Importancia de Freud en la clínica actual

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IMPORTACIA DE FREUD E LA CLÍICA ACTUAL
Dr. José Luis Lillo Espinosa
En este año que celebramos el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de
S. Freud puede ser un buen momento o una buena oportunidad para reflexionar y
plantearnos la vigencia y actualidad de su pensamiento y lo que ha aportado al
desarrollo de la clínica.
Mi interés es destacar unas cualidades del Freud investigador que creo pueden
ser aún hoy en dia vigentes y de gran actualidad en la clínica más que de estudiar la
idoneidad o no de algunas o de todas sus aportaciones a la clínica psiquiátrica y
psicológica, ya que sus propias reflexiones, a mi entender, estaban sujetas a cambio y
a futuras modificaciones, y ser fiel a su pensamiento conlleva la labor de desarrollar y
llevar aún más lejos sus aportaciones iniciales. Creo que en la actitud investigadora y
científica de Freud se puede destacar una serie de aspectos que me parecen relevantes
para la clínica actual y es esto lo que pretendo desarrollar en las líneas que siguen más
que detenerme en la vigencia de determinados conceptos concretos.
Quisiera comenzar destacando una dificultad que ha empañado la importancia
de los descubrimientos freudianos y ha oscurecido en ocasiones su relevancia para la
clínica. Creo que el psicoanálisis desde sus inicios ha tenido que hacer frente a dos
circunstancias que han modelado su desarrollo posterior, condicionándolo: uno es la
coincidencia e identificación de los descubrimientos psicoanalíticos con la figura de
Freud y la otra es la defensa del psicoanálisis como movimiento, como empresa o
causa bosquejada por el mismo Freud. Esta doble identificación ha supuesto un
control y limitación para su evolución ya que cualquier iniciativa o progreso que el
mismo Freud no pudiera pensar era matemáticamente rechazada, provocando
escisiones y disidencias. Esta doble identificación ha podido hacer pensar a algunos
que el pensamiento freudiano se transformaba en un movimiento sectario y que por
tanto sus aportaciones tenían que ser contempladas desde esta perspectiva y a ser
consideradas entre paréntesis y bajo sospecha. Esto ha supuesto un obstáculo para el
progreso del pensamiento psicoanalítico, mediatizando su evolución. Es por eso que
el psicoanálisis se debate entre el seguimiento a la ortodoxia representada por el
pensamiento y los descubrimientos del mismo Freud, junto a las diversas escuelas o
corrientes de pensamiento psicoanalítico que han desarrollado otras vertientes
teóricas, no siempre complementarias, en lo que se ha venido en denominar el
Pluralismo en el psicoanálisis, hasta el punto de que en la actualidad uno de los
debates más acuciantes es de si existe uno o varios psicoanálisis. La fidelidad al
pensamiento de Freud y su adhesión al mismo ya sea como “causa” o “movimiento”
ha dado lugar a una línea empobrecedora de la riqueza y diversidad de planteamientos
y enfoques de la complejidad de la vida mental y ha provocado el alejamiento de otros
investigadores, como se puede comprobar en la historia de las ideas psicoanalíticas.
Por esto podemos decir que el psicoanálisis es una ciencia que en sus primeros
cincuenta años ha estado estrechamente vinculada tanto a la persona como a los
descubrimientos científicos del propio Freud. Los analistas, en ese período,
permanecían identificados con la Teoría que estaba elaborando, a la que consideraban
como el terreno común a todos ellos. Los avances y descubrimientos que se producían
en el campo de la teoría psicoanalítica del funcionamiento mental se mantenían en
una línea de continuidad con los conceptos bosquejados por aquel, como mínimo en
su acepción básica. En consecuencia, los cambios en la teoría psicoanalítica que
fueron más allá de los límites sugeridos por Freud fueron realizados con enormes
dificultades, e inicialmente acababan con disidencias y escisiones. No obstante, si las
dificultades en la revisión de la teoría eran importantes, más aún lo eran en cuanto a la
técnica psicoanalítica o al psicoanálisis como teoría de la terapia (Richards, 1990),
como lo demuestran las controversias entre Freud y Ferenczi.
Freud se esforzó tanto en definir los parámetros del psicoanálisis como en
mantenerlo como empresa o proyecto unificado frente a las presiones y seducciones
que destruían su esencia, que podían originarse tanto en el seno del movimiento
psicoanalítico como provenientes de fuera. El psicoanálisis como cualquier otra
disciplina científica, se encuentra influenciado, y no podría ser de otra manera, por el
contexto histórico, cultural y social en que se desarrolla. La muerte de Freud planteó a
los psicoanalistas la tarea de llevar al psicoanálisis más allá de los límites impuestos
por éste. Es en este contexto donde podemos apreciar la tensión dialéctica que sufre el
psicoanálisis que pugna entre mantener su unidad teórica, a veces llegando a la
expulsión de nuevas teorías por miedo a la dilución o abandono de sus conceptos
centrales, y el esfuerzo por aceptar, mantener y acomodar perspectivas teóricas
diferentes. Una tensión dialéctica entre una ortodoxia muchas veces rígida y
excluyente, y la diversidad teórica sobre el funcionamiento mental, y sobre lo que
consiste el tratamiento y la cura (Wallerstein, 1988). Esta tensión dialéctica entre
ortodoxia y diversidad es inherente al psicoanálisis en la medida en que a lo largo de
su propia vida, Freud mismo fue modificando, haciendo nuevas observaciones,
cambiando así sus presupuestos teóricos iniciales. Diversos desarrollos de las teorías
psicoanalíticas han ido enfatizando uno u otro de tales conceptos o etapas en la
investigación freudiana sobre el funcionamiento del psiquismo humano. Diversas
escuelas encuentran su apoyatura en las diferentes etapas de la investigación
freudiana. Freud (1912) ya se refirió a que estamos aún muy lejos de poseer todos los
conocimientos sobre la psicología de lo inconsciente y sobre la estructura de la
neurosis, y que no deberíamos cerrarnos los caminos que nos permitieran reexaminar
lo ya conocido y hallar algo nuevo.
Creo que esta doble circunstancia en el desarrollo del psicoanálisis ha
oscurecido el debate sobre lo que ha aportado a la clínica en la medida en que
cualquier discrepancia era vivida como una traición a la propia persona de Freud, lo
que ha impedido un ejercicio saludable de la contrastación de los datos de
observación y de las hipótesis teóricas que de ellas se podrían derivar. De todas
maneras vale la pena detenernos en la labor de Freud para comprender su aportación
al conocimiento de los entretesijos del ser humano. Freud no es un descubridor al uso
habitual porque tanto la noción de inconsciente como de la sexualidad eran temas de
discusión amplia en su época. Diríamos que es más bien alguien que ha encontrado su
sentido, que ha descifrado su código y ha permitido su traducción (Assoun, 1982). Ha
descubierto su significado para comprender el funcionamiento mental del ser humano,
y más relevantes son sus aportaciones si tenemos en cuenta que en el mundo científico
actual predominan las descripciones fenomenológicas de los síntomas para
encuadrarlos en síndromes diagnósticos como era habitual en la época de Linneo
donde su interés radicaba en clasificar, ordenar y agrupar los síntomas en un
organigrama con tintes diagnósticos, como ocurre en el ordenamiento del DSM IV.
Freud con su convencimiento en el determinismo psíquico de los fenómenos mentales
estaba más interesado en comprender su significado, su sentido, preguntándose a qué
responden los diversos síntomas, más interesado en averiguar su sentido. Freud, no
dio por sentado ninguna de las explicaciones y creencias empíricas desarrolladas hasta
entonces, permitiéndose la posibilidad de construir su propio campo científico. A
pesar de ello vemos en sus escritos iniciales, intentos por reconstruir su campo de
investigación, justificando y discutiendo con diversos "interlocutores" el uso de cada
concepto. Esto le lleva a las nociones de conflicto psíquico, de ansiedades, defensas y
a las diversas modalidades de relaciones de objeto. De ahí en adelante para Freud el
cuadro sindrómico remite a las nociones de sufrimiento psíquico y al de dolor mental,
algo que hoy en día resulta novedoso tal como está el panorama psicopatológico
limitado a la descripción con pretensiones ordenadoras. A estas nociones les ha dado
categoría de cualidad psíquica y les ha dado entrada en el conocimiento científico.
Freud en su trabajo va elaborando lentamente el psicoanálisis, lo va construyendo
penosamente a través de un conjunto de hechos clínicos que va reuniendo al precio de
un trabajo metódico y sistemático. En su investigación va mostrando cosas nuevas de
manera que pueda darles fuerza de ley psicológica, abordando el sentido que tienen
para la comprensión del funcionamiento del inconsciente. Freud no se arredra frente a
las limitaciones del método y los fracasos terapéuticos, sino que los aborda como
fenómenos que inducen nuevas reflexiones y estudios suscitándole interrogantes cuya
resolución le permitirá la observación y aprehensión de nuevos hechos psíquicos. En
lugar de abandonar el tratamiento de aquellos pacientes con los que fracasa su técnica,
prefiere plantearse ese obstáculo y analizar su origen, abriendo así nuevas
posibilidades en la comprensión del funcionamiento mental.
Otra cuestión relevante en el trabajo freudiano es la interrelación entre
observación y teoría, entre hecho clínico y las hipótesis que de él se puedan
establecer. Freud en su movimiento de investigador, a cada cuestión que percibe en el
material clínico le dará lugar a un campo de hipótesis que definirán un cierto
momento de la teoría, antes de que ésta se abra de nuevo por un nuevo hecho clínico
que suponga un mayor grado de teorización. Este hecho gradual es lo que le da su
impronta y carácter de aventura apasionante y a la vez le otorga su característica de
racionalidad por el rigor de su producción conceptual. Lo que demuestra una vez más
esta estrecha relación entre lo observado y la elaboración teórica, que se va
modificando cuando resulta insuficiente para explicar los hechos clínicos. En una
carta del 3 de octubre de 1897 que dirige a Fliess le comenta la belleza intelectual de
su autoanálisis, de lo que tiene de aventura fascinante no exenta de dolor y
sufrimiento. Pero es esta interrelación entre observación y teorización otra de las
aportaciones freudianas a la clínica actual, una teorización muy apegada a la
observación y escrutinio del material que se presenta ante nuestros ojos. Una
teorización que busca explicar y encontrar el sentido y el significado último de los
complejos sintomáticos con los que se presenta la realidad clínica. Busca comprender
el significado del sufrimiento psíquico para encontrar un medio de intervención
terapéutico.
Freud estaba animado por la finalidad de desentrañar los complejos procesos
emocionales implicados en los cuadros neuróticos. Su trabajo estimula a ponerse en
contacto con fenómenos más oscuros y misteriosos del comienzo y el origen del
funcionamiento psíquico y en definitiva de la vida humana (Pérez-Sanchez, 1990). Y
es este acercamiento a los niveles más profundos de la vida mental lo que hace que su
la lectura de sus escritos sea también algo fascinante más allá de la corrección o
idoneidad de sus conclusiones. Su lectura provoca también un compromiso emocional
por parte del lector en la medida en que no deja indiferente sino que conmociona y
genera una resonancia emocional y afectiva en el lector. Es una lectura que estimula
el crecimiento emocional y ensancha las perspectivas teóricas del lector al abrirle
nuevos enfoques de la realidad clínica a la que se enfrenta, más allá de la justeza de
algunas de sus conclusiones.
El gran aporte de Freud es que en el transcurso de su investigación a
cada gran descubrimiento que efectúa le corresponde un nudo dialéctico entre la
clínica y la teoría. Su investigación de los fenómenos inconscientes hace emerger los
descubrimientos analíticos a la vez que el tratamiento los verifica o no y la teoría los
conceptualiza. La relación entre observación clínica, el método terapéutico y la teoría
es muy estrecha en el psicoanálisis y prácticamente indisociable uno de otro,
manteniéndose como las partes de un todo, en esa visión de trípode del psicoanálisis,
donde si falla una pata falla todo el conjunto. Podemos inferir una secuencia en los
descubrimientos analíticos: a) el material clínico de observación, b) las relaciones
inducidas de ese material y c) los conceptos que permitirán la identificación de
relaciones en el material. La teoría psicoanalítica se constituye en un nuevo
paradigma en la medida en que ha permitido: 1º determinar los hechos
"particularmente reveladores" de la naturaleza de los fenómenos mentales; 2º
demostrar la articulación de dichos fenómenos con los conceptos teóricos que le son
propios, y 3º articular dichos conceptos permitiendo así resolver nuevos problemas
planteados en la observación clínica. La metodología analítica consistirá por tanto en
la búsqueda de significado en el material de observación que permitan la elaboración
de conceptos que expliquen y den cuenta de la cadena de relaciones que se infieren de
ese material de observación, siendo el tratamiento la vía de verificación de las
hipótesis elaboradas. Esta estrecha relación entre observación, tratamiento y
teorización es algo importante en la aportación freudiana y que caracterizará al
psicoanálisis. Nunca hasta entonces se había producido esa interrelación entre la
observación, la práctica y la teoría, siendo esta última la reflexión sobre los hechos
observados y verificados en la práctica analítica. La teoría no es una mera
especulación sino que está estrechamente ligada a la observación y a su verificación
en la práctica cuotidiana. Si los hechos nos conducen a nuevas observaciones habrá
que cambiar la teoría y es así como hizo Freud a lo largo de su trayectoria profesional
donde podemos encontrar continuos cambios en su conceptualización teórica a tenor
de los nuevos hechos clínicos que se presentaban a la observación, cambios que
siempre conllevaban un sufrimiento y que Freud no se arredraba de afrontar con todas
sus consecuencias, soportando la herida narcisista de tener que cambiar de
presupuestos teóricos por otros más acordes con la clínica. La teorización freudiana
sería el último eslabón de un ejercicio intelectual riguroso y exigente. Como vemos
este grado de teorización no era algo cerrado y conclusivo sino que por el contrario
algo abierto a los cambios necesarios y pertinentes, a las refutaciones y con las
modificaciones progresivas. El conjunto de conceptos freudianos aunque él
pretendiera identificarlo con su persona o con el movimiento era algo abierto por
definición a nuevas aportaciones y sugerencias, a cambios radicales, haciendo de él un
pensamiento vivo y en continuo cambio y progreso y no como algo esclerosado desde
el principio. Como decíamos anteriormente esta teorización corresponde al sentido y
al significado con el que creemos comprender el sufrimiento mental y por tanto
expuesto a cambios en la medida en que nuevas observaciones del mismo material
nos inducen a corregir nuestros iniciales puntos de vista en un continuo y
enriquecedor cambio de perspectivas.
Estas vicisitudes en la labor de Freud serán las mismas de cualquier otro
continuador. Serán también la opacidad o apertura mental del observador analítico
quien cerrará o abrirá el campo de observación y de teorización como consecuencia.
El método y la teoría que de sus datos se puede deducir están intrínsecamente
entrelazados y condicionándose mutuamente. Los conceptos elaborados teóricamente
mediatizarán la capacidad del analista para observar los hechos clínicos, llegando
incluso a limitar y producir un splitting en su mente que se cierra a nuevos hechos que
pudieran contradecir los supuestos e hipótesis teóricas en las que se sustenta su labor.
En el transcurso de su trabajo observará diversos estadios mentales en su paciente y
diversas líneas asociativas en el material clínico. Suele optar y seleccionar un hecho
clínico, una línea asociativa de las múltiples que se prestan a la observación. En esta
elección intervienen diversos factores: los supuestos teóricos del analista, la escuela a
la que se adscribe su pensamiento producto de su experiencia y formación, de su
propio análisis y de los largos años de aprendizaje en seminarios, supervisiones..., así
como de su forma de entender la patología de su paciente. Contextualiza el material
clínico en función de estos factores. Fruto de ello es la elaboración de unas hipótesis
que llamamos interpretaciones y que ofrecemos al paciente, hipótesis que requerirán
su posterior comprobación y verificación. Cuando el analista selecciona otra línea
asociativa u otro hecho clínico le permite a veces realizar descubrimientos
insospechados acerca del significado latente de un material concreto. No tener en
cuenta estas condiciones en las que se efectúa la investigación y la labor analítica, así
como la existencia de un splitting inconsciente en la mente del analista supone el
riesgo de caer en dogmatismos y fundamentalismos teóricos. En la historia del
pensamiento analítico esto ha sucedido con mucha frecuencia, acusándose de nuevo la
misma situación que había supuesto inicialmente la actitud de Freud: entre fidelidad a
su ortodoxia y a la vez apertura a los cambios que también representa su pensamiento.
No podemos sustraernos de la impresión de que Freud se apoyaba de modo
positivista sobre los hechos clínicos. Su complejidad le lleva a nuevas adquisiciones
teóricas que se sitúan en un plano que pueden adquirir un carácter más especulativo
como una forma de dar una explicación o respuesta intelectual al reto de definir las
nuevas constelaciones de hechos clínicos que aparecían ante sus ojos. Estos nuevos
conceptos han sido de enorme controversia en el pensamiento analítico, Conceptos
como el de la pulsión de muerte se situaría en este ámbito. Freud intentaba dar
respuesta a las complejidades cada vez más intrincadas de los fenómenos de
observación clínica y no encuentra otro modo de explicarlo que recurrir a conceptos
de contenido especulativo. De ahí la diferencia entre un primer Freud, el de antes de
su gran cambio teórico de los años veinte, de un segundo Freud posterior dotado de un
estilo de investigación diferente. Pero será debido a este nuevo registro que va a
revelarse una nueva dimensión teórica de las investigaciones freudianas y que
muestran lo que antes decíamos de su apertura y de los cambios teóricos que va
realizando a lo largo de su trayectoria. Por muy discutible que fuera el concepto de la
pulsión de muerte, es un punto de vista que permite captar a gran distancia y con una
capacidad especial de minuciosidad toda una nueva y amplia gama y categoría de
fenómenos clínicos. Es una forma de dar cuenta de determinados hechos clínicos que
aparecían a sus ojos de observador. Esto ha dado lugar a una mayor diversidad teórica
dentro del psicoanálisis en la medida en que la complejidad de los datos observados
requerían conceptos con un componente especulativo para dar buena cuenta de ellos.
Aquí es donde podemos encontrar un germen para la divergencia entre las diversas
escuelas y corrientes dentro del pensamiento analítico, entre las que siguen sus pasos
utilizando estos conceptos de aquellas que no son capaces de seguirlos o no
consideran adecuado explicarse los hechos clínicos con este tipo de
conceptualizaciones.
La necesidad de nuevas explicaciones para tantos y tantos fenómenos
observables de la psique humana, da una idea de lo vasto que es el campo de lo
mental y lo limitado de nuestro medios. Por ello se ha producido en las últimas
décadas un resurgir de modelos metapsicológicos diferentes, un pluralismo teorético
que ha ocasionado discrepancias en los enfoques técnicos en el trabajo clínico. La
capacidad del analista para la observación estará condicionada y mediatizada por su
bagaje teórico. Un analista enfatizará uno u otro aspecto de las asociaciones del
paciente en función de su correspondencia con el modelo teórico que sustente,
siguiendo unos criterios de contextualización semejantes a los criterios de su modelo
metapsicológico (Boesky, 1998). Las diferentes interpretaciones serán un derivado
lógico de lo anterior. Las teorías afectan a la manera en que percibimos los datos
proporcionados por la situación analítica, de cómo pensamos acerca de esos datos y
de cómo, en consecuencia, actuaremos interpretativamente. Las diversas teorías en la
medida en que condicionan la capacidad de observación se pueden constituir en
baluartes que trabajan en contra del progreso y del cambio, proporcionando una
sensación de seguridad ante la inmensa complejidad de la realidad clínica. Arlow y
Brenner (1988) discuten la idea de que las diferentes teorías sean, aparentemente,
teorizaciones sobre los mismos datos de observación, cuando en realidad no es así, no
son los mismos en su opinión. Apuntan la posibilidad de que sea parcialmente debido
a que no todos los analistas utilizan la misma técnica, aunque ellos denominen con el
mismo nombre lo que hacen. Su opinión contradeciría la impresión de que todos los
analistas han aprendido y utilizan un método uniforme. Otros autores más optimistas
como Michels (1988) consideran y reconocen el impacto que las nuevas teorías han
supuesto sobre la práctica clínica aunque lo reduzcan más al contenido de las
interpretaciones que sobre la estructura general del proceso analítico.
El recorrido freudiano solo hace que articularse en conceptos explicativos
conforme a su delimitación, descubriendo una nueva experiencia específica. Puesto
que el psicoanálisis no se contenta con explicar, puesto que tiende a tratar, su
ambición etiológica tiene por finalidad precisamente su ambición terapéutica, lo que
articula estrechamente la teoría con la cura. La teoría no se aplica a la cura, solo hace
que verificarse en ella. Esta intrincación creo que corresponde a otra de las
aportaciones esenciales del pensamiento freudiano a la clínica actual. Actuamos
terapéuticamente sobre aquello que creemos entender y de la forma en que la
entendemos, en una actitud de rigor y de honestidad profesional. Nos acercamos al
sufrimiento mental acorde con nuestra comprensión del mismo, comprensión que
nunca es estable sino sujeta a los cambios derivados de nuevas observaciones y en
profundizaciones en nuestra comprensión del dolor mental.
Cabe recapitular la profundidad de los trabajos freudianos, teniendo presente
que no se dio al mundo como una teoría de la psique acabada sino como una
perspectiva nueva, un vértice nuevo, un panorama de la vida mental gradualmente
ampliado, en ocasiones oscurecido o confuso en algún momento, y nuevamente
aclarado a continuación, donde es tangible encontrar sugerencias y caminos por
recorrer que dejó abiertos. Freud nos lega una obra completamente nueva con el
propósito de que cualquier seguidor o continuador la haga crecer y desarrollar
personalmente. Propósito en el que todos nos encontramos comprometidos para mejor
ayudar a nuestros pacientes.
El pensamiento de Freud es múltiple, polimorfo, a veces oscuro y en ocasiones
críptico o contradictorio, pero siempre germinal para el desarrollo de la clínica y exige
a su lector un esfuerzo suplementario ya que le interpela, le cuestiona y le abre
caminos para su evolución personal (Pérez-Sanchez, 1990). Su lectura requiere
constantes y sucesivas aproximaciones en momentos diferentes donde se obtienen
nuevas ideas que ayudan en la comprensión de los fenómenos psíquicos que cada uno
se plantea. La lectura de sus trabajos se convierte en una experiencia generadora de
vida y desarrollo emocional. Proporciona claves para la comprensión de las realidades
psíquicas que se pueden descubrir en el conjunto de sus reflexiones. Requiere un
esfuerzo constante para la captación de estas mismas realidades psíquicas y
proporciona un continente para el trabajo analítico. Como sugería el mismo Freud no
deberíamos cerrarnos los caminos que nos permitieran reexaminar lo ya conocido y
hallar algo nuevo.
El progreso de las investigaciones en neurofisiología y psicofarmacología ha
dado lugar a la aparición de nuevos y cada vez más potentes psicofármacos, remedios
paliativos para el sufrimiento mental. La potencia de la industria farmacéutica y la
disposición de ingentes fondos económicos está generando y estimulando un cambio
en la escala de valores psicosociales, creando falsas teorías sobre la etiopatogenia del
trastorno mental basándose en interpretaciones erróneas del mecanismo de la cura
(Winnicott 1990). Se busca el placer rápidamente, predominando el hedonismo sobre
la maduración y elaboración de la identidad personal basada en el aprendizaje por la
experiencia. El pensamiento freudiano y con él también el psicoanálisis se arriesga a
ser considerado el nuevo “enemigo del pueblo” porque plantea la necesidad de pensar
en que hay algo más allá del principio de placer como: la existencia del dolor y
sufrimiento psíquico, la destructividad y la realidad de la muerte como destino
humano. Freud y el psicoanálisis pueden ser sentido por algunos como una amenaza
desagradable e inquietante por las cuestiones que pone sobre el tapete de la existencia
humana (Ahumada, 1998). La renovación de la comprensión psicopatológica que se
puede inferir de los trabajos freudianos puede contrarrestar la ausencia de
introspección, de interés por el mundo interno y el vivenciar psíquico. Una ciencia
como el psicoanálisis, entre cuyos objetivos se encuentra transformar “la miseria
histérica en infortunio ordinario” (Freud, 1895), convertir una aflicción intolerable en
sufrimiento común, casa mal con las aspiraciones de la época actual que no acepta
reflexionar, que tolera mal la postergación de placer y la presencia del sufrimiento y
el dolor y mucho menos la laboriosa tarea de madurar.
Creo que otra de las aportaciones de Freud a la clínica contemporánea es la
importancia que da a la palabra como medio o instrumento transformador para aliviar
el sufrimiento psíquico. Bien es verdad que en su época los medios terapéuticos
estaban limitados, pero este hecho de la palabra viene a subrayar la importancia de un
elemento tan humano y específico de nuestra naturaleza como es la palabra, la
comunicación entre dos seres humanos que comparten un sufrimiento y dolor mental
y que a través de su comprensión buscan una solución o como mínimo un alivio. Pero
hoy en día la palabra, principal instrumento de la cura analítica, que da nuevos
significados a la experiencia emocional, base de nuestra actividad interpretativa, se
encuentra devaluada. La palabra no solo está devaluada sino que suscita enormes
desconfianzas por el deterioro en su función comunicativa, de cercanía a la verdad de
la relación. Rocha Barros (1998) nos dice: “Creo que el gran desafío actual de la
clínica contemporánea es recuperar el prestigio de la palabra como elemento
transformador de las estructuras inconscientes y, que implica en otro plano, también
actualizar el concepto de inconsciente”. Redescubrir el Inconsciente es otra de las
tareas pendientes tal como nos lo sugiere el trabajo del mismo Freud, siguiendo el
camino señalado por la afirmación freudiana de que no deberíamos cerrarnos los
caminos que nos permitan reexaminar lo ya conocido y hallar algo nuevo en la piedra
angular del psicoanálisis: el estudio del Inconsciente. No sólo está devaluada la
palabra en la cura y en la comunicación humana sino que el concepto de inconsciente
ha sufrido un retroceso en la comunidad científica aunque los últimos
descubrimientos de las neurociencias vuelven a poner sobre el tapete la vigencia de
muchas hipótesis freudianas. Lo innovador puede ser reordenar coherentemente los
conocimientos ya adquiridos. Los trabajos de I. Matte-Blanco sobre el significado y
composición del inconsciente pueden ser una primera aportación en este sentido.
Creo que otra enseñanza que podemos obtener de la labor de Freud y de su
actitud ante los hechos clínicos era su capacidad genial para estar atento a los más
mínimos detalles, sin miedo a cambiar de opinión si se veía contrariado por la
realidad clínica. Igualmente es de destacar su actitud ante los fracasos en su labor
terapéutica ante los que no se arredra sino que constituyen elementos de reflexión
para nuevos descubrimientos, abriéndose nuevos horizontes. Así como ejemplo de esa
actitud nos la da cuando tiene que cambiar la teoría de la seducción que hasta
entonces dominaba su pensamiento En su carta nº 69 del 21/9/1897 a W. Fliess, Freud
le comenta sus desengaños por sus fracasos en la búsqueda de la comprensión de las
neurosis y sus dudas sobre las vías más adecuadas para esclarecerlas. Frente a esas
dudas y desengaños, Freud le comenta: "Si yo me sintiese deprimido, confuso y
agotado, tales dudas bien podrían interpretarse como signos de debilidad; pero como
me encuentro justamente en el estado contrario debo admitirlas como resultado de un
trabajo intelectual sincero y enérgico, pudiendo sentirme orgulloso de ser todavía
capaz de ejercer semejante autocrítica después de haber profundizado un tema a tal
punto. ¿Serán por lo tanto, estas dudas solo un episodio en mi progreso hacia nuevos
conocimientos?". Esta respuesta define claramente la actitud de Freud frente a los
avatares de su actividad científica y se constituyen en una enseñanza para los
estudiosos actuales de la clínica. La actitud de Freud ante sus fracasos y decepciones,
nos muestra como de ellos mismos encuentra nuevos puntos de arranque para
reflexiones que cristalizaran en sus conceptos y formulaciones teóricas. Cualquier
otro científico en las condiciones adversas en las que Freud desarrollaba su trabajo, a
contracorriente de las ideas predominantes en su época fácilmente hubiera desistido
en sus investigaciones tras las diversas complicaciones y trabas que se encontraba en
su camino.
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