EspañaEuskadi hoy: nuevas oportunidades y

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AMIGOS EN LOS ADJETIVOS
España­Euskadi hoy: nuevas oportunidades y responsabilidades
de Cultura
Recuerdo una entrevista que, con motivo de su visita a
España, le hicieron hace años al escritor norteamericano Stephen
King. El periodista le preguntó entonces qué consejo le daría a
quien se iniciara en la escritura literaria. Y hubiera podido
esperarse de un autor de tantos best­sellers una respuesta
centrada en indicaciones de trama o de intriga. Pero no. Stephen
King eligió una recomendación_ que por otro lado recoge en su
libro Escribir_ formal, de estilo. Contestó que a un escritor
debutante le diría: “el adverbio no es tu amigo”.
Lo recuerdo hoy fundamentalmente por dos razones. La
primera, porque el cese de la violencia de ETA, tras casi 50 años
de terrorismo, nos coloca en Euskadi en una situación de
absoluta novedad, nos convierte, como sociedad, no sé si en
“escritores” debutantes pero sí, en más de un sentido, en
escritores de una primera vez. La inmensa mayoría de la
ciudadanía vasca, en sus distintas generaciones, no ha conocido
en toda su vida más que la dictadura franquista y luego la
violencia con la que ETA ha tratado de imponer su propio
régimen totalitario. Por primera vez nos encontramos fuera,
liberados, de todo eso. Somos “escritores” de lo nuevo, entonces,
de un insólito escenario de libertad donde vamos a poder
disfrutar por primera vez de la formidable amistad que suponen
adverbios
como
“alegremente”,
“despreocupadamente”,
“independientemente” de la presión que el terrorismo ha ejercido,
durante decenios, sobre nuestra vida privada y nuestra vida
pública; sobre nuestra democracia y todas sus manifestaciones,
incluida la Cultura.
Sin esa presión de ETA, nuestra cultura va a crecer, a
desatarse; a recuperarse de temores, encogimientos, inhibiciones;
a permitirse lo que se ha impedido durante mucho tiempo. Por
ejemplo, la ligereza y el humor en todos sus grados. “La libertad
de usar todos los tonos” escribió Camus. No la hemos disfrutado
en Euskadi nunca. Y no creo que haya sido la menor de nuestras
tragedias el haber tenido que renunciar tantas veces a la ironía,
al juego de palabras, a la osadía en las imágenes, porque toda esa
soltura de estilo aparecía de pronto, ante a la atrocidad de un
nuevo atentado y la visión del sufrimiento de sus víctimas, como
desconsiderada, improcedente, incluso obscena.
El cese de la violencia terrorista abre para la cultura vasca
un marco insólito de oportunidades. Y entiendo que también de
responsabilidades. Porque habrá que contar, no dejar de contar,
lo sucedido durante estos interminables años. Como sociedad
tenemos una formidable tarea de memoria por delante. Pero la
tarea de la Cultura, y por lo tanto su compromiso, me parecen
particularmente importantes, imprescindibles. Porque sabemos_
la Historia nos da innumerables pruebas de ello_ que las
representaciones del arte, de la literatura o el cine son las que
guardan una memoria más viva de los acontecimientos; y las que
de un modo más íntimo persuaden y conmueven. Probablemente
porque una obra de arte aúna, a diferencia de un ensayo o un
tratado científico, la comprensión y la emoción. “Basta pensar al
sentir para sentir al pensar” dijo Pessoa. El arte une el pensar y
el sentir, y nos permite no sólo una aproximación intelectual a los
sucesos sino un acercamiento experiencial.
Pero la razón principal por la que he encabezado estas
líneas con la cita de Stephen King es porque creo que, en este
nuevo tiempo que inaugura el cese del terrorismo, conviene
dedicarles una particular atención y un especial cuidado no tanto
a los adverbios (que no podrán sino ajustarse a la conjugación de
una convivencia sin violencia), no tanto a los adverbios como a
algunos calificativos, y en particular, al adjetivo “vasco” que en el
pasado ha sido, en muchos ámbitos y de manera significativa en
el cultural, terreno de tensiones, parcelaciones, apropiaciones
indebidas, olvidos más o menos conscientes, reivindicaciones
variadamente justificadas, según los casos.
Este nuevo marco social y político que tenemos ante
nosotros debería, en mi opinión, asumir la responsabilidad de
superar esas tensiones, de amigar en los adjetivos, y de adaptar
definitiva e irreversiblemente las políticas culturales a esa
“amistad”. O si se prefiere, este nuevo marco debería acoger como
prioritario el compromiso de corregir una tendencia, que con el
paso de los años se ha ido volviendo una inercia, y que ha
consistido en decirle_ desde diversas instancias políticas y a
través de distintas actuaciones públicas_ a una parte de la
cultura vasca, la que se expresaba y se expresa en castellano; en
decirle algo parecido a “el adjetivo no es tu amigo”, el adjetivo
vasco no te corresponde. Lo que, como resulta fácil de imaginar,
ha tenido importantes repercusiones tanto dentro como fuera de
Euskadi; en el interior de España pero también en el extranjero.
Hace algún tiempo acudí como escritora invitada a los
cursos de verano de una universidad británica. Cuando llegué me
encontré con otros escritores y traductores vascos, que escribían
en euskera, y que iban a participar en las mismas jornadas.
Habíamos sido invitados por conductos diferentes, y yo tenía
muy poca información sobre lo que ellos iban a presentar allí.
Lamenté de entrada ese desconocimiento, porque más
comunicación previa hubiera permitido, por ejemplo, coordinar
nuestra presencia común. A la hora de las presentaciones, ellos lo
fueron como basque writers o basque translators y yo, que
escribo en español, como spanish writer. No era la primera vez ni
el primer país en que me sucedía, y cuando llegó mi turno, antes
de entrar en otras materias, me pareció oportuno resituar mi
presentación, decir que yo también era una escritora vasca,
hablar de nuestra realidad cultural bilingüe, etc. Y lamenté de
nuevo ese tiempo, no sé si perdido pero al menos sí distraído de
otros temas; y esa energía que tuve que destinar a pegar lo que se
había presentado despegado; y que de haberse propuesto unido
desde el principio, nos hubiera colocado enseguida a todos los allí
presentes: autores, organizadores, alumnos, en la fértil vía de los
mestizajes, es decir,
de las singularidades confiadas y
confirmadas en lo común. Y enseguida también en el camino de
un conocimiento más exacto y preciso de la vida cultural de
Euskadi.
No tuve entonces ni tengo ahora ningún inconveniente en
explicar y mostrar todas las veces y en todos los lugares que haga
falta que se puede vasco en lo español y español en lo vasco. A lo
que sí me resisto es a aceptar la colonización parcial de este
adjetivo. Y me parece evidente que la insuficiencia y/o la tensión
identitarias no pueden ser las bases de ninguna política cultural
digna de ese nombre, es decir, responsable y coherente con la
realidad de nuestro país. Sin embargo ese ha sido el caso muchas
veces en el pasado (y aún lo sigue siendo en algunos niveles del
complejo entramado competencial vasco). Hemos asistido en
Euskadi a políticas públicas que han escindido lingüísticamente
la noción de cultura vasca, reservando tratos distintos para los
artistas en una lengua u otra, y desfavoreciendo a los que se
expresaban en castellano. No creo que sea exagerado decir que
estos últimos han sido, durante años, confinados en los márgenes
o en el “arcén” de lo cultural por decisiones políticas que han
repartido desigualmente los recursos y los apoyos_ materiales y
simbólicos_ destinados a la creación, difusión, promoción interior
y exterior de obras y autores. Una muestra evidente de lo dicho la
constituyen, por ejemplo, las ayudas públicas a la edición que,
durante años, han estado reservadas a las obras publicadas en
euskera, lo que ha permitido la constitución de un firme tejido
editorial en esta lengua_ hecho que desde luego hay que
celebrar_ , pero que ha mantenido al mundo de la edición en
castellano en un estado siempre precario, de continuada
fragilidad o de endémica vulnerabilidad, debido no sólo a esa
marginalización interna a la que me estoy refiriendo, sino
también a su condición de periférico con respecto a lo español.
Porque la tensión del adjetivo vasco, y la parcelación de lo
cultural que ha supuesto, no ha operado sólo en el interior de
Euskadi, también lo ha hecho a escala nacional. No ha sido, ni es,
infrecuente encontrarse, por ejemplo, con suplementos culturales
o revistas literarias españolas que reservan la rúbrica letras
vascas a las obras escritas en euskera (y lo mismo puede decirse
de las letras catalanas o gallegas). Y esta misma división se ha
aplicado y se aplica en numerosos ámbitos de la vida cultural
española, y de su proyección internacional. Lo que no ha
favorecido el conocimiento cabal, ni dentro ni fuera de España, de
lo que estaba y está pasando culturalmente en Euskadi. Ni desde
luego ha ayudado a la consolidación de la carrera artística o a la
difusión de la obra de muchos autores vascos en castellano,
colocados por este tipo de dinámicas en una especie de tierra de
nadie o de doble invisibilidad: por un lado, por no ser vascos del
todo, de acuerdo con los criterios de las políticas culturales
dominantes durante años en el País Vasco; por otro, por no ser
españoles del todo, esto es, por no ocupar como españoles el
espacio de ninguna centralidad, sino una periferia poco o nada
atendida desde el centro (y desde las políticas culturales
nacionales), escasa o malamente representada allí. Hablaba hace
un momento de la vulnerabilidad y fragilidad del tejido editorial
vasco en castellano cuando se lo compara con ese mismo tejido en
euskera. Esas mismas vulnerabilidades y fragilidades se hacen
igual de evidentes cuando el elemento de comparación es la
industria editorial española.
La llegada al poder en 2009 del actual gobierno vasco,
presidido por el lehendakari Patxi López, ha supuesto cambios
significativos en el panorama cultural de Euskadi, y en la
situación anteriormente descrita. Por un lado, porque el debate
público cultural se ha visto en gran medida liberado de la presión
identitaria, de la tensión del adjetivo. Por otro, por la puesta en
marcha de políticas gubernamentales_ con sus respectivas
partidas presupuestarias_ más comprometidas con la realidad
bilingüe de la cultura vasca, y con el necesario reequilibrio del
apoyo público a la creación artística en ambas lenguas. La
situación está cambiando. Pero queda todavía mucho por hacer.
Un trabajo profundo que llevar aún a cabo para recuperar
definitiva e irreversiblemente la armonía adjetival, la coherencia
adjetival de lo vasco, dentro y fuera de nuestro país. Y para
representar y aprovechar mejor una realidad cultural que, por su
carácter bilingüe, doble, multiplicado, mestizo (cualquiera de
estos adjetivos es para mí un amigo) se corresponde muy bien con
los tiempos que nos toca vivir, con las experiencias, las exigencias
y las expectativas de un mundo cada vez más global, más abierto,
más interconectado. Precisamente porque somos plurales
podemos comprender mejor las oportunidades y retos de lo
contemporáneo, desenvolvernos en ellos con mayor soltura,
proyectarnos allí con mayor eficacia e influencia.
En el sentido de la proyección se sitúa otra de las buenas
noticias culturales de esta legislatura: la puesta en marcha del
Instituto Etxepare, instrumento para la promoción internacional
de la Cultura vasca, equivalente en Euskadi del Instituto Ramón
Llull catalán y del Instituto Cervantes al nivel nacional. Esta
nueva institución está ya ampliando y reforzando la presencia de
la cultura vasca en el exterior. Pero entiendo que a un marco
crecido de oportunidades debe corresponderle un crecimiento de
las responsabilidades de definición y gestión de las políticas
públicas. No creo que haya que insistir en que es fundamental, y
en estos momentos de crisis más que nunca, que el Instituto
Etxepare trabaje en una coordinación exquisita, ambiciosa,
imaginativa con el Cervantes y el resto de las instituciones
españolas competentes, para compartir recursos y proyectos;
evitar
redundancias,
crear
conjuntadamente
nuevos
partenariados con centros culturales y académicos del extranjero;
y para atraer, para imantar, hacia la causa de la Cultura,
aportaciones del mundo de la empresa y la iniciativa privada.
En lo que creo que no hay que dejar de insistir es en que la
cultura vasca se expresa en dos lenguas. Que ambas merecen ser
representadas por las instituciones culturales, dentro y fuera de
nuestro país, de una manera equilibrada, es decir, que respete
sus diferencias pero sin convertirlas en argumentos de
desigualdad (la comprensible y defendible discriminación positiva
en favor del euskera no debería nunca traducirse en mera
discriminación negativa hacia el castellano). Ambas lenguas
merecen ser tratadas con la misma consideración, desde la
misma responsabilidad asumida de decirle a la cultura vasca y
decir de la cultura vasca que es un conjunto de singularidades
con un adjetivo en común, un adjetivo amigo en común.
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