El extraño destino del Juan y de la Juana

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Indice
1)
2)
3)
4)
5)
6)
7)
El extraño destino del Juan y de la Juana
El cuarto poder
La Beba y el Gordo
El triunfo de Lea
Mamá y las nenas
Diario íntimo de Eva
Avatares del destino
3
15
17
20
26
29
31
8)
9)
10)
11)
12)
13)
14)
La comedia humana
Antonio de duelo
Recuerdos tibios
Teo, un amigo
Aviso clasificado
Creced y multiplicáos
La casa rosada
34
37
39
42
45
47
53
15)
16)
17)
18)
19)
20)
21)
22)
Aclarando al oscurecer
Los primos
Las nieves del tiempo
Sabor amargo
Un jueves
Resignación
Verano del 80
Perdiendo el miedo
55
64
66
68
70
74
79
81
23)
24)
25)
26)
27)
28)
29)
Temas de guardia
Vocación
Cortar por lo sano.
La dirección de la cura
En familia
Cortocircuito
La victoria de Guille
83
86
90
93
96
98
100
30)
31)
32)
33)
34)
35)
Las estrellas y los granos de arena
Ari quiere saber
¿Era así?
Dos amigas
Y Dios creó a la mujer
Tova
103
105
111
113
118
125
2
El extraño destino
del Juan y de la Juana
1)
1955 Nacimiento.
Nacen dos hermosas criaturas. Juan nace un día tormentoso de noviembre. En el hemisferio norte es
otoño y aquí en Nueva York suele hacer frío: ese día y en ese momento cae nieve. Esto sucede en la
calle pero en la sala de partos está todo limpio y templado. Las enseñanzas de Leboyer han
introducido ciertas novedades muy simpáticas. Menos luz, una madre muy tranquila y por lo tanto
relajada, sin episiotomía (a pesar de ser su primer parto) por lo que Juan, recién salido al mundo
externo, se encuentra sobre la panza de mamá, con el cordón en ristre, reptando en busca del pezón.
Muchos, tras ver la película del nacimiento, según la prédica de aquel maestro, hubiesen querido
volver a nacer.
¿Por qué Juan y no John, si estamos en Nueva York? Bueno, el padre nació en Cuba. Y a pesar de
su odio intenso a Batista, el nombre “Juan” le permite, por un lado, mostrar orgulloso sus raíces
latinas y, por el otro, en un aspecto más cotidiano, imponerse a su mujer, una muñeca sofisticada de
cierta familia aristocrática, venida a menos, quien el casamiento le permitió cubrir algunas deudas
saliendo de momentos muy desagradables ante sus amistades. Un matrimonio conveniente para todos. Juan es el hijo de ambos, lo que puede evitar cualquier exceso de culpa. Ambos gozan de total
libertad cuyo respeto consiste en la suficiente discreción como para no lastimar ostensiblemente al
otro. Buenos amigos después de todo. El dinero que él gana fácilmente cubre con elegancia una
superficie que nadie se atreve a profundizar.
Media hora después del nacimiento de Juan, la habitación se llena de hermosísimas flores que los
responsables de la clínica, con menos fervor romántico, disponen retirar a una sala especial
demostrando que el cuidado del paciente está antes que los caprichos del cliente.
En ese momento, en el gran Buenos Aires, en la sala de partos de la Unidad Asistencial No 3 nace
Juana, sexta hija de su madre, sirvienta de profesión (cuando los embarazos y otras circunstancias le
concedían esa gracia). Para el padre, un albañil que hacía poco más de un año había llegado
ilegalmente de Bolivia, esa niña le depararía una extraña mezcla de alegría y de angustia, esa que se
siente al ser padre por primera vez. Hubiese preferido un varón, pero quedaría para otra ocasión:
todavía a los treinta hay muchos años por delante.
El sol de la tarde calcina a su gusto lo que sus rayos pueden tocar. En la sala de partos se corta la
luz, por lo cual los dos ventiladores son otra molestia más para el poco espacio que hay. Para el que
atiende ese parto, su lamentable experiencia le ha marcado a fuego que llegar al mundo y sobrevivir
en él no es lo más adecuado para la mayoría de los parias que encuentra en su camino. Disimular el
fastidio que la poco grata y menos remunerada tarea de obstetra le da, no es muy importante. Por
eso se desahoga gritando a la futura madre, ya acostumbrada y resignada a soportar humillaciones
de todo tipo.
3
“Bueno, a ver si ahora trabajás en serio. Y hacés que eso que tenés ahí metido pueda ver el maldito
mundo que le ofrecés. Vamos, a hacer fuerza ¡pujá con ganas!”
Sin embargo lo insólito sucede: Juana nace rápido, da muy poco trabajo y resulta un hermoso bebé
cuya presencia calma por un rato el malestar del partero. Juana, siguiendo las pautas establecidas,
chilla lo suficiente como para comunicar al mundo que ha llegado y está viva, lo que permite a
mamá volver a preocuparse por los otros y el mañana. El papá se entera porque trabaja a pocas
cuadras de ahí. A la salida, tres horas más tarde, irá a ver a su chancleta y a darle un beso a la
patrona, quien no tiene la culpa del sexo.
2)
1960 Infancia
Han pasado cinco años.
Por los viajes del padre, un importante hombre de negocios, Juan está la mayor parte con una
nodriza que luego será niñera. A la presencia de su madre, cuando esto sucede, reacciona muy irritado refugiándose en los brazos de una mujer que tuvo que dejar familia y vecinos escapando del
infierno de Vietnam. Juan aparentemente lo tiene todo. Aunque sus padres sólo pueden darle lo
material. Ioho en cambio le brinda un cariño fanático con lo que repara su propia niñez en una no
tan insólita identificación. Como estas circunstancias ayudan a olvidar el hambre y la miseria
soportados hasta hacía poco, se convierte en una madre maravillosa por la complementud que logra
con alguien tan necesitado como ella. Años atrás esa tranquilidad parecía imposible.
Juan, muy entusiasmado con las maravillas tecnológicas de la electrónica, demuestra una fresca y
ávida inteligencia que encuentra un medio ideal para desarrollarse y un excelente medio de
comunicación con sus amigos con quienes compite en el mejor de los mundos.
Juana chapotea en las calles de la villa donde los chicos se adaptan a la vida jugando como pueden
mientras el descuido de los mayores ofrece una libertad nunca pedida pero que los obliga a
enfrentar la existencia conociendo las dificultades de la pobreza. Esto puede significar que las cosas
lindas de cada día (que las hay) se encuentran al lado del hambre y la violencia, en sus mil aspectos.
3)
1970 Adolescencia
Juan y Juana cumplen quince años de su llegada al mundo.
Juana cría a un niño rubio de ojos celestes porque había tenido la ilusión de cazar al padre, hijo de
un fuerte industrial conquistado un sábado a la noche cuando era una princesa que deslumbraba por
la belleza ingenua y agresiva de sus trece años recién cumplidos. Él huyó despavorido al enterarse
del embarazo de Juana, negando toda responsabilidad.
Esto pudo ser la causa del infarto fulminante del padre adoptivo de Juana, un honesto empleado
municipal, que en los últimos diez años tanto se había encariñado con ella, a pesar de que no era su
hija (lo que no fue fácil de reconocer). Se había juntado con la madre de estos chicos, siendo Juana
la menor. Tras enterarse de que el hombre no podía procrear por las complicaciones de una
parotiditis, la madre dio gracias al cielo y se empeñó en que esa pareja durara. El hombre era
trabajador. La respetaba y quería a los chicos. Cuando se produjo el infarto se resignó a la realidad.
4
Y bueno, la felicidad no puede durar siempre. El hombre había abrigado otro futuro para Juana y
quizás se murió sintiéndose traicionado por Dios. Había creído en él.
La madre rápidamente se solidarizó con Juana y a nadie se le ocurrió que podía abortar. La idea de
ser abuela hasta le resultó interesante. Y ese niño rubio entre tantos morochos parecía un príncipe
celestial.
El niño ya tiene dos años. Y a Juana le fastidia un poco. Cada vez más. La abuela se hace cargo de
todo, pero fue muy duro como inesperado el fracaso con el padre de la criatura. Ilusión que incluía
la creencia de Juana de que a ella las cosas se le iban a dar mejor que a su madre, que ella era más
viva. Elaborar el duelo de esos sueños la impulsa a reír menos, retraerse más y odiar la vida. Se
cansó de lucir a ese bebé rubio como su logro más importante.
Empleada en una farmacia, es la encargada de la sección cosméticos. Probar y convencer a las
potenciales clientas de que tal color y tal matiz la rejuvenecen por lo menos unos diez años, también
se convierte en una tarea cada vez más fastidiosa, lo que se traduce en menos ventas y, por lo tanto,
menos comisión, que es la parte del sueldo más importante.
Un círculo vicioso de fastidio, desgano y desinterés empieza a desarrollarse.
Por más que mamá comprende y es muy tolerante, los reproches no tardan en hacerse insoportables.
Mamá tiene razón, las tímidas protestas de Juana ni a ella la convencen. Bueno, ¡al diablo con todo
entonces!
Pero Juana sigue siendo muy linda. A esa edad, si natura se lo propone, demuestra fácilmente que
la estética estimula el deseo de tal modo que la ética tiene que realizar un enorme esfuerzo para
frenar los apetitos que despierta.
El aire melancólico la hace en cierto sentido especialmente interesante, lo cual no pasa
desapercibido para el sexo fuerte del barrio. Antes, en la época de las ilusiones imposibles, la
agresividad de Juana desafiaba al más atrevido. Ahora no hay reto. El mensaje sin palabras que
Juana irradia, más bien es una pregunta no muy convincente, ni hay confianza en que alguien la
interprete: “¿y esto es la vida?”. Pregunta que en ese ambiente todos se empeñan en ignorar.
No dejan de invitarla a los bailes de los Sábados. Va, empujada por la madre que espera algún
milagro. Se deja llevar. Bailando trata de aturdirse y no pensar. Los sueños han desaparecido, a
veces reemplazados por pesadillas. Sus amigas y amigos la respetan. Nadie se atreve a burlarse. Al
captar su dolor lo integran a los aspectos conocidos de la pobreza, con los que les resulta fácil
identificarse. El padre del rubio de ojos azules, que alguien conoció, era el símbolo del Poder.
Despiadado, odiado y temido. Envidiado por los más osados. Pero así es la vida. Y transá con eso,
si no, es peor.
Y bueno, después de todo es lógico. Bailar, moverse con un poco de alcohol encima permite
elevarse mucho mejor. Los pensamientos desaparecen y la rueda empieza a girar. Cada vez más
rápido para escapar. ¿De qué? ¿Adónde? De la responsabilidad. De mamá que tiene razón. Del crío.
EL CRIO. Y surge la rabia que la pobreza se empeña en ocultar. Más toma, peor se siente después.
Más necesita tomar para entrar en órbita.
Mamá se asusta y busca ayuda. Alguien le recomienda un psicólogo recién recibido con ganas de
trabajar. Quizás no cobre mucho.
Y el milagro se produce.
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En cuanto el psicólogo conoce el caso (mejor dicho, ve a Juana) queda fascinado. Se despiertan sus
sueños mesiánicos. Menos mal que tiene alguna experiencia con el alcohol; recomienda, insiste,
pelea y al final acompaña él mismo a Juana a Alcohólicos Anónimos (AA). Juana capta pronto que
este psicólogo se interesa en ella, más que en el “caso Juana”.
Esta situación es muy diferente de la del padre del crío. ¿Y si se repite la historia de mamá con papá
(aquél que se murió por el infarto)?
Dejar el alcohol no es fácil. Aturdirse con él es más seguro que la ilusión del quizás. Él insiste. Al
principio no quiere cobrar nada. A los tres meses, cuando Juana vuelve a trabajar, le cobra algo.
Juana va a Alcohólicos Anónimos y cuatro veces por semana lo ve al psicólogo. A los seis meses, el
alcohol queda afuera. Juana es otra: más madura, más mujer y más hermosa.
El psicólogo conoce al crío y se encariña con ese diablo rubio.
Quizás influyó en lo que sigue a esta historia el hecho de que, antes de conocer a Juana, el psicólogo
rompió con su novia después de tres años y a punto de casarse. Mejor dicho, ella lo dejó a él,
porque otro muchacho con un Mercedes convertible y una familia económicamente muy bien ubicada, le propuso matrimonio. Oportunidad que no dudó en aprovechar.
El psicólogo encuentra en la belleza de Juana la revancha, y no es que aquella novia fuera un cuco.
Además, frente a la familia de Juana él es Dios. Evidentemente, la plata no es todo. Ambos son
jóvenes y tienen ganas de trabajar.
Se casan con grandes festejos en el barrio. Juana tiene quince años, el psicólogo, veintiséis.
En el norte, la historia también sigue su curso. Juan se convierte en un gallardo joven que despierta
llamativos suspiros y fugaces miradas significativas en las compañeras del High-School. La
atracción que ejerce obliga a una actitud más agresiva. Invitado a participar en todo evento social, la
competencia es muy seria cuando varias reuniones casualmente se producen en la misma fecha.
Juan es uno de los más codiciados del High-School por una simpatía natural y cierto temor al sexo
opuesto que, unido a su imagen de apuesto muchacho latino, termina por derretir a la mayoría de las
amazonas que, por lo general, disfrutan de un carácter bastante opuesto.
El hecho de que el supuesto sexo débil se atreva a tomar la iniciativa no resulta fácil de digerir por
un sexo fuerte que se ve obligado a defender posiciones muy debilitadas en nuestra sofisticada
sociedad liberal. Muchachas bien dotadas por la madre naturaleza a la caza del hombre colocan a
éste en una posición de interesante trofeo, digno premio para un deporte que el ambiente estudiantil
de una clase bien segura de sí misma estimula alegremente. ¿Quiénes, sino ellos, deben formar los
eslabones de una raza superior? Las escaramuzas sexuales suelen tomarse como licencias válidas
previas a la responsabilidad de la familia. Accidentes tales como algún aborto por descuido ya no
escandalizan tanto a las abuelas. Y el embarazo puede ser una señal significativa para que la pareja
formalice su unión. Total, las familias aún pueden ayudar económicamente por un buen tiempo si la
pareja así lo prefiere (siempre que haya alcanzado un umbral mínimo: ella diez y ocho y él diez y
nueve).
Buen estudiante y deportista, Juan debería sentirse elegido por los dioses para encarnar una
excepción de suprema felicidad en este valle de lágrimas. Sin embargo, su aversión al sexo opuesto
se convierte en un obstáculo serio. El éxito social se transforma en una exigencia compulsiva. No
debe sentir miedo. Y mucho menos a que alguien descubra su secreto.
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Debiendo lucir su hombría, tiene que mostrarse muy entendido en materia de técnicas sexuales, por
más que aún no haya tenido ningún contacto íntimo con una muchacha. Nadie debe saberlo.
Las consecuencias son simples y lógicas: en dos ocasiones, son ellas las que lo llevan a la cama. Y
como tampoco tienen tanta experiencia ni están tan seguras como se muestran, Juan sólo logra
transpirar, pero cuanto más se exige, más indócil se muestra su masculinidad. La mentira que se le
ocurre -que no puede encamarse con Fulana porque está perdidamente enamorado de Mengana o
Sutana- es remedio peor que la enfermedad. Juan se convierte en el chisme del año. “¿Será Homo?
¡Qué desperdicio!”
Esto es insoportable. La vida que sonreía alegremente pierde todo sentido. ¿Maricón? no puede ser,
no debe ser. ¿Y si es cierto? Observa sus reacciones en las duchas al ver los cuerpos de sus
compañeros y duda. ¿Será cierto?
Un instructor, quince años mayor, comienza a interesarse en Juan. Le gustan los hermosos
mancebos como Juan. Capta su confusión y decide que es conveniente ayudarlo a inclinar la
balanza. No es difícil convencerlo de su genuina preocupación y comprensión acerca del tema.
Juan, aislado, está a merced de quien se muestra como el único capaz de comprender el drama que
lo atormenta.
La droga ayuda a destruir lo que queda de fortaleza, y Juan conoce la excitación de la cocaína y la
relación homosexual con su salvador. La locura provocada con la droga supera la humillación que
la penetración anal provoca.
Juan está como interno en uno de los High-schools más caros del país. Como la situación no es
económicamente demasiado floreciente, la prioridad número uno es que la familia pague las cuotas
y tenga las mínimas molestias posibles. Razón por la cual, las autoridades prefieren saber poco o
nada, mientras un posible escándalo queda bien oculto (que es lo que se ingenia en conseguir el
protector de Juan). La droga no es nada nuevo allí, ni tampoco las aventuras homosexuales. Pero de
eso no se habla.
Y llegan las vacaciones. Los internos van a veranear con sus familias, o son invitados por otras.
Juan soporta con amarga resignación presenciar el entusiasmo que luce la mayoría con las
invitaciones que se cruzan delante suyo. Lógicamente, no recibe ninguna, su estrella ha declinado
totalmente.
Necesita verdaderas vacaciones. Esconderse del mundo lo más lejos de la pesadilla que está
viviendo. Por suerte, ninguno de sus padres se desesperan para encontrarlo. Ambos están en sus
cosas, cada uno por su lado pero no lo olvidan. Con un cordial saludo, papá envía su nota
felicitándolo porque la familia está orgullosa de tan digno representante en la Escuela, y como
premio le da total libertad en el uso de sus tarjetas de compra por la confianza que tiene en la
responsabilidad de su hijo. En realidad, está demasiado ocupado en las relaciones públicas que debe
mantener con la nueva red de la mafia local, de la cual será el principal responsable. Mamá se siente
sinceramente culpable de no poder encontrarse con Juan, pero su última aventura (el nuevo
instructor de tenis) está coqueteando demasiado con su íntima amiga, y sería insoportable la idea de
verse reemplazada por aquella en ésta, la primera etapa de la aventura. Dentro de dos meses será
diferente, ya cansada de él, va a ser ella quien decidirá terminar la partida. Bueno, seguramente Juan
(recordaba con orgullo el hermoso ejemplar que trajo al mundo) tendrá también sus aventuras
mucho más divertidas que encontrarse con su madre. Así, convertida en madre tolerante y
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comprensiva, el interés por su actual amante (junto a la competencia con su amiga dilecta) cobra
más vigor.
Juan llega a su casa dispuesto a descansar, con ayuda del whisky si es necesario. No tener que
pensar evitaría el dolor y, ¡por favor!, que no venga el mañana.
Pero la casa no está sola. La vietnamita lo espera, preocupada por el cariño que le tomó a Juan. Sabe
que no debe, que será una molestia para él.
Cuando lo encuentra, no puede confiar en sus sentidos. Otra vez esa miseria. Los recuerdos surgen
de un fondo lejano y cruel. ¿Otra vez? Pero esto no es Vietnam. El horror de la miseria y la muerte
no rodean esta escena. Hay demasiada limpieza y poder en el ambiente. Ese poder la invade. El
destino pone a Juan en sus manos, a su Juan. A partir de aquel instante, Juan es suyo.
También en esta parte de la historia se produce un milagro. Lo que solemos llamar amor,
alimentando una ilusión imposible, entra en funciones.
Bendiciendo su suerte de estar a solas con él, sin los padres y sin los compañeros de Juan, la
vietnamita lo adopta incondicionalmente. Juan primero se resiste. No tiene ningún interés en
entender lo que pasa. Pero la paciencia y la dulzura de la mujer es tal, que Juan, en poco tiempo, se
atreve a contar su historia. Después de todo, aquella vietnamita pertenece a otro planeta. Nadie se va
a enterar de nada. Todo quedará entre ellos y las paredes.
Cuando Joho escucha, entre sollozos, los temores que llevaron a Juan a sus nefastas experiencias
homosexuales, surge en ella un impulso embriagador. Lo volverá a la normalidad, no tiene duda
ninguna. Agradece a su destino poder abrazar a esta hermosa criatura. La magia toma su lugar.
Como dos amantes que se desean eternamente, el juego amoroso emerge tan espontáneo, que Juan
siente volver a nacer. La felicidad de los amantes es tal que el resto del mundo desaparece para
ellos. Joho había sido violada varias veces en otra época y quedó después totalmente anestesiada.
No sólo para el sexo. Sin embargo, con Juan sollozando frente a ella, tocándolo para consolarlo, la
naturaleza revive. Siente una deliciosa humedad entre sus piernas que jamás había experimentado.
Joho tiene treinta y dos años; Juan, quince.
El encuentro de sus dos cuerpos los transporta al paraíso. Las palabras desaparecen. Son las manos,
los dedos, los labios, la lengua, el cuerpo los que hablan. Imposible entender de dónde surge tanta
maravilla sin ninguna experiencia anterior. Pero la naturalidad con que se desarrolla su primer
encuentro amoroso hace saltar en ambos, lágrimas de una emoción siempre anhelada pero nunca
aceptada como posible.
Entonces, ¿puedo ser una mujer?, ¿soy hombre? Manifestaciones que trascienden sellando una
felicidad sin nombre producen la mutua posesión, mientras se entregan con total libertad al infinito
placer.
Los últimos meses que habían comenzado en un infierno trasladan a Juan a través del encuentro con
Joho, rápidamente a la adultez. Tanta dicha borra todo rencor. Hasta logra comprender y perdonar la
triste actitud del que lo había humillado. Su personalidad es ahora más fuerte, más segura. Enfrentar
al mundo y al sexo, ya no es problema.
8
4)
1990 Adultos jóvenes. Juan y Juana cumplen treinta y cinco años.
Después del alcohol, Alejandro, el psicólogo, convence a Juana de comenzar a estudiar. Y Juana no
tarda en entusiasmarse con la idea. Bastante asustada para enfrentar un ambiente que no sabe si
puede soportar. Teme la competencia con las otras estudiantes que disfrutan de un status muy
envidiado. De lo que está segura es de que quiere probar. ¡No, que tiene que lograrlo! La excitación
se convierte en seguridad y confianza. El entusiasmo crece a medida que el estudio progresa. Gracias a quien la salvó del alcohol y le devolvió las ganas de vivir, esto es más de lo que sus ilusiones
habían previsto. Competir con la juventud en un estrato intelectual resulta hermoso. Rápidamente se
da cuenta que capacidad no le falta. Mamá, orgullosa de esos logros, algo pierde. Ya no es tan
importante para su hija. Pero queda el crío rubio, que sí la necesita. Igual que sus otros hijos y
nietos. Por su condición de sirvienta evita su presencia en casa de Juana. Que hace grandes
esfuerzos para no herirla. Es mucho lo que le debe. La rabia que le dan estos sentimientos confusos
generan una energía que puede ser bien aprovechada. Se preocupa por estar entre las mejores. Y lo
logra.
El niño tampoco recibe la peor parte de esta historia. A Juana le cuesta quererlo. Nota la envidia que
produce en las compañeras y al mismo tiempo como proliferan los chismes con velados juicios
despectivos. Se siente demasiado bien en su nueva posición para enfrentar con mucho coraje tales
dificultades. El chico crece al lado de la abuela, de los tíos, tías y primos. Un poco distante de
mamá, respetando a y respetado por papá. El esfuerzo de Juana por estudiar le da la oportunidad de
reparar todo: su desliz, su mamá, su condición social.
A partir del bachillerato que inicia después de casada, se convierte en líder estudiantil,
incursionando en la política. El estudio le encanta, mas aún porque sobresale con facilidad.
Entonces descubre y desarrolla con entusiasmo su veta científica, un viaje ingenuo, asombroso y
maravilloso en pos del saber.
Muere Perón. López Rega y la triple A preparan el terreno para la triste época del Proceso de
Reorganización Nacional. Lo mejor de la juventud debe mostrar su coraje para cambiar al mundo.
El mayo y junio francés del 68, la imaginación al poder, dejan sus huellas. En el Colegio Buenos
Aires y el Pellegrini, los estudiantes son las avanzadas de un entusiasmo político ingenuo que tiene
un enemigo tan claro como indiscutible es su fe en el cambio que no tardará en producirse. La
Revolución vuelve a estar de moda.
Alejandro, con todo lo “psi”, está en la vanguardia de los enemigos que el oficialismo se propone
barrer. La guerra sucia cobra sus víctimas: desaparecidos, torturados, eliminados. Para los dos
bandos está claro quién es su enemigo. Juana y Alejandro se comprometen con la izquierda, y
tienen suerte, para soportar el dolor de la pérdida de muchos camaradas que no la tuvieron.
Otra vez interviene el azar. El alcohol la llevó a casarse con Alejandro. El azar, que les permite salir
ilesos de la triple A y del Proceso, inclina la balanza en favor de la carrera de Medicina. Alejandro
ve demasiado riesgo en Psicología, que era lo programado. Y Juana descubre un mundo que
despierta molestos celos en Ale, quien se esfuerza en superarlos (o por lo menos, ocultarlos). Más
celos de la carrera, que de los compañeros de estudio.
Bueno, el destino comenzó por hacerla mujer. Y hermosa. También la hizo nacer en la Villa, etc,
etc. Si no, ésta hubiese sido otra historia.
9
Juana nota la mirada, mezcla de envidia, admiración y deseo, que recibe a su paso. Sin duda, es un
poder que da confianza. Divertida y segura, con su hombre, su marido.
¡Qué linda es la vida!
Cuando Juana escucha las discusiones de Ale con sus colegas acerca de Lacan, queda hechizada.
Ellos se entienden, saben de qué están hablando. Tras tímidos intentos, le parece mejor no meterse.
Esto resulta mucho más complicado que la política. No entiende nada de ese idioma extraño, se
conforma con convertirlo en música y disfrutar de los extraños acordes del Nombre del Padre, La
Forclusión, El Sujeto Objeto, Los tres registros y tantos otros relacionados con la gran revolución
transgresora: el encuentro terapéutico interrumpido cuando el terapeuta así lo dictamina.
¿Entrenamiento para la libertad del sujeto o invasión del narcisismo perverso del terapeuta? Duda
que empieza lentamente a crecer, mientras se forma una idea del Narcisismo, un compás siempre
presente.
Juana recuerda que cuando era paciente de Ale, los encuentros duraban los famosos cincuenta
minutos, pero nunca se interrumpían a los pocos minutos, como era el estilo de muchos de los
compañeros de Ale. El deseo y la conveniencia de analizarse también son estimulados por Ale,
quien le busca una terapeuta mujer.
Juana quiere a Ale y quizás hubiera sido mejor que lo que pasó no hubiese pasado. Pero pasó.
Ella está convencida de que Ale tiene alguna aventura de vez en cuando. Ale se merece eso, piensa.
Lo que no debe pasar de algún divertimento pasajero. Pero ella le debe fidelidad; recibió demasiado
de Ale y así está en paz. No importa que él lo sepa o no. Con Ale, en la cama, cierra los ojos y está
con todos. ¡Y qué bien que la pasa!
Ni por bronca, ni por curiosidad, simplemente decide que tiene que pasar. La vida también puede
ser imprevisible.
Con el triunfo de Alfonsín y la vuelta de la Democracia, Juana recibe su título de médica a los
veintiocho años. Se puede pensar que se da un premio. Cuando sucede, no resulta distinto a lo que,
con extraño temor, se imaginó. Ahora se siente más salvaje, más libre. Y algo cambia en su vida
porque ha muerto la ingenuidad. Quizás no debía haber pasado, pero pasó. Status y Sexo son dos
fuerzas que motivan (salvo que por cualquier circunstancia su acceso está prohibido). Pero, si hay
libertad de elección (y Juana la tiene) la presión del Deseo muestra su poder. ¿Y ahora? Se esfuerza
para que con Ale las cosas sigan igual, principalmente en la cama. Ale se da cuenta y trata de
aceptar la realidad. Ninguno de los dos podría soportar una ruptura. Juana encuentra la solución.
Habían decidido cuidarse y dejar los chicos para más adelante. Ya tienen un hijo, un adolescente de
quince años, que no sabían cómo podría aceptar a un hermano, al que iban a querer en forma muy
distinta. Pero ahora Juana necesita un hijo de Ale, que resultará una niña, Alicia.
Lo de la guardia con José se convierte en una especie de deporte que Juana practica con mucha discreción, sin dejar de querer a Ale. Una especie de droga que completa su vida y que le ayuda a
soportar todo lo demás. Ale lo intuye y lo acepta porque no puede dejar de quererla. Después de
todo ¿ella no es su obra?
El destino sigue jugando a los dados y, con la llegada de Alicia, Leo, su primer hijo, se integra en
serio.
Para ser psicoanalista (y Juana quiere serlo) hay que analizarse. Entonces Juana se analiza. También
ahí la suerte la acompaña; desnudar el alma significa, más o menos, confesarse. Nada de esto es
10
fácil. La seguridad de Juana impacta a la terapeuta quien es conquistada por esta hermosa criatura.
Juana obtiene una nueva madre, bastante más intelectual pero tan comprensiva como la otra. En ese
continente terapéutico Juana termina de crecer; entiende porqué la vida, su vida, es como es.
Cuenta lo de José con cierta ansiedad, dispuesta a defenderse, sin saber por qué. No hace falta, no es
atacada.
Fracasa Alfonsín. Sube Menem. Cae el muro de Berlín. Se desintegra la URSS. Leningrado vuelve
a ser San Petersburgo. La libre empresa capitalista gana por abandono del contrario. Cuba sigue con
Fidel. La convertibilidad, que derrota a la Hiper trae la desocupación, fiel reflejo local de lo que
pasa en el mundo.
El azar vuelve a tirar los dados. Esta vez, Juana y Ale deciden pasar unas vacaciones en Cuba, vivir
el final de una ilusión. Leo ya tiene veintidós años, Alicia siete. Se quedan con la abuela. Es
diciembre de 1990.
Por su parte, Juan continúa sus estudios oficiales en el College mientras la vida, su vida, le da otras
interesantes lecciones de vida social cotidiana. Los parientes de mamá se dan aires aristocráticos lo
cual le resulta ingenuo, grotesco y divertido. Pero lo de papá parece muy serio y nada divertido: la
Mafia, no importa cual sea el ramo. Se trata de obtener grandes beneficios respaldados por el poder,
el miedo y la corrupción. La excitación del riesgo compite con la droga, el alcohol y las mujeres que
abundan, para uso y abuso del poder. El mando es cosa de hombres, aunque alguna venerable
(temida) matrona también maneje hilos muy firmes. Comparado con el sometimiento humillante y
la hipocresía de la honorable sociedad, papá parece más respetable. Abogados, jueces, funcionarios,
policías y políticos de toda clase tienen su precio. Dentro de este lodo, Juan puede darse el lujo de
elegir de qué lado quiere estar: corrompido o corruptor, marioneta o titiritero. Papá se juega la vida
en una guerra tan absurda como las otras. En los altos niveles la sociedad funciona así, mientras las
bases que incluyen gran parte de la clase media ingenuamente se convencen y predican la moral y
las buenas costumbres, denunciando toda esta corrupción.
Ser profesional o funcionario corrompido por la mafia no resulta atractivo, ser de la familia (el
patrón que paga, el que impone y decide) sí. Lo otro es para los maricas, o sea, para los parientes de
mamá. Y el recuerdo de aquella nefasta experiencia, cuando irrumpe en su conciencia, le produce
escalofríos que nunca terminan de aparecer. Pero acepta que la locura del mundo es incorregible.
Papá se resiste. Su hijo no debe mezclarse con esto. Pero Juan lo conquista rápidamente y
demuestra ser un excelente lugarteniente. Padre e hijo forman una sólida alianza. Papá no se
imaginó que la cercanía de su hijo podía darle más felicidad que los proyectos limpios que había
para Juan, alejado de él. Juan necesita la bendición de papá y hace todo lo posible por merecerla.
Desarrolla un carácter simpático, fiel e incondicional para los amigos, pero frío, despiadado e indiferente para los demás.
Conoce algo de la historia de Cuba y de papá, que nació en 1924. Periodista, iluso opositor, se
empeñó en denunciar la corrupción y el abuso de los yanquis, los verdaderos dueños de Cuba.
Testigo de los golpes de Batista de 1933 y de 1952, salvó el pellejo huyendo a los EE.UU. donde
curiosas circunstancias lo conectaron con industriales colombianos con quienes compartía su odio
hacia el gringo, y que convierten su idealismo romántico en un práctico negocio: el narcotráfico,
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mezclando su antiguo encono al yanqui con la admiración que siente por la tecnología que se
desarrolla a su alrededor.
Juan se asombra de una no confesada simpatía de papá hacia Fidel pero adquiere, igual que aquél, la
habilidad para esconder en el fondo de su alma las ilusiones de un mundo mejor. En la práctica
cotidiana, ambos son fervientes militantes del anticastrismo. El fracaso del socialismo en la URSS
los convence de que han apostado bien.
Juan se casa a los 31, igual que papá. La chica es una hermosa yanqui que luce sus aires de aristócrata y que, gracias a la corrupción y a la mafia, no conoce problemas económicos. Resulta una
sorpresa descubrir que lo quiere en serio. Halagado, trata de corresponderle, pero se siente más
atraído por el trabajo y el riesgo con papá.
La orfandad de Cuba tras la caída del muro de Berlín va a difundir la corrupción y sus
consecuencias en la isla. Y Cuba volverá a ser un campo fértil para la mafia.
En diciembre de 1990, Juan va a Cuba en viaje de negocios. Varios son los grupos interesados en
invertir allí. Papá no se atreve a enfrentar un molesto pudor, resabio de otras épocas. Resignado,
deja que Juan viaje sólo.
Cuba está dispuesta a comprar armamento que ciertos grupos pueden obtener de cualquier lado. La
industria bélica necesita clientes, y para enfrentar a un enemigo como EE.UU., las armas nunca
serán suficientes. El problema es ¿con qué va a pagar Cuba si está en bancarrota?, con la
introducción de la droga en EE.UU. vía Nicaragua, o con balseros que no lo son, cuestión que
encanta a los cubanos, lógicamente, a los que quedaron en la isla. Los otros (los emigrados) también
estan encantados de introducir la droga en la isla y debilitar aún más el poder de Fidel. También la
falta de divisas tiene fácil solución con el lavado de los dólares del narcotráfico. El plan es simple y
favorece a todos, menos a los pobres diablos que van a consumir la droga. Pero ¿quién los manda?
La prostitución está renaciendo como una alegre atracción para el turismo; muchas de estas niñas
estarán encantadas de llegar a los EE.UU. No tienen por qué saber que allí su vida de esclavas
recién comenzaría en serio.
Juan tiene una corta lista de contactos. Algunos seguros, conocidos; otros, posibles. Organizar estos
negocios y ver de cerca el fin de una ilusión resulta tristemente interesante. Una experiencia más de
las tonterías humanas.
Días después de la pesadilla que se desencadena a las pocas horas de llegar a La Habana, no hay
respuesta a una pregunta muy simple que surge una y otra vez: ¿Cómo pudo ser tan ingenuo y creer
toda esa patraña sobre Cuba?
Ni bien llega al Hotel, donde casualmente también van a parar Juana y Ale, recibe una llamada de
uno de sus contactos, quien lo invita a charlar para empezar el trabajo. Eso lo esperaba, pero no se
imaginó que lo iban a secuestrar los servicios de inteligencia cubanos. La charla empieza con una
feroz paliza, pero no es lo peor que le tienen preparado. En el estado deplorable y dolorido en que lo
dejan, le muestran un video donde ve imágenes que nunca quiso ver: adolescentes destruidos por la
droga (la coca, la heroína y el crack). Luego empieza una especie de discurso moral sobre lo
monstruoso de todas las actividades de su vida, que ellos conocen al dedillo. Las charlas son
reuniones de no más de media hora con una hora de descanso, en el suelo y con un poco de agua
que no resulta fácil de digerir. Tras algunas reuniones donde las palizas son cada vez más
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soportables pero los sermones cada vez menos, no se asombra cuando le dicen que está vivo
únicamente por el recuerdo de aquel valiente periodista que había sido su padre, corrompido por un
ambiente social que podía ser distinto.
Su cabeza es una calesita que gira a velocidades supersónicas, cuando se da cuenta que está
totalmente solo y que puede salir si quiere. Pero ¿a dónde? ¿dónde está?
Sale. Y se encuentra en el sótano del hotel. Sube. Nadie lo detiene.
Llega a su habitación sin contratiempos. Muy dolorido, se queda dormido para despertar enseguida
gritando en medio de confusas pesadillas. Al rato golpea la puerta un empleado del Hotel en compañía de Juana, una médica argentina a la que pidieron ayuda. Resignado, Juan deja que el absurdo se
haga cargo. Juana le da un sedante que le permite descansar.
Ale está en una reunión con psicólogos que puede durar varios días, en el interior de Cuba. Juana,
asustada, sin poder entender por qué la llamaron a ella, está encantada de hacerse cargo de este
herido. Tampoco tiene reparos en oficiar de correo, si Juan se lo pide. Se comunica con alguno de
los contactos seguros de Juan, a quien ahora sólo le interesa volver a casa. No puede entender lo que
pasó ni lo que pasa. Pero la presencia de esa mujer le da un poco de confianza. Además, no tiene
opción. Sabe que está bien vigilado, que está pasando lo que ellos querían que pase.
Sorpresivamente, Juana se encuentra reunida con tres cubanas que le hacen una propuesta tan
descabellada como insólita. Conocen su vida mejor que ella misma y le cuentan la historia de Juan,
de su padre, del narcotráfico, de la maffia, del poder, de su mujer y de sus hijos.
Cuba es el oasis en que la despiadada competencia capitalista está convirtiendo al mundo. La
bandera del socialismo necesita el apoyo que cualquier loco pueda brindar. Y por la historia de
Juana y de Juan, ellos pueden ser los agentes que Cuba y el socialismo necesita.
Juana a duras penas puede entender que ella quizás pueda llegar a ser algo de eso. Pero ¿Juan, un
narcotraficante? Son los contactos de Juan, (quien sigue en su puesto), los que tienen incalculable
valor. Toda la clase dirigente corrupta yanqui a la que Juan tiene acceso. Y para ellos Juan es un
cubano al que hay que ablandarle la coraza que los gringos le pusieron, tarea que creían haber
comenzado. La idea era que Juana, con la excusa de ir a revalidar su título de médica en los EE.UU.
sería el enlace entre Juan y ellos.
Lo que no dicen a Juana es que ella sería el premio que Juan iba a recibir por su trabajo. Y que él
era el premio que ella iba a recibir por el suyo.
Cuando Juana se acuerda de Ale, se sorprende al escuchar que él ya está al tanto de todo.
¿Ale es parte de esto? Él no puede culpar más que a su propia estupidez por dejarse contagiar de la
manía que encuentra en Cuba. Si estaba firmemente convencido de que al final del siglo XX la
cultura humana ilustra por doquier que el momento del socialismo, si podía serlo alguna vez, no era
precisamente éste. ¿Que no es el momento ni el lugar adecuado para proclamar el fin de una
ilusión? ¿Por eso se calla y se deja convencer de que el plan es posible? ¿Acaso quiere sacrificar a
Juana?
5).-1995. Bogotá, Colombia.
En noviembre, Juana y Juan festejan por quinta vez, juntos, su cumpleaños, unos días antes de que
cada uno se reuniera con su familia para el festejo oficial de los cuarenta. Juana, en Buenos Aires;
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Juan, en Nueva York. La CÍA no tuvo que esforzarse demasiado para convencer al cartel de Cali de
que Juana y Juan eran agentes infiltrados de la DEA (la agencia norteamericana antidrogas).
Cuando llega la noticia del supuesto suicidio de esta pareja, únicamente Ale se imagina lo que ni el
padre de Juan llega a sospechar. Nunca llegaron a conocerse la madre de Juana con el padre de
Juan. Sin embargo, sintieron el mismo dolor.
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El Cuarto Poder
Esa mañana Luisa está especialmente de muy buen humor. Y tiene suficiente motivo para ello.
Se durmió a las cuatro de la mañana tras unas cuantas escaramuzas amorosas con el nuevo trofeo
adquirido en la oficina. Hace tres años que Aldo es uno de los tantos compañeros de trabajo, sin que
se les pase por la cabeza la idea de que podrían ser amantes. Y Luisa ya está harta de los donjuanes
que hacen ostentación de un exagerado machismo. No pierden ocasión para lucir su poder en la
redacción ya que el hecho de ser hombre significa ser mimado por la dirección del diario, a pesar de
que más de una demostró que tal diferencia es totalmente injusta. Ellos reciben las mejores
oportunidades de escalar posiciones, con los mejores salarios. Luisa entró cuatro años antes que
Aldo, pero éste, que comenzó con el mismo sueldo que ella, ya gana el doble. Y gracias al hecho de
ser hombre puede aprovechar varios golpes de la fortuna.
En los últimos meses sus notas deslumbraron al gran público. La nota hecha en el Moyano a la
madre que tiró a sus chicos por el balcón, cambia la opinión pública a su favor. Resulta difícil de
creer que el suicidio de Yabrán tuvo como motivo principal el haberse enamorado perdidamente de
la hija del presidente, la que, después de dejarlo exhausto y fascinado unas cuantas veces, lo
desprecia por viejo y lo enloquece por celos con su chofer, 20 años menor. El mismo que vende la
nota por 20.000 pesos. Después se descubre que el tal chofer tiene mujer e hijos en Paraguay, a
donde vuelve hastiado de los caprichos de Zulemita. Todavía hoy la gente duda de la veracidad de
todo esto, pero la nota obtuvo su fama. Sin embargo, el galardón más alto y merecido de su gloria lo
ganó el reportaje a Richard Gere que no tuvo ningún reparo en denunciar la sociedad de Robert de
Niro, con Silvester Stallone, Michelle Pfeiffer, Sharon Stone, Kim Bassinger, Leonardo Di Caprio y
Matt Damon. Una sociedad que además de poseer unos cuantos cafés, restaurantes, hoteles y otros
negocios legales desparramados por el mundo, organizó la más exclusiva red mundial de
prostitución (femenina, masculina e infantil) y fueron los socios capitalistas de los boqueteros que
desvalijaron el Banco de Crédito Argentino de Callao y Las Heras en el año del Señor de 1996.
Inversión hecha por especial pedido del, hasta ese momento, íntimo amigo de Di Caprio, un
intachable juez argentino, según creía la opinión pública. El pobre juez tuvo que pagar el pato y
aprender en la práctica que el honor de la maffia es un verso más. A los boqueteros nadie los volvió
a ver, pero Oyarbide cayó en picada. ¿Cómo sabía Richard Gere todo esto? Ellos quisieron
asociarlo, él los quiso llevar al Tíbet.
Ese era Aldo, el reportero más importante de la época. Y ayer nomás se acercó a Luisa para
invitarla a cenar. Luisa, gratamente sorprendida por este regalo del destino, no dudó en aceptar y
disfrutar de la envidia que despertó a su alrededor. No se preocupó por averiguar la razón de esta
elección sino de pasarla lo mejor posible. Y lo logró. Fabio, su hijo de seis años está con el padre en
Pinamar. Tiene su casa a entera disposición, una excelente ocasión para lucir las recientes reformas.
Aldo, tres años menor que Luisa, no sólo queda encantado con la casa a donde van tras la cena en
Puerto Madero, sino que demuestra ser un dulce, ferviente y amoroso amante que permite a Luisa
vivir una de las noches más interesantes de sus cuarenta y cuatro años recién cumplidos.
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Son las once de la mañana cuando la despierta el teléfono. Aldo, que se fue a las siete sin
despertarla, la llama para agradecerle la velada. Como para no estar contenta y feliz.
El romance con Aldo sigue en vertiginoso ascenso durante dos maravillosas semanas hasta que
exactamente el 15 de junio de 1998 una carta se empeña en sacarla de tan agradable sueño:
Luisa:
Necesito que soportes lo que debo decirte y que, después de leer esta carta, la destruyas a la
mayor brevedad. Confío en que no quedarán rastros de ella. No me atrevo a decirte personalmente
lo que escribo aquí.
Desde que entré en el diario me fui enamorando de tu entereza de carácter que, te aseguro, no
encontré en otros colegas a pesar de haber conocido a muchos.
Esa admiración que despertabas en mí me iba acercando cada vez más hasta que pude tocar el
cielo con las manos el día que nos encontramos en la cama.
Creí que iba a ser más fácil pero se fue haciendo más difícil comunicarte esto:
Luisa, tu visión de nuestro trabajo es tan puro e ingenuo que no me quiero imaginar tu hermoso
rostro endureciéndose a medida que leas estas líneas.
El famoso Aldo es un globo inflado. Mis reportajes son inventos, cuentos de ciencia ficción.
Nuestro juicio imparcial es una farsa. Todo está fabricado según los omnipotentes caprichos de la
dirección, que a su vez siguen los deseos del que demuestra más poder. Hay veces que me da asco
la corrupción que veo en el espejo, todas las mañanas. No puedo volver atrás.Soy parte de un
engranaje. Tampoco sé si quiero. Disponer de dinero tan fácil no deja de ser un placer.
Luisa, necesito que no solamente me entiendas, sino que me acompañes. Quiero casarme con vos,
tener nuestros hijos, formar una familia.
Por favor, Luisa, aceptá el mundo como es.
Mañana no iré a la redacción, te estaré esperando para almorzar en el mismo restaurante de
Puerto Madero, dispuesto a escuchar todo lo que quieras decir
Aldo, que te adora.
Al día siguiente, el mozo le entrega una correspondencia con su nombre.
Dentro de la misma, está la carta de Aldo con su sobre, acompañada de una breve esquela de Luisa.
Aldo:
Todo es una gran mentira. Tampoco yo soy la pura e ingenua que parezco. No me tomó por
sorpresa tu “confesión”; ya lo sabía. Te envío tu carta para que vos mismo la destruyas porque si
no, dentro de una semana te vas a perseguir dudando del destino de la misma.
Hemos pasado unos días muy lindos y mejores noches. No lo arruinemos.
Es mejor que esta aventura termine acá. Nada sé de tu carta.
Seguiremos siendo compañeros de trabajo
Luisa
Tras leerla un escalofrío recorre el cuerpo de Aldo.
Y piensa: ¿por qué las mujeres son tan razonables?
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La Beba y el Gordo
Sábado, siete y media de la mañana, amenazando lluvia. El Gordo leyendo el diario o haciendo
como que se interesa en eso; y la Beba, cebando el mate. Un ritual que comenzó exactamente hace
ocho minutos, tres más temprano que de costumbre. La tensión que soportan no tardará en
descargarse con los reproches y lamentos clásicos de la Beba, que al tercer mate ya está lista para
los penales. Y el Gordo, preparado para atajarlos.
“Esta semana, si no despedimos a algunos vamos a seguir trabajando a pérdida. ¿Cuándo vas a
aceptar que tal como estamos de ésta no podemos salir? Los trabajos que tenemos encargados los
podemos terminar con la mitad del personal. Y la competencia de la bendita globalización nos pasa
por encima. Aceptá que esto te está ganando y que no es como las otras. Por tercera vez te exigen
cambios drásticos. Dos veces demostraste que no te dejás vencer así nomás, pero esta vez es
distinto.”
Pedazo de imbécil ¿te creés que no sé todo esto?
Eso lo pensaba el Gordo pero sabía que su silencio era la manera más eficaz de frenar a la Beba, lo
que recién puede concretarse después de una perorata de veinte minutos (el tiempo que dura una
carga de pava). Y su gesto de chico injustamente castigado, pretendía (inútilmente) generar en la
Beba la clásica culpa por arruinar los pocos momentos tranquilos que de otro modo, podrían
disfrutar.
“Como están las cosas deberíamos cuidar más a quién le fiamos, aunque vendamos menos todavía.
Pero vender, trabajar para no cobrar, es peor. A mí no me quieren escuchar. Vos tenés a las nenas
fascinadas de tal forma que se creen que vas a hacer magia igual que antes. Pero convencéte, con la
globalización no podés. Dijiste que ibas a cerrar los talleres y dedicarte a la importación ¿para
cuándo? ¿Cuando no tengamos más capital para eso?”
¡Bruja del diablo! ¿Ni sábado ni domingo voy a poder descansar?
Y sus gestos se ponían mas duros y tristes. La mirada fija en un punto del diario, dispuesto a resistir
los próximos diez minutos que necesitaba la Beba para descargar su angustia (que en realidad, era
de los dos) y que componían lo álgido de la serie para luego descansar unas seis horas, hasta el café
del almuerzo, en que el ritual entraba en su fase más liviana, ya que el Gordo aprovechaba para
mandarse unos minutos de siesta, de los que la Beba ni se daba cuenta.
Gordo, no te quejes. Sabés que no tenés que estar acá. ¿Por qué no te dejás de joder y te vas a
Palermo a correr? Eso sería mucho más sano que aguantar los lamentos, los reproches y las
quejas de tu mujer. Castigándote así te encerrás en un círculo vicioso del que cada vez te resulta
más difícil salir. Lindo vicio te agarraste.
Y la Beba sabe muy bien cuáles son los flancos débiles.
Sí, dos veces había ganado, demostrando que era un tipo astuto, con agallas. La primera, en la
Multinacional donde, tras entrar como técnico electricista y ver que no iba muy lejos con eso, se
preocupó en demostrar que podía ser mejor técnico mecánico, con lo que llegó a dirigir doscientos
obreros. Entre los premios cosechados estaban dos viajes por año, de perfeccionamiento en Europa,
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con todos los gastos pagos, familia incluida. Y cuando se quedó en la calle, tras doce años de
desempeño ejemplar, ni rencores ni achiques. La empresa decidió cerrar sus filiales en el mundo y
limitarse a su central en Milán. Era la época en que los sindicatos obreros tenían en jaque a los
magnates de la industria, en que las conquistas de los trabajadores hacían temblar las estructuras de
la orgullosa sociedad liberal. La época del modernismo, de las ilusiones imposibles de un mundo
mejor. Unos cuantos años antes de la caída del muro de Berlín y de que Leningrado vuelva a
llamarse San Petersburgo. Era la época de la imaginación al poder del mayo francés.
Dos nenas, de ocho y de cinco, que se empeñaban en hacerlo sentir lo más grande del Universo,
(confirmado también por los directivos que nunca dejaron de admirarlo) fueron el alimento de una
seguridad sin límites; podía llevarse el mundo por delante.
Entró a trabajar en el negocio de los suegros, al que dio un impulso notable agregando al modesto
comercio dos sucursales y un taller con treinta obreros, a quienes enseñó un trabajo que él mismo
había diseñado, convirtiéndose en el cacique de una tribu que lo veneraba. Ese fue su segundo
triunfo.
¿Y ahora va a dejar en la calle a los padres de sus ahijados?, porque todos llegaron a implorarle que
sea el padrino de sus hijos. No, alguna solución tiene que encontrar.
Maldita globalización. Gordo, no te dés por vencido. No te dejés ganar.
Pero el contexto no era el mismo. Las nenas ya eran grandes y casadas con dos exitosos
(adinerados) profesionales que estimulaban una muy desagradable sensación de envidia, lo
necesario para un buen caldo de cultivo melancólico que la Beba perfeccionaba, mate mediante.
Principalmente porque la maldita tenía razón.
Qué mierda, carajo.
Un sándwich en el quiosco calmaba por un buen rato el malestar en el estómago y había muchos
ratos y quioscos en Buenos Aires. Resultado: “bajar el colesterol, la presión y la glucosa es difícil,
pero con ciento veinte kilos es imposible” le plantearon los médicos. Bueno, reventar de una vez no
estaría tan mal.
Pero Gordo, primero vas a tener un ictus, un accidente cerebro vascular que te deja medio idiota y
una piltrafa a la que hay que alimentar y llevar al baño. ¿Qué te parece el panorama? Te lo vas a
provocar solito.
¿Cuál es la opción?
Despedir a las dos terceras partes y dedicarte a la importación. Ya lo sabés.
Y mientras devoraba otro de jamón y queso enfrentaba las imágenes de las veinte familias cuyos
jefes tendrían que ser despedidos sin ninguna posibilidad de encontrar un trabajo con un sueldo
similar.
Gordo, si no te apurás, vas a estar vos en ese lugar,.porque el capital que te queda disminuye todos
los días.
El sábado siguiente se fue a correr a Palermo. Caminó a buen ritmo unos quince minutos y se largó
a trotar. Aguantó muy bien un poco más de media hora. Hacía seis meses que no iba a Palermo a
encontrarse con el grupo de gordos. Después, en el café se sintió bárbaro aguantando los chistes
con que los otros se chanceaban con el sexo y un cinismo desenfadado sobre la política y la
economía.
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Bien, Gordo, vamos a cortar por lo sano. A salvar a la familia y a demostrar que convertirse en un
buen hijo de puta no es tan difícil ...pero duele.
Dos años después termina la convertibilidad (un peso por un dólar). La devaluación fortalece la
producción local y el Gordo, radiante, abre el taller reincorporando a todos.
En la tercera, otra vez te ayudó el destino.
Así da gusto ¿verdad, Gordo?
Entonces la Beba lo despierta para el mate.
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El Triunfo de Lea
A los cuarenta y tres años Alberto había triunfado en la vida. Sus negocios soportaron varias crisis
de las que emergió indemne. Su segunda esposa, con la que tuvo dos hijos, fue una magnífica
elección. Lea era muy buena en el manejo del personal y Alberto un hábil financista con sutil olfato
para las oportunidades. Se repartían muy bien todas las tareas que los negocios demandaban.
Ambos fueron los artífices de un merecido éxito que no cesaba de despertar admiración.
“Señor Alberto, su Sra. quiere almorzar con Ud. a las 13 ¿qué le digo?”
Era una pregunta bastante inocente pero Alberto solía interpretarla como una invitación al adulterio
si provenía de alguna de las jóvenes empleadas que él se preocupaba en elegir especialmente.
Varias señales confirmaban que su análisis estaba lejos de ser un delirio megalómano. El rubor
provocado en la chica indicaba que se había convertido en el príncipe azul de una pobre cenicienta,
dispuesta a soñar con lo imposible. Bastaba una mínima señal para conquistar esas frágiles
fortalezas. Pero le resultaba más divertido conformarse sin que peligren sus posesiones. Y estaba
seguro de que Lea intuía tal juego mientras soportaba en silencio los celos. Hasta el día en que Lea
le dijo “Marta Suarez” señalando a una mujer que provocó en Alberto lo que nunca debería haber
sucedido. La tal Marta Suarez, recomendada por Gianastasio, el gerente del Galicia, venía a poner
orden en el misterioso caos que trajo un magnífico desarrollo económico. Eso quería decir que para
seguir creciendo era conveniente tener muy claro los números que manejaban en forma intuitiva, si
querían ser dueños de una empresa y no de un boliche.
Con un esfuerzo al que no estaba acostumbrado, intentó volver a la realidad y poner los pies en la
tierra. Todos los ideales de mujer estaban concentrados frente a él. No estaba mirando una pantalla
de cine que le permitía viajar por exóticas aventuras en su fantasía mientras nadie se percataba en la
oscuridad del local. El rubor que amenazaba con hacer acto de presencia delante de Lea y de esta
desconocida, iba a demostrar que sus orgullosas defensas constituían un baluarte muy frágil.
Escuchó fascinado el despliegue profesional que Marta iba presentando a Lea mientras... ¿Lo estaba
seduciendo a él?
¡Qué mujer! pensaba hermosa y brillante. La comparó con Celina que lo tenía entretenido en su
habitual juego del gato y el ratón, donde ocupaba muy cómodo el rol felino. Celina tenía 15 años
menos que Marta, lo que debería mantener sus acciones bien por encima de ésta pero Marta era, en
ese escalafón, una Ferrari comparada con un Fiat Uno. Ferrari ya tenía y el Fiat era de Lea. Se
imaginaba a Celina en Villa Cariño, después en el hotel y después... un escalofrío le cortó la
película que en realidad siguió con una especie de holocausto que se forzó en cortar. Los recuerdos
de los floridos comienzos que así fueron con Lea serían motivos muy serios para repetir la
experiencia si siguiera siendo el mismo atolondrado.
Pero la buena fortuna, que no fue fácil de aprovechar, curiosamente alimentó más cautela en el
terreno de la seducción -su deporte predilecto- que audacia, la que limitó al terreno de la fantasía.
En ese terreno (el de la fantasía) tradujo el suicidio de Silvia metafóricamente en el holocausto que
en realidad nunca conoció, por el desastroso resultado que produjo el paso en falso que dio Mariano
al tirarse a la pileta sin saber nadar: el veintiocho de enero, un día antes del que la familia debía salir
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de vacaciones, Silvia se tiró de un octavo piso, donde su esposo Mariano tenía un consultorio de
odontología. Tras lo cual éste se internó severamente deprimido y arrepentido de su affaire con
Zulema una paciente, íntima amiga de Silvia.
Se dio cuenta de que estaba incómodo. Marta no era Celina, quedaría muy bien en la Ferrari. Y
parece mucho más mujer que Lea, inquietante ocurrencia en la que prefería no profundizar. Pero no
podía pasarla por alto y ante todo Marta no debía darse cuenta de su turbación. Lea, menos. ¿Él
seducido? Estaba comenzando algo que no debía permitir.
Marta, treinta y nueve años, casada, también con dos hijos, comienza a llevar la contabilidad de los
negocios. Pero lo que complica el panorama es el hecho de que no se resiste a llevar el poder de
seducción de su atractiva figura hasta la cama, bien dispuesta a mezclar trabajo con diversión, si él
está de acuerdo.
Sus travesuras en la cama eran el privilegio de hombres casados y exitosos como Alberto, pero si
alguno pretendía algo más que muestras gratis, solía cortar por lo sano.
Sin embargo, llegó un momento en que Marta se había resignado a creer que su poder seductor
resultara inútil con Alberto, llegando a dudar de su identidad sexual. No estaba acostumbrada a
semejante resistencia. Su forma de sentarse, cruzar las piernas con una ceñida minifalda o unos
apretados pantalones de cuero negro, el sugestivo escote, “casuales” roces, deberían dar resultado.
Sin embargo...
Con su marido no pasaba nada en ese terreno. Ella no se preocupa demasiado para que pase algo, él
tampoco, por lo que su matrimonio es un desierto en materia de afectos. Pero jamás pensaría en
deshacerlo.
No se imaginaba que la mente de Alberto giraba cada vez más rápido con una idea, más bien con
una imagen fija: Marta. Y no era suficiente soñar con ella mientras debía abrazar a Lea, algo que
siempre le había dado resultado. Durante un tiempo, logró con mucha habilidad disimular
totalmente su interés, pero cuando se decidió a poner las cartas sobre la mesa, ya no estaba en
condiciones de razonar.
Con los números Lea reconocía la superioridad de Alberto, por lo que era obvio que Marta se
encontrase sola con él en muchas oportunidades, de modo que las semillas sembradas por el destino
produjeron lo que la lógica indica en estos casos.
Esa noche la tarea consistía en terminar el armado del balance para presentarlo el lunes al Banco. El
crédito estaba asegurado y Marta, por sus relaciones muy íntimas con el gerente, consiguió
excelentes condiciones de financiación, pero al tener que encuadrarlo para coincidir con el que se
presentará en la DGI, debía tomar decisiones con Alberto. En realidad, Alberto se limita a aceptar
las sugerencias de Marta, mientras admira las sutilezas que ésta le propone.
Al despedirse pasada la media noche, concluido el trabajo, el leve contacto de un beso en la mejilla
produce en la cabeza de Alberto chispas que terminan de quemar lo que queda de razón. Ya no
importa el después. Con ambas manos estrecha contra sí el cuerpo de Marta que, primero
asombrada y después divertida, se deja llevar. La magia de la sensualidad y el erotismo hacen trizas
cualquier intento de reflexión: mientras una mano baja de la cintura por la espalda, la otra se afana
por el escote.
Bueno, éste también funciona, puede aún pensar antes de pasar el umbral de la pasión, algo para lo
que está bien entrenada. Y Alberto estuvo un rato transportado a un mundo de placeres sin límites.
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Excitado, comienza a desvestir a Marta que no sólo se somete gustosa, sino que lo desarma al jugar
hábilmente con su virilidad y cuando siente que los labios, la lengua de Marta lo transportan al
infinito, pierde toda relación con la realidad conocida para explotar en un mundo cuya dueña era ese
prodigio de mujer que estaba ahí ¡con él! Para él y a su servicio. ¡Y qué servicio!
Empezó como una aventura, eso parecía claro, pero ninguno de los dos se imaginó lo que vino
después: Alberto quedó enganchado. Por primera vez en su vida estaba seriamente comprometido.
El amor es locura y, si bien el tiempo es el remedio infalible, las secuelas no siempre son gratas ni
despreciables. Pero ¿quién no quisiera estar enamorado constantemente? Las buenas costumbres
insisten en imponer la fidelidad como requisito para aceptarla socialmente, lo que opone otra locura
ya no tan grata.
No faltaron excusas razonables para sus encuentros, que incluían viajes “de negocios” al interior.
Alberto sintió que el mundo era suyo. Al rato, Marta también estaba atrapada, lo que resultó un
problema serio.
Lea empezó a sospechar. En los últimos años, el ritual de acercarse en la cama para una sesión de
deporte sexual se realizaba por lo menos una vez por semana y a veces también se acercaba ella, lo
que solía suceder cada dos semanas. Pero en las últimas semanas Alberto se acercó una sola vez.
¿Forzado? Y cuando ella quiso comenzar el juego, estaba indispuesto. Según él, por una pizza en
mal estado.
En diez años nunca tuvo motivos para pensar en que Alberto sería capaz de meterse en la cama con
otra. Todo lo contrario. Una mujer, si se lo propone, intuye la fidelidad así como presiente el
peligro, si aparece. Por otro lado, Alberto, que quiere lucir y a la vez ocultar su conquista, deja
indicios que la delatan.
De modo que Lea cae en la patética trampa de los celos. Pero los indicios no son evidencias. Las
pocas ganas de charlar con ella, evitar encontrarse a solas, llegar tarde a una cita, olvidarse del
aniversario ¿qué significan?, ¿preocupaciones por el trabajo? El perfume de Marta era lógico, si
debía encontrarse seguido con ella. Igual el rouge en el pañuelo, si se saludaban con un beso, y era
Alberto el que ponía la mejilla, eso ya lo sabía. Pero Marta por aquí, Marta por allá, Marta, Marta y
Marta, siempre Marta. Y la mirada y el trato a Marta eran bien diferentes del que ella recibía
últimamente.
Alberto se limitó a negar todo y hasta la acusó de paranoica con tal convicción que Lea empezó a
creer que se estaba volviendo loca.
Un jueves, cerca de medianoche, tras cuatro meses que Alberto decidió jugarse con Marta, tomaba
muy en serio esa relación. Marta fuma un cigarrillo sin dejar de moverse de un lado para otro de
modo que su cuerpo resalta muy bien en el body que Alberto acaba de regalarle. Fascinado con esta
obra de arte que la naturaleza parecía haberle preparado especialmente, Alberto sueña con poseerla
en forma exclusiva. Seguir disimulando frente a Lea mientras lo obsesionan los celos por Mario, el
marido de Marta (por más que puede aceptar que no pasaba nada entre ellos) ya resulta
insoportable. Vida hay una sola, se decía, uno tiene derecho a ser feliz. Ésta es tu oportunidad y
serías muy tonto en dejarla pasar.
Su entusiasmo logra que Marta esté cada vez más decidida a terminar de arrastrar a un muerto que
era a lo que se había reducido su matrimonio y vivir con Alberto, que insiste en reclamar y prometer
lo mismo. Se decide una mañana que llega a casa a las cuatro, tras un apasionado encuentro con
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Alberto. Los chicos en casa de amigos y Mario roncando en su mundo. Se prepara para tomar una
ducha antes de acostarse. Mira la cama matrimonial y a Mario, al quien no es fácil despertar.
Enciende las luces, todas. Deja abierta la puerta del baño mientras hace correr el agua de la ducha.
Nada, Mario sigue en la suya. Va a la cocina, abre la heladera y pone una pechuga de pollo en el
horno a microondas. Saca un tenedor y un cuchillo del cajón de los cubiertos, lo que hubiese
despertado a cualquiera. Menos a Mario. Saca una lata de cerveza, la abre, toma un vaso de la
estantería y, de pura casualidad, se le va al suelo con suficiente estrépito como para que en lugar de
los ronquidos venga del dormitorio una débil pregunta: “¿Sos vos, Matti (así la llamaba
cariñosamente) pasa algo?” Duda un segundo pero se relaja en seguida “Nada, papi, se me cayó un
vaso. Seguí durmiendo.” Presta atención un instante hasta que los ronquidos se reinician, suspira y
se resigna a disfrutar su cena.
¿No sería mejor terminar este teatro del absurdo y empezar a vivir en serio?
Cuidado pequeña, si te equivocás va a ser feo. Por ahora no te falta nada. Te van demasiado bien
las cosas.
Y por otro lado: ¿tenés que conformarte con esto? ¿Seguro que no te falta nada? La oportunidad
que te ofrece Alberto no se presenta todos los días. Él está dispuesto ¿qué esperás?
Mientras Mario insiste en su sinfonía de ronquidos, un inesperado insomnio precipita la ruptura. A
las cinco y media se decide. Sacude, despierta a Mario y proclama la noticia: “Me quiero separar.”
Lo que quería decir que ahora esperaba la jugada de Mario.
“¿Estás loca? ¿Qué hora son? Mirá el reloj: ¡Las cinco y media!”
Y parecía que iban a volver los ronquidos pero no, se levantó.
“Igual me tengo que levantar en seguida. Vení que te preparo un café y me contás.”
Tres meses después, Marta estaba divorciada esperando que Alberto concretara lo que había
comenzado con tanto entusiasmo.
No resultaba tan fácil ya que su matrimonio con Lea andaba bastante bien en muchos sentidos.
Noemí aprovecha que papá lee el diario, o trata de interesarse en él, para disfrutarlo a sus anchas. A
papá le encanta y a ella también, convertirse en una gatita mimosa. Se sienta en su regazo, lo abraza
por el cuello y empieza a besuquearlo a gusto.
Alberto está pensando cómo encarar a Lea para comunicarle que había decidido irse a vivir con
Marta. Jugando, abraza a su vez a la nena mientras lo invade un pensamiento que le da escalofríos:
¡esto ya no será posible! Lejos de los chicos, a quienes verá quizás los fines de semana. Y
presentarles a Marta ¿como quién? En cambio ¿vivir con los hijos de Marta? Sería lógico. Los
chicos a esa edad deben estar con la madre.
La persecución de Lea, que sabía justificada, como su promesa a Marta, que confiaba en una
decisión que él no se atrevía a tomar, le tiraron abajo su autoestima. De ser el tipo más seguro del
mundo se convirtió en alguien sin carácter, un cobarde.
Empezó el martirio, desapareció la sonrisa. Prometer es mucho más fácil que cumplir y cuando
tiene que tomar la decisión, entra en pánico. Tampoco quiere perder a Marta. Quiere seguir así, con
las dos, lo que no se había imaginado antes. Un mes atrás la obsesión era vivir con Marta. Ahora
que ella estaba de acuerdo, la excusa es que no puede soportar la idea de alejarse de los chicos. Esto
es un estúpido papelón. Cualquier decisión descarta otra tan valiosa como aquella. La duda y la
confusión lo arrastran a un pozo donde no ve salida alguna. Hasta piensa en el suicidio.
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Regresando a la madrugada, embriagado por los juegos eróticos que el cuerpo y la habilidad de
Marta motivaban sin descanso, unas ideas lo persiguen:
No es posible seguir así. Tenés que terminar esta locura. Es Marta o tu familia. No podés tolerar
esta doble vida. Esto no es para vos.
Pero ¿vas a poder resignarte a la cama con Lea? ¿Vas a renunciar a Marta?
Pude vivir sin Marta muchos años.
Pero no la conocías. Ahora está con vos, lo que no creías posible.
¿Es tan importante el sexo?
¿Qué te parece?
Cuando creés haber alcanzado el cielo, te encontrás en el infierno.
Si lo único que quería era un poco de felicidad. ¿Por qué no es posible?
El miedo toma el mando. Decide hablar con Lea. Siendo sincero, ella va a entender.
Le dice que le pasa algo muy confuso. Que se ha enamorado, que no lo buscó pero sucedió, que eso
no se puede manejar, que eso lo maneja a uno, que Lea tiene que comprender, que está sufriendo
porque no quiere perder a su familia, que tiene que ayudarlo a salir de esta trampa.
Lo primero que sintió Lea era cierto alivio porque todo lo que había sospechado era cierto (no
estaba loca) pero enseguida volvió la rabia. ¿Qué pretende Alberto? ¿está enamorado de otra y se
considera una víctima?
¡Que cínico! me lo cuenta como si fuese la mamá. El nene se metió en un lío y quiere que mamá le
saque las castañas del fuego. Y yo ¿qué soy?
Bueno, Alberto es una criatura. Eso lo sabía hace rato. Pero ahora Alberto le dio el poder de tomar
una decisión. Puedo echarlo de casa o...¿O qué?
La seguridad de Marta comienza a desaparecer. Alberto está más callado y serio, más apurado por
irse a su casa. Ella tiene que insistir para ir a la cama. Le cuesta creer que esté pasando. ¡Ella tiene
que pedir!
La escena temida resulta grotesca e insufrible para Marta, quien esta vez resultó la víctima. Alberto
suplica: “Marta, voy a terminar esta vida. No puedo más. Lo lamento, vuelvo con Lea. Te pido que
dejemos de vernos. Quédate con todo lo que te di, que lo merecés. Por favor, no me odies.” Y no
pudo evitar unas lágrimas.
Resultaste una imbécil, una ingenua boluda, se tragó Marta. Y ahora este cretino se quiere ir con la
cola entre las patas de vuelta con el mamarracho de su mujer.
“Sos un pobre hijo de puta. Me lo tengo merecido.” Gritó, pero enseguida se calmó. No le iba a dar
el gusto de implorar ni de explotar de rabia. Furiosa porque la primera vez que se queda seriamente
involucrada con alguien termina siendo usada, decide vengarse.
Va a hablar con Lea, dispuesta a armar un escándalo, sin saber que Lea ya sabía todo. Cuando se
entera por Lea misma de que no destapó ninguna olla porque Alberto ya la había destapado, se dio
cuenta de que la trampa en la que cayó era peor de lo que creía. Se juega una última carta:
“Supongo que conocés estas fotos, que nos sacamos como recuerdo.” Le dice con el tono más
neutro mientras le muestra escenas que Lea nunca conoció ni se imaginó.
Pero Lea pudo resistir el golpe. Se relajó y estudio el material erótico con interés. En cambio Marta
iba perdiendo su forzada serenidad al notar que Lea observaba tranquilamente el espectáculo que
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producía su marido con ella. ¡Y sintió que se estaba sonrojando! Lo que faltaba. Ahora estoy
avergonzada.
Qué lindo cuerpo tiene esta guacha. pensaba Lea mientras se mordía los labios para no llorar. Y
conmigo Alberto era un puritano. Pero esto va a cambiar.
Y con mucha calma le devuelve las fotos. “Sos muy linda, Marta, te felicito.”
Marta no lo pudo soportar. Dio un portazo y se fue. Lea había triunfado.
Pobrecita la Marta, muy linda y muy capaz.
Y con Alberto ¿qué?
No podía deshacer su familia. Conocía a muchas mujeres que estaban separadas, con chicos.
Admiraba el sacrificio que tenían que hacer, pero no le gustaba ese panorama para ella.
Que Alberto estaba enamorado de otra y encima ¡decírselo tan en la cara!, eso demuestra que tiene
un hijo más. Pero también la confesión de Alberto lo ponía en sus manos. Distinto hubiera sido si le
hubiese dicho que estaba decidido a irse con Marta. Y encima Marta le entrega un lindo regalo al
aparecer así, denunciando a Alberto. Este juego se acabó.
Reemplazar a Marta en su trabajo es muy fácil, contadores hombres hay a montones.
Levantar el ánimo de Alberto tampoco resultó desagradable. En la cama era después de todo un
hombre y Lea logró hacerlo funcionar. Las fotos le habían dado una lección.
Alberto reconocía el triunfo de Lea. La conducta de ella en la cama levantó su autoestima. Ya no se
sentía el gran macho pero tampoco hacía falta.
Estaba tranquilo.
¿Feliz?
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Mamá y las Nenas
Marina se casó y ese fue el día más feliz de su vida. Ella, que siempre había tenido que envidiar lo
que sus amigas ostentaban sin esfuerzo mientras el azar la había colmado de carencias.
Orlando era un gallardo y atractivo joven que, habiendo entrado de aprendiz en pocos años llegó a
capataz y un año antes de casarse puso un taller por su cuenta que crecía sin cesar, aunque con
grandes dificultades. Su máxima aspiración era ser el jefe de una familia con un importante status
social adquirido por su esfuerzo, por el cual le estarían besando los pies el resto de sus días.
El comienzo de la pareja pertenece a una época heroica. Vivían en un pequeño departamento
alquilado y ambos trabajaban duro. Habiendo llegado virgen al matrimonio según las normas de la
época, a Marina le costó bastante acostumbrarse a tener sexo con Orlando. Su ilusa esperanza de un
paraíso terrenal resultó una dura realidad difícil de tolerar.
Orlando, siguiendo las pautas de esos tiempos, hizo su aprendizaje con prostitutas ocasionales
donde las delicias del sexo se tergiversan convirtiéndose en un torneo de velocidad en un arte
puramente mecánico. O sea, en la cama parecían dos corderillos enviados al matadero.
Pero ni Marina ni Orlando se preocuparon por eso. Lo importante era el trabajo, un medio para
alcanzar el status soñado.
Marina se prestaba a las relaciones sexuales más por obligación que por ganas, aunque alguna vez
sintió algo agradable junto a una extraña sensación que le humedecía la entrepierna. Así nacieron
tres hijas. Como los partos no resultaron fáciles, se cansó de desear un varón y dio por terminadas
sus relaciones sexuales con Orlando. Mejor dicho, cada vez se hizo desear más y disfrutaba menos,
salvo el poder manejar con eso a Orlando, que a veces se ponía furioso al ser rechazado por su
mujer.
Al nacer la primera hija, Orlando sacó a su mujer del trabajo y, como económicamente estaban
mejor, empezó a lucir el status familiar. Vacaciones de dos o tres meses en Córdoba o Mar del Plata
para la familia mientras él los visitaba los fines de semana. Al nacer la tercera, a los seis años de
casados, del pequeño departamento alquilado pasaron a una casa propia con tres dormitorios,
dependencias y garaje.
Marina intentó cumplir su rol de madre lo mejor posible. Insatisfecha sin saber por qué, buscaba
cualquier pretexto para criticarlo a Orlando y pelearse con él. Orlando trató de estar lo menos
posible en casa. Para evitar la depresión cayó en las garras del alcohol. La mayor parte del tiempo
que estaba en casa era un infierno inaguantable para todos.
A los diez años de casados, Orlando y Marina se separan.
Marina se encuentra separada, con tres hijas y un buen estado económico. Tiene treinta y cuatro
años y está en brazos de ocasionales amantes con los que no termina de formar una pareja estable
pero aprende las vicisitudes de la vida sexual. Sin embargo siente un vacío existencial que nada de
eso logra llenar.
Orlando comienza una nueva pareja sin dejar sus hábitos etílicos mientras la fábrica sigue
creciendo.
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Amelia, la hija mayor, desde chiquita fue la preferida de papá a quien siempre manejó a su antojo
con gran satisfacción de ambos. Se integró en un mundo donde la ostentación que mamá y papá
soñaron (pero no pudieron disfrutar) era el valor más alto. Ella lo disfrutaba por ellos. De todos
modos asombró que aún así obtuviese el título de abogada, profesión que jamás ejerció.
A Beatriz, la tercera, le resultó muy difícil encontrar su lugar en esta familia. Estuvo más expuesta a
las drogas, que empezaban a hacer estragos en la juventud.
Marcela, la segunda, se propuso conquistar a mamá. Al llegar a la pubertad, la tomó como modelo
de mujer perfecta. La adoración que brindó a su madre volvió a producir en ésta la sensación de que
el destino se había finalmente acordado de ella. Este idilio entre hija y madre fue más intenso e
incondicional que el otro. Todo lo que mamá hacía, pensaba o decía, era perfecto. Una diosa
olvidada encontró su sacerdotisa que, con su abnegación, la elevaba al Paraíso. Marcela se empeñó
en imitar a mamá en todo. Madre e hija eran una sola unidad.
Marina dejó de tener amantes para vivir únicamente ese vínculo perfecto con su hija. Viajaron
juntas, solas, por todo el mundo convencidas de que eso es la verdadera felicidad.
Marcela, alegre y seductora, cumple veinte años, divertida, viendo el hechizo que ejerce sobre el
sexo opuesto, al que rechaza satisfecha de poder volver con mamá. Pero apareció en su horizonte
Manuel, un muchacho que, con sus veintidós años y no se sabe bien qué más, produjo una
revolución sin saberlo ni proponérselo.
Imposible saber por qué Marcela se enamoró de Manuel tan perdidamente como lo había estado de
mamá. Pero así fue. No le dio mucho trabajo conquistarlo ya que Manuel deseaba que el sexo
opuesto se ocupase de él, demasiado tímido para salir a su encuentro.
Eso fue sólo el comienzo del cambio.
Marcela se interesó seriamente en la economía y quien la manejaba era papá, no mamá. Y quiso
formar una familia con Manuel, quien viene de una familia que no está tan bien como la suya. Y a
ella la buena vida, económicamente fácil, le gustaba demasiado. Así que sin pensarlo dos veces, se
metió en la fábrica de papá. A él lo conquistó fácilmente con algo inesperado: una férrea voluntad y
tesón para el trabajo. Casi de la noche a la mañana se convirtió en el brazo derecho de papá en todos
sus negocios.
¿Y mamá?
Marina otra vez se sintió engañada y usada. Y esto dolió mucho más que lo anterior.
Marcela invirtió la idealización de mamá 180 grados. La perfecta relación entre madre e hija se
convierte en un profundo desprecio de ésta a aquella. De una mirada fascinada que buscaba y se
detenía embelesada en la actitud que mamá tuviese por cualquier circunstancia, evitaba no sólo
verla sino hasta el mínimo encuentro. Las pocas veces que debían encontrarse a pesar de los
esfuerzos que hacía Marcela para que no sucediera, mamá se encontraba con una mezcla de
impaciencia, con un profundo odio en los ojos de aquel ángel ahora convertido en demonio. En esos
instantes una vieja cicatriz dejó al descubierto una profunda herida cuyo dolor era insufrible.
Las quejas de Marcela tampoco eran infundadas. Mamá celaba su relación con Manuel, más bien, la
envidiaba. Entonces, ¿se oponía a su felicidad? ¿Qué esperaba? ¿Que se quedase toda la vida
pegada a su falda? En vez de ponerse contenta con la evolución de su hija ¿se la saboteaba?
Para Marcela mamá se convirtió en un monstruo desalmado. Para Marina el dolor era insoportable.
Marcela tenía razón ¿qué clase de monstruo era ella que no podía soportar la felicidad de su hija?
27
Quería protestar. Pero no. Todo esto es una pesadilla. Por favor, entiéndanme. Pero ¿Qué me
pasa? ¿Soy un monstruo? ¡No! El monstruo es ella. Ella me lastima, me basurea, me mata. ¿Es que
nadie lo ve?
Y nadie lo vió. La mala era ella. Una madre que se opone a la felicidad de su hija.
Marina se quería morir.
La rabia fue vencida por la depresión, clamando por una salida rápida. La que fuera. Marina
encontró a mano el alcohol. Vino, Whisky, Vodka. Y mientras el mundo y el dolor desaparecían,
Marina se dejaba llevar por la velocidad con que su cabeza giraba al compás de las botellas que se
vaciaban. Esta compañía no la iba a defraudar.
Papá Orlando, por su parte, contento de haberse sacado de encima a esta loca.
Amelia, en su mundo, se limitó a ignorar lo que pasaba con mamá. ¿Acaso se ocupó alguna vez de
ella? Beatriz, en cambio, se sintió atraída por el drama de mamá. Rápidamente se dio cuenta que iba
a rescatar a una mamá que ahora podía, por fin, tener para ella sola. Beatriz conocía el significado
de aturdirse con el vicio. Marihuana y coca, eran viejas compañeras de ruta.
Los primeros intentos de acercarse recibieron una violenta reacción como agradecimiento. La rabia
contenida a duras penas, se descargó en el único ser que se atrevió a derribar el muro. Objetos
diversos volaron en su dirección y no todos fueron fácilmente esquivados. Los golpes que Beatriz
aguantó, junto con la destrucción que Marina se empeñó en grabar en las paredes y en el oído de los
vecinos, no vino mal. Marina descargó algo de su rabia y posiblemente eso, junto al aguante de
Beatriz, la salvó de la locura.
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Diario íntimo de Eva
-“Buen día Diana, ¿te preparo el desayuno?”- preguntó tímidamente Nora, la mucama. No había
pasado un mes desde el trágico accidente en el que murió Eva, la madre de Diana, el 5 de marzo de
1996, unos días después de cumplir los cuarenta y dos.
-“Sí, gracias, Nora. ¿Lo viste a papá hoy? ¿Cómo anda?”
-“Te dejó un sobre. El señor Diego está muy triste. Pobre, no es para menos. Cómo la quería a tu
madre. Dijo que viene para las ocho.”
Al abrir el sobre, Diana reconoció la letra de mamá.
“27 de febrero de 1971. Hoy cumplo diecisiete años. Y creo que estoy contenta. Me miro al espejo y
lo que veo me gusta. Pero más me gusta ver que le gusto a Diego. Hace casi un año que nos
acostamos juntos. Mami dice que esto no puede durar, pero que disfrute (y que me cuide) mientras
dura. Que los hombres nunca son fieles a una mujer. En cambio nosotras necesitamos la fidelidad.
Que ésa es la naturaleza femenina. ¿Será así?
Me parece que a las mujeres nos gusta demasiado mentir. ¡La verdad es que hay muchachos que
tienen una pinta! No me resulta tan fácil controlar las ganas de enloquecer a unos cuantos. Más
aun cuando hacen alarde de un machismo estúpido. Pero mejor me quedo con las ganas. Con
Diego estoy muy bien. Y algún día voy a tener nenitos.
Tener un hijo en la panza. Ése es nuestro privilegio. Y también es nuestra la angustia de no saber
como saldrá; o que por cualquier razón no te puedas embarazar; o que te pase algo en el parto.
Pero después darle la teta... debe ser hermoso.
¿Y si te las echan a perder? Cuando me acuerdo de cómo le quedaron a la madre de Susi me dan
escalofríos. Y quizás ni tengas leche.
Me acuerdo cuando me vino la primera vez. Me costaba ponerme contenta, como decía mami que
debía estar porque ya era señorita. Pero también me dijo que ahora empezaba otra vida, que se
había acabado la irresponsabilidad de la niñez (¿irresponsabilidad?) Yo ya sabía que todos los
meses había que higienizarse de un modo especial, que una se podía acostumbrar fácilmente. ¡Pero
había que acostumbrarse! Bueno, ahora resulta un alivio porque significa que no estoy
embarazada.
Papi me regaló un viaje a Europa. Eso es un regalo. La verdad que es lindo tener guita.
La veo a Nora y me da pena. Veintidós años y una criatura a cuestas. Y es bonita la Nora. Habrá
creído que al embarazarse alcanzaba el cielo. ¿Y ahora? Ana Inés ya tiene cuatro años. (¡Epa! ¡se
embarazó a los diecisiete!) Del padre ¡olvidáte! Y acá trabaja doce horas. A veces me pregunto si
de yiro no le hubiese ido mejor.
¿Tendrá papá tantas ganas de fifar como a veces me agarra a mí? ¿A su edad? Ni quiero
imaginarme cómo les va en la cama a papá con mami. ¿Cómo les irá, después de tantos años? Y
mami ¿habrá tenido algún fato? Si se lo pregunto no creo que me lo cuente. Miente demasiado
bien.
29
Bueno, después de todo, si mañana se me antoja ya veré lo que hago. Por ahora estoy muy bien con
Diego. ¿Y si Diego se acuesta con otra? No me gusta pensar eso. Creo (y espero) que no lo hace.
Me pondría muy triste. Espero que a él le pase lo mismo que a mí. Si estamos muy bien. ¿Por qué
echarlo a perder?
Muchacha, como has cambiado. ¿Te acordás cuando te acostaste con Gustavo? ¿Te acordás de tu
primera vez? Diego no existía. Había más miedo que ganas. Pero como Mary, Susi, Angélica y Adri
ya lo habían hecho yo me sentía medio tonta y las envidiaba. Me había convencido de que no era
fácil pero que había que hacerlo, que podía pasarte cualquier cosa. Linda o fea. Así como aprendés
a hablar, tenés que aprender a hacerlo. Y la primera vez es imposible estar tranquila. Pero lo tenés
que hacer.
Bueno, aquella experiencia resultó bastante brava. Me parece que estaba muy excitada, pero en la
cabeza. En el cuerpo tenía una tensión que no cedía por más esfuerzos de Gustavo para que me
relajara. Gustavo, que no logró sacarme el miedo y que al final terminó no muy contento, pero por
lo menos terminó, me sacó de ahí y me llevó a casa. Había pasado el examen. Ya no era virgen.
Quería estar sola. Estar un buen rato bajo la ducha, relajarme y descansar. Aunque no fue
brillante, me sentía con la satisfacción del deber cumplido.
Después iba mejor con Gustavo. Reconozco que fue un buen compañero. Pero por alguna razón no
duramos mucho. Tampoco lo extraño. Cuando lo encuentro hoy, los dos hacemos como si nunca
hubiese sucedido.
Pero ahora está Diego y es muy diferente. Entonces, muchacha, sonríe que la vida es linda.”
Leyó, volvió a leer y trató de no pensar. Resultó imposible. ¡Y tener que esperar hasta que vuelva
papá!
Diego llegó a las ocho, puntual. Diana no pudo contenerse:
-“Papá ¿el Gustavo que manejaba es el mismo que...?”
-“Sí, Diana, es el mismo. Por favor, no me corras, que no es fácil. Después del accidente... tengo
que contarte la verdad. Ya tenés diecisiete y es tiempo de que lo sepas. Vení, sentémonos en el
living, me sirvo un whisky, quizás me ayude.”
Diana, muda, esperó.
-“Diana, me casé con tu madre cinco años después de que empezamos a salir. Y la verdad es que
fueron años muy lindos. Pero...”- y apuró el vaso de whisky para animarse –“a los pocos años nos
dimos cuenta de que no podíamos tener hijos. Mejor dicho, que yo no podía tener hijos. Diana... tus
padres murieron, o se mataron, en ese accidente.”
-“¡¿Mis qué...?!”
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Avatares del Destino
Adriana había decidido viajar en tren a Mar del Plata, convencida que un tren lleno de gente era más
seguro que ir en su propio coche o en ómnibus. Curiosamente viajar en avión le resultaba imposible.
Sólo pensarlo le producía arcadas, a pesar de toda la medicación que había probado.
Acostumbrada y quizás adicta al peligro (pero con los pies en la tierra) se esforzaba por ser
razonable y no correr riesgos inútiles. El antecedente del asesinato de Cabezas no era alentador,
pero había demasiada competencia como para mantener un lugar destacado en el periodismo
político, además un reducto masculino. No estaba dispuesta ni acostumbrada, a perder.
Las notas sobre el lavado de dinero del narcotráfico estaban de moda. De eso vivía y bastante bien.
Por lo menos en relación a lo económico.
Tenía serias dudas sobre la supuesta imparcialidad y objetividad de la revista que le encargaba
investigar a tal o cual figura de la esfera del poder, pero eso no era de su incumbencia. La tarea era
desenmascarar a tal o cual sin preguntar por qué. De ese modo contaba con cierta protección que la
editorial podía brindar y conseguía una vida muy excitante en la antesala del poder. El que no
arriesga no gana; ahora estaba escribiendo con lujo de detalles un libro acerca de lo que iba
encontrando.
Quizás lo más duro había sido tener que ir a la cama con algunos hombres no muy estéticos. Pero
encontró la forma de divertirse al descubrir que podía enloquecer a cualquiera y ponerlo
literalmente de rodillas. La sensación de dominio que obtenía en esos momentos gracias a la belleza
que natura le había obsequiado, era un premio que disfrutaba a pleno aunque sabía que eso, en
algún momento se acabaría.
El celular la había despertado a la madrugada dos veces en la última semana.
“Hija de puta, tu hermanita te manda cariños” fue la primera. No le dio importancia. Llamadas así
eran habituales en este oficio.
“Tu sobrinita María Ana es muy linda y ya cumple siete. No jodas que le podés arruinar la vida.”
La voz era de una mujer y sonaba muy amable.
Eso le quitó el sueño.
Con los datos que tenía ya podía terminar el libro sobre la conexión Guatemala, así que unas
vacaciones en Mar del Plata, bien disfrazada y en casa de Mauro, le venían bárbaro. Desaparecer
por una temporada hasta que otros chanchullos ocuparan la tapa y se hundiera en el olvido el
escándalo internacional que su libro desataría.
Mauro era un cincuentón, soltero empedernido, dispuesto a cualquier cosa con tal de disfrutar
algunos momentos en la cama con Adriana. Se conocieron hace diez años cuando algunos
funcionarios y amigos del gobernador habían decidido tomar el restaurante de Mauro para las
discusiones privadas de sus negocios. A Adriana no le costó mucho conseguir que Mauro la tomara
de mesera y así enterarse de lo que suponía que debía suceder allí. Hasta se atrevió a llevar a la
cama al gobernador, quien no tardó en echarse a sus pies. Veintidós años recién cumplidos brillaban
en un cuerpo privilegiado. Y ese poder no se debía desperdiciar.
31
La casa de Mauro era refugio seguro. Disfrazarse de vieja fea era su especialidad y odiaba ponerse
al spiedo en la playa. Con su Compaq y unos cuantos disquetes estaba dispuesta a trabajar en su
libro y a descansar en los brazos de Mauro.
Con ese balance se relajó mirando por la ventana, esperando la partida del tren. Entonces lo vio
venir. Y la cara angustiada que traía le aceleró el pulso. ¿Cómo la pudo encontrar?
Pepe, chofer privado de los Fernández García desde hace casi 40 años, también fue víctima de los
encantos de Adriana. Cuando ésta se enteró que los Fernández García eran los representantes de la
conexión Guatemala en el lavado del dinero del cartel de Medellín, no le fue difícil sacarle
información. Le costó creer que lo que figuraba como ‘conexión Guatemala’ en los archivos de la
DEA consistía en una romántica quijotada. Un puñado de resentidos de la época de Jacobo Arbenz,
apoyados por los sandinistas, por Fidel y ahora parece que también por Chávez, lograron convencer
a los narcos de que podían pasar a la historia ayudando al Sur a sacudir un poco el yugo que el
Norte le imponía. Pepe, que se había ganado la confianza ciega de sus patrones en tantos años, se
iba enterando de los sutiles detalles del lavado de narcodólares. Algunos momentos en que Pepe
rejuvenecía unas cuantas décadas era el precio justo que Adriana pagaba por tan valiosa
información. Nombres, apellidos, fechas, cantidades, mecanismos de inversión y formas de
transacción, una complicada madeja que Adriana iba desentrañando con ayuda de Pepe, convencida
de que estaba superando a Mata Hari. Sin embargo, que en este caso, el lavado de narcodólares
tenía un trasfondo patriótico, era toda una sorpresa.
“Adriana, bajá rápido y vení conmigo. Te cuento en el camino. Estoy con un coche alquilado.”
En los quince meses que lo conoció nunca lo había visto tan inquieto. Un extraño escalofrío recorrió
su cuerpo.
¿Ella asustada? Esa era otra novedad. Pero la taquicardia la estaba denunciando. ¿Y confiar en
Pepe? La automática en el bolsillo le daba algo de seguridad. A tirarse a la pileta y nadar, entonces.
Un cigarrillo era imprescindible, para esperar que él se decidiera a hablar.
“Se enteraron de todo. Pero me propusieron algo que, la verdad, es demasiado simple para ser
cierto. Nos dan 200.000 para desaparecer. El doble de lo que calculan que podés sacar por tu libro.
Nos pueden dar trabajo en Centroamérica, si interesa. Si no aceptás, no te van a matar, pero sí a
desfigurar. No te podés esconder. Me dijeron que te iba a encontrar aquí para viajar a lo de Mauro, a
Mar del Plata. Yo no sé quién es Mauro, pero ellos sí.”
Y una vez en Centroamérica nos liquidan a los dos. - Pensó Adriana.
“Ganaste el respeto de esta gente. Vos tenés trabajo asegurado con ellos. Insisten en que no hay
opción. Tené en cuenta que están dispuestos a cualquier cosa para que el libro no salga.”
Adriana pensó que esta ocasión había que aprovecharla. La cuestión era cómo. No tardó mucho en
descubrirlo.
“Pepe, tenés razón. Ya veo que no me puedo esconder. Pasá por mi banco que quiero sacar el
pasaporte y unas monedas que tengo en la caja. Tenéme la Compaq y cuidado que ahí está toda la
información.” Mientras, se movía de tal forma que a Pepe no le resultaba fácil cuestionar.
Entró al banco, fue a las cajas, abrió la suya, sacó su pasaporte y las monedas, dejó allí los
disquettes y volvió al coche con Pepe. Debía comunicarse rápido con Marian, su abogado y amigo,
para que los cambiara de banco antes de que pudieran abrir su caja. Emergencia que estaba prevista
32
y que se puso en marcha en cuanto le dijo a la chica del Banco que atendía la sección de cajas:
“Decíle a Marian que las cinco en realidad son siete.” Marian también tenía una caja allí y sabía lo
que eso significaba.
“Presentáme a los Fernández García” le pidió a Pepe, muy amorosa.
“Estás loca. No te van a dar bola.”
“Dále, no te pongas celoso. Probá. Conseguíme una entrevista para mañana.”
Y ahí, vestida para matar, con mucho aplomo:
“Ustedes quieren que el libro no salga. Bueno, yo también quiero algo que ustedes tienen.”
“Seguí ¿de qué se trata?”
A los treintitres años Adriana Di Carla fue nombrada Agregada Cultural en la Embajada Argentina
en Guatemala y está segura de que el año que viene estará en la Embajada Argentina en Madrid.
Había perdido el miedo a volar.
33
La comedia humana
Hugo era todo un personaje. Decir que era simpático equivale a rebajarle el mérito más importante y
posiblemente el único que tenía. Nunca podía tomarse algo en serio. ¿Quejas?, ¿lamentos?,
¿protestas? Jamás. Burlas más o menos cínicas no podían faltar, pero calculaba muy bien ante
quién, en qué momento y contra quién. Era imposible ofenderse con Hugo. ¡Y cómo cantaba los
tangos en idish! Era un antidepresivo natural.
Cuando lo conocí teníamos diecinueve años y resulta lógico que cincuenta años después algunos ya
estemos mirando las plantitas desde abajo. Como Alfonso, que fue el primero y era el mayor del
grupo. Llegó a los veinte con una afección cardíaca seria; un día juntó a los amigos y a la familia
para comunicarles que se despedía porque esa noche iba a morir. Y se murió esa noche.
Enfermedades, accidentes, después la guerra sucia, fueron suficientes motivos para sacar de
circulación a muchos. A Hugo le tocarían dos accidentes y muere en el segundo, aunque dicen que
optó por suicidarse. Agradeció el primero al destino porque lo obligó a usar bastón; le daba un aire
más distinguido.
Un día de Marzo llega Hugo y dice muy contento: “Metí Fisio”. Tiempo después dice: “Metí
Semio” y cuenta que es ayudante de no recuerdo qué Cátedra y que está ya en cuarto año de
Medicina.
Muy buen partido para el casorio resultaba este Hugo. Divertido como ninguno, siempre seductor y
alegre. De modo que las chicas revoloteaban a su alrededor esperando cualquier señal para
acercarse, por eso siempre estaba de novio aunque no por mucho tiempo.
Su personalidad nada tímida le abría muchas puertas interesantes que despertaban nuestra envidia
tanto o más que la facilidad de conquistar al sexo opuesto. Un día me invita a almorzar, cosa que
entre nosotros (que no teníamos un peso) parecía un chiste. Para mí, recibir una invitación de Hugo
era todo un honor que acepté encantado.
¿Adónde me quiere llevar a almorzar? Al Congreso Nacional. Lo insólito sucedió cuando llegamos
ahí. Entramos y los porteros lo saludan sonriéndole: “Buen día, Doctor”, inclinando la cabeza para
saludar, no al Hugo que yo conozco, sino al personaje. Él devuelve con un “Hola, Che” sin
inmutarse mientras me dice: “Vení que te presento a ese diputado” Alguien venía a nuestro
encuentro. El supuesto diputado le da la mano y también le dice sonriendo: “Doctor, encantado de
saludarlo” a lo que Hugo, siempre serio, le contesta: “¿Cómo te va, Che?” sosteniendo la altura.
Ese día el Restaurante del Congreso estaba cerrado por unos arreglos, así que fuimos a la Confitería
de la esquina, la del Molino, donde nos paga el Vermouth el hijo de un Senador que era la
encarnación real de Isidoro Cañones, el Play Boy de historieta. ¿Hugo sabía que el Restaurante
estaba cerrado? Jamás se sabrá.
Otro día tengo un problema con el teléfono, que en esa época era una desgracia seria porque podía
quedar mudo varios meses y aún años. Hugo me lleva a la sucursal correspondiente. Ahí está la
gente esperando un turno que parece no llegar nunca, poniendo a prueba la paciencia humana frente
a la burocracia que se aprovecha del poder que la necesidad de otros le otorga. Hugo se dirige
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directamente a la oficina del jefe, quien también lo saluda con mucho respeto y él, con la misma
displicencia a la que ya me tenía acostumbrado. La solución del problema tardó dos horas.
Cierta vez me quiero meter en un negocio, pero no tengo plata suficiente. ¿Qué hace Hugo? Me
lleva al Banco de la Provincia, directamente a la casa matriz. Allí me presenta al Director en su
despacho y tras los saludos tradicionales, éste (muy voluntarioso, solemne y sumiso y Hugo muy
arrogante e indolente) me otorga el crédito.
Si alguien me cuenta algo semejante, no le creo, pero yo lo viví.
Como se darán cuenta, intimé bastante con el tal Hugo, aunque tampoco se llamaba Hugo.
En la época de la Unión Cívica Radical del Pueblo, era un activo militante en la política y lo vimos,
asombrados, el 18 de julio de 1970 a través de un Noticiero de la Tele, en el Cementerio de la
Recoleta durante el entierro de Aramburu (asesinado por los Montoneros) peleándose con Patricio
Kelly entonces jefe de la Alianza Libertadora Nacionalista, quien había ido para hacer lío. Para eso,
Hugo tenía agallas.
¿Quién era el caballero Hugo? En las tarjetas que repartía figuraba sólo HUGO SATIS, sin otro
detalle. Su nombre verdadero, Israel Srolinsky, tenía un sabor muy poco aristocrático. Sin embargo,
a ninguno de los que conocíamos su verdadera identidad, se nos hubiese ocurrido llamarlo de otra
forma.
En la época en que supuestamente estudiaba y era ayudante de Cátedra (esto último resultó
increíblemente cierto) de repente, por cuestiones políticas, piden a los estudiantes la libreta
Universitaria para entrar en la Facultad; Hugo desaparece. Ni siquiera había empezado el
bachillerato.
En uno de los pocos momentos en que se daban las condiciones para poner los pies en la tierra le
digo: “Hugo, es evidente que la Medicina te gusta mucho, ¿por qué no te ponés a estudiar en serio?
El bachillerato lo podés hacer rápido, y la Facultad te va a resultar fácil; con todo lo que sabés.” Se
produjo un instante de silencio ¡Hugo estaba reflexionando! Su respuesta fue contundente: “No,
mirá, no podría soportar tener como maestros a los que fueron mis alumnos.” No me pareció
conveniente insistir.
Una de las tantas veces que estaba de novio, el candidato a futuro suegro sufre un infarto. La familia
consulta a quien iba a ser el flamante Doctor de la familia y Hugo, de nuevo mostrando su coraje, va
a consulta con el Dr. Cossio, una eminencia de la Cardiología que se da cuenta de que este
muchacho es una farsa.
Hugo tenía muy justificadas sus actuaciones: “Es muy sencillo: yo vivo en un conventillo en el
Once. Nunca llegaré a tener lo que quiero, lo que otros tienen y a lo que yo tengo tanto derecho
como cualquiera. ¿Romperme el lomo como mi viejo que se murió sin un mango laburando todos
los días de su vida? No tengo ningún interés. Me invento cualquiera y ya lo soy. Y ya ves que se la
creen, así es más divertido.”
Lo poco que pudo ganar con su oficio de peletero, que también quería ocultar por vergüenza, lo
gastaba en ropa para aparentar.
Persona significa máscara, Hugo no era más que una brillante ilustración.
¿Cómo siguió la historia con Cossio? Pues la muchacha estaba tan fascinada con este Hugo (lo que
no era difícil de entender) que después del revuelo familiar ella decide casarse con él. ¡Y se casan!
Con esto a Hugo se le escaparon las cosas de las manos. La pareja tiene un hijo y al poco tiempo la
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chica, ya madre, lo abandona y vuelve con su familia llevándose a su hijo. Se cansó de esperar que
se concrete alguno de los fantásticos proyectos que Hugo jamás dejaba de inventar.
Que la vida de Hugo era una grotesca farsa, no cabe duda. Tampoco, que era un excelente actor, de
una comedia universal.
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Antonio de duelo
Inquietaba a Antonio el hecho de que Catalina empezara a quejarse de molestias en el vientre; ella
jamás había manifestado ningún dolor físico. Derivada al cirujano, resultó imposible evitar que
algunas fantasías dramáticas flotasen en el ambiente, si bien nadie se atrevió a traducirlas en
palabras. La intervención puso en evidencia que tales fantasías no lo eran. Nada se pudo hacer salvo
amortiguar el dolor que se iba intensificando. Cuando la familia decidió autorizar el desenlace, el
suplicio de Catalina superó todo sentimiento de culpa que tal decisión pudo haber provocado.
A los sesenta y dos años, Antonio se encuentra viudo, con tres hijos, dos yernos, una nuera y tres
nietos.
No se había imaginado que la muerte de Catalina le provocaría tal confusión. La angustia durante la
enfermedad y la agonía logró mantener en la penumbra una extraña mezcla de ideas, descabelladas
unas, prohibidas e inconfesables las más excitantes. Ahora dispone de mucho tiempo y se enfrenta a
ellas, temiendo que los demás se den cuenta de sus tribulaciones y que sus hijos adivinen esos
pensamientos. Idea totalmente descabellada, pero...
En su trabajo, la jornada es soportable. El problema se agudiza a la noche si tiene que estar solo, lo
que por otra parte prefiere. Cuando se despierta muy temprano o no puede conciliar el sueño, tiene
miedo de volverse loco.
¿Cómo acostumbrarse a la idea de no poder contar nunca más con los astutos consejos de Catalina?
No es fácil manejar a los obreros, a los clientes, pero principalmente a sus hijos y a los otros socios.
¿Y entonces?
Las arrugas, signos del paso del tiempo, se volvieron más llamativas y molestas. Pero algunas
mujeres lo miran de modo insistente. Ahora su respuesta no debe limitarse al juego inocente de la
seducción que todo el mundo practica en los encuentros sociales. Hay que ir a la cama. Pero, ¿con
quién?
Las que intentan seducirlo pasan los cincuenta. Y cuanto más lejos de ese límite están, más
interesadas se muestran. La razón le señala que a su edad, no puede pretender lo que la ilusión
reclama. Para eso están las “chicas livianas”que pueden ser bonitas y jóvenes, depende del precio.
Pero ¿pagar? No, Antonio, sé razonable, conformáte con lo que está a tu medida.
-¿Mi medida? ¿Cuál es mi medida?
En los videos que se atreve a alquilar muy en secreto, hermosas doncellas dispuestas a todo para el
placer del hombre logran demoler los argumentos que la razón arguye en su defensa. ¡Y cómo
gozan! Ahí están con muchachos jóvenes. ¿Podrían gozar así con él... un viejo?
Antonio, sé razonable, con Catalina no la pasaste tan mal.
Pero Catalina era la sopa de todos los días.
Antonio, por favor, poné los pies en la tierra. ¡Despertá!
Recuerda la pinta que tuvo alguna vez. Y lo tonto que fue cuando no se atrevía. ¿Tímido? ¡No!
¡Boludo!
Calmáte, Antonio, ahora tenés tu oportunidad, date tiempo, ya vas a encontrar algo para vos.
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Cuanto más se resiste, cuanto más razonable intenta ser durante el día, más se le impone el vicio a la
noche. Huye del mundo y se encierra con el video porno.
Antonio, pará, no podés seguir así.
No atiende el teléfono ni se molesta en devolver las llamadas que algunas ilusas hacen con las
mejores intenciones. En cambio, empieza a acariciar la idea de terminar de una vez.
Es el colmo, Antonio, parecías más razonable.
Sin Catalina los deseos absurdos, prohibidos, se hacen insoportables.
¿No puedo? ¿No debo? ... No me atrevo. Sería muy loco.
¿Seguro? Tenés una sola vida, Antonio. Ahora o nunca.
Según las estadísticas, los hombres mueren antes. Él es un tipo con suerte, le ganó por lejos a su
mujer. Debería estar contento. Antonio, arrancá, todavía estás a tiempo. Pero no es fácil hacerle
caso a la sensatez. ¿Cómo se logra parar esta locura?
De repente, el milagro: un domingo comunica a unos amigos que va a pasar el día con ellos y pide a
Teresa que lo acompañe. Sorpresa y alivio general. ¿Cómo? ¿Por qué?
Nadie se enteró nunca, pero ese domingo se había despertado tras una horrible pesadilla: en un
lujoso dormitorio de hotel, muy excitado desviste a una escultural muchacha que se había
enamorado perdidamente de Antonio. Al desnudarse él, la joven comienza a reír y la escena se llena
de público. Aterrado, ve a sus hijos, socios, empleados y clientes mientras de la algarabía general
sobresale una estridente carcajada de Catalina.
El mismo día le propone a Teresa (viuda, cincuenta y seis años, también tres hijos y dos nietos)
vivir juntos; para probar. Teresa, encantada.
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Recuerdos Tibios
Mira el reloj con cierto temor, que se confirma al ver los números destacados en un hermoso verde
brillante del fondo oscuro del cuarto, aunque sin solución de continuidad con la penumbra que reina
en el dormitorio. ¡Las 3 de la mañana!
Se había acostado a las 12. Con 3 horas de sueño ya está desvelado. Volver al mediodía para dormir
unos minutos de siesta ese día será imposible. Y los ronquidos de Clarisa completan un panorama
que se resiste a aceptar sin más. Fantasías absurdas que alimentan inútilmente un deseo de rebelión.
“¿Señor Merceau, no me convidaría con un cigarrillo? Como quiero dejar de fumar, no compré.
Pero no aguanto.”
Qué bien pronuncia su apellido. Al ofrecerle el atado siente vergüenza por la marca y al prender el
encendedor trata de aparentar la mayor tranquilidad posible. Parece que también sabe francés
piensa Pierre.
Después de trabajar seis años en la escribanía logró algo nunca soñado: los dueños, Silver y
O’Farrell, le pusieron una secretaria. El viernes comenzó y el fin de semana no pensó en otra cosa.
Cuando le dijeron que la podía elegir, mejor dicho, que la debía seleccionar él, surgió la ilusión de
encontrar alguna cosa interesante, pero Delia Zihardi superó sus expectativas. Un excelente
currículo (mejor que el propio) pocas pretensiones de sueldo ¡y qué cuerpo! veintidós años y el
tercero de la carrera de Derecho.
Aunque hubiese podido, nunca quiso estudiar en la Facultad, de lo cual no se arrepintió. Cuando
entró a los diecinueve años como cadete, puso mucho empeño en aprender las cosas prácticas
necesarias para convertirse en un empleado de confianza, llegando a ser imprescindible para los
dueños. Ellos se fueron acostumbrando a dejarlo solo semanas enteras mientras iban a pasear por el
mundo. El sueldo y las bonificaciones eran un premio bien merecido por la responsabilidad con que
siempre manejó el estudio. Cuando se casó, le salieron de garantía para un crédito obtenido en
excelentes condiciones con el que adquirió un hermoso, moderno, amplio y muy bien ubicado
departamento de tres dormitorios con dependencias. Quedaba enorme cuando la familia recién
estaba en camino.
Mientras, un fortuito acontecimiento (que puede entenderse hasta como muy merecido) parece
sacarlo del letargo en que los diversos problemas económicos, aunque bien resueltos, lo habían
hundido. Como despertando de un sueño ni muy tranquilo ni muy inquietante, de golpe la vida le
ofreció olvidados atractivos que renuevan tanto intensos anhelos como adelantadas culpas.
La mirada de Delia fuerza el vuelo de su imaginación, confirmando una vez más que la atracción y
la lucha de los sexos es una epidemia universal cuyo contagio se transmite justamente con la vista.
En Pierre, el hechizo rápidamente se convierte en pasión con los clásicos síntomas de insomnio
severo y falta de apetito, junto a un repentino interés en una ridícula e inútil gimnasia aeróbica que
no puede explicar a nadie.
¿No te estás haciendo demasiadas ilusiones?
¿Cómo hago para evitarlas? Y, en una de esas…Si no pruebo, no lo sabré nunca.
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Pero, ¿sabés el lío que se te puede armar? El ridículo, el bochorno y el lío familiar son peligros
muy serios.
Sin embargo, la fantasía que despierta Delia es más seria aún.
Ese lunes, a las nueve menos cuarto, abre la oficina, lo cual suele hacer todos los días. Delia
comenzaría su jornada a las nueve y media. Ensaya mostrarse indiferente, por lo tanto resiste sus
ganas de preparar el café: le corresponde hacerlo a la nueva empleada. Se aguanta también el
impulso de traer medialunas.
Trata de armar unos escritos urgentes que en cualquier momento vendrá a buscar el gestor. Empieza
el primero. Después de equivocarse y romper el segundo intento, le parece una excelente excusa
dictárselo a la estrella y así poder contemplarla a gusto. Con tal de que no se le dé por tartamudear.
Al gestor lo puede mandar a buscar algo a la librería, o que se siente y espere mientras se toma
también un cafecito. Así, en presencia de un tercero, podrá sentirse más protegido frente a sus ganas
de zambullirse en la pileta. Tomando en cuenta que nunca aprendió a nadar.
A las 9 y 29 suena el portero eléctrico. Al “Sí ¿quién es?” responde una voz de mezzo que eleva la
taquicardia por encima de 100, lo cual es una pésima señal. Todavía hay tiempo de tirarse por la
ventana y evitar un seguro papelón; idea que tiene la virtud de hacerlo sonreír.
Dale, Pierre, no es para tanto, posiblemente no va a pasar nada. Así que calmáte, tonto.
¡Chiquilín!
Durante la mañana su cabeza está a punto de estallar. Alrededor de las 11 llega el escribano
“Cacho” Silver, un caballero que a pesar de sus sesenta y pico, divorciado con tres hijos y cinco
nietos, tiene a su favor una considerable fortuna que compensa con creces los veinticinco juveniles
y atléticos de Pierre. Y Delia se dedica descaradamente a seducirlo al viejo, con pleno
consentimiento de aquél. Deprimido sin remedio, logra poner los pies en la tierra y consolarse
pensando que le faltan sólo tres meses para recibirse de papá. A duras penas puede soportar el
ataque de celos, pero le cuesta cuatro cigarrillos más de los habituales.
Así llegan a la una, hora de almuerzo, cuando sucede el primer milagro; Delia le pregunta a Pierre, a
quien ya tutea, si podría acompañarla a almorzar. Recién después de que éste se apresura aceptar, lo
invita también a Silver, quien lamentablemente debía encontrarse con uno de los clientes más
importantes del estudio. Y Pierre automáticamente se encuentra transportado a las nubes, sin apetito
y extasiado mientras observa la desenvoltura de tan deliciosa criatura. Durante el almuerzo limitado a un poco de cerveza, un bife de lomo compartido y ensalada - Delia lleva la charla en
forma tan graciosa y fácil que a Pierre le es difícil darse cuenta de que está despierto y todo esto es
real.
Las semanas siguientes se convierten en una no muy plácida rutina. El insomnio sin ceder y la
tentación de avanzar al abismo presionando peligrosamente contra el resto de razón que perdía
terreno en forma acelerada.
Sucede un viernes, exactamente dos semanas después de que Delia comenzara su trabajo en el
estudio poniendo en serio peligro la frágil salud mental de Pierre. Alrededor de las 8 de la noche,
cuando ya hay que cerrar, sucede el segundo milagro que desconcierta en forma intempestiva las
tribulaciones del ya bastante confundido Pierre.
“Pierre, Clarisa está en casa de sus padres en San Pedro y no regresa hasta el lunes; mis padres están
en Río Hondo y tampoco regresan hasta el lunes. Te invito a unir nuestras soledades con comida
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china y un buen vino en casa.” La cena tiene lugar tres meses antes del fastuoso casamiento de
Delia Zihardi con “Cacho” Silver.
Tibios recuerdos surgen con gracia del humo del cigarrillo que disfruta Pierre minutos antes de
realizar uno de los actos más emotivos de su vida: acompañar ante el altar y entregar en sagrado
matrimonio a Susy la mayor de sus tres hijas, con Gastón, hijo único de Delia, su fiel amante desde
hacía más de veinte años.
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Teo, un amigo
Teo llega a la Argentina en 1945, a los doce años. Nacido en Bélgica, refugiado en Francia durante
la guerra, con un padre judío y una madre católica (que para darle el gusto a la familia de su marido
consintió en que Teo fuese circuncidado como establece el ritual hebreo). Tiene la suerte de
integrarse como interno en una escuela de la religión de su madre. Estas escuelas lo ocultan, como a
muchos chicos judíos evitando su deportación a los campos donde el nazismo concreta la “solución
final” para limpiar a la especie humana de todo vestigio de la sangre impura con que habían
infectado a la raza aria. Su padre no tiene esa suerte y muere en Auschwitz.
La fuerte educación cristiana que recibe en esos años entra en conflicto con lo que constantemente
se le señala: él es judío. Sin poder aclarar qué significa eso, ya que en algún momento es una
religión, en otro un pueblo, en un tercero una cultura, o, más bien, un fuerte sentimiento irracional,
quizás absurdo, de pertenencia vaya a saber a qué.
Junto a un grupo de jóvenes judío-europeos llegados un poco antes, durante o apenas terminada la
segunda guerra mundial, debe responder adecuadamente a la idealización que la cultura porteña
realiza con todo lo europeo. Allá el nazismo los consideró seres inferiores, aquí son una especie
descendiente y representante de la cultura superior, que únicamente Europa puede producir.
Para destacarse de alguna forma hablan en otro idioma, despiertan la admiración de los nativos o
elevan al Olimpo a aquellos que, estudiando francés, el idioma sagrado, pueden entender el lenguaje
de los dioses.
Nuestro héroe, Teo, es el primero que lee y entiende a Joyce, Proust y a Lacan ¡en francés! Con
subyugante y profunda voz varonil produce la certeza de encontrarse ante un genio destinado al
Premio Nóbel de Literatura, que no tardaría en alcanzar porque en cualquier momento se pondrá a
escribir, pues ésta es su verdadera vocación. De ese modo rinde ante sus pies a las representantes
del género femenino que se desviven por Víctor Hugo, Romain Rolland, Camus, Sartre, Simon de
Beauvoir, Anouilh, ídolos de una juventud que sueña con utopías de un mundo mejor.
Mientras tanto, trabaja en la redacción del diario “Crítica”.
Pero no sólo las chicas se fascinan con Teo. Nadie como él escucha tan interesado lo que alquien
quiere contar; su forma de prestar atención e intercalar palabras adecuadas en el momento oportuno,
convierte un diálogo intrascendente en un paseo por el paraíso, cualidad que nos sumerje en una
seria competencia para acapararlo en exclusividad, lo que es imposible porque Teo es amigo de
todos por igual. Aquí no hay privilegiados.
En ese grupo, el núcleo central lo forman diez estrellas del firmamento europeo rodeado de una
apreciable corte de discretos admiradores autóctonos y más entusiastas amazonas ávidas por la
conquista. En el coro femenino las categorías están bien claras. El primer lugar lo ocupa Zuly, la
menor de tres hermanas con las que la naturaleza se empeñó en perfeccionar la estética, a medida
que la familia iba en aumento.
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Entre los diez, el poder económico dictamina el ranking para el casorio, juicio sostenido por el
elenco masculino pero que el punto de vista femenino no comparte en absoluto. El tope de la escala,
según las chicas, lo ocupa Teo, aunque no tenga un peso.
La familia de Mauricio el polaco, logró consolidar el más alto nivel material. Y con el tiempo él se
convierte en un fuerte industrial mientras desarrolla un importante espacio en la economía y en la
política.
Su meta es, por lógica, conquistar a Zuly, que tiene la intención de conquistar, por lógica, a Teo.
Resultado: Zuly se casa con Teo cuando ambos cumplen sus primeros veinte años.
Una vez alcanzado el trofeo masculino más codiciado, Zuly tiene serias intenciones de satisfacer sus
instintos maternales; y su sentido práctico la inclina a abrir una boutique, convencida de que Teo
debe cumplir un destino superior, alejado de toda tarea relacionada con la economía doméstica.
Presiona para que Teo ingrese en Filosofía y Letras, pero él encuentra más fácil e interesante
ayudarle en la boutique, oscilando entre el rol de hijo y el de príncipe consorte, con aparente
satisfacción de ambos.
Mauricio sigue siendo muy amigo del flamante matrimonio. Zuly caritativamente le presenta a su
íntima amiga Cintia, con quien se casa.
Mauricio crece como industrial y ofrece a Teo la gerencia de ventas donde se luce en forma tan
llamativa que su fama trasciende, siendo tentado por otra empresa de mayor envergadura a asumir
la gerencia de ventas para toda Sudamérica. Mauricio lo convence de aceptar el puesto, mientras
consuela cariñosamente en la cama a Zuly, por las decepciones que la vida matrimonial le va
imponiendo. Cintia, fascinada con Teo, se consuela con él en otra cama, por lo mismo.
La idealización de Europa que Buenos Aires realiza de modo notorio, deja sus huellas. También en
su nuevo puesto, Teo se encuentra con el éxito y con el que va a ser un importante compañero de
ruta: el whisky. Queda convencido de que está en condiciones de conquistar el viejo continente, que
Europa lo espera y lo va a recibir con los brazos abiertos.
Embriagado con sus triunfos laborales, Teo se anima a tirarse a la pileta y renuncia a su trabajo.
Primero, propone ir a Europa con Zuly (que sigue con su boutique) para asegurarse un trabajo para
él. Una vez confirmado, Zuly volverá para vender la Boutique y llevar a sus dos hijos. Zuly también
se entusiasma con el proyecto de vivir en el primer mundo y que sus hijos se desarrollen allí. Pero
Europa se había arreglado bastante bien durante muchos siglos sin Teo y pensaba seguir así.
Teo lleva dos importantes recomendaciones y es recibido con todos los honores por unos directivos
de alto nivel que quedan profundamente decepcionados al enterarse de que Teo no posee ningún
título académico. Además ya tiene treinta y nueve años y eso allá es mucho. Conoce tres idiomas:
castellano, francés e inglés (cuatro si agregamos el idish, pero sería mejor que nadie se enterara de
esto). En Europa, para alguien que quiere ser ejecutivo de ventas o de cualquier otra cosa, eso no
representa ninguna hazaña. El veredicto es contundente: no hay lugar para él. Con lo que Teo se
encuentra en las puertas del infierno.
¿Y ahora? No está dispuesto a darse por vencido, ni mucho menos a que Zuly se dé cuenta de que
está pensando en matarse. La convence de que no pasa nada grave, que en Buenos Aires puede
encontrar algo mucho mejor de lo que había dejado, que ella vuelva ya, mientras él se queda unos
días más. De cualquier modo, hicieron un hermoso paseo.
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Y Zuly regresa sola a casa. Tras su partida, Teo entra en desesperación. ¿Cómo despertar de esa
pesadilla? ¿Cómo enfrentar a su público con tan estrepitoso fracaso? Descarta totalmente la idea de
matarse; hay que volver. ¿Por qué la mandó a Zuly, si no puede estar sin ella? Se va gastando el
poco dinero que le queda y debe buscar una forma barata de volver. La encuentra en un buque de
carga griego que lleva muy pocos pasajeros.
De griego no conoce más que el nombre de algunos poetas, estadistas y filósofos, lo que no es
suficiente para conversar con los marineros o con el capitán que no saben, o no quieren hablar en
otro idioma. Los pasajeros son tres: él, una extraña dama de unos sesenta años (pero muchos más
kilos) y un raro caballero de una edad parecida, con quien ella habla un idioma que no puede
descifrar. La dama tiene un perro, aburrido y tonto, con el que Teo varias veces piensa tirarse al
mar; es el único ser vivo con el que puede comunicarse.
No puede bajar en ningún puerto ya que en ese barco los pasajeros son carga, figura burocrática que
significa que no puede abandonar la nave hasta destino.
Durante semanas lo único que ve es mar, cielo y mar, en compañía del susodicho perro que parece
más deprimido que él.
De vuelta en Buenos Aires, Teo se encuentra con un viejo y fiel amigo con el que decide enfrentar
la vergüenza del fracaso: el alcohol. El ídolo se cayó y Teo, acompañado por su entrañable
compañero, por fin puede descansar. Se acabó la presión y la exigencia de ser un genio. Las tareas
menores y mal remuneradas que logra realizar, ilustran la inevitable caída.
El deterioro de su personalidad se acentúa mientras resalta lo más delicioso de su identidad. En sus
abundantes momentos lúcidos, sigue siendo el amigo que escucha, que presta atención. Como
ningún otro lo haría jamás.
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Aviso Clasificado
Enclavado en uno de los lugares más hermosos que conozco del Sur argentino, pegado al lago Lacar
y a 30 kilómetros de San Martín de los Andes, hay un camping en una villa que conserva el nombre
mapuche de Quila-Quina. En febrero, las temperaturas varían entre dos y cinco grados a la noche
llegando a treinta a las tres de la tarde. Si uno no duerme, las noches conviene pasarlas en El
Establo, que alguna vez lo fue pero ahora es el nombre de la despensa, más bien el boliche del
lugar.
Adentro, la temperatura varía entre doce y veinticinco, depende de la distancia del hogar a la que
uno logra ubicarse. Pasan constantemente jóvenes que traen canciones de todo el mundo. Unos
juegan al truco, otros al ajedrez, algunos escriben, otros dibujan, otros se abrazan, otros duermen.
Mientras, en el hogar, grandes troncos presentan un fascinante show salpicando las llamas con
infinitas estrellas que estallan al compás de una extraña música sin ritmo conocido.
Y ahí está la Eliana, la bruja. De oficio, vidente.
Con un pequeño aviso puesto en el diario de San Martín de los Andes, que no puede haber costado
más de cinco pesos, llega a atender a unas veinte “clientas” por día. “Atiende” en la carpa de su
amiga Marisa, casi todos los días de tres a cinco o seis de la tarde.
La gente llega. Pasan horas disfrutando del lugar mientras uno o varios de la comitiva se encuentra
frente a frente con la gran sacerdotisa. Sí, esa es la Eliana, fea como pocas, pero con una simpatía
natural irresistible. Sus cincuenta y cinco años reposan no muy elegantemente envueltos en unos
ochenta kilos con abundantes y llamativos rollos de grasa.
Tiene una clientela fija de años anteriores, sumando nuevos curiosos atraídos por sus milagrosos
poderes sobrenaturales. La gente está convencida de que la Eliana, tiene un pacto con Dios o con el
Diablo.
Los cinco pesos de inversión le redituaban unos trescientos ¡por día! Todo eso tras forzados años de
estudio. Sí, de estudiar cómo venderle humo a la gente y aprender que son muchos los que están
ansiosos por comprarlo.
La Eliana está como tradicional visita en la carpa de su dilecta camarada Marisa que agrega cuatro
hijos al decorado del lugar.
Uno se resiste a comparar los forzados años de estudios primarios, secundarios, terciarios,
universitarios, de la residencia y de actualización constantes, para convertirse en un celoso y
desinteresado defensor de la ciencia médica. Desinteresado debo ser, cuando un emotivo juramento
hipocrático junto a los magros honorarios presionan para contrarrestar el juicio de idiota útil con el
que la “profesionalidad” de la Eliana intenta rotularme.
Yo voy con la familia a Quila-Quina porque es mucho más barato que pasear por Europa a donde
van los colegas más astutos. Y la Eliana junta el doble que yo en dos semanas ¡estando de
vacaciones!
Como broche de oro, pasa el aviso de que esa noche como despedida va a tirarle las cartas a todo el
que se atreva ¡gratis! Lógicamente, ahí no falta nadie.
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Como dato de cultura general, yo di dos charlas que hasta logré que fuesen promocionadas por la
radio local. Una sobre sexualidad y la otra sobre el sueño utópico de un gobierno mundial, o sea, de
un mundo sin fronteras, sin guerras y con una sola moneda universal. Para la charla sobre
sexualidad apareció la mitad del camping (unos cuarenta) y unos diez de la ciudad. Para la del
gobierno mundial vinieron veinte sacrificadas víctimas y nadie de la ciudad.
Bien, la noche de la Eliana resulta impactante.
A mí, la Eliana me había aclarado que no aparezca porque si yo estaba dispuesto a escucharla, debía
ir a verla a su consultorio en San Isidro. ¿Por qué? Porque los psicoanalistas son una raza especial
con los que no quiere jugar. ¡¡Lo que faltaba!! ¿Eso qué era? ¿Una señal de desprecio o de
idealización? Supongo que se dio cuenta que no creo en todo eso. ¿Ir a verla? ¡¡Ni mamado!!
Al día siguiente me levanto a las siete buscando a alguien que durante el mate me dé una crónica de
primera mano. (No soy el único al que le gusta madrugar)
En el Establo la función aún continuaba. Quedaban muy pocos, más cansados que la Eliana, que
seguía como si nada.
De lo que escucho, dos son los relatos más insólitos. Jorge Luis, a los cuarenta y cinco, es un
traumatólogo de Rosario y la Eliana le cuenta anécdotas de su vida que nadie podía saber: que había
sido un buen cirujano que se asustó cuando vió que un colega, por equivocación, dejó sin voz a un
paciente durante una intervención por un bocio. Y Jorge Luis había tenido un problema en la vista
que lo obligó a usar lentes, lo que le quitó confianza en su habilidad manual. Primero estuvo muy
deprimido porque en ese momento su mujer lo abandona para irse con otro y por tener que dejar lo
que había sido un campo donde solía hacer maravillas. Pero al poco tiempo quedó muy contento
con el cambio, económicamente le iba mucho mejor, encontró otra pareja con la que tuvo dos hijos
más. Y el consejo final de la Eliana es que deje de pensar en volver a cirugía general, porque ahora
le puede ir muy mal ahí.
Y es el mismo Jorge Luis quien me cuenta la anécdota.
El otro es Héctor.
La Eliana le pregunta: “¿quién es Alberto?” Héctor contesta: “No tengo idea”.
La Eliana insiste: “Vamos Héctor ¿quién es Alberto?”
Héctor se pone pálido y dice: “Yo soy Alberto, es mi otro nombre. Me llamo Héctor Alberto”. Y la
Eliana, muy suelta: “No, vos te llamabas sólo Alberto. A los quince tuviste una pelea brava con tu
viejo, un jefe de la comunidad mapuche. Te fuiste de casa a Buenos Aires y te cambiaste el nombre
y el apellido. Y vos decís por ahí que no querés tener hijos porque te convencieron de que no podés
tenerlos.
Bueno, María Ester, tu pareja que está ahí, está embarazada y van a tener una nena, para fines de
octubre”.
En septiembre me enteré que eso está confirmado. Va a ser nena.
Tengo hora con la Eliana para el martes de la semana que viene.
En San Isidro.
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Creced y multiplicáos
I Domingo, día del padre. Llueve. Hace frío. Celia leía el diario a las diez de la mañana mientras
toma algo parecido a un desayuno. Café (recién hecho) cortado con un poquito de leche
descremada, con edulcorante y una tostada con queso blanco. A los cincuenta y seis años hay que
cuidarse. La comida es uno de los placeres más deliciosos de la vida por lo que es muy fácil caer en
la tentación y engordar.
Las noticias que leía en el diario eran las conocidas. Corrupción, desastres (individuales, sociales,
naturales, culturales), proyectos, esperanzas, ilusiones, la tecnología en su avance incontenible, para
bien y para mal. Por todos lados, más de lo mismo.
Espectáculos, deportes, turismo. Ahí la nostalgia se mezcla con la envidia. Si ésta se detiene en
admiración, los sueños vuelven a surgir con la misma intensidad que cuando era posible, o cuando
se creía que era posible, concretarlos. Con la diferencia de que ahora desaparecen más rápido, a
veces tras un leve suspiro.
Celia se esforzaba en mirar el mundo a través del diario mientras hacía el balance semanal de su
vida. Celia miraba y analizaba a Celia, su pasado, presente y futuro. El balance, azaroso, decidía el
ánimo del momento, quizás del día y de la semana. Hasta el momento era más bien neutro, por lo
tanto estaba tranquila. Para nada intervenía el horóscopo, que no podía dejar de leer.
Esa tranquilidad podía durar un poco más, pero si a las once no llamaba Betty, la menor (que desde
hace un año vive -tormentas mediante- con su novio Salo) y Dora, la mayor, no llama hasta las
doce, empezaría a ponerse mal. Cualquiera de estas cosas podía suceder, así que, a medida que el
tiempo pasaba, la ansiedad iba en aumento. A la una tendría que empezar a llamar ella. Celia se
empeñaba en defender un ritual que rendía su tributo a la institución familiar.
El que haya dos papás no era problema, más bien un escudo heráldico que podía lucir con orgullo.
Darío, padre de Betty, fue a una reunión de trabajo con los socios de la clínica y prometió venir a
más tardar a la una, o sea que a las dos, quizás aparezca. Si consigue imponer su proyecto para
reorganizar la clínica estará contento y amable. Si no, habrá que aguantarlo.
Pablo, padre de Dora, tiene sesenta y cuatro años y tres hijos más. Todos varones. Uno, Máximo, de
un primer matrimonio, anterior a Celia, y dos, de su tercera y por ahora última pareja.
Celia se unió a Pablo cuando éste tenía veintinueve y ella veintiuno. Tenía la seguridad de que el
mundo era de ella. Estaba en tercer año de Medicina. Pablo era adjunto de Anatomía Patológica y a
ninguno de los dos les dio mucho trabajo llegar a la cama. Al poco tiempo decidieron vivir juntos.
La separación del matrimonio de Pablo no produjo mayores inconvenientes y Máximo empezó a
pasarla mejor, ya que papá, posiblemente por la culpa que le producía su separación, se ocupó de él
mucho más que antes. Y Celia lo acompañó muy bien en esa tarea.
Los seis años que vivieron juntos le sirvieron a Celia para recibirse de médica, empezar a formarse
como psiquiatra y como psicoanalista, convertirse en mamá y conocer a César, un brillante
psicólogo que la deslumbró con Lacan, exactamente durante catorce meses. Un traspié que prefiere
olvidar.
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Hoy, día del padre, Celia combinó con Betty y Salo festejarlo almorzando en Puerto Madero con
ella y Darío (padre de Betty). Reservó una mesa para las catorce y treinta. Dora vendría a los
postres con Martín y Natalia (sus hijos, de cinco y dos años) después de almorzar con la familia de
su papá acompañada quizás de Jorge, padre de Martín y/o Eugenio, padre de Natalia. Dora, que
creía estar a la vuelta de todo, era la que más transgredía lo que algunos (muchos) entendían como
la sagrada familia. A pesar de haberse separado de los dos maridos, eran todos muy buenos amigos,
por lo que siempre estaba viviendo en su casa (que mantenían tanto Dora como los papás) con
alguno de ellos.
Celia se esforzaba por defender la libertad de todos, pero había momentos en que le parecía que
Dora la iba a enloquecer cuando, con intervención policial, alguno de los muy buenos amigos
defendía la libertad de hacer lo que se le antoje en el terreno del amor libre, mientras otro, de un
modo un tanto exagerado reclamaba su fidelidad. A veces, las batallas campales seguían a defensas
insólitas de la libertad de fumar (marihuana), abusar de la blanca o de los hábitos etílicos. Sin
mucho éxito era papá Pablo el que pretendía intervenir para frenar los excesos del grupo de Dora,
quien lo acusaba de ser el instigador, con su ejemplo, de lo que tan descaradamente ahora se atrevía
a criticar. Pablo juraba, en un débil intento defensivo, que nunca había dado espectáculos
semejantes a sus hijos, argumento que nadie tomaba en serio.
En esas ocasiones Celia era la encargada de rescatar a los niños que iban, resignados, unos días de
vacaciones a lo de la abuela (título que terminaba de abatirla).
El simple llamado de Betty y Dora, que debía realizarse por lo menos los domingos a la mañana a la
hora señalada, esa señal de respeto, le bastaba para justificar la hazaña de convertirse en mamá. En
cambio, el tener que llamar ella era un elemento más que la alentaba a poner en duda el valor de ser
madre, amén de que podía encontrarse con ese desagradable show en lo de Dora.
II
Celia en su adolescencia, obsesionada con su figura, sintió el pánico a las posibles
deformaciones de su imagen que los partos y la lactancia podrían producir. Un terror irracional la
invadía cuando surgía el tema de la maternidad.
Tres veces había sido elegida reina de belleza. Tenía plena conciencia de la envidia y admiración
que despertaba su presencia. Como eso era natural y la gimnasia y la natación se habían convertido
en rutina, una tranquila felicidad la acompañó hasta que la vida la llevaba a recordar que, por ser
mujer, podía ser madre.
La seguridad en sí misma iba aumentando a medida que cumplía un sencillo esquema: los requisitos
para lograr una aureola social que realce, en un marco de sublime valoración consensuada, una
belleza que los dioses de la fortuna le habían adjudicado. Tolerancia, modestia y paciencia (por lo
menos en apariencia), es lo que sus gestos expresaban.
¿Qué quería alcanzar? Eso lo tenía claro. La veneración del mundo. Apenas. Que todos quedaran
fascinados con ella. La belleza era un don natural que podía convertirse en el centro de una hermosa
personalidad. Para cultivar la figura estaba la gimnasia y la natación. Con la comida no tenía mucho
problema; se acostumbró a comer lo necesario y como todo se desarrollaba tranquilo y bien, no
había necesidad de calmar ninguna ansiedad superflua. También el estudio, que muchas veces
resultaba bastante pesado, al estar matizado con las fuertes gratificaciones narcisistas que cosechaba
a su paso, resultó un esfuerzo fácil de soportar. Aprendió a controlar su sonrisa, instrumento
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seductor por excelencia, según lo requerían las circunstancias. Aprendió a escuchar, jamás
interrumpir, a prestarle atención al otro, a mirarlo con respeto, aunque por dentro sintiera un
profundo desprecio. Aprendió a manejar a cualquiera ya sea para seducirlo, ir a la cama, o tomar
distancia.
No era fácil mantener un constante control de todo esto. A veces tenía ganas de explotar, dejar de
ser una diosa y expresar la bronca que algo le despertaba, pero entonces surgía con fuerza la voz de
la razón: Paciencia, muchacha, no tires todo el trabajo realizado por la borda. Pensá cómo te vas a
sentir después, que eso es más importante que darte el gusto ahora. Tras un imperceptible suspiro
se relajaba. Desarrolló una increíble tolerancia a la frustración. Le resultaba fácil gratificar el
narcisismo del otro, como una inversión para un futuro que puede presentarse en cualquier
momento.
Resultado: uno trataba de acercarse, de ser tenido en cuenta por esa diosa. Obtener su sonrisa era la
máxima felicidad a la que un ser humano común podía aspirar. Los elegidos que lograron compartir
la cama con ella, creyendo ser omnipotentes conquistadores, resultaban al poco tiempo las víctimas
impotentes echadas del paraíso. La magia de Celia era simple y de uso universal (nada original).
En el ambiente que Celia comparte, el requisito para ser candidato a víctima es tener cierta aureola
de poder, que lo convierte en apreciado trofeo del sexo opuesto. Una mirada que duraba un poco
más, una sonrisa un poco más significativa, son señales que comunican en todo el mundo las
intenciones de ir a la cama, esperando que el otro se arriesgue a la invitación formal que siempre se
puede rechazar, convirtiendo en desesperadas víctimas a los incautos. El rechazo podía producirse
de entrada, o, más sutil, tras dos o tres sesiones de estadías en lo increíble. Los entendidos rotulan
de histeria el ritual de alentar el interés y su posterior rechazo, posiblemente en defensa de las
infinitas víctimas (masculinas y femeninas) que este juego produce por doquier.
Celia tenía armas de sobra para producir los mártires que estaban desesperados por serlo. Ser
invitado a conocer el Edén y luego echado de él, debe ser razón suficiente para iniciar una guerra
mundial (hecho descuidado por los sociólogos). Pero como la víctima no está en condiciones de
semejante venganza, se limita a un bajón más o menos pasajero.
También se evita convertirse en víctima al casarse con el dueño (en este caso, dueña) del Jardín
Encantado. Lo que Pablo, al tiempo que en nombre del sexo fuerte se vengaba de Silvia (su primera
mujer) dejándola él, antes de que lo eche ella.
Al mismo tiempo el carácter de Celia era una coraza protectora que diluía fácilmente la hostilidad
de un posible enemigo que quedaba desarmado y seducido. Como había aprendido rápidamente los
secretos del sexo, del que disfrutaba con discreción, dejando a todos los hombres con la ilusión de
que nada es imposible y a las amigas con la seguridad de que nunca invadiría terreno ajeno, su
persona tenía un altar custodiado por gran cantidad de fanáticos.
III De Pablo se separó tras seis años de una convivencia que, más que un matrimonio, parecía una
empresa muy eficiente cuya meta era alcanzar el mayor status social, profesional y económico
posible. Profesionalmente, Pablo abrió un laboratorio de Anatomía Patológica que enseguida se
convirtió en un Instituto de enseñanza y creció con mucho éxito en todo sentido. Esto lo obligó a
viajar por todo el mundo para asistir a Congresos, Jornadas y Universidades que lo invitaban a dar
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conferencias para lo que no se hacía rogar. Matizaba esas visitas, que tenía que realizar solo ya que
Celia estaba en la suya, con instructivas experiencias de anatomía nada patológicas.
Celia hizo la residencia en Psiquiatría al mismo tiempo que la formación como Psicoanalista.
Bastante confundida en el terreno científico y terapéutico respecto al abordaje de la locura, aprendió
a separarla del Psicoanálisis en el consultorio privado, donde la tarea consistía en ayudar a alguien a
elaborar algún proyecto de vida quizás más adecuado de lo que conocía hasta entonces. Mientras, en
el Hospital, se trataba de armar a una persona, a la que la lucha cotidiana había convencido de que
el arte de la convivencia entre los seres humanos no era un juego de niños. Tras unos días de
descanso en la sala, durante los que se le daba al paciente la suficiente medicación para evitar que
pensara en su impotencia, soledad y desamparo, se lo mandaba de nuevo al campo de batalla
cotidiano esperando que aguantara lo más posible antes de volver.
IV A pesar del terror al embarazo por las alteraciones físicas que podría producir, decidió tirarse a
la pileta apenas empezó a vivir con Pablo luego de que éste terminara su separación. Forzada por sí
misma, dejó de usar el diafragma. Muy a pesar suyo esto le provocó una molesta tensión que
convirtió, a partir de ese momento, las relaciones con Pablo (futuro padre de la criatura) en un
suplicio y contaminó el resto de sus actividades. La sonrisa cambió. Por primera vez en su vida
conoció la depresión. Pero se iba a embarazar a pesar de todo. Y lo consiguió. Cuidando las fechas
de su período y después de tres intentos que no fueron muy agradables, ya estaba embarazada.
Pablo no entendió nada de este cambio y nunca se enteró del conflicto que vivía Celia, no tenía ni
tiempo ni ganas de entender lo que pasaba. Un poco frustrado, se conformó con el embarazo que sí
le agradó. Celia evitó luego las relaciones sexuales. Pablo podía prescindir perfectamente de Celia
en la cama, divirtiéndose con las otras aventuras a las que estaba acostumbrado. A los seis meses de
casados, Celia y Pablo eran buenos amigos que respetaban los caprichos del otro. Tras un embarazo
bastante tumultuoso y un parto que casi fue cesárea, nació Dora, una bonita criatura a quien Celia
intentó dar el pecho desistiendo a los pocos e infructuosos intentos.
Superado el trance con un más o menos feliz resultado, pudiendo ocuparse ahora de reparar los
daños que la maternidad había provocado en su cuerpo (para su sorpresa insignificantes) pudo por
fin relajarse. Pero esa experiencia dejó sus marcas. Le pareció que un modo de reparar todo esto
sería la atención que podría brindar a su beba. Para Dora, la libertad debe ser un hecho, no una
ficción demagógica. Fue una madre ejemplar, quizás un poco sobre protectora, que Dora disfrutó
durante toda su infancia.
Celia continuaba profundizando en el campo de la Salud Mental. En una jornada dedicada al
curioso campo de “El lugar del analista en el proceso terapéutico” fue a escuchar sin mucha
convicción una mesa redonda en la que cuatro terapeutas de distintas escuelas iban a hablar sobre el
tema. Hubo uno que despertó su interés de modo especial. Pocos había conocido en su vida que
mostrasen tal aplomo, seguridad y simpatía tanto en su exposición como en las intervenciones en el
debate, bastante acalorado, que se da luego. No estaba segura de entender su discurso pero quedó
fascinada. Era un príncipe que, desde su noble altura, se dignaba a alumbrar el intrincado camino
de... Bueno, no importaba mucho cuál. Ella conocía muy bien esa capacidad de seducción. Ahora se
encontraba con un digno contendiente con quien tendría sumo placer de jugar. Eso pasaba cuando
Dora tenía cinco años. César, el aristócrata en cuestión, le revivió otra época, casi olvidada. Y ¡qué
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hermoso muñeco era! Celia sintió que se despertaba en ella de nuevo la ilusión de que el mundo era
posible de conquistar.
Seducir a César no parecía difícil. Tampoco separarse de Pablo que estaba contento de que fuese
Celia quien tomara la decisión. Así terminó sin pena ni gloria una relación que nunca tuvo nada de
eso.
Se fue Pablo. Celia quería que viniese Cesar, lo que terminó siendo una lamentable y desastrosa
experiencia. Una relación que duró catorce meses porque, cuando descubrió que el brillante muñeco
aristocrático era homosexual, pensó e hizo el intento (fallido) de enmendarle lo que consideró un
error de ruta lamentable, pero fácil de corregir.
Luego vino Gustavo, el arquitecto de cuarenta y seis cuando Celia tenía veintiocho. Durante cuatro
años descansó. Gustavo tenía, además de su profesión, un campo en Santa Fe. Los viajes al campo
eran muy agradables pero muchas veces Gustavo viajaba solo porque debía quedarse varios días
allí y Celia seguía sus estudios. Le resultaba difícil moverse de Buenos Aires.
Celia volvió a disfrutar plenamente del sexo con Gustavo pero, a pesar de que no hacían nada para
evitarlo, no quedó embarazada. Su vida se iba encaminando bastante bien pero el destino decidió
que el vínculo con Gustavo terminara trágicamente en un accidente cuando volvía a Buenos Aires.
Celia enviudó a los treinta y dos años.
Las difíciles experiencias que vivió, eliminaron todo vestigio de arrogancia que la diosa de otros
tiempos podía aparentar, y le otorgaron a su personalidad un modesto toque de distinción. La
compañía de Dora que ya tenía diez años era un importante consuelo.
Darío había sido el médico de Gustavo y amigo de la pareja. No quería asumir la responsabilidad de
una familia hasta que las circunstancias lo condujeron a encontrarse demasiado cerca de esa joven
madre y viuda que, desde que la conoció le pareció interesante, pero inalcanzable. Con la muerte de
Gustavo le pareció que valía la pena probar (con treinta y dos años ya es tiempo de arriesgarse en
serio). Hoy, después de veinticuatro años, todavía está convencido de que valía la pena, a pesar de
algunos detalles. Desde los catorce años hasta el momento de empezar a convivir con Celia, había
conocido el diván de cuatro psicoanalistas. Durante casi dos años estuvo en un psicodrama
psicoanalítico y durante tres, en un grupo terapéutico. De los grupos (psicodrama o el otro) solía
contar que lo mejor que obtuvo fueron algunas amantes, lo que despertaba tal envidia en los
terapeutas, que recibía filosas y sagaces interpretaciones que fueron las más importantes que llegó a
escuchar. Nunca pudo aclararse si iba a los grupos por las chicas o se encamaba con ellas por las
interpretaciones que recibía después como castigo. Un terapeuta se le murió en sesión, un recuerdo
que a veces le daba escalofríos y a veces lo hacía sentirse omnipotente. Tantos años de práctica lo
convirtieron en un excelente psicoterapeuta, arte que practicaba muy seriamente detrás de la
fachada de médico clínico general.
Celia, empeñada en hacer una formación académica tanto en Psiquiatría como en Psicoanálisis, tuvo
que someterse a un análisis didáctico de cinco años, viciado por la necesidad de aprobar esta parte
del reglamento de formación. Si bien tenía una intuición psicológica bien desarrollada en algunos
campos de la vida cotidiana, no llegó a la altura de Darío, lo que resultó una suerte para los dos.
Darío se convirtió en un papá bueno y comprensivo, rol que le encantaba porque Celia, que
conservaba bastante del antiguo esplendor, solía acurrucarse en sus brazos buscando y encontrando
una hasta entonces desconocida, seguridad. Así trasladaba a Darío automáticamente al Olimpo.
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No parece extraño que en esas condiciones Celia quedase embarazada enseguida. Así nació Betty.
Luego Celia no se atrevió a más.
V Suena el teléfono. Faltan pocos minutos para las once de la mañana. Betty los invita a la ópera,
que a Darío le encanta, después del almuerzo. Van a cantar “La Boheme”, que todos podían
soportar. Salo ya había sacado entradas.
Bueno, qué bien, la familia funciona.
A las doce menos veinte llama Dora. Que vaya a buscar a los chicos, que Pablo se está peleando con
Eugenio que tomó de más. Lo quiere echar de casa.
Resignada, con un poco de taquicardia, Celia saca el coche para ir en busca de los chicos. En el
camino piensa dónde poder dejarlos para que Darío no pierda su día. No está preocupada por el
desenlace de la pelea en lo de Dora. Ya están todos acostumbrados y Pablo, dentro de todo, maneja
muy bien estas situaciones.
Llama por el teléfono celular a una amiga de Dora. Ubica a Martín. Con otra llamada ubica a
Natalia. Bien, el día está a salvo.
Viste, Celia, con un poco de paciencia todo se arregla.
Al llegar a lo de Dora ve alejarse una ambulancia y un patrullero está en la puerta. La taquicardia
aumenta. Pablo le cuenta que se llevaron a Dora al Hospital. Eugenio, borracho, enloqueció y la
golpeó feo. Resulta que Dora está embarazada y parece que el padre es Jorge. Bueno, se puso
celoso. Él, Pablo, ahora va al Hospital. La estaba esperando por los chicos. Jorge fue con la
ambulancia. A Eugenio lo llevan a la comisaría.
Lleva a los chicos, callados y acurrucados a su lado, a lo de Betty, donde por lo menos puede
sollozar un rato en silencio, abrazada a ella.
Parece que no es fácil, Celia. Lindo día del padre.
Y Dora embarazada.
Por el celular Pablo le informa que hay que tener paciencia. No hay lesiones graves. Pero del
embarazo (de dos meses) que Dora quiere continuar, no se puede hacer ningún pronóstico por
ahora.
Celia ¿valía la pena traer hijos al mundo?
Ahora tenés una familia. Una gran familia. ¿Y?
En silencio van todos, incluido Darío, al Hospital.
Dora está acostada, despierta, contenta, porque está segura de que al bebé no le pasó nada.
-“Viste, mami, que hija loca que tenés. Estoy embarazada de nuevo. Voy a tener tres. Mirá que te
estoy ganando. Y les voy a dar más trabajo para que no se aburran. Vení, abrazáme, mamá. Los
quiero mucho a todos. Pobre Eugenio. Se puso celoso. Tendrá que esperar la próxima.”
Celia la abrazó muy fuerte. Y lloró con alegría.
- “Hijita. Qué loca que sos.”
Sí, Celia. Valía la pena.
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La casa rosada
Un domingo de enero, pleno verano, tres de la tarde, treinta y ocho grados a la sombra. La estación
atestada tanto de personas como de bultos. Pasadas las fiestas, la gente volvía al pago,
deslumbrados por la gran ciudad. No hay duda de que Buenos Aires es la Reina del Plata.
Doña Jacinta, resignada a las pruebas que el buen Dios solía imponerle, esbozaba una sonrisa a
María Antonia, la sexta y menor de sus hijas, emocionada y admirada de la fascinante imagen que
tenía delante. Las dos formaban un cuadro entre lujurioso, fantástico, grotesco y trágico. Doña
Jacinta, sesenta y cinco de años y ochenta y cinco de kilos, lucía los típicos rasgos del noroeste
argentino. Era hija del Altiplano, vestida con mucha modestia. El paso de los años, mezclado con
silencioso pero profundo dolor, era el mensaje que sus duras facciones transmitían. Al ser de las
primeras en subir a la ‘Estrella del Norte’, pudo ubicarse al lado de la ventanilla desde donde
observaba a su hija, temiendo despertar de un sueño increíble en cualquier momento.
Le habían contado que su padre, al que nunca conoció, venía de las europas, polaco o francés, algo
de eso... por lo que debía estar orgullosa de su origen. También el padre de María Antonia debe de
haber sido de aquellos lugares. Doña Jacinta estaba segura de que era el mozo rubio de ojos azules
que, agradecido, le regaló la cruz que llevaba al cuello desde entonces. Eso pasó hace veintiocho
años en su hogar, la Casa Rosada del pueblo.
María Antonia fumaba impaciente el tercer cigarrillo, parada en el andén, esperando que viniera
Ernesto a sacarla de ahí. Su hermosa figura se destaca entre tanta humanidad humilde, que se
regocija acariciándola con asombradas y codiciosas miradas. Sandalias blancas con taco, continúan
con unos pantalones blancos ajustados que dejan traslucir un provocativo triángulo de base superior,
siguiendo un ceñido top gris celeste, que realza sus hermosos pechos bien proporcionados con el
resto y destacando los pezones que desafían al atrevido. Ombligo al aire, el espectáculo remata en
un rostro juvenil de rasgos escandinavos, discreto pero perfectamente maquillado con su negra
cabellera, unida en cola de caballo mientras por delante un bucle descuidado cae sobre la frente.
Difícil de aceptar que allí se encuentra una madre con su hija. La quena de Salta y Jujuy frente al
París de la tour Eiffel.
Aún faltan doce minutos para que el tren arranque. Está ahí desde las dos, cumpliendo fielmente el
encargo de Ernesto que prometió llegar también a la despedida. Esperar a Ernesto era la norma,
pero obligarla a estar con esta mujer que dicen que es su madre, no era de las tareas menores que le
imponía.
Tres minutos antes de la partida lo ve llegar disfrazado de golfista, agitando alegremente el bastón
con una franca y envidiable sonrisa, acercándose lo más rápido que su cojera le permite. Sube al
vagón, le da un abrazo y un sonoro beso a la avergonzada pero emocionada Jacinta.
“Sé que disfrutó a lo grande esta visita a la capital. Algún día nos damos una vuelta por allá. Fíjese
esta muñeca (señalando a María Antonia). Mire cómo la cuido. Mamá, la familia es sagrada. Hasta
la próxima”. Y otro abrazo y otro beso más sonoro que el primero.
María Antonia da una fuerte pitada al cigarrillo “Felicitaciones, payaso, el mejor papel de hijo de
puta y de hipócrita.,”piensa, mirando para otro lado.
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Parado al lado de María Antonia, es un instructor de golf sacado de contexto, saludando la salida
del tren con su amplia sonrisa y agitando el bastón.
“Bueno, muñeca ¿no tenés la satisfacción del deber cumplido? Diez días llevando a tu madre a
conocer Bs As. No me digas nada, sé que estás contenta. Pero a mí no me lo vas a agradecer.”
“Tenemos que llevar el Mercedes a Fernanda si no esta noche vas a tener problemas.” Se limita a
informar María Antonia.
“Me sigue asombrando tu preocupación por la familia, pero esta vez me adelanté yo. Simón me
trajo en el Honda de mi mujer que ya está arreglado y se lo llevó de vuelta, así que tenemos toda la
tarde para nosotros, lo cual sé que te encanta”, dice, tratando de disimular la ironía.
Simón, a los cuarenta y cinco, está tan resignado a su suerte como María Antonia a la suya. Es el
amante y el chofer de Fernanda, la mujer oficial y la madre de los tres hijos de Ernesto.
Éste último, está muy satisfecho de su vida y en un arranque de sumiso reconocimiento a la
institución familiar, obligó a María Antonia a traer a Dña Jacinta para que vea a su hija convencido
de que ése es el mejor regalo para año nuevo, pero que jamás se lo va a reconocer. ..
Mientras María Antonia maneja, Ernesto se deleita estudiando la figura que tiene al lado y que
considera su obra. La conoció hace más de diez años cuando entró de doméstica en su casa. Dos
años después la instaló en uno de los departamentos que tenía y se dedicó a pulirla en todo sentido.
Esto incluyó ligadura de trompas porque no le gusta usar preservativo y tampoco tiene ganas de
traer más hijos ilustres a este paraíso terrenal.
Pone la radio donde una voz relata:
“Aquí, en la tumba de Abraham Lincoln están celosamente guardados lo más sublime y sagrado de
la cultura humana: la Declaración Universal de los DERECHOS HUMANOS.”
Ernesto suspira y medita:
Será por eso que aquí brillan por su ausencia.
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Aclarando al oscurecer
I Encuentro en Salzburgo
Caminando por Salzburgo una mañana de enero, disfrutaba del encanto que las calles dedicaban al
recuerdo de un genial Mozart. Compartía la envidia de Salieri en ¨Amadeus¨ mirando asombrado las
partituras escritas sin correcciones.
Por ahí andaba mi ánimo cuando algo insólito me aceleró el pulso.
“No puede ser. ¡Lidia y Marcos!”
Venían caminando en dirección contraria, charlando animadamente. A medida que se acercaban,
Marcos se iba poniendo nervioso. ¿Quién es éste que mira así? Iban a pasar al lado mío y seguir de
largo si no lo agarraba del brazo. Me miró sin entender pero en ese momento Lidia me reconoció.
Claro, con guantes, campera, gorra y anteojos, no era fácil.
“¡Enrique! ¿qué hacés por acá? Qué sorpresa. ¿Y Pupé?
“Llegamos ayer de Budapest. Como no aguanté los seis días programados en Berlín, nos sobraron
tres que venimos a pasarlos acá. ¿Y ustedes?
“Bueno, no pensábamos venir a Salzburgo, pero como nos queda de paso y había que conocerlo,
decidimos dedicarle un día. Llegamos esta madrugada y nos vamos mañana. Venimos de Italia y
mañana estaremos en Praga.
“Ustedes van para arriba; nosotros de acá nos vamos para abajo, para Venecia. Vengan, vamos a
buscar a Pupé que me está esperando a dos cuadras de aquí.”
Un encuentro increíble. Ni ellos ni nosotros pensábamos ir a Salzburgo y nos venimos a cruzar en la
calle.
Marcos es abogado penalista como yo, aunque cinco años más joven y con quince más en la
especialidad. Que estemos de vacaciones durante la feria judicial es lógico, pero que nos crucemos
en una calle de Europa no lo es tanto.
Salzburgo está en el límite entre Austria y Alemania. Ahí donde nos encontramos se ve ‘El Nido del
Águila’, Berchtesgaden, donde Hitler tenía su reducto favorito en los Alpes.
Esa noche fuimos a una taberna popular de la cadena ‘Agustina’. La pasamos bárbaro. La taberna
era un lugar típico de Baviera. A pesar de ser pleno invierno, estaba llena. Claro que en verano se
habilitaban los jardines que albergan entonces tres veces más parroquianos. Lo típico era que uno se
agarraba una jarra, la lavaba y hacía la cola para que la llenen con la cerveza elegida. Después se
elegía el plato entre los que ofrecían unos 20 stands y se lo llevaba al comedor, un amplio sótano
con largas mesas donde la gente charla, canta, ríe o, como nosotros, le pide a algún vecino que
saque algunas fotos.
II Resonancia magnética
En abril del 97, tres meses después del encuentro en Salzburgo, Marcos decidió pedir una consulta
con el neurólogo.
Unos veinte minutos después de revisarlo, el Dr Isaac Kutzner le dijo a su amigo:
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“Marcos, te vas a tener que convencer de que los síntomas que vos decís que sentís son productos
del stress, de la tensión que estás viviendo desde que volviste de las europas.
Lo que contás de tu hija con el quinto embarazo de la quinta pareja a la que tienen que mantener
ustedes, tu mujer que nunca se conforma con lo que tiene, lo difícil que te resulta defender tu lugar
frente a los colegas y el trabajo que no da el resultado que pretendés, ¿no te parece que son
suficientes motivos para somatizar un poquito? Te podría hacer el diagnóstico de histeria o, con más
respeto, de hipocondría.
“Hacé lo que te dije muchas veces: ya que te despertás muy temprano, aprovechá para salir a
caminar y despejarte. Sabés que el aerobismo produce endorfinas, antidepresivos naturales, que te
hacen buena falta. Y te confieso que me gustaría acompañarte porque me hacen tanta falta como a
vos, lástima que tengo que trabajar doce horas diarias para mantener a los míos. A pesar de tus
quejas, te va mucho mejor que a mí. Lo que nuestro caro amigo y presidente de esta prepaga, el
afamado Dr Alberto Schneider, me deja ganar, sabés que es cada vez menos. Entonces, muchacho,
tené en cuenta que lo que vos ves como vacas flacas en realidad son vacas gordas, las flacas todavía
no las conocés. A pesar de tus respetables problemas todavía tenés otras suertes que dan bastante
envidia.
Entonces, Marcos, adelante que el camino es largo”
Marcos escuchaba con una mezcla de alivio y de miedo. Alivio porque deseaba que Isaac tuviese
razón, miedo porque no creía equivocarse tanto. Los pequeños y fugaces síntomas en la lectura y en
el habla pueden indicar cualquier cosa.
“Isaac, te agradezco esta filípica y espero que estés en lo cierto. Pero, para darme el gusto,
mandáme hacer algunos estudios más profundos y me quedo tranquilo. Te lo pido como amigo.”
“Bueno, dáte el gusto. Hacéte una resonancia magnética; mañana tenemos el resultado, así para el
fin de semana te ocupás de los otros problemas que tenés. Por culpa tuya Alberto me va a tirar la
bronca porque mando a gastar plata al cuete.”
Bien recomendado, el mismo día a la tarde se pudo hacer.
Esa noche durmió peor que nunca. Se levantó temprano, caminó dos horas y a las 11 fue a buscar el
resultado para llevárselo a Isaac.
Le dieron un sobre cerrado. Tuvo que esperar llegar al café más cercano para abrirlo mientras la
taquicardia subía.
Ahí estaba el veredicto. ¿Cabía alguna duda aún? Debía haberla, lo deseaba. No podía aceptar esto.
Pero…
Cuando Isaac leyó el informe quedó tan impactado, que le dijo, en realidad se le escapó:
“La verdad, Marcos, según esto deberías haberte operado ayer. El problema es más serio de lo que
creíamos.
Le voy a pedir a Tarovsky, que me parece el mejor en este campo, que te vea ya, hoy, que no se
puede perder tiempo.”
Marcos no pudo ponerse contento de haber acertado.
Debía calmarse, debía.
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III Condenado a muerte.
2 de mayo. Estábamos en la habitación 214 del Instituto del Diagnóstico, acompañando a Marcos a
internarse para la primera de las tres intervenciones que Tarovsky, el más renombrado
neurocirujano del momento, le realizó en el término de tres meses. Después Lidia frenó el
entusiasmo intervencionista de su eminencia.
Se produjo una lamentable oposición de criterios entre Tarovsky y Schneider. Mientras Tarovsky
insistía en nuevas intervenciones a medida que Marcos iba presentando complicaciones lógicas por
la lesión de base, Schneider lo acusaba de mentiroso y comerciante. Resulta que Kutzner debe
haberse sentido tan culpable por errar el diagnóstico que no pensó en las consecuencias que traería
mandar a Marcos con Tarovsky. Tarovsky era lo mejor en neurocirugía, pero no pertenecía al
plantel de la prepaga de la que Marcos era socio y Alberto Schneider uno de los Directores. De este
modo, Marcos debía afrontar de su pecuño el costo de cada intervención que Tarovsky realizaba. La
prepaga de Alberto se tenía que hacer cargo de la internación, de todos los estudios solicitados por
el neurocirujano y del postoperatorio. Si bien Marcos tenía con qué afrontar los honorarios de
Tarovsky, tras la tercera intervención a Lidia los quince mil dólares invertidos hasta el momento le
despertaron serias dudas. ¿Valía la pena prolongar la agonía de Marcos? El tumor cerebral que iba
desarrollando es uno de los más invasores y es imposible extirparlo por completo, que es lo que
Tarovsky dijo haber realizado en la primera intervención. Marcos estaba condenado. Y Alberto, por
su amistad con Lidia y Marcos, pagaba de su bolsillo (por lo menos así lo manifestaba) los
continuos estudios y análisis que Tarovsky reclamaba pero que el Dr Schneider no podía justificar
ante sus socios ni negarse a autorizarlos.
En esta triste situación nos involucramos muchos, sufriendo inútilmente el dolor y la rabia al tener
que enfrentar un enemigo implacable que nos humillaba acentuando nuestra impotencia. Mientras,
ocultamos elegantemente el alivio de no ser la víctima.
Marcos no quería enfrentar la verdad. Es lógico que uno intente defenderse aferrándose a cualquier
ilusión que intentamos compartir, apareciendo las curas alternativas milagrosas, que se cambian a
los pocos días.
En septiembre se festejó en su casa su cumpleaños, el último de los sesenta y cinco. Los torpes y
lentos movimientos, junto al intento por momentos desesperado, de encontrar palabras para
completar una frase, convertían la compañía de Marcos en un suplicio que había que disimular. Un
grotesco juego que la relación humana reclamaba.
Habían pasado ocho meses desde el encuentro en Salzburgo.
En silencio me preguntaba si sería el único que se angustiaba pensando qué era lo que el futuro me
tenía reservado. Varios de los viejos amigos ya no están y uno, desde hace muchos años fue
cayendo de a poco en un estado tan lamentable que, cuando lo comentamos, con mucha convicción
teórica reclamamos la eutanasia.
Llamémoslo Azar o Destino. Es el que juega a los dados para elegir el final. Del mismo modo
decidió el comienzo.
IV Dolor
Admiraba a los que sacaban a Marcos a cenar, a caminar, a sentarse en la plaza. A mí me revolvía
el estómago pensar que estoy cenando con alguien que dentro de poco va a ser cadáver. Pero había
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que hacerle compañía; a él y a Lidia. Menos mal que siempre combinamos con otros para
encontrarnos allí, lo que no es elegante confesar. En octubre comenzó a estar más tiempo acostado,
levantándose sólo por un rato para acompañar a las visitas.
Mientras Tarovsky insistía en que podía mejorar y quedar estabilizado por años, que en materia de
cáncer nadie debe darse por vencido, que cada caso es un mundo diferente, Alberto sostenía que no
podía pasar de fin de año.
Nadie quería reconocer que deseaba el fin. Uno quiere ayudar, acompañarlo, mostrar al público lo
abnegado que es, pero durante un tiempo. Uno desea que termine de una vez, que se pueda decir
“pobre, cuánto sufrió”, pero verlo sufrir se hace insoportable. Uno llega a pensar que sufre más que
él y que se debería acortar esa inútil agonía. Entonces aparecían argumentos como que el poder
abrir los ojos y ver a alguien, ver el sol, la luz del día, una flor, un amigo, poder ir al baño a
higienizarse, justifica el seguir vivo. Los fugaces instantes en que todo dolor desaparece, que se
disfruta de un poco de paz, lo merece; nadie sabía si había algo de verdad en eso. Lidia recién en
enero se decidió a tener una enfermera en casa y pudo descansar por lo menos de noche. Esto debía
terminar. La culpa por desear que se muera de una vez, que aparezca el final del drama, nos invadió
a todos, a veces convertida en contundentes argumentos a favor de la eutanasia. Lidia llegó a
evaluar esta posibilidad, pero la oposición de los hijos, la hizo desecharla. Claro, ellos estaban un
rato con el padre, ella debía soportarlo las 24 horas y desde hace casi un año de la consulta al
neurólogo.
Aun sin estar presente, Marcos invadió mis pensamientos sin descanso. Había momentos que la
ilusión de que podía salir de esto, tomaba cuerpo. Las anécdotas de gente que pasó por algo
semejante y hoy está muy bien, circulaban por los pasillos. Nadie sabía si eran ciertas o no,
tampoco importaba mucho.
Yo estaba convencido de que la vergüenza y la rabia por tener que mostrarse tan débil, indefenso,
inútil y cada vez más dependiente del cuidado de los demás, eran tan dolorosos como los dolores
físicos que el tumor producía. Marcos reclamaba la atención de un bebé, y nadie estaba dispuesto a
brindarla por más de media hora.
En enero del 98, la agonía continuaba aunque el final se esperaba de un momento a otro. Para las
clásicas vacaciones y en parte por razones de trabajo, Pupé y yo fuimos a España y Portugal donde
tenemos amigos comunes, algunos de los cuales se habían ido por razones obvias en época del
Proceso Militar. Pero Marcos no podía escapar.
La pasamos muy bien pero en Andalucía, en la Alhambra de Granada y en el Alcázar de Sevilla,
entre lo que me pareció el desastre del cristianismo tratando de sepultar la cultura árabe y el frío de
muerte que llegué a sentir en los espaciosos salones. La imaginación me trasladaba al pie del lecho
de Marcos o me lo traía para acompañarme en la visita. Volvíamos a disfrutar como en tantos años
o me imaginaba el tumor invadiendo y presionando la masa gris, impidiendo la circulación del
líquido céfalorraquídeo, produciendo atroces dolores que se aliviaban cuando piadosamente lo
dejaban inconsciente. Deseaba fervorosamente que a la vuelta, el drama haya terminado.
V Final de un camino
No, en febrero continuaba la agonía.
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Las visitas a Marcos eran cada vez más desagradables. Ya no salía de la cama. En mayo, el final se
precipitó.
Inmóvil, acostado boca arriba, ojos cerrados, pupilas fijas, boca entreabierta. Respirando de tal
forma que parece profundamente dormido. Sumamente flaco, un color cetrino en la piel, sin
reflejos.
Esa imagen me acompaña aún hoy. Muy nítida, aparece en primer plano ocultando gratos
momentos compartidos meses y años atrás, en las que conserva su típica sonrisa, triste, pero con
aire aristocrático.
Era lunes, estaba en coma. El miércoles llama Lidia y nos informa que Marcos murió a la
madrugada. El drama, por fin, está por terminar. Sólo falta el último acto: velorio y entierro. La
tensión afloja. Ya podemos empezar a llorarlo y a extrañarlo. Ya no es necesario sufrirlo.
Amigos, parientes, colegas y clientes, desfilaban cumpliendo un ritual sagrado. Como siempre,
algunos contaban chistes; otros, anécdotas de su vida, luego de preguntar cómo fue la agonía.
“Pobre, no tuvo una vida fácil”. Tres columnas en La Nación.
Me empecé a sentir extraño, lejos de todos los que estaban ahí, invadido e intoxicado por Marcos,
por su historia. ¿Tan importante era para mí? Sería lógico, muy cercanos en los últimos treinta y
cinco años. Compartimos mucho y competimos bastante. No es de buen gusto, pero el triunfo por
sobrevivir es una íntima satisfacción que compensa un poco siquiera la realidad de que uno está
cada vez más solo. A esta altura perder a un amigo es muy duro.
VI Hipnosis, autohipnosis y medicina psicosomática.
Debe haber sido por el 50 y tantos, que vi algo que me dejó muy impactado. En un teatro de la calle
Corrientes presentó un espectáculo público un tal Ceccareli, hipnotizador profesional, que, decían,
había trabajado para las fuerzas aliadas en Italia.
Primero logró que se moviera rítmicamente casi todo el público que llenaba el teatro. Luego pidió
10 voluntarios para subir al escenario. Menos a uno, al que mandó a sentarse de vuelta en su
asiento, durmió a los otros, haciéndoles sentir frío, calor o dolor, de acuerdo a su antojo. A una
mujer en trance la llevó a escribir como cuando tenía doce, diez, ocho y seis años.
Pero lo más asombroso fue cuando tomó a un hombre alto y delgado, lo hizo entrar en trance
hipnótico, lo dejó rígido y duro como una tabla, lo apoyó con los talones sobre el respaldo de una
silla y con la nuca en el respaldo de otra. Creo que un atleta muy bien entrenado no podría
sostenerse en esa posición. Luego se subió sobre el estómago del ´hombre-tabla´ y saltó encima.
Muchas veces he visto por la TV números de circo donde mostraban experiencias con hipnosis. En
una de ellas, una mujer se autohipnotiza, también se queda dura como una tabla. La toman y la
acuestan sobre una mesa donde previamente rompieron unas cuantas botellas, desparramando los
fragmentos de vidrio sobre ella; la hacen rodar de un lado a otro. La paran, muestran la espalda:
ningún rasguño.
He escuchado, aunque no visto, que se realizan operaciones bajo hipnosis, sin anestesia, sin dolor y
sin sangre. El parto sin dolor es producto en gran parte de la sugestión.
Varias veces he logrado que entren en profundo trance personas con las que me entretuve probando
mis dotes de hipnotizador con asombrosos resultados.
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La mente puede influir y obtener impresionantes cambios en el organismo humano. Para bien y para
mal.
Pero ¿puede producir tumores malignos?
Había detalles muy llamativos en la historia de Marcos que avalan esa hipótesis. Con esta excusa,
me propuse investigar las supuestas causas psicosomáticas del cáncer que terminó con su vida y que
alimentan en mí la idea de un suicidio.
VII Lo que no existe, es el olvido.
Lidia no era la primera mujer de Marcos. Había estado casado cinco años con Yolanda, la única hija
de un legendario juez que luchó exitosamente contra la mafia de su época. El matrimonio se deshizo
unos meses después de un resonante drama que llenó durante un tiempo bastante espacio en los
diarios. Eso había pasado treinta y ocho años atrás.
Volviendo de una fiesta de fin de año, Marcos manejaba totalmente borracho.
Quiso la fatalidad que al pasar una bocacalle, lo ´toque´ en la parte trasera un coche que intentaba
cruzar. Parece que Marcos iba a demasiada velocidad y tomó por sorpresa al otro. Marcos perdió el
control, el coche subió a la vereda, atropelló a una mujer embarazada que murió en el acto y dejó
seriamente lastimado a un hijo de la misma, que tenía entonces cuatro años.
Marcos llevaba a su mujer de acompañante y a Alberto en el asiento de atrás. Alberto salió ileso,
igual que Marcos. Pero su mujer quedó inconsciente durante unas horas aunque se recuperó
totalmente.
Yolanda y Marcos tenían dos criaturas: una nena de cuatro y un nene de dos. Yolanda no quiso ver
entre rejas a Marcos, el padre de los nietos del famoso juez. Por primera y única vez en su vida,
Yolanda consiguió que el juez ensuciara su inmaculada trayectoria y lograra, muy a pesar suyo, el
sobreseimiento de su yerno. Por más que la vergüenza y la culpa lo llevó a que el chico que
sobrevivió a las heridas reciba misteriosamente una importante suma de dinero, el juez falleció al
poco tiempo.
Yolanda, que tras la muerte de su padre tomó conciencia del error cometido, volcó toda su
desesperación en odio a Marcos, de quien no sólo se separa sino que consigue que no pueda
acercarse a sus hijos.
Marcos, a pesar de perder dos años en su formación, recupera el lugar profesional, conoce y se casa
con Lidia con la que tiene tres hijos.
Marcos nunca habló de aquél episodio, pero donde aparecía por primera vez esa historia no cesaba
de circular.
“Ah sí, el penalista borracho y asesino” era la sombra que lo acompañaba en la presentación. Pero
Marcos era tan educado y amable que a poco de conocerlo el pasado quedaba totalmente relegado al
olvido. Como era muy apreciado en todo sentido, resultaba fácil borrar ese recuerdo. En todo caso
“toda persona tiene su momento de debilidad”.
Aquel chico también se recibe de abogado y sigue su formación como penalista, asistiendo algunas
veces a seminarios que dicta Marcos. Ninguno de los dos dio señales de que el pasado los
acompañaba.
Marcos no tuvo nunca más algún contacto con los hijos de su primer matrimonio. Menos con
Yolanda.
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VIII Sorpresa
Las emociones rigen nuestra vida, aunque preferimos creer que es la razón la que nos guía. Evitar el
dolor y encontrar el placer es la meta.
Trato de ponerme en el lugar de Marcos, de sentir lo que él debe haber sentido frente a esta historia.
Borracho, atropella y mata a una mujer embarazada. Rabia contra sí, vergüenza y culpa frente a
cualquiera. Sin embargo, nunca se notaba el menor atisbo de malestar. Parecía que le hubiese
pasado a otro, no a él. Y durante muchos meses, quizás años, enfrenta la mirada del hijo de esa
mujer, que quedó con alguna dificultad muy leve al caminar.
Me recorre un escalofrío, me tiemblan las rodillas y se me hace la piel de gallina al ponerme en el
lugar de Marcos. Lo compadezco, una víctima de la fatalidad.
No poder ver a sus hijos fue un cruel castigo. ¿Merecido? Cuesta entender a la mujer y a los hijos.
La rabia, la vergüenza y la culpa conforman un dolor constante, lo que podría ser suficiente motivo
para un suicidio. Y si éste no se llevó a cabo fue porque por lo menos algo dentro de él se sentía con
derecho a estar vivo. Pero queda un conflicto interno que puede producir el cáncer como
transacción dialéctica. La máscara social disimula admirablemente el drama que subyace.
La amistad con el Dr Alberto Schneider nunca me resultó fácil pero como siempre estuvo muy
cerca de Marcos y de Lidia, fui a tomar algunos cafés con él para conocer su opinión. Él también
había sido amigo de Yolanda y estaba en el coche cuando sucedió.
Cuando le conté el rumor de que Marcos ya conocía y andaba con Lidia, que era su alumna antes
del accidente, sacó un cigarrillo.
“Mirá, conozco esos rumores y otros, así como tu interés en encontrarle una raíz psicosomática al
cáncer. Aunque trato de dejar de fumar, revolvés algo tan doloroso para mí, que lo dejaré en otra
oportunidad, quizás. Lamentablemente ahora que Marcos no está, soy el único que sabe lo que
realmente pasó.”
“¿Lo que realmente pasó? Pero si todos lo saben. Vos estabas ahí. ¿Qué, no pasó todo esto?”
“Sí, el accidente ocurrió. Esperá, que ahora necesito un whisky.”
Y tras el primer sorbo siguió: “Yo te voy a contar mi verdad. Lo que dudo es que me vayas a creer.”
IX Yolanda
“Con Marcos éramos compañeros en la secundaria, en el Buenos Aires”, empezó Alberto tras el
segundo whisky. “Conocimos juntos a Yolanda, que era hermosa y muy brava. Su padre, el famoso
juez, la había malcriado demasiado. Puede que haya querido compensar la muerte de la madre que
había fallecido tres meses después de tenerla a Yolanda. El juez era un tipo extraordinario. Con un
coraje increíble luchó contra la mafia, pero jamás pudo (en realidad creo que nunca quiso) ponerle
límites a Yolanda. El resultado era lógico. Yolanda se convirtió en una linda mujer a la que había
que aguantarle los caprichos. Pronto se dio cuenta de que una mujer caprichosa y al mismo tiempo
tan bonita, si quería, nos podía volver locos a todos. Eso es lo que hizo. Yo estaba a sus pies y
Marcos cometió el gran error de su vida al casarse con ella. Ingenuamente creyó que podía
cambiarla; que al convertirse en madre, al darle una familia iba a cambiar. Quizás, como los padres
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de Marcos habían fallecido, encontró un padre en el juez, porque la relación entre ellos era
admirable. Pero se encontró con un infierno que era la convivencia con Yolanda.”
Esto no me lo esperaba, había escuchado que Yolanda era muy linda. Yo no la conocí, pero Alberto
parecía contarme otra película.
“No importa mucho si me creés, pero los hijos que Marcos tuvo con Yolanda no creo que sean de
Marcos. Me resulta un poco cruel tener que confesar que es muy posible que el muchacho sea hijo
mío. También creo que Yolanda se acostó más veces conmigo que con Marcos. A él lo tuvo loco.
Lo excitaba paseándose desnuda, calentándolo, burlándose y despreciándolo mientras él tenía que
masturbarse para calmarse un poco. Cuando Marcos me contaba su drama, lloraba de rabia y de
impotencia. A mí me revolvía las tripas. A veces creo que sabía a quién le contaba todo eso.
También Yolanda se burlaba de él mientras estaba en la cama conmigo. Podés decir que yo era un
hijo de puta acostándome con la mujer de mi mejor amigo. Y tenés razón. Pero no me puedo resistir
a esta hembra, que está cada día peor con la bebida.”
“¿Está? ¿Hoy? ¿Qué, la seguís viendo?” Me pareció que Alberto deliraba, esto no podía ser cierto.
¿Lo era?
“No sólo que la veo sino que sigo tan metejoneado con ella como al principio”, siguió Alberto con
inusitada calma. “Y ahora que ya tomé tres whiskis puedo decir lo que estás escuchando sin
sentirme culpable. Si creés que estoy delirando, que todo es un invento de mi imaginación, me
gustaría que tuvieras razón.”
Quedé aturdido.
X
Verdad y Justicia
La verdad es algo con lo que se tropieza a veces,
pero generalmente uno se levanta y sigue su camino.
Diccionario del Disidente. Armando Chulak.
Según Alberto no era Marcos el que manejaba, sino Yolanda que había comenzado con la bebida
después de su primer parto. “Yo le ayudé a ocupar el lugar del conductor” – dijo Alberto – “y a
tomarse media botella de vodka. Yolanda quedó inconsciente tras el impacto y estaba tan pasada
con el alcohol que después no se acordó de nada, así que no costó mucho convencerla de que era
Marcos el que manejaba. Lo más triste fue que Marcos quiso evitar el disgusto del juez, que murió
igual.”
No me atreví a decirlo, pero si todo esto es cierto ¿no era Alberto el que debía ocupar el lugar del
chofer?
Yolanda prefirió el alcohol antes que los chillidos de la beba, a quien debían atender otros,
principalmente Marcos. Otras, que no tenían nada que ver con la historia oficial, serían entonces las
razones que motivaron la rabia, la culpa, la vergüenza y quizás un miedo general, inexplicable, al
futuro.
Marcos, con un profundo respeto al juez, hizo todo lo posible para que éste nunca se enterara de que
el alcohol se iba convirtiendo en el único dueño de Yolanda. Según Alberto, esa noche, Yolanda se
había pasado con la bebida porque una colega del hospital, unos años más joven y casi tan linda
como ella, estaba intentando seducirlo. Y eso no debía ser; Alberto era propiedad exclusiva de ella.
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Yolanda sabía cómo mantener su dominio, sus tres amantes obtenían unas sesiones de sexo tan
exquisitas que lo único que les quedaba era competir entre sí para recibir estos favores.
“Éramos tres marionetas a disposición de una Yolanda que parece haber heredado el Kamasutra a
través de los genes. En cambio a Marcos lo volvía loco al contarle los detalles pero no dejando que
la toque, salvo en muy contadas ocasiones”.
Y tras unos sorbos de whisky, Alberto siguió: “¿Te acordás de Francisco?”
“¿El que dijeron que se suicidó porque le habían diagnosticado Sida y la mujer lo echó de casa?”
“Bueno, nunca tuvo Sida, era uno de los tres privilegiados. Se inventó el Sida para no tener que
hacer los deberes con su mujer. La mujer lo creyó y al echarlo de casa Francisco se sintió por fin
libre. Por lo menos, durante un tiempo. Pero me parece que fue el maltrato de sus hijos el que lo
empujó a la melancolía y al suicidio. Nadie se enteró nunca de que Yolanda tenía su haren privado.”
¿Y yo tengo que creer todo esto? No tenía sentido formularle esa pregunta a Alberto. Me resigné a
la respuesta que surgía por dentro.
No salimos desnudos a la calle. Elegantes vestidos esconden lo que sería desagradable mostrar. Las
cagadas se hacen en la intimidad y el olor desaparece convertido en fragancias que vienen en
aerosol, gracias al inusitado avance de la tecnología.
Ahora me pregunto: ¿adónde fueron a parar mis inquietudes psicosomáticas?
Debo reconocer que, después del relato de Alberto, la imagen de Yolanda en las sesiones de sexo
con sus amantes ha llegado a invadir y quizás a contaminar, mi interés en esta historia.
Lo más sensato es dejar la psicosomática donde la encontré: en el misterio.
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Los Primos
Carlos Antonio y José Félix eran los hijos de dos hermanas de Asunción, o sea, eran primos. Los
dos tenían la misma edad ya que nacieron con pocos días de diferencia, en 1968, y crecieron juntos,
casi como hermanos.
En 1993, la Argentina de Menem parecía que realmente había entrado al primer mundo.
José Félix, que estudio para contador, con sus veinticinco años decide probar suerte y se instala en
Buenos Aires logrando fundar una pequeña empresa dedicada al comercio exterior, que comienza a
crecer sin cesar. A él y a su empresa le venía bien alguien en quien pudiese confiar plenamente, por
lo que presiona a Carlos Antonio para acompañarlo en la tarea, prometiéndole muy buen futuro.
Carlos Antonio tenía un carácter muy distinto a su primo. Y otros intereses. De muy buen físico, se
fue entrenando para triunfar en el box, donde no le iba tan mal, cuando José Félix lo tentó con la
Reina del Plata.
Trabajando con José Félix podría igualmente entrenarse para el box. Rápidamente surge la ilusión
de conquistar Buenos Aires, un logro muy distinto de todos los posibles en Paraguay. Con esa idea
acepta y, con la ayuda de José Félix, se instala en un modesto pero cómodo departamento con
Carmencita, su mujer y sus dos hijos, un varón de cinco y una nena de tres. Carmencita fue la que
más presionó para aceptar la propuesta.
Físicamente y de carácter, los primos eran bien distintos: los dos de 1m 75 de altura, pero Carlos
Antonio era fornido, musculoso; le encantaba exhibir su físico. José Félix exhibía su sonrisa y era
bien delgado. Carlos Antonio solía ser antipático, hosco, intolerante, impaciente, violento, pero se
cuidaba bien de respetar a José Félix y hacía todo lo posible para que éste no tuviera quejas de él.
José Félix era todo lo contrario: amable, tolerante, comprensivo y paciente.
Tenían en común algo sumamente importante: eran honrados, responsables y muy trabajadores.
Ambos se levantaban a las seis. Mientras que Carlos Antonio hacía su gimnasia, pesas, soga y
corría, José Félix revisaba los mensajes de la computadora y preparaba el trabajo del día. Carlos
Antonio comenzaba a las 9 en la empresa pero se iba después de las 10 de la noche, salvo cuando
tenía alguna pelea programada.
José Félix no pensaba que Carlos Antonio estuviera tan metido con el box, por lo que le ofreció
solventarle los estudios de computación, inglés y comercio exterior. Pero rápidamente se resignó a
que eso sería imposible de conseguir y se limitó a valorar el esfuerzo de Carlos Antonio para
realmente convertirse en su mano derecha en la empresa. Le ayudó a conectarse con el ambiente del
box gracias a lo cual, dos años más tarde, Carlos Antonio llegó a ganar sus primeros 1000 pesos,
comenzando a convertirse en estrella. Así decidió dedicarse al box de lleno. José Félix lo lamentó,
pero estaba dispuesto a seguir apoyando a su primo en todo lo posible.
A Carmencita no le gustó nada esta jugada de Carlos Antonio. Le tenía mucho miedo al box.
Conocía los lamentables vegetales que poblaban los hospitales psiquiátricos, y la idea de visitar al
padre de sus hijos en tales circunstancias le aterraba. Sin embargo se esforzaba por ocultar estos
pensamientos y asistir a los espectáculos donde Carlos Antonio indudablemente era un ídolo.
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Lamentablemente, los temores de Carmencita no eran infundados. Carlos Antonio, envalentonado
por sus éxitos, se atrevió a enfrentar a alguien para el que aún no estaba preparado. Y la paliza que
soportó estoicamente, a pesar de que le sugirieron aceptar la derrota en el tercer round, sólo sirvió
para llegar inconciente al hospital.
Subir es difícil, pero muy grato; en cambio bajar suele ser fácil y rápido, aunque muy doloroso, si se
trata de una estrella del espectáculo. Si estás arriba, te buscan y te aplauden; cuando caés,
rápidamente te olvidan porque hay muchos esperando. Carlos Antonio no fue una excepción. No
había lesiones que lo pusieran en riesgo de muerte, pero los médicos le prohibieron volver al ring.
La comisión de box se encargó de hacer cumplir esta prohibición.
¿Y ahora qué?
José Félix nuevamente le ofreció su puesto en la empresa, que había seguido creciendo. Carmencita,
conmovida por la ayuda que José Félix otra vez ofreció.
Pero Carlos Antonio ... lloró de rabia.
Y no podía decir por qué. No era sólo el fracaso en el ring.
A nadie podía contar lo que José Félix pretendía de él. A pesar de tener una familia igual que Carlos
Antonio, había quedado muy enganchado con los juegos sexuales que los dos primos practicaban en
su adolescencia. Y José Félix sabía cómo presionar para que Carlos Antonio accediera a relaciones
que le daban asco de sí mismo.
Principalmente, porque muchas veces le gustaban.
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Las Nieves del Tiempo
¡¡¡ Hoy cumplo mis primeros ochenta !!!
He cumplido ochenta años. Debería estar contento.
El más joven de los conocidos que hace tiempo mira las plantitas desde abajo tenía dieciocho años
cuando empezó esta tarea. El nazismo, la guerra, el cáncer, algún trastorno cardíaco, algún
accidente, hasta el suicidio, terminó en forma más o menos dramática la competencia que los
humanos solemos mantener con aquellos que elegimos como objetos significativos para uno.
Amplio triunfo del sobreviviente. Mi actual compañero para los paseos en bicicleta y para los
alardes aeróbicos que cumplimos cuatro o cinco veces por semana, aún tiene setentaiseis. Nos
"enganchamos" cuando yo tenía esa edad. Recordamos juntos, café mediante, a muchos que
abandonaron este club mientras gozamos, muchas veces "a las patadas", la compañía de los hijos,
yernos, nueras y unos cuantos nietos. Algunos de los "nuestros" que siguen firmes en la lucha por la
vida, presentan desagradables ilustraciones de Alzheimer, Parkinson, osteoporosis, artritis, o
pasaron con más o menos secuelas algún accidente cerebrovascular (cuando no, "disfrutan"
revolcándose en un oscuro y profundo pozo melancólico). A nosotros nada de eso nos ha tocado. En
cambio le debemos al avance tecnológico sencillas intervenciones como una angioplastia que,
dejando un minúsculo espiral dentro de una coronaria, me sacó treinta años junto con los ateromas.
A mi compañero le cambiaron los cristalinos y ahora ve mejor que su hija que tiene cincuenta.
Y, me olvidaba, los dos lucimos una sonrisa perfecta gracias a la maravilla de los implantes.
Por si fuera poco, somos dos profesionales que, a pesar de la recesión económica y del dramático
entorno que uno encuentra en este Buenos Aires del nuevo milenio, disponemos de suficiente
trabajo para mantener, lo que no es fácil, un status envidiable.
Como ven, debería estar contento. Tengo suficientes motivos. Y hoy es mi cumpleaños.
Sí, debería. En cambio pienso que es una injusticia, que en realidad ese día se lo deberían festejar a
las madres, que realizaron el trabajo. Pienso en otro triunfo machista. Cuando hay que crear una
madre esquizofrenógena, no hay mucha resistencia. Cuando hay que echarle la culpa de todo lo
malo que le pasa el resto de su vida al hijo (o hija), rápidamente nos ponemos de acuerdo. Pero
festejarle el esfuerzo realizado y las ansiedades soportadas hasta ver el resultado de nueve meses
únicos, algo por lo que por lo menos los hijos deberían estar eternamente agradecidos, ya es otro
cantar. O sea, la envidia a los atributos femeninos es más fuerte que la clásica envidia al pene.
Sin embargo, mi protesta por la injusticia viene por otra vía. Freud, el mismo a quien le critico su
ideología machista propia de la época, escribe en "Psicopatología de la vida cotidiana", a los
cuarenta y dos años, "en el ejemplo que en 1898 elegí para someterlo al análisis, el nombre que
inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la catedral de Orvieto pintó los
grandiosos frescos de 'las cuatro últimas cosas' (Signorelli). [ ] fue en el curso de un viaje en coche
desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina.
Iba yo en el coche con un desconocido, trabé conversación con él y cuando llegamos a hablar de
un viaje que había hecho por Italia le pregunté si había estado en Orvieto y visto los famosos
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frescos. Poco antes habíamos hablado de las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y en la
Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis colegas, que ejercía la medicina en aquellos lugares
y tenía muchos clientes turcos, que éstos suelen mostrarse llenos de confianza en el médico y de
resignación ante el destino. Cuando se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable
y que todo auxilio es inútil, contestan: «¡señor, qué le vamos a hacer! ¡sabemos que si hubiera sido
posible salvarle, le hubierais salvado!» [ ] los turcos de que hablábamos estiman el placer sexual
sobre todas las cosas, y cuando sufren un trastorno de este orden caen en una desesperación que
contrasta extrañamente con su conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que
visitaba mi colega le dijo un día: «tú sabes muy bien, señor, que cuando eso no es ya posible pierde
la vida todo su valor.» [ ] me hallaba entonces bajo los efectos de una noticia que pocas semanas
antes había recibido [ ] Un paciente en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran
interés se había suicidado a causa de una incurable perturbación sexual."
Lo que Freud señaló a través de los turcos hace bastante me persigue. Pero "eso" ¿ya no es posible?
Claro, la masturbación no es "eso". ¿Pagar a una prostituta? El sabor amargo posterior aconseja
abstenerse. Que no estoy seguro que sea lo mejor. Si tuviera suficiente dinero me separo y me busco
una que tenga treinta, cuarenta o cincuenta años menos. O una amante de esa edad. Pero, no tengo
suficiente dinero y sería bastante complicado seguirle el tren a alguien tan joven. Y cuando recuerdo
el cuerpo de mi compañera en otra época, me dan ganas de llorar. La injusticia de la que quería
ocuparme (para quejarme) tiene que ver con "eso". Ahora la experiencia adquirida me permite
disfrutar plenamente de lo que entiendo es la gratificación más anhelada que la naturaleza nos
brinda, posiblemente para compensar un poco las frustraciones que encontramos a cada paso. Sí,
ahora cosecho constantemente un doloroso rechazo a la gastada imagen que luzco ante el mundo y
que se muestra en toda su crudeza antes y después de entrar en la ducha.
Esa es la injusticia ante la cual la razón reclama resignación. Y el fondo de mi alma clama
venganza, complicándome más la existencia. Por más bien vestido que esté, la mirada de los
jóvenes en el mejor de los casos me ignora, cuando no me desprecia. Desprecio que comienza por
mí mismo ante el espejo. Por más esfuerzo que hago para negar esta afrenta narcisista, por más que
intento convencerme de que "los verdaderos valores de la vida" no están ahí, debo creer en algún
antepasado turco en mi bagaje genético. Decía el poeta:
Si todo en la vida me causa fastidio y hastío
al sólo pensar en la muerte me entran escalofríos.
Ved si estaré divertido.
Si todos viven cual yo vivo,
como hay dios, si lo hay,
no sé para qué habremos nacido.
Maldito sea el día,
y el día sea maldito
en que me trajeron al mundo,
sin consultarlo conmigo.
Joaquín Bartrina
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Sabor amargo
Supongo que hoy día la mayor parte de la humanidad está convencida de que la prevención es
fundamental para evitar la enfermedad y que la vida sedentaria, si bien muy cómoda, es un gran
inconveniente para la salud. Nadar, correr o simplemente caminar a buen ritmo, son actividades
recomendables. Con mis setenta a cuestas, me conformaba con lo último. Así cumplía con mi socio,
el cuerpo, cuatro o cinco veces por semana. Los fines de semana disfrutaba por la mañana largos
paseos en bicicleta. Y la construcción de Puerto Madero se convirtió en un campo ideal para poner
en práctica esta sana política.
Ver la demolición de las antiguas barracas del puerto y cómo se iba levantando lo que parecía un
mundo aparte, por lo lujoso y moderno de las construcciones, era un espectáculo que me hacía
sentir parte de un público privilegiado que no necesitaba ni aplaudir, ni pagar entrada.
Un poco más complicado era ir de noche, a pesar de que Puerto Madero a esas horas recordaba las
majestuosas ciudades imperiales europeas, tan espectaculares como distintas, de día o iluminadas
con brillo nocturno.
Salir después de cenar o al terminar el trabajo en el consultorio, y a pesar de tener en cuenta que era
una actividad de la que algún día me dolería mucho prescindir, no era tarea fácil ni agradable.
Cuánto se podría aprender y hacer si la fuerza de voluntad no se dejase vencer rápidamente por la
comodidad.
Una vez en la calle, los auriculares enchufados para disfrutar de Mahler, Chausson, Orff o alguna
opereta u ópera de Verdi o Puccini, comenzaba a tomar cuerpo la muy agradable satisfacción del
deber cumplido, intentando convencerme de que estaba en el mejor de los mundos.
Así llegaba, derecho por Corrientes, a Puerto Madero. Entrando y atravesando el Café del Dock,
doblando a la derecha, cruzando el puente que lleva al Hilton, llegaba a la Costanera Sud donde 60
años atrás había estado el Balneario Municipal, al cual se entraba donde hoy está la fuente de las
Nereidas, la maravilla que le trajo serios sinsabores a su autora, la extraordinaria Lola Mora.
La vereda que bordea el río, la verdadera costanera, está muy bien reconstruida con luces de varios
tipos que invitan a caminar y disfrutar observando la fauna que ahora habita en lo que resultó una
magnífica reserva ecológica. Sobre la acera estacionan algunos coches con finalidades diversas,
siendo la usual el convertir este paseo en una nueva Villa Cariño, ya que es un lugar más seguro que
el tradicional Palermo.
Frente y a lo largo de la Costanera Sud, corren dos avenidas en las dos direcciones, norte-sud y sudnorte. Separadas por una serie de plazoletas que, cerca del nacimiento de Venus, así se llama la
fuente de Lola Mora, es más ancha, con juegos para chicos y algunos edificios aún no reciclados
para confiterías y restaurantes, supongo. Pero mientras que la que está cerca del río, bien iluminada,
es de tránsito ligero, la que está del otro lado de las plazoletas es de tránsito pesado, para camiones
que llevan principalmente enormes contenedores de y hacia Retiro. No tiene nada de luz fija, sólo
iluminada por los faros de esos elefantes que pasan casi toda la noche.
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Tras admirar el hermoso cuerpo que Lola le dio a Venus, admirar su soberbio trasero y hermosos
pero nada exuberantes pechos, suspiro resignado y decido volver por donde vine. Pero algo me
llama la atención y no es particularmente inocente.
Los faros de un camión que viene de Retiro iluminan una figura que se mueve (indicando que no es
una planta). No tiene intenciones de alejarse sino de llamar la atención del conductor. Por la forma y
la vestimenta, no hacía falta mucha imaginación para pensar en una prostituta. Intentando no
prestarle atención, sigo mi camino y a unos cien metros encuentro otro ejemplar semejante.
Cruzo para ese lado y aparece otra, cien metros adelante. Tomo nota de que hay una cada cien
metros.
Al acercarme más ya había juntado suficiente coraje como para intercambiar unas palabras.
Con puro afán científico, o periodístico, me acerco a la muchacha y le pregunto, con una
tranquilidad que me asombra:
"¿Cuánto cobrás?" Ya estoy a menos de dos metros de la fulana.
"Diez pesos a la francesa.", responde muy suelta. Mi investigación científico-periodística va viento
en popa. Enseguida queda bien iluminada por los focos de un camión.
Y ahí me quedo atónito. Dentro mío alguien dice, pues aunque no había nadie cerca, yo no creo
haberlo podido decir:
"¡Sos un hombre!"
En un tono triste pero tranquilo, me dice:
"No, un hombre sos vos. Yo soy un travesti, qué voy a hacer"
69
Un Jueves
Jueves, 30 de junio, invierno, 20 horas con 5 grados centígrados.
Hay noches que son especiales; era una de ellas.
El viento aullaba mientras los árboles se quejaban de su furia sin sentido.
Una densa neblina convertía las tímidas luces de los faros en quejosos esplendores de angustia.
Conductores impacientes por llegar a destino, temerosos de accidentes quizás inevitables. Como si
no bastase la profunda recesión para poner a prueba la resistencia del corazón humano.
En la costanera norte el oleaje agregaba su fuerza al cuadro general; no era lo ideal para la caminata.
Sin embargo, había algo que me complacía con tal demostración de poder: negras y espesas nubes
iluminadas por brillantes relámpagos ilustrando cuadros de todo tipo en continua y rápida sucesión.
Con la campera bien acolchada y con capucha, debía estar bien abrigado, pero la humedad se
introducía facilitando el camino al frío convertido en escalofrío.
Veía fascinado violentas imágenes que los rayos con su cola de truenos desplegaban en fantásticos
mensajes. Para ser interpretados a gusto por quien quisiera tomarse la molestia.
No llovía. Podía, o debía, seguir caminando. Hacía 40 minutos que comencé; faltaba otro tanto para
volver y cumplir la cuota aeróbica del día.
Ninguna persona cerca pero sí un banco donde podía disfrutar el panorama y descansar un rato.
Asombrado por lo que el cielo me ofrecía. Poder, espanto y belleza entremezclados con la realidad
y la ficción. Mitos ancestrales como parte de un folclore universal, recordando viejas películas
desdibujadas en blanco y negro, preanunciando cruelmente el horror. Extraños personajes aullaban,
gritaban, gesticulaban o emitían sonoras y dolorosas carcajadas. Me gritaban, ordenaban y se
quejaban, casi implorando. Criticaban, se burlaban, pero sólo de mí.
Fue entonces que apareció sin emoción, mientras hacía esfuerzos para entender porque sabía que
esa era la intención. Me aturdía la voz de un viejo que rugía un extraño idioma, no de este mundo.
No lo era pero sí muy claro. Ambiguo, oscuro y pleno de sentido.
¿Lo querés? Entonces, tómalo. Es fácil. Tú puedes. Ahora sí, por fin. Acéptalo, no seas tonto. Que
así fue tu vida. Opaca, obtusa, tonta. Siempre queriendo, nunca llegando. Un gesto alcanza, ni una
palabra. Y es tuyo el poder. Ya, ahora, aprovechá, imbécil. Todo lo que quieras, lo que siempre
quisiste.
Tus deseos, los tuyos idiota, con sólo desearlos.
A cambio de...¡nada! No tenés que dar nada, tarado. Arriesgáte, porque vos querés. Y ahora sabés
que podés.
Sin duda, yo quería. Pero...
No seas mojigato, aceptá. Un gesto y ya está. Hazlo de una vez, con todo el miedo y la rabia que
juntaste en tu estúpida vida.
Hermoso y siniestro. Pleno en la nada donde estaba todo. Sí, es posible, debe serlo.
La rueda empieza a girar. Más rápido, más, más.
Dejarme llevar. Mezclando todo. Ver, sin dejar de sentir. ¿Vacío? No sé, parece repleto.
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Él reía con carcajadas amargas sin perder fuerza, que atronaban tanto como un extraño y muy
amargo silencio.
Yo quería entender; debía hacerlo.
No, después, ahora no.
Quiero seguir girando, aturdirme y escapar. Ahora puedo.
Sí, soy libre.
Un enorme remolino se traga lo conocido aspirándolo al infinito.
Mamá gritaba de dolor y yo nacía. Estaba sólo, desnudo, desamparado y lloraba.
Tenía miedo. ¿Después sería distinto?
La vida gira, acelerando más y más.
Todo vuela en el aire. Flota, una extraña brisa los muestra y vuelve a llevarlos.
Nada tiene peso, rápido, para el infinito.
Ahí está. El parque japonés. Resulta extraño. No siento náuseas como aquella vez.
Lleno de alegría. Feliz y libre. Giraba, giraba y giraba.
La montaña rusa. No, ahí tengo miedo. ¿Por qué subí? No quiero. Me quiero bajar y no me dejan.
La carcajada cede. No es una burla. Es una hermosa y dulce canción infantil. Suave, tranquila, me
mima. Estoy protegido. Me siento seguro.
Domingo, 8 de la mañana, me despiertan.
-Te esperan para jugar. Hoy tenés torneo.
El tenis en tu mejor momento. Y te está saliendo bárbaro. En la red o atrás. Te lucís en gran forma.
Sin duda merecés los aplausos. Los otros no son nada malos. Felicitaciones, muchacho, bravo.
Las jóvenes se inflaman. Sueñan con llevarte a la cama. ¿Qué pasa? ¿Te estás aburriendo?
Faltó Andrea. No aguanta los celos de tantas rivales. Si no está es porque se hace desear. Lo
consigue. El premio anhelado vendrá luego, al anochecer. Un contacto cuando el tiempo se detiene.
No hay palabras pero tampoco silencio. Ruidos que delatan pasión, un placer sin fin. Brillante, ella
gozando y los dos abrazando la felicidad. Se desespera por darte todo. Insaciable te observa
buscando sólo tu satisfacción. Deberías sentirte en la gloria. Pero...
¡No! Esto es horrible. Andrea cambia. Se llena de arrugas, envejece, se hincha.
No, por favor, no aguanto.
La cruel burla en forma de carcajada resuena brutal, salvaje.
Cede, se calma mientras el remolino vuelve a girar más y más rápido aspirando el tiempo sin
piedad. El pasado desaparece tragado por el futuro.
Día de trabajo, llueve. Afuera hay tormenta. En la oficina del piso 32 un clima ideal de 21 grados
permite a los diecisiete directores muy cómodos en traje y corbata esperar mi llegada. Entro muy
seguro de lo que va a suceder en un momento. Otra vez voy a salvar a la empresa.
¿Cómo pueden ser tan tontos?
No te creas, no son nada tontos. Esperan que metas la pata, así poder bajarte de las alturas que
lograste conquistar. Si lo conseguís de nuevo, seguirás reinando en el Olimpo.
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Y sí, de nuevo encontrás el camino para ganar. Y no queda otra que rendirte honores. La gran
familia con 12.000 empleados en siete empresas asociadas que formaron en los últimos cuatro años,
sigue venerando al genio.
Igual que vos, tienen ciega confianza en tu capacidad de arreglar entuertos.
El remolino acelera, gira tragándose la fiesta.
Los patricios. La Atenas de Pericles. Día de elecciones. La ciudadanía debía elegir los problemas
administrativos que el gobierno tiene que resolver en los próximos dos años. Juicio a seis
funcionarios que no cumplieron con las tareas que el electorado les encomendó. Culpables, trabajan
en la recolección de residuos y la limpieza de las letrinas municipales. Por dos años, para luego
volver a ocupar sus lugares en el gobierno elegido por la Asamblea de Notables.
La Asamblea de Notables la forman funcionarios que durante treinta años cumplieron con su
función sin haber sido acusados de algún ilícito. Elegían los funcionarios de la Administración
Pública cuando algún puesto quedaba vacante por fallecimiento, enfermedad o algún castigo.
Elegidos entre los primeros promedios de las Universidades.
Ni los Funcionarios ni los integrantes de la Asamblea de Notables podían renunciar. Una vez
elegidos, podían abandonar el Gobierno sólo por fallecimiento, enfermedad o mal desempeño
durante tres períodos seguidos (en ese caso formaban parte del plantel permanente de las
municipalidades, en las categorías más bajas).
Gracias a este sistema, elaborado tras el estrepitoso fracaso de la aparente Democracia, la justicia
social se estaba convirtiendo en una realidad dejando de ser una utopía sólo presente en el discurso
demagógico de los políticos "democráticos".
¿Te acordás cuando soñabas con eso?
La luz cada vez más brillante. Cierro los ojos pero igual es insoportable el resplandor. El hongo
atómico surge y resulta magnífico en su dramática belleza.
La tormenta no cede, el viento aúlla furioso. Rotas ventanas, oficinas vacías, oscuras, desoladas.
Grandes edificios semidestruidos, sin gente, sin vida. Basuras por doquier. Un olor insoportable. Pís
de gato que con la mierda se hace barro. Cuervos, perros, gatos y ratas que comen cadáveres,
también de ellos. Siento asco, arcadas, náuseas. Hago fuerza para no vomitar. No me puedo mover.
Me cago encima. La vergüenza me invade y me hace temblar.
Descanso un rato, mientras se despeja el cielo y sale el sol.
Aída, a los 20 años resultó un metejón, con una rubia que cantaba “El día que me quieras”. Hermosa
muñeca que no se deja tocar mientras asegura que se va a casar conmigo. Yo ¿quiero eso? La dejo
en su casa y mientras me voy, me cago en los pantalones. Tengo miedo. No sé qué hacer, pero lo
tengo que ocultar. Tomo un taxi. El olor se hace más y más intenso. No hay escape y no es un
sueño. El chofer me mira con asco. Me bajo y subo. La pesadilla sigue hasta el baño. Me saco todo,
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lo tiro a la bañera. El agua empieza a arrastrar la inmundicia. Bajo la ducha me puedo aflojar. Me
relajo, me tranquilizo. Ya termina.
La carcajada tiene un tono triste. Le doy un poco de lástima.
El piso tiembla, todo se derrumba. San Francisco y San Juan. Clark Gable y Juan Domingo Perón.
San Juan reconstruida quedó un chiche. A Evita se la llevó el cáncer.
¿Cuál es el juicio que merece de la historia? Al tercer mundo no le resulta nada fácil ser elegante.
Ahora yo tampoco lo soy. ¿Me doy cuenta de eso? Extrañas sensaciones y no sé si soy yo el que
siente. Tengo frío, mucho frío. ¿O no? Creo que no siento nada. ¿Estoy cómodo? Quizás. Un río
con una pequeña cascada. Agua fresca y tengo sed. Me acerco para tomar y noto que es muy salada.
No me va a hacer bien.
Pasa un carro con bueyes de los mapuches. Me levantan y me llevan. Descanso tranquilo porque
ahora comienza la paz. Eterna.
La hora de la muerte fue determinada aproximadamente a las 23 y 30. Si lo hubiesen encontrado
antes quizás se salvaba. Tenía un celular, podría haber llamado.
Un velorio como todos. Algunas lágrimas, muchos chistes. Algunas flores. Una oportunidad para
encontrarse con viejos conocidos. Una columna en La Nación. Mientras el planeta Tierra seguía su
rutina. Calor, frío; sol, lluvia; día, noche; vida, muerte.
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Resignación
La recesión, que resultaba eterna, cerró las fronteras. Las vacaciones, sí o sí, hay que disfrutarlas en
la patria. Y ¡oh sorpresa!, hay lugares hermosos que estaban ahí para ser descubiertos. Detrás de
Buenos Aires, del otro lado de la General Paz, hay un país enorme. A disfrutarlo entonces. Aunque
la cuestión de salir de la capital, si dependés de tus hijos para que te lleven, puede ser un
contratiempo más.
Jaime tenía flojos los amortiguadores y, como todos, andaba escaso de fondos. Así podrían aguantar
un tiempo más pero sin cargar demasiado al coche.
Lucía pensaba llevarse la amiga de la mayor (dieciséis) y el amiguito del menor, de siete años.
Viajar a Mendoza incómodos, no lo quería nadie.
Quedaba Marcelo que iba para cualquier lado que yo eligiese, con un pequeño problema: el motor
de su camioneta necesitaba un urgente ajuste, o, ser cambiada del todo, lo que era más sensato. Le
significaban algunos miles que, lógicamente, me devolvería lo más pronto posible. O sea nunca.
Un boleto a Villa Carlos Paz sale más o menos 100 ida y vuelta.
Para Bariloche aparece una oferta muy interesante (barata) por diez días, con viaje, hotel, paseos y
comida. Entonces saqué los pasajes para llevarme a Marcelo al Sur.
El fresco de la Patagonia me despejó. Resultaba un excelente contraste con el calor húmedo de
Buenos Aires. Y, una vez más, decidí pasarla lo mejor posible.
Lejos de los problemas que nos esperan a la vuelta. Que no son pocos ni insignificantes.
Los paseos de rigor: cerro Catedral, cerro Otto, isla Victoria, península de los Arrayanes, los 7
lagos, la Angostura, el Correntoso, etc, etc.
Pasaron 5 días tranquilos disfrutando el espectáculo natural que se brinda al turista.
Empezó como una idea sin importancia. Y sin que nada ni nadie la estimule, se iba agrandando
ocupando cada vez más tiempo y espacio en mi mente.
¿Porqué?
Buscaba una respuesta sencilla que debía haber. ¿O no?
Marcelo se llevaba muy bien conmigo. Me sentía a gusto con él. Pero...
¿Cómo es que nunca se le ocurría ir a bailar? O a encontrarse con los de su edad?
Oportunidades no faltaban. 36 años, 1m 75, buen físico, simpático, agradable, pintón...¿entonces?
No se despegaba de mi lado. Yo debería estar contento de tenerlo ahí. Viajábamos juntos,
caminábamos juntos. Siempre juntos. En la misma habitación. ¿Es normal que a los 36 años uno
esté pegado al viejo que tiene 68?
Tras la muerte de su madre, 15 años atrás, más que alguna que otra aventura no quise tener. Pero
eso era en Buenos Aires. Pareció que no le gustó nada cuando hice alguna insinuación de salir a
buscar juntos algo así. No insistí. Entonces me dí cuenta de que necesitaba un poco de aire, que
Marcelo no me daba. Él parecía muy cómodo. Yo, cada día más molesto.
¿Hablarle de esto? No sabía bien por
qué, pero no me animaba. Y el temor de encontrarme con una sorpresa desagradable iba creciendo.
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¿Homosexual? Pero entonces estaría buscando muchachos que parecían no escasear por ahí. No,
debía ser otra cosa. O es simple raye mío. Entonces ¿porqué me resistía a hablarle? Intuía que algo
no andaba bien. ¿Sería conveniente sacar el tema? Sí, seguro que sí y cuanto más tardaba más difícil
resultaba.
-“Marcelo, algo me inquieta. ¿Te molesta que hablemos un poco?
-“¿Y eso?, si hablamos todo el tiempo.
-“Pero quiero que hablemos de Marcelo.
-¿De mí?
Estaba muy alerta a su reacción a ese pedido. Eso me iba a confirmar o a desmentir que había algo.
Sin embargo no me aclaró nada. Quedé un poco descolocado. ¿Hice bien en meterme? Pero como
ya había comenzado, ahora debía seguir. Medio arrepentido hice fuerza
-“Sí, Marce, me tenés no sé si un poco preocupado, pero por lo menos, inquieto.
-“Bueno, seguí. A ver con qué te salís ahora.
Lo único que conseguí es ponerlo alerta a él y muy ansioso a mí. Ahora los dos estamos incómodos.
-“Mirá, Marce, llama la atención que desde que salimos de Buenos Aires no te hayas despegado de
mí. Sos joven, tu pinta siempre fue motivo de admiración para mí. Y te habrás dado cuenta como te
miran, o sea, te buscan. Pero vos ignorás todo esto. Por lo menos, en apariencia. Porque estoy
seguro de que la alegría que noto en vos tiene que ver con eso, con la atracción que ejercés sobre el
sexo opuesto. Pero te conformás con los supiros a distancia, lo que me intriga. ¿Podés aclararme
algo del por qué?
Notaba que Marce se ponía tenso. ¿Enojo?,¿tristeza? Eso nos pasaba a los dos ¿o a mí sólo?
¿Para qué me metí? Traté de no perder detalle de los gestos que mis palabras provocaban en Marce.
Parecía un interrogatorio policial. Marce preso, con los focos que lo traspasaban sin piedad. Yo, el
comisario inquisidor. ¿Qué quería averiguar? Estaba arruinando una relación.
También yo estaba preso, pero de mi propia estupidez. Tenía el mando, sin saber para qué.
-“Marce, tenés 36 años. Tus hermanos casados, con sus profesiones, sus trabajos...
-“Yo sin encontrar un rumbo en la vida, ¿no? Empecé tres carreras, Medicina, Abogacía,
Informática. La que más duró fue Informática. Pero tampoco. Novias no me faltan. Responsabilidad
de una familia no quiero. Si ya tenés un hijo y una hija que son profesionales, igual que el yerno y
la nuera. Te dieron nietos y a mí, sobrinos. ¿Por qué quieren que caiga en lo mismo? En muchos
momentos a mí también me gustaría. Pero.... No sé lo que busco. No sé lo que quiero. No hago mal
a nadie. Si dejamos de lado algunas que se hicieron ilusiones de poder conquistarme.
No, no sé bien para qué quiero mi libertad, pero no voy a ceder. Si alguna vez encuentro algo que
me atrape, está bien. Pero por ahora, primero me atrapa y al rato logro zafar.
Sí, en el momento es un bajón. Otro fracaso más. Pero realmente, ¿es un fracaso más? Es
nuevamente el mundo que me ofrece nuevas oportunidades.
Tengo mi familia. Vos, mis hermanos, mis sobrinos, que me quieren y a los que quiero. ¿Qué? ¿Por
eso soy la oveja negra de la familia? Sé que hay momentos en que todos ustedes piensan eso. Y a
veces hasta se avergüenzan de mí. Lo cual duele. Y, de repente, me inventan alguna historia de
enfermo, homosexual, drogadicto, miembro de alguna secta, lo que te imáginás que no me hace
mucha gracia.”
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Imbécil de mí,¿ para qué me busqué esto?- pensaba, cada vez más furioso conmigo.- Tiene razón.
¿Tiene razón?
-“Marce, detrás de esta máscara que describís brillantemente yo te siento muy sólo. El ser humano
no inventó nada mejor que la familia. Sí, convivir no es sencillo pero ¿no te gustaría tener hijos
propios?”- ¿Estaba atacando para defenderme?
-“Tengo mis sobrinos, a los que les cambian los pañales, los educan, los cuidan y mantienen sus
padres. Si se enferman, los cuidan ellos.
-“Suena muy cómodo, ¿no? – esto lo dije para decir algo y frenar el decálogo de piola que se
deleitaba Marcelo en recitar.
Había algo de ansiedad, de aprensión en su tono. ¿Hay algo escondido detrás, o me falló la
intuición? ¿O....?
Lo que dije, lo frenó bruscamente. Respiró hondo y ubicó su mirada en el horizonte, con un gesto
de tristeza que subrayaba mi culpa.
Logré aflojarme y me limité a observarlo. ¿Pidiendo perdón? ¿Quién a quién?
Así descansamos un rato.
Seguro que le tocaba jugar a él, me quedé callado, esperando.
Y, tras un suspiro que ilustraba su profunda resignación, Marce se lanzó.
-“Pá, hace 36 años que nos conocemos. Vos tenés tres hijos, yo, un solo padre. Por lo que noto,
nunca te diste cuenta de algunas cosas que son importantes para mí. Tan importantes que no me
gusta nada confesarlas”.
Entonces no me equivocaba, pensé. Eso fue un poco de alivio. A ver qué sigue.
-“Yo soy el menor y muchas veces noté que traía más problemas que alegrías. Desde el principio no
se ahorraron oportunidad para recordarme lo mal que quedó mamá tras el parto que me trajo al
mundo. Sé que no tengo la culpa, pero yo estaba ahí para recordarlo. Y el problema de mamá
también. ¿Cómo no unir ambos detalles?”En eso no había pensado. Una historia olvidada que creí superada pero que, según parece, estaba
sólo tapada. El telón se había levantado y yo estaba en la platea para compartir un recital que recién
comenzaba.
-“Tengo unos cuantos años de análisis encima por lo que creí haber elaborado muchos dolores de la
infancia. Pero cada tanto surgen de nuevo. Deberías tomar nota que nunca, y remarco nunca,
hablamos a solas. Esto que se da ahora, resulta extraño. Toda una novedad. Y supongo que esa
necesidad de hablar de mí es simple consecuencia de que estás incómodo conmigo. Eso de estar a
solas conmigo no te resulta fácil. Más aún, tenés ganas de escapar y encontraste la salida buscando
o inventando algún problema mío.
No, pá, el problema no lo tengo con mis cosas. El problema está entre nosotros y aunque me
imagino algo, nunca me quedó claro por qué”.Eso fue muy fuerte. El pulso se disparó y los pensamientos se atropellaban en un confuso mar
embravecido. Primero quiso salir la bronca. Pero me pude frenar y entonces preguntar: ¿tendrá
razón? ¿tan ciego estoy? Marcelo no me daba tiempo, ya empezaba el segundo acto.
-“¿Así que yo soy el cómodo y el piola? Pá, ¿qué viste vos en tu análisis?
No, la pregunta es otra: Alguna vez en tus largos años de análisis ¿hablaste de mí? ¿de tu relación
conmigo? ¿Yo, el menor de tus hijos alguna vez apareció como algo importante en tu vida?
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-“¿Qué estás diciendo? Eso no es justo. ¿Yo me tengo que sentir culpable porque vos tenés
problemas? Bueno, disculpáme por querer acercarme a vos. Me pareció que necesitabas ayuda y
que te la podría brindar. Disculpáme y cambiemos de tema”.- Mi intuición se forzaba en calmarme
pretendiendo que me dé cuenta que para defenderme me convertía en un excelente hipócrita.
Estaba furioso, con él y conmigo. No se puede ayudar a quien no quiere que lo ayuden. Pero no
estaba seguro de todo eso. En realidad, en ese momento, no estaba seguro de nada.
-“No, papá, ahora aguantá. Vos me hiciste entrar, entonces, te lo pido por favor, escucháme.”También él estaba enojado, pero sus últimas palabras, que me pida por favor, me ablandaron. No
puedo negarme a escucharlo. Y así las cosas se dieron vuelta. Estaba tomando nota de un problema
mío, que algo me pasa con él, el menor de mis hijos. Era muy extraño. Lo ví a Marce frente a mí y
resultó ser alguien a quien no estoy seguro de conocer. Entonces ¿es cierto que estoy incómodo con
él?
Me confunde y no me gusta lo que aparece. ¿Acaso no es mi hijo? ¿Acaso no lo quiero? Si me
pregunto eso, por algo será.
Bueno, sí, no me siento cómodo con él. Me cuesta reconocerlo pero es así.
Indudablemente, Marce me estaba derribando. En vez de reaccionar atacando para defenderme,
estoy dispuesto a darle la razón. No me reconocí en ésa, porque parece que me entrego, me someto,
a su punto de vista. Le estoy entregando el mando. Me dejo ganar. Yo no buscaba nada de eso.
Y Marce se jugó:
-“Ya es tiempo de que te cuente algo. De lo que me pasa con vos, mi viejo. Nunca te lo pude decir y
creo que nunca me dejaste. Siempre lograste escabullirte y reconozco que eso también resultaba
más fácil para mí. Pero ahora me diste pie y me voy a tirar a la pileta”.Yo escuchaba tranquilo, ya dispuesto a cualquier cosa.
-“Sé que tus predilectos son mis hermanos. Con ellos tenés bastante. Un varón. Una mujer. Yo
estoy de más. Accidental o no, me dejaste con mamá. Quizás te resultaba lógico que por la
dificultad del parto, al dejarme con ella, le hacías más soportable su problema. Y quizás fue así.
Mamá se pegó a mí. Bien y mal. Propiedad de uso exclusivo. Pero yo soy un varón. Y te necesitaba
a vos”.El pasado, aparentemente muerto y enterrado, de repente revive en forma nada agradable.
-“Y ¿cuál fue el resultado? Jaime y Lucía crecieron, se casaron, tienen su propia familia y ahora tu
presencia es para ellos una carga pesada, porque pretendés, lógicamente, que sigan detrás tuyo
como antes, cuando eran chicos y vos, el único Dios en la familia. Te veo sufrir buscándolos y
haciendo fuerza para entender ese cambio y aceptarlo. A mí me duele más porque yo te busco a vos
sin que te dés cuenta y encima descargás contra mí la bronca que te producen ellos. Me despreciás a
mí para soportar el maltrato de ellos.”Fue como si me sacasen una venda de los ojos.
-“En efecto, así la pasábamos mal todos. También te tengo bronca porque sólo logro llamar tu
atención para que te desquites conmigo. Sí, son unos celos enfermizos que tengo de mis hermanos.
Mi silenciosa pero triste revancha es que no te dan la bola que les reclamás y que sabés que ya no es
posible. Entonces esto parece un dramón de telenovela. Vos detrás de ellos. Ellos, culpables de no
responder como quisieras. Yo, detrás tuyo fastidiándote por mi reclamo, como ellos por el tuyo.” Fueron verdades que me hicieron ruborizar. Y yo en la luna de Valencia sin darme cuenta de esto.
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Dejé de escuchar y traté de recordar los años de análisis. Es cierto, Marce no aparece. Sí, algún
terapeuta alguna vez lo mencionó. Pero yo seguí de largo.
Treinta y seis años son muchos. Al nacer, por los problemas de Ana, la madre, me ocupé de ella y
de los otros. De Marce se ocupó mi hermana, la tía. ¿Y por qué lo busco ahora? ¿Esta es la mejor
forma de acercarme?
Me odiaba, lo odiaba, pero dejé de defenderme. Marce tiene razón. Hice algún esfuerzo para aceptar
eso. Cambiar la visión que se tiene del mundo es extraño.
Vi un viejo macho, jefe de la manada, que le deja el terreno al macho joven. Con la diferencia de
que no peleé mucho para defender mi posición. Me aliviaba cederle el lugar a Marce. Una fantasía
absurda porque no hay ninguna manada para defender o conquistar. Pero un macho viejo y otro no
tan joven, sí había.
-“Marce, lo que decís duele. Pero parece ser así. Me da rabia haber sido tan ciego, mientras creía
que veía todo. Acepto tu punto de vista. Acepto mi culpa.”-“Ufa, así funcionamos. Tal vez, si me hubieses dado bola como yo hubiese querido, hoy sería
como mis hermanos. Pero, bueno, las cosas resultaron así. Y aquí estamos. También para mí es
extraño que vos me escuches.”Quedamos en silencio. Ahora era Marce el que me acorralaba con su mirada.
Siguieron largos días tristes e incómodos hasta que, por fin, volvimos a Buenos Aires.
Esa charla, ese encuentro ¿para qué sirvió? Ahora trataba de evitarlo más que antes. Sí, tenía razón,
no estoy cómodo con él. Marce, desde entonces, tampoco conmigo. Los dos nos resignamos a que
así pueden ser las cosas.
Resignación, no es una palabra agradable.
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Verano del 80
El encanto de las sierras de Córdoba toma un acento muy particular en los hechos del verano del 80.
Trato de convencerme de que el azar fue el único culpable.
Escapando de la dura represión que los administradores del “proceso de reorganización nacional”
lograban imponer, junto a varios compañeros optamos por el exilio interior. Debía cortar toda
comunicación con Buenos Aires, de tal forma allá muchos me dieron por desaparecido. Fue duro
pero estaba bastante bien adaptado y contento con un trabajo de mecánico cuando Suly vino a
festejar sus primeros quince. La última vez que la había visto, tenía once. Encontré una mujer ¡y
qué mujer!
No había ninguna segunda intención cuando nos saludamos, pero un inocente abrazo puede
provocar una conmoción. Suly me estrechó contra ella y eso alcanzó para que el suelo bajo mis pies
dejara de estar firme. El cuerpo que se insinuaba bajo el vestido, que llevaba muy suelto, despertaba
en mí extrañas sensaciones. Esto, sumado a las miradas desafiantes que acompañaba con una
seductora pero muy agresiva sonrisa, no generaba precisamente sensatez en mi interior. Cada
movimiento suyo era estudiado para resaltar otra parte de su maravillosa anatomía tan femenina.
Supongo que para nosotros dos, el mundo y la vida se propuso cambiar mágicamente y lo logró
En esas circunstancias, el insomnio se imponía. Al no poder dormir salí a caminar. Era cerca de
medianoche. Luna llena y el cielo estrellado sin nubes.
Y ahí estaba Suly. Sentada sobre una piedra, abrazando sus rodillas, mirando el horizonte sobre el
río. Me quedé quieto a unos pasos de ella, observándola. Hermosa, su negra y ondulada cabellera
era un marco soberbio para un virginal rostro con el que intentaba calmar la tormenta que el resto de
su figura iba levantando en mi interior.
Dí un paso, Suly giró levemente y nuestras miradas se encontraron.
Me acerqué y me senté a su lado, muy cerca. Ni ella ni yo pudimos pronunciar palabra alguna.
Suly apoyó amorosamente su cabeza en mi hombro. Le pasé el brazo por los suyos y suavemente la
apreté contra mí. Suly se dejó llevar. Le dí un beso en la frente y no pude despegar mis labios. La
abrazé más fuerte y Suly estrechó su cuerpo al mío. Quedamos aislados del mundo y de la realidad.
Las compuertas se abrían, ya no se podía frenar. Al instante dos cuerpos jóvenes y hermosos eran
indefensos esclavos de la lujuria y la pasión. La mujer encuentra un hombre; el hombre descubre
una mujer. Extrañas sensaciones de placer cuando las manos, los dedos, los labios, la lengua, fueron
instrumentos que nos transportaron a un mundo increíble. Ni una palabra interrumpió tanta
maravilla saboreando el amor y el sexo en toda su plenitud.
No hacían falta palabras.
Eso, quién sabe.
Pasó en febrero. En abril, al confirmarse el embarazo, Suly se vino a vivir conmigo a Córdoba.
Compramos una casita muy modesta pero lejos de la gente, esperando el nacimiento que se produjo
en noviembre. Resultó una hermosa criatura que llamamos Julián. Sí, igual que yo. Habíamos
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pasado lo peor y disfrutado lo mejor cuando Suly debía volver a Buenos Aires. Tras pasar un año de
“intenso entrenamiento musical”, excelente excusa ya que estaba en tercer año del conservatorio.
Julián se quedó conmigo y nos fuimos a vivir a la casa de los amigos que luego lo adoptaron.
Suly no quiso verlo nunca más; no me pareció descabellado.
Julián ya tiene veintidós; que yo sepa, jamás se enteró de que sus verdaderos padres son hermanos.
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Perdiendo el miedo
Eduardo había sido un tipo bastante miedoso para enfrentar el mundo, lo que le deparó el desprecio
de su mujer y de sus hijos (dos varones). En la adolescencia éstos habían sido instigados por la
madre, Felisa, en contra del padre, al compararlo con su hermano Julián, el cuñado de Eduardo,
muy idealizado porque logró acumular una apreciable fortuna. Eduardo, en cambio, no podía
levantar cabeza.
Él quería a su mujer y a sus hijos. Y si no puede ganar mucho dinero para satisfacer a su familia, no
es culpa suya. Es un buen tipo, no como Julián, el brillante hermano de Felisa, tan endiosado por
ella, pero que explota a sus obreros y que destrozó a uno de sus clientes cuando a éste le iban muy
mal las cosas. Ese cliente era en realidad un revendedor que recibía un importante crédito para
vender las joyas que Julián fabricaba. Como garantía del crédito firmó una hipoteca de su
departamento. Aunque con las ventas le iba muy bien, una seria enfermedad de un hijo lo obliga a
un desembolso imprevisto por lo que no pudo afrontar la deuda contraída con Julián que lo deja en
la calle. Comentaban que Julián estaba furioso porque la mujer del tipo lo rechazó cuando se la
quiso levantar. Lógicamente, Felisa no cree en esos chimentos.
¿Así hay que ser para que te respeten tu mujer y tus hijos? Yo no puedo. No quiero. ¿Yo me voy a
respetar después? Lo peor es que no puedo ser así. No me sale. Tengo miedo. No sé a qué, ni por
qué, pero tengo miedo.
Sin embargo, con el tiempo, Eduardo se va entrenando para convertirse en un tipo sagaz, astuto y
desalmado. Todo sacrificio es poco para conquistar a su familia. ¿Entonces lo de la mafia con la
familia es cierto? La familia es sagrada. Los demás no merecen ninguna consideración excepto si
son útiles a la familia. En el centro, la familia (padres e hijos); alrededor, los demás parientes (tíos,
primos, cuñados, yernos); después “la tropa” y más allá los que tienen que ser expoliados sin
compasión. Cualquier artilugio es válido para someterlos y sacarles tributo.
Con el hijo mayor empieza a comprar oro. A quienes están desesperados. Los adolescentes y otros
jóvenes para gastar la plata en lo que fuere, incluyendo la droga. Eduardo no se mete con la droga,
eso jamás; alguna moral queda. Y la gente mayor vende el oro para vivir. El muchacho es un
excelente artista en la compra. Empieza prometiendo el doble de la competencia y al final logra
comprar por la mitad. El que vende queda mareado pero contento de sacar por lo menos eso.
El negocio del oro tiene muchas aristas. Ya el padre de Felisa se había dedicado a un taller que
fabricaba joyas para las joyerías del centro. Era un artesano. El hijo, Julián, empezó a vender al por
mayor. En esa época la gente compraba objetos de oro para lucirlos pero también como forma de
ahorro. La época cambió, llegó el momento en que la gente debía vender el oro para vivir. El padre
de Felisa compraba el que se importaba. El hermano de Felisa compraba el que se exportaba.
El oro es muy codiciado, por eso debe ser custodiado. Eduardo consigue fácilmente varios ex
policías como custodios para su negocio. Y poco a poco se van haciendo habitués unos amigos del
hijo constituyendo entre todos un pequeño club donde se admira a Eduardo y se lo considera un
gran líder. Éste queda encantado con su rol y con la admiración de esa juventud. Hasta se resigna a
seguir siendo un violador ya que Felisa no puede dejar de lado su rechazo a la sexualidad.
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Indudablemente Eduardo cambió. La crisis en que cayó por el conflicto moral que sus seres
queridos le plantearon, se resolvió con el nacimiento de un gangster, resolución que los satisfizo
plenamente.
Eduardo, a los cuarenta y ocho años tiene un amigo unos quince años mayor que él, quien también
se dedica a la compra de oro. No tiene hijos y vive en un pequeño departamento con su mujer, pero
tiene un local de su propiedad bien ubicado en la entrada de la galería comercial. Mientras, Eduardo
se tiene que arreglar con uno alquilado, un poco más chico, dentro de la galería. Codicia aquel local,
pero parece imposible conseguir que el otro se lo deje.
Un día llega Jaime, el amigo en cuestión, muy deprimido, asustado y lastimado, pidiéndole a
Eduardo que le haga un gran favor. Casi llorando le cuenta que entraron ladrones en su casa. No se
explica cómo los hijos de puta sabían dónde guardaba un poco de oro. Se llevaron el ahorro para su
vejez, pero lo peor es que Rivka, su mujer, recibió unos golpes muy feos. Ahora está en el hospital,
con más susto que dolor. Nunca le pasó algo así. Se siente muy viejo para soportar eso.
Jaime quiere salirse del negocio del oro. Y no tiene a nadie mejor que Eduardo, al que considera un
verdadero amigo, que pueda hacerse cargo de su local, lo que también puede convenir a Eduardo.
Se lo ofrece en alquiler por el mismo precio que Eduardo paga por el suyo.
Eduardo se muestra asombrado y condolido al escuchar esa historia. Le pide unos días para pensarlo
y termina haciéndole el gran favor de aceptar el cambio.
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Temas de Guardia
Veintinueve años y linda pinta. Alto, delgado, con una fácil y agradable sonrisa. Y por si no
alcanzara, hace tres años que se recibió de médico y ya está en segundo año de la residencia de
Psiquiatría.
Mónica había sido un sueño que se concretó durante las últimas materias de la facultad. Aunque
está en la residencia de otro Hospital, se convirtió en una pesadilla. A pesar de que le dijo que no
quería saber nada más con ella, Mónica no da el brazo a torcer. Por las buenas, mimosa, insiste en
verlo prometiendo y jurando que va a portarse bien. Roberto ya conoce esas promesas; al rato
empiezan los reclamos seguidos de reproches, convertidos en interminables persecuciones. Todos
sus logros son sistemáticamente descalificados por Mónica.
Roberto le aclara que es imposible que esa pareja funcione. Él no puede tolerar tantas denigraciones
y desmedidas exigencias. No le gusta nada reaccionar violentamente, pero tiene miedo de perder el
control y matarla. Si ella ve que él no va a llegar a nada, si es un nene de papá, (como insiste en
describirlo) y todas esas cualidades no le gustan ¿para qué sigue detrás de él? Pero Mónica se
defiende muy bien: “Porque te quiero, porque sos el primer hombre de mi vida y no quiero conocer
a cincuenta tipos más, me quiero quedar con vos. Hay muchos que quisieran estar conmigo. Vas a
lograr que te mande al diablo y me vaya con otro, lo tenés merecido, después me vas a extrañar.”
“Bueno, dejáme extrañarte y no me llames más.” Pero Mónica sigue llamando varias veces por día.
Y cuanto más insiste, más se molesta Roberto.
Mónica ruega, dulce, sumisa: “Una sola vez más” y jura que será la última. Al final Roberto afloja.
Ahora que vive sólo y no tiene que pagar el hotel (que algunas veces pagó Mónica) encontrarse en
la cama con ella no es tanto sacrificio. Lo insoportable viene después. Y como no hay otra candidata
disponible, Roberto, en un acto de abnegado altruismo, la deja entrar en su casa, o sea, en su cama.
No hay duda de que en la cama los dos la pasan muy, pero muy bien. Salvajes, apasionados, se
empeñan en disfrutar y complacer al otro. Que Mónica lo haga es comprensible, ella quiere
conquistarlo; se propone darle tanto placer a Roberto como ninguna otra lo haría y su escuela son
los videos porno que abundan en los hoteles. Lo que no está muy claro es la actitud de él. Si quiere
sacarse a Mónica de encima ¿por qué se empeña en que disfrute con él, como con ninguno?, ¿por
caballero? ¿como devolución de favores?, ¿o alguna extraña motivación lo impulsa a ello? En el
fondo ¿quiere mantenerla pendiente de él? En la práctica, él es el objeto deseado y puede darse el
lujo de despreciarla a su antojo. Total, no tiene que molestarse en ir a buscarla, ella viene sola. ¡Y
qué magnífica hembra es Mónica! Mientras, elabora distintas estrategias para conquistar a Liliana, a
Isabel y a Claudia (compañeras de la residencia) y por el momento, a nadie más. La más extraña es
la que apunta a Liliana. Le mandó ya cuatro apasionadas cartas de amor que jamás le había
mandado a nadie. Liliana, compañera de la guardia de los lunes es una de las agraciadas médicas del
hospital. Está en Clínica Médica, Roberto en Psicopatología. Una veta romántica debe encausarse.
La guardia es un espacio y un tiempo singular. A la noche hay que dejar la sala en silencio. Se
reparte la medicación adecuada a cada paciente y después uno se puede ir a dormir esperando que
no lo molesten. ¿Dónde duermen? en una habitación con dos camas marineras, una encima de la
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otra. Y muchas veces le toca a una dama compartir la habitación con un caballero. Por lo menos a
Roberto, muchas veces le tocó una compañía femenina. No todas son físicamente agradables.
Carmen, por ejemplo, es gordita y feúcha. Pero las noches son largas y Roberto en esas condiciones,
a oscuras y a solas con una mujer, no resiste la tentación.
A las dos de la mañana está bien despierto y empieza a darle charla a Carmen. Ella tampoco
duerme. Así que hablan en la oscuridad. Roberto piensa que está todo dispuesto para el paso
siguiente. Se levanta y sus manos se dirigen al encuentro de Carmen. Una ducha helada no lo
hubiera impactado tanto como el grito que ella larga. Evidentemente Roberto interpretó muy mal las
señales de tránsito. El terror fue la consecuencia directa del miedo a que alguien la hubiera oído.
No sólo a los muchachos les gusta contar sus aventuras, también a las chicas. Y la conquista no
tiene que haber llegado a la cama, basta, como en este caso, que el muchacho haya intentado
avanzar y ella se haya dado el lujo de pararlo en seco. Más aún si el muchacho es Roberto. El
diagnóstico de histeria que una actitud así pueda merecer le importa bien poco, por lo que el
hospital debe haberse enterado del papelón de Roberto con Carmen. Durante una semana Roberto
cree que todos se divierten a costa suya.
Pero frente a las otras chicas se convierte en un objetivo más fácil y apetecible. Ideal para sesiones
de sexo en la guardia, las acciones de Roberto suben. Los amoríos pasajeros interesan a todos, a
pesar de que la moral y las buenas costumbres obligan a adornar esa intención con el
autoconvencimiento de estar enamorado y querer formar una pareja estable, familia con nenitos y
todos los chiches. Lo raro es que las chicas se hacen menos problemas que los muchachos. (Bueno,
el término medio de las chicas. Ya vimos la reacción de Carmen). Las más agraciadas son las que
menos prejuicios parecen tener.
Roberto está muy fuerte. Posiblemente sea el más apetecible de todos los representantes del sexo
masculino. Así es que las damas empiezan una silenciosa competencia en pos de ir “a la cama con
Roberto”. El problema a resolver será estar de guardia el mismo día (en realidad la misma noche)
que Roberto.
La que tiene el honor de empezar la ronda es Claudia. De pura casualidad le toca Roberto de
compañero. Ninguno de los dos lo sabe hasta que sucede.
Claudia, residente de primer año, hace rato que llamó la atención de Roberto. Alta, delgada,
morocha, con unos hermosos ojos verdes y proporcionadas curvas, no puede pasar desapercibida.
Como es muy amiga de Carmen, Roberto le tiene miedo. Con tal antecedente cree que sus acciones
están por el suelo.
Pero todo resulta sencillamente magnífico. La primera noche que pasan juntos, Roberto es
cauteloso. A las doce y media Claudia se baña (las habitaciones de los residentes tienen baño
privado) y se va a su cama (por tradición, a la mujer le toca la de arriba). Una hora más tarde
Roberto no puede dormir; escucha como Claudia da vueltas en la cama y parece que tampoco está
tranquila. Entonces, pregunta despacio si está despierta. Claudia le contesta que está nerviosa y
tampoco puede dormir.
Si bien esa noche no llegan muy lejos, conformándose con apasionadas caricias, a Roberto le parece
que quien lleva la batuta es ella y no él. Esto no le disgusta pero le extraña; evidentemente todavía
tiene que aprender algo sobre las mujeres.
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Claudia se las arregla para que sus guardias coincidan con las de Roberto. Un poco forzado por la
situación, Roberto la invita a casa y Claudia no se hace rogar. Las otras candidatas, Isabel y Liliana,
reconocen su derrota.
A Claudia, Roberto le da a entender (le informa) que la invitación a su casa (a su cama) no significa
ningún compromiso de nada. Claudia no sólo no pone ningún reparo sino que está muy amorosa.
Dócil, como nunca estuvo Mónica. Roberto debería estar muy contento. Debería, porque ya pasaron
varios días sin llamadas de Mónica. Además la tortilla de papas con que agasaja a Claudia es muy
elogiada por ella, algo que Mónica jamás hubiera hecho. Todo parece salir a las mil maravillas, pero
los hombres son a veces extraños. La brusca interrupción de las llamadas de Mónica despierta
desagradables fantasías en la mente de Roberto. Seguramente está en la cama con otro; eso no debe
suceder, ella tiene que serle fiel. Extrañado por semejante idea, se da cuenta de que está sufriendo
un ataque de celos. Pero, ¡si se la quiere sacar de encima! Y Claudia es tan amorosa.
¡Qué diablos!, extraña a Mónica. Claudia es ahora una molestia.
Entonces pasa lo que tiene que pasar: su virilidad se declara en huelga. No quiere saber nada con
Claudia. ¿Qué hace ella ahí? Ahí debe estar Mónica. A Claudia no le gusta mucho esa situación
pero no se da por vencida. Con paciencia y buena letra logra poner en condiciones a Roberto que se
siente haciendo el servicio militar. Pero también reconoce los méritos de Claudia. Increíble, aunque
ahora la odia por esto.
Cuando al día siguiente están en la guardia, Roberto no deja de perseguirse con Mónica. ¿Con quién
andará? Seguro que anda con alguien y está perdida para él. Evita a Claudia y a todas las demás en
la guardia. Mónica es ahora una idea fija de la cual no se puede despegar.
Pasan algunos días más sin noticias hasta que, por fin, Mónica llama.
Ahora me va a gastar, piensa Roberto al escuchar su voz. Pero, con una excitación que le cuesta
disimular, se entera de que Mónica estuvo fuera del país y que no pudo dejar de pensar en él.
Roberto se sacrifica y la deja venir. Al día siguiente, llega a la conclusión de que debe terminar en
serio con Mónica; que ella es una droga, un vicio.
Han pasado casi tres años y Roberto sigue manteniendo el mismo vínculo con Mónica. Algunos
apuestan a que uno va a matar al otro; otros, que se van a casar.
El futuro es imprevisible.
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Vocación
Por fin Esteban se recibe de médico. A los 29 años todavía hay muchos por delante y haber
despilfarrados cinco años entre la vagancia y la Facultad de Ingeniería no es muy grave. Pero ahora
basta de jugar al eterno adolescente y a tomarse las cosas en serio. Cuando logró entrar en
Ingeniería creyó estar en el camino adecuado. Que esa era su vocación. Pero el destino le tomó un
sencillo examen demostrando que también en eso se equivocó. La Facultad estaba en ese entonces
en Diagonal Sur y Perú, un histórico y muy deteriorado edificio, a la vuelta del Colegio Nacional
Buenos Aires. En ese lugar, la Manzana De Las Luces, según señalaba una placa que alguien había
puesto en su frente, fueron rechazadas las invasiones inglesas en 1806. Y en el Aula Magna de la
Facultad había funcionado la legislatura en la época de Rosas. Allí, el 27 de junio de 1839, un día
antes de que fusilaran a su hijo - el teniente coronel Ramón Maza - fue asesinado el Dr. Manuel
Vicente Maza, ex jefe de la junta de gobierno, antiguo admirador, pero en ese momento ambos,
padre e hijo, eran frustrados conspiradores contra Rosas.
En oposición a todo el peso de la historia estaba el ómnibus de la línea 104 que Esteban debe tomar
para llegar a la Facultad. En el lugar y a la hora en que debe tomarlo, resulta imposible. Todos
pasaban llenos, sin detenerse. Con eso la providencia lo deja convencido de que Ingeniería no es su
vocación.
Como la Facultad de Medicina le queda a cuatro cuadras de donde vive, no llega a ser un obstáculo
el medio de transporte, por lo que se recibe de médico.
Corre el año 1972. Y en la cultura argentina el Psicoanálisis ha alcanzado un lugar preponderante.
Para bien y para mal se encara el análisis del Inconciente en una forma asombrosa. Los
Psicoanalistas ostentan un poder de casta privilegiada por lo que formarse como Psicoanalista es
una aspiración cada vez más difundida, limitada principalmente por el esfuerzo económico que el
candidato debe estar dispuesto a realizar. Una vez aceptado en la APA (Asociación Psicoanalítica
Argentina) hay que someterse a un análisis didáctico de cuatro veces por semana con un analista
didacta lo que implica un desembolso monetario desconocido en las otras especialidades médicas.
Los didactas son muy pocos por lo que hay que anotarse en listas de espera para acceder al diván de
los más renombrados. Pueden pasar varios años antes que el candidato está en condiciones de
empezar su formación que incluye cuatro años de seminarios teóricos, predominantemente de la
escuela inglesa (Melanie Klein) que es la ideología reinante en esa época en el mundo psi,
destronada luego por Lacan.
Esteban también se está analizando, tiene algunos amigos Psicoanalistas y quiere ser Psicoanalista.
Una de las Psicoanalistas amigas le sugiere que si quiere entrar en la APA, lo haga, pero que
también es conveniente para su formación que trabaje unos años en una sala del Borda o del
Moyano (manicomio de hombres y de mujeres, respectivamente) para desidealizar lo que
entendemos vulgarmente por locura. Idea que a Esteban le parece excelente.
Entra a la sala número tres del Borda donde no puede dejar de encontrar una ilustración más de las
luchas ideológicas que ocultan la lucha por el poder, deporte universal que los seres humanos
juegan como y cuando pueden.
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El jefe de la sala había sido el Dr. Jorge García Badaracco, un decidido defensor del Psicoanálisis.
Intentó instrumentar una especie de Comunidad Terapéutica basada en el Psicoanálisis, lo que
produjo una fuerte oposición en la dirección del Hospital que no quiere saber nada con esa nefasta
deformación de la Psiquiatría. Lograron la renuncia del Dr. García Badaracco y para limpiar al
Hospital de todo vestigio psicoanalítico, nombraron como jefe interino al Dr. Jaime Cukier, un
Psiquiatra con sólida formación ortodoxa, nada psicoanalítica.
Al Dr. Cukier le pasa algo parecido como a los llamados curas del tercer mundo. Éstos fueron
enviados a recuperar para la fe a los que se alejaron enceguecidos por las ideologías socialistas que
están de moda. Pues los tales curas quedaron atrapados en la ideología que debían combatir.
A medida que va conociendo la obra de su antecesor, el Dr. Cukier queda convencido de que el
Psicoanálisis tiene instrumentos muy valiosos de los que la Psiquiatría carece, por lo que empieza
su formación como Psicoanalista. En eso está cuando Esteban entra como médico concurrente en la
Sala.
Cuando Esteban es admitido recibe dos importantes recomendaciones:
1).- Si él está convencido de que la Esquizofrenia se cura con dulce de leche, pues que le dé dulce
de leche a los esquizofrénicos, pero las historias clínicas debe tenerlas al día.
2).- Frente a la locura, él se va a encontrar con vegetales. Las plantas, los vegetales, no se mueven.
Él, como muchos principiantes se puede llegar a creer capaz de mover a las plantas. Que recuerde
esa realidad: las plantas no se mueven.
En la sala trabajan como concurrentes varios aspirantes a psiquiatras. Hombres y mujeres que rotan
continuamente. Pocos aguantan el encuentro con la locura. Algunos están pocas semanas, otros
resisten años. Pero cuando entran, el furor curandis los hace competir seriamente para acaparar
pacientes y demostrar que ellos sí son capaces de mover vegetales.
En los hospitales psiquiátricos se abandonó la práctica de la lobotomía pero los electrochoques en la
forma indiscriminada en que se administran a veces, resultan terapéuticas con riesgo serio. A un
paciente le habían indicado, según constaba en la historia clínica, una serie de electrochoques. El
médico que dio la indicación ya no estaba en el hospital, aunque muchos años después ese paciente
seguía recibiendo su serie de electrochoques. Nadie se había molestado, en esos años, en revisar las
historias clínicas, pero las indicaciones se cumplían.
La Sala número tres heredó un paciente que fue sometido a una lobotomía (¿recuerdan “Atrapado
sin salida”?) y otro con una lesión cerebral irreversible por la gran cantidad de electrochoques
recibidos. Casos que ya no saldrán nunca del Hospital, vegetales inmóviles.
Frente a la locura, Esteban no es una excepción. Él también intenta mover a los vegetales. Por lo
menos en un caso, lo logra.
Ledesco ingresa a la Sala un año antes que Esteban. El diagnóstico es Paranoia. Un día se entera de
la infidelidad de su mujer. En un arranque de furia primero intenta matarla a golpes, pero en otro
arranque de supuesta lucidez, decide que sería mejor destrozar unos cuantos muebles de la casa.
Como a éstos es más difícil reemplazarlos que al dueño de casa, se lo envía al Borda.
Tiene cincuenta y seis años y hasta ese momento (cuando es descubierto por Esteban que
coleccionaba pacientes perdidos) recibe una serie de psicofármacos que le permiten mantener en
silencio un monótono ritual las catorce horas que está despierto, los siete días de la semana. Camina
cruzando en diagonal la sala, despacio, ensimismado vaya a saber en qué.
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Esteban logra formar un grupo terapéutico reuniendo ocho pacientes (incluido el de la lobotomía, el
de la lesión cerebral irreversible y a Ledesco) e invitando a participar a las enfermeras, asistentes
sociales, voluntarias (personas que venían a ayudar en lo que fuere) y a todo familiar, amigo, vecino
o curioso, dispuesto a asistir. El grupo se reúne los miércoles durante dos horas y a veces llega a
contar con 20 asistentes.
Dentro de ese grupo se ubica también Carlitos. Internado a los diez y seis, hace ocho años que
pertenece a los crónicos (ya es parte del decorado) de la Sala.
Carlitos tiene la particularidad de moverse tranquilo por el Hospital recolectando todo pucho de
cigarrillo que puede encontrar. Se coloca un pucho entre dos dedos vecinos y fuma todos al mismo
tiempo. Como tiene cinco dedos en cada mano hay ocho de tal forma que es difícil distinguir si
fuma los puchos o sus dedos. Gracias a eso está perfectamente adaptado al clima del Hospital.
Como no es agresivo, en cambio es muy callado, parece más bien una mascota de la Sala. Siempre
está de vuelta a la hora de las comidas y para dormir. El resto del tiempo sigue limpiando de puchos
al Hospital. Y a nadie le preocupa demasiado si, después que algún ingenuo le insiste en tomar una
ducha, lo encuentran cumpliendo la consigna, vestido. Tampoco es muy grave que, cuando ese
furor curandis motiva a alguna recién llegada psicóloga a intentar probar su suerte con una sesión
de terapia individual, Carlitos (que no es mal parecido) la motiva a escapar despavorida cuando, ya
a solas con la infeliz terapeuta, se baja los pantalones y empieza a masturbarse delante de ella. Uno
se acostumbra a no prestarle atención cuando hace riesgosas acrobacias en el techo del Hospital
mientras sigue fumando lo que fuere. Con la única persona que se comunica hablando, es con su
madre que viene a visitarlo todos los miércoles, aprovechando la reunión grupal. La comunicación
consiste en reclamarle cigarrillos que nunca son suficientes.
Tiempo después Esteban se reprocha por no haber tenido el coraje de prohibirle la entrada a esa
madre. La enfermera le contó que la Señora, de unos sesenta años, cuando viene al Hospital se lleva
algún paciente a un rincón del Hospital para unas sesiones de amor, pagando los favores recibidos
con yerba y cigarrillos.
¿Se puede prohibirle la entrada a una madre que viene a visitar a su hijo? El padre de Carlitos no
vino nunca. ¿Alguien puede asegurar que con esa medida Carlitos iba a cambiar? Sin embargo
Esteban sostiene que la locura se combate con medidas que los cuerdos no están en condiciones ni
de aceptar, ni de entender.
Con Ledesco resulta más sencillo, un verdadero milagro. Cuando Esteban le interrumpe los paseos
por la Sala (y le quita toda medicación, lo que casi le cuesta el puesto) se entera que Ledesco
escucha a un vecino contar con lujos de detalles cómo su mujer le pone los cuernos. Los mensajes
los recibe a través de un receptor de radio que un dentista le introdujo en una muela al curarle una
carie. Esa es la razón por la cual nadie más que él puede escuchar los mensajes. A ese relato los
psiquiatras suelen poner el rótulo de delirio sistematizado y a pesar de lo que sostiene la psiquiatría
clásica, desapareció espontáneamente al poco tiempo de haberse iniciado el diálogo con Esteban.
Fácil, fluida y muy grata es la comunicación entre Ledesco y Esteban.
Ledesco había sido jefe de mantenimiento de la Phillips. Y en el Borda hay unos talleres protegidos
(estaciones intermedias entre el Hospital y el afuera) donde es posible derivar a los pacientes para
una etapa de resocialización previa al alta.
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El de mecánica abastece de camas, cubiertos, ceniceros y otros utensilios a los Hospitales
Nacionales de todo el país. Esteban, tras una visita de inspección, donde le cuesta convencer al
Director del Taller que su intención es enviar allí a un paciente y no moverle el piso al Director, lo
envía a Ledesco, que vuelve a parecer una persona común tras nueve semanas de tratamiento estilo
Esteban. Esteban no podía justificar lo que hizo con Ledesco más allá de su intuición, que alguien
entendio como sentido común, opinión poco compartida.
Y bien, Ledesco es una planta que se mueve del lugar que conquistó en el Hospital. Es dado de alta
dos meses después de ingresar al taller. Seis meses más tarde envía una carta agradeciendo la
atención recibida. Se había separado, trabaja en Bahía Blanca y volvió a formar otra pareja.
¿Porqué resultó tan fácil en este caso e imposible con Carlitos? Hace veinticinco años que Esteban
intenta descifrar los misterios que encierra la locura. Escuchó muchas respuestas. Pero a medida que
aparece alguna, la dialéctica de la psicosis se empecina en plantear a través de los locos, nuevas
preguntas.
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Cortar Por Lo Sano
Enrique llegó a los treinta y tres años convertido en un personaje tímido al que le cuesta salir de
casa y enfrentar al mundo. A pesar de sus ciento setenta y siete centímetros de estatura, usa zapatos
con doble suela para parecer más alto. Prácticamente vive sólo con Sandra, su madre, una mujer
sufrida, resignada, pero muy segura de sus opiniones, que lo trata como si fuese mitad perrito fiel y
mitad oligofrénico sin remedio, pero de su propiedad.
Una pronunciada frente que invade el cuero cabelludo, parecería indicar que Enrique es un hombre
inteligente, cosa que lógicamente nadie sabe y que no es fácil de descubrir. Siempre con saco y
corbata, limpio y afeitado, conforman la cubierta exterior de una máscara hostil que lo asusta
principalmente a él. Suele ser bastante fastidioso tratarlo.
A pesar de sus treinta y tres años y por la mismas razones expuestas, Enrique es una caparazón de
hombre que envuelve a una criatura temerosa, con la obligación de enfrentar un mundo tan
fascinante como siniestro.
Hijo único, se desarrolló en un ambiente aislado del exterior al cual aún hoy día tiene acceso a
través de un filtro materno sostenido con la complicidad tácita de Rodrigo, su padre. Un padre
bastante golpeado por circunstancias lamentables, que produjeron en éste un círculo vicioso de
miedo y rabia con predominio del miedo; y que Enrique pretende transformar en un círculo vicioso
de miedo y rabia, con predominio de la rabia.
Rodrigo tiene un puesto en el mercado y a pesar de sus sesenta años tiene una linda estampa de
guapo de fin de siglo. Se esfuerza en ser simpático y mostrarse canchero, luciendo su aire tanguero
y sus conocimientos de fútbol. Eso en el mercado, en el café o en la cancha, porque en casa, apenas
si está.
En cambio para Sandra son las telenovelas, las que llenan sus máximas aspiraciones de felicidad.
Sólidamente aferrada a unos pocos prejuicios básicos para soportar la existencia, es ingenuo y
absurdo pretender de ella alguna reflexión un poco profunda, lo que intenta Rodrigo cuando se
encuentra con su mujer..
Los días de semana Rodrigo se va a las cuatro de la madrugada y vuelve pasadas las diez de la
noche. Sandra se limita a dejarle la cena lista. El problema surge los fines de semana y las veces que
el jefe de familia se atreve a llevar a su mujer y a su hijo de vacaciones a Mar del Plata o a Córdoba,
lo más lejos que llegaron.
En los raros momentos en que está en casa, Rodrigo intenta opinar sobre algo, cualquier cosa. Pero
“cualquier cosa” le puede mover el piso a Sandra y eso no debe suceder jamás. Por lo tanto, no
importa lo que Rodrigo diga, es convenientemente descalificado por Sandra con una facilidad y
habilidad tal, que se puede llegar a pensar que es inteligente, pero sólo para mantener a todos (no
sólo a Rodrigo) a distancia prudencial. Sandra es un baluarte inexpugnable, cuya puerta de acceso
está sellada y franquearla es imposible.
A Rodrigo le quedan tres opciones. O se calla, lo que le resulta muy difícil, acostumbrado a charlar
con todo el mundo, o se va de casa. Sandra, por su parte, puede permanecer en silencio todo el
tiempo, sin ningún problema. La tercera es pelearse con Sandra, llevando siempre la peor parte.
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Rodrigo se pone más y más frenético ya que, para su desesperación, Sandra sigue imperturbable.
Como no quiere llegar a la violencia física (gran tentación) encuentra otra razón por la que es
conveniente desaparecer.
Por todo esto, Rodrigo no está muy motivado para el sexo con Sandra. Para ella “eso” es sólo un
capricho de los hombres. Y a Rodrigo le sobran otras muchachas que, por lo menos durante algunos
momentos, lo hacen sentir muy hombre. Posiblemente esta sea la razón principal, aunque no la
única, por la que Enrique es hijo único. Rodrigo tampoco se siente capaz de afrontar la
responsabilidad que implica ser padre. Con un hijo, queda bien satisfecho y hasta abrumado.
Haberse atrevido a ser padre ya es una hazaña. Le da rabia ver a su hijo casi secuestrado por ella,
pero no se atreve acercarse a él y sacarlo de la pollera de mamá.. Resultado: se pelea con Sandra por
acaparar a Enrique pero no hace ningún esfuerzo para estar con su hijo. Rodrigo fuera de casa es
bastante feliz. Sandra, en la casa sin Rodrigo y con Enrique, también.
En su infancia, a Enrique mamá no lo dejaba salir a jugar con los chicos, a quienes observaba a
través de las rendijas de la persiana, envidiándolos y fabricando vaya a saber qué fantasías para
defenderse de la rabia que tal encierro le producía.
Mamá, la mujer, tiene el poder. Por lo menos, en casa. Un poder cuestionado, aunque mal y
débilmente por papá, el hombre. Él, Enrique, ¿quién y qué es? Si es un hombre ¿es tan débil e inútil
como papá?
Cuando papá discute con mamá, acostumbra a interferir en favor de mamá y es fácil ganarle a papá.
Esto por un lado le gusta, pero también le hubiese gustado que papá se defendiera mejor.
Mamá está orgullosa de él y de sus logros. Pero si Enrique pretende contarle detalles, ella se
impacienta y lo interrumpe con cualquier estupidez. Lo deja con la palabra en la boca. Y no podría
decir que lo desprecia, todo lo contrario. Él es la luz de sus ojos. Sin embargo, no lo deja hablar.
No, tampoco es cierto eso. Lo deja hablar, pero no más de lo debido. Y mamá indica claramente lo
que dice de más. Mamá sabe dónde hay que parar. No hay nadie tan seguro como mamá con una
confianza en sí misma que a todos les gustaría tener.
En la adolescencia, Enrique salió al mundo con el apoyo y la compañía de mamá, quien lo alentaba
ir a los bailes y a la Facultad, lo que dio extraños resultados. En los bailes se sentía atraído por
mujeres un poco mayores, que se hacían cargo de la situación. El sexo, deseado y temido, no resultó
un gran problema. Ellas lo llevaron, haciéndole sentir que él era el dueño de la situación.
Estar de novio le pareció fantástico, así que no tardó en encontrar a una mujer que parecía reunir
todas las condiciones. Beba, empleada en el Banco de Galicia, tenía treinta y siete años.
Posiblemente por eso empezaron a surgir algunos problemas. En casa, al lado de mamá, se sentía
seguro (por más que ella lo descalificaba tanto como a papá). Rápidamente lo consolaba frente a
algún fracaso, restándole importancia; y si había algún logro, le demostraba que no valía nada. De
modo que Enrique tenía miedo de alejarse mucho de mamá.
Ganas de vivir en el mundo no le faltaban. Ganas de ser “alguien” allá afuera. También quiere tener
su propia familia, estar orgulloso de ella y que su familia lo esté de él. Pero había más temor al
fracaso que esperanza de éxito, lo que le producía rabia, mucha rabia, que no era lo más adecuado
para enfrentar al mundo. El círculo vicioso de rabia y miedo lo perseguía sin descanso.
Entonces, en forma muy ingeniosa, intervino su inteligencia para ayudarlo.
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Ante la sociedad era un cero a la izquierda, un Don Nadie. Sólo para mamá era alguien importante,
siempre que se quede a su lado. Papá, si alguna vez se proponía llevarlo a algún sitio, enseguida se
cansaba, tenía sueño. Beba, cuando él intentaba impresionarla contando algo que le parecía
importante de su trabajo de computación o de cualquier cosa, debía hacer grandes esfuerzos para
prestarle atención y no dormirse, lo que a veces sucedía.
Muchas veces se imaginó que llegaría a ser un gran profesor de computación, que haría brillantes
descubrimientos en ese campo, desarrollando geniales programas científicos, que en todo el mundo
su nombre sería conocido y admirado, que la gente se daría vuelta para verlo, que se detendrían para
saludarlo por la calle. Como nada de eso sucedía, sintió más rabia. Y trató de no salir, de aislarse del
mundo.
En la fila de los bancos, haciendo algún trámite, notaba que la gente lo observaba con enojo, que lo
conocían y que estaban furiosos con él por alguna razón. Y por la calle también lo reconocen y por
eso estaban molestos y desviaban la mirada. Nadie quería verlo. ¿Qué había hecho? ¿Qué era tan
importante y tan malo para que estuviesen fastidiados y no quieran saludarlo? ¿Por qué? ¿Qué había
hecho? ¿Qué estaba haciendo mal?
Poco a poco fue descubriendo la verdad, la causa del enojo de la gente. Ellos tenían razón, estaba
haciendo algo muy malo. No tenía ningún derecho a maltratarlos así. Pero ¿cómo evitarlo? Ya se
dio cuenta que el mal era más fuerte que él. Tenían razón de enojarse, de no saludarlo, hasta de
despreciarlo. Pero ¿qué podía hacer si él tenía ese poder que no dependía de su voluntad, que
funcionaba automática y espontáneamente? Lo único que debía hacer para que no se enojen, era
salir lo menos posible de su casa. Así, el nefasto poder no va a actuar. Así la gente no tendría que
dormirse por culpa de él.
Ese terrible poder del que no tenía control alguno se manifestaba en el cine, en el teatro y en los
cafés, a los que concurría lo menos posible. Al principio no lo podía creer. Era absurdo. Pero las
evidencias aparecían constantemente. En el cine, en el teatro, cuando se encendían las luces, no
había ninguna duda. Ve siempre y por todos lados gente durmiendo, bostezando o restregándose los
ojos. Y ésa era la prueba que estaba a la vista. Sucedía siempre donde él aparecía. ¿Cómo no iban a
estar irritados con él? ¿No tenían razón acaso? Si por culpa de él no podían estar despiertos. Donde
él aparecía la gente caía en una especie de sopor que no los dejaba vivir.
En su trabajo no aguantó. Demasiado concentrado en ese poder y en el enojo de la gente con él.
Renunciar fue un gran alivio. A mamá no le molestó en absoluto tenerlo en casa. Por eso dejó
también la Facultad de Ciencias Económicas, después de cursar unas cuantas materias.
Beba se cansó de luchar para sacarlo. No creía en el “poder que provoca somnolencia” y se resignó
a quedarse sin novio.
Enrique comprendió muy bien por qué Beba no podía aguantar una situación como ésta y menos
aún, entenderla. Pero era mejor cortar por lo sano. En estas condiciones, con semejante poder, no se
podía armar una familia. Traer hijos al mundo sería una locura.
Mamá tenía razón.
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La dirección de la cura
Veintinueve años recién cumplidos. Un año para los treinta. El temido fantasma ya estaba ahí.
Se había dado tiempo para todo. Total, aún estaba lejos. Pero a los treinta ya se es mayor. A esa
altura había que tener las cosas bien consolidadas. La familia, el trabajo, la economía, el futuro.
Con ninguna quiso formar algo serio y estable. Este año empezó el cuarto brillante negocio de su
vida. Y abandona la tercera facultad (esta vez Derecho). El negocio tampoco resultó la maravilla
con la que había soñado.
¿Qué diablos le pasaba?
Ah, y va al analista que lo trata desde hace cuatro años. Tres veces por semana.
Tiene su consultorio enfrente al Zoológico. República de la India y Cabello.
El azar, omnipotente director del destino humano, está decidido a intervenir nuevamente en las
desventuras de Simón, ya que en el edificio donde el analista tiene su consultorio se muda al
casarse, la profesora adjunta de la cátedra de Derecho Civil IV, la Doctora Ana María Guevara
quien agregó, al suyo, el apellido de su flamante esposo, Cerrato.
La Doctora Ana María Guevara de Cerrato era una muy bien conservada mujer de cuarenta y tres
años que ejercía la docencia desde hacía muy poco. Éste era su segundo año. Su recién estrenado
esposo de cuarenta y ocho años, tenía dos hijas de su primer matrimonio que se deshizo hace tres
años pero oficialmente, sentencia de divorcio mediante, hace seis meses. Para la doctora, ésta era la
primera experiencia matrimonial; y ella era una de las raras expresiones del sexo femenino que no
quería tener hijos propios por vaya a saber qué razones encontrados en su historia. A nadie logró
convencer, pero la realidad es que hijos no tenía y la idea de ser madre de dos adolescentes despertó
en ella la esperanza de poder educarlos; le encantaron estas criaturas por su típica confusión, mezcla
de rebeldía y de frescura inquisidora sobre los temas cotidianos, ya fueran íntimos femeninos o del
vínculo con los hombres y la sociedad, en todas sus manifestaciones. De ambos lados había surgido
el impacto cuando papá decidió presentarlas oficialmente. Resultó ser su nueva pareja luego de ser
la abogada de papá en su juicio de divorcio. En el conflicto que esta separación no podía dejar de
producir, ambas hijas se habían puesto del lado de papá encantado de irse a vivir con ellas. Nadie se
sorprendió porque, una vez divorciado y vuelto a casar, papá decidiera alquilar ese departamento
donde ahora vivían los cuatro.
La última materia que Simón había cursado, pero sin dar el final, era Civil IV, donde tanto la
profesora como el alumno habían tenido un encuentro no muy amistoso. Simón cuestionó la
interpretación de la ley y la profesora quedó descolocada frente a la clase, reaccionando por eso de
un modo inusual: impuso su punto de vista en forma autoritaria. Esto inclinó la simpatía de todos
hacia Simón, quien se sintió justificado para terminar en ese momento su estudio de Derecho.
Cuando ambos se encontraron en el ascensor, tras vencer el rubor que los invadió por un instante, se
saludaron con un gesto rápido y frío, que se convirtió en una costumbre sin mayores pretensiones
durante los últimos meses, hasta que el mundo de Ana María se desmoronó. La relación con las dos
adolescentes se convirtió en una lucha por el poder, donde el papá, convertido en árbitro con o sin
su consentimiento, en vez de aminorar, no dejaba de echar más leña al fuego. A veces se ponía
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decididamente en favor de Ana María y quería echar a sus hijas a la calle; y otras, deseaba
deshacerse de Ana María y quedarse con sus hijas, las quienes siempre formaban un frente unido
contra todo y todos.
Ana María no se imaginó que tal infierno le iba a tocar a ella. Y su rabia la hundió en más confusión
ya que no quería aceptar que no estaba en condiciones de manejar, ni siquiera de entender, esta
situación.
Era un jueves, de casi las ocho de la tarde, junio, o sea, invierno. Simón acababa de salir de su
tercera sesión de la semana. Bajaba solo en el ascensor del piso 11. Se preguntaba si algún día
podría hacer caso a lo que iba pensando en sesión. La buena voluntad de tomarse la vida con más
sensatez le duraba a veces unas cuantas horas. Si no pasaba nada nefasto como encontrarse con
Jaime o con Chela que tiraban abajo rápidamente la estantería de la responsabilidad, llegaba hasta la
sesión siguiente. Gracias a esto, estaba convencido de que algún progreso iba haciendo.
Jaime, era tan irresponsable como él y juntos viajaban con la marihuana o la coca; y Chela era una
mujer recién casada que había estado perdidamente enamorada de Simón y ahora disfrutaba de
apasionados momentos de placer sexual cuando éste se lo proponía. Quizás la vida le resultaba
demasiado fácil y estaba de acuerdo con el analista en que buscar lo fácil era hacerse la vida muy
difícil. Aunque él aseguraba que las cosas fáciles se le presentaban solas, que no las buscaba.
Entre tanto, en el 8o, subía al ascensor la profesora de Civil IV, en un estado que no era el habitual.
No respondio al gesto de Simón y trató de darle la espalda, de pasar desapercibida. Esta actitud le
llamó la atención y lo sacó de sus elucubraciones. Ana María no puede contenerse y comienza a
sollozar muy angustiada. Como están solos, Simón la toma del brazo, pero antes de que pueda abrir
la boca, Ana María le pide que la acompañe al café de la esquina; que no quería estar sóla en ese
momento.
Simón ya estaba acostumbrado a hacer de analista amateur e intuía que esta situación se lo
reclamaba.
Ana María temblaba de rabia. Sus ilusiones habían sido violentamente destruidas. Tenía la
sensación de que ella y su mundo explotaban en pedazos. ¿Cómo pudo ser tan ingenua? Había
creído en los cuentos de hadas. Sin embargo debía haberlo previsto. En quince años de profesión
intervino en casi cien juicios de divorcio. Había estado convencida de que, con buena voluntad, la
gente podría entenderse y llevarse bien. En tal caso uno podría funcionar como lo que era, una
persona adulta, razonable. ¿Y ahora? ¿Porqué no podía ser así? ¿Quién estaba loca en este lío?
¿Ella? ¿Las chicas? ¿Tito (el padre)? ¿Todos? Y ¿qué hacía ahí con este imbécil? ¿Para qué lo
trajo? ¿Que estaba loca? Pues iba a hacer una locura. “¿Podés llevarme a algún lado? Necesito
hablar con alguien. Pero no acá, con tanta gente.”
Eso lo dijo ella. Y no estaba soñando.
Simón no salía de su asombro. Pensó rápido. Era jueves, las ocho de la noche. Esto se ponía muy
interesante. Y no tenía nada urgente para hacer. Así que: “Mirá, yo vivo con mi vieja que es
bastante pesada. Disculpáme, pero lo único que se me ocurre es un hotel...” y Ana María, rápido, sin
pensar: “Vamos”.
Así empezó una relación bastante insólita. Por lo agradable, intensa y constructiva para los dos.
Esa primera vez para ellos fue un viaje al paraíso, lo que suele suceder la primera vez.
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Simón logró convencer a Ana María de aceptar un tratamiento psicoanalítico que, con la relación
apasionada y transgresora que llegó a durar unos cuantos años, fue el remedio para encarar la
realidad en la que había desembocado al casarse con Tito. Ella no era la madre de las muchachas.
Unas adolescentes que pueden ser muy desbocadas pero que también pueden ser domesticadas.
Respetar y hacerse respetar es un arte difícil pero no imposible. Para compartir los derechos hay que
vencer al propio egoísmo, un obstáculo muy serio que no se puede dejar de compartir.
Eso le pasaba a las chicas, a ella, a Tito, y también a Simón, a quien adoptó, con su total
aprobación.
Y Simón, alentado por Ana María y con su ayuda, dejó los porros y la blanca, terminó sus estudios
de abogado, entró a trabajar en el estudio de unos colegas y a los 32 años decidió casarse. Se
arriesgó con una escribana.
El analista de Simón reconoció entonces que él, a algunos pacientes no los entendía.
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En Familia
Parece que el extraño ritual va a empezar otra vez.
¡Hoy no, si está bien derecho! Piensa Alberto, protestando en silencio mientras observa desde su
sillón de analista.
Sin embargo, comienza. Y reconoce que Yimmy, como siempre, tiene razón. El diván no estaba
perfectamente paralelo a la pared. Había unos milímetros de diferencia entre la zona de la cabeza y
la de los pies. Yimmy, por alguna misteriosa razón que Alberto a pesar del tiempo que lo trata aún
no pudo descubrir, antes de acostarse en el diván se sienta en el medio, los dos brazos a los
costados, las manos aferradas al borde. Una rápida y casi imperceptible mirada a ambos lados y, si
descubre una diferencia, por más leve que fuere como en este caso, mueve la parte conveniente y
recién cuando el diván se encuentra perfectamente alineado, se acuesta con la satisfacción del deber
cumplido.
Así empieza otra sesión en las que Alberto sabe que no se va a quedar dormido.
“- Doctor, Sergio todavía tiene posibilidades. El linfoma parece reaccionar a la quimioterapia. Pero
los efectos que tiene que aguantar son tremendos. Lo vemos sufrir y lloramos todos. Tampoco es
seguro que salga de esto. Pero nada puedo hacer. Daría cualquier cosa por ayudarlo. Parece que
estamos meados por los perros. Primero yo, que gracias a Ud, salí a flote. Mi mujer que sigue con
sus ideas fijas de que se le caen las tetas y tan frígida como siempre. La nena que si no se droga,
desaparece hasta que nos llama la cana. Y ahora lo de Sergio.
“ Bueno, ojalá que salga, que lo que está sufriendo valga la pena.
“ Lo más duro viene ahora, Dr. Es para no creer. Esta noche, a las tres de la mañana, Sergio estaba
como más de media hora vomitando y sufriendo y nosotros sin poder hacer nada. Cuando se calmó
un poco me encaró con una desesperación que nunca se la vi a nadie.
“ Me hizo jurar que, si se muere, encima de su tumba debía enterrar la mano de Lorena. Y yo no
pude decirle que no. Le tuve que jurar que lo iba a hacer. Ud sabe que los muchachos que me
cuidan la fábrica lo pueden hacer. Y me harían este favor gustosos. Pero ¿puedo yo hacer eso?
“ Dígame Dr ¿qué hago? -”
A Yimmy, Alberto lo conoció a raíz de un brote psicótico del que lo sacó muy bien sin medicarlo
siquiera y en cuatro meses, lo que le permitió conocer a toda la familia: a Yimmy, a su mujer y a los
tres hijos, para los que Alberto se convirtió en Dios todopoderoso.
Sergio, el hijo mayor, es la mano derecha de papá. Dirige la fábrica con admirable habilidad, tanto
al personal como a los clientes y a los proveedores. Pero en materia de relaciones íntimas su
ingenuidad le trajo problemas y nada agradables. Hace tres meses que se casó con Lorena, una
hermosa criatura, tal vez demasiado linda. El linfoma fue diagnosticado hace apenas dos semanas y
tres días después del informe médico, Raúl, su mejor amigo, le cuenta con lujo de detalles que se
estaba acostando con Lorena. Lo insólito es que Raúl sigue siendo el mejor amigo de Sergio, que se
ve obligado a separarse de ella. Raúl aprovecha para sacarse a Lorena de encima, que es una seria
molestia para él.
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Para Alberto ya no son extraños los entretelones de esta familia y Yimmy le da mucha pena, pero
no puede hacer otra cosa que acompañarlo en un camino donde él quizás ayuda a que un tímido
padre de familia se convierta en un peligroso miembro de la mafia. De lo cual los parientes y
amigos están encantados aunque él, como terapeuta, un poco avergonzado. Convencido que la que
maneja los hilos del destino familiar y hasta de la terapia es la mujer que quería “todo un macho” a
su lado y no un mequetrefe que podía dar lástima. Ella no quiere saber nada con una terapeuta para
ella pero tampoco deja de meterse en la terapia de Yimmy.
Y ahora, este loco reclamo de Sergio. Menos mal que está la posibilidad de que Sergio se salve y
entonces este problema dejará de serlo.
Eso es lo que cree Alberto.
Tres semanas más tarde la sesión de Yimmy lo obliga a suspender las que le quedan por atender ese
día y llama a Silvio, que había sido su supervisor, al que recurría en ocasiones como ésta. Insiste y
consigue que le dé una sesión la misma tarde.
“- Silvio, no vas a creer lo que te voy a contar.” El poder tutearlo hace más soportable el relato. “Yo
creo que todavía estoy en una pesadilla y no sé como despertarme y salir de ella. -”
Le cuenta la historia de Yimmy, que no deja de sorprender a Silvio.
“- Es difícil de creer que sea cierto lo que me dijo Yimmy ¡qué locura! pero lo es: Raúl seguía
encamándose con Lorena, a pesar de lo que había dado a entender. Y Yimmy, que estaba al tanto de
todo porque los tenía vigilados a los dos, decidio hacer justicia.
“Habló muy seriamente con Lorena. Y le impuso un pacto siniestro. Yimmy cree estar convencido
que Sergio está más metejoneado que nunca con Lorena y que lo que añora es que vuelva con él.
Pero Lorena debía dar a entender bien a las claras que quería volver con Sergio. Para eso … debía
matar ella a Raúl.
“Yimmy dispone de los medios para que eso lo supiese sólo él. Pero sería una garantía para que
Lorena no volviese a las andadas con otro, porque en ese caso, le iba a regalar su mano a Sergio en
vida. Parece que el linfoma se puede dar por curado. Lorena no se imaginaba que sus travesuras con
Raúl fuesen del dominio público. Y está aterrada porque conoce a Yimmy, de lo que es capaz.
“La muerte de Raúl saldrá mañana en los diarios. Un supuesto suicidio.-”
El silencio de Alberto que sigue a esta crónica, les da un poco de respiro a los dos y como el clima
continúa tenso, Silvio se siente obligado a decir algo.
“- Bueno, todo lo que contás confirma que nuestro trabajo es insalubre y…”
“- Disculpá que te interrumpa” lo corta Alberto “pero hay algo más … Lorena está embarazada …
de Yimmy.
“Algo que nadie sabía ni se imaginaba (ni yo) que este hijo de puta la obligó a ser su amante y no
cree tener problemas para convencerlo a Sergio que la criatura es suya. No tiene ningún reparo en
ser el padre de su nieto o el abuelo de su hijo que, en este caso, va a ser lo mismo. -”
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Cortocircuito
Norma se atrevió a proponer algo inaceptable para Abel.
- “Juan Carlos me ofrece un trabajo en su negocio. Con la mishiadura que hay, la venta de las
zapatillas baratas como las que él consigue, va bárbaro ...”
Abel no la dejó seguir.
- “No, maldito sea, no. ¿Otra vez te lo tengo que decir?” – el tono subía mientras sus gestos
asustaban – “Mi mujer no va a trabajar afuera, mi mujer tiene bastante trabajo con la casa y los
chicos. El día que no consiga trabajo nos volvemos al campo. Pero ahora tengo y como están las
cosas aquí, los mil quinientos que gano nos alcanzan de sobra. No me jodas más con eso. No te lo
voy a permitir.”
A pesar del miedo, Norma suplicaba. - Abel, por favor, el mundo cambió.” –
- “No me interesa. Parála, no sigas con eso. Sabés que me pone mal.”
- “Te pone mal porque sabés que tengo razón. Que los ochocientos que me puede pagar Juan Carlos
nos hacen bastante falta. Abel, tenemos dos hijos chiquitos.”
- “No sigas. Dejáme tomar tranquilo el mate que me esperan 10 horas duras al sol.”
- “Pero justamente por eso. Deberías estar contento porque tengo esa oportunidad.- “¡¡No!!- ya estaba gritando – “No lo voy a permitir.”
Pero Norma no podía parar:
- “Abel, los chicos lo necesitan. Tu sueldo no alcanza. Nunca vamos a poder ahorrar y cumplir tu
sueño de independizarte. Yo te quiero ayudar para eso. Despertá de una vez. Dejáme aceptar ese
trabajo y entonces tal vez podamos.”
Abel no aguantó. Estrelló el mate contra la pared.
- “Basta, mierda, no te aguanto más. ¿Así que yo no sirvo para nada? Entonces me voy, para que
hagas lo que se te antoja. Mientras ésta sea mi casa y vivas conmigo, aquí mando yo. Vos te quedás
en casa con los chicos; para eso los tuvimos, para que tengan una madre que se ocupe de ellos.
Terminála, no me quiero volver loco por la plata.”
Y la agarró y la sacudió por los hombros.
- “Podés entender que a mi familia la mantengo yo. Yo soy el hombre y el jefe de esta familia.
¡Dejá de romperme las pelotas! No vuelvas más con eso. Pobre de vos si volvés a hablarme de eso.
No voy a tolerar que me humilles así. Mi sueldo alcanza. Y va a alcanzar” Dio un portazo y se fue. Hacía tiempo que Abel no reaccionaba con tanta violencia. Marta, la
hermana y vecina de Norma, al verlo salir furioso fue a ver qué pasaba y encontró a Norma llorando
y limpiando la pared. La ayudó en silencio. El mate aguantó pero en la pared quedó la marca. Trajo
a Javier, para que tome el desayuno con sus primos. Igual tenían que ir juntos al colegio. Después
prepararon otro mate para las dos.
- “¿Cómo hago” – siguió Norma tras contar los detalles de la discusión – “para que Abel deje de ser
tan testarudo?”
- “Le voy a pedir a Juan Carlos que hable con Abel. Abel lo escucha.”
- “Si se entera que te lo pedí, se va a poner más loco.”
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- “Juan Carlos es muy razonable y creo que lo puede hacer entrar en razones. Vale la pena probar.
- “Abel es tan terco. Cambiaría todo si pudiese sacarse de encima esos prejuicios estúpidos. Pero no
hay caso, él es el hombre y eso es sagrado.”
- “Sí, es muy estúpido pero todavía hay muchos que piensan así. Si la mujer trabaja y gana plata no
se sienten hombres. No es fácil cambiar eso en la gente.”
Dos días después Juan Carlos lo encara a Abel
- “Abel, necesito hablar con vos.”
A Abel no le gustó nada. Sabe bien que eso de hablar no le resulta fácil. Pero a Juan Carlos no lo puede cortar así como
así. A Juan Carlos hay que aguantarlo. Hay que escucharlo. Y a Juan Carlos le producía una íntima satisfacción el
sometimiento que su origen producía en Abel. Físicamente, Abel impresionaba lo suficiente para que nadie se atreva
intentar modificar los rígidos y rudimentarios esquemas que regían su vida, con dos excepciones: Norma y Juan
Carlos. Ambos representaban los extremos de las castas en las que Abel, siguiendo una herencia cultural compartida
pero no respetada por Norma y Juan Carlos, dividía a la especie humana.
Juan Carlos, descendiente de nobles patricios incaicos, gozaba de una mágica muralla protectora por
su linaje.
Y Abel era uno de los pocos que veneraban esa tradición. Norma, por ser mujer, en realidad no tenía
derecho a nada. Sólo debía cumplir el deber de preocuparse por el bienestar y la felicidad de su
dueño, su marido.
Pero ahí estaban las dos criaturas y en el ambiente porteño tal división es absurda.
Un choque de culturas, dirían los sociólogos.
Todo el mundo disfruta al poder dominar a otros. Juan Carlos no era una excepción. Un torero que
se divierte en azuzar al toro, convencido de que tiene un control total sobre él.
- “Abel, vos tenés suerte. Tu mujer quiere y puede salir a trabajar.”
La tensión dentro de Abel aumentaba peligrosamente. Intentando controlar la rabia, se limitaba a
apretar los dientes y cerrar los puños.
- “Y a mí Norma me vendría muy bien en el negocio. Necesito alguien en quien pueda confiar.
Tratá de aceptar la realidad del mundo en que vivimos hoy. Por favor, pensálo con calma. A todos
nos conviene. Tené en cuenta que tus hijos reciben otra educación que la que recibimos nosotros.
Ellos no te van a perdonar como sometés a su madre. Hoy y acá es lógico que se rebelen contra el
padre y su ley. Si aceptás, tu vida va a ser mucho más sencilla. No seas cabeza dura. No defiendas
causas perdidas.”
La tradicional sonrisa de Juan Carlos se iba borrando a medida que veía en los gestos de Abel el
efecto de sus palabras. Se convenció de que era conveniente no insistir ahora.
- “Por favor, dáte tiempo para pensarlo.”
Y decidió terminar la charla con una amable palmadita en la espalda de Abel que hizo lo posible
para no perder el control y romperle la cabeza.
Estaban en la puerta de sus casas, así que cada cual entró en la suya.
Al rato se desató la tormenta. En su casa, Abel destrozó lo que encontró a su paso y los gritos de
Norma y de los chicos sólo lograron exacerbar su furia destructiva.
Tres enfermeros especializados lograron reducirlo, calmarlo con una inyección y llevarlo al hospital
psiquiátrico.
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La victoria de Guille
Guille en la cama
“Otra noche sin dormir. ¿Dónde consigo ahora una pastilla? Son las cuatro de la mañana y con los
nervios que tengo sin pastilla no duermo.
Receta me puedo hacer, pero levantarme y buscar una farmacia de turno no tengo ganas. Qué
bronca, voy a tener que vestirme y salir a buscar alguna.
¡Qué vida de mierda! y cada vez peor... ¿para qué seguir? Pero, mierda, ¿por qué?, ¿para qué nací?
¿Matarme? ya lo intenté varias veces y me sacaron ¿para qué?
¿Masturbarme otra vez? Van tres veces hoy y si después no puedo dormir, que es lo más probable,
me siento peor.
Pero ¿por qué?, ¿por qué esos ataques de furia?, ¿por qué no puedo parar? Ya me está agarrando.
No, por favor, no, pará, después te vas a sentir peor. Después, después ¡qué carajo me importa el
después! no aguanto más. Por favor ¡No! Qué lo parió, no voy a aguantar. Si pudiese dormir, pero
no, voy a estallar.
¿Por qué estoy tan loco, tan rayado? ¿Por qué tanto odio? ¿A quién odio tanto? A mí, carajo, a mí.
O a cualquiera, a mi viejo. Qué hijo de puta; él, tranquilo. Yo, loco, tarado. Después me encierran
en un manicomio. Y me lo merezco. Loco, rayado, tarado. Y ahora se acabó, ya no puedo dormir.
Con esta rabia.
Si me tomo veinte pastillas quizás me voy.
¿Otra vez? ¿Para qué están los Psiquiatras, los Psicoanalistas? Son una mierda y están muy
cómodos. ¡Qué basura! Pisarlos como piojos. Eso habría que hacer con ellos, en cambio me pisan a
mí como si fuese un piojo. ¡Qué mierda, carajo! ¿Cuándo terminará esto? Nunca, al contrario, estás
cada vez peor”.
Guille en el café.
“Qué mierda es todo esto. Toda esta manga de boludos que se creen importantes, autosuficientes,
engreídos; y estas tres viejas locas que se atropellan para hablar. ¿Por qué no hacen lo que en
realidad tienen ganas de hacer? sería más divertido. Que una le tape la boca a las otras, y si no se
dejan, romperles una botella en la cabeza para que no jodan. Qué pinta de gallinas cluecas. ¿Por qué
no se esconden? habría que prohibirles que aparezcan en público, agarrar un ladrillo y destrozarles
el cráneo para hacerles un favor, a ellas y al mundo.
¿Y ésta? qué linda muñeca de porcelana. Con mi pinta de loco, ¿qué soy para ella? un loco de
mierda. ¿Qué pretendo? ¿Que se fije en mí? Que la parió, ni existo para ella.
Raptarla, desnudarla, arrancarle la ropa, el corpiño, la bombacha y que chille bastante. Morderle las
tetas, que deben estar buenas. Si le chupo la concha al final le va a gustar. Ya llegó su macho, otro
pavo real. Con un palo en el culo quedaría bárbaro. Hacer volar todo esto. No estaría mal
inmolarme por alguna de las tantas causas sagradas que dan vuelta por este mundo de mierda. Y
encima el loco soy yo, ellos son los cuerdos. Sin duda, se nota de lejos, ésta es la buena gente y
honrada. Convertirme en una bomba humana sería interesante, explotar y llevarme unos cuantos,
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dejar un montón de heridos, moribundos, destrozados. ¿Cómo quedaría el pavo real mutilado y
agonizando? Lindo espectáculo. Los idiotas encima te prometen el paraíso y los boludos se lo
tragan. El único paraíso que me puede interesar es alguno que me permita salir de este infierno.
Terminar con tanto odio, tanta rabia, tanta furia. Al final sos un esclavo de tu odio y no hay
descanso. A la muñeca, un palo bien grueso que le reviente el culo; a las viejas, triturarles el mate y
a los pavos aplastarles los huevos.
Y ahora ¿adónde voy?, ¿qué hago conmigo?, ¿trabajar?, ¿estudiar?, ¿para qué?, ¿con esta rabia que
me da ganas de romper todo?
Mi vieja ya murió, me aguantaba bastante. Pobre vieja, por lo menos ya no me ve. Un hijo bobo.
¿Para qué me trajo al mundo, quién se lo pidió? Y mi viejo, otro pavo real. ¿Por qué no lo mato? o
por lo menos, me mato a mí. Nos dejó, hizo la suya y se fue. Y él, lo más pancho. Pero no se la voy
a hacer tan fácil. Se va a tener que ocupar de mí el hijo de puta, por las buenas o por las malas.
Él dice que me quiere. Sí, verme muerto. Que está preocupado por mí. Sí, muy preocupado cuando
estoy suelto, cuando encuentra la excusa me encierra. Por lo menos, tiene que pagar. Qué mierda,
qué hijo de puta”.
Guille y Javier.
Javier: “Llegás temprano hoy, después de faltar. Tengo que pedir disculpas por haberte hecho
esperar.”
Guille: “Vine un poco antes porque traté de salir a caminar y con esa maldita pastilla me canso
rápido. Antes podía correr una hora y media, ahora no aguanto ni diez minutos. Pensé que podía
encontrarme con Armanda que también viene acá. Como está tan rayada como yo, a veces nos
llevábamos bien en la clínica, pero salió una vieja que se asustó al verme. También, con la pinta de
loco y drogado, no debo ser muy simpático. Qué mierda es todo, no sé para qué vengo. ¿Para
pelearme con vos, para joder a mi viejo que paga? La verdad que sos parte de la mierda general, con
tal de que te paguen me das bola. Y yo escuchando tus boludeces. ¿Acaso entendés lo que me
pasa?”
Javier: “Si eso lo entendés vos también. Lo que te pasa es que estás lleno de odio. Tanto odio no te
deja descansar, y eso te da más odio. No te envidio el pozo en el que estás metido, pero podés salir
de esto.”
Guille: “¿Sí, cómo? Da rabia escucharte. Tan fácil. Estudiar no puedo. Trabajar no puedo. O no
tengo ganas, o no sé. Y repetís lo mismo otra vez, si vos sabés que no tengo salida. Ya caí muy
bajo, soy un hijo bobo. Mi vieja murió sabiendo que su hijo está loco. ¡Loco, rayado y sin remedio!
Qué mierda. ¿Cuándo voy a terminar? No tengo salida y vos lo sabés.”
Javier: “Todo esto no es cierto, así que podés cambiar de disco. Te enviciaste con el odio, pero
podés salir de esto como se puede salir de la droga.”
Guille: “Y seguís diciendo boludeces. Si estoy cada vez peor. Veintiocho años y cuatro
internaciones. Lindo promedio. No, perdí, no tengo remedio. Hoy le rompí la vidriera al viejo, así
que ya me van a internar de nuevo. ¿Por qué no me matan? O por lo menos, cuando tengo el coraje
suficiente para matarme, no me saquen, no me jodan más.”
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Javier: “Me dejaste helado. ¿Le rompiste la vidriera a tu viejo? ¿Por qué? La semana pasada estabas
tan contento porque te ayudó a salir de la reacción que tuviste por la medicación y ahora le hacés
esto. ¿Por qué? ¿Habías tomado la medicación?”
Guille: “Sí, la había tomado. ¿Por qué lo hice? Porque soy una mierda, porque vos sos una mierda,
porque todo es una mierda. Y porque tenía ganas. Encerráme, pero para siempre. O mejor matáme,
así me curás de una vez.
Pero la verdad no sé por qué lo hice. Ahora quisiera que fuese una pesadilla, despertarme y que
no hubiese pasado. Pero pasó y estaba bien despierto. Y es cierto que estoy lleno de odio. No sé por
qué lo odio tanto al viejo, pero tengo ganas de romperle la cabeza, qué mierda. Ya me está
agarrando de vuelta y tomo tu maldita pastilla. Mirá el resultado.”
Javier derrotado
Cuando conoce a Guille, Javier es un terapeuta con experiencia en Psiquiatría dinámica, una feliz
mezcla de Psiquiatría con Psicoanálisis. Lo interna después que destroza los vidrios de la casa en
uno de los ataques de furia que suelen agarrarle. Es la cuarta internación, pero la primera en la que
interviene Javier. Internado, medicado, se porta muy bien por lo que parece un caso interesante y
fácil.
A los quince días le da el alta y lo sigue viendo tres veces por semana en su consultorio privado.
Contento de tener un paciente más que paga muy bien.
Es un gusto hablar con Guille. Se burla de todo, pero principalmente de la hipocresía de la gente.
Con una visión muy aguda del trabajo, de la familia, del dinero, hasta de la ciencia, del estudio y de
la locura. De su propia locura. De la Psiquiatría y del Psicoanálisis.
Pronto se da cuenta de que los proyectos de Guille quedan en buenas intenciones y nada más. Por
una razón u otra, no se ponen en marcha. En cambio, van apareciendo los arranques de furia en los
que destroza muebles, puertas y últimamente cada vez más vidrios. La fragilidad del vidrio se
convierte en una tentación difícil de controlar. Después, Guille se siente muy mal. Culpable,
desesperanzado, hay que sacarlo del bajón. En tales condiciones, remontar el estudio de la Física,
para la que Guille tiene una especial disposición, es una utopía.
Los arranques de furia son cada vez más cercanos. Todavía la capacidad intelectual de Guille
funciona bien. Si no fuese tan inteligente, se podría convencerlo de que la resignación es un mal
necesario, no tan grave. Pero Guille demuele todo intento de razonar a favor de una mejor
adaptación a la realidad. Es demasiado hábil para destruir los argumentos razonables de Javier.
Guille sabe como tentarlo y hacerlo entrar en la trampa de las pulseadas verbales. Cuando Javier se
da cuenta ya es tarde, una vez más se equivocó y Guille goza henchido de arrogante desprecio. Si
quiere cortar esa ruta al desastre y quedarse en silencio, Guille estalla. Tras un portazo se va a
romper algo con más o menos estrépito, falta a alguna sesión y vuelve después para contar su
venganza. Lo que sucedió también esta vez.
Seguramente el padre va a pedir internarlo de nuevo, una especie de castigo totalmente inútil.
¿Guille ganó?
¿Tiene razón?
¿Todo es una mierda?
102
Las estrellas
y los granos de arena
Las estrellas brillan en el cielo y son intocables, mientras los granos de arena a
orillas del mar pueden ser pisoteadas por cualquiera.
Ambas expresiones manifiestan la bendición o el enojo del Señor con su pueblo.
Pertenece a la tribu de los Levitas. Odia el dinero, desprecia a los pueblos, maldice a los impíos y
llora a sus hermanos de las cámaras de gas. Nacido en Polonia, conoce las sagradas escrituras. Es un
hombre de bien que venera la Ley Divina.
Hitler lo echó de Europa.
En América se trabaja y se hace dinero, ya no se respeta al que estudia la Ley, el hombre de bien
debe dar mucho dinero a su familia.
Tiene esposa e hijos.
La mujer no estudia la Ley. Tiene dos hijos, son sus hijos, serán respetados cuando crezcan. Quiere
un yerno rico e importante para su hija, quizás un médico. El hijo será ingeniero.
La mujer lo odia y lo desprecia, porque no lo comprende. Los hijos siguen a la madre.
¡Maldita seas América, tú y tus hijos!
Tú, mi primogénito, no sigues la Ley del Señor y eres judío ¡Borrado sea tu nombre!
Los judíos habían pecado y el Señor los echó de la tierra prometida. Otra vez pecaron y vinieron
las cámaras de gas. Hay que volver al camino de la Torah.
Reza de día y canta de noche: “...numerosos como los granos de arena a orillas del mar...”
Al pie del Sinaí tu alma juró seguir la Ley Divina “Cuidarás el Sábado...” ¡Maldito sea tu nombre!
Eres peor que uno de los pueblos.
- “No eres capaz de ganar el pan de tus hijos. No puedes hacer respetar a tu familia. Eres un inútil.”Le reprocha su mujer.
Él reza, canta y llora.
Ella trabaja duro y los hijos odian al padre.
- “Es loco. No sirve para nada. Al diablo con la Biblia.” Va al café a leer las noticias del diario. Década del 60. Rusia y Norteamérica se van a destruir,
Jerusalén surgirá de nuevo, reinará otra vez sobre la Tierra y los hijos de Abraham, de Isaac y de
Jacob, levantarán el tercer templo. Por fin volver a Sión.
Ya se acerca la hora del retorno. El señor castiga y perdona, ésta es la oportunidad.
...serán numerosos como las estrellas en el cielo..
103
En el café dan maníes.
Yo nunca regalo nada. Podría llevarles maníes. Ellos no comprenden pero ya falta poco.
Al subir las escaleras el paquetito con maníes se cae. La Torah abre los ojos pero entorpece los
dedos y la escalera cansa.
¡Maldito sea! Los maníes se desparraman y el hijo lo ve. – “Ese inútil, realmente no sirve para nada.” El padre calla, llora y canta.
Ya falta poco.
104
ARI quiere saber
I
En ese momento Ari siente que algo importante le está sucediendo. Su pulso se acelera y, sin darse
cuenta, apura el paso invadido por una cálida y muy agradable emoción que le eriza los pelos.
Pasear por las calles de Buenos Aires un domingo a la noche con ocho grados de temperatura y la
típica humedad que completa la incomodidad inevitable, viene muy bien para cambiarle el ánimo.
Salió de casa para meterse en el mundo. Un mundo tan interesante como complicado. Quizás
logrará entenderlo algún día, aunque sea un poco. Con sus catorce años es un adolescente inquieto
por saber, por conocer. Las clásicas preguntas “¿porqué?” “¿cómo?” “¿para qué?” surgen
constantemente.
Ve personas maltratando a otras que no pueden defenderse. Los malvados tienen poder y lo que
hace todo tan extraño es que a Ari ese poder lo fascina. Ellos arrojan un manto de sutil desprecio al
dolor de las víctimas. Esa soberbia superioridad lo irrita tanto como la silenciosa sumisión de los
otros. La rebelión queda descartada. El hombre bueno aguanta, se resigna y sufre en silencio.
Él es de los buenos, de los de abajo. Pero se avergüenza de eso. ¿Entonces quiere ser malo? No, no
tiene sentido. Y sin embargo... quiere tener el poder pero también quiere seguir siendo bueno.
Está claro: no va a ser malo. Pero la envidia a la elegancia de los que ostentan el poder, presiona
exigiendo acción. Cela a los chicos que viven en modernos departamentos. Y algunos hasta tienen
coche. Él vive en un cuarto con sus padres y su hermana. El baño hay que compartirlo con varias
familias más. El único escape es caminar por las calles de Buenos Aires, paseos que duran horas
mientras surge con fuerza ¿por qué? Y Dios ¿existe? ¿por qué hizo las cosas así?
Escucha a los suyos que tienen que soportar la arrogancia con que alardean los poderosos. ¡Y cómo
niegan su envidia! La envidia es un sentimiento que un hombre bueno no debe sentir; Ari no puede
seguir engañándose. Desea lo que tanto fascina: la riqueza, odia ser pobre. En algunos momentos
aborrece a su padre ¿por qué no gana más? Y su odio llega al máximo cuando papá denuncia la falta
de moral de los poderosos. ¿Así piensa papá evitar su envidia? Puede que papá logre algo de eso.
Ari, en esos instantes, desprecia la moral.
Aprendió hace rato que no se puede hablar de esto con cualquiera. En cambio hay que dar a
entender que se está de acuerdo con papá y con todos los que expresan su discurso. No puede creer
que quienes defienden tal ideología, crean en ella. Pero hay un acuerdo tácito, un pacto íntimo y
secreto, que la verdad no debe ser dicha jamás, un acuerdo entre sometedores y sometidos. Algo
terrible pasaría si dicho pacto se rompiera.
¿Cómo pudo Dios armar este rompecabezas? La mentira, la moral, la riqueza, la envidia, el poder,
el bien y el mal, la opulencia y la miseria junto al pacto de silencio. Que el hombre es demasiado
ignorante para entender. ¡No! Eso no lo va a aceptar nunca, eso es tramposo. ¿Por qué debe
entender la existencia de Dios entonces? ¿Para qué? Después de todo, a Dios nadie lo vió nunca.
Conociendo la fuerza de la mentira, no puede creer en los supuestos milagros.
105
Pero entonces, ¿por qué y para qué, por lo menos algunos, que no son pocos, están convencidos de
la existencia de Dios? Si Dios existe, Ari no debe dudar tanto. Quizás esto no le agrada a Dios. Dios
exige fe en él. ¿Y si lo está probando? Si es bueno (con fe) o malo (sin fe en él).
Pero no tiene sentido. Si Dios hizo todo, también lo hizo a Ari. Con sus dudas y su fe o su falta de
fe. O, acaso ¿hace a la gente con un programa que le deja cierta libertad de elección? ¿Para qué?
¿Para entretenerse con el resultado que debe saber de antemano, si es tan omnipotente y
omnisciente? No, es demasiado absurdo. Pero, otra vez, tantos millones de creyentes ¿cómo siguen
siéndolo? ¿Por qué la religión, la iglesia, tiene tanta fuerza? Y no es que los obligan. Ninguna ley
les impone la fe en Dios, ya no estamos en la Edad Media.
Dios hizo todo, la inmensidad del Universo y al hombre con sus dudas, su inteligencia y su
habilidad. Al rico y al pobre. A la vida y a la muerte. Lo lindo y lo feo. Así está escrito. Así había
aprendido. Así debe ser. Los hombres buenos creen en esto.
En ese momento siente que está por comprender. Que en realidad ya entendió, falta sólo ponerlo en
palabras.
También comprende que eso lo suspende en el aire, la tierra que pisa ya no está firme. Sin embargo
encontró la verdad. Y aún así, suspendido en el aire, la sensación de haber comprendido le da
fuerza. Esa mezcla de seguridad y temor reemplaza una duda que resulta absurda.
La verdad que encontró debe ser completada con palabras en un esquema que guarde una rigurosa
lógica. Se trata de responder muchas preguntas que surgen impacientes.
II
Dios no existe, salvo en la fantasía de los hombres. Ellos inventaron a Dios. A su imagen y
semejanza. Y no al revés, como dicen las “sagradas escrituras”. Ahora hay que descubrir el porqué,
el para qué, etc, etc, etc.
No está solo con sus problemas. Forma parte de una pequeña barra de siete muchachos: Ari, Rodi,
Saúl, Juanjo, Nico, Fede y Rafa. Todos con catorce años, estudian en distintos secundarios,
compartieron la misma escuela primaria y viven en el mismo conventillo. Ari consiguió que, de
buena o mala gana, compartan esas inquietudes.
Rodi, bautizado católico, no recibió ninguna educación religiosa. En su familia, en su hogar, o sea,
en su pieza, se habla con total libertad sobre cualquier cosa. Quizás el sexo es un tema no tan fácil.
Pero eso ahora no es el tema. O, más bien, eso es otro tema. Rodi cuestiona a la iglesia y a su poder.
Pero admira a aquellos que defienden a los pobres y denuncian el abuso de poder que la misma
iglesia comete. Cree en Dios y duda de los hombres.
En cuanto al ambiente familiar, el polo opuesto lo ocupa Saúl con una familia judía muy religiosa
aunque sin llegar al extremo de usar esa vestimenta extravagante de los ultra religiosos. El sábado
es un día de descanso. No se puede trabajar, viajar, ni encender la luz. El Viernes, al atardecer, la
madre enciende las velas de los candelabros y deja de cocinar pero sirve la comida ya preparada. Es
gente buena y alegre. En las festividades religiosas siempre canta toda la familia y algunos
invitados. Muchas veces participa Ari. Son los ricos del conventillo. Hay un negocio en el frente
donde tienen un modesto comercio de venta de huevos. Toda la familia, cinco hijos, los padres y
una abuela, la madre del padre, trabaja ahí. Saúl, con sus catorce años, es el menor. Además ocupan
las tres piezas de adelante. El mayor lujo es tener una habitación exclusiva para comer y estar.
106
El clima en esa familia es de un modesto respeto al orden establecido que no debe ser cuestionado.
Los designios de Dios, el misterio que encierran, no está dado a los hombres descifrarlo. Intentarlo
equivale a una blasfemia que el padre toma como una ofensa personal.
Una vez Ari presenció una escena conmovedora. El hijo mayor Isaac, quiso cuestionar a Dios junto
al orden supuestamente establecido por Él. Primero el padre, con mucha resignación, intentó
defender a su Dios. Pero Isaac rebatió los débiles argumentos de su padre con más calor, elevando
la voz. Entonces el padre cambió. Se levantó bruscamente, su silla se cayó, levantó los brazos y
gritó: ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué me has dado esto?
Y se fue.
Los que se quedaron, permanecieron un instante paralizados por una mezcla de terror y de piedad.
El grito del padre fue el de un animal mortalmente herido. Todas las miradas convergieron sobre
Isaac que temblaba. La madre le reprochó con amargura su actitud. Un buen hijo no puede tratar así
a su padre. Tiene que ser muy malo para lastimarlo con tanta saña. Isaac rompió a llorar y también
se fue.
Nunca más se habló del tema y nunca más alguien se atrevió en esa familia a cuestionar la ley del
padre.
En el grupo con Ari, Saúl es el que más concuerda con él, aunque en silencio, nunca con palabras.
Saúl no puede decir lo que piensa sobre Dios pero todos lo saben. Cuando Ari les cuenta lo que para
él es un descubrimiento, Saúl se limita a sonreír complacido.
Juanjo recibió una educación religiosa importante. Hijo único de una pareja de modestos
empleados, respeta su religión (católica) y admira el silencioso sacrificio que hacen para darle lo
mejor. No puede entender por qué Ari se empeña tanto en cuestionar algo que para él es muy claro.
Dios existe y las cosas son como deben ser. ¿Para qué hurgar en eso? Sin embargo, admira a Ari y
se fascina con la inteligencia de sus argumentos. Como amigo le sigue el tren. Lo escucha y está de
acuerdo, pero sólo para darle el gusto. En el fondo sigue igual, ni siquiera llegó a dudar.
Nico le rinde culto al cuerpo. Necesita acción, no puede quedarse quieto. Para nada intelectual,
siempre está practicando algún deporte que comparte con Ari, Juanjo y Rafa. Pesas, lucha libre,
fútbol, básquet o natación. En invierno logra poner de acuerdo al grupo para largas caminatas a paso
vivo hacia los alrededores de Buenos Aires, llegando muchas veces al Tigre. En verano los lleva al
río. Nico se las arregla para sobresalir en los gimnasios. Excelente deportista, consigue fácilmente
lo que se propone. Escucha las observaciones de Ari con mucho respeto y las asimila con facilidad.
Rápidamente está de acuerdo y las hace propias.
Fede es el que más cuestiona a Ari dentro del grupo. Igual que Ari, encuentra argumentos para todo.
El argumento básico con el que demuele las conclusiones de Ari es que el ser humano no podrá
nunca entender a Dios con su inteligencia, tan limitada. Y que la fe, único instrumento con el que se
puede llegar a Dios, es sólo para los elegidos dentro de los que él se considera un ejemplo.
Ari cuenta con un elemento que le da un lugar especial en el grupo. Desde los diez años trabaja en
el taller mecánico de su tío. Es el único del grupo que tiene un trabajo fijo. Si bien le da el salario a
su madre, siempre hace trabajos extras y ahorra para comprarse una bicicleta. Todo un lujo. Se
levanta bien temprano para ir caminando al taller y ahorrarse el costo del tranvía. A la salida,
generalmente, algunos de la barra lo esperan para caminar juntos los tres kilómetros a casa.
107
Momento de elucubraciones filosóficas. Siempre anda con dinero encima. Es el capitalista del
grupo.
Por la razón que fuese, mientras Nico comanda la actividad deportiva, Ari es el líder pensante del
grupo y alienta la oposición de Fede porque admira la fuerza de su fe.
Lo que une al grupo es la pertenencia a la misma experiencia social. El enemigo común es el odio
en su faz más virulenta, la envidia.
III
La familia de Rafa se destaca de las otras, para bien y para mal. Lo llamativo es la historia de los
padres. Ambos se casaron con seria oposición de sus familias. Judith, la madre, es única hija de un
rico comerciante judío que no podía aceptar a un goi (no judío) pobre como esposo de su tesoro más
preciado. Y ese hecho, el que su única hija eligiese a un modesto profesor de música despreciando a
todos los pretendientes de muy buena familia que los parientes le presentaban, lo vive como una
ofensa personal irreparable. El drama sigue con la expulsión de Judith a la que se le prohíbe pisar la
casa paterna.
Marcelo, el padre de Rafa, es hijo de una aristocrática familia italiana que logró amasar una enorme
fortuna, y que por raras coincidencias había llegado a introducir en la tradición familiar un profundo
desprecio antisemita, por lo que tampoco pudo tolerar el capricho de Marcelo. Como aquí la que
más defendio esa costumbre familiar es la madre, el padre quiso convencerlo para que fuera a vivir
con su amada hasta que se le pase, lo que enfureció a Marcelo que dio un portazo y desde entonces
evitó todo contacto con los suyos. Esta historia había pasado un par de años antes de que Judith
conociera a Marcelo. En aquel momento Marcelo se había enamorado de otra joven judía. Un
romance que apenas sobrevivió un par de meses después de la ruptura con su familia. Pero bastó
para que elija la vida bien lejos de la ostentación aristocrática familiar. Quizás para asegurarse esa
independencia volvió a enamorarse de otra muchacha judía, con quien se casó. Y así aparece Rafa
en esta historia. Marcelo, al momento de casarse con Judith era un modesto profesor de música con
su humilde pero honesto ingreso.
Judith, muy arrepentida y culposa por la reacción paterna quiso reparar un poco las cosas. No
imaginó que a papá le molestara que su hija viviese en condiciones tan paupérrimas. Creyendo que
el problema era la religión, decidió convencer a Marcelo de circuncidar al primogénito y así
apaciguar a papá. Marcelo no puso reparos. Resultado: Samy, el hermano mayor de Rafa, fue
circuncidado. Recién ahí Judith se dio cuenta de lo que había molestado a papá, entonces Marcelo la
alentó a independizarse de la familia originaria y preocuparse por el futuro, sin ellos. La religión
quedó tan fuera de casa como las familias de origen. Rafa no recibió ninguna educación religiosa ni
elementos de identidad relacionados con ella. En cambio, tiene un hermano mayor circunciso, quien
no tiene nada que ver con la religión.
Un nuevo drama aparece de a poco. Marcelo descubre que su poder seductor le da tantas o más
gratificaciones que su arte musical. Esto atrae a un interesante grupo de agraciadas alumnas
jóvenes, casadas o no. Para colmo, destina cada vez más dinero al juego. Y el alcohol completa la
decadencia. En la habitación de Rafa, hay días en que las peleas conyugales son insoportables. Y
días increíblemente apacibles y agradables.
108
IV
-“...y los millones que creen en Dios lo hacen porque creen que así son buenas personas.” - dice Ari
un día.
-“¿Y por qué se preocupan por eso?” - pregunta Rafa.
-“Porque reconocer que uno es malo, es tan difícil como...” - quiso aclarar Ari.
-“...como reconocer la existencia de Dios.” - interviene Fede.
-“No, cuernos. Todo lo contrario. Como reconocer la verdad sobre Dios. “- dice Ari, medio enojado.
-“Es lo que estoy diciendo. Reconocer la existencia de Dios no es fácil.” - insiste Fede, divertido.
Ari pisa el palito.
- “¿Cómo que no es fácil? Lo difícil es aceptar que Dios, un ser tan importante, es un producto de la
fantasía, que estamos solos en el Universo y que lo que hacemos o dejamos de hacer, es nuestra
exclusiva responsabilidad. Aceptar esta responsabilidad duele, porque asusta.”
-“Ahí tenés un ejemplo. Frente a todas esas argucias de la razón, que vos, como millones de herejes,
inventan todos los días y difunden a los cuatro vientos, es muy difícil... Hay que tener mucho
coraje, para defender y no perder la fe.” - acota Fede, muy seguro de sí mismo.
Argumento típico de Fede, piensa Ari. Pero hay que responder algo, los demás esperan el retruque.
¿Cómo se puede razonar contra la fe? Vamos, Ari, rápido.
-“Sí, claro, es difícil mantener la fe en algo que únicamente se mantiene por la fe. Tu Dios ¿para
qué nos dio la capacidad de razonar? Si la fe es más importante y la razón la destruye tan
fácilmente, ¿para qué la tenemos? ¿Para confundirnos más? Parece que tu Dios nos está tomando el
pelo. ¿Se divierte a costilla nuestra?” - Con esto Ari siente que recupera su lugar. - “Y supongo que
al Dios ese lo inventaron cuando el razonamiento lógico brillaba por su ausencia. Cuando reinaba el
miedo y la magia.”
Fede no se hace esperar.
- “Si aceptás que el razonamiento lógico en alguna época ni existió, tenés que aceptar que eso
evoluciona y que existe la posibilidad de que algún día tal razonamiento explique lo que hoy
únicamente la fe puede defender.”
Otra vez Fede está sacando ventaja. - piensa Ari - Eso que dijo fue un razonamiento lógico, que es
mi terreno. –
Y esa es la ventaja de Fede. Mientras Ari no puede salirse del discurso lógico, Fede no está
obligado a mantenerse únicamente con argumentos de fe. Pero Ari acepta esas reglas del juego. La
razón debe vencer a la fe.
Rodi viene a dar un poco de descanso, más bien a separar a los dos gladiadores:
-“Che, Ari, ¿por qué significa ser una buena persona creer en Dios? y ¿por qué es tan difícil aceptar
que uno es malo?”
Bueno, gracias Rodi, esto es más fácil. - piensa Ari.
- “Vamos por partes. Si vas contra Dios, contra la fe, vas contra la tradición. Contra el orden
establecido. Contra los viejos. Contra las sagradas escrituras. Eso es ser malo. Acordáte lo que pasó
con Isaac. Y ¿por qué es difícil aceptar la maldad de uno? Porque si aceptás que sos malo, estás
justificando que los demás te deberían dejar de lado. No creo que se pueda aceptar eso. Uno no se
aguanta sólo.”
109
-“Eso no te lo entiendo - interviene Rafa - muchas veces yo me siento muy bien solo. Vos mismo
contás lo bien que te sentís en tus paseos solitarios. A mí me parece que al lado del río, con nadie
cerca, lejos del quilombo familiar, soñando y mirando los barquitos a lo lejos, me siento bárbaro. “
-“Bueno, en eso tenés razón.” - cede Ari – “Pero imagináte que no te dejen volver. Que tenés ganas
de hablar con alguien y nadie te da bola. A ver cómo te sentís entonces.”
-“Paren un momento.” - Nico también siente la necesidad de decir algo – “Ari y Fede, Uds. estaban
de acuerdo en que es difícil saber la verdad sobre Dios, sea que existe o que es una fantasía. Eso no
debería ser así. Yo creo que vos, Ari, tenés razón. Que Dios no existe. Y todo lo demás que decís
me parece muy razonable. Eso quiere decir que Fede está muy equivocado. Pero parece que vos,
Ari, le respetas razonamientos que se apoyan en algo que tiene que ver con la magia: la fe. Y bueno,
si alguien cree en la magia, que crea;.pero no se puede discutir con alguien así.”
-“Fantástico, Nico, te estás avivando” - se burla Rodi – “pero entonces te encontrás como al
principio, ¿porqué la fe tiene tantos adeptos?”
-“¿Eh? Ah, bueno.” -reacciona Nico – “No entendí para nada en qué se relaciona todo esto con lo de
ser bueno o malo. Si hago alguna maldad me siento malo y listo. No me hago mucho problema por
eso.”
¿Será una ventaja o un problema poder simplificar las cosas y no ver los grises? - piensa Ari y se
detiene un instante porque tiene que reconocer que Nico ve los grises. ¿Acaso no se acepta como a
veces malo y a veces bueno? ¿Habrá que aceptar que la humanidad se divide entre los que tienen fe
y los que no la tienen? ¿Y que la razón no puede contra la fe?
Después se queda en silencio. Creyó que sería más sencillo entender a la gente. Opta por un
remedio simple y conocido: descansar hasta otro momento. Pero su mente no lo deja: aparece el
problema del pacto de silencio. ¿Cómo se explica eso? La lucecita alumbra débilmente el silencio
de Saúl. Ahí debe estar la explicación. Bien, busquemos el camino.
Pacto de silencio es lo que dicen que impone la mafia. El que habla, muere. ¿Qué tiene que ver
esto? Habrá sido durante la Inquisición. Y otra vez lo invade la sensación de descubrir algo
importante. Entonces, ¿hay un castigo tan bravo como la muerte si uno dice algunas cosas? Intuye
que algo hay. Esto justificaría que muchos mientan. Así evitan un castigo totalmente absurdo. ¡Un
castigo por decir la verdad! Increíble.
En su mente, la escena en lo de Saúl se ilumina. ¡Y por eso Saúl no habla sobre ese tema!
Pero entonces...es el desprecio y la marginación. Lo que le había dicho antes a Rafa. Ése es el
castigo. Por eso la gente quiere ser buena. Sí, eso cierra el círculo. La sociedad defiende de esa
forma sus prejuicios. No quiere escuchar que está equivocada y que defiende mentiras. El que no
está de acuerdo con el discurso mistificador no puede ser otra cosa que un malvado o un loco. Y, sin
embargo, se dice que lo único que vale es la verdad.
Hay algo más. En la lucha social para estar arriba, el discurso mistificador defiende el orden
establecido. Si yo estoy arriba (o creo estarlo) ¡no cambien nada! a ver si al cambiar algo me voy
abajo.
Si quieres ser feliz, como me dices,
¡no analices, muchacho, no analices!
Pero cuando la realidad te duele, entonces te ponés a analizar para sentirte mejor.
Y a veces lo conseguís.
110
¿Era así?
Hermanita, sos la única persona en el mundo con quien puedo compartir estas extrañas resonancias
de la memoria. No pude dormir y entonces surgieron los recuerdos a borbotones.
¿Te acordás del hermoso parque en el que jugábamos? ¿Te acordás de las ardillitas? Lo simpáticas
que eran... Todavía las veo, sentadas delante de sus hermosas colas, moviendo rapidísimo sus
patitas delanteras mientras mordisquean las avellanas que encontraron por ahí. Bueno, alguien me
había asegurado que si se logra ponerles sal en la cola, se quedan paralizadas y te las podés llevar a
tu casa. Entonces yo corría tras ellas con la sal, pero nunca se quedaban quietas. Protestaba, que me
estaban engañando, pero lograban convencerme de que no las había alcanzado con la sal en la cola.
A pesar de todos los intentos fallidos, me prometía que la próxima vez las alcanzaría.
Pero ya viene lo feo.
Una vez, el guarda parque notó que de un nido de no sé qué pájaros faltaban algunos huevos. Se
reunió un pequeño grupo de personas y ahí preguntó si alguien había visto quién se los llevó. Salió
tu hermanito y en nombre de alguna ética sacrosanta, denunció inocentemente ¡A MAMÁ!: “Mami
¿no te los pusiste vos en la valija?” Mamá tuvo que abrir la susodicha valija y allí estaban los
huevos. Se me borró lo que pasó después, pero cuando surge este recuerdo no me siento muy bien.
¿Cómo pude ser tan boludo? Y no fue la única vez.
En la escuela, un compañero hizo alguna travesura que perjudicaba (no recuerdo los detalles) a un
maestro. Creo que para lucirme lo denuncié a otro maestro. Éste lo retó y me dijo que, como parecía
arrepentido, diera por terminada la cuestión y no se lo dijera al maestro perjudicado. ¿Qué hizo tu
hermanito? Fue y se lo dijo. Lógicamente, el que me pidió que no revolviera más el avispero se
enteró y me hizo pasar un merecido mal rato, denunciando a tu hermanito como impaciente bocón.
Tampoco recuerdo cómo pude sobrevivir después.
Los recuerdos que se relacionan con nuestros anfitriones, los nazis, también andan por un camino
salpicado de vergüenza. Te aseguro que ésta no surge solamente al contar mis recuerdos a alguien,
como ahora a vos. En algunas esquinas, los intelectuales habían colocado unas vitrinas donde iban
cambiando cada quince días un panfleto antisemita con caricaturas muy obscenas. Ávido de gozar
de lo prohibido, debía cuidarme de que no me vieran ni los judíos, ni los nazis. Recuerdo la
excitación que experimentaba con esa lectura.
Un recuerdo que no me avergüenza, sino que por el contrario me coloca en el lugar de una pobre
víctima, viene ahora: yo iba al colegio (judío, porque no podíamos ir al del Estado) con mi valija y
mi gorra, comiendo un sándwich. Por ahí vi una hermosa mujer, joven, alta y elegante, con un
perro, un lindo ovejero alemán. Para congraciarme con la dueña, intenté darle un pedazo del
sándwich al mejor amigo del hombre, pero la fulana tiró de la cadena al perro diciéndole: “¡no se te
ocurra comer de los judíos!” Y eso dolió. ¡Cómo envidiaba el uniforme de la juventud hitlerista que
yo no podía usar!
111
Pero acá viene uno lindo. Al día siguiente de la noche de los cristales (unos días después que
cumplías once años) me llevó un maestro a las ruinas del templo más importante de la ciudad que
había sido incendiado la noche anterior y estaba rodeado por las SS que no dejaban acercarse ni a
los bomberos. Tomados de la mano (yo tenía nueve años) nos enfrentamos con los uniformes
pidiéndoles que nos dejaran rescatar alguna reliquia. Se limitaron a burlarse pero nos dejaron pasar.
Ahí me sentí un héroe. Sacamos unas pocas cosas. Entre ellas una pequeña Torah que había sido
apenas tocada por las llamas. Papá la trajo a la Argentina con nosotros.
El miedo que me daban los chicos con uniforme nazi no me avergüenza. Lo que me llama la
atención es recordar cómo creía en la magia de la religión. Alguien me había dicho que si te recitás
“sh’má ieshruel, adoinoi eloihenu, adoinoi ejod” (oye israel, nuestro dios es el único dios), Dios
estaría contigo y tus enemigos no podrían tocarte. Me cuesta creerlo, pero funcionó siempre.
Los entretenimientos con la sexualidad que nos divertían en esa época consistían en mostrarnos
nuestras diferencias y creo que no discriminábamos entre circuncisos y los otros. Lo que significa
que debemos haber compartido esas experiencias con los otros chicos y chicas del vecindario,
judíos y demás, nazis, o no. En ese terreno recuerdo que poseía cierta fijación con las nalgas (bueno,
el culo) de las hembras, lo que me trajo algunos problemas con la tía Frida de Berlín y con una
chica que trabajaba en casa. Prefiero no profundizar.
Recuerdos duros vienen de unas famosas vacaciones que pasamos en una colonia a la que nos
habían mandado por una operación que sufrió mamá y que nunca quedó claro en qué consistió.
Debo de haber tenido siete años, más o menos. La cosa empezó a la llegada nomás. Debíamos traer
sábanas de casa. Las nuestras estaban remendadas y rotas. Lo lindo era que preparaban una enorme
cacerola de cacao porque había unos doscientos chicos. Y a los únicos que nos gustaba la nata era a
vos y a mí. Así que nos separaban del rebaño y nos satisfacíamos a gusto. En cambio, el resto de la
comida era un suplicio. Disculpá lo que sigue. Servían unas sopas agrias con pasas de uva encima.
Yo no podía tragar eso, pero me obligaban igual. Entonces vomitaba, ahí, sobre el plato. Y me
obligaban a comer lo vomitado.
Tenía nueve cuando llegamos a la Argentina. Y lo único agradable fue cuando nuestra primita se
lucía con nosotros, “los importados”. La pobreza rayando en la miseria fue muy sofocante.
Dormíamos en una habitación con cuatro colchones. Después supe que eso era todo un lujo; algunas
familias compartían un sólo colchón, si lo tenían. Un viernes vos estabas enferma y el médico de la
Asistencia Pública que vino le dejó la plata a mamá para los remedios. Mamá lloraba. A mí se me
revolvía el estómago.
¡Qué vergüenza y rabia me daba ir a la escuela con el guardapolvo alargado con añadidos porque se
me había dado por crecer muy rápido! Lo mismo con un viejo sobretodo. Papá me obligaba a ir al
JEIDER (la escuela judía de los guetos). La gorra como distinción de judío, era para mí el símbolo
de la humillación. Así que odié con todas mis fuerzas a las religiones en general y a la judía en
particular.
El broche de oro se lo lleva el encuentro con un religioso a quien le pregunté, debe de haber sido
por el ‘43 ó el ‘44 (porque yo tenía catorce o quince años) cómo era posible que yo, que había
perdido toda fe, me hubiera salvado mientras tantos judíos piadosos fueron a parar a las cámaras de
gas. ¿Y qué hizo este buen señor? Me escupió y me echó. Este judío religioso ... era papá.
Te manda un abrazo, tu hermanito preferido
112
Dos Amigas
I
1990, 21 de setiembre. Bueno, Clara, a ver qué te toca en el día de la primavera. Atender el
negocio, pelearse ... ¿con quién hoy? Al diablo con el negocio. Que se ocupe la Anita, a ella le
gusta y no lo hace nada mal.
A Clara le encantaba chancearse ante sí misma cuando debía hacerle frente al espejo por la mañana.
Un buen bálsamo para comenzar el día. Y soportar la realidad sin darle demasiada importancia.
Hacía cuatro años que Clara y Anita habían puesto un negocio de modas en Santa Fé y Ayacucho,
que no era nada brillante pero iba bastante bien a pesar de la recesión. Si bien la lucha por el poder
entre ellas era parte del juego, las dos reconocían y aceptaban las virtudes especiales de la otra. La
competencia se jugaba con los hijos y nietos, quién tenía los más lindos, inteligentes y astutos; o
con las amistades, quién era más solicitada, amable y querida; o con las respectivas actividades
sociales, quién se aburría menos; una estudiaba teatro, la otra psicología social; una jugaba golf, la
otra tenis.
Lograban colaborar y complementarse en las distintas tareas que el negocio requería como si
hubiesen parido un hijo que demanda de sus padres constante atención. Estaba bien cerca de la
realidad: el negocio era el bebé de ambas. Si una conseguía un nuevo proveedor, una venta
importante o alguna sutil tramoya para pagar menos impuestos, la otra se comía los celos y no
descansaba hasta cambiar una empleada inútil por una más eficaz o lograr una promoción excelente
a precio irrisorio.
Atender el negocio era la guerra de todos los días y el comando supremo que formaban dirigía con
llamativa eficacia el desarrollo de la criatura, aunque no era nada fácil mantener la competencia
narcisista fuera de las arenas del negocio. La larga trayectoria de ilusiones y desilusiones las fueron
entrenando para hacer todo lo posible en beneficio del crío, seguras de que bien cuidado, éste no las
dejaría nunca, que jamás podría independizarse de sus padres.
Clara había cumplido sesenta y nueve y Anita sesenta y tres. Cada una con su historia, con algunos
puntos en común y otros totalmente opuestos, confluyeron en esta familia de padres asexuados. El
negocio era el primogénito y las tres empleadas, el personal doméstico. En lugar del pediatra, había
una contadora que cuidaba al infante de las enfermedades: las inspecciones de la DGI. La única vez
que lloró de noche fue un sábado cuando entraron ladrones; pero como había seguro y el corredor
de la compañía era muy amigo de ambas, los papis salieron ganando. A este bebé se lo podía dejar
sólo de noche. Algo imposible con los otros, hace mucho, mucho tiempo...
Los puntos en común: para empezar, dos mujeres viudas, con hijos, nietos, hermanos, sobrinos y
sobrinos nietos. Todos en una buena posición económica salvo un hijo de cada una al que tenían
que ayudar, tarea que compartían con excelentes resultados como si hubiese sido un problema del
negocio. Cuando alguno de estos herederos solicitaba ayuda, la madre lo mandaba a la socia, con la
desesperación del interesado, quien debía reducir sus pretensiones al mínimo.
Las diferencias: Clara era la menor de cinco hermanos; Anita, la segunda de tres. Clara nació en
Gualeguay; Anita, en Polonia. Clara era devota católica; Anita (de origen judío) se consideraba atea
113
y no se hacía demasiado problema por defender una identidad judía sin saber por qué ni en qué
consiste tal identidad. Clara tenía dos hijos varones y una mujer; Anita, dos mujeres y un varón. El
marido de Clara murió en un accidente cuando llevaba a su secretaria vaya a saber adónde; al
marido de Anita se lo llevó un infarto fulminante.
En un encuentro de solas y solos quedaron tan encantadas la una con la otra que no querían saber
nada con el motivo que las había llevado allí: el sexo opuesto. Después se encontraban para cenar, ir
al cine, al teatro o a la ópera. La amistad creció tanto que al año y medio de conocerse, llegó el
proyecto del negocio que llevó otros seis meses poner en práctica.
Pero ese día el destino tenía preparado una sorpresa muy desagradable. (La justicia no le marca el
paso al azar) Anita recibió la sentencia con bastante tranquilidad. El cáncer se había extendido
demasiado. La quimioterapia y los rayos serían convenientes para disminuir el dolor, pero no sería
posible contener al invasor. Le quedaban como mucho tres o cuatro meses. En la calle, un radiante
día primaveral la obligó a observar la vida que seguía su curso. Algunas lágrimas surgieron, junto
con una fuerte resignación y un miedo al dolor que, por instantes, se volvía insoportable.
Al darle la noticia, Clara la abrazó y pidió “No, no me dejes sola, lleváme con vos” que Anita se
olvidó de su drama y dudó ¿estará loca, Clara?
Pero Clara no estaba loca. Simplemente no podía, (o no quería) soportar la ausencia de su amiga.
Quedar a merced de su familia era más horrible que la muerte. Sabía que necesitaban a la abuela
(porque eso era) sólo para sacarle dinero o para hacer de niñera. En las reuniones donde la invitaban
y asistía por obligación, sentía el rechazo y el mal disimulado desprecio de los más jóvenes. El
lugar de una vieja es el geriátrico, que le inspiraba terror.
Anita necesitaba cada vez más cuidado y aunque todos se opusieron, Clara se la llevó a su casa.
Primero atendió el negocio y discutía cada movimiento con ella pero al poco tiempo Anita ya no
estaba en condiciones de pensar en eso. Intentó dejar el mando a su hija y a una de las hijas de
Anita, pero el resultado fue tan desastroso que hubo que deshacerse del bebé. Era imposible sacar a
Clara del lado de su amiga, ya no había interés en el negocio al descubrir que no podría vivir sin
ella.
Clara se había ido amoldando a la idea de que debía morir antes que Anita. Le llevó más de sesenta
años encontrarla y ahora aquella se va con el cáncer.
Celosa del cáncer ¡qué locura!
Sin embargo, cuando el martirio de Anita terminó, Clara tuvo que resignarse a seguir viviendo. Para
soportar el duelo decidió aceptar la invitación de Raúl, el hermano mayor de Anita que,
aprovechando el desgraciado acontecimiento, vino una vez más a visitar el Río de la Plata.
II.Anita había evitado hablar de su infancia y de los recuerdos que removían viejas heridas pero que
cada tanto presionaron para salir a la superficie (más aún si Clara insistía en revivir la suya en
Gualeguay). Una sola vez la acompañó allí y mientras Clara relataba alegremente anécdotas en el
mismo lugar que pasó la niñez con su familia, los fantasmas de Polonia y de Siberia aparecieron en
tropel. La pobreza, la religión, los soldados rusos, los nazis, el frío espantoso y los millones de
piojos que caían de los árboles, paralizaron el entusiasmo de Clara surgiendo una profunda piedad
mientras escuchaba, fascinada, relatos de otro mundo. Ana había hablado de su pasado y de un
114
hermano al que adoraba tanto como lo extrañaba. Así Clara conoció algo parecido a una leyenda
que tenía como nombre “Raúl”.
Raúl era tres años mayor que Anita. O sea, tenía sesenta y seis años al llegar por tercera vez a la
Argentina. Había nacido en 1924 en Polonia. Más precisamente en Jaroslaw, un pequeño pueblo del
sudeste polaco, al igual que sus dos hermanos: Anita y Mordejai (el menor) de sesenta. También
había conocido a Clara a través de la correspondencia de Anita. Tanto una como el otro quedaron
idealizados por la distancia.
Mezcla de arenga política y seducción de un hombre nostálgico (pero fundamentalmente una
confesión insospechada a sí mismo) Raúl contó a Clara, una semana antes de la muerte de Anita, su
extraño relato:
-“Jaroslaw era un digno exponente de la evolución cultural de la lucha por el territorio, un deporte
genéticamente motivado en los que nos preceden en la escala zoológica y que la brillante
inteligencia y habilidad del animal humano ha logrado perfeccionar para enriquecer su historia.
Parece que nuestra conformación psicológica demanda convincentes argumentos ideológicos para
transgredir lo que importantes premisas englobadas en un escabroso campo que llamamos ética
pretenden sostener, creando estandartes tanto ingenuos como utópicos, en delirios consensuados de
justicia social, íntimamente emparentada con la convivencia armónica universal.”A Clara le era difícil escuchar, ocupada en disfrutar la mirada que le dirigía ¡a ella! el héroe de su
amiga. Tampoco estaba en condiciones de entender esta sorprendente filosofía. Y Raúl empeñado
en seguir hablando.
-“En la época en que nos tocó nacer, el nacionalismo heredó su fuerza irracional de la decadencia de
la religión, ocupando su lugar. Aún rige la idea según la cual es tan impúdico andar por el mundo
sin una nacionalidad, como andar desnudo por la calle.”Todo esto podrá ser cierto, pero ¿a quién le importa? pensaba Clara mientras hacía un gran
esfuerzo por mostrarse muy interesada.
-“Las fronteras nacionales polacas, igual al resto de las europeas, estaban en constante movimiento.
Jaroslaw había cambiado varias veces de nacionalidad. Alguna vez fue polaca, después austrohúngara, también fue rusa y de nuevo polaca. Las guerras que Polonia debía librar según las normas
del nacionalismo en boga no le fueron favorables, lo que significaba una desastrosa economía con
sus secuelas de pobreza generalizada.
Complicaba el panorama el hecho de pertenecer a una familia judía.
El judaísmo estaba dividido: para unos se había convertido en un original nacionalismo que rompía
en mayor o menor medida sus lazos con la religión. Al mismo tiempo, una nueva fe, con Marx
como profeta, estaba compitiendo con las sagradas escrituras en la cultura de Occidente.
La influencia comunista llegó al extremo de negar el sentido a todo judaísmo, una invención
burguesa-capitalista, mientras otros hablaban de un socialismo judío. En cambio para los mayores,
la religión seguía siendo el dogma indiscutible.
En las condiciones casi miserables en que se vivía, la ilusión de una justicia social era una luz de
esperanza con la que la ideología marxista estaba encandilando a la juventud, que la tradición quería
destinar a la mística y así mantener una endeble autoestima apoyada en la ilusión del pueblo
elegido. Los conflictos generacionales lastimaban inútilmente a todos los que interveníamos,
115
empujando a cada cual tenazmente a su baluarte. Los mayores lloraban con la Torah mientras los
jóvenes nos jugábamos en la revolución.
También en nuestra familia las generaciones se dividieron el menú ideológico. Los padres aferrados
a la Torah, al Talmud y a la tradición. Los chicos adherimos con pasión al Bund, donde el
socialismo se mezclaba con el sionismo, al igual que muchos de los judíos marginados del Este, los
ostjuden.
En 1939, Stalin e Hitler se reparten Polonia, quedando Jaroslaw en territorio soviético. Cuando
Hitler rompió el pacto e invadió a la Unión Soviética, nuestros padres deciden quedarse, por lo que
terminaron en las cámaras de gas, algo que nadie imaginaba que podía pasar. Los tres hermanos nos
fuimos con los rusos en retirada; toda una aventura. De Siberia, adonde fuimos a parar durante la
guerra, Mordejai salió conmigo para Palestina en 1946, antes de la creación del Estado de Israel,
mientras un tío llevó a Anita a la Argentina.”Clara se encontró de nuevo con Anita en Gualeguay emocionada con una gama confusa de historias
entretejidas por el tiempo.
“Apenas llegados, nos enrolamos en la Haganá, que entonces estaba fuera de la ley y no nos resultó
difícil adaptarnos a la vida del kibutz que se fundó cerca de Haifa. Las continuas guerras y las
dificultades de toda índole que el país, el kibutz y nosotros mismos debimos afrontar, no impidieron,
sino quizás facilitaron un fuerte sentimiento de arraigo; habíamos llegado a casa.
Mordejai, que perdió una pierna en la guerra del Iom Kipur (en 1973) llegó a conocer la Argentina
conmigo en 1960, viajó por Europa y por Oriente en misiones oficiales pero después no podía
soportar los largos viajes en avión y no quería salir de Israel.
Yo me convertí en militar, paracaidista, político, del laborismo y ahora pertenezco a la dirección de
la industria de alta tecnología que llegó a ser la actividad principal del kibutz; coseché en todas las
guerras más condecoraciones que heridas mientras una gruesa costra fue cubriendo nuestro antiguo
idealismo. No abandonamos nunca al socialismo, pero la solidaridad que defendemos privilegia a la
familia, al kibutz, a los judíos de Israel y a duras penas alcanza a aquellos que están dispuestos a
venir. Y en ese orden. Cincuenta años de realidad borraron nuestro universalismo reduciéndolo a la
cotidianidad israelí. Reconozco que odio y desprecio más a los ultra religiosos que a los árabes. Me
importa bien poco que alguien señale las limitaciones y contradicciones que encierra esa forma de
pensar; críticas que me parecen muy válidas. Pero en Israel está mi hogar, mi familia, mi grupo de
pertenencia. Sé que no vamos a cambiar el mundo y no hago más que adaptarme a él.
Llegué por primera vez a la Argentina en 1960, invitado como padrino del primogénito de Anita,
para la ceremonia de la circuncisión. En los dos meses que estuve aprendí algo de español que
después mejoré durante cuatro años como agregado en nuestra embajada en España.”Para completar la leyenda, Anita le había contado a Clara que en esa época corrió el rumor, nunca
confirmado ni desmentido, de que intervino activamente en el secuestro de Eichman.
Clara quedó impactada por la fuerza y la tranquilidad de espíritu de este hombre. Pero a los sesenta
y nueve años no quedan muchas esperanzas de poder conquistar a alguien como Raúl. Menos, de
llevarlo a la cama. Tras un fuerte suspiro puso los pies en la tierra y se resignó a despertar en Raúl
las ganas de charlar con ella, de cualquier cosa. Volvió a tener ganas de vivir y surgió un impulso
con sello adolescente: conocer el Shangrila que Raúl bosquejaba en su fantasía.
116
Con la enfermedad de Anita, Clara se rebeló contra Dios y dejó de ir a misa. Ahora prefería
entregarse a Raúl, a quien seguiría hasta el fin del mundo. Bueno, por lo menos, hasta Israel y el
kibutz.
Allí se encontró con la cultura árabe, con la insólita y dramática convivencia entre judíos y
palestinos y con las raíces de la religión, de la suya y de la de Anita.
Anita había conocido el kibutz y a las familias de sus hermanos, en las ocasiones en que viajaba por
el mundo con su marido y con sus hijos, cuando estos eran chicos. Porque después, la idea del
kibutz, con su vida comunitaria, les resultó absurda e insoportable, salvo para visitarlo lo menos
posible.
Para Clara aquél ambiente resultaba tan increíble, fascinante y diferente, que decidió dejar de penar.
A pesar de todos los obstáculos, aprendió el hebreo y el árabe con lo que logró que la admitieran en
el kibutz. Había encontrado una razón para seguir viviendo con Anita. Por lo menos, gracias a
Anita.
III
Sin embargo, una vez que pudo disfrutar de la vida en el kibutz, cuando ya no tuvo que luchar con el
idioma para entenderlo ni con la burocracia para que la aceptaran, surgió la nostalgia. Esto no era
para ella. Aceptada, valorada y hasta querida por la responsabilidad con que encaró cualquier tarea,
aún las más denigrantes que todos debían realizar en el kibutz. Pero las lágrimas surgían al escuchar
a Piazzola. Insólito y absurdo, porque jamás le interesó el tango. Y ya había pasado los setenta. A
esa edad, el pasado es demasiado y el futuro asusta.
Por otro lado, en Buenos Aires la esperaba el geriátrico. Lógicamente uno de lujo, porque plata no
faltaba. Resignada y deprimida, fue a Tel Aviv a comprar el pasaje a Buenos Aires.
“Clara Francesci viuda de Bianco
murió en Tel Aviv el 18 de octubre de 1993,
en un atentado que se adjudicó el Herzbolla”.
117
Y Dios
creó a la mujer
Nuestra historia comienza en la época en que la Rusia Imperial es el único país de Europa donde un
antisemitismo oficial persigue, oprime y limita el desarrollo social de los judíos que pasan a servir
de chivo expiatorio a quienes están socialmente muy cerca, tan marginados como aquellos, pero
tienen la ventaja de elevar su posición social al considerarse parte del nacionalismo ruso. Esta es
razón suficiente para los progroms habituales (ataques vandálicos contra los judíos).
Imposibilitado el acceso a la educación superior oficial, ésta es suplida por la tradición a la que los
judíos recurren en busca de la dignidad que todo ser humano se considera con derecho a tener.
Pertenecer al pueblo judío no es tarea fácil. Equivale a ocupar uno de los estratos más bajos de la
sociedad, en un contexto donde la situación económica es el menor de los males. Abandonarlo con
el bautismo pasando a la fe cristiana, significa el desprecio de unos y de otros.
Ser miembro del pueblo elegido por Dios, hecho que confirman las Sagradas Escrituras, apuntala
una autoestima que las circunstancias sociales del entorno se empeñan en anular.
La emigración es el sueño de la mayoría de aquellos judíos. Las noticias de América llegan sin
cesar. Idealizada, su proverbial libertad y bonanza la convierte en el ansiado paraíso que justifica
todo sacrificio para poder ingresar en él.
Al mismo tiempo, a la mujer, su condición de tal le agrega otros ingredientes amargos.
I
En 1886 nacen Julio y Elena en dos familias judías de un pueblo de Lituania. Siguiendo la tradición
de la época, Julio realiza unas pocas escaramuzas eróticas con casuales prostitutas mientras aprende
que hay dos tipos de mujeres: la que es un objeto de placer y la que puede ser la madre de tus hijos,
para la cual el sexo es un deber, nunca un placer. Las prostitutas le enseñan que es más hombre el
que más rápido termina la tarea. Julio quiere tener su familia, sueña con América y hace planes para
alcanzar el paraíso. Al enamorarse de Elena (y ésta corresponderle) se deciden por la Argentina,
donde vive un tío materno de Elena.
A los veintitrés años se casan.
Ya decidido el viaje, Elena queda embarazada luego de haberse forzado a las tan temidas relaciones
que una mujer casada debe mantener con su marido. Fue muy valiente y amable, reprimiendo todo
gesto de dolor. Al estar casada debe mostrarse agradecida y así lo hizo. Cuando se entera de que va
a ser madre, más asustada que contenta, sólo muestra la alegría.
El embarazo no estaba en los cálculos de la pareja, por lo que deciden que Julio viaje igual, pero
solo. Elena iría después del parto. El viaje es muy largo y está más segura con su familia que
embarazada en un país extraño. Julio estará más cómodo para aclimatarse y recibirla luego, ya
asentado. Se embarca en el sexto mes del embarazo de su mujer.
Nace Ana, cuyo sexo desilusiona a todos. Resurge la esperanza cuando llega la primera carta de
Julio, donde dice que no puede creer en la libertad de la que disfrutan los judíos allí. No son todos
118
ricos, pero él ya tiene trabajo en una carnicería. El idioma no es problema porque todos los paisanos
hablan idish. Y Elena como premio le va a llevar ¡una nena!
Por lo menos leche no le falta, así que será una buena madre. Mientras amamanta a esa nena, siente
una tierna compasión. Pobre, ser mujer en este mundo no es lo mejor. Pero si el Dios amado así lo
dispuso, por algo será; el hombre necesita una mujer, lo señala la Torah. Resígnáte, acepta tu
destino en silencio y ¡por favor, no fastidies! que ya tenemos bastantes problemas.
II
Los dos meses en el barco no fueron fáciles. Hacinados como ganado, ocuparse de la beba que llora
durante la mayor parte del viaje, pone a prueba la paciencia de una joven e inexperta madre. Los
mareos, el calor, que de repente es frío y humedad, representan sin embargo una fiesta al recordar el
último progrom, justo el día del parto, cuando incendiaron el pequeño negocio de la familia.
Por suerte encuentra algunas matronas experimentadas que entre lamentos y maldiciones brindan
alguna ayuda, no siempre de buena gana. Soñar con un poco de paz en la Tierra de la leche y de la
miel donde va a encontrarse con su esposo, Julio, es su sostén fundamental.
A los cinco meses de edad Ana se encuentra con un padre que ya está al tanto de su sexo. Papá da
un rápido vistazo a su mujer y, a pesar del agotamiento que produjo esta odisea, le pareció muy apta
para producir la gran familia con que sueña, sintiéndose así el hombre más feliz de la tierra.
Dichoso de ser padre y entusiasmado con su futuro, contagia su alegría a Elena, quien por fin llega a
conocer la felicidad. Esta se adapta bien al nuevo ambiente. Lo temido no se produjo: el enojo de
Julio por el sexo de la criatura, convencida de que el próximo embarazo será el de un varón. El
panorama es muy simple: prestarse para ser embarazada por Julio no es tanto sacrificio como su
madre le había anticipado. Lo hace de muy buen grado. Si Julio está contento, ella es feliz.
A los dos meses ya está embarazada de nuevo, ahora sí le va a dar un varón. Está segura. Pero Julio
parece un obsesionado del sexo, si ya está embarazada ¿por qué no la deja tranquila? En el trabajo
es un fenómeno. Aprende tan rápido y bien los manejos del negocio que pone una carnicería por su
cuenta y empieza a devolver la plata que le habían prestado el tío de Elena y otros paisanos. Elena
debe mostrarse agradecida; él es un hombre muy trabajador, buen esposo y un padre que se desvive
por su familia.
No tenés ningún motivo para quejarte, así que dale el gusto y aguantá en silencio. Que no se entere
de que estás molesta, que eso que a él tanto le gusta, a vos te da asco. Dios te permitió salir del
infierno de Europa, tenés que estar contenta.
Sí, debería estarlo, pero no es fácil.
III
Ana tiene dieciséis meses cuando nace Mario. Un año y medio más tarde nace Rebeca, después
viene Santiago, después Sara. Después algo anda mal y Elena tiene un aborto espontáneo. A los
doce años de Ana nace Elías, quien va a ser el último. Los médicos le recomiendan suspender los
embarazos y les enseñan a cuidar las fechas. Julio, con gran alivio de Elena, respeta las
indicaciones.
Los esposos tienen treinta y ocho años; Elena está agotada.
119
Criar seis hijos es demasiado; puso muy buena voluntad para adaptarse al país e hizo lo mejor que
pudo, pero ahora no da más. Se siente culpable al ver a Julio firme, sin descanso en su carnicería; se
enoja consigo misma por ser tan floja.
Forzada por las circunstancias, Ana a partir de los ocho años se convierte en la madre de sus
hermanitos, además de ayudar a papá en el negocio. En el barrio todos compran a crédito. Ana
anota lo que debe y lo que paga cada cliente en una libreta. No es fácil, pero insiste en las
cobranzas.
Se acostumbra a las quejas de papá a quien le cuesta dormir por unos dolores en el brazo derecho,
causados por el serrucho de mano que debe usar para cortar la res. Mamá empieza a estar enferma
de algo raro, hay días que no habla y casi no sale de la cama. Eso la asusta mucho porque no puede
entenderlo. Papá se queda mudo pero Ana sabe que está enojado, aunque nunca lo diga.
Sin embargo, Ana está orgullosa de sí misma: se ocupa de que los chicos vayan al colegio, hagan
los deberes y ayuda a papá en la administración de la carnicería.
Mamá hace la comida y habla poco. Algunas veces canta en idish con una voz muy linda pero triste.
A papá le gusta escuchar ese canto de mamá, las canciones de otras tierras impregnadas de
nostalgia. Papá compra un piano, Ana y Sara aprenden a tocarlo. Ana mejor que Sara. Rebeca
prefiere cantar y estudia canto. Elías prueba con el piano, pero descubre la guitarra y se luce con
ella.
Los días feriados hay pequeños conciertos en casa, sin embargo mamá sólo canta en la cocina sus
canciones en idish, contenta si Ana la acompaña. Mario y Santiago no quieren saber nada con la
música, están locos con el fútbol. Mario es difícil de manejar y Santiago lo sigue como una sombra.
Papá se enoja mucho con ellos. Algunas veces le da con el cinto a Mario, cosa que parece doler más
a todos que a Mario.
Ana resulta más temida por sus hermanos que papá. Una mirada de reprobación de ella es peor que
el cinto de papá.
IV
Tres muchachas casaderas. Ana es la más importante, aunque Rebeca la más linda y Sara, la más
coqueta.
Daniel había llegado en el ‘26, a los dieciocho años, de Polonia. De Varsovia, la capital. Tiene
veintiséis años cuando conoce a Ana de veintidós. Es un muy buen muchacho, tan trabajador como
Julio pero con más suerte; trabajando con material de construcción, pudo traer de Europa a la madre
y a la hermana. El papá murió en la Gran Guerra. Le parece que Ana es la mejor, si quiere una
buena esposa y madre.
Que Daniel se quiera casar con ella es un honor, pero Ana tiene miedo.
Si todo lo ha hecho tan bien ¿a qué tiene miedo? No debe tenerlo, es tonto tener miedo.
Al año se casan.
En la luna de miel que pasan en Bariloche se da cuenta: tiene miedo al sexo del cual nunca quiso
hablar, del cual una buena mujer no debe hablar.
Daniel tiene experiencia con mujeres, o por lo menos cree tenerla.
Ana le pide que tenga paciencia pero a medida que pasan los días, el miedo, en vez de disminuir,
aumenta. Daniel no está dispuesto a volver de la luna de miel sin haber tenido relaciones con su
120
mujer, Ana reconoce que es razonable y se deja violar por su esposo. Daniel puede tener relaciones
con su mujer. Su familia, tan anhelada, está en camino. Se siente muy dichoso.
No se da cuenta de que algo se rompió en su esposa.
Para Ana el sexo había sido una desagradable revelación. Ahora empieza la vida en serio. Y el
embarazo y el parto ... ¿cómo será eso? Quien había sido la más importante en casa, tan segura de
todo, ahora se siente perdida. De su miedo, nadie va a saber nada. De los cinco, sólo Mario se da
cuenta de que Ana no es la misma cuando vuelven. Mamá calla. El destino de una mujer casada es
servir a su Señor y dar las gracias por ello.
V
A Ana tampoco le resulta fácil embarazarse. Algún médico sostiene que es imposible, ya que “está
mal hecha”; sin embargo, a los veinticinco años nace su primogénito, Samuel y a los veintisiete,
Jonás.
Finalmente, los embarazos no son tan desagradables; Ana se siente importante como en las mejores
épocas en casa de papá. ¡Dos varones! Daniel está en la gloria y para gran alegría de Ana, la deja
decidir si quiere tener más. Prefiere, por lo menos por ahora (o sea por unos años) esperar; después
se verá. No se volvió a hablar más del tema.
El negocio de Daniel florece. Con sus amigos, juega al pocker en las oficinas de alguno y una vez
por semana vienen unas señoritas a alegrar la velada.
Ana no se entera nunca. Es una madre experimentada así que se dedica a sus hijos y atiende con
sumo placer y cariño a un marido que en casa es un hijo más. Daniel no la acosa con el sexo como
se queja Rebeca de su marido. Daniel, para Ana, es un hombre serio y responsable; no tiene vicios.
Aprenden a cuidar muy bien las fechas (único diálogo que llegan a tener sobre sexo). Las pocas
veces que Daniel la requiere (lo que demuestra que es todo un hombre) se entrega sin chistar,
cumpliendo con su deber de esposa. Alguna vez siente algo extraño, parece que le empieza a gustar
y se asusta. ¿Quién es ella?, ¿una prostituta?
Los cuatro forman una familia respetable dentro de la colectividad. Ana, que recupera el aplomo de
otros tiempos, es miembro de una sociedad femenina de beneficencia. Sin embargo, prefiere atender
a la familia, a la cocina y a la casa. Sigue siendo la gran mamá. Los domingos cocina para todos.
Los hermanos vienen primero solteros, luego de novios y después casados. Les conviene no faltar
porque el reproche de Ana es difícil de soportar.
Ella se convierte en el cacique del clan: juez absoluto en las rencillas que aparecen, como en
cualquier familia. Mario, el mayor de los hermanos varones, es su lugarteniente. Le tiene tal
veneración que el juicio de Ana es algo sagrado, inapelable.
VI
Para Elena el destino no es muy amable. Julio sigue con la carnicería y no puede entender a su
mujer. La sacó del infierno, le permitió hacer una gran familia, le da una casa cada vez mejor y para
ello trabaja de doce a quince horas todos los días, menos los sábados. Acaban de mudarse a una
casa donde tienen cinco habitaciones y ella siempre en silencio y triste, o tal vez enferma.
Ana cuenta con diez y seis años cuando mamá tiene una serie de hemorragias y los médicos deciden
extirparle el útero. Elena siente que, a los cuarenta y dos años hizo todo lo que podía, que no vale la
121
pena prolongar su vida. Lo que más le duele es que Julio no pueda estar contento con ella; está de
más, es un estorbo.
Al primer intento de suicidio, cuando quiere tirarse de la azotea, la internan en un hospicio donde
muere a los cincuenta y dos años.
Ana entonces reflexiona sobre la condición femenina. Suspira con resignación, preguntándose si
algo ha cambiado. Quizás ella está mejor preparada que mamá. No cabe duda de que es preferible
traer hijos varones al mundo.
Dos años después de la muerte de Elena, Ana se lleva a papá, diabético, a vivir a su casa. En su casa
hay bastante lugar y Daniel se lleva muy bien con su suegro. Corre el año 1946 cuando Julio muere
en casa de Ana a los sesenta años.
VII
Los chicos crecen. Los hermanos se casan. Todos con la aprobación de Ana, salvo Elías que insiste
en casarse con una chica cristiana. No viene más los domingos, pero cuando tiene problemas, Ana
obliga a todos a juntar plata para ayudarlo.
Pasan los años y los hermanos de Ana agregan a sus hijos los domingos. Entre chicos y grandes
llegan a ser veinticinco los parientes que invaden su casa, pero ella es feliz. Daniel, el príncipe
consorte, está orgulloso de su mujer.
Samuel y Jonás son dos lindos ejemplares de muchachos muy codiciados. Dos joyas de la
colectividad. Muy unidos, siempre se los ve juntos. A los veinte, Samuel decide ponerse de novio.
Jonás lo persigue con divertidas burlas y jura que él, hasta los cuarenta, no se casará.
Nuevos personajes, las novias de sus hijos, futuras nueras, empiezan a ocupar espacios privilegiados
en la corte de Ana. Desde el primer encuentro entre Adela, la envidiada novia de Samuel y Ana,
ambas se dan cuenta de que no va a ser fácil. A Adela le parece ridícula la posición que Ana
pretende ocupar. Una emperatriz a quien todos deben venerar. ¿Quién se cree que es?, si apenas
sabe leer y escribir. La irrita la arrogancia disimulada tras una fachada de falsa modestia de esa
cocinera, porque tiene que reconocer que en la cocina Ana es admirable.
Así que no aparece mucho en casa de su novio. En cambio Samuel frecuenta, con los consabidos
celos de mamá, la casa de Adela. Allí se siente más importante que en casa, sin embargo, no se
atreven a faltar los domingos en lo de Ana, pero allí están el menor tiempo posible, lo que no pasa
desapercibido. Ana se traga su rabia. Que un hijo suyo la trate así es un insulto. Pero como buena
madre, debe ser tolerante y comprensiva: tiene que querer a la novia de su primogénito. Para colmo,
con Daniel ésta se lleva muy bien, intercambiándose sonrisas que Ana nunca recibe.
Ana, lo que faltaba. Que ahora te pongas celosa de tu nuera. Absurdo. Sos grande ya. Así que
¡contrólate!
Trata de controlarse. Trata.
Samuel se casa. Y empieza a faltar los domingos, con cualquier excusa. Ana se traga su dolor y
rabia, que también duele.
Entonces aparece Elizabet, una dulce y hermosa muchacha de dieciocho años que decide conquistar
a Jonás, quien se divierte haciéndose desear. Elizabet estudia el terreno. Esa familia es la que busca.
Si para conquistarlo a Jonás hay que seducir a mamá Ana ¿por qué no?
Y para Ana comienza la época más feliz de su vida.
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Elizabet era hija única de un padre que estaba la mayor parte del tiempo viajando por asuntos de
negocios y de una madre que estaba más interesada por el Bridge que en su hija. Eso no fue un
obstáculo, quizás facilitó el desarrollo de una adorable criatura que estaba en la Facultad cuando
conoció a Jonás y a esa mujer ejemplar, Ana.
Elizabet encontró una madre soñada que no creía que pudiera existir. Y Ana esperó toda su vida la
aparición de Elizabet. Con enorme placer, Elizabet adopta como mamá a Ana. Prácticamente vive
en su casa. Sale con Ana, la lleva a tomar el té a lugares cuya elegancia la dejan tan excitada como
encandilada por la desenvoltura con que se maneja Elizabet. Al contarle a Ana de sus actividades en
la Facultad, ésta piensa que el mundo está cambiando demasiado rápido. ¿Mujeres estudian en la
Facultad? Y cuando Elizabet enciende un cigarrillo, su corazón se acelera. Este no es lugar para
ella. En su casa, en la cocina, es otra cosa; ahí está a sus anchas. Le enseña a cocinar y la joven lo
disfruta tanto como Ana.
Elizabet sabe muy bien que hay temas que no debe tocar. El principal, pero no el único, es el sexo.
¿Qué pasaría si Ana se enterara de que hace rato que se acuesta con Jonás y que no era virgen
cuando lo conoció?
Cuando Ana niega que papá le pegaba a Mario con el cinto, o se enoja cuando le señalan que ella lo
quiere más a Jonás que a Samuel, es mejor no contradecirla porque si no, se pone muy mal. Elizabet
es hábil para hacerle creer que es Ana quien tiene razón, que una madre quiere a todos sus hijos por
igual. No le resulta difícil mostrar que está de acuerdo con esas ideas tan ingenuas sobre la mujer y
la pareja. Ana está fascinada con esta muchacha que estudia en la Universidad y es tan desenvuelta
en un mundo que a ella la asusta. Ana tiene a su lado una joya que se mueve a su alrededor como,
según dice Elizabet, da vuelta la Luna alrededor de la Tierra.
El noviazgo de la pareja dura cuatro maravillosos años. Ana tiene cincuenta y dos años al casarse
Jonás y Elizabet.
VIII
Con el tiempo, esa tradición de los domingos en lo de Ana, que Elías había roto, se hace difícil de
mantener. Alguna enfermedad de los sobrinos es el detonante para que, poco a poco, el ritual
familiar se vaya apagando. Aunque al final los asistentes no llegaron a diez, había durado casi
treinta años.
El padre de Elizabet asocia a su flamante yerno en su empresa. Éste le da un extraordinario impulso
con buen beneficio económico. Jonás, quien también está obligado a viajar a menudo, se construye
una hermosa casa con parque, pileta y quincho. Él mismo prepara sus asados los domingos si está
en Buenos Aires. Siempre invita a sus padres junto con las nuevas relaciones que va conociendo a
través de sus actividades comerciales.
Cuando Jonás empieza a viajar, Elizabet se queda bastante con Ana pero cuando se convierte a su
vez en mamá, se va alejando.
Los domingos Daniel lleva a Ana a almorzar a lugares muy agradables y elegantes donde suelen
encontrarse con otras parejas. Pero ella extraña sus domingos, a su familia, cuando era la más
importante, la que servía de guía y preparaba la comida para todos.
Ahora es una reina destronada.
Pero ¿qué pretende? los chicos ya son grandes, tienen derecho a hacer su vida.
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Los domingos en los asados de Jonás se siente un objeto que pertenece al decorado, no sabe de qué
hablar con esa gente. Percibe pequeños y sutiles cambios en Elizabet quien se esfuerza en
disimularlos; pero en tanto ya no necesita a Ana, se convierte en un estorbo. Ana tampoco puede
tolerar un sentimiento de odio que surge contra Elizabet. No puede frenar el impulso de meterse en
su cocina y darle indicaciones a las chicas que trabajan allí, y esto trae bastantes problemas. Aunque
le duela, Elizabet debe desautorizar a Ana. Mientras las muchachas la desprecian por ignorante y
entrometida, se acentúa la manía de hablarle a Elizabet contra el personal.
Una vez había sentido un placer que no debía sentir. Ahora teme que no va a poder frenar el odio
que la invade. Debería comprender y ser tolerante. Sí, debería, pero... ¿Se estará volviendo loca? El
recuerdo de mamá surge de repente, como un cruel fantasma del pasado.
Samuel decide aprovechar una oportunidad comercial y se va a vivir al interior. Por fin logra poner
suficiente distancia entre su mujer y su madre (enorme alivio para todos, menos para Ana).
Hay momentos, cada día más, en que Ana se odia a sí misma por lo que está provocando. Jonás y
Daniel intentan disimular su fastidio (seguramente Samuel también se aleja por culpa de ella).
Cuando Samuel llega a tener problemas económicos muy serios, está convencida de que ha recibido
un castigo de Dios. Primero son actitudes esporádicas. Poco a poco toda su personalidad se va
contaminando. Se odia porque no puede detener tanto odio. El miedo se convierte en terror. No
quiere pensar. No quiere sentir. Se esconde. No quiere ver a nadie. Deja de hablar. Deja de comer.
Se pone violenta. Hay que internarla.
El diagnóstico primero es: Melancolía Involutiva. Unos años más tarde el destino es más
contundente: Alzheimer.
Elizabet tiene cuatro varones. Y su profesión.
Jonás tiene sus negocios.
Samuel tiene sus problemas.
Daniel sigue su vida.
Los domingos algunos visitan a Ana, tranquila y muda como una estatua, que desde los sesenta y
nueve años vive en un geriátrico, muy bien cuidada.
A veces Mario, después de verla, llora en silencio.
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Tova
(Planeta Tierra)
A los 4 meses de haber ingresado al ejército Tova se encuentra en uno de sus mejores días. Nieta de
una pareja que no sobrevivió al ghetto de Varsovia, su madre, milagrosamente salvada de la
matanza, llegó a los 3 años huérfana a Israel, unos meses antes de la creación del Estado. Nacida y
criada en un Kibutz de la Shomer, los abuelos recibieron un lugar privilegiado en la mente de Tova
junto a Bar Kojba, los macabeos, Ruth, Esther, la mítica Juana de Arco y la gloria del rey David.
Israel es su hogar y su patria, el estado judío que el mundo por fin comienza a respetar. El orgullo
de un pueblo tiene ahora un lugar en la sociedad humana y los palestinos, los feddayin, les guste o
no, o aceptan esta realidad o serán ellos los expulsados.
Y ¿por qué tanta alegría?
“Tova, tú eres mi fuerza y mi esperanza, contigo quiero hacer mi familia. En tu compañía soy el
hombre más feliz de la tierra y el saber que estamos juntos será la energía que me dé motivo para
vivir. Luchar por nosotros y por nuestros hijos es lo que quiero. Juntos, Tova. Por favor, ten
confianza, ese hijo nuestro que puede nacer, tengámoslo y todos los demás que vendrán. Te quiero,
Tova.”
Ésas habían sido las palabras de Eleazar, su amigo y amante desde que ingresó en la Haganna.
Eleazar, ingeniero que trabaja en el Tecnión, ingresó un mes antes que ella en el servicio militar.
Tova y Eleazar, novatos aún en la clase de adultos, no habían planeado casarse y menos tener críos.
A Tova, los muchachos le gustan demasiado como para atarse a uno. Y una criatura es una
responsabilidad para la cual no cree estar preparada. El embarazo es producto de un accidente, de
un momento en que la pasión superó a la razón. Cuando reflexiona sobre su condición de mujer,
privilegia sin titubear la función erótica de sus senos a expensas de la función reproductora de su
matriz. La idea de una criatura que llora, chilla y demanda, no hace más que fastidiarla. Bueno,
quizás después de los 30, nunca antes. Así pensaba, hasta ayer.
Pero ahora, embarazada por descuido, la propuesta de Eleazar no resulta ni molesta, ni indiferente.
Al contrario se siente muy feliz, toda una sorpresa. Una criatura suya. Un hijo y Eleazar quiere ser
el padre. Y ¿por qué no? La declaración de Eleazar primero le pareció divertida. Otro que se
deslumbra con Tova. Ni el primero ni el último. No está mal, Tova.
Pero Eleazar cambia algo dentro de ella con sus palabras y la mirada que acompaña esa declaración
de amor. Se encuentra emocionada y queda enganchada, con Eleazar y con eso que pasa en su
vientre. El mundo, la vida, todo el universo cambian de color.
El embarazo resulta una experiencia única, indescriptible. El horizonte se reduce y empieza a girar
alrededor de aquello que da claras señales de vida. Al séptimo mes sabe que es una niña, que no
tarda en llamarse Ahuva (querida) según Eleazar repite diez veces por día. Nunca se había sentido
tan importante.
Israel ilustra con hondo dramatismo las dificultades de la convivencia en la sociedad humana.
Netanyahu se niega a ceder y los palestinos no se muestran muy amistosos. El ejército es un mal
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necesario creando una tensión que la angustia, el odio y el miedo sazonan sin descanso. Tova,
bastante curtida en los avatares de una cotidianidad que es así y no diferente, ocupa sus
pensamientos más en el futuro parto y la vida que le espera a la beba que no tardará en salir.
A pesar de eso, no puede evitar el impacto.
Unos veinticinco años, si los tiene. Delgado. No llega a uno setenta de altura. Barba, bigote y pelo
bien negros destacan la palidez de la piel. Nariz aguileña y ojos negros en un rostro que comunica
una total indiferencia hacia lo que está sucediendo. Ese muchacho atrae la atención de Tova.. El
palestino, seguramente un terrorista del Hamas, a partir de ese momento se convierte en algo
imposible. Tova no ve a un árabe empujado por los soldados israelíes. Ve al rey David, a Judas
Macabeo, a Simón Bar Kojba, a Jesús de Nazareth. Y queda aturdida con su visión. Es un
muchacho, un joven, que pertenece a un pueblo … perseguido.
Pero ese hombre es un enemigo y peligroso. Lo que siente no puede ser, no debe ser.
Sin embargo no permite que Eleazar la toque, alertándolo sobre algo que le pasa a Tova. Eleazar se
inquieta, por primera vez ve a Tova llorar. No se atreve a preguntar. Entristecido la deja sola porque
ella insiste.
Pasan unos días. Tova no puede creerlo. ¿Será cierto? ¿enamorada de un terrorista palestino?
Tova, estás loca. Y tu hija está por nacer.
Pero de la figura de Abdel (así se llama el miembro de Hamas) que en su mente la persigue a todas
partes, es inútil tratar de escapar.
El Hamas está dispuesto a todo para evitar un tratado de paz con Israel. Abdel se convierte en un
activista muy buscado tanto por el Mossad como por los palestinos de Arafat.
La fecha del parto indica que faltan unos veinte días. Ya es tiempo de ocuparse de la cuna, de un
cochecito y de alguna ropita para Ahuva. Los amigos insisten en que los elija la pareja, pero ellos
pondrán la plata.
Tova y Eleazar van a la ciudad, al Shopping, a elegir.
La última persona que Tova ve es a Abdel, estallando en mil pedazos antes de que la explosión la
alcanza a ella. Eleazar, a su lado, sólo queda aturdido. Grita, aúlla de dolor al ver a Tova inmóvil,
con la cabeza destrozada.
El médico no puede creerlo “¡Pero esa criatura está viva!” exclama tras auscultar la panza de Tova.
“Eleazar, tu hija vive. ¡Rápido, al hospital!”
Unas horas más tarde, Eleazar abraza a su hija y llora confundiendo el dolor con la rabia y la
alegría.
Mientras, la vida continúa en el planeta Tierra.
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