El cartel como acción comunicativa

Anuncio
El cartel como acción
comunicativa
César González Ochoa
Cuando estamos ante un cartel, como alguno de
los cuatro que presentamos, de manera inequívoca
nos hacemos algunas preguntas acerca de sus varios
aspectos. Aunque no las hagamos de manera explícita, siempre presentamos interrogantes de diversos
tipos. En primer lugar, respecto a su inteligibilidad;
y las cuestiones son, por ejemplo: ¿Qué significa
eso? ¿Qué me quiere decir con esto? ¿Cómo debo
entenderlo? Las respuestas a estas preguntas tienen
que ver con la interpretación; así, si leemos los periódicos o vemos noticias por televisión, sabremos
que Sarajevo es una ciudad devastada por la guerra,
si algo de historia recordamos, podemos asociar el
nombre de esa ciudad con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914, que fue el detonador de la primera guerra mundial. Pero el cartel
dice 1994, por lo cual sabemos que se refiere a la
actualidad, a su división entre dos grupos étnicos,
a su desarticulación, a su destrucción. El cartel que
anuncia la puesta en escena de Romeo y Julieta es
suficientemente claro, además del nombre, por la
ilustración de dos amantes unidos, entre ambos el
corazón compartido y un puñal. Si sabemos un
poco más, asociaremos esta muerte por amor con
otras parejas trágicas de la historia, comenzando
con la de Píramo y Tisbe, de Ovidio, hasta las versiones cinematográficas donde el amor y el odio
están juntos y donde parece que el odio triunfa,
etcetera. El anuncio de un concierto de órgano nos
da todos los elementos para interpretarlo inequívocamente, con un gran esfuerzo icónico que consiste
en la tipografía que simula las teclas blancas y
negras. El último cartel es más ambiguo, ya que la
correspondencia entre el título de la pieza anuncia-
da, El séptimo cielo y el dibujo no es obvia; a
primera vista, parece ser un cartel contra la violencia sexual, o algo así. Sin embargo, sabemos que
algunas tradiciones cristianas, seguramente influidas por el pensamiento anterior, identifican varios
cielos, o varios círculos del cielo, y sitúan al empíreo en el último, el séptimo, de allí puede inferirse
la relación del dibujo con el título de la obra teatral.
En todo caso, si la inteligibilidad del mensaje
plantea preguntas que nos son tan complejas y
que pueden resolverse con una interpretación que
requiere sólo informaciones, los carteles hacen
preguntarnos sobre cosas diferentes, cuestiones que
tienen que ver con la verdad de los contenidos
expresados, por ejemplo: ¿Son las cosas así como
se expresan? ¿Por qué son así y no de otra manera?
Estas preguntas las respondemos con afirmaciones
y explicaciones; preguntamos por ejemplo, ¿están
así las cosas en la ex Yugoslavia? Sí, efectivamente,
porque no es un conflicto únicamente político o
racial, sino religioso, etcétera. ¿Cuándo, dónde será
el concierto de teclado o la presentación de la obra
de Shakespeare o de la otra obra mencionada? La
respuesta es una explicación, un añadido de los
datos que se preguntan.
El tercer grupo de preguntas tiene que ver con
la autoridad de quien enuncia o de quien expresa,
con los papeles sociales, con las normas que indican
quién puede decir algo; preguntas de este orden
son, por ejemplo: ¿Por qué dices eso? ¿Desde qué
lugar hablas? Y tales preguntas se contestan con
justificaciones. ¿Con qué derecho hablas de Sarajevo si tú nunca tomas partido? Ante esta pregunta sólo se pueden dar justificaciones. Aquí se está
cuestionando la rectitud de quien enuncia.
Kari Pippo, Sarajevo 1994..., serigrafía, 70x100 cm, 1994.
Abril 2004 - Octubre 2004
Lanny Sommese, Romeo y Julieta (Romeo and Juliet), serigrafía, 88x62, 1993.
14
Finalmente, cuando se pone en duda la sinceridad de quien habla o de quien enuncia, surgen
preguntas del tipo: ¿No estará tratando de engañarnos? ¿No se estará engañando a sí mismo? Tres
carteles dan informaciones sobre hechos externos:
el de Romeo y Julieta, El séptimo cielo y el del concierto de teclado, por tanto, sería difícil cuestionarlos desde este punto de vista; el cuarto sin embargo,
puede ponerse en cuestión desde esta perspectiva.
Si pudiéramos considerar estos carteles como actos o acciones comunicativas, entonces su eficacia
podría verificarse con respecto a estas cuatro dimensiones: inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad, las cuales se denominan pretensiones de
validez, y son construidas por los sujetos participantes aunque sea de una manera implícita, pero
pueden explícitamente ponerse en cuestión. Se reúnen las cuatro pretensiones cuando lo que se dice es
inteligible; cuando su contenido es verdadero; cuando quien lo dice está justificado para decirlo; y
cuando quien lo dice, lo dice sinceramente, sin
intenciones de engañar.
Encuadre, revista de la enseñanza del diseño gráfico
¿Qué es lo que convierte los carteles en actos
comunicativos, si es que lo son? Tal vez habría que
hacer antes otra pregunta: ¿Qué es un acto comunicativo? ¿Qué condiciones deben reunirse para
que algo sea un acto comunicativo o de algún otro
tipo? Estas preguntas requieren la previa definición
de la noción de acto. Para entender la noción de
acto o de acción se requiere deslindarla de otra
noción: la de comportamiento; y lo que permite
realizar esa distinción es la presencia del sentido. La
acción o acto es un tipo de comportamiento que se
distingue por estar orientado por reglas o por normas. Los comportamientos que no son actos pueden ser sometidos a observación; las acciones
pueden ser entendidas.
Existen comportamientos que se repiten regularmente, por lo cual podría decirse que siguen una
regla. Sin embargo, tales regularidades sólo pueden
ser descritas inductivamente, pues los comportamientos simplemente ocurren o no ocurren; en
cambio, las reglas se tienen que entender. Una regla
se puede seguir, se puede impugnar, se puede violar;
pero es absurdo decir que se viola una regularidad.
Las reglas que subyacen a una acción pueden aceptarse o rechazarse, pero la existencia de regularidades de comportamiento sólo puede afirmarse o
ponerse en duda. En síntesis, percibir una acción
implica la comprensión de una norma y su interpretación se realiza a la luz de una regla entendida.
Claro está que un sujeto que realiza una acción
puede no ser capaz de hacer explícitas las normas
que rigen sus acciones; de hecho es ésta la situación
común: un sujeto es capaz de producir o de entender frases con sentido (es decir, un tipo particular
de acciones), puede ser capaz de entender un cartel,
etcétera, pero no necesariamente puede hacer explícitas las reglas que gobiernan esas capacidades. Pero,
por el hecho de entender, posee un saber implícito
de las reglas, y por medio de ese saber puede determinar si esa frase que escucha o lee, o este cartel que
observa, está bien construido, si está orientado por
las reglas o si se desvía de ellas; puede incluso determinar el grado de desviación de dichas reglas.
Vuelvo a la pregunta, ¿qué clase de acciones son
los carteles mostrados?; y, si pertenecen a un tipo
de acciones, ¿significa esto que hay varios tipos de
acción? Existen varios tipos de acción porque existen varias clases de reglas (ya se estableció que en el
concepto de acción es fundamental el hecho de
seguir una regla). Entre las clases de acción habría
que señalar en primer lugar las que usan reglas técnicas, que expresan un saber sobre las leyes de la
naturaleza. La acción basada en estas reglas se denomina acción instrumental y se reduce a la manipu-
lación de objetos orientada a la consecución de un
fin. La aplicación de reglas técnicas exige una actitud objetiva ante el mundo; en la acción instrumental el sujeto adopta frente a los objetos una
relación unilateral, orientada exclusivamente a conseguir el fin propuesto. Hacer una mesa, usar un
programa de computadora, etcetera, son acciones
instrumentales; el carpintero o quien usa el programa posee un saber implícito de una serie de
reglas técnicas; es decir, tiene una competencia
aunque no sea capaz de expresar tales reglas.
Otro tipo de acción es la llamada acción estratégica, la cual, de la misma manera que la acción
instrumental, también está orientada hacia un fin,
o está orientada al éxito. Sin embargo, en la acción
estratégica el éxito o la eficacia no se mide por el
manejo o la manipulación de algo en la naturaleza,
sino que consiste en la capacidad de influir en las
decisiones de otras personas. Las reglas que están en
la base de esta acción implican enunciados sobre
relaciones entre valores, fines y medios, sobre la
base de preferencias y máximas de decisión adoptadas. Su aplicación exige también una competencia, un saber empírico sobre las posibilidades de
decisión de la parte opuesta, de aquellos en los que
se quiere influir, así como el espacio de opciones
que ofrece la situación dada. De la misma manera
que la acción instrumental, la acción estratégica es
unilateral y fonológica. Ejemplos claros de acciones
estratégicas son los anuncios publicitarios, la propaganda política, en fin, todos esos mensajes que
utilizan procedimientos retóricos para exclusivamente mover y conmover. Una gran cantidad de
carteles que invaden nuestra vida cotidiana son
precisamente acciones de esta clase.
Ambos tipos de acción —la instrumental y la
estratégica— a veces se engloban con el nombre de
acción con arreglo a fines, y están gobernados por
reglas específicas. Pero hay otro tipo de acciones, las
que obedecen a reglas sociales, cuyo contenido se
objetiva en expresiones simbólicas. En estas acciones
se presume la interpretación de por los menos dos
sujetos capaces de lenguaje y acción que, ya sea por
medios verbales o extraverbales, entablen una relación interpersonal. Entre las acciones que son parte
de este tipo está la acción comunicativa (más adelante
se hablará de otra acción), en la cual los sujetos no
se orientan hacia un fin externo sino hacia el entendimiento; con ello, la relación que entablan no es unilateral sino dialógica, y el proceso culmina en un saber
comunicativamente compartido por los participantes.
Las reglas técnicas y estratégicas (es decir, las que
rigen las acciones con arreglo a afines) pueden ser
eficaces o no en la medida en que logren los fines
propuestos (den por resultado la mesa, o la manipulación del programa, en el caso de la acción
instrumental, o la obtención del voto o la compra
de un producto o servicio, en el caso de la acción
estratégica). Las normas sociales, en cambio, no se
miden por la eficacia sino por la validez, la cual se
asegura por el reconocimiento intersubjetivo en el
entendimiento. Un comportamiento que viola reglas
técnicas o estratégicas fracasa cuando no alcanza el
fin inicialmente previsto, cuando no tiene éxito; la
sanción está precisamente en ese fracaso: la mesa
mal construida, el programa no sirve, etcétera. Pero
una acción que viola las normas provoca sanciones
asociadas con esas mismas normas, fracasa no por
no conseguir la finalidad sino que el fracaso es en la
acción misma, que no alcanza a realizarse. Las
reglas instrumentales operan sobre objetos que
pueden manipularse; las reglas estratégicas, sobre
las decisiones de otras personas; las normas de
acción operan sobre interacciones. Tanto las reglas
instrumentales como las estratégicas son aprendidas, y lo mismo pasa con las normas sociales;
no existe conocimiento innato de ellas; pero el
aprendizaje de las reglas técnicas y estratégicas proporciona habilidades y destrezas, mientras que el
aprendizaje o la interiorización de las normas convierte al hombre en un ser social.
Sin restar importancia a las acciones con arreglo
a fines, personalmente me interesa la acción comunicativa (a fin de cuentas es la que está relacionada
de manera más amplia con el sentido). Lo que se
desea es tratar de investigar si un tipo de acción,
por ejemplo, la representada por los carteles mostrados, pertenece solamente al dominio de la acción
comunicativa, o si en ellos está presente otro tipo
de acción. Si no podemos considerarlos como manifestaciones de acción instrumental, sí podrían
verse como manifestaciones de acción estratégica;
ya he mencionado otros carteles que intentan
ejercer acciones sobre los lectores o receptores de
una manera fonológica y unilateral. Si optáramos
por analizar diversos discursos, de cualquier materialidad, por ejemplo los construidos de enunciados lingüísticos, nos sorprenderíamos de encontrar
un alto porcentaje de los que consideramos como
acciones con arreglo a fines, y, por consiguiente, la
pequeña cantidad de actos orientados al entendimiento y al consenso. Para avanzar en la argumentación, puede decirse que un enunciado de
lengua, o un cartel, o cualquier otro acto comunicativo mantiene relaciones diversas con la realidad;
o, mejor, mantiene relaciones con diversas realidades. En primer lugar, con la realidad externa; es
decir, con el mundo de objetos y de acontecimientos
15
Abril 2004 - Octubre 2004
16
sobre los cuales pueden hacerse manifestaciones
verdaderas o falsas. Para hablar de éstos, se trataría
de lo que nos dicen del mundo: lo que pasa en
Sarajevo, el concierto de teclado o la puesta en escena de Romeo y Julieta.
En segundo lugar, relaciones con la realidad
interna, es decir, con el mundo propio de experiencias intencionales del autor, que pueden ser
expresadas verazmente o no (en el caso mostrado, la
manera particular como interpreta la tragedia de
Shakespeare por medio de dos elementos básicos: el
corazón y el puñal; o la catástrofe de la ciudad
mediante el contraste blanco/negro, etcétera). Y tercero, con la realidad normativa de la sociedad, o sea
el mundo social de valores y normas compartidas,
de roles y de reglas a las cuales puede o no ajustarse
y que pueden ser a su vez correctas —legítimas, justificables— o incorrectas; en el ejemplo de Sarajevo, los valores que hacen que estemos en contra
de la guerra y la masacre de la población civil.
Nuestra capacidad de comunicarnos tiene un
núcleo, unas estructuras básicas y unas normas fundamentales, las cuales están a disposición de los
sujetos competentes. Esta competencia comunicativa no se reduce a saber expresar correctamente un
mensaje, puesto que comunicarse es ponerse en
relación con el mundo físico, con el mundo de los
demás sujetos, y con el mundo de las propias intenciones, sentimientos y deseos. En cada una de estas
dimensiones el sujeto pretende tener cierta validez
sobre lo que dice, lo que implica o lo que presupone. Y como ya se dijo antes, tales pretensiones
son relativas a la verdad de los que se dice al respecto, al mundo objetivo o externo, o son pretensiones
relativas a la actitud o legitimidad de la acción
comunicativa respecto a los valores y normas compartidas en el mundo social, o pretensiones respecto a la sinceridad o autenticidad de las intenciones
y sentimientos.
Tales pretensiones sirven para precisar las actitudes expresadas por el sujeto, las cuales son, en
primer lugar, una actitud objetivante acerca de algo
que ocurre; en segundo, una actitud expresiva, en la
cual el sujeto descubre ante los otros algo de su
interior; y en tercero, una actitud de conformidad
de un sujeto, miembro de un grupo social, ante las
normas de comportamiento. A cada una de estas
tres actitudes corresponde un concepto de mundo:
objetivo o externo, interno y social. Para abundar
un poco más: el mundo externo es el fragmento
objetivado de la realidad; es aquel trasfondo sobre
el que pueden revelarse las opiniones como verdaderas o falsas, o pueden evaluarse las intenciones
como viables o no; es el horizonte sobre el cual los
Encuadre, revista de la enseñanza del diseño gráfico
sujetos se entienden al actuar comunicativamente y
que está formado por convicciones, más o menos
difusas, pero que nos cuestionan. El mundo social
es el fragmento de sociedad simbólicamente preestructurado; a él pertenecen las frases y acciones, las
instituciones, tradiciones y valores culturales. El
mundo interno se expresa en las vivencias individuales del sujeto.
Quien realiza una acción comunicativa no adopta sólo una de tales actitudes, es decir, no actúa en
uno solo de tales mundos. El agente no solamente
se refiere a algo del mundo objetivo o algo de su
mundo social o a un fragmento de subjetividad de
su propio mundo; el caso normal es referirse simultáneamente a los tres mundos. Esto permite hablar
de los tipos de acción en relación con los mundos
en que participan. En la acción instrumental —que
es aquella en la cual el actor realiza un fin o hace
que se produzca un estado de cosas por medio de la
elección, en una situación dada, de los medios más
congruentes y de su adecuada aplicación— el concepto central es el de decisión entre opciones para
alcanzar un propósito, el cual se apoya en la interpretación de la situación. Esta acción se convierte
en estratégica, que es el segundo tipo de acción,
cuando interviene al menos otro agente.
El tercer tipo de acción es la regulada por las
normas, y se refiere no a un actor solitario que se
encuentra con otros en su entorno, sino a los miembros de un grupo social que orienta sus acciones
por valores comunes. Las normas expresan un
acuerdo existente en el grupo social, y todos los
miembros del grupo tienen derecho a esperar unos
de otros que en una situación dada se ejecuten o se
omitan las acciones obligatorias o prohibidas respectivamente. Aquí el concepto central es el de la
observancia de la norma, el cumplimiento de una
expectativa de comportamiento.
En la acción teleológica —como se dijo, abarca
tanto la acción instrumental como la acción estratégica— se asumen relaciones entre un actor y un
mundo de estados de cosas existentes, representados
por enunciados de tipo declarativo (como puede ser
un simple anuncio de salida o un cartel que dice
cómo se quemó la selva amazónica), es decir, que dan
cuenta de un estado de cosas; también pueden estar
representadas por un primitivo anuncio publicitario
que sólo diga “compre x” o “beba y” o “vote por z”.
Estas manifestaciones pueden enjuiciarse conforme a
criterios de verdad o de eficacia. La acción teleológica
presupone un solo mundo, el objetivo.
En la acción regulada por normas, además del
mundo objetivo del estado de cosas existente, está
el mundo social al que pertenece el actor como por-
tador de un rol. Este mundo social contiene un
contexto normativo que determina cuáles son las
acciones legítimas y cuáles no lo son. Y antes de
plantear la cuestión de los mundos en la acción
comunicativa, habría que hacer alusión a otro tipo
de acción no mencionado antes, aquel en el cual se
manifiesta de manera patente el mundo interno.
Este tipo de acción —que se denomina acción dramatúrgica— es la que se refiere a participantes en
una interacción, que constituye los unos para los
otros un público ante el cual se ponen a sí mismos
en escena. En este tipo de acción también la relación entre actor y mundo puede someterse a
juicio, pero sólo puede haber una dirección en la
modificación puesto que el actor, en presencia de
su público, se aplica sólo a su propia subjetividad.
En esta acción se presuponen dos mundos: el externo y el interno.
La acción comunicativa se refiere a la interpretación de al menos dos sujetos capaces de lenguaje
y de acción que verbalmente, o por algún medio
más, los sujetos se orientan al éxito a la manera de
influir sobre los otros. La acción normativa ve el
lenguaje como un medio para transmitir valores
culturales o como portador de consenso que se ratifica en cada acto. La acción dramatúrgica ve el
lenguaje como un medio en el que ocurre la
escenificación y puede asimilarse a formas estilísticas
de expresión. Por lo tanto, en estos tres tipos de
acción hay un uso unilateral y fonológico del
lenguaje; y ello se manifiesta en el tipo de comunicación que cada uno privilegia: el primero como
entendimiento indirecto de aquellos que sólo pretenden la realización de sus propios fines; el segundo como acción consensual de aquellos que se
limitan a actualizar un recuerdo normativo ya existente; y el tercero como autoescenificación destinada a espectadores. En cada caso sólo parece una
función del lenguaje: en el primero, la provocación
de efectos, en el segundo, el establecimiento de relaciones interpersonales, y en el tercero, la expresión de vivencias y emociones personales. Pero en la
acción comunicativa están presentes todas las funciones: allí el lenguaje es un medio comunicativo
por el cual los dos participantes del acto se refieren,
desde el horizonte de su mundo de vida, simultáneamente a algo en el mundo objetivo, en el
mundo social y en el mundo subjetivo, para llegar
a un acuerdo sobre la situación que pueda ser compartido. Por medio de la acción comunicativa los
participantes contraen relaciones con el mundo,
pero no de manera directa, como es el caso en los
tipos de acción, sino de manera reflexiva; allí se
integran los tres conceptos de mundo, que en los
Kyösti Varis, Festival de órgano de Lathi (Lahti organ festival), serigrafía, 120x80, 1992.
otros tipos de acción aparecen aislados, y ese sistema integrado aparece como un marco de interpretación compartido dentro del cual se llega a la
comprensión. Los participantes no se refieren directamente a los tres mundos, sino que cuentan con
la posibilidad de que la validez de sus expresiones
pueda ser puesta en tela de juicio por los demás.
Decir que el entendimiento funciona como mecanismo coordinador de la acción quiere decir que los
participantes se ponen de acuerdo sobre la validez
que pretenden para sus manifestaciones; o sea,
reconocen intersubjetivamente las pretensiones de
validez con que se presentan unos frente a otros.
Regreso a las pretensiones de validez. Que realice un acto orientado al entendimiento tiene que
plantear con su acto mismo que éste es verdadero,
que es correcto respecto al contexto de las normas
y que la intención expresada coincide con lo que
17
Abril 2004 - Octubre 2004
Vincent Perrottet/Gerard Paris Clavel, Séptimo cielo (7th. Sky), Serigrafía, 120x70 cm.
piensa y cree; es decir, pretende para lo que enuncia, rectitud para las acciones legítimamente reguladas y para el contexto normativo de éstas y veracidad para las manifestaciones de sus vivencias subjetivas. Kari Pippo, el autor del cartel de Sara-jevo,
pretende que creamos que lo que dice que ocurre
en esa ciudad es verdad, que es legítima su acción
de contarlo y que realmente siente lo que allá está
ocurriendo. Verdad, rectitud y veracidad con crite-
Encuadre, revista de la enseñanza del diseño gráfico
rios de conformidad de los actos comunicativos y
los tres mundos con los que el actor se relaciona.
Cuando se alcanza un entendimiento, los participantes llegan a un acuerdo; este acuerdo descansa
sobre una convicción común; la acción comunicativa se realiza sólo cuando el otro la acepta, cuando
toma postura, aunque sea implícitamente, frente a
una pretensión de validez que en un principio es
susceptible de crítica. Por lo tanto, el acuerdo no
puede ser impuesto por una de las partes. El acuerdo alcanzado entre los participantes se mide por
esas pretensiones de validez, las cuales caracterizan diversas categorías de un saber encarnado
en manifestaciones simbólicas —como los carteles mostrados— que pueden ser analizadas ya
sea desde el aspecto de cómo pueden fundamentarse, ya sea el aspecto de cómo los actores
se refieren con ellas a algo en el mundo. La comprensión de una manifestación simbólica exige la
participación en un proceso de entendimiento, y
los significados pue-den estar encarnados en
acciones, pero también en instituciones, en productos del trabajo, en contextos de cooperación o
en documentos. El horizonte de procesos de
entendimiento dentro del cual los implicados llegan a un acuerdo o discuten sobre algo que puede
pertenecer a cualquiera de los tres mundos se
denomina mundo de la vida.
Como ya se dijo, en el concepto de acción es
central el hecho de seguir una regla; y existen al
menos dos tipos de éstas: las que sirven para resolver problemas técnicos y las que sirven para
regular el contexto donde funcionan; en estas últimas las reglas de acción estratégica, que, como las
técnicas, están orientadas hacia el éxito, aunque
dicho éxito tiene que ver con el influjo sobre las
personas, y las normas que se orientan al entendimiento. Para analizar estas últimas, se pueden
mencionar dos clases: las reglas de la gramática y las
reglas de los juegos. En ambos casos se trata de reglas constitutivas; es decir, son reglas que no sirven
para regular un comportamiento que exista previamente, con independencia de ellas, sino que son
esas mismas reglas las que producen tales comportamientos: un jugador de ajedrez no usa las reglas
para aplicar a jugadas que existan antes, sino que el
uso de las reglas produce tales jugadas. Este jugador
de ajedrez puede saber cómo mover un peón o un
alfil, pero no tiene por qué poder explicar su funcionamiento. De la misma manera, un hablante
sabe usar las reglas gramaticales, pero puede no ser
capaz de explicarlas o describirlas. Lo importante
de una regla no es su descripción sino el hecho de
que se sabe usar, de que se tiene una competencia
de ellas. En este hecho de saber usarla se expresa la
posibilidad de aplicar una regla aprendida para producir resultados nuevos.
Una teoría de los actos comunicativos no tiene
por objeto explicar los actos en tanto que fenómenos; más bien su meta es hacer una adecuada
exposición del sistema de reglas por medio del cual
los sujetos competentes producen y entienden las
manifestaciones simbólicas. Por ejemplo, el objetivo de una teoría lingüística no es estudiar los
enunciados sino las reglas que los producen, las
reglas por las cuales los hablante y oyentes competentes producen y entienden las expresiones lingüísticas; de la misma manera, una teoría de la
comunicación gráfica tiene como tarea dar cuenta
de la competencia de los sujetos, es decir, de su
capacidad de generar y de entender los actos comunicativos como los carteles o cualquier otra manifestación gráfica.
Se llama competencia lingüística a la capacidad
de dominar el sistema particular de reglas, de hacer
explícito el know how del que disponen los sujetos
competentes. La teoría de la comunicación lingüística, igual que las demás teorías de la acción comunicativa, es una ciencia reconstructiva ya que tiene
por objeto la reconstrucción explícita de un conocimiento que se encuentra de manera implícita en
los sujetos hablantes. Estos sujetos saben cómo
realizar, ejecutar y producir enunciados, y saben
entenderlos, sin ser capaces de explicar los conceptos, reglas, criterios y esquemas en que se basan
tales enunciados. La finalidad de la reconstrucción,
es decir, de la teoría, es hacer explícito en términos
categoriales las estructuras y elementos de ese know
how.
Hay diferencias entre las ciencias reconstructivas
y las ciencias físicas: en primer lugar en que el
ámbito objetual de aquellas pertenece a la realidad
simbólicamente estructurada del mundo social.
Pero también se distinguen de las demás ciencias
humanas: aunque todas las disciplinas que poseen
una dimensión hermenéutica investigan este orden
de realidad, lo que distingue a las ciencias reconstructivas es que éstas buscan la estructura profunda;
es decir, no sólo intentan descubrir las relaciones de
significación, lo que quieren decir sus manifestaciones, sino que su objetivo es poner de manifiesto
el sistema de reglas subyacentes a la producción y
comprensión de tales configuraciones simbólicas.
En otras palabras, su meta no es hacer una traducción de lo que significan, ni una paráfrasis: para
nuestro caso, no se trataría de traducir o explicar el
nombre de Sarajevo o por qué se desarticula usando sólo dos colores; no habría que hacer una pa-
ráfrasis acerca del corazón y el puñal en Romeo y
Julieta; más bien se trata de encontrar cómo llegan
a decir lo que dicen, y eso se consigue con el
conocimiento explícito de las reglas y estructuras
cuyo dominio es la competencia de un sujeto. Su
tarea es hacer explícita la competencia.
La teoría de la competencia lingüística es un
caso particular de una teoría más amplia, la de
la competencia comunicativa, cuya tarea fundamental es construir las condiciones generales del
entendimiento. Con una teoría como ésta tendríamos
un fundamento para la investigación en ciencias
sociales ya que, si la reproducción de la sociedad
se basa en la reproducción de sus miembros competentes, entonces con la teoría comunicativa
tendríamos una comprensión de los procesos de
socialización. Una teoría de la sociedad planteada
en términos de competencia comunicativa entiende el proceso de la vida social como un proceso
de generación mediado por actos comunicativos,
entre los cuales están los de la comunicación gráfica. La realidad social resultante de esta generación
descansa en la facticidad de las pretensiones de
validez implicadas en los productos simbólicos, en
las acciones. Y, como se ha repetido, tales pretensiones son la inteligibilidad, la verdad, la rectitud y
la veracidad, las cuales son las diferentes dimensiones
en que una acción puede tener éxito o fracasar;
cada una relacionada con las diferentes regiones de
la realidad: lenguaje, naturaleza externa, sociedad y
naturaleza interna.
Cuando un sujeto realiza un acto comunicativo,
no se refiere exclusivamente a algo de su mundo
objetivo, del mundo social, o del mundo subjetivo,
sino que pretende un acuerdo con los otros de que
este acto está validado en los tres campos: que es
verdadero, que es correcto respecto al contexto
nomativo y que la intención expresada coincide
con lo que cree o piensa. Por tanto, las acciones
comunicativas son interacciones sociales que no
se orientan al éxito de cada actor considerado aisladamente, sino que están coordinadas mediante
operaciones cooperativas de interpretación. Cuando se logra el entendimiento los participantes llegan
a un acuerdo, el cual descansa en la convicción
común, ya que el acuerdo no puede ser impuesto
por una de las partes.
Para concluir, faltaría decidir si los carteles
mostrados constituyen verdaderas acciones comunicativas, o si en qué medida los productos gráficos
conocidos en general como carteles son manifestaciones simbólicas orientadas al entendimiento,
destinados a producir consenso.
19
Abril 2004 - Octubre 2004
Descargar