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SRTA. LABAL.—Teatro E s l a v a .
AÑO IV. — N Ü M . IIG
•
MADRID, VJEIÍNES ly DÍÍ ENERO DE 1901
Fid.
20
C'ompafi!/.
CÉNTIMOS
VIAJE AL P A Í S D E LAS BAYADERAS"^ ='
roB
x^tri» j^^COi^Lionr
mentar á Ia8 otras dos clasaa. De su pie, eu fiu, siicó Unja de ia mano derecha ;.'los vellaja de la mano izal sudra, es decir, eJ esclavo eucargado de servir a quierda. Y lo mismo on tudas las demás castas,
parpetuidad á las otras castas.
Todas iaa castas reconocen la superioridad de la de
Cooiu so vCj DO estaba mal discurrido todo aquello. los brahamanes. Pero una vez hecha esta concesión,
Acal punto, que la existencia de todas estas hermo- cada una en particular se proclama superior á todas
sas iuvDnciones dura aún.
las otras. De ahí esas luchas org-ulloaas de Inílueucia
Cada hombre, tal foft la regla inflexible, no pudo, y de riquena que á veces conducen hasta la ruina.
ni por aorvicios prestados, ni por niiigúa otro motivo,
En otro tiempo, ios rajahs y los principes de familia
aaiir do la casta en que hahia nacitloi y desde enton- roal eran los úuicos quo teuíaa derecho A llevar un
ces, no agitándole ninguna ambición, ninguna ospebastón coa puño de oro de la dimensión del do nuesranaa de una situación mejor, no ofreciéndole nada tro tambor-mayor. Los gobleraos europeos que so han
como estimulante á su energía, ei indio, cuyos pasos iipodefado dala india, ae han reservado el conceder
y movimientos fueron contados y reglamentados des- Gste derecho como una condecoración. Es preciso ver
de la cuna hasta la muerte por leyta y por costum- hasta qué grado de vulgaridad y de bajeza descienbres, se sumergió en esa vida de euefloy do materia- den los más ricos ludios para conseguir ese bastón, y
lismo que todavía hoy es su úüica preocupación y que con cuánta largueza pagan A los intrigantes iníluyenle hace repeler como u n mal tcido cambio, como un tos para que se les conceda. Veinte años de s\i vida
crimeu todo progreso.
empioarA un indio en pedir, en implorar A ios goberSeguros los brahamanes, se prepararon asi una na- nadores, consejeros y funcionarlos de todas clases. Si
ción fácil de dominar é impotente para sacudir el obtiene el bastón morirá contenió, y su familia y su
yugo, Obtuvieron durante largo tiempo honore», ad- casta tendrán, durante varias generaciones, motivo
ñoslones, riquezas y respeto, Í?6ro también desde el para enorgullecorse por la distinción alcanzada. El
día bü que los pueblos del Norte lanzaron una mirada europeo so divierte mucho con esta manía que explocolíclosa sobre las riquezas del Indostan, desde el dia ta. Justo es decir, en cambio, que el indio no se aleeu que la invasión mugóla avanzó contríi ellos, fué en gra menos que nuestros botonciot: A quienes cosemos
vano que Intentaran defenderse. Todos sus csfuerKoa como distintivo los girones de tela roja, verde ó amafuorou Impotentes para galvanizar A ese pueblo que rilla.
ellos mismos hablan atrofiado para asegurar su domiEutrad en un tribunal á la hora de las ventas de lanación. Solamente loa xchátrias se hicieron matar muebles y si, por ventura, dos Individuos de castas
para conservar una dominación que loa sacerdotOB rivales, cuu poca diferencia, casi iguales en liqueza,
couipartian con ellos, y los brahamanes, implorando so encueutrau frente á frente pujando eu un mismo
en sus pagodas á, un Dios Impoteute para salvarlos, lote, podóla estar seguros de que el inmueble duplicavieron hundirse su poderío, gracias 4 laa precaucio- rá y aún triplicará su valor, (¿ue el uno gasta treinta
nes tomadas por ellos para conservarlo. F u é en vano mil rupias en oí casamiento de su hija, el otro gastaque gritasen lanzando el anatema, que amenazaran a rá cuarenta mil. Que el primero da eu una ceremonia
los invasores con una cólera celeste que so pono siem- religiosa cíncminta bueyes A los brahamas oflelantes;
pre al servicio de ios fuertes batallones: los nuevos ocho días después, el segundo hará ofrecer u n sacrifidueños 86 instalaron pacificamente sobre el suelo que cio y dará cien bueyes.
hablan conquistado, y no cedieron el puesto sino ante
Yo he conocido á un rico banquero do la casta de
otros conquistadores, extranjoros como ellos.
los commoutjsque, irritado con su yerno por cualquieDespués, la India ha sido la tierra clásica de las in- ra cuestión de procedencia, se atravesaba en todos sus
vaeiones, y su pueblo, embrutecido por más de quin- proyectos para frustrárselos, llegando á pagar treinta
ce mil años de despotismo sacerdotal, está siempre su- mil francos por un tiro de caballos que ni siquiera vamiso y sin murmurar. Acaso también el Budra asistió lía cinco mil, únicamente para la galería y sólo porcon cierto regocijo á la ruina de las altas clases que que habla dicho que su yerno jamas tendría aquellos
por tanto tiouipo les habían dominado.
caballos en su caballerlxa.
Hoy, de Jas cuatro castas piimitivas de la India, no
La actividad humana necesita siempre un aliciente.
exisLu raAs que la de los brahamanes que, habiendo Arrebatad A un pueblo su libertad y su vida política y
püidldo por completo el poder, ha contervado su pu- y lo arrojaréis por ei camino de las querellas bizantireza dü raza y una parte de su prestigio religioso.
nas, de las discusiones pueriles, de las disputas mezLa población, consagrada á sí misma, se ha subdl- quinas de primacía.
vidtdo en castas hasta lo Inlinito, Todo han sido para
En las poblaciones indias, cada casta tiene au calle,
ella motivos de separación; cada profesión, cada ofi- en la que pretende impedir la circulación durante sus
cio, ha tenido á honra aislarse de los otros. En lia, cuan
iiastas particulares. A ella se la Impide A su vez en las
do so han agotado todos los motifoa de compartir, di- fiestas de las otras castas, y hay eou frecuencia pelividir y fraccionar, cada casta se ha separado á su vez
gro do muerte en infringir semejantes prohibiciones.
en doii campos, tan extraño el uno al otro como si no
Ciertas castas no tienen el derecho do marchar en
hubiesen ceñido un origen cornúp: los panldarios de palanquín. Otras que poseen este derecho, no lo pue
la mano derecha y loa de la mano izquierda.
den ejercitar sino dux-aute las fiestas ó en épocas espeEsto exige uua explicación;
ciales del año.
Loa Indios comen con la mano, esto es, sin el conSacar cajas, hacer volar cohetes, quemar fuegos de
curbo do la cuchara ni de ningún otro utensilio. Cual- Jíeugala, tener música durante las ceremonias morquiera quo fcOa la que elijan para esta función, la tuorias, llevar sandalias, cortarse loa cabellos de cieiotra mano se reputa impura y no debe tocar jamás ta manera, tener derecho A tal ó cual peinado, poseer
ios alimentos, reservada como está exclusivamente á un tiro de uno, dos ó cuatro caballos, comer en una
las ablucionod secretas. De ahí esa división de que hoja de árbol, en un plato de tierra, do cobre, de plaacabo de hablar. En la misma casta loa unos so sir- ta ó de oro, llevar la barba de tal ó cual manera, y
ven de la mano derecha para la comida, los otros de otras mil costumbres cuya enumeración serla muy larla izquierda.
ga, forman otros tantos prlvilegioa A los cuales el Indio
Y así, para la casta vellaja, por ejemplo, hay los ve- atiende más que A la vida, no solamente para ejercl(Oontinúa en la pág. 1%
ha semana
El Gi!. Blas, dií Paris, publica con muclii gracia y discveciáii (íl iiiteresniítc diAlnj^-o quo luicliñs atrás soslriivievon on
voy. muy b.aja la marquesa Leonor N. (Iiermosa viudita ele
treinta años) y su aniig:a la joven vizcondesa Clotilde.
l'ii redactor del citado periódico, oculto en cl hueco de
una ventaTia, tras unas macetas do floro'J, íruvo la suerte do
oirlo todo. La marquesita Leonor estaba inconsolable; quería haliinvy no se atrevin; sus labios temblaban, el carmín
del rul)oi- coloreaba sus mejillas, y dii-tp-ia miradas alligidas
al techo, mientras .sus lindos piececitos golpeaban impacientes la alfombra.
— e,8i tú supieras .. s¡ tú supieras!~ -repetía. Clotilde procuró consolarla.
—^Pero qué es ello? confiésalo do una vez; estoy como
sobre ascuas...
El redactor del Gil, 'Vas, A quien su curiosidad y su profesión de periodista oblig'aban A enterarse circunstanciadaniente de todo cuanto allí il)a á decirse, asejí-ni-a que la compunji'ida marquesita, antes de romper A hablar, abra/ó y
besuqueó k su amíjí'a, como implorando con aquellas caricias su perdón y ayuda. En el Lrabínete no liabia nadie; por una puerta abierta penetraban las alegres notas
de un vals y se veían parejas elegantes que pasaban, girando velozmente unas tras otras.
— Soy la mujer más desventurada de París, dijo Leonor; estoy avei'gonzada de mí misma, me odio... Te
juro que, desde ayer, la idea del suicidio se agita en mi cerebro. .—Me asuntas.—Ya conoces A M. d'Argeles y
A su primo Pernando... - St. —Ambos son muy amigos de mi familia y con este pretexto ftierou A pasar las Navidades A m! castillo de... AHi les conocí. No sabría explicarte por qué la presencia de Fernandu produjo ou
nil una turbación infinita. Es un hombre perfecto, ¡ri'esistible;
ó, por lo nu>nos, la ceguedad de mi pasión lo imagina asi. Alto,
esbelto, elegnnte, afable en los ademanes y de cariñosa y ame
nisima conversación... ¡No exagero, no! Me gustan BUS aciitudes, el modo que tiene de dar la mano, sus amables sonrisas de
lioinbre mundano acostumbrado A íingir; la e>:presión lagotera
de sus ojos, el timbro persuasivo de su voz...
—r;Y dices—que esc Don Juan se llama M. d'Argeles?
—No; no es M. d'ArgcIes; es su primo Fernando.
—¡Ah, bien!... Continúa...
—Desde luego presumí que m¡ fortaleza y mi virtud tenian en
Fernando un terrible enemigo, y estos temores aumentaron al
comprender que él liabía sospechado mi debilidad y que es hombre capriclioso y atrevido, incapax de retroceder buenamente
ante ningún obstáculo. Desde entonces empezó A librarse entre
Fernando y yo una hori'ible batalla; él estrechaba el cerco, yo
resistía desesperadamente. Cuando no estaba en casa contaba
los minutos que faltaban para volver A verle; cuando le tenia
delante deseaba que se fuese. Hace algunos días Fernando y
yo nos encontramos íl solas en el comedor. Yo mo puso muy
pálida; él se acercó k mí. -Es preciso que hablemos —dijo; - e.spéreme usted esta noche, A las dien, en el gabinete azuh... No
tuve fuerzas para negarme A tan dulce y comedida petición, é
hice con la cabeza un signo alimiativo.
—¡Ah, tonta!—exclamó Clotilde.
—Sí, dices bien—repuso la marquesita Leonor; —fui una tonta, una loca... Llegó la noche. Lo que mAs me
mortificaba de aquella peligrosa entrevista ",ran las primeras palabras, ¿C¿U'S mo diría Fernando;-' fMuí'- responderla yo y qué actitud nuí seria mAs favorai)le?...
—Comprciulo tus vacilaciones—murmuro Clotilde moviendo la cabeza lentamente, como quien recuerda.
— Pues bien—prosiguió Leonor: - d e pronto sentí los pasos sigilosos de Fernando que se acercaba; entonces
miré A todas partes, considcrAudome perdida. (í^íué hacer?... Un divAn
que estaba junto A mi invitAndome con las blanduras de su panza afelpada y muelle, pareció respor.dcrnie: — *^Espérale dormida»... Juzgué el
consejo excelente y me acosté, cerrando fuertemente los ojos. Fernando llegóse hasta mí andando de puntillas, temeroso, sin duda, de despertarme; después hincando una rodilla en tierra, me besó las manca
apasionadamente, luego... lluego so fué... ¡Y yo dormida!...
—Pues hasta ahora—interrumpió Clotilde—no adivino la parto horrible de tu aventura...
—¡Oh, lo horrible, «luorída mía, vino mAs tarde!... AI convencerme de
quo Fernando se había marchado, quise levantarme para Ir al salón en
dondií varias aniigas- se divertían tocando el piano y bailando, pero en
aquel momento oí de nuevo los pasos de Fernando que volvía, y torné
A echarme en Cl divAn y A ceirar los ojos, representando con perfecto
aplomo mi candoroso papel de mujer dormida... y sentí que me asían
por el talle y que unos labios acariciaban mis manos, lluego...
—rtLuogo, (jué?...
—Luego, cansada do fingir abri los ojos y... ¡Horror!... el hombro que
mo osi.rechalta entre sus brazos, no era Fernando .,
—¡Cómo!
—Era M, d'Argeles...
L. um MONTEMAU.
Ifíish'ai'ioiiiK
tiii /?[I;ÍÍV.
lio que dicen las papedes.
y^^^^^--^^^^í^ "*
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X el coincdio del g-abinote, de cuyo techo pendía una lanip.ii-ill.i cnii pantalla a/.ui,
gj. desleía en el ambiente una hv¿ suave y tranquila, que invitaba al sueño; el piso estaba ricamente alfombrado; diseminadas en artístico desorden por los .-Viigulos do la habitación y alrededor de una mesa, había varias butaquitas enanas, con sus asientos y sus
respaldos de yute azul salpicado de flores amarillas; en el aire, sujetos del techo por hilillos invisibles, dos halcones disecados paveclau volar exten-Ut^ndo en el espacio sus grandes alas inmóviles; las paredes estaban adornadas per buen golpe do cuadros, panderetas
andaluzas, retratos y abanicos japoneses en los que siempre bahía unajoven bc'iieudo t(^
¡\ orilJas de un lugo de añiJ; cnbi-ian Jos huecos de las ventanas Jarg-os cortinajes obscuros que colg-aban pesadamente, formando pliegnes verticales profundos, arrasti-A,ndose
sobre la alfombra como togas de sacerdotes antif^uos. Sobre la chimenea, delante de un
gran espejo en cuyo remate ó coronamiento se veia la cabeza irónica de un sAtiro, hal)ia un reloj que dos sirenas parecían sostener trabajosamente enarcand > sus poderosas
caderas de bronce. Los carbones, lamidos por eí fiteg-o, chisporroteaban; el ambiente era
tibio; un ambiento cálido y adormecedor de invernadero: el seguudei-o del reloj repetía
su impasible tictac... Fuera, resonaba el sordo rumor de la lluvia, repiqueteando sobre
el zinc de las ventanas, y el melancólico susiirreo del viento quebrándose entre las ramas escuetas de los árboles del jardín; y aquella simultaneidad de ruidos tan diversos
concxirriau á producir en el ánimo una inexpresable sensación de tranquilidad y de subidísimo reposo.
Yo permanecía echado en un diván, delante de la cbimcnea, con los ojos medio cernidos, mientras mi fértil imaginación recamaba de ilusiones el porvenir, impenetrable y
mudo.
Gloria juró venir á verme entre una y dos de la madrugada, á la salida del Teatro lícal.
Momentos antes de terminar cl último acto, ella, socapa de recoger su abrigo, penetraría en el antepalco,
alu'iria sigilosamente la pnertecilla y echaría á correr hacia la calle. Yo me imaginaba la sorpresa primero y
luego la desesperación de los padres de (ílorla al convencerse de que su bija bahía desaparecido; y A ósta, atravesando rápidamente la calle cubierta do nieve, huyendo de los yjarajes en que el resplandor de los focos eléciricoa era demasiado intenso, despertando con mano febril á .nlgún cochero dormido bajo la sombra de su paraíjuas abierto, y á quien daría con voz sorda la? señas de mi casa...
Entonces me representaba con pavorosa e.\'aotitud la inmensidad del sacrificio perpetrado por aquella niña
que renunciaba desinteresadamente al amor de su familia y á las halagadora.'? consideraciones del mundo,
para arrojarse entre los brazos de un hombre casado. Su alma, como la mía, era un alma enferma, é. quien eí
deseo de ser feliz precipitaba en el torrente bravio de los amores criminales.
En aquellos momentos durante los cuales aca^o estuviesen detorminándose los rumbos definitivos de toda
mi vida, sentí miedo.». ¿T'eiidria ella conciencia plena de su sacrificioí*... ¿En la balanza de su'i afectos, pesaría
más mi amor que el cariño y la est'mación do sus deudos y amigos?... ¿Andando el tiempo, curada su locura
por la pobreza de nuestro hogar, el cansancio de los años y el frío pnuíoñoso de las desilusiones, no llegarla
íl recordar con pesadumbre su alegre hogar de niña rica, con su lecho virginal en cuya cabecera los primeros
rayos del sol depositaban uu beso de luz, sus suelos alfombrados y sus criados serviciales, mirándola con esos
ojos siempre sonrientes de los inferiores, y andando con pasos tácitos alrededor de una mesa limpia y bien
servida? ..
Y recordando esto tuve miedo, mieio de verla llorar alguna vez p i r todo aquello que sacrificaba en aras de
mi amor. .
Mo había quedado absorto escuchando esos ruidos insólitos, esos quejidos vagos, semejantes A suspiros de
algo infinitesimal que agoniza y que nos recuerda la existencia impenetrable de los gnomos laborando, en las
profundidades de la tierra. Las puertas crngiau, estrcmocimíentos inexplicables parecían agitar los pliegues
profundos de los íri'aves cortinajes inmóviles; la luz parpadeaba ensu globo de cristal; los halcones disecados
oscilaban levemente en el espacio... Aquel era el lenguaje de las paredes, de las cosas muertas, que durante
las altas horas de la noche se refieren sus cuitas...
Y las paredes del gabinete, de aquel gabinete testigo mudo do tantos secretos, hablaron conmigo.,.
— ¡Egoísta!—declan -¿por quó arrastras en tu caída á una pobre niña inconsciente?... Tu buscasen su alma
el calor que ya va huyendo de la tuya, infecunda y fría como astro muerto; tú sólo aniíelas aturdirte, olvidarte do quien eres, dolo que sufriste, de las ilusiones que enterraste con otras mujeres, emborrachándote con
las palabras y con las locuras y las vehomf-ncias d i eso nuevo amor... Pero no lo conseguíi'áí; Gloria, acompañándole eu el ocaso lamentable de tu alma, será algo muy triste, como el contrasto ofrecido por uu ruiseñor cantando bajo un cielo de invierno, sobre un tronco muerto, A orillas de uu estanque helado...
Habían dado las doce; la lluvia, impulsada por el viento, continuaba porraceando violentamente sobre el
zinc de las ventanas; los carboneí, torturados por el fuego, crugian; las paredes continuaron enderezándome
su meiancólica exliortación:
—Nosotras—dijeron—asís!irnos al nacimiento y desenlace de muchos idilios; conocemos los suspiros del amor
y do la esperanza, y los lamentos d é l a deulusión y del odio; lienios visto amenazarse como fieras A los quo
antes se acariciaron como palomas; nosotras conocemos toda la lira de los humanos sentimientos; los borbollones de la risa y los quejidos velados de lágrimas, las impaciencias de la pasión que despierta y los bostezos
del deseo agonÍ!ante .. Y por eso ta aconsejamos que huyas, que ni esperes á esa pobre mujer A quien engañas engañándote... ¡\'ete!
En aquel momento yo veía el coche eu que iba Gloria, rodando velozmente á través de Madrid dormido
bajo su manto de nieve; y luego me parecía oír el fni frú de sus faldas y recibir sobre mis labios la impresión
de los suyos, húmedos y trémulos.
—¡Vete, vete!—lepitieron las paredes.
Ante aquella imposición brutal, mis nervios irritados protestaron.
—¿Por qm'í había de marcharme?—murmuré.
—Porque tu amor pasará, pasará .. como han pasado otros muchos...
Y los leños qne ardían en la chiiiienea, ag-rc^íai-on:
—Escavmienta en miñotros; hoy ruCfi'o, mañana cenizas... ¡'["odo en la vida es igual...
Los muebles do aquel hotelito amueblado parecían i-epetirnie la misma desesperante canción.
—¡Ah, no'—g-rit¿; - y o no soy un hombre adocenado, ella tampoco es una mujer vulgar... Nuestras aloias
se compIet:an; ella sonó conmigo antes de conocerme, como yo la amó en todas las mujeres que he querido,..
¡Oh, callad, ante este amor que, según la frase de La Biblia, tiene la foi-tale^a de la muerte'...
La póiidola del reloj, yendo y viniendo tras au tapa de cristal, parecía responder ¡I mis afirmaciones con
Una negación interminable. Las paredes pi-ohigiüeron:
—Sólo lo mudable es eterno; acuérdate de los rio?. . Nosotras hemos presenciado tres novelas que empczai'on en idilio y concluyeron en tragedia. La primera quisieron escribirla un viejo y una niña: los capítulos
preliminares fueron deliciosos; luego él empe'.íó á cansarse. Llegaban las noches de invierno; ella, que tenia
ansia de vivir, quería ir al teatro, desairando el frío y Ja nieve; él, sentiuío delante do Ja chimenea encendida,
tiritaba, Cfiii las /lacas piernas envueltas en una manta de viaje; y entonces ella lloraba y él se aburría...
¿Comprendes-^ .. Hasta que llegó una noche en qne ella so fué .. so fué y no vnlvió .. Después vino otra pareja:
Una mujer de treinta años y un moxo de dieciocho, que también habían jurado amarse eternamente. Kstos
hotelitns amueblados son así, como l,eatros sobre cuyos escenarios so representan teda clase do dramas ,.
Aquella segunda pareja también se desunió poi' razones semejantes A tas que prepararon el divorcio de la primera A ''^l<t- le fatigaban los arrebatos, las intem¡>erancias juvr^nilis y IOÍ celos de .su amador; aquello, visto
desde la altura de sus treinta anos, parecía peligroso y ridículo; él furioso, la amenazaba cm\ los puños crispados; ella te desarmaba con unasourisa... M;ls tarde vinieron dos enamorados jovcncitos, dos nifios que quisieron renunciar al mundo antes de conocerlo y A, quienes separó el prinrer baile de m escaras,,. Luego viniste til ..
Lancé un grito; un coche acababa de detenerse enfrento del hotel y corri hacia la escalera, bajándolos peldaños de tres en tres. En el xaguAn encontré ii Gloria.
—fíKres tú? —murmuré.
—Si, yo, aquí me tienes .. ¡y pava toda la vida'...
— ¡Olí. gracias, gracias!—exclamé extrechándola amorosamente contr.i mi pecho;—¡qué A tiempo has
llegado!.,.
EuiLiRDO ZAMACOIS.
LIVIANA
Díí lo que ayer se p r e s e n t a b a eterno
[qué prouto borra el Xí^so, la-memoria!...
¡Como la gloria truét-aso en infierno!
¡Como el infierno se convierte en gloria!
A la mitad del libro de la vida,
sabia advertencia de valor profundo,
Iiallauíos esta máxima osculpida:
—Lo firme y duradero no es del mundo!...
¿No es Vírdad, alma mía? Hoy qne hemos diclio
que yft nos falía amor que uos alumbre,
y a u n mirándome pígues por capricho,
y r u i n te llamo alma mía por costumbie;
hoy, que uno al otro sin temblar llegamos,
que no nos dan enojo los testigos,
y al frágil nombre amaiilex reemplazamos
con la palabra consistente aiiiiijns\
hoy, riquó nos falta para ser dichosos?
¡Un incidente, u n a ocasión, un día!...
Ni tristes, ni febriles, ai celosos,
¡el mundo entero de los dos seria!
No gozan, no, los que inseusn.tos buscan
fuego quB a b r a s a , fiebre que devora,
exigencias de amor, celos que ofuscan,
pa.'íióu quB rindo ó inquietud que llora.
Es de los fuorte.s el placer, que saben
t o m a r en paz el bien que da la vida,
ustar las dichas qiiB en el mundo caben,
-^"^
nr siempre A la ilusión la despedida.
[Pobre de aquel qno sueñe y desvaríe!
¡La vida es íueha y defenderse es justo!
El hombre es sólo un animal que ríe.
Sólo una ley debe cumplirse: el gusto.
Los ideales al prudente e s p a n t a n .
A la vida nos ligan h a r t o s lazos;
• llores que aroman, pájaros que cantan,
y mujeres que caen en nuestros brazos.
¿Por qué pedir á n u a mujer hermosa;
—Sé mía, ámame siempre, sé constante?...
H a r t o , con dar su e-sencia, hace la rosa.
A l cantar, hace el pájaro b a s t a n t e .
Ks'iATI'A DE D . A N T J X I O CÁNOVAS DEI, CASTILLO
f.A. qué un amor, donde hay t a n t o s amores?
Mujer, no pongas á. mis dichas taso.
i n a u g u r a d a el d l a L " du Enero de 1?101, on la P l a z a del Senado.
Sé t ú como los pájaros y llores.
(Obra del cuculíKi' T>. Joaíjiiiu JUlliao.) Dame tu aroma y t u caución, y pasa.
UicARDO J . C A T A U I X E U .
m'^'
f
Beneficio de María Guerrero.
üñ
PENA
El domiiifjo, ella <i del cori'ieiito, se, co.lebró en ol Icnli-n
de la Plíizíi de Santa. Ana, la fmiciim A beuelicio do la ihis
li'ó aetriz Alaria Guerrero, poniíitidose, en escena el magnifico drama de Eclieg'arny,
Manclia que limpia, y La
pena, obra en un acto y
dos cuadros, original de
los hermanos Quintero.
María, como siempre,
muy bien, poniendo en su difícil papel «ioda BU alma^: Fernando Diíiz de
Mendoza, admirable, á ratos sublime; es un artista cuyas facultldos no
lian lleg-ado aún al apogeo di' su desenvolvimiento, y que conforme el
tiempo pasa crece y se sobrepuja A si mismo, en vez de amanerarse ó de
recular.
Durante el transcurso de la obra no tuvo un instante de decaimiento,
ni una actitud desmañada, ni un gesto que no estuviese bien estudiado y
en sazónj su misma voz, insegura, A. veces angustiosa, le ayuda poderosamente en los grandes momentos tvi'tgieos.
La pena es un boceto dramALico muy
conmovedor y muy delicadamente escrito,
Se trata de un matrimonio mal avenido íV quien no pueden unir las g-racias
de su hija única, preciosa chiquilla de,
catorce años: pero muere la niña, y entonces los padres reconociéndose muy
tristes, muy solos, se buscan, el dolor
les arroja al uno en brazos del otro, y
reuniéndose para recordar la gentileza
y los chistes de la pol)i'c liija muerta,
concluyen por unirse delinítivamente,
Con esta función han epilogado Maria
Guerrero y Díaz de Mendoza la brillante campaña qxie durante poco ni^s de
dos meses lian sostenido en favor del
arto. dramAtico nacional. Ahora, pegún dicen, piensan hacer una excursión
por las regiones levanf.inas: Valencia, Alicante, Murcia... Despué.s irán k
América...
¡Qué lilstima!...
jOjíilA que María y Díaz de Mendoza, esa einidiable pareja unida \)(M- !OR
.¡íagradoa vínculos del amor, de la h^y y del arte, vuelva pronto enti'e nosotrusl...
U.
Iliisírarioiipx de Nnoarrelí',
mr:
mi^
PEPITO
Iliislni'lo
CANSECO
por la Srl.a, Xih'ir::;/ rl ¿V. Clucri'n. (Teatro
Zarzuela.)
Vii\n-, C.Tiiwecn, miiciíacho cortísimo de g'eiiio y no muy líirp'o ele alcances,
se hahl.i lijadih en <llimpia, la viurlita de enríente de su casa, y se había enamorado de olla Iiiista iiuls allA. de la iiiO.dulji.
Como ei-;i natural, deseaba sahcr qué capricho de la huiiiana coqiicteria
era el rjue m:\s af;-rfldal)a A Olimpia para satisfacerlo y procurar la conquista
de un ciira^nn que aún estaha virij,'eii de afecciones, ¡mes la infeliz ni liahia
conocido il sus padres, ni ann'i .jaiiiAs A su difunto, riel cual sólo conscrval)a
recuerdos poco f;'i-aí.os, enti'e ellos el de su fealdad, pues era horroroso, aun
antes de ser difunto.
No tardó mucho Canscco en enterarse de que Olimpia, tenia f^ran afición A
los perros cliicos; no ¡V las monedas de cobre, para ella despreciables, sino á
los pequeñoH cliuchos de carne y hueso. I'ero l'epe, dada su timidez y la indecisión de su carí^cter, no sabia ni dónde comprar un perrito, ni
de qué casta escofi'erle, ni de ()ué manera di'irselc íi la vecinita en
prueba de un amor que tenia mucho de amor canino, toda vez que
el pr<d.endiente era Can-seco y el recui'so amoroso uu perro chico.
Cierto día., mientras Pepe se hallaba d(ívan;'indose los sesos para
llevar A cabo su empresa con fortuna, ()l¡mpia le escribía la siguiente carta:
"Ami^'o mío: Espero que lioy me ncompañavA usted k tomar café
como todos los jueves; ¡lero lo a-íradeceré que no venffa solo, sino
en compañía do un perrito, lo más raro posible, jmes me p^usta mucho esa clase de, bichos y desde que falleció mi esposo uo ten^-o al
lado nÍM;;'ún animal. fSuya afina. —Oíim/>¿íi.»
Caiiseco no tenia mAs i-emedio que complacer á la viuda inmediatamente.
Salió, pues, en busca de un pei'rito, dispuesto rt dar por él í.odo su capital, y después de andar mucho para
encontrarlo, al lin dio con un pcu-rero famoso que tenía A Ja venta varios ejemplares de distintas castas.
—Mire usted, caballero - dijo ¡I Pepe el vendedor mostrándole un perro de aguas, - este es una verdadera
monería.
—Pues ese no me nrve.
—fíPor qué?
—Por el autag'onismo que hay entre él y yo, puesto oue él es pei'vo
de ap"uas y yo soy Can-seco, es dccii', t()do lo conlrario.
1^^
.>*v
—^;V e s t e otro? a ñ a d i ó e.I p e r r e r o , — i V a \ ' a u n g a l g o b o n i t o .
— Sí que lo e.í. rlCiiAnto valer'
— Re lo pondré A usted en cinciicuta duros,
—liabrA que dejarle en el sitio.
— ¿Le va usted A matar?
— Kn el sitio donde se encuentra, quiero decir; porque es carísimo,
— Vamos A ver esto otro: es un ratonero precioso.
— Hombre, sí; este me gusta uiAs
por lo raro. ¡Qué barbas! ¡Qué bigotes! ¡(,fiié mirada! ¡(Jué aspereza!...
Es un pe.rro notable.
—AdemAs, caballero, tiene la habilidad de morder A todo el mundo.
—Puus no diga usted mAs. f;CuAnto esV
— Treinta duros... y estA garantizado por un año.
—Corriente. Aquí tiene usted.
Pepe enlregó al tralicanto en perros las ciento cincuenta pesetas y
cargó con el horrible cliuclio, como^
quien conduce luia joya de gran valor destinada A producir un efecto
decisivo en el Animo de la persona
querida.
Llegó la hora del café en el domicilio de la viuda, ¡(¿ué bonito gabi
líete el de Olimpia! ¡(¿ué elegancia!
¡Qué confort! ¡Qué ambiente tan
perfumado!...
¡Aquello era un edén chiquitito!
La capricliosa sol)erana de aquel
edén se liallaba sentada en mío de
sus muebles niAs lindos, risueña al
par que preocupada, y repitiendo
con frecuencia estas frases:
—,:Me liabrA comprado Pepe el perrito? f;lIabrA acertado con mi gUíto?
Sevh un hull dúg? ¿Será un galgo inglés? ¡Deseando estoy que me lo traiga Pepe pava darle un beso en el
hocico!
Todo llega en este mundo, y llegó Canseco JV cnsa do Olimpia con su inleresante carga.
iíepercul.i() el timbro do la viuda en el corazón de la puerta, ó viceversa,
y no tardó Olimpia en oir ruido de pasos cei-ca de su aposento, l'epo llegaba, y no llegaba solo. Varios ladridos de perro-tiple delataban la aproximidad de un chuclio de menor cuantia.
De repente se levanta la lujosa y amplia cortina de la puerta del gabinete y aparece, entro sus pliegues, la iigiira do Pepe, que, conduciendo en
alto al ratonero recién comprado, so lo pi-esentnba á la viuda, con la sonrisa de! que va A producir el HIÍ^ÍÍ agradable de bis efectos.
¡Tremenda decepción! Un grito estridente de t)íimpia siguió A la presentación de Pope, quien vio asombrado, al avanzar liacia sn adorada, que
ésta se cubría el rostro eon liorror y con ambas manos.
Hubo linos instantes de silencio, durante los cuales Olimpia y Canseco
quedaron como poirilicados. Solamente el ratonero gruñia y pataleaba entre las manos del gabln.
—¡Lléveselo usted! —dijo al fin la dama, mostrando profunda indignación.
—¡Qne yo no le vea!
—¿Porqué, Oümpiay—preguntó Pepe temblando.
— ¡Porque es su vivo retrato!... ¡Si no es él mismo, que vuelve de la tiuidja,
por fuerza es un hijo suyo!.. ¡\o le quiero ver!
— ^P(^ro, hija, por Dios!...
— N'iula, nada. ¡Ks igual que mi esposo!... ¡Sí; las mismas barbas, el mismo
color,., la misma caída de ojos... todo... ¡Ali, no, nol ¡(Juitclo usted de mi
vista para siempre jnmAs!...
—¿f^ero cónm era posilíle adivinar?... Vamos, Olimpia, tranquilícese usted. . Vo traeré otro en seguida. Pero bneno scr;'i que me dejo usted mi re_ trato del que pudre para cotejar con él A los perros que vea y evitar el
parecido,
—No, ya no, Pepe de mi alma. ¡Trinnrasto al fiíi! He visto tu aCAn de
complacerme, y eso me basta... No me traigas niAs perrof;, con qne te traigas á ti mismo para no separarte nunca de mi, me considero sumamente dichosa. Si, si; teniendo al lado un
Canseco, ¿qué mejor modo de reunir en una pieza el perro y el amante? ..
JUANPÉUEZ ZUÑIGA.
Fi i, Comjyañ'j,
V l D f l P O U l T I C ñ , pop ROJAS
LA
CASTAÑERA
DE L A
SITUACIÓN
—¡Ahora salen, que queman!...
LOS
E:>Lnros
HANTIAGU KLSIÑÜL
KNaiQUB
MORERA
ñ u t o p e s de « Ua Alegría q u e p a s a » , o p e r e t a c a t a l a n a e n a n a c t o .
El sábado pasado se inauguró en ol Tfvoli do Barcelonn, la temporada del Tcatie Lirich Catnl.-l; y, como
ova de suponer, dadas las simpaUas quo tienen en la capital del Principado los señores líusiñol y Morera, se
agotaron las localidades en taquilla.
Entre otras obras cu
un.acto, representóse
1%'L^'CL.
í'^^C
LA ALILGÜÍA QUW I'A-
SA, letra del genial artista Santiago Ivusiñol
y música del maestro
Enrique Morera.
La obra p r o d u e un
efecto teatral artístico, debiendo señalar
ent e las notas mAs
salientes, á aquel personaje mudo que se
pasa todo el acto dedicado h los solitarios.
La ilustración musical do Moiera encaja
bien en la obra, sobresaliendo el coro de la
llegada de los cómicos
y la canción de /Caira.
El público eu masa
aplaudió la obra, siendo muy felicitados los
aulores.
LA TRADICIÓN
Nuestras mujei-pH o(inK(!rva.n cuanto lin.y fin
raza española de uiAs arcaico y tra'licioual. La _
siÓD de los t t r o s , lie.sta^ana, brillanti; rcHnjo (ttí
aquellos que fortalecían el espíritu ¡vveutiirero de
ios romanos; el carácter aprensivo, ñiiperKticioso
de nuestro pueblo, simbolizado en la ati-nrinu mal
disimulada con f|ue todas oyun la g á r r u l a palabrería de las eifianas ap^oreras; y la afición á los bailes
andaluces^ fiel trasunto ó remedo dti las v o l u p t u o sas danzas Árabes.
Sr'as. Imperio ;¡ SniiH ((eatro Japones), y Srln.
Srvilla.
Fol.
Caível.
M. (sin C07iveiicei:se).~-]i}ué olor! [Qnv, público; fíjese usted!... (Hace un gesto expresivo jiidicaiido á tres
individuos que. beben sentados alrededor de una nissa).
—¿Ks aquí donde vamos rt cenar?
Huül.rndo por la Srla. Cnvmt'ii Domiinjo (¿entro l'avii'li) y
V. — Nn, mAs adelante, en otro merendero mejor.,.
el Sr, OiitiveroH (lealro Apolo).
(Agarrándose al brazo de su acovipañanie pero sÍ7i
La escena ocurre en ol camiio un sábado del mcH <\c No- coquetería). ¿Se aburre usted conmiyo?
vipiiibro, á las ndho ele la iioojie.
ÍM.—No, puesto que usted está contenta.
VALKNTIN*: Tiiíue treinta años pero representa voiiitíT.—ñi, comprendo que se aburra usted. Debe de
i'tnr.o, coa sus ojoK soñadores 3' briUaiites, su uutis fresco ser horrible para un hombre enamorado eso de salir
y Rii talle osboU" y llexible.
A iiasear con una mujer que no le interesa. PrecisaMANUKL: Veintiocho años; mozo dñ regular estatura, ni
guapo ni fi'o, pero dü contiiifjnte desembarazado, olcfíivu- mcnle por esto he querido que me acompañase usted; yo nunca liubiesc podido venir hasta aqui con
te V simpáti(^o.
Los doH han bajado del (ranvia cogidos del brazo, y á un amante...
poco de andar penetran en la callejuela formada por un
M,—¿Y, por qué-*
gru]»o de lucreuderos. Hay muy |)oca gente, cati todas
V. (con voz conmovida).—Porque la última vez que
las ¡ciertas ostá.n cerradas, los pianilloB de manubrio han
enmudecido... Una melancolía iníinila i>arcce caer de los [•en6 con Jacobo estuvimos aquí, on el merendero
árboles sin hojas, extendiendo sus ramas sin vida bajo la adonde nos dii'i^imoa.
M, —¡Ah. sí, Jücobol.., ¿he escribe usted? Yo no le
inmensidad gris de nn cielo cargado de nieve.
veo desde bace mucbo tiempo.
MANUEL (impresionado).—¡Qui^ triste es esto!
V. —No nos escribimos; nn tanto por mi marido,
XAI.V.S'VÍN ' (C071 voz .suave.).-Üi, en efecto.., Y, no
que tiene la buena costumbre de no abrir jamAs mis
obstante, lo asCf;-iiro A iisLed que estamos en un rincartas, cuanto por su mujer. ¡Pobie Jacobo! Por lo
cón nindrilefio precioso.
que á mi respecta, no recibirá januls ninp:iin disgusto.
M. —Poquísimas mujeres liarían otro tanto, {/'ÜÍÍS».)
iQu¿ suerte tiene Jacobo!
lOntran en nn ventorrillo cu donde hay una medía docena de veladores vacíos.
V.—¡Aquí es!
Eutra seguida de Manuel y van á sentarse en el fondo,
junto á nua mesa.
V.—Supong'O que esto rincón nn le molestará, k
usted. Aqui estuvimos Jacobo y yo; comprendo, desde
luego, qtie no es el sitio mejor del establecimiento,
pero..,
M.—No tiene usted que disculparse, ya que venimos A eso, á recordar... (Mirando á todas partes.)
¿Qué vamos A comer?
V,—Isted comerá lo que p:nste.
(Llamandoalcamaie.ro.) ¡oh, quó suerte; es el mismo mozo!
Es(e, un viejo alto, con largos bigotazns grises, se aproxima á loa recien llegados andando lentamente.
V.—(sonriendo
alegremente, como
quien desea agradar.) ^Parece
que
hoy ha venido poco público...
Ér. ^\o'¿o(displice7ift).—Más del que
era menester. ¿Qué van ustedes A tomar?
\'.—(Maé hay?
Mozo.—Arroz con almejas.
V.—No me gusta. (Saca del bolsillo
•DI pedacito de papel y empieza á leer.)
Tortilla A la francesa, salmonetes, bisteck con patatas, aceitunas, melón, café...¡A Manuel). Esto fué lo
que comimos Jacobo y yo,
¿Le g-usta A usted?
M. — Si, p«ifectamente.
(.1/- mozo.) ¿(lye usted?
Muzo. —No hay nada de
eso.
M.—¡Ea posible!
Muzo.—He han concluido ..
En af|uel momento le llaman desde la cocina y desai>nrece por una puerta lateral.
M.^jMozo... eh, mozo!...
V. (riendo). — Déjele usted. Lo mismo me sucedió
cuando vine con Jacobo;
pedimos una cosa y luego
nos trajo lo que quiso.
M. (malhumorado). -¿Sa,be usted que esto es muy
Como eoo Jacobo...
•
V. {con voz suave.)—Pedro...Pedro..,{Y
Fot. Companii^.
feo y que la aristocráticíi figiiia de usfed no encaja en un
marco tan avillanado
y pobre?
V. {quitándose los
(/liantes)—Eso mismo
dijo Jacobo. Se^i'iin él
yo parecía aqni una
orquídea metida en una cazuela.
M.—UealinenírC parece usted una
lior, una flor bonita y odorante...
{Kila sonríe.) ¿Vov qu6 ríe xistedr'
V.—Es un recuerdo; cada vez estoy más contenta de haber venido.
¡•estrechándole una mano ca^-i ños amenté.) Gracias, otra vez.
M. [reteniendo entre sus Tnanos la de Valentina.) -iCuAnto ha querido usted á Jacobo!
V.—Es cierto, le he querido locamente. Siempre estoy pensando en él, pero sin amargura,
sin tristeza; k despecho de su matrimonio creo
ser la única mujer que reina en su alma.
V.—¡Qué mano tan bonita tiene usted!
'•
V. {retirando el brazo.)—¡Cuidado! Ahí viene el mozo.
Esto les sirve de muy mala gana. No hay para qué de'
cir que ol vino parece vinagre, que la sopa está fría y lo.s
postros echados á perder. Manuel paga y se levanta indignado: Valentina so levanta tambliki. pero lentamente
y mirando en torno suyo, como despidióndose del merendero con los ojos,
M. {encendiendo un cigarrillo.)—\BrvTrl... ¡Qué cena
tan infernal!
X. — ¡ Pobre ami^o mío! Ya comerá, usted cuando regresemos A Madrid,
M,—¿Dónde vamo=i ahora?
V.— Como no quiero al)usar de usted, me doy por
satisfecha yendo rt. pie hasta el fielato de Cuatro-Caminos; alll'subiremos al f-ranvla. {Co(}iéndose á su brazo con ademán cariñoso.) Ea, no vale impacientarse.
(•Acepta usted?
M.—¿Por qué no?
Echan ó. andar rftposadamente. El va envuelto en su
capa y mira d la joven con ojos carifiosos y pensativos;
ella m'ra el paisaje bañado on luz lunar* Él aire es frío;
A lo largo del camino se percibe el escarabajeo insi'ilito
ele las hojas secas que se arrastran.
V. {en voz baja.)—,Oh, qué paraje tan encantador!
Mire usted... {Empieza á tararear el estribillo de una
canción popular.)
Las ninfas lascivas
con senos de mármol...
_
M. —¡Sí, esto f s precioso! {Sintiendo temblar el brazo de Valentina.) ¿Tiene usted frío?
V.—No... no...
La joven clava sus OÍOS en los de su apompañanle. El
rostro de Valentina expresa inquietud, angustia...
M. (671 voz baja, muy baja.) —Es una noche que
convida al amor, ¿no es cieno?...
Valentina no responde, pero .su cuerpo esbelto y flexible; so cimbrea, inclinándose hacia Manuel como espiga
tronchada que cae al surco. Hay un largo momento do
silencio.
M. (6aí6iícea7i(Zo.)—iAh, querida mía,mi muy amada!
luego piensa.) ¡Como con Jacobo!...
TOMÁS S. NAVARRO.
GALERÍA
MODERNA
BAGO Y ARIADNÁ.—CUADRO DE C. VON BLAAS.
Los dioses del paganismo p.irecen volver; es una tendencia que empieza A insinunr-sp, o,¡\ varios escvitores
coiitempovAneos de'gvaii ruste, v que covvobora la predilecciúii quo los pintores modernos muestran por los
asuntos mitológicos,
LoR amantes, por tanto, d'l aite cUlsico, del eterno, se hallan de enhorabuena y con ellos nosotros.
El cuadro de Yon Blaas estA inspirado en los amores de Baco y Artadna.
Refiere la leyenda quo Ariadna fué hija del poderoso Minos, rey de Creta. Enamorada de la bizarría y gallarda apostura de Teseo, que había lleg-ndo A Creta para combatir con el Mínotauro, aceptó los amores con
qne la convidaba el héroe griego, y regalóle el milagroso ovillo do que más tarde se valió aquél para salir del
laberinto. Ariadna huyó de Creta con Teseo, pero poco después el ingrato la abandonaba en la isla de Naxos.
Allí fiin donde Baco, dios protector de tudas las orgias, la conoció, prendándose de su juventud, de su gallardía y, sobre todo, de sus magníficos cabellos rubios. En pago de su amor la ofreció tina preciosísima corona
do oro y una inmortalidad exenta de vejez. Las liestas que posteriormente se celebraban en Naxos en lionor
de Ariadna y para recuerdo de cuando Tesco la dejó alli abandonada y en cinta, se llamaron ariaiiéas.
El cuadro de Von Blaas es muy hermoso, de composición valiente y sobria, y rico cu colorido. La actitud
de Ariadna tiene una languidez y un abandono exquisitos; la figura de Baco, con su piel de pantera y su
hermosa cabeza meridional coronada de pámpanos, es de una l)clleza clásica impecable; los amorcillos, risueños y curiosoSj tumbados sobre el césped, prestan al lienzo gran interés.
FIGULINAS
jQnó bouita es la princesa,
qué traviesa,
qiié bonita,
la princesa pequeñíta
dalos cuadros do Watteaul
Yo la miro, j'o la admiro,
¡yo la adoro!
Si su.spírn, yo suspiro,
ai «lía Hora tambíón lloro,
si ella rie rio yo...
Cuando alegre la contemplo
como ahora... me sonrío.
Y oirás voces su mirada
en loa-aires se deslíe
pensativa...
¡Si parece que está viva
la princesa do Watíean!
AI pasar, la vista hiere,
elegante
y ha do amarla quien la viere...
Yo adivino en su semblante
que ella goza, goza y quiere,
vivo y ama, sufro y muere...
como yo.
MANUEL MACHADO.
ILinlrailo por t.l. primer aulnr Kiirii¡iui Lin-n.ta.
Ful.
K^ii!iiijiix.
PLEGARIA
Ihi.sfraíJo pnr IUK nei)orÍlas JVÍcjjcff Hmírez
!/ C'li>/ilde fiavius.
(Teatro
Lnra.)
TristP., deseiiffanndo y aburildo,
y con el alma tie sufrir cansada,
vuelvo otra vfiz al amoroRO nido
donde pasi'í mi juventud dorada.
Mataron mi ilusión y mi deseo
los i-udos golpes del dolor tirano..,
¡Tiadn. busco en la vida y sóln creo
en el amor, (¡ue es algo sobreiiumano!
¡Por eso acudo á ti!... Tú me ensenaste
esa bendita, y misteriosa ciencia,
y con palabra ardiente me animaste
JI la lucha brutal por Ui existencia.
¡De ellíi vuelvo sin fe! Perdí los brios
y hoy mo acojo al amparo de tu pecho,
pues sé que mis pecados, por ser míos,
íL tu dulce perdón tienen derecho.
Mis gfraves faltas que al desdén te in\itan
procura deíechar de tu memoria,
vie.ndo cómo en mi frente se man^hitan
mis ambiciones de fortuna y g-loria.
¡Ay! Soñé con laureles de grandeza
y hoy mi delirio, avergonzado, escondo...
¡lluzme tú, engalanando mi cabeza,
una corona con tu pelo blondo!
PlAceme oír las nuevas melodías
que con t u voz de arrullo me cantabas
en los risueños y lejanos difls
que ansio recordar .. ¡Cuando me amabas!
¡Resucilc tu amor.'Rendido y tierno
ya ves que acudo A nii pasión primera;
que mi alma siente tras el negro invierno
las ansias do fecimda primavera.
¡Ks la segunda juventud ríeiite,
niAs entusiasta cuanto míis llorida,
que disipa las nubes do la frente
y eleva el alma y íi gozar convida!
Veo cambiarse en rosas los abrojos
sembrados por la suerte en mi camino,
al bañarme en la luz de esos tus ojos
que son azules... ¡ddl «zul divino!
¡Y yo que despreciaba la existencia
corriendo en pos de arti? as y de sabios!...
¿Dónde hay arte mejor, ni mayoi" ciencia
que el manantial que brota de tus labios?
¡Templa mi sed!... ¡Vivamos siempre unidos!
Sea nuestra unión eterna, inquebrantable,
que resista il los golpes repetidos
del Tiempo, que os un viejo insoportable.
V como entonces, amTroso dueño,
surearenios los mares de bonanza,
con Una misme fe, un mismo sueño,
y una sola ilusión y una esperanza.
¡Quiero cantar! .. Si negro fué el pasado,
grato es poner sus horas en olvido.,,
¡di volver k su hogar i-anta el soldado,
y el ave canta al (Micontrar su nido!
ANTONIO PALOi\IERO,
}<'"!,
I'"iii¡>in'i!/.
LIBROS RECIBIDOS
Se h a puGSío á l a venta l a segunda edición del libro
Cohetes, interesante eolGcción de pousías orifíinales del
disiiuguido escritor Deusdedit Criado.
Cuentos Imtnrroa.—Así se llama el libro que acaba de
publicar nuestro quei'ido amigo y colaborador Teodoro
Gascón.
Los Cuentos de Gascón formau u n saladísimo ramillete
de cuentos ilustrados
,'
Vayan algunos botones de ranestra:
Un b a t u r r o e n t r a en casa de un relojtíro y pregunta:
—¿Dice usted que estf! reloj da la lioraV
—tíí, señor.
—Pues podía dar tainbicn los cuartos, y no me costaría
náa.
Otro:
—¿Por c u á n t o me alquilará usted un caballo,
—Por quince pesetas.
—Lo dejaremos on tre¡nta'riale3.
—Corriente.
—Pues á la m a ñ a n a vendré a bnscar]o...¡Ah! oiga usted
que sfia lar^uico, que tenemos que ir tres...
El libro de íiascón contieno más de <losvle¡itos;jrnha<h)s,
un cuento de Cavia, otro del malogrado Hoyo y Villanova, y un prólogo de ViÉrgol. Y como dice Et Sastre i/dCaiiipillo:
'Va. que se enteren de que el lebrico es mu remaju y no
tié espcrdicio, no hace falta ícirlo ni en aragonés, ni en
castellano.
Ea (le Gascón, y... con verlo basta, iridios!
CQodas
Fig, 1," Lcriln largn.—Dc paño color DOgaJ. El corpino es reñido, ribeteado de nutriíi, y por delante forma un larffo pUefiue que llcíín, á la parte ¡iifi?rior de
la falda, Ksla es esLreídia y va a d o r n a d a de a r r i b a á.
abajo por volanles su])erpncslos. Kl CUÍÍUO PS vuelto y
forrado de n u i r i a . Lns uiaiij^aK Inccn adornos del mismo f-olor y ralidad.—Sonibtero tricornio do fieltro negro, adornado ron /íi^l<~'ii*'s ne^^ro y oro,
, Mtilvriah'x: B m. fiO de paño color nogal.
Fiíí. 2.'' Corpino nei'Uiaun.—De terciopelo n e ^ / o . Es
mny reñido de espalda y los delanteros, ron corchetes
sobre el bombro, se abren sobre nn ¡ilaslrón de tafetán
Pornia fruncido, lo iniMoo que el cuello. Corbata de
y
,-, n
terciopelo iiesro sujeta por un broche. M a n g a recta y
fruncida en su parte inferior, según indica Ql modelo adjunto. Las pasamanerías
que adornan esl.e cuerpo son de acero.
El ciutnrún es ancho y de caaiit.chovr..
Q Mal eriales: 4 metros de terciopelo n e g r o ; 00 cenlímotro.s de tafetán Paruia.
Fig. 3." Balan para mailrcs jói-ciic^'.— 1. P a ñ o ligero de P a r m a , forma
I m p e r i o . Bolero corto
de p a n a l i s t a d a al biós
3'ribeteada de piel. L t
manga, cortada en punta, cae sobre u n a segunda m a n g a .
•^'S- !•
Ma'fr'udpH: 'i metros
paño de P a r m a ; 2 m. 'lO
de terciopelo P a r m a ; l^i metros de piul es'.recha.
2.—üata de cachemira color plátano, cerrada por SÜ parte anterior sobre una pechera adornada de encajes; periueños trozos do
terciopelo adornan el inferior de la falda. El delaatero fruncido
de la fal la se halla sujeio á un lado por un lazo do terciopelo negroCJran cuello de terciopelo color plátano, adornado de encajes. Manga amplia terminada en un puñete de tei'jiopolo,
Malí-rialai: li metros do cachemira color plátano; 2.1 metros de terciopelo
negro ; í!i) centímetros de encaje;
2 m, 50 do enca¡o
p a r a v o l a n t e ; -10
c e n t í m e t r o s de
terciopelo c o l o r
plátano.
***
F i g . Ü.^'
F i g . '1." Traje de paseo. — De paño gris claro. I'aala ceñida; adornada on su
parto inferior por varios galones dorados, y cerrada posteriormonlc bajo un
adorno de pafio cortado en la formn. que la figura indica. Cuerpo estrecho, formando en las partes anterior y posterior dos ligeros picos, y a d o r n a d o con galones dorados dispuestos verticalmente.
B.jlero corto y redondo, formando un pico on medio de la eBjialda.
Cuello vuelto. M a n g a tcrm¡na¡la por un volante quo simula u n a doble
manga.
Vaiios galones dorados adornan el bolero.
X.
•H-r-í'
F i g . ^.''
*••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••^••••••••••••••••••••••«^••^••^
"GARGANTA" "TOSKS" :
DE GUAYACINA Y MENTOL = ^ = = ^ =
Do resultado rápido y seguro para combatir las enfermedades de la GARGANTA y TOSES, y a sea ésta
por irrilación ó de las privu-raa vias respiratorias, ronquera, afonía, cosquilleo, fetidez del aliento, ane/ina,
dolor, picor, sequedad é irrilañán de garr/anla.
IndisiiBnsB-iyle é. los fumadores, sacerdotes, cantantes 1/ profesores. No contienen calviantes nocivos, vi clorato
de potasa, que son causa do muchas enfermedades del efltómago.
De venta en todas las farmacias de E s p a ñ a y en la del autor, Fernando et Santo, 5, Madrid. P o r Mayor:
G. García.—En Barcelona: Driach y C ^ , y R a m b l a de las Flores, 4.
CAJA j UNA PESETA,—Eemltense certificadas mandando l'"25 en Sellos de correo.
t
•
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J
J
J
^
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••••••••••»•••••••»••••••••••••••••••••»••••••••••••••••»•••»•••••••••
Se han puesto á la venta los tomos 5o, 5i y 52 de C o l e o c i ¿ > t i 1 - i e g * e i - i t e , titulados
lia eofíte de fiapoleón.
f l o t e a s G P U S l e S , de Eduardo Zamacois.
Icr)itaGÍOÍ!18S, por el conde León Tolstoi.
Estos tres tomos llevan preciosas cubiertas en colores; constan de i6o páginas cada uno y se venden en todas las librerías, kioscos y demás puntos de
venta, á S O c e n t s .
••••••••••••••••^»•»••••••»••»•»•••••••»•••»•••»•••»•••••»••••••••••»
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K XYrrfr--(
PRECtOS DE SUSCRIPCIÓN
VIDA GALANTE
REVISTA
S E M A N A L
ILUSTRADA
DIRECCIÓN Y REDACCIÓN
J*
Interior de M;ulrid.—Un año . . . . 14 pesetas
Provincina y Portugal.—Siiis meses. . 6
Id.
id.
—Un año. . . . 11
Extranjero.—Seis inoses
(i francos
. 12
PAGO
ANTICIPADO
••»•»•••••••••»••••••••••••••••••••••••••••#••*•»•••••••r^«««4••••••»•
Por cada periódico ilustrado que el público compre en casa de Ros, Vicioria, 3, se le regalará a n a
tarjeta fototipia de las siguientes series-colecciones: Artistas españolas; Vistas de E s p a ñ a ;
Vistas de la H^iposieión de París; toreros, etc., etc.; á elegir.
Venta de números atrasados de V l D ñ GHUñl^TE.—A. Ros, Victoria, 3.—DDadrid.
/ ^ ^ ^ 'T~~\ / \ C Í A para la colección de A^iclft Cin-l^in-te;
-L ^i!~A.J^
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nuestra Revista al precio de 2 ' S O | 3 e s e t ; £ t s .
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Reservados lodos los derechos de propiedad ariistica y literaria.
Papel fabricado exprofeso para VIDA GALANTE,
por la ^Papelera del Cadagua'
No se devuelven oriffinales.
de Bilbao.
I m p r e n t a p a r t i c u l a r de VIDA tÍ*LA.NTt;.
En el momento en que los primeros rayos del sol hitarlos, sino también para evitar lo ejerciten á todos
rieron el triángulo sagrado de la punta de la pagoda,
los que, por razón de &n cnsta, no tienen derecho.
¡Sublevaos, pues, contra la ocupacióu extranjera los sonidos agudos déla trompa brahamánicase hiciecuando dos hombrea no pueden ni comer juntos, ni lle- ron oir á lo lejos, Inmediatamente seguidos de frenévar las mismas vestiduras, cuando» pertenecen á cas- ticos hurras lanzados por el gentío en respuesta á la
tas diferentes! Así, la revuelta de Í>^^>1 contra los in- señal partida del templo.
gleses no fué más que una sublevación parcial de los
En el mismo instante, Lackmy, la joven hija de
musulmanes del Norte, do las mAs fáciles de reprimir, NalIaTamby-Modeliar, y su desposado Ponou Hasseny que BÍ eo Europa tomó proporciones épicas, fué debi- dreu Modellar, aparecieron y se colocaron en nus pado ai lirismo británico, que no puede iiacer marchar lanquines, Al punto, como por arte de encantamiento,
tres soldados á la cola del lobo sin lanzar hurras fre- los elefantes rompieron la marcha, agitando cadennéticos de admiración. A [uerKa do oir gritar á. todos ciosamente sus monstruosas trouipits, completamente
los periódicos que se Imprimen en Inglés en el mundo rodeadas de guirnaldas de liores; las bayaderas se puentero: «¡Qué héroe es John Ilull!»... 1» Europa se aso- sieron á bailar cantando ahodedor de la estatua del
ma A la ventana y mira el paso de loa héroes.
dios Vlschnon, y cada uuo tomó eu el cortejo el sitio
En las fiestas del casamiento de la hija de Nalla- que por au rango le correspondía, & coutiauaclón de
Tamby-Modeliar, todo cuanto do distinguido conte- la familia de los dos esposos.
nían las castas de los commontys y de loa chettys, desíbamos lentamente, bajo una lluvia do llores y de
do Trlnquemalé A Jaffuspatnam, habia sido invitado. follajes que los ciioeras (servidores), coloeados de troAsi, se calculaba de antemano en más do un millón cho ou trecho, lanzaban sobro la muchedumbre. Las
de rupias el valor de los reg'alos que la joven Iba A re- bolas perfumadas ardían sobre ios trípodes. Los mencibir do todas partes. Todo Invitado debe enviar su
digos y pandereteros cantaban himnos reilgiosofl á
ofrenda, por mínima que sea. Bajo ningún pretexto nuestro paso. Veinte mil pechos repetían el estribillo
está permitido faltar a esa costumbre consagrada por sagrado. Los encantadores jogieaoan cou sus serla tradición religiosa.
pientes.
«E! santo ormUíifioVaTdheva—dicelaleyonda—cayó
De pronto, un largo estremecimiento recorrió el
inopinadamente en medio de las fiestas del casamien- gentío. Los fakires acababan de comeuzar sus espanto de la bella 13ahvany con el poderoso rey yiswamitosos ejercicios. Nada sabría dar una Idea del espectra, y no teniendo nada que darla, se arrancó un pelo táculo extraño, salvaje, que se ofreció á nuestras mide la barba y lo ofreció antes de faltar A la sagrada radas.
costumbre.
De trecho en trecho, á lo largo del camino que re"El pelo del santo personaje fué encerrado en una corríamos, se hablan lijado vertlcaimente en la tierra
caja do oro y conservado largo tiempo como un talla- troncos de árboles. JÜLI la punta de cada tronco habla
una rueda giratoria puesta en mo'imiento con rapimAn por la dinastía de los VlsA\'amitra.s
...Cuando acabé mi paseo por las calles do Tamble- dez, arrastiíindo con ella ciuco v íois cuerpos humagam, q u e d e nuevo me vi obligado á recorrer para nas que enrojecían la tierra con su sangre. Eran los
volver ai bcngalow, hablan cesado todos los ruidos. fakires que se habían atado con corchetes de hierro
Sólo quedaban algunas horas de noche. Fakires, en- abrazados á las piernas, á los ríñones ó á las espaldas,
cantadores, mendigos, tigres, elefantes y conductores, Aquellos pobres miserables, fanatizados por los brahadormían en el polvo y apenas 6i pude abrirme paso por luanoB, quienes se sirven do ellos para realizar BUS
en medio de todos aquellos cuerpos extendidos que to- juglerias y milagros ante la muchedumbre maravillamaban los más fantásticoá aspectos bajo la luz humo- da, sonreían y cantaban como si hubíeaen estado en
sa de monstruosas bolas de resina perfumada que ar- un lecho de rosas.
dían do trecho en trecho sobre trípodes.
Los fakires srjn educados por los sacerdotes en lo
La fiesta comení:ó á los primeros resplandores del más profundo de las pagodas. ISl método de arrastramiento, si nos podemos servir de esta expresión, al
día.
Ko olvidaré jamás el espectáculo que hirió mi vista cual están sometidos, no es conocido, y los brahamacuando llegaba A casa de NalIaTamby, en donde ues guardan sobre este punto, cuando se les Interrotomó puesto bajo Ja galería de columnas esculpidas del ga, un silencio que nadie puede romper.
primer piso. Slr John y lady Ilastley se hablan InstaTodo lo que se puede saber os que estos fanáticos
lado ya con las jóvenes miss y, después de los cum- están, ora bouieiidoa á las privaciones y á horribles
plimientos de costumbre, nos consagramos enteramen- tortuias, ora consagrados á todas las excitaciones del
te á la curiosidad.
placer y del más refinado libertinaje.
Figúrese el lector una inmensa plaza bordeada de
Puede comprenderse que no podemos levantar aquí
árboles g-Igantescos y de llores rojas. Por un lado, la una punta de ese velo, y las palabras, por muy prucasa do NaHa-Tamby; en el otro extremo, la pagoda dentes y castas que fuesen las que hubiéramos de emelevando en loa aires su Imponente masa; y en el es- plear, no conseguirían endulzar las imágenes do esas
pacio de más de un kilómetro que las separa, quince orgías sacerdotales. Tales cosas deben relatarse en las
á veinte mli personas de las más extrañas y variadas saturnales de Leabos y de Gomorra.
costumbres, todos loa Invitados y todos los habitantes
En cuanto llegamos á la pagoda, la familia de slr
del distrito colocados en dos filas para ver pasar el Ilastley y yo nos vimos obligados á dejar el acompacortejo.
ñamiento do la ceremonia religiosa, por estarnos proTodo estaba dispuesto. Los elefantes con sus Jiaon- hibida la eutrada en el santuario como á impuros bódalia guarnecidos de seda y cachemira, que doblan latti (extranjeros) que éramos. Ñ<.B volvimos tranquiso;- ofrecidos á la pagoda, marchaban á la cabeza del lamente al paso de nuestros caballos á Ja casa da
conejo con sus conductores. Después de ellos venían N/ilIa Tamby, atravesando de nuevo los grupos de
laH bayadoras, que rodeaban la estatua do Vlschnon encantadores y de fakires de que acabo de hablar.
en un carro magnifico arrastrado por doce búfalos neCosa extraña: no hay en toda la india un solo eurogros. A continuacli^n los dos palanquines, todo mar- peo que haya podido, hasta el dia, .sea por autoridad,
fil, oro y seda, délos dos futuros esposos. Los invita- bca por corrupción, obtener do los brahamanes la endos debían tomar puesto inmediatamente después en trada en el santuario sagrado do sus templos. Os vencarro.-i de verdura y do llores construidos expresamen- derán sus bayaderas, hasta sus mismas mujeres, si sate para la fiesta.
béis obrar con discreción; pero no os permitirán entrar
A todo lo largo del trayecto, los encantadores, loa en el recinto ^agrado de la ,pagoda aunque hlclóralB
mendigos, los pandereteros, los fakires, esperaban la relucir ante sus ojos todos los tesoros de Kanawer ó de
Golconda.
señal.
Los músicos no podían tomar parte en la fiesta reliCorrupción de un lado, fanatismo del otro: tal es el
giosa. Estaban reservados para los regocijos de la infalible resultado del despotismo sacerdotal.
noche.
La ceremonia religiosa duró poco. Se redujo á una
NUESTROS ACtORÉá
JOSÉ MESEJO
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