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Sonora frente al siglo XXI: religión, laicidad y valores
Dora Elvia Enríquez Licón*
Que bueno que en ese “ejercicio de imaginación de futuro” realizado en el Coloquio Sonora
frente al siglo XXI (mayo 2001) se haya abordado un amplio espectro de temas, abarcando los
diversos rumbos por donde se mueve la sociedad. Más bueno aún que tan amplio abanico
incluyera el referente religión-política-sociedad, que en nuestro medio sigue siendo un terreno de
acceso difícil y poco atractivo para los investigadores.
Del conjunto de cinco trabajos que integran el apartado de “Religión, laicidad y valores”, tres
abordan el aspecto político. Los textos de Roberto Blancarte (“Iglesias y Estado laico en la
transición política actual”), Gabriela García Figueroa (“Política y religión: proyecto nacional y
escenario local”) y Héctor Eloy Rivas Sánchez, fijan su atención en el creciente protagonismo de
la Iglesia católica y su revitalizado propósito de modificar los términos de su relación con el
Estado más allá de lo que han permitido las reformas constitucionales de 1992, aprovechando la
favorable coyuntura propiciada por Vicente Fox, católico confeso y hacedor de promesas
electorales en materia religiosa. Los tres textos están marcados por la preocupación de que, en el
nuevo escenario político, corra peligro de ser vulnerado el Estado laico.
Con la gran experiencia adquirida en muchos años de estudiar la Iglesia católica, Roberto
Blancarte realiza un sereno y profundo análisis respecto a las posibilidades reales que tiene la
forja de una nueva relación Iglesia-Estado; en referencia a la oferta múltiple hecha por Fox en el
“decálogo de promesas” a las instituciones eclesiásticas, enfatiza la distancia que existe entre
prometer y cumplir. Aunque el presidente ha expresado de múltiples formas su deseo de
complacer a las jerarquías religiosas, sobre todo a las católicas, lo cierto es que no ha fraguado
una nueva relación Estado-Iglesia, y no precisamente por falta de ganas o voluntad por parte de
Fox, sino porque para llegar a tal situación haría falta reformar el Estado, asunto que se ubica más
allá de la alternancia de partidos políticos en el gobierno.
Sin embargo, Blancarte considera que de hecho una nueva relación Estado-Iglesias se estableció
desde antes del gobierno de Fox, esto ocurrió en 1992 con las reformas legislativas en materia
religiosa, que dotaron de personalidad jurídica a las iglesias y borraron todo tinte jacobino de la
Constitución de 1917. Evidentemente, la jerarquía eclesiástica busca ir más allá; no obstante,
afirma Blancarte, al gobierno de Fox no le interesa ni conviene abrir un nuevo campo de batalla
en el terreno religioso, cuando menos en el corto plazo. Quizá esta situación pudiera modificarse
después de 2003, con una nueva conformación del Congreso.
Pero además, hay tres factores de mucho peso para que una nueva relación llegara a concretizarse
en un futuro cercano: a) la incompatibilidad entre el modelo neoliberal de desarrollo económico
promovido por Fox, y la doctrina social de la Iglesia; b) el carácter laico del Estado y c) la
secularización de la sociedad. El estado mexicano “surgió y permanece precisamente porque es el
instrumento del que el pueblo se dotó para el respeto a la libertad de conciencia, de expresión, de
creencias y de culto”. Está ligado a la defensa de libertades y derechos, incluidas las religiosas.
Así, una nueva relación estaría limitada por el marco histórico, legal y social establecido en 1857
y 1917; muy difícilmente una reforma constitucional puede revertir tal carácter.
Por otra parte, es innegable el avance en el proceso de secularización de la sociedad, que puede
advertirse cotejando la “distancia entre la normatividad moral establecida por las instituciones
eclesiales y el comportamiento cotidiano de los feligreses”; por ejemplo, muchos católicos (sin
cuestionar su filiación eclesial) se oponen a lo que mandan las jerarquías, así ocurre en el caso del
aborto y en el rechazo a que se incorpore la educación religiosa en las escuelas públicas. Así
pues, para que pudiera volverse real la oferta foxista en materia religiosa, tendría que imponerse
en contra de la opinión de la mayoría de la población.
Con una intención similar a la de Blancarte, Gabriela García Figueroa llama la atención sobre la
relevancia adquirida por la Iglesia Católica en el presente sexenio, analiza el proyecto foxista en
materia religiosa, buscando ilustrar las implicaciones que tendría en el ámbito nacional y local.
Reconoce que, lejos de disminuir o desaparecer con el avance del proceso secularizador, la
religiosidad sigue allí, fuerte. Los recientes cambios culturales no han afectado en México “de
una manera determinante a las creencias religiosas, aunque sí, probablemente, la forma en que se
vive esa religiosidad.”
El proceso de secularización ha relegado la esfera religiosa a un asunto privado, pero no por eso
la ha debilitado. Sin embargo, Gabriela García advierte que el de la secularización es una
“tendencia”, no “un proyecto acabado”, por lo que no debe menospreciarse la influencia que
“líderes religiosos pudieran ejercer sobre la opinión pública o sobre el gobierno mismo.” No
obstante, al hacer referencia a la oferta del “decálogo de promesas”, señala que la opinión pública
no apoyaría cambios constitucionales ni vería con buenos ojos la participación de la Iglesia
Católica en política.
Gabriela García afirma que hay “una nueva convivencia entre Iglesia Católica y gobierno”,
invitando a que estemos atentos a su desarrollo en el ámbito nacional. En el escenario local no se
ha modificado la relación entre el poder político y el eclesiástico, aunque observa una
disminución en la participación pública de los líderes religiosos. Así pues, los cambios que
promete Fox “no tendrían mayor impacto en una localidad donde la convivencia entre Iglesia y
Estado parece darse sin mayores alteraciones desde hace mucho tiempo”. La autora no abunda en
esta explicación, por lo que no queda muy claro si a nivel local, las relaciones han sido de
cooperación, conflicto, convivencia o simplemente de respeto a la separació n de esferas. De
cualquier manera, quisiera señalar la ausencia de investigaciones sobre este tópico a nivel
regional: sabemos que la Iglesia (las iglesias) están allí, que ejercen una importante influencia en
la sociedad y que portan y defienden sus propias banderas políticas, pero a los académicos parece
que nos atemoriza estudiar el tema.
Bajo el título de “Laicidad, democracia y sexualidad”, Héctor Eloy Rivas Sánchez desarrolla una
serie de reflexiones en defensa del Estado laico y la “modernidad democrática”, destacando los
planteamientos de algunos grupos de la sociedad civil y de la Iglesia Católica que, a su juicio,
representan una severa amenaza al carácter laico del Estado. Buscando fundamentar su defensa,
despliega un largo recuento histórico sobre el origen de las formas políticas modernas y las
características del Estado laico; sin embargo, tal recuento contiene severos anacronismos y
juicios poco fundados, que hacen complicada la lectura y dificultan el manejo conceptual que el
autor pretende realizar.
Dado su carácter histórico, la laicidad puede también alterarse por la acción de sus opositores,
explica Rivas Sánchez, quien está convencido que en México “asistimos a una crisis de laicidad”
cuyas causas han sido: a) la acción en materia religiosa de los regímenes políticos recientes; b) la
presión en aumento de la Iglesia Católica por incidir en las políticas públicas, sobre todo en
educación, y c) la acción de una serie de grupos aliados a la Iglesia Católica y al PAN (Unión
Nacional de Padres de Familia, Pro-Vida, Asociación Nacional Cívica Femenina).
Me parece que Rivas Sánchez exagera al afirmar la existencia de una “crisis de laicidad” en
México; descuida en su análisis la otra cara de la moneda: a la acción (legítima, desde mi
perspectiva, planteándonos en la tolerancia que debe acompañar a toda democracia) desplegada
por grupos identificados como conservadores, se opone también la acción de grupos sociales
opuestos. Esto, me parece, es el juego de la democracia. Creo que estamos lejos de “un retroceso
histórico” pues, como bien advierte el autor, “la permanencia del laicismo implica la vigilancia
ciudadana”.
Los dos últimos trabajos que me ha tocado comentar se alejan un poco del ámbito de la política:
Pablo Ayala Enríquez en su ponencia “La educación en valores en Sonora: ¿meta alcanzada?”,
presenta un sólido y bien argumentado recuento de las acciones desplegadas a nivel regional por
diversos actores sociales y políticos desde mediados de la década de 1990, para incluir el rubro de
“formación en valores” en los niveles de educación básica, bandera que han esgrimido laicos y
confesionales.
De la Secretaría de Educación Pública partió la iniciativa de instituir programas que concretizaran
en el aula tal expectativa, concediendo a cada una de las entidades federativas el grado de
autonomía necesario para adoptar el programa que más se adecuara a su realidad política, social y
educativa. No olvidemos que el tema ha sido reiteradamente propuesto por la jerarquía católica y
grupos sociales con ella identificados, por lo que un asunto de primordial importancia era dejar a
salvo la laicidad educativa, sobre todo en aquellos estados donde tienen amplia influencia grupos
como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.
El artículo de Ayala Enríquez esclarece el rumbo que ha tomado la experiencia en Sonora, estado
en el que la COPARMEX (a través del Liceo de Humanidades Argé) promovió un programa inicial,
logrando la anuencia de la SEC para que los profesores fueran capacitados en la formación de
valores. El programa adoleció de numerosos fallos y provocó resquemor entre los docentes por
tratarse de una propuesta desarrollada unilateralmente por la iniciativa privada, demandando su
participación como actores esenciales en el proceso educativo. Es interesante advertir que Sonora
fue el primer estado de la república donde se realizó un esfuerzo de este tipo.
Por último, hago referencia al artículo “Crisis funcional y recomposición de la parroquia en el
ámbito urbano. El caso de la diócesis de Hermosillo, Sonora” de Luis Ernesto Flores Fontes,
quien incursiona en un campo muy poco explorado, el de la estructura organizativa de la Iglesia
Católica y su funcionamiento a nivel micro, celular, como es la parroquia, entorno donde
aterrizan los grandes proyectos planeados y promovidos por las jerarquías. Es un trabajo bien
estructurado y con una clara redacción que permite a los no iniciados en el tema comprender los
vericuetos de la organización eclesiástica.
Teniendo en mente el modelo (o concepto) definido por el Concilio Vaticano II , en el que se
asigna a la parroquia la función de congregar a los fieles considerando que forman parte de una
comunidad, Luis Ernesto Flores analiza los cambios ocurridos en el esquema parroquial
hermosillense a lo largo del siglo XX. Nos percatamos así de la larga permanencia del modelo
tridentino, cuyo énfasis se situaba en el territorio (o jurisdicción) y el beneficio económico, así
como una acción mínima de los laicos, subyugados por la figura del sacerdote. Tal esquema
conservó su vigencia mientras estuvo al frente de la iglesia el arzobispo Juan Navarrete, a pesar
de que la modernización había modificado el entorno; es cuando se presenta una “crisis
funcional” de las parroquias, que trataría de superar Carlos Quintero Arce, aunque no se
consiguió del todo recuperar el sentido organizativo y participativo de los laicos.
Desde la perspectiva del autor, la parroquia debería dejar de ser “un simple centro de servicios
sacramentales” y promover más la vida comunitaria y las relaciones interpersonales entre la
feligresía, desprendiéndose proyectos de gestión autónoma. Señala como un tema parroquial
pendiente el reconocimiento de la mujer, “cuya presencia mayoritaria en la Iglesia no se
corresponde con la escasa apertura de ministerios para su participación en la toma de decisiones”.
Asimismo, la parroquia debe abrirse al exterior del templo, para que sus acciones tengan mayor
efecto en la sociedad. El autor tiene en mente una parroquia más democrática y con mayor
presencia de los fieles, menos paternalista y autoritaria.
En suma, los trabajos que me ha tocado comentar, ponen en la mesa de discusión aspectos
fundamentales de ese campo tan espinoso como es el de la religión y sus linderos seculares. Sin
duda es mucho lo que aportan, pero es preciso reconocer el cúmulo de asuntos y temáticas que
deben seguirse investigando para develar tan escabroso, pero necesariamente transitable terreno.
*Profesora-investigadora del Departamento de Historia y Antropología de la Universidad de
Sonora.
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