LOS SENTIDOS SOBRE LA MESA DE TRUCOS: PERCEPCIÓN SENSORIAL Y ENGAÑO EN LAS NOVELAS EJEMPLARES Luz de Frutos Albert 08 de agosto de 2012 Masterscriptie Spaanse taal en cultuur Faculteit voor Geesteswetenschappen Universiteit van Amsterdam Tabla de contenidos 1. Introducción .................................................................................................................. 3 2. Trampantojo ............................................................................................................... 12 3. Manipulación y seducción .......................................................................................... 38 4. Marco de la posible defensa del arte .......................................................................... 60 5. Conclusiones............................................................................................................... 92 Obras citadas................................................................................................................... 97 2 1. Introducción A primera vista, podría parecer que la relación entre el engaño y los sentidos constituye ya un tópico que apenas precisa aclaración, pero estaríamos cayendo así víctimas de su propia trampa. Sin duda, la técnica del trampantojo o trompe-l'œil, una de las formas que puede adoptar dicho engaño, ha suscitado y sigue suscitando un gran interés, por la finura del artificio con que se confunde al espectador. Especialmente en el Barroco, ejemplos de esa técnica pictórica empezaron a cubrir muros y techos de palacios e iglesias, creando la ilusión óptica de mayor profundidad y de perspectivas imposibles; esa admiración por el engaño a los ojos respondía, tal y como se estudiará más abajo, a una obsesión por el engaño de los sentidos en general que caracterizó al pensamiento de la época y que marcó la producción artística de todo el Siglo de Oro. No se limitaba, pues, a la pintura y a la arquitectura1, sino que era más que palpable también en el teatro2, e incluso en la prosa de ficción. Y es en esta última manifestación artística en la que nos centraremos: el presente trabajo estudia la firme relación que se establece entre la percepción sensorial y el engaño en la colección de Novelas ejemplares (1613) de Miguel de Cervantes. 1 Sirvan de ejemplo, respectivamente, la fachada del Palacio Spada en la Plaza Capo di Ferro de Roma y los trampantojos del pintor barroco Pedro de Acosta (activo entre 1741 y 1755), conservados en los museos de Bellas Artes de Sevilla y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. 2 José Antonio Maravall (407) comenta que para ello el género “ofrecía posibilidades grandes –y más con el desarrollo técnico de la época–”. El autor cita en especial a los dramaturgos Félix Lope de Vega y Carpio, el Conde de Villamediana (Juan de Tassis y Peralta), Cristóbal Suárez de Figueroa, Pablo de Céspedes y Pedro Calderón de la Barca, éste último como mayor exponente del fenómeno. 3 Introducción Desde La gitanilla hasta el Coloquio de los perros, e incluidas las novelas encontradas en el manuscrito de Porras de la Cámara3, abundan efectivamente las referencias a los sentidos en situaciones en las que se puede hablar de algún tipo de dolo: por la vista, por ejemplo, engañan a todos con su disfraz de varón las dos protagonistas en la novela Las dos doncellas, y de modo similar lo hace la flota inglesa de Ricaredo en La española inglesa, al mostrar insignias españolas para hacerse pasar ante los turcos por naves derrotadas. El oído, a su vez, engaña a la protagonista de La fuerza de la sangre, que se declara incapaz de reconocer a su raptor por la voz, y por el mismo sentido dejan embelesados a los hombres, con su voz, su risa o su canto, los personajes femeninos de La ilustre fregona y La gitanilla. Al sentido del tacto se alude con la mención a las unturas que las brujas se ponen para procurarse experiencias alucinógenas, práctica de autoengaño que describe la bruja Cañizares en el Coloquio de los perros. Por su parte, doña Estefanía, en El casamiento engañoso, apela al olfato del alférez al rociar sus camisas con agua perfumada, haciendo gala de una de las muchas artes de seducción de las prostitutas tapadas. Por último, el sentido del gusto supone, en El celoso extremeño, la perdición del eunuco Luis, cuya percepción se verá comprometida a través del vino, cuando no edulcorada por los dulces que el virote le ofrece. Estos pasajes, junto con otros muchos que se analizarán en los capítulos sucesivos, contribuirán pues a ilustrar el referido vínculo entre el engaño y la percepción sensorial en las Novelas ejemplares. Pero antes de explorar dicho vínculo, estudiaremos brevemente y por separado la relevancia de sus componentes en el caso que nos ocupa. En cuanto al engaño como motivo, cabe destacar que el tema del burlador y el burlado, según afirma Marie-Blanche Requejo Carrió, “ha sido repetidamente glosado por el folclore tradicional y la narrativa occidental” (77). Sin embargo, es muy posible que en el Barroco el tema haya recibido una atención especialmente notable, teniendo en cuenta que, como afirma Maravall (330), la denuncia de la “perversa condición del hombre” “tal vez nunca se ha difundido tanto como en el XVII”; el escritor Jerónimo de Barrionuevo, por ejemplo, advierte a su público que “en todas partes está la malicia en 3 La tía fingida y una versión anterior de El celoso extremeño y de Rinconete y Cortadillo. En la reflexión metodológica del presente capítulo se aportará más información al respecto. 4 Introducción su punto y todos tratan de engañarse unos a otros” (138). Algo parecido se puede observar en la Comedia, género en el que el engaño constituye “un recurso básico”, hasta el punto de resultar excepcional su ausencia en las obras (Roso Díaz, 43). En opinión de Maravall (335), el tratamiento de todas esas cualidades de la oscura naturaleza humana, incluidas la violencia y la crueldad, tendrían su raíz en una “concepción pesimista del hombre y del mundo”, fruto de la crisis social que sufrió Europa en las últimas décadas del XVI y que duraría lo suficiente para que esas y otras formas artísticas se solidificaran hasta conformar lo que actualmente conocemos por cultura del Barroco (61). En semejante clima de pesimismo en lo que se refiere a la naturaleza humana y del mundo, no es de extrañar que se produjera asimismo una desconfianza creciente en la capacidad del hombre de aprehender la realidad, fenómeno que se traduciría en la consciencia de la imperfección de los sentidos4. No se trataba, por otro lado, de un tema totalmente nuevo, pues ya en la era medieval tuvo lugar una disputa sobre “la superioridad del ojo o del oído para la comunicación del saber a otros” (Maravall, 503); en contraste con ese periodo, el hombre moderno, ya desde el Renacimiento, se decanta por la superioridad del primero, como demuestran declaraciones de personalidades entre las que destacan Galileo Galilei o Suárez de Figueroa. Con todo, pese a gozar, efectivamente, de una mayor confianza en comparación con el resto de sentidos, el Barroco repara en su falibilidad, y se diría que hasta la enfatiza: incluso los ojos pueden engañarnos. En José Pellicer de Ossau y Tovar (278) se pone de relieve esa ambivalencia, pues aconseja «creer sólo lo que viéremos con los ojos, y aún a ellos no todas veces se les debe la creencia entera». Aprovechando precisamente ese estatus contradictorio de imperfección-perfección del ojo, el artista barroco “se burla de él y lo hace caer en la trampa del engaño” (Roso Díaz, 62-63), como lo demuestran la afluencia de trampantojos que mencionábamos al principio, junto con otras manifestaciones artísticas. Esas burlas, por otro lado, y retomando las ideas de Maravall, no dejan de ser producto cultural de la crisis general que se experimentó en la época: “Ante el reto de la 4 Esa desconfianza se ve incrementada asimismo por las aportaciones de la ciencia: el «anteojo» de Galileo, por ejemplo, permite afirmar que “la Vía Láctea no es una nube blanquecina, contra lo que nos dicen los sentidos, sino la aglomeración de innumerables estrellas” (Maravall, 360). 5 Introducción fortuna, ante la dificultad de la ocasión, ha de quedar siempre un margen de posible intervención personal. […] la manera de operar no puede ser otra que el juego” (393). Cervantes, como artista del Barroco, se vio influido por el panorama hasta aquí descrito, y muchas de esas ideas y tendencias del ambiente cultural de su época se plasmaron en su obra. A esa circunstancia habría que añadir, naturalmente, los gustos particulares del autor. Respecto a las Novelas ejemplares en concreto, y en relación con el motivo del engaño, Rachel Frank (251) observa que Cervantes parece sentir cierto respeto por la inteligencia práctica. Stanislav Zimic (1174), por su parte, señala que a Cervantes le resultaba atractivo el recurso del “engaño a los ojos”, el “engaño al oído”, y a los sentidos en general, tan característico de la novela bizantina5, motivo por el que recurría a éste en sus obras de todos los géneros. Sin embargo, Cervantes tenía todavía una razón más por la que le interesaba explorar la relación entre el engaño y los sentidos; se trata de un motivo esencial y menos obvio, si bien incluido de forma explícita en su “Prólogo” a las Novelas ejemplares: el autor define sus novelas como «mesa de trucos»6, pues, tal y como explica Javier Blasco en su estudio preliminar a la obra (xxx-xxxi), las novelas “están construidas sobre la idea de «tropelía» o «engaño a los ojos»”. Y en ese concepto se basa precisamente el género de la novela y de la ficción, nuevo en la época y por ello obligado a defenderse de las críticas y el menosprecio de los que se aferraban a los géneros prestigiosos hasta el momento: el de la historia y la épica7. La siguiente cita del mismo crítico literario resume muy bien lo que pretendía Cervantes con su género: Al definir Cervantes sus novelas como “mesa de trucos”, lo que hace es proponernos un pacto de lectura, para que adoptemos ante sus relatos una actitud similar a la que el juego demanda: a la manera del espectador ante una sesión de prestidigitación, el lector de un texto literario debe poseer, a la 5 La novela griega o bizantina es un género novelesco, de aventuras, que se desarrolló en España principalmente en los siglos XVI y XVII, a imitación de autores helenísticos (DRAE). Consúltese para más información al respecto la monografía de Javier González Rovira. 6 La elección de esta metáfora refleja, por un lado, la tendencia al juego como procedimiento figurativo de confrontación de la realidad del que hablaba Maravall (393); y, por otro lado, atestigua el fenómeno real de “incremento morboso de toda clase de juegos de azar” que se dio en la España del XVII (394). 7 Se puede encontrar un buen análisis de la controversia en torno al género de ficción en el ensayo Lectura y ficción en el Siglo de Oro de Barry W. Ife (1994). 6 Introducción vez, la capacidad de participación de una “ilusión” creada por el texto y la del distanciamiento del que es consciente de que todo es producto de la habilidad en el manejo, por parte del autor, del “artificio” adecuado para crear un simulacro de la realidad. Sólo de esta suma de distanciamiento y de participación es posible concebir un texto que cumpla con la función catártica que Aristóteles le había asignado a la fábula, sin correr el riesgo de violar las fronteras entre realidad y ficción. (Blasco xxxi). Así, la ficción, al crear un simulacro de la realidad, nos permite reflexionar sobre ésta, lo cual nos puede resultar de gran utilidad para extraer conclusiones y plantearnos dilemas respecto a lo que podría pasar, sin exponernos a ningún peligro siempre que entendamos, como propone y advierte el autor en el citado “Prólogo”, que se trata de una “ilusión”. No obstante, la mesa de trucos no sólo hace referencia a esa ilusión y su consiguiente “función catártica”: la mesa de trucos, en su sentido literal, está concebida para el juego, para el esparcimiento. Efectivamente, Cervantes opinaba que el entretenimiento y el ocio eran actividades necesarias para el descanso del espíritu, y así lo expresaba en el “Prólogo” a sus Novelas ejemplares, haciendo hincapié en que: Cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras […] porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan […] que no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse. (18) Tras este último apunte acerca de la ficción como fuente de deleite, cualidad a la que también se atenderá en el presente trabajo, pasamos a explicar algunos aspectos metodológicos del mismo. El fenómeno que se pretende explorar es, como se ha venido indicando, la persistente relación que se establece entre el engaño y la percepción sensorial en un corpus constituido por la colección de Novelas ejemplares de Cervantes, publicada en 1613, y las tres novelas incluidas en el manuscrito de Francisco Porras de la Cámara (en 7 Introducción adelante ‘manuscrito Porras’), exhumado en 1788 y cuya datación –si bien no es unánime– se tiende a situar entre principios del s. XVII y el 8 de enero de 1609. El corpus contiene, pues, los siguientes títulos: - Colección de 1613: La gitanilla, El amante liberal, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y Coloquio de los perros. - Manuscrito Porras: La tía fingida, Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño8. En primer lugar hemos llevado a cabo una atenta lectura de cada novela y hemos extraído los pasajes en los que se podía observar una relación entre uno o varios sentidos y alguna forma de dolo. Esos pasajes se han añadido, por orden de aparición, a un documento en el que hemos empezado a esbozar reflexiones acerca del tipo de engaño que se presenta en cada caso; al mismo tiempo hemos empezado a proponer posibles relaciones entre los pasajes seleccionados, atendiendo a similitudes en lo que se refiere al proceder del engaño, así como a campos semánticos sugerentes. En el caso de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, la atención se ha centrado además en las diferencias significativas para nuestro estudio entre la versión de 1613 y la versión del manuscrito Porras. Ese primer análisis de los pasajes ha revelado que, si las Novelas presentan un amplio repertorio de temas y enfoques, los tipos de engaño que entrañan presentan un panorama no menos variado. Roso Díaz (43) llega a igual conclusión en su estudio sobre la obra dramática de Lope de Vega: “el engaño no es un recurso monolítico. No 8 Si bien se ha llegado a la conclusión de que las novelas de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño encontradas en el manuscrito Porras constituyen una versión primitiva de las publicadas en 1613, la polémica en torno a la adscripción de La tía fingida al corpus cervantino aún anda lejos de resolverse (Jorge García López, 625); se ha propuesto la alternativa de un supuesto imitador, así como la posibilidad de que se tratara de una obra escrita por Cervantes pero “rechazada porque no alcanzaba las exigencias de ejemplaridad que se impuso el autor en el prólogo de la colección” (Rodríguez Luis, 180). Francisco Rico, por el contrario, se muestra más optimista respecto a la autoría de Cervantes para esta novela, tal y como se desprende de su presentación incluida en la edición consultada de Novelas ejemplares: “Jorge García López puede estar contento de haber sido el primero en reunir en un solo volumen las Novelas ejemplares de 1713, junto a la estupenda, olvidada y censurada de La tía fingida, que ya podemos tener por seguro como de Cervantes, […]”. 8 Introducción todos son iguales, ni cumplen idénticas funciones, ni se desarrollan de la misma manera, ni presentan en su elaboración la misma técnica de participación o actuación de agonistas […].”. Se ha podido observar asimismo que tampoco se manifiesta el motivo del engaño con la misma intensidad en todas las novelas: acerca de El celoso extremeño, por ejemplo, Requejo Carrió (77) afirma que se trata de “la novela que más debe a la burla”; el presente trabajo corrobora esa afirmación, tal y como se desprenderá del considerable número de pasajes seleccionados y analizados. Algo parecido sucede con otras novelas de la colección, en las que el propio título resulta indicativo, ya sea por lo explícito del dolo (El casamiento engañoso, La tía fingida) o por el enredo que cabe esperar ante una contradicción casi oximorónica (La española inglesa, La ilustre fregona). En cualquier caso, los pasajes que ilustran la relación engaño-sentidos recorren la colección completa sin excepción y en abundancia. En una segunda fase de la investigación hemos procedido al estudio pormenorizado de esos pasajes, contrastándolos con la bibliografía existente en torno a las Novelas ejemplares y al motivo del engaño en la literatura y en otros géneros del Barroco; los datos resultantes de dicha investigación han permitido abordar el reto de la variedad de tipos de engaño por los sentidos de una forma más sistemática, labor que se ha traducido en la división de pasajes en tres capítulos de análisis. Los referidos capítulos se han ordenado, a su vez, en una escala de abstracción creciente, de modo que el primero contiene pasajes en los que el engaño resulta de una combinación de elementos más bien físicos, mientras que los incluidos en el segundo presentan ya un grado de abstracción mayor, debido al papel primordial que desempeñan una serie de procedimientos psicológicos; los comprendidos en el tercero, por último, llegan a apuntar a una relación superior a la que se establece entre los sentidos y el engaño: la que se establece entre el arte, que nos llega a través de los sentidos, y el engaño. El capítulo que abre el análisis y que, como decíamos, se erige sobre un tipo de engaño más físico o directo, se ha denominado “Trampantojo”, pues los ejemplos que lo ilustran recuerdan a la forma de proceder de la famosa técnica pictórica. Como cabría esperar, el sentido que más se manifiesta en este capítulo es el de la vista; partiendo de esa característica común, los pasajes se clasificarán de acuerdo con las particularidades 9 Introducción que presenta la trampa en cada caso. Así, se atenderá, por ejemplo, y entre otros, al contraste cualitativo entre la apariencia que se pretende dar y la realidad (en ocasiones superior a ésta y en otras inferior), o a la diferente naturaleza de los miembros de la ecuación en los casos en que el engaño resulta de una confusión (entre personas, entre signos, etc.). Hacia el final del capítulo se introducirán brevemente otros sentidos en relación con el engaño del trampantojo, y concluirá el análisis del mismo con un ‘metaapartado’ que enlazará el artificio del engaño en el marco de la novela con el artificio literario de la ficción del que nos habla Cervantes en su “Prólogo”. Siguiendo la ordenación propuesta, el capítulo siguiente, “Manipulación y seducción”, pone de relieve un tipo de engaño que guarda una relación más abstracta y compleja con la percepción. Aquí, junto con la vista, el resto de sentidos cobrará importancia en tanto que constituirán, en algunos casos, los medios a través de los que se canalizarán procedimientos psicológicos tales como la manipulación o la seducción, y en otros, sugerirán las cualidades idóneas de las víctimas para el dolo, o servirán para construir metáforas del engaño de la experiencia sensorial. Estos y otros aspectos se analizarán a lo largo de una clasificación por sentidos en la que el oído, que ocupará el último lugar, conducirá a raíz del elemento –naturalmente percibido por éste– de la música, a otro metaapartado en el que se empezará a plantear la hipótesis de una posible defensa de las artes por parte de Cervantes. El capítulo que cierra el análisis del presente trabajo conformará, ahora ya, el esbozo completo del posible marco de la defensa cervantina de las artes que se empezaba a vislumbrar al final del capítulo precedente. Para ello se retomarán las reflexiones incluidas en los metaapartados de los capítulos anteriores, que se complementarán a su vez con más ejemplos textuales, y se relacionarán con otros datos que atañen a cuestiones de ordenación de las Novelas en la colección y de contrastes en materia de datación. A la postulación de esa defensa se llegará, pues, en una progresión natural a través de los diferentes capítulos de análisis, cuya base, cabe recordar, constituye la relación entre el engaño y los sentidos; tal y como hemos documentado en estas primeras páginas, la crisis social de la época desencadenó un pesimismo acerca del 10 Introducción hombre y del mundo que contribuyó, por un lado, a que se plasmara en el arte la malicia humana en todas sus formas, incluido el engaño, y por otro, a la desconfianza en la posibilidad de aprehender la realidad, unida a la consciencia de la imperfección de los sentidos, pues también nos engañan. Muchos artistas del Barroco identifican las posibilidades de juego que estas circunstancias entrañan y las ponen al servicio del entretenimiento de su público, propósito al que en ocasiones se une el de la enseñanza, como en el caso de la «mesa de trucos» a la que Cervantes equipara su colección de Novelas ejemplares; éstas, como aclarábamos, estaban construidas principalmente sobre la idea de ‘tropelía’ o ‘engaño a los ojos’, concepto en el que a su vez se basaba el nuevo género de ficción, frente al de la historia y la épica. Y es que el engaño del ojo, por lo paradójico que resultaba teniendo en cuenta la perfección que el órgano denotaba, fue sin duda el que con más frecuencia se reflejó en todas las artes, hasta el punto de merecer una denominación específica: el trampantojo. 11 2. Trampantojo La producción artística del Siglo de Oro acusó una notable obsesión por el engaño de los sentidos en general, fenómeno que reflejaba el pensamiento de una época marcada, entre otras cosas, por el clima de pesimismo ante una grave crisis social. En concreto, como adelantábamos en la introducción, el sentido que gozó de mayor representación respecto a su capacidad de engaño fue el de la vista. Ese órgano “imperfecto y perfecto” refleja efectivamente, como apunta Roso Díaz, “la inestabilidad entre el parecer (la equivocación verosímil) y el ser (la verdadera realidad)” (62-63), espacio que aprovecha el artista para urdir su trampa, muy apropiadamente denominada trampantojo. El presente capítulo se centra en el análisis de pasajes de las Novelas ejemplares para estudiar el engaño de la percepción que más se ciñe a este concepto artístico de trampantojo o engaño a los ojos. Engaño que, por otro lado, puede adoptar formas muy diferentes, de modo que se expondrá a partir de una clasificación9 atendiendo a varios factores. Apariencia superior en calidad respecto a la realidad Puesto que se trata de engañar a los ojos, y una de las formas más comunes de atraer su atención es mediante la exhibición de cualidades positivas, parece lógico que esta categoría encabece la clasificación y que contenga asimismo el mayor número de fragmentos. 9 Para una clasificación alternativa del engaño de las apariencias, en concreto en las novelas largas de Cervantes, consúltese el trabajo de John T. Cull. El autor distinque principalmente “el disfraz, el «voyeurismo», la hipérbole, la belleza femenina y la perspectiva dudosa” (1). 12 Trampantojo Veamos un primer ejemplo a modo de aproximación: –Pues un día –prosiguió Campuzano– que acabábamos de comer en aquella posada de la Solana donde vivíamos, entraron dos mujeres de gentil parecer con dos criadas. (524) Este pasaje se ha extraído de la novela El casamiento engañoso, cuyo título10 ya da entender la importancia que cobra el dolo en su argumento. Éste se puede resumir en el engaño mutuo de los personajes principales —el alférez Campuzano, un soldado arruinado y sifilítico, y doña Estefanía, una prostituta tapada11 igual de pobre— cuya finalidad es enriquecerse al casarse con la otra persona, en apariencia acaudalada y virtuosa. En la escena, Campuzano refiere a su interlocutor, el licenciado Peralta, el inicio del engaño del que fue víctima y que empezó con la visión de la aparente gentileza de la mujer en cuestión; la gentileza, que podría referirse a ‘cortesía’, también tiene el significado de ‘gala’, manifestación que suele ir asociada a la riqueza, y aquí ambas cualidades están destinadas a seducir al alférez y ganarse su confianza para asegurar el buen fin de su plan. A medida que va avanzando el relato, encontramos casos parecidos al anterior. Por ejemplo, el alférez indica que al ir a visitar a doña Estefanía, halló «una casa muy bien aderezada»12 (525), hecho que se sumó a la impresión de riqueza que recibió en su primer encuentro con la dama, contribuyendo al éxito de la mentira. Sin embargo, como ya se señalaba más arriba, el fraude no opera solamente en detrimento de Campuzano: también él presenta muestras de riqueza que poco se corresponden con la verdad, como se indica claramente en el siguiente pasaje: si la verdad respondiera al parecer; pero como no es todo oro lo que reluce, las cadenas, cintillos, joyas y brincos, con sólo ser de alquimia se contentaron; (532) 10 Como señala García López, “La expresión casamiento engañoso era usual en la época para designar todo matrimonio realizado con fraude por parte de uno de los cónyuges”. (521) 11 Ese tipo de prostitutas despertaban la lascivia de los soldados con su actitud (García López, 524). 12 De igual procedimiento de ostentación usa el viejo Carrizales en El celoso extremeño, si bien la imagen resultante es más bien de señorío y no tanto de riqueza: «Compró un rico menaje para adornar la casa, de modo que por tapicerías, estrados y doseles ricos, mostraba ser de un gran señor. » (332) 13 Trampantojo La referencia al engaño a los ojos que producen los metales se encuentra también en el discurso de Preciosa, protagonista de La gitanilla, a su amado pretendiente Andrés, aunque como metáfora de la ‘ceguera’ que produce el enamoramiento o el deseo de posesión: Ojos hay engañados que a la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro, pero a poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que tú dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cerca te parecerá sombra, y tocada, cairás en que es de alquimia? (74) También construirá una metáfora sirviéndose de la capacidad de engaño de algunos metales la matrona Claudia en La tía fingida13, refiriéndose a la joven Esperanza, a la que prostituye vendiendo la idea una y otra vez de que es virgen: porque no hay rústico ya que, si tantico quiere estar en lo que hace, no caiga en la cuenta de la moneda falsa. Vívame mi dedal y ahuja, y vívame juntamente tu paciencia y buen sufrimiento, y venga a embestirte todo el género humano; que ellos quedarán engañados, y tú con honra, y yo con hacienda y más ganancia que la ordinaria14. (642) La conversación entre la matrona Claudia y la joven Esperanza es oída por el caballero don Félix, pretendiente de la supuestamente casta dama que quedó «no poco admirado de semejantes embustes como encerraban en sí aquellas dos mujeres, al parecer tan honestas y poco sospechosas de maldad» (643). Efectivamente, esa honestidad se limita a la apariencia, afirmación que corrobora la propia joven en esa misma conversación: «¿Hay más que hacer que [...] ¿Ser ángel en la calle, santa en la iglesia, hermosa en la ventana, honesta en la casa y demonio en la cama?» (641). Las connotaciones de «santa» o de «ángel» se encuentran ya al principio de la novela, en la descripción que el narrador ofrece de la vestimenta de la matrona, avistada en la calle junto a su ‘fingida sobrina’ por dos universitarios: 13 García López llama la atención sobre el título de la novela, aclarando que recalca el dolo, pues “en el argumento prostibular la falsedad de la tía o de la ‘madre’ […] se presupone;” (625) 14 Francisco Márquez Villanueva (157-189) observa que este tipo de engaño, la llamada restitutio virginitatis, era ya frecuente o incluso constituía tema central en la literatura celestinesca. 14 Trampantojo vieron venir una reverenda matrona, con unas tocas blancas como la nieve, más largas que una sobrepelliz de un canónigo portugués, plegadas sobre la frente, con su ventosa y con un gran rosario al cuello de cuentas sonadoras, tan gordas como las de Santenuflo, que a la cintura le llegaba: (627) Esos universitarios, a su vez, también son acusados de beatería hipócrita por el narrador: al entrar, los dos estudiantes derribaron sus bonetes con un extraordinario modo de crianza y respeto, mezclado con afición, plegando sus rodillas e inclinando sus ojos, como si fueran los más benditos y corteses hombres del mundo. (163) Esa indicación de falsa apariencia de virtud («como si fueran») se fundamenta en el contraste de actitud de los mozos con la escena inmediatamente anterior a la entrada en la casa, pues al ver a la joven Esperanza, éstos «se abatieron a ella con todos sus cinco sentidos» (pág. 629), en consonancia con su «condición e inclinación […] que es la de los cuervos nuevos, que a cualquier carne se abaten» (629). No tanto por su fingida actitud intachable como por su apariencia impecable engaña o seduce el virote Loaysa a las criadas de la casa del viejo Carrizales en este pasaje de El celoso extremeño: Y tomando la buena Marialonso una vela, comenzó a mirar de arriba abajo al bueno del músico, y una decía: "¡Ay qué copete que tiene tan lindo, y tan rizado!" Otra: "¡Ay qué blancura de dientes, mal año para piñones mondados, que más blancos, ni más lindos sean!" Otra: " ¡Ay qué ojos tan grandes, y tan rasgados; y por el siglo de mi madre, que son verdes, que no parecen sino que son de esmeraldas!" Ésta alababa la boca, aquélla los pies, y todas juntas hicieron dél una menuda anatomía, y petitoria. (203) Tras semejante pulcritud parece que deba hallarse un ser impecable, lo cual se desmiente en las artimañas a las que recurrirá para asegurar la conquista de Leonora, penetrando en la ‘fortaleza’ que el celoso viejo ha construido para aislar del mundo masculino a su jovencísima mujer. Parecida impecabilidad de apariencia perseguirá Diego de Carriazo, uno de los dos “jóvenes bien” (Ruth S. El Saffar: 36) que en La ilustre fregona deciden probar la 15 Trampantojo vida picaresca en busca de aventuras y que desea “borrar las huellas” de esa vida (García López, 376) antes de «volverse a Burgos y a los ojos de su madre»: Estúvose allí quince días para reformar la color del rostro, sacándola de mulata a flamenca, y para trastejarse y sacarse del borrador de pícaro y ponerse en limpio de caballero. (376) En el tiempo en el que los jóvenes amigos se dan a esa vida pícara, se exponen también a astucias de personajes que consisten, una vez más, en obtener beneficio de una apariencia superior en calidad a la realidad. Tal es el caso de los gitanos encargados de la venta de asnos: Y aunque halló muchos, ninguno le satisfizo, puesto que un gitano anduvo muy solícito por encajalle uno que más caminaba por el azogue que le había echado en los oídos que por ligereza suya, […] (418) De hecho, un mozo incluso llega a prevenir al Asturiano, que ese mote recibe uno de los jóvenes, de las referidas astucias por parte de los gitanos: «y aconséjole que no compre bestia de gitanos, porque, aunque parezcan sanas y buenas, todas son falsas y llenas de dolamas.» (418). Salvando las distancias, en el plano humano, también la Argüello, una de las criadas gallegas que sirven en la posada en la que se alojan los jóvenes amigos de La ilustre fregona, esconde una realidad menos atractiva bajo una serie de postizos y a base de acicalarse en exceso: Todos los dientes de arriba son postizos, y tengo para mí que los cabellos son cabellera; y, para adobar y suplir estas faltas, después que me descubrió su mal pensamiento, ha dado en afeitarse con albayalde, y así se jalbega el rostro, que no parece sino mascarón de yeso puro. (401) También usa peluca, por cierto, la ya descrita matrona Claudia de La tía fingida: «viéndose [la Grijalba] maltratar, echó mano de las tocas de Claudia y no le dejó pedazo en la cabeza, descubriendo la buena señora una clava más lucia que la de un fraile, y un pedazo de cabellera postiza que le colgaba por un lado,» (645-646). García López informa de que “la calvicie de doña Claudia es indicio de haber padecido o padecer 16 Trampantojo alguna enfermedad venérea, como la sífilis” (646). Enfermedad ésta que, como ya se desprendía del caso del alférez Campuzano en El casamiento engañoso15, es indicativa de una vida menos virtuosa de lo que estos tres personajes pretenden encubrir bajo una capa de aparente pulcritud. Por último, y si bien más ligado al tema del honor y la honra, esencial en el pensamiento del Barroco y su producción artística y sobre el que se ha escrito muchísimo atendiendo a la ‘transgresora’ visión de Cervantes al respecto 16, el siguiente pasaje de La fuerza de la sangre condensa la importancia de mantener una apariencia de virtud, por las repercusiones que la verdad —a menudo, aunque no siempre, menos virtuosa— puede tener para la vida en sociedad: «Y advierte, hija, que más lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta.» (311). Esa es la advertencia que el padre de la joven Leocadia, muy en pugna con su visión personal17, da a su hija deshonrada por la violación de la que es víctima al principio de la novela. Aquí se da por finalizado este primer apartado de la clasificación del engaño a los ojos cuya particularidad radica en presentar una apariencia superior en calidad en relación con la realidad, ya sea en lo que se refiere a caudal, virtud moral, honestidad, belleza o salud. Apariencia inferior en calidad respecto a la realidad Además, en las Novelas ejemplares encontramos numerosos ejemplos que ilustran una relación inversa a la del apartado anterior: el engaño a los ojos que se produce ante una apariencia inferior en calidad en relación con la realidad. 15 Adrián J. Sáez explora también dicha asociación en su artículo. 16 De la obra de Cervantes, y en especial de este relato, se desprende un sentido del honor y de la honra que no se corresponde con su época, y en particular con el que desarrolla la comedia lopesca, para quien el sentido del honor es exterior y pende de la opinión, tal y como explica Agustín González de Amezúa y Mayo (I, 207-209 y II, 212). Américo Castro (361-383) también analiza este aspecto. 17 El Saffar (134) insiste en el carácter de crítica social que se desprende del discurso de este personaje, el padre, que sería reflejo de la ideología del narrador. Sobre esta idea hace hincapié también Georges Güntert (190). 17 Trampantojo Veámoslo a la luz del siguiente pasaje de La gitanilla, en que Preciosa alude al aspecto engañoso de poca inteligencia de sus compañeras gitanas: ¿Veen estas muchachas, mis compañeras, que están callando y parecen bobas? Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinte y cinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habían de aprender en un año. (44) La expresión «éntrenles el dedo en la boca», como explica García López, “es expresión tradicional para denotar tontería o inteligencia, y esta última acepción es la aquí utilizada; las cordales (=las muelas del juicio) que ya le han salido a Preciosa son una prueba de su inteligencia.” (44) A menudo este tipo de engaño constituye una ardid con fines maliciosos, como el que pone en práctica la viuda Carducha para inculpar por despecho a Andrés, quien la rechaza diciéndole que él, como (nuevo) gitano, ya ha apalabrado casarse con otra gitana —Preciosa—: puso entre las alhajas de Andrés, que ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas de plata, con otros brincos suyos; y, apenas habían salido del mesón, cuando dio voces, diciendo que aquellos gitanos le llevaban robadas sus joyas, a cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo. (96) Efectivamente, al colocar sus joyas entre las de Andrés, consigue ofrecer una imagen negativa de Andrés y los gitanos que, por lo menos en este caso, no se corresponde con la realidad. El engaño surte efecto en parte por el prejuicio adherido a los gitanos, a los que se les supone poca honestidad y pocas virtudes en general, creencia que de hecho en el relato de Cervantes recibe un tratamiento ambiguo que invita a la reflexión, como han observado B. Johnson (31-48) e Isaías Lerner (47-49). Los siguientes fragmentos ilustran este fenómeno: jamás, por más rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres; que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte: rotos y grasientos, y llenos de doblones. (58) 18 Trampantojo Veníos con nosotros, que, aunque somos gitanos, no lo parecemos en la caridad. (80) Algo parecido sucede en la novela bizantina El amante liberal respecto a la figura del esclavo, a quien se le supone poca inteligencia, como denota la siguiente observación del narrador: «Con tales afectos decía su pasión el religioso moro, que la puso en los corazones de sus dos esclavos, que todo lo contrario de lo que él pensaba, pensaban.» (139) Una cierta ambigüedad, esta vez en torno al propio concepto de virtud, se encuentra también en el siguiente pasaje de Rinconete y Cortadillo, en el que uno de los pícaros mozos relata su vida y sus cualidades al otro: Tomé de mis alhajas las que pude y las que me parecieron más necesarias, y entre ellas saqué estos naipes [...] y, aunque vuesa merced los vee tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que no alzará que no quede un as debajo. (166) Tal y como se viene ejemplificando en este apartado, a los ojos podría engañarles la apariencia de escaso valor de los naipes («astrosos y maltratados»), que en realidad «usan de una maravillosa virtud», si bien dicha ‘virtud’ resulta dudosa también a nuestros ojos, pues se refiere a su excelente capacidad de burla, que redunda en beneficio de los burladores y detrimento de los burlados. Disfraz Esta forma de engaño a los ojos, si bien puede asemejarse a las anteriores en el sentido de que a menudo el que lo usa adopta una apariencia más positiva o más negativa en relación con la realidad, tiene como objetivo principal la ocultación de la identidad de la persona, y no tanto de sus verdaderas cualidades. Con todo, empecemos con el ejemplo que guarda mayor relación con los apartados anteriores, extraído de El celoso extremeño: se puso unos calzones de lienzo limpio y camisa limpia; pero encima se puso unos vestidos tan rotos y remendados, que ningún pobre en toda la ciudad los traía tan 19 Trampantojo astrosos. Quitóse un poco de barba que tenía, cubrióse un ojo con un parche, vendóse una pierna estrechamente, y, arrimándose a dos muletas, se convirtió en un pobre tullido: tal, que el más verdadero estropeado no se le igualaba. (337) En este fragmento somos testigos de la transformación del virote Loaysa, quien se cala un verdadero disfraz de «pobre tullido» con el objetivo de no levantar sospechas en la calle mientras toca música para seducir al eunuco Luis, quien le ha de posibilitar la entrada a la infranqueable casa del viejo Carrizales, acercándole así a su ansiada conquista. Leonora. Parece lógico que adopte un atuendo que le dé una apariencia ‘inferior’, pues la presencia continua de un rico espécimen, de la llamada «gente de barrio», junto a una misma casa, sin duda llamaría la atención. También por esa razón Carriazo y Avendaño, los ya mencionados ‘jovencitos bien’ de La ilustre fregona que deciden probar la picaresca un tiempo, se apresuran a cambiar su vestuario por el de campesinos: Vistiéronse a lo payo, con capotillos de dos haldas, zahones o zaragüelles y medias de paño pardo. Ropero hubo que por la mañana les compró sus vestidos y a la noche los había mudado de manera que no los conociera la propia madre que los había parido. (379-380) El hecho de que esa aventura pícara en la que se embarcan los mozos sucede a espaldas de sus pudientes familias, denota que no sólo no quieren levantar sospechas en su nuevo ambiente, sino que probablemente no desean ser reconocidos y denunciados a éstas. Este pasaje nos acerca, pues, a la forma más pura de engaño del disfraz, según la presente clasificación: la que oculta la identidad de la persona. Tal es el caso del conde Arnesto, enemigo de Ricaredo en La española inglesa, tal y como relata este último al reencontrarse con su amante tras sus muchas separaciones: «hallé al conde Arnesto, mi mortal enemigo, que con cuatro criados disfrazado y encubierto, más por ser curioso que por ser católico, entiendo que iba a Roma.» (259260) El temor al reconocimiento de la identidad es también el que motiva a Andrés en La gitanilla a sacrificar a la mula de alquiler en la que llega montado y dispuesto a 20 Trampantojo convertirse en gitano, adoptando la vida de latrocinio. Sus nuevos compañeros gitanos intentan disuadirle del cruel y gratuito acto proponiendo el ‘disfraz’ del animal: ¡Par Dios, señor Andrés! -dijo uno de los gitanos-, que, aunque la mula tuviera más señales que las que han de preceder al día tremendo, aquí la transformáramos de manera que no la conociera la madre que la parió ni el dueño que la ha criado. (69) Veamos a continuación el siguiente fragmento de Las dos doncellas: Habéis de saber, señor, que yo, que en esta posada entré, como sin duda os habrán dicho, en traje de varón, soy una desdichada doncella: a lo menos una que lo fue no ha ocho días y lo dejó de ser por inadvertida y loca, y por creerse de palabras compuestas y afeitadas de fementidos hombres. (447) Aquí se ejemplifica el tipo de disfraz que Cull (69-70) designa en su clasificación como el ‘travestismo’ de personajes. Tal y como informa García López, “la mujer vestida de hombre es figura frecuente en el teatro y en la novela de la época” (448). Carmen Bravo Villasante (223-224), en su estudio acerca del fenómeno en el teatro, propone varias motivaciones de los personajes para recurrir al disfraz varonil; en el caso que nos ocupa, la motivación de la doncella Teodosia se correspondería con su deseo de “buscar al seductor” que la agravió al desflorarla bajo promesa de matrimonio para que, en sus propias palabras, «cumpla la palabra y fe prometida», o de lo contrario «le quitaré la vida […]» (449). Más adelante en la novela, uno de los personajes llamará la atención a la doncella en cuanto a la imperfección de su disfraz18, que revela su feminidad: De que no seáis mujer no me lo podéis negar, pues por las ventanas de vuestras orejas se vee esta verdad bien clara; y habéis andado descuidada en no cerrar y disimular esos 18 A la inversa, y en el plano de la crítica a la novela, se ha señalado de forma casi unánime la inverosímil perfección del engaño de la doncella, en tanto que su propio hermano no la reconoce hasta al cabo de un largo tiempo. Ella, por otro lado, tampoco lo reconoce a él (García López, 960-961). Se ha señalado asimismo que este hecho sólo es justificable como recurso dramático. 21 Trampantojo agujeros con alguna cera encarnada19, que pudiera ser que otro tan curioso como yo, y no tan honrado, sacara a luz lo que vos tan mal habéis sabido encubrir. (457) Como se ha demostrado, pues, son diversas las razones que mueven a los personajes a hacer uso del engaño a los ojos por medio del disfraz, desde el disimulo hasta el encubrimiento total de la identidad, y pasando por la adaptación al nuevo medio en conflicto con su identidad. Obstaculización del alcance del ojo En ocasiones, la trampa a los ojos resulta de una obstaculización del alcance del sentido de la vista por medio de barreras físicas de diversa índole. Los siguientes pasajes de La ilustre fregona, que además ofrecen un efecto óptico de duplicación en la novela, casi podrían incluirse en el apartado anterior, puesto que al taparse el rostro los mozos, la obstaculización del alcance de la vista equivaldría al uso de un antifaz u otra prenda perteneciente a un disfraz: Tomás, que acudió a dar recado a las cabalgaduras, conoció luego a dos criados de su padre, y luego conoció a su padre y al padre de Carriazo [...] Pero no se atrevió a dejarse conocer en aquel traje; antes, aventurándolo todo, puesta la mano en el rostro, pasó por delante dellos, y fue a buscar a Costanza […] (431) Venía el Asturiano todos los dientes bañados en sangre, y muy malparado y muy bien asido del alguacil; y, así como entró en la sala, conoció a su padre y al de Avendaño. Turbóse, y, por no ser conocido, con un paño, como que se limpiaba la sangre, se cubrió el rostro. (436) En las siguientes líneas, extraídas de la escena del rapto y posterior violación de Leocadia a manos de Rodolfo en La fuerza de la sangre, la obstaculización del alcance de la vista es total: 19 El efecto de invisibilidad del agujero por medio de la «cera encarnada» resultaría en un trampantojo perfecto en el más estricto sentido del concepto, por lo que es digno de mención. 22 Trampantojo a la cual, puesto que sintió que iba desmayada cuando la llevaba, la había cubierto los ojos con un pañuelo, porque no viese las calles por donde la llevaba, ni la casa ni el aposento donde estaba; (305) La propia víctima corrobora el éxito de dicha obstaculización «Advierte en que yo nunca he visto tu rostro» y de hecho expresa su deseo de mantenerla «ni quiero vértele, porque, ya que se me acuerde de mi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor, ni guardar en la memoria la imagen del autor de mi daño.» (307) Mientras que en los ejemplos anteriores las barreras físicas son o bien anatómicas («la mano en el rostro») o bien objetos («con un paño», «con un pañuelo»), en los que siguen la obstaculización del alcance del ojo la provoca una barrera arquitectónica. En el primero, extraído de La tía fingida, esa barrera es la estructura de la cama con cortinas tras la que se esconde sin ser visto don Félix: halló que la dueña lo esperaba, y abriéndole la puerta, lo entró en casa con mucho tino y silencio y puso en el aposento de su señora Esperanza tras las cortinas de su cama, encargándole no hiciese algún ruido, porque ya la señora doña Esperanza sabía que estaba allí, y que, sin que su tía lo supiese, a persuasión suya quería darle todo contento [...] (637) En el segundo, extraído de El celoso extremeño, son las paredes de la casa de Carrizales las que restringen el ángulo de visión al cielo por designio del viejo, quien cree que haciendo desaparecer el mundo de la vista de Leonora y sus doncellas se evitará el peligro que conlleva la curiosidad: «levantó las paredes de las azuteas de tal manera que el que entraba en la casa había de mirar al cielo por línea recta, sin que pudiesen ver otra cosa;» (332) Con este ejemplo de obstrucción de la vista mediante una barrera arquitectónica concluye el análisis de esta modalidad de trampantojo, que como se ha señalado, presenta variaciones en lo que a la naturaleza de la barrera se refiere. Confusiones entre personas 23 Trampantojo En otras escenas de las Novelas, el engaño a los ojos tiene como ‘miembros de la ecuación’ a dos personas. Este tipo de trampantojo puede adoptar formas diferentes, como veremos a continuación. En este pasaje extraído de La señora Cornelia, una pícara del mismo nombre que la dama a la que acude a buscar el duque crea confusión y susto general al ser encontrada en el aposento de uno de los pajes: Aquí está Cornelia -respondió una mujer que estaba envuelta en una sábana de la cama y cubierto el rostro, y prosiguió diciendo-: ¡Válamos Dios! ¿Es éste algún buey de hurto? ¿Es cosa nueva dormir una mujer con un paje, para hacer tantos milagrones? (513) Si bien se resuelve el enredo en seguida, la sábana que la cubre, unida a la coincidencia del nombre, es suficiente para tender una trampa a los ojos de los presentes. Y es a su vez a la verdadera Cornelia a quien le engañan los ojos en el siguiente ejemplo: «Pues ¿cómo trae tan trocadas las mantillas? -replicó Cornelia-. En verdad, amiga, que me parece o que éstas son otras mantillas, o que ésta no es la misma criatura.» (496) Se trata efectivamente de la misma criatura, su propio hijo, a quien le presentan por primera vez tras la separación como al bebé de otra, llevando unas mantillas cualquiera, para más adelante presentárselo con las ricas mantillas que llevaba el día que lo tuvo que dar en adopción. Es también un niño, el pequeño Luisico, el que en La fuerza de la sangre provoca el engaño a los ojos de otro personaje: el caballero padre de Rodolfo. Sin embargo, la confusión no remite a otra (posible) persona de carne y hueso, como en los casos anteriores, sino que opera en un plano de asociaciones: cuando vio al niño caído y atropellado, le pareció que había visto el rostro de un hijo suyo, a quien él quería tiernamente, y que esto le movió a tomarle en sus brazos y traerle a su casa (314) 24 Trampantojo Efectivamente, el caballero no cree que el «niño caído y atropellado» sea ese hijo suyo en concreto en vez del tal Luisico, sino que los rasgos de este último le traen a la memoria al primero. Dicha asociación no es de extrañar, pues más adelante en la novela saldrá a la luz que Luisico es su nieto, fruto de la violación de su hijo Rodolfo. Y algo parecido sucede en los siguientes fragmentos de La española inglesa y La gitanilla, sólo que el engaño a los ojos, o confusión, se produce no ya tanto en el plano de la asociación, como en el del recuerdo, que parece alojarse en el alma. Veamos en primer lugar el pasaje de La gitanilla: Recebid, señor, a vuestra hija Costanza, que ésta es sin duda; no lo dudéis, señor, en ningún modo, que la señal de los dedos juntos y la del pecho he visto; y más, que a mí me lo está diciendo el alma desde el instante que mis ojos la vieron. (101) La vieja gitana acaba de confesar a la Corregidora el robo de Preciosa — Constanza para sus verdaderos padres—; la verdadera madre, entonces, acude a dar la noticia a su marido, el Corregidor. En la exhortación «no lo dudéis, señor» se percibe la lógica confusión que la imagen presente provoca en relación con el recuerdo de la hija perdida. La susceptibilidad de engaño de los ojos se recalca nuevamente al dar la madre un mayor peso al alma como medio de conocimiento que a los primeros. Sin embargo, la anagnórisis se completa gracias a señales perceptibles a través del órgano de la vista («la señal de los dedos juntos y la del pecho»). En La española inglesa somos testigos de la misma confusión: Ansí como Isabela alzó los ojos, los puso en ella su madre y detuvo el paso para mirarla más atentamente, y en la memoria de Isabela se comenzaron a despertar unas confusas noticias que le querían dar a entender que en otro tiempo ella había visto aquella mujer que delante tenía. Su padre estaba en la misma confusión, sin osar determinarse a dar crédito a la verdad que sus ojos le mostraban. Ricaredo estaba atentísimo a ver los afectos y movimientos que hacían las tres dudosas y perplejas almas, que tan confusas estaban entre el sí y el no de conocerse. (240) Al igual que Constanza-Preciosa, Isabela fue robada a sus padres españoles de niña, y criada desde entonces en Inglaterra por una familia inglesa cuyos integrantes eran católicos secretos. En su reencuentro también podemos apreciar la confusión entre la imagen de los miembros separados presentes y el recuerdo que cada uno conserva del 25 Trampantojo otro («en la memoria de Isabela se comenzaron a despertar unas confusas noticias», «Su padre estaba en la misma confusión», «almas…dudosas y perplejas…confusas»). Se encuentran asimismo referencias al engaño de la percepción sensorial («sin osar determinarse a dar crédito a la verdad que sus ojos le mostraban») y parece que se vuelve a hacer hincapié en la superioridad del alma sobre esta última al referirse a los tres personajes en el proceso de reconocimiento como a «almas dudosas y perplejas 20». Cabe señalar que la anagnórisis21 en este pasaje, al contrario que el de La gitanilla, no se basa en señales corporales. Atendiendo a esta diferencia, Miguel Á. Teijeiro Fuentes ha distinguido entre ‘anagnórisis sentimental’ y ‘anagnórisis física’ respectivamente. Sin embargo, el mismo autor aúna las dos novelas en tanto que “la anagnórisis viene propiciada por una especie de reconocimiento intuitivo, que se declara en la memoria y se va percibiendo a través de la mirada” (Teijeiro Fuentes, 552), coincidencia que se ha recogido también en este análisis. En resumen, el trampantojo que se ha denominado ‘Confusiones entre personas’ se puede presentar en formas muy diferentes, tal y como se ha demostrado en este apartado: desde las más físicas, con referentes reales a ambos lados de la ecuación, a las más metafísicas, con un referente en el plano del recuerdo, alojado en el alma. Confusiones entre personas y objetos inanimados Si la sección anterior se centraba en el trampantojo con raíz en la confusión entre personas, ésta se centra en la confusión entre personas y objetos inanimados. En este primer fragmento de La española inglesa, por ejemplo, la inmovilidad de la protagonista es tal que a los ojos parece más una estatua que un ser humano: antes comenzó a derramar lágrimas, tan sin pensar lo que hacía, y tan sesga y tan sin movimiento alguno, que no parecía sino que lloraba una estatua de alabastro. (227) 20 García López llama la atención sobre el platonismo de la escena: “el alma de Isabel tiene recuerdos confusos de su vida anterior, que comienzan a despertarse a través de la vista de sus padres” (240). 21 Para C. Edward Riley (287), la frecuencia con que Cervantes utiliza el fenómeno de la anagnórisis resulta en una sensación inevitable de artificiosidad, artificiosidad que ha recibido críticas en relación con la impresión de inverosimilitud que le otorga al desenlace. Sin embargo, Riley observa que quizás se trata de un efecto buscado. 26 Trampantojo Y en este otro, extraído de La señora Cornelia, la blancura de piel de la dama junto a la blancura del pañuelo produce un efecto de trampantojo que casi no permite distinguir la una del otro: Llovíanle líquidas perlas de los ojos, y limpiábaselas con un lienzo blanquísimo y con unas manos tales, que entre ellas y el lienzo fuera de buen juicio el que supiera diferenciar la blancura. (493) Parece que en este último ejemplo se recalca más el elemento inanimado, que se desprendería también de esa metáfora de las lágrimas («líquidas perlas»). Por otro lado, resulta interesante, o cuanto menos, sorprendente, el gran paralelismo que se observa entre los dos fragmentos: las lágrimas, las referencias indirectas a las artes (escultura: «estatua de alabastro»; pintura: «lienzo») y el silencio que parece reinar en ambas escenas. Confusiones entre signos En este último apartado de la serie ‘confusiones’, desaparecen de la ecuación el elemento humano y el del objeto inanimado para dejar paso a un tercer orden de elementos: los signos. El siguiente pasaje de La española inglesa, en que el caballero inglés y protagonista Ricaredo se embarca en una expedición corsaria, constituye un ejemplo: Las dos galeras turquescas llegaron a reconocer los navíos ingleses, los cuales no traían insignias de Inglaterra, sino de España, por desmentir a quien llegase a reconocellos, y no los tuviese por navíos de cosarios. Creyeron los turcos ser naves derrotadas de las Indias y que con facilidad las rendirían. (229) Los turcos, tal y como se desprende del fragmento, caen en la trampa a los ojos que los navíos ingleses tejen mediante el trueque de signos («no traían insignias de Inglaterra, sino de España, por desmentir a quien llegase a reconocellos»), la cual redunda en beneficio de los segundos, por las connotaciones que los engañosos signos enviaban: «Creyeron los turcos ser naves derrotadas de las Indias y que con facilidad las rendirían.». 27 Trampantojo Algo parecido sucede en el siguiente fragmento, que relata la llegada de Ricaredo a Londres con el navío extranjero incorporado tras la victoria sobre los turcos durante la expedición: «de una gavia colgaba, puesta al revés, una bandera de medias lunas sembrada; en otra se veía un luengo estandarte de tafetán negro, cuyas puntas besaban el agua.» (234) Efectivamente, en vez de los emblemas esperados por la población, el navío presenta una bandera musulmana («de medias lunas sembrada»), si bien parece que se pretende indicar, también mediante un signo, que esa bandera no tiene del todo vigencia («puesta al revés») o bien que la armada a la que representa ha sido vencida. Además de la bandera musulmana, el barco presenta «un luengo estandarte de tafetán negro», nuevamente un signo, pues, que contribuye a la confusión. La razón de ese signo es la reciente muerte del general, que deja a Ricaredo al mando del navío. De acuerdo con este último dato, la escena de la llegada de Ricaredo conlleva también una confusión que se produce no tanto ya por un trueque de signos, sino por una superposición intencionada, a la que por cierto se alude de forma directa: No quiso Ricaredo entrar en el puerto con muestras de alegría, por la muerte de su general; y así, mezcló las señales alegres con las tristes: unas veces sonaban clarines regocijados; otras, trompetas roncas; unas tocaban los atambores, alegres y sobresaltadas armas, a quien con señas tristes y lamentables respondían los pífaros; (234) Tras los pasajes de descripción, el narrador recoge la confusión creada en el pueblo en relación con los dispares signos hasta ahora mencionados: «Estas tan contrarias muestras y señales tenían suspenso el infinito pueblo que desde la ribera les miraba.» (235) Todo este conjunto de episodio de confusión de signos, por otro lado, no resulta gratuito: parece ser reflejo de la propia novela, que se construye, como ya se desprende del título ‘La española inglesa’, en torno a una clara contradicción de signos. Sobre ello ha escrito mucho la crítica cervantina, haciendo hincapié en lo intrigante de una unión de signos pertenecientes a países que en la época eran enemigos, pues Inglaterra era “un país de herejes y del principal adversario en el mar, uno de los centros de interés diplomático y militar de la España de la época” (García López, 841). Lo más intrigante, 28 Trampantojo sin embargo, según la crítica, es la afición que parecer esconderse tras esa unión de símbolos, cuestión que se pone de relieve, por ejemplo, en “la simpatía con que es presentada la reina Isabel en la figura de una soberana tolerante y la propia sociedad inglesa de la época”. Al respecto, Güntert (146) observa que la novela no deja de ser “una intriga conciliadora y filobritánica”. Dejando atrás esta reflexión, vale la pena detenerse un momento ante el penúltimo pasaje citado, en que se mezclan «las señales alegres con las tristes» al llegar el navío a Londres. Esas señales, al contrario de las que se vienen recogiendo hasta ahora, no se perciben por la vista, sino por el oído: «unas veces sonaban clarines regocijados; otras, trompetas roncas; unas tocaban los atambores, alegres y sobresaltadas armas, a quien con señas tristes y lamentables respondían los pífaros;» A pesar de percibirse por el oído, como se acaba de apuntar, la confusión que producen estas señales se asemeja mucho curiosamente al efecto que produce el engaño a los ojos o trampantojo. Por ese motivo, el apartado siguiente constituirá una pequeña muestra de ejemplos que casi podrían responder al nombre de ‘trampaoído’. El trampantojo a través del oído La aparente contradicción en el título de este apartado se justifica, como se acaba de explicar, con la similitud de los sentidos mencionados en lo que al modo de engañar se refiere. Así pues, los siguientes pasajes ilustran una forma de engaño que recuerda mucho al trampantojo, sin acabar de serlo. Empecemos por éste, extraído de El coloquio de los perros: Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza. (540) En él, los perros acaban de darse cuenta de que pueden hablar y oírse y muestran su desconcierto al respecto, del que parece desprenderse cierta desconfianza en la precepción sensorial, añadida al hecho de que el fenómeno atenta contra la lógica («el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.»). 29 Trampantojo En las siguientes líneas de La fuerza de la sangre, por su parte, Leocadia se dirige al que acaba de violarla, cuya identidad desconoce debido a la oscuridad en que la deja al vendarle los ojos: Respóndeme a esto, y si temes que te pueda conocer en la habla, hágote saber que, fuera de mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno en mi vida, y a pocos he oído hablar con tanta comunicación que pueda distinguirles por el sonido de la habla. (308) Faltando el sentido de la vista, debido a las circunstancias referidas, el mejor medio de reconocimiento que le queda a la doncella es el sentido del oído. Sin embargo, ella misma refiere de forma indirecta la falibilidad del medio en cuestión, capaz de engañar en ausencia de un marco de referencia amplio: «a pocos he oído hablar con tanta comunicación que pueda distinguirles por el sonido de la habla.» Leocadia continúa su parlamento y vuelve a hacer referencia al engaño al oído al declarar que sus quejas se harán de tal forma («Entre mí y el cielo») que no podrán ser percibidas por otras personas: «Entre mí y el cielo pasarán mis quejas, sin querer que las oiga el mundo, el cual no juzga por los sucesos las cosas, sino conforme a él se le asienta en la estimación.» (307) En la línea del tema barroco de la honra, al que se alude aquí, retomamos para el análisis que nos ocupa el fragmento que ya se analizó más arriba en relación con el engaño a los ojos: Y advierte, hija, que más lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta. (311). Esa «deshonra pública» puede desencadenarse no sólo por lo que la gente pueda percibir por la vista —por ejemplo, el vientre hinchado por un embarazo—, sino por lo que pueda percibir por el oído —rumores de un comportamiento deshonesto—. De modo que el padre de Leocadia, con esta advertencia, está exhortando a su hija a elaborar un engaño por el oído. Hasta aquí llega el leve análisis del postulado fenómeno del trampantojo a través del oído, que al igual que el engaño a los ojos y como se ha demostrado, puede actuar de formas diferentes. 30 Trampantojo El engaño del sentido de la vista frente al engaño de otros sentidos Tal y como se desprende del último pasaje analizado, la vista y el oído a menudo coinciden en su capacidad de engaño; por ello conviene explorar precisamente lo contrario: la diferencia que se establece entre la capacidad de engaño de la vista y la capacidad de engaño del oído y del tacto. Empecemos con la contraposición oído-vista. En el siguiente fragmento de El casamiento engañoso, por ejemplo, el alférez Campuzano cuenta a su interlocutor, el licenciado Peralta, el curioso incidente de los perros parlantes: y es que yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros, que el uno se llama Cipión y el otro Berganza, (535) Ese «casi» marca una oposición entre ambos sentidos: el alférez muestra mayor seguridad acerca de haber oído a los perros que acerca de haberlos visto, de lo que se desprende una menor confianza en la percepción por los ojos22. La misma desconfianza parece encontrarse tras el siguiente pasaje de La española inglesa: En esto deseaba Isabela que hablase la que pensaba ser su madre: quizá los oídos la sacarían de la duda en que sus ojos la habían puesto. (240) Si bien no le ofrece confianza plena («quizá»), sí que parece inclinarse por el oído como medio de percepción más fiable que la vista. Y por último en lo que se refiere a la oposición oído-vista, el fragmento a continuación, extraído de Las dos doncellas, vuelve a confirmar lo dicho hasta ahora: A estas razones abrió Marco Antonio los ojos y los puso atentamente en el rostro de Leocadia, y, habiéndola casi conocido, más por el órgano de la voz que por la vista, con voz debilitada y doliente le dijo: (469) 22 Con todo, se debe tener en cuenta que las circunstancias tampoco favorecían la percepción por la vista, pues era oscuro y los perros se encontraban en un ángulo de visión poco accesible para Campuzano: «y es que yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros […] echados detrás de mi cama, en unas esteras viejas, y a la mitad de aquella noche, estando a escuras y desvelado,» (535) 31 Trampantojo Efectivamente, el reconocimiento se da en mayor medida por el oído («más por el órgano de la voz») que por la vista. De estos ejemplos que ilustran la oposición oído-vista podríamos concluir, pues, que en general la vista parece poseer una mayor capacidad de engaño 23, lo cual no resulta en absoluto sorprendente teniendo en cuenta el gran número de casos que se han analizado en este capítulo. La misma conclusión puede extraerse de la oposición tacto-vista24, como se desprende del siguiente fragmento de Rinconete y Cortadillo: Quitóse en esto una cadena de vueltas menudas del cuello, y diósela a Monipodio, que al color y al peso bien vio que no era de alquimia. (209) «al color», tal y como aclara García López (209), significa en realidad ‘al tacto’, y constituye en este caso la prueba definitiva de la autenticidad de la cadena, por encima de la comprobación visual. El sentido del tacto, junto con el del olfato y el gusto, que por la naturaleza del capítulo que nos ocupa, no han recibido una atención preferente, se estudiarán con mayor detenimiento en el capítulo 3 de este trabajo, atendiendo a una forma de dolo más abstracta que la que entraña el concepto de trampantojo. Y en relación con este último, es necesario recalcar que esa supuestamente mayor capacidad de engaño de la vista no proviene de una carencia en su función de percepción respecto al resto de sentidos; muy al contrario, como se apuntaba en la introducción, el ojo es el medio de conocer sensible que goza de mayor confianza, y, por ello, su trampa resulta la más verosímil. Esa paradoja se traduce por lo tanto en una constante desconfianza de los ojos, o cuanto menos, en una plena consciencia de sus propiedades potenciales de embuste, hecho que constituye el objeto de estudio del siguiente y último apartado. 23 Sáez (199) por el contrario, afirma a raíz precisamente del pasaje «[…] y es que yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros» de El casamiento engañoso que “entonces el sentido del oído se consideraba menos fiable que el de la vista”, razón por la que el licenciado Peralta cree aún menos en la historia del alférez. 24 Juan Bautista Avalle-Arce (28) señala, en relación con el tacto y la vista como medios de conocimiento, que “la prueba externa, visible y tangible, es engañosa, dado que la experiencia sensorial es la forma más falaz de conocimiento”. 32 Trampantojo Referencia explícita al engaño a los ojos En la línea del apartado anterior, el presente apartado no contiene ejemplos de una forma determinada de trampantojo, sino que configura una especie de metaapartado en tanto que comprende pasajes que se refieren de forma explícita al engaño a los ojos. En el primer grupo de fragmentos se pone de relieve la poca fiabilidad de la vista como medio de conocimiento, a través de la duda que albergan y expresan los propios personajes: Mas, si yo no me engaño y el ojo no me miente, otras gracias tiene vuesa merced secretas, y no las quiere manifestar.» (Rinconete y Cortadillo, 165) Digo que me digáis de dónde habéis habido estas tan ricas mantillas, porque os hago saber que son mías, si la vista no me miente o la memoria no se acuerda. (La señora Cornelia, 496) Isabela, a pesar de la impresión que en su memoria había hecho la carta de su madre de Ricaredo, dándole nuevas de su muerte, quiso dar más crédito a sus ojos y a la verdad que presente tenía; y así, abrazándose con el cautivo, le dijo: (La española inglesa, 257) no sabía darse a entender si estaba dormiendo o despierto, no dando crédito a sus mismos ojos de lo que veían, porque le parecía cosa imposible ver tan impensadamente delante dellos a la que pensaba que para siempre los había cerrado. (El amante liberal, 132) Más ven muchos ojos que dos: no se apodera tan presto el veneno de la injusticia de muchos corazones como se apodera de uno solo. (La ilustre fregona, 382) En el segundo grupo de fragmentos, se refiere al engaño a los ojos desde una ‘perspectiva alejada’ que permite ser testigos de la burla. Nótese la repetición de la 33 Trampantojo referencia mitológica de Argos25, el guardián con cuerpo cubierto de ojos que Hera puso ante Ío para que Zeus no pudiera acercarse, que como indica García López, era “una expresión muy frecuente en la época” (33): porque no pende relicario de toca ni hay faldriquera tan escondida que mis dedos no visiten ni mis tijeras no corten, aunque le estén guardando con ojos de Argos. (Rinconete y Cortadillo, 167) digo que el duque de Ferrara, Alfonso de Este, con ojos de lince venció a los de Argos, derribó y triunfo de mi industria venciendo a mi hermana, y anoche me la llevó y sacó de casa de una parienta nuestra, (La señora Cornelia, 498) En el tercer y último grupo de fragmentos se menciona el engaño a los ojos o trampantojo como artimaña en el primer caso, y como artificio en el segundo: Bajad; daros he el libro, y mirad que estos mozos de mulas son el mismo diablo y hacen trampantojos un celemín de cebada con menos conciencia que si fuese de paja. (La ilustre fregona, 391) que sé que eres persona racional y te veo en semejanza de perro, si ya no es que esto se hace con aquella ciencia que llaman tropelía, que hace parecer una cosa por otra. (El coloquio de los perros, 592) La tropelía, que significa en general ‘engaño’ o ‘juego de manos’, sería en este último ejemplo en efecto artificio y no tanto artimaña, pues de darse («si ya no es que esto se hace con aquella ciencia») , sería «sin daño de barras»: simplemente posibilita el habla de los canes. Recordemos que esta última expresión es la que utiliza Cervantes en su “Prólogo” a las Novelas ejemplares, a las que se refiere como a «mesa de trucos», es decir, de artificios, 25 La referencia mitológica la encontramos también en El celoso extremeño (335), aludiendo a la guardia del viejo a su joven esposa: «De día pensaba, de noche no dormía; él era la ronda y centinela de su casa y el Argos de lo que bien quería.». Laura Gómez Íñiguez (637) señala que las alusiones mitológicas en esa novela “se inscriben en la esfera de la parodia”; la de Argos resulta irónica por la semejanza del mito con la realidad del celoso, y también por el término de comparación del vejete con el “poderoso gigante mitológico”. 34 Trampantojo destinada a ‘entretener’ y a ‘aprovechar’. A su vez, el licenciado Peralta, ante la duda que todavía expresa el alférez Campuzano sobre si el coloquio de los perros parlantes que él escribió (o, según él, transcribió) sucedió en realidad o no, comenta, en relación con su composición plausible, que él alcanza «el artificio del coloquio y la invención, y basta». Esa coincidencia entre el artificio que menciona en este pasaje la bruja Cañizares como posible explicación del fenómeno del habla de los canes con los que platica dentro de El coloquio de los perros, el artificio que menciona el licenciado Peralta acerca del Coloquio en sí, y el conjunto de artificios a los que Cervantes equipara sus Novelas, ha llevado a la crítica a postular que se trata de una metáfora de la creación literaria. En esta idea, el Coloquio de los perros representa una especie de reflexión final de naturaleza estética (Walter Pabst 240-242, L.J. Woodward 80-87), es decir, una “metanovela”, a la que Avalle-Arce (29) se refiere como “broche final”. Con este último apunte sobre la ‘metanovela’ damos por finalizado este metaapartado, que ha puesto de relieve tanto la consciencia por parte de los personajes de la capacidad de engaño de los ojos, con la consecuente desconfianza que inspiran, como el reconocimiento de las posibilidades de juego que tal particularidad conlleva. Y es también, en nuestro caso, la consciencia de todos esos aspectos en relación con el engaño a los ojos la que nos ha llevado a componer el presente capítulo titulado Trampantojo. Tal y como hemos podido comprobar, son muchas las formas en las que se puede presentar ese engaño en particular, y la que consiste en mostrar una apariencia superior en calidad respecto a la realidad ha encabezado la clasificación atendiendo a cuestiones de relevancia y número, ya que la exhibición de cualidades positivas a menudo atrae las miradas; esa exhibición engañosa se ha referido a cualidades tanto físicas como de naturaleza moral y se ha dado tanto en personas como en animales. Se ha recogido a continuación el contrapunto de este fenómeno, es decir, la forma de engaño consistente en mostrar una apariencia inferior en calidad respecto a la realidad, cuyos ejemplos han servido además en varios casos para denunciar el equívoco al que pueden llevar los prejuicios de la sociedad. No tanto atendiendo a cuestiones de superioridad o inferioridad en materia de calidad, la forma de engaño que radica en el uso de un disfraz ha demostrado tener como objetivo principal el encubrimiento de la verdadera identidad: desde un mero disimulo de ésta hasta su negación total, pasando 35 Trampantojo por la adaptación al nuevo medio con el que se halla en conflicto. En otros casos, la trampa a los ojos ha resultado de una obstaculización del sentido de la vista por medio de barreras físicas de diversa índole, recurso que unas veces ha estado, al igual que la forma de engaño anterior, al servicio del encubrimiento de la identidad, y otras ha propiciado un escondite e incluso una inclinación al autoengaño. Se ha recogido asimismo el engaño a los ojos en lo que se refiere a confusión entre personas, entre personas y objetos inanimados y entre signos: el análisis del primer grupo ha revelado que esa confusión puede darse entre dos personas reales o bien operar en el plano de la asociación o del recuerdo; en el segundo grupo, la inmovilidad de una dama en un caso, y la blancura de la piel de otra dama en otro caso, las han aproximado a una escultura y a un lienzo, respectivamente; por último, las confusiones entre signos —en representación de patrias o de convenciones tales como el dolo por la muerte de una persona— se han producido al ser trocados éstos de forma intencionada. La confusión, en este último grupo, entre signos percibidos no por la vista sino por el oído, debido a su naturaleza musical, nos ha llevado a postular la existencia de una forma de ‘trampantojo por el oído’, ya que el proceder del engaño es prácticamente el mismo. La observación de esa coincidencia, a su vez, nos ha llevado a preguntarnos por el fenómeno opuesto: la diferencia que se establece entre la capacidad de engaño de la vista y la del oído, así como entre esa primera y la del tacto; en ambos casos se ha puesto de relieve que la vista constituye un sentido más falaz que el resto, lo cual, por otro lado, no deriva de una carencia en su función perceptiva, sino, muy al contrario, de la perfección que le caracteriza: como ya se señalaba al principio, al ser el ojo el medio de conocer sensible que goza de mayor confianza, su trampa resulta también la más verosímil. Esa paradoja se traduce, como cabría esperar, en una constante desconfianza de los ojos y en un estado de alerta ante su potencial engaño, fenómenos mencionados de forma explícita por los propios personajes en una serie de pasajes que se han recopilado conformando, en consecuencia, una especie de apartado referencial o metaapartado. Por último, a raíz de la mención en uno de ellos del engaño de los ojos en tanto que artificio, se ha expuesto la teoría, desarrollada por algunos críticos y vastamente apoyada por muchos otros, de que la novela que cierra la colección, el Coloquio de los perros, constituiría una metáfora de la creación literaria, puesto que ésta se basa, y en especial en el caso del género de ficción, en el artificio de la tropelía. 36 3. Manipulación y seducción Si el capítulo 2 de este trabajo se centraba en el engaño a los ojos o trampantojo, atendiendo a las diferentes modalidades en las que se presenta y analizando sus particularidades, el presente capítulo se construye en torno a un tipo de engaño que guarda una relación más abstracta con la percepción; no se tratará ya, pues, tanto de un efecto creado mediante una combinación de elementos físicos, como, más bien, de uno producido mediante procedimientos psicológicos —intencionales o accidentales— como la sugestión, la manipulación, o la seducción, canalizados a través de los sentidos. El siguiente pasaje ha sido seleccionado, por la variedad de elementos que contiene, a modo de primera aproximación al análisis de esta nueva forma de engaño: Toda su casa olía a honestidad, recogimiento y recato, aun hasta en las consejas que en las largas noches de invierno en la chimenea sus criadas contaban, por estar él presente, en ninguna, ningún género de lascivia se descubría. La plata de las canas del viejo a los ojos de Leonora parecían cabellos de oro puro, porque el amor primero que las doncellas tienen, se les imprime en el alma como el sello en la cera. (El celoso extremeño, 335) La primera referencia la encontramos en «Toda su casa olía a honestidad». Aquí, el sentido del olfato, que se usa para construir esta metáfora de la percepción, engaña 38 Manipulación y seducción tanto a los lectores como al propio Carrizales, pues esa aparente honestidad luego brillará por su ausencia. Asimismo en el pasaje encontramos un engaño a través de la vista en «La plata de las canas del viejo a los ojos de Leonora parecían cabellos de oro puro»: a Leonora le engaña a la vista la belleza del viejo, puesto que por culpa de su encierro, no tiene marco de referencia para compararlo («porque el amor primero que las doncellas tienen, se les imprime en el alma como el sello en la cera.»). Podría discutirse tal afirmación teniendo en cuenta que ella, como “moza ventanera” que era, tal y como se desprende del primer encuentro de la pareja (que se analizará más adelante), ya había tenido ocasión de ver a otros hombres. Sin embargo, parece razonable suponer que el hecho de que se trate del «amor primero» contribuya a nublar el sentido de la vista. Retomando la imagen de los cabellos del viejo, observamos otra referencia al sentido de la vista en relación con el engaño: la confusión —simbólica— entre la plata de las canas frente al oro que cree ver Leonora tiene sentido porque ambos metales atraen con su brillo26. Esa elección de metales alude también al tacto, pues ambos metales parecen a primera vista consistentes, pero si se les somete a una prueba de textura, el oro presenta mayor dureza que la plata. Esa diferencia en materia de consistencia de los metales estaría relacionada a su vez con la consistencia física y moral de Carrizales.» Por último, destacamos la afirmación «porque el amor primero que las doncellas tienen, se les imprime en el alma como el sello en la cera» encierra una metáfora (la del sello y la cera) sobre la percepción en general27, pues en la época se creía que los sentidos formaban imágenes que luego enviaban a la memoria, en la que se imprimían si el cerebro tenía las condiciones apropiadas: ni demasiado húmedo, pues aunque se 26 La comparación con metales preciosos no es del todo inocente: el viejo compra a Leonora a sus padres («Leonora quedó por esposa de Carrizales, habiéndola dotado primero en veinte mil ducados:» (331)) 27 Idea recogida en los trabajos de Frances A. Yates, Mary Carruthers y Douwe Draaisma. 39 Manipulación y seducción imprime fácilmente, la impresión dura poco; ni demasiado seco, pues entonces no se imprime bien. En suma, en este primer fragmento ya se han podido distinguir referencias a varios sentidos (olfato, vista, tacto) en relación con el motivo de la burla a un nivel más sutil que en el capítulo anterior, conclusión que se desprende de una mayor presencia de metáforas. Tras esta introducción general, pasamos a analizar el engaño en relación con el tacto. Para ello retomamos un elemento de este ejemplo: la cera. La cera que aparece en la metáfora de la percepción antes comentada será un elemento recurrente en todo el texto de El celoso extremeño, como puede observarse en los siguientes pasajes: Buen remedio –dijo Loaysa–; procurad vos tomar las llaves a vuestro amo, y yo os daré un pedazo de cera donde las imprimiréis de manera que queden señaladas las guardas en la cera, que por la afición que os he tomado, yo haré que un cerrajero amigo mío haga las llaves, y así podré entrar dentro de noche y enseñaros mejor que al preste Juan de las Indias, (339) Era mozo y de gentil disposición y buen parecer; y como había tanto tiempo que todas tenían hecha la vista a mirar al viejo de su amo, parecióles que miraban a un ángel. Poníase una al agujero para verle, y luego otra; y porque le pudiese ver mejor, andaba el negro paseándole el cuerpo de arriba abajo con el torzal de cera encendido. (348) Si bien aquí, nuevamente, el engaño no se produce literalmente a través del sentido del tacto, el pasaje sí que parece aludir a éste en parte, pues la textura blanda, moldeable, de la cera es un reflejo de la maleabilidad de Luis, en el primer caso, y de Leonora, en el segundo. En ésta última, denota susceptibilidad para la manipulación tanto a manos del virote como del servicio, idea que avanza Edwin Williamson (799801) y retoma Helena Percas de Ponseti (145). Similares connotaciones tiene el ungüento en la escena a continuación: 40 Manipulación y seducción llegó Leonora a untar los pulsos del celoso marido, y asimismo le untó las ventanas de las narices; y cuando a el las le llegó, le parecía que se estremecía y ella quedó mortal pareciéndole que la había cogido en el hurto. En efe[c]to, como mejor pudo, le acabó de untar todos los lugares que le dijeron ser necesarios, que fue lo mismo que haberle embalsamado para la sepultura. Poco espacio tardó el alopiado ungüento en dar manifiestas señales de su virtud, porque luego comenzó a dar el viejo tan grandes ronquidos que se pudieran oír en la calle, música a los oídos de su esposa más acordada que la del maeso de su negro. (352) El ungüento, además de simbolizar, efectivamente, la maleabilidad de Leonora y por lo tanto su predisposición a ser víctima de la manipulación, induce al sueño al viejo, a base de adormecerle los sentidos, favoreciendo así el engaño. Esas propiedades adormecedoras de los ungüentos se observan también en otra novela de la colección, el Coloquio de los perros: volvamos a lo de las unturas; y digo que son tan frías, que nos privan de todos los sentidos en untándonos con ellas, y quedamos tendidas y desnudas en el suelo, y entonces dicen que en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente. (599) Aquí los ungüentos o «unturas» afectan en tanto que «privan de todos los sentidos», posibilitando una experiencia engañosa a quienes los usan28 («en la fantasía pasamos todo aquello que nos parece pasar verdaderamente»). En resumen, podríamos decir que las referencias al tacto, presentes en elementos como la cera y el ungüento o las unturas, no constituyen un ejemplo de engaño directo a través de ese sentido, sino que unas veces son indicación de las propiedades óptimas de algunas de las personas implicadas (blandura, maleabilidad) para que el engaño se produzca de forma satisfactoria, y otras veces remiten a la sustancia que perturba la percepción sensorial en general. 28 “Las brujas se ponían ungüentos (unturas), lo que explica sus experiencias como alucinaciones” (García López, 593) 41 Manipulación y seducción En el siguiente pasaje de El licenciado Vidriera también es una sustancia con propiedades ‘mágicas’ la mediadora del engaño, o más bien, intento de engaño, si bien esta vez el sentido al que se alude no es ya el tacto, sino el gusto, por el tentador elemento del «membrillo»: Y así, aconsejada de una morisca, en un membrillo toledano dio a Tomás unos destos que llaman hechizos, creyendo que le daba cosa que le forzase la voluntad a quererla: como si hubiese en el mundo yerbas, encantos ni palabras suficientes a forzar el libre albedrío; (276) El apunte del narrador «como si hubiese en el mundo yerbas, encantos ni palabras suficientes a forzar el libre albedrío» denota incredulidad ante el éxito de la artimaña a la que recurre la dama enamorada de Tomás, postura que vendría a ser reflejo de la de Cervantes, quien según García López (254) rechaza de plano ese “procedimiento celestinesco de captación amorosa (philocaptio)” por irracional. De nuevo un ejemplo de intento de engaño mediante una sustancia de propiedades especiales, ya no mágicas como en fragmentos anteriores, sino somníferas, lo encontramos en este pasaje de El celoso extremeño, en el que la trampa que propone el virote también se basa en la tentación del sentido del gusto, esta vez con el vino en el que se hallaría disuelto ese somnífero: «A lo cual dijo Loaysa que si ellas gustaban de oírle, sin sobresalto del viejo, que él les daría unos polvos que le echasen en el vino que le harían dormir con pesado sueño más tiempo del ordinario.» (346) El vino y los dulces seguirán constituyendo un elemento clave para el dolo en los siguientes ejemplos de La tía fingida y de El celoso extremeño: y antes que le dijese palabra del recaudo que traía, hizo que le sacasen una caja de mermelada, y él por su mano le cortó dos buenas postas de ella, haciéndole enjugar los dientes con dos docenas de tragos de vino del Santo, con lo cual quedó hecha una amapola, y más contenta que si la hubieran dado una canongía. (La tía fingida, 635 – 636) En este primero, el caballero don Félix se propone sonsacar información a la dueña con el objetivo de conquistar a Esperanza, y para ello la seduce por el paladar a 42 Manipulación y seducción base de mermelada y vino, éste último con el añadido del factor desinhibidor; su plan surte efecto, tal y como se desprende del estado en que queda la señora («quedó hecha una amapola, y más contenta que si la hubieran dado una canongía»), y al poco obtendrá la información deseada. En el segundo el procedimiento es prácticamente idéntico: Loaysa seduce por el paladar al eunuco Luis, de nuevo comprometiendo su juicio por medio de la sensación placentera que proporcionan los dulces («una caja de conserva y otras cosas dulces») y aturdiéndole con el vino, de modo que queda listo para ser manipulado: No llevaba Loaysa el parche en el ojo, por no ser necesario, y así como entró, abrazó a su buen discípulo y le besó en el rostro, y luego le puso una gran bota de vino en las manos, y una caja de conserva y otras cosas dulces, de que llevaba unas alforjas bien proveídas.» (El celoso extremeño, 342) Un poco más adelante, el galán insiste en el recurso del vino para influir en la voluntad de su víctima: «Habiendo tocado un poco, sacó de nuevo colación y diola a su discípulo, y aunque con dulce bebió con tan buen talante de la bota que le dejó más fuera de sentido que la música.» (343). Y si Loaysa emplea la gula de Luis para engañarle, apelando a su sentido del gusto, otro tanto hace Carrizales con su joven esposa: Hecha esta prevención, y recogido el buen extremeño en su casa, comenzó a gozar como pudo los frutos del matrimonio; los cuales a Leonora, como no tenía experiencia de otros, ni eran gustosos, ni desabridos; […] (197) A la joven le engaña el sabor de esos «frutos del matrimonio» ya que no puede compararlo con nada más; el engaño obviamente no se produce por el sentido del gusto, pero el eufemismo gastronómico, de marcada sensualidad, alude claramente a éste. En esa línea del engaño por falta de marco de referencia encontramos otros pasajes en la colección, con alusiones a varios sentidos. Véase por ejemplo el siguiente, también extraído del El celoso extremeño: «Era mozo y de gentil disposición y buen 43 Manipulación y seducción parecer; y como había tanto tiempo que todas tenían hecha la vista a mirar al viejo de su amo, parecióles que miraban a un ángel.» (348). Tal y como le ocurría a Leonora con Carrizales, la vista engaña aquí a las doncellas, que por falta de referencia (hace tiempo que no ven a otro hombre que no sea el viejo), les parece de mejor talle del que ya tiene. En este otro fragmento, extraído de El casamiento engañoso, ocurre a la inversa: el marco de referencia es tan amplio que el engaño por el oído, que consiste en un intento de seducción, no surte efecto: «Pasé con ella luengos y amorosos coloquios, blasoné, hendí, rajé, ofrecí, prometí […] Pero, como ella estaba hecha a oír semejantes o mayores ofrecimientos y razones, parecía que les daba atento oído antes que crédito alguno.» (525) Tras este inciso, proseguimos con pasajes que aluden al sentido del gusto en situaciones en las que se puede hablar de alguna forma de dolo. En el siguiente, una vez más extraído de El celoso extremeño, vuelven a ser los dulces los protagonistas: y así pasaba el tiempo con su dueña, doncellas y esclavas, y ellas por pasarle mejor, dieron en ser golosas, y pocos días se pasaban sin hacer mil cosas, a quien la miel y el azúcar hacen sabrosas. Sobrábales para esto en grande abundancia lo que habían menester, y no menos sobraba en su amo la voluntad de dárselo, pareciéndole que con ello las tenía entretenidas y ocupadas, sin tener lugar donde ponerse a pensar en su encerramiento. (197) Tanto Leonora como el resto de damas del servicio engañan el apetito sexual y amoroso a base de sucedáneos, actitud que promueve el viejo Carrizales para acallar posibles quejas y evitar amenazas a su situación. También con la intención de silenciar, en este caso una denuncia, la negra da comida al perro Berganza en una de las casas en las que ambos sirven: «las más de las noches bajaba la negra, y, tapándome la boca con algún pedazo de carne o queso, abría al negro, con quien se daba buen tiempo, facilitándolo mi silencio, y a costa de muchas cosas que la negra hurtaba.» (568) 44 Manipulación y seducción En el siguiente ejemplo de El casamiento engañoso, en cambio, la seducción del paladar parece perseguir el fin contrario, es decir, tirar de la lengua, al igual que sucedía en el fragmento de don Félix y la dueña (La tía fingida): quiero que venga conmigo a mi posada, y allí haremos penitencia juntos; que la olla es muy de enfermo, y, aunque está tasada para dos, un pastel suplirá con mi criado; y si la convalecencia lo sufre, unas lonjas de jamón de Rute nos harán la salva, y, sobre todo, la buena voluntad con que lo ofrezco, no sólo esta vez, sino todas las que vuesa merced quisiere. (523) Efectivamente, el licenciado Peralta, a quien el alférez Campuzano pretende dejar con la intriga sobre su peculiar historia («vuestra merced me perdone, que otro día con más comodidad le daré cuenta de mis sucesos, que son los más nuevos y peregrinos que vuesa merced habrá oído en todos los días de su vida» (523)) intenta hacer cambiar de opinión a su interlocutor tentándole con la perspectiva de una cena abundante aunque humilde. El licenciado se sale con su propósito, pues Campuzano acepta el envite y empieza a relatar lo que le sucedió con la tapada doña Estefanía. Ésta, según se desprende del discurso del alférez, también pone en práctica una manipulación a través del sentido del gusto, pues procura contentar a su nuevo y engañado esposo a base de guisos suculentos («toda solícita en ordenar guisados que me despertasen el gusto y me avivasen el apetito.» (528)), cumpliendo con las expectativas creadas en su discurso prenupcial: «[…] porque no tiene príncipe cocinero más goloso ni que mejor sepa dar el punto a los guisados que le sé dar yo, cuando, mostrando ser casera, me quiero poner a ello.» (526). También por el relato del alférez entendemos que la dama extiende esa manipulación al sentido del olfato: «Mis camisas, cuellos y pañuelos eran un nuevo Aranjuez de flores, según olían, bañados en el agua de ángeles y de azahar que sobre ellos se derramaba» (528). Sáez comenta en la línea de esta idea que “una vez conocido el desenlace de la historia, parece legítimo creer que todos los cuidados de Estefanía estaban orientados a engañar a su víctima, quien así recibía el justo castigo a sus respectivos fines.29” (168) 29 Rodríguez Luis (48) matiza esta afirmación atendiendo al hecho de que doña Estefanía en realidad declara al alférez la verdad de su vida; así, observa que se nos presenta como “una mujer inteligente y 45 Manipulación y seducción Y si doña Estefanía combinaba el gusto y el olfato para intensificar su efecto seductor en Campuzano, el duque de Ferrara combina el primero con la vista en La señora Cornelia para influir de igual modo en su protagonista: Lo que creo es que él se atuvo a lo que se atienen los poderosos que quieren atropellar una doncella temerosa y recatada, poniéndole a la vista el dulce nombre de esposo, haciéndola creer que por ciertos respectos no se desposa luego: mentiras aparentes de verdades, pero falsas y malintencionadas. (499) La referencia al gusto la encontramos aquí en sentido figurativo («poniéndole a la vista el dulce nombre de esposo») y en combinación, como anunciábamos, con una referencia a la vista, también de tipo figurativo, ambas poniendo de relieve el papel esencial de los sentidos en el procedimiento de la tentación. Parece asimismo que se alude a la vista de una forma que recuerda al ‘trampantojo por el oído’, estudiado en el capítulo anterior, al mencionar el engaño de las apariencias en las palabras del pretendiente («mentiras aparentes de verdades»), si bien al servicio de la manipulación. La vista vuelve a ser el medio a través del cual se canaliza la manipulación en el siguiente pasaje de Las dos doncellas, en el que se describe una burla casi idéntica a la del anterior: Desde allí, a lo que me pareció, me envió el alma por los ojos; y los míos, con otra manera de contento que el primero, gustaron de miralle, y aun me forzaron a que creyese que eran puras verdades cuanto en sus ademanes y en su rostro leía. Fue la vista la intercesora y medianera de la habla, la habla de declarar su deseo, su deseo de encender el mío y de dar fe al suyo. (447-448) La doncella, al igual que doña Cornelia, ha reconocido en retrospectiva la maniobra de manipulación de la que ha sido víctima, y la analiza haciendo hincapié también en el papel que han jugado los sentidos30. franca, ama de casa ejemplar y esposa amantísima”, de ahí que podamos deducir que “tenía intenciones serias de permanecer con Campuzano”. 30 Con esta anagnórisis de los personajes, Cervantes parece buscar la del lector: se trataría de que éste reflexionara sobre el importante papel que desempeñan los sentidos en el engaño. 46 Manipulación y seducción En el caso que sigue, aunque no se trata ya de una seducción sino de un robo, también es la vista «la intercesora» en tanto que contribuye a distraer a la víctima: Estábale mirando Cortado a la cara atentamente y no quitaba los ojos de sus ojos. El sacristán le miraba de la misma manera, estando colgado de sus palabras. Este tan grande embelesamiento dio lugar a Cortado que concluyese su obra, y sutilmente le sacó el pañuelo de la faldriquera; (Rinconete y Cortadillo, 176-177) Ese contacto visual tan intenso entre el ladrón Cortado y su víctima, el sacristán, produce efectivamente un «embelesamiento» que posibilita el engaño del primero; quizás, entre otras cosas, por la sensación de honestidad o la invitación a la confianza que una mirada directa tiende a producir. Somos testigos de otro contacto visual intenso en la siguiente escena de Las dos doncellas en que una de las doncellas, disfrazada de hombre, y su hermano, de pronto se reconocen mutuamente después de haber confesado ésta su condición de mujer y su deshonra a manos de un galán: cuando le miró y le conoció, quisiera que jamás hubiera amanecido, sino que allí en perpetua noche se le hubieran cerrado los ojos; porque, apenas hubo el caballero vuelto los ojos a mirarla (que también deseaba verla), cuando ella conoció que era su hermano, de quien tanto se temía, a cuya vista casi perdió la de sus ojos, y quedó suspensa y muda y sin color en el rostro; (451) El temor que provoca en la doncella el que su hermano esté al corriente de su deshonra y su atrevimiento le hace desear engañarse a sí misma, deshaciendo la visión de su interlocutor: «quisiera que jamás hubiera amanecido, sino que allí en perpetua noche se le hubieran cerrado los ojos». En El licenciado Vidriera, el autoengaño por los sentidos, en este caso ya materializado, se desencadena en teoría tras una enfermedad: Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Y, aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la 47 Manipulación y seducción enfermedad del cuerpo, pero no de lo del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más estraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, (277) Tomás cree ver, pues, tras su enfermedad, que está «hecho de vidrio». Cesare Segre (60-62) sin embargo, postula que en realidad Tomás habría sufrido un “trauma sexual”, afirmación basada en el elemento del membrillo —ya mencionado más arriba— entre otros, pues se trata de una “fruta de un rico simbolismo sexual” (García López, 276) que la dama despechada le da a comer. Maurice Molho (392) hace hincapié en ese carácter simbólico del autoengaño o locura del protagonista, quien habría sustituido su cuerpo, base de la relación sexual, por un ‘no-cuerpo’. Por su parte, el viejo Carrizales de El celoso extremeño es también responsable de su propio engaño, error que reconoce al final de la novela y que ya se vislumbra en las siguientes líneas: Y estando resuelto en esto, y no lo estando en lo que había de hacer de su vida, quiso su suerte que pasando un día por una calle, alzase los ojos y viese a una ventana puesta una doncella, al parecer de edad de trece a catorce años, de tan agradable rostro y tan hermosa que sin ser poderoso para defenderse, el buen viejo Carrizales, rindió la flaqueza de sus muchos años a los pocos de Leonora, que así era el nombre de la hermosa doncella. Y luego sin más detenerse, comenzó a hacer un gran montón de discursos, y hablando consigo mismo decía: –Esta muchacha es hermosa, y a lo que muestra la presencia desta casa, no debe de ser rica; ella es niña, sus pocos años pueden asegurar mis sospechas; casarmehe con ella, encerraréla, y haréla a mis mañas; y con esto no tendrá otra condición que aquella que yo le enseñare. (330) La vista de Leonora en la ventana alienta las esperanzas del viejo de acceder a un matrimonio no abocado al fracaso por sus propios celos, pues por su imagen aniñada cree que la podrá moldear a su gusto. El engaño opera, pues, a través de la vista y sobre sí mismo, como se anunciaba. De todos modos, no deja de ser sorprendente que al viejo no le haga sospechar la condición de “ventanera” de la doncella, pensamiento que 48 Manipulación y seducción expresa Molho (751-752). Efectivamente, la moza “ventanera”, tal y como se explica en una nota de la presente edición de Novelas ejemplares, tenía muy mala fama en la época. El que debiera haber caído en la cuenta de ello Carrizales, refuerza la idea de que se engaña a sí mismo. De hecho, Joaquín Casalduero afirma —aunque en un comentario acerca de El casamiento engañoso— que “La realidad engaña porque el hombre está decidido a dejarse engañar con la intención de engañar” (247). Y así es: Carrizales se deja engañar en parte porque quiere tenderle una burla a ella («encerrárela y haréla a mis mañas; y con esto no tendrá otra condición que aquella que yo le enseñare.»). En El casamiento engañoso, retomando la afirmación anterior de Casalduero, el alférez Campuzano también “está decidido a dejarse engañar con la intención de engañar”, y ese engaño empieza por su propio aspecto: «Estaba yo entonces bizarrísimo, con aquella gran cadena que vuesa merced debió de conocerme, el sombrero con plumas y cintillo, el vestido de colores, a fuer de soldado, y tan gallardo, a los ojos de mi locura, que me daba a entender que las podía matar en el aire.» (524). Efectivamente, el alférez se autoconvence de que su aspecto elegante le asegurará un futuro provechoso a costa de alguna dama. El autoengaño se complementará con la llegada de la tapada doña Estefanía, de la que se prenda a pesar de la ya referida mala fama que tenían las tapadas, al igual que le ocurre a Carrizales con la moza ventanera31 Molho condensa en la siguiente cita la esencia de ese autoengaño: “ha dadao [el alférez Campuzano] en persuadirse que una tapada que frecuenta una posada de soldados es mujer con quien un honrado alférez puede casarse.” (752). Continuamos con el dolo que tiene lugar en El casamiento engañoso pero dejamos ya atrás el análisis del autoengaño para llamar la atención sobre otro aspecto: la trampa en relación con la vista consistente en el efecto seductor de la ocultación. El siguiente ejemplo lo ilustra: y la otra se sentó en una silla junto a mí, derribado el manto hasta la barba, sin dejar ver el rosto más de aquello que concedía la raridad del 31 Rodríguez Luis (48) añade a propósito de ese paralelismo que el desmayo del alférez Campuzano en el banco de San Llorente “tiene bastante en común con el desmayo que le sobreviene al extremeño Carrizales”. 49 Manipulación y seducción manto; y, aunque le supliqué que por cortesía me hiciese merced de descubrirse, no fue posible acabarlo con ella, cosa que me encendió más el deseo de verla. Y, para acrecentarle más, o ya fuese de industria [o] acaso, sacó la señora una muy blanca mano con muy buenas sortijas. (524) En esta escena, que relata la primera aparición de doña Estefanía, al alférez le seducen por un lado las señas de riqueza de la dama («muy blanca mano con muy buenas sortijas»32), pero es lo que ésta no muestra lo que más aumenta su deseo («aunque le supliqué que por cortesía me hiciese merced de descubrirse, no fue posible acabarlo con ella, cosa que me encendió más el deseo de verla.»). Se trata, en este caso, de una artimaña consciente típica de las tapadas prostitutas destinada a despertar la lascivia de los soldados, como ya veíamos en otro capítulo (García López, 524). Un poco más adelante se confirma en el discurso del alférez el éxito de su actitud: «Yo quedé abrasado con las manos de nieve que había visto y muerto por el rostro que deseaba ver» (525). «Abrasados» quedan también los deseos de los hombres por una actitud similar, esta vez no intencional, de la protagonista en La española inglesa: Este su grande retraimiento tenía abrasados y encendidos los deseos, no sólo de los pisaverdes del barrio, sino de todos aquellos que una vez la hubiesen visto: de aquí nacieron músicas de noche en su calle y carreras de día. Deste no dejar verse y desearlo muchos crecieron las alhajas de las terceras, que prometieron mostrarse primas y únicas en solicitar a Isabela (253-254) El fenómeno se observa una vez más en La señora Cornelia, tal y como se desprende del siguiente pasaje: Era el recato de Cornelia tanto, y la solicitud de su hermano tanta en guardarla, que ni ella se dejaba ver ni su hermano consentía que la 32 El alférez, más adelante, procurará seducir a doña Estefanía con parecidas muestras de aparente riqueza: «mostréle otras tres o cuatro [cadenas], si no tan grandes, de mejor hechura, con otros tres o cuatro cintillos de diversas suertes; hícele patentes mis galas y mis plumas,» (527) 50 Manipulación y seducción viesen. Esta fama traían deseosos a don Juan y a don Antonio de verla, aunque fuera en la iglesia; (483) Por último, en El amante liberal somos testigos del referido aumento del deseo por obstaculización de la vista, pero esta vez en retrospectiva: mandaron al judío que hiciese que se quitase el antifaz la cristiana. Hízolo así, y descubrió un rostro que así deslumbró los ojos y alegró los corazones de los circunstantes, como el sol que, por entre cerradas nubes, después de mucha escuridad, se ofrece a los ojos de los que le desean (129) Aquí la belleza de Leonisa («la cristiana») aparece más radiante de lo que ya es por efecto de esa ocultación previa, que había aumentado el deseo de los espectadores, comprometiendo de algún modo su juicio, tal y como se desprende del símil del sol y las nubes. Los siguientes fragmentos dan fe en parte del fenómeno opuesto: el descenso del deseo por exposición prolongada, o por obtención de lo deseado: Si alcanza [la voluntad] lo que desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada, quizá, abriéndose entonces los ojos del entendimiento, se vee ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba. (La gitanilla, 54) En este primero la propia Preciosa describe este fenómeno en su discurso a Andrés, y su conexión con el sentido de la vista se recalca con la metáfora33 de los ojos del entendimiento. Un poco más adelante la gitanilla volverá a referirse al fenómeno: Y habéis de considerar que en el tiempo deste noviciado podría ser que cobrásedes la vista, que ahora debéis de tener perdida, o, por lo menos, 33 Recordemos que Preciosa ya había hecho uso de una metáfora para referirse a este fenómeno en un parlamento que se recogió en el capítulo anterior: «Ojos hay engañados que a la primera vista tan bien les parece el oropel como el oro, pero a poco rato bien conocen la diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que tú dices que tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cerca te parecerá sombra, y tocada, cairás en que es de alquimia?» (74) 51 Manipulación y seducción turbada, y viésedes que os convenía huir de lo que ahora seguís con tanto ahínco. (55) El temor a ese engañoso fenómeno lo comparte Leocadia en Las dos doncellas respecto a su amado Rafael: «temo que, en cumpliendo vuestro gusto, me habéis de mirar con otros ojos de los que quizá hasta agora, mirándome, os han engañado.» (475) Tal y como se ha puesto de relieve en cualquier caso a partir de los fenómenos del aumento y el descenso del deseo, la capacidad de seducción de la belleza es notable. De dicha capacidad son conscientes algunos personajes de las Novelas y la potencian con diversos fines. Veámoslo en el siguiente pasaje de La española inglesa: Otro día vistieron a Isabela a la española, con una saya entera de raso verde, acuchillada y orrada en rica tela de oro, tomadas las cuchilladas con unas eses de perlas, y toda ella bordada de riquísimas perlas; [...] Con este adorno riquísimo y con su gallarda disposición y milagrosa belleza, se mostró aquel día a Londres sobre una hermosa carroza, [...] Toda esta honra quiso hacer Clotaldo a su prisionera, por obligar a la reina la tratase como a esposa de su hijo. (223) Clotaldo y su familia visten de gala a la joven Isabela con el fin de que la mucha belleza de ésta ablande el corazón de la reina, pues habían incurrido en varias faltas que temían fueran castigadas: no le habían comunicado oficialmente que en su posesión se hallaba una doncella española, no le habían pedido licencia para casarla con su hijo, Ricaredo, y además eran criptocatólicos y la habían criado como tal. Clotaldo calma sus temores acerca de esa última falta diciéndose que «si la reina supiera que eran católicos no les enviara recaudo tan manso, por donde se podía inferir que sólo querría ver a Isabela, cuya sin igual hermosura y habilidades habría llegado a sus oídos» (223). Con parecido despliegue de hermosura y elegancia, y con un atuendo por cierto muy similar, se presenta Leocadia (La fuerza de la sangre) en el comedor en el que también se halla Rodolfo: Venía vestida, por ser invierno, de una saya entera de terciopelo negro, llovida de botones de oro y perlas, cintura y collar de diamantes. Sus 52 Manipulación y seducción cabellos […] le servían de adornos y tocas, cuya invención de lazos y rizos y vislumbres de diamantes, que con ellos se entretejían, turbaban la luz de los ojos que los miraban. (319-320) Toda la escena había sido orquestada por la madre de Rodolfo, que una vez puesta al corriente del suceso de la violación, trama un plan para resolver la situación: le muestra en primer lugar un retrato de una dama menos agraciada, diciéndole que esa era la esposa que le tenían escogida, para luego mostrarle a Leocadia en todo su esplendor; conociendo la predilección del hijo por la belleza, el plan debería surtir efecto y éste debería sucumbir con gusto a desposar a Leocadia. No se equivoca doña Estefanía, la madre del joven, como puede verse en el siguiente pasaje: «Y en esto se le iba entrando por los ojos a tomar posesión de su alma la hermosa imagen de Leocadia». García López (320) apunta al respecto que el éxito de la maniobra se corresponde con la creencia de que “El enamoramiento se produce a través de los espíritus vitales que se perciben en la visión; así, la imagen de la amada queda grabada en la memoria”. Con la misma creencia en mente presentan a Ricaredo sus padres en La española inglesa a una dama escocesa con la que planean casarlo, confiando en que su belleza le enamorará y hará olvidar a Isabela, visiblemente empeorada por la enfermedad, como bien adivina el propio mozo: «Y esto, a lo que creo, con intención que la mucha belleza desta doncella borre de mi alma la tuya, que en ella estampada tengo.» (248). Sin embargo, el poder de seducción o enamoramiento por la vista topa en este caso con un elemento que lo limita: la virtud. Yo, Isabela, desde el punto que te quise fue con otro amor de aquel que tiene su fin y paradero en el cumplimiento del sensual apetito; que, puesto que tu corporal hermosura me cautivó los sentidos, tus infinitas virtudes me aprisionaron el alma, de manera que, si hermosa te quise, fea te adoro; (248) Efectivamente, aunque la vista sucumbe al poder de la belleza («tu corporal hermosura me cautivó los sentidos»), la virtud adquiere importancia y en especial formando un conjunto con la primera, fenómeno que constituye la moraleja de la novela: 53 Manipulación y seducción Esta novela nos podría enseñar cuánto puede la virtud, y cuánto la hermosura, pues son bastantes juntas, y cada una de por sí, a enamorar aun hasta los mismos enemigos; (263) Esta reflexión se encuentra en otras novelas de la colección. Véanse por ejemplo los siguientes fragmentos de La ilustre fregona: ¡Ay desdichada de mí! ¡El Corregidor a Costanza, y a solas! Algún gran mal debe de haber sucedido; que la hermosura desta muchacha trae encantados los hombres.(425) No es posible que, aunque lo procuro, pueda un breve término contemplar, si así se puede decir, en la bajeza de su estado, porque luego acuden a borrarme este pensamiento su belleza, su donaire, su sosiego, su honestidad y recogimiento, y me dan a entender que, debajo de aquella rústica corteza, debe de estar encerrada y escondida alguna mina de gran valor y de merecimiento grande. (400) Si en el primer pasaje somos testigos del poder de seducción de la belleza de la joven («trae encantados los hombres»), en el segundo la belleza se equipara en importancia a otras virtudes, de modo que la «rústica corteza» de su apariencia externa de fregona no hace cambiar de opinión a Tomás. También en las siguientes líneas de La gitanilla, parte de un romance dedicado a la reina Margarita, parece intuirse la importancia de la virtud en combinación con la hermosura: «en el valor y en el nombre rica y admirable joya. Como los ojos se lleva, se lleva las almas todas de cuantos miran y admiran su devoción y su pompa.» (35) La calificación de «admirable joya» remite en parte a la belleza exterior que se percibe (se ‘admira’) por la vista, y al mismo tiempo remite a su valor, a su virtud, de forma explícita («en el valor y en el nombre rica y admirable joya.»). No obstante, se recalca la capacidad de seducción de la hermosura: «Como los ojos se lleva, se lleva las almas todas de cuantos miran y admiran su devoción y su pompa». 54 Manipulación y seducción Esa capacidad de seducción, por otro lado, no es exclusiva de la belleza, y no se canaliza únicamente por el sentido de la vista. En el siguiente fragmento de El casamiento engañoso se demuestra esta afirmación: No era hermosa en extremo, pero éralo de suerte que podía enamorar comunicada, porque tenía un tono de habla tan suave, que se entraba por los oídos en el alma (525) Efectivamente, la tapada doña Estefanía, que al parecer no contaba con mucha hermosura, no dejaba por ello de seducir con las técnicas34 que ya se han analizado más arriba en relación con la vista y a las que ahora habría que añadir las relativas al oído: «tenía un tono de habla tan suave, que se entraba por los oídos en el alma». El tono de voz comparte ese poder de seducción con otros atributos que se perciben también por el oído, tal y como se pone de manifiesto en el siguiente pasaje de La ilustre fregona: Raro, humilde sujeto, que levantas a tan excelsa cumbre la belleza, que en ella se excedió naturaleza a sí misma, y al cielo la adelantas; si hablas, o si ríes, o si cantas, si muestras mansedumbre o aspereza (efeto sólo de tu gentileza), las potencias del alma nos encantas. (388) Así, la ‘risa’ o el ‘canto’ son atributos que pueden tocar el alma de igual modo que sucedía con la belleza. La capacidad de seducción en concreto del canto se pone de relieve en el siguiente ejemplo de La gitanilla: Paz en las almas, gloria en los sentidos se siente cuando canta la sirena, que encanta y adormece a los más apercebidos; y tal es mi Preciosa, que es lo menos que tiene ser hermosa: (92) El tipo de seducción al que se hace referencia con el canto, si bien resulta comparable al del ejemplo anterior en cuanto a que se describe como un fenómeno positivo, presenta un elemento inquietante: la sirena. 34 A este conjunto de ‘técnicas’ se refiere Sáez como “abanico de encantos propios del arte seductor de una cortesana, ya hacia el fin de la primavera de su belleza” (166) 55 Manipulación y seducción Como es sabido, el canto de la figura mitológica de la sirena no sólo deleita o «encanta», sino que «adormece a los más apercebidos», y les lleva a la perdición de forma intencional: las naves que se acercaban a las islas habitadas por sirenas acababan estrellándose contra las rocas. Ese aspecto inquietante del poder seductor del canto tendrá su correlato en la música en la siguiente escena de El celoso extremeño: Cuatro o cinco veces había dado música al negro (que por solo él la daba), pareciéndole que por donde se había de comenzar a desmoronar aquel edificio, había y debía ser por el negro, y no le salió vano su pensamiento; porque llegándose una noche, como solía, a la puerta comenzó a templar su guitarra, y sintió que el negro estaba ya atento. […] –¡Por Dios! Luis –replicó Loaysa (que ya sabía el nombre del negro)–, que si vos diésedes traza, a que yo entrase algunas noches a daros lición, en menos de quince días os sacaría tan diestro en la guitarra que pudiésedes tañer sin vergüenza alguna, en cualquiera esquina; (207) Tal y como se desprende de las observaciones del narrador («Cuatro o cinco veces había dado música al negro […] pareciéndole que por donde se había de comenzar a desmoronar aquel edificio, había y debía ser por el negro»), la música será el medio por el que va a empezar el engaño de Loaysa a todos los miembros de la casa. En esta línea, Rodríguez Luis (10) incluso llega a afirmar que la música marca el camino al virote para llegar hasta Leonora. La música va a pasar pues a desempeñar un papel esencial como mecanismo del engaño en esta novela, influyendo de forma decisiva en los habitantes de la casa. Obsérvese al respecto el siguiente fragmento:«Encendió luego Luis un torzal de cera, y sin más aguardar sacó su guitarra Loaysa, y tocándola baja y suavemente suspendió al pobre negro de manera que estaba fuera de sí escuchándole.» (343). Aquí, la música, naturalmente percibida a través del oído, deja a Luis “fuera de sí”: embelesado y por lo tanto susceptible de ser manipulado por el virote. Éste 56 Manipulación y seducción reforzará su plan, como ya se vio anteriormente, provocando un segundo aturdimiento sensorial al pobre eunuco a través del vino. Por otro lado, la dueña, que aún no ha tenido ocasión de ver a Loaysa, le habla maravillas a Leonora de él, influida únicamente por la música que éste toca: tantas cosas le dijeron [a Leonora] sus criadas, especialmente la dueña, de la suavidad de la música y de la gallarda disposición del músico pobre, que sin haberle visto le alababa y le subía sobre Absalón y sobre Orfeo, que la pobre señora, convencida y persuadida dellas, hubo de hacer lo que no tenía, ni tuviera jamás en voluntad. (348) El engaño o seducción de la música ha surtido pues efecto en la dueña, que le supone a Loaysa cualidades que no puede conocer. Debido a ello, a Leonora ese engaño le llega por partida doble a través de la ya engañada dueña, que le regala el oído con su descripción. No extrañará que más adelante, a la joven los ronquidos del marido Carrizales ya le suenen a música, de forma que parece incluso haber interiorizado la relación entre la música y el engaño: «Poco espacio tardó el alopiado ungüento en dar manifiestas señales de su virtud, porque luego comenzó a dar el viejo tan grandes ronquidos que se pudieran oír en la calle, música a los oídos de su esposa más acordada que la del maeso de su negro» (352). Por último, en el siguiente fragmento, la música deja a todos suspensos y opera una verdadera transformación en ellos: tocando [Loaysa] mansamente la guitarra, tales sones hizo que dejó admirado al negro y suspenso el rebaño de las mujeres que le escuchaba. Pues ¿qué diré de lo que ellas sintieron, cuando le oyeron tocar el Pésame dello, y acabar con el endemoniado son de la zarabanda, nuevo entonces en España. No quedó vieja por bailar, ni moza que no se hiciese pedazos, todo a la sorda y con silencio extraño, poniendo centinelas y espías que avisasen si el viejo. (346) Molho (770), refiriéndose en especial a la servidumbre femenina, sostiene que la música “llega a operar mediaciones tan eficaces que renuevan y alientan la cohesión del grupo”. Dicha cohesión contribuirá sin duda al buen fin del engaño. 57 Manipulación y seducción La recurrencia de la música a lo largo de esta novela en particular, y su importancia como elemento clave en el dolo a través del sentido del oído, aspectos que han quedado demostrados en esta última parte del análisis, hacen suponer que su aparición apunta a una relación superior a la que se establece entre los sentidos y el engaño: la que se establece entre el arte, que nos llega a través de los sentidos, y el engaño. Dicha hipótesis cobra más fuerza a la luz del siguiente pasaje: Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del marido viejo, asegurándole el secreto, y la duración del deleite, con otras cosas semejantes a éstas que el demonio le puso en la lengua, llenas de colores retóricos, tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora sino el de un endurecido mármol. (361) Las alusiones en primer lugar a la pintura en relación con el engaño («Pintóle»; «con cosas semejantes a éstas que el demonio le puso en la lengua»), a la relación entre la pintura y la literatura en segundo lugar («colores retóricos») y por último a la escultura («endurecido mármol»), unidas a la reflexión sobre la música, contribuyen efectivamente a sostener la hipótesis de que Cervantes habría querido presentar el arte como una ficción; en ese sentido, y en consonancia con el “Prólogo” a la colección de Novelas ejemplares, el arte constituiría en esencia una gran “mesa de trucos” construida para beneficio, pero sobre todo para deleite del lector. Este planteamiento final, que se ha esbozado aquí brevemente partiendo en última instancia del análisis de una selección de pasajes de El celoso extremeño, se complementará en el siguiente capítulo con similares referencias textuales en otras novelas de la colección y en contraste con algunos datos significativos para una primera aproximación a un posible marco de defensa de las artes. Retomemos antes, sin embargo, y a grandes rasgos, las ideas que han recorrido el presente capítulo. Tal y como se anunciaba en las primeras líneas, la forma de dolo aquí analizada se ha caracterizado por guardar una relación más abstracta con la percepción en comparación con el famoso engaño a los ojos o trampantojo, protagonista del capítulo 58 Manipulación y seducción 2: las combinaciones de elementos físicos han dejado paso a diversos procedimientos psicológicos destinados igualmente a poner a prueba el juicio de los personajes. En algunos casos, las referencias al engaño de los sentidos han servido para construir metáforas de engaño de la percepción en general, como sucedía por ejemplo con el olfato. En otros casos, y en este segundo grupo cabe destacar la presencia del sentido del tacto, las referencias al engaño sensorial no han sido reflejo de un engaño literal, sino mera indicación de las propiedades óptimas de los personajes implicados para que éste surta efecto. Las alusiones al engaño del gusto, por su parte, han girado en torno a la tentación y a la desinhibición, y han constituido en ocasiones sensuales metáforas eufemísticas del amor o del sexo. El engaño por la vista, en contraste con el capítulo anterior, se ha erigido como medio a través del cual se canaliza la manipulación y la seducción, a menudo apelando a los sentimientos amorosos; se han podido observar asimismo en este campo fenómenos como el autoengaño, el aumento del deseo por ocultación, y su contrapunto: el descenso del deseo por exposición prolongada o tras la obtención de lo deseado. Por último, se ha puesto de relieve la capacidad de seducción de la belleza por la vista, capacidad que comparten otros atributos percibidos por el sentido del oído, tales como la voz, la risa, el canto o la música. 59 4. Marco de la posible defensa del arte Como acabamos de comprobar, la forma de dolo analizada en el capítulo 3 se ha caracterizado por guardar una relación más abstracta con la percepción en comparación con el engaño a los ojos o trampantojo, protagonista del capítulo 2: las combinaciones de elementos físicos han dejado paso a procedimientos psicológicos tales como la manipulación y la seducción, que, canalizados a través de los sentidos, han puesto igualmente a prueba el juicio de los personajes. En lo que respecta al oído en concreto, hemos sido testigos hacia el final del capítulo del poder de seducción de la música, percibida naturalmente a través de éste; su recurrencia en la colección y su papel esencial en El celoso extremeño, novela en la que se han encontrado asimismo, condensadas en un pasaje, referencias a la pintura, la literatura y la escultura en iguales circunstancias, nos ha llevado a pensar que su aparición apunta a una relación aún superior en grado de abstracción a la que se establece entre los sentidos y el engaño: la que se establece entre el arte, que nos llega a través de los sentidos, y el engaño. El presente capítulo tendrá por objeto explorar esa relación superior entre arte y engaño en la colección completa de las Novelas ejemplares, atendiendo a referencias textuales significativas y contrastándolas con algunos datos en materia de estructura, contexto histórico y datación que contribuirán a sentar las bases para una primera aproximación a un posible marco de defensa de las artes por parte de Cervantes. Empecemos retomando el pasaje de El celoso extremeño que indicábamos arriba: Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del marido viejo, asegurándole el secreto, y la duración del deleite, 60 Marco de la posible defensa del arte con otras cosas semejantes a éstas que el demonio le puso en la lengua, llenas de colores retóricos, tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora sino el de un endurecido mármol. (361) La expresión «colores retóricos», como veíamos, aúna los campos artísticos de la pintura y la literatura y se caracteriza por su capacidad de manipulación («tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora […]»). Además, la misma expresión se encuentra en otro fragmento, extraído de El casamiento engañoso: «y, casi por las mismas palabras que había oído, lo escribí otro día, sin buscar colores retóricas para adornarlo, ni qué añadir ni quitar para hacerle gustoso» (537). Nuevamente, sus connotaciones giran en torno al engaño en términos de manipulación, pues el ‘adornar’ esas palabras implica afectar de algún modo su recepción. Si bien ‘colores retóricos’ equivalía en la época a ‘figuras retóricas’ (García López, 361), y era por tanto una metáfora lexicalizada, la unión pintura-literatura que supone no es fruto de la casualidad: esa unión reflejaba una comparación entre ambas artes cuyas raíces se remontan a la difundida expresión horaciana Ut pictura poesis, que en esencia vendría a significar que “la pintura, como la poesía, cumplía su más alta función en la imitación figurativa de la vida humana, no en sus formas comunes, sino en las superiores” (Lee, 19). Esa analogía, retomada por Aristóteles en su Poética, es la que esgrimieron los tratadistas ya desde el s. XV para reivindicar la inclusión de las artes plásticas en el sistema de las artes liberales, con el objetivo de proclamar su carácter intelectual y reclamar una mayor consideración para los artistas, entre los que destacaban los pintores (Portús, 31-32). Así, las artes plásticas y literarias del Siglo de Oro, de acuerdo con la referida expresión clásica, “compartían la imitación como instrumento común para perseguir unos fines que se consideraban similares”; éstos consistían básicamente en “perpetuar la memoria de los hechos pasados” y “salvaguardar y difundir la tradición cristiana” (Portús, 34). La pintura, en concreto, por su “atractivo visual y su eficacia narrativa”, aplicaba como pocas artes el también horaciano e igualmente difundido principio del ‘enseñar deleitando’, uno de los objetivos a los que debían aspirar los literatos (Portús, 61 Marco de la posible defensa del arte 35). Cervantes constituye precisamente un ejemplo de literato fiel a este principio, tal y como se desprende de la siguiente declaración en su “Prólogo” a las Novelas ejemplares: Heles dado nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras, digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan. Efectivamente, su «mesa de trucos» asegura el deleite («cada uno pueda llegar a entretenerse») a la vez que enseña («no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso»; «quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar […]»). Y este segundo propósito nos lleva a una cuestión de interés para nuestro trabajo, pues ese docere denota una capacidad especial: la capacidad de persuadir. Portús (35-36) observa al respecto que tanto el poeta como el pintor eran capaces de persuadir con sus artes, y de hecho de ellos se decía con frecuencia que “eran o podían ser lisonjeros, esto es, que mejoraban o adornaban la realidad a su conveniencia”. De esa creencia en la capacidad persuasiva de la pintura y la literatura, a su vez, nacía la idea de que “su unión podía redundar en una mayor efectividad narrativa” (Portús, 38), y esa es la intención que parece esconderse tras la elección de la expresión «colores retóricos» y que ya intuíamos en los pasajes a los que hacíamos referencia: en el primero, la dueña se sirve de la unión para convencer a Leonora de acostarse con el virote, mientras que en el segundo, Campuzano reconoce, aunque al final desecha, la ventaja que ofrece para intensificar el efecto de su relato35. Pese a que la creencia en la igualdad esencial entre pintura y literatura, como también confirman pues estos pasajes, se hallaba muy extendida, a menudo surgía la duda sobre a cuál de las artes se le debería atribuir la primacía. La opinión se decantaba 35 El segundo caso resulta aún más significativo puesto que se reflexiona de forma directa acerca de la eficacia de la técnica persuasiva narrativa en el contexto de la labor del escritor. 62 Marco de la posible defensa del arte en general por la pintura36, aduciendo, entre otras cosas, “la superioridad de la vista respecto a los demás sentidos37” (Portús 38-39). A consecuencia de ello, la pintura caló con tal profundidad en el pensamiento de la época que con frecuencia se utilizaron términos pictóricos para designar características o técnicas literarias: “Palabras como ‘borrones’, ‘lienzos’, ‘pinceles’ o ‘pintar’ son utilizadas cada vez más frecuentemente como sustitutivos de ‘plumas’, ‘libros’, o ‘describir’”, fenómeno que se dio en todo tipo de manifestación escrita, y no sólo entre los literatos (Portús, 40). En Cervantes, en tanto que literato, y como ya hemos tenido ocasión de comprobar en su preferencia por la expresión «colores retóricos» frente a ‘figuras retóricas’, también había calado esa tendencia; Portús (114) lo corrobora al afirmar que “estaba muy familiarizado con el tópico Ut pictura poesis”. Sin embargo, el mismo autor señala que “no nombra a casi ningún pintor moderno español y tanto sus novelas como su biografía le muestran poco interesado por la convivencia con artistas” (114). En realidad, lo que parece interesar a Cervantes, como venimos planteando, no es tanto la igualdad entre pintura y literatura en general y al servicio del prestigio de sus artistas, o la superioridad de una forma artística sobre la otra, como la capacidad de persuasión que esas y otras artes comparten junto con la de deleitar, y que ya adelantábamos más arriba al estudiar la ecuación horaciana del docere et delectare. Ese interés ‘específico’ en el tema se ha reflejado en la estructura que, de forma natural, ha ido adoptando nuestro estudio: la superioridad del sentido de la vista que a Leonardo y Van der Hamen había servido como argumento a favor de la supremacía de la pintura, por ejemplo, se ha presentado en las Novelas ejemplares tan en relación con sus repercusiones para el engaño —recordemos la paradoja del ojo como órgano ‘perfecto imperfecto’— que ha acabado conformado un capítulo completo de análisis: el Trampantojo. Y en el capítulo que nos ocupa y que cierra el análisis de la cuestión, 36 Con todo, cabe tener en cuenta, como puntualiza Portús (39), que esa opinión no era necesariamente reflejo de una superioridad admitida de la pintura, pues se puede sospechar que no se debía “tanto a un convencimiento general como a la necesidad que tenían los pintores y sus defensores de convencer a los demás”. 37 El mismo autor recoge la opinión de Lorenzo Van der Hamen, quien afirma que el pintor es superior al poeta, al historiador, etc. “quanto es la vista más excelente que los demás sentidos, como aquella que con admirable presteza en un instante percibe innumerables cosas, que los otros sentidos refieren parte por parte con gran tardanza en que es semejante al entendimiento” (Portús, 39); sobre la parecida opinión de Leonardo da Vinci al respecto, consúltese la publicación de Wladislaw Tatarkiewicz (145). 63 Marco de la posible defensa del arte como decíamos al principio, comprobaremos que las referencias textuales a las artes, percibidas por la vista entre otros sentidos, tienden a compartir la circunstancia del engaño en múltiples formas. Ya hemos podido constatar este fenómeno en los pasajes de los «colores retóricos» que han servido de introducción. Además, y en la misma línea de unión de pintura y literatura al servicio del dolo, recogemos las siguientes líneas extraídas del Coloquio de los perros: «si no me avisaras, de manera se me iba calentando la boca, que no parara hasta pintarte un libro entero destos que me tenían engañado;» (555) Efectivamente, junto a la referencia explícita al engaño de la literatura («un libro entero destos que me tenían engañado»), hallamos el refuerzo del término ‘pintar’ en vez de ‘describir’, uso que ya aparecía, por cierto, reforzando el engaño de los colores retóricos al comienzo de uno de aquellos pasajes («Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo […]»). En los que siguen, en cambio, se apreciará un uso exclusivo de los términos pictóricos, a veces en substitución de términos literarios, como en la relación analizada hasta ahora, y otras veces refiriendo a la propia pintura. Veamos en primer lugar uno extraído de El licenciado Vidriera: Y habiendo hecho el huésped la reseña de tantos y tan diferentes vinos, se ofreció de hacer parecer allí, sin usar de tropelía ni como pintados en mapa, sino real y verdaderamente, a Madrigal, Coca, Alaejos, y a la imperial más que Real Ciudad, recámara del dios de la risa; (271) A «real y verdaderamente», el texto opone «sin usar de tropelía ni como pintados en mapa»: ‘pintados en mapa’, que equivale a ‘fantásticos’, ‘falsos’, pertenece pues a la misma categoría que tropelía, aquí en el sentido de ‘engaños’ (García López, 271). En el siguiente fragmento de La ilustre fregona el engaño no aparece de forma tan explícita como en el anterior, pero lo reconocemos en el procedimiento que tiene lugar y que constituyó objeto de estudio del capítulo 3; nos referimos a la seducción: 64 Marco de la posible defensa del arte No puso Avendaño los ojos en el vestido y traje de la moza, sino en su rostro, que le parecía ver en él los que suelen pintar de los ángeles. Quedó suspenso y atónito de su hermosura, y no acertó a preguntarle nada (384) Avendaño queda tan prendado, a través de la vista, de la belleza de la joven fregona, que en su mente la eleva a la categoría de una obra de arte. Se introduce así la propia obra de arte pictórica como objeto implicado en el proceso del engaño, ya que pese a la perfección irreal que le caracteriza, se acerca lo suficiente a la realidad como para confundir en ese plano. Conformando un paralelismo con los ejemplos anteriores, en el pasaje a continuación, de El licenciado Vidriera, no se menciona directamente la obra de arte, pero sí parece desprenderse de su estructura, como veremos enseguida: Alabó la vida de la soldadesca; pintóle muy al vivo la belleza de la ciudad de Nápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festines de Lombardía, las espléndidas comidas de las hosterías; dibujóle dulce y puntualmente el aconcha, patrón; pasa acá, manigoldo; venga la macarela, li polastri e li macarroni. Puso las alabanzas en el cielo de la vida libre del soldado y de la libertad de Italia; pero no le dijo nada del frío de las centinelas, del peligro de los asaltos, del espanto de las batallas, de la hambre de los cercos, de la ruina de la minas, con otras cosas deste jaez, que algunos las toman y tienen por añadiduras del peso de la soldadesca, y son la carga principal della. En resolución, tantas cosas le dijo, y tan bien dichas, que la discreción de nuestro Tomás Rodaja comenzó a titubear y la voluntad a aficionarse a aquella vida, que tan cerca tiene la muerte. (268) En primer lugar, volvemos a encontrar el término «pintar», acompañado esta vez de «dibujar», ambos con el sentido de describir, y ambos tejiendo un engaño: el capitán con el que conversa Tomás le seduce enumerando los aspectos positivos de la vida de 65 Marco de la posible defensa del arte los soldados38 («la belleza de la ciudad de Nápoles», «los festines de Lombardía», etc.) y callando los negativos («no le dijo nada del frío de las centinelas, del peligro de los asaltos [..]»). Ese contraste entre lo positivo y lo negativo, entre la vida y la muerte, recuerda y casi parece reproducir la estructura de algunos cuadros de vanitas¸ modalidad pictórica que se cultivó mucho en el Barroco y cuya denuncia del carácter efímero de la vida y sus placeres, que al final redundan en un desengaño ante la rápida llegada de la muerte, era producto del pesimismo que caracterizó al pensamiento de esa época, marcada, como explicábamos en la introducción, por crisis y calamidades (Valdivieso 19, 29, 30). El género bebía de la literatura y la poesía del momento, y como deducimos de este pasaje, parece que la influencia habría sido mutua. El referido contraste, que en este texto se marca con un punto y coma («Puso las alabanzas en el cielo de la vida libre del soldado y de la libertad de Italia; pero no le dijo nada del frío de las centinelas, […]»), también aparece definido en la composición de los cuadros. He aquí un ejemplo39: 38 Nótese asimismo la apelación a los sentidos en refuerzo de la maniobra de seducción: al oído, puesto que lo relata, imitando además las voces italianas para potenciar el efecto; a la vista, porque casi le pone delante la belleza de las ciudades; y, por último, al gusto, al hablar de los manjares y al dejar caer el término «dulce». 39 Otros ejemplos de pinturas de vanidades con muy parecida composición son un Vanitas de Antonio de Pereda, en la Galería de los Uffizi, en Florencia; El sueño del caballero, de Francisco de Palacios, en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid; o el Vanitas de Francisco Velázquez Vaca, en el Convento de San Quirze, Valladolid. 66 Marco de la posible defensa del arte En esta pintura de Antonio de Pereda, denominada Vanitas y conservada en el Kunsthistorische Musem de Viena, la figura de un ángel “se presenta ante los mortales para desengañarlos de los aprecios que pueden sentir por las cosas de este mundo” (Valdivieso, 37); para ello, al igual que en el pasaje, muestra a un lado —el derecho del espectador—, entre otros objetos, un conjunto de joyas, monedas y naipes que aluden a la posesión y disfrute y un globo terráqueo, símbolo del dominio del mundo; al otro lado, en cambio, se amontonan calaveras presididas por una vela apagada, ambos símbolos de muerte, y junto a ellos figuran un pistolete y una armadura despiezada, símbolo de la guerra, así como un reloj de arena vacío en su parte de arriba, indicando que el tiempo todo lo destruye (Valdivieso 38). La contraposición en concreto del globo terráqueo y los objetos que representan la guerra, junto a las calaveras, pone de relieve que por el dominio del mundo se han perdido muchas almas (Valdivieso, 171). Y esto último se correspondería casi exactamente con la temática del pasaje, y no sólo con su estructura, pues también allí se trata de las dos caras de la vida soldadesca. En conclusión, la obra de arte, en este caso, un cuadro de vanitas, tienta con la belleza de su representación, pero a la vez recuerda, mediante el contraste, la crudeza de la realidad. Es pues a la vez engaño y desengaño. 67 Marco de la posible defensa del arte A propósito del mismo pasaje, esta otra vanitas, atribuida a Andrés Deleito y conservada en una colección particular de Londres, incide, al igual que aquél, en los sentidos, pues “la composición contiene una directa reflexión sobre la fragilidad de todos los placeres vinculados a las percepciones de los cinco sentidos” (Valdivieso, 91). Esa reflexión se basa principalmente en la representación de los instrumentos musicales, que simbolizan la idea de que todo lo que se percibe por los sentidos produce placer y alegría, especialmente la música (Valdivieso, 170). Vemos pues, una vez más, lo interrelacionados que están el arte, la percepción y el engaño, además del desengaño. El contraste propio de los cuadros de vanidades volvemos a encontrarlo en la siguiente pareja de fragmentos de La ilustre fregona, aunque no remita ya a la vida de los soldados sino a la de los pícaros («la vida de la jábega»); en el primero, además, figura de nuevo la palabra ‘pintura’ como sinónimo de describir, y con su conocido matiz de persuasión, como se puede comprobar por el efecto que causa el discurso a Avendaño: y así, le contó punto por punto la vida de la jábega, y cómo todas sus tristezas y pensamientos nacían del deseo que tenía de volver a ella; pintósela de modo que Avendaño, cuando le acabó de oír, antes alabó que vituperó su gusto. (377) En el segundo ejemplo ya se produce el desengaño, pues se indica que esa vida basada en el placer, evocado por el término «dulzura» —vuelvan a notarse las alusiones 68 Marco de la posible defensa del arte a los sentidos en relación con el engaño— tiene un lado oscuro, contraste que se produce con la expresión «amargo acíbar»: Pero toda esta dulzura que he pintado tiene un amargo acíbar que la amarga, y es no poder dormir sueño seguro, sin el temor de que en un instante los trasladan de Zahara a Berbería. (375) Los elementos que se vienen repitiendo en estos últimos tres pasajes se han podido observar una vez más en el siguiente de El casamiento engañoso: haciéndoseme el deleite en aquel punto mayor de lo que en la imaginación le pintaba, y ofreciéndoseme tan a la vista la cantidad de hacienda, que ya la contemplaba en dineros convertida, sin hacer otros discursos de aquellos a que daba lugar el gusto, que me tenía echados grillos al entendimiento, […] (526) Efectivamente, volvemos a encontrar el término ‘pintar’ en relación con la descripción del placer y con connotaciones de persuasión, o cuanto menos, de sugestión, pues lo utiliza el propio Campuzano («haciéndoseme el deleite en aquel punto mayor de lo que en la imaginación le pintaba»); se anticipa de nuevo el probable engaño y desengaño en ese entorpecimiento de la razón («el gusto, que me tenía echados grillos al entendimiento») y por último se alude otra vez al papel que juegan los sentidos en todo el proceso («ofreciéndoseme tan a la vista la cantidad de hacienda»). Las líneas se han extraído, como señalábamos, de El casamiento engañoso, novela que, recordemos, giraba en torno al engaño mutuo entre el alférez Campuzano y la tapada doña Estefanía. La manipulación propia de las prostitutas tapadas de la época, que despertaban la lascivia de los soldados con su actitud (García López, 524), también ha tenido su representación en la pintura, en un cuadro de vanidades que recuerda mucho a la escena del encuentro entre los personajes de El casamiento: 69 Marco de la posible defensa del arte Se trata de El joven caballero y la muerte, de Pedro de Camprobín, conservado en el Hospital de la Caridad de Sevilla, y su intención es prevenir de “el peligro del amor impuro y los riesgos que su disfrute tiene para el alma del varón.” (Valdivieso, 125). Al igual que en las pinturas de vanitas que hemos visto hasta ahora, se alude al engañoso placer mundano que disfruta el caballero mediante el despliegue de objetos que simbolizan varias ramas de ese placer, tal y como aclara Valdivieso (125): la gloria militar (la pistola y la espada); el saber (libro); el juego (monedas, naipes); las artes y lo que se percibe por los sentidos en general (laúd). Y es uno de los sentidos, la vista, el que desempeñará un papel esencial para formar el ya estudiado contraste típico de estas pinturas de vanidades: nosotros, los espectadores, desde nuestra perspectiva privilegiada —ayudados por la transparencia intensificada gracias al uso de la luz—, podemos ver que tras el velo se esconde la muerte, representada por un esqueleto, mientras que el caballero sólo alcanza a atisbar parte del rostro de la supuesta dama a través del agujero en la tela, cayendo así víctima del trampantojo. La técnica del claroscuro que suele predominar en estas pinturas y que parece acompañar al contraste que denuncian se ha podido rastrear también en las Novelas ejemplares, y también en ellas parece presidir algún tipo de engaño. En los de El celoso extremeño que incluimos a continuación, por ejemplo, es un torzal de cera el que crea el efecto del claroscuro (Pellegrini, 279-283): 70 Marco de la posible defensa del arte Era mozo y de gentil disposición y buen parecer; y como había tanto tiempo que todas tenían hecha la vista a mirar al viejo de su amo, parecióles que miraban a un ángel. Poníase una al agujero para verle, y luego otra; y porque le pudiese ver mejor, andaba el negro paseándole el cuerpo de arriba abajo con el torzal de cera encendido. (204) Encendió luego Luis un torzal de cera, y sin más aguardar sacó su guitarra Loaysa, y tocándola baja y suavemente suspendió al pobre negro de manera que estaba fuera de sí escuchándole. (343) En ambos se da, efectivamente, un engaño en términos de seducción y manipulación: en el primero, Loaysa seduce con su imagen de apostura a las doncellas del servicio, a quienes por falta de marco de referencia, esa imagen parece aún mejor («como había tanto tiempo que todas tenían hecha la vista a mirar al viejo de su amo, parecióles que miraban a un ángel.»). El eunuco contribuye a su vez a intensificar la maniobra de seducción con el efecto del claroscuro. En el segundo, es éste último a quien se dirige el engaño: Loaysa lo embelesa con su música para allanar el camino hasta Leonora. El mismo efecto del claroscuro, propiciado esta vez por un candelero, se observa la primera vez que los jóvenes Carriazo y Avendaño ven a Costanza (La ilustre fregona): el Corregidor se levantó, y, tomando el candelero que Costanza traía, llegándole la luz al rostro, la anduvo mirando toda de arriba abajo; y, como Costanza estaba con sobresalto, habíasele encendido la color del rostro, y estaba tan hermosa y tan honesta, que al Corregidor le pareció que estaba mirando la hermosura de un ángel en la tierra; (425) Rodríguez Luis (I, 144) ya señaló que el efecto “contribuye al asombro estético de los jóvenes y al sentido general de maravilla que posee la entrada de la doncella […]”, y de hecho ese asombro les lleva incluso a aproximar su belleza a la de un ángel. 71 Marco de la posible defensa del arte En ocasiones el contraste del claroscuro impera sobre una novela completa, de modo que constituye una especie de hilo estructurador; es el caso de La fuerza de la sangre, y Friedman (142-154) destaca los “efectos paralelísticos y antitéticos” de su uso. En la escena de la violación, por ejemplo, según nota el autor, reina la oscuridad, como se desprende de los siguientes fragmentos: Ciego de la luz del entendimiento, a escuras robó la mejor prenda de Leocadia; (306) ¡Ay sin ventura de mí!, que bien advierto que mis padres no me escuchan y que mis enemigos me tocan; venturosa sería yo si esta escuridad durase para siempre, sin que mis ojos volviesen a ver la luz del mundo, (306) Pese al predomino de la oscuridad en el conjunto de pasajes («a escuras»; «si esta escuridad»), se evidencia el juego del claroscuro en la mención de la luz en el contexto de su ausencia: «Ciego de la luz del entendimiento»; «sin que mis ojos volviesen a ver la luz del mundo». Y, en ambos casos, su uso coincide con una situación en la que se puede hablar de engaño: la burla de la doncella por parte de Rodolfo, y el comprensible deseo de autoengaño de ésta («venturosa sería yo si esta escuridad durase para siempre»). Más adelante, Forcione (165-366) observa cómo desde la escena en que Luisico recobra la salud en el mismo lecho en el que la madre es violada, comienza “una inversión temática total del relato: la oscuridad deja paso a la luz”. Y, efectivamente, la escena final, cuando aparece Leocadia rodeada de sus doncellas, destaca entre otras cosas por el predominio de la luz (Forcione 364 y 376). De este modo condensa el autor la función del claroscuro en la novela: “En resumen, en la última noche, en contraste con la primera, Leocadia resucita socialmente en unas escenas llenas de luz” (358). Dejando atrás el uso de la luz en el contexto de la pintura y el engaño, volvemos al análisis de términos propiamente pictóricos. Junto a ‘pintar’ y ‘dibujar’, que, como hemos podido observar en un gran número de pasajes, substituyen a ‘describir’ incorporando además un matiz de persuasión, habíamos analizado la expresión ‘colores retóricos’, en substitución de ‘figuras retóricas’ y con parecidas connotaciones de 72 Marco de la posible defensa del arte manipulación. En los siguientes pasajes seremos testigos del uso de otra expresión con el elemento del color; se trata de la expresión ‘dar color’, en el sentido de ‘dar apariencia’: Tan buen color dio Avendaño a su mentira, que a la cuenta del huésped pasó por verdad, […] (La ilustre fregona, 384) mas aconsejáronle sus esclavos que convenía primero hacer de suerte que Leonisa cayese mala, para dar color a su muerte, y que esto había de ser con algunos días de enfermedad. (El amante liberal, 149) En ambos casos son evidentes las connotaciones de engaño de la expresión: en el primero, por la contraposición explícita de «mentira» y «verdad», y en el segundo, por la descripción del fingimiento que hace el narrador («convenía primero hacer de suerte que Leonisa cayese mala»). El término color, esta vez aislado, lo encontramos también en la siguiente descripción, a la que nuevamente se refiere en su totalidad con el término pintar: una por quien los poetas cantaban que tenía los cabellos de oro, y que eran sus ojos dos resplandecientes soles, y sus mejillas purpúreas rosas, sus dientes perlas, sus labios rubíes, su garganta alabastro; y que sus partes con el todo, y el todo con sus partes, hacían una maravillosa y concertada armonía, esparciendo naturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural y perfecta, que jamás pudo la envidia hallar cosa en que ponerle tacha. [...] -En verdad, Ricardo -respondió Mahamut-, que si la que has pintado con tantos estremos de hermosura no es Leonisa, la hija de Rodolfo Florencio, no sé quién sea; que ésta sola tenía la fama que dices. (El amante liberal, 114) ‘Pintar’ adopta aquí el matiz de ‘exagerar’, en tanto que la belleza descrita probablemente es superior a la realidad: «la que has pintado con tantos estremos de hermosura». En esa descripción por lo tanto algo embaucadora, el término pictórico color («suavidad de colores») forma parte de un entramado de características en las que 73 Marco de la posible defensa del arte también se intuyen, en mayor o menor grado, referencias a otras artes. En primer lugar, las metáforas («cabellos de oro», «sus ojos dos resplandecientes soles», «sus mejillas purpúreas rosas») recuerdan a las que a menudo se hallan en la poesía, y en concreto la de «su garganta alabastro» remite además a la escultura. El entramado resulta, a su vez, en «una maravillosa y concertada armonía», expresión que alude claramente a la música. Las referencias a esas artes —poesía, escultura, música— en relación con el dolo se han podido observar en otras novelas. A la escultura, por ejemplo, se vuelve a hacer referencia, por medio una vez más de la metáfora del alabastro, en La española inglesa: antes comenzó a derramar lágrimas, tan sin pensar lo que hacía, y tan sesga y tan sin movimiento alguno, que no parecía sino que lloraba una estatua de alabastro. (227) En este pasaje, que ya se recogió en el capítulo 2 de este trabajo (Trampantojo), la semejanza de la doncella con una escultura resulta tan grande que casi engaña a la vista. Y también se aludía a la escultura en otro sacado a colación en varias ocasiones, el de El celoso extremeño, esta vez con el elemento del «mármol» en combinación con «colores retóricos» y con ‘pintar’: Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del marido viejo, asegurándole el secreto, y la duración del deleite, con otras cosas semejantes a éstas que el demonio le puso en la lengua, llenas de colores retóricos, tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora sino el de un endurecido mármol. (361) Por su parte, la poesía se relaciona con el engaño en varios fragmentos. En este en particular, esa relación se establece de una forma muy similar a la que se establecía entre el engaño y la pintura en la descripción extraída de la novela El amante liberal, en tanto que el engaño consiste en la exageración de las cualidades: y los poetas de aquel tiempo tuvieron ocasión donde emplear sus plumas, exagerando la hermosura y los sucesos de las dos tan atrevidas cuanto 74 Marco de la posible defensa del arte honestas doncellas, sujeto principal deste estraño suceso. (Las dos doncellas, 480) En este otro de la Gitanilla, en cambio, se pone de relieve la capacidad de engaño de la poesía atendiendo a las posibilidades de trampeo que ofrece el oficio del poeta: y así, se los procuró y buscó [juguetes y gracias40] por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que se los diese: que también hay poetas que se acomodan con gitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia. (30) Esa faceta embaucadora del poeta parece reforzarse mediante el personaje de Clemente, al que se tacha de poeta: Tenía Clemente sus puntas de poeta, como lo mostró en los versos que dio a Preciosa, y Andrés se picaba un poco, y entrambos eran aficionados a la música. (90) Ese personaje, efectivamente, además de ser poeta, peca por su costumbre de engañar, cuando disfrazado de mozo de fraile topa con los gitanos por la noche y miente acerca de su identidad y de sus propósitos con la intención de ocultar un pasado comprometido41. Parece por otro lado significativo en el marco del engaño del arte que nos ocupa que tanto Clemente, que, como hemos visto, engaña, como Andrés, que también encubre su verdadera identidad para adoptar la de gitano, sean aficionados a la música. Y es que la música, junto a las artes que hemos explorado hasta ahora, y tal y como se demostró hacia el final del capítulo 3, también posee una excelente capacidad de engaño. Recordemos que, en el caso más analizado al respecto en ese capítulo, el de El celoso extremeño, la música es en primer lugar el recurso de que se sirve el virote Loaysa para penetrar en la fortaleza del viejo, embelesando con ésta al eunuco Luis. 40 Con «juguetes y gracias» se refiere el narrador a ‘canciones y habilidades’ (García López, 30). 41 Había matado a dos hombres en una contienda al defender a un pariente suyo. 75 Marco de la posible defensa del arte Más adelante, también surte efecto la seducción por medio de la música en la dueña, quien le supone grandes cualidades y trata a su vez de convencer a Leonora. Y, por último, la música de Loaysa deja a todos suspensos y opera una transformación tan eficaz que contribuye a la cohesión de grupo y así al buen fin de la burla al viejo. Ese poder seductor de la música a menudo se ve acompañado o reforzado por el del canto, como ya empezábamos a ver también en el capítulo anterior, y tal y como se desprende del siguiente pasaje de La española inglesa: pero en lo que tuvo estremo fue en tañer todos los instrumentos que a una mujer son lícitos, y esto con toda perfección de música, acompañándola con una voz que le dio el cielo tan estremada, que encantaba cuando cantaba. […] Todas estas gracias, adqueridas y puestas sobre la natural suya, poco a poco fueron encendiendo el pecho de Ricaredo, a quien ella, como a hijo de su señor, quería y servía. (219) La voz de Isabel, que efectivamente «encantaba cuando cantaba», añadida a sus dotes musicales («pero en lo que tuvo estremo fue en tañer todos los instrumentos que a una mujer son lícitos, y esto con toda perfección de música»), contribuye a seducir y enamorar al joven («fueron encendiendo el pecho de Ricaredo»). El fenómeno del embelesamiento que provoca el canto, ese ‘canto que encanta’, constituye asimismo un tópico y paranomasia muy grata a Cervantes, como apunta García López (219), razón de más por la que puede rastrearse en varias novelas; veamos otro ejemplo, extraído de La ilustre fregona: Apenas se habían retirado, cuando llegó a los oídos de todos los que en el barrio despiertos estaban una voz de un hombre que, sentado sobre una piedra, frontero de la posada del Sevillano, cantaba con tan maravillosa y suave armonía, que los dejó suspensos y les obligó a que le escuchasen hasta el fin.(407) Sin embargo, la novela en la que sin duda mejor se pone de relieve el poder de seducción del canto es La gitanilla. Preciosa, como ya nota uno de los personajes, casi tiene más valor por sus artes de cantante que por su belleza: 76 Marco de la posible defensa del arte Paz en las almas, gloria en los sentidos se siente cuando canta la sirena, que encanta y adormece a los más apercebidos; y tal es mi Preciosa, que es lo menos que tiene ser hermosa: (92) Esa superioridad del arte en relación con la belleza física se infiere asimismo de la progresión que caracteriza al siguiente fragmento: Y, aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal, que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los muchachos a verla y los hombres a mirarla. Pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, ¡allí fue ello! Allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla, (30) Así, en primera instancia, es la belleza de la joven la que embelesa («el aseo de Preciosa era tal, que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban»); a continuación, la música ensalza de forma significativa esa belleza, destacando el poder de seducción que venimos estudiando («De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los muchachos a verla»); y, por último, lo que acaba de cautivar a cuantos la rodean, es su canto: «¡allí fue ello!» El poder cautivador de su arte y su canto es tal, que parece adueñarse de todo su ser, de modo que los demás personajes parecen percibir otras expresiones suyas, tales como su voz, no como fenómenos humanos, sino artísticos: Señales iban dando de no acabar tan presto el libre y el cautivo, si no sonara a sus espaldas la voz de Preciosa, que las suyas había escuchado. Suspendiólos el oírla, y, sin moverse, prestándola maravillosa atención, la escucharon. (93) 77 Marco de la posible defensa del arte Efectivamente, su voz desencadena una suspensión y un efecto de atracción parejos a los que producen la música y el canto, como ya se ha podido comprobar 42. Pero ahí no acaba el peso artístico del personaje, pues Preciosa cuenta además con la danza, en la que una vez más, derrocha excelencia: Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos con tanto donaire y desenvoltura, que tras los pies se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andrés, que así se iban entre los pies de Preciosa, como si allí tuvieran el centro de su gloria. (65) En fin, el constante hincapié que se hace en las cualidades artísticas de la protagonista parece dotarla de una superioridad que la aleja cada vez más de la naturaleza humana para acercarla a una naturaleza simbólica. Muchos han sido los autores que han reparado en el carácter simbólico del personaje43, y en concreto ha cosechado mucho éxito la hipótesis de que Preciosa se erigiría como símbolo de la poesía, afirmación que se ha apoyado con fuerza, como indica García López (60 y 759), en una escena en que ésta interroga a Clemente, el pajepoeta, acerca de la naturaleza de la poesía: Hase de usar de la poesía, como de una joya preciosísima, cuyo dueño no la trae cada día ni la muestra a todas gentes, ni a cada paso, sino cuando convenga y sea razón que la muestre. La poesía es una bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda, retirada, y que se contiene en los límites de la discreción más alta. Es amiga de la soledad; las fuentes la entretienen, los prados la consuelan, los árboles la desenojan, las flores la alegran, y, finalmente, deleita y enseña a cuantos con ella comunican. (60) 42 Maravall recoge esta combinación de elementos al hablar de los escritores barrocos, en especial los que se dedicaban al teatro, explicando que comprendían “la ayuda que la voz y la música podían aportar para conseguir mover los sentimientos” (506) 43 En una postura más alejada de nuestro planteamiento, por ejemplo, Casalduero ha visto en Preciosa un símbolo de la mujer cristiana (67-77), y Forcione (116-117) de la maternidad y del matrimonio cristiano pensado bajo perspectivas erasmistas. 78 Marco de la posible defensa del arte Como apunta este autor, “el texto no sólo define a la poesía, sino que vale por el comportamiento de Preciosa a lo largo de la narración —«bellísima doncella, casta, honesta, discreta, aguda»— y, en fin, incorpora en esa definición el nombre de Preciosa («joya preciosísima»), lo que subrayaba la idea de su simbolismo literario.” (759) Ese fuerte simbolismo de la protagonista cobra mayor importancia si se atiende al hecho de que la novela encabeza la colección de 1613: el cervantismo de finales del siglo XIX ha considerado que este posicionamiento sería fruto de la reflexión (Amezúa, II, 5 y Güntert, 107), en tanto que se traduciría en una suerte de manifiesto poético y a la vez en una alegoría de la creación literaria, con el paje-poeta como doble del autor y del mismo Cervantes (El Saffar, 101-102; Forcione, 215-223; Zimic, 12; etc.). En el presente trabajo nos sumamos a esa trascendente línea de interpretación, en tanto que creemos que el posicionamiento de la novela se traduce en un manifiesto en estrecha relación con su simbolismo y que determinará la forma de leer el resto de la colección; sin embargo, basándonos en los datos que se han ido perfilando hasta ahora, y que a continuación se relacionarán con otros, mantenemos que ese manifiesto no se reduce a la poesía o a la obra literaria, sino que atañe a las artes en general, y en concreto, a su capacidad de engaño. En primer lugar, en lo que respecta a la colección completa de novelas, ya hemos sido testigos a lo largo de este capítulo de la cantidad de referencias a las artes que en ella se encuentran, principalmente a la pintura en relación con la literatura, a la escultura, la poesía o a la música. Esas referencias, además, coinciden con situaciones en las que se produce algún tipo de engaño de los sentidos, por los que las artes se perciben de forma natural. Pues bien: en La gitanilla, no sólo encontramos referencias a varias artes, sino que éstas parecen fluir de la propia protagonista, Preciosa; el canto, la música, la poesía y el baile van conformando su carácter hasta el punto de que, como apuntábamos, el personaje cada vez se aleja más de su naturaleza humana para acercarse a una naturaleza artística y convertirse, en última instancia, en la personificación del arte. Y, nuevamente, ese arte guarda una estrecha relación con el engaño, pues lleva consigo una capacidad de seducción a través de los sentidos, forma de dolo que se analizó en detalle a lo largo del capítulo 2. No se trata, por otro lado, de una forma de dolo que resulte en 79 Marco de la posible defensa del arte perjuicio de los demás personajes; como señala William Clamurro respecto al latrocinio del mundo gitano representado en la novela, Preciosa will never actually be seen stealing in the course of narrative. Instead, she seems to make her living singing and dancing […] in general, as an entertainer. She is more a kind of enchanting ‘magnet for money’, for coins willingly given by her audiences, than she is a conventional, and conventionally ‘picaresque’, thief of swindler44. (71) Así pues, partiendo de la hipótesis de que Preciosa es una metáfora del arte, podríamos deducir que si bien el arte cuenta con una capacidad de engaño que no cabe desestimar, a menudo este engaño puede resultar inofensivo y además se traduce en deleite. Y he aquí la cuestión que quizás perseguía Cervantes: la defensa del arte que aunque engaña, deleita, además de enseñar; idea que se corresponde con su descripción de la colección como «mesa de trucos». Quizás una prueba más de la postura favorable de Cervantes respecto al engaño del arte, basada en el principio —explicitado en su “Prólogo”— del deleite «sin daño de barras», lo constituye el hecho de que Preciosa, personificación del arte, encarna una contradicción más: es honesta, como se desprende tanto de las alabanzas de otros personajes, como de sus propios actos, y no obstante, su propia identidad es una mentira: al final de la novela descubrimos a la vez que la propia Preciosa que no era gitana, sino una noble robada a sus padres: Constanza. Esa identidad, recalca Clamurro (72), “has been so long fabricated for her that she is not aware of its inauthenticity”. Cervantes parece pues, cuanto menos, querer jugar con ese límite moral y con el hasta cierto punto involuntario engaño del arte, revelando un cierto interés e incluso simpatía 44 Esa afirmación parece basarse en especial en el siguiente fragmento: Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire. Porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; […] (29-30) 80 Marco de la posible defensa del arte por esa cualidad inherente a él, simpatía que se desprendería incluso del diminutivo afectivo de la simbólica protagonista de su novela-manifiesto artístico: gitanilla45. Por su carácter simbólico y su categoría de manifiesto artístico, en definitiva, La gitanilla ha merecido abrir la colección. Esa posición, sin embargo, no se corresponde cronológicamente con su redacción: el dominio técnico y la modulación literaria que evidencia la novela ha llevado a la crítica a postular que se trata “de una de las últimas en el proceso creativo, y, en gran medida, de un producto de la plena madurez cervantina46” (García López, 28), razón de más, por otro lado, para asignarle semejante posición47. Este último aspecto acerca de su datación hace sospechar que la aquí postulada favorable postura del autor respecto al engaño del arte también habría alcanzado su madurez, o un grado de madurez elevado, hacia la fecha de publicación de la colección, en 1613. Esa tendencia ascendente se apoya además en una serie de contrastes que se han detectado durante nuestra investigación del corpus y que se detallarán a continuación. Un primer contraste se da entre las dos versiones de El celoso extremeño: la de la edición príncipe (1613) y la hallada en el manuscrito Porras, cuya fecha se sitúa hacia 1604-1606. La crítica ya reseñó desde un primer momento unas diferencias esenciales, a saber: la eliminación en la versión de 1613 de un párrafo donde se describe con detalle a ‘la gente de barrio’, clase a la que pertenecía Loaysa, y el final dispar de las dos versiones (Apráiz, 82-83 e Icaza, 28). De la diferencia que atañe al final nos ocuparemos inmediatamente, pero antes, procedemos al primer contraste detectado al que nos referíamos. Se trata de un fragmento de la versión 1613 que hemos analizado al inicio del presente capítulo —y retomado en varias ocasiones—, y cuya particularidad reside en la elección del vocabulario en torno a las artes: 45 García López (27), Lerner (1980ª), y Zimic (1996:2) llaman la atención sobre el diminutivo, aunque en relación con el aprecio que parece tener Cervantes por el mundo gitano. 46 Lo mismo se afirma de El coloquio de los perros y de El casamiento engañoso (García López, LXIV) 47 Avalle Arce (24) afirma en esta línea que “bien merecía La gitanilla, a los ojos de su creador y de la posteridad, abrir la puerta a esa galería de pequeñas maravillas literarias”. 81 Marco de la posible defensa del arte Pintóle de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del marido viejo, asegurándole el secreto, y la duración del deleite, con otras cosas semejantes a éstas que el demonio le puso en la lengua, llenas de colores retóricos, tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora sino el de un endurecido mármol. (361) Como veíamos, el fragmento destaca notablemente por la conjunción de referencias pertenecientes a ese campo: «pintóle»; «colores retóricos», «mármol». Esas referencias, sin embargo, son muchas menos en la versión Porras: la comenzó a persuadir y a rogar condescendiese con la voluntad del músico, encareciéndole de cuánto más gusto le serían los abrazos del amante mozo que los del viejo marido, asigurándole el secreto y la duración del deleite, y de otras cosas semejantes a éstas, dichas con tantos colores y dichos de aquella maldita vieja, que moviera no sólo el corazón tierno y poco advertido de la incauta Isabela, sino el de un endurecido mármol. (707) Si bien la referencia a la escultura ya se encuentra aquí («endurecido mármol»), la expresión equivalente a ‘figuras retóricas’ no incorpora aún ese epíteto (retóricos) sino que se reduce a ‘colores’ («cosas semejantes a éstas, dichas con tantos colores y dichos de aquella maldita vieja»), de modo que se pierde la referencia directa a la literatura; tampoco figura aún en esta versión el término ‘pintar’ por describir, que se resuelve aquí con el verbo «encarecer». Esa diferencia en la elección del campo semántico, en fin, parece denotar un contraste en materia de sensibilidad o interés en relación con las artes, interés cervantino que se habría ido pues acrecentando de 1606 a 1613. Respecto al otro miembro de la ecuación del marco que postulamos, el engaño, encontramos también una diferencia significativa, derivada del desenlace de la historia. Como adelantábamos, la crítica ya había detectado un contraste importante: en la versión del manuscrito Porras el narrador parece indicar que se ha consumado el 82 Marco de la posible defensa del arte adulterio entre Loaysa e Isabela —ese era el nombre de la joven en la redacción primitiva—, mientras que en la versión de 1613 nos cuenta que se quedaron dormidos (García López, 917). Las opiniones de los expertos se centraron principalmente en torno a la inverosimilitud del desenlace de 1613 (Apráiz 80-81; Icaza, 208; etc.) aduciendo unos mojigatería por parte de Cervantes, como recuerda Luis Rosales (II, 916-917), otros ejemplaridad (Castro, 423), otros sacando a flote cuestiones de coherencia con la psicología de los personajes (Spitzer, 194-225), y otros el recurso de la ironía (Edwards, 19). Lo que nos interesa a nosotros no se centra en cualquier caso en el adulterio en sí, sino en la interpretación de la escena por parte de Carrizales: a pesar de la referida diferencia, el viejo interpreta en ambas versiones que el adulterio se ha llevado a cabo; ello implica que, mientras que en la versión Porras el celoso Carrizales percibe la realidad tal y como se presenta, en la versión de 1613 la visión de la joven y el virote en el lecho le engaña, haciéndole suponer una traición que no se ha llevado a cabo48. Cervantes habría optado pues por el engaño a los ojos del viejo en la versión impresa de 1613, mostrando así un cierto gusto por tal procedimiento que no se halla en la versión manuscrita; lo cual, unido al contraste en materia de referencias a las artes que mencionábamos más arriba, parece apoyar la tesis de una progresión favorable en dirección al engaño del arte. También sobre el parámetro del engaño hemos detectado un contraste relevante entre la versión del manuscrito Porras y la versión de 1613 de la novela Rinconete y Cortadillo; se trata del final de ambas versiones: Manuscrito Porras: y así, se contará en otra parte la vida, muerte y milagros de ambos, con la de su maestro Monipodio, con otros sucesos de algunos de la infame junta e academia, que todas son cosas dignas de consideración y que pueden servir de ejemplo y aviso a los que las leyeren para huir y abominar una vida tan detestable y que tanto se usa en una ciudad que 48 De todos modos, como señala Rodríguez Luis (21-22) y resume García López (919), tampoco podemos asegurar que tuviera lugar el adulterio en la versión manuscrita, pues “las palabras con que el narrador describe la escena («a lo que creerse puede»), no parecen indicar directamente —y menos describir— el adulterio, sino la eventualidad supuesta por un observador, el narrador, que —efecto dramático— no percibe lo que acontece tras la puerta”. 83 Marco de la posible defensa del arte había de ser espejo de verdad y de justicia en todo el mundo, como lo es de grandeza. 682) Versión de 1613: y así, se deja para otra ocasión contar su vida y milagros, con los de su maestro Monipodio, y otros sucesos de aquéllos de la infame academia, que todos serán de grande consideración y que podrán servir de ejemplo y aviso a los que las leyeren. (215) La crítica ya había observado que en la versión manuscrita “es más enfática la voluntad de continuar el relato, y menos el propósito ejemplar, realzado en la versión impresa” (Rodríguez Luis, 191). Esa ejemplaridad se ve realzada al eliminar la frase que cierra la versión anterior y que centra la atención en la circunstancia de la ciudad de Sevilla, en la que transcurre la acción: «pueden servir de ejemplo y aviso a los que las leyeren para huir y abominar una vida tan detestable y que tanto se usa en una ciudad que había de ser espejo de verdad y de justicia en todo el mundo, como lo es de grandeza». Además de subrayar el papel de la ciudad, como ha apuntado asimismo la crítica, en esta versión primera nos llama la atención la dura condena del engaño por parte del narrador que se intuye al tachar la vida del latrocinio de «detestable», razón por la que aconsejar «huir» de ella, instigando incluso a abominarla («aviso a los que las leyeren para huir y abominar una vida tan detestable»), haciendo hincapié en la importancia de honrar a la verdad («una ciudad que había de ser espejo de verdad»). El haber suprimido, en la versión príncipe, una condena expresada con semejante vehemencia, parece apuntar a una relajación progresiva del autor respecto al fenómeno del dolo; relajación que en el caso de la versión príncipe de El celoso extremeño, como acabamos de ver, roza la afición por el procedimiento al hacer caer en éste al viejo Carrizales. Esta última hipótesis de que el repudio del engaño habría constituido una postura cervantina inicial en el contexto de la redacción de las Novelas ejemplares se refuerza en vista de la condena del mismo en el párrafo final de La tía fingida, novela que, si bien trae consigo polémica en torno a su adscripción, se halló en el manuscrito Porras junto a las versiones de las novelas citadas arriba y comparte pues una fecha de 84 Marco de la posible defensa del arte composición aproximada, hacia los últimos años del siglo XVI y, en todo caso, antes de 1609-1611 (Márquez Villanueva, 163): porque las más de su trato pueblan las camas de los hospitales, y mueren en ellos miserables y desventuradas, permitiendo Dios que las que, cuando mozas, se llevaban tras de sí los ojos de todos, no haya alguno que ponga los ojos en ella, etc. (649) Tras estos últimos apuntes que subrayan la progresión favorable de Cervantes hacia al engaño, quizás se haga necesaria una matización, o más bien, una vuelta al marco en el que encaja el fenómeno, para aligerar la carga negativa que se le pueda adherir. Tal y como indica el filósofo francés del siglo XVII François La Rochefoucauld en su máxima 182, “Los vicios entran en la composición de los medicamentos. La prudencia los reúne y los atempera y se sirve de ellos útilmente contra los males de la vida” (33). De igual modo, el artista, ya sea literato, pintor, poeta o músico, se sirve de la capacidad de engaño del arte que profesa para crear un producto que redunde en beneficio de su receptor, ya sea por el deleite que le proporcione su artificio, o por la enseñanza que de él pueda extraer; el éxito de tal práctica dependerá, aplicando la máxima de La Rochefoucauld, de la prudencia con que el artista en cuestión opere. Esa cualidad, cuyo papel resulta predominante en la sociedad barroca (Maravall, 141), implica una modulación del poder del artista, pero al mismo tiempo se basa en un principio de libertad de elección. La libertad constituye, por lo tanto, un factor esencial en el ámbito del arte, y en particular en relación con sus posibilidades de engaño. No es de extrañar que, entre las novelas que por su temática más se han asociado a la libertad (Casalduero, 1962; El Saffar, 39; Sieber, 25; Avalle Arce, 3) figuren dos de las que han destacado en el marco que proponemos en el presente capítulo: La gitanilla y Rinconete y Cortadillo, formando con El amante liberal una tríada al frente de la colección que sin duda debería influir en la visión del resto de las novelas. Ahora bien, de esa tríada es sin duda La gitanilla la que acusa una mayor relevancia en el referido marco, pues recordemos que, como se ha analizado más arriba, la novela abre la colección erigiéndose, por el notable simbolismo de su protagonista y 85 Marco de la posible defensa del arte las peculiares circunstancias de su naturaleza, en un manifiesto de la creación artística en el que tiene especial cabida la capacidad de engaño de sus variedades. Y si La gitanilla abre la colección, abriendo asimismo un horizonte de interpretación de las artes, el Coloquio de los perros la cierra, condensando la esencia de ese horizonte en un solo arte: la literatura. Ya hacia el final del capítulo 2 (Trampantojo) adelantábamos esta última teoría, a raíz del siguiente pasaje en el que la bruja Cañizares dialoga con Berganza: que sé que eres persona racional y te veo en semejanza de perro, si ya no es que esto se hace con aquella ciencia que llaman tropelía, que hace parecer una cosa por otra. (592) La tropelía, que como hemos visto en repetidas ocasiones, significa en general ‘engaño’ o ‘juego de manos’, constituiría un artificio destinado a posibilitar el habla de los canes. A su vez, el licenciado Peralta, ante la duda que todavía expresa el alférez Campuzano sobre si el coloquio de los perros parlantes que él escribió (o, según él, transcribió) sucedió en realidad o no, comenta, en relación con su composición plausible, que él alcanza «el artificio del coloquio y la invención, y basta». Esa coincidencia entre el artificio que menciona en este pasaje la bruja Cañizares como posible explicación del fenómeno del habla de los canes con los que platica dentro de El coloquio de los perros, el artificio que menciona el licenciado Peralta acerca del Coloquio en sí, y el conjunto de artificios a los que Cervantes equipara sus Novelas en su “Prólogo” mediante la expresión «mesa de trucos»49, ha llevado a la crítica a postular que se trata, efectivamente, de una metáfora de la creación literaria que englobaría la colección completa50. 49 «Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda entretenerse sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan» (Cervantes, 18). 50 Ese tipo de coincidencia se englobaría en lo que Maravall califica de ‘ejercicio de virtuosismo’ propio del Barroco: “hacer teatro sobre el teatro. Con todas las artes que poseen un carácter figurativo se hizo algo parecido: se pinta el pintar: Velázquez; se relata el relatar: Cervantes, Céspedes y Meneses, etc.; […]” (409) 86 Marco de la posible defensa del arte En consecuencia, como cabría esperar, abundan en esta novela las referencias al engaño de la literatura más que al de otras artes. Obsérvese en el siguiente pasaje, a propósito de la novela pastoril en contraste con la realidad que percibe Berganza: Consideraba que no debía de ser verdad lo que había oído contar de la vida de los pastores; a lo menos, de aquellos que la dama de mi amo leía en unos libros cuando yo iba a su casa, […] (552) En este otro, si bien no se menciona de forma clara el engaño de la literatura, sí parece que se alude al tipo de artificios engañosos propios de la ficción, e incluso diríamos que se ironiza sobre la aprensión que ese género produjo en muchos: Ansí es, pero bien confesarás que ni has visto ni oído decir jamás que haya hablado ningún elefante, perro, caballo o mona; por donde me doy a entender que este nuestro hablar tan de improviso cae debajo del número de aquellas cosas que llaman portentos, las cuales, cuando se muestran y parecen, tiene averiguado la experiencia que alguna calamidad grande amenaza a las gentes. (544) En el fragmento a continuación, en cambio, se valora de forma positiva uno de esos artificios, como ya destacábamos más arriba: Aunque este coloquio sea fingido y nunca haya pasado, paréceme que está tan bien compuesto que puede el señor alférez pasar adelante con el segundo (623) La calidad del relato es tal, y está la trampa tan bien urdida, que el lector, a pesar de identificarla, decide participar de ella51. Se pone así de relieve la inocuidad de la ficción, que al igual que la mesa de trucos de Cervantes, invita a «entretenerse, sin daño 51 Parece referirse asimismo a la importancia de la verosimilitud en el género de ficción, alusión que encontramos en otras novelas: Pero adviértoos que, si os conviene mentir en este vuestro viaje, mintáis con más apariencia de verdad. (La gitanilla, 83) ¡Oh, sucesos extraños del mundo! ¡Oh, cosas que es necesario contarlas con recato para ser creídas! ¡Oh, milagros del amor nunca vistos! (Tía fingida, 647) 87 Marco de la posible defensa del arte de barras». La misma idea parece desprenderse del siguiente pasaje de El casamiento engañoso en relación con El coloquio de los perros: en tanto que vuesa merced lee, si quiere, esos sueños o disparates, que no tienen otra cosa de bueno si no es el poderlos dejar cuando enfaden. (537) Todas estas referencias, unidas a la superposición de niveles de ficción sustentada en el artificio de la tropelía, contribuyen a formar el carácter de metáfora de la creación literaria que, como decíamos, se ha identificado en el Coloquio de los perros. Por su ubicación, en fin, esa metáfora se traduciría en una reflexión final (Pabst 240-242; Woodward 80-87) que recogería el sentido del resto de novelas, conformando el “broche final” de la colección (Avalle-Arce, 29). Para gran parte de la crítica, ese broche final habría constituido un intento por parte de Cervantes de dotar de marco narrativo52 al conjunto, pues “sabía que daba a la estampa una colección ‘abierta’ de relatos cortos” (García López, 991). En nuestro enfoque, y aprovechamos para recapitular las ideas que han integrado el presente capítulo, ese marco tendría un apoyo más, al principio de la colección: se trata de la novela de La gitanilla, cuya protagonista, Preciosa, se erigiría como símbolo del arte y no sólo de la poesía, como han propuesto otros autores, conclusión a la que hemos llegado al valorar en la composición de su personalidad la presencia de otras artes, tales como el canto, la música, o el baile. Por el poder de seducción que, a su vez, manifiestan esas artes, actuando a través de los sentidos, y teniendo en cuenta la naturaleza equívoca de la simbólica protagonista, que al final, para su propia sorpresa, resulta ser noble y no gitana, deducimos que la novela conforma un manifiesto en torno a la capacidad de engaño del arte. El hecho de que ese engaño en la novela no resulta al fin y al cabo premeditado ni pernicioso, sino que redunda en el gozo de los demás personajes, parece corresponderse además con la intención de Cervantes al describir las novelas en su “Prólogo”: la de ofrecer al público una «mesa de trucos, donde cada uno 52 En la descripción, en el “Prólogo”, del conjunto de las Novelas como un todo orgánico, unida a la reflexión acerca de su ejemplaridad, algunos autores han visto otro posible intento por parte de Cervantes de ofrecer un marco para la colección (García López, 18) 88 Marco de la posible defensa del arte pueda entretenerse sin daño de barras53». Y en la coincidencia de esos ‘trucos’ o ‘artificios’ a los que equipara a sus novelas con el artificio que, según sospecha la bruja Cañizares en el Coloquio de los perros, posibilita el habla de los canes —la tropelía—, y a su vez con el artificio que menciona el licenciado Peralta acerca del coloquio en sí, se intuye la famosa metáfora de la creación literaria y en particular de la ficción. Al combinar, por último, el simbolismo de las novelas que, a un extremo y otro de la colección, la dotan de significado global, llegamos a la conclusión de que Cervantes habría querido presentar el arte como ficción: como algo que nos llega a través de los sentidos y que no tiene por qué ser fuente de verdad, sino de deleite e incluso de enseñanza. El arte constituiría, pues, en esencia, una gran «mesa de trucos», construida para beneficio, pero sobre todo para deleite, de cuantos se aproximen a ella. El marco hasta aquí descrito se refuerza, como hemos podido comprobar, con un gran número de referencias al engaño de las artes que recorren sin excepción la colección completa de Novelas ejemplares; han destacado en concreto las referencias al engaño de la pintura y el de la literatura, así como el de la pintura en relación con la literatura, unión que se ha puesto de relieve, entre otros, en el uso de términos pictóricos, como ‘pintar’, en substitución de términos literarios y con un matiz añadido de persuasión; las referencias al engaño de la música, del canto y de la poesía, por su parte, no han resultado menos relevantes. Son varios los datos que nos han llevado a postular que esa defensa o postura favorable por parte de Cervantes al engaño del arte habría alcanzado su madurez alrededor de la fecha de publicación de la colección, en 1613. En primer lugar, para las novelas que conforman los ‘pilares’ sobre los que se sustenta el marco, La gitanilla y Coloquio de los perros, la crítica ha propuesto una fecha de composición muy cercana a 1613 en comparación con otras novelas, atendiendo a cuestiones de estilo y maestría. El contraste entre novelas en materia de datación también ha aportado datos relevantes en el caso de las versiones de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, pues en las lecturas del manuscrito Porras —anteriores— son menos las referencias textuales a las 53 Blasco (xxx) indica que la expresión está íntimamente ligada a la teoría de la eutrapelia, que Cervantes parafrasea en las mismas líneas del “Prólogo”: «porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan […] que no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse» 89 Marco de la posible defensa del arte artes y es menor la voluntad de engaño, que por otro lado se condena con más dureza; parecida condena se halla al final de La tía fingida, encontrada también en el manuscrito, lo que corroboraría nuestra sospecha. Por último cabe reiterar que el objeto de este capítulo, y del trabajo en su totalidad, no ha constituido al fin y al cabo más que una primera aproximación a la hipótesis de la defensa del arte por parte de Cervantes: nos hemos limitado a apuntar la idea en base a una serie de fenómenos que en el futuro convendría estudiar con mayor profundidad y en contraste con datos autobiográficos y de progresión artística en la obra del autor, entre otros muchos aspectos. La idea, en cualquier caso, no parece del todo descabellada si tenemos en cuenta que, como observa Maravall (445), “la obra barroca parece señalar hacia algo colocado más allá de ella misma, como si ella misma no fuera más que una preparación”: la cuestión es mover al público, al igual que esos tan traídos y llevados «colores retóricos, tan demostrativos y eficaces que movieran no sólo el corazón tierno y poco advertido de la simple e incauta Leonora sino el de un endurecido mármol». 90 5. Conclusiones Como señalamos en la Introducción, el objetivo de este trabajo era explorar la relación entre la percepción sensorial y el engaño en las Novelas ejemplares de Cervantes; esa exploración nos ha ido llevando, curiosamente, al comienzo de una segunda exploración: la de la relación que se establece entre el arte y el engaño en esa colección, que ha acabado sentando las bases de una posible defensa del arte por parte del autor. A la postulación de esa defensa se ha llegado, pues, en una progresión natural a través de los diferentes capítulos de análisis, ordenados en una escala de abstracción creciente en lo que respecta al engaño de los sentidos. De acuerdo con esto, los ejemplos del primer capítulo han ilustrado un tipo de dolo más físico o directo, muy similar en su proceder al de la famosa técnica pictórica del Trampantojo, motivo por el que el sentido de la vista ha predominado en el análisis sobre los otros sentidos. La mención explícita al engaño de los ojos en boca de los propios personajes en varios pasajes —reunidos en una especie de metaapartado— ha puesto de relieve lo extendida que estaba la obsesión por el engaño sensorial en el Barroco, fenómeno en parte derivado, como ya explicamos, de un pesimismo en torno al hombre y el mundo fruto de la grave crisis social que tuvo lugar en la época. Esa mención explícita, por otro lado, ha denotado ya cierto interés en el tema por parte de Cervantes. En el segundo capítulo, los ejemplos se han agrupado en torno a un tipo de engaño que guarda una relación más abstracta con la percepción: no se ha tratado tanto de un efecto creado mediante una combinación de elementos físicos, como, más bien, de uno producido mediante procedimientos psicológicos —intencionales o accidentales— como la sugestión, la 92 Conclusiones manipulación, o la seducción, canalizados a través de los sentidos. Hemos encontrado de nuevo en este capítulo referencias explícitas por parte de los personajes al engaño perceptivo en tanto que han identificado, a menudo en retrospectiva, el importante papel que han desempeñado los sentidos en la manipulación de la que han sido víctimas, identificación que Cervantes persigue, a su vez, en el lector, evidenciando un interés que ya se vislumbraba en el análisis del capítulo anterior. A diferencia de ese capítulo, todos los sentidos han tenido un grado de representación parecido, si bien el del oído en concreto ha acusado especial relevancia por ser vehículo del poder de seducción de la música, cualidad de la que hemos sido testigos a partir de una novela en particular, El celoso extremeño, en la que además hemos podido observar alusiones a otras artes al servicio igualmente de algún tipo de dolo. Con el imprescindible papel de la percepción siempre en mente, en el capítulo 4 hemos procedido a esa segunda exploración que anunciábamos arriba: la de la relación entre el arte y el engaño. Han resultado ser muchos los pasajes que han dado fe de la existencia de dicha relación, y en lo que se refiere a las variedades de arte representadas, cabe destacar la presencia que junto a la música, como veíamos, ha tenido la pintura en estrecha relación con la literatura; el fenómeno refleja, en parte, la frecuente comparación en el Barroco entre ambas artes, sustentada teóricamente en una determinada interpretación de la difundida expresión horaciana Ut pictura poesis. En dos novelas en concreto, La gitanilla y Coloquio de los perros, la relación que constituye objeto de estudio del capítulo ha cobrado una importancia simbólica: en el caso de la primera, por la acumulación de variedades artísticas —con marcadas propiedades seductoras— en la composición del carácter de la protagonista, hasta el punto de elevarla al nivel de personificación del arte; en la segunda, por la condensación de referencias al engaño de la literatura, que culmina en una superposición de niveles de ficción basada en el artificio de la tropelía, idea que al coincidir con el concepto de «mesa de trucos» con que Cervantes describe la colección en el “Prólogo”, acaba de conferir a la novela un estatus de metáfora de la creación literaria, y en especial del género de ficción. Atendiendo por último al hecho de que el engaño, tanto en La gitanilla como en el Coloquio, no resulta perjudicial, sino que, al igual que esa mesa de trucos, se limita a proporcionar entretenimiento e incluso sabiduría, y considerando la influyente ubicación de esas novelas, abriendo y cerrando, respectivamente, la colección, hemos llegado a la conclusión de que Cervantes habría querido presentar el arte como ficción. Es decir, según las Novelas ejemplares, el arte 93 Conclusiones sería algo que nos llega a través de los sentidos —y de ahí el énfasis en la percepción sensorial en la colección— y que no tiene por qué ser fuente de verdad, sino de deleite e incluso de enseñanza. Esa postura conllevaría implícita una defensa del arte que se habría ido gestando progresivamente hacia la fecha de publicación de las novelas, en 1613, tendencia que sostenemos de acuerdo con dos observaciones centrales. En primer lugar, hemos subrayado que para las novelas que conforman los ‘pilares’ sobre los que se sustenta el marco de la defensa del arte, La gitanilla y Coloquio de los perros, la crítica ha propuesto una fecha de composición muy cercana a la referida en comparación con otras novelas, atendiendo a cuestiones de estilo y maestría; en segundo lugar, el contraste de las versiones —1613 y Manuscrito Porras, con fecha anterior— de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño ha revelado que en la versión manuscrita son menos las referencias textuales a las artes y es menor la voluntad de engaño, que por otro lado se condena con más dureza, actitud ésta última que se corrobora con la condena al final de La tía fingida, hallada también en el manuscrito. Comentábamos al final del capítulo 4, de acuerdo con las ideas de Maravall, que la aquí postulada defensa del arte podría no andar del todo desencaminada si se tiene en cuenta que “la obra barroca parece señalar hacia algo colocado más allá de ella misma, como si ella misma no fuera más que una preparación”, pues la cuestión es mover al público (445). Desde esta perspectiva, cobra un nuevo sentido la afirmación de Portús de que “Las obras literarias del Siglo de Oro nos ofrecen una densidad de alusiones al arte y a los artistas que apenas encuentran parangón en otras épocas de la historia de nuestra literatura” (113). Esta afirmación, por otro lado, refleja en parte la documentada tendencia de la literatura a aproximarse a la pintura, como consecuencia de la igualdad esencial de esas artes que se defendió en la época, y que como ya indicábamos, adoptó una interpretación del principio horaciano Ut pictura poesis como fundamento. Pues bien, en relación con este contexto general, el presente estudio ha sugerido una tendencia a la especialización en el caso de las Novelas ejemplares, y quizás incluso de Cervantes: las alusiones a las artes parecen estar firmemente ligadas a sus cualidades de engaño, atendiendo así casi en exclusiva a una de las características que iguala, de acuerdo con su proceder, a pintura y literatura, más allá de la reconocida semejanza en su imitación de la realidad: su capacidad de persuasión, un matiz extraído del docere en el también horaciano principio docere et delectare, al que a su vez, como veíamos, 94 Conclusiones remite la mesa de trucos del “Prólogo” a las novelas («cada uno pueda llegar a entretenerse»; «no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso»). Y si en el contexto que acabamos de describir, nuestro estudio ha señalado una tendencia a la especialización, en lo que respecta a los pilares del marco de la defensa del arte que proponemos, La gitanilla y el Coloquio de los perros, el mismo ha sugerido una ampliación de las teorías propuestas por la crítica hasta el momento respecto al marco literario de la colección. Efectivamente, como recogíamos en el capítulo 4, los estudiosos de las Novelas ejemplares han visto en la metáfora de la creación literaria que encierra la novela de el Coloquio en relación con el juego de niveles de ficción la esencia del referido marco; nosotros, sin embargo, mantenemos que ese marco tendría un segundo apoyo que lo eleva al concepto del engaño del arte en general y que se encuentra en el simbolismo de La gitanilla. Y es que nuestra lectura de esa novela ha conllevado, nuevamente, una ampliación de las teorías vigentes, pues la crítica había visto en el personaje de Preciosa y en la novela en general una alegoría de la poesía, mientras que nuestra observación del carácter de ese personaje y su naturaleza ha distinguido referencias a esa y a otras variedades artísticas en estrecha relación con el engaño. Por último, el presente trabajo ha contribuido a los estudios comparativos de las versiones príncipe y del manuscrito Porras existentes al detectar y analizar los contrastes en materia de referencias a las artes y de condena del engaño que han sustentado la probable madurez de la postura cervantina respecto al engaño del arte. Esos estudios, si bien ya habían señalado las diferencias en los desenlaces de ambas lecturas, habían centrado su análisis en cuestiones de verosimilitud en torno a la supresión del adulterio, en el caso de El celoso extremeño, y en el grado de ejemplaridad y de voluntad de continuación del relato, en el caso de Rinconete y Cortadillo. Nuestro planteamiento de la defensa del engaño del arte por parte de Cervantes se ha basado, en fin, en la observación de esos contrastes, en el análisis del simbolismo y la datación de las novelas que encabezan y cierran la colección, y en las muchas referencias a las artes en relación con el engaño de los sentidos que la recorren. Pese a que hemos explorado levemente la postura del autor en el panorama de hermanamiento de la pintura y la literatura que tuvo lugar en el Barroco, podría argüirse que nuestra 95 Conclusiones línea de investigación ha favorecido, pues, el estudio de características formales por encima de factores de contexto cultural y biográficos, cuya influencia habría sido sin duda notable. En el futuro, por lo tanto, convendría ampliar el estudio atendiendo a esos factores, que deberían contrastarse tanto con los datos recogidos acerca de las Novelas ejemplares, como con posibles datos relevantes derivados del estudio de obras de juventud y de madurez del autor, de modo que se llegara a documentar con solidez la defendida progresión. Y, por último, teniendo en cuenta que, de acuerdo con la observación de Portús, las obras literarias del Siglo de Oro en general incluyen un número de alusiones al arte muy superior a las de otros periodos literarios, sería interesante indagar si esa tendencia a la defensa del engaño del arte es compartida por literatos contemporáneos, y si se manifiesta con parecido hincapié en el papel que desempeñan los sentidos. En relación con este último punto, podría someterse de nuevo a crítica el presente trabajo en atención no ya a una carencia, sino a un cierto exceso: aunque el objetivo inicial constituía la exploración exhaustiva de la relación entre el engaño y los sentidos en la colección de novelas, el número de ejemplos que han acabado contribuyendo a apoyar de forma significativa la posterior —y predominante— exploración del engaño del arte ha resultado notablemente inferior al número de pasajes analizados; en el capítulo Trampantojo, en particular, se han recogido un gran número de pasajes que en definitiva reflejan sólo una modalidad del engaño perceptivo, pues se han limitado al análisis de la burla de los ojos. Con todo, el capítulo ha ofrecido una visión amplia de las modalidades en las que se puede presentar esa forma de engaño de los sentidos que, recordemos, era la que más obsesionaba en la época y la que más éxito cosechaba entre los artistas por sus posibilidades de juego; de ahí su denominación propia de trampantojo, un concepto que condensa asimismo la relación de elementos que han protagonizado el presente estudio: el engaño, los sentidos, y el arte. 96 Obras citadas Apráiz, Julián. Estudio histórico-crítico sobre las Novelas ejemplares de Cervantes. Vitoria: Domingo Sar, 1901. Avalle-Arce, Juan Bautista. Nuevos Deslindes Cervantinos. Esplugues de Llobregat: Ariel, 1975. Avalle-Arce, Juan Bautista, ed. Novelas ejemplares. De Miguel de Cervantes. Madrid: Castalia, 1982. de, y M. A. Paz. (1654-1658). Madrid: Ediciones Atlas, 1968. Boyd, Stephen F. A Companion to Cervantes's Novelas Ejemplares. Woodbridge, Suffolk, UK: Tamesis, 2005. Bravo Villasante, Carmen. 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