Bill Evans, el poeta del piano

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Bill Evans, el poeta del piano
El pianista en de sus actuaciones
Su virtuosismo y su inspiración le convirtieron en los años 60 en
leyenda del jazz, a la altura de Charlie Parker o Miles Davis
Nadie ha sacado tanto partido de un teclado en las últimas décadas
como este genio que fue clave en la grabación de 'Kind of blue'
Un inconformista que exprimió su arte para crear una música que
nos llega al corazón
PABLO SANZ 21/04/2014
Era un hombre huidizo y esquivo, por eso se refugió en el único sitio donde
podía estar solo con sus propias tormentas: en los huecos de una melodía
imposible. En la segunda mitad del siglo pasado cambió el rumbo del jazz,
entregado en ese momento al fuego abrasador del bebop. Asimismo, y casi sin
quererlo, le descubrió al género una nueva alineación revolucionaria, la del trío
de piano, contrabajo y batería, que hoy es padre nuestro de cada día.
Y como no, ideó un nuevo lenguaje pianístico, que nacía en la música
clásica y vivía en la improvisación. Se llamaba Bill Evans (Plainfield, 1929 Nueva York, 1980) y hoy su música sigue dominando algunas de las esencias
del jazz contemporáneo. El escritor Gene Less bautizó a Bill Evans como 'el
poeta del piano', debido a las hermosas construcciones melódicas que
improvisaba, y que nacían del impresionismo musical europeo de autores
admirados como Debussy o Ravel. Esta querencia aportó a su concepción
jazzística nuevas alternativas creativas, que aun hoy permanecen como
lecturas de cabecera entre todo jazzista que se precie. Luego, al genio, se
le sumó una condición humana que, en el decir de muchos, no fue más que
espejo de un suicidio permanente, precipitado por su adicción a las drogas y la
muerte de su hermano, Harry Evans, también músico, al que le unía una
relación muy especial. Vivía para sí, como cuando componía o interpretaba su
música, pensando en él, en sus luces y sus sombras.
John Coltrane, Cannoball Adderley, Miles y Bill Evans, 1958.
A lo largo de su existencia protagonizó infinidad de grabaciones y actuaciones,
figurando de manera privilegiada aquellas que el artista protagonizó durante
años en el neoyorquino Village Vanguard, el club donde él se sentía en casa.
Mediada la década de los años setenta recibió un Grammy por su
colaboración junto al cantante Tony Bennett, aunque su huella creativa, ya
se ha sugerido, quedó plasmada para siempre en su manera de entender la
improvisación jazzística, que encontró nuevos idiomas expresivos en un
formato de trío que hoy prolongan pianistas admiradores como Keith Jarrett o
Brad Mehldau.
Mediado el siglo pasado, la escena norteamericana era un bullicio jazzístico
frenético y contestatario del amable swing orquestal. El alto saxofonista Charlie
Parker, junto a otros popes como el trompetista Dizzy Gillespie, introducía al
género en la modernidad para no dar marcha atrás nunca más. El bebop hacía
las delicias de medio mundo, pero en esto surgieron una serie de jazzistas
reflexivos, intelectuales, con otra sensibilidad.
Los saxofonistas Gerry Mulligan y Lee Konitz, el trompetista Miles Davis y,
sobre todo, los pianistas Gil Evans y Lennie Tristano dulcificaron su discurso
abandonando la estructura de acordes por la de escalas, aportando nuevas
posibilidades creativas que años más tarde, en los sesenta, se traducirían en
esa ventana -todavía abierta- que es el free jazz.
El disco más vendido de toda la historia del jazz
En este contexto apareció un pianista zurdo de formación clásica dotado de un
talento privilegiado para el piano, que pronto fecundaría en los terrenos ya
abonados de gigantes como el mencionado Miles Davis, gracias a los
conocimientos compartidos junto al compositor y multi-instrumentista George
Russell. Sin duda, el 'Kind of Blue' del trompetista, el disco más vendido de
toda la historia del jazz, del que este año se cumple el 55º aniversario de su
comercialización, fue el testimonio discográfico más representativo de este
nuevo sentimiento jazzístico, el jazz modal, que miraba de reojo al cool jazz, el
west coast jazz y otras formas evolucionadas de la música lírica. La
participación de Bill Evans en el antológico registro no se limitó, claro está, a la
mera interpretación del piano, sino que aportó a Miles un sinfín de ideas que
acabaron encumbrándole (todo ello por no hablar de la polémica en torno a la
auténtica autoría de temas como 'Blue in green' o 'Flamenco sketches', que el
trompetista se adjudicó sin miramientos, pagándole al pianista 25 dólares en
concepto de royalties).
Antes de rubricar esta obra mayor del género, Evans había venido despertando
toda suerte de atenciones y admiraciones a raíz de sus colaboraciones junto a
otros artilleros visionarios, caso de Charles Mingus, Art Farmer u Oliver Nelson.
Incluso su primer disco, 'New Jazz Conceptions' (Riverside, 1957), aunque
dominado todavía por el lenguaje bebop, ya presagiaba nuevas palabras para
la literatura del jazz, a pesar de que se vendieran poco menos de 800 copias.
Tras abandonar la disciplina del quinteto de Miles Davis, Bill Evans grabó en
1958 el álbum 'Everybody digs Bill Evans', que incluía a su primer gran trío, el
formado por el contrabajista Scott La Faro y el baterista Paul Motian. La
leyenda del pianista crecía a pasos agigantados: todo el mundo quería tocar
con él, escucharle. De aquella reunión hoy nos quedan trabajos sublimes como
'Waltz for Debby' (Riverside, 1961), aunque la temprana muerte de La Faro
devolvió a Bill Evans a la carretera de las colaboraciones, siempre orilladas a
su sensibilidad pianística, con independencia de si enfrente tenía la guitarra de
Jim Hall o la trompeta de Freddie Hubbard. Antes, no obstante, el artista
rubricaba otra de las joyas de su catálogo, 'Explorations' (Riverside,1961),
donde la precisión interpretativa de Scott 'La Faro' y Paul Motian sólo encuentra
contestación en la sonoridad elegante, cadenciosa y armoniosa que imponía el
patrón antes.
Tres años después, llegaría otra de las creaciones más definitivas del pianista,
'Conversations with myself' (Verve, 1963), a piano solo y con varias tomas
pianísticas editadas unas encima de otras (años más tarde la experiencia
tendría prolongación en los discos 'Alone' y 'Alone' (Again). Asimismo, el artista
realizaría numerosas giras internacionales, como la que le trajo a Madrid en
1979 al histórico Balboa Jazz Club; en este sentido, y como cuenta pendiente,
el pianista nunca llegó a tocar en Rusia como siempre deseó -su madre era de
origen ruso-, reivindicando la cultura como arma para combatir la política.
Paralelamente, Bill Evans empezó a abordar toda suerte de formatos, incluida
la Big Band, junto a Gary McFarland, e incluso hizo un breve escarceo por el
jazz-rock tocando el piano eléctrico. No obstante, y como segunda época
dorada, también destaca la formación de su segundo gran trío, integrado en
esta ocasión por el contrabajista Marc Johnson y el baterista Joe LaBarbera,
por quienes aseguraba seguía teniendo unas ganas inconmensurables de
"hacer música, de compartir escenario con ellos".
Valores y pasiones
La personalidad artística y vital del pianista hoy cuenta con una extraordinaria
biografía, editada por Global Rhythm y escrita por el también pianista Peter
Pettinger: 'Vida y música de Bill Evans' (Precio: 26,50 euros. Nº de páginas:
424). El libro no sólo da cuenta de sus hitos musicales, sino que relata esa
condición humana íntima, genial y frágil a través de sus matrimonios y
divorcios, su afición por las películas de la factoría Disney, su concepto de la
amistad y el compañerismo, o su pasión por los deportes, a cuya cabeza se
situaba el golf... un deporte, mire usted por donde, se combate contra uno
mismo.
La biografía, con traducción ejemplar de Ferrán Esteve, muestra todos los
universos del pianista, que acaban en esa oscuridad vinculada al suicidio de
sus últimos años; Pettinger lo recuerda: "Quienes acudían a sus conciertos
eran conscientes de que cualquier noche podía ser la última". La reflexión
no es anecdótica, porque a lo largo de sus páginas, y al margen de sus
fantasmas personales, uno siempre se topa con el creador compulsivo hasta la
obsesión, entregado a una lucha constante con su cultura propia, exclusiva,
síntoma del jazzista de ley. De hecho, en la recta final de su vida, ya hundido
por el suicido de su hermano, el pianista decidió ocuparse entera y
exclusivamente a la música, aceptando todas las invitaciones posibles que le
llegaban para tocar, independientemente de si era un club, un teatro pomposo
o un festival al aire libre (en una gira europea de 24 días su trío con Johnson y
LaBarbera tuvo hasta 21 actuaciones).
El jazz de Bill Evans era hermoso de principio a fin, por sus armonías
impresionistas, sus líneas melódicas sincopadas y polirrítmicas, por su
improvisaciones henchidas de un lirismo soñado y pergeñado tan sólo por unos
pocos visionarios. Sin duda fue el pianista y compositor, junto a Thelonious
Monk o Bud Powell, más importante del jazz moderno, que él supo
intelectualizar a partir de emociones singulares. La amplitud de su mirada
creativa hoy ha permitido que esta música mayor de nuestro tiempo se
entienda con todos los géneros musicales, esto es, con todos los corazones; sí,
quizás fue debido a que él siempre vivió para adentro, en esos recovecos de
una melodía imposible.
Más allá de la polémica suscitada entre ambos, Miles Davis, a todas luces uno
de los grandes iconos de la cultura popular de nuestro tiempo, nunca se cansó
de reconocer el talento de Bill Evans, siendo uno de los pocos artistas de los
que confesó haber aprendido. Una declaración contundente para quien,
recordamos, cambió el curso del jazz en varias ocasiones. Una declaración de
amor imposible que hoy se nos queda breve, sí, como el amor auténtico: el que
toda la familia del jazz hoy profesa a un pianista que se empeñó en sobrevivir a
la vulgaridad. Y a su propia genialidad.
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