JUVENCIA NORBERTO OSVALDO JUVENCIA SANTIAGO DE CHILE 2014 PRINCIPE DE CAPADOCIA EDICIONES Todos los derechos reservados Príncipe de Capadocia Ediciones, 2014 Av. Belgrano 1950 (C.P. 1870) Avellaneda, Bs. As., Argentina E-mail: [email protected] [email protected] Impreso en Santiago – Rep. de Chile Este libro no puede ser reproducido total ni parcialmente sin previo consentimiento de su autor. Cualquier tipo de reproducción sin el previo permiso por escrito de éste es ilegal y constituye un delito. A Manuel Algarín e Ilda de la Cruz, autores de mis días, va dedicado afectuosamente este libro. N.O. PROEMIO Dice el rey, imperativo y ansioso: "¡Dad paso a la caravana de las hadas y las ninfas, de los príncipes rubios y las reinas morenas, de los albos cisnes y los engalonados leones!". ¡Sea, rey poeta! Ya se asoman, atendiendo a vuestro llamado, los cisnes americanos de Darío, las náyades rosadas de Homero, las ladies de piel británica que conocieron a Shakespeare; y huélense, en efecto, como se huele al ensueño, los inciensos de la Hispania: aquélla Hija de Roma, la Hermana de la Francia, la Madre de América; y en el aire revolotean los versos de Garcilaso, Góngora, Quevedo y otros ilustres padres de las letras hispanas. Pujan también por desenvolverse los misterios y adalides de la Grecia y de Roma. A alguien se ve, que al pasar en fuga grita: "¡La poesía es poesía porque es pura!". Feliz el que sepa descubrirla; feliz por el alma que ambiciona un paraíso, por la carne sensible que se eriza. Es esa música la campanada que despierta primaveras florecientes en el seso y el corazón, haciendo aparecer, quizás de la nada, un pensil inmenso. Es esa la magia de la poesía. Y la hay donde se halla el crisol en que se funden beldad e inspiración; de ahí ella. ¡Poesía! ¡Cuánto encierra ésta palabra!, ¿no, rey? Penetrar en la insondable inmensidad de ella, es como abarcar el cuerpo de una tupida nube con las manos. Pudiera describirla si mi elocuencia estuviese a la altura de mi celo; pero la poesía, como el sentimiento —como lo que es—, requiere expresarse no con aquélla sino con un gesto o ademán. De ahí que Bécquer supo descubrir esa posibilidad en su eterna Musa, la de carne y hueso: la mujer; y de ahí que la música, hermana estrecha de la poesía, necesita de acordes y arpegios para expresarse y dejar revolotear en los aires la resonancia de su harmonía ideal. Con murmurarla alcanza. ¿Qué es solamente retórica afectada, ésta, que preconízale un dulzor al alma humana? Do-re-mi-fa-sol-la-si. La música: ¡hermana estrecha de la poesía!; ¿no es así, trovadores y bardos, que habéis conquistado reinos e imperios que ya el tiempo enterró entre sus ruinas? ¿Un beso de una Portia, no habréis cosechado siquiera en vuestro peregrinaje? Los invoco a vosotros, ya que el vuelo del tiempo lejos dejó a la contemplación de la poesía los pintorescos prototipos de esa belleza noble y divina; y no hallo a mano, salvo los encantos de alguna Helena moderna, o la risa de alguna niña y algunas otras beldades —profusas, por cierto—; no hallo los motivos que habrían de preocupar, en todos los tiempos, a los hacedores de versos. No se crea por esto que poesía ya no hay: "Podrá no haber poetas...", dijo el amable y sensitivo Gustavo Adolfo Bécquer. Otra vez: " Poesía eres tú...", dijo a su Musa. Toda la razón atribuyo a este despertador de adolescencias poéticas, alma gemela de los soñadores ardientes; porque no en todos los tiempos hubo ruecas plateadas, dedales de oro, o mantos de tisú; pero siempre hubo poesía: en una flor, por ejemplo; en la mujer. Cuanto puede dar al alma un suspiro, o, cuando menos, una agradable impresión a los sentidos, de plano debiera considerarse poesía. Sentemos este principio: La belleza es el principio y fin de la poesía, del Arte en todas sus disciplinas; el escultor, al devastar el frío bloque de mármol, no debe pensar sino en tal. Lo mismo el pintor al desleír su mágica policromía; lo mismo el músico. Al sonar las cien trompetas de ese llamamiento, deben acudir pintores, escultores, poetas y músicos, todos llenos de entusiasmo, dispuestos a empeñar sus horas en el dichoso fin, en pos de tal consecución. Y el que le es indiferente, la indiferencia debería ser su merecida recompensa, despeñándosele además en la sombra del olvido, atendiendo la justicia del llamado de éste, pues son las obras de este tipo las cosas que reclama —con toda justicia— para sí. No debe acuciar, sin embargo, la ceguera al lazarillo: cada alma es única e irrepetible. Es sin duda el cultivo preciosista de la forma y el contenido, el objeto que con inclaudicable empeño rayé yo en los trazos de Juvencia. Tal es mi visión del arte —como la de Darío y otros cómplices, los modernistas—: la belleza absoluta. "¡Todo luz, todo perfume, todo juventud y amor!", fueron las palabras que con celo cercaban mis pensamientos a la hora de escribir. Amigo Eduardo de la Barra: Gracias por tales conceptos... Bajo esta mira y reglamento, no hice sino impregnar, en lo posible, a mis versos con el rico y fino bouquet de la luz de mis años juveniles, con sus perfumes y candores, sus fantasías y sueños; y adornadas de tales elementos, di consistencia, color y música a las sugestiones que como un súbito chispazo brotaban en mí para obrarlas como lo hace el escultor, o el músico o el pintor. De aquí la visible y quizás notoria vocación de cultivar las palabras de modo preciosista. Esa inevitable propensión de querer alcanzar la cúspide de la lírica beldad, podría atribuírsela al Príncipe de las letras castellanas, Rubén Darío, como que es el más insigne adalid de entre los poetas hispanoamericanos en cuanto a querer alcanzar tal cima. Sin embargo, éste vate, quien por toda la eternidad no podrá desdeñar los aplausos y alabanzas sinceras de los poetas de éstos lares, no hizo sino poner en práctica lo que la teoría y la naturaleza del Arte prescriben, más allá de genios y escuelas, de épocas y regiones —"No hay escuelas, hay poetas"—: el ideal de querer alcanzar algo que por su originalidad fuera digno de admiración. Esta fue la sublime labor de este poeta que cimentó en América la base para que sus cariátides sostengan la preponderante estructura de una poesía exquisita. Otra premisa que tuve en cuenta fue la musicalidad. "La música sobre todas las cosas", había dicho el hijo de la Francia, Paul Verlaine. Engarzar los sentimientos, la perla ideal y sublime de los hombres, con la música, es el trabajo gentil del poeta; que no lo desmerece ante el laborioso minero, o el infatigable cosechador, o el fructífero pescador, pues, presentándolo a la contemplación, bien trabajado y acabado, produce su labor los mismos goces y satisfacciones para el alma que les da asilo, tanto como el oro, el trigo y el pescado. También dijo al respecto Carlyle: "Si vuestra composición es auténticamente musical no solamente en la palabra sino en el corazón y la sustancia, en los pensamientos y articulaciones, en toda la concepción, entonces será poética; mas no de otra manera". Convenido. Esta clave contribuye al fin único de toda creación artística: insisto, la belleza absoluta. Sino, pregúntesele al caprichoso rey, que exige a los músicos todos, loores a la beldad traducidos en arpegios y acordes. Francamente, divino rey: ¡Sea! Y tú, que quieres conquistar un peldaño más de la misteriosa y ardua montaña de la beldad; dominado perpetuo del imperio de ésta, "la sacra"; perseguidor del amor: el mundo no te amilane y, llamado —azuzado, acaso— por la música de una, ésta cabalística lira, acércate a la imaginería ubérrima de éste súbdito y vasallo, el más feliz esclavo, de la corona áurea y la púrpura abarrotada de la prima, la suprema de las artes: la poesía. Saboréese, entonces (el vino amargo, esperanza, desesperanza), en cada palabra las preocupaciones, vicisitudes y deseos que abarcan y a la vez consumen una alma joven, dotada del espíritu de empresa, veladora de la noble ambición —permítaseme el sinceramiento— de trascender, oyendo el consejo de un grande hombre*; mas desnuda de ambiciones absurdas, esas de las que asolan las mentes mediocres. Sí pretendo, paradójicamente, que mi cuadriga de Imperator sea cargada, al ritmo de su majestuoso paso, de las loas y salves de las almas sensibles y virtuosas que aman el canto lírico, y arrastre por el suelo el arte que no lo es; éste es, el intruso, el mediocre, ¡el desacralizador! En este efecto, invoco la sabiduría de ustedes, filósofos... Que para ello deberán sacudir el polvo de los pergaminos inmortales e imperecederos de los que surcaron el camino hacia la eterna belleza. Homero, el inmortal, los observa y anima. N. O. *"El que no sienta los estímulos de una noble ambición de saber y distinguirse en su carrera, abandónela con tiempo". Mariano Moreno ORO CREPUSCULAR REINO DEL SOL "El alba, con luz incierta, en el espacio fulgura, y parece que murmura besando mi faz: ¡Despierta!" Amado Nervo Al garrido vagabundo, el de casaca y sombrero, el de cigarro en mano y botella de vino, véselo meditabundo. Censurando á su destino, juega á que es un romancero. Con voz de són lastimero, declama aquél viejo su triste elegía. Luego un suspiro y comienza. Y decía: —¡Oh las vueltas de la vida! Hoy mi estrella está perdida; me encuentro sólo y enclenque... De aquél que antaño fuera hombre encumbrado, el que fuera sobrio, ínclito y mentado nada queda. Vago sólo y decadente...; por desgracia, yo elegí el camino errado. ¡Ay de aquél que no escarmiente...! —Mas hay un sol que amanece! —Garcín dice. —¡Sí! ¡Está febo que germina! ¡Por eso recojo y en mi pecho luzco este aciano de azul naciente y verduzco de la floresta colorida y frondosa que se vé exultante en rosas y en jazmines; en donde respira un melindroso viento!; en donde una niñita venturosa dá exaltado oído á algún precioso cuento lleno de reinas, y hadas y arlequines. Por eso yo miro al novio esperanzado divagando de la mano de su amada. (Tras de haber ella deshojado la margarita, su mirada se la vé llena de ilusión). El flautista, pretensioso, llena el aire de dulce són. ¡Sí, querido amigo, dulce y animoso! ¡Llena de jocundos himnos mi corazón!; pues así se despierta y regocija el alma... ¡Sí, amigo, hazte acreedor de la palma! Éste parque todo te admira y te aclama -y te vé y te sonríe una hermosa dama...-. Y á algunos nobles ancianos burgueses y respetables, como yo fuera antaño, los saludo, y me responden con creces, cual si yo no les fuese un "ilustre" extraño. Aquí, en "mi parque" se emplaza un grande busto. Tiene aspecto jovial, pero es bien vetusto. Al rudo pedrusco supo dar pulimento algún ignoto pero genial artista para esculpir semejante monumento, ornamental y deleitoso á la vista. ¡Me inspira virtudes dulces como la miel el laureado prócer sáxeo! Y sobre él revolotea y se alborota una paloma por mendrugo que un infante solidario desperdiga. ¡El sol asoma! Ampuloso y soberbio, el campanario anuncia del cálido abrazo la hora: abrazo entre niñas y madres (severo entre niños y padres); muchos que ríen, algún que otro que llora. Y se dirigen los niños al convento, unos tristes y muchos otros contentos. ¡Alegría! Pues hasta el firmamento elevan los infantes sus tiernos cantos que acogen, desde sus altares, los santos. Me sonríe uno que me vé. ¡Alegría, sí! ¡Me siento un hombre de fe! En mayo, éstas minucias no son pocas... Allende, luciendo sus vistosas tocas, desde el convento saludan las religiosas. ¡Caen mil hojas, amarillas y rosas! ...Y yo, ¡sólo y enclenque!, sin tener dó caer... ¡Mas Febo germina, ramas parsimoniosas! ¡Sí! ¡Por eso tengo ansias de amanecer!... Y danzando entre lirios y mariposas, contemplando éste glorioso azul profundo, entre otras beldades de nuestro mundo, como ser: una paloma, entre otras cosas, ó una pareja en un mar de amores, iré por el mundo convidando flores; y así dejaré atrás mi presente triste. Le diré al mundo que Dios existe... Porque hay un mejor futuro que ya puedo ver: ¡ávidamente, siento ansias de amanecer! 2006 PRESEAS Y GALAS ALONSO DE ERCILLA A Oscar Alfano Gómez Permítame, don Alonso de Ercilla, si es que mi intento no resulta vano, cual el Toqui, azuzarle su mano para luchar por la beldad que brilla. Que su coraza fundida en Castilla, cuyo reflejo cegó al araucano, ¡vuelva á lucirse, romántico hermano, pues es menester su noble cuchilla!, para luchar en perenne combate, envuelto en sombras y vahos dispersos, contra los misterios de la poesía. Usted, Alonso, magnífico vate, cuya psíque palpito en sus versos, ¡sálvela á Clío, que va en agonía! MARTÍN MIGUEL DE GÜEMES A la juventud ¿Segundón postrimero? Sabed, vulgar gente, fue mírifico hermano del Ilustre manchego Don Quijote, ó Don Nuño, y cuya barba de fuego cimentó los pavores del realista zahiriente. Fue soberbia atalaya el valeroso insurgente en las cumbres do Homero, el icónico ciego, inspiróse en sus aires y ademanes de griego para hablarnos de Aquiles, el aqueo doliente. Hombre fuerte y benigno; tal hidalgo que un día en sus labios el grito de victoria profundo puso, así resonase en el tiempo, y de guía le sirviera en el viento al estudiante fecundo, cuya sacra labor es cantar la osadía y el prestigio de Güemes al oído del mundo. CRISTOBAL COLÓN A Néstor Giménez Jasón en su panoplia envidiaría su destino: Cristóforo Colombo, renovado argonauta. Arando sobre el mar, arrollando toda pauta, esparció entre la selva su perfume latino. El fragor de su estela de indeleble esfumino soportó la hostilidad de la tormenta incauta; tal fue cuando del fango surgió de Pan la flauta y fue cuando el saludo de aquél viejo marino. Fue la enclenque danza de sus blancas carabelas. Dán su eco á las selvas vírgenes, Filomelas que llenando hubieran los campos de Castilla. Y atisbando las costas abrumadas de brumas, las siluetas curiosas van ciñendo sus plumas: divisaron al divo, y en su puño una semilla. HOMERO A Claudio Cepeda En las horas de silencio mitiga mi amargura con un aire inocente rescatado de lo eterno; reanima al pensamiento de su triste sepultura, irguiéndole en la niebla de lo inicuo de su averno. Con su blandiente oriflama, que és su literatura: él sabe lo de Héctor, lo del sátiro con cuerno; lo del río Selemno de agua castalia y pura, y sabe lo de Helena, y de ninfas en invierno. Con él tengo en mis manos las estrellas celestes, ¡un manojo de música! Las Erinias á Orestes lo asedian sin reposo á la vista de Homero. Y él, que sabe el secreto de las ruinas grandiosas, del fragor del Olimpo, de amazonas y diosas, lo sumerge en las aguas del Selemno postrero. TEÓCRITO Teócrito: en mi visión autumnal y divina pienso en tu dulce y cándida pastora de poeta, mientras pasa Diana aguzando su saeta contra la infame horda que la dicha extermina. Tal bosquejo a evocarte, pastor, me determina, pues por tí en mi seso es policroma la paleta; y en tu idilio veo que el ensueño se concreta en un lar verde vario y exento de la espina. Cual novia enamorada acéchate la luna radiosa en mi nocturna visión; y cual en una ensoñación ociosa me voy al peristilo... Y veo de repente en el recinto sin lumbre una vaga silueta posándose en la cumbre: surgía entre tus triunfos la gran Venus de Milo. AFRODITA Esa que ves, medio amorosa, medio insensata, que en mis jardines fuera fiel numen de pinceles, es quien concentra el rojo del rubí y la escarlata en sus labios de fresas, de pétalos, de mieles. Del Olimpo, donde tiene su etérea escalinata, a regar viene mi limbo de rosas y laureles, y sentencia a dictarle a aquélla niña ingrata sembradora en mi alma de espinas y claveles. De la fúlgida boca del que Hefesto fue dueño, cuya sacra influencia fue siempre extraordinaria, saldrá mi negra adelfa o mi blanco beleño... Venus: Riega mi limbo en mi noche solitaria de laureles y rosas con tu dedo sedeño y serás, desde entonces, mi Dea pasionaria. PENÉLOPE Tejiendo y deshilando á Penélope veo la dulce estratagema en las horas de letargo, dilatando del lascivo su acecho. Sin embargo, el ovillo de la hermosa no devana su deseo. Es ella quien prolonga ése odioso titubeo en las noches en que un són melódico amargo surge del fresco sendero ¡que le parece largo!, pues no besan su mano los labios de Odiseo. Mas mitiga la pena del silente veneno el fiel Cisne en su lago, que tranquilo y sereno, interroga á la bella con su cuello triunfal: "¿Por qué el triste silencio, el dolor y amargura?, si la noche preciosa dicha y lauros me augura para tí y Odiseo, el valiente inmortal". A LA NOBLE DE ORIENTE QUE FUERA ARGENTINA Aún recuerdo su rostro con su luz de diamantes y el amor que encontré so la sombra de su pestaña; y el reverbero del sol que en las horas cambiantes doraba su obscura piel con un poco de España. ¡Si és que era de España!; pues en ciertos instantes parecía arribada de una tierra harto extraña: de Gedrosia ó Bengala, de ésas tierras fragantes que su origen enigma y que al lego lo engaña. De una princesa de Indostán tenía el donaire. Sus formas le sientan tan bien, que no hubo algún naire que feliz poseyera tal belleza ideal. Bien merece que un noble dé á su piel argentina naifes, sedas, esmaltes, que á la luz vespertina de las cortes de Oriente la hagan flor sin igual. AL BELEROFONTE AMERICANO A Kevin Carrizo Dícese, gran Bolívar, que eres descendiente del gran Belerofonte en un inmenso volumen; y que el mismo Pegaso, en su vuelo ascendiente, te hizo ver desde el cielo de la gloria el resumen. Que brindaste -se dice- en la Roma imponente junto al gran Julio César con falerno en cardumen; y al hablarle de América al Virgilio doliente, unos versos te dijo en donde tú fuiste el numen. Dice también nuestra grandiosa mitología que á la América diste, á la América mía, libertad majestuosa con orgullo triunfal. Que cincelaste bravo tu gloriosa palestra; que á la América diste, á la América nuestra, frescos, ínclitos lauros y tu nombre inmortal. A UNA BRASILERA A Elaine Ella no vino de un país cualquiera (la hermosa rubia de rasgos de Diosa); despegó de la nación brasilera cual de la crisálida la mariposa. Sol tropical, cierzos de primavera trajo además de perfumes de rosa. Verdes consigo se trajo quien fuera la flor del Brasil, lis maravilhosa. Ésa impúber pareciera modelo de alguna estatua de Creta ó de Milo; ¡náyade alada que boga en el cielo! Píndaro la alaba desde el peristilo, viéndola cómo estiliza su vuelo de mítico estilo. EDMOND ROSTAND Conoció de la rosa la fragancia, buen jardinero, dueño de la Flora. Perfumó los minutos de mi hora con el fragante bouquet de Francia. Es sin par ésa sutil elegancia que cual la rosa en su prosa aflora. ¡Mira!: Talía en su lecho de aurora díctale gestos con tono de infancia. Conócela como pocos Edmundo... Él la vió junto á las ninfas desnudas conversando de amores en la fuente. Quedóse aquél día meditabundo, cual un náufrago en un mar de dudas, contemplándola á la Musa sonriente. INVENTARIO BLASÓN PARISINO A Ayelén Piñeiro Huyen en desbandada azorados gorriones cual si oyesen bramidos de míticos leones. En los hondos abismos sobre el cielo y la tierra -triste acontecimiento que conlleva la guerra-, se desbandan los hombres, las mujeres y niños y los nobles ancianos de cabellos de armiños. Á uno sigue sus pasos el galgo bueno y fiel, que le inspira una ternura más dulce que la miel. El cielo estruendoso —do nacen y mueren rayos— anuncia la estampida de alazanes y bayos equinos domados por hunos que fueran centauros, ávidos de rapiña y coronados de lauros aromados, tras tan libertinaje, de vino. Cesan las voces y de las aves su trino, pues se acerca, terrible, el Azote de Dios. * * Mas á las auras del cielo se alza una voz. * Se alza la seráfica voz allá á lo lejos... Es de una bella joven de cabellos bermejos, que en la senda florida ardientemente implora al buen Dios de los hombres. La niña en toda hora eleva su oración, que se lleva el viento suave hacia do gira y vuela una orgullosa ave. Más hermosa que ésa irrisoria flor alada, es Ella la dulce Genoveva, ataviada de tules ebúrneos, cual l´azucar y cual la sal. De cabellos perfumados por cierzo primaveral, cuyos rubios radiantes el férvido sol dora, es Ella, la esperanza de la caja de Pandora para el pueblo, que ante tal infame advenimiento, ruega á la Genoveva su palabra de aliento. En su fragante senda millares de inocentes le oyen su reprenda. Y dice ella: "¿Cómo es posible que en mi país no haya un sólo paladín con su espada en la mano que del bárbaro invasor, que es infame y tirano, libre al libre terruño, su patria: mi París? Pueblo timorato: desechemos los temores... ¿ó no véis revolotear sobre tí á los azores?, ¿no los véis asolando tu terruño natal? Debe haber quien defienda á la patria asolada, quien batalle con brío, quien ondee su espada para así coronarse del gran lauro triunfal. Que Dios no ha de apremiar al que impasible espera ser devorado á raudal por Atila y su fiera y salvaje mesnada que desprende su coz. El sólo le concede su gracia al que ilumina; quien del pueblo disipe tal temor que germina ésa horda feroz" Á una mujer que sucumbe postrada ante ella: "¡Levántate, mujer! Eres joven y eres bella. Sabe: Bien sabrá triunfar sobre nuestra aflicción. Verdad es que á veces la victoria es pudorosa...". Y ahí un humilde mozo le holocausta una rosa. Y ahí partía aquélla consolado el corazón... Á ése humilde mancebo, aprestado á la lucha: "Noble y valiente joven: tu gallardía es mucha y el brillar de tu alfanje será la de campeón. Entre los taciturnos multiplica tu brío si queréis cesar de oír éste canto sombrío y llenar las mañanas de más plácido són". * * * Y conmovido el pueblo por la benigna implora, hecha de flores con los aromas de la aurora, optimistas afrentan su sañudo destino. Á la dulce Genoveva debió su salvación -y á ese límpido cielo que elevó su oraciónel dulce y exquisito pueblo parisino. DIVAGACIÓN A prof. Castro Yo erraba por la silente, frondosa alameda cuando aquél improviso que respondí con creces sobrevino: ví á la cándida y radiante Leda junto á un albo Cisne de ademanes corteses. Tal sucedido lo he de recordar mientras pueda. Díjome aquélla: "Veo, joven, que desvaneces; la ausencia de la rosa y la heráldica moneda te hacen ver el mundo con barnices ciertas veces. Pero vé hacia aquél viejo que enrolla el pergamino; él alienta bajeles con su soplo divino y noveles corona con su fresco laurel". Y se fue como el humo con el Cisne altanero... Yo le dije a aquél viejo —resultó ser Homero—: "¡Le confío yo el remo de mi frágil bajel!". LA JAPONESA Las Musas tienen ojos de pámpanos; mas una los tiene de orientales anémonas. Derrama la exótica mirada destellos de la luna y cálida visión del extinto Fusi-Yama. En Kyoto, en su palacio de laca y sol se aduna el arce con el pino, el musgo con la grama palurda, que á los ojos rasgados de tal dama se truecan en pequeños jardines de fortuna. Tal es la japonesa que va en las otoñales mañanas suspirando ligera en la alameda —¿Espera al trovador de bouquets occidentales, ó aquél que le cantara á la blanca y tierna Leda?—. Suspira la princesa de ojos orientales envuelta en su quimono de suave y tersa seda. AL MIRARME TUS OJOS NEGROS Al mirarme tus negros y magníficos ojos yo, Tirsis, me sentía gigante de repente; me creía yo el dueño de tus risas y enojos, de las lágrimas tersas y el suspiro doliente. Fue bogar en un cielo con matices de rojos de una tarde dorada por la luz del Poniente...; fue una noche dichosa, flor de risas y abrojos, en que quise adorarte ál rumor de la fuente. Que mi mente voluble por tí sólo suspira. Y que en las tardes mi corazón —sensible lira— vela el dulce recuerdo d'esta celeste ilusión. Y en el alba de oro y al plateado desvelo... Imperioso es decirte que adorarte yo anhelo como á nada en el orbe, Laura V. Alarcón. EL CANTO CORDIAL Callada, Roxana, mi lozana lira (Calíope en fuga; el Orfeo, mudo), evoco las ansias que Cristián admira. Contarte quisiera de pudor desnudo del ensueño tierno de las frescas rosas que reposan ledas en mi verso agudo; del ensueño tierno que en noches radiosas escancia mi alma ardorosa de amante, por motivo cierto de sus labios rosas. Cyrano, que vióte con su faz galante, comentóme un día lo que les provoca: el verso de oro y la frase brillante. Díjome el secreto que cuando lo invoca estremece sus ojos y los ilumina al desear, Roxana, tu mágica boca. Yo le dije al bueno mi ilusión divina, rima de mi estro que en mi mente imprimo y dictóme Erato con su lengua fina. Animó ése día tu valiente primo éstos timoratos mas ardientes versos que díctame aquélla y feliz yo los rimo. Los versos que van en mi seso dispersos -la Musa los pule, Erato los cantateñirán de azules mis cantares tersos. Y mira, Roxana, que en medio de tanta música de arrobo que hace de argumento exánime caigo rendido á su planta. Arrobo divino de mi pensamiento: sus ojos arcanos, su boca escarlata, su piel de canela, su andar soñoliento. Y busco en suspiros, ¡búsqueda tan grata!, la imponente rima, el verso de oro, la música superna, la visión de plata. Tal verso cantara un misterioso coro: ¿o Píndaro en Grecia o Cyrano en España, u Orfeo o Dionisio, o el celeste toro? ¿O Molière jocundo bebiendo champaña? ¿O aquélla gitana de la boca roja de mira hechicera y de cadencia rara? Yo, dueño del canto cordial que me acusa, me voy como en trance directo a su ara con ese gran són que me dicta la Musa. DIADEMADA A Marina Horod Yo sé de una princesa cordial —oh maravilla— tan magnífica, tan linda, tan digna del cantar: su altar es la balaustra real áureo-amarilla; una Cólquida nueva es su palacio sin par. Con la mano apoyada en su rosada mejilla, vésela suspirando, tan propensa al soñar. Una angélica luz en su mirada le brilla; una mueca señala que está triste de esperar. Ésa visión tan sublime, dariana, lugonesca, transfigura en fortuna lo que fue compunción. Su faz inmarcesible como una rosa fresca y dulce, serviráme de heurística evasión; y según Bienandanza ó el sino que merezca el nuncio anunciaráme á expensas del bufón. REMINISCENCIA DE WATTEAU Hacia Citeres con mi amada voy en esquife de oro y miel. Traza, Watteau, una pincelada con tu pretérito pincel... Házme tú caso, que ella inspira con su sonrisa dulce y jovial; ya viólo Apolo con su lira en la fiesta del Carnaval. Que tu lienzo pueblen las rosas; mariposas en el Azul. Que las plantas sean frondosas. Á mi amada vístala un tul. Destáquese su piel canela, mas máxime su juventud; que el esquife con nuestra estela recobre vida en la quietud. Que en un punto, molesto y solo, se lo vea al sátiro Pan; y sople un cierzo afable Eolo a los esquifes que van, van. Hacia Citeres yo me embarco junto á mi amada, la gentil... á do Cupido con su arco flecha á mansalva en el pensil. ORLA ORIENTAL A C. E. Gamarra Chacín Cuando el paso se vió de la princesa, un arrobo se impuso en todo Oriente: las alondras cantaron dulcemente con un trino ondulado á la francesa. Abogó bajo el sol rubí-frambuesa el tigre de Bengala, cuya frente ostentaba —sombrío y cautamente— el diamante de rosa que embelesa. Procesión majestuosa de turbantes en que va con sus ojos detonantes tal princesa, en que un día se hallarán tus encantos de Esposa enamorada, el vestigio fatal de Scheherezada y el enigma que anhela el buen Sultán. “OBLIVIOUS” A don Hugo Ruíz El rey quedóse dormido recostado en su poltrona, y tapóle el diestro oído su corona. El bufón no dijo nada a ese viejo rey risueño, y acomodóle una almohada para el sueño... Su testa color de plata sentía unas mariposas por dentro, y dulce sonata y unas rosas. Siente a Mab la Reina Hada, que cúbrelo con su velo que es de tul y terciopelo y sagrada. Vio en aquél sueño azul cielo y en él cientos de avocetas, y en un terrible desvelo a poetas. Y también nubes de espuma; y Flora de origen germano que esplende, brilla y perfuma el verano. Y vio también a lo lejos un rebaño de leones: unos mansos, otros viejos y campeones. Orondos, de tul de gala, ostentando unos diamantes, vióse tigres de Bengala y elefantes. Sintió algún perfume griego en ésos aires benditos. Los rayos del Sol de fuego infinitos. Divisó al hada madrina pensativa, encantadora, diseñando para China una Aurora. Los colores del Poniente, llenos de gloria y orgullo, de donde brota y se siente dulce arrullo. Por un puente que es de oro, las triunfales caravanas con el estruendo sonoro de campanas. Y por las aguas serenas, en sus pacíficas olas van a dar a las arenas largas yolas. Mira cómo desfilando pasan juntos niños ricos y pobres entonando villancicos. Iban piérides sedeñas revoloteando cabellos de las jocosas pequeñas y sus cuellos. Un gran enjambre de abejas va a formar panal de mieles a do las plantas añejas de laureles. Con reverencia lo saluda una divina doncella. Se ve impaciente y desnuda una estrella. En los jardines triunfales (con mil fragancias del mundo) vagan los pavos reales. Son jocundo... Ejércitos magníficos van luciendo sus medallas que ganaron, pacíficos, sin batallas. Morriones y charreteras, alabardas y lanzas, engalonadas panteras ¡y Esperanzas! ………………………………… Nunca un sueño más hermoso en la Historia se ha soñado. ¿Cuándo un niño abrazó a un oso extasiado? Todo en el dream arcadiano ve el rey viejo cual vidente, cuando una rosa en su mano tibia siente. Y despierta una trompeta al rey del reino arcadiano, el que en su sueño al poeta da su mano. ¡Qué magnífico, halagüeño -como un inmenso celestefue tal sueño del risueño viejo éste! LA MUJER ESPAÑOLA A Walter Benítez Me dijo el manco Cervantes: "Amé a una negra de Angola cuando en mis horas errantes; mas prefiero a la española". También me dijo Quevedo: "Amo a una hermosa y extraña mujer cada tanto, cuando puedo; mas prefiero a la de España". El temible Garcilaso: "Amé a la Flor de la Histeria cuando mi ida al Parnaso; mas prefiero a la de Iberia". Confesóme que prefiere Luis de Góngora y Argote, cuando el dulce miserere, las paisanas del Quijote. * * No es extraña coincidencia que prefieran, pluma y ola, * a la núbil que enarbola, con encanto, con cadencia, el blasón de la inocencia. ¡Prefirámosla española! LA DIADEMA DE HERODÍAS La princesita Herodías ya no ríe, ya no siente; suspirando pasa días mirando el sol del Poniente; que un motivo la desvela, le preocupa el pensamiento; ni la anima filomela, ni la anima el dulce cuento. La princesa entristecida y conmovido el corazón, procura alegrar su vida con las piruetas del bufón. Confiesa á éste, su amigo: "Por el jardín del soberano tú y él paseaban conmigo cuando les solté la mano y quedé yo con tristeza mirando aquél firmamento: ¡Se iba de mi cabeza mi velo en el fuerte viento! Ése velo tan preciado, mucho más que mi diamante, pues me había sido dado de las manos de un infante. ¡Bufón, nunca tuve un velo tan hermoso como aquél; más hermoso que éste cielo, que céfiro en el vergel! ¿Qué será de mi diadema, dulce amigo confidente? ¿Quién resuelve éste problema en los cielos del Oriente? Mi bufón, soy infelice..." Y el bufón jovial le dice: "En la mar, ó en la tierra ó el azur, por tu tristeza calmar, buscaré de Norte á Sur. ¡Sonríe! ¡Sólo hay que volar! ¡So el cielo flotando espera; solamente hay que llegar; hay que subir la Escalera! Subiré cada peldaño... ¡Por ésos cielos ya estuve! Para hallar tu fino paño hurgaré nube por nube..." * * * La princesa se contenta y se enciende su ilusión. Se pasea en la floresta al són de áurica orquesta con encanto y expresión. Y en eso pasa un pañuelo que la hace cavilar: "¿No es ése mi velo, el que me hace suspirar?" Llama al bufón con ternura y lo sigue con la vista, y ahí el bufón con premura siguió ésa luz amatista. Y siguióla en todo instante. Con su paso entorpecido se llevaba por delante palomas, ramas y nido... Lo saludan á su paso arcángeles serviciales: "...Y á Herodías un abrazo: Sus vasallos más leales..." * * * En el azur profundo con bandadas pintorescas, el alto techo del mundo, donde huele á flores frescas, iba un garrido ruiseñor, que viendo á aquél decadente seguir en el firmamento ése tul resplandeciente, fue á seguir el ornamento. Y abanicaba con prisa el buen pájaro en el cielo... Le acariciaba la brisa mientras fue trás del señuelo. Y ya el bufón de Herodías volvía triste al palacio tras andar ¡días y días! detrás del paño grisáceo. * * * Y en medio del jardín real cantaba un ave su trino. Era aquél que hacía alegrar á la niña en su camino... ¡Era aquélla ave suntuosa! Y que había rescatado de la niebla vagarosa ése velo tan preciado... Y deja ése velo caer en medio de los rosales, cuando muere el atardecer en los jardines reales. Cuando la bella princesa vé el velo majo de oro que engalana su cabeza, dícele al ave: "¡Te adoro! ¡Te amo, genio divino! Te doy gracias por calmar mi tristeza con tu trino, y mi llanto y mi pesar". Y contento y en clamor revolotea en torno á ella. Satisfecho, el buen ruiseñor contempla el tul de la bella. Y al bufón dice: "¡Que hazaña! Por lo inspirado de tu amor, por tu épica campaña, te doy las gracias y ésta flor". Tras la cordial reverencia, el bufón besa su mano, y se van so la imponencia del febo de aquél verano... ¡El bufón está contento! Con la princesa Herodías pasean juntos bajo el viento que llenan sus melodías... ¡Y las de aquél tierno ave!, quien obtuvo como techo su cielo con aura suave como premio por lo hecho. Era, niña, tuyo el velo,/ aunque tú no lo supieras./ Eres también sol del cielo/ y eres flor de primaveras. DEVANEO SILVANO In memoriam… En mi tierra ecuatoriana, tierra fuerte, tierra sana, yo paseaba una mañana. En el cielo terso y suave, con solemne y gesto grave se paseaba un majo ave. En un viento de justicia, yo sentía la delicia de aquél cierzo y su caricia. Unos versos componía en mi seso. ¡Gloria mía!; me impregnaba de alegría... Y ahí que tuve la ventura de encontrarme una hermosura de una faz de virgen pura. A la entrada de la viña (no recuerdo: ¿en la campiña?), medio adulta, medio niña, ví una icónica y hermosa campesina, pudorosa cual el tallo de una rosa; tan angélica y silente que quedé mudo, inconsciente y prendado de repente... Como soy poeta errante, quise amarla en ése instante con mi verso más brillante. Quise amarla y de rodillas ofrendarle redondillas entre flores amarillas. Y sin más cavilaciones decidí, versos y sones, desplegar antiguos dones: "Me presento, soy Medardo; soy gentil, también gallardo, y a sus plantas simple bardo". La gentil guayaquileña sonríome y se hizo dueña de mi ánima sedeña; sonrióme y enseguida fue la dueña de mi vida, que tornóse florecida. Me olvidé de mis abrojos al mirarme yo en sus ojos, ¡y deseé sus labios rojos! (Son los labios de mujer que te invitan, no a querer, dulcemente a perecer). Y ahí sentí por vez primera, en sus labios de hechicera, de la muerte la quimera. DELECTACIÓN A prof. Hugo Ruíz Escribiera un poeta —Amor se vé triunfante— áureos versos sonoros aromados de Aurora. Una rosa en su mano de púrpura diamante él ostenta dichoso, que un recuerdo atesora. Las flores lo conminan á que un verso les cante; los astros predijéronle la boca sonora, que en un día de gloria, estentóreo y ovante, hallará de sus labios sapiencia arrolladora. Al Otoño que gime el bardo aquél lo escucha. Mira el Sol prodigioso que vence en sorda lucha á los vientos ilustres de la casta de Abril. Se llevó el fuerte viento su temprana plegaria. Le pidió al gran dios Febo que al alma solitaria siempre dé, sin excusas, su tacto de marfil. "FIAT LUX" Se cumplió la premisa que anunció algún profeta: el nefando degüello de San Juan el Bautista. Salomé, la princesa que extasía la vista, deslizó cual palmera á su esbelta silueta. Herodías, la infame, quien urdió aquélla treta, contemplóla danzando al ritmo del artista cuando Herodes Antipas, con dialecto arcaísta, concedióle el deseo cual un verso al poeta. El arcángel de la trompa realza su cuello anunciando á la aurora que del sol el destello su vida dé á la luna y brille Aldebarán. Y al sonar las campanas anunciar de ésa fiesta el final desgarrado (tal la hora funesta) los arcángeles, tristes, al santo auscultarán. EPÍSTOLA DE OTOÑO ¡Ea, soñar! ¡que es el mes del otoño á llenar de dulzura el pensamiento! ¡Vestirnos de gala al frac y al moño que fuése al demonio el tiempo cruento con el soberbio Aquilón y su viento! Es el mes del garbo y la tierna sonrisa, ya al despertar al blancor de la aurora, ya al dormitar al dulzor de la brisa. Que Amor se agiganta y el odio aminora, de mi seso y psíque la crisálida abandono, y pienso en mi pálida, renovada Eloísa. Y sueño. Sueño con ser su Abelardo; quiero ser la sangre de su veleta, su saeta, carmín de su dardo, su sabio pintor, su loco poeta; pintarla en toda su policromía en la alfombra juvenil junto al ciprés. Y que sé de su sutil armonía, ya bocétola en un verso, que és de mi pensamiento grande tesoro, un argumento para la poesía, unos claveles, visión de oro. Pintaré de sus ojos policromos su beldad en mínimos detalles; ya de fondo las luces de anchas calles, ya los quioscos rodeados del rosal. Quiero preguntarle á mi Musa si somos complemento, ó l´azucar y la sal; si es el sol majestuoso y brillante ó la luna en mi sendero matinal. (¡Mas es el otoño, otoño vibrante!, ¡cualquier ilusión cobija su brisa! Por eso pienso en el limbo fragante en mi nueva Eloísa). ¡Es el mes del otoño! ¡Ea, soñar! Hoy las hojas á fuer de gobelino (hojas frescas perfumadas de azahar) centellean el grato camino en donde vagan las tiernas parejas. Desátanse cabelleras bermejas y negras y rubias y morenas. Y del profundo cielo azul-celeste se oyen como cantos de sirenas arribadas de los mares de Trieste. Y tú, cuyo amor yo ya adivinaba, de cuitas y penas arrancadora, llegaste de pronto frente a mi aldaba; en la hora segura, en la hora en que amor y miel yo necesitaba, en la hora indispensable y precisa, para dar nueva vida y esperanza á éste corazón, que hacia tí se lanza, adorada Eloísa... ¿Siéntense aquéllos perfumes de otoño? ¡Sí, en tus cabellos! Y por instinto me sumerjo con valor de bisoño á respirar aquél aire distinto de blasfemia y fragancias infinitas. ¡Vuelen nuestras almas cosmopolitas hacia el cielo de azur, donde Quevedos pintorescos convergen á sus citas! ¡Recortemos estrellas con los dedos; deshojemos las blancas margaritas; saludemos á éste sol que se muere! Luego, amada, como convaleciente (tras que el mar entone el miserere y el sol tímido de rostro rusiente se oculte), recuéstate en mi pecho. Y seré con la ciudad egoísta: los niños, los mendigos, los ancianos, cuando vuelvan á nosotros la vista me verán á mi feliz, satisfecho, besando tu piel, besando tus manos, sintiendo el rumor de ésos, tus labios (un suspiro que deslizas sin prisa y que vivo en mi corazón lo guardo). Y viene hacia mi mente, oh Abelardo, la memoria de aquél sabio de sabios y la diva Eloísa. Nubes de algodón, volar de palomas, rosas, crocos, claveles, crisantemos: el otoño veo cuando tú asomas á mis ojos tus sedeñas pupilas. Perentorias, me dicen "¡Nos amemos!"; y yo con otra mirada te digo: "¡Sea por siempre el amor que destilas mío! Lo necesito cual mendigo pan, cual un ápice de luz el ciego. ¡Sea siempre mío, gota por gota! Yo á cada instante mi mundo te entrego, siempre. Pues fatigado de derrota en ésta, la lucha de la vida, me dás cielo, música, piel, ternura, todo; un sueño á mi noche perdida, la clara esperanza, literatura. Pones luces y flores en mi senda; y hoy en ésta el amor se divisa. Por todo ello os envío mi ofrenda, comprensiva Eloísa...! SONETO DE PAN En donde Dafne hermosa refrescarse solía, la ví con turbios ojos: hechicera mujer; tenía en sus pupilas los fulgores del día y su piel fuera un manto de tenue rosicler. Tan hermosa era y tierna. Y al pensar que era mía me invadían las ansias del humano placer, que el sátiro en un tiempo fuera humano y sabía esperar, y era bueno y capaz de querer. "Envidio al sol chismoso y al agua que la besa", le dije a sovoz al viento que mi queja llevó. Me llamaron sus labios de rosas y frambuesa, y sus brazos harmoniosos de amorosa princesa se entregaron, al amparo del haya más espesa, á las trémulas manos del genio, que era yo. VARIA EL AZOR DE GENGIS KHAN A Leonardo M. Algarín En Tartaria, ó en Manchuria ó en la China, por llanos inmensos do febo culmina, pasea de caza el gran Gengis Khan. El verde total de la vasta llanura, aquél patio inmenso do el viento murmura, se turba y se inquieta; ¡las aves se van! El tártaro pasa sembrándole abrojos y miedo á los niños —feroces sus ojos— que atinan á huír y los campos correr. Lo mismo remedan los buenos pastores, las nobles matronas, patriarcas señores que corren y corren á más no poder. Y va el soberano de infame mirada. Su rudo corcel y el resol de su espada alarman al grillo y al buen ruiseñor. Y va Gengis Khan, el audaz soberano, que azora á las gentes blandiendo su mano, pues trae en su puño á su impávido azor. Cual címbalos suenan los cascos sonoros de aquél ígneo equino de pieles de oros que, torvo, amenaza con su trepidar. Y el ave, cual roca, inmutable se muestra (su aspecto voraz y su mira siniestra espantan á un niño que corre al azar). Carmín su color, de límpido plumaje, el ave rapaz, el campeón del coraje, atisba orgulloso cual sol de marfil. Acecha las hierbas y flores del monte; consume su vista sin fin ni horizonte los regios topacios del gran sol de abril. El soplo del aura flamea tranquilo; y el ave de Khan, cual fugaz refucilo, realza su vuelo de aplomo triunfal. Despliega sus alas de rojo sangriento, y el cuerpo intangible de aquél suave viento recibe del pico su raudo puñal. El ave imperial de las alas sedeñas del cielo divisa á las gentes pequeñas rehuyendo á sus alas de rojo punzó. Los nimios gorriones se van á sus nidos, en donde las hierbas de toscos floridos que el soplo del aura á elevar ayudó. Le abren su paso los cirros del cielo, y al paso ceráuneo de aquél áureo vuelo pacíficas aves se van en tropel. Se van con remilgo á algún cielo distante en busca de azules de tono diamante, con vientos tranquilos y aroma á laurel. Percibe él los piares que antaño jocundos, de arbustos y flores aromas profundos y el fin de las olas que vienen del mar (de enclenque su paso y su boca sonora). El ave de Gengis que todo lo azora contempla la tarde en su regio volar. Por entre las nubes que fueran cual tules, el rey de los cielos de arcanos azules asoma sus rayos —¡sonríe el gran sol!—. Divagan las aves en dulce armonía rehuyendo al azor y la triste agonía de ser conquistados por hosco mogol. Detiene su vuelo y orondo se posa encima de un árbol con hojas de rosa, matices de verde y retazos de azur. Y el aura que gime á sovoz tiernamente deshoja las débiles hierbas de Oriente con céfiros suaves que vienen del Sur. Y nadie se atreve á arrojar su saeta..., ni quieren tampoco accionar vana treta, pues témenle al ave de cruel tempestad. Las trémulas manos sin nada vencidas no ven que en sus puños están encendidas la egregia Justicia y la gran Libertad... DE ACTEÓN A DIANA A Lucía Folino En la incesante búsqueda del sol, en la hora en que los cierzos nocturnos las flores abriga, antes que la desfloración sobrevenga y prosiga, guardo un aliento al azar para tí, Cazadora. Dásle á mi vida lega lo que calla é ignora; racimos de placeres que á mi psíque mitiga. Yo quisiera que fueras siempre, dulce enemiga, mi esperanza que guarda la caja de Pandora. Al fragor de tu cuerpo de piel virgen é intacta, que mis ojos miraron con mira estupefacta, lo recuerdo con brío y en mi seso es tesoro. Más que hermoso recuadro contemplé de la copa del alerce del bosque...! Más que el rapto de Europa que se vá venturosa sobre el lomo del toro. LA GLORIA DE LAS HADAS En su mundo triunfal de fantasía piensan las hadas de rostro de rosa; planean jocosas el áureo día de la apoteosis de sol y armonía en que verán la niña más hermosa. Están ellas ansiosas é inspiradas. Quieren mimar á la niña más bella, para quien en las frescas madrugadas van á buscar á noches esmaltadas perfumes y pedacitos de estrella. Prepáranle las perlas y diamantes y en los aires etérea escalinata; y una gran senda de rosas fragantes, donde del mundo músicos errantes entonarán la celeste sonata. * * * * * Todo está listo en el mundo de ensueño. Tras de pedirle á Dios alguna esencia de algún clavel y algún trino risueño, cuando la noche, á la hora del sueño, las hadas recibirán á Florencia. EL UNICORNIO "Un cheval! Vite un cheval... Mon rouyome pour un cheval" Shakespeare Batió el Pelión con su casco sonoro; convirtióse en vigía del Parnaso; tal es mi unicornio cuerno de oro, hermano arcano del viejo Pegaso. Es su albor de raras rimas la urna; su elegancia, remedo de armonía. En su grupa, una hada taciturna meditaba, cantaba y se reía. Fue delicia de los nobles teutones; compañero fino de los centauros. Pentesilea, numen de canciones, le acicaló con sus radiantes lauros. Cuando supo de ése príncipe rubio que se adornaba y cantaba en germano, detrás del Rhin, sobre el azul Danubio, confirióle su lomo del arcano. Ciñéronse á sus ancas como rosas mariposas, nunca el cuervo ni la abeja; la beldad de sus crines luminosas dulces memorias y recuerdos deja. Junto á él descubrí que hay en su cuerno, superiores al rubí y al diamante, las delicias del duende bueno y tierno y el secreto ideal de Rocinante. Él no fue de cuadrigas ni literas; su cabriola, como la de ninguno; su dorada giba en las primaveras fue el elemento que extasió á Neptuno. LA CANCIÓN DE LOS PIRATAS A Su Majestad, Dilan J. Gómez Si las historias de aventuras y conquistas gústante á tí, yo de antiguas literaturas una estupenda descubrí. Y del recuerdo de mi infancia (héroes, esmeralda, rubí), viene la fragante fragancia, porque cuando niño la ví. Iba un barco de piratas por las aguas de altamar. Unos llevaban por patas palos frescos de Myanmar. Eran torvos, eran fuertes; no acostumbraban reír. Escaparon de mil muertes, siempre al borde de morir. Recorrieron todo el mundo, no tuvieron patria al fín; vivieron en lo profundo de su viejo bergantín. En mis sueños, cuando niño, todo ésto yo lo ví. Lo recuerdo con cariño (héroes, esmeralda, rubí). Fuertes lluvias y tormentas ése barco soportó; bravos mares, olas cruentas y arcadas de azur-punzó. En los mares de la China soportó recio tifón, que á las costas de Argentina lo llevó de refilón. Recorrieron las Antillas, Indostán y Singapur. Ocultaron sus cuchillas en raros mares del Sur. En mis sueños, cuando niño, todo ésto yo lo ví. Lo recuerdo con cariño (héroes, esmeralda, rubí...). En la costa sur chilena, cuando al paso por ahí, vieron esbelta sirena ostentando un alhelí. Á unos piratas malayos se enfrentaron con furor, cuando el sol fijó sus rayos en las cumbres del alcor. Bombardearon la alcazaba de un tirano, injusto rey, que á su pueblo aprisionaba con su infausta, inicua ley. En mis sueños cuando niño, todo ésto yo lo ví... Lo recuerdo con cariño (héroes, esmeralda, rubí). Enterraron un tesoro en la isla de Timor. Tal era el clave sonoro de un jocoso emperador. Á un tal Horuc Barbarroja divisaron desde Argel inspirándoles congoja á marinos de un bajel. Cofres llenos de diamantes con aroma á inmensidad conquistaron los amantes de la augusta libertad... Todo ésto, cuando niño, en mis sueños yo lo ví. Lo recuerdo con cariño (¡héroes, esmeralda, rubí!). ***** Tal el cofre del tesoro que en mis sueños descubrí; las preseas, todo el oro te confío sólo á tí... ¡REA! Rea, la Diosa del Tíber, de Rómulo y Remo la madre próspera y fecunda, so del áurico cielo reposa; prodigiosa visión y verso supremo para el joven rapsoda y su lira jocunda. Dale á aquél su mirada profunda ¡un dulzor de primavera!, ó un gran cielo que fuera fino tul para bellos ojos, y encontró en sus labios rojos miel de amor que melifica su valor, y lo enciende y multiplica. Exprimen las manos ilustres que mecen á Roma las dulces y afables vides de sápidos racimos. "Contemplar su beldad: ¡oh gloria!", dice una paloma; y otra: "¡Para envolver con la mirada existimos!". ¡Feliz el pusilánime y desdichado el fuerte en las luchas fragosas de amores incesantes: Rea corona al campeón y cual en un vaso vierte en el corazón de éste claveles y diamantes! Placidez de piel blanca, magnífica como la nieve, en Ella se encuentran la fe y los placeres en el espasmo de su beldad pura y franca. Se estremece y se conmueve por la búsqueda de Ceres, por todas las sombras macabras. Vale más que mil palabras su mirada delatora: so el blancor de la áurea aurora, por Amor vela su seso; por probar de nuevo en la dulce hora del rapsoda lampiño su caricia y su beso. MADRIGALES I Rosa, lirio, violeta: de Natura armonía. Cuando dormir parecía el seso de aquél poeta, cual una ovante saeta que rasguña la piel celeste del aura, restalla en él la esperanza y piensa en Laura. II Reanima flores marchitas; trueca en gavota la endecha; ya ni Cupido y su flecha curan cual ella las cuitas. Ya ni la más roja rosa tiene su talle divino; es cual un mágico vino lleno en la copa amorosa. Cual otra reina de Saba se apareció ante mis ojos para curar mis abrojos cuando soñar no alcanzaba. Así, hermosa y tan bella, la luz del sol se encapricha, y á disputarme la dicha, llueve sus rayos en ella. Así, al ver su belleza, de las yertas crisálidas nacen, bellas y pálidas, las que llevan la tristeza. Anticipada á la luna vésela al fin de la tarde, y mi mirada, que arde, sabe de dicha y fortuna. Yo, al contemplar tal milagro, dejo rimada constancia que á cantar su rozagancia inmolado me consagro. III Cuando con pluma dorada su cuadro pinta la tarde, la luz del paisaje arde más radiante en tu mirada. Olvido yo mi fracaso, en dicha mi dolo se trueca, cuando con hilos y rueca la tarde hilvana su ocaso. Tendiendo va la mortaja el sol exangüe del cielo, y yo en mi verso revelo los oros de su baraja. Regocija al cielo inerme la mancha endeble del ave, que va cual augusta nave hacia do febo se duerme. Mecida en su tibio nido, arrulla una buena paloma, cantando en extraño idioma al árbol rico y florido. Y envuelto en etéreo tul, el cielo vuélvese fusco, y mientras en él yo busco el mítico Imperio Azul. IV Harmoniosa guerrera por quien padezco dolor, no muera por tu mano mi amor. No me hundas, tirana, tu efectivo puñal, que mana la sangre sideral. No me ultimen las rosas de tus manos de sal, sedosas como tul de rosal. Mejor pon tus cadenas en mis exhaustos pies, y penas aflígeme después. Tu esclavo, vencedora, sería cual lebrel, que dora tus sienes con laurel. V En el glorioso combate entre la dicha y la pena, sale triunfante mi Helena que en el júbilo del vate, como Diana, va serena. Y encendidos en despojos, como rosas y granadas, entre escudos, entre espadas, brillan, hermosa, tus ojos, el mirar entre miradas. Es tu encanto bella alarma; como diana tu sonrisa; por tí, al albor de la brisa, se empuñara ardiente arma junto a Apolo y Artemisa. ¿No será que, cual Minerva, tu mirada vengadora, que remeda alguna Aurora, desazón y guerra enerva augurando triste hora? A esa hora de tí preso marcharé yo junto a Marte, pues -espada y estandartela victoria cifra un beso y tertulias para amarte. VI De Dafne la divina tienes el mirar, y un brillo se adivina en él de crepuscular. Y la fina elegancia de Madame Pompadour, pues destilas fragancia de algún campo de azur. De la sacra Dalila malevo corazón, porque rasgas tranquila cabellos de Sansón. Y tu voz de sirena que a Odiseo tentó en mis tímpanos suena; y al divino Watteau tu soberbia elegancia, tu divino mirar, y tu voz, tu fragancia le obligué a retratar. VII Cuando pasar yo te ví fue cual ardiente deseo, y estoy tan lleno de tí que ya sin verte te veo. Ya sin pensar yo te pienso; y aún inmutable, suspiro; pues es tu amor tan inmenso que sin mirarte, te miro. Que desgarrada mi alma por éste dolo tan tierno, no logro hallar yo la calma ni aún apagando el infierno. Gracias al cielo te ví cual un ardiente deseo, y estoy tan lleno de tí ¡que ya sin verte te veo...! VIII Porque tú ya no sonríes, amada, divina Musa, ésa estrella se rehúsa á brillar cual mil rubíes. Porque tú ya no sonríes, en mis sueños yo confusa te vislumbro, amada Musa, cual envuelta en organdíes. Tu sonrisa, amada, un día, cuando leda "disertó", me hizo ver que te quería; una magia en mí brotó. Fuera digna su armonía de Da Vinci ó de Watteau. OTROS MADRIGALES I Lo que el filósofo diga del amor, nada le creo; que yo en tus ojos lo veo y no hace falta espléndida teoría. Tu mirar amor en azas prodiga á mi ánima exangüe noche y día. Éste tan sólo se siente. Mas lo saben los que aman, nadie más. Súpelo yo aquélla tarde caliente que cómo olvidarla, ¡jamás! II Tu nombre, Laura, que abarca de los perfumes un mundo, me hace sentir cual Petrarca bien jocundo. Es sinónimo de Dea para muchos de los sabios; para éste, quien desea de tus labios. Diera por el nombre éste la humilde esposa del moro, de su cielo azul-celeste todo el oro. Lo pronuncia y un suspiro arranca al príncipe rubio, que resuena desde Tiro hasta el Danubio. Nombre de amores corteses que hace vagar á la corte, desde el Sur flores desvaneces hasta el Norte. Tiene un algo de divino cuando en tu boca resuena con el acento parisino ó de Viena. Dante al oírlo se inclina; brillan y ríen estrellas; ramos de luz argentina, Laura, destellas. Tal nombre que me es tan grato sírveme al caso de numen, y es de un verso para Erato el resumen... III Me miras, y tus ojos me parecen claveles que saturan la negrura; claveles son de una fragancia pura porque al sol extasía su color. Tus ojos suspendieron la alegría de la luna elevada en la enramada: porque posee, hermosa, tu mirada de todos los diamantes el fulgor. IV Parecía una Bella-Durmiente. Su frente y sus mejillas de rosáceo color dulcemente dormitaban. Canté un aria y un loor a sovoz a su oído sedeño, y despertó de su angélico sueño mientras caía la nieve de París y Alençon. V Amar, amarte en la aurora con el sol y sus brumas. Despertar con tu sol que en alba decora, y envolverte en mi piel, que de tí la perfumas. Al dulzor de la tarde voy al trino y tu beso, pues tu boca de miel á éste tonto cobarde dále el dulce sabor de tu amor de embeleso. Y en la hora nocturna... ¿cuál será mi programa? No lo sé, corazón de razón taciturna. Sólo sé, corazón, que la amo y me ama. VI Cantando en rimas sonoras el pájaro presumido endulza el ir de las horas y alegre abandona el nido. Y al ver que tu boca roja estalla en mi boca grana, un sándalo se deshoja y perfuma la mañana. ************************ ¡Al cantarle al Ser Amado debe alzarse la garganta como el ave cuando canta sobre el sándalo dorado! VII ¡Crescendos en mi canción al verte, luz de mi día!; ah, corazón, que alegría, que alegría, corazón... Me siento cual un león venciendo á la noche fría. Ah, corazón, que alegría, que alegría, corazón... Embriagaste tú mi razón con tus rosas y harmonía. ¡Ah, corazón, que alegría, que alegría, corazón...! VIII No hay como ésas cosas luminosas de tus labios: son misterio de los sabios y sapiencia de las rosas. IX El sol que brilla como luz de diamante muéstrale al mundo sus matices de oros, y al ver su aspecto de duque dominante, las aves cantan con trinos más canoros. El viento exhala su suspiro profundo sobre el follaje que, tan suave y sereno, mécese tierno sobre el triunfo del mundo como un anuncio prolífico y ameno. Los amarillos lánguidos del Poniente suspiran en el nemoroso silencio; y mientras mecen los trinos Occidente, yo contemplo á la mujer que reverencio. X Esa rosa que acarician tus manos, inmolada en un sangrar de granadas, te explica con ademanes humanos la inocente fruición de mis miradas. Cada pétalo en tus manos su aroma impregna; y tú, orgullosa y resuelta, cuando el sol sus pestañas de'oro asoma, das al mundo aristocracia de esbelta. Ya el pensil del sangriento regocijo tiene un numen para nuevas delicias: en medio del rosal leve y prolijo, tu aroma. ¡Albricias, albricias, albricias! ESTAMPAS ÁNFORA En la boca ardiente de un juglar antiguo, entre un piélago de frases amorosas, yo escuché una trova de un azul ambiguo con oros superfluos y de aroma á rosas. Tiene ésta un secreto de resabios antiguos; llena los cantares del viento de magia. Canéforas con púrpura en los labios desfilan ledas con gran refinamiento; luces triunfales destella el propileo; las matas guardan secretos milenarios; al cielo vuela una ave del Deseo; restallan torvos fugaces lampadarios: Pues es de Grecia éste cantar profundo... Se lo dijo en una tarde ardiente Erato, para que los juglares del Viejo Mundo sepan de ensueños, de amor y su conato. Yo, para saber lo de tu ensueño tierno, por tí cantara el secreto de la Musa, y entibiara la vileza del invierno con las cadencias de mi cornamusa. Así, flor hermosa, tus canciones cantes en las horas frescas de versos sonoros, cuando sus nidos las soberbias bacantes abandonen para gozo de los toros. Que el ingenioso Dédalo en su inocencia, merodeando con Pasífae, la loca, va en busca de jazmines y su esencia para saciar de aquélla loca su boca. Irán tras ellos las tórtolas y abejas sobre las praderas en revueltos giros, donde en la viña de ambrosías añejas Adonis diónos sus risas y suspiros. Consternado está hoy el joven solitario por las cuitas del amor, lleno en dolores; porque Afrodita fuése en un dromedario con el rajáh de las perlas y las flores. Por más que le cante, que su nombre exclame, el Adonis bueno, hijo del pecado, perderá su amor de misticismo infame, por el que tanto y tanto él ha llorado. Vienen potros, elefantes y panteras hacia do arden las ánforas del vino, y hacen temblar los suelos de las praderas de un verdor armonioso, casi divino. Tiemblan las flores de tallos celestiales; las nimias aves abandonan sus nidos; se terminaron las rencillas joviales de la Risa alegre y los jocosos ruidos. Á la estampida se suman los centauros, buenos luchadores, en leyendas ricos; y los lapitas, campeones de tesauros, y Cerbero con sus hórridos hocicos. El portentoso Apolo, venablo en mano, diviértese azuzando pájaros protervos; va esfuminando Eolo el azul arcano; descoloridos vagan águilas y cuervos. Huyen alegres varones y mujeres mientras se impregnan de vino sus emblemas (El paraíso solar de los placeres fue un florecer de epinicios y poemas). Y cuando cese la sonora estampida, si el tibio sol con sus rayos no importuna, yo diré que eres la dueña de mi vida, mi delirio, mi soñar, mi sol y luna. Que para hacer que mis florecidos versos tengan y adquieran las tibiezas amenas, no hay más que rozar los encantos diversos que se artizan en las púberes morenas. Que la canéfora griega de los mitos, ó Pompadour, ó las reinas fabulosas, no ofrecerán como tus cantos benditos lo que dánnos la progenie de tus rosas. Que no se iguala tu encanto de princesa; no se iguala tu inocencia; —no te iguala ni la Leda cuando Tíndaro la besa ni aquél cisne que la amó en su blanca ala—. LA EMPERATRIZ A Catalina Moravec ¡Oh, siglo lindo!, que era desfile de blasones, gallardos caballeros, cariátides rosadas; Lohengrín, Nibelungos, empresas de dragones: imperaba la noble emperatriz de las Hadas. Ducales, las preseas que ostentó en ocasiones -de suaves regocijos, bizantinas, sagradas-, extrajo un vate mudo de remotas naciones: las tierras de los Duendes de las Islas perladas. Del ramaje verdoso que un día en la alameda, cuando al paso batía sus cabellos de seda, asomó el sol radiante, se asomó al ventanal... (Èste, orondo, soberbio, cual un príncipe rubio, venido de una tierra allende al gran Danubio, desmayóse en la rosa del castillo feudal.) SEMBLANZA DE LA HUMILDE PROVINCIANA Es la humilde y hermosa provinciana de su provincia la joven más bella; al pasar, cuando el sol de la mañana, tibio candor su juventud destella. Despierta en las guitarras melodías que se entonan en las noches serenas, cuando la luna en lentas agonías viene á llevar las provincianas penas. Á su paso, los buenos provincianos rompen el aire con algún suspiro. Y su aroma hasta los montes lejanos siéntese fresco á la hora del retiro. De vahos sabrosos siempre impregnada, sabrosos platos cocina en su rancho: un rico pan ó abundante empanada, cuando acechando pasea el carancho. Con su madre se pasa por los trigos cual una augusta canéfora griega, y su canasta repleta de higos so el sol tropical al cielo se entrega. Es la humilde y hermosa provinciana; la que irradia candores de inocencia; la que vá, cuando el sol de la mañana, enamorando con su presencia. NOCTURNO A José Luis Alcaráz En los instantes mudos, la sonámbula Musa me despierta. Un sobresalto se apodera de mí. Aquélla Musa reclama notas. ¡Marfilado sueño! (La gente vulgar éste cuento ignora. Piensa que el óseo es cuestión de otarios. Al vulgo dependiente no le es dado crear canciones.) En el sueño ebúrneo yo logro ver en su real decoro a una blanca silueta que destaca: La blanca Musa con la lira en mano un lied murmura. Yo tomo nota en mi inconsciente. FARDO BACANAL A Israel Almeida, Polifemo Este es un mundo de tierras solares en donde el cierzo refresca la Flora; en donde entonan sus tersos cantares los ruiseñores que anuncian á Aurora. Una hilera desciende la colina; viene de regreso de la Toscana... Quien dirige ésa leva peregrina es Dionisio, aquél de mira ufana. Con el alma tiesa hacia el peristilo, marcha el grande Dionisio y su cortejo. En sus puños el tirso y el berilo y la vid á volver en vino añejo (Néctar en la ánfora cristalina de la que el príncipe su virtud bebe. Se extasía en la ambrosía divina y refulgen Ganimedes y Hebe). Del verde prado, do pacen las cabras, el dios del vino, el delirio y la viña, espanta las sombras negras, macabras llenando de vid la sobria campiña. Allende, aquéllos serviles pastores, de bucles plateados cual el armiño; por curar sus penas y sus dolores abjuran su labor á algún lampiño. (Tal lampiño que fuera adolescente —impúber él, imberbe, cenceño—, se vió entonces al mando de repente de un rebaño de leones de ensueño). Y súmanse á estruendosa comitiva engullendo la verde vid fecunda. Y fue ahí que una bacante sensitiva de lujuria les deja marca profunda. Envuelta en un peplo de finos tules é impregnada de vahos de alegría, ésa bacante de ojos azules borra del cielo la melancolía. Tal el deber de las ledas bacantes: hacer de la vida un frívolo juego; marcar con brasas de azules diamantes á los tristes con el burdo amor griego. Á su paso, éstas mozas estridentes, azuzadas por el sagrado vino, acaban con el agua de las fuentes, despreciando su tesoro divino. Éstas bellas lucían sus guirnaldas hechas de ramas y de flores frescas. So de éstas, miradas de esmeraldas, que cual el mar, verdes y pintorescas. Más allá, las soberbias campesinas, bellas, encarnación de la Esperanza, que vásen al són de las ocarinas á unirse al cortejo en rítmica danza. Poseedoras de esbeltas siluetas, de pieles blancas y labios carnales, hacen vibrar á risueños poetas en un frenesí de versos triunfales. Contempla todo tal ritual pagano: desde el palurdo, hasta el sibarita; desde las hijas del gran Océano, hasta Príapo, hijo de Afrodita. No desentonan sabias satiresas con su vibrante y lívida hermosura; cabalísticas faces, bocas de fresas, dignos modelos de tersa escultura. Una satiresa que ser no pudo dueña de un esbelto cuerpo expresivo, adora á un macho de abdómen velludo, cuernos en la frente y patas de chivo. Y aquéllos de testa senil y anciana, como ser el Pan ó tal vez Sileno, persiguen, como el Sol á la mañana, á ésas bellas con todo el desenfreno. Al excitar la concupiscencia una bacante del sabio de sabios, jocoso él, simula su impaciencia por probar de la miel que hay en sus labios. Y corretea el sátiro en los llanos en pos del calor de aquélla preciosa. Y corre y corre blandiendo sus manos siguiendo una luz que fue mariposa. Y ebrio Sileno de bermejo tanto, de verde tan, sobreviene la fatiga. Y del són de Apolo y su lira el canto la dulce bacante un poco mendiga. (Canto áfono con su són cristal; tal voz de amor que melifica el viento. No han de ser los dos prosecución del mal, sino soplos que dán al barco aliento). Mas el dios, ledo y orondo, no obstante de la belleza del epicúreo ser, de ésa diosa en flor, de ése ser fragante, su virtud de amante no la supo ver. La juzgó oropel, falso obrizo oro; ni una diosa, ni rosa inmarcesible. Y por la amargura de aquél desdoro, se resiente, y se torna irascible Mas no borra de su faz su sonrisa; ¡ha de haber quien la corteje y la ame...! desde Zeus, metamorfoseado en brisa, hasta Pan, el de hiperestesia infame. Siempre sensible, cual al sol la nieve, y con la vid en la vida y en el seso, tal sátiro se lanza, y en lo breve consume inmenso amor de carne y hueso. —Con los resabios del Peloponeso, dá rienda suelta á sus sabias obscenas; de igual carácter que el lascivo Neso, dejó su cuita en aquéllas arenas. Entregado á aquélla fruición difusa, el bicorne Pan ensaya, amoroso, cual cuando despierta una cornamusa, beso de amor en aquél rostro roso. Lo que tiene de mal, de estrafalario, lo que rechazaron Siringa y Eco, la bacante acepta—. Desde el campanario Progne dispersa su gorjeo hueco. Y vuela y goza atisbando aquél prado; y su pico despeña un verde laurel. Y el fiel lampiño que guiaba al ganado, fuése á probar de las bacantes la miel. Ansioso marcha. Mas lo desengaña una impía de éstas, sin razones. Y el joven váse triste á la montaña, desvelando el rebaño de leones. Alzado el bramido al cielo de zafir, restalla el estentóreo dios supremo; siéntese un titán muy pronto á revivir y realza su vuelo el Triptolemo. Resucita el guerrero titánico; Poseidón y Anfítrite sacuden el mar. Todo lo envuelve ése dulce pánico que el frustrado doncel fuese á provocar. Y en lo estruendoso de aquél bullicio, y conspicuo y ledo y más altanero, de la mano de Ariadna, el gran Dionisio va impregnando de gracia al mundo entero. SONETO Para la menina de Clarisa De Teherán los tapices, porcelanas de China, los diamantes de Ormúz, la riqueza de Creso; nada son como tú, en la hora vespertina, dando al joven prendado tu mirar de embeleso. Un vestido de tisú o de regia popelina no dan, menina, como tú alegría al seso; sí encontrar los placeres en tu boca divina y sorber de tus labios la miel en un beso. Indeleble espejismo y encendida fortuna es vagar de tu mano, al canto de una tuna, por los frescos jardines de Nabucodonosor. Y ofrendarte, menina, cual el rey a Clarisa, los claveles y lirios que perfuman la brisa, y sellarte en mis brazos con un beso de amor. ALFANJES Y BLASONES MISA DEL ALBA La pérfida y triste noche, fragante, no puede velar el adusto sopor de la soldadesca errante. Se sabe testigo de una épica campaña, hecha de sangre, de fuego y de flecha, que marca el fatídico destino de la América y de la España. Ve cómo acecha el indómito indio en busca de venganza y castigo por el soez improperio inferido. Es testigo: del conturbo de la blanca y barbada testa, del asomo de la muerte al hispano aguerrido, ¡de aquélla colosal y cesárea gesta! Asoma y se esconde un lucero: furtiva delicia para el infortunado pordiosero. El pálido y tosco astro, ahora sin lumbre, aumenta de aquéllos la terrible pesadumbre; y la del jefe de alma diligente y lozana que persigue la gloria, todavía lejana. ¡Y la copiosa copa del Ahuehuete secular! Coloso y tempestuoso y viejo, aquél tronco invencible y añejo fue escenario de aquél suceso solemne, extraordinario: So su tronco imposible de horadar, so la lluvia estival ruda é inclemente, la joven Malinche y Jerónimo de Aguilar ven frustrada la insistente y ávida búsqueda de riquezas y de prez del grande español Hernán Cortés. El bravo caballero que quiere imprimir el acento de la raza férrea que es la de la España, el que enfrenta del nativo la terrible saña, la muerte, el horror, el tormento; el que alza la espada, el augusto conquistador, en medio de aquél fatídico velo llora, y deplora, y no encuentra consuelo. Llora al fiel muerto, al orondo herido de la leal mesnada conquistadora. Mas no todo está perdido: Puja, aunque indolente, la blanca aurora, límpida y silente. ¡Marchen soldados sigilosamente, cual si fuese bonanza el Nuevo Mundo. Marcha Cortés á su frente esquivando la ira del tropel tremebundo! Los soldados sin miedo se enfrentan al funesto sino que dicta su suerte, y al odio que anima á los indómitos indios americanos. Se buscan á tientas sus manos en medio de aquél hervidero... Y la muerte, la parca, ésa sombra que á su antojo remueve el espanto, el odio, el enojo; aquélla azuza al acero, la panoplia, la ballesta, al alfanje, al blasón; y azuza al rudo y fiero guerrero: —¡Es vuestra la India virgen de Cristóbal Colón! Mas millones de seres apedrean sus sueños. Dijeron éstos al azorado gerifalte de acento castellano: Que éstas tierras tienen sus dueños; que cuando vuelva al puño de la pálida mano, mas bien con premura que lento, que el indio rudo y huraño no sabe de yugo ni sometimiento; y cuando asome renuente el extraño, sabrá ceñir sus plumas, las flechas, las hondas, la lanza. ¡Que no se encienda la guerra! Y todo por ser por la casta, la prez, la venganza... ¡por la tierra...! HEROS A maese C. J. ¿Es delirio, demencia ó espejismo de oro? Siento un tumulto y veo, ¡oh maravilla!, á Pegaso que vuela con su casco sonoro y unos largos cabellos sobre regia buhardilla. Veo á Cipris radiante de la mano de Anquises; á Hebe que danzando y cantando está en el pensil: y á Anfitrión que recibe de lejanos países á los héroes del mundo con los rayos de abril. Van guerreros y reyes por un verde á la griega (Marco Antonio le ofrenda á Cleopatra, la egipcia, los nelumbos que Arturo, en estéril refriega, los recoge á granel para oronda novicia). Á la voz de Minerva, confundida en las flores, corresponden los héroes con sus testas seniles: Coriolanos y Mácbeths, D´Artagnanes y Thores, Alejandros, Herakles, Gengis Khanes y Aquiles. Unos llevan alfanjes, otros casco y coraza. Van Aníbal y César y en sus puños la rosa. Junto al Cid, que va ondeando su blasón y su maza, sobre el lomo de Babieca vá Gimena dichosa. Deyanira animosa lleva á Heracles á cuestas, pues los doce trabajos lo hubieron de fatigar. Las Amazonas á Aquiles, todavía molestas, le persiguen sus pasos para hacerlos cesar. ¡Las preseas y lauros al que trajo abolida la saeta y el arco que son de Pentesilea; al que fuése al misterio con su luz encendida y volviera ataviado del león de Nemea! ¡Al que á un yugo dispuso de un león y un cordero, cual lo hiciera Cyrano, paladín de Gascuña, que fundió á la benigna luz del haz del acero con el don del poeta y feliz los empuña! Maceró él su penacho impregnado en champaña, cuando á la tierna Roxana robóle una sonrisa; cuando Darío cantóle á su paso en España con su lira de oro ál amor de la brisa. Dumas declama con aliento de capa y espada las proezas de D´Artagnan y los tres mosqueteros, mientras siente la risa de una flor animada que contenta se posa so los brazos de Eros. Desplegando en los aires el fulgor de su pluma, á los ámbitos llena de perfumes de Francia. Sus héroes, que surgieron cual Cipris de la bruma, dánle al alma del triste amor, valor, fragancia. Versión viril de Cipris, te ha de amar ó de odiarte; batallando en Coriolos ví yo al gran Coriolano, imitando en sus gestos á Neptuno ó á Marte, con el brío que Shakespeare le ofreció de su mano. ¡Salve á éste héroe, al gran bardo de la Britannia, al que exalta donceles á los pies de la bella; predilecto de Erato, de Calíope y de Urania, quien galante le obsequia de su cielo una estrella! * * * Así van los héroes con su buena fortuna con sus rostros jocundos y por dentro un secreto. Para saber tal secreto creo y juzgo oportuna la crëación de éste verso que es de ansias repleto. Todos héroes con lauros decorando sus sienes. ¡Gloria bien merecida, merecidos los ramos! Dínos, héroe, una cosa: tal secreto que tienes, que en los tiempos que corren tanto necesitamos. PROMETEO A Silvio A. Veloso Vieron el Cáucaso blanco y un núbil poeta eslabones forzados por un brazo potente; Prometeo aguerrido, celeste anacoreta, tiene fuego en su pecho, la tristeza en la frente. Son sus hombros herákleos, son sus bíceps de atleta; portentosa su espalda de cíclope valiente; y en la cúspide blanca do el arcano concreta, languidece soberbio; ni á la brisa ya siente... Es la fiesta del torvo que, torvo, se entroniza donde el solio alevoso, do la sangre y ceniza. Caronte es la soberbia; mancilla el ideal. Ya vendrá cuando Herakles, en grandiosa campaña, tras los Doce trabajos y fundar otra España, diga al águila torva: "Va mi flecha inmortal". CARIÁTIDE DE CARNE Y HUESO Anadiomena la alaba y Apolo suspira por el precioso encanto de su boca escarlata. Más feliz es Narciso que en sus ojos se admira y que sigue sus pasos en las noches de plata. En las viñas, no hay quien no aguce alguna lira y tribute á la bella la sublime sonata —un sátiro consigue con su burda mentira de su mano benigna bordar la escalinata—. Al imponente Erecteón del limpio peristilo su aroma dá el laurel y restalla un refucilo, do Zeus, imponente: "Te he estado esperando". Entregándose, ella: "Dime cómo supiste". El dios supremo no ignora la soledad del triste; del amor de ésa Dea que yo sigo buscando... EGLÓGICO * El cielo —arcana bóveda del azul infinito— lleno estaba de encanto; y cual magna presea, Febo radiante y majo coronaba la aldea de una lumbre sutil con soberbia de erudito. Gustaba con provecho el inocente cabrito las delicias de la cabra de una buena ralea. Lloraba en lontananza Calisto a Melibea —incoherencia— y lanzaba el agorero su grito. Juzgaríase espejismo a ésa báquica campiña exuberante de frondas y exenta del lodo... Diríase que ahí Dafne paseábase de niña y Dafnis aprendiera la lección de Pan: ¡Todo! Tal símil panorama imaginara en su viña, saboreando sus uvas el sacro rey Hesiodo. 2013 *Del libro Folletín puntano, Sonetos de San Luis (2013) NICEA A doña María de Andrade Plural, el sol asoma sus ardientes rayos de fuego sobre el bosque y su verdor. Y la paloma de blancas y sedosas plumas, tras revolotear sobre el Olimpo griego, vuelve en un giro hacia las brumas de una huraña y tiesa fuente. Quien mitiga una sed hiriente en ésa sal y su frescura es la bella y joven Nicea, muy esbelta y más urente, digna de literatura. ¡Más de uno la desea! ¡Feliz aquél que la viera con sus dones y fragancia! Beldad en exuberancia posee la náyade, que fuera espléndida en la caza. Con su pecho por coraza, y por morrión sus rubios cabellos (ellos que al torcerse al sol abraza), va al azar por el boscaje, doblegando fieras ó estrangulando cuellos ó hiriendo al viento con el dardo de su carcaje. Indómita y salvaje, dále un dulce pensamiento y luminosa visión de embriaguez al cazador ó al anacoreta. Al lanzar su sonante saeta, un verso á los aires lanza. ¡Sublime canción de esperanza, más que el tesoro y la prez! Á veces entona un canto que hasta en la selva virgen resuena. ¡Notable hechizo y precioso encanto! Y las aves que trinaban á Helena surgen á su lado embelesadas, despertando con su hermoso trino del sueño de embeleso vespertino, á las niñas de Apolo enamoradas. Despréndense de las ramas de los árboles nemorosos las melódicas notas. Y las llamas del férvido sol, desde el inmenso celeste, rebosan de fulgores grandiosos aquél verde. Y un sátiro agreste y palurdo y lascivo, acecha con ojo perverso á la bella. Sensible y sensitivo al canto de Nicea (canto terso y de embeleso y jocundo), se acerca, tremebundo y ciego de fiebre constante. Mas tal voz de diamante ternura y dicha le inspira. Todo aquél que la oye ó la mira a su ser queda prendado... prendado el sátiro, prendado el pastor, el valiente doncel, el audaz cazador, y el rapsoda senil, el de andar fatigado. Á fuer de comitiva síguenla á la bella sutiles las mariposas. Siempre alegre y expresiva, un desgranar de lirios y rosas sembrando va al paso de su huella. Armónico cortejo que todo lo destella sobre el celeste espejo. *** El sol sangriento suprime al pujante cierzo y su desliz, que deviene hacia Nicea en caricia. En lontananza, una alimaña gime agresivamente. El cariz de ése marco de paz, tenue, se conturba. Mas no pierde la delicia y solemnidad aquél Todo; lo turba solamente ése bramido... *** Feliz de su labor gozosa, del canto jocundo amante, saluda á su paso el remedo de rosa á Dionisio, que en paso rimbombante con su séquito pasea. Sonríense el divino dios y la ninfa Nicea. *** Por ésa hora la doliente Cazadora plácida se pasea bajo el cielo cálido y suave dentellado sólo por una rapaz ave. Entonces, su arco, valioso cascajo, se desgarra y agudiza. So del cielo de esmalte, Nicea suelta su saeta que flemática se desliza en pos del gerifalte dibujando honda grieta en aquél. La de ánima inquieta síguela ansiosa con la vista. Cual fugaz estrella amatista, estampa ardiente esfumino. (Nicea prefiere el trino de alondras y ruiseñores al canto hosco de los azores y los gerifaltes; por eso tal denuedo y tal saña; porque tal vuelo satura y daña la armonía de su seso; por eso tal deceso de ésa infausta alimaña). *** Por fin los trinos se imponen. Las aves se van en el aire hacia el polen de las ásperas flores de singulares belleza. Y en el alma y la cabeza de Nicea, un sin fin de colores, en que destácase el verde, se mezclan en fina tela: su mente. El castor muerde de los cipreses el fruto, y vuela de uno hacia otro de éstos un pájaro parlero. Molestos los melódicos grillos por el eclipse de su melodía, cesan su salmodia. Los brillos del soberano del día destellan sus orlas de gules sobre diversos vegetales. Verde. El verde y su armonía visten de regios tules; y cual crisol de cristales, el cielo, con bandadas pistorescas, corónase entre las ramas frescas. *** Nicea, la del bosque soberana, so del ramaje, tendida y lozana, de fatigosa labor descansa. Asaca, en tanto, el misterioso sustrato de un soberbio verticilo, cuando de nuevo en lontananza, un rugido, primero timorato, va á turbar su solaz tranquilo. *** ¿Quién va á turbar de improviso su plácido y tierno solaz? Quien acecha el paraíso de Nicea la bella es un montaraz mas soberbio y majo león. De sedientas y faustas fauces, que hacen á su vez de cauces aquél animal de aruñón lívido se acerca. Su piel hirsuta se le peina y se eriza por el céfiro. Y disfruta y relame su caza inminente; pues Nicea, aparentemente, está acorralada. Entonces desenvaina su afilada y cortadora uña. Mas la de piel salmonada fijo lo observa, y empuña su honda y trágica flecha. Cincelada cual por fídica mano, la acechada es la que ahora acecha con sus fulminantes y bellos ojos; y más que tarde temprano, la de ubérrimos labios rojos su inmortal flecha descerraja. Con todo, ni se altera ni se aja su beldad. Y el dardo, tras rauda trayectoria, en la alimaña se consume; y el carmín y el pardo de su sangre, el perfume impregna á Nicea de gloria. *** Envuelta la bella Nicea en triunfos y frescos lauros por tamaña y excelsa tarea, recibe de ninfas y centauros sus cálidas felicitaciones. Sus odas y sus canciones los rapsodas le dedican. Y entre los niños predican, en sus rondas, en sus juegos, de la bella el dulce nombre. Ni entre letrados ni legos no hay quien no se asombre de tal loable hazaña. Y de la infausta alimaña el recuerdo sólo queda; se recuerda su saña cual devaluada moneda. ÍNDICE PROEMIO ORO CREPUSCULAR (2006) 01. Reino del Sol PRESEAS Y GALAS (2008) 02. Alonso de Ercilla 03. Martín Miguel de Güemes 04. Cristóbal Colón 05. Homero 06. Teócrito 07. Afrodita 08. Penélope 09. A la noble de Oriente que fuera argentina 10. Al Belerofonte americano 11. A una brasilera 12. Edmond Rostand INVENTARIO (2008-2009) 13. Blasón parisino 14. Divagación 15. La japonesa 16. Al mirarme tus ojos negros... 17. El canto cordial 18. Diademada 19. Reminiscencia de Watteau 20. Orla oriental 21. "Oblivious" 22. La mujer española 23. La diadema de Herodías 24. Devaneo silvano 25. Delectación 26. "Fiat lux" 27. Epístola de otoño 28. Soneto de Pan VARIA (2009-2010) 29. El azor de Gengis Khan 30. De Acteón a Diana 31. La gloria de las hadas 32. El unicornio 33. La canción de los piratas 34. ¡Rea! MADRIGALES (2008) 35. I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII OTROS MADRIGALES (2009) 36. I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X ESTAMPAS (2010) 37. Ánfora 38. La emperatriz 39. Semblanza de la humilde provinciana 40. Nocturno 41. Fardo bacanal 42. Soneto ALFANGES Y BLASONES (2009-2010) 43. Misa del alba 44. Heros 45. Prometeo 46. Cariátide de carne y hueso 47. Eglógico 48. Nicea