CAPÍTULO 2º: FACTORES DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA. 2.1 La población activa. Conocemos ya el número, el régimen demográfico y los ritmos de crecimiento de la población fragatina desde los inicios del siglo XVIII hasta la actualidad. Sabemos con certeza que la etapa que abarca el Setecientos y la primera mitad del Ochocientos supuso un punto de inflexión, un punto de no retorno a épocas anteriores de régimen demográfico antiguo. La época en que Fraga inicia con timidez el tránsito –una larga transición de dos siglos- al ‘régimen demográfico moderno’. Vamos a caracterizar ahora las actividades económicas de aquellos hombres y mujeres; sus actividades principales y complementarias a lo largo de las cuatro generaciones a comparar. Veremos de este modo si sus respectivos ciclos vitales experimentaron cambios sustanciales o si, por el contrario, hemos de entender aquella comunidad –de la primera a la cuarta generación- como permanentemente inmersa en un modus vivendi estacionario, falto de posibilidades de transformación. Obviamente, el comprobado crecimiento de la población local, similar y aún más intenso que el reconocido para la media regional, induce a pensar más en hipótesis de cambio que de estancamiento; un cambio con diferentes ritmos y alternativas contrapuestas; cambios con crecimientos y retrocesos en el número de los ocupados y en sus actividades. Las fuentes para la observación y análisis de la actividad económica son múltiples aunque casi siempre cualitativas, lo que no es poco. El ir y venir de los fragatinos diariamente atareados, litigantes a menudo, envidiosos del éxito ajeno, muchas veces quejosos, pocas satisfechos y siempre rogando el auxilio generoso de las autoridades celestes o el conmiserativo de las terrenas, aflora constantemente en la documentación, pese a que con frecuencia proporcionan información sólo indirecta, puntual, contradictoria incluso y casi siempre interesada. Sus actividades principales aparecen de forma explícita, directa, por su volumen y afección general del vecindario. Son tratadas de continuo y sesudamente por las autoridades locales. Los regidores fijan jornales y precios, controlan funciones y actividades gremiales, vedan o autorizan la vendimia y otras labores agrícolas, delimitan y regulan el uso del agua de riego, organizan mercados y ferias, autorizan introducciones de productos o prohíben su ‘saca’. Con ayuda de las ordenanzas municipales dirigen la vida laboral de los vecinos: abren o cierran el uso de los campos de cultivo y las “dehesas” al ganado, imponen multas por infracciones en la huerta y el monte, conceden tierras y cobran cánones, treudos o censos por su usufructo; gestionan molinos, mesones y tiendas. 102 Corresponde también a los regidores la potestad de designar peritos que “cordelen” heredades y masadas o establezcan baremos que afinen la utilidad anual obtenida por los diferentes componentes de cada oficio. Su poder es determinante y sus decisiones quedan reflejadas en los libros de actos comunes: la fuente de carácter más general y fiable cuando se mira de puertas adentro. Otra cosa es cuando lo que emiten son informes al exterior. Entonces sus apreciaciones son igualmente reflexionadas –medidas- y casi siempre consensuadas, aunque se alejen de la realidad. Cuando los ediles no alcanzan acuerdo y sus representaciones llegan enfrentadas a las autoridades regionales o a la Corte, resultan en realidad más útiles al observador: sus matices discrepantes y aún contradictorios no garantizan fiabilidad en rendimientos de cosechas, cantidad de ganado, volumen de actividades artesanales o ganancias de comerciantes, pero dejan constancia de su existencia y nos alertan de ello. Más ocasionales son las informaciones relativas a las actividades de segundo orden, actividades complementarias de las principales, apenas reconocibles en las fuentes generales. Y sin embargo resulta indispensable tomarlas en consideración al tiempo de valorar el esfuerzo e iniciativa desplegados por la mayoría de aquellos vecinos –hombres y mujeres- para sobrevivir. Son funciones económicas no consideradas como oficios en sí, por no ocupar la mayor parte del tiempo laboral y por tanto permanecen casi siempre al margen de la información. Ni siquiera son tomadas en cuenta con fines tributarios. Por eso no aparecen casi nunca, por ejemplo, las tareas de yeseros, leñadores, carboneros, jaboneros, hiladores de seda, criadores de cerdos u otros animales domésticos, con valor de uso o de cambio, siendo como son todas ellas actividades indispensables en la época. Sólo alguna adquiere con el tiempo o durante algún período carta de naturaleza; se convierte entonces en oficio declarado con imposición fiscal regulada. Precisamente las reclamaciones de vecinos agraviados por su carga fiscal resultarán ser una de las fuentes más jugosas. Frente a repartos de cuota aplicados de forma indiscriminada a componentes de un gremio o sector de actividad, las instancias, representaciones y quejas dirigidas al ayuntamiento permiten desvelar actividades negadas por unos, rendimientos disminuidos por todos, o tratos, avales y arriendos o porciones de arriendo sellados de palabra, -“confidenciales”-, que sólo un pleito desvela finalmente con categoría de contrato. En cierto modo, es una economía sumergida que emerge en éstas y otras fuentes con pretensión de reparar injusticias de apreciación pericial, evidenciar distancias entre volúmenes de negocio aparentemente similares, denunciar competencias desleales en precios de consumos o, simplemente, al pagar judicialmente deudas. 103 Las tareas concretas de cada actividad apenas son descritas en fuentes directas y debemos acudir a las cláusulas incluidas en los arriendos de monopolios municipales, tanto privativos como prohibitivos, o a las detalladas en los mucho más escasos contratos entre particulares, si lo que buscamos es información sobre tareas o cláusulas usuales, estacionales, prioritarias, indispensables o prohibitivas. Sólo aquellas cuya realización produce al sujeto imponible una utilidad verificable o supuesta, -siempre que sean ejercidas con una cierta continuidad a lo largo del año-, son objeto de las fuentes fiscales cuantitativas. Serán estas últimas por tanto las que mejor permitan una aproximación a la distribución de los oficios en Fraga y a la evolución de su importancia relativa. Comenzaré vaciando su contenido para organizar los datos en diferentes sectores de actividad. Dentro de cada sector estableceré el puesto o rango ocupado por cada oficio o grupo de oficios, atendiendo a la cuota que satisfacen sus miembros. Buscaré luego las posibles variaciones inter generacionales para comprobar si existió diversificación de oficios y/o cambios en el ranquin entre sectores. Finalmente, con éstas y la ayuda de fuentes cualitativas, intentaré perfilar algunos rasgos básicos en las actividades de cada sector. 2.1.1 Las fuentes fiscales y los criterios de clasificación de oficios. Nos servimos de cuatro libros catastro: los de los años 1730, 1751, 1819 y 1832 y de cuatro cuadernos de industrias para 1789, 1803, 1819 y 1832. Es decir, los dos primeros catastros conservados de 1730 y 1751, que incluyen los llamados “catastro real” y “catastro personal” en un mismo documento; luego dos cuadernos de industrias (1789 y 1803) para un período en el que no se ha conservado ningún catastro base (aunque debería conservarse uno para el año 1786, del que sólo conocemos los libros preparatorios utilizados en la posterior confección del catastro real); y para los dos últimos años de la serie -1819 y 1832- contamos con ambos documentos: el libro catastro y el cuaderno de industrias correspondiente. Con esta elección pueden perfilarse cuatro cortes representativos de cada una de las cuatro generaciones: El de 1730 refleja la situación de la generación inicial, la de los supervivientes de la guerra de Sucesión. El segundo corte correspondería a la segunda generación, la de los adultos de mediados del XVIII, y la interpretamos con los datos globales de 1751 y algunos sectoriales conservados para 1772. Con los documentos de 1789 y 1803 percibimos la tercera generación, aquella que sufrió como adulta la crisis finisecular y los embates de la guerra, ya reconocidos en cuanto al número de los fragatinos. El cuarto y último corte explora a los supervivientes adultos de la guerra contra Napoleón, incluidos en los catastros y cuadernos de industrias de 1819 y 1832. 104 En este primer epígrafe dejo al margen el llamado “catastro real”, que enumera, cuantifica y fiscaliza los bienes sitios (rurales y urbanos) de cada cual, y a los que atribuye un valor catastral del que luego se estima un producto útil y una cuota a pagar. Lo utilizaré más adelante para el análisis de la propiedad y para clasificar finalmente a los contribuyentes por categorías fiscales. Ahora me centro en el llamado “catastro personal”, conocido en otros contextos como “personal y ganancial (o industrial)” y que en Fraga se denominaba “personal, industrial y comercial”.1 Especifica las actividades principales de cada contribuyente y alguna de sus complementarias consideradas fiscalizables por los peritos. Por el concepto “personal” o por su “jornal” pagaban inicialmente las familias o individuos dedicados a las actividades del sector agrícola-ganadero: el cultivo de la tierra, la cría de ganado de todo tipo o la explotación de colmenas, y cuantas tareas se relacionaban con ellas. Por el concepto “industrial” pagaban las actividades relativas a los oficios artesanales –cuando eran la actividad principal de un individuo-, y mediante las cuales se producían bienes inmuebles o muebles, herramientas, útiles domésticos o productos alimenticios. Por el catastro “comercial”, -“granjerías” o “trato”-, cotizarían todas aquellas actividades que implicaran intercambios posteriores a la obtención de materias primas, a la elaboración de productos de consumo o a la producción de bienes duraderos. De este modo, por ejemplo, el esfuerzo “personal” del labrador ayudado del jornalero producía cáñamo; el “industrioso” artesano lo convertía en alpargatas; y quien invertía un capital en adquirirlas para luego revenderlas esperaba obtener un beneficio –una ganancia- de su comercio, de su “granjería”. Naturalmente dos de estos tipos de actividad o incluso los tres podían coincidir en un mismo individuo a lo largo del año o de un período más o menos dilatado de su ciclo vital. En ocasiones aparecen cotizando por el rendimiento de su trabajo quienes atendían otros servicios a la población: la sanidad, la educación, los oficios de república y sus dependientes, las exigencias de las instituciones o los pleitos entre ellas y entre particulares. Otras veces, su actividad queda oculta al interés fiscal por quedar estos individuos exentos de cotización, de acuerdo con el contrato que les une al municipio. En otras, en fin, se trata de pura ocultación de haberes. Junto al nombre del contribuyente, todos los documentos de la serie detallan la cuota con que debe contribuir, derivada de diversos conceptos. El principal es la utilidad atribuida anualmente por su oficio. A esa cantidad se le añade la cuota a satisfacer en razón de la posesión de animales de tiro, de labor o de cría, y también por las colmenas poseídas o por los escasos carros con que cuentan los vecinos; es decir, por el abanico de sus medios de producción. En algunos casos, a estos conceptos se añade un sobrepago por sus actividades complementarias. Siempre se 105 hizo así, excepto al principio, cuando en 1730 el ganado de cría o las colmenas se contabilizaron formando parte del catastro “real”, como parte del patrimonio de cada contribuyente, estimando su valor capital en lugar de su utilidad anual. De la obligación de pago por el catastro personal quedaron legalmente exentos en todo momento varios grupos de contribuyentes: los pupilos o “menores” de quince años herederos de un patrimonio familiar, los estudiantes, los varones mayores de sesenta y cinco años y las viudas sin patrimonio. También los jornaleros quedan exentos de cotizar por su jornal desde mediados de siglo, aunque seguirán haciéndolo por los medios de producción que posean.2 El hecho de haber considerado como “utilidad” la posesión de animales de labor o de tiro, el ganado de cría y las colmenas, hace que aquellos jornaleros que, –no poseyendo bienes sitios-, poseen este tipo de bienes, deban contribuir en el cuaderno de industrias correspondiente. (Quien contase sólo con sus manos y un borrico debía contribuir). Por eso el número total de exentos es muy bajo. Además, los cuadernos de industrias no sólo recogen la contribución por el tributo personal sino que, -como eran utilizados cada año para confeccionar el “cuaderno cobratorio de la contribución”-, se sumaba en sus páginas al tributo “personal” de cada contribuyente lo estimado como cuota o como producto líquido por su “hacienda” en el catastro real. Es decir, tan solo aquellos jornaleros, viudas, pupilos o mayores de 65 años que carecieron de casa, corral o vago, de parcelas de tierra o de animales de cualquier tipo, -sólo quienes no tuvieran ningún tipo de bien inmueble o semoviente- quedarían sin reflejo en las fuentes que analizamos. Realmente una minoría exigua en Fraga. Entiendo, por tanto, que la información disponible es suficientemente representativa de la población activa, aún cuando los datos no fueran exhaustivos. * * * Valoradas las características de la fuente fiscal, es preciso tomar algunas decisiones respecto de los contribuyentes a incluir como “población activa”, para más adelante distribuirlos por ‘sectores económicos’ y ‘grupos de actividad’. Comenzaré con las viudas. La documentación evidencia que algunas viudas de jornaleros cotizan como lo hicieron sus difuntos maridos, por los animales de labor o de cría que poseen (además de hacerlo en el catastro real por sus parcelas de tierra y por la casa que habitan). Incluso en algunos casos se indica explícitamente que trabajan con su hijo o su yerno. Debemos incluirlas por tanto entre la población activa como ‘viudas de jornalero’, configurando grupo doméstico propio. En cambio, cuando no poseen ningún bien que les reporte utilidad se les considera exentas, como “viuda pobre” sin obligación de contribuir por el 106 rendimiento personal. Sus actividades serán entonces tareas marginales o complementarias no sujetas a tributación. Algunas de ellas trabajarán como criadas en un grupo doméstico distinto al suyo y ni siquiera aparecerán como contribuyentes. Respecto de las viudas de labradores, sabemos que el catastro lo paga quien cultiva la tierra aunque sólo cuente con el dominio útil y el directo corresponda a un tercero. Si la viuda de un labrador cultiva la tierra será asimilada a los labradores varones y pagará por sus animales de labor, de cría o por sus colmenas. Si figura con su hijo o yerno en un mismo grupo doméstico también lo hará ella si es la titular de los bienes. En cambio, si tiene la tierra cedida a terceros en arriendo o a censo cobrará la pensión anual correspondiente y ese será el concepto que se le acumule como renta o como capital (según los años) en el catastro real. Es decir, en el primer caso pagará en el catastro personal por la fuerza de sus animales o por el rendimiento de su ganado (lanar, cabrío o vacuno); en el segundo sólo cotizará por el catastro real. Las primeras debemos contabilizarlas entre la población activa como ‘viudas de labrador o ganadero’; las segundas quedan exentas por ese concepto y no las incluimos. ¿Y a la mesonera viuda que paga en el cuaderno de industrias por sus ganancias? ¿Habrá que incluirla entre la población activa masculina de su oficio? ¿Y la viuda de un alfarero, un tendero o un alpargatero?... Todavía hoy en Fraga hay una familia a la que llaman les sabateres; las zapateras. El apodo les viene de antiguo y refiere explícitamente su actividad en el oficio. Habrá que tener en cuenta este activo femenino. En cambio, no tomaremos como población activa la viuda de un escribano que no redactará nunca un documento. En cambio hay viudas infanzonas, -matriarcas de familias troncales-, que nos consta dirigen con energía y acierto sus negocios durante años, decidiendo incluso por sus hijos casados lo que debe y no debe hacerse con su hacienda y en las tareas del grupo doméstico. Enterrados sus maridos, siguen siendo cabezas de familia para todo. Naturalmente son ellas, –usufructuarias cuando menos-, quienes figuran al frente del patrimonio de la casa y de la actividad útil que desempeña. Son ellas quienes cotizan en uno y otro libro. No hay privilegio en eso. Pagan por administrar sus negocios mediante criados, mancebos o jornaleros. Parece indiscutible, por tanto, su inclusión entre la población activa. Caso distinto será el de aquellas viudas de infanzón que viven solas o con hijos menores, aun cuando su patrimonio urbano y/o rústico sea considerable. Si lo explotan terceros, quedan exentas en el catastro “personal”. A propósito de los catastrados como “Infanzones”, no los consideramos como grupo diferenciado respecto de la población activa y los incluimos entre los “hacendados”, cuando lo son, junto a otros hacendados del Estado Llano, dejando 107 la consideración de su estatus específico y privilegiado para el estudio social de familias y linajes. De los infanzones solemos conocer su perfil económico principal, aunque su dedicación se reparta entre diferentes ocupaciones por sus variados patrimonios y sapiencias. Las fuentes suelen describirlos como “hacendados que administran su hacienda mediante criados y braceros”, o bien, “mediante jornaleros”. En el primer caso, sus criados permanentes –mossos- no aparecen en el listado, por lo que debemos tomar al propietario como parte de la población activa, al frente de su hacienda. En el segundo, si la contratación de jornaleros es ocasional (lo más común), debemos entender con mayor razón que el infanzón dirige y administra su patrimonio directamente. Y por eso a él se le cargan los animales de labor o de cría, las colmenas o el carro. Serán por tanto considerados como ‘hacendados’ labradores o ganaderos. En otros casos, poseyendo o no hacienda considerable, su ocupación principal es la de ejercer alguna profesión liberal –casi siempre escribano, abogado, u otras similares- por las que cotizan fiscalmente. De ahí la confusión entre infanzones y “doctores” tan propia del siglo XVIII. Entiendo conveniente incluir estos casos entre los de su profesión. Las instituciones eclesiásticas, las cofradías, capellanías y píos legados no estaban sujetos a tributación por los bienes adquiridos antes del Concordato de 1737. Sabemos ya que durante la mayor parte del siglo XVIII se resistieron a pagar por los adquiridos con posterioridad al Concordato, pese a las reales cédulas e instrucciones emitidas en años sucesivos hasta el de 1760. Les vemos aparecer como contribuyentes a partir del libro de industrias de 1789 pero sólo por el catastro real, sobre la base de las rentas que producen sus bienes sitios y censos. En ningún caso, hasta 1832 inclusive, pagaron por el catastro personal. Tan sólo a algunos “eclesiásticos particulares” se les impuso cuota algún año por sus caballerías o por sus ganados y colmenas. Por otra parte, las casas, tierras, hornos, molinos u otros bienes pertenecientes a estas instituciones eclesiásticas y de beneficencia permanecieron casi siempre arrendadas, cedidas a censo o trabajadas “a jornal” por terceros. En algunos casos, su titularidad expresa más una capacidad de coerción extraeconómica que una actividad productiva y, desde luego, sus administradores, arrendatarios, inquilinos y censatarios aparecen incluidos en los listados fiscales, toda vez que sobre ellos pesa la obligatoriedad del pago del impuesto. No las incluimos por tanto como sujetos de ningún grupo profesional. Por último, queda otro grupo de contribuyentes a considerar: son los catalogados como “forasteros” en dos vertientes distintas: unos lo son porque siendo oriundos de Fraga han dejado la ciudad para residir en otros lugares; sólo figuran en el catastro “real” por su hacienda, explotada por terceros que ya cotizan por ello en el impuesto personal. El resto son los “terratenientes” de los lugares 108 comarcanos que trabajan parcelas del monte o de la huerta de Fraga sin tener por tanto la calidad de vecinos. Pagan por su hacienda pero no por sus respectivas actividades, que cotizan en su lugar de residencia. En ninguno de ambos casos procede, por tanto, incluirlos como contribuyentes del catastro personal en Fraga. * * * Respecto del ‘grupo profesional’ al que adscribir cada contribuyente, debe tenerse en cuenta que el trabajo de un mismo individuo solía proyectase sobre diferentes ámbitos laborales: los había que modificaban su actividad en función de la estación del año o de la coyuntura; también quienes variaban la importancia relativa de sus diferentes actividades a lo largo de su ciclo vital. Sería, por ejemplo, el caso de un cerero que con los años se convierte en confitero y droguero: en el primer “corte” estará incluido como artesano que produce útiles y en el segundo como dedicado al ramo de la alimentación; cambia de grupo profesional. O por ejemplo el caso del labrador cuya iniciativa le lleva a los negocios y es peritado primero por su rendimiento personal, para ser considerado años más tarde como negociante. Cambia entonces incluso de ‘sector económico’. Si los porcentajes locales de cada grupo y sector de actividad han de compararse con los de otras ciudades o con el conjunto regional o el estatal, deberá comprobarse la similitud de criterios utilizada. De otro lado, trabajar con criterios de actividad fijos en un período tan dilatado supone un riesgo, aunque es el único método con fuentes cuantitativas. Sólo las cualitativas podrán luego aportar matices y precisiones que perfilen mejor la actividad cambiante de los fragatinos y permitan una síntesis para cada sector. Por todo ello, con las prevenciones citadas, he elegido los siguientes criterios: Organizar oficios y profesiones en los tres sectores económicos: Primario, Secundario y Terciario. Soy consciente de las objeciones opuestas por la historiografía a esta clasificación, pese a la generalidad con que viene siendo utilizada.3 Incluyo a las viudas no exentas en su oficio respectivo. Del mismo modo forman parte de oficios concretos los contribuyentes de quienes en ocasiones se indica su calidad de “pobres” junto a la denominación de su actividad. Igualmente incluyo como miembros de un oficio concreto a los mayores de sesenta y cinco años porque –aunque exentos del pago personal- siguen prestando su trabajo al grupo doméstico y son titulares catastrados. Dentro del sector agrícola-ganadero diferencio los “hacendados”, -infanzones o no-, de los simples labradores y a éstos de los hortelanos y de los jornaleros o “peones de campo”. Establezco un grupo específico con aquellos labradores que al mismo tiempo cotizan de forma considerable como ganaderos, (junto a los 109 ganaderos con extensiones considerables de tierra) y separo de éstos a los “pastores de salario” y a los tratantes de ganado cuando explícitamente aparecen en las fuentes y que en realidad son negociantes. La utilidad creciente derivada de la posesión de colmenas aconseja cuantificar a quienes se dedican a esta actividad como apicultores (“abejeros o colmeneros” en las fuentes). En el sector del artesanado diferencio varios grupos de oficios. Primero los dedicados a la producción de alimentos. Abarcan desde los simples horneros o panaderos hasta los elaboradores de los productos “luxosos” más refinados: es la categoría de los drogueros, a veces también sucreros, confiteros o chocolateros, junto a los turroneros. En medio, una serie de oficios con mayor o menor complejidad: desde los tempranos vinateros y fabricantes de aguardiente, pasando por los indispensables molineros, los ocasionales fideueros y los siempre marginados cortantes (carniceros), separados del resto de contribuyentes e incluidos al final del listado del Estado Llano. Forman otro grupo todos aquellos oficios dedicados a la producción de objetos y herramientas necesarios para las actividades agrarias o domésticas. Son los alfareros y tejeros, boteros, cereros, cerrajeros, herreros, caldereros, cesteros, silleros, sogueros, etc. Unos con mayor continuidad temporal y relevancia económica que otros. Es el grupo de oficios más diverso aunque no el más numeroso en Fraga. Con diferencia, el grupo de oficios más nutrido –luego de los agrícolas- será el dedicado a la producción textil y al calzado: tejedores y alpargateros ocupan puestos destacados, junto a un menor número de zapateros y sastres y a los ocasionales pelaires y sombrereros. Por último, aunque no por su menor número ni por su relevancia fiscal, contabilizamos a carpinteros y albañiles. Su contribución a la actividad económica es indispensable en todo tiempo y mucho más en el caracterizado por un crecimiento sostenido de la población y del hábitat urbano. Los carpinteros, además, incrementan su importancia por ser Fraga una ciudad que dispone del único, largo y complejo puente de tablas en muchas leguas a la redonda, siendo ellos los encargados de repararlo o reconstruirlo cuando el río lo derrota. En el sector terciario he distinguido tres grupos de oficios y profesiones: primero los dedicados desde distintas facetas a la actividad comercial; luego los considerados comúnmente como profesiones liberales; y finalmente aquellas ocupaciones diversas –de mayor o menor relieve fiscal- caracterizadas todas ellas por suponer un servicio privado o público a la comunidad, sin que su actividad implique labores agrícolas o de producción artesanal. Este último grupo será el más deficientemente representado en las fuentes, toda vez que la mayoría de los servidores públicos y los auxiliares de los oficios de república pocas veces debieron 110 constituir actividades a tiempo completo, por lo que casi nunca aparecen contribuyendo por ellas los regidores del ayuntamiento, los secretarios -¿exención, descuido o picaresca?- y poco los servidores de menor rango: llamadores, maceros, alguaciles, porteros, almudines, colectores, clarineros, etc. Otros servidores están directamente exentos de pago, aunque figuran en los listados como poseedores de bienes sitios: el corregidor cuando lo hubo, algún militar, el administrador de correos o el cabo del resguardo. Los tengo en cuenta como oficios pero no en el cálculo de las cuotas en tanto que exentos de contribución por lo personal. Los profesionales liberales constituyen el grupo más estable y limitado en el número de sus componentes; tanto los tenidos por Infanzones sin serlo como los catastrados entre el Estado Llano. Es el caso de abogados y procuradores, de notarios y escribanos en el ámbito de los letrados, que suelen ajustarse al numerus clausus prescrito por la legislación de cada tiempo y lugar. En el ámbito de la sanidad aparecen boticarios, cirujanos y albéitares, junto a médicos, que sólo ocasionalmente figuran en los listados por quedar exentos casi siempre de contribución personal en las cláusulas de su “conducta” y no contar con bienes sitios. Lo mismo ocurre con los maestros de niños, las maestras y los maestros de gramática. Cuando los hubo, estuvieron exentos de pago en el catastro personal por decisión del ayuntamiento que los contrató y casi nunca aparecen como tales. El grupo más dinámico en número y dedicación dentro del sector de los servicios será el dedicado a la actividad comercial. La documentación proporciona un abanico de oficios sin que su caracterización parezca uniforme ni menos estable. Naturalmente ello puede deberse a su propia dinámica; a sus cambiantes ocupaciones temporales. Entre ellas, la más antigua parece la de mercader, que sólo consta en los primeros años; en el extremo opuesto la de carromatero, que sólo lo hace en los últimos. En medio aparecen comerciantes, negociantes y tenderos, que intentaré diferenciar por su cuota personal. Y junto a éstas principales situaré otras actividades complementarias en el ámbito del comercio, que con el tiempo se revelan sustantivas: la del tabernero combinado de arriero, de súbita y voluminosa aparición, junto a la propia función de la arriería, que inicia el período como actividad sólo complementaria para alcanzar con el paso del tiempo relevancia considerable entre la población activa. 2.1.2 Sectores económicos y grupos de actividad: las cuatro generaciones. Si tuviéramos en cuenta toda la información laboral que poseemos de cada individuo, su agrupación y cuantificación estadística resultaría imposible. Debemos tomar para cada individuo sólo su oficio catastral, -su actividad principal-, aunque le conozcamos otras complementarias. Soy consciente de presentar con ello una 111 clasificación que aminora y contrae una realidad mucho más rica y compleja. Ya he advertido que pocas personas se limitaban en el Antiguo Régimen a una sola actividad durante todo el año y menos durante todo su ciclo vital. Ceñirse a la información catastral permite atribuir a cada sujeto una sola actividad, con lo que dejamos constancia de su ejercicio y podemos establecer comparaciones. Por otro lado, al no sistematizar todos y cada uno de los documentos conservados y sí sólo haber efectuado ‘cortes’ en la documentación, los oficios incluidos son una parte de los que debieron darse, quedando otros fuera de nuestra percepción. Si los hubiera utilizado todos, su nómina se dilataría y nuestra percepción respecto de su evolución resultaría más próxima a la realidad, pero no acabaríamos nunca. Entendamos su estadística, por tanto, sólo como una muestra de los oficios más persistentes. El Cuadro 19 agrupa la población activa por sector en cada catastro y su traducción en porcentajes intersectoriales para cada fecha. He remitido a un apéndice documental la nómina y efectivos concretos de cada oficio.4 Cuadro 1 EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ACTIVA Y PORCENTAJES INTERSECTORIALES SECTOR PRIMARIO población activa porcentaje intersectorial 1730 1751 1789 1803 1819 1832 367 386 483 469 544 664 76,78 78,61 69,20 65,96 74,21 73,69 82 77 129 136 115 127 17,15 15,68 18,48 19,13 15,69 14,09 29 28 86 106 74 110 6,07 5,70 12,32 14,91 10,1 12,21 SECTOR SECUNDARIO población activa porcentaje intersectorial SECTOR TERCIARIO población activa porcentaje intersectorial La primera generación. Sólo quince años luego de concluida la guerra de Sucesión se obtiene una imagen de la población activa fragatina centrada en el campo. El de 1730 es un mundo mayoritario de campesinos. Los labradores con animales aptos para cultivar la tierra y para abonarla son mayoría (191 individuos), junto a casi otros tantos jornaleros y algún pastor (176) que, con animales de tiro o sin ellos, con parcelas de explotación propia o con su solo jornal, les van a la zaga. En conjunto son 367 contribuyentes cabezas de familia que representan el 76,78% de la población activa. Para la vecina ciudad de Lérida, ciudad diocesana y cabeza de corregimiento, con mayor necesidad de servicios y oficios artesanales, se ha 112 estimado en estos años un porcentaje de población campesina próximo al 65%; cerca de un 10% inferior al de Fraga. Dos porcentajes aparentemente distantes, que sin embargo resultarían más próximos si se tiene en cuenta que hemos excluido del cómputo de población activa a los eclesiásticos, a los contribuyentes de oficio desconocido y a casi todos los exentos: menores, viudas pobres, oficiales al servicio del ayuntamiento, etc., mientras no son excluidos en el análisis de Lérida, amén de constituir allí los nobles grupo aparte, y quedar varios de ellos incluidos en Fraga entre los labradores.5 La mayoría de aquellos labradores se situaban en realidad muy próximos a la categoría de jornalero, hundidos en el escalón inferior del grupo y tachados por un infanzón del momento como “labradores atrasados”, mientras sólo a cinco infanzones podía atribuírseles la categoría de “hacendados”. El ganado “de naturales” es casi inexistente (765 cabezas de ganado lanar y 480 de cabrío), con un número testimonial de labradores-ganaderos. Las 79 cabezas de ganado vacuno existentes en ese momento no permiten considerar profesionales a algunos “ganaderos de vacadas”, como más adelante se les denominará. Estamos todavía en la época del ganado trashumante, “forastero”, cuyo aprovechamiento de los pastos domina la primera mitad del siglo. Por otra parte, cerca de 2.000 colmenas largas y cortas -más que en cualquier época posterior-, se están recuperando de su destrucción generalizada durante la guerra: el hambre de los soldados las había inutilizado en parte y la mayoría permanecieron abandonadas durante la posguerra. Los colmenares dan testimonio de una dedicación antigua en Fraga por la que contribuyen multitud de familias como actividad complementaria fiscalizable. Junto a esta actividad agraria, básica y generalizada, se constata un considerable sector artesanal, entre cuyos componentes son escasas las actividades especializadas, indicio de un bajo nivel de diversificación de oficios en una comunidad que solventa necesidades de utillaje en la propia casa o que carece de medios para adquirirlo. Cabe suponer que quien posee capacidad adquisitiva suficiente consigue lo que no se produce aquí en la vecina ciudad de Lérida o en la más lejana Zaragoza. Dentro del artesanado, el grupo principal será el ligado a la necesidad de reconstrucción de viviendas y massos: son los siete albañiles junto a otros tantos carpinteros y tejeros. Entre los dedicados al utillaje y las herramientas agrícolas destacan los herreros, que ejercen al mismo tiempo de herradores, como actividad indispensable. El resto de los oficios productores de útiles y herramientas son más bien ocasionales o estacionales y sólo los tres cereros se aplican en todo tiempo a elaborar desde las hachas utilizadas habitualmente por el consistorio en sus reuniones, actos protocolarios y procesiones, hasta la provisión de candelas al 113 vecindario acomodado o al culto en iglesias, conventos y ermitas. Al resto de vecinos les basta con el candil, la llum d’oli. Sólo el grupo del textil y calzado parece demandar una actividad suficientemente especializada como para contar con más de cuarenta familias dedicadas de continuo a cubrir las necesidades del vecindario. Son oficios que vienen de antiguo. Entre ellos, tejedores y alpargateros son mayoría, con quince familias dedicadas a ello en cada oficio. Al propio tiempo, el trabajo de las seis zapaterías y las cinco sastrerías parece indicar una cierta diferenciación social entre una clientela mayoritaria de alpargata y una minoría con poder adquisitivo suficiente para hacerse confeccionar y reparar trajes y zapatos. A una similar diferenciación social parecen apuntar los oficios de calesero, platero y aún el de sillero, -unifamiliares los tres-, prestos a cubrir una reducida demanda local de bienes considerados entonces poco menos que suntuarios. Del mismo modo, las necesidades primarias de alimentación, -pan y carne-, son provistas públicamente por un mínimo contingente de molineros y cortantes dependientes del ayuntamiento. Existen y funcionan, al menos desde el siglo XVI, dos molinos harineros -de dalt y de baix-, de titularidad municipal el primero y el segundo propiedad del capítulo eclesiástico. No existe horno municipal y el pan diario se amasa en cada casa y se cuece por los propios interesados (una actividad esencialmente femenina: les coquilleres o amasadoras) en hornos de algún infanzón o de instituciones eclesiásticas, -cinco hornos en total-, a los que cada familia acude cuando lo precisa y paga en especie por su uso. Por eso tan sólo aparece como profesional dedicado a ello un hornero. El resto son atendidos por mossos de los propietarios, que no cotizan, mientras a sus dueños se les fiscaliza el horno como bien inmueble en el catastro real. Las carnicerías sí son en esta época propiedad y monopolio del ayuntamiento que las administra directamente o las arrienda a particulares: los dos cortantes catastrados dan cuenta de dos tablas: la de ganado ovino y caprino por un lado y la de vacuno por otro. Por ahora, ningún fabricante de aguardiente, ni tabernero ni confitero o droguero. Puede que estas actividades existan pero no alcanzan la categoría de fiscalizables. Las dos primeras porque la venta de sus productos se efectúa de forma particular, en las propias casas de los vecinos productores, sin considerar esta actividad como oficio reconocido. Las dos últimas serían asumidas con el tiempo por los propios cereros, cumpliendo estas funciones complementarias en sus botigues.6 En conjunto, las tareas artesanales fiscalizadas en esta primera generación ocupan al 17,15% de la población activa, con ochenta y dos familias dedicadas a ellas. Lejos del 25% leridano o zaragozano. El de Fraga parece un cupo artesano 114 reducido para una población con título de ciudad, pero adecuado a unas gentes que viven esencialmente del campo, sin que apenas alguna de las familias artesanas consiga una acumulación de capital suficiente para ser incluida entre los mayores contribuyentes, como luego comprobaremos. Más limitado resulta todavía el sector terciario del comercio y los servicios. De momento, las tiendas indispensables para proporcionar lo que no producen las explotaciones propias son monopolizadas por el ayuntamiento en régimen de administración o de arriendo. Por ello, la nómina de la “granjería” se reduce a dos comerciantes, tres mercaderes, tres tenderos y un arriero. Su actividad se centra en el comercio de granos para su venta en el almudí, de paños para su expedición en botiga y de algunos productos alimenticios como el aceite, el tocino fresco o salado, el bacalao o las legumbres de libre expedición en pequeñas tiendas. La producción y venta de leche permanece oculta, al margen, considerada ahora y en toda época una actividad complementaria, ya fiscalizada a través de la posesión de ganado. Preciso es destacar igualmente que la arriería, en este estadio inicial, es considerada también una actividad complementaria, realizada sólo de forma ocasional y por tanto no sujeta a tributación directa. Extrañamente, un solo arriero “de a par de mulas” cubre, según el fisco, las necesidades de transporte local, aunque la realidad del momento, basada en la efectiva existencia de ganado “mayor” (machos y mulas) y “menor” (asnos y burras), permite intuir la actividad de algunos jornaleros y labradores dedicados de forma eventual a este cometido. Del mismo modo, la sanidad, la enseñanza y el derecho son atendidos por un reducido grupo de profesionales, y las funciones públicas de control, policía y recaudación del ayuntamiento desempeñadas por un corto número de dependientes municipales, en su mayoría a tiempo parcial, por lo que apenas son reflejadas como primera actividad. En resumen, el terciario alcanza por estas fechas el menor porcentaje de los tres sectores: apenas un 6%, con un total de 29 familias dedicadas a diferentes funciones, con estatus profesional muy distante entre sí: el que va del notario al alguacil y al aguador, pasando por el mercader y el tendero. La de esta primera generación de posguerra es la imagen de una pequeña sociedad rural ligada a la subsistencia agrícola, con el artesanado indispensable, escasos servicios y un limitado intercambio exterior. Una imagen aparentemente simple, que se revela algo más compleja si se atiende a otros rasgos cuantitativos extraíbles de las propias fuentes. Para obtenerlos, he sistematizado dos variables: los diferentes conceptos de pago y el monto de sus cuotas. Hay quien paga por su trabajo en el campo y por su “industria” complementaria en la que invierte algún capital; hay quien lo hace por su oficio artesano y además por el comercio de sus 115 productos o los de terceros. Con los diferentes conceptos de pago afloramos la diversidad de actividades ejercida por algunos individuos y la importancia relativa de esta diversificación en relación con el conjunto de contribuyentes. Al mismo tiempo, las cuotas permiten reconocer el abanico de las satisfechas por los miembros de un mismo oficio, -del que paga más al que paga menos-, para comparar luego los oficios de un mismo sector y finalmente los sectores económicos. Ambas características, -dedicación múltiple y distancia entre contribuyentes-, permiten afinar nuestra percepción y matizar con ello la imagen de ésta y de las sucesivas generaciones. En este primer tercio del siglo, la mayoría de los contribuyentes paga sólo por su dedicación principal, pero un 3% combina ya su actividad principal con otra complementaria por la que también se ve sujeto a tributación. Las combinaciones son todas las posibles. Es decir, algunos sujetos aportan a su grupo doméstico trabajo, alimentos, materias primas o productos elaborados y al mismo tiempo elaboran y comercian excedentes o manejan otros distintos a los de su actividad principal. Otros individuos compatibilizan su trabajo principal con el arriendo de algunos abastos o bienes propios del ayuntamiento –carnicerías, tiendas, puente, almudí, novenera…, o son colectores o comisionistas de diezmos. Dicho de otro modo, arriesgan un capital suplementario al de su oficio o profesión, del que esperan obtener “ganancias”. Son pequeños “hombres de empresa” que, por ejemplo en Lérida en similares fechas, representan el 7% de los contribuyentes, conjugando actividades fiscalizables por distintos conceptos. 7 En cuanto a la distancia fiscal entre contribuyentes, la cuota a satisfacer presenta una reducida escala que va desde un boticario en el escalón superior (Francisco Colea), con 9 libras jaquesas de contribución anual por “personal y oficio”, hasta un labrador a quien se cargan tan sólo 12 dinerillos mensuales por el rendimiento personal (Bernardo Mesa). Entre uno y otro se da toda la gradación posible, predominando los escalones inferiores: más de la mitad de los contribuyentes (56%) no rebasan la categoría fiscal del jornalero medio con 1,80 libras jaquesas de cuota anual como máximo. La mayoría de los incluidos en este porcentaje son jornaleros y algunos labradores, pero también pagan esta cuota varios miembros de diversos oficios. Por encima de esta mayoría, otro 26,73% se sitúa en el escalón inmediato superior hasta la cuota de las 3 libras. La mayoría de los labradores se incluyen en ella. Una minoría satisface mayor cuota, situándose próximos al listón superior: allí están casi todos los maestros artesanos, los comerciantes y algunos profesionales liberales, escasamente distanciados entre sí. Dentro de cada actividad, las cuotas evidencian el espectro del oficio. En casi todos los artesanales, alguno de sus componentes se asimila a la categoría de los 116 jornaleros de campo, puesto que pagan idéntica cuota que la mayoría de estos: 1,80 libras jaquesas anuales. Entre los propios jornaleros de campo, algunos pagan menos de esta cantidad y otros más (su distancia interna es de uno a tres), pareciendo indicar unas y otras cuotas la mayor o menor dedicación temporal al trabajo anual, puesto que sólo cotizan por sus brazos y no aparece otro motivo de distanciamiento interno. Por encima de los jornaleros de campo y de quienes posiblemente deban considerarse maestros artesanos “menores” en la terminología de Guillermo Redondo,8 se sitúan las cuotas atribuidas a los maestros de cada oficio. También aquí se aprecian diferencias que parecen responder a un diferente volumen de producción y/o venta en cada taller/botiga. La distancia entre sus miembros se amplía o contrae según los oficios: entre los albañiles se distinguen claramente unas cuotas de otras, mientras entre los carpinteros apenas se duplican en la parte alta de la tabla, encabezados por quienes se encargan habitualmente de la reparación del puente (los hermanos Achón). El abanico se ensancha, en cambio, entre las familias de alpargateros: no tendrán igual categoría profesional los hermanos Sorolla, que unen la pericia de su oficio al comercio en su botiga y a los arriendos públicos, que los Novials, recién iniciados en su taller. Los primeros multiplican por tres la cuota de los segundos. En un nivel inferior, ocurre algo similar entre los sastres, casi todos de apellido foráneo y con clientelas dispares. Tejedores y zapateros muestran diferenciación entre quienes trabajan con materias primas superiores y quienes lo hacen con las inferiores, o entre quienes fabrican zapatos (zapateros de obra prima) y quienes los remiendan (de obra segunda). Notable resulta también la distancia entre los boticarios, ¿con distinta implantación entre la clientela?, igual que entre los cirujanos. Los cereros aparecen bien situados y sin diferenciación en la parte central superior de la escala contributiva, mientras entre los herreros destaca quién –como Francisco Palaciosdomina un oficio que le viene de antiguo y añade a su saber el comercio de herramientas no fabricadas directamente en su fragua. Los contribuyentes con título de “don” son catastrados unos como Infanzones y otros entre el Estado llano. En teoría exentos del catastro personal, los infanzones cotizan sin embargo todos y explícitamente se indica en la fuente que lo hacen por el (rendimiento) personal. Sus cuotas son intermedias en la tabla y no destacan sobre las de otros labradores. En este último grupo –el más numeroso entre los contribuyentes-, predominan quienes no rebasan por su cuota el nivel de simples jornaleros: son “labradores atrasados” que a duras penas acuden a la subsistencia familiar. Por encima de ellos se sitúan los “labradores desahogados” de apellido Cabrera, Ibarz, Pastor, Casas, Vilar, Labrador, Mañes o 117 Montull, a quienes permanentemente observaremos en las fuentes como hacendados y algunos de ellos como mayores contribuyentes del catastro global (personal + real) durante generaciones. Sin embargo, tampoco son ellos quienes mayores cuotas satisfacen por el catastro personal. En la cima contributiva laboral se sitúan, ya desde esta primera generación, los tenderos Boquer, Curret y Marín, los mercaderes Usted, Lluscan e Inglés, recién llegados a Fraga estos últimos y aquellos vecinos de antiguo, mientras quedan muy rezagados los dos comerciantes. Desde la primera generación del siglo los contribuyentes comienzan a diferenciarse entre sí más por el capital de riesgo invertido en sus actividades que por su pertenencia a uno u otro oficio. La imagen económica de Fraga empieza a responder casi tanto a una estructura de clases contributivas como a una ordenación estamental. El Cuadro 20 toma como criterio el grupo de actividad en cada sector económico y establece el ranquin general de oficios según la cuota promedio satisfecha en el catastro personal. Sus datos evidencian que los grupos minoritarios quedan todos por encima de la cuota media, desde quienes satisfacen las mayores –el sector comercial- hasta quienes ofrecen sus servicios con baja remuneración y estimación fiscal. El grupo mayoritario, formado por labradores y jornaleros dedicados al trabajo agrícola y apenas al ganadero, es el que disminuye la media general; en porcentaje, satisfacen diez puntos de cuota menos de lo que supone su número. En medio quedan, sin gran diferencia de cuota promedio, el resto de los grupos. Cuadro 20 RANQUIN DE LOS GRUPOS DE OFICIOS SEGÚN SU CUOTA MEDIA EN 1730. ranquin GRUPO DE OFICIOS número % cuota anual % cuota contrib. contrib. en libras de cuota media 1º COMERCIO 9 1,89 48 4,34 5,33 2º PROFESIONES LIB. 9 1,89 38,6 3,49 4,29 3º CONSTRUCCION 14 2,95 47,4 4,29 3,38 4º HERRAM Y UTENS. 20 4,21 60,38 5,46 3,02 5º TEXTIL Y CALZADO 43 9,05 123,4 11,16 2,87 6º ALIMENTACION 5 1,05 11,9 1,08 2,38 7º SERVICIOS 8 1,68 18,8 1,70 2,35 8º AGRICULT. Y GANAD. 367 77,26 757,02 68,48 2,06 TOTALES 475 100 1.105,48 100 2,33 Fuente: catastro de 1730. Elaboración propia. En aquel período inicial del siglo, aportaron porcentualmente más quienes dedicaban su esfuerzo a tareas distintas 118 a las agrícolas: comerciantes, profesionales y artesanos. Se les peritaba una renta superior a la producida por la tierra, lo que ha sido interpretado como efecto de la deflación coyuntural de los precios agrarios tras la guerra de Sucesión.9 La importancia relativa del sector terciario y del secundario en ese momento radicó más en su contribución que en su número. Nos queda la duda de si esta aportación superior se nivelará con la de los labradores al conjugarla con el catastro “real”, que grava la posesión de bienes rústicos y urbanos, mayoritariamente en manos de éstos últimos. Lo veremos más adelante, cuando analicemos la ‘riqueza total catastral’ de cada contribuyente. La segunda generación en las décadas centrales del siglo. Dos décadas después de aquel catastro inicial de 1730, el número de los hacendados infanzones parece duplicarse, aunque en realidad lo que se hace ahora es incluir a varios que no lo fueron entonces por motivos que desconozco, y que posiblemente responden a interpretaciones defectuosas o interesadas de las instrucciones emitidas inicialmente por la Intendencia. La mayoría de estas familias infanzonas tienen al frente viudas o pupilos herederos del patrimonio de sus casas, y prácticamente la totalidad del estamento noble queda ahora exento de pago por el catastro personal. Solo dos de ellas lo hacen por los animales de tiro que poseen. El sistema de cotización ha cambiado respecto de aquel catastro inicial y ahora al grupo campesino se le carga en el personal por cada uno de los animales de labor de que dispone en lugar de adjudicarle una cuota global por “jornal” o “personal”. El nuevo sistema se hará definitivo en adelante discriminando mejor entre jornaleros y labradores. También a los restantes contribuyentes se les suman estos medios de producción a lo peritado por su oficio o profesión. Por eso podemos cuantificar la cabaña disponible para el conjunto de la población: 88 bueyes de labor, 297 caballerías “mayores”, en su mayoría mulas, sobre un escaso número de caballos y yeguas; 420 caballerías “menores”, entre burros, pollinos y burras. Un indispensable medio de labor y abono agrícola, de labranza y acarreo, sin el cual sería difícil comprender la movilidad y el trabajo realizado por aquellos hombres y mujeres en sus múltiples actividades. Los jornaleros se sitúan ahora como grupo mayoritario dentro del primer sector. Su número ha crecido (214 cabezas de familia) y entre ellos aparecen algunas viudas como contribuyentes. Rebasan al grupo global de hacendados y labradores (174 familias) que incluye nueve células formadas por una viuda con su hijo casado o su yerno. Por otra parte, los labradores comienzan a diversificar su actividad y once pueden considerarse ya como labradores-ganaderos. El ganado lanar y cabrío casi se duplica respecto al de veinte años atrás (2.174 cabezas ahora frente a las 1.245 de entonces), al tiempo que se detallan ya 38 vacas de cría. La 119 actividad ganadera está despegando en las décadas centrales del siglo. Cuando llegue el recuento de 1772, la documentación nos hablará ya de treinta “ganaderos particulares de lana y pelo”, con nada menos que 8.040 cabezas, y de catorce “ganaderos de vacadas” con 188 reses. La cabaña local comienza a imponerse frente a la de los trashumantes que bajan del Pirineo. Un hecho que tendrá consecuencias de carácter social y político, además del económico, y que analizaré en el apartado dedicado a ‘los objetos del poder local’. De otro lado, aparentemente el número total de colmenares se reduce en un 42%, pero lo que realmente ocurre es que son muchas más ahora las colmenas largas que las cortas. Las largas se alojan en construcciones rurales específicas, con numerosos panales insertos en muros de mampostería. Las cortas son arnes que se sitúan libremente en los ademprios del monte. Se está concentrando la explotación de cera y miel: se está profesionalizando y diversificando la actividad. El conjunto, -tierra, ganado, colmenas- ofrece una imagen del ámbito agrario más diversificada que en la primera mitad del siglo, con un máximo de contribuyentes en el sector agrario (78,6%) que ya no se repetirá. Algo similar ocurre con el artesanado. Aunque en 1751 parece estancado en el 15,7% de los contribuyentes, los datos del año 1772 lo matizan. Las de los sesenta, setenta y ochenta serán décadas de crecimiento sostenido en este ámbito. Hemos comprobado ya que una parte de la inmigración fue a parar a los talleres artesanales. En el grupo de la alimentación se ve crecer el número de los horneros, de uno a tres en 1751 y a ocho en 1772. Su aumento se produce acorde con el del número de hornos, que pasa de cinco a siete en 1751 y a trece en 1761. A la cabeza de los horneros se sitúa por su cuota un inmigrante, José Buil, que triplica la del resto. Además, su horno adquiere la condición de panadería, con venta permanente al público; es decir, la anterior función de autoabastecimiento que cumplían los hornos bajo la tutela pública está cambiando y ya son dos los contribuyentes considerados como “panaderos”; Buil cotiza, además de por su oficio, por el comercio en su panadería. El abasto del pan se tambalea como responsabilidad del ayuntamiento, aunque la aventura personal de Buil no tendrá continuidad. Similar circunstancia se produce con el otro producto vital en la época: el vino. El “vinatero” Francisco Palacio –que trabaja con su yerno- aparece encumbrado entre los mayores contribuyentes de 1751 con quince libras jaquesas de contribución anual por el doble concepto de “oficio” y “trato”. Desafía durante un tiempo otro de los abastos privativo y prohibitivo del ayuntamiento. Pero tampoco su experiencia perdurará. 120 El artesanado dedicado a la producción textil y al calzado incrementa durante estas décadas centrales del siglo sus efectivos. Así debió exigirlo el crecimiento de la población y permitirlo la producción agrícola (cáñamo y lino) y ganadera (lana y pieles): tanto el contingente de pelaires como el de zapateros se duplica; otro tanto ocurre con los sastres, mientras tejedores y alpargateros aumentan sus efectivos en un 46% y 73% respectivamente. Dos maestros sombrereros de una misma familia nos alertan de nuevo desde otro ángulo sobre la minoría social diferenciada entre los fragatinos. Se trata de la familia de Ramón Claramunt, llegado desde Lérida en 1756 ya como maestro sombrerero, que tendrá continuidad generacional en Fraga. El grupo dedicado a la construcción se ve crecer igualmente. Los albañiles pasan de siete a trece y los carpinteros de siete a nueve; un crecimiento a tono con el índice de construcción de casas conocido para este período. En el propio ámbito de la construcción y en el de la fabricación de útiles y herramientas cabe situar el aumento del número de herreros, que se duplica, y al frente de los cuales se sitúa un nuevo inmigrante, Antonio Ribas, con una cuota superior a la de sus congéneres. Sin embargo, el porcentaje del grupo como tal disminuye, al desaparecer algunos oficios fiscalizados hasta entonces: no tributan ahora como tales el cedacero, el cerrajero, el platero, así como el cestero y el soguero, tal vez este último absorbido por los alpargateros y convertida la actividad del resto en tan sólo actividad complementaria. En el sector terciario se dan circunstancias contrapuestas. Los profesionales liberales permanecen anclados en su reducido número mientras los servidores públicos casi desaparecen como función fiscalizable. Su omisión hay que achacarla a una confección del apeo menos escrupulosa o a distintas condiciones de su contrato. En cambio, el grupo de los dedicados al comercio experimenta un crecimiento sensible, pese a no conseguir modificar el porcentaje global, anclado todavía en el 5,70% durante el año 1751. Pero en las décadas siguientes, pese a que el número de “tenderos” se mantiene sin cambios y sólo un contribuyente es considerado “comerciante”, la actividad mercantil se acelera con el paso de tres a siete mercaderes y la aparición de los llamados en 1751 “negociantes” que de nueve familias pasarán nada menos que a veintidós el año 1772. Los negociantes suponen el mayor crecimiento porcentual de los tres sectores, y se dedican sobre todo a los arriendos municipales, trianuales, anuales o de temporada, con un cierto riesgo inversor –siempre avalado por terceros de mayor peso patrimonial- pero sin que su industria les reporte grandes beneficios. (Su utilidad anual sobre el capital arriesgado se sitúa entre el 4% y el 7%). Por eso quedan ubicados en su cuota por debajo de otros dedicados al comercio de forma 121 más estable. En la cumbre del rendimiento por comercio, con o sin botiga abierta, se sitúan dos mercaderes: Juan Isach y Juan Viñals –ambos inmigrantes- que satisfacen ya en 1751 la cuota más elevada: 16 libras jaquesas anuales. Ahora, el comercio en sí es ya un claro indicador del crecimiento económico y de la economía de mercado, junto al aprovechamiento parcial de las antiguas rentas feudales o municipales por parte de los negociantes. Dos fórmulas, la feudal y la capitalista, -ambas con ánimo de lucro-, que consiguen atraer el capital de riesgo de un número creciente de fragatinos. Quienes cotizan ahora por varios conceptos aumentan en número y en sectores de actividad: arriesga quien compra ganado, quien vende telas o negocia con granos; también quien en pequeña escala vende productos ya no manufacturados por sí mismo sino por terceros. No son solo los tenderos, negociantes y mercaderes quienes arriesgan capital; lo hacen también algunos tejedores, más alpargateros, varios labradores, un herrero, un cerero y hasta un albéitar. Casi el 7% de los contribuyentes. Una economía más dinámica y compleja que la del primer tercio del siglo. En esta segunda generación el abanico contributivo se ensancha y muestra mayor diferenciación entre los individuos. El listón superior lo han puesto muy alto los mercaderes: casi a doble altura que en 1730 (aunque esta circunstancia se calibrará mejor cuando analicemos la presión fiscal cambiante en el siglo.) En el otro extremo está casi el 80% del listado con una cuota que no supera las 1,80 libras. Dentro de este escalón inferior, 157 jornaleros y labradores cargados con tan solo 0,90 libras representan un 32% de los contribuyentes; son aquellos “labradores atrasados” o jornaleros con parcelas de cultivo que ahora tributan por debajo de su nivel de hace veinte años. Parecen retroceder, pero la imagen es engañosa. Lo que ocurre en realidad es que los peritos han reducido a la mitad su tarifa de 1730. Quienes sólo cotizan por la posesión de caballerías pagan la mitad de lo que venían pagando; quienes antes pagaban 1,80 libras pagan ahora sólo 0,90 por su (rendimiento) personal o por su jornal. Su carga fiscal se aligera. Entre los jornaleros se distingue ahora el jornal completo del “medio jornal”, por el que cotizan el 30% del grupo. Por otra parte, muchos de los componentes del resto de oficios continúan situados igualmente en el nivel de los jornaleros de campo o en el de los pequeños labradores: al mismo nivel que los jornaleros están los alfareros, el botero, la mitad de los pelaires y el único “pastor de salario” considerado como tal; una categoría profesional todavía no consolidada. Al nivel de los labradores medianos están el único arriero, la mayoría de los alpargateros, -aunque las familias Samar y Françoy superan con mucho este nivel-, el droguero, los otros dos pelaires y la mayoría de los sastres, aunque dos de ellos también se 122 elevan sobre los de su oficio, al compaginar el taller con la ganadería. Lo mismo ocurre con el tejedor Francisco Soler, que une el “trato” a su oficio, con un rendimiento superior al resto de tejedores, distribuidos en la mitad inferior de la escala. Los cuatro cereros son el mejor ejemplo de lo que puede ser la diferenciación dentro de una misma actividad: uno de ellos cotiza solo por su rendimiento personal (tal vez es sólo “mancebo”), otro por su oficio (es seguro “maestro”) y los dos restantes, además, por su industria, teniendo uno de estos tienda abierta al público: obviamente sus cuotas respectivas son distantes entre sí. También los ganaderos consiguen mejores rentas que los simples labradores. Más arriba cirujanos y boticarios, también distantes entre sí, situándose el “profesor de farmacia” Francisco Colea entre los principales contribuyentes. En suma, en el interior de cada actividad u oficio las distancias crecen: no todos los jornaleros prestan su trabajo todo el año; no todos los labradores manejan similar tracción animal; no todos los artesanos son estimados igual por sus respectivos peritos. La de mediados de siglo es una sociedad en estadio de diferenciación ‘intra oficios’ creciente. O así la perciben al menos quienes la fiscalizan. La distancia se consolida también entre los diferentes sectores. En el ranquin de los grupos de oficios el comercio sigue ocupando el primer lugar, como en la generación anterior; signo inequívoco de que se les considera capaces de obtener superiores rentas. Su cuota porcentual (13,87%) cuadriplica el porcentaje de su número (3,50%), aunque su cuota promedio anual (4,85 libras) no alcance la de 1730. Como grupo, no sufren mayor presión fiscal que entonces. Con mayores rentas, pagan menos. Similar tendencia sigue el resto de los grupos, siendo el de los agricultores y ganaderos quienes en mayor medida han disminuido su cuota promedio de más de dos libras a menos de una. Sólo el grupo de la alimentación, con la inclusión del bodeguero Francisco Palacio, ha disparado la cuota media del grupo. Una modificación ocasional que de otro modo se mantendría estable respecto de la generación anterior. La explicación de semejante reducción en la carga fiscal es sencilla. Sabemos que cuando se inició la Única Contribución, el cupo asignado por las autoridades a Fraga lo fue para repartirlo entre unos 250 contribuyentes. Ahora el número de contribuyentes teóricos se mantiene en similar cifra de cara al ‘exterior’, pero el de contribuyentes reales es más del doble. Por eso los peritos pueden reducir las cuotas de cada cual a la mitad y seguir pagando Fraga el cupo asignado por la Intendencia. El análisis sectorial muestra que el porcentaje de población activa dedicada al campo aumenta respecto de la generación anterior; en cambio, su contribución 123 porcentual al catastro personal disminuye. El sector artesanal, que representaba entonces el 17,26% de la población activa, satisfacía el 22% de la cuota total, mientras ahora el 15,63% satisface el 30% de la cuota. Y la imagen se acentúa en el sector terciario, donde el 5,47% de los contribuyentes pagaba el 9,53% y ahora el 4,94% de ellos satisface el 18% de la cuota; más del triple. Un claro síntoma de que ambos sectores, -sobre todo el terciario- distancian su producto líquido del agrícola de forma progresiva, lo que sin duda repercutirá en la ‘distancia social’ entre unos y otros. Fraga es ahora más ciudad que treinta años atrás. Los datos disponibles para el año 1772 abundan en ello. Su información proporciona la mejor imagen de lo que ocurre. El grupo más numeroso entre el artesanado en la década de los setenta es el dedicado a la actividad textil y al calzado, aunque no el que paga mayor cuota. Quienes más pagan y por tanto a quienes mayores rentas se les ha peritado es al grupo dedicado al comercio. Triplican de nuevo su contribución de 1751 y aumentan en un 44% su cuota promedio. En cambio, el resto de los grupos disminuyen las suyas y la mayoría incluso –excepto la construcción- lo hace también en su cuantía absoluta agregada. Mercaderes y negociantes se distancian espectacularmente del resto. Adquirirán un especial protagonismo entre las familias de su generación. Por eso conviene adelantar aquí algunos nombres propios que los saquen del anonimato. Entre los mercaderes y negociantes encontramos varias familias cuya relevancia social será máxima en próximas generaciones. A diferencia de aquellos inmigrantes que en décadas anteriores lo intentaron durante un tiempo y se diluyeron sin descendencia o incluso volvieron a emigrar, se inician ahora varias sagas que perdurarán en la ciudad con relevancia socio-económica creciente. Me refiero a la familia Isach, con el inmigrante Juan Isach como primer mercader de la ciudad, llegado años atrás desde el lugar de La Almolda como sastre y metido luego a la venta de paños. Isach consolidó su actividad y ahora sus hijos le van a la zaga dedicados a los negocios. Me refiero también al negociante Joaquín Monfort, inmigrado desde Barbastro al inicio de los años sesenta, que enraíza en Fraga con el arriendo de las tiendas municipales de comestibles, a despecho de las nuevas leyes liberalizadoras del comercio promulgadas por Carlos III. Su linaje se convertirá con los años en la principal casa de la ciudad. Otro tanto ocurre con el mercader Salvador Miralles Doménech. Procedente de Vinaroz había llegado a Fraga en los años cuarenta como mancebo de botiga, para casarse luego con la hija del tendero al que servía. Alguno de sus descendientes llegará a la cúspide económica y social en las siguientes generaciones, incluido entre los mayores contribuyentes del catastro global. 124 En síntesis, con la actividad creciente del tercer cuarto de siglo en el comercio, en la ganadería y en el volumen de algunos oficios artesanales sobre todo del sector textil y del calzado, comprendemos mejor aquel aumento en el número de los hombres ya conocido. Recordemos que la reducida tasa de crecimiento medio anual del 0,33% entre los años 1718 y 1730, ampliada al 0,55% anual entre 1730 y 1751, alcanzaba un techo del 3,42% en el año 1776, difícil de conseguir sin el concurso de la inmigración. Fue aquella la mayor tasa de crecimiento de todo el siglo. Además del incremento de las familias fragatinas, contribuían de forma decisiva a una tasa tan elevada las 83 familias de inmigrantes llegadas desde mediados de siglo, que a su vez se añadían a muchas de las sesenta arribadas entre 1730 y 1751 y no reemigradas. Fraga crecía como intenso polo de atracción para las comarcas limítrofes. Una inmigración que sabemos llegó a su cenit a principios de los años ochenta, cuando el número de los apellidos alcanzó el mayor guarismo de toda la época de estudio: 309 apellidos catastrados. Seguramente, aquella época supuso la mejor coyuntura económica del siglo. El cambio de tendencias en la actividad económica: la tercera generación. Es la que se hace adulta precisamente en la década de los ochenta. Será la que alcance la cima económica del siglo pero también la que sufra la recesión finisecular: los “años malos” en las dos décadas previas a la guerra de la Independencia. El reinado de Carlos III explica el ascenso mientras el de Carlos IV sufre las dificultades. Se ha dicho que el censo ordenado confeccionar por Floridablanca tenía algo de encuesta propagandística de lo conseguido durante el primer mandato. La información que proporcionó evidenciaba un claro aumento de la población al tiempo que permitía cuantificar el factor humano implicado en la creciente actividad económica. Para verificarlo conviene aprovechar su estadística profesional, como lo hemos hecho ya con la demográfica. Los datos de Fraga contenidos en el Censo de Floridablanca, cumplimentados y firmados por el ayuntamiento con fecha 1 de diciembre de 1786, figuran en el recto y verso de un mismo folio. Comenzaré con ellos el análisis de la actividad económica de la tercera generación, tratando de compararlos al mismo tiempo con la fuente catastral más próxima: el cuaderno de industrias confeccionado tres años después, en 1789. El Censo de Floridablanca en Aragón ha sido examinado, discutido y utilizado por varios historiadores. Nos interesan aquí particularmente el análisis de Guillermo Pérez Sarrión y el posterior de Antonio Peiró Arroyo. En opinión del primero, “la distribución profesional de la población activa presenta no pocas cuestiones por resolver: proporciona una división profesional insuficiente; la denominación de ‘fabricantes’ parece haber creado considerable confusión entre los encargados de 125 cumplimentar las hojas impresas, abultando exageradamente las cifras reales; no hay un apartado para los obreros industriales, ocultos quizá en las cifras de jornaleros y criados; los epígrafes ‘labradores’ y ‘jornaleros’ no incluyen la totalidad de la población campesina; no aparecen los ganaderos; la denominación ‘criados’ incluía tanto a miembros del servicio doméstico como a jornaleros fijos de casas nobles, conventos y otras instituciones;”… etc. La solución que encuentra Pérez Sarrión para clarificar todas estas cuestiones es la de comparar el Censo con el de Godoy de 1797, alegando que “en diez años no podía haber cambiado la situación sustancialmente”.10 Y a partir de la comparación con el segundo va dando significado concreto a los sucesivos guarismos del primero. Por su parte, Antonio Peiró advierte la dificultad de efectuar comparaciones sobre el conjunto de la población activa entre diferentes poblaciones. 11 Según este autor, “el análisis del censo revela que posiblemente el concepto de ésta era muy diferente de una a otra localidad”. Que en algunas –dice- “puede incluir a la población activa femenina; (mientras) en otras es evidente que no incluye a toda la masculina”. De manera que “este hecho lleva consigo que la tasa de actividad varíe mucho de una localidad a otra en la misma zona”. Y para demostrarlo aporta el ejemplo de dos localidades del mismo partido turolense: “mientras en Jorcas la tasa (de población activa) es del 14% (sobre el total de la población), en Villel es del 41%”, lo que a su juicio responde a diferentes criterios de cómputo. Finalmente, Peiró afirma que el censo no considera activos a los miembros del clero regular, puesto que no se ha previsto lugar para ellos en las casillas del estadillo, (aunque sabemos que sí son contabilizados por ejemplo en Fraga -agustinos y capuchinos-, en Torrente de Cinca –trinitarios- o en Albalate de Cinca –mínimos). Es decir, en opinión de ambos autores, las cifras del Censo de Floridablanca, al expresar la población activa de cada lugar, han de ser interpretadas a la luz de otras fuentes próximas en el tiempo para una misma localidad. Y, cuando sea posible, deben compararse con los de otras poblaciones con las debidas precauciones. Sólo así las conjeturas sobre el significado de sus datos pueden ser contrastadas en uno u otro sentido. Sólo así se obtendrá de ellos una interpretación coherente. Eso es precisamente lo que he intentado para el caso de Fraga, comparando en primer lugar los datos de las hojas locales correspondientes a la mayoría de los pueblos de la comarca del Bajo Cinca, junto a los de otras localidades próximas. De la comparación resulta que, mientras la mayoría de las poblaciones ofrecen tasas de actividad comprendidas entre el 19% y el 27% de la población total: Ontiñena (19%), Belver (19%), Zaidín (20,2%), Osso (21,8%), Binaced y Valcarca (22%), Alcolea de Cinca (22,6%) Torrente de Cinca (23%), Candasnos (24%) y Albalate de Cinca (25,5%), en Fraga el porcentaje asciende al 37,5% y en Velilla de Cinca nada 126 menos que al 49%. ¡La mitad de la población sería población activa en este último caso! La tentación de interpretar que en el primer grupo de localidades se han tenido en cuenta sólo cabezas de familia de algunos oficios o sólo la población masculina, es fuerte. Así mismo, resulta plausible interpretar que, en el caso de Velilla o de Fraga, lo que recoge el Censo para la mayoría de los oficios no son sólo a los cabezas de familia sino a todos los individuos activos. Veámoslo con detalle. Cuadro 21 DATOS SOCIO-PROFESIONALES DEL CENSO DE FLORIDABLANCA EN FRAGA ECLESIÁSTICOS nº LAICOS nº CLERO SECULAR INFANZONES Y ESTADO LLANO Capítulo Eclesiástico parroquial Hidalgos 20 Curas 2 Abogados 2 Beneficiados 21 Escribanos 6 Tenientes de cura 0 Estudiantes 20 Sacristanes 1 Labradores 537 Acólitos 5 Jornaleros 352 Ordenados a título de patrimonio 1 Comerciantes 15 Ordenados de menores 0 Fabricantes 39 Total Capítulo Eclesiástico 30 Artesanos 243 CLERO REGULAR Criados 154 Convento de Agustinos calzados Total Infanzones y Estado Llano 1.388 Profesos 8 SERVIDORES DE INSTITUCIONES Novicios 0 Empleados con sueldo del Rey 9 Legos 3 Con fuero militar 5 Donados 1 Dependientes de Inquisición 0 Niños 1 Síndicos de Órdenes Religiosas 1 Total Agustinos 13 Dependientes de Cruzada 0 Demandantes 1 Total Servidores de Instituciones 16 TOTAL LAICOS 1.404 Convento de Padres Capuchinos Profesos 13 Novicios 0 Legos 4 Donados 2 Niños 0 Total Capuchinos 19 TOTAL ECLESIÁSTICOS 62 Fuente: B.R.A.H. legajo 9/6188. Microfilm UNIZAR. 127 He confeccionado el Cuadro 21 con los datos socio-profesionales que el Censo aporta para Fraga. Bajo el estadillo de la población total por grupos de edad, sexo y estado, la hoja detalla en una primera columna los componentes del clero secular; la segunda incluye hidalgos, estado llano por sectores y otras actividades; y en la tercera las situaciones minoritarias de algunos individuos que hemos incluido dentro del concepto ‘servidores de instituciones’. La cara posterior del folio desglosa los miembros correspondientes a los dos conventos del clero regular masculino existentes en el núcleo urbano en ese momento. Resulta evidente a simple vista que el criterio contable del Censo no coincide con el de las sucesivas fuentes catastrales. Desde luego, cuando se refiere a los eclesiásticos está contando los individuos, tanto seculares como regulares. Queda claro. También cuando cuenta los veinte estudiantes y los 154 criados. Los estudiantes son con seguridad hijos de las familias infanzonas o de labradores hacendados. No son por tanto cabezas de familia y además están exentos de contribuir, por lo que no aparecerán en el catastro. Su conocimiento es valioso en tanto nos informa de la capacidad de algunas familias para sufragar a sus hijos estudios medios o superiores en ese momento, pero su número hay que excluirlo de un posible guarismo global a comparar con la fuente catastral. A su vez, los criados que nombra son casi con toda seguridad criados domésticos, ¿varones y hembras o sólo varones?, integrados en la casa de sus amos. Tampoco aparecen en los catastros y cuadernos de industrias como familias de contribuyentes. Habrá que excluirlos por tanto de la comparación. En cambio, cuando el Censo se refiere a algunos oficios y estatus parece reflejar cabezas de familia y coincide con la fuente catastral más próxima. Es el caso de los hidalgos que, en número de 20, parece abarcar las 16 familias de infanzones, de viudas infanzonas y de pupilos infanzones recogidas por el cuaderno de industrias de 1789, además de los cuatro infanzones oriundos de Fraga y residentes en otros lugares, que la fuente catastral especifica como tales. Coincide también el número de los abogados, escribanos, comerciantes y algunos de los que hemos titulado servidores de instituciones. Pero aquí acaba la coincidencia en las cifras. Labradores, jornaleros y artesanos son muchos más los cifrados en el Censo que los obtenidos del cuaderno de industrias en 1789. Es preciso por ello interpretar la discrepancia entre ambas fuentes, siendo como son fiables las dos. Como explicó Pierre Vilar respecto del Catastro de Ensenada, quienes trabajaban la tierra en aquel tiempo pueden reunirse en dos grandes grupos: “El catastro distingue –decía Vilar- cuatro categorías de trabajadores: los labradores con sus hermanos, hijos y mozos; los jornaleros; los hortelanos; y los pastores. Siendo asimilables los hortelanos a los labradores y los pastores a los jornaleros, 128 existen de hecho dos grandes categorías: los que viven en la explotación y los que alquilan sus brazos temporalmente. Ahí está la línea divisoria principal para las gentes de la época”.12 Pues bien, si atendemos al desglose y posterior agrupación efectuados por Vilar, podríamos interpretar que, en el Censo de Floridablanca, los ediles fragatinos tomaron como “labradores” y contaron como tales tanto a los cabezas de familia como a los hermanos, hijos y criados permanentes (mossos) dedicados al cultivo de sus tierras. Si eso fue así, no sería descabellado el total de 537 labradores que detalla el Censo. El guarismo no estaría expresando cabezas de familia sino individuos en activo: población activa en el campo. Y no estaría tan lejano como parece de los 308 cabezas de familia labradores que resultan del cuaderno de 1789 si, a los que incluye este documento, sumamos los ganaderos no infanzones, los hortelanos, apicultores, menores con tierras, así como la mayoría de las viudas de labrador exentas y los mayores de 65 años. Es decir, mossos, hijos dependientes, hermanos, abuelos, yernos y viudas quedaban fuera del cómputo fiscal y afloraban sin embargo en el Censo. Del mismo modo cabe interpretar el superior número de jornaleros detallados en el Censo (352) sobre los 222 –jornaleros más pastores- incluidos en la fuente fiscal. En la familia del contribuyente jornalero puede haber más de un miembro que acuda al jornal. Es la prole que contribuye a la subsistencia del grupo doméstico. Los hijos de jornalero no aparecen en los cuadernos de industria puesto que en ningún caso están sujetos a contribución, mientras sus padres sólo lo están cuando poseen bienes sitios –casa o parcelas- u otros medios de producción tales como caballerías, pequeños rebaños en el caso de los pastores, o colmenas unos y otros. Es lógico por tanto que el guarismo catastral sea inferior al del Censo, donde, en cambio, no aparecen los arrieros como denominación específica y, por tanto, los 45 individuos que cotizan por “arriería” en 1789 han de estar incluidos en alguna cifra del Censo; y lo más lógico era contarlos entre los jornaleros. Desde luego no están entre los comerciantes, y carece de lógica buscarlos entre los artesanos. Por eso hay que entender, finalmente, que el Censo de Floridablanca tiene por jornaleros en Fraga a todos aquellos individuos que prestan su fuerza de trabajo asalariado, como braceros o jornaleros especializados, sean o no cabezas de familia y ejerzan como tales todo el año o sólo estacionalmente. Cabría incluso que los regidores del momento interpretasen necesario hacer constar las varias actividades que algunos individuos realizaban por entonces. Por extraño que parezca, un individuo podía ser al mismo tiempo zapatero y ganadero –como efectivamente sabemos ocurría-, o ejercer de boticario y administrar al mismo tiempo sus tierras, que ciertamente poseía y explotaba. Nos consta que los 129 tejedores completaban en buena medida su subsistencia con el cultivo de parcelas en la huerta y podían emplearse como jornaleros en determinadas épocas del año, como los arrieros, o los alpargateros, que en efecto lo hacían. Quienes compusieron los cuadernos de industrias lo expresan con claridad al anotar las jornadas del año que cada cual destinaba a su oficio principal, con lo que indirectamente nos informan del tiempo dedicado a otras actividades. Si los redactores de la hoja del Censo tomaron esta circunstancia como digna de ser tenida en cuenta, el número de implicados en tareas agrícolas incrementaría tanto el grupo de los labradores como el de los jornaleros. Tendría entonces mayor sentido que los jornaleros representaran por sí solo el 9% de la población fragatina; la undécima población en número de jornaleros de Aragón según el listado de Peiró. 13 También explicaría que la tasa de actividad en Fraga represente –según el Censo- nada menos que el 37,5% de la población total como sabemos. Un porcentaje superior a las medias de todos los partidos aragoneses e incluso al de todas las ciudades cabeza de partido, excepto la capital, Zaragoza, si se atienden los datos proporcionados por Pérez Sarrión.14 Algo realmente sorprendente, indicador de un elevado dinamismo económico y/o de una sobreexplotación de la fuerza de trabajo. De otro lado, el grupo de los artesanos también aparece representado en el Censo con un guarismo mayor que en el cuaderno de industrias: 243 individuos en el Censo frente a 129 contribuyentes en el cuaderno. No puede haberse producido en menos de tres años un descenso tan drástico entre el artesanado. La explicación de la discordancia entre las dos cifras sería la siguiente: a los 129 cabezas de familia artesanal deben añadirse primero todos aquellos contribuyentes que, con el criterio adoptado, hemos llevado al sector “servicios” y que no tienen contrapartida en el Censo: los boticarios, cirujanos, mesoneros, esquiladores y aguador; profesiones y servicios que no constan explícitamente en el Censo de Floridablanca y que necesariamente han de incluirse entre los artesanos. Además, debemos añadir otro componente artesanal que la fuente catastral incluye sólo como observación marginal y que por estas fechas ha adquirido en Fraga carta de naturaleza con un peso numérico considerable. Se trata de los “mancebos”, que desempeñan junto a sus maestros –y en su casa y taller- varios oficios. Para el año 1789 son nada menos que 26 los mancebos detallados al margen del catastro, además de los hijos y yernos que colaboran en las tareas del oficio (dieciséis casos recogidos en el documento.) Sumadas las profesiones no detalladas, los hijos y los mancebos a los 129 artesanos contribuyentes darían un total de 240 individuos activos, cifra casi idéntica al guarismo del Censo. Por último, un caso especialmente confuso y escasamente fiable parece el de los “fabricantes”. En la hoja del Censo aparecen nada menos que 39 “fabricantes”, 130 mientras el cuaderno de industrias de 1789 anota sólo uno y cinco el del año 1803. No es posible aceptar semejante reducción. Necesariamente ha de entenderse que quienes en el Censo de Floridablanca figuran como tales son en realidad artesanos de diferentes oficios dedicados a elaborar productos que no podemos precisar. Así parece decidirlo Pérez Sarrión cuando afirma que el epígrafe ‘fabricantes’ se entendió mal y que –en su opinión- su número censado en 1787 era “superior a la realidad, a veces en mucho”.15 Y, desde luego, ninguna fuente cualitativa habla en Fraga de la existencia de fabricantes de ningún tipo en estas fechas, a excepción de un “fabricante” de aguardiente y cuatro “fabricantes” de jabón. Pese a sus diferentes guarismos, la coherencia de ambas fuentes parece demostrarse y se refuerza al comparar la de Fraga con otras estadísticas. Si nos atenemos estrictamente a los datos que la hoja local del Censo proporciona, podemos compararlos con los de varias medias regionales y con la media nacional con el fin de comprobar su propia coherencia interna y su proximidad con aquellas. Cuadro 22 PORCENTAJES DE LOS PRINCIPALES ESTADOS Y PROFESIONES EN 1787 ESPAÑA P. VALENCIANO ARAGÓN FRAGA Clero 3,8 4,2 3,3 4,2 Hidalgos 14,6 0,5 5,2 1,4 Labradores 27,6 34,5 33,9 36,6 Jornaleros 29,3 33,3 23,5 24,0 Criados 8,5 8,4 12,7 10,5 Fabricantes 1,2 3,4 2,0 2,7 Artesanos 8,2 9,7 11,7 16,6 Comerciantes 1,0 1,1 0,9 1,0 5,8 4,9 6,8 3,0 (Servidores de instituciones)* Fuentes: España y P. Valenciano, J. CASTELLÓ; Aragón, PÉREZ SARRIÓN; Fraga, elaboración propia. *Pérez Sarrión no incluye esta categoría. Desde luego, los datos de Fraga siguen en la mayoría de renglones la tónica de las medias regionales próximas y de la nacional. Parecen cifras coherentes. El porcentaje de los ‘servidores de instituciones’ es lógicamente bastante menor en Fraga que en aquellas, tratándose de una población pequeña y rural, en la que caben pocos empleados con sueldo del Rey (9), con fuero militar (5), demandantes (1) o síndicos de órdenes religiosas (1), sin que se incluya ningún dependiente de 131 Inquisición o de Cruzada. En consecuencia, los restantes porcentajes de Fraga resultan incrementados. Algunos porcentajes fragatinos se sitúan más próximos a los valencianos que a los de Aragón: ocurre con el clero por su crecido número y con los hidalgos por lo reducido de su porcentaje, muy inferior al promedio aragonés. Ocurre con los labradores, cuyo tanto por ciento rebasa con amplitud todas las medias y parece expresar una mayor división de la propiedad agrícola en Fraga. El de los jornaleros, en cambio, se sitúa más próximo a la media aragonesa en el contexto de una menor proletarización del campesinado. También por su carácter de zona agrícola y rural sorprende que su artesanado rebase las medias en varios puntos porcentuales. Será preciso reconocer a Fraga cierta capacidad de abastecimiento comarcal de algunos productos artesanos. Téngase en cuenta que, en el conjunto de los pueblos del Bajo Cinca, el número de artesanos inscritos por el Censo de Floridablanca no rebasa los ochenta: un tercio de los de Fraga. La comarca parece servirse de su cabecera en este aspecto de la actividad económica. * * * Una vez analizado el Censo y comprobada su coherencia porcentual con las medias regionales y la de sus datos absolutos con los de la fuente catastral más próxima, es preciso volver a esta última. Naturalmente los porcentajes del Censo de Floridablanca no pueden coincidir con los que venimos adjudicando a los diferentes sectores en la fuente interna. Recordemos que nuestro criterio excluye de la población activa al clero y deja al margen de cómputos a las viudas exentas de contribución, a los militares, a algunos contribuyentes de oficio desconocido y a los menores de edad. Si los tuviéramos en cuenta, porcentajes de una y otra fuente se aproximarían. Y en cualquier caso, repito, una y otra son buena muestra del dinamismo económico que aquella década de los ochenta manifestó. Desde entonces, y durante las dos décadas siguientes hasta la guerra de la Independencia, el volumen creciente del factor humano se frena en el sector primario, mientras continúa en el secundario y terciario. La comparación del cuaderno de industrias de 1789 con el de 1803 lo muestra con claridad. Los datos extraíbles de ambos, -de mayor precisión y riqueza informativa que los de catastros anteriores-, nos aproximan mejor a la tercera generación. Comencemos con el sector primario. La población agraria global se estanca e incluso retrocede en términos relativos: pasa del 69,2% al 65,96% del primer al segundo año. Además, la razón labradores / jornaleros cambia de la primera a la segunda fecha pues las familias jornaleras aumentan -de 212 a 220-, mientras las de labradores disminuyen de 204 a 162. El descenso se ceba en estas últimas, cuyo 132 número retrocede a cifras inferiores a las de 1730. Habrá que explicarlo en razón de la coyuntura adversa que atraviesa y aceptando una concentración de la propiedad que la aproximaría a las medias regional y nacional. Lo cierto es que el número de familias jornaleras se distancia progresivamente del de las labradoras, en una tendencia de aumento creciente que ya no cambiará después de la guerra de la Independencia, apoyando la hipótesis de su progresiva proletarización. También cambia la fuerza de trabajo animal: desde mediados de siglo viene disminuyendo el número de bueyes de labor (de 188 en el año 1751 se pasa a 134 reses en el año 1789 y a 116 en 1803) mientras la cabaña equina supera en esa última fecha las mil cien cabezas (508 mulas, 34 caballos, 16 yeguas y 553 asnos), duplicando casi la fuerza de trabajo de medio siglo atrás. En aparente paradoja con el descenso en el porcentaje de población dedicado a ello, aumentan algunos de sus medios de producción. Lo que ocurre en realidad es que las características del sector agrícola y ganadero están variando. Se buscan ahora algunas alternativas a las labores tradicionales: catorce familias de hortelanos se dedican al cultivo de hortalizas para el mercado en 1789, y en 1803 son ya veinticuatro. La misma tendencia creciente se observa entre quienes, sin otros medios productivos, se dedican con exclusividad a la explotación de abejares: seis apicultores en 1789 y veinte en 1803 explotan casi la mitad de las más de 1.500 colmenas largas y cortas esparcidas por las laderas de los barrancos en el monte. El grupo de los ganaderos con o sin tierras de cultivo complementarias disminuye levemente durante estas décadas y sus rebaños parecen oscilar fuertemente en su cuantía anual. El número de los contribuyentes calificados de “pastores”, sigue una secuencia errática: tan sólo un individuo había sido considerado como tal en 1751, para pasar a diez en 1789 y descender a siete en 1803. También aquí parece producirse una cierta concentración en la propiedad de rebaños, necesitados de pastores para su cuidado. O de anteriores propietarios ganaderos convertidos en “medieros” de rebaños ajenos. Lo sabemos por las requisas de la guerra que los detallan. La evolución del arriendo de los pastos durante estos años tal vez nos ayude más adelante a comprender las oscilaciones en la ganadería: de las 8.000 cabezas de “lana y pelo” que tributaban como rebaños de ganaderos naturales en 1772, se pasó a poco más de la mitad -4.990 cabezas en 1789- para volver a duplicarse en 1803 con 9.116 cabezas. Un vaivén difícil de interpretar si no aparecen datos sobre epidemias que afecten a la producción pecuaria, o se deriven consecuencias catastróficas (o consumos extraordinarios de carne) en un período en el que se produce la guerra contra la Convención francesa: una Guerra Gran calificada así por quienes no habían sufrido ninguna hasta entonces; ni ellos ni sus padres. 133 En el conjunto de la actividad profesional de la tercera generación, el sector primario experimenta una contracción en el número de su población activa durante la década final del siglo XVIII y la primera del XIX. Su porcentaje relativo respecto de los otros sectores había ascendido ligeramente durante la primera mitad del siglo hasta el 78,61%; a finales de la década de los ochenta perdía casi diez puntos porcentuales, y siguió perdiendo peso relativo hasta situarse en torno al 66% en los primeros años del XIX: el menor porcentaje entre los obtenidos en todo el período de estudio, mientras el secundario y terciario evolucionan obviamente en sentido opuesto. Los artesanos representaban el 15,68% de la población activa a mediados del siglo: ascienden al 18,48% el año 1789 y alcanzan en 1803 el porcentaje más elevado de toda la etapa, con un 19%. Podría argumentarse que su incremento es simple consecuencia del descenso en el porcentaje agrícola. Pero es que los guarismos absolutos del artesanado pasan de 77 familias en la primera fecha a 129 familias en la segunda y a 136 en 1803, cuando la actividad agrícola está en retroceso de su factor humano desde hace ya varios años, a tono con la recesión global de la población fragatina. Dentro del artesanado observamos una mayor diferenciación entre oficios. Aunque la mayoría de los grupos han aumentado sus componentes respecto de la primera mitad del siglo, no todos lo hacen desde los años noventa. De la segunda a la tercera generación se diversifica su tipología al tiempo que varía su contingente. Aparecen por primera vez un fabricante de aguardiente y cuatro fabricantes de jabón, ya lo hemos visto; aumenta el número de horneros y panaderos (ocho hornos de pan activos en la segunda fecha) y se estancan los oficios dedicados a la construcción. Sin vocación de continuidad se instalan en Fraga un estañero, un gaitero y cuatro cesteros y silleros, que desaparecerán pronto. El ramo del textil y calzado aumenta significativamente en alguno de sus oficios. Deben suponer una alternativa a las labores agrícolas. Disminuyen ligeramente las familias de zapateros, tejedores y sastres y casi desaparecen los pelaires, mientras el grupo de los alpargateros aumenta sin cesar, alcanzando en 1803 las 37 familias de maestros. El sector artesanal se está concentrando sensiblemente en este ramo de actividad, de forma similar a lo que estaba sucediendo en Lérida.16 Como los libros de industrias detallan la información mejor que los catastros, comprendemos ahora lo que antes no podíamos interpretar: la razón de las diferentes cuotas asignadas a cada individuo del ámbito artesano. Algunos talleres no trabajan todo el año (algunos sólo cuando tienen materia prima); los maestros tienen a su cargo diferente número de mancebos y algunos cubren la necesidad de ayuda a la producción con sus propios hijos antes que con mano de obra contratada. Las cuotas son, en consecuencia, distintas según los casos y la 134 diferenciación entre artesanos responde a causas conocidas. No es que la productividad de unos supere la de otros y por ello se les periten superiores rentas; la propia reglamentación gremial dificultaría ese motivo de diferenciación. La distancia que separa a unos maestros de otros radica en tres razones complementarias. La primera el tiempo que mantienen su taller abierto durante el año. La segunda el número de hijos y/o mancebos que les ayudan en la producción y que sólo ahora podemos cuantificar: los 26 mancebos de 1789 pasan a 76 en 1803; triplican su número en catorce años. La tercera estriba en la proliferación del comercio que excede a la producción propia: lo que en décadas anteriores era sólo venta ocasional se incrementa en número de botigues y volumen de negocio. Respecto al tiempo que cada taller y oficio dedican a su actividad principal, un detallado análisis del cuaderno de 1789 permite observar que algunos individuos trabajan en su profesión todo el año, pero otros lo hacen sólo durante algunos meses, siendo su dedicación máxima la de 180 días y la mínima considerada fiscalmente la de dos meses (treinta días laborables.) En ningún oficio trabajan todos sus componentes durante todo el año y la gradación entre ellos resulta muy variada: Solo los tres cereros trabajan todos más de la mitad de las ciento ochenta jornadas.17 Luego, el 87,5% de los horneros trabaja más de medio año. En porcentaje descendente, se ocupan durante más de seis meses (90 jornadas) el 75% de los sastres, el 70% de los zapateros, el 66% de los caldereros y tejedores, el 62% de los albañiles y el 56,7% de los alpargateros. Se quedan en el 50% los herreros, cerrajeros y esquiladores y no lo alcanzan los carpinteros. El resto de los oficios artesanales quedan por debajo de estos porcentajes, siendo sus quehaceres sólo ocasionales. Son en realidad artesanos-campesinos o campesinos-artesanos que, por distinto grado de ocupación, perciben diferente utilidad anual. También la utilidad o ‘sueldo’ diario atribuido por los peritos distancia a unos oficios de otros. Entre los artesanos, el mayor salario se atribuye ahora a los albañiles, con una utilidad diaria de 9 sueldos jaqueses. A todos por igual. Les siguen los alfareros, carpinteros y cereros con 8 s. j.; los caldereros con 7 s., los sastres con 6 s. y 6 dineros, los cesteros, cerrajeros y tejeros con 6 s., horneros con 5 s. y 12 dineros, herreros con 5 s. y esquiladores y serrador con 4 s. diarios. En el tramo inferior de la escala retributiva se encuentran los arrieros, alpargateros, tejedores, zapateros, cedaceros, “porgadores”, estañero y gaitero, a quienes se atribuye la utilidad diaria de tres sueldos jaqueses. El último escalón lo ocupan los cortantes (carniceros) y el aguador, que ni siquiera alcanzan esa cantidad. Naturalmente la suma de los tres factores: tiempo dedicado a la actividad, valoración de la misma y número de componentes del grupo doméstico o taller, acaban produciendo un distanciamiento fiscal notable entre el artesanado. De 135 manera que, aunque en principio unos oficios estén más valorados retributivamente que otros, y como tales sus componentes se consideren en un estatus económico superior al de otros, en realidad la imagen de la actividad se singulariza: llaman más la atención y se perciben con más fuerza las diferencias tributarias entre individuos que entre oficios. La sociedad local se hace menos corporativa en su faceta productiva y permite cada vez más la emergencia del individuo que por su rendimiento personal y por su capacidad para movilizar capital consigue un producto líquido anual superior al de otros menos arriesgados, más tradicionales, o con menor “afán de lucro”. Lo hemos visto antes entre los hacendados, infanzones o no, lo vemos ahora entre el artesanado y lo veremos luego con mayor intensidad todavía entre los comerciantes. En la función artesana de esta tercera generación ocupan la cúspide tributaria por el catastro personal un cerero –Miguel Gaya- que tiene tienda abierta de droguería, obtiene miel y cera de 26 colmenares y es “ganadero de vacadas” con ocho vacas y cuatro crías, además de contar con un par de mulas y un caballo. Es un inmigrante de la comarca vecina del Segrià que ha conseguido instalarse y afincarse en Fraga en disputa con la familia Monfort, con quienes pugna por ocupar el puesto de proveedor oficial del ayuntamiento en productos de cerería y confitería. El suyo es un buen ejemplo de actividad múltiple, que conjuga las tareas del oficio artesanal con otras actividades de riesgo, por las que obtiene incluso mayor renta anual. Es uno de los llamados entonces “hombres nuevos”, llegados a Fraga con mentalidad centrada en el negocio. Responde al concepto de hombre de empresa introducido más arriba. Tras él, se sitúa como artesano otro inmigrante, el albañil José Paul, que cotiza durante todo el año por su oficio y en cuyo grupo doméstico figuran junto a él dos de sus hijos, que le ayudan también durante las 180 jornadas cotizables. Pese a su similar posición tributaria en la parte superior de la escala, observamos una diferencia esencial entre ambos. Es evidente que el cerero no puede ‘llevar’ sus varias actividades él sólo; como mínimo ha de contar con otros miembros de su grupo doméstico para cumplirlas con eficacia. Y sin embargo, solo cotiza en el catastro personal por sí mismo; nada se nos informa de sus ayudantes. En cambio, el albañil cotiza por él y por sus hijos; específicamente se le acumula la renta obtenida por todos los miembros del grupo doméstico. Parece por tanto darse una diferencia de trato entre ambos casos. Parece que unos oficios son más controlados y cargados fiscalmente que otros; caen dentro del control estricto que se advierte desde ahora en la documentación. Sobre todo entre el que luego llamaremos “gremio de sogueros y alpargateros” y, en menor medida, entre los zapateros y herreros. Da la sensación de que las autoridades locales pretenden 136 compensar de este modo la mayor exactitud con que se carga la temporalidad que cada cual dedica a su oficio, -que disminuye la tributación-, con la atribución a cada maestro artesano del rendimiento de sus hijos y mancebos por la actividad que desempeñan. El maestro alpargatero tributa sólo por el tiempo que ejerce su oficio durante el año, pero acaba pagando más que los artesanos de otros oficios por el rendimiento que obtiene de quienes colaboran con él en el taller y/o en la botiga. De hecho, tan evidente parece el mayor control de autoridades y peritos, que el gremio acabará diferenciado en el documento catastral de 1803, agrupados todos sus miembros en un listado al final del cuaderno, pese a que varios de ellos figuran ya en las hojas correspondientes a su ordenación por el nombre de pila, como se hizo siempre; es decir, varios aparecen repetidos: primero son incluidos por su hacienda y otros elementos de cargo y, al final del cuaderno, se les vuelve a incluir en su calidad de miembros del gremio, con el detalle de su contribución por el oficio y por los hijos y mancebos que trabajan a su servicio. La suya parece una actividad a tener muy presente por parte de las autoridades, pese a que la inmensa mayoría de los artesanos continúan situados en la parte baja de la escala contributiva, rebasando en menos de una libra anual la cuota media de todos los grupos de actividad. La de los alpargateros es una actividad en auge. En 1789 dos familias –la de Francisco Samar y la de José Bollicdestacan sobre el conjunto. En su taller trabajan nada menos que cinco y cuatro mancebos respectivamente. En 1803, además de ellos, otras familias de alpargateros demuestran su pujanza: Raimundo De Dios por la considerable producción que consigue en un taller donde trabajan ocho mancebos, y Antonio Fransoy, quien con menor número de criados le supera en cuota por su botiga de alpargatería. Ocupan nada menos que el quinto y duodécimo lugar entre los mayores contribuyentes por el catastro personal. Con mayor intensidad que entre los alpargateros, un crecimiento realmente significativo se produce durante esta tercera generación en varias facetas del ámbito comercial. La tendencia al crecimiento del sector terciario, observada ya en 1772 con aquel incremento sensible de los negociantes, se consolida en esta etapa finisecular. Fraga aumenta su porcentaje terciario y duplica en 1789 el de mediados de siglo, alcanzando el 12,32% del factor humano, para seguir creciendo en 1803 hasta el 15%; su mayor porcentaje en la etapa de estudio. La denominación mercader ha caído ya en desuso y la de negociante apenas aparece. Quienes se dedican ahora al “comercio” son casi todos considerados “comerciantes”: dieciséis contribuyentes en 1789, que ascienden a veintisiete en 1803; un guarismo absoluto que ya no volverá a alcanzarse en el resto de la etapa y que incluso descenderá con 137 posterioridad a tan sólo 20 familias entre comerciantes y tenderos en 1860, cuando Fraga alcanza otro máximo relativo en su crecimiento demográfico. Es posible interpretar el incremento comercial de finales del siglo XVIII en razón del previo crecimiento de la población local desde mediados del siglo. Pero el consumo interno no parece ser el único factor para un aumento tan acusado. Habrá que buscar otras razones al analizar la propia actividad mercantil volcada al “exterior”. Mientras tanto, vemos cómo los comerciantes son los responsables de una ampliación ostensible en la escala contributiva. La distancia entre su grupo y el resto de actividades se ensancha. Su cuota media anual era de 6,9 libras jaquesas en 1772 y asciende a 15,63 libras en 1789, aunque en 1803 se queda en 9,7 L. j., tal vez por una reducción en su actividad, a rebufo de los malos años agrícolas. Pese a ello, su cuota media triplica la de los grupos que le siguen en la escala. Con el paso del tiempo, su volumen contributivo en el catastro personal y ganancial se incrementa sin cesar: era de 223 libras en 1772, asciende a 250 en 1789 y alcanza las 262 L. j. en 1803. Ningún otro oficio paga tanto como los comerciantes. Naturalmente, no todos sus componentes se sitúan en similar tramo de la escala; sus diferencias internas son considerables. El primer contribuyente absoluto por el catastro personal es, en 1789, Joaquín Monfort Martínez, (60 libras de cuota anual). Es el prototipo del hombre de empresa. Despliega toda la tipología del tráfico mercantil: vende “a la menuda” en el ramo de la alimentación, la confitería y en el textil, por lo que veinte años atrás se le hubiera calificado como “mercader de vara, peso y comestibles”. Pero también vende “en junto” sobre todo grandes partidas de granos; y al mismo tiempo forma parte, como socio, de la principal compañía comercial, de tráfico habitual ya en estas tierras: desde hace años Monfort es porcionista de la Compañía de Calaf en el arriendo de los diezmos de la Mitra de Lérida. El primer Monfort nacido en Fraga será espejo de comerciantes y tenderos en la ciudad y en la comarca. Ese año se le considera una utilidad anual de 800 libras jaquesas por el comercio en su botiga, por la compra de hilo de seda que efectúa en varios pueblos de la comarca, por el tráfico de granos y por el arriendo de diezmos. En años anteriores se ha dedicado también al “trato” de caballerías de tiro y a la venta de ganado vacuno. En los posteriores su actividad se ve disminuir por la menor utilidad con que se le carga en el catastro, pero esa disminución se compensa con creces con la de quien le está sustituyendo en la dirección de sus negocios: su hijo Vicente, a quien desde ahora debemos anteponer el “don” conseguido con el reconocimiento oficial de su infanzonía. Los Monfort doblan en cuota a quienes les siguen en la tabla de frecuencias: los Miralles y los Isach. Superan incluso a otro infanzón y abogado, de inusitado empuje para los 138 negocios, amén de significado terrateniente: el doctor don Antonio Barrafón Fox, perteneciente a uno de los linajes con mayor tradición en la ciudad. Las de los Monfort, Miralles, Isach y Barrafón son las cuatro familias que mueven los hilos del tráfico comercial. Junto a ellos, pero a gran distancia contributiva, el resto de medianos comerciantes y tenderos que intentan imitarlos desde los puestos inferiores de la escala; algunos cotizando en un nivel equivalente al de los artesanos de menor envergadura fiscal, con un perfil más próximo al de transportistas (acarreadores) que al de comerciantes, sujetos a la regla de “coste y portes”. De hecho, el mayor aumento de familias dedicadas a una misma actividad –por encima incluso de los alpargateros- se produce estos años de fin de siglo y primera década del siglo XIX en el oficio de arriero. Hemos visto aparecer la trajinería como actividad fiscalizable en los catastros de 1730 y 1751, con un solo partícipe del oficio. A finales de siglo son nada menos que cuarenta y cinco familias las dedicadas al acarreo de mercaderías de forma habitual, aunque con diferente intensidad y rendimiento. En conjunto, el grupo obtiene una utilidad creciente, –70 libras en 1789 y 183 libras en 1803-, aunque sólo rebasa en una libra la cuota media de todos los contribuyentes. Es decir, la mayoría de los arrieros deben ser considerados como jornaleros con caballerías mayores o menores, a quienes los comerciantes contratan para el transporte de cargas; o como trajineros (hoy serían autónomos) que de forma ocasional o continuada arriesgan pequeños capitales en la adquisición de mercaderías para su posterior venta en el mercado local o en otros destinos. Sabemos que sólo 14 de sus 45 contribuyentes trabajan más de medio año en el oficio. A la cuota por su utilidad diaria se les añaden los animales de tiro, y a varios su dedicación al comercio autónomo, con lo que algunos aparecen en el escalón de los principales contribuyentes mientras la mayoría se ubica entre los jornaleros. Se da entre ellos una considerable diferenciación socio-económica. En un periodo de dificultades agrícolas como el que se padece en Fraga en ese momento, podríamos interpretar que huyen del campo y se aferran a la actividad sobresaliente, haciendo de la necesidad virtud. De hecho, esta es la tesis de la doctora Musset i Pons cuando expone la actividad de trajineros y negociantes en dos localidades de la Cataluña central, -Calaf y Copons-, durante la segunda mitad del siglo XVIII.18 Entre los arrieros de mayor éxito los hay que se dedican al transporte e introducción en Fraga de vino “forastero” que luego comercializan en las tabernas. Alguno como Jaime Tomás está íntimamente ligado a las múltiples necesidades de transporte de su pariente Monfort. Otro, -Cristóbal Calavera-, que cuenta con siete caballerías y dos carros, es al mismo tiempo arrendatario de la venta pública y comercia con yeguas; Ramón Canales tiene arrendado en 1789 el servicio de 139 almudí y el derecho de novenera, propio de la ciudad; José Vera Cabrera se sitúa ese año en el octavo lugar entre los contribuyentes y con su actividad de carromatero (siete carros) evidencia la realidad de un mercado ya interregional: su utilidad anual, fruto de una incesante actividad, iguala la contribución por el personal e industrial del infanzón hacendado Barrafón, y supera con creces las utilidades que obtiene por ejemplo el primer boticario de la ciudad, Ignacio Rozas, quien a su vez es capaz de compaginar botica y negocios. En la cima de la actividad arriera destaca la figura de una familia en auge, la de los Martí, (68 libras de cuota anual por el catastro personal de 1803), capaces de conjugar una variedad notable de actividades: en ese mismo año poseen el mayor rebaño ovino, cotizan por arriería, tienen arrendados el almudí y la novenera, la venta pública, y el abasto local de aceite. De satisfacer como arrieros una cuota inferior a la media en 1789 han pasado a ser el segundo contribuyente por catastro personal catorce años después. Sin duda una de las familias más emprendedoras de Fraga durante esta tercera generación. Llamarlos arrieros sería desmerecerlos: son verdaderos hombres de empresa; “hombres nuevos”. Junto a comerciantes y arrieros, digamos “profesionales”, otros fragatinos se apuntan a las tareas del intercambio. Si la nómina fiscal de comerciantes y trajinantes es ahora mucho más amplia que en la generación anterior, se añaden a ellos quienes obtienen utilidad del comercio como actividad complementaria. Un documento certificado por el secretario del ayuntamiento en 1800 permite comprobar lo cargado en 1796 y 1800 por este tipo de contribución. 19 Si se une esta información a la de los cuadernos de industrias, la imagen del comercio como actividad complementaria para algunas familias se hace diáfana. En 1789 eran veintiocho los fragatinos a los que se les fiscalizaba algún tipo de actividad comercial, –principal o complementaria-, y el monto de sus utilidades por este concepto representó nada menos que el 27,21% de la cuota total del catastro personal, industrial y comercial. En 1796 y 1800 son ya 43 y 44 las familias implicadas en algún tipo de comercio y en 1803 el guarismo asciende hasta los 79 contribuyentes. Ese último año la contribución por comercio representa el 24% del total del cuaderno de industrias; un porcentaje que no aumenta respecto de 1789 y, sin embargo, sí lo hace el número de contribuyentes por este concepto, que casi se duplica. La crisis agrícola podría estar en la base de algunas de estas iniciativas. Serían los que ‘huyen’ de la agricultura. Pero otros, que podrían seguir viviendo con el rendimiento único de su oficio, aspiran a mayores utilidades. Apetencia de lucro percibida de inmediato por las autoridades locales, que se aprestan a cargarla fiscalmente. La penuria finisecular de la agricultura haría más visibles las crecientes 140 utilidades en otros ámbitos de actividad. Hablamos de individuos pertenecientes a diversas ocupaciones y oficios que diversifican su actividad con el pequeño comercio. Entre ellos figuran un boticario, varios labradores, el cabo del resguardo, un mesonero, dos albañiles y varios artesanos entre los que destacan los alpargateros. Así lo reconocía el cura de Fraga, José Zemeli, en 1801, cuando destacaba al gremio como suministrador de calzado a la comarca.20 Lo que no admite dudas es que, cada vez más, algunos contribuyentes entienden poder o deber completar su actividad principal con otra u otras de otro sector. Así, mientras en 1789 los contribuyentes de actividad múltiple representan un 4,7% del total, en 1803 alcanzan el 12,28%. En la vecina ciudad de Lérida en cambio suponen sólo el 7,44% para el año 1793. ¿Necesidad o afán de lucro? ¿Diversificación en Fraga frente a especialización en Lérida? La clasificación finisecular de la actividad económica parece mantener similitud con la de mediados de siglo. Pero las semejanzas son sólo aparentes en los grupos decisivos. El comercio continúa en cabeza de la fiscalidad como entonces, pero se ha multiplicado el número de sus componentes, se ha disparado su porcentaje relativo respecto de los demás grupos y la distancia contributiva en el interior de su grupo se ha dilatado sensiblemente. Cierto es que los precios de productos, salarios y actividades vienen aumentando desde cincuenta años atrás, con lo que se explica en parte el aumento de los rendimientos y de las cuotas, pero no la diferenciación creciente intra grupos y entre grupos. Han aumentado las distancias globales entre sectores de actividad tanto en porcentajes de cuota media como en la utilidad que obtienen sus individuos más destacados. Como ejemplo significativo vemos que, entre el mayor comerciante y el artesano mejor valorado, la distancia en producto útil se agranda. En 1751, el mayor mercader del momento –Juan Isach con 16 libras de cuota anual- no llegaba a doblar al primer artesano –el alpargatero Miguel Françoy, con 9 libras de cuota. Ahora, en 1803, la distancia entre sus respectivos hijos –que siguen siendo los primeros contribuyentes en sus respectivas actividades- se ha cuadruplicado. El segundogénito pero heredero Andrés Isach paga 85,9 libras de cuota anual, mientras el primogénito de Miguel Fransoy se queda en las 19,82 libras jaquesas. También de modo significativo, a mediados del siglo XVIII aparecían únicamente entre los primeros veinte contribuyentes por el catastro personal dos labradores-ganaderos (Jaime Ibarz y Antonio Vilar) con cuotas muy inferiores a la del mayor contribuyente, el mercader Juan Isach. Ahora son cuatro los hacendados labradores-ganaderos situados entre los veinte primeros contribuyentes por el catastro personal; y sus cuotas se acercan mucho más que las de sus homónimos de antaño a las del actual primer contribuyente Andrés Isach. El ámbito agrícola 141 también incrementa distancias internas. Algunos medios de producción parecen concentrarse en menos manos, mientras una mayoría de jornaleros ya no cotizan por el catastro personal: entre 160 y 180 familias jornaleras quedan ahora exentas de cualquier pago. Además de no cotizar por él, tampoco contribuyen por el catastro real. Los jornaleros están perdiendo sus pequeñas haciendas: ya no tienen casa, ni pequeñas parcelas que cultivar, ni fuerza de tracción animal. Quedan exentos de la Única Contribución por un doble motivo: por la ley que no fiscaliza su trabajo y por su proletarización. La imagen global de la tercera generación, en vísperas de la guerra de la Independencia, es la de una población que multiplica tareas y oficios, que parece concentrar la propiedad rústica en manos de un menor contingente de labradores, que se diversifica en tareas complementarias y se escora hacia el artesanado y el comercio. Una comunidad en la que aumentan las familias de jornaleros de campo sin bienes, los mancebos de oficio y los criados en casas grandes de hacendados, de comerciantes y de profesiones liberales. Una comunidad más diferenciada desde el punto de vista socio-laboral. También por eso una sociedad algo más urbana. La cuarta generación. La cuarta generación es la que sobrevive a la guerra de la Independencia. Una guerra de consecuencias graves en la población, en sus actividades, en los caudales de los vecinos y en las finanzas municipales, como debió ocurrir en todos los pueblos y ciudades donde entraron las tropas francesas y españolas y aún en los que no sufrieron sus requerimientos o abusos directos. Se produjo entonces un claro retroceso en la población, lo que debió repercutir en la población activa. Antonio Peiró ha opinado que aquella guerra tuvo sobre la economía aragonesa unos efectos muy inferiores a los que tradicionalmente han sido admitidos, y en apoyo de su tesis aporta la escasa disminución del porcentaje de nacimientos en Zaragoza, durante los años inmediatos posteriores. 21 Es decir, relaciona la variable demográfica con la económica, haciendo a la primera función de la segunda. El caso de Fraga no puede dilucidarse mediante tan estrecha relación. Las fuentes disponibles no lo permiten. Sólo cabe esbozar ambas variables, una junto a la otra, ante la escasa información sobre el vecindario que permanece en la ciudad durante la guerra. Para el año 1813, próximo ya su desenlace, he constatado su número en un cuaderno confeccionado para cobrar la contribución extraordinaria impuesta por la última de las cuatro ‘municipalidades’ creadas por los franceses. Se incluyen en él un total de 807 vecinos, de los cuales 17 pertenecen al Estado de Hidalgos, 15 al grupo de “Exentos por Ordenanza”, 17 son instituciones eclesiásticas, de beneficencia y eclesiásticos particulares y 758 vecinos componen 142 el Estado General. El cuaderno detalla desde los contribuyentes hacendados hasta los pobres de solemnidad, con cuota nula.22 Están por tanto todos los considerados vecinos. No se observa disminución respecto de los años anteriores a la guerra en el número de familias hidalgas ni en las de los exentos por ordenanza. Sí en cambio en los eclesiásticos y en los vecinos llanos. El documento permite apreciar el descenso global de la población pero no sus rasgos concretos. Hay que esperar otros cuatro años para obtener alguna luz en este sentido. Se trata de aquel estadillo remitido al capitán general Palafox en abril de 1817, ya introducido en el epígrafe demográfico y en el que reconocemos un nuevo incremento del número de eclesiásticos seculares (24) y de regulares (25 individuos) que están regresando a la ciudad. Vimos entonces el diezmado de las familias que reduce el coeficiente habitantes/vecino al menor de toda la etapa: 3,82; también el descenso a la mitad del número de individuos casados en relación a treinta años antes (en el Censo de Floridablanca). Veíamos sobre todo la disminución considerable de los varones solteros, muy acusada respecto de las solteras, como efecto de los alistamientos durante la guerra y de la emigración subsiguiente, y constatábamos el mayor número de viudas sobre el de viudos. Es decir, comprobábamos la pérdida de brazos entre la población adulta masculina. Ciframos entonces las pérdidas de población desde el inicio de la recesión demográfica finisecular hasta el fin del conflicto en unas mil personas: un retroceso del 25% de la población con que contaba Fraga en 1793. Un largo período en el que se inscribía la guerra como un factor más en el retroceso y que sólo comenzaba a cambiar su signo algunos años después de concluida. Se había pasado de una tasa de crecimiento medio anual positiva del +1,35 durante el período 1787-1793, a una tasa negativa del –0,52 entre esta última fecha y el año 1817. Parece evidente que la disminución de varones ha de guardar relación estrecha con la guerra, pero, seguramente, la mayor parte del retroceso se debe a la emigración tanto como a la mortalidad. Las muertes deben adjudicarse sobre todo a las condiciones míseras que rodearon a los vecinos durante aquellos veinticinco años, al tiempo que el tránsito y permanencia casi constante de tropas francesas en Fraga durante buena parte de la guerra, con la obligación de suministrar a una guarnición exigente, aconsejaría la emigración a las familias más pobres, que subsistirían con menor dificultad en pueblos no ocupados. Tres años después de concluido el conflicto, la mayoría de aquellas familias habría regresado, y con su concurso y el de los nuevos matrimonios, una vez superado el bache, comenzó un nuevo período de crecimiento. Lo que puede haber sido válido para otras zonas de Aragón, en lo relativo a menores pérdidas, no parece poder aplicarse a Fraga. La falta de brazos sería percibida como uno de los principales 143 desastres de la guerra al iniciar la etapa posterior, con efectos sobre la población activa. La estadística remitida a Palafox, además de cuantificar individuos y familias, los clasificaba según su principal actividad: De labradores ... ... ... ... ... ... De arrieros ... ... ... ... ... ... ... 10 De ganaderos ... ... ... ... ... ... 11 De botigueros ... ... ... ... ... ... 12 De carromateros ... ... ... ... ... ... De peones de campo ... ... ... ... ... 520 De pastores de salario ... ... ... ... ... 33 De artesanos ... ... ... ... ... 45 De comerciantes por mayor ... ... ... ... 0 De fabricantes ... ... ... ... 0 De abogados, escribanos y procuradores ... ... 7 De médicos, cirujanos, boticarios y albéitares ... 7 Total: ... .... ... ... .... 187 familias 1 ... … … … … … … … … 833 familias. Al cumplimentar la estadística, el secretario del ayuntamiento se ajustaba al estadillo impreso remitido desde Capitanía a los pueblos y la clasificación de actividades propuesta era por tanto idéntica para todos, aunque la realidad local no se ajustase con precisión al esquema requerido.23 Aún así, todas y cada una de sus cifras resultan significativas. Vemos que pretende una clasificación económica y no social. No le interesan los eclesiásticos, ni distingue entre nobleza y estado llano, ni cuestiona si el cabeza de familia es varón o hembra, y por tanto no parece excluir familias dirigidas por viudas. En realidad es una taxonomía similar en su conceptualización a la que hemos establecido para las generaciones anteriores, aunque con menor desglose de oficios. Cuando la comparación directa con el año 1803 es posible, la evidencia de un retroceso en el número de brazos se impone con claridad. Aquellos 218 contribuyentes labradores de entonces se quedan ahora en 187 familias, seguramente como efecto combinado de la mortalidad y el descenso en la categoría profesional: algunos habrían pasado de “labradores atrasados”, de pequeños campesinos, a simples jornaleros por la pérdida de sus haciendas. En el ámbito de la ganadería, de aquellos 24 ganaderos no se incluyen ahora como tales sino once y, significativamente en sentido inverso, la nómina de siete pastores en la primera fecha crece en la segunda hasta los 33 “pastores de salario”; no en vano la cabaña ovina y bobina anterior a la guerra sufrió en su transcurso un esquilmo importante en Fraga (casi 7.000 cabezas), con lo que en el 144 estadillo de 1817 subsisten únicamente 5.200 ovejas, 165 cabras y tan sólo ocho “bueyes cerriles”. Sabemos con certeza que muy pocos ganaderos consiguieron mantener rebaños de alguna consideración al final de la guerra (por encima de las cien cabezas), y ahora la mayoría poseía rebaños minúsculos, con menos de 40 cabezas. Con el fin de suministrar raciones a las tropas españolas, el ayuntamiento constitucional de 1814 había obligado a los ganaderos a manifestar el monto de su ganado, que en conjunto no alcanzó entonces las 2.000 cabezas de ovino y caprino. La mayoría de aquellas familias no podían ser consideradas “de ganaderos” y sí solo de “pastores”, aunque en realidad no todos lo fueran de salario. Y entre los que lo eran, algunos habían de ser antiguos mossos y “medieros”. Los dedicados a la ganadería no habían disminuido pero sí perdido gran parte del ganado. Frente a la disminución de familias labradoras, el estadillo nos sorprende con un número abultadísimo de familias de “peones de campo”. Nada menos que 520. No se trata de individuos como parecía haber ocurrido en aquel ya lejano Censo de Floridablanca. Ahora se especifica tratarse de “familias” y así debemos entenderlo: de forma literal. ¿Cómo interpretar, por tanto, semejante aumento respecto del año 1803, cuando sólo fueron catastrados como jornaleros 220 vecinos contribuyentes? No cabe otra interpretación que la situación de miseria causada por la guerra que aboca a gran parte de la población a mendigar su subsistencia en las tareas agrícolas, cuando muchos oficios artesanales y del sector terciario permanecen inactivos por falta de demanda. Una situación de crisis generalizada, que se percibe con mayor nitidez al interpretar los datos catastrales de los años siguientes. En efecto, de aquellos 136 artesanos de 1803, ejercen su oficio en 1817 sólo 45; de los 46 arrieros sólo trabajan ahora en su actividad principal once y el carromatero, mientras no aparecen en la relación los servidores públicos del ayuntamiento o de la enseñanza. Sólo los profesionales del derecho o de la sanidad mantienen sus respectivos numerus clausus dentro del sector terciario, puesto que también los llamados entonces comerciantes y ahora “botiguers” ven disminuir su número de 36 a doce familias. No cabe más lectura que la mutación en “jornaleros” de un buen contingente de artesanos, arrieros y pequeños comerciantes. De manera que en el grupo de los peones de campo se insertan ahora más de noventa familias de antiguos artesanos, unas 30 de antiguos labradores y más de sesenta de oficios terciarios, amén de recoger el estadillo a muchas de las cincuenta familias que nosotros no incluimos entre los contribuyentes de 1803 por estar exentas de pago. Con esta interpretación, el elevado número de aquellos cuyos medios de producción se reducen ahora a sus brazos y a los de su prole, adquiere pleno significado: el de una coyuntura posbélica en la que a la falta de brazos se añadía la falta de trabajo en que ocuparlos, si no era en el campo. 145 Sólo en un grupo de actividad el documento remitido a Palafox parece desvirtuar la realidad. El ayuntamiento falta a la verdad cuando niega la existencia de “comerciantes por mayor”. Nos consta de forma fidedigna que sí los había, que sí ejercían como tales y que sus respectivos volúmenes de negocio habían crecido durante la guerra y a su término. Es el caso de algunos vecinos que, frente a la miseria de la mayoría, consiguieron incrementar sus patrimonios y alcanzar la cumbre entre los contribuyentes precisamente por su comercio “por mayor”. Nos referimos a familias como las de los Monfort, Martí, Isach, Jorro, Vera o Barber entre las más significadas.24 Los Monfort consiguieron del mariscal Suchet un privilegio exclusivo para el comercio de granos en todo Aragón durante el conflicto. Los Martí, además de arrendatarios de bienes de propios, fueron factores de la tropa, asentistas y suministradores de carne al ejército español y francés en el “punto” de Fraga, que agrupaba los pueblos de la comarca. Vemos a Monfort a Jorro y a Vera enfrascados durante la contienda en pleitos por dilucidar cuál de las tres familias había obtenido mayores beneficios de sus tratos y negocios conjuntos. Vera, Isach, Monfort y Barber construían a su término sendos mesones y venta privados, amparados en la legislación de las Cortes que abolía el monopolio municipal. La guerra había supuesto para todos ellos una excelente fuente de ingresos y, concluida aquella, no cejaron en su actividad, incrementándola. Por tanto, quienes desde el consistorio de 1817 consentían la firma del secretario, estampada en aquel estadillo remitido al “exterior”, ocultaban una parte de la realidad económica; la que favorecía en extremo a sus parientes, patrones o protectores. Es la realidad observable en las fuentes de uso interior y en cuya nómina aparecen estas familias como mayores contribuyentes por el catastro personal, industrial y comercial. Esta es la imagen inicial de la población activa que supera la guerra de la Independencia. La imagen inicial de la cuarta generación. Debemos ahora continuar el análisis de su ciclo vital, hasta finalizar el reinado de Fernando VII, cuando concluye nuestro ámbito de estudio. Para ello contamos con dos nuevas fuentes: el catastro y cuaderno de industrias de 1819 y los correspondientes del año 1832. De puertas adentro, las dos fuentes muestran una lenta recuperación que abarca el reinado de Fernando VII, incluida la etapa calificada tradicionalmente, más en el orden político que en el económico como Década Ominosa, y que Joseph Fontana ha renombrado recientemente como “Segunda Restauración Española”, destacando los intentos reformistas del período.25 Ambas fuentes señalan cierta reestructuración de la población activa. El porcentaje del sector primario remonta el descenso operado en las anteriores décadas, aunque ahora con una composición distinta. Las familias de labradores y 146 ganaderos crecen aunque a un ritmo lento, de tan sólo el 8% entre ambas fechas. Mientras, la tendencia a la proletarización se acentúa y el fenómeno ya no cesará hasta mediado el siglo XIX, cuando aquel incesante y notable crecimiento demográfico que ya conocemos se transmute en un período de emigración durante su segunda mitad. Las familias de jornaleros (peones de campo más pastores), que ya son 303 en 1819, alcanzarán las 400 familias en 1832, doblando casi su guarismo de treinta años atrás. Muchos de ellos han perdido sus escasos medios de producción y ahora quedan exentos de pago más del 56%. En los sectores secundario y terciario la estructura de la actividad económica apenas se modifica respecto de la generación anterior. Sus respectivos porcentajes se reducen. La mayoría de los oficios siguen con un número similar de componentes, sujetos a la demanda de un mercado local con población creciente pero con menor poder adquisitivo (lo veremos luego). De una fecha a otra aumentan ligeramente los carpinteros y albañiles, los sastres, tejedores y panaderos (once hornos activos en 1819), mientras crecen de forma intensa –otra vez- los dos grupos destacados ya a fines del siglo anterior: los arrieros, que alcanzan su mayor contingente del siglo XIX en 1832, con cincuenta y cinco familias dedicadas al transporte con recuas o carretas, y el gremio de sogueros y alpargateros que cuenta ese mismo año con cuarenta y nueve familias y talleres donde trabajan entre dos y diez operarios, sujetos todavía a la disciplina de sus respectivos maestros y a las ordenanzas gremiales. Un oficio que seguirá creciendo al menos hasta 1860, cuando cuenta con un contingente espectacular de ciento quince familias en el “ramo” de la alpargatería. Frente a la mayoritaria estabilidad en los porcentajes, lo realmente cambiante es la gradación del impuesto que satisface cada grupo de oficios. El ranquin de ambos años muestra una cuota media y un distanciamiento crecientes entre los grupos de oficios y dentro de cada oficio. Lo primero es consecuencia del incremento de la carga fiscal respecto de períodos anteriores, que requiere en 1819 el cobro de un 14,25% del producto líquido en todas las categorías y actividades y de un 17% en 1832. (Volveremos sobre esta cuestión más adelante). El segundo rasgo proporciona luz acerca de la diferenciación creciente entre los contribuyentes. Sabemos que el estadillo remitido al general Palafox en 1817 ocultaba la verdad económica relativa a los comerciantes “por mayor”. Vemos ahora que sin el concurso de aquellos comerciantes la cuota media a satisfacer por la generación superviviente a la guerra hubiera descendido, lo que en realidad no ocurrió sino, bien al contrario, se incrementó. La diferencia de cuota media antes de la guerra entre comerciantes (primeros en el ranquin) y labradores y jornaleros (en último lugar) no alcanzaba las cinco libras anuales. Concluido el conflicto, en 1819 147 aumentaba a 5,82 libras anuales y en 1832 la distancia era de 6,94 libras entre unos y otros. Al mismo tiempo, el volumen de cuota pagado por los comerciantes se recupera y vuelve a situarse en primer lugar entre los grupos de oficios. Una demostración palpable del incremento notable de los comerciantes al por mayor, responsables del mayor incremento en la cuota media, aunque desdibujados por las bajas cuotas de los arrieros, incluidos en el mismo grupo de oficios. Para corregir esta percepción equívoca debemos acudir de nuevo a la contribución de cada cual. El mayor contribuyente del catastro personal en 1819 –Andrés Isach y Luzán- pagó a la Real Hacienda 87 libras anuales por sus caballerías, su comercio de granos y por su ganado de cría. Y entre los diez primeros contribuyentes –por encima de las 25 libras- se encontraban otros siete comerciantes y tan sólo dos hacendados ganaderos. Trece años más tarde, el primer contribuyente seguía siendo un comerciante –Camilo Miralles Cabrera- con una cuota de 73 libras anuales. Le seguían en el ranquin otros cinco comerciantes, y entre los diez primeros se situaban ahora dos ganaderos, un escribano que compagina su profesión con la de tratante de ganado y el carpintero y comerciante de madera (de almadías) Antonio Achón Roca. En ambas ocasiones figuraban entre aquellos diez primeros contribuyentes miembros de las familias Jorro, Martí, Vera, Tomás o Miralles, cuya irresistible ascensión ligada a los negocios ya conocemos. Por eso se observa una distancia abismal entre las cuotas de los primeros comerciantes y la inmensa mayoría de los contribuyentes, que no sobrepasan la cuota media de 2,33 libras el primer año y la de 3,02 en el segundo. Los datos anteriores evidencian una creciente polarización económica que los principales beneficiarios pretenden negar. Ha quedado constancia documental de cómo en 1832 los peritos designados para apreciar el producto útil de los artesanos, del comercio y de los profesionales liberales pretendieron minimizarlo y consiguieron con éxito parcial trasladar el grueso de la carga fiscal desde el catastro personal, industrial y comercial al territorial y urbano. Así lo explicaba el comisionado por la Intendencia don Manuel Preciado, llegado desde Zaragoza para confeccionar el nuevo catastro.26 Se lamentaba ante el ayuntamiento de la parcialidad de varios peritos al estimar el rendimiento de sus respectivas actividades. Los peritos ganaderos, por ejemplo, habían sido tan parciales en sus apreciaciones que llegaban a proponer como producto útil de quien “tomaba a diente” el ganado (el “mediero”) menor cantidad por cabeza que la que él mismo pagaba al propietario del rebaño por su arriendo. ¿Cómo podía admitirse que no obtuvieran de su actividad ningún lucro? Por eso les había devuelto por dos veces las peritaciones para su rectificación. 148 Otro tanto ocurría con los peritos de los oficios artesanales, empeñados en declarar salarios diarios muy inferiores a los realmente percibidos, aunque la actitud de estos últimos pareciera menos culposa que la de otros más poderosos. El sistema de cómputo había cambiado ahora respecto de catastros anteriores. Sabemos ya que hasta ese momento el cálculo se efectuaba asignando por el “industrial” una dedicación anual variable para cada cual, desde los treinta días (dos meses) hasta los ciento ochenta días de dedicación al oficio, como hemos visto. El nuevo sistema no diferenciaba por días trabajados –a todos se les suponía 180 días- y lo que variaba era el salario diario atribuido a cada individuo, inclusive dentro de un mismo oficio.27 La lógica del nuevo sistema se apoyaba en el hecho de que casi todos los artesanos trabajaban en ese momento más de la mitad del año. El comisionado del intendente ponía el grito en el cielo aportando el ejemplo del carpintero-carretero Francisco Achón, quien juraba no ganar más de cinco reales de vellón diarios. (En el catastro, finalmente, se le consideraron 14 reales diarios.) Pero en cierto modo lo disculpaba diciendo: “¿qué extraño es que este hombre falte a la verdad cuando otras clases (contributivas) se han antepuesto a él? He aquí la causa principal de estos desaciertos, pues que al ver una clase la poca veracidad de la otra, sigue también el rumbo de aquella, sin duda observando el principio de que nadie debe perjudicarse a sí mismo”. Las “clases” antepuestas al carpintero eran las de los escribanos, abogados y sobre todo la de los comerciantes. El comisionado acusaba a los primeros de rebajarse de sus respectivos productos útiles los más insospechados gastos, con lo que el líquido resultante quedaba irrisoriamente por debajo de la mayoría de asalariados: “¡cosa imposible!”, gritaba, mientras afirmaba rotundo respecto del comercio: “hay un desconcierto y una informalidad absoluta en sus manifiestos”. A juicio del comisionado, unos y otros pretendían cargar la mayor parte del impuesto sobre la riqueza territorial y urbana, en descargo de los diferentes grupos profesionales y sobre todo de los comerciantes. ¡Una injusticia!, clamaba irritado, “causada únicamente por un puñado de hombres, que sin duda alguna han estado acostumbrados a que nunca se les tuerza su voluntad”. Ese era su dictamen final. En oposición radical, Mariano Tomás y Ramón Vera, peritos respectivos del comercio y la industria, se negaban finalmente a estampar su firma en el documento “mejorado” por el comisionado de la Intendencia. En conclusión, la Fraga de 1832 es en su actividad económica una comunidad a un tiempo similar y muy distante a la de cien años atrás. Su actividad mayoritaria sigue siendo la agrícola y ganadera. Su sector artesanal continúa estancado al final del período en cuotas de aprovisionamiento local, en oficios tradicionales, manuales y con escaso capital circulante. Son características 149 similares a las descritas para el conjunto regional por Ignacio de Asso28 a fines del XVIII y repetidas en nuestra época por historiadores como Forniés Casals, Gómez Zorraquino o Miguel López.29 Sólo en algún oficio sobrepasan los fragatinos el quehacer rutinario –falto de cualquier rasgo protoindustrial- y la limitación de brazos: el de un bien organizado gremio de sogueros (los menos y débiles) y alpargateros (los más y diferenciados entre sí) que acuden cada vez con mayor implantación y multiplicidad de talleres y operarios a la demanda comarcal. Pero, incluidos ellos, todos los oficios se hallan sujetos todavía a las ordenanzas municipales y gremiales y a una legislación que dificulta “el perfeccionamiento de la propiedad” en el ámbito agrícola y la adquisición de nuevas técnicas y contratación libre del factor humano. Sólo la libertad de comercio desde el último tercio del siglo anterior ayuda en parte a transformar la realidad de una población sujeta de antiguo a los monopolios municipales. Los comerciantes y quienes sin serlo propiamente se suman al mercado consiguen en las dos últimas generaciones la capitalización necesaria y suficiente para alcanzar estatus en aquella sociedad rural, al tiempo que consolidan un sólido patrimonio inmueble. 2.1.3 El peso relativo de los sectores a través del tiempo. Es momento de responder algunas cuestiones de carácter global una vez realizado el análisis pormenorizado de las cuatro generaciones: el posible aumento del porcentaje de población activa respecto de la global, los cambios en su composición y la contribución de algunas actividades clave al cambio.30 El Gráfico 6 de la página siguiente recoge la evolución de la población activa en sus valores absolutos y los prolonga hasta 1860, cuando Fraga toca un nuevo techo estructural a partir del cual cambian algunas características previas.31 En primer lugar, la población activa creció ininterrumpidamente entre 1730 y 1860 aunque con ritmos distintos. Apenas lo hizo durante la primera mitad del siglo XVIII, a tono con un crecimiento lento de la población. Aceleró luego su ritmo durante la segunda mitad al compás del aumento demográfico. Superó con un ligero aumento las décadas de estancamiento y retroceso de la población global antes y durante la guerra de la Independencia, -lo que supone que un mayor porcentaje de fragatinos hubo de trabajar para subsistir-, y experimenta desde la década de los años veinte del siglo XIX un renovado crecimiento, de pendiente progresiva y superior a las anteriores. Este último período fue sin duda el de mayor crecimiento de la población activa. En conjunto una línea ininterrumpidamente ascendente como resultado de la suma de los tres sectores económicos, cada uno de los cuales experimentó a su vez ritmos distintos. 150 Gráfico 6 EVOLUCION DE LA POBLACIÓN ACTIVA EN VALORES ABSOLUTOS. 1730-1860 1600 1400 Nº DE FAMILIAS 1200 1000 800 600 400 200 0 1730 1751 1789 1803 1819 1832 COMERCIO Y SERVICIOS 29 28 86 106 74 110 1860 93 ARTESANADO 82 77 129 136 115 127 265 AGRICULTURA Y GANADERÍA 367 386 483 469 544 664 996 Fuente: elaboración propia a partir de los datos catastrales. Dentro de la tendencia general al crecimiento, el sector primario se nos muestra como el mayoritario desde el principio hasta el final. Su progresión es lenta durante el conjunto del siglo XVIII y sufre un ligero retroceso en la crisis finisecular y posbélica, cuando muchas familias jornaleras y algunos pequeños labradores recurren a la emigración o al cambio de actividad para subsistir. Luego el sector se recupera y experimenta desde 1819 un nuevo crecimiento que no se detiene hasta 1860 y cuyas razones deberemos explicar. El sector secundario se ensancha con el crecimiento demográfico y tiende a especializarse en dos de los oficios, el de sogueros y el de alpargateros, una vez organizados en gremio. El artesanado sufre también las consecuencias de la guerra pero se recupera muy pronto, con el concurso de una intensa inmigración que reaviva el sector y le impulsa en una nueva etapa de crecimiento que no cesará sino en la segunda mitad del siglo XIX. El sector terciario es el que ofrece mayores cambios internos. Permanece estancado durante la primera mitad del Setecientos en un cupo mínimo, apenas capaz de atender la demanda local de abastecimiento, formado en su mayoría por simples tenderos. Durante la segunda mitad del siglo XVIII se produce el arribo a Fraga de varias familias que arraigan como comerciantes y explotan los arriendos de los bienes de propios municipales. Incluso saben aprovechar la difícil coyuntura 151 finisecular y bélica, negociando excedentes alimentarios que venden al mejor postor. El sector se concentra en un menor número de manos tras la guerra, vuelve a expandirse con el crecimiento de la población en los años veinte y treinta del siglo XIX, para finalmente retroceder a mediados de siglo, cuando el mercado comarcal es absorbido por un mercado regional y nacional que sobrepasa sus posibilidades y le aísla, marginándolo de la nueva estructura ferroviaria. Con el fin de afinar la evolución global de la población activa y de alguno de sus componentes más significativos he confeccionado el Cuadro 23, que traduce el crecimiento a números índice, tomando como base 100 el año 1730. Cuadro 23 HABITANTES, POBLACION ACTIVA Y OFICIOS SIGNIFICATIVOS 1730-1860 nº. de año familias habitantes índice contrib. índice Familias Familias Familias Familias jorna- comer- de alpar- leras índice ciantes índice arrieros índice gateras índice 1730 2.286 100 475 100 176 100 8 100 1 100 16 100 1751 2.574 113 486 102 212 120 16 200 1 100 16 100 1789 4.000 175 695 146 222 126 17 212 45 4500 36 225 1803 3.900 171 690 141 227 129 36 450 46 4600 37 231 1819 3.313 145 729 153 303 172 23 287 32 3200 33 206 1832 5.247 230 899 189 400 227 35 437 57 5700 49 306 1860 7.013 307 1.354 285 627 356 25 312 18 1800 115 719 Fuente: catastros y libros de industria conservados completos entre 1730 y 1860. El número de los fragatinos se triplicó entre 1730 y 1860. La población activa no llegó a tanto. Se mantuvo siempre por detrás de aquel, excepto en el instante posterior a la guerra, cuando sus efectos adelgazaron el grupo doméstico sin reducir su actividad. La demografía ejerció una fuerte presión sobre la población activa a la que hizo crecer y a la que aportó una demanda también creciente. Del conjunto de la población activa destaca la evolución de cuatro oficios. En el sector agrícola, el crecimiento de los “peones de campo” se mantiene por detrás del crecimiento de la población durante la mayor parte del siglo XVIII. No se aprecia por tanto en ese tiempo un proceso de proletarización. Serán la crisis finisecular y la propia guerra las causas que inician dicho proceso, ralentizado con la bonanza de la tercera década del XIX, pero que explota luego para acentuarse y desbordar en 1860 el propio crecimiento de la población. Un proceso que parece retrasado en su estadio inicial respecto del descrito por Peiró para el conjunto de Aragón, pero que se adecua a él durante el período final.32 152 En el ámbito artesanal destaca el grupo profesional de los sogueros y alpargateros. Vemos a través de los números índice que su situación inicial en la primera mitad del siglo XVIII no sobresale del conjunto artesano, e incluso se retrasa respecto del crecimiento de la población a la que apenas abastece, cuando seguramente muchas familias solventan sus necesidades dentro del propio grupo doméstico o fuera de la ciudad. Es a partir de la segunda mitad del Setecientos cuando su índice crece por encima del de los habitantes, con capacidad para el abasto local, en una serie de talleres que incorporan brazos ajenos en calidad de aprendices y mancebos. Con el bache lógico de la guerra, el oficio de alpargatero será durante el siglo XIX quien con diferencia abandere la imagen artesanal de Fraga: ha triplicado el número de sus componentes en 1832 y lo ha septuplicado en 1860. Se sitúa totalmente distanciado del resto de oficios artesanales, entre cuyos talleres sólo siguen cierta tónica ascendente los tejedores y los sastres. Dentro del sector terciario, el oficio de arriero presenta un crecimiento similar al de los alpargateros aunque sus índices parezcan decir otra cosa. Su abultadísimo crecimiento se debe a la no fiscalización inicial del oficio durante la primera mitad del siglo XVIII. Por eso los números índices resultantes parecen inverosímiles. Lo que se indica aquí es que no figuró como tal oficio con interés fiscal hasta su segunda mitad. Salvando la engañosa ausencia de arrieros, el salto en su número desde 1751 es impresionante y constituye, sin duda, el mejor exponente de la actividad económica local y comarcal, incardinadas cada vez más en el contexto de un comercio regional. Además, el terciario no sólo es el sector con mayor crecimiento en porcentaje de población activa sino que contribuye con mayor proporción de cuota conjunta. Mientras el porcentaje de sus individuos se duplica entre 1730 y 1832, el de su cuota se triplica. Ambas características abonan su consideración de sector motor de la economía local, con mayor incidencia en la producción de renta. Compárense simplemente los extremos: en 1832 el 73% de la población activa (sector primario) proporciona el 26,6% de la cuota; en el otro extremo (sector terciario), el 12% de los contribuyentes debe satisfacer el 35% de la cuota personal, industrial o ganancial. Al final de la etapa, Fraga había entrado en una economía mucho más orientada al mercado, en la que destacaban algunos hombres de empresa, ayudados por una cohorte de arrieros que lo hacían posible. Su contribución se disparaba respecto de generaciones anteriores, rebasando con mucho la renta del campo. A ojos de los comerciantes, aquella situación suponía un agravio injusto del que se atrevían a quejarse ante las autoridades. Sus peritos, en cambio, comprendían la queja aunque afirmaban no compartirla. Aceptaban la imposición 153 fiscal como un mal necesario, (“el acto administrativo más arduo y difícil”), justificaban su peritación como proporcionada a la riqueza mercantil, y entendían el sistema de peritaje como más justo que el de las simples relaciones juradas puesto que… “...la riqueza de la agricultura no puede ocultarse pues el labrador la tiene de manifiesto, pero el comerciante puede reducir la suya al estrecho volumen de una cartera, y es sabido que cuando los capitales se quieren averiguar por medio de relaciones (declaraciones) , debe suponerse siempre que son falsas, siendo inútil para la justicia y muy perjudicial para la moral, por la oposición o lucha en que se encuentran el interés y la conciencia; porque es demasiado exigir de los hombres que digan la verdad, cuando se les pregunta el capital que poseen, solo con el objeto de privarles de una parte de su renta”. Ellos también eran comerciantes, y por ello conocedores de su condición, pero la función de peritos –una vez jurado “llevarse bien y con equidad”- les obligaba a ejercerla con rectitud de miras, en beneficio del público general.33 Nos estaban advirtiendo de que, lo que de los comerciantes afloraba a la superficie, la parte de sus negocios que realmente se les fiscalizaba, era sólo una pequeña porción de su actividad real; de su verdadero lucro. Las fuentes utilizadas hasta aquí para concretarlo, siendo cuantitativas, parecen quedarse cortas en su aproximación a la realidad de aquellos hombres de empresa; de aquellos “hombres nuevos”, algunos de los cuales deben encuadrarse dentro de la denominada burguesía mercantil.34 Será preciso profundizar en el conocimiento del patrimonio rústico y urbano que consiguieron con sus actividades y compararlo con el de los restantes grupos para ubicar correctamente a cada cual en la sociedad fragatina. 2.2 Tierra, trabajo y consumo. 2.2.1 Las tierras del municipio. A fines del Antiguo Régimen todos los fragatinos se hallan de un modo u otro ligados a la tierra. Es la base de su subsistencia de forma directa o indirecta. En un siglo declarado fisiócrata todo el ordenamiento municipal gira en torno a ella; todas las prerrogativas en ella se fundan; todos los enlaces de parentesco la tienen como finalidad y todos los caminos confluyen en el afán de poseerla. Un linaje no será una casa grande mientras no tenga un sólido patrimonio sustentado en la posesión de hacienda rústica. El objetivo es afincarse. Mejor la infanzonía, pero si no, la hacienda. Ese es el estatus apetecido y lo seguirá siendo por mucho tiempo incluso para aquellos linajes de hombres nuevos, cuya riqueza inicial se basa no tanto en la posesión inmóvil como en el afán de lucro obtenido con capital circulante; nuevos linajes que se aprovechan de la tierra, afanados en acrecentar 154 sin tregua su riqueza; nuevos linajes que, al fin, conseguirán igualmente “arraigo” al invertir buena parte de su capital en la compra de tierra. Término municipal de Fraga a inicios del s. XX, con expresión de sus partidas. Mapa 1 Durante los siglos XVIII y XIX el término municipal era más extenso que en la actualidad. El Instituto Geográfico y Catastral le atribuye en 1960 una superficie 155 de 43.582 hectáreas, lo que le ubica en sexto lugar entre los municipios aragoneses.35 Una superficie menor que la expresada en el Mapa 1, confeccionado a inicios del XX, cuando iba a tenderse la primera línea de alta tensión que atravesaría las tierras fragatinas de los Monegros. Según la leyenda del mapa, Fraga tendría en ese momento una extensión de 47.115 Has.;36 una extensión superior a la de 1960, pero todavía inferior a la real, que alcanzaba según las estadísticas oficiales de la época 49.416 hectáreas, 87 áreas y 50 centiáreas. Si se aceptan las cifras de los organismos nacionales, Fraga perdió entre el inicio del siglo XX y su década de los sesenta unas 5.835 Has. La razón es conocida: se trata del acuerdo al que llegaron en 1953 los ayuntamientos de Fraga y Caspe, con mediación de las diputaciones provinciales respectivas y aprobación de los ministerios competentes, y que supuso el traspaso de buena parte de la partida de Valdurrios del primero al segundo municipio, por el precio de 130.000 pesetas.37 La de Valdurrios, con un total de 6.252 Has., era una partida lindante con el municipio caspolino, en la margen izquierda del Ebro, y cultivada en algunas masadas desde siglos atrás por terratenientes de ese lugar, mediante el pago de un canon a Fraga, “señora” del dominio directo. La cesión de Valdurrios a Caspe fue el último capítulo de una permanente reestructuración del territorio en lo relativo a deslindes, disputas y concordias con los pueblos limítrofes. Cien años atrás, del amillaramiento de 1859 obtenemos la dedicación económica de las tierras del término municipal estimada por los peritos:38 A cultivos en la huerta vieja y en la huerta nueva…........ 13.260 fanegas. A cultivos en las diversas partidas del monte…............. 139.704 A dehesas de pastos…............................................... 37.930 Baldíos de uso estacional (Estorzones y San Simón)….. 122.132 Eriales con pastos................................................... 93.224 Inútil para toda producción……................................... Terreno de montaña, población, caminos, ríos, etc…...... 30.025 16.834 “ “ “ “ “ “ TOTAL .......... 453.107 fanegas. Si convertimos las fanegas en hectáreas obtenemos la cifra de 43.208 Has., que de nuevo es una estimación para uso externo inferior a la real. 39 La explicación de esta constante infravaloración puede radicar en el escaso rigor de las “cordeaciones” y en las declaraciones a la baja de los particulares. A ello debe añadirse la dificultad en delimitar una parte del terreno intrincada, entre barrancos y lomas, en su mayor parte cubierta de sabinas y pinos y con sotobosque espeso de aliagas, esparto, romero y tomillo. Un terreno boscoso que, todavía hoy, cubre más de 9.500 hectáreas del término municipal. Sin duda se cultivaba más de lo que se 156 declaraba pero, con seguridad, las posibilidades de cultivo no estaban ni con mucho agotadas a mediados del siglo XIX, sobre todo en el monte. Mapa 2 MONTES DE MONEGROS Y LITERA, PARTIDA DEL SECANO Y HUERTA VIEJA. Ciento cincuenta años antes, al inicio del siglo XVIII, el paisaje dominante en la mayor parte del término municipal sería precisamente el del bosque y sotobosque cubriendo extensas zonas del territorio, pese a su escalio secular. 40 En la margen derecha del Cinca, a unos doscientos metros de altitud media se extiende el Mont Negre o Monegros, distribuido en cuatro grandes zonas o partidas. Las tres más próximas al valle del Cinca forman una gran penillanura conocida localmente como Pllà: la partida Alta al norte, la partida Baja al sur y la partida del 157 Medio, obviamente entre ambas. Cada una de ellas organizada a su vez en varios topónimos con denominación específica y raigambre medieval como Torreblanca, Riola y Minorcas en la primera; Cardell, Espartosa, Pinada y Pedrós en la segunda; y Segrians, San Simón, Plana de las Perdices y Camp de Figues en la tercera. La cuarta partida de Monegros, conocida genéricamente como Allà dins, es la zona más alejada del cor de la vila, la más meridional, abrupta y menos apta para el laboreo; también la más extensa e intrincada por comprender en buena parte todas las “caídas” u omprios, torrenteras y barrancos desde el altiplano hasta el Riberal del Ebro, cuyos meandros delimitan el término de Fraga frente a los términos vecinos de Mequinenza y Caspe. Una zona cubierta en buena parte de bosque, con abundante caza mayor y menor. Fue la partida conocida como “Los Estorzones” a efectos de arriendo de pastos y que, de nordeste a suroeste, abarca los barrancos de La Lliberola y La Vallcorna, las cimas del Vedat (con la Serreta Negra) y los llanos de Val de Urríes o Valdurrios con Puyalviello. Al otro lado del Cinca, paralela a su margen izquierda, se extiende la otra parte del monte, conocida globalmente como Mont de Llitera por constituir el extremo sur de la amplia zona fronteriza entre Aragón y Cataluña del mismo nombre. Desde los altozanos que coronan el cor de la vila, se extienden hacia el norte y el sur, hasta la raya con Cataluña, varias partidas con denominación propia: Mont-ral en la cota superior, la propia Litera como cuenca central endorreica y Vincamet en altitud inferior hasta morir junto al Cinca. También aquí cada una de estas partidas está dividida en subzonas con topónimos específicos: Albufarres, Santa Quiteria, Vallpodrida, Portell, Zafranals, Ventosa…. De antiguo, manchando de ocre el oscuro fondo sabinar del monte, la tierra dedicada al cultivo en las partidas se distribuía aquí y allá en pequeñas masadas, al borde de caminos y cañadas de trazado medieval. Unas como propiedades de dominio particular transmitidas “a título oneroso” y otras poseídas en virtud de concesiones otorgadas por los ayuntamientos conforme a las reales pragmáticas que así lo dispusieron. En unas y otras sus dueños o poseedores tenían establecidas masías, corrales, parideras y balsas de edificación remota, de cuya existencia da cuenta la documentación local desde el siglo XV. En ambos montes se combinaban las tierras “fuertes” con las “flojas”, de difícil aprovechamiento agrícola en aquella época, cuando su disposición topográfica resultaba demasiado elevada como para intuir su conversión en regadío, aunque al final de la etapa se produjeron las primeras gestiones para regar la partida de Litera con las aguas del Canal de Tamarite, más tarde conocido como Canal de Aragón y Cataluña.41 Finalmente, junto al cauce del río y de nuevo en su margen derecha, recorriendo el término de noroeste a sureste, se extiende una estrecha banda 158 aluvial regada en buena parte desde el Medievo, y que recibirá el agua en sus cotas más elevadas desde principios del XIX. En realidad se trata de dos franjas paralelas denominadas respectivamente Huerta Vieja y partida del Secano que, una vez regado, pasará a denominarse Huerta Nueva. La Huerta Vieja se regaba mediante la llamada acequia de baix, con su azud situado en el límite con el término municipal de Ballobar, para discurrir luego por los de Velilla, Fraga y Torrente de Cinca, con una longitud global de 24 kilómetros. Un ramal de la acequia principal completaba la zona regable de Fraga en la partida de Cantallops, posiblemente desde el siglo XVI, entre el molino harinero del capítulo eclesiástico (el llamado molí de baix) y la huerta de Torrente de Cinca. Con este ramal Fraga se habría unido a la tarea general de los aragoneses -descrita por el profesor Colás-, “afanosamente metidos durante todo el siglo XVI en la tarea de ampliación del regadío, primero para atajar la sequía y después para incrementar la productividad”.42 Varias partidas de la Huerta Vieja son grandes franjas transversales al cauce del Cinca, desde la acequia al río, y las de mayor extensión constan de tres subzonas: la tierra de cota más elevada, arcillosa y excelente para el cultivo, ubicada inmediatamente bajo la acequia; en medio una zona pantanosa de menor cultivo en la época, destinada en buena parte a prados (posible reliquia fósil de un antiguo cauce del río); y finalmente la inestable tierra arenosa del soto junto al río, sujeta al permanente peligro de sus avenidas. Las partidas cultivadas desde la época musulmana y sin interrupción son las más próximas al puente que las une al cor de la vila: la partida de los Alcabons la de mayor extensión entre ellas; luego las de Alcalans, Jiraba, Arenals, Massarrabal y Belén le siguen en proximidad al núcleo urbano a ambos lados del camino Real que discurre entre Zaragoza y Barcelona. En algunas partidas, sus prados y sotos adquieren nombre propio como el Soto sobre el Puente, Soto de los Alcalanes, el Prado de la Font, el Prado de La Torre, Prado de Vermell…. Otras partidas de menor extensión se incardinan entre las mayores y las completan con topónimos persistentes o efímeros, a veces sólo ocasionales, y casi siempre con referencia a elementos significativos del paisaje (Nogueres, Conilles, El Batán...); también a fincas vinculadas, con denominación del linaje o institución que las poseyó durante generaciones (Los Barrafons, El Almarjal de los Foradada, La Torre del frares…); y aún otras que no pasan de ser fincas únicas con denominación propia como La Romana o La (de la almorda) Bertolina. Finalmente, otras de mayor extensión responden a la denominación de tierras pertenecientes a los poblados rurales que las ocuparon y poblaron en época medieval como Miralsot o Vermell. Éstas últimas están, lógicamente, entre las más alejadas del núcleo urbano. 159 2.2.2 El hambre de tierra. Tierras que se lleva y devuelve el río. La huerta era, al decir de los fragatinos de la época “su único sustento seguro” y, pese a considerarla como tal, en ocasiones les fallaba por falta de agua en la acequia o por su exceso en el río. La causa común solía ser las avenidas del Cinca, las “riadas”. Son innumerables las ocasiones que depara la documentación para afirmarlo con rotundidad. Unas veces la información se centra directamente en la inundación de los campos, en los cambios del cauce o en las posteriores tareas de saneamiento y protección. Otras veces –las más- sabemos del furor de la riada por los destrozos que causa en el puente de tablas. Las roturas del puente aíslan el cor de la vila de su único sustento. La mayoría de las avenidas y derrotas del puente han sido abordadas ya por otros autores 43 y la documentación consultada para este trabajo permite afinar y contrastar su número y trascendencia.44 En el período de estudio, no menos de doce veces el puente quedó inservible o desapareció totalmente, navegando sus tablas como navatas por las riberas del Cinca, el Segre y el Ebro hasta Mequinenza o hasta Flix. En ocasiones, el río cambió su cauce y desde luego inundó buena parte de las partidas de huerta próximas a su orilla. Pero en muchas otras, sin que el puente fuera derrotado, las avenidas inundaban los sotos incultos y los cultivados. Hubo payés que dejó constancia de haberle inundado el río sus bancales hasta siete veces en un año. Desde el primer edil al último vecino sentían el riesgo amenazador del Cinca y la responsabilidad de reparar sus destrozos. La riada comenzaba por arruinar casi siempre el azud de la acequia; un azud construido con hincas de troncos rellenas con piedras y ramaje entrelazado.45 Un azud mínimo que debían salvar con facilidad las almadías o navatas, y al mismo tiempo con altura suficiente para llenar la boquera de la acequia. Cuando el azud se perdía, sufrían el riego y los molinos. Río abajo, cuando el agua se empeñaba en derribar el puente, la huerta sufría y faltaba el sustento. Labradores y jornaleros no podían acudir a sus tareas mientras no se aparejaba la “barcaza a maroma” que cruzaba el río entre dos muelles. 46 Y, casi siempre, las avenidas del Cinca, aún sin arruinar el puente, arrasaban las zonas de huerta más próximas al río, los sotos, pese al tozudo afán de oponerles estacadas y despuntadors.47 La tremenda furia del Cinca podía con todo, llegando en ocasiones a “convertir en arenal la cuarta parte de la huerta”. 48 Y lo peor no era que transitoriamente la huerta se inundara, sino que por causa de una riada se producían cambios en “la madre” del río, éste repartía su cauce en varios brazos y con ello inutilizaba parte de las parcelas de labor durante más de una cosecha. En noviembre de 1816, por ejemplo, una enorme avenida creó un cauce nuevo, inutilizando más de trescientas fanegas de huerta que todavía no se habían 160 recuperado para el cultivo en 1819, pese a haberse elevado inmediatamente al propio Protector de los Canales de Aragón, don Martín de Garay, un plan de protección de la huerta elaborado por el arquitecto don Ambrosio Lanzaco. Alguna vez, las súplicas del ayuntamiento a las autoridades se acentuaron al considerar que los destrozos de la riada afectaban al vecindario hasta el punto de variar la estructura de la propiedad de la huerta, puesto que algunos propietarios quedaban desposeídos enteramente de sus parcelas, “ocasionándose de ello la falta de alimentos para su familia y, por supuesto, su incapacidad para contribuir a la restauración del terreno en proporción a sus posesiones”. De hecho, los escasos protocolos notariales conservados dan frecuente noticia de las consecuencias que las avenidas podían ocasionar. Aparecen en ellos ventas de parcelas cuyos compradores ponen como condición la de no pagar parte o toda la pensión del censo con el que se cargan si el río se la lleva en parte o totalmente. 49 Hasta tal punto afectaban las riadas que el ayuntamiento se vio finalmente desbordado por la complejidad de las obras de restauración del cauce del río, de la acequia y del saneamiento de la huerta. Sus ingresos no daban para tanto. Aunque desde el siglo XIII venía encargándose de todos estos menesteres de acuerdo con la costumbre y las propias Ordinaciones, decidió en 1818 solicitar del Real Acuerdo la creación de una junta de propietarios regantes formada por los principales hacendados,50 que en adelante se ocupase de tales actuaciones con el remanente anual del derecho de alfarda. La pretensión de alguno de sus miembros era que los reparos, saneamientos y nuevas protecciones se realizasen cobrando un suplemento de tres, dos y un real por fanega a quienes tuviesen sus parcelas junto al río, según su mayor o menor proximidad al cauce. Reclamaba con ello el cumplimiento de una vieja ordenanza, que entendía vigente todavía, y cuya última redacción databa nada menos que de 1694.51 Pero el resto del concejo general reunido para acordarlo entendía que las riadas causaban daño a toda la huerta y no sólo a quienes tenían sus fincas cercanas al cauce, por lo que todos debían contribuir a la reparación de los daños. Con la creación de la nueva junta parecía concluir una filosofía tradicional, según la cual la responsabilidad recaía en el consistorio. Los vecinos se habían acostumbrado a servirse del erario público para resolver los problemas de las riadas y así lo había expresado todavía la concordia censal de 1728, en la que se incluían como gastos “ordinarios” de la ciudad el coste de reedificar las estacadas de protección. Y aunque las nuevas Ordenanzas de 1757 serían enmendadas por la Real Audiencia precisamente en este punto, obligando a los propietarios a costear las estacadas, su decisión quedó pronto en el olvido.52 Durante la segunda mitad del XVIII continuó siendo el ayuntamiento el encargado de abordar el problema. 161 Tampoco lo resolvieron las alamedas construidas a fines de siglo, cuando el primer corregidor destinado en la ciudad se empeñó en adecentar y mejorar algunas zonas con su propio peculio y mandó construir un “antemural” junto al cauce.53 Y aunque la iniciativa conjunta de los regantes en 1818 parecía tomar en serio su resolución, resultó igualmente efímera. Hubo que volver al sistema tradicional y de nuevo el ayuntamiento tomó las riendas de un asunto capital que periódicamente arruinaba la huerta; pero tampoco en el futuro tendría éxito, pese a intentar una solución “definitiva” durante la regencia de Espartero. 54 La cuestión de fondo que durante siglos dificultó encontrar la solución definitiva radicaba en el conocido como “derecho de aluvión”, tal vez incluido en una inicial carta de población cuya posible existencia desconocemos. Según el derecho consuetudinario, la tierra recuperada al río de forma natural o mediante la construcción de estacadas se adjudicaba a quienes tenían sus fincas inmediatas a los sotos recuperados.55 Por eso los demás vecinos se resistían a colaborar en su recuperación. El ayuntamiento pretendió reiteradamente dejar sin efecto el antiguo derecho o limitarlo a la recuperación única de la tierra que cada cual hubiera perdido, sin derecho a ampliar sus “suertes”. El resto de la tierra recuperada, una vez desecada, debía venderse a beneficio público en parcelas que no perjudicasen las posesiones confrontantes. Un acuerdo lo documenta para el año 1714 y sabemos se aplicó en posteriores ocasiones durante la centuria. 56 Cuando los efectos de las avenidas desaparecían, los ediles cordelaban la nueva tierra y la ofrecían en pública subasta. En sentido opuesto, también consta la repetida ocupación de sotos sin permiso público, lo que obligaba a controlar y cuantificar el proceso, a fin de incorporar las nuevas fincas al catastro y al pago del derecho de alfarda. En cualquiera de los casos, aún siendo los sotos incultos de propiedad particular, se prohibía a sus dueños y a los demás vecinos aprovecharse de los pastos, dejando crecer la vegetación como barrera que dificultase el arrastre de tierra. 57 El río se llevaba la tierra y el río la devolvía. De ahí los paradójicos retrocesos que comprobaremos en la extensión de algunas partidas de huerta, pese a ser el Setecientos un siglo de expansión demográfica que exigió del aumento continuado de tierras de labor, aprovechando incluso las zonas marginales o pantanosas de las partidas y, desde luego, los sotos.58 La tierra cedida a terratenientes forasteros. La concesión de ‘suertes’ en el regadío, cuya reglamentación venía de antiguo, se completaba con la cesión de tierra “para el útil de la reja” en las 162 partidas de secano. El concejo municipal fue competente para disponerlo durante la época foral como “señora” de aquellas tierras comunes. ¿Podía continuar en su derecho de disponerlo una vez incorporado Aragón a las leyes de Castilla? Los primeros ayuntamientos borbónicos se debatían entre dudas. Los regidores no veían claro si las atribuciones que sus antepasados habían ejercido desde la Edad Media seguían vigentes una vez concluida la guerra de Sucesión y suprimidos los tradicionales fueros. Por eso decidieron consultar con dos abogados de Zaragoza para su mejor manejo en las cuestiones que se les planteaban. El informe de los letrados dejaba muy claro que los nuevos ayuntamientos perdían atribuciones, de acuerdo con las instrucciones de la Corona y las leyes de Castilla nuevamente impuestas. Entre otros aspectos, en el asunto concreto de la tierra. Hasta entonces el concejo había podido “establecer, agenar, obligar y disponer a su libre arbitrio”, pero en adelante, nada de esto podía hacer sin preceder la prescriptiva licencia Real. Respecto de los bienes de propios y comunes en concreto, los abogados no dudaban de la competencia de los regidores para su administración, en la inteligencia de que anteriormente las universidades, “por ser señoras de sus solares”, podían libremente “agenar y obligar sus propios y bienes comunes”, pero ahora, por regir en Aragón las leyes de Castilla y ser por ello el Rey “dueño y señor de dichos solares”, su opinión legal era que los pueblos no podían enajenar ni obligar sin su consentimiento, no sólo los bienes comunes, de uso público, sino los considerados como propios, de los que cada ciudad “dispone como particulares y arrienda a vecinos y forasteros”. 59 Al tiempo que fijaba la jurisdicción “Real” sobre la “señorial” de la ciudad, el informe diferenciaba claramente entre bienes comunes y propios: las tierras eran comunes, pero el arriendo de los pastos y su renta eran propios del ayuntamiento. Una de las mayores preocupaciones de todos los consistorios fragatinos fue la de proteger como propias las dehesas destinadas a pastos en las tierras de secano. Cumplían con ello varios objetivos: preservar el aprovechamiento de “las hierbas” para el ganado de los vecinos, asegurar para el municipio los ingresos procedentes de su arriendo a ganaderos trashumantes y abastecer de carne a la población. De ahí su alerta permanente contra “los forasteros que rompen tierras en el monte para dedicarlas al cultivo, en detrimento de los pastos”. La ocupación de tierras autorizada por el concejo suponía la sanción legal para el usufructo agrícola del territorio, sin perjuicio del uso ganadero. Permitía que vecinos labradores de pueblos limítrofes explotaran tierra de secano, cuando seguramente no la conseguían en sus términos municipales, más pequeños, y mientras fuera ‘sobrante’ en el de Fraga. El labrador de Mequinenza, Torrente, Velilla, Peñalba u otros pueblos en la parte aragonesa, o el payés de Masalcoreig, 163 La Granja de Escarp, Serós, Soses, Aytona o Alcarrás en la zona catalana, ampliaban con ello sus posibilidades de cultivo. El incremento de tierra cultivada por este factor exógeno debe interpretarse en relación directa con el aumento de la población en las comarcas del Bajo Cinca y del Segrià con una cronología anterior a la de Fraga, como ya sabemos. El fenómeno de los “terratenientes forasteros” no parece constituir un problema hasta el siglo XVIII, pero desde sus décadas iniciales sería un asunto tomado en consideración por un doble motivo: como ocupación por foráneos de la tierra necesaria para los vecinos y como peligrosa disminución de los pastos. El intento de regular las concesiones y de obtener una renta de ellas se observa desde entonces. En 1716, -con el primer ayuntamiento trienal-, se renovaba la concordia establecida en el siglo XV entre la villa y Caspe sobre las tierras de la partida de Valdurrios. En adelante, los nuevos terratenientes forasteros en esta partida se obligaban a pagar anualmente tres sueldos y tres dineros por cada cahíz (cahizada o carga) de tierra, de las ocho que como mínimo debían cultivar.60 Al año siguiente el ayuntamiento obligaba a los terratenientes forasteros “de todas las partidas del monte” a pagar ocho dineros por cahizada cultivada para atender a la contribución exigida por el gobernador de la Plaza de Mequinenza. 61 Y en 1738 es la propia Intendencia la que obliga a que los terratenientes forasteros contribuyan como los vecinos en el catastro. 62 Por eso desde entonces figuran en todos los conservados. La ocupación de tierras por forasteros puede cuantificarse. Pese a conocer su existencia en los primeros años del siglo, no aparecen como tales en el primer catastro de 1730.63 En el realizado en 1751 comienza a surtir efecto la orden de censarlos y se registra de forma incipiente algún forastero con minúsculas parcelas de huerta. Sólo en 1754 se confecciona un libro propio para los terratenientes, “en el que se ha cargado a cada individuo lo que le corresponde por su haber”. El contingente, tanto del número de poseedores como de tierra cultivada, estaba adquiriendo suficiente entidad como para dedicarles un cuaderno de registro. Será durante la segunda mitad del XVIII cuando veamos crecer su número y la extensión de sus masadas, en el contexto de las leyes ilustradas que fomentan la cesión de tierras. En 1772, al tiempo de subastar los pastos de la partida Baja, ningún postor quiere alcanzar el mínimo fijado por la junta de propios. Los ganaderos alegan la disminución de las dehesas por los “rompimientos” de algunos terratenientes de los lugares de Mequinenza, Torrente y Masalcoreig; así que, antes de subastar el arriendo a la candela, exigen realizar un apeo de la dehesa y reducir a pastos las tierras cultivadas “en exceso” por aquellos.64 Y, esta vez sí, el libro cobratorio de la contribución permite reconocer la importancia del fenómeno: los 164 terratenientes forasteros suponen más del 14% de los contribuyentes. 65 Una parte del monte está en sus manos; tributan por ello el 4,1% de lo cargado ese año por todos los tipos de riqueza. Catorce años después, en 1786, el contingente de forasteros alcanza los 27 en el regadío, oriundos de trece pueblos distintos y 118 en el monte, de diez lugares limítrofes. El porcentaje se mantiene. Por estas mismas fechas el intendente deniega al ayuntamiento pagar el cupo de contribución anual con el “sobrante de propios” porque hacerlo así beneficiaría a los terratenientes forasteros. Impedimento que desaparece si los afincados se convierten en nuevos vecinos.66 La necesidad de tierra en los pueblos comarcanos catalanes quedó patente también en el monte de Litera inmediato a la raya de Cataluña. Fue un proceso posterior al de las tierras de Monegros aunque igualmente intenso. En 1834, por ejemplo, se realiza un nuevo apeo y mojonación en las partidas del monte de Litera al constatar “alteraciones” en las masadas de los terratenientes catalanes, que se han apoderado de tierras del común. 67 La operación se repetirá en 1845 y 1851, cuando el gobierno provincial (de Huesca) ordena que los forasteros de las partidas de Litera, Monreal y Vincamet paguen un 2% del valor primitivo de las masadas en adelante, si han roturado terrenos del Estado o de los comunes y propios, mediante presentación de declaración jurada. De no hacerlo, el ayuntamiento podría reclamar las fincas, como de hecho las reclamó.68 Su intención era convertirlas de nuevo en “comunes”, cuando se iniciaba el proyecto de construcción del futuro canal de Aragón y Cataluña que había de regarlas, y el vecindario de Fraga se encaminaba hacia un nuevo techo estructural en su progresión demográfica, que exigiría más tierra de cultivo. Con el paso del tiempo, junto a las cultivadas por vecinos, en todas las partidas del monte se habían instalado terratenientes de casi todos los pueblos limítrofes. Y pese a las guerras, pese a la disminución del número de brazos disponibles para el laboreo de la tierra, el fenómeno no decayó y se mantuvo en un porcentaje similar década tras década. Prueba evidente de que los fragatinos no agotan la capacidad de cultivo en el monte durante la época, de que el avecindamiento de algunos forasteros en Fraga no disminuye el porcentaje de los nuevos forasteros afincados, y de que el proceso está profundamente enraizado y con visos de continuidad. Concesiones de tierra a los vecinos. Idéntico proceso de “rompimiento de tierras” venían realizando los propios vecinos, al amparo del concejo municipal que cedía su usufructo. Pero lo que 165 inicialmente fue sólo “derecho de reja” se convirtió con el paso de las generaciones y las transmisiones hereditarias en título de cuasi propiedad, derivado de la “posesión de inmemorial”, de la “posesión de muchos años acreditada mediante testigos” o de otras fórmulas posesorias que el derecho consuetudinario parecía avalar. Ello fue así hasta el día –en 1860- en que el propio derecho positivo sancionó aquella costumbre, convirtiendo el usufructo en propiedad plena. (Lo veremos en un epígrafe posterior). De momento, interesa comprobar que la ocupación del monte por los vecinos venía también de antiguo, que fue potenciada por las medidas ilustradas y que ocasionó constantes problemas entre labradores y ganaderos durante todo el proceso. Similar preocupación a la manifestada respecto de los forasteros se advierte con los “excesos” cometidos por vecinos. En 1742, por ejemplo, el ayuntamiento decide cobrar de quienes se exceden en el cultivo de tierras del común en la Partida Baja y en Litera los gastos que ocasiona el apeo de sus masadas para conocer lo que se han apropiado. Si no pagan, se les embargará la mies.69 Otro día, en 1755, dos vecinos serán castigados con el coste de reponer los mojones en la Partida de Litera, cuando han aumentado “fraudulentamente” sus tierras. 70 Es decir, durante la primera mitad del siglo XVIII, la preocupación municipal se centra en la defensa del terreno común para su uso como pastos. Respeta el establecimiento de labradores, pero defiende a los ganaderos. O, mejor, defiende la renta a obtener de ellos por el arriendo de las hierbas, cuando todavía la mayor parte de los rebaños pertenecen a ganaderos trashumantes. Los “conservadores” de la última Concordia censal establecida entre el ayuntamiento y sus acreedores en 1728 controlan esa renta durante la primera mitad del siglo. Su interés estriba más en recaudar numerario para satisfacer pensiones censales que en aumentar la producción agrícola. No afirmo que existiera en Fraga un frente anti roturador, como ha propuesto Enrique Llopis para otras zonas, donde “los grandes propietarios laicos y los poderosos ganaderos estantes y trashumantes, pese a tener intereses diversos, compartían el deseo de que las labores en tierras públicas no se ampliasen con rapidez”. 71 En Fraga parece haberse dado más bien otra realidad derivada de una doble circunstancia: por un lado, la presión demográfica y la demanda de tierra propiciaron la cesión de terrenos para el cultivo del monte, y por otro, el crecimiento de la cabaña de naturales, junto al interés del ayuntamiento por incrementar las rentas de propios con el arriendo de los pastos, frenaron los continuos “excesos” de los labradores. La solución final vendría por etapas de la mano de la revolución liberal en la primera mitad del XIX. Mientras tanto, quienes mejor supieron prever o acompañar los cambios, aunaron y 166 orientaron ambas circunstancias en su favor: se convirtieron a un mismo tiempo en labradores hacendados y en principales ganaderos. Respecto de la primera circunstancia, -la demanda de tierra-, Fraga respondía a la realidad predominante en muchas zonas de España. La segunda mitad del XVIII supuso el principio del fin de los privilegios ganaderos. Sánchez Salazar nos informa de ello. En el Consejo de Castilla se formaron entre 1752 y 1769 expedientes de distinta procedencia en los que se ponían de manifiesto los múltiples problemas que aquejaban a la agricultura: “la subida de los precios de los cereales, los privilegios de la Mesta, las vinculaciones y mayorazgos, la escasez de tierras labrantías, su excesivo precio, la extensión considerable de terrenos incultos dedicados solo a pastos, la desigualdad del aprovechamiento de las tierras…” 72 Problemas que harían ver al Real Consejo la necesidad de promulgar una ley agraria encaminada a solucionarlos, en un largo proceso de pensamiento ilustrado con no pocos matices y aún divergencias. No era igual visión la de un Floridablanca, que aconsejaba “impedir el acceso de los pudientes a las tierras municipales para no perjudicar en su disfrute a los pobres”, que la de Olavide, quien proponía repartir las tierras próximas a los pueblos en pequeños lotes a braceros y las más alejadas a labradores de varios pares de bueyes y con escasa posesión de tierra, pagando por ello un pequeño canon a la hacienda municipal o a los propietarios. El primero hablaba de reservar el uso de los comunales a nuevos colonos sin hacienda, mientras el segundo proponía una especie de arriendo de la tierra cedida a jornaleros y labradores, manteniendo otros el dominio directo.73 Jovellanos iba más lejos y sus propuestas se dirigían más a la productividad de la tierra que a la simple extensión de los cultivos. Para él lo importante era conjugar agricultura y ganadería estante, con objeto de obtener beneficio mutuo, mientras le parecía indiferente el método utilizado para calmar el ansia de tierra: pretendía su venta sin importar si se efectuaba “a dinero o a renta, en enfiteusis o foro, en grandes o pequeñas porciones”. El interés de los compradores se encargaría de establecer la división y el cultivo que más conviniera, según la naturaleza del suelo y posibilidades económicas de sus dueños. Lo importante era que el sistema elegido se adecuara a las características de cada lugar, a su costumbre. Jovellanos estaba por la liquidación de la propiedad municipal, en el entendimiento de que lo obtenido en las ventas, no sólo no debilitaba los ingresos de la hacienda local sino que ayudaría a su modernización, “basada en impuestos y no en rentas de patrimonio del sector público”.74 Estas y otras propuestas, junto con las crisis de subsistencias que harían temblar gobiernos al perturbar “la quietud y sosiego” necesarios en quienes 167 apetecían tierras o subsistían apenas con ellas, condujeron finalmente a la concepción, redacción y promulgación de varias disposiciones al efecto, aplicables primero a regiones concretas y extendidas luego, “por punto general”, a toda España entre 1766 y 1770.75 Según García Sanz cabe distinguir dos etapas en la legislación: la primera entre 1766 y 1770, cuando las disposiciones legales establecen la preferencia en los repartos a favor de los vecinos más necesitados de los pueblos –braceros y jornaleros-, mientras a partir de mayo de 1770 los preferidos y favorecidos serán los labradores con una o más yuntas.76 García Sanz escribe a la luz de Segovia; expone un caso concreto, con unas circunstancias concretas. Por su parte, Domínguez Ortiz observa el conjunto sin diferenciar un antes y un después de 1770 y matiza que podían concederse tierras tanto a labradores como a “braceros acostumbrados a las labores del campo” e incluso a pastores y artesanos, siempre que tuvieran alguna yunta.77 Si se lee el texto de las disposiciones de 23 de mayo de 1770 se advierte precisamente “por regla general” y “a la vista de los inconvenientes suscitados en la aplicación” de la normativa anterior, su atención a tres aspectos generales: el que definía en primer lugar quiénes tendrían derecho; en segundo lugar, a qué tendrían derecho; y en tercer lugar, cuánto podía costarles adquirirlo. La Real Provisión autorizaba a la autoridad local –le daba licencia regia- para repartir tanto pastos como tierras; en terrenos tanto comunes como concejiles.78 En primer lugar el Rey daba por bueno lo repartido en cada pueblo hasta entonces, siempre que la tierra se mantuviera en cultivo. Esta era la finalidad fundamental: el fomento agrícola. Su disposición segunda advertía claramente la oportunidad de pasar del sistema de arriendos de las tierras públicas, allí donde se acostumbraba contratarlos, al sistema de concesión y reparto. Favorecía con claridad el acceso a la posesión continuada de la tierra, y con ello a la “cuasi propiedad”. La disposición tercera excluía de las concesiones al estamento eclesiástico como ‘mano muerta’, pese a no mencionarlo explícitamente. La cuarta priorizaba el reparto en favor de los labradores sin distinción, dejando la prelación al libre arbitrio de las autoridades locales y manifestando en todo caso la preocupación de las estatales por el aspecto económico de la medida: el fomento de la producción y la productividad. Sólo después la quinta disposición evidenciaba la preocupación social de los ilustrados: atendía a la subsistencia de los jornaleros, de los pastores e incluso de los artesanos, aunque las condiciones restrictivas impuestas, ligadas al cultivo efectivo e ininterrumpido del lote de tierra asignado, dificultaría su participación. 168 Dejando por ahora al margen otras cláusulas relativas a pastos que analizaré luego -de la novena a la duodécima-, la más interesante para la agricultura de Fraga era la séptima. Literalmente dejaba “...en libertad a los pueblos en que los vecinos tienen derecho de cultivar en los Montes o términos comunes, para que puedan practicarlo, sin que en éste haga novedad; ni tampoco se cargue pensión alguna por las tierras concejiles en los pueblos donde por no ser de propios, ni tener sobre sí algún arbitrio hasta ahora, se ha repartido y labrado libremente, sin pensión o canon alguno”. La nueva disposición no innovaba respecto del antiguo “derecho de reja” que tenían los vecinos de Fraga; antes bien lo confirmaba y lo proyectaba hacia el futuro para consolidarlo. Se refería además y expresamente al monte, donde los fragatinos podían saciar su necesidad de tierra con facilidad por su gran extensión. Y, por último, dejaba clara la prohibición legal de imponer canon alguno sobre las concesiones, razonando la adecuación de la medida a la distinción entre “tierras de propios” y “tierras comunes”. Pese a que algún autor aduce la dificultad de distinguir unas de otras al cabo de los siglos,79 los sucesivos regidores de Fraga tuvieron siempre clara esta distinción, aunque en ocasiones lo disimulasen o aparentaran lo contrario ante ‘el exterior’. Cuando muchos años después les convino, supieron aprovechar esa aparente confusión en beneficio de sus vecinos. Mientras tanto, sabían que sus prerrogativas, “su libre albedrío”, radicaba en disponer soberanamente de los pastos del monte desde muchos siglos atrás. Pero el aprovechamiento del monte para el cultivo no era propio del ayuntamiento sino del común de vecinos. Había llegado, por tanto, el momento de aprovechar al máximo la nueva ley en un doble sentido: consolidar lo hecho hasta entonces, colmando la oportunidad de incrementar la hacienda de algunos particulares y facilitar a otros el acceso a la tierra. Constan, desde luego, concesiones anteriores, 80 producidas al parecer dentro de un contexto regional que operaba en idéntica dirección, en un proceso roturador iniciado ya antes de 1700, como afirma José Antonio Sebastián.81 No se observan en Fraga ni las prevenciones de algunos lugares ante la ley ni la celeridad con que otros hicieron efectiva su aplicación. Algunos expedientes del Real Acuerdo dan cuenta de ello. Cuando la Real Pragmática sobre reparto de tierras entra en vigor, los labradores de Castejón de Monegros, por ejemplo, no acuden al ayuntamiento a pedirlas. Ante la extrañeza del consistorio, consciente del mucho tiempo que llevan esperándola, uno de sus ediles advierte que la razón puede estar en que algunos ganaderos “importantes” del lugar asustan y engañan a los labradores, porque lo que se quiere con el decreto es “hacerlos pecheros”. Si aquellas tierras eran consideradas de propios, la advertencia era real, pero también 169 lo era el interés de los ganaderos por dedicar aquellas tierras exclusivamente a pastos.82 Hora sí, se trataría del frente anti roturador del que se hizo eco en su día Fernández Clemente y más recientemente Latorre Ciria.83 Frente al temor de unos la rapidez de otros. El enfado de una viuda excluida del reparto permite conocer que, en Monzón, en menos de dos años, 1766-1767, la nueva legislación ilustrada posibilitó el reparto de 1.600 cahíces de tierra entre sus vecinos.84 Un reparto, sin duda, acelerado. Respecto de la casuística fragatina, he hablado ya de la costumbre tradicional de otorgar los nuevos sotos a los vecinos confrontantes de la huerta vieja. En este sentido, Félix Otero cuantificó para el período 1685-1698 las roturaciones observables en el conjunto de la huerta al comparar las alfardas de estos dos años. En concreto se sacaron entonces 483,5 fanegas distribuidas en 78 parcelas de nueve partidas, de las cuales cincuenta y una lo eran de menos de cinco fanegas de extensión.85 Desconozco si se tomaron como complemento de patrimonios rústicos ya existentes o como iniciación a las tareas agrícolas de sus nuevos ocupantes. Para el siglo XVIII, las actas municipales apenas hablan de concesiones de tierra en la huerta vieja y sólo ocasionalmente las conocemos de forma expresa. Será al analizar el aumento de tierra catastrada en la huerta cuando aflore el volumen de las concedidas en tierra común. Su ubicación se sitúa sobre todo en las zonas de prado de diversas partidas, en terrenos pantanosos de escasa productividad, dedicadas hasta entonces a pastos y que posiblemente se desecaron y sanearon como en otros lugares, para ser aprovechadas en algunos cultivos. Los ejemplos concretos se sitúan tanto antes como después de la legislación ilustrada, sin que dichas leyes parezcan alterar ni acelerar la costumbre. 86 Mejor documentadas están las concesiones en la partida del Secano. En 1781 la Intendencia obligó a manifestar las fincas de esta partida en una relación conjunta con motivo del proyecto de construcción de una nueva acequia. Sus poseedores tuvieron que detallar entonces los títulos con que cada uno las poseía. Por dicha relación, -sólo una década posterior a la Real Pragmática de 1770-, sabemos que tan sólo tres de sus 74 cultivadores pudieron exhibir títulos de propiedad con escrituras del siglo XVII o anteriores. Otros veinte aducían tenerlas por herencia, dote o capítulos matrimoniales, sin título justificativo; once de ellos reconocían la cesión reciente de la ciudad, mientras la mayoría aportaron como único título la “posesión de muchos años”, certificada mediante testigos o demostraron haber comprado la tierra a terceros. Naturalmente en casi todos los casos la causa inicial de la posesión era la cesión de terreno común anterior a la legislación ilustrada, con un mínimo de treinta años de antigüedad. 87 En conjunto 170 ocupaban 433 cahíces de tierra en la partida y quedaba todavía un 10% de su extensión como terreno comunal.88 Cuando en 1819 la partida va a ser regada definitivamente por la nueva acequia, el ayuntamiento ha de contener “los excesos que en perjuicio del común se han advertido y prevenir los que la esperanza del próximo riego podrá producir”.89 Al año siguiente, 1820, un nuevo ayuntamiento constitucional acordaba vender las tierras “que han resultado comunes en (la partida) del Secano”. La ideología del Trienio Liberal sustituía la cesión por venta. Respecto del monte, también el cómputo catastral ofrecerá la progresiva expansión del cultivo, más allá de algunas noticias cualitativas que precisan sus circunstancias. La primera referencia concreta es del año 1774, cuando, con motivo del arriendo de los pastos, la junta de propios debe reservar a disposición del ayuntamiento y a petición de varios vecinos “aquellas tierras de dichas partidas que por peritos se declarasen aptas para la labranza, a fin de repartirlas con arreglo a las reales órdenes, a los labradores que se obligasen a satisfacer aquel tanto que por razón de las tierras que se les repartan pueda perder el común, con arreglo al quinquenio que se previene en las mismas órdenes, y guardándose los pasos y acampadores de balsas y parideras o corrales con la distancia y latitud que se tenga por conveniente”.90 Es decir, el ayuntamiento pretende compensar la pérdida de ingresos por pastos con el cobro a los nuevos cultivadores de una cantidad equivalente, por una sola vez. No trataba de convertir los comunes en propios; sólo buscaba indemnizar de algún modo a la hacienda local. Indiscutiblemente lo hacía en fraude de una ley que prohibía cobrar canon alguno por las cesiones en terrenos comunes. En las primeras tres décadas del siglo XIX, las concesiones en el monte y en la partida del antiguo secano, ahora regado, son registradas con mayor detalle. Un primer cuaderno de registro incluye las concedidas entre 1824 y 1829, siendo la mayor superficie por solicitante la de ocho cahíces de tierra en el monte. Se conceden a “labradores” y con menor extensión a “jornaleros labradores”. El total de ese lustro asciende a 56 cahíces en el monte, repartido entre 11 vecinos, y a 20 fanegas en la huerta nueva, repartidas a otros cinco. 91 Un lento goteo de concesiones que se acelera notablemente en el siguiente libro de registro. Da la sensación de que Fraga advierte el final de una legislación propicia que puede ser modificada pronto en sentido “liberal” –mediante venta en lugar de concesión-, como recordaban se había legislado durante los cortos períodos de las Cortes de Cádiz y del Trienio. Con el tradicional sistema de concesiones, el logro del dominio útil de la tierra resultaba gratuito; con los liberales, las tierras debían comprarse. Tal vez por eso el nuevo libro registro ofrece datos muy superiores a los del 171 quinquenio anterior.92 Entre 1830 y 1834 se repartieron 727 cahíces de tierra de cinco tornalls (10.728 m2 por cahíz) a 126 individuos, lo que suponía ceder tierras del monte al 12% de los contribuyentes fragatinos del momento. Las dos condiciones impuestas eran: deber cultivarla y no poder venderla, “y sí sólo transferirla por vía de dote a algún hijo o descendiente”. La mayoría de sus beneficiarios eran cuarenta y cinco labradores, veintinueve jornaleros, cinco apicultores, tres ganaderos y dos pastores. Del mismo modo y de forma proporcional a su cuantía como grupo profesional, algunos vecinos dedicados a otros sectores de actividad consiguieron también sus masadas: nueve artesanos, cinco arrieros, cuatro comerciantes, un mesonero, un escribano (dos veces) y hasta un presbítero que consiguió una pequeña parcela en terrenos de prado en la huerta “para cocer cáñamo”. Tres de los hacendados fragatinos incrementaron igualmente entonces sus patrimonios, junto a otros 17 vecinos de quienes no se indica su oficio. Ahora, la extensión concedida a cada cual disminuía respecto del quinquenio anterior. Aquella extensión máxima de ocho cahíces no sobrepasaba ahora los seis cahíces de cinco tornalls. A partir de 1834 ningún otro año hasta 1860, en que concluye el libro registro, se concedió tierra alguna. 93 Sólo continuaron anotándose cesiones de terrenos vagos para construir viviendas, corrales de ganado, o “tiendecitas de madera” para el comercio del mercado semanal. En definitiva, un proceso similar al de otras localidades próximas aunque el grueso de las concesiones parece aquí más retrasado en el tiempo que en aquellas. 94 Conflictividad de las concesiones. Descrito como lo hemos hecho hasta aquí, el proceso de acceso a la tierra, fruto del ansia de poseerla, parece en Fraga un proceso legal, pacífico y controlado por las autoridades locales, cuando en realidad no siempre se produjo bajo estas premisas. Las leyes ilustradas habían dispuesto la cesión de tierra “en manos legas”. Los ediles fragatinos se saltaron en ocasiones la norma adjudicando tierra a eclesiásticos y manos muertas. El prior de la iglesia parroquial de San Pedro fue uno de los primeros beneficiados con la concesión en 1776 de una masada de 40 cahíces de sembradura al supuesto amparo de la Pragmática de 2 de mayo de 1775. Según la interpretación del ayuntamiento, la norma proponía repartos “a fin de que, en todos los pueblos de Aragón, a beneficio de sus vecinos, se señalaran las tierras comunes que fueren aparentes para el cultivo, con tal no redundase en perjuicio de tercero”. No había porqué distinguir entre unos vecinos y otros. 95 Tres años antes, el capellán de la capellanía de San José, de patronato de la ciudad, recibía 60 cahíces de tierra “en el Riberal del Ebro, de las de vendición Real” para usufructo de los sucesivos capellanes y en aumento de la congrua necesaria 172 para que pudieran ordenarse de presbíteros “y sin que pueda enagenarse”. El ayuntamiento la concedía “así como también se han concedido a diferentes vecinos en diferentes tiempos, así en lo antiguo como al presente”. 96 Tampoco había de hacerse en este caso distinción de personas. Pero resultó que la concesión chocaba con la que previamente se había concedido en las mismas tierras al vecino Antonio Guallart.97 El Archivo Histórico Nacional conserva el expediente causado a instancia de Guallart, suplicando al Consejo de Castilla ordenase la expulsión del presbítero de sus tierras. La inicial concesión a Guallart se había producido en 1769 cuando exponía “que siendo natural de Fraga y en la actualidad vecino de Lérida”, solicitaba la cesión de diez cahíces de sembradura para volverse a Fraga y avecindarse en la ciudad. El ayuntamiento se la concede y lo mantiene en posesión pacífica hasta el señalamiento de la finca al presbítero, -que abarca la suya-, y quien pretende llevarle a pleito. El asunto llega al Supremo Consejo, quien en 18 de febrero de 1775 ordena al ayuntamiento poner en quieta y pacífica posesión de la tierra a Guallart, debiendo informarle “en virtud de qué facultad o licencia procedió al reparto de tierras para aumento de la congrua de un presbítero”. Los ediles responden aportando el acta de la sesión en que se oficializó la concesión y alegan que aquella finca se cedió en un territorio propio de la ciudad, “del que es señora” y con la condición de no poder enajenarlo sin permiso del obispo de Lérida. El Consejo de Castilla pide a Fraga le informe de cuántas veces ha entregado tierra a presbíteros y con qué derecho o privilegio lo hace. Fraga entendía estar cediendo tierra de propios, mientras el Consejo de Castilla veía cesión de comunes de acuerdo con una legislación que impedía poner más tierra en manos muertas. El conflicto, en este caso, se sustancia entre vecinos particulares, pero también los hubo entre éstos y el propio ayuntamiento. Si hubo un ejemplo conflictivo entre el interés privado y el público ese fue sin duda el que explicita el pleito entablado entre una de las familias hacendadas de Fraga –los infanzones Foradada- y el ayuntamiento, en disputa por la pardina de la Torre del Almarjal, una extensa finca en el límite entre los términos de Fraga y Velilla de Cinca. Durante más de sesenta y cinco años se discutió sobre el carácter de finca particular o terreno común de la mayor parte de ella, sin que conozcamos la resolución final del caso.98 Conozco en cambio el desenlace de otros pleitos por motivos semejantes. Los hacendados don Miguel Aymerich y don Ramón Rubio –infanzón de solera el primero y aspirante advenedizo el segundo- pleitean en 1785 por un desfalco en los haberes que debía guardar el arca de propios. En su trascurso vieron la luz acciones improcedentes de uno y otro en su etapa de regidores y, finalmente, el Real Acuerdo advertía a los ediles en su sentencia que “no deben permitir en tiempo 173 alguno reciban de él (del ayuntamiento) sus capitulares en la sazón de serlo, parte de terrenos para masadas ni otros fines, desvaneciéndose así la sospecha de que la donación no sea libre y espontánea”.99 Sentencia que caería en saco roto cuando en 1797, un niño de corta edad pide al ayuntamiento se le conceda un terreno común en el monte. Varios concejales votan favorablemente. El síndico opone la prescripción que la ley establece para el reparto de comunes a labradores y a jornaleros siempre que la trabajen, sin poderlas arrendar ni vender; que el niño no es labrador, sino su padre, que es regidor. Y concluye que “tampoco se le puede conceder si como parece la pide para su padre, puesto que está dispuesto por varias sentencias que no pueda repartirse a los regidores alhajas del común”. Sus compañeros de consistorio deciden posponer la decisión, pero en la siguiente sesión se le concede la tierra.100 El poder de los regidores queda patente en otras ocasiones, como cuando un vecino debe ceder a uno de ellos la tierra que previamente se le había asignado y ahora le obligan a vendérsela; un ejemplo de prepotencia del entonces regidor y luego corregidor con los franceses en 1811, Rubio-Sisón, cuando la Contaduría General pide de forma reservada a la municipalidad del momento un informe sobre su comportamiento, para comprobar si ejerce su cargo en beneficio del bien público.101 Aunque estos ejemplos parezcan significativos por el estatus social de quienes se ven involucrados, otros muchos de carácter anónimo salpicaron permanentemente el proceso de concesión de tierras. No siempre ni siquiera habitualmente su demanda se tradujo en petición ordenada al ayuntamiento. La mayoría de las veces la apropiación era pura y simplemente ampliación de masadas ya existentes y escalio en las zonas comunes de la huerta. Nadie mejor que los interesados en el cobro de diezmos sabían del problema. La advertencia se percibe en 1819, en carta de mosén Ramón Rubio, administrador de los diezmos de la Mitra y oficial eclesiástico de Fraga, al mayordomo del obispo: “si esto se deja así, el año que viene, en todos los pueblos, el que tiene en su masada ocho cahizadas, si confronta con comunes, se alarga dos o tres o más”. 102 El fenómeno no era nuevo. Félix Otero informó de ello ya para finales del siglo XVII.103 Según Otero, en los quince años anteriores a la guerra de Sucesión, la ocupación de tierras comunes en las partidas del monte era práctica habitual; las determinaciones del concejo demostraban su impotencia para impedirlas e incluso el ‘derecho’ que los particulares creían tener de inmemorial para ocuparlas. Cien años después, con legislación ilustrada y sin ella, el problema del escalio continúa, luego de un siglo de permanente ocupación de la tierra. 174 Finalmente, con ser estos botones de muestra ejemplos de una conflictividad relevante, el mayor conflicto fue el que enfrentó a labradores y ganaderos por los pastos del monte cuando la legislación liberal iniciada en Cádiz cambió el contexto general y las condiciones de reparto del producto agrario. Por el Decreto de las Cortes de 8 de junio de 1813 se ordenaba la privacidad de los pastos de las tierras particulares. Por el de 9 de abril de 1820, los gobernantes del Trienio Liberal ratificaban aquel decreto anterior. Acatando la nueva legislación, el ayuntamiento ordena entonces el enésimo apeo de las masadas particulares para conocer qué terrenos son comunes y cuáles no, con el fin de arrendar los pastos en los primeros y reservar el disfrute a sus dueños en los segundos. Reconoce la dificultad de llevarlo a cabo por lo “enlazados” que se hallan unos terrenos y otros y comisiona a varios regidores para que, acompañados de dos pastores, periten los pastos y ajusten el número de cabezas de ganado que quepan, -para su arriendo a los ganaderos que pujen en la subasta-, en beneficio de los intereses de propios. Los vecinos con tierra en el monte entienden que el ayuntamiento quiere desposeerles de sus masadas, de las que se les exige demostrar que son suyas o cedidas. Los ediles exhiben la Real Cédula de 1770 originaria de las concesiones y recomiendan a los peritos considerar como comunes aquellas tierras que no hayan sido cultivadas desde el fin de la guerra de la Independencia, y que no sean poseídas por un vecino por más de treinta años, lo que las convertiría en propiedad particular. Igualmente, acuerda no ceder más terreno de los comunes en el monte hasta que no haya una nueva ley de carácter general que lo permita, porque si se ceden nuevos terrenos a particulares para dedicarlos a pastos, de acuerdo con el decreto de 9 de junio de 1813, “se formarán las más ambiciosas dehesas acotadas en perjuicio general”.104 Es decir, la irregularidad que pretendía evitar el ayuntamiento era que algunos vecinos pidieran tierras comunes amparándose en las leyes ilustradas de fomento de la agricultura y, sin embargo, las dedicasen a pastos en su exclusivo beneficio, de acuerdo con la legislación liberal. Repetía además la obligación de excluir del arriendo las fincas particulares y las asignadas cultivadas en los últimos seis años, mientras la “común” partida de Estorzones (Liberola, Valcuerna, Vedado y Valdurrios) procuraría arrendarse por más precio que en años anteriores para compensar “la gran rebaja que el respeto de las propiedades produce en las demás partidas”.105 Los nuevos ediles liberales pretendían cambiar el tradicional curso de las cosas, aunque durante la década siguiente, rebasado el paréntesis del Trienio, todo continuó como hasta entonces, con nuevas concesiones en equilibrio inestable con el arriendo de pastos. 175 El mayor conflicto: el cerramiento de fincas. Concluida la Década Ominosa, muerto el Rey Fernando y en el poder la regente María Cristina, los interesados en proteger sus masadas y su derecho exclusivo de pasto en las mismas se apresuran a reconducir el proceso en el nuevo contexto liberal. Al amparo de la Real Orden de 11 de febrero de 1836, el ‘noble de Aragón’ don Medardo Cabrera –reconvertido ahora en ‘propietario de arraigo’-, reclama sin éxito del Jefe Político de la Provincia (de Huesca) “sobre el reparto de las yerbas entre los vecinos hecho por este ayuntamiento”, quejándose de que había comprendido en él las masadas de dominio particular, siguiendo la costumbre. El gobernador dispone que subsista la asignación de hierbas efectuada y recomienda a Cabrera deducir en justicia su pretendido derecho. 106 Y, en efecto, tras este primer intento fallido será el ámbito judicial el que dirima desde entonces una cuestión que afecta intereses encontrados. Pérez Sarrión adelanta el posible aumento de la conflictividad entre labradores y ganaderos aragoneses a la segunda mitad del siglo XVIII. 107 Alguna casuística en tierras de la Cataluña interior ha sido analizada por Elisa Badosa Coll centrándose en la necesidad de protección de la agricultura mediante los “cercamientos” ya durante ese mismo siglo;108 y para la región valenciana, David Bernabé Gil ha sintetizado los componentes esenciales del problema de los pastos entre los particulares que pretenden cercar sus dominios, la hacienda municipal, el patrimonio Real y los ganaderos locales y forasteros. La intensificación de los debates –afirma- “se hizo inevitable cuando a la creciente presión de la demanda se unió el avance del individualismo y la privacidad en la configuración de las relaciones de propiedad”.109 En las tres regiones, los conflictos entre labradores y ganaderos se acentúan desde la segunda mitad del siglo XVIII y en ese contexto general debe encuadrarse la casuística fragatina ya descrita. Pero ahora, a finales del primer tercio del XIX, se trataba de que las tierras ocupadas por los labradores no pudieran ya ser usufructuadas por los ganados de terceros al estilo tradicional. Se trataba de que cada cultivador, apoyado en la nueva legislación liberal, obtuviera de sus masadas una renta adicional por sus pastos aunque, si el labrador era al mismo tiempo ganadero, el coste de apacentar su rebaño en tierras ajenas aumentase también con la limitación del derecho de pastos. Por eso se produjeron diversidad de opiniones y posturas encontradas tanto entre ganaderos como entre labradores. Realmente eran un grupo reducido de vecinos quienes participaban de la doble condición de labradores y ganaderos, o mejor, de hacendados y ganaderos. Solían participar como concejales en la administración de las rentas provenientes del arriendo de los pastos. De ahí que prefirieran mantener el statu quo tradicional. 176 Frente a ellos se situaban quienes no querían perder la oportunidad de pasar de poseedores a “propietarios absolutos”, de aprovechar en exclusiva los pastos de sus masadas y poder incluso obtener alguna renta de su arriendo a terceros. Naturalmente, quienes con mayor ardor estaban dispuestos a defender su nuevo derecho eran los mayores contribuyentes por hacienda rústica. Pero también entre ellos se encontraban quienes poseían los mayores rebaños. De ahí el confuso choque cruzado entre ambos grupos. De ahí también la posición de observador neutral que adoptó el ayuntamiento de turno cuando el problema explotó. Como igualmente comprensible fue la posterior toma de posición de éste a favor de los ganaderos, defendiendo al mismo tiempo los ingresos de la hacienda local. La chispa inicial prendió el problema en 1837 cuando una infanzona oriunda de Fraga con residencia en Huesca, (a donde su familia había emigrado a mediados del siglo XVIII), conseguía el uso exclusivo de los pastos de su masada. Doña Carmen Doménech acudía a la Diputación Provincial solicitando se declarasen de su absoluto uso y aprovechamiento los pastos y demás frutos de una masada de noventa cahíces que poseía en la Partida del Medio. La Diputación resuelve el 18 de julio en su favor con arreglo a lo dispuesto por la legislación vigente sobre deslinde y acotamiento de la propiedad, pese a las protestas reiteradas del ayuntamiento, y dicha resolución es posteriormente confirmada por el gobierno central en Real Orden de 5 de febrero de 1838, segregando desde entonces su finca de la tasación de pastos de la “dehesa del Medio”.110 Su ejemplo inicial serviría en adelante de referente para los poseedores de tierra en el monte. El alcalde presidente del momento, Salarrullana, era consciente del perjuicio que esta resolución podía suponer para la hacienda municipal. Durante sesiones los ediles discutieron apasionadamente y sin ponerse de acuerdo sobre la conveniencia de llevar el caso a los tribunales, decidiendo consultar previamente con dos letrados de Zaragoza. 111 El caso de doña Carmen Doménech beneficiaba desde luego a algunos de los propios concejales, ‘dueños’ de masadas de considerable extensión y al mismo tiempo ganaderos. Tuvieron buen cuidado de que la orden Real quedara cosida al libro de actas junto a otra posterior fechada como Real Orden de 14 de noviembre de 1842, y rotuladas ambas como “conflicto de los labradores”. La nueva orden se comunicaba al ayuntamiento el 13 de diciembre de ese último año. El jefe político de Huesca trasladaba la decisión del Regente Espartero, zanjando la cuestión de los pastos que cada vecino poseía en sus masadas. Decía Espartero que “en virtud de las razones expuestas, de lo que previenen las disposiciones legales de la materia y de lo acordado en casos de esta naturaleza, se ha servido resolver: que consiguiente a la ley de 8 de junio de 1813 y a la Real Orden de 11 de febrero de 1836, 177 los propietarios están en plena posesión de todos los productos de sus fincas que deben considerarse como cerradas y acotadas; y si el ayuntamiento de Fraga o alguno en virtud de títulos particulares se considera con derecho a los pastos de las mismas, dirija sus acciones ante los tribunales de justicia, según las leyes previenen. Huesca 22 de octubre de 1842”.112 La situación daba un vuelco. Ahora la carga de la prueba recaía sobre el ayuntamiento. Debía probar en justicia su ancestral derecho a los pastos. Inmediatamente se celebra una sesión abierta con los propietarios interesados en el cerramiento de sus fincas. Advierte el alcalde que la realización de dicha providencia exige tiempo y meditación para conseguir a un mismo tiempo el interés de los propietarios y el del aprovechamiento común del vecindario. Como la orden se comunica a Fraga cuando ya se ha efectuado ese año la subasta de pastos, el alcalde propone dejar “por ahora” el reparto tal como está y hasta el día tres de mayo del año siguiente (cuando los ganados salen de las partidas) y, mientras, se deslinden las fincas y se realice el apeo de los montes comunes. Los asistentes aceptan unánimes la propuesta del alcalde, pero a su vez proponen que el producto del arriendo de los pastos de este año se distribuya proporcionalmente entre los propietarios de las masadas y el fondo de propios. Para llevar a cabo la “transacción” nombran varios representantes del ayuntamiento y de los más de treinta propietarios asistentes. El acuerdo era sólo una fórmula dilatoria de la solución final. Dos años más tarde, cuando el asunto pende ya de los tribunales, el ayuntamiento es acusado de negligencia por su procurador síndico general en la defensa del “bien común” que representan los arriendos de pastos como “bien de propios” del ayuntamiento. Relatar las disputas que proporciona la documentación de aquellas fechas sería interminable. El pueblo quedará profundamente dividido por un problema considerado de capital importancia y los argumentos de quienes se posicionan del lado de los labradores rebatidos con pasión por quienes lo hacen en defensa de los ganaderos; y viceversa. Es entonces cuando con mayor insistencia se confunden, -a veces deliberadamente-, bienes y territorios de aprovechamiento común, con los gestionados como propios por el ayuntamiento. La confusión resulta desde luego interesada por ambos bandos. Unos, por ejemplo, arrojan sobre los otros el inminente peligro de ruina y miseria que causará la desaparición de los “comunes” a las quinientas familias dedicadas en Fraga al carboneo en los términos de Allà Dins. (Ambos grupos hablan de los terrenos “comunes” pero ninguno de ellos se refiere a lo más importante: el arriendo de los pastos como “propios” del ayuntamiento). Los otros rebaten el argumento esquivo y replican que las familias de carboneros no llegan a las 178 cuarenta. Una cuestión que con ser importante no afecta a la libre disposición de los pastos. Unos alegan que con el cerramiento de las fincas lo único que se conseguirá es favorecer a los “terratenientes forasteros”, que durante años han estado apropiándose de la leña del bosque; los otros denuncian que son los propios fragatinos quienes se aprovechan vendiendo el carbón a forasteros “y hasta a Zaragoza”. En realidad todos eluden el verdadero problema: evitan la referencia directa a aquellos antiguos vecinos y ahora ‘forasteros oriundos’ que poseen extensas masadas y que incrementarían sus rentas si, como tales dueños, pudieran arrendar pastos en su exclusivo beneficio. Ni unos ni otros vecinos y concejales se atreven a nombrarlos abiertamente, a denunciar su posible incremento de renta, como descendientes de antiguas familias infanzonas que son. Cuando finalmente abordan el fondo de la cuestión, los ganaderos se remontan al siglo XIV en un intento por demostrar su antiquísimo derecho, cuando “el Montcada” cedió al concejo en enfiteusis los pastos de “Mont Negre”. Sus oponentes labradores exigen detallar con escrituras cuáles son esos montes; en qué partidas están; “cuáles sus confrontanzas”; y si aquella “venta” tuvo o no que ver con los montes de Litera, etc. 113 Lo que unos tachan de negligencia otros lo entienden como prudencia y neutralidad. El nuevo alcalde Andrés Barber, ganadero “que ha hecho causa común con el cuerpo de ganaderos” (y es también hacendado), manifiesta querer defender la propiedad del monte “para el común de los propios de la ciudad” (¡vaya frase!), pero asegura mantenerse neutral en su argumentación. En realidad las dos opciones le favorecen y deja al teniente de alcalde defender los derechos del ayuntamiento. El 19 de enero de 1844 el juez de primera instancia de Fraga confirma en favor de los ganaderos su auto de manutención emitido en 1841, por lo que el 9 de mayo los labradores apelan ante la Audiencia Territorial. De nuevo el jefe político de la provincia recrimina al ayuntamiento su neutralidad, que sigue interpretando como negligencia en la defensa de los bienes de propios. El alcalde replica que quiso consultar con dos abogados de nota y un tercero en discordia, de acuerdo con la propia Ley Orgánica de Ayuntamientos, y pese a que en la anterior ocasión en que se consultó con juristas éstos afirmaron que los pastos del monte eran de propiedad del común. Lo hizo –alega- para que nadie nunca le apellidase como parcial en un asunto en que, como ganadero que es, ha tomado parte activa en el pleito, en unión con la mayoría de los de esta clase. Pero entiende que este asunto es de los de mayor interés y preferencia para los vecinos y que el ayuntamiento no puede desentenderse. Por eso propone, de acuerdo con el jefe provincial, una junta de labradores y ganaderos que arregle amistosamente la disputa. 179 La junta se reúne en enero de 1845. Asisten por parte de los ganaderos (todos calificados como “don”) José Salarrullana, Eusebio Cabrera, Joaquín Isach y Modesto Matías Foradada. Y en representación de los labradores (ninguno con “don”) Pablo Vera, Agustín Masip, Antonio Cabrera Agustín y Joaquín Grau Galicia. Los ganaderos dicen que si sólo se tratase de vecinos de Fraga (propietarios de tierras de monte) accederían a pagar a los particulares por las hierbas, pero como hay numerosos terratenientes forasteros que se beneficiarían de derechos que nunca han tenido, no acceden a ello. (Ahora sí salen a la luz los verdaderos argumentos). Por su parte, los labradores dicen que quieren ser “dueños absolutos de sus tierras”, y sólo uno de ellos accede a volver al sistema anterior. No llegan a un acuerdo.114 Será el tribunal de la Audiencia quien finalmente ratifique la sentencia en favor de los ganaderos y, a partir de entonces, cualquier disputa interpuesta relativa a las masadas y los pastos se resolverá acorde con ella. El arriendo de los pastos en buena parte del monte seguirá en manos del ayuntamiento hasta hoy. 2.2.3 El perfeccionamiento de la propiedad. El conflicto de los pastos y las masadas resultaba concomitante con el más general de la enorme cantidad de tierra “amortizada” hasta entonces en manos de la Iglesia, de la nobleza, y del propio Estado, además de en otras instituciones como los ayuntamientos. Tenía que ver con el paso de la simple posesión de tierra a su disfrute en plena propiedad. Era la pretensión de aquellos labradores fragatinos que aspiraban a ser “dueños absolutos” de sus tierras. Las desamortizaciones. En puridad, tanto la pugna final entre labradores y ganaderos como el fin del largo proceso desamortizador en España rebasan el ámbito temporal del presente estudio; pero resultan significativos respecto de algunos personajes de nuestra cuarta generación, por lo que debemos abordarlo. Las desamortizaciones de Mendizábal, Espartero y Madoz son fruto pleno de la Revolución Liberal. Tan sólo los primeros intentos desamortizadores durante el reinado de Carlos IV y de Fernando VII deberían ser objeto de nuestra atención. Sin embargo, la secuencia de concesiones, apropiaciones y cerramientos de tierras que vengo describiendo sólo se comprende plenamente si prolongamos su análisis hasta la “legitimación” de las masadas, como consecuencia de la Ley de desamortización general llevada a efecto por el ministro Madoz. Del mismo modo resulta útil a nuestro objeto conocer el destino final de algunas fincas de titularidad eclesiástica, sometidas a similar proceso desamortizador desde Godoy a Mendizábal y Espartero. En concreto las tierras 180 administradas o dadas a censo o arriendo por las cofradías, capellanías, los conventos de agustinos y trinitarios así como las del capítulo eclesiástico. Dejaré al margen –por ser un proceso posterior no iniciado sino en la segunda mitad del siglo XIX-, la desamortización de todas aquellas parcelas sujetas a cargas censales, cuyos poseedores del dominio útil sólo comenzaron a “redimirlas” desde entonces. Por seguir el orden en que cada uno de los procesos se produjo, comenzaré con la desamortización eclesiástica y concluiré con la civil. Miguel Artola entendía que la idea ilustrada de la enajenación del patrimonio de la Iglesia tenía sus antecedentes más próximos en las proposiciones de los secretarios de Hacienda y en las de las Juntas de Medios durante el reinado de Carlos IV. La que se reunió en 1794 había llegado incluso a enumerar un conjunto de bienes enajenables: el patrimonio de las fundaciones para redención de cautivos y socorro de peregrinos, las fincas de la Corona no utilizadas por los reyes, una parte de los maestrazgos y encomiendas…. El Consejo de Estado aprobó el plan, pero su realización se demoró durante varios años, en los que la idea reapareció como un nuevo proyecto en sucesivas memorias ministeriales, hasta que, en el conjunto de decretos de 19 de septiembre de 1798 se incluyeron tres destinados a desamortizar el patrimonio de las “obras pías” -hospitales, hospicios, casas de misericordia, de reclusión y de expósitos, memorias y patronatos de legos-, el de las temporalidades de jesuitas y el de los colegios mayores. 115 Mariano Peset expuso las razones del proceso desamortizador en su doble ensayo sobre la propiedad de la tierra: primero la situación de la hacienda pública y, con mayor relevancia, la finalidad política y social, al menos desde el período de las Cortes de Cádiz o del propio José Bonaparte. Se trataba de atraer partidarios entre las personas que se enriquecían con estas transferencias desde la Iglesia a la burguesía. (Otros historiadores han añadido la necesidad posterior de atraer partidarios del liberalismo frente al carlismo). En nuestro caso se beneficiaría a una burguesía rural ascendente, unida a una pequeña nobleza aliada con ella en los negocios y en la propiedad de las tierras. Junto a la penuria de la Hacienda y la preocupación del Estado liberal naciente, Peset añade razones de tipo económico. Al mantener las tierras fuera del mercado, su precio aumenta y no le es posible al capital extraer beneficios de su cultivo. Se imponía por tanto “un nuevo sistema de apropiación de renta distinto al de las clases noble y eclesiástica cuyos privilegios jurídicos no precisaban de esta explotación más intensiva y capitalista que después se realizará”.116 Domínguez Ortiz dio noticia temprana de las leyes desamortizadoras de fines del siglo XVIII y primera década del XIX.117 De ellas, la primera que incidió en Fraga fue la de 1798, sobre bienes eclesiásticos no afectos a cura de almas. 181 Conozco tres ejemplos de ello. El primero protagonizado por uno de los comerciantes fragatinos en ascenso y regidor, Joaquín Miralles, quien adquiere un huerto en la partida de los Alcabones a la cofradía de San José. La adquisición la realiza “con las facultades atribuidas al corregidor de Fraga en la Real Cédula de 25 de septiembre de 1798, para que su valor sirviese de aumento de capital en la Real Caja de Amortización, dispuesta por S. M”.118 Por el segundo ejemplo vemos el tremendo aumento de valor adquirido por la tierra de regadío. Las propiedades del Beneficio de San Marcos o “de Amada” son vendidas por el subdelegado del juez regio en 1807, en virtud de la Bula de S.S. de 12 de diciembre de 1806 y la Real Cédula de 21 de febrero de 1807. La Real Hacienda satisfaría al beneficiado desde entonces una pensión anual del 3%. Los bienes se habían agregado al beneficio por el testamento de don Ramón de Montañana en 1734, siendo su precio entonces, -valorado por peritos-, de 1.500 libras. Ahora, en el momento de la venta, ascendían a 7.383 L. Su valor se había quintuplicado en setenta y tres años.119 Desconozco quiénes los adquirieron. El tercer ejemplo es más enjundioso. Nos informa de cómo, cuándo y sobre todo a quién fueron a parar la mayor parte de las propiedades rústicas de las cofradías de Fraga. Lo sabemos por el testamento de don Esteban Casaus redactado en 1809. Casaus, natural de Jaca, fue durante años notario y secretario accidental en Fraga, a donde llegó ya como apoderado de la marquesa de Ayerbe, señora del lugar de Albalate de Cinca en la comarca. Desempeñó durante años los empleos de diputado del común y miembro de la junta de propios. Era hermano del abad de Ripoll, estaba casado con una Miralles -hermana del comprador citado arriba- y cuñado del corregidor; por su mujer estaba emparentado con los infanzones Catalán y otras familias de la elite local; mantenía una estrecha relación de amistad y negocios con el infanzón don Vicente Monfort, con quien durante el primer año de la guerra de la Independencia había sido asentista del ejército español y realizado el acopio de víveres en la villa de Pina, para el primer sitio de Zaragoza. En su testamento reconoce haber comprado diferentes fincas de las cofradías de Fraga, con arreglo a las Reales Órdenes, “por las dos terceras partes de la tasación”. Por eso, su última voluntad es que “se entregue a las mismas en dinero la tercera parte restante, por vía de limosna, con el objeto de que no queden tan perjudicadas”. Del mismo modo, dispone que cuando se produzca la defunción de su esposa usufructuaria, todos sus bienes pasen a poder de Ntra. Sra. Del Pilar de Zaragoza.120 La sensación de arrepentimiento de quien siente haber causado un perjuicio a terceros se hace patente. * * 182 * Un segundo capítulo desamortizador de bienes eclesiásticos se producirá temporalmente durante la guerra de la Independencia, y en Fraga se sustancia con la nacionalización de los bienes de conventos suprimidos por José Bonaparte. 121 Su gobierno había constituido en 1809, dentro del ministerio de Hacienda, la Dirección General de Bienes Nacionales, y desde entonces percibiría numerosas rentas eclesiásticas, en lo que pretendía ser un nuevo proceso desamortizador. Por el decreto de 18 de agosto se suprimían la mayoría de los conventos y casas monásticas, con lo que dicha Dirección General alcanzaba su verdadero cometido. Napoleón castigaba de este modo el levantamiento general del país en su contra. Levantamiento que, según Pierre Vilar, someramente a la acción de los monjes”. el 122 emperador “atribuía demasiado Similar explicación da el profesor Álvarez Junco cuando afirma que “todos los observadores, empezando por los generales franceses y hasta el propio emperador, coincidieron en atribuir al clero católico el papel protagonista en la movilización anti napoleónica española”. 123 Por tanto, a su ideología revolucionaria y burguesa, los franceses podían añadir la enemiga de curas y frailes en beneficio de sus propósitos. La nacionalización de los bienes del clero regular cumpliría el doble propósito de sancionar su rebeldía y de constituir el paso previo a la puesta en el mercado de aquellos bienes, para ser gestionados por manos más dinámicas. Desde febrero de 1810, la administración correspondiente a Aragón había sido separada de la de Madrid, como consecuencia de los decretos de Napoleón, por lo que se dejaban en manos militares y en concreto en las de Suchet, los territorios al norte del Ebro. Por su decreto de 22 de noviembre de 1810, el general ordena a la municipalidad de Fraga arreglar los expedientes oportunos para que la Administración de Bienes Nacionales se incorporase las tierras de los tres conventos de la ciudad: agustinos calzados, trinitarios calzados y capuchinos. Con la segunda entrada de los franceses en Fraga es nombrado administrador de Bienes Nacionales para el nuevo “distrito” fragatino el vecino José Rubio-Sisón Viñals, quien debe hacerse cargo de todos los bienes de regulares. 124 Tan sólo dos meses luego de su nombramiento, el gobernador Musnier informaba favorablemente la solicitud de Rubio-Sisón para que se le confiriese el convento y huerto de capuchinos “interinamente”.125 Rubio lo había solicitado en compensación de los perjuicios y atropellos sufridos. Musnier le comunica la concesión del convento y huerta, advirtiéndole que puede segregarlos del cúmulo de los bienes nacionalizados. Igualmente, ese mismo día, el comisionado principal oficia al intendente Menche advirtiéndole de la segregación.126 La operación no puede tener un carácter más público y notorio. En realidad la cesión del edificio del convento y el huerto de los capuchinos era un regalo que los franceses ofrecían a un 183 colaborador de su política contra los bienes de manos muertas. Era una compensación proporcional a la responsabilidad y el riesgo del cargo que asumía, frente a quienes en Fraga no veían con buenos ojos el secuestro de los bienes de los conventos: costó encontrar quien quisiera tomarlos en arriendo ni trabajarlos, pese a que las órdenes francesas proponían unir las parcelas de huerta con las de monte “para que de este modo se reparta lo bueno con lo malo y mediano, y entren todas en labor”.127 Concluida la guerra, los eclesiásticos reclaman la devolución de sus propiedades,128 de acuerdo con el decreto de Fernando VII de 20 de mayo de 1814 y volverán a perderlos durante el Trienio Constitucional, cuando entre el 26 de mayo y el cinco de junio de 1821 el representante del Crédito Público en Fraga, Joaquín Camí Sartolo, toma posesión de ellos con intervención del alcalde constitucional José Aznar y de acuerdo con el decreto que disponía la extinción de los conventos.129 Pero tampoco en este período encontrarán ningún vecino dispuesto a arrendar ni comprar las fincas rústicas de los regulares. Con la vuelta al sistema absolutista desde 1823, los libros de la alfarda vuelven a incluir al convento de trinitarios con 533 fanegas de regadío entre la huerta vieja y la nueva; a los agustinos con 117 fanegas en la huerta vieja y a los capuchinos con el huerto de cinco fanegas que Rubio se ha visto obligado a devolver.130 Las fincas, ahora sí, están arrendadas y sus arrendatarios corren con el cargo de satisfacer la contribución, por lo que no aparecen en el catastro de 1832 a nombre del clero regular, que únicamente contribuye por sus rentas censales. El desenlace definitivo llegará con la desamortización de Mendizábal y el decreto de 11 de octubre de 1835 que determina de nuevo la extinción del clero regular. La Comisión subalterna de arbitrios de amortización establece entonces un inventario de todas las fincas rústicas y urbanas pertenecientes a los agustinos, trinitarios y capuchinos, con arreglo a la circular de la Dirección General de Rentas y Arbitrios de Amortización de fecha 12 de agosto de 1835. Sus responsables en Fraga –primero Cristóbal Calavera y Robira y luego Joaquín Isach y Junquerasasumían en nombre del Estado el dominio directo de dichas fincas arrendadas o dadas “a medias” a varios vecinos.131 En los años siguientes se pondrá en subasta pública un nuevo arriendo de todos estos bienes 132 y, finalmente, entre 1840 y 1844 se procederá a su venta. Según un estudio de Javier Costa Florencia, las fincas de los agustinos vendidas finalmente en el período 1836-1844 alcanzaron la suma de 338.368 reales de vellón y las de los trinitarios en Fraga y Torrente de Cinca los 349.920 reales. Igualmente señala la venta del huerto de capuchinos, sin que se conozca su precio de remate.133 Sabemos que la finca más extensa de los agustinos, conocida como 184 torre o cerrado de San Agustín (114 fanegas en Alcabones), la adquiere el propio comisionado Joaquín Isach y Junqueras. La de mayor cabida de los trinitarios (266 fanegas de la llamada Torre de los Frailes en el término de Fraga junto con otras 270 fanegas contiguas pero en el lugar de Torrente) acaba en manos del infanzón hacendado y mayor contribuyente fragatino don Francisco Monfort Barber. La finca la adquiría luego de varios intentos fallidos por subastarla en pequeñas parcelas, cuyos compradores no fueron capaces de acudir a los pagos estipulados. Con estas ventas, las fincas cambiaban de ‘manos’, alterando en un pequeño porcentaje la estructura de la propiedad en beneficio de dos de los mayores hacendados laicos. Con este cambio, el patrimonio rústico de los eclesiásticos regulares incrementaba el de algunos de aquellos hombres nuevos del comercio que ya conocemos. * * * Al mismo tiempo, con la Ley de 2 de septiembre de 1841 se iniciaba el proceso desamortizador del clero secular durante la Regencia de Espartero. La ley declaraba bienes nacionales todas las propiedades, fábricas de las iglesias y cofradías “con objeto de extinguir o minorar con ellos la deuda del Estado y atender el presupuesto de culto y clero”. El 4 de febrero de 1842, a requerimiento de la Comisión Especial de los bienes y treudos del clero secular de la provincia, el capítulo eclesiástico remite a Huesca la relación de sus bienes rústicos y urbanos, así como los censos impuestos sobre particulares de Fraga y varios lugares del entorno. La Comisión responde al ayuntamiento el 8 de febrero de 1842 que está de acuerdo con la relación de fincas urbanas y rústicas presentada, pero no con la de treudos, por falta de cumplimiento en varias casillas del modelo remitido. Además de innumerables censos sobre particulares, los bienes declarados por el capítulo son los siguientes: un molino harinero por el que obtiene 4.991 reales de vellón anuales; una heredad de 40 fanegas en la partida de Alcabones arrendada a cinco arrendatarios o colonos; una viña de 7 fanegas en Alcabones arrendada a dos vecinos; un olivar de 6 fanegas en Cantalobos, arrendado; un trozo de tierra de 5,5 fanegas en la Huerta Nueva, arrendado; una heredad en la Huerta Nueva de 131 fanegas arrendada a once vecinos. Posee además en el núcleo urbano una casa y once cías en dos plazas. En el lugar de Ballobar varias masadas en el monte, en Velilla de Cinca un granero con trujal y otro granero en Candasnos. 134 De nuevo aquí el protagonismo en las compras se centra en don Francisco Monfort.135 Adquiere el molino harinero por 400.000 reales pagaderos en cinco años. El campo de 9 fanegas Joaquín Isach por 14.630 r.; tres pequeñas heredades con un total de 20 fanegas y precio de 22.410 r. compradas por don Manuel 185 Copons; y cuatro parcelas con 30 fanegas y precio de 48.210 reales rematados por Joaquín Morell Raluy, en realidad testaferro del propio Monfort. 136 Pero el período progresista de la Regencia de Espartero había concluido con la mayoría de edad de Isabel II, y los gobiernos de la siguiente década tendrían siempre un carácter moderado, más próximo a la Iglesia. La ley de 3 de abril de 1845 establecía la restitución al clero de los bienes no enajenados hasta entonces. Por la relación de censos, treudos y fincas rústicas devueltas que el capítulo remite al administrador diocesano en Lérida sabemos que había conseguido mantener buena parte de sus propiedades, censos, foros y acciones, sujetas a determinadas obligaciones de sus beneficiarios. Mantenía la casa arrendada a un vecino por 400 reales anuales, el treudo de 13,5 cahíces de trigo a que estaba sujeto el molí de dalt, administrado por el ayuntamiento, las 133 fanegas de tierra en la Huerta Nueva, dadas a treudo a diferentes vecinos por una renta conjunta de 1.320 reales anuales; y por último sus innumerables censos que producen una renta anual de 28.336 reales. En total, 31.558 reales de renta anual. Una cantidad muy superior a la de las cargas de misas, aniversarios, etc. a ellas adscritas y que le permitían extraer algún caudal para remitir a la Comisión de Culto y Clero de la diócesis. 137 El capítulo eclesiástico salvaba de este modo las adversas circunstancias del momento con cierto éxito material que le permitiría alimentar todavía algunos años a una parte de sus antiguos componentes. Finalmente, tras el Concordato de 1851 entre el Estado y la Santa Sede, el capítulo quedaría suprimido y las fincas rústicas pasarían en su mayor parte a manos de sus anteriores “medieros”. * El último episodio * desamortizador * alcanza los bienes de titularidad municipal. Fraga había sufrido crisis hacendísticas de consideración durante la Edad Moderna; en ocasiones se había visto obligada a hipotecar alguno de sus bienes y en otras a dejar su administración en manos de acreedores censualistas mediante concordias. Pero amortizó su deuda censal durante el siglo XVIII y saneó su hacienda sin recurrir a enajenarlos. También superaría sin pérdidas en este ámbito los breves períodos constitucionales de las Cortes de Cádiz y del Trienio. 138 Así lo certificaba la junta de propios a petición del intendente en 15 de marzo de 1824, cuando aseguraba no haber enajenado finca alguna de titularidad municipal durante aquellos años.139 En cambio, la ley de 1º de mayo de 1855 del ministro Madoz haría tambalear los cimientos de aquel sólido edificio de siglos. Todavía no había sido aprobada en el Congreso cuando en Fraga se advertía la fatalidad de sus consecuencias. No puedo trasladar a un oculto apéndice documental el encendido 186 discurso del alcalde Barber en sesión del consistorio, en previsión de semejante tormenta. Sus afirmaciones, argumentos y advertencias deben ofrecerse en su literalidad: “...Os llamo la atención sobre un punto del interés más elevado que está sometido a la decisión de los representantes del país, y de lo cual quizás dependa la ruina o malestar de este vecindario. Todos, supongo, comprenderéis que os hablo de la venta de los bienes de propios. Cuestión es ésta en diferentes ocasiones debatida y que ha encontrado grandes apologistas y severos impugnadores. Justo es pues que yo os proponga su dilucidación respecto a nuestro municipio, y que según sea vuestra opinión, que siempre será la que reclame el interés del pueblo que tenemos la alta honra de representar, acudamos a exponerla ante las Cortes Constituyentes en virtud del derecho de petición que las leyes nos conceden”. “...La venta de los bienes de propios es una de aquellas medidas graves que pueden afectar grandemente la existencia de los pueblos, y que pueden cambiar su situación. Bien merece pues que cuando vemos amenazados los intereses de nuestro vecindario, estudiemos el negocio con calma y madura reflexión”. “Inútil considero en este momento hablaros de los derechos legítimos y justos títulos con que somos dueños de los extensos montes de nuestros bastos términos, porque amantes vosotros de este pueblo, habéis escudriñado con solícita avidez el archivo del municipio y estudiado los antiguos pergaminos en que están minuciosamente consignados. Ellos os han demostrado cuan legítimo es nuestro dominio, y cuan grandes son los sacrificios de todo género hechos por nuestros padres para legarnos esa riqueza con la que nuestra ciudad es grande y puede atender a sus urgentes necesidades. Esa riqueza señores que consiste no solo en lo que en realidad utiliza el municipio, sino en lo que aprovecha el vecino. A beneficio de ella éste encuentra tierra que cultivar y que compensa con óptimos frutos los gastos y trabajos invertidos, hierba con que alimentar sus ganados, proporcionándose con éstos los estiércoles necesarios para beneficiar esa bella huerta, envidia de otros pueblos, leña con que calentaros, y servir vuestros hogares, cal y yeso con que construir vuestras viviendas, madera con que cubrirlas, y por último caza para nuestro regalo y esparcimiento. En esto estriba su inmensa riqueza, en esto el bienestar del pueblo”. “Siendo todos los vecinos dueños de todo el término, todos disfrutan de él según sus necesidades y circunstancias, y nadie, si tiene verdadero amor al trabajo, puede considerarse pobre... ¿Creéis señores que tan bella perspectiva no cambiará cuando, reducido todo el territorio a propiedad particular, no tenga el vecino más que las vías públicas que pisar, y no pueda utilizar un pie de terreno, porque, teniendo dueño, éste con derecho se lo impedirá? Yo creo que, cercado todo por ese círculo de hierro, habrá una presión insufrible que nos hará vivir con menos desahogo”. “A quien esto puede afectar más en mi concepto es a la clase jornalera, a la clase desvalida que, no teniendo dinero ni medios de comprar, hará más desgraciada su condición, viéndose privada de todo lo que necesita para los más imprescindibles usos de la vida, y que antes encontraba en esos hermosos y dilatados terrenos de que es dueño, y que entonces explotará quizás una mano extraña”... “...No debe servir de rémora (para la discusión en ayuntamiento de sus palabras) el que en el proyecto del gobierno de S. M. y en el presentado por la ilustrada y entendida comisión del Congreso se haga una excepción en favor de los 187 bienes en que haya mancomunidad de aprovechamientos, porque ni esto se halla tan explícito y bien explicado como debiera, ni deja de ofrecer dudas la forma de la declaración. De lo primero es buena prueba las enmiendas presentadas por celosos diputados en las cuales se indica ya el temor de que se comprendan en la venta muchas fincas que se hallan en aquel caso; y otras enmiendas respecto al modo de declarar la mancomunidad, prueban lo segundo. Además, en las relaciones que se han pasado al Gobierno en diferentes épocas respecto a montes, ha habido graves errores y tal vez ellos hagan creer que es del Estado lo que es del pueblo, y es preciso alejar toda duda y todo peligro para que no se prive a éste bajo ningún título de lo que siempre ha sido suyo, y que tan solo han podido confundir empleados poco conocedores del origen y vicisitudes de los montes. Y por último Sres., todos los bienes de propios son del pueblo, y sus productos sirven para atender a la educación de nuestros hijos, a la salubridad del pueblo y a satisfacer todas las necesidades que las exigencias de la época, la ilustración y la sociedad han creado y, vendidos estos bienes, vendrán a pesar todas las cargas sobre la propiedad territorial, hoy tan gravada y amenazada de nuevos y más pesados tributos, sin que el buen celo y deber del Gobierno baste a impedirlo, porque el papel o títulos de la deuda que se nos ha de entregar en cambio de nuestra propiedad, -caso de que no se acuerde la inversión del producto en venta para alguna obra de utilidad pública-, se halla sujeto a los vaivenes de las circunstancias y a los embates de la revolución. Y si se invierten los productos desde luego, aunque sea en una obra de utilidad nacional ¿qué será después del municipio?”140 El alcalde Barber se mostraba a un tiempo respetuoso y arrojado frente a los nuevos legisladores y apelaba a la historia; igualaba bienes propios a intereses comunes; recurría al supuesto bienestar del pueblo, a la educación de sus hijos y a la sanidad de todos; al peligro para los jornaleros sin tierra y a la carga contributiva que pesaría sobre las haciendas de los concejales en adelante; a los errores cometidos en el pasado respecto de la calificación de las tierras del monte; al derecho de retenerlas para Fraga; en definitiva, a la defensa de la patria (chica) respecto de la Nación. El alcalde Barber tenía claro ya entonces lo que últimamente matiza algún historiador al separar los conceptos de patria y Nación.141 Fraga no actuaba en este asunto de forma distinta a como lo hicieron la mayoría de municipios colocados en similar tesitura. Como se ha afirmado, “las oligarquías locales eran partidarias en numerosos casos de mantener los tradicionales sistemas de explotación de los bienes municipales: por un lado, su influencia en los ayuntamientos les permitía adjudicaciones ventajosas (a la baja) en los arrendamientos de los terrenos de propios; por otro lado, la magnitud de sus patrimonios pecuarios las convertía a menudo en el grupo más beneficiado por los aprovechamientos comunales en tierras públicas. Es lógico que con frecuencia fueran reacias a la desamortización de las fincas municipales”. 142 Una situación que hace ya muchos años denunció Concepción de Castro al afirmar que “la venta de las dehesas de propios afecta seriamente los intereses de los ganaderos, pero su defensa se hace en nombre de la clase proletaria, de los 188 pobres que no tienen propiedades ni rebaños que llevar a pastar”.143 De Castro desenmascara el discurso del alcalde fragatino. Barber afirmaba defender al jornalero, -“al proletario”- pero no había hecho mención alguna al arriendo de los pastos en su discurso, ninguna alusión directa ni indirecta al beneficio de mantenerlos como de titularidad municipal para los ganaderos naturales. Barber era uno de los principales ganaderos de Fraga. ¡El alcalde Barber como paradigma de su tiempo! En 1856, el Boletín Oficial de la Provincia pondría las cosas en claro. Recogía la circular del Comisionado Principal de ventas de Bienes Nacionales por la que se exigía a los ayuntamientos extender la correspondiente relación de fincas amortizables y de las exceptuadas, para ser fijada en la plaza pública y conocimiento general.144 El ayuntamiento resistió lo que pudo. Tardó dos años en remitir al jefe provincial la relación de ambos tipos de fincas. Entre las edificaciones urbanas en venta se incluían: la venta de Buarz situada en la carretera Real, con cuarenta cahíces de tierra adjunta, el pozo de hielo, la casa del pregonero, el molino harinero de dalt y un silo subterráneo situado en la Plaza de San Pedro. Quedaban exceptuados el mesón y cuartelillo de la Plaza de Lérida, el edificio del ex convento de agustinos, destinado por el ayuntamiento a la construcción de una nueva iglesia de San Miguel, el matadero, las casas consistoriales con las cárceles, el cementerio, el colegio de las Escuelas Pías, el hospital y el “fuerte” (iglesia) de San Miguel, en ruinas. Igualmente eran puestos en venta el antiguo treudo de Peñalba y el de los terratenientes de Caspe en Valdurrios, así como los censos y cánones de muy escasa entidad que tenía impuestos de antiguo sobre seis vecinos. Sólo se salvaban los censos impuestos a beneficio del hospital como rentas de beneficencia. Buena parte del monte común se ponía a la venta en las cuatro partidas de Litera, partida Alta, partida del Medio y partida Baja. Sólo quedaban exceptuados una pequeña alameda junto al puente y –sobre todo- los extensos ademprios de pastos que el consistorio consideraba “comunes”, tanto en el monte de Litera como en los Monegros, incluyendo como pardina la muy extensa partida de los Estorzones (Liberola, Valcuerna, Vedado y Valdurrios). El consistorio fundaba su excepción en los motivos de su aprovechamiento común permanente. En la misma relación el ayuntamiento reconoce las propiedades de dominio particular existentes dentro de las cuatro dehesas amortizables, transmitidas unas a título oneroso y otras poseídas en virtud de las concesiones otorgadas desde el año 1770 en adelante, y por las que cada cual satisface las contribuciones pertinentes. Reconoce igualmente que, desde aquel precedente de doña Carmen Doménech, sus poseedores están legalmente amparados en el uso exclusivo de sus 189 pastos y otros productos. Es decir, reconoce el derecho de cerramiento de las masadas y lamenta que, aunque de hecho se sigue obteniendo una cierta renta de su arriendo público para pastos (unos 17.000 r. v. anuales) “fruto de la tolerancia de los propietarios”, su pérdida será causa de un aumento en el déficit municipal “cuyos productos no alcanzan de muchos años a esta parte a cubrir sus gastos”. Aún con el reconocimiento de la derrota del municipio frente al Estado, el ayuntamiento conseguía salvar en beneficio de su presupuesto anual una extensa parte del monte: la extensa partida de Estorzones o mont de Allà dins, haciéndolo pasar frente a la Hacienda Provincial como de aprovechamiento común, cuando en realidad se había convertido en el más productivo de sus bienes de propios por el arriendo de sus pastos.145 El momento clave de la legitimación: la regularización de 1860. Señalaba Joaquín Costa que la provincia de Huesca fue la que más escapó a la transformación de la propiedad común en propiedad privada.146 Respecto de la desamortización de Madoz, Costa afirmaba que la ley eximió de las ventas las tierras 'de aprovechamiento común', previa declaración de exención por el Gobierno, a solicitud del ayuntamiento y de la Diputación. Los pueblos eran, pues, los que tenían que iniciar el proceso, para conseguir la clasificación de sus bienes como de aprovechamiento común. Para ello disponían, sin embargo, de un tiempo limitado, que en muchos casos dejaron transcurrir sin emprender los trámites necesarios.147 En este asunto Fraga fue diligente. Sería uno de los lugares que más tierra conservó como de aprovechamiento común y se afanó igualmente con celeridad en regularizar la titularidad de las masadas en las partidas desamortizables. En 1860 se forma un Expediente General acerca de la delimitación de propiedades de particulares en las partidas de monte que comprenden las dehesas. Los vecinos deben presentar sus escrituras de propiedad o certificados de concesión. El expediente se realiza “de acuerdo con la Instrucción de la Diputación Provincial de Huesca, en desarrollo de la Ley de 6 de mayo de 1855”. 148 Del año 1865 se conserva un documento titulado “Libro Registro para la anotación de las solicitudes sobre legitimación de terrenos procedentes ayuntamientos y roturaciones arbitrarias”. de repartos hechos por los 149 Entiendo este documento como una fuente completa, que contiene todas las regularizaciones del momento. En el cuaderno se indican los años de repartos, la cantidad de tierra repartida o roturada arbitrariamente, el origen de los terrenos, cuándo comenzó el cultivo y a qué labores se destina; igualmente, si deben pagar el canon por roturaciones arbitrarias y por qué extensión de terreno deben hacerlo. 190 Su resumen sería el siguiente: contiene un total de 133 individuos anotados entre el 13 de diciembre de 1865 y el 10 de enero de 1866. En todos los casos el terreno procede de los “comunes” de la ciudad. Se anotan 301 fincas, la mayoría con la calificación de “masadas”, y algunas como “campos”, con una extensión global de 73.287 fanegas, que equivalen a 9.160 cahíces de cinco tornalls, siendo la extensión que se obtiene de esta “cahizada” la de 10.728 m 2 (algo más de una hectárea), de acuerdo con algunas de las fincas que manifiestan su extensión tanto en cahíces como en hectáreas. El cultivo es en la inmensa mayoría de casos la “sementera”, y tan solo unos doscientos cahíces se declaran como dedicados a olivar y uno a viña. Aunque algunos vecinos alegan poseer sus fincas de inmemorial o como consecuencia de herencias y compraventas, el origen declarado del cultivo se remonta casi siempre a “1769 y años posteriores”, lo que sin duda indica que fue a partir de aquel año cuando se concedió la mayor cantidad de tierras. Los vecinos reconocen que de los 9.160 cahíces declarados deberán pagar el canon que establece la ley por 2.906, al proceder de agregaciones al terreno concedido inicialmente por el ayuntamiento. Eran las conocidas como “roturaciones arbitrarias”. Parece significativo que, de los 133 solicitantes, 49 estén entre los principales contribuyentes de esos años, que han solicitado la legitimación de 2.900 cahíces provenientes de concesiones y de ellos aceptan pagar el canon por 2.378 cahíces; es decir, pagarán canon por el 82% de la tierra declarada. Lo cual demuestra que, además de habérseles concedido inicialmente una porción mayor de terreno que al resto de solicitantes, han roturado arbitrariamente una extensión proporcionalmente mucho mayor que el resto de vecinos. Por tanto, puede afirmarse que en el momento de la legitimación final de las tierras del monte, cuando la Ley General de Desamortización puso al ayuntamiento en la disyuntiva de poner en venta las dehesas, el criterio adoptado fue el de reconocer diligentemente a los vecinos -con beneficio suplementario para los más pudientes- la propiedad de las concesiones y agregaciones de hecho, efectuadas durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. Además, lo que no es asunto menor, se reconocían ahora las extensiones de las masadas medidas en cahíces de cinco tornalls, (la “cahizada” mayor), aunque algunas de ellas fueron concedidas en su momento a razón de cuatro tornalls solamente. Donde en lo antiguo se indicaba que la extensión de una masada lo era “poco más o menos” o se concluía con la expresión... “o lo que hubiere...”, ahora se fijaba con rotundidad en el cahíz de extensión máxima. De este modo, y de acuerdo con el expediente general, la cantidad de tierra concedida en el monte durante la época fue muy elevada. La extensión cultivada en 191 el amillaramiento de 1859 era de 14.987,4 hectáreas (en “cahizadas” de cuatro tornalls en el documento). La extensión concedida por el ayuntamiento más la “agregada” por los particulares resultaba ser de 9.826,8 hectáreas (en cahíces de cinco tornalls en el libro registro de 1865). La expansión representaba el 65,56% del total. Por tanto, es posible concluir que la mayor parte del monte se había roturado por primera vez en los últimos cien años. Los principales beneficiarios del proceso de legitimación fueron sin duda las familias de mayores contribuyentes, por varias razones. En primer lugar, por poseer títulos de diferente entidad jurídica que justificaban su derecho de propiedad plena ya desde las generaciones anteriores. Sirva de ejemplo en este aspecto la solicitud de don Francisco Galicia Junqueras, -tercera generación de mayores contribuyentes-, y en este momento juez de primera instancia del partido de Tarrasa. Alega que la adquisición de su finca “es anterior a la Pragmática Sanción de 1770 y por tanto le corresponde en propiedad y absoluto dominio, sin que pueda imponérsele canon ni otra retribución, salvo en la parte que resulte de agregaciones de los comunes, con arreglo a las leyes” (que él mismo enumera detalladamente). Ahora desea formalizar el expediente que propone la Diputación Provincial, para lo cual presenta dos documentos: la certificación del catastro según la cual la tiene cargada a su nombre y la escritura de capitulación matrimonial de sus padres; documentos ambos de entidad pública, difíciles de rebatir por el ayuntamiento. 150 Sin embargo, días después hace nueva declaración reconociendo que una parte de la masada “la adquirieron mis padres mediante concesión que les hizo el Ayuntamiento de esta población, según decreto del mismo de 24 de diciembre de mil ochocientos treinta y tres”; y que “otra porción les fue concedida en la misma forma al año siguiente”. Ahora no estaba tan claro que la posesión fuera “de inmemorial”, pero el documento de capitulación matrimonial pareció título suficiente. No así su inclusión en el catastro, que no demostraba propiedad sino sólo posesión. La presentación de títulos no fue lo más frecuente. Mayoritariamente, los pequeños poseedores acompañan sus solicitudes de un párrafo justificativo que parece una fórmula canónica. Uno tras otro, alegaban lo mismo: “...que no podemos determinar fijamente el origen primitivo de la propiedad y dominio de las ...expresadas masadas por habérsenos extraviado los títulos de adquisición de las mismas con las vicisitudes de los tiempos, pero sin embargo es un hecho cierto que las mencionadas fincas han radicado desde tiempo inmemorial en nuestra familia, de la cual somos sus legítimos herederos y sucesores, y que las mismas, por trasmisión de nuestros ascendientes, han venido continuando y continuamos nosotros en la actualidad el dominio y posesión de aquellas, ...sin interrupción ni otra prohibición ni gravamen”. 192 Hubo quien con títulos y sin ellos presentó como elementos de prueba a testigos de confianza –en realidad clientes- con reconocida autoridad entre los concejales comisionados. Es el caso –otra vez- del mayor hacendado de Fraga, Monfort. Don Francisco Monfort Barber instaba un primer expediente para justificar su posesión de una masada de 197 cahíces, 2 fanegas y 4 almudes que equivalían, según un agrimensor titulado, a 211 hectáreas, 62 áreas y 33 centiáreas. Sólo podía justificar por escrituras 26 cahíces “por habérseme extraviado el resto” pero –afirmaba-, “es un hecho cierto que la mencionada finca en toda su extensión ha radicado desde tiempo inmemorial en los ascendientes y familia del difunto Exmo. Sr. D. Domingo Mª. Barrafón por legítimas adquisiciones y títulos, del cual la heredé como su sucesor”. Don Francisco no podía siquiera utilizar el argumento del catastro, puesto que en él sólo se le computaban 124 cahíces. Su recurso para pedir la finca sin canon por el total de su extensión era el testimonio de Domingo Satorres Galicia, quien declaraba ser cierta la sucesión testamentaria porque “en vida del referido Sr. Barrafón fue encargado de recoger el arriendo o terrage de los cultivadores de la expresada finca”. Satorres era ahora el administrador de los bienes de Monfort en Fraga. Consiguió esta finca sin pagar ningún canon. Finalmente, algún otro ejemplo entre los múltiples del expediente parece haber gozado del favor o laxitud del consistorio. Es el caso de don Camilo Miralles Cabrera, –también mayor contribuyente-, que solicita legitimar 200 hectáreas en cinco fincas del monte. Se ha presentado a efectuarlo el día 29 de diciembre. Ese día declara todas las fincas como de su propiedad. Pero vuelve a presentarse diez días después y afirma entonces que de algunas fincas no puede presentar títulos, por lo que las solicita “con canon” que está dispuesto a pagar de ahora en adelante. Esta vez lo pide para tres fincas que tienen nada menos que una superficie conjunta de más de 459 hectáreas. Otro tanto hace el ex alcalde Andrés Barber, quien se presenta el día 9 de enero para legitimar y registrar una finca de 321 hectáreas que “solicita todas con canon”. Es decir, ninguna de aquellas hectáreas estaba avalada por título de propiedad, ni podía alegar posesión de inmemorial ni concesión por decreto alguno. Simplemente todas las hectáreas de la finca eran fruto de agregaciones arbitrarias. ¿Pero agregaciones a qué? A lo largo del expediente vemos desfilar a los mayores contribuyentes del momento legitimando fincas de superficie superior a las cien hectáreas: Don Mariano Monfort, hijo del anterior por 526 hectáreas; doña Francisca Aymerich por cinco masadas de 205, 48, 107, 6 y 7 hectáreas respectivamente en diferentes partidas del monte, en Portell y Litera; don José Burballa por tres masadas con más de 267 hectáreas; don Joaquín Vera Cabrera con otras diez masadas y un total de 193 270 hectáreas; don Luis Jorro con una masada de 160 hectáreas con varios edificios, eras y balsas. También comparecen “forasteros” herederos de antiguos vecinos como don Luis Barber Pitarque, don Ramón Capell Montull, don Ramón Montull y Mateu o don Antonio Alonso Pérez por más de 600 hectáreas este último en cinco masadas.151 Hemos visto que las tierras desamortizadas de cofradías y del clero regular fueron a parar a varios de los mayores contribuyentes fragatinos del momento, que inmediatamente las dieron a cultivar en arriendo o aparcería. Vemos ahora que las concesiones de tierra en el monte beneficiaron a muchos fragatinos y en particular a los hacendados. Mientras al obispo de Lérida se le advertía confidencialmente de que el pequeño labrador se “agregaba a escondidas” uno o dos cahíces a su pequeña finca, el gran hacendado lo hacía también proporcionalmente a la suya o suyas y de forma oficial y pública. Alguno de ellos pudo doblar fácilmente la extensión de sus tierras en el proceso o incluso conseguir buenas fincas “todo con canon”. Algo que sin duda escapaba a las posibilidades del pequeño labrador. Una realidad que parece incuestionable y ha sido criticada repetidamente por la historiografía. Felipa Sánchez Salazar, por ejemplo, fue muy dura al enjuiciar el destino de los repartos de tierras concejiles, que califica de fracaso por dos razones: una “...la resistencia que los pudientes y autoridades locales opusieron a tales medidas reformistas, en tanto en cuanto venían a afectar a sus intereses... (cuando) los oficiales municipales... procedieron de manera arbitraria y parcial, resultando ser ellos mismos y sus paniaguados los beneficiarios”... La segunda razón estribaría en que “las oligarquías locales, como grandes propietarios o arrendatarios de tierra, se las ingeniaban para usurpar las tierras concejiles colindantes a sus haciendas, que engrandecían por este medio, sin satisfacer por ellas renta alguna a la hacienda municipal”.152 Tal vez estas apreciaciones resulten excesivas aplicadas a las masadas de Fraga en las que muchos pequeños labradores consiguieron completar su producción de cereales y con ello, -al menos en años de buena cosecha-, garantizaron su subsistencia y obtuvieron algún excedente. Por otra parte, gracias a las tierras del monte, -independientemente de quien las poseyera-, una población en constante aumento pudo ser alimentada habitualmente durante la segunda mitad del XVIII y la primera del XIX. Igualmente parece exagerada la visión apasionada de Joaquín Costa al enjuiciar el proceso de cesión de tierras durante el Antiguo Régimen. Al referirse a ellas, afirma que “los acaudalados y prepotentes locales” utilizaron las medidas ilustradas de concesión de tierras desde un punto de vista “egoísta”, afirmando obedecer pero sin cumplir las órdenes del poder central.153 Cierto es que en Fraga 194 se repitió tradicionalmente y hasta la saciedad aquello de venerar, obedecer y no cumplir…, pero la mayor parte de las veces la estrategia de sus regidores sirvió para oponerse al exterior, formando un frente común con el vecindario en el interior. Y tanto el proceso de concesión de tierras como el aprovechamiento del arriendo de pastos para la hacienda municipal parecen haber sido un buen ejemplo de ello. Lo que no dice Costa en esta ocasión es que, concluido el Antiguo Régimen e instalado el Régimen Liberal del que él mismo formaba parte, es decir, durante las desamortizaciones y legitimaciones, los “acaudalados y prepotentes” seguían gobernando y conduciéndose ahora como caciques, con la aquiescencia de las autoridades nacionales. Cierto es que se cansó de repetirlo en otras mil ocasiones. En el ámbito económico, Joseph Fontana calificó las concesiones de tierras y el proceso desamortizador como dos de los tres factores esenciales en el crecimiento de la producción agraria en el siglo XIX, junto a la especialización de los cultivos de regadío: “El segundo (factor) ha sido –decía Fontana- la extensión del cultivo a tierras no roturadas hasta entonces, en especial aquellas que se dedicaban a pastos o bosques de aprovechamiento comunal. El tercero, la mejora del cultivo en tierras hasta entonces explotadas inadecuadamente, como sucedía con las de propiedad eclesiástica, que cambiarán de manos con la desamortización”.154 He comprobado para Fraga la mayor trascendencia del factor “extensión” sobre el factor “mejora” por la gran cantidad de tierra puesta en cultivo, sobre todo en el monte, y por no cambiar significativamente el régimen de tenencia de las fincas eclesiásticas o de cofradías que, antes y después de ser desamortizadas, siguieron cultivadas por los mismos o similares arrendatarios o por medieros habituados al cultivo. Desde la óptica social, otros autores dan una visión más crítica. Adrián Shubert entiende que “el desmantelamiento del Antiguo Régimen y la desamortización dejaron relativamente indemne a la nobleza e inalterada la estructura de la propiedad rural”. En apoyo de su tesis reclama la voz autorizada de Pierre Vilar, cuando afirmaba que “... en materia de individualismo agrario, España no supo obtener buenos resultados; (y que) la estructura agraria permaneció inmutable”.155 Desde la óptica social, la tesis general parece aplicable a Fraga. La baja nobleza fragatina no perdió propiedad en el tránsito sino que la incrementó y consolidó. Además, -como se ha afirmado recientemente-, la compresión del proceso es más precisa si se atiende más a “los comportamientos de las familias que a las simples listas de contribuyentes, pues con su variedad de apellidos, ocultan parentescos, falseando así los diagnósticos sobre el grado de concentración de las propiedades”.156 Posiblemente sea ésta, -la de la concentración de los 195 patrimonios rurales en familias y linajes- la vía de análisis que mejor cuadre a nuestro objetivo. En resumen, durante el siglo XVIII, la existencia de abundante tierra cultivable en el vasto término municipal permitió ponerla a disposición de hacendados, medianos y pequeños labradores y hasta de algunos jornaleros y artesanos, en un proceso iniciado antaño y acentuado con el estímulo ilustrado cuando la presión demográfica lo precisó. Sincrónicamente, el aumento de los precios (que comprobaré en su momento) repercutiría en el valor de la tierra cuya expansión era querida por todos. De otro lado, era de dominio público que el incremento del regadío podía intensificar la producción, lo que beneficiaría a quienes ya poseían la tierra, hacendados o no, y a quienes aspiraban a poseerla; a quienes a duras penas subsistían trabajándola y a quienes buscaban beneficiarse con la comercialización de sus productos.157 Llegado el siglo XIX y cuando el camino de la intensificación por el regadío daba de sí lo que podía dar, -que no fue mucho en la Huerta Nueva-, un nuevo proceso roturador aprovechó las todavía enormes posibilidades de las tierras del monte, pese a su lejanía y escaso rendimiento. De ahí las numerosas concesiones registradas entre 1824 y 1834. En los siguientes epígrafes analizaré la evolución secular de estas variables, atendiendo primero a los dos factores que en mayor medida podían incidir en el aumento de la producción: el incremento del regadío y la superficie cultivada. Observaré luego posibles cambios en la distribución de la propiedad de la tierra y en sus sistemas de tenencia; finalmente, dedicaré un último epígrafe a los vaivenes de la coyuntura agraria con ayuda de la evolución de precios y salarios. 2.2.4 Factores del crecimiento agrario: intensificación y extensión. El incremento del regadío. A propósito de su estudio sobre el Canal Imperial, Pérez Sarrión escudriñó el probable origen medieval de muchas de las acequias construidas en el curso medio y bajo del Cinca. Tomó para ello los datos aportados en su día por el sacerdote Castillón Cortada, quien los obtuvo en fuentes primarias de carácter eclesiástico, en los archivos diocesano y catedralicio de Lérida, a cuya diócesis pertenecía esta zona.158 Sarrión señala tres elementos determinantes en la atribución del dominio del agua: el papel de la nobleza en el proceso de reconquista, la existencia de riegos organizados antes de la misma y la fundación de ciudades. En su opinión, a alguno de estos elementos deben atribuirse los regadíos del valle del Cinca, desde Fonz hasta Fraga. Posiblemente el origen de la que en Fraga se conoce como acequia vieja (o de Baix) sea musulmán y con seguridad su pervivencia se debe al esfuerzo 196 organizador de las sucesivas Órdenes Militares a cuyo gobierno quedó encomendado el territorio comarcal en su mayor parte. Ya he insinuado que dicha acequia debió ser mejorada en el siglo XVI con un ramal que ampliaría la zona regada en la partida de Cantallops, a partir del molino harinero conocido como de baix, aprovechando el salto necesario para su funcionamiento. En el ámbito general aragonés, la expansión demográfica de aquella centuria habría hecho necesaria tal ampliación del regadío, según el profesor Gregorio Colás.159 Iniciativa que se intentaría repetir aquí doscientos años después, en la llamada partida del Secano, con una nueva acequia en una cota más elevada que la de Cantallops y con consecuencias similares respecto del aumento de la roturación y de la mejora de cultivos, como igualmente han propuesto para el ámbito regional Eloy Fernández y Pérez Sarrión.160 Mapa 3 HUERTAS DE VELILLA, FRAGA Y TORRENTE CON LAS DOS ACEQUIAS 197 En el siglo XVIII, múltiples informes sobre la conveniencia de nuevos riegos llegaron a la Real Sociedad Económica de Amigos del País.161 Evidenciaban la preocupación de la opinión ilustrada aragonesa por el problema del regadío y planteaban todo tipo de soluciones propicias al aumento de la producción. La diversidad geográfica de los informes pone de manifiesto que la percepción del problema era general en Aragón. Y no en vano la construcción del Canal Imperial se considera paradigma de la política hidráulica del reformismo Borbónico en el Setecientos español, aunque otros proyectos de no menor relieve, proyectados en aquel siglo en el Reino, hubieron de esperar mucho tiempo su realización efectiva. En este contexto debe entenderse la dificultosa realización del pequeño proyecto de irrigación que permitió convertir en Huerta Nueva la partida del Secano en los términos municipales de Velilla, Fraga y Torrente de Cinca entre 1774 y 1819, y que ha pasado desapercibido entre los historiadores aragoneses. Por supuesto, no se trata de un proyecto comparable con obras de la envergadura del Canal Imperial, con un presupuesto inicial de 10 millones de reales de vellón en 1770, que acabó superando a finales de siglo un gasto de 160 millones de reales. Ni siquiera hablamos de obras de presupuestos y confluencia de energías menores, como la analizada por Gómez Zorraquino, al incluir entre las iniciativas financieras de los Goicoechea zaragozanos sus inversiones en la remodelación de la acequia de Pastriz a Pina, iniciada en 1782, con un coste estimado en 96.868 libras jaquesas, incluido el valor del terreno que debía ocupar la acequia y el coste de poner en cultivo las 4.000 hectáreas regables.162 La acequia nueva de Velilla, Fraga y Torrente de Cinca se proyectó para regar una pequeña extensión de unas 900 hectáreas de secano, con un coste inicial estimado en 23.000 libras. Una obra de escasa envergadura, pero que contribuyó a mejorar la renta agraria de algunos vecinos comarcanos. Su puesta en funcionamiento cubría sólo una parte de las posibilidades de expansión del riego en los términos de los tres pueblos afectados, sobre todo del vasto término de Fraga. En este sentido, los fragatinos tuvieron que esperar todavía más de cien años para beneficiarse del riego en una de sus partidas de monte más extensas -la partida de Litera en la margen izquierda del Cinca-, con la construcción del Canal de Tamarite. Pero desde la perspectiva de la época en que se construyó, la acequia nueva (o de dalt) suponía colmar las posibilidades de regadío abordables entonces en los tres términos municipales, al tiempo que parecía a los interesados un complemento suficiente a la huerta regada desde antiguo mediante la acequia vieja. El proyecto constituía por tanto un bien en sí mismo y, dado su bajo coste, no debía ofrecer más dificultades que las técnicas. Sin embargo, las expectativas sobre su dominio o jurisdicción, su financiación y su aprovechamiento originaron numerosos conflictos 198 de todo orden que retardaron su realización. Lo expliqué hace años con detalle en un libro dedicado a este asunto.163 La nueva acequia necesitó de más de cuarenta años de esfuerzos e intereses encontrados en su inicial construcción, abandono posterior y ulterior rehabilitación con una guerra de por medio. Desde 1774, -fecha de la propuesta inicial-, hasta la de su “perfeccionamiento” en 1819, unos vecinos entendieron inviable su apertura y funcionamiento mientras otros manifestaron repetidamente su interés en llevar a cabo el proyecto. Financiada primero con caudales de la junta de propios, hubo de ser el Crédito Público quien invirtiese más de medio millón de reales en su rehabilitación final. Desde el principio debía quedar claro que, como ocurría con la acequia vieja, la nueva sería de propiedad, jurisdicción y gobierno exclusivos de la ciudad de Fraga. Sin embargo, el entendimiento en este ámbito fue difícil desde el principio: Torrente y Velilla se negaban a asumir el superior coste de mantenimiento de las dos acequias en el futuro.164 Frente a ellos se sitúa lógicamente el interés de quienes poseían la mayor parte de aquellas fincas, incluso teniéndolas cedidas a otros labradores a censo, a terraje o a medias: los mayores hacendados de Fraga. Si se analiza la parte correspondiente al término municipal fragatino, de los 74 poseedores que ocupan la partida en 1781 la mayoría son laicos, pero las mayores extensiones se reparten entre el capítulo eclesiástico, el convento de trinitarios, el de los agustinos, los titulares de dos capellanías y otros religiosos a título particular. Junto a ellos, las familias infanzonas de la ciudad, avecindadas en ella o residentes ya en otras ciudades, poseen la mayor parte de la superficie. El mayor terrateniente laico es don Juan del Rey (fragatino residente en Lérida) con una finca de 58 cahíces de tierra (cerca de 500 fanegas de 953,6 m 2), seguido del vecino que ejerce la jurisdicción de alcalde cuando va a iniciarse el proyecto, don Gregorio Villanova, con 344 fanegas, y los herederos de don Miguel Bodón, principal contribuyente fragatino durante muchos años en la primera mitad del siglo, con casi cien fanegas. Otras fincas más reducidas forman parte del patrimonio de los Foradada, Aymerich, Galicia, Barrafón, y un largo etcétera, que incluye apellidos de los mayores hacendados. Su apoyo al proyecto estuvo condicionado a la posibilidad de ser ellos quienes controlasen su ejecución y al establecimiento definitivo de su derecho de propiedad sobre aquellas tierras. Algo, esto último, que hasta entonces no había sido objeto de discusión. También los eclesiásticos fragatinos, todos como interesados terratenientes y algunos como ilustrados a tono con la época, manifestaron repetidamente su interés por el nuevo regadío. Sus informes a la propia Sociedad Aragonesa y a las autoridades regionales y estatales, cuantas veces fueron requeridos para ello, 199 fueron siempre favorables a su construcción. Incluso el propio obispo de Lérida y sus oficiales eclesiásticos intentaron sin éxito financiar la rehabilitación de la acequia.165 Existía una razón de peso en sus propuestas. Tanto el capítulo en tanto que terrateniente en el Secano como el obispo, eran parte interesada en los diezmos de aquellas tierras y en el aumento de producción que podía esperarse, una vez puestas en riego. Su visión de un futuro prometedor se concretaba en sus propios cálculos y en su experiencia de siglos. Comprendían muy bien lo que podía esperarse de la nueva acequia. En tercer lugar, junto a hacendados y eclesiásticos, el Estado también aparece lógicamente interesado en el proyecto. En la etapa de construcción inicial, una orden Real impone la financiación con el caudal de la ciudad, -las rentas de propios-, para que sean luego los regantes quienes resarzan con un noveno de frutos el gasto producido. De manera que, sin coste alguno para su Erario, el Estado incrementaría sus ingresos por el mayor valor de las tierras regadas, que repercutiría en la riqueza imponible. Finalmente, quienes sin inversiones directas podían esperar obtener beneficios inmediatos de la nueva acequia eran aquellos individuos, familias y compañías que comerciaban con el excedente de la producción agrícola. Los arrendatarios del diezmo eclesiástico y los comerciantes de granos al por mayor y “a la menuda” venían desempeñando en Fraga, tradicionalmente, esta función desde la liberalización del comercio con las primeras medidas del reformismo Borbónico. Sabemos que estaban encumbrándose socialmente en la ciudad algunas familias cuyo patrimonio no se limitaba a la posesión de bienes inmuebles, sino a la disposición de un capital circulante. Otros habían sabido unir su anterior estatus de infanzón o hacendado a la nueva posibilidad de manejarse como negociantes. Seguían con ello el ejemplo de otras familias foráneas, catalanas, que se estaban instalando en Fraga y en la comarca, precisamente cuando se iniciaban los nuevos proyectos de riego. Los Cortadellas abrían factoría en Ballobar en el preciso instante de construirse allí una nueva acequia sobre el Cinca -concedida en 1770- que completaba la ya existente sobre el río Alcanadre. En Fraga veremos aparecer sus primeros corresponsales y luego también sus factores desde 1783, cuando el proyecto de la acequia nueva está concluido y van a comenzar unas obras que pueden aumentar la producción de granos. Resulta difícil sustraerse a la tentación de relacionar la nueva ubicación de estas factorías con el incremento del regadío en la comarca. Del mismo modo, es evidente el interés que sus imitadores fragatinos en el ámbito del comercio de granos y en el arriendo de diezmos –los ya conocidos Monfort, Martí, Jorro, Isach, etc.- han de tener en la ampliación del regadío y de la producción agropecuaria. Un interés que, no por obvio, debe quedar sin constatar. 200 Al estudiar la población hemos visto cómo las sucesivas tasas de crecimiento expresadas en el Cuadro 4, comparadas con los promedios aragoneses de las mismas fechas, ofrecían para Fraga un aumento similar al aragonés en la fase alcista y un retroceso mayor en el tramo final del XVIII hasta la guerra de la Independencia. Fraga no diferiría del contexto en cuanto al aumento absoluto de su población en el Setecientos. En cambio, las tasas de crecimiento medio anual del mismo cuadro señalan dos períodos en los que la ciudad rebasa ampliamente la tónica de su limitado crecimiento. Se sitúa el primero entre 1776 y 1793 con una tasa del 1,56% de promedio anual y el segundo en la década 1824-1834 con un promedio anual del 5,26%, coincidentes ambos con los dos intentos de aumento del regadío. El primero, más limitado, durante el intento fallido de apertura de la acequia, y el segundo -casi impensable por su intensidad- inmediatamente después de su rehabilitación definitiva. Parece que ambos hechos: aumento de la población y aumento del regadío, guardan en este caso una estrecha relación. Posiblemente ambos interaccionan al mismo tiempo en una mutua relación de causa a efecto, aunque en sentido contrario en cada ocasión: el crecimiento de la población exigiría la construcción inicial de la acequia, mientras la contención de una emigración creciente después de la guerra de la Independencia movería el ánimo de las autoridades locales, regionales y nacionales a su rehabilitación. Y así lo expresaron explícitamente. Una rehabilitación eficaz y capaz de invertir la tendencia migratoria que sabemos se consiguió. De hecho, cuando en 1770 se había autorizado la construcción de la pequeña acequia en el lugar de Ballobar, el informe de “cuatro testigos fuera de toda sospecha de interés” aseguraba que con el agua del Cinca “se aumentarían las cosechas, al tiempo que los habitantes del pueblo y los ingresos de la Hacienda Real”.166 Algo similar a lo que ya había ocurrido en otros muchos lugares doscientos años atrás en Aragón. La relación entre regadío, producción y población parecía clara a los contemporáneos, aunque llegaba algo tarde para una ciudad que hubo de superponer a la intensificación de los cultivos de regadío la vía de su expansión en las tierras del monte. El aumento secular de la superficie agrícola. Domínguez Ortiz describía el proceso de tránsito agrícola del siglo XVIII al XIX por sus ausencias. No encontraba entre nosotros nada comparable a la profunda revolución agrícola operada en Inglaterra durante el XVIII: “introducción de nuevos cultivos, rotación de cosechas, drenaje, abonos, producción de forrajes, asociación de la ganadería al cultivo”, etc. Limitaba la función de fisiócratas y liberales patrios a la remoción de impedimentos: “abolición de tasas y obstáculos a la libre circulación de productos” y a “la concesión de tierras, disminución de los 201 terrenos reservados a la ganadería trashumante y a los aprovechamientos comunes”. Entendía que, a falta de progresos en los rendimientos, el incremento de la producción que exigía una población creciente hubo que buscarlo en la extensión de los cultivos. Al mismo tiempo, la insuficiencia de la producción provocó el aumento de los precios agrícolas y, a su vez, este aumento hizo mayor la apetencia de tierras. Concluía el profesor Domínguez: “Al ansia secular de los mercaderes por arraigarse, de los burgueses por ennoblecerse, es decir, a los estímulos psicológicos que impulsaban la adquisición de tierras se sumaban otros puramente económicos que podían resumirse en uno: aprovecharse de la carestía”.167 Cuadro 24 EVOLUCIÓN DE LA TIERRA CULTIVADA 1715-1859 (en fanegas largas de 953,6 m2) TIERRAS DE REGADÍO HUERTA HUERTA año VIEJA 1 1715 1730 1751 total 4 1819 PARTIDA 9.209 PARTIDAS TOTAL total TIERRA secano CULTIVADA 9.209 8.183 __ 8.183 1.179 34.475 35.654 43.837 8.858 __ 8.858 1.215 49.595 50.810 59.668 82.239 95.991 3.897 9.991 __ 9.991 ¿ ...? 10.581 3.171 13.752 __ 1829 10.136 3.067 13.203 __ 1832 9.278 2.517 11.795 __ 13.260 __ 1859 PARTIDAS NUEVA regadío DEL SECANO DE MONEGROS DE LITERA 17812 17953 TIERRAS DE SECANO 5 9.880 3.380 54.16 87.643 139.704 28.076 44.864 132.507 144.302 139.704 152.964 Fuentes: (1) Para los años 1715 y 1829 los cuadernos de cobro del derecho de alfarda. Para el resto de años los catastros ya referenciados y el amillaramiento de 1859 en A.H.F. C.295-1. (2) Los datos de 1781 se obtienen del documento de peritación de las tierras de la partida del Secano al tiempo de proyectarse la construcción de la acequia nueva. A.H.F. C.412-2. (3) El dato de 1795 corresponde al pleito entre Fraga y Velilla por la acequia, en A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4583-2, 2ª pieza. Según la alfarda de ese año resultan en cambio 9.893 fanegas, en A.H.F. C.135-1 (4) Los sucesivos catastros realizados durante el siglo XIX informan de la medida de cahizada que se tomó para las tierras del monte: en 1819 las tierras no se cordelaron y se aceptó la declaración de los contribuyentes, que lo hicieron en cahizadas, como siempre lo habían declarado. Los encargados del catastro consideraron fraudulentamente que cada cahizada tenía 8 fanegas de 1.600 varas, con lo que en realidad ocultaron una parte de la extensión cultivada en el monte. Los peritos del catastro de 1832 dicen expresamente que toman para el monte la cahizada de 14.400 varas cuadradas o de cuatro tornalls, aunque en realidad había fincas que estaban consideradas como de cuatro tornalls y otras de cinco, por lo que, en este catastro, se practicó también una cierta ocultación, aunque menor que en el anterior. En el catastro de 1859 se indica "en el monte (se tomó) la cahizada, aunque se ha calculado para la formación de la presente plantilla por fanegas, componiéndose aquella que mide 120 varas cuadradas o sean 14.400 superficiales. A.H.F. C.295-1. Se tomaban todas las tierras de monte como de cuatro tornalls, aunque las había de cinco. (5) Las tierras de la partida del Secano deben entenderse en las fuentes como cahizadas de 4 tornalls, equivalentes a 8.582,4 m2. El análisis del crecimiento agrícola en el siglo XVIII y primera mitad del XIX en Fraga quedaría resuelto con asumir similar exposición para las tierras del monte, aunque con matices para las de la huerta. Sobre todo haciendo hincapié en el factor regadío, que este autor, –sorpresivamente-, omite. Pero también reconociendo el 202 drenaje de terrenos pantanosos, el uso habitual del estiércol animal como abono en la huerta, la rotación de cultivos tradicional en ella con la alternancia entre el cereal y las leguminosas, el cultivo comercial de la morera y la vid…. Procedimientos que sin duda no eran innovaciones del XVIII, sino tradicionales desde al menos el XVI. En los cuadros económicos y estadísticos I.3, I.4 y I.5 del Apéndice he detallado los datos sobre la evolución de la superficie cultivada en las diferentes partidas de la huerta vieja, del monte y del Secano (huerta nueva a partir de 1819 en el cuadro). Los resumo en el Cuadro 24 para analizar el aumento global en cada uno de los tres tipos de tierras entre 1715 y 1859. Naturalmente tomados siempre como aproximación por defecto a la verdadera superficie cultivada. Con las fuentes disponibles es posible resumir la evolución seguida por la superficie agrícola en cada una de las tres zonas. Al inicio del siglo XVIII, la huerta vieja está estructurada en 1.070 “heredades” con una extensión media de 7,5 fanegas y un total de 8.095 fanegas; cuenta además con seis grandes fincas con “torre” pertenecientes a diferentes hacendados con un total de 683 fanegas; siete campos “cerrados” con 103 fanegas y cincuenta y cuatro “huertos” en diferentes partidas y con una extensión de 328 fanegas. 168 Es decir, predominio de la pequeña y mediana explotación de regadío en tierra “blanca”, con la gran propiedad “cerrada” destacando en medio de las parcelas y un pequeño reducto de huertos próximos al puente y al núcleo urbano. En total, la huerta vieja cuenta en 1715 con 9.209 fanegas cultivadas en regadío según el documento fiable del cobro de la alfarda. Otra cosa será el cómputo en los castros de 1730 y 1751. La disminución de estos años, -además de a seguras inundaciones-, debe atribuirse probablemente a las declaraciones verbales que realizan los contribuyentes ante el escribano cuando se confecciona el catastro. El no exigir en estos años ninguna declaración escrita ni menos jurada, permitiría defraudar en la extensión de las parcelas declaradas por cada cual. Entre 1715 y 1819 la huerta vieja experimenta un incremento mínimo de más de mil fanegas (cercano al 13%) mediante parcelas arrebatadas al terreno común en los sotos y en las partidas marginales, sobre todo desde la legislación ilustrada de 1769 y 1770. Aumenta también con la puesta en cultivo de parcelas de menor calidad en las zonas pantanosas que hasta entonces habían permanecido como prados para el pasto común del ganado de labor. El mayor aumento se produce en la partida extrema de Miralsot, a tono con el incremento repoblador que sabemos experimentó este poblado rural durante el siglo XVIII. Le siguen en crecimiento las partidas de Alcalanes y Jiraba, más cercanas al núcleo urbano, a ambos lados de la carretera Real, en expansión por los sotos hacia los límites norte y sur del término municipal en la franja de regadío. Otras partidas varían con 203 altibajos en su superficie cultivada de uno a otro documento catastral, y la de Alcabones comenzará a disminuir su área dedicada al cultivo, durante la primera mitad del XIX, al ubicarse sobre ella el incipiente barrio urbano de “Les Afores”. Así mismo, conforme avanza el siglo, comprobamos la desaparición de algunas fincas declaradas previamente como topónimos específicos o formando parte de minúsculas partidas, para incorporarlas a las partidas de mayor extensión y mejor definición. Los vecinos se habitúan progresivamente a declarar sus parcelas como inclusas en las partidas mayores o mejor reconocidas como tales, con lo cual la documentación se uniformiza y el número de partidas se reduce, incrementando en parte su extensión por este motivo. Desde la rehabilitación de la acequia nueva en 1819, la superficie de huerta vieja se estancará durante la primera mitad del Ochocientos, para presentar en el amillaramiento de 1859 una disminución de casi 500 fanegas. Se habrían abandonado como tierras marginales las de menor rendimiento, como consecuencia de un efecto sustitutorio provocado por la puesta en regadío de la partida del Secano, en cota más elevada respecto al río –mejor protegidas de las riadas- y con tierras todavía no sujetas a rendimientos decrecientes. Por su parte, la partida del Secano sigue un curso diferenciado en su expansión. Entre 1730 y 1781 ve triplicar su superficie declarada, pasando de 1.179 a 3.897 fanegas, aunque posiblemente no todas estén cultivadas en la última fecha. El aumento demográfico y las expectativas iniciales de su conversión en ‘secano regable’ explicarían en parte dicho crecimiento; pero el fracaso inicial del proyecto de la nueva acequia hace que en 1819 la tierra realmente cultivada alcance sólo las 3.171 fanegas. La crisis finisecular y la guerra de la Independencia han de estar en la base del abandono de muchas parcelas por su escaso rendimiento como tierras que no pueden regarse con seguridad o por falta de brazos para cultivarlas. En cambio, desde el momento de su definitiva puesta en riego su extensión cultivada apenas retrocede y ya no variará sensiblemente hasta 1859; signo inequívoco de que la demanda de tierra había llevado a explotar buena parte de su superficie regable con un sentido anticipatorio. Si observamos el conjunto del regadío –huerta vieja más huerta nueva- su aumento es incuestionable. El regadío aumentó en Fraga en más de 4.000 fanegas entre principios del siglo XVIII y mediados del XIX. Había crecido entre un 30 y un 40% al tiempo que la población se triplicaba. Un aumento sensible aunque insuficiente. Parece evidente que, siendo “el principal sustento” de los fragatinos, la tierra de regadío no bastó para alimentar a una población tan numerosa. Y no es que se hubieran agotado sus posibilidades, puesto que conocemos su posterior expansión en la segunda mitad del siglo XIX. Pero tal vez las técnicas y aperos de 204 la época, junto con el miedo al río u otros factores que desconozco, no permitieron su puesta en cultivo hasta entonces. Por todo ello, el recurso a las tierras de secano en el monte se hizo indispensable tanto para acudir a la subsistencia de la población como para participar en el proceso simultáneo de una mayor implicación de la producción en el mercado. Las tierras del monte producían entonces rendimientos bajos y discontinuos, pero la necesidad obligó a utilizarlas para el cultivo de forma progresiva. Los fragatinos transformarían durante aquel proceso el tradicional paisaje de monte bajo y matorral. Al final de la etapa, la superficie cultivada en las tres partidas monegrinas de mayor extensión era casi equivalente, superando en cada una de ellas las 22.000 fanegas: la partida Baja (más cercana a la población) fue la primera en extender su cultivo durante el XVIII, mientras la cronología de las partidas del Medio y Alta se retrasa hasta el reinado de Fernando VII. En los confines del término municipal, confrontante con los de Mequinenza y Caspe con el Ebro por medio, la extensa partida de los Estorzones apenas se explotó en algunas masadas de La Lliberola y La Vallcorna, superando escasamente las 1.500 fanegas en conjunto. Es decir, casi todo el monte de Allà dins permaneció sin cultivo en aquella época, reservado a pastos y aprovechamiento forestal y cinegético. Al otro lado del Cinca, en el monte de Litera, la partida cultivada de antiguo y, por tanto, sin un incremento sensible en el período de estudio fue la de Vincamet, significativamente conocida también como “partida de moros”, lo que la remite a su explotación desde época medieval, como zona más próxima al núcleo urbano y en la misma margen del río. En cambio, y pese a su salinidad, el crecimiento del cultivo fue mucho mayor en el terreno “Fondo de Litera”, que casi dobla su extensión en el primer tercio del siglo XIX, posiblemente con la expectativa de su futuro riego por el Canal de Tamarite. Otro tanto ocurre en las sub partidas de Zafranals y Montral, del mismo monte de Litera, que igualmente ven multiplicar su espacio cultivado. En el conjunto del monte, la extensión roturada se ve crecer de un catastro al siguiente. En la primera mitad del siglo XVIII aumenta en un 70% y durante la segunda mitad debió seguir un incremento creciente, sobre todo en las décadas de los años 70 y 80, -a juzgar por las tasas anuales de crecimiento demográfico-, aunque la falta de datos catastrales en ese período nos impida verificarlo. La crisis finisecular y los desastres de la guerra de la Independencia debieron frenar aquel ritmo de crecimiento, por lo que entre 1751 y 1819 el porcentaje se queda sólo en el 60% de incremento. Será la década siguiente, 1819-1832, con abundantes concesiones de tierra que ya conocemos, la que elevará en más de un 160% la extensión cultivada en el 205 monte en tan sólo trece años. Pese a ser un período deflacionario respecto del precio del trigo como veremos, la tierra de secano es trabajada entonces en Fraga “con singular esmero por la clase de dueños menos acomodada, o más necesitada, sin embargo de que la estación actual del labrador es la más apurada que hemos conocido por el bajo precio de todas las producciones de la tierra, y lo que es más aún por no poder siquiera darlas salida de un modo u otro”. No se trataba esta vez de un lamento hacia el exterior. Se basaba en la observación directa de los propios comisionados del Crédito Público en la ciudad.169 Una ciudad que aumenta su población precisamente en esa década a un ritmo nunca visto antes, en buena medida por aquella fuerte inmigración que ya conocemos y que ahora comprendemos mejor. Con todo, tampoco en los montes –como en la huerta- se colmaron en esta época las posibilidades de roturación. Hacia 1859, la tierra cultivada representaba sólo el 30% de la superficie total del término municipal y, de ella, la mayor parte era tierra de secano en el monte. * * * De lo dicho hasta aquí resulta patente que el hambre de tierra subyace como causa común del crecimiento en las tres zonas de cultivo. Sin embargo, en cada una de ellas operan razones de distinto signo. Respecto de la huerta vieja, la necesidad de poseerla se manifiesta en una fuerte rotación de cultivadores. Las parcelas, sobre todo las de jornaleros y pequeños labradores, cambian de manos con suma celeridad. Bastan para demostrarlo las altas y bajas anotadas en el margen de los libros de alfarda o en los catastros, y que no se refieren a transmisiones patrimoniales por matrimonio o herencia. En la huerta, quienes sólo son usufructuarios de la tierra la explotan de forma intensiva durante unos pocos años para intentar repetir luego el proceso en otras parcelas (cuando no son expulsados de ellas por no pagar el censo o arriendo con que están gravadas). Aquí, el hambre de tierra se expresa mediante su sobreexplotación. En las partidas del monte, esa misma apetencia se expresa por el aumento, legal o furtivo, de la extensión roturada. Su escaso rendimiento cerealista en régimen de año y vez podría haber desanimado su aprovechamiento en la época, pero nada hubo más lejos de la realidad. El monte en Fraga, pese a su lejanía del cor de la vila, era apetecido y explotado para la agricultura al menos desde el siglo XV,170 además de serlo en varios de sus poblados rurales durante toda la época medieval, cuando el sistema de poblamiento era mucho más disperso que en la Edad Moderna. Sabemos que Monreal, Cardiel, Torreblanca u otras partidas habían constituido pequeños núcleos poblados para el aprovechamiento agrícola hasta al menos el siglo XIV. En todo el monte, aunque su rendimiento fuera bajo y 206 ocasional, la esperanza del “año bueno”, tanto como la tozudez del campesino por sobrevivir, le obligaron a no menospreciar este complemento de la huerta. Por otra parte, la explotación de estas tierras pasa también por la apetencia de pastos para una ganadería local que presenta en el XVIII un renacimiento notable en su variedad de ganadería estante, y que la erige en principal proveedora de abono animal. Además, hemos visto ya que la gran extensión del monte permite su aprovechamiento agrícola y escalio forestal –furtivo u oneroso- a numerosos terratenientes de los pueblos colindantes, conjugándose con el crecimiento del vecindario. Por último, respecto de la partida convertida en Huerta Nueva parece haberse producido un traslado de apetencia de tierras desde la huerta tradicional a las tierras de la partida del Secano con la expectativa de su posible riego y el aumento de sus rendimientos.171 Si en algún lugar es válida la afirmación concluyente de Domínguez Ortiz es en esa partida. Desde luego, el aumento del valor de la tierra como consecuencia de su puesta en riego, patente a los ojos de los interesados en ello, sería condicionante de su adquisición en fechas tempranas por los más avispados o pudientes. En este sentido, el cálculo efectuado por los peritos cuando se dan los primeros pasos en el proyecto de construcción de la nueva acequia (en 1774) no deja lugar a dudas al considerar que el valor de las tierras del secano podría multiplicarse por diez una vez regadas. 172 Este interés por hacerse con tierra de la partida del Secano se acrecentaba con otra razón sensu contrario. Y es que la permanente situación de riesgo en que se encontraba parte de la huerta vieja por las constantes avenidas del río Cinca fue motivo constante de búsqueda de regadío alternativo. Quiso la meteorología que en las ocasiones en que la nueva acequia se construía (1788) y estaba próxima a rehabilitarse (1816), se produjesen sendas riadas, -las más catastróficas de la época-, que causaron terribles destrozos en la huerta vieja. Por más que los nuevos sotos pudieran ser aprovechados por los vecinos confrontantes mediante una ordenanza municipal estricta, lo usual era que el río, al cambiar de madre, ocasionara pérdidas importantes tanto temporales como definitivas. A veces incluso, la desgracia de la huerta vieja se asocia directamente a las ventajas de la nueva, como en 1817, cuando se informa al capitán general de Aragón sobre el modo de precaver dichas avenidas. El comisionado para la rehabilitación de la acequia -el ingeniero don Ambrosio Lanzaco- aduce como una de las razones básicas para realizarla “el efecto sustitutivo que tendría el nuevo regadío, con ventaja sobre el antiguo”. 207 2.2.5 Distribución y tenencia de la tierra. Donezar ponderaba la trascendencia del análisis del reparto de la tierra en el Setecientos afirmando: “las transformaciones operadas en el siglo XIX tuvieron su arranque en el XVIII, y no solo el esclarecimiento de la gestación de los procesos desamortizadores y de los trasvases de propiedad -concentración y dispersión- ha de ser tarea previa al estudio de los cambios operados, sino que en la práctica, ... no se podrá examinar su alcance y dimensiones sin la previa formación de dicha estructura referencial”.173 Para comprender el despegue del Régimen Liberal en Fraga debemos por tanto dar respuesta a una serie de cuestiones sobre la distribución de la tierra en el XVIII y sobre la evolución de su posesión entre los fragatinos. Es preciso observar quienes poseen la tierra y en qué proporción cada grupo social y profesional. También intentar descubrir en qué medida fue suficiente su posesión para la supervivencia, hasta dónde alcanzaba el posible excedente de su cultivo y quiénes disfrutarían su comercialización. Es decir, dilucidar hasta qué punto aquella de fines del Antiguo Régimen era una estructura estática o capaz de experimentar cambios significativos en el transcurso de la etapa. En el análisis de la estructura de la propiedad agraria cabe atender a dos taxonomías distintas aunque complementarias: la que establece categorías entre los poseedores según la cantidad de tierras disponibles, ordenándolos en pequeños, medianos y grandes poseedores, y la que distribuye la tierra poseída entre diferentes grupos socioeconómicos.174 La primera atiende a la mayor o menor capacidad para la obtención de producciones sólo complementarias a la del salario, producciones de autosuficiencia y producciones excedentarias. La segunda clasificación atiende doblemente al estatus que proporciona la posesión de tierra y a la diferenciación socio-profesional interna derivada de la posesión de ese medio de producción a través del tiempo. Las fuentes estimadas como idóneas por la historiografía para el estudio de la propiedad de la tierra son los catastros del siglo XVIII, los amillaramientos del XIX y de nuevo el Catastro en el XX. 175 La dificultad del análisis para el siglo XVIII y primer tercio del XIX estriba en que, en los documentos, el impuesto carga sobre el cultivador de la tierra y no sobre su propietario; sobre el propietario útil y no sobre el eminente o directo. Es decir, las tierras de hacendados cedidas para su cultivo a terceros no figuran en los documentos catastrales como de su propiedad; sólo lo hacen cuando las explotan por sí mismos mediante criados o jornaleros. Tampoco figuran adscritas en el catastro las de titularidad eclesiástica cuando están arrendadas o dadas a censo a los diferentes grupos profesionales que la trabajan; y en ningún caso las anteriores al Concordato de 1737. Del mismo modo, tampoco figuran los forasteros oriundos que las tienen cedidas a vecinos con diferentes regímenes de tenencia; sólo 208 aparecen como tales cuando son gestionadas por sus administradores con el concurso de criados y jornaleros. En este sentido, Pierre Vilar176 restaba importancia a este hecho al tiempo de analizar el funcionamiento de la economía campesina, si bien es cierto que se refería a los establecimientos enfitéuticos, lo que no parece ser la norma general en el caso de Fraga. De acuerdo con esta circunstancia, una vez analizada la estructura catastral de la ‘propiedad’ habrá que investigar en qué medida muchas de las fincas se hallan sujetas a la condición de tierras gravadas con censos o trabajadas en regímenes de tenencia distintos al de la plena propiedad. Criterios para el análisis. Quienes estudian la estructura de la propiedad de la tierra establecen una clasificación adecuada a las cuestiones que esperan resolver para un ámbito espacial concreto. Los hay que, sin criterio explícito de categorización, establecen tramos convencionales por extensión de tierra y derivan de ellos conclusiones de aproximación a la taxonomía que divide a sus poseedores en pequeños, medianos y grandes propietarios.177 Los hay que combinan la clasificación por extensión con la estamental con el fin de descubrir qué grupos sociales o cuál de sus segmentos acapara las extensiones mayores y quienes se ven relegados a las insuficientes. 178 Estudios más recientes establecen su criterio de ordenación en relación con la capacidad para la autosuficiencia del grupo doméstico; dicho de otro modo, las explotaciones se ordenan como ocasionalmente excedentarias, y por ello sus poseedores son agrupados como labradores compradores o vendedores según los años; el estrato inferior agrupa a quienes siempre deben vender su fuerza de trabajo en explotaciones ajenas para conseguir la suficiencia; y, por último, en el nivel superior se constituyen como grupo quienes suelen ser contratantes habituales de mano de obra y son siempre vendedores.179 Dentro de esta óptica, hay quien conjuga el rendimiento de las tierras con las necesidades de consumo del grupo doméstico, y deduce de ello las extensiones necesarias para conseguir la autosuficiencia, demostrar la precariedad y, por extrapolación, estimar la extensión de propiedades excedentarias.180 En las agrupaciones o categorías establecidas por extensión de tierra no suelen distinguirse las parcelas poseídas en el regadío de las de secano y se suman ambos tipos de tierra sin diferenciación. No me parece el mejor método para conocer realmente las posibilidades de cada cual en sus explotaciones. Cuando como en el caso de Fraga la subsistencia se basa sobre todo en un regadío seguro y el secano es sólo un complemento de aquel, parece más útil diferenciar unas tierras de otras. Es mejor estudiar por separado el regadío y el secano. 209 Las tierras de regadío, tanto si eran de sembradura como si estaban arboleadas de olivos y moreras o rodeadas de tiras de viñedo, y tanto si eran dedicadas a cultivos de legumbres o fibras industriales como a hortalizas, proporcionaban un rendimiento muy superior a las cerealistas de secano. Mientras en el monte el rendimiento medio del cereal solía ser de tres o cuatro simientes por cosecha,181 en el regadío lo usual era recolectar diez y hasta quince veces la simiente.182 En consecuencia, no serían equivalentes dos labradores que, poseyendo en total el mismo número de fanegas, uno las tuviera mayoritariamente en zona de riego, mientras el otro las poseyese en la partida del Secano o en el monte. De ahí la conveniencia de su análisis por separado. Evolución de la posesión en la huerta vieja. Como introducción general y sin diferenciación de grupos profesionales, es posible extraer de los libros de alfarda una primera impresión sobre la distribución del regadío. De acuerdo con la alfarda de 1715, la estructura de la posesión en la huerta vieja al inicio del Setecientos expresa un reparto desigual: mientras el 85% de los cultivadores trabajan el 44% de la tierra, una minoría del 15% se reparte el 56% restante.183 Luego, a mediados de siglo, se está produciendo un doble fenómeno: por un lado el 94% de los cultivadores poseen el 69% de la huerta, lo que supone, respecto de la generación anterior, que parte de la tierra ha sido repartida entre mayor número de manos; se está produciendo el fenómeno de la dispersión. Pero, al mismo tiempo, el 4% de propietarios –los más hacendados- ha acumulado el 30% de las tierras de regadío. Es decir, se ha producido simultáneamente el doble fenómeno de parcelación y de concentración de la posesión. El crecimiento de la población obliga a algunas familias de pequeños campesinos a distribuir las parcelas entre sus hijos, mientras otras, las más poderosas, están acumulando un patrimonio en el regadío cada vez mayor. 184 Entrado el nuevo siglo, en 1829, un nuevo libro de alfarda acentúa la desigual distribución de cien años atrás: el 85% de los poseedores no llega a cultivar el 40% de la huerta vieja, (cuatro puntos por debajo de entonces) mientras un 15% de las familias controla el 61,8% del regadío antiguo (casi un 6% de aumento). Ahora, además, está ya en juego la huerta nueva, que aparece todavía más concentrada que la vieja, puesto que más del 65% del nuevo regadío lo controlan entre sólo el 14% de los terratenientes. 185 Peter Kriedte ha interpretado el proceso, -en función de la evolución de los precios y salarios en el siglo-, como un rasgo “progresista” dentro de una economía todavía feudal, que permitió la acumulación de tierra en manos de los mayores labradores. 186 Tal vez el rasgo 210 cabría entenderlo más como “capitalista” que como “progresista”, a no ser que se igualen ambos términos. Cuadro 25 DISTRIBUCIÓN DE LA HUERTA VIEJA EN 1730 (en fanegas de 953,6 m2) GRUPOS SOCIOPROFESIONALES CON TIERRA EN LA HUERTA VIEJA labradores, hortelanos y ganaderos nº de nº de % de contrib. poseed. pos/vec tierra % de extensión poseída tierra promedio 186 185 99,5 4537,5 55,5 24,5 6 6 100,0 1439,5 17,6 239,9 179 131 73,2 844,5 10,3 6,5 viudas, menores y desconocidos 28 25 89,3 476,5 5,8 19,0 artesanos 82 36 43,9 338,0 4,1 9,4 instituciones eclesiásticas 4 4 100,0 264,0 3,2 66,0 comerciantes, tenderos, mercaderes 8 5 62,5 133,5 1,6 26,7 12 6 50,0 76,5 0,9 12,8 9 5 55,5 73,0 0,9 14,6 514 403 78,4 8183,0 100,0 20,3 infanzones jornaleros y pastores servidores de instituciones profesiones liberales TOTALES (1) Las instituciones eclesiásticas no figuran en el catastro y se han incluido tal como se detallan en la alfarda de 1715. Mediante el Cuadro 25 podemos atender al mismo tiempo los dos criterios de análisis propuestos para el corte con que calificamos a la primera generación. La mayor parte de las familias poseen en 1730 tierra de regadío: el 78,4% de los contribuyentes. Si atendemos a los grupos socio-profesionales, vemos cómo el 20,8% del regadío aparece catastrado en manos de los dos estamentos privilegiados –infanzones y eclesiásticos-, mientras el Estado Llano cultiva el 79,2%. Aparentemente, el regadío no está mayoritariamente en manos de los privilegiados, aunque el endeudamiento del Estado Llano, derivado de la posesión, permitirá matizar más adelante esta imagen. Con diferencia sustancial al resto de contribuyentes, los seis infanzones reconocidos y catastrados como tales son hacendados que poseen tierra en la huerta vieja en grandes “torres” dedicadas al policultivo. Don Francisco Perisanz, –último heredero consorte de la antigua familia de los Agustín-, es el mayor terrateniente en la huerta, escoltado a distancia por los Villanova (don José y don Félix, segundones de un linaje cuyo tronco reside en Benabarre). Junto a ellos el heredero de los Foradada de siempre y los antiguos inmigrantes Bodón (don Miguel y don Antonio); todos ellos viejos linajes de hacendados en la ciudad al inicio del XVIII. Representan sólo un 1,5% de los poseedores y sin embargo sus criados cultivan el 17,6% de la huerta. Las cuatro instituciones eclesiásticas (capítulo, agustinos, beneficios y eclesiásticos particulares) les van a la zaga en cuanto al 211 promedio de tierra en propiedad y administrada directamente, aunque con una extensión total mucho menor. Por ello, el “cambio de manos” efectuado con las desamortizaciones no afectó de modo decisivo a la redistribución de la tierra. No obstante, el capítulo de San Pedro y los conventos no ofrecen en el catastro su verdadera dimensión como propietarios al tener la mayor parte de sus parcelas de huerta cedidas a terceros, casi siempre mediante un contrato censal. Será la redención de los censos durante la segunda mitad del siglo XIX la que permita una mayor distribución del dominio directo entre diferentes grupos sociales. Lógicamente, quienes poseen la mayor parte de la huerta vieja son los labradores: representan el 46% de los poseedores con el 55,5% de la extensión. Excepto un ganadero, todos tienen tierra en la huerta, como cabía esperar, pero la extensión promedio de sus fincas (24,5 fanegas) queda muy por debajo de la de los infanzones. La mayoría del grupo campesino está formada por labradores medianos que se sirven del trabajo de todos los componentes del grupo doméstico para su subsistencia y sólo algunos cuentan con excedentes comerciales habitualmente (granos, vino, cáñamo, lino, higos). Entre estos últimos estarían familias como los Cabrera-Agraz y Cabrera-Doménech quienes cuentan con más de cien fanegas de huerta en varias fincas; o la de Blas Ibarz con 108, don José de Vera con 138, o don Francisco Aymerich con 133 fanegas. Son labradores hacendados que recurren a mossos majors para el cuidado de sus fincas. Junto al de los labradores y escasos ganaderos, el grupo de las viudas y menores sin adscripción profesional concreta posee un pequeño porcentaje de tierra con un buen promedio, lo que nos hace suponer que la mayoría pertenecen también a familias de labradores medios. El grupo jornalero supone el 32,5% de los poseedores y cultiva poco más del 10% de la huerta. La mayoría de ellos (el 73,2%) posee alguna parcela con extensión variable, situándose su término medio en las 6,5 fanegas. 187 Un promedio que situaría a muchos de ellos por debajo del límite de la subsistencia si hubieran de vivir sólo con el concurso de la tierra, a juzgar por lo que la historiografía ha estimado: Casey tomó como ejemplo el cultivo de huerta en Gandía y estimó que el autoabastecimiento de trigo quedaba asegurado para una familia de tres hijos cultivando unas ocho fanegas.188 Si eso fue así, la dedicación al cultivo sería buen complemento del salario para muchas familias jornaleras a principios de siglo en Fraga. Para otras, el tamaño de sus parcelas resulta insuficiente, al no rebasar las tres fanegas. La sobreexplotación de la tierra y de su propio trabajo, junto a la ley de los rendimientos decrecientes, serían su difícil hábitat cotidiano. En cambio, sólo 36 de las 84 familias artesanas disponen de alguna parcela. Más de la mitad no cuenta con este complemento para mejorar sus posibilidades de consumo, y la mayoría de quienes la cultivan poseen parcelas que no rebasan las 212 cuatro fanegas. Sin embargo, algunos artesanos parecen haber dispuesto del capital necesario para adquirir o trabajar fincas que sobrepasan el bajo promedio (9,4 fanegas) del conjunto: el caso de la familia del alpargatero Sorolla con 51 fanegas, que más parece un labrador que completa parte del año sus ingresos con la dedicación a la producción de calzado; la del carpintero Curret con 15 fanegas o los herreros Francisco Palacios y José Castillo con 14 fanegas cada uno. Casi todos los tejedores y zapateros, en cambio, junto a un largo etcétera de oficios, sobreviven con el fruto de su industria, sin el concurso de la tierra. Posiblemente por ello ocupan el peldaño inferior en la escala, a similar nivel que los jornaleros. El resto de grupos socio-profesionales posee una extensión mínima de la huerta vieja. Destaca entre ellos alguno de los escasos comerciantes y tenderos del momento –ninguno de los tres mercaderes-, quienes la poseen incluso en proporción superior al promedio de los labradores. Es el caso de la viuda del comerciante don José Sisón, con un patrimonio en la huerta de 46 fanegas. Una posesión similar a la de varios profesionales liberales que actúan en la ciudad: los dos cirujanos y un boticario, quienes disponen junto a sus salarios o conductas de un pequeño patrimonio rústico explotado mediante jornaleros. Sin distinguir entre grupos profesionales, el Cuadro 26 permite observar la desigual distribución del regadío durante aquella primera generación. Cuadro 26 TAMAÑO DE LAS POSESIONES DE REGADÍO EN 1730 (Huerta vieja en fanegas de 953,6 m2) intervalo de número de % sobre tierra % sobre fanegas poseedores total poseída el total De 1 a 6 120 29,80 439,0 5,36 De 6,5 a 12 91 22,60 818,0 9,99 De 12,5 a 24 117 29,00 2.026,0 24,75 De 24,5 a 50 46 11,40 1.559,5 19,00 De 50,5 a 100 18 4,50 1.145,0 13,99 Más de 100 11 2,70 2.195,5 26,83 TOTALES 403 100,00 8.183,0 100,00 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1730. La falta de tierra de regadío en extensión suficiente condicionaba a un tercio de los poseedores a buscar o completar su subsistencia con otras fuentes de ingresos, al poseer solamente el 5,36% de la extensión con parcelas que no superaban las seis fanegas. Mientras en el otro extremo una minoría (el 2,7%) contaba con ella para comercializar habitualmente parte de su producción, al poseer más de una cuarta parte del cultivo. Entre ambos se situaban la mayoría de 213 los poseedores, con extensiones variables pero que en más de la mitad de los casos no rebasaban las veinticuatro fanegas. Es decir, eran familias que en el caso de dedicarse con exclusividad al cultivo deberían ser considerados como pequeños labradores, sujetos a la contingencia de las cosechas y pasando de ser autosuficientes a dependientes del mercado en los “años malos”. Por encima de ellos se situarían un 16% de los poseedores que, con el 33% de la huerta, podrían considerarse labradores adelantados y destinar usualmente una parte de su producción a la comercialización. * * * Cien años después, en 1832, la distribución de la huerta ha modificado sus características, en parte como consecuencia de la inclusión en el regadío de la antigua partida del Secano. Desde su conversión en Huerta Nueva, su mayor concentración inicial afectará la imagen de conjunto. Una mayor concentración que parece conjugarse con la pérdida de capacidad para el cultivo de algunos colectivos socio-profesionales, gravemente perjudicados en los avatares finales de la centuria ilustrada. El Cuadro 27 da cuenta de una nueva realidad agrícola más diversificada y compleja, a tono con la simultánea diversificación de la actividad económica general en la ciudad. Cuadro 27 DISTRIBUCIÓN DE LA HUERTA VIEJA + HUERTA NUEVA EN 1832 (en fanegas de 953,6 m2) GRUPOS ESTAMENTALES Y SOCIO-PROFESIONALES nº. de nº. de % de contrib. poseed. pos./vec. tierra % de promedio poseída tierra del grupo labradores, ganaderos, apicult. 265 256 96,60 5947,0 50,44 23,23 forasteros 36 20 55,55 2093,0 17,75 104,65 jornaleros y pastores 473 261 55,18 971,8 8,24 3,72 infanzones 14 13 92,85 722,5 6,13 55,58 eclesiásticos 41 10 24,39 469,5 3,98 46,95 artesanos 126 51 40,47 441,5 3,74 8,66 profesiones liberales 18 9 50,00 341,5 2,90 37,94 arrieros y carromateros 57 37 64,91 311,5 2,64 8,42 comerciantes 38 21 55,26 242,5 2,06 11,55 servidores de instituciones 4 3 75,00 152,0 1,29 50,67 menores y desconocidos 13 6 46,15 98,5 0,84 16,42 TOTALES 1085 687 63,32 11791,3 100,00 17,16 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1832. Si al inicio del siglo XVIII poseía tierra de regadío más de las tres cuartas partes de los contribuyentes, ahora contaban con su concurso menos de los dos tercios. Fraga había ampliado el abanico de sus actividades y más vecinos 214 subsistían ya sin el concurso de la tierra. Globalmente, el regadío aparece algo más dividido, con un promedio por poseedor de 17 fanegas en 1832 frente a las 20 fanegas de 1730. Pero esa apariencia queda matizada si se analizan los diferentes grupos. Frente a quienes sufren el fenómeno de la dispersión, otros acumulan mayores porcentajes de tierra. Los dos estamentos privilegiados poseen ahora en régimen de explotación directa más de una cuarta parte de la tierra de regadío. Han aumentado en cinco puntos su posesión, concentrando la estructura. La explicación no se encuentra entre los eclesiásticos. A las dos instituciones tradicionales -capítulo de San Pedro y convento de agustinos, ambos con extensiones mínimas- se unen ahora el monasterio de Sijena (4,5 fanegas) el obtentor de una capellanía (373,5 fanegas), el anterior prior de las parroquiales unidas de San Pedro y San Miguel (43,5 fanegas), y cuatro eclesiásticos particulares como cultivadores directos de pequeñas parcelas. A tenor de estos datos, y con excepción de la capellanía de mosen Altés, la Iglesia ha acentuado la cesión de sus fincas en manos de censatarios laicos y su verdadera implicación en la estructura de la propiedad rústica queda de nuevo a expensas de ulterior observación en el ámbito del endeudamiento. Tampoco se encuentra la explicación entre los infanzones que permanecen en la ciudad. El promedio de sus posesiones ha descendido notablemente, debido a la fragmentación del patrimonio familiar desde los bisabuelos, por herencias, capitulaciones matrimoniales, dotes y legítimas de segundones, en el contexto de una estructura de la propiedad carente casi por completo de patrimonios vinculados, aunque con el hábito sucesorio del heredero único, l’ hereu. La explicación a la concentración reside entre los vástagos de linajes infanzones oriundos de Fraga, pero emigrados ya a otras poblaciones. Algunos herederos infanzones han marchado a las capitales vecinas de Huesca, Zaragoza y Lérida. Casi el 18% de la huerta está en manos de infanzones “forasteros” oriundos de Fraga. Su voluntad de ascenso socio-político o su matrimonio exigió cambios de residencia en busca de horizontes más ambiciosos. Por ejemplo, don Domingo María Barrafón es ahora intendente de Aragón y luego de Cataluña (359 fanegas); don Francisco Barber es regidor vitalicio en Zaragoza (143 fanegas) y don Francisco Doménech (160 fanegas) regidor perpetuo en Huesca, como lo fue su padre; Los herederos de don Martín Villanova (442,5 fanegas) han regresado a su lugar de origen en Benabarre, mientras don Jacinto Orteu –casado con la heredera única de los Aymerich de Fraga- regresa también a su casa solariega en La Pobla de Segur (220,5 fanegas). La familia de don Francisco Del Rey es residente habitual en Lérida desde varias generaciones atrás (410 fanegas); y la de los Monfort ha 215 trasladado su residencia interinamente al vecino pueblo de Torrente de Cinca, donde posee un patrimonio rústico superior al de Fraga, con ser éste de los más extensos.189 En el escalón inferior al de estos oriundos “notables” se sitúan otros infanzones y contribuyentes del Estado Llano naturales de otras poblaciones, quienes por haberse casado con herederas fragatinas usufructúan extensiones menores en la huerta desde sus residencias foráneas. A unos y otros –oriundos y forasteros no naturales- sus administradores les darán buena cuenta de las rentas derivadas del cultivo y la comercialización de sus productos. Numerosos vecinos son ahora dependientes de estos administradores en ausencia de sus “amos”. Amos absentistas pero patronos de extensas clientelas a las que pueden beneficiar con su influencia en el “exterior”. Además de los foráneos, deben tenerse en cuenta los linajes infanzones que permanecen en la ciudad: los Junqueras (115,5 fanegas), Portolés (278,5 fanegas entre seis contribuyentes), Isach (58 fanegas), Cabrera (88 fanegas) o Foradada (51 fanegas), unos como hijos o nietos de antiguos inmigrantes y otros como herederos de los linajes tradicionales. Representan menos de un 2% de los poseedores y cuentan con un 6% de la huerta. Siguen siendo hacendados pero su distancia del resto de poseedores es menor en esta generación que en la de sus bisabuelos y abuelos. Aunque su carácter noble siga diferenciándoles socialmente del resto, algunos hacendados del Estado Llano les superan en posesión de tierra y rentas: son los Rubio (277,5 fanegas), Martí (189,5 fanegas), Salarrullana (176,5) y Vera (95). Ambos grupos terratenientes ocupan un mismo estatus desde que el atrevimiento liberal del Trienio ubicó con un mismo “don” igualitario a aquellos medianos infanzones y a estos mayores hacendados. En 1832, la igualdad legal de unos y otros está de nuevo muy próxima. Los infanzones perderán pronto su estatus estamental para incorporarse con los demás vecinos a las “clases contributivas”, de acuerdo con sus rentas. En el tránsito al nuevo régimen, la mayor parte de la huerta sigue en manos de los labradores, aunque la extensión promedio de sus fincas ha descendido levemente: han aumentado en casi diez puntos su porcentaje como poseedores, perdiendo cinco puntos en tierra poseída. En el grupo aumenta el grado de dispersión debido a la diversificación de sus actividades: ahora hay apicultoreslabradores dedicados profesionalmente a esta labor principal y el regadío es para ellos sólo complemento; hay entre ellos ganaderos especializados que centran su actividad en apacentar sus rebaños en el monte, obviando los cultivos de huerta; los hay finalmente que combinan la doble función agropecuaria y mejoran el regadío con el estiércol producido en los corrales de sus masadas. Globalmente, el grupo de los labradores y ganaderos ha superado dos generaciones de incremento 216 demográfico, -con ramificación de sus brazos familiares-, sin pérdida considerable de su patrimonio en el regadío, pese a experimentar éste el incremento de sólo un tercio de la superficie inicial. Inmersos en aquella estructura desigual, los labradores han podido satisfacer su necesidad de tierra. Quienes sí han perdido opciones en el cultivo complementario a sus salarios han sido tanto los jornaleros como los artesanos. Cien años atrás, casi las tres cuartas partes de los jornaleros poseían alguna parcela; ahora, poco más de la mitad. El suyo fue un retroceso considerable en el acceso a la tierra pese a las medidas ilustradas. Por otra parte, cien años atrás suponían el 32,5% de los poseedores de tierra en la huerta y cultivaban el 10% de ella. Ahora suponen el 38% de los poseedores y sólo cultivan el 8,24%. Sus parcelas se han reducido en extensión. Sólo catorce jornaleros superan ahora las ocho fanegas y la mayoría se queda en una extensión que ronda las dos fanegas. Es decir, una característica se acumula a la siguiente: muchos jornaleros se han quedado sin tierra; la extensión global de los que la poseen se ha reducido y, a pesar de aumentar su peso relativo entre los poseedores -a tono con su mayor porcentaje entre la población activa-, el tamaño de sus parcelas también se reduce. Se acentúa con ellos la dispersión. La tierra de regadío supone ahora un complemento menor que antaño a sus salarios. Algo similar ocurrió entre el artesanado. En 1730 casi la mitad de ellos poseía tierra y suponían el 8,9% de los poseedores. Cultivaban el 4% de la tierra con parcelas que rondaban una extensión media de diez fanegas. Su ciclo laboral anual alternaba manufactura y labranza. En 1832 representan el 7,4% de los cultivadores y entre ellos posee parcelas el 40,5% del grupo. En sus manos está el 3,74% de la extensión, distribuido en parcelas con una extensión media de 8,66 fanegas. Es decir, siendo el número de quienes se dedican a los oficios mecánicos mayor que antaño, todos sus guarismos son ahora inferiores a los de la centuria precedente. Menos artesanos disponen de tierra como complemento de su renta o su salario, cuentan con extensiones menores y la extensión poseída como grupo se reduce respecto de las de otros sectores de la población activa. Un retroceso colectivo que contribuye por un lado a una mayor dispersión de la estructura y por otro, su menor cuota evidencia el traspaso de sus tierras a otras manos. Lo que está ocurriendo es que una parte de la posesión del regadío pasa del sector jornalero y artesano al terciario. Los artesanos dedican ahora más tiempo a su oficio y menos al cultivo. Mientras, otros consiguen en su actividad principal suficiente renta para adquirir tierra y trabajarla por sí mismos o mediante jornaleros. Por ejemplo, mientras sólo 16 de los 41 alpargateros poseen parcelas, casi la mitad de los 55 arrieros cuentan con ese complemento y algunos de ellos podrían considerarse labradores por la cantidad de tierra que trabajan. Otro tanto 217 ocurre con algunos comerciantes y sobre todo con tres de los cuatro escribanos y el propio corregidor, convertidos ya en verdaderos hacendados. Cuadro 28 TAMAÑO DE LAS POSESIONES DE REGADÍO EN 1832 (Huerta vieja + huerta nueva en fanegas de 953,6 m 2) intervalo en nº. de % sobre tierra % sobre fanegas poseed. total poseída total De 1 a 6 328 47,74 1.023,8 8,68 De 6,5 a 12 160 23,29 1.446,0 12,26 De 12,5 a 24 92 13,39 1.594,0 13,52 De 24,5 a 50 64 9,32 2.138,0 18,13 De 50,5 a 100 26 3,78 1.745,0 14,80 Más de 100 17 2,47 3.844,5 32,60 TOTALES 687 100,00 11.791,3 100,00 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1832. La conclusión sobre la estructura de la posesión del regadío al finalizar el período la expresa el Cuadro 28. El número absoluto de los poseedores ha crecido en un 70%, un incremento que no alcanza al de la población. Al mismo tiempo, ha aumentado hasta casi doblarse el porcentaje de quienes carecen de tierra suficiente para subsistir y queda muy por debajo de ese incremento su porcentaje de tierra poseída. La situación del pequeño poseedor –sea jornalero o artesano-, empeora y sobre ellos recae el fenómeno de la dispersión de la tierra. Se incrementa ligeramente el porcentaje de los pequeños campesinos en grado similar a la tierra que poseen, por lo que su imagen parece no haber evolucionado. Dicho de otro modo, manifiestan su incapacidad para conseguir más tierra y garantizar su subsistencia. En cambio, disminuye casi hasta la mitad el porcentaje de quienes poseen entre 12,5 y 50 fanegas, y en menor proporción la tierra que poseen, lo que evidencia la concentración de más tierra en menos manos. Y otro tanto sucede con quienes poseen más de cincuenta fanegas: disminuye el porcentaje de su número mientras aumenta la cantidad absoluta y relativa de tierra poseída. Son labradores en disposición de comercializar los excedentes de su producción. La tierra se ha troceado en los niveles inferiores de generación en generación con un aumento notable de poseedores y al mismo tiempo se concentra en menos manos entre quienes disponen de mayor patrimonio. El regadío de Fraga se polariza y se agudiza la distancia entre los extremos. 218 Evolución de la posesión en tierra de secano. Las tierras de secano inician el siglo XVIII con un número de poseedores tres veces inferior al del regadío, aunque todos los grupos socio-profesionales excepto los eclesiásticos aprecian su cultivo directo. Pese a sus bajos rendimientos, su laboreo resultaba conveniente a todos, cuando no indispensable para algunos, por carecer de tierra en el regadío. Obviamente, las extensiones cultivadas necesitan ser aquí mucho mayores que en la huerta. Su mayor extensión suple el escaso rendimiento de una tierra sujeta a la climatología. Pese a ello, y al hecho de contar muchos vecinos con tierras de regadío de mayor producción y rendimiento, el secano era persistentemente apreciado y cultivado, con la esperanza del año bueno. Un año que les permitiera incluso conseguir excedentes comercializables y atender con ello a deudas contraídas en años difíciles. Cuadro 29 DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA DE SECANO EN 1730 (partida del Secano + partidas del monte en cahíces de 8.582,4 m 2) GRUPOS SOCIOPROFESIONALES CON TIERRA DE SECANO nº de nº de % de tierra vecinos poseed. poseed. poseída % de extensión tierra media labradores, hortelanos y ganaderos 186 159 61,15 2.699,5 68,14 16,98 jornaleros y pastores 179 58 22,31 423,0 10,68 7,29 infanzones 6 5 1,92 281,0 7,09 56,2 viudas, menores y desconocidos 28 16 6,15 262,0 6,61 16,37 artesanos 82 11 4,23 182,0 4,59 16,54 comerciantes, tenderos, mercaderes 8 5 1,92 48,0 1,21 9,6 profesiones liberales 9 2 0,77 38,0 0,96 19 servidores de instituciones 12 4 1,54 28,0 0,71 7 TOTALES 510 260 100 3.961,5 100 15,24 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1730. Como ocurría en el regadío, también en el monte y en la partida del Secano quienes más tierra cultivan son los labradores, aunque no todos han accedido a ella a principios del siglo. Representan el 61% de los poseedores y ocupan el 68% de la extensión, con una media de casi 17 cahíces, equivalentes a algo más de 14,5 hectáreas. Cinco de los seis infanzones poseen también masadas con una extensión media mucho mayor (56,2 cahíces) equivalente a 48,2 hectáreas. Un tercio de los jornaleros y pastores disponen del 10,68% de la tierra en el monte y porcentajes marginales el resto de los grupos. Los jornaleros ocasionales (según el catastro de 1751) poseen como promedio 8,68 cahíces de tierra mientras los jornaleros 219 habituales cuentan sólo con 2,97 cahíces de promedio, lo que sitúa la suficiencia en el cultivo del monte por encima de los ocho cahíces. Estamos al inicio del período y todavía no se han producido las concesiones conocidas a propósito de la legislación ilustrada. Pero si se atiende a la extensión que presentan ya ahora la mayoría de las masadas y campos es fácil observar que suelen tener ocho cahíces de cabida o múltiplos de esa cifra; también son frecuentes extensiones de cuatro cahíces. Sabemos que al producirse las concesiones de los años setenta en adelante el ayuntamiento solía otorgar ocho cahíces de tierra en el secano a los labradores que poseyeran una o más yuntas de labor y cuatro cahíces a los jornaleros que dispusieran de una o dos caballerías. Podemos por tanto deducir que la cuantía usual de las concesiones, antes y después de aquellas leyes, fue similar. Las extensiones iniciales solían crecer con apropiaciones arbitrarias y dividirse en los actos sucesorios, por lo que, con el tiempo, las fincas de ocho cahíces o múltiplos de esa extensión quedaban desdibujadas, al tiempo que otras se reducían a submúltiplos de ella. Basándonos en esta observación de la realidad, hemos agrupado en estos intervalos los tamaños de las masadas según el siguiente cuadro: Cuadro 30 TAMAÑO DE LAS MASADAS EN 1730 (partida del Secano + partidas del monte en cahíces de 8.582,4 m 2) intervalo en número de % sobre tierra % sobre cahíces poseedores total poseída total De 1 a 4 48 18,46 165,5 4,18 De 4,5 a 8 76 29,23 546,0 13,78 De 8,5 a 16 72 27,69 911,0 23,00 De 16,5 a 32 36 13,85 845,0 21,33 De 32,5 a 64 23 8,85 1.068,0 26,96 Más de 64 5 1,92 426,0 10,75 TOTALES 260 100,00 3.961,5 100,00 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1730. Igual que en el regadío, también en el monte se aprecia una desigual distribución de la tierra. Mientras casi la mitad de los poseedores cuentan sólo con el 17,96% de la misma, un 10,77% de ellos cultiva más de la tercera parte. La mayoría de los jornaleros quedan incluidos en el primer grupo, mientras los cinco infanzones integran el más elevado. Por otra parte, más del 71% de la tierra está distribuida en masadas que rebasan los ocho cahíces, lo que permite suponer que los 131 vecinos que las cultivan (50,39% de los poseedores) obtendrían en años 220 normales cosechas suficientes para alimentarse, una vez descontada la simiente, el diezmo y pagado el catastro. Curiosamente, los artesanos que cultivan alguna masada se ubican entre esa mayoría de vecinos, lo que seguramente los incluye dentro de los beneficiados por las concesiones tradicionales. El dato no es baladí y supondría que los sucesivos concejos habrían actuado en el ámbito de las concesiones con igualdad de trato entre los vecinos, sin distinción de oficios: el poseer bueyes u otras bestias habría sido condición suficiente para la concesión, sin el requisito de poseer tierra con anterioridad o dedicarse exclusivamente a su cultivo como labradores o jornaleros de campo. Al final de la etapa se repiten en las tierras de monte la mayoría de las características observadas en el regadío, aunque con algunas particularidades. Sabemos que el cultivo de secano aumentó mucho más que el de regadío hasta cuadruplicarse. Buena parte del crecimiento demográfico hubo de ser abastecido con su producción cerealista. Sabemos que la mayoría de las concesiones de los siglos XVIII y XIX se produjeron en las tierras de secano. La demanda de tierra se satisfizo con ellas mayormente. Incluso un buen porcentaje de forasteros comarcanos (el 20,76% del total de poseedores) consiguió en ellas lo que no obtenía en sus términos municipales. Casi tres mil cahizadas de tierra estaban ahora en sus manos, un 19% del total. Cuadro 31 DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA DE SECANO EN 1832 (en cahíces de 8.582,4 m2) extensió GRUPOS SOCIOPROFESIONALES CON TIERRA DE SECANO nº. de nº. de % de contrib. poseed. poseed. tierra % de n poseída tierra media Hacendados, labradores, apicultores y ganaderos 265 239 39,70 7.352,0 49,94 30,8 jornaleros y pastores 473 140 23,26 1.276,2 8,67 9,1 oriundos infanzones y de Estado Llano 16 9 1,50 1.018,2 6,92 113,1 infanzones 14 12 1,99 828,8 5,63 69,1 comerciantes, tenderos, arrieros 99 40 6,64 794,4 5,40 19,9 artesanos 126 22 3,65 311,6 2,12 14,2 menores y desconocidos 14 7 1,16 179,5 1,22 25,6 profesiones liberales 18 5 0,83 108,2 0,73 21,6 eclesiásticos 41 3 0,50 71,3 0,48 23,8 forasteros de pueblos comarcanos 139 125 20,76 2.782,8 18,90 22,3 TOTAL 1.205 602 100 14.723,0 100 24,5 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1832. 221 Todos los guarismos absolutos del Cuadro 31 son superiores a los de 1730: más labradores poseen tierra en el monte, más jornaleros, más artesanos y más infanzones. Pero sus valores relativos ya no aumentan en todos los casos. Los labradores sí han incrementado su porcentaje: a principios de siglo poseían tierra de secano el 85% de los labradores y ganaderos mientras ahora superan el 90%. Han crecido de forma absoluta y relativa. No sólo han podido dividir patrimonios por donaciones o herencias, sino que nuevas familias campesinas han accedido a su disfrute. A principios del XVIII la extensión media de sus fincas era de 17 cahíces y ahora supera los treinta. Las masadas se han ensanchado considerablemente. Es el efecto de las concesiones y de las roturaciones arbitrarias. Sin embargo, el porcentaje de tierra poseída por el conjunto del grupo sufre una reducción relativa en contraste con la incorporación progresiva de terratenientes forasteros. El grupo jornalero aumenta levemente tanto su grosor relativo como la extensión media de sus fincas, pero pierde dos puntos porcentuales en la cantidad global de tierra poseída. El acceso a la tierra de secano se convierte así en un factor diferencial entre ellos: unos han agrandado sus fincas mientras otros las han perdido o se han quedado sin posibilidad de acceder a ellas. De todos modos, en sus manos está casi una cuarta parte de las tierras del monte; una característica nada desdeñable que ha de ayudar a quienes la poseen a sobrevivir en años de cosecha cierta. En situación opuesta se encuentran los artesanos, que disminuyen todos sus valores relativos: su envergadura como grupo es menor y también el porcentaje de tierra y la extensión media de sus masadas. Características que refuerzan la imagen obtenida ya para el grupo en la evolución del regadío. Muchos artesanos trabajan más tiempo en su oficio o poseen talleres de mayor complejidad. La tierra se ha convertido en un medio de producción menos necesario para su subsistencia. Aunque en menor medida que en el regadío, el estamento noble está presente con sus grandes fincas en el monte. También aquí la cantidad global de tierra en manos de los infanzones residentes en la ciudad ha disminuido relativamente respecto de principios de siglo. Pero sus fincas son ahora más extensas y lo más significativo es que pertenecen a nuevos linajes de infanzones llegados a Fraga en alguna de las últimas generaciones. Los nuevos inmigrantes se han dado prisa en acceder a la tierra. Pero por encima de ellos, a una gran distancia, se mantienen los vástagos de linajes tradicionales emigrados en su mayor parte a otras ciudades, como ocurría en el regadío. Las fincas más extensas les pertenecen todavía. Siendo sólo un 1,5% de los poseedores acumulan el 6,9% de la tierra y sus masadas doblan en extensión media a las de sus congéneres fragatinos, sin duda segundones. También aquí sus administradores han de 222 controlar el trabajo de numerosos jornaleros en las diversas tareas del año agrícola. Familias de jornalers y mossos unidos a sus amos absentistas en una estrecha relación clientelar. Finalmente, igual que en el regadío, advertimos un cierto desplazamiento de la posesión de la tierra de secano hacia los diversos componentes del sector terciario: poseen masadas tanto el corregidor, como los escribanos o el farmacéutico; pero son de nuevo los arrieros, comerciantes, tenderos y posaderos quienes más tierra cultivan o administran entre los de su heterogéneo grupo. Para la mayoría de éstos últimos, el medio de producción tierra es todavía un complemento al salario o beneficio de su actividad principal. El caso del corregidor o los escribanos es distinto: invierten parte de sus rentas en tierra de secano como medio para convertirse en vecinos “de arraigo”. Cuadro 322 TAMAÑO DE LAS MASADAS DEL MONTE EN 1832 (en cahíces de 8.582,4 m2) intervalo en número de % sobre tierra % sobre cahíces poseedores total poseída total De 1 a 4 85 14,12 230,3 1,56 De 4,5 a 8 118 19,60 774,1 5,26 De 8,5 a 16 125 20,76 1.493,4 10,14 De 16,5 a 32 139 23,09 3.257,8 22,13 De 32,5 a 64 85 14,12 3.815,8 25,92 Más de 64 50 8,31 5.151,6 34,99 TOTALES 602 100,00 14.723,0 100,01 Fuente: elaboración propia con los datos del catastro de 1832. En relación al tamaño de las fincas, la estadística del Cuadro 32 presenta varias diferencias respecto de principios del XVIII. El porcentaje de las masadas cuya extensión queda por debajo de las ocho cahizadas –nivel mínimo de subsistencia- es menor que el de cien años atrás. Los pequeños poseedores del monte están en retroceso relativo. Al mismo tiempo, es necesario el concurso de un porcentaje mayor de vecinos para cultivar similar porcentaje de tierra. Es decir, también aquí se produce el fenómeno de dispersión observado en la huerta. Por otra parte, se está produciendo un corrimiento hacia los intervalos de extensión mayores. Ahora, la mayoría de los poseedores (66,28%) se encuentra por encima del mínimo de ocho cahíces de tierra. Hemos visto cómo la posesión en el secano se consolidaba en manos de labradores, hacendados e infanzones, que disfrutan de 223 mayores extensiones de tierra, hasta acumular el 93,18% de ella junto a los terratenientes forasteros. Y todavía dentro de ese conjunto mayoritario destacan quienes poseen más de 64 cahíces: se ha cuadriplicado el número de poseedores con un porcentaje similar de tierra. Aflora de este modo la consecuencia de aquellas concesiones efectuadas por el ayuntamiento en beneficio de los mayores contribuyentes. A lo largo de los cien años transcurridos, el secano se polarizó como lo hizo la huerta. Unos quedan como poseedores residuales, mientras otros expanden sus masadas con la intención de introducir la producción de cereal en el circuito comercial. El ganado de labor como indicador de cambios en la estructura agraria. Las tierras deben ser en todos los casos labradas, las cosechas de cereales trilladas y la mies y producciones de todo tipo transportadas. Como deben serlo la leña o el carbón que se “hace” en el monte para el fuego doméstico, para los “hornos de pan cocer”, para los alfares y las tejerías. También la construcción de viviendas y corrales o los reparos del puente y de las acequias requieren del concurso de los animales de tiro y acarreo. Los hombres que ejercen todas estas actividades deben trasladarse diariamente desde el recinto urbano a la huerta y, estacional u ocasionalmente, desde la ciudad a las partidas del monte. Como en todas partes, el ganado de labor y de acarreo es indispensable en la época y más en un término municipal que extiende su huerta al otro lado del río, -hacia el norte y hacia el sur-, en una franja que alcanza las tres leguas entre sus partidas más alejadas, al tiempo que las del monte se expanden hasta confines situados a más de cinco leguas. El ganado de labor y de acarreo es indispensable en la economía de la época. Por eso las variaciones en su volumen y su distribución entre los grupos socio-profesionales parecen factores de primer orden en el desarrollo de las actividades; son indicadores de la evolución producida en la estructura de la propiedad de la tierra. El Cuadro 33 expresa el volumen y cambios en la posesión de ganado de labor entre 1751 y 1859, aunque para este último año desconozco el número de poseedores. La primera observación es la del crecimiento de los guarismos de conjunto. El ganado de labor creció hasta casi duplicarse (índice 181) entre el primer y el último año, pese a experimentar un retroceso notable como consecuencia de la guerra de la Independencia (índice 88). Un crecimiento acorde con el agrícola. La segunda observación plantea el desigual comportamiento del ganado vacuno y del equino. El número de bueyes de labor –siendo ya minoritario desde el inicio de la etapa-, decreció entre 1751 y 1789, durante el largo período de crecimiento sostenido de la población en general y de la población activa en 224 particular, para recuperarse levemente en la década final del XVIII y durante el primer tercio del XIX, pese a la guerra. En los tiempos difíciles de fin de siglo, algún labrador habría vuelto al buey por su menor coste de adquisición y mantenimiento frente al ganado mular. En el vacuno, además, el índice de las unidades desciende más que el de los poseedores, lo que indica un retroceso progresivo en la capacidad para adquirirlo entre quienes se sirven de este tipo de ayuda. Se reduce así el tradicional laboreo que aprecia las labores más profundas aunque efectuadas con mayor lentitud. Cuadro 33 GANADO DE LABOR EN FRAGA. 1751-1859 índice* 254 105 469 112 548 124 1.082 134 1803 18 49 40 45 184 112 558 188 280 116 552 131 482 109 1.150 143 1819 16 12 14 141 85 401 135 196 343 1832 17 46 34 39 319 193 650 219 308 128 537 128 1859 ¿? ¿? 12 14 272 ¿? 81 295 70 ¿? 637 152 índice* unidades poseedores 197 índice* 280 170 584 índice* 33 índice* 1789 14 38 29 índice* 100 índice* 443 100 805 índice* 241 100 420 100 ¿? 807 unidades poseedores TOTALES 100 ¿? unidades poseedores caballerías mayores caballerías menores 1751 37 100 88 100 165 100 297 6 unidades bueyes poseedores año 77 708 88 644 145 1.221 152 ¿? ¿? 1.456 181 *Índice 1751=100. Las caballerías mayores incluyen caballos, yeguas, mulas y mulos. Las caballerías menores incluyen burros y burras (jumentos y jumentas en las fuentes). En cambio, el polo opuesto lo expresa el grupo de las caballerías mayores y dentro de él, el aumento espectacular de las mulas. Su introducción es anterior a la etapa y a mediados de siglo su número es ya considerable (casi trescientas unidades). Luego, en sólo cuarenta años su número se duplica, lo que es un buen indicador de la bonanza y aumento de la actividad agrícola. Su índice crece además por encima del de quienes las poseen, lo que está de acuerdo con una mayor capacidad de compra en un grupo reducido de labradores. Una circunstancia que se acentúa durante lo que parece un claro giro en la coyuntura: entre 1789 y 1803 desciende el número de las unidades pero lo hace mucho más el de los poseedores. La capacidad de compra y mantenimiento se circunscribe ahora a un número todavía menor de poseedores. Otro indicio de que la crisis agrícola finisecular descapitaliza a los menos pudientes. Luego los desastres de la guerra acentúan la crisis hasta los guarismos mínimos. Superado el bache, una renovada e intensificada actividad agrícola y trajinera parece exigir nuevas inversiones en ganado de labor y de tiro, y el número de mulas crecerá sin cesar hasta mediados del siglo XIX. Los guarismos de las caballerías mayores y de quienes las poseen 225 marchan en la etapa al ritmo del crecimiento demográfico y por delante de los índices de la población activa. Su trayectoria conjunta expresa una recuperada y creciente capacidad de inversión en este medio de trabajo. Todavía otro rasgo acentúa el espectacular crecimiento de las caballerías mayores si lo comparamos con el de las caballerías menores (asnos y burras). Éstas aumentan también pero sólo en un 28% entre 1751 y 1832. Su incremento en ochenta años es por tanto escaso, aunque debamos descontar el efecto negativo de la guerra. Su menor precio y valoración catastral190 es sin embargo un buen exponente de lo que debió suponer el período de crisis finisecular hasta la guerra de la Independencia: fue entonces cuando más vecinos efectuaron más compras de este tipo de ganado hasta alcanzar el mayor índice de la etapa, frente al retroceso que experimentaron en el mismo período las caballerías mayores y el número de sus poseedores. Quienes necesitando ganado para el laboreo no podían comprar las mejores caballerías debieron conformarse entonces con las menos costosas. El de las caballerías menores constituye el mejor ejemplo de la descapitalización selectiva apreciable en el cuadro siguiente, en el que se compara el número de contribuyentes de cada catastro con el de poseedores de ganado, distribuyendo los vecinos en grupos de actividad económica: Cuadro 34 PORCENTAJE DE POSEEDORES DE GANADO DE LABOR POR GRUPO PROFESIONAL (por grupos profesionales) 75,0 486 350 72,0 41,9 129 27 20,9 83 62 74,7 695 442 63,6 1803 241 207 85,9 216 107 49,5 131 34 26,0 101 71 70,3 689 419 60,8 1819 241 202 83,8 303 101 33,3 111 22 19,8 48 64,9 729 373 51,2 1832 261 236 90,4 400 168 42,0 127 17 13,4 111 76 68,5 899 497 55,3 93 74 Grupo I: hacendados, labradores, ganaderos y apicultores. Grupo II: jornaleros y pastores. Grupo III: artesanos. Grupo IV: comerciantes, arrieros, profesiones liberales y servicios. (No se toman en consideración los animales en poder de eclesiásticos, de menores y contribuyentes de oficio desconocido). 226 % pos. / contrib. poseedores 18 poseedores contribuyentes 24 contribuyentes % pos. / contrib. 261 260 99,6 222 % pos. / contrib. poseedores 28,9 poseedores 22 contribuyentes 1789 TOTALES 76 poseedores 174 156 89,7 212 154 72,6 año contribuyentes 1751 GRUPO IV contribuyentes GRUPO III % pos. / contrib. GRUPO II % pos. / contrib. GRUPO I De forma global, el porcentaje de poseedores de ganado de labor fue en continuo retroceso respecto del número de contribuyentes durante la etapa. Fue una reducción considerable que pasó del 72% al 55%. La diversificación de la economía hacía menos necesaria su posesión para algunos grupos, al tiempo que disminuía la capacidad de otros para adquirirlos. El grupo de hacendados, labradores y ganaderos aumentan su posesión de ganado de labor durante la segunda mitad del Setecientos hasta la crisis finisecular, para superarla junto con el efecto bélico y situarse al final de la etapa en un porcentaje similar al inicial. En principio parece extraño que no todos los contribuyentes de este grupo posean ganado de labor. Pero el dato es explicable si se atiende a la dedicación principal de cada cual. En el caso de algún hacendado sin caballerías la explicación estriba en la contratación de jornaleros que las poseen, trasladándoles la carga de su mantenimiento durante el año, a cambio de satisfacerles un considerable jornal por aportarlas. En otros casos, quienes no declaran poseerlos en el catastro siendo labradores, pueden ser y de hecho he comprobado que son miembros de grupos domésticos formados por familias troncales, en las que hijos o yernos declaran poseer el ganado necesario para el laboreo conjunto de las tierras de sus padres o suegros y de las propias. El de los hacendados y labradores es el grupo con mayor estabilidad, sin señalarse apenas por mejoras sensibles o disminuciones en su capacidad de adquisición. En cambio, el retroceso en el grupo de los jornaleros y pastores es radical: del 72,6% que posee algún ganado de labor o de acarreo en 1751 se pasa al 42% al término de la etapa. Casi la mitad del grupo ha perdido la capacidad de mantenerlos y el complemento salarial derivado de su aporte ha de disminuir en consecuencia. Por otra parte, su menor posesión es coherente con la pérdida de tierra que sabemos experimenta su grupo. Lo que no podemos determinar es qué fue antes: perder la tierra o perder las caballerías con que trabajarla. Mientras, otros jornaleros –los menos- han mejorado su posición inicial, adquiriendo tierras en el monte y aumentando con ello el número de sus animales de labor. Con mayor intensidad, el retroceso se produce entre los artesanos, quienes minoran el grupo de poseedores a menos de la mitad de su porcentaje inicial, ya muy reducido. Muy pocos artesanos poseían ganado de labor o acarreo en 1751 y al término de la etapa sólo una exigua minoría disponía de él. El dato parece corroborar su progresiva y general dedicación a los respectivos oficios en detrimento de una anterior dedicación parcial al cultivo de pequeñas parcelas. Diferente imagen se percibe en el heterogéneo Grupo IV que integra desde los comerciantes a los empleados de servicios, a los profesionales liberales y a los arrieros. Su porcentaje es también ligeramente decreciente con el paso del tiempo, 227 pero se mantiene de principio a fin en cotas muy elevadas. Junto al aumento extraordinario de sus componentes, que se ha cuadruplicado, la mayoría siguen siendo poseedores de ganado de labor y principalmente de tiro. El mayor contingente en este grupo lo constituyen las recuas de caballerías menores y mayores adquiridas por los arrieros. Entre ellos, su posesión tiene poco que ver con el cultivo de la tierra y sí mucho con la comercialización de productos. Son ellos quienes confieren a su grupo el promedio de caballerías por contribuyente más elevado de entre todos los grupos, como puede apreciarse en el siguiente cuadro: Cuadro 35 RESES Y CABALLERÍAS DE LABOR POR CONTRIBUYENTE. 1751-1832 (reunidos en los grupos profesionales indicados abajo) ganado de labor unidades por contr. contribuyentes ganado de labor unidades por contr. contribuyentes ganado de labor unidades por contr. contribuyentes ganado de labor unidades por contr. TOTALES contribuyentes GRUPO IV unidades por contr. GRUPO III ganado de labor GRUPO II contribuyentes GRUPO I 1751 174 419 2,4 212 290 1,4 76 36 0,5 24 51 2,1 486 796 1,6 1789 261 648 2,5 222 140 0,6 129 41 0,3 83 233 2,8 695 1062 1,5 1803 241 576 2,4 216 192 0,9 131 46 0,4 101 291 2,9 689 1105 1,6 1819 241 415 1,7 303 138 0,5 111 34 0,3 74 120 1,6 729 707 1,0 1832 261 639 2,4 400 306 0,8 127 33 0,3 111 238 2,1 899 1216 1,4 es otra año Grupo Grupo Grupo Grupo I: hacendados, labradores, ganaderos y apicultores. II: jornaleros y pastores. III: artesanos. IV: comerciantes, arrieros, profesiones liberales y servicios. El promedio de unidades poseídas en cada grupo de las características diferenciales respecto de la posesión y el cultivo de la tierra. Los mayores hacendados suelen poseer hasta tres yuntas de bueyes y/o mulas, mientras los labradores más atrasados son dueños de una sola caballería (a veces incluso “menor”) y necesitan de la ayuda de otros vecinos “conjunters” para la labor estacional del arado. En algunos casos, el par de mulas se reparte incluso entre tres vecinos.191 Pero lo usual en el grupo es el par de mulas o bueyes, que se completa con un asno o una burra como animal de acarreo; estructura que se mantiene invariable a lo largo de toda la etapa con la excepción del período bélico. Jornaleros y artesanos, en cambio, explican el descenso global del indicador al final de la etapa. Más los primeros que los segundos ven disminuir su capacidad para adquirirlos, lo que para los jornaleros evidencia su retroceso en la posesión de 228 tierra y su mayor dificultad en la consecución de jornales por su aporte, y entre los artesanos su uso casi exclusivo como animales de acarreo. Globalmente, durante el siglo XVIII los fragatinos demuestran capacidad para incrementar los medios de trabajo animal al unísono con el aumento de la tierra cultivada y el crecimiento de la población. Capacidad que supera con rapidez las dificultades de la crisis finisecular y el desastre de la guerra, para encarar el XIX con similar ritmo de crecimiento que en la etapa de bonanza de la segunda mitad del Setecientos. Con todo, la posesión de caballerías se polariza como ocurrió con la tierra, convirtiendo en residual la de jornaleros y artesanos, mientras mantiene la de los labradores y acrecienta la potencia trajinera de los arrieros. La mula desbanca definitivamente al buey y crece el número de poseedores que manifiestan una menor capacidad de adquisición debiendo servirse de ganado “menor” en sustitución parcial del “mayor”. Los regímenes de tenencia de la tierra. En Fraga, como en todas partes, la tierra es poseída en condiciones de explotación diversas. Hemos visto cómo en su mayor parte el término municipal se configura como un vasto territorio de monte llano dedicado al aprovechamiento comunal junto a una buena parte del mismo reservada a pastizales. Hemos calibrado la posesión, concesión, expansión, desamortización y legitimación de la tierra cultivada, así como la polarización progresiva de su explotación y del aporte animal. Corresponde ahora analizar los diferentes sistemas de tenencia de la tierra, tanto en el secano como en el regadío. Apenas aparecen en las fuentes fincas de secano cedidas en cultivo a terceros. Son casi siempre sus propietarios quienes las explotan directamente. Cuando se ceden, la fórmula común es la aparcería, con la denominación concreta de “a terratge”, en probable conexión creciente con la tierra concedida a los mayores contribuyentes. Ellos serán propietarios directos y otros acudirán a la explotación de sus fincas a cambio de una parte de la cosecha. 192 La primera ocasión en que se documenta la tenencia de tierra “a terraje” en Fraga guarda relación con el “derecho del noveno” o “novenera” que algunos vecinos debían pagar al Rey anualmente por haberles cedido el Monarca el usufructo de las tierras que expropió a los moriscos fragatinos con motivo de su expulsión. En algunas partidas del monte (la partida “de moros” en Litera y en la partida Baja) y en menor extensión en varias partidas de la huerta, los vecinos cristianos cultivaron desde entonces aquella serie de masadas y parcelas “sobre las que se echó el Rey”.193 Una apropiación que el profesor Colás extiende al realengo 229 aragonés con la expresión: “el rey las confiscó”.194 En adelante, las antiguas tierras de moriscos no pagarían diezmo a la Iglesia y sí el “Noveno Real”. La posterior recaudación de ese derecho por parte del ayuntamiento se fundamenta en que la villa, -“por evitar un litigio”-, compró “el útil” al Rey a fines del siglo XVII por 50 libras jaquesas anuales de treudo perpetuo 195 (por eso se llaman “heredades redimidas”), y desde entonces arrienda a terceros o administra el “Noveno Real” que le satisfacen los particulares, no sin disputa con el obispo de Lérida, que pretende cobrarles diezmo.196 Su cobro se mantuvo en discordia sobre heredades concretas durante la primera mitad del siglo XVIII hasta que, en 1756, con motivo del “establecimiento en cultivo” de nuevas masadas en la partida “de Moros” y después de un nuevo litigio entre ayuntamiento y obispo de Lérida, ambas instituciones llegan a un acuerdo sobre las fincas exentas del diezmo eclesiástico y sujetas a la novenera, que pagarán desde entonces sin discusión.197 Durante el propio siglo XVII conocemos otros casos de este tipo de contrato. Por ejemplo, cuando en 1663 el dueño de una masada reclama al cultivador el “derecho de novenera” por la tierra que le tiene cedida “a terraje”. Tres años más tarde se documentan otras fincas cedidas a cinco “terrajeros”. 198 De nuevo en 1698 el convento de trinitarios aporta documentos ante la Audiencia en Zaragoza sobre tierras de su propiedad que ha tenido “arrendadas a terraje” en diversas ocasiones.199 Dentro ya del XVIII, en 1716, a propósito de la nueva concordia establecida entre Fraga y Caspe sobre las tierras de Valdurrios, se especifica que sus terratenientes deberán tomar como mínimo ocho cahizadas de tierra, aunque luego podrán “subarrendar” parte de ellas “a terraje”. 200 También entre vecinos aparecen fincas cedidas por los propietarios útiles en subarriendo mediante este contrato de aparcería.201 Entrado el siglo XIX, se mantiene esta figura contractual y en varios ejemplos de masadas propiedad de los conventos de trinitarios y de agustinos se detalla que sus arrendatarios pagan por su explotación “el noveno de los frutos recogidos”.202 Una proporción que parece la habitual cuando, en 1790, se aseguraba que el cultivador a terraje debía entregar de nueve partes de la cosecha una “como es costumbre general en este pueblo”. 203 Y en fecha tan tardía como la de 1860 se documenta de nuevo este tipo de contrato cuando el administrador de don Francisco Monfort afirma que él mismo ha sido durante años el encargado de recoger “el arriendo o terraje” de los cultivadores de las fincas de su amo.204 De acuerdo con estos datos, el terraje sería una forma de arriendo en especie o de aparcería, temporal pero de larga duración, sustanciado en Fraga habitualmente en la décima parte de la producción y anterior a los arriendos de corta duración concertados en dinero. 230 Con todo, la entrega del “noveno de frutos” no era la única fórmula en Fraga. En ocasiones, la porción de frutos entregada al arrendador es superior. Constan acuerdos en los que el terraje se establece “al siete” o “al seis”; es decir una parte para el cedente de la tierra y siete o seis para el usufructuario. Incluso debió ser usual la cesión “al tercio” y “al cuarto”, puesto que, cuando aparecen estas condiciones, se explica que se establecen también “al estilo del país”. Cuando se utiliza la expresión “terrajeros a medias”, el régimen parece corresponderse ya con el sistema de aparcería denominado “mediería” o cultivo “mediante medieros”, de permanente vigencia en Fraga hasta hoy. 205 Es el modelo de aparcería descrito por Ignacio de Asso para Jaca y otros lugares de Aragón a fines del Setecientos206 o el propuesto por Pierre Vilar como mayoritario en Cataluña durante el siglo XVIII, y que suponía “un canon que solía abarcar siempre la mitad de las cosechas”.207 Mayoritariamente, cuando las fuentes hablan de tierra trabajada “a medias” se trata de fincas de regadío, donde el rendimiento de los cultivos es muy superior al del secano y donde el cedente puede exigir mayor parte de frutos. El mediero pone su fuerza de trabajo y la de sus animales y la mitad o todos los gastos de explotación, además de otras compensaciones no reconocidas. Lo usual era poner la mitad de la simiente cada uno y después repartir a partes iguales la cosecha de cereales y el resto de los frutos, excepto la paja, que le corresponde toda al mediero por pagar la siega y trillar. Alguna vez, el conjunto del acuerdo es “confidencial” (sin declaración catastral ni documento notarial) con el fin de que la contribución la satisfaga el propietario.208 Sabemos con seguridad que se trata de terrenos de huerta, puesto que una de las cláusulas constantes estipula que el mediero debe “hacer” por su cuenta los escombros de acequias y brazales “como es costumbre en el país”. En algún caso el término mediero se hace equivalente al de “criado” u “hortelano”, signo de su establecimiento por largos períodos y de las múltiples variantes que el contrato, casi siempre “de palabra”, podía contener. * * * Frente a los dilatados contratos de aparcería en régimen de terraje o mediería, las fuentes proporcionan ejemplos de contratos de arriendo de corta duración. El de las fincas más extensas solía pasar por la notaría. Si acudimos a los escasos protocolos notariales conservados, las variantes recogidas en los contratos son muchas y suelen ajustarse, como es obvio, a las características de las fincas sobre las que se sustancian. En 1700, por ejemplo, un labrador arrienda a otro por cuatro años todas las tierras que posee, con las siguientes condiciones: 231 “1º, el propietario pone la semilla y retira en la cosecha la mitad de dicha semilla antes de partir a medias; 2º, el propietario debe dar un peón al arrendatario para la siembra y para la trilla; 3º, el arrendatario debe hacer la seda (hilarla), dando el propietario la semilla y hoja necesarias; 4º, el arrendatario debe cavar las viñas un año sin otro y se partirán el vino y el aceite a medias; 5º, debe labrar las tierras de cuatro rejas; 6º, en las tierras del monte debe pagar la novenera de lo que se cogiere, sin que pueda rastrojar excepto el último año del arriendo; 7º, el propietario deja al arrendatario un bancal de la huerta para que pueda sembrar cáñamo, franco; 8º, le deja otra faja en la que sólo podrá sembrar lino y judías; 9º, el propietario le cede casa franca; 10º, el arrendatario tiene obligación de labrar cinco días donde el propietario quiera, como no sean durante la siembra, trilla o en el mes de mayo; 11º, el propietario deja al arrendatario dos cahíces de huebra en el monte, con obligación de devolvérsela el último año tal como se la deja; 12º, toda la paja será para el arrendatario”.209 El contrato descrito se estipula tanto para tierras de huerta como para las de monte con diferentes condiciones en cada caso: a medias en el regadío y al noveno en el secano. Si no fuera porque se establece tan sólo para cuatro años, estaríamos ante un ejemplo de “masovería”, por proporcionar el propietario al arrendatario la casa para su habitación. Se trata de un arriendo a corto plazo, pero fijado todavía en especie, sujeto el arrendatario a la condición de terrajero en el monte y de mediero en la huerta. Ese mismo año, el convento de trinitarios arrienda a Valero Maira, de Torrente de Cinca, “una torre con todas las tierras, viñas, etc. situada entre dos acequias mayores (la de baix y la de Cantallops), por seis años, que debe entenderse como dos arriendos de tres años y no de otra manera, y comienza en este de 1700, con los pactos y condiciones siguientes”: “1º, el arrendatario debe sacar en los seis años tres cosechas de todos panes, quedando el primer año el vino a beneficio del arrendatario y el último a beneficio del convento; 2º, el arrendatario debe pagar el cequiaje y hacer las limpias de la acequia; 3º, si se rompe la acequia por causa del arrendatario, deberá repararla de su cuenta; 4º, debe cavar las viñas un año sin otro, y el año que se caven debe abocar trescientas cepas, pagando los granos al cuarto y el vino al tercio; 5º, el año que no hubiese de sembrar dichas huebras, habrá de arrobar cuatro días con sus mulas; 6º, así mismo le arriendan todas las tierras de secano, pagando de lo que se cogiere al séptimo y reservando para el convento tres cahíces de tierra del secano en el lugar que convenga a los trinitarios; 7º, el fiemo de las cabalgaduras debe quedarse en las tierras arrendadas; 8º, si siembra legumbres o cáñamo, sea rastrojo o barbecho, pagará de ello “a la novenera”; 9º, así mismo le arriendan por dicho tiempo las fajas que están contiguas a las casas del convento en Torrente, pagando al quinto de lo que se cogiere y trabajando en las márgenes veinticuatro días, repartidos en tres años, sufriendo el trabajo dicho arrendatario, carro y mulas”.210 En este caso, las condiciones del reparto son distintas para cada cultivo, además de repetirse el diferente trato entre tierras de secano y de regadío. Se 232 evidencia en sus cláusulas la búsqueda de un equilibrio en la negociación, entre la carga que debe soportar el arrendatario y la cuota de producción que le corresponde en cada caso. También aquí se cede la torre como vivienda del arrendatario, aunque sólo por el tiempo del arriendo. Pero, sobre todo, se toma la prevención de fijarlo por tiempo limitado –tres años repetibles- que aseguran el posible despido del arrendatario en caso de no cumplir las condiciones estipuladas. El ejemplo pone de manifiesto la cesión de las fincas sin la supervisión próxima del dueño sobre el arrendatario. En cambio, el siguiente ejemplo muestra la presencia casi constante del propietario en las labores y recogida de las cosechas. En el anterior, el dueño es un convento de religiosos que busca la renta de una finca que no enajenará en ningún caso, mientras en éste es un hidalgo que supervisa de cerca la que entrega en arriendo, procurando mejorarla al término del contrato: “Don Francisco Doménech Foradada, caballero infanzón, arrienda a Cosme Florenza, labrador, una heredad (de regadío) en la partida de Alcabón, por seis años, desde San Miguel de septiembre, con las condiciones siguientes”: “1º, deberá tratar la heredad conforme a buen labrador, no pudiendo sembrar dicha heredad sino de tres rejas ni rehuebrar cosa alguna sin licencia de su dueño; 2º, no pueda cortar rama de leña verde sin licencia; 3º, debe cavar las tiras de viña un año sin otro y podarlas todos los años, y si a su tiempo y lugar no estuvieren trabajadas y a satisfacción, pueda dicho arrendante hacerlas trabajar a expensas de dicho arrendatario; 4º, el arrendatario no pueda sembrar sino trigo y ordio, debiendo dar al dueño un tercio de lo que se cogiere en mies, entrando el arrendante por donde lo creyera conveniente en la heredad y tomando un dieciocheno, y luego el arrendatario dos dieciochenos; luego lo llevarán a la era y lo trillará el arrendatario con la ayuda de un peón puesto a cargo del dueño; 5º, la hoja (de morera) quedará siempre a beneficio del dueño; 6º, las uvas e higos quedan a beneficio del arrendatario con tal que haya de cuidar las tiras que el arrendante plante, cavándolas dos veces cada año, podándolas y entrecavándolas seis veces desde mayo a septiembre y regarlas todos los años; 7º, el arrendante se obliga a no darlas a otro por más ni menos precio”. Es decir, el dueño está muy cerca del usufructuario, a quien casi considera su criado, a cambio de darle mayor cuota de cereal y de otros productos que a un mediero. Al dueño no le interesa tanto la producción como la tierra. El ‘criado’ por su parte ajusta el trato temeroso de que ‘el amo’ pueda echarle si no trabaja según lo acordado y por eso exige con claridad la cláusula de no rescisión anticipada. Al año siguiente, el mismo hidalgo arrienda a dos labradores de Torrente de Cinca sus masadas del monte por seis años con los pactos siguientes: “1º, el arrendante dará dos pares de bueyes a los arrendatarios para el cultivo de las tierras y al cabo del arriendo volverán a su poder; 2º, si algún buey muere por culpa de los arrendatarios, deberán pagarlo al arrendante; 3º, el arrendante debe entregar dos aladros (arados) y un jubo (yugo) a los arrendatarios, quienes deben restituirlos al final 233 del arriendo; 4º, el arrendante prestará a los arrendatarios el trigo que necesiten para la sementera al precio que tenga en mayo y el ordio al precio que tenga en marzo. Los arrendatarios deberán devolverle el trigo en la era; 5º, no podrán sembrar si no es en huebras hechas con tres rejas, a uso de buen labrador; 6º, los bueyes deberán de labrar continuamente, y si se pierde alguna huebra por descuido deban restituirla al arrendante; 7º, se partirá la mies un tercio para el arrendante, entrando en el campo por donde quiera, y coja un dieciocheno, y así hasta recoger toda la mies”. En ambos casos el arrendador, don Francisco Doménech, es un infanzón hacendado que cuenta con los animales, aperos y simientes necesarios para el trabajo de sus fincas. Está en disposición de anticipar toda la inversión. Su estatus le impide trabajarlas por sí mismo y las administra casi directamente, cediéndolas a ‘labradores’ que en realidad son jornaleros sin caballerías ni aperos. Siguen pareciendo más criados que medieros o terrajeros. Don Francisco es desde luego un terrateniente abocado a la comercialización de su cuota de producción. En los protocolos notariales de principios del siglo XVIII predominan los arriendos en especie aunque alguno se contrata ya mediante pago en dinero. 211 Con el paso de los años los acordados en metálico se convierten en el modo principal, aunque se mantiene el régimen en especie 212 y se conservan referencias de contratos mixtos. En 1803 por ejemplo, don Agustín Altés y Llop, presbítero beneficiado de la iglesia parroquial de Nonaspe, (obtentor actual en Fraga de la capellanía fundada por don Gaspar Soler y Carví) arrienda la conocida como “Torre de Perisanz” en favor de Antonio Baquer Barrafón y de Josefa Faure, cónyuges y vecinos de Fraga, con los pactos siguientes: “1º, se arrienda por ocho años y por precio de 266 libras jaquesas anuales; 2º, el arriendo se pagará en dos pagas iguales en moneda de oro; 3º, los arrendatarios pagarán además cuatro fanegas de judías blancas, una arroba de cáñamo esgramado y limpio y una arroba de higos blancos; 4º, pagarán también dos cargas de uvas a elegir por el arrendador y además seis cántaros de mosto; 5º, el otorgante podrá entrar y salir en la torre siempre y cuando le parezca, pudiendo coger los frutos y hortalizas que en ella hubiere, tan solo los necesarios para comer los días que estuviese en dicha torre; 6º, los arrendatarios deben hacer las limpias de la acequia y brazales; 7º, cada año deben plantar dos docenas de árboles frutales y todos los árboles morerales que el otorgante les entregue; 8º, no puedan extraer el estiércol producido en la torre; 9º, deben plantar de viña todas las partes que se titulan por tal; 13º, el último año deben dejar libres la mitad de las tierras”.213 Al presbítero beneficiado le interesa la renta en metal seguro y sólo como ayuda al consumo de su casa pide partes de frutos a sus arrendatarios. Mosén Altés es forastero y no quiere preocuparse de la insegura producción de su finca y sí tan sólo de mantenerla en buenas condiciones y libre para su recreo cuando visite 234 Fraga. Al contrario que el hidalgo Doménech, el sacerdote sería el típico propietario absentista y rentista, aunque mantiene cierto contacto con la tierra. Con mayor propiedad deben calificarse de absentistas otros ejemplos observados en la documentación. Es el caso del capellán de la capellanía fundada en el siglo XVII por el testamento de doña Francisca Soler (capellanía de Lissa) y de quien ni siquiera sabemos su nombre. El capellán tiene su tierra cedida en arriendo al notario domiciliado en Fraga, don Miguel Bodón y Maicas. En 1703 Bodón subarrienda la finca (conocida como torre del Almarjal, cercana al poblado rural de Miralsot) a José Borrás y Esperanza Rubira, cónyuges, por tiempo de diez años, debiendo darle cada año trece cahíces de trigo en el mes de agosto. También el notario Bodón ha entrado en el ámbito de la comercialización de cereales. El arriendo se hace con la contrapartida de una comanda de 118 cahíces de trigo a la que se obliga el matrimonio en favor de Bodón, quien se compromete a no usar de dicha comanda si no es por falta de pago del arriendo.214 Desconozco lo que Bodón paga al capellán por el arriendo de su finca, pero vemos con claridad que el notario la utiliza como medio para conseguir un fin: obtener beneficio con el tráfico del trigo que deben entregarle. No es comerciante de oficio, sólo trafica y presta, puesto que su comanda probablemente suponga un interés encubierto. Tanto el capellán como el primer arrendatario, Bodón, serían exponentes claros del propietario y del arrendatario absentista, despreocupados totalmente de la finca que trabaja el subarrendatario. En otros casos, el grado de absentismo se mitiga por la atención directa que el primer arrendatario presta al cultivo. En 1796, el infanzón don Jacinto Cabiedes Gilbert, en otro tiempo domiciliado en Fraga, luego en Monzón y ahora vecino de Sariñena, arrienda a otro infanzón vecino de Fraga, don Vicente Monfort, la heredad vinculada que posee en la partida de Miralsot de 270 fanegas, con su torre, por seis años y precio anual de noventa libras, con las condiciones siguientes: Monfort debe limpiar la almenara y los brazales de la finca, debe limpiar, podar y cavar la viña y trabajar las tierras de la heredad, quedando para él todos los frutos, huebra, vino y hoja (de morera). Naturalmente el infanzón Monfort no va a trabajar la tierra directamente. La administrará mediante criados y braceros o dará partes de ella en subarriendo a diferentes labradores. En este caso, el propietario es desde luego absentista; pero el primer arrendatario controla muy de cerca la explotación de la finca y no puede ser considerado como tal.215 En cualquier caso –absentistas o no- los ejemplos anteriores permiten observar el fenómeno del subarriendo como usual en Fraga entre los infanzones locales y los oriundos forasteros junto a los eclesiásticos. Un duro régimen de explotación que debió hacerse frecuente en el ámbito estatal, hasta el punto de 235 obligar al Consejo de Castilla a prohibirlo. En 1768 se recibe en ayuntamiento una Real orden en la que se indica: “El Consejo ha resuelto se prohíban en todo el Reyno los mencionados subarriendos como medio de precisa incidencia al fomento de los labradores de menor caudal, ya que se ha hecho patente la decadencia que padece la agricultura con motivo de que los labradores o Hacendados poderosos tenían en arrendamiento crecido número de fanegas de tierra de forma que, haciendo un estanco, o grangería de todas tierras, se quedan con las mejores y subarriendan a los infelices o menos poderosos aquellas porciones de inferior calidad, recargándoles la contribución, en tal conformidad que muchas veces sucede sacar orras las tierras que labran”. Bajo uno u otro sistema de explotación, de forma general, vemos cómo la opción al arriendo corto se extiende, y la renta se reparte entre los diferentes grupos sociales: el propietario directo, (religioso o seglar), el arrendatario y los subarrendatarios (labrador, mediero o jornalero), junto a grupos ajenos en principio al cultivo, como los funcionarios públicos, las profesiones liberales o las capellanías y cofradías. Cada cual, en proporciones distintas, recibe una parte de la renta bajo presupuestos también distintos: la propia titularidad, el aporte del capital de inversión, la participación en el riesgo o la autoexplotación del grupo doméstico. Conforme avanza el siglo vemos más tierras de titulares ausentes, de infanzones, de instituciones religiosas o de beneficencia, de comerciantes y funcionarios en manos de arrendatarios labradores, medieros y jornaleros. Unos poseen la tierra y otros la trabajan. Los efectos de su desigual distribución se acentúan con la detracción de parte de su renta, en manos ajenas al cultivo. Como afirmó Margarita Ortega al estudiar la conflictividad rural en el siglo XVIII, “la situación social y económica de buena parte del campesinado venía condicionada por su condición de arrendatario o de aparcero; el ‘cómo’ se explotaba la propiedad de la tierra era el elemento determinante de la mayor prosperidad o miseria del campesinado”. 216 Aunque los catastros no suelen especificar los arriendos de tierras, atisbamos su verdadero alcance a través de los libros preparatorios para la confección del de 1786. Los peritos detallan ese año las utilidades asignadas por fanega de tierra a cada contribuyente y la utilidad anual de las fincas arrendadas por sus propietarios. De su análisis se desprende que ninguna finca de ninguna partida del monte aparece dada en arriendo, lo que parece indicar que las tierras “a terraje” no son consideradas como oficialmente “arrendadas”, por lo que la contribución recaerá sobre el propietario directo. Es una condición importante: la obligación de pagar la Única Contribución podría hacer desistir a algunos pequeños labradores y más a jornaleros sin tierra. Si no hay cosecha, el terrajero pierde su trabajo, pero no ha de pagar un tributo para el que no dispone de efectivo. 236 La situación es distinta en la huerta: más del 7% de las fincas están dadas en arriendo. El documento recoge 103 fincas arrendadas (88 campos abiertos y 15 huertos) en la mayoría de las partidas de la huerta vieja, por un montante global de 12.030 reales de plata anuales (22.640 reales de vellón), pagaderos en metálico, y sólo otras dos constan como arrendadas en especie, una por “nueve libras de seda en rama” y otra por “cinco cahíces de trigo al año”. Por grupos sociales, quienes las ceden son 34 arrendadores del Estado Llano (comerciantes, labradores, viudas y menores) con 40 fincas de las que obtienen el 24,5% de la renta total arrendada ese año en el municipio. Otro 30,8% de la renta corresponde a los 17 eclesiásticos particulares, instituciones religiosas y de beneficencia que arriendan 29 fincas (de las cuales 3 son huertos). Además de los anteriores, la mayor parte de la renta –el 37,5%- va a manos de los diez infanzones que arriendan 24 fincas (siete de ellas huertos). Finalmente, una porción residual de la renta –el 7,2%- queda para otros diez forasteros oriundos con otras tantas fincas arrendadas (tres de ellas huertos).217 Es innegable por tanto que el recurso al arriendo corto, de pago en metálico, es una realidad ya arraigada en Fraga a fines del siglo XVIII y las dificultades coyunturales próximas y crecientes serán causa de “la infelicidad y el miedo que el trabajador siente al saber que transcurridos los cuatro años de contrato, su trabajo empleado en abonar y limpiar la tierra encarecerán el nuevo contrato, al que solo un poderoso u otro labrador podrá tener acceso”. 218 Un temor advertido ya por los propios contemporáneos ilustrados: hacia 1750, Campomanes protestaba la proliferación de los arriendos cortos argumentando que “los bienes arrendados suelen estar a un precio de renta muy grande y tienen la facultad los dueños de mudar de inquilinos. Con esto el arrendatario no toma cariño a la agricultura, no planta ni beneficia la tierra más que para su cosecha, con miedo de que si mejora en ella no se la quite el dueño o aumente el precio”.219 Por otra parte, el arriendo en metálico puede ser en ocasiones el resultado de una operación más compleja que el simple acuerdo entre un propietario directo y un usufructuario. Puede ocurrir y ocurre que el propietario directo de una heredad, acuciado por la necesidad, la vende “a carta de gracia”, es decir, con la esperanza de recuperarla algún día si es capaz de devolver el precio cobrado por su venta. A continuación, el nuevo propietario arrienda la misma heredad al vendedor, que se convierte así en arrendatario de su antigua finca. Es lo que sucedía, por ejemplo, entre 1771 y 1775, cuando el capellán de la capellanía de Dionisio Tremps y Montañana compraba ante el notario don Urbano Catalán nada menos que seis heredades en la huerta, con 80 fanegas de extensión, a otros tantos labradores por un precio total de 2.250 libras. Acto seguido, se las arrendaba a sus antiguos 237 propietarios por una renta anual de 95 libras. De este modo, el capellán invertía su capital, obtenía por él un interés superior al 4%, (los censales daban ya sólo un 3% anual) y mantenía abierta la posibilidad de recuperar el principal a largo plazo si los nuevos arrendatarios podían algún día ejercer el derecho de retro compra. 220 Su inversión alteraba la estructura de la propiedad y detraía nuevas rentas a sus cultivadores directos. * * * Además del terraje de larga duración, los descritos hasta aquí son regímenes de tenencia en arriendo de mayor o menor duración –entre 3 y 10 años- con final cierto. En cambio, otros regímenes suponían la cesión permanente de la tierra en manos de un tercero. Eran las tierras dadas tradicionalmente “a censo”; censos que pueden ser de dos tipos: enfitéuticos y reservativos. Dos figuras jurídicas difíciles de diferenciar en la documentación consultada, máxime cuando aparecen de forma indiferenciada junto a los censos consignativos, también conocidos como censal mort en Fraga y su entorno (o “censo gracioso” en Aragón). 221 Aunque indiferenciadas en la fuente local, se trata de tres figuras contractuales distintas. Aunque las tres exigen el pago de una renta, pensión anual o “censo”, en los bienes impuestos con censo enfitéutico o reservativo el “censualista” es en origen el propietario eminente o directo de la tierra y el “censatario” adquiere la propiedad útil en el primer tipo y ambos dominios en el segundo. En cambio, cuando se trata de tierras sujetas a censo consignativo o censal, el propietario directo es el propio explotador o poseedor (el censatario), mientras el censualista, -que cede un capital-, adquiere por el contrato censal un derecho sobre la tierra estipulado también en una pensión anual –el “censo”-, cuyo pago suele garantizarse mediante hipoteca del propio bien o la de “todos los bienes” del censatario. Una condición que permitirá al censualista, si no se satisfacen con prontitud las pensiones, quedarse con el bien, pasar a ser su nuevo propietario directo, y poder cederlo a su antiguo dueño o a un tercero, que ahora accederá al bien sólo como propietario útil. Es decir, aunque muchas parcelas de huerta aparecen catastradas a nombre de determinados contribuyentes, en realidad su posesión puede ser precaria, y se halla sujeta a los vaivenes de la coyuntura que les permitirá o impedirá satisfacer las pensiones año tras año. Con este régimen de tenencia, muchos labradores permanecen sujetos a la voluntad de un pequeño grupo de familias e instituciones religiosas que pueden incrementar periódicamente el monto de sus propiedades raíces si su interés les lleva a ello, o incrementar su renta (sobre todo en coyunturas de crecimiento de los precios), o limitarse al cobro 238 regular de las pensiones sin preocuparse del bien en sí como ya observaron para el ámbito general Ángela Atienza y Carlos Forcadell.222 Por otra parte, el de las tierras sujetas a censo es un mecanismo de obtención de renta en permanente traspaso entre individuos y grupos. Los censos se traspasan y venden con facilidad. Las ventas ‘a carta de gracia’ se producen entre pequeños labradores que se hunden y otros que se rehacen o afincan. La reunificación de patrimonios por la vía del heredero-heredera, por capítulos matrimoniales y por dotes salva la posesión de la tierra pero puede acumular censos y censales. Si el cultivo de la tierra a partes de frutos (aparcería, medieros) implicaba un incremento de la autoexplotación para algunos pequeños labradores y jornaleros, su endeudamiento continuará profundizándola: será preciso trabajar más o movilizar más recursos para enfrentar el nuevo pago.223 Incluso aún cuando el rédito censal disminuye del 5 al 3%. Pongamos un ejemplo. En 1749, el labrador Miguel Sansón cede “a censo reservativo”, con carta de gracia de poderla recuperar, una heredad de 13 fanegas situada en la huerta vieja a otro labrador, José Cabrera, por precio de 121 libras y pensión anual de 121 sueldos (al 5% vigente en Aragón entonces). Naturalmente Cabrera no paga ningún precio por la tierra y tan sólo satisfará las pensiones mientras pueda. Como garantía del pago anual ha debido hipotecar la propia heredad, otra parcela de huerta de su propiedad, una masada de 30 cahíces en Litera y otros bienes que posee en el vecino pueblo de Serós. Posiblemente son todos sus bienes. Ha aumentado su patrimonio a cambio de endeudarse. Con el transcurso de los años Cabrera divide la finca en dos y la transmite por herencia a sus herederos y estos a los suyos en 1791. Similar camino sigue el derecho a la pensión, transmitida por mitades a otros dos herederos del antiguo dueño de la tierra, Sansón: 36 sueldos y 5 dineros cada mitad, al 3%, desde la sujeción de la Corona de Aragón a este tipo de rédito por la Real Pragmática de 9 de julio de 1750. Es decir, la pensión funciona al margen de la tierra, como si de una pensión ‘censal’ se tratase, aunque en origen el traspaso del bien supuso un censo reservativo. (A veces se indican como “venta de tierra a censal”). La distinción entre ambas fórmulas jurídicas se desdibuja y la fuente fiscal no las distingue. Se trata sólo de pensiones que unos cobran como “censos a favor” y otros deben como “censos en contra”. Así se indica en todos los catastros. Más adelante, en 1802, uno de los dos censualistas traspasa “por necesidad” su mitad de la pensión al infanzón Joaquín Monfort Martínez, quien paga 60 libras por el título de cesión y cobrará en adelante las pensiones. Finalmente, en el testamento de don Vicente Monfort Badía, -hijo y heredero del anterior-, esta parte 239 del censo originario es cedida al hospital de Fraga en 1815 como un “censal” que incrementa sus rentas.224 El ejemplo permite varias observaciones: el primer vendedor de la tierra debió hacerlo por algún tipo de necesidad que le obligaba a desprenderse de ella. El comprador inicial aumentaba con ello sus posesiones, pero las cargaba con una pensión anual, tal vez difícil de pagar en coyunturas adversas. Sus respectivos herederos, por dos generaciones sucesivas, mantuvieron título y carga sin contradicción, aunque con menor ingreso para el censualista y menor peso para el censatario, al reducirse el tipo de rédito al 3%. Más tarde, la necesidad explícita obligará a uno de los censualistas a vender su pequeña renta a un infanzón y comerciante que no necesita de tierras, puesto que las tiene en abundancia, y sí invertir su capital circulante. Sólo el impago de las pensiones le ‘obligaría’ a quedarse con alguno de los bienes hipotecados. Su heredero acumulará ésta a otras pensiones, y la preocupación por su alma en el umbral de la muerte le aconsejará mostrarse generoso con el hospital de pobres y enfermos. El censo ha pasado en sesenta y seis años por cinco titulares. Su renta ha salido siempre de la tierra y la han absorbido primero varias familias labradoras, luego dos infanzones y finalmente una institución de caridad. La tierra ha permanecido en manos labradoras; la renta ha circulado entre distintos grupos sociales e instituciones. Si como aproximación a la estructura censal de fines del XVIII se toman los datos del catastro de 1786, las conclusiones serían las siguientes: el número de censatarios de este documento es elevado, aunque no especifican el bien concreto sobre el que están impuestos las pensiones que pagan; arriendos y censos coexisten a fines del siglo XVIII aunque no son similares, puesto que las fincas arrendadas son sólo el 7% del total mientras las sujetas a censo sobrepasan el 20% (Peiró señala sólo un 3,5% en la huerta de Zaragoza);225 vemos, en cambio, que la cuantía monetaria de los arriendos es mayor que la de los censos por referirse a fincas de mayor envergadura media. Y, finalmente, también es distinta la categoría social de los titulares: la mayor parte de la renta obtenida por el sistema de arriendo va a manos del grupo infanzón, mientras la renta censaria, con diferencia, está en manos eclesiásticas. Por su modalidad de renta, los infanzones hacendados anticipan el futuro próximo, mientras los eclesiásticos permanecen anclados en el pasado, con un tipo de rentabilidad decreciente. Arriendo y censo, como formas de tenencia de la tierra, descubren que la estructura de la propiedad descrita más arriba debe escorarse en realidad en beneficio de infanzones y eclesiásticos, por ser estos grupos quienes más arriendan o son censualistas de fincas catastradas a nombre de sus usufructuarios. En ambos regímenes la principal característica es la variabilidad del poseedor, su fragilidad en 240 la posesión, pese a la legislación ilustrada que pretendía favorecerle, “como medio de contener el descenso de la producción y de evitar el despojo y la sobreexplotación del campesino”;226 fragilidad que acrecentaría su crudeza con las disposiciones introducidas por el régimen liberal.227 Tanto al principio como al final de la etapa son numerosos los cambios de poseedor no derivados de transmisiones familiares: a su inicio, en sólo una década –entre 1715 y 1725-, han perdido alguna o todas sus parcelas casi una cuarta parte de los poseedores de la huerta vieja; otros cargan ahora con sus pensiones censales y, al mismo tiempo, nuevos pequeños usufructuarios se añaden a la lista de censatarios.228 Cien años después, el apéndice al catastro de 1819 (válido hasta el confeccionado en 1832) proporciona similar información para la década de los años veinte, ahora en todo tipo de tierras: en la huerta vieja la variación alcanza el 14% del total de parcelas, en la huerta nueva el 13,3% y sólo el 8,3% en las masadas del monte.229 La variabilidad se produce en todos los tipos de tierra cultivada y en todo momento. El único cambio significativo en la etapa es la disminución de parcelas sujetas a censo: mientras se mantienen en la huerta vieja, casi no aparecen en la nueva y son inexistentes en el monte. En sus rasgos generales, una situación similar a la descrita para otras poblaciones del entorno, aunque no podamos comparar volúmenes o porcentajes.230 Una forma de tenencia prolongada hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando se produzca el proceso de redención censal. Veamos a continuación en qué medida las diversas coyunturas del período pudieron incidir en esa fragilidad. 2.2.6 La coyuntura secular. Fraga en el contexto general. A título de ejemplo, comenzaré con un momento significativo en la estrecha dependencia del fragatino respecto de la tierra. Corría el año 1716. La nueva ciudad intentaba superar ayuntamiento se los efectos afanaba en perniciosos clarificar el de la nuevo guerra de organigrama Sucesión. de Su gobierno sobrevenido con la Nueva Planta, así como en recuperar el pulso financiero de la propia institución y el económico de los vecinos en general, y para ello estaba dispuesto a tomar medidas drásticas. En sesión ordinaria, el consistorio ordenaba vender a pública candela “pedazos de tierras” de aquellos vecinos a quienes no les hubieran quedado hijos ni descendientes, para pagar los préstamos de trigo que la ciudad les había hecho entre los años de 1701 y la guerra. 231 Se habían conjugado aquellos años los cuatro jinetes del Apocalipsis: la escasez y el hambre que obligaron a pedir el préstamo, junto a la guerra con su secuela de enfermedad y 241 muerte –en “hijos y descendientes”- que adelgazaron finalmente los grupos domésticos. Circunstancias que obligaban al ayuntamiento a incidir en la redistribución de la posesión de la tierra en favor de los supervivientes con vocación clara de acudir a su subsistencia. Un ocasional pero sangrante ejemplo de la influencia de la coyuntura general sobre la estructura local de la propiedad agrícola. La situación no volvería a repetirse durante el siglo. El azote de la guerra no volvería a ser factor negativo respecto del crecimiento de la población y de la producción o motivo de cambio en la estructura agraria hasta la guerra contra la Convención francesa y la posterior de la Independencia. Las razones del intermitente freno a dichos crecimientos hay que buscarlas por tanto en factores como las epidemias o el hambre: las hambrunas y sus secuelas causadas por las malas cosechas, la escasez y la carestía. Una coyuntura agrícola cambiante que afectará de modo desigual a unos y otros, con mayor frecuencia aunque con menor alarma social que la derivada de las epidemias. Lo hemos intuido ya en las inundaciones de la huerta que recortan la extensión cultivada. Pero junto a las riadas, la sequía o el viento, el frío, la niebla, el granizo, las plagas y otros mil contratiempos podían disminuir la producción, incrementar los precios o dejar a jornaleros y artesanos sin medios de producción y sin trabajo. Factores todos que perjudicaban la alimentación y la resistencia a las enfermedades, con lo que las variables demográficas -nacer, casarse, reproducirse y morir- acentuaban periódicamente sus valores adversos. Para el contexto estatal, Domínguez Ortiz realizó una estimación global de la coyuntura agrícola del siglo XVIII en el que su primer tercio habría sido, en conjunto, favorable, como ya lo habían sido los últimos años del XVII. “Luego – sigue- llegaron peores cosechas en la década de 1730 a 1740, seguidas de un decenio más favorable entre 1740 y 1750, mientras el de 1750-60 sufriría oscilaciones tremendas”. Y añade: “parece que la segunda mitad del siglo inició una etapa de cambio climático en la que... Aragón atravesó una crisis especialmente grave en 1754”. En comparación con este último decenio, en las décadas comprendidas entre 1760 y 1780, la falta de cosechas no tendría especial gravedad, mientras los dos últimos decenios del siglo volvieron a presentar violentas fluctuaciones “...llegándose en 1804 a un hambre y esterilidad más desastrosas que cuanto conoció el siglo anterior”. 232 Pero, al mismo tiempo, este mismo autor señalaba cómo “...cuando en la segunda mitad del siglo XVIII se produjo la gran subida de los precios agrícolas, muchas casas que hasta entonces habían vivido con apuros vieron su situación completamente despejada”. 233 Naturalmente, los autores analizan y proporcionan noticias sobre la coyuntura acordes con la óptica de sus investigaciones. Sus apreciaciones parecen 242 a veces converger y otras divergir de las de otros, cuando en realidad lo que ocurre es que consecuencias diferentes son aplicables a colectivos distintos. En el contexto regional aragonés se han descrito períodos de carestía y escasez de cosechas que permiten interpretar la coyuntura agrícola desde el ángulo del incremento de las rentas: Gómez Zorraquino, por ejemplo, lo hace para la etapa 1754-1774 y la de 1790-1808 con alza continua de precios y fuertes oscilaciones de las cosechas, haciendo hincapié en el beneficio que ello suponía “para los perceptores de rentas de la tierra, que veían la posibilidad de renovar los arrendamientos a precios cada vez más altos y observaban también la revalorización de sus propiedades”. 234 De forma más compleja, Pierre Vilar incidía en las múltiples caras de las crisis: “En la base (de la coyuntura) persiste la contradicción fundamental entre campesino y señor, campesino y diezmero, campesino y usurero. A cada crisis, el campesino pobre se convierte en vagabundo, engrosa las masas urbanas, pasa a ser fermento revolucionario... Entre campesinos pobres periódicamente arrojados a la desesperación y dirigentes fieles a las viejas normas -caridad prudente y policía dura- surgen las líneas maestras de una nueva clase: campesinos ricos, arrendatarios de derechos, funcionarios especuladores, acaparadores, comerciantes, para los que el dinero es un fin, la libertad un medio y el acceso al poder social un proyecto confuso”.235 Es decir, las crisis perjudican a unos y favorecen a otros. La visión de Vilar sobre la coyuntura es la que mejor cuadra al objetivo del presente estudio. Mucho más recientemente, tratando de diferenciar no ya colectivos sino regiones y aún comarcas dentro de una misma región, y tomando como indicadores las series diezmales elaboradas por diferentes autores, Marcos Martín sintetizó tres modelos sobre la coyuntura secular en el ámbito nacional: el modelo de la fachada mediterránea, de Cataluña a Murcia con matices diversos, en el que el crecimiento fue rápido y persistente desde inicios de siglo; el de la fachada cantábrica y atlántica, iniciado también con prontitud incluso antes del Setecientos, pero ralentizado y consumido antes de fin de siglo; y el de las regiones interiores incluida Aragón, en el que el proceso se inició de forma más lenta y con menor intensidad, debido en el caso aragonés al vacío humano inicial y con una crisis finisecular muy intensa.236 Todo lo cual viene a advertirnos que, cuando se trata de analizar la coyuntura en un trabajo local como el presente, es arriesgado fiar la percepción en hipótesis de ámbito general, al tiempo que se hace preciso dilucidar en qué sentido afectan la coyuntura a los diferentes grupos socio-económicos. La coyuntura local. Noticias tempranas sobre la coyuntura agrícola de la primera mitad del Setecientos las proporciona Enric Vicedo para las vecinas tierras de Lérida. Concreta una prolongada crisis agrícola entre 1715 y 1725 como causante de la 243 dificultad en retomar los cultivos después de la guerra de Sucesión. Luego, tomando como indicador las series de producción, estima como años de mínimos los de 1731, 1736 y el bienio 1741-42 en algunos de los despoblados dependientes del capítulo de Lérida, siempre desde la perspectiva de las dificultades para poner en marcha nuevas zonas cultivadas.237 Pero sus observaciones, pese a su proximidad, no serían válidas para el caso de Fraga, puesto que conocemos el incremento de la tierra cultivada en la huerta vieja en 1715 respecto de los últimos años del Seiscientos, y la demanda de tierras ejemplificado desde el mismo instante de concluir el conflicto por parte de los supervivientes. Debemos indagar por tanto en las fuentes locales. Sabemos de la cortedad de algunas cosechas en esta primera mitad del siglo, aunque unas veces esa ‘cortedad’ resulta más evidente que otras.238 Es posible agrupar estas informaciones cualitativas en cuatro síntomas frecuentemente superpuestos: lamentaciones sobre los impuestos, la caridad institucional, los deudores de propios y las escasas noticias sobre diezmos. En primer lugar las noticias sobre “escasez y miseria” suelen aparecer unidas a la imposibilidad de afrontar los impuestos. Cuando escasez y miseria se generalizan entre el vecindario, uno de los recursos habituales será el de negarse a satisfacer la conducta de médicos, los repartos de sal y sobre todo las tercias de la Contribución anual. La primera constancia de ello se produce en 1722 cuando se pretende pagarla con el producto del arriendo de la primicia, Noveno Real y almudí, “por la calamidad del tiempo y los muchos pagamentos de censales” a que deben acudir los vecinos.239 La segunda cuando, llegado el mes de mayo de 1738 –el mes de “mayor” escasez previo a la cosecha del trigo- el ayuntamiento alega la miseria de todo el pueblo y propone pagar la Contribución del fondo de propios que gestionan los conservadores de la Concordia Censal.240 Otras veces, –aun habiendo existencias- es el precio que alcanza el trigo en el mercado local lo que nos advierte de una fatal cosecha de cereales, como en noviembre de 1754, cuando ya se vende a ocho reales de plata sencilla por fanega (64 reales de plata el cahíz). 241 Cuando se establecen los cargos de diputados del común, luego de la liberación del precio del trigo en toda España, serán ellos quienes con mayor insistencia reclamen del consistorio el pago de la Contribución a cargo de los sobrantes de las rentas de propios.242 No entienden que un ayuntamiento rico deje sin auxilio a sus vecinos pobres. O bien solicitan del Consejo de Castilla el reparto del trigo del monte de piedad entre los vecinos, “por haber faltado enteramente la cosecha de granos en las dos últimas anualidades”. 243 Otros años, las limosnas de las autoridades civiles y eclesiásticas son indicio claro de escasez y miseria. Es el caso del ayuntamiento que, en abril de 1781, acuerda doblar su limosna anual a los pobres con ocasión de la procesión al 244 monasterio del Salvador, “por la gran miseria que se padece generalmente”; 244 o el del obispo de Lérida, cuya limosna permite pagar un tercio de la Contribución a más de seiscientos ochenta vecinos en 1789.245 Similar ejemplo de coyuntura adversa expresa la negativa del capítulo eclesiástico a prestar granos de su diezmo para la sementera de 1775, pese a la orden expresa de su obispo, dispuesto a contribuir con su parte alícuota en el convencimiento de salir ganando con ello.246 La premonición del obispo resultará clarividente, pues aquel año tampoco hubo cosecha y el ayuntamiento hubo de socorrer en febrero de 1776 a más de 500 pobres con una comida diaria, después de “ver morir a algunos pobres vecinos por no tener el sustento necesario”.247 La del obispo o la del ayuntamiento eran ‘la caridad prudente’ que interpreta Pierre Vilar y que para el caso de las autoridades nacionales entiende como ‘control’ ilustrado. El Estado debía mantener la quietud de los jornaleros y evitar convertirlos en mendigos. 248 Obviamente, una de las ocasiones en la que las autoridades hubieron de acudir con mayor urgencia a la caridad o la previsión de tumultos fue la derivada del Motín contra Esquilache, que Antonio Peiró calificó como “motín del pan” en su interpretación de los hechos ocurridos en Zaragoza entre el uno y el 15 de abril de 1766.249 La cosecha de cereal habría resultado muy corta en los dos años anteriores en buena parte de Aragón. De hecho, nos consta su extrema cortedad en la zona de Monegros, por su acusada “aridez y sequedad”, 250 aunque en Fraga esta ocasión se sufría como una más de las coyunturas de escasez, hasta que las noticias y órdenes de las autoridades regionales pusieron en alerta a las locales. Se estaba circulando por vereda a los pueblos una providencia en la que se ordenaba a las justicias ordinarias abaratar los víveres. Su preocupación por el abasto se advierte a través del escrito que el alcalde don Gregorio Villanova y Bardají remite el 27 de abril a don Juan Antonio Gardón de Pericaud, regente en la Audiencia, y en el que le comunica la inexistencia de trigo para el abasto en Fraga, la necesidad de buscarlo en Cataluña –“donde el precio es muy subido”-, y el previsible concurso próximo de peones para la recolección de la hoja de morera y luego para la siega: “de lo que se puede temer alguna mala consecuencia”. El Real Acuerdo autoriza el día 30 la compra de trigo en Cataluña con caudal de propios “llevando puntual cuenta y razón de todo con la mayor justificación”. Unos días después, un nuevo escrito del alcalde al mismo destinatario señala que “la ciudad tiene fuertes caudales” y será preferible que pierda algo de ellos a que se turbe la tranquilidad que ahora se observa en la ciudad “por el rebaje de víveres”. El alcalde tiene apostados “ministros y guardas por las noches a los pasos de Cataluña, para impedir la extracción de granos y otros géneros”. 251 Dice también que ha recorrido con gentes los montes y averiguado, en cuantos silos o trojes ha 245 descubierto, que no hay grano alguno. Aunque no llegó a producirse alteración popular en Fraga aquel año, alguien incitó a ello mediante un pasquín anónimo clavado en la plaza pública. El encadenamiento de las malas cosechas se aprecia igualmente en las fuentes cuando reconocen la imposibilidad de resarcir al fondo de propios las deudas contraídas durante años por los vecinos que acuden al pósito de granos en tiempo de siembra. El ayuntamiento se exclama ante el intendente con los peores lamentos, poniendo como causa frecuente de sus propios impagos las deudas “incobrables” de terceros. Coincidiendo casi con el contexto general, 252 los regidores recuerdan siempre la del año 1788-89 como la primera de una serie de malas cosechas a finales del siglo XVIII y primera década del XIX, acentuada ese año inicial por haber quedado sin riego la huerta.253 Aquel fue “el primer año malo”. El intendente por su parte pone el contrapunto a tanta queja, recordando a Fraga los años en que la cosecha ha sido abundante y argumentando que “...el buen despacho de sus frutos por la inmediación de Cataluña” hace posible disminuir el déficit del pósito.254 Desde la década finisecular y hasta el inicio de la guerra de la Independencia la población no dejó de disminuir al confluir tres factores superpuestos: la coyuntura agraria permanentemente desfavorable, la secuencia de epidemias ligada a ella y finalmente una emigración de familias jornaleras, decepcionadas respecto de las expectativas creadas con la construcción de la nueva acequia y la falta de tierras que cultivar a censo o en aparcería. Las fuentes señalan de forma descarnada la crudeza de aquellos veinte años anteriores a la guerra. Pésimas cosechas se sucedieron en 1789, 1790, 1792 y 1793, por una sequía continuada que afectó especialmente a las tierras de secano de Fraga y de los pueblos colindantes de los Monegros.255 Luego vinieron los hielos en 1797, 1798 y 1799; más tarde el pedrisco en 1801256 y de nuevo el frío extremo en 1802, cuando “hasta se abrasaron y quemaron los olivos”. 257 La de 1804 fue también “cosecha muy corta”, por lo que el arriendo del Noveno Real y el almudí se subastaron al año siguiente muy bajos.258 En ese contexto, la población se considera “excesiva” para las posibilidades de subsistencia y las epidemias de viruela y otras enfermedades inciden sobre los más desfavorecidos al menos durante los años 1794, 1798, 1800 y 1802-1804, como hemos visto. En todas las secuencias, el hambre parece preceder a la enfermedad, cuyo concurso causaría mayores estragos en las defensas debilitadas. Aquellos años, desde luego, la mayoría de los vecinos no pudieron devolver al pósito sus préstamos de trigo y se resistieron al pago de la Contribución.259 Igual que las personas, los ganados acusaban también la coyuntura desfavorable por 246 falta de pastos.260 Hubo que arrancar olivos y árboles frutales. Muchos vecinos tuvieron que vender cuanto tenían para poder comprar el trigo para el panadeo y la siembra, así como las demás simientes y planteles para sus cultivos de lino, cáñamo y hortalizas. Los más pobres tuvieron que abandonar la población “por no haber aún en los que en otros tiempos eran más pudientes, quién compre una junta de labrar, dé un jornal, ni emplee los muchos braceros, que eran pocos para el cultivo de sus haciendas en los tiempos de prosperidad anteriores”. Aquella prolongada coyuntura adversa afectó igualmente a algunos labradores que hasta entonces “se servían por asalariados y han tenido que asalariarse, tomando amos a quien servir, y los que no han tenido la suerte de encontrarlos tienen que mendigar vergonzantemente las pocas limosnas con que contribuyen un corto número de limitados pudientes”.261 Fraga lamentaba que no sólo siete de cada ocho vecinos pasaba hambre por “falta de todas sus cosechas” sino que su mayor desconsuelo era el no poder reponerse de su calamidad en muchos años.262 Desde luego, quienes entonces hubieron de cargarse con censales para poder alimentarse, tardarían mucho tiempo en superar su miseria. 263 La coyuntura tensaba la estructura agraria. Y luego vino la guerra. Una coyuntura extrema en la que se combinaron de nuevo los jinetes del Apocalipsis y que excuso repetir ahora por haberla descrito suficientemente en una ocasión anterior. 264 A su fin, durante el trienio 1816-1819 se tiene por “demasiado cierta y notoria la extraordinaria sequía del país y la riada de 1818, graduándose los años que lo componen a los más miserables que se han conocido por los vivientes”, con más de quinientos vecinos indigentes para los que los curas piden de nuevo limosna a su obispo.265 La siguiente noticia es ya de 1825, cuando una “horrorosa tempestad, que asolando los frutos y cosechas de su huerta, ha reducido a los labradores al estado más aflictivo y lamentable”.266 Al año siguiente, un gran pedrisco, se lleva la mayor parte del aceite, vino, judías, maíz y toda especie de hortalizas, “siendo tal el infortunio” que el ayuntamiento acude directamente al Rey en nueva petición de exención de contribuciones. Para ello, ruega al intendente Barrafón informe favorablemente -si se lo pide S. M.-, y quite de paso el apremio con que aprieta a la ciudad por las mensualidades atrasadas no satisfechas. El 8 de marzo de 1827, el intendente comunica al ayuntamiento que, para poder proseguir el expediente de perdón de contribución debe aportar una serie de documentos fiscales, y entre ellos la relación de todos los sujetos que tengan arrendadas sus haciendas “a fruto sano”, indicando de cada uno la contribución que se les carga por dichos arriendos.267 Es decir, el intendente quiere saber cuántos de los fragatinos sufren realmente por la pérdida de sus cosechas y qué pierde cada cual cuando la 247 coyuntura es adversa, como es el caso. Pretende matizar el daño. El intendente Barrafón es fragatino y conoce bien la realidad de su pueblo natal. Es difícil hacerle comulgar con perjuicios generalizados. Igual que Barrafón, quienes mejor conocen la realidad de las cosechas son quienes participan de sus diezmos. En nuestro caso su primer beneficiario, el obispo, y junto a él el capítulo eclesiástico. Sus opiniones sobre la coyuntura sirven para contrastar, matizar u oponerlas a otras, cuando se establece un litigio entre las partes interesadas. Es lo que ocurre en 1777, cuando finaliza el arriendo de los diezmos del capítulo eclesiástico contratado para los cuatro años previos por otros tantos vecinos. Los arrendatarios no han satisfecho a los eclesiásticos la mitad del precio acordado. Acuden al Real Acuerdo alegando “la esterilidad de los tres últimos años del arriendo y escasez de cosechas”. El capítulo les ha embargado sus bienes para cobrar la deuda. Alega que las quejas respecto de la esterilidad son infundadas, aunque reconoce que “no han sido los años de los más abundantes”. Respecto de la buena fe de los arrendatarios advierte que pretendieron ocultar sus bienes en el momento de serles embargados, y que alguno de ellos se ha estado construyendo durante estos años una casa sólida y espaciosa, etc... El fiscal aconseja al Real Acuerdo desestimar la petición de los arrendatarios y así se acuerda.268 La del año 1774-75 había sido una cosecha “corta” pero no así el resto de los años del arriendo. Otro tanto ocurre en 1826, cuando los diezmeros afirman que las cosechas del cuatrienio 1821-1825 fueron “algo estériles” pero no nulas. 269 Son matizaciones que limitan el alcance de la coyuntura adversa, aunque no permitan percibirla con precisión. Durante el primer tercio del XIX, ni unas fuentes ni otras diferencian casi nunca la huerta del monte; el regadío del secano. No lo hacen los clérigos cuando informan a su obispo; ni la junta de propios ante el intendente; ni el ayuntamiento ante el exigente comandante de armas ni ante el gobierno político de Aragón establecido durante el Trienio Liberal. Tampoco lo hace entonces el comisionado del Crédito Público ante sus superiores. Las dificultades que atravesó aquellos años Fraga, con partidas de rebeldes absolutistas (‘Realistas’) acechando de forma permanente el término municipal, eran razón suficiente para la exageración sistemática, con fines dilatorios o de impago de contribuciones, apremios o raciones. Las afirmaciones de los regidores parecen entonces menos rotundas y poco matizadas. Por otra parte, cuando mencionan la escasez de cosecha se refieren siempre a la de cereales y nunca a la de otros cultivos de huerta. Estos años, “la esterilidad” ha de entenderse en todo caso afectando a las masadas del monte, mientras que tanto la huerta vieja como la nueva sólo habrían sufrido los efectos de la tormenta 248 de 1825. Si no fuera así no se explicaría el importante concurso de inmigrantes que se está produciendo durante la década final del reinado de Fernando VII al ponerse en regadío la partida del Secano e incrementarse la extensión cultivada en el monte de forma considerable. Cierto es que el considerable aumento del cultivo en las tierras del monte dedicado a “sementera”, con las sucesivas concesiones y roturaciones arbitrarias, hace que su contribución o su ausencia al mercado del trigo haga más sensible su pérdida ahora que en períodos anteriores por su mayor volumen y grado de comercialización. Pero lo que en las generaciones anteriores se percibía como “escasez” o “carestía” que limitaba el autoconsumo de muchos, se entendía ahora como limitación de renta o como ausencia de beneficio para una minoría. En este contexto, los únicos datos con que contamos hasta finalizar el último reinado absolutista son muy escasos: los de una helada “enorme” en diciembre de 1829; una “gran nevada” el 11 de abril de 1832 y otra el 11 de marzo de 1833, que no parecen haber supuesto pérdidas de cosecha apreciables. Hasta aquí las informaciones cualitativas con que contamos. Con el fin de intentar una observación de conjunto, resumo en el Cuadro 36 los años en que la coyuntura agrícola adversa parece cierta, aunque sólo pueda ser apreciada de forma cualitativa, sin diferenciar cosechas cortas de ausencia de cosecha y sin que sepamos en muchos casos si afectan por igual al monte y a la huerta. Junto a los años de escasez situamos aquellos en los que, con seguridad, se produjeron episodios de enfermedades epidémicas, como síntoma de sus peores consecuencias. Cuadro 36 COYUNTURA AGRÍCOLA Y EPIDEMIAS EN FRAGA. 1716-1833 primera mitad s. XVIII año de cosecha enfermedad corta o nula epidémica segunda mitad s. XVIII Primer tercio s. XIX año de cosecha enfermedad año de cosecha enfermedad corta o nula epidémica corta o nula 1716 1754 1756 1801-1802 1722 1764-1766 1771 1804 1731 1774-1775 1776 1816-1819 1734 1780-1782 1737 1788-1790 1748-1750 1792-1793 1794 1797-1799 1798 1802-1804 1821-1826 1800 Fuente: elaboración propia con los datos documentados en el texto. 249 epidémica 1834 La mayor o menor concentración de coyunturas adversas y su coincidencia o no con las epidemias a lo largo de más de un siglo parecen haber producido consecuencias diversas. Durante la primera mitad del siglo XVIII no consta ninguna ocasión en que se produjesen enfermedades epidémicas en la ciudad. Las cosechas escasas o nulas son pocas y tan sólo se produjo una secuencia de escasez en el bienio 1748-1750. Con estos datos, entiendo que la coyuntura agrícola de la primera mitad del siglo XVIII podría haber ralentizado levemente el lento despegue de la población y la producción, sin afectar sensiblemente a la recuperación después de la guerra de Sucesión y permitiendo entre los fragatinos el engrosamiento del grupo doméstico y una incipiente apertura de brazos laterales en los diferentes troncos familiares, como demostraré más adelante. En la segunda mitad del siglo XVIII se aprecian dos fases muy distintas: en los treinta años comprendidos entre 1750 y 1780 sólo se produjeron tres ocasiones de escasez por causa de cosechas cortas o nulas tanto en el monte como en la huerta, con mayor incidencia en el período 1764-1766. Luego de cada una de ellas se produce un brote epidémico que tiene su reflejo en los vaivenes manifestados por las tasas de crecimiento medio anual de la población y en las inmigraciones frustradas (re emigraciones) que ya conocemos. Con todo, la coyuntura favorable global de estos treinta años parece haber contribuido decisivamente al período de mayor crecimiento tanto de la población en general -continuando la multiplicación de brazos familiares-, como de la población activa, que se diversifica intensamente durante la segunda generación del siglo XVIII, como también sabemos. En cambio, la década final del XVIII y la primera del XIX contienen auténticas crisis de subsistencias con permanentes encadenamientos de malas o nulas cosechas y azotes epidémicos intermitentes, que estarían en la base del frenazo brusco y retroceso absoluto del crecimiento demográfico, junto a una pauperización y proletarización de un considerable contingente de fragatinos. Un contingente de “miserables de ínfima esfera”, impelidos a la emigración o a protagonizar los tumultos iniciales contra hacendados y poderosos locales, durante el primer año de la guerra de la Independencia. Una situación similar y tal vez tan acusada como la sintetizada recientemente por Sebastián Amarilla para el conjunto nacional, cuando afirma que la coyuntura de fin de siglo entre 1790 y 1808 “...culminaba mostrando dos caras bien distintas: los grupos sociales minoritarios recogían en forma de ingresos extraordinarios los generados al coincidir el aumento de las rentas territoriales en especie y el alza de precios; (mientras) para la mayoría de la población, la coyuntura aparecía dominada por la incertidumbre, la escasez de alimentos y las violentas oscilaciones de la producción agrícola y de los 250 precios de las subsistencias, siendo cada vez más visible su traducción en un creciente grado de efervescencia social”.270 Superado el conflicto bélico, y sin que desde entonces se produzcan nuevas crisis epidémicas durante el primer tercio del siglo XIX, las escasas e interesadas noticias sobre coyunturas adversas no producen la sensación de constituir un nuevo período de dificultades extremas, pese a las noticias proporcionadas por diferentes agentes económicos, sociales y políticos afectos al cobro de diezmos, de impuestos y de exacciones de todo tipo. Si acaso son expresión de resistencia, ajustada a las exigencias cada vez mayores del “exterior”. Las evidentes dificultades centradas en la secuencia de 1816-1819, antes de la rehabilitación de la acequia nueva, y las cosechas “bastante estériles” del período 1821-1826 (seguramente sólo en las tierras del monte los cuatro primeros años) parecen más bien la ocultación a las autoridades exteriores de una realidad agrícola que mejora la del siglo XVIII y produce en Fraga su mejor período de crecimiento demográfico. Se rellenan entonces con celeridad los huecos producidos en los grupos domésticos de la tercera generación, al tiempo que se le añade el período de mayor volumen inmigratorio. También en este sentido, Fraga parece moverse dentro del contexto general.271 Durante el siglo XVIII responde al modelo que Marcos Martín sintetizó para las zonas interiores, entre ellas Aragón, de un crecimiento rápido desde inicios del siglo, con continuidad creciente y fuerte crisis finisecular. Para la primera mitad del XIX, en cambio, se aproxima al modelo mediterráneo de crecimiento persistente, siguiendo las fases coyunturales descritas para el contexto nacional por Agustín Y. Kondo, quien remarca tres períodos en la primera mitad del Ochocientos: la fase depresiva entre 1800 y 1815; el cambio de coyuntura en el período 1815-1825, con recuperaciones más rápidas en unas zonas que en otras y especialmente en la Cataluña occidental; y una tercera fase de expansión entre 1815/25 y 1850.272 2.2.7 Precios y salarios como indicadores de la coyuntura. Los historiadores advierten sobre la inutilidad del análisis per se de los precios y salarios. Sólo utilizándolos como medio para otros fines adquiere su estudio algún sentido. Para acercarnos algo más a las coyunturas de la etapa pretendo analizar los tres aspectos usuales en la evolución de los precios: el movimiento estacional del precio de los granos y otros productos básicos en el consumo de la época, la tendencia de los precios al alza o a la baja en períodos de larga duración (el llamado trend secular) y, finalmente y en la medida de lo posible, su periodicidad cíclica. Todo ello con la intención de enfrentarlos luego con la evolución de los salarios. Precios y salarios enfrentados pueden ayudarnos a 251 comprender la percepción que los fragatinos debieron tener de su nivel de vida a lo largo de su respectivo ciclo vital, así como la singular percepción de cada generación respecto de las de sus antepasados. Es decir, para afinar los efectos de la coyuntura sobre sus vidas. Este modo de aproximación supone la construcción de series temporales de precios. Las fuentes que permiten construir la serie fragatina han sido cuatro: para los precios más antiguos los publicados por Félix Otero en su trabajo sobre la villa de Fraga en el siglo XVII; la segunda fuente la forman dos de los tres libros de cuentas conservados de la cofradía de San José, adscrita al gremio de albañiles y carpinteros de Fraga, publicados ya en un trabajo previo del autor y que abarcan desde fines del siglo XVII hasta mediados del XVIII.273 La tercera fuente es la más extensa; la componen noticias relativas a precios de múltiples productos proporcionados por documentación de toda especie a lo largo del siglo XVIII y primeras cuatro décadas del siglo XIX.274 La cuarta es la que proporciona el único libro del almudí conservado;275 abarca desde el año 1822 hasta el de 1848, y recoge los precios de cereales y otros productos agrícolas en los dos mercados semanales que se celebraban entonces en la ciudad. Su continuidad es casi total para el trigo y la cebada durante todos los meses del año, con apenas alguna laguna semanal y con frecuente ausencia de ventas en el resto de los productos. Será ésta la fuente más homogénea, de mayor continuidad y fiabilidad. Por ello también la que permita alcanzar varios objetivos en su explotación. Para situar a Fraga en su contexto comarcal y regional he utilizado, junto a las anteriores, series del trigo aportadas por la historiografía para poblaciones como Barbastro, Zaragoza, Lérida, Tárrega y Barcelona, cuyas referencias concretas se expondrán en el momento de ser utilizadas. 276 La estacionalidad de los precios. Si se ponderan los diferentes precios encontrados para los sucesivos meses del año agrícola, se puede poner de manifiesto su extrema variabilidad. 277 El de la ‘estacionalidad’ de los precios es un fenómeno cotidiano en la época aunque en la actualidad, habitualmente, se presente sumamente mitigado. El Gráfico 7 lo expresa para el año agrícola fragatino respecto de los precios del trigo. El mes ‘menor’ es el de julio, y desde entonces el precio del trigo aumenta con regularidad hasta el mes de mayo siguiente, considerado como mes ‘mayor’. Es la terminología 252 propia de la época que solía temer los “meses mayores” como los de mayor escasez de trigo y de precios “más subidos”. Gráfico 7 ÍNDICES DE ESTACIONALIDAD MENSUAL MEDIA DEL TRIGO. En el período 1822-1848 110 Porcentajes 105 100 95 90 85 julio agosto sept. oct. nov. dic. enero febr. mar. abril mayo junio meses del año agrícola en Fraga Fuente: elaboración propia con los datos del libro del almudí. Vemos también cómo el mes de junio, de forma significativa (índice 99,9%), queda extraordinariamente próximo a la media anual. Junio es en Fraga el mes de las labores de siega y trilla tanto en el monte como en la huerta, efectuadas alternativamente en uno y otro lugar, y en consecuencia el mes que confirma las expectativas previas a la cosecha para bien o para mal. Es entonces cuando la relación oferta-demanda determina el precio inicial del nuevo año agrícola, naturalmente con la influencia del nivel alcanzado por los precios en los últimos meses precedentes; es decir, partiendo del ‘nivel histórico’ de los precios. En tercer lugar, los sucesivos índices medios mensuales muestran una nueva característica del mercado fragatino: tan sólo los cinco primeros meses posteriores a la cosecha se mantienen con precios inferiores a la media. Desde diciembre, el precio asciende ya por encima de la media sin interrupción. Visto así, menos son en Fraga los ‘precios menores’ y más los ‘mayores’. Dicho de otro modo, los efectos beneficiosos de la nueva cosecha solían durar pocos meses y muy pronto comenzaba la sensación de escasez, lo que llevaba frecuentemente a “gritar escasez” a quienes más interesados estaban en que el precio subiera, desde los acaparadores hasta las amasaderas. El historiador francés Ernest Labrousse describió magníficamente hace muchos años este mecanismo y lo han repetido desde entonces cuantos han dedicado su atención a los precios. 278 253 Gráfico 8 300,00 250,00 200,00 150,00 100,00 50,00 julio 1847-48 1846-47 1845-46 1844-45 1843-44 1842-43 1841-42 1840-41 1839-40 1838-39 1837-38 1836-37 1835-36 1834-35 1833-34 1830-31 1828-29 1826-27 1825-26 1824-25 1823-24 0,00 1822-23 en reales de vellón por cahiz ESTACIONALIDAD DEL PRECIO DEL TRIGO EN FRAGA. 1822-1848 precios nominales mayo Fuente: elaboración propia con los datos del libro del almudí. En cuarto lugar, mediante el Gráfico 8 apreciamos dos características relativas a la llamada ‘franja de estacionalidad’ que distancia más o menos el mes menor del mayor. La franja de estacionalidad varía según las cosechas. Se amplía cuando los precios son más altos: hasta 94 reales de vellón por cahíz se incrementará el precio del trigo entre julio de 1846 y mayo de 1847; y disminuye en los años del ciclo con precios más bajos, llegando incluso a superar el precio de julio al de mayo del siguiente año civil. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en 18391840: durante julio de 1839 el trigo costó en Fraga 3,04 reales de vellón más por cahíz que lo que costaría luego, en el mes de mayo siguiente. Si en lugar de utilizar los precios nominales utilizamos los números índice mensuales de julio y mayo de cada año, y les añadimos las respectivas líneas de regresión lineal, la percepción de la estacionalidad se porcentualiza y se hace más evidente. Es lo que puede apreciarse en el siguiente gráfico. Gráfico 9 ESTACIONALIDAD DEL PRECIO DEL TRIGO EN FRAGA índices máximos y mínimos mensuales en el período 1822-1848 30,00 20,00 en porcentajes 10,00 0,00 -10,00 -20,00 -30,00 julio mayo Lineal (julio) Fuente: elaboración propia con los datos del libro del almudí. 254 Lineal (mayo) Entre 1822 y 1848 la máxima distancia entre julio y mayo siguiente fue del 54,6% de aumento en el precio, y la distancia inversa mayor lo fue de un –30,6%. Naturalmente, la mayor carestía correspondió casi siempre al mes de mayo y la excepción al de julio. Además, las líneas de regresión lineal proporcionan una nueva percepción de la estacionalidad: conforme avanza el período, la distancia entre ambas líneas se acorta: de una amplitud máxima próxima al 23% se pasa a una amplitud mínima del 7%. Disminuye por tanto la estacionalidad en sí y su extrapolación permite intuir una época posterior –tal vez a finales del propio siglo XIX-, sin variaciones significativas del precio del trigo a lo largo del año agrícola. Una afirmación que no es posible observar en la tendencia retrospectiva: con los datos disponibles no podemos averiguar si durante el siglo XVIII la franja de la estacionalidad fue mayor que en la centuria siguiente, aunque quepa conjeturarlo. En cualquier caso, la percepción coyuntural más intensa para los fragatinos de cualquier generación durante la época fue la estacional. Sabían por experiencia que cada nueva cosecha podía traer variaciones terribles en el precio del trigo; podía aumentar hasta en un 50% en años críticos de julio a mayo. Quienes lo cosechaban en abundancia podían guardar su excedente para conseguir el mejor precio en su venta. Quienes sólo conseguían autoabastecerse, dosificaban su consumo con el temor al “año malo”. Y quienes debían comprar el pan diariamente o precisaban tomar trigo prestado para la siembra, sufrían de manera extrema las oscilaciones de su precio, viéndose obligados a la emigración o abocados a la muerte. 279 El trend secular: la evolución del precio del trigo en el conjunto de la época. Para verificar la diferente percepción que cada generación pudo tener de la coyuntura agrícola es preciso observar, junto a la estacionalidad, la tendencia secular del precio del trigo y su evolución cíclica, de forma que podamos primero calibrar la amplitud e intensidad de las variaciones periódicas en cada ciclo vital y luego comparar las cuatro generaciones. Con este propósito he confeccionado una serie general del precio del trigo que abarca desde inicios del siglo XVII hasta el primer tercio del XIX y que se representa en una gráfica general. Pero antes de presentarla considero importante verificar la coherencia de los precios locales obtenidos con los del ámbito regional próximo.280 Para ello utilizo los datos aportados por Félix Otero para Fraga en el siglo XVII y los comparo con los de Barbastro aportados por José A. Salas y los de Zaragoza publicados por Antonio Peiró en el período en que las tres series ofrecen mayor número de datos simultáneos.281 255 El Gráfico 10 representa los precios nominales en columnas y se añaden sus medias móviles rectificadas (año testigo al final) para períodos de cinco años. Se representan además las líneas de regresión lineal de las tres series. Gráfico 10 PRECIOS DEL TRIGO EN FRAGA, BARBASTRO Y ZARAGOZA 1649-1706 100,00 50,00 1699 1689 1679 1669 1659 0,00 1649 en reales de vellón por cahiz 150,00 Barbastro Fraga Zaragoza 5 per. media móvil (Barbastro) Lineal (Barbastro) 5 per. media móvil (Fraga) Lineal (Fraga) 5 per. media móvil (Zaragoza) Lineal (Zaragoza) Fuente: elaboración propia con los datos de Otero, Salas y Peiró. Pese a su discontinuidad, las tres series expresan un claro retroceso secular del precio del trigo hasta los años ochenta del XVII, siendo mayor la tendencia a la disminución en Barbastro que en Fraga y Zaragoza, como indican sus respectivas líneas de regresión. Responden con ello al trend secular del conjunto español, aunque Barbastro pudo haber partido de precios superiores durante el XVI y en el transcurso del XVII tiende a aproximarse al nivel de precios fragatino y zaragozano. Las tres expresan también los precios de inflación durante la guerra de Cataluña, con mayor intensidad en Fraga, aunque Barbastro se mantenga en un nivel de precios más elevado. Las tres fluctúan cíclicamente, aunque la secuencia de Barbastro se retrasa respecto de las otras dos, hasta llegar a oponerse a ellas, al tiempo que la amplitud de las fluctuaciones parece mayor también en el Somontano que en el Bajo Cinca o en la capital del Reino. Las tres parecen coherentes, aunque la de Barbastro responde mejor a la de un mercado importador de trigo, por la superioridad de sus precios, mientras la de Fraga correspondería más a la de un territorio productor y la de Zaragoza a un mercado mixto, –a veces importador y otras exportador-, aunque siempre mejor abastecido. 256 Barbastro y Fraga parecen dos mercados de diferente tipo. Su coeficiente de correlación lineal no llega a ser siquiera significativo, cercano al 0,324. Barbastro y Fraga parecen dos mercados escasamente o en ningún caso conectados durante el siglo XVII. No son dos plazas integradas en un mismo mercado regional. Sus precios fluctúan de forma independiente al albur de coyunturas dispares y de influencias externas distintas, aunque en ambos casos la estructura de los datos sea cíclica, exprese una misma tendencia secular y seguramente refleja la mayor vocación cerealista de Fraga frente al Somontano. 282 La comparación entre Fraga y Zaragoza permite nuevas conclusiones al tiempo que refuerza las anteriores. Durante la guerra de Secesión catalana los precios de inflación fueron mucho más acusados en Fraga que en Zaragoza. Su condición de escenario directo del conflicto condicionó aquí precios del trigo muy superiores. Pero desde la posguerra, unos y otros precios se aproximan considerablemente. Sus oscilaciones cíclicas son casi coincidentes, y así lo expresa su coeficiente de correlación lineal que alcanza el 0,917. Es decir, Fraga y Zaragoza parecen dos mercados relacionados, fijándose los precios en la villa con referencia frecuente a los de la capital del Reino. Los de Fraga siguieron en la larga duración un curso algo más estable, mientras los de Zaragoza, partiendo de un nivel algo superior, acabaron el siglo XVII muy próximos a los de la villa, como indican sus respectivas líneas de regresión. Al mismo tiempo, el gráfico permite observar cómo cambió la tendencia en ambos mercados durante las últimas décadas de aquella centuria: mientras durante la mayor parte del siglo habían retrocedido sus valores nominales medios, desde fines de los setenta iniciaban una tendencia contraria, de ligero incremento en sus precios medios anuales. Una tendencia alcista más acentuada en Fraga que en Zaragoza y que da entrada en los primeros años del siglo XVIII a un nuevo trend secular. Los fragatinos de nuestra primera generación tuvieron que advertir esa ligera alza de precios antes de la guerra de Sucesión frente a la percepción contraria de sus padres y abuelos. Luego de concluida, manifestaron pronto su afán por el incremento del cultivo. El de Fraga parece entonces un mercado local, probablemente sólo conectado a lugares comarcanos próximos, pese a que el propio Otero señala la eventualidad de compras del concejo en algunos pueblos pertenecientes a otras comarcas limítrofes a la del Bajo Cinca. Un mercado cuyas referencias al precio del trigo en Barbastro son sólo ocasionales mientras desde antiguo los parámetros fragatinos se sitúan muy próximos a los de Zaragoza. * * * Verificada la coherencia de los datos locales y su relación estrecha con el mercado zaragozano, podemos ya presentar la gráfica general evolutiva del precio 257 del trigo en Fraga desde los inicios del siglo XVII hasta mediados del XIX. El resumen de los datos se recoge en el Cuadro I.8 del apéndice documental. 258 Pese a la discontinuidad de los guarismos anuales, con el recurso al método de las medias móviles es posible apreciar la tendencia secular así como sus cambios. He tomado para evidenciarlo las medias móviles de trece años con el año testigo al final, -medias móviles rectificadas-, como se ha repetido desde Labrousse hasta Peiró, en la consideración de que tal intervalo abarca dos ciclos de una duración aproximada de seis años cada uno. El rasgo sobresaliente de la curva es sin duda el cambio brusco en el nivel de precios ocasionado por las sucesivas guerras en que Fraga se ha visto envuelta: Secesión, Sucesión, Independencia y Carlista. Vemos en primer lugar cómo los precios de inflación de la guerra de Secesión fueron mayores que los de la de Sucesión e incluso que los de la de Independencia, teniendo en cuenta el diferente punto de partida. Es un claro indicio de su diferente repercusión en la villa. La sensación de carestía hubo de ser mucho mayor en la primera guerra que en las dos siguientes, por producirse aquella al término de un largo período de retroceso en los precios, mientras las siguientes intensifican una tendencia ya inflacionista. Luego de concluidas las guerras, en los tres casos se produce un derrumbe de los precios, que los sitúa por debajo del nivel inmediato anterior al estallido de los conflictos, siendo el descenso más paulatino tras la de Sucesión y mucho más brusco al término de la de Independencia. Tanto unos como otros efectos fueron motivo de quejas y lamentos entre diferentes colectivos: cuando la carestía se intensificaba, afligía a los consumidores; cuando la deflación se instalaba en los mercados, desazonaba a productores y comerciantes. En segundo lugar, es visible a simple vista el diferente trend secular de la primera mitad del XVII, respecto de su segunda mitad: descenso sensible en la primera frente al estancamiento de la segunda. Al mismo tiempo, la amplitud de las oscilaciones –y en consecuencia la sensación de inestabilidad – es mucho mayor en el primer que en el segundo período. Entre 1606 y 1612, por ejemplo, el precio nominal inicial se reduce a menos de la mitad, mientras entre 1618 y 1630 vuelve a duplicarse. En la segunda mitad del Seiscientos, tanto la amplitud como la intensidad de los ciclos se reducen, lo que cabe interpretar como fin de la recesión secular e inicio de una nueva fase de recuperación agrícola. Si nos adentramos en el XVIII, el trend secular es claramente alcista de principio a fin. El precio mínimo de la depresión subsiguiente a la guerra de Sucesión se produce en 1727 con el cahíz de trigo a 45,80 reales de vellón, el precio más bajo de la centuria. Desde entonces no dejará de aumentar de forma cíclica aunque, -como en el siglo anterior-, con diferentes ritmos. Durante treinta años, entre 1730 y 1760 aproximadamente, el crecimiento del precio es moderado y desde esa última década la pendiente de la curva aumenta considerablemente. 259 Si indexamos la serie tomando como base 100 la media cíclica del período 1727-1743, al llegar la década de los sesenta el índice se ha incrementado en un 40%, mientras desde entonces y hasta final del siglo, (comparado con el período 1789-1800), aumenta en un 91%. La pendiente fue en este período de un valor superior al doble de la anterior. Es decir, en dos periodos de duración similar, el segundo mantuvo un ritmo de crecimiento del precio del trigo que doblaba al precedente. En el conjunto del siglo su aumento es del 264%. Es decir, el precio del trigo se había más que duplicado durante el siglo XVIII. Llegados al XIX, el punto más bajo del período deflacionario posbélico se produce en 1820 y durante la década siguiente el índice medio se mantiene a un nivel similar al de treinta años atrás, en torno al índice 208, cuando todavía no se habían producido las peores crisis de subsistencias del Setecientos. Luego, entre 1830 y 1840, la primera guerra Carlista parece causa inmediata de un nuevo ciclo al alza, con la ciudad rodeada frecuentemente por tropas y partidas “facciosas” y obligada a una permanente contribución de raciones para el ejército Cristino, lo que se traduce en escasez y nuevos precios de inflación entre 1835 y 1838, aunque ya no volverán a alcanzarse los máximos de la guerra de la Independencia. Por último, en el conjunto de la tendencia secular al alza del XVIII y el estancamiento de la primera mitad del XIX, es posible acercarse al ciclo vital de las sucesivas generaciones calibrando las oscilaciones cíclicas del precio del trigo. Para ello, eliminamos el efecto de la larga duración y presentamos las diferencias relativas entre los índices anteriores y sus respectivas medias móviles: Gráfico 12 DESVIACIONES CÍCLICAS RELATIVAS 1701-1848 media móvil de trece años rectificada 80,00 60,00 porcentajes 40,00 20,00 0,00 -20,00 Fuente: elaboración propia a partir de los datos indexados del precio del trigo. 260 144 131 118 105 92 79 66 53 40 27 1 -60,00 14 -40,00 De nuevo la discontinuidad de los datos en la serie deja amplios períodos sin reflejo gráfico. Pese a ello, no parece arriesgado concluir que las desviaciones de la larga duración fueron extraordinariamente amplias tanto en los ciclos al alza como en los proyectados a la baja. Porcentajes positivos de hasta el 60% a mediados de siglo, cuando se produce la mayor fluctuación cíclica en valor relativo, o negativos de hasta el –40% al término de la guerra de Independencia, lo constatan. La intensidad de los ciclos, sin embargo, no parece aumentar conforme avanza el período. En cualquier caso, -obviamente-, en el conjunto primaron las fases de crecimiento del precio del trigo sobre las de decrecimiento. En síntesis, del análisis del precio del trigo, producto fundamental en la época y sin duda alguna base de la alimentación de los fragatinos, puede concluirse en primer lugar que quienes vivieron su peripecia secular hubieron de soportar en las cuatro generaciones de nuestro estudio amplias oscilaciones estacionales de su valor en el mercado local. Variaciones que pudieron ser aprovechadas por unos para dar dos y hasta tres vueltas al trigo en un mismo año, desamparando aquella tradicional mentalidad que consideraba su abasto como un deber moral de ciudadanía, para convertir su manejo en oportunidad de inversión y aumento de su beneficio mercantil. Para quienes por no ser autosuficientes debían comprarlo en los meses mayores, el peligro de la miseria, la emigración o la muerte llamaba a sus puertas con periodicidad anual. Cuanto más si a la estacionalidad se unía el incremento cíclico de su valor en el mercado. Mientras la desesperanza de unos solía acentuarse con la certeza repetida de su encarecimiento, para otros esa misma certeza podía ser origen y estímulo de su ansiada ganancia. En segundo lugar, es objetivo de este trabajo apreciar de qué modo las cuatro generaciones que nos ocupan debieron percibir la evolución del precio del trigo. La primera, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, cumplió su ciclo vital en medio de una secuencia de estabilidad a medio plazo, tan sólo interrumpida por el efecto de la escasez en el período de la guerra que les tocó sufrir, como islote fiel al Rey, en medio de un mar de idas y venidas de ejércitos “externos” a su causa local, arrimados unas veces a la vecina ciudad de Lérida cuando todavía era Felipista y buscando el amparo de la más lejana Zaragoza, desde que oficialmente ésta dejó de ser Austracista. Concluido el conflicto, las aguas volvieron al cauce tradicional y nada alteró en el ámbito de los precios la rutina a la que estaban acostumbrados. Sus hijos comenzaron a percibir el cambio con las bruscas oscilaciones de los precios en los años centrales del siglo y pudieron acostumbrarse a un incremento continuado del valor de su grano –cuando lo tenían- para guardar sus posibles excedentes hasta la siguiente cosecha, con la esperanza de medrar en el empeño. Mientras, quienes entre ellos carecían de la capacidad de autoabastecerse, 261 comenzaron a reclamar el aumento de sus salarios y a depender más que nunca de la capacidad de sus regidores para protegerles de la especulación y de la “saca”. Se alejaban de aquella mentalidad medieval “que llevaba a juzgar los hechos económicos conforme a su contribución a la salud del organismo social”. Pero temían al nuevo mundo que “ya no se preocupaba tanto de mantener a las gentes en la tierra, como de encontrar la manera de invertir capital en ella”.283 Es la generación de fragatinos que despierta a una diversificación de actividades del sector artesanal, cuando el aumento de los precios pudo servir a algunos vecinos labradores y hacendados como acicate para la mejora de sus niveles de consumo de productos manufacturados. En cambio, los nietos de aquella primera generación crecieron ya bajo el doble filo de la liberación de su tráfico y de su precio. Algunos de entre ellos supieron subirse pronto al carro del riesgo tanto en el tráfico como en la compraventa. Fueron sin duda una minoría, -conocemos ya su número-, mientras los grupos domésticos crecían sin cesar, cada vez de forma más intensa, y la necesidad de alimentar a sus vástagos les obligaba a incrementar la capacidad productiva mediante la extensión del cultivo en el monte, tras fracasar su intento de intensificarla en la huerta. En su madurez, la tercera generación sufrió los mayores incrementos y derrumbes de precios nunca conocidos. Ni la memoria de sus padres ni la de sus abuelos alcanzaba el recuerdo de coyunturas semejantes. De ahí su extrema preocupación porque el trigo pudiera caer en manos monopolistas.284 De ahí el rencor creciente de los “sujetos de ínfima esfera” contra quienes sacaban provecho de la escasez, de su miseria. De ahí los tumultos que muchos de ellos protagonizaron contra los poderosos locales en los primeros compases de la guerra contra Napoleón. La generación de los biznietos, -la que sobrevivió aquella guerra-, no pudo tener una percepción de la evolución de los precios similar a la de sus antepasados. No volverían a repetirse aquellas situaciones de crisis periódicas casi increíbles para ellos, inmersos en una nueva tendencia secular de mayor estabilidad, y su actividad se desarrollaría además en un mercado que paulatinamente dejaba de ser local y comarcal para integrarse en los intercambios regionales y aún estatales. En ese nuevo contexto, resulta difícil aceptar que la deflación del precio del trigo experimentada en los años posbélicos haya de ser entendida como un obstáculo al incremento del cultivo cerealista, puesto que el nivel en el que se movían los precios ahora era similar al vivido por sus padres antes del paroxismo de la década inmediata anterior al conflicto. Junto a sus padres y abuelos supervivientes debieron entender la nueva tendencia como el regreso a una cierta estabilidad de los precios, estimulados con 262 el aumento del cultivo y el incremento con éxito, –ahora sí-, del regadío. Una nueva apreciación más optimista, que la historiografía de los últimos años parece dar por buena para el contexto nacional.285 Una normalidad, no obstante, inmersa en nuevas oscilaciones periódicas y con precios de inflación durante la primera guerra Carlista, aunque de menor intensidad en la estacionalidad anual. Una vida con menor grado de incertidumbre y menor miseria general entre los cultivadores. Probablemente esa nueva situación y percepción de estabilidad sea la que mejor explique el fuerte incremento de la población fragatina en el período y el complemento inmigratorio excepcional con que contaron sus vecinos durante la primera mitad del siglo XIX. Un mercado local orientado hacia Cataluña. Para el conjunto de la etapa, si además de describir la evolución del precio del trigo pretendemos explicarla, debemos recurrir a la multicausalidad. El aumento de la demanda como consecuencia del incremento de la población desde los años treinta del siglo XVIII debe estar en la base de la explicación. Como también el freno finisecular en el crecimiento demográfico debe verse como consecuencia del aumento desaforado del precio del trigo. Lo advertía el profesor Alberto Marcos Martín para el contexto general 286 y lo hemos comprobado para el caso de Fraga. Además, junto a la causa-efecto demográfica general, el aumento de población carente de tierra en los sectores secundario y terciario contribuyó seguramente a incrementar la demanda de trigo para su sustento. Quienes progresivamente trabajaban más meses al año en sus respectivos oficios disponían de menor tiempo adicional para cultivar pequeñas parcelas y disminuyeron su producción de cereal. También desde este ángulo debió sentirse sobre los precios el tirón de una demanda creciente. Con todo, la supresión de la tasa del trigo y la permisividad en su extracción al exterior debieron constituir el acicate principal para el aumento de su precio y el de los cereales en general. Liberalización erigida en motor económico de algunas familias dedicadas al comercio de granos en proporciones nunca vistas hasta entonces, al tiempo que abría los ojos a individuos y compañías foráneos sobre las posibilidades del mercado productor de Fraga y su comarca. Los anteriores son factores de distinto carácter pero confluyentes en una novedosa característica de la actividad económica no sólo en Fraga y el Bajo Cinca, sino en otras comarcas orientales de Aragón. Si como hemos hecho para la segunda mitad del siglo XVII, comparamos la evolución fragatina de la época con la de los mercados de las ciudades próximas, observaremos un cambio sensible en el ámbito de los precios del trigo: el siglo XVIII aproximó Fraga a los mercados 263 catalanes y la distanció de su tradicional referencia a la capital del Reino. Fraga se sumó a la dinámica comercial de la cercana Cataluña y los precios de su mercado local marcharon cada vez más en consonancia con los de Lérida o los de otras poblaciones de un mercado catalán en progresiva integración. Tanto el comercio del propio excedente del labrador como el de los diezmos y derechos feudales por parte de sus perceptores debe incluirse, cada vez con mayor intensidad conforme avanza el siglo, en el ámbito de lo que Jaume Torras definió como periferización de la economía aragonesa, y que luego ha sido ampliamente verificado por historiadores tanto aragoneses como catalanes, desde Pérez Sarrión a Gómez Zorraquino, o desde Garrabou a Musset.287 En este sentido, la explicación del profesor Marcos Martín no sería contradictoria con la de la inclusión de Fraga en el circuito comercial catalán. El incremento de la extracción del trigo y su mayor demanda interna se apoyarían mutuamente en el crecimiento de los precios. Es decir, tanto o más que por la cortedad de las cosechas o por la expectativa de la especulación interna, el encarecimiento del trigo se debería, como ha demostrado Peiró, a la exportación hacia el mercado interregional.288 La demostración para el caso fragatino puede concretarse mediante la comparación, -hasta donde es posible-, del precio del trigo en Fraga y en mercados como los de Zaragoza por un lado289 y los de Lérida, Tárrega o Barcelona por otro.290 Respecto de la comparación con Zaragoza, es posible tomar el promedio del precio efectivo del trigo en los seis primeros años del siglo, para los que contamos con datos en ambas poblaciones, y compararlo con el promedio de los seis últimos de la centuria. Vemos cómo el aumento en Zaragoza fue del 231%, mientras en Fraga lo era del 256%. Se invertía así ahora la situación de cien años atrás. Los precios habían crecido durante el XVIII en Fraga más que en la capital y la diferencia se acentuó en el XIX, como certificaba el ayuntamiento ante el intendente en 1831, al señalar que no era sólo el precio del trigo el que marcaba la diferencia, sino que “en Fraga, los precios de todas las mercaderías son más altos que en la capital”.291 Por otra parte, el coeficiente de correlación entre el mercado fragatino y el zaragozano será durante el siglo XVIII y la primera mitad del XIX, del 0,748, mientras en la segunda mitad del XVII lo había sido del 0,917. Se produce un retroceso de casi veinte puntos porcentuales. Hemos de interpretar aquella diferencia y este distanciamiento en el sentido de una menor relación o referencia del precio del trigo en Fraga respecto de los de la capital aragonesa. 292 En cambio, el mismo coeficiente de correlación parece señalar un acercamiento del mercado local a los mercados catalanes. Sus coeficientes respectivos respecto de Fraga son del 0,954 con Lérida, del 0,956 respecto a 264 Barcelona y del 0,961 respecto de Tárrega para el conjunto del período en el que poseemos datos de los cuatro mercados. El Gráfico 13, que relaciona entre 1701 y 1848 la curva de larga duración de Fraga con la de Lérida, no puede ser más expresivo al respecto. Durante la primera mitad del siglo XVIII la coincidencia entre ambas curvas es casi total, tanto en el nivel de los precios como en sus fluctuaciones cíclicas, luego de la década posterior a la guerra de Sucesión, en la que la media móvil rectificada está evidenciando mayores precios anteriores en Fraga que en la capital del Segre. Durante los siguientes cincuenta años los precios de ambos mercados son prácticamente coincidentes, para crecer más los de Lérida en las décadas de los sesenta y setenta, e invertirse la tendencia durante los ochenta. Desde entonces, la curva leridana se separa de la fragatina en un incremento sensible del precio nominal, fruto de una mayor intensidad de su crisis finisecular y de mayores precios de inflación durante la guerra de la Independencia.293 Sin duda estos mayores precios del trigo en Lérida a finales de siglo explican la oportunidad creciente de su extracción desde Fraga y su comarca hacia el vecino mercado catalán. Gráfico 13 PRECIO DEL TRIGO EN FRAGA Y LÉRIDA medias móviles de 13 años rectificadas 400 en reales de vellón por cahiz 350 300 250 200 150 100 50 1841 1831 1821 1811 1801 1791 1781 1771 1761 1751 1741 1731 1721 1711 1701 0 Fraga Lérida Lineal (Fraga) 13 per. media móvil (Fraga) Lineal (Lérida) 13 per. media móvil (Lérida) Fuente: elaboración propia con los datos de VICEDO RIUS para Lérida y del autor para Fraga. 265 El de Lérida es un mercado productor y alternativamente importador o exportador, y ha triplicado sus precios en el transcurso del siglo, como lo hizo el de Barcelona, en un mercado regional cada vez más integrado. El de Tárrega es un mercado local esencialmente productor, igualmente exportador de sus ocasionales excedentes, y ligado a las derivas tanto de Lérida como de Barcelona, como han demostrado sus respectivos analistas. Fraga, que mantiene coeficientes de correlación muy altos con estos tres mercados catalanes, manifiesta su mayor coincidencia con el mercado local de Tárrega. Coincidencia que interpreto como debida a sus similares características, aunque el incremento del índice fuera algo menor en nuestro caso, por ser un productor de regadío, con mayor potencial para atender a una demanda creciente, frente a las mayores dificultades de aquel productor de secano. Si comparamos el sexenio inicial de 1719-1725 con el final de 1795-1800, el aumento porcentual del precio del trigo fue del 330,42% en Lérida, del 296,07% en Barcelona y del 297,57% en Tárrega, que resulta el más próximo al 296,97% de aumento en Fraga. Parece verosímil, por tanto, la hipótesis de un mercado local y comarcal del Bajo Cinca abocado al comercio con la vecina Cataluña. Una hipótesis que se valida suficientemente con la intensa actividad de las compañías comerciales catalanas operantes en el Bajo Cinca durante el último tercio del siglo XVIII y la primera década del XIX, tal como entiendo haber demostrado en mi estudio sobre la Compañía de los Cortadellas de Calaf.294 Precios y consumos; salarios y gremios de oficios. Como afirma Cepeda Gómez, “el trigo era un producto tan básico en la Edad Moderna que a los historiadores actuales su precio, por sí solo, nos puede servir como índice de referencia semejante a lo que hoy llamamos IPC al estudiar el coste de la vida en nuestros días”.295 Labrousse incluía otros cereales en la dieta de los franceses: “El pan –decía- representa el alimento básico por excelencia, el artículo esencial de la vida popular: pan de centeno mezclado con salvado, mezcla de centeno y cebada, pan de cebada, torta o gachas de alforfón o de maíz, e, incluso, sémola de avena. Es raro el consumo de trigo candeal, incluso mezclado con cereales inferiores”, advertía Labrousse.296 Entre los fragatinos, el trigo parece ser el cereal básico en el consumo a juzgar por la preocupación permanente de los regidores por su precio y por las constantes ‘pruebas’ que se hacen de su harina para determinar el “pan cocido” que puede darse en las panaderías. Si quienes debían comprarlo podían acceder al pan de trigo, con mayor razón podrían disponer de él quienes lo cultivaban, aunque no podamos descartar de la alimentación humana el aprovechamiento de otros cereales. El trigo y la cebada –ésta como alimento de animales de labor y de tiro- 266 aparecen permanentemente documentados en la información local como alimentos básicos en la época. Para el período en que conocemos con detalle los precios del almudí, estos dos cereales son los que acuden con asiduidad al mercado local. Junto a ellos, aparecen con menor insistencia el centeno, el trigo “metadenco” (luego llamado mixtura), y sólo ocasionalmente la avena y el maíz (“panizo” en las fuentes). Las variaciones en sus precios siguen con regularidad las del trigo. Según sus medias anuales, y por este orden, el cereal de mayor precio habitual es el trigo, seguido de la mixtura, el centeno, el maíz, la cebada y por último la avena. En cambio, si se atiende a los diferentes meses del año agrícola e incluso al precio de los mercados semanales, se observa en ocasiones cómo la cebada llega a rebasar el precio del trigo y el resto de cereales, siendo sus oscilaciones estacionales mucho más bruscas, con variaciones de julio a mayo que superan el 100% del precio en algunos años. Su menor cultivo junto a una mayor demanda por la abundancia del ganado de labor y de tiro –local y transeúnte- lo explicarían. La estacionalidad se incrementa en el caso del maíz, que llega a triplicar su precio entre los meses menores y los mayores. Como en el trigo y la cebada, su precio va ligado a la escasez y su menor cultivo acentúa las diferencias en la intensidad entre unos y otros años del ciclo. El Gráfico 14 evidencia para el período 1822-1848 la distancia regular entre los precios de uno y otro cereal, así como las oscilaciones cíclicas de sus precios medios anuales. Gráfico 14 PRECIO DE LOS CEREALES EN FRAGA 1822-1848 en reales de vellón por cahíz 200 150 100 50 1847 1846 1845 1844 1843 1842 1841 1840 1839 1838 1837 1836 1835 1834 1833 1832 1831 1830 1829 1828 1827 1826 1825 1824 1823 1822 0 trigo cebada mixtura centeno avena maíz 5 per. media móvil (trigo) 5 per. media móvil (cebada) 5 per. media móvil (centeno) Fuente: elaboración propia con los datos del libro del almudí. 267 Con los datos disponibles para la cebada se puede intuir un proceso similar al del trigo en la larga duración, con incrementos porcentuales similares y aún superiores durante el siglo XVIII. Así, los ocasionales precios encontrados para la cebada en la primera mitad del siglo XVIII la sitúan en torno a los 35 reales de vellón por cahíz, mientras que a finales de siglo supera frecuentemente los 80 reales. Es decir, la cebada ha más que doblado su precio entre la primera y la segunda mitad del siglo. Luego de la guerra de la Independencia se produce el reflujo hasta los 60 r. de promedio durante la primera mitad del XIX. Con ser los cereales el alimento básico del fragatino, no son los únicos nutrientes con que cuenta. Otros productos derivados de la actividad agrícola confluyen en su dieta. Podemos hacernos una idea atendiendo a los escasos datos conocidos sobre la producción agrícola concreta. Ignacio de Asso expuso la producción de Fraga para algún año próximo a 1795, extrayéndola de los cuadernos del diezmo y posiblemente buscando el promedio de un quinquenio, como hizo al informar sobre pueblos de otros partidos de Aragón. 297 trigo......... 52.800 fanegas vino............ 10.000 cántaros maíz........ 120 “ higos........... 3.620 arrobas judías...... 1.200 “ aceite.......... habas...... 1.200 “ 530 arrobas Por otro lado, para el año 1817, la estadística remitida al capitán general Palafox recoge un listado de productos con su producción aproximada.298 Los datos aparecen corregidos en el documento y seguramente estimados ‘a la baja’ de cara al exterior, dando una imagen de extrema escasez tras los desastres de la guerra. Trigo................. 12.800 fanegas. Vino.................. 9.600 arrobas. Judías................ 600 “ Cebollas............ 4.000 “ Maíz.................. 560 “ Higos................ 2.000 “ Habas................ 200 “ Ajos................. 1.000 “ Garbanzos.......... 64 “ Patatas............. 200 “ Caretas.............. 56 “ Aceite............... 200 “ Guijas................ 48 “ Aguardiente....... 100 “ Independientemente de las cantidades consignadas en cada caso, no se incluye la producción ganadera ni la de frutas, hortalizas u otros productos como la miel, cuya existencia conocemos con certeza; pero la segunda relación incluye 268 otros productos complementarios a los fundamentales de la primera. Por el volumen diferencial de su producción, es claro que el trigo constituye la base de la alimentación de los fragatinos junto al vino, las judías y el aceite. Las patatas, como el maíz o los garbanzos son todavía –a inicios del XIX- cultivos en fase de implantación. Junto a cereales, hortalizas, fruta fresca y frutos secos (higos, almendras y nueces), serán el vino, vinagre y aguardiente (común y refinado), las olivas y el aceite, las legumbres (judías, habas, abones), las carnes (aves, vaca, carnero, cordero, “irasco” –cabrío- y cerdo), los huevos y la miel los complementos de la dieta fragatina en mayor o menor abundancia, reservándose la leche para los enfermos.299 Junto a los anteriores productos, aparecerán con menor frecuencia en la dieta los fabricados por confiteros, turroneros y chacineros: fideos, bizcochos, bolaos, confites, jamones, longanizas, manteca, tocino fresco y salado, etc. Otros productos como el bacalao (seco y remojado) el azúcar (rosado, menudo o candi), el queso, cacao, arroz y sardinas, o especias y condimentos como la sal, canela, pimienta, clavo, anís y el azafrán, son importados del exterior. 300 Por tanto, aunque el pan y el vino parecen los alimentos indispensables y omnipresentes, en realidad son muchos más los alimentos y condimentos a los que usualmente tiene acceso el vecino, sobre todo si cuenta con pequeñas parcelas de cultivo en la huerta y con corral en su casa, o dispone de liquidez monetaria o crédito para su adquisición. Es el caso de los hacendados (infanzones o no), pequeños y medianos labradores, labradores-ganaderos, profesionales liberales y comerciantes. El resto de la población –quienes dependen exclusivamente de su salario- verá mucho más limitada su capacidad de consumo. * * * Para interpretar las posibilidades de consumo de jornaleros, artesanos o arrieros sin tierras es necesario conocer mínimamente el monto de sus salarios y los complementos obtenidos por ellos mismos o por otros miembros de su grupo doméstico.301 El jornalero, el artesano o el arriero fragatinos, cuando no trabajan en sus ocupaciones principales “hacen” esparto, fabrican yeso o pican piedra (“minas de yeso y piedra de cantería hay muchísimas” afirma la estadística remitida a Palafox); durante semanas recogen y acarrean leña del vastísimo monte, producen carbón allí mismo, fabrican adobes y jabón en obradores rudimentarios y componen cañizos o cestos junto al río. Sus mujeres les ayudan en cualquier tipo de labor, arrancan por su cuenta la mies los años que no puede segarse por su escasa talla, lavan ropa de otras familias, remiendan colchones, cambian pieles por quincalla, hilan y cosen para terceros, amasan el pan en los hornos y lo distribuyen por las 269 casas o acarrean agua del río.302 Sus hijos e hijas recogen estiércol y lo venden a los labradores por unos céntimos, mueven las ruedas de los torcedores del cáñamo, sirven de criadas o de niñeras, ejercen como aprendices o mancebos con los maestros artesanos, ayudan en el “embochado” de los capullos de seda, recogen caracoles y colaboran en las tareas domésticas, amén de participar desde edad temprana en todas las labores agrícolas y como rabadans del ganado.303 Incluso en ocasiones el salario del cabeza de familia resulta ser más bien un ingreso complementario al de estas actividades.304 Es el ‘hogar industrioso’ que conceptualiza Jan De Vries en su reciente análisis del que califica como “largo siglo XVIII” y que extiende desde mediados del siglo XVII hasta 1850.305 Antonio Miguel Bernal incluía cuatro factores al determinar la cuantía salarial agrícola: 1) la naturaleza del trabajo según cultivos, cualificación y modalidad; 2) la época en que se realiza; 3) el sexo (y edad, añadimos) de quien lo ejecuta, y 4) la abundancia o escasez de brazos”.306 Observamos en Fraga que entre los contratados en labores agrícolas hay categorías: quienes trabajan durante años en una misma casa grande son mossos majors y, además de su jornal, tienen garantizada casa y despensa; quienes no tienen todavía esa antigüedad son mossos menors y pasan el año de su contrato en las casas de sus amos, en los refugios de la huerta o en los massos del monte; sólo quienes son contratados para las labores de cava, siembra, siega o trilla o como peones en las obras públicas son en puridad jornalers que se presentan cada día en la plaza de San Pedro con la esperanza de ser contratados y como imagen de cohesión frente a sus contratantes.307 Contamos con escasas noticias sobre el régimen laboral de mossos y dependientes en la época308 y en cambio disponemos de numerosos ejemplos acerca del salario de los jornaleros; salarios extremadamente variables por múltiples razones.309 Al igual que los precios del trigo o de otros productos, el salario está sujeto a las variaciones estacionales, a los vaivenes cíclicos y a la evolución de larga duración. Con la documentación disponible se puede atisbar la influencia de la estacionalidad en el salario y deducir someramente la evolución secular del jornal, aunque no su periodicidad cíclica. El mejor ejemplo del factor estacional se observa en los jornaleros agrícolas. Según la época del año su salario varía considerablemente en función de las horas trabajadas, “de sol a sol”. Así mismo, según la estación del año las funciones a llevar a cabo exigen mayor cantidad de trabajo y mayor o menor especialización. De ahí que el trabajo de siega y trilla reciba una recompensa en metálico superior en un 30% como mínimo a las labores de escarda, explanación, abonado u otras. Las propias fuentes advierten del fenómeno. Así, al calcular los peritos el 270 rendimiento de las diferentes calidades de tierra para el cargo del catastro territorial de 1832, afirman respecto de los salarios lo siguiente: “no debe repararse en las alteraciones que se advierten en los jornales de hombre, como de caballerías (al realizar los diferentes cálculos), pues que éstos en las estaciones del año varían notablemente: tales son las épocas de sementera, siega y todo el verano, en las quales, y conforme la clase de trabajos que hace el jornalero, gana más jornal que en otros, según se ha demostrado en dichos cálculos”. 310 Si hay un campo de actividad económica regulado por las autoridades desde antiguo en las ordenanzas locales es el del salario. El siglo XVIII continúa en esto una tradición de siglos. En 1723, por ejemplo, el ayuntamiento emite un bando en el que prohíbe “que ningún vecino pueda pagar a ningún segador y peón más que un real y seis dineros plata por jornal cada día de segar en la semana del día 24 de mayo, pena de sesenta sueldos jaqueses por cada vecino y peón que contraviniere a ello”. Igualmente prohibirá “que ningún vecino ni habitante de la ciudad pueda salir fuera de la ciudad a segar mientras haya que segar los montes y huerta de la ciudad, pena de sesenta sueldos jaqueses y diez días de cárcel”.311 En 1735 se fija de nuevo el salario máximo para los peones de campo y se reitera la prohibición de salir de la ciudad, (lo que indica poca efectividad de la prohibición) además de ordenar volver a ella a quienes estuvieran fuera en el plazo de tres días, bajo pena a unos y otros de 30 reales de multa y diez días de cárcel. 312 Y en fecha tan tardía como el año 1797, el ayuntamiento recuerda y considera vigente aquella decisión tomada sesenta años atrás, por lo que acuerda: “se publique bando para que el día 8 de Junio estén en la ciudad, y no puedan salir de ella hasta pasado el Sr. San Pedro, los vecinos y habitantes jornaleros, y se restituyan los que estén fuera, y no puedan modificarse los precios bajo las mismas penas” establecidas entonces. 313 Un bando, el de ese año, que debió provocar airadas reacciones entre la clase jornalera y serias resistencias a su cumplimiento puesto que, al año siguiente, de nuevo al tiempo de la siega, una tensa sesión del consistorio razona los motivos de la medida y acuerda las más severas sanciones contra los contraventores. El ayuntamiento no está dispuesto a tolerar estos “desórdenes”, por lo que se ve obligado a determinar lo siguiente: “Lo primero, que todos los jornaleros residentes en esta ciudad se mantengan en ella desde el presente día hasta el veintiséis de los corrientes, sin ausentarse de la misma y su término. Lo segundo, que no alteren ni alboroten los precios de los jornales con seducciones, intrigas y asociaciones de las que acostumbran a executar, porque cualquier jornalero o jornaleros que se les justifique cometer estos excesos, se les castigará con toda severidad. Lo tercero, que se presenten los que trabajan en la huerta, en la Plaza de S. Pedro, por las mañanas, para desde allí ir a trabajar al jornal, en aquel precio que se acomoden buenamente con los amos; cuyo precio no es el objeto de 271 tasárseles, sino que antes bien, sea el corriente a que salgan todos los días y a que cada uno pueda ajustarse y componerse". "Si se justificase que algunos peones se ausentasen de esta ciudad en esta temporada, o que, estando ya ausentes, no se restituyan a ella dentro de segundo día, tendrán entendido que a qualquiera de ellos que tal haga, se le excluirá de vecino, se les privará de las franquicias que gozan los que tienen la calidad de vecino, y se les obligará a que vayan a avecindarse al pueblo a donde habían ido a segar, o a otro que mejor les acomode, por no ser justo se tolere ya que en ella haya hombres que abandonan su patria, quando los necesitan, debiendo estar todos asegurados que sobre este particular no habrá disimulo alguno”. “Y para que llegue a noticia de todos, se publica el presente en Fraga, a 7 de Junio de 1798”. Firman: Belézar (corregidor), Arquer, Villanova, Rubio, Vilar, Ibarz, Mañés, (regidores) y Cabós, Barrafón, Bollic, Achón. (diputados del común y síndico procurador general).314 La del ayuntamiento era una decisión bien distinta a la propuesta años atrás por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza. Refutaba la Económica los argumentos contenidos en un manuscrito remitido a su secretaría por un infanzón de Barbastro –don Pedro Loscertales- con similar mentalidad y propuestas que los ediles fragatinos. Contra lo que opina don Pedro, la Sociedad considera que el Estado no debe tasar los salarios de los jornaleros. Le parece opuesto al signo de los tiempos, en los que el salario ha quedado desfasado respecto de los precios de todos los productos, impuestos y servicios. La libertad de producción y de comercio lleva años haciendo crecer el numerario nacional y encareciendo las cosas. No parece justo que el jornalero pierda con ello su capacidad para subsistir dignamente, cuando “son hombres, y hombres tan preciosos, que su sudor y sus fuerzas nos hacen subsistir a todos. Pretender dejar el precio de sus sudores en el mismo estado que tenía antes, cuando dos reales no representan lo que antes uno, es querer que les falte lo preciso para vivir y mantener su triste familia”.315 La reacción autoritaria del ayuntamiento a fines de siglo parece la consecuencia de años de conflicto entre autoridades y jornaleros en la ciudad, como sabemos ocurrió en lugares próximos 316 y sus amenazas más propias de la actitud caciquil de la siguiente centuria que del racionalismo de la centuria ilustrada, como ya advirtió Concepción De Castro. 317 Además de la estacionalidad y de la limitación coercitiva impuesta por el ayuntamiento, otros factores determinan el salario. Frecuentemente, su cuantía monetaria se completa con el “gasto” en especie que el contratante debe proporcionar al jornalero. En 1798 por ejemplo, los barqueros y calafateadores forasteros que reparan la barca del azud cobran por jornal diario 4 pesetas (16 reales de vellón) más “el gasto”. Si cuantificamos ese gasto como cercano a los tres 272 sueldos jaqueses,318 entonces el jornal real de estos trabajadores especializados (sin duda maestros en su oficio) rondaría los 18 reales de vellón. Otras veces, el “gasto” de los jornaleros agrícolas es muy superior, concretándose en la época de recolección a fines de siglo en unos 7 reales. El salario entonces, en realidad, se duplica.319 Desde luego, la retribución de los maestros de oficios mecánicos rebasa en mucho la de los jornaleros agrícolas y mancebos de esos mismos oficios. 320 Además, los maestros suelen actuar de común acuerdo con el ayuntamiento para frenar las apetencias de sus dependientes. En 1783, por ejemplo, con motivo de las obras de la acequia nueva, los maestros de obras se “coligan” para fijar precios máximos de las “peonadas”.321 Y en 1788 la junta de propios ordena al maestro carpintero Francisco Achón buscar jornaleros para la obra del puente, de forma que supongan el menor dispendio posible en las rentas de propios. 322 Por otra parte, el ayuntamiento procura realizar las tareas que no exigen ser llevadas a cabo en momentos concretos del año cuando los jornales son más bajos, “previniendo que prontamente han de tener aumento los precios de las peonías”. 323 Incluso, si es necesario, se opondrá también en sus pretensiones a los maestros artesanos locales, cuando un forastero ofrece sus servicios a menor precio. En el ámbito de los salarios, -como en el de los precios-, prima de nuevo el beneficio sobre la economía moral que supuestamente protege a los hijos de la patria.324 * * * Para una visión global del salario contamos con datos procedentes de varias fuentes. El ayuntamiento suele contratar para sus obras públicas carpinteros, albañiles y jornaleros que mantienen acequias, estacadas, puentes, caminos y calles. A través de las anotaciones del secretario municipal o de las cuentas de la ‘junta de propios’ espigamos noticias sobre el salario de estos peones, oficiales y maestros. Junto a éstos, conocemos los satisfechos por la compañía comercial de los Cortadellas en Fraga y otros pueblos de la comarca a sus criados y jornaleros. Y para el conjunto del espectro profesional recogemos el salario de los oficios catastrados en 1789 y 1832. Los peritos de cada oficio estiman la cuota anual de cada cual por ciento ochenta días de trabajo, con lo que es posible aproximarnos a su salario diario. De su observación conjunta se desprenden algunas conclusiones. Durante la primera mitad del siglo y hasta el inicio de los años ochenta, el salario de un peón suele estar en los dos reales de plata (3,76 reales de vellón). Es lo que cobran por ejemplo quienes trabajan en la reparación de la acequia, aunque entre ellos hay categorías, y algunos, –si son menores-, se quedan en el real y medio (2,82 r. v.). 273 Los jornales varían también según el tipo de tareas a realizar y según los meses en que se realizan, alcanzando la diferencia en la estacionalidad hasta un 20% del salario entre los meses de verano y los de invierno. Cuando el jornalero aporta sus propias caballerías el salario llega a triplicarse, lo que parece significativo respecto del coste de oportunidad de su posesión. De forma global, Pierre Vilar ofrecía una aproximación a los salarios extraíbles para las diferentes provincias de la Corona de Castilla en 1750 a partir de la información proporcionada por el Catastro de Ensenada.325 Según este autor, el 80% de los trabajadores agrícolas ganaba entonces 3 reales de vellón como máximo, y los que sobrepasaban los 4 reales constituían una franja apenas apreciable (1,6%). Fraga estaría en este contexto por encima de la media. Desde los años ochenta, el salario de los jornaleros se ve ascender hasta doblar su valor nominal a fines de siglo (7 reales de vellón de promedio)326 y parece mantenerse desde entonces con tendencia a la baja hasta mediados del siglo XIX (5,5 reales de media aritmética).327 Un estancamiento y aún retroceso del salario agrícola similar al señalado por Enric Vicedo para algunos pueblos cercanos a Lérida328 y por Roberto Fernández para la propia capital del Segre. 329 Por otra parte, los jornales de Fraga parecen también similares aunque algo superiores a los del entorno próximo oscense. Peiró informa de que en Barbastro, los jornaleros piden en abril de 1785 una peseta (2 reales de plata y 4 dineros) y hasta cinco sueldos (2 r. plata y 16 dineros) diarios, vino y aguardiente, frente a los 3 sueldos (2,82 r. v.) y vino que venía siendo lo habitual. En junio de ese mismo año, los peones de la siega pedían dos pesetas y hasta medio duro de jornal “y excesiva comida y bebida.” Peiró señala cómo el Real Acuerdo –ante las quejas del ayuntamiento y el corregidor barbastrense- adoptó en este conflicto una posición intermedia: 3 reales de plata y 6 dineros, además de comida y bebida. Comparados con los de Barbastro, los salarios de Fraga eran ligeramente superiores en ese momento, tal vez por ser zona de regadío, como sugiere el propio Peiró, 330 o por mayor capacidad de los jornaleros fragatinos para imponer condiciones a los contratantes en el contexto de un mercado laboral comarcal y regional con mayor tirón de la demanda de mano de obra.331 Aunque el ‘salario nominal’ aumenta a lo largo de la etapa, si se compara su evolución con la del precio del trigo, resulta evidente que el ‘salario real’ sufre una disminución. Las familias jornaleras se enfrentaron a una subsistencia difícil durante la tercera y la cuarta generación. No se diferenciaban en eso de cualquier jornalero agrícola español332 o europeo,333 aunque recientemente Jan De Vries ha matizado diferencias entre los países de la Europa noroccidental y la meridional a favor de la 274 primera, señalando una “mayor resistencia al deterioro enorme que sufrió el poder adquisitivo en la mayor parte del continente” durante el “largo siglo XVIII”. 334 Por su parte, Massimo Montanari llama al siglo XVIII “el siglo del hambre” e indica que, en conjunto, durante su transcurso los años difíciles fueron más numerosos que en ningún otro momento, salvo tal vez en el siglo XI. Ello no significa –añade- que la gente se muriera de hambre. De haber sido así, el auge demográfico resultaría poco menos que incomprensible. Nos encontramos –afirma el autor- más bien “ante un malestar general, un estado de desnutrición permanente que, por así decirlo, es 'asimilado' (fisiológica y culturalmente) como una condición normal de vida”. Entiende que la población europea comió mal o, en cualquier caso, mucho peor que en los siglos anteriores, de manera que “los decenios a caballo entre los siglos XVIII y XIX señalan un mínimo histórico de la disponibilidad alimentaria per cápita”.335 A mediados del siglo XVIII, un salario de dos reales de plata (el de un peón) serviría en Fraga para comprar casi 11,4 libras de pan (4 Kg.), mientras a finales de siglo, con su salario de 6 reales de vellón, compraría en los años de menor precio del trigo 10,7 libras (3,75 Kg.), y tan sólo 9 libras (3,15 Kg.) en los de mayor precio.336 Dicho de otro modo, el trigo necesario para el sustento de una familia durante el año rondaba en Fraga los tres cahíces, 337 una cantidad de trigo muy similar a la que Donezar estimó para Toledo, Ramón Perpiñá para Valencia o Barreiro para Galicia y algo menor a la estimada por Ansón Calvo para Tarazona. 338 En Fraga, de acuerdo con la evolución del precio del trigo y del salario jornalero, el número de días que un peón necesitaba trabajar para conseguir esos tres cahíces era de sesenta a mediados de siglo, mientras que a fines de la centuria debía trabajar cien de los 270 días que los peritos estimaban podían trabajar los jornaleros.339 El consumo de pan de un individuo estaba en las dos “ochenas”, que costaban a fines de siglo un sueldo jaqués (0,94 reales), por lo que para proveer de pan a su familia un jornalero debía gastar cerca del 50% de su salario diario.340 * * * La mayoría de los oficios artesanos sufren en sus salarios idéntica evolución a la de los jornaleros o peones de campo y se mantienen a un nivel nominal medio similar, con las diferencias obligadas entre quienes son considerados maestros en su oficio y quienes son tenidos por mancebos: los primeros doblan casi siempre el salario de los segundos. Sus valores nominales oscilan a fines de siglo entre los seis y los cuatro reales de vellón diarios (una peseta y media y una peseta respectivamente), quedándose todos los componentes de algunos oficios tan sólo en la categoría de “maestros menores” puesto que sus tareas no alcanzan el 275 reconocimiento de la maestría plena. Es lo que parece ocurrir con los tejedores, adscritos a la cofradía de San Miguel y Santa Lucía desde el siglo XVII. La primera fuente fiscal del XVIII constata siete familias dedicadas con exclusividad a su trabajo artesano y otras ocho que lo compaginan con el cultivo de la tierra. Su escasa entidad y tardía constitución como gremio, que sólo consigue ordenanzas propias en 1785, hace que en repetidas ocasiones el ayuntamiento desoiga sus reclamaciones por la cuota catastral que les impone y que ellos consideran desproporcionada a su “escaso trabajo y salarios”.341 Durante el siglo XVIII, del amplio listado de oficios sólo dos rebasaron significativamente el listón del salario jornalero en todo momento: los carpinteros y los albañiles. Sus salarios nominales se distancian del resto desde los primeros datos conocidos. Durante la primera mitad del siglo duplican ya su salario –alcanza entre 6,59 y 7,53 reales de vellón, aunque ocasionalmente los maestros “directores” de obras (tanto en uno como en otro oficio) pueden alcanzar los 11 y hasta los 15 reales de vellón diarios. Por otra parte, las distancias internas en ambos oficios se agrandan también: hay un claro reconocimiento de la maestría entre ellos. La diferencia en la presión para conseguir mejores retribuciones entre estos dos oficios y los restantes podría deberse, –en oposición a lo que parece suceder con los tejedores-, a su temprana constitución como gremio con ordenanzas propias desde 1708, al tiempo de adscribirse a la cofradía de San José. Su fortaleza como gremio permite a los maestros controlar los salarios de sus mancebos y los de los jornaleros que contratan en las pequeñas fincas de la cofradía. Jornales cuyo estancamiento nominal entre 1708 y 1765 es absoluto. De manera que, mientras los maestros carpinteros y albañiles mejoran su condición socio-económica, mantienen a ‘sus’ jornaleros y mancebos en posición de retroceso adquisitivo. Como ellos, otro de los oficios mecánicos destacable por su volumen de negocio en Fraga sigue una trayectoria similar aunque en un período posterior. Es el gremio de sogueros y alpargateros unidos bajo la protección de la cofradía de San Bartolomé. En 1789, el salario diario atribuido a quienes trabajan como mancebos en dicho oficio es de 2,82 reales de vellón, uno de los más bajos en la escala retributiva, mientras que en 1832 ha ascendido a 4 reales de vellón. Su evolución positiva es una de las excepciones al estancamiento y retroceso general 276 de los salarios durante el primer tercio del XIX, tal vez por el bajo punto de partida. De nuevo la razón de la distancia entre maestros y mancebos puede estar en la capacidad organizativa y de presión del gremio junto a un ayuntamiento que pretende controlar los precios de sus labores y los salarios ininterrumpidamente en toda la etapa, pese a la teórica libertad de contratación concedida desde la Real Provisión de 29 de noviembre de 1767 y libertad de salarios desde la Real Cédula de 21 de enero de 1768.342 Es decir, no sólo eran los maestros de los gremios quienes frenaban el poder adquisitivo de jornaleros y mancebos sino las propias autoridades locales en oposición a la legislación general. Finalmente, comparados el cuaderno de industrias de 1789 y el catastro de 1832, los salarios de los diferentes oficios parecen estancados durante el primer tercio del XIX, variando únicamente su relación interna, con ligeros cambios en la jerarquía salarial entre oficios. Tan sólo los tejedores, desde su constitución en gremio y los herreros parecen mejorar de la primera a la segunda fecha, mientras el resto de actividades retroceden en su valoración a lo largo de los últimos cuarenta años de la etapa. Confrontadas las evoluciones respectivas de precios y salarios, queda patente la disminución de los salarios reales y en consecuencia la progresiva disminución del consumo entre quienes vivían mayoritariamente de prestar su trabajo a terceros. La mayoría de las familias de jornaleros agrícolas, pastores, mancebos artesanos y empleados en los servicios menos remunerados perdieron poder adquisitivo durante la época. Fraga no supuso en este ámbito ninguna excepción a la regla general, pese a disponer de tierras de labor en abundancia y de incrementar y mejorar su regadío. Como afirmó Kriedte para el ámbito europeo: “El auge coyuntural del siglo XVIII puso en marcha una redistribución del producto social: los ingresos de la propiedad crecían, los del trabajo disminuían”.343 Para el ámbito español, Enrique Llopis ha señalado cómo “los salarios reales descendían abruptamente y el bienestar de sectores bastante amplios empeoró”. 344 Es decir, mientras los situados en los tramos inferiores de la escala social dedicaban cada vez más sus ingresos a las necesidades primarias, quienes se situaban en el extremo opuesto aplicaban cada vez mayor porcentaje a colmar otras necesidades secundarias, incluso “de luxo”.345 Las diferentes coyunturas influían sobre la estructura de la propiedad y las características de su posesión variaban con el siglo, acentuando la concentración inicial de la tierra en manos de medianos labradores y hacendados, así como en los grupos domésticos del sector secundario y terciario mejor situados entre la población activa. Por el contrario, jornaleros y mancebos de cualquier oficio –en aumento porcentual durante la etapa- perdían en su transcurso 277 buena parte de sus iniciales medios de producción –tierra y ganado- y sus salarios se distanciaban de los de sus contratantes y maestros. Para explicar la subsistencia de sus grupos domésticos es preciso atender más a los ingresos anuales de sus “hogares industriosos”, -con creciente participación de sus esposas e hijos en trabajos complementarios-, que al salario diario del cabeza de familia, cuyo esfuerzo laboral debe hacerse más regular e intenso para mantener niveles de consumo similares conforme avanzan las generaciones. De la primera a la cuarta, la sociedad fragatina se polariza en patrimonios, rentas, retribuciones salariales y consumo. La distancia en el nivel y calidad de vida de unas y otras familias se agranda progresivamente. 2.3 Cultivos y comercialización. La carencia de información directa sobre la producción agropecuaria en Fraga es una constante. Apenas alguna estimación forzada por el “exterior” o aportada en apoyo de algún litigio ha llegado hasta hoy. La inexistencia de tazmías que detallen la evolución del diezmo eclesiástico por una parte y la nula dedicación de otro tipo de fuentes a la exposición y menos cuantificación de producciones de ningún tipo hacen difícil una aproximación. Sólo las fuentes catastrales pueden ayudar en el empeño. Sólo el arriendo de la “cuarta décima” en manos del ayuntamiento, -y de la que se habla en el siguiente epígrafe-, contribuye a intuir su evolución. Por ello he de limitarme en éste en primer lugar a la descripción de los sistemas de cultivo y a las estimaciones periciales respecto de su rendimiento; en segundo lugar a la posible similitud de la coyuntura productiva local con otras del contexto comarcal; en tercer lugar a la evolución del producto útil agrícola y a la del precio catastral de la tierra. Al mismo tiempo, pretendo aproximarme a los canales y ámbitos de comercialización de los principales productos y a los mecanismos del crédito con que los comerciantes intervienen en el cultivo y el consumo. 2.3.1 Sistemas de cultivo, rendimientos y producto útil. Cultivos de regadío y de secano. Falto de informaciones directas que lo atestiguaran, Félix Otero enumeró los cultivos de Fraga durante el Seiscientos echando mano de dos ilustrados que los describen para cien años después: Ignacio de Asso en su Historia de la Economía Política publicada en 1798 y el cura de Fraga José Zemeli en su descripción de la ciudad redactada en 1801.346 Es decir, Otero retrotrae al siglo XVII lo que ambos autores señalan como cultivos de fines del XVIII. 278 A propósito del consumo hemos enumerado los productos conocidos para esta centuria: en el regadío los cereales básicos panificables –trigo candeal, mixtura, centeno- así como la cebada en el secano, destinada al ganado. 347 Junto a ellos los cultivos de hortalizas y legumbres en permanente rotación con los cereales en las parcelas de regadío con fines de autoconsumo: calabazas, cebollas, ajos, habas, abones, judías..., junto a las tiras de viña en los márgenes de los bancales o los olivos y árboles frutales –higueras sobre todo- en las lindes de la tierra campa o en campos cerrados y huertos. Un sistema de cultivo intercalar que los fragatinos aducían como de escaso rendimiento ante las autoridades fiscales,348 pero que en realidad tenía sus ventajas: la diversificación disminuía el riesgo; el coste de la plantación era bajo; las cepas y los olivos, las higueras y otros frutales producían teóricamente todos los años, sin necesidad de barbecho. Una práctica de cultivo promiscuo de suelo y vuelo, que proporcionaba trabajo en todas las estaciones aportando racionalidad: además de proveer al consumo, cosechaban productos vendibles en el mercado y obtenían con suerte los ingresos necesarios para pagar impuestos y pensiones censales.349 Igualmente cabe aceptar como cultivos implantados desde las centurias previas las cosechas de materias primas industriales como el lino, el cáñamo o los plantíos de moreras con el fin de producir “hoja” para el gusano de seda; cultivos todos que con seguridad sabemos se producen en el XVIII. Apenas nada conocemos de cantidades; sí solo de la desaparición de los arrozales que Otero nombra y la introducción del maíz y la patata que no se dan en el siglo XVII y de los que Asso informa para el XVIII. Durante buena parte del Setecientos, la mayoría de la tierra de regadío es tierra “blanca”, sin apenas arbolado (alrededor de 8.000 fanegas dedicadas a cereales y leguminosas), mientras frutales y moreras ocupan unas 2.000 fanegas, la vid tan sólo sesenta y cuatro, y el olivar de regadío unas 120 fanegas. A fines de siglo proliferan en la tierra blanca las higueras y su fruto seco será cada vez más apreciado por su aptitud para subvenir al consumo de personas y animales en toda estación y por su sencillo proceso de comercialización. La existencia comprobada de una extensión creciente de huertos y hortelanos en las mejores partidas de la huerta vieja (las más cercanas al núcleo urbano) certifica el cultivo de frutas (“melocotones, peras bergamotas de invierno”…) y hortalizas para el autoconsumo o para su comercialización en los dos mercados semanales de la ciudad. La extensión de huerta vieja encerrada en huertos pasa de las 328 fanegas de 1715 a las 794 fanegas de 1859. Un crecimiento considerable aunque algo menor al de la población, indicativo de que no todos los labradores cuentan en todo tiempo con la posibilidad de mejorar sus parcelas con dedicación al consumo doméstico, al 279 “recreo de los bienestantes” o a la comercialización de su producción hortofrutícola. Si al repasar la expansión de los huertos durante el siglo XVIII se atiende a la nómina de sus propietarios directos en lugar de a sus cultivadores arrendatarios, la mayoría aparecen ligados a familias de hacendados, -infanzones o no-, a instituciones eclesiásticas, eclesiásticos particulares y a cofradías. En las tierras de secano, la casi totalidad de las masadas de un monte en expansión se dedica durante la centuria al cereal y tan sólo unas ciento sesenta fanegas de olivar comienzan a plantarse en la futura huerta nueva, con las expectativas de la acequia del secano, sin que exista en ella una sola parcela destinada a la vid.350 Será la primera mitad del Ochocientos la que vea duplicar la extensión dedicada al olivar en esa huerta nueva, al tiempo que alguna finca se planta tardíamente también de olivos en el monte (218 fanegas en 1859). Si atendemos a la información genérica sobre diezmos vemos cómo los cultivos afectos se diferencian en dos grupos: los que producen “diezmos mayores” y los que aportan “diezmos menores”. Los mayores proceden del cultivo de cereales: trigo, avena, cebada y centeno; los menores del maíz (panizo blanco y negro -sorgo-), cáñamo, lino, vino y aceite, (además de corderos y cabritos). 351 Entrados en el siglo XIX, las noticias sobre diezmos añaden a los anteriores el cultivo del mijo, la mixtura y el azafrán, como cultivos recuperados de anteriores épocas, luego de ser abandonados en el Setecientos. 352 Fuera del control del diezmo queda la producción de frutas, hortalizas y legumbres hasta que en 1836, próximo a desaparecer este derecho eclesiástico, el Crédito Público exige en las tierras nuevamente regadas un “diezmo de verdes” que, junto a las hortalizas, incluye el maíz recolectado “en verde” como forraje para el ganado, lo que constata su importancia creciente en el conjunto de los cultivos.353 Durante la primera mitad del siglo XVIII no hay estimación pública de rendimientos. El ayuntamiento carga las tierras en los catastros por un “valor capital” estimado por fanega aragonesa, y los peritos encargados de atribuírselo a las diferentes parcelas de regadío atienden únicamente al criterio de mayor o menor proximidad de las partidas al núcleo urbano, siendo el tiempo necesario para acceder a ellas el factor diferencial en la determinación de su “calidad”; claro síntoma de la existencia todavía de mucho terreno común y de parcelas sin cultivo.354 Es un sistema de peritación rudimentario, que no atiende a posibles rendimientos diferenciales según la parcela o el cultivo que en ella se practica. El total de las parcelas de cada partida recibe una misma valoración, diferenciada de la de otras partidas. Más rudimentaria es todavía la peritación de las tierras de secano. Todas las masadas tienen para los entendidos un mismo valor capital por cahizada, sin diferenciación alguna por su ubicación en una u otra partida del 280 extenso término municipal. El rendimiento por fanega estimado es el mismo para todas las partidas de huerta y monte: el 3% de su valor capital tanto en el catastro de 1730 como en el de 1751. Otorgar un mismo rendimiento a todo tipo de tierras facilitaba sobremanera la confección del catastro y de los cálculos pertinentes, aunque seguramente perjudicaba en el esfuerzo fiscal a los más débiles. Las cartillas de evaluación del rendimiento. Desde el catastro de 1786 y durante la primera mitad del siglo XIX es posible concretar más la dedicación de las tierras y acercarse a las tareas necesarias para el cultivo. Ahora sí, en las cartillas de evaluación los peritos agrícolas distinguen tipos de tierra según su “calidad”, tanto en el regadío como en el secano. Estiman los huertos cerrados como las fincas de mayor valor capital y producto líquido entre las de regadío y los entienden dedicados permanentemente al cultivo de frutas y hortalizas mediante su estercolado y continuo laboreo “mecánico”.355 Por dichas peritaciones sabemos que en la tierra campa de la huerta vieja se da un doble sistema de rotación bienal. Las tierras de primera y segunda calidad son tierras blancas sin apenas arbolado ni viñas; se dedican el primer año al cultivo del cáñamo356 y el segundo al trigo.357 Las de tercera y cuarta calidad contienen mayor profusión de arbolado (moreras e higueras) y viña en sus márgenes; sembradas de trigo el primer año con un rendimiento algo inferior a las de superior calidad, quedan de barbecho el segundo año, mientras algunos de sus bancales se siembran con guijas, judías, fresols (guisantes), abones, calabazas y otras hortalizas. Un sistema idéntico al expuesto por Ansón Calvo para Tarazona. 358 El cáñamo y las legumbres devuelven a la tierra el nitrógeno que absorben los cereales, mientras las higueras se aprovechan de buena parte del sustrato nutriente, disminuyendo el rendimiento de otros cultivos. 359 En la huerta nueva, –en realidad durante los primeros años sólo es un ‘secano regado’-, se distinguen como de primera calidad las fincas plantadas de olivos, pero con un valor capital y un rendimiento muy inferior a los cultivos de la huerta vieja, por ser plantones jóvenes. 360 En las de segunda calidad se siembra trigo en régimen de barbecho; contienen algunos olivos y tiras de cepas recién plantadas, y su rendimiento se considera similar a las de tercera y cuarta calidad de la huerta vieja. Las de tercera calidad son tierras que todavía no pueden admitir el riego y, de momento, los trabajos necesarios para dárselo las mantienen improductivas, aunque algunas de ellas también están siendo plantadas de olivos. Las tierras del monte se diferencian del mismo modo entre olivares y tierras blancas dedicadas al cultivo de cereal. Las de olivos se consideran de 1ª, 2ª o 3ª clase según el rendimiento que dan en olivas y aceite. 361 Las dedicadas al cereal lo 281 son en régimen de año y vez, siendo muy pocas las consideradas de primera calidad por la cantidad de “espuendas” (márgenes de piedra) que necesitan para su asentamiento y laboreo, y considerando las de segunda calidad como las más abundantes en la mayoría de las partidas. El rendimiento de unas y otras se estima en dos terceras partes del conseguido en el regadío. 362 Las consideradas como de tercera calidad son masadas o campos situados en las partidas más alejadas de la población, lo que, según afirman los propios peritos, dificulta y hace escasamente rentable su cultivo por los gastos en tiempo y acarreos necesarios. 363 Para cada calidad de tierra, el rendimiento estimado se deriva del estudio pormenorizado de los gastos necesarios para la obtención de las cosechas y de los ingresos obtenidos con ellas. El saldo entre unos y otros proporciona el rendimiento por fanega y año como indica el siguiente resumen extraído de las peritaciones del año 1832 para la tierra de primera calidad en la huerta. RESUMEN DE LA CARTILLA DE EVALUACIÓN PERICIAL EN EL REGADÍO. (para una extensión de cuatro fanegas) Son los productos del primer año por la cosecha del cáñamo 842 r. 19 Idem del segundo por la cosecha de trigo ………..……………… 283 r. 30 1.126 r. 15 Importan las impensas (gastos) de la cosecha de cáñamo… 789 r. Idem las de la del trigo……………………………………………………….. 161 r. 15 950 r. 15 Líquido resultante en los dos años por ambas cosechas………………………….. 176 r. Idem en cada uno de ellos por las cuatro fanegas sembradas………………… 88 r. Resulta ser el líquido por fanega de 1ª calidad ………………………………………… 22 r. De acuerdo con su experiencia, los peritos estiman un rendimiento por fanega sembrada de ambos productos –alternativamente cáñamo y trigo- y les aplican el valor de mercado tarifado por el ayuntamiento a partir de los precios medios anuales del almudí en el quinquenio precedente. Del mismo modo estiman los jornales de hombre y de caballerías necesarios para llevar a buen término dichos cultivos, incluyendo las labores de arado, sembrado, trillado, embalsado, etc. indispensables para su recolección. 364 Parece difícil proceder con más rigor y los rendimientos netos anuales por fanega en ésta como en las restantes calidades de tierra no parecen discutibles a primera vista. Su resumen respecto de los rendimientos adjudicados a la calidad, tipo de tierra y tipo de cultivo es el recogido en el Cuadro 37 de la página siguiente. Es posible extraer alguna conclusión de los rendimientos consignados en el cuadro. A principios del siglo XVIII la productividad del regadío sería unas cincuenta 282 veces superior a la del secano. A finales del siglo la distancia se habría acortado en unos veinte puntos. Una diferencia de rendimientos muy exagerada si se compara con las apreciaciones de Asso, Ansón o Peiró, quienes rebajan sustancialmente la distancia entre uno y otro tipo de cultivo.365 Pero probablemente se aproxima a la realidad, no tanto por la diferencia en los ingresos del producto obtenido, cuanto por la elevada cuantía de los gastos necesarios para el cultivo del monte, derivados de su lejanía. La actividad agrícola está centrada de antiguo en la huerta vieja, base de su subsistencia, y tanto la partida del Secano como las escasas masadas del monte, de momento, son un complemento insignificante al cultivo global. Pero también es posible que los peritos minusvalorasen el rendimiento de las masadas en los primeros catastros, cuando prácticamente sólo las poseían los mayores hacendados. Cuadro 37 RENDIMIENTO NETO POR FANEGA DE TIERRA CULTIVADA. 1730-1859 (en reales de vellón por fanega de 953,6 m2.) 1730 1751 1786* 1819 1832** 1859 24,00 24,00 36,00 36,73 40,00 90,34 tierra blanca (cereales y legumbres) 8,40 8,40 13,50 14,96 19,00 43,05 Rendimiento medio ponderado 9,12 9,20 16,38 20,00 46,85 HUERTA VIEJA Huertos (hortalizas y frutales) SECANO / HUERTA NUEVA Olivares 1,00 1,50 43,71 Cereales 0,37 0,42 32,18 Rendimiento medio ponderado 0,17 0,27 0,51 2,33 34,22 Olivares 1,05 0,89 26,05 Cereales 0,31 0,28 4,69 0,30 0,28 4,72 MONTE Rendimiento medio ponderado 0,17 0,27 0,30 Fuente: elaboración propia a partir de las peritaciones catastrales. * Por desconocer en 1786 el nº de fanegas de cada tipo y calidad no es posible calcular el rendimiento medio para la huerta vieja y el secano. El monte se consideró de calidad única. **Para 1832 desconozco el porcentaje de tierra de cada calidad, por lo que he tomado como rendimiento medio la media aritmética de los estimados para cada calidad. Durante la primera mitad del XIX la distancia se acorta progresivamente y en 1859 el rendimiento de la huerta se considera sólo diez veces superior al del monte. Un claro indicador de que las masadas están siendo cultivadas en los primeros decenios de la nueva centuria con mucha mayor constancia y aplicación 283 que en las generaciones anteriores. Por otra parte, la rehabilitación de la acequia implicaría un cambio radical en la Huerta Nueva. Mientras permaneció como secano sólo multiplicó por tres su estimación entre 1730 y 1819. A partir del momento en que la mayoría de sus parcelas se benefician del riego, su estimación crece y se multiplica por sesenta en el transcurso de una sola generación, entre 1819 y 1859. Un significativo aumento que atiende a la productividad de unas fincas de cultivo reciente, sobre las que todavía no actúa la ley de los rendimientos decrecientes. Igualmente destacable es la diferente consideración que cada cultivo merece a los peritos: a las frutas y hortalizas de los huertos se les adjudica inicialmente un rendimiento triple al de los cereales y legumbres en el regadío y en razón semejante se sitúan los olivares respecto del cereal en el secano. Sólo al final de la etapa, entre 1832 y 1859, la distancia se acorta en algunos cultivos: hortalizas y frutales proliferan en la huerta y se les adjudica entonces un rendimiento solo doble al del cereal. Por el contrario, en el secano la distancia se agranda, y el rendimiento de los escasos olivares del monte sextuplica el del cereal en sus partidas. La percepción última es la de una menor valoración de los cultivos conforme éstos se extienden. Lo que se valora y se paga es la rareza o la escasez, indicativo coherente con una producción cada vez más implicada en la esfera de la comercialización. De un catastro al siguiente aumenta el ‘rendimiento nominal’ adjudicado por fanega en cada tipo de tierra: se multiplica por cinco durante la etapa en la huerta vieja, y por veintiocho en el monte. Pero es un aumento engañoso porque se debe al incremento incesante –ya demostrado- de los precios del trigo y demás productos agrícolas. Si descontamos ese factor deflactando cada rendimiento respecto del precio medio del trigo en cada quinquenio precedente, la percepción cambia de forma radical. Ni en la huerta ni en el monte se aprecia un incremento de ‘productividad’ durante todo el siglo XVIII; más bien un ligero retroceso, constante de un período al siguiente. El rendimiento nominal aumentaba por el efecto combinado del mayor precio de los productos y el estancamiento de los salarios de hombres y caballerías, pero no la producción por unidad de superficie y tiempo. La productividad únicamente parece haber aumentado en las tierras cerealistas del monte cuando el precio del trigo retrocede durante el primer tercio del siglo XIX y pese a ello se mantiene en las peritaciones el rendimiento estimado. Un incremento de productividad necesario para mantener la capacidad de subsistencia de una población en auge. 284 El valor catastral de la tierra y su producto líquido. El aumento de los precios agrícolas y la mayor demanda de tierra apreciaron lógicamente el valor de la cultivada y la necesidad de incrementar su extensión y desamortización. Cuadro 38 EVOLUCION DEL VALOR CATASTRAL DE LA TIERRA. 1730-1832 (en reales de vellón por fanega de 953,6 m2) catastro del año: 1730 1751 1819 1832 1ª calidad 1.200 1.200 2ª calidad 900 900 3ª calidad 600 600 HUERTA VIEJA (huertos) Precio único o medio 800 800 900 900 1ª calidad 360 360 800 800 2ª calidad 280 280 600 700 3ª calidad 200 200 400 600 4ª calidad 140 140 HUERTA VIEJA (cereales) 400 5ª calidad (pantanosas) 200 Precio único o medio 245 245 600 540 1ª calidad 68 160 2ª calidad 51 100 3ª calidad 34 SECANO/HUERTA NUEVA (olivar) Precio único o medio 6 9 51 130 SECANO/HUERTA NUEVA (cereal) 1ª calidad 16 2ª calidad 14 3ª calidad 12 Precio único o medio 6 9 60 14 60 1ª calidad 51 33 2ª calidad 34 22 3ª calidad 16 11 34 22 1ª calidad 12 11 2ª calidad 10 9 3ª calidad 8 7 10 9 PARTIDAS DEL MONTE (olivar) Precio único o medio 6 9 PARTIDAS DEL MONTE (cereal) Precio único o medio 6 9 Fuente: elaboración propia con los datos catastrales respectivos. 285 El Cuadro 38 muestra el “valor capital” catastral por fanega de cada tipo de tierra y su evolución en la etapa. Obviamente el valor fiscal es muy inferior al de mercado, pero la comparación interna de sus guarismos resulta útil. Desde el principio, la huerta vieja fue valorada con distintos precios según su calidad. En los dos primeros catastros se dio a todos los huertos un precio único, siendo su mayor o menor proximidad al núcleo urbano el único factor atendible. La tierra blanca dedicada a cereales y legumbres sí fue diferenciada por partidas en clases y precios, sin que sufrieran variación en la primera mitad de la centuria. Muchos años después, al término de la guerra de la Independencia vemos aumentar tímidamente el precio de los huertos que ahora se diferencian según calidades, mientras el de la tierra dedicada a cereales y legumbres se duplica con creces, para disminuir ligeramente entre 1819 y 1832, seguramente como consecuencia de la deflación cerealista. La fanega de secano presenta un valor capital muy inferior a la de regadío como es lógico. Sus mejores fincas no alcanzan ni el 10% del valor de éstas. Tanto la partida del Secano como las del monte se valoran muy poco durante el Setecientos de acuerdo con sus bajísimos rendimientos estimados. La puesta en riego del Secano producirá una elevación ininterrumpida de su precio, aunque manteniéndose en todo caso muy por debajo de las fincas y parcelas de la huerta tradicional. Por su parte, las masadas del monte seguirán una tónica similar, con la salvedad de disminuir algo su precio entre 1819 y 1832, por la coyuntura deflacionaria. En el conjunto de las tierras, el olivar de regadío será lo más valorado, mientras el de secano parece no haber cuajado como cultivo alternativo al cereal. En la agricultura fragatina parece predominar la necesidad u oportunidad del abasto y comercialización del trigo sobre la del aceite. Por último, si más allá de la información proporcionada por las variaciones del precio de la tierra pretendemos apurar algo más el análisis de sus diferentes tipos, debemos unir la evolución de sus respectivas extensiones ya conocidas a la de sus correspondientes rendimientos para obtener su producto líquido absoluto y porcentual; es decir, para obtener el valor global neto de su producción según la evaluación catastral, así como su evolución temporal. Una vez realizados los cálculos pertinentes, se observa cómo en el transcurso de la etapa, la Huerta Vieja redujo a un tercio su contribución relativa al cultivo, y de representar más del noventa por cien del producto líquido global descendió al 37,4%. Mientras, la extensión de las tierras del monte se cuadruplicaba, al tiempo que su producto líquido pasaba de tan sólo el 7% al 53%. Se había producido un cambio sin precedentes. La Huerta Vieja había dejado de ser el único sustento de los vecinos y sus esperanzas se cifraban ahora en el extenso y aún no colmado cultivo cerealista 286 en las partidas del monte. (De ahí la sentencia popular que afirmaba: lo pages ric e lo que tè terra al mont). La huerta vieja, –aplicada al cultivo intensivo de la higuera en adelante-, sufriría la ley de los rendimientos decrecientes mientras el monte estaba en pleno auge cerealista. En medio, quedaba la frustrada partida del Secano convertida en Huerta Nueva que, sin incrementar su extensión inicial, alcanzaba al final del período poco más del 9% del producto líquido. El nuevo regadío que tantas esperanzas alimentó suponía sólo un complemento a los otros dos tipos de tierra. 2.3.2 Las vías del tráfico comercial. El comercio interregional del nordeste español ha sido documentado y analizado por la historiografía desde hace décadas. Para la Baja Edad Media, desde la óptica aragonesa se ha estudiado la relación entre Aragón y sus regiones limítrofes a través de los “libros de collidas” en las diferentes “taulas” del impuesto del General.366 Para la Edad Moderna, el análisis se ha centrado en quienes se dedicaron a la actividad mercantil desde sociedades personalistas o en estructura de compañías comerciales,367 así como respecto de las vías fluviales de su tráfico.368 Y para la transición a la Edad Contemporánea, la atención se ha centrado en la exportación de cereales en el contexto de la formación del mercado nacional.369 Los historiadores aragoneses dan cuenta de la transformación operada en Aragón desde una economía “autocentrada” en los siglos XVI y XVII a la de un “mercado extrovertido” desde el siglo XVIII, dedicado a la exportación de cereales y otras materias primas en buena medida, aunque no exclusiva, hacia Cataluña. Desde la óptica catalana, conocemos ya el concepto de “periferización” de la economía aragonesa, a propósito de sus relaciones con Cataluña desde la segunda mitad del siglo XVIII y en el contexto de las “diásporas mercantiles” durante ese siglo y el XIX.370 Todas las aportaciones historiográficas permiten certificar, –para nuestro propósito-, un tráfico interregional constante a través del Bajo Cinca al menos desde el Medievo. Un tráfico de predominio extractor o exportador de materias primas que tuvo al Ebro como principal vía de comunicación y sólo como vías secundarias las terrestres, desveladas por el profesor Sesma como red de caminos de herradura que unían todo el territorio aragonés. En la interrelación de estas dos redes, -la natural de los ríos y la artificial humana-, se comprende la movilidad de los bajocinqueños a través del tiempo. Una movilidad que reducirá más tarde el tránsito norte-sur fluvial frente al predominio de la dirección este-oeste terrestre durante el siglo XIX con la carretera nacional y el ferrocarril. Posiblemente el transporte más antiguo por vía fluvial fuera el de las navatas transportando madera desde el Pirineo por el Cinca, el Noguera Pallaresa y, 287 en menor medida, el Noguera Ribagorzana, para discurrir brevemente el Segre y luego el Ebro entre Mequinenza y Tortosa. Las almadías descendían desde mediados de abril a mediados de julio, durante días, para recalar en algunas localidades de su curso o en los astilleros de la costa. 371 En el trayecto, los maderos multiplicaban hasta por ocho su valor. Los troncos eran utilizados en las atarazanas de varios lugares para la construcción de mástiles, barcas y barcos. El topónimo de la Estressana (dressana o atarazana) en Fraga, ha de tener su origen en la construcción de barcas para navegar el Cinca y para los pontones que permitían cruzar el río, sujetos a la maroma, cuando el puente amanecía derrotado. Precisamente para reconstruirlo se utilizaban los maderos bajados del Pirineo en sus diferentes medidas, cada una de las cuales tenía un cometido concreto en su estructura. En este comercio de madera, -también para su utilización en la construcciónFraga tenía una larga tradición como abastecedora de la comarca: vendía a concejos y a particulares comarcanos, incluida Mequinenza. El ayuntamiento apilaba los troncos en el llamado “almacén de la madera”, junto al río, para luego vender los sobrantes de las reparaciones del puente. Su adquisición solía hacerse a cambio de arrendar los pastos invernales a los ganaderos trashumantes del Pirineo. Es decir, Fraga cambiaba madera por hierba y cobraba además un impuesto al paso de las navatas bajo los arcos del puente. Los datos que documentan este tráfico fluvial por el Cinca durante la etapa son abundantes. Valga algún botón de muestra. El primero es una capitulación entre el ayuntamiento y los navateros que han traído la madera en el año 1724. El documento estipula las cantidades, tamaños y precios de los troncos que traerán el año próximo dos vecinos del lugar de Tella, durante el mes de mayo en cuatro navatas.372 El segundo es del año 1832: el río ha modificado su cauce y el corregidor propone un plan para volverlo al antiguo y proteger la huerta. Para sufragar los gastos, la comisión creada al efecto decide imponer arbitrios sobre algunos bienes de importación, entre los que se señalan el vino forastero, el aceite, la madera que baja por el río, el cáñamo y lino que se introducen y el "hilo valenciano" utilizado para fabricar las alpargatas.373 El tercero es un pleito entre el ayuntamiento de Fraga y dos de sus habituales proveedores de madera –Domingo Nadal y Antonio Gabás-, vecinos de La Espuña, en el año 1754. El representante de los madereros alega que Fraga compró en años anteriores madera para el puente y pagó parte del precio el primer año, "para costear los gastos de navegación", dejando en débito el resto del precio para el año siguiente, como de costumbre, con el nuevo envío de madera. Ahora 288 reclaman judicialmente el pago del resto, puesto que el ayuntamiento no ha cumplido el acuerdo.374 Los tres son ejemplos cotidianos de un tráfico y comercio de envergadura, que requirió incluso de la atención de las autoridades del Estado. Así lo remarca, por ejemplo, una carta remitida en 1721 por el tesorero de Felipe V a Fraga, en la que recuerda al ayuntamiento su obligación de mantener el río apto para el tránsito de navatas, sin que el azud de la acequia entorpezca el tráfico. El documento especifica que es indispensable mantenerlo abierto porque el Cinca es “carretera Real”.375 El negocio de la madera, unido al arriendo de los pastos y al impuesto sobre las navatas que cruzan bajo el puente (al que perjudican con golpes y atascos) fueron capítulos importantes del presupuesto de ingresos municipal. Junto al tráfico y comercio de madera, otros muchos productos eran sacados de la comarca a través del río. Tenemos constancia temprana de barcas que descienden incluso por el Alcanadre, desde el monasterio de Sijena, lo que debió ocurrir solo de forma ocasional. Con mayor frecuencia se producía el tráfico en el Cinca desde Fraga, donde conocemos la existencia de un muelle próximo al puente, al menos desde el siglo XV. Los libros de actas municipales conservados así lo refieren y el análisis de los libros de la taula de Fraga lo confirma. Respecto del trigo, por ejemplo, el profesor Sesma Muñoz estableció en su día una visión de conjunto y Luis Benito Luna analizó los documentos concretos relativos a la taula de la entonces villa de Fraga. Sus conclusiones centraron el grueso de la comercialización del trigo en Mequinenza y en la zona del Cinca desde el siglo XV, con comerciantes catalanes introducidos en su tráfico, en razón de “la insuficiencia de las estructuras comerciales y bancarias aragonesas”, desplazando totalmente a los mercaderes zaragozanos.376 Según el profesor LLadonosa, otro tanto ocurría en el Segre y sus afluentes: los trigos de Urgel, junto con la harina, el azafrán y la lana procedentes de la Ribagorza, de La Litera y del Somontano aragonés descendían hasta Mequinenza y de allí al mar, para acabar en Barcelona, después de una navegación de cabotaje.377 Era en conjunto un comercio de exportación de materias primas para el consumo y la producción artesanal de Cataluña. En cambio, la vía terrestre entre Zaragoza y Lérida era utilizada entonces solamente como camino de tránsito de pequeñas partidas de cereal, contabilizadas en mayor medida como “entradas” que como “salidas” de aduana en los libros de collidas conservados para la de Fraga.378 Además, de la vía fluvial y del camino Real, Fraga cuenta en la etapa con una red de caminos complementaria que dirige el tráfico comercial desde y hacia diferentes puntos de Aragón y Cataluña: 289 1º. El llamado “camino de Fraga a Balaguer y al Pirineo catalán”. Es una cañada Real (“cabañera”) para el tránsito del ganado trashumante que desde La Cerdaña baja a invernar en el monte de Fraga. 2º. El “camino que desde Fraga, a siete km., arranca por la derecha de la carretera Real hacia Reus”. En el siglo XVIII ésta fue la ruta principal del comercio de cacao, de las especias y el aguardiente, para más tarde, en el XIX, convertirse en la ruta de los higos llamados “comunes”, (los ennegrecidos por la humedad, recogidos del suelo) destinados a la fabricación de alcohol. 3º. El “camino de Torrente hacia Mequinenza”, una de las rutas que, junto a la que conduce al embarcadero de Los Arcos por la Valcuerna, recoge el trigo de los pueblos de la comarca del Bajo Cinca y de los Monegros. Es la ruta principal de extracción del trigo hacia Cataluña, tantas veces prohibida en años de escasez, cuando su precio superaba la tasa establecida por las autoridades aragonesas. 4º. El “camino desde Ballobar a Fraga”: otra vez el comercio del trigo, de la lana, las pieles y del hilo de seda que se exportan luego por la carretera Real hacia Igualada, Manresa o la propia Barcelona en el siglo XVIII. 5º. El “camino a Zaidín”, como ruta de la ganadería trashumante del Pirineo aragonés que trae a Fraga los ganados desde Torla, Broto, Benasque o Panticosa. 6º. Y, finalmente, el “camino de Serós”, posiblemente uno de los más antiguos, puesto que la llamada Puerta de Serós, como cuarta salida de la ciudad, está documentada en las fuentes locales desde el siglo XIII. Un camino que alcanza los pueblos catalanes proveedores de aceite y vino en Les Garrigues y el Priorat. En resumen, durante el siglo XIX, los caminos terrestres en los que se incardinan Fraga y el Bajo Cinca pueden organizarse en tres niveles conexos. Es lo que se ha llamado la red viaria como soporte de la red comercial, anterior a la creación del mercado nacional, que solo el ferrocarril conseguirá articular y aún de forma poco eficiente por su estructura radial y poco densa. En el primer nivel están los caminos, a veces sólo de herradura, que parten de la propia localidad con un radio de acción comarcal y que a su vez enlazan con los de otras comarcas próximas. Luego constatamos una red de caminos rodados, que tienen vocación de articular el territorio aragonés. Predomina en ellos la orientación fluvial, en la dirección norte-sur, que enlaza las dos riberas del Ebro o que mueren en él. Por último, con un trazado más regular y de mejor mantenimiento, (casi siempre costeado por los pueblos del recorrido) está la carretera Real de Madrid a Barcelona, por Zaragoza y Lérida, que sirve de aglutinador de todos los caminos anteriores. Es una red que, en el mejor de los casos, iguala en esta zona a la navegación fluvial en cargas pesadas, mientras recoge un tráfico cada vez más intenso de las cargas medianas y ligeras. Supone el complemento adecuado de 290 aquella red inicial ligada a los ríos y sus valles. Su peor enemigo secular, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, será la inseguridad, ligada primero a las llamadas bandosidades, luego al bandidaje de frontera y finalmente al bandolerismo. Quienes desde el extranjero viajaron por los caminos de nuestra región ponían frecuentemente en evidencia esta inseguridad, que parecía contrastar con la seguridad y placidez de la navegación fluvial.379 2.3.3 De la protección a la liberalización del comercio. Luego de siglos de proteccionismo de la producción propia, de precios tasados y de regulación de las aduanas aragonesas con finalidad fiscal,380 cuando los Borbones abolen las trabas al comercio interior y abordan el primer esbozo de mercado nacional, la aduana de Fraga será de las últimas en desaparecer. De forma general las aduanas interiores se suprimen en 1717 pero la de Fraga vuelve a instalarse en 1742 y todavía en 1774 se siguen exigiendo en ella derechos complementarios sobre los productos extranjeros que atraviesan Cataluña o se cobra derecho de bolla en 1793 por la seda que pasa de Aragón al Principado. 381 De acuerdo con estas fechas, probablemente la de Fraga permaneció activa hasta la abolición de las aduanas interiores decretada finalmente en las Cortes de Cádiz. El Archivo General de Simancas, –de donde obtengo esta información-, conserva abundantes documentos sobre el tráfico aduanero tanto de las treinta aduanas exteriores de Aragón como de las de Cataluña para algunos años del siglo XVIII. La de Fraga ingresaba a su inicio unos dos millones de maravedíes, que suponían el 3,76% de lo recaudado en todas las aragonesas. Se cobraba en ella sólo de los géneros extranjeros por la diferencia no satisfecha en las aduanas exteriores de Cataluña donde el arancel era menor, y no es posible por tanto conocer el verdadero volumen del tráfico en este punto. La documentación tampoco detalla los productos que cruzan las aduanas, salvo en los casos de fraudes, en los que sí se nombra el defraudador, el género defraudado y la pena impuesta. Una situación analizada en su momento por el profesor Pérez Sarrión, quien atribuía al contrabando importantes efectos económicos para Aragón.382 Es conocido que llegado el siglo XVIII, el comercio y los servicios de transporte crecieron en España, llegándose a unos niveles de actividad netamente superiores a los alcanzados en las dos centurias precedentes. Aparte del aumento del número de los mercaderes y transportistas profesionales, la expansión del tráfico dio a numerosas familias rurales la oportunidad de participar o de intervenir más activamente en la arriería y en pequeñas actividades comerciales. 383 Lo hemos verificado ya para Fraga. Pero la iniciativa privada hubiera conseguido menores logros en la actividad mercantil si no hubiera estado potenciada de antiguo por sus 291 reyes. Durante siglos, los monarcas sintieron como funciones propias potenciar el encuentro y facilitar los medios para que aquellos mercaderes, trajineros, tratantes, buhoneros o quincalleros pudieran encontrarse sin las trabas de las propias imposiciones Reales, a lo largo del año y en distintos lugares. Es decir, sin tener que pagar portazgos, lezdas, gabelas, pontazgos ni otros derechos. Son los privilegios de ferias y mercados que con oportunidad otorgaron a algunas de sus ciudades y villas más pobladas o estratégicamente mejor situadas. Con aquellos privilegios se acabó organizando una red de puntos de intercambio que fijaba la red viaria y potenciaba las transacciones. Su establecimiento lograba la institucionalización de las rutas en un circuito anual, escalonado, que atendía en cuanto al ganado, por ejemplo, a las costumbres trashumantes, fijando fechas sucesivas a la presencia de mercaderes y tratantes. 384 Así se explica que Fraga acuda durante los primeros siglos de la Edad Moderna a comprar ganado para las carnicerías a las ferias que van celebrándose conforme el ganado retorna a la montaña: las ferias de Pina (abril), Sariñena (mayo), Ayerbe (septiembre) y Campo (octubre). Ejemplo pionero en este tipo de explicaciones fue el de la Profesora Nuria Sales, quien recontó y estructuró por meses la red que seguían los trajineros del pueblo de Santa Coloma de Queralt en su participación en las ferias, tanto francesas como catalanas y aragonesas, proporcionando una clara imagen de la frecuencia y complejidad de sus actuaciones.385 Fraga había recibido varios privilegios en este ámbito. Desde la lejana etapa de los Montcada, la concesión de ‘feria franca’ a la villa era una prueba segura del interés que los monarcas tenían en mantener un punto que consideraban “llave puesta entre Aragón y Cataluña”. Así, Pedro IV en 1381 prorroga un inicial privilegio de ferias por diez años, para confirmarlo luego Carlos II en 1683, ampliado a un período de quince días antes y quince después del 8 de mayo; y más tarde Felipe V, en 1709, concede a Fraga dos ferias de ocho días cada una, a perpetuidad, libres de impuestos, como recompensa a su fidelidad durante la Guerra de Sucesión. Pero con el tiempo, la red de ferias llegó a hacerse tan tupida que resultaba contraproducente por la competencia que enfrentaba las ciudades de mayor atractivo comercial. Primero se modificaron las fechas en tiempos de Fernando VII, por la competencia que a la de Fraga hacían las ferias de Caspe, Monzón, Lérida, Aytona y Serós; precisamente las de mayor relación con el tráfico comercial en nuestra comarca, junto a las de Prades, Mora de Ebro o Sariñena. Todas ellas dedicadas principalmente al comercio de ganado caballar y mular, además de a la compraventa de pieles, lana, seda, etc.386 Con el siglo XIX vendría la decadencia de las ferias fragatinas por razones de diversa índole, no siempre comprensibles,387 y 292 las turbulencias de la guerra Carlista dificultaron la continuidad en el tráfico y en el comercio feriado. Finalmente, el ferrocarril dejó a Fraga fuera de los circuitos comerciales. Multitud de ejemplos podrían aducirse de la intensidad con que se desarrollaba el comercio de los más variados productos al calor de los privilegios de ferias y mercados, como reclamo seguro para la obtención de mejores ganancias. Desde precedentes tan lejanos como el de los portitori (trajineros) documentados ya en 1277 en Fraga como portadores de vino forastero “feriado” del que los vecinos se quejan al Moncada por su elevado precio (el Montcada protegía ese comercio que venía del Priorato y perjudicaba a los cosecheros fragatinos), hasta el trasiego habitual mucho más tardío de las recuas de burros que en el siglo XVIII traen “arroz valenciano” y judías secas al mercado semanal desde Reus.388 La protección Real y municipal en este caso les garantizaba la vigilancia sobre posibles “traidores, falsificadores de moneda, alborotadores, ladrones y destrozadores de caminos” tanto en los días de feria como en los de mercado. Una de las fuentes que mejor permite observar la intensidad del comercio tanto con ocasión de las ferias como en el tráfico cotidiano de productos agropecuarios es la colección de borradores de cartas y libros de contabilidad conservados en el Archivo Histórico Provincial de Tarragona, correspondientes a la Compañía de los Cortadellas de Calaf. Su correspondencia y sus libros de cuentas proporcionan una excelente imagen de lo que llegó a suponer durante más de cuatro décadas, entre 1770 y 1812, el establecimiento de redes comerciales supra regionales con factorías fijas en múltiples lugares de la geografía aragonesa y en concreto en el Bajo Cinca.389 La de los Cortadellas es sin lugar a dudas el paradigma del estilo comercial que se implanta como sistema novedoso en nuestro ámbito de estudio, por lo que resulta obligado dedicarle una atención particular. 2.3.4 la Compañía de Calaf, paradigma del tráfico comercial. La inicial “Compañía de Aragón” y luego “Compañía de Calaf” o de “José Cortadellas y Cía.” es inicialmente una entidad dedicada al arriendo de diezmos y rentas señoriales. No es desde luego la única compañía cuya actuación refleje la intensidad del comercio en Aragón durante el período alcista de los precios y la crisis finisecular del siglo XVIII, pero seguramente fue la de mayor envergadura en cuanto al ámbito de actuación, volumen de negocio y variedad de productos comercializados, así como en la implantación de “factorías de explotación” de una parte del excedente agrícola y ganadero. Desde 1770 fueron apareciendo colectores y factores de la compañía en múltiples localidades de la Hoya de Huesca, del Somontano, del Cinca Medio, Bajo Cinca y Ribera Baja del Ebro. Factorías locales 293 insertas en una red comercial con distintas sedes en Aragón y Cataluña, desde Calatayud y La Almunia de Doña Godina hasta el Pla de Girona y Barcelona, desde el valle de Arán y el Pirineo oscense hasta Tortosa, teniendo a la pequeña villa de Calaf y a Manresa como sedes sociales centradas en el comercio interior y a Barcelona orientada al comercio marítimo. La red comercial más extensa y tupida conocida hasta entonces. Desde la abolición de la tasa del trigo y la liberación del tráfico, la actividad comercial entraba sin prohibiciones permanentes en una red interregional, anticipando un mercado de ámbito nacional.390 Ya no se trataba sólo de acudir con regularidad a las ferias o a mercados ocasionales, sino de establecer su presencia continuada durante todo el año, en los meses mayores y menores, en tiempos de escasez y de abundancia, con botigas y almacenes propios o alquilados en los pueblos aragoneses. La finalidad de estas nuevas “administraciones” era la de recoger los granos y corderos, el aceite, vino, lino y el cáñamo correspondientes a sus arriendos de diezmos, junto a la seda, lana y pieles allí donde pudieran adquirirlos, para convertir luego estos “excedentes” en mercancía a la venta en sus propios graneros y botigas locales o en abastecer de grano y carne a ciudades catalanas, al tiempo que surtían a sus fábricas textiles y de curtidos. Los Cortadellas y sus socios, fueron a un mismo tiempo arrendatarios, prestamistas, tratantes, negociantes y comerciantes de los productos recogidos aquí y de los que importaban desde Cataluña. Bastará un solo ejemplo de su actividad cotidiana para comprender el alcance y complejidad de uno de sus objetivos en la zona: la ‘saca’ de trigo. Entre sus libros de cuentas se incluye uno con un largo título: “libro borrador del negocio de trigo y mercado de granos a través del Ebro, desde Mequinenza hasta Tortosa mediante barcos, factorías y puestos de venta en la Ribera del Ebro". 391 El libro comienza en el mes de mayo del año 1778 con anotaciones del trigo embarcado en Mequinenza hacia Tortosa, procedente de diferentes localidades: 424 cahíces de Tardienta, 466 de Alcubierre y 628 cahíces de Alcolea y Ballobar. El trigo ha sido transportado en seis llahutadas por los patrones Manuel Oliberos, Tomás Conxel y Domingo Soler de Mequinenza y Roig de Mosanfeliu de Tortosa. El trigo es enviado por el señor Ramón Ibars, -comisionista de los Cortadellas en Mequinenza- a José Figuerola y Sala, socio de la compañía en Tortosa, quien lo vende en días sucesivos a varios patrones de barco de Vilanova de Sitges, de Blanes y de Mallorca, mientras embarca otras porciones para la propia compañía en Barcelona, a cargo del señor Francisco Cortadellas, quien lo recibirá allí. El encargado de la compañía en Tortosa, José Figuerola, debe pagar los gastos ocasionados por el transporte fluvial, la carga 294 y descarga, los impuestos de paso de azudes, el almacenaje en silos y el transporte en barco. Por su parte, Antón Figuerola y Sala, hermano de José, que por estas fechas se encarga de la factoría de Alcolea de Cinca, paga a don Ramón Ibars de Mequinenza los fletes adelantados a los diferentes patrones de los llahuts, y la comisión del uno por ciento en grano. Además, debe pagar el gasto que han hecho los trabajadores Riera y son fill, mientras han permanecido en su casa de Mequinenza. Igualmente deben pagarse los gastos de los mossos que, de propio, se han desplazado a uno u otro pueblo con encargos de la compañía, el gasto de las recuas que han transportado el trigo hasta Mequinenza y su alimentación, junto al de los silos alquilados en esa población. Y, por último, esta compleja operación se cierra con la anotación de Antón Figuerola sobre lo que “He gastat per los viatges que he fet de anar a Miquinensia y baixar a Tortosa desde la Ribera de Sinca, jo y lo mosso". Si este ejemplo se acepta similar a los practicados en toda la variedad de productos que maneja y a la infinidad de ocasiones en que se produce, se comprenderá la complejidad de funcionamiento de una compañía asentada en más de sesenta factorías ubicadas en otros tantos lugares de Aragón y Cataluña. Hace unos años, Jaume Torras caracterizó este tipo de mercado como “propio de economías atrasadas, con escaso nivel de integración, falto de informaciones económicas fidedignas y de crédito comercial”, y en las que el grupo humano que interviene formaría parte de la diáspora mercantil catalana “con escasa integración en la sociedad local, efecto y a la vez motivo de dificultades de relación y también de conflictos con intereses locales”. 392 Coincido en considerar la Compañía de Calaf como integrante de la diáspora mercantil catalana, “con dificultades de relación y conflictos de intereses” sobre todo con autoridades locales y comerciantes indígenas. Pero es posible matizar la “falta de información económica fidedigna y de crédito comercial” así como el “débil grado de integración en la sociedad local” que les atribuye. Es posible matizar estas afirmaciones a la vista de la información epistolar y contable de varias factorías como la de Ballobar –muy bien documentada- o la de Fraga, de implantación posterior. Su estrategia de actuación no debió diferir de la de otras factorías y sus responsables debieron recibir de los patronos similares recomendaciones, y aportación de capitales. De hecho, las factorías se ordenan estratégicamente y en ocasiones con un sentido anticipatorio en ciudades centro de actividad comercial, en pueblos de las riberas de los tres ríos navegables: Ebro, Cinca y Segre y, en algunos de ellos (Ballobar y Fraga por ejemplo) cuando van a sustanciarse proyectos de nuevos regadíos que aumentarán la producción agraria. 295 El pilar básico en cada administración es el factor, que dirige a colectores, medidores, aprendices, pastores, criadas y criados (mossos), además de a jornaleros contratados a lo largo del año para atender las tareas más acuciantes. El factor refleja la contabilidad en los libros y administra los caudales; se persona en las subastas de arriendos de diezmos y rentas cuando no lo hacen sus amos; transfiere dinero y productos entre administraciones y dirige la propia bajo la tutela epistolar o presencial de don José Cortadellas u otro socio. Es él quien decide el momento de la recolección, “cuartación”, almacenaje o traslado de productos, y quien concede préstamos en metálico o en especie a vecinos de su lugar de residencia o de otros pueblos agregados a la administración. Colectores, criados y jornaleros ejecutarán sus órdenes como si de uno de los amos se tratase. En cada factoría, el factor comienza por pagar religiosamente el arriendo de las rentas que contrata a sus perceptores, -señor temporal o cuerpo inmortal-, cuyas apremiantes necesidades les llevan a aparecer incluso y paradójicamente como deudores de la compañía por los anticipos que ésta les facilita en metálico o en especie. A cambio de esta sujeción a sus apetencias -sin duda el más poderoso de los arrendadores es el obispo de Lérida-, el factor puede dedicarse libremente a toda una serie de actividades comerciales relacionadas con los productos de las rentas arrendadas y con otros al margen de ellas, sin ser tachado de especulador. Su actividad es muy variada. Debe conocer y conoce perfectamente el mercado en sus múltiples aspectos; es comprador y vendedor a un mismo tiempo; su atención cambia con celeridad de un pueblo a otro de la administración. Sus actividades, todas estacionales, se suceden sin solución de continuidad a lo largo del año agrícola. Durante el verano, pueblo a pueblo, recoge cosechas, diezma, almacena productos o compra seda. En otoño repite el trasiego con el vino, el lino o el cáñamo. En invierno tampoco descansa: mientras mantiene abierta la botiga para vender o extraer granos, debe prensar olivas y empozar aceite. Su dedicación es constante; sus facultades para organizar y dirigir la factoría amplias; su sagacidad para obtener en las subastas de cada arriendo el menor coste para la compañía corre parejo con su capacidad para prever el grado de bondad de la cosecha futura. Su beneficio depende en buena medida del cielo, pero su aplicación a recuperar préstamos, cobrar diezmos y rentas feudales de labradores y ganaderos con dificultades crecientes le obligan a mantener su mirada atenta a lo terreno. Los factores de esta compañía fueron el espejo donde se miraron los individuos económicamente más dinámicos de nuestra tercera generación de contribuyentes, aunque tal vez sea exagerado entender, como interpretó Pierre Vilar, que fueron ellos quienes sacaron a Aragón de su letargo. 393 296 Dentro de lo que es factible en la época, cada factoría es controlada muy de cerca por los amos. Las factorías se comunican continuamente entre sí y las visitas de los socios menudean. El ir y venir del correo es casi diario. Unos factores, situados en la carrera principal, pasan a otros, distanciados de ésa, las cartas que desde Calaf, Manresa, Barcelona o Lérida les remiten los socios, sobre todo los Cortadellas. Por su parte, los factores suelen escribir una o dos veces por semana a sus amos para informarles o consultarles, y mensualmente les remiten las relaciones de entradas y salidas de frutos y dinero junto al arqueo de caja. Para llevar el correo se aprovechan del general o de los arrieros que circulan de camino a otros destinos. Cuando la urgencia o discreción del asunto lo requiere, una persona es enviada de propio para entregar en mano la correspondencia. El dinero efectivo que se trasvasa entre factorías puede ocultarse dentro de los propios sacos de trigo en una recua de arrieros o remitido con un colector debidamente escoltado. Como la actividad de cada factoría abarca varios pueblos agregados, allí donde no hay factor funciona una amplia red de comisionistas, mayorales y corredores especializados. En cada lugar, uno o varios hombres representan oficiosamente a la compañía: compran, venden, prestan y cobran en su nombre. Alguno de ellos realiza un trabajo tanto o más complejo que el de los propios factores. Es, por ejemplo, el caso ya citado de don Ramón Ibars, -crucial para los intereses de la compañía-, quien en Mequinenza prepara los embarques de cereales que los factores le remiten por el río Ebro desde Luceni, Gelsa o Los Arcos (en el municipio de Fraga), o mediante recuas desde Tardienta, Ballobar o Torrente de Cinca. El uno por ciento en el volumen de granos que supone su comisión servirá para tenerlo siempre dispuesto a colaborar. Su consuegro, don Gregorio Ibarz, es “comisionado del Rey para asuntos de granos”. En opinión de Cortadellas “es lo amo de la navegació del río Ebro, y tenirlo contrari nos podía fer molta mala obra”.394 Si don Ramón Ibarz es clave para la saca de granos, el leridano Agustín Camps por ejemplo, tiene la complicada misión de fijar “a ojo” pesos y precios del ganado, dejando a los factores la tarea de ultimar el trato. Don Joaquín Nogueras por su parte, vecino acaudalado de Alcolea de Cinca, compra para la compañía partidas importantes de la seda recogida en los pueblos de la Ribera por la comisión de un sueldo jaqués en cada libra ponderal adquirida. En Fraga, primero son el herrero Salvador Rubión y don Senén Corbatón, - encargado del cobro de las rentas Reales-, quienes actúan de comisionistas; luego se instala en la ciudad una factoría con botiga en la calle Mayor a cargo de Manuel Ferrer y Ribera que defenderá los intereses de sus amos arrendatarios del diezmo del capítulo hasta la guerra de la 297 Independencia; finalmente será un sacerdote, el cura mosén José Serra quien se haga cargo de los intereses de la administración durante el conflicto bélico. 395 Dentro de la compañía, todos estos hombres con intereses particulares, paralelos o contrapuestos, sienten siempre cerca la mirada atenta y correctora de sus principales, de los amos. Parentesco y proximidad serán los dos principios básicos de su organigrama funcional: en la urdimbre horizontal, las relaciones familiares proporcionan conocimiento, confianza y discreción respecto de cualquier actividad; en la trama, los lazos de parentesco vertical entre amos y subalternos unido a la proximidad física de los primeros a los lugares, circunstancias personales y tareas de los segundos, constituyen su mejor garantía de funcionamiento. La actividad fundamental: el tráfico de cereales. En las factorías se comercializan tanto los cereales dedicados a la alimentación humana como a la animal. Su almacenaje y conservación requiere cuidados sencillos pero laboriosos, cuantificados minuciosamente en las fuentes: desde encabir los graneros, remover el grano, cernerlo y medirlo, hasta airearlo o trasladarlo para frenar el proceso de fermentación y picado, todo es anotado como salida de numerario por los salarios pagados a los jornaleros que los ejecutan. Una vez almacenados, el factor diferencia en sus “relaciones” los adquiridos en las cuartaciones de diezmos de los que compra a particulares; los recolectados por “siembra a medias” con los vecinos, de las cobranzas de préstamos para simiente o consumo, y aún de los trasvases entre administraciones. Su monto global se convierte en “entradas” de un libro conjunto. Con ese monto atenderá la doble finalidad perseguida en cada factoría: subvenir de una parte al abasto en los pueblos adscritos a la factoría y de otra extraer el cereal hacia el mercado catalán. Las cantidades contabilizadas como entradas representan sólo una parte de las finalmente comercializadas y, aún así, la mayor parte de los años suponen la adquisición en una sola administración de tanto trigo como el que era posible almacenar en los silos del pósito municipal de Fraga. Naturalmente, tal cantidad de granos supera las necesidades del abasto local, lo que evidencia la oportunidad de su venta o préstamo en otros pueblos o de su extracción a Cataluña. Cuando compra granos con este propósito, suele hacerlo en el momento oportuno del año conveniente y en el lugar adecuado. Sin prisas, mediante su tupida red de información permanente. Pero casi nunca compra directamente. Cortadellas advierte a su administrador del método a utilizar: "Si podias fer comprar per una ma segura y dissimulada dos o trecents cahíces de blat fesho, que crech valdra mes que seda, ni que fossen sinch cents. Faras be de acudir a Montsó per diners, tambe als çobrants de Fraga y Sena si conve”.396 298 Es decir, cuando se presenta una buena oportunidad, ordena a su factor recoger dinero allí donde lo halle para acaparar todo el trigo accesible en el mercado, de forma disimulada, mediante hombres de paja. Ahí es donde la compañía pierde su apelativo de comercial para convertirse en especuladora. Tal vez ahí se asimila a los comerciantes de tejidos y otros géneros, que cobran en grano sus ventas “al fiado”, para revenderlo al mejor precio y convertirse de este modo en “polilla de los pueblos” como advirtió Pérez Sarrión.397 La documentación permite comprobar que esta táctica no es única ni siquiera ocasional; se repite con cierta frecuencia. En Fraga, en más de una ocasión, estas compras quedaron truncadas por la escasa discreción de los intermediarios elegidos. Cortadellas utiliza además todas las formas de presión en la compra de granos: desde su ventajosa posición obliga a los vendedores a tomar lo que por contra él nunca admite: vales Reales en lugar de efectivo.398 Respecto de la venta de granos, el análisis de las factorías de Ballobar o de Fraga permite demostrar que, de las dos finalidades perseguidas, -abasto de los pueblos comarcanos y exportación-, la Compañía se dedicó con mayor intensidad a la segunda que a la primera, aunque no con la rotundidad con que se ha afirmado hasta ahora. La estrategia observable a largo plazo parece indicar que la apuesta por el propio mercado local no era desdeñable, aunque las tácticas empleadas por la compañía cambiasen de un año a otro en función de la cantidad de la cosecha, de los precios en el mercado comarcal, del riesgo en la exportación y, finalmente, del beneficio alcanzable en el mercado catalán. En este sentido, los datos cuantitativos avalan esta afirmación respecto de la estrategia, y la correspondencia de Cortadellas con sus factores demuestra las diferentes tácticas de temporada. Durante los primeros años la estrategia fue la extracción de trigo hacia Cataluña. Durante su primer quinquenio de actuación en el Bajo Cinca ni un solo cahíz de grano se empleó en satisfacer la demanda local. Pero muy pronto, cuando la crisis finisecular se acentuó, la factoría se adaptó a vender, prestar o sembrar buena parte del trigo y casi toda la cebada en su poder a clientes locales y comarcanos a los precios corrientes en el almudí de Fraga o en el de Barbastro. Por otra parte, la venta local y comarcal manifiesta mayor continuidad que la extracción. Si los datos oficiales de su contabilidad son fiables, algunos años no se extrajo de la factoría hacia Cataluña ni un sólo cahíz de grano. Y casi siempre lo vendido en el mercado comarcal superaba lo extraído.399 La extracción a Cataluña era la devoción que perseguía practicar, pero vender o prestar a los vecinos comarcanos era la obligación de la que no podía escapar. El grano que no se expide hacia Cataluña o se vende en la botiga acaba prestado para la siembra o sembrado a medias con los lugareños. En este sentido, 299 la compañía se adapta a lo que venía haciéndose en Aragón al menos desde el siglo XVI, como en su día expuso Mateos Royo. 400 Pero no deben confundirse sus préstamos con los de los pósitos públicos. Los Cortadellas son comerciantes estables y reconocidos y están acreditados para obtener beneficio de sus operaciones, aunque no manifiestan un criterio único y general en todas las situaciones crediticias. Dejan que cada administrador decida el tipo de interés a establecer en su zona, de acuerdo con circunstancias concretas. La compañía presta trigo, cebada o avena a precios que comparados con otros de las mismas fuentes parecen precios corrientes de venta. Pero en realidad son más elevados para un mismo mes, incluyendo un interés que fluctúa entre un seis y un doce por ciento.401 Otras veces el precio no se concreta en el momento de escriturar y pactar las condiciones del préstamo, y se determina que será "el más alto (a que) se venderán en el almudín de Fraga o Barbastro, a saber hasta el mes de Junio, los que se han de cobrar ese mes, que así está puesto el pacto en los vales”.402 Las relaciones mensuales remitidas por las factorías detallan puntualmente dichos préstamos realizados ante notario, con un prestatario cabeza de lista y unos compañeros mancomunados. Son escrituras de comanda en las que no se anota ningún tipo de interés, y sí solamente el coste adicional de la escritura, -dos o tres duros-, que deberán satisfacer los prestatarios. Los grupos de labradores así constituidos aparecen año tras año en las relaciones y la lista de deudores aumenta sin cesar de un año al siguiente. El préstamo de granos para la siembra es el mejor ejemplo de que la compañía lo vive como una obligación para con los vecinos de aquellos pueblos donde es arrendataria de rentas feudales o de diezmos. El préstamo para el consumo es infrecuente en las fuentes, y cuando aparece es para significar su estrategia: el factor sólo presta para el consumo si las garantías de devolución son máximas; presta sólo a quien ya tiene grano o a quien va a poder devolverlo en especie de seda. Los prestatarios del primer grupo, que deben devolver “grano por grano” en el momento de la cosecha, están sin excepción en la nómina de los hacendados, infanzones, abogados, médicos, religiosos o viudas ricas.403 No he encontrado en Fraga ejemplos de otros grupos sociales. Cortadellas responde a las peticiones de estos prestatarios personalmente, a vuelta de correo; y se pone a su disposición para cualquier otro “encargo” que le pidan. La influencia social de muchos de ellos puede serle útil en el futuro y de ahí el trato ventajoso del “grano por grano”. En cambio, el préstamo a los menesterosos tiene usualmente otra finalidad: cambiar cereal por hilo de seda. La compañía les prestará grano para su consumo sólo cuando garanticen la devolución de su valor con la seda de la próxima cosecha. Naturalmente, se les exigirá que la entreguen “al primer precio”, es decir, en los 300 primeros días después de hilada, cuando su abundancia obliga a mantener precios de venta bajos y ventajosos para los compradores. El prestatario pobre no puede esperar al aumento del precio cuando la seda escasee en el mercado: o la entrega sin resistencia o dejará de participar en futuros préstamos que con seguridad habrá de menester. Otra de las variantes del tráfico de cereales utilizada por la compañía es la “siembra a medias”.404 Por aceptar sembrar a medias los vecinos se hacen acreedores a un pequeño adelanto de pienso que el factor les prestará para alimentar a sus caballerías hasta la recolección. La figura conocida del aparcero a medias o mediero es aquí sin embargo doble. Unos son medieros de fincas pertenecientes a señores temporales cuyas rentas ha arrendado la compañía y la relación es por tanto la tradicional entre el propietario (en este caso el arrendatario Cortadellas) que pone terreno y simiente y el subarrendatario o mediero que aporta su trabajo. En cambio el otro tipo de mediero establece una relación no basada en la propiedad o posesión de la tierra por parte de la compañía sino que la tierra es enteramente suya, del labrador, y la compañía pone solamente el grano, todo el grano. Cortadellas siembra su grano en la tierra de un labriego y éste, después de laborear, acepta entregarle la mitad de lo recolectado. El sistema está indicando la impotencia y debilidad de un ‘mediero’ que, poseyendo él la tierra, por no verse capaz de retornar una simiente tomada en préstamo, prefiere no arriesgar nada a cambio de ceder al final la mitad de la cosecha. Con el paso de los años, la práctica cada vez más frecuente de la siembra a medias, el cultivo directo de algunas fincas adquiridas por la compañía como consecuencia de impagos, y la gestión de otras, propias de señores que se las arriendan, acabaron convirtiendo algunas “factorías de explotación” en “administraciones de labranza”, modelo de factoría que disgustaba a los patronos, por el elevado riesgo que suponía “la dependencia de una climatología adversa”. Finalmente, el último objetivo de la compañía en el tráfico agrícola es la venta directa a los vecinos de los productos ensilados desde la cosecha. Durante seis meses al año, de octubre a marzo, abre sus graneros y lagares y pone a la venta en la botiga trigo, centeno, cebada, avena, aceite y vino cuyos precios serán los corrientes en el mercado comarcal. La venta, sin embargo no es ingenua, como no lo era el préstamo. Cortadellas nos hace ver de nuevo a través de sus puntuales cartas las intenciones de la compañía en este terreno. Después de extraído todo el grano que puede enviarse a Cataluña, no debe comenzar a venderse el restante sin observar si se ha podido sembrar “con buen tempero”, porque eso será indicio de dónde deben situarse los precios de principio de temporada. No debe venderse de forma continuada sino sólo cuando dejar de hacerlo “levante” algún reproche 301 público. Se debe procurar vender sólo “a fanegas y no a cahíces”, lo indispensable “para remediar las necesidades más urgentes”. 405 No debe venderse a todos sino “a los seguros”. Se pone en cambio mucho énfasis en que los precios de venta sean los corrientes para no señalarse frente a otros vendedores. La atención de Cortadellas al proponer precios a sus factores se fija en las previsiones de futuro más que en los datos de la demanda presente; de una parte está siempre atento a la evolución de la meteorología para adelantarse a las expectativas sobre la siguiente cosecha y por tanto determinar la tendencia de los precios; y de otra, su atención se centra en el puerto de Barcelona, valorando las incidencias de la importación internacional de granos. Machaconamente, Cortadellas repite una y otra vez las mismas instrucciones a sus hombres en todas las administraciones de Aragón. No es posible por tanto afirmar que carece de información económica fidedigna. La compañía como ejemplo de “un mundo que vive al fiado”. Junto al préstamo de granos para la sementera y el consumo, Cortadellas se dedica a vender “al fiado” caballerías de labor y de tiro a labradores y arrieros en tres o cuatro teóricos plazos anuales cuando los tiempos parecen favorables. Pero tal vez en mayor medida que en grano o ganado, Cortadellas adelanta también dinero en efectivo. Las operaciones más aparentes en este sentido las realiza directamente como intermediario financiero en favor de algunos nobles y señores aragoneses; así por ejemplo, en una sola fecha -enero de 1802- es capaz de proporcionar numerario al Marqués de Ariño, a don José Aguado, procurador del Señor Conde de Bureta, y a don Francisco Antonio Campos, procurador del Señor Comendador de Miravet todos personajes de conocida relevancia social. En cambio, de forma mucho más anónima y cotidiana, cuando llega el tiempo de la recolección de granos, cuando es preciso contratar peones para las tareas agrícolas, los labradores acuden a los factores para que les presten dinero. Estos lo prestan pero sólo si es "a cuenta de seda" o con “vales de lana”. Es el momento del año en que el factor se siente más generoso. Es también el momento en que espera conseguir más. Por supuesto sólo presta a quienes ofrecen garantías y, además, haciéndolo de este modo se asegura frente a otros compradores no sólo la devolución del préstamo sino lo que le importa más, la adquisición para la compañía de la seda hilada en los pueblos de su administración o de la lana trasquilada. Durante los meses de junio y julio los factores reciben miles de libras jaquesas procedentes directamente de los amos o de otras administraciones. El dinero irá a parar a manos de los vecinos de los pueblos de la Ribera del Cinca: 302 Ontiñena, Alcolea, Estiche, Belver, Albalate, el propio Ballobar, Chalamera o Fraga, que los emplearán en los gastos de la siega y trilla. Pero esta función financiera se aplica también a otros sujetos: adelanta plazos de arriendos al mayordomo del obispo o a la Marquesa de Ayerbe, paga la congrua a curas dependientes de un abad y fía burros y mulas y presta efectivo a particulares. Un vecino pide dinero para comprar un buey; otro para ‘comprar’ un soldado "por haber caído quinto su hijo"; todo “al fiado”. A veces fía a individuos singulares y a veces a grupos, comandados por el cabeza de lista; cargarán con la deuda solidariamente, ellos o sus fianzas. Igualmente la compañía acepta “empeños” o ventas a carta de gracia que sus factores escrituran religiosamente. 406 Con el paso de los años, el número de morosos e incobrables creció pese a las advertencias de prestar en “manos seguras”, con proporción a las posibilidades del que pedía, afianzados en escrituras de comanda u obligación, y casi siempre con cláusulas de devolución en especie o mediante consignaciones de seda o lana. La exigida “devolución en especie” de los créditos fue sin duda una de las razones para el descalabro final de la compañía en la mayoría de sus factorías.407 Y junto a las deudas del período prebélico, la propia guerra de la Independencia sería causa determinante de su cierre por la paralización del sistema de arriendos, 408 por la desarticulación temporal del mercado de granos, de seda o ganado, por la imposibilidad de extraerlos hacia Cataluña y por las consecuencias negativas posteriores en orden a la recuperación de cultivos, de mano de obra y de fuerza animal. Concluido el conflicto, una renovada incapacidad para devolver los préstamos por parte de los supervivientes hubo de ser otra de las razones que movieran a los sucesores de los Cortadellas a no continuar la experiencia mantenida durante más de cuarenta años en Aragón. Pese a su fracaso final, el ejemplo de los Cortadellas y de otras compañías actuó en la zona como un revulsivo. La mentalidad de algunos aragoneses estaba cambiando. Se habían acostumbrado ya a la actuación de aquellos comerciantes cuando sólo cincuenta años antes lo normal era su prohibición por las autoridades regionales y locales, en el convencimiento de que la coalición de personas en el ámbito comercial se convertía en un monopolio que influía negativamente en las posibilidades económicas del vecino particular. Tampoco temían que, en el comercio de granos, "dar la vuelta al trigo dos y hasta tres veces en el año" fuera enriquecerse más allá del límite de lo justo. Cada factoría había actuado como una tienda abierta al público sin tasa municipal, en la que los precios eran fijados libremente por los factores siguiendo los consejos de su amo, quien disponía de una visión global en cada comarca y conocía muy bien las previsiones de importación desde el extranjero a los puertos 303 catalanes. Algo también totalmente impensable hasta entonces, puesto que los gobernantes municipales habían procurado siempre limitar al máximo esta libertad en los precios. El considerable trasiego de personas, mercancías de todo tipo y sobre todo de capital circulante, produjo imitadores entre los aragoneses de la zona. Quienes como los Monfort fragatinos aceptaron compartir riesgos y beneficios con la compañía como porcionistas en los arriendos de diezmos, aprendieron ese juego de la mano de un socio poderoso, avezado en múltiples actividades, con experiencia de años en el negocio. 2.3.5 Los imitadores locales y su aparente fragilidad. Pascual Madoz, al referirse a los diezmos en la provincia de Huesca, emitía una dura opinión sobre los arrendatarios, tanto de la época absolutista como de la incipiente etapa liberal. Luego de referirse a la oposición tenaz al diezmo que él mismo había observado en su tierra natal, criticaba la explotación de la provincia “por miserables agiotistas que hicieron grandes fortunas, perjudicando grandemente a los pueblos” y formando grandes compañías que impedían muchas veces a los labradores lugareños participar en las subastas. Por si esto fuera poco, denunciaba el compadreo entre los arrendatarios especuladores y algunas juntas diocesanas en las que aquellos tenían “cómplices”. (Los Cortadellas tenían en Lérida un hermano canónigo). Por eso la preferencia de unos arrendatarios sobre otros. 409 Hacía mucho tiempo que el sistema de arriendo de diezmos era percibido desde la Corte como un mal en sí mismo, por el encarecimiento que infringía en los precios de los productos agrícolas básicos. Y pese a ello, quienes tenían en su mano la posibilidad de modificarlo –señores temporales, obispados y otras instituciones eclesiásticas- preferían seguir con él, por más cómodo y seguro, pese a tener que compartir sus rentas con terceros. Las autoridades civiles observaban con preocupación un sistema considerado abusivo, por lo que en 1797 la Real Cámara publicaba una orden con el propósito de mentalizar a los partícipes en diezmos de las ventajas del sistema de administración directa sobre el de arriendo. La orden especificaba en sus ítems los abusos observados en la práctica y recomendaba su administración por “personas de probidad”, interesados y en especial los eclesiásticos. preferentemente los mismos 410 Consecuente con la Real Orden, el Consejo de Castilla distribuía al año siguiente una circular dirigida a los M. RR. Arzobispos, RR. Obispos, Cabildos y demás Prelados eclesiásticos del Reino “relativa a suspenderse por ahora las subastas públicas de rentas decimales por entender que son ocasión del aumento injusto de los precios y del acaparamiento de los frutos por parte de traficantes”. El Rey entendía que los arriendos hechos en subasta daban lugar a una fingida 304 escasez de los frutos de primera necesidad ocultos en una sola mano, amén de adquirir los arrendatarios, sobre las diezmadas, otras cantidades (de granos), “haciendo un tráfico perjudicialísimo a la causa pública”. El sistema alejaba de los eclesiásticos los productos en cuyas manos servirían para socorrer las necesidades del pueblo y los ponía en manos de traficantes que lo supeditaban todo a su interés. En cambio, si eran administrados por los propios interesados acabarían mejor repartidos y a precios más moderados. Además, su exacción se haría “con más dulzura y condescendencia que por medio de los compradores”, sin reservarlos para los meses mayores, “con el torpe deseo de aumentar su precio”. Por otra parte, la circular razonaba que, por el sistema de subasta, “con el deseo de comprar muchos lo que uno solo vende” se producían pujas con premios y alicientes, a lo que había que añadir los gastos de los arrendatarios en los viajes, estancia en el pueblo del contrato y coste de las escrituras ante el notario, con lo que el propio arriendo alcanzaba un precio desmesurado, que repercutía luego en los de venta de los productos. La circular concluía señalando el ejemplo de “algunas iglesias” que habían abolido ya las subastas, lo que espoleaba la decisión del rey Carlos IV para suspender en adelante su continuación.411 En el ámbito de los partícipes de diezmos de Fraga (mitra, capítulo y ayuntamiento) tan sólo el capítulo eclesiástico se hizo eco de la orden regia y por una sola vez. En 1800 solicitaba del Consejo de Castilla “…que en virtud de la Real Cédula de 23 de Junio de 1798, se declare haber cesado la escritura de venta otorgada en 11 de Diciembre de 1797 a favor de Juan Soler, de los frutos decimales y primiciales y que pueden administrarlos por sí.”412 Su decisión sin embargo, duró tan sólo lo que duraba el arriendo de aquel vecino de Igualada, quien lo había suscrito por un período de cuatro años. Cuando llegó la ocasión de un nuevo contrato, en el año agrícola 1803-1804, volvieron al sistema de subasta, ganada en esta ocasión para dos cosechas por el fragatino Antonio Cruellas. Volvían con ello al sistema de arriendo habitual. Madoz constataba con sus datos y opiniones el predominio de los grandes traficantes y compañías arrendatarias de diezmos desde la liberación del comercio de granos. Y sabemos que buena parte de ese predominio correspondió a los Cortadellas. Incluso con anterioridad a dicha libertad, desde al menos 1761, Francisco Cortadellas (el padre de los hermanos Cortadellas) es arrendatario de los diezmos del Gran Priorato de Cataluña, por subarriendo a un comerciante de Manresa.413 Luego, entre mayo de 1785 y abril de 1789 los Cortadellas lo son de todos los derechos del obispo de Lérida en la diócesis, tanto en los pueblos aragoneses como en los catalanes.414 Y desde 1785 hasta la guerra de la Independencia la compañía de Calaf arrendó sin discontinuidad la parte del diezmo 305 correspondiente a la mitra en el llamado “priorato de San Pedro de Fraga” del que hablaré por extenso en el próximo epígrafe. Aunque en realidad los Cortadellas no habían sido ni los pioneros ni los únicos. Antes que la compañía se hiciera con el monopolio del obispado de Lérida, otros arrendatarios habían servido al diocesano en este ámbito. Respecto del derecho del obispo en el priorato de San Pedro de Fraga lo habían hecho en el cuatrienio de 1768-1782 el comerciante de Reus Raimundo Nicolau, quien aportó como fianzas del arriendo a Miguel Boronat de Borjas Blancas y a Esteban Mallada, del pueblo de Alcanó. En el siguiente cuatrienio, 1772-1776, entra en el ámbito del diezmo el “tendero de paños” de Fraga Joaquín Monfort, quien aporta como fianzas a los fragatinos Isidro Jorro, al infanzón don Miguel Aymerich y al labrador de Lérida Anastasio Jordá. El cuatrienio siguiente lo escrituran el comerciante de Lérida Antonio Prous y el mismo Joaquín Monfort como porcionista, junto a sus fianzas Pablo Plana y el mismo Anastasio Jordá, ambos labradores de Lérida. Y todavía, antes de que los Cortadellas entraran en liza por esta porción del diezmo, el cuatrienio 1780-1784 fue arrendado por el comerciante de Montblanch José Alfonso, en compañía con José Ortega también comerciante de Reus y José Vies, labrador de La Granadella como fianzas.415 En los primeros años del XIX, la compañía de don José Moragas acaparó la mayor parte de los arriendos de la mitra de Lérida y del cabildo de Roda, hasta que tuvo que apartarse del arriendo principal durante el primer año de la guerra, por disposición de la Junta superior de Cataluña, que se apoderó no solamente de todos los novenos, sino también de mucha parte de diezmos, por causa de las grandes necesidades del momento, como sucedió también en Aragón.416 Respecto de la parte del diezmo correspondiente al capítulo eclesiástico de Fraga conocemos el arriendo de la compañía de Pedrós y Sagristá de Manresa en 1793-1794; la de José Jordana y Parera, también de Manresa, hace lo propio en 1798-1799, teniendo como porcionista a los Cortadellas y como fianza al fragatino Joaquín Miralles; la compañía de Juan José Soler de Igualada lo arrienda en 1800, como ya hemos visto, para rescindirlo cuando el capítulo decide llevarlo por administración. Desde entonces y hasta el inicio de la guerra de la Independencia, el capítulo acudió al nuevo arrendatario general en la diócesis: la compañía de José Moragas, con subarriendo de los frutos menores a la compañía de los Cortadellas. Es innegable por tanto el predominio en este ámbito de las “compañías”, como aducía Madoz, aunque frecuentemente dejaron margen de intervención a otros inversores de menor entidad: comerciantes, tenderos, labradores, ganaderos e incluso infanzones. Eran sus imitadores. 306 En el archivo histórico provincial de Lérida ha quedado constancia notarial de las escrituras suscritas por otro tipo de pequeños capitalistas que arriesgan su dinero en los arriendos: Juan Mensa, comerciante de paños de Lérida, (que aparece en la documentación de Cortadellas) arrienda el diezmo de los “cuatro castillos” de Llardacans, Granadella, Torreveses y Aspa desde 1784 y por cuatro años.417 En 1786, don Ambrosio Barber, infanzón de Binéfar y luego con descendientes fragatinos, arrienda los diezmos de varios pueblos de Aragón al seminario tridentino de Lérida.418 Antón Prous, negociante de Lérida, arrienda en 1788 los diezmos del cabildo de la catedral en los pueblos de Almenar, Alfarrás y Torre de Santa María pertenecientes al capiscol de Lérida. Sus fiadores eran en esta ocasión Jaume Godia, “ganadero de Alcarraz” e Isidro Oliver. En 1790 arrendaron los diezmos del capiscol los “payeses” Anastasio Jordà y Joan y Josep Orquia, ambos de Lérida. 419 El sobrino de Antón Prous, Isidro Jorro (inmigrante leridano en Fraga) participa como fianza en el arriendo de los diezmos de Zaidín, que se escrituran a favor de Juan Orquia, Antonio Corts y Jaume Godia, ahora calificado como “payés” de Alcarrás en 1776 para cuatro años.420 De nuevo el mismo Jaime Godia es fianza en el arriendo del diezmo correspondiente a la mitra en Zaidín en 1785 y para otros cuatro años. Godia venía siendo uno de los comarcanos más activos en todo tipo de arriendos: desde 1767 era arrendatario “casi permanente” de las carnicerías de Lérida.421 Con estos ejemplos, vemos cómo pequeños “hombres de empresa” de las comarcas próximas arriesgan sus capitales en la recaudación del diezmo. Del mismo modo, en el libro de arriendos de diezmos conservado en el archivo catedralicio de Lérida aparecen otros comerciantes, casi siempre de paños, de Lérida, Barbastro, Monzón y otras localidades ribereñas del Cinca, que evidencian la participación mayoritaria de los “comerciantes” en su gestión. Pero si se consultan fuentes locales, y, en el caso que nos ocupa las relativas a Fraga, aún aparecen otros pequeños arrendatarios, porcionistas y fianzas. Tempranamente, algunos fragatinos entraron en este ámbito. No con la cuantía monetaria de las grandes compañías, pero sí con capitales de envergadura similar a la de sus propios patrimonios. El primero en aparecer ha sido el comerciante fragatino Monfort, pero en realidad un año antes, en 1771, el labrador hacendado “don” Miguel Cabrera Mañes arrienda el diezmo del capítulo, con el también fragatino José Aribau como porcionista. Su ejemplo es seguido por otros vecinos, preferidos por el capítulo a los postores forasteros. Sin duda la cualidad se segundones de familias principales que poseen muchos de los eclesiásticos capitulares explica dicha preferencia, aunque la frecuente insolvencia de los arrendatarios les obligue a buscar “manos” foráneas. 307 En el cuatrienio 1774-1777 por ejemplo, Domingo y Andrés Labrador, Miguel Juan Rodríguez y José Cónsul, “labradores” y vecinos de Fraga arriesgan un capital anual de 4.000 libras en los frutos decimales del capítulo. Pronto alegan no poder pagar la mitad del arriendo suscrito y proponen a los eclesiásticos cobrar la deuda de sus propias cosechas o retrasar el cobro al final de los cuatro años. Acuden al Real Acuerdo para detener el embargo de sus bienes, alegando “la esterilidad de los tres últimos años y escasez de cosechas”. Es decir, la fragilidad del capital líquido con que cuentan los arrendatarios “labradores” les deja pronto al margen del sistema, sin que vuelvan a arriesgarse en el futuro, aunque no queda claro en este caso si su ruina es del todo cierta o en buena parte fingida.422 Con mayor razón, el caso de otro arrendatario fragatino da cuenta de la fragilidad con que algunos labradores entraban en el arriendo de diezmos: en 1815 los vicarios de Ballobar y Ontiñena reclaman a Domingo Satorres, “labrador” de Fraga, ciertas deudas que dicen les debe como arrendatario que fue de los diezmos y primicia en los años de 1812 y 1813, y que juntas alcanzan las 325 libras. Satorres es condenado por el corregidor de Fraga a pagar y éste apela ante la Audiencia. Aduce que en efecto fue arrendatario en 1812, tomando el arriendo del administrador de Bienes Nacionales del “gobierno intruso” y que por ello se obligó a pagar la congrua que antes cobraban los vicarios y los reparos ordinarios de las iglesias. Pero añade que, siendo la parte principal de dichos diezmos la correspondiente a los corderos, y que siendo aquel año corta la cosecha de granos y abundante la cría de ganados, ocurrió que en el año 1813 "nuestras tropas recuperaron la mayor parte de Aragón" y el comisionado para recoger los Bienes Nacionales (don Manuel Frauca) se llevó toda la décima y primicia de corderos y que las tropas de Mina se llevaron mucho trigo, y que a él se lo llevaron preso a Barbastro, donde estuvo encarcelado ocho meses “habiendo salido por último de la prisión bien purificado, pues se gastó en ella cuanto tenía”. Añade que arrendó por 8.000 duros la décima y primicia de Ballobar, Ontiñena, Sena, Villanueva y Monasterio de Sigena, y que pagó al gobierno intruso dicho arriendo. Si se compara el precio del arriendo con el valor catastral de su patrimonio en 1819, la fragilidad del arrendatario labrador en este caso resulta evidente, aunque no ha quedado arruinado.423 Por último, mientras subsiste el diezmo al inicio del período liberal, contamos con el ejemplo de dos fragatinos que arriesgan capitales en su arriendo. Los comerciantes de Fraga “don” Camilo Miralles y “don” Cristóbal Calavera Rubira forman sociedad en 1837. Usualmente trafican con productos agrícolas y con seda. Gestionan el arriendo del diezmo del abadiado de Ballobar y el de la encomienda de Ontiñena. Durante toda una década se verán envueltos en un larguísimo pleito con 308 su fianza de Zaragoza –don Juan Vela- por haber dejado de satisfacer el precio de sus arriendos.424 En este caso, sus respectivos patrimonios catastrales y su actividad comercial, –según el catastro de 1832-, parecen ser suficientes para afrontar el coste del arriendo y su fracaso cabe atribuirlo, mejor, a la acentuada resistencia que oponen los labradores a satisfacer el diezmo en su etapa final.425 Analizado el período para el que poseemos datos cuantitativos tanto de la mitra de Lérida como del capítulo eclesiástico fragatino, parece evidente que el arriendo cuatrienal del diezmo correspondiente a la mitra sólo podía ser abordado con solvencia por compañías que manejasen capitales circulantes muy superiores a los satisfechos en los arriendos. Así, mientras el precio anual del suscrito por los Cortadellas con la mitra en el priorato de San Pedro oscila entre las 9.750 y las 11.250 libras catalanas anuales durante un período de veinte años, su saldo de caja en la factoría en Fraga supera –por sí solo- las 6.000 libras jaquesas anuales, equivalentes a 10.590 libras catalanas. Y cuando en 1807-1808 arrienda los derechos decimales de la mitra y parte de los del capítulo por 14.000 libras catalanas anuales, el saldo de caja en su factoría de Fraga rebasa las 18.000 libras jaquesas.426 Es decir, el capital de riesgo invertido por los Cortadellas en el diezmo del priorato de San Pedro es mínimo respecto de su capital total circulante en las factorías de Aragón. En cambio, cuando vemos arrendar diezmos a labradores o pequeños comerciantes fragatinos, la exigencia de pago anual al capítulo eclesiástico está en ocasiones muy próxima al valor catastral de su patrimonio. Arrendar el diezmo en estas condiciones suponía correr un elevado riesgo. Como afirmaba Madoz, tanto durante el período absolutista como durante los primeros años del régimen liberal hasta la abolición del diezmo, algunas compañías e individuos capitalistas de variada ocupación invirtieron capitales no desdeñables en la negociación de productos agrícolas derivados del diezmo. Debe matizarse en cambio la exclusión que de esta actividad de riesgo establece para medianos agricultores, ganaderos o pequeños comerciantes “lugareños”. Sabemos que los hubo y que su capacidad de riesgo pudo contribuir en ocasiones a mejorar su patrimonio, situándolos –cuando no lo eran ya- entre los principales contribuyentes de sus respectivas localidades, aunque en ocasiones el riesgo adquirido malbaratara su hacienda. Y todavía más significativo que su riesgo directo en los contratos parece su papel como avalistas o fianzas locales tanto de arrendatarios foráneos como de sus convecinos. Ahí se aprecia mejor la potencia patrimonial de algunos mayores contribuyentes de la cuarta generación. En concreto, una vez concluida la guerra y desaparecidos los Cortadellas y otras compañías catalanas del panorama aragonés, serán algunos comerciantes fragatinos quienes ocupen su vacío en el comercio comarcal de granos. El principal 309 entre ellos es sin duda la familia Monfort que, –como ya hemos visto-, consigue durante la contienda un privilegio exclusivo del mariscal Suchet para el comercio de trigo en todo Aragón.427 Junto a los Monfort, los individuos de la familia Miralles, dedicados inicialmente a las labores de cerería, son ahora hacendados con dedicación prioritaria al comercio y préstamo de granos, de manera que, en la décadas iniciales del siglo XIX, liderarán el mercado comarcal con inversiones de capital cuya estimación catastral supera los 100.000 reales de vellón entre Camilo Miralles y su cuñada, la viuda de Salvador Miralles. Le siguen en este ámbito la familia de los Isach-Salarrullana, y la de los Jorro i Prous a quienes acabamos de desvelar como arrendatarios, porcionistas o fianzas de diezmos en el período previo la guerra, y quienes complementan sus respectivas profesiones con su dedicación al comercio del trigo y de la cebada. Por otra parte, en sustitución temprana del negocio que los Cortadellas tenían en el ámbito de la compra-venta de ganados lanares y mulares, la familia de los Martí se introduce desde las propias peripecias suministradora de los ejércitos en el punto de Fraga 428 de la guerra como y, concluido el conflicto, serán sus vástagos quienes intenten monopolizar, junto a los Vera, el tráfico y venta de reses, lanas y pieles con destino al mercado catalán, además de surtir las carnicerías locales. Junto a estas dos familias y a una escala menor, otras sagas de pequeños comerciantes imitarán durante la primera mitad del siglo XIX los hábitos comerciales aprendidos de los factores de aquella compañía catalana que organizó en botigas permanentes la actividad comercial sustitutoria de los mercados semanales y de las compra-ventas tradicionales en el almudí.429 Un auge comercial que no decaerá hasta la segunda mitad del siglo XIX. La oposición de las autoridades al acaparamiento del “trigo de cobranzas” había supuesto el principio del fin de compañías catalanas como la de los Cortadellas en el Aragón oriental. La guerra de la Independencia supuso su puntilla, junto a las deudas incobrables de aragoneses. Frente a su debacle, otros hombres supieron aprovechar la coyuntura bélica y el vacío dejado por sus maestros para hacerse con el mercado local y comarcal de cereales, de carne, lana, pieles, seda y otros productos, tanto los procedentes de rentas decimales y temporales como del resto de excedentes comercializables. Estos sucesores serán individuos, familias y linajes fragatinos y comarcanos –miembros de la tercera y cuarta generación de nuestro estudio- que alcanzarán la cima de la sociedad local como comerciantes y hacendados. Los Monfort, Barber, Martí, Vera, Miralles, Satorres o Cruellas ya fragatinos desde generaciones previas o los Prous, Jorro, Aznar, Godia, etc., todavía leridanos pero pronto también vecinos de Fraga, coparán junto a sus hijos los puestos de cabeza en la sociedad fragatina de la cuarta generación. 310 NOTAS DEL CAPÍTULO SEGUNDO. 1 NADAL FARRERAS, J. La introducción del catastro en Gerona. Contribución al estudio del régimen fiscal de Cataluña en tiempos de Felipe V. Universidad de Barcelona. 1971. pp. 63-67. 2 ARTOLA, M. La hacienda del antiguo régimen, Madrid 1982 pp. 236-238, explica entre otras disposiciones la de exención de contribución por parte de los jornaleros a partir del año 1759. 3 MAISO GONZÁLEZ, J. y BLASCO MARTÍNEZ, R. Mª. Las estructuras de Zaragoza en el primer tercio del siglo XVIII, Zaragoza 1984, pp. 43-45. Estos autores advierten del “carácter coyuntural e historicista de la clasificación de Colin Clark y Fourastié”, que denunciaba Josefina Gómez Mendoza, pero reconocen la falta de solución alternativa. Por ello deciden utilizar la clasificación por sectores de actividad apoyándose en autores de reconocida autoridad tales como Bartolomé Bennassar en su estudio sobre Medina del Campo, o el de Antonio M. Bernal, A. Collantes de Terán y A. García Baquero sobre Sevilla. 4 Véase el cuadro I.1 en Cuadros económicos y estadísticos del apéndice. 5 6 PLA, Lluïsa y SERRANO Àngels, La societat de Lleida al Set-cents. Lleida 1995. p. 67. Es lo que afirman para la ciudad de Lérida HUGUET, Ramona en Els artesans de Lleida, Lleida 1990 p.19; y para Zaragoza MAISO GONZÁLEZ, J. y BLASCO MARTÍNEZ, R. Mª. en “El sector artesano de transformación a comienzos del siglo XVIII en Zaragoza”, Floresta Histórica. Homenaje a Fernando Solano Costa. Zaragoza 1984, p. 313. También en Las estructuras de Zaragoza..... p. 88. 7 Así los llaman PLA, Lluïsa y SERRANO Àngels, Ibídem. pp. 240-255. 8 9 REDONDO VEINTEMILLAS, G. Los gremios en Aragón durante la Edad Moderna. Zaragoza 1981, p. 9. MAISO GONZÁLEZ, J. y BLASCO MARTÍNEZ, R. Mª. Op. cit. p. 18. 10 PÉREZ SARRIÓN, G. “El Censo de Floridablanca en Aragón. Un análisis general”. Revista de Historia Económica. Año II, otoño de 1984, nº 3. pp. 263-286. 11 PEIRÓ ARROYO, A. Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores del Antiguo Régimen. Barcelona 2002, p. 48. 12 VILAR, P. Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblo y poderes en la historia de España. Barcelona 1982. pp. 70-71. 13 PEIRÓ ARROYO, A. Op. cit. p. 45. 14 15 PÉREZ SARRIÓN, G. Aragón en el Setecientos. Lleida 1999, pp. 263-264. PÉREZ SARRIÓN, G. “El Censo de Floridablanca en Aragón. Un análisis general”. Revista de Historia Económica. Año II, otoño de 1984, nº 3.p. 284. 16 PLA, Llüisa y SERRANO, Àngels, Op. cit. pp. 67-69. 17 NAVARRO MIRALLES, L. “Una fuente fiscal: el catastro (s. XVIII), anotaciones metodológicas”, en Actas de las II Jornadas de Metodología y Didáctica de la Historia. Cáceres 1981, p. 267. Al hablar de Cataluña, señala que “a los individuos que ejercían sus actividades en los gremios y, en la práctica, a los campesinos propietarios, se les suponían 180 días de trabajo al año. 18 MUSET I PONS, A. Catalunya i el mercat español al segle XVIII. Els traginers i els negociants de Calaf i Copons. Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1997. Sus conclusiones en pp. 295-299. 19 A.H.F. C.92-4 Órganos de Gobierno de 1800. 20 ZEMELI, José "Descripción histórica y geográfica de la ciudad de Fraga y sus términos", documento cedido por Félix Otero, p. 3. El original en B.N., Manuscritos. 21 PEIRÓ ARROYO, A. “Comercio de trigo y desindustrialización: Las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña”. En Actas del Ier Simposio sobre Las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña (siglos XVIII-XX). IEA. Diputación de Huesca 1990. p. 58. 22 A.H.F. C.437-6. 23 LAFOZ RABAZA, H. “La Contienda en Aragón. Revisión historiográfica”. En ARMILLAS VICENTE, J. A. (coord.) La Guerra de la Independencia. Estudios. Volumen I. Institución Fernando El Católico. Zaragoza, 2001. p. 136. Según este autor, la información la habría solicitado el capitán general Palafox el 26 de septiembre de 1814 a todos los ayuntamientos de Aragón. 24 BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la Guerra de la Independencia. Amics de Fraga, 2003. Véase en pp. 110-117 y pp. 156-157 el detalle pormenorizado de sus actividades durante la guerra. 25 FONTANA, J. De en medio del tiempo. La segunda restauración española. 1823-1834. Barcelona 2006. 26 27 A.H.F. C.99-5. Órganos de Gobierno de 28 de septiembre de 1832. El análisis pormenorizado de este cuaderno de industrias permite ver distancias entre individuos de un mismo oficio que duplican el salario de uno frente al de otro. Así, a los tejedores se les peritan entre 3 y 6 r. v. diarios; a los alpargateros entre 2 y 4 r. v.; a los carpinteros entre 7 y 14 reales, etc. 28 ASSO, I. Op. cit. p. 140 y en especial su “Observación” general sobre la industria en pp. 173-176. Para el comercio de granos véase pp. 225-226. 29 FORNIÉS CASALS, J. F. La Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País en el período de la Ilustración (1776-1808): Sus relaciones con el artesanado y la industria. Madrid, 1978. pp. 41-103 y 136-177. También GOMEZ-ZORRAQUINO, J. I. Los Goicoechea y su interés por la tierra y el agua en el Aragón del siglo XVIII. Zaragoza, 1989. p. 64. Igualmente MIGUEL LÓPEZ, I. “El sector manufacturero aragonés en el censo de 1784” en RHJZ, nº. 69-70 de 1994, pp. 193-224. Una síntesis de algunos 311 aspectos en la decadencia del artesanado aragonés en PÉREZ SARRIÓN, G. Aragón en el Setecientos. Lérida, 1999. pp. 200-220. 30 VICEDO I RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català al set-cents. Producciò, propietat i renda. Barcelona 1991. En pp. 45-49 resuelve cuestiones similares destacando rasgos muy parecidos a los que aquí destacamos: 1º un crecimiento extraordinario de la población activa agraria y, dentro de ella el de los jornaleros. 2º Un desarrollo notable del sector artesanal –especialmente en las poblaciones mayores y que tienen un área de influencia comarcal. 3º Un desarrollo notable de los activos dedicados al comercio y a los negocios, especialmente de los comerciantes-arrendatarios. 31 Con el fin de comparar la situación final del período con la que supuso la máxima diversificación de oficios en Fraga al alcanzar un nuevo techo demográfico de 1860, he tomado en consideración el amillaramiento realizado para el nuevo catastro de ese año, cuyo resumen por oficios de los tres sectores se ofrece en el apartado de Estadísticas I.2 del apéndice documental. 32 PEIRÓ ARROYO, A. Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores del Antiguo Régimen. Barcelona 2002. p. 44. No es posible buscar equivalencias entre los datos numéricos recogidos para Fraga y los de otras poblaciones aragonesas, pese a que el autor los proporciona para diferentes poblaciones y años, ya que los criterios de clasificación de la población activa parecen diferir sensiblemente de un lugar y tiempo a otros. 33 A.H.F. C.100-1. Órganos de Gobierno de 14 de diciembre de 1832. 34 GÓMEZ ZORRAQUINO, J. I. “La burguesía mercantil en el Aragón del siglo XVIII. Consideraciones sobre su delimitación”. Actes del Congrés Els catalans a Espanya, 1760-1914, Barcelona, 1996 pp. 255270. 35 Los cinco de mayor extensión son Zaragoza con 105.990 Has., Egea de los Caballeros con 58.040, Alcañiz con 47.220, Albarracín con 45.650 y Caspe con 44.540 Has. respectivamente. 36 A.H.F. C.417-7 Secretaría. Aunque el mapa no está fechado, su confección ha de ser anterior al año 1929, cuando la tierra cultivada en la huerta ronda las 2.000 hectáreas, mientras en el mapa se indica que, en el momento de su realización, eran sólo 1.720 las hectáreas cultivadas. El documento gráfico inicial ha sido modificado por el autor añadiendo los topónimos menores que aparecen en la documentación del XVIII y XIX. Así mismo ha reescrito en la leyenda los nombres de las partidas y su extensión en hectáreas, facilitando de este modo su lectura. 37 El profesor Javier Cangas de Icaza describió en un breve estudio de aproximación el conflicto generado históricamente entre Fraga y Caspe por la propiedad de esta partida. Con el título de Valdurrios. Un pleito de siglos entre los municipios de Fraga y Caspe, se publicó en Fraga por el periódico La voz del Bajo Cinca en el año 2000. La escritura de cesión firmada por el alcalde de Fraga don Pedro Dueso Poy y el de Caspe, don José Garrido Sancho, se encuentra en A.H.F. C.1245-52 de 17 de marzo de 1952. El plano con la nueva línea divisoria entre los dos términos municipales en A.H.F. C.297-3 Secretaría. 38 A.H.F. C.295-2. Apéndices del catastro de 1859 fechados en 9 de junio de 1861 y con el título de “Resumen del nº, clase, calidades y cultivos de los terrenos, casas y ganados de Fraga, que la Junta Pericial y Ayuntamiento de la misma presentan en vista de las relaciones de los contribuyentes, evaluaciones, cuadernos de riqueza, amillaramiento y otros datos consultados para la formación del mismo y de su riqueza imponible”. 39 En 1862, el agrimensor titular don Manuel Carrasco y Castillo certifica haber verificado el perímetro del término de Fraga, “que arroja una superficie de 44.576 hectáreas, 1 área y 38 centiáreas, que son 451.635 fanegas de la costumbre del país, o sean de 1.800 varas superficiales aragonesas, como puede comprobarse por el adjunto plano". A.H.F. C.295-1. 40 En ocasiones las autoridades regionales hubieron de tomar cartas en el asunto. En 1788 el corregidor de Zaragoza enviaba un comisionado para la averiguación de talas de los montes de Fraga. A.H.N. Consejos, legajo 37.157, expediente nº. 9 del mes de marzo. 41 Véase el Documento II.1 del Apéndice. A partir de 1832 se documentarán en Fraga las primeras noticias sobre el proyecto del futuro Canal de Aragón y Cataluña. Se expresa ese año el desacuerdo de los terratenientes de la partida de Litera con el canon a imponer. A.H.F. C.139-2 Acta del ayuntamiento de 12 de mayo. En 1835 se mantiene la resistencia al pago del nuevo canon. A.H.F. C.139-2 Acta del ayuntamiento de 11 de enero. 42 COLÁS LATORRE, G. La Corona de Aragón en la Edad Moderna. Madrid 1998, p. 18. Señala cómo Aragón extendió sus riegos por todas partes: Caspe, Alcañiz, El Burgo, Zaragoza (Acequia Imperial 1529), Luceni, Rueda, Urrea, Plasencia, Tauste, Huesca, Barbastro…, observando como “el regadío asienta y atrae población, incrementa los recursos y con ellos necesariamente la población”. 43 SALLERAS, J. y ESPINOSA, R. Fraga y el Cinca: sus puentes y sus barcas. Edición de Amics de Fraga y La Casa de Fraga en Barcelona. Fraga, 1994. 44 La primera ocasión se produce durante la guerra de Sucesión y se tardará dos años en reconstruir el puente, entre 1710 y 1712. La segunda en 1730, cuando el ingeniero Francisco Mauleón inicia un expediente para cambiar la madre del río. A.G.S. Secretaría de Guerra, legajo 3515. De nuevo en 19 de octubre de 1732. A.H.N. Consejos, legajo 22149. expediente nº 9. Otra vez el 28 de mayo de 1740, tardándose dos años en su reconstrucción. Cuando entra en servicio, una nueva riada el 16 de junio de 1743 rompe ocho de sus arcos. A.H.F. C.129-2 A.A. de 18 de enero de 1744. A primeros de octubre de 1751 vuelve a romperse el puente y no queda recompuesto hasta el 18 de agosto de 1753. Pasan veinte años sin roturas de importancia hasta que el 18 de diciembre de 1773 una “furiosa avenida se lleva tres 312 arcadas”. En 1778 don Cristóbal Estroquía diseña un nuevo puente, que está construido ya en 1782. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo y A.H.F. C.410-1 Actas de la Junta de Propios. El 6 de septiembre de 1788 una riada se lleva el fortín de la cabeza del puente y cinco arcadas, destruye el azud, hunde el pretil de la carretera real recién construida y las casas contiguas. Se tardará más de un año en reconstruirlo, hasta mayo de 1789. A.H.F. C.1096-2 y A.H.N. Consejos, legajo 37161, expediente nº. 32 del mes de noviembre de 1788. Pasarán desde entonces treinta y seis años sin que el puente sea derrotado por el agua hasta el primero de octubre de 1824 cuando una riada se lleva cuatro arcadas e inutiliza otras dos. A.H.F. C.139-1 A.A. Finalmente, el 10 de octubre de 1839 una riada impresionante se lleva 18 de las 24 arcadas. No volverá a construirse un nuevo puente que se pretende definitivo hasta 1847, -el primer puente colgante- aunque se derrumbará en 1852. Reedificado al año siguiente, volverá a derrumbarse en 1866. En 1883 se inaugurará el puente de hierro que será volado por el ejército republicano en marzo de 1938. 45 El 6 de septiembre de 1795 se produjo "una avenida extraordinaria en el Cinca, que se llevó la presa, la cual se reduce a una estacada de madera de pino verde, parapetada de piedras, marcintas y broza. Habiendo trabajado en su reparación desde el 18 de Septiembre hasta el 29 del mismo mes, ocurrió una segunda avenida el 4 de Octubre del mismo año que se llevó la obra y hubo que reconstruir la presa de nuevo, con el dinero prestado por el comerciante Andrés Isach y de otros fondos, mediante obligación formal que para pagarlo hicieron algunos capitulares del ayuntamiento y otros vecinos hacendados de Fraga. Las obras costaron, junto con los salarios de los encargados de la acequia y alfarda, 1.609 L. j. Para repartir dichos gastos se indica que deberá cobrarse la alfarda a razón de 36 dineros por fanega. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.4583-2, 2ª pieza. 46 En fecha tan tardía como el año 1842 la barca que sustituye al puente en ese momento es sinónimo de inseguridad incluso con las pequeñas avenidas que se suceden de continuo. 47 En 1820 se recibe una circular de la Diputación Provincial relativa al fomento de las obras públicas útiles a los pueblos y el ayuntamiento propone, entre otras, la de construir estacadas en la huerta para defenderse de las riadas con un coste aproximado de 20.000 reales. A.H.F. C.128-2 acta del ayuntamiento de 9 de noviembre. 48 A.D.L. Rentería, legajo nº. 3, fechado en 1819. Documento cedido por A.E.S. 49 50 A.H.F. C.1243-1 Protocolos notariales. La primera junta estará formada por los miembros del ayuntamiento, el secretario y los propietarios don Domingo Mª. Barrafón, don José Rubio Sisón, don Antonio Junqueras, don Ramón Portolés, don Miguel Jorro y don Andrés Isach y Luzán, y como miembro consultivo el presbítero don Joaquín Vera. De éstos últimos se cambiarán dos miembros cada año, siendo sustituidos por otros dos propietarios arraigados. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 10 de julio de 1818. 51 Se han conservado las Ordinaciones de la villa de Fraga hechas por el Muy Ilustre Sr. Doctor don Bartolomé Pérez de Nueros, ciudadano de Zaragoza, y comisario real para la insaculación de oficios de gobierno que se hizo en la villa en 1685. La ordinación XVII trata en efecto “de estacadas y desvíos del río, para que no haga daño en la huerta”. p. 44. 52 A.H.P.Z. Real Acuerdo. Libros de Consultas e Informes de 1757, Zaragoza a 30 de abril. 53 En 1800, el corregidor Serrano Belezar eleva un memorial a S. M. y alega entre otras actuaciones beneficiosas para Fraga la de haber mandado construir “cinco frondosas alamedas a la salida del puente, consolidadas con árboles..., cuyos paseos se van adornando con asientos de cantería simétricamente puestos; de suerte que Fraga parece ya otra, habiéndose además enriquecido con un abundante vivero de árboles, de que absolutamente carecía, para reemplazar y adelantar las alamedas, que al mismo tiempo sirve de antemural al río, y evita los daños que con sus avenidas sentía la huerta, en cuyas obras ha expendido el suplicante algunas cantidades de su bolsillo, con gusto, para acreditar con ello el cumplimiento de su obligación”. A.H.N. Consejos, legajo 37205, expediente nº. 96 del mes de agosto. 54 El ayuntamiento acuerda que se publique en Madrid, en la Gaceta, en el Eco del Comercio, Eco de Aragón y Boletín oficial de la provincia, la contrata para las obras de canalización del Cinca, por si alguna empresa quiere hacerse cargo de las mismas. A.H.F. Acta del ayuntamiento de 7 de julio de 1842. 55 A.H.F. C.128-2 Acta del ayuntamiento de 9 de noviembre de 1820. 56 "... En atención a los desórdenes, y descombeniencia que se sigue de que los vezinos de la presente ciudad saquen los sotos incultos cada uno en su confrontanza, se determina por uniformidad de votos, que ningún vezino ni habitante pueda sacar soto alguno sin expreso consentimiento del ayuntamiento, el cual deverá atender a la tierra que tuvo el confrontante o sus antecesores sin dejarle sacar más, y lo restante del soto que quede a beneficio común. Y aún se da permiso que cada uno en su confrontanza pueda plantar árboles fructíferos y silbestres. Y que nadie pueda cortárselos en pena de sesenta sueldos por pie y treinta sueldos por rama. Y que de todo se haga pregón público". A.H.F. C.127-7. 57 A.H.F. C.295-1 Catastro de 1859. 58 OTERO, F. Op. cit. tomo I, p. 32 cuantifica las tierras nuevas sacadas en diferentes partidas de la huerta durante las dos últimas décadas del siglo XVII. Lo que indica que el proceso de incremento en la extensión de la huerta vieja no es un fenómeno nuevo del siglo XVIII, sino –al menos- del principio de la recuperación demográfica de fines del Seiscientos. 59 Firmaban el informe el doctor Lorenzo López de Porras y don Nicolás Alfo Blasco, de Zaragoza, el 18 de marzo de 1721. 60 A.H.F. C.1245-40. 313 61 A.H.F. C.127-2 Acta del ayuntamiento de 24 de marzo de 1717. El listado –no conservado- de estos terratenientes debía recogerse en un libro de reparto, junto a los vecinos de Fraga. En 1719 vuelve a hablarse en ayuntamiento de los terratenientes de Mequinenza, Torrente, Masalcoreig y Velilla que tienen masadas en el término de Fraga. A.H.F. Acta del ayuntamiento de 25 de junio. 62 Ordenanza del Intendente de Aragón don José del Campillo y Cossío, de 7 de enero de 1738, dada en Zaragoza. En ella se dan una serie de normas sobre los bienes que deben cargarse, y entre ellas: "Que se execute por las justicias y regidores actuales de cada pueblo, justificadamente a proporción de las rentas, caudales, haciendas, tratos, comercios y grangerías de los vezinos, como también sobre aquellos fondos de tierras, que de forasteros estuviesen situados en el término, o territorio de cada pueblo". A.H.F. C.129-1. 63 A.H.F. C.965-9. En 1728 se trabajan en Valdurrios por parte de varios terratenientes 281 cahíces de tierra. A.H.F. C.959-5. Cabreos de rentas. 64 A.H.F. C.410. Actas de la Junta de Propios. Dos años después se repite similar situación. A.H.F. C.133-2. Acta del ayuntamiento de 18 de enero. 65 El libro confeccionado este año detalla 45 contribuyentes de Mequinenza, 28 de Torrente, 22 de Velilla y 15 de Masalcoreig. Son en total 110 terratenientes forasteros que representan el 14,32% de los contribuyentes. A.H.F. C.1059-2. 66 A.H.F. C.289-11 y A.H.N. Consejos, legajo 37.359, expediente de marzo nº. 27 de 1789. 67 68 69 70 71 A.H.F. C.139-2 Acta del ayuntamiento de 16 de febrero. A.H.F. C.146-1 Acta de 25 de septiembre, y orden del B.O.P.H. nº. 43 bajo el nº. 144. A.H.F. C.129-2. A.H.F. C.131-1. LLOPIS, E. (ed.) El legado económico del Antiguo Régimen en España. Barcelona 2004, Artículo introductorio del propio Llopis. pp. 30-31. 72 SÁNCHEZ SALAZAR, F. "Los repartos de tierras concejiles en la España del Antiguo Régimen” en ANES, G. (ed.) La economía española al final del Antiguo Régimen. Madrid 1982, p. 192. 73 Ibídem, pp. 198-204. 74 75 Ibídem, p. 208-209. Ibídem, p. 216. La legislación sobre el reparto de tierras concejiles fue la siguiente: Provisión de 2/5/1766 extensiva a Extremadura; provisiones de 12/6/1767 y 29/11/1767 que hacen extensivos los repartos a La Mancha, Andalucía y luego a todo el reino. Provisión de 11/4/1768 aclarando las dudas surgidas con la puesta en vigor de las anteriores. La Provisión de 26/5/1770 deroga las anteriores por haber provocado el efecto contrario al perseguido. Se declaran vigentes los repartos ya hechos. Se ordena repartir en arrendamientos todas las tierras "de propios, arbitrios o concejiles". La Provisión de 29/11/1771, como adición a la anterior. Los decretos de 28/4/1793 para Extremadura y de 2/3/1801 para la Junta de la Diputación en Madrid de la Sociedad Cantábrica. 76 GARCÍA SANZ, A. “El reparto de tierras concejiles en Segovia entre 1768 y 1770” en Congreso de Historia Rural. Universidad Complutense, Madrid 1984. pp. 251-260. 77 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Barcelona 1981. 78 79 Véase una copia de la Real Provisión en A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1770. BERNABÉ GIL, D. “Vocabulario de análisis para los bienes de propiedad colectiva” en Revista Studia Historica, de la Universidad de Salamanca nº. 16 de 1997, p. 131, afirma que con la multiplicidad de usos públicos y privados ..."la tradicional dicotomía que suele establecerse entre bienes comunales y de propios acaba por difuminarse un tanto”. Del mismo modo, en MARCOS MARTÍN, A. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y Sociedad. Barcelona 2000, p. 187. 80 En 1756 Fraga sostiene un pleito con el capítulo eclesiástico y el obispo por las tierras de la "partida de Moros que de presente se han establecido puestas en cultivo" y sobre las que cree tener derecho de cobro del noveno, frente al derecho general del obispo y capítulo de cobro del diezmo. A.H.F. C.131-1. 81 SEBASTIÁN AMARILLA, J. A. en el libro colectivo editado por LLOPIS, E. El legado económico del Antiguo Régimen en España, p. 151 afirma que “... En las regiones del Levante mediterráneo tuvo lugar un importante proceso roturador iniciado antes de 1700. El protagonismo correspondió, más que a los tradicionales cereales de secano, a la plantación de vides y olivos y, en las áreas en que pudo asociarse a la ampliación del regadío, a la intensificación de las labores, prosperando el arroz, el maíz, las moreras y distintos frutales y plantas de uso industrial”. 82 A.H.P.Z. Real Acuerdo. Expedientes de Zaragoza de 1770, nº. 2. 83 FERNÁNDEZ CLEMENTE, E. “La crisis de la ganadería aragonesa a fines del Antiguo Régimen. El caso de Cantavieja”, en Teruel nº 75 de 1986. pp.95-140 y “Sobre la crisis de la ganadería española en la segunda mitad del siglo XVIII” en C.I.H. BROCAR, nº 12, 1987. pp. 89-101. También en LATORRE CIRIA, J. M. “La producción agraria en el sur de Aragón (1660-1827)”. en Historia Agraria nº 41, abril 2007. pp. 3-30. 84 A.H.P.Z. Real Acuerdo. Expediente de súplica de doña Teresa Coll, viuda de don Lorenzo Barber en 1768, solicitando se la incluya en el reparto. 85 OTERO, F. Op. cit. p. 32. 314 86 Desde la alfarda de 1715 se ubican en la Partida dels Barrafons más de 250 fanegas de tierra cultivada; una partida que tradicionalmente se había utilizado como zona de pastos del común de vecinos, al menos desde el siglo XV. A.H.F. C.118. Actas del Consejo de 2 de febrero de 1468 y 6 de julio de 1466. En fecha tan tardía como 1796 se nombra el prado de Vermell como zona común a la que tendrán acceso los bueyes de labor como reducto de pastos en la huerta. El 9 de octubre de ese año se modifica la ordinación nº. 49 de la Ordenanza municipal: hasta entonces los bueyes sólo podían entrar en las huertas entre noviembre y abril. Desde ahora podrán entrar en los campos propios todo el año, pero en ningún momento en los ajenos. A.H.F. C.135-2 Acta del ayuntamiento de 29 de septiembre. El aumento de fincas sobre el terreno común obligaba a buscar un reducto común de pastos –la adula- en la Huerta Vieja. 87 Resumen de datos propio a partir del documento del A.H.F. C.412-2. 88 Los peritos agrimensores dicen que en total la partida ocupa 562 cahíces, 4 fanegas y 10,5 almudes de tierra, "que serán equivalentes en regadío a 6.030 fanegas de Aragón ó 753 cahizadas y 6 fanegas, por motivo de tener más terreno un cahíz de monte que uno de huerta”. Si se buscan las equivalencias en varas cuadradas y en metros cuadrados, -tomando la fanega de 1.600 varas cuadradas- se ve que la cahizada en la Partida del Secano se estimaba en 17.148,66 varas cuadradas y 10.218,88 m2 que está algo por debajo del cahíz de 5 tornalls o cahizada antigua de 18.000 varas cuadradas y 10.728 m2. A.H.F. C.412-2. 89 A.H.F. C.138-2. Acta del ayuntamiento de 12 de agosto de 1819. 90 91 92 93 A.H.F. C.133-2 Acta del ayuntamiento de 2 de mayo. A.H.F. C.420-6. A.H.F. C.416-3. La circular del jefe político de Huesca inserta en el boletín nº 57 de 13 de mayo de 1842 daba instrucciones a los ayuntamientos acerca del mantenimiento y protección de los montes. En su sesión de 22 de mayo, el consistorio disponía “vigilar con el más ardiente celo para evitar los excesos de su referencia, sin embargo de haberse evitado el mal ya de un modo notable por lo que toca a esta población, habiéndose suprimido la concesión y señalamiento de todo terreno inculto de la procedencia de Propios o del común”. 94 VICEDO i RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català del set-cents. Producciò, propietat i renda, Barcelona, 1991. p.70. 95 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.5151-6. 96 97 98 99 A.H.F. C.133-1. Actas del ayuntamiento de marzo. A.H.N. Consejos, legajo 37150 de 1786. Expediente nº. 23 del mes de junio. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.5988-2. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.691-3, 3 piezas. Además, el intendente condenaba a los regidores que lo habían sido entre 1764 y 1778 a reponer en el arca 1.990 L. j. que faltaron al pasar las cuentas. 100 A.H.F. C.135-2. Actas de las sesiones de 5 y 24 de febrero. 101 A.H.F. C.138-1 acta del 19 de septiembre. “El ayuntamiento anterior concedió a Rubio un pedazo de tierra en la partida de Litera de catorce cahizadas de cabida... y habiendo ocurrido alguna cuestión sobre tal señalamiento, el secretario, en calidad de escribano Real, testificó escritura con fecha 26 de Julio último, en cuya virtud, Antonio Martínez y María Canales, cónyuges, venden a favor del citado Rubio una porción de tierras sitas en dicho término, que se suponen incluidas dentro de los mojones de la señalada a éste, por precio de 88 L. j., quedando por este medio transigidas las cuestiones que pudiesen suscitarse entre los citados Rubio y Martínez”. 102 A.D.L. Rentería, legajo nº 3 de 1819. Documento cedido por A.E.S. 103 104 105 106 107 108 OTERO, F. Op. cit. p. 31. A.H.F. C138-2. Acta del ayuntamiento de 18 de septiembre. A.H.F. C.138-2. Acta del ayuntamiento de 1 de octubre de 1820. A.H.F. C.139-2. Acta del ayuntamiento de 21 de noviembre de 1836. PÉREZ SARRIÓN, G. Aragón en el Setecientos. Lleida 1999. p. 167. BADOSA COLL, E. “El cercamiento de tierras en Cataluña”, en Revista de Historia Económica. Año II, otoño de 1984 nº 3. pp. 149-161. 109 BERNABÉ GIL, D. Revista Studia Historica, Historia Moderna de la Universidad de Salamanca nº 16 de 1997. p. 139. 110 A.H.F. C.296-6. 111 112 113 114 115 116 117 A.H.F. C.139-2. Actas de 23 y 25 de julio de 1838. A.H.F. C.140-1 Acta del ayuntamiento de 10 de noviembre de 1842. A.H.F. C.140-1, papel suelto y actas del ayuntamiento desde el 9 de junio al 1 de agosto de 1842. A.H.F. C.140-1 Actas del ayuntamiento de 13 de enero de 1845. ARTOLA, M. La hacienda del Antiguo Régimen. Madrid 1982, p. 419. PESET, M. Dos ensayos sobre historia de la propiedad de la tierra. Madrid 1982, pp. 76-79. DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Barcelona 1981, pp. 513-514 "Entre las medidas tomadas para reforzar la Hacienda y levantar el crédito público, la más trascendental 315 fue la desamortización de 1798. El 6/10/1800 Pío VII concedió un noveno extraordinario sobre los diezmos que produjo 31 millones de reales. Poco antes, la Real Cédula de 30/8/1800 que creaba la Caja de consolidación de vales, exigía de los religiosos la mitad de las fincas donadas por la Corona. Mucho más grave fue el decreto de 15/10/1805, que, con autorización del Papa Pío VII, ordenó la venta de fincas eclesiásticas hasta un valor de 6.400.000 reales anuales, que capitalizados al 3% serían 215 millones. Otro golpe aún más fuerte fue el Breve de 12/12/1806 autorizando al Rey a enajenar la séptima parte de todas las propiedades eclesiásticas". 118 A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.2604-12. 119 120 121 122 123 124 A.D.L. Torres 19, de 19 de abril de 1807. A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.4679-1. BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la guerra de la Independencia. Amics de Fraga, 2003, pp. 88-94. VILAR, P. Op. cit. p. 191. ÁLVAREZ JUNCO, J. Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. Madrid, 2001. p. 235. A.H.P.Z. Bienes Nacionales. C.725, 20 de agosto. En la escritura de afianzamiento del cargo, Rubio obligaba su casa, varias heredades en la huerta y un huerto, con un total de más de cien fanegas de tierra. Presentaba como fiadora a su segunda esposa, doña Tomasa Caviedes y Valle, una heredera más rica que él, descendiente de los antiguos Carvi de Fraga. 125 A.H.P.Z. Bienes Nacionales, C.726. 4 de julio de 1810 126 127 128 129 130 131 A.H.P.Z. Crédito Público, C.1021. A.H.F. C.138-1 Acta del ayuntamiento de 25 de julio de 1811. A.H.F. C.1222-5 A.H.P.Z. Crédito Público, C.1018 de 1822. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.859-5, primera pieza. A.H.P.H. Hacienda, legajo 16012-1. La heredad llamada Torre de los Frailes, del convento de trinitarios, estaba dada en parte “a medias” a Joaquín Royes. El resto arrendada a trece vecinos en contratos a seis años. La parte de la finca ubicada en la Huerta Nueva arrendada a nueve arrendatarios por tiempo de doce años. La masada de La Tallada cedida en usufructo con el cargo del noveno de frutos. Las siete propiedades rústicas de los Agustinos estaban igualmente arrendadas por tiempo de tres o un año en la huerta, o dadas en usufructo por el noveno de frutos y por tiempo indeterminado en el monte. El huerto de Capuchinos en los Alcabones es requisado junto a la casa convento y la iglesia contiguos. 132 A.H.F. C.232-13 Boletín Oficial de Huesca nº 108, de 22 de diciembre de 1837. Isach proponía a sus superiores de Zaragoza efectuar nuevos arriendos con condiciones más beneficiosas para el Crédito Público, pese a que los “prelados” de los conventos habían contratado “confidencialmente” en el momento del inventario con otros arrendatarios condiciones ventajosas a éstos. A.H.P.Z. Bienes Nacionales, Crédito Público. C.1045 (C.43). 133 COSTA FLORENCIA, J. La ciudad de Fraga y su partido judicial durante el reinado de Isabel II. 18331868. Edición del propio autor. Huesca 1994, pp. 56-58. 134 A.H.P.H. Hacienda, legajo 16012-4. 135 136 137 138 A.H.P.H. Hacienda, legajo 16126. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.3985-2, pieza 3ª de cuatro. A.D.L. Alonso y Vecino, legajo 20. Documento cedido por A.E.S. Las Cortes de Cádiz decretan el 4 de enero de 1813 el repartimiento y venta de todos los terrenos baldíos, realengos y de propios y arbitrios; sólo se exceptúan los ejidos de aprovechamiento comunal, y utilizados generalmente para el ganado. Los propios deberían enajenarse a censo perpetuo, permitiendo así sufragar los gastos municipales. 139 A.H.F. C.97-1 Órganos de Gobierno de 15 de marzo. 140 141 A.H.F. C.141-1. Actas del ayuntamiento de 8 de marzo de 1855. GARCÍA CÁRCEL, R. El sueño de la nación indomable. Los mitos de la guerra de la Independencia. Madrid, 2008. En p. 246 este autor argumenta el fuerte localismo de la época separando el concepto de “patria” y de “nación”, y afirma “... es bien patente que sobre el concepto de nación primó siempre el de jurisdicción. Lo que realmente afectaba a un individuo era su vinculación a una familia, su condición de sujeto paciente de una administración real o señorial o eclesiástica con una monarquía lejana y sólo presente a través de funcionarios de tercer grado. La conciencia jurisdiccional fue prioritaria respecto a la conciencia nacional”. 142 COMÍN, F. HERNÁNDEZ, M. Y LLOPIS, E. Historia económica de España ss. X-XX, Barcelona 2002. p.178. 143 DE CASTRO, C. La Revolución Liberal y los municipios españoles. Madrid 1979, pp. 187-197. 144 145 A.H.F. C.141-1. Acta del ayuntamiento de 2 de marzo de 1856. A.H.F. C.295-1. El secretario del ayuntamiento certifica en 1869 el producto durante un decenio del arriendo de los pastos de la Partida de Estorzones, que es la que ha quedado como bien común después de la desamortización, y del ademprio de San Simón, como bien del hospital: en conjunto no rebasan ningún año los 10.500 reales. Al año siguiente, la Comisión Principal de Ventas de Bienes Nacionales de la provincia de Huesca denuncia al ayuntamiento de Fraga porque entiende que en realidad estas 316 “pardinas” son también bienes de Propios y no comunes como éste pretende, y le acusa de “fraude y ocultación en perjuicio de la Hacienda”. A.H.F. C412-11. y A.H.F. C.412-10. 146 COSTA, J. Colectivismo agrario en España. Zaragoza 1983, tomo I, pp. 31-33. 147 En 1888 se votó una ley que declaraba caducados los derechos de los pueblos que no hubieran efectuado las gestiones procedentes, con lo cual ingresaron numerosas tierras en el cupo de bienes enajenables. De hecho, hubo de otorgarse nuevas prórrogas a los pueblos. 148 A.H.F. C.296-6. 149 Su encabezamiento reza: “Relación de los expedientes y solicitudes que se han incoado en este ayuntamiento, pidiendo la legitimación o título administrativo, sobre los terrenos repartidos o roturados arbitrariamente a que se refiere la ley de seis de Mayo de 1855, y cuyas peticiones han sido registradas según prescribe la Real Orden Circular de 21 de septiembre de 1865”. 150 A.H.F. C.296-6. 151 152 A.H.F. C.296-9. SÁNCHEZ SALAZAR, F. “Los repartos de tierras concejiles en la España del Antiguo Régimen” en ANES, G. (ed.) La economía española al final del Antiguo Régimen. Madrid 1982, pp. 214-255. 153 COSTA, J. Colectivismo agrario en España. Zaragoza 1983, Tomo I, p176-178. 154 155 156 FONTANA, J. La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833. Barcelona 1979, p. 268. SHUBERT, A. Historia social de España (1800-1990). Madrid 1991, pp.12-13. LÓPEZ MUÑOZ, P. Sangre, amor e interés. La familia en la España de la Restauración. Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, Madrid 2001, p. 176. 157 VICEDO RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català del set-cents. Producciò, propietat i renda, Barcelona, 1991. p. 361, lo afirma respecto de payeses, comerciantes y arrendatarios de diezmos. PÉREZ SARRIÓN, Guillermo hace lo propio respecto de los jornaleros y de los arrendatarios indígenas y catalanes en “Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII. Los Cortadellas y la Compañía de Aragón” en Pedralbes, nº 4. Barcelona, 1984, p. 223. 158 CASTILLÓN CORTADA, F. “Política hidráulica de templarios y sanjuanistas en el valle del Cinca (Huesca)”. En R.H.J.Z. nº 35-36 de 1979, pp. 381-445. Los ejemplos anteriores en pp. 389-391. 159 COLAS LATORRE, G. La bailía de Caspe en los siglos XVI y XVII. Zaragoza, 1978, pp. 36-46. Luego en “Las transformaciones de la superficie agraria aragonesa en el siglo XVI: los regadíos. Aproximación a su estudio”, en Congreso de historia rural (siglos XV-XIX), Madrid 1984. pp. 523-534. Posiblemente sea aplicable a Fraga la tesis del profesor Colás respecto de los regadíos durante el siglo XVI: “el crecimiento demográfico originó un movimiento de roturación de tierras que terminó con su puesta en regadío”. 160 FERNÁNDEZ-CLEMENTE, E. y PÉREZ-SARRIÓN, G. “El siglo XVIII en Aragón: una economía dependiente”, en FERNÁNDEZ, R. (ed.) España en el siglo XVIII. Barcelona, 1985, p. 592. 161 FORNIÉS CASALS, J. F. Fuentes para el estudio de la sociedad y la economía aragonesas 1776-1808. Documentos citados en las Actas de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Zaragoza, 1980. 162 GÓMEZ ZORRAQUINO, J. I. Los Goicoechea y su interés por la tierra y el agua en el Aragón del siglo XVIII. Diputación General de Aragón. Zaragoza, 1989. 163 BERENGUER GALINDO, A. La dificultad de un nuevo cauce. En torno a la acequia nueva del secano de Velilla, Fraga y Torrente de Cinca 1774-1841. Institut d’ Estudis del Baix Cinca. Fraga, 1999. 164 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, caja Fraga 1787-1788. 165 En carta de 16 de Julio de 1819, remitida por el cura Obis a don José Vidal, gobernador del obispado, se relata la construcción inicial de la acequia y las previsiones de rendimiento de las tierras regables. El cura aprovecha entonces para recalcar que "... el Obispo Villar quiso habilitar la acequia con el valor de ciertas haciendas... e invertir su valor, que se regulaba en 7.000 duros, en la indicada obra, supliendo S.I. de sus rentas lo que faltase hasta su total perfección". A.D.L. Documento cedido por A.E.S. 166 A.H.N. Consejos, legajo 22.398, expediente nº 3. 167 168 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Barcelona, 1981 pp. 410-412. OTERO, F. Op. cit. tomo I, pp. 31-32. da como extensión total para el año 1715 la de 9.170 fanegas. Al analizar de nuevo estos documentos he rectificado alguno de los datos elaborados por este autor por contener errores de suma y por haber incluido como pertenecientes a Fraga las 126 fanegas de la partida de Daimuz, que en realidad pertenece al vecino pueblo de Velilla. Otero compara las alfardas de 1685 y de 1715. De su estudio se desprende el aumento de las “explotaciones” mayores de 20 fanegas, con lo que se percibe un cierto grado de concentración en la posesión de la huerta vieja después de la Guerra de Sucesión. 169 A.D.L. Rentería, legajo 3, del año 1819. 170 Con motivo de una reestructuración de las Ordinaciones de Fraga, en 1494, se incluye entre otras la siguiente: "Item, que ningún bestiar no gos entrar en lo mont ni en Litera en restoll ningún, entretant que los trillons (fajos de mies) e serán, en pena de vint sueldos de día e trenta de nit". A.H.F. C.119 Acta del Concejo de 24 de febrero, folio 149v. Referencia cedida por Ramón Espinosa. 171 Según el profesor Gregorio Colás, “eso mismo ocurre en Zaragoza cuando se barrunta que va a llegar la Acequia Imperial”. 172 Véase el Cuadro I.6 del apartado Cuadros Económicos y Estadísticos del Apéndice. 317 173 DONEZAR, J. M. Riqueza y propiedad en la Castilla del Antiguo Régimen. La provincia de Toledo en el siglo XVIII. Madrid, 1984, p. 123. 174 Respecto de la primera clasificación, hay historiadores que matizan mucho más al establecer los diferentes grupos de propietarios. Hay quien habla de propiedad residual, pequeña, pequeña/mediana, mediana/gran propiedad y gran propiedad. FERRER ALÓS, LL., SEGURA , A. Y SUAU, J. en “La propietat de la terra al pla de Barcelona”, en Estudis d’història agraria, nº 6, p. 135, nota nº 8. 175 Para el ámbito nacional MATA OLMO, R. y ROMERO GONZÁLEZ, J. “Fuentes para el estudio de la propiedad agraria en España (siglos XVIII-XX). Balance provisional y análisis crítico”. En Agricultura y Sociedad, nº 49 de octubre-diciembre de 1988, pp. 209-291. Para el ámbito aragonés, PEIRÓ ARROYO, A. “Fuentes para la historia de la evolución de la propiedad de la tierra en Aragón (siglos XVIII-XX). en Actas de las III Jornadas sobre el Estado Actual de los Estudios sobre Aragón, vol II. pp. 1113-1117. 176 Cifra VICEDO I RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament cátala del Set-cents. Producció, propietat i renda. Barcelona, 1991, p. 219. 177 PEIRÓ ARROYO, A. Regadío, transformaciones económicas y capitalismo. (La tierra en Zaragoza, 1766-1849). Zaragoza, 1988. p. 43. Establece inicialmente nada menos que doce grupos de propietarios por su extensión, para finalmente reagruparlos en tres sin calificación expresa: los que poseen 0-2 Ha., los que están entre las 2,01 y 50 Has, y los que poseen entre 50,01 y 300 Has. Roberto FERNÁNDEZ, basándose en varios estudios locales de la Cataluña interior, clasifica la propiedad en las tierras de Lérida en: pequeña propiedad o límite de subsistencia, hasta 10 jornales de tierra; mediana propiedad: entre 10 y 20 jornales; gran propiedad: más de 20 jornales de tierra. En Història de Lleida. El segle XVIII. p. 173. 178 En el ámbito aragonés lo hizo ya en 1981 Carlos FRANCO DE ESPÉS en “La propiedad de la huerta de Zaragoza. El término del Rabal en 1839”, en Cuadernos de Economía nº 6, de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Zaragoza, pp. 203-211. Luego ha sido moneda común entre los historiadores interesados en la evolución socioeconómica de los diferentes grupos estamentales del Antiguo Régimen. 179 En este sentido me parecen paradigmáticos los estudios recogidos en el volumen coordinado por GARRABOU, R. Propiedad y explotación campesina en la España contemporánea editado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en Madrid, 1992. La mayoría de ellos y especialmente el dedicado a Navarra por el Grupo de Investigación del Instituto Jerónimo de Uztáriz de Pamplona, p. 105; o el dedicado al Baix Empordà por Enric Saguer i Hom, quien en nota de p. 273 se refiere a la definición que ya se hizo respecto de las categorías de propiedad de la tierra en el año 1978, durante el Primer Col.loqui d’Història Agraria. Todos estos autores refieren sus clasificaciones a la realizada por el profesor SEGURA i MAS, A. en “Els Estudis sobre l’evolució de l’estructura de la propietat de la terra: consideracions generals i qüestions de mètode (ss. XVIII-XIX), en La vida quotidiana dins la perspectiva històrica, Palma de Mallorca 1985. 180 VICEDO I RIUS, E. Op. cit. p. 221. Vicedo hace su estimación sobre tierras de secano y sitúa la suficiencia en las 4,6 Has. equivalentes a unos 10,53 jornals. (Un jornal equivale a 4.368,47 m2.) 181 El obispo de Lérida entendía que para calcular adecuadamente el rendimiento en las tierras de secano debían tomarse cinco cosechas: una buena, una mediana, una mala “y dos nada”, siendo el rendimiento correspondiente a cada una el de 6x1, 4x1 y 3x1. A.D.L. Rentería, legajo nº 3. Por su parte, VICEDO I RIUS, E. Ibídem, pp. 83-84, da rendimientos similares para las tierras de secano de las poblaciones leridanas durante el siglo XVIII. O Pierre VILAR, en su Catalunya... tomo II de Ed. Crítica, p. 227, señala como la cifra más constante para el cultivo de trigo en el secano la de 4 por uno, aunque si llueve bastante pueda alcanzarse el diez por uno. 182 VILAR, P. Ibídem, estima para el regadío la posibilidad de alcanzar el quince por uno. PEIRÓ A. en Regadío... p. 104 establece el rendimiento medio del diez por uno en el regadío “aunque no era extraña la producción del 18 ó 20 por uno”. Para el caso de Fraga, los eclesiásticos entienden que en años de buena cosecha a fines del XVIII se conseguían cosechas de hasta el 20 por uno en la huerta vieja y del diez por uno en la huerta nueva los años en que comenzó a regarse, antes de ser abandonada la nueva acequia. A.D. L. Rentería, legajo nº 3. 183 A.H.F. C.960-2. Alfarda de 1715. 184 185 186 A.H.F. C.289. Catastro de 1751-1752. Alfarda de 1929 recogida en A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.859-5. KRIEDTE, P. Feudalismo tardío y capital mercantil. 7ª edición, Barcelona 1989, p. 23. “El modo de producción feudal contenía asimismo elementos progresistas. Los auges seculares impulsaban el proceso de acumulación. El aumento de los precios y la caída de los salarios reales favorecían las explotaciones de mayor magnitud y les abrían la posibilidad de aumentar sus posesiones. Las crisis de subproducción, que se multiplicaban en la parte final de la fase de crecimiento secular, aceleraban el proceso de concentración, y la distribución desigual de la tierra la hacía agudizarse aún más. Las explotaciones grandes sacaban provecho de la crisis; las entregas al mercado disminuían, pero los ingresos aumentaban como consecuencia del alza de los precios. Las pequeñas eran arrastradas, en cambio, en el torbellino de la crisis. No sólo tenían que detener sus entregas al mercado sino que se veían obligadas a cubrir sus necesidades más urgentes comprando en el mercado y a contraer deudas. Al final de este proceso estaba con frecuencia la venta de parte de la tierra”. 187 El catastro de 1751 carga a los jornaleros por su jornal dos cantidades distintas: a unos los carga con 1 sueldo, 8 dineros mensuales y a los otros con 12 dineros mensuales; la mitad que a los anteriores. 318 Hemos efectuado el análisis de la tierra de regadío que posee cada contribuyente de este estrato, agrupando como jornaleros habituales a los primeros y como jornaleros ocasionales a los segundos (dejando al margen a los jornaleros sin tierra). El resultado del análisis muestra que los jornaleros habituales poseen un promedio de 7,54 fanegas de tierra en la huerta, mientras el promedio de la poseída por los ocasionales alcanza las 8,35 fanegas. No son dos posesiones muy distantes: apenas una fanega de diferencia promedio. Pero es obvio que, habitualmente, la suficiencia se sitúa en ambos casos por encima de las respectivas extensiones medias o, dicho de otro modo, en años de buena cosecha la suficiencia estaría muy próxima a las ocho fanegas. 188 Cifra: MILLÁN y GARCÍA-VARELA, J. Rentistas y campesinos. Desarrollo agrario y tradicionalismo político en el sur del País Valenciano, 1680-1840. Alicante, 1984, p. 64. 189 No es posible conocer con precisión el patrimonio de regadío de los Monfort en este catastro por estar incluidos entre los forasteros y haberse perdido parte del volumen catastral que contenía los contribuyentes de Torrente y de otros pueblos de la comarca. 190 Por lo cargado a cada poseedor de ganado de labor en el catastro personal podemos apreciar las diferencias en el coste de su adquisición: el animal más valorado es la mula, por cuya unidad, en 1789 por ejemplo, se cargan 4 s. 6 d. de cuota anual; por un caballo 3 s. 1 d.; por un buey de labor 2 s. 2 d.; y por un jumento 1 s. 8 d. 191 A.H.F. C.1025-1. En el libro de industrias de 1789 se carga a Lorenzo Flordelís “por la tercera parte (que) tiene en un par de mulas”. Otro tanto ocurre con Salvador Novials y con la viuda de Francisco Florenza. 192 Mariano PESET en Dos ensayos sobre historia de la propiedad de la tierra. Madrid, 1982, p. 40 advertía que “la aparcería deja escasas huellas -son verbales muchas veces- y con múltiples variantes; se hallan en retroceso claro en la Edad Moderna frente a formas de arrendamiento. Son contratos en virtud de los cuales propietario y campesino se ponen de acuerdo para suministrar la tierra y el trabajo respectivamente, señalando las aportaciones de cada uno en semilla, animales, etc., y dividiendo por partes alícuotas las cosechas. Las posibilidades de variación son grandes en las proporciones, incluso pueden y son frecuentemente distintas para cada cosecha. Sin duda se emplearon con cierta amplitud en los tiempos históricos, pero han ido desapareciendo; hasta fines del XIX parece que todavía se conservan con firmeza en Cataluña, Valencia, Navarra, etc.” 193 A.H.F. C.127-1. Acta del concejo de 20 de mayo de 1703. 194 195 196 COLAS LATORRE, G. La Corona de Aragón en la Edad Moderna. Madrid 1998. p. 58. A.H.F. C.959 Cabreve de rentas. A.H.P.Z. Pleitos Civiles Antiguos, referencia 825. En 1700, el colector del derecho de noveno afirma, -como testigo del concejo de Fraga en el pleito de aprehensión de estas fincas-, que lo ha cobrado de 12 heredades en la huerta y 21 masadas en varias partidas del monte. El ayuntamiento pretende que están sujetas al pago del noveno por ser originariamente tierras de moriscos 55 heredades en la huerta con una extensión aproximada de 260 fanegas; ocho huertos cerrados con extensión de 24 fanegas; y 31 masadas y campos en diferentes partidas del monte con una extensión total aproximada de 470 cahíces de sembradura pertenecientes en ese momento a 66 vecinos. 197 A.H.F. C.131-1. Actas del ayuntamiento. El 28 de septiembre de 1769 los representantes del capítulo eclesiástico piden al ayuntamiento que, “de acuerdo con la Concordia establecida en 21 de Diciembre de 1698 entre el abogado Fiscal y Patrimonial de S. M. en el Reyno de Aragón con Despacho Real y la entonces villa de Fraga, según la cual muchas tierras tanto de monte como de huerta están afectas al derecho de novenera, cuya percepción corresponde a la ciudad, y teniendo en cuenta que en aquella concordia se establecía que cada 10 años los dueños de las tierras debían antipocarlas para que se sepa”, ruegan al ayuntamiento se pase a mojonar, de acuerdo con el obispo de Lérida o sus representantes, dichas tierras, para saber cuáles deben pagar novenera y cuáles diezmos. El ayuntamiento había consultado con sus abogados de Zaragoza, quienes le respondían su falta de derecho al cobro del noveno sobre las nuevas tierras establecidas en cultivo, aunque lo fueran en la “partida de Moros”. 198 ESPINOSA CASTELLÁ, R. Trabajo inédito acerca de la Corte del Justiciazgo de Fraga en el siglo XVII. 199 200 A.H.P.Z. Pleitos Civiles Antiguos, referencia nº. 825, de 1698-1700. A.H.F. C.1245-40. Los nuevos terratenientes deben pagar a “su señora” tres sueldos y tres dineros jaqueses anuales por cada “cafizada” de tierra y el veinteno del brin de azafrán que cogieren en dicho monte. 201 A.H.F. C.131-2. En 1757 se cita una masada de Antonio Barrafón “arrendada a terraje” a José y Gaspar Santamaría. 202 A.H.P.Z. Bienes Nacionales, C.734. En 1813 se documenta una “porción de tierra de secano”, junto a Torrente que los trinitarios tienen cedida a terraje al vecino Miguel Villacampa. Igualmente los agustinos tienen cedida a terraje una masada de 30 cahíces en la partida del Medio a Pablo Teixidó, vecino de Fraga. 203 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.94-2 dos piezas. 204 205 A.H.F. C.296-6. En 1768 se certifican desde el ayuntamiento las características de las ternas propuestas para las regidurías y de uno de sus individuos se dice que tiene sus tierras “en administración por medieros”. En 1781, a propósito del cobro de lo correspondiente al excusado de la casa de don Juan Ramón Del Rey, 319 como mayor casa dezmera de Fraga, se indica que lo correspondiente al dueño de la casa debe cobrarlo el colector del excusado, mientras la parte que corresponde pagar a “los terrajeros a medias”, que cultivan sus fincas como subarrendatarios, deben satisfacerse al diezmador universal de Fraga. A.H.N. Consejos, legajo 34.347, expediente nº 38, 2ª pieza. Al año siguiente vuelve a documentarse un “mediero” en tierras de don Juan Del Rey. A.H.F. C.134-1 de 26 de septiembre. En 1808 se documenta “un pedazo de tierras dado a medias”. A.H.F. C.1220-10. En 1813 se indica que unas torres en la huerta pertenecientes a don Domingo María Barrafón eran cultivadas por cuatro “medieros”. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.3061-9. En 1822 se indica que “el mediero” de una finca que antes fue de los trinitarios, es un antiguo fraile del convento que la trabaja con un lego que le sirve de criado. A.H.P.Z. Crédito Público, C.1018. En 1833 se nombra a los “medieros” de las tierras de don Francisco Barber. 206 ASSO, I. Historia de la economía política de Aragón, Zaragoza 1983, p. 29. 207 208 VILAR, P. Cataluña.... tomo II de Editorial Crítica, p. 464. Es lo que ocurría con las fincas de los trinitarios en Fraga, durante la dominación de José I, una vez nacionalizadas. Por su parte, GÓMEZ-ZORRAQUINO, J.I. en Los Goicoechea... p.148 supone que algunos contratos de arrendamiento no eran testificados ante notario con el fin de que el arrendatario no estuviese controlado por la fiscalidad. 209 A.H.F. C.1243-1. Protocolo notarial de Juan Bautista Nicolás. 210 211 A.H.F. C.1243-1. folio 200. Protocolo notarial de Juan Bautista Nicolás. En 1703 Domingo Tejero arrienda a Roberto Curred un bancal de tierra blanca en la huerta por tres años y dos meses por precio de 5 L. j., por todo el tiempo, con los pactos siguientes: 1º, el arrendador podrá quitar la tierra al arrendatario si hubiese menester venderlo, dejándole levantar la cosecha; 2º, en igualdad de precio de compra, el bancal sería para el arrendatario. A.H.F. C.1245-8, papel suelto. 212 En 1810, Manuel Arellano arrienda una heredad de doña Josefa Isach, viuda, en la partida de Batán, por 6 años y 7,5 cahíces de trigo anuales, a satisfacer en tiempo de trilla o en la misma era, con cargo de llevarlo a la casa de dicha Isach. También con la obligación de dejar la tierra en el estado en que la tomó, esto es, dos fajas labradas a dos rejas y lo demás a una, de conservar las plantas de la heredad y no poder sembrar panizo en el último año del arriendo. A.H.F. C.1220-27. 213 A.H.F. C.1220-29. 214 215 216 217 218 219 A.H.F. C.1245-8. Papel suelto. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.2358-1, folio 19. ORTEGA, M. Conflicto y continuidad en la sociedad rural española del siglo XVIII. Madrid, 1993, p.36. A.H.F. C.289-9. Catastro de 1786. ORTEGA, M. Op. cit. p. 84. CAMPOMANES, M. Bosquejo de política económica española, delineado sobre el estado presente de sus intereses. Editora Nacional, Madrid, 1984, p. 66-67. 220 A.D.L. Torres 19. Rentas de la iglesia de Fraga. Otro ejemplo de 1807 señala que don Antonio Sudor, vecino de Fraga, posee una finca con su torre de 20 fanegas de extensión. Cuatro de estas fanegas fueron vendidas por su padre a un vecino de Barcelona, quien mantuvo como arrendatario de ellas al propio Sudor por ocho duros anuales. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.132-6 1ª pieza. 221 La denominación censal mort ha de provenir de los inicios de la institución, cuando la redención del censo no era posible por considerarse un treudo perpetuo. Véase en este sentido el trabajo del autor, publicado en 1998 por el IEA de Huesca y el ayuntamiento de Fraga bajo el título CENSAL MORT. Historia De la deuda pública del Concejo de Fraga (siglos XIV-XVIII). La denominación del censal como “censo gracioso” véase en internet: LÓPEZ DE ZAVALÍA, F. J. “Las rentas reales” pp. 137-155. 222 ATIENZA, A. y FORCADELL, C. “Aragón en el siglo XIX: Del dominio religioso y nobiliario a la parcelación y pequeña explotación campesina”, en Señores y campesinos en la península ibérica, Volumen I, p. 138 y ss. afirman que el concepto de territorialidad de la Iglesia en el Antiguo Régimen es absolutamente difuso y que las instituciones propietarias no conocen -ni se preocupan por saberlo- la extensión de sus explotaciones. Perciben de ellas una renta fija e invariable y es sólo el cobro anual y continuo lo que les interesa. Los autores intuyen incluso que no tiene por qué existir relación directa entre la extensión o producción de una finca y el monto del censo al que está adscrita. Para el caso de Fraga, he comprobado en multitud de ocasiones que, efectivamente, no se da esa relación directa. 223 Una excelente explicación del mecanismo del censal aplicado a la posesión de la tierra como régimen de autoexplotación en FERRER I ALÓS, Ll. en “III Jornades d'estudis d'història" celebradas en 1990 y publicadas en 1995 con el título de El mon rural català a l'època de la revolució liberal, volum I, Ponencies, p. 39. 224 A.H.F. C.954. Cabreves censales. 225 PEIRÓ ARROYO, A. Regadío, transformaciones económicas y capitalismo. (La tierra en Zaragoza. 1766-1849). Zaragoza, 1988. pp. 117-118. 226 PESET, M. Dos ensayos.... p. 39. La Real Cedula de 26 de mayo de 1770 obligaba al arrendador a comunicar al arrendatario la posible cancelación del contrato con un año de anticipación. En 1794 la Corona estableció la imposibilidad de desahuciar, salvo en el caso de que el dueño fuera vecino y quisiera cultivar las tierras por sí mismo. Una ley de 1805, dictada no por consideraciones de tipo social o económico sino meramente hacendístico, autorizaba la redención de toda clase de censos enfitéuticos, 320 pero a una tasa de capitalización tan elevada (1,5%) que pocas operaciones de esta clase debieron realizarse. 227 De la correspondencia epistolar entre la Comisión subalterna de Fraga de la oficina de "Arbitrios de Amortización" y la Comisión Principal de Aragón, en Zaragoza, pueden extraerse ejemplos de las nuevas condiciones a que se someten los arriendos de tierras pertenecientes a los conventos suprimidos: el 4 de octubre de 1835, don Joaquín Isach y Junqueras –comisionado de Fraga- propone que "toda vez que se ha de poner nuevamente en subasto público la parte de la heredad de la Torre de Trinitarios para ver de arrendarla... una vez finados los anteriores arriendos”. ... la posibilidad de arrendarlas a los mismos que las tenían “confidencialmente contratadas con los prelados del convento” y sugiere hacerlo así “siempre que saque ventaja para el Establecimiento respecto de las condiciones y plazos antiguos”. A.H.P.Z. Bienes Nacionales, Crédito Público. C.1045 (C.43). 228 A.H.F. C.960-2 Alfarda de 1715. Detalla al margen los cambios operados en la posesión de parcelas entre la confección del documento y el año 1725. 229 A.H.F. C.290 y 291. Catastro de 1819. 230 TELLO, E. Els origens d'una Catalunya pobra, 1700-1860. Lleida, 1995, p. 101. describe una situación casi idéntica para Cervera y La Segarra durante el XVIII y primera mitad del XIX: “La intensa utilización del censal, el contrato de venta a carta de gracia ... para colocar las clases bienestantes los capitales acumulados, daba lugar a una circulación constante de bienes inmuebles, tierras y casas, entre payeses y menestrales entrampados, que las perdían en favor de sus acreedores censualistas, y otra vez a nuevos artesanos, payeses o jornaleros, que se empeñaban para acceder a ellos, comprándolos con censales... En síntesis, el sistema censalista daba lugar a una constante rotación capital-tierra-capital, que era connatural a su propia estructura y un factor esencial de su rentabilidad como forma de ganancia”. 231 A.H.F. C.127-2 Actas del ayuntamiento. 232 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Barcelona, 1981, pp. 406-408. 233 Ibídem, p. 351. 234 GÓMEZ ZORRAQUINO, J. I. Los Goicoechea y su interés por la tierra y el agua en el Aragón del siglo XVIII. Diputación General de Aragón. Zaragoza. 1989, p. 57. 235 VILAR, P. Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblo y poderes en la historia de España. Barcelona, 1982, p.138-139. 236 MARCOS MARTÍN, A. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Barcelona, 2000, pp. 584-623. 237 VICEDO RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català del set-cents. Producciò, propietat i renda, Barcelona. 1991. pp. 58-66. 238 Las cosechas “cortas” de 1716 y de 1734, que obligan al ayuntamiento a fijar el precio del trigo para sus cobros y pagos en 48 reales de plata el cahíz y a prohibir “la saca bajo pena de 60 sueldos y el trigo perdido”; o la menos corta de 1731, en la que se establece el precio “para la cobranza de los libros” en 40 reales. A.H.F. C.127-2 Acta del ayuntamiento de 8 de julio y C.129-1 acta de 15 de julio. También la petición que Fraga eleva al capitán general a finales de agosto de 1737 para “buscar y comprar trigo donde lo encuentre por la gran escasez que hay de él en la ciudad”; la similar necesidad en junio de 1748, cuando el ayuntamiento debe poner a la venta el que tiene guardado en depósito, o la del invierno siguiente, cuando se solicita del intendente poder comprar trigo para el abasto “donde lo hubiere”. Otro tanto ocurre en octubre de 1750, en que “por la falta de cosecha” el ayuntamiento decide “hacer pósito como lo ha executado en los dos años anteriores”. A.H.F. C.130-2 Acta del ayuntamiento de 6 de octubre. 239 A.H.F. C.128-1. Acta del ayuntamiento de 30 de agosto. 240 A.H.F. C.129-1. Acta del ayuntamiento de 29 de abril. El 18 de abril ya se había acordado realizar una novena de misas cantadas “como ha sido costumbre executarlo siempre que se ha padecido sequera”. Ese año, “por lo miserable de él” (la ausencia de trigo que moler) no se cortó el agua de la acequia ni se limpiaron sus cajeros, lo que –por cierto- parece una contradicción con la menor necesidad de agua para los molinos. 241 A.H.F. C.130-1 Actas del ayuntamiento. 242 243 A.H.F. C.133-2 Acta del ayuntamiento de 7 de abril. Los diputados se refieren a los años agrícolas de 1780-1781 y 1781-1782, afectando la falta de cosecha del primero “tanto al monte como a la huerta, por causa de unas nieblas furiosas que se produjeron cuando debía granar la mies”; y cuando, durante el segundo, “por falta de lluvias”, muchos vecinos “se han mantenido y alimentado con pan de cebada y panizo por no tener un grano de trigo, ni con qué comprarle”. A.H.N. Consejos, legajo 37.173, Año 1781, expediente nº 16 del mes de junio. Al año siguiente, el ayuntamiento pide permiso para sacar 6.000 duros del sobrante de propios y emplearlos en trigo para surtir de pan al común. A.H.N. Consejos, legajo 37.127, Año 1782, expediente nº 7 del mes de mayo. También en A.H.F. C.134-1 Acta del ayuntamiento de 2 de mayo de 1782. 244 A.H.F. C.134-1. 245 A.D.L. Torres 19. Carta de agradecimiento de don Senén Corbatón y Garcés desde Fraga al obispo de Lérida fechada en 24 de mayo de 1789. Documento cedido por A.E.S. 246 Su Eminencia entiende la conveniencia de hacerlo porque “... además de que así nos lo manda la ley de la caridad, en ello está y de ello dependen nuestros intereses, pues está bien claro que no sembrando 321 dichos vecinos en el año próximo, no tendríamos diezmos, y si desamparan los lugares, en muchos años perderemos aquellas rentas”. A.D.L. Torres 19, en carta del obispo al Intendente de 31 de agosto. 247 A.H.F. C.133-2 Acta del ayuntamiento de 15 de febrero. El 7 de abril los diputados del común proponen “bajar la imagen del Smo. Salvador del Convento de Trinitarios para paliar la sequía que amenaza perder una excelente cosecha, como no se ha visto en 50 años, y para ver de curar a los 200 enfermos de la ciudad”. 248 Sería el caso -por ejemplo-, de la real orden de 1783 por la que se aplican varias cantidades provenientes de diversos ramos de la administración a socorrer los partidos de Barbastro, Benabarre, Huesca y Monegros (en pueblos próximos a Fraga). En Fraga, la inversión serviría para reparar y acondicionar la carretera real que une Zaragoza con Lérida y, con ello, acudir “a las calamidades de aguas producidas” y para “mantener la quietud de los jornaleros para que no se conviertan en mendigos”. A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1783, folio 657. 249 PEIRÓ ARROYO, A. “La crisis de 1763-66 en Zaragoza y el Motín del pan”, en Cuadernos aragoneses de economía nº 6 de 1981-1982. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Zaragoza, pp. 239-250. 250 El 6 de octubre de 1766 el representante de los nueve pueblos del partido de Monegros representa al Rey la falta de cosechas que sufren desde el año 1764 y la imposibilidad de hacer frente a la contribución. Pide que se les exima de la mitad del pago o que se les dé plazo hasta la cosecha del 1767 porque la actual tampoco permitirá ni siquiera recuperar la simiente. También sugiere que se les dé trigo y cebada para la sementera y que se les exima de luir censos a los acreedores para subvenir con dicho dinero al pago de la simiente. Insinúan también la posibilidad de poderse regar sus tierras “las más fértiles y duras de Aragón”. El Fiscal de S.M. aconseja que sea el arrendatario del Excusado de la diócesis quien provea del trigo y lo cobre de los propios de los pueblos, a quienes lo devolverán luego los labradores. A.H.N. Consejos, legajo 6.855, expediente nº 28. 251 El alcalde Villanova comunica al Real Acuerdo que el día 28 de abril se detuvo a un individuo de La Almolda que pasaba una pequeña cantidad de trigo (11 fanegas) con dos bagajes a Cataluña. Y que aunque el individuo dijo que el trigo era para alimento de su recua, lo tiene detenido. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. Caja Fraga 1766. 252 PÉREZ MOREDA, V. “Crisis demográficas y crisis agrarias: paludismo y agricultura en España a fines del siglo XVIII” Congreso de Historia Rural. Universidad Complutense Madrid, 1984, pp. 333-354. 253 El 6 de septiembre de 1788 una enorme riada se llevó la muralla de la carretera, el puente, algunas casas y el azud. El 7 de enero de 1789 el diputado del común lamenta que “desde primeros de Octubre de 1788, hasta de presente, las huertas de esta ciudad y lugar de Torrente están reducidas a secano, ya porque los arrendadores del azud no cumplieron con su obligación, ya porque sin duda no se les compelería por términos estrechos de justicia. Ya por la inacción en las providencias que exigía tan urgente daño. Y ya últimamente por no haberse hecho aprecio de lo expuesto por este Diputado, antes de serlo”. A.H.F. C.134-2 Acta de ayuntamiento de 7 de enero de 1789. En 23 de abril de 1789 se entrega del sobrante de propios mil pesos “que el Consejo de Castilla manda entregar al ayuntamiento y curas párrocos para la limosna que manda este supremo tribunal dar a los legítimos pobres en el presente tiempo tan calamitoso en Orden de 18 de los corrientes”. A.H.F. C.1096-1. Libro de entradas y salidas de caudales del arca de propios. En fecha tan avanzada como 1818, el ayuntamiento todavía recuerda ante el intendente aquella secuencia de malas cosechas y enfermedades que comenzaron el año agrícola 1788-1789 como “primer año malo”. A.H.F. C.95-5. Órganos de gobierno. 254 A.H.N. Consejos, legajo 37.359, año 1789, expediente nº 27 del mes de marzo. 255 Para el año 1790 y la miseria de los vecinos: A.H.N., Consejos, legajo 37.167, expediente nº 3 del mes de abril. Para el año 1792 se pide moratoria en el pago del monte pío “por haber cogido apenas la simiente”. A.H.N. Consejos, legajo 37.178, expediente de 17 de noviembre. Para el año 1793, el 27 de agosto, la Audiencia informa al Consejo sobre lo representado por los pueblos de Monegros en que exponen su miseria por la falta de cosechas y piden los auxilios correspondientes para hacer la sementera. Lo piden los ayuntamientos de La Almolda, Bujaraloz, Valfarta, Peñalba y Candasnos diciendo que "por cuatro años consecutivos habían sido las cosechas de granos, único producto de aquel país, escasas," y que si no recibían auxilios se verían precisados a abandonar y dejar desiertos sus hogares. La Audiencia dice que siente no haber podido emitir antes el informe -lo hace en 1796- porque ahora ya es inútil, pero indica que "después acá la Providencia ha mirado por los habitantes del distrito llamado de los Monegros, dándoles mejores cosechas con las que se han socorrido, y la de este año ha sido por lo menos mediana”. A.H.P.Z. Real Acuerdo, informe de 4 de noviembre de 1796. 256 A.H.F. C.411-3 Secretaría-Arriendos. La junta de propios expone al intendente las razones de la disminución en el arriendo de la primicia por los “repetidos apedreos que han defraudado la cosecha de todos los frutos”. 257 A.H.F. C.965-2. Por razón de las heladas, el ayuntamiento, por medio de su síndico procurador general, pide a S. M. autorización para pagar la contribución del caudal de propios. 258 A.H.F. C.136-3 Acta de la junta de propios de 5 de abril. 259 A.H.N. Consejos, legajo 37.359, Año 1794, expediente nº 27 del mes de marzo. A.H.F. C.135-1 acta del ayuntamiento de 1 de octubre. En 1797 se pide al “Príncipe de la Paz”, Godoy, la exención de contribuciones del vecindario, por poder ser satisfechas holgadamente con las rentas de propios. A.H.F. C.965-2. En 1800 hasta algún infanzón hubo de solicitar del Consejo de Castilla moratoria en el reintegro de su deuda al pósito por causa de las escasas cosechas. A.H.N. Consejos, legajo 43.733, 322 legajos sueltos nº 118 de 16 de enero. En 1802 nuevas peticiones sobre exención de pago de contribución y limosnas a los vecinos a cargo de las rentas de propios. A.H.N. Consejos, legajo 37.397, expediente nº 19 de agosto y legajo 37.398, nº 18 del mes de octubre. 260 El 18 de octubre de 1798 los peritos tasadores de los pastos alegan que no pueden garantizar siquiera que las cabezas que consideran pueden pastar en las diferentes partidas del monte sobrevivan a la sequía. A.H.F. C.135-2 Actas del ayuntamiento. En 1803 el precio de los pastos ha descendido por “la excesiva sequía”. A.H.F. C.136-3 Acta de la junta de propios de 24 de octubre. 261 A.H.N. Consejos, legajo 37.397, año 1802, expediente nº 19 del mes de agosto. 262 263 A.H.F. C.307-6. En 1802 Joaquín Cabós, tejedor de lienzos, vende un censo para poder comer “...para remediar mi miseria y pobreza para alimentarme a una con mi mujer en este tiempo de tanta calamidad por las fatales cosechas y por carecer de todo arbitrio y auxilio, sin poder trabajar ni ganar un jornal en ningún oficio, a causa de tanta pobreza y sin un bocado de pan”. A.H.F. C.954-20. 264 BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la Guerra de la Independencia. Fraga, 2003. 265 A.D.L. Rentería, legajo nº. 3 de 23 de septiembre de 1819 y de 5 de diciembre. También en A.H.F. C.95-2. Órganos de Gobierno 266 El Intendente Barrafón levanta el apremio por un mes, pero con la advertencia de que si al cabo de este tiempo no pagan los débitos de contribución del año anterior y de éste, se les enviará apremio militar. A.H.F. Órganos de Gobierno C.98-4 de 26 de julio. 267 A.H.F. Órganos de Gobierno C.98-7. 268 269 270 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, año 1777, entre el 20 de junio y el 22 de octubre. A.H.F. C.98-7 Órganos de Gobierno de 22 de agosto. SEBASTIÁN AMARILLA, J. A. “La agricultura española y el legado del Antiguo Régimen (1780-1855)” en LLOPIS, E. (ed.) El legado económico del Antiguo Régimen en España. Barcelona 2004. p. 157. 271 SEBASTIÁN AMARILLA, J.A. Íbidem. p. 164: “Entre 1815 y 1855 numerosos indicios permiten asegurar que la tendencia al crecimiento agrario fue la dominante en este período y que el protagonismo correspondió a la producción de cereales, ya que aunque la población aumentó intensamente entre 1815 y 1860, los precios del trigo se mantuvieron bajos y se redujeron respecto de la primera década del siglo, en las décadas de 1820, 1830 y 1840”. 272 KONDO, A. La agricultura española del siglo XIX, Ministerio de Agricultura, pesca y alimentación, Madrid, 1990. pp. 21-28. 273 BERENGUER GALINDO, A. “Un ejemplo para el estudio de los libros de cofradías de oficios: La cofradía de San Joseph de Fraga”. Revista Argensola nº 107, Huesca 1993, pp. 235-249. Los manuscritos se encuentran en la actualidad en poder de un vecino particular de Fraga. 274 Corresponden a varios tipos de anotaciones: a) los movimientos del trigo que realiza el ayuntamiento respecto del pósito y las panaderías; b) las cuentas del hospital de San Vicente para varios años del siglo XVIII; c) los precios vigentes en la ciudad, certificados en las actas del ayuntamiento por su secretario; d) con mayor continuidad, la serie de los precios aplicados al “cobro de los libros de la ciudad” –médicos, bulas, sal, alfarda, etc.- que pueden entenderse como precios ‘políticos’, a tenor de las discusiones que ocasionan entre los regidores hasta ser fijados, y por las consecuencias que implican; e) por último, las compraventas realizadas entre particulares. 275 A.H.F. Abastos. C.437-7. 276 Los autores cuyas series pretendo cotejar con las de Fraga admiten tomarlas por sus precios nominales (sin deflactarlos), en la consideración de que, -como reconocía Pierre Vilar- “también los precios nominales son precios reales, que miden la relación entre unidades de productos y unidades de moneda”. He uniformizado la serie construida para Fraga y las ofrecidas por la historiografía a reales de vellón por cahíz para el trigo y otros cereales. Para otros productos las unidades tomadas son la arroba, el cántaro, etc., y su cabida respectiva responde a la indicada en el epígrafe de metrología incluido en la Introducción de este estudio. 277 De acuerdo con la técnica propuesta por Antonio Peiró en “Precios y salarios. Fuentes y métodos para su estudio”. En JEAESA, Daroca, 1984, he tratado los precios del almudí de Fraga entre 1822 y 1848 para obtener primero los índices de estacionalidad media mensual y luego ponderar respecto de ellos cada uno de los precios encontrados en las fuentes. 278 LABROUSSE, E. Fluctuaciones económicas e historia social. Madrid, 1962, pp. 107-108. “La depresión estacional se sitúa en la época de la cosecha, concretamente en el mes siguiente, y algunas veces se prolonga hasta la mitad del año agrícola: el pequeño agricultor vende su trigo después de la cosecha o en los meses próximos, porque tiene necesidad de dinero o porque no dispone de locales para almacenarlo y preservarlo de la humedad. Los altos precios estacionales aparecen en la segunda mitad del año agrícola, cuando la cosecha en pie se anuncia desfavorable... Se aprovechan de esta situación los que han podido conservar o formar stocks, es decir, en primer lugar, los grandes terratenientes, los beneficiarios de los derechos feudales pagados en especie, los grandes perceptores de diezmos; existe también, parece ser, una especulación corriente, en ciertas regiones, “entre los burgueses del campo”, consistente en comprar después de la cosecha para vender antes de la cosecha siguiente, en la época de los altos precios... El movimiento estacional aparece en una forma más clara cuando distinguimos en la periodicidad cíclica los años de altos y de bajos precios: casi insensible en el transcurso de los segundos, se manifiesta en los primeros con gran violencia”. 323 279 En febrero de 1776, en sesión extraordinaria, el regidor decano expone que “en atención a la extremada miseria que se experimenta por la falta de cosecha que hubo en el año pasado, en tanto grado que se han visto morir algunos pobres por no tener el sustento necesario, ni haber sujetos que puedan socorrerlos por ser esta calamidad general en este pueblo, su dictamen es que se represente al M. I. Sr. Intendente dé su permiso para que, de los fondos de Propios se tomen trescientos escudos para socorrer las necesidades particulares de los vecinos, para aplacar el hambre que vociferan, distribuyéndose por medio de una comida diaria hasta fin de mayo... precaviendo que de el hambre y miseria que padecen los pobres resulte alguna epidemia”. A.H.F. C.133-2 Actas del ayuntamiento. El 7 de abril se comenta con preocupación que hay más de doscientos enfermos en la ciudad. 280 Véase el listado de precios de Fraga, Barbastro y Zaragoza en el cuadro I. 7 del apéndice de cuadros económicos. 281 OTERO, F. Op. cit. Tomo I, Apéndices, cuadros nº 9 y nº 10, pp. 142-143. SALAS AUSÉNS, J. A. La población en Barbastro en los siglos XVI y XVII. Zaragoza 1981, apéndice nº 6 p. 349. PEIRÓ ARROYO, A. “El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)”. En Agricultura y Sociedad nº 43, abril-junio de 1987, pp. 213-279. 282 El mismo planteamiento hace GARRABOU, R. “Sobre la formació del mercat cátalà en el segle XVIII. Una primera aproximació a base dels preus dels grans a Tàrrega (1732-1811)”. En Recerques, nº 1 (1970) pp. 83-121, cuando reflexiona sobre el reflejo en las fluctuaciones de los precios agrícolas de dos mercados no relacionados. Es la “discordancia de los precios entre mercados alejados” a la que ya se refirió LABROUSSE, E. Op. cit. p. 27. 283 BARRINGTON MOORE, jr. Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno. Barcelona 1991, p.18. 284 Hasta el Real Acuerdo hubo de recordar a Fraga en 1802 la “Orden Circular del Consejo para que se observe y cumpla la Real Cédula de 16 de Julio de 1790, en que se obliga a los dueños de trigo que lo tengan sobrante a que lo vendan a los precios corrientes, evitando todo abuso en el comercio de granos y que no se estanque en monopolistas". A.H.P.Z., Real Acuerdo, libro de 1802. 285 COMÍN, F., HERNÁNDEZ, M. y LLOPIS, E. eds. Historia económica de España ss. X-XX. Barcelona, 2002, pp.165 y 187, entienden que “Entre 1790 y 1840 la economía atravesó dos fases muy distintas: 1790-1813 y 1814-1840. La primera estuvo caracterizada por la tendencia al estancamiento, las violentas crisis agrarias y el agudo movimiento alcista de los precios; la segunda, por un notable crecimiento del PIB, aunque desigualmente distribuido sectorial y regionalmente, y por una severa deflación... Conviene recordar que la etapa de 1814-1840 a la que Ringrose llama ‘las décadas olvidadas’ es una de las peor conocidas de nuestro desarrollo económico moderno y contemporáneo... Tradicionalmente los especialistas han valorado de un modo bastante negativo los resultados obtenidos por la economía española en el segundo período... Hoy se ve con una visión más optimista"... El crecimiento del período tuvo un carácter marcadamente agrícola, y sobre todo cerealista. 286 MARCOS MARTÍN, Alberto. España en los siglos XVI, XVII y XVIII, Economía y Sociedad. Barcelona, 2000, p. 584. Recomienda “desprenderse de la imagen falsa que pudiera proyectar el estudio de la evolución de los precios agrarios, pues su mayor dinamismo en la segunda mitad de la centuria en contraposición a la primera,... y su acelerada subida después de 1765, lo que ponen de manifiesto en realidad son las dificultades de todo tipo con las que tropezó el sector en los últimos decenios del siglo, así como los crecientes problemas de la oferta para continuar satisfaciendo las necesidades de subsistencia de una población que, por esa razón precisamente, se vio abocada a ralentizar su ritmo de crecimiento”. 287 PÉREZ PICAZO, M.T., SEGURA i MAS, A., FERRER I ALÒS, LL. (eds.) Actas del Congreso Els catalans a Espanya, 1760-1914, Barcelona, 21 i 22 de novembre de 1996. 288 PEIRÓ ARROYO, A. Regadío, transformaciones económicas y capitalismo (La tierra en Zaragoza. 1766-1849). Zaragoza 1988, p.131-132. 289 Conocemos dos series de precios de los productos básicos en Zaragoza proporcionadas por PÉREZ SARRIÓN y Antonio PEIRÓ, cuyas informaciones –manifiestan ambos- han sido extraídas de Pío Cerrada. Pérez Sarrión presenta un gráfico de los precios del trigo, aceite y vino en el mercado de Zaragoza entre los años 1780 y 1820, en el resumen publicado de su tesis sobre el Canal Imperial. Peiró incluye en un primer trabajo tres cuadros de datos entre 1649 y 1901, en sendas series para el trigo de huerta y la cebada, el trigo de monte y el aceite respectivamente, que reconvierte en una única tabla de datos expresados en reales de plata, en un segundo trabajo que abarca desde 1780 hasta 1876. En su primer trabajo, la serie del trigo de huerta es la más completa, aunque manifiesta un vacío que abarca casi todo el siglo XVIII. Menos datos ofrece la del trigo de monte, cuya serie los contiene para algunos años de los siglos XVII, XIX y primeros del XX. Mientras, la más completa y cronológicamente más próxima a nuestro interés es la del precio del aceite, que se inicia en 1650 y concluye en 1871, detallando precios anuales para casi todos los años del siglo XVIII. Tomamos la franja de datos ofrecida por Peiró en su segundo trabajo, entre 1780 y 1833, por referirse a uno de los períodos comprendidos en nuestro estudio, después de comprobar si la capacidad de sus unidades de medida es o no coincidente con las utilizadas entonces en Fraga. 290 VICEDO RIUS, E. “El preu dels cereals durant el segle XVIII en un mercat de l’interior: l’almodí de Lleida”. 1er Col-loqui d’història agraria. Barcelona 1978. pp. 327-346. Completa la serie para la primera mitad del siglo XIX en “Els preus dels cereals al mercat de Lleida durant la primera meitat del segle XIX”. Recerques, nº 14. Barcelona 1983, pp. 167-176. Para los precios de Tárrega GARRABOU, R. Op. cit. y para los de Barcelona VILAR, P. Catalunya.... 324 291 292 A.H.F. C.99-4 Órganos de Gobierno de 28 de agosto. En efecto, parece que el mercado de la capital del Reino, desde hacía muchos años, no servía como referente para la fijación de los precios en Fraga: en 1743 se recibe una orden del Regente y Oidores de la Real Audiencia de Aragón para que en adelante no se “innoven” los precios de los granos por el ayuntamiento como se hacía hasta ahora, sino que se tomen los precios de los Almudines de las Capitales. 293 NADAL, J. ubica la crisis finisecular “que se concentra en el oeste (catalán), entorno a Cervera, y conecta con una subida muy aguda de los precios del trigo en la Cataluña interior, que evoluciona de manera paralela al resto de España”. Cifra GRAU, R. y LÓPEZ, M. “El creixement demográfic cátalà del s. XVIII” en Recerques nº 21, 1988, p. 67. Por su parte, VILAR, P. en Hidalgos... pp. 193-194 recuerda esa misma crisis y la conecta con “una inflación monetaria inquietante desde 1796, subida excesiva de los precios nominales seguida de hundimientos vertiginosos desde 1800, paro casi absoluto de toda actividad marítima en 1799-1800 y epidemias muy sensibles en casi todas partes; una situación que la guerra acentúa. 294 BERENGUER GALINDO, A. En la transición al capitalismo. La compañía de Calaf en la Ribera del Cinca. 1784-1812. Ayuntamiento de Fraga-Casa de Fraga en Barcelona, 1997. 295 FLORISTÁN, A. (coord.) Historia de España en la Edad Moderna. Barcelona, 2004, p. 617. 296 297 298 299 LABROUSSE, E. Op. cit. p. 296. ASSO, I. Historia de la economía política de Aragón, Zaragoza, Edición de 1983, p. 79 A.H.F. C.94-2 Órganos gobierno de 1817. El abasto de leche para quienes carecen de ella por su propia producción –es decir, ganaderos y pastores- se reserva para los enfermos. El arrendatario de las carnicerías está obligado a llevar en el “ganado de la mano” una docena de cabras, a las que les habrá de matar los cabritos para que produzcan leche. Leche que está obligado a vender a todo vecino enfermo al que se la recete el médico. 300 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.3388-10 del año 1722. Arriendo de las tiendas. También en A.H.F. C.4125, abastos del año 1817. Igualmente, A.H.T. C.52, f. 36. de la documentación de los Cortadellas en sus aprovisionamientos de las factorías de Sena y Ballobar a fines del siglo XVIII. 301 En 1784, el administrador de la compañía de Calaf paga a "un moset por llevar la comida al campo en la siega, por un mes 2 L. 15 s. "Pagué a otro moset por haver estado un mes para apacentar las obejas 1 L. 10 s. Pagó a otro “mozo grande” por haber estado 2 meses a razón de 20 pesetas al mes. Paga por 352 peones a 6 s. 6 d. por peón y a 220 mujeres a 2 s. 6 d. por mujer, para arrancar “fabolines”. A.H.P.T. C.20. 302 Hoy, el símbolo más aceptado de Fraga es una estatuilla de la dona de faldetes: una mujer que sostiene dos cántaros de agua: uno sobre su cabeza y el otro bajo el brazo. 303 PEIRÓ ARROYO, A. Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores del Antiguo Régimen. Barcelona, 2002, p. 66. Según las respuestas a las encuestas realizadas por las autoridades provinciales a mediados del siglo XIX, “en la provincia de Huesca los niños comenzaban a trabajar de los diez a los doce años, mientras que en la de Zaragoza lo hacían a los doce... Es posible que entre los siete y los doce años realizasen episódicamente trabajos que exigiesen poco esfuerzo, y que a partir de esta última edad los realizasen de forma permanente”. 304 TORRAS, J. y YUN CASALILLA, B. (coords.) Consumo, condiciones de vida y comercialización, editado por la Junta de Castilla y León en 1999. Hablan de la “revolución del consumo” y observan cómo se distingue cada vez más entre el concepto de "riqueza" que antes se utilizaba de forma exclusiva en el análisis de niveles de vida y rentas per cápita, y el de "bienestar" o "calidad de vida". Para ello toman en consideración muchas variables: los métodos de venta al por menor, y el grado en que éstos se ajustan a las características geográficas o temporales de los mercados; la tipología del crédito y la venta al fiado, el grado de especialización de las tiendas. También la propensión al consumo de los diferentes grupos sociales, los vínculos mayores o menores de las diferentes economías familiares y el mercado, los diferentes grados de consumo en relación con el ciclo vital. 305 DE VRIES, J. La revolución industriosa. Consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente. Barcelona, 2009. Capítulo 3º, “La oferta de trabajo”, p. 95 y ss. 306 BERNAL, A. M. La lucha por la tierra en la crisis del antiguo régimen. Madrid, 1979, p. 402. 307 En 1807 los jornaleros que deben ir a trabajar en los reparos de la venta de Buarz –reunidos en la plaza- no quieren ir si no se les paga el jornal a medio duro. A.H.F. C136-3. Actas de la junta de Propios. 308 En el catastro de 1859 los peritos estiman que un mosso que cuidara de una yunta de caballerías mayores recibiría anualmente un salario de 800 r. v. más 1.825 r. v. por la manutención de los 365 días a razón de 5 r. v. diarios, “consumiendo pan, vino, aceite, patatas, judías y carne en verano. A.H.F. C.295-1. 309 En 1790, el administrador de la compañía de Calaf en Ballobar paga a los criados de la factoría diferentes cantidades por los meses que han trabajado: a José Gota "por el mes de Abril y Mayo" a 3 L. 3 s. 12 cada mes. Por los tres meses de Junio, Julio y Agosto a 5 L. 2 s. al mes. Por 5 meses de Septiembre a Enero inclusive a 3 L. 3 s. 12 cada mes. Es decir, en verano casi se dobla el salario. "A un criado que ha estado 6 meses en esta casa a 15 r. por mes". A la criada de la casa le pagan 8 L.j. anuales “comida y vestida”. A.H.P.T. Fondos Comerciales C.39 f. 39v En 1796, los jornaleros que trabajan en el azud de la acequia cobran diferentes salarios según el día: el 12 de mayo cobran a 7 sueldos, 2 dineros por día; el 9 de julio a 12 s. 12 d. (3 pesetas); el 14 de julio 325 11 s. 11 d.; el 24 de julio cobran 10 s. 10 d.; y el 11 de agosto a 8 s. 8 d. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.4583-2, 2ª pieza. 310 A.H.F. C.292, Catastro, Tomo I. 311 312 313 314 315 A.H.F. C.128-1, Acta del ayuntamiento de 22 de mayo. A.H.F. C.129-1, Actas del ayuntamiento. A.H.F. C.135-2. Acta del ayuntamiento de 22 de mayo. A.H.F. C.135-2. Acta del ayuntamiento de 7 de junio. BERENGUER GALINDO, A. “Un ilustrado de Barbastro. Don Pedro Loscertales, 1785”. en Revista Argensola nº 113, IEA, Huesca, 2003. pp. 173-193. 316 PEIRÓ ARROYO, A. Op. cit. p. 126: En abril de 1785 el síndico del ayuntamiento de Barbastro informaba a éste que entre los jornaleros había alborotos y desórdenes nunca vistos, con petición de sueldos mucho mayores de los habituales. 317 DE CASTRO, C. La Revolución Liberal y los municipios españoles, Madrid, 1979, p. 48, califica de “labradores caciques” a los pequeños y medianos propietarios agrícolas que dirigen los ayuntamientos durante el XVIII, precisamente por su afán de controlar el salario de los jornaleros. 318 En 1758 un mancebo herrero mantiene en su casa, dándole de comer todo lo necesario a un mancebo labrador, durante unos cinco meses, a razón de tres sueldos por día. A.H.F. C.1219-16, Juzgado. 319 En 1801 la compañía de Calaf paga los siguientes salarios: jornal por acarrear garba y trillar 11 s. 4; jornal por recoger 4 s. 4; una junta de caballerías por trillar 6 pesetas; una burra por recoger 1 s. 8; jornal de un peón por recolectar 4 s. 4; el "gasto" de los recolectores, uno 7 s. 7. A.H.P.T. Fondos Comerciales C.69. 320 En 1785, para hacer una barca en Fraga se pagan: al maestro de hacer barcas a 7 r. 14 d. de plata diarios; al maestro carpintero a 5 r. 10 d.; al calafatero de Tarragona 7 r. 14 d.; al patrón de una barca 8 r. de jornal diario; y a un peón de jornal a tan sólo 4 r. diarios. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.2186-3. 321 A.H.F. C.410-1. Actas de la junta de propios. 322 “Los que han trabajado hasta el día se han despedido porque no se les sube el jornal, siendo así que se les ha pagado a cinco sueldos diarios, que es lo que se convinieron al principio de la obra, y que por ningún título admita jamás a los que se han despedido sin expresa orden de toda la junta, respecto de que su pretensión, a más de ser viciosa, reconoce la junta ser perjudicial al fondo de propios y también a sus vecinos la alteración de jornales”. A.H.F. C.410-1. Actas de la junta de Propios. 323 A.H.F. C.411-6. 324 Es lo que ocurre en 1801 cuando se presentan ante el ayuntamiento tres “empedreadores” de Barcelona que proponen para arreglar las calles un jornal de medio duro (10 r.v.) mientras los albañiles de Fraga piden media peseta más (12 r. v.). El ayuntamiento contrata a los de Barcelona. A.H.F. C.1362. Actas del ayuntamiento. 325 VILAR, P. Hidalgos, …, p. 73. En Cataluña por las mismas fechas el salario de un jornalero era de 6 sueldos catalanes. 326 El 28 de marzo de 1801 el ayuntamiento acuerda, “en consideración a que los jornaleros están aumentando el precio de los jornales de cada día, que se publique por vando que ningún vecino pueda pagar por ahora, y hasta otra providencia a más precio el jornal que el de siete sueldos jaqueses, bajo la pena de treinta reales de plata. Y bajo la misma pena y la de tres días de cárcel, no puedan pedir más jornal que el de dichos siete sueldos”. El 12 de diciembre el ayuntamiento confecciona una tarifa de precios y salarios (incompleta en la fuente) para algunos oficios artesanales “que alteran en notable perjuicio de los moradores de esta ciudad, y que llena de dolor a este ayuntamiento”. Fijan el salario de los mancebos prácticos en su oficio en 7 r. v. diarios. A.H.F. C.136-2. Acta de 28 de marzo. 327 TUÑÓN DE LARA, M., VALDEÓN LUQUE, J. y DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Historia de España, Barcelona 1991, p. 427 señalan que el salario promedio de los jornaleros de campo a mediados del siglo XIX rondaría los 6 r. v. diarios en la Baja Andalucía y Extremadura, mientras sería de uno o dos reales más en el norte y este de España. En Fraga, el sueldo de un mosso encargado del cuidado de una yunta de caballerías se sitúa en 1859 en unos 7 r. v. que se deriva de un salario monetario anual de 800 r. y del coste de su manutención cifrada en 1.825 r. v. 328 VICEDO i RIUS, E. “Desamortizació i reforma agrària liberal a les terres de Lleida” en El món rural cátala a l’època de la revolució liberal, III Jornades d’estudis d’Història, Volum I, Ponències. Lleida, 1995, pp. 92-93. 329 FERNÁNDEZ, R. Història de Lleida. El segle XVIII. Vol. VI de Pagès Editors. Lleida, 2003. p. 304. Según este autor, los salarios nominales que paga el ayuntamiento de Lérida a los jornaleros son de 5 sueldos catalanes en otoño e invierno en las décadas de 1740 y 1750; 7 sueldos en los años sesenta; 7,5 sueldos en los años ochenta y 8 sueldos catalanes en 1794, "la mitad de lo que cobraban los maestros". Y añade: “Los salarios reales fueron inferiores sobre todo al final del siglo”. Estos precios son coincidentes con los que ofrece VICEDO RIUS en Les terres de Lleida i el desenvolupament cátala del Set-cents. Producció, propietat i renda. Barcelona, 1991, p. 287. 330 PEIRÓ ARROYO, A. Op. cit. p. 76 y pp. 99-100. 331 VILAR, P. Catalunya.... Editorial Crítica, tomo II, p. 515 ofrece los salarios de un jornalero medio en Martorell, Cornellà y Espulgues, que se sitúan entre los 10 y los 17 sueldos barceloneses. 326 332 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII español. Barcelona, 1981, p. 312. “En esta provincia de Guipúzcoa el año 1766 llegaron a valer los granos de manera que los pobres oficiales apenas alcanzaban con su trabajo para poder comer un poco de pan. Subió el trigo a cuarenta reales la fanega, y la de maíz se vendía a treinta, y como el jornal diario no pasaba de cuatro o cinco reales y muchos de ellos se hallaban cargados de familia y los años antecedentes habían sido también poco felices, llegaron a verse muy apurados”. 333 KRIEDTE, P. Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, 1979, p. 192. “A medida que se encarecían los productos alimenticios, especialmente las capas inferiores de la población, tenían que restringir su demanda de bienes que no fueran absolutamente necesarios para la reproducción vital. A comienzos de la década del noventa el 72,4 por 100 de los gastos de un minero de Durham correspondía a productos alimenticios. Un albañil berlinés que tuviera que mantener una familia de cinco personas tenía que emplear a fines de siglo el 72,7 por 100 de su ingreso para su alimentación. Los productos alimenticios más caros por unidad nutritiva cedieron ante los más baratos. Esto significó que se restringió aún más el consumo de carne y la demanda se concentró en productos alimenticios vegetales, aunque también en éstos comenzaba una evolución nueva: a la sustitución de la carne por los cereales le siguió la de éstos por la patata. Con ello la economía alimenticia occidental se acercaba a su nivel más bajo: "el modelo de la patata" (W. Abel) de la primera mitad del siglo XIX”. 334 DE VRIES, J. Op. cit. p. 108. 335 MONTANARI, M. El hambre y la abundancia: Historia y cultura de la alimentación en Europa. Barcelona, 1993. pp. 128 y 144. 336 LABROUSSE, E. Op. cit. p. 300 estima en 9,86 libras el consumo familiar diario de pan y entiende que este gasto suponía la mitad de los gastos totales de la familia. CAMARERO-BULLÓN, C. “Las detracciones sobre la economía agraria y el endeudamiento del pequeño campesino en el s.XVIII: aplicación a un concejo castellano”. Revista Agricultura y Sociedad nº. 33 (Octubre-Diciembre 1984) pp.197-253, afirma que con el salario mínimo podían adquirirse a mediados del siglo XVIII unos 6 kg. de trigo. 337 Al acordar el ayuntamiento en 1754 el sueldo del maestro de gramática, determina un salario anual de 100 pesos de a ocho reales, más casa franca, más el trigo necesario para el sustento de su casa, que fija en tres cahíces. A.H.F. C.131-1. A.A. 338 DONEZAR, J. M. Riqueza y propiedad en la Castilla del Antiguo Régimen. La provincia de Toledo en el siglo XVIII. Madrid, 1984, p. 136, estima en 27,8 fanegas (algo más de tres cahíces) el trigo que puede comprar el labrador con su salario anual. PERPIÑÁ, R.... 1960, p. 24 estima en 30 fanegas la cantidad anual para una familia de cinco miembros: padre, madre y tres hijos. BARREIRO, La Jurisdicción de Xallas... p. 305. ANSÓN CALVO, M. C. Tarazona en la época de la ilustración. Zaragoza, 1977, p. 54. estima necesarios para la subsistencia 1,93 cahíces de trigo anuales por habitante. 339 Según los peritos, “de los 365 días del año tienen que guardar fiesta 69 por precepto, 10 días al año que se lo impedirán los temporales, y 16 días por enfermedades”. A.H.F. C.295-1. Catastro de 1859. 340 En 1795, el ayuntamiento hace la prueba para ver el pan que puede darse del trigo que ha comprado para el abasto y estima que el consumo de un individuo está en 16 dinerillos por día. A.H.F. C.135-1 Acta del ayuntamiento de 20 de junio. Durante la guerra de Independencia, la ración de pan de un soldado comenzó a pagarse en Fraga a un real en 1809 y llegó a costar en 1813 un real y medio. 341 A.H.F. C.139-2 acta de ayuntamiento de 28 de Julio de 1833. 342 En 1723 el ayuntamiento determina “poner precios por la ciudad a todos los oficiales a quienes se devieran poner, señalándoles al precio que deven vender lo que trabajaren" A.H.F. C.128-1. Actas del ayuntamiento. En 1810 encontramos un ejemplo de trabajo a destajo o por obra trabajada: según estipula el ayuntamiento, los rastrilladores del cáñamo cobrarán a razón de peseta y media por arroba de cáñamo rastrillada (6 r. v.) mientras los hiladores de cáñamo deben cobrar a razón de 7 r. v. por día. C.137-1. Es decir, el ayuntamiento sigue fijando los precios de todo tipo de jornales incluso en período de guerra. 343 KRIEDTE, P. Op. cit. Barcelona, 1979, pp. 191-192. 344 345 LLOPIS, E. El legado económico del Antiguo Régimen en España. Barcelona 2004. p. 27. En 1797, el médico de Fraga es, según el ayuntamiento, el mejor pagado del reino porque cobra 8.000 reales de vellón anuales, aunque, reconocen los regidores: “por el extraordinario aumento de los precios de los comestibles y especialmente el del trigo, quienes los perciben (sus ingresos) en especie salían ahora beneficiados”. A.H.F. C.135-2. Actas del ayuntamiento. 346 OTERO CARRASCO, F. Op. cit. tomo I, p. 28. 347 De hecho, las Ordinaciones de la villa de 1685 ya detallan los cultivos del momento: trigo, cebada, centeno, avena, alfalces, viña, frutas, morales, aceitunas, lino, cáñamo y hortalizas. A.H.F. Fotocopia del original sin catalogar. 348 Los peritos encargados del catastro de 1832 rebajan el rendimiento del trigo en este tipo de parcelas frente a las destinadas de forma exclusiva a cereales en el regadío. A.H.F. C.292 Tomo II. 349 Un sistema de cultivo similar al expuesto por FERRER I ALÓS, E. “El mon rural català a l'època de la revolució liberal” en III Jornades d'estudis d'història de 1990. Lleida, 1995. Volum I, Ponencies, p. 42. 350 En carta de 16 de julio de 1819, dirigida por el cura Obis al gobernador del obispado de Lérida, a propósito de la próxima habilitación de la nueva acequia, se indica respecto de la Huerta Nueva que: “el mencionado terreno, al presente, no puede dar otras producciones que las de granos, pero por los 327 preparativos que se observan, van los interesados a plantarlo todo a olivos y cepas, que a su tiempo darán al Crédito Público una utilidad igual o mayor que la que va a reportar los granos". A.D.L. Rentería, legajo nº 3. 351 A.D.L. Torres, 19. Año 1775. Razón y noticia que dan los curas párrocos de las iglesias unidas de San Pedro y San Miguel de la ciudad de Fraga, en cumplimiento de lo mandado por el ilustrísimo Sr. Dn. Joaquín Anos Sánchez Ferragudo, dignísimo obispo de Lérida, en su carta previa a la visita general de su obispado. 352 A.C.L. Visita del Obispo. Tomo 14 (1820-1828) folio 469. También en ASSO, I. Op. cit., p. 78. Atribuye el abandono del cultivo de azafrán al aumento continuado del precio del trigo. 353 A.H.P.Z. Bienes Nacionales, Crédito Público. C.1045 (C.43). 354 VICEDO RIUS, E. Les terres de Lleida… p. 58 señala una situación similar en las poblaciones cercanas a Fraga para las primeras décadas del siglo XVIII: “Els erms, con es pot comprovar son abundants, dedicant-se al pasturatge del bestiar per a les carnisseries dels pobles o, sobretot, al pasturatge dels ramats que a l'hivern arriben a les zones planes. La terra cultivada està dedicada, básicament, a sembradura. La vinya ocupa en un 4,16 per 100 dels pobles més del 20 per 100 de la terra cultivada. La olivera es encara mes minoritaria”. 355 Con diferencia son las más arboleadas. A mediados del XIX contienen un promedio de 7,2 árboles por fanega, frente a los 3,6 árboles de la tierra blanca. Sólo algunas parcelas de la partida del Secano y las escasas del monte con plantío de olivos las superan: contienen unos 10 pies de olivo por fanega. A.H.F. C.295-2 Catastro de 1859, apéndices. 356 En una fanega de 953,6 m2 se siembran dos fanegas de cañamones y se obtienen siete arrobas de cáñamo. 357 En una fanega de 953,6 m2 se siembra una fanega de trigo y se obtienen seis fanegas. 358 ANSÓN CALVO, M. C. Tarazona en la época de la Ilustración, Zaragoza, 1977 p. 104: “Cultivar trigo; luego de cosechado en junio, sembrar judías; recolectar éstas en octubre; enterrar las plantas verdes de las mismas; y en marzo siguiente plantar cáñamo cuyas raíces se entierran para la próxima cosecha de trigo”. 359 En fecha tan tardía como 1952, el ayuntamiento interpone un recurso de queja ante las autoridades fiscales de la provincia por entender que “los terrenos de la huerta de Fraga, en sus clases 1ª, 2ª y 3ª no pueden considerarse del mismo rendimiento y valor que las de los demás pueblos del mismo riego del río Cinca, por cuanto los de Fraga están poblados en su totalidad de higueras, que por la gran extensión de sus raíces chupan la mayor parte de la sustancia de la tierra, y por su frondosidad provocan tanta sombra que hace que grandes extensiones de terreno, en especial los de debajo de ellas, queden improductivos por lo que a hortalizas, legumbres y cereales se refiere, por lo que se considera que el valor que tienen asignado en el amilloramiento (sic) que hoy rige, está ya amoldado a la realidad, y por lo tanto no debe sufrir aumento alguno en su riqueza imponible”. A.H.F. Acta de ayuntamiento del 27 de febrero de 1952. 360 En una fanega de 953 m2 se recogen 7 fanegas y media de olivas en dos años, de las que se obtienen dos arrobas y media de aceite. 361 En una cahizada de 1ª calidad plantada con 120 pies de olivos se cogen en dos años 28 fanegas de olivas, de las que se obtienen diez arrobas de aceite. 362 Se siembran en dos años dos cahizadas de tierra –mediante barbecho de dos hojas- con un cahíz de simiente y se obtiene en los dos años cuatro cahíces de trigo. 363 Todos los datos anteriores en A.H.F. C.292. Catastro de 1832. 364 A.H.F. C.292. Catastro de 1832. “En las tierras de 1ª calidad no se ha hecho mención en la cosecha del cáñamo de lo que aumenta la simiente sembrada, atendido a que muchos labradores los siegan en flor, y en este caso la pierden toda; y otros siegan generalmente una tercera parte, en razón a que se vende siempre cinco o seis reales de vellón más caro por arroba que el de simiente, por cuyo motivo aumenta el precio medio en la tarifa. Por otra parte, las ocho fanegas de cañamones lo más que producen son unas cinco, y considerando que en la sementera tiene dicha simiente un tercio de más valor que en la cosecha, parece no resulta líquido alguno en el particular”. 365 La productividad media en Aragón sería de 2,5 cahíces por hectárea, o lo que es equivalente: 3,46 cahices recogidos por cahizada de terreno. Según Asso no representa la producción real debido "al informe falaz de los pueblos, siempre interesados en ocultar el verdadero estado de las cosas, por el temor de nuevas contribuciones". Asso deduce que la cosecha de 1787 –abundantísima- debió ser de 4,32 cahíces por hectárea, o lo que es equivalente: unos 6 cahíces de grano por cahizada sembrada”. ASSO, I. Historia de la Economía... p. 114. CALVO, V. acepta 3,42 cahíces por hectárea, igual que ANSON CALVO M.C., quien indica en su estudio sobre Tarazona un rendimiento medio por hectárea de 7,8 cahíces en regadío y de 1,9 cahíces en secano. Por su parte, Peiró refiere que “ la semilla producía en el regadío un rendimiento del 10 por uno aunque no era extraña una producción de 18 o 20 por uno" PEIRÓ, A. Regadío… p. 104. 366 SESMA MUÑOZ, J. Á. La Diputación del Reino de Aragón en la época de Fernando II (1479-1516). Zaragoza, 1977. “El comercio de exportación de trigo, aceite y lana desde Zaragoza a mediados del siglo XV”. Aragón en la Edad Media. Zaragoza 1977 Vol. I, pp. 201-237. “Comercio del reino de Aragón en el siglo XV”. Estado actual de los estudios sobre Aragón (Teruel). Zaragoza, 1978, pp. 311-316. SESMA MUÑOZ J. Á. Y SARASA SÁNCHEZ, E. “El comercio de la lana por el Ebro hacia el Mediterráneo. El puerto 328 fluvial de Escatrón a mediados del siglo XV”. Segundo Congreso internacional de Estudios sobre las culturas del mediterráneo Occidental. Barcelona, 1978, pp. 399-409. 367 GÓMEZ ZORRAQUINO, J. I. La burguesía mercantil en el Aragón de los siglos XVI y XVII (15611652). D.G.A. Zaragoza, 1987. Zaragoza y el capital comercial. La burguesía mercantil en el Aragón de la segunda mitad del siglo XVII. Ayuntamiento de Zaragoza, 1987. “La burguesía mercantil catalana y su presencia en Aragón (1770-1808)” en Pedralbes, 8-1, 1988. pp.405-423. “La burguesía mercantil catalana en Aragón. La familia Torres (1750-1816)” en Estudis d'Història Econòmica, nº. 2 Palma de Mallorca, 1989. pp. 115-132. 368 PÉREZ SARRIÓN, G. “Comercio y comercialización de granos en Aragón en el s. XVIII: una panorámica general”. Comunicación presentada a las III Jornadas E.A.E.A. Tarazona, 1980. Vol II pp. 1013-1022. “Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII. Los Cortadellas y la Compañía de Aragón” en Pedralbes nº 4 Barcelona, 1984. pp. 187-232. Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII. El Canal Imperial de Aragón, 1766-1808. Zaragoza, 1984. Aragón en el Setecientos. Crecimiento económico, cambio social y cultura, 1700-1808. Lleida, 1998. 369 PEIRÓ ARROYO, A. “El mercado de cereales y aceite aragoneses SS. XVII-XX” en Agricultura y Sociedad nº 43 Abril-Junio 1987. pp. 213-279. 370 El concepto se debe al profesor Jaime TORRAS en su artículo “La economía aragonesa en la transición al capitalismo. Un ensayo” en Tres estudios de Historia económica de Aragón. Facultad Ciencias Económicas, Universidad Zaragoza, 1982. pp. 9-32. También en Primer Simposio sobre las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña (siglos XVIII-XX) organizado por varias instituciones aragonesas y catalanas y celebrado en Roda de Isábena en mayo de 1990. También en Nuria SALES, quien dedicó su atención al tráfico terrestre de mercancías, a quienes lo ejercían, y a una de esas actividades en particular: el “trato” de mulas de los comerciantes de Santa Coloma de Queralt, cuya actividad incluía su aprovisionamiento en valles montañeses españoles y franceses, para su posterior conducción y venta en múltiples ferias de Cataluña y Aragón. La fuente de donde obtuvo la mayoría de sus informaciones, sumamente útil para el tratamiento más general del tema del tráfico terrestre y fluvial, se guarda en los fondos del Archivo Histórico de Tarragona y, en concreto, en la documentación de la denominada Compañía de Calaf o de los Cortadellas. De ese mismo fondo y de otros similares bebió la profesora Assumpta MUSET i PONS cuando desarrolló su tesis sobre Catalunya i el mercat espanyol al segle XVIII: Els traginers i els negociants de Calf i Copons. Propone en ella una nueva interpretación del fenómeno de los arrieros y negociantes catalanes, que tendría sus causas remotas en la pobreza de la comarca de origen de muchos de ellos (la comarca de L’ Anoia). Por último, cabe citar una de las ocasiones en que con mayor variedad de ópticas se ha tratado este asunto: el congreso celebrado en Barcelona en noviembre de 1996 con el lema de Els Catalans a Espanya 1760-1914, y en el que se discutió sobre el concepto de “diásporas mercantiles”, en el contexto de la creación del mercado interior español durante el período de la Revolución Liberal. 371 Dos días les costaba descender desde Oliana hasta Lérida o desde La Espuña o Tella hasta Fraga, y otros cinco o seis días desde aquí hasta el mar. 372 A.H.F. C128-1 Acta del ayuntamiento de 15 de junio. 373 374 375 376 A.H.F. C139-2 Acta del ayuntamiento de 11 de junio. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C815-8. A.H.F. C.128-1 Acta del ayuntamiento de 27 de septiembre. SESMA MUÑOZ, J. Á. “El comercio de exportación del trigo, aceite y lana desde Zaragoza a mediados del siglo XV”, en Aragón en la Edad Media, p. 208. 377 LLADONOSA I PUJOL, J. “Tendencia de Lleida cap al mar”, en VI Congreso de la Corona de Aragón. 378 BENITO LUNA, L. “Fraga en las relaciones comerciales entre Aragón y Cataluña a mediados del siglo XV”. (tesis de licenciatura inédita). Los manuscritos de la taula de Fraga a los que se refiere son los correspondientes a los años fiscales 1445-46, ms. 665; año 1449-50, ms. 668; año 1453-54, ms. 45; año 1458-59, ms. 50. 379 En los relatos de viajeros pueden espigarse ejemplos de la diferente consideración que les merecen los trayectos terrestres respecto de los fluviales. El escritor inglés que firma con el seudónimo “Poco más” resalta las penalidades sufridas en el trayecto terrestre de Canfranc a Zaragoza frente a la placidez del realizado en barca por el Canal Imperial entre Zaragoza y Tudela durante el período de la primera guerra Carlista. El viajero francés Cenac-Moncaut destaca en 1860 la aridez, aspereza, pobreza e incuria que observa al entrar en Aragón por Fraga y la peligrosidad de sus caminos, plagados de bandidos. Son relatos románticos, seguramente exagerados, pero indicativos de un contraste real. En este sentido, véase el breve artículo de FERNÁNDEZ, R. “Viatgers per Catalunya. Els observadors de la Il.lustració”, en L’Avenç nº 51, juliol/agost de 1982, pp. 58-65. 380 El Reino se organizó en las llamadas sobrecollidas como consecuencia de las reformas proteccionistas establecidas por Pedro IV durante las Cortes Generales de Monzón de 1362-63. Su pretensión era mejorar la economía de los estados de la Corona de Aragón, mediante la regulación del tránsito de mercancías en las zonas fronterizas, por lo que se fijó una línea aduanera en los límites externos de la misma. Dos años después, el sistema de aduanas se amplió considerablemente al tomar la iniciativa –tanto Cataluña como Aragón- de ampliar los criterios iniciales a las fronteras interiores de los reinos, multiplicándose los puntos de cobro del impuesto de las Generalidades. En las Cortes de Monzón de 1376 se establecieron puntos de control o taulas en Mequinenza, Fraga, Alcolea de Cinca, Tamarite de Litera y Monzón, añadiéndose otras desde inicios del siglo XV. 329 381 A.G.S. En el legajo 2.555 del año 1770 Fraga no produce ingresos de ningún tipo. El administrador de la aduana es ahora don Senén Corbatón y Garcés con el sueldo de 1.800 r. v. asignados en el reglamento de 1741 y desde el 13 de abril de 1765 en que don Senén la sirve por orden de "unión" (puede ser unión con la administración del tabaco). El guarda de a pié sigue siendo Miguel LLorens con el salario de 730 reales, “al respecto de cuatro r .v. diarios”. Una nota al margen del texto dice "Esta aduana de Fraga se creó por orden del Rey, comunicada por el Sr. D. José del Campillo al Intendente de Aragón en 8 de Agosto de 1742, cuya minuta para en el legajo de correspondencia de aquel año. Y aunque por otra de 28 de Agosto de 1769 mandó S. M. se suprimiese esta aduana para desde 1º de Enero de 1770, se abona el sueldo satisfecho en todo el año a su administrador D. Senén Corbatón, porque la Dirección mandó continuase sirviéndola hasta que el administrador general de Cataluña evacuase cierto informe que se le pidió, sobre si era necesaria o no su permanencia. La orden de la Dirección en la que se previno continuase dicho administrador es provisional y su fecha es de 18 de julio de 1770. Últimamente, consta que por orden de S. I. de 7 de febrero de 1771 se volvió a habilitar esta aduana con el mismo sueldo de 1.800 r. v. que gozaba su administrador Corbatón, lo que se previene para lo sucesivo”. 382 PÉREZ SARRIÓN, G. Aragón en el Setecientos, p. 177. “Entre Cataluña y Aragón hubo un intenso tráfico de trajineros con lana, trigo, manufacturas, caballerías, dinero y los productos más diversos, por multitud de sendas y caminos de caballerías; cabe suponer este tráfico trajo a Aragón manufacturas extranjeras que no pasaban por la aduana de Fraga, creando dificultades añadidas a las manufacturas aragonesas”. 383 LLOPIS, E. El legado económico del Antiguo Régimen en España. Barcelona 2004, en el artículo introductorio del propio Llopis, p. 23. 384 Las primeras concesiones fueron las de la dirección norte-sur desde el Pirineo: Puigcerdá (1182) Jaca (1187) Graus (1201) y Balaguer (1211). Luego las del eje transversal: desde 1232 en Lérida, 1276 en Huesca, y luego las de Barbastro y Monzón, que en el siglo siguiente duplicaron sus fechas para un mismo año. Finalmente vendrían las que conformaban la red complementaria y entre ellas las concedidas a Fraga desde 1294 por privilegio del Rey Jaime II. Fraga estaba sujeta entonces a la jurisdicción de los Montcada, quienes rogaron al Rey concediera la feria durante los diez primeros días del mes de agosto, libre de lezda. La decisión de Pedro I en 1283 de establecer como obligatorio el itinerario de Tortosa, Mora, Lérida y Zaragoza forzando de forma extraordinaria a los mercaderes a pasar por Lérida, anulaba la anterior decisión de Jaime I de trazar la ruta entre Tortosa y Zaragoza, pasando por Mora, Alcañiz y Caspe, es decir la línea al sur del Ebro, lo que evidenciaba la voluntad Real de establecer la primacía de Barcelona en los intercambios entre el litoral y el interior peninsular y potenciaba el punto de Fraga como necesario paso del Cinca por su puente. 385 SALES, N. “Ramblers, traginers y mules (segles XVIII i XIX)” en Recerques 1983, nº 13 pp. 65-81. También en “Mules, ramblers i fires (s. XVIII i XIX)” L'avenç, 1983, nº 62 Juliol-Agost pp. 23-33. 386 Como ejemplo, valga la noticia que de este tipo de trato exponía un ilustrado de Barbastro, don Pedro Loscertales, en el informe que presentaba a la Corte, en 1787, de sus propuestas para mejorar la economía aragonesa: "En el quinquenio de 1780 a 1784 entraron en Aragón procedentes de Francia 17.325 machos y mulas; y que se adeudan en las aduanas del principado de Cataluña por las que se introducen desde Francia, especialmente en la aduana de Bosot, para su venta en las ferias de Sariñena, Huesca, Barbastro y Monzón 5.000 machos y mulas. Y que en las aduanas de Aragón se adeudan otros muchos con lo que cada año salen de Aragón por la introducción de las mulas francesas 10 millones de reales de vellón”. A.H.N. Consejos, legajo 37.156, expedientes de octubre, nº. 21. 387 Quienes traen productos a Fraga desde los pueblos de la comarca deben registrarlos y depositarlos en el almudí hasta dos horas después del mediodía, para que quien quiera los compre allí al precio corriente. Sólo luego de esa hora pueden ser vendidos a cualquier comprador a un precio convenido libremente entre comprador y vendedor. A.H.F. C.134-1 Acta del ayuntamiento de 18 de agosto de 1785. En muchas ocasiones, no habiendo cebada en el almudí ni teniendo los cosecheros existencias para la venta, son los mesoneros quienes la venden a un precio superior al corriente en tiempo feriado. A.H.F. C.135-1. Acta del ayuntamiento de 13 de agosto de 1798. Los precios del almudí son por tanto solo indicios del precio de cada operación de compraventa, y la realidad en tiempo de feria o mercado puede alejarse con mucho de ellos. Por ejemplo, cuando según el libro del almudí de 1822-48, el precio medio anual de la cebada fue en el año 1836 de 82,57 r. v. (20,64 pts. el cahíz) en la feria de agosto de este año se vendía a 13 pesetas el cahíz si era de buena calidad, mientras el “de diezmo no se pagaba a más de 12 pesetas”. A.D.L. Alonso, legajo nº 1. 388 A.H.N. Consejos, legajo 37.359, expedientes del mes de marzo nº. 27. 389 En el A.H.T. se conserva una sección de Fondos Comerciales formada por documentos catalogados como Compañía de Calaf, distribuidos en dos subsecciones "Cuentas" y "Cartas". Dicha compañía aparece con diversas denominaciones que en el fondo responden a la misma línea con matices derivados de las condiciones de las distintas etapas: la más genérica es la de "Compañía de Calaf", que agrupa a la antigua Compañía de Aragón, núcleo originario del que surge la Sociedad de los Señores "Soler, Bosch, Figarola y Compañía", cuyo cajero es Josep Cortadellas, y que da nombre a la razón social "Josep Cortadellas y Cía" a partir de 1809, año de su muerte. Las denominaciones "Brufau y Satorras", "Mullerat, Brufau y Martí" son las dos sociedades en las que se concreta la herencia de "Josep Cortadellas y Cía" como resultado de su liquidación en 1842. La documentación consta de 223 unidades documentales, comprendidas entre los años 1729 y 1906, aunque la mayor parte se concreta entre 1777, año de fundación de "Soler, Bosch, Figarola y Cía", y 1841, año de la liquidación de las sucesivas 330 sociedades, cuya herencia y administración recae en el tarraconense Antonio Satorras. Entre las factorías de la compañía sobresalen: en Huesca, además de la capital, las de Argavieso, Sietamo, Peraltilla, Permisán, Monzón, Binaced, Ballobar y Fraga. En Zaragoza: Villarroya, Grisén y Mequinenza. En Lérida: Menargues y Bellpuig. En Tarragona: Mora la Nueva, Masos de Mora, Benisanet y Miravet. Y en Barcelona: Calaf, la más importante, y Manresa. Igualmente es significativo el papel de las transacciones comerciales realizadas en las ferias de Ampurdá (Gerona), Verdú y Aytona (Lérida), Monzón, Barbastro y Sariñena (Huesca), y Prades (Tarragona). 390 PÉREZ PICAZO, M.T., SEGURA I MÁS, A. FERRER ALÒS, Ll. (eds.) Actas del congreso Els catalans a Espanya, 1760-1914. Barcelona, 21 y 22 de noviembre de 1996. Particularmente las ponencias regionales de los doctores Gómez Zorraquino y Pérez Sarrión, junto a la comunicación del propio autor de este trabajo. 391 A.H.T. Fondos Comerciales, Caja C.17. 392 TORRAS ELIAS, J. “Redes comerciales y auge textil en la España del s. XVIII” en MAXINE BERG, Ed. Mercados y manufacturas en Europa. Barcelona, Crítica. 1995, pp. 111-132. 393 VILAR, P. Cataluña en la España Moderna. Tomo II, Crítica, Barcelona, 1987, p. 443. 394 Cuando en 1800 don Gregorio pide un favor a Cortadellas, éste escribe a su factor en Fraga advirtiéndole de la necesidad de hacérselo para congraciarse con él. A.H.T. Fondos Comerciales, Ca-23, f. 128v. de 21 de junio de 1800. 395 La administración de Fraga de la Cía. de Calaf estuvo "ultimamente a cargo de Mosen Josef Serra, y en 1810 se pusieron sus bienes muebles en las casas de la molinera y en la del capellán Montamá". ¿Montemar?. A.H.T. Fondos comerciales C.102 folios 3 y 3v. 396 A.H.T. Fondos comerciales, Ca-17, folio 208v. de 22 de agosto de 1796. 397 PÉREZ SARRIÓN, G. Agua, agricultura y sociedad... p. 384 y ss. Analiza la encuesta iniciada en Zaragoza y realizada a los corregidores de toda España en 1769 y distingue tres tipos de comerciantes de productos agrícolas: los comerciantes de géneros que cobraban “al fiado” en especie; los arrendatarios de diezmos y rentas señoriales y los comerciantes de productos agrícolas propiamente dichos. De los primeros, el corregidor de Cinco Villas afirmaba ser “la polilla de los pueblos”. Sarrión concluye que eran ellos quienes de forma inmediata y cotidiana imponía su ley a los labradores… y eran causa de su ruina. 398 "Amich Joseph. Rebo la tua del 8 y jom reitero a la del 7, ab sola la restricció de que si preveias haviam de tenir disgust ab la compra del blat de la Almolda, o altrament que no fos bo, y que se hagues de pagar mes que a 12 r. lo deixes correr. No parles de diner efectiu, en qual cas encaixeriam vales, be que per aso sería menester demanar un respiro fins que fos fora lo blat. Sent ab vales reals sen podria donar a 12 r. 1/2 u 13”. Carta de Cortadellas a Sardañons, administrador de la factoría de Ballobar de 11 de marzo de 1795. 399 Por ejemplo, en el año agrícola 1805-1806 el trigo recogido en la factoría por los diferentes arriendos ascendió a 1.363 cahíces, la mayor cantidad alcanzada desde su creación. Los precios del trigo durante todo ese año fueron medianos en los pueblos de la administración y cabría esperar mejores precios en Cataluña. Pues bien, desde junio de 1806 hasta mayo de 1807 las ventas en los pueblos del entorno, más los préstamos y la siembra a medias con los vecinos comarcanos ascendieron a 1.375 cahices, doce cahices más que lo recolectado, a un precio de 9 y 9,5 reales de plata la fanega, un precio moderado en la década. Mientras tanto, durante todo el año agrícola 1806-1807 el trigo extraído desde Ballobar y Ontiñena a Mequinenza fue de 531 cahíces y el conducido a Lérida desde Albalate, Zaidín y Ballobar alcanzó la cifra de 193 cahíces. Es decir, sumadas las dos cantidades, se extrajo menos trigo a Cataluña que el que se vendió en Aragón, en un año especialmente propicio para la saca. 400 MATEOS ROYO, J. A. “Elites locales, gestión pública y mercado preindustrial: la administración de los pósitos en Aragón durante la Edad Moderna” en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, año 2008, nº 26 p. 130. “Conforme crecieron las compras de los pósitos desde mediados del siglo XVI, los grandes comerciantes de Zaragoza ganaron importancia como proveedores de las ciudades. Estos controlaban el mercado de grano al haber arrendado a la Iglesia y nobleza la percepción de diezmos y derechos señoriales. Sus compras de trigo adelantado como préstamo al fiado sobre la futura cosecha constituyeron una práctica corriente, sobre todo desde fines del siglo XVI al crecer el endeudamiento campesino. Tras obtener el grano y almacenarlo en silos cercanos a los núcleos de producción, estos comerciantes esperaban el alza de precios en los meses previos a la siega para ofertarlo en el mercado”. 401 A.H.T. Fondos comerciales, C.39, folio 18v. Vende la cebada en Ballobar a 50 r. de plata el cahiz en el mes de octubre de 1789. Este mismo mes presta a varios vecinos a 53 r. el cahiz. Es decir, se cobrará el equivalente a un interés del seis por ciento. En diciembre presta trigo a varios vecinos de Ballobar a 13 r. la fanega. Es decir, 1,5 r. más caro que el precio corriente de venta, que es de 12 r., lo que supone un interés del 12,5% en el momento de la devolución de los préstamos, en agosto siguiente. 402 A.H.T. Fondos comerciales, C20, folio 198v. 403 Es el caso del infanzón fragatino don Joaquín Isach Villanova, a quien Cortadellas presta trigo para sembrar sus huebras después de consultarlo con sus socios; o el de doña Joaquina Villanova, a quien también presta trigo y dinero en efectivo a cambio de sus cosechas de Sena y del alquiler de su casa en aquel pueblo, que la compañía tiene arrendada como factoría. Préstamos que les ruega mantengan en silencio “porque a otros se los ha negado”. En efecto, también después de consultar con su factor, niega similar préstamo al también fragatino Manuel Galicia Salinas. 331 404 En 1789, por ejemplo, se sacan de los graneros de Ballobar 52 cahíces de trigo y 81 cahíces de cebada "para sembrar a medias a los vecinos de Ontiñena, Ballobar y Chalamera". Al sellar el trato, el factor incluye una cláusula de oscuro significado: “se debe dar por ayuda de cuerpo, del trigo 13 r. por cahíz de sementera, y del ordio 11 r. por cahíz de sementera”. 405 A.H.T. Fondos comerciales, Ca.19, folio 29v, 20 de enero de 1798. 406 Es, por ejemplo, el caso de Antonio Guardiola, de Torrente, a quien el factor de Ballobar le entrega 70 libras jaquesas “por cuenta de un empeño de era, pajar, granero y fraginal, a carta de gracia, en nombre y voz del Sr. José Cortadellas y compañía”. Dos años después, como consecuencia de un nuevo préstamo de 47 L. j. se ponen sus bienes a “toda venta” con la condición de poderlos redimir Guardiola en tres años, pero si no lo hace pasarán a ser propiedad de Cortadellas. Finalmente, es el propio factor de Ballobar quien acaba apoderándose de los bienes en la subasta. 407 Cuando en julio de 1801 Francisco Soler se hace cargo de la administración de Ballobar, las deudas pendientes de cobro alcanzan nada menos que a 335 vecinos en una treintena de pueblos ribereños del Cinca en su mayoría, pero también de las comarcas del entorno de Lérida.407 De ellos, 105 corresponden a Albalate, pueblo natal del anterior factor –Sardañons-, donde prácticamente todos los vecinos son deudores de la factoría. Le siguen el propio Ballobar con 49 deudores, Ontiñena con 39, Alcolea 31, Osso 27, Zaidín 17 y Fraga con 12 vecinos. Los restantes 23 pueblos albergan 55 deudores a la Cía. 408 Cortadellas reflexiona “sumament embarasat” la posibilidad de renunciar a los arriendos cuando ve que lo hacen otros arrendatarios de Aragón y así lo cumple con los de la margen derecha del Ebro ya en agosto de 1808. Pero todavía intenta controlar el resto de las factorías. 409 MADOZ, P. Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar Tomo “Huesca”, p. 223. Edición facsímil de 1990. 410 A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1797, folio 620. 411 412 A.H.F. Acta del ayuntamiento de 23 de junio de 1798 A.H.N. Sección Consejos / pleitos de Aragón. Libros de matrícula de los Expedientes de Oficio y Gobierno. Libro de matrícula L.3254, relativo al legajo 37.387, expediente nº 6 de febrero del año 1800. 413 A.H.P.L. Protocolos notariales, signatura 1139, notario Ignacio Turull Clarió. 414 415 416 417 418 419 420 421 422 A.H.P.L. Protocolos notariales, signatura 1139, notario Ignacio Turull Clarió. A.C.L. manuscrito nº 46, pp. 263 y ss. A.H.T. Ca.42 Correspondencia entre la Cía. de Cortadellas y Fraga de 17 de febrero de 1816. A.C.L. manuscrito nº. 46, pp. 263 y ss. A.H.P.L. Protocolos notariales, signatura 1139. PLA, Ll. y SERRANO, Á. La societat de Lleida…. p. 324. A.C.L. manuscrito nº. 46, pp. 263 y ss. PLA, Ll. y SERRANO, Á. Ibídem, p. 325. Los arrendatarios habían escrito al capítulo ofreciéndole todos sus bienes para ser vendidos por la institución “como dueña”, aunque “esperaban que no llevaría a sus casas y familias a mendigar por las puertas”. El capítulo procede al embargo de todos los bienes de los cuatro arrendatarios, incluyendo hasta los vestidos e incluso las mulas de labor (lo que según ellos es contra los privilegios de los labradores). El capítulo alega ante el tribunal regional que las quejas respecto de la esterilidad son infundadas, aunque reconoce que no han sido los años de los más abundantes. Respecto de la buena fe de los arrendatarios dice que, por el contrario, pretendieron ocultar sus bienes en el momento de serles embargados, y que sólo bajo juramento dijeron donde los habían ocultado. Respecto de los bienes que poseen, el capítulo alega que sobre todo Domingo Labrador se ha estado construyendo en estos años una casa por valor de más de mil libras, con bodega y bóvedas de piedra de cantería hasta el primer suelo y luego de ladrillo. Y que los beneficios que obtuvieron en el primer año del arrendamiento, si no los hubieran invertido en aumentar sus patrimonios les hubieran bastado para pagar el segundo año del arriendo. El 22 de octubre de 1777 el Fiscal de la Audiencia aconseja al Real Acuerdo desestimar la petición de los arrendatarios y el Real Acuerdo así lo hace. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. 423 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.752-6. 424 425 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.5259-2. Durante la guerra de la Independencia ya “se registró una negativa extendida a pagar el diezmo”. Según afirma ESDAILE, Charles en La guerra de la Independencia. Una nueva historia. Barcelona 2004. p. 89. Más tarde, la existencia de un amplio movimiento de resistencia al pago del diezmo se manifiesta durante el trienio y posteriormente, en el periodo 1836-37, por la abundancia de exposiciones dirigidas a las Cortes en petición de la supresión de la contribución decimal. CANALES, Esteban en “Los diezmos en su etapa final” en La economía española a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX vol. I Madrid, 1982 p. 182 afirma que la mayor resistencia se produce en las zonas “donde mayor desarrollo tenía en aquellos momentos la guerra carlista”, así como “en aquellas en que la producción agrícola se ha convertido en mayor grado en mercancía”. En el ámbito local, por ejemplo, en carta del 17 de julio de 1836 el comisionado fragatino don Joaquín Isach y Junqueras expresa al Comisionado Principal de Arbitrios de Amortización la resistencia al pago de diezmos de las tierras regadas con la acequia del secano, correspondientes a la hacienda estatal, diciendo: "Creyendo fundadamente que por parte de los contribuyentes del diezmo … habría repugnancia 332 y acaso resistencia en el pago de algunos de dichos frutos de que han dejado de hacerlo en años anteriores por falta de firmeza en sostener el derecho que tiene la Real Hacienda en hacer cumplir a aquellos la obligación que contrajeron. Y a virtud de la Real orden que sobre el asunto recayó en el año 1818, en 13 de Junio último (1836) impetré el auxilio de este Sr. Juez de 1ª Instancia de conformidad a lo que V.S. me previno en 7 del mismo mes para que hiciese entender a los expresados contribuyentes de esta ciudad y de los pueblos de Velilla y Torrente de Cinca la obligación que tienen de pagar el referido diezmo de todos los frutos que producen las mencionadas tierras, y que lo realizasen con la equidad que corresponde, en vista de lo cual lo dispuso así el expresado Sr. Juez por medio de bando". A.H.P.Z. Bienes Nacionales, Crédito Público. C.1045 (C.43). 426 PÉREZ SARRIÓN, G. en su artículo sobre la "Compañía de Aragón" en la revista Pedralbes nº 4, aporta un cuadro de los "ingresos en caja de Soler, Bosch, Figarola y Compañía", y afirma que indica los ingresos anuales en caja de varias procedencias. La columna V es la correspondiente a Fraga, y proporciona datos para el período 1793-1809. Este cuadro, sin embargo, aunque nos muestra que la administración de Fraga está viva en esos años, no debe interpretarse como indicador del nivel de actividad ni de que en unos años esta factoría diera beneficios y en otros no, como parece interpretar el autor apoyándose en estas cifras. Baste para ello saber que, por ejemplo, un año en que no ingresara nada en la caja general de la Cía., el administrador de Fraga podía haber trasferido al de Ballobar miles de libras de sus ingresos en "su" caja particular, producto de la venta de cereales. Fraga, en el balance de fin de año, no contaría con estos miles de libras para aportarlos a la caja general. Igualmente, el posible superávit de la factoría de Ballobar aquel año en la caja general, tampoco sería fiel reflejo de su actividad económica ya que estaría engrosado con la aportación de Fraga. De hecho, la transferencia de fondos de una factoría a otra es continua y generalizada, al menos entre las de Aragón, sin que se anoten contablemente. Del mismo modo, cada uno de los socios de la Cía. aporta o detrae de las factorías caudales con frecuencia, caudales que empleará en otros negocios o en otras factorías, con lo que el balance final de cada una de ellas no parece indicar su actividad real. 427 BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la guerra de la Independencia, p. 111 y ss. 428 429 BERENGUER GALINDO, A. Ibídem. pp. 112-104. El catastro de 1832 detalla las peritaciones de todos los comerciantes de granos y tratantes de ganado, entre los que destacan en cuantías inferiores las familias Canales, Agustín, Berges, Larroya, etc. 333