un paso muy difícil

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UN PASO
MUY
DIFÍCIL
J. David Villalobos
Desde mi otro yo
que es la verdadera esencia
de mi mismo.
INDICE
Prólogo
Capítulo I MI PRIMERA NAVIDAD
NOGALES - 1955
GRANDES AMIGOS
CITA SECRETA
DOS CONFESIONES
HIGH LIFE
DIAS DE INFANCIA
EL ENCUENTRO
“LOS PINOS”
Capítulo II DIAS DE ESCUELA
NOCHE DE PASION
SUCESOS AMARGOS
UNA DECISIÓN MUY DIFÍCIL
Capítulo III MI PRIMER TRABAJO
LA FUGA
RELACIONES PELIGROSAS
MOMENTOS TRAGICOS
PESADILLA INFERNAL
Capítulo IV ANGUSTIA Y SUFRIMIENTO
MI MATRIMONIO
FAMILIA VALVERDE
MI DIVORCIO
EN BUSCA DEL AMOR
Capítulo V LA TERAPIA
UN PASO MUY DIFICIL
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Pág. 6
Pág. 14
Pág. 30
Pág. 41
Pág. 52
Pág. 61
Pág. 70
Pág. 84
Pág. 105
Pág. 123
Pág. 163
Pág. 182
Pág. 216
Pág. 259
Pág. 315
Pág. 343
Pág. 362
Pág. 379
Pág. 404
Pág. 425
Pág. 479
Pág. 501
Pág. 545
Pág. 624
Pág. 640
Un Paso muy Difícil
PROLOGO
Dentro de nuestro diario vivir, tenemos muchas decisiones que tomar. Lo malo es que no se sabemos cuál es la
correcta y cuál es la errónea. Sabemos que debemos dar ese
difícil paso pero titubeamos.
Alguien dijo “Es muy difícil tomar decisiones, pero
es más fácil no tomar ninguna”.
Las decisiones que tomemos para dar ese paso tan
difícil; que estamos a punto de dar, no es lo importante, todos en un momento dado lo llegamos a dar.
Lo importante es: ¿Cómo vamos a vivir el resto de
nuestra vida con el paso difícil que dimos, ya sea que haya
sido el correcto o no?
Debido a una fuerte depresión, el autor estuvo internado un tiempo en un hospital psiquiátrico, en donde tuvo la
oportunidad de escuchar las más horrendas y difíciles experiencias que ningún ser humano desearía vivirlas en su vida.
Este libro narra la vida de un niño que tomó la decisión de dar varios pasos difíciles en su vida, y las consecuencias que tuvo que vivir por haberlos dado.
Pero lo más interesante es saber ¿Cómo hizo para
poder superar algunos de esos pasos al llegar a la edad adulta? Para así poder llegar a dar el decisivo y último paso más
dificil.
En este libro se enterará cuál fue ese paso.
A veces lo pensamos demasiado, antes de tomar una
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J.David Villalobos
decisión sobre alguna relación sentimental, o de trabajo. Incluyendo algún viaje o una ruptura.
Siempre nos parece difícil dar algunos pasos sin antes
consultarlo con los demás. Pero ¿Qué pasaría si nunca consultáramos con nadie sobre las cosas que hemos decidido
hacer? ¿Y nos decidiéramos nosotros solos, sin ayuda de
nadie dar ese paso muy difícil? ¿Cuáles serían las consecuencias desastrosas? O en el mejor de los casos; ¿Los triunfos logrados?
A veces la envidia de las personas, la propia inseguridad en nosotros mismos, o la indiferencia de nuestra familia, nos llevan a dar algunos difíciles pasos en el transcurso
de nuestra vida.
Adentrémonos a conocer dentro de estas páginas,
todas las calamidades, sufrimientos y tribulaciones, incluso
el suicidio; que también es un paso muy difícil, que vivió
Daniel, y de ¿cómo pudo lograr recuperarse de los golpes y
fracasos durante su vida?
Esperamos que si hay alguna identificación con los
protagonistas de esta historia, podamos aprender de sus errores y sus logros. Estas historias no están basadas en hechos
reales, sino que son historias reales.
Es la verdadera historia, cruda y real que vivieron
estos personajes. Solamente fueron cambiados los nombres
y datos personales para proteger la vida e identidad de cada
uno de los protagonistas.
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Un Paso muy Difícil
MI PRIMERA NAVIDAD
Capítulo I
Los recuerdos que tengo de mi niñez, fueron cuando vi a
mi padre tambalearse de un lado a otro como un energúmeno. Con el rostro sudoroso y transformado; parecido al personaje del “Dr. Jekil y My Hyde”.
Vociferaba palabras que yo no podía comprender debido
a mi corta edad.
Eran las ocho de la noche de un 23 de Diciembre. Yo
contaba con cinco años de edad, a la noche siguiente llegaría
Santa Claus, y nos traería los regalos que le habíamos pedido.
Anhelaba tanto ese coche de bomberos color rojo, de
pedales, que siempre pedía. Esa Navidad por fin se haría
realidad mi sueño.
Lo que todavía no lograba entender era, ¿porque mi padre se encontraba transformado? No era el padre que se pasaba cada noche, la mayor parte de las veces; sentado frente
a su mesa de trabajo escribiendo música hasta altas horas de
la madrugada.
Cada mañana al despertar; mientras me encontraba todavía acostado en mi improvisada cama, escuchaba ese ruido
repetido cientos de veces, que hacía mi padre, cuando introducía en el frasco de tinta china, la plumilla para escribir.
Esa víspera de Navidad mi padre tenía otro comportamiento diferente. En un arranque, creo que de ira; porque no
podría haber sido de defensa, ya que mi madre no tenía nada
entre sus manos como para atacarlo, excepto las de mis hermanos. Tomó uno de los frascos de crema “Ponds” que pertenecía a ella, y lo arrojó contra el espejo que estaba recarga6
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do sobre la pared.
El estruendoso ruido me hizo quedar paralizado de miedo, y buscar protegerme detrás de la falda raída, y muy usada que traía mi madre.
No lograba comprender la razón de que mi padre se continuara meciendo como un orangután, y tampoco comprendía
el extraño temblor que empezó a apoderarse de todo mi
cuerpo. Ese temblor me acompañaría siempre hasta haber
alcanzado la edad adulta.
No bien había terminado de sobreponerme y de tratar de
entender el extraño comportamiento de mi padre, cuando
otro ruido más estrepitoso inundó esa noche la sala de nuestra pequeña casa, la cual se componía solamente de dos habitaciones y una cocina.
Recuerdo un juego al que jugábamos cuando éramos
niños, mientras saltábamos en el piso, y que repetíamos varias veces unas palabras: —sala, recámara y comedor—. No
recuerdo muy bien el tipo de juego. Ese juego solía jugarlo
mi hermana con sus amigas.
Así se componía nuestra casa, de una sala, recámara y
comedor. Los cinco miembros de la familia éramos repartidos en esas dos habitaciones. A mí me correspondía dormir
en la sala sobre las sillas de la mesa de la cocina.
El ruido que había escuchado, fue causado al estrellar mi
padre contra la pared, un ventilador eléctrico de mesa “General Electric”.
Todavía recuerdo la marca, porque la tenía en un círculo
delante de la protección de alambre, contra las aspas. Siempre me preguntaba la razón que pudo haber existido, para
que no hubieran terminado de escribir una de las palabras
completas.
¿Por qué le habían suprimido una letra al final de “elec7
Un Paso muy Difícil
tric”? ¿No se suponía que debería de decir “eléctrico”?
No comprendía que era otro idioma, el idioma inglés.
Mi padre acababa de estrellar ese ventilador “GE”,
haciendo que el temblor que se había apoderado de mi cuerpo y que todavía no conseguía controlar, terminara por fin
estallando, haciendo que el terror y el pánico me invadieran
por completo, y terminara llorando. Mi llanto hizo presa de
mi hermana, quien contaba un año mayor que yo.
La habitación se llenó de gritos e insultos por parte de
mi padre en contra de mi madre, quien le reclamaba con gritos su comportamiento, incluso que nos hubiera hecho llorar
a nosotros dos. Mi hermano era dos años menor que yo y no
lloraba.
Mi hermano Miguel siempre fue una persona impasible
ante la adversidad. Creo que en el fondo llegó a ocultar muy
bien sus emociones y sufrimientos. Podría decir que mi hermano estaba igual que nosotros de aterrado, pero supo ocultarlo.
—¡Vienes Borracho! Joel, ya cálmate por favor—. Le
suplicó mi madre llorando.
—¡Tú tienes la culpa!—. Se justificó mi padre.
Esas dos palabras: “borracho y culpa” las escucharía el
resto de mi adolescencia hasta antes de abandonar la casa de
mis padres, para iniciar una vida diferente.
—Te gastaste todo el dinero en tus borracheras, y no les
compraste los juguetes a los niños—. Le reprochó mi madre.
—¡Cállate!—. Le respondió mi padre mirándonos con
los rojos enrojecidos por el alcohol.
Ahora comprendía que mi padre se hallaba bajo la influencia de algo y que se llamaba “borrachera”.
Mi madre le reclamaba su conducta y su irresponsabilidad.
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J.David Villalobos
—¿Y ahora de dónde vas a sacar el dinero para comprar
los juguetes a los niños? ¿Eh? Ya mañana es Navidad y no
los has comprado.
—¡Cállate o te rompo el hocico!—. Le sentenció mi
padre.
Mi madre continuó provocándolo con sus reproches, y
eso motivó a que mi padre estallara en cólera.
En lugar de golpear a mi madre, se arrojó sobre el nacimiento destrozándolo, y tirando el arbolito lleno de luces
multicolores, que cada año en la Navidad, mi padre lo instalaba en compañía de nosotros que con gusto le ayudábamos.
Colocábamos los animalitos, los pastorcillos, y los patitos de barro que lograban sobrevivir a nuestras torpes manitas, año tras año.
El nacimiento quedó regado por la pequeña habitación,
quedando esparcidas las figurillas de barro sobre el piso al
igual que el árbol de la Navidad.
—¡Mira, mira! —Le gritó mi padre a mi madre— ¡Ahí
están los juguetes!
Le dijo tomándola por la cabeza para que mirara debajo
de los restos del nacimiento destruido, y que era la personificación del nacimiento de Jesús, y de los pastorcillos que le
llevaban ofrendas y regalos, además de la compañía de los
reyes magos, incluyendo el negro Baltasar.
—¡Suéltame!—. Gritó mi madre llena de terror, tratando
de soltarse de las manos de mi padre que más bien parecían
garras.
Mi padre le tomó la cabeza con la mano izquierda y con
la derecha le dio una bofetada, haciendo que el cabello negro
de mi madre, le cubriera el rostro golpeado. Acto seguido se
dirigió a la puerta y salió de la casa para no regresar esa noche en la víspera de la Navidad.
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Un Paso muy Difícil
El terror que habíamos vivido minutos antes, desapareció ante la vista de los juguetes, y fue reemplazada por la
alegría momentánea, de creer que mi padre nos había comprado unos juguetes para la Navidad, y que Santa Claus nos
traería otros más, incluyendo mi coche de bomberos rojo.
Mi madre nos permitió abrir los juguetes, creo que en un
acto de caridad, para compensar el terror que habíamos sufrido momentos antes.
Mientras ella se entregaba al silencioso llanto y a la preocupación sobre mi padre, mi hermano y yo nos entregamos
a la frenética tarea de tratar de abrir los regalos que nos correspondían. Eran dos pistolas de dardos para adherirse a un
círculo metálico como blanco, y para mi hermana una muñeca “Beatriz”, que era casi del tamaño de ella y que caminaba
sola al lado de ella.
Mi madre trataba de aparentar tranquilidad ayudándonos
a abrir los regalos, y a “cargar” las pistolas introduciendo
los dardos dentro del cañón de las mismas. Una vez que los
habíamos colocado dentro, humedecíamos con saliva la ventosa de plástico que tenían en la punta, para que pudieran
adherirse al círculo de metal cuando disparáramos la pistola.
Mi hermana no podía ocultar su alegría y su decepción.
Fue la primera en salir a la calle a presumir su muñeca ante
sus amiguitas. Aún no era la media noche, y muchos niños
jugaban con lucecitas de bengala por la calle.
La escuché decir cuando le preguntaron sobre los juguetes.
—Es que como mañana no va a poder venir el “niño
Dios”, nos trajo los juguetes antes.
Yo no comprendía a que “niño” se refería.
Yo esperaba a Santa Claus y mi coche de bomberos.
—¿Y qué les trajeron a tus hermanos?—. Preguntó una
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J.David Villalobos
de las amigas de mi hermana.
—Unas pistolas—. Respondió mi hermana Angélica.
Miré como torcían sus amigas el labio superior, y las
miradas maliciosas que intercambiaron entre sí. Puede percibir que en esas sonrisas había un poco de ironía y de mofa.
Un poco inquieto por el comentario de Angélica, me
dirigí al interior de la casa para preguntarle a mi madre sobre
el origen de los juguetes.
Mi madre trataba de explicarme el asunto de “Santa
Claus”, de acuerdo a como podía en ese momento, ya que la
angustia que estaba viviendo sobre mi padre, no se lo permitía. Mi conciencia había despertado hacía unos momentos
antes, justo cuando mi padre se encontraba gritando y tambaleándose, a causa del efecto de la bebida alcohólica.
El conocimiento sobre la Navidad, supongo que se había
acumulado en mi mente, cuando aun no despertaba a la conciencia. Era como si hubiera estado en coma o en un estado
de inconsciencia absoluta, desde el mismo momento en que
nací, hasta que se despertó mi conciencia en esa edad. No
tenía recuerdos de nada anterior.
—Pero…. ¿No va a venir santa Claus?—. Le pregunté
triste a mi madre.
—No. Santa Claus es tu papá—. Me contestó como ida.
—¿Y mi coche de Bomberos?—. Pregunté decepcionado.
—No hubo dinero para comprarlo—. Respondió mi madre como autómata y con la mirada perdida.
Tenía los ojos hundidos por el hambre que sufría de días
pasados y por la preocupación sobre el dinero y las borracheras continuas de mi padre.
Yo no tenía conciencia de eso. A mí solamente me preocupaba que no fuera a tener mi coche de bomberos para esa
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Un Paso muy Difícil
Navidad, ni para las siguientes.
Decepcionado, salí a la calle para jugar con mi hermano
y con mi pistola barata, tratando de encontrar algún sentido a
esa frustrante Navidad, y de cómo sacar diversión de la frustración. Mis juegos resultaron ser agresivos. Y cuando ya me
había cansado de cargar y humedecer la punta de los dardos
infinidad de veces, para atinarle al blanco, arrojaba la pistola
contra el círculo que tenía números del uno al diez. El resultado fue que a la pistola de plástico, se le rompieron algunas
partes. Aún así duró unos meses más funcionando, antes de
ser botada a la montaña de juguetes baratos y rotos, que nos
había comprado mi padre en las navidades anteriores, y que
eran de acuerdo al presupuesto que la bebida le permitía solventar.
La disculpa que dio mi hermana a sus amistades, le harían disculparse siempre ante la vida y ante las demás personas. Llegaría a disculpar el comportamiento de nuestros padres, de nosotros sus hermanos, de la vida, incluyendo a
Dios mismo. Mi hermana lograría encontrar una explicación
ya fuera razonable o no, a todo lo que sucedía en la vida.
Ella lograría de esta manera, cerrar esos asuntos para no volverlos a abrir nunca jamás.
Viviría engañada por sí misma durante toda su vida.
Mi vida había iniciado ese 23 de Diciembre en malas
circunstancias. Era como si hubiera estado viajando en el
tiempo y en el espacio, y de pronto alguien o algo me transportó al lugar y al momento equivocado; a una disputa entre
mi madre y mi padre. Ella por el dinero, y él por la bebida
respectivamente.
El sufrimiento, el terror, y el temblor de mi cuerpo, me
acompañarían durante los próximos trece años siguientes
hasta alcanzar la edad de dieciocho años.
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J.David Villalobos
Pero esa noche había sido la primera y triste Navidad
para un niño de cinco años como yo.
Las navidades posteriores serían diferentes, vistas desde
otro punto de vista diferente, de acuerdo a la edad y madurez que iba adquiriendo conforme iba creciendo.
Pero la frustración nunca se iría.
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Un Paso muy Difícil
NOGALES - 1955
Gabriela Moore se despertó esa mañana intentando llenar sus pulmones de aire. Las piernas y brazos se negaban a
responderle. Esa pesadez la venía sintiendo desde hacía poco
más de dos meses. El calor sofocante en ese mes de Agosto,
la aturdía hasta el cansancio.
La bata de algodón pegada al cuerpo por el exceso de
sudor, hacía más difícil el esfuerzo por levantarse de la cama. Eran las nueve de la mañana y ya no podía seguir así.
Ella jamás se levantaba más allá de las ocho de la mañana.
Su marido Robert hacía ya media hora que había salido, y
ella siempre se levantaba a prepararle su café antes de que
saliera al trabajo.
Esta vez no lo sintió dejar la cama, y no supo si se había
preparado su bebida caliente.
Era una costumbre entre ellos, tomar una taza de café a
pesar del maldito calor que hacía en esa extremosa ciudad
frontera de Nogales Sonora.
Su salud se deterioraba poco a poco y tenía que decírselo a su marido. Pero ¿Cómo decírselo? Si para el señor Moore lo más importante era su restaurante.
Pero ¿Cuál restaurante?
Si más bien era una fonda con permiso para vender cerveza, la cual se antojaba riquísima todas las tardes al caer el
ardiente sol, y eso la convertía en una cantina, pues la comida que preparaba la cocinera Juanita era pésima y el servicio
peor.
Pero tal parecía que eso no importaba a la gran cantidad
de clientes que acudían al lugar. Ya que las tres empleadas,
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J.David Villalobos
dos mujeres mexicanas y otra americana que atendían la
fonda del “gringo”, no estaban de mal ver.
Los clientes; que en su mayoría eran choferes de tráileres o de camiones de pasajeros; aprovechaban sus ratos libres; o cuando no estaban conduciendo por los caminos del
estado, para disfrutar de una rica cerveza fría, y si se podía
¿por qué no de algo más?
Ese algo más, podría tratarse de alguna botana gratis con
las cervezas, o las caricias y la grata compañía de Lupe de
treinta años, de María de treinta y ocho, o de Pamela de cuarenta y dos; que aunque no era una jovencita aun quedaban
restos de una belleza que no se había apagado aun, a pesar de
las desveladas y correrías que había tenido esa cuarentona
durante su juventud.
Otra de las trabajadoras del marido de Gabriela era Luisa. Era la encargada de la caja registradora y de hacerse cargo del restaurante, que estaba ubicado en la avenida Ruiz
Cortínez; cuando Bob salía a hacer las compras. Ella solo
trabajaba por las mañanas. Pues solo sabiendo ser “buena”
con el jefe, se podía tener esos privilegios. Y vaya que Luisa sabía ser muy buena con el señor Moore.
Luisa de veinticinco años, era hija de una amiga de doña
Dolores Luna, la madre de Gabriela, o “Gaby” como le decía
su esposo de cariño, y había sido recomendada por ella.
Mientras las demás trabajaban las mesas, ella se encargaba
de la contabilidad del restaurante y además como tenía otras
aspiraciones en mente, se entendía muy bien con Bob en la
intimidad. Por ese motivo, aquella mañana el marido de Gabriela, la había citado temprano en el restaurante, y había
salido de su casa sin despertar a su esposa. Por tal motivo
Gabriela no lo había sentido. Le urgía a Bob estar en su restaurante muy temprano antes de que llegaran las demás tra15
Un Paso muy Difícil
bajadoras.
Luisa normalmente llegaba al trabajo a las once de la
mañana, pero ese día ya estaba dentro del restaurant desde
antes de las nueve. Era muy ambiciosa y deseaba lo que algunas mexicanas deseaban, obtener la residencia americana
casándose con algún americano. Por tal motivo ella se había
convertido en la amante del marido de Gabriela. Un hombre
que aunque era mayor que su esposa, no perdía su atractivo a
pesar de sus cincuenta años.
El “gringo” tenía en la parte trasera de la cocina, una
pequeña cama, que había adquirido para dormir o descansar
algunas noches, antes de regresar a su casa. Pero cuando
conoció a Luisa, le dio otro uso.
A María su marido la abandonó, y no se sabía si por otra
mujer o fue como otros tantos ilusos que van en busca de
fortuna trabajando como “braseros”, al otro lado de la frontera sin importarles dejar a una madre, una esposa, o a unos
hijos en el total desamparo.
El caso es que María, al no tener noticias de su marido,
trató de sobrevivir con sus cuatro hijos al hambre que estaban padeciendo. Por tal motivo trató desesperadamente de
conseguir el alimento para llevarlo a la boca a sus hijos, sin
lograr su propósito, a no ser que se dedicara a la profesión
más antigua del mundo. Pero la razón por la que María no se
dedicó a la prostitución, es que aún conservaba un poco de
moral y fue por eso, que prefirió trabajar como mesera en la
fonda del “gringo”.
Ya ella decidiría después, si vendía o no sus caricias o
su cuerpo a quien ella quisiera. Lo importante para ella, es
que ya disponía de un ingreso fijo, que aunque era muy bajo
ya era algo, y además contaban las propinas.
Ella sabía muy bien, que entre más “cariñosa” y amable
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J.David Villalobos
fuera con los clientes del lugar, mas propinas recibiría.
Cuando se presentó la otra mesera llamada Lupe, ante
Bob a pedirle trabajo, no dio más explicaciones. Solo argumentó: “Tengo hambre y quiero trabajar de lo que sea”.
Y el “gringo” la aceptó sin hacer más preguntas.
Lupe era atractiva y sabía cocinar. Ese fue su primer
puesto que tuvo, pero Bob viendo que podía atraer a la clientela masculina, decidió cambiarla para que trabajara las mesas, y por tal razón contrató a Juanita, una señora del tipo
campesina y que era muy terca. Le gustaba preparar la comida a su manera, y no había manera de hacerle entender que
aceptara las sugerencias de su jefe.
Lo que Bob quería darle a su restaurante, era un toque
americano en su comida. No se sabía si era buena o mala la
idea de él, pero lo que si era cierto, era que sí eran aceptados
sus platillos por la clientela.
Lupe era soltera y había sido traicionada por su novio
antes de casarse. Abandonó la ciudad de Morelia para tratar
de emigrar a los Estados Unidos del Norte a trabajar, pero se
le acabó el dinero y se quedó a trabajar con Bob mientras
lograba ahorrar algún dinero. Ya llevaba dos años trabajando
en el lugar, y parecía que no tenía intenciones de cruzar la
línea fronteriza.
Pamela era una mujer que había dejado Chicago y que
tenía intenciones de trasladarse hasta Acapulco, pero le sucedió lo mismo que a Lupe, se le terminó el dinero y decidió
trabajar con su paisano Bob. De ella no se sabía nada, ya
que no hablaba muy bien el español y la mayoría de las veces, atendía a clientes paisanos suyos. Lo único que se sabía
de ella, era que su novio era un motociclista de los renegados, “Hell Angels”, y que había sido puesto en prisión.
El motivo nadie lo conocía.
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Un Paso muy Difícil
La señora Gabriela Moore se recostó en la cabecera de
su cama esa mañana, y buscó los cigarrillos mentolados que
acostumbraba fumar, en el cajón del buró que se encontraba
al lado de su cama.
Encendió uno y aspiró la primera bocanada de humo.
Ella era de piel blanca de 1.70 de estatura. De complexión delgada y con sus veintiún abriles.
Mientras veía flotar el humo del cigarrillo en la habitación, se preguntó porque se había casado con Bob.
Se había casado con él, no muy convencida de amarlo.
Trataba de encontrar una explicación a su matrimonio dentro
de sus pensamientos: “Realmente no siento quererlo lo suficiente, sé que es bueno conmigo y que el sí me quiere, pero
¿Por qué tuve que casarme con él? Tal vez por la insistencia
de mi madre o por las actitudes de mi hermano”.
Apagó el cigarrillo aun sin terminarlo, con furia dentro
del cenicero que se había puesto en el pecho para tirar las
cenizas, y así no tener que estar estirando su brazo constantemente hasta el buró.
Ya en más de una ocasión se había quemado el pecho
por tener la costumbre de colocar el cenicero encima de ella.
La ceniza había saltado del cenicero a su pecho, produciéndole una llaga dolorosa y molesta en uno de sus senos, la
cual se convirtió en una horrible cicatriz que todavía se le
podía apreciar.
Le molestaba fumar a tan temprana hora del día.
Se levantó de la cama no sin mucho esfuerzo, ya que se
sentía débil y enferma. No sabía el porqué de esa somnolencia ni de ese extraño cansancio. En su casa no había mucho
que hacer, y además ella comía en casa de su madre, quien
vivía algunos escalones más abajo; de la cima en donde tenía
Gabriela su casa. Así de este modo, las dos evitaban tener
18
J.David Villalobos
que cocinar.
Se calzó las sandalias y avanzó hacia la cocina dispuesta
a prepararse una taza de café. “Espero”, —pensaba— “que
Bob haya dejado encendida la leña para calentar el café. No
dispongo de ánimos para encenderla”.
El piso de la casa era de madera y crujió levemente bajo
el peso de su frágil cuerpecillo. Sintió que le fallaban las
piernas y un ligero mareo la depositó de nuevo sobre la cama, evitando que se levantara.
Sintió que le faltaba el aire y se dirigió a la ventana para
correr las gruesas cortinas que impedían la entrada de los
rayos del sol. Esa era la única forma de evitar que se calentara el cuarto, al recibir todo el día la luz directa del sol.
La casa se encontraba en la ladera de una cima por donde recibía los rayos directamente por el costado derecho de
la casa al amanecer, y por el otro lado al caer la tarde. De
modo que todo el día entraban los rayos solares por las ventanas de forma abrazadora, calentando de ese modo, las habitaciones y haciendo que se viviera dentro de ella, un calor
intenso como el que hacía esa mañana de verano.
Llegó a la ventana, y alzó los brazos tomando una cortina con cada mano para tirar de ellas con fuerza hacia los
costados, y así permitir la entrada de alguna ráfaga pequeña
de aire. No pudo evitar recibir en el rostro la luz directa del
sol, haciendo que cerrara sus ojos con fuerza, para evitar que
le lastimara. El calor había alcanzado a esa hora de la mañana, una temperatura bastante elevada.
Abrió lentamente sus ojos colores castaños que se iluminaron con el reflejo de la luz. Sosteniendo las cortinas con
los brazos en alto, con el cabello oscuro desaliñado y humedecido de sudor, cayéndole un poco más abajo de los hombros; los cuales tenían pequeñas manchas de color café en
19
Un Paso muy Difícil
forma de lunares, y la bata blanca que le cubría desde los
hombros hasta un poco más arriba de las rodillas, la hacían
parecer una ninfa salida de algún libro de mitología griega.
Sus largas pestañas se agitaron una y otra vez, tratando
de que sus ojos se acostumbraran a la luz del día y a los fuertes rayos del sol. Sus negras y espesas cejas contrastaban con
su piel blanca, más bien podría decirse que pálida. Tenía esa
palidez característica de una persona enferma.
La forma ovalada de su cara con los pómulos un poco
marcados, daban la impresión de ser una persona que no
consumía alimento. Y la realidad era que Gabriela casi no se
alimentaba bien. La mayor parte del día se la pasaba tomando café, o tal vez pudiera ser que en realidad le gustara aparentar ser la mujer más incomprendida del mundo.
En sus ojos se denotaba una tristeza, que parecía que la
estaba consumiendo por dentro. Era del tipo de persona, que
todo el mundo cuando la ve, se compadece, o siente lástima
de ella.
Si acaso el restaurante de su marido no dejaba grandes
ganancias, tampoco podían quejarse de ser una mala fuente
de ingresos. Esa no era una razón para que Gabriela no pudiera disponer de dinero y comprar comida. Además muchos
restaurantes no tenían la suerte que tenía el restaurante de su
marido, de estar sobre una avenida muy concurrida de peatones y vehículos, y eso era ya una ventaja sobre los demás
restaurantes.
El calor sofocante y seco, hacía que los clientes consumieran grandes cantidades de cerveza, y que disfrutaran de la
frescura del restaurante, ya que contaba con una gran cantidad de ventiladores en el techo. Al contrario del clima en
invierno, que se podía disfrutar de una deliciosa y caliente
taza de café.
20
J.David Villalobos
Ellos no usaban el gas para cocinar, ya que en tiempos
de frio se congelaban las tuberías. Era más práctico usar la
leña.
El restaurante empezaba a dar servicio desde mediodía,
y había veces que terminaban de servir la última bebida hasta
pasada la medianoche, y eso porque a algún parroquiano se
le había ocurrido beber en compañía de sus amigos, algún fin
de semana hasta altas horas de la noche. A veces se ponían
necios a la hora de pagar la cuenta, otras se portaban impertinentes y había que retirarles el servicio. Pero Bob sabía
cómo tratarlos y todo salía bien. Rara vez había problemas
mayores o con la policía local.
Por lo tanto, Gabriela no podía quejarse de sufrir incomodidades en su casa o por exceso de trabajo en la misma,
pues aún no tenían hijos y su marido no comía en la casa.
Llevaban apenas meses de casados. Había sido una boda
precipitada, a causa de su madre doña Dolores; o doña “Lola” como la conocían los vecinos, y que además tenía un
carácter fuerte y autoritario. Ella la había convencido de que
se casara con Bob.
El siempre comía en el restaurante y eso le venía bien a
ella, pues así no cocinaba para él. Y en el estado de ánimo
en que se encontraba, prefería no verlo. A veces lo escuchaba cuando llegaba tarde a su casa, y eso si acaso no la vencía
el sueño antes.
Se habían conocido un día domingo cuando Rodrigo las
invitó a comer en compañía de su esposa e hijos. Traía una
“cruda” espantosa, y la mejor manera de que lo dejaran
“curársela”, era invitándolas a comer a un restaurante. Rodrigo las llevó al restaurante de Bob, sin haberlo conocido
antes.
Bob los atendió personalmente, y le dedicó más tiempo
21
Un Paso muy Difícil
a Gabriela.
Doña Lola observaba todo con interés, y se dio inmediatamente cuenta, de que él estaba interesado en su hija.
Terminada la comida, la madre de Gabriela los presentó
e invitó a Bob a su casa, con el pretexto de recomendarle a
alguien para que se hiciera cargo de la caja, y así él podría
tener más tiempo para atender personalmente a sus clientes.
La idea de la madre de Gabriela, le pareció interesante a
Bob y aceptó. Así fue como conoció a Luisa y comenzó a
pretender a Gabriela.
Ella no estaba interesada en él, excepto Luisa, pero su
madre empezó a presionarla para convencerla de que aceptara la propuesta de matrimonio, que Bob le había hecho.
Con el tiempo Gabriela cedió.
Esa mañana de verano, Gabriela se encaminó hacia la
cocina encontrando para su fortuna, unos trozos de carbón
encendidos, y eso le alegró pues no tenía que esperar a que
ardiera la leña. Solo era cosa de avivar el fuego colocando
más leña, y después colocar la cafetera para disfrutar de una
taza de café, que según ella tanto la reanimaba.
A un lado de la estufa se encontraba la leña lista para
ponerla en el fuego. Cogió unos maderos y los colocó sobre
las brazas encendidas. Al poco tiempo la leña empezó a arder, y sobre la parrilla colocó la cafetera, que siempre contenía café de grano listo para calentarse.
Mientras se calentaba el café, pasó al cuartito de baño.
Cogió una cubeta de lámina y se dispuso a salir de la casa,
para llenarla de una pileta que se encontraba afuera.
Se colocó la pañoleta que siempre solía usar y anudó las
puntas debajo de la barbilla. Se echó sobre los hombros un
chal tejido y se encaminó a la puerta.
Gabriela en realidad era bella. Aun cuando no se arre22
J.David Villalobos
glara o no se pusiera maquillaje, siempre lucía ese cutis fresco y jovial, pero le gustaba siempre usar pañoletas para cubrir su cabello desordenado. No dejaba de usarlas aún cuando se encontrara dentro de su casa, ya fuera que se dedicara a
hacer la limpieza, o que tuviera que salir como esa mañana
por agua. Ella tenía gran variedad de pañoletas en colores y
tamaños.
Empujó la puerta exterior de malla de alambre que servía de protección contra los mosquitos, y otros bichos voladores que abundaban en esa tierra tan extremosamente tanto
fría como calurosa, y salió dejando que el resorte regresara la
puerta a su lugar, azotándola contra el marco de la puerta.
Al salir, dobló a la izquierda de la casa para subir los
veintiún escalones de concreto que la conducirían a la parte
alta de la cima, en donde se encontraba una gran pileta de
agua, y que daba servicio a la casa de ella y a la de su madre.
Había veces que otros vecinos también llenaban sus cubetas de agua, pero no había tiempo de discutir con ellos, ya
bastante calor hacía como para tener otra discusión acalorada
con alguien que no quería usar su propia pileta.
La casa del matrimonio Moore, era la segunda casa ubicada sobre la cima de la calle Héroes 57, a pocas cuadras de
la línea divisoria con el país fronterizo.
La vivienda de color rosa, como todas las demás; estaba
compuesta de dos recámaras, una cocina y un cuarto de baño. Más arriba estaban las otras tres casas que estaban construidas en formación, sobre la cima.
Había una escalera de cemento con un tubo de metal que
servía como pasamanos, y que comunicaba con el resto de
las casas. Gabriela tenía la suerte de que la pileta estuviera a
solo un piso arriba de su casa.
Subió los escalones hasta llegar a la pileta de agua.
23
Un Paso muy Difícil
Los vecinos de las casas superiores, tenían otra pileta
más arriba para servicio de ellos. Pero había que subir varios
escalones más, tal era el porqué ellos se surtían de la pileta
que pertenecía a la casa de Gabriela, y de su madre.
Los vecinos de los pisos superiores, tenían que bajar
hasta la primera casa en la que vivía doña Lola, para pedirle
que encendiera el motor de la bomba de agua, para hacer
subir el agua hasta las piletas cuando ya se estaban vaciando.
Doña Lola se había auto-nombrado la administradora
del agua, y debido a su mal carácter, nadie se opuso.
Gabriela introdujo la cubeta en la pileta de cemento, y
una vez llena de agua, giró sobre sus talones y descendió los
escalones para adentrarse de nuevo en su casa. Se dirigió al
cuarto de baño, dispuesta a darse una fresca ducha.
Dejó la cubeta en la cocina sobre el piso de madera, y
retiró del fuego la cafetera que ya estaba caliente. Buscó el
cedazo y una taza dentro de la alacena. Puso la tasa sobre la
mesa y encima de ésta, colocó el cedazo para colar el café.
Se sirvió dos cucharadas de azúcar, revolvió rápidamente y
sorbió los primeros tragos de ese bálsamo milagroso que “la
hacía despertar”.
Esa tasa sería una de las decenas que bebería por el resto
del día y parte de la noche. Incluso en la madrugada se levantaba a servirse otra taza más de café.
Después de tomar el café y con cubeta en mano, pasó al
cuarto de baño para ducharse. Cerró la cortina de plástico
que servía también como puerta de baño, y se despojó del
chal y de la delgada bata blanca de algodón, quedando solamente en pantaletas blancas ciñéndole el vientre plano.
Dentro del cuarto había una silla de madera, sobre la
cual se sentó Gabriela, y ayudándose con un bote de lámina;
de tamaño mediano, llevó a cabo la tarea de mojarse todo el
24
J.David Villalobos
cuerpo, desde la cabeza hasta los pies.
La ducha que se estaba dando, era como una especie de
rito. Tal parecía que no tenía prisa por salir.
Se había enjabonado todo el cuerpo despacio y relajadamente, como si estuviera disfrutando de las caricias que
ella misma se prodigaba.
Su madre era muy estricta con la religión y tenía muchos
prejuicios con respecto al sexo o la desnudez, y esos prejuicios se los había transmitido a Gabriela. Tal era el porqué,
aún no se deshacía de su prenda intima, y continuaba aseándose con ella puesta.
Gabriela remojaba la pastilla de jabón y la frotaba sobre
su cuerpo. Arrojaba agua y deslizaba suavemente las manos
sobre su piel. Disfrutaba de cada caricia, y realmente no tenía prisa por terminar la ducha. Levantaba una pierna y la
acariciaba con las manos húmedas, imprimiendo en cada
caricia un toque de sensualidad natural. Después levantaba la
otra y procedía a hacer lo mismo. Sus ojos recorrían su cuerpo y se deleitaba mirándose a sí misma.
Tomó la pastilla de jabón y procedió a lavar su prenda
íntima que aun no se desprendía de ella. Su madre le había
inculcado que no debía de quitársela, hasta haber terminado
el baño. Y que una vez que hubiera terminado, debía lavar
su ropa interior ahí mismo. Además, de que no debería estar
expuesta a la vista de los vecinos. Debía colgarla dentro de
su cuarto de baño.
Gabriela enjabonó su prenda y con los dedos comenzó a
frotarla. Sus dedos acariciaban su vientre, sus nalgas, los
costados de las caderas.
Sus mismas caricias le producían cierta excitación, y sabiendo de antemano lo que ocurriría si seguía con esas caricias, continuó frotando su prenda sobre la parte íntima de su
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Un Paso muy Difícil
cuerpo. Procedió a hacerlo, sin poder evitar sentir un escalofrío recorrer todo su cuerpo, y exhaló un suspiro de excitación. Le dedicó un tiempo especial a frotar sus partes íntimas
a través de la prenda interior.
Consiente de lo que estaba haciendo y de lo que estaba
sintiendo, se puso de pie y de un tirón las llevó hasta las rodillas. Tomando de nuevo el jabón, se enjabonó el pubis
tocándose su parte íntima, enjuagando y frotando, unas veces
suave y lento, y otras veces rápido y con energía.
Se sintió húmeda y no precisamente a causa del agua.
Tomó más agua con el bote de lámina y a pesar de que
el agua estaba fría, sentía su cuerpo ardiente.
Se deshizo de la prenda y se sentó de nuevo en la silla.
Recargó su cuerpo en el respaldo y volvió a introducir la
mano en su entrepierna. Frotaba una y otra vez con sus dedos
la parte más sensible de su cuerpo. Había perdido por completo el control y ya no pudo detenerse.
La excitación la invadió y se olvidó de todo. De los consejos de su madre, de los prejuicios religiosos, y solo optó
por levantar ambas piernas y llevarlas hasta la barbilla. Su
cara estaba roja de excitación y abrió la boca para aspirar el
aire que le hacía falta. Volteó su cara de costado y cerró los
ojos, para disfrutar lo que se estaba haciendo.
Su corazón latía de prisa y emitió unos gemidos de placer.
Después de unos momentos bajó las piernas, y poniéndolas tensas las cerró dejando atrapada su mano dentro.
Su cuerpo se retorcía de placer y casi gritó presa de la
excitación, pero temiendo que pudieran ser escuchados,
ahogó sus gemidos.
Gabriela se puso de pie inmediatamente, molesta por
haber sido débil ante el “pecado de la carne”. Según palabras
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J.David Villalobos
de doña Lola. Llenó el bote con agua y lo arrojó sobre todo
su cuerpo.
Esta operación la llevó a cabo repetidas veces como tratando de apagar el fuego interno que la consumía.
Enjuagó su prenda íntima blanca y la colgó de un clavo
en la pared. Se echó encima la toalla y envuelta en ella se
dirigió a su recámara para vestirse.
Avanzó hacia la cómoda y abrió uno de los cajones. Cogió un juego de sostén y pantaletas del mismo color. Sus
movimientos era rápidos, y podría decirse que algo furiosos.
La frustración que ella padecía en lo referente al sexo, la
hacían entrar en conflicto con ella misma. Era joven y no
estaba realmente satisfecha sexualmente. El poco tiempo que
pasaba su marido en casa y además de las pocas veces que la
tocaba, hacían que su frustración sexual se agrandara.
Las dos personas cercanas a ella contribuían a su frustración sexual, su madre por un lado que la manipulaba con
la religión y sobre los asuntos carnales, y su marido que dejaba pasar el tiempo sin tocarla, y que no lograba excitarla.
Una vez que hubo terminado de vestirse, se fue a la cocina a prepararse otra taza de café. Traía puesto una blusa
blanca de mangas cortas, y una falda de colores vistoso llena
de pliegues, la cual le llegaba más abajo de las rodillas; se
calzó las zapatillas negras y a grandes zancadas debido a su
estatura, se dirigió a la puerta de su casa para salir de ese
horno.
Descendió la veintena de escalones hasta llegar a la
puerta de la casa de su madre. Abrió la puerta de mosquitero
y encontró a su madre sentada en una silla mecedora de madera.
Su madre estaba de espaldas a la puerta de entrada, ya
que se pasaba la mayor parte del día mirando por la ventana
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Un Paso muy Difícil
de su recámara.
La distribución de la casa era la misma que la de Gabriela, solo que la casa de doña Lola era más fresca, porque no
recibía la luz del sol desde temprana hora del día y además
estaba ubicada en la parte baja de la colina.
Gabriela dejó que el resorte regresara la puerta del mosquitero a su lugar, y el golpe seco que se escuchó, hizo que
su madre quien se encontraba dormitando, abriera los ojos.
Aún con las mejillas encendidas, por lo que había sucedido en el baño, se acercó a su madre para saludarla.
—Buenos días “amá”—. Le dijo Gabriela sin muchas
demostraciones de afecto.
—Buenos días —Le contestó de mala gana— ¿Vas a
desayunar?
—Ya desayuné—. Le contestó refiriéndose a las dos
tazas de café.
—¿Quiere su café con leche?
—Ya me lo dio Miguel—. Le respondió con un poco de
ironía y auto-compasión a sus palabras.
—¿Miguel? ¿Qué no fue a trabajar?
Y luego preguntó extrañada:
—¿Por qué no vino Rodrigo a servírselo?
—No vino, pues Rodrigo llegó nuevamente borracho y
Miguel, ya ves cómo se preocupa por mí.
Doña Dolores se puso de pie, y mirando despectivamente a Gabriela agregó con sarcasmo:
—Parece ser que él es el único que sufrirá el día en que
yo muera.
Gabriela desvió la mirada de su madre. Le molestaba
que siempre se estuviera quejando, o que les reprochara a
ella y a sus hermanos todo y nada. Se dirigió a la cocina para
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J.David Villalobos
servirse otra taza de café, y de regreso con su madre le preguntó:
—¿Cree que el padre Enrique esté ahora en la iglesia?
Doña Dolores sonrió y del gesto de dureza que tenía,
pasó al de la dulzura en un instante.
—Si hija. Ahí está el padre Enrique. Siempre oficia la
misa de ocho, y además, no se puede ir de la iglesia así
nomás. Y adoptando una pose de martirio y sufrimiento
agregó:
—¿Que tal si de un momento a otro lo necesito para
que me de los santos oleos?
Adoptando un tono de voz más dramático agregó:
— No se puede ir así nomás sin avisarme.
La madre de Gabriela se creía con derechos sobre los
demás, y que la gente estaba a su disposición a la hora que
fuera necesario.
De verdad que la madre de Gabriela abusaba de toda la
gente, debido a su edad.
Cambiando el tono de su voz, y su estado de humor,
apremió a su hija:
—¡Ve a verlo, y me lo saludas! ¡Dile que por la tarde
voy a confesarme! No quiero que me sorprenda la muerte y
me “agarre” en pecado mortal. ¡Anda, ve Gaby!
Los temas religiosos o referentes a Dios, eran los que
hacían cambiar el estado de ánimo y de humor a doña Lola.
Podía pasar de la tristeza a la alegría, o de la enfermedad
a la salud, en un instante. Era una mujer muy astuta a sus
setenta y cinco años. Por eso la gente que la conocía muy
bien, sabía cómo hacer para que ella estuviera de buen
humor. Tocando temas religiosos.
29
Un Paso muy Difícil
GRANDES AMIGOS
El pequeño hombrecito de 1.60 metros de estatura, robusto y de aproximadamente 70 kilos de peso, con un bigote
finamente recortado y de frente amplia, casi calvo a pesar de
su edad, y que debería rondar los cuarenta y un años de edad,
levantó la mano haciendo sonar los dedos. Y alzando la voz;
casi gritando, le ordenó al cantinero que se encontraba tras la
barra limpiando vasos.
—¡Hey tú! ¡Danos otras copas!
El cantinero hizo una mueca con los labios, en señal de
fastidio. Pues era muy temprano para dar servicio, y tal parecía que aquellos borrachos no tenían intenciones de retirarse inmediatamente.
Joel y sus tres amigos, habían entrado a la cantina cuando Martín el cantinero, apenas estaba abriendo las puertas
del bar.
“¿Por qué carajos les serví los tragos?” se preguntaba
mientras les servía la segunda ronda.
El servicio empezaba a las doce del medio día. Pero esa
mañana cuando se disponía a abrir la cantina a las nueve,
para llevar a cabo la limpieza del lugar y preparar la “botana” que obsequiaría a sus clientes, se acercaron los cuatro
amigos con la intención de que les sirviera un trago a cada
uno.
Según ellos, uno de sus amigos se iba a ir para el “otro
lado” y le habían hecho la despedida la noche anterior. Todavía seguían en la juerga y necesitaban un trago para calmar
la “cruda”.
—No puedo darles servicio todavía. Tengo que limpiar
el lugar—. Les había dicho Martín mientras quitaba los can30
J.David Villalobos
dados a la puerta del bar.
—¡Una y nos vamos!—. Le rogó Joel.
—No puedo, el servicio empieza a las doce. Me tendrán
que perdonar ustedes.
—Vámonos Joel —Dijo Javier uno de sus amigos—
Vamos a buscar otro lugar o regresamos después.
No muy convencido con la respuesta del cantinero, Joel
le respondió.
—¡Espérate Javier!
Y utilizando toda su labor de convencimiento, comenzó
a lamentarse de que necesitaba un trago para calmar la “cruda” que se le venía acercando. Y en cierto modo era verdad,
pero todavía no se presentaban los efectos de la cruda, porque todavía estaba bajo los efectos del alcohol, aún se encontraba borracho.
—Denos un trago nada más, y nos vamos. Uno solo para
cada uno—. Suplicó Joel al cantinero.
Después de un momento de pensarlo, accedió pero no
sin antes hacerles prometer que solamente se tomarían uno
solo. Martín también sabía lo que eran las “crudas”, y lo
necesario que era ese trago a primeras horas del día. Por tal
motivo accedió.
Ahora mientras les servía la tercera ronda, se volvía a
preguntar: “¿Por qué carajos les serví los tragos?”.
Ese trago se había convertido en una larga hora de espera e incomodidad para él. Tenía que lavar y secar las copas, y
los vasos. Esperar al empleado que traía la barra de hielo y
empezar a picarlo con el “picahielos”, para después llenar la
hielera y poner a enfriar las cervezas.
Aun le faltaba lavar ceniceros y trapear el piso del bar,
aparte de tener que cocinar la carne y los camarones para la
“botana”.
31
Un Paso muy Difícil
—¡Ya párale Joel!—. Le dijo Bernardo Ramírez, cuando
lo escuchó pedir la otra ronda.
—Si, ya has bebido demasiado y son apenas las diez de
la mañana—. Dijo Roberto, el hermano de Bernardo.
El cantinero se acercó con la botella de brandy dispuesto
a llenar las copas, pero Bernardo le indicó con la cabeza, que
no se lo sirviera.
Martín con la botella en la mano, se quedó esperando a
que se decidieran. Para él lo mejor era que ya se retiraran,
pues no había terminado con sus labores.
—Tienes que trabajar a la noche y necesitas dormir —
Le dijo Bernardo, y agregó— Además Javier se va de viaje
más tarde, y tiene que manejar hasta Chicago.
El cantinero se dio media vuelta y se alejó hacia la barra.
En el camino escuchó la voz de Roberto decirle.
—¡Danos la cuenta por favor!
—Sí. Vamos a llevarlo a su casa. Yo ya estoy muy cansado—. Se quejó Javier.
—¡Momento! Momento, momento—. Dijo Joel Valverde Rojas, intentando ponerse de pie y golpeando su pecho
varias veces.
—¡A mí nadie me da órdenes!
Y volviéndose al cantinero le ordenó:
—¡Y tú, danos esas copas que te pedí!
Acabando de decir eso, se volvió a sentar, no sin cierta
dificultad.
—Mira Joel—. Le dijo Roberto tratando de tranquilizarlo, pues observaba que ya comenzaba a alterarse.
Sus amigos ya lo conocían mejor que nadie, y sabían
cómo se ponía cuando bebía.
—Nosotros ya tomamos lo suficiente, y además...
32
J.David Villalobos
Joel no le permitió terminar la frase y les reclamó diciéndoles:
—¡Si vinieron conmigo, se quedan conmigo! ¿O no?
Entiende Joel. —Le dijo Bernardo— Ya estamos cansados. Andamos contigo de parranda desde que saliste de
trabajar, y ya son las once de la mañana.
Roberto tratando de convencerlo comentó:
—Entiende Joel, necesitamos dormir.
Bernardo introdujo la mano en el bolsillo del chaleco a
rayas que vestía, y sacó su reloj de bolsillo. Tenía una larga
cadena de oro que lo mantenía sujeto al chaleco, y se puso de
pie moviendo la cabeza negativamente, en señal de desesperación.
Miró la hora y cortó la discusión tajante:
—¡Vámonos a descansar!
—Sí. Hay que irnos a dormir ya—. Dijo su hermano
Roberto poniéndose de pie también, y estirando los brazos.
Joel aún no se daba por vencido y se dirigió a él.
—Que se vaya tu hermano. Tú te quedas conmigo.
¿Verdad?
—No Joel —Dijo Roberto— Yo también me voy con él.
Y le preguntó:
—¿Vienes con nosotros o te dejamos aquí?
Joel con los ojos inyectados por tanto licor y por la falta
de sueño, trató de coger a Roberto por las solapas en un
momento de ira, pero él pudo esquivarlo a tiempo, y Joel
rodó por el suelo tirando la mesa y las copas.
Quedó tendido en el piso rodeado de copas y vasos,
ante la mirada de desesperación de sus amigos y el asombro
de Martín.
Sus amigos lo observaron sin saber qué hacer.
33
Un Paso muy Difícil
De pronto Joel empezó a sonreír. Su sonrisa se convirtió
en risa, la que finalmente pasó a una carcajada descontrolada. Sus amigos esperaron a que se calmara.
De pronto, su risa empezó a mezclarse con gemidos, y
comenzó a sollozar. Joel ya no reía, ahora comenzaba a llorar. Era un llanto de desesperación, dolor y frustración.
Sus amigos permanecieron callados. Solo intercambiaron miradas entre ellos y con el cantinero, quien se preguntaba si ya era tiempo de levantarlo del piso. Sus amigos ya
conocían las causas por las que Joel bebía. En cambio Martín
pensaba que lloraba a causa de la vergüenza y la humillación
por haberse resbalado.
Roberto se hizo cargo de la situación y le dijo a Bernardo:
—¡Ayúdame a levantarlo! ¡Vamos a subirlo al coche!
Javier quien medía más de 1.80 metros de estatura, y
junto con Roberto que también era casi de la estatura de Javier; se hicieron cargo de levantarlo y llevárselo en sus hombros.
Mientras, Bernardo pagaba la cuenta.
Javier abrió la puerta de su “Olds Mobile” modelo 1953
de ocho cilindros, de color azul cielo de dos puertas.
La parte del techo era blanca, y los neumáticos de “cara
blanca” le daban un toque muy vistoso y elegante. Las ruedas traseras estaban cubiertas hasta la mitad, por la misma
carrocería, y tenía una visera de color azul sobre el parabrisas.
Después de haber acomodado a Joel en la parte trasera del auto, Javier se sentó tras el volante y condujo hasta la
casa de Joel.
Javier Pacheco de treinta y ocho años de edad, se dedicaba a la venta de vehículos, y por tal motivo hacía viajes
34
J.David Villalobos
desde el país vecino a México. Sus cansados ojos azules, que
sobresalían notoriamente en su cara redonda y sonrosada,
estaban atentos al camino. A pesar de la larga parranda que
había pasado junto a sus amigos, no daba muestras de cansancio.
A él le gustaba beber también, pero no en exceso como
lo hacía Joel. Además; tenía que descansar un poco antes de
conducir el largo camino que le esperaba. Pesaba más de 80
kilos y acostumbraba vacacionar al menos dos veces al año,
ya fuera en las montañas o en las playas de La Florida, y a
veces en México. Su posición económica se lo permitía.
Su frente amplia surcaba dos profundas arrugas, que se
acentuaban profundamente cuando surgía alguna preocupación. Y esa mañana lucía preocupado, aunque era el más
tranquilo y sereno del grupo de amigos bohemios.
Javier radicaba desde hacía algunos años en la ciudad de
Chicago Illinois, y no había perdido la amistad que sostenía
con sus amigos de la juventud. Por ese motivo venía a verlos
cada vez que sus negocios o las vacaciones se lo permitían.
Sus padres radicaban en la ciudad de Guadalajara, y
aunque tenía a su novia Jane en Chicago, siempre viajaba
solo. Ella era ciudadana americana y rara vez lo acompañaba. Javier tenía que regresar a su trabajo después de haber
permanecido en el país, alrededor de veinte días.
Había ido a visitar a sus padres donde permaneció una
semana, para posteriormente trasladarse a Nogales para ver a
los hermanos Ramírez García y a Joel, quien aprovechaba
cada motivo para coger una parranda que llegaba a durar más
de tres días.
Javier miró por el espejo retrovisor a Joel, quien se encontraba dormido y a Roberto quien venía también en el
asiento trasero, y simultáneamente miró a Bernardo quien
35
Un Paso muy Difícil
fumaba un cigarrillo de color oscuro y les preguntó con esa
sonrisa apacible que siempre le acompañaba:
—¿Cómo lo ven?
—Mal, —Respondió Roberto— no debería tomar, pero
no hace caso.
Bernardo aparentemente rudo, de cuarenta años de edad
y de cabello oscuro, el cual trataba de mantenerlo siempre
fijo usando brillantina, tiró su cigarrillo oscuro por la ventana. En uno de sus dedos brillaba un anillo de oro, con una
piedra de color rojo. Tenía la misma estatura que Joel, y pesaba alrededor de 75 kilos. Pensativo hizo un comentario:
—Deberíamos hacer algo por él.
Javier conducía tranquilo por la calle Independencia, en
donde más adelante se encontraría con la calle Insurgentes,
hasta llegar a la calle diagonal Hidalgo 30, que era en donde
vivía Joel. Mirando de reojo a Bernardo hizo un comentario:
—Deberíamos prohibirle comer hígado.
Bernardo miró a Javier quien sonreía y preguntó:
—¿Hígado? ¿Y por qué?
—Por que el hígado no se lleva bien con el vino.
Roberto fue el primero en comprender la broma antes
que su hermano, y soltó una carcajada junto con Javier que
se reía de Bernardo. Éste no había alcanzado a entender el
comentario que hizo Javier a manera de broma.
Bernardo sonrió cuando por fin entendió.
Era muy difícil hacerle reír abiertamente a carcajadas,
así como reían sus amigos o su hermano.
Cuando Bernardo y Roberto; quien era dos años menor
que su hermano, se dejaron convencer por Joel para que radicaran en Nogales, esa misma noche que llegaron pescaron
tremenda parranda los tres, que Bernardo se les perdió du36
J.David Villalobos
rante varios días.
Ellos estaban preocupados y lo buscaron desesperadamente durante dos días seguidos, durante los cuales Joel no
bebió un solo trago. Realmente estaban muy preocupados,
pues Bernardo no conocía muy bien la tierra del “Yaqui”,
aunque la ciudad no era muy grande, la preocupación era que
hubiera sufrido algún accidente.
Rendidos y cansados, esperaron a que él se comunicara
con ellos. Al tercer día dio señales de vida.
Lo encontraron en un hotel donde había estado con una
dama “ocasional”.
Narraba después, que cuando se encontraban en el lugar
de trabajo de Joel, se dirigió al baño y se topó con esa misteriosa dama. Sin pérdida de tiempo y después de haber conversado por unos momentos con ella, se fueron a un hotel de
paso.
Permanecieron encerrados dentro de la habitación, bebiendo y comiendo durante dos días seguidos. Y obviamente,
disfrutando de las caricias de ella. En el último día, se le ocurrió a ella amarrarlo de las muñecas a los barrotes de la cama. Bernardo se dejaba hacer como un niño.
Ella se subió encima y después de haber terminado el
acto sexual, le llegó a ella en ese mismo instante su período.
Avergonzada se vistió inmediatamente, y salió como un rayo
del hotel hasta la farmacia más cercana, para comprar un
paquete de algodón y poder cubrir esa necesidad.
En esa época no existían aún las toallas femeninas. Las
mujeres usaban compresas de tela que algunas de ellas usaban hasta cuatro veces o más al día, durante su periodo
menstrual, y tenían que lavarlas y a veces hervirlas para
desinfectarlas.
Años atrás las enfermeras del servicio Norteamericano
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Un Paso muy Difícil
durante la primera guerra mundial, en 1917, comenzaron a
usar algodón en capas para obtener una mayor higiene. De
hecho no era algodón propiamente, sino Celulosa, que resultó ser cinco veces más absorbente que el algodón común.
Esta celulosa fue desarrollada por Kimberly-Clark quien
lo produjo en serie para la Cruz Roja. Las enfermeras hacían
compresas con este novedoso material para sanar las heridas
de los soldados, y así nació la primera toalla sanitaria desechable bajo el nombre de “Kotex”. Fue el primero en romper
paradigmas y hacer publicidad sobre un tema “tabú” para su
época. El origen de la palabra Kotex viene de “cotón” (algodón) y “texture” (textura). Años después en su primera
campaña para anunciar el producto, incluía la imagen de una
mujer muy sofisticada para facilitar su publicidad. Los tabúes de los años 50´s, hacían que cualquier mujer se avergonzara de su período, y por tal motivo esa dama salió avergonzada y ya no regresó dejándolo atado a la cama.
Mientras, Bernardo no sabía qué hacer.
La solución le llegó del cielo.
La encargada de la limpieza de las habitaciones de ese
hotel, tocó a la puerta y preguntó si podía hacer la limpieza.
Como ellos no habían permitido que se hiciera la limpieza, ya que no deseaban ser molestados, solamente le habían pedido que les dejara las toallas y el jabón, para seguir
con su orgía de comida, bebida y sexo.
Así en esas circunstancias, Bernardo fue encontrado por
la trabajadora del hotel, atado a la cama, desnudo con los
testículos al aire; y lo más vergonzoso, cubierto de sangre.
Cada vez que se reunían los amigos y que había una
oportunidad de contar esa anécdota entre ellos, Bernardo
gustoso lo hacía para divertirlos.
Bernardo era el más bromista del grupo, a pesar de no
38
J.David Villalobos
reírse ni de sus propios chistes. No porque carecieran de gracia, sino porque así era la personalidad de él.
Su hermano Roberto siempre tenía esa sonrisa encantadora que hacía enloquecer a las damas. Era más modesto que
su hermano. Tenía unos brazos musculosos, debido al trabajo que había realizado en las minas de ópalo en el poblado de
Magdalena Jalisco, cerca de la población de Tequila,
aproximadamente a veinte kilómetros de distancia, y a donde
iba a comprar su tequila blanco preferido el “Tequileño”, el
cual disfrutaba de un trago cada noche al salir del agotador
trabajo en las minas.
“Robert” como le decían sus amigos, tenía el cabello
castaño y aparecían algunas canas prematuras, quizás debido
al pesado trabajo que había realizado.
Sus pequeños ojos verdes miraban a Joel quien continuaba dormido sobre el asiento del coche, y sonriendo comentó:
—Llegando a su casa le voy a echar una cubeta de agua,
para ver si se le quita lo “gallito”.
Aunque Bernardo sabía que su hermano Roberto no era
del tipo agresivo, y que era muy respetuoso con sus amigos,
le dijo:
—Para que quieres que se despierte “echando bala”.
—¡Sí! —Comentó Javier— No vaya a ser que no pueda
trabajar a la noche por una gripa que pesque. Y soltó a reír.
—Nomás decía—. Dijo Roberto uniéndose a la risa de
Javier.
Él era un poco tímido debido a su estatura, por esa razón
había llegado a identificarse más con Javier, debido a la
misma estatura, ya que Joel y su hermano eran del mismo
tamaño.
Luego de transitar por las polvorientas calles de la ciu39
Un Paso muy Difícil
dad, llegaron a la vivienda donde vivía Joel.
Buscaron en los bolsillos del pantalón de Joel las llaves,
y lo sacaron del coche para meterlo a la casa.
La vivienda era de dos habitaciones con un cuarto de
baño. Bernardo se adelantó para quitar de la cama, la guitarra
de Joel, y una revista en donde aparecía en la portada el
nombre de la orquesta llamada “High Life”.
Joel pertenecía a esa orquesta, y era el director además
de tocar la guitarra “Gibson”. También sabía tocar el piano,
el banjo, el violín y la batería. Había sido integrante de varios grupos y orquestas, cuando residía en Guadalajara años
atrás.
Lo depositaron en la cama y le quitaron los zapatos.
Acto seguido, cerraron las cortinas para que la luz del sol no
entrara y pudiera dormir, así se recuperaría de la borrachera.
Nada más sentir la comodidad de la cama, Joel comenzó
a roncar, haciendo que sus amigos sonrieran y respiraran
aliviados. Momentos más tarde, salió la tercia de bohemios
de la casa del guitarrista dejándolo profundamente dormido,
para dirigirse cada quien a su destino.
Javier manejaría mas tarde para dirigirse a Chicago, y
los hermanos Ramírez irían a descansar a su casa ese día
sábado, pues no tenían intenciones de abrir la papelería.
Ese era el negocio que habían abierto desde su llegada a
Nogales, ofreciendo el servicio por mayoreo a los talleres de
imprentas.
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J.David Villalobos
CITA SECRETA
Esa mañana, o más bien podría calificarse como noche;
pues todavía no salía el sol, desperté en mi “cama”, la cual
había sido improvisada con las cuatro sillas del comedor.
Abrí los ojos al máximo tratando de encontrar un destello de luz en esa terrible oscuridad.
El miedo que sentía en ese momento, hizo que le gritara
a mi madre.
—“¡Amá!”.
Al no obtener respuesta mi temor creció lo mismo que
mis gritos.
—“¡Amá!”.
Mi madre no respondía, ni acudía a mis gritos.
En la habitación se escuchó el llanto de mi hermano,
quien se despertó a causa de los gritos que yo daba.
—“¡Amá!”.
Volví a gritar con más desesperación.
Al no tener respuesta traté de chantajear a mi madre, y
eso que tan solo tenía cinco años.
—¡Me voy hacer “pipí!”.
Pero mi madre no aparecía por ningún lado, en su lugar
escuché a mi hermana que era un año mayor que yo; y que
le decía a mi hermano:
—¡Ya “Pachito”, ya “Pachito”! No llores.
Ese era el apodo que tenía mi hermano Miguel por parte
de la familia.
Mi madre siempre le decía de cariño “papacito”, pero
como mi hermana no podía pronunciarlo correctamente
cuando era más pequeña; le decía “pachito”.
Por tal razón todos le diríamos “pachito” hasta llegar a
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Un Paso muy Difícil
la edad de doce años.
El llanto de mi hermano no lograba ser tranquilizado por
mi hermana, a pesar de abrazarlo y de decirle palabras de
amor, y de darle consuelo.
Yo no podía dejar de gritar solicitando a mi madre, y por
tal motivo continuaba chantajeándola:
—¡Ya me hice “pipí!”.
Entre más gritaba, más lloraba mi hermano.
Al no lograr hacer que mi madre viniera, me puse a llorar y combinamos el llanto mi hermano y yo. No mojé la
cama, ni tampoco tenía intenciones de hacerlo.
Mi hermana impotente ante el llanto de los dos, también
comenzó a llorar uniéndose a nosotros dentro de la penumbra de la habitación.
El llanto de los tres, se prolongaría aproximadamente
por espacio de media hora más.
Aún no cesaba nuestro llanto, cuando de repente escuchamos la puerta de la calle abrirse, y a través de la luz que
llegaba de un farol de la calle, logramos ver la silueta de
nuestra madre. Encendió la luz y corrió a abrazar primero a
mi hermano, quien dormía en una caja de cartón sobre el
piso.
Yo le extendí los brazos arreciando en llanto, después
ella me levantó en vilo para reunirnos con mi hermana.
—Ya, ya hijitos—. Nos dijo tratando de consolarnos.
Abrazándonos a todos juntos, nos llevó a su cama.
—Shhh, shhh—. Nos susurró para que pudiéramos volver a dormirnos.
Deberían haber sido las cinco o seis de la mañana.
Mi madre olía a perfume y tenía los labios pintados,
traía una pañoleta de color negro en la cabeza. Vestía con
una falda color gris y un suéter negro, casi nuevo.
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J.David Villalobos
Siempre usaba zapatillas de tacón bajo, debido a su estatura.
Los recuerdos de esa noche de terror, se disiparon al ver
a mi madre tan bella y su figura tan finamente esbelta.
Mi madre se desvistió y se puso su ropa de dormir.
Tras darnos la leche a todos, y de arrullar a mi pequeño
hermano, se retiró a su cama.
La razón por la que mi madre nos había dejado solos esa
noche, fue porque mi padre se encontraba de viaje en una
gira con la orquesta en algún poblado, y regresaría hasta el
día siguiente. Mi madre había aprovechado esa oportunidad
para salir a tomar unas cervezas con Ángel, el amigo de mi
papá, y con quien ella sostenía una relación.
Años posteriores y a la edad adulta, tuve la oportunidad
de escuchar una conversación que mi madre sostuvo con
Ángel.
—¿Te acuerdas de aquella noche cuando fuimos a los
“Jarritos”?—. Le había preguntado ella al amigo de mi padre.
—Sí, pero sobre todo lo del hotel—. Le dijo él.
Me quedé atónito al escucharlos. Todo se debió a un
error. Mi madre estaba de visita en la casa y cuando levanté
la bocina del teléfono para hacer una llamada desde mi recámara, ella estaba en la sala hablando con Ángel.
—Ya hace tantos años de eso, —Había dicho ella—
pero todavía lo recuerdo.
No quise escuchar más, y colgué el auricular.
Nunca dije nada nadie.
Mi madre había tenido una cita secreta aquella noche, y
como no habían tenido la oportunidad de verse, aprovechó el
viaje de mi padre para salir con Ángel.
Tras habernos dejado solos toda la noche en el cuarto
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Un Paso muy Difícil
oscuro de la casa, se fue a pasar toda la noche bailando, bebiendo y saciando su deseo insatisfecho.
Ángel Morales era un músico y amigo cercano de mi
padre. Él era quien tocaba el saxofón tenor.
Había sido el confidente de mi madre, y la escuchaba
desahogarse cada vez que mi padre la golpeaba a causa de
sus continuas borracheras, o cuando no llegaba a dormir a la
casa. Más de una vez la había ayudado con dinero, para que
pudiera comprar leche para nosotros.
—Me voy a ir a Navojoa y de ahí a Nogales—. Le dijo
mi padre a mi madre días atrás.
No estaba ebrio, sino contento por haber tenido ese trabajo y así poder cubrir nuestras necesidades.
Mi madre no pudo ocultar su alegría.
Mi padre lo entendió como si la razón hubiera sido el
trabajo de él. Mi madre le estaba preparando la maleta que
llevaría para el viaje.
—¿Con que orquesta vas?—. Le preguntó.
—Con los “Hermanos Morales”.
—¿Van a ir todos los hermanos?
—Si—. Contestó mi padre sin darle mucha importancia
a la pregunta por estar distraído, repasando las cosas dentro
de la maleta, y que mi madre hubiera podido olvidar.
—Menos Ángel—. Agregó distraído.
Mi madre no podía ocultar el nerviosismo y se atrevió a
preguntar:
—¿Y eso, porque?
—Creo que tenía un compromiso con anterioridad, y lo
suplirá otro músico.
Mi madre no podía evitar acallar los latidos de su corazón. Tenía miedo de que pudieran ser escuchados por mi
padre.
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J.David Villalobos
—Regresaré hasta el lunes por la mañana—. Le dijo
dándole un beso de despedida a mi madre y a nosotros.
Ese día era sábado al medio día y estaría fuera hasta el
lunes.
—Te dejo esto para lo que necesites—. Le dijo y le entregó una cantidad de dinero a mi madre.
—Cuídate.
—Sí. ¡Adiós, nos vemos!—. Dijo mi padre despidiéndose de ella.
Mi madre se paseaba nerviosa por la casa. Iba de un lado
para otro.
Sacaba ropa del ropero y la volvía a colocar dentro.
—¿A dónde va?—. Le preguntó mi hermana, haciendo
que yo dejara de jugar con mis cochecitos de metal, y prestara atención a lo que mi madre hacía.
—A ningún lado.
—Entonces. ¿Porque se cambió de ropa?—. Insistió mi
hermana.
Yo no perdía detalle.
Mi madre nos había enseñado a dirigirnos a ellos, usando la palabra “usted” y nunca deberíamos tutearlos.
De hecho, ella trató alguna vez de que le dijéramos “señora” en lugar de mamá, pero desconozco los motivos por
los cuales desistió de que la llamáramos así.
—Es que me estoy probando unos vestidos viejos, para
ver si todavía me quedan—. Le respondió a mi hermana astutamente mientras se miraba ante el espejo que tenía enfrente, que a pesar de estar roto, aún podía mantenerse dentro del
marco de madera que medía más de un metro de alto. Tenía
un agujero en la parte superior, debido al envase de crema
que mi padre había arrojado tiempo atrás. No llegó a romperlo por completo, pero le faltaba ese trozo.
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Un Paso muy Difícil
Mi madre se miraba de frente, después giraba sobre sus
talones y se miraba de espaldas. Se cambiaba de vestido para
luego ponerse una falda.
Vi desfilar dos vestidos y cuatro faldas. Me gustaba ver
a mi madre vestirse. Era tan bella, tan delgada y tan juvenil.
Sus labios lucían tan sensuales pintados y casi no usaba maquillaje.
Mi corazón latía aceleradamente al ver que seguía con
su arreglo personal. Tenía miedo de que saliera y nos dejara
solos. Logré tranquilizarme cuando miré que por fin, mi madre guardó todo de nuevo, y se despintó los labios.
Se volvió a poner la falda que usaba en casa y se dirigió
a la cocina. Yo volví a mi juego.
Por la tarde mientras hacíamos la siesta debido al calor
que hacía en Guaymas, escuché unos golpecillos discretos a
la puerta que daba a la calle.
Mi madre quien se encontraba en su cama, leyendo una
novela de amor, mientras fumaba su cigarrillo mentolado, se
levantó nerviosa para abrir. Yo me encontraba en su cama,
abrí lentamente los ojos y vi que se alisó los pliegues de la
falda.
Se había cambiado la ropa de casa por esa falda color
café a rayas. No comprendía porque se había puesto la falda,
si ella estaba dentro de la casa.
Mi madre abrió la puerta y salió, dejándola entreabierta.
Escuché la voz de un hombre y que hablaban en voz baja.
Mis hermanos seguían durmiendo la siesta.
Al ver que mi madre no regresaba pronto, me levanté de
la cama y me acerqué a la puerta.
Abrí la puerta de par en par y salí a ver con quien hablaba mi madre.
Ángel me miró y me dijo:
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J.David Villalobos
—Hola Daniel ¿Cómo estás?
No contesté debido a que mi madre molesta me ordenó:
—¡Métete a la casa!
Temeroso pero tranquilo, hice lo que mi madre me ordenó.
Digo temeroso, por el regaño de mi madre. Ella siempre
nos decía: “Los niños nunca deben escuchar las pláticas de
los mayores”.
Si alguno de nosotros estaba donde los adultos, recibíamos un castigo por parte de mi madre. Los castigos eran a
base de golpes.
Ellos seguían charlando y permanecí tranquilo, porque
ya conocía al amigo de mi padre.
Me quedé esperando a que terminaran de hablar.
Al cabo de un rato; que para mi parecieron horas, mi
madre entró de nuevo a la casa. Cerró la puerta y se volvió
a acostar para continuar leyendo su libro de novelas de
amor de “Corín Tellado”, no sin antes regañarme.
—¿No te he dicho siempre que no interfieras en las
conversaciones de los adultos?
No dije nada y me hice ovillo sobre la cama. La observaba de reojo, tratando de adivinar de qué habían hablado.
Mis padres nos habían enseñado que nunca deberíamos
cuestionarles nada. Mi madre se respaldaba siempre en uno
de los mandamientos para educarnos “Honrarás a tu padre y
madre”.
También nos inculcaba que no deberíamos juzgarlos, ni
reprocharles nada. Tampoco deberíamos preguntarles nada
ni intervenir en las conversaciones de los mayores, como en
esa ocasión. En fin, era una larga lista para beneficio de
ellos. De modo que no me atreví a cuestionarle sobre ese
amigo de mi padre.
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Un Paso muy Difícil
En mi pequeña mente se hacían algunas conjeturas, y me
decía que posiblemente mi padre lo había enviado a que nos
cuidara, o que le había hecho algún encargo.
Mi madre esa noche trató de hacernos dormir más temprano. Y lo logró. Lo malo fue, que por habernos mandado a
la cama antes de tiempo, me desperté más temprano que de
costumbre esa mañana creando una revolución con mis gritos y mi llanto.
No escuché cuando mi madre abandonó esa noche la
casa.
Solo recuerdo haber escuchado entre sueños, el caminar
de mi madre sobre la habitación, el interruptor de la luz al
apagarse y la puerta cerrarse lentamente.
Por último, escuché el ruido de un auto alejarse. Mi sueño era más grande que mi preocupación por mi madre.
Ángel y Gabriela, llegaron a las nueve de la noche a un
lugar discreto y alejado de la ciudad, cerca del muelle.
Entraron y pidieron dos cervezas.
El mesero se las sirvió y Gabriela nerviosa levantó la
botella y brindó.
—¡Al fin!
—¡Al fin!— Repitió su acompañante.
Esa salida, la habían estado planeando los dos durante
mucho tiempo, y esa noche —por fin— la habían llevado a
cabo.
Ángel le ofreció un cigarrillo, el cual ella lo rechazó
para fumar de los suyos, los “Salem” mentolados que tanto
le gustaban.
—Pon algo de música—. Le dijo mientras tomaba la
mano de él aceptando el fuego, del cerillo que parecía que se
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J.David Villalobos
iba a apagar, debido a la gran cantidad de ventiladores de
techo que había en ese lugar.
Ángel se levantó para complacerla y fue a la sinfonola
que estaba tocando en el bar “Los Jarritos”.
Tras colocar unas monedas seleccionó el tema que le
pidió Gabriela.
Regresó a la mesa y ella le preguntó:
—¿Cual pusiste?
—La que te gusta.
Después de haber finalizado la melodía anterior, se dejó
escuchar la selección que había hecho él.
—¡Vamos!—. Dijo ella, mientras se ponía de pie, dejando su cigarrillo sin terminar.
El la tomó de la mano y se dirigieron al centro del bar.
Las demás parejas, ni atención les prestaban.
Cada quien estaba en lo suyo.
El la rodeó por el talle y la acercó a su cuerpo para poder disfrutar la canción “Smoke in yours eyes” que cantaban
“The Platters”.
El ambiente se llenó de romanticismo y de complicidad.
Esa noche sería diferente y nueva para los dos.
Lo habían planeado perfectamente y todo saldría a la
perfección. Terminada la canción, regresaron a su mesa.
Los efectos de la “Superior”, empezaron a surtir efecto
en Gabriela. Sus mejillas estaban rosadas y calientes, por
causa de la cerveza y el calor de ese lugar. Incluso la canción
de “The Platters” había contribuido a su rubor.
Ella se mostraba nerviosa y excitada, aunque también
sentía algo de temor y culpabilidad. Sacó otro “mentolado” y
su acompañante rápido y atento se lo encendió.
—Pon otra vez la misma—. Le dijo Gabriela con voz
ronca de la emoción.
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Un Paso muy Difícil
Ángel se puso de pie nuevamente y volvió a poner otra
moneda e inmediatamente se escuchó de nuevo a “The Platters”.
Varias parejas se unieron al baile como si fueran
cómplices de ellos, en esa noche de calor infernal.
Gabriela bailando abrazada, ofreció sus labios a Ángel,
quien ni tardo ni perezoso, se unió en un beso apasionado y
fogoso.
Ella ofrecía su cuerpo delgado al corpulento hombre que
la hacía vibrar de pasión y locura.
Ángel con su 1.75 metros de estatura, la sentía temblar
entre sus brazos, y se sentía presa de la excitación por culpa
de ese beso prolongado.
—Vámonos a otro lado—. Le susurró ella al oído.
Terminada la canción, se dirigieron a la mesa y apuraron
lo que quedaba de sus cervezas.
Al poco rato, salieron de “Los Jarritos” para abordar un
taxi que los llevaría al hotel Malibú, cerca del muelle para
pescadores.
Gabriela había dado un paso muy difícil en su vida.
El olor inconfundible a naftalina de la habitación no le
molestó a Gabriela, quien en ese momento no se despegaba
de los besos y abrazos de su acompañante.
Parecía que había perdido la razón.
Ángel la depositó en la cama y comenzó a quitarle la
ropa lentamente. Ella le ayudó a deshacerse de su suéter color negro que la protegía de la brisa marina de esa noche.
La prenda fue a quedar sobre el piso de la habitación.
Lentamente la fue despojando de la blusa blanca que
llevaba puesta, dejó al descubierto su sostén blanco que
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J.David Villalobos
cubría la mitad de sus senos y que todavía se conservaban
firmes a pesar de los hijos que había tenido.
Ella le ayudó a quitarse el sujetador mientras él se deshacía de su camisa y pantalón. Al verla semidesnuda, no
pudo evitar volverse loco de pasión y comenzó a devorarle
los senos.
Gabriela había perdido la cabeza presa de la excitación.
Se había olvidado de todo, de sus hijos, de su marido que
estaba de viaje y de los consejos de su madre, aún de sus
prejuicios religiosos. Solo quería perderse en ese torbellino
de pasión y pecado.
Ella se entregó sin reservas al hombre que había sido su
confidente, su amigo y su cómplice.
Permanecieron juntos hasta casi el amanecer, ella debería volver a su casa antes de que despertaran sus hijos.
Mas tarde, a las seis de la mañana un taxi dejaba a Gabriela en la puerta de su casa.
Venía sola y muy nerviosa.
Descendió del vehículo y abrió la puerta para encontrarse con sus hijos hechos un mar de llanto, a causa de la soledad y el temor a la oscuridad de esa habitación en la que
estaban viviendo en una apartada colonia de ese puerto pesquero.
La noche romántica había terminado para ella y la pesadilla para sus hijos. Sobre todo para Daniel, el hijo mediano
de ella, quien sería su acompañante, amigo y confidente en la
edad de la adolescencia.
Él viviría una terrible pesadilla en compañía de su madre, y quien daría también un paso muy difícil.
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Un Paso muy Difícil
DOS CONFESIONES
—Ave María Purísima.
—Sin pecado concebido.
—¿Cuánto hace que te confesaste?—. Preguntó el padre
Enrique a Gabriela.
—Hace tres días.
—¿Cumpliste la penitencia?
—Si, padre.
—Dime tus pecados.
—Acúsome padre……
Gabriela comenzó a exponerle sus culpas y “pecados” al
confesor quien escuchaba aburrido, debido a que la mayoría
de sus confesiones siempre eran del mismo tipo.
Tal parecía que Gabriela hacía siempre lo mismo todos
los días, pero lo peor de todo era que no confesaba sus propios pecados, sino los de los demás.
—Mi madre siempre me chantajea, padre. A veces no
me entiende, no ve que me siento enferma.
El padre la dejaba continuar y le permitía que se
desahogara.
Siempre era lo mismo con ella. Se quejaba de su marido,
de su hermano Rodrigo y sus borracheras, pero no confesaba
lo que ella hacía, excepto lo sucedido esa mañana en el cuarto de baño. Sabía que debía confesarlo, pero no se atrevía
aún.
—….. Y lo de mi marido—. Continuó ella su confesión.
—¿Qué pasa con tu marido?
—Me hace cochinadas.
—¿Qué tipo de cochinadas?
—Cuando me besa.
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J.David Villalobos
El confesor detrás de la ventanilla del confesionario,
cerró los ojos y miró al cielo lleno de desesperación.
—Me mete su lengua cuando me besa, y usted sabe padre, eso es pecado.
El padre se rascó la cabeza mientras miraba su reloj.
Para ella tocar la lengua al besarse, era lujuria. Y eso era
“pecado” según su madre. Así se lo había inculcado desde
antes de casarse. “Los besos deben ser rozando solamente los
labios, sin permitir abrir la boca para juntar la lengua”.
—Y mi “amá” a veces me dice. ¡Ah! —Exclamó al
recordar el encargo de ella— Le manda muchos saludos, y
dice que viene por la tarde a confesarse. No quiere que le
“agarre” la muerte en pecado mortal.
—Bien, pero. ¿Qué pasa con tu mamá?
—Siempre me dice que nadie la entiende y que solo mi
hermano se preocupa por ella.
—Gabriela. Dime algo nuevo que hayas hecho hoy.
El padre llenó de aire sus pulmones, y lo expulsó después de retenerlo durante breves momentos, en señal de desesperación.
—Mira Gabriela, si no tienes pecados mortales, solo
reza un Padre nuestro y tres Aves Marías.
—Si tengo pecados mortales—. Dijo nerviosa.
El padre abrió los ojos y la invitó a confesarlos.
—Dime esos pecados.
—Hoy en la mañana, mientras me estaba bañando…...
Gabriela narró lo sucedido en el cuarto de baño, omitiendo por vergüenza el placer y el goce que había disfrutado. Solo le contó al padre sobre las caricias que se dio por
encima de su prenda íntima. El sacerdote la escuchaba atento. Sus confesiones siempre rebasaban los treinta minutos.
Terminada su confesión, salió satisfecha de haber cum53
Un Paso muy Difícil
plido con los mandatos de la iglesia, pero más con los mandatos de su madre.
Después se dirigió al consultorio del médico a quien
visitaba regularmente.
—¡Adelante, pásale muchacha!—. Le dijo el galeno estrechándole la mano mientras le ofrecía una silla.
—Siéntate. ¿Cómo has estado?
—Pues, me he sentido un poco débil, y me dan mareos
por las mañanas doctor en cuanto me levanto de la cama. Y
además, pues he andado muy nerviosa.
—No te preocupes ahorita te revisamos. ¿Cómo está tu
esposo?
—Bien. Ahí con mucho trabajo.
—Que bien, me alegra oírlo. Te voy hacer un chequeo.
.
—Si doctor.
El médico le hizo un chequeo de rutina y le preguntó:
—¿Hace cuanto tiempo que no tienes tu período?
—No se doctor. No me acuerdo.
—Te voy a revisar. Quítate la falda y ponte esta bata.
Después te subes a la cama, y en un momento regreso.
Después de haberle realizado el chequeo, Gabriela permanecía sentada frente al escritorio del doctor, mirándolo en
silencio mientras éste escribía la receta médica.
—Señora Moore—. Le dijo el doctor sonriendo.
Gabriela se extrañó que la llamara “señora”, en lugar de
tutearla como lo hacía siempre debido a su juventud.
—Tienes que tomar estas vitaminas y estos medicamentos—. Le dijo entregándole la receta.
—¿Qué tengo doctor?
El médico sonrió para confesarle algo.
—Señora Moore, tienes tres meses de embarazo. ¡Felicidades!—. Le dijo estrechándole la mano.
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J.David Villalobos
Gabriela abrió los ojos sin poder articular palabra alguna. El médico se deshizo de su sonrisa al verla turbada y le
preguntó:
—¿Sucede algo malo? ¿Te sientes bien?
—No, digo. Sí.
Gabriela bajó la mirada a su vientre que se veía plano.
No podía creer que estuviera embarazada. ¿Cómo había
ocurrido? ¿Cuándo había salido embarazada, si su marido
casi no la tocaba?
Aun no se encontraba preparada para tener un hijo, y no
sabía si Bob estaría de acuerdo, debido a que nunca lo habían
hablado.
Salió del consultorio y se dirigió al restaurante de su
marido. Tenía que darle la noticia, y además pedirle dinero
para los medicamentos.
Desde el otro lado de la calle podía leerse el anuncio del
restaurante de su marido “Bob’s Restaurant”.
Gabriela entró y vio a Luisa tras la barra y preguntó por
su marido.
—¿Y Bob?
—Salió señora—. Respondió ella mirándola de arriba
abajo.
—¿Hace mucho?
—Si señora.
—¿No sabes si tardará?
—No lo creo, ya tiene rato que se fue.
Mirándola sofocada por el calor le preguntó:
—¿Quiere una soda?
—Si Luisa, por favor.
A pesar de ser Luisa mayor que Gabriela, le hablaba de
“usted”. No por respeto, sino como una manera de marcar las
diferencias.
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Un Paso muy Difícil
Gabriela se sentó en una de las mesas a esperar la soda y
a su marido.
Se entretuvo leyendo el diario “El Noroeste”, que su
marido compraba todos los días para ver el anuncio que a
veces publicaba sobre su restaurante. Ella hundió la cara en
el diario y vio publicado como siempre, el anuncio que aparecía algunos días solamente, debido al costo excesivo que
tenía la publicación. Luisa no dejaba de mirarla.
Le molestaba que ella estuviera allí. Se sentía más mujer
que ella y además muy superior.
Luisa en contraste con la blancura y la piel de porcelana
que tenía Gabriela, era más morena. Tenía los labios gruesos
y era de ojos rasgados. Parecía como si fuera descendiente
de los indios yaquis de la zona.
Tenía unos grandes senos que sobresalían de su cuerpo
bien formado. Sus piernas estaban muy bien torneadas y era
más baja que Gabriela, eso la hacía sentirse inferior a ella.
Por tal razón ese era el motivo de su odio, más que por ostentar el título de ser la esposa de su amante.
Más tarde su marido cruzó la puerta del restaurante, y se
dirigió a Luisa, quien con la mirada le hizo una seña para
que mirara hacia la mesa. Bob desvió la mirada hacia donde
ella le indicaba, y vio a su esposa sentada esperándolo. Inmediatamente se sobrepuso al error que iba a cometer cuando se dirigió a Luisa para intentar besarla.
Su esposa casi nunca iba al restaurante porque él se lo
prohibía, con el pretexto de que hacía mucho calor para andar por las calles, y de que no le gustaba que fuera debido al
tipo de clientela que acudía.
Pero la razón era otra y ella lo desconocía, además tampoco le interesaba ir al restaurante.
—¿Qué pasa?—. Le preguntó un poco serio su marido.
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J.David Villalobos
—¿Podrías sentarte un momentito?—. Le preguntó
tímidamente a su marido quien la observaba de pie.
Ella tenía que confesarle algo importante para los dos.
Bob tomó la silla volteándola al revés, para apoyar los
brazos cruzados en el respaldo. Trataba de que su esposa no
se acercara tanto, para no hacer pasar un mal rato a Luisa,
quien no perdía detalle de lo que ocurría.
—Fui al doctor—. Le comentó Gabriela.
—¿Qué te sucedió?
—Me sentía mal, y —Hizo una pausa antes de continuar— resultó que estoy embarazada.
Ella no sabía cómo lo iba a tomar. No lo tenían planeado.
Bob se quedó serio ante la noticia.
Recobrándose inmediatamente le preguntó:
—¿Cuántos meses tienes?
—Tres. —Hizo una pausa— Nacerá en Febrero.
Bob no dejaba de ver a su esposa.
Se quedaba mirándola pensativo. No hacía ningún gesto,
ni tampoco un comentario.
Pensaba en Luisa. ¿Qué dirá ella cuando lo sepa?
Y como adivinando que algo ocurría entre ellos, Luisa
se acercó con el pretexto de ofrecerles algo de beber.
—¿Quiere otra Coca-Cola?
—Si por favor—. Dijo Gabriela.
—¿Y usted señor?—. Le preguntó mirándolo fijamente
a los ojos.
Bob al sentir la mirada dura y fría de Luisa, la esquivó y
se volteó a ver a su esposa, quien permanecía esperando una
respuesta por parte de su esposo.
—¿Qué piensas?—. Preguntó Gabriela a su esposo.
—¿Sucede algo malo señora?—. Interrumpió Luisa al
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Un Paso muy Difícil
ver a Bob pensativo.
—No. —Le respondió— Solo que, estamos esperando
un bebé.
Al escucharla, la botella de Coca-Cola, se resbaló de
entre los dedos de Luisa, y se estrelló en el piso salpicando la
falda de Gabriela con algunas gotas.
—¡Discúlpeme! ¡Se me resbaló sin querer!
No era posible que ella estuviera embarazada. ¿Qué
pensaba hacer Bob? ¿En donde quedaría ella? ¿Se iría a divorciar de ella? ¿Iban a seguir juntos? ¿La abandonaría a ella
en lugar de a su esposa?
Esas y más preguntas pasaron por su mente en un instante, mientras recogía los vidrios rotos del piso.
Bob evitó mirarla y le dijo a su esposa:
—Ve para la casa. Allá platicamos.
—Está bien—. Dijo Gabriela bajando la mirada.
Pensó que era obvio que no le había alegrado la noticia.
Con la falda salpicada de Coca-Cola, se dirigió a la
puerta de salida. De pronto, recordó el dinero que necesitaba
para comprar los medicamentos, y se dio la vuelta.
Alcanzó a ver a Luisa que miraba furiosa a su marido.
No comprendía que pasaba. Todo sucedió tan rápido.
Vio cuando él trató de tomarla del brazo, pero ella lo
esquivó dirigiéndose con los restos de la botella rota, hacia la
cocina.
Alcanzó a ver en los ojos de su marido cierta desesperación y tristeza.
—¡Bob, el dinero!—. Fue lo único que acertó a decir.
Bob buscó dentro de su cartera unos billetes y se los dio
rápidamente a su esposa.
Ella bajó la mirada y de reojo volteó a la puerta de la
cocina, para ver si regresaba Luisa.
58
J.David Villalobos
Pero ella no volvió.
Se retiró del lugar presa de miles de pensamientos encontrados, y una angustia en el pecho. Creyó sentir que su
bebé también había percibido que algo no andaba bien.
Salió y se dirigió a su casa, pero antes se detendría en la
Botica.
No sabía que pensar. No sabía que pasaría.
Lo peor de todo era, que no sabía la suerte que correría
su bebé.
Rato después llegó a su casa y le comunicó la noticia a
su madre. No sabía cómo lo tomaría.
Todavía no alcanzaba a comprender esa extraña reacción por parte de su esposo.
—¿Cómo te fue con el padre? ¿Le diste mis saludos?
—Si “amá”—. Respondió como autómata.
—¿Qué te pasa chamaca? ¿Porque vienes así?
—¿Así? ¿Cómo?
—¡Ida, vienes como ida!—. Le respondió su madre
agriamente.
—Nada. Solo que fui a ver al doctor.
—¿Qué tienes? ¿Por fin te recetó algo para esos mareos?
—Si—. Respondió Gabriela.
Y como lo había dicho su madre, en efecto estaba ida.
—Pues. ¿Que tienes? ¡Habla ya!
Llenándose de valor y mirando a su madre directamente
a la cara, soltó lo que traía dentro.
—¡Estoy embarazada!
Le sucedió lo mismo a doña Lola que a Bob. Se quedó
sin habla. Tenía la boca abierta y sus ojos no dejaban de ver
a Gabriela quien se retorcía los dedos nerviosamente.
Pasados unos instantes, su madre recobró la postura y le
preguntó:
59
Un Paso muy Difícil
—¿Por qué no te cuidaste?
—¿Cómo?
—Yo no entiendo cómo se les ocurre traer hijos al mundo, si no se van a hacer cargo de cuidarlos. Luego es "una" la
que tiene que hacerse cargo de los “chiquillos”—. Dijo despectivamente.
Su comentario lo había dicho refiriéndose a los hijos de
Rodrigo, y que eran tres. Al paso del tiempo llegarían a tener
otros tres más, sumando seis hijos en total.
Gabriela sabía perfectamente que su madre mentía.
Ella nunca había querido hacerse cargo de ellos.
Siempre había dicho que "Si traen hijos al mundo es
cosa de sus hijos, no de ella".
Incluso cuando era visitada por su propio hijo y la esposa de él, doña Lola siempre estaba regañando y gritándoles a
sus nietos.
Los hijos de Rodrigo, el hermano mayor de Gabriela
eran Rodrigo de seis años, Elena de cinco y Rosario de cuatro. Ellos vivían a la vuelta de la casa de su madre. Por tal
motivo a veces los hijos de él iban de visita, pero sólo para
recibir gritos y quejas por parte de la abuela.
Así era el carácter detestable de la madre de Gabriela.
Doña Lola le dio la espalda a su hija, para volver a su
posición habitual, sentarse en su mecedora de madera frente
a la ventana que daba a la calle.
Gabriela se quedó de pié mirándola un momento antes
de oírla decir:
—A ver que dice tu padre cuando vuelva del trabajo.
60
J.David Villalobos
HIGH LIFE
Joel se despertó con la lengua pegada al paladar, debido
a la resequedad por causa de la bebida. Eran las siete de la
tarde cuando despertó y lo primero que buscó con la mirada,
fue la botella de brandy que tenía encima del ropero que estaba frente a su cama.
En la única silla que había dentro de la recámara, estaba
su “Gibson” eléctrica, la que había retirado Bernardo de la
cama para poder acostarlo. Sobre el buró de noche se encontraba una fotografía en blanco y negro, enmarcada en cartoncillo grueso de color blanco, en donde tenía impreso el nombre “Los Pinos”, y que era el lugar de donde provenía.
En la fotografía estaban los integrantes de la orquesta
“High Life”, y los músicos se encontraban de pie posando
para la foto. En la parte delantera de los atriles plegables
fabricados de “triplay”; los cuales servían para poner las
hojas de música, tenían rotulado el nombre de la orquesta:
—Orquesta HIGH LIFE—
Todos sus integrantes se mostraban sonrientes y parecían estar satisfechos de pertenecer a la orquesta.
Irónicamente el nombre había sido escogido por Joel, y
lo había tomado de una cerveza americana llamada así, y que
era la que él bebía cada vez que tenía oportunidad de cruzar
la frontera. Aunque también se vendía en el valle del “Yaqui”.
Esa mañana Joel no tenía la sonrisa de satisfacción y
orgullo que mostraba en la fotografía, sino todo lo contrario.
Lo agobiaba la “cruda” que comenzaba a sentir. Pero lo que
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Un Paso muy Difícil
más le preocupaba, era no saber ¿cómo? había llegado a su
casa. A pesar de las preocupaciones que tenía, pensó que un
buen trago era lo que más necesitaba en ese momento.
De lo demás, —Dios dirá—.
Se levantó de la cama para coger la botella, sintió un
ligero mareo y pensó: “En la madre, todavía ando <pedo>”.
A pesar de darse cabalmente cuenta de su situación,
tomó la botella y la pegó a su boca bebiendo desesperadamente, como si fuera un sediento en medio del desierto.
Una vez que sació su sed, se dirigió a la cómoda en
donde tenía su ropa y comenzó a hurgar dentro de los
cajones sin dejar de preguntarse: “¿En donde la puse? ¿En
donde la puse?”.
Continuaba buscando desesperadamente sin encontrar lo
que necesitaba. La desesperación y la ansiedad, comenzaron
a apoderarse de él. De un mueble que estaba destinado para
guardar las camisas, pasó al ropero y comenzó a buscar dentro de varios sacos que tenía colgados.
Comenzó con el saco de color negro y se decía: “No,
este no lo usé esta semana”.
Del negro pasó al de color café, y después al azul.
Sobre su rostro sudoroso escurrían gruesas gotas de sudor, las cuales se limpiaba con el dorso de la mano.
Cuando ya la desesperación se había apoderado de él, y
cuando estaba a punto de estallar, en su cara se dibujó una
sonrisa. Y sin poder evitarlo exclamó:
—¡Aquí estás “Juanita”!
Lo que estaba buscando Joel, era un estuche de cuerdas
para guitarra, hecho de cartón y forrado con vinil, en donde
tenía guardado adentro, una ración de mariguana con su
respectivo “papel arroz” para poder fumarla.
Con paciencia a pesar de los nervios que traía, logró
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J.David Villalobos
hacer el cigarrillo con la hierba. La mano le temblaba cuando
intentaba encender el cerillo.
Rozaba repetidas veces el cerillo en el borde de cajetilla,
sin poder lograr encenderlo.
—¡Chingada madre!—. Maldecía cada vez que no lograba encender la cabeza del cerillo.
La frente le sudaba copiosamente, y hacía que el sudor
resbalara y fuera a detenerse sobre el piso de la recámara,
pasando por la comisura de sus labios, hasta humedecer el
cigarrillo. En un momento desesperado y de buena suerte,
logró encender el cerillo. Todo su cuerpo se detuvo por un
instante, para poder encender a su “Juanita”.
Joel inhalaba el humo de la hierba, haciendo que lo
transportara a otras dimensiones desconocidas para muchos,
pero ya conocidas por él. Sus amigos desconocían la adicción que tenía Joel. El había preferido no decirles, pues no
sabía cómo iban a reaccionar. Había adquirido esa nueva
adicción cuando se fue a vivir a Nogales.
Había conocido a un entrenador de un equipo de beisbol,
y que según él, usaba el alcohol impregnado de mariguana,
para darles masaje a los jugadores. Se habían conocido en un
bar y se hicieron “amigos”.
El entrenador admiraba a Joel por pertenecer a la “High
Life”, debido a que la orquesta era muy conocida y famosa
por toda la región. Por su parte; Joel lo admiraba y además lo
envidiaba; por estar cerca del equipo del cual él era fanático.
Fue así como este entrenador surtía a Joel de mariguana.
Tirado sobre la cama y mirando al techo, se encontraba
más relajado y disfrutando de los efectos que le causaba la
“hierba”.
Tras unos momentos más sobre la cama, la sudoración y
los nervios se fueron calmando así como su angustia.
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Un Paso muy Difícil
Ya no importaba nada sobre la noche anterior.
Lo importante era ese mismo instante.
Pasada una hora de descanso pensó: “¡Chingados! Tengo que ir a trabajar. Hoy me la corto”.
Joel a pesar de su edad, era soltero y recibía una buena
suma de dinero proveniente de la orquesta, la cual solo actuaba de viernes a domingo. Lo malo era que Joel todo lo
despilfarraba en parrandas, y en el consumo de la mariguana.
Miró su reloj de pulso que señalaban las ocho de la noche. Disponía de una hora para prepararse y dirigirse a su
trabajo.
Con cierto desgano y flojera, se levantó para darse una
ducha de agua fría. No tenía “combustible” para el calentador de agua, además de que no era muy común darse un baño con agua caliente en esa época de calor.
El referido combustible no era otra cosa más, que aserrín
remojado en petróleo y que venía dentro de una bolsa de
papel. Era de forma cilíndrica y se colocaba dentro del calentador de agua. Se encendía con facilidad, y calentaba el agua
inmediatamente.
Mientras se duchaba tarareaba la canción “El tercer
hombre”, que era la que más le gustaba porque podía lucirse
ejecutando el “solo” de guitarra que llevaba esa melodía.
Cuando Carol Reed estaba pensando en 1948 dirigir la
película “El tercer hombre", escuchó a Anton Karas tocar la
cítara, y decidió que él sería quien pondría la música a su
inmortal película. En ese tiempo era una canción muy de
moda, y esa canción tendría algo muy significativo en la vida
de Joel.
Cuando hubo terminado de ducharse, se sintió más animado y su humor había cambiado.
Se colocó su reloj y miró la hora. Le quedaban cuarenta
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J.David Villalobos
minutos para vestirse y tomar un taxi, tenía que estar quince
minutos antes de las nueve de la noche para afinar los instrumentos.
Joel era de los que no soportaban la impuntualidad, y
ese día parecía que estaba faltando a sus propias reglas.
Antes de salir de su casa, miró la botella que contenía
menos de la mitad de brandy, y sin pensarlo dos veces, pegó
de nuevo la boca a la botella. No pudo evitar hacer gestos al
sentir el sabor del brandy correr por su garganta.
—Buenas noches don Joel—. Lo saludó el portero que
abría las puertas a los vehículos de los clientes que iban llegando a “Los Pinos”.
Una gran marquesina iluminada con focos de colores,
que se encendían y se apagaban, girando en dirección a las
manecillas del reloj, anunciaba la orquesta “High Life” y los
días de su presentación.
Joel al bajar del taxi se detuvo mirando lleno de orgullo
la marquesina y respondió al saludo:
—Buenas noches Felipe.
Llegó a la entrada del salón y se encontró con el dueño
del establecimiento.
—Buenas noches don Carlos. ¿Cómo "pinta" el lugar?
—Muy bien don Joel. Tenemos algunas reservaciones
para hoy sábado, y mire —Dijo sonriendo a la vez que
señalaba hacia dentro del lugar— ya tenemos casi lleno.
El lugar era bastante amplio y tenía capacidad para 350
personas.
Tenía mesas desde dos personas hasta para seis.
El dueño del establecimiento había sabido sacar provecho de cada rincón y había colocado una mesa en cada espacio vacío. Lo visitaban todo tipo de gente, incluso desde el
país fronterizo.
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Un Paso muy Difícil
La pista de baile era amplia y el foro de la orquesta lucía
espectacular. Las cortinas que cubrían el escenario de la orquesta, eran de color marfil y se encontraban cerradas en ese
momento. Al iniciar la presentación de la orquesta, un empleado iba recorriendo las cortinas lentamente al sonido de la
música.
—¿Quiere tomar algo antes de empezar?—. Le preguntó
Carlos Manríquez el propietario del lugar.
Joel con grandes aires de artista aceptó y dijo:
—Que me lleven un brandy con una soda al camerino.
—En un momento se lo mando don Joel.
Y dirigiéndose Manríquez a un mesero que se encontraba cerca de una mesa vacía esperando a la clientela, le dio la
orden:
—Llévale una copa a don Joel a su camerino, pero
¡Rápido!
Joel de dirigió al camerino pleno de satisfacción al escuchar al propietario. No pudo evitar una sonrisa de triunfo, de
saber que todo se le consentía debido a la reputación de la
que gozaba, por ser el fundador y director de esa famosa
orquesta.
Entró al escenario por una de las puertas que se encontraban a los costados, y que eran exclusivamente para ese fin.
Se encontró con sus músicos listos para ocupar sus puestos e
iniciar la afinación de sus respectivos instrumentos.
Detrás de las cortinas, Joel y sus músicos podían escuchar los murmullos y voces de la concurrencia que ya empezaba a llenar el lugar.
La orquesta se componía de tres trompetas, dos trombones de vara, cinco saxofones, de los cuales dos de ellos eran
contra-altos, dos tenores, y un barítono. Además contaba con
percusiones, como tumbas y bongos.
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J.David Villalobos
La batería colocada al centro de la orquesta tenía en el
centro del “bombo”, el nombre de la orquesta en forma de
círculo.
Contaba con un contrabajo y dos guitarras eléctricas, de
las cuales Joel tocaba una de ellas.
A un costado del escenario, adosado a la pared estaba el
piano vertical tipo “pianola”, y que tenía colocado un micrófono en el interior para amplificar su sonido.
En un momento llegó el mesero con el brandy.
—Aquí tiene su brandy don Joel—. Le dijo, y Joel lo
apuró de un solo trago.
Sus músicos intercambiaron miradas y alguno que otro
sonrió a medias, al ver la rapidez con la que lo bebió.
Faltando cinco minutos para las nueve de la noche, los
músicos llevaron a cabo la tarea de afinar sus instrumentos.
La cacofonía que se escuchaba detrás de las grandes y
pesadas cortinas, producía una excitación y nerviosismo en
la clientela, que esperaba ansiosa su presentación. La combinación de sonidos de todos los instrumentos escuchándose al
mismo tiempo, creaba más expectación entre los presentes.
Finalizada la afinación, se produjo tal silencio que parecía que podría escucharse el zumbido de una abeja. La
razón era porque la clientela permanecía a la espera de que
iniciara su presentación la orquesta.
Suavemente se dejó escuchar el tema musical “Only
you” que hubieron interpretados “The Platters”, el grupo
musical estadounidense formado en Los Ángeles en 1953, y
disuelto a finales de los años 1960. El grupo musical estaba
compuesto por cuatro hombres y una mujer.
Las cortinas comenzaron lentamente a recorrerse del
centro hacia los costados. La ovación de los presentes no se
hizo esperar.
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Un Paso muy Difícil
En el gran salón se escuchaban los aplausos y los vítores.
Joel miraba extasiado hacia la concurrencia, quienes se
deleitaban con la música de su orquesta sin atreverse todavía
a poner un pie sobre la pista de baile. No querían romper ese
momento mágico y sublime que hacía que los caballeros se
sintieran orgullos de portar esos elegantes trajes, y de haber
complacido a sus bellas acompañantes que también elegantemente vestidas con sus mejores prendas, sentían sus cuerpos vibrar de emoción.
Las lágrimas emotivas se hacían presentes en ellas, al
sentirse dichosas de estar en compañía de su ser amado y
disfrutando de una exquisita cena, deliciosas bebidas, y de
una buena música con la orquesta “High Life”.
Los clientes asiduos al lugar conocían de antemano el
ritual de la orquesta, y por esa razón no habían pisado la pista de baile todavía.
Las luces del salón comenzaron a languidecer, hasta
quedar a media luz.
Una vez finalizada la interpretación musical de “The
Platters” la ovación no se hizo esperar y Joel tomó el micrófono para dirigirse a la concurrencia.
Un empleado del lugar que controlaba las luces del escenario y de la pista de baile, dirigió la luz del reflector que
se encontraba sobre un balcón del segundo piso, e iluminó la
figura de Joel.
—Respetable público. Buenas noches. Sean ustedes
bienvenidos a esta su casa. ¡Los Pinos!
Se escucharon en algunas mesas lejanas, algunos aplausos.
—Su servidor Joel Valverde, a nombre de la orquesta
“High Life” les da la más cordial bienvenida. Esperamos que
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disfruten ustedes, de una velada romántica, al sonido de…
—Joel hizo una pausa— la orquesta ¡High Life!
Al terminar la presentación, los músicos iniciaron inmediatamente con el tema musical “El mar”, el cual ya lo tenían preparado.
Fue entonces cuando la concurrencia se dirigió a la pista
de baile, para disfrutar de la larga noche que tenían por delante.
La velada terminaría a las dos de la madrugada.
Pero no para Joel…..
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Un Paso muy Difícil
DIAS DE INFANCIA
Al abrir los ojos cada mañana, veía ese calendario que
tenía las fechas 1963-1964, colgando de un clavo en la pared, y que se mecía de vez en cuando con el aire del ventilador “GE”, que había logrado sobrevivir al estrellarlo mi
padre tiempo atrás, contra el espejo. Tenía rota la cubierta de
la parte trasera, y se le podían ver el motor y los cables.
El calendario tenía a un bebé desnudo, que sonreía y que
se encontraba boca abajo.
El bullicio dentro de la casa, y el sonido tan alto de la
voz que usaba mi madre para hablar, me despertó. Era la
hora en que mi hermana se tenía que ir a la escuela, la cual
se encontraba en la esquina de nuestra casa, en la calle Yáñez 53, a pocas cuadras del malecón, el cual casi nunca visitábamos.
Mi padre continuaba dormido, o al menos eso lo parecía.
Mi madre seguía hablando en voz alta que podría interpretarse como “gritando”, y tal parecía que eso a mi padre no
le incomodaba o ya estaba acostumbrado, o en el peor de los
casos, prefería “aguantarse”.
Tal vez, creo que esa era la razón por la cual mi padre
prefería estar fuera de la casa, para no escuchar todo el día la
voz ruidosa de mi madre.
—¡Ándale Angélica! Que te vaya bien ¡Cuídate mucho,
no te vayas a caer! ¡Pon atención a la maestra!
Todas esas recomendaciones, se las decía mi madre a mi
hermana mientras se iba caminando a la escuela. Los gritos
de despedida, podían escucharse a varios metros a la redonda. Después de esa cantaleta que día tras día mi madre repetía, regresaba a la cama no sin antes tomar una taza de
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J.David Villalobos
café.
Como ya no podía dormirme de nuevo, me quedaba
unos momentos más en la cama, esperando a que ella regresara a su cama, para así poder salir a la calle.
Quería ver la vida pasar frente a mis ojos sentado en el
escalón de la entrada de la casa.
Me parecía como si hubiera estado viviendo en otra dimensión y hubiera llegado de repente a la vida. Todo era
nuevo y extraño para mí.
Me llegué a preguntar: “¿Qué siente la gente? ¿Sentirá
lo mismo que yo?”. Yo veía, sentía y caminaba. No entendía
por qué tenía vida y por qué podía caminar. Me pareció que
no debería herir ni lastimar, o dañar a nadie. Pero la vida me
cambió con los primeros golpes que me dio mi madre, y que
esa era la única forma como nos educaba. ¡Su única forma!
También me preguntaba: “¿Por qué sentía dolor con los
golpes?”.
Me entretenía mirando mis manos, mis dedos y me quedaba absorto estudiando mi cuerpo, la naturaleza, las hormigas, el árbol gigante que estaba enfrente de nuestra casa, las
hojas caer, las nubes, los animales, la gente, los vehículos.
Sentía sobre mi piel el calor del sol.
Podía pensar, pero también no podía dejar de pensar.
Me gustaba deleitarme con todas esas cosas y no ser
interrumpido por nadie. Me gustaba ver como pasaban por
delante de mí los camiones, tractores, automóviles y me preguntaba: “¿Cómo funcionan?”.
Me sentaba todas las mañanas y parte de las tardes en
ese pequeño escalón de la puerta, mirando de nuevo los automóviles, los perros, y a la gente ir y venir.
Un día una pareja de jóvenes me vio absorto en mis pensamientos, y fueron interrumpidos de repente por un joven
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Un Paso muy Difícil
quien me hizo un regalo.
Era un “balero” hecho con una lata de cerveza “Tecate”,
y que estaba atada a un palillo con un pedazo de cuerda. Qué
ironía, una “Tecate” era lo que mi padre bebía por las mañanas al despertar, después de una borrachera.
Una vez que mi padre se hubo levantado, fui corriendo
feliz y emocionado a mostrárselo. Me enseñó cómo funcionaba. Debía tratar de insertar el palillo en la boca de la lata.
Nada difícil tomando en cuenta el diámetro de la boca de la
lata, en comparación con el palillo.
Lo noté molesto y murmuró algo inaudible. Creo que el
motivo de su molestia, fue el hecho de que a él no se le había
ocurrido hacer un juguete semejante para su hijo, y dedicarle
el tiempo suficiente para enseñarle a como jugarlo.
La gente me consideraba un niño con retraso mental o
con problemas de conducta. O que tal vez podría padecer
algún tipo de sufrimiento, por el modo en cómo me perdía
dentro de mí mismo.
Lo que realmente sucedía conmigo, era que me encontraba distraído. Me deleitaba con la nueva vida que empezaba a conocer. Como si estuviera recabando información para
mi pequeña mente. Me estaba volviendo analítico.
Yo me consideraba un niño muy inteligente y muy estudioso, pero siempre y cuando la maestra fuera bonita y
además joven. Con el tiempo llegaría a tener problemas en
las escuelas con los maestros varones y maestras ancianas.
Me gustaba también perder el tiempo contando y contando nuevamente las cosas, y cerrar cantidades o números.
Contaba cuadros en la pared del salón de clases. Contaba cuantos ángulos rectos había en cada cosa, cada ventana,
cada puerta o simplemente en el escritorio de la maestra.
Contaba los ladrillos de la pared y me regresaba contándolos
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J.David Villalobos
al revés. También contaba cuantos colores había en algún
objeto, y trataba de cerrarlas a cantidades exactas.
Nunca pude “cerrar” a diez los colores del arcoíris.
Me causaba desesperación no poder cerrarlos. ¿Por qué
tenían siete y no diez o quince los colores? ¿De dónde podía
agregar otro objeto parecido al arcoíris, para poder cerrarlo a
diez la cuenta? Simplemente me derrotaba al no poder encontrar un objeto parecido al arcoíris, u otro color de alguna
otra parte.
Las cantidades no debían ser nueve u ocho, sino buscar
más cosas, más ángulos y hacer que cerraran en cantidades
exactas como diez o quince, o veinte objetos.
Aparte de todas esas cosas, me sentía diferente.
También sentía que era un cobarde.
Tenía miedo a pelear, a las niñas, a los juegos rudos
como jugar “luchas” o futbol y llegar a salir lastimado. Pero
llegaría a jugarlos tiempo después en mi adolescencia. Incluso llegaría a jugar a las “luchas” con mi hermano causándole
enojo a mi madre. Siempre nos repetía la frase "Juego de
manos es de villanos" y sin previo aviso, ya estaba dándonos
de golpes en la espalda con lo que tuviera en la mano.
Me sentía diferente porque era un niño bonito y más
blanco que los demás niños. Con el tiempo eso me causaría
problemas y envidias con los chicos de mi edad.
Todo esto pensaba mientras permanecía sentado en el
escaloncillo, esperando hasta que mi madre despertara y me
llamara para darme de desayunar “café con leche”.
Cuando escuchaba la voz de mi madre hablando con mi
padre, comprendía que ya era hora de desayunar.
No podía pedir el desayuno, mucho menos exigirlo.
Tenía que esperar a que ella me llamara, no antes. No tenía
la suficiente confianza para platicar con ellos.
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Un Paso muy Difícil
Mientras mi madre calentaba el café y la leche, me distraía deambulando por la casa mirando a los pollitos recién
nacidos, las gallinas y el gallo que teníamos en la parte trasera de la casa.
Le tenía pavor al gallo, porque siempre me atacaba y me
picoteaba las piernas, dejándome heridas graves y sangrando. Eso le causaba mucha gracia a mi madre.
Cuando no tenía nada que hacer, por las tardes me obligaba a salir al patio para que le trajera algo que ella supuestamente quería.
Ese era el pretexto, pero lo que le gustaba era ver cómo
me perseguía el gallo por todo el patio, hasta lograr alcanzarme y picarme las piernas.
Mi madre se desternillaba de risa, y no hacía absolutamente nada para evitar ser picoteado por el ave, ni tampoco
al ver mi llanto ni el terror que le tenía a ese maldito gallo.
En lugar de eso me regañaba:
—¡No seas “collón”!—. Y continuaba sentada en el escalón de la puerta que daba al patio.
Cuando mi padre salía al patio yo salía con él, ya que no
permitía que se me acercara el gallo. Cada vez que el gallo
trataba de picotearme, mi padre lo alejaba de mí.
Después llegaron a mi vida los primeros momentos terribles, llenos de tristeza y de culpabilidad.
Eso sucedió cuando nacieron los pollitos. Eran tan lindos y tiernos con su bello pelaje color amarillo.
Una vez que salí al patio, los pollitos se acercaron a mí,
y por tratar de huir del gallo, no tuve el cuidado suficiente
para no pisarlos y sucedió la desgracia: Aplasté a uno.
Mi padre escuchó el llanto hasta la recámara, —si se
podría definir como llanto— al sonido que hizo el pollo al
sentir todo mi peso y desprenderle la piel de su frágil cuerpo.
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J.David Villalobos
El desagradable y triste el aspecto que ofrecía a la vista
el pollo aplastado, con la piel desprendida por un costado de
su cuerpo, mostrando las carnes interna, corriendo para tratar
de encontrar a su madre y refugiarse debajo de sus plumas.
Era parecido al de un automóvil con el volante doblado hacia
un solo sentido, dando vueltas infinidad de veces.
El pollo corría pero no lograba llegar a ningún lado, solo
giraba y giraba hacia un solo lado, con el sentido de orientación perdido.
Me quedaba mirando lleno de espanto, su piel rosada
desnuda sin plumas.
El sentimiento de culpa que sentía no lo podía aplacar.
Mi padre gritó molesto desde adentro:
—¿Ya aplastaron algún pollo?
Salió al patio solo para ver como el ave, pillando daba
vueltas desesperado sin saber hacia dónde dirigirse.
—¿Por qué no se fijan por donde caminan?
Usaba la palabra en plural cuando alguno era regañado,
para que los demás aprendiéramos de la lección.
Mi padre sabía lo que tenía que hacer.
Era un trabajo sucio y desagradable, pero alguien tenía
que hacerlo. Yo tenía prohibido llorar o lamentarme. Había
sido mi culpa, y tenía que aprender a enfrentarlo. Mi padre
me prohibió que me metiera a la casa.
Trataba de hacer que aprendiera la lección para que no
volviera a suceder. Claro que no la aprendí.
Pienso que los pollitos debieron aprenderla. Ellos eran
los que corrían a nosotros cada vez que salíamos al patio.
Mi padre tomó al animalito y sin pensarlo dos veces, lo
estrelló contra la pared trasera del patio.
El dolor, la tristeza y la impotencia ante la muerte de un
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Un Paso muy Difícil
ser vivo, es algo que ningún niño a la edad de cinco años
puede soportarlo, y menos al no poder desahogarse, aunque
solo fuera en llanto.
Creo que a mi padre le dolió tanto como a nosotros, por
tener que realizar esa tarea tan desagradable. Pero creo que
no había otra opción, y era lo mejor para esas infelices aves.
Fue un paso muy difícil para mi padre, pero tuvo que
llevarlo a cabo. Pero más difícil para mí fue presenciarlo.
Una vez terminado el sacrificio del ave, mi padre me
obligó a cavar un hoyo cerca de un gran árbol que estaba en
el patio de la casa, para enterrar al ave que había sido aplastada y estrellada.
Tuve otras dos experiencias más con esos pollitos, y mi
padre volvió a repetir la misma operación.
De los ocho o nueve pollitos que nacieron, solo quedaron tres o cuatro, ya que mi hermana también cometió el
mismo error que yo, pero ella no era obligada a ver como
terminaban sus días los pollos.
El otro terror era al águila que se acercaba a la casa y se
posaba en una de las ramas del gran árbol.
Mi madre nos gritaba:
—¡Métanse! ¡Métanse! ¡Les va a sacar los ojos!
Lo que el ave depredadora buscaba, eran los últimos
pollos vivos que aún quedaban. Nunca vimos cómo ni cuándo se los llevó de uno por uno.
Ni la gallina ni el gallo pudieron hacer absolutamente
nada. No se escuchó ni un “pio” como decía mi madre. Así
terminaron los días de esas pobres e infelices avecillas.
A veces me preguntaba si mis padres habían deseado
que yo naciera, pero no supe realmente si deseaban otro hijo.
Tampoco pude saber si fui producto de la casualidad,
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J.David Villalobos
pero de lo que sí estoy seguro es, que mi padre siempre quiso
tener un hijo varón.
El me comentaría años posteriores, que mi nombre lo
escogió porque yo iba a ser como el profeta Daniel.
En el libro de Ezequiel nombra a Daniel, como una persona de excepcional sabiduría y rectitud. Creo que esos valores que él había perdido a causa de las continuas borracheras, deseaba preservarlos a través de mí.
Cuando nací, mi padre tuvo sus dudas de que yo fuera su
hijo debido a que Angélica mi hermana, tenía el cabello rubio y los ojos verdes, y yo no. Tiempo después nació mi
hermano Miguel y también nació con los ojos verdes y el
cabello rubio. Eso creo que hizo que se acrecentaran sus dudas.
Cuando nací mi padre dijo:
—Tiene el pelo oscuro.
Sin dejar de mirarme comentó:
—Tampoco tiene los ojos verdes. No parece ser hijo
mío.
Mi madre aún en la cama del hospital, e indignada por
su comentario le mostró sus manos y le dijo:
—¿Ves estas manos? ¿Son iguales? ¿Verdad que son
diferentes? Pero pertenecen al mismo cuerpo.
Mi padre no dijo nada, solo que él fue muy castigador
conmigo.
Cuando mi hermana me vio en la cuna por primera vez,
me quiso rasguñar la cara debido a los celos.
Recuerdo una ocasión en que mi hermana estaba jugando muy cerca de la pared, vi a un alacrán que venía descendiendo hasta posarse cerca de su brazo. No sé que me pasó,
ni entiendo la razón, pero me quedé hipnotizado.
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Un Paso muy Difícil
No pude gritar ni prevenirle. No sé si estaba asombrado,
o atemorizado. Vi cuando levantó la cola y la acercó hasta el
brazo para picarle. Mi hermana grito tan fuerte a causa del
dolor, al sentir que le quemaba el aguijón, que hizo que mi
madre llegara asustada corriendo hasta ella.
—¿Qué te pasó? ¿Qué tienes hija?
—¡Le picó un alacrán!—. Le dije.
—¿Dónde? ¿En dónde?—. Preguntó mi madre casi llorando de angustia.
—¡En el brazo! ¡En el brazo!—. Repetí nervioso.
—¿En dónde está? ¿En dónde está?
—¡Ya se fue para arriba!—. Le dije señalando el techo
viendo como se escapaba.
Mi hermana fue llevada al hospital para ser atendida por
un médico, mientras mi hermano y yo nos quedábamos solos
en la casa. No sé que me pasó.
¿Por qué no la previne? ¿Acaso era solo curiosidad por
saber cómo atacaban esos bichos? ¿O era mi resentimiento
porque quiso agredirme cuando nací?
Esas y más preguntas me hice durante toda mi vida, y
no encontré ninguna respuesta. No lo sé aún.
La alegría de saber que había llegado a la ciudad el circo
de los “Hermanos Atayde” me fascinaba.
Desfilaban por las calles de Guaymas la caravana del
circo, donde había payasos, elefantes, cebras, leones enjaulados, chimpancés, hasta un camello.
—¡Circo de los hermanos Atayde los invita a usted y a
su familia, esta y todas las noches a sus dos funciones, seis y
ocho de la noche!—. Se podía escuchar la voz en el parlante
de un Volkswagen viejo, que tenía leones y caballos pintados
sobre las puertas.
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J.David Villalobos
—¡Lleve a sus niños señora! —Repetía el conductor
por el micrófono— ¡Haga feliz a sus hijos! ¡Tráigalos a la
función del circo Atayde!
Yo esperaba que mi madre lo escuchara para que nos
llevara esa noche al circo. Pero no fue esa noche ni las siguientes, sino hasta cuando el circo casi se iba a ir de la ciudad. Hasta ese día fue cuando nuestros padres nos pudieron
llevar.
Antes de llevarnos a la función mi padre nos llevó primero a la feria. Miraba la “rueda de la fortuna” a la que le
tenía miedo. También estaba el carrusel y su gran variedad
de animales que subían y bajaban al ritmo de la música
mientras giraban interminablemente. Lo disfrutaba todo.
Yo quería subirme a los “carritos chocones”, pero no se
lo permitían a los niños menores como yo.
Me gustaba disparar al tiro al blanco con un rifle que
arrojaba balines de plomo. Todo era alegría.
Pero la alegría se convertiría en horror.
Ya era de noche y nos disponíamos a retirarnos a la casa, cuando a mi padre se le ocurrió la idea de que fuéramos a
ver más de cerca, a los animales que estaban enjaulados.
Pasamos cerca de ellos y pude ver a un tigre de bengala
pasear nervioso dentro de su jaula. Sus gruñidos me contagiaron su nerviosismo, y mi corazón parecía que se quería
salir de mi pecho.
Estaba asombrado de ver lo enorme que era.
Seguimos paseando por los alrededores del circo, y vimos al elefante que estaba sujetado a una gran cadena, por
una de sus enormes patas delanteras. De vez en cuando levantaba la pata, tratando de sacudirse la pesada cadena mientras comía, eso hacía que el sonido de la cadena lo hiciera
parecer más temible.
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Un Paso muy Difícil
Alcancé a escuchar el gruñido de los leones enjaulados a
lo lejos, el relinchar de las cebras o caballos.
Una de las atracciones que tenía el circo, eran unos
monstruos a los que mi padre nunca nos quiso llevar a verlos. Cuando ya estábamos a punto de finalizar el recorrido
por entre las jaulas y carromatos del circo, nos topamos con
esos monstruos.
Había un remolque cerrado en donde tenía pintadas, por
la parte exterior; las imágenes a colores y en forma horripilante, de los monstruos, los cuales supuestamente se encontraban encerrados en el interior.
Mi madre nos dijo:
—Ahí están los monstruos que se comen a los niños.
La inquietud se apoderó de mí y le pregunté:
—¿Por qué se los comen?
—Por portarse mal y no obedecer a sus papás.
Mi madre sabía cómo manipularnos y lo disfrutaba.
Era realmente sádica con nosotros.
Utilizaba el infierno, el diablo y esos monstruos como
medio para poder controlarnos.
Llegamos a la casa y no podía dejar de pensar en esas
horribles imágenes que había visto en la parte exterior del
carro.
A la noche siguiente sucedió algo que hizo que mi madre estuviera molesta con nosotros. No recuerdo la razón.
Nos estaba regañando por algún motivo, y como no lograba hacernos llorar debido al regaño, soltó la “bomba”.
—Los voy a llevar con los monstruos para que se los
coman.
Yo comencé a llorar de pánico. Aún tenía grabadas en
mi mente, las imágenes que había visto afuera del remolque
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J.David Villalobos
y que me causaban terror. Tenían dos cabezas y colmillos, y
garras en las manos.
—¡Nooo!—. Grité aterrado.
—¡Siii! ¡Los voy a llevar mañana!—. Nos dijo mi madre
añadiendo sadismo en sus palabras, y adoptando una cara
diabólica.
A mi llanto se unió mi hermana. Mi hermano sin comprender la razón de nuestros llantos, ya que apenas contaba
con tres años de edad, se unió también a nuestro llanto.
Mi madre insistía con lo mismo, y nosotros no parábamos de llorar a causa del miedo. Le imprimía más terror a
sus amenazas diciéndonos cosas más aterradoras.
Mi padre dejó de reír de las ocurrencias que decía mi
madre, porque había llegado la situación a un estado en que
se volvió insoportable y dramática para él.
De pronto vio que yo era presa de un ataque de pánico.
Ya no lloraba, solo me convulsionada del miedo. Me encontraba en shock y solo gemía.
Preocupado por mí, le dijo a mi madre:
—¡Ya déjalo en paz!
Pero parecía que mi madre se encontraba poseída.
—¡Siii! los voy a llevar a que se los coman mañana.
Hizo una pausa para dar más suspenso a sus palabras y
nos dijo:
—Mejor ahorita mismo me los llevo.
—¡Ya déjalo!—. Alzó la voz mi padre ordenándole.
Ella se alejó de nosotros hacia la cocina, no sin antes
lanzarnos una mirada llena de odio.
En silencio para que mi padre no la escuchara nos hizo
un gesto que significa la muerte. Se pasó el dedo por el cuello como si fuera un cuchillo que cortaba la garganta.
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Un Paso muy Difícil
La vi, y era tanto mi terror, que temblaba y me convulsionaba.
—¡Toma agua Daniel!—. Me dio mi padre de beber en
un vaso.
Yo bebí presa del pánico y mi cuerpo no dejaba de temblar. Mi padre me sostuvo entre sus brazos y me llevó a la
improvisada cama, que ya estaba lista, y que eran las cuatro
sillas del comedor.
Mi padre me acostó sobre las sillas, y el temblor de mi
cuerpo aún no cesaba. No me atrevía a acercarme a mi padre.
Ellos debían hacerlo.
Si no lo hacían, no podíamos ni debíamos hacerlo.
¡Cuánto! deseaba sentir el abrazo de mi padre en ese
momento. Quería que me diera tranquilidad y protección en
esa noche de terror y de angustia. En su lugar, me refugié en
la almohada la que sería mi compañera hasta los siete años
de edad, para después ser reemplazada por un oso de peluche.
Me quedé abrazando a la almohada que estaba rellena de
plumas, y el temblor fue desapareciendo poco a poco hasta
quedarme dormido.
Nunca entendí porque mi madre disfrutaba de verme
perseguido por el gallo y de verme aterrado con las amenazas de los monstruos.
Años después llegaría a saber el origen de esos monstruos, que no eran otra cosa más, que fetos de animales dentro de un frasco lleno de formol, los cuales no habían conseguido desarrollarse, o que nacieron con deformidades.
Otros de los temores que mi madre sacaba a relucir en
exceso era el temor a Dios.
Usaba la muy trillada frase: “Te va a castigar Dios”.
Cuando llegaba a ocurrirme algo malo, yo llegué a creer
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J.David Villalobos
que realmente me había castigado.
Llegué a temerle a Dios.
Con respecto al Diablo, mi madre siempre decía que me
iba a quemar en el infierno. Ella disfrutaba enseñándome las
imágenes del infierno y del purgatorio que llegaban a sus
manos. A veces no podía dormir por recordar esas imágenes
del demonio, el infierno, y a la gente quemándose.
Con respecto al sexo, también me tenía muy bien dominado.
Llegamos a Nogales en tiempo de frío para visitar a la
abuela “Lolita”. A la hora de dormir, ni el calor del fogón, ni
la cantidad de cobijas que teníamos encima, podían calmar el
temblor de mi cuerpo. Me hice ovillo y metí las manos entre
mis rodillas.
Mi madre estaba en la misma cama conmigo, cubierta
hasta la cabeza. La luz de una veladora iluminaba tenuemente el cuarto. Estaba encendida debajo del cuadro de mi abuelo Miguel, fallecido hacía un tiempo. No lo conocí debido a
que murió cuando yo aún no nacía.
Cuando metí las manos entre mis rodillas, mi madre
molesta me dijo en voz baja:
—¡Saca las manos de ahí! No te estés tocando la “cochina”.
Así le decía mi madre a las partes sexuales, ya sea que
fueran de varón o de hembra. Las retiré sin comprender a
que se refería, pues me encontraba completamente dormido
y nunca toqué mis partes sexuales. Ella me había despertado
con su regaño. A pesar del frío que sentía me volví a dormir,
pero con las manos fuera de la “cochina”.
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Un Paso muy Difícil
EL ENCUENTRO
El domingo por la mañana el marido de Gabriela la
despertó suavemente.
—Gaby, Gaby.
A pesar de la pesadez, logró incorporarse todavía adormilada y le preguntó:
—¿Qué pasa Bob?
—¿Quieres acompañarme al restaurante para desayunar?
Ella no entendía el extraño comportamiento de él, puesto que casi nunca le gustaba que ella fuera.
—Si, nada más me doy un baño—. Le respondió.
Gabriela había aceptado, ya que era día de ir a la iglesia
con su madre, y en verdad no tenía muchos deseos de salir
con ella. Por tal motivo aceptó la invitación de su marido.
Más tarde, a las nueve de la mañana ella y su marido
llegaban al restaurante.
Luisa descansaba los domingos, y las meseras Lupe y
María llegaban hasta las doce del mediodía.
Gabriela se sentó en una de las mesas vacías, mientras
su marido abría las ventanas del establecimiento y encendía
los ventiladores del techo.
Los domingos a la hora de la comida, era de un ambiente más familiar. Pero por la noche seguía siendo igual que
todos los días.
Bob colocó varias monedas en la sinfonola, y escogió
música al azar.
Lo que él intentaba hacer, era que su esposa no estuviera
tan aburrida mientras él permanecía en la cocina.
Gabriela se quedó sola leyendo el “Noroeste”, el periódico que había comprado Bob de camino al restaurante.
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J.David Villalobos
Eran aproximadamente las diez de la mañana cuando
entraron tres hombres al restaurante, y uno de ellos preguntó:
—¿Hay servicio?
—Sí. Digo, no—. Respondió Gabriela.
Bernardo preguntó seriamente.
—Por fin. ¿Hay o no lo hay?
—No se —Contestó tímidamente ella— Déjeme preguntar.
Gabriela se dirigió al fondo del restaurante para avisar a
su marido, mientras Joel la seguía con la mirada.
Ella se cohibió ante su mirada y sintió que la traspasaba.
—Bob. ¿Hay servicio ahorita?
—¿Por qué?
—Hay tres señores que preguntan.
—Ahí voy.
Bob salió de la cocina y se dirigió a ellos.
—¡Hi! ¿How are you?
A Bob le gustaba siempre saludar primero en su idioma.
—¿Cómo están señores?
—¿Hay servicio?—. Preguntó en esta ocasión Roberto.
—¡Claro! ¿Qué se les ofrece?
—Solo unas cervezas y nos vamos—. Intervino Joel sin
dejar de ver a Gabriela quien venía saliendo detrás de su
marido.
Lucía esplendorosa con un vestido color azul celeste que
traía puesto, y estaba ceñido a la cintura con un cinturón color azul marino. Traía puestas como siempre solía usar, unas
zapatillas de piso del mismo color que el cinturón. Ella regresó a su asiento y no pudo evitar mirarlo a los ojos, pero
inmediatamente esquivó la mirada hacia su esposo, quien
seguía atendiéndolos.
—¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Siéntense y en un momento
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Un Paso muy Difícil
les traigo las cervezas!
No era raro que los domingos hubiera clientela desde
temprano.
Bob se dirigió a una mesa y les ofreció las sillas, quienes
Joel y los hermanos Ramírez se sentaron.
Mientras el marido de Gabriela iba detrás de la barra
para sacar las cervezas de la hielera, ella buscó con la mirada
a Joel.
Sus miradas se encontraron, pues Joel no había dejado
de mirarla ni un solo momento. Ella sintió como si el piso se
hundiera, sintiendo en el estomago un gran vacío. Jamás
había sentido esa sensación, sintió que su corazón se detenía
a causa de la emoción que estaba sintiendo. Sintió su respiración agitada, y sintió cómo se le recortaba.
—¿Por qué tan sola?—. Le preguntó Bernardo desde el
otro lado del restaurante, al verla sentada sola en una mesa.
Gabriela con cierta timidez le pudo responder.
—Estoy, con mi marido—. Sus palabras se turbaron y
volteó a ver a Bob quien salía detrás de la barra con las cervezas.
—Ah. ¿Es casada?
Gabriela no alcanzó a responderle pues Bob se acercó a
la mesa.
—Aquí tienen caballeros—. Dijo Bob sonriéndoles
mientras les ponía las “Tecate” sobre la mesa.
—¿Es su esposa?—. Se atrevió a preguntar Roberto.
—Si caballero—. Respondió Bob sin dejar de sonreírle.
—Tiene usted una esposa muy bella. Lo felicito mi amigo.
—Muchas gracias caballero.
Y cortando bruscamente el tema les preguntó:
—¿Desean algo más?
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J.David Villalobos
—Por el momento es todo—. Respondió Bernardo.
—Con permiso—. Dijo Bob y se retiró a la cocina para
terminar de preparar el desayuno que le había prometido a su
esposa.
Joel fue interrumpido de sus pensamientos por Bernardo.
—¿Y ahora tu? ¿Qué te pasa?
—Si. Te quedaste muy callado—. Comentó Roberto
sonriendo.
—Nada—. Les respondió Joel malhumorado.
Sus pensamientos se encontraban reviviendo la conversación que sostuvo la noche anterior con Carlos Manríquez.
—“Tuvimos mucha clientela hoy sábado, más que la
noche del viernes”—. Le había comentado el propietario de
Los Pinos a Joel.
—Su orquesta gusta mucho don Joel.
—Muchas gracias don Carlos—. Respondió mirando la
copa de coñac que le había ofrecido el empresario, al finalizar la noche.
Eran las tres de la mañana y los dos hombres conversaban animadamente.
—Ha sido difícil mantener la orquesta en su lugar, pero
ahí va, “sonando” cada día mejor—. Dijo Joel.
—En efecto don Joel, su orquesta es la mejor de todo el
estado de Sonora —Y levantando la copa dijo— ¡Salud!
Joel brindó con su patrón.
—A propósito maestro—. Dijo el empresario haciendo
una pausa.
Se echó hacia atrás en el respaldo de la silla y buscando un cerillo para encender su puro, que había sacado
durante la conversación continuó:
—Ese nuevo guitarrista que está supliendo a…..
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Un Paso muy Difícil
Carlos se detuvo buscando la palabra adecuada.
—Su recién fallecido hermano, toca bien ¿no?
Joel bajó la mirada al recordar a su hermano quien había
fallecido en un accidente de carretera, hacía tres meses cuando el vehículo en el que viajaba, en compañía de otros dos
músicos para ir a tocar a Los Mochis Sinaloa, se volcó en
una curva. El auto dio varias vueltas antes de caer al fondo
del barranco perdiendo la vida su hermano Braulio y uno de
los músicos.
El otro músico, se había salido por la ventanilla durante
las vueltas, y había quedado muy mal herido. Pero logró sobrevivir al accidente.
—Así es don Carlos. Habrá quien pueda suplantar al
guitarrista, pero no al ser querido—. Dijo Joel dándole un
tono melancólico a sus palabras al recordar a su hermano
fallecido.
—Cuánto sentimos la pérdida de su querido hermano
Braulio. Lo echamos mucho de menos aquí.
Joel buscó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Su
patrón se lo encendió y vio en los ojos de Joel rodar unas
lágrimas.
—Gracias—. Se limitó a decir Joel.
—Por nada—. Respondió Carlos y enseguida preguntó:
—¿Y qué piensa hacer?
—¿Con que?—. Preguntó extrañado Joel, sin dejar de
mirar su copa.
—Con su vida don Joel. Aquí todos lo apreciamos mucho y nos gusta como está tocando su orquesta. Nos va bien
a todos en el lugar y a la gente le gusta.
Joel levantó la vista en ese momento y lo miró.
—Pero, desde que se fue nuestro querido Braulio, usted
no ha parado de beber.
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J.David Villalobos
Joel bajó la mirada de nuevo y se entretuvo girando la
copa de licor que estaba sobre la mesa.
Esa era una de las razones por las que Joel bebía.
—Al negocio no le afecta que usted se beba una botella,
o dos—. Le dijo don Carlos.
Y moviendo los dedos en el aire, continuó:
—La orquesta suena maravillosamente, y usted nunca
falta a su trabajo. Y si acaso usted llegara a faltar. Bueno, ahí
está Ramiro el otro guitarrista que lo podría suplir, pero….
Carlos se acercó a Joel como para que nadie lo pudiera
escuchar y le dijo en voz baja:
—Pero Ramiro no toca tan bien como usted.
No había necesidad de susurrar, ni de secretos ya que el
lugar se encontraba prácticamente vacío, excepto por los
meseros y los cantineros que recogían las copas y los platos
sucios que estaban sobre las mesas. Otros más hacían las
labores de limpieza.
Joel se sentía incómodo por el giro que estaba llevando
la conversación.
Carlos viendo que Joel permanecía en silencio, continuó:
—Su salud es la que me preocupa.
Y adoptando una actitud solemne agregó:
—Se lo digo como amigo. Yo lo aprecio y lo admiro. Su
hermano ya se “fue” al cielo, y usted aún no ha dejado de
beber.
Joel seguía sin pronunciar palabra alguna. Momentos
que aprovechó Carlos para seguir hablando.
—Braulio estaría muy orgulloso de usted, si llegara a
formar una familia.
Apoyando los codos sobre la mesa acercó su cara a la de
Joel, quien había levantado la vista para mirar a su patrón.
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Un Paso muy Difícil
—¿Qué no tiene usted pensado en casarse algún día?
Joel se rascaba pensativo la barbilla y balbuceó:
—No, no sé. No lo había pensado.
Las palabras de Carlos parecían sinceras.
—Búsquese a una muchacha guapa y dele un nuevo giro
a su vida. Ya no beba don Joel.
Regresando a su posición anterior en la silla, comentó:
—Se lo digo por su bien.
Joel analizando las palabras del empresario dijo:
—Tiene razón. Le prometo que todo va a cambiar de
ahora en adelante. Trataré de dejar de beber.
—¡Eso muchacho! ¡Eso es lo que quería escuchar de
usted!
Carlos le dio unas palmadas en el hombro y le preguntó:
—¿Otro coñac?
—Si don Carlos. Este será el último.
—¡Bien dicho!
Ambos hombres se sirvieron la bebida y brindaron.
—¡Por el nuevo hombre!
Joel lo miró extrañado frunciendo el ceño, y Carlos sonriendo aclaró.
—Si hombre. ¡Por usted!
—¡Por el nuevo hombre!—. Repitió Joel, y ambos soltaron a reír.
La risa de la noche anterior, que estaba recordando Joel,
se confundió con la risa de Roberto cuando alcanzó a escuchar:
—….. Lo dejó pendejo.
—¿Qué dijeron?—. Preguntó extrañado Joel.
—Que te dejó pendejo la mujer del “gringo”—. Respondió Bernardo.
Joel no dejaba de pensar en las palabras de su patrón y
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J.David Villalobos
tampoco podía dejar de ver de reojo a Gabriela, quien tímidamente tenía hundida la cara en el periódico, dejándose ver
de vez en cuando, al hojear disimuladamente las páginas del
periódico para mirar al trío que se estaba riendo.
—Pero está casada—. Aclaró Joel a sus amigos.
—Ni modo, esas “pulgas no brincan en tu petate”—. Le
dijo Bernardo, haciendo que su hermano soltara una carcajada.
Joel dejó de mirar a Gabriela y adoptando una actitud
altanera dijo:
—Pues a “chupar” y “mamar” cabrones, que el mundo
se va acabar.
Roberto inundaba con su risa el establecimiento, mientras Bernardo solo sonreía.
Gabriela buscaba con la mirada la de Joel, pero parecía
que él había dejado de interesarle. La actitud de él hizo que
Gabriela bajara el periódico y lo mirara abiertamente.
Joel la despreciaba con la mirada. No se molestaba en
mirarla ya más. Bernardo disimuladamente observaba atento,
todo lo que ocurría, y solo se limitaba a sonreír.
Gabriela molesta por la actitud de él, se levantó de su
silla para dirigirse en busca de su marido a la cocina.
Al verla ponerse de pie, hizo que los tres la “barrieran”
con la mirada de arriba a abajo.
Se sintió un gran silencio en el restaurante, y solamente
se escuchaba el sonido de las aspas de los ventiladores girando en el techo.
Habían dejado de hablar para poder admirarla.
Gabriela sintió la mirada de ellos en su espalda.
—Que piernas tiene—. Dijo Bernardo al verla desaparecer por la puerta abatible de la cocina.
Gabriela se había puesto deliberadamente de espaldas a
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Un Paso muy Difícil
ellos, deteniendo una de las puertas con la mano para que no
se cerrara. Sabía que la estaban observando.
—¿Ya terminaste?—. Le preguntó a su marido.
—Ya casi. Ayúdame a llevar el pan a la mesa.
Su marido llevaba en una charola dos platos con huevos
revueltos con tocino y de guarnición papa frita rallada.
En la mano llevaba dos vasos con jugo de naranja.
Se dirigió a la mesa en la que había estado sentada su
esposa, quien lo seguía con la canasta de pan recién tostado.
Gabriela se sentó intencionalmente de espaldas a ellos,
mientras Bob lo hacía de frente, para poder estar atento a lo
que se les pudiera ofrecer.
No habían terminado de sentarse cuando Joel se acercó
y les dijo:
—No quiero interrumpirles su desayuno. Pero, ¿podría
darnos otras cervezas antes de que empiece usted a desayunar con su bella esposa?
—Con todo gusto caballero—. Dijo Bob levantándose
de la silla y dirigiéndose a la barra.
Bernardo solo sonreía para sus adentros.
Estuvieron bebiendo y riendo hasta cerca del mediodía,
era la hora en que llegaban a trabajar Lupe y María.
A Pamela no le gustaba trabajar los domingos, ya que
ella estaba acostumbrada a no trabajar ese día en su país, por
tal motivo Bob no la obligaba. Se bastaba con las dos empleadas mexicanas. Joel al verlas entrar exclamó:
—¡Mira lo que me trajo Santa Claus!
Bob era muy astuto y sabía muy bien cómo manejar la
situación. Comprendía que esos caballeros, no lo eran tanto y
que ya estaban pasados de cervezas. Se acercó a la mesa con
las dos empleadas al lado del él y tomándolas por el brazo
les dijo:
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J.David Villalobos
—Caballeros, estas damas van a hacerse cargo de atenderlos como ustedes se merecen. Son las “waitress” de este
lugar y son quienes les traerán su servicio.
Bob había dejado bien claro que solo eran meseras, y no
“ficheras” o rameras, y que lo único que iban a obtener de
ellas era un servicio amable.
—Hombre, gracias. Muchas gracias—. Respondió Roberto.
María adoptando una postura servicial les dijo:
—A sus órdenes señores.
Gabriela hacía rato que se había cambiado de lugar, y se
encontraba sentada en el banquillo que estaba detrás de la
caja registradora. Tenía una pierna cruzada sobre la otra, y la
movía hacia adelante y hacia atrás, inquieta.
Bob permanecía cerca de ella, tras la barra que estaba
cerca de la puerta que daba a la cocina.
Juanita la cocinera no llegaba aún, y habían llegado
otros comensales que solicitan servicio de comida.
Mientras, la esposa de Bob no perdía detalle de lo que
ocurría en la mesa de los tres.
María entraba y salía de la cocina, llevando los alimentos que Lupe se dedicaba a preparar, mientras llegaba la cocinera. De vez en cuando se acercaba a la mesa de Joel y sus
amigos, para ofrecerles algo de comer.
—¿Les traigo el menú?
—Yo no tengo hambre. ¿Y ustedes?—. Preguntó Joel.
—Vamos a comer algo. Si no, no tendremos nada para
vomitar cuando ya estemos “pedos”—. Dijo Bernardo provocando la risa de Joel y de su hermano.
María frunció sus labios en señal de desaprobación a los
comentarios vulgares. Pero manteniendo su postura volvió a
preguntarles con seriedad:
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Un Paso muy Difícil
—¿No desean ver el menú?
Bernardo comprendió muy bien la situación y le contestó:
—Si señorita. Tráiganos el menú.
—Pero yo no tengo hambre—. Insistió Joel.
—¡Deja que nos traiga el menú Joel!—. Le dijo.
Lupe salió de la cocina con un plato en cada mano,
cuando de repente vio entrar a Juanita y le dijo:
—¡Ándele Juanita, que se está juntando la gente!
—¡Ya voy, ya voy! No me apuren.
Juanita se fue directamente a la cocina seguida por Bob,
dejando sola a su esposa quien continuaba meciendo la pierna que tenía cruzada sobre la otra.
Gabriela observaba discretamente a Joel.
Éste a veces la miraba fijamente para después, ignorarla
durante varios minutos. Esa actitud que tomaba él la irritaba,
y se removía inquieta en el banquillo.
Quería retirarse para su casa, pero algo se lo impedía.
Bob había dicho que solo irían a desayunar, pero ya pasaba de la una de la tarde.
Aunque no estaba aburrida, se encontraba molesta por el
comportamiento de Joel. ¿Qué tenía ese hombre que la hacía
que no pudiera dejar de verlo? Pero además. ¿Quién era?
No se veía de aspecto vulgar, aunque estaban contando
chistes pasados de color. Había algo en él que lo hacía ser
diferente, y comportarse como todo un caballero.
Algo la vino a sacar de sus cavilaciones.
Ese algo, o mejor dicho; ese alguien era Nora, quien
venía acompañada por una amiga. Ella era una amiga de Gabriela y se habían conocido en la “Motorola”, cuando Gabriela trabajaba ahí antes de casarse con Bob. Las dos habían
trabajado armando aparatos electrónicos.
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J.David Villalobos
Nora Espíndola sabía de antemano, que se había casado
con un norteamericano, pero nunca supo que éste tenía un
restaurante. Por eso, al cruzar la puerta y verla sentada tras la
barra, creyó que se encontraba trabajando en ese lugar. Al
verla le dijo:
—¡Gabriela! Que sorpresa encontrarte aquí.
—¡Nora!—. Gritó emocionada saliendo de detrás de la
barra para abrazar a su amiga.
—¿Estás trabajando aquí?
—No. —Le contestó ella riendo— Es el restaurante de
mi marido.
—¿En serio?—. Exclamó Nora abriendo la boca asombrada.
Recuperándose del asombro le presentó a su acompañante.
—Mira, ella es Sonia.
—Mucho gusto Sonia—. Dijo ofreciéndole la mano
—Mucho gusto Gabriela, soy Sonia Becerra.
—¿Y quién es tú marido?—. La interrumpió Nora.
—Está adentro con la cocinera—. En ese momento miró
a la mesa de Joel, y notó que las observaban.
Nora se dio cuenta de que miraba a alguien y volteó a
ver quién era.
Al voltear ambas a la vez, fue Nora la que abrió los
ojos y dijo:
—¿Sabes quién está ahí?—. Preguntó a Gabriela.
—Si, unos tipos frescos—. Dijo y soltó la carcajada.
—Nooo. Es Joel Valverde.
—Y ¿Quién es?—. Preguntó extrañada Gabriela.
—El director de la orquesta “High Life”.
—¿La que toca en “Los Pinos”?
—¡Sí!—. Contestó Nora emocionada tomando las ma95
Un Paso muy Difícil
nos de ella.
—Siempre he tenido deseos de ir a conocer ese lugar—.
Dijo Gabriela.
Y mirando a la puerta de la cocina agregó:
—Pero a mi marido no le gusta ir a bailar. Prefiere a su
restaurante que a mí.
Por el tono de voz, Nora se dio inmediatamente cuenta
de que Gabriela no era feliz en su matrimonio.
—Vamos a saludarlo—. Comentó Sonia.
—¡Si vamos!—. Contestó Nora recuperando él ánimo.
Y tomando a Gabriela de la mano le dijo:
—¡Ven! ¡Vamos a conocerlo!
Gabriela trató de resistirse, comenzó a sentir que las
piernas le temblaban de emoción y miedo.
Se resistió levemente y mirando a la puerta de la cocina
dijo:
—Voy con mi marido a ver si necesita mi ayuda.
Logró soltarse de las manos de su amiga, y corrió, o
mejor dicho; voló cruzando la puerta de la cocina, perdiéndose en el interior.
Nora y Sonia se acercaron a la mesa de Joel y sus amigos, quienes en ese momento estaban mirando el menú, decidiéndose por algún platillo.
—Disculpe. —Nora hizo una pausa antes de proseguir— ¿Es usted el director de la “High Life”?
María que permanecía de pie a un lado de la mesa, escuchó el comentario y miró detenidamente a Joel.
Joel despegó la vista del menú y se puso de pie, al igual
que Bernardo y su hermano.
—Si. A sus órdenes. ¿Señorita?…..
Hizo una pausa para escuchar el nombre de aquella bella
chica de aproximadamente veintidós años de edad, que se
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J.David Villalobos
había acercado con la amiga que andaría rondando los veinticinco años.
—Nora. Nora Espíndola—. Dijo ofreciéndole la mano.
—Mucho gusto—. Dijo tomándole la mano y acercándola a sus labios para besarla.
En ese momento salió Gabriela de la cocina en compañía de su marido, y miró la escena. No pudo evitar sentir una
punzada en el estómago, ni tampoco supo disimular el disgusto que le produjo que Joel le estuviera coqueteando a su
amiga. Pero ¿Cuál era la razón de su disgusto? —Se preguntaba ella misma— Si ni lo conocía, era un fresco, un coqueto, un prepotente y “sangrón”, como ella solía llamar normalmente a la gente antipática.
Se daba cuenta de que estaba molesta y desconocía el
motivo. No podía controlar esa angustia que la estaba dominando, ni el miedo, los celos, la rabia e impotencia que sentía
dentro de ella.
Bob se apostó detrás de la caja registradora, para recibir
de manos de Lupe el pago de una cuenta que le llevaba.
Gabriela no sabía qué hacer, ni en que parte del restaurante permanecer. Se sentía incómoda y se encontraba fuera
de lugar.
Escuchó la voz de Joel y volteó a donde se encontraba.
—Y ¿Cómo se llama su amiga?
—Sonia.
Joel extendió la mano para saludarla, y ella se la tomó.
Repitió el mismo gesto que con Nora, y le besó la mano.
—Les presento a mis amigos—. Les dijo dirigiéndose
hacia ellos quienes permanecían de pie, sin haber pronunciado todavía alguna palabra.
Bernardo fue el primero en extenderle la mano a Nora,
quien a su vez se la tomó y repitió lo mismo que había hecho
97
Un Paso muy Difícil
Joel.
—Mucho gusto Nora, me llamo Bernardo.
—Encantada Bernardo—. Y señalando a su amiga que
permanecía a su lado dijo:
—Ella es Sonia.
Bernardo hizo lo mismo con Sonia.
Gabriela miraba desde detrás de la barra a su amiga,
envidiándole su carácter sencillo y abierto que tenía para
poder comunicarse con las demás personas. Vio a María que
acercaba otras sillas a la mesa, para que pudieran sentarse las
dos invitadas.
Bob miraba complacido el restaurante que se encontraba
para esa hora, algo concurrido. Las ventas de ese día iban
bien.
—¿Y que las trae por aquí?—. Preguntó Roberto tomando la delantera en la conversación.
—Vinimos a comer y me encontré con una sorpresa—.
Dijo Nora riendo.
—¿Qué sorpresa?—. Le preguntó Bernardo frunciendo
el ceño.
—Me encontré a mi amiga Gabriela quien tenía más de
seis meses que no la veía—. Le respondió Nora.
Joel antes de preguntar, miró a Gabriela quien continuaba detrás de la barra cerca de su marido en silencio. Solo
paseaba la mirada por el restaurante, y de vez en cuando se
ponía a observar lo que ocurría en la mesa donde estaba su
amiga.
—¿Es su amiga?—. Preguntó señalando con la mirada a
Gabriela, quien en ese momento los miraba detenidamente
haciendo que se encontraran las miradas.
—Si—. Respondió emocionada.
—¿Se llama Gabriela?—. Volvió a preguntar Joel.
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J.David Villalobos
—Sí.
Joel permaneció en silencio escuchándolos hablar pero
en su mente escuchaba las palabras de don Carlos. “Búsquese a una muchacha guapa y dele un nuevo giro a su vida. Ya
no beba don Joel”.
—¿Por qué no nos haces el favor de presentarla?—. Interrumpió Joel en la conversación.
—¡Claro! —Dijo Nora— Voy por ella.
Nora se puso de pie, y se dirigió a la barra.
Graciela la vio venir y se puso nerviosa. ¿Qué quería?
—¡Gaby!—. Le dijo apoyando los codos sobre la barra.
—¿Qué?
—Te quiero presentar a Joel.
Gabriela sintió que los colores iban y venían de su cara.
Miró de reojo a Bob y titubeo.
—No……, puedo.
—¿Por qué no? No tiene nada de malo—. Insistió ella.
Bob volteó a ver a Nora e inmediatamente Gabriela le
dijo:
—¡Bob! Te presento a una amiga.
—Hola señorita.
—Mucho gusto, fuimos compañeras de trabajo en la
“Motorola”.
—Encantado de conocerla, soy Robert, pero me puedes
llamar Bob.
—Gracias Bob.
Aprovechando la confianza que le había brindado le dijo:
—Quiero presentarle a Gaby a mis amigos. Ahorita regresamos.
Gabriela se quedó pálida al escucharla. No le había pedido permiso y había dicho que eran sus amigos. No sabía
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Un Paso muy Difícil
cómo iba a reaccionar su marido.
—Está bien Nora —Y mirando a su esposa dijo— Ve
Gaby con tu amiga.
Gabriela no salía de su asombro. Nora había sabido manejar muy bien la situación y había comprometido a Bob
para que la dejara ir.
Gabriela sentía que las piernas le fallaban y el corazón
no dejaba de latirle apresuradamente.
Nora traía de la mano a Gabriela cuando se acercaron a
la mesa.
Joel y sus amigos inmediatamente se pusieron de pie.
—Ella es Gabriela—. Dijo Nora.
Joel fue el primero en saludarla.
—Mucho gusto en conocerla Gabriela—. Acto seguido
procedió a besarle la mano.
—Ellos son mis amigos—. Le dijo Joel.
Mientras se auto-presentaban los amigos de Joel, él se
deleitaba mirándola sin cesar.
Se encontraba embelesado con su cutis de porcelana. No
se cansaba de mirar su cabello castaño oscuro ondulado, que
descansaba sobre sus hombros. Su figura era esbelta y su
andar sensual lo habían vuelto loco.
Ella por fin había terminado de saludar a sus amigos,
entonces Joel tomó una silla de otra mesa y la puso cerca de
él, ofreciéndosela.
—Siéntese por favor Gabriela.
Ella no supo ni como se armó de valor para no salir corriendo de ahí. Sin pensarlo dos veces, se sentó cerca de él.
Podía percibir el olor de la loción que se había aplicado
en la cara recién afeitada. Disimuladamente miraba las manos de él y se dio cuenta que eran finas y muy bien cuidadas.
Su cabello peinado elegantemente y lubricado con bri100
J.David Villalobos
llantina, lo hacía lucir tan elegante y tan refinado.
Ella deseaba realmente estar ahí. Cerca de él.
—¿Van a ordenar algo?—. Ese momento sublime para
Joel y Gabriela, había sido interrumpido por María.
—Si, ya me dio hambre—. Contestó inmediatamente
Joel.
María se dedicó a tomar el pedido de los alimentos.
—¿Así que usted trabaja en “Los Pinos”?—. Inició la
conversación Gabriela una vez que María se hubo retirado.
—Efectivamente—. Respondió deleitándose con la belleza de ella.
—Siempre he querido ir ahí, a bailar—. Dijo ella adoptando una postura de niña castigada.
—¿Nunca ha ido? ¡No puede ser!
—Si, a mi marido no le gusta bailar—. Le dijo volteando a la barra en donde se encontraba Bob.
—¿Y no puede ir usted sola? —Se aventuró a preguntarle.
—No. Digo, si. Creo que si—. Respondió no muy segura de lo que respondía.
Joel volteó a ver a Nora quien conversaba con Roberto,
mientras Sonia lo hacía con Bernardo.
—Nora. —Interrumpió Joel— ¿Por qué no invita a
Gabriela a que conozca “Los Pinos”?
—¡Claro! Yo me encargo de llevarla.
Gabriela sintió que se le subían todos los colores a la
cara. También sintió una mezcla de vergüenza, miedo y
osadía.
Miró detenidamente a su amiga, y confiaba en que ella
también sabría cómo manejar la situación con Bob.
—Yo las invito—. Alardeó Bernardo.
—¿De veras?—. Preguntó emocionada Sonia.
101
Un Paso muy Difícil
—¡Claro! No faltaba más.
María se acercó en ese momento con los platos ya listos, en una charola de metal que tenía en la parte interior el
logotipo estampado de la cervecería “Corona”, y comenzó a
servirlos.
Joel se acercó a Gabriela y le dijo:
—Me sentiría muy halagado si usted va a verme dirigir
la orquesta “High Life” hoy domingo.
Gabriela volteó a ver a Joel asombrada de lo que acababa de escuchar. Jamás pensó que todo sucedería tan rápido.
¿Cómo le iba a decir a su marido? ¿La dejaría ir sola? ¿Iría
Bob con ella? Y si así fuera, ¿Cómo iba a poder ver detenidamente de cerca, al caballero que la estaba invitando sin
que eso le molestara a su marido?
Ella había creído que sería tal vez algún día cercano,
pero no hoy.
—¡Siiiii!….. Casi gritó emocionada Nora.
—¡Vamos, vamos!—. Aplaudió emocionada Sonia.
Gabriela volteó a ver a su marido que seguía detrás de la
barra, y quien al escuchar los aplausos, levantó la vista para
ver de donde provenían y se encontró con los ojos de su esposa quien lo miraban nerviosa.
Gabriela esquivó la mirada de él, y bajó la mirada para
detenerse detenidamente en la Coca-Cola, que había pedido
y que tenía sobre la mesa.
Bob salió detrás de la barra para acercarse a ellos.
Gabriela lo vio venir y le dijo susurrando a su amiga:
—¿Qué le vas a decir?
—No te preocupes—. Le respondió segura de sí misma.
—¿Todo bien? —Preguntó Bob— ¿Está rica su comida?
—De-li-cio-so—. Le respondió Bernardo.
—Si, muy rico todo—. Le secundó Roberto.
102
J.David Villalobos
—Oiga Bob—. Se atrevió Nora a decir.
—¿Si? Dígame—. Le respondió mirándole los ojos verdes.
—Quisiera ver si Gaby podría acompañarnos a Sonia y a
mí al cine, y después ir a tomar un café por ahí.
Gabriela no salía de su asombro y sintió que le temblaba
el cuerpo.
—¿Quieres ir Gaby?—. Le preguntó su marido.
Tenía miedo de responderle. Tenía miedo de que se le
notara la emoción y el nerviosismo que estaba sintiendo.
—Si, si me das permiso.
Bob sintió la mirada del grupo que lo miraba atento.
No pudo evitar sentir ponerse la cara roja y caliente.
¿Qué iban a pensar de él? ¿Que era acaso un marido celoso?
No, de ninguna manera pasaría él por esa situación tan incómoda. Adoptando una actitud de mucha seguridad, respondió confiadamente.
—¡Claro! Si eres mi esposa, no mi hija. Tu eres libre de
salir con quien tu gustes amor.
Gabriela no sabía si mentía o si era verdad.
No importaba ya.
Lo más importante era que había accedido al engaño de
Nora. La muy perra astuta.
—Que van a pensar tus amigas de mí—. Finalizó diciendo.
—Gracias Bob—. Respondió Nora tomándole la mano y
agregó:
—Se la regresamos temprano.
—¡Claro! ¡Claro! Está bien, no se preocupe.
Bob dio media vuelta para continuar con lo suyo, dejando a Gabriela nerviosa, inquieta y con la boca abierta mirando a su amiga, pero más que todo. ¡Estaba feliz!
103
Un Paso muy Difícil
Por primera vez saldría sola sin Bob, después de tanto
tiempo que no lo hacía desde que se casó. Su marido de vez
en cuando dejaba de hacer lo que estaba haciendo para mirarla de reojo y estudiarla detenidamente.
Gabriela evitaba que su mirada se encontrara con la de
él. Temía que fuera a ser descubierta.
Dos horas más tarde, se despedían los tres amigos de
ellas, dejándolas solas en el restaurante.
Nora y Sonia se quedaron un rato más con Gabriela en
el restaurante, planeando la salida de ellas y afinando detalles para poder pasarla bien en “Los Pinos”.
104
J.David Villalobos
“LOS PINOS”
Joel se encontraba en su vivienda tomando una siesta,
mientras sus amigos pasaban a la casa de Nora y Sonia, para
recogerlas a las ocho de la noche.
Así lo habían acordado con anterioridad.
Gabriela se había despedido de su marido, un rato después de que lo habían hecho Joel y sus amigos; dejándolo en
el restaurante que a esa hora ya se encontraba lleno.
Se habían trasladado primero a casa de Gabriela en un
taxi, para el arreglo personal de ella. Una hora más tarde se
dirigían a casa de Nora en otro taxi.
La razón de utilizar el servicio de taxis era, porque el
transporte local era un desastre y los camiones pasaban, cada
hora y a veces más tarde. Por tal razón, los residentes de la
ciudad preferían caminar o abordar taxis, era más cómodo y
más rápido que soportar el calor, y además de tener que viajar encerrados en los camiones amarillos escolares americanos, que funcionaban como camiones para pasajeros; y que
la ciudad había adquirido para tal uso.
—¿A dónde vas Gaby?—. Escuchó gritar a su madre
detrás de la ventana donde siempre se encontraba.
—¡Al cine!—. Le gritó Gabriela mientras corría calle
abajo con sus amigas para buscar un taxi.
—¡Muchacha! ¿Ya fuiste a misa?—. Alcanzó a escuchar
mientras doblaban la esquina.
Gabriela ya no respondió. Solo se escucharon sus risas
de complicidad. Parecían tres chiquillas que habían hecho
alguna travesura y que huían para no ser descubiertas.
Pero Gabriela era eso en realidad. A pesar de estar casada y de la edad que tenía, su comportamiento y actitudes
105
Un Paso muy Difícil
eran parecidos a las de una niña.
—¡Y por qué vas tan arreglada!—. Le grito por último
doña Lola, sin que lograran ya escucharla.
Su pregunta se perdió en el aire, dejándola refunfuñando
y malhumorada al no obtener respuesta.
Habían logrado tener la suerte de encontrar un taxi desocupado que circulaba en ese momento por la calle Internacional.
Los días de domingo eran muy penosos al tratar de encontrar algún taxi que se encontrara “libre”. La mayoría de
los conductores de taxis no querían trabajar por las tardes, y
la gente que salía a pasear los solicitaba demasiado, por consiguiente, fue una suerte para ellas haber encontrado un taxi
“libre” en ese preciso momento.
Minutos más tarde, el taxi doblaba a la derecha por la
calle Obregón. El aire caliente que entraba por las ventanillas abiertas del vehículo, lo recibían como una bendición, y
agitaba el cabello de Nora y el de su amiga.
La pañoleta color blanca con algunos dibujos estampados, que Gabriela traía para cubrirse la cabeza, evitaba que el
aire y el polvo maltrataran su cabello húmedo y peinado.
Pasados unos minutos, el taxi doblaba a la izquierda por
la calle Circunvalación, y cruzaba la avenida Ruiz Cortínez
para encontrarse con la calle Río Bravo.
Unas cuadras más adelante, el taxi se detenía en la calle
Morelos 28. La casa en donde vivía Nora.
Descendieron del taxi y con las palabras atropellándose
unas a las otras, entraron a la casa sin dejar de comentar la
experiencia que iban a vivir en “Los Pinos”.
Nora y Sonia se encontraban emocionadas, mientras
Gabriela se encontraba nerviosa. No dejaba de frotarse los
dedos de las manos.
106
J.David Villalobos
Buscó en su bolso los “Salem” y encendió uno, esperando a que sus amigas terminaran de prisa su arreglo personal.
—Es guapo a pesar de la edad—. Comentó Sonia refiriéndose a Bernardo.
—A mí me gusta la sonrisa de Roberto—. Dijo Nora
deteniendo el delineado de sus ojos, para levantar la vista al
techo de su habitación suspirando al recordarlo.
Gabriela fumaba en silencio absorta en sus pensamientos, cuando escuchó a Nora preguntarle:
—Y a ti te gusta Joel. ¿Verdad?
Gabriela tardó en volver a la realidad, ya que sus pensamientos estaban precisamente en él, y temiendo ser descubierta en sus sentimientos dijo:
—Estoy casada.
—¿Y que “manita”? Eso no quiere decir que no esté
guapo.
—Si pero. ¿Qué puedo yo hacer? ¡Nada!—. Le respondió Gabriela resignada, entreteniéndose en recorrer la habitación con la mirada.
—Si, tienes razón—. Le dijo volviendo al cuidado de su
maquillaje, sin dejar de mirarla a través del espejo donde se
estaba maquillando.
Gabriela trataba disimuladamente de ocultar sus emociones, se distraía recorriendo con la mirada la recámara de
Nora, mientras fumaba su mentolado.
Dos horas más tarde terminaban de arreglarse.
Nora lucía un elegante vestido negro, descubierto de los
hombros y de la espalda. Sus zapatos de tacón alto, la hacían
lucir como una princesa. Lucía un collar de perlas blancas
ajustado al cuello. Su pelo negro corto, le hacía resaltar más
la belleza de su cara. Sus largas pestañas que parecían las
alas de una mariposa, que vuela agitadamente en busca de
107
Un Paso muy Difícil
una flor en donde posarse, hacían que quien mirara sus verdes ojos, pudiera perderse fascinado en lo más profundo de
ellos. Traía puestos unos guantes negros que le llegaban hasta el codo.
Sonia lucía una blusa delgada blanca, de manga corta sin
cuello, y una falda amplia negra con pliegues. Tenía alrededor del cuello una larga cinta negra tipo bufanda, anudada
ligeramente y que le llegaba hasta debajo de la cintura, por el
frente y por la espalda.
Al contrario de Nora, ella traía un par de guantes negros
que le llegaban a las muñecas. Eran parecidos a los que usaban los motociclistas, pero a excepción de ser de piel, los de
ella eran de tela. Traía puesto un sombrero delgado de ala
ancha de color blanco, que hacía juego con sus zapatillas de
cintillas también blancas.
Gabriela traía puesto un vestido rojo de dos piezas. Las
mangas de la blusa le llegaban a los codos. El escote angosto de la blusa, iniciaba desde la unión de sus senos hasta el
cuello. Tenía las solapas anchas y le llegaban a los hombros.
La falda estrechamente pegada al cuerpo, tenía una abertura
abajo en la parte trasera. Tenía unos bolsillos en cada lado de
la falda y eso le había ayudado varias veces, en sus momentos de nerviosismo; para ocultar sus manos dentro de ellas.
Traía puesto un cinto delgado, ceñido a la cintura de color
negro. Nora le había prestado un collar de bolitas blancas,
que le colgaba hasta el pecho.
Al contrario de sus amigas, ella había decidido usar unos
guantes de tamaño mediano que le llegaban hasta medio brazo. Sus zapatos color negro hacían juego con el bolso de
mano, en donde guardaba sus “Salem” mentolados.
Eran casi las ocho de la noche cuando un taxi se detuvo
frente a la casa de Nora. El conductor hizo sonar el claxon
108
J.David Villalobos
tres veces, para llamar la atención de las muchachas.
—¡Ya llegaron!—. Dijo Gabriela nerviosa al escuchar la
bocina.
Bernardo y Roberto descendieron del vehículo, y llamaron a la puerta.
8:30 p.m.
El taxi se detenía en las puertas de “Los Pinos”. Felipe
les abrió las puertas para que descendieran del vehículo.
Bernardo y Roberto venían en la parte delantera junto
con el conductor del taxi y descendieron para auxiliar a las
muchachas. Ellas venían sentadas en la parte trasera del taxi
que era un Chrysler Imperial modelo 1950, color verde aceituna.
Los vehículos que daban el servicio de taxi en Nogales,
eran de diferentes colores y modelos. Solo se les podía identificar por la cartulina que portaban en el parabrisas delantero y que decía con letras rojas —TAXI—.
Por las noches tenían una diminuta luz que iluminaba la
cartulina, así de esa manera se podían distinguir en la oscuridad.
—¡Buenas noches!—. Saludo el portero.
—Buenas noches—. Respondió el grupo.
Nora venía colgada del brazo de Roberto, mientras Sonia lo hacía de Bernardo.
Gabriela venía colgada con ambas manos, del brazo de
Nora. Parecía un ratón asustado.
—Buenas noches don Bernardo—. Les recibió el dueño de “Los Pinos”, pues ya había tenido la oportunidad de
conocer a los amigos de Joel, debido a que casi siempre
venían a escuchar a la orquesta y a tomar unos tragos.
—¡José! —Le dijo a un mesero— ¡Prepara una mesa
para seis personas cerca de la pista!
109
Un Paso muy Difícil
El aludido rápidamente acudió a cumplir la orden de su
patrón.
Momentos después se hallaban instalados en una mesa,
cercana a la pista de baile y frente al escenario de la orquesta. Gabriela paseaba emocionada la vista por el elegante
salón, y miraba nerviosa de un lado a otro, en busca de Joel.
No se atrevía a preguntar por él, pero Nora sabía lo que
ella buscaba.
—¿A qué hora inicia la orquesta?—. Preguntó inquieta.
—A las nueve—. Le contestó sonriendo Bernardo.
—No tarda en llegar Joel—. Le dijo Nora a Gabriela.
—¿Y por qué me lo dices?—. Preguntó aparentando
indiferencia.
—Porque él va a dirigirla—. Dijo Nora astutamente,
tratando de que no se sintiera incómoda.
—¡Ah! Si, ya sabía.
En ese momento se acercó Joel a la mesa en donde estaban sentados.
El empresario ya le había informado en cuanto llegó:
—Don Joel, lo esperan en la mesa siete. Tiene invitados.
—Gracias—. Respondió Joel desde la entrada.
—¿Cómo va ese hombre nuevo?
—Muy bien, de maravilla—. Respondió Joel, y se dirigió a la mesa de sus amigos y que era la número siete.
8:45 p.m.
Joel se plantó frente a Gabriela y sonriendo la saludó.
—Buenas noches—. La saludó tomando su mano para
besársela.
Ella sintió a través de su guante el cálido beso. Se sintió
transportada en una nube azul y que flotaba sobre el piso.
Después de saludar a sus amigas, Joel se sentó en la única silla vacía que estaba cerca de Gabriela. Al sentarse, no
110
J.David Villalobos
pudo evitar que su rodilla tocara la de ella. Los dos sintieron
como si una corriente eléctrica los hubiera traspasado dejándolos paralizados.
Nora y Roberto iniciaron una conversación informal
entre ellos. Sonia y Bernardo también hicieron lo mismo,
para dejar que Joel y Gabriela pudieran conocerse un poco
más.
8:50 p.m.
A Joel parecía que se le habían terminado las palabras.
No sabía que decir ni de qué hablar. A pesar de su seguridad
que tenía, no podía ocultar su nerviosismo. Se le ocurrió sacar su cajetilla de cigarrillos y le ofreció uno a Gabriela. Ella
lo rechazó y buscó dentro de su bolso negro los mentolados
que siempre fumaba. Sacó uno y Joel se lo encendió.
Gabriela aspiró el humo y esperó a que Joel iniciara la
conversación.
—¿Le gusta el lugar?—. Se le ocurrió preguntar a Joel.
—Si, mucho. Nunca había venido.
—¿Y por qué no la ha traído su esposo?
Gabriela pensaba que no era momento de hablar de él,
pero se limitó a contestarle:
—No tiene tiempo.
8:53 p.m.
Joel miró el reloj y las manecillas no se detenían. Ya
debería estar detrás del escenario afinando con los músicos.
En ese momento se escuchó el sonido inconfundible de
la afinación de todos los instrumentos. Los músicos habían
iniciado sin su director. Se estaban preparando para cuando
él llegara. Los asistentes al salón, guardaron silencio emocionados.
—¿Ya va a empezar?—. Preguntó Graciela inquieta
porque tenía que irse a tocar.
111
Un Paso muy Difícil
—Si, ya debo prepararme.
8:55 p.m.
Joel tenía muchas cosas que preguntarle. Quería saber
más de ella, pero el tiempo estaba en su contra.
Pensó: “Necesito un trago”.
Como adivinando sus pensamientos, en ese momento se
acercó el mesero dispuesto a tomar la orden.
—¿Qué les voy a servir?—. Preguntó.
—¡Una botella de champaña para todos!—. Pidió Roberto entusiasmado.
—¡Siiiii!—. Gritaron a coro Nora y Sonia.
—¡José! ¿Me puedes llevar un brandy al camerino? ¡Pero que sea rápido, porque ya voy a empezar!—. Le pidió
Joel al mesero.
8:57 p.m.
Joel se puso de pie despidiéndose de Gabriela, penas
tenía unos minutos para afinar su guitarra.
—Debo ir a dirigir la orquesta—. Le dijo.
—Ella puso su mano en su brazo y le pregunto:
—¿Le puedo pedir una canción?
Joel emocionado le respondió:
—Estoy para servirle. Lo que usted guste.
— Por favor toque “Smoke in your eyes”.
—Precisamente con ese tema abrimos siempre nuestra
presentación. Pero esta noche será exclusivamente para usted.
—Gracias Joel—. Dijo llena de emoción.
8:59 p.m.
Joel se levantó de la silla y tomó de nuevo la mano de
Gabriela para besarla a través de sus guantes negros.
Se dirigió a la puerta que conectaba con el escenario,
llegó al escenario y se plantó frente a la orquesta para iniciar
112
J.David Villalobos
la cuenta del compás de introducción.
9:00 p.m.
En ese momento llegó José con la copa de brandy que le
había pedido y de un solo trago la bebió iniciando la cuenta:
—¡Uno, dos, tres, cuatro!
Las cortinas se iban abriendo lentamente al ritmo de la
música de “Smoke in your eyes”. Las luces del salón se fueron apagando lentamente hasta dejar a “Los Pinos” a media
luz. A Gabriela se le erizó la piel al escuchar su tema favorito. No pudo evitar que una lágrima se le escapara por la
emoción que estaba viviendo. Dejó que un sentimiento de
nostalgia la invadiera, así como la invadían las notas musicales de la orquesta en ese momento.
Se deleitaba mirando a Joel parado frente a la orquesta
dirigiéndola con una batuta corta de color negro. Sus movimientos elegantemente ejecutados al ritmo de la melodía,
hicieron que ella quedara prendidamente enamorada de él.
Su corazón lo sabía, pero su mente se negaba a aceptarlo.
Joel vestido elegantemente con un pantalón negro y un
saco esmoquin blanco, miraba de vez en cuando a Gabriela
sin dejar de dirigir la orquesta, ella a la vez no dejaba de sonreírle.
A pesar de la penumbra en que se encontraba el lugar,
Joel podía ver claramente el brillo de sus ojos y la blancura
de sus dientes al esbozar una sonrisa.
La melodía estaba llegando a su fin, y Gabriela escuchó
los últimos compases como si se fuera extinguiendo con ella
la vida misma. Una nostalgia la invadió.
Finalizada la interpretación magistralmente, una ovación
sacó de sus pensamientos a Gabriela.
La penumbra del salón se llenó con el haz de una luz
que iluminaba la figura de Joel.
113
Un Paso muy Difícil
—Respetable público. —Volvió a anunciar Joel como
todas las noches lo hacía— Buenas noches. Sean ustedes
bienvenidos a esta su casa ¡Los Pinos! Su servidor Joel Valverde, a nombre de la orquesta High Life, les da la más cordial bienvenida. Esperamos que disfruten ustedes de una
velada romántica, al sonido de esta maravillosa orquesta.
Los músicos estaban a punto de iniciar con el siguiente
tema cuando Joel les detuvo con un movimiento de mano y
continuó:
—Esta noche es especial, para su servidor. Ya que se
encuentra aquí presente una mujer excepcional. Quiero dedicarle la siguiente tanda exclusivamente a ella.
Una ovación se escuchó por todo el salón y Gabriela
sentía languidecer de la emoción.
En ese momento la orquesta iniciaba con otro tema musical, mientras que en la mesa de Gabriela también sus amistades iniciaban un momento mágico para todos ellos.
El mesero se acercó trayendo en una mano la hielera en
donde venía la botella de champaña, y en la otra una charola
con sus respectivas copas.
Gabriela nunca había bebido el champaña, y al dar los
primeros sorbos le pareció deliciosa y suave.
—¡Salud!—. Brindaron todos.
Gabriela se había bebido la copa en dos tragos.
Joel bajo la influencia de la pasión que sentía por esa
mujer casada, dirigía la orquesta con más entusiasmo que
nunca. El brandy había hecho lo suyo también.
Salieron a bailar Nora y Sonia con sus respectivos caballeros, dejando sola a Gabriela quien le pidió a José le sirviera más champaña.
—Llévele una a Joel por favor—. Le dijo al mesero.
—Si señorita.
114
J.David Villalobos
Joel continuaba con la dirección musical, cuando el mesero subió al escenario y le llevó la copa. Se acercó a su oído
para informarle quien la enviaba.
Desde el escenario, Joel sin dejar de mover la batuta,
levantó la copa con la otra mano para brindar con Gabriela.
De vez en cuando, Nora y los amigos de Joel, dejaban
de bailar para hacerle compañía a Gabriela, quien no se
movía de su asiento para no perder detalle del escenario, y de
su principal atracción, el director.
Una hora después, la orquesta finalizaba la primera actuación, al igual que sus amigos la segunda botella de champaña. Joel se acercó a la mesa para hacerles compañía, pero
lo que más quería era estar cerca de su princesa.
10:05 p.m.
Gabriela estaba eufórica y ya había bebido cuatro copas
de champaña. Su timidez y nerviosismo habían desaparecido, mientras sus amigos bailaban ella había rendido cuentas
del vino espumoso.
A Joel no le agradaba mucho el champaña, así que se
decidió por una copa de brandy, que era lo que más le gustaba beber.
—¿Quieres otra copa de champaña?—. Se atrevió a “tutearlo” Gabriela.
Joel se sentía animado también a causa de las copas que
había bebido, y también le habló familiarmente.
—Si preciosa.
—Que bonito toca la orquesta—. Le dijo Gabriela
—Todo fue gracias a ti que te atreviste a venir.
—Gracias por invitarme. Me siento la mujer más feliz
del mundo por primera vez.
Ese comentario lo aprovechó Joel para saber más de
ella.
115
Un Paso muy Difícil
—¿Por qué dices eso? ¿Acaso no eres feliz con tu marido?
El champaña empezaba a hacer efecto en ella y con toda
la naturalidad del mundo dijo:
—¡No! No lo soy.
—¿Por qué Gaby?
—No me digas Gaby. Así me dice mi marido. Tú solo
dime Gabriela.
—Está bien Gabriela—. Le respondió, e inmediatamente
volvió a su pregunta anterior.
—¿Por qué no eres feliz?
—Porque no quiero a mi marido. Me casaron con él sin
estar enamorada.
—¿Quién fue?
—Mi madre—. Respondió un poco mareada por la bebida, aunque no se encontraba ebria.
Joel en ese momento sintió que odiaba a la madre de
ella, sin siquiera conocerla.
—Divórciate—. Se atrevió a pedirle Joel.
Ella se quedó mirándolo fijamente y le dijo:
—No puedo.
—¿Por qué?
—Sería pecado.
Joel no pudo evitar reírse abiertamente. Creyó que estaba bromeando.
Gabriela se quedó mirándolo fijamente muy seria.
—¿Por qué te ríes?
—Por lo que dijiste.
—Pues no le veo ningún “chiste”.
—¿Qué tiene que ver el pecado con tu felicidad?—. Le
preguntó Joel.
116
J.David Villalobos
10:15 p.m.
Gabriela se quedó mirando al mesero que traía la tercera
botella de la noche y le dijo:
—Sírveme otra, que esta noche me quiero emborrachar.
—¿Por qué?—. Preguntó Joel riendo.
—Porque estoy muy feliz.
—¿De qué?
—De estar aquí en “Los Pinos” y de escuchar tu música.
—¿Qué más?—. Preguntó Joel acercándose a ella.
—De encontrarme con mi mejor amiga Nora.
— ¿Qué más?—. Insistió Joel.
—De probar el champaña por primera vez.
—¿Qué más?
—Pues. ¿Qué más quieres que te diga?
José estaba sirviéndoles a ellos dos, ya que sus amigos
se encontraban entretenidos en sus propios asuntos.
—¿No te da gusto conocerme?
—¡Claro! Por eso me quiero emborrachar esta noche.
Levantando la copa dijo:
—¡Por ti!
Joel levantó la suya y brindo con ella.
—¡Por nosotros!
Gabriela influenciada por la bebida, se acercó hasta poner sus labios cerca de los de Joel y susurró:
—Quiero bailar contigo esta noche. ¿Puedes?
Joel sabía que podía hacerlo, mientras tocara Ramiro.
—Está bien —Le dijo— Al rato que empiece la orquesta, bailamos tú y yo.
—¿Y quién la va a dirigir?
—Pues yo, desde aquí abajo.
—¿Se puede?
—¡Claro que se puede! Por ti soy capaz de todo.
117
Un Paso muy Difícil
—¿De todo?
—De todo.
—¿Estás seguro?
—Si—. Le dijo Joel y se le quedó mirando a los labios
que tenía muy cerca de su boca.
—A ver si es cierto.
Gabriela cerró los ojos y le dijo:
—Dame un beso.
10:20 p.m.
Joel sintió que su respiración se agitaba.
Bebió apuradamente la copa de champaña y acercó lentamente sus labios a los de Gabriela, quien permanecía con
los ojos cerrados. Miró esos labios sensuales que se le ofrecían dispuestos a ser profanados.
Se acercó lentamente hasta sentir la respiración de ella.
Posó sus labios en los de ella y comenzó a beber su respiración. Abrió su boca para que la lengua de él se juntara con la
suya. Gabriela había perdido la cabeza cuando lo conoció,
pero en ese beso ya había perdido el control de sí misma.
Solo quería ser besada y olvidarse de los prejuicios de su
madre y de su marido. Permitió que la lengua de Joel se fundiera con la suya. Lo disfrutaba más porque sabía que en ese
beso había mucha pasión por parte de Joel.
Lo besó y atrapó su lengua con los dientes. Sentía que se
estaba vengando de su madre, del padre Enrique, de su marido, de su hermano. No le importaba el mundo, ni que la viera
su amiga Nora ni los amigos de él.
Solo deseaba perderse en ese beso.
Se atrevió a sacar su lengua para que la tomara Joel.
Sentía que se estaba entregando por primera vez.
Su cuerpo respondió al largo y prolongado beso de Joel.
Sintió cómo el calor descendía desde la cabeza, hasta el bajo
118
J.David Villalobos
vientre, haciendo que cerrara las piernas presa de la excitación.
Gabriela y Joel con la respiración entrecortada, tuvieron
que separarse, no sin muchos esfuerzos. El podría pasar toda
la noche besándola. Se encontraba fuera de sí.
10:30 p.m.
Don Carlos desde la entrada de “Los Pinos” miraba la
escena de los dos enamorados, y sonriendo para sus adentros, pensó: “Eso es lo que realmente necesitaba este hombre para que se aleje de la bebida”.
Joel, contrario a lo que pensaba su patrón, le había pedido otro brandy a José. Se sentía alegré después de mucho
tiempo. Era la primera vez que se sentía así, y quería disfrutarlo bebiendo.
10:45 p.m.
Ya no había palabras entre los dos. Solo besos y caricias
bajo la luz tenue de las candilejas.
Gabriela se colgó con sus brazos al cuello de Joel, quien
presa de la excitación y los efectos del brandy, se atrevió a
acariciarle los senos a través del vestido que traía ella.
Gabriela abrió los ojos por un momento, e inmediatamente los cerró para disfrutar de las manos que le aprisionaban los senos.
Por un momento estuvo Joel a punto de introducir la
mano dentro del vestido de ella, cuando Gabriela escuchó a
lo lejos una voz decir:
—¡Gaby! ¡Gaby acompáñame al tocador!
Le costaba trabajo regresar a la realidad. Escuchó de
nuevo la voz, pero esta vez más cerca.
—Gaby, acompáñame al tocador.
10:55 p.m.
Sintió que alguien la tomaba del brazo y la forzaba a
119
Un Paso muy Difícil
ponerse de pie.
Abrió los ojos y trató de ver quien la llamaba.
—¡Gaby ven! ¡Párate! Vamos al tocador—. Era su amiga Nora que se atrevió a interrumpir ese prolongado beso, al
ver cómo la acariciaba Joel. Le costaba demasiado esfuerzo
regresar su mente de ese viaje erótico que había tenido. Miró
las manos de Joel que aún las tenía sobre sus senos. Con
mucho esfuerzo dejó que la separaran de él y se dejó llevar
por sus amigas al tocador.
11:00 p.m.
Joel vio cómo se alejaban hacia el tocador y se puso de
pie, mirando su reloj. Ya era hora de que volviera a su orquesta para iniciar su segunda presentación. Notó una ligera
mancha húmeda en el pantalón y trató de ocultar el bulto que
había crecido entre sus piernas.
No disponía de tiempo para ir al tocador de caballeros,
así con la copa de brandy en la mano, se dirigió al escenario
en donde ya estaban listos sus músicos.
Inició la presentación y Joel inquieto, no dejaba de mirar
a la mesa en espera de Gabriela.
11:15 p.m.
Joel se encontraba ejecutando su “Gibson” en esta parte
de la presentación, cuando Gabriela regresó en ese momento
y se sentó de espaldas al escenario, conversando con Nora.
Bernardo y Roberto las miraban que discutían, pero prefirieron mantenerse al margen. Tenían idea de lo que ocurría entre ellas.
Nora y Sonia habían acompañado a Gabriela al tocador
para desprenderla de los brazos de Joel, y de sus caricias.
No porque fuera malo, sino porque ella era una mujer
casada. No pensó que las cosas se saldrían tanto de control.
—¿Qué haces Gabriela?—. Le había preguntado su
120
J.David Villalobos
amiga.
—¿De qué?
—No te hagas tonta—. Le reprochaba en el tocador.
—¡Se lo que hago y no me importa!—. Contestaba molesta.
—¡Estas casada!
—¿Y qué? no lo amo, al que amo es a Joel.
—Estás ilusionada nada más. Joel no es más que un bohemio y un borracho.
—No me importa. ¡Lo amo!—. Le dijo Gabriela al borde de las lágrimas.
—No sabes lo que dices, mejor nos vamos.
—¡Nooo!—. Gritó aterrada Gabriela.
—¡Estás fuera de control!
—¡Siii!…. Es la primera vez que siento lo que es vibrar
de pasión. Si eso es estar fuera de control, entonces estoy
locamente enamorada.
—¡Vámonos! te llevo a tú casa.
—¡Nooo!—.
Dijo soltándose de la mano de Nora, quien trataba de
sacarla de “Los Pinos”.
—¡Vete tú! Yo me quedo con Joel, hasta que termine de
tocar.
Gabriela se encontraba al borde de la histeria y se encontraba llorando. El rímel de sus ojos se le había escurrido,
y había logrado manchar su vestido rojo.
Nora se dio cuenta de que había cometido un error fatal
al traerla y presentarle a Joel.
Permanecieron en el tocador unos minutos más, esperando hasta que Gabriela se pudiera tranquilizar. Más tarde
salieron del tocador sin dirigirse la palabra, y se sentaron a la
mesa.
121
Un Paso muy Difícil
Nora más tranquila, trataba de hacerle entender que Joel
no era para ella, y que debería pensar en su matrimonio. Pero
se daba cuenta de que nada podría hacerla cambiar de opinión.
Joel había perdido la noción y en ese momento se entregaba de lleno a disfrutar el “solo” de guitarra, en el tema
musical el “Tercer hombre”.
Gabriela escuchaba a Nora sin ponerle atención a sus
palabras, además el volumen de la música hacía que se perdieran sus palabras.
En ese momento se escuchó el sonido de la guitarra y se
volteó, preguntando en voz alta para ella misma:
—¿Quien toca tan bonito?
Miró a Joel quien se lucía con su guitarra “Gibson” tocando su pieza favorita.
Gabriela lo miró y percibió que en realidad él disfrutaba
tocar la guitarra. También vio cómo se entregaba a la música, así como ella se había entregado a sus besos y caricias.
Sabía que era su hombre. Sabía que lo amaba. Sabía que
no podía dejarlo ya.
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, presa
de la emoción de ver a Joel, interpretando ese “solo”.
Una vez finalizado el “solo” de Joel, la orquesta imprimió nuevos bríos haciendo que su corazón estuviera a punto
de estallar en mil pedazos, por la dicha que la embargaba.
Había llegado al punto donde no hay retorno.
De antemano sabía lo que ella estaba dispuesta a hacer
esa noche.
Se había decidido ya, y no había nada que la hiciera desistir. El paso ya estaba dado.
Esa noche Gabriela daría un paso muy difícil.
122
J.David Villalobos
DIAS DE ESCUELA
Capítulo II
En cierta ocasión cuando mi hermana se fue a la escuela,
yo salí detrás de ella. También yo quería ir a la escuela.
La maestra Francisca, me recibió como oyente, ya que
aún era muy pequeño para estar en primer grado.
Los compañeros de mi salón de clases, no me aceptaban
en su grupo. La razón era que mi padre era nuestro peluquero
particular. Le gustaba cortarnos el pelo hasta dejarnos completamente rapados, a mi hermano y a mí.
Además me compraba la ropa más grande que mi talla,
con el pretexto de que al ir creciendo, desenrollaría el pantalón. Pero la ropa se desgastaba más pronto que lo que yo
crecía, y había que ponerles parches a las rodillas de los pantalones. Eso hacía que mi aspecto no fuera bien visto y todos
abusaban físicamente de mí.
Me golpeaban a la salida de la escuela entre todos.
Era objeto de sus burlas y me insultaban entre todos. Mi
hermana tenía que salir a defenderme.
Todos los días era lo mismo. No pasaba un día de la
semana en que no se desquitaran conmigo. Había uno en
especial, Ricardo. Él era quien me golpeaba, mientras los
demás solamente hacían bulla.
La mayoría de los niños de mi salón, tenían juguetes
caros o al menos los que eran de actualidad.
A la hora del recreo, todos comentaban sobre sus juguetes, y yo para no quedarme atrás también inventé mis propios
juguetes.
—En la casa tengo un coche rojo de bomberos, de pedales, y una avalancha de color azul—. Les dije con tanto entu123
Un Paso muy Difícil
siasmo, que hasta yo mismo me creí la mentira. Se quedaron
asombrados por lo que acababan de escuchar.
En cierta ocasión en que mi hermana se enfermó y no
fue a la escuela, la maestra me envió a recoger el café caliente que mi madre cada tarde le enviaba.
En esta ocasión me tocó ir a mí.
—Daniel. ¿Puedes ir a tu casa por el café?
—Si maestra—. Le respondí feliz de salir un poco a la
calle para distraerme.
—¿Lo puedo acompañar?—. Preguntó uno de los compañeros del salón, y que era uno de los que siempre acompañaban al que me golpeaba a la hora de la salida.
Me extrañó que precisamente, uno de ellos quisiera
acompañarme.
Llegamos a la casa, y ya había olvidado las mentiras que
había dicho sobre mis juguetes.
Habiendo llegado a la casa, el compañero de clase se
metió y se paseó con toda confianza por los cuartos de la
casa, que no era muy grande; solo tres cuartos: “sala, recamara y comedor” como el juego. Y todavía tuvo el descaro
de ir hasta el gran patio trasero en donde teníamos las gallinas, y me pregunto:
—¿Y tu coche de bomberos?
Al escucharlo me angustié.
No sabía que responder y solo se me ocurrió decirle en
voz baja, para que mi madre no pudiera escucharnos:
—Por ahí lo han de traer en la calle.
Lo había dicho como tratando de demostrar que tenía
otros hermanos mayores y que estaban jugando con el coche,
en ese momento precisamente.
Mi madre nos escuchó y preguntó:
—¿Qué cosa? ¿Por qué cuchichean?
124
J.David Villalobos
El “amiguillo” tuvo el descaro de preguntarle abiertamente:
—¿Y el coche de bomberos de Daniel?
Mi madre riendo le contestó con su coloquial forma de
expresarse:
—¿Cual coche? Si no tenemos en que caernos “muertos”.
Y soltó la carcajada para después decir:
—¿Cómo va a tener Daniel un coche de bomberos?
¿Eh?
Su comentario me hizo pasar la mayor vergüenza.
El regreso a la escuela lo hicimos en silencio. Mi acompañante se adelantó si dirigirme la palabra. Él había llegado
un poco antes que yo al salón, y todos lo abordaron con preguntas sobre mis juguetes. Yo iba un poco detrás de él con el
café para la maestra, y alcancé a escuchar lo que les decía.
—No tiene nada, viven como pobres.
Les contó en voz baja, todo lo que había visto en la casa,
desde lo que hacía mi padre, escribiendo sobre una mesa de
madera fabricada por él mismo, la mesa de cuatro sillas, la
camita donde dormía mi hermana y la caja de cartón donde
dormía mi hermano.
Describió con lujo de detalles la forma en cómo vivíamos.
Al llegar le entregué a la maestra la pequeña cafetera.
—Gracias Daniel—. Me dijo la maestra.
Me dirigí a mi pupitre en silencio y sentí mis pies pesados como si fueran de plomo.
Noté en mi cara las miradas fijas de la pandilla que me
golpeaba. No supe que más hablaron, pero percibí que me
miraban con lástima y ya no dijeron nada. Creo que esa fue
la causa por la que se terminaron las palizas que me daban
125
Un Paso muy Difícil
todas las tardes a la salida.
El tiempo transcurrió normalmente. Aunque ya no me
golpeaban, todavía seguían molestándome y haciéndome
objeto de sus burlas y bromas.
Una ocasión dentro del salón, uno de ellos me dijo:
—¡Mira, a Susana se le ven los calzones!
Volteé para mirar al lugar donde me indicaban.
No entendía cuales calzones. Esperaba encontrarme a la
niña sosteniendo su prenda con la mano o no sé qué, la cosa
es que al voltear a mirarla, una niña amiga de mi hermana le
dijo:
—¡Angélica! ¡Tu hermano le está viendo los calzones a
Susana!
Mi hermana se levanto de su asiento, y desde el otro
lado me hizo una seña con la mano como diciendo: “Vas a
ver con mi mama”.
Eso hizo que todos los niños se burlaran de mí, gritando
a coro:
—¡Lo van a castigar! ¡Lo van a castigar!
Escuché la voz de la maestra decir.
—¡Silencio niños!
El salón era mixto y de un lado estaban las niñas, y del
otro estábamos los niños.
A la salida de la escuela, yo intentaba hacerle entender a
mi hermana, que había sido una trampa la que me pusieron.
Pero ella estaba ciega por causa de la religión de mi madre.
Apenas habíamos puesto un pie dentro de la casa, ya
estaba mi hermana acusándome con mi madre.
—¡“Amá”! —Le dijo— Daniel le estaba viendo los calzones a una niña.
Mi madre empezó a gritar:
126
J.David Villalobos
—¡Tan chiquito y tan “baquetón!”.
Como ya habíamos aprendido a leer, me ocurrió lo mismo que a Gutenberg cuando inventó la imprenta: Imprimir la
Biblia. Pero en mi caso, lo primero que hizo mi madre fue
ponerme a estudiar el catecismo, como todos los días lo
hacía aunque ya me lo supiera de memoria.
Pero antes tenía que pasar por la inevitable sesión de
golpes. Comenzó a golpearme con un lazo que usaba para
colgar la ropa en el patio. Me golpeaba repetidas veces sin
descanso, como si estuviera golpeando a un animal.
Eso era la lujuria para mi madre, un acto de animales.
Eso se lo había enseñado la abuela y trataba de enseñárnoslo
a nosotros. En este caso a mí, pero con golpes.
—¡Toma, toma!—. Gritaba mi madre como poseída
mientras me golpeaba hasta el cansancio.
—¡Ya “amá”, fue sin querer!— Grité tratando de explicarle, pero ella seguía como poseída.
Si acaso, ella intentaba con golpes sacarme al demonio
de la lujuria, yo creo que más bien a ella tenían que sacarle el
demonio de la ira. Yo había sido una víctima de la ignorancia de mi madre y de mi hermana, quien me acusó sin justificación alguna. Mi madre nunca dejó pasar un día sin golpearme, y creo que buscaba siempre alguna razón para hacerlo.
Sentí un odio y temor hacia mi hermana.
—¡Ponte a estudiar el catecismo!—. Me gritó mientras
me entregaba un pequeño librito muy maltratado por el exceso de uso. Yo no cesaba de llorar.
Mi madre tenía una escala para los castigos. Si la falta
era leve, me obligaba a estudiar el catecismo. Si la falta era
grave me golpeaba con la escoba, con la “chancla” o la manguera, con el lazo del tendedero de la ropa, con el cable de la
plancha eléctrica, en fin; con lo que tuviera a la mano.
127
Un Paso muy Difícil
Si la falta era relacionada con la lujuria, el castigo eran
los golpes y además estudiar el catecismo. Pero todavía me
faltaba esperar el castigo por parte de mi padre. Si llegaba
cansado y molesto, me castigaba golpeándome con el cinturón. Pero si llegaba de buen humor, mi madre lo provocaba
para que se pusiera de mal humor y me castigara.
—¡Pégale Joel, mira que se portó mal! ¡Andaba de lujurioso en la escuela, pégale y sácale el diablo que trae adentro!
Mi padre con el alma envenenada a causa de mi madre,
me daba con el cinturón siendo castigado de nuevo. Estaba
yo muy chico para ser golpeado como a un adulto.
Me dejaban en el cuerpo las marcas de los golpes.
En esos días en que mi hermana estaba enferma, me iba
yo solo a la escuela.
Teníamos dos horarios, asistíamos por la mañana a las
ocho, y también por la tarde de dos a seis. Era un alivio para
mi madre el no tenerme en casa. No entiendo la razón, si yo
era un niño tímido, retraído y sumido en mis propios pensamientos, además de no tener amigos con quien jugar.
Al regresar a la escuela después de comer, mi madre me
envió media hora antes.
Como había llegado a la escuela muy temprano, uno de
los compañeros del salón, me preguntó:
—¿Hiciste la tarea?
—Sí.
—¿Me dejas copiarla?
Yo sabía que no era correcto lo que me pedía, pero era
uno de los de la pandilla que me habían golpeado anteriormente. No quise que se molestara y acepté.
Buscó en su mochila su cuaderno de tareas y exclamó:
—¡Chin! Olvidé mi cuaderno.
128
J.David Villalobos
Me alegré en cierta forma de que no hubiera logrado
copiar mi trabajo. Pero la alegría no duró mucho cuando lo
escuche decir:
—¡Acompáñame a mi casa!
El miedo se apoderó de mí. Mi madre si se enteraba que
me había salido de la escuela, me mataría a golpes.
No pude negarme, y sin decir palabra alguna, accedí.
Salimos de la escuela y caminamos durante mucho
tiempo para llegar a su casa. Me asombré de la forma de
cómo vivía él.
Vivía en una casa cerca de la playa, y tenía sobre la arena un bote no muy grande, para pescar. Había varias palmeras muy altas que daban sombra a la casa. En la puerta del
garaje estaba una casa camper estacionada. No me permitió
entrar a su casa, y se llevó mi cuaderno.
Los minutos pasaron lentamente y me parecieron eternos. Estuve a punto de regresarme yo solo a la escuela.
No sabía la hora que era y la ansiedad se había apoderado de mí. Al no poder hacer nada, comencé a morderme las
uñas de los dedos de la mano.
Me puse de pie y caminé por donde habíamos venido,
solo para regresarme inmediatamente. Comencé a dar vueltas
en círculos para después volver a sentarme y seguir mordiéndome las uñas.
Al rato salió mi compañero, y volvimos a la escuela.
En cuanto entramos al salón, le pregunté a uno de nuestros compañeros:
—¿Ya revisó la tarea?
—La está revisando.
Nervioso, corrí a formarme detrás de los alumnos que
estaban esperando su turno para que se las revisara.
Sentí un alivio al ver la palomita que significaba “bien”.
129
Un Paso muy Difícil
Al finalizar las clases, sentí una terrible pesadez y un
dolor en las piernas, a causa de la larga caminata que había
hecho para ir a la casa del amigo. Tenía sueño, pero no
podía acostarme sin antes hacer la tarea.
Mi madre después de comer me preguntó:
—¿Cómo te fue en la escuela?
—Bien—. Le respondí muy satisfecho.
—¿Te revisó la tarea la maestra?
—Si—. Le dije abriendo el cuaderno para mostrarle la
palomita de color rojo, que había escrito la maestra.
—¿Llegaste temprano?
Sentí que el piso se hundía bajo mis pies al escucharla.
Mi madre nos había enseñado a no mentir. Y quizás lo
hubiera logrado, si no hubiera vivido con ese constante temor a la paliza que por todo y por nada siempre me daba.
El pánico se apoderó de mí y comencé a narrarle una
historia, que en parte era verdad y en parte no.
—Es que, un amigo olvidó la tarea y me pidió que lo
acompañara a su casa.
Mi madre me escuchaba y su rostro comenzó a transformarse. Yo comencé a gemir a causa del pánico que me
estaba invadiendo.
Mi madre pegó un grito a mi padre, que sentí morirme:
—¡Joel, ven a escuchar esto!
—¡Yo no quería ir, yo no quería ir!—. Comencé a gritar
presa del miedo, al ver a mi padre que se acercaba quitándose el cinturón mientras se dirigía a mí.
—¡El me jaló, él me obligó a ir con él!—. Le dije llorando a gritos.
—Espérate tantito —Le dijo mi madre a mi padre—
Déjame terminar de escuchar.
Al ver que mi padre no se quitaba el cinturón, continué:
130
J.David Villalobos
—¡Me dijo que si no lo acompañaba me iba a golpear!
Se quedaron pensativos mirando mi terror.
—¡Me dio miedo y por eso acepté! ¡Yo no quería ir, me
dio miedo! ¡Por favor no me peguen!
Terminé mi exposición con la cabeza baja, derramando
las lágrimas que caían en mis piernas desnudas, que el pantaloncillo corto dejaba al descubierto.
Mi madre bajando el tono de voz me dijo:
—No lo vuelvas a hacer. ¿Eh?
Mi padre más tranquilo dijo:
—Si te dice alguien que lo acompañes, dile que no porque se enoja tu papá y te pega.
Yo solo asentí con la cabeza limpiándome las lágrimas
con el dorso de la mano. No me golpearon en esta ocasión.
Había dado un paso muy difícil. ¡Aprendí a mentir!
Me había salvado de un castigo gracias a mi astucia para
mentir. Aprendí a utilizar la mentira como un medio para
evitar los castigos que me seguirían dando ellos.
En esos años mi madre solía escuchar la radio. Teníamos un aparato de radio de bulbos, que a pesar de lo viejo
que estaba, todavía se podía apreciar la música de la época.
Era un radio “RCA Víctor”, y me gustaba ver al perrito que
tenía pegada su oreja al megáfono.
Yo me deleitaba escuchando la voz graciosa y juvenil de
la cantante “Sonia López” en compañía de la “Sonora Santanera”. Me encantaba su voz y cuando la escuchaba cantar, yo
dejaba todo lo que estaba haciendo para dedicarme a escucharla.
Una noche en que mi padre se encontraba escribiendo
música a altas horas de la noche, como siempre lo hacía en
su recamara; tenía el aparato de radio encendido. A pesar de
que el volumen estaba bajo, escuchaba la plumilla que intro131
Un Paso muy Difícil
ducía mi padre en el frasco de cristal de tinta china. No podía
dormirme y contaba las veces que mi padre introducía la
plumilla.
“....tres, cuatro, cinco, seis, siete”—. Mi padre hacía una
pausa, para hacer alguna corrección y de nuevo comenzaba.
“Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis”.
De nuevo mi padre se detenía y yo me desesperaba por
no cerrar cantidades exactas. Me causaba ansiedad por no
poder ajustar a números cerrados la cantidad de veces que mi
padre introducía la plumilla. Me encontraba enfrascado en
eso, cuando escuché en el radio, la voz sensual y graciosa de
Sonia, quien vino a rescatarme de mi frustración.
Si eso que sentía por ella era amor, entonces creo que
estaba enamorado de ella. ¡Yo era un niño de seis años, y
estaba enamorado! ¿Cómo era posible que la voz que escuchaba a través del radio, pudiera hacerme perder los sentidos
a esa edad? ¿Qué me ocurría?
Empecé a sentir que mi corazón palpitaba muy de prisa
al escucharla interpretar “El ladronzuelo”.
¡Que voz, que gracia y que simpatía! ¡Qué excitante era
escucharla cantar!
Hacía un poco de fresco esa noche, y me hice ovillo para
poder calentarme mientras me deleitaba con su voz.
Introduje mis manos entre las rodillas y vino a mi mente
las palabras de mi madre: “Saca las manos de la cochina”.
Mi cuerpo vibraba de emoción y una excitación se apoderó
de mi cuerpo al escucharla cantar. Sentí que mi pequeño
pene se ponía duro. Lo atribuía a la sensibilidad y emoción
que lograba despertar en mí, la amada Sonia.
“Saca las manos de la cochina”. Escuchaba en mi cabeza
la voz de mi madre repetirlo nuevamente. Temblando de
miedo, me atreví a tocarla. ¡Qué emoción, que sensación!
132
J.David Villalobos
Me había tocado mi penecillo duro cubierto por el prepucio.
Mis manos se deslizaron suavemente dentro de mi trusa, y lo
acariciaba lentamente mientras me deleitaba con Sonia. Pensaba en ella, en su voz, en su gracia.
Me atreví a tocar más abajo. ¡Oh Dios, que sensación!
Era una sensación diferente tocarme los testículos, a tocarme
el penecillo duro. Comencé a alternar tocarme el pene y los
testículos. Sonia no dejaba de cantar, y yo no dejaba de acariciarme. Me atreví a explorar más abajo. ¡Madre mía! Que
diferente sensación.
¡Sonia, no dejes de cantar! ¡Déjame disfrutarte! Me decía mi mente sin dejar de acariciarme el pequeño orificio.
Con una mano acariciaba mi pequeño pene, mientras
que uno de mis dedos rozaba la abertura del recto.
La Santanera, se iba perdiendo en el radio y la voz de
Sonia también. “¡Nooo!” Pensaba. “Quiero seguir disfrutando agarrándome la <cochina>”.¿Esto era lo que mi madre no
quería que me tocara? ¿Por qué? Si era una sensación maravillosa. Había vivido una experiencia relacionada con el
sexo, y que estaba muy lejana para mi edad.
Me había atrevido a cruzar las puertas del placer. Había
dado un paso muy difícil.
Por la tarde al volver de la escuela, le pregunté a mi madre si no iba a encender el radio.
—No, porque voy a rezar el rosario—. Me dijo.
—Ah—. Le contesté desilusionado, y me quedé sentado
por algún lugar de la casa mordiéndome las uñas.
Llegada la hora de dormir, me iba sin chistar a la “camasilla” para poder escuchar a Sonia en el radio.
Pero esa noche no pude. Solo escuchaba la plumilla de
mi padre introducida repetidas veces en el frasco de tinta.
“Uno, dos, tres, cuatro”. De vuelta a la cuenta.
133
Un Paso muy Difícil
Al no poder escuchar el radio, me encontré dando vueltas en las sillas. Era muy incómodo tratar de dar vueltas en
medio de ellas, sin evitar golpearme los brazos con el respaldo de alguna silla.
De nuevo vinieron las palabras amenazadoras de mi
madre: “Saca las manos de la cochina”. Había llegado a una
parte de mi vida en la que me sentía superior a ella. Había
logrado tocarme sin que ella se diera cuenta, al menos por el
momento.
“Saca las manos de la cochina”. Volvía a escuchar la
voz de mi madre en mi cabeza. Retándola y venciendo el
miedo, lentamente introduje mi mano por la trusa blanca, y
llegue a la punta del prepucio. Mi pene estaba blando.
Comencé a acariciarlo. Traté de imaginar la voz de Sonia en mi cerebro. Me toqué los testículos y acaricié la entrada de mi culito. Mi penecillo estaba rígido. Lo acariciaba y
lo sobaba. Hacía lo mismo con el escroto. Sentía que perdía
los sentidos. Sonia no estaba esa noche, pero la escuchaba en
mi cabeza. Cansado de sobarme, no supe a qué hora me
quedé dormido.
Esa noche había hecho algo de calor, y la delgada sábana con la que me cubría se encontraba a un lado de mí, sobre las sillas. De pronto me despertaron los gritos desaforados de mi madre.
—¡Míralo Joel, míralo!
De repente sentí en mi cuerpo una lluvia de golpes con
la sandalia de mi madre. No alcanzaba a comprender lo que
estaba ocurriendo, ni la razón de los golpes que mi madre
arremetía en contra mía esa mañana.
Alcancé a sacar la mano de adentro de mi trusa, para
cubrir mi cuerpo de los golpes que me estaba dando.
—¡Cochino, sucio!—. Me gritó mi madre mientras de
134
J.David Villalobos
golpeaba sin descanso.
Mi madre había ido a despertarme para ir a la escuela, y
me vio con la mano dentro de mi trusa, y eso la enfureció.
Me había quedado dormido con la mano adentro, y olvidé
retirarla, o quizás durante mi sueño me había vuelto a acariciar.
Mi padre se levantó molesto. No tanto porque me hubiera acariciado, sino porque mi madre había interrumpido su
sueño por culpa mía. Si queríamos ver a nuestro padre como
una fiera, nada más con no dejarlo dormir era suficiente.
Me encontraba de pie cuando mi padre se acercó a mí.
No traía el pantalón ni su cinturón. Se había levantado en
trusa, y como no tenía con que golpearme, me dio de nalgadas.
Yo todavía no había dejado de llorar al recibir el castigo
de mi madre, cuando mi llanto arreció de nuevo al recibir el
castigo de mi padre. Era terrible tener que soportar el castigo
de ambos.
Los castigos más severos eran los relacionados al sexo,
pero lo incongruente de todo esto, era que a mi madre le gustaba vestirme de mujercita para que jugara con mi hermana.
A mí me fascinaba ponerme vestidos de ella y que jugáramos
al te, o a la “comidita”.
Mi padre llegó de la calle un día, y me vio vestido así y
le dijo a mi madre:
—¡Quítale ese vestido, que se va a volver joto!
Me asusté tanto que nunca jamás volví a ponerme ropa
de mujer.
Me gustaba jugar con mi hermano debajo de la cama.
Una vez que nos encontrábamos debajo, me gustaba
juntar la lengua con la de mi hermano. Qué extraña sensación sentía. La lengua de mi hermano era caliente y húmeda,
135
Un Paso muy Difícil
eso me producía cierta excitación y hacía que terminara con
mi pequeño pene duro.
Ese juego lo llevamos a cabo varias veces, hasta que mi
padre nos descubrió. Sigilosamente se acercó y se asomó por
debajo de la cama, y nos vio a mi hermano y a mí con la lengua juntas.
—¡Gabriela!—. Le gritó a mi madre.
—¡Que!—. Contestó mi madre mientras llegaba corriendo a donde se encontraba mi padre.
Al escuchar la voz de mis padres, salimos de nuestro
escondite, debajo de la cama asustados. Yo no sabía qué
hacer ni lo que sucedería. Solo percibía que había algo malo
en tocarse la lengua.
Había descubierto que cualquier cosa que despertara mis
sentidos y el placer, era malo para mis padres.
—¿Qué estaban haciendo cochinos?—. Preguntó mi
madre mientras se quitaba la chancla “tipo gallo” y comenzar a castigarnos, pero en este caso solamente a mí.
Todas las cosas que sucedían en la casa, eran por culpa
mía. Yo fui el que más castigos recibió. Mi hermano era muy
pequeño y casi no lo tocaban, y como mi hermana era mujer,
tampoco la querían tocar.
Así que toda la frustración, preocupación, problemas
económicos o sexuales, enojo, desesperación, fastidio, aburrimiento, incluso rencor con la vida que sentían ellos, la
descargaban contra mí.
—Se estaban besando con la lengua—. Dijo mi padre.
Mi madre me jaló de debajo de la cama, con una mano y
me levantó en vilo, mientras que con la otra me daba en las
nalgas con la “chancla” hasta que se le cansó el brazo.
—¡Cochino! ¡Baquetón! ¡Sinvergüenza! ¡Majadero!
Conforme recitaba una larga lista de maldiciones, me
136
J.David Villalobos
daba de azotes. Si se le llegaban a terminar, volvía a repasar
la lista mientas continuaba azotándome.
Mi padre se retiró después de haberle dejado a mi madre
que se hiciera cargo del castigo. Su actitud había sido como
la de Poncio Pilatos. Se lavó las manos.
A causa del alcoholismo de mi padre, y la falta de un
trabajo estable, hizo que nos mudáramos de casa constantemente.
Cuando todavía vivíamos en Guaymas, recuerdo la visita de un hombre a la casa, y vi a mis padres realmente preocupados. Ellos siempre tenían secretos para nosotros, pero
un niño sabe captar la preocupación de los padres. Mi madre
siempre nos retiraba de las conversaciones de los adultos.
Pero por lo que según pude percibir, es que mi padre debía
los impuestos, o tenía alguna deuda de dinero pendiente.
Nos mudamos a Ciudad. Obregón para que no le quitaran su guitarra eléctrica “Gibson”, que era lo único realmente
de valor que teníamos.
Llegamos a vivir en una pequeña vivienda, de tres cuartos en donde solo había la mesa y las camas. Yo creo que la
pobreza en la que vivíamos, hacía que la mamá de Norma, la
hija de los vecinos de al lado; nos sacara a pasear en su camioneta por el bosque.
Norma era una niña muy bonita de unos cinco años de
edad. Tenía su cabello negro corto, y era de piel muy blanca.
Una noche cuando la vi jugando afuera, no pude resistir
el deseo de estar junto a ella. Quería sentir su piel rozando la
mía. Me acerqué fingiendo que tenía los ojos cerrados y que
no veía por donde caminaba. Estiré los brazos como si fuera
un sonámbulo y me dirigí hacia ella.
—¡No veo, no veo!—. Repetía mientras caminaba dando círculos tratando de acercarme a ella.
137
Un Paso muy Difícil
Yo solamente quería abrazarla y acariciarla.
De pronto, me acerqué demasiado rápido a ella y no pude detenerme a tiempo, lo único que logré fue tirarla al suelo
y hacer que ella llorara. ¡Torpe de mí!
Mi padre me llamó adentro y me regañó. No me dolía lo
que él me estaba diciendo, ni recuerdo lo que decía. Mi pensamiento estaba con Norma.
Esa noche mi padre ya no me dejó salir. Me quedé adentro en la oscuridad de la casa, mirando por la ventana a
Norma que ya se había recuperado del golpe que le causé.
Mientras, mi madre y mis hermanos seguían afuera.
Los hermanos mayores de Norma siempre abusaban de
nosotros. Ellos habían construido un columpio en el árbol del
patio de su casa, y no querían subirse por temor a que no
estuviera sujetado lo suficientemente firme a la rama, y que
pudieran caerse.
Llegaron a nuestra casa y le hablaron a mi madre.
—¡Doña!
Mi madre salió a ver quién era.
—Hola muchachos. ¿Que se les ofrece?—. Mi madre los
recibió sonriendo sin adivinar sus verdaderas intenciones.
—¿Podría permitirnos jugar con alguno de sus hijos?
Mi hermana era la favorita de mis padres, así que les
permitió que jugara con ellos.
—Pasen a jugar con Angélica—. Dijo mi madre invitándolos a pasar.
—No, queremos que ella vaya a la nuestra—. Dijo uno
de ellos.
—Está bien, ve “Angeliquita”. Pórtate bien y no des
lata—. Fueron las recomendaciones que mi madre le dio a
mi hermana.
Mi hermana contaba con siete años y se fue con ellos.
138
J.David Villalobos
Se la llevaron a su casa y mi madre se quedó contenta de
que empezáramos a relacionarnos con los vecinos “ricos”.
Ellos eran los ricos, y nosotros los pobres de esa calle.
La subieron al columpio que habían construido, y la empujaban cada vez más alto. De repente, la rama que sostenía al
columpio se rompió, o se soltó la soga, no sé qué sucedió
realmente, pero mi hermana cayó de espaldas y perdió el
conocimiento.
Las horas transcurrieron y ella no regresaba a casa.
Avanzada la tarde regresó mi hermana, con un puñado
de dulces y no dijo nunca nada. Le hicieron prometer que no
diría nada, y la sobornaron con dulces. Años después; cuando ya contaba con catorce años de edad, mi hermana contó la
verdad. La habían retenido con ellos hasta que recobró el
conocimiento.
Otras de las maldades que nos hicieron, fue robarnos
“limpiamente”. Mi padre le había comprado a mi hermano
un tanque de guerra que funcionaba con baterías, y ese juguete les gustaba mucho a ellos.
Lo envidiaban tanto, que cada vez que yo salía a jugar a
la calle con el, me decían:
—¡Oye muchacho! Te cambio el tanque por una pistola.
Yo no les contestaba, pues me causaban demasiada desconfianza.
Otro día volvieron a insistir y traían una patrulla muy
bonita y me la enseñaron.
—Te la cambio por tu tanque.
Emocionado le dije a mi madre lo que querían.
—Déjame verla, pídele que te la presten—. Dijo ella.
Salí a decirles que me dejaran mostrársela a mi mamá.
Me la prestaron un momento y se la enseñé a mi madre.
—Cuesta más dinero que el tanque—. Dijo uno viendo
139
Un Paso muy Difícil
que dudaba.
—Es americana—. Dijo el otro tratando de convencerla.
—No se—. Titubeó mi madre.
—Mire “doña”, si no le gusta, se lo devolvemos después.
Con esa promesa mi madre accedió a hacer el cambio.
—Bueno, si es así, entonces sí.
Mi madre aceptó y al tratar de jugar con la patrulla, tenía
roto el compartimiento de las baterías y además se le caía
una rueda. Quisimos recuperar el tanque de mi hermano,
pero nunca nos lo devolvieron. Cuando fuimos a su casa a
reclamarles, no nos abrieron la puerta.
El hecho de saber que jamás íbamos a recuperar el tanque de mi hermano, me angustiaba. Había hecho el cambio
no muy convencido, y ese paso que había dado ya no lo podía revertir.
Fue muy difícil aceptar que nos habían timado, y cada
vez que jugábamos en el patio de nuestra casa, les gritábamos:
—¡Ladrones, rateros!
Mi madre nos aconsejaba lo que teníamos que gritarles.
Nos utilizaba para descargar su frustración a través de nosotros. Sabía que no podía hacer nada, y su frustración crecía
más.
Cuando llovía, nos dábamos la oportunidad de jugar
debajo de la lluvia. Lo disfrutábamos tanto, que cuando los
vecinos nos escuchaban jugar, se subían a la barda de su casa
y se quedaban sentados mirándonos jugar. Parecía que no
sabían cómo jugar, o a que jugar.
Ellos eran mayores que nosotros, tendrían como catorce
años.
Los insultos constantes que les decíamos cada vez que
140
J.David Villalobos
los veíamos, hicieron que el abuelo de ellos, retirara una gran
lámina de metal que cubría un agujero muy grande, en el
muro que separaba nuestra casa a la de ellos. El abuelo era
la “mierda” mayor de todos ellos.
Retiró la lámina de la pared, diciendo:
—Yo les estoy prestando la lámina para tapar este agujero.
Mi madre no decía nada. Seguía cocinando en silencio.
Ella solo era valiente con nosotros, pero cobarde con los
demás.
La disputa por el problema del hoyo en la pared, duró
casi medio día.
—Así se va a quedar destapado ese agujero—. Dijo el
abuelo, retirándose, mientras yo le susurraba a mi madre.
—Por aquí puedo ir a recuperar mi tanque.
Mi comentario hizo que uno de los adolescentes que nos
había timado, le dijera al abuelo.
—Ya abuelo. ¡Tapa el agujero!
Las hermanas, entre ellas Norma los secundaban.
—¡Si abuelo!
Ellos eran una familia muy numerosa. Creo que eran
como quince los miembros, incluyendo a los padres de ellos
y a los abuelos. No sé porque razón existía ese agujero en la
pared de nuestra casa. Creo que lo han de haber hecho los
hermanos de Norma antes de mudarnos nosotros. Quizás lo
hicieron para poder entrar a la casa cuando ésta todavía se
encontraba vacía. Eran de verdad gente muy malvada.
A los pocos meses, mi padre se sacó $3,000 pesos jugando a la lotería. Eso hizo que los vecinos malvados se llenaran de envidia. Al enterarse, el primero que vino fue el
abuelo a hablar con mi padre para que le prestara mil pesos.
Mi padre se negó.
141
Un Paso muy Difícil
Una semana después vino a la casa la mamá de Norma y
le pidió prestados $200 pesos.
Mi madre aceptó y le preguntó:
—Si se los presto ¿Cuándo me los devuelve?
—El sábado cuando cobre mi esposo—. Le contestó la
vecina.
—Es el dinero de la renta, no me vaya a fallar—. Le
advirtió. Pero nunca volvimos a ver ese dinero, y cuando lo
supo mi padre, se enfureció tanto que casi la golpea.
Mi madre acudió a la casa de los vecinos para tratar de
recobrar su dinero, pero ellos soltaron a los perros que tenían
cuando se acercó a la reja. No abrían la puerta, y cuando la
veían acercarse se metían rápidamente al interior de su casa.
Mi madre acudía todos los días a la casa de ellos, y de
igual manera, todos los días se regresaba a la nuestra sin obtener ninguna respuesta. A pesar de que mi padre le había
dicho que ya lo olvidara, ella continuaba yendo día tras día,
incluso cuando ya nos habíamos mudado de casa.
Mi padre al fin pudo comprar una sala y dos camas para
nosotros. Por primera vez dormiría en una cama de verdad,
ya que las sillas que habían servido como cama, me causaban dolores en la espalda.
Para compensar el daño que nos habían causado los vecinos, nos compró juguetes nuevos de pilas. A mi hermano le
compró un robot que despedía luces y caminaba solo, a mí
un coche de bomberos rojo de baterías. No era como el que
yo quería de pedales, pero no me importaba, de igual manera
lo disfrutaba. A mi hermana le compró otra muñeca parecida
a la “Beatriz” que ya tenía. No recuerdo el nombre.
Esa fue la venganza de mi padre. Hacer que los malvados vecinos se murieran de envidia. ¡Y lo había logrado!
Todos los días pasaban por la casa, cuando la puerta la
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J.David Villalobos
dejábamos abierta para dejar salir al “Blanco”; y ellos no
dejaban de ver hacia el interior. El “blanco” era un perro
que nos había adoptado y que nos había seguido desde el
mercado hasta la casa. Nunca se fue y se quedó a vivir con
nosotros.
Nos mudamos de casa con nuestros nuevos muebles y
juguetes, a otra colonia más bonita. “Las Arboledas”. Era
algo diferente. Ese lugar estaba realmente lleno de árboles.
Yo había terminado mi segundo grado, y me encontraba
igual que mi hermana en tercero.
La escuela a donde asistía estaba lejos de la nueva casa,
así que nos cambiaron de escuela. Como no había cupo para
mí en tercer grado, únicamente para mi hermana; mi madre
tuvo la desfachatez de regresarme a segundo, ya que en ese
grado si había lugar, y de sobra.
—Al fin y al cabo, estás muy chico para estudiar—. Fue
la respuesta a la injusticia que había cometido conmigo.
Cerca de la casa estaba la iglesia que tenía cursos de
catecismo y mi madre me enviaba solamente a mí, todos los
sábados a estudiar el maldito catecismo, a pesar de que ya
me lo sabía de memoria. Cuánto sufría con esas pesadas cuatro horas de estudio del catecismo.
Vivimos muy poco tiempo en esa colonia y nunca tuve
amigos.
La ilusión y la desilusión que vivimos fue cuando mi
padre nos compró el primer televisor “Volvo” en blanco y
negro. En esa época no había muchos canales de televisión y
además, la programación iniciaba a las tres de la tarde.
Cuando vimos el primer programa de televisión, nos
volvimos locos de alegría. La razón era que estábamos
viendo una caricatura de “Pluto”, uno de los personajes de
Walt Disney.
143
Un Paso muy Difícil
Mi madre nos había llevado anteriormente los sábados
por la tarde al parque cercano a la casa, donde la “PepsiCola” daba funciones de cine gratis al aire libre. Ahí llegué a
ver las caricaturas que estaba viendo en ese momento en la
televisión. Al día siguiente, esa misma caricatura la estaban
transmitiendo de nuevo, y mi padre nos apagó el televisor.
Lo miramos desilusionado y le preguntamos:
—¿Por qué la apagó?
Mi padre nos respondió:
—Si ya la vieron. ¿Para que la ven de nuevo? Apáguenla para que no se caliente la televisión.
No podíamos decir nada y solo nos mirábamos unos a
otros. Mi padre dejó pasar unos instantes, y la encendió de
nuevo. Cuando más entusiasmados estábamos con “Pluto”,
mi padre la volvió a apagar otra vez.
—Esperen a que termine esa caricatura—. Nos dijo con
la mano puesta sobre el control del encendido.
Pasados unos instantes volvió a encenderla.
Pudimos ver que aún no terminaba la caricatura de Pluto, y creí que iba a dejar que la termináramos de ver, pero de
la ilusión pasamos a la desilusión cuando vimos un puntito
blanco que se perdía en el centro de la pantalla del televisor.
Mi padre nuevamente la había apagado.
Pasados algunos segundos, la volvió a encender justo
cuando ya había terminado nuestra programación infantil.
Nos quedamos desilusionados mirando la lista de anuncios
comerciales que estaban pasando.
No lograba entender las ideas de mi padre.
Logré aprobar nuevamente el segundo grado, y pasé a
tercero mientras mi hermana ya pasaba a cuarto.
Me dolió deshacerme de “Blanco”. Mi padre no pudo
llevarlo a Guadalajara cuando nos volvimos a mudar nue144
J.David Villalobos
vamente. Se lo regaló a su compadre.
Cuando arribamos a Guadalajara, estuvimos viviendo
una semana en el hotel “Estadio”. Mi padre gastaba demasiado dinero en comidas y en restaurantes.
Yo padecía de un problema, que era orinarme en la cama. Cuando vivíamos en ese hotel, me oriné en la cama, y
mi madre se puso a lavar las sábanas del hotel.
Creo que el motivo de mi orinada, fue por el estrés que
sufría, a causa de que iba hacer mi primera comunión. Ese
domingo que iba a hacerla, me enfermé de fiebre. Mi hermana y mi madre me decían que era el diablo el que no quería
que recibiera a Dios o a Cristo, no se a cuál de los dos mencionaban. Me llevaron al doctor y no supe que fue lo que me
enfermó. Lo que si fue inevitable, es que tuve que soportar
los constantes regaños y las continuas cantaletas de mi madre, a causa de mi orinada en la cama.
Otras de sus raras manías, era la de tener que hacer
siempre las camas. Ella decía que quería “ahorrarles” el trabajo a las “pobres” señoras de la limpieza. Logré captar una
sonrisa de satisfacción en esas camaristas. No podía, o no
quería entender que en los hoteles hay camaristas que se dedican a cambiar las sábanas.
Siempre le había gustado guardar las apariencias y por
tal motivo, no quería que la criticaran por haber dejado yo la
cama mojada.
Esa enfermedad que padecía, desapareció hasta los catorce años. Era el estrés que estaba padeciendo siempre a
causa del alcoholismo de mi padre, y los constantes castigos
y regaños por parte de mi madre.
Debido a los gastos exagerados que tenía mi padre en el
hotel, nos mudamos a una casa en la calle Medrano 1210.
145
Un Paso muy Difícil
Mi padre debía regresar a Ciudad Obregón, por los
muebles que teníamos allá, y mientras él estaba de viaje un
anciano campesino tocó a la puerta de la casa.
—¿Qué se le ofrece?—. Le pregunté sin obtener respuesta.
—¿A quien busca?—. Volví a preguntarle.
Dijo algo que no pude entender, ya que a ese anciano le
faltaba gran parte de sus dientes. Mi madre acudió a la puerta
y la escuché gritar:
—¡Don Raymundo! ¿Cómo está?
Yo no entendía por qué mi madre tenía que gritar tanto.
Ese campesino que llegó de visita, era el abuelo. Era el padre
de mi padre y estaba sordo.
En cierta ocasión en que mi padre tenía que ir a trabajar
fuera de la ciudad, se terminó el gas de la casa. Mi madre no
tenía cómo cocinar y dijo:
—Voy al mercado para comprar caldo de pollo para que
te vayas con el estómago lleno.
—Pero no sabes en donde está el mercado—. Le recordó mi padre.
—¡Pues pregunto a ver en donde está!
Yo tenía ocho años y a esa edad la consideraba muy
testaruda.
Nos dirigimos al mercado, y al pretender regresar a la
casa, mi madre se confundió cuando salimos por otra puerta
del mercado y me preguntó:
—¿Para donde es Daniel?
—Para el otro lado—. Le contesté.
Yo me había fijado en un anuncio que estaba en el techo
de una casa y con el cual me había guiado, pero ella dijo que
por ahí no era. Y como siempre había sido demasiado terca,
caminó en sentido contrario. Éramos nuevos en esa colonia y
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J.David Villalobos
también en la ciudad.
Caminamos sin parar alrededor de una hora, hasta que se
le ocurrió preguntar por la iglesia de la Divina Providencia.
Esa iglesia estaba cerca de la casa, y le indicaron que teníamos que caminar en sentido opuesto. Yo la miré en silencio
como haciéndole entender que yo tenía la razón.
Nos regresamos caminando otra hora más, y mientras
íbamos de regreso, no dejaba de morderme las uñas.
Mi padre se encontraba preocupado y estaba molesto.
Al ver que ya veníamos de regreso después de dos horas
de retraso, dijo que ya no tenía tiempo para comer, y que
solo estaba esperando a que regresáramos para poder irse
tranquilo.
Mi padre gastaba mucho dinero pagando rentas, y el
dinero fue mermando, debido a que el trabajo no era constante. Pronto empezó a quedarse sin dinero y en ese tiempo
se había retirado de la bebida.
En ese barrio tampoco hice ningún amigo.
Al poco tiempo de vivir en esa colonia nos mudamos a
un rancho, que era propiedad de una tía. Así mi padre no
pagaría renta por un tiempo. Ahí si hice nuevos amigos e
ingresé a la escuela, y de nuevo a segundo grado.
Tampoco había cupo para mí en tercero. Esos eran los
argumentos de mi madre. No sé si se le olvidaban las cosas,
o ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué razón me hacía
repetir siempre el segundo grado? Lo raro, era que para mi
hermana siempre había cupo en cuarto grado.
Al mudarnos al rancho “La cruz” en San Pedro Tlaquepaque, para poder ahorrar dinero de la renta, hizo que mi
padre le sobrara bastante dinero de sus ingresos.
Entre los dos trataban de deshacerse de mí.
Habían estado buscando un internado para varones en la
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Un Paso muy Difícil
ciudad, para así dejarme internado toda la semana y solamente los domingos poder salir. Se enteró de que había uno
en San Pedro Tlaquepaque. Era un colegio de monjas llamado Carlos Moya, le informaron a mi padre que tenían el servicio de internado y el de medio internado.
No pudieron dejarme ni siquiera medio internado, por el
alto costo y se resignaron a enviarme a las clases normales.
Ese colegio estaba lleno de niños de padres adinerados,
que se dedicaban a la venta y fabricación de alfarería.
En mi salón había dos niños hijos de ricos que vestían
bien, y yo quería ser su amigo, pero me rechazaban. Me
quedaba todo el tiempo observándolos.
Los admiraba tanto, que hasta podría pensarse que estaba enamorado de ellos por la forma en cómo los miraba.
Traté de buscarles algún defecto y no se los encontraba.
Nunca me hicieron caso y siempre se sentaban en la fila
de adelante y yo hasta atrás, porque había llegado a mitad del
ciclo escolar.
Ahí fue donde conocí las peores travesuras, y escuché
las peores majaderías que nunca había escuchado jamás en
mi vida. Me decepcioné de esos niños ricos. Eran de lo más
bajo y vulgar, que los pobres como nosotros.
Dentro del salón de clase un alumno le gritó a otro.
—¡Chile, tomate, jamón!
El otro le respondió:
—¡Chile, tuna, lenteja!
—No te salió—. Le contestó el otro riendo.
Se podía traducir como: “chinga tu madre cabrón”.
Y el otro le había respondido: “chinga la tuya pendeja”.
Pero como eran hombres, no había rimado la frase.
Me preguntaba: “¿Para qué me inscribieron en un colegio de monjas? ¿No se suponía que debería haber un poco
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J.David Villalobos
más de devoción y respeto que en las escuelas públicas?”.
Debido al costo de esa escuela, no duramos más de tres
meses y tuvimos que regresar a la escuela pública. Ahí tuve
amigos que nunca más volvería a ver. También conocí a mi
primer amor “Toña”. Una niña morenita de nueve años y que
tenía una sonrisa encantadora.
Una noche llegaron a la casa a pedirle permiso a mi
mamá para dejarme salir a jugar a las “escondidas”. Mi madre me dio permiso. Aún era temprano.
Inició el juego, y yo deliberadamente me escondí con
Toña. A sentir su cercanía, mi corazón latió de prisa.
Yo ya sabía lo que iba hacer. ¡Y lo hice!
Le di un beso en la mejilla. Ella me miró y me dijo
comprensivamente:
—No Daniel. Por favor.
Yo solo acerté a decir:
—Es que me gustas mucho.
Mi corazón latía muy de prisa. Sentía la presión alta y
me encontraba temblando de nervios. Pero tenía que dar ese
paso muy difícil. Confesarle mi amor a ella, a pesar de no
tener gran experiencia en asuntos del amor.
Después de ese beso, ya no sabía qué hacer o que decir.
Mi padre fue el que tomó la decisión.
—¡Daniel!—. Me gritó.
Salí de mi escondite en donde me encontraba con “Toña”. Me preguntó mirándome asombrado de que todavía
estuviera fuera de la casa a esa hora, a pesar de no pasar más
allá de las nueve de la noche.
—¿Qué estás haciendo?—. Me preguntó furioso.
—¡Jugando!—. Le contesté temeroso.
—¿Quien te dio permiso?—. Dijo quitándose el cinturón.
149
Un Paso muy Difícil
—¡Mi “amá”!—. Le dije a la vez que echaba a correr
hacia dentro de la casa.
Él se encontraba de pie en la puerta de la casa, y estaba
listo para dirigirse a su trabajo, en el cabaret donde tocaba
cada noche.
Me metí corriendo a la casa tratando de esquivar el cinturón que vi volar, el cual se estrelló en el marco de la puerta
haciéndolo enfurecer más.
—¿Qué pasó?—. Salió mi madre preguntándole.
—¡Este cochino que estaba haciendo no sé qué cosas,
con una niña allá afuera!
Cuando vi a mi madre quitarse la famosa “chancla” del
pie, comencé a llorar gritando:
—¡No estaba haciendo nada!
Mi madre comenzó a golpearme:
—¡No hacía nada!—. Le grité cada vez que ella me daba con la chancla.
Ella comenzó con su misma cantaleta acompañando a
cada golpe:
—¡Cochino! ¡Baquetón! ¡Sinvergüenza! ¡Majadero!
Toña se retiró a su casa sin ganas de jugar con los demás. Los golpes que me daba mi madre, parecía no sentirlos al recordar en mis labios el sabor de las mejillas de Toña,
quien se fue llorando al ver como se ensañaba mi madre
conmigo. Mi padre se volvió a lavar las manos.
El trabajo de mi padre mejoró y nos mudamos del rancho, a la ciudad nuevamente. Esta vez a la calle República
85, cerca del Hospicio Cabañas y en donde mi madre estuvo
indagando sobre la manera de internarme precisamente ahí
dentro.
Ella sufrió una decepción, mientras yo disfrutaba de una
gran satisfacción. El hospicio era solo para niños sin padres
150
J.David Villalobos
y sin hogar. Por lo tanto, yo no calificaba para ser internado.
No podía ocultar mi alegría.
Aún permanecía en ellos la idea de internarme.
Me querían lejos de su vida. Esos lúgubres pensamientos
fueron apaciguados con el amor que sentía por la muchacha
de los cuadros.
Recuerdo el palpitar de mi corazón, cada vez que la miraba cuando pasaba frente al taller de —cuadros y marcos—
que tenía su familia.
Ella tendría como catorce años y yo solamente nueve.
En ese tiempo se usaban las minifaldas y las botas.
¡Cómo! me encantaba mirar a las chicas con botas.
Eran mi delirio.
Hasta la canción que cantaba Nancy Sinatra, llamada
“Estas botas son para caminar”, me enloquecía. Con solo
escucharla me sucedía lo mismo, como con la voz de Sonia
López.
La obsesión por las botas me hizo que cada vez que veía
a una chica con botas, la anotara en una libreta.
Me gustaba ir a misa con mi madre porque ahí en la
iglesia era en donde más abundaban. Las anotaba en cada
hoja diariamente. Después, al anochecer en mi recámara,
repasaba la cantidad de mujeres con botas que había escrito
en mi libreta, y me causaba una gran emoción.
Un día mi hermana me descubrió.
Me encontraba tan distraído anotando la cantidad de
chicas con botas que había visto en el transcurso del día, que
no sentí la presencia de mi hermana. Se acercó lentamente
como un felino, y me la arrebató de entre mis manos.
—¿Que escribes?—. Me preguntó arrebatándomela.
—¡Números!—. Le grité tratando de quitársela.
—¡Le voy a decir a mi mamá!
151
Un Paso muy Difícil
Para que no le dijera nada, permití que leyera lo que
había escrito en ese cuadernillo que yo mismo había elaborado.
—Domingo: Iglesia 50. Mercado 20. Calle 60. Parque
50. Camión 5.
—Lunes: Iglesia 2. Mercado 3. Calle 20. Parque 0. Camión 0.
—Martes: Iglesia 2. Mercado 3. Calle 20. Parque 0.
Camión 2.
Así sucesivamente tenía mi libreta llena de toda la semana, con las chicas con botas que había visto en la calle.
—¿Que significa todo esto?—. Me preguntó.
—Las veces que he pasado por esos lugares—. Fue lo
primero que se me ocurrió decirle.
—Tú nunca te has subido a ningún camión solo. ¿Qué
significa eso?—. Volvió a preguntar la testaruda de mi hermana.
—Los camiones que pasan llenos.
—Mmmm, no te creo.
—Si, es verdad.
—Le voy a decir a mi mamá.
Salió de la recamara y se fue a decirle a mi madre.
Me dejé caer sobre la cama preocupado, pensaba en lo
que iba a decirle. Al poco rato regresaron las dos.
—¿Qué significa esto?—. Preguntó mi madre.
Conforme se iba apoderando de mí el miedo, mi mente
trabajaba más rápido.
De pronto me vino la respuesta.
—Son las veces que recé el Ave María y el lugar en
donde lo recé. Se lo dije esperando que me lo creyera.
¡Y me lo creyó! Había logrado engañarla.
Pero no a mi hermana, quien salió detrás de mi madre
152
J.David Villalobos
lanzándome una mirada acusadora, y me hizo un gesto sacando su lengua. Yo le devolví el gesto.
Me recosté en la cama temeroso mordiéndome las uñas.
¡Que miedo había tenido!
Un día fuimos de visita al rancho donde habíamos vivido anteriormente. Yo ya no usaba huaraches, sino zapatos.
Vi al amor de mi vida, pero no me acerqué a ella. No se la
razón pero creo que me sentí cohibido.
Toña esperaba a que yo me acercara para saludarla, pero
no lo hice. Solamente nos sonreímos a lo lejos y me di la
vuelta.
Me dirigí en ese momento a comprar un “cine” sin pilas. Así era como lo anunciaba por micrófono el vendedor
que conducía el coche. Yo sentí curiosidad por saber cómo
era ese “cine”.
Mi hermano se reía después, de la frase que usó el vendedor que me timó a mí y a varios niños más. Lo malo era
que los otros niños tenían entre cuatro y seis años. ¡Yo tenía
nueve! “Niños, ruéguenle a su mamá que les de los cinco
pesitos”. Y yo fui el primero en caer.
Toña me miraba con esa mirada de “pobrecito”, o “no lo
“compres”, debido al engaño que iba a sufrir.
El dichoso “cine” sin pilas, eran solamente un montón
de recortes de negativos de películas de cine, que se colocaban dentro de un cuadrito de plástico, con una lente que ampliaba la imagen de los negativos.
Mi hermano se reía y me decía “Te vieron la cara de
pendejo”. Y era verdad.
La falta de seguridad hizo que no supiera decir no,
cuando debí haber dicho no. No fue mi culpa. Sufría de una
terrible inseguridad y de una baja auto-estima, producto de la
violencia doméstica que había en casa.
153
Un Paso muy Difícil
Un niño abusado físicamente no tiene la capacidad de
expresar sus sentimientos, ideas y opiniones de manera clara
y sencilla, para comunicarlas en el momento justo y a la persona indicada. Carece de asertividad.
¿Y qué podía esperar yo? Solamente sufrir engaños,
decepciones, y abusos sin poder rebelarme ni exigir mis derechos, como la estafa de la que acababa de ser víctima.
No sabía cómo hacerme respetar a mí mismo, sin tener
miedo, vergüenza, timidez e inseguridad. Nada fácil para un
niño como era yo.
No lo regresé, me dio vergüenza ver a Toña a la cara.
Tiempo después nos mudamos a una gran vecindad en la
calle 32 del sector libertad, en donde había departamentos,
que por cierto nos tocó el número 23.
Ahí conocí a Maribel, la niña encantadora de siete años
que fue mi novia cuando yo todavía tenía nueve años.
Todo sucedió en una tarde de siesta para mi padre.
Como ya sabía que él hacía su siesta, Maribel fue a buscarme a la casa para que nos fuéramos a sentar en los escalones que conducían a la azotea, del edificio de departamentos.
Nos gustaba estar ahí para platicar, y yo poder mirarla.
Éramos muy niños para andar tomados de la mano. Solamente en ese lugar, el que habíamos hecho nuestro nido de amor;
podíamos estar juntos sin ser molestados.
Nosotros vivíamos en el segundo piso, y subimos juntos
tomados de la mano hasta el último piso, como los hacíamos
todas las tardes. Ella era mi pequeña novia desde hacía ya
varias semanas.
Llegamos hasta el último piso, y comencé a besarla en
los labios. No sabía cómo hacerlo, solo unimos nuestros labios. Era un beso dulce y tierno, y me producía cierto nerviosismo. Abrí los ojos y la vi a ella muy cerca a mí, con sus
154
J.David Villalobos
pequeños ojos cerrados. ¿Cómo era posible que ella también
supiera que se debían cerrar los ojos al besar?
La naturaleza es sabia y el instinto sexual de todos los
seres humanos sabe actuar debidamente.
Recuerdo una noticia que salió en los periódicos en esas
fechas, cuando un jovencito de unos quince años, que sufría
de sus facultades mentales, violó a sus dos pequeñas hermanas mientras dormían. Ese adolescente, no podía hablar y
cuando trataba de hacerlo, solo producía sonidos intangibles.
Tampoco podía caminar y lo hacía con muchos esfuerzos. Su cuerpo se tambaleaba de un lado a otro al caminar.
¿Cómo fue posible que hubiera violado a sus hermanas?
La razón es que el instinto sexual actúa en todos los seres humanos, ya sea que estén sanos o no. Y yo no fui la excepción.
Maribel unía sus labios a los míos sin despegarlos. Fue
un beso largo y apasionado para nuestra corta edad.
Sentí duro mi pequeño pene y le dije:
—Siéntate en mis piernas.
Y ella lo hizo.
Estábamos vestidos. Yo traía mi pantalón de mezclilla
sucio y roto de las rodilla, y ella su pequeña falda y debajo
su ropa interior. Me movía de arriba abajo empujando mi
pelvis en sus lindas nalguitas. No pude aguantar más la excitación y poniéndome de pie, me saqué el pene para mostrárselo. Ella permaneció sentada mirándolo como hipnotizada.
—Dale un beso—. Le dije
—No. Se enoja mi mamá—. Fue su respuesta sana, libre
de malicia.
—No se lo vas a decir—. Le dije tratando de convencerla.
¿Cómo sabía yo que existía el sexo oral? Si nunca había
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Un Paso muy Difícil
visto a esa edad ningún tipo de revistas pornográficas, mucho menos una película. Tampoco existían los videos.
—¡No quiero!—. Fue tajante la respuesta que ella me
dio.
—Bueno, déjame tocarte—. Le dije mientras metía la
mano debajo de la falda y la tocaba a través de su ropa interior.
Ella se dejó tocar y volví a ponerme de pie y le dije:
—Ándale, dale un beso.
Ella se acercó para besar la punta del prepucio.
Se había atrevido a dar uno de tantos pasos difíciles que
hay que dar en la vida. El beso fue rápido y corto.
—Dale otro—. Le dije.
Ella volvió a hacerlo igual al anterior.
—Abre la boca y cierra los ojos—. Le pedí.
Ella obedeció y abrió la boca. Le introduje mi pene y
ella al sentirlo adentro, abrió los ojos y me alejó de su cara,
con sus pequeñas manitas.
—No—. Fue lo que dijo, mirándome a los ojos.
—¡Ándale, abre la boca!
Ella obedeció, y de nuevo se lo introduje. Pero esta vez
había abierto la boca de tal forma que mi pene no lograra
tocar su lengua ni sus labios.
—Cierra la boca—. Le pedí.
Maribel respondía moviendo negativamente la cabeza.
Como no pude convencerla, le dije:
—Siéntate en mis piernas—. Se lo volví a pedir, pero
esta vez con el pene asomando a través de la cremallera de
mi pantalón. Ella se sentó y yo le picaba sus nalgas con mi
pene. Lo sentía tan duro que creí que iba a romper sus calzoncitos blancos.
—Quítate los calzones—. Le pedí lleno de excitación.
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J.David Villalobos
—No. Se enoja mi mamá.
—No lo va a saber.
Fue lo último que pude decir, porque mi padre había
subido sigilosamente las escaleras, al escucharnos mientras
trataba de hacer su siesta.
Los pasos apresurados de alguien que iba subiendo por
los escalones, lo despertó, y furioso fue a ver quien había
sido el causante de haber interrumpido su siesta. El creyó
que eran otros niños de otros departamentos que venían a
jugar al nuestro, y había subido con la intención de echarlos
de ahí.
Mi padre no podía vernos porque nos cubría el pasamano de cemento, y además nuestra estatura era más baja.
Alcancé a escuchar la respiración de mi padre subiendo
los últimos peldaños.
Cuando lo escuché, traté de quitar a Maribel de mis
piernas y de guardarme el pene. Pero ya era demasiado tarde.
Grande fue su sorpresa al verme a solas con una niña.
Mi padre me vio con el pene de fuera, y a Maribel sentada en un escalón, asustada de ver a mi padre.
—¿Que estás haciendo?—. Gritó mi padre con el rostro
descompuesto por la ira. Era el mismo rostro del día que
llegué a la vida y que estaba discutiendo con mi madre en
esa víspera de Navidad.
La diferencia era que esta vez no estaba bebido, sino
descontrolado y poseído a causa de la ira. ¿Cómo puede la
ira transformar a una persona? Pero sobre todo, la vida de
sus hijos.
Mi padre comenzó a quitarse el cinturón, y yo salí corriendo escaleras abajo, pasando cerca de mi padre quien me
tiró el primer golpe, que pude esquivar. Me olvidé de Maribel y solo corrí tratando de huir de él.
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Un Paso muy Difícil
Entré a la casa como un bólido, con mi padre pisándome
los talones.
—¿Qué pasa?—. Preguntó mi madre al verme asustado.
No podía contestarle. Mi mente pensaba en encontrar
algún refugio para esconderme. Sabía que no iba a lograrlo,
porque si me escondía o huía de él, el castigo sería peor.
—¿Que sucede Daniel?—. Volvió a preguntar mi madre, un poco angustiada.
Pensé en esconderme debajo de la cama. También pensé
en encerrarme dentro del baño y poner el pasador y no salir
nunca. Pero todas esas ideas las deseché por completo, y solo
opté por tirarme al suelo y hacerme un ovillo protegiéndome
la cara con las manos.
A los pocos segundos las preguntas de mi madre tuvieron respuesta. Mi padre entró a la casa como un huracán,
violento y furioso con el cinturón en la mano.
—¿Qué pasa Joel?—. Preguntó.
Pero en esta ocasión ya no preguntó angustiada. Solo
quería saber la causa de la furia de mi padre.
Mi padre me vio en el suelo y comenzó la tanda de cinturonazos.
—¡Cochino!—. Gritó mi padre mientras me azotaba la
espalda.
Yo solo gritaba y lloraba. No podía articular palabra ni
tratar de pedirle ayuda a mi madre.
—¡Estaba haciendo cochinadas con una niña allá arriba!—. Le dijo a mi madre mientras me golpeaba con saña.
Sentía caliente los azotes que me daba en la espalda, en
las nalgas, en los brazos y piernas.
—Le dijo a esa niña que no le iba a doler—. Mi padre
había tergiversado la última frase que yo había dicho.
—¡Dale, pégale!—. Lo azuzaba mi madre.
158
J.David Villalobos
—¿Con quién estaba?— Preguntó mi madre más que
por curiosidad, por morbosidad.
—Con esa niña que lo viene a buscar muy seguido.
Mi padre siguió golpeándome sin piedad.
Pero como lo había mencionado antes, lo que más le
molestaba a mi padre era que su siesta fuera interrumpida.
—¡Si ya lo sabía! —Dijo mi madre— ¡Esa chamaca
siempre viene a buscarlo! ¡Chamaca cochina, nada mas a eso
venía! ¡Cochina y buscona!
Mi madre se encontraba en un estado de éxtasis, si se
pudiera llamarlo así. Tal parecía que estaban haciéndome un
exorcismo a base de golpes. Pero creo que el exorcismo lo
necesitaban más ellos.
Cuando se hubo cansado de azotarme, me dejó tirado en
el suelo. Yo permanecí en la misma posición. Me escurría
líquido por la nariz y se confundía con la saliva que me había
escurrido a través de las mejillas, hasta llegar al piso. No me
podía mover. Me dolía todo el cuerpo.
Pero lo que más me dolía, era que ya no iba a volver a
ver a mi novia. A la niña que mi madre había insultado y
llamado ramera. Ella no lo era.
Solamente éramos dos niños tratando de jugar a ser
adultos sin conocimiento alguno. Eran nuestros instintos
naturales que actuaban en conjunto con el amor infantil.
Permanecí tirado en el suelo por más de una hora, con la
cara pegada al piso por la saliva y la mucosidad de mi nariz.
Me dolían los brazos y los tenía hinchados y rojos. Tenía
unos verdugones marcados en la piel más gruesos que el
cinturón de mi padre.
Mi madre al verme tirado, no quiso ayudarme ni quiso
dar su brazo a torcer. Solo me ordenó:
—Vete a lavar las manos y la cara para que vengas a
159
Un Paso muy Difícil
cenar y a hacer tu tarea. ¡Levántate si no quieres que te pegue ahora yo!
Me estaba incorporando lentamente cuando dijo:
—¡Ah, y no vas a volver a ver a esa niña cochina!
No volvimos a estar juntos.
Me levanté con mucho esfuerzo para cumplir su orden.
Mi padre me vio cuando estaba cenando. Me encontraba
sobándome las laceraciones de mis brazos y dijo:
—Ya no vas a salir a jugar por las tardes. Vas a estudiar
música aquí en la casa.
—¡Y a rezar el rosario junto conmigo!—. Sentenció mi
madre.
No me dejó salir a jugar al día siguiente. Solo veía a
Maribel a lo lejos. Me dolía mucho ver en sus ojitos la inquietud que sentía por hablarme, pero yo la esquivaba y ella
solo me seguía en silencio con su mirada.
Mi madre se ponía a rezar y yo a un lado de ella, recitando la interminable lista de nombres raros y deidades
fantásticas. Yo no lograba comprender a esa edad, ¿Cómo
podría salvar su alma una persona que repitiera tantas veces
el Ave María?
Ya habían pasado tres días de esa fatal tarde, cuando
unos toquidos a la puerta me inquietaron. Me encontraba
estudiando las notas musicales, y me puse de pie dispuesto a
abrir la puerta.
—¡Yo abro!—. Dijo mi madre levantándose de su silla.
Al abrir la puerta, mi corazón dio un vuelco.
¡Era ella! Se había atrevido a venir a la casa.
—¿Qué quieres niña?—. Le preguntó mi madre muy
déspota.
—¿No va a salir a jugar Daniel?—. Preguntó inocentemente con su dulce vocecita.
160
J.David Villalobos
—¡No, está castigado!—. Respondió duramente, como
si odiara a esa niña inocente.
—¿Por qué?— Volvió a preguntar.
—¡Por que se portó mal! —Contestó muy agresiva, y
luego dijo— ¡Ah, y no vuelvas a venir a buscarlo!
Maribel movió su cabecita a un lado, para esquivar la
figura de mi madre, quien permanecía de pie en la puerta;
buscándome con su mirada dentro de la habitación.
Me vio sentado sin decir nada.
En su cabecita había mil preguntas por hacerse, y también había muchas que no tendrían respuesta. Sus ojitos me
miraron como preguntándome si era verdad lo que mi madre
decía. La miré y solo bajé la mirada en señal de aprobación.
Pasados algunos días, me detuvo cuando regresaba de la
tienda, para preguntarme:
—¿Ya no vas a salir a jugar conmigo?
—No me dejan—. Le dije.
—¿Por qué?—. Escuche su dulce voz.
Mi madre tenía la manía de estar “colgada” del balcón
de ese edificio, y estaba cuidando precisamente de que no
tuviera ningún contacto con ella.
—¡Apúrate! —Gritó en cuanto vio que me detuve ante
Maribel, y agregó— ¡No te quedes platicando con esa niña!
—Adiós—. Solo acerté a decirle y me dirigí a la casa.
—Adiós—. Dijo ella despidiéndose de mí con su mano.
Pude percibir en sus ojitos una tristeza y un dolor.
Pasaba las tardes parado en el balcón mirando a los niños del vecindario jugar a la pelota, el balero, a las escondidas, en fin; a todos los juegos que solíamos jugar.
Mi corazón dio un vuelco cuando de pronto la vi con sus
zapatitos blancos y su vestido color rosa. Se protegía del frío
de la tarde con un suéter blanco.
161
Un Paso muy Difícil
—¡Maribel! ¡Maribel!—. Le gritaban otros niños.
Yo la miraba resignado desde el segundo piso.
—¡Ven a jugar!—. La invitaban a que se uniera a sus
juegos.
No me cansaba de mirarla.
Mi madre escuchó el nombre de Maribel y me gritó desde adentro de la cocina:
—¡Métete a estudiar música!
Antes de obedecerla, busqué con la mirada sus ojos.
Quería que me viera y que supiera que ahí estaba yo, pero
ella no volteó hacia donde me encontraba parado.
Solamente salió corriendo detrás de la pelota. Se había
incorporado a la palomilla y se había olvidado de mí.
Traté de concentrarme en el estudio de la música, pero
escuchaba la risa de ella desde la calle.
—¡Maribel, dale a la pelota!—. Escuchaba cuando le
gritaban sus amiguitos.
Ella reía abiertamente y su risa penetraba en mis oídos,
evitando que pudiera concentrarme en el estudio.
Mi madre dijo algo que me hizo estallar.
—¡Mírala, que feliz anda en compañía de otros chamacos! ¡Tan chiquita y tan piruja!
Y continuó con su tarea de pelar las papas. Esa sería mi
primera novia que mi madre me quitaría. Lo peor estaba por
venir. Me levanté de la silla y me dirigí al cuarto de baño.
Puse el pasador y me encerré a llorar.
No pude aguantar más. Estaba destrozado.
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J.David Villalobos
NOCHE DE PASION
Joel y Gabriela reían mientras descendían del taxi que
los condujo a la casa de él. Antes de introducir la llave por la
cerradura, se abrazaron y se dieron un prolongado beso.
Ambos estaban ebrios, pero más que de licor, ebrios de
amor.
Cuando por fin pudo Joel abrir la puerta, entraron sin
dejar de besarse. Gabriela suspiraba y gemía de excitación.
Joel comenzaba a desvestirla de camino a la recámara.
Gabriela le ayudaba con una mano, mientras que con la otra
lo tomaba del cuello para atraerlo hacia ella. Quería evitar
que se rompieran los besos llenos de placer y lujuria, que se
estaban dando.
Sobre uno de los sillones, habían quedado el bolso negro
de Gabriela con los guantes negros, y el saco de color blanco
de Joel. Se detuvieron para continuar son la sesión de besos,
mientras Joel le desabotonaba la blusa roja que traía puesta.
Ella se echó un poco hacia atrás para dejarlo hacer,
mientras se descalzaba las zapatillas.
Joel con muchos trabajos se deshacía de la corbata y la
camisa. Ella con el busto fuera de la blusa, y cubiertos por el
sostén blanco; le ayudaba a quitarse las mancuernillas doradas que traía en los puños.
Tras muchos esfuerzos, logró por fin su cometido.
Joel aún con la camiseta interior puesta, acercó su torso
para unirlo a los senos de Gabriela. Ella se desprendió de los
labios de Joel, para lanzar un gemido de placer.
Se sentía mareada todavía por el champaña, pero se daba
perfectamente de lo que estaba haciendo. Esto era lo que ella
había decidido hacer mientras se encontraba sentada al lado
163
Un Paso muy Difícil
de Nora conversando.
Cuando Joel había terminado la segunda presentación de
la orquesta, se había acercado nuevamente a la mesa donde
se encontraban sus amigos. Nora lo vio venir, y poniéndose
de pie le dijo a Roberto:
—¿Nos llevas a la casa?
Bernardo miró a Joel sin saber que decir.
—¿Porque se van?—. Preguntó Joel ebrio de amor,
ebrio de triunfo y ebrio de licor.
—Es tarde. —Dijo Nora— Y además, debo regresar a
Gaby a su casa.
Le dijo no muy segura, al verla tomar de la mano de
Joel, mientras éste continuaba de pie frente a la mesa.
Gabriela se puso de pie y encarando a Nora le dijo:
—¡Vete tú, yo me quedo!
Joel se aventuró a decir:
—Yo la llevo después a su casa. Déjala que se divierta
un poco más—. Le dijo tuteándola.
Roberto observando lo que se traían entre manos Gabriela y Joel le dijo:
—Pues si tú te haces cargo de Gabriela, nosotros nos
encargamos de ellas—. Le había dicho refiriéndose a Nora y
a Sonia.
—No me puedo ir sin ella Roberto—. Le dijo Nora angustiada, por el curso que estaban tomando los acontecimientos.
Gabriela se sentó de nuevo y le dio la espalda a Nora.
—Entiende Gaby. ¡Vámonos!
Pero ella permaneció en silencio.
Enseguida se quitó los guantes y hurgó en su bolso buscando la cajetilla de cigarrillos.
Nora siguió implorándole que se fueran:
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J.David Villalobos
—¡Por favor Gaby! ¡Ya vámonos!
El silencio fue la respuesta.
Bernardo quien se encontraba también de pie al igual
que todos, excepto por Gabriela, comentó:
—Pues si no hay nada más que hacer. ¡Vámonos muchachas!
Y acto seguido se dirigió a José el mesero y le dijo:
—¡Tráeme la cuenta!
Gabriela permaneció con su mutismo. Estaba molesta y
miraba distraídamente al escenario vacío. Los músicos se
encontraban en ese momento en su descanso.
Se entretenía mirando los trombones y los saxofones,
que descansaban en sus respectivos pedestales.
Joel volteó a ver a sus amigos, y les agradeció con la
mirada que no hubieran insistido como lo hizo Nora.
—Entonces. ¿Usted la lleva?—. Le preguntó Nora a
Joel.
—Si, no te preocupes.
—Pero a mi casa—. Se lo recordó.
Acercándose a Gabriela y cambiando su tono de voz le
dijo:
—Gaby, no regreses tan tarde a mi casa. Te espero despierta.
Pero ella permaneció en silencio mirando el escenario y
fumando su mentolado.
—Tengo que llevarte después a tu casa, no lo olvides.
Gabriela no contestó y continuó ignorándola. Después
volteó su cabeza para otro lado.
Nora resignada se dirigió a Bernardo:
—¿Nos vamos?
Bernardo estaba terminando de pagar la cuenta y dijo:
—Sí. Por supuesto. ¡Ya vámonos!
165
Un Paso muy Difícil
Y mirando a Joel quien permanecía al lado de Gabriela,
le dijo:
—Y tú. ¡Cuídala!—. Le dijo señalando a Gabriela con la
mano, en la que sostenía su cigarrillo oscuro que siempre
fumaba.
—No te preocupes “Berna”.
—Nos vemos mañana Lunes—. Le dijo Roberto a Joel,
y ofreciéndole el brazo a Nora se dirigieron a la salida.
Sonia los seguía colgada del brazo de Bernardo.
Era las doce y media de la noche cuando abandonaban
“Los Pinos”. Al salir Carlos se acercó a ellos y les preguntó
sonriendo:
—¿Por qué se retiran? ¿Ya se cansaron de bailar?
—Debemos levantarnos muy temprano para ir a trabajar mañana—. Dijo Nora adelantándose a sus acompañantes.
—Aquí los esperamos de nuevo. Es una lástima, la noche aún es joven—. Les comentó Carlos Manríquez.
—Así es don Carlos—. Respondió Bernardo.
—Hasta luego señoritas. Esta es su casa, vuelvan cuando
gusten.
Mirando a la mesa en donde habían estado les preguntó:
—¿No olvidan a alguien?—. Se refería a Gabriela.
—No, ella se quiere quedar—. Dijo por fin algo Sonia,
quien había estado callada al ver la angustia de su amiga
Nora.
Sin decir más, el grupo de amigos se dirigió a la salida.
Carlos miraba a Joel quien tomaba con sus manos la cara de
Gabriela, para besarle los ojos llorosos.
Con su paso cansino para andar debido al exceso de peso que padecía, el propietario de “Los Pinos” se encaminó
hasta donde ellos estaban. Se acercó sosteniendo su enorme
puro sobre sus dedos y les preguntó:
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J.David Villalobos
—¿Todo está bien?
Gabriela se limpiaba las lágrimas con el pañuelo blanco
que Joel le había ofrecido, y que tenía bordadas las iníciales:
J V en una de sus puntas.
—Si don Carlos—. Respondió Joel.
—¿Y usted señorita?
—Sí. Gracias—. Respondió ella mirándolo brevemente,
para volver de nuevo a limpiarse los ojos.
—¿Desean tomar algo?
A Joel se le iluminó la cara al escuchar a su patrón que
les ofrecía unos tragos.
—Si, don Carlos. Algo para que se le quite la tristeza a
la señorita—. Dijo mirándola.
—¿Qué desea tomar señorita?
—Más champaña—. Dijo Gabriela esbozando una sonrisa.
—Así me gusta, verla contenta—. Dijo el propietario.
Y dirigiéndose a José le dijo:
—Trae una botella de Champaña para la señorita.
—Si don Carlos—. Respondió el mesero.
—¡Ah! Y lo cargas a mi cuenta.
Esas palabras eran como una melodía para los oídos de
Joel, ya que su presupuesto no le alcanzaba debido a la adicción que había adquirido con el consumo de la hierba.
—¡Y dos copas!—. Le ordenó de nuevo al mesero que
ya se retiraba.
Mirando a Joel le dijo:
—No se me pierda “Hombre nuevo”.
—No don Carlos, no lo defraudaré—. Le respondió.
El propietario se dio media vuelta moviendo la cabeza
en señal de resignación.
—¡Salud!—. Brindó Gabriela levantando la copa con
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Un Paso muy Difícil
una de sus manos sin guantes.
—¡Salud!—. Respondió Joel sin dejar de mirarla a los
ojos, llevándose la copa a sus labios.
Se habían bebido la botella en media hora.
El mesero se acercó a Joel y le murmuró algo al oído.
Éste se puso de pie y Gabriela al ver que no hizo comentario alguno, le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿A dónde vas?
—Espérame un momento, ahorita regreso.
Joel se dirigió a la mesa en donde se encontraba su
patrón, quien lo había mandado llamar.
Se acercó tambaleándose ligeramente.
—¿Qué pasa don Carlos?
—Mire don Joel. Siéntese.
Le dijo ofreciéndole la silla.
—Tengo algo que decirle.
—No puedo, ya debo ir a tocar. Además está sola Gabriela.
—Siéntese—. Le volvió a decir con su voz cansina.
Parecía que realmente sentía aprecio por ese hombre.
—De eso quiero hablarle precisamente. No se preocupe.
Joel preocupado se sentó en la silla que le había ofrecido
su patrón.
En ese momento las luces empezaron a apagarse, y el
sonido de la orquesta comenzó a escucharse suave y románticamente. A lo lejos, Joel podía distinguir la silueta de Gabriela quien tenía la pierna cruzada, y la mecía al ritmo de
la música.
Sintió una punzada en el estómago, como presintiendo
algo.
—Don Joel—. Si quiere lleve a esa dama a su casa.
—¿Por qué don Carlos? ¿Qué sucede?
168
J.David Villalobos
—No sucede nada. Solo que yo, —Hizo una pausa— le
quiero dar el resto de la noche libre.
Y acercándose más a Joel, y sosteniendo el puro que
siempre traía sobre sus dedos exclamó:
—Se lo dije una vez. La orquesta suena bien sin usted.
Había recalcado las últimas palabras, pero Joel no lo
captó.
—Así que váyase a dormir y deje que sus músicos terminen su último show de esta noche.
Se recargó en el respaldo de su silla, aspiró el humo de
su puro y después de exhalarlo le dijo:
—Nos vemos el próximo viernes—. Y sacando un sobre
de su saco, se lo entregó y le dijo:
—Aquí tiene su sueldo y su comisión.
Joel recibía, además de su sueldo por los tres días trabajados, una comisión sobre las ventas del lugar. Esa comisión
extra que recibía del 2% no le caía nada mal.
—Gracias don Carlos—. Le agradeció tomando el sobre
que le daba y se despidió de su patrón.
Cuando ya se retiraba lo escuchó decir:
—Disfrute a la pollita.
Ese comentario no le agradó mucho a Joel, pero él había
invitado la botella que se acababan de beber. ¿Además que
tenía de malo su comentario?
Sonriendo se dirigió a donde estaba Gabriela. La tomó
por el talle y la llevó al centro de la pista, donde se pusieron
a bailar al ritmo de su propia orquesta.
Don Carlos fumando su puro, los miraba en silencio a lo
lejos. Envidiaba la suerte que tenía Joel para conquistar a las
mujeres.
Permanecieron bebiendo y bailando hasta que terminó
de tocar la orquesta. Gabriela se sentía feliz y emocionada
169
Un Paso muy Difícil
por haber bailado casi toda una hora con Joel.
Las luces se encendieron en su totalidad dentro del
salón, indicando que todo había terminado. Entonces Joel
tomó de la mano a Gabriela y le dijo:
—¡Ya vámonos!
—Sí. ¡Vámonos!—. Respondió ella con voz ronca por la
emoción.
Se dirigieron a la salida, y le pidieron a Felipe que les
llamara un taxi. El portero hizo una seña con la mano, y se
acercó uno de los carros de taxi que estaban formados esperando su turno para transportar a los que no tenían vehículos,
o que se encontraban completamente bebidos.
Mas tarde llegaban a la casa de Joel.
Gabriela en ese momento se retorcía de placer sobre la
cama. Se encontraban completamente desnudos.
Ella gemía y movía sus caderas hacia adelante, invitándolo a que la poseyera. El aún no estaba dispuesto. Quería
llevarla por los caminos desconocidos del placer.
Joel besaba su cuello y le acariciaba sin detenerse todo
su cuerpo de diosa. Ella ya no podía más debido a la excitación que la invadía por completo.
—¡Ya, ya! ¡Házmelo!—. Le pidió gimiendo de placer.
Joel no tenía ninguna prisa. Sus besos fueron descendiendo por los senos de ella. Su lengua hacía lentamente un
recorrido por el vientre y por los costados de su cuerpo. Fue
deslizándose lentamente hasta detenerse en medio de sus
piernas.
Gabriela lo tomaba por la cabeza, tratando de subirlo a
su cuerpo para que ya la tomara, pero Joel le tomó las manos
haciéndolas a un lado de su cuerpo.
Separó las piernas de ella, y colocó su cabeza en medio.
Gabriela abrió los ojos para mirar hacia abajo.
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J.David Villalobos
—¡Nooo!—. Suplicó.
—¡No, por favor! Eso no— Continuó suplicando.
Sabía que eso no debía ser, era un grave pecado. Pero en
su suplica no había un rechazo total. Movía las caderas de un
lado para otro tratando de esquivar a lo que Joel pretendía
hacer.
Joel sin esperar más, hundió la cabeza haciendo que
Gabriela se retorciera intentando quitárselo de en medio.
Ella curveaba su cuerpo presa del placer que empezaba a
sentir. Joel seguía practicándole el acto cunnilingus.
“Oh Dios”. Pensaba ella mientras sentía la lengua de
Joel moverse lentamente. “Es muy lujurioso todo esto”. Pensaba mientras apretaba fuertemente las manos de Joel.
Se atrevió a bajar la mirada para ver lo que estaba
haciendo Joel, y eso le ocasionó una terrible excitación.
Ella se retorcía de placer. Gemía y suspiraba.
“Oh Dios, me va a venir”. Pensaba al sentir que estaba
cerca de llegar al clímax.
Joel no se detenía e imprimía más velocidad a su lengua.
Gabriela se puso tensa y arqueando su cuerpo exhaló un largo gemido de placer. Joel no se detenía, y el cuerpo de ella
comenzó a temblar y a convulsionarse lleno de placer.
Joel retiró su cabeza y se subió encima de ella.
“Oh Dios. ¿Qué es todo esto?” Pensaba al sentir la cercanía de Joel quien ya se había colocado en medio de ella.
Lentamente Joel disfrutaba de ese maravilloso cuerpo
que se retorcía de placer. Gabriela por su parte también empujaba sus caderas hacia adelante para que él la llenara por
completo.
Se abrazó a él con desesperación, y para acallar los gritos de placer que amenazaban por salir desde lo más profundo de su ser, hincó los dientes en uno de sus hombros de
171
Un Paso muy Difícil
Joel. Él por su parte empujó con más fuerza hasta el fondo,
mientras ella rodeaba el cuerpo de él con sus piernas, para
que el placer la dominara por completo.
Se olvidó de su marido y de su madre. Se olvidó de la
hora que era y en el lugar en donde se encontraba. Incluso
hasta se olvidó del hijo que llevaba en sus entrañas. Lo único
que quería en ese momento, era disfrutar de una noche de
pasión, por primera vez en su vida.
Permanecieron haciendo el amor hasta casi el amanecer.
Una vez terminada la noche de pasión, Gabriela permaneció
desnuda acostada en la cama a un lado de Joel, con los senos
señalando al techo. Tenía el cuerpo sudoroso y olía a alcohol
y a sexo.
Necesitaba un baño pero se sentía agotada y con sueño.
No se dio cuenta a qué hora se quedó dormida.
Cuando despertó, lo primero que vio fue a Joel quien
dormía a pierna suelta.
Trataba de poner en orden sus pensamientos.
¿Qué hora sería en ese momento? ¿Qué iba a hacer?
¿Qué le iba a decir a su marido? ¿Qué pasará con ella y su
madre? Volteó a ver a Joel y pensó: “¿Qué va a ser de nosotros?”. Se tocó el vientre y pensó en el bebé que aún no se
movía. ¿Qué va a ser de ti?
Lentamente se levantó de la cama, y se cubrió con la
sábana para dirigirse al baño. En el camino fue recogiendo
las prendas que quedaron regadas por la casa de Joel.
Se dirigió al cuarto de baño para vestirse. Cerró la puerta y comenzó a lavarse la cara. Se vistió lo más rápido que
pudo y se pintó los labios. Una vez que terminó de vestirse,
buscó los cigarrillos en su bolso negro, lo encendió y lo colocó al borde del lavamanos.
Se subió la falda de nuevo y bajándose las pantaletas, se
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J.David Villalobos
sentó en la taza del inodoro. Se dedicó a fumar y a pensar en
lo que había hecho. Aún no sabía que iba a hacer y cómo iba
a salir librada de esto.
Joel cuando se despertó y al no ver a Gabriela a su lado,
se levantó y la buscó por la sala. Al no ver la ropa de ella
pensó: “¿A qué hora se habrá ido?”.
Se regresó a la recamara y buscó en el ropero la caja de
cuerdas para guitarra, en donde tenía la hierba. Necesitaba
fumarse un cigarrillo para que le calmara los nervios, debido
a la “cruda” que le produjo el champaña.
Se acostó desnudo sobre la cama mirando al techo,
mientras repasaba los momentos de pasión que había pasado
con Gabriela. No había terminado de dar la primera fumada
a su cigarrillo, cuando salió ella del cuarto de baño y le dijo:
—Buenos días.
Joel dio un brinco en la cama al escuchar su voz, y trató
de esconder su cigarrillo. Buscó con que cubrir su desnudez,
y solo se colocó entre las piernas una almohada.
Gabriela lo miró y sonrió divertida a pesar de la preocupación que traía. Detectó un extraño olor que inundaba la
habitación y le preguntó frunciendo el ceño:
—¿A que huele? —Y comentó— Algo se está quemando.
Joel se estaba poniendo el pantalón y le respondió astutamente:
—Es uno de mis cigarrillos.
—Que feo huelen—. Dijo ella arrugando la nariz.
—Ya me tengo que ir— Le dijo ella.
— ¿A dónde vas?
—A mi casa.
—¿Qué va a pasar contigo y tu marido?
—No sé—. Dijo ella retorciéndose los dedos.
173
Un Paso muy Difícil
Se sentía todavía volar entre nubes al mirarlo, pero volviendo a la realidad le preguntó.
—¿Qué hora es?
Joel buscó su reloj sobre el buró y miró la hora.
—Son las diez—. Le respondió.
—Ya me voy—. Acertó a decir y se puso de pie.
Joel la acompañó a la puerta y le preguntó:
—¿Volveremos a vernos?
Ella caminó hacia la puerta y respondió:
—No sé.
Y mirándolo a los ojos comentó:
—No se tampoco lo que va a pasar conmigo, —Hizo
una pausa y dijo— y con Bob.
—¿Te pega?—. Preguntó Joel.
—No, nunca me ha puesto la mano encima.
—¿De qué tienes miedo?
—No sé, nunca había faltado a dormir a la casa.
Joel trataba de encontrar una solución y le dijo:
—Dile que se te pasaron las copas y que te quedaste a
dormir en casa de Nora.
Gabriela levantó la cara y lo miró a los ojos, y le dijo
sonriendo:
—Eso era precisamente lo que estaba pensando en decirle.
Joel le tomó la barbilla y la besó de nuevo. Ella respondió al beso y se separó de él para decir:
—Me tengo que ir.
Joel la tomó de la cintura y la volvió a besar con la
misma pasión que la noche anterior.
—No, —Se resistió ella— me tengo que ir.
Joel viendo que no ponía mucha resistencia, la levantó
en vilo y la llevó de nuevo a la cama.
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J.David Villalobos
Ella no dejaba de besarlo.
Se desnudaron y volvieron a entregarse de lleno a la
pasión desenfrenada. Ella a sus veintitrés años había despertado al placer, y su cuerpo reclamaba ser atendido.
Eran las once y media de la mañana, cuando Gabriela
descendía del taxi.
Su madre al verla le gritó desde la ventana:
—¿De dónde vienes? ¡Descarada!
Gabriela la ignoró y se dirigió a su casa.
—¡Eres una “huila”! Ya me dijo tu marido que no llegaste a dormir anoche. ¿Con quién te quedaste?—. Siguió
gritándole sin importarle que los vecinos la escucharan.
Gabriela abrió la puerta de su casa, y se metió ignorando
los gritos e insultos de su madre. Solo deseaba darse un baño
y acostarse a dormir. No esperaba que su marido estuviera en
casa, ya que él no faltaba nunca al restaurante. Bob se iba
normalmente a las nueve de la mañana.
Se dirigió a la recamara para quitarse la ropa.
De pronto, se detuvo y casi pega un grito de la impresión. Bob estaba sobre la cama, vestido y recargando su
cuerpo sobre las almohadas leyendo el periódico. Estaban las
cobijas revueltas.
Había dormido en la casa, y todavía no se había ido al
restaurante. Sintió que las piernas se le doblaban del miedo y
se apoyó en el marco de la puerta. Su cara se puso lívida, y
abrió la boca para exclamar:
—¡Bob!
Él dejó el periódico que había ido a comprar esa mañana, y de paso saludar a doña Lola, para comentarle que su
hija no había llegado a dormir.
—¿A quién esperabas encontrar?
—No, a nadie, —Dijo nerviosa— es que no esperaba
175
Un Paso muy Difícil
encontrarte en la casa.
—¿Pues en donde debería estar?—. Le preguntó mientras se levantaba de la cama.
Ella lo vio venir y se puso nerviosa. Bob se acercó a
ella, y tomándole la cara con ambas manos, le preguntó:
—¿De dónde vienes?
—De casa de Nora—. Respondió esquivando la mirada.
Entonces él le tomó la barbilla levantándosela de nuevo
para que lo mirara de frente, y le preguntó:
—¿Por qué no llegaste a dormir?
—Es que bebí de más y Nora no me dejó venir, hasta
que se me bajara la borrachera.
Él le soltó la cara y dio unos pasos hacia la cocina, volteó para mirarla de arriba a abajo tratando de encontrar en
ella algo que corroborara lo que le había dicho.
Regresó de nuevo hacia ella, y se colocó lo bastante cerca, como tratando de encontrar algo que la delatara.
—¿Ya te diste un baño?—. Le preguntó.
—Si. Digo, no. Me lo iba a dar.
Bob se dio cuenta de que se encontraba nerviosa y le
dijo:
—No voy a ir a trabajar, vamos a ir a Tucson a comprar
ropita para el bebé.
Gabriela se tranquilizó al escucharlo y dijo:
—Está bien, nada más me doy un baño.
—Ok. Te espero—. Lo escuchó decir, pero había algo
en el comportamiento de él, que no le gustaba a ella.
Bob se retiró a la cocina por unos momentos, regresando inmediatamente a la recámara para ver a su esposa desnudarse. Gabriela terminó de quitarse las medias y el liguero.
Con la ropa interior puesta se dirigió al cuarto de baño.
Ya estaba a punto de entrar cuando sintió los brazos de
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J.David Villalobos
su marido que la sujetaron por los hombros, para obligarla a
caminar de espaldas hasta la cama, en donde la arrojó encima. Gabriela acostada sobre la cama, con solo las pantaletas
puestas, no pudo ocultar su temor al ver a su marido que
comenzó a desnudarse.
—¿Qué pasa Bob?—. Le preguntó ella temerosa.
Bob no le respondió y continuó desnudándose.
Ella no entendía su extraño comportamiento, y trató de
levantarse de la cama, pero él la detuvo y la arrojó de nuevo
sobre la cama.
Terminó de desnudarse y lo vio completamente excitado y se preguntó: “¿Por qué en este momento se le ocurre querer hacer el amor? ¿Y por qué de esta
manera tan agresiva?”.
Lo vio acercarse lentamente y también vio cuando
acercó las manos a la altura de su cintura. Sujetó las pantaletas con ambas manos y de un tirón, se las arrancó desgarrándoselas.
—¡Nooo!—. Gritó cuando se subió encima de ella.
—¡Déjame que me dé un baño! ¡Por favor espera!—. Le
dijo llena de desesperación, tratando de librarse de él quien
ya la tenía completamente abrazada.
—¿Por qué quieres darte un baño?—. Le preguntó su
marido mientras le colocaba la rodilla en medio de sus piernas, para separárselas.
Gabriela cerró las piernas con fuerza para que no pudiera colocarse en medio de ella, pero el comportamiento de su
esposa, en lugar de molestarle parecía que le excitaba más.
Bob clavó la rodilla en una de sus piernas, y ella pegó un
grito de dolor al sentir el peso de él.
No tuvo otra opción y separó las piernas para que no la
lastimara. Bob aprovechó ese momento que ya estaba esperando y se colocó en medio de ella.
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Un Paso muy Difícil
Gabriela pensaba aterrada. “Oh Dios no me he bañado, y
aún tengo restos de semen de Joel, me va a encontrar húmeda y ¿qué le voy a decir?”.
Bob también tenía sus propios pensamientos. Se imaginaba que había dormido con alguno de los hombres que habían ido a visitar su restaurante. Se la imaginaba que la habían
poseído como él lo iba a hacer.
Gabriela sintió el empuje de su marido dentro de ella. Su
mente ya no pensaba. Sentía como se deslizaba sin ningún
problema dentro de ella. “Se va a dar cuenta. No me lavé con
la lavativa”. Pensaba mientras su marido la ocupaba toda.
Bob se dejó caer sobre el cuerpo de su esposa, y como
poseído, la penetraba con lujuria como nunca antes lo había
hecho.
Gabriela lo sentía duro y muy excitado, y se preguntaba:
“¿Ya lo sabrá? ¿Qué va a pasar?”.
Bob la sentía húmeda, y su mente comenzó a trabajar de
manera rápida. Podía sentir la lubricación que tenía ella y se
imaginaba que era el semen del otro hombre. Los pensamientos de él no estaban muy lejos de la realidad.
Sus propios pensamientos lo trastornaban, y lo hacían
comportarse como un demente. La realidad era que Bob estaba utilizando sus propias fantasías sexuales, para disfrutar
a su esposa con la lujuria que se había apoderado de él.
Quería tratarla como a una prostituta para poder gozar como
loco. “Está mojada y no es por excitación, sino porque estuvo con otro, la muy puta”. Pensaba Bob y eso lo hacía perder
la razón, y empujaba con más fuerza.
“¿Habrá gozado? No está gozando conmigo, pero con el
otro si gozó, la muy perra”.
Gabriela sentía el roce del pene de su marido, dentro de
su vagina sin sentir placer ni emoción alguna. Solo pensaba
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J.David Villalobos
en lo que iba a suceder una vez que todo esto terminara.
Bob tenía la cara hundida en la almohada, y le susurró al
oído mientras empujaba con furia, con rabia y con celos.
—¿Gozaste?—. Le preguntó.
Ella no entendió la pregunta, si todavía no terminaba de
hacerle el amor.
—¿Cuando?—. Se le ocurrió preguntar sin entender.
Bob seguía empujando como un animal y le dijo:
—Anoche.
Gabriela escuchaba su respiración agitada cerca de su
oído. Él no dejaba de moverse cada vez más de prisa,
mientras pensaba: “No me quiere responder y se está acordando de él”.
—No entiendo—. Le comentó nerviosa en voz baja.
Ella continuaba preguntándose: “¿Acaso sospechará?”.
—¿Gozaste anoche con el que estuviste?—. Volvió a
preguntar su marido cada vez más excitado.
Ella se quedó helada con la pregunta, solo volteó la cara
al otro lado para evitar mirarlo a los ojos y dejó su cara descansando sobre la almohada.
“Ya lo sabe. ¿Qué va a pasar?” Seguía pensando.
Bob tomó el silencio de su esposa como un sí, y no pudo
soportar más la excitación.
Gabriela escuchó su respiración agitada, y cerró los ojos.
No pudo evitar pensar en Joel, y compararlo con su marido
quien en ese momento se contraía y eyaculaba como un animal en celo dentro de ella. Ella nunca lo había visto tan excitado, ni tampoco que le hiciera el amor de esa manera. Algo
le había sucedido.
Bob lanzó un largo gemido y se convulsionó encima de
ella, por la intensa eyaculación. Después se separó de su esposa, y se levanto inmediatamente de la cama para dirigirse
179
Un Paso muy Difícil
al cuarto de baño.
Su esposa permaneció acostada sobre la cama, completamente mojada de la espalda debido al calor de ese mediodía. Sintió correr un líquido de entre sus piernas.
Bob tomó la cubeta de agua que estaba en el baño, y se
la arrojó encima de la cabeza.
Gabriela se levantó y se asomó al baño y le preguntó
tímidamente.
—¿Quieres que traiga más agua para bañarte?
Bob sin mirarla le respondió:
—Si, por favor.
Gabriela se echó encima la bata de casa que usaba dentro, y al caminar sintió cómo escurría por las piernas los
restos de una noche de pasión y de una mañana de lujuria.
Salió de la casa para llenar la cubeta.
Bob se sentó en la silla que estaba dentro del baño, y
quedó sumido en sus pensamientos.
Gabriela regresaba a la casa con los suyos propios.
Ninguno de los dos sabía que pensar.
Bob no entendía ¿Qué era verdad y que era fantasía?
Ella no estaba segura de si él lo sospechaba, pero tampoco estaba segura de si ya lo sabía.
Mas tarde, Bob se vestía mientras su esposa sentada en
la cama, lo miraba en silencio sin comprenderlo.
—Voy por más agua para darme un baño—. Le dijo a su
esposo rompiendo el silencio mientras se ponía de pie.
Mas tarde Bob terminaba de vestirse y le dijo:
—Ya es muy tarde para ir a Tucson, lo dejamos para el
próximo domingo.
—Como tú quieras—. Le dijo ella y regresó a sentarse al
borde de la cama.
—Voy al restaurante, regresaré más tarde.
180
J.David Villalobos
—Está bien.
Bob salió de la casa, bajó los escalones y se perdió en la
calle sumido en sus propios pensamientos.
Gabriela no dejaba de pensar en Joel, y eso la inquietaba. Necesitaba ver a Nora.
Debían hablar sobre la noche anterior.
Necesitaba salir, se sentía ahogar dentro de esas cuatro
paredes.
También necesitaba una ducha para limpiar los restos de
esa mala experiencia con su marido.
Pero más que nada necesitaba volver a ver a Joel.
181
Un Paso muy Difícil
SUCESOS AMARGOS
El recuerdo de Maribel se esfumó con el tiempo y la
distancia. Nos mudamos a la calle Javier Mina 710, y mis
padres me inscribieron en una escuela de monjas de nuevo.
Ese colegio era medio internado, pero como mi padre no
podía pagarlo, solo asistíamos a clases.
Mis padres todavía seguían con la idea de meterme a un
internado.
Las clases de música habían colmado mi paciencia.
Comencé tocando la guitarra, y me salieron ampollas en
las yemas de los dedos. Éstas se reventaron para volver a
salir otras encima de esas. Estaba harto y en la escuela no iba
muy bien que digamos.
Yo contaba con once años de edad y la maestra que teníamos en nuestra clase, era muy anciana y era hermana del
director quien me apreciaba mucho, por haber sido un alumno muy aplicado en tercer grado.
Por fin había logrado pasar de grado. Ahora me encontraba en cuarto.
Esa maestra padecía de estrabismo y tenía una caligrafía
horrible. Yo para entonces, tenía una escritura muy bonita y
le había gustado tanto a la maestra Mary Carmen de tercer
grado, quien era una beldad.
La razón por la cual empecé a tener problemas con esta
anciana maestra, fue porque quería forzar a todo el grupo a
que hiciéramos la escritura como ella la hacía.
La verdad era que la tenía horrible a causa de su estrabismo. Cuando nos revisaba la escritura, todos los alumnos
sacábamos baja calificación. ¿Cómo era posible que de los
treinta y tantos alumnos que éramos, nadie aprobara la clase
182
J.David Villalobos
de caligrafía? Bueno, no todos.
Había un alumno de apellido Anaya, quien tenía la escritura igual a la maestra: ¡Horrible! Era el único con quien la
maestra quedaba complacida, y el único que sacaba un diez
de calificación.
La maestra cuando revisaba los trabajos, tenía que acercar el cuaderno a una distancia de cinco centímetros entre
sus ojos y el cuaderno. No podía distinguir a los alumnos a
lo lejos, usaba bastón y tendría como ochenta años. Pero era
la hermana del director.
Un día mi madre fue de visita a la escuela a la hora del
recreo. Llegó y se plantó en medio del patio tratando de localizarme entre tantos estudiantes, ella quería ver cómo me
comportaba durante el recreo.
Fue el momento más vergonzoso de mi vida.
Debido al color de mi piel y la cara bonita que tenía, mis
compañeros creían que venía de familia adinerada. Incluso
muchos niños decían que yo tenía la cara de señorita.
El aspecto y la ropa que traía mi madre, me hicieron
ocultar la cara entre mis piernas, ya que me encontraba sentado en el piso.
—¡Alguien llegó!—. Dijo uno de mis amiguitos, al verla
de pie en medio del patio.
—Es la mamá de Daniel—. Dijo otro.
—No. La mamá de Daniel, está muy bonita y siempre
anda arreglada. Yo la he visto—. Puntualizó otro.
Yo no sabía que decir. Uno de ellos me preguntó:
—¿Es cierto?
—Si—. Dije bajando la cara.
—Entonces. ¿Quién es ella?—. Preguntó el mismo.
—Mi tía—. Dije y me levanté del piso para ocultarme
en el patio trasero de la escuela.
183
Un Paso muy Difícil
Fue un paso muy difícil para mí, haber negado a mi madre. Nunca me pude recuperar de esa negación. Me había
avergonzado de ella. Me sentí como Pedro al negar tres veces a Jesús. La religión dañó mucho a mi madre, y ella me
había dañado a mí.
Me sentí indigno de ser un hijo de Dios.
La razón de mi vergüenza, era que mi madre traía puesta
una falda hecha con recortes de sábanas o manteles ya viejos
de la mesa del comedor. La blusa estaba percudida de tantas
lavadas y además estaba llena de manchas de comida.
Se cubría todo ese atuendo con un mandil que traía algunos dibujos alusivos a la cocina; como verduras y frutas,
y que ya estaban demasiado descoloridos por tantas lavadas.
Tenía enfrente de ese mandil en la parte baja del vientre, una
mancha oscura llena de grasa, que era debido a que recargaba su cuerpo en el lavaplatos.
Traía cubierta la cabeza con una pañoleta muy grasosa y
llena de seborrea. Además de calzar unas chanclas del tipo
“gallo”, con los dedos de los pies llenos de lodo y las uñas
muy sucias y cubiertas de grasa.
Ella creía que los ricos no iban al cielo, solo los pobres.
Por esas creencias que tenía, le gustaba vestir así.
¿Cómo era posible que una madre no se preocupara por
los sentimientos y pensamientos de un hijo? Un hijo solamente desea sentirse orgulloso de sus padres, y de que se
vean presentables aunque no sean perfectos.
El orgullo y la estima en la edad de la adolescencia, es
muy importante para desarrollar la personalidad en la edad
adulta.
A veces me preguntaba: ¿Cómo era posible que mi padre se pudiera acostar con ella?
Mi madre al no encontrarme entre tantos alumnos, se
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J.David Villalobos
retiró. La conciencia no me dejó tranquilo.
No sé cómo terminé mi día en la escuela. No conocía
aún la depresión, pero el sentimiento de culpa que tenía y
que no me dejaba en paz, era parecido a una depresión.
Llegué a la casa y mi madre me dijo:
—Fui a la escuela y no te vi. ¿En donde andabas?
Para entonces, ya era un maestro de la mentira y no me
remordía la conciencia mentirles a mis padres.
Lo había hecho solo por instinto de supervivencia.
—No salí al recreo—. Le dije.
—¿Te castigaron?
—No. Me dolía la cabeza.
Y efectivamente. En ese momento tenía un dolor de cabeza muy agudo, debido al malestar emocional.
Entonces mi madre hizo un comentario.
—Yo creí que me habías visto y que te habías ido a esconder porque te dio vergüenza verme—. Lo había dicho con
mucha astucia.
Parecía que decía las cosas a propósito, para hacerme
sentir mal. ¡Y lo lograba! Ella sabía muy bien cómo hacerlo.
En la escuela el director permitía el acceso a vendedores
y promotores de todo tipo de artículos, ya sea que fueran
escolares o no. Por tal motivo llegaban esporádicamente a
nuestro salón, esos promotores que traían álbumes para ser
llenados con estampitas. Si lográbamos llenar un álbum
completo, podríamos canjearlo por un balón.
Yo nunca había tenido uno, solamente pelotas de plástico con dibujos infantiles.
Mi madre no nos daba dinero para comprar los sobrecitos en donde venían tres estampitas adentro, así que iba a ser
muy difícil para mí, lograr llenar mi álbum. Tampoco quería
que gastara el poco dinero que me daba en estampitas, y me
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Un Paso muy Difícil
había dicho que no quería que perdiera el tiempo en llenar un
álbum.
Un día me advirtió:
—¡No te quiero ver con ningún álbum porque te lo tiro a
la basura!
Mi balón de fútbol estaba muy lejos de poder alcanzarlo.
Para poder obtener dinero extra para las estampitas, me
ofrecía a ir a comprar las tortillas. Mi madre me enviaba a
comprar un kilo que tenía el costo de un peso, y yo astutamente compraba noventa centavos. Con esa moneda de diez
centavos compraba un sobre de estampitas.
Mi madre siempre decía:
—Ya no compres las tortillas allí, siempre te dan de
menos.
Al escucharla le dije:
—Es que me comí unas porque tenía hambre.
Se molestó por lo que le había dicho, y me dijo:
—¡Pues no andes comiéndotelas! Tienes que esperarte
hasta la hora de la comida—. Y me dio un manotazo en la
espalda.
Una tarde casi me descubre. Me envió a comprar el pan,
pero yo obsesionado con las estampitas, me dirigí a la tienda
y compré un sobre con el peso que me había dado. De la
tienda me dirigí a la tortillería, la cual para esa hora ya estaba cerrada. Me dio tanto miedo.
¿Cómo iba a decirle a mi madre que me faltaban diez
centavos del peso que me había dado? Ya sabía que me iba a
castigar. Regresé arrastrando los pies hasta la casa, y le dije:
—Ya estaba cerrada la tortillería.
—¡Cual tortillería, bruto!—. Me dijo gritando.
—¡Te dije panadería! ¿Oíste bien? Pa-na-de-rí-a—. Lo
deletreó mi madre.
186
J.David Villalobos
Salí corriendo y feliz de que no se dio cuenta.
Los bolillos costaban quince centavos, debía comprar
seis y me sobrarían diez centavos. Justo lo que traía.
Lo malo era que mi madre me iba a pedir el cambio de
diez centavos. Esperaba que no me lo pidiera.
Pero, sí lo hizo.
—¿Y el cambio?
—Compré un chicle “motita”.
Ese chicle costaba diez centavos.
Me regañó, y me dio un manotazo en el brazo que me
dolió.
—¡No te andes gastando el dinero que necesitamos en la
casa!
Mi madre siempre buscaba cualquier pretexto o motivo,
para golpearme, ya fuera con la chancla de gallo o con la
mano.
Todos mis amigos llegaban a la escuela con una gran
cantidad de estampitas para ser canjeadas entre ellos y así,
poder lograr llenar un álbum. Yo los veía lleno de frustración. Ellos intercambiaban delante de mí las estampitas.
Parecía que contaban dinero delante de los pobres, y es
que yo parecía eso en realidad.
Mi madre no compraba jamón porque era muy caro.
Nuestro “lunch” estaba hecho con un bolillo embarrado de
frijoles fritos y una rebanada de queso panela. Otras veces
unas rebanadas de queso de puerco.
A veces compartía el “lunch” con mis compañeros de
salón, y así fue como llegué a probar el jamón por primera
vez. Un día mi compañero de asiento me dijo:
—Daniel. Escoge las estampitas que te hacen falta para
tu álbum.
Y me entregó una montaña de ellas.
187
Un Paso muy Difícil
—¿En serio?—. Le pregunté emocionado.
—Si, escógelas y me dices cuales quieres.
El tendría unos dos años mayor que yo.
Mientras la anciana maestra escribía en el pizarrón algo
que teníamos que copiar, yo me dedicaba a seleccionar las
estampitas que me hacían falta.
De las aproximadamente cien estampitas que me había
mostrado, la mayoría me hacían falta.
—¿Las quieres?—. Me preguntó.
—Si—. Le respondí emocionado.
—Solo hazme un favor.
—¿Cuál?— Le pregunté con cierta desconfianza.
Se sacó su pene del pantalón y me dijo:
—Solo acaríciamelo suavemente.
Miré su pene que apuntaba hacia arriba y dudé.
El insistía diciéndome:
—¡Ándale! aunque sea un poquito.
Y para lograr de convencerme dijo:
—Son muchas estampitas.
Le miré con dudas el pene que ya estaba erecto y acepté.
Yo me encontraba a la derecha de él, y con mi mano
izquierda comencé a acariciarle el pene de arriba abajo,
mientras escribía con la otra mano.
A veces cuando la maestra salía del salón, los alumnos
más grandes se subían al escritorio de la anciana, y sacaban
su pene para ver quien lo tenía más grande. La mayoría del
salón lo hacía, así que me llegó el turno de hacerlo a mí también. No tuve opción.
A causa de los nervios, no pude tener erección y todos
se rieron de mí.
—Daniel tiene el “pito” muy chiquito—. Dijo uno.
—Ni cosquillas le va hacer a las mujeres—. Dijo otro.
188
J.David Villalobos
De repente alguien grito:
—¡Aguas! ¡Ahí viene la maestra!
Todos guardamos nuestros penes y sacamos nuestros
lápices. Era hora de estudiar.
Al día siguiente a la hora del recreo, nos fuimos al patio
trasero de la escuela. Casi nadie acudía allí porque era un
área para jugar futbol.
Enrique, el que era mi compañero de asiento me dijo:
—A ver sácate el “pito”.
—¿Para qué?
—Para verlo—. Me dijo.
Yo me reí nervioso y le pregunté:
—¿Para qué quieres verlo?
—Es que ayer te lo vi, y lo tenías muy raro.
Me puse de pie y se lo mostré.
Yo no tenía hecha la circuncisión y todos mis amiguitos
sí.
Enrique al verlo exclamó:
—Que raro tiene el “pito” Daniel.
Me extrañó que hubiera dicho eso.
No salía aún de mis pensamientos cuando dijo:
—Y que gacho que no vayas a poder “coger”.
—¿Por qué dices eso?
—¡Mira!—. Dijo mostrando su pene a todos los que
estábamos sentados alrededor.
—Yo si tengo cabeza y tú no.
—Y dirigiéndose a otro le dijo:
—¡A ver, sácalo tú!
El otro amigo lo sacó y nos lo mostró.
El también tenía la circuncisión hecha.
Eso me dio inseguridad y vergüenza. Me quedé pensando mientras me mordía la uñas, en lo que había dicho.
189
Un Paso muy Difícil
Así que como ya nos habíamos visto nuestros penes, no
pensé que fuera algo malo cuando estaba masturbándolo en
el salón. Solo pensaba en mi balón de futbol.
Llegué a la casa y le mostré las estampitas a mi hermano.
—¿Dónde las conseguiste?—. Me preguntó.
—Me las regalaron—. Le dije omitiendo detalles.
Cual no sería mi sorpresa, al ver que casi lo llenaba.
Pero todavía me faltaban algunas páginas más.
Al día siguiente me preguntó Enrique:
—¿Cuantas páginas llenaste?
—Como quince—. Le dije.
El álbum tenía veinte páginas.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer para llenarlo.
Acto seguido procedió a sacarse el pene y yo me puse a
escribir el dictado de la maestra con la mano derecha, y con
la izquierda estaba trabajando para conseguir mi balón de
fútbol.
Un día me fui al cuarto de baño a tratar de pelarme el
pene. Iba intentar hacer que asomara el glande, para tener el
pene igual que mis compañeros.
Todas las tardes me encerraba en el baño, y repetía la
operación día tras día. Siempre terminaba con el prepucio
irritado y lastimado. No podía lograrlo, debido a que me dolía mucho. Fue tanta mi obstinación que cuando por fin lo
logré, me impresionó ver el glande que apareció de color
rosado.
Nunca me lo había visto.
Quedé maravillado de mi propio pene. Lo malo fue que
cuando ya lo había logrado, el prepucio quedo atrapado con
la cabeza del glande y no podía regresarlo.
Me costaba trabajo cubrir el glande de nuevo y mi padre
190
J.David Villalobos
quería utilizar el baño. Mi madre sospechaba que me estaba
masturbando, pero aun no lo hacía. Lo hice hasta la edad de
doce años.
El miedo a mi padre era tanto, que al no poder cubrirlo,
me subí la trusa y salí del baño sin cubrirlo. Tenía mucha
sensibilidad y el roce del calzoncillo me lastimaba el glande
descubierto.
A llegar a la edad adulta, me tuve que someter a una
intervención quirúrgica para hacerme la circuncisión, o de
otra manera podía sufrir de “balanitis”. La balanitis es más
frecuente en varones sin circuncidar y es la inflamación del
glande, y podría derivar en cáncer de bálano.
Un suceso muy dramático vino a cambiar nuestras vidas.
Una tarde de sábado nos encontrábamos todos en la casa. Yo
estaba estudiando las aburridas clases de música.
Eran las dos de la tarde y estábamos casi listos para comer. Mi padre había salido temprano a tocar con una orquesta y aun no regresaba.
De pronto se escucharon a la puerta unos fuerte toquidos
que nos hizo pegar un salto en nuestras sillas.
—¡Ay Dios! ¡Quien toca tan fuerte!—. Exclamó mi madre angustiada.
Al asomarme no vi a nadie, y uno de los niños que jugaba en la calle me dijo:
—¡Fue aquel señor que está en la esquina!—. Y señaló a
un hombre que estaba de pie cerca de su auto.
Sin decirle nada a mi madre, salí tras ese hombre que
había tocado a la puerta. Mi madre creyó que había sido
algún chamaco cometiendo travesuras, y que tras tocar la
puerta había salido corriendo.
191
Un Paso muy Difícil
Al llegar a la esquina, vi a mi padre acostado en la calle
y a un lado de él, un vehículo “Ford Falcón 200” Modelo
1964. El hombre que había tocado a la puerta, era el director
de la orquesta con la que mi padre había ido a tocar.
Cuando me vio dijo:
—No lo puedo llevar cargando hasta tu casa, está muy
pesado. ¡Avísale a tu mamá!
Se refería a mi padre que estaba demasiado borracho
para poder sostenerse en pie.
Mi hermano al ver que tardaba en regresar salió a buscarme, y cuando vio a mi padre en el suelo me preguntó:
—¿Qué tiene mi papá?
El amigo de mi papá había dejado su coche estacionado
sobre una avenida muy concurrida en doble fila, y por esa
razón había tocado a la puerta y regresar inmediatamente a
su vehículo.
Sin darle explicaciones a mi hermano le ordené:
—¡Córrele! ¡Avísale a mi mamá!
El regresó a la casa corriendo, y le dijo a mi madre,
quien estaba lavando loza en la cocina.
—¡Atropellaron a mi papá!
Mi madre salió corriendo de la casa hasta llegar a donde
estaba mi padre tendido sobre el pavimento, completamente
borracho.
—¡Joel, Joel!—. Gritó presa de la angustia.
—Hola Gabriela. Tu marido está muy borracho y no lo
puedo mover. Ahí se los dejo—. Dicho eso se subió a su
vehículo, y se alejó de nosotros.
Mi madre al ver que todo había sido un malentendido,
trató ella sola de levantarlo.
—¡Ayúdame Daniel!—. Me dijo tratando de levantarlo.
Entre los dos, logramos hacer que mi padre se pusiera de
192
J.David Villalobos
pie. Era muy difícil hacer que se pudiera sostener, y más
difícil que pudiera caminar. Daba un paso hacia adelante, y
se regresaba dos.
El trayecto a la casa era largo, al menos a mí me lo pareció debido a mi estatura. De hecho cuando uno es chico, todo
lo ve grande, los vehículos, las calles, los árboles, las distancias.
Mi padre al tratar de subir el pie, se le atoró en la banqueta y mi madre no lo pudo sostener.
—¡Ayúdame Daniel! ¡Que se me cae!
Mi padre estaba erguido completamente, y lo traíamos
cargando entre los dos.
De repente mi padre dejó de caminar y se dejó caer.
—¡Ayúdame, ayúdame!—. Gritó mi madre al ver que se
nos iba de las manos.
Mi padre comenzó a caer en caída libre sin meter las
manos. Yo trataba de jalarlo.
—¡Se me cae! ¡Se me cae!
El cuerpo iba cayendo y acortando distancia entre la
cabeza y el suelo.
—¡Ayúdame Daniel!—. Fue lo último que gritó mi madre antes de que la cabeza de mi padre se estrellara de frente
contra el filo de la banqueta.
Yo sentí cuando se fue resbalando de mis pequeñas manos. Lo último que pude hacer fue jalar su brazo, pero era
demasiado tarde.
Al momento de estrellarse contra el suelo, yo todavía
sostenía entre mis manos su brazo inerte y levantado.
El golpe fue seco y duro. Se escuchó como cuando alguien arroja desde un piso superior, una calabaza.
Ese golpe estaría grabado en mi mente durante años.
Mi padre quedó tendido boca abajo sobre el filo de la
193
Un Paso muy Difícil
banqueta. Tenía miedo de voltearlo y verle la cara.
Mi madre pensaba igual que yo.
Comencé a llorar igual que mi madre y un sabor acre
comenzó a correr dentro de mi boca. Parecía que tenía una
moneda de cobre adentro. La saliva comenzó a acumularse y
sentía muy cerca la sensación del vómito, el que precede a
una emoción fuerte.
Mi madre armándose de valor lo volteo delante de mí,
solo para verle la frente completamente destrozada.
Un gran agujero en su cabeza fue lo que me pareció ver.
Mi madre se quitó el mandil mugroso que traía puesto, y se
lo puso en la frente para detener la sangre, a pesar de que no
había hemorragia.
—¡Joel, Joel! ¡Mira nada mas como quedaste!—. Le
dijo mi madre llorando, sin que mi padre pudiera escucharla.
Él solamente balbuceaba cosas sin sentido como un bebé.
Al ver la poca sangre que empezó a salir, y el gran hoyo
en su frente, sentí que me venía el vómito.
Había mucha gente alrededor de nosotros. Escuchaba
sus voces, pero no lograba entender lo que comentaban.
Yo continuaba llorando. Escuchaba en mi cabeza un
zumbido ensordecedor, y todo comenzó a volverse gris.
Mi madre no pensaba en mí. Estaba muy preocupada por
mi padre quien estaba acostado boca arriba en el suelo. Tenía
la cabeza descansando sobre las piernas de mi madre quien
estaba sentada en la banqueta.
Mis piernas se debilitaron y sentí que me desmayaba.
Estaba pálido, desencajado y no podía hablar ni gritar.
Solo lloraba.
La gente seguía diciendo algo, pero yo no la escuchaba.
Mi saliva de acumuló y el vomito llegó, pero la vergüenza de
ver a tanta gente, hizo que me lo tragara de nuevo.
194
J.David Villalobos
Estaba a punto de desmayarme cuando escuché a mi
madre gritarme:
—¡Daniel ve por alcohol a la casa!
Corrí como loco y llorando entré a la casa.
Ahí estaban mis hermanos llorando. Mi hermano le
había dicho a mi hermana lo del accidente.
—¡Mi padre se cayó y se abrió la cabeza!—. Fue lo único que pude decir mientras continuaba llorando.
Mis hermanos salieron corrieron para ver lo que sucedía.
Al llegar mi hermana Angélica, pegó un grito de horror al
ver a mi padre con la cabeza llena de sangre.
No sé cómo no se desmayó.
Miguel mi hermano menor, solo se acercó a ver, pero no
lloró. Ni en ese momento ni después. Él nunca lloró jamás.
Mi madre trataba de detener la sangre con el alcohol,
que ya empezaba a salir; hasta que a alguien se le ocurrió
decir:
—¡Señora! ¡No le ponga alcohol, ya viene la ambulancia!
Al poco rato llegó la ambulancia de la cruz roja. Mi padre no dejaba de insultar a todo mundo. Nunca perdió el conocimiento y se orinó en el pantalón.
Descendieron de la ambulancia, dos camilleros, un
médico, y al final venía un policía. Mi madre le dijo:
—¡Cállate Joel! Que ahí viene un policía.
Mi padre dejó de insultar a todos al escuchar a mi madre. Al ver a los paramédicos, traté de controlarme.
Yo no quería ir al hospital pues le tenía miedo a las inyecciones. Me sentía enfermo y a punto de sufrir un colapso
nervioso. Mi cuerpo temblaba pero ya no podía llorar.
Nadie se dio cuenta de mi estado, parecía que mi padre
era más importante que el estado de shock en el que se en195
Un Paso muy Difícil
contraba un niño de once años.
Lo subieron a la ambulancia y mi madre se fue con
ellos. Nos quedamos mis hermanos y yo sentados en la calle
abrazándonos, junto a la mancha de sangre de mi padre. No
queríamos que nadie la pisara, era como algo sagrado para
nosotros.
Mi hermana y yo no dejábamos de llorar mientras mi
hermano permanecía en silencio. No mostraba emoción alguna.
Una vecina nos levantó y nos llevó a su casa. Nos dio un
té para calmar los nervios y nos ofrecieron de comer pero
nos negamos. Solo sollozábamos, y yo de vez en cuando me
mordía las uñas.
Después de unos momentos, a mi hermana se le ocurrió
ir a limpiar la sangre y la acompañamos. Al ver la sangre de
mi padre aun fresca, volvimos a romper en llanto. Mientras
arrojábamos cubetas de agua y tallábamos el piso con una
escoba, no cesaba nuestro llanto, era muy difícil borrarlo de
nuestra mente.
La espera del regreso de nuestro padre fue larga.
Mi madre iba a bordo de la ambulancia, que corría a alta
velocidad por la calle Dionisio Rodríguez. Mi padre no dejaba de insultar a todas las personas que estaban adentro.
El oficial de la policía le dijo:
—¡Si no se calla lo voy a detener preso!
Mi padre ya no dijo nada.
Al llegar a la calzada Independencia, la ambulancia iba
con la sirena abierta, era una Ford modelo 1967 y se pasó la
luz roja. De repente, apareció un automóvil y embistió a la
ambulancia en el costado izquierdo, volteándola de lado y
haciendo que se deslizara por el pavimento hasta detenerse
varios metros más adelante.
196
J.David Villalobos
Mi padre salió disparado de la camilla y cayó encima de
mi madre, llenándole la cara de sangre. Los gritos de los
paramédicos junto con los de mi madre, se confundían con
los insultos que vociferaba mi padre.
Los vehículos impactados se detuvieron en medio de la
calzada, y la multitud comenzó a rodearlos. Poco a poco fueron saliendo de la ambulancia.
El primero en salir por la puerta trasera, fue el policía
que logró abrir la puerta desde adentro. A mi madre la liberaron del cuerpo inerte de mi padre, al cual lo subieron de nuevo a la camilla, sin contemplaciones. Como tenía intenciones
de levantarse, lo ataron a la camilla.
La gente se asomaba dentro de la ambulancia volteada.
Como se le había roto el radiador, arrojaba vapor por el motor y había un charco de agua.
El policía trataba de mantener a la muchedumbre alejada
de los vehículos, pero fue imposible. El morbo y curiosidad
de la gente fue más fuerte. Se asomaban hacia dentro y veían
el cuerpo ensangrentado de mi padre y murmuraban:
—¡Mira se accidentó con el choque!—. Decían unos.
—¡No, ya lo traían así!—. Decían otros.
Pasados unos minutos, llegó otra ambulancia en donde
subieron a mi padre y a mi madre, a los paramédicos y al
conductor del otro vehículo quien también salió lesionado de
una mano. El policía se quedó en la ambulancia volcada.
Minutos más tarde, mientras mi padre era atendido en el
quirófano, mi madre rendía su declaración.
—¡Nombre!
Preguntó la agente burócrata del ministerio público.
—Joel Valverde—. Respondió mi madre.
—¡Edad!—. Continuó preguntando sin ninguna emoción
en su voz.
197
Un Paso muy Difícil
—Cincuenta y siete años.
—¡Domicilio!
—Calle 32 interior…….
Mi madre lastimada del codo por el accidente en la ambulancia, continuaba respondiendo. Se sentía cansada, agotada, nerviosa, adolorida.
Entre tanto, en el interior de la sala, mi padre discutía
con los médicos en la mesa de operaciones.
—¡Me quiero ir! —Gritaba sin cesar— ¡Déjenme cabrones, la voy a matar!
—¡Señor cálmese! Le tenemos que coser la frente.
Mi padre solo se había abierto la frente. No se dañó
ningún hueso. Pero el aspecto que tenía a la vista de todos,
parecía que tenía un agujero.
Mi padre seguía forcejeando con los médicos.
—¡Déjenme ir!—. El alcohol mantenía anestesiada la
herida y los dolores.
—¡Que se calme!—. Le ordenó el médico.
—¡La voy a matar!—. Seguía repitiendo mi padre.
—¿A quién va a matar?—. Le preguntó el médico.
—¡A ella!—. Dijo, levantando el brazo y señalando con
la mano a mi madre, quien había entrado a la sala de operaciones al escuchar los gritos de mi padre.
—¡Déjenme ir!—. Seguía gritando.
Lo ataron a la mesa de operaciones y procedieron al
suturarle la herida.
—¡Ya me orino!—. Gritó mi padre.
—¡Aguántese!—. Le dijo el médico.
—¡Quiero orinar!
—¡Orínese en los pantalones!—. Por fin le dijo el médico.
198
J.David Villalobos
Mi padre se orinó encima de la mesa de operaciones.
Mientras orinaba toda la sala permaneció en silencio,
pero una vez que terminó volvió a gritar:
—¡Te voy a matar!—. Dijo mi padre mirando a mi madre que continuaba dentro de la sala.
El médico mientras le inyectaba la xilocaina en la herida, le preguntó:
—¿Por qué la quiere matar?
—¡Ella me tiró!
Mi madre al escucharlo dijo:
—No es verdad, hay testigos.
—¡Si, tú fuiste! ¡Tienes un amante y te quieres ir con él!
—¡Joel por favor, estás borracho! ¡No sabes lo que dices!
Los médicos miraron a mi madre y una enfermera salió
de la sala, regresando poco después con un oficial de la policía. Se la llevaron para interrogarla.
Mi padre se quedó dormido encima de la mesa, después
de haber sido curado.
Mi madre respondió nuevamente ante otro interrogatorio, a las preguntas que le hacía la mujer con voz de robot.
Ella trataba de demostrar su inocencia. Como no quisieron perder más el tiempo, la dejaron libre.
Mi madre no sabía cómo llevarse a mi padre quien continuaba dormido encima de la mesa.
—¿Cómo me lo llevo? Se me va volver a caer—. Dijo
angustiada.
—No sabemos señora. Pero tiene que dejar libre la mesa
de curaciones.
Mi madre abandonó el hospital de la cruz roja y tomó un
taxi para trasladarse hasta donde vivía mi tío Paco, quien era
el hermano de mi padre. Entre los dos lo llevaron a la casa en
199
Un Paso muy Difícil
su coche, y lo metieron a la cama. La pesadilla aún no había
terminado.
Mi hermana y mi hermano se desentendieron de los problemas causados por mi padre. La fuerte emoción vivida los
hizo mantenerse al margen.
Yo fui el único quien vivió junto con mi madre, todos
los problemas causados por el alcoholismo de mi padre, incluso años posteriores. Mis hermanos se fueron a dormir,
mientras mi madre y yo permanecíamos despiertos cuidando
de mi padre quien continuaba dormido.
Eran las once de la noche cuando escuchamos pasos. Fui
a ver quién era, y vi a mi padre caminar tambaleándose
mientras se dirigía al cuarto de baño.
Se encerró y se sentó en el inodoro.
Los minutos pasaban y él no salía.
El nerviosismo y el temblor de mi cuerpo comenzaron a
apoderarse de mí. Mi cuerpo se convulsionaba como si estuviera haciendo frío. Era miedo.
Mi padre aun continuaba encerrado, y yo iba y venía por
la casa presa de los nervios y de la angustia.
Mi padre llevaba encerrado adentro, más de diez minutos. Golpeé la puerta mientras le gritaba desesperado:
—¡“Apá”, “apá”!
Al no obtener respuesta salí al patio. Como la ventana
del baño se comunicaba con el patio, rompí una esquina en el
vidrio de la ventana del baño, para poder ver hacia el interior. Por la pequeña abertura pude ver lo que hacía. Logré
verlo sentado y me asusté más cuando vi como se mecía de
un lado a otro. La angustia se apoderó de mí, tan solo de
imaginar que se podría caer y golpearse de nuevo.
Le grité por ese pequeño agujero que había hecho.
—¡“Apá”, “apá”!
200
J.David Villalobos
El no me respondía. Estaba profundamente dormido.
Lo miré tambalearse, y a cada movimiento suyo crecían
las convulsiones de mi cuerpo.
—¡“Apá”, “apá”!—. Continué gritándole.
Mi madre ya no hacía nada.
Creo que ya se había derrotado.
Yo iba del patio al interior de la casa, para tocar la puerta del baño con más fuerza.
—¡“Apá”, “apá”!—. Volví a gritarle, pero él no lograba
despertar.
Nuevamente volví a correr hacia el patio, y me subí a la
ventana para poder mirarlo por la pequeña abertura.
Así sucesivamente hacía ese recorrido de la casa al patio, repetidas veces en cuestión de minutos.
Mi desesperación no tenía límites. No me derrotaría.
Mi madre se untaba en el brazo adolorido, algún ungüento tratando de calmar el dolor causado por el accidente
en la ambulancia.
Mi padre continuaba encerrado, y mi desesperación
crecía también.
Transcurridos quince minutos, y ya no pudiendo soportar más la angustia, comencé a golpear la puerta del baño con
más desesperación para tratar de despertarlo.
—¡“Apá”, “apá”!
De repente se dejó escuchar un golpe seco.
Las convulsiones de mi cuerpo retornaron, y corrí otra
vez al patio para asomarme por el agujero de la ventana.
El terror se apoderó de mí al ver a mi padre en el suelo,
sangrando de la cabeza.
Mi resistencia se agotó y le grité a mi madre llorando:
—¡“Amá”, “amá”!
Mi madre corrió a la puerta del baño:
201
Un Paso muy Difícil
—¡Joel, Joel! ¡Ábreme la puerta!
Yo corrí al cuarto de mi padre, y tomé un martillo.
Golpeé el cristal de la puerta del baño, y metí la mano
por entre el cristal roto para quitar el pasador. Nos acercamos mi madre y yo para tratar de levantarlo del piso.
Al levantarle la cabeza, la sangre que escurría de mi
brazo se confundió con la sangre de la cabeza de mi padre.
No me di cuenta que me había cortado el brazo con el cristal
roto.
Mi padre continuaba tendido en el piso frío, sangrando
del lado derecho de la cabeza. Se había caído del lado contrario a la herida y se había hecho otra nueva.
Mi madre y yo tratábamos de levantarlo, pero era imposible.
—¡Háblele a mi tío Paco!—. Se me ocurrió decirle.
—Ya es muy tarde, y además está trabajando—. Respondió mi madre angustiada.
Como pudimos, lo arrastramos por el piso y lo llevamos
a la recámara. Mis hermanos no quisieron ayudar, se taparon
la cabeza con las cobijas. Estaban tan atemorizados como yo,
que prefirieron dejarnos que solucionáramos el problema
nosotros solos.
Mi madre tomó la cabeza de mi padre y procedió a curarle la nueva herida, mientras yo curaba la mía.
Como no pudimos levantarlo, le acomodamos unas cobijas en el piso y una almohada en la cabeza, y ahí lo dejamos.
Ya pasaban más de la media noche cuando mi madre me
dijo:
—Vete a dormir.
—No. —Le dije muy decidido— Me quedo aquí a cuidarlo.
Y así permanecí sin dormir, a su lado y cuidando de él.
202
J.David Villalobos
Me mordía las uñas mientras lo miraba acostado en el piso.
Me dolía la espalda y el cuello, por estar tanto tiempo sentado en el piso y recargado contra la pared.
Eran las tres de la madrugada, cuando mi padre se enderezó y se quedó sentado sin pronunciar ninguna palabra.
El temblor comenzó de nuevo a apoderarse lentamente
de mi cuerpo. Era algo que no podía controlar.
Los dientes me comenzaron a castañear.
Cuando de pronto escuché a mi padre decir:
—¿Qué me paso?—. Mientras se tocaba la frente.
Ya se encontraba en estado consiente.
Mi cuerpo ya no resistió tanto y me debilité.
Se detuvo de pronto el temblor de mi cuerpo y rompí a
llorar. Esa noche la pesadilla había terminado.
Al cabo de algún tiempo nos mudamos cerca de la parroquia de la “Purísima Concepción”. Como la iglesia estaba
en la misma cuadra en la calle donde vivíamos, mi madre
nos enviaba a misa y al catecismo la mayor parte del tiempo.
Mi madre se hizo amiga del sacristán y le pidió que nos
ayudara a ser monaguillos de la iglesia. Ella creía que siendo
monaguillos, podría lograr cambiarme. Pero no había nada
malo en mí, solo era un niño normal haciendo cosas normales de acuerdo al crecimiento y a mi edad, y a la educación
llena de prejuicios que me estaban inculcando mis padres.
Yo sentía un profundo respeto por las cosas sacras.
Siempre le había preguntado a mi madre.
—¿En dónde está Dios?
Y ella me contestaba:
—En todas partes.
Cuando me llevaba a misa, que era casi todos los días; el
203
Un Paso muy Difícil
sacerdote pasaba con el “santísimo” bendiciendo a los presentes. Mi madre y yo estábamos arrodillados y me decía:
—¡Agacha la cabeza!
—¿Por qué?— Le pregunté.
—Porque está pasando el “santísimo”.
—¿Y quién es ese?
—Es Dios.
Me quedé con la boca abierta, y levanté la cabeza para
poder ver a Dios. Por fin iba a poder verlo, pero mi madre
me regañó diciendo:
—¡Que agaches la cabeza, te estoy diciendo Daniel!
Yo la agaché y de reojo trataba de ver a Dios, y le volví
a preguntar a mi madre:
—¿Ese es Dios?
No me cabía en la cabeza, que una figura circular dorada llena de picos y con un cristal en medio fuera Dios, así
que le pregunté de nuevo a mi madre quien seguía rezando y
se mantenía arrodillada.
—¿Ese es Dios?
—¡No! —Me dijo en voz baja— Va adentro, en el
círculo.
Al finalizar la procesión que había sido por toda la iglesia, el cura se acercó al altar y abrió una pequeña caja fuerte
que estaba detrás de unas pequeñas cortinas, y depositó algo
adentro. No alcancé a distinguir lo que era, debido a lo lejos
que me encontraba, y a la gran cantidad de gente que estaba
delante de mí.
Tiempo después el sacristán me aceptó como monaguillo y me hice amigo de los “ranas”. Así les decían a los dos
hermanos que eran monaguillos.
Los domingos barríamos la iglesia y el sacristán me pagaba dos pesos. Y por ayudar en la misa en toda la semana,
204
J.David Villalobos
me daba cinco pesos.
Dentro de la avaricia que tenía mi madre, me quitaba
esos siete pesos que ganaba cada semana en la iglesia. Así
que para poder tener algún dinero extra, los “ranas” y yo,
cerrábamos la iglesia. El término cerrar, significaba apagar
los cirios, subir los tablones que estaban detrás de las bancas
donde la gente se arrodillaba y cerrar las puertas de la iglesia
a las diez de la noche.
Por esa labor nos daban cuarenta centavos, con los que
podía comprar un puño de galletas de animalitos para cenar
con un vaso de leche en la casa.
Una noche mientras el sacristán estaba cerrando la iglesia, nos fuimos los “ranas” y yo a la sacristía a beber el vino
de consagrar. El sacristán no podía moverse rápido por lo
obeso que estaba. Siempre que caminaba por la iglesia, se
podía escuchar su respiración a lo lejos.
La mayoría de las travesuras, siempre las hacíamos juntos. El “rana” mayor cogió la botella y le dio un trago, luego
se la pasó a su hermano, y éste me la pasó a mí.
Realmente ¡Que delicioso estaba!
—¡Échanos “aguas”!—. Le dijo a su hermano menor.
Mientras, yo volví a darle otro trago grande a la botella.
A lo lejos escuchamos la respiración agitada del sacristán. El
hermano menor entró y nos dijo:
—¡Ahí viene Marcial!
Yo le entregué la botella al “rana” temeroso, y él se rio
diciendo:
—Dale otro trago, todavía va a tardar en llegar.
Confié en él y le di otro gran trago a la botella, además
el vino ya estaba haciendo efecto en mí y me sentía muy
animado. Salimos de la sacristía y al vernos el sacristán nos
preguntó:
205
Un Paso muy Difícil
—¿En donde andaban?
El “rana” le contestó:
—Fuimos al baño.
—¿Todos juntos?
—Si, es que está muy oscuro y nos dio miedo.
—Sigan levantando los “arrodilladores”—. Nos ordenó
mientras se dirigía a la sacristía resoplando.
Me sentía muy mareado, y todo me daba vueltas.
Tenía ganas de reír y nos soltamos riendo por nada.
Para bajarme lo mareado metí la cabeza en la pileta de
agua bendita. Los “ranas” festejaron mi ocurrencia, riendo a
carcajadas. El “rana” mayor se acercó y me dijo:
—Vamos a ver a Marcial.
—¿Para qué?—. Le pregunté extrañado.
—Se está echando también sus traguitos dentro de la
sacristía.
Nos acercamos sigilosamente y sin hacer ruido, nos
quedamos espiándolo. Vimos que abrió otra botella de vino y
procedió a llenar las vinajeras. De vez en cuando llenaba su
panza también.
El efecto del vino aún no se me bajaba y no pude aguantar la risa.
Marcial nos escuchó cuando salimos corriendo hacia
dentro de la iglesia. No le importó y siguió llenando las vinajeras y de paso su enorme barriga.
A veces me pedía que llenara de hostias las copas.
Le pregunté:
—¿Cómo?
—En aquella caja, —Me dijo señalando un paquete—
hay unos paquetes de hostias, ábrelos y colócalos adentro de
la copa. Procedí hacer lo que me ordenó.
Me quedé asombrado de ver la cantidad de hostias
206
J.David Villalobos
que venían envueltas en rollos de papel celofán. Yo siempre
había creído que las hostias venían de algún lugar muy sagrado, pero jamás que vinieran empaquetadas y listas para su
venta.
El “rana” se acercó a ayudarme y empezó a comerse algunas. Casi me infarto. ¡Se estaba comiendo el cuerpo de
Cristo!
—¿Quieres?—. Me preguntó.
—¿Se pueden comer?—. Le pregunté dudando.
—¡Sí!—. Mientras seguía comiéndoselas.
—¿No es pecado?
El “rana” me miró y se rio.
—¡No mames! ¿Cuál pecado?
Aclarando mis dudas dijo:
—No están benditas todavía.
Una vez que fueron aclaradas todas mis dudas, me llené
la boca de hostias que se me quedaron pegadas en el paladar.
Eso hizo que nos riéramos los dos.
Cada vez que tenía oportunidad de hacerlo, y sin que se
diera cuenta Marcial, me echaba una gran cantidad de hostias
en el bolsillo del pantalón, y me las comía en el camino a
casa. No quería que mi madre se diera cuenta.
La gente hacía sus ofrendas al “Santísimo” y cuando el
sacristán recogía todo, hacía un recuento de los artículos y
nos decía:
—Daniel, las botellas de aceite, son para el “Santísimo”,
lo que se pueda comer tráelo para acá—. Me dijo señalando
el lugar en donde se encontraba sentado.
Miré lo que tenía a su lado y lo que se podía comer, eran
las latas de fruta en almíbar, galletas, pan, cereal, en fin todo
lo comestible.
Se apoderó de unas galletas y las abrió.
207
Un Paso muy Difícil
Pensé: “¿Que no eran para los niños pobres?”.
Nos convidó de las galletas y abrió una lata de fruta en
almíbar, y se la tragó el solo sin invitarnos.
Lo que era para los niños pobres, era lo que no se podía
comer, como las bolsas de frijol o de arroz.
Cada mes era lo mismo, y nos dábamos un banquete. Ya
habíamos aprendido a separar “lo que se podía comer”.
En una ocasión nos adelantamos al gordo sacristán, y
escondimos la fruta en almíbar, para comérnosla después.
—¿Qué no trajeron fruta hoy?—. Nos preguntó.
—¡Noooo!—. Le respondimos a coro mirándonos unos
a otros.
A veces cuando estábamos barriendo la iglesia, yo me
iba a encender el órgano y me ponía a tocarlo mientras los
demás la barrían. Marcial barría contento al escucharme, de
todos modos yo recibía mi paga.
Había aprendido a tocar órgano también, por una de las
muchas ideas motivadoras que tuvo mi padre.
Las ideas que tuvo mi madre de que posiblemente pudiera cambiar mi carácter siendo monaguillo, no pareció la
adecuada. Más bien parecía monaguillo del diablo.
Cierto día, mi curiosidad por saber que había dentro de
la caja fuerte que estaba frente al altar, me hizo que tratara
de abrirla. Me subí a una silla y traté de abrirla. Me temblaba
el cuerpo y mi corazón se aceleró. Pero mi temor era que
pudiera escaparse Dios y que no lograra después volverlo a
meter adentro. No pude abrir la caja pues tenía una combinación.
Un día salí de dudas.
Vi a Marcial que venía del altar a la sacristía y traía el
“Santísimo” en la mano. No había nada dentro del círculo de
cristal. Se puso a limpiarlo con una franela, y yo aproveché
208
J.David Villalobos
para ir al altar y ver lo que había dentro de la caja fuerte.
El sacristán la había dejado abierta. Me subí a una silla y
lleno de temor, miré adentro. No había nada de lo que yo creí
que había. Creí que iba a haber una gran luz muy luminosa,
acompañada de un aire frio o como una nube.
En su lugar estaba una gran hostia colocada sobre un
semicírculo dorado. No podía creer que mi madre creyera
que ahí estaba Dios, al menos yo no lo creí.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por Marcial.
—¿Qué buscas Daniel?
—Nada, solo quería ver que había aquí adentro.
—¡Nada! —Me dijo sonriendo— ¿Qué esperabas encontrar?
Y mirándome me preguntó con cierta lástima:
—¿A Dios?
—Si—. Le dije tímidamente.
—Dios no está aquí. —Me dijo sonriendo— Ni en la
iglesia, ni en tu casa, ni en el cielo que miras arriba de ti.
—¿Entonces?
—Dios está en tu corazón.
Ese sacristán nunca nos regañó ni nos gritó a pesar de
saber que éramos muy traviesos. Nos tenía mucha paciencia.
Colocó el “Santísimo” dentro de la caja fuerte y retiró la
gran hostia del semicírculo, y la partió en dos.
Me entregó la mitad diciendo:
—¿Quieres?
La acepté y me la comí mientras él sonriendo se comía
la otra mitad. Luego procedió a colocar otra hostia nueva.
Si los santos existen, entonces ese hombre obeso y con
la mirada melancólica, era un santo. Jamás tuvo una palabra
dura para conmigo, ni tampoco para con los otros monaguillos a pesar de que conocía nuestras travesuras, y de que lo
209
Un Paso muy Difícil
habíamos visto beber del vino de consagrar. Él siempre lo
supo, pero nunca nos reclamó nada. Marcial a pesar de sus
debilidades humanas y de sus defectos, era más humano que
mis propios padres.
Nos hicimos amigos del padre Albarrán, quien nos invitaba a su casa para estudiar el catecismo. En su casa había
árboles de lima, limones, mangos, naranja agria. Era todo un
manjar para nosotros y no podía evitar que nos subiéramos a
los árboles aunque nos gritara desde su cuarto:
—¡Los árboles están vivos! ¡Bájense!
No nos gritaba como regaño, sino como un aviso.
Lo obedecíamos y más tardábamos en bajarnos, que en
estar nuevamente arriba cortando la fruta.
El padre Albarrán, volvía a gritar:
—¡Que lo árboles están vivos les digo! ¡Bájense ya!
En cierta ocasión los catequistas y las monjas de la comunidad, le hicieron al padre Albarrán una fiesta con motivo
de su cumpleaños. Por supuesto la casta de monaguillos no
podía faltar, pero tampoco alguien desagradable para mí: Mi
hermana Angélica.
Había de todo, comida, bebida, música, gritos y algarabía. Parecía una fiesta de pueblo.
Veía caminar a las monjas de un lado para otro, a los
catequistas platicando entre ellos y bebiendo lo que yo creí
que era Coca-Cola con limón.
El “rana” mayor me dijo:
—¿Nos echamos un trago?
—¿De qué?—. Le pregunté.
—Un “changuirongo”—. Fue lo que me dijo.
—¿Y qué es eso?
El “rana” señaló una gran olla de las que usaban para
hacer el pozole, de donde los catequistas se estaban sirvien210
J.David Villalobos
do. El “changuirongo” consistía en Coca-Cola con tequila,
limón y sal. Se revolvía todo junto y se bebía.
—¡Sale!—. Le dije.
Nos acercamos a la gran olla, y sin que nadie nos viera,
al menos eso creí yo; metimos nuestros vasos de plástico.
Nos fuimos al patio en donde estaban los árboles y que estaba oscuro, y ahí nos bebimos los tragos.
Cuando se hubo terminado, regresamos por más.
El sacerdote nos vio y dijo:
—¡Niños! No vayan a beber de eso. Vayan con las monjas para que les den un refresco.
Nos tomó de los hombros y nos condujo hasta la cocina
y le dijo a una monja:
—Hermana, los niños tiene sed. Deles algo de beber.
Mientras el padre regresaba con sus invitados, las monjas nos dieron Coca-Cola en un vaso y salieron de la cocina.
Años después llegaría a tener una mala experiencia con
ese sacerdote, al que yo consideraba un excelente ser humano realmente espiritual y con un amplio criterio, además de
demostrar amor por los niños y los jóvenes.
Salimos de la cocina con nuestras bebidas, y pasamos
cerca de la gran olla. Sin que nadie nos viera "la rana mayor"
arrojó su Coca-Cola adentro diciendo:
—¡Ay! Se me cayó la Coca.
Todos nos reímos de su ocurrencia, y vaciamos nuestras bebidas dentro de la olla, para volver llenar los vasos y
salir al patio para continuar bebiendo.
Una amiga de mi hermana, nos vio y le dijo:
—Angélica, tu hermano está tomando tequila.
Alcancé a escucharla, y me hizo recordar cuando le vi
los calzones a la niña de mi salón a la edad de cinco años.
Mi hermana me buscó por toda la casa, y me encontró
211
Un Paso muy Difícil
en el patio en compañía de los “ranas” con los vasos vacíos,
y me dijo:
—Vas a ver con mi mamá cuando lleguemos a la casa.
Se volvía a repetir la historia de años antes.
Cuando regresamos a la casa, ya pasaba de la media
noche y me sentía mareado. Entramos y por suerte mi madre
se encontraba dormida.
Al día siguiente, escuché a mi madre decir en voz alta:
—¿Quién bebió anoche que huele el cuarto a “crudo”?
Con los gritos que dio mi madre despertó también a mi
hermana y le dijo:
—Fue Daniel, estaba tomando tequila con Leonardo y
Luis—. Así se llamaban los “ranas”.
Mi madre explotó y se dirigió al cuarto, y me tomándome del brazo me levantó de la cama.
—¡Bonita fregadera la tuya! Ya vas a empezar a emborracharte como tu padre, todavía no sales del cascarón y ya
empiezas de vago y….
La letanía de mi madre no terminaba y tuve que escucharla durante un buen rato. Me dolía la cabeza y tenía sueño. Lo que no comprendí fue porque mi madre en esta ocasión no me golpeó con su chancla.
A esa edad y con mi vestimenta de monaguillo, causaba
revuelo entre las niñas de mi edad que asistían a misa de
ocho de la noche, para verme. Siempre me consideré un niño
guapo. Incluso les gustaba mucho a las amigas de mi hermana que eran algo mayores. También a las amigas de mi
mamá les gustaba mirarme y se deleitaban observándome.
Tuve algunos problemas con los chicos algo mayores
que yo, a los que les molestaba que fuera guapo.
Recuerdo a un compañero de la clase que me tocó la
mejilla y dijo:
212
J.David Villalobos
—Tú tienes el cutis como de niña, suavecito y liso, no
como yo rasposo y feo—. Dijo tocándoselo.
Me preocupaba parecerme a una niña.
Incluso deseaba tener una cicatriz en la cara para atraerles a las mujeres. Me llegué a cortar la cara con las hojas de
rasurar de mi papá. Nunca me quedó ninguna cicatriz. No sé
si por tener la cara tan bonita, tuve que pasar un trago amargo con mi padre.
Estábamos solos y mi padre traía la resaca de la noche
anterior. Él pretendía tomar una siesta porque tenía que trabajar, desvelándose como todas las noches lo hacía.
Andaba en trusa yendo y viniendo de la recámara al refrigerador por su cerveza. Me encontraba en la ventana mirando a la calle esperando a mi madre. Me sentía algo inquieto pero no sabía por qué.
Parece ser que los guardianes celestiales se encargan de
proteger a los inocentes.
Mi padre se acercó con la botella de cerveza en la mano
y me preguntó:
—Daniel ¿Ya sabes cómo besar a una chamaca?
Lo mire desconfiado y le respondí:
—No—. Y era la verdad, aun no había besado a una
mujer.
—Deja te enseño—. Me dijo.
Se acercó a mí diciéndome:
—Tú te acercas de esta manera.
Acercó su rostro oloroso a licor a mi cuello y me dijo:
—Y le besas el cuello así.
Sentí sus labios húmedos en mi cuello y su lengua lamer
mi piel, pude escuchar su respiración agitada. Me sentí incómodo pues no me pareció normal.
Me alejé de él regresando a la ventana para ver si ya
213
Un Paso muy Difícil
venía mi madre. Mi padre reía nervioso y me dijo:
—Ven, deja te enseño.
Me negué a ir a donde se encontraba y le dije:
—No, —Y añadí— creo que ahí viene mi mamá.
Al escucharme se puso de pie y acto seguido se retiró a
la recámara, cerrando la puerta para no salir más.
Respiré aliviado.
No sé porque razón no se lo conté a mi madre. Quizás
por que iría a reprocharle y él la golpearía.
Mi padre había intentado dar un paso muy difícil, que le
hubiera traído consecuencias posteriores a él, pero más a mí.
Mi madre tardó más de la cuenta en volver a casa, pero no
me despegué de la ventana.
Un día en la iglesia uno de los “rana” estaba meciendo
el incensario, de un lado a otro para avivar el carbón que
tenía adentro. Yo acercaba mi cara soplando para que se
prendiera más rápido. Cuando me acerqué, el hermano mayor de la “rana”, me empujó la cabeza hacia el incensario
mientras que el otro lo impulsó más arriba.
Esa broma me costó la quemadura de la cara.
Mi padre cuando me vio mostraba signos de impotencia
y no sabía qué hacer.
Imagino su frustración que hubo sentido, cuando me vio
la mitad de la cara quemada. Al verme me dijo:
—Te va a quedar marcada la cara de por vida, tan bonita
que la tenías.
Me miraba al espejo y tenía grabado con fuego, el contorno de la copa con la que me había quemado, y que comenzaba desde la ceja, pasando por los párpados, la nariz,
los labios y detenerse en la barbilla.
Por suerte la pomada para las quemaduras surtió efecto
y como aún era un niño, no me quedó ninguna huella.
214
J.David Villalobos
Mi padre me alejó de la iglesia y de ser monaguillo.
Después de esa terrible experiencia, llegue a cuidarme
tanto la cara que me volví muy vanidoso.
Había un comercial que transmitían por televisión, en
donde aparecía una modelo lavándose la cara con jabón
“Palmolive”, y sobre un tratamiento de belleza en veinte
segundos. Consistía en lavarse la cara con ese jabón durante
veinte segundos y enjuagarse la cara, pero no secarla.
Lo hice diariamente antes de acostarme, hasta el final de
mi adolescencia.
El momento más angustiante y doloroso fue cuando mi
madre encontró mi álbum.
Lo tenía escondido debajo del colchón.
—¿Qué es esto?—. Me preguntó y sentí morirme.
—Un álbum—. Le respondí.
—¡Si ya lo sé! ¿Qué hace aquí?
—Se lo estoy guardando a un amigo. —Se me ocurrió
decirle— No es mío.
Mi madre sin ninguna contemplación comenzó a romperlo en pedacitos.
—¡No es mío!—. Le grité desesperado.
Ella ignorando mis gritos terminó por destrozarlo.
Yo terminé destrozado y llorando en el piso.
Adiós a mi balón de fútbol.
Ella fue muy cruel conmigo.
215
Un Paso muy Difícil
UNA DECISIÓN MUY DIFÍCIL
El lunes por la tarde Joel se despertó a causa de los fuertes golpes que dio en la puerta Bernardo, quien había llegado
solo. Su hermano Roberto se había quedado a cargo del negocio.
Joel se había regresado a dormir otra vez, cuando Gabriela se retiró a su casa.
—Vine a ver cómo estás—. Le dijo su amigo al abrir
Joel la puerta.
—Bien—. Dijo, y regresó a la recámara para ponerse el
pantalón.
—¿Qué pasó con la muchacha?
—Nada, se fue hace rato.
—¿No sabes en donde vive? ¿O si habrá tenido algún
problema con su marido?
—No lo sé, y me tiene preocupado.
—Ni te hagas ilusiones Joel—. Dijo Bernardo, dándole
la espalda mientras encendía uno de sus cigarrillos negros.
—Esa muchacha está casada. No lo olvides Joel.
—Si ya lo sé, pero me preocupa.
—¿Qué vas a hacer?—. Y abriendo los brazos señalando
la habitación le preguntó:
—Acaso ¿Le vas a ofrecer este palacio? ¿La vas a traer a
vivir a esta pocilga?
—No, no sé.
—No te metas en problemas. Vine a verte para que me
acompañes a Tucson a comprar una máquina.
—¿Qué máquina?
—Quiero poner una imprenta. Ese negocio deja mucho
dinero.
216
J.David Villalobos
Joel encendió un cigarrillo y le preguntó:
—¿Cuánto tiempo estaremos allá?
Bernardo adivinando sus intenciones, le dijo:
—Hasta el viernes. Tienes el tiempo suficiente para que
te olvides de ella —Hizo una pausa y agregó— No te
comprometas.
Joel se dirigió al cuarto de baño sin decir nada más.
Media hora después se dirigían a la central de autobuses
para tomar el “Greyhound”, que los llevaría a la ciudad de
Tucson.
Una hora más tarde los dos amigos iban a bordo del autobús que transitaba por las carreteras de Arizona.
Mientras su amigo hojeaba una revista en donde venían
varias máquinas de imprenta, Joel miraba distraído por la
ventana del autobús. Sus pensamientos estaban en ese momento en Gabriela y en la noche que habían pasado juntos.
Y precisamente Gabriela hacía lo mismo esa tarde,
mientras ordenaba su casa así como sus ideas.
Se preparó una cafetera llena de café, para tener lo suficiente hasta que se llegara la hora de dormir. No dejaba de
pensar en su marido y en su comportamiento extraño de ese
día. Se dio un baño y se metió a la cama para leer.
No quiso comer en la casa de su madre para no tener que
escucharle sus regaños todo el día.
No supo a qué hora se quedó dormida.
Se encontraba de lado, acostada sobre su brazo izquierdo; cuando sintió entre sueños que le deslizaban las pantaletas muy despacio. Estaba tan agotada por la desvelada y por
la resaca de las copas, que no sintió cuando su marido se
subió desnudo a la cama, y se colocó al lado de ella.
Despertó cuando lo escuchó susurrar, mientras iniciaba
un movimiento de sus caderas, con el miembro dentro de ella
217
Un Paso muy Difícil
deslizándolo suavemente.
—¿Gozaste?
“Oh no, otra vez”. Pensó ella. Se atrevió a preguntar:
—¿Cuándo?
Bob comenzó a excitarse más, y ella lo sintió más duro.
—Con el otro—. Le susurró al oído mientras empujaba
con más fuerza.
—¿Cuál otro?
—No te hagas la tonta. Con el que te quedaste a dormir.
—No me quedé a dormir con nadie—. Mintió ella.
—Yo sé que si. Venías escurriendo de porquería.
Cada vez que su marido decía algo lujurioso, empujaba
con furia.
“¡Dios! Si lo sabe. Entonces ¿Qué va hacer?”—. Pensó
ella.
—¡Muévete puta!—. Le dijo tomándola por las caderas
y empujando con fuerza lleno de rabia y celos.
Gabriela se asustó al sentir cómo la trataba y del lenguaje obsceno que usaba. Sintió temor y empujó las caderas para
complacerlo.
Al empujar sintió de repente, que la penetraba hasta lo
más profundo de su cuerpo.
No dejaba de pensar: “¿Qué le ocurre a mi marido? ¿Por
qué se excita tanto con esas preguntas?”.
De pronto su marido se detuvo y se salió de dentro de
ella. Tenía otra cosa en mente y ella desconocía lo que se
proponía hacer. Se encontraba desconcertada y continuaba
acostada en la misma posición.
De repente sintió la punta del pene en el orificio del recto, y le dijo:
—Más abajo—. Creyendo que Bob se había equivocado
de lugar.
218
J.David Villalobos
Haciendo caso omiso a lo que su esposa le dijo, le pasó
el brazo izquierdo alrededor de su cuello, y con la otra mano
se lo colocó en la entrada.
Comenzó a empujar lentamente y le preguntó:
—¿Te “cogió” por aquí?
—¡Nooo! ¡Me duele!—. Gritó ella tratando de separarse
de él.
En un momento decisivo para tratar de quitárselo de
encima, ella empujó sus nalgas hacia atrás, pero había cometido un error fatal. Lejos de quitárselo de encima, el miembro
erecto de Bob se introdujo hasta el fondo, haciendo que ella
se quejara de dolor.
El gemido que ella hizo, logró poner frenético a su marido.
—¡Ya no, por favor! ¡Ya no!—. Se quejó ella.
—¿Te “cogió” por aquí?—. Volvió a preguntar presa de
la excitación.
Gabriela comenzó a enfurecerse a causa del dolor y terminó explotando de rabia:
—¡No! ¡Por ahí no me “cogió”! como tú dices.
—Entonces. ¿Por dónde?
—Normal. ¿Escuchas? ¡Normal!
El brazo de Bob la asfixiaba mientras empujaba con más
fuerza y le dijo:
—Entonces ¿Soy el primero verdad?
—¡Si, ya déjame que me lastimas!
—¿Cómo te la metió?—. Volvió a preguntar.
Ella estaba realmente furiosa y adolorida.
Eran más de las tres de la mañana y Bob olía a licor. Él
raramente bebía. Había estado profundamente dormida y su
marido la había desnudado sin darse cuenta, y sentía que la
estaba violando.
219
Un Paso muy Difícil
—¿Realmente quieres saberlo?
Bob cerca de paroxismo casi gritó:
—Sí, dímelo.
—Me llevó a su cama y me besó toda, hasta hacerme
gritar de placer.
Bob se volvía loco de placer al escucharla, a punto de
explotar le preguntó:
—¿Te viniste?
—Si, muchas veces—. Dijo ella furiosa y le agregó más
morbosidad a sus palabras:
—Tantas que no me podía ni mover.
Bob no pudo contenerse más, y empujó con más fuerza
cuando sintió próxima la eyaculación que depositó en las
entrañas de su esposa.
—Así se vino él, igual que tú—. Le dijo y empujó sus
caderas hacia atrás para que el dolor la consumiera por completo.
El dolor que ella estaba sintiendo física y emocionalmente, se lo transmitía a su marido enfermándolo de celos y
frustración.
—Así me moví, así como lo hago contigo—. Le dijo sin
dejar de moverse para herirlo más.
Gabriela había dado un paso muy difícil. Había caído en
las garras de las fantasías sexuales de su marido. Una decisión que la haría arrepentirse todos los días de su vida.
Seguían en la misma posición acostados de lado, hasta
que Bob se zafó de ella de un solo tirón, haciendo que exhalara un gemido.
Gabriela estaba empezando a experimentar un placer
morboso con su marido.
Mientras Bob se levantaba para ir al cuarto de baño, ella
permaneció en la cama húmeda y ardiendo.
220
J.David Villalobos
No entendía lo que le había sucedido. ¿Porque comenzó
a experimentar placer y lujuria con esas actitudes de su marido? Se colocó la ropa interior y se volteó para no ver a su
marido. Su cuerpo estaba ardiendo, quería calmar ese calor
pero no con su marido, sino con Joel.
Apretó las piernas y trató de dormir.
A los pocos minutos regresó su marido a la cama, y ella
lo ignoró durmiéndose inmediatamente, sintiendo el fuego
interno que la estaba consumiendo.
Joel y Bernardo llegaron a Tucson y se hospedaron en
“The Jenkins Hotel”. Habían decidido llegar de noche para
descansar, y al día siguiente visitar al distribuidor de las
máquinas Chandler.
Mientras Bernardo llenaba la hoja de registro preguntó:
—¿Está abierto el bar?
—¡Yes! Señor—. Le respondió el recepcionista intercambiando palabras en inglés y en español.
—¿Desean ustedes algunos drinkis?
Bernardo miró a Joel y le dijo:
—Si. ¿En dónde está el bar?
—Sobre ese pasillo—. Le informó el recepcionista.
Joel permanecía en silencio, mientras paseaba la mirada
por el lobby del hotel. A lo lejos se podía escuchar el rumor
del ambiente del bar. Una vez terminado con el registro,
hacia allá se dirigieron los dos amigos. Se sentaron a la barra
y les preguntó el cantinero:
—¿What do you drink?
—Un whisky para mí —Y volteando a ver a Joel le
preguntó— ¿Qué vas a tomar?
Joel pensativo respondió no de muy buena gana.
221
Un Paso muy Difícil
—Una Pepsi-Cola.
—No cabrón, —Le dijo su amigo— aquí no es una
fuente de sodas.
Encarándolo de frente y poniendo uno de los brazos en
jarras, le preguntó:
—¿Pues qué chingados tienes cabrón?
Joel sonrió y sin mirarlo le dijo:
—Nada, solo que no quiero beber.
Bernardo dejó de mirarlo y levantando las cejas, dijo en
francés:
—Le aimer, le aimer
Dirigiéndose al cantinero ordenó la bebida de Joel:
—Y una Pepsi-Cola.
Estuvieron poco tiempo en el bar, y después de cenar se
retiraron a descansar.
Bernardo en la penumbra de la habitación roncaba
plácidamente a pierna suelta, mientras que Joel no podía
conciliar el sueño. Los efectos de la desvelada, la cruda rezagada y los pensamientos de Gabriela lo torturaban.
Necesitaba su “juanita” pero esa noche no iba a ser posible. No con Bernardo a un lado.
Bob se levantó tarde ese día y tuvo deseos de tocar a su
esposa, ella adivinando sus intenciones, se levantó inmediatamente de la cama y se dirigió al cuarto de baño.
Permaneció deliberadamente un buen rato, hasta que
escucho a su marido levantarse de la cama para preparar el
café.
Suspiró aliviada y decidió salir.
—Hola Gaby—. La saludó su marido sin ninguna emoción en sus palabras.
—Hola—. Respondió ella secamente.
222
J.David Villalobos
—¿Vamos a Tucson por la ropa del bebé?—. Le preguntó amablemente.
Ella lo miró de arriba abajo como tratando de saber que
era lo que se traía entre manos. Había dicho ayer que no
podían viajar, sino hasta el próximo domingo.
—¿En este momento?—. Preguntó ella dudando.
—Si, en este momento.
Gabriela accedió y dos horas más tarde se encontraban
en la sala de espera de la estación, esperando la salida del
autobús. Al abordar el autobús tuvo un ligero presentimiento.
Sentía que abandonaba la ciudad donde se encontraba su
amado, y que ya no iba a regresar.
Se preguntó: “¿En dónde estará?”.
Con un pie en el estribo del autobús, volteó la cabeza
para mirar una vez más a las calles de la ciudad.
—¿Qué buscas?—. Le preguntó Bob.
Ella bajó la mirada y titubeando contestó:
—Nada.
Después se metió al autobús en busca de los asientos
designados. A los pocos minutos se encontraban cruzando la
frontera. Ninguno de los dos hacía ningún comentario sobre
lo sucedido la noche anterior. Su marido en ese momento
parecía ser otra persona. No era el mismo hombre de anoche
que estaba poseído por la lujuria y el deseo, el que la había
poseído con furia, o mejor dicho; violado en contra de su
voluntad y además por el lado equivocado.
Al evocar esos recuerdos, no pudo evitar sentir una ligera punzada donde termina la espalda.
Ese pensamiento la hizo apretar las piernas con fuerza.
Volteó a la ventanilla y se dedicó a mirar el camino distraídamente. Joel no se apartaba de su mente, ni tampoco la actitud de su marido. Algo estaba cambiando en ella, y lo sabía.
223
Un Paso muy Difícil
Bernardo y Joel, dedicaron la mayor parte del día a visitar empresas dedicadas a la venta de la prensa que necesitaba. La mala noche que pasó Joel, se le notaba en su cara y en
su mal humor. Además ya estaba harto de andar todo el día
yendo y viniendo de un lado a otro de la ciudad, en busca de
la prensa que aún no lograban encontrar.
Bernardo lo veía malhumorado y trató de animarlo.
—A la noche te llevo a un lugar que conozco, y en donde actúan unas bailarinas exóticas acompañadas de una orquesta. Mirándolo de reojo agregó:
—No tan buena como la tuya.
Joel valoraba el esfuerzo de su amigo, y se dio cuenta
que no era el viaje, ni las empresas que habían visitado, ni el
calor sofocante de la ciudad. Ni siquiera la cruda rezagada
que traía, era el hecho de no poder olvidar a Gabriela y pensaba: “¿En dónde estás Gabriela?”.
—Está bien. Vamos a ese lugar—. Se animó a decir.
Bernardo lo miró sonriendo y le dio una palmada en la
espalda, pasando su brazo encima del hombro de él.
El sol comenzaba a ocultarse, y los dos amigos caminaban por la calle dirigiéndose al hotel para cambiarse de ropa,
y acudir al lugar que habían prometido que irían.
Bernardo le preguntó tratando de comprenderlo:
—Es Gabriela ¿Verdad?
—Si, musitó Joel.
—A ver dime. ¿Qué estás dispuesto a sacrificar por ella?
Por su mente llegaron nuevamente las palabras de Carlos Manríquez: “Búsquese a una muchacha guapa y dele un
nuevo giro a su vida. Ya no beba don Joel”.
Animado por esas palabras respondió:
—Cambiar de vida.
Bernardo retiró su brazo del hombro de él y se detuvie224
J.David Villalobos
ron.
—¿Dejarías de beber? —Le preguntó seriamente—
Bueno, quiero decir, si beberías con moderación. No digo
que te vuelvas un santo.
Y sonriendo le dijo:
—Un cabrón como tú, nunca va a poder ser un santo.
El comentario de Bernardo, hizo que Joel por fin pudiera
darle un poco de alegría a su atribulado espíritu.
—Solo digo, que bebas para divertirte. No para perderte.
Joel animado por las palabras de su amigo dijo muy
convencido:
—Dejaré de beber si es preciso con tal de tener el amor
de Gabriela.
Bernardo lo miró muy decidido y Joel mirando al cielo
exclamo:
—¡Verás a un hombre nuevo!
Echaron a andar de nuevo hacia el hotel.
Horas más tarde Joel y Bernardo disfrutaban del baile
exótico de una mujer que parecía cubana, y que movía las
caderas al ritmo de los bongos, en un cabaret de mediana
categoría.
El hombrecillo vestido de blanco, delgado y demasiado
moreno tocaba con las puntas de sus dedos, los cuales tenía
cubiertos con una cinta para evitar lastimarse; los bongos
que seguían los movimientos de las caderas de la bailarina.
La mujer se movía con gracia y sensualidad, bailando descalza sobre las puntas de sus pies.
Estaba a punto de terminar su presentación, y el hombrecillo quien tenía los ojos caídos y cara de aburrimiento,
imprimió más velocidad a sus dedos para preparar el final
del baile de esa bailarina llamada Ivonne Montez.
La mujer se detuvo con los brazos en alto y la orquesta
225
Un Paso muy Difícil
tocó una fanfarria como final.
Después de agradecer a su público, salió corriendo de la
pista y se alejó en dirección a su camerino.
—¿Qué te pareció?—. Preguntó Bernardo.
—Muy linda y my joven.
—Sabía que te gustaría—. Le dijo levantando su copa de
whisky, para brindar con su amigo.
—¡Salud!
Joel levantó su copa de vino tinto.
—¡Salud!—. Y le dio un sorbo a su copa.
Había decidido dejar las bebidas fuertes. Estaba decidido a cambiar y quería volver a ver a Gabriela.
No era muy tarde cuando regresaron al hotel.
Lo hicieron en silencio.
Joel veía las luces nocturnas de la ciudad, a través de la
ventanilla del automóvil color amarillo que los transportaba
al hotel, y que tenía en las puertas rotulado la palabra “Yellow”.
Bernardo pensaba en la prensa “Chandler” que había
visto y que ya se había decidido a comprar.
Joel no dejaba de pensar en Gabriela.
Había decidido buscarla en cuanto regresaran a Nogales
para hablar con ella. Trataría de contactar a su amiga Nora
para que lo ayudase a verla.
Mientras, en la habitación del hotel en donde se habían
hospedado ella y su marido, Gabriela se encontraba dentro
de la tina de baño.
Su marido la esperaba en la cama con una botella de
Champaña.
Ella no tenía intenciones de salir de la tina.
Él se había puesto una bata a cuadros color verde oscu226
J.David Villalobos
ro, propiedad del hotel y había prescindido de su ropa interior. Tenía en la mano la copa llena y le llamaba.
—¡Gaby! ¿Ya terminaste?
Ella lo escuchó, e ignorándolo siguió con su baño de
espuma. Se sentía relajada y tranquila. Tenía la mente ocupada pensando en Joel. ¿Qué hará ahora? ¿Pensará en mí?
Los golpes a la puerta del baño, la sacaron de sus pensamientos.
—¿Quién?—. Preguntó, sabiendo de antemano quien
era.
—Yo Gaby. ¿Ya terminaste?
Sabía que por más que quisiera pasar más tiempo en la
tina, no iba a poder evitarlo. Así que era mejor que saliera de
una vez. Se envolvió con una bata gruesa color rosa que tenía en el pecho grabadas las iníciales “TJH”, y que era el
nombre del hotel en donde se habían hospedado.
Ella había quedado maravillada de las dos columnas que
tenía en la entrada, y que a pesar de ser muy altas, la puerta
era muy angosta. Al frente de las columnas tenía el nombre
del hotel que ella no recordó.
La decoración de sus interiores muy al estilo inglés,
pensaba ella; que no hacían juego con la construcción exterior de ladrillos de color rojo.
Sus pensamientos nuevamente fueron interrumpidos por
los insistentes golpes a la puerta.
—¿Ya terminaste?
—¡Ya voy!—. Gritó un poco molesta desde adentro.
Se secó el cabello y tras colocarse una toalla en la cabeza, salió del baño.
Vio a Bob sonriendo y le entregó una copa de champaña. Notó algo raro en los ojos de su marido. Había un brillo
en su mirada que no era normal.
227
Un Paso muy Difícil
Tomó la copa que le ofreció y la bebió de un solo golpe.
—¡Espera, espera! —Le dijo su marido— No tan rápido
que te puedes emborrachar.
—Pues eso quiero, emborracharme para no saber nada.
—¿Nada de qué?—. Preguntó sorprendido.
Ella se acercó maliciosamente a su marido y sonriendo
le preguntó:
—¿Me sirves otra?
—Claro “nena”—. Le dijo mirándola con lujuria
Ella captó su mirada y levantó la copa.
—¡Salud!—. Dijo ella.
—¡Salud! “nena”.
Bebió la copa de dos tragos y se acostó en la cama.
Se sentía fresca y cómoda con el aire acondicionado del
hotel. Bob la siguió hasta la cama con la botella en la mano.
Llenó su copa y se la ofreció. Ella se sentía mareada, y percibió lo que pretendía hacer. Tomó la copa que le ofrecía
sonriéndole, y mirándolo fijamente a los ojos con su sensualidad natural. Bob se sentía excitado.
Ella lo sabía y su excitación la contagiaba.
¿Qué había sucedido con ella?
No lo sabía pero quería embriagarse para no pensar.
Bob se acercó a ella y le abrió la bata, dejando al descubierto los senos de ella. Se los besaba con pasión y deseo.
Ella lo dejaba hacer mientras bebía la copa de un solo trago.
Pensaba en Joel y cerró los ojos imaginando que era él quien
la tocaba y la acariciaba de ese modo.
Las manos de su marido parecían no querer detenerse y
se había despojado de su bata por completo, dejándole ver lo
excitado que se encontraba. Ella cerró los ojos y dejó que su
marido hiciera con ella lo que él quisiera. Se sentía presa de
la lujuria y del deseo.
228
J.David Villalobos
Imaginaba que era acariciada por Joel. Ese pensamiento
la trastornó y se sintió ebria de placer y de licor.
No le importó nada y deshaciéndose de la bata rosada,
abrazó y besó a su marido con desesperación y lujuria,
abriendo la boca para que la lengua de él se juntara con la
suya. La conducta de su esposa lo excitó y sin pensarlo dos
veces, le separó las piernas y loco de deseo se colocó en medio. Una vez dentro de ella le preguntó.
—¿Así te “cogió”?
Ella tenía los ojos cerrados y tenía en su mente a Joel.
Mientras pensaba en él, respondió agarrando las caderas
de su marido para que la penetrara por completo.
—Si, así mismo—. Y empujó sus caderas hacia él.
Gabriela cerró los ojos, entregándose de lleno al placer.
Esa mañana Bernardo le había dicho a Joel que iría solo,
a la compañía en donde había logrado encontrar la prensa,
para cerrar el trato. Lo mejor sería que Joel se quedara, para
no aburrirse de los trámites engorrosos que implicaba la
compra.
—Regresaré lo más pronto posible para irnos de compras, y regresarnos hoy mismo a Nogales—. Le dijo desde la
puerta de la habitación.
Joel aceptó y decidió quedarse a disfrutar de la frescura
de la habitación del hotel, la cual se encontraba en el tercer
piso del hotel de cuatro niveles, y que el aire acondicionado
“Carrier” el cual estaba empotrado en la ventana de la habitación, se encargaba de enfriar.
Era más de la una de la tarde cuando se dio un baño. Al
terminar, se vistió cómodamente y salió a pasear por las instalaciones del hotel.
Una vez en el “lobby”, se dirigió al restaurante para co229
Un Paso muy Difícil
mer algo. Se sentía bien esa mañana y se sentía lúcido, había
decidido dejar de beber.
Mientras caminaba por el pasillo que conducía al restaurante, cruzó un mesero delante de él llevando un carro de
servicio que llevaba un “Room Service”. Traía cubiertos los
platos con unas tapas elegantes, y se dirigía al elevador.
Alcanzó a escuchar a un capitán de meseros que le preguntó:
—¿A qué habitación llevas el servicio?
—A la 215
—¿Cuál es el apellido del huésped?
El mesero miró detenidamente la nota que traía en la
mano y tras unos segundos respondió:
—Moore.
—Ok—. Respondió el capitán y se retiró.
Joel al escuchar el apellido, no pudo evitar sentir un
vuelco en el estómago. Así se apellidaba su Gabriela.
Llegó hasta la entrada del comedor y lo recibió un capitán hablándole en español:
—¿Cuántas personas?
—Solamente yo.
—Pase usted por favor.
Joel lo siguió hasta la mesa.
—¿Desea tomar algo antes de ordenar?
—Si, una Pepsi-Cola.
—Enseguida se la ordeno.
El capitán se retiró dejando a Joel en compañía del mesero y con sus pensamientos.
"Moore", repetía una y otra vez: Gabriela Moore.
Bob abrió la puerta de su habitación para permitir el
paso del mesero que traía los alimentos que había ordenado.
230
J.David Villalobos
Habían decidido no bajar y disfrutar de la frescura de la
habitación. Además Gabriela tenía un fuerte dolor de cabeza.
—Thank you—. Le dijo Bob al mesero.
—You´re welcome—. Le respondió recibiendo la propina que Bob le dio.
Una vez que se retiró, Gabriela se levantó de la cama
para echarse encima la bata del hotel. Se puso de pie y se
dirigió al cuarto de baño. Le dolían las piernas, los brazos y
sobre todo le dolía el orificio del recto. Su marido la había
vuelto a penetrar por ese lugar.
Aunque estaba ebria no había perdido la conciencia. El
licor la había hecho volverse loca, pero más el pensamiento
de Joel. Se miró al espejo y se asombró de lo que había sido
capaz de hacer la noche anterior. Se puso a recordar brevemente lo que había sucedido. Le había pedido ella misma a
Bob que la penetrara, como lo había hecho un día antes. Su
marido loco de lujuria, de celos ocultos y de dudas, le hizo el
sexo anal. No dejó de preguntarle lo mismo que venía
haciendo en estos últimos días mientras la poseía como un
demente.
Gabriela no podía creer que ella misma se lo hubiera
pedido. Se justificó diciendo que había sido obra del champaña. Pero una vez que estuvieran de vuelta en casa, ella
sabría manejar la situación y todo volvería a la normalidad.
Se decía que todo había sido por causa de los efectos del
champaña, y que ni ella ni Bob estaban acostumbrados a
beber, así que todo se arreglaría.
Se arregló el cabello, y salió del baño para comer en
compañía de su esposo quien leía el periódico que le habían
llevado. Ella comía en silencio, aunque sus pensamientos
hablaban por ella. Se sentía confundida. Su marido la estaba
llevando por un camino de lujuria y deseo que no había co231
Un Paso muy Difícil
nocido antes. ¿Por qué ahora?
Joel fue el que la hizo despertar al sexo. Ella se entregó
a él como si hubiera sido la primera vez y había gozado mucho. Incluso había tenido su primer orgasmo con él.
Mirando a su marido quien continuaba leyendo el “Arizona Daily Star” pensó: “Bob me está haciendo gozar mucho”.
Mientras probaba sus alimentos cerró las piernas
apretándolas fuertemente, dejando escapar un suspiro. Su
cuerpo joven estaba despertando al sexo y sintió el deseo de
tirarse encima de su marido. No dejaba de observar a Bob y
de preguntarse “¿Porque le excitaba tanto preguntarme con
quien he estado?". Lo malo de todo, es que a ella le excitaba
también decírselo.
Mientras hacían el amor ella le estaba diciendo realmente la verdad, y le estaba contando exactamente cómo ocurrieron las cosas con Joel.
Pero al finalizar el acto sexual, su marido no tenía
ningún reproche hacia ella, ni tampoco alguna pregunta que
hacerle. Eso la desconcertaba, pero prefería no hablar de ello
con su marido. Dejaría que él lo manejara.
Sentía los pezones duros, y lo atribuía al clima artificial
de la habitación. Se envolvió hasta el cuello con la bata.
Miró de nuevo las iníciales “TJH” de la bata del hotel, y
le preguntó a su marido:
—Bob. ¿Qué significan estas letras?
—El nombre del hotel—. Le contestó mirando hacia el
pecho de ella que señalaba con el dedo.
—¿Y cómo se llama?
—The Jenkins Hotel.
—¡Ah!—. Exclamó ella.
Una vez que terminó de comer, se puso de pié y se en232
J.David Villalobos
caminó hacia la ventana de su habitación que se encontraba
en el segundo piso. Se plantó frente a ella y se quedó mirando a la calle.
Joel en ese momento había terminado de comer, y decidió salir del hotel para conocer la ciudad. Ya había estado en
dos ocasiones en esa ciudad anteriormente, pero únicamente
habían ido a tocar con la orquesta “High Life”, y no tuvieron
oportunidad de pasear por las calles para conocerla.
Traía puesta una camisa blanca de manga corta, y un
pantalón color beige. Se puso el sombrero tipo panamá color
hueso, y con las manos en los bolsillos del pantalón, salió del
hotel y se echó a caminar sin rumbo fijo.
Gabriela quien seguía parada frente a la ventana, miró
hacia abajo y vio al hombre de pequeña estatura que salía
del hotel. Lo siguió con la mirada hasta que lo vio perderse
hasta donde sus ojos alcanzaron a verlo.
La razón de porque no dejaba de verlo, era que tenía una
semejanza a Joel. Solo que no alcanzó a verle bien debido al
sombrero que traía puesto.
Aburrida se retiró de la ventana y se dirigió a su marido.
Se colocó detrás de él, y rodeándole el cuello con sus brazos
le preguntó:
—Bob. Ahora que baje un poco el calor. ¿Podemos ir de
compras?
—¡Claro Gaby!—. Dijo él tomándole las manos.
Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando decidieron salir del hotel. Gabriela traía puesta una falda amplia
rosa, y una blusa blanca de manga corta con botones al frente. Traía zapatillas de piso, y un sombrero blanco ancho que
le protegía de sol de la tarde.
Bob se había decidido por un pantalón color hueso de
algodón, y una camisa blanca de manga corta. Los zapatos
233
Un Paso muy Difícil
de agujetas, eran de color café claro.
Al salir, el aire caliente le dio de lleno en la cara a Gabriela. Abordaron un “Yellow” para que los transportaran
unas cuadras más adelante. Bob no quiso que ella caminara.
Gabriela miraba a lo lejos, las tres altas montañas que
rodeaban a la ciudad.
Descendieron del taxi y caminaron por la calle, sintiendo bajo sus pies el calor que continuaba haciendo, aunque
estuviera soplando ligeramente el aire. Entraban a un almacén, y salían de otro. Bob traía cargando algunas bolsas
con artículos para bebé.
Gabriela reía de gusto. Se daba cuenta de que su esposo
deseaba realmente tener al bebé que venía en camino.
Bob no se detenía en los cumplir los gustos de su esposa. En ese momento ella era feliz y se había olvidado de todo. No tenía en mente otra cosa que no fuera el hijo que estaba esperando. No pensaba en el comportamiento extraño
de su esposo cuando estaban en la intimidad. Tampoco pensaba en su adulterio y la relación que sostuvo con Joel. No se
acordaba de su madre ni de las mentiras que le había dicho.
Tampoco recordaba a su amiga Nora con quien había discutido, y que deseaba volverla a ver.
Parecía que las cosas se habían acomodado en su lugar.
Bob reía como un niño de las ocurrencias de su esposa. Ella
actuaba como una niña con juguete nuevo. No paraba de reír
y abrazaba a su marido cuando tenía la oportunidad de hacerlo, a pesar de que él era un poco frio e indiferente en ese aspecto.
Ella sentía que él la amaba y estaba segura de que ella
también. Pero de lo que si estaba segura, era que ya disfrutaba mucho en la intimidad con él, y había logrado tener por
primera vez un orgasmo con su marido.
234
J.David Villalobos
La lujuria de él la había contagiado. No le importaba
que le hiciera preguntas si con eso él lo disfrutaba y gozaba.
Era cómodo para ella no tener que hablar sobre eso después
del acto sexual. Se había dado cuenta de que lo que le excitaba escuchar a su marido, también le excitaba a ella decirlo.
Incluso Gabriela se lo decía presa de la lujuria que ya se había apoderado de ella. Había descubierto el placer de sentir, al
otorgar placer.
Salían en ese momento de hacer su última compra,
Bob abrió la puerta abatible del establecimiento de donde salían, cediéndole el paso a su esposa. Ella no dejaba de
reír por algo que había dicho su marido. Tratarían de buscar
un taxi que los transportara al hotel con la cantidad de bolsas.
De repente ella se detuvo en seco al toparse cara a cara
con Joel que caminada de regreso al hotel. Gabriela tuvo que
llevarse la mano a la boca para evitar pegar un grito a causa
de la emoción. Bob quien venía detrás, casi se tropieza con
ella. Miró al hombre que no dejaba de ver a su mujer, tratando de recordar en donde lo había visto.
Joel no salía de su asombro y Bob comprendió que se
conocían.
—¡Joel!—. Fue lo único que acertó a decir.
Bob recordó en ese momento quien era, pero le extrañó
que su esposa lo llamara familiarmente por su nombre.
Joel recuperó inmediatamente la postura y la saludó:
—Que gusto encontrarla Gabriela—. Dijo extendiéndole
la mano para saludarla.
Ella temblaba de pies a cabeza, y temía que el corazón
se le saliera del pecho. Tenía miedo de que su marido pudiera escuchar su respiración agitada, y el ritmo acelerado de su
corazón.
235
Un Paso muy Difícil
Ella le ofreció su mano, y él colocó sus labios para
besársela, acariciando su piel blanca y suave.
Gabriela al sentir en su piel desnuda el beso de Joel,
sintió que una corriente eléctrica la recorría de pies a cabeza.
—Que tal señor....—. Titubeó Bob
—Valverde, Joel Valverde—. Contestó inmediatamente.
—Si, es verdad, olvidé su nombre. Perdone usted.
Gabriela no salía de su asombro. No podía articular ninguna palabra. Bob de reojo la miró tratando de averiguar más
sobre ese hombre que había paralizado a su esposa.
Le preguntó sin rodeos:
—¿Qué hace aquí en Tucson?
Joel dejó de mirar a Gabriela, quien se encontraba pálida
por la impresión y le respondió:
—Vine con un amigo a unos negocios.
—Ah que bien. ¿Y cuando se regresan?
—Creo que hoy mismo.
Bob se quedó pensando: “Perfecto, no hay nada de que
temer”.
Joel también sin rodeos preguntó:
—¿Y ustedes que hacen por aquí?
—Vinimos a comprar ropa para el bebé.
Joel no comprendió y preguntó:
—¿Cual bebe?
Bob hinchando los pulmones de aire, y sonriendo muy
orgulloso le dijo:
—El nuestro.
—¿Tienen un hijo?—. Preguntó Joel extrañado. ´
—Si, bueno. —Hizo una pausa— Aun no. Mi esposa
está esperando uno.
Joel se quedó con la boca abierta. No supo que decir.
Recordó que le había dicho que la habían casado a la
236
J.David Villalobos
fuerza y que no amaba a su marido. Joel tenía intenciones de
proponerle que se divorciara de él y que se casaran. Pero
ahora. ¿Cómo pedírselo?
Joel no dejaba de hacerse conjeturas “¿Cómo era posible
que ella estando embarazada de otro se hubiera acostado con
él? ¿Acaso había sido solo una aventura de una mujer casada
insatisfecha?”. “¿Fue acaso todo una mentira para llamar la
atención de él, cuando dijo que la habían casado a la fuerza?”. Eso era lo que Joel creía en ese momento, que todo
había sido una mentira.
Él la había visto salir del almacén, y la había visto sumamente feliz. La rabia, los celos y la desilusión hicieron
presa de él. Cambiando de actitud dijo muy seriamente:
—Bueno, ha sido un placer volver a verlos. Hasta luego.
—Hasta luego señor Valverde—. Le respondió Bob.
Luego miró a Gabriela a los ojos despectivamente y le
dijo:
—Hasta luego señora Moore. Felicidades por su bebé.
Ella sintió que las piernas le iban a fallar.
Joel se dio la vuelta para retirarse y escuchó detrás de él
la voz de Bob quien le preguntó:
—¿En donde se hospeda?
Joel se detuvo y dando la vuelta le respondió:
—En el “The Jenkins Hotel”.
Gabriela abrió los ojos y sintió que el piso se hundía
bajo sus pies al escuchar el nombre del hotel.
Estaban hospedados en el mismo hotel.
¿Era una casualidad? ¿O era el destino?
Bob miró a su esposa que no pudo disimular su asombro, y su mente comenzó a llenarse de dudas. ¿Sería este el
hombre que se acostó con su esposa? Las dudas empezaron a
asaltarlo y se sintió inquieto. Tratando de provocarle algún
237
Un Paso muy Difícil
malestar al que consideraba su rival, comentó:
—Que casualidad. Nosotros también estamos hospedados en el mismo hotel.
Joel fue ahora el que no pudo ocultar su asombro. Bob
se dio cuenta de que en realidad había algo entre ellos.
No dejaba de ver a su esposa quien parecía que se había
quedado muda, ni a Joel quien parecía que estaba perdiendo
la cordura.
Antes de que Joel pudiera reaccionar, le preguntó:
—¿Que habitación tiene?
Éste tardó en reaccionar. Estaba recordando al mesero
que llevaba el carro de servicio para la habitación Moore.
Entonces eran ellos. Era verdad, ella estaba ahí.
Pero. ¿Desde cuándo?
Tratando de salir de dudas, ignoró la pregunta que le
había hecho Bob y le preguntó:
—¿Cuándo llegaron?
—Ayer por la tarde—. Respondió Bob.
—Pero, —Se atrevió a decir Gabriela— nosotros mañana nos regresamos también. Tenemos que estar en el restaurante.
Ella lo miró fijamente a los ojos, tratando de hacerle
entender que quería verlo. Había dicho intencionalmente
“tenemos” para que lo percibiera Joel, pero él era un mar de
dudas y celos, y no logró comprender el mensaje que le
había enviado ella. Bob mirando a su esposa le dijo:
—No Gaby. Aun tenemos más cosas por hacer. Nos
quedaremos un día más.
Y volviendo hacia Joel, le preguntó:
—¿En qué habitación me dijo que está hospedado?
—No se lo he dicho—. Respondió Joel con la mirada
extraviada.
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J.David Villalobos
Y respondió:
—Es la 301.
El silencio que siguió a esa conversación pareció eterno.
Nadie se atrevió a decir algo. Cada uno estaba con sus propios pensamientos.
Bob estudiaba a Joel, imaginando la forma en que le
había hecho el amor a su esposa. Y se preguntaba si era verdad, todas las cosas que ella le había dicho cuando le hacía el
amor. Cerró los puños con fuerza atormentado por los celos
y las dudas. ¿Sería este hombre? Pero lo más importante era,
si su esposa realmente le había sido infiel, o estaba inventando todo para alimentar la lujuria de él.
¿Qué era verdad y que era fantasía?
Joel se sentía defraudado. Había pensado en pedirle que
se divorciara y que se casara con él. Pero también pensaba si
esta conversación que estaban teniendo ellos, fuera solo una
farsa para aparentar que eran un matrimonio estable. Pero.
¿Y si realmente fuera verdad que ella no amaba a su marido?
¿Aceptaría casarse con él?
Creía que posiblemente fuera esa realmente la verdad.
Bien valía la pena quedarse un día más en la ciudad y tratar
de hablar a solas con ella. Tenía que decirle lo que él pensaba. También tenía que escuchar lo que ella pensaba.
“Tómalo con calma” se decía Joel mentalmente.
Mientras, Gabriela no dejaba de pensar en encontrar la
manera de verse ese día o tal vez mañana, antes de que se
fueran de la ciudad. Necesitaba decirle que lo amaba de verdad, y que el bebé que llevaba en su vientre no significaba
que estuviera enamorada de su marido, que solamente había
sido un descuido. Quería volver a estar con él, no quería perderlo. Quería que la volviera loca de placer.
Sin quererlo recordó la lujuria de su marido y se sintió
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Un Paso muy Difícil
más confundida. Estaba siendo presa del deseo y del sexo
por parte de su marido, y de la pasión y el amor por parte de
Joel.
Joel tomó la iniciativa y rompiendo ese largo silencio
dijo:
—Me dio mucho gusto saludarlos, me retiro a descansar.
—Nosotros también—. Dijo Bob mirando disimuladamente a su esposa tratando de aparentando serenidad.
Gabriela no dejaba de pensar en cómo encontrar la manera para verlo a solas, sin que su marido se diera cuenta.
Después de despedirse de ellos, Joel se encaminó hacia
el hotel. Estaba también decidido en tratar de hablar a solas
con Gabriela. Necesitaba poner en orden los sentimientos de
ambos para tomar una decisión importante.
Su desesperación aunada a los celos que estaba sintiendo, le hicieron desear un trago. Llevado por ese pensamiento,
se dio prisa para llegar al hotel. Al cabo de unos minutos,
acalorado y sediento se dirigió al bar. Vio que había lugares
disponibles en la barra y se sentó.
—Hi mister—. Le saludó el cantinero, pero viendo que
era mexicano, le habló en español.
—¿Desea tomar algo?
El cantinero vestía un chaleco color gris con rayas verticales negras. Traía un moño color negro y una camisa blanca, tenía recogidas las mangas largas para evitar que se le
mojaran.
—Si, un brandy—. Pidió Joel como autómata.
—¿Voy hacer el cargo a su cuenta?
—Sí.
—¿Qué habitación tiene?
—La 301—. Respondió y se quedó mirando distraído a
la contra-barra que tenía enfrente.
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J.David Villalobos
Tenía acomodados una gran cantidad de vinos y licores.
Además tenía un enorme espejo con unos grabados sobre los
bordes, en color oro y que cubría una gran parte de la barra.
El cantinero tomó la botella y poniendo una copa sobre
la barra, comenzó a llenarla. Joel miraba atentamente la copa, mientras se la servía.
Cuando el “barman” terminó de servirla, le ofreció un
vaso con soda y le dijo:
—Aquí tiene señor.
—Gracias—. Respondió Joel y tomó la copa.
Se dio la vuelta en el banco alto y giratorio en donde se
encontraba sentado, y miró a Bernardo sentado en una mesa
acompañado de un caballero de edad avanzada.
Se encontraban en un rincón lejos de la concurrencia.
Parecía que tenían cosas importantes de que hablar, y que
deseaban no ser interrumpidos. Aún tenían sobre la mesa las
tazas y los platos, con los restos de algún postre que habían
ingerido minutos antes. Parecía que Bernardo y su acompañante estaban hablando de negocios.
Joel sin dejar de mirarlos bebió lentamente su trago.
Bernardo sintió la mirada de alguien, y volteó. Descubrió a su amigo y sonriendo le hizo una seña con la mano
para que se acercara.
Joel abandonó la barra y se encaminó hacia ellos.
—¡Joel, ven! Quiero presentarte al señor Patrick—. Dijo
Bernardo cuando lo vio llegar.
El acompañante se puso de pie y extendió la mano a
Joel.
—Mucho gusto.
—Encantado, soy Joel Valverde—. Le dijo estrechando
la mano del visitante.
—Acabamos de cerrar el trato de la compra y venta de
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Un Paso muy Difícil
la prensa—. Le dijo Bernardo feliz.
Por fin iba a tener su propio negocio de imprenta.
—Siéntate—. Le dijo Bernardo.
Miró la copa que traía en la mano y le preguntó frunciendo el ceño:
—¿Ya estás tomando?
—Solo uno, acabo de pedirlo—. Le respondió mientras
tomaba asiento en la silla que estaba vacía.
El mesero se acercó y les preguntó:
—¿Puedo retirar los platos?
—Sí. —Respondió Bernardo— Muchas gracias.
—Bueno caballeros. —Dijo el visitante— Espero que
todo esté en orden, y como le dije anteriormente. En una
semana más llega a esta ciudad la prensa, para después ser
transportada a su ciudad Nogales.
—Gracias señor Patrick—. Dijo Bernardo sonriente y
satisfecho.
Se sentía tan feliz de haber realizado la adquisición de la
prensa, que no le importaba el hecho de que su amigo comenzara a beber. Incluso él se sentía tan eufórico, que deseaba brindar también. Patrick se puso de pie extendiendo la
mano a Bernardo.
—Muchas gracias—. Se despidió de él y luego de Joel.
—Encantado de conocerlo señor Valverde.
Después de despedirse, se puso su sombrero negro y se
encaminó a la salida del restaurante, dejándolos solos.
—¡Ya se hizo! —Dijo emocionado Bernardo, y le preguntó— ¿Qué estas tomando?
—Brandy—. Respondió Joel.
Bernardo buscó con la mirada al mesero que los estaba
atendiendo y cuando lo vio, le hizo señas para que se acercara.
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J.David Villalobos
Éste llegó rápidamente y preguntó:
—¡A sus órdenes!
—Tráeme un coñac, y otro para mi amigo.
Joel no decía nada. Tenía la mirada perdida.
—¿Qué te pasa?—. Le preguntó al verlo taciturno.
Joel levantó la vista de la copa para ver a su amigo.
—¿Crees en las coincidencias?—. Le preguntó muy
serio.
—¡A cabrón!—. Dijo Bernardo muy sorprendido.
Y rascándose la barba le preguntó:
—¿De qué se trata?
—De Gabriela—. Respondió como autómata Joel.
Bernardo se quedó pensativo tratando de adivinar lo que
ocurría.
—A ver, a ver. ¿Qué tiene que ver Gabriela en todo?
—Mucho, —Dijo pensativo— ella está aquí.
Bernardo movió la cabeza disimuladamente, buscándola
dentro del restaurante.
Su actitud hizo que Joel sonriera y exclamó:
—No seas pendejo, me refiero a que está aquí en la ciudad.
—¡Pues qué esperas para buscarla cabrón!
—Viene con su marido. Y está hospedada aquí mismo.
Bernardo abrió los ojos y exclamó:
—¡Noooooo!
Joel imitó la exclamación de él:
—¡Siiiii!
Bernardo recuperándose de la emoción le preguntó:
—¿Qué habitación tiene?
—No recuerdo, —Respondió mientras trataba de recordar— se lo escuché decir a un mesero, pero no presté atención.
243
Un Paso muy Difícil
—No te preocupes, ahorita mismo lo investigamos.
Bernardo buscó nuevamente al mesero y éste se acercó
trayendo las bebidas. El mesero era un joven de unos veintitrés años, delgado, casi flaco de tez muy pálida. Dejó las
bebidas y les preguntó:
—¿Se les ofrece algo más?
—No, solo quiero pedirte un gran favor.
Bernardo había sacado un billete de cinco dólares y se lo
entregó discretamente en el bolsillo de su chaleco verde a
cuadros, y le dijo:
—Está un amigo de nosotros celebrando su aniversario
de bodas, y quisiéramos darle una sorpresa llevándole un
regalo a su habitación.
Bernardo le tomó el brazo acercándolo para murmurarle
al oído:
—¿Puedes conseguirme el número de la habitación?
El mesero vio el billete verde que se deslizaba por su
bolsillo y dijo:
—Por supuesto. ¿Cómo se llaman ellos?
Bernardo volteó a ver a Joel para que le diera los nombres.
—Bob, quiero decir, Robert y Gabriela Moore—. Rectificó Joel.
—En un momento les traigo la información.
Bernardo se echó para atrás en la silla y tomó la copa.
—¿Ya ves cabrón? Todo se puede con “lana”. ¡Salud!
Dicho eso, le dio un trago a su coñac.
Gabriela y su marido llegaban al hotel unos momentos
más tarde cargando una gran cantidad de bolsas.
No habían hablado demasiado durante el trayecto al
hotel. Gabriela solo miraba por la ventanilla del taxi, sin ganas de hablar con su marido. Él por su parte tampoco tenía
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J.David Villalobos
muchos deseos de hablar con ella.
Se sentía molesto, pero no sabía si era con ella o consigo
mismo. Le molestaban las dudas que tenía. No estaba seguro
de que su esposa se hubiera acostado con otro, pero tampoco
estaba muy seguro de que no lo hubiera hecho. Él la había
forzado a que le dijera las cosas, que le había dicho en la
cama para satisfacer sus fantasías y su lujuria. Pero ese juego
se había vuelto en contra de él, llenándolo de dudas, celos y
desconfianza.
Gabriela se bajó primero del taxi, sin esperar a que su
marido o el portero del hotel, le abrieran la puerta. Dejó a
Bob que se hiciera cargo de las bolsas y se dirigió al elevador. Cuando pasó frente a la recepción alcanzó a escuchar al
recepcionista que le dijo a un mesero flaco y pálido:
—Es la 215 Billy.
Gabriela se detuvo y vio al mesero que se dirigía al restaurante. Volteó hacia la entrada del hotel y miró a su marido, que tenía problemas para cargar todas las bolsas y paquetes. El portero le ayudaba con algunas mientras él se encargaba de pagarle al taxi. Parecía que había un problema, porque Bob se había gastado los billetes chicos y no tenía cambio para pagarle.
Gabriela aprovechó ese precioso tiempo para dirigirse al
mesero:
—¡Disculpe Billy!—. Había escuchado el nombre en la
recepción.
El mesero detuvo sus pasos y se volvió a ella:
—Si señorita. ¿En que la puedo ayudar?
—Escuché por accidente que en la recepción le dieron el
número de mi habitación. ¿Para qué quería usted saberlo?
El mesero se quedó con la boca abierta al ver a esa jovencita tan bella y tan sensual.
245
Un Paso muy Difícil
Gabriela al ver que no contestaba le preguntó:
—¿No me escuchó?
—Si, disculpe usted.
—Entonces, dígame. ¿Para qué quería usted saber el
número de nuestra habitación?
—Es que sus amigos le quieren dar una sorpresa—. Le
dijo sin poder encontrar otra explicación. Se había turbado
ante ella.
Gabriela frunció el ceño y preguntó:
—¿Cuales amigos?
El joven la tomó del codo y la invitó a que se asomara al
restaurante. Al fondo del restaurante descubrió a Joel en
compañía de Bernardo. Se tuvo que cubrir la boca con la
mano para no pegar un grito de alegría al verlo.
—¡Oh Dios!—. Fue lo único que acertó a decir.
Se regresó sobre sus pasos hasta cerca de la entrada del
hotel, dejando al mesero parado, y volteó a buscar a su esposo. Lo vio a través del cristal de la puerta de entrada, que
todavía se encontraba afuera del hotel. Vio que el portero le
llevaba billetes de menor denominación para poder cubrir el
pago del taxi.
Se regresó corriendo con pasos cortos hacia el interior
del restaurante, y sin pérdida de tiempo se dirigió hasta donde estaban ellos. Joel la vio venir y se puso de pie. Bernardo
no tuvo tiempo de levantarse de su silla. En cuanto se vieron
se abrazaron fuertemente, y sin decir ninguna palabra se fundieron en un largo beso. No hubo reproches, no hubo dudas,
no hubo lamentos ni quejas. Las palabras salían sobrando.
Solamente existían, el uno para la otra.
Cuando los dos se hubieron separado de ese prolongado
beso, ella murmuró:
—Joel mi amor ¡Cuánto te necesito!
246
J.David Villalobos
—¡Yo también Gabriela! ¡Te necesito, estoy loco por ti!
Bernardo comprendiendo que algunas personas se les
quedaban mirando, carraspeó disimuladamente.
Ella se soltó de Joel y se dirigió a él.
—¡Berna, que gusto saludarlo!
—¡Siéntate muchacha!—. Le dijo ofreciéndole una silla.
Gabriela volteó por precaución hacia el pasillo de entrada del restaurante, y tomando asiento le dijo a Joel:
—Dispongo de poco tiempo. Bob está en la entrada.
Joel la escuchó, y temeroso de que el marido de ella los
pudiera ver, le soltó la mano.
—No te asustes, él no me vio venir para acá. Se va a ir
directamente a la habitación.
—Necesito hablar contigo—. Le dijo Joel apremiándola.
—Yo también amor—. Le respondió, y tomándole la
cara lo volvió a cubrir de besos.
—No puedo dejar de pensar en ti, no sé que me pasó
contigo, pero ya no quiero estar lejos de ti—. Le dijo Joel
desesperado, y atropellándosele las palabras.
—Yo tampoco, no dejo de pensar en ti.
Bernardo los escuchaba discretamente sin interrumpir.
En un momento de desesperación, Joel le propuso:
—¿Te irías a vivir conmigo? ¿Te atreverías a dejarlo?
Gabriela se quedó sin palabras. Dejó de besarlo para
mirarlo sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
Era una idea loca. Ella pensaba que la propuesta de él,
era una locura y la hacía temblar de emoción.
Le atraía la idea de vivir esa aventura.
Gabriela se echó en la silla hacia atrás estirando las
piernas, pensando en lo que le había dicho. Inconscientemente colocó sus manos con los dedos entrelazados sobre el
vientre. Joel lo interpretó como una insinuación sobre algo
247
Un Paso muy Difícil
que tenían que hablar primero, el hijo que estaba esperando.
Él se acercó a ella y poniendo su mano encima de las de
ella le dijo:
—Incluso me haré cargo de tu hijo.
Bernardo quien se había hecho el distraído para dejarlos
conversar, se asombró al escuchar la propuesta de Joel y lo
miró de reojo, asombrado de su osadía.
Gabriela no lo había pensado así. ¿Qué pasaría con Bob?
Su marido no renunciaría tan fácilmente a su hijo. Era una
decisión muy difícil de tomar.
No supo que decir y poniéndose de pie le dijo:
—Debo irme—. Joel se puso de pie y le preguntó:
—¿Qué habitación tienes?
—La 215—. Respondió.
Bernardo la escuchó y lamentó haber tirado a la basura
los dólares que le había dado al mesero.
—¿Por qué? —Preguntó ella— ¿Vas a ir a verme?
Joel no le respondió y poniéndose de pie frente a ella, le
dijo:
—¡Piensa en lo que te dije!
Gabriela con su 1.70 metros de estatura que rebasaba a
la de Joel, lo tomó de las manos y le dio un beso de despedida, después se alejó caminando a toda prisa hacia la salida
del restaurante.
Su marido había llegado a su habitación, y al no encontrar a su mujer salió en su búsqueda. Dejó los paquetes y
bolsas sobre la cama, y de plantó frente al elevador esperando a que llegara a su piso. A pesar de tener solamente tres
pisos, el hotel contaba con ese servicio.
La puerta se abrió y el hombre de aproximadamente
sesenta años de edad, quien controlaba el elevador le preguntó en su idioma:
248
J.David Villalobos
—¿Baja?
—Si, por favor—. Le respondió igualmente en su idioma.
Bob entró en el pequeño elevador, y tras cerrar la puerta
el hombrecillo movió la palanca para iniciar el descenso.
Gabriela por su parte había prescindido del uso del elevador y subió rápidamente por la escalera.
En cuanto se abrió la puerta del elevador, Bob se dirigió
a la recepción para preguntar por su esposa.
—Disculpe. ¿No vio salir a mi esposa del hotel?
—Acaba de subir por la escalera señor—. Le dijo el empleado.
Bob se preguntaba ¿En dónde podía haber estado?
—¡Gracias!—. Le dijo y utilizó también la escalera para
seguirla.
Gabriela tocaba a su puerta marcada con el número
“215”, creyendo que su marido se encontraba adentro.
—¡Bob! —Le gritó— ¿Estás ahí?
Su marido llegaba en ese momento al segundo piso, y
alcanzó a escucharla. Se dirigió rápidamente a su habitación
doblando por el pasillo hasta encontrarse con ella.
Gabriela lo vio llegar y se preguntó: “¿Nos habrá visto?”. Bob se preguntaba lo mismo: “¿Se habrán visto?".
Ella dejó que el iniciara las preguntas.
Los celos y las dudas que estaba soportando su marido
hicieron que la acosara con preguntas:
—¿En dónde estabas?
—En el baño.
—¿En cuál baño?
—No me podía aguantar más, y fui al baño del restaurante.
—¿Estabas sola?
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Un Paso muy Difícil
Gabriela titubeó y pensó: “Me vio y quiere saber la verdad”.
—No, me encontré con el señor Valverde y su amigo.
Me saludaron y me quedé un momento con ellos.
Bob no podía ocultar sus celos, pero tampoco podía
ocultar su inquietud. Sentía latir su corazón muy de prisa,
pero no a causa de los celos, sino por otra razón.
Insertó la llave en la cerradura y abrió la puerta.
Gabriela entró en la habitación seguida por su marido.
Observó que aparentemente se encontraba un poco más tranquilo y comentó:
—No podía ser grosera con ellos ¿Verdad?
Bob no pudiendo soportar la inquietud que lo consumía
por dentro, le preguntó:
—¿Y qué hiciste?
Gabriela intuyendo por donde iba le dijo:
—¡Nada! ¿O que esperabas? ¿Que me “cogiera”?
Bob sintió en el estómago una punzada que le aceleró la
presión sanguínea. Se encontraba en un estado alterado de
inquietud, mezcla de celos, dudas, placer y lujuria. A él le
agradaban realmente sus propias fantasías, y él estaba consciente de eso. Los celos hacían que se alterara su estado de
ánimo, alimentando sus propias fantasías y produciéndole
una incontrolable excitación.
Gabriela se dio cuenta de que a Bob no le molestaban
los comentarios que ella hacía, al contario; le agradaba escucharlos con tal de alimentar sus fantasías sexuales.
La excitación de él la contagiaba a ella. Se sentía inquieta y muy alterada también. Pensaba en la propuesta de Joel y
se sentía enardecida. Se sentía transportada a un estado de
exaltación que confundía con excitación sexual.
Mirando provocativamente a su marido, comenzó a des250
J.David Villalobos
abotonarse lentamente la blusa blanca, y le preguntó mientras dejaba caer la falda rosa amplia que traía:
—¿O quieres comprobarlo por ti mismo?
Bob la miró desnudarse sin poder controlar la excitación. Sintió que su erección podría romper el pantalón.
Gabriela se encontraba presa de una acumulación de
emociones encontradas. Había encontrado el sexo como una
fuga para todos los problemas. Pero eso, ella no lo sabía.
Completamente desnuda, se dirigió a la cama.
Arrojó al piso las bolsas y paquetes que estaban encima
y tirándose boca arriba sobre la cama le dijo:
—Comprueba lo mojada que estoy. —Y con malicia le
dijo— Así me quedé cuando hablé con él.
Bob no lo pudo resistir más, y en unos segundos se deshizo de la ropa y se subió a la cama.
El “Carrier” que mantenía fría la habitación, no lograba
apagar el fuego que los consumía.
Joel y Bernardo salieron del restaurante conversando:
—¿Qué pretendes hacer con ella?
—Casarme con ella—. Respondió Joel desesperado.
—¡Ya está casada!
—¡Haré que se divorcie!
Bernardo lo veía realmente desesperado.
—¡Ayúdame! —. Le suplicó Joel.
—¿Cómo?—. Le preguntó Bernardo
—Préstame dinero para rentar una casa más cómoda
para ella, y te lo devolveré pronto.
—El dinero no es el problema. —Le dijo— El problema
es su marido.
Se encontraban al borde de la escalera, mientras subían
los escalones que conducían a su habitación, Joel le dijo:
251
Un Paso muy Difícil
—Yo la convenceré de que se divorcie.
Y tomando a su amigo por el brazo le dijo:
—Solo apóyame con lo que te pido, te lo devolveré
pronto.
Bernardo muy serio le dijo:
—No te preocupes.
Joel en su época de juventud había sido reclutado para
formar parte de las filas del ejército. Ahí fue donde conoció
a Bernardo y a Roberto.
Se hicieron amigos rápidamente porque habían crecido
en el mismo barrio de Mexicaltzingo, en la ciudad de Guadalajara.
Había estallado la Segunda Guerra Mundial, y el país se
encontraba en estado de alerta. La tensión en la que vivían
constantemente los soldados de su pelotón, hacía que buscaran un modo de distracción para aliviar esa tensión, de la
cual Joel no estaba a salvo. Tenía el rango de cabo de infantería y era aficionado al boxeo. Aprendió rápidamente a
boxear y a veces organizaban peleas entre los mismos soldados. Joel casi siempre resultaba vencedor con su gancho
izquierdo.
La guerra continuaba y aún no se decidía si el país iba a
ingresar a la guerra o no. Las órdenes del alto mando todavía
no llegaban. Para distraerse decidieron organizar peleas con
apuestas. A sus veintinueve años, Joel comenzó a llenarse
los bolsillos de dinero venciendo a sus oponentes.
En su día franco, Joel y los hermanos Ramírez salían a
disfrutar del día, visitando bares y embriagándose. En un bar
encontraron a un hombre alto de ojos azules que bebía solo.
Joel pasado de copas se acercó a él y le preguntó:
—¿Por qué bebes solo?
—No tengo con quien beber—. Le respondió.
252
J.David Villalobos
—¡Ven con nosotros a nuestra mesa!
—No quiero importunar—. Dijo él mirando a la mesa en
donde estaban Bernardo y su hermano.
—No importunas, eres bienvenido.
Acto seguido lo tomó del brazo para llevarlo a su mesa.
Joel se acercó a sus amigos llevando a su nuevo amigo y se
los presentó.
—Les presento a……
Hizo una pausa y mirándolo le preguntó:
—¿Cómo chingados te llamas?
Bernardo y su hermano estallaron en una carcajada.
Joel se unió a sus risas.
El hombre era alto de 1.80 de estatura y extendiendo la
mano a los hermanos Ramírez diciendo:
—Mucho gusto, soy Javier Pacheco.
El cuarto amigo se había integrado también.
La situación económica no estaba muy bien para los
militares, y muchos de ellos se unían al cuarteto de amigos
para disfrutar de la parranda, que por supuesto Joel era
espléndido con todos y pagaba los tragos.
Javier también pertenecía al ejército, pero era el cocinero de la tropa.
—¿Por qué escogiste ser cocinero?—. Le había preguntado un día Joel.
—Para “tragar” mejor que los demás—. Respondió Javier soltando una carcajada.
Años después terminada la guerra, Joel y sus amigos se
dieron de baja del ejército y continuaron con su amistad.
Joel ingresó a la policía judicial en la ciudad de México.
Un día pescó tremenda borrachera, e invitó a Bernardo y a su
hermano a seguirla.
—¡Vamos a buscar a Javier!—. Dijo Joel.
253
Un Paso muy Difícil
—¡Juega!—. Respondieron los Ramírez.
Joel y sus amigos completamente borrachos, se subieron
a la banqueta del Ángel de la Independencia con el coche, y
dieron infinidad de vueltas alrededor, mientras bebían de la
botella.
Llegó un auto de la policía y los detuvo.
—¡Detengan el auto!
Joel se detuvo y se acercaron los uniformados.
Al ver a Joel exclamaron:
—¡Comandante!
—¿Qué pasa? ¿No puedo divertirme con mis amigos?
—Si mi comandante, pero nos preocupa que usted y sus
amigos, vayan a sufrir un accidente.
—No nos va a pasar nada—. Dijo Joel pasado de copas.
—¿Desea que lo acompañemos a su casa?—. Preguntó
el patrullero.
Roberto más consciente de lo que sucedía le dijo:
—Si Joel, vámonos a descansar.
—Nada más porque tú me lo pides.
El automóvil que conducía Joel, era propiedad del departamento de policía, y era un Pontiac Torpedo Light, modelo 1940 color gris oscuro de cuatro puertas.
Uno de los policías condujo el vehículo hasta llegar a
las puertas de su casa en la colonia Roma.
Joel tenía unos ingresos altos dentro de la corporación
policiaca, mientras los hermanos Ramírez pasaban por una
situación precaria. Cada vez que los amigos ocasionales y
compañeros del trabajo, sabían que se iba a embriagar, lo
acompañaban a todas partes. La parranda corría obviamente,
por parte de Joel.
Bernardo y Roberto eran los únicos amigos verdaderos
que lo acompañaban, y le decían que no fuera tan espléndido
254
J.David Villalobos
cuando bebía. Javier ya había emigrado a los estados fronterizos del norte, y llegarían a verse esporádicamente.
Joel se levantaba de la mesa y gritaba en medio del bar:
—¡Yo invito a mis amigos porque tengo con que pagar!
Eso hacía que la decena de amigos que disfrutaban de
las bebidas gratis, aplaudieran y lo elogiaran.
—¡Bravo!—. Gritaban unos.
—¡Así se habla mi comandante!—. Le aclamaban otros.
Todos los elogios que recibía, hacían que Joel se inflara
de orgullo como un pavo real.
Al paso del tiempo y debido a sus continuas borracheras,
además del incumplimiento en su trabajo, fue dado de baja
de la corporación. Vivió más o menos cómodamente con el
dinero que le quedaba, sin tener que trabajar durante algún
tiempo más.
Al no tener unos ingresos sólidos, se mudó con su madre
a la ciudad de Guadalajara. Pero al ver que se le terminaba el
poco dinero que le sobraba, decidió integrarse a una orquesta
musical, donde no ganaba lo suficiente.
Para poder ingresar, Joel necesitaba una guitarra eléctrica. Como tenía algunas deudas, hizo un viaje a la ciudad de
México a solicitar un préstamo con sus amigos de parranda,
solo para recibir de ellos un portazo en la cara.
Otros le dieron la espalda.
Bernardo y Roberto habían iniciado juntos un pequeño
negocio de abarrotes en Guadalajara, el cual Joel les había
ayudado a iniciarlo cuando él ganaba lo suficiente. El negocio dejaba pocas ganancias, pero podían vivir bien.
Joel recurrió a ellos, quienes gustosamente le compraron
su primera guitarra. Así comenzó la vida de músico para
Joel. La amistad se consolidó entre ellos.
De todos los “amigos” de parranda que habían seguido a
255
Un Paso muy Difícil
Joel, solo Bernardo y Roberto lo habían ayudado y además
estaba Javier, quien nunca dejó de escribirle, y de vez en
cuando le enviaba dinero para ayudarlo.
Por tal motivo, Bernardo sentía una gratitud por Joel.
El problema no era el dinero, como había dicho Bernardo, sino la situación de Joel con la bebida y además estaba el
marido de ella.
Llegaron a su habitación y Bernardo le dijo:
—No olvides que mañana nos vamos.
—Si—. Contestó sumisamente.
Bernardo se acostó sin poder dormir. Le preocupaba
realmente la situación y la locura que quería cometer Joel.
Por su parte; Joel tampoco dormía. Pensaba en Gabriela.
Estuvo tentado a salir de su habitación para ir a buscarla.
Pero ¿Con que excusa? ¿Qué podía hacer para verla esa noche antes de que regresara a Nogales?
Joel no dejaba de buscar ideas para encontrarse una vez
que hubieran regresado. Necesitaban ponerse de acuerdo
aquí en Tucson. Pero ¿En donde podrían verse? Pensó en
Nora, la amiga de ella. Su casa podría ser el lugar para sus
reuniones secretas.
Trataría de contactar a Nora a través de Roberto.
Eran más de las tres de la mañana, cuando Joel quien no
podía conciliar el sueño, debido a sus propios pensamientos
y a los ronquidos de su amigo; escuchó unos leves golpes en
la puerta. No estando muy seguro de que hubieran sido en su
puerta, espero un momento más.
—¡Joel!—. Escuchó un susurro tras la puerta, mientras
otros ligeros golpecitos acompañaban a la voz.
Joel vistiendo solamente su trusa y una camiseta blanca
de manga corta, se levantó como un bólido y sigilosamente
se dirigió a abrir la puerta sin hacer el menor ruido, para no
256
J.David Villalobos
despertar a su amigo.
Al abrir la puerta encontró a Gabriela de pie en la puerta
con la bata rosada propiedad del hotel.
—¡Gabriela!—. Murmuró presa de la emoción.
Ella se introdujo en la habitación.
Se encontraba con el cabello revuelto, y presa de la
emoción que la dominaba se abrazó a él, besándolo repetidamente en los labios, la cara, las mejillas, mientras murmuraba:
—¡Te amo Joel!
Joel la abrazaba y se la comía a besos.
—Quiero estar contigo—. Le dijo ella mientras lo besaba.
Joel preocupado por el marido de ella le preguntó:
—¿Y tu marido?
—Está dormido—. Le dijo y continuó besándolo.
Los besos de ella surtieron efecto en Joel.
Observó que Bernardo continuaba dormido y la llevó
hasta el cuarto de baño. Cerró la puerta silenciosamente y le
abrió la bata rosada. Se deleitó mirando ese cuerpo delicioso
que se le ofrecía desnuda.
Se deshizo de la trusa y le separó las piernas, colocándose en medio de ella para poseerla de pie.
Gabriela lo abrazaba y lo mordía.
Joel la hizo suya, haciéndola gozar como loca. Esta manera de hacer el amor también era nueva para ella.
Joel la encontró demasiado húmeda y se entregó a disfrutarla, sin saber que el marido de ella también la había disfrutado un poco antes.
Al día siguiente Joel y Bernardo abandonaban temprano
el hotel, y regresaban a Nogales. Antes de abordar el taxi que
los llevaría a la estación de autobuses, Joel lanzó una mirada
257
Un Paso muy Difícil
por última vez a las ventanas superiores.
Gabriela no pudo verlo, se encontraba profundamente
dormida, debido al cansancio y al dolor que sufría en las
piernas, debido a la intensa actividad sexual que había tenido
la noche anterior.
Bob no se encontraba en ese momento en la habitación.
Había salido a tomar una taza de café y a leer su periódico
como todas las mañanas lo hacía. Se encontraba sentado dentro del restaurante del hotel, cuando vio cruzar por la recepción a Joel en compañía de su amigo quienes abandonaban el
hotel.
Los miró y volvió a la lectura del “Arizona Daily Star”.
Gabriela abrió los ojos y repasaba mentalmente los momentos con Joel y lo que le había dicho: “Necesito hablar
más detalladamente contigo. Contacta a Nora y nos vemos el
próximo Viernes en su casa”. “Quiero casarme contigo, quiero que seas mi esposa”.
Agradeció que su esposo no estuviera en ese momento
para poder deleitarse con sus propios pensamientos.
Recordó cuando le preguntó algo que la llenó de orgullo: “¿No quieres ser la esposa del mejor guitarrista y el mejor director de la orquesta “High Life”?
No pudo evitar sentir una emoción cuando lo escuchó
interpretar magistralmente el “solo” de la canción “El tercer
hombre”. Sabía que eso era lo que ella quería.
Ser la esposa de un hombre muy conocido y muy popular. Quería sentir la envidia que provocaría en sus amigas, y
en las demás mujeres que visitaban todas las noches “Los
Pinos”, y que le coqueteaban disimuladamente a Joel, delante de sus maridos.
Eso era lo que ella más deseaba.
258
J.David Villalobos
MI PRIMER TRABAJO
Capítulo III
Las clases de música ya me tenían harto. Había aprendido a tocar la guitarra, el bajo eléctrico, el órgano, la batería.
Mi padre había pedido prestada la batería a un amigo, para
que me motivara y no perdiera el interés en la música. Ya
podía dominar los ritmos del “chachachá”, el “pop”, el
“gogó”, los “corridos”, las “polcas”, el “vals”, la “cumbia”, y
el “mambo”; pero solo una parte.
Cuando mi padre me puso a estudiar el ritmo doble del
mambo, me resultaba tan difícil poder ejecutarlo, que tiré las
baquetas y no quise saber nada de música.
Simplemente dije adiós a la música. Ni los ruegos de mi
padre ni las súplicas de mi madre, pudieron convencerme.
Mi padre lleno de frustración comenzó a chantajearme,
y me dijo:
—Te voy a pagar un peso, por cada lección de solfeo,
que estudies.
Mi padre me tomaba la lección y al finalizar me daba el
dinero que me había prometido.
Sentía cierta culpa de que mis hermanos no tuvieran la
misma oportunidad que yo, de obtener algo de dinero. Empecé a compartir el peso que mi padre me daba, con mi hermano.
Avancé muy rápido hasta llegar a las lecciones más difíciles. Llegó el día de la lección 36 del libro de solfeo de
“Hilarión Eslava”. Terminé mi clase y gasté con mi hermano
la moneda de plata que me dio.
Llegué a la lección 37 y ahí me atoré. Pasaban los días y
no podía más. Me derroté de nuevo.
259
Un Paso muy Difícil
Entonces mi padre recurrió al chantaje pero esta vez
más productivo.
—Mira Daniel, te voy a pagar a cinco pesos cada lección.
¡Eso era demasiado! Mi padre nos daba cuarenta centavos para gastar alguna que otra tarde y un peso los domingos. Me remordía la conciencia, pero era una oferta muy
tentadora, así que estudié con ahínco y logré pasar esa lección tan difícil.
Recibí el billete de cinco pesos con un poco de remordimiento. Mi padre necesitaba ese dinero y eran tiempos
difíciles.
Mi hermana no dejaba de hacerme gestos con la lengua
a causa de la envidia que tenía, y más por compartir el dinero
solamente con mi hermano.
Por más que le pedían mis hermanos dinero, él les decía
que era el pago a mis estudios. Por tal razón no dejaba de
sentirme culpable y me remordía la conciencia.
Mi madre contribuyó a hacerme sentir más mal.
—Daniel, fíjate en lo que está haciendo tu padre. Te está
pagando a ti, en lugar de que tú le pagues a él.
Tenía razón. Eso era lo que mi conciencia me decía.
Pero aún así, no podía dejar de darme el gusto de comprar un “gansito” para mi, y otro para mi hermano, costaban
ochenta centavos y todavía nos sobraba mucho dinero.
Logré con muchos esfuerzos llegar hasta la lección 38.
¡Las malditas síncopas! No logré pasarlas nunca.
No funcionó absolutamente nada. Ni los ruegos de mi
madre, ni el billete que me dio mi padre por adelantado de
cinco pesos, donde venía la corregidora doña Josefa Ortiz de
Domínguez.
—Ya no me dé más dinero. —Le dije devolviéndole el
260
J.David Villalobos
billete— Ya no quiero estudiar música.
Mi padre se sintió frustrado, porque me encontraba demasiado avanzado en las clases de música, a pesar de mi
edad.
El tiempo transcurrió y un día a la hora del recreo, me
encontraba en el salón de clases castigado por la anciana
maestra. Ya para entonces contaba con once años de edad.
Un compañero de mi clase se encontraba afuera, y como
estaba abierta la ventana comenzó a mojarme con un “bolis”.
Era una bolsita larga en forma de tubo llena de agua de
sabor que se congelaban, pero una vez que se descongelaban
regresaba a su estado líquido natural, y eso era precisamente
lo que queríamos la mayoría de nosotros.
Los comprábamos no para beberlo, sino para hacerle un
finísimo agujero en la punta, y cuando lo oprimíamos
apuntábamos el chorro que salía por el orificio hacia los
compañeros, manchándoles la camisa según el color del agua
del “bolis”.
Éste amigo comenzó a mojar mi camisa. Si llegaba a la
casa con la camisa “pintada” mi madre me iba a castigar.
Así que cerré la ventana y mi compañero la volvió a abrir
desde afuera. La volví a cerrar y el puso la mano para evitar
que la cerrara, pero la cerré con tanta fuerza que el cristal se
rompió y el amigo se cortó la mano.
La anciana me expulsó del salón ese día viernes 20 de
Febrero. Recogí mis cosas y sin saber que pensar me dirigí a
la casa.
Durante el camino no dejaba de pensar en el problema
que tenía enfrente mientras me mordía las uñas.
Mi madre me preguntó:
—¿Por qué saliste tan temprano?
—Nos dejaron salir temprano. —Le dije astutamente y
261
Un Paso muy Difícil
después agregué— Es que se enfermó la maestra.
—¿Te dejaron tarea?
—No.
Los días sábado y domingo dejé de preocuparme y me
dediqué a jugar olvidándome de mi problema. Cuando volvía
a pensar en la expulsión de la escuela me mordía las uñas
lleno de angustia.
El lunes 23, mi madre me despertó para ir a la escuela.
Yo me presenté con toda mi desfachatez.
Esperaba que ya se le hubiera bajado el malestar a la
maestra. Pero no sucedió.
No me dejó pasar y me expulsó de la escuela.
Regresé a la casa y mi madre me preguntó:
—¿Siguió enferma la maestra?
Enfrentando mis miedos, le tuve que decir la verdad:
—No, me expulsaron de la escuela.
Mi madre explotó, gritó y vociferó. Se vistió medianamente arreglada y regresamos a la escuela. Era una de las
pocas veces que veía a mi madre entre semana arreglada,
excepto los domingos.
Habló con el director y él abogó por mí ante su hermana.
Fueron a hablar con la maestra y ella dijo:
—¡Si él regresa, yo renuncio!
Mi madre y yo hicimos el regreso a la casa en silencio.
En cuanto entramos, mi madre buscó la chancla y me
golpeó diciéndome:
—¡Qué vergüenza me hiciste pasar! ¡Eso no te lo perdono!
Cuando dejó de golpearme me dijo:
—¡Ahora que venga tu padre, te va a ir peor!
Yo sabía que era verdad.
Ante el temor al castigo de mi padre, busqué el cuaderno
262
J.David Villalobos
de música que había dejado botado, y me puse a estudiar la
lección 38. En cuanto mi padre llegó a la casa, mi madre lo
recibió dándole la queja:
—¡Lo corrieron de la escuela Joel!
Mi padre permaneció en silencio, observando cómo trataba yo de esconder la cara detrás del pequeño cuaderno.
—¡A ver qué haces con él!—. Siguió diciéndole mi
madre.
Mi padre se quitó el saco y continuó mirándome pensativo.
De vez en cuando sacaba la cara de mi “escondite” para
verlo. Las hojas del libro eran tan pequeñas como para ocultarme detrás de ellas.
No dejaba de mirarlo mientras me mordía las uñas.
La boca se me empezó a secar y escuché a mi padre decir:
—Mañana empiezas las clases de violín, quieras o no.
Me quedé pasmado sin poder decir algo.
Mi padre tenía un grupo de violines, y las clases las iba
a tomar con una alumna de él.
Al día siguiente martes 24 de Febrero día de la bandera
y día en que no hubo clases, iniciaba mi primera lección de
violín.
Gracias a los esfuerzos de mi padre para que estudiara
música, no me costó ningún trabajo dominar las primeras
clases de violín. Me sentía como un pato en el agua al interpretar mis primeros ejercicios musicales.
Podía dominarlos a la perfección gracias a las clases de
música que mi padre me había enseñado.
Dejé la escuela y me entregué de lleno a las clases.
A la edad de doce años, di mi primer concierto en televisión en compañía de los hermanos más pequeños de mi ma263
Un Paso muy Difícil
estra Julieta, quienes tenían la misma edad que yo y que
también estudiaban música. Uno de ellos tocaba la guitarra y
otro el cello.
Nos presentamos en el canal ocho que se ubicaba en el
último piso del edificio Condominio Guadalajara, de la misma ciudad; en un programa infantil que conducía el payaso
llamado “Paquín”, quien fuera en otro tiempo, compañero de
un payaso enanito llamado “Chori”. Ellos antes de separase
se presentaban como “Paquín y Chori”.
Ese sería uno de los tantos programas de televisión en
los que llegaría a presentarme años posteriores.
Mi padre no tenía dinero para comprarme un violín, así
que la maestra Julieta me prestaba uno de los suyos para que
yo pudiera estudiar.
En cierta ocasión mi padre pescó tremenda borrachera, y
como se había gastado el dinero, mi madre lo estuvo molestando toda la mañana.
—¡A ver que van a comer los muchachos!—. Le dijo mi
madre.
Mi padre se despertó a causa de los gritos y regaños de
ella. Creí que la iba a golpear.
Yo inconscientemente pedía que mi madre se callara y
que no lo siguiera provocando.
Mi padre se levantó sin decir nada. Yo creo que aparte
de la cruda física, traía la cruda moral y el sentimiento de
culpabilidad por haber gastado todo el dinero.
—Voy a pedir prestado—. Le dijo a mi madre.
Se puso la corbata y el saco, y salió de la casa.
Mi madre me ordenó:
—¡Ve con él!
Yo no quería ir, me incomodaba esa situación.
Lo acompañé y abordamos un camión para llegar a su
264
J.David Villalobos
destino. Unas cuadras antes de llegar, él se detuvo en una
licorería y compró un “cuartito” de alcohol de caña.
Antes de tomárselo me dijo:
—No le vayas a decir a tu mamá. ¿Sí? —Yo asentí con
la cabeza, luego agregó— Si no, se va a enojar.
¡Claro que no le iba a decir! No quería que ella lo provocara y que la golpeara como siempre lo había hecho cuando bebía.
Llegamos con un amigo de él quien tenía una imprenta.
Mi padre me dijo:
—Espera afuera.
Nunca les había gustado a mis padres que estuviéramos
los hijos presentes en las conversaciones de los adultos.
Me quedé de pie esperando afuera del negocio de su
amigo, recibiendo en la cara los ardientes rayos del sol.
El amigo me vio y le dijo a mi padre:
—Mete a tu chamaco. ¡No seas cabrón!
El amigo de mi padre también estaba “crudo”. Ellos se
habían ido a beber juntos la noche anterior.
—¡No, déjalo ahí afuera!—. Dijo mi padre.
—No seas cabrón “Joelo”—. Como le decían a mi padre.
Entonces su amigo me gritó desde adentro:
—¡Hey muchacho! ¡Ven!
Mi padre insistió:
—¡No, déjalo ahí afuera! ya nos vamos a ir, solo vine a
pedirte dinero prestado.
—¡No te presto ni madres si no lo dejas entrar!—. Le
dijo su amigo, a lo que mi padre no puso ninguna objeción.
Era la primera vez que me encontraría en medio de una
plática de adultos. Me sentía importante y llegaría después a
considerarme parte de las conversaciones entre los adultos.
265
Un Paso muy Difícil
Me dirigí al interior de la imprenta y el amigo de mi
padre me preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Daniel, a sus órdenes—. Le dije
—Yo soy amigo de tu papá. Me llamo Bernardo.
Le estreché la mano y me preguntó:
—¿Quieres trabajar aquí conmigo?
Mi padre lo interrumpió diciéndole:
—Está muy chico y está estudiando.
—¡Tú cállate ya!—. Le dijo dando un manotazo en el
aire. Mientras, su hermano Roberto reía divertido de lo que
ocurría.
—¿Quieres trabajar conmigo?—.Volvió a peguntarme.
Me quedé mirando a mi padre quien le daba un trago a
su “cuartito” de alcohol, y tímidamente le dije:
—No sé, si me den permiso.
—¿Quién?—. Preguntó su amigo.
Y señalando a mi padre me preguntó:
—¿Este cabrón?
Me causaba gracia y no podía evitar reírme por la forma
en que se expresaba su amigo.
Pensé: “Así que esta es la conversación de los adultos”.
—No, mi mamá—. Le dije tratando de salir en defensa
de mi padre.
Me entusiasmaba la idea de trabajar y ganar dinero extra
para mí, pero también me atemorizaba no saber cómo trabajar.
Mi padre al escucharme dijo:
—Si, es verdad. Su madre no le da permiso.
Bernardo le dijo:
—¡Tú cállate!—. Y dirigiéndose a mí, me dijo:
—Yo te pregunto a ti. ¿Quieres trabajar aquí conmigo?
266
J.David Villalobos
Olvídate de tu padre y de tu madre.
Miré a mi padre que se encontraba en una situación sin
saber qué hacer, o que decir. Observé que no se había afeitado, olía a alcohol barato y pensé en mi madre sin dinero para
darnos de comer. Pensé en mi violín que todavía no podía
comprarlo y di un paso muy difícil.
Llenándome de valor le dije:
—¡Sí!
Su hermano Roberto gritó desde atrás del negocio.
—¡Así se habla muchacho!
Mi padre se movía inquieto pero ya no dijo nada.
Bernardo se acercó a mí y me dijo:
—Mañana vienes a abrir el negocio a las nueve de la
mañana—. Y me entregó las llaves del negocio.
Me miró y me guiño el ojo diciendo:
—¡Puntual! ¿Eh?—. Y me dio una palmada en la espalda.
Al sentir su cercanía me llegó un olor mezclado a licor y
a sudor.
Bernardo vestía presentable con saco y corbata, la cual
había aflojado del cuello.
Le prestó el dinero a mi padre quien me dijo:
—¡Toma! —Dijo entregándomelo— Ve a la casa y
llévale el dinero a tu madre. Yo llegaré más tarde.
Salí feliz del negocio del amigo de mi padre. Traía el
dinero para mi madre y lo mejor de todo, era que ya tenía un
trabajo. Era mi primer trabajo, y apenas contaba con tan solo
doce años de edad.
Llegué contento a decirle a mi madre. Ella estaba tan
feliz que se olvidó de mi padre, y solo hizo un comentario:
—¡Que se vaya de borracho!
Yo pienso que ella creyó que iba a ganar los miles de
267
Un Paso muy Difícil
pesos en la imprenta.
Mi primer sueldo con el amigo de mi padre, fue de veinticinco pesos a la semana. Era la mitad del sueldo que ganaba mi padre diario.
Al día siguiente me encontraba muy temprano, parado
afuera de la imprenta pensando en cómo rayos iba a levantar
la cortina de acero que cerraba el negocio.
Quité los candados y corrí los pasadores de metal en la
parte de abajo. Luego traté de levantarla. No logré ni moverla un centímetro. Lo intenté de nuevo con más fuerza y logré
separarla del piso como cinco centímetros. Introduje mi pequeña mano para tratar de subirla. Cuando ya había logrado
levantarla como treinta centímetros, la cortina se vino abajo.
El sol me daba en la espalda y me estaba acalorando.
Ya eran las nueve de la mañana, pensaba en mi primer
día de trabajo y que aún no podía levantar esa pesada cortina.
Mi estatura era alta para mi edad, y era demasiado delgado.
Eso hacía que los alumnos más chicos que yo, abusaran físicamente de mí.
Para un niño pequeño ganarle a alguien más alto que él,
lo hace sentirse superior. Me llegaron a golpear niños más
chicos que yo, haciéndome sentir avergonzado y humillado.
Una de las razones por la cual yo era muy flaco, era
porque a mi madre no le gustaba cocinar. Solo cocinaba lo
mismo todos los días.
El menú consistía en comer huevos a toda hora del día y
además, nos obligaba a comer esa horrible avena que preparaba. A la hora de la comida comíamos sopa y arroz.
Además de frijoles de la olla diario, y si se terminaban yo era
el encargado de limpiar los granos de frijol, para que los pusiera a coser, y otra vez a comer frijoles.
Sus recetas favoritas eran: Ejotes con huevo, chayotes
268
J.David Villalobos
con huevo, chorizo con huevo, calabacitas con huevo, chilaquiles con huevo. Todo lo quería revolver con huevo.
La alimentación que teníamos nosotros era básicamente
muy raquítica y rara vez comíamos pollo o carne.
Además las porciones eran muy reducidas, por tal razón,
siempre tenía hambre fuera del horario de comida.
Mi madre me miraba lo flaco que estaba y me decía:
—Te voy a comprar aceite de hígado de bacalao.
Lo que necesitábamos era que nos diera de comer, no
darnos vitaminas. Aún así no me salvaba de tragar esa horrible y apestosa fórmula. Ella cerraba con sus largos dedos mi
brazo sin decir nada. Creo que se sentía demasiado culpable
por no darnos la alimentación que necesitábamos.
No la culpaba. Yo mismo sabía las necesidades y carencias en las que vivíamos.
Así que mi cuerpo no estaba listo esa mañana para levantar la pesada cortina de acero.
Caí derrotado al piso y allí me quedé esperando a que
llegara don “Berna”, a ayudarme mientras me mordía las
uñas.
Dieron las diez de la mañana y no se presentaba nadie a
trabajar. De pronto, se acercó una muchacha de unos diecisiete años quien traía una carretilla con bolsas de golosinas.
Me vio sentado y me preguntó:
—¿Qué haces?
—Tratando de abrir la cortina—. Le dije desesperado.
Miró los candados que no estaban puestos y preguntó:
—¿Tu quitaste los candados?
—Si—. Le respondí sin entender a su pregunta.
—¿Quien te dio las llaves?
—Don Bernardo—. Le contesté.
—¿Vas a trabajar aquí?—. Me preguntó.
269
Un Paso muy Difícil
Tal parecía que quería saberlo todo.
—Sí.
Finalizada las preguntas solo exclamo:
—¡Ah! Ahorita te ayudo a levantarla.
Empujó con todas su fuerzas ayudado por mí, quien no
creo que hubiera sido de mucha ayuda.
Una vez que la levantó más alto que su cabeza me grito:
—¡Niño, trae ese tubo!—. Me dijo señalando el lugar en
donde se encontraba. Corrí por el tubo que era más alto que
yo, y se lo traje.
Ella sin soltar la cortina me dijo:
—¡Ponlo en la canaleta!
Lo coloqué en el carril por donde se deslizaba la cortina,
de esta manera el tubo evitaría que se resbalara la cortina.
Por esa razón no podía levantarla. Ya estaba muy vieja y no
servía el resorte que la impulsaba hacia arriba. Eso la hacía
más pesada.
Una vez abierto el negocio, la muchacha se introdujo
adentro y yo no supe que hacer. ¿Qué podía decirle yo a
ella? Al poco rato, sacó del interior de la imprenta un tablón
que colocó sobre unas bases de madera, y empezó a colocar
encima la mercancía que traía en la carretilla.
Traía cacahuates japoneses, semillas de calabaza, cacahuates garapiñados, garbanzos, dulces de todo tipo, dulces
de coco, “borrachitos”, chícharos dulces. Toda una gran variedad de confitería.
También tenía un gran surtido de cigarrillos: Baronet
normales y mentolados, Raleigh con filtro y sin filtro, Faros,
Delicados ovalados, Del prado, Fiesta, Salem mentolados,
Cámel. Un sinfín de marcas.
En su puesto también incluía la venta de bebidas gaseosas frías, como Coca-Cola, Pepsi-Cola, Mirinda, Lulú, Pato
270
J.David Villalobos
Pascual, Titán, Jarritos, Sangría señorial, y la bebida que más
me gustaba, soldado de chocolate. Las tenía en una hielera
cubiertos con hielo picado.
Una vez que hubo terminado de colocar la mercancía se
sentó en un banquito tras la “tienda” que estaba apostada a
un costado en la entrada de la imprenta.
Me quedé mirándola y le pregunté:
—¿Tu quién eres?
—Soy Marina, la muchacha que le renta a don “Berna”.
—¡Ah!—. Exclamé aliviado.
Me senté a un lado de ella pues no sabía que debía hacer
en mi primer día de trabajo y ella me dijo:
—¡Niño! Ponte a recoger la basura y barre la imprenta.
Le pregunté por las escobas y ella sabía de las necesidades del taller, y lo que debía hacerse.
Ella me enseñó el lugar de las escobas y las cubetas.
Con el tiempo ella me enseñaría otras cosas.
Una hora más tarde llegó Roberto, o don “Robert” como
le decía Marina.
Al paso del tiempo regresé a la escuela, a cursar de nuevo el cuarto grado que había dejado inconcluso. Logré pasarlo. Trabajaba por las mañanas, y por las tardes acudía a la
escuela.
En ese tiempo se acostumbraba que los maestros golpearan a los alumnos. Si uno se lo decía a sus padres, ellos nos
volvían a golpear argumentando: “Si te pegó el maestro fue
porque te portaste mal, así que yo también te voy a castigar”.
Por tal motivo, uno no decía nada y así nos podíamos ahorrar
el castigo de nuestros padres.
Uno de mis más grandes temores fue al maestro de quinto grado. Siempre nos castigaba con un palo muy grueso y
nos golpeaba en las nalgas. No me atreví a decirle nunca a
271
Un Paso muy Difícil
mi madre.
En los primeros días de clases, el profesor nos mostró
ese palo grueso con el que nos iba a castigar todo el año, y
nos dijo:
—Este garrote se llama “siranda”.
Todos nos quedamos mirándonos extrañados.
—¿Saben por qué?
Nadie del salón preguntó. Todos esperábamos que él nos
lo dijera. Lo hizo contándonos una historia.
—Había una señora que le gustaba mucho ir a jugar cartas todas las tardes con sus amigas. Por tal motivo, ella descuidaba las labores del hogar. Su marido cuando llegaba encontraba la casa sucia, los platos, las camas deshechas. Hasta
que un día agarró un garrote como este….
Lo levantó sobre su cabeza, mostrándolo como para respaldar su historia.
—Y en cuanto llegó su esposa a la casa, —Continuó
narrando el profesor— él la agarró a golpes. Le dijo que ese
garrote se llamaría “siranda” y que tenía prohibido volver a
salir con sus amigas. Una tarde llegaron las amigas y le preguntaron si iba a ir a jugar con ellas. La esposa volteó a ver a
su marido y éste le dijo “Si quieres ir anda”. Las amigas le
decían que fuera, que ya le había dado permiso. El marido
volvió a repetir “si quieres siranda”.
Finalizada la historia todos nos sentimos atemorizados.
En especial yo.
Así que cuando uno de nosotros pedía permiso para ir al
baño, el maldito profesor nos decía: "Si quieres siranda".
Muchos preferíamos aguantarnos.
La directora de esa escuela estaba pasada de peso y le
costaba mucho esfuerzo poder caminar. Además era muy
anciana y para mi gusto demasiado fea.
272
J.David Villalobos
Ella daba clases en una escuela nocturna para trabajadores adultos, y siempre quería que todas las tardes la llevara
yo a esa escuela, en compañía de otro compañero.
Nos compensaba el favor regalándonos dos pesos.
Ya estaba harto de que siempre el maestro Adán, me
enviara solamente a mí y no a otros.
Un día me fui de “pinta”, como siempre solía hacerlo.
Me fui al parque que estaba cerca de la escuela, en compañía
de otros compañeros del salón; a atrapar mariposas.
La manera de atraparlas era golpeándolas con el cuaderno, y mientras estaban atontadas las metíamos entre las páginas de nuestros libros aplastándolas.
Pasaba ya del horario de entrada a clases, cuando nos
vio la directora que venía llegando a la escuela.
Pegó tremendo grito en medio del parque, que hizo que
toda la gente que estaba sentada en las bancas, voltearan a
verla.
—¿Por qué no entraron a clases?
Uno de mis compañeros fue muy astuto y le dijo:
—Yo no estoy en esta escuela, yo voy en la mañana.
Y dirigiéndose a nosotros nos preguntó:
—¿Y ustedes?
Me asusté tanto que no se me ocurrió decir nada. Yo la
llevaba todas las tardes a la otra escuela. No podía mentirle,
así que le dije:
—Vine a pedir permiso para acompañar a mi madre al
seguro.
—¡No, no es cierto!—. Dijo molesta.
Luego, alzando la voz nos dijo:
—¡Ustedes se fueron de pinta! ¡Así que están expulsados!
Sentí que el piso se hundía bajo mis pies.
273
Un Paso muy Difícil
Mi madre me iba a matar. Otra vez expulsado.
La directora del plantel le avisó a mi maestra Eva, quien
era la hermana del profesor Adán, que para mi mala suerte
me había tocado otra vez en quinto grado. Le dijo que había
suspendido a dos alumnos de quinto grado.
Ella nos daba las clases después del recreo porque el
profesor Adán, quien era abogado; tenía que estar en su despacho a las cinco de la tarde.
En el salón la maestra dijo:
—La directora expulsó a dos alumnos de este salón.
Y mirando a todo el grupo preguntó:
—¿Quiénes son?
Yo la escuché pero no contesté nada, así que continué
con mi trabajo mientras veía a mi compañero de “pinta” que
se ponía de pie.
—Pasa al frente—. Le dijo la Maestra.
Mi compañero pasó cerca de mí y me susurró:
—¡Órale Daniel, vamos!
Yo moví negativamente la cabeza y permanecí sentado.
Ese amigo se puso de pie junto a la maestra y ella volvió
a preguntar:
—¿Quién es el otro alumno?
Como no hubo respuesta, mi amigo le susurró a la maestra:
—Fue Daniel.
La maestra me miró y me ordenó:
—Daniel, pasa al frente.
Me levanté de mi pupitre y me acerqué hasta ella, como
el condenado a muerte que va al cadalso.
Una vez ahí me preguntó:
—¿Es verdad que a ti también te expulsó?
El temor a mi madre me hizo portarme muy valiente y le
274
J.David Villalobos
dije:
—¡No, yo no fui! —Y desvié mi mirada de la de ella
diciendo— Fue otro.
Ella se dirigió a mi amigo y le dijo en voz alta:
—Yo lo creía más hombrecito y que iba a decir la verdad.
Su comentario ni me dolió, porque la paliza de mi madre
si me iba a doler. Lo había negado rotundamente y así sostuve la mentira hasta terminar mi ciclo escolar.
La maestra entonces se dirigió a mi compañero:
—Pasa a tu asiento, no te voy a expulsar.
Mi amigo después me preguntó:
—¿Por qué lo negaste?
—Porque si aceptaba, me iban a correr y mi madre me
iba a dar una golpiza.
—Pero ya ves que no me corrió—. Dijo mi compañero.
—¡A ti no, pero a mí quién sabe!—. Le respondí.
No estoy seguro si lo que le dije a mi amigo, se lo comentó a la maestra, y por tal motivo ella permitió que terminara mi ciclo escolar. Eso sí, no me paraba delante de la directora ni de chiste, y se acabaron las “acompañadas” con la
directora y los dos pesos.
Continuaba trabajando en la imprenta por las mañanas, y
mi primera incursión en la sexualidad la viví ahí.
En la búsqueda de mi propia sexualidad viví experiencias desagradables.
Una tarde mi padre estaba borracho en la casa y traía
puesto solamente la trusa. Se sentó en el sillón y cruzó la
pierna, eso hizo que por accidente se abriera la parte delantera de su trusa, dejando al descubierto su vello púbico. Mi
hermano y yo se lo vimos e hice un comentario:
—¡Cuanto pelo!
275
Un Paso muy Difícil
—Y muy negro—. Respaldo el comentario mi hermano.
—Así nos va a salir a nosotros también cuando estemos
grandes.
Él se dio cuenta de que tenía abierto el frente de la trusa
y de que lo habíamos visto.
Entonces se tapó y comentó:
—Noé se encontraba borracho y de quedó dormido desnudo. Dos de sus hijos se burlaron de él, mientras el más
pequeño lo cubría con un manto. Entonces Noé maldijo a los
mayores y bendijo al menor que lo cubrió.
No fueron necesarias más palabras. Nos retiramos de la
sala y nos dirigimos al patio apesadumbrados. Mi hermano
rompió el silencio:
—¡Ya nos chingamos! ¡Estamos malditos!
El comentario de mi hermano y la predica de mi padre,
me hicieron sentirme indigno ante los ojos de Dios. Eso traería más adelante, repercusiones en mis creencias.
Mis padres hacían el amor cada tarde y eso era una
alegría para nosotros, porque se olvidaban de que existíamos
y podíamos salir a jugar sin que nos lo prohibieran.
Para ellos también era una bendición.
Esto yo lo sabía porque cada tarde ponían el seguro a la
puerta de su recámara. Ellos nunca cerraban esa puerta, porque el baño estaba dentro. Pero cuando terminaban de hacerlo, mi madre empezaba a jodernos:
—¡Daniel, Miguel! ¡Ya métanse a la casa!
Una vez adentro nos decía:
—Voy a rezar el Rosario. ¡Arrodíllense conmigo!
Teníamos que rezar con ella todas las tardes de todo el
año. Además si ella tenía que cumplir con la penitencia que
le había impuesto su sacerdote, nos obligaba a cumplirla
también nosotros junto con ella. Creo que ella padecía de
276
J.David Villalobos
algún sentimiento de culpabilidad por tener relaciones sexuales con mi padre.
A mi no me gustaba saber que hicieran el amor, o saber
nada del sexo de mis padres, aunque ya empezaba a estar
despierto al sexo. No me parecía apropiado verlos hacer el
amor, ni me atraía, además me producía repugnancia. Pero sí
me gustaba ver revistas o fotos de otras parejas.
Mi madre hacía comentarios sobre hacer el amor con mi
padre y eso me molestaba:
—Oye Daniel. ¿Qué crees?—. Me dijo riendo.
—Tu papá quería hacer el amor conmigo anoche, y le
dije que se bañara primero. Corrió a darse un baño y cuando
se metió a la cama, yo me levanté.
Cuando hubo terminado de narrármelo, soltó la risa como si hubiera hecho alguna travesura. No me agradaba saber
de sus cosas personales. Yo creo que la actitud que tenía mi
madre, hizo que mi padre bebiera y saliera con otras mujeres.
No era tan culpable como ella lo quería hacer aparecer ante
nosotros.
Yo empezaba a crecer y comenzaba a repartir las culpas.
Aunque yo era aún pequeño, ya estaba abriendo los ojos y
me daba cuenta de muchas cosas.
En uno de mis días de trabajo en la imprenta, Marina me
preguntó:
—¡Oye niño!—. Esa era la palabra que utilizaba para
dirigirse a mí.
—¿Ya viste una revista que tiene don “Berna” por ahí?
—¿Cuál revista?—. Le pregunté extrañado.
—Una roja—. Me dijo.
—No, no se cual—. Le respondí extrañado.
Ella entró al taller, y extrajo de un cajón del escritorio,
una revista que me mostró y que nunca me hubiera imagina277
Un Paso muy Difícil
do que existían. ¡Era una revista de mujeres desnudas!
Mi corazón se quería salir del pecho, por causa de la
emoción que sentí al verlas completamente desnudas.
Solo alcancé a decir estúpidamente:
—¡No tienen huevos!
Marina se rió y dijo:
—Pues ¡Claro que no!
Yo no podía quitar la vista de esas imágenes.
Luego me hizo una pregunta que yo no comprendí:
—¿Ya te masturbaste?
—¿Qué es eso?
—¡Que si ya te la jalaste!—. Me dijo.
Para no quedar como un ignorante le dije muy ufano:
—¡Sí! Muchas veces.
—¿Y te salió lechita?—. Me preguntó ella curiosamente.
No supe que decir, pues nunca lo había hecho.
—Bueno, solo me la he acariciado.
Marina intuyendo que nunca me había masturbado me
llamó:
—¡Ven!
Me tomó de la mano y me llevó a la parte trasera del
taller, y me dijo:
—¡Sácatela!
Me daba vergüenza de que me la viera, porque la tenía
muy dura y le dije apenado:
—Es que la tengo dura.
—¡Mejor! —Dijo emocionada— Así será más fácil.
Se la mostré y ella con su mano me comenzó a masturbar.
—¡Así niño!—. Me dijo mientras me seguía masturbando.
278
J.David Villalobos
—¡Así háztela niño!—. Y soltó mi pene para que yo lo
continuara haciendo solo.
Se fue a su puesto de golosinas, y a cada momento regresaba al baño para preguntarme:
—¿Ya te salió la lechita?
Sentía mi brazo cansado y le respondí:
—¡No!
Entonces ella abrió la puerta del pequeño baño, y se metió adentro conmigo y me dijo:
—A ver si así puedes niño—. Sin previo aviso se abrió
la blusa, y se bajó el sostén.
Me quedé impresionado al ver sus senos y los pezones
oscuros con la aureola rosada. Mi pene se recuperó inmediatamente, pues estaba a punto de languidecer.
Ella se puso en cuclillas para verme de cerca.
No sé cómo sucedió, pero sin dejar de ver sus senos,
sentí de pronto una corriente eléctrica que corría desde la
nuca y que me llegaba hasta los talones.
Sentí mi cuerpo ponerse tenso y no puede controlar las
convulsiones que llegaron junto con el chorro caliente que
salió en pausas, por la punta de mi pene hasta detenerse en
los senos de Marina, quien con los ojos desorbitados y llenos
de lujuria, se los limpiaba con los dedos y se los llevaba a la
boca chupándolos.
Me dio miedo haberlo hecho, sentí que había alterado
algo en mi organismo. Pero más miedo me dio, las convulsiones que experimenté y ver el líquido blanco que había
arrojado. Había dado un paso muy difícil en mi niñez.
Pasado el momento de angustia quise volver a experimentarlo, y ese día tuve otras dos masturbaciones más a solas, pero ahora mirando la revista.
Así empezó la adquisición de revistas pornográficas las
279
Un Paso muy Difícil
cuales compartiría con mi hermano.
Había conocido el placer solitario y buscaba cualquier
cosa para masturbarme.
Me gustaba ver a mi hermana desnuda por debajo de la
puerta del baño con un espejo. Solo esperaba a que entrara al
baño para masturbarme. Me hice adicto a la masturbación.
A veces cuando no había nadie en casa, me encerraba en
el cuarto de baño y me desnudaba acostándome en el helado
piso. Curveaba mi cuerpo para que el semen cayera en mi
boca. No me gustó el sabor.
Durante mi carrera de masturbación, involucré a mi
hermano. Nos masturbábamos juntos mirando las revistas
que compraba con el dinero que ahorraba de las horas extras
en la imprenta. Ese dinero no se lo reportaba a mi madre.
Un día decidimos tener sexo oral entre nosotros mismos.
Lo hicimos e incluso tuvimos penetración. Lo practicamos
varias veces hasta que un día dejamos de hacerlo. Simplemente se acabó, y ya. Nunca mencionamos nada al respecto
cuando llegamos a la adolescencia.
Con el paso del tiempo y de acuerdo a mi edad, decidí
que era tiempo de mejorar el sueldo y busqué otras oportunidades en otras imprentas.
Seguí con las clases de violín y acompañaba a mi padre
a tocar a las fiestas que lo contrataban. Ya podía tocar algunas melodías en su grupo, y sus músicos me tenían mucha
tolerancia por ser el hijo del director.
En una de esas fiestas, mi padre se encontró a un amigo
suyo y me presentó con él.
—Hola. ¿Cómo estás Daniel? —Me dijo— Soy Armando, un amigo de tu padre desde hace muchos años.
—Bien, mucho gusto—. Le dije.
Tuve una mala experiencia con ese amigo de mi padre.
280
J.David Villalobos
—Oye Joel. —Dijo dirigiéndose a mi padre— ¿Porque
no dejas que tu hijo me enseñe música? Deja que se gane un
dinero extra conmigo.
—Bueno, ve a la casa—. Le dijo mi padre.
Yo tenía trece años y mi padre me dijo:
—Armando nunca va a aprender a tocar la guitarra. Ya
le quise enseñar una vez, y no pudo. Te vas hacer rico con él.
Me dijo eso y soltó la risa.
Para ese entonces mi padre ya no me golpeaba tanto.
Llegó el día de las clases para Armando. Habíamos quedado en que serían los días sábado, y ese día tomó la clase en
la casa, estando mis padres presentes.
Le enseñé las pisadas en la guitara y de cómo debía tocarlas. Estuvo una hora tratando de sacarle a la guitarra
algún sonido coherente, pero no lo logró.
Me pagó treinta pesos, que era la cantidad que le había
dicho mi padre. Él cobraba cien pesos por clase.
A la siguiente semana llegó a la casa para tomar su clase
de guitarra, pero mi padre no se encontraba en casa.
Se le veía algo nervioso y preocupado.
—Señora, —Le dijo a mi madre— olvidé la guitarra en
la casa, es que vengo del trabajo y no me alcanzó el tiempo
para recogerla.
Mi madre le dijo:
—Mi marido tiene una aquí.
—Si, pero son de metal las cuerdas y me lastiman los
dedos. Prefiero mi guitarra con las cuerdas de nylon—.
Alegó él.
Mi madre le creyó y le preguntó:
—Entonces. ¿Qué quiere Armando?
—Que deje ir a Daniel a mi casa y allá me tome la clase.
Mi madre no puso ninguna objeción y lo acompañé.
281
Un Paso muy Difícil
Él siempre se conducía por la ciudad en motocicleta.
Nos subimos a la moto y me dijo:
—¡Agárrate bien!
Yo lo tomé de los costados y arrancó la moto intencionalmente. Con el arrancón que dio, casi me caigo de espaldas.
—¡Agárrate bien Daniel!—. Volvió a decirme.
El quería que lo abrazara y así lo hice.
Era la primera vez que me subía a una motocicleta y
tenía un miedo terrible.
Armando condujo con gran habilidad por entre los automóviles, hasta llegar a un apartamento que estaba ubicado
en el centro de la ciudad.
Subimos y al entrar identifiqué un olor raro, pero no
desconocido para mí. El olor de la habitación era como un
olor a genitales, o a semen. Justifiqué el olor pensando que
como vivía solo, se masturbaba y que por eso olía así su
cuarto.
—¿Y su guitarra don Armando?—. Le pregunté ya que a
mí me interesaba ganar dinero.
Él me dijo:
—No me hables de usted y no me digas “don”.
No muy convencido traté de hablarle de “tu”.
—Armando. ¿En donde tiene, quise decir; tienes la guitarra?
El la sacó de por algún lugar en ese pequeño cuarto, que
más bien tenía el aspecto de haber sido una oficina pequeña
con baño, y que fue acondicionado como apartamento.
Todo estaba en desorden, había revistas y ropa esparcidas por toda la habitación.
Tomó la guitarra, y sentándose en la silla me dijo:
—¿Cómo estoy colocando los dedos?
282
J.David Villalobos
Le tomé la mano y le coloqué los dedos sobre la guitarra, parecía que disfrutaba que yo se los acariciara.
Me parecía extraño que pudiera haber alguien tan torpe
en el mundo, como para no poder recordar las pisadas que ya
le había enseñado con anterioridad.
Bien había dicho mi padre, que él nunca iba a aprender.
Comenzó a rasgar las cuerdas de la guitarra, sin producir
ningún sonido audible. Lo hacía con aburrimiento y desgano.
Pasados unos breves minutos, dejó la guitarra en el piso
y me dijo:
—Mejor vamos a platicar.
Creí que perdería mis treinta pesos de la clase.
Como adivinando mis pensamientos, dijo:
—No te preocupes por tu dinero, de todos modos te los
voy a pagar.
Después se levantó y buscó de entre las mil cosas que
tenía tiradas, una revista que puso entre mis manos.
—¿Ya viste esto?—. Me dijo mientras encendía un cigarrillo.
Era una revista de parejas teniendo sexo real.
No dejaba de impresionarme, y traté de permanecer
tranquilo, al fin y al cabo ya sabía de qué se trataban las
pláticas de los adultos, de groserías, vulgaridades, bebida y
pornografía.
A pesar de mi edad me creía un adulto, pues trabajaba
con adultos y escuchaba sus conversaciones diariamente.
Estuvo durante una hora mostrándome revistas y fotografías que él había tomado, incluso me mostró una que me
causó repulsión. Era la de una pareja masculina teniendo
relaciones sexuales.
Pasada esa hora, me pagó y me dio indicaciones de
cómo tomar el camión que me llevaría de regreso a mi casa.
283
Un Paso muy Difícil
Me sentía contento por haber llenado mi mente de cosas
de adultos, fotos de sexo y pornografía.
Cuando regresé a la casa, mi padre ya se encontraba ahí.
Entonces a mi madre se le ocurrió preguntarme algo mientras nos servía la cena:
—¿Cómo te fue con don Armando?
—Bien—. Le contesté no muy convencido.
Estaba consciente de que no le había dado la clase, y que
había recibido mi pago de todos modos.
—¿Y cómo es su casa? ¿Grande?
—No, —Le dije— es un cuartito muy chico.
Mi madre extrañada por lo que dije pregunto:
—¿Qué no tiene esposa?
—No—. Le respondí ingenuamente.
Mi padre quien estaba escuchando todo, dejó de comer y
me advirtió inmediatamente:
—¡Ya no vuelvas a ir a su casa tu solo! ¿Oíste?
No me gustó que me lo prohibiera. Me gustaba ver la
cantidad de revistas que tenía. Me gustaba involucrarme en
el mundo de los adultos y en sus conversaciones.
Ante mi silencio, mi padre volvió a preguntarme.
—¿Oíste? —Y me dio unas recomendaciones— ¡Ya no
vayas solo a su casa! Dale la clase aquí. ¿Me oyes?
—Si—. Le respondí no muy convencido.
No sabía la razón de su prohibición. No entendía por
qué mi padre me prohibía que siguiera visitando la casa del
amigo de su infancia.
A veces mis padres no decían las razones.
Se llegó el día de la siguiente clase y Armando tuvo que
acudir a la casa. Ese día mis padres estuvieron presentes en
la clase.
Noté que se sentía muy incómodo y al igual que otras
284
J.David Villalobos
veces, no lograba producir ningún acorde musical en la guitarra. Mi padre comenzó a cuestionarlo.
—Oye ¿Que nunca te casaste?
—Me casé y, me divorcié—. Dijo mientras aparentaba
mostrar interés en las pisadas que estaba ejecutando.
—¿Hace mucho que te divorciaste?
—Si, ya hace años. Mi hijo ya está grande y está casado.
Ese amigo de mi padre andaría rondando los sesenta
años, o al menos así me lo parecía.
Al finalizar la clase Armando dijo titubeando:
—Este, no traigo dinero para esta clase.
Mirando a mi padre le preguntó:
—¿Se los pago a Daniel la próxima semana?
Mi padre le respondió:
—No te preocupes Armando.
Por boca de mi padre, me enteré que no ganaba lo suficiente como para darse lujos de aprendizaje.
Su trabajo consistía en la cobranza, y para eso se transportaba en su motocicleta “Islo” color verde con el tanque de
la gasolina color blanco. Se retiró antes de finalizar la hora.
Se sentía incómodo.
A la siguiente semana llamó a la casa y mi madre contestó el teléfono.
—¿Señora?—. Preguntó al escuchar la voz de mi madre.
—¿Quién habla?
—Soy Armando, le llamo para decirle que no voy a poder ir hoy sábado, por cuestiones de trabajo.
—No se preocupe, yo le digo a Daniel.
—Gracias.
—Que le vaya bien—. Colgó mi madre.
Sentí que mi padre lo había presionado mucho, y que
por eso ya no quería ir.
285
Un Paso muy Difícil
Me pesaba no ganar ese dinero extra, pero más me pesaba que yo no pudiera ir a su casa para ver las revistas, y otras
cosas más que tenía.
La razón era que él era un pedófilo y no lo sabíamos.
Sin embargo, unos años más adelante volví a hacerle una
visita, cuando ya contaba con dieciséis años. Pero esa vez no
acudí solo, me acompañaron unos amigos que pretendían
venderle unas revistas pornográficas para comprar cervezas.
Ellos lo catalogaron como pervertido sexual, por la cantidad
de cosas que tenía en su cuarto.
Al siguiente sábado yo contesté el teléfono y me dijo:
—Daniel, se me descompuso la motocicleta. ¿Podrías
venir a la casa a darme la lección de música?
Yo estaba emocionado, de poder acudir a su casa.
Inmediatamente me dijo:
—¡No les digas a tus papás!
Por supuesto que no les iba a decir. No me dejarían ir,
ya me lo había advertido mi padre.
Ojalá le hubiera hecho caso.
Al llegar a su pequeño cuarto, me mostró fotos y algunas nuevas revistas de pornografía.
Me mostró un vibrador para dar masaje y me dijo:
—Este me lo puse en el pene y me sacó la lechita.
Me miraba maliciosamente y me preguntó:
—¿Quieres probar?
Me daba pena sacar mi pene delante de él.
Armando se dio cuenta y me dijo:
—Hazlo por encima del pantalón.
Lo encendió y lo acercó a mi entrepierna.
Me sentí incómodo y le dije:
—No, mejor no.
Él no insistió y me dejo que continuara hojeando las
286
J.David Villalobos
nuevas revistas.
Creo que él pensaba que ya había desperdiciado mucho
tiempo tratando de seducirme, y de que ya había llegado la
hora. En un momento de desesperación y lujuria, tocó mi
pene a través del pantalón y me preguntó:
—¿Lo tienes duro?
Apreté las piernas inmediatamente al sentir que profanaba mis partes íntimas. Yo no quería que él me tocara, solo
quería ver las revistas.
Me sentí incómodo por lo que él había hecho, pero no
sentí temor.
Después introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón,
y escuché el ruido que producen los billetes al ser manipulados dentro del bolsillo. Se encontraba inquieto y me dijo:
—¡Oye! No, mejor no—. Titubeó.
La curiosidad por saber de qué se trataba, me hizo preguntarle.
—¿Qué es?
—Nada. Pero, —titubeó de nuevo— mejor no.
Acosado por la curiosidad, volví a preguntar:
—¡Dime! ¿Qué es?
—Es que te quiero dar un regalo.
Me imaginaba que el ruido que había hecho en los bolsillos manipulando el dinero, era precisamente eso. Dinero y
que me lo iba a regalar.
—No veas—. Me ordenó.
Tomé una toalla que él tenía encima de la cama, y me la
puse en la cabeza, y le dije:
—Está bien, no veo.
Pero él me volvió a ordenar:
—Quítate la toalla de la cabeza y cierra los ojos.
Obedecí y los cerré.
287
Un Paso muy Difícil
De pronto y sin previo aviso, sentí cómo me tomaba las
mejillas con su mano y pude percibir su aliento. No tuve
tiempo de esquivar su boca cuando fue a posarse en mi boca.
Inmediatamente lo aparté de mi lado y le dije muy molesto:
—¡No me gustan los putos!
Me levanté sintiendo asco y limpiándome la boca. A
pesar de no tener nada en los labios, me frotaba los labios
repetidas veces para borrar la sensación que sentí.
Podía sentir su repugnante boca grabada en mis labios.
Sin decir nada, me retiré como pude de esa oscura y
pequeña sucia habitación. No quise ni recibir los treinta pesos que me quiso dar. Me sentí mal y culpable, por no haberle hecho caso antes a mi padre cuando me advirtió de que no
estuviera a solas con él. Caminé como sonámbulo por las
calles. Me sentía en shock por lo que había pasado.
No sé cuantas calles caminé antes de tomar el camión
que me llevaría de regreso a casa.
Al llegar, mi madre me preguntó:
—¿A dónde fuiste?
Le dije la verdad a medias.
—Fui a “casa” de Armando a decirle que ya no le voy a
poder dar clases.
Mi madre se molestó y me regañó diciendo:
—¿Qué no escuchaste a tu padre que no fueras para
allá?
Me sentía furioso, culpable, sucio y por primera vez casi
le grito a mi madre.
—¡Por eso mismo, ya no voy a ir a su casa!
Me di la vuelta y me fui a ver la televisión.
Mientras la veía sin verla, me mordía las uñas, y seguía
frotando mis labios para hacer desaparecer esa asquerosa
sensación que sentía.
288
J.David Villalobos
Cuando dejé la imprenta del amigo de mi padre, trabajé
en otra en donde me pagaban cien pesos a la semana.
Mi madre me daba un peso para el camión. Costaba
cincuenta centavos el pasaje. El sábado que recibí mi pago,
tenía demasiada hambre que se me ocurrió comprar una bolsita de semillas de calabaza con un valor de un peso con diez
centavos. Pagué con el billete de cien pesos.
Llegué a la casa y le entregue a mi madre el cambio del
billete de cien, y me preguntó demasiado furiosa:
—¿Por qué no trajiste el dinero completo?
Temeroso de su actitud, le dije:
—Es que tenía hambre y compré unas semillas.
—¡Para eso te doy de tragar! ¡Te tienes que esperar a
que llegues a la casa y comer!
No sabía que pensar. ¿Qué tenía de malo que un niño de
trece años, quien tiene hambre se pueda comprar una golosina? ¿Es acaso más importante perder una moneda de un peso, que la salud mental y psicológica de un niño?
Mi madre siempre me quitó todo mi sueldo. Me dejaba
solo un peso para el camión, por tal motivo a veces trabajaba
horas extras para poder comprar mis cosas personales. Eso
me hacía sentir mal, porque tenía que ocultar ese dinero a mi
madre.
Se llegó el día en que tuve mi primera novia. Ella se
llamaba Refugio, pero sus amigos le decían Cuca.
Había ahorrado dinero para comprar mi bicicleta. ¡Qué
feliz era transportándome al trabajo en ella!
Yo tenía para entonces quince años y cuando salía del
trabajo me dirigía a casa de ella pedaleando mi bicicleta.
Trataba de llegar lo más temprano que se pudiera, porque solamente tenía permiso para vernos hasta las diez de la
noche.
289
Un Paso muy Difícil
Siempre estaba como guardián de ella, su primo Juan.
Era un tipo obeso, con la cara llena de puntitos rojos a causa
del acné. Nunca me miraba a los ojos y esquivaba mi saludo.
Mientras platicábamos, él salía a cada momento a vigilarla desde la puerta de su casa.
Él vivía en la casa de al lado.
Una noche nos despedimos de beso un poco antes de las
diez, y el primo inmediatamente salió y le ordenó:
—¡Ya es tarde, métete ya!
Ella se despidió de mí sonriendo.
—Hasta mañana.
—¡Hasta mañana!—. Le respondí.
Con el solo hecho de ver su linda cara, hacía que olvidara los gritos del obeso primo.
Todos los días era lo mismo, pero no podía decir nada.
Tenía la esperanza de que Cuca pudiera manejar la situación.
Me estaba cansando tanto del primo, que un día le dije:
—Ya me hartó tu primo. ¿Por qué no le dices algo?
—Es que no puedo, es mi primo—. Dijo ella preocupada.
—Ni tus padres interfieren con nosotros como él lo
hace.
—Voy a hablar con él—. Me dijo.
Pero nada cambió y todo siguió igual.
Una noche Cuca me recibió feliz, diciéndome:
—Mi primo se fue de fiesta, podemos quedarnos hasta
más tarde.
Estaba feliz de que iba a poder disfrutar más tiempo de
su compañía.
Eran las once de la noche, cuando de pronto se detuvo
un taxi. El primo descendió y como energúmeno se dirigió a
Cuca gritándole:
290
J.David Villalobos
—¿Qué haces en la calle tan tarde?
Cuca no pudo articular palabra alguna. Entonces yo
hablé:
—Estamos platicando.
—¡No te estoy hablando a ti! ¡Tú no te metas!
No dije nada y esperaba que Cuca dijera algo, pero el
obeso la tenía muy controlada. Actuaba como si estuviera
enamorado de ella, o como si hubieran tenido algo que ver.
Tuvimos que soportar la presencia del “cara de granos”
todos los días, hasta que un día sucedió algo que cambió mi
vida.
Llegué a su casa como todos los días, y Cuca me recibió
con una total indiferencia y le pregunté:
—¿Qué tienes?
Ella sonriendo me preguntó:
—¿Y tu esposa como está?
Su comentario me causó risa y le pregunte:
—¿Cuál esposa?
—La que llamó a la casa.
Creí que estaba bromeando y le pregunté:
—¿A tu casa? ¿Quién llamo?
—¡Tú esposa!—. Repitió.
Tomando la cosa en serio, le dije:
—No soy casado y no tengo esposa.
También muy seria me volvió a decir:
—Llamó tu esposa preguntando por ti.
Me quedé asombrado de lo que decía, y le pedí que me
explicara lo que había sucedido:
Ella procedió a narrar lo sucedido.
—Llamó una mujer preguntando por ti, y mi hermana le
dijo que aquí no vivías, sino su novia. Entonces ella dijo, que
¿cuál novia? si ella era tu esposa, y me pidió que te dijera
291
Un Paso muy Difícil
cuando vinieras para acá, que te dijéramos que necesitaba
verte por que tu hijo está enfermo.
Después de escucharla, le pregunté muy serio:
—¿Es verdad eso?
—Si—. Dijo muy seria también.
—Mira escúchame—. Le dije.
Y tomándola por los hombros, la miré fijamente y le
dije:
—No sé quien llamó ni por qué lo hizo, tampoco sé si es
una broma, pero aun no estoy casado. Soy muy chico.
Cuca se deshizo de mí y me dio la espalda diciendo:
—No sé, ya no te tengo confianza.
Ese comentario me dolió y le dije:
—Está bien como tú quieras.
Me subí a la bicicleta y me retiré sin voltear a verla.
Cuca se dio la vuelta para ocultar las lágrimas que bañaban su rostro. No pude resistir la tentación de verla una vez
más, y volteé a mirarla mientras seguía pedaleando la bicicleta. Vi cuando el obeso primo dejó la puerta de su casa, y
se acercó a Cuca abrazándola contra su pecho.
Por un momento pensé: “El muy maldito, él ha de haber
sido”
Llegué a la casa antes de la hora en que solía llegar, y mi
madre me preguntó:
—¿Y ahora? ¿Por qué llegaste antes?
—Me peleé con Cuca—. Le dije.
Mi madre me estaba preparando un huevo frito.
Mi padre al escuchar que había llegado, salió de la recámara y se paró frente a la mesa. Me pareció raro que mi
padre hubiera dejado de escribir su música, como todas las
noches lo hacía en su recámara; y estuviera en la cocina de
pie observándome.
292
J.David Villalobos
Comencé a cenar y mi madre me preguntó:
—¿Por qué te peleaste?
—Es que alguien le llamó por teléfono a su casa, diciéndole que yo era casado.
Mi padre no dejaba de mirarnos a ambos en silencio.
—¿Y qué pasó?—. Preguntó mi madre.
—Pues que terminamos—. Le dije con tristeza.
Mi padre miraba lo abatido que me sentía.
Entonces mi madre me dijo:
—Mira, yo fui la que habló.
Me paré furioso de mi silla sin dar crédito a lo que oía.
—¿Queee?
Mi padre abrió la boca al verme tan angustiado, y le dijo
a mi madre:
—¿Por qué ahora que está cenando huevo? Le va hacer
daño, te hubieras esperado hasta mañana para decírselo.
Mi padre ya sabía lo que había hecho mi madre.
—¿Por qué lo hizo?—. Le pregunté furioso a mi madre.
—Es que llaman por teléfono a la casa, y cuelgan.
—¿Y por qué piensa que es ella?
Mi madre había revisado mi agenda y había encontrado
el número de teléfono de ella y le llamó.
—¿Quién más puede ser?—. Seguía con su argumento.
—Ella no puede ser —Le dije— porque no le he dado
el número del teléfono de la casa.
Mi madre se quedó muy seria pensando en lo que le
había dicho, entonces buscó otro argumento y me dijo:
—Mira Daniel, lo que pasa es que te quita mucho el
tiempo, y te gastas el dinero en llevarla al cine, estás muy
chico para tener novia. Además yo necesito ese dinero que te
gastas con ella cuando la llevas al cine, y las palomitas, y las
tarjetas que le compras.
293
Un Paso muy Difícil
Me levanté de la mesa sin terminar de cenar y le llamé a
Cuca por teléfono diciéndole:
—¡Cuca! Fue mi madre la que llamó.
Mi madre venía detrás de mí gritando:
—¡Dile, dile. Que al cabo que no me importa!
Coloqué la bocina del teléfono para que Cuca pudiera
escuchar los gritos de mi madre y le dije:
—¿Escuchas, que loca está? Fue ella, escúchala—. Le
dije tratando de recuperar la confianza de Cuca.
Ya para entonces me rebelaba ante mi madre, y le detenía los golpes que me quería dar.
Una vez me quiso dar con el palo de la escoba. Se lo
arrebaté de las manos y lo partí en dos con mi rodilla. En
otra ocasión quiso darme con la chancla, y le agarré la mano
para evitar que me golpeara y ella furiosa me gritó:
—¡Suéltame Daniel, o te va a ir peor!
Pero no la soltaba.
Ella forcejeaba tratando de librarse de mí, pero el trabajo
pesado en la imprenta, y el ejercicio que hacía diariamente
pedaleando la bicicleta, me habían hecho tener un cuerpo
más fuerte y más atlético.
Cuando por fin la solté, yo salí corriendo de la casa, para
regresar muy tarde después.
Una tarde me encontraba profundamente dormido en la
sala haciendo una siesta, pues me sentía muy cansado del
trabajo en la imprenta. De repente sentí en el brazo el golpe
de la chancla.
—¡Te dije que me las ibas a pagar!—. Dijo mi madre.
No pude contener el llanto. Pero no fue de dolor, sino de
rabia y tristeza. ¿Cómo era posible que ella cobardemente
me hubiera agredido mientras no había podido defenderme?
Y además de una ofensa que hacía tiempo que había sucedi294
J.David Villalobos
do. Me dolió su cobardía.
Fue la acción más vil y más ruin, que pudiera haber conocido de mi madre. Ella no dejaba pasar ninguna ofensa.
Llegué a sentir odio hacia ella.
Esa llamada que le hizo a Cuca, sería una de las tantas
que haría más adelante, y que pondrían en peligro mi propia
vida.
—¿Te convenciste Cuca? ¿De que no estoy casado?—.
Le dije tratando de convencerla.
Al otro lado de la línea escuche que dijo:
—Si, pero ya me dijo Juan que no regrese contigo.
Me enfureció tanto que lo hubiera mencionado y le dije:
—¡A la chingada pues!—. Y colgué el auricular estrellándolo sobre el teléfono.
Me volví a mi madre furioso y le grité:
—¡Ya estará contenta! ¿Verdad? ¡Ya me mandó a la
chingada!—. Le grité y salí de la cocina sin terminar de cenar.
Me arrojé sobre la cama a llorar de rabia.
Mi madre continuaba quitándome todo mi sueldo íntegro, y yo seguía comiendo la misma basura de comida que
preparaba. Mi padre un día llegó a la casa y le preguntó:
—¿Qué hiciste de comer?
—Ejotes con huevo—. Respondió ella.
—¿Y el dinero que te doy yo? ¿Y el de Daniel? ¿Qué
no te alcanza?—. Le preguntó mi padre demasiado molesto.
Ella se limitó a responder:
—Me dio flojera cocinar.
Tanto mi padre como todos nosotros, teníamos que
aguantarnos y comer la basura que cocinaba.
Lo que me ayudaba, eran los negocios que hacía para
poder obtener una moneda extra y poder comprarme un
295
Un Paso muy Difícil
sándwich.
Nos daban en la imprenta un receso de quince minutos.
El jefe del taller me mandaba una hora antes a comprar los
refrigerios. Las empleadas me dejaban a veces el cambio que
les sobraba, y yo podía reunir unos cinco o seis pesos de las
“propinas” que recibía, y con eso podía comprarme desde un
paquete de galletas hasta una lata de sardinas.
De este modo era como obtenía entradas extras y podía
comer más o menos bien.
Mi hermana ingresó a trabajar a la compañía “Productos
de trigo”, y que era una empresa fabricante de galletas. No
percibió sueldo durante varios meses, y mi madre le daba
para sus camiones, aparte le daba dinero extra para que pudiera comer en la calle. El dinero que ella le daba, obviamente salía de mi sueldo.
Cuando por fin pudo cobrar su primer sueldo, mi hermana llegó a la casa cargada con cajas de galletas, cereal,
panecillos y los guardó en la alacena de la cocina.
Yo llegué hambriento del trabajo, y al abrir la alacena
los ojos se me iluminaron al ver todos esos productos, y le
pregunté a mi madre:
—¿Y esto?
Mi madre me estaba preparando el huevo para cenar y
volteó a donde yo estaba y me gritó:
—¡Deja eso! ¡Es de tu hermana!
—¿Pero, no podemos comerlo también?
—¡No, porque se enoja!
Mi madre hacía diferencias de acuerdo a quien ganaba
más sueldo. Yo fui su preferido cuando empecé a trabajar y a
darle todo mi dinero. Después llegó mi hermano quien también le daba su sueldo íntegro, entonces ella me cambió por
él, pero eso fue durante poco tiempo porque él se rebeló an296
J.David Villalobos
tes que yo.
Al final, fue mi hermana quien empezó a ganar más que
yo, y nos cambió a los dos por ella. Ella había recibido el
pago de todos los meses que había trabajado sin percibir ingresos, por lo tanto; había recibido un gran cheque que hizo
volver loca de avaricia a mi madre. Pero tampoco mi hermana le dio todo su dinero, ella se quedaba con casi la mitad.
A la mañana siguiente y antes de irme al trabajo, mientras yo comía la maldita avena con el raquítico huevo, mi
hermana se dirigió a la alacena, y antes de servirse su desayuno comprobó que nadie hubiera tocado sus productos.
Sacó la caja de cereal y la puso sobre la mesa, se sirvió una
gran cantidad en el plato, mientras lo llenaba con leche fría.
Yo la miraba en silencio.
Mientras yo sorbía mi café con leche, ella masticaba
satisfecha y orgullosa su cereal. No fue capaz nunca de invitarme un poco. Sentí en la garganta una molestia mientras
tragaba el desayuno, trataba de contener el llanto que amenazaba con brotar debido al sufrimiento que me causaba la rabia, e impotencia que sentía en ese momento.
La rebeldía empezó a adueñarse poco a poco de mí.
Cuando recibía mi sueldo el día de pago y antes de entregárselo a mi madre, había extraído algo del sobre de pago.
Ella de mala gana lo aceptaba, y me decía con una actitud
humilde:
—Es que no me alcanza.
Mi sueldo ya no era de veinticinco pesos semanales,
sino de ciento cincuenta pesos, ya podía disponer de una
pequeña parte para mis gastos.
Un día llegó el aniversario de la imprenta en donde estaba trabajando, y se hizo un festejo para todos los trabajadores en un paraje denominado “La cola de caballo”; que que297
Un Paso muy Difícil
daba a la salida a Zacatecas.
Se le llamaba así por la cascada tan alta que tenía.
La fiesta iba a comenzar a las dos de la tarde y la empresa había comprado cerveza de barril.
Se me hizo fácil tomarme un vaso de cerveza como si
fuera agua, pues hacía calor y tenía sed. Al momento no
sentí que la cerveza me produjera ningún efecto, sino unos
momentos después.
Me senté para tomarme el segundo vaso y de pronto,
sentí que la visión tardaba en regresar y las imágenes se volvieron dobles. Además tardaban en acomodarse frente de
mis ojos. Me sentí mareado y me quise levantar. Al intentarlo me tambaleé y aun así me serví otra. Me sentía eufórico y
feliz. Ese día bebí más de la cuenta y era mi primera borrachera.
Cuando desperté de la borrachera estaba oscuro, y me
encontraba acostado al lado de una persona que roncaba.
No sabía en donde estaba ni como había llegado allí.
Escuché voces al otro lado de la puerta, y me levanté
amodorrado y temeroso. Abrí la puerta y me encontré con la
madre de José, quien era mi compañero del departamento de
formas. Éramos los que hacíamos las placas para las prensas.
Él se había hecho cargo de mí y me llevó hasta su casa.
Era quien roncaba dentro de la misma habitación.
Padecí mi primera laguna mental, y una laguna como
esa sería la causante de mi desgracia.
Llegué a mi casa deprimido y angustiado. No era muy
noche, pero me sentía culpable de algo.
Abrí la puerta de la casa y busqué a mi madre. La encontré en la cocina y deseaba que me castigara por haber
bebido, pero ella no se dio cuenta.
Miré la televisión y me acosté aunque no tenía mucho
298
J.David Villalobos
sueño, solo remordimientos.
El tiempo transcurrió y hubo un suceso que hizo que se
diera a conocer la vida secreta de mi madre.
Desde que era pequeño, siempre había escuchado hablar
de mi tía Lolita. Ella y la abuela Dolores nos visitaron algunas veces cuando vivíamos en ciudad Obregón.
Una tarde nos visitó Lolita a Guadalajara, quien venía
acompañada de su novio José.
Mi madre se alegró al verla y le preguntó:
—¿Qué te trae por aquí?
—Es que me voy a casar y te vengo a presentar a mi
prometido.
José la saludó y le dijo:
—¿Cómo está señora? —Le dijo estrechándole la mano— Vengo a pedirle permiso para casarme con Lolita.
Mi madre le dijo:
—¿Y por qué a mí y no a su madre?
Lolita armándose de valor y con toda la serenidad del
mundo comenzó a explicarle:
—Fui con mi mamá Lola y le dije que José quería
hablar con ella para pedirle mi mano. Entonces ella me dijo.
Ve con Gaby a Guadalajara. Yo le pregunté que tenía que
ver mi hermana Gaby en esto, y ella me dijo…..
Lola sintió que se ahogaban las palabras a causa del
llanto que amenazaba con brotar. A mi madre también le
empezaron a brotar las lágrimas.
—Ella me dijo —Continuó— que tú no eres mi hermana
sino mi madre.
Mi madre y Lola se abrazaron llorando al saber la verdad después de muchos años. Por fin a la abuela se le había
ablandado el corazón. Al poco tiempo la abuela falleció.
Lola y José regresaron a Nogales en donde hicieron su
299
Un Paso muy Difícil
vida, para después mudarse a Monclova Coahuila.
No supe yo de ellos durante muchos años, sino más adelante en diferentes circunstancias.
Con el tiempo llegó otra vez el amor a mi vida.
Ella se llamaba Lupe, era mi vecina de enfrente y vivía
en una vecindad. Era muy tierna y además, se hacía respetar
por sus amigos. Eso fue lo que me gustó de ella.
Mi madre tenía el concepto de que en las vecindades
todos dormían en la misma cama. No le gustaba esa relación
para conmigo, a pesar de que era una chica decente. Nunca
se le supo nada indecente, ni se le conocieron novios.
Una romántica tarde le pregunté:
—Lupe. ¿Quieres ser mi novia?
Ella estaba feliz de escucharme, y sin pensarlo dos veces
me dijo:
—Si, me sentiría la mujer más dichosa del mundo.
Nos dimos el primer beso de amor. Me gustaba como
me besaba. Ni con Cuca había sentido esa sensación de amor
como el que sentí por Lupe en ese momento.
Me sentía como el príncipe que había rescatado a la cenicienta y que íbamos a vivir eternamente muy felices. No
había la sombra de una madrastra que pudiera empañar nuestra felicidad. Al menos eso creí.
Mi madre todas las noches se paraba en la ventana del
segundo piso de nuestra casa, y se quedaba mirándonos.
De vez en cuando seguía insistiendo:
—Ya deja a esa muchacha, y búscate a otra.
Me manipulaba y chantajeaba para que la dejara.
—¿Por qué no buscas a alguien que vaya de acuerdo a tu
personalidad? ¿Por qué andas con alguien inferior a ti?
A mi madre siempre le gustaba guardar las apariencias,
y le gustaba hacer creer a los demás vecinos, que éramos
300
J.David Villalobos
superiores a ellos y que además éramos ricos.
Me dolía que se expresara de ella así, y le dije:
—Ya no puedo cortarla, le pedí que fuera mi novia.
—¡Pues córtala y ya!
—¡No!—. Le dije rotundamente.
Mi madre utilizó otro argumento y me dio en donde más
me dolió, en el orgullo.
Me dijo cambiando el tono de voz:
—Mira Daniel. —Me dijo utilizando toda su astucia—
Ella y sus amigas se burlan de tu hermana cuando regresa del
trabajo, le silban y le dicen de cosas.
Para mí, la familia era muy importante a esa edad, no
importaba que dentro de la misma casa nos estuviéramos
matando, pero sentía que debía defenderla.
No muy convencido le pregunté.
—¿Usted las ha escuchado?
Ella se refería a mi novia y a sus amigas.
—Si. —Me dijo y agregó algo que me hizo dudar— Es
más, esa tal Lupe se va a la vuelta de la esquina, para darse
de besos con otros hombres. Me hizo dudar.
No quería aceptar si de verdad mi madre mentía o no.
Yo era un adolescente carente de personalidad propia.
Mi madre siempre me manipulaba a su manera y a su
conveniencia, y esta ocasión había logrado convencerme.
Así que un día dejé de hablarle a Lupe, y de visitarla.
Me escondía de ella para no verla. Pero como no podía
vivir enclaustrado todo el tiempo huyendo de ella, decidí
enfrentarlo y salí a la calle.
Una de sus amigas me vio y me preguntó:
—Oye Daniel. ¿Por qué ya no sales con Lupe?
—Porque ya no me gusta—. Le contesté:
—Pero si tú le pediste que fuera tu novia—. Me dijo
301
Un Paso muy Difícil
ella.
—No, —Le respondí cobardemente— yo solo le pregunté si le gustaría ser mi novia.
Su amiga se molestó tanto por mi comentario, que hizo
un berrinche como diciendo “me dan ganas de matarte”.
No se pudo contener y se dirigió a mi amigo Jorge;
quien era su novio, y que se encontraba a su lado.
—Yo creí que era más hombrecito.
Yo sabía que lo era, pero la manipulación de mi madre
pudo más que cualquier comentario hiriente que pudiera lastimarme. Mi madre había logrado separarme de esa niña adorable que era Lupe, sin importarle que yo la hubiera herido y
lastimado.
Fui un cobarde y poco hombre, pero me dejé manipular
por mi madre a su antojo. Me tenía muy bien agarrado con
el estribillo de “honrarás a tu padre y madre”.
Jorge antes me había pedido que fuera novio de Lupe,
para salir a pasear los cuatro. Incluso si no me lo hubiera
pedido, yo encantado hubiera aceptado ser su novio.
Siento que le hice perder su confianza en mí, por mi
extraña actitud hacia Lupe. Jorge me retiró su amistad, y no
me volvió a dirigir la palabra nunca más.
Con esas actitudes mías, iba creando mi propia segregación social, y la carencia de amigos.
La casa en la que vivíamos, y que estaba enfrente de la
vecindad donde vivía Lupe, estaba construida debajo de otra
vecindad. Los vecinos de abajo creían que éramos ricos, por
el solo hecho de vivir en una casa y no en unos cuartos de
vecindad como ellos, además porque mi padre siempre vestía
de traje y corbata para ir a dar clases de música. Mi hermana
también contribuía a alimentar su creencia, ya que ella lucía
su impecable uniforme de contabilidad de la empresa de ga302
J.David Villalobos
lletas.
En esos años llegó al cine la película “Operación
dragón” protagonizada por Bruce Lee. La influencia de las
películas chinas y japonesas alusivas al karate, hacía que
todos los jóvenes quisiéramos ser como Bruce Lee.
Yo también quería aprender el karate.
Un día mi amigo Javier, quien practicaba la lucha libre
en la Arena Coliseo me dijo:
—Te invito a ingresar al Pentatlón.
Yo había oído hablar antes de ese cuerpo para-militar,
cuando estaba más chico y les tenía miedo. Decían acerca de
ellos, que el que ingresaba tenía que pasar por la novatada, y
que consistía en pararse en medio de un círculo rodeado por
varios cadetes, y que tenía que defenderse de sus ataques.
—Ya no hacen eso—. Me dijo Javier, y acepté inscribirme.
Ahí conocí a Josefina y a Silvia. Me gustaban las dos y
eran también cadetes.
Josefina trabajaba como mesera en un bar por las noches
y Silvia tenía su vida secreta.
Le pedí a Silvia que fuera mi novia, pero a ella le gustaba el capitán Arturo y él la pretendía. Así que no me dijo que
sí, pero tampoco me dijo que no. Me daban celos que no me
aceptara y decidí no volver a buscarla nunca más, a pesar de
que le confió a su amiga Josefina que yo le gustaba. Al sentir
el rechazo de Silvia, me dediqué a pretender a Josefina y
tratar de que fuera mi novia.
Yo todavía desconocía que trabajaba por las noches de
“fichera” en un bar. Por esa razón no quiso ser mi novia.
Pero igual me moría de celos cuando la veía coquetear
con los otros cadetes.
Silvia estaba ilusionada con el capitán Arturo, y yo era
303
Un Paso muy Difícil
un simple soldado raso.
Sucedió algo que hizo que pidiera mi baja.
Ya tenía como dos años en la corporación y no tenía
ningún grado. Hubo un evento de pre-graduación y se dieron
los grados a varios cadetes, a mí me tocaba recibir el nombramiento de cadete de primera o el de cabo.
El capitán Arturo y el comandante Humberto entre
otros, pronunciaban el nombre de los cadetes.
—¡Soldado fulano! —Anunciaban— ¡Recibe el grado
de cadete de primera!
Miraba nervioso a los nombrados que iban desfilando
para recibir su grado y su nombramiento.
—¡Cabo zutano! ¡Recibe el grado de sargento segundo!
Los minutos desfilaban al igual que la tropa, y yo no
salía nombrado. ¿Qué pasaba?
Se llegó el final de la entrega de grados y barras, y mi
nombre no figuró en la lista.
El capitán Arturo se acercó a mí y me dijo:
—No sé qué pasó con su nombramiento cadete, no tengo
idea de por qué se extravió su grado, pero puede usted usar
los galones de “cadete de primera”, yo ya los firmé personalmente.
No quise usarlos porque no fui reconocido públicamente
delante de todo el cuerpo militar.
Mi hermano si llegaría a ser cabo más adelante, cuando
ya me había retirado del Pentatlón.
Nunca quise usar los galones de “cadete de primera” a
pesar de la insistencia del sargento de mi pelotón.
—¡Cadete Daniel! ¿Porque no está usando los galones?
—Porque no me los han entregado—. Le respondí.
—Ya puede usted usarlos—. Insistió.
—No, hasta que sea reconocido delante de todo el cuar304
J.David Villalobos
tel.
Trabajaba de nuevo en una imprenta de la que había sido
despedido anteriormente, por habladurías del jefe de taller.
La razón de mi despido, fue que el jefe del taller vivía a la
vuelta de la imprenta, y cuando Julián el dueño no estaba, él
se iba a su casa a dormir o hacer una siesta después de comer. El que trabajaba era yo.
El hijo del jefe del taller, quien tenía ocho años iba a la
imprenta a jugar. Ese día su padre estaba “crudo” y se encontraba dormido en su casa, como siempre.
Yo estaba en el taller imprimiendo publicidad, de pronto
una de las hojas voló de mi mano y la dejé que se cayera. El
niño metió la mano a la prensa para tratar de cogerla y vino
el desastre. Escuché el grito de dolor del niño, mientras la
prensa redujo la velocidad al atorarse con algo.
El motor continuaba funcionando tratando de hacerla
arrancar. En mi desesperación, se me ocurrió frenar el gran
volante que tenía la maquina Chandler con mis manos, produciéndome una quemadura en la palma de la mano. Eso
hizo que la prensa evitara dar una vuelta completa, y quebrarle los huesos de la mano al niño.
El niño tenía la mano prácticamente prensada.
Apagué el motor y giré en sentido contrario el gran volante para poder zafar la mano. Poco a poco la presión ejercida sobre la mano empezó a ceder y el niño pudo sacar la
mano.
No había sangre, solo se podía ver el hueso de la mano
al descubierto, y los músculos de su mano aplastados.
Dejé al niño llorando y corrí a avisarle a su padre.
—¡Ramiro! ¡Ramiro! —Grité mientras entraba a la vecindad en donde vivían— ¡La prensa atrapó la mano de su
hijo!
305
Un Paso muy Difícil
El jefe del taller salió corriendo detrás de mí. Llegó al
taller y levantó a su hijo quien en ese momento sufrió un
desmayo. Su vecino se ofreció a llevarlo al hospital de la
cruz roja.
Cerré el taller y los acompañé.
Al llegar a la cruz roja, y mientras los médicos atendían
a su hijo, él rendía una declaración.
—¿Considera usted que fue un accidente?—. Le preguntó el agente del ministerio público.
—Si—. Respondió él.
—¿Entonces no hay cargos contra este joven?—. Dijo
señalándome.
—No, —Respondió a la pregunta— fue un accidente.
Por la tarde llegó Julián al taller y se enteró del accidente.
—¿Qué pasó Daniel?—. Me preguntó muy serio.
—El niño metió la mano en la prensa—. Le dije
mostrándole el lugar del accidente.
—¿Y en donde estaba Ramiro?
Yo miré al jefe que estaba a un lado de él, y no supe que
decir. No quería delatarlo, pero como no sabía que decir,
solo comenté:
—Había ido un momento para su casa.
Julián volteó a mirar a Ramiro y le preguntó:
—¿A que fuiste a tu casa? —Como no obtuvo contestación preguntó de nuevo— ¿Y qué hacía el niño en el taller?
Es muy peligroso que ande por aquí.
En ese momento le pregunté a mi patrón:
—¿Me da permiso de ir a comer a mi casa? No fui por
estar en la cruz roja.
Julián miró el reloj y dijo:
—¡Ve, pero no te tardes!
306
J.David Villalobos
La distancia del taller a mi casa, era como de cuarenta
minutos en camión, mas el tiempo que me llevaría en comer,
me iba a llevar más de una hora aproximadamente.
Me retiré a mi casa dejándolos solos.
Después de una hora regresé al taller y parecía que todo
estaba solucionado.
Pasaron los días y Julián y su esposa Patricia, dejaron de
ser amables conmigo. Tenían un comportamiento extraño, y
trataban de evitar a toda costa conversar conmigo, a pesar de
que teníamos que comunicarnos por motivos de trabajo.
Un mes después Julián me dijo:
—Daniel, hay un problema.
—¿Qué problema?—. Le pregunté creyendo que se refería a algún trabajo
—Daniel, hay dos opciones.
Lo miré sin comprender.
—O renuncias, o vas a la cárcel por accidente de trabajo.
Miré extrañado al patrón sin comprender.
—¿Por qué?—. Me atreví a preguntar.
—El niño le dijo a su padre, que tú le pediste que recogiera ese papel que se te había caído.
Me quedé anonadado sin poder pronunciar palabra alguna. Ante mi silencio Julián continuó:
—Ramiro va a iniciar una demanda en contra tuya por
daños y perjuicios en contra de su hijo.
—¡No es verdad! —Le dije— Él metió la mano solo.
—Pues no es lo que el niño dijo. —Hizo una pausa y
dijo— ¡O renuncias o te vas a la cárcel!
—Pues ni modo, renuncio—. Le dije resignadamente.
Me liquidó y me fui a buscar trabajo en otras imprentas.
Pero la verdadera razón era que Ramiro hacía trabajos a escondidas de Julián y cobraba ese dinero. Yo le estorbaba
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Un Paso muy Difícil
para sus propósitos, y había utilizado ese argumento infantil
para hacer que Julián me despidiera.
La imprenta empezó a irse abajo y Julián comprendió la
verdad. Se dio cuenta de que el que trabajaba era yo, y que
Ramiro se la pasaba en su casa la mayor parte del tiempo.
Por eso Julián había dicho que me buscaría en todas las
imprentas de Guadalajara, para resarcir el daño causado.
Así que, cuando coincidimos un día en la misma compañía papelera donde comprábamos el papel, me convenció
de renunciar a mi trabajo y de que regresara con él. Yo ganaba doscientos cincuenta pesos a la semana en la otra imprenta y él me ofreció ganar trescientos cincuenta pesos.
¿Cómo no iba a aceptar?
Continuaba en el Pentatlón y con la música, ya tocaba
profesionalmente con la orquesta de mi padre, pero solo los
fines de semana percibiendo un dinero extra.
Se llegó el día de mi graduación en el Pentatlón y ya
tenía mi primera novia formal. Yo contaba con diecisiete
años.
Tere llegó a mi vida de una manera misteriosa y también
de una manera misteriosa se fue. Ella me había acompañado
en mi graduación, y tampoco en ese día tan importante, quise
lucir mis galones de cadete de primera. Tere lucía como
toda una princesa con su vestido largo blanco. Ella solamente estaba enamorada del uniforme.
Ella fue mi gran amor.
Teníamos en el cuartel salidas cada mes para prácticas
en campo abierto. Las largas y agotadoras caminatas que
hacíamos, se llevaban a cabo los sábados por la noche, para
llegar a nuestro destino a altas horas de la madrugada con los
pies hinchados y llenos de ampollas.
El último día que nos habíamos visto, le dije a Tere:
308
J.David Villalobos
—El domingo no te veré porque salgo a prácticas y regreso muy cansado, nos vemos el lunes a la salida en tu trabajo. Ella aceptó que no nos viéramos ese domingo.
Tere era un año mayor que yo.
Regresé el domingo a las cuatro de la tarde, y después
de darme un baño y de comer, me tiré a descansar.
Desperté a las ocho de la noche sin sueño y sin cansancio. Me vestí con la intención de verla.
Sin pensarlo dos veces tomé un taxi hasta su casa, que
por cierto estaba bastante lejos.
—¿Cuánto me cobra hasta Zapopan?—. Le pregunté al
taxista.
—Setenta pesos.
Me pareció exagerado, pero valía la pena el precio con
tal de verla. Ya teníamos casi un año de novios.
Nuestra relación se basaba en besos y abrazos, además
de caminar tomados de la mano y pasear por el parque los
domingos.
El taxi se detuvo hasta la puerta de su casa, y cuando
toqué el timbre, salió su hermana y le pregunté:
—¿Está Tere?
—No, —me dijo— está en una fiesta a unas cuadras,
cerca de aquí.
Me sentí inquieto y me dirigí hasta el lugar de la fiesta.
Tenía miedo de llegar y preguntar por ella.
¿Pero de que tenía miedo? ¿A que le temía? ¿Acaso no
era ya un cadete graduado y que sabía defenderse? Había
aprendido defensa personal, karate, judo, algo de boxeo y
lucha olímpica.
El miedo no era a algo físico. Era el miedo a enfrentarme a algo nuevo y desconocido para mí.
Perdiendo la timidez me acerqué a la puerta.
309
Un Paso muy Difícil
Una señora se acercó y amablemente me preguntó:
—¿Que desea joven?
—Estoy buscando a Tere.
Me miró intrigada y me preguntó:
—¿Es usted su novio?
Me sentí halagado, supuse que Tere les había ya platicado de mí a sus amistades, y lleno de orgullo le respondí:
—¡Sí!
—Se fue para su casa a ponerse un chal, ya que empieza
a hacer frio—. Me dijo.
Sentí un ligero malestar en el estómago, el tipo de malestar que se siente cuando uno va a enfrentarse a algún peligro, o a algo desconocido.
Me regresé por la misma calle por donde había venido,
para ver si la encontraba. Al no encontrarla en el camino,
llegué hasta su casa y salió nuevamente la hermana.
—Ya vino y se volvió a ir—. Me dijo.
—Gracias, la buscaré de nuevo en la fiesta.
Me regresé y mi instinto me decía que algo no andaba
bien. Decidí caminar por una calle paralela a la de la fiesta,
por si ella había decidido caminar por ahí.
Llegué de nuevo a la fiesta y la dueña de la casa me dijo:
—No ha llegado todavía.
Me sentía más cansado por haber caminado esas largas
cuadras, que por haber caminado decenas de kilómetros durante la caminata militar. Pero el cansancio que sentía, era
por causa del estrés que estaba sintiendo debido al miedo
inexplicable que tenía.
Mis nervios estaban a punto de traicionarme y la señora
de la casa me dijo:
—¿Gusta pasar?
310
J.David Villalobos
—No señora, muchas gracias aquí la espero.
Pasaron los minutos y ella no llegaba.
No iba a desistir en verla, la vería aunque perdiera el
camión de regreso a la casa, y así tuviera que irme caminando toda la noche.
De pronto vi su silueta. Traía puesto un vestido largo
azul cielo, y se cubría los hombros con un chal color café
claro, casi tirándole a oro. Se veía hermosa con su peinado y
la diadema blanca que traía en la cabeza. Alcancé a ver sus
zapatillas blancas que sobresalían debajo del vestido largo.
Pero no venía sola, sino de la mano de un muchacho
joven. Quería morirme. Sentí un miedo espantoso.
Un miedo al dolor que estaba experimentando por vez
primera. Sentí deseos de llorar y sentí la boca seca y amarga.
Estaba enfrentándome a uno de los miedos más grandes, el
miedo a perder un amor y que se convirtió en celos.
Tere me vio y ya era demasiado tarde para soltarle la
mano. Se puso lívida. Titubeante se acercó hasta mí presentándome a su acompañante.
—Este es mi novio—. Le dijo Tere.
—Mucho gusto—. Le dije extendiéndole la mano.
El acompañante no supo que decir o que hacer. Se puso
nervioso y solo sonreía.
Entonces Tere me dijo:
—¿Nos vamos?—. Me negué y le dije:
—No, vamos a entrar a la fiesta para que todos sepan
quién es tu verdadero novio.
Temerosa me acompañó.
Al entrar a la casa, la gente bajó la voz y comenzaron a
murmurar. El sonido de la música de los discos que se estaban tocando, seguía a su volumen normal.
Nos sentamos en unas sillas, y la señora nos ofreció
311
Un Paso muy Difícil
unas bebidas. Yo pedí bebida sin alcohol y me trajo agua de
Jamaica. Tere no sabía que decir y solo me miraba en silencio. Yo aún no le reprochaba nada.
—¿Bailamos?—. Le pregunté.
Ella accedió y toda la gente nos miraba.
Yo sabía lo que sucedía alrededor, pero solo quería
hacerle pasar un mal rato a ella, o quizás yo era el que la
estaba pasando mal.
Estuvimos unos momentos más en la fiesta y nos despedimos. La acompañé de regreso hasta su casa, y antes de
dejarla entrar le pregunté:
—Así que ¿esto es lo que haces cuando yo no estoy?
—¡No Daniel, te lo juro!—. Me dijo ella desesperada.
—¡No jures, porque no te lo creo!—. Le dije enfadado.
—¡Te lo juro, es la primera vez!
Ella ocultó la cara entre sus manos, y comenzó a sollozar. Entonces yo repetí las mismas palabras que decía Julián,
mi patrón de la imprenta:
—No llores. —Le dije— Porque cuando una mujer llora, no son lágrimas verdaderas, sino vil chantaje.
Me sentí mal por habérselo dicho. Yo estaba seguro de
que estaba llorando verdaderamente a causa de su arrepentimiento.
Pero cuál fue mi sorpresa, que al escuchar lo que le dije,
me miró furiosa y sus ojos estaban limpios.
¡No tenían ni una sola lágrima!
Antes de habérselo dicho, esperaba haber estado equivocado y esperaba que mi patrón también, por pensar eso de las
mujeres. Pero tuve que darle la razón.
Tere estaba fingiendo, no había llorado. Solo me estaba
chantajeando.
Furiosa se dirigió al interior de su casa sin despedirse de
312
J.David Villalobos
mí. Me quedé unos momentos parado frente a la puerta, esperando a que saliera otra vez, pero no regresó.
Muerto de celos, de rabia, de decepción e impotencia,
me dirigí a tomar mi camión. Al pasar por una tienda que
todavía estaba abierta a esa hora de la noche, me detuve y
entré.
—¿Me da una cerveza?
—¿De cuál?
No sabía cual pedir, no estaba acostumbrado a beber.
—La que sea—. Le dije.
El tendero me vendió una “Tecate”.
Bebí hasta la mitad de un solo trago, y eso provocó que
me vomitara.
Estaba utilizando el mismo método que mi padre, y que
muchos más. Estaba tratando de fugarme en la bebida para
escapar del dolor debido a la ira, a la lástima, a los celos, a la
frustración y a la decepción que sentía.
No pude terminarla y la derramé sobre el camino.
Alcancé a subirme al último camión con intenciones de
dirigirme a la casa. Durante el trayecto cambié de opinión y
me fui a la imprenta.
Eran las once y media de la noche cuando Patricia, la
esposa de mi patrón abrió la puerta.
—¿Qué pasó Daniel?—. Me preguntó cuando me vio a
esa hora.
—Nada. —Le respondí— Solo vine a ver si me presta
las llaves del taller para trabajar esta noche.
Escuché a mi patrón que le preguntó desde adentro de la
casa:
—¿Que sucede?
Y ella le respondió:
—Nada Julián, es Daniel—. Luego se dirigió a mí:
313
Un Paso muy Difícil
—Espérame, ahora traigo las llaves.
El taller estaba a un lado de la casa de ellos, y se podía
comunicar a través de una puerta interior.
Había buscado un método más productivo para salir de
mi depresión, y era el trabajo.
Llamé a mi madre diciéndole que estaba en la imprenta,
y que no me esperara a dormir.
Me quedé trabajando hasta al amanecer.
Cuando pedí mi baja del cuartel, me entregué de lleno a
trabajar en la imprenta de Julián.
Llegue a ver a Tere ocasionalmente con otros militares,
incluso tuvo de novio a un “enemigo”, así les decíamos a los
cadetes del colegio del aire.
Ella estaba enamorada de los uniformes y de las barras.
Cuando la vi de la mano con ese soldado, sentí morir de
rabia y celos.
Ella ni me vio cuando yo pasé en el automóvil convertible de Julián.
314
J.David Villalobos
LA FUGA
Gabriela se despertó a causa de la inquietud que traía.
Ese día se vería con Joel en casa de Nora. Ella había estado
de acuerdo en prestarle la casa para que se entrevistara con
su amante.
Eran las seis de la mañana. Miró a su marido que aún
estaba dormido y desnudo a su lado, con la sábana a un lado
de la cama por causa del calor.
El pequeño ventilador de pedestal que tenían enfrente de
la cama, no había sido suficiente para refrescarlos la noche
anterior. Se levantó de la cama cansada y debía calentar café.
Se puso de pie completamente desnuda y se echó encima la bata delgada, dirigiéndose a la cocina.
Se había entregado a su marido la noche anterior como
si hubiera sido la última vez mientras pensaba en Joel, y en
que lo vería al día siguiente.
No había pensado todavía en la propuesta de Joel, solo
le importaba verlo y estar con él para gozar de sus besos y
caricias. Su marido la escuchó levantarse y le preguntó:
—¿Qué ocurre Gaby?
—Nada, se me espantó el sueño—. Respondió desde la
cocina.
—¡Vuelve a la cama “honey”!—. Le gritó desde la recámara.
—¡No tengo sueño!—. Le respondió mientras colocaba
la leña en la estufa.
—Sigue durmiendo tú—. Le dijo.
Su marido se desentendió de ella, y se volvió a dormir.
Gabriela había logrado encender el fuego, y miraba distraídamente como ardían los leños.
315
Un Paso muy Difícil
Media hora después se encontraba sentada a la mesa
bebiendo su café, y sus pensamientos.
Al regresar de Tucson, ella había ido a casa de Nora
para convencerla de que le prestara una copia de la llave de
su casa. Nora no estaba muy convencida.
—¿Estás segura?—. Le preguntó Nora.
—Muy segura de que lo amo.
—Pero, eso de pedirte que abandones a tu marido, se me
hace una locura—. Le había comentado su amiga.
—No sé lo que vaya a suceder, solo sé que quiero verlo.
Nora observaba en su amiga que había algo diferente en
ella. No era la muchacha tímida que encontró hacía unas
semanas antes, en el restaurante de su marido. Ahora la veía
muy segura de sí misma, incluso su falda ya no la usaba hasta la rodilla, la traía un poco más arriba.
Gabriela le había narrado parte de los encuentros sexuales que tuvo con Joel. Nora estaba segura que se debía a eso,
debido a que Joel era más joven que el marido de ella.
Nora salía de trabajar todos los días a las cuatro de la
tarde, y Gabriela se iría de su casa, hasta esa hora aproximadamente. Así lo habían acordado. Tenía todo el tiempo suficiente para conversar y revolcarse en la cama de ella, antes
de que llegara.
Seguía pensando en la propuesta de Joel de fugarse juntos a Guadalajara o a Ciudad Obregón. Lo pensaba y su corazón le daba un vuelco. Se imaginaba que eran como Bonnie y Clyde, los famosos forajidos, ladrones y criminales de
Estados Unidos durante la Gran Depresión.
Bonnie y Clyde captaron la atención de la prensa norteamericana y fueron considerados como "enemigos públicos". Pero a diferencia de ellos, Joel y ella no asaltarían
bancos ni cometerían asesinato, solo se fugarían por amor.
316
J.David Villalobos
Su taza de café estaba vacía y volvió a la realidad. Se
puso de pie y se sirvió otra taza. Escuchó a Bob roncar.
Debido al calor que hacía adentro, salió de la casa para
buscar el fresco del amanecer. Se sentó en los escalones que
conducían a la pileta de agua sosteniendo entre sus manos la
taza de café.
Permaneció sentada dejando pasar el tiempo, hasta que
vio los primeros reflejos de luz que se perfilaba tras la cima
en donde vivían. Vio como iba despertando la ciudad. Miraba pasar a las personas que caminaban de prisa para dirigirse
a sus trabajos. Escuchaba los ruidos de los vehículos y camiones que transitaban a temprana hora. Escuchaba el trino
de las aves.
Se regresó a la casa y escuchó a su marido que se había
levantado.
Él le preguntó:
—¿Qué te ocurre Gaby?
—Nada, me dio insomnio—. Se le ocurrió decir.
Bob terminó de vestirse y tras tomar una taza de café,
salió para dirigirse a su restaurante.
Gabriela se miraba al espejo pensando en la ropa que se
pondría para ver a Joel.
Su amiga Nora salía para dirigirse al trabajo a las seis y
media de la mañana, para empezar su turno a las siete. La
casa de su amiga ya estaba sola.
Tras terminar su arreglo personal, salió de su casa y se
dirigió a la calle en busca de un taxi.
Su madre la vio a través de la ventana, y arrugó la nariz.
Gabriela vestía una blusa blanca de solapas anchas, de
manga corta. Se había puesto un pantalón holgado, color
café claro y unas zapatillas de piso blancas. Había sujetado
su cabello desde la parte trasera de la cabeza hasta la frente,
317
Un Paso muy Difícil
con un listón ancho blanco dejándolo libre por la parte de
atrás. Traía también en la mano un bolso chico que hacía
juego con las zapatillas
Caminó de prisa unas cuadras más abajo, sintiendo como empezaba a calentarse el día. Logró ver un taxi y lo
abordó. Tras darle la dirección al conductor, se echó hacia
atrás sobre el asiento trasero.
Más tarde, se encontraba frente a la casa de su amiga.
Gabriela metió la llave en la cerradura, sintiendo que el corazón se le quería escapar. Abrió la puerta y se sentó a esperar a que llegara Joel. Buscó en su bolso sus “Salem” y nerviosa, encendió uno.
No había probado alimento aun, pero no tenía hambre.
Miró su pequeño reloj y vio que eran las diez de la mañana. Se sentía impaciente y se dirigió a la recámara.
Tenía aproximadamente media hora acostada en la cama
de Nora, leyendo unas revistas; cuando escuchó el motor de
un automóvil que se detenía frente a la casa.
Presa de los nervios y la ansiedad, se acercó a la ventana
para mirar discretamente quien llegaba. Su corazón dio un
vuelco al ver a Joel descender del taxi y dirigirse a la puerta.
Ella pegó una carrera desde la recámara hasta la puerta de
entrada, para recibirlo.
Abrió la puerta y se abrazó a él con desesperación:
—¡Mi amor!—. Le dijo mientras se le echaba encima.
—¡Gabriela!—. Dijo feliz de verla.
Joel la tomo del talle, y la levantó en vilo, a pesar de su
estatura y la llevó adentro.
Se sentaron a la mesa y Gabriela le preparó una taza de
café que ya tenía listo.
—Tantos días sin verte—. Dijo ella.
—Es que estuve buscando una casa para mudarme.
318
J.David Villalobos
Gabriela lo escuchaba lleno de motivación.
Lo escuchaba hablar y disfrutaba de su voz, sus palabras, sus planes que tenía y en los cuales la incluía a ella.
De repente lo escuchó decir:
—¿Estás dispuesta a eso?
—¿Qué?—. Preguntó distraída.
—A lo que te estoy proponiendo.
Ya se lo había propuesto en Tucson, ahora se lo volvía
a proponer y ella todavía no se decidía.
—Prepara tus cosas y vente a vivir conmigo, a la nueva
casa que ya renté para nosotros.
Esa idea la ponía nerviosa, sabía que era un paso muy
difícil de dar, no estaba muy segura de querer darlo todavía.
Esas ideas la inquietaban y hacían que su corazón latiera
de prisa. Se sentía eufórica y llena de vida.
Tomó a Joel de la mano y le dijo:
—¡Ven amor! Vamos a la cama.
Joel se dejó llevar y comenzó a besarla.
Una hora después, se encontraban desnudos sobre la
cama fumando cada quien su cigarrillo.
Ella rompió el silencio y dijo:
—Lo voy hacer—. Dijo sin mirarlo.
Joel se enderezó para mirarla y le preguntó:
—¿Estás segura?
—¡Sí! me voy a vivir contigo, le pediré a Bob el divorcio.
—No te lo va a dar, —Le dijo Joel— estás embarazada.
—Le diré que no es suyo, que es de otro.
Joel se asombraba de escucharla hablar de esa manera, y
de las cosas que era capaz de hacer. Pero lo aceptaba porque
sabía que lo estaba haciendo por él.
319
Un Paso muy Difícil
—Déjame que lo prepare todo, y dame tiempo para salirme de la casa.
—Está bien—. Dijo Joel.
Joel la abrazó y se subió encima de ella, comenzando a
besarle los senos lentamente. Pasaba la lengua por su cuerpo
y comenzó a descender lentamente hacia el ombligo, en donde se quedó jugando con su lengua un poco, haciendo que
Gabriela gimiera y se retorciera de placer.
Joel comenzó a descender sus caricias más abajo del
cuerpo de ella, haciendo que se enderezara rápidamente al
adivinar sus intenciones.
—No—. Le dijo con voz ronca de placer.
—Mejor házmelo de otra manera.
Se separó de él y se puso de rodillas, diciéndole:
—Métela por el otro lado.
Joel se maravilló ante el ofrecimiento que ella le hizo.
Enfiló su ariete y lo colocó en la entrada del pequeño
orificio. Se asombró de lo fácil que se deslizó hasta el fondo,
haciendo que Gabriela gimiera de placer y contorsionara su
cuerpo.
Luisa se encontraba en el restaurante hablando con Bob.
—¿Entonces qué vas a hacer?
—Dame tiempo “baby”—. Le dijo a lo que ella le estaba
exigiendo.
—Ya deberías de hablar con esa flaca desnutrida—. Dijo furiosa refiriéndose a la esposa de él.
—No te enojes “baby” por favor. Deja que yo lo arregle.
—¡No te demores demasiado! —Le dijo molesta—
Además ya me cansé de compartirte con ella.
Bob al verla tan molesta le mintió diciendo:
—No me estás compartiendo, hace mucho que no la
320
J.David Villalobos
toco.
Le acarició la barbilla y tratando de alegrarla, le dijo
sonriendo:
—¿Cómo voy a estar con ella? Si tú eres la que me hace
gozar y volverme loco.
Bob sentía demasiado amor por ella y la trataba como a
una dama, jamás sería capaz de preguntarle las cosas que le
preguntaba a su esposa. Él le hacía el amor de una manera
dulce y apasionada. La respetaba como si fuera realmente su
esposa.
Luisa lo seguía presionando para que se divorciara de
Gabriela. Ellos ya lo habían planeado con anterioridad, pero
la llegada del bebé vino a complicar las cosas.
Bob no quería dejar a su esposa, porque le alimentaba
sus fantasías sexuales. No lograba despojarse de ellas, ni
tampoco quería.
Había llegado a pensar en proponerle a su esposa que se
acostara con otro hombre, mientras él la miraba gozar.
No lograba entender porque lo volvían loco esos pensamientos. Pero lo que no lograba entender era ¿Porque le provocaban celos y le lastimaban las dudas que tenía acerca de
ella?
Se había hecho la promesa de divorciarse de ella, pero
hasta ver cumplida su fantasía.
Solo era cuestión de esperar un poco. Esos pensamientos
lo hicieron excitarse y se acercó a Luisa.
—¿Vamos a la parte trasera? Antes de que lleguen las
muchachas.
Se refería a las meseras.
—No tengo ganas—. Dijo molesta Luisa.
—¡Ándale “baby”! deja que te demuestre que no he estado con mi esposa.
321
Un Paso muy Difícil
Bob le tomó la cara y comenzó a besarla, ante la oposición de ella.
—¡Déjame!—. Le dijo esquivándolo.
Bob se desesperó de su actitud, y le dijo un poco molesto:
—¡Está bien! Si no quieres no.
Una vez dicho eso, se dirigió a la cocina.
Luisa lo vio molesto y lo siguió:
—¡Perdóname! —Le dijo abrazándolo— Es que me
dan celos de que duermas con tu mujer.
Lo que en realidad le sucedía a Luisa, era que temía que
Bob se pudiera cansar de ella, y de que la oportunidad de
obtener la residencia estadounidense se le escapara de las
manos. A pesar de su astucia, Bob no percibía los planes que
ella tenía en mente.
Él la abrazó y la volvió a besar, llevándola suavemente a
la pequeña cama que estaba detrás de la cocina, la cual tenía
una cortina de tela que servía como puerta y que cubría ese
pequeño cuarto improvisado.
La fue desnudando lentamente y aparecieron ante él los
enormes senos morenos de Luisa.
Ella se desnudó y se acostó sobre la cama.
Bob la miraba embelesado y le acariciaba los senos y el
vientre. Introdujo sus dedos en medio de sus piernas, haciendo que Luisa las abriera para dejarlo actuar.
Bob trataba de mantener firme su erección pero se le
escapaba de control. No podía fallarle en ese momento a
Luisa. No le creería que no había estado con su esposa.
Entonces recurrió a sus fantasías sexuales, imaginando
que Luisa era su esposa y que él era Joel el que la acariciaba.
Vio la cara de Luisa presa de la excitación y comenzó a
excitarse. Ella le había dicho cuando comenzaron a intimar,
322
J.David Villalobos
que le gustaba más ser penetrada por atrás. Tal vez esa era la
razón por la cual Luisa tenía un trasero muy grande.
A Bob le había encantado esa idea desde que se conocieron, y la mayoría de las veces la poseía como a ella le gustaba, aunque no dejaba de poseerla de modo normal, de vez en
cuando. Pero no era exactamente esa la razón. Luisa tenía
otra razón más poderosa.
Se entregaron a la pasión haciendo que Luisa gritara de
placer casi todo el tiempo. Eso lo hacía sentirse orgulloso de
poder hacerla gozar.
Permanecieron acostados un momento más, hasta que
Luisa se levantó de la cama y se vistió rápidamente para
abrir la puerta del restaurante.
Bob se vistió también y permaneció en la cocina haciendo algunos preparativos.
Mas tarde llegarían las meseras y la cocinera.
Joel y Gabriela ya llevaban varios meses reuniéndose en
la nueva casa de él, pero lo nuevo eran solamente los muebles que había comprado Bernardo.
Habían decidido esperar hasta que naciera el bebé, para
tomar la decisión de vivir juntos.
Bob a raíz del embarazo de su esposa, ya casi no la tocaba. Ya había perdido el interés en ella y en sus propias
fantasías.
Joel era; como se lo había prometido a don Carlos, “un
hombre nuevo”. No había dejado del todo la bebida, pero ya
no se emborrachaba hasta perderse como lo hacía antes.
Roberto inició una relación formal con Nora, y rara vez
acompañaba a sus amigos a beber algunos tragos los fines de
semana, prefería pasarla con su novia.
Bernardo estaba muy entusiasmado con la orientación
que recibía a nivel empresarial, para poder sacar el mayor
323
Un Paso muy Difícil
beneficio a la prensa que había adquirido. Por lo tanto acudía
una vez a la semana a Tucson para capacitarse. Él no tenía
intenciones de involucrarse sentimentalmente con nadie.
A veces salía con Sonia, pero nada en serio.
Bob seguía cada vez más entusiasmado con Luisa, y
estaba adquiriendo el hábito de no llegar a dormir a su casa,
al menos una o dos noches por semana. Eso a Gabriela no le
importaba, sentía que había muerto el amor por él.
Joel la llenaba en todos los aspectos, era cariñoso y
amable, se preocupaba por ella y hasta le cantaba canciones
al bebé que todavía no nacía, acompañándose con su guitarra. Gabriela reía feliz de sus ocurrencias, y más cuando lo
escuchaba cantar las canciones infantiles de Gabilondo Soler.
Se había hecho una costumbre entre ellos, de pasarse
todos los días juntos encerrados en la casa de él, viviendo
como si fueran esposos, ya que Joel no trabajaba sino hasta
el viernes.
Gabriela salía de su casa todas las mañanas cuando su
marido se iba al restaurante. En cuanto lo escuchaba partir,
se levantaba y se arreglaba lo más rápido posible, para estar
en la casa de su amado. Permanecía con él hasta entrada la
noche.
Su madre ya no la veía llegar, pues se encontraba dormida. Pero en caso de que le llegara a preguntar algo, siempre tenía una respuesta tanto para ella como para su marido.
El amor de Joel, la hacía fuerte para enfrentar cualquier
problema. No estaba dispuesta a separarse de Joel, quien
además era muy buen cocinero. Lo había aprendido de su
amigo Javier, quien le había avisado por carta que tenía programado ir a visitarlos el siguiente mes.
Había disminuido un poco el calor, y el clima era agra324
J.David Villalobos
dable en ese mes de Noviembre. Ya podían disfrutar de la
frescura del día, y de los momentos más apasionados que no
habían disminuido a causa del embarazo de ella.
Gabriela se sentía feliz, y vivía por primera vez una vida
de casada con Joel, sin estarlo.
Esa era la vida de casada que siempre había querido
vivir. Todos los días hacían planes para el futuro.
Mientras, Bob en el restaurante se sentía intranquilo esa
mañana. Le preocupaba que Luisa no hubiese ido a trabajar.
No tenía idea de que ella se encontraba al otro lado de la
ciudad, en el interior de una sucia y maloliente habitación.
—No vayas a trabajar—. Le había dicho esa mañana a
Luisa, el hombre con el que había pasado la noche.
—Tengo que ir Raúl—. Le dijo desesperada.
—Que se joda el “gringo”—. Dijo molesto Raúl exhalando el humo del cigarrillo de marihuana que sostenía
entre sus dedos amarillentos.
Raúl era la pareja sentimental de Luisa, desde antes de
conocer a Bob. Él estuvo de acuerdo en que tuviera relaciones con él, pero siempre y cuando fuera sexo anal, nunca de
modo normal.
—No te ha tocado por delante ¿verdad?—. Le preguntó
mirándola de reojo como siempre lo hacía.
Él nunca miraba de frente a las personas.
—No, —Mintió ella— siempre evito que me lo haga por
delante.
—¿Qué le dices para evitar que te lo haga?—. Preguntó
dudando de ella.
—Qué no habrá sexo normal, sino hasta que nos casemos.
Ellos dos se habían puesto de acuerdo para que Bob se
casara con ella, y una vez que le diera la residencia, se divor325
Un Paso muy Difícil
ciaría de él y se casaría con Raúl.
Así los dos vivirían el “sueño americano”. Habían dado
un paso muy difícil para conseguir ese sueño.
Le había costado trabajo a Raúl, aceptar que su novia se
estuviera acostando con su patrón cuando éste se lo pidió.
Luisa tuvo que hacer mucha labor de convencimiento
para lograr persuadir a su novio, de que le estaba entregando
su cuerpo, pero no sus sentimientos.
Raúl había aceptado, pero había puesto esa condición.
—Nada de sexo normal, —Le había dicho— eso está
reservado para mí, si el gringo quiere sexo, que te lo meta
por el culo menos por ahí. ¿De acuerdo? Esa parte del cuerpo
es exclusivamente mía.
Ella tuvo que lidiar con todo ese tipo de prejuicios que
tenía su novio, para que pudiera aceptar el precio que debían
pagar con tal de lograr su propósito.
Ambos eran muy ambiciosos, pero a excepción de Luisa, él no trabajaba, y el dinero que ella lograba obtener de
Bob, se lo daba a su novio, quien se lo gastaba en la compra
de alcohol y mariguana.
—¿Entonces? —Preguntó nuevamente Raúl— ¿Te vas a
quedar?
—¡Raúl! —Le dijo ella desesperada— Entiende por
favor, debo ir a trabajar.
—¡No vayas!—. Le ordenó furioso mientras se ponía de
pie. Ella le tenía miedo cuando se comportaba de esa manera, ya la había golpeado más de una vez.
Luisa regresó de nuevo a la habitación y por tal motivo,
no había acudido a su trabajo. Ella amaba a Raúl y creía que
tenía la obligación de obedecerlo. Se preocupaba por él, pero
no se daba cuenta de que lo estaba perjudicando y lo estaba
volviendo un irresponsable. Por esa razón ella solo trabajaba
326
J.David Villalobos
con Bob por las mañanas, para estar en casa de su novio el
resto de la tarde y de la noche.
Mientras en el restaurante, Bob no dejaba de pensar en
ella. Estaba tan obsesionado con Luisa, que solamente iba a
esperar a que naciera el bebé para pedirle el divorcio a su
esposa.
Le cansaba la actitud infantil que a veces tenía su esposa. Pensaba que con esa actitud, iba a tener —dos niños— en
casa cuando naciera el bebé. También pensaba que a su edad
ya no estaba para cuidar niños, y le parecía que Luisa era
mucho más madura que su esposa, además sentía que ella
estaba enamorada de él, porque no le importó que fuera casado y mayor que ella, para entregarse a él.
El tiempo transcurrió en esa pequeña ciudad, sin mayores contratiempos y viviendo cada uno la vida a su manera.
Luisa con su novio, en la búsqueda del mejor modo de vida
en el país fronterizo, utilizando para ello a Bob.
Bernardo había logrado por fin abrir el taller de imprenta y le dejaba grandes utilidades. Continuaba con el negocio
de la papelería el cual se encargaba su hermano Roberto. La
relación de su hermano con Nora iba viento en popa y tenían
planes de matrimonio.
Las meseras Lupe, Mary y Pamela, seguían trabajando
en el restaurante, dejando la vida pasar y tratando de vivir
decentemente con el sueldo que ganaban, y de las propinas
de los clientes.
Gabriela y Joel continuaban viviendo una vida secreta y
oculta en la casa de él. No podían salir a pasear por la calle,
por temor a ser vistos por el marido de ella.
Javier Pacheco había llegado para la Navidad como lo
había prometido, y se asombró del cambio de vida de Joel.
—¡Como has cambiado Joel! —Le dijo en cuanto lo
327
Un Paso muy Difícil
vio— Eres otro, ya no eres el hombre que se perdía a causa
de la bebida.
No daba crédito a lo que veían sus ojos. Además veía
con alegría el embarazo de Gabriela, y que estaba a punto de
dar a luz en dos meses más.
—Seré el padrino de bautizo de tu hijo—. Llegó a decir.
Joel y Gabriela se miraron sin saber que decir. Javier no
sabía que el hijo que esperaba, era del marido de ella.
—Gracias—. Fue lo único que acertó a decir ella, desviando la mirada hacia su vientre.
El nacimiento de su bebé llegó una mañana de Febrero.
Gabriela no había podido conciliar el sueño durante toda la
noche, debido a los continuos dolores que había empezado a
tener. Su marido no había llegado a dormir, como ya era
costumbre.
Gabriela se levantó de la cama con mucho esfuerzo y se
dirigió al inodoro. Sintió las contracciones más constantes en
ese instante.
Salió del baño y lentamente bajó los escalones hasta
dirigirse a la casa de su madre.
—¡“Amá”! —Le gritó en cuanto entró a la casa— Parece que ya va a nacer, tengo las contracciones.
—¿Y tu marido? —Preguntó sarcásticamente, pues
sabía que a veces no iba a dormir— ¿No te va a llevar al
hospital?
—No llegó a dormir—. Dijo ella quejándose del dolor.
Su madre esbozó una sonrisa maliciosa y dijo:
—Voy con “Chayo” para que te lleve. —Haciendo un
gesto de desagrado comentó— A ver si Rodrigo no está
borracho otra vez.
Y levantando los ojos al techo dijo:
—En esta familia solamente problemas hay.
328
J.David Villalobos
Doña Dolores se dirigió a la casa de su hijo para hablar
con Rosario, la esposa de él.
Al cabo de unos minutos llegó corriendo Rosario, hasta
donde estaba Gabriela dejando atrás a su suegra, debido al
lento caminar de ella. Lo primero que vio, fue el rictus de
dolor en el rostro de ella.
—¡Ya no aguanto los dolores!—. Exclamó.
—¡Vámonos Gaby!—. Le dijo ayudándola a ponerse de
pie.
Descendieron los escalones lentamente, siendo auxiliada
por su cuñada. Ya en la calle Rosario le dijo a un niño que
jugaba en la calle:
—¡Pablo! Ve a la esquina y trae un taxi.
El niño salió corriendo a cumplir con lo encomendado.
Al encontrarse en plena calle, Gabriela pegó un grito:
—¡Se me rompió la fuente!
Joel se encontraba ajeno a lo que sucedía con Gabriela,
en su casa aquel martes 7 de Febrero de 1957.
Había estado un poco preocupado días antes por el estado de salud de ella. Sabía que de un momento a otro llegaría
el momento del parto. No quería dejarla sola en esos últimos
días, pero tenía miedo de encontrarse con su marido, ya fuera en la calle o en el hospital cuando se hubiera llegado el
momento del parto.
Ese día salió de su casa dejándole una nota a Gabriela:
ro”
“Regreso pronto, solo voy a ver a don Carlos, te quie-
Ese día tenía una cita con Carlos Manríquez para hablar
sobre la gira, que le ofrecieron hacer a través de los estados
de Arizona y Nuevo México, dentro de la unión americana
329
Un Paso muy Difícil
promovida por la compañía cervecera que producía la cerveza “High Life”. La compañía cervecera lo había contactado al ver el éxito que tenía su orquesta, y debido al nombre
de la marca de su cerveza, decidieron aprovecharlo para darle más publicidad a su bebida.
No sabía cómo lo iba a tomar su patrón, ya que debería
ausentarse por lo menos de seis a ocho semanas.
Se habían citado unos días antes en “Los Pinos”, habían
quedado de verse ese día.
—¡Siéntese don Joel! ¿Qué es eso tan importante que
quería usted hablar conmigo?— Le dijo ofreciéndole una
silla.
Mientras en el hospital en donde se encontraba Gabriela,
se escuchó el llanto de un recién nacido.
—¡Es niña!—. Dijo el médico mostrándosela quien no
pudo ocultar las lágrimas de felicidad.
—¡Mi niña! —Le dijo Gabriela— Ojalá estuviera tu
padre aquí.
Y dirigió sus pensamientos hacia Joel, quien había estado con ella la mayor parte del embarazo.
El médico se acercó a ella y le dijo:
—Felicidades muchacha, la niña está muy sana.
Y mostrando preocupación, le dijo:
—Pero me preocupa tu salud.
—Ven a verme después para recetarte unas vitaminas, y
darte una dieta balanceada para que puedas recuperar tu peso, está muy bajo.
—Si doctor—. Respondió agotada.
El médico salió de la sala de parto, dejando a las enfermeras que se hicieran cargo de ella.
—¡No me haga eso don Joel!—. Le dijo preocupado
Manríquez al escuchar la noticia que le cayó como bomba.
330
J.David Villalobos
—Perdóneme don Carlos, pero debe llevarse a cabo esta
gira después de la temporada de frío. —Y agregó preocupado— Ya está programada, y también debe ser antes de la
temporada de lluvias.
Su patrón tenía fija la mirada en la mesa, en donde tenía
algunos papeles y facturas.
Su rostro denotaba preocupación y cansancio.
—¿Y qué voy hacer sin su orquesta?
—No se preocupe don Carlos. —Acercándose hasta él y
poniendo una mano sobre su brazo le dijo— Tengo una orquesta que me puede suplir, ellos son de Magdalena.
Carlos Manríquez levantó la vista y mirándolo le preguntó:
—¿Cree usted que un puñado de músicos de pueblo, va
a tocar como su orquesta?
Joel sonrió ante el comentario y le dijo:
—Tocan igual que nosotros don Carlos.
Entusiasmado y tratando de convencerlo añadió:
—Déjeme demostrárselo.
—No me convence don Joel—. Dijo moviendo negativamente la cabeza, mientras le daba una fumaba al puro que
sostenía entre sus dedos.
—No me convence—. Repitió de nuevo.
Joel permaneció en silencio mirando a su jefe quien
permanecía pensativo.
Carlos se echó hacia atrás en su silla, y le preguntó:
—¿Cuándo inicia la gira?
—En Mayo y termina a finales de Junio.
Después de pensarlo detenidamente, le dijo:
—¡Tráigame a esos muchachos pueblerinos, un mes
antes de que usted se vaya!
—Si don Carlos—. Le dijo Joel sin poder ocultar su
331
Un Paso muy Difícil
alegría.
—¡Está bien, está bien!—. Le dijo, haciéndole señas
con la mano que sostenía el puro, de que ya podía retirarse.
—Gracias don Carlos—. Le dijo poniéndose de pie.
—¡Nos vemos el viernes!—. Le gritó desde su lugar,
cuando Joel ya estaba a punto de salir del salón.
—¡Si don Carlos! —Le gritó desde la puerta— ¡Adiós!
—Adiós—. Lo dijo para sus adentros, y se puso a revisar de nuevo las facturas y papeles que tenía sobre la mesa.
Rosario se presentó esa misma tarde en el restaurante
del marido de Gabriela para darle la noticia.
Bob la vio llegar y le extrañó que fuera a visitarlo.
—Bob, —Le dijo— ya nació su niña.
Luisa se puso pálida y miró a Bob como tratando de
adivinar sus pensamientos.
—¿Niña?—. Se le ocurrió preguntar.
—¡Sí! —Dijo Rosario presa de la emoción— Está en el
hospital, vaya a verlas.
Bob volteó a ver a Luisa y le preguntó:
—¿Nos acompañas?
—¡Claro que sí!—. Le respondió con una seguridad de
quien se siente dueña de la situación.
Y la verdad era que ella, ya lo tenía dominado por completo y había logrado convencerlo de que no fuera a dormir a
su casa, para hacer molestar a Gabriela, y de que pasaran la
noche juntos en un hotel barato en las afueras de la ciudad.
Incluso a Raúl también lo había logrado convencer de que
tenía que faltar a dormir algunas noches.
Al caer la tarde Bob y Luisa se presentaron en el hospital. Él llevaba un ramo de flores en la mano y llegaron hasta
la cama de su esposa.
—¡Hola! —Le dijo su marido dándole un beso en la
332
J.David Villalobos
frente.
—¿Como estas?—. Saludó ella medio adormilada.
—¡Felicidades señora!— Le dijo la empleada de su marido con una amplia sonrisa.
—Gracias Luisa.
—¿En dónde está la niña?—. Preguntó Luisa.
—En el “cunero”, —Le respondió— acabo de darle de
comer.
—¿Vamos a verla?—. Le preguntó a Bob manteniendo
una sonrisa que no era otra cosa más que una alegría fingida.
—Te veo en un momento Gaby—. Le dijo.
—Si, —Respondió ella— trataré de dormir un poco.
En el camino a la sala de cunas, Luisa le dijo:
—No olvides tu promesa de divorcio.
—No “honey”, —Le dijo— nada va cambiar.
Al llegar a la sala de cunas, Bob golpeó ligeramente el
cristal con los nudillos de la mano, para llamar la atención de
la enfermera que atendía a los recién nacidos, para que acercara a su hija detrás el cristal.
Ella sonriendo se la mostró.
—¡Está preciosa!—. Exclamó Bob sin poder ocultar su
alegría por volver a ser padre otra vez.
Él era divorciado y sus hijos ya estaban grandes y radicando en su ciudad natal Denver. Tras su divorcio se vino a
vivir a México y se quedó a radicar en Nogales en donde
abrió su restaurante, allí había conocido a la madre de esa
hermosa criatura.
—¡No olvides tu promesa de divorcio!—. Le repitió
Luisa de nuevo.
Bob no respondió.
Joel se presentó esa tarde en la papelería de los hermanos Ramírez y encontró a Roberto detrás del mostrador en
333
Un Paso muy Difícil
compañía de Nora.
Ella iba todas las tardes al salir de su trabajo, para
hacerle compañía a Roberto, hasta que se llegaba la hora de
cerrar y después, él la acompañaba hasta su casa.
Al entrar y ver a Nora exclamó:
—¡Gracias a Dios que estás aquí!
—¿Qué pasa Joel? —Le preguntó al verlo angustiado—
¿Le sucede algo a Gabriela?
Joel tenía la intención de pedirle a Roberto que le dijera
a Nora que fuera a la casa de Gabriela, pero al encontrarla
con él, no pudo ocultar su emoción.
—¡No sé nada de ella! —Dijo angustiado— Estoy preocupado, por que por estos días iba a nacer su bebé, y hoy no
fue a la casa.
Roberto miró el reloj de pulso y dijo:
—Vamos a su casa, déjame cerrar el negocio.
—Yo voy sola amor, —Le dijo Nora— quédate en el
negocio todavía te falta una hora para cerrar.
—No importa—. Dijo Roberto buscando las llaves para
cerrar la papelería:
—Gracias Nora, —Le dijo Joel— no sé como pagártelo.
—No te preocupes Joel—. Le dijo tuteándolo.
Hacía tiempo que lo venían haciendo. Se había dado
cuenta de que realmente había cambiado y que amaba a su
amiga, eso los había unido más como amigos.
Mas tarde, Nora descendía del taxi y se presentaba ante
la madre de Gabriela, mientras Roberto y Joel se quedaban
aguardando en el taxi.
Joel no podía ocultar su nerviosismo.
Al poco rato bajó por la escalera corriendo sin poder
ocultar su alegría.
334
J.David Villalobos
—¡Ya nació, ya nació!—. Gritaba llena de emoción
mientras se subía al taxi.
—¡Al hospital general!—. Le indicó al conductor.
—¿Qué tuvo?—. Preguntó Roberto.
—¡Niña!—. Dijo dando pequeños aplausos dentro del
taxi y presa de la emoción.
—¿Sabes si ella está bien?—. Preguntó Joel.
—Creo que sí. —Le dijo tomándole la mano— No te
preocupes.
Joel guardó silencio mientras el taxi se dirigía al hospital.
Momentos más tarde, Bob y Luisa abandonaban el hospital, dejando a su hija y a su esposa en manos de los médicos. Bob no dejaba de pensar en su hija.
Luisa venía colgada del brazo de él y le dijo:
—Mira que suerte, un taxi en la puerta.
Nora y sus amigos, descendían en ese momento del taxi.
Roberto se encontraba pagándole al conductor, cuando
escucho la voz de su novia decir:
—¡Bob! Que gusto verlo, como está Gaby?
El marido de Gabriela se puso lívido al verla.
De la impresión pasó al dolor que producen los celos,
cuando vio a Joel en compañía de ellos.
—Buenas tardes Bob—. Le saludó Joel.
—Buenas tardes—. Le respondió muy serio.
—¡Hola que tal!—. Dijo Roberto extendiendo la mano
para saludarlo.
—Hola, ¿Cómo le va?—. Le contestó con una sonrisa.
Y volteando a ver a Luisa les dijo:
—Ya conocen a mi secretaria ¿Verdad?
—Si —Dijo Roberto— Venimos, quiero decir, viene
Nora a ver a su amiga y, bueno la acompañamos también.
335
Un Paso muy Difícil
—¡Pasen, pasen!—. Dijo Bob señalando la puerta.
—Gracias Bob—. Le dijo Nora.
Y dirigiéndose a Roberto le preguntó:
—¿Entramos “Robert”?
Dentro de la sala del hospital, Gabriela al ver a Joel no
pudo ocultar su alegría y trató de incorporarse de la cama.
—¡Joel!—. Le dijo mirando preocupada hacia la puerta
de entrada a la sala.
—Ya se fue—. Le dijo Joel adivinando a quien buscaba.
—¿Estás seguro?—. Le preguntó angustiada.
—Si, muy seguro.
—Lo dejamos en el taxi que nos trajo. —Le dijo Nora— Que por cierto, que mal acompañado venía.
—Si, —dijo Gabriela— es Luisa, la muchacha que
trabaja con él.
—¡Ah! —Fue lo único que exclamó, y preguntó—
¿En dónde está la niña?
—En el “cunero”—. Le dijo.
—¡Vamos “Robert”, vamos!—. Le dijo tomándolo de la
mano mientras lo jalaba.
Salieron “volando” literalmente fuera de la sala, en donde se encontraban Gabriela y otras pacientes más.
Joel se quedó a solas con ella y le preguntó:
—¿Cómo estás?
—Extrañándote. —Le dijo tomándole la cara con las
manos y comentó— Tu hija está muy bien, y muy sana gracias a los cuidados tuyos.
Joel no dijo nada ni se hacía ilusiones. Sabía que esa
niña tenía a su verdadero padre, y no sabía lo que les deparaba el destino.
No hizo ningún comentario y solo besó sus manos.
Gabriela rompió el silencio.
336
J.David Villalobos
—¿Cómo te enteraste?
—No fuiste a la casa y me preocupé.
Recordando que tenía que darle una buena noticia le
dijo:
—Ya hablé con don Carlos sobre la gira que tengo.
—¿Qué te dijo? ¿Cómo lo tomó?
Joel comenzó a dibujar una sonrisa lentamente y Gabriela adivinó que eran buenas noticias:
—¡Noooo! ¿En serio? ¿Te dio permiso?—. Le preguntó.
—Si, tu “marido” siempre consigue lo que quiere—. Le
dijo refiriéndose a sí mismo.
Bajó la mirada a las manos de ella y tomándoselas le
dijo:
—Quiero que vengan tú y la niña conmigo a la gira.
Gabriela se le quedó mirando y le dijo:
—Amor, la niña no puede salir del país sin el consentimiento de su padre, además está muy chiquita. Le puedo
pedir ayuda a mi cuñada “Chayo” para que me la cuide esos
dos meses.
Joel la miró detenidamente y comprendió que tenía
razón.
—Tienes toda la razón—. Dijo volviendo a mirar sus
manos que acariciaban las de ella.
—Nos vamos tú y yo, a escondidas de mi marido—.
Dijo ella.
—¿Y que la vas a decir cuando regreses por la niña?
Ella lo miró a los ojos y le dijo sonriendo:
—¡Que me dé el divorcio!
Los días pasaron y Gabriela y su hija quedaron al cuidado de su madre.
—¿Cómo se va a llamar la niña?—. Le preguntó usando
el mismo tono agresivo de voz que siempre tenía.
337
Un Paso muy Difícil
—No sé todavía—. Respondió ella, mientras le colocaba
su pezón en la boca para alimentarla.
—Normalmente se le bautiza con el nombre de la
abuela.
—No sé todavía “amá”. Necesito consultarlo con Bob.
—¿Qué tienes que consultar con él? —Dijo molesta—
¡Tu le vas a poner mi nombre!—. Le ordenó.
Gabriela permaneció en silencio ignorando el comentario de su madre. Miró a su hija y sonriendo le dijo:
—Así hijita. ¡Come mi nena!
Dolores se retiró de ellas y se fue a sentar en la mecedora, para seguir mirando por la ventana como todos los días lo
hacía. En sus manos sostenía una biblia maltratada y muy
sucia por el constante uso.
El marido de Gabriela seguía con su ritmo de vida normal. Pero la diferencia era que, ya casi no llegaba a dormir a
su casa bajo el pretexto de que su esposa y su hija, vivían
con su suegra, debido a que su esposa tenía que evitar subir
los escalones. Tampoco debería salir a la calle y tenía que
cubrirse la cabeza durante cuarenta días, además de no bañarse.
Bob pensaba que no podría soportarlo, y pasaba la mayor parte del tiempo combinándolo entre el restaurante y el
hotel en compañía de Luisa, quien a la vez trataba de calmar
los celos de su novio Raúl.
Joel aprovechó la “cuarentena” que pasaría encerrada
Gabriela con su madre, para viajar a Magdalena, los días que
no iba a “Los Pinos”. Debía preparar y ensayar a la orquesta
que los supliría durante su gira.
Había pasado más de un mes, cuando Joel regresó ese
viernes cansado del viaje a su casa. Aunque era una distancia
de ochenta kilómetros, el autobús la recorría en poco más de
338
J.David Villalobos
dos horas.
Al abrir la puerta de su casa, su cara se iluminó de
alegría al encontrar a Gabriela, quien traía entre sus brazos a
su hija de casi dos meses de edad.
—¡Joel!—. Gritó ella de felicidad.
Se encontraba radiante de belleza, la maternidad le había
asentado bien y tenía un cuerpo más provocativo y sensual.
Joel la abrazó y la beso murmurándole al oído.
—Me dan ganas de llevarte a la cama en este mismo
momento y comerte a besos.
Gabriela rio de su ocurrencia y le dijo:
—Traigo a nuestra hija y, —Lo separó de ella diciendo— además podría quedar embarazada.
Joel se quedó mirando a la niña y dijo:
—Que bien así podríamos tener nuestra propia hija.
Gabriela permaneció en silencio ante el comentario.
Joel la miró y comprendiendo el error que había cometido, inmediatamente trató de corregir:
—No quise decir eso, quise decir, una hija sangre de mi
sangre. —Y dirigiéndose a la niña le dijo— A ti te voy a
querer mucho también, como si fueras mi hija, Angélica.
Gabriela lo miró y le preguntó:
—¿Por qué le dices Angélica?
—Porque así se llamaba mi madre. —Permaneció en
silencio recordándola y musitó— Me gustaría que una hija
mía llevara el nombre de mi madre.
—Angélica. —Repitió pensativa Gabriela y dijo— Me
gusta el nombre. Así se va a llamar ella.
La levantó en alto y sonriendo le dijo a su hija:
—Te llamarás Angélica.
Joel la abrazó y le preguntó:
—¿De veras?
339
Un Paso muy Difícil
—Si amor, quiero que ella se sienta orgullosa de llevar
el mismo nombre de la madre que le dio la vida, al hombre
que más amo en esta vida.
Se abrazaron y se fundieron en un beso, haciendo que la
niña comenzara a llorar al sentir la cercanía y el abrazo fuerte y amoroso, que Joel les había dado a las dos.
Joel y Gabriela reían de Angélica mientras ella lloraba.
La madre de Gabriela seguía insistiendo:
—¿Cuándo vas a ir a bautizar a la niña?
—En cuanto la registremos—. Le dijo ella muy tranquila. Parecía que el nacimiento de su hija la había vuelto invulnerable a los agresivos comentarios de su madre.
—¡Le puede agarrar la muerte de un momento a otro sin
bautizar!
—No le va a pasar nada “amá”—. Le dijo mirando amorosamente a su hija.
—¿Tu que sabes? Se puede ir al Limbo por no estar bautizada—. Siguió insistiendo su madre.
—No le va a pasar nada a mi pequeña Angélica.
—¿Angélica? —Preguntó disgustada— ¿Por qué la llamas así?
—Porque se va a llamar Angélica.
—¡Ni se te ocurra llamarla así!—. Le dijo furiosa.
Gabriela la miró seriamente y le dijo:
—Se va a llamar Angélica, porque así lo decidí.
Dolores golpeó con el bastón la silla haciendo que la
niña llorara del susto,, y dijo gritándole:
—¡De ninguna manera!
Gabriela no discutió más, y solo trataba de tranquilizar a
su hija.
Era de madrugada cuando Gabriela salió de su casa en
340
J.David Villalobos
ese mes de Mayo. Descendió los escalones en silencio para
que su madre no la escuchara. Aún no había amanecido y su
marido continuaba dormido. Llevaba una pequeña maleta en
la mano.
Había preparado la maleta el día anterior y había hablado con su cuñada, para que se hiciera cargo de la niña mientras ella se ausentaba dos meses. Le había dicho a su marido
que dejaría a la niña con su cuñada, para descansar un poco.
Rosario había accedido gustosa a cuidarla y se atrevió a
preguntar:
—¿En dónde vas a estar tanto tiempo?
—De vacaciones—. Le dijo sonriendo.
Su cuñada comprendió que mentía pero no insistió.
—No te preocupes por nada Gaby, tú confía en mí y por
favor ¡Cuídate!
—No te preocupes por mí, estaré bien.
Llegó a la esquina en donde estaba un taxi esperándola.
Se subió y Joel le preguntó:
—¿No se dio cuenta?
—No, estaba dormido.
Se dieron un abrazo y el taxi los llevó hasta la estación
de autobuses “Greyhound”, en donde se reunirían con los
demás músicos de la orquesta.
El autobús partiría a la seis de la mañana, tenían el tiempo justo para llegar. Después los transportaría por la ruta 19
hasta Tucson. Ahí abordarían dos autobuses nuevos y un
remolque para cuatro personas. Todos de la General Motors
y que eran propiedad de la compañía cervecera. Estos vehículos disponían de todas las comodidades para poder realizar
la gira.
Los autobuses estaban pintados de color azul, y tenían
rotulado en la parte exterior el nombre de la cerveza “High
341
Un Paso muy Difícil
Life”.
Unos minutos más tarde, Joel y Gabriela se reunían con
los demás integrantes de la orquesta. En sus rostros se les
podía ver la felicidad por realizar esta gira. Todo era risas y
alegría.
Faltando quince minutos antes de partir, abordaron el
autobús que recorrería una distancia de 105 kilómetros en
aproximadamente tres horas, ya que tenían que pasar por la
frontera y revisar sus documentos y el equipo.
Gabriela sentía su cuerpo temblar presa de la emoción, y
por la aventura que estaba a punto de vivir.
Más tarde, el autobús partió dejando en ese pequeño
pueblo que ya comenzaba a despertar, la angustia, el temor,
el odio, los celos, el deseo de venganza, la envidia por parte
de los involucrados.
Los problemas recién comenzaban.
342
J.David Villalobos
RELACIONES PELIGROSAS
Me refugié en el trabajo de la imprenta y en los brazos
de Patricia, la esposa de mi patrón.
Como continuaba trabajando hasta tarde en la imprenta,
encendía el radio para que me ayudara a soportar las largas
horas de jornada. A veces la esposa de mi patrón iba al taller
por las noches a supervisar el trabajo, mientras Julián estaba
dormido. No sé cuándo ni cómo terminamos besándonos.
Nuestros besos fueron creciendo en intensidad, y ella me
rechazaba al ver mi sexualidad despierta. Ella tenía miedo de
caer rendida ante mis besos y caricias, que la volvían loca de
placer. Más de una vez huyó de mis abrazos y se refugió en
su casa. Ya no nos besábamos solo por la noche, también
durante el día mientras Julián salía a asuntos relacionados
con la imprenta. A veces nos besábamos a espaldas de él,
dándonos un beso rápido y fugaz.
Yo no quise salir ya más de la imprenta, ni para ir a mí
casa a dormir. Ahí fue cuando iniciaron los problemas con
mi madre.
Una noche Patricia abrió la puerta interna que comunicaba el taller con la casa de ellos, y llegó hasta mí.
Pude leer claramente en sus ojos que ya estaba dispuesta. Se acercó a mí y me dijo:
—Apaga el motor.
La vi poner el cerrojo a la puerta y se acercó a mí. Nos
besamos con pasión loca y poco a poco la fui desnudando.
La despojé de su pantalón que traía puesto y lentamente le
fui deslizando sus pantaletas. Se quedó solamente vestida
con la blusa abierta y los senos al aire. Como ella era más
pequeña que yo, se subió a una base de madera en la que
343
Un Paso muy Difícil
colocábamos el papel.
Así de pie le hice el amor. ¡Esa era mi primera vez!
No podía creer que por fin estaba con una mujer real, y
que tenía una relación sexual verdadera.
Ya no más fantasías con las modelos desnudas de las
revistas “Playboy”, “El”, “Caballero” y “Pimienta”.
Sentí la suave textura de su vagina, el roce de sus paredes húmedas. Era una sensación diferente a la masturbación
la cual aún seguía practicando a mis casi dieciocho años.
Escuchaba su respiración cerca de mi oído.
No tardé mucho en tener mi eyaculación dentro de ella,
haciendo que temblara en mis brazos. Tuve que sostenerla
para que no fuera a caerse, debido a que las piernas no la
sostenían por el intenso orgasmo que había tenido, y a la
posición.
Patricia era rubia de piel blanca y tenía las mejillas encendidas, podía sentir en mi cara el calor que emanaba de sus
mejillas. Me miró, y sonriendo me abrazó diciendo:
—¡Danny, Danny! Que maravilloso.
Ella había dado un paso muy difícil que le traería consecuencias posteriores. Se vistió y se alejó hacia la puerta.
Retiró el cerrojo y salió tan silenciosamente como había
llegado. Eran las dos de la mañana.
Yo ya no podía ni trabajar por la alegría que tenía. Era
tanta mi emoción, que lloré mientras en el radio se dejaba
escuchar la canción “Amor de estudiante” en la voz de Roberto Jordán.
Iba a mi casa de vez en cuando para apaciguar el mal
carácter de mi madre, llevándole mi sueldo completo que
para entonces eran casi mil pesos a la semana, debido al
tiempo extra nocturno.
Ya no quería dormir en mi casa, y menos cuando empe344
J.David Villalobos
zamos a tener relaciones sexuales Patricia y yo más constantes. Las tuvimos en el sofá de la sala, encima de la mesa del
comedor, en la cama de ellos, en el baño, hasta tuvimos la
osadía de darnos una ducha juntos. Lo hacíamos acostados
en el piso, de pie, de costado. Todas mis fantasías reprimidas
las estaba haciendo realidad. No había prejuicios por parte de
ella, simplemente me dejaba hacer.
Hasta me permitió tener sexo oral con ella, que a pesar
de sus treinta y tres años, nunca lo había practicado.
Yo fui su primera vez también.
A pesar de las insistencias de mi madre, me negaba a ir
a dormir a mi casa.
De pronto, comenzaron las llamadas telefónicas por parte de mi madre. Ella había dado un paso muy difícil.
Hizo una llamada a la mamá de Julián, y le dijo que yo
me acostaba con su esposa. Nunca logré saber ¿Cómo lo
supo? No sé si leyó alguna carta de amor que Patricia me
escribió, o vio algún detalle que me hubo regalado ella, o
quizás vio mis trusas llenas de manchas.
—Dígale a la cochina de la esposa de Julián que la voy a
demandar por estar acostándose con mi hijo, él es menor de
edad—. Le dijo mi madre a la mamá de Julián.
Al recibir esa llamada, la madre de Julián le llamó inmediatamente por teléfono.
—¡Julián tengo que hablar contigo! Es urgente que vengas.
Julián salió de su casa y encendió su Ford Fairlane convertible modelo 1958 color amarillo, para dirigirse a la de
sus padres que vivían a menos de un kilómetro de distancia.
—¿Qué pasó madre?—. Le preguntó en cuanto le abrió
la puerta.
—Me habló la mamá de Daniel y me dijo, —Hizo una
345
Un Paso muy Difícil
pausa buscando las palabras— me dijo que Daniel se está
acostando con tu esposa.
—Julián de quedó pensativo.
—¿Puedes tu creerlo? —Dijo interrumpiendo sus pensamientos— ¿Qué tipo de madre puede inventar algo así?
Julián no respondía, por su mente pasaban mil cosas.
—Si ese muchacho es un alma de Dios, es bueno, noble
y trabajador. ¡Mira cuánto te ha ayudado! que hasta el coche
de tus sueños pudiste por fin comprar.
—¿Que hago madre?
—Habla con él y dile que se cuide de su propia madre,
no entiendo cómo puede una madre mentir así.
Moviendo la cabeza en señal de desesperación agregó:
—¡Pobre Daniel!
Esa noche yo quería salir temprano a despejar la mente
un buen rato. Quería terminar el trabajo, pues Julián me
había prometido que me prestaría su “Farline” si lo terminaba antes. Yo tenía en mente otra cosa para salir.
Julián llegó acompañado de su esposa y me dijo:
—Necesito hablar contigo apaga la máquina.
—¡No, por favor! —Le dije desesperado— Quiero terminar el trabajo y si detengo la prensa, se va a secar la tinta.
Él muy tranquilo y sereno me volvió a insistir:
—Daniel, escúchame. Apaga la máquina que necesito
hablar contigo.
—¡Por favor Julián! —Seguí suplicándole— ¡Déjeme
terminar pronto!
Julián sin decir nada, se quedó mirándome y comprendí.
De mala gana apagué la maquina y me acerqué a escuchar lo que quería decirme.
Me preguntó de una manera muy comprensiva.
—¿Te quieren en tu casa?
346
J.David Villalobos
Me quedé extrañado por la pregunta, y pensé: "¿Para
esto me hizo detener el trabajo?".
—Si—. Le respondí y él volvió a preguntar
—¿Quién te quiere?
—Pues mi mamá, mi papá y mis hermanos.
Entonces él me dijo algo que me incomodó.
—Aléjate de esa casa. —Lo miré intrigado y él continuó— Ahí no te quieren.
Me dio rabia que hubiera dicho eso.
Yo como dije antes, defendía a mi familia a pesar de que
nos estuviéramos matando adentro. Así que le pregunté:
—¿Porque dice eso?—. Y me contestó de una manera
inteligente para observar el impacto que podría tener su comentario en mí.
—Daniel, tu mamá le habló a mi madre y le dijo que tú
te estás acostando con Patricia.
Me quedé helado y pálido. No supe que decir.
Como yo era del tipo de persona la cual no sabe ocultar
sus emociones, no pude ocultar el impacto que me ocasionó
al escuchar su comentario.
Me había quedado mudo de la impresión, solo volteé a
ver a su esposa para ver que tenía ella para decir, pero también permaneció en silencio. No pude hacer nada y solo bajé
la mirada al sentirme descubierto. No sabía que iba a hacer
él, o como iba a salir librado de ese problema.
Julián dejó pasar unos momentos de silencio, y al observar mi angustia y tristeza, tomó la palabra de nuevo.
—Yo conozco a mi esposa y le tengo mucha confianza,
a ti te conozco también y sé que eres un muchacho noble,
responsable y respetuoso.
Yo creo que él tomó mi silencio como de alguien que se
ha desilusionado de su propia madre, y de que jamás pensó
347
Un Paso muy Difícil
que pudiera ser capaz de cometer tal difamación.
Él continuó:
—Si yo fuera un hombre celoso e impulsivo, te hubiera
matado sin preguntarte nada.
Era verdad, Julián tenía una escopeta recortada en su
recamara, y sé que sí hubiera sido capaz. Ya en una ocasión
la había utilizado en donde vivían antes.
Él disparó a unos adolescentes que continuamente le
faltaban el respeto a su esposa, cada vez que ella pasaba
frente a ellos. Patricia le había dicho a Julián, que solo eran
unos chamacos y que no les hiciera caso.
Pero se llegó el día en que se cansó de esa situación y
les disparó, hiriendo a uno de ellos.
En ese momento Julián me vio cabizbajo y angustiado.
—Yo no entiendo ¿Cómo puede una madre exponer la
vida de su hijo de esta manera?
Continuó diciéndome:
—No entiendo cómo puede tu madre mentir y difamar
de tal forma. —Hizo una pausa para continuar— Supongamos que hubiera sido verdad, aún así; no debería de exponer
la vida de su hijo como lo hizo ella.
Pero la tristeza que yo tenía, era porque pensé que si ya
nos había descubierto, iba a ser imposible que pudiera volver
a acostarme con su esposa.
No me importaba mi madre, me importaba que se terminara lo que apenas había comenzado. Ya no iba a tener el
tiempo ni la oportunidad para estar con su esposa, a la cual
yo amaba con locura.
Esa noche después de haber hablado Julián conmigo, me
dijo:
—Termina lo que estás imprimiendo y ve para tu casa.
—Me quiero quedar aquí, no quiero ir a mi casa.
348
J.David Villalobos
—Mejor termina el trabajo y ve para tu casa, habla con
tu madre y arregla este problema.
Terminé mi trabajo y ya me iba cuando Julián me dijo:
—Llévate el coche para que mañana entres más temprano a trabajar.
Eso me alegró un poco.
Podía llevar a cabo lo que traía en mente.
Terminé mi trabajo y más tarde me encontraba conduciendo por la avenida Chapultepec, dirigiéndome hacia el
lugar donde trabajaba Tere. Había corrido el toldo de lona,
color blanco del convertible de Julián.
Como había llegado un poco tarde, ya no la alcancé.
Tenía en mente llevarla hasta su casa en Zapopan.
Al ver cerrada la oficina en donde ella trabajaba, me
alejé triste y decepcionado para dirigirme a mi casa.
De repente a unas cuadras más adelante, mi corazón dio
un vuelco al verla tomada de la mano de un militar, que aunque no traía puesto el uniforme, tenía el corte de pelo al estilo de la milicia.
Sentí que todas las emociones de ese día se juntaban y
me llegó la depresión.
Me dirigí a la casa sin saber cómo conduje, solo recuerdo que debido al decaimiento que sufría, no tenía ánimos de
discutir con mi madre.
Al llegar mi madre me preguntó:
—¿Por qué te dejaron salir tan temprano?
—Es que debo entrar mañana a las siete—. Le dije.
—Pues tendrás que levantarte muy temprano para que
llegues temprano.
—No, —Le dije— traigo el coche de Julián, está estacionado aquí afuera.
Mi madre torció la boca y me preguntó:
349
Un Paso muy Difícil
—¿Vas a cenar?
—Si—. Le contesté.
Una vez en la mesa y más tranquilo le pregunté:
—¿Porque le dijo usted a la mamá de Julián que yo me
estaba acostando con su esposa?
Y ella me respondió:
—Es que quiero que vengas a dormir a la casa, ya no
quiero que te quedes allá.
—Pero no era necesario que le dijera esa mentira.
Mi madre refunfuñando me dijo:
—Solamente así pude hacer que vinieras a dormir.
Hizo una pausa y remató diciendo:
—¡Y si es verdad que te acuestas con ella! Yo lo sé todo.
No quise discutir con ella.
Mi madre había logrado lo que se propuso, hacer que yo
estuviera en casa en ese momento.
Al día siguiente antes de irme al trabajo, le dije:
—Lo único que yo quiero es trabajar horas extras para
darle a usted más dinero.
La palabra dinero era lo que más podía convencerla.
—No es verdad lo de su esposa, —Continué— solo me
importa ganar más dinero.
Mi madre permaneció en silencio, la estaba tratando de
convencer.
—¡Déjeme trabajar horas extras! Necesito quedarme a
dormir en la imprenta, porque ya no hay camiones en la madrugada para poder regresarme.
Hice una pausa y continué:
—Además gracias a la llamada que usted le hizo a Julián, de que no me preste su coche, él ya no me lo quería
prestar.
350
J.David Villalobos
Mi madre había hecho otra llamada anteriormente diciéndole a mi patrón.
—Julián, no le ande prestando el coche a Daniel.
—¿Por qué señora?
—Porque corre mucho y un día se va a estrellar.
Julián me dijo lo que había dicho mi madre, y casi no
me lo quería prestar.
Pero debido a la llamada que hizo esta vez, él ya no le
creyó y por tal motivo me lo había prestado esa noche.
Logré convencer a mi madre de trabajar horas extras,
pero no a Julián. Él ya no quiso que trabajara horas extras.
No sé si porque tuvo sus dudas, o porque no quería que
yo tuviera problemas con mi madre.
Pasado un tiempo y preso de la desesperación por no
poder estar cerca de Patricia, Julián por fin cedió y me dijo:
—Daniel, prepárate porque necesito que trabajes tiempo
extra. ¡Tenemos mucho trabajo!
No pude ocultar la alegría de escucharlo.
Por fin Patricia volvería a ser mía.
¡Y volvimos a hacerlo!
Fueron los momentos más maravilloso de mi vida. Lo
hacíamos diario y hasta dos veces al día durante casi un año.
Con ella sacié todas mis fantasías y aprendí a hacer el amor y
a tener sexo.
Me compré mi grabadora “Samsung” y me gustaba grabar sus gemidos, para después deleitarme escuchándolos y
repasar esos momentos mágicos. Mi relación con ella fue
llena de amor, porque a esa edad uno se enamora muy fácilmente.
Llegué a experimentar también, otros nuevos sentimientos que no había conocido antes. Sufrí de celos, dolor, tristeza, miedo, angustia.
351
Un Paso muy Difícil
Había pasado más de un año de tener relaciones con
Patricia, cuando una noche se acercó a mí y me dijo:
—Daniel, necesito hablar contigo.
Yo creí que haríamos el amor esa noche, y al tratar de
abrazarla me rechazó.
—¿Qué tienes?—. Le pregunté.
Me miró a los ojos y me dijo:
—Daniel. ¡Estoy embarazada!
No pude o no capté lo que quiso decirme y le pregunté:
—¿Y no se puede hacer el amor?
Me tomó de la cara con sus manos y me dijo:
— ¿No entiendes? ¡Estoy embarazada de ti!
No supe que pensar o que decir.
Solo pensé en Julián que me iba a matar si lo sabía, y le
pregunté:
—¿Y qué dice Julián?
Patricia se tocó la frente y dándome la espalda me dijo:
—Aún no se lo he dicho.
Me encontraba asustado y le pregunté:
—¿Le vas a decir que es mío?
Ella me miro seriamente y dijo:
—¡No tonto!
—¿Entonces?
—Le diré que es de él.
Sentí que me quitaba un peso de encima. Todavía no
estaba preparado para las responsabilidades de la paternidad.
El embarazo de Patricia se desarrolló normal y Julián la
dejaba sola más tiempo conmigo, creo que debido a su embarazo. Eso nos daba más libertad para poder seguir teniendo
relaciones sexuales. No me importaba el tamaño de su vientre, siempre buscábamos la manera para poder hacerlo.
Una noche Julián me prestó el coche para ir a dormir a
352
J.David Villalobos
mi casa, pero mi intención era otra.
Era sábado día de pago y fui a un bar a beber una cerveza. Llegué a las diez de la noche al bar “El Perico” en donde
trabajaba Josefina. Quería mostrarle el convertible amarillo
que estaba estacionado afuera del bar, y que también viera
mi cartera llena de dinero.
Me vio y trató de esconderse.
Se acercó una mesera a atenderme y le dije:
—¿Puede atenderme Josefina?
Ella miró hacia las mujeres que estaban en una mesa
sentadas y me preguntó:
—¿Cuál Josefina?
Volteé a donde estaba ella, quien no había podido ocultarse de mí y le dije:
—La morenita que está vestida con la chamarra negra.
La mesera la vio y dijo:
—No se llama Josefina, se llama Zuleika.
Me quedé mirándola y le dije:
—Bueno. ¿Puede venir ella?
—No, porque me toca a mí atenderte, si ella viene tienes
que pagar mi turno.
—¿Cuánto es?—. Le pregunté
—Son cincuenta pesos.
Me pareció un robo, pero acepté con tal de que ella me
atendiera.
Josefina se acercó con la charola en la mano.
—Hola Daniel. —Me dijo— ¿Que vas a tomar?
—Una cerveza para mí y una para ti.
—Ahorita te las traigo.
Regresó y se sentó conmigo a beber.
Ella conocía muy bien su trabajo.
—¿Por qué te pusiste Zuleika?
353
Un Paso muy Difícil
—Aquí en estos lugares, nadie trabaja con su verdadero
nombre—. Me dijo.
Estuvimos bebiendo hasta cerca de la media noche.
El lugar cerraba a las cuatro. Así que le pregunté:
—¿Serías capaz de acompañarme a un lugar más íntimo?
—¿Qué tan íntimo?—. Me preguntó sonriendo.
—A un hotel—. Le dije sin rodeos.
Se quedó pensativa y me dijo:
—No puedo salir antes, a menos que pagues mi salida.
—¿Cuanto debo pagar?
—Son doscientos pesos.
—¡Los pago!—. Le dije.
Y luego ella me aclaró la confusión:
—Pero me tendrías que pagar a mí trescientos pesos,
más aparte el hotel.
Me quedé asombrado. En realidad ese ambiente de las
“ficheras” era muy complicado y se gastaba mucho dinero.
Ella me vio dudando y me dijo:
—Mejor ya vete Daniel, no gastes tu dinero.
Me quedé pensativo, aun la amaba en secreto.
Para aliviar mi angustia ella me dijo:
—Si quieres el domingo salimos a pasear y a comer.
Ella me estaba ofreciendo que saliéramos como novios
de “manita sudada”. Yo ya no estaba para eso, había tenido
ya mi primera relación sexual y no estaba dispuesto a perder
el tiempo.
—Está bien, —Le dije— pago tu salida y te pago a ti
también, pero ya vámonos.
Josefina se quedó mirándome, y aceptó.
—Deja voy por tu cuenta y mis cosas, y después nos
vamos.
354
J.David Villalobos
Ella había dado un paso muy difícil con consecuencias
terribles para los dos.
Al poco rato nos encontrábamos en la habitación de un
motel ubicado en la calle Belisario Domínguez del Sector
Libertad.
Estando en la habitación, intenté abrazarla y besarla, y
ella me dijo:
—Vamos a platicar.
A mí no me interesaba, y mientras la abrazaba le pregunté:
—¿De qué quieres hablar?
Mis manos no dejaban de acariciarle todo el cuerpo.
Ella se resistió un poco, pero también no podía evitar
corresponder a mis caricias.
Comencé a acariciarle los senos a través de la blusa, y
ella gemía por la excitación.
Traté de desnudarla pero seguía oponiendo resistencia.
Pensé que era una manera de hacer más excitante el acto
sexual.
—¡Daniel! —Me dijo— ¡No por favor!
Pero ella no dejaba de abrazarme y besarme.
Por fin logré quitarle la blusa, pero ahora me tocaba a mí
tratar de quitarme la camisa y evitar que se me escapara, la
tenía muy bien abrazada.
Con muchos trabajos y sin dejar de besarla, logré despojarme de la camisa y acerqué mi torso desnudo a sus senos,
que todavía estaban dentro del sostén.
Le besé el cuello y ella no dejaba de decir:
—¡No Daniel, por favor!—. Pero no cesaba de abrazarme y de besarme apasionadamente.
Le desabroché el sostén muy fácilmente, pues ya tenía
práctica y lo había aprendido con Patricia.
355
Un Paso muy Difícil
Quedamos los dos desnudos del torso.
Ella se encontraba presa de la excitación, pero continuaba resistiéndose y me empujaba, pero yo la volvía a atraer hacia mi cuerpo.
Nos fuimos dejando caer suavemente sobre la cama,
mientras nos besábamos y comencé a tratar de quitarle el
pantalón. Ella cerró las piernas firmemente y volvió a decir:
—¡No Daniel, por favor!
Me separé de ella, y me quité el pantalón lo más rápido
posible, para que no intentara levantarse.
No lo hizo.
Se quedó mirándome mientras me desnudaba.
Quedé completamente desnudo y traté de quitarle el
pantalón pero se resistió.
Yo pensé que lo que quería era jugar a hacerse la “difícil”.
Ella permaneció acostada sobre la cama desnuda del
pecho. Me acerque y le aflojé el botón del pantalón.
Utilicé un poco de fuerza para levantarla por la cintura
con una mano, y con la otra sacárselos hasta los tobillos.
Josefina ya no opuso resistencia. Se dejó quitar el pantalón permaneciendo solamente en pantaletas.
Me subí encima de ella y comencé a besarla.
Ella se encontraba en un estado de confusión y dudas,
así lo percibí.
La vi dudar, pero también vi que estaba dispuesta.
Me sentía feliz y enamorado de esa jovencita de la misma edad que yo. No tenía experiencia en el trato con las chicas de mi misma edad, solo con Patricia, por lo tanto; no
sabía si la actitud de Josefina era parte del acto sexual.
Traté de quitarle las pantaletas y ella se enderezó y me
dijo casi gritando:
356
J.David Villalobos
—¡No Daniel, por favor!
No quise escucharla y se las quité de un tirón, sin querer
se desgarraron.
—¡No por favor!—. Siguió implorando, casi gritando.
No lograba entender su comportamiento, creí que quería
jugar a la mujer violada. ¿Que podría pasarle a una jovencita
que trabajaba de “fichera” en un bar de mala muerte, y que
salía con clientes? Creí que era su forma de hacer el amor.
Ignorando sus quejas, me subí encima de ella y traté de
separarle las piernas.
Una vez en medio, ella trató de zafarse de mi abrazo.
Le cogí las dos manos con una mano por encima de su
cabeza, y con la otra coloqué la punta de mi pene en la entrada de su intimidad.
Al sentir que estaba listo, comencé a empujar lentamente. Ella movió su cuerpo hacia un lado, tratando de evitar que
la penetrara por completo.
No pudo esquivar mi embate, y la penetré suavemente,
deleitándome con cada centímetro que poseía de su joven
cuerpo.
—¡No, noooo!—, Gritó cada vez que mi pene se internaba otro centímetro más.
Después todo fue silencio. Todo había terminado.
Me levanté y fui al baño. Traté de encender el interruptor del baño, pero no tenía luz. A oscuras me limpié con una
toalla.
Cuando regresé, tenía la cara hacia un costado y lloraba
en silencio.
—¿Qué tienes amor?—. Le pregunté.
Ella no contestó y me angustié que estuviera llorando.
—¿Te lastimé?—. Fue lo único que se me ocurrió preguntar.
357
Un Paso muy Difícil
Ella continuó en silencio y decidí no molestarla más.
Miré el reloj y vi la hora. Ya debería estar en casa.
Me enderecé en la cama, y decidí en ese momento no ir
a la casa por lo tarde que ya era. Mi madre se iba a molestar.
Decidí ir a la imprenta y dormir allá, además Josefina
vivía por ese rumbo.
Me acerqué y le pregunté:
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
Ella asintió con la cabeza.
El camino a su casa lo hicimos en silencio.
Aunque yo le platicaba de las cosas que habíamos vivido en el Pentatlón, no logré hacer que conversara conmigo.
Llegamos a su casa y cuando ella se bajó del coche, le
dije:
—¡Ah! Olvidé darte tu dinero.
Saqué de mi cartera los trescientos pesos de su tarifa.
—Ten el dinero—. Le dije.
Ella por fin dijo algo.
—¡Guárdalos! Los vas a necesitar.
No entendí lo que me quiso decir y me dirigí a la imprenta.
Cuando llegué, abrí la puerta de la imprenta y sin hacer
el menor ruido, entré y preparé en silencio la pequeña cama
que tenía en el taller. Me acosté pensando en Josefina.
Esa noche no quería ver a Patricia. Quería repasar todo
lo vivido en el hotel. Pero Patricia no llegó esa noche, y sin
saberlo no la vería por un buen tiempo.
A la mañana siguiente, escuché ruidos y voces alteradas
al otro lado de la puerta que separaba la casa de Julián.
Vi la hora en mi “Seiko” que había comprado nuevo, y
vi que era demasiado temprano. Aún faltaban dos horas para
abrir la imprenta, así que me volví a dormir.
358
J.David Villalobos
No escuché cuando Julián entró al taller y tomó las llaves del coche.
Me despertaron los fuertes toquidos a la puerta del taller.
Me dirigí a abrir y me encontré con Ramona, la hermana
de Julián.
—¡Daniel! Mi hermano me dejó dicho que termines los
blocks de notas y los vayas a entregar tú.
La vi muy agitada y nerviosa y le pregunté:
—¿Qué pasa? ¿En dónde está Julián?
—¡En el hospital!
Mi pensamiento acudió a Patricia.
—¿Qué paso?
—¡Mi cuñada va dar a luz!
Me quedé más tranquilo.
Todo el ajetreo que había escuchado al otro lado de la
puerta, era porque la esposa de mi patrón iba a dar a luz.
Me fui al baño a orinar, y descubrí en mi prepucio una
mancha rosada, mojé un pedazo de papel sanitario y la limpié. La mancha desapareció del pene, pero se quedó en el
papel.
No le di importancia y me fui a iniciar mi día de trabajo.
El día se fue volando debido a la carga de trabajo que
tenía. El timbre del teléfono me recordó que ya era tarde y
que no había desayunado.
Se había llegado la hora de la comida sin sentirlo.
Fui a contestar el teléfono y era mi madre:
—¿A dónde te fuiste anoche?—. Me cuestionó.
—A ningún lado, me quedé a dormir en la imprenta.
—¡No es cierto! —Me dijo ella— Dime a donde te fuiste.
—¡Que a ningún lado!—. Le repetí duramente.
—Pues aquí vinieron a dejar un citatorio para que te
359
Un Paso muy Difícil
presentes en la procuraduría, lo más pronto posible.
Me quedé pensando en para qué me habrían citado.
—¿Está segura de que es para mí?
—Si aquí tiene tu nombre y lo trajo una patrulla de policías judiciales.
—Pues no se que será, que regresen otro día—. Le dije a
mi madre y me olvidé del asunto.
Era casi la hora de salida cuando mi madre me llamó.
—¿Puedes venir a dormir a la casa?
—Si, no creo que vaya a desvelarme.
—Está bien, acá te esperamos.
No entendí porqué dijo “esperamos”, supuse que mi
padre estaría allí para la hora de la cena.
Cerré a la hora acostumbrada, y me dirigí a mi casa en
camión. Una hora más tarde llegaba a mi casa.
Descendía del camión cuando vi a mi madre acompañada de dos hombres que estaban cerca de ella.
—¡Ese es!—. Escuché a mi madre decirles.
Mi madre había dado otro paso muy difícil.
Uno de ellos se acercó a mí y me peguntó:
—¿Eres Daniel Valverde?
Sin comprender lo que pasaba le respondí:
—Si.
El otro hombre que lo acompañaba se acercó por detrás
de mí, me tomó del cinturón y me llevo hasta un coche
Falcón color azul marino con los rines oscuros.
—¿Qué pasa?—. Les pregunté a los hombres sin dejar
de ver a mi madre, quien tenía los brazos cruzados y que
miraba sin perder detalle lo que ocurría.
—Se te acusa de haber violado en contra de su voluntad
a la señorita Josefina Cruz Pedroza.
Mi mente no reaccionaba.
360
J.David Villalobos
Me preguntaba ¿Violación?
Recordé la mancha rosada que tenía en el pene.
¿Qué había ocurrido? ¿No era ella una prostituta? ¿Por
qué me acusaba falsamente?
Mi madre vio que me metían dentro del coche patrulla y
les preguntó:
—¿A qué hora lo sueltan?
Uno de ellos miró sonriendo a mi madre y comentó:
—¿A qué hora? Serán como ocho.
—¿Tantas?—. Preguntó mi madre.
—Si, pero ocho años preso por violador.
Mi madre hasta ese momento se dio cuenta de lo que
había hecho.
Se tapó la boca para ahogar el llanto.
Creo que mi madre se sintió en ese momento como Judas Iscariote. Me había entregado.
Pero ella me entrego no a cambio de unas monedas, sino
a cambio de unos prejuicios.
El coche arrancó, y miré a mi madre a través de la ventanilla trasera de la patrulla, que venía corriendo detrás gritando:
—¡Daniel, Daniel!
El coche se perdió en la oscuridad de la noche.
361
Un Paso muy Difícil
MOMENTOS TRAGICOS
Esa mañana Bob se despertó llamando a su esposa:
—¡Gaby!
Al no escuchar respuesta, volvió a insistir.
—¡Gaby! ¿Estás ahí?
Se levantó de la cama y descubrió que la cuna en donde
dormía su hija se encontraba vacía.
Se vistió y bajó la escalera para buscar a su suegra.
Al no encontrarla, optó por regresar a su casa y prepararse para ir al restaurante.
Mas tarde, Luisa lo vio llegar y le volvió a preguntar:
—¿Qué pasó con lo del divorcio?
Bob evitaba hablar del tema. No podía separarse de su
esposa en ese momento, por el amor que le tenía a su hija.
—Pronto “honey”—. Le dijo evadiéndola.
Luisa lo vio entrar a la cocina mientras ella se quedó
malhumorada tras la barra.
A través de la ventana, alcanzó a ver a Raúl quien no
dejaba de mirar insistentemente hacia el restaurante.
Preocupada de que se hubiera atrevido ir a visitarla, se
dirigió a la cocina y le dijo a Bob:
—Regreso en un minuto, voy a la papelería.
—Está bien, toma tu tiempo.
Salió y se dirigió hacia la acera de enfrente y le preguntó
a Raúl:
—¿Qué haces aquí amor?
—Vine a ver que te hacía el maldito gringo—. Le dijo
en tono muy agresivo, sin dejar de mirar al restaurante.
—Nada Raúl, solo estamos trabajando.
Preocupada de que Bob los pudiera ver le insistió:
362
J.David Villalobos
—¡Por favor vete a la casa!
Pero Raúl no podía entender en ese momento.
Su mente se encontraba atrofiada bajo el efecto de la
mariguana, y era demasiada la que había consumido, además
traía aliento alcohólico.
Luisa lo tomó del brazo para alejarlo de ahí.
—¡No! —Le dijo zafándose de ella— ¡Si te toca lo mato!
Volviendo a mirar a Luisa le dijo:
—¡Ya no estoy dispuesto a soportar que te la siga metiendo!
Ella presa de la angustia le dijo tratando de calmarlo:
—Está bien, ya no va haber nada entre él y yo.
Y suplicándole de nuevo le dijo:
—¡Pero por favor! Vete a la casa y allá hablamos.
Bob salió de la cocina para leer el periódico, que había
comprado; y alcanzó a ver a través de la ventana a Luisa con
un hombre que la acompañaba.
No comprendía por qué ella se encontraba tan angustiada. Se colocó a un lado de la ventana, y cubriéndose detrás
de las cortinas se quedó a observarlos.
Raúl presa de los celos la tomó de los brazos, cerró sus
manos alrededor de ellos y la sacudió fuertemente, y le dijo:
—¡Si te veo con él! Aunque sea en la esquina ¡Lo mato
y te mato a ti también!
Luisa se sentía desesperada y no dejaba de voltear insistentemente al restaurante.
—¡Por favor Raúl! —Le dijo llorando de desesperación— No digas eso, yo te amo pero por favor vete a la casa, allá hablamos.
—¡Te lo advierto!—. Le dijo apuntándole la cara con los
dedos de la mano.
363
Un Paso muy Difícil
Y sin dejar de ver al restaurante se alejó.
Luisa regresó al restaurante temblando de nervios, nunca
lo había visto así. Se sentía atemorizada.
Bob la vio llegar y se metió a la cocina. Cuando escuchó
la puerta mosquitero golpear el marco de la puerta, decidió
salir a su encuentro.
—¿Cómo te fue?
—Bien, —Le dijo sin mirarlo a los ojos— no encontré
lo que necesitaba.
—¿Y qué necesitabas? “honey”—. Le preguntó astutamente.
Luisa no podía pensar en ese momento en algo que el
restaurante necesitara, y se le ocurrió decir:
—Necesitaba papel de china para envolver algunos regalos.
Bob ya no quiso preguntar más, al verla que se encontraba al borde de un colapso nervioso.
—Está bien.
Luisa se paró frente a él y le dijo:
—Bob, esta noche no puedo ir contigo al hotel.
—¿Por qué no? Cariño.
—Es que tengo un compromiso.
Bob sospechaba que había algo entre ella y ese hombre
que la había sacudido y le dijo:
—¡Perfecto! Así puedo disfrutar de la compañía de mi
esposa y de mi hija.
Observó de reojo la reacción que tuvo su comentario
sobre ella y agregó:
—Las llevaré a pasear.
Luisa cambió su estado de ánimo de preocupación a
desesperación, para llegar finalmente a la frustración.
Se sintió humillada y lastimada.
364
J.David Villalobos
Dejó de preocuparse por su novio, y empezó a preocuparse sobre su residencia americana.
—Bob, —Le dijo seriamente— solo te dije que tenía un
compromiso. ¿No puedes entenderlo?
—Si lo entiendo perfectamente. Está bien, ve. Tú no te
preocupes.
—Pero si quieres, —Le dijo Luisa titubeando— lo cancelo y vamos al cine.
—No cariño.
Se acercó a ella para tomarle la cara y le dijo:
—Está bien, ve a tu compromiso.
—¡No quiero ir!—. Estalló Luisa en un arranque de ira.
Bob le miraba su cambiante estado de humor.
—¡Quiero estar contigo!
Se abrazó desesperadamente a él y le dijo:
—¡Llévame contigo, no me dejes aquí tengo miedo!
Le llegó un ataque de pánico y estalló en llanto a causa
del miedo que le tenía Raúl.
Poco a poco se fue dejando caer al piso envuelta en un
mar de lágrimas. Bob la miró en silencio y trató de levantarla, pero ella lo golpeó en el pecho llevada por la desesperación y la ira.
—¡Bastardo infeliz!—. Le dijo llorando mientras lo golpeaba nuevamente.
Bob la abrazó para evitar que siguiera golpeándolo, pero
ella seguía insultándolo.
—¡Desgraciado! ¡Son of a bitch, mother fucker!
Bob la soltó cuando se hubo calmado.
La acompañó a que sentara en una silla, y le dijo:
—Ve a tu casa en este momento.
Ella lo miró y le preguntó:
—¿Qué hay de nosotros?
365
Un Paso muy Difícil
Bob se le quedó mirando, y muy seriamente le dijo:
—Creo —Hizo una pausa— que ya se terminó.
Luisa dejó de llorar y lo miró con odio.
Bob nunca la había visto en ese estado y le dijo:
—Creo que es mejor que ya no regreses a trabajar, te
pagaré todo el mes, y te daré una compensación.
Luisa se puso de pie y le dijo:
—¡Ni creas que te vas a deshacer tan fácilmente de mí!
Bob tomando las cosas con calma le dijo:
—No lo hagas más difícil, es mejor así.
Bob se tocó la barbilla antes de continuar, estaba meditando sobre lo que le pensaba decir.
—Además; creo que tu novio, ese muchacho con el que
estabas platicando hace rato, te estará esperando esta noche.
Luisa sentía que se le recortaba la respiración a causa de
la ira que estaba sintiendo, y le dijo:
—¡Pues ese es más hombre que tú!
Tratando de humillarlo continuó:
—No es como tú, un pobre viejo enfermo y pervertido.
Bob sintió que comenzaba a perder los estribos a causa
de la humillación de la que estaba siendo víctima.
—Es mejor que te retires ya, antes de que pierda la cabeza.
Luisa furiosa lo seguía provocando.
—¡Si, me voy! —Y levantando su dedo hasta ponerlo
frente a la cara de Bob le dijo— ¡Pero esto lo va a saber tu
mujer! Le diré lo que somos, a ver si te perdona “gringo”
depravado.
Bob no pudo contenerse y estalló gritándole:
—¡No te atrevas a lastimar a mi esposa!
—¡Mira nomás quien lo dice! Se me hace que tu esposa
se ha de estar acostando con otro, mientras tú gringo impo366
J.David Villalobos
tente y pervertido, me “coges” por atrás.
Bob no pudo soportar más la terrible humillación, y le
cruzó el rostro con la mano. El golpe que le dio fue tan duro,
que Luisa se resbaló y cayó de rodillas en el piso.
Se puso de pie tocándose la cara y le dijo en tono amenazante:
—¡Esto no se va a quedar así! —Y se dirigiéndose a la
puerta le gritó— ¡Lo vas a pagar muy caro maldito!
El marido de Gabriela había dado un paso muy difícil,
que no podría ser modificado. Pagaría muy caro su error.
Bob regresó a la barra y se sirvió un trago de una botella
que tenía escondida, debido a que no tenía permiso para
vender licores, solo cerveza.
Se bebió el trago de un solo golpe. Al ver que no se le
calmaba la ira, se sirvió otro. Estaba terminando de beberlo
cuando escuchó la voz de María quien le dijo:
—¿Con que bebiendo desde temprano don Bob?
María al ver su cara encendida le preguntó:
—¿Pues qué le pasó?
—Nada, —Contestó casi a punto de llorar— tuve un
fuerte disgusto.
María se apresuró a entrar a la cocina gritando:
—¡Luisa, Luisa!—. Al no encontrarla regresó y le preguntó:
—¿En dónde está Luisa para que vaya a la farmacia?
—Ya no va a trabajar aquí.
—¿Por qué patrón?
—Tuvimos un problema y la despedí.
—¡Ah! Ahora lo entiendo, ella es la causante de su disgusto.
Bob no dijo nada y le preguntó:
—¿Puedes hacerte cargo del restaurante, mientras voy a
367
Un Paso muy Difícil
la casa a ver a mi esposa?
—¡Claro don Robert! —Le dijo animándolo— Vaya a
su casa y descanse, nosotras nos hacemos cargo del negocio.
—Gracias Mary, al rato regreso.
—No se preocupe, vaya con su esposa.
Gabriela en ese momento se encontraba descansando en
una habitación de “The Historic Hotel Congress”.
Joel la había dejado sola para que pudiera descansar
mientras él y sus músicos, se dedicarían a instalar el equipo
en el salón grande del Hotel Santa Rita, a unas cuadras de
distancia.
Ya tenían varias reservaciones para esos tres días que
permanecerían en la ciudad.
Terminada su presentación, se trasladarían a Phoenix el
lunes siguiente. Tenían calculado permanecer una semana en
cada ciudad.
Gabriela se sentía feliz de estar con Joel, aunque echaba
de menos a Angélica. Sabía que su hija se encontraba en
buenas manos, ya que Rosario su cuñada, era muy paciente
con los niños y se veía que la adoraba.
Tuvo un pensamiento para su marido. Sintió pena por él
y no tenía la menor idea de lo que sucedió cuando despertó y
no la encontró en la casa.
Esperaba que con esta osadía, Bob se divorciara de ella.
También pensó en su madre y en lo que estaría haciendo, al darse cuenta de que se fue, dejando a la niña encargada.
En ese momento doña Dolores no dejaba de vociferar, al
darse cuenta de lo que había hecho Gabriela.
—¡No puedo creer que Gabriela me haya hecho esto!—.
Le dijo a su nuera, cuando supo que tenía a la niña.
368
J.David Villalobos
—Va a regresar pronto doña Lola—. Le dijo Rosario
tratando de calmarla.
La madre de Gabriela daba vueltas sobre la habitación,
refunfuñando y vociferando.
—¡A ver que va hacer su marido cuando se entere que
ésta se largó, con no sé quien!
Caminando en círculos dentro de la habitación, desesperada, le dijo a su nuera:
—Yo no me trago el cuento de que se fue de vacaciones.
¿Con que dinero?
Rosario no podía decir nada más, porque no sabía más.
Doña Lola se detuvo y mirando a Rosario le dijo:
—Debemos llevar esta niña a bautizar.
—Pero, hasta que regrese Gaby—. Le refutó Rosario.
—¡No podemos esperar más! De un momento a otro nos
puede “agarrar” la muerte, y esta criatura andará vagando
por el Limbo.
Rosario no quiso discutir con su suegra. Ya sabía lo testaruda y agresiva que era cuando se ponía furiosa.
—Voy a hablar con mi marido para llevarla nosotros a
bautizar, no podemos esperar más.
—Doña Lola. ¿Y qué le voy a decir a Gaby?
—¡Nada! La que manda soy yo. —Y dando un bastonazo en el piso finalizó— ¡Y punto!
Más tarde, Bob llegaba a su casa y esperaba encontrar a
su esposa e hija, pero antes se detuvo en la casa de su suegra.
La encontró en la cocina, y la saludo:
—Buenos días doña Lola.
—Buenos días Bob. —Le respondió y le dijo— Ya sé a
lo que vienes.
—¿A qué suegra?—. Le preguntó frunciendo el ceño.
—A buscar a tu mujer y a tu hija.
369
Un Paso muy Difícil
Bob a pesar del trago amargo que había pasado con Luisa, sonrió tranquilo y le dijo:
—En efecto suegra. ¿En donde están?
La madre de Gabriela se puso de pie, y apoyándose en el
bastón le dijo sin rodeos:
—¡Pues aquí no están!
Bob recorrió inútilmente con la mirada la habitación, y
le preguntó:
—¿Entonces, en donde están?
—Tu hija está en casa de Rodrigo. Y tu mujer, solo Dios
sabe a dónde se largó.
Bob se alarmó y le pregunto:
—¿Cómo que no está en la casa?
—Como lo oyes. ¡Se largó de la casa!
Bob ya no la escuchó y subió los escalones de a dos.
Entró a su casa gritando:
—¡Gaby, Gaby!
Se dirigió a la recámara y vio la cama deshecha como él
la había dejado aquella mañana.
Abrió el ropero y vio que faltaba la ropa de ella.
Sintió que las piernas le fallaban, y se sentó al borde de
la cama pensando en donde podría estar.
—¡Nora!—. Exclamó al recordarla y se puso de pie.
El problema era que desconocía la dirección en donde
vivía ella, y por lo tanto no sabía en donde localizarla.
Lo único que lograba recordar, era que andaba con uno
de los amigos de Joel. Empezaría a indagar con ellos.
Salió de la casa y bajó los escalones casi volando, y tras
encontrar un taxi se dirigió al salón “Los Pinos”.
Esperaba que hubiera alguien a esa hora del día.
Minutos más tarde descendía del taxi.
—¡Espere aquí por favor!—. Le dijo al conductor.
370
J.David Villalobos
La puerta se encontraba abierta, y dirigiéndose hacia el
interior, se acercó a un mozo de limpieza.
—Disculpe. ¿Sabe usted en donde vive Joel Valverde?
—No señor—. Le contestó el mozo.
Paseando la vista por el lugar le preguntó:
—¿A qué hora empieza la orquesta?
—Los hermanos Morales empiezan a las nueve de la
noche.
Bob no recordaba el nombre de la orquesta de Joel.
—¿A esa hora puedo encontrar a Joel Valverde?
El mozo continuó secando el piso, y sin dejar de realizar
su trabajo le respondió:
—El señor Joel está de gira con su orquesta en los Estados Unidos.
Bob presa de una angustia que no podía comprender,
trataba de poner en orden sus pensamientos y le preguntó:
—¿Desde cuándo?
—Desde ayer.
El marido de Gabriela repasó mentalmente los sucesos
acontecidos desde el día de ayer. Trataba de relacionar la
ausencia de su esposa con la gira del Joel. No lograba poner
en orden sus pensamientos y no tenía a quien recurrir.
Quería comprobar si su esposa se había fugado con Joel.
Pensaba que quizás debía estar en algún otro lado, pues
no sería capaz de dejar a su hija. Hasta ese momento se había
acordado de su hija.
Salió del salón y abordando nuevamente el taxi, que lo
estaba esperando; se dirigió a casa de su suegra.
Momentos más tarde descendía del vehículo, casi en
movimiento. Abrió la puerta de la casa, y entró gritando:
—¡Doña Lola!
Ella volteó a mirarlo desde su mecedora favorita y le
371
Un Paso muy Difícil
dijo:
—¡Ay muchacho! Me asustaste.
— ¿En dónde está mi hija?
La señora Luna se puso de pie y le respondió:
—Ella está bien.
Y mirándolo inquiridoramente, le preguntó:
—¿Y para qué quieres verla?
—¡Solo quiero verla!—. Le dijo.
En total desesperación volvió a peguntar:
—¿En dónde está?
—Está en casa de Rodrigo.
Y acercándose a él, le dijo tratando de tranquilizarlo:
—La está cuidando “Chayo”, no te preocupes.
—¿A dónde se fue Gaby?
Dolores se sentó en una silla de la mesa y le dijo:
—¡Ay hijo! No sabemos a dónde se fue. Chayo dice que
se fue de vacaciones, pero no dijo a donde.
—¿De vacaciones?—. Preguntó sin comprenderlo.
Las únicas vacaciones que tenían programadas, era salir
en Navidad a alguna parte, con tal de dejar esa acalorada
ciudad. Pero no se habían podido llevar a cabo debido a su
restaurante.
Su esposa no tenía mucho dinero como para haberse ido
ella sola. No comprendía a qué tipo de vacaciones se refería.
—¿Conoce usted a Nora?
Dolores hizo como que estaba tratando de recordarla.
—Nora, Nora—. Pasados unos momentos dijo:
—Si, vino aquí a preguntar por ella el día que “se alivió”.
—¿Sabe en dónde vive?
—No Bob, ni idea.
El marido de Gabriela subió los escalones, para dirigirse
372
J.David Villalobos
a su casa. Trataba de buscar algún indicio sobre el paradero
de ella.
Bob desesperado, se tiró boca abajo en la cama y se
soltó llorando como un niño.
A la mañana siguiente, Bob despertó sobre su cama revuelta y sin haber logrado indagar algo sobre su esposa.
Se había quedado toda la tarde encerrado, esperándola
con la esperanza de que pudiera regresar en cualquier momento. Se llegó la noche, y con ella; el agotamiento físico y
mental. Se levantó temprano y se dispuso a acudir a su restaurante. No sabía lo que le deparaba el destino.
Mientras, Dolores Luna se preparaba para salir.
Sin avisarle a nadie, encaminó sus pasos en busca de un
taxi. No transcurrió mucho tiempo cuando un taxi se detuvo.
Tras abordarlo, le dio el domicilio y se dirigieron a un
lugar. Media hora después, el taxi se detenía afuera de una
iglesia.
—Espéreme aquí por favor, no tardo.
—Si señora—. Dijo el conductor apagando el motor de
su vehículo.
La madre de Gabriela se dirigió hasta un confesionario,
en donde se encontraba un sacerdote sentado leyendo una
biblia.
Dolores lo vio, y mirando hacia los lados para cerciorarse de que nadie la viera, se acercó corriendo mientras gritaba:
—¡Padre, padre!
El sacerdote se asustó ante los gritos desaforados de esa
anciana que reclamaba su atención. Se levantó de su silla y
se acercó a Dolores, quien se acercaba lentamente hasta él
sin dejar de gritar:
—¡Ayúdeme por favor!
373
Un Paso muy Difícil
El sacerdote se acercó a ella, quien no dejaba de llorar.
—¿Qué te ocurre hija?
—¡Ayúdeme! ¡Mi nieta se muere!
—¿Qué ocurre?
Dolores le tomó la mano al cura y le dijo:
—¡El doctor dice que le quedan unos días de vida!
Y dejándose caer sobre sus rodillas le dijo:
—¡Ayúdeme, no está bautizada!
—Cálmese por favor. —Le dijo tratando de tranquilizarla— ¿Ya está registrada la niña?
Dolores no lo había pensado y preguntó:
—¿Es necesario?
—Si. —Ayudándola a ponerse de pie le dijo— Es rápido. Solo acuda al registro civil.
Dolores había cesado en su llanto y el cura le dijo:
—Deme su domicilio y yo voy a su casa mañana temprano.
Se despidió del padre besándole la mano, y se subió de
nuevo al taxi para dirigirse a casa de su hijo Rodrigo.
Mas tarde, se encontraba frente a su nuera.
—¿Ya se fue Rodrigo a trabajar?
—No suegra, hoy no fue se sentía malo—. Le contestó
Rosario.
—Supongo que ha de estar “crudote” ¿Verdad?
Rosario conociendo muy bien a su suegra, y que no
podía ocultarle la verdadera razón, le dijo la verdad:
—Si, un poquito.
—¡Levántalo! necesito hablar con él.
Y recorriendo con la mirada la habitación preguntó:
—¿En dónde está la niña?
—Está dormida en la cama con Elenita.
—Pues. ¡Levántala de la cama y tráela para acá!
374
J.David Villalobos
Rosario fue a despertar a su marido:
—¡Rodrigo, Rodrigo! —Le dijo moviéndolo— Tu
mamá está aquí y quiere hablar contigo.
Su madre no pudo esperar más, y llegó hasta la recamara
en donde se encontraba su hijo.
Arrugando la nariz dijo:
—¡Que feo apesta este cuarto! ¡A puro borracho!
Rodrigo al escucharla se enderezó en la cama y la saludó:
—Hola “amá”, buenos días.
—¿Qué tienen de buenos? —Dijo malhumorada, y le
ordenó— Levántate ya, necesito que me acompañes tú y tu
mujer al registro civil.
—¿Para qué amá?
—Tú no rezongues. ¡Y párate ya!
Diciendo eso, le dio un golpe con el bastón en las piernas y le gritó:
—¡Es urgente!
Rodrigo se quejó del dolor causado por el golpe, y se
levantó inmediatamente de la cama.
Más tarde, se subían al viejo coche de Rodrigo, quien
con las manos temblorosas ante el volante, condujo hasta el
registro civil.
Dolores traía a la hija de Gabriela entre sus brazos, y se
acercó ante el funcionario que atendía el registro civil.
Éste al verlos llegar les preguntó:
—¿Se les ofrece algo?
La madre de Gabriela miró a su hijo y a su nuera, quienes tenían dibujada la preocupación en el rostro debido a lo
que Dolores estaba a punto de hacer.
Ella ya los había aleccionado en el coche mientras se
dirigían a las oficinas del registro civil.
375
Un Paso muy Difícil
—¡No “amá”! —Había dicho Rodrigo— Hay que esperar a Gaby.
—Ella ya abandonó a su marido y a su hija, se largó de
“huila”, por eso hay que registrarla a mi nombre.
—Pero suegra —Había dicho su nuera— no está bien lo
que va hacer.
—¡Está bien, está bien!—. Dijo Dolores.
Y astutamente sacó la carta debajo de la manga y les
dijo:
—¡Si no hacen lo que les digo, se van de mi casa!
Rosario y su esposo al escucharla, se quedaron sin
habla. Tenían tiempo viviendo en la casa de ella, sin pagar
un centavo de renta.
Con tal de ayudarlos a ellos, Dolores se había ido a rentar la casa en donde estaba viviendo ahora.
—¿Se les ofrece algo?—. Volvió a preguntar el funcionario ante el silencio de esa anciana.
—Si licenciado, mi hija acaba de fallecer de parto y
quiero registrar a mi nieta como hija natural.
—¿Y el padre de la niña?—. Preguntó el hombrecillo
con lentes de gafas gruesas.
—Se largó cuando supo que estaba embarazada—. Dijo
sollozando Dolores.
—¿Trae usted a dos testigos?
La madre de Gabriela supo disimular muy bien la alegría que le dio al escuchar preguntar al funcionario. Todo iba
bien.
—Si licenciado, aquí están presentes—. Dijo volteando
a ver a su hijo y a su nuera.
—Está bien, comencemos con el registro del bebé. Siéntense por favor.
Dolores y su familia se sentaron frente al gran escritorio.
376
J.David Villalobos
—¿Cómo se va a llamar?
—Dolores Luna—. Dijo sin pensarlo
La madre de Gabriela había dado un paso muy difícil.
Mientras, Luisa se encontraba con Raúl contándole lo
que había ocurrido entre ella y Bob.
—¡Quería hacer el amor conmigo, pero como me negué
me golpeó!—. Le dijo llorando mientras le mostraba el golpe
que todavía traía en la cara.
—¡Ese hijo de puta la va a pagar!—. Dijo Raúl enfurecido.
—Además me corrió sin darme un solo peso—. Le dijo
alimentando más el odio en su novio.
—¡Lo voy a matar!—. Explotó de rabia.
—¡Si amor, dale en la madre al cabrón!—. Lo provocaba su novia.
Bob ajeno a lo que ocurría con su hija y con Luisa, se
dirigió al restaurante.
Al llegar encontró a Luisa en compañía de su novio fuera de su restaurante, y pensó que venía por su liquidación.
Se dirigió a ellos para darles una explicación, y de que
podrían pasar el fin de semana.
—¿Puedes venir?….
Bob no alcanzó a terminar la frase.
Raúl había enterrado en el estómago de Bob, repetidas
veces el picahielos que traía en la mano, perforándole el estomago y los intestinos. Bob cayó al suelo sin poder gritar.
El dolor era tan intenso que se dejó caer poniendo las
manos sobre su estómago.
Raúl permaneció de pie, con el arma todavía en la mano
mirándolo con la mirada perdida.
Luisa no podía hablar y se había quedado atónita por la
impresión.
377
Un Paso muy Difícil
Jamás pensó que su novio llegaría a tanto.
Luisa se puso de rodillas acercándose a Bob quien la
miraba sin comprender.
—¿Por qué?—. Le preguntó a Luisa.
—¡Perdóname amor!—. Le dijo acariciándole los cabellos rubios. Raúl al escucharla le gritó:
—¡Eres una puta!—. Y enterró en la espalda de ella el
arma mortal perforándole un pulmón.
Luisa cayó a un costado de Bob, gimiendo de dolor
mientras veía a Raúl que huía despavorido.
Al ver a su patrón herido, sus empleadas salieron del
restaurante gritándole a Raúl.
—¡Asesino! ¡Llamen a la policía!
—¡Llamen a la cruz roja!—. Gritó María.
Juanita salió corriendo al establecimiento de la esquina
para hacer la llamada a la ambulancia.
Bob comenzaba a palidecer y le murmuro a Luisa:
—Yo te amaba.
Luisa no podía escucharlo.
Había perdido el conocimiento.
Minutos más tarde una ambulancia de la cruz roja recogía a los heridos, para ser trasladados al nosocomio.
Lupe no dejaba de llorar mientras veía partir a su patrón
a bordo de la ambulancia.
378
J.David Villalobos
PESADILLA INFERNAL
Capítulo IV
Esa noche me trasladaron a los “separos” de la policía
judicial. Me condujeron por un pasillo angosto hasta llegar a
una celda. Se escuchaban algunos gritos que no logré entender por el momento.
—¡Aguador!
Al escuchar el grito, un tipo con la cabeza rapada y vistiendo ropa sucia y maloliente, se acercaba a donde se le
requería. Llevaba una cubeta de agua y tenía una taza de
plástico adentro. Se acercaba a las celdas y les ofrecía de
beber.
Me quedé mirando el entorno con la boca seca y lleno
de terror.
—¿De que lo acusan pareja?
Escuché preguntar a un hombre que vestía ropa de civil,
y que portaba una pistola tipo escuadra al cinto.
El individuo que me había cogido por el cinto respondió:
—¡Es un violín!
—¡Ah pinches violines! ¡Mételo a su celda al cabrón!
No supe por qué me decían violín. Me condujeron a una
de las celdas en donde estaban encerrados alrededor de diez
personas. Al abrir la reja de la celda me empujaron hacia
adentro. Me quedé aterrado y me aferré con fuerza a los barrotes mientras escuchaba la cerradura cerrarse.
Sentí que mi mundo se derrumbaba.
Al voltear hacia adentro de la celda, vi a una gran variedad de individuos acomodados en esa pequeña celda de tres
metros cuadrados.
379
Un Paso muy Difícil
Había una “cama” de cemento en donde estaban sentados, supongo que los que habían llegado primero que yo, o
los que tenían más jerarquía ahí dentro.
—¡Aguador!—. Se escuchaban los gritos por el pasillo.
El encargado de llevar el agua a las celdas, era un preso
que ya tenía tiempo encerrado, y que gozaba de cierta libertad, pero solo dentro de los “separos”.
Me senté en el piso cerca de los barrotes, para tratar de
ver hacia el pasillo, pero era imposible. Permanecí sentado
en cuclillas tratando de descansar. Sentía la boca seca, pero
no me atreví a pedirle agua con solo ver de dónde la sacaba.
La noche transcurrió lentamente, permanecí todo el
tiempo cabeceando sin haber logrado conciliar el sueño. Toda la noche escuché los gritos reclamando al “aguador”.
A la mañana siguiente se escuchó el despertar de las
actividades policiales, autos calentando motores, voces y
gritos de los agentes.
De repente se escuchó a alguien caminar por el pasillo.
Llegó hasta la celda donde me encontraba y gritó el
nombre de un detenido.
—¡Fulano de tal!—. No recuerdo el nombre, pero era un
joven de unos dieciocho años que parecía que trabajaba en la
construcción.
—¡Fulano de tal!—. Volvió a repetir el agente de mal
humor.
En ese momento se puso de pie el aludido.
Se le veía temeroso.
—¿Por qué no contestas cabrón?—. Le preguntó al joven.
Después dirigiéndose al guardia le gritó:
—¡Ábrele la puerta a este cabrón!
Una vez que salió de la celda, la reja volvió a cerrarse
380
J.David Villalobos
estrepitosamente haciendo que mi corazón quisiera detenerse.
Había transcurrido como una hora, cuando regresó el
joven de aspecto albañil con la cara húmeda y llorando.
Una vez adentro, todos lo acosaron con preguntas:
—¿Qué te pasó?
—Me volvieron a llevar al cuartito.
—¿Qué te hicieron?
—Me volvieron a dar de toques en los huevos—. Dijo el
albañil llorando.
—¿Qué les dijiste?
—¡Yo no fui! ¡Ya se los dije pero no me creen!
Al poco rato lo dejaron solo en un rincón sollozando.
—¡Aguador!—. Se seguían escuchando los gritos.
De vez en cuando se dejaba escuchar la voz del hombre
de la cabeza rapada.
—¡A como chingan!—. Y les llevaba la cubeta con
agua.
Se me ocurrió preguntarles:
—¿En dónde puedo hacer del baño?
Uno de ellos me preguntó:
—¿Vas a orinar o a cagar?
— Cagar—. Le dije y me contestó amenazadoramente:
—¡No, aquí no vas a dejar tu peste! ¡Te aguantas
cabrón!
Ante terrible amenaza, no pude ni siquiera pensar en
orinar.
De repente se volvieron a escuchar los pasos del hombre
que había venido antes a la celda.
Traía un pantalón de mezclilla azul marino oscuro y un
cinturón con una hebilla ancha, con una cabeza de vaca de
largos cuernos. Traía botas vaqueras negras y una chamarra
381
Un Paso muy Difícil
de piel negra, la cual no podía cerrarse debido a la gran barriga que tenía.
Llegó hasta la reja y gritó el nombre de otro detenido:
—¡Daniel Valverde!
Me encontraba agarrado fuertemente a los barrotes y
volvió a repetir mi nombre:
—¿Quien chingados es Daniel Valverde?
Todos me miraron a la vez.
Yo no podía articular
palabra alguna.
El tipo de la barriga me preguntó:
—¿Eres tú?
No pude responder y sin dejar de apretar los barrotes
con los dedos, asentí con la cabeza.
— ¡Ah! Eres el violín —Dijo riendo— ¡Vamos!
No podía separarme de los barrotes, mis manos parecían
garfios y no podía moverme de mi lugar.
El tipo me gritó y debilitó mi moral.
—¡Vamos mariquita! ¡No tengo tu pinche tiempo
cabrón!
El agente que hacía de guardia, y que tampoco traía uniforme sino ropa de civil, me tomó del brazo y me jaló hacia
fuera de la celda.
Me sujetó del brazo y me condujo por un lúgubre pasillo. No podía pensar, las lágrimas estaban a punto de brotar y
sentí las piernas como de hule.
Me dejé guiar como si fuera un zombi.
Nos acercamos a un pequeño cuartito y el de la barriga
la abrió y me empujó ahí dentro.
—En un momento va a venir a hablar contigo una persona—. Me dijo y se alejó cerrando la puerta.
Los minutos pasaban y se me hacían eternos.
Había una mesa adentro y dos sillas.
382
J.David Villalobos
Momentos después, llegó el de las botas negras acompañado de otros dos. Sentí que me desmayaba y parecía que
no podía levantar ni un brazo.
Uno de ellos se presentó ante mí y me dijo:
—Soy el capitán Martín de la policía judicial.
Yo lo miraba sin pronunciar ninguna palabra.
—¿Sabes por qué estás aquí?
—No—. Dije con muchos esfuerzos.
Mi respuesta hizo que los otros dos se rieran.
El capitán permaneció en silencio y me dijo:
—¿No sabes? Te lo voy a decir.
Traía en la mano un acta y la puso sobre la mesa.
—Se te acusa de violador. —Hizo una pausa para mirarme— Si tú quieres lo hacemos fácil o difícil, tú sabrás.
El de las botas negras sacó una botella de Peñafiel y la
comenzó a agitar bruscamente.
Al ver lo que hacía le pregunté:
—¿Qué hago?
—Firma la declaración y ya acabamos.
Pensé que si firmaba me podría ir a la casa y pregunté:
—Si firmo ¿Me podré ir a mi casa?
Los dos de chamarra negra rieron.
—No. Es solo para que nos ahorres el tiempo para obligarte a que firmes. Si no quieres hacerlo, aquí el agente Yáñez, te va a obligar metiéndote el agua mineral por la nariz
hasta ahogarte.
Miré al tal Yáñez que continuaba agitando la botella de
agua, y pasó por mi memoria el albañil que había sido torturado y accedí.
—¿En donde firmo?
Uno de ellos dijo:
—Así son de culitos los pinches violadores.
383
Un Paso muy Difícil
Me entregaron las hojas y me señalaron en donde debía
firmar. Lo hice sin haber leído tal cantidad de hojas.
Una vez firmado uno de ellos me tomó del cinturón para
regresarme a la celda, y le pregunté:
—¿Puedo utilizar su baño?
Me miró con desdén y dijo:
—¡Nada más te apuras cabrón!
Después de salir del baño que era para uso personal de
ellos, me regresaron a la celda.
Al entrar de nuevo a la celda, todos me miraron y permanecieron en silencio.
—¿Así que eres violín?—. Se atrevió a preguntar el que
me había prohibido hacer del baño.
—¿Qué es eso?—. Le pregunté.
Viendo que no bromeaba me respondió:
—¡Violador!
Después siguió el silencio.
—¡Aguador!—. Se seguían escuchando los gritos.
Permanecí allí unas tres horas más sentado en mi posición inicial. En todo ese tiempo no dejaba de venir el de la
hebilla con cabeza de vaca, solicitando la presencia de algún
otro detenido.
—¡Zutano de tal!
Por mi parte dejé de preocuparme. Sabía que al haber
firmado esas hojas ya no me iban a tocar.
De repente escuché mi nombre.
—¡Daniel Valverde!
Me puse de pie y me dijo el compañero de Yáñez.
—¡Vámonos al Tapatío!
Me preguntaba: ¿Por que al hotel “El Tapatío” que estaba por la carretera a Chapala? ¿Qué tenían que hacer allá?
Me condujeron por varios pasillos hasta llevarme a una
384
J.David Villalobos
camioneta cerrada que me conduciría por la ciudad, hasta
llevarme al “Tapatío”, que era el Reclusorio Preventivo de la
zona metropolitana de Guadalajara.
Mi padre y Julián se dedicaron de lleno a tratar de sacarme de la prisión. Se había dictado la sentencia y faltaban
las apelaciones y un nuevo juicio, por lo pronto el sistema
judicial declaraba que yo era culpable hasta demostrar lo
contrario.
El infierno que pasé en cuando llegué es indescriptible.
Fue como haber descendido al mismo infierno.
Las primeras semanas la pasé compartiendo una celda
con seis prisioneros. En mi primera noche me tocó dormir en
una cama de concreto en la litera baja.
No pude conciliar el sueño pensando en mi futuro.
Era un joven de dieciocho años, condenado a pasar encerrado durante ocho años de mi vida en una prisión por un
delito que no cometí.
Aquejado por unos dolores en las piernas, debido a los
calambres que me dieron durante la noche; debido al frio de
la “cama”, salimos al patio. El calor del sol lo recibí como
una bendición.
Me senté lejos de los demás reos en una banca de concreto. De pronto se acercó un reo alto quien venía acompañado de otros dos y me dijo:
—¡Tú vas a ser mío!—. Dicho eso se alejaron.
No entendí a que se refería y permanecí toda la mañana
en el patio del penal, hasta que se llegó la hora de la comida.
Nos formamos y detrás de mí escuché una voz que me
dijo:
—Le gustaste al “diablo”.
Volteé y le pregunté al que se había dirigido a mí.
—¿Por qué dices eso?
385
Un Paso muy Difícil
No me respondió y se alejó de mí.
Era el único que me había dirigido la palabra.
Con mi plato de comida en la mano y un vaso de agua
en la otra, traté de buscarlo entre los cientos de reos que estaban sentados. No pude encontrarlo y me senté en una mesa
con otros más. Uno de ellos era un anciano al que le faltaban
los dientes delanteros y me sonreía estúpidamente.
Otro de ellos, era un obeso de unos treinta años y usaba
lentes con una armazón gruesa negra. Parecía tímido y evitaba mi mirada. De vez en cuando me miraba por encima de la
armadura de sus lentes.
Había otros más que me miraron por un momento, para
después olvidarse de mí y dedicarle tiempo a comer la basura
de comida del penal, y que era parecida a la comida que mi
madre nos daba de comer cuando éramos más chicos.
Uno de los reos que había visto por la mañana en el patio, se acercó y me dijo:
—El diablo quiere verte.
Lo volteé a ver y le pregunté:
—¿Quién es el diablo?
—No preguntes y sígueme —Volteó a ver mi plato y me
dijo— Deja tu comida.
Me levanté y una centena de reos me seguían con la mirada.
Llegué hasta donde estaba el mencionado diablo.
—Tú vas a ser mío—. Volvió a decirme en cuanto llegué ante él.
Volteé a mirar a los que estaban con él que no dejaban
de sonreír como estúpidos. Pero yo no le encontraba la gracia.
—Siéntate aquí a mi lado—. Me dijo señalándome un
lugar vacío, en una larga banca en donde se encontraba en
386
J.David Villalobos
compañía de otros reos.
El diablo medía poco menos de dos metros, tenía el cabello largo y descuidado. Tenía un bigote muy grueso y su
cara la tenía llena de pequeñas cicatrices circulares, debido a
alguna viruela o acné mal tratados.
Era de constitución normal, y en los brazos tenía todo
tipo de tatuajes, desde serpientes, caras demoniacas y una
gran cantidad de palabras sin sentido. Alcancé a leer algo así
como “vida en el infierno”.
Traía puesto una camiseta gris de manga corta.
Me senté a su lado y me ofreció un tipo de comida diferente, en la que incluía fruta, me obsequió una pera que estaba deliciosa y era lo más dulce que había probado en días.
No recuerdo que más hablamos, pero recuerdo haberlo
escuchado decir:
—Tienes una cara de niña.
Al terminar el tiempo para comer, me levanté y le dije:
—Gracias por la comida—. A lo que me respondió:
—No lo olvides, vas a ser mío.
Llevaba ya una semana en mi celda y una noche se acercaron dos guardias. Uno de ellos llevaba un garrote cubierto
de cinta negra, y me dijo:
—¡Hey tú! —Me señaló con el garrote— ¡Sígueme!
Salí como autómata detrás de él, mientras su compañero
caminaba detrás de mí. Tenía demasiado sueño.
Caminamos por los pasillos de las celdas hasta llegar a
una celda que estaba en otra sección dentro del penal.
—¡Entra!—. Me dijo empujándome con el garrote por la
espalda. Sentí cuando me golpeó en las costillas y eso me
dolió.
En cuanto entré, el diablo salió detrás de una cortina y
me alegré de verlo.
387
Un Paso muy Difícil
—Hola ¿Qué tal?— Le dije sonriendo.
—¿Listo para ser mío?—. Me dijo.
Creí que se trataría de una iniciación para pertenecer a
su pandilla.
—Si—. Le dije sin más ni menos.
—¡Quítate el pantalón!—. Me ordenó.
Dudando le pregunté:
—¿Para qué? —Y agregué— Así está bien.
—¡Que te lo quites!—. Me ordenó.
Al verlo furioso su rostro había cambiado. Pude comprender por qué le decían el diablo.
Lleno de miedo, me quité el pantalón de mezclilla que
había usado en la imprenta. Lo había lavado ya varias veces
dentro del penal.
Quedé en trusa y el diablo me ordenó:
—¡Súbete a la cama!—. Inmediatamente comprendí de
lo que se trataba. Lo vi quitarse el pantalón y me quedé mirando su pene que estaba medio erecto. Sabía que me iba a
violar y no se lo iba a permitir.
Me acosté encima de la cama y apreté las piernas lo más
fuerte que pude.
Él me miró y soltó la carcajada:
—¡Así no pendejo! Boca abajo —Y luego agregó— No
eres una mujercita.
Permanecí en la misma posición y él se subió a la pequeña cama que tenía un colchón, no era como la colchoneta
de esponja que tenía la cama en donde yo dormía.
—¡Que te voltees te digo puto! —Me gritó molesto—
¡Si no quieres que te parta la madre cabrón!
Me volteé sin más remedio, y el diablo se colocó detrás
de mí. Con una mano me tomó de la cintura y me hizo colocarme de rodillas. De un tirón me bajó la trusa, las cuales ya
388
J.David Villalobos
no ceñían bien a mi cintura, debido a que el elástico de la
cintura ya estaba muy usado.
Quedé indefenso en esa posición.
De nada servían mis pocos conocimientos adquiriros de
defensa personal ante un asesino. Sabía bien que mi vida no
valía nada dentro de ese penal si me resistía.
Desfilaron por mi mente las escenas de la revistas que
Armando; el amigo de mi padre me había mostrado en su
casa sobre el sexo entre hombres. Pensaba en Patricia y en lo
que estaría haciendo sin mí, pensaba en las semanas que ya
tenía encerrado.
Mi mente no dejaba de pensar en la música y en todo lo
que iba a perder si seguía encerrado en esa celda con ese
loco. Sentí la punta de su erecto pene tratando de entrar en
mi orificio, y apreté las nalgas para evitarlo.
De repente sentí un manotazo en una de mis nalgas. Fue
tanto el dolor que sentí, que me quejé y abandoné la guardia.
No pude evitar ser penetrado, cerré los puños y apreté los
dientes del dolor que sentía.
Ya no quise apretar las nalgas para que no me doliera
tanto. El se movía dentro de mí, y me dijo:
—Aprieta el culo ¡Cabrón!
Me negué y me lo volvió a repetir sin dejar de empujar
repetidas veces:
—¡Aprieta el culo cabrón mariquita!
—¡No puedo, me duele!—. Le dije.
En el fondo muy dentro de mí, algo me decía que no lo
hiciera gozar. Pensaba que si llegaba a apretar mis esfínteres,
se iba a despertar en mí el deseo de ser penetrado siempre.
Sentí que podría llegar a gustarme y me volvería homosexual. Nunca lo hice a pesar de sus insistencias y manotazos
que me daba en las nalgas, cada vez que me penetraba.
389
Un Paso muy Difícil
Mi mente llegó a acostumbrarse tanto a la violación de
la que era objeto por parte del diablo, que logré separar mi
cuerpo de mi mente y de mis emociones, del dolor y la realidad, solo vivía de los recuerdos. Siempre tuve mi mente
ocupada pensando en mil cosas mientras el diablo saciaba su
lujuria.
—¡Aprieta el culo cabrón!—. Me decía lo mismo siempre, y así mismo yo siempre me negaba.
Me había acostumbrado a los manotazos que me daba
para que lo obedeciera, que ya se me había hecho una costumbre. Recordaba los azotes que mi padre me daba de chico, y los castigos de mi madre con su chancla de “gallo”.
Ya habían pasado varios meses desde esa noche infernal, cuando un día el diablo me dijo:
—Daniel, ve con el químico y dile que te de dos rayitas.
Se quedó mirándome fijamente y lo repitió de nuevo:
—¡Dos rayitas!
Salí de su celda; a donde me habían “transferido” a petición de él, y que era en donde me encontraba viviendo ahora,
y me dirigí a otra sección del penal a buscar al “químico”.
Cuando llegué a su celda le dije:
—Dice el diablo que le mandes dos rayitas.
El hombre de unos cuarenta años, se levantó de su silla
en donde se encontraba sentado, y se dirigió a una pequeña
mesa con un cajón de donde extrajo un polvo que disolvió
en agua, una vez disuelto, lo absorbió con una jeringa delgada como de unos dos centímetros de capacidad. Terminado el proceso me la entregó con una sustancia dentro, que no
rebasaba los dos milímetros y regresé con el diablo.
Yo era el protegido del diablo, además de ser su mandadero, su enfermero y su amante. Éste tomó la jeringa y enseguida se la aplicó en el brazo.
390
J.David Villalobos
Tenía en ambos brazos una gran cantidad de cicatrices, y
las venas estaban laceradas por el abuso de tantas inyecciones. Se acostó en la cama y con una liga de hospital, apretó
su brazo jalándola con los dientes.
Golpeó varias veces sobre su brazo, tratando de encontrar alguna vena que no estuviera tan dañada. Pasado un rato,
la encontró y la pico con la jeringa. Aflojó el torniquete, y
poco a poco dejó fluir la pequeña dosis.
Me quedé mirándolo cómo se inyectaba. Era la primera
vez que yo iba por su dosis, él siempre enviaba a alguien
más.
Una vez que terminó de inyectarse se quedó tirado en la
cama, entonces yo procedía a extraerle la hipodérmica para
regresarla con el químico.
Una tarde me volvió a enviar con el químico.
—¡Daniel! Ve por mis dos rayitas.
Me dirigí como siempre a donde se encontraba el químico y le dije:
—Dice el diablo que le envíes tres rayitas.
El individuo me miró extrañado y me preguntó:
—¿Para qué quiere tres? Si siempre me pide dos.
—Yo no sé. —Le dije— ¡Tú envíasela!
—¡No! Le voy a enviar dos. —Dijo mientras consumía
lo último que quedaba de su cigarrillo de mariguana.
—Como quieras. —Le dije— Pero el diablo me encargó tres.
Me miró durante un buen rato pensativo, y luego volvió
al cajón de la pequeña mesa y se dedicó a preparar la heroína. Me la entregó y sentí que el corazón se me quería salir
por la boca.
Antes de regresar con el diablo, me dirigí a la cocina.
Yo podía movilizarme libremente dentro de las instala391
Un Paso muy Difícil
ciones, así que me acerqué a un cocinero y le dije:
—Préstame algo con que hacer un torniquete.
El reo que lavaba las ollas miró la jeringa, y comprendiendo lo que iba a hacer me apretó la muñeca con ambas
manos y me dijo:
—Inyéctatela en las venas de la mano.
Me apretó con tal fuerza, que las venas de mi mano izquierda saltaron, aparecieron de tal manera que no tuve problema para pinchar una y dejar fluir un milímetro de la sustancia. Una vez que hube terminado, corrí tan rápido como
pude hasta llegar con el diablo. Éste se encontraba desesperado y me preguntó:
—¿Porqué tardaste tanto?
—Estaba terminando de hervir las jeringas—. Le mentí.
Mientras él se aplicaba la inyección, comencé a sentir
los efectos de la pequeña dosis.
Sentí un brote de euforia acompañado de un cálido sonrojo de la piel. Sentía la boca seca y las piernas y los brazos
pesados. Me sentí que estaba "volando".
El diablo seguía en lo suyo y no podía ver lo que me
estaba ocurriendo. Me acosté en la otra cama que estaba dentro de la misma celda y me quedé disfrutando del “viaje”.
Por primera vez era libre y mi mente estaba fuera de ese
penal, no me importaba lo que me había sucedido. Sentí que
mi cuerpo estaba prisionero pero no mi espíritu.
Permanecí acostado sobre la cama durante un buen rato.
Escuché a lo lejos que el diablo me decía algo, pero no comprendí. Salió de la celda y me dejó tirado sobre la cama.
Pasada la euforia, sentí los malestares del consumo.
Como había sido la dosis muy pequeña, y era la primera
vez sentí una depresión y empecé a toser. Mi tos era seca y
desconocía la causa de ella. Sentí náuseas y comencé a vo392
J.David Villalobos
mitar a un lado de la cama. Mi estómago parecía que estaba
librando una batalla interna, y sentí unos efectos gastrointestinales como si todo mi intestino se estuviera moviendo,
hizo que los esfínteres se aflojaran y terminara bañado en mi
propio excremento sobre la cama. No lo pude evitar y terminé sucio, orinado y maloliente.
Más tarde el diablo se había enterado de lo que yo había
hecho y me dio una bofetada.
—¡No lo vuelvas a hacer cabrón! ¿Oíste?—. Estaba furioso.
No dije nada, pero lo continué haciendo a escondidas.
Sentí que era la fuga para mi cuerpo y mi mente, y así
poder soportar las continuas violaciones por parte del diablo,
que casi todas las noches llevaba a cabo.
Me escapaba de vez en cuando a donde estaba el químico para pedirle que me diera dos rayitas. Al principio se negó
y lo amenacé con denunciarlo ante el diablo. Logré convencerlo, al menos durante poco tiempo.
Después fue muy difícil tratar de conseguir que me diera
aunque fuera una mínima dosis.
Un día me decidí a dar un paso muy difícil.
Ante tanta negativa por parte del “químico”, le dije:
—¡Te doy las nalgas!
Se sorprendió de mi propuesta y recuperándose inmediatamente me dijo:
—¡Ni madres! Es capaz de matarme el diablo.
Viendo que podía perder la oportunidad para calmar la
adicción, que ya se había apoderado de mí le dije:
—No lo va a saber. —Viendo que titubeaba le comenté— Confía en mí.
Parecía indeciso y nervioso, pero al final aceptó.
Me aplicó la jeringa y a los cinco segundos comencé a
393
Un Paso muy Difícil
volar. Sentía que mi cuerpo no estaba en ese lugar sórdido y
tenebroso, sino con Patricia y su enorme estómago por su
embarazo.
No supe o no quise saber cómo fue la penetración por
parte del químico, solo recuerdo que me quitó el pantalón y
me acostó sobre su cama. Lo vi levantar mis piernas y subirse encima de mí. Después ya no supe nada, sino hasta llegada la hora de dormir. Al día siguiente era día de visita.
Había perdido la noción del tiempo ahí dentro.
A veces me masturbaba cuando tenía tiempo para mí
solo, evocando los recuerdos de las noches de pasión con
Paty. Mi padre no dejaba de visitarme, y mi madre lo hizo
unas pocas veces ya que cuando me vio dijo:
—¡Daniel mira nomás como estás de flaco!
Le reproché:
—Es por su culpa Judas—. Le dije y se fue llorando.
Le había pedido a mi padre que no la dejara ir a visitarme.
Mis esfínteres se habían acostumbrado tanto al continuo
roce del pene del diablo, y a veces el del químico, que había
ocasiones en que no podía controlar mis evacuaciones y ensuciaba mi pantalón.
Me seguía negando a apretar mis esfínteres para hacer
gozar al diablo. No estaba dispuesto a hacer gozar al hombre
que me estaba haciendo daño. Pero más que nada, tenía miedo de entrar al terreno peligroso de la homosexualidad. Tenía
miedo de dar ese difícil paso y hacerme adicto al sexo entre
hombres.
Mi pensamiento aún estaba con Paty y su embarazo, era
él último recuerdo que tenía de ella, antes de ser puesto entre
esas cuatro paredes a lado del diablo, quien yacía en ese
momento roncando.
394
J.David Villalobos
Había aprendido a separar mi cuerpo de mi espíritu.
Mi cuerpo era el prisionero entre esas cuatro paredes,
pero no mi espíritu ni mis creencias, tampoco mis conceptos
morales.
Ya habían pasado ocho meses y mi adicción a la heroína
era mayor. A causa de la adicción, yo fui culpable del asesinato de un inocente. Debido a mis continuas exigencias para
obtener mi dosis, un día el químico se negó.
—Hoy no puedo Daniel, no me han surtido y se me está
acabando.
—No importa, tú dame mis tres rayitas—. Le dije, pues
hacía tiempo que ya había aumentado la dosis.
—Daniel, entiende. Si el diablo me pide su dosis y no la
tengo, me va a matar.
—Pues te va a matar de todos modos si no me la das, le
voy a decir que me pediste las nalgas.
El químico al escucharme dijo:
—No Daniel, no seas gacho. Me prometiste no decirle
nada. Si quieres te doy otra cosa.
—¡No! Dásela al diablo, pero a mí no me la cambies.
El químico se rascaba la cabeza pensando que hacer.
Se fue al cajón seguido por mí.
Yo no quería que me fuera dar otra cosa que no fuera
heroína. La preparó y me la aplicó en una de las venas del
pié. El lavaplatos que un día me ayudó a aplicarme la dosis,
me había dicho que las venas de las manos y los pies, eran el
mejor lugar para ocultar las huellas. A veces me la aplicaba
en el brazo para dejar descansar mis manos y mis pies.
Me bajé el pantalón para pagarle y me dijo:
—Hoy no Daniel, ya vete.
Salí de su celda y me dirigí al patio a recibir los rayos
del sol. Vi una banca vacía de concreto y allí me acosté.
395
Un Paso muy Difícil
No se cuanto tiempo me quedé dormido.
Desperté cuando de repente vi al diablo cerca de mí.
No me reconoció, y se dirigió a un reo que permanecía
sentado sobre el borde de la banqueta, cerca de mí.
Se colocó detrás de él y le dijo:
—¡No te muevas por que hoy te vas a morir!
El reo no se movió. Entonces, el diablo sacó una varilla
larga de acero y que tenía finamente rebajada la punta, como
si fuera un estilete.
Colocó la varilla sobre la cabeza y la levantó sobre sus
brazos. Entonces de una sola estocada la dejó caer, como si
hubiera sido la espada de un torero sobre el toro.
La fuerza que llevaba fue tan grande, que quedó hundida
la mitad en el cráneo del desdichado. No pude moverme debido a la impresión. Me encontraba a pocos metros de la
escena. Desconocía las causas de su actitud sanguinaria, y de
por qué no me había reconocido.
Sin dejar de sostener la varilla con una mano, sujetó la
cabeza del reo con la otra, y de un tirón extrajo la varilla de
acero, dejando caer el cuerpo sin vida del infortunado.
Acto seguido hizo algo que me llenó de pánico. Se llevó
la varilla a la boca, y la limpió con la lengua. Me quedé sin
moverme de mi asiento, sentí una corriente de aire helado
que me envolvía como si hubiera sido el verdadero diablo el
que pasó cerca de mí. Tenía ganas de vomitar, pero el miedo
a que me descubriera, hizo que me aguantara.
Después supe por boca del químico, que él le había dado
otras sustancias mezcladas con la heroína, y eso lo había
trastornado. Perdió la conciencia y el sentido de la realidad,
ya que la heroína calmaba su agresión reprimida.
Ahora entendía por qué me hacía sentir bien. Me liberaba de la agresión acumulada que sentía hacia el sistema judi396
J.David Villalobos
cial, hacia mi madre por haberme entregado, hacia los agentes que me amedrentaron haciéndome firmar una declaración. Hacia Josefina por haber mentido y hacia el mismo
diablo. Incluso hacia la religión y al Dios mismo.
Un día me visitó mi padre para darme la noticia de que
iba a quedar en libertad. Se había probado mi inocencia al
investigar a fondo la vida secreta de Josefina.
Me visitó y me dijo:
—Mañana venimos por ti.
Me encontraba en shock, no sabía cómo iba a vivir de
nuevo en la sociedad. Pero más me angustiaba si iba a volver
a ver a Patricia. Poco antes de salir del penal, me enteré de
que al diablo lo habían confinado a otra prisión.
Al llegar a la casa de mis padres, permanecí encerrado
una semana sin salir a la calle, y sin desear ver a nadie.
Me sentía deprimido y necesitaba una dosis de heroína.
Tomaba mucha agua y sufría de diarreas constantes.
Estuve varios días con suero para poder desintoxicarme
y había perdido bastantes kilos de peso, de vez en cuando me
daban altas fiebres. Además tenía que soportar la cara compungida que siempre traía mi madre.
Al final ya no pude soportar y salí de la casa sin saber
qué rumbo tomar. Me decidí visitar a Julián.
Al llegar me recibió con alegría de saber que ya había
salido. Miré a su esposa que se encontraba en la otra habitación haciendo un trabajo de encuadernado.
Julián tenía a su lado a una niña en una andadera, quien
corrió hacia donde yo estaba. La niña reía y él dijo:
—Ella es Tita.
La levanté de la andadera ante la mirada nerviosa de
Patricia, que aún no me había saludado y saludé a la niña:
—¡Hola Tita!
397
Un Paso muy Difícil
La niña me tocaba la cara, mientras yo me dirigí a donde
estaba Patricia. Me acerqué y le pregunté:
—¿Cómo está señora?
Ella tenía la cara encendida a pesar de no hacer calor.
—Bien—. Me dijo titubeando
—¿Por qué se llama "Tita"?—. Le pregunté:
—Se llama Patricia —Me dijo— pero antes, le decíamos
Paty, pero como se le ocurrió a mi sobrino decirle “patita”,
así nació el apodo de “tita”.
Luego me dijo:
—Dame a la niña para darle algo de beber.
Salió del taller para dirigirse a su casa, a través de la
puerta que tantas veces había cruzado a altas horas de la noche, para estar conmigo. Pero ahora era otra mujer diferente
y distante.
Julián advirtió mi melancolía y me dijo:
—Aquí tienes tu “chamba”, si quieres regresar.
Él tenía a dos empleados.
Acepté ser un empleado más y me dijo:
—No te quiero como empleado —Viendo mi extrañeza,
agregó— Te quiero como el jefe de taller, quiero que enseñes a todos ellos a trabajar como tú sabes.
Era un paso muy difícil, pero tenía que darlo.
No sabía si iba a triunfar o a fracasar, así que me atreví a
darlo. No pude evitar derramar unas lágrimas.
Julián se acercó y me abrazó ante la mirada de los dos
trabajadores. De verdad cómo adoraba yo a ese hombre noble, comprensivo y generoso.
Mentalmente agradecí que su esposa se hubiera alejado
de mí. No volvería a acostarme con ella. Así como yo respetaba a mi familia, respetaría la de él.
Me quité la chamarra de piel que traía puesta y me
398
J.David Villalobos
quedé ese mismo día a trabajar.
La adicción a la heroína, me hizo darle a mi madre la
mitad de mi sueldo para poder conseguirla. Era muy difícil
conseguirla en la calle, ya que es una droga ilegal y altamente adictiva.
La usan millones de adictos por todo el mundo, y son
incapaces de vencer la necesidad de seguir consumiéndola
cada día de sus vidas, sabiendo que si dejan de hacerlo,
tendrán que enfrentarse al horror de retirarse de ésta. Y yo
me estaba enfrentando a ese horror.
Mi padre me consiguió que tocara unos días en el casino
Royal en donde él trabajaba, para así ayudarme con los gastos. Él sabía tocar bajo y guitarra eléctrica, además de piano
y batería. Como él me había enseñado también a tocar el
bajo, acepté ir a cubrirlo al cabaret durante unos días, mientras él se iba con su grupo de violines a sus fiestas particulares. Al llegar al cabaret, los primeros en contactarme fueron
los homosexuales.
—Hola. ¿Cómo te llamas?
—Daniel—. Le dije.
—Yo soy “Mona”.
—Mucho gusto—. Le dije
—Estoy para lo que se te ofrezca.
Su ofrecimiento me hizo pensar en mis necesidades.
Ya tenía casi dos semanas “seco” y no podía calmar la
ansiedad que estaba padeciendo. Julián había observado que
mi producción en su imprenta había disminuido.
Me acerqué hasta su cara y le pregunté:
—¿Dónde puedo conseguir heroína?
—¡Ay papi! —Exclamó horrorizado— No sabía que
eras un drogadicto, tan guapo que eres.
Y se dio la vuelta dejándome plantado.
399
Un Paso muy Difícil
Me subí al estrado de la orquesta donde trabajaba mi
padre y me dediqué a hacer mi trabajo.
Terminado el trabajo, me abordó un homosexual de
unos cincuenta años y me dijo:
—Hola Daniel, soy Sabú.
Me extrañó que supiera mi nombre. Después me dijo:
—Me informaron que andas buscando algo. Yo te lo
puedo dar.
Pensé: “Que rápido se corrió la voz en este ambiente”.
—Si—. Le dije
—Vamos a mi casa—. Me dijo.
Tomamos un taxi y nos dirigimos a un hotel, que era el
lugar en donde vivía y que estaba cerca de la central de autobuses. Me trajo recuerdos cuando llegamos a esta ciudad
hacía ya años, cuando me había orinado en la cama.
Subimos al piso donde tenía su habitación y me dijo:
—No te la cobro, pero págame de otra forma.
Recordé cuando le dije al “químico” del penal lo mismo.
Sentí compasión por ese hombre viejo y rechazado por
la sociedad, la que desprecia a los homosexuales desconociendo sus necesidades de afecto, compañía y un poco de
amor. Sacó de su buró de noche una pequeña caja en donde
tenía unos sobres blancos, y me dijo:
—Daniel, no tengo heroína pero te puedo inyectar cocaína diluida en agua destilada.
Se vino a mi mente la imagen del diablo un poco antes
de abandonar la prisión. Pero la desesperación que padecía
me hizo confiar en él. Sacó el polvo y colocó una pequeña
cantidad en una cuchara de metal, luego rompió la punta de
una ampolleta de agua destilada y la extrajo con una jeringa
nueva. Depositó el agua de la jeringa en la cucharita y la
colocó bajo la llama de un encendedor.
400
J.David Villalobos
Una vez que hirvió el líquido, colocó un pequeño trozo
de algodón en la punta de la jeringa; para que sirviera como
filtro, y procedió a absorberlo. Después me hizo un torniquete y pinchó la vena de mi brazo y me la aplicó.
Eran las doce del medio día, no había logrado levantarme temprano para ir a la imprenta. Me dolía la cabeza y tenía
la boca seca. Me encontraba desnudo y a mi lado estaba el
viejo homosexual.
Me sentía sucio y asqueado, había tenido mi primera
relación con un homosexual por droga. No iba a ser la primera ni la última vez que me prostituiría para obtener droga.
Como era joven y guapo, se corrió la voz entre los
homosexuales y muchos de ellos gastaban su dinero en cocaína o heroína si podían conseguirla, para pasar una noche
de sexo conmigo.
Yo lo hacía por dos razones: Hacerlos sentir que no todo
el mundo los rechazaba y que valen mucho como personas,
la otra razón era; pagarles todo el esfuerzo y sacrificio que
hacían para lograr calmar mi adicción, sacrificando sus ahorros. El sexo era solo eso. No había ningún vínculo con los
sentimientos. Lo había aprendido en la prisión, donde durante casi un año, yo había sido el pasivo. En esta ocasión yo
era el activo.
El ambiente nocturno de los cabarets, me envolvió y
quedé atrapado. Y como no podía ya hacerme responsable de
la imprenta, le di las gracias a Julián y me dediqué a visitar
los demás cabaret y centros nocturnos de la “zona roja” del
barrio de San Juan de Dios, tales como el “Dandy”, el “Sarape”, la “Luna de miel”, para ofrecerme como suplente de
alguno que otro músico que quisiera descansar. ¡Y lo logré!
A muchos no les gustaba trabajar los domingos y a otros
los sábados. Así comencé a cubrir toda la semana en distin401
Un Paso muy Difícil
tos centros nocturnos, incluyendo el “Afro casino” y el
“Zombi”, los cuales estaban un poco alejados de la zona de
tolerancia.
Me había refugiado en el alcohol para calmar la ansiedad que padecía, pero si llegaba a pasarme de copas, solo
recurría a algún comprensivo homosexual para que me diera
un poco de cocaína y me pudiera apagar la borrachera.
Había estado en la cama con la mayoría de los homosexuales, incluyendo la “Mona” que me saludó la primera
vez. A veces pasaba la noche con alguno de ellos gratuitamente, por el solo hecho de brindarles compañía, ya que
ellos también necesitaban de compañía como yo.
La adicción me había vuelto un joven muy solitario.
Yo había conocido lo que es la soledad y la falta de
amor que uno necesita. Patricia me había rechazado, y yo por
despecho me estaba entregando frenético a la relación homosexual.
Una noche deambulaba por el “Afro casino” que estaba
ubicado en la calle Libertad 6, y me entretuve conversando
con el portero. De pronto alguien salió y le preguntó:
—¿No ha llegado Felipe?
—No Antar—. Le respondió el portero.
Este hombre llamado Antar se me quedó mirando y me
saludó:
—Hola. ¿Cómo te llamas?
—Daniel—. Le respondí.
—¡Qué guapo eres!—. Me dijo, y se regresó al interior
del cabaret.
El portero sonreía mientras se me quedaba mirando, y
le pregunté:
—¿Quién es ese?
—El coreógrafo del ballet.
402
J.David Villalobos
Ese hombre andaría rondando la edad de unos cuarenta
y cinco años, tenía bigote y era un poco robusto.
Me entretuve conversando y volvió a salir:
—¿Todavía estas aquí?—. Me preguntó coqueteando.
Yo ya sabía lo que él quería, y le respondí:
—No tengo a donde ir.
—Te invito a donde quieras—. Me dijo.
Me invitó unas copas y a ver su show. Terminada la
función me llevó al hotel Calzada, en donde él vivía.
Me invitó a inhalar un poco de cocaína y sin más palabras nos empezamos a desnudar. Sentí su bigote áspero en
mi boca y me causó repulsión.
Sin decir más palabras me tiró boca arriba sobre la cama, y sin darme tiempo de reaccionar, me levantó las piernas
y subiéndose encima de mí, me penetró.
Mi pensamiento se fue a la penal con el “químico”.
Cuando hubo terminado todo, me dio veinte pesos y me
abrió la puerta de su habitación para que me retirara.
Había dado otro paso muy difícil.
Me estaba prostituyendo por droga.
403
Un Paso muy Difícil
ANGUSTIA Y SUFRIMIENTO
El marido de Gabriela había sido rápidamente intervenido quirúrgicamente, y pudieron salvarle la vida. Aún se encontraba en el hospital recuperándose de las heridas que sufrió a manos de Raúl, quien se había dado a la fuga.
Ya había pasado más de un mes de la cobarde y trágica
agresión, en donde había perdido la vida Luisa. Ella había
sufrido la perforación del pulmón y se produjo un "Neumotórax", había entrado aire al pulmón y por lo tanto, sufrió
de una insuficiencia respiratoria, así como también por el
traumatismo de la lesión.
Había sufrido pérdida de la
conciencia y no se enteró cuando le llegó la muerte.
Bob tuvo una visita ese día en el hospital.
Dolores Luna había asistido al funeral de Luisa, y tenía
que hacerse cargo de la recuperación de Bob, ya que no tenía
familiares en Nogales para que le ayudaran. Así se lo había
informado el médico cuando ella se enteró de la agresión.
Le tenía pánico a Bob, y no sabía cómo iba a enfrentar
el hecho de haber registrado a la hija de él, además de haberla bautizado sin su consentimiento.
Las empleadas de su restaurante habían respondido bien
y se hacían cargo de que todo siguiera funcionando con normalidad. Pamela había quedado a cargo y le había enviado
un telegrama a la familia de Bob, en Denver.
El hijo mayor de Bob fue por él, ya que ese día le daban
el alta y tendría que pasar al menos tres meses en recuperación, y al cuidado de alguien.
Una ambulancia recorrió los casi catorce kilómetros
para trasladar a Bob hasta el aeropuerto, en donde debía
abordar el avión en una camilla; la cual fue sujetada al piso
404
J.David Villalobos
del avión y que lo llevaría hasta Denver.
Pamela fue a despedirlo hasta el aeropuerto y le había
prometido cuidar del restaurante hasta su regreso.
La madre de Gabriela no sabía que Bob ya no se encontraba en la ciudad. La pequeña Angélica vivía con ella, pero
ahora con el nombre de Lolita.
Gabriela y Joel seguían con la gira que se había extendido hasta Texas. Habían tenido tanto éxito que los contrataron
para tocar en Amarillo, Waco, San Ángelo, Austin, San Antonio y para finalizar, en Laredo.
Ya tenían viajando casi tres meses y ella se encontraba
nerviosa por regresar. No había podido mantener contacto
con su cuñada debido a los continuos cambios de ciudades.
El último telegrama que recibió por parte de Rosario,
había sido un mes anterior, y el texto decía:
“todo bien punto angélica saludable punto cuídense
rosario”
El transporte de la cervecería viajaba ahora hacía Nogales por las carretera federal 10, en el estado de Nuevo México. Se encontraban cerca de la pequeña ciudad de “Las Cruces”. Gabriela venía dormida a causa de su nuevo embarazo
y sentía la misma pesadez de antes.
Joel se sentía emocionado de regresar y de volver a “Los
Pinos”, pero aún faltaban como quince horas para llegar.
Nadie de ellos se imaginaba el desenlace que iban a tener sus vidas, con su regreso.
Carlos Manríquez había quedado satisfecho con el trabajo de la orquesta de los “Hermanos Morales”, pero más satisfecho estaba por haberse ahorrado el dos por ciento de comisión, que le daba a Joel. Le había gustado la orquesta y se
405
Un Paso muy Difícil
sintió complacido.
Lolita con sus casi seis meses de edad volvía loco a don
Rodrigo, el padre de Gabriela.
—Es encantadora—. Dijo sonriendo sin adivinar lo que
ocurría a su alrededor.
Su esposa lo miraba en silencio. No le había dicho la
verdad a su marido.
Él era todo lo contrario a su esposa. Aunque tenía la
misma edad que ella, se le veía de menos años. Vestía siempre de traje y corbata, y su sombrero color gris oscuro.
Don Rodrigo adoraba a su hija Gabriela desde que llegó
a sus vidas. Y ahora a su nieta, quien también lo volvía loco.
Esa mañana salió de su casa para dirigirse a su trabajo,
pero ya no regresó.
Cerca de la hora de la comida, un automóvil se detuvo
frente a la entrada de la casa de la madre de Gabriela.
Doña Dolores vio el vehículo desde la ventana, y al ver
el logotipo de la compañía en donde trabajaba su esposo sintió un estremecimiento.
—¡Ay Dios!—. Exclamó al verlos subir los escalones.
Se puso de pie y se dirigió a la puerta, en el mismo instante en que ellos iban a tocar. Abrió la puerta y se quedó de
pie mirándolos llena de angustia.
—¿Señora Luna?—. Preguntó uno de ellos.
—Si—. Respondió casi sollozando.
—Le traemos malas noticias.
Ella ya no pudo hablar, sintió que las piernas le fallaban
y se dejó caer en el piso.
—Su esposo, el señor Rodrigo sufrió un paro cardiaco.
Sin dejar de mirarlos les preguntó:
—¿Cómo está?
—Lo sentimos. Falleció.
406
J.David Villalobos
Dolores no pudo más y rompió a llorar, se sentía culpable de que todo lo había hecho mal, y que todo eso era el
castigo de Dios. Primero su hija había desaparecido, después
había fallecido la hija de su mejor amiga, luego Bob estaba
herido de muerte, y ahora había perdido a su esposo.
—¡No! —Gritó— ¿Qué voy a hacer?
—No se preocupe señora, el departamento de finanzas
del estado, le ayudará con los gastos del sepelio—. Dijo otro
de ellos mientras la ayudaba a ponerse de pie.
El padre de Gabriela era un funcionario del gobierno del
estado de Sonora, y tenía mucha gente que lo apreciaba.
Mas tarde Dolores acudió a la funeraria en compañía de
sus hijos Rodrigo y Manuel. Los acompañaba también la
pequeña Lolita en brazos de Rosario y sus dos pequeñas
hijas, Rosario y Elena.
El cuerpo de don Rodrigo yacía dentro de un ataúd color
gris, y se encontraban dentro en la funeraria una gran cantidad de personas del gobierno. Estaban programadas la visitas
a la funeraria del presidente municipal Miguel Amador Torres, y por el gobernador Álvaro Obregón Tapia, hijo del expresidente Álvaro Obregón Salido.
La primera importante ocupación de Álvaro Obregón
Tapia fue la de agricultor en el Valle del Yaqui, que por cierto siempre tuvo aciertos en esta actividad que lo mismo dio
satisfacciones y riqueza, como pobreza y depresiones.
Su segunda ocupación también muy importante, fue
hacerse cargo de la Gubernatura de Sonora, ya que sin
ningún obstáculo llegó a ella el 1 de Septiembre de 1955.
Cuando llegó la familia de don Rodrigo, todos los presentes le permitieron el paso a su viuda. Doña Lola acompañada por sus hijos se acercó al ataúd, y soltó el llanto.
Ajenos a lo que había sucedido, Gabriela y Joel llegaban
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Un Paso muy Difícil
a Nogales a las cinco de la mañana. Se encontraban exhaustos y sucios. Deseaban un baño y un descanso.
Gabriela deseaba ver a su hija cuanto antes.
—¡Vamos a la casa de mi madre!—. Le dijo a Joel.
—Mejor vamos a bañarnos a la casa y descansamos un
rato, cuando nos despertemos enfrentamos a tu marido y a tu
madre—. Le dijo Joel.
Gabriela aceptó y se dio cuenta de que tenía razón.
Casi amanecía cuando el taxi los dejó en la puerta de la
casa de Joel. En cuanto pusieron un pie adentro, se tiraron a
la cama y se quedaron profundamente dormidos.
Era cerca de medio día cuando despertaron:
—¡Apúrate Joel a bañarte!—. Le dijo ella moviéndolo
para que despertara.
Joel se apresuró a ducharse y vestirse, mientras Gabriela
terminaba con su arreglo personal. Quería estar muy guapa
para ver a su hija.
Dos horas más tarde llegaban a la casa de su madre.
Gabriela no dejaba de sentir que los nervios se habían
apoderado de ella. Se había puesto la misma ropa con la que
había ido a ¨Los pinos” el día que se entregó a Joel, solo que
había prescindido de los guantes, el collar y las zapatillas
blancas. El rojo carmesí de sus labios hacían resaltar el color
pálido de su piel, debido a las nauseas y vómitos que estaba
teniendo.
Descendieron del taxi, y se extrañaron de ver a tanta
gente afuera de la casa de su madre. Gabriela entró a la casa
y vio a su madre vestida de negro de la cabeza a los pies, y le
preguntó casi gritando:
—¿Que pasó “amá”?
Ella le reclamó su proceder y le dijo:
—No sé a qué vienes, tu padre acaba de fallecer y tú
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J.David Villalobos
llegas como si fueras a una fiesta.
Gabriela sintió que todo le dio vueltas y perdió el sentido. Joel la alcanzó a detener antes de que cayera al piso, y la
llevó entre sus brazos hasta la recámara de su madre.
Rosario se acercó a Joel:
—¡Póngale alcohol!—. Le dijo entregándole una botella.
Doña dolores a pesar del duelo que tenía, no dejaba su
carácter agrio y malhumorado.
—¿Y usted, quien es?—. Le preguntó a Joel.
Joel sin dejar de darle a oler un pedazo de algodón mojado en alcohol a Gabriela, le respondió:
—Soy Joel Valverde.
—¿Y qué tiene que ver con mi hija?
Joel sentía un rechazo inevitable hacia la madre de Gabriela, por lo que sabía de ella y del mal trato que le había
dado.
—Ese es un asunto personal entre Gabriela y yo—. Le
dijo sin siquiera mirarla.
—Pues. ¡Salga de mi casa!—. Le ordenó.
—No, sin mi mujer.
—¿Su mujer? ¡Si ella tiene marido!—. Le dijo gritando.
Pero Joel ya no quiso discutir.
Gabriela comenzó a recobrar el sentido, al incorporarse
de la cama vomitó en el piso de la recámara y se soltó llorando.
—¡No! ¿Por qué?—. Preguntó llorando.
Joel la abrazó y trató de consolarla.
—¿En dónde está mi “apá”?—. Le preguntó a su madre.
Rosario se acercó y le dijo:
—En la funeraria, ya lo van a llevar a la iglesia.
Gabriela la tomó del brazo y le preguntó sin dejar de
llorar:
409
Un Paso muy Difícil
—¿Y mi hija?
Rosario volteó a ver a su suegra, quien la miró duramente.
—Está bien, ella está en la casa con Rodrigo.
—¡Quiero verla!—. Gritó desesperada, y tomando a Joel
de la mano le dijo:
—¡Ven, vamos!
Rosario se fue detrás de ellos mientras Dolores furiosa,
los seguía con la mirada.
Al llegar a la casa de su hermano, éste salió a recibirla.
—¡Hermana! ¿Cómo estás?—. Le dijo sollozando.
—¡Mal, muy mal! por la mala noticia.
Mirando hacia el interior le preguntó:
—¿En dónde está mi hija?
—Está dormida en el cuarto de Rosarito.
Gabriela se metió a la recámara en donde estaba su hija,
y la tomó entre sus brazos besándola mientras repetía:
—¡Mi hija! ¡Mi Angélica!
Rodrigo al escucharla permaneció en silencio. Ya eran
demasiadas malas noticias como para darle otra más, ya
habría tiempo de sobra para aclarar todas las cosas, incluyendo la agresión que recibió su marido.
Gabriela salió de la casa de su hermano y le dijo a Joel:
—¡Vamos a casa de mi madre! Necesito vestirme de
luto para irnos a la funeraria.
Volteando a ver a su hermano le preguntó:
—¿En qué funeraria esta mi “apá”?
—En “la económica” de don Federico Velázquez—. Le
respondió.
Joel se mantuvo al lado de ella en todo momento sin
despegarse un minuto. Gabriela traía cargando a su hija todo
el tiempo en sus brazos, incluso no quiso que Joel le ayudara
410
J.David Villalobos
a cargarla.
Acudieron a la funeraria, y de ahí se fueron caminando
detrás de la carroza hasta la iglesia.
Una hora después se dirigían hasta el panteón del Rosario. Eran las cinco de la tarde cuando todo había terminado.
Agotados y desmoralizados, tomaron un taxi para que
los llevara de regreso a casa de la madre de Gabriela.
Su madre y sus hermanos aún no regresaban del panteón. Una vez en la casa le dijo a Joel:
—Espérame aquí—. Y le entregó a la niña.
Subió por la escalera hasta su casa, y se dirigió al interior.
—¿Bob?—. Preguntó suavemente.
Llegó hasta la recámara y la encontró revuelta.
Abrió el ropero y encontró ropa de su marido.
Después se dirigió al cajón del buró y buscó papel y
lápiz para escribir una nota. Al terminar de escribirla, la dejó
sobre el buró del lado donde dormía su marido. Después
buscó una bolsa de papel del supermercado, y puso en su
interior todas sus pertenencias que había dejado olvidadas.
Antes de salir, comprobó que no quedaran rastros de ella
en la casa y se alejó de ahí, no sin antes dar un último vistazo
al interior.
—¡Adiós!—. Susurró.
Descendió los escalones y tomando a su hija le dijo a
Joel:
—¡Vámonos ya!
Salieron y se dirigieron a la casa de Joel.
En el camino Joel le preguntó:
—¿Y Bob?
—No sé, supongo que en el restaurante.
A la mañana siguiente, Joel se levantó antes que Gabrie411
Un Paso muy Difícil
la, a causa de los sonidos que hacía la niña en la cama. Ella
había dormido en medio de los dos.
La tomó entre sus brazos y la llevó a la cocina para prepararle su biberón.
Gabriela despertó unos momentos más tarde, y escuchó
que estaban en la cocina. Se dirigió hacia allá pero se detuvo
en la puerta para observarlos. A pesar del dolor sufrido por la
pérdida de su padre, le causó gracia ver a Joel, todo un gran
director de la orquesta que había andado de gira por el norte,
que le estuviera dando el biberón a una niña.
Joel la descubrió y le dijo:
—Buenos días amor.
Ella se acercó a besarlos a los dos y le preguntó:
—¿Quieres café?
—Si —Contestó él y le dijo— debo ir a hablar con don
Carlos para avisarle que ya estamos aquí listos para empezar
a trabajar.
Mirando a su mujer, le preguntó:
—¿Tú que vas a hacer?
Gabriela permaneció en silencio, pensando en lo que iba
hacer.
—Iré a ver a Bob—. Le contestó.
—Si quieres te acompaño.
—No, quiero hacer esto yo sola.
—¿Te vas a llevar a Angélica?—. Le preguntó Joel.
—Si, así con la niña no puede hacerme nada, en caso de
que intentara algo.
Gabriela regresó con la taza de café y agregó:
—Además ahí está Luisa y las demás meseras.
Mirando a Joel que denotaba preocupación le dijo:
—No te preocupes, nada va a pasarme.
Mas tarde Joel se encontraba frente a Carlos Manríquez
412
J.David Villalobos
y lo escuchaba atónito:
—Don Joel, necesito al menos un mes para cambiarlos
por su orquesta, por favor entiéndame.
—Si, don Carlos. Lo entiendo, pero usted me dijo que
en cuanto regresara, iba a estar tocando inmediatamente.
Su jefe no se dejaba convencer.
—Pero, a estos muchachos no los puedo dejar sin trabajo así nomás, necesito darles un tiempo para que se regresen
a su pueblo.
—No es necesario, ellos ya estaban de acuerdo en dejarme el trabajo cuando yo regresara.
—Déjeme pensarlo don Joel —Y rascándose la frente le
dijo— ¿Por qué no viene a verme a fin de mes?
—Es mucho tiempo sin trabajar.
—Pero, usted trae mucho dinero de la gira que hizo. ¿O
no?
Joel captó el sentido de las palabras y comprendió que el
viejo estaba molesto por haberse ido de gira.
—Si, pero no va a durar mucho tiempo el ahorro, si no
percibo ingresos pronto.
—¿Acaso no fueron lo suficientemente grandes los ingresos que percibieron?—. Le preguntó el empresario con
cierta ironía.
Joel ya no quiso insistir y se levantó de la silla.
—Entonces. ¿Es seguro que a finales de mes puedo regresar con la orquesta?
—Muy seguro no, pero veré si puedo darle los domingos.
Joel comprendió que algo había detrás y quería saber la
razón.
—Dígame algo. ¿Es por la comisión que me daba?
—Bueno, —Dijo titubeante— y por otras cosas más don
413
Un Paso muy Difícil
Joel.
—¿Qué cosas?
—Los muchachos Morales, aceptaron que se les redujera el sueldo. Ya ve usted como está la situación.
Joel no podía dar crédito a lo que escuchaba.
—Don Carlos, pero si el negocio estaba trabajando muy
bien.
—No tanto. Desde que usted se fue, la gente dejó de
venir al saber que su orquesta ya no estaba. Fue muy difícil
hacer que aceptaran a sus muchachos.
Joel no sabía que decir, se sentía desesperado.
—¿Por qué no va usted a Magdalena? A la mejor ahí lo
contratan. —Dijo sonriendo— No pienso deshacerme de sus
muchachos, son muy buenos como usted lo dijo.
Se dirigió a la puerta y sin despedirse de su patrón salió
—Que le vaya bien—. Dijo Manríquez para sus adentros, sin ser escuchado por Joel.
Una vez en la calle Joel no sabía qué hacer o a dónde
dirigirse. Se decidió por ir al restaurante del marido de Gabriela. Abordó un taxi, y se dirigió hacia allá.
Gabriela había llegado hacía ya buen rato al restaurante,
para enterarse del trágico acontecimiento.
—¡No puede ser!—. Exclamó llorando al enterarse por
boca de María todo lo que había sucedido.
—Si señora, así como le digo pasaron las cosas—. Le
comentó la mesera.
—Entonces él está bien ¿Verdad?—. Preguntó secándose las lágrimas.
—Si señora. Solo que tiene que estar en reposo, y vino
su hijo desde el “otro lado” para llevárselo.
Mirando a la niña de ella le preguntó:
—¿Puedo cargarla?
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J.David Villalobos
—Si—. Le dijo, a la vez que se lo agradeció pues ya
sentía los brazos cansados de traerla cargando todo el tiempo.
—¿Cómo se llama?
—Se va a llamar Angélica.
—Que bonito nombre—. Dijo María sonriéndole a la
niña.
—Nada más que estaba esperando a que mi marido, digo; Bob tuviera tiempo para ir a registrarla—. Dijo Gabriela.
Gabriela aún no podía dar crédito a todo lo que había
sucedido, y menos saber que Luisa hubiera perdido la vida.
Acongojada y triste, Gabriela permaneció sentada un
rato más dentro del restaurante. Su hija estaba acalorada y
permitió que se refrescara un poco con el aire de los ventiladores.
Ya había pasado más de una hora, cuando vio a Joel
cruzar por la puerta del restaurante.
Gabriela se levantó y soltó el llanto al verlo.
—¡Joel!
—¿Qué sucede?—. Le preguntó preocupado.
—¡Bob!
—¿Qué pasa con Bob?
—Lo hirieron con un picahielos mientras estábamos de
viaje, y ahora se está recuperando en Denver.
Joel se quedó pensativo. No deseaba que le sucediera
nada al marido de Gabriela, pero esa circunstancia desfavorable para Bob, le venía bien a él. Podía compartir el tiempo
con Gabriela y la niña.
—Lo siento mucho—. Logró por fin decir algo.
—¡Vámonos! —Le dijo— Necesito salir de aquí, me
siento culpable de lo que le sucedió.
—No digas eso. —Le aclaró Joel— Las cosas pasan. Y
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Un Paso muy Difícil
tú no debes sentirte culpable. Si hubieras estado aquí, nada
hubieras podido hacer en contra del destino.
Gabriela seguía sollozando, aunque no amaba a su marido lo suficiente, tampoco le deseaba la muerte.
Se sentía realmente preocupada y por fin dijo algo:
—¡Quisiera ir a Denver! Quiero ir a verlo Joel.
Joel no sabía cómo decirle lo que sucedió en “Los Pinos”. Aunque tenía dinero suficiente para vivir un tiempo sin
trabajar, no podía desprenderse de una cantidad enorme para
cubrir los gastos del avión y los alimentos para Gabriela.
—¡Vamos a verlo Joel!—. Imploró ella.
Joel se sentó al lado de ella y le dijo:
—Necesitamos hablar, tengo problemas en el trabajo.
Gabriela se limpió las lágrimas y lo miró extrañada.
—¿Qué ocurre?
Joel le narró la propuesta de trabajar solo un día a la
semana, y que no recibiría la comisión que estaba percibiendo. Se encontraba desesperado y le dijo:
—¡Voy a Magdalena!
—¡Te acompaño! —Dijo Gabriela— Vamos a dejar a
Angélica en casa de mi mamá.
Más tarde llegaban a la casa de doña Dolores, quien recibió de muy buen agrado a la niña.
—Regresamos a la noche “amá”. ¡Cuídemela bien!
—No te preocupes, conmigo está muy bien segura—. Le
dijo en un tono lleno de malicia, que Gabriela no comprendió.
Era más de medio día, cuando Joel y Gabriela abordaron
el camión que los llevaría a Magdalena.
Joel se notaba preocupado por su situación financiera.
Gabriela por su parte también lo estaba, pero por la salud de
Bob. Al cabo de dos horas llegaron a su destino.
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J.David Villalobos
Juntos iban y venían de un lugar a otro, hablando con
empresarios y con gente importante. Joel proponía su orquesta, pero al conocer sus pretensiones, se daban de topes
contra la pared.
—Es mucho dinero señor Valverde —Le dijo un empresario— Este pueblo no da para tanto.
Ninguno había aceptado contratarlos debido al enorme
prestigio que tenía su orquesta, este era el último que veían.
Joel desesperado le preguntó:
—¿Cuánto es su presupuesto?
El empresario se jugó la última carta.
—La mitad de lo que me pide y solamente dos días a la
semana, viernes y sábado.
Joel y Gabriela se encontraban desalentados. Sabían que
tenían que aceptar la propuesta, ya que no había otra.
—Si acepta, podemos empezar en una semana, necesitamos hacerle publicidad.
Joel miró a Gabriela y ella con la mirada asintió.
—Está bien, acepto.
—¡Perfecto! Entonces firmemos el contrato sobre las
presentaciones que harán, será antes de que empiecen las
lluvias.
Era demasiado tarde cuando regresaron a Nogales.
Se sentían tan cansados y hambrientos, que habían decidido dejar a Angélica en casa de su madre, hasta el día siguiente para poder dormir hasta muy tarde.
Esa noche Joel y Gabriela se entregaron con mutua pasión, olvidándose de todo.
A la mañana siguiente, Joel hablaba con sus músicos
sobre la oferta de trabajar en Magdalena. Algunos no aceptaron el presupuesto y decidieron separarse de la orquesta. De
los diecisiete músicos que eran, incluyéndose él mismo, solo
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Un Paso muy Difícil
siete aceptaron continuar con él. Joel se sentía atrapado.
Tenía que conseguir músicos para cumplir con el contrato, y además ensayarlos para que se acoplaran. Era todo un
dilema. Restaban solo dos días para su presentación, y había
decidido ir él solo a magdalena sin Gabriela y la niña. Necesitaban un lugar para vivir ellos, y ensayar a los nuevos
músicos.
No logró reunir la cantidad de músicos requerida, y solo
pudo conseguir a tres. Esperaba que el nuevo patrón no notara la diferencia.
Se llegó el día de la presentación de la nueva orquesta
High Life, con el número reducido de músicos, y resultó ser
todo un éxito. Joel se dio cuenta inmediatamente, que su
nuevo patrón tenía un total desconocimiento de la cantidad
de músicos que llevaba una orquesta, para él lo más importante era que se escuchara excelente, y así fue exactamente
como Joel logró hacerlo.
Finalizados los dos días de la presentación de la orquesta, Joel, se regresó a Nogales a ver a Gabriela y a la niña.
Ella lo recibió feliz.
—¿Cómo te fue amor?—. Le preguntó abrazándolo.
—Muy bien, de hecho no pude completar la orquesta y
nos atrevimos a tocar solo con diez músicos.
—¿Y qué dijo el dueño del salón?—. Preguntó preocupada.
—Nada —Dijo Joel riendo— No sabe de orquestas, solo
le importó que se escuchara bien ¿Y qué crees?
—¿Qué?
—Que del sueldo que me pagó por dieciséis músicos,
me guardé el resto de los seis para mí.
—¡Qué bueno amor!—. Dijo emocionada ella.
Joel se puso serio y le dijo:
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J.David Villalobos
—Si queremos ahorrar debemos mudarnos a Magdalena,
no puedo estar pagando la renta de las dos casas, de esta y la
de allá. Vine a preparar la mudanza. —Y buscando a la niña
preguntó— ¿Y angélica?
—Está en nuestra cama dormida.
—¿Puedes dejar otra vez a la niña con tu madre para que
me ayudes a empacar y acomodar todo en la otra casa?
—¡Si amor! —Y dirigiéndose a la recámara le dijo—
Ahora mismo la llevo con mi madre.
Ya era casi de noche cuando Joel y Gabriela habían terminado de empacar. Decidieron dormir esa última noche en
la casa, para al día siguiente transportar los muebles en una
camioneta para mudanzas.
El claxon de la camioneta de la mudanza, los despertó
muy temprano. Al abrir la puerta comenzó el ir y venir de los
cargadores subiendo los muebles a la camioneta. Todo era
ruido, tropiezos y las risas de Gabriela y Joel se confundían
con los gritos de los cargadores.
—¡Agárralo bien!—. Gritó un cargador al otro al subir
el ropero.
—¡Empuja, más fuerte! No seas “huevón”.
Al final, estaba todo listo en el pequeño camioncito.
Horas después llegaban al nuevo domicilio Aldama 54
en Magdalena.
—¡Está bonita!—. Dijo Gabriela al entrar a la pequeña
vivienda.
Estaba compuesta de tres habitaciones y un pequeño
patio trasero cubierto de cemento.
—Me alegra que te haya gustado—. Le dijo Joel.
—Si, se ve que el pueblo es tranquilo y la gente muy
amigable—. Comentó Gabriela.
—Vamos a terminar de desempacar porque tengo ensa419
Un Paso muy Difícil
yo más tarde con los músicos, quiero cambiar el repertorio.
—Tú acomoda las camas, el ropero y la estufa —Y
volteando con Joel le dijo— ¡Ah! No olvides conectar el gas
para cocinar, yo me encargo de acomodar las demás cosas.
Una vez que hubo realizado los trabajos pesados dentro
de la casa, Joel se dirigió caminando al lugar del ensayo.
La distancia era larga, pero no quería gastar en taxi y
además no había suficientes.
Media hora después de haber caminado, llegó sudoroso
y agitado a donde ya lo estaban esperando sus músicos.
Uno de ellos le dijo:
—¿Una cerveza maestro?—. Y le ofreció un bote frío de
cerveza Tecate con un abrelatas.
Joel tomó la cerveza y el abrelatas el cual colocó en la
tapa de la cerveza, colocando la punta tipo “V” y lo clavó. Se
escuchó el sonido del gas escapando desde el interior y bebió
la cerveza fría.
—Muy bien muchachos, comencemos—. Dijo Joel
Gabriela había terminado de desempacar las cosas y de
hacer la comida. Ya era tarde y Joel aún no regresaba.
Se puso a rezar un rosario como parte del novenario por
la muerte de su padre. Después se puso a leer una novela de
amor de “Corín Tellado” y no se dio cuenta a qué hora se
quedó dormida.
La despertaron unos golpes en la puerta y se levantó
presa del miedo.
—¿Quién es?—. Preguntó Gabriela desde adentro.
—¡Yo!—. Respondió Joel.
Gabriela abrió la puerta preocupada y se encontró a Joel
completamente borracho.
—¡Joel! —Gritó— ¿Qué te pasó?
—¡Nada amor! Se me pasaron las copas.
420
J.David Villalobos
—¡Mira nada más como vienes!—. Lo ayudó a que se
metiera a la casa, y lo acostó vestido en la cama.
Minutos después Joel dormía a pierna suelta mientras
ella lo veía en silencio. El sueño se le había esfumado a Gabriela.
Al despertar Joel a la mañana siguiente, Gabriela le preguntó:
—¿Vamos a ir a Nogales por Angélica?
—Si—. Respondió Joel.
Sintiendo aún los efectos de la borrachera de la noche
anterior se levantó y dijo.
—Nada más me doy un baño.
Mas tarde, y en silencio efectuaban el regreso a Nogales.
Ninguno de los dos había dicho una palabra en todo el
trayecto.
Gabriela venía recordando las continuas borracheras de
su hermano Rodrigo, y de las consecuencias desastrosas que
eso le había ocasionado. Había perdido empleos constantemente y no tenía una casa digna en donde vivir. Además,
estaba viviendo siempre a expensas de su madre quien le
tuvo que prestar la casa que había comprado su padre, para
que tuvieran en donde vivir.
Todos esos dramáticos recuerdos le hicieron preguntarse si ella también llegaría a vivir esa terrible experiencia, si
es que Joel llegara a perderse con la bebida.
Joel por su parte se sentía frustrado de haber tocado, en
un lugar que no tenía la elegancia de “Los Pinos”. La gente
no era de la categoría que a él le gustaba, y además el dueño
no le daba el trato que él se merecía. Lo consideraba un
músico más. ¿Pero qué podía hacer? Se llevaba seis sueldos
extras más, y con eso podía igualarse casi al sueldo que le
daba Manríquez.
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Un Paso muy Difícil
Aún tenía guardada las ganancias de la gira, pero si no
lo administraba correctamente, pronto irían mermando.
Sumido cada quien en sus pensamientos, no se dieron
cuenta de que ya habían llegado a su destino.
Joel ayudó a descender del autobús a Gabriela y ambos
abordaron un taxi, para dirigirse a la casa de la madre de ella.
A Joel le dolía la cabeza y estaba sudando.
—¿Te sientes bien?—. Le preguntó muy seria Gabriela.
—Si, no te preocupes—. Le respondió también serio.
Mas tarde llegaban a casa de su madre sin saber lo que
les deparaba el destino.
—¡“Amá”, “amá”!—. Entró a la casa gritando Gabriela.
Su madre tenía a la niña en sus brazos. La había tomado
en cuanto los vio llegar a través de la ventana.
Gabriela extendió lo brazos hacia su hija y sonriendo le
dijo:
—¡Mi hijita! ¿Cómo estás?
Su madre le dio la espalda para que no la tocara. En una
de sus manos sostenía una larga hoja de papel.
Gabriela se puso seria y le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Por qué no me deja abrazarla?
Muy decidida y enfrentándola le dijo:
—¡Porque no es tu hija!
Gabriela frunció el ceño y molesta le preguntó:
—¿Cómo que no es mi hija? —Y tratando de arrebatársela le dijo— ¡Deme a la niña!
La niña comenzó a llorar al sentirse incómoda por los
jalones de los cuales ella era la causa.
—¡Dije que no, esta niña es mía!—. Le dijo.
Enseguida le mostró el acta de registro de la niña.
—Tú no tienes la capacidad de educar a una niña como
a Lolita, andas de “huila” con cualquier “chulo” como éste—
422
J.David Villalobos
. Le dijo señalando a Joel.
—¿Lolita?—. Preguntó extrañada Gabriela.
—¡Sí, como lo oíste! Se bautizó con el nombre que debe
llevar. ¡El mío!
Joel no podía creer que una madre hiciera eso a su hija.
¿Cómo podía ser tan cruel y despojarla de su propia hija?
—¡Como se atreve!—. Dijo Joel por fin lleno de ira.
Gabriela no podía concebirlo, y soltó el llanto al leer el
acta que su madre le había entregado, y en donde aparecía
registrado el nombre de Dolores Luna.
—¡No! —Gritó Gabriela— ¿Cómo fue capaz? ¡Quiero a
mi hija!—. Le dijo llorando mientras su madre abrazaba a la
niña para evitar que se la arrebataran.
Gabriela se dejó caer al piso gritando.
—¡Quiero a mi hija! ¿Por qué, porque?—. Repetía una
y otra vez sin dar crédito a lo que sucedía.
Le parecía estar viviendo una pesadilla.
Dolores recuperando su postura y su propia seguridad
dijo:
—¡Salgan de mi casa! Si no les digo a los vecinos que
llamen a la policía.
Joel ayudó a Gabriela a levantarse del piso mientras ella
suplicaba.
—¡Por favor madre! ¡Devuélvame a mi hija!
—¡Dije que no!
—¿Por qué me hizo esto? ¿Qué le hice madre?
—¡Ya te lo dije! ¡Eres una “huila” y no quiero que la
niña sea igual que tú!
—No soy ninguna puta —se atrevió a decir ella— Yo
amo a Joel y vamos a casarnos en cuanto Bob me dé el divorcio, quiero lo mejor para Angélica.
—¡Ya te dije que no! Además no se llama Angélica,
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Un Paso muy Difícil
sino Lolita —Y señalando la puerta dijo— ¡Salgan de mi
casa!
Joel se dio cuenta de que no podían hacer absolutamente
nada y salieron de la casa. Tomándola del brazo la ayudó a
descender los escalones mientras Gabriela no dejaba de llorar. En la calle le dio un nuevo ataque de desesperación, y
comenzó a gritar:
—¡Quiero a mi hija!
—Vámonos —Le dijo Joel— Mañana veremos qué
podemos hacer.
—¡No me quiero ir sin mi hija!—. Repetía Gabriela.
—No podemos hacer nada, tenemos que ver a algún
abogado para que nos ayude. Pero por favor, tranquilízate.
—¡No puedo Joel, me siento morir!
Abordaron un taxi y después de entregar las llaves al
dueño de la casa, regresaron a la estación de camiones.
Gabriela lloraba en silencio mientras escuchaba el ruido
del motor del camión Chevrolet 1950, que los transportaba
hacia su nuevo destino.
Joel se había olvidado de su resaca, y no habían probado
alimento ninguno de los dos.
Al llegar a la casa que acababan de mudarse, y en la que
iban a permanecer durante bastante tiempo, Gabriela se quitó
las zapatillas y sollozando se acostó sobre la cama.
La depresión que sufría en ese momento, le acompañaría
durante una gran parte de su vida.
Joel se acostó a un lado de ella, fumando un cigarrillo
sin pronunciar palabra alguna.
424
J.David Villalobos
MI MATRIMONIO
Una noche al salir del “Casino Royal” en donde había
ido a suplir a mí padre tocando el bajo eléctrico, me encontré
desesperado por consumir cocaína y visité el "Afro casino".
Como ya me conocía el portero, me saludó y me dirigí al
interior. Me senté en una mesa y pedí un trago.
En ese momento estaban bailando un par de bailarines
flamencos. Lucila Peraza y Joselito de Grana.
La mujer se movía con elegancia y con gracia, mientras
su acompañante un varón delgado, y que ejecutaba los pasos
con bastante agilidad y soltura, no dejaba de mirarme.
Al finalizar el baile se escuchó un grito por parte de
ellos.
—¡Olé!
La ovación no se hizo esperar y salieron de la pista,
mientras la orquesta daba inicio a la música de la presentación del ballet de Antar.
Me encontraba distraído viendo a las bailarinas girar y
danzar, al ritmo de la música, cuando por detrás escuché una
voz.
—¡Hola! ¿Por qué tan solo?
Al voltear identifiqué la voz del bailarín y sonreí al saber de qué se trataba.
—Más vale solo que mal acompañado—. Le dije sonriendo e invitándolo a que se sentara conmigo.
—¿Qué tomas?—. Me preguntó.
— Tequila con coca.
—¿Me invitas uno?
—¿Y si mejor me lo invitas tú? —Le pregunté— No
traigo mucho dinero. Ando “pobre”.
425
Un Paso muy Difícil
—Mejor te lo invito en mi casa—. Me dijo.
—¿A qué hora terminas?—. Le pregunté.
—Tengo casi dos horas de tiempo antes de empezar mi
segundo show.
Enseguida se puso de pie y me preguntó:
—¿Nos vamos?
—¡Vamos!—. Le dije y nos dirigimos a su hotel que se
encontraba en la esquina, y que era la planta alta del Afro
Casino. Al entrar a su habitación le pregunté:
—¿Tienes cocaína?
Se quedó pensativo mirándome y dijo:
—Creo que sí.
Después de ingerir ambos una dosis nos desnudamos y
nos acostamos de lado, para poder penetrarlo más cómodo.
Después de haberlo penetrado por unos momentos me
dijo:
—¡Voltéate papi, para darte yo!
Me quedé sin saber que decir. No me había tocado estar
con un bisexual. Me volteé y dejé que el también me utilizara. Dentro de mis relaciones homosexuales nunca había eyaculado dentro de ellos. Nunca me había excitado tanto como
para poder alcanzar la eyaculación.
Tampoco me había entregado con un beso.
Más tarde salí de su habitación con los treinta pesos que
me dio, y me dirigí a mi casa.
La pequeña casa que rentaba se encontraba bastante lejos del Afro. Vivía en la calle Francia 1735, esquina con
Venezuela en la Colonia Moderna. Esa era la única casa que
no encajaba con las residencias que ahí había. Era una vivienda de dos cuartos, tenía una cocina que servía también
de comedor, y además de un patio.
Me fui caminando a esa hora de la madrugada.
426
J.David Villalobos
Me sentía sucio y me despreciaba por lo que era, y en lo
que me estaba convirtiendo. No tenía mujer ni novia. Nadie
se fijaba en mí por mis adicciones, además me decían: “Tan
guapo y tan <mayate>”.
Caminé por las oscuras calles de la ciudad, esperando
que alguien terminara con mi miserable existencia.
Traía dinero para pagar el taxi, pero no quise disponer
de él. Quería caminar hasta que algún grupo de los estudiantes de la FER (Frente Estudiantil Revolucionario) o los del
otro bando, la FEG (Federación de Estudiantes de Guadalajara), terminara con mi vida de un disparo.
En esa época estos dos bandos siempre estaban en pugna
entre sí, se habían adueñado de la ciudad y frecuentaban los
bares, casas de “citas” y cabaret creando disturbios dentro de
las instalaciones. A veces se robaban por una noche, a las
bailarinas o prostitutas de alguna casa de “citas”, las que
estaban ubicadas por las calles 54 y 56 del Sector Reforma.
Varios de los empresarios decidieron contratar a algunos
de ellos como “guaruras” de esos lugares. Uno de ellos fue
“Las Cascadas”. Entre estos guaruras estaban “el alemán” y
“el oso”, éste último era hermano de un agente de la policía
judicial.
Esa noche ningún integrante de estos grupos se topó
conmigo a pesar de haber caminado bastante.
Me encontraba en esos momentos por la avenida Niños
Héroes, cuando un automóvil Cádillac color rojo tocó la bocina. Me detuve para ver quién era.
Era un norteamericano y me preguntó en su pobre español.
—¿Te llevo?
—Sí—. Le dije y me subí a su automóvil.
—¿En dónde vives?
427
Un Paso muy Difícil
—Por la calle Francia—. Le dije.
—¿Quieres tomar un trago?
—Lo que tú quieras—. Le dije esperando que sacara de
entre su ropa alguna arma, y que pudiera calmar ese dolor
que sentía en mi atribulado espíritu.
Condujo a través de las calles nocturnas de la ciudad,
hasta llegar a su domicilio en la colonia Chapalita.
—¿Quieres beber algo?—. Me preguntó una vez que
estuvimos dentro de su casa.
—Si—. Le dije mientras me sentaba en uno de los sillones.
Me llevó un jaibol y me lo bebí de un solo trago. Quería
perderme y que me encontrara la muerte.
El norteamericano de unos cincuenta y cinco años o
más, me llevó otro y me dijo:
—Solo quiero chupártela.
Le dije que sí, y nos dirigimos a su recámara.
Una vez adentro me desnudé.
A la mañana siguiente, me desperté en una cama diferente y me pregunté ¿Qué había ocurrido?
Se abrió la puerta de la recámara y apareció el “gringo”
con un “Bloody Mary”. Me trajo un jugo de tomate con vodka. Lo bebí y sentí que volvía a la vida y le pedí otro.
—Llevo prisa —Me dijo— Si quieres puedes llevártelo
mientras te llevo a tu casa.
Accedí, y me lo fui bebiendo lentamente mientras disfrutaba del sol y el viento que me daba en la cara.
El norteamericano había corrido el toldo de su Cádillac,
y me sentía feliz de que toda la gente me viera a bordo de un
automóvil convertible.
Momentos más tarde me dejaba en la esquina de mi casa, en cuanto entré me quedé dormido hasta muy tarde.
428
J.David Villalobos
Pasaban de las dos de la tarde cuando mi amigo y compositor Israúl Bárcenas, tocó a la puerta de mi vivienda.
Yo lo escuché entre dormido y despierto.
—¡Daniel!—. Me gritó mientras tocaba a la puerta.
Me levanté medio dormido, le abrí la puerta para inmediatamente regresar nuevamente a la cama.
En cuanto me vio dijo:
—¡Ya levántate Daniel!—. Él se refería a hacer algo con
mi vida, no a que me levantara de la cama.
—¡Mira nada más como estás!
Yo lo escuché y le dije:
—¡Si, ya lo sé!
—Estás todo pálido, flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones. Haz algo con tu vida.
Luego procedió a narrarme una anécdota sobre una persona de mis características.
—Yo conocí a un excelente músico. —Dirigiéndose a
mí prosiguió— Así como tú. El bebía y se drogaba tanto que
un día lo tuvieron que sacar amarrado de su casa, para llevarlo a un hospital psiquiátrico. ¿Acaso eran proféticas sus palabras? Me daba perfectamente cuenta de lo que había dicho,
y de lo cuesta abajo que yo iba.
Un día mi padre me buscó para darme una noticia.
—Daniel, están solicitando un violinista que toque con
un pianista en el restaurante “Le Trianón”.
Mi padre se encontraba muy emocionado. Quería que ya
dejara el ambiente nocturno de cabaret que me estaba destruyendo, y que lo cambiara por otro más sano y de más categoría. Le dije:
—Pero yo no tengo violín.
—Tu maestra me vendió uno, después me lo pagas.
Al otro día acudí a ese restaurante ubicado en Vallarta y
429
Un Paso muy Difícil
Marsella, al dar la audición me contrataron.
Trabajé en ese lugar durante un tiempo tocando a dúo
con Salvador el pianista.
Ya tenía dos meses sin beber y sin drogarme, cuando
una noche se me ocurrió ir al cabaret “Casino Royal” en
donde había trabajado de suplente de mi padre, y que él todavía continuaba trabajando ahí.
Me senté en una mesa para ver la variedad, yo tenía para
entonces veinte años. Me impresionó ver a una jovencita de
piel muy blanca que hacía su show de “Strip Tease”.
Ella tendría unos veintidós años de edad y era muy bella. Me había impactado su belleza.
Yo no perdía detalle de sus movimientos y de su desnudez. Luego, al terminar su show ella salió de su camerino y
la vi dirigirse hacia mí.
—¿Me puedo sentar contigo?—. Me preguntó.
—Si—. Le respondí titubeando.
—¿Cómo te llamas?
—Daniel. ¿Y tú?
—Milly—Me dijo ofreciéndome su mano— Milly
Evans.
—Me da gusto conocerte—. Le dije.
—¿Me invitas una copa?
Sabiendo de antemano la experiencia que había tenido
con las ficheras le pregunté:
—¿Quieres beber o fichar?
—¡No tontito! Quiero beber contigo, eres muy guapo.
Se acercó el mesero y le preguntó:
—¿Qué vas a beber Milly?
—Un brandy derecho, Domingo—. Así se llamaba el
mesero y con quien tendría una amistad más adelante.
—Te estuve viendo desde la pista—. Me dijo.
430
J.David Villalobos
Su comentario me hizo sonrojar.
Bebí con ella unos tragos más sin llegar a embrutecerme. Al finalizar su trabajo, ella me había pedido que nos
fuéramos a un hotel. Nos dirigimos a un hotel cerca del barrio de San Juan de Dios.
Esa noche me sentí el hombre más feliz de la tierra, por
estar con una verdadera mujer y una verdadera estrella.
Era mi segunda experiencia con una mujer joven, después de Josefina y no sabía cómo debía tratarla.
El recuerdo de la experiencia vivida con Josefina, me
hizo perder la erección. Me dio miedo volver a vivir esa terrible pesadilla. Ella me abrazó y me preguntó:
—¿Qué te sucede?
—Nada —Le respondí— Creo que es el cansancio.
—Vamos a dormir—. Me dijo y me abrazó.
Me sentí muy confortado con su abrazo y su manera de
tratarme. Era dulce, amorosa y tierna.
El sentimiento de ella, me hizo despertar nuevamente el
amor y la besé apasionadamente. No pensé en nadie, ni en
Patricia, ni en Josefina, ni en los días infernales que viví en
el penal. No pasó por mi mente un solo recuerdo de la cantidad de homosexuales con los que había tenido relaciones, ni
de los que me habían probado.
Solo existía ella en mi mente y en mi cuerpo.
El amor que ella me entregaba, me hizo inmediatamente
reaccionar y poder corresponderle. Fue una entrega llena de
amor, que a pesar de ser quien era supo amarme con pureza
y sin reservas. La manera que tuvo ella para hacerme el
amor, sería la base primordial para mis futuras relaciones.
El amor sería la base de cualquier entrega total.
Ya no pudimos separarnos más. Nos veíamos siempre,
ya sea que fuera en el cabaret o en su pequeña habitación,
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Un Paso muy Difícil
que se encontraba en el piso superior de la licorería “la esquina maldita”, que estaba ubicada en la calle de Gigantes e
Insurgentes. Los músicos que frecuentaban dicha licorería,
la habían bautizado así porque tenía la banqueta de la calle
desnivelada como cinco centímetros, y cada vez que algún
músico bebía en exceso, se tropezaba con ese borde y caía
rodando por el suelo lastimándose seriamente.
Mi padre no fue la excepción.
Ya llevábamos de relación como un mes, cuando de
pronto dejé de verla por espacio de un par de semanas.
La razón fue que un amigo mío de la adolescencia se
había casado, y como no tenía en donde vivir me pidió un
favor.
—Daniel acabo de casarme y no tengo en donde vivir,
déjame vivir un tiempo en tu casa mientras ahorro para rentar.
—¡Claro! Víctor. —Le dije— Yo casi no estoy en la
casa.
A la primera semana fue todo armonía entre los tres.
Yo disfrutaba de la comida que su esposa preparaba y
que con gusto yo devoraba.
Salimos a pasear el siguiente domingo y a comer juntos,
recordando los viejos tiempos de nuestra adolescencia.
Pero como todo final tiene una parte triste, a la siguiente
semana sentí un rechazo por parte de ambos.
Me esquivaban y evitaban verme a la cara.
Me sentí tan incómodo en mi propia casa, que dejé de ir
a dormir. Preferí quedarme con mi madre.
Ella estaba feliz de tenerme de regreso en casa.
Cuando viví con mi madre falté una noche a dormir.
Me había quedado en la casa de un capitán de meseros,
del restaurante donde aún seguía trabajando, el “Le
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J.David Villalobos
Trianón”.
Nos habíamos reunidos algunos meseros y yo esa noche,
para ir a jugar cartas después del trabajo. Comencé a beber
de nuevo en esas reuniones que se habían hecho muy frecuentes. El capitán Jaime del restaurante era homosexual, y
le gustaba siempre estar acompañado por nosotros.
El juego de cartas siempre era de apuestas, pero no de
dinero. El que perdía bebía una copa, pero a veces hacíamos
trampa deliberadamente y terminábamos emborrachándonos.
Otras veces jugábamos de prenda, y el que perdía se
desnudaba. Como todos éramos jóvenes, todo eso nos parecía diversión.
Recuerdo en una ocasión cuando a alguien se le ocurrió
una idea.
—¡El que pierda se “coge” a Jaime!
Todos a coro alabaron esa idea.
Nadie quería perder, excepto Jaime.
Yo no dejaba de verlo y se le veía que estaba feliz.
Él era la “banca” y nosotros los jugadores.
Llegó la hora de perder y le tocó a uno de los meseros
acostarse con él. Todos nos reíamos de ver a Jaime de rodillas mientras Roberto, un mesero lo penetraba.
Era solo un juego de unos muchachos que querían divertirse con alcohol y sexo. Esa noche nos embriagamos tanto,
que nos quedamos a dormir repartidos sobre el piso de la
sala. Parecíamos damnificados pernoctando en algún albergue.
Así pues, mientras yo me encontraba esa mañana aún
dormido en casa de Jaime, Milly se dirigía a la casa de mi
madre. Había visto el domicilio en la tarjeta de presentación
que yo le había dado alguna vez, y llevaba un ramo de rosas.
Cuando llegó a la casa preguntó por mí.
433
Un Paso muy Difícil
—Disculpe señora. ¿No está Daniel?
—No está. ¿Quién lo busca?
—Milly señora. ¿Es usted su mamá?
Mi madre no dejaba de preguntarse quién era esa muchacha tan guapa y tan joven.
—Si—. Respondió ella.
Entonces Milly procedió a entregarle ese ramo de rosas.
—Son para usted señora.
—¿Para mí?
Mi madre estaba feliz de recibirlas. Hacía tanto tiempo
que no recibía un ramo de flores, ni en el día de las madres.
—¡Pasa, pasa!—. Le dijo mi madre.
Mi padre estaba dormido todavía, y mi madre le gritó:
—¡Joel, Joel!
Mi padre se levantó molesto por haber sido despertado
tan temprano, apenas había logrado conciliar el sueño, pues
había llegado a las cinco de la mañana.
Al salir de la recámara la vio y le preguntó:
—¡Hola Milly! ¿Qué haces por aquí?
—Hola suegro, pasé a ver si estaba Daniel, y de paso a
conocer a mi suegra.
Mi madre miró a ambos y preguntó:
—¿Se conocen?
Fue Milly quien tomó la palabra.
—Si señora, trabajo en el cabaret en donde va Daniel a
suplir a su papá.
Y antes de que pudiera preguntar algo, ella aclaró:
—Soy bailarina.
Mi madre no supo que decir, y solo se le ocurrió preguntar:
—¿Quieres café Milly?
—Si señora, muchas gracias.
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J.David Villalobos
Ahí en la mesa de la cocina nació entre ellas una amistad, que aunque a mi madre le agradaba Milly, no aceptaba
que yo saliera con una bailarina y menos que me estuviera
acostando con ella, porque quizás podría ser que fuera también una prostituta.
Para lo mojigata que era ella, todo eso le parecía demasiado y carente de moral.
Como no llegué a dormir la noche anterior, ella se quedó
a dormir en el sofá para esperarme.
Yo llegué a la casa hasta por la tarde después de mi trabajo. Al verla dentro de la casa me sentí un poco incómodo,
por la razón de que me sentí acosado.
No tenía planes de que esa relación fuera duradera, solo
quería pasarla bien con ella hasta que todo terminara. Ya
sabía de antemano que el siguiente contrato que ella tenía,
era para ir a trabajar en Can-Cún. Así que lo mejor era dejarla ir y continuar cada quien con sus vidas.
Tampoco quería involucrar a mi madre en esa relación,
yo quería salirme solo, además porque era capaz de dañarla a
ella. Un poco molesto le pregunté:
—¿Qué haces aquí?
—Vine a buscarte “gordito” —Y abrazándome me dijo— Hace mucho que no nos vemos.
Como ya se acercaba la hora en que ella tenía que irse a
trabajar, comenzó por darse un baño y después a maquillarse. Me molestó ver como se había adueñado del tocador que
estaba en la sala, y en donde tenía tal cantidad de frascos de
crema, perfumes, laca para el pelo, maquillaje, en fin; todo
un salón de belleza. Aparte, tenía ropa y zapatos regados por
todo el piso y la cama.
Parecía el camerino de un burdel, y me sentía molesto
de que ella hubiera llevado a la casa el ambiente del cabaret.
435
Un Paso muy Difícil
Como siempre dije, yo defendía la familia que era la
base del hogar, aunque por dentro nos estuviéramos matando. Mientras ella se arreglaba en la sala, yo encaré a mi madre en el cuarto de la cocina mientras me preparaba la cena.
—¿Por qué la dejó entrar?—. Le pregunté
—¿Qué tiene de malo? En todo caso la culpa es tuya,
por andar con ella. No mía.
—Si, pero debió haberla corrido pronto.
—¿Cómo crees que la iba a correr? Si tan buena gente
que es. Hasta me trajo rosas.
Mi madre me enseño el florero en donde estaban y dijo:
—¡Míralas!
Más tarde nos disponíamos Milly y yo, a salir de la casa
de mi madre y ella me preguntó:
—¿Vas a llegar a dormir?
Por primera vez impuse mis derechos.
—¡No! Me voy a quedar con ella—. Y salimos de la
casa para abordar un taxi.
Esa noche mi padre tocaría como todas las noches.
Mas tarde llegamos al “Royal”, mientras ella se quedaba
a trabajar yo me quedé en su cuarto a esperarla.
Después de terminar su trabajo ella llegó a su habitación. Mi malestar había desaparecido al sentir su abrazo y
hacernos el amor hasta el amanecer.
—No vuelvas a ir a la casa—. Le dije una vez que ya
estábamos despiertos.
—¿Por qué “gordo”?
No sabía cómo explicarlo, pero no me gustaba relacionarla con mi familia.
—No me gusta—. Fue lo único que se me ocurrió decir.
Pasó el tiempo y ella hizo caso omiso de mi advertencia,
siguió frecuentando a mi madre.
436
J.David Villalobos
Mi madre estaba muy feliz saliendo los domingos a pasear o a comer con Milly.
Un domingo por la mañana llegué de la casa de Jaime,
habíamos estado bebiendo toda la noche y me sentía muy
mal por la resaca y la desvelada.
Llegué a la casa y le pregunté a mi hermana:
—¿Y mi mamá?
—Salió a comer con una amiga—. Me dijo.
Me dormí y desperté cuando las escuché llegar.
Me di cuenta de algo, a mi madre le gustaba su amistad
pero no le agradaba que yo tuviera relaciones con ella.
Cuando me iba a dormir con Milly a su pequeño apartamento, mi madre se enfurecía con los dos.
Ya teníamos como una semana de estar viéndonos diariamente, cuando una tarde me dijo:
—El padre Flores, ya no quiere confesarme.
—¿Por qué?—. Le pregunté.
—Porque dice que yo estoy de acuerdo en que ustedes
vivan en amasiato.
—¿Y qué tiene de malo? —Le dije sonriendo— Pues ya
no se confiese con él y búsquese a otro padre.
A mi madre le molestó mi comentario y me dijo:
—¡Escúchame bien Daniel! Con mis cosas de la iglesia,
tú no te metas, yo sé lo que hago.
—¡Pues usted tiene la culpa! —Le dije molesto— ¿Para
que la aceptó en la casa? ¡Usted le abrió las puertas!
—¡Si pero la Biblia dice, que hay que dar agua al sediento y abrigo al necesitado!
—¡La Biblia! Siempre con la maldita Biblia. ¡No me
salga con esas babosadas!
Me encontraba muy alterado y le dije:
—Pero bien que disfrutó de las rosas, los regalos que
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Un Paso muy Difícil
ella le dio, y las “tragazones” que se dio en los restaurantes
los domingos. ¿Verdad?
—Pues sí, pero ya no la quiero aquí.
Me enfureció que le quisiera negar el acceso a la casa, y
todo por la culpa de un cura moralista.
—¡Ahora me sale con que ya no la quiere! ¿Verdad?
Que comodina y que poca madre tiene.
—¡Oye en mi casa no me ofendas!
Me di la vuelta y me fui a ver la televisión.
Al poco rato, escuchamos el timbre de la puerta.
Me asomé por la ventana del segundo piso, y la vi a ella.
Me dirigí a mi madre y le dije:
—Ahí está en la puerta Milly. ¡Vaya y dígale que no
puede pasar! ¡Ande, dígaselo!
Mi madre se acobardó y dijo:
—Dile tú. Es tu obligación —Y señalándome con el
dedo me dijo— Tú la trajiste y tú te la llevas.
Al verla acobardarse bajé por la escalera, le abrí la puerta y le dije:
—¡Milly! Ya no vengas a la casa.
—¿Por qué “gordo”?
—Porque según el pinche sacerdote de mi madre, no la
va a volver a confesar si te deja entrar.
—¿Y qué tiene de malo que venga a visitarla?
—¡Nada! Pero ella ya no quiere que vengas.
—Dile que baje para saludarla—. Me dijo compungida.
Me dolía ver su congoja y su bondad.
—¡Espérame aquí!—. Le dije.
En ese momento comenzaron a caer unas gotas de lluvia. Subí de nuevo los escalones y me enfrenté a mi madre.
—Milly quiere verla a usted.
—¡No! Yo no bajo.
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J.David Villalobos
Sin esperarlo, ella había subido la escalera detrás de mí,
y apareció inesperadamente en la cocina, y le preguntó:
—Suegra ¿Por qué no quiere verme?—. Le preguntó
llena de tristeza.
Mi madre comenzó a llorar y le dijo:
—Es que el padre me dijo, que no debo permitir lo que
ustedes dos están haciendo.
—¿Y que estamos haciendo de malo?—. Preguntó ella.
—Están cometiendo el pecado de la lujuria, y están teniendo ayuntamiento carnal.
—¿Y qué tiene de malo eso suegra, si no estamos casados?
—Por eso mismo, porque no están casados.
—Suegra, no podemos casarnos —Y mirándome le dijo— Daniel está todavía muy chico.
Mi madre no dejaba de llorar y no dijo nada.
—¡Ándele suegrita, déjenos seguir juntos!
El silencio fue su única respuesta.
Milly me miró y me dijo:
—Está bien “gordo” Si ella no quiere que andes conmigo, pues ni modo.
Ella descendió la escalera y salió a la calle.
Las lágrimas que ella iba derramando, se confundieron
con la lluvia que seguía cayendo. La miré por la ventana del
segundo piso y le dije a mi madre:
—¡Venga y mírela! Cómo va llorando y mojándose.
Mi madre la vio a través de la ventana y no pudo evitar
llorar. Milly esperaba un taxi en la esquina de la casa, mientras la tenue lluvia la cubría como un manto y le mojaba su
cabello. Mi madre no soportó la escena y se fue a la cocina
para ocultar el llanto.
Lo único que yo quería, era enfrentar a mi madre con su
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Un Paso muy Difícil
propio egoísmo. Yo vería a Milly de todos modos al otro día
en su pequeña habitación.
A los dos días siguientes me encontraba trabajando y
ella volvió por la tarde, pero mi madre no le abrió la puerta.
Yo había decidido dejar de verla, ya que era lo mejor
para los dos. Ya casi se terminaba su contrato y era preferible que todo terminara. En cierta forma y dentro de lo cobarde que me estaba comportando con Milly, estaba dejando
que mi madre tejiera los hilos de su telaraña envenenada, y
que manejara la situación.
Ya tenía como una semana sin ver a Milly. Aunque ella
continuaba yendo a la casa a buscarme, mi madre no le abría
la puerta. Yo me quise lavar las manos permaneciendo en
“mi casa” con Víctor. Cuál no sería mi sorpresa.
Al abrir la puerta, y como ya era noche; encontré mi
cama ocupada. Encendí la luz de la recámara y vi que estaba
durmiendo la cuñada de él. Me molesté tanto que le dije:
—¡Oye Víctor! en mi cama no duerme nadie, solo yo.
La cuñada se despertó a causa de mis gritos y se levantó
de la cama sin decir absolutamente nada, y se fue a dormir
con ellos.
Al día siguiente por la tarde, llegué a la casa de mi madre y me encontré con una amiga de ella.
Se estaban despidiendo y alcancé a escuchar.
—Bueno doña Gaby, cuente con eso.
—Gracias doña Rosita, no sé como pagárselo—. Dijo mi
madre.
—Todo sea por el bien de Daniel—. Dijo cuando me vio
entrar.
Cuando se hubo retirado le pregunté a mi madre:
—¿De qué hablaban?
—Me va a prestar a su hija Rosa, para hacerle creer a
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J.David Villalobos
Milly que te vas a casar, a ver si así deja de venir a la casa.
Me parecían divertidas las ocurrencias de mi madre, y
sobre todo; la idea de hacerme pasar por casado.
Pensé que posiblemente podría sacar provecho de eso y
llevarme a la tal Rosa a la cama. ¿Por qué no?
Al día siguiente se presentaron Rosa y su madre. Ella
tenía como unos dieciocho años, y era de piel morena clara y
muy bella. La madre la dejó y le recordó a mi madre:
—Doña Gaby, más tarde paso por ella.
—Si doña Rosita, está bien.
Mientras esperábamos a Milly, Rosa y yo empezamos a
intimar con abrazos y caricias.
Mi madre nos vio y dijo:
—¡Hey! Es solo un juego, no se pasen de listos.
Rosa y yo nos reímos, y lo seguimos haciendo a escondidas de mi madre.
Nos fuimos a la parte trasera de la casa, y nos entregamos a abrazarnos y a besarnos con pasión desmedida.
Le toqué los senos a través de la blusa y ella me dejó
hacerlo. Me encontraba tan excitado, que estuve a punto de
subirle la falda y hacerle el amor como se lo había hecho a
Paty en la imprenta, de pie.
Pero mi madre no dejaba de vigilarnos.
Me gustaba el juego de mi madre. Era muy emocionante
y bien podía irse al diablo Milly. Yo solo quería disfrutar de
esa Rosa morena que tenía entre mis brazos.
Pensé en llevarla a la casa y hacerle todo lo que se pudiera. Se lo propuse:
—¡Vámonos a mi casa!
—¡No! —Dijo ella riendo presa de nervios— Mi madre
va a venir más tarde por mí.
En eso estábamos cuando se escuchó el timbre de la
441
Un Paso muy Difícil
casa. Mi madre corrió a asomarse por la ventana.
¡Era Milly!
—¡Daniel! Ve a esconderte en el patio.
El juego de mi madre consistía en que Milly conociera a
Rosa como mi prometida, y que todo debía terminarse entre
los dos.
Milly entró a la casa y llevaba una rosa roja muy grande.
—Suegra. —Le dijo— Esta rosa es para usted.
—Muchas gracias—. Dijo mi madre dibujando una sonrisa de lado a lado, ocultando toda su maldad.
Milly vio a Rosa y mi madre le dijo con frialdad:
—Ella es Rosa la novia de Daniel, se van a casar el
próximo mes.
Milly se puso muy seria y preguntó:
—¿Está Daniel?
—No, al rato viene para recoger a su novia—. Le dijo
mi madre destilando veneno en cada palabra.
—Bueno. ¿Lo puedo esperar?
Mi madre no se esperaba esa pregunta.
Sin saber que decir dijo:
—Bueno, pero…. Creo que va a tardar.
—No importa, me gustaría hablar con él—. Dijo muy
seria.
Mientras, en el patio trasero yo pensaba que bien podía
haber estado “trenzado” en un abrazo con Rosa, mientras
Milly me esperaba.
Pero no, Rosa también estaba en la cocina haciendo el
papel de mi prometida, mientras yo estaba sufriendo los piquetes de los mosquitos.
Mi madre les ofreció de cenar, y ambas aceptaron.
Rosa no dejaba de ver a Milly.
La observaba sin ningún sentimiento de afecto o recha442
J.David Villalobos
zo. Solo era curiosidad por conocer cómo sería la vida difícil
de una bailarina que se acostaba con el que posiblemente,
llegaría a ser su novio.
Ya era tarde cuando Milly decidió marcharse.
—Ya me voy señora —Dijo poniéndose de pie— ¿Le
dice a Daniel que vine a buscarlo?
—Si Milly, yo le digo.
—Dígale que hoy no voy a ir a trabajar. Me hizo daño la
mojada del otro día y me enfermé de la gripa, que me quedaré en el cuarto.
—Si Milly, yo le digo. Ándale que te vaya bien—. Le
apuraba mi madre para que se fuera.
Una vez que se retiró, salió Rosa al patio por otra sesión
de besos, pero mi madre le dijo:
—Rosa ya viene tu madre por ti.
—Si señora.
—Yo la puedo acompañar—. Me ofrecí.
—Si señora, que me acompañe Daniel.
Mi madre sospechando que pudiera suceder algo, le dijo:
—No Rosa, conociendo yo a Daniel es mejor que no.
Un poco antes de que llegara la madre de Rosa, nos habíamos puesto de acuerdo para vernos al día siguiente al salir
de mi trabajo del restaurante. Y así fue.
Me sentía atraído por Rosa y había decidido alejar de mi
vida a Milly. Si pensaba tener novia algún día, debía buscarla en otro lado, no en los cabarets. Ya era tiempo de tener
una novia decente y creía que Rosa podría ser mi primera
experiencia con chicas decentes.
Milly no era mujer de mi categoría. Ella era una desnudista y no tenía en mente casarme con ella.
Rosa llegó a mi vida y me había gustado la idea de ca443
Un Paso muy Difícil
sarme con ella. Incluso se lo pedí.
—Rosa. ¿Te casarías conmigo?
—Sí, pero no por ahora, debemos dejar pasar por lo menos un año para conocernos mejor—. Me contestó.
No me gustó la idea y dejé de pensar en el matrimonio.
La llevé a mi casa y esperaba que no hubiera nadie, pero
para mi mala suerte estaba la esposa de Víctor y su hermana.
Debido al problema de la otra noche, de que encontré en
mi cama a su cuñada, ellas no me dirigían la palabra.
Sin importarme que ellas me hablaran o no, o que estuvieran en la casa, nos dirigimos Rosa y yo a mi recámara. No
pudimos hacer absolutamente nada, solo abrazarnos y besarnos apasionadamente. Yo sentía un dolor muy agudo en los
testículos por tanta excitación.
Rosa vio las condiciones que las que vivía y me preguntó:
—¿Vas a traerme a vivir aquí con tus amigos?
—No. ¿Cómo crees? —Le dije muy formal— Ellos se
irían a otro lado.
Mirando el techo y las paredes, como estudiando mi
situación económica dijo:
—Pues tienes un año para buscar algo mejor que esto.
—Si amor—. Le dije y continué abrazándola.
Rosa reía y me dejaba hacer.
Como no pude sacar algo más de ese encuentro, nos
retiramos dos horas más tarde.
La acompañé a su casa y de ahí me fui a la de mi madre.
Cual sería mi sorpresa, que encontré a Milly en la casa
mirando la televisión mientras se maquillaba para ir a trabajar.
En cuanto entré le pregunté:
—¿Qué haces aquí?
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J.David Villalobos
Ella sin mirarme me respondió:
—No vine a verte a ti, vine a ver a tu mamá.
Sin decirle más, me dirigí a la cocina a ver a mi madre.
La encontré preparando café para acompañarse de una
rebanada de pastel de chocolate.
—¿Y ese pastel?—. Le pregunté
—Me lo trajo Milly—. Dijo mi madre muy contenta.
Me sentí furioso, utilizado y manipulado.
Ella, la madre astuta que no quería que su hijo tuviera
contacto alguno con la mujer impura, estaba disfrutando de
una taza de café y una rebanada de pastel, que había sido
comprado astutamente por otra manipuladora y chantajista.
Me sentí vendido por una rebanada de pastel.
Salí asqueado de la casa alejándome de ellas. Ni siquiera
sabía ya de quien era la culpa.
Sin saber a dónde dirigirme, me fui a la “esquina maldita” a beber unos tragos con algún músico, que se encontrara
por ahí. Al no encontrar a nadie, compré una botella de Tequila "Sauza" de un cuarto de litro, y empecé a beber en
compañía del tendero.
No quería estar mucho tiempo adentro, porque quería
ver a Milly cuando bajara del taxi.
Al poco rato llegó ella, y salí para que me viera.
Y me vio. Se dirigió caminado hasta donde yo me encontraba y me dijo:
—El tequila es para los hombres, deberías tomar leche.
Me sentí mareado por la bebida y le dije:
—Bien que supieron hacerla ustedes dos. Me echaron
fuera del juego.
—¡Tú te saliste!—. Me dijo ella y se metió a la licorería
a comprar sus cigarros “Benson” dorados.
Después se dirigió al “Royal” a trabajar y continuar con
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Un Paso muy Difícil
su vida sin incluirme en sus planes.
Me terminé la botella y bebí con otros músicos, y de vez
en cuando Milly se asomaba desde la puerta del cabaret para
verme. No pude resistir más y me dirigí al cabaret.
Ella al verme se dirigió al interior del cabaret.
Todavía no empezaba la segunda variedad y me senté en
la mesa, cuando se acercó el mesero Domingo.
—¿Qué te sirvo Daniel?
—Una botella de tequila con cocas.
—¿A consumo?
Me quedé pensando, que no era mala idea pagar solamente por los tragos que me bebiera.
—¡Sí! A consumo.
Milly me observaba desde otra mesa.
Se encontraba bebiendo en compañía de otros dos hombres. De vez en cuando bebía de su copa sin dejar de mirarme, y sonreía. No supe adivinar sus intenciones.
Me llené de celos y llamé a dos “ficheras” para que me
acompañaran a beber conmigo.
Milly se puso de pie, se dirigió a mi mesa, y me preguntó:
—¿Así que traes mucho dinero para gastar?
—¿Por qué preguntas eso?
—Porque te veo acompañado de dos viejas.
—Pues si tú estás acompañada de dos cabrones, entonces yo también puedo estar con dos viejas.
Milly no podía ocultar su satisfacción al verme celoso.
Decidió entonces cambiar de táctica y me dijo:
—“Gordito” No bebas, te va hacer daño.
Acercándose hasta mi oído me dijo:
—Te propongo algo, saliendo vamos a quedarnos juntos.
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J.David Villalobos
Me pareció lógico y acepté.
—Entonces vete a la habitación y allí espérame—. Me
dijo ella entregándome la llave.
Le pedí la cuenta a Domingo de lo que se había consumido, que no era mucho, y me retiré a su pequeño apartamento a esperarla.
Al finalizar su trabajo, ella llegó y me despertó con
abrazos y besos. Nos dejamos arrastrar por la pasión tanto
tiempo contenida, y nos perdimos en lo que quedaba de la
noche; en una entrega total de sexo y amor.
No hubo preguntas ni reproches.
Ella se había dado perfectamente cuenta de que todo
había sido idea de mi madre.
Al despertar, Milly no estaba en la cama. Me levanté y
me vestí rápidamente para ir a buscarla en la licorería de
abajo. Al no encontrarla regresé de nuevo a su cuarto para
dejarle un mensaje.
En eso estaba, cuando la vi llegar con una olla de tamaño mediano, tapada y que contenía un rico caldo de menudo.
—Vamos a desayunar—. Me dijo.
—¡Que rico!— Le dije.
—Pero no aquí—. Me dijo ella.
—¿A dónde?—. Le pregunté extrañado.
—A tu casa, con tu mamá.
Me pareció que era una buena idea por parte de ella,
tratar de aclarar el malentendido.
Abordamos el taxi, teniendo extremo cuidado de no derramar el caldo caliente sobre nuestras piernas.
Al llegar le abrí la puerta de la casa, para que entrara.
Traíamos en la mano dos cervezas “Superior” tamaño familiar. Mi madre al vernos abrazados preguntó muy seria:
—¿Qué traen ustedes?
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Un Paso muy Difícil
—Nada suegra, que nos reconciliamos anoche—. Le
dijo con mucha sutileza para hacer enojar a mi madre.
No me daba cuenta de que Milly había iniciado una guerra.
—¿Pasaron la noche juntos?
—¡Claro suegra! —Y dirigiéndose a mí me preguntó—
¿Verdad “gordo”?
—Si Milly—. Le dije besándola enfrente de mi madre.
Mi madre no podía ocultar su frustración y el enojo, al
vernos nuevamente juntos. Se levantó de la mesa y dijo:
—Voy a traer los platos, sino el caldo se enfría.
En un instante dimos cuenta del exquisito menudo.
—¿Qué van hacer entonces?—. Nos preguntó mi madre.
—¡Nada! ¿Qué quiere que hagamos?
Y mirándola a los ojos, le pregunté:
—¿Casarnos?
Mi madre no dijo nada. Creo que en su mente estaba
preparando otra de sus ocurrencias.
Yo había decidido terminar con Rosa, era lo mejor. Me
gustaba hacer el amor con Milly sin ningún obstáculo ni prejuicio.
Mi padre se levantó al escucharnos, y se le notaba que
había bebido la noche anterior.
—Hola Milly—. La saludó en cuanto la vio.
—¿Gusta un menudo?— Le preguntó ella.
—Si, creo que sí.
—¡Sírvase suegro!
Mi padre vio la cerveza y preguntó:
—¿Me invitan una cerveza?
—¡Claro Suegro!—. Y le acercó la botella, ante la furia
de mi madre que no le gustaba ver tomar a mi padre.
Al no poder soportar el ambiente que se había creado
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J.David Villalobos
entre Milly, mi padre y yo, se levantó de la silla y dijo:
—Pues hagan lo que hagan, no pueden estar juntos en la
casa.
Nadie dijo nada sobre su comentario, ya para ese momento las cervezas estaban haciendo efecto en nosotros,
aparte los efectos del tequila de la noche anterior, aún no se
esfumaban.
Nos encontrábamos los tres en un estado de euforia.
Escuché algo que no comprendí de momento:
—Suegro anoche usted andaba muy romántico.
Mi padre solo rió de su comentario.
Milly volteó a verme y me dijo:
—¿Tú crees? Ya hasta matrimonio me estaba proponiendo.
Yo lo tomé como una broma en ese momento. No supe
lo serio del caso, ni lo que tramaba ella.
Mi madre se había alejado de nosotros y se había encerrado en la recámara.
Al poco rato salió de su encierro y sonriendo nos preguntó:
—¿Quieren otra cerveza?
—Si suegra— Respondió Milly— Mi suegro ya se la
terminó.
—Yo voy y las compro— Se ofreció mi madre.
Extendiendo la mano preguntó:
—¿Quien me va a dar el dinero?
Mi padre y Milly sacaron dinero para dárselo a mi madre. Me pareció extraño que mi madre se ofreciera a ir a
comprar cerveza. Ella sabía de antemano que mi padre se
perdería de borracho ese día, y después comenzarían los problemas. Pero esos problemas ya eran ajenos a mí.
Habían dejado de importarme y ya habían desaparecido
449
Un Paso muy Difícil
los temblores que había padecido de niño.
Al poco rato sentí que me caía de sueño. Mi madre vio
que cabeceaba y me dijo:
—Vete a dormir, necesitas descansar.
Sentía que me daba vueltas la cabeza.
—Si “gordo” vete a descansar, yo me quedo aquí con tu
madre y con tu padre platicando.
Era domingo y ese día cerraba el “Casino Royal”, por lo
tanto ninguno de los dos trabajaría esa noche.
Como no podía sostener mi cabeza fija, le dije a Milly:
—Me voy a dormir.
—Si amor vete a descansar—. Y me besó en los labios.
Mi padre ya se encontraba ebrio, se levantó de su silla y
le dijo:
—A mi también Milly, dame un beso como el de anoche.
Ella riendo le dijo:
—¡Espérese suegro! Que va a pensar mi suegra, aquí
presente.
Mi madre permanecía mirándolos sin inmutarse siquiera. En su cara se le podía ver la ira y la frustración.
Me retiré a dormir en el sofá que estaba en la sala,
dejándolos en compañía de mi madre quien se paseaba nerviosa dentro de la casa, yendo y viniendo de la ventana a la
cocina.
La casa se componía de dos recámaras y una sala, y que
era en donde estaba mi cama. La siguiente era la recámara en
donde dormían mi hermana y mi hermano, seguía la última
recámara en donde dormían mis padres y era la que tenía el
baño adentro. Al final estaba la cocina y comedor a la vez.
Mi padre se levantó de su lugar y se sentó en donde yo
había estado sentado anteriormente. Colocó su brazo inten450
J.David Villalobos
cionalmente en el respaldo de la silla de Milly.
Mi madre se puso de pie y se detuvo frente a la estufa
para calentar café para ella. No dejaba de mirarlos de reojo.
Pero no parecía que los estuviera cuidando, sino que estaba
tramando algo.
Ellos hablaban en voz baja para no ser escuchados por
mi madre. Mi madre lo tenía todo calculado.
Lo había preparado todo astutamente y les dijo:
—Voy a misa.
Mi padre retiró el brazo del respaldo y dijo:
—Está bien.
—Ok suegra—. Dijo Milly.
Mi madre al pasar por la sala me dijo:
—Daniel, voy a misa no me tardo.
Yo alcancé a escucharla a lo lejos, y continué durmiendo. Mi padre en ese momento comenzaba a besar a Milly.
Ella no oponía ninguna resistencia.
Introdujo una mano debajo de su vestido y le acariciaba
lentamente las piernas, mientras que con la otra le liberaba
uno de sus senos.
Mi madre nunca había salido de la casa. Permaneció
adentro y sigilosamente, y sin hacer ruido llegó hasta la cocina sin ser vista por ellos. Se dio cuenta de lo que estaban
haciendo, y se retiró de nuevo hacia la escalera en donde
permaneció unos minutos más, antes de volver a subir.
Mi padre se puso de pie y ayudó a Milly a llegar hasta
su recámara. Habían dejado la puerta abierta para poder escuchar, cuando regresara mi madre de la iglesia, o si yo me
levantaba.
Una vez que le arrebató las pantaletas, la acostó sobre la
cama, y se sacó el pene a través de la cremallera de su pantalón para poseerla.
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Un Paso muy Difícil
Milly solo reía, como si quisiera ser escuchada.
La noche anterior mi padre había bebido con ella dentro
del cabaret, y le había dicho que ella necesitaba a un verdadero hombre, no a un niño como yo.
Se habían besado hasta cansarse. No les importó que en
el cabaret se dieran cuenta de que era ella la mujer de su hijo,
pero tampoco a los del cabaret les importaba mucho.
Así era el ambiente del cabaret. Si no había reglas ni
escrúpulos, menos moral y decencia.
Mi madre subió despacio para no hacer ruido, y se
acercó a la recámara. Alcanzó a escuchar el chirriar que
hacía la cama, y regresó a despertarme.
—¡Daniel, Daniel! Ve a ver que lo hace tu mujer—. Me
susurró alterada.
Yo desperté tratando de ordenar mis ideas, pero no
comprendía lo que mi madre me decía. Aun me sentía mareado por la cerveza. Mi madre insistió moviéndome.
— ¡Daniel, Daniel! Ven a ver a tu mujer.
Me levanté medio adormilado y no pude evitar hacer
ruido. En ese momento mi padre y ella habían terminado de
hacer el amor.
Me dirigí a la recámara en donde estaba el baño y escuché a mi padre decirle, mientras Milly se cubría los senos
con la sábana:
—¿Verdad que es diferente estar con un hombre que con
un niño?
Y ella le contestó sonriendo y mirándome de reojo.
—Sí.
En ese momento lo entendí todo. No sentí odiarla.
Lo que había visto había sido tan fuerte, que los efectos
de la borrachera se esfumaron.
Ella se había vengado de mi madre y de mí. Se había
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J.David Villalobos
acostado con mi padre para vengarse de mi madre y de mí.
Sentí que mi padre se merecía una mujer como ella y
pensé: “Que bueno que la disfrutó”.
En ese momento ella había muerto para mí.
Mi madre había jugado muy duro con ella, y ahí estaban
las consecuencias. Mi madre había dado un paso muy difícil
y nos lastimó a todos.
Haciendo caso omiso a lo que vi y escuché, me dirigí al
baño.
—Con permiso, voy a pasar al baño—. Se me ocurrió
decir.
—Adelante hijo—. Contestó mi padre, creo que en un
momento de arrepentimiento o solamente por decir algo.
Permanecí encerrado en el baño, para darles tiempo de
que compusieran su ropa. Mi mente estaba bloqueada.
Mi madre, fue entonces cuando se retiró a la iglesia. Su
plan había funcionado. Había logrado que yo la viera con
otro hombre, para que al fin pudiera deshacerme de ella.
Salí del baño y me regresé al sofá.
Ellos estaban de nuevo en la cocina bebiendo y conversando de modo natural. Ya no había secretos ni confidencias.
Todo había concluido para ellos, y todo había terminado
también para mí.
Después, ella regresó conmigo y me preguntó:
—¿Qué tienes “gordo”?
Yo le respondí:
—Nada, solo dolor de cabeza.
Mi padre se levantó en ese momento y nos dijo:
—Bueno muchachos, ya me voy a dormir.
Se retiró y yo me quedé con ella en la sala.
La miraba a los ojos y ella me sonreía. No estaba bebida
ni nunca lo estuvo. Ella también había tenido su plan y le
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Un Paso muy Difícil
funcionó. Había cobrado su venganza y me había hecho sufrir debido al sufrimiento que le causó la farsa de mi supuesto compromiso con Rosa.
Una vez que hubo cobrado su venganza, me dijo:
—Ya me voy a descansar. Si quieres verme, ya sabes en
donde vivo.
Bajó la escalera y salió a la calle.
Hasta entonces pude llorar.
No la odiaba a ella, me odiaba a mí mismo y a mi madre. Tampoco podía odiar a mi padre, él había sido utilizado
por mi madre para llevar a cabo su plan.
Los prejuicios religiosos de mi madre y sus juegos dañinos, hicieron que mi padre diera también un paso muy difícil, pero él salió triunfante. Tuvo la oportunidad de disfrutar
un cuerpo joven a sus sesenta y cuatro años de edad.
No quise saber ya nada y ese domingo salí de la casa sin
saber a dónde ir, ni en donde estar. No podía ir con ella, pues
todo había terminado. Tampoco podía ir a mi casa porque
estaba Víctor y no tenía deseos de verlo ni de platicar con él.
Abordé un taxi y me dirigí a casa de Jaime.
Al cabo de media hora me encontraba frente a él, quien
al verme deshecho me preguntó:
—¿Qué te pasó Daniel?
—Nada—. Crucé la puerta y me senté en el sofá, en
donde muchas veces había sido cómplice de nuestros juegos
de cartas, y en las que Jaime había salido perdiendo.
—¿Me invitas un trago?
—¡Claro! Sírvete.
Me serví del whisky “Horse White” que tenía.
Jaime me acompañó con un trago y me dijo:
—Deja que me arregle y vamos a comer por ahí.
Así lo hicimos y ese domingo fuimos a comer a un res454
J.David Villalobos
taurante que tenía un piano, y toqué algunas melodías sentimentales. Después nos dirigimos al "Tekare", un bar ubicado
por la avenida 16 de Septiembre.
Más tarde salimos de ahí para seguir bebiendo en un
"Sanborns" cerca de su casa. Finalizada la noche llegamos a
su casa y continuamos bebiendo hasta que vimos morir la
botella de whisky “Horse White”
En agradecimiento por todo lo que había hecho por mí
Jaime en ese día, me quedé a dormir con él en su propia cama y dejarlo que besara todo mi cuerpo.
¿Cómo más podría pagarle?
La compañía de un amigo no tiene precio, y él había
sido una buena compañía para mí en ese día.
Nunca le conté la verdad. Lo que ocurría en la familia se
quedaba en la familia.
Al despertar recordé lo que había sucedido en mi casa, y
sentí mucho rencor hacia mi madre, hacia mi padre y hacia
Milly, de modo que decidí vengarme. Volteé lentamente a
Jaime de lado, para que no se despertara bruscamente, y lo
penetré suave para no lastimarlo. Por primera vez iba a tener
un orgasmo con un homosexual. Y lo logré.
Cobré mi venganza y a la vez hice feliz a Jaime.
Nos levantamos y nos fuimos juntos al “Le Trianón”.
Al vernos llegar juntos nos dijo un mesero sonriendo:
—¿Qué durmieron “juntas”?
A mí no me importó el comentario, y Jaime solo sonrió.
No tenía pensado beber, al salir me dirigí a mi casa donde vivía Víctor. Abrí la puerta y me encontré con la sorpresa
de que ya no estaban viviendo ahí.
Como se acercaba el día de pagar la renta, decidieron
mejor mudarse. “Ni modo”, pensé. Era lo mejor para mí.
Necesitaba un lugar para estar yo solo. No quería ver a la
455
Un Paso muy Difícil
cara a mi padre y tampoco lo quería obligar a que él me viera
y hacerlo sentir culpable.
Me dediqué a trabajar, y a tratar de olvidar a Milly a
pesar de no poder lograrlo. Todas las noches al acostarme en
mi cama desvencijada, acudían a mi mente imágenes del día
en que la conocí. Extrañaba que me dijera “gordito”.
Debido a la depresión que sufría, no podía dormir. Como la soledad era mi compañera, dejaba mi grabadora “Samsung” encendida toda la noche para que la música me acompañara. Era de madrugada cuando escuché la voz de Yoshio
y Sonia Rivas cantando “El reencuentro”.
Las lágrimas rodaron a raudales y por primera vez dejé
que el llanto ahogara mi pena.
Grabé esa canción y la escuchaba cientos de veces, y
cada vez que la escuchaba rompía a llorar.
Una noche me enviaron del sindicato de músicos a suplir al bajista del “Dandy”. Este salón estaba a la vuelta del
“Casino Royal”. Tenía miedo de encontrármela. Tenía miedo
de que ya tuviera a alguien más.
Ya habían pasado más de tres semanas de ese domingo
cruel. No pude resistir más y fui a buscarla.
Pregunté por ella y me dijeron en el “Royal” que ya no
trabajaba ahí, que se le había terminado su contrato, y que
estaba en Can-Cún. Sentí que me iba a morir.
No podía ser. La había perdido para siempre, justo
cuando me di cuenta de que la amaba de verdad. Nunca
comprendí que ella a pesar de haber andado en el fango,
nunca se había enlodado. Cuando la conocí era una muchacha limpia y pura para hacer el amor. No era solo sexo, era
también amor.
Ella no necesitaba de ir a misa ni de oraciones, para
comprender la soledad en la que yo vivía, y la falta de amor
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J.David Villalobos
que padecía. No necesitaba de confesiones; como lo hacía mi
madre, para saber dar amor, respeto, comprensión y desprendimiento, como se lo había dado desinteresadamente a
mi madre, sin esperar nada a cambio. No había tenido un
cura que la guiara por el camino del bien.
¡Ella era el bien! Milly se dejaba guiar por su conciencia y por su amor incondicional.
Me regresé al “Dandy” a terminar mi trabajo y en el
camino me encontré con “Mona”, él era su asistente. Era el
que le ayudaba a recoger las prendas en su trabajo, cuando
estaba haciendo su trabajo de desnudo. No pude evitar sentir
una emoción tan grande cuando lo vi.
—¡Mona, Mona!—. Le grité.
Él volteó a verme y se puso pálido.
Corrí hacia él y le pregunté:
—¿Dónde está Milly?
Nervioso y asustado me dijo:
—En Can-Cún.
—¿Cuándo se fue?
No sabía mentir y titubeo.
—Ayer, no antier.
—¡Dime la verdad Mona! Necesito verla antes de que se
vaya.
Él se dio cuenta de mi desesperación y me preguntó:
—¿Para qué quieres verla?
Sin poder callarlo más, le dije la verdad:
—¡Para que vuelva conmigo!
Mona sonrió y me dijo:
—Si se comunica conmigo, yo le digo.
No le creí y dejé que se fuera.
Subió los escalones que conducían a los apartamentos
arriba de “la esquina maldita” y se perdió adentro.
457
Un Paso muy Difícil
No pude contenerme y fui tras él.
En el momento en que yo subía. ¡Ella descendía!
Mona le había dicho que yo la estaba buscando y que
me encontraba afuera, entonces ella salió en mi búsqueda.
No hubo nada que decir. Ella solo repetía:
—Sabía que te vería antes de irme, lo sabía.
La abracé tan fuerte que ella sintió mi amor a través de
ese abrazo.
—Milly, mi amor como te extrañé.
—Yo también “gordo”.
Una vez que nos separamos le dije:
—Estoy en el “Dandy, al terminar regreso contigo.
—Si, por favor. Tengo algo que decirte.
Me despedí de ella y mi estado de ánimo había cambiado. Se me hizo eterna la hora del show.
Una vez que terminé mi trabajo, me dirigí a su pequeño
apartamento.
—¿Qué crees? —Me dijo muy seria— Ya se me terminó
el contrato en el “Royal”.
—Si, ya lo sé. ¿Y entonces que vas hacer?—. Le pregunté angustiado por perderla.
—Me tengo que ir mañana a Can-Cún. —Me dijo triste— Y ya no te veré más.
—¿Por qué?
—Porque está muy lejos para volver a vernos. Ni tu vas
a poder ir a verme, ni yo voy a poder pagar el avión para
venir a verte.
—No te vayas—. Le dije tristemente.
—¿Y qué hago aquí “gordo”?
Me levanté de la cama en donde había estado sentado, y
le tomé las manos.
—Vente a vivir conmigo—. Le dije.
458
J.David Villalobos
Ella incrédula, abrió los ojos y me preguntó:
—¿Estás seguro?
—¡Sí! —Y la abracé— Ya no quiero que trabajes ni te
desnudes para nadie.
Ella me abrazó y lloró de alegría.
Aún tenía sus dudas y no estaba muy segura de si funcionaría. Ambos éramos muy jóvenes, y además; habíamos
cometido muchos errores. Era un paso muy difícil que dar.
La llevé a mi pequeña vivienda y ella al entrar dijo:
—Esta casa necesita muebles y una buena limpieza.
Esa noche nos entregamos a la pasión, pero esta vez
estaba plagada de amor. Fue como haber hecho el amor por
primera vez ¡Cuánto la amaba!
Al día siguiente fuimos a la mueblería “Elektra”, a tratar
de conseguir unos muebles a crédito.
Necesitábamos un refrigerador y una estufa, por lo menos. Me autorizaron el crédito pero lo único que me hacía
falta, eran unas referencias personales.
Se me ocurrió poner a mi madre.
Al llenar la solicitud me dijo la persona que me atendió:
—En cuanto pidan informes sobre las referencias, puedes venir en tres días a preguntar por tus muebles.
Milly y yo estábamos felices. Íbamos a iniciar una nueva
vida de pareja y formar un hogar los dos juntos. Ella ya no
era más la bailarina exótica, y además dejaba de ser Milly
para siempre. De ahora en adelante usaría su verdadero
nombre: Beatriz Cruz. La llamaría “Betty”
Pasaron los tres días y volvimos a acudir a “Elektra”.
Al llegar nos dieron la mala noticia.
Mi madre al escucharlos pedir información sobre mí, y
que estaba solicitando un crédito, les dijo:
—No le den el crédito porque se va a “pelar” de la ciu459
Un Paso muy Difícil
dad, allá ustedes si se lo dan.
Nos sentimos muy desmoralizados. Pero ellos ya habían
autorizado el crédito. No le creyeron a mi madre sus mentiras. Se dieron inmediatamente cuenta de que era falso, porque si hubiera sido verdad, una madre no echaría de cabeza a
su hijo. Nos abrazamos felices por haber obtenido el crédito.
Al día siguiente ya teníamos en casa, la estufa “Mabe”,
y el refrigerador “General Electric”.
Ella resultó ser una buena cocinera.
Le llamé por teléfono a mi madre y le reclamé su actitud.
—¿Por qué le dijo a “Elektra” que me iba a “pelar” de la
ciudad?
—Para que no gastaras dinero, no va a durar tu relación
con Milly.
—Pues para su conocimiento, me lo autorizaron.
Mi madre no dijo nada, y furiosa colgó el teléfono.
Al paso del tiempo Betty me dijo:
—Creo que estoy embarazada.
—¿Cómo lo sabes?
—Es que ya tengo más de dos meses de retraso.
Me alegraba saber que sería padre.
No pude evitarlo y se lo dije a mi madre, con la intención de demostrarle que si iba a funcionar nuestra relación.
Habían pasado algunos días cuando mi madre me llamó
al trabajo y me dijo:
—¿Por qué no vienen tú y Milly a la casa?
—¿Para qué?—. Le pregunté desconfiado.
—Pues si ya está embarazada, para estar al pendiente del
nieto. Quiero conocerlo cuando nazca.
Me pareció razonable su actitud y además, ya era tiempo
de que cambiaran las cosas entre ella y nosotros.
460
J.David Villalobos
Se lo comenté a Betty, y estuvo de acuerdo.
Al siguiente domingo y antes de ir a casa de mi madre,
nos dirigimos al cuartel de bomberos, ya que mi hermano
Miguel pertenecía al Heroico Cuerpo de Bomberos.
Me había llamado por teléfono al trabajo un día antes,
para ponernos de acuerdo en que pasara por él a las doce del
día, hora en que iniciaba su día franco.
Caminábamos los tres por la calzada del campesino,
cuando vimos que el camión que nos llevaría a donde mi
madre, se venía acercando a la parada y le dije a Betty:
—¡Córrele que ahí viene el camión!
Me adelanté para hacerle la parada, puesto que Betty no
podía correr de prisa a causa de sus zapatos de tacón alto.
Mi hermano se había quedado con ella.
De pronto escuché que alguien le gritó:
—¡Huevona!
Volteé a ver hacia donde venía la voz, y observé que
dentro de un Volks Wagen color rojo, se encontraban cuatro
tipos bebiendo cerveza, a una cuadra de la clínica número
uno del seguro social.
Hice caso omiso y volví a escuchar:
—¡Apúrale huevona!
No me pude contener y me acerqué a ellos seguido por
mi hermano.
—¿Qué pasa?
Al acercarme, salieron del vehículo los otros tres individuos que se encontraban adentro. Permanecieron de pie a la
espera de lo que pudiera suceder. Todos ellos tenían aproximadamente treinta años de edad.
Uno de ellos, el que estaba afuera del vehículo y quien
fue el que gritó me dijo:
—Tu hermana es una huevona.
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Un Paso muy Difícil
—No es mi hermana, es mi esposa—. Le dije furioso.
Yo para ese entonces todavía portaba mi arma que había
utilizado cuando pertenecía a la policía militar en el Pentatlón, una pistola escuadra calibre .38 marca “Llama”, pavonada de color negro con cachas de plástico color café.
El tipo que gritó dijo:
—Me equivoqué, pues.
No me bastó su infantil excusa y le dije:
—Pues no te andes equivocando ¡Idiota!
Al escuchar mi agresión, los cuatro comenzaron a rodearnos a mi hermano y a mí.
Mi hermano era karateka cinta verde, y podría con uno
o con dos tipos, al igual que yo. Pero no sabíamos quienes
eran o el motivo de su agresión.
El que había iniciado el pleito, me dijo:
—¡Pues éntrale pendejo!
Furioso ante lo disparejo de la situación le dije:
—¡Así serán valientes cobardes montoneros!
Vi a Betty parada en la esquina del camión y le grité
desde lejos:
—¡Súbete y vete para la casa!
Ella temía por mí, y le hice la seña con la mano de que
no se preocupara, y que se fuera en el camión.
Una vez que abordó el camión, me abrí la chamarra y
dejé ver la cacha de mi pistola.
Entonces se invirtieron los papeles.
—¡Cobarde! ¿Que no tienes huevos?
—¡No pendejo! Tengo una pistola para partirles la madre.
—¡Éntrale sin la pistola!—. Me dijo.
—¡Órale, tu yo solos pendejo!
—¡Órale, vente!—. Me dijo pero no se separaba de los
462
J.David Villalobos
demás.
Decidí sacar el arma y deslicé el martillo hacia atrás,
puesto que siempre tenía la pistola con un tiro en la recámara. Dejaron de discutir y guarde la pistola de nuevo en mi
cinturón.
—¿Para qué se meten con quien no deben?—. Les dije.
Decidieron dejarnos pasar y se hicieron a un lado. Pasamos por en medio de ellos y les dije en forma provocativa:
—¡Ahora sí, parecen gallinas!
Mi comentario encendió al que había iniciado todo y
trató de acercarse a mí retándome. No le permití que se acercara a más de cinco metros y saqué la pistola de nuevo. El
tipo buscó refugio entre los árboles, y procedí a guardarla de
nuevo. Mi hermano permaneció siempre detrás de mí.
Nos disponíamos a retirarnos cuando trataron los otros
tres de emboscarnos entre los coches que estaban estacionados. Mientras el pleitista se acercaba de nuevo, saqué el arma
de nuevo y le apunté.
Lo tenía en la mira y por mi mente cruzaron mil pensamientos. ¿Y si lo mato? ¿Y si voy a ir a la cárcel? ¿Y si tiene
familia que mantener? El quinto mandamiento dice que “no
matarás” ¿Y si lo mato y voy al infierno?
Cuando vi que se apartó de la mira, jalé el gatillo dejando que la bala se perdiera en el infinito. Solo traté de asustarlos. Una vez que disparé, se tiraron al suelo y le grité a mi
hermano:
—¡Córrele!
Salimos corriendo en dirección al cuartel de bomberos,
con los tipos pisándonos los talones. Dimos la vuelta por las
calles aledañas esquivando los coches que circulaban. Sentí
que la pistola se me iba a caer, y la saqué de mi cintura y la
tomé con la mano.
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Un Paso muy Difícil
Los automovilistas vieron el arma, y supongo que han
de haber pensado que acabábamos de cometer un atraco.
Corrimos tanto hasta que los perdimos de vista.
Habíamos corrido en dirección contraria a la ruta del
camión, cuando de pronto recordé:
—¡Betty! Van a seguir el camión y van a saber en donde
vivimos.
Decidí esperar otro camión para que nos llevara a la casa de mi madre. Al cabo de diez minutos lo abordamos.
Más tarde, pasábamos por el mismo lugar en donde
había hecho el disparo. Vimos a una ambulancia levantando
a una persona tirada en la calle frente a la clínica del seguro
social. En el lugar estaba una patrulla y alcancé a ver a los
tipos parados en la escena del accidente. Logré ver sus rostros enfurecidos y le dije a mi hermano:
—¡Agáchate ahí están!
Los dos nos ocultamos detrás de los respaldos de los
asientos del camión, y como era domingo éste venía casi
vacío.
Llegamos por fin a la casa y ahí estaba Betty, preocupada porque no llegábamos.
Mi madre nos preguntó:
—¿Qué pasó?
—Nada, solo les dimos una lección a unos tipos—. Le
dije y abracé a Betty que no dejaba de angustiarse.
Mi madre en cuanto había visto a Betty, la abrazó y se
comportó con ella como si nada hubiera sucedido en el pasado.
—Milly, que gusto verte—. Le dijo.
—Se llama Betty—. Le aclaré.
—Bueno, de ahora en adelante te vamos a decir Betty.
La comida fue con motivo de darle a Betty y a nuestro
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J.David Villalobos
hijo, la bienvenida como nuevos miembros de la familia.
Mi madre le obsequió un frasco de vitamina “C” y unas
tabletas de acido ascórbico, que según ella, para protegerla
contra una fuerte gripa.
Betty las aceptó confiando en que mi madre obraba de
buena fe. También le había preparado un té para reforzar el
embarazo. Le dio a beber en ese momento un té de orégano
con trocitos de nuez.
—Lo tomas durante una semana. —Le dijo— No más.
Betty bebió el té mientras platicábamos y hablábamos
acerca del bebé.
Se llegó la hora de partir y mi madre nos preguntó:
—¿Cuándo vuelven a venir?
—No sé, a la mejor el próximo domingo—. Le dije.
Mi madre me hizo una propuesta.
—¿Por qué no la dejas aquí por las mañanas, y cuando
salgas del trabajo vienes por ella?
Betty estuvo de acuerdo y le dijo:
—Me parece bien suegra.
Al día siguiente ya le tenía preparado el té de orégano
con nuez.
Cuando regresé de con mi madre, me detuve en el
puesto de periódicos porque me llamó la atención una nota
en “El Informador” que decía: "Bala perdida mata a vendedor ambulante". Sentí mi corazón palpitar aceleradamente.
Compré el periódico y leí que una bala perdida había sido
disparada por un joven, que vestía una chamarra de color
café. La descripción había sido dada por los tipos que nos
agredieron y cambiaron toda la versión. Habían dicho que
pretendíamos asaltarlos, y que disparamos contra ellos.
Me fui al trabajo angustiado por lo del accidente, por la
tarde fui por Betty y regresarnos a la casa.
465
Un Paso muy Difícil
Esa noche no pude dormir pensando en el disparo.
Durante la noche, había escuchado a Betty que se había
levantado varias veces a caminar.
A la mañana siguiente le pregunté:
—¿Que te sucedió? ¿No pudiste dormir?
—Me dolía la cadera, y no pude dormir a causa del dolor.
—Vamos, te llevo con mi madre para ver si ella sabe
que es lo que tienes. —Y le recordé— No olvides tus vitaminas.
—No—. Dijo ella y la volvió a tomar.
La llevé de nuevo con mi madre, y ya le tenía preparado
el té como todos los días.
Me fui al trabajo, al regresar por la tarde me enteré de
que Betty se encontraba en hospital civil de la Cruz Verde.
Mi padre fue quien me dio la noticia.
—Tu madre está con ella.
—¿Qué le pasó?
—Tuvo un aborto.
Lo que sucedió, fue que cuando bebió el té sintió náuseas, al tratar de vomitar hizo un esfuerzo y le vino la hemorragia. Se sentó en el inodoro y al levantarse vio una gran
cantidad de coágulos de sangre flotando.
Asustada le llamó a mi madre:
—¡Suegra! ¿Puede venir por favor?
Mi madre vio los coágulos en el inodoro y le dijo:
—¡Hay que llevarte al hospital!
El té que había estado bebiendo hizo que el desarrollo
del bebé se detuviera, y su corazoncito dejara de latir.
Además; el acido ascórbico acelero el proceso del aborto.
Betty sufrió un desprendimiento de placenta y tuvo que ser
llevada al hospital donde le practicaron un legrado.
466
J.David Villalobos
Cuando mi padre me dio la noticia, me dirigí rápidamente al hospital en donde me encontré con mi madre y le pregunté:
—¿Cómo está?
—Bien. Nada más que le van hacer un legrado y en tres
días sale del hospital.
—Pero. ¿Ella está bien?
—Si, no te preocupes. Es joven y podrá tener más hijos.
No comprendí su comentario.
Más tarde, al finalizar la hora de las visitas, mi madre y
yo regresamos a casa dejando a Betty en el hospital.
—¿Por qué tuvo que suceder esto?—. Le comenté.
No sé si mi madre era una cínica o una descarada, o muy
sincera. Pero me dijo lo que ella sabía.
—¡Mira Daniel! Era mejor así. No sabemos si el hijo
que perdió era de tu padre.
Mi madre había tocado una herida que yo creí cerrada
para siempre. Me quedé pensando y los celos comenzaron a
posesionarse de mí. Se me vinieron a la mente las imágenes
de ella en la cama con mi padre, y la pregunta que él le había
hecho: “¿Verdad que es diferente estar con un hombre?”.
Le pregunté a mi madre:
—¿Abortó sola?
—¿Cómo dices?
—Que si se le vino solo, o usted se lo provocó.
Mi madre me dio la espalda y dijo:
—¡Como crees! ¿Me crees capaz de eso?
No supe que contestarle, solo la miré de reojo en silencio. Días más tarde Betty salió del hospital, y como tenía que
guardar reposo se tuvo que quedar al cuidado de mi madre.
Los familiares de ella vivían en Córdoba Veracruz.
Debido a que tuvo que permanecer encerrada más de un
467
Un Paso muy Difícil
mes, yo tuve también que ir a dormir a casa de mi madre.
Mi madre nos puso una condición:
—No pueden dormir juntos porque es pecado mortal.
—Pero no vamos hacer nada—. Le dije.
—No me importa, después el padre Flores no me quiere
confesar, porque dice que estoy en complicidad con ustedes
viviendo en amasiato.
A tal extremo llegaban sus prejuicios religiosos.
—¡Si no te gusta, llévatela a tu casa! A ver quien la cuida y la baña. Me tenía atrapado.
Era en ese preciso momento cuando más me necesitaba
Betty, pero yo no tenía deseos de abrazarla ni de consolarla.
Los celos me estaban matando.
Hasta creía ver en mi padre una sonrisa de cinismo y satisfacción. Me estaba enfermando de verle la cara todo el día,
y estar bajo el mismo techo.
También me incomodaba no poder compartir la cama
con mi mujer. Ella dormía en mi cama que estaba en la sala,
y mi madre en el sofá. A mí me había enviado a dormir en
una cama plegable que puso en medio de las camas de mi
hermana y de mi hermano. Mientras mi padre dormía a pierna suelta en la cama a sus anchas.
Ahora que lo veo, no sé si yo era una persona muy noble, o muy cobarde, o muy estúpido. Tenía que dar un paso
difícil y tomar una decisión. Pero todavía no sabía cuál.
Al cumplir la “cuarentena” nos fuimos inmediatamente
a nuestra casa a revolcarnos como locos. Saciamos todas
nuestras necesidades, y nuestros deseos reprimidos. No pasaba un día en que no estuviéramos juntos.
Fue en unas de esas noches cuando los celos que me
atormentaban salieron a relucir, y le pregunté:
—¿Así fue como gozaste con mi padre?
468
J.David Villalobos
—¿Qué? —Me miró desconcertada— ¿Qué dices?
—Si, no te hagas la tonta. Sabes muy bien a que me refiero.
—“Gordito” ¡Olvídalo por favor!—. Me dijo ella.
—¿Cómo crees que lo voy a olvidar?
La ira se fue apoderando de mí y en un arranque de celos, la abofeteé.
—¡No, por favor! ¡No me pegues!—. Me dijo llorando.
No me podía contener. Estaba enfermo de celos.
—¿Cuantos más tuviste antes que yo?
La tomé de los cabellos y le volví a preguntar:
—¡Contesta! ¿Cuántos más hombres se acostaron contigo?
—¿Para qué quieres saberlo? —Me preguntó llorando—
¡No te atormentes con eso!
—¡Dime!—. Le grité y le volví a golpear la cara.
Ella lloraba suplicando.
—¡Ya no me pegues por favor Daniel!
La solté de los cabellos y me acosté a un lado de ella
llorando de impotencia, de rabia y de celos.
Ella me abrazó llorando y me dijo:
—¡No te atormentes por favor Daniel! ¡Olvídalo!
Al irme a trabajar busqué refugio en la bebida.
Las drogas las había hecho momentáneamente a un lado,
no ganaba lo suficiente como para poder darme ese lujo.
Cuando salía de mi trabajo, en lugar de regresar a casa,
permanecía en el bar dentro del restaurante bebiendo, para
matar el tiempo antes de regresar de nuevo a tocar.
A veces me iba a casa de Jaime a seguir bebiendo, para
regresar pasado de copas a trabajar en el restaurante.
Betty se pasaba la mayor parte del día sola y encerrada
en la pequeña casa.
469
Un Paso muy Difícil
Al llegar a casa por la noche, se repetía la misma historia.
—¿Cuántos más tuviste antes que yo? ¡Contesta! ¿Cuántos más hombres se acostaron contigo antes que yo?
—¿Para qué quieres saberlo? ¡Ya no te atormentes con
eso!
—¡Dime!—. Le grité y le abofeteé de nuevo el rostro.
Ella lloraba suplicando:
—¡Ya no me pegues por favor Daniel!
Hasta que un día cansada de tanto maltrato físico, me
dijo:
—Te voy a contestar lo que quieres saber, pero por favor no me pegues si te enojas.
—¡Dime!
Ella lloraba de pánico, pues sabía que me iba a doler lo
que me iba a decir.
—El primero fue el maestro de la escuela que me violó,
eso hizo que mi madre me corriera de la casa. Ella no me
creyó que fui violada.
Yo la escuchaba en silencio odiando al maestro que la
violó y a la madre de ella por haberla echado de su casa.
—Me fui a refugiar en casa de una amiga que confeccionaba ropa para bailarinas exótica, ahí fue en donde
aprendí a coser ropa. Después ella me contactó con una señora que manejaba artistas y acepté trabajar con ella. Me
llevó a Acapulco, y ahí conocí al representante que me manejaría. Me dijo la señora que si quería tener mucho trabajo
que me acostara con él, y así lo hice.
Conforme iba narrando yo apretaba los puños de rabia y
lloraba en silencio.
—Ya mi amor, por favor no te atormentes—. Me dijo.
—¡Continúa!—. Le ordené.
470
J.David Villalobos
—Después —Continuó ella narrando— conocí al papá
de Manuelito, y fue cuando salí embarazada. Viví con él
como dos años antes de separarnos y regresar de nuevo al
cabaret. Después en Chetumal, un cliente me dio mil pesos
por pasar la noche conmigo y acepté.
La interrumpí preguntándole:
—¡O sea! ¿Qué también te prostituiste?
—No amor, solo fue esa vez porque Manuelito estaba
enfermo y mi madre no tenía dinero para las medicinas.
Betty me abrazó y me preguntó:
—¿Quieres que siga?
—¡Sí!—. Le contesté lleno de celos.
—Después me fui a Veracruz y ahí conocí a José, era un
cantante de música ranchera, y salimos unas veces y ya.
La interrumpí diciéndole:
—¡Ya van cinco! ¿Cuántos más faltan?—. Le pregunté
llorando.
Ella me respondió:
—Como diez más.
Al escucharla no pude controlarme y le di otra bofetada.
Ella me gritó:
—¡Por favor Daniel, no me pegues! ¡Estoy embarazada!
Al escucharla le pregunté:
—¿De quién? ¿De mi padre otra vez?
—¡No Daniel! ¡Es tuyo! —Me dijo llorando— ¡Tú lo
sabes bien que es tuyo!
Dejé de escucharla y me levanté de la cama y me fui a la
cocina. Ella me siguió para pedirme perdón de algo que no
había hecho.
—¡Perdóname Daniel! Si he sabido que te iba a conocer, no me hubiera acostado con nadie.
Yo no podía dejar de llorar, me consumían los celos.
471
Un Paso muy Difícil
Sentí deseos de matar a todos los que la habían tocado.
Ella me abrazó amorosa a pesar de haberla golpeado.
En verdad ella me amaba con todo el corazón.
Una noche me encontraba dormido y me despertaron los
ruidos de unos disparos. Asustado me levanté de la cama y vi
que Betty no estaba en la cama. Serían como las dos de la
mañana y busqué la pistola debajo del colchón, que era el
lugar donde la había guardado después del incidente frente a
la clínica número uno del seguro social.
Al no encontrarla imaginé lo peor.
Tenía miedo de salir al patio y encontrarme a Betty con
un disparo en la cabeza. Me quedé paralizado de terror,
cuando otro disparo me hizo reaccionar. Salí al patio, que era
de donde venían los disparos; y la vi a ella de pie completamente desnuda, con la pistola en la mano disparándole a la
pared y con la otra sosteniendo una botella de tequila.
—¡Que haces!—. Le grité furioso.
—Nada—. Me contestó completamente ebria.
Le arrebaté el arma de las manos y la tomé de un brazo
conduciéndola hasta la recámara.
Estando adentro le pregunté:
—¿Estás loca o qué? ¿Por qué se te ocurrió tomar la
pistola y disparar a altas horas de la noche?
Arrastrando la lengua debido a la borrachera que tenía
me dijo:
—Pensé en quitarme la vida, y así evitar que este niño
crezca en este ambiente de borracheras y golpes—. Dijo señalando a su vientre.
Me quedé pensando en lo que dijo y la dejé continuar.
—Después, pensé en matarte.
Se acercó hasta mí diciéndome como en secreto.
—¿Sabes? Estabas tan dormido que te puse la pistola en
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J.David Villalobos
la cabeza y ni cuenta te diste.
Se tiró sobre la cama y finalizando me dijo:
—Así que preferí dispararle a la pared en lugar de a ti,
porque todavía te amo a pesar de que me golpees.
Después de ese incidente, me alejé un tiempo del alcohol, pero más debido a una emergencia que se presentó durante su embarazo. Tenía más de cinco meses cuando se presentó un sangrado.
—¡Daniel! ¡Estoy sangrando!—. Me gritó al ver la
sábana manchada de sangre.
No sabía qué hacer ni a quién recurrir.
Corrí a la tienda de la esquina de la casa, para usar el
teléfono y llamar a mi madre.
—¿Bueno?—. Escuché la voz de mi madre al otro lado
de la línea.
—¡Mamá! Betty tiene una hemorragia, parece que va
abortar otra vez.
Mi madre me dijo:
—¡Llévala al hospital civil!
Colgué y la señora de la tienda me dijo:
—¿Por qué no la lleva con una partera muy buena que
conozco?
En ese momento hubiera hecho todo lo que me hubieran
dicho con tal de salvar a nuestro hijo. Si me hubieran dicho
que la embarrara de excremento de caballo, lo hubiera
hecho. No sabía qué hacer.
Me dio el domicilio y tras abordar un taxi, llegamos a la
casa de la partera. Al vernos llegar nos abrió la puerta de su
casa y nos dijo:
—Pasen por aquí, por favor. ¡Siéntate aquí muchacha!
La partera era una viejecita que andaría alrededor de los
setenta y cinco años, o más. Casi no podía caminar y me
473
Un Paso muy Difícil
pregunté si no habría ido al lugar equivocado.
Pero ya estábamos allí.
Le indicó que se subiera a la cama boca arriba.
Betty casi no podía ni moverse del dolor que tenía. Le
quitó la pantaleta e hizo el tacto. El diagnóstico que dio fue
que tenía la matriz movida.
De lo dulce y tierna que aparentaba ser, cambió a ruda y
dura y nos dijo:
—¡Ah que muchachos tan tontos! No saben hacer el
amor, solo les gusta subirse y montarlas como si fueran potros. Esta muchacha tiene la matriz fuera de lugar y como
está creciendo el niño, se está desprendiendo la placenta.
Mirándome molesta me dijo casi gritando:
—¡Y tú me vas a ayudar a acomodársela!
Me quedé helado. ¿Que debía hacer yo?
Adivinando mi pregunta me dijo:
—¡Pon tú mano aquí! ¡Fuerte!—. Me dijo señalando el
vientre de Betty, debajo de su costillas, justo en donde iniciaba el embarazo.
—¡Cuando yo te diga!—. Me dijo.
Yo tenía la mano en forma vertical como si fuera a dar
un golpe de karate.
—¡Ahora!—. Gritó ella.
Apreté con todas mis fuerzas hacia abajo, y sentí como
la anciana lograba mover mi mano, de la tremenda fuerza
que ejercía. Betty gritaba de dolor.
—¡Más fuerte! —Me gritó— ¡Que no se mueva!
Entonces procedí a empujar con más fuerza, para evitar
que la anciana moviera mi mano.
Después de varios intentos dijo:
—¡Ya está!
Luego, procedió a sobarle el vientre con algún líquido,
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J.David Villalobos
no recuerdo si era alcohol o éter.
Mientras lo sobaba me estuvo regañando:
—Para poder copular con la mujer, ella debe estar
húmeda, no antes muchacho tonto. ¡Y ya déjense de esas
estupideces! De qué; ahora yo me subo, ahora tú, date la
vuelta, ahora tú date la vuelta, métela por aquí, ahora por
acá. No muchacho, el sexo se debe hacerlo normal.
De pronto me dijo en un tono autoritario.
—Y tú. ¡Amárrate un pañuelo en la base de tu cosa, para
que no la penetres toda! ¿Que no ves que ella es de cuello
corto?
Me quedé helado de lo que me estaba enseñando.
—¡Tú le volteaste la matriz! Con tu aparato. Ni te hagas
las ilusiones de que lo tienes largo, ella es la que lo tiene
corto.
Me tomó desprevenido y me dio un manotazo en la cabeza y me preguntó:
—¿Me oíste?
—Si señora—. Le contesté sonriendo.
Ella imitó mi respuesta.
—“Si señora”, muchacho baboso.
Y dirigiéndose a Betty le preguntó:
—¿Cómo te sientes mi niña?
—Bien señora—. Le respondió ella más tranquila.
El dolor había desaparecido.
—Que bueno mi niña—.Y le dio un beso en la frente.
Volviéndose a mí, me volvió a hablar con dureza:
—Ahora que estoy retirada del seguro social, tengo más
trabajo que antes, y todo por culpa de ustedes los jóvenes,
que nomas quieren estar montando a sus mujeres.
Me sentí aliviado y no pude menos que sonreír.
—¡Y no te rías! Que esto es cosa seria.
475
Un Paso muy Difícil
Ese comentario me hizo reír.
Le pagué sus honorarios y salimos. Betty caminaba sin
ninguna dificultad. La abracé y la besé.
Tenía miedo de perder al bebé.
Durante todo el embarazo de ella, no falté a dormir a la
casa ni me emborraché.
Casi a finales de su embarazo, ella me comentó:
—Ahora sé que sí me quieres de verdad. Has cambiado
tu forma de ser desde que estuvimos a punto de perder el
bebé.
Y era verdad yo la amaba. Pero no sabía amarla.
Meses después nació nuestro hijo y debíamos registrarlo. Al llegar al registro civil, el funcionario nos preguntó:
—¿Están casados?
—No. ¿Es necesario?—. Le pregunté.
—No, pero va a quedar registrado como hijo natural.
Yo no quería que mi hijo fuera un bastardo y le pregunté
a Betty:
—¿Quieres casarte conmigo?
Ella me miró y me preguntó:
—¿Tú quieres?
La tomé de la mano y le respondí:
—¡Sí quiero!
—¡Yo también!—. Respondió ella.
Habíamos dado un paso muy difícil a esa edad.
Mi padre le dio una “gratificación” al juez para que pudiera casarnos el cual aceptó.
Betty estaba feliz y nuestro hijo no sería un bastardo,
llevaría un apellido y sería hijo legítimo.
Mis padres no podían ocultar su incomodidad por
haberme casado. Ese día mi madre nos invitó a desayunar
churros con chocolate, como una celebración especial por
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J.David Villalobos
habernos casado.
La vida transcurrió de modo normal, pero mi madre
nunca soportó la idea de que me hubiera casado por fin con
la bailarina exótica.
Aun de casados me hizo la vida imposible.
Un día de domingo que habíamos salido a pasear, nuestro Danielito se había ensuciado y necesitábamos cambiarlo
y darle un baño. Como nos encontrábamos cerca de la casa
de mi madre, pensé que posiblemente le daría gusto ver a su
nieto, quien ya tenía como seis meses de edad.
Así que nos dirigimos a su casa y tocamos el timbre.
Por más que toqué el timbre mi madre no quiso abrirnos,
lo desconectó desde adentro para que no la molestara.
Entonces le grité:
—¡Ábrame la puerta!
Pero como no se asomó por la ventana, insistí nuevamente. Golpeé tan fuerte la puerta con el pie, que algunos
vecinos se asomaran al escuchar los golpes. Otros salieron a
barrer la calle para estar al pendiente de lo que ocurría.
Como mi madre se obstinó en no querer bajar para abrir
la puerta, mi padre tuvo que bajar. Al verlo me alegré pero
tampoco me quiso abrir la puerta.
—¿Qué pasa? —Le pregunté— ¿Por qué no me quiere
abrir la puerta?
—Es que tu madre no quiere que entren—. Me respondió a través de la reja que tenía la puerta.
—¿Pero por qué?—. Le pregunté enfadado.
—Es que tiene problemas en la iglesia por tu culpa.
—¿Qué problemas?—. Le pregunté desesperado.
—¡Don Joel! —Le dijo Betty— Déjenos cambiar al niño, está muy molesto y ya nos vamos.
—No puedo—. Dijo el muy maldito.
477
Un Paso muy Difícil
El tampoco había estado de acuerdo en que me casara
con Betty. Pienso que le quité a su “mujercita”.
Como no me dejó entrar le volví a decir tranquilamente:
—Permítame cambiar a su nieto y nos vamos.
Pero el muy cabrón se negó.
—No puedo y es mejor que te vayas ya.
Me encontraba realmente furioso, y le dije en voz alta
para que escuchara mi madre.
—¡Lo que le falta a esa puta que está allí arriba gritando,
es que usted le dé una bola de chingadazos!
—No le voy a pegar y es mejor que te vayas ya.
Entonces le dije:
—¡A usted también le hacen falta huevos! ¿Cómo es
posible que ella lo manipule a usted? ¿Qué no tiene pantalones?
Los vecinos no perdían detalle de lo que ocurría.
Mi padre ya no quiso responder y le dije a mi esposa:
—¡Vámonos! —Y volteando hacia mi madre que seguía
asomándose por la ventana le dije:
—¡Ya nos vamos y olvídense de su nieto!
Con el niño llorando nos retiramos del lugar.
Lo que yo trataba de hacer era provocar a mi padre para
que golpeara a mi madre. Pero él tenía otras razones, que
saldrían a relucir más adelante.
Pasaron seis meses más y la situación económica mejoró. Aún seguía trabajando en el restaurante los dos turnos,
y había entrado a la orquesta del Afro Casino, tocando el
bajo eléctrico, que por fin había logrado comprar con mi
propio dinero.
El violín nunca se lo pagué a mi padre, y ese fue otro
motivo para discutir durante muchos años, hasta que se le
olvidó, o se resignó.
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J.David Villalobos
FAMILIA VALVERDE
Un día 15 de Marzo de 1957 nació la hija de Gabriela y
Joel. El nacimiento de esa niña, trajo un poco de alegría en
sus corazones, al no haber podido recuperar de manos de la
madre de ella, a Lolita su otra hija.
A pesar de toda tentativa, su madre se la había negado
infinidad de veces, incluso no le permitió que ingresara a su
casa.
Gabriela desesperada le había suplicado llorando:
—¡Madre por favor! ¡Déjeme tan solo abrazarla!
—¡Te dije que ya no vinieras! ¡Regrésate con tu “padrote”!—. Le dijo refiriéndose a Joel.
—¡Déjeme verla!—. Le había suplicado.
—¿Para qué quieres verla? —Le contestó su madre—
¡Olvídate de ella!
—¡Es mi hija!—. Le recordó Gabriela.
—¡No, estás equivocada! ¡Es mi hija!
Gabriela no se privaba del derecho de ir a ver a su hija
cada vez que podía, solo para recibir rechazo y desdén por
parte de su madre.
Joel la había acompañado a Nogales, las primeras veces
que tuvo oportunidad, sin embargo; debido al trabajo y a los
ensayos que tenía, decidió que ya no podría hacerlo dejando
por lo tanto, que acudiera ella sola.
Gabriela fue perdiendo la esperanza de volver a verla, tanto que se entregó de lleno a su depresión y al llanto. No deseaba hablar con nadie, y pasaba la mayor parte del tiempo
dormida.
Joel intentó varias veces de despertarla.
—Gabriela, despierta. Ven a comer—. Le dijo tratando de
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Un Paso muy Difícil
hacer que se levantara. Ella abrió los ojos, para inmediatamente volver a dormirse. Joel estaba realmente preocupado
por ella. Su salud se estaba deteriorando.
Era terrible para él, verla destrozada cada vez que regresaba de casa de su madre, sin haber logrado poder ver a su
hija debido a la dureza y al mal carácter de su madre.
Así había transcurrido el nuevo embarazo de ella.
El trabajo de Joel iba viento en popa, y le habían ofrecido
trabajar con otro empresario.
El patrón donde trabajaba, temiendo que se fuera de su
salón, le hizo una propuesta:
—Don Joel. ¿Cómo podemos hacer para conservar a su orquesta aquí conmigo?
—Le propongo que me dé el 2% sobre sus ventas, y me
quedo con usted un buen tiempo.
—¡Trato hecho!—. Dijo el empresario estrechando su
mano.
Por tal motivo sus ingresos eran altos y era reconocido
públicamente por toda la comunidad de Magdalena Sonora.
Al nacer su hija acudieron al registro civil.
—¡Don Joel, como está!—. Le dijo el Juez estrechándole
la mano.
—Venimos a contraer matrimonio y a registrar a nuestra
hija—. Le dijo Joel.
—Con todo gusto. ¡Pasen por favor! —Luego se dirigió a
una secretaria— ¡Llame al fotógrafo!
Momentos más tarde iniciaba el registro de su hija, ante el
fotógrafo que capturó los momentos importantes para ser
publicados en el periódico local, y ante sus dos músicos y
sus esposas como testigos.
—¿Cómo se va a llamar la niña?—. Preguntó el Juez.
—Angélica Valverde—. Respondió orgulloso Joel, quien
480
J.David Villalobos
dirigió su mirada a Gabriela, quien no había perdido la tristeza en su rostro.
Al día siguiente aparecía la noticia en la página de sociales.
“La señora Gabriela Valverde dio a luz a una preciosa
niña rubia de ojos verdes. Ella es esposa del distinguido
director Joel Valverde, director de la orquesta "High Life",
que se presenta todos los viernes, sábado y domingo en el
salón para bailes “La Hacienda”. Felicidades al matrimonio Valverde”.
Habían tomado la decisión de casarse sin estar ella aún
divorciada.
—¿Qué hacemos Joel?—. Le preguntó Gabriela.
—Casarnos, no quiero que mi hija sea hija natural.
—¿Y mi matrimonio?
—Después te divorcias. No te preocupes.
Gabriela confió en él y aceptó casarse.
Ahora sería la señora de Valverde.
Todo fue diferente con la llegada de Angélica.
Joel se sentía dichoso de salir a pasear por primera vez en
compañía de su familia sin tener que ocultarse, ante el temor
a encontrarse con el marido de Gabriela.
Estaba tan orgulloso de su nueva familia, que no permitía
que Gabriela y su hija caminaran. Los ingresos que percibía
Joel, le permitían darse el lujo de pagar un taxi, aunque solo
fueran a caminar algunas calles.
Cuando Angélica cumplió los seis meses de edad, decidieron ir a Nogales a indagar sobre el paradero de Bob.
Llegaron al restaurante con cierto temor.
María salió a su encuentro.
—¡Señora Gaby! ¡Qué milagro! ¿Cómo está?
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Un Paso muy Difícil
—Bien María. ¿Cómo está todo?
Joel traía cargando a Angélica en sus brazos.
María no dejaba de ver a Joel y sin poder resistirse le preguntó:
—¿Es su otra hija?
Gabriela sonrió y se dio cuenta de que no podía seguir
ocultándolo más y dijo:
—Sí, ella es Angélica —Y volteando a ver a Joel le dijo— Y él es…, Joel.
—Felicidades señora Gaby.
Recorriendo con la mirada el restaurante se atrevió a preguntar:
—¿Y Bob?
—Él está viviendo en Denver. Su hijo está a cargo del restaurante.
Gabriela notó que María ocultaba algo y le preguntó:
—¿Sucede algo?
—Es que no sé como decírselo, pero el señor Bob nos dijo que si la veíamos le entregáramos un sobre.
—¿Cuál sobre?
—Lo tiene Pam y todavía no llega.
Gabriela no sabía de lo que se trataba, pero su intuición le
hacía estar prevenida.
—La vamos a esperar. —Dijo ella, y preguntó— ¿Sabes
de qué se trata?
—No señora.
Gabriela no insistió y decidieron esperar a Pamela.
Joel acariciaba a su hija mientras Gabriela se retorcía los
dedos presa de los nervios.
—María. ¿Sabes que sucedió con las cosas de la casa en
donde vivíamos?
—Si señora. Ahí está viviendo el hijo del señor Bob.
482
J.David Villalobos
Gabriela y Joel permanecieron en silencio esperando a
que regresara la americana con el sobre.
Una hora más tarde Gabriela la vio cruzar por la puerta, y
sintió que los nervios la traicionaban. Pamela al verlos se
acercó a saludarlos en su corto español.
—Hola Gaby. ¿Cómo estás?
—Bien Pam, muchas gracias.
Hubo un silencio que siguió entre ellas el cual fue interrumpido por Gabriela.
—Me dijo María que tienes un sobre de Bob para mí.
—¡Ah sí! El sobre—. Repitió Pamela.
Acto seguido, se dirigió detrás de la barra y buscó entre
los papeles que tenía, un sobre cerrado con un cordón rojo,
tamaño carta color manila. Se acercó a Gabriela y se lo entregó.
Bob ya le había comentado el contenido del sobre a
Pam, por lo tanto, ella ya estaba enterada.
Gabriela presurosa rasgó el sobre por un costado y descubrió dos cartas y un acta del registro civil.
Una de ellas era la carta que ella le había dejado sobre el
buró, el día en que se fue a vivir a Magdalena con Joel.
“Bob, perdóname si te hago sufrir con mi partida. Sólo
sé que debía ir en busca de lo que yo creo que es mi felicidad. Nuestro matrimonio no estaba funcionando muy bien.
No quise verte en cuanto regresé del viaje por Estados Unidos, para no hacerte sufrir más. Te pido que me perdones y
me dejes rehacer mi vida. Acúsame si quieres de abandono
de hogar y tramita el divorcio. No te pido ayuda económica,
ni te voy a negar que veas a la niña cuantas veces quieras.
Gracias por toda tu comprensión”. Gaby.
483
Un Paso muy Difícil
La segunda carta era de Bob dirigida a ella.
“Gaby. En cuanto leí tu carta, supe que te había perdido, ese fue el pago por mi descuido. Pero el pago más
grande fue por haberte engañado con Luisa, tal es la razón
por la que fui herido a manos de su novio. No te merezco y
con justa razón, se que mereces ser feliz con otra persona.
Te dejo aquí el acta de divorcio que tramité por medio de
mis abogados para que puedas rehacer tu vida. No te acusé
de abandono. Con respecto a nuestra hija, la hemos perdido.
Tu propia madre me dijo que tú se la habías regalado, lo
cual no le creí. Si tú deseas puedo iniciar un juicio en contra
de tu madre por despojo, secuestro y plagio, y así poder regresarte a tu hija. Yo ya estoy viejo y cansado para poder
educar a nuestra hija. Me voy a quedar a vivir en Denver.
Ya no tiene sentido para mí vivir en Nogales si ya te he perdido. Solo deseo que seas muy feliz con el hombre que te
merece más que yo”. Bob.
P.D. Si algún día decides regresar, te estaré esperando. Este
es el nuevo domicilio: Vine Street & E. 37th Ave. Denver Co.
Gabriela terminó con los ojos humedecidos por el llanto.
Comprendió que Bob la había amado sin condiciones. No
pudo evitar sentir pena por él. Deseaba tanto abrazarlo y
pedirle perdón personalmente por el daño que le hubo causado con su huida.
Joel permaneció en silencio observándola.
—¿Todo bien?—. Se atrevió a interrumpirla.
Gabriela con los ojos llorosos le mostró el acta.
—Nuestro matrimonio es válido. Bob tramitó el divorcio.
Joel no dejaba de sorprenderle y sentirse feliz por la decisión del ex-marido de ella.
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J.David Villalobos
Más tarde se dirigieron a la casa de su madre, en un último intento por tratar de ver a Lolita, quien contaba con trece
meses de edad.
La visita fue inútil.
No lograron ni tan siquiera acercarse a la puerta de la casa
de su madre, tal parecía que no vivía nadie ahí.
—Ya vámonos Gabriela—. Le dijo Joel al ver como su
esposa era consumida por la desesperación.
El recuerdo de su hija Lolita y la carta de su ex-marido, le
hicieron sufrir de una depresión, derivando de ello una Distimia. Un trastorno afectivo de carácter depresivo crónico,
caracterizado por la baja autoestima y la aparición de un estado de ánimo melancólico, triste y apesadumbrado.
Una afección que le duraría toda la vida.
La impotencia por no haber podido recuperar a Lolita, le
hizo desarrollar esta afección, pero que no cumple con todos
los patrones diagnósticos de una depresión severa.
Se cree que su origen es de tipo genético-hereditario y que
en su desarrollo influyeron factores psicosociales como el
desarraigo, la falta de estímulos y premios en la infancia,
entre otras causas.
De regreso en casa, Joel se encargaría del cuidado de
Angélica, mientras que Gabriela había perdido todo interés
por la vida, incluyendo el apetito sexual.
Joel se sentía desesperado e intentaba acercarse a ella.
—Me duele la cabeza—. Le decía ella cuando se acercaba
para abrazarla.
Joel comenzó a refugiarse en la bebida, y se había ausentado varias noches, solo para agrandar los problemas entre
ellos. Gabriela había dejado de ser la muchacha sumisa y
taciturna. Su carácter se había vuelto huraño y hosco.
En cierta ocasión le gritó cuando él hubo bebido:
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Un Paso muy Difícil
—¡Mira nada más como vienes Joel! Otra vez borracho.
—¿Y qué? ¿A quién le importa?—. Le respondió Joel en
completo estado de ebriedad.
—¡Lárgate de la casa! ¡No vengas a molestar!—. Se atrevió a gritarle Gabriela.
Joel ignorándola se dirigió a la cuna a abrazar a su hija
Angélica.
—¡Déjala, que la vas a despertar!—. Le gritó Gabriela
haciendo que la niña comenzara a llorar.
—¿Ya viste? ¡Ya la despertaste!
—¡Tú la despertaste con tus gritos!—. Le reclamó Joel.
—¡Dámela!—. Le dijo arrebatándole a la niña de sus brazos, quien no dejaba de llorar.
—Yo solo quería besarla—. Dijo Joel triste, y se dirigió a
la cama.
Al día siguiente Gabriela no le dirigió la palabra.
—¿Qué tienes?—. Le preguntó Joel.
Ella ni siquiera se consintió en mirarlo, siguió ignorándolo. Habían pasado más de ocho meses viviendo de esa manera, hasta que un día Joel le propuso:
—¿Vamos a Guaymas de vacaciones?
Gabriela lo miró emocionada y le dijo:
—¡Si, para que Angélica conozca el mar!
Hicieron unas vacaciones de cuatro días en donde la rutina y el mal humor, se habían disipado.
Por primera vez habían vuelto a tener un encuentro sexual
pleno y satisfactorio. Si bien, no hubo mucha pasión y lujuria, al menos hubo entrega por parte de ella.
Al finalizar el acto sexual, Gabriela se vistió y encendió
una veladora.
—¿Qué haces?—. Le preguntó Joel.
—Voy a rezar el rosario—. Le dijo ella.
486
J.David Villalobos
Joel se quedó en la cama descansado, y poco a poco lo fue
venciendo el sueño, y entre sueños alcanzó a escuchar…..
Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro,
Arca de la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos…..
De regreso en su trabajo y después de su primera presentación en “La Hacienda”, Joel conversaba con Teresa la “cigarrera”, quien se paseaba entre las mesas vendiendo cigarros a los clientes. Traía puesto una falda negra pegada al
cuerpo, haciendo lucir su bella figura, y que le llegaba más
arriba de las rodillas. Traía también una blusa blanca de
manga larga.
Sostenía entre sus manos al frente un pequeño estuche el
cual pendía del cuello, y en donde transportaba las cajetillas
de cigarros, cerillos y habanos.
—Necesitamos hablar—. Le dijo acercándose a Joel.
Él se encontraba en la barra bebiendo una copa.
—¿De qué Tere?—. Le preguntó él.
—¿Puedes quedarte esta noche conmigo?
Joel se quedó pensativo. Acababa de hacer las paces con
su esposa, y no quería tener problema con ella si faltaba a
dormir.
Teresa Ibáñez era una mujer blanca de veintinueve años,
soltera y que tenía su casa al otro lado de la ciudad, y en
donde Joel se había quedado a dormir más de una vez cuando tuvo problemas con su esposa.
Ya tenían más de seis meses en esa relación.
—¿Entonces te espero en la casa?—. Le preguntó ella.
—Sí, pero no me puedo quedar a dormir.
—Está bien, para lo que tengo que decirte no necesitas
487
Un Paso muy Difícil
pasar la noche conmigo.
—¿De qué se trata?
—Te lo voy a decir aquí.
Teresa volteando para todos lados para no ser escuchada,
le dijo:
—Tengo dos meses de retraso.
Joel permaneció serio mirándola.
—¿Estás segura?
—Sí. Completamente.
—¿Y qué piensas hacer?—. Le preguntó Joel.
—No te preocupes, se de antemano que no puedo contar
contigo. Yo solo soy la amante.
Joel la dejó que hablara.
—No pienso tenerlo, solamente quería que me ayudaras
con algo de dinero para pagar el aborto.
Joel se quedó mirándola y le dijo:
—¿Podemos hablarlo en tu casa esta noche?
—Está bien.
—Me esperas para irnos juntos en un taxi—. Le dijo Joel.
Más tarde Joel y Teresa se encontraban desnudos en la
cama de ella. Sus cuerpos estaban impregnados de sudor
debido al calor y al encuentro sexual que habían tenido.
Joel encendió un cigarrillo de mariguana el cual se lo pasó
a Teresa.
Ella se enderezó y se colocó de costado mirando a Joel.
Colocó una mano sobre su mejilla, descansando el codo
sobre la almohada y le preguntó:
—¿Me vas a pagar el aborto?
Joel sin dejar de mirar al techo le dijo:
—No.
—¿Por qué no? Yo no puedo sola con el gasto.
—Dije que no, porque no quiero que abortes.
488
J.David Villalobos
—Pero. ¿Qué voy hacer yo sola con un hijo?
—Yo veré por él.
Se enderezó y volteando a mirarla por vez primera le dijo:
—Y por ti.
—¿Y tu esposa?
—No tiene por que saberlo.
Joel se levantó de la cama para vestirse, y ella lo abrazó.
—No te vayas. ¡Quédate esta noche!
—No puedo faltar a la casa—. Le dijo Joel.
—¡Por favor! Solo esta noche.
Joel no pudo resistirse al ver sus ojos azules que se entristecieran. Acariciándole su rubio cabello le dijo:
—Está bien me quedo a dormir
Teresa lo abrazó enamorada de él y se acostó sobre su pecho desnudo. Así los sorprendió el amanecer.
Eran casi las once de la mañana cuando despertó. Se preocupó por su esposa y su hija. Sabía que se iba a armar un lío
con ella. Vistiéndose lo más rápido posible, se despidió de
Teresa que aún seguía dormida.
—Hasta la noche—. Le susurró
—Sí, cuídate amor—. Le respondió ella todavía adormilada.
Joel tomó un taxi, pero antes de llegar a su casa, se detuvo
en una cantina para beber un trago y comprar una botella.
Al poco rato llegó a su casa, y al abrir la puerta gritó:
—¡Ya llegué!
Al no obtener respuesta se dirigió a la recámara. Encontró
una nota de Gabriela que decía:
“Sigue con tus borracheras, me fui esta mañana con mi
mamá”
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Un Paso muy Difícil
Joel se sentó en la silla, releyendo una y otra vez la nota.
Sin pensarlo dos veces, salió de su casa y abordó de nuevo otro taxi, regresando a casa de su amante.
—¿Qué pasó?—. Le preguntó al verlo regresar de nuevo.
—Tengo vacaciones en la casa—. Le dijo sonriendo.
—¿Por qué?
—Porque se fue mi mujer con su mamá.
Teresa lo abrazó emocionada, y lo invitó a que se quedara
un rato más en la cama.
Gabriela había dado un paso muy difícil. Estaba tratando
de ganarse la confianza de su madre para que la dejara convivir con Lolita, además había iniciado uno de los tantos
viajes que haría a causa de las borracheras de su marido.
Meses después en un día de Mayo, en el Hospital Kino,
Teresa daba a luz a una hermosa niña rubia de ojos azules.
—Es una adorable niña—. Dijo la enfermera
Teresa lloraba al ver a su hija, pero más de arrepentimiento, por haber pensado en quitarle la vida.
—¡Mi vida, mi Teresita!—. Le dijo emocionada a la niña
cuando la tuvo unos instantes entre sus brazos, antes de ser
llevada al cunero.
Joel no había asistido al parto. Como era sumamente conocido en la población, no quiso acercarse al hospital. Por lo
tanto, no pudo visitar a Teresa, sino hasta que estuvo en su
casa asistida por una tía de ella.
—¿Cómo está?—. Preguntó Joel por la niña.
—Bien. Se parece mucho a ti—. Le dijo Teresa.
Joel no podía creer que tuviera semejante parecido con
Angélica, excepto que su hija, tenía los ojos verdes y la hija
de Teresa los tenía azules.
Con el nacimiento de Teresita, como se iba a llamar la niña, Joel dejó la bebida. Se sentía el padre más dichoso al
490
J.David Villalobos
tener dos hijas maravillosas y además hermosas.
Gabriela dejó de preocuparse por lo que hiciera su marido. Ya había logrado que su madre cediera un poco y pudiera
por fin tener una convivencia con Lolita quien contaba ya
casi con dos años y medio. Además estaba nuevamente embarazada y tenía cinco meses. Por tal motivo se pasaba la
mayor parte del tiempo en Nogales.
En uno de esos viajes que había hecho su esposa, Teresa
le preguntó a Joel:
—¿Cuándo vamos a ir a registrar a la niña?
Joel no supo que contestarle. El juez lo conocía perfectamente bien, así como todo el personal del registro civil,
además estaba el fotógrafo del periódico, por tal motivo no
podía registrar a su hija.
—Cuando quieras te acompaño—. Se limitó a decirle.
El día del registro de la niña, Joel y Teresa se encontraron
en las afueras de la oficina del registro civil para ingresar
juntos. Así lo habían acordado.
El juez al verlos entrar los saludó:
—¡Don Joel! Que gusto saludarlo nuevamente —Y dirigiéndose a Teresa le dijo— Y tú muchacha. ¿En dónde te
habías escondido?
—Estaba embarazada y por eso no había ido a trabajar.
Mostrándole a su hija le dijo:
—Aquí la traemos a registrar —Mirando a Joel, rectificó— Bueno, yo la traigo.
—¡Pasen por favor y tomen asiento!
Una vez frente al juez, les preguntó:
—¿Cómo se va a llamar la niña?
—Teresa—. Respondió su madre.
—¿Quiénes son los padres?—. Preguntó mirando a ambos.
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Un Paso muy Difícil
Teresa comprendió que tenía razón Joel cuanto le había
dicho. En ese momento cruzaron por su mente infinidad de
decisiones. Comprendió que en ese pueblo chico todo mundo
se conocía.
A veces se preguntaba, si no habían visto a Joel cuando
iba a visitarla. El juez no dejaba de asistir a “La Hacienda”
para ir a bailar en compañía de su esposa, y siempre le compraba sus habanos, por ese motivo él ya la conocía.
Sin pensarlo dos veces y para no comprometer la vida de
Joel le dijo:
—¡Yo!
El juez los miró a ambos, y ella aclaró:
—Soy madre soltera.
El juez bajó la mirada para seguir escribiendo y le preguntó:
—¿Cómo se va a llamar al niña?
—Teresa Ibáñez.
Joel la miró y le agradeció con la mirada lo que había
hecho por él.
Había estado dispuesto a asumir las consecuencias, sin
embargo; al escucharla a ella tomar las decisiones, permaneció más tranquilo.
—¿Traes testigos?—. Preguntó el Juez.
—Sí. A Joel—. Dijo ella.
Joel firmó el acta como testigo de su propia hija.
Había dado un paso muy difícil sin imaginar las consecuencias desastrosas, que traería en el futuro con uno de sus
hijos.
Por otro lado, doña Dolores había cambiado su actitud
obstinada al conocer a su nueva nieta Angélica. Incluso le
había concedido la autorización para que se llevara unos días
a su casa a Lolita, con la promesa de regresarla pronto.
492
J.David Villalobos
Gabriela se sentía feliz de estar con sus dos hijas.
Un día llegó a su casa, y al abrir la puerta entró gritando:
—¡Joel, Joel! Mira a quien traigo.
Joel se encontraba es su cama descansando de sus aventuras amorosas con Teresa, y de las desveladas que había pasado en casa de ella, a consecuencia de Teresita.
Al escucharla se levantó.
—¿Qué pasa Gabriela?—. Le preguntó al verla llegar con
Angélica en brazos de ella, y a Lolita de la mano.
—¿Qué hiciste?—. Fue lo primero que se le ocurrió preguntar, creyendo que se la había robado a su madre.
Gabriela adivinando lo que él pensaba le dijo:
—No te preocupes, mi madre me la prestó por unos días.
De esa manera llegó Lolita a la vida de ellos.
Pasaba la mayor parte del tiempo en casa de ellos, para
regresarla después a la mamá de Gabriela.
Al no tener una cama en donde dormir, Lolita se quedó a
dormir con ellos. La incomodidad que le producía esa situación, empezó a causarle molestias a Joel, además del embarazo tan avanzado que llevaba su esposa.
Una tarde salió de su casa y se dirigió a los ensayos que
tenía con la orquesta. Esa noche no tenían presentación. Durante el ensayo todos empezaron a beber y Joel se bebió unas
copas de más. El cielo comenzó a encapotarse y Joel decidió
ir a su casa, durante el camino cambió de opinión y se encaminó a la casa de Teresa a dormir con ella.
La hija de ambos permanecía al cuidado de su tía mientras
Teresa continuaba trabajando en “La Hacienda”. No quería
depender económicamente de Joel.
Esa noche 9 de Agosto de 1958, mientras Joel permanecía
completamente dormido y borracho, su esposa abordaba un
taxi siendo auxiliada por una vecina, quien se hizo cargo de
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Un Paso muy Difícil
sus hijas y se dirigió hasta el Hospital Kino, a causa de los
dolores constantes que sufría por el parto que se acercaba.
La lluvia había arreciado y el conductor del taxi, trataba
de esquivar los baches y pozos cubiertos de agua, haciendo
que Gabriela pegara gritos de dolor.
Al llegar, descendió del vehículo.
—¡Cóbrele a mi marido!—. Alcanzó a decirle al conductor.
Gabriela ingresó al hospital completamente mojada de
pies a cabeza. Fue recibida inmediatamente por las enfermeras quienes la condujeron a la sala de parto. La lluvia arreciaba cada vez más fuerte, y se dejaban ver los relámpagos
seguidos de estruendosos truenos.
Momentos más tarde, encima de la mesa de parto, Gabriela escuchaba al médico decir:
—¡Puje señora! ¡Más fuerte!
Gabriela hacía todo el esfuerzo posible, pero el bebé se
negaba a salir.
De pronto y sin previo aviso, un rayo cayó en un transformador creando un corte a la energía eléctrica, dejando la
sala de parto completamente a oscuras.
—¡Traigan algo con que iluminar!—. Gritó el médico.
Las monjas que atendían el parto se dirigieron a una capilla que se hallaba dentro del hospital, tomaron todas las veladoras que encontraron, y regresaron inmediatamente a la
sala de parto. Enfermeras y monjas, con las veladoras en la
mano iluminaron el parto de esa noche.
—¡Puje señora!—. Seguía diciendo el médico.
Momentos más tarde se escuchó el llanto de un recién nacido, en la oscuridad de la sala de parto del Hospital Kino.
Con la luz de las veladoras en las manos, lograron iluminar al bebé y mostrárselo a Gabriela.
494
J.David Villalobos
—¡Es un niño!—. Le dijo una monja.
Gabriela en ese momento miró a su hijo recién nacido y
lloró de felicidad. Ese niño era yo.
¡Esa noche yo había nacido!
Mi padre continuaba dormido en la casa de Teresa, sin tener la más remota idea de que había vuelto a ser padre en un
intervalo de cuatro meses.
Al día siguiente y con la resaca de la noche anterior, mi
padre se dirigió a la casa. Caminaba tratando de evitar que el
lodo que se había formado, a causa de la tormenta de la noche anterior; ensuciara sus zapatos y su pantalón.
Llegó a la casa y al entrar se encontró con nuestra vecina.
—¿Y Gabriela?—. Le preguntó inmediatamente.
—¡Don Joel! —Le dijo sonriente la vecina— ¡Ya nació
su niño!
Mi padre no lograba todavía asimilarlo.
Miró a mis hermanas y le preguntó a la vecina:
—¿Se puede hacer cargo de ellas?
—No se preocupe don Joel, yo las cuido y les doy de comer.
Mi padre salió corriendo y se dirigió al hospital sin importarle que sus zapatos y el pantalón se ensuciaran de lodo.
Llegó corriendo al hospital sudoroso y agitado, con los
zapatos llenos de lodo.
—¿En qué cuarto está mi esposa?
La monja que atendía la recepción le preguntó:
—¿Cómo se llama su esposa?
—La señora Gabriela Valverde—. Le dijo mi padre con la
respiración entrecortada.
La moja vio sus zapatos sucios y le dijo:
—Por favor limpie sus zapatos en ese trapeador.
495
Un Paso muy Difícil
Le mostró un trapeador que estaba recargado sobre la pared, y mi padre restregó las suelas de los zapatos en el.
Momentos después se encontraba con mi madre en la
habitación. Ella había olvidado por un momento el enfado
que sentía. Yo me encontraba entre sus brazos.
Mi padre me observó por unos instantes y le dijo:
—Este hijo no es mío.
—¿Por qué dices eso?
Mi padre hacía comparaciones conmigo y con mis dos
hermanas, Teresa con el cabello rubio de ojos azules y Angélica rubia de ojos verdes.
Yo tenía los ojos color negro y el cabello completamente
oscuro, a pesar de tener la piel muy blanca.
—No se parece a mí—. Fue la respuesta de mi padre.
Mi madre se molestó ante su comentario, y le mostró ambas manos.
—¿Ves estas manos? —Le dijo— Aparentemente son
iguales, pero no. Una está hacia el lado derecho y la otra
hacia el izquierdo, pero sin embargo pertenecen al mismo
cuerpo.
Mi padre ya no hizo más comentarios, y ella me abrazó
como tratando de protegerme de la vida oscura que tenía por
delante. Pareciera que esa oscuridad en la cual vine al mundo, fuera un mal presagio en mi vida futura.
Dos años más tarde nació mi hermano Miguel y las dudas
se acrecentaron en mi padre, debido a que él nació rubio y
con ojos verdes.
Debido a su problema con la bebida, mi padre perdió su
trabajo y su prestigio en Magdalena. Eso le causó una frustración y se entregó a la bebida gastando más dinero del que
ganaba. Mi madre con cuatro hijos en la casa y cuatro bocas
que alimentar, comenzó a desesperarse y a pensar en la pro496
J.David Villalobos
puesta de su ex-marido Bob.
Comparaba el trato que le había dado Bob con el de mi
padre. Su ex-marido nunca le había puesto la mano encima,
como lo hizo una vez mi padre estando borracho.
Aquella noche mi padre se acercó a ella mientras estaba
dormida.
—¿Qué quieres?—. Le preguntó ella al adivinar sus intenciones.
—Estar con mi mujer—. Le dijo murmurándole al oído,
haciendo que ella arrugara la nariz al percibir su fétido
aliento.
—Está Danielito dormido y lo vas a despertar—. Le dijo
mientras me tapaba con una sábana.
Yo me encontraba acostado en la cama de ellos.
Mi padre le dijo:
—Mándalo a dormir a la sala.
—Están dormidas Lolita y Angélica juntas—. Le dijo tratando de convencerlo.
—Acuéstalo sobre las sillas del comedor.
—¡No! Hace frío—. Le dijo en voz baja para no despertarme.
Mi padre perdió la paciencia y le gritó, haciendo que me
despertara llorando.
—¡Que lo acuestes en la sala!
Mi madre trataba de tranquilizarme mientras me abrazaba.
—Ya mi niño, ya no llores.
Mi padre se levantó de la cama y me retiró de los brazos
de mi madre, quien gritaba horrorizada.
—¡No Joel! ¿Qué haces?—. Le preguntó siguiéndolo
detrás.
Mi padre se dirigió a la sala llevándome entre sus brazos.
Yo no dejaba de llorar, y los gritos de mi madre despertaron
497
Un Paso muy Difícil
a mis hermanas.
Mi madre llegó hasta donde estaba él y trató de alejarme
de su abrazo, fue entonces cuando le puso la mano encima
por vez primera. Le dio tremenda bofetada haciendo que ella
se quedara sin poder articula palabra alguna.
Nunca le había puesto la mano encima ningún hombre. Ni
su padre, ni su hermano ni tampoco su primer marido.
Mi padre la vio pálida y en shock, entonces me entregó a
ella. Ni mis llantos ni los de mis hermanas, lograron por un
instante hacer que mi madre reaccionara.
Al tenerme entre sus brazos dejé de llorar y ella pudo por
fin, pronunciar algunas palabras.
—Ya Danielito— Me dijo con la voz entrecortada por el
llanto que empezaba a correr por sus mejillas.
Eran más de las cuatro de la mañana y mi padre se fue a la
recámara a dormir, mientras ella se quedaba despierta con
nosotros en la sala tratando de tranquilizarnos.
El amanecer la sorprendió con la mirada perdida. Con el
tiempo mi madre se volvió amargada y neurótica.
Por otro lado, Teresa al ver el estado en que se encontraba
mi padre, no permitió que las volviera a visitar.
Tiempo después y sin avisarle a mi padre, cambiaron de
residencia y se trasladaron a la ciudad de México, a vivir con
la tía que las había cuidado durante el nacimiento de su hija.
Por cosas del destino, mi media hermana Teresa y yo nos
llegaríamos a encontrar a la edad adulta, con consecuencias
desfavorables para ambos.
El tiempo transcurrió y un suceso drástico vino a cambiar
el curso de nuestras vidas.
Lolita era parecida a mí. Tenía el cabello oscuro y los ojos
negros. Yo iba a cumplir casi cinco años y ella tenía siete.
Mi padre se encontraba deambulando por la casa, con una
498
J.David Villalobos
botella de cerveza en la mano, y llegó hasta donde estábamos
nosotros. Ella se encontraba sentada en el piso jugando conmigo y le dijo:
—Qué bonita te estás poniendo Lolita.
Ella solo sonrió en el candor de su inocencia.
Mi padre se acercó y se colocó en cuclillas detrás de ella.
Con la cerveza en una mano, puso la otra mano que tenía
libre, sobre los hombros de mi hermana y la fue deslizando
lentamente por el cuello, hasta llegar a sus pequeños pezones
acariciándoselos a través de la blusa.
Lolita levantó la vista hacia arriba mirándolo sin decir nada. En ese momento mi madre se acercó y lo vio.
—¿Que le haces a la niña?—. Le preguntó furiosa.
—Nada, solo la acariciaba—. Respondió él mientras acariciaba el cabello corto que ella usaba.
Mi madre se acercó hasta nosotros, y tomándonos de la
mano para alejarnos de él, le dijo:
—¡Eres un cerdo!
Mi padre le dijo sonriendo.
—¿Qué te pasa? ¿Estás loca?
Bebió un trago de la botella, y le preguntó:
—¿Qué acaso no puede un padre acariciar a su hija?
—¡No es tu hija degenerado!—. Le respondió sin importarle que pudiera golpearla como ya lo había hecho con anterioridad.
Mi madre tuvo que renunciar a Lolita, quien fue llevada
de regreso a Nogales para que viviera con su madre, por el
temor de que algún día mi padre la pudiera violar, por encontrarse bajo los efectos de la bebida.
A falta de dinero y de trabajo, mi padre comenzó a hacer
viajes a la casa de empeño, para pedir dinero prestado por los
muebles de la casa que un día le había comprado su amigo
499
Un Paso muy Difícil
Bernardo.
Al paso del tiempo y al no tener de donde sacar más dinero, nos mudamos a Guaymas. Le ofrecieron trabajo en la
orquesta de los “Hermanos Morales”, quienes habían dejado
“Los Pinos” al ver que Manríquez los continuaba explotando, debido a que les volvió a reducir el sueldo.
Así fue como en una víspera de la Navidad, mi padre se
tambaleaba a causa de la borrachera que traía esa noche.
Ese día tenía conciencia por vez primera de lo que sucedía
a mí alrededor. Esa noche mi padre estrellaba sobre el espejo
un frasco de crema “Ponds” haciendo que mi cuerpo se estremeciera de pavor.
500
J.David Villalobos
MI DIVORCIO
La situación económica había mejorado y logré comprar
un Ford 200 Modelo 1962, color azul cielo con el toldo blanco. Ya podíamos salir a pasear los días de descanso. Un día
dentro de mis conversaciones con Betty, me escuchó hablar
sobre Jaime, y ella me preguntó sobre ese amigo.
—¿Quién es Jaime?
—Es el capitán de meseros del restaurante—. Le dije.
—¿Por qué no vamos a su casa a saludarlo?
Me sentí algo intranquilo con su proposición y le dije:
—Es homosexual.
—¿Y qué?—. Me preguntó.
Y dirigiéndome una mirada inquisidora me preguntó:
—¿Acaso tuviste algo que ver con él?
Al escuchar su comentario, abrí los ojos desmesuradamente y le dije:
—¡No como crees!
—Pues vamos a saludarlo entonces.
Ya tenía rato dando vueltas en el coche por la ciudad, sin
decidir hacia dónde dirigirnos.
Danielito ya tenía un año de edad y nos dirigimos los tres
a casa de mi amigo.
Al llegar, Jaime me saludó sonriendo:
—¡Hola Daniel! ¿Cómo estás? —Y mirando a Betty preguntó— ¿Es tu esposa?
—Si —Le respondí, y acariciando la cabeza de Daniel le
dije— Y este es nuestro hijo.
—¡Pasen! por favor y pónganse cómodos.
A Betty le agradó inmediatamente Jaime.
Además ella había tenido contacto con homosexuales, y
501
Un Paso muy Difícil
había sido confidente de muchos de ellos.
Jaime estaba encantado con ella y con nuestro hijo, quien
en ese momento se ponía de pie para caminar, sosteniéndose
de donde podía, poniendo en riesgo de romper alguna cosa.
A todo esto, Jaime solo movía la mano en señal de indiferencia.
—Déjalo Daniel, si rompe algo lo vuelvo a comprar.
De verdad que Jaime tenía mucha paciencia con mi hijo.
Más tarde nos retiramos, y de regreso a casa en el coche;
Betty me comentó:
—Me cayó muy bien Jaime.
Sin quitar los ojos del camino le dije:
—Sí, es “a todo dar”.
Las visitas a casa de Jaime se hicieron más constantes, y
nació una amistad entre Betty y él.
Una noche ella y yo estábamos haciendo el amor. Se encontraba encima de mi moviéndose de atrás hacia adelante.
Al aproximarse al clímax se dejó caer sobre mí. Y me preguntó:
—¿Nunca te acostaste con Jaime?
Su pregunta me dejó perplejo. No sabía qué pensar. No
sabía si él se lo había confesado o no.
Sin saber que responder le pregunté:
—¿Por qué la pregunta?
—Nada más por preguntar —Se enderezó y me dijo— Me
estaba imaginando que te lo estabas “picando”.
Me quedé asombrado de lo que decía.
Yo sin percibirlo, ella estaba llevando la conversación
hacia las fantasías sexuales.
Estábamos acercándonos a un juego peligroso, y sería un
paso muy difícil de enfrentar.
Ella al ver mi silencio hizo una insinuación:
502
J.David Villalobos
—Él me dijo que le gustas.
Betty se quedó mirando el efecto que hacían sus palabras
en mí.
Aparentando falta de interés en su comentario respondí:
—¿A si? No lo sabía.
Ella sonrió y me dijo.
—No te hagas tonto, si bien sabes que le gustas. Se le ve
en la cara cuando te ve.
Me sentía halagado con sus palabras. Sabía que yo era
guapo y me sentía orgulloso de despertar deseos y pasiones,
tanto en las mujeres como en los homosexuales.
De pronto me hizo una propuesta:
—¿Por qué no te lo “picas”?
La conversación se estaba situando en un terreno demasiado peligroso.
—¿Quieres?—. Me atreví a preguntar sintiendo que mi
pene se volvía a poner duro a causa del tema.
Ella se encontraba excitada tanto como yo, se acomodó de
rodillas y me pidió:
—¡Házmelo por atrás! para que sepas cómo se va a sentir.
No era necesario saberlo, de antemano yo ya lo sabía. Pero me encontraba en un grado de excitación terrible que la
penetré haciendo que ella gimiera de placer.
De pronto ella me dijo:
—Pero yo quiero ver cómo te lo “picas”.
Yo había perdido el control y me dejé arrastrar por ese peligroso juego.
—¿Te excitaría ver?
—¡Sí!—. Dijo ella presa de la lujuria.
De pronto me vino a la cabeza la idea de decírselo.
—¿Y si te dijera que ya me lo “piqué”?
—Te lo creería, porque no sabes mentir.
503
Un Paso muy Difícil
Su comentario me excitó tanto que sin dejar de empujar le
dije:
—Si lo hice. Además tiene el “pito” más grande que el
mío.
Ella se excitó ante lo que le dije, que me propuso algo.
—Me gustaría probarlo.
Ya era imposible detenernos, y continuamos con esa candente y peligrosa conversación.
—¿Quieres probarlo?—. Le pregunté excitado.
—¡Sí!—. Exclamó ella antes de alcanzar su orgasmo.
Al sentir que se aproximaba mi eyaculación le dije:
—Yo también quiero ver cómo te lo “picas”
Al finalizar, nos dejamos caer boca abajo sobre la cama.
Una noche nos invitaron a una fiesta, los dos nos sentíamos algo inquietos. No podría precisar el motivo.
De pronto Betty me dijo:
—¡Vámonos de esta fiesta! Ya me aburrió.
Yo me sentía igual que ella y le dije:
—Sí, vámonos.
Aún era temprano y conducía intencionalmente despacio
de regreso a casa. Había un gran silencio entre nosotros.
—¿A dónde quieres ir?—. Le pregunté esperando a que
ella decidiera por mí.
Me miró y me preguntó:
—¿Vamos a casa de Jaime?
Su petición hizo que me pusiera nervioso.
Eso era exactamente lo yo quería hacer. Imprimí velocidad al coche, y poco tiempo después nos encontrábamos en
su casa. Al abrir la puerta, Jaime me vio con el niño dormido
en mis brazos y me dijo:
—Ponlo en la cama.
Betty estaba feliz, y se le podían ver las mejillas enrojeci504
J.David Villalobos
das por la emoción y el nerviosismo.
Comenzamos a beber y al calor de las copas Jaime preguntó:
—¿Jugamos cartas?
Mi corazón latía aceleradamente y me encontraba excitado. Betty se encontraba igual o más que yo.
Me atreví a preguntarle:
—¿De apuestas?
Jaime me miró nervioso y me dijo:
—No sé si quiera Betty.
Mi esposa nos miró sonriendo y preguntó:
—¿Qué apuestan?
—La ropa—. Me apresuré a decir.
Ella emocionada dio un grito.
—¡Sí! El que pierda se desnuda.
Comenzó el juego y poco a poco nos íbamos desprendiendo de la ropa. Betty ya había perdido deliberadamente
varios de los juegos para despojarse de toda su ropa. Yo todavía conservaba mi bikini, que ella me había comprado
alguna vez.
Sus pezones duros a causa de la excitación que estaba
sintiendo, hizo que el calzón no pudiera ocultar mi erección.
De pronto ella gritó:
—¡Perdí otra vez!
Se puso de pie y lentamente se fue despojando de la última prenda que le quedaba. Parecía que se encontraba
haciendo un “Strip Tease” ante decenas de clientes, que no
perdían detalle de lo que ocurría en la pista.
Jaime y yo, no podíamos quitar la vista de su cuerpo que
se movía sensualmente. Miré de reojo a Jaime quien también
tenía aún puesta su tanga negra, y se le notaba un gran bulto.
Estaba también excitado.
505
Un Paso muy Difícil
Jaime al calor de las copas gritó:
—¡Que baile, que baile!
Jaime se puso de pie y apagó la luz de la sala, dejando
solamente encendidas las lámparas que estaban sobre unas
mesitas, y subió el volumen de la música.
Betty completamente desnuda y excitada, comenzó a bailar provocativamente enfrente de los dos. Se acercó a mí
para que le besara los senos, y después a Jaime para que
hiciera lo mismo. Miré cómo Jaime le succionaba los pezones con total lujuria, haciendo que Betty echara la cabeza
hacia atrás gimiendo de placer.
Percibí que Jaime en medio de la penumbra, se sacó el
pene por un costado de su diminuta tanga, y lo acariciaba
lentamente. Betty bajó la mirada hacia el pene de él, y se
puso en cuclillas en medio de sus piernas.
De repente, hizo algo que casi detiene los latidos de mi
corazón. Era muy excitante ver cuando tomó el pene erecto
de Jaime y se lo llevó a la boca.
Yo no podía pensar ni sabía qué hacer. Sentí que corría
por mi cuerpo una corriente eléctrica y miré mi pene que
estaba escurriendo.
Sin saber qué actitud tomar me despojé de mi bikini, y me
acerqué a ella para que también lo succionara. Ella soltó el
pene de Jaime y tomó el mío que continuaba escurriendo.
Jaime se apoderó de sus senos y se los besó. Era algo indescriptible de ver a mi esposa completamente desnuda,
siendo manoseada por mi amigo y succionando mí pene.
No puede contenerme y la hice arrodillarse sobre la alfombra para poseerla. Ella se encontraba demasiado húmeda
cuando la penetré. Jaime se seguía acariciando el pene.
De pronto ella le dijo:
—¡Jaime! Métemelo en la boca.
506
J.David Villalobos
No podía creerlo. Parecía que estaba viendo una película
pornográfica de las que había visto en cines baratos cuando
era un adolescente. Pero a diferencia de esas películas, yo era
el protagonista.
Jaime se tiró en el piso y ella tomó su pene mientras era
poseída lujuriosamente por mí.
Ella sintió cuando me iba a venir y succionó con más velocidad el pene de mi amigo. Mi mirada se topó con la de
Jaime y pude ver que a pesar de la embriaguez en la que nos
encontrábamos, estábamos completamente excitados. Él me
miraba completamente lleno de lujuria y me invitaba con la
mirada a que lo penetrara.
Mi eyaculación estaba cerca y no quería detenerme.
Unos instantes después eyaculé dentro de ella, con una
intensidad como nunca antes la había vivido.
Lo que vi a continuación era demasiado para soportarlo.
Ella se sentó en el largo y grueso pene de Jaime, lanzando un
prolongado gemido de placer. A pesar de mi reciente eyaculación, mi pene se negó a languidecer, y me detuve a mirar la
escena. No podía interrumpirlos.
Sabía que debía hacer algo, pero no me atrevía. No era
correcto que ella estuviera acostándose con mi mejor amigo
frente a mis ojos. Ya había pasado el momento de mi excitación, ya todo debería terminar. No tenía una idea real de lo
que debería suceder después de esta experiencia.
Miré como ella se movía de adelante hacia atrás montada
sobre su pene. La excitación se apoderó de mí nuevamente y
me coloqué detrás de ella. Betty sabía bien lo que quería
hacer y me dejó hacerlo. Se tiró sobre el pecho de Jaime dejando libre el paso a mi erguido pene. Coloqué la punta en la
entrada de su pequeño orificio que se me ofrecía libre, y con
una sola acometida lo deslicé hasta el fondo. Sentí rozar la
507
Un Paso muy Difícil
punta de mi pene con el pene de Jaime separados solamente
por una delgada y fina piel. Era una sensación nueva y desconocida para mí, que me hizo perder la cabeza.
Ya no me importó nada, solo deseaba gozar y hacerla
gozar a ella.
Minutos después los tres descansábamos desnudos sobre
la alfombra recuperándonos del cansancio. Betty se encontraba en medio de los dos y me daba la espalda. Se abrazaba
al cuerpo de Jaime, quien se encontraba profundamente
dormido.
Después de ese domingo lujurioso, Betty y yo no hicimos
ningún comentario al respecto. No podíamos evitar sentir
una excitación en cada momento, y sin palabras nos dirigíamos a la cama para saciar todas nuestras fantasías por fin
realizadas.
En una ocasión mientras hacíamos el amor me volvió a
repetir:
—Quiero ver cómo te “picas” a Jaime.
Quise también jugar con ella y le propuse algo:
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Que me dejes “picarme” también a una de tus amigas.
La posición que más le acomodaba a mi esposa, era estar
encima de mí.
Se dejó caer excitada sobre mí y me susurró al oído:
—Eres un cabrón—. Y la sentí estremecerse.
Una de sus compañeras de trabajo Araceli, le había confesado que yo le gustaba, y Betty me lo había comentado.
—¿Quieres “picártela”?—. Me preguntó llena de lujuria.
—Sí, así como tú te “picaste” a Jaime.
Ella ya no pudo continuar hablando, se encontraba próxima a alcanzar el clímax. Yo la dejé terminar.
508
J.David Villalobos
Habíamos dado un paso muy difícil, y habíamos caído en
un abismo en el cual nos estábamos hundiendo.
Un día mi madre me hizo un comentario sobre nuestro
matrimonio:
—Daniel, si ya tienen un año de casados. ¿Por qué no
formalizan su unión y se casan por la iglesia?
No lo había pensado y se lo propuse a Betty.
—No nos vamos a divorciar nunca. ¿Verdad?—. Le pregunté.
—No creo—. Fue la respuesta de ella.
—Entonces. ¿Quieres que nos casemos por la iglesia?
—Si—. Dijo ella muy convencida.
Al enterarse los padres de ella, se pusieron muy felices,
entonces su padre le dijo a Betty:
—Si se casan les voy hacer un regalo.
Al escuchar la propuesta, con más razón acepté casarme.
Acudí a la parroquia en donde estaba mi amigo el padre
Albarrán. Quería que él oficiara la misa y se lo propuse:
—Padre quiero que oficie mi boda.
—¿A poco ya te vas a casar?
—Si padre—. Le dije feliz y sonriendo.
—¿No estás muy joven para hacerlo?
—No padre.
—¿Que ya se comieron la torta?
Me reí de su comentario y le dije:
—Ya hasta tenemos un hijo de un año de edad.
—A bueno, entonces así sí.
Hizo una pausa y me preguntó:
—¿Y con quien te vas a casar?
—Con una muchacha de Veracruz.
—Ah entonces. ¿No es de la parroquia?
—No padre.
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Un Paso muy Difícil
—¿No fue casada antes?
—No padre, solo tiene un hijo.
El padre Albarrán me miro extrañado, y preguntó:
—¿Cómo es eso? ¿Agarraste a una mujer con familia?
No supe que decir y él continuó.
—¡Ay Daniel! ¿Pues en donde has andado?
Me reí de nervios sin saber que decir.
—Platícame. ¿En donde la conociste?
—En el cabaret donde trabajábamos los dos.
El padre asombrado por lo que acababa de escuchar, abrió
los ojos.
—¿Era prostituta?
—¡No! —Le dije inmediatamente— Era bailarina.
—Si, pero si ya tiene un hijo entonces es una prostituta.
—No padre, solo era una bailarina.
—¿Bailarina? ¿Y qué tipo de baile?
—“Strip Tease”—. Le dije.
—¿Qué es eso?
—Que se va desnudando mientras baila.
—¡Jesús María y José! ¿Te vas a casar con una piruja que
todo mundo la ha visto encuerada?—. Comentó el sacerdote.
Me sentí un poco molesto y le dije.
—¡No es ninguna piruja! Es bailarina.
—Como sea, todas ellas son prostitutas, ya sean bailarinas
o cabareteras. ¿No pudiste escoger en otro lugar a tu futura
esposa? ¿Cómo crees que voy a oficiar la misa a una prostituta? Por favor Daniel. Eso te pasa por haberte apartado del
camino del señor.
Mi tolerancia había llegado al límite.
Me puse de pie y le dije:
—Mi esposa no es ninguna prostituta.
—¡Ay Daniel! Todavía estás muy tonto para darte cuenta
510
J.David Villalobos
de que te está utilizando una prostituta.
—¡Prostituta su madre!—. Le grité y salí furioso de la
iglesia.
Se llegó el día de la boda y nos casó el confesor de mi
madre, el padre Flores.
Se me ocurrió decirle al fotógrafo del Afro casino, quien
era el que tomaba las fotos de las bailarinas; que fuera a la
iglesia a tomarnos las fotos. Yo no estaba muy seguro de si
iba haber en la iglesia algún fotógrafo.
Mi tío José, acababa de comprar una cámara de 8 mm., y
un proyector para poder exhibir la película, se dirigió al altar
a filmar la boda. Cuál no sería la sorpresa, que el cura de la
iglesia no se lo permitió y además, le dijo al fotógrafo que se
retirara de la iglesia. Pero como este amigo era muy hábil y
astuto, no dejaba pasar ninguna oportunidad para ganar dinero, además estaba más metido en los cabarets que en las iglesias, y mandó por un tubo al cura.
—Usted no me contrató, me contrataron ellos—. Le dijo
al cura.
—Usted no puede estar en mi iglesia—. Se atrevió a decirle.
Entonces le preguntó mi amigo fotógrafo:
—¡Ah Chingados! ¿Y desde cuando los curas tienen iglesia propia, y además les niegan la entrada a sus fieles?
El cura no respondió y se alejó furioso a observar nuestra
boda desde la puerta que unía la sacristía con el altar.
Esa era la iglesia en donde yo había sido monaguillo, y
Marcial todavía seguía siendo el sacristán de esa iglesia.
Mi amigo continuó tomando gran cantidad de fotos.
La reunión después de la boda, se llevó a cabo en la casa
de mi madre, por falta de dinero y además no quisimos gastar mucho. Mi padre se embriagó de más como era su cos511
Un Paso muy Difícil
tumbre, y ahí se inició la discusión.
—No sé cómo pudiste engatusar a este pendejo—. Le dijo
mi padre a Betty refiriéndose a mí.
—Le dije que Daniel iba a ser mío, por las buenas o por
las malas—. Le respondió ella.
—No debiste haberte casado con él, después de lo que
pasó.
—Usted no es nadie para decirme lo que debo hacer.
Le dijo encarándolo, y agregó:
—Daniel es mi esposo y un verdadero hombre.
Betty lo barrió despectivamente con la mirada.
Mi padre no lo pudo soportar, y le abofeteó el rostro delante de todos los invitados.
Quise salir en defensa de ella, pero mi suegra, quien no
había perdido detalle de lo que ocurría, se abalanzó encima
de mi padre golpeándole el rostro. Por otro lado, Betty se le
fue encima también y le rasguñó la cara.
Mi padre se levantó y salió huyendo hacia la cocina, seguido por mi madre quien no dejaba de gritar.
Betty lloraba y me acerqué a ella para consolarla.
Mi madre regresó de la cocina y me dijo:
—¡Daniel vete de mi casa! y llévate a estas brujas que
agredieron a mi marido—. Dijo señalando a Betty y a su
madre.
Después se dirigió a todos los invitados.
—¡Esta fiesta ya se terminó! Porque en mi casa nadie nos
ofende como lo hicieron ellos—. Les dijo, señalándonos como si fuéramos unos criminales.
Salimos de la casa, y mientras Betty iba llorando su madre estaba furiosa. Yo por mi parte estaba feliz porque le
habían dado su merecido a mi padre.
Después de ese incidente, dejamos de ver a mis padres
512
J.David Villalobos
durante un buen tiempo.
La razón por la que el cura no permitió que se filmara la
boda ni que se tomaran fotos, fue otra razón más poderosa.
Ese paso que dio el cura, fue un paso muy bien dado y fue
de gran ayuda para mí en el futuro.
Una ocasión su amiga Araceli nos invitó a una fiesta en su
casa. Betty se encontraba inquieta a causa de que le pedí
acostarme con su amiga. Durante la reunión me encontraba
platicando con su amiga, y ella no dejaba de acercarse a nosotros para hacernos compañía. Estábamos disfrutando de la
copa sin llegar a la embriaguez, pero noté algo raro en su
actitud.
Se suponía que iba a permitirme que me acostara con su
amiga. Llegó un momento en que ella ya no lo soportó más
y me dijo:
—¡Ya vámonos! Toma al niño mientras me despido.
No quise discutir con ella, y con el niño en los brazos, me
acerqué a despedirme de su amiga y de sus familiares.
Araceli se encontraba un poco pasada de copas y al despedirse de mí, me dio un beso en la mejilla y me dijo al oído:
—Tengo ganas de acostarme contigo.
Al escucharla, se dibujó en mi cara una alegría que Betty
pudo captar. Su rostro se encendió e indignada me preguntó:
—¿Ya nos vamos?
Miré por última vez a Araceli y ella me sonrió, haciendo
que Betty explotara.
—¡Si quieren pueden acostarse aquí mismo en el piso!
Me acerqué a ella y le pregunté:
—¿Qué te pasa?
—¡Nada! ¿Ya nos vamos?
El trayecto a la casa lo hicimos discutiendo.
—Es una piruja—. Dijo refiriéndose a su amiga.
513
Un Paso muy Difícil
—Pero. ¿Que no estabas de acuerdo en que me iba a acostar con ella?
—¡No quiero!
—Pero. ¿Por qué? Si yo permití que te acostaras con Jaime.
—Es diferente.
—¿Por qué va ser diferente?
Betty guardó silencio como resistiéndose a decirme la
razón.
—¡Contéstame!—. Le exigí.
Furiosa explotó y me dijo:
—¡Porque ella es virgen!
Al escucharla, me quedé sin habla.
Betty tenía miedo de que me llegara a enamorar de una
mujer que era virgen y que realmente valía la pena más que
ella. Araceli no era como mi esposa, quien había tenido otros
hombres antes que yo.
Betty tenía miedo de perderme o de que la cambiara por
ella. Tenía razón.
Durante el trayecto, no dejaba de pensar en Araceli. Tenía
que hacer todo lo posible para acostarme con ella.
Betty y Araceli dejaron de dirigirse la palabra en su trabajo.
Al salir de mi trabajo, pasé a recoger a mi esposa en el
coche, con la intención de ver a su amiga.
Cada vez que Araceli salía, ella evitaba mirarme.
Un día que la fui a recoger, miré a Araceli que se dirigía a
la parada del camión.
Se me ocurrió jugarle una broma a mi esposa.
—¿Le damos un aventón a su casa?
—¡Síguele y te parto la madre!—. Me dijo furiosa.
Comprendí que estaba celosa y no quise seguir provocán514
J.David Villalobos
dola.
Habíamos dejado de ver a Jaime a raíz de ese domingo y
también porque ella no cumplió su parte en el trato. No dejaba de sentir celos cuando evocaba las imágenes de ella teniendo sexo con Jaime.
Yo por mi parte, seguía viéndolo durante las horas de trabajo, pero sin hacer ningún comentario al respecto.
Una noche en la que me encontraba trabajando en el Afro
casino, llegó ella acompañada de Jaime. Me encontraba en el
escenario y no podía bajar a acompañarlos. Observé cuando
se sentaron a la mesa y se les veía que estaban contentos.
No podía concentrarme en mi trabajo por estar observándolos. Los celos me estaban matando. No sabía que había
pasado antes de que llegaran a visitarme al cabaret. Me miraron desde el otro lado de la pista, y me saludaron haciéndome señas con la mano.
Al finalizar me acerqué a ellos y Jaime me dijo:
—Quise venir a visitarte pero antes pasé por Betty.
No pude responder nada.
Ella me saludó de beso y se sentó a mi lado.
—¿Cómo estás “gordito”? —. Me dijo.
—Bien—. Le contesté sin muchas muestras de afecto.
Ellos seguían conversando como si nada hubiera ocurrido,
tampoco habían percibido mi malestar. Yo los observaba en
silencio y los celos me estaban nublado la mente.
Llegó un momento en que la ira me había dominado por
completo y le pregunté a mi esposa:
—¿Qué haces aquí?
—Vine a verte “gordo”—. Me dijo sonriendo.
Jaime percibió mi malestar y me dijo:
—Daniel, discúlpame si te molestó el hecho de traerte a tu
esposa.
515
Un Paso muy Difícil
—No eres tú. —Le dije disculpándolo— Es ella. No debió venir.
—¿Por qué?— Preguntó extrañado.
—No debe salir de la casa con cualquier extraño que vaya
por ella.
—Pero —Titubeó Jaime— No soy cualquier extraño.
Somos amigos.
—Te digo que no eres tú. Es ella.
—No entiendo—. Dijo desesperado.
—¿Qué te pasa “gordo”?—. Me preguntó mi esposa preocupada.
No pude contenerme, y allí mismo y sin preocuparme de
que nos viera la demás gente, o de que Jaime estuviera presente, le golpeé la cara con la palma de la mano.
Jaime se quedó mudo de la impresión. Betty en cambio
me lanzó una mirada de odio y continuó sonriendo.
Yo ya conocía esa sonrisa.
Jaime se levantó y dijo:
—Voy al baño.
Pero ya no regresó. Había sido su excusa para librarse del
problema y de mi mal carácter. Nos quedamos solos ella y
yo en la mesa bebiendo de la botella que había comprado
Jaime.
Más tarde, tuve que regresar a tocar el último show y le
dije:
—Que nadie se acerque a esta mesa. Si no, lo pagarás
muy caro.
Ella no contestó y se quedó sentada mirando cómo me dirigía al escenario. Desde allí la estaba observando sin perder
detalle. Por fortuna para ella, no se acercó ningún hombre
excepto el mesero, para recoger las botellas de refresco
vacías, y cambiar el cenicero.
516
J.David Villalobos
Al terminar el show me acerqué a la mesa y terminamos
de beber el resto de la botella.
Eran las cuatro y media de la mañana cuando salimos
completamente ebrios. No traía el coche debido a una compostura y por tal razón, caminamos por la calle esperando
encontrar un taxi. De pronto y sin ninguna razón aparente,
Betty comenzó a reprocharme el hecho de que Jaime se
hubiera retirado.
La discusión llegó a mayores y lleno de ira, la volví a
golpear. Al sentirse agredida, ella respondió tratando de defenderse y me golpeó.
En ese momento nos encontrábamos caminando por una
calle oscura, frente a un edificio en construcción.
Ella se inclinó al suelo y tomó una varilla que estaba tirada, y me golpeó en la pierna haciendo que perdiera el equilibrio. Al verme tendido sobre el suelo, entonces arremetió
con más ímpetus en contra mía. Yo solo trataba de protegerme la cara intentando ponerme de pie, pero el estado de
ebriedad en el que me encontraba no me lo permitía.
Logró fracturarme un dedo de la mano con el golpe de la
varilla, nunca pudo quedar bien.
Sacando fuerzas, me incorporé y la arrojé contra el suelo.
Ella se tropezó y cayó de espaldas. Tomé una gran piedra
que se encontraba cerca, y pensé en matarla allí mismo en
medio de esa oscuridad.
Levanté la piedra sobre mi cabeza, y sin pensarlo dos veces la dejé caer con todas mis fuerzas sobre su cabeza.
Betty al ver la gran roca dirigirse a ella, pegó un grito de
terror y levantó la mano para protegerse del ataque.
No logro explicarme, cómo pudo ella esquivar la pesada
piedra que medía aproximadamente 40 centímetros de diámetro, y que pasó rozando su cabeza por escasos cinco
517
Un Paso muy Difícil
centímetros, terminando por estrellarse sobre el pavimento.
A los gritos de ella, salió el velador de la construcción y
me dijo:
—Ya joven, déjela por favor.
Betty no dejaba de llorar.
Yo le dije al hombre que había salido de la nada:
—¡Usted no se meta en lo que no le importa! —Y luego
dije— ¡Ella es mi esposa!
—Si me incumbe, y puedo atestiguar que usted la intentó
matar.
—¿Usted que sabe? —Le dije— Solo la cacheteé.
—No joven. Yo vi cuando usted le arrojó esa piedra sobre su cabeza. —Dijo señalándola— Si la señora no la esquiva, ella estaría muerta y usted en la cárcel.
Su comentario me hizo pensarlo y me acordé del tiempo
que estuve encerrado en prisión.
Me acerqué a auxiliar a mi esposa y ella le gritó:
—¡No me deje con él! ¡Me va a matar!
—No señora, ya no le va hacer nada. —Le dijo tratando
de calmarla— Porque si usted amanece muerta, yo le diré a
la policía todo lo que sucedió aquí.
El hombre que cuidaba la construcción, era un hombre de
edad avanzada, delgado y de piel oscura, supongo que debido al trabajo expuesto diariamente bajo los rayos del sol.
Me acerqué y abracé a mi esposa para levantarla.
Ella me miraba con terror y seguía gritando llena de miedo. Nunca pude olvidar el terror que tenía dibujado en su
cara. La abracé para tranquilizara y caminamos en busca de
un taxi.
Momentos más tarde, y a bordo del taxi; nos encontramos
a Jaime caminando por una de las calles cercanas a nuestro
domicilio. Después supimos por boca de él, que se había
518
J.David Villalobos
metido a un bar cerca del Afro y que cuando trató de retirarse a su casa, se dio cuenta de que no tenía un peso para pagar
el taxi. Así que había decidido ir a nuestra casa para pedirnos
dinero prestado.
—¡Es Jaime!—. Gritó ella emocionada.
Lo vi caminar tambaleándose y Betty al verlo le dijo al
conductor:
—¡Deténgase!
El taxi se detuvo cerca de él y le grité:
—¡Jaime, súbete!
Jaime se subió al vehículo sentándose en el asiento trasero
donde veníamos nosotros, quedando Betty en medio de los
dos. Vi cuando Betty sostuvo la mano de él entre las suyas.
Ya no podía hacer nada. No podía golpearla de nuevo ni
debía sentir celos. Ya no pensaba.
Esa noche tuvimos la más grande orgía que se pudiera
imaginar. Los tres vivimos todas nuestras fantasías reprimidas.
Betty al fin pudo lograr ver cómo le hice el amor a Jaime.
Eso la volvió loca y me pidió que la dejara hacer el amor con
él toda la noche. Me acosté a un lado y los vi hacer de todo.
Me encontraba completamente excitado y me masturbaba
mientras los veía saciar su lujuria.
Jaime se encontraba todavía en estado de ebriedad y no
podía contener su excitación y su lujuria.
No parecía un homosexual, sino más bien parecía un niño
con juguete nuevo.
Una vez que Jaime eyaculó en la boca de ella, Betty le pidió que se acostara detrás de ella, de lado y que la penetrara
sin moverse. Su fantasía era dormir toda la noche con el pene
de él dentro de ella. Betty quedó acostada en medio de los
dos volteando hacia mi lado.
519
Un Paso muy Difícil
Mi borrachera se había disipado y no podía dormir pensando en lo que estuve tentado a hacer con la pesada roca.
De vez en cuando volteaba a verla en la penumbra de la
habitación, y el remordimiento no me dejaba en paz.
Era más la cruda moral que padecía, que la cruda física.
Jaime se encontraba dormido abrazándola.
De vez en cuando se movían los dos durante la noche, ella
para que no se saliera el pene de Jaime, y él para mantenerlo
erecto. Ese pensamiento me volvía loco de placer.
Yo también quería estar dentro de ella.
Betty se encontraba volteando hacia a mí, y traté de penetrarla. Ella se despertó y abriendo los ojos me dijo:
—Deja que disfrute a Jaime toda la noche.
Antes de que continuara durmiendo me dijo:
—Si quieres puedes masturbarte.
Dicho eso, cerró los ojos mientras yo apretaba mi pene
completamente duro.
Cuando ya había logrado dormirme, me despertaron los
movimientos de la cama y los suspiros de excitación que
hacía Betty al moverse Jaime dentro de ella.
De pronto ella se subió encima de Jaime y lo besó en la
boca durante todo el acto sexual, dejando libre sus labios
hasta que ella tuvo su orgasmo.
Yo me seguía masturbando y había eyaculado sobre mi
vientre, al mismo tiempo que ella había tenido su orgasmo.
Después, quedó tendida sobre Jaime volteando su cara
hacia mí. La luz del día entraba por un costado de las cortinas y pude apreciar en su cara, los rastros de los golpes de la
noche anterior. Tenía el ojo derecho amoratado, el lado derecho de la cara completamente violáceo y manchas de sangre
por la nariz y la comisura de los labios.
Sentí ganas de llorar por la rabia que sentía contra mí
520
J.David Villalobos
mismo. Quería decirle muchas cosas, quería pedirle perdón y
prometerle que nunca más volvería a pasar.
Pero era demasiado tarde.
Había dado un paso muy difícil.
Los golpes eran la prueba de que yo nunca cambiaría.
Mi agresividad acumulada por tanto tiempo, había explotado.
Danielito despertó y ella se levantó desnuda a atenderlo.
Lo había dejado solo toda la noche en su corral, mientras se
iba con Jaime a verme. Los dos éramos muy jóvenes para ser
unos padres responsables.
Jaime se encontraba profundamente dormido y yo casi no
había podido pegar el ojo en toda la noche.
Después de darle la mamila y cambiar de pañal a nuestro
hijo, Betty regresó a la cama a dormir. Al no poder continuar
durmiendo, me levanté de la cama y fui a ver a mi hijo.
Me sentía abatido por ser un mal padre, un mal esposo y
una mala persona. Mi agresión solo podía ser controlada con
la heroína y pensé en volver a consumirla.
Me quedé un buen rato con mi hijo, tratando de darle en
un solo momento todo el tiempo que le había negado, a causa de mis borracheras y mi falta de atención para con mi esposa.
Los ruidos que provenían de la recámara, me hicieron regresar para ver lo que estaban haciendo, de antemano ya lo
sabía. Solamente quería martirizarme, lastimarme y enfermarme de celos, y decirme que lo tenía bien merecido por
tener esas actitudes negativas con mi bella y joven esposa.
Jaime se había despertado excitado y la penetró mientras
Betty había estado dormida de lado. Ella reaccionó inmediatamente a sus movimientos y empujaba con rapidez sus caderas hacia atrás. Ella ya no era la misma de antes ni lo sería
521
Un Paso muy Difícil
ya nunca más.
Al verla pensé que habíamos llegado a un punto donde no
hay retorno. Habíamos traspasado la línea que separa la fantasía de la realidad. Nunca tomé en cuenta que la cama era
solamente para dos personas, y no para tres. Que lo que sucedía en la imaginación, se quedaba en la imaginación. Y
que podía invitar a la cama a tres o cuatro hombres, pero
siempre y cuando estuvieran dentro de la imaginación.
Había llegado a un momento de hastío y de repugnancia.
Lo que no lograba entender era, el porqué mi corazón latía a
un ritmo acelerado produciéndome una excitación. No comprendía la razón de mis celos después de nuestras experiencias sexuales. Tampoco comprendía por qué la había golpeado a causa de los celos con Jaime, y allí estaba él tomándole
las caderas y gritando de placer al eyacular dentro de ella.
No lo pude soportar más.
Me acerqué a ella y la tomé de las caderas. La obligué a
colocarse de rodillas y colocándome detrás de ella, la penetré por donde lo había hecho mi amigo. Sentí su interior
empapado y escurriendo, eso me producía más excitación.
Ella se dejó hacer aunque la noté un poco cansada.
Más tarde se levantó y se dio un baño.
Mientras, Jaime y yo permanecíamos en silencio acostados sobre la cama.
Ninguno de los dos se atrevía a decir nada.
Yo solo lloraba en silencio, todo estaba perdido.
Ya nada sería igual.
Más tarde Jaime se vestía, y sin mirarme a la cara se despidió. Betty se maquillaba tratando de ocultar las huellas de
los golpes. Yo permanecí todavía en la cama mirándola en
silencio.
Me levanté para prepararme e irme al trabajo y le pre522
J.David Villalobos
gunté:
—¿Qué vas hacer en el día?
—Nada, estar en la casa—. Me respondió sin mirarme.
—¿Y qué va a pasar con nosotros?
—Nada. ¿Qué quieres que pase? —Se volteó a mirarme—
¿Qué nos separemos? No puedo a pesar de todo te amo.
Quería pedirle perdón, pero ya lo había hecho varias veces y siempre volvía a ponerle la mano encima.
Más tarde, me dirigí al trabajo.
Jaime no se presentó ese día a trabajar, sino hasta al día
siguiente y procuró no encontrarse conmigo. Yo tampoco
tenía muchos deseos de hablar con él.
Ya habían pasado más de dos semanas cuando mi esposa
me dio una noticia.
—¡Mi papá nos va a dar el regalo que nos prometió!
—¿Qué es?—. Le pregunté emocionado.
—Nos va a enviar a Manuelito.
Me quedé sin poder decir nada.
Ella me vio pensativo y me preguntó:
—¿No quieres que venga mi hijo a vivir con nosotros?
Sin poder ocultar mi desilusión, porque yo creí que el regalo era un terreno o una cierta cantidad de dinero; le dije sin
mucho entusiasmo:
—Sí. Está bien.
Manuelito llegó acompañado del hermano menor de ella,
y vivirían con nosotros. Parecía que todo iba a ser diferente
en la familia. Me alejé de la bebida y de Jaime. Traté de ser
un padre para Manuelito quien tenía cinco años de edad. Lo
llevaba a la escuela y salía a jugar con él y con Danielito,
quien iba a cumplir dos años.
En mi trabajo ya no volví a ver a Jaime y pregunte por él.
—¿Y Jaime?
523
Un Paso muy Difícil
—Ya no trabaja aquí desde hace una semana—. Me dijo
un mesero.
—¿Y por qué no se despidió?
—Si lo hizo, pero antes de que tú llegaras a trabajar.
—¿No sabes a donde se fue a trabajar?
—Se fue a trabajar al hotel Aranzazú como mesero.
—¿No sabes porque se fue?
—No, solo presentó su renuncia y se fue.
Y sin darle más importancia a la conversación dijo:
—Ya ves como son estos putos de delicados.
Yo no estaba muy seguro de su último comentario.
Nuestra vida trascurrió aparentemente normal, excepto
por los momentos de celos que volví a sentir, pero esta vez a
causa del hijo de mi esposa.
No lo veía como al hijo de ella, sino como al hijo del
hombre que se había acostado con ella. Mi mente empezaba
a formar pensamientos sobre cómo le había hecho el amor, y
las posiciones en que la había puesto. Además pensaba que
si ella también había gozado con él, como lo había hecho con
Jaime.
Sentí un rechazo inconsciente hacia el inocente niño, y
sentí que lo odiaba.
Comencé a hacer preferencias entre mi hijo y Manuelito,
quien comenzó a sentir mi rechazo y su carácter cambió.
Ya no era el niño encantador y alegre de haberse reunido
con su madre, y de vivir por vez primera con una verdadera
familia. Mi esposa se dio cuenta del cambio en su hijo y del
retraso que estaba teniendo en la escuela.
Ya habían transcurrido seis meses desde su llegada, cuando un día dijo a la hora de la comida:
—Ya me quiero regresar con mi abuela de Veracruz.
Al escucharlo mi esposa le preguntó:
524
J.David Villalobos
—¿Por qué mi vida? ¿No estás a gusto de estar conmigo?
Dentro de su natural inocencia respondió con la verdad.
—No, y ya no quiero vivir aquí.
Al escucharlo sentí que mi corazón se acongojaba. Sabía
que era mi culpa y ya no podía remediarlo. Había dañado a
un inocente niño con mi rechazo y desprecio. Sin saberlo
había dado un paso muy difícil.
No quería que se fuera y le pregunté:
—¿No quieres quedarte con nosotros? Ya viene la Navidad y te van a traer muchos juguetes los reyes magos.
—¿Y qué? Allá en Veracruz en la casa de mi abuelita me
traen también muchos regalos—. Dijo inocentemente.
Su comentario me ofendió y me sentí incómodo.
Él era un niño y yo estaba actuando como niño.
Mi esposa estaba triste. Yo sabía que si se regresaba, la
vida nos iba a cambiar. Su corta estancia había hecho que yo
intentara cambiar un poco.
Una semana más tarde, no se quiso levantar para ir a la
escuela y mi esposa le preguntó:
—¿Qué tienes Manuelito?
El niño comenzó a llorar y le dijo:
—Ya me quiero regresar a Veracruz.
Yo veía su sufrimiento y el de mi esposa.
El sufrimiento de ambos, me afectaba y me deprimía.
Recurrí a la bebida nuevamente para apagar mis sentimientos de culpa que me estaban acosando. Quería olvidar
todo lo que había hecho. Todo me había salido mal.
Una noche mi esposa me dijo:
—Mañana me voy a Veracruz a llevar a Manuelito.
—¿Cuándo regresas?
Ella se acercó a mí y me dijo:
—“Gordito” ¿Qué te parece si me dejas estar un mes con
525
Un Paso muy Difícil
mi mamá?
—¿Porqué tanto?—. Le pregunté extrañado.
—Para que nos recuperemos económicamente.
Ella tenía razón, a causa de la bebida, había perdido mi
entrada extra de dinero que tenía en el cabaret. Me habían
castigado tres días y por orgullo, ya no quise regresar.
En el restaurante ganaba $150 pesos por cada turno, por
lo tanto percibía $300 pesos al día. No era malo ese sueldo
debido a que la mayoría de los músicos ganaban entre $150
y $200 por día. Lo que más me pesaba era haber renunciado
al Afro, que era en donde ganaba $500 pesos por noche.
Mi sueldo había sido muy bueno mientras no bebía, pero
ahora ganaba menos de la mitad de mi sueldo.
Tuve que deshacerme de mi primer órgano, un modelo
“Farfisa” que había comprado, para poder pagar algunas
nuevas deudas que tenía con “Elektra”. Por lo tanto, tuve que
aceptar que se fueran un tiempo a casa de su madre.
Una noche partieron ella, su hermano, su hijo y mi hijo.
Que soledad y que vacío sentí en la pequeña vivienda.
Mi corazón se quebró en mil pedazos la primera noche
que dormí solo. Podía escuchar en mi cabeza la risa de Manuelito. Veía su bella sonrisa y sus ojos negros tan expresivos que tenía. Hundí mi cara en la almohada para ahogar el
llanto. ¡Cuánto extrañaba a mi familia!
En lugar de intentar hacer algo para conservarla, comencé
a beber más de la cuenta valiéndome de la ausencia de mi
esposa.
Ya tenía una semana bebiendo, cuando tuve la ocurrencia
de ir a visitar a Jaime a su casa.
Me sentía muy solo y extrañaba las largas conversaciones
que sostenía con él, en su apartamento mientras bebíamos
bajo la tenue luz de las lámparas. Llegué a su casa y toqué a
526
J.David Villalobos
la puerta. Permanecí durante un buen rato esperando a que
me abriera la puerta sin obtener respuesta.
Recordé que Jaime siempre dejaba una llave enterrada
dentro de una maceta que estaba al lado de la puerta, porque
en varias ocasiones la había extraviado. Me puse a escudriñar dentro de la tierra hasta lograr encontrarla.
Abrí la puerta y le grité:
—¡Jaime!
El apartamento era muy pequeño, fácilmente podía escucharme en caso de que hubiera estado adentro. Me serví una
copa de whisky y me senté en el sofá, dispuesto a esperarlo.
Me quedé viendo la programación en el nuevo televisor a
color que había comprado Jaime recientemente.
El tiempo transcurrió sin darme cuenta, ya que me entretuve viendo el programa de “Lancelot Link” personificado
por chimpancés reales.
Como se acercaba la hora en que debía regresar de nuevo
al restaurante, apagué el televisor y me dirigí a la recámara
para dejarle una nota a Jaime.
Encima de la cama había un cuaderno con una nota escrita
con su puño y letra que decía:
“No se culpe a nadie de mi muerte”.
Sonreí para mis adentros y pensé que Jaime había estado
jugando y escribiendo cosas sin sentido. Más abajo había
escrito unas frases que una vez me las había dicho.
—Daniel, que te parecen estas palabras—. Me preguntó
en cierta ocasión cuando bebíamos.
—A ver dímelas—. Le respondí.
Jaime comenzó a recitarlas:
—Yo soy yo. Tú eres tú. Yo hago lo mío y tú haces lo tu527
Un Paso muy Difícil
yo. No estoy en este mundo para hacer lo que tú digas, ni
estás en este mundo para hacer lo que yo diga. Porque yo
hago lo mío y tú lo tuyo. Si acaso coincidimos que bonito.
¿Si no? ¡Qué lástima!
Me quedé maravillado ante esas palabras y le pedí que me
las volviera a repetir. Jaime riendo las volvió a repetir.
Bajo los efectos de las copas yo las repetía:
—A ver si entendí bien. Yo soy un cabrón y tú eres otro
cabrón. Tú haces lo que te da tu rechingada gana y yo hago
lo que me da mi rechingada gana. ¿Estamos?
Jaime se moría de la risa al ver como cambiaba las palabras. Yo continuaba:
—No estás en este pinche mundo para hacer lo que se me
hinche la gana, ni yo estoy en este pinche mundo para hacer
lo que te de tu rechingada gana. ¿Verdad?
Jaime movía la cabeza riendo con ganas.
—Si acaso coincidimos, pues que a toda madre. ¿Verdad?
¿Y si no? Que cada quien chingue a su madre—. Terminaba
diciendo.
Casi la mayor parte de las borracheras que habíamos convivido juntos, salían a relucir esas frases.
Por esa razón, esa noche en su recámara y con el cuaderno
en mis manos, sonreí recordando nuestras borracheras que
pasamos juntos.
Antes de retirarme escribí en el mismo cuaderno una nota.
“Jaime vine a verte y no te encontré, solo quise saludarte
y a ver si nos tomamos unas copas después. Te extraña Daniel”.
Dejé el cuaderno sobre la cama y abrí el closet para buscar una chamarra negra que había olvidado desde hacía mu528
J.David Villalobos
cho tiempo.
Al abrir la puerta del closet, casi sufro de un infarto.
Jaime estaba adentro completamente desnudo y colgando
del tubo donde se cuelga la ropa. Tenía los pies extendidos
hacia un costado y tenía su cinturón alrededor del cuello. Ya
presentaba el rictus de la muerte. Su cuerpo estaba completamente blanco y tenía los ojos entreabiertos mirando hacia
el piso.
Yo no concebía el hecho de que Jaime se hubiera quitado
la vida en esa forma, por la siguiente razón. Él medía
aproximadamente 1.75 m. y el tubo dentro del closet estaría
aproximadamente a una altura de 1.85 m. Si agregamos el
largo del cinturón, estaríamos hablando de que no había suficiente altura para colgarse. Jaime hubiera podido quedar de
pie si se hubiera dejado caer, el puro instinto de conservación le hubiera hecho volver a ponerse de pie.
Traté de descolgarlo, pero no podía conseguirlo debido a
su peso que oscilaría entre los 85 kilos. Desistí y temblando
a causa del impacto recibido, corrí hasta la cocina buscando
un cuchillo. Regresé y corté el cinturón.
Si Jaime hubiera estado agonizando tan solo un poco,
hubiera muerto con el tremendo golpe que se dio en la nuca
al caer. No pude sostenerlo debido a su peso y a la posición
en la que se encontraba. Estaba casi acostado pendiendo del
cuello.
Se me resbalo de las manos y su cabeza fue a estrellarse
contra la pared interna del clóset. Después su cuerpo se deslizó, y se estrelló de nuevo la cabeza en el piso interior del
closet.
Como pude logré sacarlo del closet y lo acosté sobre el
piso de la recámara. Pensé en darle reanimación boca a boca,
pero desistí del intento.
529
Un Paso muy Difícil
No era nada agradable ver sus labios completamente negros y sus ojos como si estuvieran mirándome.
Me quedé un momento sentado en el piso observándolo.
No sabía qué hacer ni a quien llamar. Sabía que tenía una
hermana pero no la conocía y además no sabía su domicilio.
Salí a la calle tratando de encontrar un teléfono público.
Caminé hasta la esquina y localicé uno. Busqué en mi bolsillo unas monedas e hice la llamada que nunca me imaginé
que haría. No quería saber nada de la policía.
Llamé al hospital municipal de la cruz verde, ya que ellos
eran los únicos que recogían a las personas fallecidas, mientras que la cruz roja atendía a los heridos.
Momentos más tarde llegaban al domicilio enfermeros y
policías. Había dejado la puerta abierta y me encontraron
sentado en el sofá bebiendo un vaso de whisky.
—¿En dónde está el fallecido?—. Preguntó un hombre
vestido de blanco. No supe si era médico o camillero.
—En la recámara—. Le respondí.
Se acercó un agente de la policía judicial y me dijo:
—Bueno. Es necesario que ya no bebas para que puedas
rendir la declaración.
—Está bien —Le dije— Pregúnteme lo que desea saber.
Inició un largo proceso de preguntas, estudios y fotografías de la escena, que se prolongaron aproximadamente
como tres horas.
Después me pidieron que los acompañara.
—Tengo que trabajar—. Les dije.
—Pues lo sentimos mucho —Dijo el policía— Pero tú
eres el único testigo de la escena del crimen.
—¿Cuál crimen? —Le pregunté— Si fue suicidio. ¿Que
no vieron la nota que dejó escrita? Dice que no se culpe a
nadie de su muerte.
530
J.David Villalobos
—Las investigaciones indican que fueron dos personas.
¿En dónde está la otra persona?—. Preguntó el agente.
Me quedé desconcertado ante su dictamen.
No podía pensar y el agente dio su veredicto.
Ellos pensaron lo mismo que yo había pensado. Era imposible que se hubiera podido suicidar, debido a que el tubo
que sostuvo su cuerpo, era de aluminio y el peso lo hubiera
curveado, de modo que hubiera logrando salvarse.
Supuestamente uno de los responsables del asesinato,
había sostenido el tubo con las manos para evitar que se doblara, y el otro le dio un tirón por los pies logrando desnucarlo. Por esa razón lo encontré con los pies extendidos hacia un
costado y casi acostado colgando del cuello.
Tenían razón ellos y yo también.
—Eso mismo pensé yo cuando lo encontré—. Le dije sin
recapacitar.
—¿Acaso eres investigador?—. Me preguntó el agente.
Acercándose a mí me preguntó de nuevo:
—¿En dónde está el otro asesino?
Por mi mente desfilaban escenas de la penal en donde
había estado. Sabía que pasaría otro año encerrado mientras
se demostrara mi inocencia. Por lo pronto, yo era culpable
hasta que se demostrara lo contrario y debería permanecer
encerrado hasta demostrar mi inocencia.
Hundí mi cara en las manos presa de la desesperación.
Pensaba que hubiera hecho la llamada y haberme desaparecido de la escena.
Miré al agente y le dije:
—Ya sé cómo funciona esto. Solo déjeme decirle algo por
última vez. Yo no lo maté así fue como lo encontré.
Desmoralizado me recargué en el sofá y me bebí lo que
quedaba del whisky, cerré los ojos esperando a que todo fue531
Un Paso muy Difícil
ra una pesadilla. Vi cuando sacaron el cuerpo de Jaime y el
agente me dijo:
—Vamos al ministerio público.
Llegamos a la agencia del ministerio público adscrita al
hospital civil y rendí de nuevo la declaración. Ya llevaba
horas hablando y declarando lo mismo una y otra vez.
Esa noche quedé detenido y sentí que el mundo se derrumbaba a mis pies. Pensé en mi esposa y en mi hijo Daniel.
Sabía que no los vería por mucho tiempo y ella quizás se
volvería a casar. No había sido un buen esposo y esta era la
oportunidad de divorciarnos. Ella quedaría libre y yo preso.
Dormí esa noche en una pequeña celda. Me había resignado a perder mi libertad. Lo único que me preocupaba era
que Betty no iba a tener conocimiento de mi caso y mis padres no me iban a sacar, pues hacía más de un año que no
nos dirigíamos la palabra, de hecho desde la boda.
Al amanecer el agente que me había interrogado en el
apartamento de Jaime me dijo:
—Tú mencionaste algo sobre que sabías cómo funcionaba
esta cosa.
—Si—. Le dije.
—¿A qué te referías?
Me atreví a decirles lo que pensaba. ¿Qué importaba? De
todos modos me tenían en sus manos.
—Me refiero en que ustedes fabrican las pruebas para poder aparentar que están haciendo su trabajo y buscan culpables encerrando a personas inocentes.
El agente me escuchaba y yo continué:
—Ustedes saben que soy inocente y lo que buscan es “lana”, así que ¿Cuánto es lo que quieren para soltarme?—. Le
pregunté moviendo los dedos frente a su cara.
El agente se interesó por el dinero y me preguntó:
532
J.David Villalobos
—¿Cuánto tienes?
—En efectivo nada, pero tengo un coche en buenas condiciones que se los entrego.
—Queremos “lana”. —Dijo el agente— No cosas materiales.
—Bueno, déjenme salir y consigo el dinero.
El agente sonrió y me preguntó:
—¿Tienes manera de conseguir treinta mil pesos?
Me quedé pensando de donde podía obtener ese dinero.
Era demasiado para mí.
—No. Solo puedo conseguir quince mil pesos.
El agente trataba de negociar conmigo, pero al final dijo:
—Está bien, que sean quince mil y te llevas tu muertito.
—¿A dónde? Si no es mi pariente—. Le dije.
—Ese es tu problema. Aquí no lo queremos.
Me permitieron hacer una llamada y le hablé a mi amigo
Gerardo el taxista, quien fue el que me había vendido el coche. Le expliqué la situación, y más tarde fue a verme para
recoger las llaves de la casa, para después ir por el coche.
Eran las cinco de la tarde cuando regresó mi amigo con el
dinero y me lo entregó.
Me sentía sucio, hambriento y agotado.
Un detalle de él hizo que casi se me salieran las lágrimas.
Gerardo me entregó una torta y una Pepsi-Cola que había
comprado. La devoré en un instante.
Se hicieron los trámites para que la funeraria recogiera el
cuerpo de mi amigo Jaime. La más económica había sido la
funeraria Sainz de la calle Álvaro Obregón.
Había firmado varios documentos con la promesa de pago. Esa noche me encontraba solo en la funeraria.
Había llamado al restaurante para avisar lo sucedido y en
cual funeraria se encontraban los restos de Jaime.
533
Un Paso muy Difícil
Me acerqué a Jaime y lo miré. Por fin se encontraba descansando. No tenía idea de por qué se había quitado la vida.
En la funeraria encontré la respuesta.
Cuando lo supe lloré y me sentí culpable de su muerte.
Me encontraba esperando a que alguien llegara para retirarme a descansar, cuando de pronto escuché al propietario
de la funeraria que me dijo:
—Me entregaron en el hospital este cuaderno junto con el
cuerpo.
Me lo entregó y era el mismo cuaderno en donde estaba
su carta póstuma.
—Gracias—. Le dije tomando el cuaderno.
Era más de media noche cuando llegaron varios meseros
del restaurante “Le Trianón”, en donde había trabajado. Ellos
habían hecho llamadas y lograron contactar al personal del
hotel Aranzazú.
La sala de la funeraria comenzó a llenarse y en ese momento apareció la hermana de Jaime. Supe que era ella porque fue la única que lloró su muerte. Se acercaron varias
personas del hotel y uno de ellos me preguntó sobre los gastos de la funeraria.
—Se debe todo—. Se me ocurrió decirle.
Por fortuna para mí, el hotel se encargó de los gastos y yo
recobré los documentos librándome así, de pagar una cuenta
que no podía solventar.´
Al día siguiente se exhumó el cuerpo de Jaime y fui a
despedirlo al panteón como lo que había sido: un buen amigo.
De regreso en la casa, me dirigí a la tienda de la esquina y
llamé por teléfono a mi esposa. Le di la noticia y ella lloró.
—¡Tú lo mataste por celos!—. Me dijo.
—¡No! ¿Cómo crees?
534
J.David Villalobos
—¡No quiero verte nunca más!—. Fue lo último que dijo
antes de colgar.
Me encerré en la casa y traté de descansar. Miré el cuaderno y comencé a hojearlo. En la primera hoja estaba escrito su mensaje de no culpar a nadie de su muerte.
Más abajo leí completa la polémica frase. “Yo soy yo, tú
eres tú…….
Di la vuelta al cuaderno, y ahí estaba también la nota que
yo le había escrito. Continué hojeando las páginas del cuaderno y solo encontré hojas en blanco.
Lo dejé a un lado de la cama y observé que en las últimas
páginas había algo escrito. Lo miré y supuse que era algo
más que se le había ocurrido escribir a Jaime.
Comencé a leer lo que estaba escrito y decía así:
“D1n32l. N4 s2 s3 p4dr1s p2rd4n1rm2 p4r l1
d2c3s34n q54 v4y 1 t4m1r”.
Me llamó la atención la forma como estaba escrito. Me
hizo recordar cuando mi hermano y yo habíamos inventado
este lenguaje, para comunicarnos en clave.
El sistema consistía en cambiar vocales por números. No
tenía idea de que Jaime tuviera conocimiento de ello.
Tome un lápiz y comencé a escribirlo correctamente:
“Daniel. No sé si podrás perdonarme por la decisión que
voy a tomar. No son culpables tú y Betty de lo que me sucedió. Ustedes dos solo quisieron vivir una fantasía sexual y
para eso me utilizaron, pero que maravillosa experiencia fue
para mí vivirla con ustedes. Yo toda mi vida me consideré un
homosexual. Disfruté mucho que me hicieras el amor y fue
maravilloso vivirlo contigo. Luego, vinieron las incursiones
535
Un Paso muy Difícil
en el terreno heterosexual. Fue un terrible despertar.
Perdóname si te hiero con estas palabras, pero Betty fue
una maravillosa mujer que me hizo ver y sentir que yo no
era el homosexual que creía ser. Se había logrado despertar
en mí al hombre que estaba reprimido a causa de un problema de la infancia.
Al haber despertado mi heterosexualidad ¿Cómo podría
yo mirarte a la cara? Me avergonzaba de que me hubieras
penetrado. Ya no me consideraba más un homosexual.
¿Cómo poder ver de frente a la cara a tantos de mis compañeros de trabajo que supieron de mis correrías homosexuales? No tenía el valor para verlos de frente y aceptar que
estaba equivocado.
Mi mente estaba equivocada pero no mi cuerpo. Por tal
motivo renuncié al trabajo en el restaurante y quise huir
refugiándome en el hotel, en donde nadie me conociera. Por
tal razón tomé ese trabajo de menos categoría, ser un mesero de “Room Service”, así de esta manera nadie me vería.
Me di cuenta de que esa no era la solución. Podía ocultarme de todos, incluso cambiarme de ciudad, pero había
algo de quien no podía ocultarme, y era de mi otro yo. De mi
verdadera esencia.
Mi hombría me decía que jamás iba a poder superar ese
error tan grande en el cual había vivido durante muchos
años. Te agradezco que me hayas hecho ver la realidad. Dile
a Betty que muchas gracias por haberme hecho un hombre.
No creo que lo hubiera logrado con otra mujer. Ella es maravillosa y te ama Daniel. No la defraudes.
Aquella noche en el Afro, yo solamente quería hacerte feliz cuando la vieras. Quería darte una sorpresa. Nunca pasó
nada entre ella y yo. No te hubiera defraudado, porque eres
mi amigo y te quiero mucho.
536
J.David Villalobos
Sé que hubiéramos podido ser grandes amigos como
hombres, pero me faltó el valor para enfrentarlo; y de enfrentarme a la vida. No puedo con esta carga, es demasiado
pesada. Perdóname por esto y solo recuerda que siempre
fuiste un gran amigo. Adiós. Jaime Castañeda.
Al terminar de leerla no pude reprimir la gran emoción
que sentía y terminé por llorar. Si él me hubiera dicho lo que
pasaba con su transición, hubiéramos tratado de encontrar
una solución. Pero yo tampoco estaba preparado para un
cambio de esa naturaleza.
Renuncié al trabajo en el restaurante por la razón de que
me traía muchos recuerdos de Jaime.
A los tres días apareció en el periódico “El Occidental”, la
muerte de Jaime. “Se suicida capitán de meseros”. Y venía
toda la explicación sobre su suicidio.
Una mañana llegó el dueño de la casa a cobrar la renta.
No tenía dinero para pagarle y ya le debía tres meses. Le
dije que no tenía y él me sugirió:
—¿Qué me puedo llevar en garantía?
Vi la máquina de coser de mi esposa y le dije:
—¡Llévese la máquina de coser!
Sin dinero y sin coche para moverme. Recurrí a mi compadre Manuel para pedirle dinero y que me recomendara en
algún otro restaurante donde trabajar.
Cuando acudí a su trabajo en el restaurante argentino “El
rincón Gaucho” de avenida la Paz, le dio mucho gusto verme.
—¡Compadre! ¿Cómo estás? —Me preguntó y nos dimos
un abrazo— ¿Cómo está mi comadre?
—Está en Veracruz desde hace tres meses y quisiera poder ir a verla.
537
Un Paso muy Difícil
—Me la saludas compadre—. Me dijo muy contento.
Me daba pena pedirle el favor y él lo comprendió.
—¿Necesitas dinero compadre?
Sin poder ocultarlo por más tiempo le dije:
—Si compadre.
—¿Cuánto necesitas?
—Lo necesario para ir a verla—. Le dije arriesgándome.
Manuel se quedó pensativo y me dijo:
—Mañana ven a esta hora y te los consigo. No traigo mucho dinero en este momento.
—No sé como pagártelo Compadre—. Le dije.
Entonces él me dijo:
—No compadre. Yo soy el que no sabe cómo pagarte todo el favor que me hiciste al salvar a mi hijo de su enfermedad.
Lo que había sucedido hacía cuatro años, era que su hijo
Emanuel, había sufrido una pulmonía cuando tenía cinco
meses de nacido y se encontraba en peligro. Mi compadre no
tenía dinero y yo me hice cargo de todos los gastos en un
hospital particular. Él me había dicho:
—No sé como pagártelo Daniel.
—No digas eso Manuel. Tú hubieras hecho lo mismo por
mí.
Como agradecimiento, me pidió que fuera el padrino de
bautizo de su hijo a pesar de que me negué. Le dije que lo
más correcto era que alguno de sus familiares más cercanos
lo fuera.
Insistió tanto que acepté ser compadres.
Por lo tanto, al día siguiente me hacía entrega de una buena cantidad de dinero que cubriría mis gastos de Guadalajara
a la ciudad de México, después trasladarme en taxi hasta la
terminal de Tapo, para tomar un autobús que me llevaría a la
538
J.David Villalobos
ciudad de Puebla y de ahí tomar otro hasta llegar a Jalapa
Veracruz.
Esa noche me encontraba en la central camionera de la calle Estadio abordando el autobús Flecha Amarilla con destino a la ciudad de México.
Al día siguiente por la noche llegaba a mi destino, después de un maratón de horas sentado y realizando transbordos.
Mi esposa no me esperaba y toqué a la puerta.
Salió la madre de ella y se puso pálida al veme.
—¡Hola señora! —La saludé— ¿Está Betty?
Pasados unos momentos pudo por fin recuperarse, y le
gritó a mi esposa desde la puerta.
—¡Betty! Te busca tu marido.
Ella se acercó y me preguntó mostrando preocupación.
—¿Qué pasó Daniel?
Percibí algo raro, porque ella casi nunca me llamaba por
mi nombre.
—Nada. Solo vine por ustedes.
Ella me dio la espalda y me dijo:
—Todavía no. Es muy pronto para regresar.
—Ya han pasado casi tres meses—. Le dije desesperado.
Ella se volvió y me dijo:
—Otros dos meses y regresamos.
Acepté su propuesta y abracé a mi hijo sin saber que sería
la última vez que lo vería.
Me despedí de Manuelito y le pregunté:
—¿Te gustaría regresar a Guadalajara?
Sin pensarlo dos veces me respondió:
—¡No!
—¿Por qué?
—No me gusta.
539
Un Paso muy Difícil
Regresé a Guadalajara y poco después ingresé al restaurante “El Partenón” tocando el piano. Era pésimo como pianista, me preocupaba más por ejecutar las notas, que proyectar algún sentimiento. Pero aún así me contrataron.
Pude ahorrar algo de dinero durante los dos meses que me
había pedido Betty, que me compré una motocicleta Carabela “Mini enduro” 125 cc. Modelo 1978. Mis amigos se burlaban cuando me subía a la moto. Decían que parecía chapulín debido a mi estatura en comparación con el tamaño de
la motocicleta.
Se habían cumplido exactamente los dos meses cuando
salí de mi trabajo feliz, de que por fin iría por mi familia a
Jalapa. Circulaba a exceso de velocidad por la lateral de la
avenida López Mateos.
De pronto, una camioneta de redilas propiedad del gobierno de Jalisco se pasó la luz roja. Apliqué los frenos y la
motocicleta no se detuvo. Fue tal el impacto del choque, que
el casco que traía en la cabeza puesto se partió en dos. Si no
lo hubiera traído puesto, hubiera perdido la vida en ese mismo instante.
Mi cabeza se estrelló contra la redilas de la camioneta,
mientras mis rodillas lo hacían contra el estribo. Quedé debajo de las ruedas del camión. El conductor trató de darse a la
fuga, si lo hubiera hecho, me hubiera aplastado las piernas.
Al escuchar que intentaba hacer el cambio con la palanca le
grité desde abajo:
—¡Espérate que estoy vivo!
La razón fue porque la consigna de todo conductor de
servicio público era, rematar a su víctima, porque salía menos costoso estando muerto que herido.
Cuando la camioneta se detuvo, me puse inmediatamente
de pie y salí debajo de las ruedas, solo para caer inmediata540
J.David Villalobos
mente al suelo, presa de los dolores horribles que sufría en
las rodillas. Tenía ambas rodillas lastimadas y con una herida
abierta de aproximadamente dos centímetros de largo.
Llegó la ambulancia y me llevaron a la cruz roja, en donde me tuvieron que aplicar una sutura en cada rodilla. No las
podía doblar y me costaba mucho trabajo poder caminar.
Tuve que utilizar un bastón.
El problema para recuperar la motocicleta fue muy grande. La tomaron en custodia y me echaron la culpa del accidente, además tuve que pagar los daños que sufrió la camioneta y recibir amenazas e insultos, por parte de un funcionario cuando fue a exigirme el dinero para pagar la reparación.
Así se manejaban las cosas dentro del gobierno.
No podía moverme ni ir al trabajo. Estuve en cama una
semana y cuando por fin pude salir, me costó mucho trabajo
transportarme en camión.
Le hablé a mi esposa avisándole sobre el accidente y le
pedí que regresara para ayudarme, pero ella se negó. Se cortó
la comunicación, o ella lo hizo. No se pudo restablecer de
nuevo, y la operadora me dijo:
—Está descolgado el teléfono.
Me di cuenta de que no quería ser molestada.
Mi recuperación fue lenta y dolorosa. Transcurrieron tres
meses para que pudiera tener un poco de movilidad. Ya no
usaba bastón, pero aún no podía doblarlas inmediatamente.
Tenía que hacerlo despacio para evitar los dolores intensos
que sufría.
Una noche cuando regresaba de mi trabajo, encontré a
Betty sentada en el escalón de la entrada a la casa. Traía una
maleta pequeña y se había cortado el pelo. Se veía lindísima
y más joven. Habían transcurrido casi ocho meses sin verla.
Venía sola y le pregunté:
541
Un Paso muy Difícil
—¿Y Danielito?
—Se quedó con mi mamá.
—Lo hubieras traído —Le dije triste— Tengo muchas
ganas de verlo.
—Es que quería que nos la pasáramos los dos juntos.
No hace falta decir todo lo que hicimos en la cama esa
noche, a pesar de mi dolor en las rodillas.
Al día siguiente fuimos a comer al restaurante “Le
Trianón”, en donde habíamos trabajado Jaime y yo.
—¿Tú lo mataste?—. Me preguntó mientras comíamos.
—No. Se suicidó—. Le respondí.
—Pero. ¿Por qué?
—Por deudas—. Le mentí.
A la noche siguiente se regresó a Jalapa.
Al cabo de dos meses, y sin avisarle a Betty; logré ahorrar
dinero para el viaje y volví a hacer ese largo recorrido.
Cuando llegué no me permitieron entrar a la casa.
Betty salió y me dijo:
—Invítame a tomar un café en "Sanborns".
Jamás me imaginé lo que ella quería decirme.
Ella tenía un codo sobre la mesa apoyando la barbilla sobre su mano, y me observaba en silencio.
Dudando de mis palabras le pregunté:
—¿Te vas a regresar conmigo?
Ella sin dejar de mirarme me dijo seriamente.
—Ya no Daniel.
—¿Por qué Betty?
—Es mejor que nos separemos.
—¿Por qué?—. Le pregunté angustiado.
—Es mejor que se termine todo esto. Hubo muchos errores en nuestro matrimonio, y estuviste a punto de matarme.
Yo la escuchaba en silencio.
542
J.David Villalobos
—Un día se te puede pasar la mano y me puedes matar.
Así que; es mejor que nos separemos.
Yo ya no podía insistirle. Sabía que tenía razón.
Permanecimos una hora más hablando sobre el envío de
dinero para Danielito, y algunas cosas que ella había dejado
en la casa.
La última vez que había estado en la casa, fue para llevarse todo lo que pudo de ropa. Yo no me había dado cuenta.
Después de haber dicho todo lo que se tuvo que decir,
comprendí que no tenía caso que me quedara más tiempo en
esa ciudad. Y sin ver a mi hijo, me despedí de ella.
—Ya me voy de regreso—. Fue lo único que pude decir.
El trayecto a la central de autobuses, lo hicimos en silencio sin siquiera tocarnos la mano. Como si fuéramos dos
completos desconocidos, o como si nunca hubiera existido el
amor.
Al llegar a la terminal, compré mi boleto y antes de abordar el autobús ella me gritó desde el andén:
—¡Daniel!
Volteé a verla y me envió un beso, y me dijo:
—¡Te quiero!—. Y salió corriendo hacia la calle sin poder
contener el llanto.
Salí tras ella y logré alcanzarla.
—¡Vuelve conmigo Betty!—. Le pedí desesperadamente.
—¡No puedo! Por favor ya vete—. Me dijo llorando.
—Sé que me amas. ¡Vuelve por favor!
—No Daniel. ¡Ya vete por favor!
—¡Todo va a cambiar!—. Le dije.
—No Daniel. Todo va a ser igual—. Me dijo más decidida dejando de llorar.
Entonces le pregunté:
—¿Es tu última palabra?
543
Un Paso muy Difícil
—Sí—. Y bajó la mirada.
Me regresé al autobús y sin voltear a verla, lo abordé.
Busqué mi asiento y una vez que el autobús arrancó, puede ver por la ventanilla que me decía adiós con la mano, sin
poder ocultar su llanto.
Yo la amaba a pesar de todo.
No supe amarla ni respetarla.
La había perdido desde el primer momento en que quise
dominarla, y hacerla mi prisionera. Quise ser el dueño de sus
pensamientos, sus emociones, sus sentimientos incluso de su
propia vida.
Creí que esa era la forma de controlar a una mujer, y perdí
el control. Entre más pretendía retenerla, ella más se alejaba
de mí.
Hasta que llegó el día en que la perdí.
Y ese día ya había llegado.
El regreso a Guadalajara lo hice ahogándome en llanto
durante todo el camino.
Al descender del autobús sequé mis lágrimas y me dije:
“Hoy inicia un hombre nuevo”.
544
J.David Villalobos
EN BUSCA DEL AMOR
Capítulo V
Me encontraba al borde de la locura viviendo dentro de lo
que un día había sido nuestro hogar. Me había refugiado
nuevamente en el alcohol, para poder soportar mi soledad y
mi fracaso matrimonial. Había olvidado pagar el recibo de la
luz y la habitación se encontraba a oscuras. El dueño de la
casa ya se había llevado el refrigerador como garantía.
Olvidé cuantos meses le debía y yo solo quería olvidarlo
todo.
Cada noche llevaba a diferentes mujeres a revolcarnos en
lo que había sido primeramente nuestro nido de amor y después nuestro nido de orgías. Quería superar la cantidad de
hombres que mi esposa había tenido. Iba a demostrarle que
yo también podía tener todas las mujeres que quisiera.
Me volvieron a llamar para trabajar en el Afro casino,
debido a que no había suficientes pianistas que quisieran ir a
acompañar las variedades. No sin antes advertirme que no
podía salir con ninguna bailarina del ballet o con alguna artista. Pareciera que me habían dicho lo contrario.
Al haber regresado tuve la oportunidad para involucrarme
con cuanta mujer me fuera posible.
Había una maestra de ceremonias de edad avanzada. Bety
quien cantaba y me miraba con mucho amor. Decidí que ella
sería la que encabezaría mi lista. No me fue difícil lograrlo
en la primera noche.
A la noche siguiente invité a la casa a Ivette, una bailarina
jovencita de diecinueve años. Ella era la primera de las bailarinas que llevaría a mi casa, después siguió Nancy Mayorca
quien se embarazó de mí y después se practicó un legrado.
545
Un Paso muy Difícil
Apareció Sandy Castro a quien le vendía música para sus
presentaciones, y siempre me pagaba con cama.
Otra que visitó mi cama fue Verónica, una rubia que solo
quería sacarse la “espinita” conmigo.
Fue tan conocido mi interés por las bailarinas, que se interesó una de las estrellas.
Ya comenzaba a escalar al nivel de las estrellas.
Ella era “Taurus” y tendría como treinta años de edad.
Comenzaron los problemas con ella, porque yo no quería
ser dueño de una sola, y ella se empeñaba en que yo fuera
solamente para ella. Decidí cambiarla por las bailarinas del
ballet, que eran las que menos problemas me ocasionaban.
Le siguió el turno a Marisol de quien me enamoré perdidamente. Para olvidarla me refugié en los brazos de otra bailarina Paty, eso hizo que Marisol sufriera y me abandonara.
Me dolió que me hubiera dejado, pero no quería entregarme
a ninguna relación por el momento.
Conocí a Susana. Fue muy trágico el rompimiento.
Ella se enamoró de mí y me esperaba todas las noches a la
salida del Afro, para que no me fuera con otras mujeres.
Todas las bailarinas se habían puesto de acuerdo en no salir
más conmigo apoyando a Susana.
Me atreví a salir con una fichera que no dejaba de mirarme mientras yo tocaba el piano. Me acerqué a su mesa, y
poco más tarde salíamos del Afro.
Susana me detuvo en la puerta y me dijo:
—¿A dónde vas?
Cansado de su actitud le respondí:
—Ya se acabó lo nuestro. ¡Déjame en paz!
Me di la vuelta y nos subimos a un taxi para dirigirnos al
hotel.
Mi amigo Gerardo iba a veces por mí al Afro en su taxi,
546
J.David Villalobos
para ayudarme a ahorrar dinero y que no gastara en taxis.
Una noche él iba acompañado de Laura. Ella era su “novia” y era una “fichera” que trabajaba en el “Dandy”. No
perdí la oportunidad de pretenderla esa misma noche y le
dije:
—Esta es tu casa para cuando gustes venir a visitarme.
Descendí del taxi y entré a mi casa. No le daba valor a la
amistad.
Esa noche en el Afro hubo estreno de nuevas chicas bailarinas para el ballet. Percibí algo extraño en el ambiente.
Había mucho misterio entre las bailarinas y no dejaban de
mirarme, incluso muchas de ellas me negaron el saludo.
No me importó, al fin y al cabo había llegado nueva
“mercancía”.
Esa misma noche me encontré a Mercedes, quien era la
cajera del restaurante donde habíamos trabajado Jaime y yo.
Iba acompañada de unas amigas y le dije que me esperara
para salir juntos. Ella era una mujer encantadora y tuve miedo de enamorarme cuando la llevé al hotel.
Al notar tanto hermetismo y nerviosismo, incluso entre
los mismos músicos de la orquesta, me atreví a preguntarle
al trompetista.
—Oye Luis. ¿Qué está pasando que noto raro el ambiente?
El trompetista me miró seriamente y me preguntó:
—¿No supiste lo que le pasó a Susana?
Me causó inquietud y le dije:
—No. ¿Qué le paso?
—La encontraron muerta anoche en su habitación del
hotel.
Me quedé atónito. Inmediatamente me vinieron a la mente
las largas declaraciones ante el agente del Ministerio Públi547
Un Paso muy Difícil
co, pues yo había salido con Susana anteriormente.
—¿Qué le pasó?—. Le pregunté tratando de averiguar algo más.
—Se suicidó con pastillas y alcohol.
No supe que decir, sentí pena por ella.
Ya no pude concentrarme en el trabajo.
Me acerqué a la mesa en donde estaba Mercedes, y bebí
con ellas unos tragos. Al finalizar mi trabajo me refugié en
los brazos de Meche en un hotel, tratando de olvidar el trago
amargo.
A la noche siguiente me dirigía a la salida del cabaret,
cuando desde un taxi alguien gritó mi nombre:
—¡Daniel!
Al voltear a ver de dónde provenía el grito, me asombré
de ver a Laura la novia de Gerardo.
—¿Nos vamos?—. Me preguntó sin tantos rodeos.
—Si—. Le dije y nos fuimos a mi casa.
Como no había pagado el recibo de la luz, se habían llevado el medidor, y para volver a colocarlo tenía que hacer un
nuevo contrato. Por lo tanto había decidido quitar las cortinas de la ventana, para que entrara la luz de la lámpara que
iluminaba la calle, desde el poste de la esquina.
Al desnudarla dentro de la habitación, pude verle la espalda. Tenía infinidad de cicatrices producto de una quemadura con fuego siendo ella una niña. Me repugnó verle el
cuerpo. Pero decidí hacerla feliz aunque fuera una sola vez.
Conocí dentro de las nuevas Bailarinas a Lupita. Tuve un
romance corto con ella, y cuando me fui de la ciudad regresé
a proponerle matrimonio, pero ella se negó a causa del daño
que le causé por haber salido con sus amigas Rosalba y Mariela Santi.
En una ocasión cuando me encontraba con Laura nueva548
J.David Villalobos
mente en la cama de mi casa, la que había convertido en
hotel; vi un anuncio en el periódico solicitando un pianista
para la ciudad de Irapuato.
Hice la llamada, y una vez que nos pudimos arreglar el
dueño del restaurante que estaba solicitando el pianista y yo,
hice mis maletas.
Sin entregar las llaves al dueño de la casa, y sin sacar los
muebles que todavía quedaban, me mudé a esa pequeña ciudad. Al llegar me recibió Amparo, una mujer casada de
aproximadamente treinta y ocho años de edad. Era la encargada de las relaciones públicas del restaurante, y se encargó
de instalarme esa noche en el hotel Irapuato. Lo interesante
fue que ella también se quedó a dormir conmigo.
Mi hermana tenía una amiga en esa ciudad y fui a visitarla. Su familia me brindó su amor incondicional, y me sentí
menos solo. Tuve que alejarme de esa familia debido a que
mi vida era un total desastre, y no quería perjudicar a ninguna de ellas.
Con el tiempo conocí a Vicky quien era divorciada e inmediatamente hubo química entre los dos y al poco tiempo la
tenía en mi habitación del hotel.
Me encontraba ya instalado en mi nuevo trabajo, y Amparo quería que yo fuera su amante. Como la ignoré me llevó a
su hija para atraerme. Ella se llamaba Soledad, era una chiquilla encantadora y muy agradable. Quedé prendido de ella
y nos hicimos novios.
Debido al costo del hotel me mudé a una posada y ahí me
visitaba Soledad todas las mañanas.
Una mañana nos cayó de sorpresa su madre.
Nos encontrábamos completamente desnudos cuando tocó
a la puerta de mi habitación. Me levanté molesto y abrí la
puerta.
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Un Paso muy Difícil
Sin previo aviso su madre se introdujo en la habitación,
haciendo que Soledad pegara un grito al verla.
—¡Madre!—. Dijo y se cubrió la cara.
Yo me encontraba desnudo y sonreía para mis adentros.
—Mira, mira nada más en donde estás—. Le dijo muy
tranquila.
Se sentó al borde de la cama para hablar con su hija, y yo
la abracé y la comencé a desnudar delante de su hija. No
opuso resistencia, ni Soledad dijo nada por haberme acostado con su madre delante de ella y en la misma cama.
Mi relación con Soledad continuó durante meses. Había
pensado en casarme con ella algún día.
No sé cuándo ni cómo, comencé a beber de nuevo. Empecé a seducir a las cocineras y a las lavaplatos del restaurante.
Una mañana me visitó Angélica la chica que lavaba la loza, ella había sido violada anteriormente, y esa mañana volvió a despertar su sexualidad conmigo. No volvió a ser la
misma muchacha joven retraída y deprimida. Su despertar a
la vida fue diferente. Ahora reía, y se le veía feliz.
Otra mañana llegó Lupe la cocinera, otro día Zenaida.
Cierta noche me atreví a invitar a Marta la cajera del restaurante y accedió a pesar de estar casada.
De pronto perdí el interés por Soledad, y decidí tratar de
tener una novia formal y decente.
Conocí a Lupe, la secretaria de un Contador, y nos hicimos novios. Nunca tuvimos relaciones sexuales, a pesar de
que ella lo propiciaba. Lo malo de esa relación, era que
siempre acompañaba a su jefe al restaurante donde yo trabajaba, y no me gustaba que él la acariciara a cada momento
con demasiada confianza. Pensé que no era el tipo de mujer
que se merecía un pianista de mi categoría.
550
J.David Villalobos
Poco tiempo después conocí a Celia, era una clienta asidua al restaurante. Ella era una muchacha decente y muy
respetuosa de sí misma. Desafortunadamente nuestro noviazgo duró muy poco.
Debido a un problema con el dueño del restaurante,
acepté la invitación para ir a trabajar a la ciudad de México
con un sueldo bastante alto.
Era un domingo por la noche cuando nos vimos por última vez. Le había dicho que me iba y se quedó muy triste.
Me despedí de Celia y no quise voltear a verla, porque sabía
que me sería más difícil alejarme de ella.
Al día siguiente abordaba el autobús para dirigirme a la
ciudad de México. Al llegar me recibió Paty la secretaria de
la dueña del restaurante en donde iba a trabajar. Ella se encargó de llevarme en su coche a buscar un hospedaje económico. Lo encontramos en el hotel Concordia en el centro de
la ciudad. Ella me ayudó a subir las maletas hasta mi habitación y allí probamos si la cama era resistente a los embates
amorosos. Comprobamos que si lo era.
Más tarde nos dábamos una ducha y regresábamos al restaurante “Lombard´s” de la Zona Rosa.
Esa noche hice mi debut atrayendo la atención de la clientela del lugar y en especial de las damas, como en el caso de
Elena, una mujer elegantemente vestida de unos cuarenta
años, quien me llevó a un hotel a disfrutar de sus caricias.
Ella resultó ser de Irapuato, y al siguiente domingo que era
mi descanso, nos fuimos de visita en su coche.
Me dejó en el Bar “La Terraza”, ya que ella debía llegar a
su casa. Estaba casada y no podíamos por lo tanto, andar
juntos en la calle. En ese bar cantante conocí a Ofelia y después de unos tragos, nos fuimos a un hotel. A la mañana siguiente me invitó a su casa a desayunar, y conocí a su her551
Un Paso muy Difícil
mana Margarita. Ella estaba casada con un músico y nos
hicimos amigos.
Nos despedimos y me regresé solo a la ciudad de México.
Iba con algo de retraso y también algo “crudo”.
Dos semanas antes del día de la amistad, conocí a Selma y
nos hicimos novios. De verdad que me enamoré locamente
de ella. Era muy joven y muy bella. No podía creer que tuviera una novia de la capital y que además aceptara ser mi
novia.
Me había mudado del hotel al apartamento de Jorge, el
amigo que me había recomendado para trabajar en el restaurante. Como me quedaba algo retirado, prefería quedarme
vagando por la zona rosa hasta que se llegaba la hora de regresar nuevamente a trabajar.
Por las tardes iba al trabajo de Selma, y sin conocer todavía la ciudad, la acompañaba hasta su casa. Ese era el único horario en el que podíamos vernos.
El día de la amistad ella fue al restaurante por mí, para ir a
celebrarlo con unos tragos en el lobby bar del hotel “Galería
Plaza”, que se encontraba en la esquina. Me sentía que flotaba entre nubes cuando la veía, y la escuchaba hablar.
De repente sentí como que azotaba contra el piso cuando
me dijo:
—¡Oye! Ni me acordaba que estoy enojada contigo.
Me pareció gracioso su comentario y sonriendo le pregunté:
—¿Por qué estás enojada?
—¡No te rías que es verdad!—. Dijo ella muy seria.
Traté de abrazarla y de besarla y me dijo:
—¡No me abraces que estoy muy enojada!
Quise seguirle el juego y me puse serio también.
—¿Por qué estás enojada?
552
J.David Villalobos
—¿Se te hace poco?
Me empezaba a cansar de esa situación.
—No sé de que hablas, pero ¡Ya dime de qué se trata!
Ella percibió mi mal humor, pero no cedió en su juego.
—Se te olvidó mi regalo del día del amor.
Estaba tan feliz de que íbamos a vernos, que había olvidado comprarle algo.
—Perdóname—. Le dije avergonzado.
—¡Pues ya no me hables!—. Me dijo y me dio la espalda.
Permanecí esperando unos momentos a que terminara su
juego y decidiera por fin hablarme. Pero los minutos transcurrían lentamente y ella aún no me dirigía la palabra.
Me levanté y me dirigí a la salida. Ella pensó que me dirigía a los sanitarios. Cruce la puerta del hotel y salí a la calle, crucé la avenida y me dirigí al interior del bar del restaurante a beber un trago. Ya estaba harto de tanto café y de
tratar de ser el novio formal de una chiquilla caprichosa.
—José dame un vodka—. Le pedí al cantinero que se encontraba tras la barra del “Lombard´s”.
Más tarde me senté al piano tratando de olvidar a Selma.
Había decidido terminar con ella en ese momento. Si no
lo hacía así, siempre habría otro motivo para hacer berrinches, y yo ya no estaba para esos juegos.
Había sido muy feliz con ella en el poco tiempo que nos
tratamos y además hubo mucha química sexual. Ella era la
mujercita en la cama que siempre quise tener. Pero tenía que
ser fuerte y dejarla partir.
Esa noche mi amigo Jorge llegó con todos los compañeros de trabajo de la oficina y me presentó a Pilar. Decidí que
era el momento de romper con cualquier lazo que me uniera
a Selma. Al finalizar el trabajo, Pilar y yo nos quedamos a
dormir en un hotel.
553
Un Paso muy Difícil
A la mañana siguiente llegué al apartamento, y me encontré con que Jorge tenía a un amigo de él de visita y me
preguntó:
—¿Cómo te fue con Pilar?
—Bien—. Le comenté sin más detalles.
Nunca he sido de los que cuenta los pormenores de las relaciones sexuales.
—Esa vieja tiene dinero. ¡Sácale lo que más puedas!
Comprendí lo que él me sugería. Quería que fuera un vividor de las mujeres. Nunca lo había sido, ni lo sería.
Esa noche, después de mi trabajo nos fuimos de juerga
José el amigo que estaba de visita y yo. Nos fuimos al “Señorial” que estaba enfrente del Restaurante “Lombard’s”.
José traía a dos amigas de él, María Luisa y Paty quien
era novia de él. Nos fuimos los cuatro a un hotel y yo me
quedé con María Luisa.
A la mañana siguiente nos fuimos a desayunar y continuamos bebiendo. Se llegó la noche y así sin descansar, me
presenté al trabajo. A un cliente se le ocurrió la idea de
compartir un poco de su cocaína conmigo, para mantenerme
despierto.
¡Y lo logró!
Casi a punto de terminar mi trabajo llegó Paty la novia de
José, y quería hablar conmigo.
—¿Qué tienes?—. Le pregunté:
—Discutí con José a causa de una vieja—. Dijo ella.
No supe que decir y lo único que podía hacer era escucharla.
—¿Y sabes quién es esa vieja?
Moví la cabeza negativamente.
—Una novia tuya.
—¿Quién es?—. Le pregunté extrañado.
554
J.David Villalobos
—¡Selma!
Sentí que la rabia se apoderaba de mí.
¿Cómo era posible que José no supiera respetar a las mujeres de sus amigos? Pensaba que aunque ella y yo no
habíamos terminado formalmente, y que aunque no habíamos vuelto a hablarnos, seguíamos siendo algo.
El motivo había sido que Selma me llamó al apartamento
para saber de mí, debido a que no nos habíamos vuelto a
comunicar. José atendió la llamada y el muy desgraciado al
saber que era mi novia, porque ella así se lo había dicho; le
comentó que yo estaba saliendo con una amiga de él.
Eso enfureció a Selma.
José aprovechó su enojo y sin importarle que Paty estuviera presente, comenzó a seducirla por teléfono.
—¡Oye no seas tan desgraciado!—. Le comentó Paty.
José se rió, e ignorándola continuó hasta invitar a Selma a
salir, con el pretexto de como se dedicaba a la venta de ropa,
le quería mostrar algunas prendas.
Selma accedió entrevistarse con él, y José salió dejándola
sola en el apartamento.
Por tal motivo ella había salido a buscarme.
—Vamos a ponerle el “cuerno”—. Me dijo ella.
—Sí —Le dije— Nada más deja que termine mi turno.
Faltaba media hora para terminar cuando se apareció José
por el bar. Paty se encontraba sentada y llegó hasta ella.
—Vámonos al apartamento—. Le dijo José.
—¡No quiero! —Le dijo— Y déjame en paz, vete con la
tal Selma.
—Son cosas de negocios—. Le dijo José.
—No me importa. ¡Déjame en paz!
Al terminar me acerqué a la mesa de ellos sin hacer
ningún comentario.
555
Un Paso muy Difícil
Paty al verme me preguntó:
—¿Daniel te tomas un trago conmigo?
—¡Claro que sí!—. Le dije.
José se molestó y me dijo:
—¡Vámonos al apartamento ya Daniel!
—No —Le dije— Voy a acompañar a Paty a tomar un
trago.
—¡Déjala sola! Y mejor ya vete.
—No—. Me atreví a retarlo.
Paty sonreía satisfecha de haber logrado que se enfureciera. Yo lo vi tragar saliva por la resequedad de la boca, debido
a los celos que estaba sufriendo.
De pronto, me tomó del brazo y me dijo:
—Por favor Daniel, vete al apartamento.
—No tengo ganas. ¡Vete tú!—. Le dije soltándome de su
mano.
José era un hombre de unos cuarenta y cinco años, con
una gran barriga debido al buen gusto por la comida y la
bebida. Lo vi temblar de rabia e impotencia.
Paty me había utilizado y yo lo iba hacer sufrir por desgraciado. No tuvo más remedio que retirarse pero no sin antes avisarme:
—Por favor. Solo llévala a su casa, a ningún otro lado
más.
Jamás había visto a un hombre derrotado y sufrir como
estaba sufriendo él. Yo también sufrí por lo que me hizo con
Selma, pero tenía a mi favor la juventud y él no.
José creía que yo no sabía lo que él había hecho.
Al finalizar los tragos, nos fuimos a un hotel a vengarnos
de José.
No volví a saber de José ni de Selma. Los dos habían salido de mi vida para siempre. Él se regresó a su tierra y a
556
J.David Villalobos
Selma, simplemente la olvidé.
Se llegó un domingo más y me sentí aburrido por no tener
novia, así que decidí ir a Irapuato por un solo día. Llegué de
visita a casa de Ofelia y me encontré con su hermana Margarita. Me invitó a su casa esa noche, debido a que su marido
estaba fuera de la ciudad tocando con un grupo musical llamado Volumen 13.
Llegué a su casa y nos revolcamos en su cama, después
me retiré pasada la media noche.
Enfilé mis pasos hacia la zona de tolerancia a buscar diversión. Cuál no sería mi sorpresa que encontré a Mariela
Santi la amiga de Lupita, la bailarina del Afro. Me invitó a
su habitación y recordamos viejos tiempos.
—¿Y Lupita?—. Me atreví a preguntarle.
—Ahí sigue en el Afro—. Me dijo.
—¿Con quién sale?
—Que yo sepa con nadie.
Al regresar al Distrito Federal, no dejaba de pensar en
ella. Esperé a que se llegara mi día de pago, y compré un
boleto de avión para ir a verla a Guadalajara.
Como el avión había llegado temprano, me dirigí a su casa. Aún se encontraba dormida, debido a la desvelada cuando la despertó su hermana.
Salió vestida con su pantalón y la blusa de su pijama.
Se veía tan mujercita y tan femenina. Sencillamente era
adorable.
—¿Qué pasó Daniel?—. Me preguntó.
—Solo vine a verte y a preguntarte algo.
—¿Qué cosa?—. Me preguntó todavía amodorrada.
—¿Te irías a vivir conmigo a la ciudad de México?
Lupita se despertó por completo al escuchar mi propuesta,
y me miró pensando si no era una broma.
557
Un Paso muy Difícil
Me quedé esperando su respuesta.
—No sé. —Me dijo— Regresa el próximo mes y te digo.
—¿Por qué hasta el próximo mes?
—Es cuando se termina mi contrato en el Afro.
—¿Y a donde te vas a ir a trabajar?
—No sé. Por eso te digo que regreses el próximo mes.
Desilusionado, regresé a la ciudad de México y a mi rutina.
Llegó a trabajar una nueva cajera al restaurante, Gloria
quien estaba casada, y a los pocos días la invité a mi nuevo
apartamento en Lomas de Sotelo. No supo resistirse a mi
seducción y una tarde nos escapamos durante tres horas.
Ya casi se cumplía la fecha para regresar por Lupita a
Guadalajara, me entusiasmaba la idea de volver a formar un
hogar. Ella había sido víctima de una violación en el pueblo
donde nació. Se había quedado dormida en la hamaca, mientras su padre y un amigo de él se embriagaban. El amigo la
vio dormida y abusó de ella.
Lupita le avisó a su padre lo que había hecho su amigo,
pero el padre en lugar de apoyarla le dijo:
—Él es mi amigo y va a ser mi compadre—. Y continuaron bebiendo.
Lupita abandonó el pueblo y llegó a Guadalajara a trabajar al Afro casino como bailarina del ballet.
Una semana antes de que se cumpliera el mes para ir por
Lupita, apareció una niña encantadora de diecisiete años.
Tatiana era delgada y tenía una voz encantadora. Además
sabía tocar el piano. Su padre la había llevado para que me
conociera y escuchara mi forma de tocar.
Nos hicimos novios y empezamos a salir. Una tarde la
llevé a mi apartamento. Estaba de visita Gustavo el amigo de
Irapuato con el que compartía el apartamento.
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J.David Villalobos
Al verme entrar con la niña me dijo:
—Piensa bien lo que vas hacer.
Hice caso omiso a su advertencia.
Gustavo venía con dos amigas para salir esa noche, y antes de retirarse me dijo:
—Cuando acabes te veo en el “Señorial”.
Fue una tarde encantadora con esa jovencita, que hizo que
olvidara mi promesa de regresar por Lupita.
Al poco rato la fui a dejar a su casa y me dirigí a mi trabajo. Al terminar mi trabajo me encontré con Gustavo y sus
amigas en el bar donde habíamos quedado.
Me presentó a Marisela quien al verme no se desprendió
de mí en toda la noche, incluso ni cuando llegamos al apartamento. Se quedó a dormir conmigo.
Tenía cada noche una relación diferente, con mujeres diferentes. Una vez le tocó a Anita la prima de un amigo, otra
a Leslie la mesera del restaurante, o a veces regresaba con
Tatiana.
Tuve mujeres de todo tipo y nacionalidad, una árabe como Airam Sadat, o americanas como Clarisa de San Diego, o
Susan de Chicago, hubo también una polaca como Martha
Graff quien me hizo una herida muy grave en el prepucio,
debido al puente que tenía en la boca. Eso hizo que me sometiera a una operación tiempo después.
También conocí a una española Gloria, quien era novia de
un político. Todos mis amigos creyeron que me iba a matar.
En fin nunca me saciaba, y siempre buscaba el amor sin poder encontrarlo. Me sentía hueco y vacío. Por esa razón no
pude ser feliz con Tatiana, y la dejé partir haciéndola sufrir.
Al paso del tiempo llegó el amor a mi vida. Rosario de
veinte años, era una jovencita que se parecía a Lupita. Nuestra relación duró como tres meses. Yo era para ella su segun559
Un Paso muy Difícil
da experiencia sexual. Todo marchaba bien hasta que un
domingo me pidió que la acompañara a una experiencia espiritual. Como yo no quería saber nada de religión, comencé a
perder interés en esa relación. Yo no sabía que ella era cristiana evangelista. Quería ayudarme a dejar de beber a través
de sus creencias. Yo no entendía como siendo tan asidua a su
iglesia y tan estudiosa de la biblia, se hubiera entregado a mí.
El restaurante donde trabajaba, era muy popular debido a
la cantidad de artistas, políticos y gente famosa que lo frecuentaba. Entre ellas estaba la madre de una niña cantante.
Al verla en persona vi que era más bella en persona que en la
televisión.
Esa noche el capitán de meseros me dijo:
—Dice la señora Susana que cuando termines vayas a su
mesa.
Al finalizar mi segunda intervención, me acerqué a ella.
Se veía tan hermosa con ese sombrero blanco de ala corta
y el collar de perlas que tenía alrededor del cuello.
—Qué hermoso toca el piano—. Me dijo.
—Gracias—. Fue lo único que acerté a decir.
Los clientes me miraban y sentí que disfrutaba de la fama
de esa bella artista.
Después de unos momentos de conversación me preguntó:
—¿Qué planes tienes para esta noche?
—Ninguno—. Le dije.
Me invitó a ver el show de Manoella Torres en el salón
“Casablanca” dentro del conjunto “Marraquech”.
Saliendo de ahí nos fuimos a mi apartamento en la colonia
Lomas de Sotelo. La relación duró como dos meses. En ese
tiempo se acrecentó mi consumo por la cocaína con ella.
Mi amigo Jorge insistía en lo mismo:
560
J.David Villalobos
—Sácale lo más que puedas a esa señora.
—Si—. Era lo único que le decía para no discutir sobre
mis conceptos morales y mis prejuicios.
La relación con Susana se terminó como otras tantas relaciones. Yo era el juguete nuevo para muchas de ellas.
Apareció en mi vida una mujer insaciable Rina. Nunca se
cansaba y eso hacía que yo tampoco. Tuvimos una experiencia única haciendo el amor. Empezamos a las dos de la mañana y continuábamos haciéndolo todavía hasta las doce del
día. Yo tuve siete eyaculaciones como nunca jamás las volví
a tener. Ella tenía algo que la hacía ser muy buena en la cama. Y ese algo la llevó a buscar entre mis amigos haciéndome a un lado.
Tenía ya semanas sin ninguna relación cuando apareció
María Eugenia. Ella era la niña más hermosa que pude haber
imaginado. Tenía dieciocho años y estaba estudiando ciencias de la comunicación, y hacía las prácticas en el restaurante fungiendo como “Hostess”.
Nos hicimos novios sin llegar a más. Solo salíamos a pasear, a comer y me invitaba a su casa a tocar el piano. Me
dejó admirado el detalle que tuvo para conmigo. Logró tocar
la “Balada para Adelina”. Lo había hecho para complacerme.
Era en verdad una chica con muchas cualidades.
A veces huía de ella y otras no podía. La razón era que
ella era la chica más dulce y no merecía ser lastimada o herida por un muchacho inmaduro como yo. Tuve que alejarme
de ella a pesar de todo el amor que sentía por ella. La amé
con locura y me pareció inalcanzable. No tenía nada que
ofrecerle, ni casa, ni coche, ni un lugar seguro ni siquiera mi
sobriedad.
Años después yo asistí a tocar en su boda. Ella lucía maravillosa.
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Un Paso muy Difícil
El capitán de meseros me invitó un domingo a ver a su
familia a Cuernavaca, ahí conocí a su cuñada Rosa Elena.
Era tan bella que parecía la doble de Jennifer Beals, la actriz que interpretó el papel en la película “Flashdance”. Ella
estaba enamorada de mí, y yo también, pero el amor duró
poco debido al constante acoso de su ex-marido.
No podíamos salir abiertamente y eso me cansó.
Llegaron a mi vida otras tantas meseras y cajeras, así como primas de mis amigos como Liliana y Claudia. De cada
relación que salía, me sentía más vacío y más solo, hasta que
llegó el verdadero amor.
Un día mi madre me escribió una carta para decirme que
Betty, la que todavía era mi esposa se había mudado a Puebla y que estaba tratando de localizarme.
Tenía la dirección de ella, y un día de mi descanso fui a
verla. Betty quería el divorcio porque se quería casar.
Estuve de acuerdo y tiempo después lo realizamos con un
abogado amigo mío. Yo efectué el pago ya que ella no tenía
dinero. Me dijo que me dejaba ver a mi hijo si le daba alguna
cantidad de dinero como pensión alimenticia atrasada.
Accedí y pude ver a mi hijo pero, solo a través de la ventana de su casa, debido a que su madre no me permitió verlo
ni estar cerca de él.
Conocí a Eugenia, la que sería mi novia y con quien llegaría a formalizar nuestra relación. Ella tenía dieciocho años
y la había conocido fuera del ambiente del restaurante. Ella
no sabía a qué me dedicaba, ni me había escuchado nunca
tocar el piano. Eso me agradó de ella, ya que por primera vez
alguien se enamoraba del hombre y no del pianista.
Salimos y tuvimos nuestro encuentro sexual, en donde salió embarazada. Yo estaba feliz de volver a ser padre y de
formar una familia. Le pedí que se casara conmigo y ella
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J.David Villalobos
accedió. Fui a su casa a hablar con sus padres y le entregué
el anillo de compromiso que había comprado con la mayor
parte de mi sueldo.
Un día mi abogado me dijo:
—Daniel tu mujer quiere diez mil pesos y te entrega a tu
hijo.
Estaba emocionado, pero a la vez preocupado, puesto que
había gastado mucho dinero en el anillo de Eugenia.
—No tengo—. Le dije
—¡Consíguelo cabrón! Es tu oportunidad para tener a tu
hijo—. Me dijo mi amigo Guillermo.
Pedí prestado ese dinero el cual nunca lo devolví, debido
a mis borracheras. Simplemente no pude pagarlo.
Estaba tan feliz que se lo comenté a Eugenia.
—¡Va a venir mi hijo!
Ella no dio muestras de sentir ninguna emoción.
Al verla pensativa le pregunté:
—¿No te alegra?
Estaba reviviendo la misma historia cuando Betty me informó que vendría su hijo a vivir con nosotros, pero en esta
ocasión era yo el que sufría la decepción.
Pocos días después y ante mi abogado, le hacía entrega a
Betty del dinero que me pidió. Ella estaba vendiendo a su
propio hijo por diez mil pesos.
No me importó, yo solo quería tenerlo conmigo.
Salimos un día de campamento Eugenia y yo, acompañados de otros amigos. El motivo era que los niños se divirtieran. Marcos el hermano de Gustavo llevaba a su novia y a
sus sobrinos.
Danielito tenía cinco años y estaba feliz de estar jugando
conmigo, pero no Eugenia quien no dejaba de observarnos
en silencio.
563
Un Paso muy Difícil
Me acerqué a ella y le pregunté:
—¿Qué pasa?
—Nada—. Me respondió sin dejar de ver a mi hijo.
—No lo quieres ¿Verdad?—. Me atreví a preguntar debido a las emociones que yo había experimentado con Manuelito.
—Ni lo quiero ni lo odio—. Fue su respuesta y se puso de
pie dejándome solo en compañía de mi hijo.
En todo el trayecto no me dirigió la palabra. Su comentario me había dolido.
La novia de Marcos me dijo:
—Daniel. Tu hijo es primero, si tu hijo no le importa a
ella, entonces tampoco le importas tú.
Tenía razón. No iba a sacrificar el cariño de mi hijo, por
el amor de una muchacha tan fría e insensible.
Decidí no verla, pero a la semana me llamó angustiada:
—¡Necesito verte!
Fui a su casa en compañía de mi hijo y la encontré en su
cama.
—¿Qué te sucedió?
—Aborté—. Me dijo.
—¿Lo abortaste tu?
—Sí. No quiero tener un hijo todavía, hasta que nos casemos.
Me dio rabia y frustración.
—Ya no me quiero casar contigo. Mi hijo me necesita
más que tú—. Le dije furioso.
Se enderezó de la cama y me preguntó:
—¿Y nuestro compromiso?
—¡Rómpelo!
Se dejó caer sobre la cama llorando y me dijo:
—Ya hablaste con mi padre, no te puedes hacer para
564
J.David Villalobos
atrás.
—No me importa.
Extendí la mano y le dije:
—Dame el anillo de compromiso que te regalé.
Ella se lo quitó y lo arrojó al suelo.
Le dije a mi hijo que lo recogiera.
Salimos y me sentí triste de haber roto un compromiso,
porque estaba enamorado de ella. Miré a mi hijo que caminaba feliz a mi lado, y por un momento sentí que estorbaba
para mis planes matrimoniales.
Al cruzar por mi mente ese pensamiento fugaz, lo levanté
y lo abracé y le dije:
—Perdóname Danielito, perdóname.
La llegada de mi hijo al apartamento, hizo que aparecieran madres por todas partes. Muchas querían estar cerca de
él para cuidarlo y atenderlo. Tal fue el caso de Guadalupe,
Ana Martha, Verónica y Silvia.
No tuve palabras de agradecimiento para pagarle a cada
una de ellas lo que hacían por mi hijo. Lo único que se me
ocurrió fue llevarlas a la cama y con eso solo les causé más
dolor y sufrimiento, al crearles falsas ilusiones.
Ya no pensé más en el matrimonio.
Vendí el anillo de compromiso al joyero, que me lo había
vendido, y con ese dinero pagué el boleto de avión a Guadalajara para mi hijo. Se lo llevé a mi madre, debido a que se
me hacía muy difícil poder cuidarlo, por causas de mi trabajo
y las mujeres.
El amor llegó a mi vida nuevamente pero con el, la desgracia ya que ella estaba casada. Paty era una señora joven
de veintiocho años y casada con un hombre de cincuenta
años quien la tenía muy abandonada.
Se inició la relación entre ella y yo, pero siempre cuidán565
Un Paso muy Difícil
donos de que su marido no fuera a vernos al salir de algún
hotel. Pero una noche sucedió la desgracia.
Estaba lloviendo y ella me esperaba dentro de su auto
afuera de la estación del metro. No se había dado cuenta de
que su marido tenía ya varios minutos, estacionado detrás de
ella dentro de un vehículo rentado.
Al subirme en el lado del copiloto, ella arrancó su vehículo y nos dirigíamos a un hotel. Su marido nos venía siguiendo de cerca. Al llegar a una calle y mientras esperábamos
que cambiara la luz roja, me acerqué a besarla.
De pronto sentimos una embestida de un vehículo en la
parte trasera. Creímos que era algún automovilista despistado que había perdido la visibilidad a causa de la lluvia.
Descendimos del auto para ver los daños, cuando de pronto vi a su marido que se acercó agrediéndome. Yo solo esquivé sus golpes. Cegado por los celos había perdido la cordura y el equilibrio. Se tropezó y se golpeó en la frente con
la puerta del coche, cayendo después sobre el pavimento.
Paty me gritó presa de la histeria.
—¡Déjalo Daniel, no le pegues!
Me subí encima de él y logré dominarlo con mi antebrazo
en su cuello. Con el puño cerrado de la otra mano, estaba ya
dispuesto a golpearlo cuando me dijo:
—¡No me golpees!
No lo hice ni lo iba a hacer.
A pesar de tener la juventud a mi favor, no iba a humillarlo porque no se lo merecía. Ya estaba sufriendo demasiada
humillación al robarle yo a su esposa, como para humillarlo
más golpeándolo.
Con la cabeza sangrando se subió a su vehículo y se dirigió a su casa. Desde ese día inició un infierno para los dos.
Había veces en que no podíamos vernos tan seguido ella y
566
J.David Villalobos
yo, que aceptaba a salir con clientas y amigas del bar “El
Chip’s” en donde trabajaba.
Ahí salí con Juana, con Bety quien tendría algo que ver
más adelante con mi alcoholismo.
Conocí a Linda y a su hermana Eva quien se estaba divorciando, pero al llevármela a la cama, se arrepintió de haberle
puesto “el cuerno” a su marido y no se divorció.
Esa noche me fui con las dos a un hotel.
Linda me dijo:
—Quiero ver cómo le haces el amor a mi hermana.
Yo encantado de hacérselo.
Paty tenía un defecto muy grande, era la impuntualidad.
Eso me hacía enfurecer tanto, y sus retrasos no eran de
quince minutos, sino de media hora y hasta una hora completa. Cuando iba a verme al bar con tal retraso, me enfurecía
tanto que a veces le decía que era mejor que se regresara a su
casa. A veces los motivos eran otros.
Como el caso cuando conocí a Theresa de San Francisco.
Ella había acudido al bar y nos habíamos estado comunicando con la mirada. Si Paty hubiera llegado en ese momento,
me hubiera echado a perder la noche.
Esa noche me quedé en el hotel “Havre” de la zona rosa
en donde Theresa se encontraba hospedada. De esa relación
salió embarazada, y yo no lo supe debido a que el marido de
Paty me estaba buscando para matarme, tuve que huir a esconderme a Irapuato.
Dure dos meses en Irapuato y Theresa se regresó a San
Francisco.
Veinticinco años después ella me contactaría para avisarme que había abortado. La presioné para que me dijera la
verdad, y me confesó que la dio en adopción a su propia madre.
567
Un Paso muy Difícil
Me sentía incómodo por haber regresado a trabajar al restaurante de comida argentina, después de haber estado en los
mejores restaurantes de la ciudad de México en donde había
conocido a varias artistas.
Me deprimí y echaba de menos a Paty, y a nuestra relación sexual tan intensa que vivíamos.
Una noche me dirigí a la zona roja de Irapuato y entré a
un bar que tenía variedad. Ahí me abordó una “fichera” que
nunca supe su nombre. Me vio tan deprimido que me invitó a
su casa. Me quedé a dormir con ella, y al despertar por la
mañana me encontré con los ojos de un niño de aproximadamente seis años de edad, quien no dejaba de mirarme.
—¿Tu quien eres?
Al escuchar su vocecita le contesté:
—Daniel. ¿Y tú?
—¿Tu vas a ser mi nuevo papá?
Sentí tristeza por ese niño y por la situación en la que vivía su madre. Era muy triste y deprimente el ambiente del
cabaret, las ficheras, bailarinas y prostitutas.
Decidí no volver a visitar esos lugares.
Pasados los dos meses, me regresé a la ciudad de México
y volvimos a reanudar nuestra relación Paty y yo, pero teniendo más cuidado.
Al llegar me mudé a vivir con mi amigo argentino Enzo,
en el hotel “Insurgentes” que estaba ubicado frente el parque
hundido, y hasta ahí me visitaba Paty.
A veces invitaba a Gloria la recepcionista de ese hotel a
que subiera a mi habitación, y la compartía con Enzo.
Ese hotel en algunos años anteriores debió haber funcionado como un tipo de apartamentos. Tenía una pequeña cocineta, un closet del tamaño de un cuarto de baño, un pequeño recibidor y una recámara bastante amplia, donde había
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J.David Villalobos
dos camas matrimoniales.
Debido a que el hotel estaba a una cuadra de un bar “gay”
llamado “Siglo XX”, todos los homosexuales, transexuales y
prostitutas que trabajaban en ese lugar, se hospedaron en ese
hotel.
Así conocí a Magy. Ella era una niña pelirroja muy linda
de diecisiete años. No se la razón por la que se prostituía.
Pero todos los varones que vivíamos en el hotel nos habíamos acostado con ella.
Solía preguntarme a la hora de estar en la cama conmigo:
“¿Soy buena en la cama? ¿Le gustará a mi novio como le
hago el amor? ¿Qué más debo hacer para agradarle?”.
Yo solo la dejaba hacer lo que quisiera conmigo.
Una noche me quedé dormido y al amanecer, Paty llegó
muy temprano para invitarme a desayunar. Tocó a la puerta
de la habitación 201 donde vivíamos. Mi amigo Enzo se
levantó de mal humor y se asomó por la mirilla, descubrió
que era mi novia y tomó el teléfono para llamar a todas las
habitaciones tratando de localizarme.
—¿Lupita? ¿Está Daniel allí?
—No —Respondió de mal humor debido a la desvelada— ¡Búscalo con Sandra!
Mientras mi amigo trataba de localizarme, Paty no dejaba
de tocar a la puerta.
—¿Sandra, está Daniel ahí?
—No Enzo, está con Magy. ¡Déjame dormir!
Al fin pudo localizarme y me avisó:
—¡Te busca Paty cabrón!
Al escucharlo, salí corriendo de la habitación de Magy.
Eso era casi siempre todos los días. Yo casi nunca me encontraba en la habitación. Me pasaba la mayor parte del
tiempo en las habitaciones de las prostitutas.
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Un Paso muy Difícil
Comenzamos a hacer amistad con los transexuales, que
más bien eran transgéneros; quienes no dejaban de visitarnos
a nuestra habitación por cualquier motivo.
Les encantaba estar con nosotros.
Entre ellas (o ellos) estaban Mónica, Sandra, Maricela y
Cristina, entre otras. Éstas eran las más bonitas.
Cierta ocasión llegué del trabajo y encontré a Enzo en la
ducha con dos de ellas. Mi amigo se encontraba sentado en
una silla mientras Sandra y Mónica, le lavaban el cabello.
Afuera de la habitación se encontraba Maricela sentada en
el sillón. Ella era delgada de aproximadamente diecinueve
años de edad, y tenía prótesis en los senos.
Entré al cuarto de baño y le dije a Enzo:
—Ya llegué.
—Ok Daniel al rato salgo.
Me comencé a quitar el saco y la corbata, siendo observado por Maricela quien no perdía detalle. Me desnudé deliberadamente delante de ella, y nuestras miradas se encontraron
varias veces. Vi el lóbulo de sus orejas que estaban rojas y
las fosas nasales se agrandaban por la respiración agitada.
Su excitación me estaba contagiando. Me acerqué a ella y
se puso de pie inmediatamente. Me estaba esperando.
Traía puesto una playera blanca sin sostén debajo, dejando ver sus pezones erectos, y un short muy corto que dejaba
al descubierto sus piernas muy bien formadas.
La tomé de la mano y la llevé a la recámara. Sentí cuando
sus piernas se debilitaron a causa de la emoción. Estaba a
punto de caer y la tomé entre mis brazos. Sentí su respiración
muy cerca de mi boca y permití que me besara. Sentí su boca
cálida y su lengua juntándose con la mía.
Sin pérdida de tiempo, nos desnudamos y pude ver su pene que estaba completamente erecto. La acosté boca arriba y
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J.David Villalobos
le separé las piernas. Me coloqué encima de ella, y la penetré. A cada embestida mía su pene se movía. Me acerqué
para besarla mientras la poseía. Era una excitación tremenda
la que estaba sintiendo.
La razón era, porque ella no era simplemente un homosexual, sino un hombre convertido en mujer.
Me excitaba que me mirara a los ojos mientras la penetraba. Sus gemidos y su respiración agitada ayudaban a acrecentar mi terrible excitación. Yo estaba realmente gozando
porque podía sentir el inmenso amor, que ella sentía por mí.
La base de toda relación sexual.
Me olvidé de Paty, de Enzo y las dos transexuales que estaban con él, y solo me entregué a amarla con locura. Era la
primera vez que lo hacía por amor con un homosexual. La
arrodillé y la seguí penetrando. Mi excitación era tal, que
logré llegar muy pronto a la eyaculación. Lo admirable de
esto, es que Maricela nunca se tocó su miembro y eyaculó
encima de la colcha de la cama al mismo tiempo que yo.
Era la primera vez que yo eyaculaba con un homosexual.
Al finalizar, nos dejamos caer sobre la cama y ella me
abrazó y me dio un prolongado beso. Sentí que con ese beso
fundimos nuestro amor para siempre, a pesar de que nunca
más nos volvimos a ver.
Nunca la pude olvidar. Fue un paso muy difícil de dar y
logré enamorarme de ella.
Tuvimos otro encuentro más y ella se alejó de mí, debido
a mi relación que aún seguía sosteniendo con Paty, y por
otras cosas más.
Cada vez que llegaba a la habitación, me encontraba con
las mismas transexuales amigas de Enzo, ya sea que estuvieran dándole un masaje o bañándolo. Me entristecía no ver a
Maricela en la habitación. Por tal motivo comencé a beber
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Un Paso muy Difícil
para olvidarla. Me había enamorado de Maricela, pero los
prejuicios y “el qué dirán” me impedían declararle mi amor
abiertamente.
Esa noche me embriagué en la habitación y el novio de
Sandra la prostituta, me dio un cigarro de mariguana.
Era la primera vez que fumaba y el efecto fue devastador.
Sentí que mi cuerpo se quedó paralizado. No podía mover
un solo músculo. Trataba de articular alguna palabra pero no
podía hacerlo, sentía los brazos y las piernas completamente
pesados. Tenía que hacer mucho esfuerzo para poder lograr
mover un solo dedo, aunque fuera un milímetro. Sentí como
mi cuerpo estaba perdiendo el equilibrio y lentamente fui
cayendo hasta quedar tendido sobre el sofá. Escuchaba a
todos reírse de lo que me ocurría. No comprendían que necesitaba movilidad. Sentí que poco a poco se iban deteniendo
los órganos vitales.
Pensé —este es el fin—.
De pronto vi a Maricela que entró y me miró. Me enderezó en el asiento y me ofreció de beber agua con azúcar. Se
le notaba preocupada aunque estuviera incómoda conmigo.
En ese momento Enzo y las transexuales, realmente se preocuparon.
—¡Daniel! —Me gritó Enzo— ¡Reacciona!
Poco a poco fui recobrando la movilidad de mi cuerpo.
Auxiliado por Enzo y Maricela me llevaron a la cama. Me
acostaron y Maricela me puso compresas de agua fría en la
frente.
Ella se quedó conmigo sin pronunciar ninguna palabra.
Solo me miraba en silencio. Podía ver en sus ojos todo el
amor que sentía por mí. Y yo también la amaba.
Había encontrado por fin el amor que desinteresadamente
se me daba. Sin importar que fuera músico, sin importar que
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J.David Villalobos
no tuviera un lugar en donde vivir, a ella no le importaba
nada de eso. Ni que viviera también en una de las habitaciones de un hotel de mediana categoría y en donde se vivía
todo tipo de dramas, historias o pasiones.
Éramos como una familia todos los que vivíamos allí.
Vivían Charlie el guitarrista y Marcos el taxista en el tercer piso. Sandra la prostituta vivía en el segundo piso al igual
que nosotros. Magy la niña prostituta vivía con Marta, quien
también era prostituta, ellas vivían en el tercer piso. En los
pisos superiores vivían Maricela, Cristina, Sandra, Mónica,
Leslie y Viviana, todas ellas transexuales. Más arriba estaba
la habitación de Verónica otra prostituta y su compañero,
quien era un ocioso y holgazán. Ella preparaba de comer en
su habitación y nos vendía la comida.
Estaba también otra prostituta que vivía sola en nuestro
piso; ella era Lupita quien vino a cambiar nuestras vidas por
completo.
Un día domingo tocó a la puerta de nuestra habitación a
temprana hora de la mañana. Al abrir la encontramos desnuda, traía puesto solamente una camisa de hombre. Estaba
llorando y se encontraba bebida.
—¿Qué tienes Lupita?—. Le preguntó Enzo.
—¿Qué te pasa?—. Le pegunté.
Se dejó conducir hasta el sofá con la mirada fija en el piso
y le pregunté:
—¿Deseas tomar algo?
—Si “mijo”—. Me dijo mirándome por vez primera.
—¿Qué te sucede?—. Le preguntó Enzo mientras la abrazaba.
Todas nuestras caricias y abrazos que nos dábamos eran
sinceras y no había ninguna malicia, puesto que si alguien
quería sexo, solo se lo comunicábamos a alguna y si ella
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Un Paso muy Difícil
estaba disponible no había problema.
Todos estábamos necesitados de amor y de compañía.
Por fin pudo explicar lo que le sucedía.
—¡Estoy feliz, muy feliz!—. Nos dijo y volvió a llorar.
Al escuchar que el motivo de su llanto era de alegría, y no
de sufrimiento nos tranquilizamos un poco.
—¿Qué pasa Lupita? ¡Platícanos!—. Le dijo mi amigo.
—Es que ya no voy a ser una prostituta.
—¿Por qué?—. Le pregunté.
—Es que me pidió mi amigo el judicial, que me fuera a
vivir con él.
Enzo y yo nos miramos y reímos a causa de su felicidad.
De verdad nos alegraba la buena suerte que tenía esa desdichada.
Lupita nos había comentado que todas las noches iba un
agente de la policía judicial a verla y que la pretendía. No
solo era sexo, sino que también le ofrecía amor y compañía.
—¡Felicidades!—. Le dije abrazándola, sentí sus senos
desnudos en mi torso desnudo. No me causó ningún efecto
debido a la amistad que sentía por ella. Todos la apreciábamos debido a que era la única que se inyectaba heroína. Todos los demás consumíamos cocaína o mariguana. Por lo
tanto, comprendíamos su desesperación y el infierno en el
que vivía, en especial yo.
—¡Gracias muchachos! —Nos dijo y abrazó a Enzo—
Los voy a extrañar mucho.
—Nosotros también—. Le dijo Enzo dándole un beso en
la mejilla.
—¿Cuándo te vas?—. Le pregunté.
—Mañana lunes pasa mi novio por mí.
Y así como llegó desnuda, se retiró a su habitación.
Así era la vida de todos nosotros en ese hotel, en donde
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J.David Villalobos
compartíamos nuestras historias, nuestros sentimientos y
nuestro amor como el que sentíamos Maricela y yo.
Poco a poco me fui recuperando gracias a los cuidados de
Maricela. Cuando vio que ya me encontraba un poco mejor
me dijo:
—Ya me voy, solo vine a verte—. Y me dio un beso de
despedida en los labios. Sentí su pasión y el amor que se
desbordaba a través de ese beso.
Me acarició la mejilla y se retiró tranquilamente.
Lo que me gustaba de todas ellas, era su madurez y su
forma de aceptar las cosas sin tanto drama y con mucha elocuencia. Así era Maricela, y así se fue de mi vida. Se alejó
sin tanto drama y sin derramar una sola lágrima. Era muy
madura.
Al día siguiente Sandra la prostituta me llamó a mi habitación:
—Daniel ¿Puedes venir a mi habitación?
Me extrañó que me hubiera llamado y pensé que algo malo le había ocurrido.
Al entrar me abordó inmediatamente con preguntas.
—¿Cómo fue que te “cogiste” a Maricela?
—Si—. Le dije sonriendo mientras bajaba la mirada.
—¿Qué no le viste el “pitote” que tiene?
—Sí. ¿Y qué?—. Fue mi respuesta.
¿Qué más podía decir? Si todo lo que ocurría en ese hotel,
se sabía.
Me tomó de la mano y me llevó a su cama. Se deshizo de
su short y de su blusa y me dijo:
—¡Ven súbete!—. Y separó las piernas.
Me desnudé y me subí a la cama.
—Te voy a enseñar lo que es estar con una mujer.
Yo ya lo sabía, pero no iba a desperdiciar de ese cuerpo
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Un Paso muy Difícil
que se me ofrecía gratis.
Los días transcurrieron normalmente hasta que una noche,
Cristina la transexual, me llamó a mi habitación.
—Daniel ¿Puedes venir un momento?
Acababa de llegar del trabajo y pensaba en dormirme, pero su llamada me inquietó. Pensé en Maricela.
—¿Qué pasa Cristina?
—Nada, solo si puedes venir un momentito—. Insistió
ella.
Me cambié de ropa y subí por las escaleras hasta el piso
superior. Al llegar, su habitación se encontraba a media luz.
Cristina se encontraba de pie en el pequeño recibidor y se
encontraba semidesnuda. Traía un negligé negro y una tanga
del mismo color.
Miré hacia la recámara que tenía la puerta cerrada y le
pregunté:
—¿Y Maricela?
—Está con un cliente.
Sentí que todo se derrumbaba a mis pies.
Me sentí tan mal que tuve que sentarme en el sofá. Cristina vio mi intranquilidad y me preguntó:
—¿Qué tienes Daniel?
—Nada.
No dejaba de pensar en Maricela que estaba a unos pasos
de mí con otro hombre.
Le hice una pregunta estúpida.
—¿Qué está haciendo?
—Su trabajo nene—. Me dijo acercando su boca a mi boca.
Me sentí tan enfermo de celos y de rabia, que sin importarme lo que ella estuviera haciendo, correspondí a los besos
y caricias de Cristina.
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J.David Villalobos
Nos desnudamos por completo y la penetré con rabia y furia haciendo que gritara de placer. Al escuchar los gemidos
de Cristina, salió Maricela de la recámara y nos vio.
Nuestras miradas se encontraron.
Traía puesto el short color café que usaba todos los días
cuando se encontraba en el hotel.
No dijo nada y se dirigió a la pequeña cocineta, y se sirvió
un vaso de agua, para después regresar a la habitación.
Al cabo de unos momentos y con nuestros cuerpos sudorosos, descansábamos tendidos sobre el sofá.
No me quería retirar a mi habitación sin antes ver por
última vez a Maricela. Cristina vio que no tenía intenciones
de retirarme y me preguntó:
—¿No te vas a ir nene?
—Si, al rato.
Se levantó del sofá y me dijo:
—Bueno, ahí te quedas. Voy a dormirme ya.
Se dirigió a la recámara y abrió la puerta.
Me levanté y me vestí rápidamente, la seguí hasta la recámara y vi a Marisela acostada sobre la cama. Estaba vestida con el short y la blusa. Al verla me quedé paralizado.
Sentí que me iba a morir y no pude evitar derramar una
lágrima.
Maricela había estado siempre sola en la recámara. Cristina me puso una trampa para que me acostara con ella.
Vi a Maricela que seguía leyendo una revista y bebiendo
de su vaso de agua. Me miró y volvió a su lectura.
Nunca podré saber el dolor que le ocasioné con mi infidelidad. Ella no mostró ninguna emoción, pero en sus ojos
pude percibir todo el dolor que la estaba consumiendo.
Fui víctima de mis propios celos y por creer a otras personas, en este caso a Cristina; antes de comprobarlo por mí
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Un Paso muy Difícil
mismo. No tenía un criterio amplio y desarrollado para no
cometer todo tipo de locuras.
Di un paso muy difícil y con ello, hice perder la confianza
de alguien que me había amado.
No pude decir nada y me retiré a mi habitación.
Paty seguía visitándome al hotel, y una mañana en que
Enzo se encontraba con Carolina, quien era amiga de Paty, y
que además también estaba casada, nos encerramos en el
closet para hacer el amor.
Al eyacular sentí un ligero ardor en la punta del pene.
Cristina me había contagiado de una gonorrea.
Permanecí sin tener relaciones sexuales durante cuarenta
días y además, soportar dos inyecciones de penicilina muy
dolorosas cada doce horas.
Paty también se había contagiado.
Un día antes de que Lupita la prostituta, se fuera a vivir
con el agente de la policía judicial, destrozó todo el cuarto
presa de la ira contenida. Desgarró el papel tapiz, cortó con
un cuchillo el colchón y la ropa de cama. En el closet hizo
cortes sobre la alfombra, los cuadros de la habitación estaba
hechos añicos. El televisor, que ya estaba viejo le había estrellado una silla, destrozando la pantalla. El sofá había sufrido un intento de fuego, ya que presentaba un gran hoyo
quemado. Pareciera que Lupita se asustó al ver el fuego y le
arrojó una cubeta de agua, ya que se encontraba mojado el
sofá.
Lupita después de causar los destrozos, simplemente dejó
la llave en la recepción y se subió al coche del agente que la
estaba esperando, y partieron hacia la felicidad.
Ambos habían dado un paso muy difícil.
Debido a esos destrozos, el propietario del hotel dio la orden de que todos debíamos abandonar las habitaciones en el
578
J.David Villalobos
lapso de un mes.
Nos mudamos al hotel Vermont mientras todos los demás
lo hacían al hotel “El greco”. No volví a saber nada de Maricela ni de las demás transexuales. Había cerrado ese capítulo
de mi vida.
Mi amigo Enzo trabajaba como agente de ventas en una
compañía de importaciones, y me invitó a trabajar con él.
Ahí conocí a Sonia la propietaria. Ella era una mujer de cuarenta y cinco años de edad. Tuvimos algunos encuentros
sexuales y me alejé de ella y de su empresa, ya que Paty se
encelaba de ella.
Continué con mi trabajo en el Piano Bar “El Chip´s” en
donde conocí a Bety. Esa noche se quedó conmigo en la
habitación del hotel. Pocos años después la encontraría en un
grupo de Alcohólicos Anónimos, y llegaría a ser una gran
consejera mía dentro de la agrupación.
Días después me encontré con alguien de mi pasado.
Llegaron unas damas a cantar y entre ellas se encontraba
una muchacha muy joven y muy bella. Era rubia de ojos azules y me sentí atraído hacia ella desde el primer momento.
Al terminar de tocar me acerqué a ella.
—Hola ¿Cómo estás?
—Bien—. Me respondió con mucha alegría.
—¿Cómo te llamas?
—Tere. ¿Y tú?
—Daniel. —Hice una pausa— Daniel Valverde.
—Yo Tere Ibáñez.
Esa noche la llevé a su casa y nos besamos con pasión dentro del Volks Wagen rojo modelo 1978, que estaba pagándolo en abonos a Sonia, la que había sido mi jefa.
Al estacionarme frente a la puerta de su casa, miré por el
espejo retrovisor un automóvil que se había estacionado
579
Un Paso muy Difícil
detrás de nosotros, y le dije a Tere en son de broma:
—Ahí detrás de nosotros está tu novio y nos está siguiendo.
Tere volteó y dijo:
—Ha de ser el vecino.
Sin darle más importancia al hecho, continué besándola
con pasión. Ella se resistió y me dijo:
—Otro día ¿Sí?
—Está bien. No te preocupes, no estoy buscando solo
“eso”.
—¿Y qué estás buscando?
—Una relación estable y formar un hogar.
—Yo también—. Me dijo ella, y permaneció pensativa.
Luego, me miró y me dijo:
—¿Sabes que mi padre fue un gran músico?
—¿De verdad?—. Le pregunté maravillado de tener algo
en común los dos.
Volteando a ver sus grandes ojos azules le pregunté:
—¿Y que tocaba?
—Piano, guitarra, y era director de una orquesta.
—Oye que padre —Le dije— Con razón cantas tan bonito.
Me dio un beso y me dijo:
—Ya me tengo que ir.
Descendió del pequeño auto y me preguntó:
—¿Puedo ir a verte mañana otra vez?
—Cuando gustes.
Tere y yo iniciamos una relación formal. Sentía que me
estaba enamorando de ella.
Pasaba de la media noche cuando regresé al hotel. Sentí
que volaba por las nubes y no me percaté del coche que se
detuvo afuera del hotel.
580
J.David Villalobos
Al tercer día de conocerla la llevé de nuevo a su casa y
me dijo:
—Mi madre trabaja turno de noche.
Me invitó a pasar y no pudimos evitar la tentación de estar a solas. Nos besamos hasta que ya no pudimos, y crecieron en intensidad hasta terminar en la cama.
Había algo en ella que no encajaba. A pesar de ser bastante hermosa, no había la química perfecta para tener un buen
sexo. Lo atribuí quizás a la relación sexual que tuve con Maricela, y no dejó de preocuparme.
Mi relación con Paty había llegado a tal extremo de desesperarme su impuntualidad, que en una ocasión decidí no
acudir a la cita. Había preferido quedarme dormido hasta
tarde en la cama. Ella tampoco acudió y no quiso llamarme
por teléfono, creyendo que iba a estar enfadado con ella.
Me sentía muy feliz de haber conocido a Tere. Pensaba
que era la mujer ideal para un artista de mi categoría. Era
alta, rubia, delgada y de ojos azules. ¿Qué más podía pedirle
a la vida? No importaba que no hubiera química en el sexo,
al fin y al cabo lo había disfrutado de mil maneras y con muchas mujeres. Había decidido que Tere sería mi esposa.
Al día siguiente se lo comenté:
—Tere quisiera preguntarte algo.
Ella me miró atentamente.
—¿Has pensado en casarte?
—¡Claro! Es lo que toda mujer desea en la vida. ¿No lo
crees?
—¿Te casarías conmigo?
Tere me miró fijamente antes de responder.
—¡Sí!—. Me dijo sin encontrar ningún obstáculo.
La abracé emocionado y le dije:
—Me gustaría hablar con tu mamá.
581
Un Paso muy Difícil
—Si quieres la próxima semana la traigo, es cuando le
cambian su turno de noche.
—Si amor—. Le dije lleno de orgullo.
No podía creer que me hubiera aceptado.
Esa noche y durante toda la semana me quedé a dormir en
casa de ella, hasta que le cambiaron el turno a su madre.
Al despertar la acompañé temprano a su trabajo en la
Comisión Federal de Electricidad, y de ahí me fui al hotel a
seguir durmiendo.
Acababa de quitarme la ropa cuando sonó el timbre del
teléfono.
—¿Daniel?—. Escuché la voz de Paty.
—¿Qué sucede?—. Le pregunté un poco molesto.
—¿Podemos vernos para hablar?
Me sentía cansado y además yo ya había terminado con
ella desde hacía dos semanas.
—Si quieres nos vemos en el restaurante del hotel—. Le
dije.
Minutos más tarde se presentaba en el restaurante que estaba dentro del hotel Vermont.
Después de haber conversado de algunas cosas me preguntó:
—¿Con quién andas?
Estaba dispuesto a decirle la verdad, pero decidí que no.
—Con nadie—. Le mentí.
—A ver déjame adivinar. ¿Con María?
Yo me reí de su juego, y le respondí:
—No.
—¿Con Carolina?
—No.
—¿Con Tere?—. Me preguntó y me miró fijamente.
La miré extrañado de que hubiera dicho su nombre.
582
J.David Villalobos
—¿Desde cuándo andas con ella?
—No sé de que hablas—. Le dije evitando su mirada.
—¡Mírame Daniel! Dime ¿Desde cuándo andas con ella?
—¿Para qué quieres saberlo?—. Le pregunté mirándola
fijamente.
—¿Quieres saber cómo lo supe?
Me reí de su juego y le dije:
—Sí. ¿Cómo?
—Te mandé investigar.
Me reí de su comentario.
Eso solo sucedía en las películas.
—¿Cómo crees? ¿Y qué supiste?
Paty se acercó a mí, y la expresión de su cara había cambiado.
—¡Todo! Conozco en donde trabaja ella y su madre, y en
donde viven.
Aún dudando le pregunté:
—¿En donde trabaja?
—En la Comisión Federal de Electricidad—. Me dijo sin
titubear.
Me quedé sin habla. No podía creer que ella hubiera caído
tan bajo.
—Estás inventando—. Le comenté creyendo que había
sido un golpe de suerte lo del trabajo.
—¡No! ¿Quieres que te diga en donde vive?
Me atemorizó la seguridad con la que hablaba, y le dije:
—¡No! Ya no quiero saber nada.
—Te lo voy a decir, vive en la colonia Anzures.
De pronto caí en la cuenta del vehículo que nos había seguido a casa de Tere, y el que se había estacionado afuera
del hotel y que me había seguido un poco más tarde.
No salía aún de mis cavilaciones cuando me dijo:
583
Un Paso muy Difícil
—Vive en Dante y Víctor Hugo. ¿Quieres saber más?
Su exceso de seguridad me exasperó y le dije:
—No había necesidad de investigarme, me hubieras preguntado y te lo hubiera dicho, pero si crees que me vas a
amedrentar con saber todo con respecto a mi novia, estás
equivocada.
Había dicho novia, intencionalmente.
—Nunca creí que hubieras caído tan bajo—. Le dije molesto. Me sentía asqueado de ella.
Paty al verme molesto me dijo:
—No te enojes Daniel, solo quería saber de ti.
Entonces me arrojó un sobre tamaño carta con unas fotografías adentro, en donde estábamos Tere y yo.
Las miré:
—Bueno, pues ya lo sabes y me voy a casar con ella—.
Le dije ya más tranquilo.
Paty cambio su semblante y se puso triste.
—¿Por qué me cambiaste?
—¿Quieres saberlo?
—¡Sí!—. Me respondió.
—Me cansé de tu impuntualidad.
—¿Por esa tontería?
—Sí. Además de estar escondiéndome siempre de tu marido.
Era verdad, por primera vez me sentía libre al andar con
Tere. No estaba dispuesto a cambiar mi tranquilidad que
sentía con ella, por la incertidumbre de estar al lado de Paty,
y así se lo hice saber.
El rompimiento con ella fue muy drástico y la dejé partir
llorando. Había dado un paso decisivo y me sentía libre al
fin. Esa noche conocí a la madre de Tere.
—Mucho gusto señora.
584
J.David Villalobos
—Igualmente—. Me respondió.
Nacho el mesero había traído unas copas y ella inmediatamente se interesó por el tema.
—Me dijo Tere que querías decirme algo importante.
—Si señora. Quisiera hablar con usted y con su esposo
para pedirle la mano de Tere.
La señora ya tenía un antecedente sobre mi petición de
mano.
—Su papá no está con nosotros —Me dijo— hace mucho
tiempo que no lo vemos. Pero puedo tratar de localizarlo.
—¿Qué tiempo se llevaría esto?
—No sé, quizás dos meses.
—No importa, podemos esperar y ahorrar para los muebles.
—Si no hay inconveniente, entonces por mi parte acepto.
—Gracias señora—. Le dije y la abracé.
—¿Cómo te apellidas?
—Valverde—. Le dije.
—¿Eres de aquí del Distrito Federal?
—No señora. Nací en Sonora pero me crié en Guadalajara.
La madre de Tere comenzó a mostrarse inquieta.
—¿De qué parte de Sonora eres?
—De Magdalena—. Le dije.
La madre de Tere no dejaba de mirarme y me preguntó:
—¿Cómo se llama tu papá?
—Joel—. Le dije.
De repente la madre de Teresa cayó desvanecida sobre el
piso del bar.
—¡Mamá!—. Gritó Tere angustiada.
En ese momento se acercó Nacho el mesero tratando de
ayudarla, la levantamos y la acostamos sobre un sofá.
585
Un Paso muy Difícil
Cuando se recobró ella no dejaba de llorar en silencio.
—¡Que hicimos!—. Decía sin dejar de llorar.
Teresa angustiada por el comportamiento de su madre le
preguntó:
—¿Qué ocurre madre?
La señora se levantó y me tomó del brazo y me preguntó:
—¿En donde vive tu padre?
—En Guadalajara—. Le dije sin comprender de que se
trataba.
—Dame el teléfono para hablar con él.
Le di el número de teléfono, y más tarde las llevaba a su
casa. Durante todo el camino no pronunciamos ninguna palabra.
Al llegar Tere se despidió de mí con un beso y me dijo:
—Nos vemos mañana en mi trabajo.
—Si, hasta mañana—. Le respondí sin saber lo que se
avecinaba.
A la mañana siguiente la madre de Tere hablaba por teléfono a casa de mis padres.
—¿Diga?—. Contestó mi madre.
—¿Se encuentra el señor Joel?
—No se encuentra. ¿De parte de quien?
—De Teresa Ibáñez.
—¿Desea dejarle un recado?
—Sí, dígale por favor que mi hija se quiere casar con su
hijo.
Mi madre se emocionó y le preguntó:
—¿Daniel se va a casar?
—Sí, pero no puede ser posible.
Mi madre se ofendió del comentario creyendo que yo era
poca cosa para su hija y le dijo:
—Pues si usted no acepta a mi hijo, pues no sé para que
586
J.David Villalobos
llamó—. Y mi madre colgó el auricular.
Cuando llegó mi padre ella se lo comentó:
—Habló una tal Teresa Ibáñez.
Mi padre casi se atragantaba con la comida.
—¿Qué dijo?
—Que su hija se va a casar con Daniel.
Mi padre se levantó de la silla y gritó:
—¡No puede ser!
—¡Ah Chihuahua! con ustedes. Eso mismo dijo la vieja
esa. ¿Pues que se traen? ¿Y porque no se puede casar Daniel
con su hija?
—¿No te dejó algún número de teléfono?
—No, pero llámale a Daniel al hotel.
Yo siempre mantuve una comunicación con mis padres
debido a que mi hijo estaba viviendo con ellos, por tal motivo tenían los números de teléfono del hotel y de mi trabajo.
Mi padre me llamó más tarde al hotel pero no me encontró. Yo estaba con Tere.
Al salir de su trabajo, nos dirigimos a mi hotel. Nos dispusimos a permanecer encerrados sin ser molestados por
nadie hasta que se llegara la noche, para después irnos a mi
trabajo.
Esa tarde hicimos el amor como nunca. Como si hubiera
sido la última vez que lo haríamos. Sin pensarlo siquiera,
ambos habíamos decidido dar lo mejor de nosotros mismos
en esa entrega. Queríamos hacer que funcionara nuestra relación, debido a que pensábamos casarnos y todo debía estar
perfecto. Así que empezamos con nuestra relación.
Mientras estábamos haciendo el amor, el teléfono no dejaba de timbrar. Lo único que hice fue ponerle una almohada
encima, haciendo con eso que Tere soltara una carcajada,
para continuar amándonos.
587
Un Paso muy Difícil
Tere me acompañó más tarde al trabajo, ahí estaba su
madre esperándonos. Nos miró y abrazó a Tere. Se dio
cuenta de que ya había ocurrido algo entre nosotros. Una
madre siempre lo percibe.
Tere se sentía desconcertada al igual que yo, con el cambio tan repentino que tuvo en cuanto supo lo de mi padre. Ya
no hablaba, solo nos miraba en silencio.
—¿Estás bien madre?
Ella solo asintió con la cabeza.
—Ahorita regreso, voy a cantar una canción con Daniel.
Se dirigió al piano, y tomando el micrófono cantó la canción
que siempre me dedicaba.
“Recuerdo aquella vez que yo te conocí,
recuerdo aquella tarde pero
ni me acuerdo de cómo te vi”.
“Pero si te diré que yo me enamoré
de esos tus lindos ojos y tus labios rojos
que no olvidaré”.
“Oye esta canción que lleva
alma, corazón y vida
esas tres cositas nada más te doy”.
“Porque no tengo fortuna
esas tres cosas te ofrezco
alma, corazón y vida y nada más”.
“Alma para conquistarte
corazón para quererte
y vida para vivirla junto a ti”.
Cada vez que la cantaba me llenaba de orgullo al saber
que era mía, y de que pronto sería mi esposa.
Desde el piano observaba a su madre quien bebía copa
588
J.David Villalobos
tras otra sin control. Lo que más me preocupaba era la cuenta
que iba yo a pagar después.
Esa noche las llevé de vuelta a su casa y me dirigí al hotel
a descansar. Me sentía agotado después de haber hecho el
amor toda la tarde con Tere.
Al entrar, Félix el recepcionista nocturno me entregó una
nota, y me dijo:
—Daniel, te dejaron un recado.
Vi la nota y leí el mensaje:
“Comunícate con tu papá a Guadalajara”
—Gracias—. Le dije y me subí dormir.
A la mañana siguiente me despertó el teléfono. Era mi
padre.
—¿Daniel?
—¿Qué pasa? ¿Cómo está Daniel?—. Le pregunté acerca
de mi hijo.
—Él está bien.
—Entonces. ¿Qué pasa?
—Daniel —Me dijo mi padre muy preocupado— No te
puedes casar con Tere Ibáñez.
Me enderecé en la cama al escuchar a mi padre hablar de
mi novia.
—¿Por qué?—. Le pregunté extrañado.
—Es muy largo de explicar, de hecho tu madre ya se
enojó conmigo por lo que sucedió hace años.
—Bueno. ¿Qué pasó?—. Le apremié a mi padre.
—Hace veinticinco años antes que tú nacieras, nació la
hija de Teresa Ibáñez. Ella es la madre de tu novia Tere Ibáñez.
—Si lo sé ¿Y qué tiene que ver conmigo?
589
Un Paso muy Difícil
—¡Daniel escúchame con atención!
—Lo escucho—. Le dije intrigado.
—Esa señora fue mi amante en Magdalena antes de que tú
nacieras, y quedó embarazada de Teresita.
Conforme mi padre narraba lo sucedido, sentí un escalofrío recorrer por todo mi cuerpo. No me atrevía a seguir escuchando, pero tenía que terminar de escuchar lo que mi padre
me estaba diciendo.
—¿Y quién es el padre de Tere?
—Se que es duro lo que vas a escuchar, pero yo soy el
padre de la hija de Teresa.
—¡No es verdad!—. Le dije llorando.
—Sí Daniel. Tere es tu hermana, por lo tanto no se pueden casar.
No podía creer lo que me estaba ocurriendo. Ahora comprendía la falta de química sexual que existía entre nosotros.
Estábamos forzando a la naturaleza a que actuáramos como
pareja, sin entender que la misma naturaleza hacía que nos
repeláramos. Yo trataba a toda costa de mantener mi orgullo
en alto, al tratar de ser el esposo de esa mujer tan bella y tan
sensual.
Me solté llorando de frustración y de rabia en contra de
mi padre. Él sin pretenderlo, había vuelto a destruir mi felicidad y a separarme de la mujer que amaba.
Ante mi silencio mi padre preguntó:
—¿Estás ahí?
—Sí, tengo que colgar. Voy a ver a Tere. Adiós.
—Daniel, no vayan a hacer algo que….
Ya no alcancé a escuchar lo que mi padre pretendía decirme. Al colgar, le llamé a Tere al trabajo pidiéndole que
nos viéramos para hablar. Ella percibió mi angustia a través
del teléfono y me preguntó:
590
J.David Villalobos
—¿Qué ocurre Daniel?
—Nada. Solo que es muy importante lo que tenemos que
hablar.
Más tarde nos encontrábamos en el restaurante del hotel.
—¿Te dijo algo tu madre?—. Le pregunté.
—Sí, me dijo que había hablado con tu padre y que tú me
ibas a explicar algo.
Me tomó de las manos y me preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Por qué tanto misterio?
—Tere. Me vas a odiar y te voy hacer mucho daño con lo
que te voy a decir.
—Dime que pasa Daniel, no me asustes—. Me presionó
ella.
—¿Recuerdas cuando me dijiste que tu padre era un director de una orquesta muy famosa?
—Si. ¿Y eso que tiene que ver?
—Mucho. Ese director es también mi padre.
Tere me miró sin alcanzar a comprender todavía lo que
estaba tratando de explicarle. Y continué:
—Hace veinticinco años nacimos tu y yo por una diferencia de meses. Mi padre es tu padre Tere. Y no nos podemos
casar
Tere se llevó las manos a la boca y comenzó a llorar.
—Sí Tere. Somos hermanos—. Le dije y solté el llanto
debido a la frustración que sentía, y a lo que habíamos
hecho.
Tere no pudo articular palabra alguna, y derramó el llanto
silenciosamente. Yo le tomé las manos en señal de desesperación. Tenía miedo de que ella cometiera una locura y le
dije:
—Vamos a salir juntos de esto. Lo prometo.
Tere no podía hablar, el llanto la estaba ahogando. Se
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Un Paso muy Difícil
levantó y se dirigió al baño. Yo le pedí dos vodkas al mesero. Tere regresó y vio la bebida y lo apuró de un solo trago.
Volví a pedir otra ronda.
Por fin Tere pudo decir algo.
—¿Qué hemos hecho Daniel?
—No es culpa nuestra, sino de nuestros padres por no
haber intentado un acercamiento entre nosotros. Es lo malo
de querer ocultar un pasado que tarde o temprano llegará al
presente, dañando a gente inocente como tú y yo.
—¿Y si salgo embarazada?—. Me preguntó con preocupación.
—¿Por qué dices eso?
—Es que lo hemos hecho casi a diario desde que nos conocimos.
—Espero que no—. Le dije.
—¿Y si llego a estarlo?
—No te preocupes por eso ahora. Espera hasta el último
momento.
Tere no muy convencida guardó silencio.
La llevé a su casa y nos encontramos con su madre, que
se encontraba en completo estado de ebriedad.
—¡Madre!—. Le dijo Tere llorando mientras la abrazaba.
—¡Perdóname hijita!—. Le dijo también llorando.
Era triste ver a madre e hija llorar por algo que el destino
se había encargado de destruir.
Su madre me miró y me dijo:
—Con razón cuando te vi, creí reconocer a tu padre. ¡Eres
igualito a él! Por eso me enamoré de él.
Luego procedió a narrarnos su vida junto a mi padre.
Las horas transcurrieron lentamente y al finalizar de contarnos la historia de su vida, nos preguntó:
—¿Qué decidieron hacer?
592
J.David Villalobos
—No casarnos—. Le dije
—No me refiero a eso, sino a lo que sucedió entre ustedes.
Tere se adelantó a mí y le dijo:
—Ya lo hablamos madre. Lo vamos a enfrentar juntos.
Así había terminado lo que nuestros padres habían empezado hacía veinticinco años, destruyendo la vida de dos inocentes.
Tere dejó de asistir al bar “El Chip’s” y los clientes asiduos al lugar me preguntaban por ella.
—¿Y tu novia Daniel?
—En su casa—. Les decía sin más explicaciones.
La desesperación me estaba llevando a la frustración, y
ésta me estaba llevando a la destrucción. Quería terminar con
mi vida sin suicidarme. Me faltaba el valor para hacerlo y era
preferible hacerlo ingiriendo alcohol hasta perder el conocimiento o la vida misma.
Una clienta del lugar, Lupita me vio apurar los tragos y
dijo:
—Algo le pasa a Daniel que se quiere emborrachar.
Uno de los clientes hizo un comentario.
—A la mejor lo dejó su linda noviecita—. Y soltó a reír.
Desconocían el sufrimiento que estaba padeciendo y sonreí para mis adentros, dejé correr las lágrimas en la penumbra de ese bar. Al salir a la calle, me alcanzó Lupita.
—¿A dónde vas Daniel?
Me encontraba tan borracho que apenas me podía sostener
en pie.
—Al hotel—. Le dije.
—Deja te subo a un taxi.
Nos fuimos abrazados caminando por la calle peatonal de
Génova hasta llegar a la calle Londres, en donde abordamos
593
Un Paso muy Difícil
un taxi para después, circular por la avenida Insurgentes hasta finalizar en la calle Vermont.
Lupita se bajó del taxi y me acompañó a la habitación. Al
abrir la puerta estaba mi amigo Enzo completamente dormido. Acababa de llegar de viaje.
Sin hacer ruido me llevó hasta la cama.
Se quiso retirar y le dije:
—Quédate conmigo esta noche, por favor.
Lupita me vio tan deprimido que aceptó quedarse a pasar
la noche conmigo.
Ella tenía un problema que hacía que algunos hombres ya
no quisieran estar nuevamente con ella en la cama. El problema era; lo que se conoce como eyaculación femenina, no
se sabe muy bien por qué sucede, ni por qué les pasa solamente a algunas mujeres.
Es un fenómeno que está asociado a la intensidad del orgasmo. Ella tenía ese orgasmo intenso que muchos lo confundían con orina. Eso me sucedió a mí.
Al despertar encontré la cama y mi ropa interior, con un
olor muy penetrante como a orina. Al terminar de hacer el
amor y sin darme cuenta, Lupita se había retirado durante la
noche.
Debido a mi forma incontrolable de beber, me despidieron del “Chip´s”. Dejé de beber por un período de tres días,
pues me iban a llamar de un nuevo trabajo.
Aún era temprano cuando decidí irme a dormir. Enzo estaba de viaje por el sureste del país.
Apagué la luz de la lámpara del buró y me quedé completamente dormido. Al poco rato, sentí la presencia de alguien
cerca de mí, y encendí la lámpara. Al tocar el interruptor de
la lámpara, vi a un ser parado a un costado del buró. Su piel
era de color plata. No traía ropa sino una especie de calzón
594
J.David Villalobos
que también era de color plateado. Tenía el pabellón de las
orejas alargadas como si fuera un duende o un canino. Su
rostro era humano y también estaba plateado. Su cuerpo era
esbelto y algo musculoso. Lo vi y mi corazón quiso salirse
del pecho.
Pensé que era una pesadilla y apagué la lámpara.
Me encontraba en medio del sueño y de la realidad, estaba
acostado boca arriba, tratando de conciliar el sueño. De repente sentí mi cama moverse. Los movimientos eran reales y
eso ya no era ni un sueño ni una pesadilla. Me encontraba
completamente despierto, y sentí como si un animal se
hubiera subido a mi cama.
Lentamente y con mucho temor deslicé mi brazo hacia la
lámpara y la encendí. Sufrí un sobresalto al ver al hombre
plateado iluminado por la luz de la lámpara, subirse lentamente a mi cama tratando de no hacer ningún movimiento
brusco. Comenzó a “gatear” por encima de mí sin tocarme.
Se fue acercando lentamente sin dejar de mirarme fijamente.
Mi mente me dijo: “Esto es una pesadilla” Y apagué la
luz. No podía moverme a causa del terror que estaba viviendo. Sentí la presencia del ser que se encontraba muy cerca de
mí. Pude sentir su respiración y podía escuchar el sonido que
hacía la misma. Venciendo el pánico, volví a encender la luz
y lo que vi me paralizó de terror y sufrí un desmayo.
Segundos antes de desmayarme vi al ser plateado acercar
su rostro tan cerca de mí, escudriñando cada centímetro de
mi cara. Su mirada parecía extrañada al estar analizándome.
Su nariz se acercaba a mi cara y mi cuello de tal forma, como para identificar cualquier olor que fluyera de mí. No
dejaba de mover su rostro paseándolo por toda mi cara. Sus
brazos estaban a mi costado y tenía una rodilla hincada en
medio de mis piernas, y la otra a un lado de mi otra pierna.
595
Un Paso muy Difícil
La presencia de ese ser fue demasiado para mí y fue cuando
perdí el conocimiento.
Al despertar era demasiado tarde. Había dormido más allá
del medio día y había sido despertado por Rosita la camarista. Recordé al ser plateado y me dije que había sido una pesadilla, cuando de pronto vi la luz de la lámpara encendida.
No supe nunca lo que sucedió realmente.
A los tres días encontré trabajo por la zona sur de Insurgentes, en Plaza Inn, un centro comercial.
Ahí conocí a María Elena, una linda muchacha de veinte
años, de muy buen cuerpo y excelente para hacer el amor.
Lo que no me gustaba de ella era su forma coloquial que
tenía para hablar. Parecía que venía de los barrios bajos de la
ciudad. Pero no me importaba debido a su forma tan excitante como se movía en la cama.
Debido a mi frustración volví a caer en la fuga con las
mujeres. Tuve la oportunidad de experimentar con una mujer
muy bien conservada pero de edad avanzada. Mary tenía un
cuerpo sensacional y además, le encantaba tener relaciones
por el orificio rectal. Eso nos volvía locos.
Mi relación con ella duro poco tiempo, intercalándola con
algunas otras como Dalia quien me ofrecía a su hija con tal
de que no la dejara. Era repugnante ver como se arrastraba
ante mí, ofreciéndome a su hija de seis años.
Sentí ganas de matarla.
Habían transcurrido dos meses desde la fatal noticia de
Tere y yo, cuando se presentó al hotel a verme.
—¡Tere!—. Le dije lleno de emoción.
Sentí el deseo de abrazarla pero me contuve.
—¿Qué sucede?—. Le pregunté.
—Daniel. ¡Estoy embarazada!
—¡No puede ser!
596
J.David Villalobos
—¡Si Daniel! Y necesito abortar.
—No Tere, puedes perder la vida.
—No me importa, pero no puedo traer al mundo a un hijo
que sería además tu sobrino.
—Déjalo vivir Tere.
—No Daniel. Puede nacer con problemas o algún padecimiento mental. ¿Para qué traer al mundo un hijo si va a
sufrir?
Me rascaba pensativo la barbilla tratando de encontrar una
solución.
—No intentes disuadirme. Solo vine para que me ayudes
a pagarlo.
Tenía a un amigo que era ginecólogo, Humberto a quien
todos los amigos lo habíamos invitado a las parrandas sin
que pagara un peso, debido a que estaba haciendo su servicio
social sin percibir todavía un sueldo.
Por tal motivo él se había prestado a darnos consultas
médicas sin cobrarnos un peso.
Hablé con él y unos días después y aceptó.
Una mañana, todo había terminado para nuestro hijo.
Habíamos dado un paso muy difícil: Asesinar a un inocente que no tuvo la oportunidad de defenderse. No había
pedido venir al mundo, ni había escogido a sus padres. Solo
había sido una víctima más de la negligencia de nuestros
propios padres, al pretender ellos creer que sería casi imposible que dos hermanos lograran algún día encontrarse sin
siquiera conocerse.
No volví a ver a Tere sino meses después cuando me visitó en el trabajo. Venía acompañada de su nuevo novio.
Se iban a casar y se irían a vivir a Monterrey. Ella solamente había ido a despedirse de mí. Nunca más la volví a
ver. En mi mente le dije: Adiós hermana.
597
Un Paso muy Difícil
La frustración por no encontrar a una mujer para rehacer
mi vida, me llevó a buscarla entre las casadas.
Conocí a una empleada casada Candelaria, le decía Cande, y estaba casada con un hombre mayor. La relación se dio
porque ambos la estábamos buscando. Ella por conocer a un
hombre más joven, y yo por buscar afecto y comprensión,
además de un poco de “consuelo” para mi soledad.
Cande iba a verme al hotel casi todas las mañanas antes
de dirigirse a su trabajo. Nuestra relación duró bastante
tiempo incluso después de haberme casado de nuevo. Había
quedado embarazada tres veces y tuvo que practicarse el
aborto debido a que esposo estaba operado. Yo ignoraba que
hubiera salido embarazada. Ella me lo confesó después.
Combinaba mi trabajo del centro comercial con un restaurante de mariscos el “Bali Hai”. Ahí conocí a una mesera
Angélica con la cual quedé prendido. Era joven y muy bonita
además de ambiciosa.
Angélica creía que por ser pianista, era rico y se fue a vivir al hotel conmigo. Enzo estaba de viaje nuevamente, pero
al darse cuenta de que compartía la habitación con Enzo, ya
no quiso saber nada de mí.
En ese restaurante continué mi búsqueda con las casadas,
le tocó a Pilar la esposa de un piloto aviador que nunca estaba en casa y yo me encargaba de calentar su cama.
Estaba Isabel de origen colombiano que había venido a
comprar su vestido de novia y de paso, “probar” a un mexicano como yo.
Un día apareció por el restaurante Carolina la amiga de
Paty, quien había sido novia de Enzo. Tuvimos un romance
que me dejó una profunda huella. Nunca le pude decir cuánto la amaba.
Logré enamorarme de ella a pesar de que seguía casada, y
598
J.David Villalobos
como yo ya no quería volver a sufrir, me enredé con su prima Irma, y así poder alejarla de mí. La prima también estaba
casada.
Al poco tiempo conocí a una mujer bellísima de Grecia.
Evangelina era un caso raro en la cama. Le gustaba subirse encima de mí y gritar repetidamente:
—¡Que rico, que rico que rico!
Al escucharla no podía evitar reírme.
La acosté boca arriba y me subí encima. Cuando me estaba moviendo comenzó de nuevo:
—¡Que rico, que rico que rico!
Eso hacía que perdiera la concentración y terminara riéndome. Al poco tiempo se terminó nuestra relación.
Llegaban al restaurante varias artistas con las cuales tuve
un pequeño romance de un día o dos. Estaban las artistas de
televisión Mercedes, Anabel, Lourdes, Mora con quien duré
un mes, y Liliana. Esta última la conocí en una gira por Veracruz. Ella pertenecía a un grupo vocal de mujeres.
Debido a que no pude pagarle el coche a Sonia, me lo recogió y por tal motivo no tenía cómo transportarme. Había
decidido comprarme otro coche con el dinero de esas giras.
Durante esa gira tuve un romance muy apasionado con
una corista del grupo de un cantante. Ella era Lorena y la
relación duró lo que duró la gira. Después ella volvió con su
novio.
Para ese entonces me había alejado por completo de la
bebida debido al intenso trabajo tan importante que tenía con
artistas. No quería perder la popularidad ni los ingresos.
Mientras Lorena se quedaba a dormir con su novio que la
había visitado, yo me revolcaba de dolor y celos en la cama
de mi habitación.
Al regresar de mi gira, me incorporé al restaurante y me
599
Un Paso muy Difícil
involucré con las clientas como el caso de Mayté, y Verónica. Esta última trabajaba en un restaurante de la ciudad de
México, y continuamos con nuestro romance.
Lorena regresó de su gira y volvimos, pero nos dimos
cuenta que era necesario terminar, lo que había sucedido en
Veracruz se quedaba allá.
Trabajaba en el restaurante una cajera Adriana, ella tenía
los rasgos parecidos a la cantante María Conchita Alonso.
Me atraía por la belleza natural y la sensualidad espontánea
que tenía. Lo comprobé por mí mismo en la habitación de
mi hotel. Como era casada, decidí terminar con ella.
Llegó a mi vida Lourdes, era fotógrafa del hotel en donde
tocaba con el grupo de violines. Perdió a nuestro bebé debido a un accidente que sufrió su hermana Conie. Después se
casó y nos alejamos.
En ese hotel conocí a una jovencita que estudiaba violín.
Se llamaba Sonia. Un día me visitó al restaurante para tratar
de trabajar conmigo. Le dije que podíamos formar un grupo
de violines, y ella quedó encantada. Pero antes debíamos
formar nuestra relación sentimental y comenzamos con los
preparativos, pero en la cama.
Ella era aún muy inexperta en la cama, pero la tarea de
enseñarla me correspondía a mí llevarla a cabo.
Un día me presentó a su madre quien acababa de salir de
su trabajo, todavía traía puesto su ropa de trabajo, que consistía en un overol y unas botas del tipo minero.
Recuerdo el ridículo que hice con su madre.
Conversábamos en la mesa del restaurante “Bali Hai” y se
me ocurrió preguntarle:
—¿Y en que trabaja usted señora?
—En Pemex—. Me dijo sintiéndose muy orgullosa.
Pensé “¡Guau! Que puesto tan importante”.
600
J.David Villalobos
Miré a Sonia como mi futura esposa, y yo me veía en un
puesto importante dentro de Pemex.
—¿Y qué hace ahí?—. Continué con mis preguntas.
—Soy afanadora.
“¡Guau!” —Pensé—. “Pertenece a un movimiento político interno de Pemex, como los que crean huelgas o exigen
los derechos de los trabajadores”.
—Y disculpe la pregunta, pero. ¿A que le echa tanto afán?
Ahí se terminó mi relación con su hija, a pesar de que tuvo un mini embarazo. No se logró.
Ella creyó que me estaba burlando de su trabajo, solamente que yo desconocía ese término utilizado para describir las
labores de limpieza.
Llegó el día en que conocí a la que sería mi segunda esposa. Michelle tenía un enorme parecido a una artista de televisión Meryl Streep, por eso me había enamorado de ella.
Como yo había estado casado antes, se lo comenté. Ella
me dijo que no le importaba fuera solamente la boda al civil.
—Voy a pedir la fe de bautizo a mi tierra, si logran enviármela nos casamos—. Le dije.
Escribí a la diócesis de Magdalena Sonora solicitando mi
fe de bautizo. A las dos semanas siguientes, Michelle me
habló por teléfono al hotel para decirme que tenía noticias de
Magdalena Sonora.
—Yo creo que no la enviaron y escribieron para explicarme la razón, y decirme que ya estaba casado antes—. Le
dije.
Había dado la dirección de su casa para que no se fuera a
extraviar la correspondencia.
—Abre el sobre—. Quise de una vez desilusionarme.
Michelle abrió el sobre y no venía nada adentro. Excepto
un papel pequeño horizontal que decía “Fe de Bautismo”
601
Un Paso muy Difícil
Michelle me dijo emocionada:
—¡Te enviaron la fe de bautismo!
No lograba entender la razón de que me la hubieran enviado. Después comprendí la razón.
El cura de la iglesia, en donde me había casado con Betty
no envió la confirmación de mi boda a mi tierra natal, debido
a que se dio cuenta de que mi matrimonio no iba a durar mucho tiempo, y tuvo razón. Por tal motivo no permitió que mi
tío filmara la boda y por eso mismo, tampoco quería que el
fotógrafo de nosotros tomara ninguna foto. Por esa razón yo
no había visto a los fotógrafos de la iglesia esa noche en mi
boda.
El cura no quería que hubiera pruebas de mi anterior boda. Ese cura había dado un paso muy difícil, prestarme la
iglesia para una boda falsa.
Mi boda con Betty había sido solamente una farsa.
Gracias a ese cura y a su buena fe, nos casamos Michelle
y yo a los seis meses de habernos conocido.
Hablé con la madre de Michelle.
—Señora. Quisiera que nos permitiera casarnos.
Ella me dijo:
—De acuerdo, solo que tienen que venir tus padres.
—¿Es necesario?—. Le pregunté.
—Si, es muy importante.
Yo no quería involucrar a mi madre en esta boda, debido
a los problemas que me había ocasionado en el pasado. No
quería que infectara a esta familia tan buena, que me había
tendido la mano. La madre de Michelle, siempre fue para mí
como una madre.
Llegó el día de la boda y mis padres estuvieron presentes.
Mi madre se encontraba nerviosa durante toda la boda.
No supe por el momento el motivo, sino hasta una semana
602
J.David Villalobos
después.
El sacerdote no encontraba nuestras actas de matrimonio
que debíamos firmar al finalizar la boda. Al no encontrarlas,
se dirigió a la sacristía y él mismo con su puño y letra, extendió el acta de matrimonio.
Nos fuimos de vacaciones a Acapulco. Disfrutamos nuestra luna de miel que fue eterna. No existió otra mujer como
ella. Éramos la pareja ideal, éramos perfectos en todo,
pero solo en la cama. Ambos éramos esclavos del sexo. Pero
fuera de la cama, todo era diferente.
Al regresar de la luna de miel, su madre le dijo:
—Que te comuniques a la iglesia donde se casaron.
Mi esposa llamó y le dieron una mala noticia.
—Señora. La madre de su esposo nos había avisado con
tiempo de que no se podía casar su hijo, debido a que él ya
estaba casado por la iglesia anteriormente. Por lo tanto, queremos avisarle que su matrimonio está anulado por la iglesia.
Mi esposa lloró de frustración.
Mi madre continuaba haciéndome daño. Por esa razón yo
no quería que hubiera asistido a la boda.
Mi matrimonio con Michelle, si era el verdadero y eso mi
madre no lo sabía. Solamente se había dejado llevar por su
“santísimo” prejuicio.
Yo le expliqué a mi esposa que si me habían enviado la fe
de bautismo, significaba que sí podía casarme. Ese asunto se
olvidó y nuestro matrimonio siguió adelante.
Michelle era poco cariñosa y no le agradaba ir de la mano
conmigo por la calle. Toda su indiferencia me deprimió y
recurrí al consumo de la cocaína.
Al año de casados, me tuve que salir de la casa debido a
mis adicciones porque ella no lo soportó.
Me fui a vivir con Enzo en donde viví de nuevo la vida de
603
Un Paso muy Difícil
soltero, olvidándome de que estaba casado y de que tenía
una hija. Un día le llamé a su trabajo para saber cómo estaba
mi hija Michelle, como también se llamaba, y me contestó
una amiga de ella. No perdí la oportunidad de conquistarla y
lo logré. Me visitó al hotel en donde dimos rienda suelta a
nuestros deseos contenidos durante mucho tiempo. Josefina
era muy fuerte sexualmente pero no se igualaba a mi esposa.
Continué frecuentando bares en donde tocaban músicos
amigos míos, buscaba su compañía debido a mi soledad interna.
Acudí al bar “Trinquis” en donde conocí a Tere, una mesera que trabajaba en ese lugar. Ella era una mujer sola como
yo, así que terminamos en un hotel aplacando nuestra soledad.
También conocí a Lety, quien era una clienta también
muy sola y que estaba perdida como yo, en el alcohol. Los
dos nos refugiamos en bebida barata, en un hotel barato y en
sexo barato.
El exceso de alcohol y droga terminó debilitándome y regresé al hogar con mi esposa, quien en un momento de compasión me recibió.
Dejé de beber y traté de conservar el único trabajo que
tenía en el restaurante “Bali Hai”, ganando un mísero sueldo.
Lo que yo seguía esperando de mi esposa, era que tuviera
al menos un poco de amor y comprensión hacia mí. Que me
lo demostrara y que hubiera sentido un poco de alegría por
haber regresado. Al contrario de todo esto, recibí la misma
indiferencia de antes y su olvido total, debido a que ella trabajaba y permanecía casi todo el día fuera de la casa.
Mi hija se quedaba al cuidado de su abuela.
La desesperación por no recibir afecto me llevó de nuevo
a la frustración y de ahí a la destrucción. Volví a beber pero
604
J.David Villalobos
esta vez con tanta fuerza que me deprimí e hizo que casi cometiera una locura.
Me encontraba en mi trabajo cuando le pedí a Maribel la
recepcionista del restaurante, que si me podía conseguir una
hoja de rasurar del tipo Gillette. Ella inmediatamente acudió a conseguírmela desconociendo mis intenciones.
—¿Podrías traerme un vodka?—. Le dije.
—Si Daniel espera—. Me respondió ella solícita.
Mientras ella se retiraba por mi bebida, yo tomé la hoja de
rasurar y la puse en mi muñeca para intentar cortarme las
venas. Ella regresó en ese momento y me vio.
—¡No Daniel!—. Trató de evitar que me cortara, tomando
la hoja con sus dedos ocasionándole un corte en uno de ellos,
y a mí una herida de forma horizontal en la muñeca.
—¿Qué haces?—. Me preguntó sosteniendo la hoja de rasurar entre sus dedos.
Lloré de desesperación, y también al verle sus dedos sangrando.
—Perdóname—. Le dije.
Comprendí que necesitaba ayuda y la busqué en los grupos de Alcohólicos Anónimos.
Acudí al grupo “En Acción”, y cuál sería mi sorpresa que
encontré a mi amiga Bety, con la que habíamos bebido juntos y terminamos una noche en mi hotel. Ella me ayudó y me
orientó debido a que ella ya tenía algún tiempo dentro de ese
grupo. Permanecí sin beber por espacio de dos años y mi
vida cambió.
Nació nuestra segunda hija Gabriela quien trajo felicidad
a mi atribulada vida. Las cosas con mi esposa seguían siendo
iguales o peores.
Cuando bebía anteriormente, hacía que los defectos y las
actitudes negativas de mi esposa, fueran opacados por mis
605
Un Paso muy Difícil
defectos y mis errores. Pero al haber dejado de beber, y mi
comportamiento y actitudes habían sido diferentes, los defectos de ella y sus errores salieron a flote. Se mostraron tal y
como era ella en realidad. Comprendí que no éramos la pareja ideal, que nunca lo habíamos sido y que nunca lo seríamos.
Era inútil que tratara de hacerla cambiar.
El que debía cambiar era yo, pero era muy difícil debido a
la soledad y al vacío que sentía dentro de mí.
Las asistencias a las reuniones no me funcionaron debido
a que nunca conocí la causa de mi soledad y el vacío que
sentía. Solo era para no beber hoy. Y eso no me bastaba.
Solo decían “No bebas”. No era suficiente, debería existir
una razón para no beber.
Me ofrecieron trabajo en Toluca y accedí, así podía distraerme del peso de la soledad que me acompañaría siempre.
Encontré la cura momentánea para mi soledad. Ella llegó en
forma de cocinera.
Se llamaba Verónica. Era una muchachita divorciada y
encantadora. Era rubia de ojos verdes y delgadita. Solo que
aún era del tipo campesino y no era de mi categoría. Aún así
nos fuimos al hotel varias veces.
Se terminó cuando ella creyó que estaba embarazada.
Solamente había sido un total retraso de dos meses, pero
ella lo tomó como un aviso y ya no quiso continuar.
Comencé a beber poco a poco para calmar mi soledad y
me enamoré de una chiquilla de dieciocho años. Yo tenía
para entonces treinta y cinco años de edad y nos gustaba la
canción de José José “cuarenta y veinte”.
Para Jaqueline yo era su primera experiencia sexual. Ella
era cantante y tenía una voz angelical, me enamoré de ella
totalmente. Terminé refugiándome en sus brazos y en la be606
J.David Villalobos
bida.
A veces me perdía tanto en la bebida, que no regresaba a
México y me quedaba a dormir en el hotel donde trabajaba
pagando solo la mitad del precio. Otras veces buscaba la
compañía de Jaqueline y me quedaba con ella en algún hotel.
En cierta ocasión mi esposa y mis dos hijas, hicimos un
viaje a Guadalajara para ver a mi hijo. Quería que Michelle
lo conociera. Estuvimos unos días conviviendo con él y al
regresar me dijo mi esposa:
—¿Por qué no te lo traes a vivir con nosotros?
Me pareció acertada su proposición y además me pareció
un detalle muy humano de su parte.
Nos dedicamos a prepararle su recámara, la tapizamos y
le compramos una cama. Al poco tiempo, le hablé a mi madre para decirle que iba a ir por él.
—Mamá, vamos a ir la próxima semana por mi hijo.
—Daniel —Me dijo tratando de convencerme— ¿Por
qué no lo dejas aquí? Está mejor con nosotros que allá.
—No puedo, es mi hijo y debe estar con su padre.
—Ya mejor olvídate de él. Míralo como si fuera tu hermano.
—¿Cómo cree?—. Le dije riéndome de su tremendo disparate.
—Si Daniel. Estabas muy chico cuando lo tuviste. Haz
como yo, que me quitaron a Lolita y la vi durante años como
si fuera mi hermana.
—Si le quitaron a su hija fue por pendeja —Le dije en un
momento de enojo, al comprender que quería hacer lo mismo
conmigo, como lo que le hizo su madre.
—¡A mí no me va quitar a mi hijo y voy a ir por él!—. Le
dije enfurecido.
—¡Pues no te lo voy a dar!—. Me dijo retándome.
607
Un Paso muy Difícil
—No me provoque porque soy capaz de todo con tal de
tener a mi hijo—. Le dije perdiendo los estribos.
—Pues sobre mi cadáver—. Me dijo.
—Le advierto que por mi hijo, soy capaz de matarla pinche vieja bruja.
Ya no pudo escucharme, había colgado el teléfono.
A la siguiente semana, fuimos por mi hijo. Mi padre ya
estaba enterado de que iba por él, y le había hecho su maleta.
Mi madre no me permitió entrar y quiso evitar que mi hijo
saliera a la calle. Mi padre intervino y le dijo:
—¡Ya echaste a perder la vida de tu hijo! ¿Pretendes ahora echar a perder la vida de tu nieto?
Fue lo más sensato que escuché decir a mi padre.
—¡Déjalo que se vaya con su padre!—. Le gritó a mi madre.
Mi madre no tuvo otra opción, y nos gritó desde la puerta:
—¡Lárgate chamaco malagradecido! No quiero volver a
verlos nunca en mi vida.
Después azotó la puerta y se metió llorando dentro de la
casa.
La intención de mi esposa al traer a mi hijo, fue para ver
si estando presente él, yo dejaba de beber.
Una vez la vi observando detenidamente a mi hijo y me
acerqué.
—¿No lo quieres verdad?—. Le pregunté.
Ella me dio una respuesta que me dejó perplejo.
—Ni lo quiero ni lo odio.
Había dicho lo mismo que Eugenia.
Me llené tanto de rencor en contra de ella, que sin importarme que estuviera mi hijo viviendo con nosotros, me hundí
más en la bebida y en el abuso de la cocaína. A veces duraba semanas sin regresar de Toluca, olvidándome de mi fami608
J.David Villalobos
lia y dejando a la deriva a mi hijo. Todo lo hacía mal y me
sentía culpable. Quería olvidar todo de la única manera que
sabía hacerlo, perdiéndome en la bebida.
Una llamada de Windsor Ontario Canadá, vino a alegrar
un poco la tensión en la que me encontraba. Me ofrecieron
trabajar durante seis meses. Acepté y les di la noticia a mis
dos músicos.
La noche anterior a nuestro viaje, hicimos la despedida en
un bar de la Zona Rosa. Acudimos a un lugar en donde tocaba un amigo de nosotros.
Mi compañero de viaje era Jorge y esa noche se sentía
muy esplendido.
Vimos a un par de bellas chicas que estaban sentadas en
una mesa delante de nosotros. Ellas le pedían una canción al
grupo musical, y éstos no le hacían caso.
—¡Almohada!— Gritó una de ellas.
Jorge al escucharlas y tratando de quedar bien con ellas
gritó:
—¡Javier toca almohada!
Las chicas voltearon a vernos y dijeron:
—Gracias.
Se acercó el mesero y nos dijo:
—Son lesbianas.
—No puede ser —Le respondió Jorge— si están bien bonitas.
Para él, el término lesbiana significaba que la mujer debería caminar y tener actitudes parecidas a las de un hombre.
Jorge les envió unos tragos a las chicas.
—¡Salud!—. Brindaron ellas con nosotros desde su mesa.
Jorge se levantó y se acercó a ellas tratando de conquistarlas. Se sentó en su mesa y conversaron durante un buen
rato olvidándose de mí.
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Un Paso muy Difícil
Momentos después me llamó a la mesa de ellas.
—Hola—. Me acerqué y las saludé.
Después de haber terminado las bebidas que les había invitado mi amigo, ellas decidieron retirarse.
Jorge les dijo:
—No se vayan, les invito una botella de champaña.
Las chicas se miraron entre sí y aceptaron.
Yo me acerqué a Jorge y le dije al oído:
—No gastes tu tiempo ni tu dinero Jorge, son lesbianas.
Jorge me ignoró, y dentro de su euforia nos bebimos dos
botellas más.
Llegó un momento en que me sentí tan mal debido a la
revoltura de bebidas, que me levanté de mi silla y me dirigí
al baño a vomitar. Una vez que lo hice me lavé la cara y me
sentí mejor. Saqué un poco de cocaína que traía conmigo y la
inhalé.
Salí del baño y vi el salón completamente iluminado.
Todo había terminado por esa noche.
Al no encontrar a Jorge le pregunté al mesero:
—¿Y mi amigo?
—Están afuera.
Al salir los encontré y le pregunté a Jorge:
—Bueno. ¿Qué hacemos?
Una de ellas comenzó a insultarme.
—Pero no lleves a esta porquería de hombre—. Alcancé a
escuchar.
Me extrañó que me ofendiera y le pregunté a Jorge.
—¿Qué ocurre Jorge?
—¡Tú lárgate a la chingada!—. Me dijo la misma muchacha.
—Jorge. ¿Qué les dijiste que están tan enojadas?
Mi amigo se acercó a ellas y les dijo:
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J.David Villalobos
—No le digas nada a él.
—¡Jorge! —Continué insistiendo— ¿Qué ocurre?
—¡Vámonos lejos de este pedazo de hombre!—. Dijo
nuevamente la muchacha.
Me enfurecí y le dije:
—¡A mí no me ofendas pendeja!
—¡Tú sácate a chingar a tu madre!—. Volvió a insultarme
la misma mujer.
Mientras, la otra permanecía en silencio observando todo.
—¡No me ofendas porque te parto la madre!—. Le advertí.
—¡Vete mucho a la chingada pedazo de hombre!—. Me
volvió a ofender.
Sin entender la razón de su enojo, le asesté una bofetada.
Intentó regresarme el golpe, y lo esquivé haciendo que ella
se enfureciera más.
Me dirigí a Jorge quien se quedó paralizado al ver lo que
ocurría y le grité:
—¡Ya vámonos!
En ese momento la mujer me atacó por la espalda logrando darme un golpe en la cara. Eso me enfureció y le regresé
el golpe.
Al ver lo que ocurría, la otra mujer se descalzó las zapatillas y se unió a la pelea. Asumió la posición de karate y me
tiró dos golpes con el pie en la entrepierna. Al ver el golpe
llegar me protegí con la pierna.
El golpe que me dio me causó mucho dolor, y olvidándome de su condición como mujeres, las ataqué como si fueran hombres. Mi instinto de supervivencia y mi agresión
acumulada, ya que yo era catalogado como una persona
agresiva; hizo que las golpeara sin piedad.
Le di un golpe con la punta del pie en el estómago a una,
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Un Paso muy Difícil
y a la otra le destrocé la nariz con el puño cerrado.
Cayeron al instante al suelo y le grité a Jorge:
—¡Vámonos!
—Pero, no podemos dejarlas aquí tiradas. Hay que ayudarlas.
—¡Vámonos idiota! Antes de que llegue la policía.
Al escuchar la palabra policía, reaccionó y nos subimos a
su coche.
Durante el trayecto a mi casa le pregunté:
—¿Qué les dijiste que las enfureció?
—No recuerdo—. Fue su respuesta.
—Si te acuerdas, nada más que no quieres decirlo.
Jorge permaneció en silencio con la vista fija sobre el camino. Al verlo taciturno le dije:
—Te voy a decir lo que sucedió. Tú les dijiste a ellas lo
que te dije sobre que eran lesbianas.
Jorge no respondió. Sabía que yo tenía la razón.
—¿Para qué les dijiste lo que te dije?
—Es que no parecían lesbianas —Logró por fin decir algo— Estaban tan bonitas.
—¿Y qué? La belleza no significa precisamente, que no
puedan ser lesbianas.
Jorge guardó silencio.
Eso había ocurrido y las hizo enfurecer.
Lo que no entendí, fue por qué se enfurecieron si acaso
era verdad, y si no lo eran, tampoco debieron de haberse
enfurecido.
Dentro de mi paranoia no dejaba de ver si nos seguía
algún vehículo. Alcancé a ver que nos seguía alguien y Jorge
se rio diciendo.
—Nadie nos sigue, no seas dramático.
Jorge era del tipo de personalidad como lo describe el Dr.
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J.David Villalobos
Erich Fromm de origen alemán: Introvertido-melancólico.
Que es callado, insociable, reservado, pesimista, sensato,
rígido, ansioso, taciturno. Su aspecto físico era del tipo idiota
con retraso debido a sus ojos caídos y su manera de hablar
tan pausada, además del tono cansino de su voz.
Mientras que yo era extrovertido con predominio de intuición. Somos creativos, con ideas innovadoras; tomamos decisiones basadas en corazonadas y reprimimos las experiencias sensoriales.
Mi corazonada me hizo tomar precauciones y antes de
llegar a mi casa le dije a Jorge:
—¡Date la vuelta en esta calle oscura y detente!
—¿Para qué?—. Me preguntó con su voz aburrida.
—Yo sé lo que te digo.
Jorge detuvo su vehículo, y después de unos momentos de
silencio dijo:
—¿Para qué les pegaste?
Volteé a verlo y comprendí de verdad que ese amigo estaba idiota, y que tendría que lidiar con él en Canadá.
Como no vimos ni un solo vehículo, nos quedamos a
dormir dentro de su auto.
La luz del día nos dio en el rostro, al despertar lo primero
que hice, fue ver si no había algún vehículo con alguien
adentro detrás de nosotros. Pero no había visto bien.
Jorge encendió su vehículo y se dirigió a mi casa.
—¿Para qué les pegaste?—. Volvió a repetir durante el
trayecto.
Lo ignoré. Tenía en mente otras preocupaciones.
Al llegar mi esposa me peguntó:
—¿En dónde te quedaste a dormir?
Le conté la verdad de lo que había sucedido sin omitir
ningún detalle. Al día siguiente, volábamos a Canadá ol613
Un Paso muy Difícil
vidándonos del incidente. Al menos eso pensé.
Dos días después llegaban a mi casa unos agentes de la
policía judicial con una orden de arresto en mi contra.
Gracias a que mi esposa supo toda la verdad, actuó inteligentemente.
—Mi esposo ya no vive conmigo. Estamos divorciados y
se fue para Canadá—. Les dijo a los agentes.
Lo que sucedió es que mi amigo el idiota, me había vendido. Después de haberme dejarme en la casa, fue abordado
por el gerente del lugar quien no había dejado de seguirnos
en todo lo que restaba de la noche. Permaneció detrás de
nosotros hasta que despertamos. Al ver que me enderezaba
en el asiento del coche, él inmediatamente se ocultó debajo
del tablero de su vehículo, por tal motivo no lo llegué a ver.
Jorge le dijo todo sobre mí y en donde vivía. Él se había
lavado las manos.
Llegaron a ir varias veces más los agentes a la casa, hasta
que desistieron y se olvidaron de mí.
Días antes del viaje a Canadá, mi esposa me había dicho:
—¡Le llevas a tu hijo a tu madre, yo no me voy hacer cargo
de él!
No tuve más remedio que volverlo a regresar.
Mi madre me dijo:
—Te lo dije. En ningún lado lo van a querer como aquí.
Tuve que reconocer que tenía la razón.
Llegamos a la ciudad de Windsor y fuimos recibidos por
un chino, que era el dueño del lugar. Liliana la amiga que me
había recomendado con él, nos estaba esperando.
Días más tarde, ella les había hecho creer a todas sus amigas, que ella y yo habíamos sido pareja en un tiempo cuando
vivíamos en México. Lo cual no era verdad.
Sus amigas al ver que no había nada entre nosotros, la
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J.David Villalobos
empezaron a presionar, porque deseaban salir conmigo algunas de ellas. Liliana al verse acorralada en su propia mentira,
comenzó a seducirme. Me acosó tanto que cedí ante sus demandas. No quería salir con ella ni con ninguna otra mexicana, puesto que quería conocer a las chicas canadienses. Fue
la peor experiencia sexual que tuve con ella a pesar de que
era bonita.
La razón es que Liliana no era ella, sino su otra personalidad. Deseaba tanto quedar bien en la cama conmigo, que
quedó muy mal. No se dejó llevar por las circunstancias. Me
desilusioné y perdí el interés en ella. No sabía que con el
tiempo ella iba a ser mi peor pesadilla.
Conocí a Rebeca, de Nicaragua. Su madre me invitó a su
casa para que la conociera y la conocí muy a fondo. Era una
muchacha muy centrada a pesar de sus veinte años. Estaba
embarazada de su anterior novio, pero eso no le impidió
acostarse conmigo varias veces.
La madre buscaba novio para sus hijas.
Luego siguió Magalli, la niña con mejor cuerpo y más
bonita de diecisiete años que jamás había conocido. Su madre era bailarina de “tubo” y la estaba enseñando a trabajar.
Lo malo fue que no le enseño a moverse en la cama y solo
tuve una relación con ella.
Días después, llegaron las chicas venezolanas quienes trabajarían en el “Five Stars”. Un lugar de baile de desnudistas.
Entre ellas llegó Dulce, una mujer casada en su país donde
trabajaba como secretaria. Le había dicho a su marido que
iría a trabajar a Canadá, de bailarina de ballet regional. En
cuanto llegó se adaptó inmediatamente al ambiente y realmente disfrutaba desnudarse ante el público, y por supuesto
ante mí también. Llegué a sentir amor por ella pero tuve
miedo de enamorarme, ya que ella se regresaría a Venezuela
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Un Paso muy Difícil
y a su familia, y yo a mi país y a mi familia.
En el restaurante donde trabajábamos, tuve problemas con
mi amigo el idiota y al mes se regresó a México, dejándonos
solos a Lorenzo el bajista y a mí. El chino estuvo de acuerdo,
porque de esa manera se ahorraba un sueldo.
Las borracheras constantes y el convivir bajo el mismo
techo todos los días con una persona diferente, de ideas y
costumbres diferentes, incluso de religión diferente; no fue
fácil. Por tal motivo Lorenzo y yo llegamos a los golpes. Se
quiso regresar a México, pero el chino dijo que no. Debido a
eso los dos realizamos vidas diferentes, y a veces no llegábamos a dormir a la casa en donde vivíamos con tal de no
vernos la cara. Solo a la hora de tocar, era cuando nos veíamos pero de muy mala gana.
En el restaurante trabajaba Margarita, era ciudadana canadiense de origen latino. Era dominicana y muy joven, a
pesar de su color era muy bonita. Estaba enamorada de mí y
no tuvo reparos en acostarse conmigo, incluso en su propia
casa, su propia cama a pesar de estar casada. Yo me enamoré
perdidamente de ella. Había pensado en ya no regresar a
México. Pero como todo principio tiene fin, tuve que regresar y olvidarme de ella.
Margarita había logrado hacer algo, que me retirara de la
bebida mientras duró nuestra relación, que habían sido como
tres meses.
Al regresar a México no bebí durante todo un año, logré
mantenerme abstemio con el solo recuerdo de ella. Comprobé que si se podía dejar de beber, siempre y cuando existiera la base fundamental: el amor de una mujer. Guardaba la
esperanza de regresar con ella, como se lo había prometido.
Me mantuve fiel al amor que sentía por ella.
La rutina y el hastío, aparte de no sentir el afecto y la
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J.David Villalobos
compañía que necesitaba por parte de mi esposa, me hizo
volver a la bebida. Me sentía solo e incomprendido. No entendía el proceder de mi esposa. No había logrado hacer que
me amara como se debe amar. No le exigía más de la cuenta,
solo esperaba que me diera muestras de lo que es amor,
abrazos, besos, caricias, compañía. Había dejado de beber y
no funcionó, fui fiel y tampoco.
Llegó un momento en mi vida que sentí que a nadie le
importaba.
Cierta noche llegó a ese lujoso restaurante una ex-miss
universo. Mantuvimos una comunicación y nos hicimos “novios”. Cada noche llegaba hasta mi piano y me saludaba con
un beso.
—Hola viejo—. Me decía.
Me sentía feliz de ser su novio. Me enorgullecía y me llenaba de prestigio.
Salimos a beber unas copas, y me perdí en la bebida. No
recuerdo que pasó después, ni lo que dije o hice. Solo sé que
nunca más ella regresó a mi vida. Solo la miraba a lo lejos
cuando iba al restaurante, y ella se negó a hablar conmigo.
Había fracasado otra vez en la búsqueda del amor.
Decidí acabar con mi vida.
Mi matrimonio ya estaba perdido.
Me refugié en el trabajo para ganar dinero y así, poder
comprar alcohol y droga. Me dediqué al sexo y a la bebida,
una cosa lleva a la otra. Sin alcohol no hay sexo.
Conocí a Claudia y creí estar enamorado de ella. Era violinista y éramos afines. Comprendía mi trabajo y mi vida.
Nos fuimos a un hotel y ella me dijo:
—Apaga la luz.
—No, déjame verte. Eres tan bonita que quiero verte
cuando te haga el amor.
617
Un Paso muy Difícil
Ella insistió.
—¡Apágala por favor!—. Me suplicó.
Yo no entendía sus razones. Lo atribuía que quizá ella era
un poco tímida.
—Déjame abrir un poco la puerta del baño—. Le dije.
A regañadientes aceptó.
No sé que lo que sucedió, ni lo que vi. Pero creo que ya
padecía de delirios visuales a causa de tanto alcohol y droga.
Tampoco sé si fue un delirio visual, como el caso del
hombre plateado.
Se acostó boca arriba y al estarla besando, le removí el
cabello de las orejas y lo que vi me asustó. Tenía las orejas
puntiagudas como si fuera un coyote, o el señor “Spock” de
la serie de televisión “Viaje a las estrellas”. Hice caso omiso
pensando en que era un defecto normal en sus orejas.
Después continué besándole los labios y ella me mordió
en el hombro haciendo que mi deseo sexual se apagara por
un momento debido al dolor. Yo no estaba acostumbrado al
dolor físico. Para mí hacer el amor era precisamente eso,
hacerlo con amor y con ternura. Me separé un poco de ella y
le vi los colmillos sobresaliendo de sus labios.
—¿Quién eres?—. Le pregunté.
—Soy un duende—. Me dijo.
No entendí lo que quiso decirme, o ella creyó que era un
juego.
—No, en serio. ¿Quién eres?—. Volví a insistir.
—Soy el diablo—. Me respondió sonriendo.
Hice caso omiso a lo que dijo, y continué besándole los
senos. Me extrañó sentir en mi boca unos pelos muy grandes
que tenía alrededor de sus pezones.
Mi hombría me decía que no le podía fallar, puesto que
ella se encontraba completamente excitada.
618
J.David Villalobos
Descendí mis besos hacia su vientre con la intención de
continuar más abajo. Pero alcancé a ver a través de la poca
luz que salía de la puerta del baño, una línea de pelos que
comenzaba en el ombligo hasta llegar más abajo. Pensé que
si así de peludo estaba su vientre, como estaría más abajo.
Desistí de mi idea de excitarla con el sexo oral.
La coloqué de rodillas y la penetré. Mi erección se fue
perdiendo al ver la cantidad de pelo que tenía en toda su espalda.
Comenzaba su pelaje desde los hombros hasta la cadera.
Tenía una gran cicatriz en la base del coxis, como si
hubiera tenido vértebras caudales en lugar de vértebras lumbares, es decir como si hubiera tenido una cola y que hubiera sido extirpada.
Mi mente me jugó una mala jugada y llegué a creer que
estaba fornicando con la esposa del diablo. El pánico me
invadió y perdí la erección. Le pedí que nos retiráramos y no
quise volver a acostarme con ella.
Lo extraño de todo esto, es que cuando la volví a ver, e
incluso cuando llegó a usar blusas escotadas; no alcancé a
distinguir ningún pelo en sus hombros.
Al cabo de unos meses comprendí que si no paraba de beber y de drogarme, iba a terminar en un manicomio.
Una noche dentro de mi borrachera intenté violar a mi
hija la mayor. Mi esposa no se dio cuenta de ello, pero mi
hija se lo comentó cuando tenía unos trece años de edad. No
llegó a mayores consecuencias, sino solo le acaricié sus partes sexuales. Mi conciencia me preguntaba ¿Qué es lo que
estás haciendo? Estaba repitiendo el mismo patrón que mi
padre.
Para olvidar todo el sentimiento de culpa, me volví loco
por el alcohol y la droga. Ninguna mujer quiso acercarse más
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Un Paso muy Difícil
a mí. Caminaba por las calles después del trabajo esperando
que alguien terminara con mi vida. Provocaba a los policías
para que me dieran un tiro. Me encontraba igual o peor, como cuando caminaba por las calles de Guadalajara, esperando a que los estudiantes terminaran con mi vida.
Me quedaba tirado en la banqueta a media noche, con la
finalidad de que me asaltaran o me mataran.
Pero mi fin no llegaba todavía.
Cierta noche, caminaba con una botella en la mano, cuando me detuvieron unos agentes de la policía judicial y me
llevaron a un lugar apartado y oscuro.
Uno de ellos me dijo:
—Saca toda la “lana” que traigas.
Los miré sonriendo y agradecido.
Allí estaba al fin la respuesta a mis súplicas.
—¿Y si no te la doy?—. Le dije provocándolo.
—¡Aquí te mueres cabrón!—. Me dijo uno de los cuatro.
—¿De veras?—. Le dije retándolo.
—¿Muy machito cabrón?
—No creo que lo hagas.
Y mirándolo con mis ojos rojos e inyectados de tanto alcohol y droga le dije:
—¡Te falta huevos cabrón!
Uno de ellos tuvo la cordura y me dijo:
—No lo provoques, y mejor saca la lana.
—No, que me la saque él—. Le dije provocando al primero.
No me encontraba nervioso ni temeroso, incluso ni agresivo. Sentía una paz interior y sabía que en ese preciso momento descansaría de mi vida miserable que había llevado.
Había hecho sufrir a muchas mujeres, y más a mi esposa. No
merecía vivir ya más, pero tenía miedo a suicidarme.
620
J.David Villalobos
Dejaría que otro lo hiciera por mí.
El primer agente sacó su pistola tipo escuadra .45 y cortó
cartucho. Sentí una emoción parecida a cuando uno se va a
subir a la montaña rusa, y que sabe que va a padecer durante
el viaje, pero que va a ser una diversión. Me alegraba conocer ese viaje al más allá. Sería toda una experiencia fabulosa
partir de este mundo que no había sabido vivirlo.
Me colocó la pistola en la frente y me dijo:
—¡A ver cabrón, ahora sí dime algo otra vez!
Sentí mi corazón latir de prisa debido a la emoción que
sentía. Era como cuando uno se va a subir a un avión.
—¡Jálale cabrón! Se necesitan muchos huevos para jalar
el gatillo.
Había dado un paso muy difícil y esperaba un buen resultado. Nunca dejé de mirarle a los ojos.
El otro agente le dijo:
—Ya déjalo.
—¡No! —Grité angustiado— ¡Que le jale!
Sentí que se me escapaba la oportunidad de hacer mi viaje.
—¡Jálale maricón!—. Le volví a gritar.
Se creó una confusión entre los agentes.
No habían logrado amedrentarme, y discutían a grito
abierto sobre que hacer conmigo.
—¡Déjame matarlo!—. Gritaba el primero.
—¡Ya cálmate!
—Mejor vámonos y dejemos a este pinche loco aquí—.
Dijo otro.
—¡Si, pero primero lo mato!—. Respondió el primero.
—¡Pues! ¿Qué esperas puto?—. Le dije, y eso provocó
que me diera un golpe en la cabeza con la pistola.
Me dejaron tirado en el suelo y se retiraron dejándome
621
Un Paso muy Difícil
moralmente destrozado y llorando. Pero no lloraba por haber
salido con vida, sino por no habérmela arrebatado.
Me habían condenado a seguir viviendo y sufriendo, y
continuaría haciendo sufrir a otras personas en busca del
amor y de curar mi soledad, y ese vacío interior.
Nada podía llenarme ya, ni el alcohol ni la droga, ni el cariño de mis hijas ni el amor que sentía yo por mi esposa, si es
que todavía quedaba algo.
Caminé durante horas a pesar de traer dinero para pagar
un taxi. No quería llegar a mi casa. No quería ver a mi esposa. Me encontraba saturado de alcohol y droga, a pesar de no
perder la conciencia, sabía que necesitaba ayuda. Mi cabeza
había sangrado por el golpe con la pistola, y ya se había secado la sangre.
Nunca supe como llegué a la calzada de Tlalpan. Miré
hacia la izquierda el camino que me llevaría a mi casa, pero
no quise tomarlo y me dirigí hasta llegar a la avenida San
Fernando. Me adentré por esas calles. De pronto me encontré
parado en una esquina y vi una señal de tránsito que decía
“Niño de Jesús Col. Tlalpan” Me encontraba perdido.
Me fui caminando por esa calle hasta detenerme en un
hospital. Me senté en la banqueta a descansar y me quedé
dormido.
Una patrulla de policía se detuvo, y un uniformado trató
de levantarme. De pronto me invadió el pánico y comencé a
golpearlo. El compañero salió en su defensa y me golpeó en
los riñones con una gran macana. Sufrí un dolor tan agudo y
sentí que iba a vomitar. No pude contener el vómito, y lo que
arrojé fue un chorro de sangre que salió a borbotones de mi
boca. Los policías se asustaron y huyeron del lugar dejándome tirado y aullando del dolor.
Para hacer más dramática la escena, con el golpe que me
622
J.David Villalobos
dieron se había roto la botella de vodka que traía en la bolsa
del saco, y me había producido una herida en el pecho.
Al verme gritar, salió personal del hospital que estaba a
unos pasos. Un médico me iluminó los ojos con una lamparita y vio algo en mis ojos que lo hizo tomar una decisión importante. Este médico era un psiquiatra del hospital, pero no
era un médico cualquiera. Era un cliente del restaurante “Bali-Hai” y me había reconocido.
Dormí lo que quedaba de esa noche y la siguiente en el
hospital. Al despertar me encontraba vestido con un juego de
ropa color verde, en una habitación en donde había muchas
camas y escuchaba muchos gritos.
Se acercó un hombre alto y moreno, vestido de blanco y
me preguntó:
—¡Hola Daniel! ¿Cómo te sientes?—. Me preguntó mientras jugaba con una cuchara de metal con la mano.
—Bien—. Le respondí extrañado.
—Que bueno.
—¿En dónde estoy?—. Le pregunté.
El hombre que parecía ser uno de los encargados de esa
sección me miró sonriendo y me dijo:
—Estas en el hospital psiquiátrico fray Bernardino Álvarez.
En la búsqueda del amor, había llegado a lo que sería la
búsqueda de mi liberación.
623
Un Paso muy Difícil
LA TERAPIA
Me encontraba paseando nervioso dentro de la habitación
donde me encontraba.
El médico me había ido a visitar y me entrevistó:
—¿Cómo te encuentras Daniel?
—Bien. ¿Cuánto tiempo voy a permanecer aquí?
—Todo depende de ti.
—Necesito ver a mi esposa.
—No te preocupes. Ya le avisé en donde estás y ella está
de acuerdo en que permanezcas un tiempo aquí.
—Quiero verla—. Le dije sintiéndome desesperado.
—Todo depende de ti.
—¿De qué?
—De las ganas que le pongas a tu recuperación.
—¿Qué debo hacer?
—Por lo pronto obedecer a todo lo que se te indique, y
tomar tu tratamiento.
—¿Qué tratamiento?
—Nunca dejes de tomar por ningún motivo tus medicamentos.
Me quedé mirando las pastillas color azul que me entregaba.
—¿Para qué son?
—Tienes los nervios destrozados, llegaste con una intoxicación severa de alcohol y drogas. Si no tomas estas pastillas, no vas a poder controlar la ansiedad.
—No quisiera tomarlas.
—Si no las tomas, nos veremos forzados a amarrarte a la
cama.
Me quedé pensando en el ofrecimiento que me hacía.
624
J.David Villalobos
—¿Qué prefieres Daniel?
—¿Y mi trabajo doctor?
—Olvídate de tu trabajo. No estás en condiciones de trabajar en este momento.
—Pero necesito dinero.
—¿Para qué? Aquí no necesitas dinero.
—Para mi esposa.
—Tu esposa está bien. Ella trabaja y ya te dije que ella
está de acuerdo en que permanezcas un tiempo aquí. Además
todo el dinero que ganabas, era para comprar droga y alcohol.
Tomé las pastillas que me ofreció y me quedé pensativo.
—Mañana empieza tu terapia grupal.
—¿Qué es eso?
—Mañana lo sabrás.
Dio media vuelta y salió de la habitación.
Permanecí el resto del día sin querer salir de la habitación,
preso de una angustia terrible y lleno de ansiedad.
Después de la comida me permitieron estar en una sala,
en donde había muchos hombres de diferentes edades. Los
observaba en silencio y observaba su conducta. La mayoría
tenía la barba muy crecida y me causaban algo de temor.
Me empecé a sentir presa de un cúmulo de emociones enfermizas. Sentí celos de que mi esposa, pudiera estar saliendo con otro hombre al tener la certeza de encontrarme encerrado aquí. Llegué a pensar que quizás ella lo había planeado. Ese fue mi mayor obstáculo para iniciar mi recuperación.
Las dudas y el miedo a perderla me enfermaban más de la
cuenta que cualquier otra cosa en el mundo.
Me daban ataques de ansiedad y quería salir corriendo.
Necesita salir, necesitaba verla y pedirle perdón y que no me
dejara. Necesitaba trabajar para ayudarle con los gastos. Ne625
Un Paso muy Difícil
cesitaba rehacer mi vida al lado de ella.
Me desesperaba tanto que me jalaba los cabellos con las
manos. Sentí un calambre que me subía por la parte derecha
del cuello hasta llegar a la parte trasera de la cabeza. Sentí la
boca entumecida y los dedos se empezaron a agarrotarse.
Miré mis dedos que se endurecían y perdían flexibilidad.
Quise gritar pero la lengua se me estaba trabando. Estaba
sudando y me encontraba totalmente pálido. Mi cuerpo se
puso rígido y mis extremidades comenzaron a sacudirse. De
repente caí al piso haciendo muecas con la cara presa de
unas convulsiones, sentí que me faltaba la respiración. Mis
ojos se pusieron en blanco y antes de caer al piso, logré lanzar un agudo grito.
Perdí el conocimiento.
Los demás pacientes comenzaron a gritar al ver cómo me
retorcía debido a un ataque epiléptico. Algunos lloraban y
gritaban llenos de miedo. A sus gritos acudieron los enfermeros y uno de ellos me abrió la boca, e introdujo una cuchara de metal para tratar de desenróllame la lengua, que
había obstruido mi garganta. Comencé a sangrar por la boca,
me había alcanzado a morder la lengua durante el ataque.
Después de dos minutos, volví a la normalidad. Me encontraba acostado sobre el piso sudando copiosamente y con
la respiración agitada. Poco a poco fui vislumbrando las figuras de los enfermeros.
Ese ataque, sería una de las más grandes razones poderosas que tendría para ayudarme en el tratamiento contra mis
adicciones.
Habían pasado ya tres meses desde mi llegada al hospital
y de mi ataque etílico, si se le pudiera llamar así; que decidí
hacer algo por mi vida. Mi esposa había ido a visitarme una
sola vez y solo para llevarme ropa y utensilios personales.
626
J.David Villalobos
No permitieron que me rasurara, y sentía que la barba me
picaba. Estaban prohibido los rastrillos y otro tipo de artículos punzocortantes. La crema dental me la entregaron en una
bolsita de plástico. Ya no tomaba con tanta frecuencia las
pastillas azules. En su lugar me encontraba tomando unas
pastillas tipo vitamina B-12.
Asistía diariamente a terapia grupal y dos veces por semana con el psiquiatra.
En cierta ocasión me encontré a una persona diferente.
Esta persona no traía la ropa que comúnmente usábamos
todos. No parecía ser del hospital aunque se veía que mi
médico y él se entendían bien. Los veía charlar animadamente y a veces tomar juntos una taza de café.
Lo curioso es que pude observar que podía andar libremente por todo el hospital, y además dormía adentro.
Era la única persona diferente a todos nosotros.
Traté de entablar una conversación con él, pero al acercarme sentí que me evitaba.
—Hola— Lo saludé.
—¿Que tal?—. Me respondió con cierta timidez y desviando la mirada.
Le extendí mi mano y le dije:
—Soy Daniel.
El me miró y me la estrechó diciendo:
—Soy José David.
—¿Qué haces aquí?—. Le pregunté.
—Vine de visita a un experimento.
—¿Eres amigo del doctor Mendizábal?
—Sí, somos muy buenos amigos.
Me miró y me preguntó:
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Más de tres meses—. Le respondí.
627
Un Paso muy Difícil
—¿Por qué motivo llegaste aquí?
—No sé realmente lo que me pasó —Le dije— ¿Y tú, que
clase de experimento?
Me dio la espalda como buscando la respuesta.
—Para saber y conocer las causas del porqué llega una
persona a un hospital psiquiátrico.
—¿Quieres saberlo?—. Le pregunté.
Me miró fijamente y vi en su mirada una necesidad de saberlo todo.
—Sí. ¿Me lo dirías tú?
—Si te interesa saber cómo fue mi vida miserable, y
cómo destruí todo lo que me rodeaba, entonces te vas a aburrir.
—No creo que tu vida sea diferente a la mía.
Me extrañó su comentario. ¿Acaso él habría vivido algo
parecido a lo que yo viví?
Me sonreí y le dije:
—No ceo que tu hayas vivido lo que yo.
—Puede ser que no, pero el vació y la soledad quizás sea
igual a la que tú y muchos de los de están aquí, la hayamos
vivido.
—¿Eres casado David?—. Le pregunté.
El bajó la mirada al piso y me respondió:
—Si. ¿Y tú?
—También —Le dije— Percibo algo de tristeza en tu
respuesta.
—Puede ser. Todo matrimonio tiene sus problemas y yo
no soy la excepción. ¿Qué me cuentas de ti Daniel?
—Ya ni sé—. Le dije.
Ahora era yo quien miraba al piso.
—Mi esposa no ha venido a verme desde que llegué a este
hospital.
628
J.David Villalobos
Caminamos juntos hacia una mesa y me preguntó:
—¿Quieres un vaso de café?
—¿Puedes traerlo?—. Le pregunté.
—¡Claro! En un momento te lo traigo.
Se dirigió a la puerta de salida, una mujer del equipo de
seguridad del hospital, quien se encontraba detrás de un cristal al otro lado de la pared; oprimió un botón y tras escuchar
el zumbido David empujó la puerta y salió del pabellón en
donde nos encontrábamos.
Más tarde nos encontrábamos frente a frente en una pequeña mesa. Él permanecía muy atento a todo lo que yo le
narraba.
—Los recuerdos que tengo de mi niñez, fueron cuando vi
a mi padre tambalearse de un lado a otro como un energúmeno. Con el rostro sudoroso y transformado; parecido al
personaje del “Dr. Jekil y My Hyde”.
Nuestras charlas se prolongaron por horas.
David y yo teníamos mucho en común.
Él era el director de un grupo musical llamado “Violines
México de noche” y tocaba el piano al igual que yo. No me
quiso comentar nada sobre el experimento que estaba realizando dentro del hospital.
Una mañana me levanté con muchos deseos de vivir.
Quería ver a mi nuevo amigo.
De modo que después de mi terapia grupal, me dirigí al
pabellón donde solíamos vernos y lo esperé por horas, pero
David nunca llegó. Me sentí desmoralizado.
Al finalizar la mañana me sentí muy deprimido. El doctor
Mendizábal fue a visitarme y me preguntó:
—¿Qué te pasa Daniel?
—Me siento muy deprimido.
—¿Cuál es la razón?
629
Un Paso muy Difícil
—No sé, de repente me sentí con muchos deseos de vivir,
pero inmediatamente después, me llegó la depresión.
—Estos estados cambiantes de ánimo son normales en lo
adictos—. Me dijo el doctor.
—¿Por qué doctor? ¿Y cuando se me van a normalizar?
—Tú eres adicto a varias sustancias. Deja te explico cómo
funcionan en el organismo los diferentes tipos de drogas, y
de como alteran la personalidad de los adictos. Por ejemplo;
el frustrado consume mariguana para calmar su frustración.
El depresivo consume cocaína para calmar su depresión. El
agresivo consume heroína para calmar su agresión y el alcohólico consume alcohol para calmar su ansiedad. Hay
también los que consumen nicotina para calmar el nerviosismo.
Me quedé pensando en lo que me explicó. Ahora comprendía por qué el día que había consumido mariguana sufrí
un colapso. Éramos incompatibles la mariguana y yo, debido
a que yo no era; en ninguno de los casos una persona frustrada. Mas sin embargo sí era una persona agresiva que necesitaba la heroína, también padecía de depresión y por tal motivo la necesidad de consumir a cada momento cocaína. También me consideraba una persona que sufría de una ansiedad
extrema y que por eso me había vuelto un adicto al alcohol,
y me había convertido en un enfermo alcohólico.
—Daniel tu caso es severo. Tienes personalidad múltiple
de maniaco-depresiva, con tendencias al suicidio.
Me quedé escuchando al doctor como si hubiera dictado
mi sentencia de muerte. De pronto recordé a su amigo.
—Doctor ¿Y su amigo el doctor que está realizando un
experimento dentro de este hospital?
Me miró extrañado y me preguntó:
—¿Cuál doctor?
630
J.David Villalobos
—El doctor José David Villalobos.
Se quedó pensativo y me preguntó:
—¿Para qué lo quieres?
—Es que me ha ayudado tanto a aceptar algunas de las
cosas que no puedo cambiar.
—¿Te puedo preguntar algo Daniel?
Lo miré extrañado y le respondí:
—Sí doctor.
—La depresión que te llegó ¿Fue a causa de este doctor?
Me daba vergüenza reconocerlo y tuve que admitirlo.
—Si doctor, me levanté con muchas ganas de platicar con
él, y hoy no vino.
El doctor Mendizábal me miró seriamente y me dijo.
—Mañana viene. Pero tu recuperación depende de ti. Ya
sea que él esté o yo, pero tú tienes la respuesta dentro de ti.
No entendí lo que quiso decirme.
—Entonces ¿Viene David mañana?
—Sí Daniel. No te preocupes. Mañana sigues tu charla
con él.
El doctor Mendizábal había recomendado al autor de este
libro a que visitara el pabellón de los maniaco-depresivos.
—Si quieres conocer lo que es un enfermo realmente depresivo David, —Me había dicho— platica con ellos y
verás lo que es la depresión severa.
Yo había ido a verlo debido a una fuerte depresión causada por el divorcio que se avecinaba. Necesitaba unos medicamentos para la depresión y Mendizábal me dijo:
—Tu depresión tiene una causa y es por el sufrimiento
que padeces por motivos de tu divorcio. Hay gente que viaja
en un crucero muy feliz, apostando en el casino y ganando
631
Un Paso muy Difícil
dinero inclusive. Pero de repente, les llega la depresión sin
ninguna causa aparente. Llegan incluso al suicidio. Esos si
padecen se depresión aguda y necesitan medicamentos. Lo
tuyo no.
El doctor continuó:
—¿Por qué no tratas de experimentar la terapia grupal?
Prueba una terapia en algún grupo de ayuda mutua.
—No creo que me llegue a funcionar un grupo de Neuróticos Anónimos. No me agradan las “mentadas de madres” ni
las ofensas—. Le dije al psiquiatra.
—Bueno te puedo proponer algo.
—¿Qué cosa?
—Que permanezcas aquí en el hospital de visita, para que
puedas conocer a fondo y más de cerca las experiencias de
muchos de los internos, y así puedas comprender y comparar que lo tuyo no es tan grave como lo parece.
Acepté la propuesta y por tal motivo me encontraba dentro de las instalaciones sin ropa de interno, pero tampoco
con ropa de personal médico. Daniel me había visto y me
había confundido con algún sicólogo debido a la identificación y comprensión que existía entre ambos.
A la mañana siguiente el médico me esperaba en su consultorio, y me preguntó:
—¿Que te ocurrió ayer que no llegaste?
—Fui al pueblo de Capulhuac en el estado de México, a
visitar unos anexos para compararlos con lo que se vive aquí,
pero hubo un gran accidente en la carretera a Toluca.
—¿Qué te pasó a ti?
—A mi nada, pero un avión tipo cuatrimotor, perdió altura y trató de aterrizar sobre la carretera. Aplastó a varios automovilistas provocando que se incendiaran y se calcinaran
dentro de sus propios vehículos. No tuvieron la más mínima
632
J.David Villalobos
oportunidad de salvarse.
—Si, me enteré por las noticias, pero jamás me imaginé
que tú anduvieras por esos lugares.
—Si Humberto, lo positivo de este accidente fue que me
hizo reflexionar, que la vida puede terminar con uno en un
instante sin haberla vivido a plenitud. Sin haber amado o
perdonado. Yo pude haber sido uno de los que fallecieron en
el accidente de ayer.
Los dos guardamos silencio debido a ese terrible accidente en donde perdieron la vida alrededor de 40 personas, y que
tuvieron que sacrificar ahí mismo a los caballos que viajaban
en el avión.
Después de unos momentos de silencio me preguntó mi
amigo:
—David. ¿Qué le has dicho o que has hecho para ayudar a
Daniel?
—Nada. Solo hemos compartido algunas de nuestras experiencias emocionales y depresivas.
—Él cree que eres un psicólogo de esta institución.
Me quedé pasmado por lo que me dijo.
—Daniel está muy motivado con tus pláticas, más que
con la terapia grupal. Necesito que sigas apoyándolo y esto
te va a servir a ti también.
—¿Qué hago?
El médico se dirigió a una pequeña gaveta y extrajo una
bata blanca, me la entregó diciéndome:
—Ponte esto y has tu trabajo.
—No sé qué debo hacer.
—Lo que has venido haciendo desde hace días con Daniel. Escuchar.
Al rato salí con la bata puesta y me dirigí al pabellón en
donde se encontraba Daniel.
633
Un Paso muy Difícil
Éste al verme me recibió con un abrazo muy efusivo.
—¡David! —Me dijo— ¿En dónde estabas?
—Tuve que salir del hospital a rendir un informe sobre el
experimento que estoy llevando a cabo.
—¿Y cómo va ese experimento?
Lo miré fijamente y le dije:
—¡De maravilla!
—¿Me invitas un café?
—Si, voy por ellos—. Le dije.
En cierta ocasión el doctor me había dicho:
—Trata de grabar todas las pláticas que tengas con Daniel. Usa esta grabadora.
Me entregó una grabadora de casetes, además de un par
de cintas “Memorex” de 90 minutos cada una.
—Aquí tienes para una hora y media de terapia—. Me
dijo.
Yo le pregunté a Daniel:
—¿Te importaría si grabo todas tus pláticas?
—No —Me respondió Daniel extrañado— ¿Y para que
las quieres?
—Para mi experimento.
De esa manera grabé durante varias horas las pláticas que
sostuve con Daniel.
A veces conversábamos fuera de las grabaciones. Tal parecía que a Daniel nunca se le terminaban los temas.
Una mañana me dijo el doctor Mendizábal:
—La próxima semana daré el alta a Daniel.
Al escucharlo me sentí apesadumbrado. Había llegado a
estimar a Daniel y sabía que cada uno debíamos rehacer
nuestras vidas. El experimento había funcionado para mí. Ya
sabía lo que tenía que hacer con respecto a la propuesta de
divorcio por parte de mi esposa.
634
J.David Villalobos
Lo aprendí de Jaime el amigo homosexual de Daniel.
“Yo soy yo, tú eres tú. No estoy en este mundo para hacer
lo que tú digas, ni estás en este mundo para hacer lo que yo
diga. Tú haces lo tuyo, yo hago lo mío. Si acaso coincidimos,
que bonito. ¿Si no? ¡Qué lástima!
Fui a ver a Daniel por última vez, al verme llegar con paso lento me preguntó sonriendo:
—¿Y esa cara? ¿Qué te pasó?
Me reí de su buen humor y le dije:
—¿Sabes que mañana te vas del hospital?
Daniel se quedó muy serio, no sabía a dónde ir.
Su esposa nunca logró visitarlo en esos seis meses que
permaneció encerrado.
—¿No te alegra?—. Le pregunté.
—Sí, pero no sé que voy hacer. No tengo trabajo y no sé
si mi esposa me abandonó.
—No te abandonó —Le dije— Ella vino cada semana a
visitarte, pero debido a tu terapia y a tu recuperación, no se
le permitió verte. El doctor Mendizábal le llamó ayer para
avisarle que sales mañana. Ella y tu trabajo del “Bali-Hai” te
están esperando.
Daniel me miró y no pudo contener el llanto.
Nos abrazamos como si nos hubiéramos conocido de toda
la vida.
—Te veré en el “Bali-Hai”—. Le dije.
Abandoné ese día el hospital fray Bernardino Álvarez y al
día siguiente lo hizo Daniel.
Eran las once de la mañana cuando Daniel salió del hospital. Afuera se encontraban esperándolo Michelle su esposa, y
sus dos hijas. No hubo palabras. Se abrazaron y lloraron jun635
Un Paso muy Difícil
tos. La pesadilla había quedado atrás.
Al mes fui a visitarlo al restaurante donde trabajaba. Lo vi
feliz y era otra persona distinta, ya no usaba la barba ni el
bigote. No podía reconocerlo debido al elegante traje color
azul marino que llevaba puesto. Daniel se encontraba tocando con la vista fija en las teclas del piano.
Me acerqué y le dije:
—¿Serías tan amable de tocar la canción “alma corazón y
vida”?
Daniel levantó la vista de las teclas y dejó de tocar para
abrazarme.
El abrazo fue sincero y lleno de efusividad.
—¡Doctor!—. Fue lo único que se le ocurrió decirme.
Conversamos sobre nuestras vidas y percibí que algo le
preocupaba a Daniel.
—¿Te ocurre algo?—. Le pregunté.
—Sí. Estoy asistiendo a las terapias de Alcohólicos Anónimos y eso le molesta a mi esposa. No sé qué hacer y no
quiero volver a beber ni a drogarme. Ella no entiende que
A.A. me está salvando la vida. Me dice que ya estoy curado
desde que salí del hospital. Pero le digo que no, que solamente se detuvo la ansiedad por consumir, y que cualquier
problema que llegue a alterar mis emociones como, la ira o
los resentimientos, se desatará otra vez la necesidad de recurrir a la droga para calmar esas emociones. Me siento desesperado y a veces discutimos.
—Ella necesita también terapia. Fue lo mismo que me
ocurrió a mí.
Daniel me miró con extrañeza y me preguntó:
—¿Estuviste en Alcohólicos Anónimos?
—Sí, asistí dos años pero necesitaba otro tipo de ayuda.
Tal es el porqué me encontraste en el hospital con Mendizá636
J.David Villalobos
bal.
—¿Pero eres psicólogo verdad?
—No te puedo seguir mintiendo. No lo soy.
—Pero si tú me ayudaste a salir del hospital.
—No fui yo. Fue tu tenacidad y el amor por la vida lo que
te hizo salir adelante. Tú solo te ayudaste a ti mismo.
—Sí, pero tú me escuchaste.
—Tienes razón, eso fue lo único que hice. Escucharte. Lo
demás lo hiciste tú solo. Nunca me hubiera imaginado escuchar las cosas más terribles que le hubieran sucedido a un ser
humano. Y te sucedió a ti y me ayudaste a mí a aceptar muchas de las cosas que no puedo cambiar de mi esposa. Ella,
como la tuya; nunca van a cambiar. Viven atrapadas de nuestro pasado. No ven las cosas buenas que tienes hoy, sino los
errores cometidos ayer. El pasado tuyo y el mío, las tienen
atrapadas en el presente. No son capaces de reconocerlo debido a la burbuja irrompible del orgullo, en la que se encuentran encerradas.
—¿Cómo es que sabes tanto y dices que no eres psicólogo?—. Me preguntó.
—El convivir con una persona enferma, y que jamás va a
entender un problema de adicción o de depresión, te hacer
ser un maestro en el conocimiento de las enfermedades emocionales.
Si para nosotros es una depresión, para ellas es un berrinche o una “muina”. Hace años no se escuchaba hablar del
colesterol, pero ya existía. La gente sufría de infartos o paros
cardiacos, sin saber que la causa era el alto contenido de colesterol en la sangre. Cuando se descubrió que el causante
era el colesterol, la gente dijo “Ya no saben que nombres
inventar”. Se les explicó con lujo de detalles todo lo referente a la enfermedad y ni aun así lo comprendieron. Es lo mis637
Un Paso muy Difícil
mo con las adicciones, le siguen llamando “vicio” sin saber
que la depresión, la frustración, la agresión y la ansiedad,
son parte de las enfermedades emocionales del ser humano y
necesitan ser tratadas. No es un vicio, ni una “muina” o un
berrinche, o un mal momento de ira acumulada. Son enfermedades emocionales que siempre han estado ahí, y que han
sido revividas debido al consumo de sustancias tóxicas y de
las drogas.
Continué con mi exposición:
—Las esposas se sienten desplazadas por A.A., e inconscientemente están resentidas con la agrupación, debido a que
ellos pudieron hacer más por nosotros, que ellas con todo el
amor y la comprensión que fueron capaces de darnos. No
comprenden por ejemplo, que si yo tuviera una uña enterrada
y me la sacaran, de nuevo volvería a salir enterrada. Y por
más que me la llegaran a sacar diez veces, seguiría saliendo
enterrada. Hasta que me encontrara contigo y me dijeras
“No vayas a que te las saquen, ve con un pedicurista para
que te las recorten” Tú has vivido el mismo problema que
yo, y has encontrado una solución. De modo que tú me ayudaste, pero yo tuve que aceptar ir al pedicurista para que
crezca sin problemas. Hay que darle tratamiento al problema
de la uña. Así mismo, debemos darle el tratamiento adecuado a nuestra enfermedad para evitar que se vaya torcida y
dañe a todo el pie, en este caso a la familia.
—¿Qué hago?
—No dejes tu recuperación—. Le recomendé.
En ese momento se acercó un trío musical ofreciéndonos
sus servicios.
—¿Alguna “cancioncita” caballeros?
—Sí —Dijo Daniel— Canten para mi amigo una canción.
—Con todo gusto.
638
J.David Villalobos
—Cuando un amigo se va de Alberto Cortez—. Les dijo
Daniel.
Las cuerdas de la guitarra iniciaron la canción, y se dejó
escuchar la voz de uno de ellos.
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío
que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido
que no se puede apagar, ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va, una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar, donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va, se detienen los caminos
y se empieza a revelar, el duende manso del vino.
Cuando un amigo se va, queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar, con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar, porque el viento lo ha vencido.
Más tarde nos despedimos con un abrazo, sin saber que
esa sería la última vez que nos veríamos.
Yo no pude evitar que una silenciosa lágrima rodara por
mi mejilla.
639
Un Paso muy Difícil
UN PASO MUY DIFICIL
Me encontraba sentado frente a mi computadora, navegando por internet y recordé a mi amigo Daniel Valverde.
No tenía noticias de él desde hacía más de catorce años. Se
me ocurrió buscarlo, gracias a la tecnología moderna; a
través de Google para ver si encontraba alguna descripción
de él.
Aparecieron una gran cantidad de nombres, incluso algunos relacionados con algunas manifestaciones demoniacas.
Traté de buscarlo a través de las redes sociales como el
Face Book, utilizando su segundo apellido y logré encontrarlo. Como en su página no tenía una foto de él sino de un piano, le envié un mensaje en clave:
—¿Eres Daniel Valverde Luna al que le gusta la canción
“alma, corazón y vida”?
Transcurrieron varios días antes de que me respondiera.
—Sí, soy yo. ¿Eres tu David Villalobos?
Sentí una alegría enorme al tener noticias de él.
Intercambiamos nuestros números telefónicos y pudimos
charlar cada noche, después de que regresábamos de nuestros respectivos trabajos a casa.
—¡David! ¿Qué te has hecho? ¿En donde estas? ¿Cómo te
va?
Esas y más preguntas tenía Daniel para mí.
—Vivo en Puerto Vallarta. ¿Y tú?
—Sigo viviendo en Ixtapa desde entonces.
—¿Sigues casado con Michelle?—. Le pregunté.
—¿Es pregunta personal o parte de tu experimento?
—Es personal, el experimento ya terminó—. Le dije.
—Te diré que ya no. Somos grandes amigos, pero se
640
J.David Villalobos
terminó el amor de ella hacia mí. Yo todavía la amo. No pude rehacer mi vida, pero me encuentro en paz.
—Me da gusto escucharte.
—Yo más feliz de escucharte. ¿Y tú, sigues casado?—.
Me preguntó.
—Esa pregunta te la responderé cuando me digas que has
hecho en todos estos años que no he sabido de ti.
—¿Tienes todavía tu grabadora?—. Me preguntó y soltó
una carcajada.
—No la tengo ya conmigo —Le dije riendo— Ya no se
usan.
Daniel me narraba cada noche, parte de la historia de su
vida que se había perdido en esos catorce años.
Volvimos a retomar la charla pero ahora por teléfono.
—¿Recuerdas cuando nos despedimos por última vez en
el restaurante “Bali-Hai”?—. Me preguntó.
—Si. ¿Cómo no lo voy a recordar? Si me hiciste llorar
con la canción que me dedicaste.
—Pues deja que te cuente lo que ocurrió desde entonces.
Había transcurrido más de un mes de trabajar en el "BaliHai” cuando sonó el timbre del teléfono de mi casa.
—¿Daniel Valverde?
—Sí. ¿Quién habla?—. Pregunté.
—Habla Manuel Hernández desde Ixtapa Zihuatanejo.
—¡Manuelito! Que gusto saber de ti.
—Igualmente. ¿Podrías venir a trabajar por una temporada al hotel Krystal?—. Me preguntó el gerente del restaurante “Bogart’s”.
—¡Claro! ¿Cuándo empiezo?
—El día primero de Diciembre.
—¡Cuenta conmigo!
No podía ocultar mi alegría la cual quise compartir con mi
641
Un Paso muy Difícil
esposa.
—¡Michelle! Me ofrecieron trabajo en Ixtapa.
—¡Que poca! —Me dijo muy seria— No puedes ocultar
la alegría por deshacerte de mí.
—¡No amor! Es para poder pagar las deudas que tenemos.
—No es verdad. Ya estás harto de mí.
Me sentí triste por su forma de pensar, y ya no quise discutir con ella.
A las pocas semanas, abordaba el autobús que me llevaría
a Ixtapa Zihuatanejo, dejando a mis dos hijas pequeñas y a
mi esposa.
A la primera semana le envié todo mi sueldo a Michelle,
dejando solo una pequeña cantidad de dinero para mí, y así
poder comprar tarjetas “Ladatel”, para estar en comunicación
con ella constantemente.
Al mes de estar en Ixtapa, mi esposa fue a visitarme.
Te juro que me dio tanto gusto de verla que me desvivía
por ella.
Me encontraba tan feliz de verla.
—Mi vida que gusto verte—. Le dije abrazándola.
Ella se dejó abrazar sin muchas muestras de afecto.
—Que bueno que viniste tenía tantas ganas de verte—. Le
dije.
—Yo vine a descansar y a asolearme—. Me dijo.
Permanecí siempre a su lado mientras ella se asoleaba o
nadaba en la alberca. Nunca hubo comentario alguno respecto a nuestra situación matrimonial. Nada había cambiado.
Seguía siendo fría e indiferente conmigo.
La tristeza me invadió y la depresión volvió a acosarme.
Pensé en un “pase” de cocaína. Vi a mi esposa durmiendo
en la playa bajo los rayos del sol, e hice una comparación de
todas las cosas que había logrado hasta ese día, con lo que
642
J.David Villalobos
había perdido antes de ingresar al hospital.
Mi esposa despertó y me preguntó:
—¿Qué hora es?
—Las cuatro. ¿Podemos hablar?—. Le pregunté.
—Tengo hambre—. Fue lo único que le importó más.
Comimos en silencio sin dirigirnos la palabra.
Ella comía y miraba hacia la playa como si yo no existiera. Esa noche fue como todas las anteriores. Una relación
sexual más, para salir del compromiso.
Al día siguiente antes de despedirse me dijo:
—¡Ah! Olvidé decirte que tengo dos meses de retraso.
—¿Estás embarazada?—. Le pregunté emocionado.
—Creo que sí—. Me dijo sin mucha ilusión.
No me alegró la forma como lo había tomado ella, pero ya
no quise decir nada. Después la acompañé al aeropuerto y se
despidió de mí, dejándome con una severa depresión. Me
dirigí al departamento de recursos humanos para pedir información sobre alguna clínica o médico, para que me pudiera recetar algún medicamento. Conocí a la asistente del gerente. Al verla no pude evitar mirarla por espacio de algunos
segundos antes de responderle.
—¿Se le ofrece algo?
No podía escucharla. Me quedé mirando sus verdes ojos.
Su piel tan blanca y el cabello castaño claro. Miré los dedos
de sus manos largos y sus uñas bien cuidadas.
—¿Señor?—. La escuché decir.
—Si señorita….. —Hice una pausa para poder leer su
nombre— Azucena.
Alcancé a leer su nombre en el pequeño gafete que traía
puesto.
—¿Podría recomendarme usted algún médico?
—El hotel tiene un médico y su consultorio está a una
643
Un Paso muy Difícil
cuadra, en la plaza comercial—. Me dijo.
—¿Puede usted recomendarme con él?
—¿Quién es usted?
—Soy el nuevo pianista—. Le dije.
Hasta ese momento Azucena se quedó mirándome fijamente. Ella no había tenido la oportunidad de tratar a un pianista.
Más tarde acudí al médico del hotel y me recomendó un
tratamiento para la depresión.
Al pasar los días, Azucena y yo nos encontramos por las
instalaciones del hotel.
—¿Qué hace tan tarde?—. Le pregunté cierta noche.
—Me tocó hacer la guardia—. Me respondió.
—¿Y hasta que hora?
—Hasta las once. Nada más que ya me muero de hambre.
—¿No puede cenar algo?
—Hasta que llegue a mi casa.
Me despedí de ella, y más tarde regresé a buscarla de
nuevo para entregarle un papel de aluminio en donde había
puesto varios panecillos rellenos de queso Filadelfia, del
restaurante.
—¡Susy!—. Le grité con mucha familiaridad al verla.
Ella volteó a verme y corrí hacia ella.
—¡Tenga para su hambre!—. Le dije entregándole la envoltura.
Azucena se ruborizó y no pudo dejar de reír de mi ocurrencia. Me deleité mirándola sonreír.
—Que linda sonrisa tienes—. Le dije.
Ese fue el inicio de varios encuentros furtivos que tuvimos.
Un día me atreví a llevarle un obsequio a su oficina por
ser el día de la amistad. Le había elaborado una silla con los
644
J.David Villalobos
restos del tapón de una botella de champaña.
Azucena quedó fascinada con el detalle.
A temprana hora de la noche salimos a tomar unas copas al bar “Señor frogs”.
—¿Qué gustan tomar?—. Preguntó el mesero.
—¿Qué tomas Susy?—. Le pregunté.
—Yo un whisky.
—Que sean dos y una Coca-Cola—. Pedí al mesero.
El mesero trajo las bebidas y yo bebí la Coca-Cola.
Al ver que no bebía el whisky, Azucena me preguntó:
—¿Por qué no te tomas la copa?
—No bebo Azucena. Ya me retiré de la bebida.
—¿Por qué?
—Soy un alcohólico y no puedo controlar mis tragos.
—Entonces. ¿Para qué pediste uno?
—A los meseros les preocupa su propina. —Le dije— Si
pido solamente una coca, van a creer que somos malos clientes y nos van a dar un mal servicio.
—¿Y qué vas hacer con ella?
—Cuando nos vayamos, la tiro en esa maceta—. Le dije
señalando una jardinera.
—No es necesario. Yo me la puedo tomar después.
Azucena se tomó el suyo e hizo un comentario.
—Que lástima que te hayas bebido todo el vino, y no
puedas beber una copa conmigo.
Sentí en ese momento un deseo intenso de brindar con
ella aunque fuera solo un trago. Quería complacerla y llegué
a pensar que no pasaría nada si me bebía tan solo uno.
Pero nada me hizo cambiar de opinión y bebí de mi refresco.
Más tarde salimos antes de que se pusiera el ambiente
del bar más pesado, y la acompañé hasta su casa en un taxi,
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Un Paso muy Difícil
hasta el pueblo de Zihuatanejo.
—¿Gustas un café?—. Me preguntó Azucena.
—No quiero molestar a tus padres—. Le dije.
—No los molestas. No están.
—¿En donde andan?
—Viven en Acapulco—. Me dijo ella.
—¿Vives sola?
—Con mi hermana, pero fue a visitarlos a Acapulco.
Entré a su pequeño apartamento y disfruté realmente de la
sencillez del lugar, y de una exquisita taza de café.
—¿Te gusta jugar cartas?—. Me preguntó.
—Si no es muy noche para ti, podemos jugar.
—Yo nunca me acuesto temprano—. Me dijo ella.
Más tarde me despedí de ella.
—Ya me tengo que ir—. Le dije.
Ella se rio y me dijo:
—No hay manera de que te vayas a esta hora.
—¿Por qué?
—Ya no hay camiones—. Y antes de que pudiera yo decir
algo, me dijo:
—Quédate a dormir en la recámara de mi hermana Alejandra, y mañana nos vamos juntos.
Acepté y nos despedimos.
—Buenas Noches Susy —Le dije— y muchas gracias.
—Gracias a ti por acompañarme esta noche.
Me dirigí a la recámara de su hermana, y Azucena a la
suya.
Antes de acostarme me tomé el medicamento para la depresión y me quedé profundamente dormido.
Al amanecer me despertaron unos ruidos en la cocina.
Miré el reloj y marcaba las once de la mañana. Me vestí y al
salir me encontré con una señora que hacía la limpieza.
646
J.David Villalobos
—Buenos días. ¿Y Susy?
—Ya se fue a trabajar.
—¿A qué hora?
—¡Ay joven! La señorita Susy sale desde las ocho de la
mañana.
Me di cuenta inmediatamente, que esa señora era la encargada de mantener limpio el pequeño apartamento.
—¿Quiere desayunar?
—No gracias, ya me voy.
—Me dijo la señorita que le preparara el desayuno
—Muchas gracias pero no—. Le dije despidiéndome de
ella.
Más tarde la veía en su oficina.
—¿Por qué no me despertaste?
—Si lo hice, pero estabas muy dormido.
—¿Quién es la señora?
—¿Te despertó? Le dije que no hiciera ruido para no despertarte.
—No. Está bien ¿Quién es ella?—. Volví a preguntar.
—Es Conchita la señora que hace la limpieza.
Al día siguiente después de mi trabajo, me dirigí al apartamento de Azucena. Ella me esperaba con un vestido negro
escotado y zapatos de tacón alto también negros. Tenía el
cabello suelto y estaba ligeramente maquillada. Me esperaba
con la cafetera lista y las cartas para jugar.
La tenue luz de las lámparas y la música suavemente que
se dejaba escuchar, eran el momento propicio para una noche
romántica.
Comenzamos a jugar y me acerqué a ella y la besé suavemente como si fuera su primera vez. Ella correspondió al
beso y nos dejamos arrastrar por la pasión que nos consumía.
Poco a poco le fui deslizando el vestido por los hombros
647
Un Paso muy Difícil
hasta quedar solamente con el sostén.
Sin pensarlo, la levanté entre mis brazos y sin dejar de
besarla, la llevé en vilo hasta su recámara.
—¡Daniel! —Me dijo mirándome a los ojos— Es mi
primera vez.
Al escuchar eso, la traté con delicadeza y con amor. Nunca me había imaginado que ella a sus veintisiete años, aún se
conservara virgen.
Esa noche fue inolvidable para los dos.
Mi esposa había regresado de nuevo de visita casi después
de un mes.
—¿Cómo están las niñas?—. Le pregunté.
—Bien y este bebé también—. Me dijo tocándose el vientre.
—Las hubieras traído para verlas.
—No, el viaje es muy pesado para ellas.
Michelle colocó la toalla sobre la arena y se acostó de
lado y se quedó dormida. A mí ya no me preocupó su actitud. Tenía a alguien más conmigo y con quien ya me había
mudado a su casa en Zihuatanejo.
Mi esposa solamente permaneció dos días conmigo, puesto que tenía que regresar al despacho de abogados en donde
ella trabajaba.
Para mí fue un sufrimiento estar esos días lejos de Azucena.
Al cabo de seis meses y después de haber finalizado mi
contrato, tuve que regresar a la ciudad de México. No sin
antes prometerle a Azucena que regresaría.
Ella me dijo:
—No te voy a esperar, pero si regresas me encontrarás.
—No digas eso. ¡Por favor prométeme que me esperarás!
—Está bien. Pero no me des falsas esperanzas.
648
J.David Villalobos
—No. Yo regresaré pronto.
Permanecí en casa hasta que nació mi otra niña.
Mi hijo había regresado a causa de un problema con la
abuela. Mi madre escuchó la conversación que sostuvo él
con su novia. Ella era algo mayor que mi hijo.
—Daniel escucha bien lo que te voy a decir. Estoy embarazada y no me voy a casar contigo. Eres un mocoso de dieciséis años y no sabe de responsabilidades. Así que me ofreció matrimonio un hombre mayor que yo, y se hará cargo del
bebé.
—Si está bien.
—No, no está bien. Quiero que se te quede bien grabado
en la cabeza, de que nunca verás a este hijo tuyo. Este hijo
va a ser del hombre con quien me casaré. No me busques ni
lo intentes. ¿Quedó claro?
—Si no te preocupes.
Mi madre había escuchado todo y fue a la casa de la muchacha a hablar con el padre de ella.
—¡Óigame usted! Mi nieto no se va a casar con su hija.
Es menor de edad.
—¿De qué habla señora?
—Su hija está embarazada de mi nieto y la voy a demandar por haberse acostado con mi nieto. Ella tiene veintidós
años y es mayor que mi nieto.
El padre de la muchacha, enfurecido le dijo a mi madre:
—¡Dígale a su nieto que en cuanto lo vea por la calle ¡Lo
mato!
Mi madre se dio inmediatamente cuenta de que había dado un paso muy difícil y había metido la pata.
Le avisó a mi hijo para que se regresara conmigo.
Así fue como regresó y le fue cómodo a mi esposa, debido a que mi hijo fue quien cuidó a María, mi hija la más pe649
Un Paso muy Difícil
queña.
El carácter de mi esposa se había vuelto agrio e insoportable. El recuerdo de Azucena me mantenía con vida y
no me importaba la actitud que tenía mi esposa, al contrario;
estaba esperando cualquier oportunidad para regresarme a
Ixtapa. ¡Y lo hice!
La desesperación hizo presa de mí, y un domingo por la
tarde compré el boleto de avión.
Me despedí de mi esposa diciéndole que iba a buscar
otro trabajo en Ixtapa, debido a que en donde había entrado
a trabajar, el sueldo era muy bajo. Michelle se enfureció
conmigo, pero no logró hacer que me quedara.
Al llegar al aeropuerto de Ixtapa me estaba esperando
Azucena. Esa noche fue para nosotros como si hubiera sido
la primera vez.
Permanecí seis meses más en Ixtapa trabajando en hoteles y restaurantes para poder sobrevivir. Me olvidé de todo,
incluso de mi pequeña hija que acababa de nacer.
Un día Azucena me dijo:
—Me ofrecen trabajo en Can-Cún. ¿Te vas conmigo?
Me quedé pensativo. El lugar estaba demasiado retirado,
como para poder ver a mis hijas constantemente. Aún así
acepté.
Le llamé a mi esposa y le dije:
—Michelle, me voy a Can-Cún a ganar más dinero. Te
llamo desde allá.
—¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que te vuelva a
ver?—. Me preguntó con verdadera tristeza.
Me daba cuenta de que solo estando lejos, podía alimentar el amor de ella por mí. Éramos una pareja que no podíamos estar juntos más de veinticuatro horas.
Ya teníamos seis meses sin vernos. Sentí una profun650
J.David Villalobos
da tristeza y estuve a punto de arrepentirme.
Yo la amaba de verdad, pero no soportaba su indiferencia.
—Yo te llamo después—. Fue lo único que acerté a decir.
Una semana después, Azucena y yo volábamos a CanCún.
En los ocho meses que permanecí en Can-Cún, me entregué a la ardua tarea de unirme a un grupo de Alcohólicos
Anónimos. También comencé a producir mi primer casete
con mi propia música grabada.
Le robaba horas a mi sueño para poder terminar mi proyecto musical.
Una noche Azucena se paró detrás de mí. Se había acercado lentamente que no pude sentirla, y me gritó:
—¡No puedo dormir si no estás en la cama conmigo!
Me encontraba tan concentrado escribiendo mi música,
que di un salto en la silla al escucharla.
Apagué todo y me fui como un niño regañado a la cama
con ella.
Me dediqué a ver la televisión sin verla. Azucena daba
vueltas sobre la cama, estaba inquieta y furiosa. Mi mente
vagaba pensando en los acordes musicales y en la orquesta
que iba a acompañarme en la grabación. Imaginaba las trompetas en una de mis selecciones musicales. Por otro lado
imaginaba los violines y el ritmo de la batería. No dejaba de
pensar en mi producción. Pero no podía levantarme de la
cama.
Azucena y yo tuvimos una mala noche, y no pudimos
dormir.
A la mañana siguiente en cuanto ella se fue al trabajo, yo
me dirigí al teclado que había comprado, y volví a mi trabajo. Me olvidé de desayunar, de lavar los platos sucios de la
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Un Paso muy Difícil
cena anterior, de preparar la comida.
Cuando vi el reloj, eran las dos de la tarde.
Me alisté para asistir al grupo de Alcohólicos Anónimos.
Regresé poco después de las cuatro de la tarde, para darme
un baño y prepararme para dirigirme a mi trabajo.
Al salir de mi trabajo, mi mente estaba en la producción
de mi primer disco.
Llegué a la casa y encontré a Azucena sonriendo con la
cafetera lista y las cartas para jugar. Tenía miedo de hacerla
enojar, de modo que me puse a jugar con ella y a tomar café.
Esperaba que se durmiera pronto para irme al teclado.
Ella se acostó desnuda y mi mente vagaba pensando en la
orquesta, y en que ya estaban casi listas las partituras para
que me acompañara la orquesta.
—¿No me vas a tocar?—. Me preguntó interrumpiendo
mis pensamientos musicales.
—Si amor—. Le dije sin muchos ánimos.
Le hice el amor esperando a que cayera rendida y así poder levantarme más tarde, para terminar mi producción musical.
Una vez que se quedó dormida, me levanté de la cama
muy despacio, me coloqué los audífonos para no hacer ruido
y comencé a trabajar.
Eran las tres de la mañana, y no alcancé a escuchar a
Azucena cuando se acercó a mí, debido a que tenía los audífonos puestos. Mi sensibilidad musical la tenía completamente despierta en ese preciso momento, quería lograr captar
hasta el más mínimo matiz musical.
De pronto escuché un grito:
—¿No te vas a venir a dormir?
Nuevamente me hizo saltar en la silla al escucharla. Esta
vez estaba más furiosa.
652
J.David Villalobos
Volteé a verla y ella me preguntó:
—¿Podemos hablar?
Nos fuimos a la cama y me hizo saber todo lo que le molestaba de mí.
—Me molesta que se te olviden las cosas. No lavas los
platos como habíamos quedado. Yo haría la comida y tú lavarías la loza. Te la pasas todo el tiempo en tus dichosas
juntas, yo no sé para qué vas si ya no bebes. Además te desvelas dejándome sola en la cama. No sé para qué quieres un
casete si nadie te lo va a comprar. No eres famoso ni nadie te
conoce aquí.
Tuve que escucharla por más de dos horas.
Eran las seis de la mañana cuando sentí que me invadía el
sueño, pero era a causa de la depresión.
Ella ya no se pudo dormir y se preparó para dirigirse a su
trabajo.
Antes de salir me despertó y me dijo:
—Al rato cuando te levantes, quiero que desocupes ese
lugar porque voy a traer un estéreo y lo voy a poner ahí.
Se subió a su coche que ya había comprado y se fue de
mal humor. Tuve miedo de hacerla enojar y desconecté todos
mis aparatos. Me olvidé de mi producción musical y de crear
un casete con mi música.
Limpié la casa para agradarle a ella. Tendí la cama y le
preparé la comida. Había comprado filetes de pescado con
papas a la francesa y además le preparé el café.
Le llamé a su trabajo para preguntarle si iba a regresar a
comer, y me dijo:
—No tengo ganas de ir, me quedaré a comer en el hotel.
—¿Qué tienes?—. Me atreví a preguntar.
—Estoy de mal humor. Te veo en la noche ¿Si?—. Y
colgó.
653
Un Paso muy Difícil
Me comí todo el pescado y las papas, después tiré al fregadero la cafetera llena de café, y me puse a ver la televisión
hasta que llegó la hora de irme a mi trabajo.
Mi vida con Azucena era un desastre. Lo peor de todo es
que sufría de disfunción eréctil con ella, debido al miedo que
le tenía. Aprendí que cuando un hombre le teme a su mujer
no funciona sexualmente.
Esa noche encaré a Azucena.
—Lo mismo que me sucede contigo, me sucedió con mi
esposa. A ella no le gustaba que estudiara en casa, ni que
escribiera música, tampoco que fuera al grupo de A.A., le
molestaban las mismas cosas que a ti te molestan. Si las cosas siguen así, prefiero estar con ella y así estar cerca de mis
hijas.
Ella sin ningún reparo me dijo:
—Pues ¿Qué esperas para regresarte con ella?
—Me regreso—. Le dije.
—¿Cuándo te vas?
—Dame un mes para empacar e irme.
—Concedido—. Me dijo ella.
Había dado un paso muy difícil y regresaba a casa.
Al mes ya estaba de vuelta y mi hija pequeña en cuanto
me vio, me abrazó y nunca jamás pude separarme de mi familia. Al regresar cometí un error muy grande. Me di cuenta
de que a quien amaba, era a Azucena. Vi a mi esposa que
estaba feliz por mi regreso, pero sabía que era momentánea
su felicidad.
También cometí otro error, le conté la verdad a mi esposa
sobre Azucena. No sé cómo no me abandonó.
Me dediqué de lleno a mi familia y a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Mi esposa por fin había comprendido
que eran muy importantes para mí, las actividades de Al654
J.David Villalobos
cohólicos Anónimos.
Permanecí un año en la ciudad de México cuando me llamaron de nuevo del hotel “Krystal” en Ixtapa.
Me ofrecieron buen sueldo y un contrato por un año.
Le pregunté a mi esposa si estaba de acuerdo en empezar
una nueva vida lejos, en otra ciudad pero juntos. Ella aceptó
y nos mudamos toda la familia a Ixtapa. Me prometí a mi
mismo nunca más volver a hacer sufrir a mi esposa ni a ninguna otra mujer.
Llegamos al departamento que el gerente del hotel me
rentó, por los cinco años que duramos viviendo ahí. Mi esposa encontró trabajo inmediatamente y creímos que todo iba a
ser diferente, pero nada cambió.
Los problemas nunca se quedaron en la ciudad de México. Los problemas los trajimos con nosotros.
Mi hijo se casó y se fue a vivir a otra ciudad con su esposa.
A los dos años se habló de un divorcio. Me sentí deprimido y agobiado. Ya nada podía salvar nuestra relación.
Me sentí tan desesperado que quise fugarme en las drogas. Pero apareció una droga mayor.
Conocí en mi trabajo a una mesera llamada Martina.
Nos hicimos amantes inmediatamente y esa relación duró
cinco años. Ella fue la fuga a mi soledad, a mi incomprensión, al hastío, a la necesidad de beber. Con ella me bebí
todo el alcohol disfrazado de lujuria y pasión. Lo hicimos en
un hotel, en su casa, en mi casa, en su cama, en mi cama
cuando mi esposa se iba de viaje. Lo hicimos detrás del edificio, en el coche, en las escaleras de su casa.
Nos habíamos vuelto tan descarados que todo mundo lo
sabía. Menos su esposo y mi esposa. Pero no me preocupaba
que mi esposa lo supiera. Ella me había orillado a hacerlo.
655
Un Paso muy Difícil
La situación económica se puso muy grave debido a la
crisis económica que agobiaba a todo el país, durante el gobierno de Vicente Fox, así que no tuve otra opción que partir
hacia Estados Unidos.
Mi esposa lloró y me abrazó con tanto amor y me preguntó:
—¡Te vas a cuidar! ¿Verdad?
—Si amor—. Le dije abrazándola fuertemente.
—¿No te vas a olvidar de mi?
—No, nunca. Te lo prometo.
—¿Vas a regresar por mi?
—Si amor. No tienes nada que temer.
Le tomé la cara y le dije mirándole sus ojos llorosos.
—Yo solamente voy a trabajar, no voy a buscar novia. Ni
me voy porque estoy harto de ti. Tampoco me voy por huir
de nosotros. Te amo y te amaré por siempre. No tengas miedo de perderme porque nunca me perderás.
—¿Me lo juras?—. Me preguntó llorando.
—Te lo juro por nuestras hijas—. Le dije convencido de
lo que iba a hacer.
Daría un paso muy difícil que superaría todas las duras
pruebas.
Abordé un autobús con dirección a Guadalajara, de ahí
abordé otro a Zacatecas. Después otro a Saltillo y por último
otro con dirección a Monclova en donde vivía mi media
hermana Lolita con sus hijos.
Dormí esa noche en su casa, para al día siguiente abordar
un autobús que me llevaría a Nuevo Laredo y de ahí abordar
otro que me llevaría a mi destino final, San Antonio Texas.
Llegué a vivir a casa de mi sobrino y trabajé con él en la
construcción, percibiendo una ínfima cantidad entre 200 a
300 dólares por semana.
656
J.David Villalobos
Al poco tiempo aprendí a hacer el trabajo y me independicé. Todo lo que ganaba se lo enviaba a mi esposa. A veces
no gastaba dinero en comidas para enviarle lo más que pudiera. Trabajaba hasta muy avanzada la tarde, y me quedaba
solo en los barrios donde iba a trabajar.
Buscaba dentro de las casas en construcción, algo de alimento. A veces encontraba una manzana mordida o un taco
olvidado o dejado voluntariamente. Un día tuve la suerte de
encontrar medio pollo rostizado dentro de su caja. Fue un
banquete esa noche.
Al cabo de dos años ya me habían contactado otras empresas y por fin, pude percibir buen salario. Logré comprar
mi camioneta de carga y enviar una buena suma de dinero.
En ese trabajo conocí a Martha, una señora de Cuernavaca
México muy hermosa. Era rubia natural de ojos verdes. Estaba casada con el director de un periódico y se dedicaba a
vender comida para los trabajadores.
Visitaba en su camioneta todos los barrios en construcción. Nos hicimos amigos y un día me propuso algo:
—Lo voy a ayudar a obtener la residencia.
—¿Cómo?—. Le pregunté.
—Casándose conmigo. Pero tiene que divorciarse de su
esposa en México, porque lo mandan a investigar.
El recuerdo y la promesa hecha a mi esposa me mantenían
firme. Nunca olvidaba su abrazo que me dio cuando le dije
que me iba al otro lado, ni sus lágrimas de tristeza al saber
que nos separábamos. Esas lágrimas me mantuvieron firme y
mantuvieron siempre la esperanza de volver a verla.
Le dije a Martha:
—No estoy buscando la residencia, solo vine por un
tiempo a trabajar y me regreso a México con mi esposa.
—Como quiera—. Me dijo molesta.
657
Un Paso muy Difícil
No volvió a dirigirme la palabra y les decía todos los trabajadores que yo la acosaba sexualmente. Nadie le creyó
porque lo que ella buscaba siempre, era un hombre diferente
y a todos les decía lo mismo.
Llegué a creer que estaba mal de su cabeza.
Mi permanencia en Estados Unidos fue de cinco años. Y
un día tuve que regresar.
Me había ido con un costal de esperanzas e ilusiones y regresaba cargado con esas mismas ilusiones y esperanzas.
Nunca le fui infiel a mi esposa y por primera vez había cumplido mi palabra. Todo fue gracias a la esperanza de volver a
estar juntos. Lo que vino después, me hizo llenarme de
rencor en contra de mi esposa.
El haber estado separado tanto tiempo de ella, la hizo ser
independiente y que no llegara a necesitarme. Yo era para la
familia, como un artículo que adorna la casa, era necesario
como el papá, pero no importante. Mis hijas dejaron de contar conmigo, y me relegaron a un segundo término. Para ellas
lo más importante era su madre que yo. Les alegró tenerme
de regreso, pero yo ya no entraba en sus temas de conversación, ni me hacían partícipe de ellas. Me sentí más solo que
cuando estaba realmente solo en San Antonio.
Intentaba acercarme a ellas y cuando les preguntaba algo,
me respondían secamente con un “sí, o un no, o a la mejor”.
Estaban tan ensimismadas en sus cosas, que tenía que volver
a preguntarles lo mismo.
Eso las desesperaba y me decían:
—¡Ay papá! Preguntas muchas veces lo mismo.
Lo hacía porque me respondían solamente por responder.
Estaban muy concentradas en sus computadoras, sus teléfonos celulares que no deseaban ser interrumpidas. No las culpo, la culpa fue mía por haberlas dejado tanto tiempo solas,
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J.David Villalobos
primero por mis adicciones y después por la búsqueda de la
seguridad económica.
Mi esposa no alimentaba en ellas el respeto, amor, comprensión hacia su padre. Ella no quería perder el monumento a su propio ego que ella misma se había erigido.
Su orgullo le decía que me las arreglara solo.
Si ella hubiera sido un poco más estricta con mis hijas o
hubiera alimentado en ellas el amor y tolerancia hacia mí,
hubiera podido lograr comunicarme con ellas.
Tampoco la culpo a ella, porque si ella no sentía el deseo
de ser tolerante y comprensiva conmigo, no podía inculcar
algo que no tenía. Para regalar algo positivo, se tiene que
vivirlo primeramente.
Llegué a un punto en donde ya no podía hablar ni preguntar. Así que para no alterar el bienestar de mi familia, me
refugié en el sueño y dormía durante horas seguidas. Prefería
sacrificar la hora de la comida, que mi sueño.
La depresión se agudizó, pero aprendí con el tiempo a vivir con ella.
Viví esos terribles momentos de depresión, pero mi esposa no me buscaba ni se me acercaba. Mi idea del suicidio
comenzó a crearse en mi mente. Nunca pensé en volver a
drogarme, prefería morir que volver a beber.
Comenzaron los reproches por parte de ella. Se volvió intolerante conmigo, perdió la paciencia y llegó a gritarme sin
motivo aparente. No me permitía tocar los alimentos y lo que
más me dolió fue lo que dijo:
—Si no hay dinero no hay sexo.
Le había enviado grandes sumas de dinero a la semana.
Fue tanto lo que le envié que ella no tuvo necesidad de trabajar. Ahora que no ganaba lo suficiente tenía que matarme en
mi propio país para poder cumplir sus caprichos y poder te659
Un Paso muy Difícil
ner sexo, ya no se diga hacer el amor.
Me llené de rencor y comencé la búsqueda de una relación amorosa.
Llegó por fin el amor. Se llamaba Pamela y tenía dieciocho años de edad. Era hermosa y tenía unos bellos ojos.
Venía de la ciudad de México y se encontraba como turista.
Se acercó a mí y me dijo:
—¿Sabes? No tengo amigos aquí y me gustaría que fueras
mi amigo.
Le di mi número de teléfono, y nos vimos para cenar. Al
día siguiente fui por ella a la casa de su tía, y nos fuimos a
desayunar. No pasó mucho tiempo para irnos a un hotel.
Nos besamos con pasión y la fui desnudando. Nos encontrábamos los dos con la ropa interior puesta. Me sentía
excitado y la subí encima de mí. Ella rozaba su pelvis contra
mi pene. De repente me dijo:
—¿Sabes? No quiero hacer el amor. Vamos a platicar.
Recordé lo que me había pasado con Josefina hacía años,
y no me volvería a pasar.
Así que le dije:
—Si no quieres hacer el amor, está bien pero entonces
vamos a vestirnos.
—¿Por qué?—. Me preguntó extrañada.
—No quiero que vayas a gritar que te quiero violar.
Ella se rio y dijo:
—¡Ay! No seas tan exagerado.
—No es exageración. Ya me ocurrió una vez.
Ella quería platicar conmigo sobre su vida y conocer la
mía. Permanecimos con nuestras únicas prendas conversando durante una hora.
Ella se había casado a los dieciséis años y se acababa de
divorciar. Lo raro de todo esto es que su marido le triplicaba
660
J.David Villalobos
la edad. Ella era hija de padres divorciados.
Le conté mi historia y se conmovió. Tuvimos una relación
sexual maravillosa. La repetimos varias veces hasta que ella
comenzó a jugar conmigo.
A Pamela le gustaba salir con hombres mayores que ella,
para vengarse de lo que su padre les había hecho a ella y a su
madre al haberse divorciado. Los enamoraba y los hacía sufrir. Yo estuve a punto de caer en el sufrimiento, pero no
pude evitar enamorarme de ella.
¿Quién no se iba a enamorar de esa chiquilla encantadora? Puse en la balanza las cualidades y virtudes de mi esposa
y las de ella. La balanza se inclinó obviamente hacia mi esposa. Decidí terminar por lo sano con Pamela, a pesar de ser
la chiquilla más adorable que había conocido.
Preferí continuar con el sufrimiento ya conocido con mi
esposa, que con el sufrimiento desconocido con Pamela.
Ella fue mi última relación sexual que tuve. No quise involucrarme nunca más con nadie.
En la búsqueda de mi felicidad, fui humillado y rechazado
infinidad de veces. Le ofrecí matrimonio a Sandra, una compañera de trabajo y me rechazó. Después intenté salir como
amigos con Prisma y no aceptó. Dejé correr el tiempo antes
de invitar a comer o a tomar un café con Nelly, pero tampoco aceptó.
No recuerdo a cuantas compañeras invité a compartir un
momento de grata compañía. Alguna de ellas llegó a decirme:
—No se confunda.
No tenía amigos, ni salía con nadie, no frecuentaba bares
o restaurantes. Me había convertido en un ermitaño y solo
deseaba estar cerca de mi esposa bajo el mismo techo, aunque no se acercara a mí para preguntarme algo.
661
Un Paso muy Difícil
Casi no contestaba el teléfono de la casa, debido a que
nadie me llamaba. Mi vida se fue escapando poco a poco.
Tuve que dar un paso muy difícil. Dejar a la familia.
Me estaba convirtiendo en mi propia madre. Ya comenzaba a tener problemas severos con mi hija María, la única
que vivía con nosotros, debido a que las dos mayores se
habían casado ya.
Estaba teniendo las actitudes egoístas de mi madre al pretender controlar a mi hija. No quería ver que ya estaba creciendo y que era tiempo de dejarla volar.
Debía dejar que la familia continuara su vida sin mi presencia. Mis hijos habían crecido sin darme cuenta. Ya solo
quedábamos mi esposa y yo aunque no jóvenes, pero sí con
todas nuestras facultades físicas para seguir amándonos.
Pero ella se resistió a tratar de ser feliz conmigo. Era más
feliz sin mí, y yo la amaba tanto que no quise destruir esa
felicidad de la que gozaba cuando yo no estaba presente.
Se le terminó el amor.
Un día hice las maletas y me retiré a un pueblo en donde
aprendí a disfrutar de la vida libre y sin cadenas. La forma
para poder disfrutarla fue dar el paso más difícil que tuve
que dar.
Tuve que perdonar a mi madre y a mi padre por la forma
tan cruel y despiadada que tuvieron para conmigo en la infancia.
Perdonar a Josefina por acusarme de violación.
Perdonar al sistema judicial que me condenó a un encierro
en donde conocí el infierno.
Perdonar a mi primera esposa, por haber sido mujer de mi
padre.
Perdonar a mis amigos que se olvidaron de mí.
Perdonar a mis hijos que tuvieron que irse de mi lado, sin
662
J.David Villalobos
haber comprendido la necesidad que tenía de escuchar sus
experiencias de la vida.
Perdonar a mi segunda esposa por haberme hecho conservar las esperanzas de regresar, y de que todo sería maravilloso, y que me haya desilusionado.
Perdonar a Dios por no buscarme, debido a que un día
dejé de buscarlo.
Pero lo más importante fue que aprendí a perdonarme a
mí mismo por haber tratado de destruir mi vida.
Puedo disfrutar del día, y comprender que no puedo cambiar la vida que viví, ni las cosas que me sucedieron. Lo más
importante es que he aceptado vivir con mi cuerpo y con el
deterioro natural que sufre con el paso del tiempo.
Ya no busco la pareja ideal. Ya tuve muchas parejas y no
tuve la sabiduría necesaria para seleccionar la correcta.
Si Dios y la pareja ideal existen, entonces me encontrarán.
Yo solamente daré el último paso más difícil. Esperar a que
lleguen y estar dispuesto a aceptarlos sin poner ninguna condición.
—Esto fue lo que me ocurrió David, durante esos últimos
años que no supimos el uno del otro.
Yo permanecí en silencio escuchando sus palabras motivadoras. De pronto, fui interrumpido por la voz de Daniel:
—¿Y que es de tu vida?—. Me preguntó.
—¿Que te puedo decir Daniel? Me divorcié hace años y
también viví solo. Después me mudé como te comenté, a
Irapuato Guanajuato. Ahora convivo con una gran persona
que supo amarme incondicionalmente y que me esperó durante treinta años para hacerme feliz. Siempre mantuvo su
amor por mí. Fui también un ciego como tú, pero su amor
me abrió los ojos. Mi esposa no supo comprender que para
amar hay que hacer un sacrificio. Amar es sacrificar algo por
663
Un Paso muy Difícil
el ser amado.
—Me da gusto escucharte y ojalá a mí también me llegue
algún día la oportunidad de vivir lo mismo que tú. La diferencia es que ya no la busco ni la espero—. Me dijo Daniel.
—Me daría mucho gusto que volviéramos a vernos algún
día—. Le respondí, y era verdad.
—A mí también —Me dijo— David, quiero preguntarte
algo.
—Si. ¿Qué cosa?
—¿Sigues asistiendo a los grupos de Alcohólicos?
—No, ya no.
—Me interesa saber la razón.
—¿Quieres escuchar realmente lo que sucedió?
—¡Claro!
—Enciende tu grabadora—. Le dije en son de broma.
—¡Listo! Ya le encendí—. Me dijo Daniel haciendo un
ruido con la boca imitando el sonido de un interruptor.
—Lo que sucede es lo siguiente. Una de las causas que
hizo que me retirara de los grupos, es que aún existen en
A.A., gran cantidad de fanáticos religioso que serían capaces, si se les permitiera; de matar a un agnóstico o a un ateo
por no creer en sus propias convicciones.
No entienden hasta ahora, que el asunto de Dios es interpretación personal. Si ellos creen que las hojas las mueve Él,
yo digo que el aire es el que las mueve. Si creen que Dios
hace la lluvia, yo digo que el agua caliente del mar, crea el
vapor que se convierte en lluvia. Cada uno de nosotros tiene
su propia interpretación personal. La gente fue programada
desde muy pequeña a creer todo lo que se les enseñó sobre
Dios. Nadie lo ha visto porque no existe.
Es solo cuestión de fe.
La ignorancia total en la que viven los miembros de A.A.,
664
J.David Villalobos
han hecho que no conozcan la diferencia entre un ateo y un
anti-teísta. Yo soy un anti-teísta. Por eso nos identificamos
tú y yo, desde el día en que nos conocimos en el hospital
psiquiátrico debido a nuestras creencias religiosas.
El ateo niega la existencia de Dios y al anti-teísta le vale
madre todo lo referente a Dios, la religión, deidades, santos y
oraciones.
Yo logré mi recuperación hace muchos años, basada en el
programa de recuperación del alcoholismo. Tenían razón
nuestras esposas cuando nos dijeron: “¿Para qué vas a A.A.,
si ya no bebes?” Si el miembro de A.A., realmente practica
lo que ha aprendido en el grupo, lo debe practicar en su casa,
con su familia, en su trabajo, con la sociedad, con los vecinos. Pero muchos lo practican dentro del grupo y al salir
vuelven a ser la misma persona que cuando bebían. Lo malo
es que ahora son más peligrosos debido a que las emociones
no están controladas por la bebida.
Mi recuperación está basada, primeramente al aceptar que
tenía un problema con la bebida y que debía hacer algo al
respecto. Si uno no estaba dispuesto a terminar de una vez y
para siempre con la bebida, nada puede hacerse al respecto.
Segundo, llegué a creer que dentro de A.A., podría adquirir la conciencia que había perdido. Estaba viviendo de una
manera inconsciente toda mi vida. Me había engañado a mí
mismo. Lo malo de los grupos, es que todavía hay algunas
personas que no aceptan a alguien que sea intelectualmente
autosuficiente. No toleran la sabiduría y la preparación en
otros. Creen que el ser un enfermo alcohólico, debe ser un
borrachín de la calle o alguien que perdió todo en la vida,
incluyendo su educación. Se puede ser una persona intelectualmente preparada, siempre y cuando se tenga una mínima
de humildad.
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Un Paso muy Difícil
La humildad mi querido Daniel, no es ser una persona carente de asertividad o de seguridad. Es una virtud que tenemos todos los seres humanos para poder derrotar al ego. Lo
que significa virtud contra defecto. La humildad hace que
podamos ver nuestros errores y remediarlos, gracias a la
conciencia adquirida en conjunto con la humildad.
Después como tercer punto importante, y es el más importante de todos, es practicar cada día la Buena Voluntad.
Pero veamos lo que significa esa frase y la podemos encontrar en cualquier diccionario “Larousse”. Significa querer
hacer bien las cosas. No tiene nada de religioso.
¿Recuerdas cuando un hombre justo dijo, “Paz a los hombres de buena voluntad”?
—Si, fue Jesucristo—. Me respondió Daniel.
—¡Exacto! Eso significa que si un hombre decide querer
hacer bien las cosas, encontrará la paz en sí mismo.
La buena voluntad está adentro de uno mismo, no afuera.
Al estar dispuestos a hacer bien las cosas, estamos despertando a una experiencia espiritual. Lo malo es que la mayoría de los miembros de A.A., relacionan las palabras buena
voluntad y experiencia espiritual, con Dios o con la religión.
De ahí que se vuelvan los grupos casi religiosos, en lugar de
espirituales. Y esto aplica también a una gran cantidad de
gente religiosa, que son “buenos” pero solamente cuando
asisten a sus congregaciones, y siguen siendo “malos” al
regresar a sus actividades. No han practicado la buena voluntad. No están dispuestos a hacer bien las cosas, porque el
orgullo se antepone y no conocen la humildad, mucho menos la conciencia. Complicado ¿Verdad?
—Estoy entendiendo perfectamente cómo funciona el
programa de Alcohólicos Anónimos—. Me dijo Daniel.
—¡Perfecto! Ahora deja te cuento lo que son las volunta666
J.David Villalobos
des. Yo no dejé de beber por voluntad propia, pues carecía
de ella. Tampoco dejé de beber por fuerza de voluntad, ya
que también carecía de ella. Pero si tuve mucha fuerza de
voluntad para bajar de peso, para ahorrar algún dinero e incluso para poder comprar mi coche. También tuve mucha
fuerza de voluntad para dejar de fumar.
Pero para el alcohol, la cocaína, la heroína como en tu
caso; o la mariguana, son drogas psicotrópicas que alteran el
comportamiento y la mente humana, y para esto; no existe la
fuerza de voluntad. Solamente la Buena Voluntad.
Esta Buena Voluntad sería una regla de oro a seguir todos
los días de mi existencia. Es la que te da la fortaleza para
nunca más volver a beber, por lo tanto encontrarás la paz
espiritual. Esto evitará que te metas en discusiones inútiles o
en problemas fáciles de resolver, debido a que el orgullo está
obstinado en querer siempre ganar. Si aplicamos la conciencia, la humildad y la Buena Voluntad, hemos creado un
triangulo y es el que existe en A.A.
Todas estas herramientas espirituales, lograron que pudiera encontrar paz mental, tranquilidad espiritual y una conciencia total para poder mantenerme libre de los problemas
mundanos, y que son los que despiertan mis instintos y mis
defectos, arrastrándome a la búsqueda de la bebida.
Para mi desgracia, déjame decirte que peligra más mi sobriedad dentro de los grupos que en la calle. La sociedad no
me critica abiertamente ni le importa mis creencias religiosas. En mi vida no dependo de ninguna fuerza exterior, ni un
poder superior, ni de un Dios. Tampoco existen las oraciones. Mi vida está regida por el triángulo. Conciencia, humildad y Buena Voluntad lo que significa “No hagas a otros lo
que no quieras que te hagan a ti”. O como se dice en los grupos: “Vive y deja vivir”.
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Un Paso muy Difícil
Es así como encontré la recuperación para mi alcoholismo.
—¡Me parece maravillosa tu exposición!—. Me dijo lleno
de emoción Daniel.
—Me da gusto que puedas captar la esencia del programa.
Para finalizar, déjame decirte que nunca mencioné a Dios
como prueba de que el programa funciona solo con ayuda de
Él.
—Me identifico plenamente contigo. No sé que hubiera
sido de mi recuperación sin tu ayuda. Yo también soy un
ateo declarado—. Me dijo Daniel.
—Bueno Daniel, es todo lo que te puedo decir de mi vida.
Ya ha llegado la hora de dormir, son más de las tres de la
mañana—. Le dije mirando el reloj que estaba encima de mi
buró.
—Tienes razón David, debemos dormir.
—Adiós Daniel—. Me despedí.
—Adiós David—. Me respondió y colgamos el teléfono.
Nos despedimos esa noche y nunca más volví a saber de
él. Tampoco hubo respuestas a los mensajes que le dejé en el
Face Book, ni en su número del celular.
Pareciera como que si se lo hubiera tragado la tierra.
O tal vez ya encontró lo que estaba buscando
Daniel había dado un paso muy difícil: Perdonar a todos y
perdonarse a sí mismo.
Decidí escribir su vida y sus emociones, ya que son el
reflejo de la vida que muchos de nosotros hemos vivido, o
que tal vez podríamos evitar sufrir si sabemos dar perfectamente un paso en la vida, con sabiduría e inteligencia, pero
sobre todo; en el momento oportuno.
FIN
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AGRADECIMIENTO
POR SUS APORTACIONES
Tere N.
Su experiencia con su hermano.
Graciela L. Su experiencia con sus hijos.
Héctor C.
Su experiencia en la prisión.
Ramón. N.
Su experiencia con sus fantasías sexuales.
Carlos N.
Su experiencia con su esposa y su amigo.
Mario C.
Su experiencia con homosexuales.
Ramiro N.
Su experiencia con la heroína.
José D.
Su experiencia con la cocaína.
Guadalupe G. Su experiencia con la agresión de su marido.
Jaime N.
Su experiencia homosexual.
José V.
Su experiencia con su alcoholismo.
Armando N. Su experiencia como pedófilo.
Milly E.
Su experiencia en el cabaret.
En especial al Dr. Psiquiatra E. Mendizábal, por su
aportación valiosa en psiquiatría.
Y al Dr. A. Arauz por su aportación médica.
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Un Paso muy Difícil
· Daniel Valverde se retiró de las adicciones en el año de
1995. Se desconoce su paradero hasta el año de 2013.
· Joel Valverde Falleció de un infarto en Guadalajara Jalisco,
en 1998. Se retiró de la bebida diez años antes, en 1988.
· Gabriela Valverde vive con su hija Angélica. Tiene 81 años
de edad y su estado mental es lúcido.
· Angélica Valverde se casó y tiene tres hijos.
· Miguel Valverde se regresó a Nogales en el año de 1987,
nunca regresó a Guadalajara. Se desconoce su paradero.
· Bernardo Ramírez se casó en Guadalajara con Luz Elena,
falleció de causas naturales en el año de 1987.
· Roberto Ramírez se casó con Nora Espíndola y se mudaron
a Guadalajara. Él falleció en el año de 1995.
· Nora Espíndola aun vive en su casa en Atemajac del Valle,
Jalisco. Tiene la edad de 83 años.
· Javier Pacheco se casó con Jenny y procrearon diez hijos.
Falleció en el año de 2000.
· Jenny N. Falleció en el año de 1997.
· Bob regresó con su anterior esposa y vivió en Denver hasta
su fallecimiento ocurrido en 1978 a la edad de 73 años.
· Lolita Luna se casó y se mudó a San Antonio Texas. Actualmente tiene 60 años y vive con sus cuatro hijos.
· Pamela regresó a Chicago a los dos años del accidente de
Bob. Se desconoce su paradero.
· María se casó con un chofer de la línea Autobuses Norte de
Sonora y se mudaron a la ciudad de México.
· Lupe conoció a un joven norteamericano y se casó con él
un año antes de que cerrara el restaurante. Se mudó a
Waco Texas.
· El restaurante sufrió un incendio y nunca se volvió a reconstruir. El hijo de Bob se regresó a Denver tras el incendio.
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· Los hermanos de Gabriela, Rodrigo, falleció de cirrosis en
el año de 1978. Miguel aun vive en Nogales y tiene la
edad de 78 años. Tiene cuatro hijas.
· Enzo regresó a Argentina en 1992.
Se desconoce su paradero.
· Milly vive retirada en Puebla, tuvo dos hijos mas
· Raúl el Novio de Luisa nunca fue arrestado. Se encontró el
cuerpo de un individuo cinco años después, quien tenía la
descripción de él, pero nunca se pudo identificar plenamente ya que tenía el rostro desfigurado.
.
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Un Paso muy Difícil
ISBN-13: 978-14-92-90753-4
ISBN-10: 1492907537
Impreso en México - Printed in Mexico
Derechos Reservados de Autor
Código: No. 1206101786020
Fecha 02-sep-2013 23:42 UTC
Todos los derechos Reservados - All rights reserved.
Este registro mantiene depositada una copia de la obra y/o prestación a efectos de comprobación y certificación, con la huella digital ccff18678d6c8f0f146a950399e8ed11
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