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ESPAÑA
Madrid, 24 de noviembre
SEMANARIO
I
DE
y
LA
¿
O
VIDA
Año IX.—Núm. 397
NACIONAL
SUMARIO
El cirujano de hierro, según Costa, por ¡Manuel Azaña. - Política extranjera: Bélgica,
por Paul Colín - Aitología: Entrada de Carlos V en Bolonia, de Fray Prudencio de Sandoval. - Realidades, por Ramón Gómez de la Serna. - Un paisaje y yo, por Josefina de la
Torre. - Apuntes de crítica literaria: Juan Ramón Jiménez, por C. Rivas Clierif. - Ensayos
y poemas, por Julio Torri.-Niños(dibujos), por Benjamín Palencia.-Canciones de soledad,
por Ernesto López-Parra. - Letras de América: Ensayo sobre Pedro Henríquez Ureña, I,
por E. Díez-Canedo. - Espectáculos de Arte: Acuarelistas portugueses; A guafuertes de
Eduardo Navarro; Los paisajistas del Paular, por Antonio Espina -Una sección americanista en la Universidad de Valladolid. - Libros: Bertrán Bareilles; El Drama Oriental.
D' Athénes a Angora. - Noticia bibliográfica.
Este número ha sido revisado por la
censura militar.
EL CIRUJANO DE HIERRO, SEGÚN COSTA
Lo más popular en el apostolado cívico de Costa es, con
la. demanda de la despensa y la escuela, la figura del cirujano de hierro, llama/io también (expresión menos pavorosa)
«escultor de naciones». Costa poseía un don verbal sobresaliente. Hallaba con naturalidad los vjcablos significativos y
justos. Esto importa en política tanto como en cualquier
aplicación donde la palabra sea el instrumento principal.
Hay páginas de Costa que son ríos de imágenes candentes.
Era un artista: las entidades con que piensa el hombre público adquirían en su espíritu una plasticidad dolorosa; y artista popular: condensó los sentimientos difusos en la multitud, revistiéndolos con formas tópicas. Patriotismo encarne viva, corazón indefenso, porque no conoció la ironía; ahí
estaban su fuerza y su flaqueza. Yo le vi en la tribuna del
Ateneo llorar de rabia, temblándole las gruesas facciones,
mientras improvisaba una arenga descomunal para confundir, ya que no podía comérselo, a un contradictor impertinente. Irascible, apremiante, iluminado por la indignación,
su destino era abrasarse en los sentimientos ingenuos, y realizar con el testimonio de su propia vida una propaganda
tan eficaz y tan recia como la de su palabra. Costa era el
hombre de las fórmulas absolutas, de las conminaciones ur-,
gentes; medía por segundos el tiempo de la nación. Hablaba
a gritos, como quien habla a sordos. Que unas verdades palmarias, correspondientes en el orden político a necesidades
asaz modestas, recluyesen a su propagandista en la esfera de
los rebeldes y le empujasen poco a poco, robándole serenidad, a la vocación de mártir, no debe achacarse sólo a la
apatía de sus auditorios, tan fáciles para el aplauso como lentos para la acción, sino a la densidad del realismo del propio Costa, que por huir de «ideologías», arrancó a su sistema de la atmósfera respirable, blanda y comunicante de las
abstracciones. Costa poseía la imaginación de un fundador: constructora y laboriosa, ávida del perfecto detalle, de
resolver últimamente la dificultad. Es un género de imaginación torturante, que extravía la atención, y la malgasta,
si la realidad indócil no se deja trabajar como un puñado de
arcilla. Costa derrochó una fuerza enorme en mostrar cómo
las cosas existentes, dadas, podrían ser perfectas, acomodándolas a los arquetipos imaginados. Se encolerizaba contra las
resistencias naturales; hijo de su cólera,.no de su pensamiento, es el «cirujano de hierro»,.fabuloso personaje, vigorosamente implantado por Costa en el ámbito español, muerto
después a sus manos.
Mientras España vivió de las resultas de sus guerras coloniales, la fraseología política se impregnaba de costismo.
Otros son los problemas de nuestra edad, que vive de las resultas de la gran guerra, y nos descubre una conexión increíble con el resto del mundo, como si fuésemos ahora más
europeos que hace treinta años, sin habernos movido de
nuestros quicios. Muchos hallazgos de Costa se han convertido en lugares comunes de la conversación y del periodismo, y es probable que tarden en caer en desuso, porque la
misma generalidad de la expresión permite atribuirles, en
cambiando los tiempos, sentido diverso. Ateniéndonos a su
criatura más imponente, el «cirujano de hierro», ¿es en el
texto de Costa una figura tan acabada como pretenden algunos modernos exégelas y utilizadorcs del costismo? Cuando recibíamos la enseñanza oral de Costa, a todos se nos antojaba el «escultor de naciones» una persona conocida, y lo
que es más, un héroe necesario e inminente. Un semi-dios:
moralmente, un gigantazo, vasto como el alma de la nación,Hércules y Prometeo en una pieza, sin parangón en la Historia, por muchos ejemplos que quisiéramos buscar. Costa
le prestaba su acento estentóreo, su ardimiento, su premu-
' i-j
30 céntimos.
Nú 111. 3 9 7 . - 2 .
ra, si la indignación le inspiraba; y era un gigante bueno,
enternecido por un sentimiento «de infinita compasión»
hacia el pueblo. Invitado a reflexionar, por la contradicción
que suscitaba esa catadura temerosa, Costa reducía el tamaño de su invento, y el gobernante sabio, a la oriental, especie de Salomón o de Haarun-al-Raschid fundidos con Marco
Aurelio, se transformaba en un modesto jefe de república
presidencial. En eso me fundo para creer que el «cirujano
de hierro» no era fruto de su pensamiento, sino artificio improvisado por la desesperación, con objeto de escaparse del
estrecho en que le ponían de una parte sus ideas organizadas, y de otra, su apetencia sentimental. En suma: era el
modo de infringir ciertas condiciones del progreso, como son
la incertidumbre y la lentitud, declaradas por el mismo Costa leyes de la Historia; éstas amenazaban la eficacia y comprometían la solidez del invento, mas no estorbaron a
su popularidad, porque el mecanismo era comprensible y
sencillo.
Desde 1899, Costa se alarma, porque el tiempo pasa y no
se acomete la transformación urgente y rápida del Estado
para «evitar la caída de la nación»: «... llevamos diez meses del afrentoso protocolo de Washington, y aún no ha
parecido hora de empezar lo que ya debiera estar casi concluido». Diez meses son mucha espera, porque «España tiene sus minutos contados, y no está para resistir nuevas
pruebas». En el Manifiesto de la Liga Nacional de Productores (23 junio de 1899), se proponía demostrar «la urgente
necesidad de una revolución hecha desde el Poder sobre la
pauta del programa acordado por la Asamblea Nacional de
Productores u otra semejante, que rehabilite a España de
todas sus quiebras y se anticipe a la revolución de abajo
que, a falta de aquélla, será fuerza que se mueva antes de
que termine el verano...; ... el 12 de agosto de 1899 va a
-sorprendernos en el mismo punto y en la misma actitud en
que nos dejó el J2 de agosto del año pasado, ajenos a la
nueva catástrofe que está acabando delarvarse...; ... la idea
de España—no decimos ya de su regeneración, sino que aun
de su mera existencia—va indisolublemente unida a la idea
de revolución. ... si el Poder no la hace, forzoso es que la
haga el País, Y pronto, muy pronto: el mal es agudo y no
sufre aplazamientos: ciiin no pasando del verano, puede temerse que sea ya tardía para el efecto de contener la disolución interior...» Breve, rápido, sumarisimo, quirúrgico:
con tales vocablos nos inculca la celeridad del remedio. Todavía, al redactar las conclusiones de su gran información
del Ateneo {^Oligarquía y Caciquismo) tscnh^: «falta el tiempo para todo lo que sea acción lenta.» «No nos quedan
treinta años; dudo mucho que queden diez o doce.» Quiere ver con sus propios ojos, antes de salir de este mundo,
los resultados de su obra: «... impónese, además, coaio
condición, la instantaneidad... necesitamos hacer tal \m'ptowxsAÚón... porque somos viejos, y queremos tocar algún
resultado positivo de nuestra labor».
La instantaneidad, ni siquiera la rapidez, ¿son posibles?
Todo el sistema de Costa concurre a decir que no. Por de
pronto, <qué somos los españoles? «Raza atrasada, imaginativa y presuntuosa, y por lo mismo, perezosa e improvisadora, incapaz para todo lo que signifique evolución, para todo
lo que suponga discurso, reflexión... pueblo de mendigos
y de inquisidores, rezagado tres siglos en el camino del progreso... raza improvisadora, exterior y vanílocua, que no
sabe vivir dentro de sí...» El material es, por lo visto, deles
table; y ya se adivinan los apuros que habría de pasar el «es-
fí S P A íi A
cultor de naciones» para trabajarlo. La regeneración de España incumbe al Poder, que empieza por regenerarse a sí
mismo, transformando el Estado; veamos, pues, qué valen
para Costa el derecho y la ley: «... la garantía del derecho no
está en la ley, como la ley no tenga asiento y raíz en la conciencia de los que han de guardarla y cumplirla.» Giner ha
mostrado que el Derecho «no constituye una esfera menos
interna, menos ética, más accesible a la coacción que la esfera'de la Moralidad; que, en última instancia, toda la garantía del derecho, y por tanto del Estado, como en general
de la sociedad, descansa en fuerzas meramente espirituales y
éticas, en la recta voluntad de las personas, en la interior
disposición de ánimo... No se cura con una ley un estado
social enfermo: los males nacidos de torcimientos o deficiencias de la voluntad, sólo se remedian sanando o
educando la-voluntad.» A formar la conciencia de los ciudadanos debía encaminarse el tratamiento médico; la operación quirúrgica, el bisturí, «no ataca la causa de la enfermedad ni pretende, por tanto, curarla; ataca nada más el
síntoma.» Costa se mueve dentro de la lógica de sus ideas
cuando propone que, lo primero, se cree el «instrumento
adecuado para aquella radical necesaria transformación, rehaciendo o refundiendo al español en el molde europeo. Al
efecto, reformar la educación en todos sus grados...» La conclusión es su enseña popular: despensa y escuela, donde se
cifra su parecer sobre las dolencias de la raza. «A través de
la caja craniana y de las paredes del estómago, tienen que ir
abriendo camino, con la misma desesperante lentitud con
que se horada el Mont-Cenis o el San Gothardo, legiones de
maestros y de ingenieros, para introducir en aquellas dos
oficinas de nación estos dos ingredientes primarios de la
ciudadanía, estos dos coeficientes necesarios de la libertad,
verdaderas llaves de la conciencia: sangre y luz, pan y silabario.»
Costa no creía que la suerte de España pendiese de una
ley de administración local, de una ley electoral, ni de otras
leyes. Proponíase la reforma interior del hombre, rehacer
la conciencia del ciudadano. ¿Qué remedio, si la lentitud de
esa obra es desesperante, contra los peligros de la disolución
interior, ya tan avanzada? ¿Qué podría arbitrarse para que
los viejos leguen «a la generación que nace» una patria en
vía.s de sanar? El arbitrio es una conciencia artificial y supletoria, incorporada en el «cirujano de hierro», artista de
pueblos: «El gobernante, obrando circunstancialmente sobre los casos, sin la traba de reglas generales y uniformes,
recogiendo celosamente toda queja, enderezando en el acto
todo entuerto... haciendo veces de conciencia en los que no
la tienen, ... esto, y no otra cosa, es lo que ha de valer».
Costa esperaba que de la raza española surgiese un escultor
-de naciones que fuese lo menos español posible; es decir,
que no fuese vanílocuo, ni improvisador, ni mendigo, ni
fraile; que no le cuadrase ninguna de las lindezas proferidas
sobre el carácter nacional. Hecho el milagro, veríase obligado el cirujano de hierro a ser, en opinión de Costa, tan
improvisador como el que más: «la nueva política debe ser
sumarísima... empezándolo todo en seguida y forzando la
acción; ... necesitamos hacer tal improvisación... porque no
estamos en situación de aguardar evoluciones lentas, como
si nos halláramos en condiciones normales y ordinarias».
Supresión de las normas generales y uniformes; en vez de
las garantías exteriores^i el gobernante, que «garantiza/-íínt?nalmenle la efectividad de la ley». El pensamiento parece
claro; no obstante, Costa rectificó y aclaró su idea, liman-
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E S P A Ñ A
dolé las uñas a ese monstruo. Los que han referido—viene
a decir—la política quirúrgica al concepto de la dictadura,
no se hicieron entero cargo del pensamiento de la Memoria.
El dictador asume el poder total del Estado, con suspensión
de los procedimientos normales, pero «yo conservo un Parlamento independiente del supuesto dictador, instauro al
lado de él un Poder judicial más independiente que eso que
así se llama ahora...; las magistraturas siguen todas funcionando: nada más, el cirujano de hierro les sirve de complemento adjetivo coníorme a la Constitución: hace que las leyes rijan». Pero, ¿y la conciencia dónde deben arraigar? El estilo
de Costa nos había extraviado. En su descripción primera,
el famoso cirujano eia todavía más que un dictador. Resulta
luego que es poco más de nada; porque esas funciones de vigilancia las eje'rcen la prensa, el parlamento, anadie. El cirujano de hierro se convierte en un juguete, curioso e inútil,
como el hombre de palo, de Juanelo.
Esas vacilaciones de Costa tienen por fondo su pesimismo radical y su recelo de la democracia. Participa en el antidemocratismo de otros autores de libros «terapéuticos»,
como diría Valera. «La inmunda democracia», exclama Ganivet. Unos por anarquismo, otros por casticismo agarbanzado, que siempre están soñando con el reinado de Isabel
la Católica, casi ninguno confía en la organización de las
fuerzas populares. Costa quería que se hiciese una Revolución, pero poniéndola en buenas manos; inventó el escultor
de naciones, después de haber pensado en una revolución
conservadora, digámoslo así, preventiva, hecha por los contribuyentes, que, claro está, se frustró.
MANUEL AZAÑA.
POLÍTICA
EXTRANJERA
BÉLGICA
Acaso no sea inútil echar una ojeada sobre la situación política de Bélgica, cuando las Cámaras, después de unas vacaciones de tres meses, reanudan sus tareas, Porque, no
obstante el descrédito en que ha caído dondequiera el régimen parlamentario y la poca estimación que merezcan los
partidos y los políticos, el giro de los asuntos públicos en un
país civilizado se ventila en la tribuna de la Cámara de diputados.
En Francia, la reapertura del Parlamento cobra más importancia porque las elecciones generales se acercan; y lo
mismo en Inglaterra. En Bélgica, el país no será consultado
antes de dos años, y el ánimo de los parlamentarios no está
agitado aún por presentimientos demasiado sombríos. Siguen, pues, jugando «a los ministerios». Una campaña de
prensa, muy vasta y conducida hábilmente, ha dado a entender al país que en el seno del Gabinete Theunis, y especialmente entre M. Theunis y su principal colaborador,
M. Jaspar, ministro de Negocios extranjeros, habían surgido
graves disensiones. Se atribuyen a las dificultades creadas a
los franco-belgas por los renanos, a la divergencia de miras
entre París y Bruselas a propósito de la comisión de peritos
financieros y a la política financiera del gobierno. Y como
algunos miembros influyentes del partido socialista belga no
han ocultado, estos meses últimos, que no se negarían a repetir el ensayo de un gabinete de Unión Sagrada formado
por representantes de los tres grandes partidos (sabido es que
los socialistas, después de tres años de colaboracción, se re-
tiraron del ministerio en 1921, y constituyen desde entonces
la única oposición parlamentaria frente al gabinete católicoliberal, entiéndase reaccionario, de M. Theunis), se creyó
que M. Jaspar era partidario de aquella combinación, y que
sucedería a M. Theunis-. Notas oficiosas lo desmienten; algunos las creen; otros las han leído con esa indiferencia risueña que la frecuentación de la política y de los políticos presta
a los que saben que nunca, en los pasillos de un parlamento,
se dice la verdad, sea la que fuere; los más, no han hecho
caso, y continúan jugando a los pronósticos. Lo cierto es
que las interpelaciones anunciadas se dirigirán contra el presidente del Consejo más que contra el ministro de Estado,
no obstante referirse a la política extranjera del gobierno; es
cierto también que M. Jaspar ha impreso nueva dirección a
la política belga, volviendo a sus planes anteriores a la ocupación del Ruhr, o sea a su propósito de servir de lazo de
unión entre París y Londres, y de ser el abogado del ministerio inglés cerca de-M. Poincaré. El presidente del Consejo,
M. Theunis, es mucho menos dúctil; no debe olvidarse que
es financiero de profesión, y que sus intereses personales
han estado siempre en los grupos banoarios e industriales de
París; él fué quien volcó la política belga en las aguas francesas, y es uno de los autores responsables de la tragicomedia del Ruhr, fiasco lamentable, que ya sólo se esfuerza en
ocultar la prensa oficiosa. Ese fiasco, que hoy es patente, robustece la posición de M. Jaspar; aceptó de mala gana la
aventura emprendida en enero último, y no había dejado de
manifestarse opuesto a ella; pero ha tenido que aguardar
lógicamente a que la empresa aborte para proponer de nuevo en el Consejo de ministros una apreciación más sana de
las cosas. Hoy se le escucha más, y en el asunto de la comisión de peritos ha impuesto al jefe del gobierno, M, Theunis, una decisión que todavía no han podido tragar los nacionalistas franceses.
Las interpelaciones, que serán el primer acto importante
de la legislatura, han de versar sobre los dos puntos capitales
de la política belga: el asunto de la Renania y las reparaciones. En un próximo artículo tendré ocasión de hablar con
detalles de la pseudo-república renana, donde acabo de pasar quince días. Hoy tan sólo diré que !a opinión pública
belga siente enorme desprecio por los organizadores de ese
movimiento; nuestro p\ieblo no olvida que hace cinco años,
durante la ocupación del país por las tropas imperiales, un
puñado de individuos sin nombre, aprovechándose del enemigo, fabricó la caricatura de una Flandcs autónoma con
la caricatura de un gobierno independiente; innecesario es
decir que tales gentes se apresuraron a marcharse en los carros del ejército alemán; estos recuerdos son tan vivos, que
el «activismo» renano, semejante punto por punto al «activismo» flamengante, y sus jefes, son odiosos al pueblo belga, en quien todos los discursos y todas las fanfarrias del
mundo no pueden borrar un siglo de honradez política y de
antimilitarismo. Empujado por la opinión pública, pl gobierno ha llamado al orden a los oficiales y a los funcionarios que apoyaban a la insurrección, y ha adoptado disposiciones para mantener la calma en los territorios ocupados
por tropas belgas. La interpelación socialista provocará sin
duda una declaración oficial de neutralidad por parte del
gobierno, y permitirá a la mayoría de la Cámara manifestar
su desprecio por los secuaes del doctor Dorten.
La cuestión de las reparaciones, es, por supuesto, más
complicada, y las divergencias subsisten entte los partidarios
del método inglés y los del método violento de M. Poincaré.
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E S P A Ñ A
Es verosímil que la discusión en la tribuna produzca algún
efecto; se sabrá, principalmente, cuántos miles de millones
van perdidos en la operación, y ese dato sencillo bastará para
que el pueblo sepa a qué atenerse y agitar a la opinión. Es
posible que en Francia las elecciones próximas envíen a
M. Poincaré a hacer compañía a sus amados conterráneos
de Lorena, y pongan punto final a la carrera de uno de los
hombres más funestos de la historia contemporánea. Si esa
eventualidad se realiza, es cierto que la política europea dejará de correr hacia la guerra, y Bélgica, antes que nadie, sacará grandes ventajas de ese cambio. Bueno es, pues, que
cada cual tome posición, desde ahora, frente a ese problema
capital, para que las conversiones de última hora sean imposibles.
En la política interior, la cuestión flamenca sigue estando
en primera línea. Los flamencos, para protestar contra las
soluciones mestizas votadas por el Parlamento en el asunto
de la Universidad de Gante, han decidido boicotear la casa
bilingüe que les han regalado como de limosna; nadie se ha
matriculado en ella, y la confusión es tan grande en las filas
de los antiflamencos, que toda la cuestión reaparecerá desde
los primeros días de la legislatura. Podemos esperar un largo
período de agitación, e incidentes de gran violencia.
Tan violentos, que el conflicto entre la oposición socialisa, que pretende hacer votar una serie de leyes sociales, y el
gobierno, que se resiste en virtud de la reducción de gastos,
pasa a segundo término. Nadie se hace ilusiones en aquél
problema; el carácter más saliente de esta reapertura de las
Cámaras es la confusión general entre la mayoría y la minoría oficiales, en provecho de una mayoría y de una minoría
indiscernibles, flotantes y ocasionales.
PAUL COLÍN.
A Í J T O L O G I A
ENTRADA DE CARLOS V EN BOLONIA
Entró en Bolonia el emperador en fin del mes de octubre
de este dicho año con grai%disima pompa. Iba armado de todas armas todo el cuerpo.^ juera la cabeza^ en un caballo
blanco ricamente enjaezado. Entraron delante cuatro banderas de caballos ligeros y de hombres de armas., con riquísimos atavíos. Seguíase luego la infantería española^ tan
famosa., por tan extrañas cosas como habían hecho en Italia
en aquellos años. Iban todos aderezados costosísimamente de
los despojos de tantas ciudades vencidas^ y llevaban su orden
V paso de guerra con alambores y pífanos.
Encima de la cabeza del emperador iba un riquísimo palio de oro, que le llevaban los principales doctores de aquella universidad, con ropas rozagantes de seda, de diferentes
colores. Alrededor del emperador iba toda la juventud de
Bolonia a pie, sirviéndole de lacayos vestidos con sayos de
brocado, pelo y encima raso blanco muy golpeado. Luego
iban tras ellos magistrados, y el regimiento de la ciudad
con su bandera.
A la entrada de la ciudad estaba el obispo de Bolonia con
toda la clerecía, cantando Te Deum laudamus.
i; I Llevaban los soldados en hombros a su capitán Antonio
de Leyba: paróse en medio de Id plaza con los tudescos.
Plantóse la artillerii con tan buen orden, como si hubieran
de pelear.
Poco después del emperador iban los señores y caballeros
que con él pasaron de España, y luego seguía el estdndarte
y águila imperial en una bandera de oro.
Detrás de esta bandera iba la guarda de caballo, con su
librea amarilla, en sus compañías, conforme a las naciones,
españoles, flamencos y tudescos.
A los lados del emperador iban dos gentileshombres muy
bien aderezados, derramando moneda de oro y plata, que
traían en dos bolsas muy grandes colgadas a los cuellos.
Fué aparar toda esta pompa a la Iglesia catedral de San
Petronio, a la puerta de la cual estaba hecho un cadalso,
con sus gradas, todo entapizado riquísimamente, como para
quien era. Estaban sentados en las gradas los cardenales
t>or su orden, y los obispos y prelados que allí se hallaron,
que fueron muchos. En medio de todos ellos, en una silla
muy alta estaba sentado el Pontífice, vestido de pontifical,
con su tiara en la cabeza.
Cuando el emperador llegó al pie del cadalso, hizo de
m.ano a los grandes de España, que con él iban, como que
los llamaba, y acudieron todos a apearle. Acudieron luego
de lo alto dos cardenales,y tomáronle en medió para subirle arriba. Cuando se vinieron a juntar los dos mayores
príncipes del mundo, llevaron tras si los ojos de todos los
t>resentes. Los que estaban lejos no podían oír nada, y asi
estaban admirados, contemplando un tan raro espectáculo.
Los que se hallaron cerca, miraban con atención, por si
acaso alguno mostraba en el semblante algún rastro de las
disensiones grandes, que poco antes se habían visto entre los
dos. Gustaban mucho todos de considerar el rostro grave y
baronil del César, y sii delicada tez, cubierta de una mesura hermosa y grave. La nariz corva un poco, y levantada
de en medio, que suele ser señal de magnanimidad y grandeza, como se advirtió antiguamente en Ciro, y en les otros
reyes de Persia sus descendientes. Llevaba tras sí a todos
los circunstantes, con el mirar de sus ojos garzos vergonzosos, con los cabellos un poco crespos, y la barba entre roja
V rutilante de color de oro muy fino. Dábale mucha gracia
V magestad el cabello cortado en derredor a minera de los
antiguos emperadores. Sobre todo notaban el labio inferior
un poco caído, como lo tienen de grandes tiempos d esta parte casi lodos los descendientes de la casa de Borgoña, lo cual
le añadía antes gravedcd, que imperfección en su rostro y
hermosa figura: con lo cual venia en buena proporción el
cuerpo de mediana y justa estatura, con la carne que bastaba para que ni fuese fideo, ni demasiado grueso.
El que con más atención y gusto le miraba era el Pontíjice. Parecióle harto más humano, y lleno de magestad de
lo que se le habían pintado: porque muchas de los que le habían visto antes y le conocían, se le habían pintado muy del
revés, de semblante áspero, triste y feroz, y que parecía godo,
tan bravo como sus soldados y capitanes: lo contrario de
tgdo lo cual veía él allí en su semblante, y de antes se había
visto por muchos ejemplos en Genova, y en otras partes, en
la humanidad y llaneza con qne se negociaba con él, y en su
escelente conversación y cristiandad, sin que en él se hubiere hallado rastro alguno de crueldad, ni de soberbia: an-
Núm. 39?.—5.
ÉaPAÉÁ
íes se había mostrado justo y enernigo de los malos^ en los
ásperos castigos que había mandado ejecutar en algunos
bandoleros y sediciosos amotinadores.
Luego que el Pontijice le vió^ le juzgó (según el después
dijo) por digno y tnerecedor de otro mayor imperio.
Al punto que el emperador llegó a igualar con el Pontífice, púsose de rodillas y adoróle besándole el pie con mucha
humanidad. Levantóle el Pontífice.,y dio la paz en el rostro
con grandísimo amor.
Dijo luego el" César estas palabras en español: « Ya soy
llegado., Padre Santísimo, a los sagrados pies de vuestra
Santidad., (que cierto es la cosa que más en este mundo yo
he deseado) no mas de para que de común voluntad vuestra
beatitud y yo ordenemos y pongamos en concierto las cosas
de la religión cristiana, que están tan estragadas. Pido y
suplico al omnipotente Dios mío, pues ha sido servido cumplir este mi santo deseo, sea serindo de asistir siempre en
nuestros consejos, y hacer que sea para bien de todos los
cristianos esta mi venida.»
Respondióle entonces el Pontífice, diciendo: «Dios del cielo y todos los santos que asisten siempre en su divina pre •
senda, saben muy bien, y me son testigos, que ninguna cosa
yo jamás he deseado tanto, como que vos viésemos, hijo mío,
asi juntos. Doy infinitas gracias a nuestro Señor, porque
dejó llegar aquí con próspero tiempo a V. M. con la salud
que todos habernos deseado. Estoy muy contento, y Dios sea
bendito y loado, que vee las cosas puestas en términos, que
vendrán en toda concordia por vuestra mano.»
Con esto y con algunas otras cortesías que pasaron entre
los dos (después que el César, en señal de obediencia hubo
ofrecido hasta diez libras de oro en moneda) se bajaron los
dos mano a mano por las gradas hasta la puerta cié la Iglesia: a donde el Pontífice se despidió, y se fué a su posada, y
el emperador se entró a hacer oración. De allí se fué a su
aposento que le estaba hecho en el mismo palacio del Papá,
y en la misma cuadra, que no había mas que una pared en
medio bien delgada y aquella se pasaba por una puertecita
hecha así a posta secretamente, para que se pudiesen ver los
dos y comunicar a solas, sin que nadie los viese.
FRAY PRUDENCIO DE SANDOVAL.
REALIDADES
EL VIVERO DE LA ROPA BLANCA
En el invierno, cuando todos los árboles se quedan pelados y los árbolillos de los viveros parecen enhiestos palos de
carreta, hay sólo un vivero vivo dentro de su propia hirsutez, el vivero de la ropa blanca.
Los lavaderos escogen los anchos sojares que hay cerca de
las grandes pilas o del río y siembran esos palos que parecen
estériles, pero que ponen en los otoños tristones una especie
de jardines botánicos vivos y fehacientes, de ropaje que revela el transunto de la vida en su sucederse y subdividirse
en sábados de dar la ropa a la lavandera y jueves de recibirla.
Todo el secreto de la ciudad, sus ropas más vivas y pertinaces, su marinería de la ropa blanca pende de esas cuerdas
estiradas, de las que son tronco y palo de palio los arbolitos
secos y rebarbeados por las navajas de los carreros.
El vivero de la ropa blanca tiene también algo de puerto
artificial de la ciudad seca. Pequeño puerto lleno de numerosos velámenes, en los que el aire produce revoluciones y
sobresaltos, cobrando piezas que son calzoncillos o camisas
sin mangas y con un descote atroz y espeluznante.
En nuestros paseos por los arrabales gozamos de lo que
tienen los tendederos de vivero y de puerto de refugio poblado de mástiles o de banderas y velas blancas.
LA HORA DE LAS MEDIAS PUERTAS
Quería yo representar alguna vez gráficamente ese momento en que la ciudad tiene unánimemente sólo medias
puertas, porque la hoja que las completa está cerrada y cerrada fieramente, pues es la hoja -del cerrojillo hacia arriba
y del cerrojillo hacía
abajo, que la entaconan y la engarfian para que no se
menee lo más mínimo.
La hilera -correspondiente y sucesiva
de esos portales a medio parpadear da
a la calle y la ciudad un desdentamiento de la vida que preocupa, por el peligro
del resto de la dentadura.
Algo'muy negro juega al escondite en
todos los portales y asoma por la hoja de
biombo quince grados de perfil.
La mesa negra de la última prestidigitación de portal, de la magia negra de los
duelos, está establecida en muchos deseos
portales que guiñan el ojo con sarcasmo
mortalizador.
Nos hace perder un poco la cabeza esa
constancia con que algunas temporadas
los portales se entrecierran. Sentimos el
vértigo de las medias puertas, la succión
traidora de su entornada sorbencia.
¿Y, además, de cuántos muertos son el
sumando en cada casa? Porque igual si es
un muerto que si son muchos en lavecin-
ésPÁÑA
Núm. 3 9 7 . - 6 .
dad, es sólo una media puerta la que pone en el edificio ese
brazal de luto o esa banda de solapa enlutada.
GREGUERÍAS
Esas gentes muy cortas de vista que leen mientras comen
son las que más se parecen a las vacas, que en los prados
meditan y pastan.
Son muy particulares esas largas tijeias de sombras con
que les que pasan en la remota calle se proyectan en la pared. (Se podría decir que eran la sombra única que dejan
ver las tijeras de las Parcas en pleno fervor de peluquería
siempre.)
La gaviota se despliega como un amplio abrazo... Avanza
en su vuelo echando los brazos hacia donde va.
Se podría decir frente al puerto parado: «Las de:oraciones
desteñidas de las velas.»
Esos bueyes a los que ponen una zamarra en la cabeza son
como los viejos granaderos uncidos.
Las grúas debían ser guluzmeadoras de lo que atrapan,' y
después de llevárselo hacia los colmillos, volver a desdoblarse y dejar lo trasportado en los vagones o en los barcos.
Hay unas cojeras que consisten en que se ha puesto una
pierna tonta, chanza amanerada.
Para pintar a aquel aldeano palurdo y torpe, nada mejor
que decir «llevaba el paraguas con \o% papillols de papel de
seda que sirven para defender las articulaciones del reuma
de la inacción en las tiendas, pero que todo el mundo quita
en cuanto los compra.
¡Qué tono de sacristía tienen las puertas a veces!
Cuando ella se acaricia con el desnudo brazo derecho el
biceps descotado del izquierdo, lanza la flecha de una caricia y de una tentación irresistible.
YA NO HAY C H I M E N E A S SALIENDO POR LOS BALCONES
Aquellas chimeneas salientes que están hoy prohibidas daban a las casas preciosos aculotamientos y ponían en ellas
ráfagas que daban carácter a la ciudad. Había fachadas con
contrastes y claroscuros magníficos de capilla Sixtina.
Todo parecía haber ido a arder alguna vez y tenía^esa belleza que sólo adquieren los marcos de las ventanas en las
casas que han ardido.
Ahora en algún pueblo y en
casa del notario o del registrador solamente se ve asomar una
de esas chimeneas directas, que
salen del mismísimo corazón
humano y ante las que nos paramos con la nostalgia de cuando los despachos eran trenes de
la distracción y de la dichosa
pereza.
¡Cómo vogaban-espacio adelante las miradas fijas en esas
chimeneas cortas que sólo un
poco por encima de nosotros se
veían humear como chimeneas del vaporcito personal e
iluso!
RAMÓN GÓMEZ DE LA SEUNA.
(Ilustraciones del escritor.)
UN P A I S A J E
Y YO
Sobre la plaza^ brillante
de lluvia^ .
vierte la sombra de sus- hojas
un árbol
qíie a la Luna recoge en sus hojas
y cuelga gracioso en sus ramas.
{La plaza obsctirecida alrededor
de la hoguera romántica).
*
* *
Los cristales
de mi ventana lloranlágrimas brillantes
Yo que contemplo
la noche
también lloro
infinitas, mis lágrimas.
Pero al dejar la noche he sonreído
KES la lluvia-» le he dicho a mi alma.
JOSEFINA DE LA TORRE.
No hace mucho al pasear por Madrid veíamos los codos
de las chimeneas salir por los cristales de los balcones.
Aquello daba a la mañana cierta calefacción, ahora perdida
porque al desahogarse, demasiado en lo alto, el calor de los
chubesquis y las chimeneas ya es inútil el vaho que lanzan.
Las chimeneas aquellas que salían por los balcones hacían
navegar a la oficina y avanzaban las horas por en medio del
espacio con el oficinista en el vapor fijo y traslaticio de la
paradoja cordial.
«¡Cuánta gente navega en el día!»—nos decíamos al ver
desde el fondo de la calle y como peces de su sima las chimeneas cortas y humeantes de cada despacho.
IMPORTANTE
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fisPÁNÁ
Nnm. 397.—?
APUNTES DE CRITICA LITERARIA
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Hoy día ya no es fácil señalar punto por punto, con exactitud de bibliógrafo, los libios publicados por el primer
poeta lírico en lengua española, entre los vivos, cuya maestría se templa de continuo en la obra diaria. Sincero hasta
el paroxismo, Juan Ramón Jiménez oculta pudorosamente,
en la relación de volúmenes que constituyen su labor numerosa, alguno que considera desarraigado de su intención
consecutiva; añade a la lisia de títulos efectivamente editados, otros nombres, siempre de atractiva vaguedad, llamados en su pensamiento a destacarse del tomo en que aparecieron incluidos; verdadero poeta, liega, en su afán de suprimir el ayer y el mañana innecesarios a todo creador, a
dar por hecho lo que el sentimiento le inspira y a catalogar
el futuro. Excelente crítico de sí mismo, las Poesías escojidas en el lujoso tomo
«Varias veces que quise publicar un libro escojido de mis
versos, pedí a distintas personas inteligentes que me dijesen
cuáles eran mis composiciones que preferían. En cada ocasión, la suma de lo selecto daba mi texto total. Y siempre desistí de aquel propósito. Hoy, que una afectuosa gratitud me
decide a publicar el libro, elijo yo solo los poemas, con arreglo a la única norma que tengo hace tiempo para todas las
cosas: mi gusto que, por el momento,, es asi.
Es posible, y no lo sentiría, que estos poemas que he elejido sean los peores
de toda mi obra poéde la Hispanic Societica, cuya historia táty,
en el manual de
S Vv^N^ %-^
cita creo, sin embarCalpe, o en la primo
go, haber resumido
rosa edición propia
en este libro.»
de sus últimas proCon estas palabras
ducciones, son, pues,
justifica Juan Ramón
bonísima muestra de
Jiménez la primera
sus. trabajos y días
selección de su obra
poéticos de veinticin— Poesías escojidas.
co años.
(1899- 1917) —publiApenas si recordacada a expensas de
mos tampoco noso«The Hispanic Societros las primeras edi
tyof America»en ediclones. Almas de vióción limitada.
lela, Afnfcas, títulos
Recientemente ha
repudiados por su auvisto la luz una Se-'
tor, y que sólo por cagunda A ntologia poéracterísticas del espítica (1898-1918) en la
ritu de aquellos días
Colección Universal
en que vieron la luz,
de la editorial Calpe.
pueden interesar al
Al frente de ella v
curioso como talescdiantes de la- expresiva
ciones. El modernisdedicatoria «A la inimo acababa de nacer,
noría siempre» van
entre la general chaestas palabras sobre
cota. Las formas exlo «Sencillo y esponteriores de la inspiratáneo» dirigidas al
ción modernista tedirector de la Colecnían muchos puntos
Juan Ramón Jiménez.
ción: «Al pcdiine usde contacto con las líted unas «poesías escojidas» mías, me expresó su de- neas retorcidas del fácil barroquismo, arquitectónico en su
seo "de que yo elijiese, con un punto de vista popular, expresión más atrevida, pero limitado por lo general a motiaquellas que, por su «espontaneidad y sencillez» pudieran vos de pura decoración en las artes plásticas, de que se inunllegar mas fácilmente a todos. Puesto a escojerlas, lo que dó más que Madrid, la Barcelona recién copiada entonces
que yo tengo por más sencillo y espontáneo de mi obra, de la Exposición de París.
coincidía siempre, como yo creo natural—y por esto acepté
Ninfeas y Almas de violeta, pese a la tinta coloreada de su
su amable proposición — , con lo más depurado y sintético, impresión, pese a los versos
dentro del «tipo» de cada una de mis «épocas». ¿Qué es,
entonces, sencillez y qué espontaneidad? Sencillo, entiendo
«uno largo, largo, largo, largo, largo
que es lo conseguido con los menos elementos; espontáneo,
y otro corto.»
lo creado sin «esfuerzo». De otro modo, volviendo la idea:
que, según cierta parodia, constituían la única condición de
la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del
modernidad para el editor más calificado de los poetas fin
espíritu cultivado. Aquí tiene usted, pues, algo de lo que yo
de siglo; pese a la mera ostentación de arbitrariedad con que
considero, por el momento, lo más sencillo y espontáneo de
contribuía su autor a la general cruzada contra el ambiente,
mi larga obra poética juvenil, y un poco, elejido con el
rumoroso aún a los aplausos tributados a las gloria de Cammismo criterio, de la que ahora empieza.»
poamor, de Núñez de Arce, ¡de Grilol; pese a la indudable
El último libi-o de Juan Ramón l\mir\zz—Poesía (en ver- inferioridad de su contenido respecto a la obra poética que
so) 1917-1923—está asimismo dedicado «A la inmensa mi- ya desde Arias tristes (1903) fluye continua de la misma
noría».
vena, aunque tome color y acento diversos, según la dife-
Núm. 397.-8.
rente luz de las horas, o el lecho—ya blando, suave y arenoso, ya de menudos guijarros—sobre que corre o se remansa, hasta los últimos alardes que se anuncian no más
bajo un epígrafe sobremanera sugestivo de la obra inédita:
Forma del huir; ^tst dil explicable desdén con que nuestro
poeta considera en la madurez de su talento la ingenua
mixtificación naturalísima en el escritor recién lanzado, no
merecen tal desprecio. Se aprecian en esas primeras obras,
y precisamente en el punto de su extravagancia disgustosa,
algunos rasgos, que más acusados después en el tiempo,
contribuyen a caracterizar por modo indudable la fisonomía
de Juan Ramón Jiménez patente en su obra. El mismo prurito de atribuir grande importancia, cabalística muchas veces para el lector, a meros detalles tipográficos, y ahora si
excesivos perfectamente justificables, denotan ya entonces
más de un atisbo de la conciencia minuciosa con que hoy
trabaja el AÜXOT át Piedra y Cielo.
Arias tristes y Jardines lejaftos (1904), huelen todavía a la
Andalucía de Bécquer. Téngase en cuenta, en esta u otra
cualquier referencia que podamos hacer, que nada más ajeno a nuestra intención que establecer relaciones, y menos
descendencias ni herencias directas, tan difíciles de comprobar. Ya el decir la Andalucía de Bécquer, supone una inteligencia previa, un punto de vista desde el cual no se ha considerado al cantor de las golondrinas, sino respecto a sus
lecturas. Bécquer en su tiempo fué un poeta de «suspirillos
germánicos>. Pues desde ese mismo punto de vista las Arias
tristes y los Jardines lejanos, inundados de música lunática
—Chopin y Schumann—de presentimientos e influencias
difusas, verlenianas, de Samain, de Laforgue, de últimas lágrimas lamartinianas y de Musset, e incluso de una desesperación leopardiana sin vigor clásico ni consolación en la disciplina, nos descubren el sentimiento andaluz clarificado en
el romance.
Magnífica invención. Hasta Juan Ramón Jiménez, el ro"
manee tradicional canta gestas en lengua ruda, o describe y
pinta en verdaderas crónicas musicales, o expresa emociones
líricas, sí, pero de un sentimiento colectivo, popular por
abstracto, o ayuda a Irasfundir ?n poesía la lógica dramática
del diálogo teatral. Los poetas se sirven de su aparente facilidad para expresar toda clase de sentimientos asequibles al
primer golpe de vista. Juan Ramón Jiménez es el primer
poeta cuyo lirismo, narcisista de tan personal a veces, infunde al romance en que canta sola la lengua española una expresión hondísima, que ni los místicos dados a la pura contemplación espiritual han conseguido nunca individualizar
con tan noble acento y gravedad tan íntima.
Arias tristes y Jardines lejanos dejan en el ánimo del crítico, que se lesiste en vez de entregarse desde luego a su encanto, un eco de fuentes lastimeras, los ojos vierten aguas,
en cuyos lacrimosos juegos se contemplan bañados en la propia tristeza, y los surtidores lanzan a la luna quiméricos
llantos. Alguna de sus antiguas musas de carne y hueso nos
ha retratado confidencialmente al poeta de entonces, pulcramente empeñado en vestir siempre de blanco. El poeta no ha
incluido en ninguna de sus colecciones selectas algún romance, muy representativo para nuestro gusto, de aquella época,
por ejemplo, el que termina: «Y se llamaba María». Por entonces también los afanes y melancolías de su espíritu corresponden al malestar físico, de que se recobró en el Sanatorio
del Rosario de Madrid, no obstante la especialidad quirúrgica
de aquella clínica monjil, no parezca señalarle como lugar
propicio a la calma y bienestar morales.
fesPA á A
Vivía largas temporadas en Moguer, donde tiene su casa
familiar, y cuando volvía a la Corte acometíanle temores pueriles a una muerte repentina, como residuos d e u n a púber'
tad, cuyo erotismo, siempre doloroso en los espíritus sensibles, trasciende por modo inquietante en toda su obra, desbordado en lágrimas y ternura deshecha hasta la plenitud
viril de su sentimiento lírico, contenido y trasfigurado en el
cerebralismo consciente de sus últimos versos.
El poeta sale, o vuelve y lo descubre, al campo: Pastorales (1905) Olvidanzas (1907) Baladas dé Primavera (1907).
El jardín cerrado, el paraíso estrecho, se ha abierto a la luz
del sol. No hay en ningún poeta español moderno, más sereno canto de alegría, ni más comunicativo con la buena
gracia del pueblo, que la balada de la «Mañana de la Cruz»
de este poeta elegiaco y ensimismado:
«Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
¡Vivan las rosas, las rosas del amor,
entre el verdor con sol de la pradera!
Vamonos al campo por rolnero,
vamonos, vamonos
por romero y por amor.
A partir de Elejias y de Soledad Sonora (1908) ese sentimiento que pudiéramos llamar de la'naturaleza reconquistada, se complica con cierto gusto barroco por el énfasis, de
la mejor calidad gongorina. La suavidad predominante del
romance, que ya transciende al metro largo en alguna de las
mejores baladas, cobra empaque y dignidad muy propios en
el endecasílabo de Poemas májicos y dolientes (1909), en la
inspiración de Laberinto (1911), libros en que van descubriéndose nuevos horizontes íntimos, nuevas posibilidades
de adaptación de sentimientos y formas, elaborados en la
improvisación diaria del trabajo constante. Como un respiro de fáciles gorjeos retóricos, las deliciosas cancioncillas de
Arte menor, subrayan, como las letrillas después del difícil
ejemplo de las Soledades en los manuales de preceptiva literaria, la sombra magnífica y benéfica de Góngora sobre
nuestra poesía moderna, representada por modo preeminente en Juan Ramón Jiménez.
Sucédese después el ahondamiento en la propia entraña
del sentir dolorido, cada vez mas depurado de toda facilidad irreflexiva: los Sonetos espií-ituales (1914) rigurosamente
engarzados en la herencia lírica de los místicos amorosos.
Y el poeta se casa. «La mejor musa es la de carne y
hueso», .cantó Darío. No ya en el Diario de un poeta reciéncasado (1916), anotaciones cuya precisión emotiva abona la
promiscuidad de la prosa poética con el verso prosaico—dicho sin menoscabo de la prosa—en el sentido de la inspiración voluntariamente a ras del suelo (del suelo nacen las
flores); no ya en esas confesiones harto pudorosas con que
se llamarán a engaño los que vean en el título un señuelo
a su intención obsesionada de lectores prohibidos, mas en
el reposo exterior, en el lugar dejado al puro pensamiento,
como antes al sentimiento puro, y más antiguamente, en la
primera juventud, sólo a las ganas de llorar, se advierte la
influencia de Zenobia Camprubí, compañera y colaboradora
de su marido. Eternidades, Piedra y Cielo, la Poesía recogida en el último volumen inician la aspiración del poeta
de las Elejias a una mayor sensibilización de la forma poética. Las cadencias chopinianas, o de Schumann, de aquellos jardines lejanos, apenas si se advierten ya. El movimiento intelectualista que dirige las artes plásticas y |a
Núm. 397.-9.
É8PAli)Á
música—de Debussy a Siravinsky y a la nada primitiva de —Pero ..
—Algo poltrones, es verdad. Rara vez abandonan sus lela armonía pura—hacia nuevas relaciones esenciales del
chos
que han ablandado la humedad y los conejos.
mundo de los sentidos, con las imaginaciones del intelecto,
—Sin
embargo...
impulsa a Juan Ramón Jiménez a enderezar su instinto,
—
La
vida
del campo tiene también sus atractivos.
cada vez más fino y ahilado, a otros intentos en el camino
de su arte poética. La juventud literaria quiere ver en él
EL MAESTRO
uno de los poquísimos supervivientes de la intención creadora de los modernistas de hace un cuarto de siglo.
... Royal Lear,
Con Zenobia Camprubí ha traducido la obra de',RabiuWhom I have ever honour'd as my king,
dranath Tagore, a la que presta, sin duda, la emoción perLov'd as my father, as my master foUow'd
sonalísima que le dictó el P/ízto-tíj)'j)'t', libro cuya infantil
As mygreat patrón thought on in my prayers...
vaguedad, consigue en la prosa cierta temblorosa inconsisSHAKESPEARE
tencia que parecía avenirse mal con la pompa y ornato de
Con el crear, es el enseñar la actividad intelectual supeque se asustan los niños a quienes dan el Quijote en la esrior. Se trata, seguramente, de una forma más humilde que
cuela.
Juan Ramón Jiménez tiene ahora en su semblante cierta la otra, puesto que no realiza y prepara sólo a realizaciones
melancolía oriental, perfectamente adecuada al traductor ajenas. Pero implica, sin duda, la afirmación más enfática
de Tagore. Ha traducido, con su mujer también, a algún de la comunidad espiritual de la especie.
La facultad creadora florece rara y maravillosamente."
irlandés moderno. Vive, no en torre de marfil, sino en alta
Cuando
el artista ñaquea, entrega sus armas a sus hermaterraza soleada, apartado lo más posible del ruido callejero.
nos,
en
la
más heroica de las acciones humanas.
Antaño tuvo que guatar las paredes de su cuarto de traCrear
y
enseñar
son actividades en cierto sentido e^ntitétibajo. No es tan fiero como le pinta ese retrato. Está más
cas.
La
parábola
de
Wilde, del varón que perdió el conociparecido en sus buenas obras.
miento
de
Dios
y
obtuvo
en cambio el amor de Dios, tiene
C. RiVAS CHERIF.
una exacta aplicación en arte.
Todos apetecemos oir el mensaje que trae' nuestro amigo;
ENSAYOS Y POEMAS
pero éste olvidará las palabras sagradas, si se sienta a nuestra mesa, comparte nuestros juegos y se contamina de nuesA CIRCE
tra baja humanidad, en vez de recluirse en una alta torre de
individualismo y extravagancia. En cambio de las voces mis¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus aviteriosas cuyo eco no recogió, ofrecerá a la especie un rudo
sos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la
sacrificio: la mariposa divina perderá sus alas, y el artista se
isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En metornará maestro de jóvenes.
dio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un
cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino
es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no canJ'avais er. effct, en toute sincerité
taron para mí.
d'esprit, pris l'engagement de le rendre
l.A VIDA DEL CAMPO
Est-ce que i' ame des violoncelies est
emportée dans le cri d'uiie corde qui
se brise?
(ViLLIERS DB r ISLK A D A M —
Véva^
Va el cortejo fúnebre por la calle abajo, con el muerto a
la cabeza. La mañana es alegre y el sol ríe con su buen humor de viejo. Precisamente del sol conversan el muerto y
un pobrete—acaso algún borracho impenitente—que va en
el mismo sentido que el entierro.
—Deploro que no te calientes ya a este buen sol, y no cantes tus más alegres canciones en esta luminosa maflana.
— ¡Bah! La tierra es también alegre, y su alegría, un poco
húmeda, es contagiosa.
—Siento lástima por ti, que no volverás a ver el sol: ahora fuma plácidamente su pipa como el burgués que a la
puerta de su tienda ve juguetear a sus hijos.
—También amanece en los cementerios, y desde las musgosas tapias cantan los pinzones.
—^Y los amigos que abandonas?
—En los camposantos se adquieren buenos camaradas.
En la pertinaz llovizna de diciembre charlan agudamente
los muertos. El resto del año atisban desde sus derruidas
fosas a los nuevos huéspedes.
a son état primitif de fils du soleil, et
nous errions, nourris du vin des Falermes et du biscuit de la route, moi pressé de trouver le lieu et la formule.
RlMBAUD
Caminaba por la calle silenciosa de arrabal, llena de frescos presentimientos de campo. En un ambiente extraterrestre de madrugada polar, la cúpula de azulejos de Nuestra
Señora del Olvido brillaba a la luna con serenidad extraña
y misteriosa. No sé en qué pensaba, ni siquiera si pensaba.
Las inquietudes se habían adormecido piadosamente en mi
corazón.
En los tiestos las flores parecían como alucinadas en el
extrañísimo matiz de la Luna, y recibían las caricias del rocío, amante tímido y casto. ¡Madrugada sin revuelos de pájaros blancos, sin alucinaciones, sin música de órgano!
-¿Por qué no me evadí entonces de la Realidad? Hubiera
sido tan fácil! Ninguna de las once mil leyes naturales se
hubiera ofendido! Ningún ojo sofisticad.o me acechaba!
Mr. David Hume dormía profundamente desde hacía cien
años!
JULIO TORRI
¡Lector: si quiere usted proteger eficazmente
al semanario ESPAÑA, suscríbasel
N ú m . 39?.—10.
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Del libro Niños, por Benjamín Falencia, que publicará en noviembre la «Biblioteca de índice»
CANCIONES
DE SOLEDAD
Ya no es posible querer^
mi corazón que era vidrio
se me acaba de romper.
¡Quién cruzará la alameda
que se ka puesto alegre el rio
y está la noche más bella!
Una canción del camino
viene rodando a la verja
del jar din j a la ventana
lloran las rosas tu ausencia.
{Un recuerdo —entre sus hojas—,
se apaga como una estrella).
Ya no es posible soñar.,
el ruiseñor de mi sueño
echó de pronto a volar.
En la crnz de aquel camino
ahora se estarán queriendo
/
como tú y yo nos quisimos,
[alguien que nunca sabremos
no sabrá nuestro cariño).
La Noche y la cruz—tan solóles acogerán lo mismo.
Su sombra estará caída
en los cristales del rio.
Yo la veré desde el puente
rezar en el remolino
donde los luceros giran
como un carrousei de lirios.
Y pensaré que ya es tarde
para vivir nuestro idilio.,
¡que alguien que nunca sabremos
se está queriendo lo mismo!
Ya no es posible sentir,
la última azucena tuya
se me acaba de morir.
ERNESTO LÓPEZ-PARRA.
Húm. 391-11.
ÉSPÁKA
LETRAS DE AMERICA
ENSAYO SOBRE PEDRO H E N R Í Q U E Z U R E Ñ A
I
Los ojos de Pedro Henn'quez Ureña se posan sobre los objetos, al parecer, distraídamente. Diríase que miran sin ver,
mientras la palabra reposada del hombre va'desarrollando
una teoría o contando un sucedido, escudriñando un gusto o
concretando un pormenor de erudición literaria. Luego nos
asombra la claridad con que evoca en una conversación
aquello ante lo cual pasó como si no lo viera. ¿Qué poder de
captación tienen esos ojos a los que nunca asoma el esfuerzo
por apresar la verdadera significación del mundo externo,
para dejar impresionada sin veladuras la película sensible de
la mente?
Pedro Henríquez, como hombre, es excepcional: es un
animador. No puede producir en quien le trate ligeramente
una impresión mediocre. El interlocutor, o no reparará en
él, o echará de ver al momento su constante superioridad.
En el trato más íntimo, en la práctica de la amistad, le hallarán, los que tengan la suerte de acercarse a él, igualmente
superior; mas con esa superioridad sin alarde difundida
como'un aroma y no como el agua de una fuente, que sólo
corre cuando se abre la espita.
Podrá juzgársele al pronto como hombre ajeno a la realidad cotidiana; pero él la tiene reducida a los servicios ancilares, que exige puntuales y estrictos. .
De un hombre así, ¿no espiaremos con el mas vivo interés, ante todo, la visión que haya sacado de nuestro país?
Aquí está, fragmentaria en su presentación, pero plena y palpitante, ya obsérvese la tierra española a través de los tópicos de nuestras conversaciones nacionales, ya se le aparezca
panorámicamente en el espíritu de las ciudades típicas, ya
en los atisbos de un temperamento de artista o de escritor, y
aun en los puros espejos del pasado. Su libro se "titula Mi'
España. Con esto dice desde luego que no pretende definirla, sino pulsarla en sí mismo.
*
*
*
«Reúno en este volumen páginas diversas sobre España,
con la esperanza de que, a través de ellas, se perciba la unidad que descubro en las cosas españolas.» Estas son las primeras líneas del libro. Pronto llega una declaración que no
todos hacen. «Lo diré desde luego: mi primera visita a España la hice con prejuicios» No hacen los que escriben
acerca de España esta declaración, y, por lo general, el libro
es la muestra más evidente de la preocupación cultivada con
esmero, menos quizá en el extranjero del todo que en el escritor de América, en ocasiones adverso, pero nunca extraño a nosotros. «La historia del dominio español en América
no se ha limpiado aún de toda pasión», continúa, para explicar sus prejuicios, Pedro Henríquez. Ni aquí ni allí está
limpia de pasión esa historia. Nuestra -ridicula oratoria 12
de octubre tiene la vana pretensión de dar a entender que
no hemos hecho cuanto ha estado en nuestra mano por perder el contacto espiritual con América. Y por muy de acuerdo que con ella esté la oratoria similar en la otra orilla del
Atlántico, el hecho profundo, la realidad déla separación,
no se modifica. Ni se podrá modificar mientras no suprimamos del todo una mal encubierta condescendencia, flor de
vanidad, a la que responde allá un instintivo recelo.
thos aitiailos de exportación, tn el orden espiritual, que
én España se fabrican pjara nosotros, son de calidad discutible», prosigue nuestro autor, tocando una llaga encendida.
En efecto, de los hombres que han ido a América, salvo en
los últimos años, que ya entre artículos de exportación han
visto arribar a la Argentina o a Méjico valores reales en el
pensamiento de España, pocos fueron los que podían asentar bien el prestigio del viejo solar. Y también la recíproca
es cierta: nosotros hemos recibido, y recibimos aun, al orador gárrulo, cuya forma pasó de moda en todas partes hace
tiempo, al poeta fácil e incontinente, al periodista irresponsable, y tenemos la debilidad de creer que son algo en América Í'
Es incalcuble el bien que ha hecho entre nosotros la permanencia de hombres como Darío y Ñervo, ayer, como Carlos Pereyra, Baldomcro Sanin Cano, Benjamín Fernández
Medina y Alfonso Reyes hoy; el paso triunfal de Camila
Quiroga o el silencioso de Julio Noé, de los Henríquez Ureña, de Genaro Estrada; el afán de conocer nuestra tierra en
un José María Chacón, el trabajo inteligente y pertinaz de
un César Falcón, el ímpetu y la áspera abundancia de un
Rufino Blanco Fombona nos han enseñado más de América y nos han hecho, por consiguiente, estimarla mejor, que
todos-Ios discursos y todos los proyectos de unión espiritual. Precisamente porque no traían proyectos ni los envolvían en discursos, sino porque son unas vidas fecundas y
unas almas serias.
Henríquez Ureña, en su libro de temas españoles, se sabe
poner en su punto de vista para discutir los nuestros. Da "
sus razones sentimentales y sus razones intelectuales, y aun
halla para el pesimismo ambiente—-que en las esferas oficiales toma el disfraz del rnás inexplicable optimismo—el claro
abolengo de la tendencia crítica, hija del Mediterráneo; espíritu crítico que quisiera ver aplicado «no al simple juicio
de la obra ajena y conclusa, sino a la depuración de la obra
propia que se está haciendo, a enfrenar el instinto de improvisación».
La improvisación y el pesimismo exagerado. He aquí los
dos graves defectos que señala Pedro Henríquez en nuestra
presente configuración espiritual: aquella arranca de la historia; éste tiene orígenes más próximos. «Al principiar el
siglo XX—dice—España e Inglaterra se entregaban a discutirse a sí mismas; una y otra tropezaban, en el fondo de su
psicología, con incongruencias peculiares. Pero en Inglaterra la pregunta era: «<Por qué triunfamos? Lógicamente,
tal vez deberíamos haber fracasado.» Mientras tanto en Es
paña la pregunta era: «¿Por qué hemos fracasado?» La mejor respuesta al caso inglés—apelo a Wells y a Galsworthy—es que Inglaterra no ha triunfado tanto como creía.
Tal vez la respuesta mejor sea, en el caso español, que España
no ha fracasado tanto como se cree. No, ni con mucho.»
^Se ve por aquí hasta qué punto se han disipado los prejuicios que trajo a España Pedro Henríquez Ureña? No llega,
sin eml?argo, a adquirir el prejuicio contrario: el de extasiarse más de lo razonable ante lo tradicional y lo pintoresco. «Ningún pueblo debe fundar su orgullo en la simple
perfección mecánica», dice, recordando una lección de
Matthew Arnold a los Estados Unidos; pero no con el espíritu con que nosotros lavemos repetida y aun practicada en
nuestro país de místi';os y ascetas, sino corrigiéndola en
esta forma: «El espíritu debe interesarnos más que el progreso en el orden material o mecánico; pero el progreso en
tales órdenes debe ser garantía de la integridad del espíritu.»
N ú m . 39?.—12.
BsP
Veamos qué facetas del espíritu español examina Pedro
Henríquez Ureña en su libro,, pero antes, aun a riesgo de
pasar por pesimistas exagerados, o tal vez para acogernos a
la tradición que él invoca, hagamos una reserva. Nos dice
de España: «Hay veces en que nos da la ilusión de haber entrado en el camino de su vida nueva y poderosa; otras veces,
cuando la vemos «en el comienzo del camino, clavada siempre allí la inmóvil planta«, le deseamos un cataclismo regenerador como el de Rusia. O como el de México.»
Quizá debamos todos acompañarle en el deseo, a costa
del bienestar de una o dos generaciones. Pero nuestro espíritu de improvisación no se decide por los caminos d$ la
violencia. Si queremos revolución, la mejor manera de improvisarla no es hacerla a medida, sino copiar uno de los patrones de moda, aunque hagamos con él figura risible.
E. DÍEZ-CANEDO.
{Continuará.)
E S P E C T Á C U L O S DE A R T E
ACUARELISTAS PORTUGUESES
A^A
guen escuela y escolares numerosos, significa la primera tendencia. En la opuesta y, por consiguiente, dentro del concepto más nuevo, amplio y moderno, se halla el mejor temperamento de la Exposición, un notabilísimo artista: Leitao
de Barros. Examen largo y delicado merece su admirable
«A Porta vermelha de Santa María».
AGUAFUERTES DE EDUARDO NAVARRO
Si la acuarela es un arte expreso el aguafuerte es un arte
tácito. Al lirismo capitolino de la mancha de color, sustituyen los dramas del negro, la media tinta y el claroscuro metafisico. En el repertorio del grabado al aguafuerte, el amigo
árbol y la casa, adquieren categoría de seres. El árbol muestra el torso flaco o se agiganta como fantasma. Y la casuca
burla, se romantiza o mueve como el humo racional. En este
constraste de géneros en línea ascendente de subjetivación
—el aguafuerte, el óleo—, y en línea descendente (dentro de
lo plástico) de objetivación—la acuarela, el pastel—reside y se
puede comprobar la verdadera filiación de un artista. '(To-,
das las artes y todos los artistas coinciden de vértice.) Un artista realmente intelectual hallará siempre su halago particular en la práctica del aguafuerte, con sus sorpresas y arbitrariedad, que no existen en las demás disciplinas gráficas.
El humor, la fantasía, la idea y hasta una cierta matemática
del ritmo, tienen su esfera genuína en el aguafuerte.
La acuarela es un arte expreso. Orador. Claro. Ligero. De
poca profundidad y menos fuerza. Tiene como procedimiento la sencillez primitiva de la iluminación o el entinte. Su
Un Carnaval en Venecia, acuarela «a la mandolina» de
sistema interior, falto de arquitectura y de verdadero concepto, no pretende ninguna manifestación subjetiva, sino la Martín Rico. Un elegante pastel, del más elegante de los Mabreve e infantil de producir una alegría visual, una fiesta de drazo. Un estudio, óleo profundo de Rosales y un aguafuerte de Galván pueden servir en ejemplos españoles de
brillos y fluidez a la relina.
El acuarelista tampoco necesita apuntar. Ni definir. Pre- escala fisionómica y de peculiaridades en cada arte.
Para el aguafortista tiene además su oficio un encanto macisamente el defecto capital de estos acuarelistas portugueses estriba en apurar la definición. La acuarela perfecta terial. El encanto, del taller. El andar manejando ácidos y
sería un temblor de colorido en la más líquida posible emo- tintas y planchas, y el sentir en el puño obrero la dócil sención de luz. Hay una forma de acuarela, impura, de mez- " sación del intrumento. ¡Cuántos deleites perdidos para el
cía con la aguada—que inició Fortuny en España y Regnault artista moderno, que ya sintieron y tuvieron los «maestros»
y Neuville en Francia—que permite, sobre todo en lienzo de la Edad Media!
fino, la detención pormenorista. Sin embargo, el fracaso de
En Madrid se inició entre los pintores no hace muchos
la acuarela está en el <pensamiento al óleo» y en la obstina- años el gusto por el aguafuerte. Se formó un grupo de culda fijación de solideces. Los acuarelistas españoles han teni- tivadores decididos: Ricardo de los Ríos, Labrada, Verger,
do la manía, casi siempre, de incorporar a la acuarela rela- Ricardo Baroja, Esteve Botey, Alejandro de Riquer y mi paciones de peso y profundidad, que no tienen razófí de ser en dre, Juan Espina, entre otros. Con ellos empezó también
el género, por su naturaleza superficial y dominatorio de co- Eduardo Navarro, escogida sensibilidad de pintor que sabe
lor sobre calidad y vibración sobre potencia.
llevar a la plancha de cobre máximas virtudes de ejecutante
La escuela inglesa ha llevado hasta ahora el estandarte de y de imaginativo. De las dos banderas en que se dividieron
la acuarela. La moderna técnica inglesa, purgada del abuso los grabadores—en cuanto a técnica—la de los concienzudos
de la goma que acromaba las mejores obras de los acuarehs- de la «punta seca» y la ejecución detallada (tipo Ricardo de
tas del XVIII, y perfeccionada por la aplicación del lavado los Ríos) y la de los libertarios del aguatinta y la nota de
neutro y del color blanco—antes sustituido por los vacíos efecto, más sobre la prueba que sobre la plancha (tipo Ridel papel—, se ha impuesto en todas partes. John Crawhall cardo Baroja), Eduardo Navarro pertenece a la segunda. Le
sintetizó y expuso todos los problemas de la acuarela, resol-' va mejor, sin duda, a su temple esta manera. La colección
viéndolos en cuanto a procedimiento en su magnífica colec- de láminas que ha presentado en el Salón de Arte Moderno
ción, que abarca desde el simple entintado a color diluido de la calle del Carmen constituye una labor firme. Muy
de dibujos muy extructurales y muy construidos, hasta el sincera, no sólo por la maestría perfecta de la hechura, sino
color por sí mismo y en plena libertad. (Tenues matices aé- por la sugestión espiritual que en ella densifica.
reos, Atmósferas marinas.)
LOS PAISAJISTAS DEL PAULAR
Los acuarelistas portugueses del Salón del Círculo de Bellas Artes, poseen una orientación evidentemente inglesa.
Ante la Exposición de los paisajistas veraniegos del Paular
Son, en general, ricos de «métier», apasionados en el eterno
cabe
preguntarse (y responderse) sobre la utilidad que pueda
ritornelo saudoso, del sentir portugués. Pero apenas destacan individualmente. Detallan con exceso, resolviendo la reportar a los alumnos de Paisaje la anual estancia colectiva
pugna entre la fidelidad estrecha al natural y la libre inter- en aquel hermoso lugar de la Sierra. ¿Es lógico obligar a
pretación, a favor de aquélla. Roque Gameiro, a quien si- pintores de diferentes facultades y temperamentos a pintar
Núm. 397.—13.
BSPAÑA
frente al modelo genérico de una naturaleza común? Parece
que no. Parece que lo más acertado sería conceder bolsas
individuales a cada alumno, y que éste se fuera al sitio que
más le atrajese, sin otra restricción que la que le dictase su
propia voluntad y buen sentido. Claro que de no llegara
este ideal mejor es que dispongan, al menos, del venerando
y bucólico Paular.
Los jóvenes artistas que ahora presentan-su obras de 1923
—señores Segundo (Ricardo), Simonet Castro, López Romero, Lorenzo Garralda, César Prieto, Morales Alarcón
y Joaquín R. Peinado Vallejo—se hallan en un período
de evolución estética, sin grandes crisis—desgraciadamente—, poco propicia al resalte de ningún valor pe rsonal,
ni de anticipo sobre la obra futura. Todos ellos se aseimejan en la falta de sensación directa. Hay resabios de Escuela e influencias mutuas. Todos difieren, por otra parte,
en el punto oscuro de la actitud y la franqueza. Pero en conjunto resulta grata la visión de tanta pintura prometedora y
tan legítimo y buen entusiasmo novicio.
ANTONIO ESPINA.
UNA SECCIÓN AMERICANISTA EN
LA UNIVERSIDAD 'DE VALLADOLID
En el próximo mes de enero se inaugurará en la Universidad de Valladolid una sección especialmente dedicada al estudio de aquellos problemas que de un modo especial interesan a Hispano-América. Se analizarán problemas literarios,
históricos, económicos, de política y derecho internacional;
por profesores de aquel centro docente. Participarán además
en la labor americanista el director de Instrucción pública
de Portugal y el catedrático de Madrid don Luis Jiménez de
Asúa. De la Universidad de Valladolid, los profesores Gay
(iniciador de la idea), Maldonado, Echávarri y Barcia.
Del aspecto internacional del problema, s^e ocupará nuestro amigo y colaborador Camilo Barcia Trelles, estudiando
en una serie de conferencias las teorías de los casuistas españoles relativas a los problemas planteados por el descubrimiento y colonización de América, en su aspecto internacional; los problemas del actual panamericanismo, y la política
internacional de los Estados Unidos y sus posibles repercusiones en la América latina.
Como la labor encomendada a los profesores mencionados
será absolutamente desinteresada, la cantidad consignada
por la Facultad de Derecho para atender a los gastos de la
sección, se invertirá íntegramente en la impresión y reparto
gratuito de las conferencias.
Se han recibido comunicaciones de universidades americanas solicitando detalles acerca de la labor americanista
anunciada. Algunos profesores ofrecen enviar cuartillas para
el acto de la inauguración, que tendrá lugar en el transcurso
del próximo mes de enero.
LIBROS
BERTRAND BAKEILLES, Le Díame Oriental. D'Alheñes a Angora.—Editions Bossard, París, 1923.
Hablando de la obra de L. Stoddard, relativa ál Islam, decía el difunto lord Northcliffc: «Adentrarse en el estudio del
problema otomano, equivale a hacerse una idea de lo que
será el mundo en 1850». Afirmación consecuente. El mañana mediato está íntimamente ligado a lo que pueda acaecer
en el mundo asiático, y aún más concretamente a la activi-
dad del islamismo, especie de guión entre Europa y Asia.
Así se explica la atención creciente que los publicistas dedican al estudio de estos problemas.
La casa Bossard de París contribuye especialmente a este
renacimiento de estudios orientales, editando, no tan sólo
obras de política internacional islámica, sino preparando
escrupulosamente publicaciones que persiguen el ofrecer
al lector de Occidente el conocimiento de los clásicos de
Oriente.
La obra, recientemete publicada por Bertrand Bareilles,
constituye labor de especialista; precedentes publicaciones
le han acreditado de conocedor de problemas islámicos. Su
orientación se distancia de la que preside la obra de Lotti,
Claude Farrére, G, B. Gaulisyotros amigos de Turquía.
No cree Bareilles en la vitalidad del nacionalismo, como
fuerza reconstructora; ve más bien en la acción de los anatolianos una especie de espasmo guerrero.
Enfoca el problema desde el punto de vista heleno-otomano. Estudia a este propósito las fases de la historia política griega que pueden tener relación con la política levantina. Es particularmente interesante el capítulo en que analiza la actividad de la liga militar griega en el año de 1905,
que Venizelos aprovecha para aparecer en lugar preeminente de la política ateniense. Estudia en capítulos sucesivos las
relaciones turco-rusas, la lucha reciente por los Dardanelos,
la intervención griega en Smyrna.
Deduce de la actual situación, como síntoma específico,
la resistencia de los vencidos a cumplir los tratados impuestos por los vencedores; en ése desfile de recalcitrantes llegó
su turno a Turquía al conseguir la derogación del Tratado
de Sévres y su sustitución por el de Lausana. Pero reputa
pasajero ese éxito, anticipando que Turquía acabará refugiándose en Asia, y que los griegos, tarde o temprano, reconquistarán el terreno perdido en Asia Menor.
Este libro tiene, entre otros, un gran mérito: la sinceridad del autor; interrumpe la serie de cantos, que tienden,
más o menos, a la glorificación de Muslafá Kcmal Bajá.
Como libro de contraste con tesis turcófilas es particularmente interesante.
C. B. T.
NOTICIA
BIBLIOGRÁFICA
ALONSO QUESADA: La Umbría.—Vozms, dramático en tres
jojnadas. —Publicaciones Atenea. Vol. 47.—Autores Españoles. Vol. 22. Teatro 9. —Un vol. de más de 200 págs. en
8.° menor. - Precio: 4 pesetas.
EDUAHDO DÍEZ RÁBAGO: Margarita.—Poesías. Prólogo de
Narciso Alonso Cortés.—Madrid Artes de la Ilustración,
1923.—Un vol. de más de 200 págs. en 8.°.—Cinco pesetas.
Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubi de Jiménez,
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(Traducción de C. Rivas Cherif).
III y IV. F. SchIegel: Lucinda.
(Traducción de J. Moreno Villa)
V. L. Fernández Ardavín: El hijo.
VI. Víctor Cátala: La madre ballena.(Traducción de R. Marquina).—VIL C. Rivas CheriL Un
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ante la autoridad humana o
apartarlo de su rectitud, sin
calcular cuánta sangre costó
el sembrarlo en el mundo y
cuánto provecho v i e n e a
aquél que con humildad se
allega a él.
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buenas palabras y diclios sublimes en abundancia; pero
hacerlos suyos es una obra de
gracia, procedente sólo del
cielo.
DANTE ALIGHIERI
JUAN MILTON
Milton.
Dante'
E n v í e u s t e d la m ó d i c a c a n t i d a d d e 6,75 p e s e t a s a la S O C I E D A D B Í B L I C A , F l o r A l t n , 2 y 4, M a d r i d , y r e c i b i r á
c o m p l e t a m e n t e p a g a d o un h e r m o s o e j e m p l a r oe l a S A N T A B I B L I A , e n 4.° m a y o r , 1.248 páginas, m a p a s en c o l o r e s y a r t í s t i c a e n c u a d e m a c i ó n en t e l a .
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