Desconfianza de las soluciones legales.

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III. Desconfianza de las soluciones legales
Fundación de la “Falange Española” – Malestar en el Ejército – Se inicia la conspiración militar –
Entrevista Franco-José Antonio – La candidatura de José Antonio por Cuenca. Mi viaje a Canarias
– Proyecto de golpe de Estado
Mientras se iba consumiendo sin fruto la etapa parlamentaria de la alianza radicalcedísta,
se producían, fuera del Parlamento, tensiones y previsiones que denunciaban a las claras
la desconfianza de algunos sectores del país hacia las soluciones legales. En el perlado
comprendido entre noviembre de 1933 y octubre de 1934, la situación del orden público
fue, como hemos recordado, extraordinariamente frágil.
No sólo las huelgas obreras se multiplicaban sino que en la mayor parte de las ciudades
la colisión entre grupos rivales adquiría una vivacidad con frecuencia sangrienta. Las
juventudes socialistas y comunistas habían adoptado una forma de organización
"paramilitar " que muchas veces se manifestaba como deportiva. En Madrid, los
llamados "chívírís" -por razón del estribillo de sus canciones subversivas- recorrían la
ciudad y sallan de excursión al campo en los días de fiesta, casi uniformados por el uso
de un gorrilla blanco parecido al de la Marina americana o vistiendo las camisas rojas o
azul pálido que se harían de reglamento en los desfiles y manifestaciones de 1936.
Formaban grupos bulliciosos y desafiantes; pocos domingos faltaba la reyerta si se
encontraban con grupos burgueses que manifestasen su desagrado, o con grupos de la
extrema derecha dispuestos a replicarles.
Fundación de "Falange Española"
El 29 de octubre de 1933, y en vísperas de las elecciones, se habla fundado la "Falange
Española " por José Antonio que poco después se fusionaría con las " JONS" fundadas
por Ramiro Ledesma Ramos en Madrid y por Onésimo Redondo en Valladolid. Esta
organización –al modo de los fascistas de Italia y Alemania- tomaba la forma de una
milicia con el uniforme correspondiente. Su principal centro de expansión, por lo que a
Madrid se refiere, estaba situado en la Universidad. Es muy sabido que desde los
primeros momentos hubo en el seno de esta organización naciente discrepancias y
tensiones respecto al uso de la violencia: José Antonio era contrario a la práctica de
cualquier terrorismo, incluso del atentado Vindicativo. Los grupos falangistas que
vendían el periódico FE en la calle (periódico de la "Falange") eran frecuentemente
atacados por los "piquetes" marxistas teniendo que defenderse a tiros más de una vez;
pero los muertos que en sus filas sufría la "Falange" no eran vengados. Algunas
personas de extrema derecha abandonaron por ello la "Falange". En varios periódicos
derechistas -incluso en ABC- se publicaron artículos preguntando si el Movimiento que
acaudillaba José Antonio era fascista o "franciscanista". Esto es, que un fascismo sin
violencia -se decía por quienes no entendían de qué se trataba- no tiene razón de ser.
José Antonio acudía emocionado a los entierros de sus camaradas caídos; pero no
predicaba la represalia ni la admitía. Los celantes derechistas llegaron a apodarle “Juan
Simón", por alusión al enterrador de la copla. José Antonio hizo escribir a Sánchez
Mazas una oración por los caídos en la que se fustigaba a los que preconizaban la
regresión a la norma bárbara y primitiva del "ojo por ojo". Pero un día las cosas llegaron
a su límite: un grupo de "chívirís" atacó en la Casa de Campo a un grupo de falangistas
y mataron con ensañamiento a uno de éstos. Aquella misma noche, sin esperar la
aprobación de su Jefe, las milicias falangistas se enfrentaron contra un grupo que
regresaba del lugar del conflicto y dispararon contra él, resultando muerta una
muchacha. La guerra desde entonces se hizo cada vez más viva, sin que faltaran, por
otra parte, encuentros entre socialistas y anarquistas interesados estos últimos en la
creación de un clima prerrevolucionario.
Malestar en el Ejército
El Ejército -sobre el que pesaba el escarmiento inhibitorio del fracasado 10 de agostocomenzó a conspirar de nuevo porque no le inspiraba el Gobierno Lerroux apoyado por
la "CEDA" mucha más confianza que el Gobierno izquierdista de Azaña. No era
entonces frecuente que en los cambios de impresiones que celebraban los jefes militares
intervinieran elementos civiles. Si yo me vi mezclado en ellas se debió a mi particular
relación con Franco, cuya intervención creían necesaria la mayor parte de los militares
para intentar algo. También me uní a alguna amistad con el general Mola, a quien con
motivo de la amnistía –Ley de 20 de abril de 1934- ayudé en mi actividad de Diputado a
Cortes a lograr su reincorporación a situación activa en el Ejército. Mola, Franco, Orgaz,
Varela, Yagüe, y más eventualmente Rodríguez del Barrio y Villegas, fueron los
militares con los que tuve alguna relación. Franco desconfiaba de Goded y vivía
respecto a él en una tensión de rivalidad a la que Goded correspondía. Menos aún se
fiaba de Queipo de Llano y de Cabanellas. Con el primero, entonces , yo nunca llegué a
tener relación y sólo sé de una manera precisa cómo entró en la conspiración por lo que
Maíz cuenta en su libro. En cambio sé muy bien cómo se produjo la incorporación de
Cabanellas al grupo conspirador.
En las fechas a las que aún me refiero -antes de la revolución de Asturias y Cataluña- no
existía una organización propiamente dicha, ni verdaderos compromisos, ni, por
supuesto, un plan de acción. De las visitas hechas a Italia por algunos militares y
políticos monárquicos y carlistas, de las que luego he oído hablar, yo no tuve nunca la
menor noticia. Algo más sabía - aunque no mucho de los contactos de la " Falange" con
elementos militares y de sus esfuerzos por mantener dentro del Ejército una
organización falangista. De ello se ocupaba personalmente José Antonio sirviéndole de
enlace, según creo, el coronel Martínez Tarduchi, antiguo colaborador de su padre. Más
tarde este hombre se separó de la organización y José Antonio hubo de tomarse algún
trabajo para intentar rehacerla aunque, según creo, nunca fue muy extensa. Por lo que se
refiere a Mola, Franco y Orgaz, puedo asegurar –repito que sus contactos con los
políticos civiles eran muy escasos y reservados. Más de una vez, en época ya avanzada
de la conspiración, el mismo Calvo Sotelo en el Parlamento me preguntaba
impacientemente: ¿Pero qué piensa, qué hace su cuñado? ¿Qué hacen los generales?
¿No se dan cuenta todavía de lo que ya está a la vista?
Cuando los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, Hidalgo, Ministro de la Guerra
-radical- , hombre de incontenible locuacidad, llamó a Franco como asesor para
organizar la represión en Asturias. (Franco no había dejado de cortejar en algún modo a
Lerroux y mantenía relación de amistad con él y con Hidalgo principalmente a través de
un diputado por Córdoba llamado Espinosa y especialmente por medio del ex Ministro
de la Monarquía don Natalio Rivas.) Así actuó Franco en el Ministerio de la Guerra,
durante el movimiento revolucionario asturiano: como asesor, oficiosamente y sin
uniforme, con disgusto manifiesto del Subsecretario del Ministerio, que era entonces el
general Castelló, a quien la presencia de Franco en aquellas circunstancias le parecía
una intromisión. Franco aconsejó el envío a Asturias del legendariamente violento
comandante Doval de la Guardia Civil que más tarde, en los comienzos de la guerra,
sería uno de sus hombres de confianza en los servicios de seguridad. También propuso o
aconsejó que se le diese al entonces teniente coronel Yagüe el mando de las fuerzas de
África que operarían drásticamente en la cuenca minera. La intervención de Franco en
las operaciones militares y represivas no excluyó en ellas la intervención del general
López Ochoa - tenido por hombre de izquierdas- al que luego las turbas asesinaron en
Madrid paseando su cabeza clavada en el extremo de una pica como en los tiempos
medievales.
Se inicia la conspiración militar
El nombramiento de Gil Robles como Ministro de la Guerra trajo consigo una
modificación en los contactos conspiratorios, pues algunos jefes del Ejército se
acercaban al Gobierno. Franco fue designado, no sin vacilaciones por parte de aquél,
para ocupar la Jefatura del Estado Mayor Central del Ejército. La breve indecisión o las
vacilaciones de Gil Robles en relación con esta designación creo que fueron debidas al
hecho de que no faltaban en el cuadro de dirigentes de la "CEDA" (y también en otros
grupos de la derecha) quienes prefiriesen para aquel cargo al general Goded. Cuando al
fin se produjo el nombramiento de Franco, excluido Goded y designado Inspector del
Ejército, éste no dejó de comentar (así lo oí repetidas veces en casa del electo) que él
quedaba en su modesto cargo esperando presenciar desde allí el fracaso del general
Franco. Debo decir, porque me consta, que no sólo fue su rival quien recibió con
incomodidad su nombramiento de Jefe del Estado Mayor Central, pues el propio Varela,
conspirador activo y vehemente, a quien encontré días después en la gran escalera del
Ministerio de la Guerra, me decía con viva contrariedad y en tono de censura
refiriéndose a Franco: "¿Pero qué viene a hacer aquí este hombre? Su deber era tratar de
conseguir un mando de tropas que es únicamente el sitio en el que realmente se puede
hacer algo en estos momentos. Aquí, encerrado en la burocracia del Estado Mayor, se
considerará más importante en su carrera pero no tiene fuerza ninguna.."
La realidad es que ese "algo" a que se refería Varela no estaba aún en las perspectivas
de Franco pues él, por aquel tiempo, recordaba siempre el fracaso del 10 de agosto y
aducía la necesidad de concretar con toda seguridad un programa de acción. En aquel
momento su ascenso a la Jefatura del Estado Mayor Central - que no había sido un azar
sino el resultado de perseverante esfuerzo por su parte- representaba, en efecto,
principalmente para él un éxito en su carrera, de la que cuidó siempre celosamente.
Incluso más tarde, concluido el que las izquierdas llamaban "bienio negro" para iniciar
el que sin duda soñaban éstas como "periodo rojo", sus vacilaciones y reservas no
fueron pocas. Un día del mes de junio de 1936 vino a verme el teniente coronel Juan
Yagüe, que se encontraba de paso - sólo por unas horas- llamado a Madrid por Casares
Quiroga, que era ya el Ministro de la Guerra y J efe del Gobierno (la conversación
conmigo tuvo lugar precisamente en el piso que Franco había dejado instalado en la
calle de Jorge Juan y que yo ocupaba durante su ausencia ), y pese a ser particularmente
adicto a Franco, estaba desesperado por las cavilaciones y la parsimonia del General:
"Ese hombre - me dijo- lo que tiene que hacer es hablar claro y alto,' como esta hora de
España exige, y que lo metan en la cárcel, pues así es como se gana y se merece la
Jefatura de un movimiento; como éste - dijo sacando de la cartera una fotografía de José
Antonio, y añadió-: que en África la llevamos ya casi todos. Hay que mojarse, hay que
arriesgarse, la gravedad del momento no admite espera, yo me vuelvo ahora mismo a
Ceuta a seguir trabajando antes de que puedan retenerme o detenerme aquí."
La conspiración, sin embargo, estaba ahora en marcha pese a mayores o menores
reservas y cautelas de Franco. Un poco antes de ser trasladado a Canarias como
Comandante General de las Islas, me habla dicho que lo que él necesitarla para hacer las
cosas en serio era que se le organizaran de manera que pudiera trasladar su residencia al
sur de Francia y montar y dirigir desde allí la organización conspiratoria. Le escuché sin
replicar, pero la verdad es que me desconcertó esta idea, por otra parte peregrina, pues
no podía explicarme cómo desde Francia podría hacer en relación con el Ejército más de
lo que haría mandando una Región Militar; ni era imaginable que el Gobierno francés
del Frente Popular fuera a poner a tales actividades conspiratorias menos dificultades
que el propio gobierno de Madrid. Dejando estas consideraciones a un lado, lo cierto es
que cuando salió para Canarias había adquirido ya con Mola un principio de
compromiso. Antes de marcharse me puso en comunicación con el hombre que le
representaría en Madrid en misión de enlace. Éste era el teniente coronel don Valentín
Galarza. Confieso que aunque en aquella época mi ingenuidad y mi entusiasmo eran
grandes, y creía ciegamente en la eficacia de la organización militar, imaginando una
consistencia que no tenía, este "hombre de confianza" me produjo una impresión
decepcionante y penosa por la deficiencia de su información, confusión de planes y
sobre todo por la escasez de su ánimo.
Por aquellas fechas había tenido yo ocasión de comunicar fortuitamente en Zaragoza
con el general Cabanellas, que tenía fama de militar republicano, era notoriamente
masón y habla sido diputado, como yo, en las Cortes del 33 donde no pronunció palabra
y se mantuvo a la expectativa con su gran barba flotante. No hice a1lí en el Parlamento
relación con él pues a través del juicio que de él tenia Franco lo consideré siempre con
un prejuicio desfavorable. Cuando le nombraron Jefe de la 5.a Región Militar Zaragoza- no me hice presente en Capitanía; pero un día la pesada servidumbre aneja a
mi oficio de Diputado a Cortes me llevó a su despacho para gestionar un pequeño
problema referente a la situación de un "quinto", creo que del pueblo de Leciñena, por
lo que (esto habrá de parecer extraordinario a la clase de miembros de Cortes que nada
deben a sus electores) pedí para ello audiencia al General. La verdad es que yo iba
obligado, y de muy mala gana, a hacer aquella, gestión, pero tuve una gran sorpresa
pues me encontré a1lí con un hombre simpático, amabilísimo, nada afectado y a quien
le resultaba visiblemente grata mi visita. Le expuse el caso al que apenas concedió unos
minutos de atención y, con su gesto, me relevó de mayores explicaciones. ¿Trae usted
un papelito? Sí. Entréguemela. Se apresuró a llamar a un ayudante y le ordenó que se
transmitieran las órdenes oportunas para dar satisfacción a mis deseos, diciéndole
sonriendo: "Esto que se haga… porque seguramente podrá hacerse." Luego, al
quedarnos solos, me abordó resueltamente: "Bien, Serrano, ya tenía deseos de verle por
aquí, no era normal que un diputado por Zaragoza y el General de la Región no se
conocieran, yo recibo aquí afectuosamente a los diputados tradicionalistas. ¿Qué hacen
mis compañeros?" Yo fingí extrañeza e ignorancia: "No sé a qué se refiere usted, mi
General." "Pues me refiero - dijo- a Emilio Mola y a Franquito." "Pues yo, mi General,
tengo ahora poca relación con ellos", aduje cautelosamente. "Ya sé, ya sé -comentó
Cabanellas- que Franquito no me quiere, pero estoy seguro que usted se comunicará con
ellos frecuentemente por lo que le ruego que les diga que sé lo que se prepara y que
estoy con ellos y a usted, Serrano, le digo que no hable con tantas precauciones
conmigo." Poco tiempo después me reunía en el café "Aquarium" de Madrid con Franco
y con Mola y les daba cuenta de la conversación que habla tenido con Cabanellas.
Franco hizo un gesto despectivo y Mola le atajó diciendo: "Que no, mi General, que no,
que con don Pancho - nunca supe por qué le llamó así- se puede contar y lo
necesitamos." Franco escuchó con poca convicción. Poco tiempo después Félix Maíz
(éste fue el enlace más eficaz de Mola, que con su aparente insignificancia no
despertaba sospechas en la policía) estableció el contacto entre los dos generales;
Cabanellas quedó ya en comunicación con Mola.
Conocido el levantamiento del 17 de julio en Marruecos, el Gobierno envió a Zaragoza
al general Núñez del Prado, amigo de Cabanellas y, como él, procedente del Arma de
Caballería. Cuando Núñez del Prado intentó convencer a Cabanellas para que no se
sublevara, los capitanes conjurados, temiendo que éste pudiera llegar en efecto a
disuadir le de su compromiso, detuvieron al visitante y fue luego ejecutado. En cambio
Cabanellas fue pocos días después promovido por el azar - muerte de Sanjurjo y
automatismo de las escalas- Jefe de la Junta Provisional de Defensa que se
responsabilizó del Alzamiento, aunque duró poco en su alto mando, sustituido pronto
por Franco nombrado Jefe del Gobierno del Estado y Generalísimo de los Ejércitos,
quedando así marginado el viejo General de barba blanca a quien se nombraba Inspector
del Ejército que resultaba ser un cargo mera mente nominal y sin contenido. Ya
establecido Franco como Jefe del Estado en Salamanca, de vez en cuando venía
Cabanellas a rendirle visita o, mejor dicho, a intentar verle y hablar con él, lo que en
pocas ocasiones conseguía porque Franco no encontraba tiempo para recibirle. Solía
venir a este efecto a Salamanca a última hora de la mañana en la que frecuentemente me
encontraba yo en el despacho de ayudantes -y a la vez antesala del de Franco- y allí
esperaba Cabanellas con paciencia y hablaba conmigo. En un a ocasión me dijo : "Oiga,
Serrano, ¿por qué me tiene este hombre limogé"? Hablaba conmigo amistosamente, y
sin darme oportunidad de opinar y contestar continuó: "Bueno, yo ya sé por qué; por
que dice que soy masón y efectivamente lo he sido y para cerciorarse no tiene más que
preguntarlo a persona próxima, porque los dos hemos asistido juntos a las mismas
'tenidas ' de una logia. Además esto ya lo sabían él y todos los compañeros cuando me
admitieron en el complot y aceptaron mi colaboración.”
Entrevista Franco-José Antonio
Como es lógico, dada mi amistad con ambos, fui testigo e intermediario en las contadas
entrevistas y comunicaciones - sólo dos y una carta- que tuvieron lugar entre Franco y
José Antonio. Antes de que Franco fuera nombrado Jefe del Estado Mayor, el Ministro
Hidalgo le había invitado a participar en unas maniobras militares -o a presenciarlasque se celebraban en la zona del Pisuerga. José Antonio, ya muy preocupado por el
sesgo que tomaba la política del país, me habla hablado varias veces de él y más aún de
Mola, insistiendo en que cualquiera de los dos o los dos eran los hombres que podían y
debían realizar la operación quirúrgica para encauzar la vida del país, cuando aún era
tiempo y sin recurrir a la sempiterna equivocación militarista de sustituir las fuerzas
políticas por el Ejército. (El general Goded, en quien reconocía inteligencia y capacidad
superiores, no le inspiraba simpatía por haber conspirado contra su padre.) A juicio de
José Antonio debía ser una simple operación rápida - sin sangre, o con poca sangre- que
abriera las puertas a una experiencia política nueva. En la ocasión de las maniobras
militares del Pisuerga, de que estoy hablando, José Antonio creyó conveniente concretar
esas exhortaciones en una carta dirigida a Franco, complementaria de otra más amplia
que había dirigido al Ejército en general y en la que precisaba todo su pensamiento. (En
Burgos -siendo yo Ministro del Interior- hice publicar aquella carta confidencial, que es
por ello bien conocida de todos. Para hacerla llegar a su destino -en el delicado
momento a que me refiero- movilicé a mi inolvidable hermano Pepe que podía hacer de
mensajero sin llamar la atención pues por razón de su destino en Obras Públicas estaba
encargado de aquellas carreteras.)
José Antonio y Franco no habían tenido otro encuentro anterior más que al coincidir en
mi casamiento, ceremonia en la que ambos fueron testigos. Sólo más tarde, en la
proximidad de las elecciones de 1936, José Antonio quiso entrevistarse con Franco que
en su día había recibido la carta a que vengo refiriéndome sin demasiado interés. José
Antonio estaba entonces obsesionado con la idea de la urgente intervención quirúrgica
preventiva y de la constitución de un Gobierno nacional que, con ciertos poderes
autoritarios, cortaran la marcha hacia la revolución y la guerra civil que, a su juicio, se
haría inevitable si, como él profetizaba, perdían las elecciones las derechas e incluso si
las ganaban. Me encargué de organizar el encuentro que se celebró en la calle de Ayala
en casa de mi padre y mis hermanos. Fue una entrevista pesada y para mi incómoda.
Franco estuvo evasivo, divagatorio y todavía cauteloso. Habló largamente; poco de la
situación de España, de la suya y de la disposición del Ejército, y mucho de anécdotas y
circunstancias del comandante y del teniente coronel tal, de Valcárcel, Angelito Sanz
Vinajeras, "el Buhito", Bañares, etc., o del general cual, y luego también de cuestiones
de armamento disertando con interminable amplitud sobre las propiedades de un tipo de
cañón (creo recordar que francés) y que a su juicio debería de adoptarse aquí. José
Antonio quedó muy decepcionado y apenas cerrada la puerta del piso tras la salida de
Franco (habíamos tomado la elemental precaución de que entraran y salieran por
separado) se deshizo en sarcasmos hasta el punto de dejarme a mi mismo molesto, pues
al fin y al cabo era yo quien los había recibido en mi casa. "Mi padre - comentó José
Antonio- con todos sus defectos, con su desorientación política, era otra cosa. Tenia
humanidad, decisión y nobleza. Pero estas gentes..."
Una nueva comunicación entre José Antonio y Franco se produjo más tarde, aunque
ésta fue indirecta y tampoco agradable por cierto. Las cosas ocurrieron así: La
"Falange", como es sabido, había sido excluida de la alianza derechista que presentaba
sus candidaturas en las elecciones de febrero de 1936. Las candidaturas de " Falange",
que entonces no contaba con masas, fracasaron, y José Antonio quedó sin investidura
parlamentaria lo que, aparte de ser injusto, era sumamente peligroso para él en aquellas
circunstancias, cuando ya estaba procesado y en prisión. Los estados mayores de la
derecha recapacitaron sobre aquella situación y se acordó proponer a José Antonio
como candidato para la segunda vuelta electoral (o elección parcial) que debla
celebrarse en la circunscripción de Cuenca. Pero, deseosos de una mayor
espectacularidad, se decidió unir en la misma candidatura el nombre de Franco y el de
José Antonio. Con razón a éste le parecieron muy desafortunadas la ocurrencia y la
combinación, no sólo por la idea que él tenia sobre la ineficacia de la presencia de
Franco en las Cortes, falto, a su juicio, de toda capacidad oratoria y polémica, sino
también porque la unión de los dos nombres en la misma candidatura le parecía una
provocación excesiva al Gobierno, con lo que el triunfo electoral iba a resultar
imposible. Un día me pidió que fuera a visitarle a la Cárcel Modelo donde se encontraba
y así me lo manifestó sin rodeos rogándome que interviniera para conseguir cerca de
Franco su exclusión de la misma. "Lo suyo no es eso - recuerdo casi literalmente sus
palabras- y puesto que se piensa en algo más terminante que una ofensiva parlamentaria,
que se quede él en su terreno dejándome a mí este en el que ya estoy probado." Mientras
José Antonio razonaba su punto de vista dirigiéndolo a mí con afectuosa serenidad, su
hermano Fernando - hombre inteligente , serio, y su principal apoyo según varias veces
me contó-, que se encontraba junto a él detrás de la reja del locutorio, apostilló con
indignación y amarga ironía: "Sí, aquí y para asegurar el triunfo de José Antonio no
faltaba más que incluir el nombre de Franco y además el del cardenal Segura: '
La candidatura de José Antonio por Cuenca. Mi viaje a Canarias
Los dirigentes de "Acción Popular" comprendieron y aceptaron las razones de José
Antonio y éste, haciéndose cargo de que habiendo dado ya Franco su aprobación para
figurar en la candidatura el intento de su exclusión podía desairarle, me pidió que fuera
yo personalmente a gestionar su renuncia voluntaria y con este fin me desplacé a
Canarias. Salí muy temprano, a las 8 de la mañana, en un avión de la "LAPE", aquellos
aviones que tenían un fuselaje casi de cartón y madera con un pasillo central y un solo
asiento a cada lado, correspondiéndome a mi precisamente el que estaba a la altura del
de Negrín que iba a Las Palmas a visitar a su padre que era médico allí. Me saludó un
tanto sorprendido y me preguntó -creo que reticente- si iba a hacer turismo a su tierra;
contestándole, sin disimulos, que iba a pasar un par de días con mis cuñados. Poco rato
después, habiendo terminado yo la lectura de los periódicos de la mañana, me, dijo si
queda algún libro para leer, y abriendo un pequeño maletín que llevaba junto a él me
ofreció una edición muy cuidada de El Príncipe de Maquiavelo. En Casablanca, donde
el avión hacía escala y almorzamos -bien por cierto, convidándome él "porque ya
estábamos cerca de su terreno", insistió-, tuvo interés en que habláramos de la situación
política sin manifestar especial hostilidad hacia José Antonio, subrayando la "peligrosa
actividad" a la que Calvo Sotelo estaba entregado para terminar diciendo: "Estos
galleguitos son de cuidado." Llegamos a Las Palmas y me presentó a su padre que le
esperaba en el aeropuerto. No pude continuar en el avión hasta Santa Cruz de Tenerife
porque el aterrizaje allí resultaba entonces casi siempre peligroso, como me explicó el
piloto, que era Ansaldo, el mayor y más sordo de la dinastía, creo que se llamaba José, y
era hombre muy simpático.
Caída la tarde embarqué en un vapor de la Transmediterránea que se llamaba Vieira y
Clavijo, hoy ya desguazado según mis noticias. En las primeras horas de la mañana
desembarqué en Santa Cruz de Tenerife. Me esperaba allí un oficial que me condujo a la
Comandancia donde fui recibido con afectuosa curiosidad. Aunque la cuestión era
delicada y difícil de plantear lo hice de la única manera posible: con claridad y también
con afectuosa sinceridad, arguyendo que, aparte de la razón de prudencia que se
imponía y de la mayor necesidad que José Antonio tenía para alcanzar un acta de
diputado en el Congreso con las inmunidades consiguientes, a él -a Franco- no le haría
provecho ni prestigio entrar en un juego para el que no estaba especialmente destinado,
ya que la dialéctica del soldado se acomodaría difícilmente a las sutilezas y malicias del
escarceo parlamentario y tendría que soportar, además, las desconsideraciones que allí
eran habituales y, posiblemente, el fracaso si en sus intervenciones le envolvían algunos
de los formidables parlamentarios del frente adversario con su indudablemente superior
entrenamiento. Lo suyo no era eso y con las mismas palabras de José Antonio le
argumenté que "si se pensaba en algo más terminante que una ofensiva parlamentaria, lo
más discreto seria que se quedara en su terreno y dejara a José Antonio este otro en el
que estaba bien probado". Con toda probabilidad estas consideraciones no dejaron de
hacerle mella y la idea de verse desairado - como habría ocurrido- en un terreno que no
era el suyo, le persuadió. Al principio de la conversación escuchó con algún
nerviosismo y desagrado, pero la verdad es que no tardó en rendirse con naturalidad y
creo que sin reservas.
Cumplida aquella misión, siguiendo encarcelado José Antonio, y al corriente yo de la
conspiración, era lógico que procurase evitar el aislamiento de éste con respecto a lo
que del movimiento militar podía esperarse, y así, cuando fue trasladado desde Madrid a
Alicante -ya para cortar el flujo de visitas de sus amigos a la Cárcel Modelo de Madrid,
como se adujo por algún personaje importante, ya para impedir que pudiera ser víctima
de un golpe de mano de la extrema izquierda-, le visité allí en compañía de Mayalde y
también continué la comunicación por medio de otro compañero de minoría
parlamentaria, y del maurista Fermín Daza, buenísima persona, que simpatizaban con él.
Proyecto de golpe de Estado
Sabido es que José Antonio no acababa de mostrarse optimista y confiado en relación
con los planes que los militares iban concretando con absoluta autonomía. Consideraba
él, como y a se ha dicho, necesaria la intervención militar, pero le asaltaba el doble
temor de que ésta se realizase entregando el poder a la derecha o dando paso a una
situación semejante a la Dictadura militar de su padre. Tales temores le inspiraban
reservas y vacilación antes de comprometer en el proyecto a las fuerzas falangistas que,
como resultado del desastre electoral de la derecha, crecían en toda España. Su idea, mil
veces publicada, era la de que España necesitaba una revolución de carácter- socioeconómico compatible con una fuerte reafrrmaci6n del espíritu nacional y no le parecía
que tal necesidad fuera sentida por los políticos más visibles de la derecha (reconocía la
capacidad de algunos como Calvo Sotelo, por ejemplo, pero no tenia con ellos afinidad
de pensamiento ni de sensibilidad), ni pudiera ser bien interpretada por el arbitrismo al
que siempre se inclinarían los militares si ellos tomaban la empresa en sus manos.
Le inspiraba alguna confianza Sanjurjo por su modestia y su valentía y porque lo creía
bien inclinado hacia él. Le inspiraba aprecio y confianza Mola, al que consideraba
hombre metódico y racional: "Este hombre no parece un general español pues trabaja al
estilo de un general alemán", me dijo en una ocasión. Franco no le inspiraba simpatía ni
mucha confianza, y quizá por todas esas causas, en los días inciertos que precedieron al
Alzamiento de julio, José Antonio se aferraba más y más - como ya he indicado- a su
idea del Gobierno de concentración nacional que, con plenos poderes, pudiera impedir
el conflicto trágico que ya se presagiaba y orientar al país hacia algunas reformas a
través de las cuales se pudieran plantear las cosas de otro modo. ¿Era una utopía", él lo
consideraba posible y no veía otra solución. "No le des vueltas, Ramón, no hay otra
fórmula para evitar el horror de la guerra que puede venir, que vendrá, estoy seguro, y
que a todo trance hay que evitar. Es una solución clásica y un tanto gastada pero es la
única: un Gobierno nacional en el que yo tendré que sentarme con Calvo Sotelo, con
Prieto sentarme junto a éste me resultará menos incómodo que tener otras compañías-,
con Gil Robles ... Cuando se haya conjurado el peligro ya veremos quién lleva el gato al
agua. Hoy es esto lo que hay que proponer al Ejército: hay que contar con él para que
apoye esta solución, pues de otra manera estamos perdidos y llegará la tragedia. " No es
extraño que iniciada ya la guerra civil y aislado él en Alicante garrapatease en su celda
los borradores con la lista de un gobierno de ese tipo que Prieto conservó y dio a
conocer; y que, • como consta en su proceso, se ofreciera al Gobierno republicano para
mediar y atajar la sangría de cuyo desenlace no se prometía nada bueno.
No es menos cierto que consintió en que, finalmente, los falangistas participasen en el
proyecto de golpe de Estado suponiendo que se tratarla de eso, no de una guerra civil, y
que él podría imponer de un modo o de otro sus puntos de vista. Se quedó en Alicante
renunciando al proyecto de fuga - del que yo no tuve noticias precisas- porque, según
creo, recibió garantías respecto a la seguridad del golpe en la región de Valencia. Por mí
parte yo hice lo que pude para intentar que fuera trasladado a las cárceles de Burgos, de
Vitoria o a alguna otra ciudad en las que le creía más seguro que en Alicante y para ello
hablé a Martines Barrio -a la sazón Presidente del Congreso- invocando la antigua
condición de diputado de José Antonio y la relación cortés de adversarios que entre
ambos existió, pretextando para ello las malas condiciones sanitarias que principalmente
con el gran calor de la temporada de verano ofrecía la cárcel de Alicante. Martines
Barrio me oyó con atención y con amabilidad en la tribunilla desde donde presidía las
sesiones, prometiéndome su ayuda. Esto era en el mes de mayo y en seguida me trasladé
a Alicante donde pude comunicar con José Antonio por el locutorio de abogados.
Encontré a José Antonio en aquel día de muy mal humor. Le hablé de lo tratado con
Martínez Barrio diciéndole: "Mientras no se pueda obtener tu libertad esto seria un
alivio para tu situación. El Presidente, Martínez Barrio -le dije-, me ha recibido con
comprensión y cortesía dentro de la natural desconfianza; no sé si es que estaba
pensando en lo mismo que yo: en tu mejor situación para el momento del estallido."
José Antonio -que agradecía con largueza cualquier acto de amistad especialmente en
aquel tiempo difícil- me contestó con estas palabras que literalmente recuerdo: "No te
ocupes de eso, la poca influencia que tengamos quiero que se utilice para sacar a éste de
aquí –señalando a Miguel que con aire enfurruñado se habla quedado un paso más atrás
porque éste no tiene nada que ver con lo nuestro ", y, le recriminaba la insoportable
situación que a todos los miembros de la familia les habla creado.
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