio fisiológico. Sin
embargo, si el cuerpo de la mujer es fuerte, y si se aplica una cantidad
razonable de sentido común, la gran mayoría de mujeres (y maridos
también) pasan por él sin problemas. Sin embargo, cuando los
problemas aparecen, son monumentales y potencialmente fatales. No
hay nada con más enfermedad y más dificultad que una mujer con un
embarazo complicado y con el parto que le sigue. Los obstetras son
como los pilotos de los bombarderos de la Segunda Guerra Mundial
que buscaban un blanco dentro de Alemania. Horas de vuelo
aburrido, hacia un blanco distante. Luego quince minutos de baterías
antiaéreas y caos, y todo el infierno con ametralladoras disparando
contra el blanco, luego horas de regreso a casa. La obstetricia es
noventa y nueve por cien de aburrimiento y uno por cien de pánico
absoluto. Las raras complicaciones convierten la sala de partos, un
lugar de agradable charla y chistes, en un lugar de acción en una
lucha de vida o muerte.
Los obstetras están entrenados para el uno por cien de pánico,
aunque a ninguno le guste realmente. Casi todos los otros campos de
la medicina rondan lo complejo o complicado. Rechazos de la
naturaleza y errores son las principales preocupaciones del resto de la
medicina. No así para la obstetricia. Los obstetras prefieren la rutina
calmada de un parto normal. Ellos obtienen sus recompensas de una
cálida relación con la madre, de ver un bebé sano traído a los brazos
PILOTOS DE BOMBARDEROS EN MEDICINA
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de una nueva madre y de oír los Oohs y Ahhss de los abuelos. Los
obstetras son gente feliz que les gusta estar alrededor de gente feliz.
No hay un lugar más feliz en el mundo que la habitación de una
primeriza el día después de un parto normal. No hay nada más triste o
deprimido que el encuentro de un obstetra con una familia luego del
nacimiento de un mortinato o de un bebe con malformaciones. Esto
es una tragedia humana en su completa dimensión.
Hay sólo unas pocas complicaciones que generan el uno por cien
de pánico, la placenta previa (una placenta que obstruye la salida del
útero con frecuencia asociada con sangrado); el desprendimiento de la
placenta (separación prematura de la placenta de la pared del útero
también asociada con el sangrado); y el prolapso del cordón (el
cordón umbilical que precede el bebé). Todos son potencialmente
letales para el niño. Las dos primeras pueden ser fatales para la
madre. Ninguna tripulación de bombarderos tiene más acción que el
equipo obstétrico cuando cualquiera de las tres complicaciones ocurre
en la sala de parto. Todas tres son equivalentes al más fuerte ataque
de artillería antiaéreo y ametralladoras de la guerra en la aviación.
Como estudiantes del tercer año, hambrientos por lo anormal y
grave, estábamos envueltos con el noventa y nueve por cien de la
obstetricia aburrida y de rutina. Esto nos llevó rápidamente a muchos
de nosotros a otro campo, excepto que Ud. amara y disfrutara trabajar
con un proceso natural. Hank se aburrió inmediatamente, detestando
la obstetricia tanto como yo detesté la cirugía ortopédica. Para él cada
día en el servicio fue un tormento. Se quejó todos los días.
El jefe de obstetricia nos exigía permanecer al lado de la cama de
la paciente por todo el tiempo que durara el trabajo de parto. Nos
decía que nos permitiría observar todo el proceso de principio a fin.
Teníamos que sentir y registrar el intervalo, la duración y la
intensidad de cada contracción uterina. Algunas veces teníamos que
permanecer durante doce a dieciocho horas. Nos volvimos expertos
en palpar y cronometrar las contracciones. Cinco décadas más tarde,
162
LA ESCUELA DE MEDICINA
no encuentro todavía ninguna otra situación donde aplicar tal
habilidad.
Finalmente, con la mujer lista para dar a luz, nos trasladábamos a
la sala de parto. No podía sobreponerme al extremado buen trabajo de
lubricación que la naturaleza hacía para el evento. Los resbalosos
tejidos en el perro de laboratorio y en la cirugía se sentían como lija
comparados a cada parte del aparato del parto. Las partes: bebé,
cordón umbilical y placenta, parecían haber sido sumergidas en aceite
de máquina de alto grado. La cantidad de líquido que viene con cada
parto es enorme, varios litros de líquido amniótico, agua, y sangre.
No podía creerlo cuando vi por primera vez cubrir el piso de la sala
de parto con el reguero. No podía imaginarme a nadie queriendo tener
un parto en la casa. Me imaginé todo eso en el piso de una cocina o
habitación.
Después de observar unas pocas salidas increíbles de los bebés
por estrecho canal del parto, estaba convencido que no había una gota
de lubricación innecesaria. Mi temor constante era que dejara caer el
resbaloso bebé o que éste saliera disparado a través del cuarto como
una semilla húmeda de melón. Los obstetras nacen con ventosas en
los dedos.
En cirugía y pediatría, obviamente las enfermeras juegan un papel
muy importante, pero nada como las enfermeras en la sala de partos.
Todo estudiante de medicina que pasa por una sala de parto pronto
aprende que internos, residentes y aun obstetras son apenas encajes
añadidos. Las enfermeras son la fuerza real. La jefe de enfermeras de
pre-parto y sala de partos era de una clase especial. Para nosotros,
esta persona vino en la forma de la Srta. Mabel Atkins. La Srta.
Atkins pesaba alrededor de ciento veinte kilos, con un bigote para
hacer juego. En el mono quirúrgico, que fue la única ropa que le vi
llevar, la Srta. Atkins era una muestra de lo que sería el no usar
sostén, moda que vendría muy posteriormente.
En alguna parte, la Srta. Atkins había pasado diez años en el
cuerpo de enfermeras del ejército durante y después de la II Guerra
PILOTOS DE BOMBARDEROS EN MEDICINA
163
Mundial. Hank y yo discutíamos sobre lo que ella habría hecho en el
ejército. No podíamos decidir si estaría encargada de disparar a
desertores o si ella lideraba el desembarco de tropas en Anzio. Ella
podía ganarle, maldiciendo y gritando, aun al residente de la boca
más sucia. Excepto por su tiempo en la Armada, había pasado casi
toda su carrera en la sala de parto. Nadie podía fumar un cigarrillo o
sostener una taza de café con más autoridad que la Srta. Atkins. Ella
era sargento y pistolero combinados.
Siempre simulando aburrimiento e indiferencia, casi no nos ponía
atención. Los estudiantes de medicina eran vistos por ella justo lo que
éramos, jóvenes y crudos estudiantes que no sabían nada y que sólo
podían atravesarse en su camino. Yo le di amplio espacio y nunca le
hablé a menos que ella me hablara primero. Antes de que nuestra
rotación terminara nos volvimos amigos en cierto modo. A ella le
gustaba Hank. Ella al menos dijo que nosotros manteníamos las bocas
cerradas. Ese debió ser su más alto cumplido. Ella era una
enciclopedia de obstetricia, pero nada que pudiera tener referencia en
la literatura. Ella había visto todo. Yo aprendí de ella, la mayoría de
la obstetricia que sé. El programa de residencia habría colapsado sin
ella.
La Srta. Atkins era una chimenea. Una vez ella se fumó la mitad
de un cigarrillo en una aspirada. Yo temí que podía encenderse todo
antes de que ella deje de aspirarlo. El parto para la Srta. Atkins era un
evento que transcurría entre bocanadas de cigarrillo. Dejando colillas
sobre su escritorio, corría adentro y afuera de la sala de parto
chequeando a cada paciente. Su escritorio estaba quemado con
pequeñas marcas negras de años de colillas prendidas y olvidadas.
La Srta. Atkins se sentaba en el pequeño estar afuera de la sala de
partos. Había seis salas en el corredor al lado del estar. Era allí que la
Srta. Atkins tomaba constantemente su café, daba bocanadas de
cigarrillos y escuchaba los sonidos que venían de la sala de partos. La
mayoría de las pacientes que veíamos eran indigentes, con muy poca
educación, y profundamente religiosas, al menos durante el parto. La
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LA ESCUELA DE MEDICINA
Srta. Atkins usaba el fervor religioso de las pacientes en su provecho
para seguir las fases del trabajo de parto.
El trabajo progresa por una dilatación sostenida, sin descanso del
cuello uterino. Cuando la cabeza del niño empuja hacia abajo en la
pelvis, el cuello se abre un poco más con cada contracción. Cuando el
trabajo se intensifica, las contracciones se vuelven más y más fuertes
y dolorosas. Comenzando en un centímetro hasta alcanzar una
dilatación completa de diez centímetros de diámetro al momento del
parto. En esos tiempos, la mayoría de los obstetras, residentes,
estudiantes de medicina y enfermeras seguían el trabajo de parto por
examinar el cuello por repetidos exámenes rectales (el cuello puede
sentirse a través de la pared rectal). La Srta. Atkins tenía un método
diferente.
La Srta. Atkins seguía las llamadas y llantos de las mujeres. Los
antecedentes de poca educación y mucho fervor religioso de las
pacientes trabajaron a favor de la Srta. Atkins. No era nada racial o
étnico. Nosotros veíamos pacientes de ambas razas. Era más
profundamente rural, religioso y sureño que racial. Cuando la altura,
tono y contenido del llanto era el propio, ella colocaba la mujer en la
silla de ruedas y corría hacia la sala de partos, alistando todo lo
necesario, y luego llamaba al residente y al obstetra. Nunca se
equivocó. Siempre y cuando la Srta. Atkins llamaba, Ud. podía
apostar que el trabajo de parto estaba completo con un cuello
completamente dilatado. Los residentes y obstetras la amaban. Yo
aprendí algunos pedacitos de sus métodos, aunque dejé escapar
muchas de sus sutilezas.
“¡Oh mi Señor! ¡Diosito!” era un cuello de no más de uno o dos
centímetros. Comienzo del trabajo a lo sumo. La paciente podía
repetir la frase o algo equivalente con cada contracción en una voz
aburrida o adormecida. Suspiros o respiraciones profundas seguidas,
y la paciente con frecuencia caía dormida. Cada paciente tenía un
recipiente de trilene un gas anestésico con un máscara sujeta a su
PILOTOS DE BOMBARDEROS EN MEDICINA
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muñeca. Ella podían respirar esto si el dolor era demasiado fuerte. La
máscara caía lejos de la cara, esto hacía el gas seguro de usar.
“¡Oh Diosito, Diosito, Diosito!” dicho in crescendo,
generalmente significaba cuatro o cinco centímetros de dilatación y el
comienzo de un trabajo sostenido. El tono era más intenso, alto y
definitivamente no aburrido ni somnoliento.
“¡Oh Diosito, Diosito, Dulce Jesuuuús!” venía con siete u ocho
centímetros, fuerte, pero no todavía el volumen completo de un cuello
dilatado o expulsión inminente.
“¡Diosito, Jesús, ayúdame, ayúdame, Dulce Jesús. Dulce Jesús
sálvame!” El llanto era agudo y tenía un volumen máximo. Había una
innegable urgencia, un pedido completo por ayuda, y pronto.
Yo me preguntaba con humor cómo serían evaluadas las etapas
en los trabajos de parto en salas de parto privadas. Sospecho que la
Srta. Atkins no habría estado tan finamente entonada en un servicio
de obstetricia de algunos hospitales privados donde se pagaba
completo.
La obstetricia vino y finalmente pasó. No era para mí. Cada nueva
rotación se llevaba a algunos compañeros quienes pensaban que
habían encontrado su trabajo de por vida. Yo creo que podría haber
escogido los joviales obstetras futuros aún antes de la escuela de
medicina. Varios de nosotros, los más felices, escogieron obstetricia,
los jóvenes cirujanos fueron ya claramente identificables. Por ahora,
Hank era un caso perdido enamorado de la cirugía. Unos pocos de la
clase habían escogido pediatría. Unos muy pocos, tres para ser
exactos escogieron psiquiatría. El resto de nosotros todavía estábamos
en la búsqueda. La pasantía de medicina era la siguiente.
166
LA ESCUELA DE MEDICINA
19
La medicina interna...
Medicina finalmente
3. Trabajo de sala. – Un tercio de los alumnos del tercer año es
asignado a las salas de medicina durante cada trimestre y una
mitad durante el trimestre del verano. Aquí ellos trabajan como
pasantes. Con esta asignación ellos se vuelven parte del equipo
conformado por el residente, el asistente del residente, el interno,
el asistente del médico y el jefe del servicio responsable por el
estudio diagnóstico y tratamiento de pacientes. La instrucción al
lado de la cama es dada diariamente por miembros del servicio de
medicina que también son profesores. Aproximadamente 20 horas
por semana durante un trimestre.
Programa 1953-1954
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
La última rotación clínica del tercer año finalmente llegó. Yo había
sido atormentado y humillado por los cirujanos. Había sido
confundido por la casi ausencia de historia clínica en pediatría. Y
había soportado el aburrimiento en obstetricia. La medicina interna
era como regresar a casa después de un largo viaje de ensayos.
La medicina interna era el más grande de los rompecabezas. Casi
todo paciente era una fascinante historia de detectives. Al final de
cada noche de trabajo, leería sobre cada una de las enfermedades que
había visto durante el día. A duras penas podía esperar a la mañana
siguiente para buscar los puntos sutiles que había leído la noche
anterior.
La medicina interna es tan amplia en tópicos como la enfermedad
humana misma. No está limitada a una técnica como en cirugía,
168
LA ESCUELA DE MEDICINA
restringida a ciertos órganos reproductores como en la obstetricia, o
restringida por un grupo de edad como en pediatría. La medicina
interna no excluye ningún órgano. Requiere el más amplio enfoque de
un paciente. Uno debe ver el bosque, los árboles, y todo lo que yace
entre y debajo de ellos. Como internistas, aprenderíamos a considerar
la ocupación y lugar de trabajo del paciente, las sustancias que
ingiere, el aire que respira, y aun las sustancias que lo hayan rozado.
Necesitaríamos desarrollar a través del interrogatorio o intuición, la
habilidad para detectar cuándo la familia cercana o amigos están
contribuyendo a la enfermedad. La medicina necesita de la fisiología,
bioquímica, patología y de todas las otras materias que habíamos
estudiado. Era una integración de todos los campos en gran escala.
Como muchos internistas que conocería después, yo era
aficionado a Sherlock Holmes. Cuando éramos adolescentes, un
amigo y yo nos sentábamos en la acera en el centro del pueblo para
ver a los transeúntes y adivinar sus ocupaciones por su ropa, su
marcha o sus zapatos. Nos reíamos de nuestro papel de Watson y
Holmes.
En la escuela de medicina, aprendí a buscar los detalles en busca
de pistas. La medicina interna era el hogar de signos débiles que
llevan a diagnósticos más grandes. Examinaba las manos en busca de
callos o dedos en palillo de tambor, o manchas de nicotina de los
fumadores, o las uñas mordidas de los ansiosos. Miraba las suelas de
los zapatos en busca de zonas desgastadas desiguales, que con
frecuencia indican cojeras o enfermedades neurológicas. Miraba las
correas por cambios en los agujeros que indicaban aumentos o
reducciones en la grasa abdominal o peso. El color de las manchas en
la ropa interior podían decirnos de la presencia oculta de sangre en
orina o heces o las inconfundibles manchas amarillas de ictericia. Me
convertí en oledor de alientos, el tufo de whiskey, el excesivamente
perfumado de la alcohólica en secreto, el olor a frutas de la acetona,
el hedor de la insuficiencia hepática, el de amoníaco de la
MEDICINA FINALMENTE
169
insuficiencia renal, o el olor pútrido de un absceso pulmonar. Nunca
fui tan bueno como Holmes, pero él fue mi modelo.
Esta atención a pequeños detalles no era sólo un ejercicio de
estudiante de medicina. Nosotros teníamos que hacer diagnósticos a
partir de la historia y el examen físico. Las baterías de exámenes no
eran conocidas. Las pruebas que usábamos no eran tan específicas ni
sensibles como las de ahora. Había unas pocas pruebas de función
hepática. Excepto por el electrocardiograma, una medida del tiempo
de circulación y una medida grosera de la presión venosa, no había
pruebas para la función cardiaca. La capacidad vital para la función
pulmonar era todo lo que teníamos. Los gases arteriales eran
disponibles sólo en laboratorios de investigación. Se examinaba el
cerebro por el examen neurológico o una radiografía simple de
cráneo. Ésta a veces mostraba una calcificación de la glándula pineal
si el paciente era afortunado. Desvíos laterales de la pineal calcificada
indicaban lesiones que ocupaban espacio. El electroencefalograma se
estaba apenas comenzando a entender.
Ya que carecíamos de herramientas diagnósticas sensibles, nos
movíamos en un mundo de enfermedades muy avanzadas. La
enfermedad precoz, especialmente la enfermedad crónica temprana,
era infrecuente de ver y difícil de diagnosticar. Kampmeier nos había
dicho que cualquiera puede encontrar una enfermedad avanzada, pero
que se necesitaba un verdadero médico para encontrar la enfermedad
precoz.
La medicina interna demandaba ver y oír tantos pacientes como
enfermedades fueran posibles para que pudiéramos hacer nuestro
álbum de experiencia para cuando lo necesitáramos mas tarde.
Aprendí que veríamos sólo lo que buscábamos. Mientras más
pudiéramos ver en la escuela de medicina más sabría qué buscar en
mis futuros pacientes. Hacíamos un esfuerzo para ver los pacientes de
cada uno de nosotros, para escuchar los diferente soplos, palpar bazos
agrandados, escuchar crepitantes y otros signos de neumonía, ver la
ictericia y saber que la luz artificial podía esconderla, aprender a
170
LA ESCUELA DE MEDICINA
detectar el débil azulado de la cianosis, y a sentir una enciclopedia de
masas abdominales.
Hank odiaba la medicina tanto como yo odiaba la cirugía. A él
disgustaba la inactividad, la espera, y el largo período de observación
para esperar ver que afloraba con el tiempo. El tiempo para un
cirujano son los siguientes cinco minutos. El tiempo para un internista
puede ser la más grande herramienta de diagnóstico. Él estaba
frustrado de hacer un diagnóstico cuando no había nada que hacer.
No podía tolerar la enfermedad crónica, con su curso lento pero
sostenido y sólo con los pequeños ajustes que la medicina podía
hacer. Estas frustraciones eran comunes a todos los cirujanos pasados,
presentes y futuros. Para Hank, la personificación de su frustración
con la medicina vino en la persona del Dr. Elliot Newman.
Elliot Newman fue el primero de una nueva ola de científicos
clínicos que comenzaron a repoblar la Escuela de Medicina de
Vanderbilt en los años cincuenta. Vanderbilt había caído de su
cúspide científica que tenía antes de la Segunda Guerra Mundial. La
guerra y el reclutamiento por otras escuelas de medicina, la habían
dejado sin muchas de sus luminarias de la plana de profesores. Entre
los que se habían ido estaban: Sydney Burwell, quien se fue para ser
decano de la Escuela de Medicina de Harvard, y Alfred Blalock, para
ser jefe de cirugía en Johns Hopkins; Tinsley Harrison, cuyo libro de
texto fue una de las dos biblias médicas del día, fundaría y ejercería la
jefatura de tres departamentos de medicina Bowman Gray,
Southwestern y Alabama, después de que salió de Vanderbilt:
El Dr. Newman llevó a la reconstrucción de las ciencias clínicas
en Vanderbilt. Como muchos otros quienes siguieron y lo
precedieron, también vino de Johns Hopkins. Cuando llegó a
Vanderbilt en 1952, lo encargaron de la nueva Cátedra Werthan de
medicina experimental, y allí inició un programa en investigación
clínica. Este programa de investigación se expandió y multiplicó,
finalmente llevando al establecimiento de Clinical Research Center
(CRC) financiado por el National Institute of Health (NIH) a finales
MEDICINA FINALMENTE
171
de los cincuenta. El Dr. Newman fue director del CRC por muchos
años, llevando al programa a un lugar de prominencia nacional en
corto tiempo.
Mi contacto más directo con el Dr. Newman ocurrió unos años
después de mi graduación. Yo había regresado en 1959 del cuerpo
médico del Ejército a mi entrenamiento en la residencia, y mi primera
rotación iba a ser en el servicio de cardiología del Dr. Newman. En
los pocos años, el Dr. Newman había establecido el laboratorio de
cateterismo cardíaco, un laboratorio completo de función pulmonar, y
había comenzado a crear la especialidad de cardiología en el
departamento de medicina. Donde había habido sólo un miembro en
investigación ahora había varios miembros en investigación en varios
departamentos. La investigación clínica era una empresa activa en
muchos departamentos de la escuela de medicina al comienzo de los
años sesenta. Durante mi rotación como residente, el Dr. Newman me
había resumido todo sobre las historias de pacientes con defectos
atrio-septales, veía los pacientes cuando ellos venían a la consulta, y
explicaba los detalles de los síndromes clínicos asociados con esos
defectos cardíacos congénitos. Para el final de la rotación, me había
vuelto un experto en defectos atrio-septales. Era la primera vez que
yo me había metido en las profundidades de entender en tal extensión
cualquier tema. La experiencia me hizo tener un gran aprecio por el
conocimiento en profundidad y por lo que tarda asimilar el nivel de
conocimiento.
Hank y yo vimos por primera vez al Dr. Newman en nuestro
tercer año. Hacia el final del año nos dio una clase sobre la
insuficiencia cardiaca congestiva. Los compañeros del curso anterior
nos habían advertido que él podía ser vago y que hacía largas
divagaciones. Algunos dijeron que parecía quedarse perdido
pensando. Estas opiniones negativas de los estudiantes del año
anterior precedieron nuestro primer encuentro y sesgaron a muchos
de mis compañeros.
172
LA ESCUELA DE MEDICINA
El Dr. Newman se dirigió hacia el salón de clase. Comenzó la
sesión haciendo que el residente de medicina presentara la historia
clínica y los hallazgos al examen físico de un hombre de sesenta años
quien tenía una insuficiencia cardiaca congestiva severa. Toda la
clase estaba presente como se requería para esas conferencias
especiales en medicina, las cuales eran semanales durante el tercer
año. En esa época, el paciente acompañado por una estudiante de
enfermería, estaba siempre presente para cualquier presentación. El
paciente estaba disneico aun cuando estaba sentado en su silla de
ruedas. Podía decir unas pocas palabras entre respiraciones difíciles.
Tenía edema masivo de sus piernas y el hígado aumentado de
tamaño. Las venas del cuello estaban dilatadas y parecían cuerdas
debajo de la piel. Después de agradecer al paciente por haber venido a
la clase y luego hacer que el residente se lo lleve al pasillo, el Dr.
Newman fue al pizarrón y escribió: “¿Qué es la insuficiencia
cardiaca?”
El Dr. Newman comenzó la conferencia así, “¿Alguien puede
decirme qué es la insuficiencia cardiaca?” Con este inicio,
permaneció de pie e inmóvil por varios minutos, Hank comenzó a
moverse en su asiento. Hank, que se estaba volviendo quirúrgico cada
semana, no le gustaba perder tiempo. Detestaba la mayoría de la
cosas de la medicina interna, especialmente lo que llamaba “dar
rienda suelta a ilusiones.” Pensé, esto va a ser una larga hora para
Hank.
“¿Qué es la insuficiencia cardiaca congestiva? ¿A alguien le
importaría decírmelo?” Preguntó nuevamente el Dr. Newman con una
cara inexpresiva. Miró alrededor del salón. Nadie dijo una sola
palabra. Hacía bastante habíamos aprendido como clase a no
ofrecernos nunca como voluntarios. El ofrecerse como voluntario
generalmente terminaba muy mal para el estudiante. El Dr. Newman
esperó lo que parecía una eternidad. Luego, espero un poco más.
Hank comenzó a doblarse y torcerse.
MEDICINA FINALMENTE
173
Completamente descompuesto, Hank disparó, “Es cuando el
corazón no puede bombear suficiente sangre.” Y masculló a un lado
hacia mí “cualquier tonto sabe eso.”
“Bien, ¿cómo sabríamos eso?” preguntó el Dr. Newman,
moviéndose alrededor del podium hacia la primera fila.
Hank estaba ahora en la mira. “Ud. oiría crepitantes en los
pulmones; las venas del cuello estarían ingurgitadas, el hígado estaría
agrandado, sería palpable; habría edema en las piernas. Cosas como
eso.” Hank continuó dando una descripción clínica completa y
precisa de un paciente con insuficiencia cardiaca congestiva.
Yo puedo encontrar todas esas cosas en una combinación de
enfermedades-obstrucción del influjo torácico, cirrosis, neumonía,
malnutrición. ¿Qué es específico de la insuficiencia cardiaca
congestiva? Ud. dijo algo antes acerca de no bombear suficiente
sangre. Todavía no lo sigo en ese punto.” dijo el Dr. Newman sin
cambiar su expresión.
“Bien, cuando el corazón no bombea suficiente sangre, Ud.
obtiene esos hallazgos,” respondió Hank.
Hank estaba ahora completamente metido en la intervención y se
estaba volviendo ligeramente irritado. Otros compañeros comenzaron
a susurrar y a moverse en los pupitres.
Un alumno dijo: “Bueno, si el corazón esta fallando tendrá un
bajo gasto cardíaco. Y no puede bombear bien.”
El Dr. Newman entonces continuó diciéndonos que algunos
pacientes con insuficiencia cardiaca congestiva realmente tenían un
gasto mayor que el gasto normal. ¿Qué pensábamos de eso? “Así que,
si el gasto cardiaco puede ser alto en pacientes con insuficiencia
cardiaca congestiva, ¿qué es la insuficiencia congestiva si no esta
limitada a pacientes con bajo gasto cardiaco?”
“Puede ser el gasto cardiaco que no sea suficientemente alto,”
dijo voluntariamente otro compañero.
174
LA ESCUELA DE MEDICINA
“¿Entonces cuán alto debería ser?, Digamos, ¿si el gasto cardiaco
es por ejemplo, 7.0 litros por minuto? Lo normal es alrededor de 3.5
litros por minuto.” De nuevo, el Dr. Newman se quedo quieto, como
que no tuviera nada más que hacer. Él no estaba apurado.
Ahora la clase estaba visiblemente molesta, estábamos allí para
nuestra usual dosis de una bien ordenada clase magistral sobre un
tema. Y lo que estábamos sacando era una pregunta tras otra, y todo
parecía no llevarnos a ninguna parte. Generalmente los conferencistas
nos decían todo lo que se debe conocer acerca de un tema. Todos los
que serian cirujanos estaban agitándose rápidamente. Hank se estaba
poniendo rojo.
“Mire,” dijo Hank en alta voz, “el corazón está bombeando sangre
pero no toda la que debería, la sangre se estanca; el fluido pasa dentro
de pulmones, hígado y cuerpo. Y eso es la insuficiencia cardiaca
congestiva.”
El Dr. Newman escuchó cuidadosamente, luego se paró
silenciosamente, obviamente en profundo pensamiento. Su silencio
sólo aumentó la irritación de la clase.
“Díganos Ud., ¿Qué es lo que es?” Esto vino desde atrás del
salón.
“Si, díganos qué es la insuficiencia cardiaca congestiva.” Eran
gritos de varios de los estudiantes.
El Dr. Newman sonrió ligeramente. “Bien, vamos hacia atrás a
‘pero no toda la sangre que debería’ ¿Qué quiere decir con eso? Esta
bombeando 7.0 litros por minuto y debería bombear 7.1 litros por
minuto. ¿Es eso lo que Ud. quiere decir?”
“Si, si” más compañeros se unieron a Hank.
“Eso es lo que queremos decir, algún número más alto que 7.0”
“La sangre se estanca,” gritó otro.
El Dr. Newman fue al pizarrón y escribió 7.1 menos 7.0 da 0.1
litros de diferencia. “Así que, cero punto un litro de sangre por
MEDICINA FINALMENTE
175
minuto no está siendo bombeado, ¿correcto? La clase como un todo
gritó, “Sí, eso es.”
El Dr. Newman sacó una gran regla de cálculo, que llevaba en su
bata blanca. Movió los brazos plásticos de la regla en una dirección y
en otra y en otra. Mirando la regla, comenzó a escribir más números
en el pizarrón.
“En un minuto se estancarán 0.1 litros. Mi regla de cálculo me
dice que en una hora, 60 veces 0.1 litros es igual a 6.0 litros. Habría
6.0 litros no bombeados en una hora. Mi regla me dice que 6 veces 24
es 144 litros. Por lo tanto, en 24 horas habría 144 litros no
bombeados. En algún momento parecería como que el paciente
explotaría.” El Dr. Newman sonrió ampliamente, completamente
satisfecho con su pequeño chiste. Después de algunas sugerencias
más, el Dr. Newman demostró que el corazón, aun en falla, debe
bombear toda la sangre que recibe; así que la insuficiencia cardiaca
congestiva no era tan simple como muchos en la clase sugerían.
“De modo que, ¿qué es la insuficiencia cardiaca congestiva?”
preguntó una vez más. Nosotros estábamos perdidos en nuestros
esfuerzos por definirla.
“Es cuando la presión venosa es alta,” sugirió alguien.
“Puedo citar una lista de muchas condiciones sin insuficiencia
cardiaca donde la presión venosa es alta. Cualquier obstrucción al
influjo de sangre al corazón o tórax puede causar una elevación de la
presión venosa, la pericarditis constrictiva está asociada con una
presión venosa alta. Así que, la presión venosa alta no define la
insuficiencia cardiaca congestiva.”
“Así que, ¿qué es la insuficiencia cardiaca congestiva?” Newman
volvió y volvió a preguntar. Nosotros podríamos describir en detalle
los hallazgos clínicos de la insuficiencia cardiaca, pero no podríamos
definirla fisiológicamente. En los siguientes cuarenta y cinco
minutos, muchas sugerencias fueron hechas. “Es cuando hay un ritmo
de galope.” “Es cuando el corazón está agrandado.” “Es cuando el
176
LA ESCUELA DE MEDICINA
paciente tiene disnea al caminar.” “Es un estado de retención de sal y
agua.” La mayoría de las sugerencias fueron síntomas o hallazgos
físicos o desarreglos generales en fisiología, pero no específicos para
la insuficiencia cardiaca. El Dr. Newman rechazo todo porque no
define los mecanismos involucrados en un corazón que esta fallando.
Hacia el final de la hora de clase muchos comenzaron a hablar
alto casi gritando, “Díganos” o “¿Bueno, qué es?” o “No sabemos,
díganos Ud.” Hank estaba disgustado, frustrado, y farfullando para sí.
El Dr. Newman permaneció sonriendo suavemente y asintiendo,
sin decir nada. El reloj marcaba sólo pocos minutos antes de terminar
la clase. El Dr. Newman cerró sus notas y se dirigió a la puerta. Se
volteó hacia atrás y dijo: “Yo no sé qué es la insuficiencia cardiaca
congestiva. Sólo sé lo qué no es.” Con esto, salió. La clase estalló.
Yo no había visto nunca a mis compañeros tan enfadados. Pensé
que la sesión era una obra maestra de la enseñanza socrática. Cada
uno de los estudiantes pasó las semanas siguientes leyendo
intensamente acerca de la falla cardiaca. Nada nos había motivado
más a leer y discutir un tema tanto como el Dr. Newman lo hizo.
Aprendimos que había dos teorías dominantes acerca de la
insuficiencia cardiaca congestiva: la teoría de la falla anterógrada y la
teoría de la falla retrógrada. También aprendimos que Tinsley
Harrison, para entonces jefe de Medicina en Alabama, había hecho el
trabajo experimental y clínico fundamental sobre la insuficiencia
cardiaca congestiva. Había publicado su ahora clásico “Failure of the
circulation” en 1935, cuando era profesor de la Escuela de Medicina
de Vanderbilt. Harrison favorecía la teoría retrógrada. Para los años
cincuenta nadie había reconciliado las dos teorías.
En los cincuenta años desde entonces, la hora con el Dr. Newman
está todavía presente en mi memoria. Esa hora dirigió mi
pensamiento y lectura acerca de temas más allá de la insuficiencia
cardiaca aun hasta hoy. Considero esa sesión una de las mejores horas
de enseñanza de las que he tenido experiencia.
MEDICINA FINALMENTE
177
Aunque pudiéramos describir en gran detalle los signos físicos de
la insuficiencia cardiaca congestiva, no pudimos definir la fisiología
alterada. El Dr. Newman nos estaba pidiendo definir el mecanismo
que está en juego cuando el corazón falla. Cuando comencé a mirar
otros síndromes clínicos, era evidente que conocíamos muy poco
acerca de los mecanismos subyacentes. El Dr. Newman nos enseñó
que podíamos saber a varios niveles de entendimiento, pero aun no
conocer la última causa.
La medicina era la promesa del futuro. Nosotros estábamos aun
en una temprana fase científica del conocimiento del cuerpo humano
y sus enfermedades. Esta era una atracción para mí. Ser parte del
descubrimiento de esa ciencia era lo que había capturado mi atención.
En pocos años más tendríamos el catéter cardiaco, los gases
arteriales, y una serie de pruebas pulmonares. Seríamos capaces de
medir sodio y potasio en sangre, todo lo cual no podíamos hacer
entonces. Pronto tendríamos pruebas hepáticas sensibles y en el
futuro más distante, el completo rompecabezas de la genética humana
y el ADN irrumpirían en escena. La endocrinología y la inmunología
era aun muy primitivas pero en una fase muy interesante. Las
hormonas estaban comenzando a ser medidas. La cortisona como
droga había aparecido el año anterior y la prednisona estaba por venir
el año siguiente. Unos pocos antibióticos estaban disponibles y más
vendrían cada año.
Pero ninguna de esas promesas cautivó la atención de Hank. Él
era un hombre de acción. La medicina para la gente de acción podría
ser vaga, pesada, y demasiado lenta para tomar acción. Conocer el
“curso natural de una enfermedad” máxima para los internistas, era
un anatema para Hank. Los cirujanos no permiten cursos naturales si
hay algo que pueda ser cortado o sacado. Los internistas trabajan con
la naturaleza siempre que sea posible. Para los cirujanos la naturaleza
es el enemigo; la muerte es su derrota.
Las profundas diferencias filosóficas entre cirujanos e internistas
vienen de atrás en la antigüedad. El campo de la medicina data de los
178
LA ESCUELA DE MEDICINA
primeros templos griegos, y de allí a Padua, donde las primeras
ciencias comenzaron. La medicina tiene sus raíces en lo espiritual y
lo sagrado. Esta dicotomía cursa hasta nuestros días. Los cirujanos
llaman a los internistas “quemadores de plumas” para evocar estos
antiguos orígenes religiosos.
Los cirujanos vienen de guerras. Ellos estaban allí para reparar
traumas, amputar miembros mutilados, drenar abscesos, cerrar
heridas, reducir fracturas y detener sangrados. Hay una urgencia
necesaria en la cirugía que no está presente en mucho de la medicina.
Los cirujanos dicen que los internistas esperan demasiado para
llamarlos. Lo que algunas veces es verdad. Los internistas dicen que
los cirujanos actúan demasiado rápido. Lo que también algunas veces
es verdad. Este conflicto, aunque esta mucho menos presente hoy en
día, estará siempre presente en algún grado. El internista prefiere
esperar. La naturaleza cura. El cirujano prefiere actuar. Un chance
para cortar es un chance para curar. Nos necesitamos unos a otros, sin
embargo es duro admitirlo.
El tercer año llegó a su fin. Comenzaríamos a buscar los
internados.
20
La mala práctica...
Historia de una pupila dilatada
1. Neurocirugía.- Una presentación clínica de problemas
neurológicos con énfasis en diagnóstico y manejo.
Programa 1953-1954, página 90
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
Un estudiante que estaba un año delante de nosotros se había ganado
una mala reputación. Lo voy llamar Mort. Uno de los trucos favoritos
de Mort era explorar la sala de emergencia a mitad de la tarde.
Buscaría un paciente que estuviera cerca de ser admitido. Luego
correría a la hoja de asignación de casos para los estudiantes y
escribiría el nombre del paciente como su paciente. De este modo, el
se adelantaría a sus compañeros y tendría temprano una admisión, así
terminaría el trabajo del día más pronto y tendría la noche libre. Esto
enfurecía a sus compañeros y a cualquiera que oyera esto. Sus
compañeros lo descubrieron haciendo esto y trataron de segregarlo
sin éxito. Mort era una de esas persona con piel de cocodrilo, quienes
no se afectaban por las opiniones de otros y a quien no le importaba
lo que cualquiera pudiera pensar. Casi todos los estudiantes de
medicina esperaban que Mort fuera descubierto por los profesores en
una de sus maniobras. Y finalmente esto sucedió con un paciente de
neurocirugía.
Todas las especialidades quirúrgicas estaban contempladas en la
pasantía quirúrgica del último año, donde Mort estaba rotando. Esto
incluía neurocirugía. Nos habían enseñado a estar detrás de los
180
LA ESCUELA DE MEDICINA
pacientes de neurocirugía debido a que ellos pueden cambiar rápido y
complicarse. Esto era verdad especialmente en los pacientes con
traumas encefálicos, todos los cuales eran ingresados a neurocirugía.
En los años cincuenta, no había angiogramas cerebrales,
ciertamente no había tomografía computarizada o resonancia
magnética o cualquier otro estudio no agresivo de alta tecnología que
actualmente permiten determinar rápidamente la presencia, ubicación,
y cantidad de sangrado dentro del cráneo. Estos aparatos ahora dan
datos que ayudan al neurocirujano a decidir quien necesita que se le
abra su cráneo para drenaje. Estos avances técnicos tardarían años en
venir. En esa época, sólo el seguimiento clínico cuidadoso por
exámenes neurológicos repetidos determinaría si había un sangrado
intracraneal que necesitaba evacuación quirúrgica. Las evaluaciones
clínicas también tenían que contestar la pregunta acerca del sitio del
sangrado. El verdadero truco clínico era saber cuándo operar y
cuándo no. En algunos casos de sangrado intracraneal, los cirujanos
vigilaban y esperaban; en otros operaban inmediatamente. Esas
decisiones tomaban años de experiencia clínica y de entrenamiento.
Por ello el entrenamiento en neurocirugía duraba siete años luego de
la escuela de medicina. Yo tenía gran respeto por los neurocirujanos
como clínicos y todavía lo tengo.
Uno de los signos cardinales de aumento de la presión
intracraneal era la dilatación de la pupila de un ojo. La otra pupila
permanecía de tamaño normal. Esto ocurre debido a la presión y
torsión del nervio que controla la pupila de uno de los ojos. El
aumento de tamaño de una sola pupila se llama“pupila dilatada.” La
aparición de la pupila dilatada puede indicar una emergencia
neuroquirúrgica, especialmente cuando la pupila había sido observada
de tamaño normal previamente. Este es un signo que puede conducir
a una inmediata trepanación del cráneo (taladrar “agujeros”) para
permitir que la sangre drene y disminuir así la presión intracraneal.
Lo que sería un sangrado de una excoriación grande en un brazo
HISTORIA DE UNA PUPILA DILATADA
181
podría ser fatal si ocurre dentro de la inextensible caja ósea del
cráneo.
El paciente de Mort era un hombre joven admitido luego de una
caída de caballo. Los caballos y las motocicletas eran responsables en
mucho de la neurocirugía por traumas; y todavía lo son, a pesar de las
leyes que obligan a usar cascos. Ya que el hombre era una admisión
de emergencia, todo lo que Mort tenía que hacer era escribir un
resumen de las notas del interno.
El hombre estaba inconsciente, pero sin signos neurológicos que
indicaran una lesión focal al momento de la admisión. Sus pupilas
estaban iguales en tamaño y eran reactivas a la luz. Los residentes y
personal de enfermería lo vigilaban cuidadosa y repetidamente. Las
unidades de cuidados intensivos no existían, así que el paciente estaba
en una sala de cuatro camas donde eran colocados los más graves.
Los signos vitales eran tomados constantemente. En algunos casos
una tira de ECG era tomada periódicamente (los monitores continuos
no existían todavía). Una enfermera se paraba al lado de la cama
haciendo constantes chequeos neurológicos, como se llamaban. El
personal médico de neurocirugía y los estudiantes debían rondar y
vigilar. Era una actividad clínica intensa. Estos pacientes nos
enseñaron los detalles del examen neurológico, lo cual además de
nuestro curso intenso de neuroanatomía nos preparaba para tener las
bases de la evaluación de los problemas neurológicos.
Hank y yo estabamos en la cafetería tomando un refresco, cuando
Mort vino a la mesa caminando calmadamente. Nos preguntábamos
por qué estaba él en la cafetería con un paciente tan grave en la
admisión. El paso de información era realmente eficiente, y nosotros
sabíamos inmediatamente acerca de casi toda nueva admisión,
incluyendo el caso de trauma encefálico de Mort. Tratamos de ignorar
a Mort hasta que persistió en interrumpirnos. Nos contó acerca de su
nuevo ingreso, el hombre joven que se cayó del caballo.
Nos estaba presentando los hallazgos, vomitando toda suerte de
epónimos para los signos neurológicos y haciendo gala de su
182
LA ESCUELA DE MEDICINA
conocimiento de neuroanatomía. Mort hizo algunas especulaciones
acerca de lesión del núcleo caudado o tal vez algún sangrado del
hipocampo. Hank continuaba murmurando entre dientes “pura
basura” a cada una de las teorías de Mort. Mort nos habló después del
examen ocular. Por alguna razón todavía desconocida e
incomprensible para cualquiera, Mort cometió el imperdonable error
de dilatar la pupila con atropina. Cuando nos dijo lo que había hecho,
Hank y yo en un movimiento, saltamos sobre la mesa y comenzamos
a correr hacia el 3300.
Cuando llegamos allá, vimos una pila de sábanas, almohadas y
otras ropas de cama saliendo del cuarto de cuatro camas al pasillo. La
cama del joven hombre estaba vacía. Llamamos a la enfermera para
saber adonde lo habían llevado.
La enfermera llamó desde la estación de enfermería “Pupila
dilatada... fue llevado al pabellón... para trepanación”
Nos regresamos volando y nos encontramos a Mort detrás nuestro
“Tú tonto estúpido,” gritó Hank, “Ve al quirófano y detenlos.”
Seguimos a Mort, de cerca, corriendo a medias, con los corazones
latiendo, con el temor absoluto de encontrar al neurocirujano, pues
queríamos estar seguros que Mort había pasado la información para
que el cirujano no hiciera los innecesarios agujeros de trepanación.
Tan pronto como vimos a Mort entrar en el quirófano, nos perdimos
de vista, no queriendo ninguna asociación con Mort o su horrible
error.
A Joe Capps, el jefe de residentes de neurocirugía, le encantaba
contar la historia. Le gustaba especialmente contarla y recontarla
siempre que Mort estaba por allí. De hecho, si Mort se acercaba, Joe
dejaría de decir lo que estuviera diciendo e inmediatamente contaría
la historia de nuevo. Joe decía que el Dr. Bill Meacham, el jefe de
neurocirugía, al oír sobre lo del ojo dilatado con atropina, había dicho
que clavaría a Mort en la pared. Joe contaba que si ellos no hubieran
agarrado a Meachan, le habría dado unos puños a Mort. Meacham le
gritó a Mort en la cara y lo reprendió. Cuando salió del quirófano, el
HISTORIA DE UNA PUPILA DILATADA
183
Dr. Meacham fue directo a la oficina del decano a pedir que echaran a
Mort de la escuela de medicina.
Nos habían dicho una y otra vez en los cursos de Hartman y
Kampmeier, “nunca dilatar los ojos de pacientes neurológicos bajo
ninguna circunstancia.” El tamaño e igualdad de la pupila era uno de
los signos claves para seguir el curso de todos los pacientes
neurológicos. Yo no creo que ellos alguna vez hayan dicho no dilaten
un ojo, pero quien iba a pensar nunca que podía haber alguien tan
estúpido para hacer eso precisamente. Algunas cosas no necesitan ser
dichas.
El joven a duras penas se salvó de una trepanación innecesaria,
lentamente recobró la conciencia, y fue dado de alta en buenas
condiciones sin daño neurológico residual. Una rapada de la cabeza
fue el único daño ocasionado.
Por razones que nunca supimos, Mort no fue expulsado de la
escuela de medicina. Debió de algún modo haber hablado rápido con
el decano. No vimos nunca ningún cambio en la conducta de Mort o
algo que pareciera contrición.
Si alguien va a ser arrogante, más le vale ser realmente
inteligente, mejor aun brillante. Solamente los verdaderos genios
pueden darse el lujo de ser arrogantes y aun así este es un rasgo
insufrible. Mort era inteligente pero lejos de ser brillante. Los
arrogantes que no son genios inevitablemente cometerán un notorio
error. No será un simple error. Será uno enorme. Algunas veces me
pregunto si Dios no mira alrededor buscando a la gente arrogante para
castigarla haciendo que cometa errores estúpidos. El error de Mort era
verdaderamente estúpido y colosal, de alguna manera él logró escapar
del castigo.
De todas las causas de demandas por mala práctica que he visto
en los años que siguieron, la arrogancia del médico encabeza la lista.
Los médicos arrogantes no escuchan a otros médicos, ni siquiera
escuchan a los amigos o esposos. Parecieran inmunes a toda
retroalimentación excepto a una, el médico arrogante comete el error
184
LA ESCUELA DE MEDICINA
mortal de creer solamente en el gran elogio de sus pacientes. Casi
todos los pacientes destilan elogios, y es un camino no fiable
aceptarlos por su valor aparente. La aceptación indiscriminada del
elogio del paciente es una amenaza ocupacional constante, que
alimenta a los médicos arrogantes. El médico arrogante que se aleja a
sí mismo de la honesta y directa retroalimentación de colegas y
amigos, esta yendo al desastre.
La arrogancia sigue muy de cerca al “pie del soberbio,” como
dice la Biblia*. Finalmente, el médico arrogante excederá sus límites
de justificado orgullo profesional y será pateado dentro de la realidad.
Puede ser que el decano haya creído que Mort había aprendido alguna
lección importante de su error. Pero ninguno de nosotros creyó que
había aprendido algo.
*
NT: Libro de los Salmos 36:11 “No dejes que los orgullosos me pongan el pie
encima”
21
En las salas de hospitalización...
Sonidos de la noche
Durante el tercero y cuarto año, los estudiantes continúan como
pasantes y son asignados en pequeños grupos a diversos servicios
en el hospital donde ellos se convierten en los miembros jóvenes
de los equipos que estudian los problemas y progresos de los
pacientes.
Programa 1954-1955, página 67
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
En la noche el hospital cambiaba sus características. Todos los
visitantes se iban, excepto aquellos que tenían un miembro de la
familia que estaba muriendo. El personal de enfermería se reducía al
mínimo de una enfermera y una o dos ayudantes de enfermería para
treinta y dos pacientes. Una vez que los pacientes estaban todos en
sus camas, las enfermeras se reunían en la estación de enfermería
para llenar sus notas. Había un largo mesón donde los estudiantes de
medicina hacían sus tareas en las historias clínicas, actualizaciones y
gráficos de los resultados de nuestro trabajo diario de laboratorio. A
mí me gustaba el hospital especialmente después de medianoche.
Había una sensación de bienestar tarde en la noche, particularmente si
la sala estaba en calma, ninguno en condición crítica, y no había
ingresos. Todo el trabajo de laboratorio había sido realizado, todas las
historias actualizadas, todas las notas hechas para el día siguiente, y
todas las órdenes para mi trabajo de laboratorio listas para la mañana.
Sentado y oyendo a medias a las mujeres hablar quedo era algo que
me reconfortaba y calmaba. Eso me recordaba las noches con mi
186
LA ESCUELA DE MEDICINA
abuela y mi tía abuela cuando ellas vivían en el campo, las dos
mujeres tejiendo y charlando y meciéndose a la luz de las lámparas de
querosén cuando yo jugaba en el piso.
Algunas veces paseaba fuera de la sala en el corredor que
conectaba las salas 3200 y 3300. El pasillo tenía un piso de baldosas
y cielo raso parcialmente cubierto como un emparrado abierto a un
jardín o una cubierta superior de un gran barco. Las frías noches de
otoño era las mejores. Si las luces del estadio de fútbol no estaban
encendidas, las estrellas saldrían brillantemente y llenarían el cielo.
Después del aire caliente de las salas, el aire de la noche fría era
vigorizante. El sudor, una constante en las salas sobrecalentadas
cualquiera que fuera la estación, era eliminado por el frío. En el
otoño, los sábados en la noche podía ver las luces distantes del
estadio de fútbol y oír el rugir de la multitud que venía y se iba,
dependiendo de cómo estaba jugando el equipo. Cuando el juego
terminaba y el público se dirigía a las casas de las fraternidades, yo
me arrimaba sobre la pared de piedra y escuchaba escondido a los
estudiantes no graduados que pasaban debajo caminando por la acera.
Algunas veces podía oírlos claramente hablar del baile que seguía al
juego o podía pescar algunos comentarios sobre el equipo contrario,
pero generalmente era un murmullo tan quedo que no podía agarrar
todas las palabras. Casi podía sentir el cabello fino y oler el
paralizante perfume de alguna maravillosa y bella estudiante cuando
ella reía al pasar.
Esas noches me hicieron darme cuenta que lejos nos habíamos
movido del otro mundo en tan corto tiempo. El mundo en que
estábamos solamente nos mostraría los trágicos fragmentos de sus
enfermos y lesionados. Nuestra visión sería por siempre inclinada
hacia lo anormal. El remanente del otro mundo permanecía invisible e
inaccesible para nosotros. Estábamos separados por el trabajo que
hacíamos y por las cosas que veíamos y oíamos. Seríamos tratados
como gente aparte. Nunca caminaría de nuevo casualmente por un
estadio de fútbol con nada en mi mente excepto mi novia y el
SONIDOS DE LA NOCHE
187
próximo juego. A veces sentía un fuerte deseo por eso que no podía
tener, pero esos sentimientos fueron rápidamente suprimidos, por la
urgencia de la siguiente administración intravenosa a iniciar o la
cuenta blanca que tenía que ser hecha o el ingreso que subía de la
emergencia y que requería de mi presencia. Me gustaba escurrirme en
esos pasillos, pero incluso esas pausas ocurrían raramente. Para el
tiempo del internado, ya esos recesos habían desaparecido para
siempre.
Alrededor de la 1 a.m. se apagaban las luces del hospital excepto,
en los pasillos de las salas. El resto de los corredores estaba a oscuras.
Cuando me acercaba al hospital porque me habían llamado en el
medio de la noche, su apariencia por fuera, era como la de un enorme
trasatlántico con filas de luces entremezcladas con oscuridad. Había
pasajeros y tripulación e incluso un capitán. Dentro de sus confines
un sin fin de pequeños viajes que estaban en proceso o terminando.
Nos hacíamos constantemente a la mar en el barco que nunca llegaba
a puerto, que nunca atracaba. Como pequeños botes las ambulancias
saldrían a los lados y descargarían los cuerpos dañados por la dureza
de la vida o el infortunio de la enfermedad. Eran como botes de
rescate sacando del océano los enfermos y heridos. Algunos de los
rescatados finalmente llegarían a puerto pero otros se perderían en el
mar.
Una noche estaba sentado en el banco en el puesto de enfermeras,
terminando de escribir en las historias mi trabajo del día. Como yo
escuchaba los sonidos de la sala, comencé a distinguir un paciente de
otro. No había mujeres en esta sala. Todas estaban en una sala un piso
abajo.
El hombre gordo con insuficiencia cardiaca en el extremo
izquierdo de la sala dormía sentado para poder respirar. Aun
entonces, él roncaba en largas y sonoras inspiraciones ocasionalmente
enfatizadas por abruptos ronquidos y sacudidas cuando se esforzaba
por pasar el aire a través de su lengua, la cual obstruía periódicamente
sus vías aéreas.
188
LA ESCUELA DE MEDICINA
El hombre en una de las cuatro camas del frente, la más cercana al
puesto de enfermería, tenía enfisema severo. Su tos era débil y
prolongada cuando él exhalaba con dificultad apenas una pequeña
cantidad de aire con cada tosido. Esparcía saliva como un motor
distante que no podía arrancar de verdad. Una vez y otra, se elevaba
débilmente hasta que aclaraba suficiente moco para lograr una
respiración ligeramente mejor y unos pocos minutos más de sueño.
En la segunda cama a la derecha, el veterano de la II Guerra
Mundial con bronquitis tenía una tos fuerte, húmeda y llena de flema
y moco, que terminaba en una expectoración. Y luego tranquilidad.
El tenue siseo del oxígeno que entraba en la tienda de plástico del
anciano con insuficiencia cardiaca se fundía con los sonidos de fondo
del agua burbujeando en el tanque de oxígeno. Cerca del puesto de
enfermería había un inhalador Maws con el silbido del agua
mentolada hirviendo. Afuera de la sala en la distancia, podía oír a
alguien decir algo al hombre en la cama de al lado, luego una
respuesta más débil menos clara, seguida por un silencio. Todo lo
que podría decir era que era una voz humana solitaria en algún lugar
afuera de la sala oscura.
Pronto podría seguir a cada paciente por su sonido o la ausencia
de un sonido. Una noche la enfermera me dijo cómo vigilaba la sala.
Ella tenía un sexto sentido cuando algo no estaba bien. Agarraba su
linterna y se movía en la sala, encontrando rápidamente al paciente en
problemas siguiendo su sentido además de su fino sentido de
audición.
Aprendí a distinguir las diferentes toses en la noche sentado allá
oyendo los sonidos de la sala... los crepitantes húmedos de la
insuficiencia cardiaca, los escupitajos prolongados de la bronquitis
crónica y enfisema, la tos tenue rechinante del cáncer de pulmón
terminal, el ronco graznido de la tuberculosis cavitaria, y las toses
ruidosas y efectivas en los hombres de otra manera sanos con
influenza o neumonía.
SONIDOS DE LA NOCHE
189
Algunas noches estaban llenas de horrores para algunos pacientes,
especialmente los pacientes con demencia. Como Rupert Mullins el
paciente de la compactación fecal, ellos era capaces de funcionar
durante el día, pero tan pronto como el sol se ponía, se ponían
confundidos y agresivos. Las sombras se convertían en bestias que
atacaban o peor la luz de la linterna de la enfermera podría disparar
un grito frenético. No siendo capaces de ver las caras u oír las voces
familiares, se volvían temerosos y se sentían perdidos. Sus llantos
ocasionales y gemidos se mezclaban con las toses intermitentes y los
otros sonidos de la noche.
En la profundidad de la noche, digamos después de las 3 a.m., el
hospital estaba muy tranquilo, un barco sin movimiento no batido
más por las olas. El hospital tenía un solo operador de teléfono quien
se ocupaba del sistema de altoparlante. Después de medianoche, ella
bajaba el volumen para que cualquier llamada por el buscapersonas
sea escuchada. Algunas veces pude oír su leve ronquido sobre el
micrófono. Debe haberse dormido de tiempo en tiempo. ¿Cómo más
podía ella pasar el tiempo en la mitad de la noche sin que nada haya
pasado en horas?
Era al final de la noche en que Mazie hacía sus revistas. Mazie era
una mujer negra muy vieja quien había sido parte del hospital desde
que se abrió en 1925. Cada noche después de medianoche, Mazie
hacía una gran jarra de café, la cual ella empujaba en un carrito de
una sala otra para dar a las enfermeras el estímulo que mucho
necesitaban en el medio de la noche.
El café me despertaría rápidamente, pero no podría dormir
después. Era muy sensible a la cafeína. Una noche estaba en la cocina
de la sala buscando algo que comer, se habían comido todo, pero
encontré un frasco de jugo de uva sin azúcar, me tomé de un tirón un
vaso del fuerte líquido. En segundos, yo estaba completamente
despierto de un sacudón. Desde entonces, usé el jugo de uva no
endulzado para mantenerme despierto en las largas noches.
190
LA ESCUELA DE MEDICINA
Una noche tarde, bien avanzada la noche, Mazie había acabado de
pasar por la sala donde estaba escribiendo la historia de un paciente.
La tenue voz de la operadora sonó en el altavoz. Al principio era
como un susurro ronco, y no pude entender. Luego nada. Luego un
débil susurro que venía de la operadora.
“Mazie, Mazie. ¿Dónde está Ud.?” la operadora susurró en el
altoparlante.
Luego minutos más tarde, esta vez un poco más alto, “¿Mazie,
dónde está Ud.? ¿Mazie, Mazie?”
Varios minutos transcurrieron, y luego en una fuerte voz de
mediodía con el volumen subido, la operadora exigió, “MAZIE,
NECESITO CAFÉ, ¡AHORA!”
Todavía puedo oír la desesperación en la voz de la operadora y
entenderla.
Cuando un paciente muy enfermo era ingresado tarde, la noche
cambiaba rápidamente y el tiempo se desvanecía. La luz rosada del
amanecer estaba allí antes de que me diera cuenta. Al principio
enceguecido por la brillante luz del día, finalmente salía del hospital.
Somnoliento, cansado, y hambriento, dando tras pies regresaba a la
residencia Phi Chi para tratar de dormir un poco. En el camino me
encontraba con Oscar y Walter que iban al hospital. Les contaba
sobre el paciente de la noche. Ellos estaban entrando en el día cuando
yo estaba saliendo de la noche.
22
Las primeras guardias privadas...
Simplemente, un asunto de orgullo
A los estudiantes del último año se les permite trabajar en la noche
y en los fines de semana en ciertas clínicas autorizadas.
Comentarios del Decano
Otoño 1954
El último año de la escuela de medicina llegó, y nos redujimos como
clase. Casi todos teníamos un trabajo a medio tiempo en la noche y en
los fines de semana. Dados nuestros muy pequeños grupos en las
cortas rotaciones clínicas de este año, y nuestros trabajos de noche y
fines de semana, cada vez nos veíamos menos unos a otros. Las cenas
de los viernes en la noche en la casa Phi Chi habían llegado a su fin.
Habíamos oído la última de las cartas de la madre de Oscar. No
habría más imitaciones de Wally de los profesores por venir, ahora él
era un interno de cirugía en Vanderbilt. No más premios para el
estudiante más excitado de la semana. Era tiempo de dispersarse la
familia. Al final del año, todos estaríamos yéndonos a los internados a
sitios todavía ignorados. El último año era la preparatoria para nuestra
separación final.
Los trabajos fueron casi universales para los estudiantes en
nuestra clase. La mayoría de los trabajos, llamados externados,
estaban centrados en hacer historias de admisión y transcribir órdenes
de médicos privados. Jean estaba de externo en Saint Thomas
Hospital, junto con otros compañeros. Otros eran externos en la
noche en el enorme Central State Insane Asylum, el cual albergaba
más de dos mil pacientes llevados allí involuntariamente. Tal
192
LA ESCUELA DE MEDICINA
confinamiento era entonces permitido por la ley. Oscar estaba como
médico de planta en uno de los hogares para niños. Tres compañeros
cubrían llamadas para ver enfermos de la penitenciaría estatal. Otros
brindaban cobertura de cuerpo presente durante la noche en el
sanatorio antituberculoso.
Cinco de nosotros habíamos aceptado el trabajo de dar anestesia a
casos obstétricos en las noches. Habíamos tomado un curso de dos
meses en el verano para prepararnos. Vivíamos con el personal de
cirugía en una casa vieja inmediatamente detrás del hospital y
atendíamos llamadas cada quinta noche. La única paga era habitación,
comida y lavandería gratis. La comida era ilimitada, y yo gané cerca
de diez kilos pensando estúpidamente, que mientras más comiera, era
más pagado.
Visitar a los compañeros en sus diferentes trabajos se convirtió en
el pasatiempo favorito. Pasé tiempo con mis compañeros en la
penitenciaría, el asilo y el sanatorio antituberculoso. Pero mis visitas
preferidas eran a Hank en un pequeño hospital privado al otro lado de
la ciudad. Hank tenía el trabajo con la máxima responsabilidad.
Manejaba la sala de emergencia durante la noche y fines de semana.
Otros dos compañeros trabajaban allá también la noche cada tercer
día y los fines de semana. La mayoría de los pacientes tenía
problemas que no eran emergencias serias que amenazaran la vida.
Era más una clínica nocturna para cubrir la práctica de los médicos
privados que una sala de emergencia.
Allí pasé varias noches a lo largo del año, mirando a Hank hacer
su trabajo y ayudándolo cuando estaba sobrecargado. Era divertido,
pero era más de lo que yo me habría encargado dado nuestro nivel de
experiencia. Hank lo veía de otro modo. Como todos los cirujanos,
Hank no tenía miedo. Recibía apoyo por teléfono de uno de los
médicos privados, a quien podía llamar en cualquier momento a pedir
ayuda, aunque Hank casi nunca llamó al hombre. Era un asunto de
orgullo.
SIMPLEMENTE, UN ASUNTO DE ORGULO
193
Una noche, este orgullo casi lo hace trastabillar. Un niño pequeño
y su padre estaban sentados en la salita de tratamiento cuando Hank y
yo entramos. Hank estrechó su mano y se presentó como “Dr.
Meiers.” Parecía como que hubiera estado diciendo eso por veinte
años. Yo estaba impresionado.
El muchachito se había caído con sus patines y se había lesionado
su muñeca derecha. Estaba sentado en las piernas de su padre con las
lágrimas corriendo por su carita sucia. El padre estaba con su overol
cubierto de grasa, obviamente era un mecánico de algún tipo. Cuando
se levantó, puso al niño en el suelo, se estiró y estrechó la mano de
Hank. El hombre parecía un jugador de fútbol corpulento de casi dos
metros que pesaría mucho más de lo que Hank y yo pesábamos
juntos.
Hank masculló, “Este es el Dr. Meador. Él está trabajando
conmigo esta noche.”
El padre extendió su mano. Parecía como un guante de béisbol.
“Gusto en conocerlo,” dijo el padre.
Hank ordenó una radiografía de la mano, muñeca y codo. El me
dijo que hacía eso para no dejar pasar ninguna fractura. Nunca
tuvimos a nadie que nos dijera que había que tomar radiografías de la
articulación por arriba de la lesión. Hank simplemente lo acababa de
inventar.
La radiografía mostró una fractura de Colles de la cabeza del
radio derecho. Esta es la fractura clásica que ocurre al caer con las
manos extendidas. La muñeca se dobla hacia atrás y rompe el hueso
justo por encima de la muñeca. El niño lloró cuando Hank le dijo que
tenía un hueso roto.
Nosotros nos retiramos a la oficina del médico privado. Todas las
sillas y la mesa estaban llenas de revistas médicas. Los anaqueles
estaban llenos de libros, algunos que databan de comienzos del siglo
veinte. Había una bata blanca tirada sobre una silla. El escritorio
estaba cubierto de muestras médicas y literatura dejada allí por los
194
LA ESCUELA DE MEDICINA
visitadores médicos. Un pequeño negatoscopio estaba colgado en la
pared sobre un pequeño lavamanos. Hank puso la radiografía sobre la
pantalla y me señaló la fina línea de fractura. En la vista lateral el
radio se veía doblado hacia atrás. Ud. podía observar la naturaleza de
la lesión al ver el desplazamiento hacia atrás de la muñeca con el
impacto.
“Vamos a ver lo que dicen los libros qué se debe hacer aquí,” dijo
Hank mientras hojeaba un libro de ortopedia. Leyó rápidamente para
sí, cerró fuertemente el libro, y dijo, “No hay problema, vamos a
ponerle el yeso en el brazo.”
“¿Tú has hecho esto antes?” pregunté.
“No,” contestó Hank.
“¿No crees que deberías llamar al cirujano?” Le pregunté,
nervioso porque Hank se estaba moviendo en una zona prohibida. Yo
no tenía idea de cómo poner un yeso. Hank no me contestó.
Hank envolvió el brazo del niño en una gasa fina. Luego estiró el
yeso húmedo y se lo envolvió alrededor de la mano y muñeca del
muchacho, extendiendo todo el yeso húmedo hasta el codo. Luego lo
alisó y en pocos minutos el había colocado un yeso que lucía muy
profesional. Palmeó al niño en la cabeza, y le dijo al padre que le
mirara los dedos y chequeara la sensibilidad cada tres o cuatro horas,
y que regresara si la mano se ponía azul o se le dormían los dedos. El
hombre agradeció profusamente y se fue. Hank y yo continuamos
atendiendo el modesto flujo de pacientes con resfriados, dolores de
garganta o pequeñas heridas o abrasiones.
En menos de media hora, oí una fuerte voz que venía de la sala de
espera. La voz se escuchó más cerca y pronto el padre del niño
apareció en la habitación. Había desaparecido el agradecimiento y
respeto que el hombre nos había demostrado cuando se fue. El
hombre estaba furioso. “¿Dónde está ese doctorcito?” gritó. Yo lo
quiero ver... ¡AHORA!”
SIMPLEMENTE, UN ASUNTO DE ORGULO
195
Hank sacó su cabeza fuera del consultorio. El hombre buscó la
cara de Hank y le batió un yeso blanco en su delante. “!¿Qué clase de
trabajo chambón es éste?! Se baja el muchacho de mi camión en la
casa y el yeso completo se le cae. ¡Ahí mismo! Se le cae.”
Hank no vaciló. Sin echarse para atrás ni un poquito, y aun
pareciendo un poco irritado, dijo simplemente: “Ahora exactamente
dígame, ¿cómo estaba su hijo sosteniendo el brazo? Quiero saber eso
antes de que hablemos.”
El hombre se detuvo, vaciló y dijo, “Uh, bueno, así creo.” El
sostuvo su brazo a un lado hacia abajo imitando como pensó que
había hecho su hijo.
“¿Ve?,” dijo Hank en voz alta, sacudiendo su cabeza, “Yo pensé
que era eso lo que había pasado.” Hank realmente se veía frustrado.
“Yo le dije a Ud. que mantuviera el brazo en ese cabestrillo. Ud. no
puede llevar colgando un yeso nuevo. Ahora, tengo que ponerle el
yeso otra vez.”
El hombre era todo excusas. Siguió a Hank al cuarto de
tratamiento y continuaba diciendo cuan apenado estaba, y cuan
apenado estaba de haber puesto a Hank en todo ese problema.
Hank repentinamente se volteó y con la cara más seria posible,
dijo, “No es ningún problema, yo estaba un poquito molesto, eso es
todo.”
Aunque Hank estaba equivocado por haberse metido en un
terreno médico que no conocía, yo sabía a otro nivel que Hank era un
cirujano innato. No importa cuán mala, desesperada o difícil fuera la
situación, Hank tenía una cualidad requerida para todos los cirujanos
en emergencias, imperturbabilidad.
Después que terminó de poner el nuevo yeso, Hank se escurrió a
la oficina y colapsó en el sofá. Hank juró que ese sería el primero y
único yeso hasta que él tuviera entrenamiento ortopédico. “Mi Dios,”
dijo. “¿Puedes creer que sea el primer yeso que pongo y que se caiga?
Precisamente que se caiga. Yo que me estaba asegurando de que no
196
LA ESCUELA DE MEDICINA
quedara demasiado apretado. Pensé que el hombre iba a darme una
tunda. No le cuentes esto a Jean, Oscar o a cualquier otro.”
“Hank, estoy que no aguanto para hacerlo.” Me reí y me senté a
su lado. Hank era una fuente constante de grandes cuentos para la sala
de estar.
23
En la búsqueda del internado...
El último capítulo
Requisitos para la graduación.- El candidato para el grado de
Doctor en Medicina debe tener 21 años y un buen carácter moral.
Los graduandos deben haber pasado al menos cuatro años como
estudiantes de medicina matriculados, al menos dos de los cuales
deben haber sido en esta Escuela. Ellos deben haber terminado
satisfactoriamente todos los exámenes prescritos y estar libres de
deudas con la Universidad. Al final del cuarto año todo estudiante
que haya cumplido con estos requisitos será considerado para el
grado de Doctor en Medicina.
Programa 1954-1955
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
El último año serpenteó y finalmente llegó a su término. Nuestro
último año en la escuela no fue tan estresante como los primeros tres
años tan sobrecargados de tensión. Me preguntaba si esto habría sido
diseñado así a propósito. Puede ser que haya sido una manera de
hacernos descansar y prepararnos para el más mortal y forzado de
todos los años, el internado. No había llamadas nocturnas en ninguno
de los cursos o rotaciones. Rotábamos de una clínica a otra, era una
especie de cafetería de las especialidades en existencia, en ese
entonces. Generalmente pasábamos cerca de dos semanas en cada
clínica tomándole el gusto a los problemas clínicos de esa
especialidad. La mayoría de las clínicas se reunían sólo una vez por
semana. Si un paciente tenía problemas que afectaban varios órganos,
podría tomarle uno o dos meses ir de una clínica a otra hasta haber
pasado por todas las consultas externas necesarias. Alguien una vez
198
LA ESCUELA DE MEDICINA
oyó a una trabajadora social preguntar a un hombre qué clase de
trabajo hacía para vivir. Él le contestó. “Señora, Ud. no puede tener
un trabajo a tiempo completo y asistir a las consultas de la
universidad.”
Algunas tardes, Oscar, Jean y yo jugábamos golf. Nuestras
noches eran ahora casi todas libres. En algún modo, nos estábamos
incorporando al mundo exterior. La Guerra de Corea, con sus detalles
poco conocidos para nosotros, había terminado. Comenzábamos a
salir de nuevo con chicas. Veíamos películas y jugábamos póquer los
miércoles en la noche en la residencia Phi Chi. Teníamos tiempo para
leer, lo que era casi imposible durante la mayor parte del tercer año.
Era como una maravillosa cura de sueño que necesitábamos después
de una larga enfermedad.
No había visto a Wally en varios meses, él se había quedado
después de su graduación como interno quirúrgico, y había estado en
el VA Hospital. Apenas lo reconocí. Tenía ojeras y había perdido por
lo menos diez kilos. Lucía como uno de esos soldados de las películas
de la II Guerra Mundial que había escapado de un campo japonés de
prisioneros de guerra. “Sólo espera. Sólo espera para que veas.” dijo
Wally cuando nos sentamos para tomar una soda en la cafetería. “Si
pensabas que Jungle Jim era malo, o si pensabas que Shapiro era
difícil, prueba el internado. Demonios, no he dormido en semanas.
Estoy pasado de frenético. Estoy exhausto.” Wally continuó y
continuó extendiéndose en su fatiga y en su tormento. Pero de nuevo,
como siempre, había una realidad escondida debajo de la exageración
de Wally.
La escuela de medicina entonces y ahora lo prepara a uno para
una sola cosa, para el siguiente paso en el camino educativo para
convertirse en un verdadero médico: el internado. Comenzar la
búsqueda de un internado, se volvió nuestra más alta prioridad. Mi
primera mirada fue hacia Alabama, mi estado nativo. En 1954,
Tinsley Harrison ya se había vuelto una leyenda. Su libro de texto
Principles of Internal Medicine se estaba convirtiendo en el nuevo
EL ULTIMO CAPÍTULO
199
estándar nacional. Y él se había convertido en el jefe de medicina en
la Universidad de Alabama en Birmingham. Yo sentía atracción por
él y su modo de pensar. Ya sabía que quería seguir una carrera en la
medicina académica. Cuando entré a su oficina, el Dr. Harrison se
puso de pié, salió de detrás de su escritorio y apretó mi mano.
Exudaba energía y hablaba en un afectado acento sureño que yo llamé
“sureño enfático.” Aunque ese acento está desapareciendo, Ud.
todavía lo puede oír en los viejos sureños educados en el norte. Él fue
directo al grano.
“Me encantaría tenerlo aquí. Pero no le voy a ofrecer un puesto.
Ud. escribió que estaba interesado en la medicina académica. Váyase
al Este. Entrénese bien, vaya a Boston, New York, Hopkins. Regrese
e incorpórese a mi personal. No estoy listo para ofrecerle lo que Ud.
puede obtener en el Este.” Se levantó y me encaminó a la puerta.
Hizo una pausa justo antes de darme la mano. “Recuerde esto.
Siempre ponga la persona antes que la institución. Si algo es bueno
para la institución, pero malo para la persona, no lo haga. Si algo es
bueno para la persona, y bueno para la institución, entonces hágalo.
Sería bueno para nosotros tenerlo aquí. No sería bueno para Ud.
Váyase al Este.” Me dio la mano y se despidió. No lo volví a ver
hasta que me uní a su cuerpo de profesores ocho años más tarde.
Justo antes del primer trimestre de ese último año, en agosto de
1954, Hank, otros dos compañeros y yo nos enfilamos al Este en un
viaje de una semana. Fuimos por tren a New York y Boston, lo cual
requería cambios en Atlanta, Washington y New York, Hank estaba
buscando programas de cirugía, y yo estaba visitando departamentos
de medicina. Tenía mi corazón puesto en Bellevue, donde sabía que
podría ver la más grande variedad de problemas clínicos.
En Boston, tenía entrevistas en el Mass General, Peter Bent
Briham, y el Servicio Harvard en la ciudad de Boston. En Nueva
York tenía entrevistas en el Columbia Presbyterian en el Upper West
Side, en New York Hospital de Cornell en el Upper East Side, y en el
200
LA ESCUELA DE MEDICINA
Servicio de Cornell en Bellevue en el Lower East Side. Aprendí
rápidamente a usar el metro.
Bellevue tenía la reputación de ser el internado más difícil que
existía. El ser difícil y exigir muchísimo era parte del juego que
deseábamos la mayoría de nosotros esos días. Machismo era lo
máximo. Eso es lo que yo pensé que quería, hasta que visité el
Bellevue. Pasé la mañana con el personal del hospital y tenía mi cita
para la entrevista con el jefe del servicio al mediodía. Mi primera
mirada al personal comenzó a hacer cambiar mi opinión. Sus batas
blancas se habían vuelto de un gris sucio, con manchas de negro y
gotas de sangre aquí y allá. Tres de los médicos estaban dormidos
durante el reporte de la mañana. Ninguno de ellos afeitado. Al
caminar en la revista ellos describían su rutina diaria, no solo extraer
todas las sangres, sino también llevar las muestras al laboratorio y
hacer el trabajo de laboratorio, químicas y todo. Luego ellos corrían
de regreso para llevar a los pacientes a rayos X, sólo a tiempo para
regresar apurados a la sala para trabajar en las siguientes cuatro a
cinco admisiones diarias, únicamente para comenzar el proceso de
nuevo. Los internos en el Bellevue hacían eso sin ayuda. No había
ningún apoyo del personal más que una enfermera o dos. Internos y
enfermeras, eso era todo. Para colmo, me dijeron que estaban cortos
de personal. Un residente y un interno estaban fuera por tener
tuberculosis contaminante, la cual habían adquirido en el servicio. Un
caso ocasional no era infrecuente en un hospital de enseñanza, pero
dos en un año era mucho.
Mi entusiasmo inicial por Bellevue fue cayendo minuto a minuto,
Quería irme, pero tenía la entrevista pautada, así que esperé. Caminé
hacia la oficina del jefe. Era un nombre importante en los círculos
académicos, habiendo sido presidente de los Old Turks el año
anterior. Apenas cuando me senté, toda la pretensión que yo había
reunido se desvaneció. Antes de que supiera, pude oírme a mi mismo
diciéndole que había decidido retirar mi nombre de consideración
para un internado en Bellevue. Dije algo acerca de no quería hacerle
EL ULTIMO CAPÍTULO
201
perder su tiempo y alguna otra palabra entre dientes, cuando me
levanté y me dirigí a la puerta. Sus ojos me siguieron a la puerta
cuando salía de la habitación. No dijo una palabra, cuando se levantó
tenía la expresión más incrédula.
Cuando salí a la calle, hice respiraciones profundas de alivio.
Caminé por los alrededores a un alto puente de concreto y miré hacía
el East River debajo y a Brooklyn en el otro lado. Me sentí como que
había escapado de la Isla del Diablo. Si Ud. ve alguna vez a un
médico que se haya entrenado en Bellevue, levántese y sáquese su
sombrero y sepa que Ud. está en presencia de un miembro de la
Legión Extranjera Francesa de Medicina, la más difícil de lo difícil.
Ellos habrán visto y hecho todo, y más de una vez. Cada imaginable
enfermedad de cada alma maltratada y abandonada que allí caen de
toda la ciudad de New York. Ellos ven todo eso. Yo envidié esa
oportunidad, para ver ese amplio espectro de enfermedad, pero yo
sabía que no tenía la madera o la voluntad para hacer el internado de
Bellevue.
Continué con las entrevistas en Columbian Presbyterian Hospital
y New York Hospital de Cornell. Estuve en el solarium en el piso
nueve del Presbyterian Hospital, cuando hice el recorrido con el Dr.
Robert Loeb, jefe de medicina. Cuando miré hacia la zona baja de la
ciudad, pude verlo todo. Central Park estaba a la izquierda. El río
Hudson que brillaba abajo a la derecha, la reducción gradual de
Manhattan en Battery Park a la distancia brumosa. Aquí era donde yo
quería estar.
A mediados de marzo supimos dónde haríamos nuestros
internados y probablemente pasaríamos los siguientes años de
residencia; eso era con toda seguridad, donde nos estableceríamos y
practicaríamos o haríamos investigación y enseñaríamos. Hay sólo
unos pocos días de gran significación en la vida de una persona, el día
que nacemos, el día en que nos casamos, el día que nace un hijo o
hija, y ciertamente el día en que morimos. Yo pondría el día del
internado a ese nivel de importancia. Pensé lo extraño que era, y
202
LA ESCUELA DE MEDICINA
todavía lo pienso, que cuánto de destino pende de un sólo día. A
mediados de marzo a lo largo y ancho del país, los estudiantes del
último año abren sobres el mismo día y literalmente leen su destino
en un pedazo de papel. La vida imaginada que podía haber sucedido
en un sitio se desvanece para pasar al segundo o tercer sitio
seleccionado para el internado. Algunas veces en una ciudad o
sección del país muy diferente a la que se había pensado. En un flash,
uno ve cómo se enfocan los años venideros.
La carta en mi sobre era del Dr. Robert Loeb, jefe de medicina en
el Columbian Presbyterian Hospital en New York. Decía que estaba
complacido de ofrecerme una invitación para servir como médico
interno en su servicio. Yo me desplomé en la silla cercana. Mi
respiración era rápida. Mi pelo erizado en mis brazos y cuello. Yo
había logrado lo que más quería. Estaría en New York, la gran
manzana. Quería gritar y saltar y correr. Hank vino a mí sonriendo. Él
logró lo que anhelaba, cirugía en Barnes y Washington University.
Jean, Oscar y Ben se quedarían en Vanderbilt. Walter iría al servicio
médico de Harvard en la ciudad de Boston. Todos logramos nuestras
primeras opciones. Supe que el resto de nuestra clase también lo
consiguió.
Después de marzo ya no había mucha atención para la escuela.
Todos hacíamos planes para nuestras mudanzas y sobre todo
fiesteábamos. La graduación ese año tuvo que ser movida del césped
al gimnasio debido a la lluvia. El decano Rusk, que más tarde sería
Secretario de Estado en los gobiernos de los presidentes Kennedy y
Johnson, fue el orador del acto. No recuerdo una sola palabra de lo
que dijo, ni siquiera el tópico. Desde nuestros asientos en el gimnasio,
mi vista, al mirar al público hacia atrás, recorría de una cara a otra.
Mi familia estaba allí, así como las familias de Oscar, Hank, Jean,
Walter y Ben. Luego enfoqué las caras de los profesores. “Jungle
Jim” Ward de anatomía, Meng de fisiología y Mennely de VA; luego
Shapiro de patología, Hartman, Kampmeier y Newman. Casi el todo
EL ULTIMO CAPÍTULO
203
el cuerpo de profesores estaba allí. El decano John Youmans me dio
mi diploma, y me convertí en el Doctor Meador.
Ahora comenzaría el ciclo de nuevo, del primero al último año, de
ahí al primero y al último, al primero al último año, ciclo que
continuaría por otros siete años de internado, luego residencia, luego
como parte del cuerpo médico del ejército, regreso a la residencia y
entrenamiento, después como miembro joven de un grupo de práctica
médica, y finalmente como miembro joven del profesorado en
Alabama con el Dr. Tinsley Harrison.
He oído a algunos doctores decir que lo que ellos aprendieron en
la escuela de medicina tiene poco parecido con lo que ellos hacen
diariamente en su ejercicio. Ellos lo atribuyen a la rápida velocidad
de cambio en el conocimiento médico y científico y a la explosión de
tecnología que nos rodea. Aunque estos avances han ocurrido, y
mientras sabemos mucho más acerca de la enfermedad y salud, sin
embargo yo no comparto esos puntos de vista.
Los profesores y los pacientes de la Escuela de Medicina de la
Universidad de Vanderbilt en la mitad del siglo veinte me enseñaron
que los fundamentos del cuidado de los pacientes no tienen tiempo.
Eran verdad entonces y permanecerán siendo verdad. Lo más
importante en esta lista de principios es la habilidad de escuchar a un
paciente como un ser humano, con los mismos sentimientos,
problemas, y enfermedades como todos nosotros podemos tener. Pero
más allá de escuchar, Vanderbilt me enseñó a colocar la enfermedad
del paciente en el contexto y en la historia que es singular para la vida
de ese paciente particular y específico.
“Es tan importante conocer el paciente con la enfermedad como
es conocer la enfermedad misma.” No recuerdo qué profesor dijo esto
primero. La enfermedad cambia, viene y va. La tecnología sigue a la
ciencia y al conocimiento, y también viene y va. La naturaleza y el
espíritu humanos no vienen y van. La esencia de lo que yo aprendí en
Vanderbilt con mis compañeros en la clase de 1955 ha persistido y ha
204
LA ESCUELA DE MEDICINA
aumentado con los increíbles avances en ciencia y tecnología de los
pasados cincuenta años.
EPÍLOGO
Se hace también un intento por interesar al estudiante en la
relación de la enfermedad y lesión con la sociedad y despertar en
su conciencia sus amplias obligaciones con su comunidad y la
organización social de ésta.
Programa 1951-1952
Escuela de Medicina
Universidad de Vanderbilt
La mitad del siglo veinte que siguió a la II Guerra Mundial fue un
tiempo de transición. Estas historias sobre los compañeros, los
profesores y los pacientes pertenecen a una escuela de medicina que
estaba excluida en ese entonces del ancho mundo. Estábamos
alejados de los principales sucesos del día, la Guerra de Corea y la
aparición de la Guerra Fría con la Unión Soviética con la amenaza de
devastación nuclear. Nosotros vivíamos en el Deep South, y
conocíamos únicamente sus mundos completamente segregados de
negro y blanco. Martin Luther King Jr. estaba apenas terminando el
bachillerato, y Brown vs the Board of Education* estaba en la Corte
Suprema de los Estados Unidos. No había estudiantes de medicina
negros y no había profesores negros en la escuela de medicina. Había
una sola sala para pacientes negros en el hospital. Había solo dos
mujeres en la clase de 1955.
El cuerpo de profesores de la escuela de medicina era de 382 en el
programa de 1951-1952. De ellos, 302 estaban en la práctica privada
*
NT: Demanda por la segregación racial en las escuelas públicas. En 1954 la Corte
la declaró inconstitucional. Este dictamen fue uno de los pasos más importantes en
la lucha por los derechos civiles y la integración.
206
LA ESCUELA DE MEDICINA
y hacían su trabajo sin recibir ninguna paga. Había solo 80 miembros
a tiempo completo. Muchos de esos también ejercían prácticas
privadas para completar sus ingresos.
En 1951, como muestran estas historias, las mujeres todavía no
habían entrado en gran número a medicina. Había un promedio de
dos mujeres en cada año y sólo quince profesoras. Aunque ellas
fueron pocas en número, tres de las profesoras jugaron un importante
y formativo papel en nuestra educación.
La Dra. Mary Gray era única que enseñaba histología. Era una
brizna de perfume y encanto maravillosos, en un mundo lleno de
formalina. La Dra. Ann Minot, bioquímica de alguna relevancia,
manejaba el laboratorio central de química. La Dra. Minot y su
asociada, Helen Frank, no sólo hacían las medidas, sino que seguían
cuidadosamente a los pacientes. Conocían los problemas clínicos de
los pacientes y las razones para sus admisiones. Con frecuencia nos
llamaban para decirnos que la urea se había elevado o que una de las
pruebas de función hepática, era anormal o que alguna otra medida
había cambiado. La Dra. Minot también nos enseñó el manejo de
fluidos, electrolitos y equilibrio ácido/base. Ambas mujeres eran
bastiones con que contar, especialmente si nosotros dañábamos una
muestra o poníamos sangre en el tubo equivocado.
La Dra. Mildred Stahlman, entonces miembro joven de la
facultad, nos enseñó la atención del recién nacido. Millie, como la
llamábamos continuó una carrera muy distinguida con su trabajo en el
conocimiento y manejo del pulmón inmaduro del infante prematuro.
Ella fue la primera médica que ventiló un infante. Esa sola
contribución ha salvado a miles de infantes prematuros. Millie
Stahlman fue una de las creadoras del nuevo campo de la
neonatología.
En 1951 cuando comenzamos éramos cincuenta y dos, el tamaño
usual de una clase en ese tiempo. Al final del segundo año la clase era
de cuarenta y cuatro estudiantes, siete habían fracasado o les habían
pedido que se retiren, y uno había muerto en un accidente de tránsito.
207
En el tercer año tres alumnos fueron transferidos desde escuelas
de medicina de dos años, entonces en existencia, haciendo un total de
cuarenta y siete estudiantes que nos graduamos en 1955. Nuestra
clase se distribuyó en veinte y dos sitios para internados y residencias
y quedó distribuida en las siguientes especialidades:
Cirujanos generales ................................ 5
Neurocirujanos ....................................... 4
Cirujanos de tórax .................................. 2
Cirujanos cardiovasculares .................... 3
Oftalmólogos ......................................... 2
Cirujanos ortopédicos ............................. 2
Urólogos ................................................. 3
Obstetras y ginecólogos......................... 2
Internistas/ especialistas médicos ........... 8
Radiólogos ............................................. 1
Pediatras ................................................. 8
Patólogos ................................................ 3
Psiquiatras............................................... 3
Neurólogos ............................................. 1
Cerca de la mitad de la clase continuó en carreras académicas a
tiempo completo o a medio tiempo. Para el 2002, ocho de los
cuarenta y siete compañeros habían muerto.
Hank (Henry Meiers) se fue a Saint Louis para un internado y
residencia en cirugía en Barnes Hospital de Washington University.
Después de servir en el ejército, pasó su vida como un distinguido
cirujano general en Kentucky. De tiempo en tiempo, antes de que
muriera ya hace varios años, vi pacientes suyos que me refería para
consultas médicas.
Jean (Cortner) pasó un año en pediatría en Vanderbilt, y luego
hizo su residencia en el Babies’ Hospital en Columbia Presbyterian
Hospital en la ciudad de New York, regresando a Vanderbilt como
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LA ESCUELA DE MEDICINA
residente jefe. Siguiendo un tour de dos años en el ejército en Paris,
Jean se entrenó extensamente en genética bioquímica, primero en
Rockefeller Institute y más tarde como un asociado especial en
Galton Laboratory en Londres. Jean luego fue un distinguido jefe de
pediatría en dos universidades. Luego de servir como jefe de pediatría
en Roswell Park Memorial Institute, se convirtió en jefe de pediatría
en the State University of New York en Buffalo y pediatra en jefe en
el Children’ Hospital de Buffalo por siete años. Luego fue jefe de
pediatría en University of Pennsylvania y médico jefe del Childrens’
Hospital of Philadelphia. En 1999 Jean fue honrado con la creación
de Jean Cortner Endowed Chair of Pediatrics en el Children’s
Hospital of Philadelphia. Jean y su esposa, Jeanne, reparten su
tiempo entre Jackson Hole, Wyoming, y Philadelphia.
Después de un año en pediatría en Vanderbilt, Ben (Richard
Benjamin Moore) se cambió a cirugía urológica. Hizo su residencia
en urología en University of Tennessee. Luego de su residencia, hizo
su entrenamiento en patología urológica en Armed Forces Institute of
Pathology. Después de servir en la Marina, se convirtió en un urólogo
sobresaliente, ejerciendo en el área de Miami/Palm Beach, Florida.
Su esposa Connie y él viven ahora en el sur de Florida y North
Carolina.
Después de un año en medicina en Vanderbilt, Oscar (Crofford)
pasó varios años en bioquímica en Suiza, y regresó a Vanderbilt,
donde se convirtió en profesor de medicina y en el primer director de
Diabetes Research and Training Center financiado por NIH. Oscar,
el científico más distinguido y completo de nuestra clase, llevó a cabo
totalmente el monumental estudio a nivel nacional del tratamiento
controlado de la diabetes mellitus desde la concepción y
financiamiento del proyecto hasta su culminación. Su estudio
multicéntrico mostró por primera vez y de manera definitiva, que el
control de los niveles de glucosa en sangre reduce las complicaciones
vasculares de la diabetes mellitus. Oscar recibió muchos premios y
reconocimientos por sus gigantescas contribuciones a la comprensión
209
y tratamiento de la diabetes mellitus. Entre esos premios estuvieron el
Lilly Award en 1970, la Banting Medal of the American Diabetes
Association en 1982, y el Novo Award of the Irish Endocrine Society
en 1994. Oscar recibió el Charles H. Best Award dos veces, primero
en 1976 y de nuevo en 1994. En 1996, la Universidad de Toronto le
confirió el título de Doctor en Ciencia, honoris causa, en el
aniversario setenta y cinco del descubrimiento de la insulina por
Banting y Best en la Universidad en 1921. En 1999 recibió el
Novartis Award siendo el primero en recibir tal distinción por
Lifetime Achivement. Oscar y su esposa Jane, viven en su amada
granja de Arkansas, donde crían vacas.
Wally (Wallace Faulk) completó su entrenamiento quirúrgico
general en Vanderbilt. Luego fue a entrenarse por cuatro años en el
departamento de oftalmología de University of Iowa. Luego servir en
la Marina, practicó la oftalmología en Nashville, donde todavía vive.
Walter (Puckett) se entrenó en el servicio médico de Harvard en
Boston City Hospital, el equivalente del Bellevue en Boston.
Siguiendo un servicio en la Marina en Underwater Demolition Force
(predecesor de the Navy SEALS), regresó a Vanderbilt, y practicó y
enseñó cardiología en Chatttanooga, Tennessee.
Yo regresé a Vanderbilt en 1973, para incorporarme al cuerpo de
profesores a tiempo completo y para establecer el servicio de
enseñanza de Vanderbilt en Saint Thomas Hospital. Además de haber
enseñado, tuve una muy activa práctica privada y de referencias. Fue
mi gran privilegio haber servido como médico personal de algunos de
mis profesores, incluyendo al decano John Youmans, al Dr. Rudolph
Kampmeier, al Dr. James “Jungle Jim” Ward, a las Dras. Ann Minot,
y Helen Frank. Y me volví especialmente cercano al Dr. John
Shapiro, con quien compartí y discutí muchas de las historias de este
libro.
210
LA ESCUELA DE MEDICINA
EL AUTOR
Clifton K. Meador se gradúo de la Escuela de Medicina de la
Universidad de Vanderbilt en 1955, y compartió con un compañero la
Medalla del Fundador por estar en el tope de su promoción. El Dr.
Meador dirigió el NIH Clinical Research Center en la Universidad de
Alabama en Birmingham durante 6 años, ascendió a profesor de
medicina, y sirvió como decano de la Escuela de Medicina en esa
universidad de 1968 a 1973.
En 1973 el Dr. Meador regresó a Vanderbilt para incorporarse a
tiempo completo a la Facultad de Medicina como profesor de
medicina y establecer el servicio de enseñanza de medicina de
Vanderbilt en Saint Thomas Hospital. El Dr. Meador sirvió también
como director médico del hospital hasta 1998, cuando se convierte en
el director ejecutivo de la recién formada Meharry-Vanderbilt
Alliance. Actualmente es profesor de medicina en ambas escuelas y
continúa dirigiendo los programas de la Alliance.
El Dr. Meador ha publicado extensamente en la literatura médica;
y es bien conocido por los artículos “The Art and Science of
Nondisease” y “The Last Well Person” en New England Journal of
Medicine, y “A Lament for Invalids” en Journal of American Medical
Association. Estas publicaciones tratan con sátira los excesos de la
atención médica. Es autor de siete libros, incluyendo el best-seller “A
Little Book of Doctors’ Rules”*
El Dr. Meador vive en Nashville, Tennessee, con su esposa,
Kathleen. Tiene siete hijos y siete nietos.
*
NT: Versión en español “Sobre Medicina, Médicos y Pacientes” Vol I , CDCHTULA, Editorial Venezolana, Mérida, 2001
“Si quiere saber porqué los médicos son como son, lea este libro. Si Ud. fue a la
escuela de medicina y quiere algunas carcajadas verdaderas y nostálgicas, este libro
es para Ud. Lea este libro para descubrir cómo era realmente la escuela de medicina
..... una colección de flaquezas de la escuela... alegres y duraderas.”
George Lundberg, M.D.
Antiguo Editor en jefe del Journal of the American Medical Association,
Profesor Adjunto en las Escuela de Salud Pública de Harvard, y autor de Severed
Trust
“Clifton Meador ha escrito un relato auténtico, emotivo, gracioso de la Escuela de
Medicina de Universidad de Vanderbilt en la cúspide de la edad de la medicina
moderna. La compasión por sus pacientes, el contacto de toda la vida con sus
compañeros, el sabor de los cincuenta, y el profundo significado de lo que esos
primeros pasos en medicina han sido para él, hacen de este libro un debe-leerlo para
los doctores de todas las edades.”
Steven Bergman, M.D. (a.k.a Samuel Shem)
Autor de House of God y Mount Misery
“Med School evoca bellamente una época colorida en el entrenamiento médico en
una de las primeras instituciones de este país, un tiempo cuando los gigantes clínicos
moldeaban y formaban los caracteres de los nacientes doctores a su cargo. Los
maravillosos e íntimos estilo y voz del Dr. Meador, llenos de humor y profundidad,
nos ponen nostálgicos de una clase de entrenamiento médico que era a la vez duro y
difícil de olvidar, e inclusive más personal y significativo. Disfruté todo este libro y
lamenté llegar demasiado rápido a la última página”
Abraham Verghese
Autor de The Tennis Partner y My Own Country
“La escuela de medicina es un tiempo de intensa educación y crecimiento personal.
Convertirse en médico requiere que uno asimile no solamente ‘un conocimiento de
libro’ sino también que el estudiante comprenda, aprecie, e incorpore el lenguaje y la
cultura de medicina. El Dr. Clifton Meador ha descrito sus cuatro años en la Escuela
de Medicina de la Universidad de Vanderbilt en los años cincuenta de un modo que
será placentero para médicos y no médicos por igual. Aquellos quienes fueron
estudiantes de medicina, sin importar dónde fueron entrenados, y, de hecho,
estudiantes de todos los tipos, se verán a ellos mismos, a sus amigos, y a sus
profesores en estas páginas. Y ellos reirán y reirán, y aprenderán y aprenderán”
Steven. G. Gabbe, M.D.
Decano, Escuela de Medicina, Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt
“Med School es un libro maravilloso. Me hizo sonreír, me hizo reír, y algunas veces
trajo lágrimas a mis ojos. Pero sobre todo, me recuerda de mi propia educación en la
escuela de medicina, de los estudiantes con los que trabajé y viví, de los profesores
que me inspiraron y de los que me frustraron, y por encima de todo, de los pacientes
quienes buscaron en nosotros un oído comprensivo y una mano amiga. Bravo!”
Howard J. Bennett, M.D.
Autor de The Doctor’s Book of Humorous Quotations y The Best of Medical Humor
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