por las montañas de mi patria - Movimiento Bolivariano por la

Anuncio
Por las montañas de mi
patria
En honor al inmortal comandante Jorge Briceño, El
Mono Jojoy
Mariamne Bolívar
Escribir es difícil, pero no tanto como vivir. Podríamos hablar tanto tiempo, tanto…
expresando lo que queremos, peleando para que nos escuchen. Pero hay
personas que se dedican a la milagrosa labor de luchar por sus ideales.
En un país como el nuestro, acostumbrados a oír un solo lado de la historia, a
autocensurarnos, a cerrar las puertas del corazón por el dolor y coser nuestros
labios tan fuerte… en nuestra adorada Colombia hay miles de personas que
merecen ser escuchados, hay miles de despojados y angustiados, hay miles de
historias bellas queriendo ser escritas.
Esta humilde aventura, sobra decir que es ficticia, se construye como un esfuerzo
para que esa otra Colombia sea oída y entendida. Es más que combates y
bombas, es más que selva y entrenamiento, es más que critica y lucha. Hay
sonrisas y llantos, cantos y poemas, ojos negros y azules, esperanzas y amor,
ternura y comprensión… sed de libertad…
Este es un pequeño homenaje a hombres y mujeres grandes como Jacobo
Arenas, Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Jorge Briceño, Iván Ríos, Mariana
Páez, Lucero Palmera… Los Camaradas Timoleón Jiménez, Iván Márquez, Jesús
Santrich, Simón Trinidad, Julián Conrado y tantos otros, pero sobre todo al
guerrillero “desconocido”, valiente Ser Humano que ofrenda todo por sus ideales,
tantas Franciscas, Carlos, Gonzalos… tantas vidas, tanta gente…
Agradecimientos
Este pequeño homenaje no hubiera sido posible sin tener algunas bases sólidas
para su construcción. Para alguien que tenga un mínimo de sentido común, no va
a ser un secreto que en mi vida jamás he empuñado un arma y nunca me he
internado en la espesa selva más allá de sus contornos, sino hasta allí, el límite en
el cual nos da un buen recibimiento y un fresco beso.
En el proceso de estructuración de este escrito mis guías fueron las bellas
historias de Gabriel Ángel, los esclarecedores libros de Jorge Enrique Botero,
algunos videos de arrojados periodistas o de la zona de despeje, las hermosas
canciones de Lucas Iguaran, Cristian Pérez y obviamente el “Cantor de la
Insurrección” Julián Conrado. Para este último un gran abrazo revolucionario,
Colombia te escucha y está contigo.
A todos los luchadores por la paz gracias, porque por ustedes es posible que
nosotros tengamos una noción de lo que realmente ocurre en Colombia y una
esperanza de justicia social.
Disculpas
Como dije más arriba, no soy ni he sido combatiente, es una vergüenza que me
duele, pues hay cientos de razones, pero ninguna se ve tan fuerte como lo era
hace tiempo.
Así que quiero disculparme con los guerrilleros de las FARC-EP, estos mismos a
los que les dedico estas páginas, esos que dan la vida por nosotros. Sé que hay
mucho de fantasía, pero si en algo cometo un error grande, espero que me
entiendan. También pido excusas a los Comandantes a los cuales nombro en esta
historia, pero sobre todo perdónenme por recoger textualmente una frase del
Camarada Manuel: “Yo ya hice lo que tenía que hacer, y ahí están el Ejército del
Pueblo y sus comandantes formados para que continúen la lucha hasta más allá
del triunfo”
I
Silvia
Los árboles crujían bajo el látigo invisible del viento, la oscuridad de la
noche caía sobre la humedad de la selva y en una cueva cubierta de lama y
plantas moría una niña abandonada por la justicia.
Corrían los años 40. Enmontados sus padres murieron. Hoy moría ella.
Detrás una vida, delante los sueños que nunca tuvo.
Un manto de olvido cubrió su cuerpo. Un ser desconocido, invisible, al que
solo lloraron las chicharras, los centenarios árboles y la selva.
Los únicos cirios que iluminaron sus horas agónicas fueron las
luciérnagas, luces de una noche que nunca vuelven a alumbrar.
Mariana contaba 13 años. Su piel era de color canela, su cabello rizado y castaño
oscuro, sus ojos de un café claro como la miel y una tristeza infinita. De carácter
sereno y nostálgico, muy callada y temerosa. Su cuerpo era pequeño y muy
delgado, esto se hacía más notable porque las prendas y zapatos que vestía eran
grandes para ella, viejos y desteñidos.
Tenía una hermana, Stella, su edad 17 años, hermosa, graciosa, joven y muy
sociable. Su cabello crespo y claro. Ojos café oscuro. Esbelta y alta. Sus ropas
hermosas y lujosas, hechas por su madre. Sus zapatos finos y caros, comprados
con gran esfuerzo por su padre. Alegre, muy querida y admirada. Se reunía con
sus amigas, había tenido un par de novios, andaba con un grupo de muchachos
sicarios y, como deben suponer, no se destacaba en el colegio.
Roberto es su padre. Dueño de un pequeño mercado llamado Mercaquí. Su
negocio y su casa los había conseguido a punta de sacrificios durante casi toda su
vida. Tenía 9 años cuando había comenzado a trabajar, desde entonces, quiso ser
algo más.
Se casó con Violeta, una joven costurera del sector. Tuvo a su hija Stella, su gran
amor. Unos tres años después se separaron. Violeta se había ido con otro
hombre, Juan, que luego la dejó sola y embarazada. Roberto la había perdonado,
a quien nunca pudo aceptar fue al “fruto del amor” entre Violeta y Juan, el
pequeño bebé que nacería pocos meses después de su reconciliación: Mariana.
Él le dio su apellido, pero jamás le dirigía una palabra que no fuera un insulto.
Violeta, tampoco era muy buena con la pequeña. Así fue creciendo. Mariana
intentaba hacer lo mejor para agradar a sus padres: excelente estudiante,
talentosa y prácticamente hacía los oficios de la casa, aparte de ayudarlos en los
negocios.
Pero esto solo empeoraba las cosas. Roberto quería el mejor futuro para Stella
que no daba la talla o alguna muestra de siquiera poder comprender lo que le
decían. La que sobresalía: “la criatura esa”.
Desde hace un par de meses, por orden de Violeta, Mariana tenía que acompañar
a Stella a “hacer tareas en la casa de una amiga”. La realidad era que se veía con
un muchacho de unos 25 años llamado Esteban al que le decían Veneno. Mariana
se sentaba en una banca del parque alejada de ellos. Pero esa tarde fue
diferente. Por iniciativa de la pareja se fueron a una casa que pertenecía a la tía
de Esteban.
Estaba ubicada en un barrio de invasión con fama de peligroso. Estrecha, unos 4
metros de ancho, pero al entrar en ella se podía ver que era larga. Constituida por
un corredor que la atravesaba completamente hasta llegar a la cocina-comedor y
desembocar luego al patio donde estaba el baño. En el corredor había cuatro
habitaciones, separadas del pasillo solo por cortinas. De un color beige, la pintura
era de aceite, lo cual producía brillos en las paredes cuando la escasa luz de una
claraboya las golpeaba.
La pareja entró a una de las habitaciones. Claro, primero Stella advirtió a Mariana
lo que le pasaría si decía algo.
-
Qué voy a decir nada. A mí nunca me creen. Además si mi papá me
creyera algo, primero me mata por alcahueta.
¿Sí ve mami? Usted se preocupa mucho – le dijo Esteban a Stella. Luego
dirigiéndose a Mariana –bueno cuñadita, usted me cae bien. Tome estas
Luquitas pa’ que se compre algo. –le dio 10000 pesos- vaya a ese cuarto
y vea la tele. –dijo señalando la primera alcoba.
Mariana fue. Habían pasado unos 15 minutos cuando entró alguien a la casa,
luego a la habitación en la cual estaba. Era el primo de Esteban. Un muchacho de
más o menos 20 años. Su nombre era Reynel, su apodo el Ciego, porque un día
no vio a una persona que tenía que matar. Se salvó de perder la vida, puesto que
era uno de los “mejores gatillos,” pero le tocó hacer un par de “trabajos” gratis.
-
Huy mamita. ¿Es que es navidad que me llegó un regalo?
Mariana no lo miró. Le hubiera gustado salir corriendo de esa casa, pero él estaba
parado en la puerta. Pensó en gritar pero el miedo no la dejaba, además, era
bastante exagerado en ese momento, pues no había pasado nada que lo
ameritaba.
-
¿Qué hace aquí mamita?
Mi hermana es Stella. Está con Esteban en el otro cuarto. Yo la estoy
esperando – su voz salía ronca y sin fuerza.
¿Nada más?
Mariana no contestó. Fingía ver televisión, pero sus manos temblaban, los nervios
se le notaban, Reynel se sonrió, se sentó a su lado pasándole un brazo por
encima. Olía a licor y a humo, tal vez cigarrillo. Su cara estaba desencajada y el
movimiento de las mandíbulas era tan fuerte que se podía percibir el ruido de los
dientes chocando entre sí. El corazón de Mariana latía tan desenfrenadamente,
que no podía oír el torrencial aguacero que caía fuera.
-
Y qué negrita. ¿Usted se queda aquí juiciosa, nada más viendo tele
mientras Veneno y su hermana se divierten?
Mariana asintió con la cabeza retirándose lo más posible de ese hombre.
-
¿Tiene novio que está tan arisca?
No. Tengo 13 años
Qué va. – soltó una carcajada- parece de 15. Además –dice metiéndole la
mano entre la camisa- tiene edad de merecer.
Mariana no responde. No puede hablar, menos gritar, su cuerpo tiembla. Por fin,
después de segundos eternos, tomó fuerza y se levantó. Corrió a la puerta. Pero
él la alcanzó a tomar del brazo. Con fuerza la tiró hacia la pared y empezó a
besarle su cuello.
-
Mamita, le voy a enseñar lo bueno de la vida.
El terror y el asco que sentía lograron hacer que Mariana lo empujara y saliera
corriendo de esa casa. Solo podía oír las carcajadas de Reynel y los fuertes
latidos de su corazón. En medio de la lluvia y embarrada hasta las rodillas, recordó
los 10.000 pesos. Tomó el primer taxi que pasó y fue a su casa.
El teléfono sonaba sin cesar. Mariana pensó que su madre estaría llevando algún
pedido de ropa. Presentía que la que llamaba era Stella. Planeó decirle que la
esperaría en el parque. Sabía que estaría furiosa, pero no importaría porque nadie
se iba a enterar nunca de lo que pasó.
Se atrevió a abrir la puerta. Se cambiaría e iría a encontrarse con Stella. Se dirigió
a la habitación de sus padres a contestar el teléfono. Al entrar vio a su madre en la
cama con otro hombre. ¡Tantos años de humillaciones! ¡Tantos años de sentirse
culpable! ¡Tantos años de suplicar amor! Ella sintió por primera vez que no tenía
culpa alguna de la traición que su madre le hizo a Roberto. Salió corriendo.
No volvería más. ¿A dónde iría? No lo sabía. Lo único que sentía era una
decisión. Una energía enorme que salía de su cuerpo. Ella por fin era libre.
Caminaba sin rumbo fijo. Tenía que salir pronto del pueblo antes de que alguien
conocido la llevara a su casa. Tomó el primer bus que pasó. Era viejo y sus latas
sonaban acompasadamente. Los pocos campesinos pasajeros susurraban.
Aquella combinación de sonidos era la canción de despedida. Llegaron a su
destino. Todos se bajaron. Era el fin del viaje, de la vereda, de Mariana.
-
Perdón señor – le preguntó a uno de los pasajeros- ¿Cómo se llama este
lugar?
La Silvia.
Mariana caminó por instinto hacia el atardecer. Sus colores naranjas y amarillos le
daban paso a los violetas y negros de la noche. Después de pasar algunos
potreros siguió por un camino poco usado, la maleza se hacía más alta, parecía
que la devoraba. Pero ella no perdía la huella, era como si conociera ese sector,
tenía la certeza, dentro de su corazón, que se dirigía a un lugar seguro y feliz, así
su mente le indicara lo contrario.
Pronto se hizo de noche, el terreno que era ya difícil de transitar, se convertía en
imposible. Sonidos extraños y cercanos alertaban sus sentidos. Sin embargo se
sentía bien, de algún modo sabía a dónde había llegado, era el monte que se
abría para ella con un sinfín de peligros, pero también aventuras y libertad.
Llovía sin cesar. Mariana había tenido que recurrir a un grueso tronco para que le
sirviera de bastón. Todo camino por el que decidía a ir se convertía de un
momento a otro en una pequeña pero poderosa y peligrosa quebrada.
Sabía que no podría avanzar más. Tenía frío, estaba mojada, hambrienta,
sedienta. Sus pies no aguantarían. Hizo un último esfuerzo por subir a un pequeño
montículo, casi cae, sus rodillas fallaron por el agotamiento, pero gracias a ello fue
que sin querer golpeó unas ramas y encontró una cueva.
Se arriesgó a entrar, no sin antes estar segura que no había animal peligroso allí.
Se sentó en el borde, sin atreverse a explorar un poco más. La noche fue terrible.
Cada sonido lo percibía amenazador, cada rama un animal que la mataría, cada
sueño una pesadilla del pasado que dejaba atrás. En uno de ellos iba caminando
por una selva que parecía un laberinto. Tenía miedo y al devolverse lo primero que
vio fue al amante de su madre. Estaba sentado y ella le dedicaba todas las
atenciones y lo besaba.
-
-
-
Si ve mamita –hablo con la voz de Reynel –esto es lo bueno de la vida.
¿Por qué me quita el amor de mi mamá?
¿Cuál amor? –se burló –ella nunca la ha amado, bájese de esa nube –se
reía con las carcajadas horribles.
Esta malparida –se encolerizó Violeta – ¿Quién le dijo que le podía dirigir
la palabra? usted no es nadie, malparida, siga adelante, lárguese –la
tomó del cabello como siempre lo hacía y la sacudió fuertemente. Cuando
ella se intentó parar apareció la baja pero fornida figura de Roberto.
Si lárguese hijueputa, me tiene mamado, lárguese –le dio una bofetada y
el amante de Violeta no dejaba de reírse. Salió también Stella y la llevó
del cabello hacia una especie de habitación donde estaba acostado
Reynel.
¡Vaya perra! O le gusta eso o se larga –dijo burlándose de ella.
Venga mamita que aquí le tengo lo que es bueno.
Comenzó a reírse, ella por fin se logró soltar y salió corriendo hacia la espesura de
la selva escuchando las risas de Reynel por partida doble. Se despertó asustada,
estaba a la entrada de esta cueva, mojada, sola, atemorizada, pero libre.
Por fin, después de horas que parecían siglos, llegó la luz. No era muy fuerte, las
hojas y los árboles no dejaban pasar toda la potencia del sol que apenas
despertaba, a pesar de esto, tímidos, algunos pequeños rayos se colaban entre
las ramas tiñéndose de variados tonos vedes.
Sacó de su maleta un pequeño espejo. Lo usó para desviar la luz de los rayitos de
sol y reflejarlos dentro de la cueva, pues la curiosidad la carcomía. Lo que vio la
asombró. Parecía que personas hubieran vivido allí. A su izquierda descubrió otra
entrada que había sido escondida con ramas, trapos, lama y plantas vivas,
haciendo de especie de patio y cocina, pues había unas ollas, sobre ellas ropa
roída colgada de una cuerda como si alguien hubiera querido que se secara al
calor del fuego que servía para cocinar, debajo unos madreros quemados y
viejos.
Al entrar de nuevo pudo observar que toda la cueva estaba adornada por
inocentes dibujos que al parecer habían sido pintados con carbón por niños.
Ropas, una pequeña muñeca de trapo y algunos utensilios de cocina estaban
ubicados sobre pequeñas lajas que habrían servido de mesas a los habitantes de
tan singular vivienda.
Mariana miró detenidamente cada dibujo. Descubrió que contaban historias,
historias tristes. Parecía que la pequeña hija se quedaba todo el día o la noche
sola mientras sus padres salían a traer algo para comer. Al seguir observando
respondió la pregunta que se había hecho al descubrir que alguien vivió allí:
-
“¿quién podría vivir en estas condiciones?” “solo alguien que tuviera
miedo, que no tuviera más opción”.
Esta familia había sido asesinada en su mayoría, los pocos que se salvaron, 7
personas, huyeron al monte y cada día iban desapareciendo, salían, pero no
sabían si regresarían completos.
-
“¿Quién haría algo así?”
No lo sabía, por los dibujos deducía que eran hombres, con largas armas y como
espadas, su identidad la desconocía.
Poco a poco, en medio de historias tristes se fue acercando al lado más profundo
de la cueva. Habían pasado varias horas, así que los rayos de sol eran un poco
más numerosos y se metían a la cueva por las grietas, jugando a aparecer y
desaparecer, tiñéndose de mil colores con partículas diminutas bailando
alegremente en su interior.
Pensaba que esta niña pasó sola gran parte de su vida. Se quedaba esperando,
sin saber si su familia llegaría. Comparó su vida y notó que no era tan mala como
la de esa pequeña, cuyo mundo se resumía en tragedia y muerte danzando sin
parar en aquella húmeda cueva.
Llegó a una historia que la hizo recapacitar su meditación anterior. En este dibujo
la niña contaba cómo su madre la quería, aunque a veces era fuerte con ella, la
abrazaba, le traía el mejor alimento para ella, la besaba. Su padre jugaba un ratito,
y la consentía. Quizá este pequeña infante sí tuvo algo que Mariana nunca pudo
conseguir a pesar de sus esfuerzos: amor.
En medio de estas divagaciones, intentó encontrar un lugar en donde sentarse. Lo
que halló la estremeció. Bajo el dibujo que estaba observando había una especie
de nicho, dentro de él un esqueleto. El momento fue horrible, ella intentó salir de
allí pero se tropezó cayendo al suelo. Al sentarse en el piso, a más o menos un
metro, estaban los restos. Los miró y notó que eran muy pequeños. Su vestido
que alguna vez sería blanco de encajes aun conservaba un poco su forma. En
aquel cadáver pudo ver a la pequeña, perdió el miedo, le había tomado cariño.
Lloró un rato. Recorriendo cueva, viendo esas historias, esperaba encontrar una
en la que narrara la manera heroica con que su padre se enfrentó a esa situación
y la sacó de allí. Ya se la estaba imaginando viviendo en una pequeña finca,
jugando con su perro, libre. Nunca pensó que su fin hubiera sido morir en este frío
e inhumano lugar.
-
“¿Por qué no la habían enterrado?”
Tomó el espejo y reflejó la luz hacia las paredes, buscando algo en las historias
que respondiera aquel enigma. Nada encontró. Analizó todo y la niña tenía un
orden de narración, la última historia era en la que dibujaba cómo sus padres se
marcharon y una pequeña aventura que vivió un par de días después que salió a
buscarlos. Luego se muestra a sí misma recordando momentos felices.
Concluyó tristemente que sus padres se fueron y jamás regresaron. Pero la
amaban así que era extraño. De pronto, cerca al nicho, vio un dibujo de dos
tumbas, tal vez la niña pensó que sus padres tenían que haber muerto. Mariana
estaba de acuerdo. Era tan pequeña, tan indefensa, nadie la habría abandonado.
Con lágrimas en los ojos salió a respirar un poco. Se dio cuenta que ya era tarde.
En estos lugares anochece más rápido. Ella tendría que pasar la noche allí. Al
menos ya no se sentía tan sola. Ordenó y limpió la cueva. Ya estaba un poco
oscuro y seguía lloviendo. San Pedro no había dado tregua durante todo el día, si
bien había bajado la intensidad, la lluvia no había pasado y amenazaba con
arreciar.
Recordó un programa de televisión. Era un documental que su padre tanto le
criticaba que viera. En él un señor se había internado en un desierto y enseñaba la
forma de sobrevivir sin nada más que una navaja y la ropa que llevaba puesta. La
selva era bastante diferente a un desierto, pero varios consejos le servirían. Por el
momento no tenía ni sed ni hambre, así que se concentró en hacer el fuego.
Afortunadamente había madera seca en la cueva. Salió al improvisado patio, cogió
un poco de lama y la puso entre la veta de un madero que acomodó en el suelo
frente a ella. Tomó un palo y comenzó a girarlo con rapidez sobre la lama. En el
documental el señor había logrado obtener fuego después de 15 minutos, por el
contrario, a ella le costó aproximadamente tres horas y las manos ampolladas y
rotas. Aún así fue muy satisfactorio tener una hoguera prendida unos minutos
después de que cayó la noche. Le sirvió mucho el carbón que había encontrado
abandonado debajo de las ollas.
En el programa usaron el humo para alejar escorpiones, arañas y culebras de la
pequeña roca donde aquel hombre había dormido, así que agarró un palo húmedo
que al prenderlo soltaba mucho humo y lo paseó por la cueva hasta en el más
pequeño agujero para cerciorarse que no había ningún bicho.
Al fin se sentó. Después de que se fue un poco el humo, sintió un cansancio
enorme, el cuerpo le pesaba. Buscó un lugar, encontró una vieja tabla y puso unas
ramas sobre ella. Eso era lo más cómodo en aquel sitio. Se acostó y se dio
cuenta que a pesar de estar casi afuera, la fogata calentaba y alumbraba toda la
cueva. Observó todo y los dibujos parecían moverse, recordó cada uno de ellos.
Tuvo la impresión de que la niña estaba contenta de tenerla allí, desde su lugar,
aquel escalofriante esqueleto parecía retomar la belleza y la vida que tenía antes.
Mariana pronto fue dominada por el sueño, sin embargo ella prefería seguir alerta.
La niña parecía sonreír, como si la muchacha fuera la compañía que siempre
había buscado.
El sueño le parecía hermoso, no estaba sola, estaba alegre de encontrarse allí. A
pesar de ser consciente que, tanto en su sueño como en la vida real, estaba
departiendo con un muerto pensó “le temo más a los vivos, ellos sí le hacen daño
a uno” la niña paró de reír, tenía miedo. Recordaron juntas esos malvados
asesinos que le quitaron sus seres amados y la dejaron morir en una cueva.
Pronto el sonido de botas, las sombras que se tornaban amenazantes, todo era
miedo y destrucción. Mariana despertó de un salto.
-
Tú tranquila. Pronto dormiremos de nuevo, a lo único que debemos temer
es a los peligrosos animales. -Se levantó, avivó el fuego, paseó con su
rama hasta estar segura de que no había nada.- estamos a salvo.
¿cuántas noches de terror pasaste aquí, sola, viva y muerta? ¡Pobre mi
niña! Jamás lo vas a volver a hacer, porque te juro que siempre te llevaré
en mi corazón, tú podrás ir conmigo a donde yo vaya, para estar segura
te prometo que cada tanto te invocaré y estarás cerca a mí y jamás
estaremos solas.
Durmió de nuevo y el sueño era igual, solo que las conversaciones eran
diferentes. Un par de veces más se levantó para tranquilizar a la niña, que en sus
sueños, insistía que había alguien allí afuera.
Al otro día tampoco pudo partir, y no lo haría sino cuatro días después, la lluvia era
casi torrencial. Afortunadamente la cueva estaba alta, lo que impedía al agua
llegar a ella. La cercanía amenazante del líquido le sirvió para asearse un poco,
lavar las ollas y vasijas para poderlas usar y tomar agua, fuera fría o caliente.
En todos estos días no permitió que el fuego se extinguiera, después de lo que le
había costado sería el colmo. Para ello se sirvió de unas extrañas lámparas que
encontró que lo conservaban y de alimentar la fogata día y noche.
Como cocinera fracasó. Buscaba frutas y plantas comestibles y un par de veces
tuvo que comer carbón tras fuertes dolores de estómago, pues sabía que este
material cortaba la acción de varios tóxicos. Intentó buscar algo de proteína, pero
sin ningún medio para matar animales, le tocó contentarse con pequeños y
desnutridos peces que comenzaban a transitar por la improvisada quebrada, a los
que atrapaba con redes hechas de los trapos encontrados en la cueva. Los peces
más grandes escapaban con facilidad, así que los pequeños eran su única
alternativa.
Al tercer día la lluvia cesó, el sol salió más fuerte que los días anteriores, y aunque
no lo recibió con la potencia a la que estaba acostumbrada, celebró su grato calor,
que al pasar las horas pudo llegar a temperaturas bastante altas, a pesar de que
la luz entraba con dificultad.
Mariana supo que no se podía quedar allí el resto de la vida, pero no se
arriesgaría a irse ese día, no sabía si volvería la lluvia, ni qué tan lejos tenía que ir
y cuántos días se demoraría. Así que decidió dedicarse a hacer una especie de
equipo de viaje con lo que tenía a la mano.
-
Nos vamos a ir, ya verás, mañana nos iremos. –Le dijo a la niña
mirándola –Pero no podemos dejar tu cuerpo así. Antes se ha salvado,
no podemos permitir que llegue algún animalucho a devorarlo.
Su primera tarea sería darle “santa sepultura” a la niña. No movería el cuerpo,
temía que se desbaratara. Lo que hizo fue buscar piedras y levantar una pared
frente al nicho. Luego puso una de las lajas y se aseguró de que no se cayera con
facilidad. En dicha laja comenzó a escribir, sería una especie de lápida.
-
¿Te gusta mi nombre? Te llamarás Mariana, y yo cambiaré de nombre
también – pensó unos momentos- mi nombre será Silvia.
Escribió “Mariana, amada hija y amiga. Nunca te olvidaré. Estaremos juntas para
siempre”. Satisfecha limpió su cueva, hizo su comida y fue reuniendo todo lo que
le serviría. La sábanas, un par de trapos más, cuchillo, machete, olleta, ollas una
pequeña y otra mediana, cuerda, el palo que le servía de bastón, algo de alimento
y la muñeca de trapo.
No le cabía todo en la maleta que llevaba pues era muy pequeña. También le
parecía que las ollas le molestarían para caminar, pero no las podía dejar. Así que
empacó todo lo que le cupo en la olla mediana y con trapos se ideó la manera de
arreglarla como una mochila.
El día transcurrió tranquilo y caluroso. Ultimó detalles y por la noche se fue a
dormir. Al amanecer, cuando aún estaba oscuro, ella tomó un poco de agua,
apagó la hoguera, se colgó el improvisado morral atrás y su pequeña maleta
adelante, guardó el cuchillo y el machete en su cintura, llevó la única lámpara que
dejó prendida y salió feliz, no sin antes invitar a su nueva compañera de vida.
El camino fue tenaz con tanto peso. Su bastón fue muy útil. Después de varios
días e interminables noches a la intemperie, comenzó a notar árboles frutales y
menos monte, hasta que por fin pudo ver una pequeña ciudad. Era un poco más
grande que el pueblo del que venía. Se entusiasmó.
-
“Por fin Mariana, llegamos a un lugar en el cual nuestra suerte tiene que
cambiar”.
Agarró carretera, la mirada aterrada de algunas personas no le importaba, sabía
que pronto llegaría la oportunidad que buscaba y la sabría aprovechar.
“Sueños que nacen y mueren, sin sol, amor, ni futuro, y que en las calles se pierden en
un mundo cruel y duro.”
El sol la acompañaba en su aventura. La calentaba como hace tiempo no lo
sentía, pero también la quemaba, le hacía daño. Ese era el precio que esta niña
tendría que pagar.
Las oportunidades son escasas pero se presentan para los que saben luchar. Sin
embargo el dolor es pan de cada día y persigue sin dar tregua a los tenaces. Silvia
¿Qué tanto estás dispuesta a dar por tu libertad y dignidad?
II
El encuentro con la familia
Adriana estaba cansada, herida, violada, olvidada. El agua golpeaba fuerte
y ella, aferrada a una vieja soga, pensaba en sus seres queridos. De pronto
miró fijamente los tristes ojos de su pequeño, justo en esa fracción de
segundo, donde el tiempo se detiene, cuando él soltó la cuerda.
El bravo río hoy reclamaba a su hijo, al igual que el infernal fuego reclamó
a sus padres, hermanos, esposo. No, no, no sería lo mismo, volteó a ver a su
hermanito, quien impotente miraba con grandes ojos. Resistiría solo, era
fuerte, era valiente.
Y…se soltó. Sintió desesperación, se ahogaba, miró hacia abajo y vio esa
oscuridad profunda. El agua curaba sus heridas y se hundía en la
inmensidad y ternura de aquellos ojos negros.
Al llegar a la ciudad miró su maleta. Todavía tenía siete mil pesos. Un almuerzo le
costaría dos mil. Al intentar entrar a un restaurante le bloqueó el paso una enorme
y agresiva mujer.
-
Aquí no puede pedir limosna. Si quiere sobras ya hablo con la dueña.
No. –Silvia mostró en billete –tengo plata para comprar.
¡Ah! –dijo con desprecio rapándole el dinero –pues espere allá afuera.
¿Qué quiere la “señora”? –dijo en tono de burla –fríjol o alverja.
Frijol por favor –respondió triste Silvia mientras salía del sitio.
Tuvo que esperar más o menos media hora hasta que la misma mujer le llevó el
almuerzo. De manera déspota le pidió que no comiera allí. También le dio a
entender que la próxima vez que robara plata no fuera a comprar a ese
restaurante. Cuando Silvia dijo que el dinero no había sido conseguido así, la
mujer se fue sin escucharla.
-
“Mariana qué mala es la gente. ¿Por qué se tiene que fijar tanto en las
apariencias? ¿Por qué lo que conseguimos la gente como yo siempre
tienen que decir que es robado? ¿por qué nadie se fija en los ricachones?
¡ellos sí que roban! Pero como visten bonito si pueden entrar a todas
partes y son bien atendidos ¡malditas apariencias! ¡maldita ignorancia!”
Nunca había sentido una humillación tan tremenda en la vida. Se sentó en un
parque y comenzó a comer. Era delicioso. Hace muchísimo tiempo no sentía el
sabor de algo sazonado, el olor de la carne asada, unos exquisitos fríjoles y los
vegetales frescos de una ensalada. El hambre era tremenda, pero su cuerpo no le
recibió todo el almuerzo, se sentía un poco enferma.
Cuando lo iba a guardar vio un niño como de siete años que la miraba. Ella le
ofreció con señas, él corrió y, sin mediar palabra, comenzó a comer rápidamente
hasta terminar todo. Silvia pensó que tenía que estar muy hambriento y bastante
mal para recibirle comida a alguien con un aspecto como el de ella. El niño se
limpió la boca con la manga de la camisa.
-
-
-
Gracias. ¿Cómo se llama? –interrogó acomodándose bien al lado de la
joven y suspirando fuertemente mientras se acariciaba el estómago en
señal de que ya estaba satisfecho – ¿de dónde viene? ¿Por qué se ve
tan mal? ¿tiene más plata?
Vengo de por ahí, una ciudad cercana y me veo así porque no me he
bañado por varios días, y debo estar enferma y no, no tengo plata, este
almuerzo me lo regaló una señora que iba en un carro. –mintió, se dio
cuenta que el pequeño no estaba solo. Comenzó a observar que habían
más habitantes de la calle por el sector y todos la miraba, así que sintió
una alerta de peligro.
¡Aaaahhh! o sea que es nueva por aquí. Ya entiendo. Pensé que la había
enviado James.
¿James?
-
-
-
-
-
-
-
-
Sí, es dueño de un hotel en el que nos quedamos. Pedimos limosna y él
nos deja dormir allí. Así que este sector es de James. Si usted quiere
pedir limosna aquí, le toca pedirle permiso. Si quiere, yo la acompaño. Lo
mínimo que tiene que recoger diario es como unos veinticinco. Él le da un
sitio donde dormir y comida por la noche y por la mañana, el almuerzo es
por cuenta suya. Pero– bajó la voz –yo no se lo recomiendo –dijo con los
ojos cristalinos, mirando al piso, triste y lejano.
Aaaahhh ¿y eso por qué?
Porque a veces
llegan unos hombres –se ruborizó y empezó a
abrocharse y desabrocharse el primer botón de la camisa sin dejar de
observar el suelo–y usted tiene que hacer lo que ellos le digan si la
eligen, para eso hay unas habitaciones arriba. También hay problemas en
las salas de dormir, sobre todo cuando hay hombres borrachos, pues
usted es mujer y debe saber eso.
Si lo entiendo –recordó su experiencia con Reynel, pero sobretodo, pensó
en todo lo que había pasado ese pobre niño.
Es mejor que se valla de aquí. –intervino una muchacha de unos dieciséis
años que ayudaba a una anciana a sentarse al lado de Silvia.
A mí me ve mejor porque a mí me llaman casi todos los días arriba –se
sentó y su mirada triste y avergonzada se poso en recuerdos terribles –
es más, acabo de salir de allá. Pero eso no es vida, mire lo que me ha
hecho este hijueputa hoy, ¡lo que uno hace por un catre, un pan de cien y
un café simple por la mañana y por la tarde! –le muestra un brazo con un
gran morado y sus ojos soltaron dos tremendos lagrimones que pronto
limpio –no es vida. Mejor me voy a la estación de gasolina. Allá si uno
putea es por cuenta propia, o si no hace otra cosa o se muere de hambre,
pero uno elige. ¡Esto no es vida! –suspiró fuertemente mientras se
tomaba la cara con ambas manos pero sin llorar, de pronto agregó
señalando a la anciana que acompañaba –yo espero que muera
Estercita, le pago sus hijueputas cincuenta lucas que pide James para
que uno se pueda ir y me voy a la estación de gasolina, o lejos de aquí.
¿está interesada en entrar? Podemos compartir cama, así nos queda
más barato y luego nos vamos juntas.
No, no estoy interesada, es que realmente estoy buscando a… -pensó un
momento –mi papá. No lo conozco, mi mamá y mi padrastro me trataban
muy mal y me volé y yo, pues vengo a buscarlo.
Qué bueno que usted tiene a donde ir. Mi caso es similar. El hijueputa de
mi padrastro me…desvirgó a los cinco…y más grande, mamada de eso,
me volé y míreme aquí, sin tener a donde ir.
Cuéntele mijita –dijo bajito Estercita, la anciana, casi ciega, pequeña y
flaquita, parecía que se iba a quebrar. Temblaba demasiado y no oía
bien.
Estercita –obedeció la muchacha –pasó una vida muy dura. Es del
campo. El papá también le hacía…esas porquerías que me hacia mi
padrastro…pues… el amor…bueno ese tipo de amor no se debería hacer
con una hija… ¡usted me entiende!
Sí.
-
Bueno, ella se casó y el marido también le pegaba, era muy buen
trabajador, pero era tomador y le pegaba. Para mí cuando el patrón no le
pagaba y lo mandaba a azotar, el hijueputa se desquitaba con ella y sus
hijos. Se murió y le tocó salir adelante sola. De un momento a otro el tipo
que era dueño de muchas tierras la echó porque dizque en los papeles
decía que la finca era de él, pero como Estercita ni sabe leer, eso quien
sabe si es verdad.
Fue empleada del servicio mucho tiempo, sus hijos crecieron, se casaron
y ella comenzó a enfermarse, a quedar ciega, a temblar mucho. La
echaron del trabajo y se fue a vivir con el hijo, porque a las hijas los
maridos no las dejaban tenerla en su casa.
Al man ese le estorbaba y el malparido le pegaba y todo. –Movió en signo
de reproche la cabeza- eso no se hace. No, si mi vieja hubiera sido
así…si mi vieja me viniera a buscar… yo. Bueno –se frotó las manos
fuertemente con una nostálgica y extraña sonrisa, queriendo cerrar el
tema –espero que encuentre a su papá y sea bueno con usted, pero
viene y visita. No se olvide de nosotros. Ya vengo –se paró de un brincole voy a presentar al resto de los muchachos, para que hablemos. Es
medio día, esto es muerto hasta las dos.
Llegaron todos, el que más edad tenía era de unos veintitrés años. También se
quería ir, y estaba reuniendo los cincuenta mil pesos para James, así que le
estaban ayudando, ya tenía treinta. Oyó todo tipo de historias que la entristeció.
Se dio cuenta que no era que las personas fueran malas, sino que la sociedad las
arrinconaba, y allí, agazapadas, esperando cualquier oportunidad, estaban la
droga y la delincuencia.
Notó también que quien tenía más preparación académica había llegado a tercero
de primaria. Y esto combinado con la ignorancia de los más pudientes que, a
pesar de todos sus estudios no veían más allá, era una mezcla explosiva que se
alimentaba de violencia, miseria, hambre, descomposición social y destrucción de
todos los valores de convivencia.
“Víctimas de la adicción y un gobierno criminal, que no ha sabido adoptar protección
para el menor.
Sumidos entre sus harapos y alcantarillas, hoy son tantos los muchachos para los que el
sol no brilla.”
-
-
Ya van a ser las dos pelada –dijo la muchacha –vallase por que por aquí
pasa la gonorrea del James y si la ve comienza a joder. Pero cuando este
mejor venga, no nos olvide.
Tome mijita –Estercita le dio una bolsita con tres panes adentro –llévela
que más tarde le da hambre, y mire a ver como se cuida esa terrible tos y
ese ruido en el pecho, no hay nada más feo que andar enferma en la
calle –la mujer miraba hacia la nada, a donde ella creía que estaba Silvia.
Cuando la muchacha se intentó negar ellos insistieron. Silvia recibió la
bolsa y la viejita, torpemente le apretó las manos –cuídese mamita, la
calle es muy dura –es sus negras y marcadas arrugas se podía ver un
gesto de preocupación y compasión, ella sabía lo que a Silvia le podía
pasar.
Anduvo sin rumbo, conociendo la ciudad. Se estremeció al notar que la gente
parecía vivir en islas. Muchos no se daban cuenta de quién pasaba por su lado.
Cada uno pensaba en sus cosas, en su vida, casi no hablaba con los otros, y
cuando lo hacían solo miraban en el prójimo un enemigo, una amenaza.
Entró a una cafetería y fue golpeada con una escoba y ahuyentada con agua
caliente. Solo una mujer que vio la escena se compadeció de ella.
-
¿Qué quería allá mija? ¿Por qué se metió allá?
Porque –lloraba sin parar –iba a comprar un café –mostró unas monedas,
mil pesos.
Vamos allí, hay otra panadería y yo le compro su café.
Caminaron un par de cuadras en silencio. La niña solo podía sollozar y notó que
le habían quemado un brazo. Esto la hacía llorar con más sentimiento, pero
sobretodo pensar en toda la ignorancia e indiferencia. La mayoría de la gente era
buena, les dolía esto, pensaban en todas estas situaciones, pero no lo suficiente.
Como no podían dar una solución definitiva, con el alma en la mano simplemente
se tapaban los ojos y seguían adelante. Después de un tiempo de vivir en esta
burbuja ya no podían ver, ya no podían sentir los problemas de la sociedad, así
vivían felices, pero perdían uno de los valores de Ser Humanos, ser compasivos,
sentir al pueblo al que pertenecen.
-
Mire mamita, espéreme aquí ¿Sólo un café? ¿No quiere un panecito o
algo así? –la niña negó con un gesto y mostró los panes que le había
dado Estercita. La mujer no tardó y le trajo su pedido –chao mamita,
cuídese –miró el reloj – ¡las cuatro! Chao.
Se sentó en una esquina, se quitó su olla de la espalda y miró irse a la señora.
Ella era la única que la ayudó, pero la gente no se compromete mucho. Le deseó
lo mejor del mundo. Pensó que cuando el chico le pregunto si tenía plata ella sintió
alarma y mintió. Se acababa de dar cuenta de que ese presentimiento no era en
contra de ellos, sino de la sociedad, de James, del dolor, de los peligros.
Toda esta gente que había criticado hace unos momentos, a los que había
acusado de indiferentes, ellos también tenían esta sensación de alarma y la
necesidad de defenderse, desafortunadamente no sabían de qué, así que la
emprendían en contra del más inocente, el que no se pudiera defender, los niños,
sus esposas, los animales… un espiral vicioso que iba hacia abajo hundiendo
nuestra sociedad en el fango.
“Yo soy de una región del universo que llaman la tierra, es una bola que se la pasa
girando alrededor del sol, dicen que se parece una naranja, pero gigantesca, ¡caramba!,
pero la siento tan agria, me sabe a limón.
La mayoría de los que la habitamos, hoy nos agobia la miseria y el dolor, encadenados
con cadenas de terror nos quieren mantener los que se creen los amos, esos canallas,
miserables, desalmados, legalizaron el cultivo del rencor, con qué cinismo fumigan el
amor, con qué cinismo fumigan el amor, para que no vivamos como hermanos.
Hermanos, hermanos, el nombre del hombre es hermano, lo más inhumano que existe es
la explotación, lo más inhumano que existe es la explotación […] por qué no giramos
alrededor del amor, por qué no giramos alrededor del amor”
Deambulando encontró otra placita. Se acostó en un banco de parque sobre unos
cartones. Se sentía muy mal y tosía mucho, pronto se durmió. Unas horas
después sintió que le acariciaban las piernas. Se levantó y vio a un hombre, otro
indigente que le dijo que le tenía un cliente, pero que se lo presentaba si primero
le daba la muestra a él.
Ella se sentó rápidamente. Ya estaba oscuro, no sabía qué hacer y ese señor la
acosaba más. Silvia entendió y le dejó claro que no le interesaba, sin embargo él
no se daba por vencido y ya se estaba poniendo agresivo, ella corrió, estaba
asustada, de pronto sintió un grito de una mujer, su voz tenía un acento diferente.
-
-
Hernán, ¿qué le pasa? ¡déjela en paz!
Solo estaba…
Mariquiando, es lo que hace. –paró, la imagen de la mujer apareció, era
indígena. Traía la olla de Silvia – ¿Esto es suyo?
Sí –se intentó reponer del susto.
Tome –se le acercó y dio un par de golpecitos en la espalda a Silvia,
quien por la carrera comenzó a toser sin parar. –si me presta la olla le doy
un poco de comida ¿bueno? –Silvia asintió con la cabeza pues no podía
hablar, sus pulmones no le daban tregua, la mujer la ayudó a caminar
hacia un grupo de personas –la gente nos da mercado y nosotros no
tenemos en qué cocinar, así que nos toca en latas y cosas así. Pero al
menos hoy si tenemos una olla para la sopa. –Silvia tomo asiento y
deshaciendo los nudos que le facilitaban colgarla, les dio la olla y habló
con dificultad.
También tengo una olleta y otra olla más pequeña, cuchillo y bueno, no
creo que un machete sirva.
Su voz salió con extraños silbidos y dificultad. Se alegraron al ver los elementos
de cocina e incluso el machete, que fue usado ágil mente por un hombre joven, de
unos veinticinco años, para completar el cambuche en donde iban a dormir. Aparte
dejaron a Hernán, pues éste era acosador y había muchas mujeres.
Vio a la gente de este grupo. La mayoría era indígena, pero otros no. También
había un nivel alto de analfabetismo, pero era gente muy inteligente y
colaboradores. Estas personas se las arreglaban vendiendo artesanías de su
tierra y pidiendo mercados. No tenían un “jefe” como James, a ellos les gustaba
mantener su dignidad, incluso en esta situación tan dura.
Esa noche durmió allí. Se ubicaron en los cambuches muy cerca para frenar el
frío. Estaban en una esquina de la plazoleta y el olor a orín era fuerte. Había unos
ocho niños que lloraban, Silvia pensó en lo mal que la pasaban, cómo iban a
crecer, qué sería de ellos.
Al otro día le dio los cinco mil pesos a la indígena para que comprara huevos y
pan. No le dolió, estaba alegre de poder ayudar con un poquito a estas personas,
de devolverles las atenciones prestadas y de pasar unas horas más con ellos. Ya
se había dado cuenta de que la plata en sus condiciones no le servía para nada.
Pero sobretodo quería deshacerse hasta del último pedazo de su pasado.
La mujer volvió pronto. Pero no solo venía con el mandado de Silvia, también le
compró un jarabe para la tos y la hizo prometer que se lo tomaría. Desayunaron y
al irse les dejo los implementos de cocina y el machete. Le pidieron que se
quedara, argumentaron que la calle era peligrosa y que sola era peor. Ella lo
meditó.
-
“Qué hacemos Mariana. Qué hacemos… no, este no es el futuro que yo
quiero ni el que te prometí, tendré que seguir buscando”
Se negó y contó la misma historieta a cerca de buscar a su padre, todos le
desearon suerte y le dijeron que allí los encontraría siempre que los necesitara.
Ese día se sintió muy mal, ni siquiera tenía hambre. Durmió por la mañana en un
parque debajo de un árbol. A las doce del día despertó y meditó en todo lo que le
habían dicho. Era verdad, no podía estar deambulando por ahí sola por la noche,
cualquier cosa le podía pasar. De pronto recordó a la muchacha que conoció el
primer día. Había hablado de la estación de gasolina. Le dio una corazonada y fue
a verla.
-
¡Hola! La saludó animada. ¿Qué hace?
No por aquí. Es que me quedé pensando en lo que dijo de que en la
estación de gasolina no había que…
¿Está pensando en esa vida? Es dura
No, solo en un sitio en donde quedarme por la noche, segura.
Sí –lo pensó –le sirve, pero le toca en el suelo.
-
No importa desde que no haya que hacer…nada. Además mi papá
maneja un carrito, de pronto y me lo encuentro ahí.
Pues sí, es lo más seguro. Tranquila allá nadie le dice que hacer y antes
la ayudan. Mire a las cuatro y media o cinco llega un señor de una chaza
de dulces blanca, es como un coche de bebe pero tiene una maricada de
madera donde él guarda todos sus dulces, cigarrillos y todo eso. Bueno,
blanca, nos se le olvide. Él se llama Don Eliseo.
También busque a Fabiana ella, o mejor dicho él, es un travesti, pero que
hembrota, es hermosa altísima y de un cabello espectacular, la va a
reconocer de una. Ella llega como a las ocho o nueve de la noche.
Dígales que viene de parte mía, de Nena, y les dice lo que quiere, ellos le
ayudan. A mí me están ayudando a conseguir las cincuenta lucas para
esa gonorrea del James, pero si me salgo de allá rápido.
Silvia le agradeció la ayuda a la muchacha, siguió las indicaciones y llegó a las
tres al sitio. Era una estación de gasolina común y corriente. Había también un
restaurante, un lavadero de carros, un pequeño mercado y funcionaba como un
paradero de las rutas de buses, pero nada que diera muestras de alguna actividad
que tuviera que ver con la prostitución bares, tabernas, tiendas, nada. ¿Habrá
equivocado el camino?
Esperó un poco, el sueño la dominó otra vez y, a pesar del remedio, la tos no
cesaba. Allí, recostada contra un muro, acurrucada se durmió. Era una imagen
triste de ver, muchos se sintieron terriblemente nostálgicos. A las cinco y media se
despertó. Miró a su alrededor y sentado en un murito estaba el hombre de la
chaza. Ella se acercó temerosa.
-
-
-
-
¿Don Eliseo?
Sí. –La miró. Tenía unos bellos ojos azules. Era un poco moreno y
bastante delgado. Vestía impecablemente, aunque se notaba que era
muy pobre
Mucho gusto, vengo de parte de Nena.
¡Hola mija! ¿Qué necesita? –sonrió ampliamente. A pesar de faltarle
varios dientes tenía una sonrisa muy agradable
Es que necesito un lugar para dormir mientras encuentro a mi papá. Pero
me ha pasado mil y un cacharros. Quería preguntar ¿si yo duermo por
aquí cerca usted me podría cuidar?
¡Claro! ¿Necesita un hogar mijita? –ella lo miró, se veía tan pobre que
pensó que le estorbaría.
No tranquilo.
No es problema, mi mujer pondrá el grito en el cielo, pero qué más da,
¿Quién paga el arriendo? Es un cuartico, pero es con amor –ahora sí
estaba decidida a no ir, no pondría en aprietos a aquel hombre.
No, es que anhelo encontrar a mi papá, él es conductor, tarde o temprano
vendrá.
Se durmió allí, a unos cuantos pasos del hombre, en una esquina. El olor era a
hierba pues alrededor sólo había grandes potreros. Recordó la selva, pero el frío
la estaba matando y el ruido de carros y grandes camiones era infernal, pues la
estación de gasolina estaba ubicada a un lado de la vía panamericana, transito
obligado de grandes tracto mulas de carga. Pasadas unas horas sintió unas
grandes manos por su cara. Abrió los ojos y vio a una hermosa mujer frente a ella,
se intentó sentar pero la mujer, que leía la etiqueta del jarabe que Silvia estaba
tomando, le hizo señas para que se quedara quieta.
-
Amiga –le dijo con una voz dulce pero gruesa para ser de mujer –esto no
le está sirviendo. –sacó un termómetro de debajo del brazo de Silvia –
está ardida en fiebre. Mire, ahí la abrigué con una chaqueta que
conseguí, mañana le traigo una cobija. – se iba a parar y se acordó – me
llamo Fabiana, lo que necesite es con migo ¿Vale? La amiga de Nena es
amiga mía. Ya vengo –miró un carro que paró cerca y con una sonrisa
maliciosa –me demoro.
Una hora más tarde Silvia despertó. Se sentó a hablar con el hombre, a contarle
todo lo que había vivido en aquella ciudad. Después hablaron de temas más
agradables y escucharon música en un pequeño radio. A la tertulia se les unió
Fabiana y otras dos muchachas. Oyó sus historias de vida. Era triste pensar en
todo esto. Era injusto y cruel. Entre más dinero tuviera una persona era menos
humana.
Pasaban los días, su salud iba decayendo, en el día deambulaba por las calles
buscando una oportunidad, un trabajo, un lugar digno. Las noches las pasaba en
la gasolinera. Una tarde, cuando paseaba por un barrio, se acercó a un puesto de
comidas rápidas que estaba instalando una señora en una calle al pie de un
parque.
-
-
Señora ¿puedo ayudarle? Por cualquier poquito de papas o un huevito de
esos – dijo señalando un tarro lleno de huevos de codorniz cocinados. La
señora, escoba en mano, volteó a mirar Silvia que se atemorizó, pensó
que la golpearía- ¡tranquila yo me voy! – sus ojos se humedecieron y dio
la espalda lista para partir.
¿A dónde? Necesito ayuda – dijo la mujer.
Silvia la miró alegre. Debajo de la mugre que cubría su cara se veía una inmensa
sonrisa.
-
Pero así no puedes trabajar- dijo la mujer simulando entusiasmo y
ocultando un par de lágrimas que se le habían escapado. Y dirigiéndose a
un niño que estaba cerca- Alejo, llama a Patricia.
El niño salió brincando alegre al parque, pronto dejo ver de nuevo su figura,
gordito pero alto, de cejas pobladas y ojos negros. Detrás de él una joven de la
misma edad que Silvia, más alta, de cabellos negros y lisos, de piel trigueña al
igual que su hermano, delgada, ojos grandes, oscuros y sumamente expresivos.
-
Arreglen esto, ya venimos.
Llevó a Silvia un par de calles hasta una casa. En el primer piso había una
carnicería, y al lado una pequeña puerta por la que entraron. Conducía a unas
escaleras que llevaban a un apartamento. Al entrar estaba la sala comedor y un
balconcito. Seguía la cocina y un pequeño corredor, en él se veían cuatro puertas,
que estaban cerradas.
-
Vamos rápido que tenemos que hacer, métete al baño – dijo abriendo la
primera puerta del corredor y sacando una toalla limpia de un gabinete
cercano - ya te alcanzo ropa, espero que no te moleste que sea mía, yo
pienso que te quedará.
Silvia hizo caso. Cerró la puerta y se miró al espejo, estaba hecha un desastre, ni
siquiera ella misma se reconocía, no solo en lo físico, sentía que había cambiado,
y todos esos días en la calle le enseñaron cosas dolorosas que la concientizaron.
A pesar de esto no había dolor en su corazón. Se metió a la bañera, sacar la
mugre era difícil, pero fue más duro abandonar su pasado. Terminó de asearse,
vestirse y salió del baño. La señora la esperaba en el comedor con la comida
servida.
-
Casi que no sale, mija.
Sí- sonrió tímidamente.
Mire lo linda que es. Siéntese, coma –Silvia obedecióllamas?
¿Cómo te
Silvia comía rápidamente el almuerzo compuesto de arroz, lenteja, un pedazo de
carne y jugo de guayaba. Lo pensó, instintivamente iba a decir Mariana, pero
entendió que este era el momento indicado, una de las oportunidades que
esperaba para empezar su nueva vida.
-
-
-
Silvia.
Qué lindo nombre - se quedó allí esperando a que la muchacha
terminara mientras tomaba un tinto -¿ya terminó? Tenía hambre. – Retiró
la losa y fue a lavarla- tenemos que afanarnos, Alejo se tiene que entrar
para estudiar mañana y así que nos toca madrugar, pues tenemos mucho
trabajo.
¿Mañana?
Sí ¿no se va a quedar? Yo hablo con el Gordo y vemos qué hacemos con
usted, pero no se va a vivir más tiempo en la calle, eso es peligroso,
además está muy enferma. ¿Dónde está su familia?
No tengo- mintió y se sintió mal por ello, pero no iba a permitir que la
devolvieran - Entonces ¿me puedo quedar?
Claro, después vemos qué hacemos.
Intentó disimular la tristeza. Con los trajines de la vida en la calle casi no había
pensado en su familia ¿qué estarán haciendo? ¿Se preocuparían? ¿La
extrañarían? Pensó en contarle todo a Amparo, pero el miedo no la dejaba,
además, mientras trabajaba tenía una certeza, ella podría ser una gran amiga. No,
no le contaría, pensó en Mariana y la promesa de una vida feliz que le había
hecho. ¿Pasaría todo esto simplemente para volver a una casa en la cual no le
habían dado el más mínimo signo de cariño? ¿Llevaría a su amiguita a ese lugar
de humillaciones, insultos, golpes? No. Para eso se hubiera quedado en aquella
cueva.
Trabajaron hasta las 9:30 de la noche. Recogieron y llegaron a casa como a las
10. Hablaron mucho durante ese rato, de libros, de la vida de Amparo, un poco de
la vida de Silvia, de gustos, de cine, música. Rieron, Amparo era una persona muy
buena, detrás de esa figura pequeña y débil, se encontraba una mujer luchadora y
fuerte.
Al llegar a casa Amparo le pasó cobijas, sábanas y la acostó en el sofá de la sala
que era cómodo. Lo que esperaba tanto tiempo, se parecía mucho a su cama.
Amparo se fue a dormir. Silvia se quedó un rato en aquel sofá pensando. Invocó a
Mariana.
-
“Te dije que esta ciudad nos iba a traer suerte, ya estamos bien, quédate
conmigo”
A pesar de la comodidad no podía dormir. Tanto tiempo descansando sobre tablas
y cartones la obligó a bajarse al suelo. Allí concilió el sueño rápidamente.
Mientras tanto, en voz baja, Amparo y Francisco, su esposo, hablaban. Él era un
hombre alto y grande, por eso le decían el Gordo, pero no era una persona obesa,
era fuerte. Le faltaba un pedazo del dedo índice de la mano derecha, además, ese
antebrazo mostraba unas cicatrices horribles, también la cara. Parecía como si
fueran grandes arañazos, por eso, un amigo, Pablo, le decía “arañazo de tigre”.
-
-
Mijo, ¿yo qué podía hacer? Pensé en arreglarla, darle algo de comer y
nada más, pero la viera toda contentica después de salir del baño. Yo no
sé si es impresión mía mi amor, pero ella tiene algo. Mañana va a ver.
Tranquila, mija. Mañana vemos. Lo que usted hizo está bien. A una niña
no se le puede dejar así. Mañana hablamos con el padre o con alguien a
ver qué hacemos con ella.
Eran las cuatro de la mañana cuando Silvia sintió unos pasos y despertó. Era
Amparo que intentando guardar silencio ya se preparaba para el nuevo día.
-
Mija, siga durmiendo.
No, doña Amparo, yo quiero ayudarla.
Primero, no me diga doña, segundo, ahí le dejé la ropita. Pero duerma
otro poquito.
No puedo.
Se duchó y se vistió con rapidez y en silencio. Invocó de nuevo a Mariana y salió a
continuar con su nueva vida. Amparo estaba preparando el café y se disponía a
moler el maíz para las arepas, labor de la que se terminó encargando Silvia. En
ese momento llegó a la cocina Francisco. Silvia intentó, sin mucho éxito, esconder
el impacto. Sus cicatrices, su apariencia, era la imagen del típico hombre malo de
la televisión, aunque su actitud contrastaba un poco con su físico. A pesar de su
gesto severo, entró haciendo bromas y exponiendo una gran sonrisa.
Sus grandes ojos completamente negros se dirigieron a Silvia que, inmóvil por
segundos, apenas acertó a mostrar una tímida sonrisa. Después de un rato
Francisco salió de la cocina y fue a despertar a los niños.
Mientras Silvia servía la mesa pudo oír. Era un padre cariñoso pero exigente. Los
niños se despertaron y se arreglaron rápidamente. Por fin a las seis todos estaban
sentados a la mesa. Alejandro sentía curiosidad por la nueva acompañante y
hacía un sinfín de preguntas, al igual que Patricia, que era más prudente.
Después de asear la casa Amparo y Silvia bajaron a la carnicería por dinero.
Fueron primero al médico y luego a comprar ropa, zapatos y demás cosas que
necesitara. Silvia estaba feliz. Era una experiencia nueva para ella, pues siempre
utilizó la ropa que Stella ya no se ponía.
Amparo parecía también gozar las compras. Incluso adquiría artículos que no eran
de importancia como esmalte para uñas, brillos labiales y demás cosas que
estaban de moda entre las jóvenes.
Fueron a casa y almorzaron Francisco, Amparo y ella, pues los niños salían del
colegio hasta las 4 de la tarde. Después de eso, Francisco se fue a duchar y
arreglar, pues tenía cita con el padre Manuel esa tarde, motivo por el cual la
carnicería no se abriría y no sacarían el carro de comidas rápidas. Había algo raro
en esa cita. Parecían ansiosos. Ella sabía que el padre la ayudaría, que quizá se
quedaría con él o le conseguiría un hogar, pero eso no justificaba la tensión que
tenía la pareja.
A las dos de la tarde llegó por ellos un carro Toyota viejo en cuyo parabrisas se
podía ver un papel que decía “expresos”. Servía de especie de taxi que llevaba a
las personas a las veredas, o hacía trasteos.
-
Hola Nacho.
¡Qué más Gordo! Amparito qué milagro. ¿Quién es este hermoso ángel
que hoy sube a mi modesto carro?
Se llama Silvia. Y cuidadito con ella – dijo Francisco en tono de broma.
Nacho era un muchacho joven, moreno, de ojos oscuros y profundos, alto,
delgado, y se veía muy serio. Estudiaba en colegio municipal, terminaba su
bachillerato, y también en el SENA que era un centro de capacitación que estaba
a su alcance económico. Era el conductor del carro propiedad de Francisco. A
pesar de su corta edad, el hombre no veía reparo en dejárselo, era cuidadoso,
conducía desde que tenía 13 años, le había tocado trabajar desde niño, pues no
tenía padre y se encargaba de su madre que estaba enferma de un cáncer
terminal.
Después de un par de chistes y de hablar de temas de poca importancia,
comenzaron a tratar sobre una cooperativa lechera que estaba ubicada en unas
fincas en una vereda cercana, adonde se dirigían. Allí todos los vecinos habían
reunido su ganado, hicieron establos, se organizaron, compraron algunas
máquinas y vendían leche, queso, yogures y demás artículos lácteos, además de
sembrar otros productos como frutas, verduras y legumbres.
Llegaron y la organización era estupenda. Allí mismo fabricaban abono, el
concentrado para el ganado y los productos. Estaba muy bien sistematizada, y la
unión entre vecinos era muy buena, tanto que hoy se celebraba una reunión con
otros líderes campesinos que estaban interesados en unirse a ellos con un par de
proyectos, uno que tenía que ver con la cría y venta de cerdos y otro con un
galpón para la obtención de huevos y obviamente carne de pollo.
Después de un rato se aprobaron los dos proyectos y se hizo el cronograma de
actividades. Los campesinos salieron felices de poder colaborar y de saber que
pronto su vida mejoraría, muchos de ellos estaban a punto de perder sus tierras a
consecuencia de los créditos bancarios y del gobierno, esta era la única
oportunidad que tenían. Silvia pudo ver sus ojos brillar de alegría. Por fin muchos
veían el futuro más cercano y mejor. Cuando todos se habían retirado, el padre
Manuel se acercó a ellos.
-
Ahora sí, hablemos de esta princesa. Cuéntame cómo te llamas.
Silvia.
¿Estás segura? – dijo el padre mirándola a los ojos, escudriñando su
interior- cuando uno quiere huir, lo importante es no huir de uno mismo,
sino de lo que le hace daño, y tener siempre presente un futuro mejor.
Silvia analizó su situación por un tiempo prudencial, todos guardaban silencio,
después de unos minutos respondió decidida, con alegría y con esa energía
extraña corriéndole por su cuerpo.
-
Sí, mi nombre es Silvia.
El padre la miró orgulloso y la abrazó cariñosamente. Amparo dejó caer dos
lágrimas y Nacho apretó sus puños, puesto que una gran felicidad llenaba cada
rincón del salón en el que estaban. El único que se mantuvo inmóvil, como si no
respirara, fue Francisco.
-
Muy bien, esta es tu nueva familia, tus nuevos amigos, tu nueva ciudad –
dijo el padre- pero ten en cuenta que aquí se viene a trabajar duro, y se
trabaja para los demás.
Ella ya conocía la importancia del trabajo y le gustaba, sin embargo hasta hoy, en
aquella reunión, se dio cuenta que el trabajo se convertía en un valor solo cuando
no se hacía por el interés personal como Roberto, su padre, sino cuando se hacía
por el interés de todos.
-
Ella es una gran trabajadora, padre- intervino Amparo- no hay necesidad
de decírselo.
No, Amparito, quizá sí. – interrumpió Silvia –Hasta hoy yo había
trabajado, sabía que era el único medio de tener algo, de salir adelante y
ser mejor, pero no sabía que era el milagro que lograba la unión, la
solidaridad, el entusiasmo, la felicidad y la hermandad que vi hoy en este
lugar.
Una a una las palabras de Silvia golpeaban a Francisco como un látigo invisible
que lo obligó a salir de aquel sitio. Se disculpó y fue a ver las vacas.
Disimuladamente, minutos después Amparo también salió y lo encontró en el
establo.
-
-
-
Qué pasa mijo.
Nada.
Confíe en mí- dijo acercándole una silla y tomándolo cariñosamente de
las manos.
No sé- dijo sentándose lentamente, como si cargara un gran peso en sus
hombros que no lo dejara moverse. Una sombra turbó su mirada y las
lágrimas aparecieron, incapaz de contenerlas, escondió su rostro
cubriéndolo con la toalla que llevaba al cuello siempre.
No sé, Gordo – dijo Amparo como si supiera cuál era su tristeza –no es
mala o ladrona, es trabajadora y colaboradora. Yo necesito su ayuda,
pues sabes que estoy un poco enferma. No soy capaz de dejarla por ahí,
sola, aunque estemos pendientes no la podremos cuidar. El padre dice
que se quede aquí en la finca, pero…
Se parece tanto a ella, la forma en que habla, como mira, es ella. No
puedo dejarla tampoco. No me gustaría que perdiera la esperanza, no me
gustaría verla como vi a Adriana la última vez, un cascarón sin alma, no
quiero que le pase nada de lo que le pasó a Adriana.
Volvió a llorar, parecía un niño. Amparo se preocupó porque nunca lo había visto
así, pero estuvo feliz, pues nunca había conocido a alguien que lo hubiera visto
expresar sus sentimientos, y menos respecto a su hermana Adriana, eso debía ser
positivo, nadie puede tragarse el dolor y menos por casi 40 años.
-
Dejémosla que se quede con nosotros por un tiempo, después decidimos
qué hacemos con ella – y acercándose y limpiándole las lágrimas con
ternura- usted tranquilo, a ella no le pasará nada. Quédese aquí un
poquito más si lo necesita. Yo voy a hablar con el padre.
Lo dejó solo. Encontró al padre y le contó todo. Él estuvo de acuerdo con que
dejarla con ellos un tiempo era la mejor opción, tanto para Amparo y Francisco
como para la niña.
Lo primero que hizo Silvia, fue hablar con el padre Manuel acerca de las personas
que había conocido. Éste contactó fundaciones, las cuales pudieron ayudar. Del
primer grupo, el de James, rescataron doce niños, tres adultos mayores y algunos
jóvenes, aparte de demandar al hombre y de dar a conocer en medios de
comunicación nacionales e internacionales esta lamentable situación de
explotación. Del segundo, el de los indígenas, todos recibieron una oportunidad
para encontrar hogar y trabajo, además de entrar a conformar la asociación de
desplazados. Del tercero, el de las prostitutas, solamente se acogieron a un
programa de rehabilitación seis, pero sin embargo todas, incluyendo Nena y
Fabiana, se organizaron para mejorar su nivel de vida.
Cumplido esto, y viendo a sus amigos cada vez que podía, comenzaría a estudiar
en el colegio departamental, claro, después de recuperar completamente su salud.
No tenía papeles, el padre ayudó a su matrícula. La presencia de Silvia era
buena para la familia. Las jóvenes eran ya muy amigas incluso, a pesar de un par
de peleas infantiles, ellas compartían el cuarto. Alejo quería mucho a su nueva
hermanita, pues ella pasaba más tiempo con él jugando Nintendo o carritos.
El día que esperaba llegó, primer día de colegio. Silvia se despertó desde las tres
de la mañana, estaba ansiosa y el tiempo pasaba lentamente. Por fin a las seis y
treinta de la mañana llegó Nacho para llevarlos al colegio. Primero llevó a Patricia
y a Alejandro al colegio en donde estudiaban, era privado. El plan era que cuando
consiguieran la forma de adoptar a Silvia ella estudiaría también allí. Luego se
dirigieron al departamental.
Así sería su vida diaria por mucho tiempo. Estudiaría por la mañana, trabajaría por
la tarde, tanto en la casa, como en la carnicería o el puesto de comidas, pero con
mucho más ánimo los fines de semana en la finca, pues ellos tenían que trabajar
cierta cantidad de horas. Francisco casi no iba pues él cumplía el papel de
distribuidor de los productos lácteos, pero al ver a Silvia entusiasmada, comenzó a
asistir más seguido, y a notar cada vez más parecido entre la chica y su hermana.
Para la pareja, la joven era de mucha ayuda, aparte de ser una niña muy
inteligente y juiciosa. Lo único que le molestaba a él era la desconfianza que Silvia
le seguía teniendo.
Un sábado, Francisco anunció que al otro día no trabajarían en la finca, pues
visitarían a la tía Adriana y a su sobrino Gonzalo. Rápidamente los muchachos
hicieron cartas y dibujos. El entusiasmo era tal que el bullicio se apoderó de la
casa. Silvia no entendía nada, rápidamente Patricia le explicó que su tía y su
primo estaban muertos y que cada rato su padre los llevaba al lugar donde
murieron y hacían actividades chéveres y que por eso ellos los querían tanto.
Seguía sin entender, si estaban muertos, debía ser algo triste, no un evento tan
esperado.
Llegó el domingo y Nacho llevó el carro. Fue un buen momento para Silvia pues,
como Nacho era el que los llevaba adonde necesitaban, estudiaban en el mismo
colegio, compartían mucho tiempo solos y el joven le estaba enseñando a
conducir, Silvia comenzó a sentir algo por él. Ella tampoco le era indiferente, al
fin de cuentas apenas iba a cumplir 17 años y ella 14, la diferencia no era mucha,
sin embargo no se atrevía a decirle nada, pues estimaba mucho a Francisco que
era el único que lo había ayudado en toda su vida, no lo quería molestar.
Lastimosamente para Silvia, Nacho no fue al paseo, quien conducía era Francisco.
Parecían que iban lejos. Después de hora y media de camino, Silvia comenzaba a
preocuparse, pues el nombre de su pueblo en las señales apareció. Sin embargo
doblaron en una carretera destapada y 15 minutos después llegaron a un río
hermoso, grande y torrentoso.
Mientras Amparo y los niños preparaban las cosas que habían llevado para el
almuerzo, las cartas y los juegos, Francisco se llevó a Silvia a una gran piedra,
donde se sentaron.
-
-
Te traigo aquí porque fue el lugar exacto donde perdí a mi familia. Yo era
muy pequeño pero recuerdo que no paraba de llover. Mi hermana Adriana
corría desesperada, tenía la esperanza de poder alcanzar los guerrilleros
comunistas, eran nuestra única salvación.
La recuerdo bien, tenía 17 años, me parecía tan alta, tan hermosa. Ella
siempre se ocupó de mí cuando mi mamá no podía. Siempre tuvo la
energía, la potencia, el ánimo. Se parecía mucho a ti.
Hasta que un día entraron los chulos a la finca. Violaron todas las
mujeres. Recuerdo que salió de la casa a hurtadillas, golpeada,
maltratada, ya no era ella, su alma se había ido, era su cuerpo que
caminaba solo, desocupado con el único objetivo de salvarnos a Gonzalo,
su hijo de 5 años y a mí de 7.
¿Por qué hacían eso?
Un ricachón necesitaba tierras y mi papá no estaba dispuesto a vender,
menos por la limosna que ofrecían.
Y ¿la policía, o el ejército o el gobierno?
Ellos apoyaban y siguen apoyando a los ricos, el pueblo somos el
estorbo, pero al mismo tiempo los que los mantenemos en su pedestal.
En fin, Adrianita salió y nos escondió entre los marranos. No sé ella cómo
se salvó.
Todavía no puedo olvidar ese olor inmundo y ver entre las maderas la
casa quemándose. Yo sabía que todos estaban allí y no pude hacer
nada. Pasó la noche y Adriana volvió por nosotros como prometió.
Había dicho “si no lloran, les prometo que vuelvo. Si lloran, no vuelvo”.
Nosotros no lloramos, aunque queríamos.
Sin nada. Huérfanos, viuda, analfabetas, estábamos en medio de dos
guerras: la primera, la del Estado contra el pueblo, de la cual ya éramos
víctimas. La segunda, la de los “limpios” contra los “comunes”. Los
primeros, eran los liberales. Sin ningún fin más que vengarse de los
conservadores así fueran campesinos igual o peor de pobres a ellos. No
podíamos acudir a los liberales, nuestro abuelo había sido conservador.
Por el otro lado estaban los “comunes” que no pertenecían a ninguno de
los dos partidos, eran comunistas, organizados y luchaban por el pueblo.
A ellos sí acudiríamos, las mujeres eran tratadas bien, estaríamos
seguros.
Sin embargo ya estábamos muy cansados. Unos vecinos nos dijeron que
los “comunes” iban muy adelante y sabíamos que atrás nos pisaban los
talones los chulos.
Ella corría con Gonzalo a cuestas y casi arrastrándome pero dándome
ánimo. Prometiéndonos que apenas los encontráramos ellos nos
ayudarían a rehacer nuestras vida y que ella trabajaría fuerte para
conseguir otra tierrita y darnos la mejor vida, como lo había hecho nuestro
padre. Esas palabras me alentaban, mis pies rotos por correr descalzo en
ese terreno tan difícil no dolían tanto.
Por fin los alcanzamos. No nos hicieron preguntas, era simplemente
vernos para saber que necesitábamos ayuda y adivinar lo que había
pasado. Llegamos aquí pero la lluvia había hecho que creciera el río. La
idea era pasarlo, los chulos no se atreverían. Uno de los guerrilleros se
arriesgó y se tiró amarrado a una soga, por fin llegó al otro lado, cansado
pero a salvo. Todavía puedo recordarlo, alto fuerte, joven, altivo.
Todos comenzamos a pasar en grupo porque no había tiempo de hacerlo
de uno en uno. A mitad del trayecto mi sobrino se soltó. Mi hermana me
miró con amor y se fue tras él, yo no pude moverme, me quedé viendo
como perdía la poca familia que se había salvado de esa infernal noche.
Detrás de mí había una mujer, me pasó la mano por encima, me sonrió
como diciendo “te entiendo”. Y seguí.
Al llegar al borde me quedé mirando todo el río, esperando que las
personas que habían caído, cinco en total incluyendo mi hermana y mi
sobrino, salieran. Después de un rato, cuando habíamos repuesto un
poco las energías, teníamos que partir. Juan, el muchacho que había
pasado la soga, me tomó del brazo y me dijo “no van a salir, pero ya
estás a salvo”. Por el camino me enteré que nuestra finca no fue la única
a la que entraron. Habían masacrado a la gente de la región, quince
fincas en una noche, otras tantas en tres días que llevaban en su
“cruzada”.
Juan se convirtió en mi maestro y mi guía. Me enseñó todo lo que sabía y
me hizo un buen guerrillero. Hoy día agradezco que mi hermana me
salvara, por un alto costo, pero estoy bien.
Hace 20 años un tiro me incapacitó. Me mandaron a la ciudad donde un
hermoso ángel me cuidó –dijo mirando tiernamente a Amparo –la herida
traería consecuencias a mi salud así que me dejaron quedar en la ciudad.
Con lo que los camaradas me ayudaron compré el lote y construí mi casa
y mi negocio. Años después compré la tierrita e hice la cooperativa con
los vecinos.
¿Ya entiendes por qué no pude dejarte en la calle? Te quiero tanto, me
recuerdas a Adriana. Por favor, no me temas más, sería incapaz de
hacerte daño.
“Volvieron los soldados, volvieron los soldados, volvieron los soldados a donde el
ganadero. Fueron recompensados, fueron recompensados, fueron recompensados con
Whisky y con dinero, con whisky y con dinero, con whisky y con dinero, fueron
recompensados”
Desde entonces Silvia aprendió que las apariencias no eran importantes. Ella ya
tenía 14 años pero no dijo nada, un mes después Patricia cumpliría la misma
edad, les celebraron el cumpleaños a las dos. Ese día se volvía formalmente de la
familia.
A veces creemos estar en callejones sin salida, pero lo que realmente pasa es que
nosotros cerramos las puertas. Esta vida está compuesta por luchas y ascensos,
si no, simplemente estamos viviendo un sueño sin importancia, sin huella, sin
meta.
Has aprendido que la perseverancia, la constancia y el valor se premian. Muchas
alegrías, luchas, oportunidades y recompensas vienen por el camino. Lo único que
tienes que hacer es estar lista a aprender. ¿Estás dispuesta a luchar por el amor,
por el trabajo, por la familia, por la vida?
III
El preludio de la tormenta
La estación del tren gris, grande, imponente, le parecía un estupendo
recuerdo de despedida. Los copos blancos caían lentamente sobre el piso,
desapareciendo algunos, otros fundiéndose a sus similares en una capa
delgada que iría creciendo lentamente hasta convertirse en un gran
montículo de nieve.
Sus pasos, pequeños pero rápidos, la conducían a un gran tren que, después
de muchos días de camino, la acercaba más a su destino. La tristeza
invadía su alma, allí había comenzado su juventud, allí había tenido su
gran amor, allí había encontrado su misión en la vida, allí se había vuelto
un Ser Humano.
Los parajes blancos e infinitos de la gran Rusia la despedían con amor. La
recibirían los enormes y mágicos verdes de su adorada y natal Colombia.
Pasaría de la teoría a la práctica, de los libros a la acción y de la unión
al amor.
Por muchas semanas Silvia estuvo en las tareas de lombricultura y fabricación del
concentrado para las vacas, pues por su enfermedad, era mejor que no tuviera
contacto con los productos alimenticios. Cuando se recuperó por completo, se
dedicó a la fabricación de quesos y dulces. Estaba feliz, pues Nacho trabajaba en
este sector. Al entrar al área designada, la recibió el joven, que por el momento,
no pudo disimular la alegría que sentía y trotó hacia ella.
-
-
-
-
-
-
-
Hola. –se dio cuenta de su error, metió sus manos a los bolcillos y se
sonrojó un poco –que bien que ya estás aquí…quiero decir, ya vamos a
empezar, y…
Sí te entiendo –contestó tímida y un poco triste la chica, que se había
emocionado también al ver el muchacho – ¿cómo estás?
Bien, ¿y tú?
Bien –se sentían un poco extraños.
¿Quién es tu amiga? –preguntó, con tono malicioso, una voz femenina de
acento extraño. Era una mujer madura, delgada, de piel blanca y cabello
negro y ondulado.
Carmen, te presento a Silvia.
¡Ha! Tú eres la famosa Silvia.
Si señora.
No soy señora, soy simplemente Carmen.
Carmen es un encanto –intervino Nacho –ella es dueña de esto, de todos
los terrenos de aquí arriba y de la mayoría del ganado.
No, él exagera, los dueños somos todos los que trabajamos aquí.
No te había visto –dijo Silvia.
Es que estaba en Bogotá. ¿Conoces Bogotá? –negó la chica con la
cabeza –no se compara con el campo, pero si quieres dentro de un mes
tengo que ir y puedes acompañarme.
Me gustaría mucho –se entusiasmo la muchacha – tengo que pedir
permiso.
Bueno, en eso quedamos. Perdón, tengo que ver algo. Nacho llévala
cerca a nuestro puesto, le voy a enseñar yo misma. – le guiñó el ojo al
joven y se retiró.
Es una buena mujer –dijo Nacho buscando un tema de conversación
mientras caminaba, sin querer, muy cerca a Silvia.
Sí, me cayó muy bien.
Y es espectacular, imagínate que la gente despectivamente le llamaba
“Carmen La Loca”
¿Por qué?
Porque vivía siempre en su finca, hablaba sola y en idiomas extranjeros y
vestía descuidadamente, pero es tierna y sabe de muchas cosas, de arte,
de idiomas, de política. Nadie se daba cuenta y eso me daba ira. Me
peleé con la mitad del colegio por ella y me reventaron la nariz.
¿De verdad? –rió –no te imagino peleando –recostó su espalda a una
pared y lo miró a los ojos, estaban muy cerca y sus corazones latían
rápidamente
¿Me veo tan débil que crees que peleo mal?
-
No, solo que eres muy tier…-paró, vio que la estaba cometiendo una
imprudencia. Él sonrió y se mordió el labio inferior.
Bueno, entonces ella se dio cuenta y me dijo que odiar no era la solución,
así es como se nos unió a la cooperativa y ha enseñado una cantidad de
cosas, incluso a gente que la insultaba y a niños que le tiraban piedras,
es verdaderamente buena.
Él metió correctamente al gorro un rebelde mechón del cabello de Silvia que se
intentaba salir. Estaban muy cerca, Nacho no sabía cómo salirse de esta
situación. Si la besaba, como era su deseo, temía que pudiera desilusionar a
Francisco y a Amparo y que lo alejaran de ella. Si se retiraba intempestivamente,
que no quería, podría herir los sentimientos de la joven.
Afortunadamente en ese momento llegó Carmen y Marleny, una campesina de la
cooperativa. Ellos se alejaron y ellas sonrieron de manera cómplice. Trabajaron
todo el rato entre bromas y conversaciones muy interesantes. Esta mujer era muy
valiosa y excelente ser humano, se emocionaba con facilidad y a veces era tan
inocente como una niña.
Pasaban los días y Carmen y Silvia hacían una gran amistad. Se visitaban
mutuamente y leían mucho. Con ayuda de Amparo, Carmen y Francisco, Silvia
empezaba a entender mucho sobre el mundo, la realidad y la vida. Se dio cuenta
que las cosas no ocurrían simplemente “porque Dios lo quiso así”, sino que habían
razones de sobra y todos debíamos conocerlas.
“Por qué siendo Colombia tan rica hay tanta pobreza, por qué hay niños muriendo de
hambre y tanta comida, por qué mi Diosito no oye al pueblo tanto que reza, por qué al
rico que hace tanto daño no lo castiga. […] por qué aquí soñar con la justicia es
terrorismo…”
Silvia y Carmen habían hecho una gran amistad. Un día la mujer mandó a llamar
al padre, Amparo y Francisco. Después de una reunión, que duró muchas horas,
Silvia se enteró. La idea que tenían solucionaba el problema de papeles de la
muchacha. Dirían que Silvia era la hija de Carmen. La niña tendría quince años si
viviera, pero había muerto hace mucho tiempo. A pesar de la insistencia del padre
Manuel, ella la enterró en la finca, y nadie sabía de lo sucedido, así que
aprovecharían esta situación. Además, Francisco la reconocería como hija de él
también.
Por fin hicieron el viaje a Bogotá que Carmen había prometido. Lo había
pospuesto por mucho tiempo, pero ya no podía más. Aprovechó que en los
Colegios no había clase un viernes. Así que viajaron la mujer, Silvia, Patricia,
Alejandro y Nacho, este último conduciendo el carro de Carmen, un Nissan.
Salieron desde el jueves por la tarde. Pasaron un gran fin de semana. Al llegar se
quedaron en la casa de Carmen, pues ella estaba recibiendo su abogado. Era un
hombre de unos cincuenta años, delgado, elegante, usaba unos pequeños
anteojos, era muy canoso y su apariencia hacia recordar a alguno de esos
intelectuales de antaño. Se encerraron hasta la noche en la biblioteca.
La morada era grande, de arquitectura republicana y lujosa. Constaba de tres
pisos, en el primero estaban la sala, el comedor, la cocina, dos habitaciones para
huéspedes, dos baños y un pequeño apartamento para la señora que cuidaba la
casa. Su nombre era Luz Mary, tenía como setenta y seis años. Era baja, de
cabellos cortos y canosos, y un poco obesa. Ya estaba pensionada, pero como no
tuvo hijos se quedó con la única familia que le quedaba en Colombia: Carmen.
En la segunda planta había cinco grandes habitaciones, tres baños, una gran
biblioteca y una sala de televisión y juegos, los cuales había acabado de comprar
para sus visitantes. El tercer piso estaba compuesto por un gimnasio que nunca
usaba, un cuarto para planchar y una gran terraza cubierta
Una muchacha iba a hacer el oficio todos los días por petición de Carmen, que no
quería que Luz Mary moviera un dedo, pero la anciana siempre tenía que estar
ocupada. Incluso en ese momento se desvivía por atender a los jóvenes que
preguntaban insistentemente sobre la vida de Carmen, argumentando que ella no
contaba nada.
Luz Mary los complació, sacó álbumes de fotos. Allí se enteraron de que provenía
de una familia muy adinerada, esta casa la había heredado. Era la menor de seis
hermanos, de los cuales tres habían muerto ya, uno estaba desaparecido y la
hermana, que había llevado a suiza a su madre y su padre, este había muerto
hace tres años.
Luz Mary había sido la niñera de Carmen desde que nació. Cuando terminó el
bachillerato se fue a estudiar al exterior, a la Unión Soviética. Allí duró mucho
tiempo. Volvió y se metió en el mundo de la política y la ayuda social, esto
ocasionó amenazas contra su vida. A causa de los ruegos y llantos de Luz Mary,
Carmen accedió a retirarse de eso, compró una finca y se fue a vivir allí.
Después de que se fue el abogado, la mujer y los jóvenes vieron películas hasta
tarde y hablaron mucho. El viernes salieron todos, incluso Luz Mary, a recorrer
museos y el céntrico barrio colonial La Candelaria. Allí profundizaron más en la
historia de la colonia e independencia, enterándose de anécdotas poco contadas.
El sábado se despertaron temprano, no querían perder ni un segundo, fueron a
montar bicicleta y al parque. La tarde la pasaron en el centro comercial y por la
noche jugaron y vieron televisión. Cuando se acostaron, Silvia estaba muy feliz.
Se aproximaba la hora de volver a su ciudad, pero este viaje había servido para
fortalecer su relación con Carmen.
Era una gran mujer. Le preocupaba sin embargo varias actuaciones raras. Muchas
personas ya habían informado a Francisco sobre las llamadas extrañas que ella
estaba recibiendo, Silvia había sido testigo de una. La mujer se veía pálida, sin
embargo su voz no flaqueó y solo dijo: “deje de joder”, al colgar simplemente
sonrió y abrazó a la muchacha.
-
“Mariana, ojalá que no sea nada grave. Es una muy buena mujer.
Protégela por favor.
Por otro lado ¿Crees que le guste a Nacho? veo como me mira, pero su
actitud no es diferente a la que tiene con los demás. A veces sí, pero no
siempre. A uno no le puede gustar una persona un rato y otro no.
Pienso que es amable conmigo y nada más. Ojalá le gustara y me lo
dijera, como lo he imaginado.”
Al otro día fueron a patinar sobre hielo. A Silvia le dio un poco de miedo y nadie la
ayudaba, pues Carmen y Patricia estaban llevando a Alejandro que estaba en la
misma situación. Ella se quedó inmóvil hasta que Nacho se atrevió y le colaboró.
Se tomaron de la mano y patinaron juntos casi todo el tiempo, hasta que las
miradas maliciosas de Patricia y Carmen y las burlas de Alejandro hicieron que se
soltaran. Volvieron de Bogotá, pero fue un fin de semana que a la muchacha la
marcó para siempre.
“Amistad es una forma de sentir, es una forma de expresar un profundo sentimiento.
Amistad nunca nos deja mentir, tampoco permite odiar, borra los presentimientos.
Amistad significa entrega total, darlo todo sin pensar cobrar, ni se compra, ni se vende.
Amistad, puertas abiertas de par en par, risa franca para refrescar, mirada limpia y de
frente.”
Meses después de esto, Carmen murió en un extraño accidente. Todos estaban
muy consternados y Silvia estaba inconsolable. Nacho estuvo a su lado todo el
tiempo, apoyándola, al igual que su familia y amigos. La comunidad coincidió en lo
inverosímil de la situación, pero ella nunca habló de amenazas, ni siquiera
mencionaba las llamadas.
La desconfianza se incrementó cuando un hombre que decía ser el hermano
intentó apoderarse de la finca con el objetivo de que no siguieran con la
cooperativa. El padre demostró legalmente que la única heredera era Silvia, hija
de Carmen y Francisco.
Todo fue muy doloroso, pero enseñó a Silvia un valor más. El amor al prójimo.
Pero no del que se hablaba siempre en la misa o el sentimiento que nos obliga a
dar una limosna, sino el amor que guía a hacer el bien, trabajar juntos y formar a
la gente.
Carmen quizá sabía que la matarían, pero amó a la comunidad que por mucho
tiempo la despreció y se burlaba de ella, amó el proyecto de la cooperativa y al
final de su vida amó tanto a Silvia que decidió que ella era la persona indicada
para que se quedara con sus propiedades.
En nuestro camino encontramos personas valiosas que lastimosamente se alejan.
Pero la muerte, aunque se lleva su cuerpo, tiene la cualidad de dejarnos pedazos
del alma de nuestros seres amados y su imagen impresa en nuestro corazón.
Después aprenderás que la vida sí sabe quitarnos nuestros seres queridos
dejándonos solo recuerdos vacios.
Silvia, cuando la muerte pasa a nuestro lado y mira directamente a los ojos tiende
a volver. Ya es difícil recuperarte del repentino fallecimiento de Carmen ¿Podrás
recibir sin odio ni temor la muerte de nuevo?
IV
La tormenta
Saludo la joven mañana y despidió dos viejos campesinos que le habían
dado posada. Montó la vieja mula que le dio el obispo para su largo viaje.
El paso perezoso pero seguro del animal marcaba un camino por aquellas
desiertas llanuras que lo despedían antes que aquel juvenil hombre subiera
la cordillera, descendiera de nuevo y se internara en la más espesa selva.
Allí, en ese inhóspito lugar, encontraría una pequeña comunidad.
Lo habían mandado como castigo por hablar de la verdad, por hablar del
amor, por hablar de la igualdad. Pero ¿acaso Dios al que le juró fidelidad
no había mandado a su primogénito a dar este mensaje? ¿Acaso no fue por
predicar esto que Jesús murió en la cruz? ¿Acaso ese no es el mensaje que
nos da nuestro padre con cada flor, con el canto del pájaro, con el vuelo de
la mariposa, con el susurrar de las aguas, con el calor del sol?
Al ser recibido por estos moradores, hambrientos, desnudos, miserables, pero
extremadamente felices, comprobó lo que su corazón le gritaba adentro, esto
no es un castigo, esta es la ratificación de la misión que Dios le había
dado: luchar por la igualdad, la libertad y la felicidad.
El tiempo pasaba lentamente y, aunque dolía mucho todavía, ya la ausencia de
Carmen no taladraba tanto su corazón. Aprendió que el trabajo y la ocupación
eran mejores para pasar el mal momento que la depresión. Rendirle un homenaje
diario a su memoria era mucho más reconfortante. Pensó que por fin había alguien
que acompañaba a la pequeña Mariana y que las dos estaban a su lado. Darles
los buenos días, su manera de saludar la mañana, despedirse de ellas antes de
dormir, su forma de agradecer un gran y fructífero día y soñar con sus rostros y
sus risas, la mejor estrategia de pasar una larga noche con estrellas y sin luna.
Aparte de esto todo iba viento en popa. La cooperativa lechera se salvó y las otras
dos ya estaban dando productividad, se había logrado contratar expertos que
estaban capacitando los campesinos, todo iba bien. El futuro era promisorio y
estaba siendo forjado por el trabajo.
“Hay una relación amorosa, […] entre el hombre y la naturaleza, inspiración del alma
sudorosa, interacción para engendrar belleza, podemos tener la certeza: existen manos
milagrosas, esas manos laboriosas de donde nacen las riquezas.
Te lo digo y no se asombren, no es el pago de un pecado, fue el trabajo que hizo al hombre,
haciendo el hombre el trabajo […]”
Pero los ojos de los que se creen dueños de todo se posaron furiosos sobre este
bello sueño. El primer paso fue mandar a comprar tierras, nadie vendió. Dejaron
unos meses todo este asunto, pero después vinieron las amenazas. A pesar de la
gravedad, nadie se imaginó lo que vendría. Unas semanas después, a la una de la
mañana, sonó el timbre varias veces. Era Nacho, estaba tembloroso. Todos
pensaron que su madre había muerto, afortunadamente no era así. Pero las
noticias no eran alentadoras.
En una fiesta de la vereda en donde estaba ubicado el galpón, seis hombres
extraños transportados en una camioneta último modelo y diez militares en un
camión sin placas se llevaron a siete muchachos y un adulto mayor, todos
pertenecientes a la cooperativa de huevos. Nacho había ido a la policía y allí no
estaban. No sabía si ir al batallón que quedaba en otro pueblo. Francisco, que
entendía más de esto, dijo que no lo hiciera.
Al otro día las órdenes de Francisco eran precisas. Nadie de la familia iría sin él a
trabajar a la finca, no habría fiestas, tardes donde las amigas, ni partidos de futbol,
se cerraba el trabajo del comidas rápidas por la noche, solo se sacaría los fines de
semanas y Nacho y su madre tendrían que vivir en el pueblo, pues ellos eran
dueños de una de las propiedades que hacían parte de la Cooperativa de lácteos
y allí podrían correr peligro.
Ese día Silvia estaba en la carnicería sola, puesto que Francisco fue al otro
pueblo. Tuvo que ir a la parte trasera de la tienda a sacar unos artículos de los
refrigeradores grandes y notó que debajo de uno de ellos, del más pesado, había
una puerta.
Al otro día el caso de las personas desaparecidas ya se conocía. Comenzaron a
llegar abogados e investigadores. Desafortunadamente este despliegue de gente y
esfuerzo no sirvió de nada. Días después hallaron los muchachos y el adulto
muertos con signos de tortura. Las semanas siguientes sicarios mataron otras
personas, todos pertenecientes a las cooperativas. La respuesta de la gente sería
más cuidado y organización.
Todo parecía calmarse después de un tiempo. A fin de noviembre salieron a
vacaciones. Nacho se había graduado. Se celebraba una fiesta en el salón social
de un barrio del centro de la cuidad donde la madre y el chico se habían ido a vivir.
Durante la reunión Nacho sacó fuerzas y le explicó a Francisco y Amparo lo que
sentía por Silvia y la intención que tenía de pedirle a la joven que fuera su novia. A
Francisco no le agradó mucho, pero después de casi media hora de escuchar
promesas por parte de Nacho y súplicas por parte de Amparo, terminó
accediendo. Eso sí, las condiciones eran claras: no saldrían solos, las visitas se
hacían en la casa y serían más responsables en el trabajo y estudio, pues le
recordó que tendría que seguir capacitándose así hubiera terminado el
bachillerato. El joven contento juró que haría eso y mucho más. Momentos
después invitó a Silvia a bailar.
-
-
-
-
Silvia, tengo que decirte algo- Estaba un poco nervioso, así que se limpió
la frente. Ya había tenido un par de novias, pero por ninguna había
sentido algo fuerte como por Silvia- es que no sé qué pensarás después
de que te lo diga.
¿Qué? – ella también se puso nerviosa, sus manos temblaban y algo en
su estómago estaba a punto estallar. Quería pensar que iba a decirle algo
romántico, pero parte de ella lo dudaba, así que sentía varias cosas
contradictorias. “Mariana, por favor que sea lo que he soñado tanto
tiempo”- pero dime algo – dijo con voz suave.
Yo quiero que…- paró porque recordó que ella no había tenido novio
antes, así que debería ser un poco más romántico, suspiró y acariciando
la cara de la joven con la mano derecha la miró a los ojos- yo te quiero
mucho, y quisiera saber si al menos te gusto un poquito.- Silvia sintió un
torrente que recorría todo su cuerpo, bajó la mirada y asintió con la
cabeza, pues las palabras no le salían- bueno, entonces… ¿Quieres ser
mi novia? – ella volvió a mover su cabeza afirmativamente. Él le dio un
suave beso en los labios. A pesar de la alegría que Silvia sentía recordó a
sus nuevos padres, no los quería decepcionar.
Pero…, – dijo en voz muy suave, todavía dominada por los nervios¿Francisco y Amparo?
Yo ya hablé con ellos.
Se abrazaron y hablaron casi toda la noche, claro, bajo la vigilancia un poco
exagerada de Francisco. Al llegar a casa le contó todo con pelos y señales a
Amparo y a Patricia. Fue una de las mejores noches de su vida. Este sería un
recuerdo que la perseguiría por muchos años llevándolo en la mente y en el
corazón durante los duros días de su carrera por la felicidad.
“La luna sonriente señaló el camino, por donde nos fuimos de felicidad. Cambiamos la
fiesta del baile y el vino, por fiesta de besos en la soledad.
Hermoso el camino, hermosa la luna, pero la ternura de tu voz se da, es algo divino no
me queda duda, el cielo si existe a besos lo hicimos una realidad.”
Pero las semanas de tranquilidad terminarían un domingo cuando, acompañado
de muchos uniformados, el comandante de policía y un hombre, que en ese
momento era desconocido pero luego se posesionaría como el jefe paramilitar de
la región y un “honesto e importante empresario”, entraron a la cooperativa de
lácteos, se llevaron al padre Manuel y a algunas personas y quemaron los
sembrados.
Todos estaban en la casa cuando recibieron la llamada angustiosa de Marleny.
-
-
Se los llevaron amarrados, Gordo, cuídese.
A mí no me hacen nada.
Gordo sí, porque se llevaron a Pablo, a Samuel y al padre.
Yo ya salgo para allá a ayudar con el incendio, tranquila.
No Gordo, no se venga, porque lo matan a usted también, Gordo, se
llevaron los líderes ¿Usted no entiende? Van por usted, si vinieron los
duros en persona eso es peligroso. Además, creo que hasta Nacho llevó
del bulto. Al carro suyo le dieron bala. Como que hay dos muertos.
Marleny, Nacho está aquí - Francisco cayó sentado- el carro lo tenían
Simón y….Gerardo.
¿Mi Gerardo? ¿mi esposo?
Sí.
Para Francisco era un golpe duro. Gerardo, Pablo, Samuel, Simón, el padre
Manuel y él habían comenzado este gran sueño de la cooperativa. Después la
ayuda de Carmen fue el impulso, pero ello seis eran los que habían trabajado
duro para poder iniciar esa gran aventura. Y se dio cuenta, él era el único que
faltaba por coger, lo buscarían. Y no se demorarían mucho. A pesar de que
pensaba que al pueblo no se iban a atrever a entrar, estaba muy equivocado. A
las ocho de la noche la puerta comenzó a sonar durísimo. La intentaban derribar.
Todos estaban viendo televisión, quedaron impactados.
-
Nacho, tome – gritó Francisco dándole un arma- vamos para abajo.
Por dónde papi – lloraba a todo grito Patricia- la única forma de bajar es
por la puerta.
Cálmate mi amor, no llores por que te escuchan- Patricia se calmó con
dificultad- Nacho sabe cómo.
Entraron al cuarto de Alejandro y Nacho brincó a la pared del patio, se subió por el
techo y se perdió de vista. Todos estaban nerviosos. La puerta sonaba aún más
fuerte. Nacho por fin regresó haciendo un gesto negativo con la cabeza, Francisco
entendió. El joven volvió a perderse de vista, pero se podía oír que había bajado al
patio y movía algo. Era la vieja escalera de madera que usaban para subir al techo
cuando había alguna gotera que arreglar.
-
Bajen ahora. Primero Alejo, luego las niñas y tú mi amor- dijo a Amparo
dándole un beso.
No, yo me quedo contigo, también tengo con qué- dijo sacando un arma
de su cintura ante la mirada asombrada de los jóvenes. Francisco sonrió.
Él la conocía bien. Era un poco frágil de nacimiento por su asma, pero era
luchadora- además si te encuentran solo tendrán dudas y empezarán a
buscarnos, mientras tanto si estamos juntos y decimos que están donde
la abuela no pasará nada.
Los muchachos bajaron en el orden programado. Entraron al negocio pero al ver
por la puerta trasera se dieron cuenta que estaban también intentando abrir la
carnicería.
-
-
¿Qué hacemos? – se comenzó a angustiar Nacho que hasta el momento
no había perdido la cordura. Silvia recordó la pequeña puerta en el piso
que había encontrado unos meses atrás debajo del refrigerador más
grande.
Ya sé, ayúdame a mover esto.
Movieron el gran mueble y miraron. Era una muy pequeña bodega.
-
-
Aquí cabemos todos – dijo Silvia feliz mientras tomaba a Alejo y lo
bajaba, sacándole una promesa de que no iba a gritar o llorar. Luego bajó
Patricia. Cuándo Silvia se disponía a hacerlo, se dio cuenta que alguien
se tendría que quedar allá arriba para cerrar la puerta y poner el
refrigerador en su lugar, se devolvió.
Qué haces mi Reina, tenemos afán.
No bajaré, no te quedarás aquí solo. Además necesitas ayuda para correr
esto.
No, métete. Lo haré solo.
No me contradigas que no tenemos tiempo, podemos encontrar otro
escondite, soy buena en eso.
Cerraron la puerta. La última imagen que vieron era la de los dos hermanitos
abrazados. Corrieron el refrigerador. Ellos se metieron en un pequeño cuarto en
dónde se guardaba los elementos de aseo.
-
Nacho, bota o esconde el arma.
De qué hablas ¿y cuando entren?
No los vas a matar a todos con eso, ni que fueras Rambo.
Eso arrancó a Nacho una sonrisa, luego escondió el arma y volvió al pequeño
cuarto. Después de un rato un terrible sonido los estremeció. Habían logrado
entrar al segundo piso pues se oían los fuertes pasos subir la escalera, justo
encima de ellos. Después de un rato bajaban más lentos, estaban insultando a
Amparo y a Francisco. Les preguntaban por Silvia. Ellos se negaban a contestar.
Algo pasaba, Amparo gritaba de dolor, por fin Francisco habló:
-
Ella está en Bogotá y viajará a Suiza con la mamá de Carmen, la abuela
la quería ver. – soltó el llanto- dejen a mi esposa en paz.
Le creyeron. Carmen tenía familia en el exterior y supuestamente nadie sabía.
Dedujeron que si Francisco conocía ese dato era porque decía la verdad. Se sintió
otra vez una puerta abrir. Habían entrado al negocio. No pasó mucho tiempo antes
de que encontraran a Silvia y a Nacho. Los sacaron pero antes de subirlos al
camión comenzaron a hacer preguntas
-
-
-
Miren quién está aquí. Ignacio, el novio de Silvia, ¿tú debes ser Silvia?dijo el comandante de policía acariciándole la cara, ella notó rápidamente
que al parecer estos hombres no las conocían.
No, soy Patricia- probó a ver si se creían la mentira- yo… mami
perdóname, Nacho y yo…
Miren esto este varoncito con ambas hermanas- rió estruendosamentecaras vemos. - golpeó fuertemente a Nacho en la cabeza, luego lo tiró al
camión.
¿Y el hermanito?
Donde mi abuelita.
Lo mismo me dijeron de usted, pero aquí esta.
Es que Nacho y yo queríamos aprovechar que no estaba Silvia, él nos
llevó y yo me quedé con él.
La subieron aún no convencidos, pero como no habían encontrado a nadie más no
dijeron nada. Los metieron al fondo del camión y los amarraron del techo. Amparo
que era la más baja quedó prácticamente con los pies en el aire. Así que cada vez
que frenaban todos, pero sobre todo ella, sufría graves golpes que comenzaban a
afectar su asma.
Se demoraba mucho el trayecto, no iban a la estación de policía, ¿a dónde los
llevaban? No podían ver hacia afuera, la carpa cubría el vehículo y ellos estaban
al fondo, al mirar hacia la puerta del camión solo podían distinguir siluetas de
árboles. El movimiento del vehículo indicaba que iban por una vía destapada. Sólo
se oían los ruidos normales de chicharras y grillos, nada que les diera una idea de
a donde se dirigían.
Francisco lo presintió, se iba a poner esto más feo, pues los estaban sacando a
zona rural. Temía por Silvia, todos los tipos la miraban y la acariciaban. Sólo
podía pensar en su hermana. Le dio miedo de lo que le pasara a Silvia, lo
presentía pero se negaba a creerlo.
También se preocupaba por Amparo, la veía sin poder respirar, pero en su mirada
podía notar la fortaleza de su ser. ¿Cómo una mujer tan pequeña y débil
físicamente podía ser tan fuerte? Cuando la conoció ella no tenía pretendiente
alguno. Todos eran estúpidos y ciegos, no podía ver la belleza de aquella pequeña
figura que se asfixiaba cada vez que trabajaba, y sin embargo, no dejaba sus
deberes. También odiaba las injusticias y su voz se ahogaba y se llenaba de
fuerza cuando reclamaba los derechos.
Amparo cerraba los ojos. Intentaba con todas las fuerzas aspirar un poco de aire,
pero sobre todo imaginar que no estaban allí. Se puso a recordar viejos
momentos. El día en que conoció a su esposo. Estaba anestesiado y bastante
mal. Ella vivía junto a sus padres en una finca. Por la tarde le hacía la respectiva
curación mientras miraba por momentos el atardecer, parecía que se estaba
quemando el cielo y las aves volaban de vuelta a su hogar.
Él abrió sus ojos y le impactó esa tierna mirada, esa joven mujer delgada y pálida.
Le preguntó en qué pensaba, ella entregó su corazón, su mente y su alma. Le
aterró la sinceridad, la pureza, la inocencia y lo hermoso de su pensamiento. Se
enamoró de ella de inmediato. Ella observó directamente al hombre que estaba a
su lado y quedó naufragando en sus grandes y expresivos ojos negros.
Silvia se preocupaba por sus padres. No quería perderlos. No sabía qué hacer, se
negó a llamar a Mariana o a Carmen, aunque las necesitaba. Cerró los ojos con
asco, todos estos hombres la tocaban y le decía vulgaridades. En un momento se
movió violentamente y pudo alcanzar la mano de Nacho, quien la miró y le sonrió
apretándole fuertemente la suya.
Él cerró los ojos pidiendo un milagro. No podía hacer nada, se sentía impotente y
furioso. Las personas que estaban allí eran como su familia. Podía recordar que
cuando era un pequeño de seis años el Gordo lo dejaba lavar el piso o hacer
mandados, le pagaba a su madre más de lo que debía y se encargó de los gastos
estudiantiles y del vestuario. En tiempos libres le contaba sus aventuras en las
selvas o le leía libros. Por su parte, Amparo le daba comida y lo enseñaba a hacer
labores manuales que tanto le gustaban. También era su consejera y su guía. Le
preocupaba qué les pasaría, y ahora amaba tanto a Silvia. Le daba ira que la
tocaran y que él no la pudiera defender.
Llegaron al Batallón. Los bajaron y los tiraron junto a Pablo, Samuel, el padre, y
unos trabajadores más. Con ellos serían quince personas. Se acercó un hombre.
Vestía de civil, pero los soldados que había allí lo saludaban en forma militar, y se
notaba que intentaba esconder que tenía un cargo importante.
-
Cómo se llama- le pregunta a Silvia.
Patricia.
Pensé que iban a traer a la perra de Silvia. ¿Por qué te trajeron princesa?
Porque soy la hermana de Silvia.
Podemos arreglar todo esto princesita- le dijo mirándola de arriba abajo.
Nacho se intentó mover y Francisco se puso en pie, pero fue pateado
hasta que cayó al suelo de nuevo.
-
-
-
-
-
-
-
-
No -dijo un policía que los había traído- no vale la pena, estaba con el
cuñadito bien escondida- todos los presentes soltaron la carcajada- lo que
hay que hacer… simplemente se hace.
Bueno- dijo el militar- llévenla ahí a la mitad- le hicieron caso. Él se
acercó y con un gran cuchillo cortó la blusa de Silvia, se paró detrás de
ella y comenzó a acariciarla de manera brusca y enferma. Miró
cínicamente a todos que estaban frente a ellos- vamos a ver tu noviecito
a quien quiere más, a Silvia o a ti. Y tu papá ¿estará tan decepcionado de
que seas una perra que no hará nada por ti?
No más. Gritó furioso Francisco.
Esto acaba rápido señor. Simplemente no jodan más con esas maricadas
de cooperativas, véndanos todo, aquí están los papeles. Firmen y
desaparezcan.
No es correcto- dijo Silvia que no había llorado a pesar de que tenía
muchas ganas. También quería vomitar, esa cara horrible, tan cerca
besándola, era asqueroso. Sus manos tocándola, de esa forma, era
horrible.
Valiente la putica. – la volteó para que quedara frente a él y le dio un gran
puño que la tumbó al suelo. Rápidamente la levantó del cabello y la volteó
abrazándola por detrás tan fuerte que no podía respirar. Quedaron en la
posición inicial. – también quiero que me digan quién llamó a esas putas
organizaciones que están jodiendo, mirando todo lo que hacemos. Que si
matamos, que si arrestamos. Sé por fuentes confiables que son ustedes,
pero no sé quién.
Fue Gerardo. Pero él ya está muerto, ustedes lo mataron en el carro. –
dijo el padre Manuel rápidamente para que todos lo oyeran y le siguieran
la corriente, con la esperanza de que le creyeran y los dejaran ir, o al
menos esto no llegará más lejos.
Padre, mentir es pecado. – miró dos soldados y les hizo señas. Los
hombres fueron y lo levantaron bruscamente, lo pusieron al lado de Silvia,
mirando hacia los amigos, lo amarraron a un asta y comenzaron a
cortarlo con grandes cuchillos. Primero eran heridas superficiales, pero
luego se profundizaban más, a medida de que el padre se negaba a
responder preguntas, muchas de ellas totalmente absurdas- ¿quién es el
comandante? – ¡¿comandante?! Nadie tenía ni la mínima idea de qué
estaba hablando.
No hay comandante – decía el padre llorando pero sus ojos, su altivez y
su dignidad hacía, que a pesar de su indefensión física, él pareciera más
alto y recubierto con un misticismo. Un sentimiento extraño se apoderó de
todos. Los presos sintieron una fuerza que los acompañó desde ese
momento para siempre, y los atacantes no lo podían vencer, sentían
frustración, ira, envidia. Ni siquiera acertaban a ver a sus ojos. La
respuesta: cortaron su mano izquierda. El padre gritaba de dolor. Pero de
un momento a otro el silencio se apoderó del espacio. Él meditó un rato y
abrió de nuevo sus ojos, se veía la decisión, la fuerza, la potencia.- no
hay comandante. Ustedes están sedientos de sangre, hagan conmigo lo
que tengan que hacer, al pueblo no lo van a acabar nunca.
-
No, pero sí a los terroristas, ¡golpeen este hijo de puta a ver si aprende y
se le bajan los humos! y háganle un par de huequitos.
Trajeron grandes agujas metálicas, parecían agujas de tejer y una botella de Coca
Cola. Le quitaron los pantalones al padre y lo sentaron sobre la botella en medio
de bromas sobre la pedofilia y el homosexualismos de los curas. Las agujas se las
clavaban en varias partes del cuerpo. Silvia no resistió más e intentó desarmar al
tipo que la tenía apresada.
-
-
-
Brava esta putica.
Será que ella quiere también patrón.
Ya casi te doy lo que te mereces- dijo tocando su intimidad ella lo golpeótocó adelantarle la dosis a esta malparida, tiene muchas ganas. Mírenla
se mueve como un gusano.
Tranquila mi amor- dijo Francisco, pero Silvia seguía golpeando a cuanto
hombre acercaba. Francisco vio que nada podía hacer. Silvia seguiría
defendiéndose y defendiendo los suyos, pero estos hombres pronto la
herirían. Recordó a su hermana. Se paró y se fue contra ellos. Recibió un
tiro.
¿Quién es el malparido que disparó? – dijo el comandante de policíaeste es el que más información tiene ¡miren si lo mataron hijueputas!
Silvia quería ir a verlo, al igual que Amparo, pero ambas fueron retenidas
violentamente.
-
Yo por mi parte me ocuparé de esta malparida- dijo el que mandaba a los
soldados
La tiró con fuerza contra una pequeña pendiente que había unos metros más allá,
unos hombres iban atrás para ayudarle a desvestirla. Ella se resistió y recibió
golpes de todos. Lo único que veía era oscuridad. Pensó en invocar a Mariana, a
Carmen pero, ¿para que vieran esto? No, no las invocaría y resistiría como el
padre. Golpeaba ella también hasta que la tomaron del cuello, se asfixiaba, casi se
desmayaba, la soltaban y se reían. Pero eso no la detuvo, hasta que por fin vio un
arma y todo se puso negro.
Estaba en la selva con Mariana, Carmen, su nueva familia, Nacho y sus amigos.
Reían y jugaban. De vez en cuando veía un poco oscuro y caras de hombres que
la golpeaban se reían e insultaban sentía dolor y asco. Ella volvía a la selva. De
pronto, en medio de esa felicidad, se dio cuenta que el padre tenía ambas manos,
recordó todo y desafortunadamente despertó.
El hombre que tenía encima no era el que mandaba a los soldados. Ella lo golpeó
y él la cogió duro de las muñecas.
-
Tranquila mamacita que ya voy a terminar.
Se despertó la bella durmiente- dijo uno de los hombres de civil y todos
rieron.
-
Termine rápido hijueputa, que es mi turno. – dijo otro que estaba detrás
de ellos.
Qué turno ni qué nada malparidos- dijo el soldado de civil.
Claro, él como se llevó la mejor parte. – susurraron otros inconformes.
Después, desvestida, la tiraron a donde estaban los otros. Amparo se acercó a
ella y pidió permiso a sus captores de cubrirla y llevarla a donde estaba Francisco
y Nacho.
-
-
¿Mi papá está vivo?
Sí mi amor- dijo Amparo simulando una sonrisa que salió como una
mueca de tristeza y cubriéndola con la ensangrentada camisa de
Francisco.
¿El padre?
Mija – volteó a mirar hacia el asta donde estaba el cadáver. Le habían
dado un tiro en la cabeza- no se preocupe, él murió con dignidad.
Llegaron y se sentaron. Francisco abrazó a Silvia. Todos estaban irreconocibles
por los golpes, pero estaban unidos, lo que comenzaba a molestar sus
torturadores que veían impacientemente la hora, y se daban cuenta que pronto
tenían que marchar. Los tres jefes, el policía, el militar y el paramilitar, se
reunieron.
-
-
¿Los matamos?
Eso no soluciona nada.
¡hijueputas!
Déjenmelo a mí. – concluyó el paramilitar. Hizo señas a unos cuantos
hombres. – ¡fórmenlos! - Los pararon a todos- usted- preguntó a uno de
sus hombres - ¿Cuántos años tiene?
Veinticinco.
Cuente y mate al que caiga en veinticinco, comience a contar por la puta.
Cada vez que llegaba a veintitrés se escalofriaban y el dolor se apoderaba de
ellos. Silvia miró hacia donde se encontraba el padre y pudo darse cuenta que
murió viendo la estatua de Simón Bolívar. ¿Por qué estos engendros tenían al
libertador si pisoteaban toda su vida, su honra y su valor al cometer acciones tan
atroces? Recordó los terribles sonidos que hacía el padre cada vez que lo
torturaban. Sus lágrimas caían solas. Bolívar miraba hacia ellos y eso la
reconfortaba, la esperanza se abría en ella y la sed de libertad crecía. Cuando ya
había matado a tres de sus amigos, el paramilitar paró.
-
Ya saben, no los quiero aquí otra vez. Mandaré a alguien que compre sus
tierras.
Todo terminó. Fueron abandonados en plena carretera. El sol calentaba sus
corazones y sus maltratados cuerpos. La tristeza se apoderaba de ellos al mirar
sus muertos y heridos que cargaban con dificultad. Pero dentro, muy dentro,
tenían un sentimiento, algo que se movía fuertemente en sus corazones.
“Cuando salga el sol y se pueda vivir la vida con transparencia, un canto de amor haré
diciéndole adiós a tanta violencia.
Ese día que será resplandeciente, en el pueblo reinará la alegría, ya se puede pensar
diferente, y el poeta cantará sus poesías.
El pintor expondrá sus pinturas, que un acordeón despliegue canciones, ese día no
habrá más torturas, no más muerte y desapariciones.
Cantaré con toda mi garganta, trataré de alegrar corazones […]
Ese día será un canto de fiesta y victoria, y el pueblo será quien cambia el rumbo de la
historia, ese día tendrá tierra el campesino, y sin hambre que cause violencia, se podrán
educar nuestros hijos, y la salud tendrá preferencia.
Ambientará un aroma de rosas, el nevado y sus brisas refrescan, tendrá el pueblo una
vivienda honrosa, y los tugurios desaparezcan.
Tendrá el pueblo lo que tanto ha buscado, gozará de justicia social, no habrá más niños
desamparados, y adiós al terrorismo estatal, no habrá más niños desamparados y adiós al
terrorismo estatal.
Una canto de amor por la vida y un canto de amor por la paz, […]”
Lograron llegar al hospital. Nacho acompañó a Silvia a la casa. Se vistió, alistó
ropa para Francisco y Amparo. Revisaron la vivienda y todo estaba bien.
-
Nacho, son las 10 de la mañana, mis hermanitos llevan más de doce
horas allá, saquémoslos.
Sí mi Reina.
No les digas nada de lo que ocurrió.
Tranquila.
Los sacaron y ellos los miraron con tristeza y espanto. Preguntaron qué les había
pasado, por qué estaban tan golpeados
pero no obtuvieron respuesta
satisfactoria. Cuando la mamá de Nacho llegó a la casa junto con la enfermera, les
encargaron que cuidaran la vivienda y esperaran al señor que arreglaría las
puertas, que ellos iban al hospital. La madre lloraba al verlos así.
-
Cuéntenme lo que pasó.
Ahora no mami, tenemos que ir al hospital, Amparo nos está esperando.
Más bien sea fuerte y cuide a Alejo y a Pato bien. ¿bueno?
La mujer se tranquilizó y ellos pudieron marcharse. Al llegar rápidamente los dos
fueron atendidos. Amparo estaba hablando con abogados y otros miembros de
fundaciones que los ayudarían en este caso. Silvia pudo salir del consultorio,
aunque tenía que esperar las radiografías que le habían tomado por el golpe a la
cabeza con el arma. Cuando se encontró con su familia una mujer la abordó.
-
-
-
¿Tú debes ser Silvia?
No sé, - miró a Amparo que le hizo gesto para que confiara en elladespués de anoche ya no sé ni cómo me llamo.
Tranquila- la miró con tristeza y le hizo señas de que se sentara a su
lado- soy Joanna, psicóloga de una fundación en la cual trabajamos
con…- no sabía qué decir. La mirada tranquila, melancólica pero
supremamente fuerte de Silvia la ponía nerviosa- trabajamos… con
víctimas de estos casos y yo… me especializo… es decir… ayudo a las
víctimas de violación como arma de guerra.
¿Violación como arma de guerra?
Sí, te explicaré en otro momento, lo que quiero es que confíes en mí.
Puedo confiar si mi mamá confía. Si va a ser mi amiga. Pero jamás me
trate como víctima de nada, nunca me vaya a tratar con pesar o como
víctima, quiero dignidad. Ahora iré a ver qué pasa con mi padre.
Perdón, siempre ha sido tan fuerte y este momento no es el apropiado –
dijo Amparo acercándose a Joanna.
Tranquila, sé que con ella trabajaremos fuerte y será fácil.
Silvia se acercó a Nacho. No habían hablado en privado, ni siquiera se habían
tocado las manos desde que pasó todo esto.
-
-
-
Nacho, perdóname- se ahogó la voz y se secó rápidamente las lágrimas
que salían- lo que decían esos hombres que yo tenía ganas – lloró- eso
es mentira.
Tranquila- la tomó delicadamente de los brazos- yo sé ¿por qué crees
que te culpo? es mentira.
No me abrazabas- ya no podía hablar no podía más.
No quería molestarte, después de lo que viviste ¿quieres que te abrace?
¿Tú me quieres abrazar?
Sí, mi Reina, te amo. ¿Te puedo abrazar fuerte?
Sí.
Mi Reina –él también lloró- lo planeaba todo, dentro de un tiempo, sería
tan romántico, velas, cosas así tipo película. Me dolió tanto que ese
malparido dijera que se había ganado tu primera vez. Pero eso ya pasó.
Pon cuidado que cuando quieras haremos lo que yo planeaba.
Sí, quiero. Algún día. Pero no será lo mismo.
No me importa. Lo haremos con amor y será tu verdadera primera vez.
Francisco sería remitido a la capital apenas lo estabilizaran, pues allí era imposible
hacerle la operación y el posterior tratamiento. Además Silvia y los demás niños
tendrían que abandonar también la ciudad, pronto se enterarían que ella no era
Patricia, su vida corría un grave riesgo. Todos se iban a Bogotá, menos Nacho,
estaba encargado de la casa y los negocios, pues los campesinos se negaban a
abandonar sus cooperativas y, ahora con fundaciones que los respaldaban, darían
la lucha.
-
No te preocupes mi amor. Ve con tu familia que yo te esperaré para
siempre. Te lo prometo
El segundo encuentro con la muerte fue más cercano aún, pero la vida difícilmente
se da por vencida, y lucha contra los emisarios de su esquelética competidora. En
la oscuridad de las tristes horas es difícil encontrar la luz de la razón, pero no
imposible.
El juramento de Nacho llenará tu corazón de fuerza, paciencia, templanza y
disciplina, sabes que estará dispuesto a esperarte, pero Silvia, ¿tú volverás?
V
Resurrección
Caminó de mala gana. De sus ojos salían lágrimas sin parar. Su pequeño
y delgado cuerpo se veía exhausto, rendido ante el peso de la vida, corta pero
dolorosa, breve pero cruel. Sus piecitos eran un par de porcelanas rotas, de
los cuales salía sangre, ardían mucho, como cada uno de sus recuerdos. Sus
sollozos eran mezcla de impotencia, ira, rabia, resentimiento y dolor. Sus
quejidos era el eco del sonido que salía de su alma, del sonido de su
corazón quebrándose, pequeño y roto corazón que nunca se podría reparar
por completo.
Cayó de pronto a tierra, no se movió, se moriría allí, no seguiría más. Un
joven fuerte extendió hacia él sus manos, lo levantó ¡manos salvadoras!
¿Por qué llegan cuando ya me quedé sin familia? Lo alzó y lo cargó por
gran rato ¡brazos protectores! ¿Por qué no me acogieron junto a mí
sobrino? Su gran espalda recibía sus lágrimas que pronto se secaban en su
humilde camisa ¡espalda comprensiva! ¿Por qué no curaste de la soledad y
el odio a mi hermana?
A regañadientes se fueron. Habían sobrevivido, al menos físicamente, pero algo,
más allá de lo físico, se había ido. Silvia no entendía el odio y el nuevo sentimiento
que crecía en su interior. Quiso, tal vez por costumbre invocar a Mariana y a
Carmen. Deseaba con su corazón invitarlas a Bogotá. Pero la sombra en su
interior, que fue creciendo con cada segundo de la noche, la estaba asesinando.
Los sueños eran perturbadores. Cada uno de sus amigos estaba allí. Podía ver
con claridad el momento en el que recibían los golpes y los disparos, sus cuerpos
se desplomaban uno tras otro, y cuando caía el último, todos, con una gran
sonrisa, se volvían a parar, se ponían en pie, la alegría llenaba el espacio y viejos
recuerdos de los momentos felices aparecían.
Luego los disparos empezaban de nuevo, y de muevo uno tras otros morían sus
amigos, se volvían a despertar, y morían otra vez. Era un interminable ciclo que
por más que Silvia, desnuda y con frío, corría, y corría sin parar, gritaba y gritaba
sin parar no podía detener. ¡Los van a matar! ¡Vámonos de aquí! ¡Los mataran!
Ellos no oían, la miraban, se despedían y morían, solo morían una y otra vez.
El padre estaba allí. Se tomaba su brazo izquierdo entre su mano derecha, había
sangre, mucha sangre. Él reía y le hacía señas de que lo siguiera. No había
tristeza ni dolor en su mirada. Silvia solo podía llorar, ya no le alcanzaban las
fuerzas, corría hacia el padre dándose cuenta que la distancia era muy larga y
estaba exhausta. Quedó sola y llorando, sola, rodeada de cadáveres, muchos y
muchos cadáveres que se multiplicaban y llenaban el espacio.
Tuvo miedo de dormir por muchas noches, y solo aquel sentimiento de venganza y
odio la protegía de sus sueños. Pronto, poseída completamente, llegaría a la
determinación de cambiar su vida. Vendería las propiedades de Carmen y se irían
lejos. Había llegado la hora de ser mayor, de pensar en ella y en su familia, de
olvidar las cooperativas, a Carmen y a Mariana, quien era simplemente el cadáver
de una niña desconocida que murió.
Los días pasaron. Amparo notaba que Silvia no era la misma. Comenzó a fumar
cigarrillo, era difícil criarla, no estaba bien en el colegio, tenía peleas constantes y
no le hacía las cosas fáciles a Joanna, su psicóloga.
Meses después salió Francisco del hospital. Estaban instalados en una casa que
había sido propiedad de Carmen, junto con Luz Mary, que también estaba
preocupada por Silvia. No la conocía bien, pero Carmen le había contado cosas
muy distintas de aquella niña que ahora se presentaba fría y rencorosa, y que al
parecer no se sentía cómoda en la vivienda.
Un día llegó el abogado de Carmen a arreglar los últimos papeles para trasladar
los bienes de Carmen a Silvia. Ella contó la decisión que había tomado.
-
¿Cuándo puedo vender? – todos quedaron aterrados.
Puesto que tú mamá y tú papá nunca se casaron, eres la única heredera.
Esto está respaldado por el testamento que la señora Carmen dejó. Pero
solo podrás vender siendo mayor de edad. – contestó el abogado.
La noticia de que Carmen había dejado todo a su nombre la aterró y despertó algo
en su interior que estaba dormido. Francisco miró los ojos de Silvia y descubrió
ese pequeño destello de la toma de conciencia y volvió a sentir alegría. Silvia se
asustó, sentía esa extraña energía, no sabía que le pasaba.
Por la noche tuvo de nuevo la pesadilla. El sentimiento de venganza, sus planes
de matar a todos con la plata de los bienes de Carmen la habían ayudado a
conciliar el sueño. Hoy el miedo volvía, los quejidos del padre, los llantos de los
familiares que enterraron sus muertos, el dolor de ella, su dignidad. Intentó calmar
su llanto y vio que a su cuarto, con dificultad, entraba Francisco.
-
¿Silvia?
Si – se limpio las lágrimas e intentó tomar la postura dura que la había
hecho fuerte las últimas semanas- ¿estás bien?
No, tu no, este cadáver no, yo quiero hablar con Silvia, mi Silvia, – los
grandes ojos negros desesperados y adoloridos la conmovieron, no había
visto ese dolor, ni siquiera cuando lo golpeaban- perdóname – vio en él la
expresión de cuando hablaba de su hermana después de esa nochedebí hacer algo así me mataran pero mi cuerpo no podía más, debí
intentar más, perdóname, perdóname por no defenderte.
Lloró y se le arrodillo frente a su cama. La sombra oscura no podía poseer más a
Silvia, el dolor y la fe de este hombre la curarían. Silvia comenzaba a sentir otra
vez. Se culpaba de lo que estaba ocurriendo, nadie había visto a Francisco llorar a
acepción de Amparo. Él levantó su cara y tomó a Silvia de las manos suplicándole
lo perdonara.
En ese momento no quedó ninguna duda, en su mirada vio aquel pequeño de
siete años, solo, ¿lo dejaría ella también? ¿Haría lo que hizo Adriana? Se dio
cuenta de lo que él decía. A Adriana la habían matado en la finca, la violación el
dolor habían logrado crear esta sombra extraña que la mató. Eso mismo le estaba
pasando a ella. Entendió que Adriana nunca quiso salvar a su hijo, se estaba
salvando a ella misma. En aquel pequeño instante en que el niño se soltó pudo
verse en los ojos de Gonzalo y no le gustó el monstruo en que se convirtió.
¿Cómo se salvaría ella? Tendría que consultárselo a la única persona que sabía,
que se había pasado por lo mismo y hoy estaba de rodillas dándole su ayuda.
Silvia lloró y le contó todo. Lo de sus verdadera familia, Mariana, los sueños, ese
sentimiento extraño que se apoderaba de ella, lo del cigarrillo, una cerveza, lo que
sentía por Nacho. Él se sentó en la cama, la abrazó y limpio sus lágrimas mientras
ella confiaba sus secretos, sentimientos y remordimientos. Se sintió mejor. Quizá
ese exorcismo era lo que necesitaba para sacar esos asquerosos pensamientos.
Ya un poco tranquila habló Francisco.
-
-
Yo también sentí lo mismo. Mi maestro Juan, aquel guerrillero, me dijo
que solo el amor cura. Y es verdad. Tú pasaste cosas horribles, tu vida es
única, dura y cruel. Pero hay personas que vivieron lo mismo o peor y
otros que lo vivirán. ¿Permitirás que lo vivan?
No
Esa es mi niña. Vuelvo a ver a mi Silvia. Ahora te dejaré un par de
tareas. Primera, que vuelvas a leer. Segunda que vayas a la fundación y
-
no te cierres, déjate ayudar, pero sobretodo ayuda, mira tú alrededor,
escucha.
¿Y las pesadillas?
Se irán o convivirás con ellas. La historia no se puede borrar por difícil
que sea, sólo podemos aprender de ella.
¿Aprender cómo? ¿qué puedo aprender de esto?
Por ejemplo que Carmen confío en ti y te amaba, dio su vida para que
estuvieras mejor, que el padre y nuestros demás amigos dieron sus vidas
por nosotros. Cualquiera de ellos hubiera dicho que tú eras Silvia, todos
te amaban, no los olvides, cada sueño es una oportunidad de verlos y
rendirles un homenaje. No los ultrajes vengándote, más bien mira la
manera de que esto no se vuelva a repetir en ningún lugar.
“Que gran dolor me dio mirarte pueblo desesperado en tu triste alegría, tus esperanzas
ya se diluyeron en el recuerdo de tu voz perdida. Cuánta gente no te promete el cielo,
cuánta gente no te brinda sonrisas pero más tarde te sacan el cuerpo cuando han logrado
lo que perseguían.
Qué tienes, qué tienes mi pueblo, comprende que en ti esa tristeza cada día es más triste
y es lo que me apena, recuerda que yo no te miento por eso quiero que comprendas cuánto
me deprime ver tanta pobreza.
Qué sientes, qué sientes mi pueblo, no trates de ocultar tus penas que mi misma pena
está tan visible, déjame decirte que yo soy tu voz, deja que comparta contigo el dolor, yo
sé que estás mal herido, sé que ya no aguantas esta situación, pero ya no es hora de sentir
temor, el temor engendra olvido y es preferible luchar mejor, […]
Quisiera con mi canto lastimero cerrar la herida que llevas sangrando, quiero que si
algún día te mueres pueblo morir contigo contento y peleando. Recuerda que unidos
fuertes seremos, nunca lo olvides que somos hermanos, como tampoco yo olvido un
momento esos aplausos que me consagraron.
Pero me entristece por dentro mirar con qué gran irrespeto toman tu silencio piensan
que han vencido, te creen, te miran indefenso por eso desde aquí te ofrezco, mi canto, mi
aliento te abrirá el camino.
Sé que ahoga luchar contra el viento pero llegará el momento que tu sufrimiento ya no
será el mismo. Déjame decirte que yo soy tu voz, deja que comparta contigo el dolor, yo
sé que estás mal herido, sé que ya no aguantas esta situación, pero ya no es hora de sentir
temor, el temor engendra olvido y es preferible luchar mejor.”
Al otro día despertó temprano como hace semanas no lo hacía. Encontró a
Amparo y a Luz Mary en la cocina, se acercó y comenzó a moler el maíz. La
mirada de su madre, llena de cariño, ternura y comprensión la puso triste. Había
sido tan mala con esa mujer que le daba tanto apoyo, que la recogió de la calle y
la adoptó.
-
¿me podrás perdonar?
Claro mi niña.
Te quiero
Yo también.
Y tu Luz ¿me perdonas?
Más que eso preciosa, te entiendo.
Se dirigió al cuarto de sus hermanos, al primero en el que entró fue al de Patricia.
Había sido tan injusta con al que se había convertido en confidente, amiga y
hermana. Peleó con ella culpándola de cosas horribles, sabiendo que la verdad
era que ella le había salvado la vida de una forma u otra.
-
-
-
Despierta- dijo con ternura. Patricia saltó.- debemos arreglarnos para el
colegio.
Me da mucha alegría que ya estés bien no sé lo que pasó esa noche,
pero oí que lo que te hicieron me lo querían hacer, tú te hiciste pasar por
mí, perdóname.
No te preocupes, tú me salvaste a mí. Si no hubieran creído que eras tú
me hubieran matado y de una forma…- se dio cuenta que a pesar de
todo, hubiera estado peor, calló, no quería que sus hermanitos sufrieran
lo que a ellos les tocó.- en fin. Perdóname por el comportamiento de
estas semanas y… ¿aún quieres compartir la habitación con migo?
No tengo nada que disculparte ni perdonarte. Después de la pelea que
tuvimos cuando llegamos, mi mamá me pidió que te diera un plazo, que
habías pasado cosas feas y que tenía que comprenderte. – la abrazó- y
con respecto a dormir en la misma habitación ¡claro! Estaba esperando
que estuvieras lista, me hacía mucha falta hablar contigo. Tengo que
contarte sobre Miguel ¿has visto que es especial con migo desde que
entramos al colegio? ¿crees que lleguemos a gustarnos? – las
muchachas se rieron.
Luego se dirigió al cuarto de Alejo. No lo había mirado desde que llegaron y un par
de veces le había gritado cuando el niño, acostumbrado a jugar con ella, le había
pedido que pasaran un tiempo juntos. Lo movió con suavidad. El niño, la abrazó y
lloró.
-
Por fin volviste. No te vuelvas a ir Silvia. No vuelvas a ser esa fea persona
en la que te habías convertido.
No me iré más.
Después de tareas- dijo el niño limpiando su llanto- ¿podemos jugar
Nintendo?
-
Sí. – dijo Silvia
El paso siguiente fue llamar a Nacho. No se había atrevido a hablarle desde hace
unos días y no le contestaba las llamadas, pero seguía amándolo. Llamó a la casa
en la que habían vivido, pues Nacho estaba allí para cuidarla y seguir con el
negocio de la carnicería y los lácteos.
-
-
Aló. – contestó el teléfono algo extrañado mirando su reloj, era muy
temprano ¿quién podría llamar?
Hola Nacho – respondió, después de unos segundos Silvia, avergonzada
por su actitud- ¿todavía quieres hablar con migo?
Claro mi Reina. Yo te prometí que esperaría por ti. Cuando quieras estoy
para ti- sus lágrimas salían, no esperaba esta llamada, se intentó
tranquilizar porque sintió que Silvia lloraba también, pero no podía,
estuvieron así un tiempo. Al fin Nacho recuperó el habla- ¿cómo estás?
Ahora, oyéndote sé que estoy bien.
Silvia no tuvo tiempo de desayunar por que habló mucho tiempo por teléfono con
Nacho y todos en la casa le hacían bromas al respecto. Después del colegio, en el
cual notaron gran cambio de Silvia, ella salió a la Fundación. Llegó un poco más
temprano y notó por primera vez que en los consultorios dedicados a terapias
psicológicas también atendían a niños
-
Hola – le habló de repente una pequeña- ¿quieres jugar? Siempre juego
sola, pero tú me acuerdas a una prima y –calló.
Sí.
Jugaron, pero de la pequeña que al principio fue agradable no quedaba ni la
sombra. Sus juegos eran extraños, y cuando cogía una muñeca le quitaba siempre
la parte de la cintura para abajo. No la quiso molestar con preguntas. Solo jugó a
su estilo. Estaba feliz de que de vez en cuando la niña sonriera un poquito.
Después de un rato llegó una mujer. Por su uniforme era una psicóloga. La niña se
paró y se despidió con la mano.
-
Vas a venir mañana a jugar con migo – preguntó la niña suavemente sin
voltearse a mirarla.
Claro.
Prométeme que no me vas a olvidar.
No, como se te ocurre.
Silvia recordó rápidamente a Mariana. Sabía que ella no existía realmente, pero se
sentía tan mal de no cumplir su juramento y haberla olvidado. Además la idea de
que existía la había ayudado tanto. Se puso triste. Pensaba en aquella pequeña y
en Mariana, las comparaba. Mientras caminaba hacia su consultorio miraba a los
pacientes, parecían que sufrían también. ¡Qué egoísta había sido! ¡Cuánto dolor
que ella no había querido ver antes! Pobre Mariana, olvidada otra vez.
Cuando entró a su cita, no paraba de hablar. Le contó a la psicóloga todo lo de
ese día, los sueños y sus equivocaciones. Joanna estaba feliz, pero notaba que
algo más había.
-
¿Qué te pasa? ¿Qué te atormenta?
Hoy estuve jugando con una niña y recordé una amiga.
Cuéntame. Te ayudaré, no te quedes con tus sentimientos.
No, creerás que estoy loca, y vas a contarle a la gente la verdad y nos
quedaremos sin nada.
No, te lo juro.
Bueno, mis padres no son mis padres. Mis verdaderos progenitores me
trataban muy mal y yo escapé.
No contaré eso – dijo Joanna al ver que Silvia callaba- tus verdaderos
padres son los que te dan amor ¿esos padres te dieron amor?
No, siempre golpes, malos tratos, odio.
Le contó de forma escueta y sin detalles por qué la trataban mal, como había sido
su vida, cuál había sido el motivo de su huída, lo de Mariana, por qué no había
vuelto a hablarle y lo que sentía al respecto.
-
-
¿Será que de verdad estoy loca? Hablarle a alguien que no existe, eso es
de dementes, y aparte de eso sentirse mal por no hablarle es peor.
No estás loca. Asústate cuando la oigas o la veas. Lo que pasó es que
una niña muy valiente se sentía sola y luego agradecida. Mariana es tu
forma de agradecer y de estabilizarte. Puedes hablar con ella mientras
sepas que no es un ser real, pero lo importante es que la tengas aquídijo señalando su pecho- ella existe en tu corazón, y ella te comprende.
¿Me perdona por mis equivocaciones y no cumplir el juramento?
Claro nena, todos te entendemos, no sufras más por tus errores.
Volvió a casa, estuvo con Alejo jugando Nintendo en el cuarto de Amparo y
Francisco. Se divirtieron y estaban felices. En esos momentos se atrevió a llamar
a Mariana, a pedirle perdón y en su corazón sintió que algo se arregló, otra vez
podría ser feliz.
Al otro día se despertó muy animada y cumplió con sus deberes juiciosa. Por la
tarde volvió a la Fundación. Ese día no le tocaba terapia, pero no desilusionaría a
la niña. Jugaron de nuevo, de la misma manera. Al cabo de un rato llegó la
psicóloga, pero no sola, Joanna estaba con ella. Cuando la pequeña entró a la
terapia Joanna invitó a Silvia tomar un café.
Le contó que esa niña se llamaba Andrea. Era la única sobreviviente de toda una
familia. A su madre, hermana y prima, las habían violado y cortado el clítoris.
Después las apuñalaron en el estómago y se fueron. Andrea se había salvado por
milagro. Allí comprobó que sí había cosas mucho más fuertes que la suya. A pesar
de lo doloroso, hay gente que también sufre alrededor.
También le contó que, a pesar de ser una niña muy inteligente y de ir muy bien en
el colegio, Andrea no hablaba, ni siquiera con sus primos, hijos de la tía que se
había hecho cargo de ella, así que fue una gran sorpresa para Fabiola, la otra
psicóloga, que Andrea hubiera hablado con alguien, pero sobretodo que en la
terapia hubiera tenido un pequeño avance, pues en el año de estar allí solamente
jugaba con las muñecas y no miraba a Fabiola.
Así que Silvia se dispuso a trabajar con ambas psicólogas, tanto en el tratamiento
de ella como en el de Andrea. Una cosa llevó a la otra y pronto todos los niños y
niñas querían compartir un rato con Silvia. Venían de todas partes del país, sufrían
lo mismo o tal vez más. Sus familiares también estaban prestos a hablar. Oía sus
relatos y aprendió a ver más allá, a sentir al pueblo y comenzó a amarlo ¡Cómo le
dolía el pueblo! ¡Cómo le dolía Colombia! ¡Cómo le dolía ver el infierno, así fuera
con ojos ajenos!
“Quisiera encender un grito en la noche caucana, para que despiertes cariñito mío,
quiero que sepas lo que han visto los ojos míos, con las cuerdas de la guitarra que me
acompaña, […]
Los espantapájaros maiceros del Patía, mirando quién va por los caminos veredales, y
en un cementerio ví los ojos de una madre, llorando un muchacho que mató la policía
[…]
Y me subí al espinazo de la cordillera, y a través del toldo de la neblina Guambiana, vi
los colores de la minga en la carretera, trabajando como la gente Bolivariana […]”
“Escucho una moto sierra, que en manos de un coronel, abre vientres, corta piernas,
cabezas, manos y pies.
Por los sueños destrozados, de un montononon de gente, vean cómo es condecorado por el
señor presidente.
Y los perros y goleros pelean por los restos de los muertos y juegan […] con las tripas,
con los ojos, con el corazón de la paz.
Con la santa bendición que un obispo le echa encima sale la bestia asesina a cumplir con
su misión.
Un pobre es decapitado porque tuvo el pensamiento de ser libre como el viento y dejar
de ser esclavo.
Tomándose una cerveza saca pecho un general viendo a sus hombres jugar futbol con
una cabeza. […]”
En esto estaba cuando su padre se empeoró. Realmente el tratamiento jamás
había funcionado. El tiro que le dieron fue en el estómago, el mismo lugar de la
herida que lo había incapacitado hace años. En esa oportunidad habían tenido
que sacar unos metros de intestino y no habían podido sanar bien el estómago,
eso complicaba mucho su situación actual. Después de unos días Francisco
murió.
Para el entierro fueron al pueblo. Asistieron todos sus amigos. Fue muy triste pero
el momento de llorar no era ahora. Se repartieron tareas y a la familia le tocó la de
dar a conocer sus productos “Lácteos De Belén” por el nombre de la vereda,
“Embutidos Don Manuel” en honor al padre y “huevos y pollos el Gordo” por
Francisco.
Aunque tampoco era apropiado, el reencuentro con Nacho fue la oportunidad para
que éste le jurara amor eterno, ella también le juró lo mismo. Seguirían
comunicándose y viéndose como lo venían haciendo.
A veces, solo hay que seguir adelante a pesar de tanto dolor. Los caminos de la
vida son extraños. El pasado y presente de todos se entremezclan forjando un
futuro inimaginable.
Ya tienes tres luces que brillan para ti, alumbrando oscuras noches, opacando
lejanas estrellas, quemando viejos recuerdos y guiando tú por venir. Has
cambiado bastante y te das cuenta ¿Tienes la suficiente fuerza y perseverancia
para seguir tu camino hacia el futuro, hacia el amor?
VI
Otra vez, un nuevo comienzo
manchado por un terrible
adiós
Los semáforos parpadeaban en amarillo, las llantas humeaban en plena
calle, el gas lacrimógeno surtía el efecto físico deseado por los policías, pero
extrañamente, la fuerza del pueblo era más grande que cualquier
organización del estado, más efectiva que las bombas y las balas que a veces
se internaban tan dentro haciendo un daño enorme a los cuerpos de los
manifestantes, pero nunca a sus espíritus.
La voz del compañero que tomaba la palabra retumbaba por encima de las
asesinas armas. La solidaridad y hermandad de los revolucionarios
presentes hacían un gran cuerpo que a las fuerzas de la opresión les costaba
derrumbar.
Y allí estaba él, su pañoleta le tapaba la parte baja de la cara, su joven
cuerpo ya mostraba un par de señas de las peleas contra las fuerzas de la
“pacificación”. Ella lo miró cuando la ayudaba y pudo adivinar una
sonrisa en su cubierto y sudoroso rostro.
Ya la noche traería la calma, la calma asesina. Detrás de las sombras se
ocultaban los sicarios del gobierno, sin embargo, la alegría tampoco daba
tregua. Reuniones hermosas, leyendo, estudiando, declamando poemas,
dejándose llevar por el entusiasmo y la libertad. Y en medio de estas
tertulias siempre quedaba espacio para el amor, el infinito amor.
Volvieron a Bogotá. Ahora se enfrentaban a un problema legal. La ley estaba con
ellos, los tendrían que indemnizar por la masacre. Todos sus amigos recibieron un
dinero con el cual aseguraban el futuro y, además, se fortalecía las Cooperativas.
Pero a ellos no les querían reconocer su indemnización alegando que la muerte de
Francisco la había causado una enfermedad por la mala cirugía hecha hace
años. La fundación y sus compañeros no los dejaron solos. La lucha se
continuaría.
Con el luto aún encima se pusieron a trabajar. Primero abrieron una distribuidora
de sus productos. Era un local grande y vendían al por mayor y al menudeo.
Después de unos meses ya tenían una buena clientela. Por otro lado Amparo, no
solo estaría dispuesta a sacar adelante su problema con el estado, sino que
ayudaría a las personas, que al igual que ellos, sufrían el flagelo del
desplazamiento, pero que no tenían la misma suerte de tener un lugar a dónde
llegar y un trabajo para sostener su familia. Silvia se había convertido en parte
necesaria de las terapias con los niños, y al igual que sus hermanos, ayudaba a su
madre en su labor de líder social.
Sus empresas marchaban a las mil maravillas. Hacían cada vez más amigos,
compañeros de luchas. Educaban a la gente, exigían sus derechos. La ciudadanía
estaba con ellos, cuando se convocaba a un acto acudían sin reparo. Solo el
gobierno se negaba a escuchar.
“[…] Llegó hasta el jardín recogió con manos de esperanza rojos claveles, caminó con
ellos destino a la plaza, ilusión de que en casa vuelva a aparecer.
[…] Todos los compañeros desaparecidos, nuestro pueblo exigimos ya que sean
devueltos, hay de que estén muertos, los queremos vivos.
Sabemos que están secuestrados por el régimen tirano, por el rescate piden que lo que el
pueblo exige, su paz, su libertad, no se vuelva a mencionar, pero mi gente sigue […]
De claveles rojos y de caras blancas, poco a poco se va llenando la plaza […] padres,
hermanos, parientes, amigos, compañeros de los desaparecidos […]”
Silvia y Patricia cumplieron 15 años. Los que pudieron viajar estuvieron allí, los
que no, hicieron acto de presencia por medio de un video de una fiesta que
realizaron en la vereda. Lo muertos, sus muertos, también estaban en bellos
afiches.
Era lógico que entre los primeros asistentes estuvieran Nacho y Norma, su madre.
Fue una fiesta muy linda. Sin lujos, pero con mucho amor. Los detalles se
repartieron, al final solo quedaron tres que eran de parte de su papá.
Primero Amparo dio el regalo a alejo, aunque no cumpliera años ese día. Era el
reloj de Francisco y una carta. El pequeño se lo puso, le quedaba enorme. Para
Patricia un anillo hermoso de oro, también con una misiva. Por último, para Silvia,
la cadena que él tanto guardaba. Fue un momento muy efusivo. Silvia temblaba. Y
la letra inconfundible de Francisco se veía allí.
“Hola Silvita.
No soy tu padre, pero me esfuerzo por serlo porque te quiero como si fueras hija
mía.
Perdóname por no poderte defender. Anoche estuve hablando contigo al respecto,
gracias por entenderme.
Me sentí muy feliz de que me confiaras todos esos secretos. Volvía a ver mi Silvia.
Sigue así.
No me quedan muchas fuerzas, mi cuerpo no está respondiendo como debería,
pero quiero que sepas que siempre estaré al lado de cada uno de ustedes, y
quiero que, con la fortaleza que iras recuperando, me cuides mis niños y mi
Amparito.
Cuídame también a ese loco de Nacho. Nunca se lo dije pero lo quiero mucho.
Recuerdo cuando era muy pequeño y llegaba en su bicicleta vieja y oxidada a la
carnicería a preguntar si tenía un oficio que hacer. Estás en buenas manos. Ojalá
lleguen a algo grande como Amparito y yo.
También quiero que sepas que fuiste el sol que iluminó mi vida los últimos meses.
Gracias por llegar a nuestro hogar.
No olvides lo que has aprendido sobre el amor, la amistad, el trabajo, la vida, todo.
Te quiere tu papá.
Francisco”
-
Tu papá murió orgulloso de ti, de tu recuperación, de que volvieras a ser
la misma.
¿De verdad? – dijo con lágrimas en los ojos
Si.
Siguieron la fiesta. A Patricia un muchacho que le gustaba le pidió que fuera su
novia. Francisco ya había dado su aprobación cuando él, Miguel, fue a su casa a
hacer un trabajo del colegio. Amparo le había comentado de los sentimientos de
Pato y al muchacho se le notaba que también le gustaba.
Nacho y Silvia estuvieron hablando y abrazados toda la noche. Ahora, el que
exageraba la vigilancia de las jóvenes era Alejo que, con el reloj puesto, daba
órdenes, pues el papá le había confiado el cuidado de las muchachas y la madre.
Nacho y doña Norma se quedaron una semana, pero tenía que volver. La
carnicería se había convertido en la distribuidora de los productos de las
cooperativas en la región, y tenía que ir a surtir sus clientes.
La vida de Silvia consistía en asistir al colegio, en el cual le iba muy bien, laborar
en el negocio e ir a la fundación a trabajar con los niños y con su madre. Pasado
el lento mes, siempre llegaba el fin de semana esperado, la visita Nacho.
En la organización se divertía mucho. Sandra, una de las fundadoras, se había
convertido en una gran amiga de la familia. Era bajita, un poco obesa, siempre
andaba de afán y quería hacer todo. Por eso las secretarias le decían a sus
espalda la “la doctora afanes”. Todos la estimaban mucho. Era muy bromista y a
veces un poco inmadura, pero una gran persona. Vivía con dos hermanos y un
sobrino en la casa paterna. Sus padres ya habían fallecido y ella la había
comprado con mucho esfuerzo.
Un día, con su rápido y característico paso, llegó a la oficina de Amparo y presentó
unos muchachos universitarios que como proyecto de grado y tal vez de vida,
querían participar en la fundación.
-
El es Diego Cárdenas, estudia Sociología, al igual que Alejandro
Mendoza e Ivonne Rodríguez. Andrés Henao estudia Ciencia Política y
María Cecilia Rincón y Alicia Méndez Economía – ahora se dirigió a los
muchachos- Ella es Amparito, nuestra encargada de comunicaciones y de
el trabajo con los líderes sociales. Cualquier cosa que necesiten es con
ella. Ellas son sus hijas Patricia y Silvia, también son excelentes
colaboradoras, además Silvia maneja, junto con dos psicólogas, un
programa que estamos implantando, es una nueva metodología para
trabajar con niños víctimas del abuso sexual causado por los actores del
conflicto. Se nos olvidaba – dijo mirando que por el corredor se acercaba
corriendo Alejo, al llegar, lo presentó con una sonrisa- el es Alejandro, ya
es todo un experto en propaganda y computación, es mi mano derecha.
El trabajo de los estudiantes era estar con la comunidad. Esta era el área de
Amparo y un grupo de personas muy dedicadas. La mayor parte del día atendía
gente, escuchaban sus problemas, los ayudaban, y los guiaban para realizar los
trámites ante la fundación. También se encargaban de conseguirles empleos y un
lugar para vivir si eran recién llegados a la capital. Esto a veces era tedioso,
además había gente que se hacía pasar por desplazados. Amparo ya los
reconocía y los remitía a otras organizaciones sociales que trataran sus
problemas.
La llegada de los universitarios avivaba un poco el ambiente. Sus constantes
bromas y ocurrencias alegraban el día, sobretodo de Silvia, con quien rápidamente
hicieron una gran amistad.
Andrés era alto, delgado, de ojos y cabello claros. Bastante gracioso y coqueto.
Diego, su gran amigo, un muchacho fornido, tez morena y ojos cafés, casi se
podría decir que era la sombra del primero, le seguía los juegos, cuando no, lo
animaba para que hiciera alguna locura. Alejandro, más bajo que los anteriores,
de ojos y cabello negro, contextura media, un poco más serio, disfrutaba de las
broma y chistes de sus compañeros.
Ivonne la rubia, de ojos azules, la más alta de las mujeres, casi alcanzaba a
Alejandro por unos centímetros. Impartía el orden y tenía un genio terrible. Alicia,
de una estatura promedio, cabello negro, rizado y largo, no hablaba mucho, pero
su sonrisa y sus ojos almendra expresaban fácilmente sus pensamientos. Por
último estaba María Cecilia. Igual de alta a Alicia, con unas bellas facciones
indígenas, ojos y cabello oscuro y piel cobriza. Hermosa, alegre y perspicaz. Se
notaba que tenía una relación cercana con Andrés.
Un sábado, a las 12 del día, Alicia se acercó con Andrés a la familia que estaba
terminando de almorzar en la cafetería.
-
-
-
-
-
-
-
Amparito ¿Cómo está? – Andrés entregó una rosa blanca- una hermosa
flor para otra mil veces más bella.
Andrés, ese es un cuento viejo- Alicia lo golpeó suavemente en el
estómago.
Gracias Andrés- Amparo recibió la flor.
Tan ridículo- intervino Alicia con una sonrisa en los labios.
Tranquila Amparito lo que le pasa a esta loca es que está celosa – volvió
hacia Alicia y la tomo de las manos- no estés celosa, solo intento
despedirme de Amparito. Tú eres el amor de mi vida.
Pensé que era yo – dijo en tono de broma Ivonne, que junto a los demás
muchachos, acababan de entrar al lugar, todos rieron mientras Andrés se
intentaba defender de las bromas de sus compañeros que eran como
dardos- todos los hombres son iguales- dijo Ivonne para concluir el
desorden.
Todos menos mi Gordo – respondió Amparo cuyo rostro se oscureció con
la sombra del horror y sus ojos se opacaron con la amargura de la
muerte. Callaron, pues sabían lo de su esposo. Ella se intentó reponer¿A dónde van? – preguntó disfrazando su tristeza con una sonrisa
bastante fingida.
Vamos al café que queda a unas cuadras de aquí. – contestó Diego- se
llama Café y Libro, hacemos un club de lectura, es un sitio interesante.
¿Quieren ir?
No. – miró a sus hijos, estaban tristes, pensó que no debió hacer el
comentario y se sintió culpable- aunque si las niñas quieren ir mientras
Sandra y yo llevamos a Alejito a Futbol no hay problema.
¿Enserio ma? – pregunto Patricia.
Sí Patico, pero no salen de allá.
Yo me comprometo a cuidarlas- dijo Andrés mientras se paraba firme
como un militar, lo que produjo algunas risas. Las muchachas se
animaron, pero Silvia pronto lo recapacitó.- ¿Cuál es su orden capitán?
Vayan. –dijo Amparo
Yo no voy – intervino Silvia con un gesto de tristeza- ¿Cómo te dejo sola?
Ve mi amor, a ti te gusta leer. Yo estoy bien, voy a futbol con Sandra, no
estaré sola, además es un par de horas ¿verdad?- dijo inquisidoraSí. Contestó Ivonne. Estaremos felices de tenerte en el club, Silvia, me he
fijado en los libros que lees y será muy interesante discutirlos.
Al llegar Miguel, el novio de Patricia, se fueron. Se divirtieron esa tarde, así que se
hicieron parte del club, leían, también veían películas, escribían, hacían
discusiones filosóficas y políticas y teatro callejero, cuando sus ocupaciones lo
permitían, además de participar en talleres de la universidad. Silvia comenzaba a
entender aún más el pasado y el presente de Colombia.
“Un nueve de abril en Colombia, mi abuelo solía recordar, porque hablaba de paz y
justicia a un gran hombre asesinaron.
Los gringos dieron la orden, claro, quién más la iba a dar, Mariano y Laureano
cumplieron, luego a Fidel acusaron.
Los pobres se levantaron con garrotes, con machetes, como furia de huracán, la injustica
corretearon buscando vengar la muerte de Jorge Eliecer Gaitán. […]
El pueblo quiere la paz, tal cual y como ella es, el burgués piensa al revés, paz para
ellos nada mas […]
[…] Gaitán se fue por las buenas con su verbo apasionado quiso cultivar la paz, pero
la muerte sin pena vestida de azul y rojo le disparó por detrás. […]”
Un día hubo un taller que a Silvia le interesó, se llamaba “La realidad política y
social colombiana”, así que invito a su familia. Alejo se quedó en casa de Sandra.
Allí conocieron a la mamá de Andrés, Raquel. Era viuda, el padre del chico fue
víctima del estado, se llamaba Carlos Alberto Henao. Lo desaparecieron y jamás
volvió. Ambas mujeres congeniaron muy bien, hablaron de sus esposos. Raquel
comenzó a recordar el suyo.
-
Lo conocí en una manifestación. Ambos estábamos jóvenes. Él siempre
fue tan inteligente, activo, tenía esa personalidad impactante, que
contagiaba de sus sentimientos a todos. Era gracioso, cariñoso, como
Andrés. Todas las muchachas estaban detrás de él. Yo no era tan bonita.
No era nada bonita, pero era inteligente. En plena manifestación estaba
en problemas con los policías y él me ayudó. Pasados los días nos
volvimos a ver. Yo era nueva en este grupo, lo que causó que las chicas
se enfurecieran a raíz de que habló conmigo casi todo el tiempo. Después
nos seguimos viendo, hasta que aceptamos que lo nuestro era amor, nos
casamos y tuvimos a Andresito. Un día simplemente desapareció, todo
lleva a pensar que los aparatos de inteligencia del estado se lo llevaron.
El niño casi no lo recuerda pero –sus ojos se llenaron de lágrimas –
¡Cómo lo extraña! ¡Qué falta le ha hecho! Creció viendo una fotografía y
asistiendo a las plazas gritando para que su papá vuelva. Sé que dentro
de él todavía tiene esperanza…yo ya la perdí.
Después de ese día se volvieron muy amigas. Raquel también entró a la fundación
y se trasteo al mismo barrio en el que vivía Amparo y su familia. Esto acercó más
a ambas familias.
Una tarde el teléfono de la oficina de Amparo sonó. Era Marleny, la amiga del
pueblo. En la llamada anunciaba que doña Norma se había muerto. Había pasado
muchos años con esa enfermedad al final, después de tanto luchar, murió.
Viajaron esa noche y acompañaron a Nacho. Para el joven fue un gran alivio tener
el apoyo de Patricia, Alejandro, Amparo, pero sobre todo de Silvia. Sin embargo
había algo extraño en él. La abrazaba fuerte queriendo tenerla dentro, la besaba
como si fuera a ser la última vez, la miraba para que su imagen estuviera siempre
en su mente.
Silvia concluyó que era por la muerte de su madre. Él se iba a mudar a Bogotá.
Marleny se encargaría de la casa y del negocio. Nacho se quedó arreglando los
últimos detalles. Pasarían semanas y no aparecería, jamás volvería, no se
comunicó, nadie sabía de él.
-
“Mariana, Nacho no se iría sin más. Él me prometido me esperaría, él
cumplía sus promesas. ¿Dónde está?”
Temía por lo que le hubiera pasado. Solo de algo estaba segura: siempre lo
llevaría con ella. Esta gran pérdida produciría un dolor muy grande, que gracias a
que Silvia recordó las palabras de Francisco, se transformó en fuerza.
El mundo se mueve, gira, cambia. Hay razones de sobra para lo que pasa. A
veces no las entendemos con claridad porque sólo podemos ver una versión de la
realidad, en esos momentos el desespero, la depresión y la confusión reinan en
nuestras mentes.
Tu vida ha sido un mar de desilusiones, tristezas y muertes, pero debes darte
cuenta que la felicidad también te acoge entre sus brazos, la esperanza se niega
a soltarte y la fortaleza corre tan natural en tus venas que, difícilmente, te puedes
dar por vencida. ¿Eso es suficiente para afrontar las adversidades y llegar a la
felicidad?
VII
¡Cómo duele el pueblo!
El ocaso caía de manera inevitable en la cuidad, mezclando la luz
incandescente del atardecer con la oscuridad, como se mezclan la vida y
la muerte en este enlutado país.
Las frías, oscuras y desocupadas calles capitalinas le daban la protección a
aquel aventurero defensor del futuro. La llovizna lo acariciaba de forma
constante, una pequeña puerta se abrió ante su presencia, estaban esperando
sus palabras, su ánimo y su guía.
Después de esas interminables noches de aprender, sentir y sufrir al pueblo,
después de un día con su esposa y su hijo, después de días de tortura y
dolor, su alma se quedaría en cada corazón que conmovió, en cada mente
que iluminó, en las luchas del pueblo que amo y en su familia que lo espera
con la fe en el futuro que él les construyó.
Silvia estaba muy deprimida, solo pensaba en las cosas horribles que le pudo
pasar a su novio. Se refugió en sus libros, el estudio y sus trabajos.
Afortunadamente su familia y sus amigos estaban apoyándola, sobre todo los
universitarios, con los que ya había construido una gran relación.
Las muchachas, sobretodo María Cecilia, eran muy buenas y comprensivas y,
junto con Patricia, habían formado un grupo de amigas muy fuerte. Los chicos
eran los que la hacían reír y le ponían el toque alegre a todo. Una cosa que
asombró mucho a Silvia fue la actitud de Andrés. Él siempre estaba bromeando
con todos, excepto con ella era un poco lejano. Pero ante esta situación su
comportamiento fue comprensivo y amable, incluso, a veces tierno.
A pesar de todo el apoyo que recibió, el tiempo pasó lenta y dolorosamente. Llegó
navidad. Patricia y Silvia aprobaron y pasaban a último año, Alejito avanzó a
bachillerato, fue el mejor de su clase. Ese era el primer diciembre que estarían sin
Francisco y Nacho, menos mal no pasaron las fiestas solos. Raquel, Sandra y los
jóvenes estuvieron allí. Eran una bendición.
El treinta uno de diciembre la reunión fue en la casa de Silvia. Estuvieron desde
las seis de la tarde. Sandra y los chicos se fueron a las ocho de la noche, pues
tenían que pasar tiempo con su respectiva familia. En la casa quedaron Amparo,
Patricia, Alejo, Luz Mary, Raquel, Andrés y Silvia. Todo era diversión. Veían
películas, hablaba, bailaban, hasta Luz Mary, que estaba ya un poco enferma por
los años, se divertía bastante. Hubo un momento en el que Andrés miró hacia la
ventana y se sentó.
-
-
-
-
¿Qué te pasa? –se extrañó Luz Mary al notar que el chico se puso serio.
Nada –sonrió Andrés pero era imposible no notar que su risa era fingida.
Se fue al baño.
No sé si algún día va a dejar de esperar a su padre –Raquel retuvo un
suspiro –siempre de niño en estas fechas se sentaba frente a la ventana,
se ilusionaba con cada sombra masculina que pasaba, con cada sonido
de pasos que escuchaba, con cada voz y risa que venía de la calle.
Tal vez es malo que se le pase –analizo Silvia –él sentirá que si lo deja de
esperar nunca volverá y lo olvidará.
Si mamita –la abrazó Raquel adivinando que esa explicación era lo que
sentía Silva respecto a Nacho –pero uno a veces tiene que seguir, eso no
siempre significa olvidar, también es respetarlos y no mortificarlos. Dudo
mucho que Carlos, el padre de Andresito, quiera ver su hijo así.
Si, tienes razón –Silvia se hundió en los comprensivos brazos de la mujer,
era la primera vez que era consciente que tarde o temprano tendría que
seguir adelante sin Nacho.
¿Me quieres robar a mi mamá? –bromeó Andrés que simulaba
normalidad al llegar a la sala.
Sí. –contestó la chica con picardía mirándolo fijamente a los ojos –dos
mamás es mejor que una –todos rieron, incluso el chico que esquivó
rápidamente los ojos de Silvia.
Estuvieron despiertos hasta las tres de la mañana. Raquel y Andrés se quedaron a
dormir allí, pues, aunque vivían cerca, estimaron peligroso salir a esa hora.
Cuando todos se acostaron Patricia y Silvia se pusieron a hablar como todas las
noches.
-
Qué raro es Andrés. ¿No crees Pato?
¿Por qué lo dices? –imprimió un tono extraño y risueño en su voz
-
-
No sé. Pasa mucho tiempo conmigo, pero sin embargo no es capaz de
dirigirme ni media palabra cuando estamos solos, es más huye hasta
cuando lo miro. Creo que le caigo mal.
¡sí, cómo no! ¡te odia tanto! –dijo con sarcasmo y risa
¿Qué insinúas?
Nada.
“¿Será Mariana? No, no puede ser, ni siquiera me mira, y es mejor así. A
mí tampoco me puede gustar.”
Esa noche tomó la decisión de alejarse aún más de Andrés, aunque no hacía falta,
el muchacho parecía estar más ausente que ella misma. Silvia pensó que la
actitud tierna y extraña que Andrés a veces tenía era por pura amabilidad, y se
culpó de esos pensamientos que tubo. Aunque una pregunta crecía en su interior
y ella no quería darle respuesta, se negó a oírla.
Por fin pasaron las vacaciones. Pocos meses después el gobierno anunció
medidas para “mejorar” la educación, lo que se presentía sucedió. Los estudiantes
se tiraron a las calles, entre ellos Silvia y sus amigos. La medida era represora,
privatizadora y ponía en peligro la educación en el futuro cercano. Al llamado de
los movimientos estudiantiles universitarios, acudió gran parte de la sociedad:
estudiantes de bachillerato, padres de familia, profesores, directivas e
intelectuales. Muy pocos fueron neutrales, no lo podían ser.
“[…] Voy a referirme a algo de mi país, es el cuento de una gente que está y no está, no
son azúcar ni sal, bueno, y cómo así.
No son bolero, ni guaracha, ni cumbia, ni mapalé, […] ni rajan, ni prestan el hacha,
ni hacen, ni dejan hacer.
Cómo así que no son ni de aquí ni de allá, ni oprimidos, ni opresores quieren decir, pero
yo les digo aquí la pura verdad, que esa tal neutralidad no puede existir.
Ni el mismo Dios, lo dijo el gringo, en esta guerra es neutral, […] pa’ algún lado hay
que pegar el brinco, pero siempre hay que brincar […]”
Dolía el pueblo, dolía el futuro. ¿Qué pretendían estos hombres? la respuesta era
obvia, mano de obra barata, que no pensara ni protestara. Más explotación, más
ganancias para su bolcillo, más pobreza y miseria para los trabajadores y
campesinos, y mucho, mucho silencio. Un pueblo tonto que no hablara y los
alabara, cuyo fruto de su trabajo no quisieran disfrutar y aceptaran la muerte y el
hambre como algo común, el castigo de Dios por ser “tercermundistas”.
No lo permitirían. El hambre duele más allá de las tripas, la miseria arde más allá
de la piel, la injusticia quema más allá del cuerpo y el recuerdo. Silvia lo sabía, lo
había vivido y no permitiría que sus horrores fueran sufridos por otros, esa cadena
se tenía que romper.
“[…] Qué dolor que sufrimiento, hay mi madre qué agonía, que terrible es el tormento
que sufre la gente mía.
Al pueblo están masacrando porque tiene hambre y protesta, para seguirlo explotando
y siga comiendo mierda.
Dirán que estoy diciendo groserías, dirán que soy muy plebe, muy vulgar […] pues yo
le digo al que me venga a criticar, más hijueputa, más hijueputa es la oligarquía.
Qué palabrota, que palabrota, pero que vaina es que no encuentro otra, qué palabrota,
que palabrota, ojalá hubiera una más grandota.
[…]Los versos que están oyendo no tendrán mucha poesía, pero es lo que estoy
sintiendo que es tristeza y putería.
Mi canto es veneno y vida, pónganle mucho cuidado, veneno para los de arriba y vida
para los de abajo.
Es mi canción con fuerza se acentúa, cuál explosión con profunda pasión […], el
grito en llamas de la insurrección, el rico tiembla, tiembla y ve la cosa peluda. […]”
Se organizaron mesas de trabajos, el grupo de amigos participó, Silvia era una de
las representantes de los estudiantes bachilleres. Después de la organización vino
el trabajo. Se convocó a la primera marcha, la cual no tuvo grandes resultados. Se
llegó a la conclusión de que tocaba llamar la atención.
El plan era levantar la voz fuertemente. Actos culturales y pacíficos serían las
herramientas. Pero había que bloquear vías, esto siempre atraía la atención de los
medios masivos, puesto que al no tener la posibilidad de acceso a ellos a las
buenas tocaba a las malas. Sin embargo esta medida siempre había llevado a
enfrentamientos con la policía, era un riesgo, la situación más agresiva. Pero
estaban dispuestos a afrontarla por el futuro, claro, cuidando de la seguridad de
los manifestantes.
-
Si la cosa se pone dura, responderemos de la misma manera – sentenció
en una de las reuniones Andrés.
La segunda manifestación se llevó a cabo. Lo que se informaron los medios fueron
los puntos de partida de las marchas, nada se dijo sobre las peticiones de los
estudiantes ni de la problemática que se estaba viviendo en el país. Todos
esperaban una marcha similar a la anterior, esta sería diferente. Bloqueos del
tránsito y concientización de la gente por medio del diálogo, del teatro callejero y
repartición de cartillas y periódicos, se mostraron como gran amenaza para el
gobierno, así que ordenaron la intervención de la policía.
Comenzaron los antimotines a atacar a los manifestantes, lo que causaría la
defensa. Aunque el costo fue seis detenidos y algunos heridos que fueron
atendidos por los estudiantes de medicina y enfermería de manera rápida,
profesional y organizada, el objetivo se cumplió: se dio a conocer el problema por
los medios masivos nacionales.
“Ellos creen que todavía la gente se chupa el dedo que el tiempo de los pendejos no ha
pasado todavía, pero van en contravía, se van a estrellar, y bueno, nosotros lo que
queremos es que llegué pronto el día.
Compa, esto tarde o temprano va a ocurrir, compa, se va a alborotar el avispero, así
sucedió cuando los comuneros, el veinte de julio y el nueve de abril.
Levántate hombre despierta, sacúdete y vámonos, vamos para el bololó porque al pueblo
se respeta […]”
Pero esto no pararía allí. Se organizó un paro estudiantil con asamblea
permanente. Cada semana se escogería uno o dos días para el diálogo, actos
culturales y atención a la gente. Se hacían bloqueos de vías cada hora en varios
puntos de la ciudad, y allí, en plena calle, se informaba al público la verdadera
intención del estado: privatizar la educación. El apoyo de muchas organizaciones
sociales no se hizo esperar y los miembros de las diferentes mesas y movimientos
estudiantiles eran entrevistados constantemente, incluso, por medios de
comunicación extranjeros.
El gobierno, como siempre, acudió a la represión. La acción máxima ocurrió una
tarde. Silvia había llegado del colegio, como no tenía que ir a la fundación pidió
permiso para ir a la Universidad Nacional, donde se iba a discutir sobre un par de
temas que le interesaban y, si lo permitía el tiempo, los muchachos y ella
presentarían una obra de teatro de las que ya tenían montada.
Llegó hacia el medio día. Estuvo en la primera charla, como siempre tenía algo
preparado para decir. Salieron de la reunión a las dos y treinta. Ya habían
arreglado la posibilidad de presentarse y la oportunidad sería a las tres y quince,
cuando se bloquearía la carrera treinta. Ya faltaba un cuarto para las tres, ellos,
maquillados y vestidos para su obra de teatro, se acercaban al sitio en el cual se
iban a presentar, faltando unos metros para salir de la universidad se escuchó el
primer estruendo.
-
-
¡Mierda! – gritó Andrés, quien instintivamente abrazó a Silvia para
protegerla- ¡¿todos están bien?!
Sí. – respondió María Cecilia, quien vio un amigo que corría para dentro
de la universidad- ¡oiga!- el muchacho bajó la velocidad pero seguía su
camino- ¿qué pasa?
Los “polachos” se quieren entrar. Por mi parte no dejo que esos
hijueputas entren a la Nacho.
Oír ese nombre la estremeció, Silvia se alejó de Andrés, invocó a Nacho y en un
segundo se decidió y gritó.
-
Yo quiero ayudar.
Mamita después vemos, ahora no tengo tiempo de novatos- gritó el
muchacho sin mirar atrás.
¿De verdad? – sonrió Diego.
Claro, cuando has visto que yo diga pendejadas.
Bueno, quédate con Ivonne y Alejandro.
No- intervino Andrés- yo me quedo con ella.
Usted está muy adelante parce- le recordó Alejandro sonriendo
maliciosamente - yo se la cuido, tranquilo.
Deje de hablar maricadas- se sonrojó Andrés – está bien, movámonos
que aquí nos cogieron los tombos hablando mierda.
Todos salieron de la universidad menos Ivonne, Alejandro y Silvia, como
estaban maquillados y con máscaras era ideal para que no los reconocieran.
Pronto todo estaba lleno de encapuchados, las piedras salían del plantel,
comenzaban a circular unas bolas de aluminio.
-
-
Vamos - dijo Ivonne con su voz de mandamás característica.
Sinceramente no sé porque me gustas –bromeó Alejandro mientras le
daba un beso en la boca, un beso que ella no esperaba.
Deja de mariquiar – se sonrojó. Llegaron a un puente cercano- toma- le
dio una de las bolas de aluminio mientras le sonreía.
Esto mamacita- le dijo Alejandro a Silvia mientras le hacía señas que se
acostará sobre el pavimento- es una papa. – hizo una pausa y
señalándole un grupo de antimotines que ya casi entraban a la institución,
contó hasta cinco, como esperando algo, se paró y lanzó el artefacto que
impactó contra el escudo de un policía y explotó. Mientras los
compañeros del oficial lo sacaban afanosamente los muchachos de abajo
seguían atacando y ellos se movieron unos metros.- eso se hace con la
papa, se tira, tú no lo puedes hacer todavía, pero la mejor forma de
aprender es en la acción, así aprendimos casi todos.
¿Por qué nos corrimos?
Porque los tombos pudieron darse cuenta de donde vino la papa.
Ah- Silvia se incomodó, se sintió mal por no estar ayudando y aparte
preguntar, Alejandro se dio cuenta.
Tranquila mami, tú pregunta que nosotros te trajimos para eso, para que
aprendas.
Alejandro e Ivonne le comentaban todo lo que necesitaba saber, que tenían que
hacer ellos, los de abajo, por que hacían eso, pronto comenzó a ver que ese
“desorden” no era un caos como ella pensaba al principio. Miraba que todos tenían
una función y servían a un objetivo. A las cuatro, cuando los policías estaban ya
conscientes de que no iban a entrar, las papas se volvían más ruidosas y botaban
más humo, pero hacían menos daño.
“[…] Tira papas explosivas y baila encapuchao […] Cuando hay tropel sale a
bailar, tira una papa y grita por la universidad […] los del antimotines se quedan
admiraos […] detrás de los escudos miran bailar el pelao […]
El sargento les dice que le tiren un gas […] el pelao lo devuelve y los corre para atrás
[…]
Me gusta esa muchacha de blue jean apretao […] y sale con capucha a bailar con el
pelao […] ¡Vendito Dios! Me digo yo y veo que bien bailan los dos. El man tira una
papa y ella una molotov […]
Las privatizaciones de la universidad […] sacan profesionales de mala calidad […]”
Los muchachos comenzaban a ingresar a la universidad, ella desde arriba pudo
observar claramente a Andrés, que miraba hacia los lugares donde ellos habían
estado hasta que los encontró. Se preocupó mucho por él. Desde su puesto ella
había observado cómo se armaba una batalla bastante desigual. De nuevo lo vio
de otra forma, le había parecido siempre tan gracioso y simpático, incluso guapo,
pero había tomado la decisión de alejarse. La pregunta en su interior volvió a
resurgir, y ahora, la atormentaba con más fuerza.
Observó con detalle sus cabellos claros y ondulados que siempre caían sobre su
cara de manera desordenada e improvisada, sus ojos verdes que parecían
cambiar de tono con la luz, sus labios delgados en los cuales se dibujaban
sonrisas todo el tiempo que, a veces cuando eran para ella, se convertían en un
tímido y coqueto gesto y se sonrojaba haciendo un contraste enorme con su piel
clara. Miro sus brazos que nunca se posaban sobre ella. Pronto se arrepintió de
sus pensamientos, habló con Francisco para que le diera ánimo, para que no se
dejara llevar por la tentación y pidió perdón a Nacho.
Luego Silvia, Alejandro e Ivonne salían de la institución como si nada hubiera
pasado. Se dirigieron a una cafetería del barrio Chapinero, en donde se
encontraron con el resto del grupo y se saludaron como si hace tiempo no se
vieran. Silvia se dio cuenta que Andrés tenía vendada una mano.
-
¿Qué te pasó?
Me lastimé un poquito.
¿Poquito? – dijo Alicia – es arto pero no es grave. Yo lo curé
Con enfermeras así, me sigo hiriendo- le mandó un beso a Alicia, luego
volteó a ver a Silvia. Sus ojos verdes brillaron un poco- ¿cómo estás?
Aun un poco nerviosa.
Bien, eso pasa siempre al principio. ¿Llamamos a tu mamá? Porque son
las siete, Amparito me va a matar.
Bueno. – fueron al teléfono público de la cafetería, el chico habló primero
con Amparo y se fue a la mesa- aló mami, - mientras que Amparo le
hablaba ella miraba a sus amigos. El que más se destacaba era Andrés,
se reía, hacía bromas. Por primera vez se dio cuenta que ella lo
observaba mucho, que él se había convertido en un apoyo, en el remedio
que curaba su soledad- si mami, tranquila que yo ya voy- En este
momento notó que Andrés también posaba sus ojos verdes de mirada
ingenua sobre ella con cierta frecuencia. Siempre lo había evadido
porque sentía algo adentro ¿qué era? La pregunta que tanto le
atemorizaba surgió violentamente de su interior rompiendo algo por
dentro ¿será que le gustaba? ¿lo quería? ¿Cómo podía sentir algo por
Andrés si seguía amando a Nacho? Esto la confundió y la hacía sentir
mal - bueno mami, ya vamos para allá y le contamos todo, tranquila.
Se dirigió a la mesa mirando el piso. Se sentó, siguió tomando su café, sonreía
cada vez menos, hablaba pero poco, Andrés estaba en frente de ella y no quería
mirarlo aunque tuviera ganas de observar esos hermosos ojos verdes.
-
-
-
-
-
¿Te regañó tu mamá?- preguntó Alejandro extrañado por la actitud de
Silvia
No, ella está preocupada porque vio el noticiero, pero todo está bien. Eso
sí- se dirigió a Andrés, así que tuvo que mirarlo y sintió esa corriente
recorriendo su cuerpo- tenemos que ir rápido, tu mamá está en la casa.
Me va a matar cuando sepa en el lío en el que te metimos.- subió la ceja
derecha y sonrió de medio lado.
O sea que mañana no voy a tu casa ni muerto – Diego dio una palmada a
Andrés en la espalda, él se rió pero seguía mirando fijamente a Silvia, ella
volvió su mirada al café, revolviéndolo con la pequeña cucharita
También tendrías que faltar a la fundación- rió María Cecilia mientras
acariciaba la barbilla de Andrés. Silvia se dio cuenta y sintió un poco de
dolor- ¿Estás cansada Silvia?
Sí.
¿Pero te gustó?
Sí. – sonrió, Andrés la observaba como embelesado, de pronto se paró a
un lado de la mesa.
¡El último que se pare paga! – todos se pusieron en pie, la última fue
Ivonne- mamita le tocó. –saliendo le dijo a la dueña de la cafetería- esa
niña que tiene cara de brava le va a pagar.
Y a ti te voy a pegar, ¡hoy me ha tocado pagar dos veces!- todos
incluyendo la dueña del lugar y las meseras se rieron mientras Ivonne
regañaba a Andrés por inmaduro- y es la última vez que pago, debemos
organizar esto, cada uno debe cancelar lo suyo o turnarnos para las
cuentas, pero claro, todos le siguen la corriente a Andrés ¿Qué no ven
que está loco?
Siguieron bromeando hasta que llegaron a la Caracas, una importante calle del
sector en donde tomarían los respectivos buses para ir a sus casas. Diego y Alicia
siempre se iban juntos, pues vivían cerca, Alejandro, Andrés y Silvia tomaban el
mismo bus, pero los nervios se apoderaron visiblemente de ella cuando Alejandro
dijo que acompañaría a Ivonne.
-
Tenemos cositas que arreglar- la tomo de la cintura y paró el vehículoalguien debería hacer lo mismo.
Chao- se despidió María Cecilia de la pareja que se iba y miró a Silvia me voy con ustedes, la vuelta es más larga pero más segura.
Tomaron el bus. Ellas se sentaron, Andrés se quedó parado. Silvia que estaba al
lado de la ventana lo miraba en el reflejo, María Cecilia bromeaba con él. ¿Ellos se
gustaban? Hablaban mucho, las únicas veces que lo había visto serio era a solas
con ella. Silvia y Andrés se bajaron y caminaron en silencio. Casi llegaban a la
casa. Silvia no aguantó más.
-
-
María Cecilia es muy bonita.
Sí.
También es muy buena gente, y tiene una personalidad chévere.
Sí, María C, es excelente.
¿Tiene novio?
No ¿Quieres ser la novia?- sonrió Andrés.
¡No! – dejó de caminar Silvia
Pensé, pues preguntas tanto – se paró frente a ella- me estoy
preocupando- sonrió
¡Tonto!- lo golpeó suave en el estómago y sin querer le lastimó la mano perdóname- ella dio un par de pasos hacia él y lo tomo suavemente para
ver la herida, nunca habían estado tan cerca, él posó la otra mano sobre
las de ella, podía sentir latir rápidamente su corazón. Ella dio un paso
atrás y se soltó de él- ¿no te hice mucho daño?
No. – giró y siguió caminando delante de ella, no se alejó más de un par
de pasos, pero no se volvió a mirarla, sintió que había sido imprudente, la
muchacha podía enterarse de sus sentimientos hacia ella- ya casi
llegamos a la casa. Mi mamá y la tuya me van a masacrar – rieron, por fin
estaban frente a la vivienda, ella abrió la puerta y entró, y él la tomo de la
cintura. Era extraño, él abrazaba y molestaba a las demás muchachas,
pero a Silvia jamás, era la primera vez que la tocaba y ella se estremeció,
fue un segundo pero sintió algo intenso.
Cuando Raquel y Andrés se fueron Alejo ya estaba dormido, así que Silvia le
contó a Amparo y Patricia todos los detalles de su aventura y la confusión que
tenía con Andrés. Patricia dijo que era tiempo de reponerse de lo de Nacho, había
pasado muchos meses, lo podía seguir amando, pero no debería contener sus
sentimientos.
Amparo estaba de acuerdo, pero recomendó un poco más de tiempo y prudencia,
puesto que Silvia no estaba segura de los sentimientos de Andrés. Sin embargo
Amparo ya sabía que al muchacho le gustaba Silvia, Raquel le había comentado
que Andrés sufría por la muchacha hace mucho. No se lo quiso decir a la joven,
ella tendría que descubrirlo por sí misma.
Pasamos nuestra vida concentrados en el dolor propio. Tú eres una de las pocas
personas que se detiene a ver y a sentir el dolor ajeno. Te duele tu pueblo, el
campesino, el estudiante, el trabajador, el niño, el viejo…te duele Colombia y sin
embargo aún no te has dado a la tarea de observar el dolor más cercano, el daño
que causas sin darte cuenta, pero sobretodo, el que te causas a ti misma.
Olvidar no es la solución, jamás hay que hacerlo. Debemos aprender de la
historia, pero también tenemos que dejarla pasar ¿Estás preparada?
VIII
Un pequeño logro, un
pequeño paso al futuro
Sus ojos derramaban lágrimas, lágrimas de felicidad. Sostenía su pequeño
en brazos. Su frágil cuerpo y su tersa piel lo enternecían.
¿Qué habían hecho? ¿Qué había pasado? Este niño tendría que sufrir ahora
todos los dolores de la vida, todas las injusticias del mundo. No, no era el
tiempo de darse por vencido. Sus pequeñas manos lo tomaban fuertemente, le
daban valor para seguir.
Si antes había luchado al lado de la mujer que amaba, había estado por
pagar altos precios, detenciones, golpizas, luchas, miedos, todo por el futuro,
ahora que tenía a alguien que viviera esos maravillosos días no se iba a
dar por vencido.
Acarició el pequeño rostro del recién nacido y recibió una sonrisa, su
primera sonrisa, la primera de miles que alumbraran su porvenir.
El miedo por las adversidades y las atrocidades del plan de exterminio que
comenzaba a usar la oligarquía no lo iba a hacer retroceder. Era la hora de
unirse y luchar, un macabro baile no iba a detener el curso de la historia,
por más que la danza fuera con la muerte.
Vio hacia la ventana y se encontró al sol mañanero que iluminaba
fuertemente. El hombre sonrió, miraba el horizonte, se dio cuenta que su
vida no importaba porque después de la triste noche vendría el amanecer, un
amanecer Rojo…Rojo Comunista.
Después de esto el abismo entre Andrés y Silvia era más grande. Él la trataba
como a los demás, pero nunca bromeaba o hablaba a solas con ella. Silvia optó
por ignorarlo sin herirlo o ser grosera, sin embargo, sus actitudes rayaban a veces
en la antipatía, esto hacía sentir mal al chico que desde hace mucho tiempo la
quería.
“[…] Yo quisiera que me entregaras tu cariño, como lo haría la musa de un noble
poema, pa’ beber los manantiales de tu cariño […] en la luna romántica de mi caleta.
Yo a veces pienso que tú quieres pero es que tu orgullo se queja, tal vez eres de esas
mujeres que dicen “no” pero se dejan, […]
Ya estremeció los confines de mi universo el vendaval de pasiones de tu mirada,
prométeme negra que si te robo un beso […] será mi cárcel tu caleta en la montaña
[…]”
Había muchos avances era en el paro estudiantil que ya se estaba extendiendo
por varios meses. Todo era favorable para los estudiantes. Tenían al gobierno
entre la espada y la pared, el ataque a la Nacional había dejado al presidente muy
mal, así que eso no se volvió a repetir.
Por fin el ejecutivo pasó una propuesta de diálogo. La mañana en que se supo
esto había un paseo del colegio, Silvia no fue, así que estaba en la universidad.
Todo era celebración y trabajo, pues, tenían que definir en cuáles puntos serían
flexibles y en cuáles no.
Ese viernes era algarabía total, Andrés y los muchachos llamaron a Amparo para
ver si podían faltar a la fundación esa tarde y si dejaba que Silvia celebrara con
ellos, la respuesta fue afirmativa. Se fueron a almorzar y después a una tiendita en
un barrio cercano, un lugar acogedor y muy frecuentado por el grupo de amigos.
La dueña era Doña Fanny, una señora de unos sesenta y cinco años. Había una
gran vitrina de madera llena de dulces y galguerías y un refrigerador en donde
estaban las bebidas, delante tres mesitas de madera con cuatro sillas cada una. El
local era iluminado por una gran ventana y la única puerta de acceso era pequeña,
así que gozaban de mucha discreción en el rincón, lugar en donde unieron dos
mesas. Silvia aprovecho este momento para llamar a su mamá y Andrés, que no
quería hacer nada, disimuló su pereza con la excusa de ir a hacer el pedido.
Contra la pared se sentaron Alejandro e Ivonne, que ya eran novios, después
Alicia, María Cecilia, Diego y, a propósito, dejaron dos sillas contiguas para los
chicos faltantes, así que cuando llegaron a sentarse se llevaron una gran sorpresa
al ver que quedaron uno al lado del otro y por un momento no pudieron disimular
la incomodidad que sentían.
Luego de un rato ya estaban en un completo desorden. Las bromas abundaban y
los chistes y las anécdotas eran parte esencial de tan agradable y despreocupada
conversación. Todo transcurría con total tranquilidad y calma, lo que produjo que,
sin darse cuenta, Andrés y Silvia dejaran a un lado sus prevenciones, incluso,
hubo un par de momentos en los que se tomaron de las manos.
Todo estaba bien hasta que María Cecilia se paró de la mesa a pedir una canción
y algunos comestibles y Andrés se fue detrás de ella. Silvia sentía su sangre hervir
al ver cómo él le hablaba al oído. Su corazón iba a estallar, era insoportable la
situación, quería parase e irse, tal vez gritarle a Andrés, y en vez de esto se reía
sin ganas de los chistes de sus amigos, temiendo que ellos pudieran saber lo que
sentía, pero, ¿Qué sentía?
Regresaron a la mesa con miradas cómplices y después de decirse un par de
secretos. Él se sentó como si nada y miraba por momentos a María Cecilia. Silvia
no podía aguantar más, menos mal ya eran las seis y se tenía que ir. Se despidió
de todos, pagó lo que debía y se marchó.
Mientras caminaba podía imaginar las cosas que pasarían entre ellos dos. Por un
lado agradecía tener que marcharse, así no vería nada más, pero pensaba que tal
vez tendría que resistir el golpe de enterarse al otro día que eran pareja.
Imaginarlo le causaba dolor y confusión.
-
-
-
“Mariana, Carmencita ¿Qué me pasa? Papi por favor, guíame, ¿Qué
siento?”
¡Silvia! ¡Espérame! –gritó Diego a su espalda, la joven volteo con una
gran sonrisa, pero pronto quedó helada cuando vio que también venía
Andrés. Otra vez una ola de sentimientos diferentes le caía encima. –
nosotros también nos vamos.
Y ¿por qué? –esperaba que Andrés contestara algo como: “porque
realmente quiero estar contigo”. “Mariana Carmen ayúdenme, ¿Qué me
pasa?” La confusión la dominaba.
Es que Diego tiene que hacer un favor a su mamá y a mí me da pereza
luego irme solo, pues Alejandro va primero a acompañar a Ivonne. –
contestó despreocupadamente Andrés.
Esta respuesta le dio alivio, no tendría que lidiar con una confusión amorosa más
grande, pero también le causo tristeza, ella no era importante para él. Tomaron el
bus. No hablaron mucho. Al bajar iban caminando hacia la casa cuando él,
haciendo un gran esfuerzo para vencer la timidez y el temor de una negativa, la
invitó al parque, ella aceptó un poco indecisa. Se sentaron en el pasto.
-
-
Y ¿Qué más te cuento? –dijo después de narrarle una aventura de su
bachillerato que hizo reír bastante a Silvia
No sé. Tú siempre tienes algo que decir.
Pero tú no. Me gustaría hablar menos para que cuentes algo.
Pero ¿Qué? a mí me gusta oírte –la joven pensó que no debió decir eso,
miró fijamente la flor de diente de león que tenía en sus manos mientras
sus mejillas luchaban por recuperar el color normal.
¿Qué te gusta? –acertó a decir después de un rato, confundido, nervioso,
tímido, pero intentándolo disimular, al mismo tiempo que pedía con fuerza
que la chica diera una señal clara de sentir algo por él.
-
-
-
-
-
-
-
-
-
Lo chistoso que eres, como cuentas las cosas –su voz salía un poco
temblorosa y no sabía cómo evadir la conversación, o si realmente quería
evadirla.
Ya. – se quedó pensando y un brillo salió de sus ojos. La voz suave y
dulce de Silvia podría ser la señal que esperaba. Se corrió hacia ella y
pasó un brazo detrás de la espalda de la joven suavemente. Ella se
estremeció- ¿Es lo único que te gusta de mí?
No sé- Silvia se cogió las manos que empezaban a sudar, el corazón se
le iba a salir- tu personalidad. Me gusta mucho cuando le sacas el mal
genio a Ivonne.
¿Y cuándo abrazo a María C.? – Silvia lo miró como queriendo decir que
no, que no la volviera a mirar, el muchacho se sonrió como si hubiera
leído su mente, se acerco más, solo un par de centímetros los separaba,
y comenzó a acariciar su cabello- ¿Cuándo te abrazo… te gusta? – la
muchacha bajo la cara y no pudo contener una sonrisa- a mí me gusta tu
cabello, tu cara, tu cuerpo, tu sonrisa ¿Qué te gusta de mi, físicamente?
A mí me gustan tus ojos. –su voz era casi inaudible. Por su parte Andrés
estaba feliz, ya tenía una certeza, al menos sabía que le parecía un poco
atractivo, ese era un comienzo.
¿Por qué no los miras bien? –el chico jugó su última y definitiva carta.
Sabía que si ella no sentía nada por él lo iba a dejar en claro. Sus
corazones corrían desbocados, contenían la respiración, ambos estaban
expectantes, indecisos pero felices.
No sé- dijo levantando la cara y viendo esos ojos de un verde particular.
Un mechón del cabello de Andrés cayó sobre su rostro alcanzando a
rozar la cara de ella también “Mariana ¿Qué estoy haciendo?” Pronto
Andrés se acercó más y la beso suavemente, ella correspondió, sus
manos estaban frías y sentía una gran alegría dentro - ¡Vamos! - brincó
ella después de unos segundos. Tenía una sonrisa y sus ojos estaban
brillantes - ya nos pasamos un poco, Alejo debe pensar que no quiero
jugar con él –se levantó rápidamente, la felicidad era enorme, su
confusión también.
Yo también quiero ir a tu casa. – quiso asegurarse de que lo que había
pasado significaba algo para ella, pues para él había sido muy especial Estoy solo en la mía, además me gusta jugar con el hermanito menor de
mi novia. – se paró frente a ella y la tomo de la mano, su mirada era
profunda y había un poco de tristeza, casi era una súplica, aunque su voz
intentara demostrar otra cosa – Porque… eres mi novia ¿cierto?
Yo… –una avalancha de pensamientos y recuerdos se agolpó en su
cabeza, no podía pensar. Un calor recorría su cuerpo, no podía moverse.
Su corazón estaba contento, así que decidió dejarle la decisión a este
último que, en el momento, era el único que podía responder –sí
“Dicen que eres pentolita que estallas por simpatía, pueden ser que te revienten de amor
las canciones mías [...]
Con un cilindro incendiario voy a quemar tu rechazo y que celebren los ramperos
estallando un cañonazo, cuando te tenga mansita y apretujadita en mis brazos.
Tengo el ángulo correcto y la distancia calculada para que una carga impulsora de
pólvora apasionada me lance hasta darte un beso en el lunarcito de tu cara […]
Pentolita farianita me piden los guerrilleros que aplique con mañitica la táctica del
rampero, si la cosa está durita tengo que ablandar primero.”
Pasaron toda la tarde los cuatro juntos. Luz Mary estaba feliz por la pareja. Ella
había notado que se querían y al muchacho lo estimaba mucho. Alejandro
interrogaba a Andrés, cumpliendo la promesa que le había hecho a su papá de
cuidar las niñas. Pronto llegaron Amparo, Patricia y Miguel, estos últimos estaban
discutiendo, hasta que notaron que Andrés tenía tomada de la mano a Silvia.
Comenzaron a hacer bromas al respecto, los silbidos se tomaron el lugar. Amparo,
cuando volvió el orden, se puso a hablar con la pareja.
Al otro día sus amigos se enteraron de su relación, pues los vieron llegar
abrazados a la universidad, hubo risas, chistes y celebración. Todos ya sabían de
los sentimientos del chico, pues, por muchos meses estuvieron empujándolo para
que se decidiera, Silvia apenas se enteraba ese día. Se sintió culpable de los
celos que sintió, pues María Cecilia fue la que más lo animaba para que se
declarara.
El trabajo, estudio y las reuniones en las mesas estudiantiles seguían siendo las
actividades que ocupaban el tiempo de la joven. Ahora con Andrés todo era más
sencillo. Él la apoyaba mucho, era su pilar, le ayudaba cuando las ocupaciones
de él le permitían pero, si no era así, igual él siempre estaba para escucharla.
El tiempo pasaba y las cosas estaban tornándose muy serias entre los dos, sin
embargo Silvia todavía se sentía rara, como si traicionara a Nacho. Además no
podía dejar de compararlos, eran muy diferentes. Nacho hablaba poco pero con él
ella había podido abrir sus sentimientos sin reserva, además de ser más serio.
Andrés no podía parar de hablar, era chistoso y, aunque ella podía contar con él,
no se sentía capaz de expresarle muchas cosas de manera abierta.
Esta situación ponía a Silvia un poco incómoda y confundida, sin embargo conoció
una faceta de Andrés que los unía cada día más. El muchacho prácticamente
pasaba todo su tiempo libre con ella y le confió su interés más profundo: el estudio
del socialismo.
-
Mi papá era del partido Comunista desde joven y estuvo…-paró, jamás
hablaba de su padre, esto era lo que a ella le molestaba, no confiaba.
“Mariana, Nacho ya me hubiera contado todo”
Bueno, estos libros son de mi papá y me gusta leerlos.
A Andrés se le notaba su espíritu rebelde, su interés en el prójimo y, algunas
veces, era bastante obvio que él se emocionaba con el tema del comunismo.
Pasar tardes leyendo y estudiando era extraordinario. Andrés sabía mucho y le
enseñaba a la joven no solo de filosofía y política, que eran los puntos fuertes de
Silvia, sino también economía política. Amparo tenía que recordarle al chico que
era ya muy tarde varias veces, hasta que por fin, prácticamente lo echaba de la
casa. Silvia aprendía mucho de él en estas extensas charlas y, al mismo tiempo,
se fundían con cada segundo juntos, a pesar de los fantasmas.
Silvia lo animó para que comenzaran a darle a la gente este mensaje tan bonito, el
mensaje del amor, la fraternidad, la libertad, la unión, la solidaridad, la Colombia
Nueva y El Ser Humano. Con sus tiernas palabras le expuso sus opiniones, allanó
sus miedos le dio alternativas para que sus vidas no corrieran peligro y no fueran
tildados de delincuentes. Con sus caricias le dio fortaleza y lo empujó a la acción.
Primero les contaron a sus amigos todo lo referente al socialismo y el comunismo,
su interés hacia el tema y la idea que tenían. Todos estuvieron de acuerdo y
comenzaron a trabajar. A los pocos días sus charlas, sus debates, sus obras de
teatro, las cartillas, los volantes y demás material que ellos siempre habían
manejado , tenía impreso el mensaje de grandes Hombres como Marx, Lenin,
Bolívar, Martí y El Che, germen de la esperanza y el futuro.
“Cantando el profeta llegó a profetizar […] que una nube alegre agua va a derramar.
[…]
Lluvia de colores es lo que va a caer […] Saquemos los chócoros para recoger, […]
Llenaremos calderetas, ollas, y calderos, totumas, pa’ lavar las conciencias, que las
maldades sudan, pa’ que despercudan, suelten la pestilencia y también al corazón, hay
que untarle jabón. […]
Del infierno vino pensando en la maldad […], un diablo que no quiere al profeta
escuchar. […]
Piloso el profeta se arma con un cañón […] y grita que nadie calla su corazón. […]
Florecerá la alegría, viviremos de fiesta, felices, contentos, no habrá más pobrería,
sobrarán alimentos, felicidad al ciento, ¡tronco de profecía!
Habrá una insurrección y adiós explotación, el rico y sus sicarios saldrán del escenario.
[…]”
El movimiento y la evolución son dos de las leyes más fuertes del universo.
Tomamos las vivencias y sensaciones, comparándolas con nuestro entorno y el de
los demás, poniéndolas a prueba para verificar si nuestras percepciones son
correctas.
Esta información la sometemos a un proceso de crítica y autocrítica constante, así
reconstruimos, no solo la historia del municipio, el departamento, el país o el
mundo, también nuestra historia de vida. Pero lo más importante de este proceso
es mezclarlo con la práctica y ayudar a cambiar lo que está mal, esa es la única
forma de evolucionar y llegar al futuro, al Hombre Nuevo.
Silvia, tienes conocimientos, sufres, amas y trabajas por tu pueblo. Pero hoy te
das cuenta que tienes que profundizar en el estudio y la acción, si de verdad
quieres ser mejor y llevar a Colombia a un futuro sin guerra, muerte, desolación y
miseria. Un futuro en el que los niños no vivan con miedo, hambre, tristeza, en el
que los jóvenes no vendan sus cuerpos o mentes al mayor postor, donde los
hombres y mujeres trabajadores no sean explotados, y los viejos tirados como
chatarra porque ya no pueden producir la riqueza que requieren unos pocos
bolcillos. Sin embargo sabes que abrir los ojos en este país es delito, y abrir la
boca es peligroso, se paga con pena de muerte. Sí, la misma muerte a la que ya
te has enfrentado varias veces ¿Qué harás ahora? ¿Seguirás adelante?
IX
El comienzo de la
metamorfosis
El sol abrasaba su piel con calor constante, que quema pero acaricia, el
agua refrescaba sus pies mientras veía cuánta fortuna tenía a su alrededor,
fortuna que perdería en pocas horas, fortuna que estaba dispuesta a dejar
para que todos la obtuvieran alguna vez.
Su pequeño jugaba en la piscina y ella solo podía pensar en la tristeza que
sentiría. Anduvo sin rumbo por aquel pueblo, comieron helado, cantaron a
la vida, jugaron en el parque, saltaron en la plaza, bailaron con amor.
Vieron el atardecer, el sol quemaba las nubes mientras se desaparecía, así
como los besos de aquella madre cubrían el rostro del pequeño que ya no
vería. Pidieron un deseo, hicieron un juramento, atraparon luciérnagas,
rezaron una oración.
El día siguiente llegaría, un día de llanto para el niño y la madre, un día
de preguntas que él tenía y ella no contestaría porque la distancia no lo
permitiría. Distancia que la mató, distancia que lo afectó, distancia que
sufrió, distancia que no acabó. Pero al final, fue una distancia que nunca
los separó, solamente los unió en el infinito amor por el pueblo y la vida.
Llegó un día alegre para Patricia y Silvia. Sus esfuerzos habían dado fruto,
pasaron el examen que les daba la bienvenida a la Universidad Nacional de
Colombia, la primera para Bellas Artes y la segunda a Sociología, además de
graduarse con los más altos honores del colegio. Decidieron hacer una reunión un
poco grande, pues su cumpleaños diecisiete había pasado hace bastantes meses,
ellas no lo habían querido celebrar.
El día llegó. La fiesta era muy hermosa y en ella estaban todos sus amigos. Silvia
y toda la familia podían notar que cada vez era más grande el círculo de personas
que los estimaban y ellos querían tanto. Habían ayudado a tanta gente, era
hermoso tenerlos allí, verlos bien, estar felices por fin, sin importar las constantes
amenazas de las que eran víctimas, la desinformación y la estigmatización.
-
-
-
Ahora nos veremos más –dijo emocionado Andrés, sus ojos brillaban de
contento, era tan tierno, como un niño, ella se sentía feliz de tenerlo a su
lado pero deprimida de no poderle corresponder, solo se quedó mirándolo
– ¿te pasa algo?
Me falta un poco de aire –mintió, no quería herirlo.
Vamos un momento afuera, a ver si ya llegaron los muchachos.
Bueno –lo tomó de la mano y salieron del salón comunal. Se dirigieron a
la portería y esperaron unos momentos, él bromeaba y abrazaba a la
muchacha quien lo besaba con ternura, pronto llegaron Diego, Ivonne y
Alejandro en un taxi.
Perdón ¿interrumpimos? –se rió Diego –aunque si quieren los dejamos
solos.
Tan bobo –lo golpeó Silvia en un brazo – y ¿Alicia y María C.?
Ya vienen juntas –contestó Ivonne – tu sabes las eternidades que se
demora Alicia para arreglarse.
Rieron y siguieron haciendo bromas al respecto. Se quedaron allí viendo los
carros pasar, esperando a ambas muchachas. Silvia notó que un carro Renault 4
había pasado dos veces. La tercera parqueó en la acera del frente.
Un hombre entre los veinticinco y veintisiete años se bajó. Era alto, bien parecido,
cabello corto, piel morena, delgado, facciones finas, gesto serio y sereno, su
mirada fuerte y pulcramente vestido. Se aproximó a una vendedora de dulces.
Fumó un cigarrillo, entabló conversación con la mujer sin dejar de mirar al frente y
a las esquinas como si esperara alguien.
Fumó otro cigarrillo después de un rato. Silvia sentía mucha desconfianza hacia el
chico, pero extrañamente se tranquilizaba al ver su mirada, fuerte pero sincera y
su sonrisa tierna y cálida. Sin embargo le parecía haberlo visto, y las amenazas
que constantemente recibían por su papel como líderes comunitarios la habían
convertido en una persona muy prevenida.
Llegó el taxi que traía a María Cecilia y a Alicia después de unos minutos y paró
de forma tal que le bloqueo a Silvia la vista del muchacho. Sus amigas bajaron y
comenzaron a saludar.
-
¡Hola Chicos!
Hola –se aproximó Diego a las muchachas, Silvia intentaba mirar al frente
disimuladamente, no lo lograba.
Silvy, ¿Nos saludas?
Claro –le dio un beso en la mejilla a sus amigas, feliz de que el taxi se
retirara para obtener de nuevo un amplio rango de visión. – ¿y esa
demora?
-
-
-
Te imaginarás cuánto se demoró Alicia.
Tan cansones –rio tímidamente –no iba a venir como un espantapájaros.
Siempre estás muy hermosa –la abrazó Andrés mientras notaba la
extraña actitud de su novia que se mostraba desilusionada. El Renault 4
rojo arrancaba y su conductor era otro muchacho, de la misma edad,
cabello negro un poco largo, menos pulcro al vestir pero impecable, piel
blanca, fornido. No veía el otro chico y esto la ponía nerviosa. – voy a
cambiar de novia – bromeó para lograr captar la atención de Silvia.
Ella es una gran rival –respondió Silvia fingiendo tristeza sin dejar de
mirar a su alrededor, con una inquietud que comenzaron a notar sus
amigos y también giraron sus cuerpos para inspeccionar su entrono. –
¡bueno! Elige.
Tan bobos –reía Alicia volviendo su atención a la conversación –
¿entramos?
Sí – se apresuró Silvia y sus amigos la siguieron. La noche pasó sin
ningún otro incidente.
Se iniciaron las clases poco tiempo después, la tranquilidad y la alegría eran una
constante. Un día Silvia volvió a ver al extraño muchacho. Esta vez acompañado
de una esbelta, alta y hermosa chica de unos Veinte a veinticinco años. Estaban
en Café y Libro. Silvia insistió a sus amigos en que dejaran el lugar. Los nervios
eran evidentes, todos se pusieron alerta y se fueron rápidamente.
La muchacha les transmitió sus inquietudes a sus amigos que también habían
notado un par de veces que alguien los seguía. Eran estos dos hombres y la
chica, ella incluso había entablado una charla con Diego algún día en un concierto
de Kraken, un grupo de Metal que le gustaba mucho a los muchachos. Se
pusieron nerviosos. Llegaron a la conclusión que tenía que ver con las amenazas
por sus actividades en la Fundación. No les dirían nada a sus familiares, pero
tendrían que cuidarse más y proteger a los suyos.
Un par de meses después el grupo presentó una obra de teatro un viernes en la
Plaza del Che de la universidad. Cuando ya terminaron decidieron quedarse allí
oyendo unos cuenteros. De repente, de la nada, aparecieron unos encapuchados
que hablaron de la situación de Colombia, de las opciones y las maneras de
colaborar. Al final repartieron unos volantes. Cuando se acercaron a Silvia el
muchacho le dio la propaganda, pero no la tomó de la maleta en donde tenía
todas, sino del bolcillo y le guiñó el ojo. Se fueron rápidamente en medio de
aplausos y vivas y pronto desparecieron como fantasmas.
Silvia miró bien el papel y por detrás había una dirección de un café del centro de
la ciudad, fecha, hora y un mensaje “si les interesa”. Se lo mostró a los amigos y
dialogaron sobre ello, llegando a la conclusión que asistirían a la reunión.
El día señalado ellos estaban en el lugar. Pronto llegó una pareja. Era el
muchacho moreno y la chica. Primero hicieron unas preguntas y, al parecer, las
respuestas fueron satisfactorias. Les comentaron que pertenecían a las redes
urbanas de las FARC-EP, que habían estado mirándolos desde su participación
en el paro estudiantil y les preguntaron si querían ingresar. Los muchachos dieron
su respuesta positiva.
“Colombia es la rosa hermosa es la flor latina, paraíso donde el gringo vienen a robar,
país donde el que protesta lo asesinan, militares con licencia para matar.
También tiene hidrocarburos por montones, al lado hay un pedestal de corrupción, pero
con tanto políticos ladrones de nada sirve que tenga El Cerrejón. […]
La coronan los destellos de nevados y una franja con inmensos cafetales, y es víctima de
gobiernos criminales que están generando ríos de desplazados.
Los gringos solo la tienen pa’ venir, se creen los dueños de un mundo ingobernable y
ahora quieren el tropel de intervenir pensando que son los amos intocables.
Asústese el que se asuste la veremos liberada, así como dijo Sucre: queremos Colombia
o nada. […]”
Pronto asistirían a reuniones de célula, leerían cartillas que los educarían sobre
muchos temas y entrenaban fuertemente. Sus nombres cambiaron, Diego se
llamaría Armando, Alejandro Pablo, Ivonne Claudia, Alicia Laura, María Cecilia
Ximena, Andrés Carlos y Silvia Francisca, en honor a su padre.
Sus nuevos compañeros eran Rolando, el muchacho que se llevó el carro la noche
de la fiesta; Carlos Mario, un chico de 1,73 de estatura, agradable, muy callado,
moreno, atlético y ojos y cabello de color negro; Alexandra, la muchacha que los
había estado observando; Natalia una chica baja, un poco pasada de peso, ojos
café claro y una cabellera abundante, larga, crespa y negra; y el “jefe” Robinson,
el muchacho que había llegado en el Renault 4 aquella noche de celebración.
La labor con ellos era interesante. Tendría que estudiar mucho, divulgar la verdad
de nuestro país, hallar a posibles integrantes nuevos, entre otros deberes. Estas
nuevas tareas también entusiasmaban a Silvia.
“Convoco los cisnes blancos del monte adentro, y al cóndor que sobre el viento en silencio
va, una mecida en hamaca sanjacintera, una melodía vallenata en nuestra tierra,
cantada con la voz ronca de un buen cantor que canta diciendo: levántense muchachos
vamos pa’ la calle que ya ha comenzado en grande la insurrección, se alza el machete en
los verdes cañadulzales, con su arma junto a los obreros industriales va un soldado que
desertó del batallón.
Convoco del llano que sus alegres instrumentos musicales le echen un piropo a una
estrellita fugaz, que pasó saludando con su cabellera, los mechones que en retenes de
carreteras en las troncales instaló la población.
Convoco el secreto de la lombriz de tierra y la táctica de guerra del comején, los
semáforos de las pedreas estudiantiles, la camisa civil de un miliciano libre que está de
guardia en un barrio bloqueando el tren y mira que pasa un río de gente dispuesta pa’ lo
que sea, está fiesta tiene magnitud nacional, suelta el coco el hombre allende los cafetales
y baja con su escopeta pa’ lo que él sabe protegido con la oración de su mujer.
Convoco cantando, del fondo del mar los caballitos azules y la mirada firme del
Libertador, el guarapo de las fiestas tradicionales, el maquillaje de una marchanta en
Manaure y las canciones de un ciego compositor.
Convoco la ruana con la cerveza al clima, y el tiple de una cantina en Chiquinquirá, la
esmeraldada mañanita urabarence, la pañoleta con que una mujer de temple se cubre el
rostro en un tropel en Bogotá.
Convoco las redes, que en las ciénagas, en los ríos y en nuestros mares tira una
población de tostada piel.
Convoco las nubes que miran las ciudades, el japeo del ordeñador en los corrales y el
beso de una pareja en un sardinel que miran entrando un ejército bueno de miradas
limpias, mi amor está en la guerrilla comenta él, vamos a ayudarles a cargar sus
mochilas, convoco una brocha gorda pa’ hacer una pinta pa’ contarle al mundo cuánto te
amo mujer”
Amparo y Raquel lo sabían, fue muy preocupante, pero ellas tenían experiencia al
respecto, así que los apoyaron en su decisión. Con este entusiasmo de estar
ayudando al pueblo su vida era mejor, su alegría era infinita por haber tomado
esta determinación, nunca se arrepentirían.
Sus nuevos amigos también eran muy especiales. Aunque no hablaban mucho de
su vida, se comenzó a forjar una tremenda amistad basada en el respeto y la
confianza. Tal vez la persona menos accesible era Robinson. Parecía osco, parco,
malgeniado, silencioso, incluso antipático y grosero.
Un día Silvia y Alicia pudieron ser testigos de un evento que cambiaría totalmente
la imagen que tenían del joven. Hacia las tres de la tarde estaban en un parque, él
se acercó a ellas para recibir una información importante.
-
-
-
-
Hola – saludó, las chicas dejaron de jugar basquetbol.
Sí. –contestó Alicia.
Necesito…-fue interrumpido intempestivamente por dos pequeños de
más o menos siete años, un par de gemelos que guardaban un gran
parecido con el chico. Él miró aterrado mientras los niños lo abrazaban –
hola –dijo al fin -¿qué hacen por aquí?
Es que mi tía Amparo compró casa nueva allí –señalaron un conjunto
cerrado.
Aaaahhhh
¿Por qué no has vuelto? Hace tiempo no jugamos. Hay una pista de
patinaje sobre hielo, ¿vamos?
De pronto. ¿Con quién están?
Con mi mamá –señalaron una mujer de más o menos treinta años que,
de pie a pocos pasos de él, esperaba con una incomodidad notable. Era
bonita, rubia, ojos verdes, bajita y de mirada tierna. El volteó y saludo sin
ganas subiendo la ceja, mirándola un poco mal.
Y ¿mi papá?
Trabajando, mi papito últimamente está ocupado.
Y mi tía Doris ¿sigue enferma?
No, pero te quiere ver Mauro. ¿Cuándo vallas nos recoges y nos llevas?
Sí.
Niños –llamó la mujer, que al recibir la mirada un poco molesta del joven,
se sintió intimidada –es que ya es un poco tarde y tienen tareas –intentó
explicar.
Vallan con su mamá, chao. –los despidió chocando las manos y haciendo
tiernas cosquillas en el estómago de los gemelos.
Chao –dijo la mujer algo incomoda moviendo tiernamente la mano.
Nos vemos Juliana. –se despidió cortes pero de manera tajante el
muchacho. – buenas tardes – repitió el saludo a ambas chicas que
siguieron su juego simulando no ver la escena, por demás extraña.
Siguieron una fingida conversación mientras entregaban simuladamente un
cuaderno. Pocos días después se vieron todos en un bar. Intrigaba a Silvia y a
Alicia la extraña conversación pero sobre todo la sombra triste, profunda y
dolorosa que había quedado en la cara del muchacho.
-
-
Dile ¡qué te cuesta! si no te habla de eso tampoco perdemos nada. –
Alicia decía mientras que un extraño sentimiento y expectativa asomaba
en sus ojos.
¿Te gusta?
No…-dijo insegura.
Entonces dile tú, eres la buena para dar consejos y hablar de estas
cosas.
No… es que…
Te gusta –sonrió Silvia.
-
-
Un poquito –admitió tímida Alicia – no le digas a nadie, menos a María C
que no descansaría hasta vernos juntos. No quiero forzar nada – miró sus
manos con tristeza – igual si no pasa nada no importa.
Tendría que ser un completo tarado para no fijarse en ti.
Silvia se dirigió a la mesa donde estaba el muchacho, pidió un cigarrillo e inició
una conversación, como si fuera un extraño. Al poco tiempo quedaron solos
-
-
Quería decirte, es que… no quiero meterme en tu vida pero Alicia y yo
nos preocupamos porque…-dijo indecisa, él nunca le había dado a nadie,
que no fuera Rolando, la confianza de hablar de cosas privadas y ahora
la miraba atento, inexpresivo y con el seño fruncido “Mariana, ¿qué está
pensando?, ahora me hecha corriendo de aquí” – te veías un poco triste
esa tarde en el parque.
Sí, solo un poco –tomó cerveza – pero nada. –la muchacha se sintió
incómoda ante la mirada que se posó sobre ella, fuerte, penetrante.
Bueno, realmente no debí decir esto. Perdóname, chao.
Son mis hermanitos –dijo mirando hacia el lugar donde estaba Alicia y
demás muchachos. Tal vez por el efecto de la cerveza o por la mirada y
el interés sincero de la joven, pero él, que nunca se había abierto a
alguien, comenzó a hablar – quedé huérfano de madre a los diez, pero
igual no la veía desde los cinco, ella me dejó para ingresar… - pronunció
la última palabra suavecito, ella entendió que se refería a la guerrilla –no
me fue muy bien –rió amargamente con triste mirada y tomando un gran
sorbo del licor – lo feliz de mi niñez fue el único paseo que hicimos a
Girardot mi mamá, su única hermana y yo. Ahí se fue.
Mi papá nunca me trató como a mis hermanitos, fue muy duro, la
hermana de mi mamá, la única familia que tenía, murió en un accidente
un par de años después de la partida de mi mami, la familia de mi
papá…bueno, solo la tía Doris vale la pena mencionar. Juliana es la
nueva esposa de mi cucho, vivimos un par de años juntos pero tuve
muchos problemas con ellos, me fui, vivo solo en un cuarto en arriendo. A
veces el viejo me ayuda, pero…nuestra relación no es buena, nunca lo
fue desde que mi madre se marchó, creo que le recuerdo a ella.
Desde ese día la relación con Robinson o Mauricio, como era su verdadero
nombre, también se fortaleció. Él dejó sus prevenciones contra el grupo y se
integró más. A Alicia se le notaba contenta, feliz, diferente, radiante, aunque no
hablaba más de lo necesario con el chico, él le había cambiado la vida totalmente.
“Las redes urbanas que tienen las FARC todas las mañanas salen a entrenar, para
las acciones en las calles de la gran ciudad, con el ojo puesto en el palacio presidencial.
Qué bonito clima tiene Bogotá, la Antonio Nariño se va a calentar en Ciudad
Bolívar y estudiantes de la Nacional, están preparados para la ofensiva de las
FARC. […]”
El tiempo pasó tan rápido que Patricia y Silvia cumplieron dieciocho años. Silvia
salió al otro día, pues irían con Andrés a cine para celebrar el hecho. Cuando iban
por el camino una señora se estrelló contra el muchacho ensuciando su camisa,
eso los obligó a devolverse a la casa de él. Entraron y subió a su cuarto. Ella se
quedó en la sala. Al poco tiempo él bajo con la camiseta en la mano. Silvia lo miró,
por primera vez sintió algo en su interior: deseo. Él, un poco desprevenido, se
acercó a ella y se disponía a ponerse la camiseta, hasta que notó como lo miraba,
y la beso. Se comenzaron a abrazar.
La situación se tornaba apasionada, él había esperado esto, sabía lo que a ella le
había pasado así que no había querido proponérselo. Ese momento era especial
para él, la tomó delicadamente entre sus brazos, sería de él y él de ella. Silvia
sentía la calidez de su cuerpo, la ternura de sus besos, la pasión de sus abrazos.
Pensó que se estaba metiendo en una situación de la que no podría escapar, de la
que no quería escapar. Su pecho era una caja de sentimientos que se abría. Sus
labios eran como el cráter de un volcán por el que comenzaba a brotar toda la
pasión reprimida. Silvia sentía que caía en un éxtasis increíble con el hombre que
amaba.
Pero aparecieron dos sombras en su mente que impidieron que sucediera. La
primera fue el recuerdo de esa noche y sintió temor. La otra es que resonaron las
palabras de Nacho “lo haremos con amor y será tu verdadera primera vez”.
-
-
Espera un momento.
Sí. Tranquila, perdóname.
Perdóname tú.
No, esperaré hasta que estés lista. Siempre te esperaré. – esas palabras
hicieron que Silvia llorará. Le acordaban a Nacho, pero sobre todo, le dio
dolor por no poder corresponderle como debiera a Andrés. Él se merecía
que ella lo quisiera con todo el alma y ella no podía- no llores,
perdóname.
Perdóname tú. Yo quería…
No llores más. Te amo.
Me ayudas a que yo…pueda- dijo con vergüenza
Si, trabajaremos duro en eso- se sonrió pícaramente, cogió la camiseta,
se la puso y beso a Silvia.
Gracias –dijo mientras salían. Lo miró y decidió que tenía que olvidar a
Nacho o buscar la manera de amar a Andrés mucho más.
Por la noche le contó a Patricia y a su mamá. La primera medida que tomó
Amparo fue una gran charla sobre sexualidad para sus dos hijas. Esta constaba
de hablar del amor, el respeto al cuerpo, la decisión, los preservativos, el
embarazo y las enfermedades de transmisión sexual. Después de esto se ocupó
de las dudas sentimentales de la joven.
-
Mi amor. Debes entender que amar a Andrés no significa dejar de amar u
ofender a Nacho. A él le hubiera gustado que fueras feliz, deja que las
cosas pasen como tienen que pasar, simplemente avanza.
Silvia fue a la cama pensando en lo que había sucedido. Se dio cuenta que lo que
más le daba miedo de esta situación era la incertidumbre de no saber qué le había
pasado a Nacho.
Avanzamos en esta vida, sin embargo hay cadenas que nos atan al pasado, al
presente, a recuerdos, a personas y a lugares. Cadenas que nos estancan sin que
las percibamos. Las barreras no están precisamente en la evolución o el trabajo
que se haga para lograrla, están en las mentes, en los actos y en un incoherente
y extraño apego al sufrimiento que, a veces, pareciera inherente al hombre, pero
realmente es inseparable de la superestructura que crearon los dominadores.
Silvia, sigue con fuerza, sigue así, pero no puedes perder el impulso a la felicidad
¿cuándo vas a entender que todos tenemos derecho a sonreír, amar, sentir y vivir
con alegría?
X
Extrañas vueltas del
destino, un breve vistazo al
pasado
Fue una misión maravillosa, la primavera con sus soles y lloviznas,
lunas, estrellas, flores, mariposas, abejas y vida.
Primavera que le mostró, no solo una Colombia extraordinaria que este
estudiante citadino desconocía, también el amor. Tardes eternas hundido en
las mieles de un prohibido amor, un amor ajeno.
Sus manos inexpertas recorrían el maravilloso cuerpo de aquella hermosa
mujer, solo unos cuantos años mayor en edad, pero lo suficientemente
madura para enseñarle, en interminables horas, a sumergirse en el placer y
a no pensar en el peligro que se cernía sobre él irremediablemente.
Bajo el sol se despertó de su sueño, sueño que lo llevó a desbaratar un hogar,
y engendrar un bebe en el vientre de la mujer que amaba, que ahora era su
compañera de vida, pero no su compañera de luchas.
Bajo la luz de las estrellas se despedía de esta mujer a la que había
entregado su alma, pero no su vida, pues esta solo pertenecía a Colombia,
al futuro.
La despedida sin explicación, pero con bastantes lágrimas, le partió el
corazón. No amaría más a su Violeta, no conocería a su bebe, el ser más
esperado, por el que construiría un futuro con paz, justicia y libertad.
Llegaron las vacaciones y los muchachos recibieron la orden de viajar. Fueron a
un pueblo y de allí a una finca. Estuvieron en entrenamiento. Esto consistía en
ejercicio y trabajo físico, conocimiento de armas y de explosivos y profundización
política. Sus otros nuevos compañeros ya tenían experiencia, se notaba que no
era la primera vez allí. También era muy emocionante encontrar a más personas
con los mismos intereses. Allí estaban congregados muchachos de otras células,
incluso de otras ciudades. El trabajo fue arduo e intensivo, poco durmieron, pero
gozaron bastante.
“Vamos a meterle al brete pa’ que se concrete el plan, […] vamos a meterle duro al arte
insurreccional, […]. Se aprende a hacer un rampero, un arma de contención, se hace
un minado casero capaz de voltear un camión que trae paramilitares pa’ joder a la
población. […]
[…] Si quieres salir de pobre acaba la explotación, si quieres salir como hombre métele
a la insurrección. […]
Es marxista leninista la teoría de combinar […] la insurrección pegadita a la ofensiva
general.
El ejército del pueblo avanza como un vendaval y en un carnaval bretero la gente sale a
pelear. Se van a los aeropuertos a coger al ricachón que se va con el dinero del pobre
trabajador, o un general disfrazado de turista bonachón […]”
Hubo tiempo para el amor. Robinson parecía tratar de manera especial a Alicia, un
comportamiento extraño en él que todos notaron inmediatamente, aunque la chica
se esmeraba por negarlo. Por su parte María Cecilia compartió un pequeño
noviazgo y un par de noches con Julián, un muchacho de las redes urbanas de
Cali.
Un día, Silvia se encontraba haciendo sus duros deberes cuando fue llamada por
uno de los guerrilleros, que le anunciaba que el comandante la quería ver. Ella
obedientemente se dirigió a la oficina del camarada, al llegar noto a tres
comandantes, el del campamento Abelino Girardot, el camarada Carlos Antonio y
otro más. La miraban con gran interés y expectativa. Silvia estaba altamente
emocionada por la presencia del comandante Carlos Antonio. Llegó y saludo como
era debido.
-
-
Descanse –ordenó Abelino con una curiosidad extraña, una sonrisa se
dibujaba maliciosa en sus labios. Ella miraba emocionada al camarada
Carlos Antonio lo que impidió que viera una tención en el otro
comandante. –siéntese –ella obedeció –veo que obviamente reconoce al
Camarada Carlos Antonio, le presento al Comandante Eduardo Román.
Buenas tardes comandantes.
Buenas tardes – contestó Carlos Antonio, el otro no habló, Silvia notó su
actitud tensa, estaba de pie caminando de un lado a otro –nos veremos
después, por ahora nos retiramos.
Salieron Abelino y Carlos Antonio, el otro comandante se sentó frente a ella,
mirándola con extraña alegría. Pasaron segundos que para el hombre fueron
eternos, por fin tomo la palabra.
-
Francisca, Francisca, bonito nombre has elegido.
-
-
Es por mi papá –contestó la muchacha que ya estaba impaciente y
presentía que algo pasaba.
Sí, buen hombre él. Menos mal llegaste a su casa.
¿Qué sabe de mi camarada? – preguntó asombrada, sus amigos y nadie
de la organización conocían que Francisco no era su padre.
Lo suficiente – la miró con tristeza y culpa, tomó su cabeza desesperado
y sus ojos se llenaron de lágrimas que él se negó a dejar salir –pero no
hice nada.
¿No hizo nada comandante? –dijo confundida – no entiendo.
Tenía tu edad, –comenzó a narrar, a Silvia le pareció extraño que él le
contara su vida, pero la confusión era tal que no se negó a oírla - estaba
en la universidad, en la de Antioquia. Me metí en este cuento, quería al
ser humano, al pueblo, a todos.
En las vacaciones nos fuimos a un pueblo, a una vereda. Empecé a dar
clases de política a algunos campesinos, queríamos organizar esas
personas. Me quede allí. Los estudiantes aumentaban poco a poco.
A los días apareció una mujer de veintitrés años con una pequeña niña de
más o menos dos años.
Poco a poco fui mirando a la muchacha diferente, era hermosa, era
casada – movió la cabeza con reprobación, como reprochándose sus
acciones – ella también se fijó en mi, intenté esconder mis sentimientos,
pero me la encontraba en todas partes, ella quería estar conmigo, un día
no me negué – sonrió recordando.
Pasó el tiempo, todo iba bien, pero mi vida no. Me confundí, me enrede,
me enamoré. Ella significaba todo para mí, era todo –suspiró –mi dulce
flor.
Obviamente el marido se enteró, tenía veinticinco años. Aunque era un
poco más bajo, era más fornido. Se armó una pelea, me golpeó fuerte –
rió – ella nos confesó que estaba embarazada, tenía dos meses, ella no
había estado con él hace más, era mío. El hombre se fue tiste,
destrozado.
Viví con ella un poco más, pero esto trajo problemas. La gente me miraba
con reproche, sin confianza y tenían razón, me di cuenta que había
fracasado, también mis compañeros.
Hubo un problema, me buscaban en mi ciudad para matarme, quería
quedarme en este pueblo, pero pronto note que ella no era lo que yo
pensaba…
En fin, me decidí por mi vocación, el amor, pero el amor al pueblo, me fui
–suspiró y acarició suavemente la mejilla de Silvia, ella estaba confundida
pero sintió algo cálido por dentro.
Me hice guerrillero, pasó mucho tiempo antes de que yo pudiera volver,
iba al pueblo con cierta frecuencia y encontré a la mujer y a mi hermosa
chiquilla –sus lágrimas brotaron por fin – estaba con un vestido muy largo,
viejo, feo, un poco despeinada, sus zapatos rotos y le faltaba un diente.
Se escondida debajo de una vitrina mientras su madre y su padrastro
jugaban con su hermana mayor, ella había vuelto con su ex esposo y no
me trataban bien a mi princesa…
-
-
Yo… ¿qué quiere decir? Yo…
Si mi amor. – se acercó y tomo la cara de la muchacha con ambas
manos- perdóname –ella estaba aterrada pero feliz, lo abrazó- esperaría
hasta que tuvieras la edad para entrar, siempre estuve pendiente,
siempre que podía, un día solo desapareciste. Perdóname, te vi sufrir, ser
golpeada, ultrajada, debí llevarte conmigo, pero mi madre murió cuando
tenías dos años y te conocí a los seis añitos, no tenía con quien llevarte.
Perdóname.
¿Siempre estuviste conmigo, a mi lado?
Si, princesita ¿quieres ver unas fotos?
Sí –dijo mientras se despegaba de él, quien sacó un pequeño álbum de
su bolcillo.
Esta es una foto de tu mamá y yo antes de…bueno…
Sí
Aquí tienes seis añitos, esta otra es de ocho añitos, diez años, aquí tienes
doce y trece, perdí tu rastro, te busque, me enteré de todo, perdóname.
Tranquilo. –lo volvió a abrazar – solo que mi papá es Francisco, no sé si
lo entiendas – lo miró tímida y lo volvió a abrazar fuertemente.
Si lo entiendo, pero puedo ser tu mejor amigo ¿verdad?
Ella movió su cabeza afirmativamente mientras lloraba. ¡Tanto tiempo
preguntándose por él! Hoy sabía que no la abandonó como le dijo su madre, hoy
aclaraba tantas cosas y sintió por primera vez que estuvo siempre segura,
acompañada, amada. Le dio ira al pensar que ella y muchísimos niños no tuvieron
el derecho a una familia por culpa de un estado asesino ¡Qué diferente hubiera
sido su vida!
“Volvimos a encontrarnos y al abrazarnos sonrió el amor, salió huyendo el dolor que la
distancia nos producía, […]
La ley del embudo, lo ancho pa’ ellos lo angosto pa’ uno. […]”
Pasaron las semanas. Aprendieron mucho, Silvia conoció más a su padre y pasó
tiempo con él. El último día, después de las duras tareas que siguieron a las horas
de estudio, el grupo entero se sentó a descansar viendo el atardecer cuando
fueron llamados. Al acudir se sorprendieron, pues el lugar, un aula de clase, se
había convertido en una improvisada pista de baile que aprovecharon hasta el
último momento. Música de los camaradas Julián Conrado, Cristian Pérez y Lucas
Iguarán sonó toda la fiesta.
Reían y disfrutaban mucho, las bromas y el relajo se apoderó de todos, la única
que tomaba la situación enserio eran Alicia, que en los brazos de Robinson, se
dejaba llevar, no solo del ritmo, también del amor.
-
¿Cómo te va? –pregunto Silvia a Alicia en la primera oportunidad que
encontró.
-
-
-
Creo que le gusto –contestó emocionada, luego bajó la cara, se miró las
manos que frotaba pues comenzaba a tener frío –aunque tal vez no,
quizá, no, no ha dicho nada.
Eres un poco insegura.
Tal vez –sonrió, Robinson se aproximó a ellas, Alicia se puso nerviosa.
Hola chicas – saludo muy feliz, Silvia no lo había visto así jamás. Abrazó
a Alicia – ¿tienes frío Laurita? –preguntó con ternura, la muchacha asintió
con la cabeza. -¿quieres ir a caminar un poquito?
Sí – dijo visiblemente feliz – Chao.
Nos vemos Francisca – se despidió el muchacho de Silvia.
¿Y eso? –dijo curiosa y contenta María Cecilia viendo a la pareja partir –
se lo tenían bien guardado. ¿Será que ya tienen algo?
No sé, creo que sí.
“[…] Y expiando en la miel de tu boca te sentí dichosa mi niña mujer, yo me derretí en
el placer de tu dulce miel, tu miel deliciosa.
Ahora te llevo de alegría por dentro que eres en mi tiempo, el tiempo feliz, y así no
permita la guerra otro encuentro, este sentimiento no se va a morir.
Y si en un combate un soldado atina a darme un balazo en el corazón, cuando a
rematarme se me venga encima, verá por mi herida brotar encendida la más bella flor.
Después del último suspiro, ya desentendido de luna y de sol, cuando alguien te hable
de amor te vendrá el sabor de un beso conmigo. […]”
Se acostaron a la hora indicada. La noche se hacía larga, al otro día partirían por
la tarde, era muy emocionante, se sentía feliz con lo que había pasado, su padre,
sus nuevos amigos, todo.
-
“Mariana, ojalá vuelva a ver a mi padre”
Silvia comenzaba a conciliar el sueño cuando sintió que Andrés se pasó a su
caleta. Ella lo miró con emoción pero algo de temor. Él se acostó a su lado. Se
besaron. Él la acariciaba y el cuerpo de ella quería caer en ese extraño trance. Él
la miraba con satisfacción y amor. La trataba con ternura, no quería ser brusco,
deseaba ser apasionado pero romántico y lo lograba.
Silvia sentía cómo la tensión de su cuerpo cedía ante pequeños temblores de
placer. Su respiración rápida y acompasada le decía a Andrés que ella estaba
lista, pero al mirar sus ojos veía el manto de la duda. Así no quería que fuera el
mejor momento de su vida. Continúo acariciándola y besándola, hasta que el
cuerpo vestido de la joven cayó en el éxtasis total. Andrés se quedó allí, la
acompañó el resto de la noche.
La despedida de aquel curso fue difícil, sobre todo para María Cecilia, pero su
tristeza no le pudo ganar la batalla a su temperamento descomplicado y alegre. La
que salía dichosa era Alicia, que en los brazos de Robinson, no se cambiaba por
nadie.
Silvia compartía los últimos momentos con su padre, que se había convertido en
su mejor amigo. Vio que Andrés hablaba con María Cecilia. Otra vez estaba serio,
sintió celos de ella y tristeza de que él nunca tuviera la confianza para hablar así,
eso era algo que extrañaba de Nacho, con él podía hablar de cualquier cosa, así
fuera algo malo de ellos mismos, siempre había sido tan sincero, pero sabía cómo
no herir a la gente.
Silvia los observaba, ella estaba de pie mirando hacia el horizonte, él estaba
sentado en un tronco con los ojos fijos en el piso, se veía tan triste, quiso
abrazarlo, besarlo y consolarlo. En vez de eso tuvo que aguantar ver como ella le
acariciaba la nuca y le sonreía.
Llegaron a Bogotá una lluviosa noche de viernes. Andrés se quedó en la casa de
Silvia hasta las nueve. Ellos les contaron a Amparo y a Raquel lo que podían de
su experiencia. Estaban muy emocionados.
A la hora de irse, los jóvenes quedaron un rato a solas. Andrés le dio un gran beso
y le dijo que la amaba. Ella se quedó pensando un poco y se dio cuenta que
también sentía lo mismo, así no pudiera olvidar a Nacho. Él le dio un bello reloj,
ese día cumplían un año de estar juntos, ella no le tenía nada. Por eso Andrés
estuvo triste. Intentó insinuarle varias veces el hecho, ella no dijo nada, él llegó a
la conclusión dolorosa de que ni siquiera se acordaba y era verdad, Silvia se sintió
muy mal.
No pudo dormir. Recordaba la forma cómo le dio el reloj. Una sonrisa tímida se
dibujaba en su cara y sacaba el regalo. Esperó que lo abriera, mientras los ojos se
le humedecían y la miraba como esperando un milagro. Él solo quería el amor de
la joven que se había convertido en su razón de ser y vivir feliz. Andrés sabía que
ella no lo amaba igual, pero se sentía dispuesto a darle tiempo.
Los meses pasarían en medio de trabajo, estudio y misiones. Andrés era un gran
apoyo y sus amigos también, formando un excelente equipo.
A pesar de tu tenacidad no puedes aprender a dejar el pasado atrás, sin eso no
podrás avanzar y girarás en un circulo eterno de frustración ¿Vas a mortificarte
toda la vida? ¿Por qué no aceptar la felicidad que te regala cada momento?
XI
Una nube negra se posa en
el hermoso cielo azul
Intentaba abrir sus ojos, sus pesados párpados se lo impedían. Movía sus
manos, el dolor lo prohibía, trató de oír los murmullos a su alrededor, un
zumbido terrible no lo permitía.
Logro recobrar el dominio de su cuerpo y pudo ver una gran ventana. Las
nubes negras rondaban por el cielo, uniéndose, moviéndose, conspirando
amenazando con una tormenta que quizá no tuviera igual.
Su madre entro y lloró sobre su pecho, los doctores y enfermeras lo miraban
con desaprobación, desprecio, odio. Su familia hablaba con un viejo y
cansado abogado y en el pasillo los notaba tristes, deprimidos, angustiados,
impotentes.
El dolor físico era grande, se intentó acomodar para abrazar a su mamá, en
ese momento descubrió que no tenía una pierna, que su nombre estaba
pisoteado, que su carrera estaba acabada y sus amigos y su bebe estaban
muertos.
¿Por qué? ¿Por resultados inexistentes? ¿Por una marcha estudiantil?
¿Por pensar diferente? ¿Por una guerra en la que no es parte armada?
La vida continuaba en el feliz avance intelectual y social. Lo único que la
atormentaba era el pueblo, el pueblo pobre, humillado, torturado y secuestrado por
un imperio y unos pocos adinerados.
Un día en una reunión de la célula, Robinson anunció que ya no estarían más en
agitación y propaganda. Les habían indicado que deberían pasar a finanzas. Les
dieron el directorio de colaboradores del que se encargó Alicia, o mejor dicho
Laura, como se le conocía en estas reuniones. Esto traía nuevas perspectivas y
entusiasmaba al grupo. Todos estaban muy dedicados y era como un premio,
pues era una tarea más complicada, y que se la pusieran a ellos significaba que
les tenían confianza y que estaban haciendo bien su labor. Se enorgullecieron y
cada uno estaba dispuesto a dar más de sí para llegar al triunfo, a la paz, para
conseguir la felicidad, y ser parte del gran ejército de Bolívar que ya estaba en
cada rincón de Colombia.
“Viene a galope tendido […] Devorando la llanura con su ejército aguerrido, por el
Apure ha seguido al Arauca y Casanare, del Perijá hasta el Guaviare y del mismo
hasta el Caguán, selvas y cumbres están con su bandera en el aire. […]
Indios, negros y mulatos, mestizos, cholos y zambos […] lo reciben en sus tambos y
hamacas y garabatos, sus discursos y arrebatos conmueve el pueblo fiestero, ya divisan
los luceros que alumbra ya el Chimborazo, que abarca en un mismo abrazo a los Incas y
Pamperos. […]
Es cóndor y es huracán en los Andes donde escucho […] a los bravos de Ayacucho
forjando la libertad, es clarín y es tempestad que levanta el continente, el pasado y el
presente para alzar nuestro futuro, lo sostiene el pueblo puro y el fariano combatiente
[…]
A galope tendido, a galope tendido, con las FARC Bolívar por los oprimidos […]”
A comienzo de enero la pareja fue un domingo a pasear por el parque. Andrés
estaba de cumpleaños así que era un día especial. Hicieron un poco de ejercicio, y
como siempre, rieron bastante. Llegaron a la casa de él, su madre había salido
con Amparo, Patricia, Miguel y Sandra para presenciar un partido de futbol de
Alejo.
Ellos comenzaron a ver una película. Estaban sentados en el sofá. Él se recostó
un poco y delicadamente la abrazó y la posó sobre su pecho. Luego empezó a
acariciarle suavemente la espalda y el cuello. Como siempre, ella se estremeció
de tal forma que ni Nacho había logrado que lo hiciera. Levantó un poco la vista, él
la miró también y le sonrió.
Le encantaba hundirse en el universo infinito de sus bellos ojos claros, le gustaba
sus delgados labios y su sonrisa de medio lado. Ella tomo la decisión, seguiría
adelante y sería feliz
-“Perdóname Nacho. Mariana que no me equivoque por favor”.
Ella levantó un poco más la cara, y él la beso. Silvia tímidamente lo acariciaba,
Andrés entendió lo que sucedía. Se fueron acomodando en el sofá en medio de
caricias y besos hasta que quedaron completamente acostados. Él, tímidamente,
se ubicó sobre ella, era suave, cariñoso, pero muy apasionado. Se daba cuenta
que por la experiencia de Silvia debía ser cuidadoso, pero presentía que ella
estaba segura, de repente sonó el timbre. Él se levantó de un brinco, en lo primero
que pensaba era en sus madres, pero al ver el reloj se dio cuenta que era muy
temprano para que llegaran.
Andrés, con sigilo, corrió un poco la cortina para ver quién podría ser. Eran sus
amigos. Él abrió la puerta. La primera que entro fue María Cecilia formando una
algarabía, ella llevaba una caja de pastel en las manos, que pronto dejó sobre la
mesa del comedor con cuidado y abrazó a Andrés deseándole un feliz
cumpleaños, esto alteró un poco a Silvia, que desde el sofá, aún se arreglaba el
cabello mirando lo que estaba ocurriendo.
-
-
-
Creo que Andrés estaba pasando un feliz cumpleaños hasta que
llegamos- dijo Diego en tono de broma pero algo apenado, como si
supiera lo que estuvo sucediendo hace unos momentos. Silvia bajo la
cara con algo de vergüenza- hola Silvy.
Hola
Qué pena hermano- sonrió Alejandro dando un par de palmaditas a
Andrés en la espalda, luego se dirigió a Silvia y saludo, cuando se agacho
para darle el beso en la mejilla susurró- voy a ver si hago que nos
vallamos rápido, pero cambia esa cara.
Tranquilo, no pasa nada.
¡Vamos a comer pastel!
Se dirigieron al comedor, en esos pocos metros Silvia tuvo sentimientos
encontrados, pero de algo estaba ya segura, no le gustaba para nada María
Cecilia. Cuando se saludaron de beso en la mejilla a Silvia le dieron ganas de
llorar pero se contuvo ¿qué tenían Andrés y ella?
El tiempo iba pasando y la reunión era bastante animada. Estaban contando sobre
un nuevo bar que quedaba en el barrio de Ivonne. Todos, menos Andrés y Silvia,
habían estado allí la noche anterior.
-
¿Tomaron bastante? – interrogó Andrés notando la cara de enfermos de
algunos.
Si. – dijo Diego- sinceramente de no ser que María C. insistió tanto para
venir, yo no estuviera aquí, hubiéramos hecho esto por la noche como lo
planeamos
Claro, la idea era de ella ¿de quién más? Pero había algo, por la noche iban a
salir ¿Por qué ella no sabía nada? La ira de Silvia se notaba. Pero decidió mirar al
piso. Sin embargo, Alicia se dio cuenta y le dirigió una mirada inquisidora a Diego.
Luego llegaron los del partido de futbol. El equipo de Alejo había ganado la copa.
Todo era risas, Silvia estaba mal, cansada de tanta gente, quería reclamarle a
María Cecilia, quería que Andrés fuera sincero con ella, quería gritar. Él notaba la
indisposición de Silvia y no sabía qué hacer.
Llegaron las siete de la noche y Amparo, que se daba cuenta que algo andaba
mal, dijo que ellas ya se iban. La joven se negó, quería hablar con Andrés.
Amparo le pidió paciencia, y le hizo caer en cuenta que era mejor que lo hiciera al
otro día. Ella tomo el aire profundo y fue a despedirse de todos.
-
-
-
-
-
-
-
Yo los acompaño – sugirió Andrés
No amor quédate aquí, esta fiesta es para ti, quizá salgan a otra parte,
solos. – el sarcasmo en su voz fue hiriente, todos se miraron y se
sintieron mal.
Vamos Alejito – llamó rápidamente Amparo al niño que estaba viendo
televisión, mientras cogía a Silvia del la mano y la guiaba a la entrada.
Espera un momento Amparito – pidió Andrés salido de su asombro,
quería arreglar la situación, él la amaba y no quería que se fuera
indispuesta- mami- le dijo a Raquel- subiremos a la terraza – ella asintió
con la cabeza y miró a Amparo preocupada, ambas presentían que las
cosas saldrían mal y que se herirían mutuamente- ¿Qué te pasa?preguntó al llegar al lugar mirando fijamente a Silvia.
Pensé que este día íbamos a pasarlo juntos, solos- hizo énfasis en la
última palabra- hasta que vinieran nuestras familias – respondió ella con
los ojos fijos en las estrellas
¿Y qué se supone que debía hacer? ¿Dejarlos afuera con un pastel en la
mano?
¿Qué te preocupaba el pastel o quien lo traía e insistió en esta estúpida
reunión? Ellos sabían que estaríamos juntos, ella lo sabía- subió el
volumen de su voz.
Sí, también Alejandro, y no te molestó mucho que te susurrara al oídodijo furioso, sin embargo no estaba celosos, simplemente quería
contestarle de la misma manera, quería que también se sintiera mal.
¿Alejandro?, que pena, él y yo no nos paseamos y hablamos a
escondidas como otros – le dio la espalda y caminó un par de pasos
¿Por qué te molesta que tenga una amiga a la que le puedo decir algunos
secretos? Yo no le gustó, ella no me gusta, yo te amo.
¿Por qué no me cuentas tus secretos? – reprocho furiosa, al mirarlo tenía
una ira creciente en ella, y su tono de voz se subía más-¿por qué a ella y
no a Diego o a Alejandro? ¿Por qué no a mí? ¿Por qué no me tienes
confianza? – le gritaba mientras él solo la miraba- Nacho me contaría
cualquier cosa- se calló, pero era demasiado tarde. Andrés se puso pálido
y sus ojos se humedecieron. Se apoyó en la baranda. Ella miró al cielo
pidiéndole a Mariana y a su padre que no pasará nada, que esto no lo
ofendiera tanto. Vio todas las estrellas titilar.
Todo siempre ha girado alrededor de Nacho ¿Cierto? – hablo con voz
débil, inaudible, mirando las mismas estrellas. Sus lágrimas comenzaban
a brotar, así que bajó la cabeza, sin embargo Silvia alcanzó a verlas- yo
lo respeté cuando él estaba con vida y después de que murió, lo respeto
aún, pero yo también merezco respeto. No puedo más Silvia. Siento que
me estas comparando frecuentemente, siento que te gustaría que fuera él
y no lo soy, no lo seré y no fingiré que lo soy. Creo que esto se acaba
aquí, te quise ver feliz, no lo logré, uno no puede hacer feliz a quien no lo
quiere ser. Te amo pero yo valgo, te amo pero también me amo y esto no
va más.
La muchacha salió lentamente. Le dolía algo en el pecho. Miró atrás antes de
bajar la escalera y él se había sentado en el piso, llevando las piernas hacia su
pecho y con la cabeza sobre las rodillas. Esta imagen de Andrés le terminó de
destrozar el corazón. Bajó lentamente, el oscuro segundo piso le pareció bastante
largo. Comenzó a perseguir la luz que había en el primer nivel y sintió que las
escaleras eran eternas, las piernas le temblaban, el dolor le iba a romper el
corazón y no podría continuar.
Salió de la casa le dio un beso en la mejilla a todos, incluso a María Cecilia, pero
no pronuncio palabra. Sentía que las lágrimas le iban a salir. Comenzaron a
caminar hacia su hogar en silencio, miró el cielo, las mismas estrellas parecían
reprocharle. Recordó la última vez que vio a Andrés, se recostó en un poste, no
podía más y lloró. Su hermano la abrazó. Patricia la tomó de la mano y Amparo le
acariciaba la cabeza. Al fin llegaron a la casa, y ella contó todo, no la podían
consolar.
Al otro día no quería encontrarse con sus amigos y no creía que Andrés volviera a
la fundación ni a verla. Estaba en la zona de psicología, era como las nueve de la
mañana, llegó Alicia. La saludó como si nada hubiera pasado, pero sus ojos
almendra no podían mentir, estaba preocupada. Hablaron de las cosas de la
fundación hasta que Silvia por fin preguntó:
-
-
-
-
¿Salieron anoche?
Sí, fuimos al bar del que te hablamos.
¿Todos? – Alicia sonrió mirándola con ternura, Silvia la observaba
impacientemente, queriendo que hablara de Andrés.
Sí. Todos, Andrés y Diego se fueron un poco temprano, - no quiso
contarle que María Cecilia había hablado con el joven que estuvo muy
afectado- después salimos nosotros, estábamos muy mal, habíamos
tomado unas cervezas la noche anterior.
¿Ya están mejor?
Sí. ¿Y tú? – dijo tomándola de la mano- sé que no estás tomando ya
terapia, pero debes hablar con alguien, puede ser con Joanna o conmigo,
pero no te guardes nada.
Joanna es muy tierna, pero no es tan amiga. Podría hablar contigo, pero
si puedes disculparme por el espectáculo de anoche.
Todo está perdonado, solo que eso no me lo deberías decir a mí.
No sé. No tengo celos de María C., solo quería que él me confiara todo a
mí, no me di cuenta que de verdad Andrés es único, ni siquiera me di
cuenta que lo seguía comparando con Nacho.
Eso pasa a veces. ¿Tú lo quieres tal como es?
Sí, sabía que lo quería, pero hasta anoche supe que lo amaba, tal y como
es. – salieron las lágrimas, y ella rápidamente se las limpió y tomando el
-
aire y guardándose el dolor, sonrió amargamente- pero las cosas pasan
por algo y hay que salir adelante.
Sí.
Allí se acordó del diálogo que tuvo con su padre aquella noche que exorcizó esa
sombra, también en lo que le había dicho su madre de seguir amando a Nacho
pero avanzar y de lo que dijo Andrés de que ella no quería ser feliz. Descubrió por
fin sus ojos. Teníamos que aceptar y aprender de la historia, pero no quedarnos
en ella.
Llegó a la conclusión que si Nacho estaba muerto querría su felicidad, si estaba
vivo se había marchado por alguna razón y había decidido hacer una vida y no
contar con ella. Se negó a lo segundo. Se amaban tanto, así que supo que desde
el cielo Nacho sufría también por culpa de ella, él siempre quiso que fuera feliz, y
hoy su actitud lo debería estar mortificando. Además ella quería avanzar, no podía
dar más vueltas en círculo, lo que pasó, quedaría atrás. Había perdido una
oportunidad, esas que se había jurado aprovechar cuando salió de la selva, ya no
sería así, costara lo que costara tomaría cada posibilidad.
Llegó María Cecilia, sin que se diera cuenta Silvia hizo un gesto preguntando a
Alicia si podría entrar, si seguían siendo amigas, Alicia dijo que sí y la muchacha
se aproximó. Todo seguiría normal, Silvia se disculpó y las cosas estuvieron bien,
hasta que a las once de la mañana se reunieron con el resto del grupo.
Estaban en la cafetería, Silvia no quería entrar pero María Cecilia la tomó del
brazo, Alicia de la otra mano y, con el entusiasmo característico de la primera, se
hicieron notar. Saludaron de beso en la mejilla como era su costumbre. De últimas
lo hizo la otrora pareja. El muchacho tomó la iniciativa. Todo volvió a la
normalidad, parecía como si él no se acordara de la relación que habían tenido.
Esto afectó a Silvia, que incluso físicamente, se notaba bastante deprimida. Lo
que ella no sabía es que a él le temblaban las piernas, se perdía en los rizos del
cabello de la joven, en el aroma de su perfume e incluso en las ojeras que le
dolían hasta lo más profundo de su alma.
En ese momento entró Raquel, que a pesar de estar preocupada, miró con
reproche a Silvia. Ella contó que una explosión con una papa bomba había
matado dos estudiantes universitarios y un bebe y dejado amputado de la pierna
izquierda a otro chico, aparte de dejar ventanas rotas, doce carros averiados,
muros derrumbados y desaparecer por completo el techo de la vivienda.
-
-
¿No es un poco exagerado? –preguntó Silvia incapaz de mirar a la mujer.
Sí, bastante. – respondió tajantemente Raquel
En lo personal no creo que sea una papa bomba, hizo mucho daño –
abrazó Andrés a su madre intentando tranquilizarla, para que no fuera tan
dura con la muchacha.
Sin temor a equivocarme –intervino Diego – diría que es más bien
dinamita o algo así, algo fuerte.
-
-
-
-
El caso, niños –dijo la madre –es que yo presiento un ataque de
inteligencia. Primero no se llevaría un bebe a armar papas bombas, pero
fingiendo que fueran tan irresponsables, no harían esto en la casa de una
de las familias. Además eran dirigentes de la FEU, quien sobrevivió es
John Restrepo, lo van a acusar de “terrorismo” y “rebelión”.
Es el colmo. –se enfureció Silvia- En este país donde los pocos ricos son
los dueños de todo y la mayoría del pueblo no tenemos nada, el sagrado
derecho a la rebelión es un delito que se pagaba caro. El terrorismo es
para ellos las técnicas que escoge el pueblo en su derecho a la defensa,
más no es terrorismo robarse las arcas públicas quedándose con el
dinero de la educación o la salud, mandar a sus escuadrones de la
muerte a desplazar personas, asesinar sin piedad a campesinos y oprimir
al pueblo enviándolo a la extrema pobreza y a la miseria absoluta ¿Esta
es una democracia?
No, -se conmovió Raquel que se arrepintió de lo dura que había sido con
la joven
John no haría algo así. –dijo Diego – amaba a su hijo, era pacifista,
tranquilo, además, como suponemos explosivos más fuertes y en las
noticias no dicen nada al respecto,…sí, es un ataque del estado.
Para ensuciar el buen nombre de los estudiantes y estigmatizar cualquier
movimiento. –interrumpió Silvia.
Están asustados –concluyó María Cecilia con una sonrisa
Si María C. –Raquel arregló el cabello de la joven – eso es lo peligroso
precisamente, cuando el tirano se asusta llama a la muerte para que lo
ayude.
Se retiró dejando una estela de preocupación en los jóvenes que por el momento
olvidaron sus problemas personales. Alicia se exaltó mucho más porque no era el
mejor momento, pues comentó que uno de los colaboradores había decidido dejar
de ayudar. Todos la miraron tensos. Ella dio detalles de la llamada en la que el
hombre había sido bastante grosero y amenazó con denunciar. Todos sabían lo
que iba a decir Robinson, le darían un par de oportunidades y después le
“pasarían la cuenta de cobro”.
Sin embargo el miedo no los espantó, este ataque cobarde a unos muchachos
inocentes cuyo único delito fue sentarse a hablar con el gobierno sobre la
educación, la igualdad y la paz, les causó ira, no los iban a hacer retroceder, lo
importante de todo era el objetivo principal : la paz con justicia social.
“Por ese amor que es el amor, el amor de mis amores, […] voy a brindar los mejores
momentos de mi vida. Es el amor lo que me inspira, por él venzo los temores, […] por
eso cultivo flores aunque el peligro me siga.
Sólo un hombre enamorado es capaz de hacer cosas grandes y bonitas, es que el amor
siempre invita a actuar al son del latir del corazón. Qué viva el amor, bandera que en el
alma buena se agita, lástima hay almas malditas, en ellas jamás florecerá el amor. […]
Buen hijo del pueblo es aquel que al mirarlo empobrecido, encadenado, ofendido, se
levanta y con valor, se le enfrenta al opresor, va hasta el final decidido, […] de lo
contrario es mal hijo, es un cobarde traidor. […]”
Las cosas se ponen duras, turbias y difíciles. Este es un momento de la vida en el
que no hay como dar marcha atrás, y si existiera la posibilidad, sería vergonzoso y
bajo hacerlo.
Ya maduraste más, eres fuerte y serena, pero aun te falta la valentía y el coraje de
aprender a enfrentarte a las cosas que ignoras, que atormentan. ¿Hallarás la
forma de superar esos miedos, esas situaciones incontrolables, la verdad que no
sabes, el vacío infinito de lo desconocido?
XII
Una daga que se incrusta
suavemente
Podía oler los agradables aromas de las flores de su jardín y el aire
refrescante de la madrugada cartagenera. Tomó sus documentos mientras
pensaba en qué bellezas le traería este nuevo día.
Abrió la puerta, recibió la vida y cantó por ella. Camino dos pasos, miró
hacia atrás, vio sus hijas y su esposa, sonrío a Dios. Siguió su camino,
trotó un poco, recogió una flor.
De pronto un ruido sordo y un fuerte dolor, oscuridad, silencio, confusión.
Pudo abrir los ojos y vio los primeros rayos del sol. Una sonrisa se dibujo
en su cara. Su cuerpo moría pero su alma corría con fuerza de huracán, con
pasión de enamorado y con la esperanza de la libertad.
Dicho y hecho, las órdenes de Robinson eran esas. Por el momento Carlos Mario
y Natalia, que tenían más experiencia, harían la primera “visita”, mientras que
Silvia, Ivonne y Diego hacían inteligencia para prepararse por si acaso había que
“cobrar”. Las instrucciones fueron dadas, las direcciones y teléfonos aprendidos,
pues no las podían llevar por escrito, y el dinero para la logística de los que iban a
participar repartido.
No estaban muy seguros de lo que hicieron Carlos Mario y Natalia, pero desde
eso el hombre se veía bastante nervioso, así que tenían que ir con cuidado. A los
que más difícil papel les correspondía eran a Diego y a Ivonne. Al primero le
tocaba ser un vigilante de un terreno que quedaba frente a las bodegas del
hombre. Ivonne sería una muchacha que intentaría hacer contacto con él en el bar
que frecuentaba y Silvia era una vendedora de artesanías y dulces en el centro de
la cuidad, frente al edificio en el que él tenía una oficina.
Mientras limpiaban el lugar y se aprendían la dirección del próximo punto de
encuentro Robinson, que ya había hablado con Andrés y María Cecilia, llamó
aparte a Silvia.
-
-
Francisca, permíteme un momento.
Sí – dijo ella retirándose de sus ocupaciones y alejándose del grupo.
Me preocupa la situación con Ximena y Carlos, aunque veo que se
hablan bien sigo sintiendo una tención entre tú y él. No quiero meterme
en sus vidas, pero no me vayan a obligar. Cumplan con sus deberes en la
célula, con la organización, dialoga con Ximena que es excelente
muchacha y arregla las cosas con Carlos, así te toque tirártele encima y
cogerlo a besos. – esto produjo algo de risa tímida en Silvia- él te sigue
amando y tú también, yo sé de lo que hablo, soy mayor que tú.
Por ahí diez años, no exageres.
Te apuesto que vuelven.
Ojalá.
Se dirigía a la casa sola, pues para asistir a las reuniones era mejor que llegaran y
se fueran cada uno por su lado. Caminaba lento, pensando en lo que había dicho
Robinson.
-
“Mariana ¿crees que ya llegó a su casa?”
No se aguantó la tentación de saberlo y dobló la esquina, era más largo el camino
pero pasaría por la casa de Andrés. Casi llegaba al frente de la vivienda que tenía
las luces apagadas.
-
“Con lo lentas que veníamos Mariana, él ya está dormido”.
Oyó un silbido a sus espaldas, se le heló la sangre, lo reconocía, volteó a mirar,
era Andrés. Él también había pasado por la casa de ella pero no dijo nada
-
-
Hola ¿qué haces por aquí?
Me pasé un poco y me tocó venir por esta ruta – mintió, quería decirle
que seguía pensando en él, Andrés lo presentía y tenía la tentación de
abrazarla y jurarle que nunca la dejaría.
Te acompaño a tu casa. – caminaron y juntos miraron las estrellas en
silencio. Llegaron al hogar de Silvia. – ya, llegamos.
Sí – ella miró directamente a sus ojos y él quiso tomarla en sus brazos y
besarla, llevarla lejos y amarla por siempre.
-
Entra.
Sí. – ella entró se quedó un rato mirándolo con la puerta abierta.
Cuídate, te veré mañana – le mandó un beso desde la distancia, ella
cerró la puerta y se quedó parada frente a la ventana, hasta que la
sombra de Andrés desapareció.
Amparo y Patricia estaban esperándola, su madre le sonrió, sabía lo que sentía la
muchacha, hablaron un rato. Silvia convenció a Amparo de llamar a la casa de
Andrés, él contestó le dijo que había llegado bien y le preguntó si Silvia se sentía
mejor después del cumpleaños. Ella, sin que su hija se diera cuenta de la
conversación que sostenía, le dijo que no, pero se recuperaría. ¿Qué quería decir
esto? ¿Qué lo olvidaría? Esta conversación dejó más confundido al chico.
Los días pasarían en medio de la misión encargada. Silvia conoció una faceta más
de las calles y de la sociedad. Era bastante difícil ser vendedor ambulante. Había
mucho desempleo, hambre y miseria, a la gente trabajadora no le quedaba otra
opción que vender lo que pudiera en las calles y el gobierno, que no los ayudaba
en nada, los atacaba ferozmente.
Redadas en su contra, maltrato físico, implantación de droga, robo o quema de
sus mercancías y hurto del dinero y herramientas de trabajo que podían ser
costosas. Los muchachos, en su mayoría, era gente que no tenía acceso a la
educación y desplazados. Otro tanto, estudiantes que, con dificultad, así se
costeaban sus carreras intermedias o universitarias y un diminuto porcentaje
expendedores de droga. Estos últimos eran los únicos que no corrían cuando
llegaba la policía, puesto que ellos no eran hostigados por las patrullas y les
avisaban cuándo iba a haber redadas grandes.
Así, dolorosamente, comprobó, de nuevo, que los que deberían proteger al pueblo
lo atacaban ¿Quién estaba con la gente? ¿Esos mentirosos y asesinos? ¿Los
políticos corruptos? Se sintió orgullosa de la decisión que había tomado de
pertenecer a las FARC, el ejército del pueblo.
Los demás vendedores ambulantes la recibieron de manera agradable, le
enseñaron las cafeterías, el mejor restaurante y cómo defenderse. En un par de
días aprendió que tenía que estar atenta a los movimientos de los jíbaros, si ellos
se iban de un momento a otro, sería porque había redada. Debería fingir que
ignoraba quién vendía droga y también era importante saber cuáles personas les
hacían el favor de guardarles la mercancía mientras ellos se mezclaban con la
gente para impedir que les quitaran su medio de trabajo.
Entre los vendedores ambulantes se hallaba una cartagenera simpática que había
sido la primera persona que le habló. Vino desplazada, estudiaba en la
Universidad Distrital. Su papá había sido un gran abogado. No tenían riquezas
pues quería tanto a la gente que trabajaba incluso gratis. Él le había enseñado a
encontrar la belleza de la vida, incluso en lo más pequeño y común como una flor.
Ella tenía nueve años cuando lo mataron dejando a su madre, a su hermana y a
ella completamente solas en Cartagena. Amenazadas se habían ido. Desde
entonces el recorrer por Colombia, comenzar un año en una ciudad y terminar en
otra. Tuvo ganas de unirla al grupo, pero temió una trampa. Meses después se
enteraría que a ella, su amiga Eunice, la habían matado.
“[…] Soñando con la alegría que se esconde en el futuro, […] sudándola con orgullo
persiguiéndola María, […]
Pétalos de sol sonriente tus miradas compañera, […] inundando la trinchera en la
lucha qué aliciente […]
A ti que te faltaría fuera de consciencia oscura […] pero eres clara y madura te duele
el pueblo María, […] te duele el pueblo María suficiente explicación […]
bordando la revolución pasas las noches y los días […]”
Mientras tanto Silvia o mejor Francisca que se hizo llamar Lady, seguía haciendo
su trabajo de la célula. Incluso fue un poco más allá. El hombre se convirtió en un
cliente, alguna vez llevó a su hija para comprarle algunas artesanías. La
personalidad de la muchacha vendedora llevó al hombre a confiar, la invitaba a
tomar café en su oficina o en una cafetería cercana, le hacía regalos y le daba
dinero porque tenía intenciones sexuales con ella. A Andrés esta situación lo
incomodaba, pero esto era favorable para la organización, pues el hombre le daba
información sin saberlo y recibía llamadas en frente de ella.
El empresario hizo caso omiso a las dos “visitas”, la información recaudada ayudó
bastante y la llamada de atención se estaba preparando. Ivonne en el bar logró
determinar algo que ellos no sabían: el hombre tenía negocios sucios relacionados
con droga. Por su parte Alejandro tenía todo preparado para que Andrés, Rolando,
Diego y él actuaran una noche de miércoles. Con la información que Silvia dio
concluyeron que ese día viajaría a Girardot. Había invitado a “Lady”, pero Silvia
hábilmente salió de ese aprieto con una buena excusa.
La tarde fue muy estresante. Los que estaban en la fundación sólo podían esperar
las noticias y desear que a sus amigos les fuera muy bien. Ya era de noche y
Silvia no podía más. A las diez recibió una llamada.
-
¿Aló?
Hola Silvy… ¿cómo estás? –contestó Andrés.
Bien y tú.
No, pues bien…estuve montando una obra de teatro, todo salió muy bien,
pronto la podremos presentar. – Silvia sabía que se refería a la misión.
Qué bueno, precisamente estaba pensando en eso. Qué bien…
Sí. Yo estuve pensando en…los dos…yo – Silvia no esperaba este tema,
su corazón se aceleró ¿Volverían? –yo quiero que podamos ser amigos,
-
normal, hablarnos bien –se arrepintió el chico de lo que iba a decir, ella
recibió estas palabras como un baldado de agua fría.
Sí –dijo evidentemente afectada –eso estaría bien.
Sí…bueno…buenas noches Silvy, nos vemos mañana.
Adiós Andrés…yo
Chao, -interrumpió Andrés, su voz estaba a punto de quebrarse, tenía
ganas de llorar - besos
Chao –la muchacha se sintió cortada, rechazada, el chico colgó.
Ambos lloraron amargamente toda la noche. Al otro día la explosión en las
bodegas fue noticia, pérdidas millonarias y un despliegue mediático bastante
exagerado. A los quince días Robinson declaraba satisfecho el pago de la
colaboración.
“ […] Cuando salen se despiden con cariño de sus hijos y besan a la mujer, no le
preguntan si vuelve, el miliciano se pierde a cumplir con su deber, con su mirada
secreta, como una abeja que está atenta en las ramas de un laurel, el miliciano vigila,
sostiene el arma escondida pa’ no dejarse coger.
Milicias Bolivarianas bajo la luna y el sol, bajo la lluvia y la noche pa’ lante con su
misión”
El fin de semana fueron a un bar cerca a la universidad, todo era alegría,
lastimosamente en la reunión no estuvo Carlos Mario, Rolando, Natalia y
Alexandra. En el transcurso de la celebración conocieron a un muchacho, se
llamaba Marcos, era alto, moreno, carismático y de buen humor, aunque callado.
No estudiaba por el momento porque no había podido terminar el bachillerato.
Trabajaba como obrero de construcción, en una gasolinera y a veces como
vigilante en un bar. Pronto congenio con la mayoría del grupo, obviamente no con
Robinson que tendía a ser más antipático y desconfiado, y en este caso, celoso,
pues notaba que a Marcos le gustaba Alicia. Todos rieron y lo tomaron del pelo.
Sin embargo la noche no se arruinó para él, que tenía a Alicia a su lado y ella
había aceptado amanecer juntos.
Al otro día por la tarde se iban a reunir en la casa de Diego. Silvia llegó con el
muchacho y encontraron a Andrés, que estaba esperando en el jardín, el resto
del grupo no había llegado.
Era una casa grande, de dos pisos y muy iluminada. Subieron a la habitación del
joven, estaba llena de instrumentos musicales, una batería, guitarra y bajo
eléctricos, violín y un par de flautas. En el rincón una cama y un escritorio mirando
hacia la ventana cerca a la puerta había un pequeño baño. Las paredes
decoradas con dibujos y afiches de su música preferida, el metal, y del che. El
cuarto no estaba muy organizado, los muchachos se sentaron donde pudieron.
Después de un par de canciones Silvia notó que parte del techo era más bajo y
había una pequeña puerta y preguntó qué había ahí.
-
Allí es donde dormía cuando pequeño – sonrió recordando- es una
pequeña buhardilla y escondo varias cosas, les mostraré.
Buscó un palo con el que bajó un cordón que haló y descendió una escalera.
Subieron los tres. Primero pasó Silvia y Andrés la ayudó, la cogió de la cintura, ella
se estremeció y se sonrojó. Subieron a un pequeño cuarto donde había más
afiches, carritos de juguete, libros, varios tesoros personales y recuerdos del
bachillerato. Diego miró todo esto, recordando sus años de niñez y adolescencia.
Está última etapa había sido difícil. Era rebelde, contestatario, atrevido pero nadie
le ganaba en lo académico. Leía sin parar desde los diez años, a los doce ya leía
dos libros por semana.
Cogió una foto de una bella niña de unos quince años rubia, su cabello rizado,
ojos azules, boca pequeña y roja. Recordó que esa foto se la robó el último año de
bachillerato. La niña nunca le puso atención. Él estaba enamorado de ella desde
octavo. Un día en que ella miraba un álbum fotográfico con sus amigas y Diego
jugaba futbol, él noto que lo miraba y se preocupó cuando él sufrió una pequeña
lesión. Se acercó, la muchacha lo ignoró, él vio la foto, se la robó y le dio un beso
en la boca a su amor.
Silvia reía animadamente por la forma en que Andrés le arreglaba la historia a
Diego, transformándola y haciendo que el protagonista lo mirara mal. Hace tiempo
no reía así. Él colocó una mano sobre la rodilla de ella que estaba sentada en una
pequeña cama y miró por la ventana dirigida al cielo.
Diego volvió del pasado. Dijo que iría a llamar los muchachos por teléfono, los
dejó solos. Andrés, sin saber qué hacer, quitó la mano de la pierna de Silvia y se
puso a jugar con un carrito. Después de unos segundos se decidió, dejó el juguete
en su lugar y la miró a los ojos.
-
-
No quise dejarte. Nunca te he dejado.
Sí, sé que siempre tendré tu apoyo.
Lo que quiero decir es que aún te sigo amando, yo quise escapar de este
sentimiento pero no puedo.
Me pasa lo mismo- miró el hermoso cielo azul manchado por una nube- te
amo.
¿A mí? ¿sin pretender que soy Nacho?
Siempre te he amado a ti. Sí, amo a Nacho pero diferente, y esas
diferencias no significan que tu tengas que cambiar, me encanta que seas
como eres. Lo que no entendía era que tenía que avanzar y ser feliz ¿me
ayudas a ser feliz?
Claro mi amor.
Se besaron y se abrazaron. Su fuerte mirada, que abría una ventana a una
inmensa pradera de paz y felicidad, la hacía sentir extraña, sus manos la
estremecían de la forma que sólo él sabía hacerlo. Sus labios, suave, cálida y
cariñosamente jugueteaban en los de ella, en su cara, en su cuello. El aire les
faltaba, les sobraba calor y pasión. Ella se atrevió a acariciarle el pecho metiendo
su mano derecha debajo de su camisa, prenda que él rápidamente se retiró. El
comenzó a besar con pasión su cuello y a retirar la blusa de la muchacha. Ella se
sintió bien pero con miedo y pena. Se alejó un poco intentando cubrir su pecho,
momento que él aprovecho para acostarla en la pequeña cama y retirarle las
prendas que faltaban con cuidado, sin dejar de mirar sus ojos.
Él se quitó el resto de la ropa y se acostó a su lado. Podía ver la vergüenza y los
nervios de ella, esto le pareció tierno, inocente. Entendió que aunque ella fue
violada esta era su primera vez y debía hacerla especial. La acariciaba, la besaba,
la alagaba y la estremecía. Tocar por fin su cuerpo desnudo, ver por completo
aquella figura color canela, delgada y hermosa era un privilegio para este hombre
que tanto la amaba.
Cuando se acostó sobre ella con la mano derecha acariciaba su cara mientras la
besaba. Ella, con sus ojos cerrados, sentía amor y placer. De pronto las caras de
esos hombres volvieron a su mente, recordó el dolor tan adentró, tuvo miedo. Él
se dio cuenta y le hablo, ella abrió los ojos y encontró los de él llenos de
comprensión y no dejó de observarlos.
A los pocos minutos volvía a disfrutar del placer, sentía esa emoción tan inmensa
estallando dentro de ella. Andrés supo que era el momento, con un suave
movimiento la hizo suya y fue de ella, exploraba su cuerpo mientras veía sus ojos
miel húmedos por un par de lágrimas de amor.
Después de este inesperado suceso él descansaba feliz boca arriba mirando el
cielo con el brazo izquierdo doblado bajo su cabeza y el otro envolviendo a Silvia
que dormía a su lado. Ella despertó. La pequeña nube viajaba lentamente hasta
desaparecer de su ventana. Todo estaba tan claro, ya no había dudas que
cubrieran sus ojos, todo brillaba más, estaba tranquila.
-
“Mariana esto nunca se va a acabar”. Suspiró y lo miró. Él le sonrió y la
besó.
“Ahora sí sé yo que me enamoré y mejor que ayer hay más comprensión. Me fui por tus
ojos, llegué hasta tu alma, la comparé con mi alma y saqué una conclusión. […]
Eres tú mujer según pienso yo un ángel que tiene más poder que dios. Y en tiempos de
lucha se lucha mejor su junto al fusil también se lleva una flor.
Ñata de color moreno me sacaste la tristeza llenándome de alegría me inspiré mientras
bebía sentimiento de tu fresco manantial. No me vallas a olvidar sabes lo que pasaría
vendría una fuerte sequía, la sed me va a torturar.”
Se bañaron, se vistieron y bajaron a buscar a Diego. En el primer piso estaban
todos sus amigos con una sonrisa cómplice. Celebraron el regreso de la pareja.
Silvia se sentía feliz. Hablaron, bromearon, compartieron historias tristes y alegres.
La fuerte voz y las carcajadas de María Cecilia no faltaron, el mal genio o la
sonrisa imparable de Ivonne también hicieron presencia, la tierna y sincera mirada
de Alicia dio cariño a todos, las chanzas siempre pesadas de Alejandro no podían
faltar, la picardía de Diego estaba a la orden del día, los relatos asombrosos y
contados con gracia de Andrés llenaban el espacio de risas, momento que él
aprovechaba para hablarle al oído a Silvia, sin previo aviso, como siempre lo
hacía, así simplemente le contara un chiste de los miles que sabía, y ella lo sentía
más cerca y se estremecía con su aliento.
Este recuerdo lo llevará también en su mente. Esa tarde maravillosa de las que se
van y no vuelven, esos momentos que dejan agradables cicatrices que a veces
duelen y otras le hacen cosquillas al corazón.
La vida te devuelve de nuevo una oportunidad perdida, esto es extraño, así que
cuando pasa se debe aprovechar. Aprendiste de nuevo sobre el trabajo en equipo,
la amistad, el amor y la felicidad. Silvia, ¿A dónde crees que te lleve todo esto?
XIII
El ataque feroz de una
bestia invisible
La madrugada la sorprendió besando a su pequeño hijo de cinco años él, sin
despertar totalmente, apretó la mano de la joven que dejó caer una lágrima.
Salió a la calle buscando el sacrificio, el esfuerzo, la soledad. Buscando la
vida, buscando la muerte, buscando el amor. Buscando un final heroico,
buscando el anonimato, buscando el dolor.
Caminó por las deprimentes, desoladas, gises y heladas calles. Tan
deprimentes como la muerte, como la guerra como la desilusión. Tan
desoladas como el corazón sin amor, como el cuerpo sin alma, como la
vida sin libertad. Tan grises como lo bueno y lo malo, como las fronteras
del hambre, como los límites de la miseria, como el diario vivir del niño
pobre. Tan heladas como el corazón del rico, como las leyes del gobierno,
como la justicia de este país.
Todo era celebración en la casa de Silvia una noche que llegaban Andrés y la
muchacha de la universidad. Había cerveza, música y muchas risas. En el
comedor una fotografía de Francisco al lado de un pastel
-
-
Mija, mija, - gritaba Amparo abrazándola- salió la indemnización, le
demostramos al estado que si no le hubieran disparado a su papá esa
vieja herida no lo habría matado.
Mami, que bien – “gracias papi, gracias Carmen, gracias Mariana” lloró,
Andrés la abrazaba. Fue una buena noticia.
Todo se destinó como se había estipulado desde el principio: parte para las
cooperativas, otra suma para la fundación y la última para la familia. Parecía como
si ya nada malo pudiera pasar. Sus empresas iban bien, su relación con Andrés
era perfecta, su familia era feliz, sus amigos estaban dichosos, sobretodo
Robinson y Alicia, quienes habían llegado a la conclusión de vivir juntos, lo harían
el próximo mes.
A los pocos días Alicia apareció muerta con señales de tortura. Ellos nunca
sabrían que aguantó los peores vejámenes, dolor intenso, humillaciones,
mutilaciones, y sin embargo no habló.
Las “investigaciones de la policía” llegaron a la conclusión que una banda
delincuencial, que trabajaba en un barrio cercano al de la joven, la interceptó,
violó, torturó y asesinó. Había algo extraño en todo esto. Al ver los detalles y
analizarlos eran contradictorios, cuando no imposibles.
-
-
-
-
Sí, yo ya lo había pensado Carlos. - Expresó Robinson mirando fijamente
a la nada.
Entonces – se impacientó Alejandro ante la extraña demora y la lentitud
de Robinson, recibiendo un fuerte codazo de Ivonne. Robinson bajo la
vista pero siguió en su trance.
Entonces, Pablo, tenemos que pensar.
¡Guíanos Robinson por favor! –lloró Silvia en medio de su angustia y
frustración.
Ya, ya, déjame pensar. Lo primero que debes entender es que nuestros
caídos no mueren Francisca, siempre se quedan aquí, alumbrando
nuestro camino a la revolución.
Si hermano pero eso no soluciona nada – intervino Rolando – por qué no
sabemos qué tanto dijo la china.
No dijo nada – cerró los ojos. Los amigos de la muchacha apoyaron
estas palabras – ella no diría nada. La mataron por eso. Ella nos
protegería siempre, no nos traicionaría, solo los ojos la delatarían pero su
lengua no se movería – hizo una pausa que parecía eterna, tomó un gran
sorbo de agua y quiso volver a su estado normal sin lograrlo –sin
embargo tenemos que pensar que sí dijo algo. Hay que cambiar todo lo
planeado e investigar ¿Quién le pudo hacer esto? – se le intentó ahogar
la voz - Dígame algo Armando.
Yo no sé – meditó Diego - yo hablaba más con ella, no tenía amigos más
que nosotros.
Siguieron hablando. Dudaron de todo. Hasta que Silvia recordó algo.
-
-
Ese fue el día en el que asistimos a una reunión improvisada de la célula.
Si Francisca.
Fue en el camino que desapareció pues varios de nosotros la vimos
tomar el bus.
Sí –volvió a responder Robinson imprimiendo un tono de malicia en su
voz- Esa ruta era la 123, la dejaba en la 68 con 68, ella me esperaba allí,
ese día no llegó.
Entonces allí se perdió o la bajaron antes. –intervino María Cecilia
Hay que averiguarlo – suspiró Silvia - ¿pero cómo?
Ahora le preguntaré a Doña Betty, la vendedora ambulante a la que a
veces le comprábamos cigarrillos y dulces.
También se le puede preguntar a Marcos, él está trabajando por el lugar y
siempre fue muy atento con Laura – intervino María Cecilia.
¡Ese hijueputa! –estalló en cólera Robinson- ¡tenemos que investigarlo
también! –intentó dejar la excitación, pero no pudo.
No pensaras que… - se asombró Diego.
Todo puede pasar Armando.
¿Qué hacemos? – Andrés estaba de acuerdo con Robinson
Carlitos, investigar.
Sacaron una lista de personas, incluyendo la banda delincuencial que era culpada
por la policía, pero para Robinson el principal sospechoso sería Marcos. Ella no
era una muchacha sociable, así que ahora le resultaba extraño que un hombre
que no era estudiante entrara a un bar universitario y se le hubiera acercado nada
más a ella. Robinson impartió tareas.
-
En el caso del “señor” Marcos, ustedes se van a acercar pero no mucho,
los conocen, así que pueden poner en riesgo la operación. Además si
estoy en lo correcto y Laura no cantó, él buscará alguien que lo haga, así
que Ximena contrólate, tu eres la única soltera, si él es el culpable tú
serás la carnada. Por nuestra parte nosotros haremos lo nuestro.
Todos salieron del lugar duplicando las medidas de seguridad. Robinson no era el
mismo. La tristeza lo abrazaba tan fuerte que le era difícil concentrarse, sólo el
amor al pueblo y la preocupación por sus amigos lo mantenían en pie y le
permitían cumplir con sus tareas correctamente.
Él iba en el bus. Pronto se acercaba a la 68 con 68, su corazón se aceleraba pero
ya no de felicidad como antes. Le dolía recordar la impaciencia por llegar allí,
sabía que ella no estaba más. Cuando se bajó, por un segundo, le pareció ver a
Alicia esperándolo con sus grandes, hermosos, enamorados y brillantes ojos, con
su tierna sonrisa y sus nerviosas manos. Sintió que su corazón se detuvo, tomó
una gran bocanada de aire y, con sus ojos llenos de lágrimas se dirigió hacia
donde Doña Betty.
El chico parecía desfallecer. Recordaba como Alicia siempre le llevaba algún
detalle a la anciana y le compraba media cajetilla de cigarrillos y dos mil pesos en
dulces. Ella no fumaba mucho, uno al día, pero se le hacía difícil negarles
cigarrillos a sus amigos.
Robinson al fin llegó, la mujer baja, notablemente pobre, de más o menos sesenta
años y por cuyo rostro se reflejaba una vida ardua, dura, injusta y cruel, volvió los
ojos al chico que le entregaba, sin mediar palabra, una ensalada de frutas. La
mujer se le tiró a los brazos mirándolo con tristeza pero entregándole todo el amor
y el calor de la comprensión al muchacho.
-
-
-
¡Qué cosas tan injustas!
Sí Doña Betty.
¿Usted está bien?
Sí –dijo débilmente el chico – vengo a visitarla, no había vuelto porque
como ya no nos encontramos…
Sí mi amor, tranquilo, eso es muy difícil, yo misma que soy viuda no lo
podría entender, ustedes se amaban tanto. Pero – hizo señas de que la
esperara, cuando todos los clientes se fueron ella se acercó y le habló
quedo - ¿usted si le cree a la policía? –el chico negó con la cabeza –yo
tampoco.
Esa noche íbamos a pasarla juntos, ella no tendría porque ir a su barrio,
Doña Betty ¿ella vino aquí? ¿Ella me estaba esperando?
Si mijito, claro, se aproximó a mí como siempre, se fumó su cigarrillo y
comió infinidad de chocolates –sonrió la anciana recordando la manía de
Alicia de comer bastante dulce –de pronto se le acercó un muchacho de
allí -señaló la gasolinera cercana –ella parecía conocerlo, hablaron un
rato, pero ella pronto estuvo comportándose extraña, luego desapareció y
el muchacho ese se fue en una moto.
Si supiera algo le diría más, mijito, pero no sé.
Tranquila, con lo que me dijo es más que suficiente.
Todos investigaron por semanas a muchas personas. Esta actividad les tomaba
mucho tiempo, además en la célula tenían otras tareas, sin contar el estudio y la
fundación. Se estaba volviendo horrible, tenían rendir en todas sus actividades,
estaban cansados. Lo más agotador era no tener resultados, ninguna prueba del
culpable. Marcos, que era el principal sindicado, se veía muy afectado. Así que
María Cecilia bajo la guardia con respecto a él, hasta que un día se lo encontró en
una heladería. Ella estaba esperando a Andrés.
-
-
Hola, que bien que te encuentro – dijo Marcos, su ropa estaba untada de
pintura, cemento y todo lo que se usa en una obra.
Hola ¡¿Qué milagro?! – respondió María Cecilia mientras le daba un beso
en la mejilla.
Estoy trabajando en la obra de la esquina, estoy pañetando y pintando
uno de los pisos. – se sentó a su lado e hizo señas al mesero para que
viniera, y pidió una limonada.
Qué bien. ¿Qué más?
-
-
-
-
Pensándote. No he dejado de pensar en Alicia, ¡pobre Mauricio! No nos la
llevamos bien pero él es un bacán y no me imagino lo que debe estar
sintiendo. Si yo que apenas los conozco me siento tan mal. Ella era
genial.
Si, era mi mejor amiga. Mauro está muy deprimido pero no lo demuestra,
ya no nos vemos, ¡Pobrecito! Pero es que es tan…
Sí, siempre me pregunté qué hacía una muchacha tan agradable como
Alicia con un chico tan serio y… no sé… ¿sabes cómo se conocieron?
No, realmente no sé, creo que fue en un bus o algo así – María Cecilia
comió un poco de helado, y pronto una luz iluminó su mente. Recordó
que Robinson dijo que prácticamente sería la próxima víctima de este
hombre. Lo miró bien y noto algo particular. Su ropa estaba en un estado
lamentable, pero él no. Sus uñas no tenían ni una pequeña mancha de
pintura y su manos eran tersas – sabes qué – retiró el helado -¿quieres
una cerveza?
Sí. Vamos. Yo invito. – la muchacha tuvo miedo, pero, como ella era muy
buena para disimular, no se le noto. - Conozco un lugar.
Está bien. Pero tengo que esperar a Andrés.
Bueno – el hombre dejó ver su decepción, no sabía qué hacer – y eso
¿por qué?
Tengo documentos importantes de la fundación – le mostró una carpeta
que de verdad contenía un trabajo universitario- esto es urgente, como
mañana no puedo venir tengo que dársela hoy ¡qué pesar! Sinceramente
estoy que me tomo un par de politas – rió estruendosamente como de
costumbre, se puso seria y le tocó la mano al joven- han sido muy difícil
estos días.
Sí te entiendo pero estoy aquí, junto a ti.
Andrés llegó y María Cecilia le entregó la carpeta fingiendo que eran los
documentos del juzgado de un caso de la fundación, aclarando que ella los tenía
porque estaba trabajando con la hija del asesinado. Él le siguió la corriente. Ahí se
dio cuenta que María C tenía sus dudas. La pareja salió del sitio y Andrés corrió a
tomar un taxi. Los siguió de lejos y estuvo frente al bar hasta que Rolando llegó en
un carro común, el Renault 4.
-
-
No podía dejarla sola hermano, que pena, ojalá no pase nada, no los
seguimos muy de cerca, no me deje ver, pero sin saber a dónde se
dirigían…
Tranquilo hermano, lo hizo bien. Ahora váyase parce. Yo daré un par de
vueltas.
Allí estuvieron unas dos horas. Marcos se tornaba tierno. Por dentro María Cecilia
quería estallar de la ira. De un momento a otro Marcos la besó ella aceptó, aunque
lo quería ahorcar. Salieron besándose apasionadamente de allí, María Cecilia le
soltó algo que le daría que pensar y lo haría buscar una orden superior:
-
-
No sé qué está pasando, creo que no es el momento – dijo intentando
deshacerse de la situación.
Lo sé. Yo también me siento mal. Pero siempre me has gustado. Eres
especial.
A mí también me has gustado siempre, pero… pensé que te gustaba
Alicia.
No – rio – primero no me metería con una mujer enamorada, segundo no
tendría problemas con un hombre como Mauricio ¡me mata! Y tercero
eres hermosa, tendría que ser ciego para no enamorarme de ti a primera
vista. Hablaba más con ella porque era tu mejor amiga y quería hacer que
ella nos uniera, soy muy tímido.
¿Sabes? Yo tengo unos amigos que me pueden ayudar a vengarla.
Tranquila – le tomo la cara y la beso- ¡la vengaremos!
Yo hablaré con mis amigos y te los presentaré.
Se besaron, pero María Cecilia sentía asco, Marcos por su parte estaba feliz,
pronto llegaría a su objetivo. Ella sacó una excusa para ir a su casa. Al llegar tuvo
que aguantar de nuevo los besos de ese hombre y sus manos tocándola con
morbo.
Entró, se sentía mal. Pensaba que si él era el culpable ella era una idiota que en
vez de matarlo lo único que se le ocurrió fue cogerlo a besos. Si no es el culpable
era una prostituta que estaba jugando con los sentimientos de ese hombre.
Además no podía dejar de pensar en su amiga, recordaba a Alicia y todas las
cosas que pasaron juntas. Se acurrucó al lado de la cama con un álbum de fotos y
lloro desesperada. No podía llamar a nadie, no podía salir, temía que la tuvieran
vigilada, fue una terrible noche.
Al otro día en la universidad contaba todo visiblemente afectada, estaba
inconsolable. Silvia le hizo señas a Andrés para que la abrazara y la tranquilizara,
él lo hizo. María Cecilia tomo de la mano a Silvia y lloró largamente. Después se
enteró de que no estuvo sola, Rolando la cuidó, eso la hizo sentir mejor. A los
pocos días contó de nuevo el suceso en la célula. Para a ese tiempo ya tenía más
información, aunque no tan valiosa como la de Robinson.
-
-
Ximena, déjame felicitarte por ese trabajo tan valiente y limpio.
Gracias – se sonrojó María Cecilia- pero ¿cómo sabemos que él fue? ¿y
si dice la verdad?
Pues te cuento que como le hablaste de los “amigos que vengaran la
muerte de Alicia” él tuvo que descuidarse. Fue a recibir órdenes. El
hijueputa es de la policía, y piensa que en tu desesperación lo traerás
aquí.
Y ¿Ahora?
De eso me encargo yo – Sentenció decidido Robinson.
Robinson esperó a su vez órdenes, pues un órgano superior de la organización
estaba investigando. Con la información de la célula y la que entregó el hombre
que tenía las FARC en la policía, ahora sabían que Marcos, o mejor, el oficial de
inteligencia de la policía Tulio Ruiz estaba dedicado a la “detección y
neutralización de estudiantes problema”, y varias actividades de Alicia habían
llamado su atención así que, aunque no tuviera pruebas contundentes, el oficial
pensaba que había encontrado una integrante de una célula guerrillera.
Estaba muy feliz alardeando de su misión a sus compañeros. En su afán por
resultados, y ante varios comentarios malos sobre su infructuoso trabajo, se
impacientó y decidió sacarle información a la joven cosa que, al parecer no sirvió,
puesto que su misión sería cerrada si no conseguía comprobar la existencia de la
estructura en un mes.
Carlos Antonio en persona envió órdenes de cesar actividades y estar atentos.
También prometió recapacitar la petición que Robinson le había hecho de ejecutar
al oficial de la policía. El mando se había negado por que ni las FARC ni el
marxismo leninismo están de acuerdo con la venganza y el atentado personal.
-
La organización tiene actividades guiadas a un fin: la revolución. La paz
con justicia social no se hace matando a la gente que nos hace daño.
Esto, antes que curar la herida o ayudar en algo, logra poner más
obstáculos en el camino – le habían dicho.
Sin embargo el joven Robinson alegaba la necesidad de desaparecer la única
persona que pudo haber encontrado pistas serias sobre la existencia de esta
célula guerrillera. Esto desconcertó a Ivonne que abiertamente dijo que querría
vengar a su amiga. Robinson le sonrió. Él también la quería vengar, estaba
ansioso, impaciente, deprimido y bastante enojado. Esto sorprendió a los
compañeros que lo conocían de varios años, Rolando le preguntó si sus
sentimientos estaban interfiriendo en sus decisiones. Robinson volvió al extraño
trance, como si se fuera lejos de allí.
-
No importa eso Rolando.
Claro que importa, ¿en dónde estamos si no podemos seguir el más
elemental principio del marxismo leninismo, si no podemos actuar por el
futuro, si estamos actuando por el pasado? Yo también la quería. Era una
niña a la que era muy difícil no estimar. A mí me ayudó con la muerte de
mi abuela hace unos meses. Hablábamos y fue la única que se dio
cuenta que estaba raro, fue la única que se me acercó, fue la única que
me abrazó – los ojos del chico se llenaron de lágrimas de tristeza, de
odio, de frustración- ¿No creen que cuándo lo ví entrar a la policía no
pensé que al salir le dispararía? ¡en un segundo hice el plan! sería
perfecto, lo mataría cerca a su casa por la noche. Nadie me vería. Pero
prefiero seguir luchando por las razones por las que ella entró en la
organización. ¿Recuerdan cómo hablaba de Bolívar? Le llamaba el
comandante Simón, así, sin más. ¿Recuerdan cuando hablaba del
Camarada Manuel? Las ganas inmensas de conocerlo, de dialogar con
él. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaba del futuro, de la
-
educación en los colegios, de la vida en el campo. ¡hay que luchar por
eso carajo!
Sí- intervino Silvia- pensé mucho en la venganza, y matar a los que me
violaron, los que mataron mis amigos, mi familia, los que nos torturaron…hizo una pausa sus lágrimas salían solas, Andrés apretó fuertemente sus
manos- pero debemos luchar para que esto no vuelva a ocurrir en
ninguna parte, ¡por eso hacemos parte de las FARC! Si es para
vengarnos simplemente hagamos una organización diferente, pero ésta
estará destinada a la muerte tanto física como intelectual, espiritual y
moral de sus integrantes porque no es un objetivo altruista lleno de amor,
por mucho que sea justo y deseable estará lleno de odio y el odio genera
injusticia y guerra, precisamente lo contrario de lo que deseamos.
“Cógela suave que ya tu sabes que el desespero no trae na’a, nadie se va afanar, hay que
saber actuar, […] oye te invito a que estés listo, oye te tienes que organizar, el avispero
ya, ya se va alborotar, […]”
Todos recapacitaron su actitud. Estuvieron de acuerdo con Silvia. Esperarían la
decisión del camarada Carlos Antonio, si decía que si lo ejecutarían, los
tranquilizaría pero tendrían que ser consientes que no era ni el medio ni el fin de
conseguir lo que deseaban, la paz. Si decía que no, no se frustrarían. Para Silvia
era mejor esa respuesta. Miró a Robinson, estaba tan mal, se acercó mientras
todos limpiaban el lugar.
-
-
-
Hola.
Francisca- sonrió amargamente
No te ves bien.
¿Sabes? Al principio ni la note. Cuando los estábamos vigilando notamos
a Carlos, Ximena y a ti, era difícil no verlos, tan activos, tan… no la vi,
sabía todo de ella pero no la veía. Incluso en las primera reuniones.
Siempre callada, obediente. Fue el día en que me preguntaron sobre mis
hermanitos, en aquel bar ella estaba allí, con sus grandes ojos – sonrió
embelesado, como mirándola en la distancia del tiempo, hizo una pausa,
se iba a parar, Silvia no lo permitiría, él tenía que desahogarse, no podría
quedarse con su tristeza para siempre.
Tenía esos ojos especiales, cada vez que yo la veía podía saber lo que
ella pensaba, pero a veces sentía como si ella escudriñara con ternura mi
interior. Era como si supiera todo, pero nunca fuera a juzgar.
Sí – suspiro, no dejaba de ver al techo- recuerdo que lo primero que sentí
fue eso. Esa noche me acerqué, la miré y le sonreí, tal vez un poco
coqueto, ella se sonrojó, pero no dejó de mirarme. Me gustó, le iba a
echar el cuento, así que empecé a observarla bien y me di cuenta que era
la niña más hermosa, aparte de ser la persona que estabilizaba el grupo.
Estaba esperando siempre ayudar, pendiente de si alguien se sentía triste
o feliz. Sus ojos se movían inquietos por toda la habitación, y en
segundos memorizaba todo y se daba cuenta de todo. Sabía escuchar.
-
-
Esperé al entrenamiento. En el campamento le dije todo. ¿Te acuerdas
que caminamos por la noche, después del baile? Estábamos así, tan
cerca, la besé, nos abrazamos y ese fue el momento… Después apareció
ese hijueputa- brotaron al fin sus lágrimas, él estaba tan lejos que no se
molestó en ocultarlo- Laura debió ser mía para siempre, yo la esperaba
desde antes.
¿Desde Cuándo?
Desde niño, y no hablo de almas gemelas ni nada parecido. Recuerdo
que yo era muy pequeño, solo pude ver oscuridad. Sé que era de noche
porque cuando mi madre me beso yo me desperté un poco y le apreté la
mano. Al otro día no estaba, se había marchado. Todas las noches
imitaba esa última escena.
Pasaron como tres años, ella llegó al colegio, la reconocí, estaba tal vez
más delgada pero era la misma, su mirada, no pienses que soy loco, su
mirada era como
la de Laura. Inquieta, feliz, amable. Todo lo
memorizaba, era como una niña. Fuimos al parque me regaló un carro y
se fue.
A los trece me enteré que la habían matado tres años antes, ella
simplemente estaba luchando por una sociedad mejor. La odie, o eso
creía, ¿Por qué me abandonó? ¿No me quería? ¿Qué había de malo con
criarme? ¿Por qué la mataron? Fue hasta ese día en el bar cuando Laura
posó sus ojos en los míos que entendí todo, en un segundo, no dijo
palabra alguna simplemente me observaba, sentí que me amaba.
Tal vez si estoy loco- se dispuso a organizar sus cosas.
Tal vez no, yo conseguí mi familia porque me parecía a la hermana de mi
papá. Tal vez eran el uno para el otro. Laura quizás debió cuidarse más,
o quizás tu debiste actuar más rápido, o… no sé hay un millón de quizás
que podríamos especular, pero – tomó su cara entre las manos, él se
sonrojó y miró tímidamente a Andrés sintiendo vergüenza y miedo de que
él estuviera celoso, luego miró a Silvia y encontró paz- lo importante es
que las lleves en tu corazón siempre, entiendas que tu madre está
contigo y Laura también. -El sonrió, se sintió mejor.
Esa noche, en su habitación, en la que había compartido tantas horas al lado de la
mujer que amaba, lloró. Pero dentro se sentía en paz, sentía que su madre y
Laura lo cuidarían por siempre, que vería sus inquietos ojos en todas partes, que
su tranquila mirada lo acompañaría, que estaría protegido y amado mientras las
recordara y las amara, pero saliera adelante y terminara la tarea que esas
especiales mujeres habían empezado.
“El amor abrió en tu pecho, inocencia […] y como un cóndor al viento te elevó con su
doctrina. Partiste revoloteando con alas tornasoladas, te cautivaba […] un hombre con
su mirada.
Caracol que vas andando adonde te la llevaste pregunta en sus oraciones la abuelita por
las tardes. […]
En bohemias de guerrilleros junto al canaguaro errante nos mirarás desde el cielo
prestando tu guardia de ángel. […]
Aves de corazón malo con un zumbido violento te alcanzaron, te asesinaron mariposita
del viento. Si mataron tu belleza, no mataron tu esperanza, hasta ese lugar del alma la
bala de un fusil no alcanza.”
Terminaron el semestre, Silvia y Patricia celebraban, tanto su cumpleaños
diecinueve, como sus buenos resultados en la universidad. Uno de esos
interminables fines de semana, estuvieron hasta las tres de la tarde en cada casa.
A las cuatro se encontraron en el parque del barrio donde vivía Silvia. Se
enteraron que habían condenado a la banda de atracadores por el crimen de
Alicia. Los chivos expiatorios.
Lo bueno es que salían estos ladrones de las calles y la familia de Alicia,
conformada por madre, padre y abuela paterna, obtuvo algo de tranquilidad.
Aunque condenar a estos hombres por violación, tortura y asesinato era muy
exagerado, no lo merecían, no lo habían hecho.
Estaban allí y se acercaron Carlos Mario y Robinson. Fingiendo que no los
conocían y en voz alta le pidieron a Diego, que estaba fumando, fuego.
Disimuladamente ellos les informaron que el camarada Carlos Antonio dijo que
Marcos no sería ejecutado, que la organización se encargaría. También había
una nueva reunión. En voz alta y pasándoles un papel, les pidieron orientaciones
para una dirección, la verdad les estaban mostrando día, fecha, hora y lugar de su
próximo encuentro. Todos lo memorizaron y Andrés le dio unas instrucciones
falsas, ellos salieron por donde se les indicó. Por el camino, usando el cigarrillo,
quemaron el papel.
La muerte cada vez muestra su peor faceta, el dolor es más amargo, nunca te
acostumbraras a esa horrible sensación, a ese sinsabor, al frío terrible de la
soledad, al espacio que deja el ser querido, a la melancolía, nunca aceptaras la
frustración, la tristeza y la rabia, nunca, nunca…y eso está bien, la aceptación trae
olvido, el olvido engendra temor, el temor mata el alma, tanto la del muerto como
la del vivo. Solo les queda la fortaleza, la energía y el amor, ahora tú eres el
bastón que sostiene a tus amigos en este momento tan difícil, ahora tú eres el
aliento que los mantiene fuertes y vivos ¿quién te ayudará a ti?
XIV
La metamorfosis a punto de
culminar
Alicia miraba las estrellas grandes en el firmamento y esperaba
impacientemente al hombre que amaba, que la hacía feliz. La luna se oculto
tras una oscura nube bloqueando su luz hermosa, su luz de esperanza.
La bestia aprovechó la oscuridad, se quitó su disfraz amigable, su máscara
de ser humano, mostró su naturaleza, su enfermedad que carcomió su alma
hace tanto tiempo y acabó con su mente sin misericordia.
Ella miraba el cielo incansablemente, dos estrellas titilaban
acompañándola. Su mente volaba lejos, su corazón estaba con su familia,
su padre enfermo, triste ¿quién lo consolaría? Su madre alegre, servicial
¿mantendrá su esperanza? Su anciana abuela cariñosa, amorosa,
comprensiva ¿entenderá el horror?
El dolor era intenso, pero su valor más. No habló, su fuerza provenía del
recuerdo de su apacible vida, de las remembranzas de los besos, de la mirada
y del calor de su amor, pero, sobre todo, de su fe en el futuro, de su certeza
en el triunfo del pueblo y de su esperanza en el Nuevo Amanecer.
Esta reunión era diferente. No habría instrucciones o misiones, solo les
informaban que tendrían que viajar al monte, nunca volvería, serían guerrilleros,
se tendrían que olvidar de sus vidas, de sus familias, de sus carreras, de sus
trabajos.
Ellos sabían que tarde o temprano el gobierno y sus sicarios los encontrarían.
Además las ganas de servir y de ayudar al alcance de la libertad eran más fuertes.
Tenían una sonrisa de satisfacción, de entusiasmo. Estaban nerviosos, ansiosos,
emocionados pero melancólicos. Esa tarde salieron a pasar, quizá, sus últimas
horas con su respectiva familia.
“A carajo usurpadores el pueblo no los aguanta, tanto va el cántaro al agua hasta que
un día se revienta, ya no sostienen las riendas porque perdieron la fuerza, un nuevo
jinete vienen a cabalgar en la yegua, […]
El pueblo está organizando las asambleas populares, el nuevo gobierno avanza en los
campos y en las ciudades, se está dando el requisito pa’ meterle a la ofensiva: los de abajo
no se dejan, ya no pueden los de arriba, […]
Las FARC se están preparando, afinan la puntería, tan que bajan, tan que pujan,
tan que cae la oligarquía, seguirá el pueblo ejerciendo democracia verdadera, pues los
ricos gobernaban dejando al pobre por fuera, […]
Hambre, desempleo, violencia, corrupción e hipocresía, serán cenicita y humo cuando
arda la rebeldía, se está dando el requisito pa’ meterla a la ofensiva. Los de abajo no se
dejan, ya no pueden los de arriba, […]
Pa’ la ofensiva me voy mamá, porque no quiero quedarme atrás, pa’ la ofensiva me voy a
ir porque no quiero verte sufrir, […].”
Alexandra tenía un hijo de tres años. Estuvo con él y lo abrazó hasta más no
poder. Lloró por su decisión, pero no se arrepentía, el país que quería para su hijo
no se hacía solo, si ella le deseaba un futuro mejor debía poner de su parte. Su
madre se preocupó, Alexandra que siempre le confiaba todo, no le pudo decir lo
de las FARC y su viaje, solo le pidió un abrazó, también a su hermanito, con el
que todo el tiempo peleaba.
Natalia era hija única, llegó y consintió a su madre, le ayudó, hablo con ella como
una adolescente, contándole de novios, sucesos y pensamientos. Al llegar su
padre le tenía la comida servida y leyó con él como cuando era niña. Ante el
asombro de sus ellos, durmió en la misma cama abrazándolos.
Carlos Mario se quedó hasta tarde oyendo los recuerdos de sus abuelos. Ellos lo
habían criado. Las ocupaciones habían logrado que el joven apenas los saludara.
Esto siempre lo hacía sentir culpable, pues al final de cada noche su abuelo
siempre lo esperaba despierto sin importar la hora, y al comienzo de cada mañana
su abuela siempre lo levantaba con un beso y un pocillo de café caliente. Sus
viejos, como él les decía, se quedarían con su tía pero sería muy doloroso, sin
embargo, sabía que alguien debería hacer el sacrificio.
Rolando pasó hasta muy tarde en la casa de su ex novia visitando su bebe recién
nacido. La muchacha, que desde antes de nacer el niño había terminado con él,
lo notó extraño y se asombró cuando al despedirse el joven la beso y le pidió
perdón por todo lo que la había hecho sufrir. La pareja se fundió en un fuerte
abrazo y un apasionado beso, ella quedó convencida de que volverían, que
equivocada estaba. Luego Rolando se fue adonde su madre, la pobre trabajaba
como aseadora en una empresa, era madre soltera que difícilmente había sacado
su hijo adelante, le pidió que vieran televisión juntos y durmió esa noche con ella,
la mujer se alegró de tener a su “bebe” cerca después de tantas noches de llanto y
preocupación.
Robinson fue al trabajo de su padre, no se habían visto desde hacía mucho
tiempo, se reconciliaron. El joven quiso dormir esa noche en casa de su
progenitor. Al llegar al apartamento los recibió Juliana y los gemelos. Él le pidió
disculpas a la mujer por el trato que siempre le había dado. Jugó con sus
hermanitos largo tiempo y bebió unas cervezas con su padre y madrastra hasta el
amanecer, hablando de todo, de su vida, de Alicia, de su dolor, de su niñez y de
temas sin importancia. El padre se sintió culpable pero orgulloso de ver que su hijo
era maduro y un gran hombre, Juliana se alegró porque por fin pudo entrar en el
mundo de aquel muchacho melancólico, apático, severo pero extraordinariamente
bueno.
Diego llegó al colegio distrital donde trabajaba su madre hace mucho tiempo. Ella
era una profesora y madre soltera que lo adoraba desde que nació. La abrazó, le
llevó una chocolatina grandísima y la invitó a comer. Pasaron toda la noche viendo
televisión, hablando, jugando y escuchando música.
Alejandro compró una gran pizza. Sus hermanas pensaron que estaba loco, sus
padres se preocuparon, y sus sobrinos disfrutaban de sus bromas. Pero al fin
pasaron una maravillosa noche, incluso le dio un gran abrazo a su hermana mayor
cuando el esposo llegó a recogerla, era extraño porque pasaron toda la infancia y
juventud peleando, pero esa noche él le demostró cuanto la amaba y le agradecía
por sus cuidados.
Ivonne llegó a su casa, hizo la comida y esperó que llegaran sus tres hermanos,
dos mayores y uno menor, y sus padres. Mientras cenaban, por primera vez desde
hace mucho tiempo ella, que siempre se sintió tan alejada de su familia y tan fuera
de lugar, se divirtió y habló de todo: la universidad, sus amigos, de Alejandro, de
libros, música y del proyecto de la fundación.
María Cecilia fue por su hermanita al colegio y por el camino compraron todo lo
que necesitaban para una fiesta sorpresa. Cuando llegaron sus padres todo fue
diversión, risa y mucho pastel de chocolate.
Andrés y Silvia alquilaron una película, hicieron pasa bocas y compartieron con
Raquel, Amparo, Patricia, Alejandro, Luz Mary y Miguel. Se divirtieron. Por la
noche, en la casa de Andrés, Raquel cuidaba el sueño de su hijo, como cuando
era un pequeño.
La que no podía dormir en la otra morada era Silvia. Se levantó y miró a Patricia.
La joven a la que le había confiado sus sentimientos, secretos y toda su vida. Con
la que compartía su cuarto. Podía verla hace años atrás saliendo de ese parque,
¡cuánto tiempo! ¡Cuántas alegrías y dolores! ¡Cuántos años compartidos! ¡Cuánto
amor!
Fue a donde Alejandro. Cada vez más se parecía a Francisco. Era fuerte él
también, aguantaría la tristeza de su partida. Recordó cada momento con el chico,
los juegos, el futbol, los computadores, los programas de televisión y sus abrazos.
Lloró a su lado. Cuando salió fue a ver a Amparo. La mujer estaba mirando por la
ventana las estrellas. Se abrazaron y estuvieron allí paradas, en silencio muchas
horas.
Al otro día saludó con un gran beso y abrazo a Luz Mary, esa anciana que se
desvivía por atenderlos, cuidarlos, mimarlos y ya los amaba como a su familia. La
mujer se preocupó, veía en el rostro de Silvia una expresión que conocía muy
bien.
-
-
Si fueras de verdad la hija de Carmencita no te parecerías tanto. Hoy
tienes la misma expresión de decisión, tristeza y melancolía ¿Qué
piensas hacer mi niña? ¿Estás segura?
Sí.
Sabes que te quiero mucho ¿Verdad?
Sí, yo también.
Días después, unos vallenatos de moda sonaban en un mal equipo de sonido.
Silvia compartía la silla de un viejo bus intermunicipal con Andrés. Unos puestos
atrás estaba Alexandra y unas sillas más adelante Carlos Mario. Fingían que no se
conocían, los únicos que viajaban “juntos” era la pareja. Todos estaban tristes,
pensaban en sus familias, pero estaban emocionados y con la confianza en la
nueva Colombia.
“A mis amigos del pueblo que me conocieron siendo parrandero, hacerles saber yo quiero
el por qué no he vuelto a parrandear, me fui a la Sierra Nevada porque he decidido
hacerme guerrillero y estoy con mis compañeros en el 19 frente de las FARC.
He tomado este camino porque considero justo y necesario que los pobres de Colombia
seamos quienes estemos en el poder, hombre por que ya está bueno tanta explotación
contra los proletarios y la lucha por ser libres es para nosotros sagrado deber. […]
A mi viejita del alma solamente pido que no se preocupe y como Clementina se llene de
orgullo y se arme de valor que nos apoye en la lucha para que el yanqui la patria
desocupe y para que derrotemos al oligarca cobarde traidor.
Nunca he querido la guerra, si ahora soy guerrero es por necesidad, guerra es lo que
quiere el gobierno y también algunos militares. José Prudencio Padilla defendió su
pueblo luchando en los mares, guerrilleros de la Sierra lo defenderemos con honor y
lealtad.
Y por eso guerrillero soy, soy guerrillero, empuño el fusil y al combatir lo hago hasta
vencer o hasta morir, por justicia y paz que es lo que quiero.”
La realidad nos impulsa a tomar decisiones difíciles, comienza a amanecer en la
noche de tu existencia y de esta amada patria, entregas tu vida sin
contraprestación y mucha valentía. Ahora viajas hacia la verde esperanza de paz.
¿Estás dispuesta a afrontar todos los sacrificios? ¿Entenderás las extrañas
pruebas del camino?
XV
¡Al fin, Francisca…!
El alba llega lenta pero
definitivamente
El sudor corría por su cuerpo oscuro, cansado. Los árboles y demás
vegetación impedían su paso haciéndolo lento y torpe. El peso que
cargaba era enorme y lo hacía pensar que iba a desfallecer.
Sin embargo, en esa tupida selva, las sombras desaparecían y la
tranquilidad lo cubría todo. Allí podía recibir la muerte con la
felicidad del deber cumplido.
Sus nuevos compañeros hombres fuertes, valientes, puros y limpios
eran su familia. Añoraría a su esposa, sus hijos, su madre, pero
haría algo más que simplemente hablar, iba a pelear.
Era un hombre sin nombre, pero claro que tenía un apellido:
Libertad.
Después de varias horas de camino llegaron a un pueblo. Allí esperarían a
Alejandro y a Ivonne. Andrés y Silvia se sentaron en una cafetería. Carlos Mario
se quedó en el lugar donde parqueaban los buses y Alexandra compró un helado
y fue a la plaza. Alguna gente los miraba con desconfianza, otros con curiosidad y
algunos con miedo.
Media hora después llegó la pareja esperada. Fueron al sitio donde salían los
expresos, carros viejos que se encargaban de viajar a las veredas. Allí tomaron
uno. El recorrido duró aproximadamente quince minutos. El auto viejo pero
bastante poderoso, subía por una difícil vía destapada, llena de barro y hecha, al
parecer por la propia comunidad, pues se notaba que era muy improvisada y que
los únicos medios de transporte que por ahí pasaban eran animales de carga y
estos vehículos.
Los pasajeros contaban su propia historia con solo verlos. De las doce mujeres
que había allí, cinco estaban embarazadas y cuatro eran niñas entre cuatro y ocho
años, las tres restantes eran ellas. Habían unos seis niños entre dos y ocho años y
el total de menores de edad, quince, mostraban signos de un grave maltrato físico,
incluso las que pronto tendrían un bebe, y tal vez, les darían un trato igual. Sus
ojos eran tristes. Cinco hombres completaban la lista de viajeros. Sus rostros
cansados, sus cuerpos doblados por la desilusión, sus manos endurecidas por el
trabajo mal remunerado que, a la vez, endurecía su corazón.
Los jóvenes se asombraban, sin decirlo, de la capacidad de carga del vehículo.
Todos iban como podían. Generalmente mujeres y niños iban adentro y los
hombres colgados de los lados. Un niño de nueve años le dijo a Ivonne, que casi
se caía, que se metiera que él se colgaba. La muchacha se sonrió, le dio un beso
y dijo que no se preocupará, que ella resistiría. Los demás infantes hicieron una
algarabía, el niño se sonrojó y los adultos sonreían, una distracción para sus
sufrimientos.
Silvia no pudo evitar recordar a Nacho cuando conducía el carro de Francisco, el
día en que se conocieron. También rememoró las “clases de conducción” que el
joven aprovechaba para tocarle las manos y percibir su perfume. Sonrió, y miró a
Andrés con sus grandes ojos verdes siempre comprensivos y amorosos, que
combinaban muy bien con este paisaje casi selvático, natural.
Llegaron al final del viaje, una pequeña casa de bareque que hacía las veces de
tienda. Allí los esperaban Diego, Natalia y María Cecilia en compañía de cuatro
muchachos más. María Cecilia, como siempre, los recibió en medio de felicidad y
algarabía.
Les presentó a los cuatro guerrilleros. Elías era un joven de unos quince años,
moreno de ojos negros pequeños y brillantes, flaco, pero fuerte, un poco tímido y
tal vez un tanto inocente; Camilo tendría unos veinte años, era lo contrario del
anterior, fornido y bajo, de grandes ojos cafés y muy animado; Andrea era una
pequeña indígena también muy alegre; y por último Darío, el comandante, un afro
descendiente, negro como le gustaba que lo llamaran, bulloso, talentoso,
simpático, y bastante bromista.
La gente de allí siempre andaba con miedo. Los únicos que los defendían y
apoyaban eran los de las FARC, estaban pendientes, les ayudaban con los
cultivos, los animales, los educaban, alfabetizaban y les daban atención médica.
Los campesinos comenzaron a ofrecer cervezas y a platicar con los muchachos,
abrazándolos y agradeciéndoles el sacrificio que esto representaba. Todos esos
humildes hombres y mujeres eran conscientes de las adversidades, las pérdidas y
el dolor que estos muchachos sentían y sentirían.
Todos les agradecieron, los chicos se sintieron mejor. El Negro se despidió y se
los llevó, pero estas palabras fueron un bálsamo para sus dolores y melancolías.
Aquel recibimiento fue la seguridad que estaban haciendo las cosas bien. Su
decisión era la correcta, la gente los necesitaba.
“Campesino, campesino, compañero, compañero, eres flor de los caminos, la vida de
nuestros pueblos, […] eres el mejor amigo, compañero, compañero, […] eres la mejor
montaña que ampara los guerrilleros, […].
Tú que riegas con sudor todo el campo a cultivar, siendo tan trabajador no te saben
valorar, tú que siembras con amor el verde de un cafetal, […] y te quieren mal pagar el
fruto de tú sudor, […].
Grito vive el campesino que es símbolo del trabajo y que padece el olvido del gobierno
colombiano, […] es de estirpe luchador, marcha, con razón protesta, […] ayer un
gobernador lo engañó con mil promesas.
Si te prestan pa’ trabajo te matan los intereses, pagas hasta cinco veces el valor de lo
prestado, y si el tiempo te hace malo se pierde la cosechita, […] pierdes también la
tierrita y el derecho a tu trabajo, […]”
Como cuarentaicinco minutos de difícil camino los llevaron a un campamento de
curso básico. Todo estaba embarrado. Esperaban algo un poco mejor, así que sus
caras mostraron algo de impacto. El Negro sonrió y paró unos metros antes de las
caletas.
-
Bienvenido a su nuevo hogar. El curso básico. No sé que van a hacer.
Aquí, en este lugar – mostraba el piso con su dedo índice- dejan su cama,
su casa, su mamá, su papá, sus hijos, sus comodidades, excusas,
sueños, carreras, todo. Estas cosas que les digo son válidas experiencias
y cosas para hablar en los momentos indicados, pero no quiero
autocompasión y que se arrepientan. Lo vieron, la gente los espera y los
apoya.
Diego será de hoy y para siempre Armando, Alejandro es Pablo, Ivonne
se llamará Claudia, María Cecilia Ximena, Andrés Carlos y Silvia se
murió, será Francisca.
Al oírlo se sintió nueva “Silvia se murió”, vio una tímida estrella titilar en un cielo
que empezaba a oscurecer.
-
“Mariana, desde hoy te llamarás Estrella, yo me llamaré Francisca. Papi,
ojalá dé verdadero honor a tu nombre”.
Pasaron y ya los esperaba Robinson y Rolando. Ellos estaban allí desde hace
unos días. Les alegró verlos, se saludaron efusivamente. Les entregaron grandes
maletas, que serían sus compañeras de ese día y para siempre, con el equipo que
necesitaban, sus uniformes y demás ropaje.
-
Si hubiera sabido que llegaban temprano no les hubiera ayudado con sus
caletas – bromeó Rolando mientras mostraba sus nuevas habitaciones.
Así pasaron su primera noche. Un poco incómodos, incluso Francisca, que ya
había tenido una experiencia similar. Al otro día y por tres meses recibirían su
curso básico junto a otros campesinos y unos pocos milicianos. Allí nacería
nuevas relaciones, compañerismos, aprenderían nuevas cosas y serían hombres y
mujeres de verdad, hombres y mujeres nuevos.
Para los citadinos el primer problema que se presentaba eran las labores físicas.
El manejo del machete se le facilitó a Francisca que pronto recordó, a los demás
les costó un poco aprender. Era bastante gracioso verlos cortar grandes troncos
de madera, el miedo y los machetazos sin dirección hacían que se demoraran tres
veces más. Lo mismo en lo referente al uso de azadón, hachas, cuchillos y demás.
Los campesinos pronto los ayudarían enseñándoles pequeñas técnicas que
facilitaban todo.
Llevar la economía y otros enseres por caminos inexistentes o pequeñas
estructuras de guadua vieja, mojada y resbalosa en cortos periodos de tiempo era
difícil, lo que se empeoraba con Camilo o El Negro gritándoles para que se
apuraran. No faltaba el que se caía o se resbalaba. Gracias a eso había sonrisas
por un rato.
Los animales e insectos los acechaban constantemente de mañana, tarde y
noche. Hubo muchos enfermos, todos fueron atendidos a tiempo, nada más dos
tendrían que quedarse más o menos ocho o quince días en la enfermería. Esta
posibilidad estremecía a todos, el que se enfermaba tendría que pasar más tiempo
en el campamento.
Una cosa que al principio les daba un poco de vergüenza era bañarse todos juntos
en la misma quebrada. Cuando ya se estaban fortaleciendo las amistades y se
pudieron desprender de la mentalidad enferma e irracional de la ciudad, este
espacio era muy divertido, allí podían bromear y desconectarse un poco de esas
duras pruebas, eso cuando les dejaban tiempo libre, generalmente tenían unos
pocos minutos para el baño y demás actividades de aseo.
Cocinar fue la prueba de fuego para todos. Era diferente hacer la comida para la
familia que para una compañía. La que había cocinado para el mayor número de
personas era una pequeña niña de dieciséis años que había trabajado desde los
siete en una finca. Ella era la cocinera de los trabajadores, más o menos veinte
personas.
Fallaron, probaron, se equivocaron y se volvieron a equivocar. Entre regaños y
castigos por fin lograron aprender a hacer todas estas cosas.
-
“Gracias Estrellita, ayúdame a la próxima también” pensaba Francisca
cuando creía que le estaba yendo bien.
Eso era lo más difícil. Nunca se les felicitaba por sus adelantos, pero se les
castigaba o reprendía fuertemente por sus fallas.
Acompañando estas labores físicas siempre estaban las intelectuales. Consistían
en cursos políticos, los reglamentos, leyes y
demás conocimientos que
generalmente venían en cartillas.
Notaron pronto que los campesinos no podían avanzar mucho, por lo que en las
clases El Negro y demás camaradas encargados de dictar los cursos tenía que,
pacientemente, explicar una y otra vez. Esto conmovió a Francisca que se daba
cuenta del gran trabajo que tenían los comandantes de formar a los hombres y, a
pesar de lo fuertes y exigentes que eran, comprendían estas cosas y se
demoraban el tiempo que era necesario. Esto lo comentó con Carlos y ellos dos
junto con sus amigos, se dispusieron a enseñarles y ayudarles a analfabetas,
tanto en esto como a leer y escribir, cosa que los distrajo mucho de sus
sufrimientos. Como era lógico los universitarios se destacaban en estos temas.
Esto ocasionaba que se les exigiera más. Estaban adelantando cursos y era muy
difícil seguir el ritmo que les exigía El Negro. Afortunadamente para Francisca y
sus amigos, esto había sido el pan de cada día.
Se volvieron muy cercanos todos los nuevos guerrilleros, todos estaban sufriendo
lo mismo y se sentían igual de mal. Incluso a Carlos se le salieron un par de
lágrimas de frustración. Ximena, a pesar de ser tan animada, el primer mes se le
veía mal, triste, callada y melancólica. Era muy difícil.
Pero había algo extraño dentro de todos y cada uno de estos jóvenes, sin importar
su nivel social o académico. En el momento límite, aquel en el que el cuerpo no
daba más, el sudor y el calor los amarraba a la tierra, la desilusión y frustración
los hacía llorar amargamente, una gran energía salía directamente del suelo
avivando el fuego de los corazones, curando sus heridas, despertando su alegría y
dibujando una sonrisa en sus rostros.
Estuvieron en el campamento hasta que aprendieron lo más importante. Un día
salieron de allí. Largas caminatas sin dormir y a veces sin comer. Solamente la
entereza y la fuerza del corazón de verdaderos y honestos hombres los harían
aguantar.
La selva comenzaba a hacerle recordar la experiencia cuando huyó de su casa.
Francisca sonreía pensando en lo graciosa que debió haberse visto hace unos
años, delgada, sucia y con una gran olla a su espalda. Algunos días después
descubriría que la verdadera selva era aún más difícil. Sin embargo, sus pasos y
los de sus compañeros ya no eran tan torpes. Pasaron los obstáculos y se dieron
cuenta que empezaban a subir. Su meta: el páramo.
Este fue un verdadero reto. Sus huesos se helaban y siempre vestían con los dos
uniformes disponibles. Lo peor era la noche, y ni siquiera se podían dar calor,
incluso a Pablo y Claudia, Carlos y Francisca y a un par de parejas más no los
dejaban dormir en la misma caleta. El frío de la madrugada los entumecía, los
sueños eran raros así que no dormían muy bien. El único calor disponible provenía
de sus grandes almas.
Los ponían al límite en cada prueba del entrenamiento, el desespero y la dificultad
era máxima. Les enseñaban a ubicarse en la selva o cualquier lugar en el que
estuvieran, en esto no se destacaba Ximena que se perdía “dándole la vuelta a un
árbol” según decía el Camarada Camilo en sus regaños.
Al poco tiempo y poniendo de su parte, todos este esfuerzo mostraba resultados.
Hasta el sentido de orientación de Ximena, si tenía alguno, mejoraba cada día
más. Esto logró que se comenzaran a entusiasmar. Cumplían sus órdenes a
pesar de lo difícil que eran y crecían, no solo como guerrilleros sino como
personas, pues se dieron cuenta que era verdadero amor al hombre que los hizo
tomar esta decisión.
Faltaban sólo unos días y Camilo, que los estaba comandando en el páramo, dio
la orden de bajar al campamento. Todos se emocionaron, y necesitaban ese
entusiasmo pues, a pesar de lo cansados y débiles que estaban, estuvieron en
marcha tres días seguidos, casi no paraban.
En esta larga travesía sucedió que hubo un momento en el que el Comandante le
preguntó algo sobre la cartilla que estaban estudiando a Armando y éste, que
estaba dormido pero caminando, le contestó:
-
Si mami, ¿Si ve eso?
Todos se rieron sin parar. Camilo, que en todo el viaje había sido tan serio, tuvo
que detenerse pues la risa no lo dejó continuar.
Esa noche acamparon. Se detuvieron en el atardecer. Hicieron sus cambuches y
Camilo consintió que las cuatro parejas compartieran. Los demás miraban con
malicia y hacían bromas al respecto. Pero estaban tan cansados y la privacidad
era tan poca que simplemente se abrazaron y durmieron viendo las estrellas. Sin
embargo ese momento era tan especial que agradecieron la decisión de su
Comandante.
Caminaron unos días más y llegaron. Camilo estaba feliz porque había roto su
record de regreso al campamento. Esa tarde hicieron sus deberes y pudieron
descansar. Al otro día recibieron su verdadero fusil. Dejarían aquel artefacto de
madera que habían tallado y pulido ellos mismos con esfuerzo. La felicidad de
recibir su arma era muy grande. Hicieron una gran fiesta, todo era risa y
satisfacción. Allí El Negro reconoció todos los esfuerzos, las virtudes y las
facultades de cada uno.
-
-
Carlos le veo un gran potencial, tanto político como militar, Francisca, su
capacidad de adaptación, de entrega a la gente, su convicción, sus
conocimientos políticos y lo recursiva e inteligente que es, le darán gran
avance en la organización. Robinson es gran militar, me asombra, pero
usted ya lo sabe, no es la primera vez que está acá.
Sí.
¿Hace cuanto se conocen? –preguntó intrigada Francisca.
Hace un poco, menos de un tanto – sonrió Robinson
Te saliste por la tangente como siempre – Francisca se notaba un poco
inconforme por la respuesta entre las risas de El Negro y Robinson.
Bueno Comandante Darío, ¿usted si me va a responder algo?
Depende Francisca, es muy curiosa.
Pues simplemente, si no le molesta, quisiera saber cómo llegó aquí.
Mire, fue hace unos años, yo soy del Chocó. Como usted sabe, mi pueblo
ha sufrido mucho, tenemos muchos recursos pero todo es saqueado,
vilmente robado, la gente vive en las peores condiciones, a pesar de que
el departamento aporta mucho al Producto Interno Bruto.
Soy abogado, he hecho trabajo comunitario hace mucho tiempo, he
estado pendiente de mi gente. Así que por la presión del pueblo me lancé
como alcalde de la ciudad, ni siquiera hice campaña –se rió- no tenía
presupuesto, solo un poco que me dio el Partido Liberal, y lo que reunía
la gente. Eso sí, disfruté de reuniones con todo mi pueblo, conocí muchas
personas –sonrió rememorando con algo de melancolía.
Para mi sorpresa fui electo. Comencé a hacer las cosas como se deben
hacer, lo que no le gustó a muchos, me hicieron un par de atentados,
hasta mis “escoltas” me intentaron matar. Yo viajé a Santa Marta
cumpliendo con mis funciones, allí me encontré con un amigo de infancia
que era concejal, él también estaba pasando por la misma situación.
Un día estábamos hablando de eso, teníamos un amigo en común en
Suiza, se había ido asilado pues vivió lo mismo, él sabía de nuestras
constantes denuncias y le había propuesto al concejal que pidiera asilo
que él nos ayudaba, me propuso que si nos íbamos y yo le contesté
“sabe qué hermano, váyase usted, yo me quedo aquí luchando por
nuestra libertad deme el agua donde me dé, pasé lo que pasé”.
Entonces se sonrió y me hablo de las FARC. Yo, como todos, no tenía
clara la idea sobre la organización, así que le dije mis dudas. Él dijo que
tenía una cita con un comandante en la Sierra, que si yo quería ir. Lo
pensé, y después de estar seguro que no me vería obligado a alguna
cosa, acepté.
Llegué allí, me gustó lo que vi y después de un par de veces más decidí
quedarme, sólo que había un problema, yo tenía treinta cinco, no podía
entrar fácil, sin embargo solicité mi ingreso, nada perdía.
El Secretariado estudió mi caso directamente, pues mi vida, con cada día
que pasaba, corría más riesgo. Recibí la respuesta afirmativa y aquí
estoy. Fue muy duro, yo era ya de edad y – soltó unas carcajadas – todos
eran jóvenes, mi cuerpo ya no era el mismo, pero lo logré.
Al otro día partirían a cada uno de los frentes que serían su nuevo hogar.
Afortunadamente para Francisca no la separaron de sus diez amigos. Comenzaba
su viaje entre risas, chanzas, trabajo y selva.
“Una lágrima dejaste en el rancho viejo, […] rodando en el rostro de una buena mujer
que te vio partir sin esperar tu regreso porque el guerrillero no promete volver.
Con un envoltijo de cosas necesarias, un cepillo dental y un viejo pantalón partiste a
un campamento junto a la montaña, donde muchachos guerrilleros te enseñaban a que
dieras los giros en la formación.
Ya sabes que es dura la vida en la guerrilla, […] sacrificio pa’ dar un futuro mejor a
un pueblo que no ha dejado que sus rodillas toquen el suelo a pesar de tanto dolor.
En tus horas de guardia baja la más bella de las estrellas a acariciar tu fusil y te
acaricia la frente la noche fresca como un beso que la madre naturaleza manda
remplazando a la que reza por ti.
Compañero nuevo guerrillero tu eres del pueblo alma y corazón, […] tú en las filas
como guerrillero y tu familia en la insurrección, son el binomio de oro que el viejo
Jacobo en Casa Verde invitó.
Ahora que ya estás en la guerrilla defiende la situación, […] un hombre nuevo sientes
que brota cual manantial en tu corazón, […].”
Francisca caminaba hacia un futuro nuevo por una ruta dura. Le alegraba trabajar
por el pueblo y para el pueblo. Sabía los retos que afrontaba, pero al mirar a los
ojos de sus compañeros, estuvo segura de una cosa: la Nueva Colombia estaba
cerca y todos y cada uno de estos sonrientes guerrilleros trabajarían por ella.
Hay un misterio que se oculta en las selvas colombianas. El pasado, presente y
futuro se funden en momentos. El tiempo y el espacio no existen, haciendo que el
mundo se torne extraño pero supremamente mágico. Volverán oportunidades que
creíste perder, perderás oportunidades que tenías seguras. El dolor en forma de
guerra te asechará, pero la esperanza y una energía natural siempre te ayudarán.
XVI
La verde vida
Atrás quedaban sus hijos, amigos, esposos, esposas, sus vivos y sus
muertos…
Atrás quedaban sus machetes, sus hachas, sus azadones, sus humildes
herramientas de campesinos, sus viejas compañeras que no quisieron
dejar…
Atrás quedaron ellos mismos, sus esperanzas y sus sueños, sus paisajes de
huertas, sus vacas, sus caballos, amigos incondicionales...
Delante tenían sus camaradas, compañeros, socios, socias…
Delante estaban el fusil, el explosivo, las granadas, sus fuertes
herramientas de guerrilleros, nuevas compañeras que el gobierno y la
injusticia los obligó a tomar…
Delante estaba el hombre nuevo, el sacrificio y los retos, paisajes tupidos e
inhóspitos de verde selvático, animales salvajes, soledad profunda…
Pasaban los días en aquel campamento, era más grande y cómodo. Nadie atajaría
a estos muchachos, sobre todo a Francisca, en su afán de perfección y búsqueda
del Hombre Nuevo que había dentro de ellos.
-
Para encontrarlo afuera, hay que buscarlo primero adentro.
Decía optimista y altamente emocionado Carlos en las horas culturales. Esta
faceta del chico ocasionaba sonrisas entre sus nuevos compañeros. Les parecía
gracioso cómo se apasionaba con un tema. Aunque al mismo tiempo sentían gran
entusiasmo y deseaban hablar con él sobre esto y aprender.
“‘Déjeme decir, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado
por grandes sentimientos de amor, es imposible concebir un revolucionario auténtico que
no posea esa cualidad’ Che Guevara.
Caleta, casita de guerrillero, refugio donde jamás entra el rencor, espacio donde el
tiempo se vuelve amor, dulce esperanza de un mundo nuevo. […]
Miro un guerrillero y una guerrillera que se dan un beso atizando el amor, ojalá las
guerras desaparecieran para en esa forma amarnos mejor. […]
Campamento pueblito de mi alegría, por tus calles grillitos de ilusión, se sienten pasos
de revolución de la libertad se escuchan melodías, […]
En el rancho rancha el ranchero contento, mientras que otros hacen aseo a fusil, los
centinelas están bien atentos, si van a atacarnos hay que combatir, […] “
Aparte de los conocimientos políticos, económicos, sociales y culturales, estos
chicos también se destacaban en tecnología, electrónica y otros. Armando con su
música y sonido. Pablo era muy hábil en video, cine y televisión. Claudia y
Ximena se habían convertido en unas expertas en informática y computadores.
Rolando también estaba metido en este cuento, su especialidad virus y romper la
seguridad de páginas, pronto se interesarían Natalia y Alexandra. Carlos Mario era
técnico electricista, así había pagado su carrera, y capaz de crear y arreglar
cualquier cosa al igual que Carlos, que tenía una gran capacidad con la
electrónica. Por su parte Francisca, que en su bachillerato no había sido buena en
física, se había obsesionado en esta materia, por esto se estaba destacando en
temas como hidráulica y la mecánica con ayuda de Robinson.
Pronto se verían capacitando a los demás compañeros, y no solo en esto sino
también en inglés y algunos otros cursos que el Comandante Ramiro les
encargaba. Francisca, Natalia, Claudia y Ximena se destacaban en esta materia,
sabían educar y tenían la paciencia adecuada, además eran bonitas, simpáticas,
graciosas y, a pesar de lo rudo de su entorno, no perdían la ternura y la suavidad.
Por esto su nueva misión los fines de semana era bajar a las veredas a educar a
la gente. Fue muy emocionante para las muchachas porque siempre las recibían
con los brazos abiertos, felices de que estuvieran allí y dispuestos a aprender.
Lo más importante era la alfabetización, aunque los cursos políticos también eran
impartidos. Se sorprendieron de la cantidad de gente que no sabía leer y escribir y
los niños que no asistían a la escuela. No se les había dado oportunidad alguna,
es más, ellos nunca supieron que ese era su derecho. Talento desperdiciado,
botado a la basura solo por el miedo que tienen los poderosos de que el pueblo
piense, se levante y grite “NO MÁS”.
Para Armando, Pablo, Rolando, Carlos Mario y Alexandra era más emocionante
lo referente a las brigadas de salud. Los últimos dos habían estudiado medicina, y
aparte de capacitar a sus compañeros que no tenían conocimientos como Pablo,
ayudaban a la gente en sus dolencias que iban desde una simple alergia, hasta
una hernia. Era escalofriante ver que casi todos los habitantes de la región
estaban desprotegidos en este aspecto. Cuando había brigadas, en ese tiempo
dos veces por semana porque lo permitían los factores de seguridad, la asistencia
era grande.
La gente venía de todas partes, incluso del pueblo a recibir el tratamiento que era
más fácil pues no necesitaban documento ni tramite alguno, rápido porque se
atacaba lo más pronto posible la enfermedad y barato puesto que todos lo que se
necesitaba era dado por las FARC, incluso elementos, medicamentos e
instrumentos y drogas quirúrgicas.
La vida cambia y en medio de las adversidades trae alegrías infinitas. Has visto
muertes, has dejado entre lágrimas a tu familia, te tocó afrontar la rudeza de la
selva y de la vida guerrillera. Pero estás haciendo lo que te gusta, estás luchando
por tu ideal coherentemente, esforzándote por la Nueva Colombia y su pueblo,
esto te llena de satisfacción el alma y dibuja diariamente una gran sonrisa de
infinita felicidad. Pero eres parte armada en esta cruel guerra ¿sabes lo que
significa eso?
XVII
El sinsabor de la guerra
Ese día vio a su esposo partir con su hijo mayor a la guerrilla. La verde
montaña se había llevado a sus abuelos, padres, hermanos, tíos, cuñados,
suegros, amigos…
El dolor que por décadas invadió su familia, el dolor de la partida, del
corazón roto, de la lejanía infinita, de la incertidumbre diaria, ese
monstruo volvía, devoraba sus almas, se alimentaba de los sollozos de sus
hijos, del suspiro retenido, de las lágrimas derramadas.
La oligarquía los empujaba de nuevo a la lucha, los hombres limpios y
valientes respondían como tenían que hacerlo, la guerra les arrebataba de
nuevo la vida, y sin embargo no perdían la esperanza de alcanzar la paz, de
volverlos a abrazar, de tenerlos en casa, de triunfar y ser felices.
En una de las brigadas de salud, paso algo completamente aterrador e inhumano.
Se estaba atendiendo un viernes. Por la cantidad de personas que se habían
presentado y un par de operaciones de emergencia, era más tarde de lo
acostumbrado. Una vieja grabadora, sintonizada en la Cadena Radial Voz de la
Resistencia, emitía un programa especial en medio de algo de ruido y estática,
distorsionando la voz del locutor fariano. Una apresurada guerrillera repartía café a
cuatro madres aún presentes y leche a más de media docena de bulliciosos
pequeños que veían, con emoción nerviosa, cómo la odontóloga, una insurgente
llamada Lina, le sacaba una muela a otro niño.
Francisca y algunos guerrilleros más estaban recogiendo las carpas que
componían el centro médico. Lo único faltante era la que servía como consultorio
odontológico y las cajas de medicamentos que estaban ubicados al lado de la ya
mencionada carpa. Un hombre al que le habían operado un brazo por un
accidente que tuvo, se dirigía con sus amigos y familia para adquirir su medicina,
el único que faltaba por atender, era el pequeño que asistía a odontología.
Francisca cumplía con su deber, se alejó un poco y se entretuvo mirando a un
niño de cuatro años, estaba sonriendo y jugando. Pronto esta imagen cambió. Un
fuerte ruido hizo que girara su cabeza, su cara se palideció y su gesto era de
terror.
Los guerrilleros abrían fuego hacia un caño cercano. Rolando y el resto de
insurgentes comenzaron a proteger los civiles. Francisca se terció el fusil, levantó
al niño con un solo brazo, con la otra mano cogió, como le fue posible, tres
pequeños más y guió a las madres a unas trincheras que ellos habían cavado
para estos casos. Al dejar el infante, no pudo evitar recordar cuando metía a sus
hermanitos en aquella bodega de la carnicería.
-
Mi papá está afuera- lloraba el niño.
¿Quién es tu papá?
El señor que se accidentó.
Quédate aquí, ya lo traigo, no llores ¿Me lo prometes? – miro a su
alrededor, los niños no dejaban de sollozar.
Se fue dejando su corazón allí. Al mirar atrás varios guerrilleros habían tomado
posición defendiendo aquel lugar y le hacían señas para que se devolviera. Unos
metros más allá encontró otra trinchera. Dos civiles estaban allí, ninguno era el
padre del pequeño. También encontró a Pablo.
-
¿Dónde está el señor que operaron?
¿Qué?- pregunto desconcertado Pablo- creo que iba a recibir medicina.
Pablo, dejé todo, cerca a la odontología. Medicamentos, instrumentos,
¡todo!
¡Vamos!
En ese momento se sintió fuego enemigo. Los guerrilleros volvían a disparar.
Francisca sin pensar fue a la trinchera cercana, la última, el hombre no estaba allí.
Una mujer y una niña lloraban imparablemente mientras Alexandra las intentaba
consolar. La guerrillera miró a Francisca.
-
Vieron morir a unos vecinos.
¿Quiénes?
No los conoces, no asistían a las clases
¡¿Quiénes?!
El señor que Carlos Mario opero de un brazo y los que lo traían. Están a
pocos metros de aquí, no se alcanzaron a meter a la trinchera.
¡Mierda!
Recordó la mirada del niño. Ya no podía hacer más. Ahora tenía que pensar en los
vivos y en sacarlos de allí. También estaba preocupada por los insumos médicos,
todo estaba muy cerca al caño de donde venían los tiros enemigos. Al ver atrás
Pablo estaba allí.
-
¿Nos vamos a quedar aquí? Me hubiera quedado en donde estaba.
Vamos
¿A dónde? - Preguntó Alexandra
A recuperar todo lo del hospital, lo dejamos cerca a la odontología. –
contestó Francisca
Yo voy también
¡Vámonos! – gritó impaciente Pablo.
Se deslizaron hasta allá, acercándose al fuego enemigo. Encontraron todo y, con
ayuda de otros dos guerrilleros, comenzaron a retirarlo, primero lo importante:
medicamento e instrumentos caros. Francisca llevaba la última caja cuando oyó
un suave gemido saliendo del consultorio de odontología. Entró, era Lina, estaba
tirada en el piso. Francisca se arrastró hacia ella.
-
-
Lina.
¡Quiubo! - Contesto rápidamente. Sus ojos llorosos se veían felices y
satisfechos- el niño está ahí- señaló una roca, el pequeño se asomó
tímidamente- yo no alcancé.
No importa, creo que por ahí hay suero, ¿qué siente? ¿qué puedo hacer?
Ya nada Francisca.
Hay gordita, usted y sus maricadas. No sea terca, venga…
En la redonda cara de Lina se dibujó una gran sonrisa, de esas que ella sabía dar
y llenaba de alegría todo su entorno. Luego, en sus ojos fijos, solo quedaba esa
extraña mancha blanca que deja la muerte cuando se lleva la luz de la vida. Era
extraño, la muerte no lo acababa todo, no lo arrasaba todo, donde hubo vida
siempre quedaba algo.
La dejó allí, con mucho cuidado. Llevó al niño a la trinchera más cercana. Los
muchachos que estaban respondiendo al fuego habían logrado hacer retroceder a
la tropa del ejército, llevándolos hacia un anillo externo que se acercaba a la zona
de combate. Este era el golpe final de aquella batalla. Ambos cercos se venían
encima del ejército que, aunque más numeroso, no pudo combatirlos.
Los que se quedaron en el campamento se disponían a evacuar. Varios se
llevaron una sorpresa enorme cuando encontraron a un grupo de guerrilleros,
entre ellos Francisca, Natalia y Rolando empacando lo de odontología. Pablo,
Carlos Mario, Armando y otros ya estaban evacuando el hospital y Alexandra,
Ivonne, Ximena y demás muchachos, sacando los civiles. Francisca sintió que le
halaban del pantalón, volteó, era el pequeño.
-
¿Dónde está mi papá?
No te pude cumplir mi amor.
¿No? – dijo suavecito
¿Alguien te conoce?
-
Sí -se dirigió a una mujer y la abrazó. Era la tía, quien miró a Francisca
tristemente y le dio las gracias por intentar salvar a su hermano- ¡Mi papa!
– empezó a llorar el niño fuertemente.
Se alejó, ya no podía escuchar el llanto, y sin embargo lo sentía adentro, no tanto
en su cerebro, sino en el corazón. Todo el camino de regreso al campamento tubo
ganas de llorar. Al entrar en él se sentía más segura, mucho mejor, pero su
corazón estaba mal, su voz no salía. Los ahí presentes estaban enterados del vil
ataque del ejército. Todavía no salían del asombro.
El comandante encargado, quién dirigía la misión médica, o sea Rolando, y
cuanto tuviera un grado de poder, fueron llamados inmediatamente. Después del
autorizado y bien merecido baño empezó la hora cultural. Carlos abrazó a
Francisca, pues se veía muy mal. Un rato después, sorpresivamente, fue llamada
a la reunión.
-
-
-
-
“Estrellita, ahora sí la embarre. Por favor ayúdame para que esto no pase
a mayores, me he esforzado mucho”.
¿Qué paso mamita? – preguntó notablemente preocupado y molesto el
comandante.
Pues camarada Ramiro, con la novedad de que cuando íbamos a
terminar la brigada y estábamos recogiendo todo, pues se abrió fuego.
Primero fueron los muchachos y después fuego enemigo. Como por cinco
minutos…
Yo sé todo eso. Lo que quiero que me cuente es que hizo usted.
Cagarla comandante – dijo ante el asombro de todos y unas tímidas
sonrisas- se me olvido todo. O no, no se me olvidó. Sabía que tenía que
defender la población civil e ir al combate. Lleve unos niños y no sé –
comenzó a llorar aunque intentaba impedirlo- después uno no encontraba
a su papá y luego solo pude pensar en los equipos y yo…- hizo una
pausa en un intento infructuoso de retener el llanto que ya le había
mojado toda la cara- yo le dije a varios que me ayudaran, y encontramos
más personas… pero…bueno y a Lina también la encontramos….y… yo
seguí…y… no pude ni dar un tiro…y yo…
O habla o llora- Sonia, la socia del comandante Ramiro, le pasó un
pañuelo y le ayudó a sentarse- ¿por qué no fue a combatir?
Porque yo fui a buscar el señor ese y supe que lo mataron, y luego
estaba en peligro los medicamentos y demás insumos… y yo… estaban
en la línea de fuego… solo quería quitarlos y protegerlos y… luego Lina…
y tenía un poco de miedo…estaba muerta del miedo y …
¡Ya! – la calló Ramiro, se quitó las gafas, cerró los ojos y se los frotó usted me cae bien, pero tenía unas órdenes claras y precisas. Uno no
puede pasar por encima de las órdenes Francisca. Yo tengo que
castigarla, esto es desobediencia- dejó salir una sonrisa, como si la
hubiera retenido hace tiempo- aunque tengo que admitir que su actitud
me sorprendió. En esa difícil situación, cagada de miedo, arrastrándose
prácticamente usted planeó y ejecutó la evacuación de toda la brigada.
-
Ya hablé con sus compañeros, estoy aterrado y la felicito. Aunque eso no
le quita el castigo. Mañana la quiero cavando trincheras medio día. – se
levantó, le hizo señas a Sonia para que se quedara con la muchacha y se
retiró de la oficina con los demás.
Ya Francisca, tranquila- la abrazó Sonia. Una hermosa, baja y fornida
mujer de campo que hace doce años pertenecía a las FARC- a todos nos
pasa algún cacharro el primer combate. Una cosa es practicarlo y otra
diferente es estar ahí con los chulos encima. Yo me fui de culo a un
hueco, me emparamé toda y ni siquiera me podía salir – sonrieron ambas
mujeres. Sonia le dio un café- ya para la próxima china. No importa, ahí
va aprendiendo cómo es la acción y poco a poco va cogiéndole el tino.
Al salir de ahí estaba más tranquila. Todos le preguntaban qué había pasado, ella
contó que la habían castigado. Pronto comenzaron a hacer apreciaciones
personales y a contar todo lo sucedido. Como siempre, las anécdotas chistosas no
se hicieron esperar y las intervenciones características de Carlos, que no estuvo
en el combate, harían reír a borbotones a todos. También recordaron a los dos
muertos contando varias historias de sus vidas.
Por fin se fueron a la caleta. Allí Carlos y Francisca hablaron largamente, ella pudo
sentirse mucho mejor. A la hora de su guardia miró fijamente las estrellas, le
dedicó un verso a Lina y a todos los que fallecieron allí, sin importar que fueran
militares, y pudo recibir el aire fresco de la madrugada que calmó el dolor causado
por la horrible guerra.
Hubo otra emboscada quince días después. El saldo fue cuatro militares muertos,
diez heridos, nueve armas, munición y equipo de comunicación recuperados,
aunque tuvieron que enterrar otro compañero y atender cuatro más de gravedad.
Esto era bastante raro. El ejército no se atrevía nunca a entrar, pero ahora lo hacía
para dar golpes contundentes. No hubo patrullajes, inteligencia, nada extraño, y
sin embargo habían logrado ubicar y atacar dos misiones importantes ¿Cómo?
Tenían que ser realistas. Había un sapo y tenían que encontrarlo rápido antes de
que esto empeorara.
Se buscó tanto adentro como afuera. Afortunadamente no se logró detectar ningún
traidor en las filas guerrilleras. El desastre estaba afuera, un campesino de treinta
años, miembro de una familia que se había destacado desde hace décadas por su
lealtad a la organización, tenía algo que esconder, debía ser investigado.
Milicianos pasaron información de que contaba con mucho dinero los últimos días.
Al muchacho le gustaba las cervezas y las apuestas, así que en el pueblo estaban
extrañados de que últimamente apostara grandes sumas de dinero y, casi todos
los fines de semana, estuviera tomando hasta tarde en los billares a un par de
cuadras de la estación de policía.
Un domingo Francisca estaba en la escuela y vio a la esposa de aquel hombre.
Vestía elegante, había ido al salón de belleza y casi no hablaba con nadie. Ella
escucho con atención la conversación de dos mujeres mientras organizaba sus
documentos y esperaba a más campesinos para iniciar las clases.
-
-
-
-
Mire a la hijueputa de Fabiola. Ahora no saluda la malparida porque esta
peinada, maquillada y emperifollada. Ahora se cree más que los demás y
una la conoció pata al suelo como una
Pero le tocó volver a hacer oficio. Transito, la viejita de allá por el
desecho, ahí a quince minutos de doña Carolina, dijo que allá no volvía
de empleada, que la gritaba y todo.
¿Dónde conseguirán toda esa plata?
Yo no sé. Estarán robando o quién sabe qué. Porque Roberto no sale
sino hasta la tarde, ya ni trabaja en la finca y la tiene toda bonita. Solo
sale al billar y juega y apuesta. Por muy bueno que sea uno en eso de las
apuestas, no se mantienen de eso.
Y viera las onces, Marielita, mi hija, me dijo que los hijos tenían dizque
loncheras, de esas que se usan en la ciudad, y traían disque una bebida
una maricada como de chocolate que se llamaba Milo y otra sustraen,
susta… yo no sé qué, eso de ricos. Andan con zapatos nuevos y
muñecos raros.
Siguieron hablando, pensando que nadie las oía. Francisca al llegar al
campamento le contó todo al comandante. Después de varios días se dieron
cuenta que era verdad. Mientras tanto los milicianos informaron algo raro. Roberto
había jugado billar un jueves hasta las tres de la mañana y estaba apostando con
unos policías. Lo extraño de esto era que había un nuevo oficial que escribía o
dibujaba al mismo tiempo que el sapo hablaba. A los tres días todo estaba
confirmado. El hombre viajó a la ciudad cercana, reclamó una plata en el batallón
de allí e hizo mercado.
“Más ojos que cara, nalgas escurridas, […] lengua larga y brava, barrigota fría. El
sapo espiaba ¡huy! Tremendo espía, […] de noche y de día siempre en eso estaba.
Cuando algo pasaba lo presentía, […] el sapo brincaba y la bocota abría, […] lo que
oía tungalalá, lo que veía tungalalá, lo que olía tungalalá, lo que intuía tungalalá.
Recogía y llevaba pa’ la policía, […] cuando no bajaba era que subía, un lunes
cobraba en la sapería, […] pum, pum sonó bala y el sapo moría, allá en la charcada la
bola corría, […] porque la matada por sapo seguía.”
Después de esto el ejército mató unos campesinos, todos asistían a las clases y a
las brigadas de salud. Fueron pasados como “guerrilleros dados de baja en
combate”, al mando del Comandante Ramiro y su “Compañera sentimental alias
Comandante Francisca”.
Ambos aparecieron en el noticiero por medio de dibujos mal hechos y los hacían
pasar como si tuvieran gran importancia: “él es un comandante muy cercano al
Mono Jojoy y reemplazaría, en caso de muerte, a uno de los miembros del
secretariado”, “ella es una de las dirigentes de finanzas del Bloque Oriental y
directora de las estructuras guerrilleras en varios municipios de Cundinamarca y
en Bogotá”.
Allí apareció el oficial de la policía Tulio Ruiz, o como lo habían conocidos ellos,
Marcos, diciendo una cantidad de mentiras: “Sí, yo estuve a punto de atraparlos,
les dimos de baja a varios de sus hombres en la ciudad, pero yo no me imaginaba
que alias Francisca fuera la compañera sentimental del criminal ese del Ramiro,
es una unión casi diabólica.”
Pasadas las risas y las bromas al respecto, pues todo esto causó una gran
algarabía, las cosas se tornaban mucho más serias. Se hizo reunión de
comandantes y se llegó a una determinación. Este sapo era muy peligroso, no
tanto para ellos, porque había comprobado su desconocimiento total, sino para la
gente. Demostraba cínicamente que podía poner en riesgo a los campesinos
inocentes que habían sido sus amigos toda la vida.
-
-
-
-
Mi amor – dijo Ramiro en broma a Francisca – la embarró que día, la
cagó. Hoy tiene una orden que obedecer. No me vaya a decepcionar,
¿oye? ¿Confío en usted? ¿quiere hacerlo? Porque sé que puede hacerlo.
Sí Camarada.
¿Seguro? Es muy difícil, sobre todo que usted está muy biche, es una
decisión nueva, difícil y terrible.
Yo – suspiró, lo miró con temor e impaciencia- sí puedo hacerlo.
Bien. Pues vamos a hablar con la familia de Roberto a la que respetamos
y queremos mucho, pero, Francisca los sapos mueren aplastados.
Sí.
Hoy no va a la escuela, el mal parido va a ir a donde doña Olga, la mamá.
Todos van a estar ahí. Hoy mismo por la tarde tiene que pasar todo.
Francisca, no en frente de los familiares.
Sí.
Llévese veinte muchachos, los va a comandar, y va con Rolando. Por si
acaso, si no puede… bueno ya sabe, le voy a dar orden a Byron que lo
haga.
Bueno.
El comandante le explicó todo acerca de la familia. Le contó que varios tíos, los
abuelos, el padre y el hermano mayor del sapo, habían sido grandes luchadores
de las FARC, la Señora Olga también había colaborado y toda la familia era muy
cercana y fiel a la organización, hasta ahora. Luego le dio la misión que tenía que
realizar.
-
Nada nos prepara para esto, pero estamos para defender al pueblo. Es
decepcionante que Roberto nos allá traicionado así, después que sus
abuelos, padres y hermanos han sido tan cercanos, pero peor que sea
capaz de matar a su propia gente. Por eso no se debe pasar por alto
nada. Usted puede. Pero se sentirá mal. Es diferente un combate en el
que uno supone que mató gente a hacerlo así nada más. Este tipo de
misiones requieren otro tipo de fuerza para reponerse, y aun así, uno
nunca se recupera del todo. Pero hay que enfrentar la realidad y saber
que hay gente que vende su conciencia por dos pesos y hay que realizar
las acciones correctivas antes que los resultados sean fatales.
Llegaron a la hora precisa a la pequeña finquita. En ella estaba doña Olga, sus
seis hijos, sus cuatro nueras y dos yernos y como quince niños entre los seis
meses y doce años. Francisca iba comandando el grupo. Cualquiera estaría feliz,
Francisca no, ella no dejaba de pensar en lo que tenía que hacer, en proteger a la
comunidad y en no decepcionar al comandante Ramiro.
Llegaron y su corazón saltaba, sus mejillas estaban coloradas y sus manos
sudorosas. Dieron unas vueltas para seguridad. Algunos se quedaron fuera en
puestos estratégicos y entraron solo cinco. Una mujer, hija de doña Olga,
reconoció a Byron.
-
Hola compañero. ¿Quieren sancochito? Queda todavía algo de almuerzo.
No teresita – dijo el hombre al ver que Francisca no hablaba y estaba
mal, pensó que él tendría que ejecutar la orden. Le daba ternura verla y
sabía por lo que estaba pasando- de pronto una limonadita o un juguito –
dijo alargando un poco la conversación para que Francisca tuviera más
tiempo.
Los invitó a pasar a una sala grande donde estaban almorzando. Los recibieron
felices, pero Roberto estaba pálido. Francisca en un segundo recordó todos los
muertos, los campesinos, sus compañeros, incluso los policías y soldados, todos
habían fallecido por culpa de ese miserable. Roberto, como el que la crió, tan
egoísta como él, sería la oportunidad de matar su pasado por completo.
-
-
-
¿Qué hacen aquí? – dijo doña Olga con felicidad.
Pues venimos a aclarar una situación. Pero…- Byron miró a Francisca.
Ella sintió unos nervios extraordinarios, apretó la mano de Rolando, la
soltó y le hizo señas afirmativas - que Francisca les explique.
Usted apareció en el noticiero- dijo doña Olga inocentemente
acomodando sus viejas gafas, Francisca sintió tristeza- ¿Ramirito terminó
con Sonia?
No, una mala información, yo tengo mi propio compañero.
¿Por qué dirían una cosa tan descabellada?
Eso vine a preguntar ¿Roberto, por qué dijo eso? – el hombre cayó
sentado e intentó negarlo todo ante la mirada aterrada de toda la familiano niegue nada, lo vimos en la sapería de la ciudad, hablando con los
policías, dando nuestras descripciones.
-
Mijo – interrumpió la mujer tristemente con los ojos llorosos- ¿de dónde
sacó toda la plata? No fue un negocio ¿cierto?
¡Maricón que hizo! – gritó Julio, su hermano mayor- diga todo, por respeto
al alma de nuestros abuelos y de papá, por respeto a mamá y a todos los
que estamos aquí ¡hable hijueputa!
Roberto explicó todo lo que había pasado y dicho. Los policía se le había
acercado una vez en la ciudad. Ellos sabían que la familia había sido fiel a las
FARC. Primero lo amenazaron con matar a su familia, pero también le dijeron que
si colaboraba a las buenas podrían pagarle. Lo consultó con su esposa y llegaron
a la conclusión de hablar un poco. Así que él, como no sabía casi nada, dijo
algunas cosas sin sentido. Luego llegó el dibujante y el dio varias descripciones,
sobre todo de campesinos, no pensó que los matarían, le dijeron que los iban a
encarcelar.
Las mujeres lloraban, los hombres estaban furiosos. Pronto la madre llamo a la
pareja y los abrazó, ella presentía lo que iba a pasar.
-
-
-
-
-
Compañera –dijo la anciana con ojos llorosos- perdónelos.
Sabe que no puedo hacer eso – respondió con ternura Francisca- por él
murieron muchos, él mató a muchos – todos lloraron un poco y el hombre
se arrepintió.
Por favor comandante, por favor, usted tiene familia – lloraba Roberto.
Si y por su culpa estarán preocupados- pensó en lo que debió sentir
Amparo y sus hermanitos al verla por el noticiero- de pronto los puso en
peligro de muerte. Los mataran como mataron a sus amigos y vecinos.
¿Qué van a hacer los niños sin padres?
Tranquilo, si su mujer se porta bien de ahora en adelante y no sale del
pueblo, pues tendremos en cuenta esto. Por el momento solo me queda
disculparme con todos, sobre todo con usted doña Olga, no la conozco,
pero es una gran mujer. Perdónenme.
Mija – dijo la anciana viendo una gran ternura y un arrepentimiento
sincero en sus ojos de la joven- yo la perdono, pero me duele – lloró. Sus
hijos e hijas se acercaron y abrazaron a su hermano.
Tranquila compañera- dijo Julio llevando a su hermano al frente de ella y
abrazándolo- los entendemos, los perdonamos.
Dejaron que Roberto se despidiera de sus hijos. Francisca nada más podía pensar
en que el dinero era algo horrible. La gente mataba por él, pero si hubiera paz,
educación, justicia social y oportunidades para todos estas atrocidades no
pasarían.
Caminaron un poco fuera de la finca en silencio. Los veinte guerrilleros que venían
con Francisca le miraban la cara, se preguntaban si sería capaz de ejecutar la
orden.
-
Bueno – suspiró mirando a los ojos de Roberto, él se puso a llorar y a
rogar- uno debe ser responsable de sus actos, pero a veces se debe
hacer responsable de los actos de los demás ¿por qué me obligó a hacer
esto?
El hombre quedó impactado, no solo de las palabras de la joven, sino de los sus
ojos, seguros, tristes, alejados, adoloridos. Ella se terció el fusil a la espalda, saco
su revólver, apuntó, su pulso no estaba muy bien, cerró los ojos tomó aire los abrió
y disparó. Pudo ver la figura caer al frente suyo. Se acercó, disparó tres veces
más, hasta que Rolando la tomó por la espalda y la abrazó. Ella guardó su arma,
se giró y se aferró a su amigo, las piernas no le respondían, sentía que se iba a
caer y que se le desgarraba el corazón. ¿Cómo había personas que podían hacer
esto y mucho más sin pensarlo siquiera?
“Siento que mi pueblo sufre y que me necesita, me llama y voy porque no puedo hacer lo
contrario, lo hago a conciencia y mis pasos son muy voluntarios, solo me obliga el deber y
eso es cosa bonita.
Voy al campo de batalla a cumplir con la cita, voy dispuesto al sacrificio que sea
necesario, el sacrificio es el fuego que le purifica el alma y el corazón al revolucionario.
El revolucionario, dijo Jacobo, lo dijo y siempre lo practicaba, es quien está dispuesto a
darlo todo, a darlo todo a cambio de nada, [….]
Lo que a la lucha nos empuja es el más hermoso ideal y es con la fuerza de esa moral que
vamos a triunfar sin duda.
Es la moral que por dentro lleva el guerrillero, y es eso lo que no tiene, no tienen el
soldado, que cuando viene a pelear lo hace siempre obligado, o se ha dejado comprar y
pelea por dinero. Algunos hacen lo que hacen pero es engañado, pero en ninguno hay
amor ni valor verdadero. Ni con tanques, ni helicópteros, ni bombarderos, evitaran que
en la guerra caigan derrotados. […]”
Así es la vida. Se va madurando poco a poco, de golpe en golpe, de risa en risa,
de llanto en llanto. A nuestro lado siempre están todos los amigos, compañeros,
hermanos, gente que nos ama verdaderamente dándonos su apoyo incondicional,
una sonrisa amable o un abrazo desinteresado.
Estás dispuesta a darlo todo por La Revolución, La Patria Grande y El Socialismo
sin esperar nada a cambio, segura de tus decisiones y acciones. La vida es dura,
la selva es verde, tu corazón es fuerte ¡cuán largo y extraño es el camino a la
libertad!
XVIII
La emboscada
Las manos sudan, el tiempo pasa lento, el calor se apodera del cuerpo, la
tensión domina los sentidos, el corazón late a prisa, el afán no deja
espacio al temor, el entrenamiento no deja entrar la duda, y la convicción
y el amor marcan el camino hasta el triunfo.
La carretera está desierta, el viento acaricia los rostros, el polvo gira
haciendo pequeños remolinos y las mariposas se posan en manos y caras
dando besos de esperanza y compartiendo sus secretos de libertad.
El viejo cóndor avisa, los ojos penetran lejos, dirigiéndose a las
polvorientas calles detrás de las verdes praderas. Viene la bestia, su aliento
a muerte se siente, sus pasos destructores se escuchan, las margaritas lloran
y mueren en su trayecto, los animales huyen los inocentes fallecen.
Se acerca, el espíritu vuela, la fuerza se condensa en los cuerpos valientes, el
arma se alista y la guerra empieza. Sonidos sordos, gritos aterradores,
canto de fusiles, melodía de granadas y… silencio, silencio…se siente el
sinsabor del triunfo en la guerra… sangre, sangre…la tristeza de la
pérdida…brisa, brisa… la esperanza de libertad y paz.
Después de este suceso Francisca no pudo volver a las veredas ni al pueblo. Su
actividad estuvo restringida al campamento y labores de patrullaje. Seguía
creciendo en la organización y Sonia y Ramiro comenzaban a ayudarle para que
se convirtiera en un mando. Otros que estaban en la mira para los próximos
cursos de comandantes eran Carlos y Robinson. Las cosas seguían normales,
hasta que los milicianos llegaron con información sobre movimientos del ejército,
la policía y posibles paramilitares. Extrañamente llamaron a la reunión a Carlos.
-
Si los paracos están llegando- decía Ramiro mapa en mano- quieren
decir que se atreverán a entrar. Eso no lo vamos a permitir. Sacaremos
esos perros de aquí.
Organizaron un plan. Uno de los que comandaría sería Carlos. Ramiro le dio cierta
libertad de acción. Los chicos eran buenos en explosivos, se ocuparían de tres
cosas: recibimiento de los paracos, impedir que la ayuda por tierra se concretara y
la retirada de los guerrilleros. Con las órdenes se dejó un tiempo prudencial para
que el muchacho demostrara su capacidad. Unas horas después Carlos regresaba
con los planes que él tenía. Aunque se necesitaba modificar unas cosas para que
se ajustaran al plan total, la estrategia militar era perfecta.
Llegó el día. En sus puestos la tensión y la expectativa era evidente, los nervios de
los principiantes le parecía motivo de mofa a sus amigos que contaban con más
experiencia, el tiempo pasaba muy lentamente.
“Estoy en la emboscada esperando a que se metan, pasan los carritos, pasan mulas con
cornetas, pasan buses llenos, pasan motocicletas pero nada que pasa, mamita, la
tanqueta para halar yo la palanca y mirar como revienta, como se le ponen las llanticas
para arriba, como una cucaracha cuando como insecticida. […]”
Por fin, después de larga espera, era la hora. Se hostigó la patrulla del ejército.
Detrás de ellos iban los paracos en un camión al que le dieron la bienvenida a
unos pocos metros del tiroteo. La carretera explotó, el camión quedó volcado y los
muchachos que esperaban su momento abrieron fuego con buen volumen de
metralla.
El plan era coordinado. Los minutos pasaban en medio de tensos silencios, rotos
por algunos gritos de fusil. La zona estaba siendo evacuada y acordonada por las
FARC. La gente se sentía feliz de que estuvieran allí después de dos semanas en
las cuales llegaban, tanto militares como policías y paramilitares, a humillar y a
amenazar. Incluso denunciaron que una menor de doce años fue violada por un
Sargento.
Les dejaron bebidas y alimentación, por si de pronto algún compañero quería
comer o tomar algo. Aunque agradecieron, ningún guerrillero entro a las casas
pues estaban en plena misión y además no era su costumbre ser oportunistas.
Con la zona bajo su dominio y sin civiles que resultaran heridos, los farianos
ubicados en un filo, por fin reportaron que la ayuda a los militares estaba en
camino. Apenas habían dicho esto cuando vieron el camión volar por los aires. Un
carro intentó retroceder y a su paso estalló otra carga explosiva. Comenzó el
tiroteo y el último camión intentó ir adelante y corrió la misma suerte de los demás.
Esto fue muy decisivo en la pelea que se planteaba desigual, pues la cantidad de
paramilitares y miembros de la fuerza pública notablemente era alta. Se siguió con
bombardeos en los tres puntos. Pronto llegó la aviación. El tercer grupo, donde
estaba Francisca, retrocedió un poco para cubrirse de la vista de los aviones y
helicópteros. Esto ayudó para que las tropas enemigas intentaran reagruparse, lo
que intensifico los combates en esta área.
Desde arriba Carlos pensaba en Francisca, pero no era momento de
distracciones. Cerró los ojos le mandó un beso y se propuso a luchar con lo mejor
de su alma. Por su parte ella y varios de sus amigos cambiaron de fusil. Con
ayuda de dos compañeros más, emplearon uno mucho más potente, así lograron
averiar un par de helicópteros. Al reducir a los enemigos y deshacerse de los
refuerzos, se procedió a incautar material de guerra, atender heridos de ambos
bandos y a retirarse.
Francisca tuvo sentimientos encontrados. Estaba feliz, estaba viva, estaba en un
combate, ganaron. Pero a su alrededor los muertos, heridos, tantas madres,
tantos niños, tantos sueños. Se dio cuenta que era la guerra, la desigualdad, la
codicia, el poder, todo esos sentimientos egoístas y los pensamientos capitalistas
los que engendraban odio e inhumanidad, que terminaba con estos resultados,
huérfanos, mutilados, soledad, ignorancia… un viento suave y tibio acarició su
cabello que jugueteó en el aire, como revoloteaba la esperanza de una Colombia
mejor.
“[…] Combinando las maniobras de fuego con movimiento, […] el uno dispara
mientras otro avanza, lanza una granada ahora quién lo alcanza, para detener un
convoy militar unas bombas […] lo hacen estallar, un minado bueno puesto en la
central para que el apoyo no pueda llegar, en todo el territorio nacional aplican la
cartilla de las FARC.
Como un camaleón de fuego se camuflan cuando avanza, […] a cinco metros de un
guardia que ni ve ni escucha nada, […] volumen de fuego es la cantidad de proyectiles
que vas que disparar, hazlo bastante para comenzar antes de que el enemigo intente dar,
veo los muchachos con aplicación sacando un cilindro de demolición […]
Los muchachos se despiden con una risa contenta, […] porque el pueblo pide y pide
más gente que lo defienda, […]. Las emboscadas deben tener una salida pa’ donde
coger, si estás cercado hay que combatir, suelta más fuego suelta más balín, aplica el
principio del golpe fiel: secreto, sorpresa y alta rapidez, nunca lo olvides busca un
abrigo contra la vista y el fuego enemigo. […]”
Esta emboscada sería mostrada por los medios de comunicación del poder como
acostumbran ellos, de forma amarillistas y miserable, diciendo que apoyan a sus
hombres cuando realmente estaban abusando de sus sufrimientos y el de los
familiares. Falsos “habitantes de la región” también fueron entrevistados, decían
mentiras, mostraban su lado sesgado de lo sucedido y se satanizaba a las FARC.
Afortunadamente el pueblo sabía la verdad y los apoyaba incondicionalmente.
Los resultados de esta operación serían, primero que todo, el cambio de Ramiro,
Francisca y Sonia de frente, puesto que los dos primeros estaban siendo
buscados por el ejército, querían sus cabezas, eran el premio de consolación. Por
otra parte Carlos y Robinson por sus destacadas acciones serían llevados a un
curso de comandantes lejos de allí, y por último, aunque el gobierno redobló el pie
de fuerza en la zona, las Fundaciones y organizaciones de derechos humanos
llegaron a la región, esto ayudaba un poco, pues los ejércitos militares y
paramilitares no se atrevían a realizar masacres grandes, como estaban
acostumbrados.
Hay veces que el triunfo es amargo como la hiel, y sin embargo, lo bebemos gota
a gota por la sed insaciable que produce el sufrimiento. En la guerra y en la lucha
hay que ser fuertes, es el pan de cada día.
La vida nos quita sin preguntarnos, cuando pasa eso, mucho de lo perdido se
refunde en el recuerdo, se diluye en la idealización y se olvida después de que la
soledad destroza, carcome, roe y derrumba el alma.
El grupo con el que se inicio toda esta aventura se dividía en dos. Por un lado, los
que se iban con Francisca que eran Armando, Pablo, Claudia, Ximena, y
Alexandra. Por otro lado los que se marchaban con Carlos y Robinson, que eran
Natalia, Carlos Mario y Rolando. Solo el amor verdadero los puede salvar del
olvido que trae impreso la distancia y la vida. Tú lo sabes, estas triste, tienes
miedo ¿Los quieres realmente? ¿Te quieren realmente? Llega la hora de la
verdad para una relación de amistad y amor marcada por la fidelidad y la
comprensión ¿Es verdadera? ¿Sobrevivirá a esto?
XIX
La separación
El sol quemaba la clara piel del pequeño y el menudo cuerpo de cabellos
rubios y rebeldes. El niño buscaba en las caras de los hombres a su padre
mientras gritaba unos versos, unos terribles versos que labios tristes
repetían sin parar: “Porque vivos se los llevaron, vivos los tienen que
devolver” “Ni perdón, ni olvido” “Por nuestros muertos ni un minuto de
silencio, toda la vida de lucha” versos, versos que recitaba desde esa primera
infancia como si fueran canciones infantiles, versos, versos que nadie
escuchaba. Luego lágrimas, lágrimas que solo su madre limpiaba, que solo a
su madre importaban.
El tiempo pasaba venganza, venganza que crecía en sus preadolescentes ojos
verdes, venganza que carcomía su corazón, impotencia, impotencia que
llenaba su espíritu que crucificaba su esperanza, que frustraba su razón. De
pronto en la oscuridad una luz conocimiento, conocimiento y más soledad,
aunque allí estaba ella, la bulliciosa niña de su infancia convertida en la
revoltosa adolescente, su paño de lágrimas, su amiga eterna.
Pasaba el tiempo que no cura, el tiempo que no ayuda, el tiempo que
entristece y en su mente los versos: “Porque vivo se lo llevaron, vivo lo
tienen que devolver” se enfrentaba al mundo con sus amigos y unos
hermosos ojos almendra, ojos consejeros, ojos sinceros, ojos que segaron,
ojos que asesinaron.
También apareció una tierna figura, una sonrisa amiga, un amor
verdadero, sería de él, él se entregaría a ella en la inmensidad de la
rebelión, de la selva, de la guerra, estarían juntos, juntos para siempre.
A los tres días partió el grupo de Francisca comandado por Ramiro y Sonia. Todos
se sintieron muy tristes, pero no tanto como la pareja. Francisca y Carlos se
fundieron minutos antes en un fuerte abrazo que hizo trizas sus corazones, pero
les dio la fortaleza para continuar.
Duraron varios días de camino. Se internaban más en la verde y eterna selva que
habría su corazón para recibirlos con la algarabía de las aves, los monos y demás
bullosos animales. Cada tanto se encontraban con escuadras que estaban en sus
labores, ya sean patrullando, cargando economía y de demás actividades típicas
de la vida guerrillera. Era el momento para hablar, hacer bromas, conocer más
amigos y compartir información de una estructura guerrillera a otra y de un
insurgente a otro.
-
-
Oiga Martha – saludaba Sonia feliz a una delgada pero fuerte muchacha.
Ella paró y con ayuda de Francisca bajó su carga- usted conoce a
Andrea, una muchacha chusca, es que Byron Martínez le manda un
recadito.
¡Ole Sonia! Por fin viene a visitarnos, ya ni cartas. La Andrea viene allá –
señaló a una muchacha de metro sesenta de estatura, cabello largo, liso
y negro al igual que sus ojos, cuerpo hermoso y sonrisa franca- sí, es lo
más de chusca, ahora se va a morir de la emoción. ¡Andrea mija venga
pa’ ca! – grito mostrando el sobre, todos silbaron y hacían bromas, la
muchacha corrió y la ayudaron a bajar su carga, al recibir la carta se notó
visiblemente emocionada, Byron era el hombre que ella más había
querido.
Las noches eran interminables. Dormían en pequeños cambuches, pero a
Francisca le parecía que con el paso del tiempo el espacio se abría y el lugar se
hacía tan solitario. Salía de allí y miraba las estrellas titilar como aquella noche de
la pelea con Carlos. Le parecía verlo aún sentado en el piso, deprimido ¿cómo
estaría ahora? ¿Estaría sintiendo lo mismo que ella? También rememoraba el día
en que Nacho le pidió ser novia de él. Tarareaba la canción que estaban bailando
y le parecía escuchar a Nacho diciéndole que la esperaría por siempre.
Te esperaré por siempre… esa promesa también la había hecho Carlos, dos
veces. Sonrió pensando en la tarde en la buhardilla. Su primera vez. Esa tarde
inacabable de besos, caricias, amor y, al final del inesperado combate, de
amistad. Mirando a la espesura recreaba en su imaginación cada beso, cada
abrazo, cada día.
Las sombras nocturnas le parecían los oscuros y brillantes ojos de Nacho,
discretos, calculadores, siempre con un misterio infinito, imposibles de descifrar,
protectores, autosuficientes y amorosos. Los verdes diurnos mezclados de ocre,
amarillo y marrón recordaban los claros, extraños, sinceros, inocentes, tiernos,
dependientes y cariñosos ojos de Carlos. Hombres siempre dispuestos a amar, a
darlo todo, a comprender y a ayudar.
“Ya yo sé que para algunos no hay peor ridiculez, […] que un suspiro enamorado pero
yo pienso al revés, […] siento por mi compañera un amor que no hay afín huele a dalia,
huele a rosa a clavel y a jazmín, […]
Para mi nada es más lindo, para mi nada es mejor, […] que derretirse en un suave y
dulce beso con amor, […] amo como amó Bolívar a su Manuela y también amo como
amó a Sandrita el Camarada Manuel. Y si toca separarnos por cumplir una misión,
lo hacemos sin amargarnos, así es la revolución, […]”
Al fin llegaron al campamento. Ya había información del segundo grupo que partió
un par de días después. Ellos estaban llegando a su destino, se emocionaron
porque era uno de los campamentos por donde, de vez en cuando, aparecía el
Comandante Jorge Briceño, el Mono Jojoy, como todos le decían cariñosamente.
Ojalá se les cumpliera el milagrito y sus amigos pudieran conocerlo, quizá también
al Comandante Manuel, para que les contaran con lujo de detalles su encuentro
con el Legendario Hombre de Colombia.
Por su parte ellos también iniciaron sus cursos. Avanzaban rápidamente. Ramiro
se asombró pues, aunque sabía que a Francisca le estaba doliendo mucho la
soledad, ella estaba dando muy buenos resultados. Sólo una cosa le preocupaba,
se escudaba en esto y se ahogaba en sus sentimientos cada día más, sola, sin
decirle a nadie. Se veía frustrada cada vez que por ahí pasaba una unidad y no
recibía respuesta de Carlos a sus cartas.
-
-
Mija ¿cómo esta?
Bien Camarada.
Es duro cierto. Yo estuve lejos de mi Sonia unos años ¿Cierto mami? –
recibió como respuesta afirmativa una sonrisa de la tierna mujer que
abrazó a Francisca.
Mire mija, la comunicación es muy difícil. Ese man la quiere, póngale
cuidado que cuando le llegue respuesta no le va a quedar tiempo de
hacer nada por la cantidad de correo que tiene que leer. Pero hablese
con Alexandra, Claudia, Ximena o cualquiera, usted tiene amigos, no se
le olvide. No le dé pena de molestar a nadie, aquí estamos para
escucharnos. El amor en la guerrilla es así, hay distanciamientos hasta de
años, pero es como se sabe si es verdadero, y cuando es de verdad dura
para siempre y se enciende con más fuerza.
Francisca habló con sus amigos. Esta experiencia le ayudó a algo que ella nunca
esperó, tener una fuerte amistad con Ximena. Eran amigas, habían pasado por mil
aventuras, darían la vida la una por la otra, pero siempre hubo un vacío, un muro
invisible en esa relación: Carlos. Desde el suceso del cumpleaños del chico ellas
dos habían permitido que un extraño y doloroso silencio se interpusiera. Una
noche en la cual Ximena estaba de guardia descubrió a Francisca mirando las
estrellas.
-
¡Hola! ¿No tienes frío? – dijo alegre Ximena pasándole un café.
Gracias- lo recibió
Ya hemos hablado bastante de lo que sientes con todo esto, pero no de
lo que piensas.
¿Qué quieres que te diga? Normal, pienso y recuerdo.
Podemos recordar juntas y decir lo que estamos pensando sin miedo,
porque así discutiéramos, eso no va a acabar la amistad que tenemos.
Por ejemplo yo estoy pensando en que siempre me incomodo que te
pusieras celosa, y te quiero aclarar que Carlos y yo nunca tuvimos nada.
-
-
No eran celos, es que no confía en mí. Me duele que todo te lo cuente a
ti.
¿Qué querías? Estudiamos juntos desde kínder, tenemos una amistad
desde pequeños.
¿En serio? Yo no sabía.
Ahí está pintado ese atolondrado –rió intentando controlar el volumen de
las carcajadas para no despertar a nadie – ¿No te dijo eso?
No
Te contaré un par de cosas que lo harían avergonzar – pasó un rato
narrándole anécdotas del colegio en donde estudiaron, Francisca por fin
podía conocer un poco más al hombre que amaba, qué nunca le daba la
llave de la puerta de su pasado, se volvió a sentir mal, él tenía más vida y
confianza con Ximena que con ella – ahora, ¿quieres hablarme o
preguntarme algo?
¿Por qué él no me ha confiado nada de esto? ¿Qué secretos puede tener
conmigo?
Ninguno, solo te quiere defender.
¿Defender de qué?
Del odio, de la maldad, del sufrimiento, de sus manías, de sus
defectos…de todo. Me pide consejo si quiere discutir contigo, si quiere
darte un regalo, si quiere darte una mala noticia…te ama, nunca lo ví así,
él vive y muere por ti. No tiene ningún secreto, ¿No te das cuenta que él
te dice todo con sus ojos? ¿Qué se derrite frente a ti? ¿Qué te mira con el
alma? Más que hablarte y contarte lo que tiene en su alma te la muestra
en sus ojos, en sus actos, en su risa. Las palabras mienten, el corazón
no.
Después de esta noche se fortaleció la amistad de estas dos mujeres. A esto se
sumarían Claudia, Alexandra, Armando, Pablo y otros hombres y mujeres que, al
recibirlos con amor en su campamento, también abrieron sus corazones al grupo y
comenzarían el camino para convertirse en una familia. Este proceso lógicamente
pasaría por problemas, discusiones, anécdotas, gustos, disgustos, llanto y risa.
Unas semanas después la predicción de Ramiro se cumplió. Llegó una escuadra
nueva, así que traían recados de los lugares por los que habían pasado. Los
chicos recibirían correo de sus amigos, no solo de Carlos, Rolando, Natalia, Carlos
Mario y Robinson, sino también de muchos del otro campamento dónde habían
estado. Todos se reían a montones al ver la cantidad exagerada de cartas que
Carlos le había mandado a Francisca, paquete que habían entregado de últimas a
propósito, con la intención de hacerle mofa a la chica.
Leyeron públicamente lo que se pudo leer. Sonreían, compartían y se conocían
desde la distancia. Francisca le dio la razón a Ramiro, el amor, y no solo el de
pareja, cuando es verdadero, desinteresado y está desintoxicado de esta inmunda
sociedad capitalista, se fortalece cada día más, así estén lejos. Era
completamente extraordinario cómo todos comenzaban a responder, incluso
personas que no los conocían se animaron a entablar una relación sincera con los
remitentes.
Alguien que andaba muy feliz de no tener el problema de la distancia fue Ximena.
Uno de los miembros de la escuadra que llegó era el miliciano caleño, Julián, con
el que ella compartió un pequeño pero sincero e intenso romance. Se
reencontraron y no dudaron en decidir reiniciarlo ante la autorización, bastante
veloz y cómplice, del Comandante del campamento.
Por la tarde Francisca leía a solas las cartas de Carlos. En una de ellas el joven se
alegraba de la relación entre Ximena y Francisca. Ella levantó la vista, la tarde
comenzaba a morir y Ximena estaba sola guardando su correo en la maleta. Ella
llamó a su amiga y la invitó a que la acompañara, con gusto leyó las cartas con
Francisca, apoyándola, riendo y llorando juntas.
Después de su guardia no podía conciliar el sueño. Reunía cada una de la
información de las misivas para poder ver con claridad qué había pasado. El día
en que marcharon Carlos estuvo bastante deprimido, callado, alejado, por ello
todos en el campamento organizaron un pequeño acto de teatro para él. Se alegró
bastante, rió y encontró apoyo. Sin embargo, cuando fue a su caleta no podía
dormir, le pasó lo mismo que a Francisca, el espacio se le hizo tan grande y tan
triste, que no aguanto estar allí, dibujando con su imaginación el cuerpo de su
compañera, de su amor en el espacio desocupado y frío.
Así pasaron sus días entre actividades y recuerdos. Le dolía, todo en el
campamento le recordaba todo a Francisca. Por fin partió de allí, se sentía mal. Al
terminar de guardar todo descubrió que ella había olvidado uno de sus libros
preferidos “La Madre”. Esto lo hizo llorar amargamente.
Al fin se fue. Estuvo pensando y recordando todo su camino hasta llegar allí.
Escribió todos sus pensamientos para Francisca, esto lo hacía sentir bien, al igual
que la selva.
Llegaron al campamento que se le adjudicó. Los nuevos compañeros eran muy
buenos. Hicieron rápidamente amistad con todos. Era fácil trabajar con ellos,
dinámicos, activos, colaboradores y muy alegres. Lo que más los emocionaba era
sus “profesores” camaradas exigentes pero muy humanos, la prueba viva de la
evolución al Hombre Nuevo, la certeza de triunfo del socialismo y la cercanía a la
Nueva Colombia.
Estaban aprendiendo mucho. Un día, estando en una clase el comandante
anunció que hoy la charla la iba a dar otro Camarada. Cuál sería la sorpresa
cuando entra al aula el Camarada Jorge. Sus palabras calaron en sus mentes y
corazones. Era una persona sencilla, especial. Los saludó a todos, les habló y
compartió media hora. Se quedaría unos días allí, así que pudieron darse cuenta
de varias facetas de su ser. Leía mucho, era supremamente exigente, dedicado,
trabajador, mamagallista, puntual.
A Andrés, en medio de tanta alegría, solamente algo le dolía en el alma: no poder
compartir sus logros y equivocaciones con Francisca. Recordaba su cabello, sus
ojos, su cuerpo, sus besos, sus abrazos. Se sentía muy solo y triste.
Afortunadamente había recibido las cartas que lo alegraban infinitamente. Por las
noches apagaba tarde su linterna para leer una y otra vez las misivas, cerraba los
ojos e intentaba oír su voz.
En la última carta Carlos le rogaba que no le dejara de escribir. Pedirle eso no era
necesario, ella ya tenía un gran número de correo para decidir cuál enviarle, pues
al igual que él, la muchacha le escribía todos los días.
“Buscando en la distancia y mostrando un desespero un hombre enamorado mira hacia
la nevada, […] se oye un fuerte suspiro, se oye un gritar “te quiero” hoy están
separados así lo quiere el pueblo, […]
Amor fariano es verdad, amor fariano es sincero, […] nunca se puede olvidar
¡hombre! Es amor de guerrillero, […]
Cumplen con el trabajo que se le ha encomendado, se entrega en cuerpo y alma a la
revolución, piensa […] es aquel siempre amado, y sé que un guerrillero quiere de
corazón, […]”
Así pasaban los días entre amigos, hermanos, risas, aprendizajes, errores y
aciertos. El amor puro no tiene ni espacio ni tiempo, y el más puro de todos los
amores es al pueblo.
Francisca, la lucha se hace a punta de sufrimientos, tú sabes que la vida en todas
sus fases está llena de dificultades que solo un espíritu fuerte es capaz de
superar. Te has dado a la tarea de buscar paz, amor y libertad, tanto para ti como
para Colombia, ¿Olvidaste la esperanza?
XX
¡El reencuentro!
El odio vomitaba su asqueroso veneno en forma de balas; el amor respondía
con proyectiles de libertad.
El odio gritaba a favor del dinero; el amor cantaba a favor de la paz.
El odio escupía desde el aire basura destructiva defendiendo el gran capital;
el amor respondía con grandeza defendiendo el pueblo con lealtad.
El odio contaba con hombres cobardes, engañados e ignorantes; el amor
combatía con seres humanos, pensantes y valientes.
El tiempo pasaba lento, más lento de lo que la atareada Francisca hubiera
deseado. Pero no todo era soledad. Había alegrías, compañeros, amigos y
hermanos. También avances, reconocimientos y satisfacciones. Por supuesto el
correo no dejaba de llegar a un campamento o al otro, y los muchachos podían
olvidar por momentos sus soledades, temores y tristezas.
En medio de las actividades normales había una a la que se le estaba dedicando
mucho tiempo: contener los paramilitares. Se podría decir que estas bandas de
asesinos eran la evolución de lo que décadas antes los campesinos colombianos
conocieron y sufrieron bajo el nombre de pájaros o chulavitas.
Ya tenían nombre pomposo: Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un
“carismático” líder: Carlos Castaño, mucho armamento, dinero verde venido del
gobierno del norte, los narcotraficantes, la base de coca y las multinacionales,
ayuda de la oligarquía criolla y complicidad del gobierno de turno y las fuerzas
militares.
Masacres, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, desplazamientos y
miles de otros vejámenes tenía que vivir el pueblo pobre, inocente y desarmado.
La guerrilla, como el resto del pueblo, resistiría emboscadas, combates y otra serie
de golpes, pero a diferencia de los indefensos ciudadanos, responderían. Varias
veces Francisca, sus amigos y todos los guerreros farianos, harían parte de
emboscadas a militares, policías o a paramilitares. La mayoría de estas acciones
con muy buenos resultados.
Los paracos se paseaban por toda Colombia pavoneándose. Armados hasta los
dientes atravesarían, con la ayuda del estado, desde la Región Caribe, pueblos
pobres que tuvieron la desgracia de que allí resurgieran y se fortalecieran esos
monstruos, hasta la el resto de Colombia, atreviéndose a penetrar a zonas de la
Región Andina y Amazónica, de influencia guerrillera.
Allí sus ojos de muerte se clavarían sobre los campesinos indefensos, los
estudiantes, los sindicalistas y todo aquel que se interpusiera en sus tareas que,
entre otras, eran: “limpiar” las tierras de pobres para que los grandes
terratenientes y empresas nacionales y extranjeras pudieran invertir o explotar los
recursos naturales, callar al pueblo si se atrevía a protestar, mantener el “orden” y
hacer “limpieza social” de los indeseados o de las personas que “sobraran”.
Los comandantes de algunas estructuras guerrilleras fueron llamados. A Ramiro lo
acompañaría a la reunión Armando, Pablo, Claudia, Ximena, Alexandra y
Francisca. Ellos irían a una operación muy importante: copar una estación de
policía. Lugar un pueblo que, a pesar de estar en la Zona Andina, desde hace ya
varios años era de dominio paramilitar. Este era uno de los puntos de llegada y
expansión de este flagelo que sufría Colombia.
Entre los comandantes que informaron sobre la misión estaban el Camarada
Carlos Antonio, El Negro Darío, Abelino, y su padre Eduardo Román. Durante toda
la reunión Francisca se veía incómoda, molestas, nerviosa. Sus manos
temblorosas y sudorosas, su cara colorada y parecía estar lejos de allí. Cuando el
Camarada le preguntó qué opinaba sobre el sitio en el que empezaría el ataque,
ella fue hasta el mapa, como si no lo viera, como una autómata, movió sus labios
pero no salió sonido alguno. Hizo una pausa, hablo de nuevo y su voz lenta y sin
entonación se dejo oír suavemente. Su mano, como la de un robot, se movía
sobre el gran papel. Curiosamente, a pesar de que su espíritu no estaba allí, tenía
razón en todo lo que decía.
Esto produjo preocupación en los amigos de la joven, ellos sabían que algo estaba
mal. Seguía hablando como un ente. Luego de que terminó su intervención se
sentó pesadamente, dura, recta y se quedó allí, mirando los árboles, con sus ojos
tan lejos e inexpresivos que impacto incluso a los que no la conocían bien.
Cada Comandante terminó su intervención, se hicieron los ajustes necesarios y
las recomendaciones pertinentes. Todo estaba claro, todos se podían retirar. De
pronto, cuando estaban saliendo, el Camarada Eduardo Román la tomó de la
mano y la sacó del lugar. Ella, sin salir de su trance, se dejó guiar sin preguntar. Él
la miró con ternura y siguió paseando con la muchacha lentamente por el
campamento. Cuando se recuperó miró a su padre con algo de vergüenza.
-
-
-
-
-
Perdón, estaba…
Yo sé lo que pasa, recuerda que yo, aparte de ser tu mejor amigo, soy tu
padre y sé toda tu historia. Te advierto que quizá te lleves un par de
sorpresitas.
Sí, me imagino.
No podías esperar que un pueblo entero se desapareciera.
Sí, yo sé. Lo que quiero preguntarte es ¿por qué…? ¿… no puedes
hablar con alguien para que…yo no…vaya?
Si, es más, si yo quisiera no irías ¿recuerdas al Padre Manuel?
¡Claro! Sueño casi todos los días con él.
Él te dijo que no puedes huir de ti misma.
Yo no estoy huyendo de mí, es de ellos.
¿Qué te pueden hacer ahora? ¡Nada! ¿no será que estás huyendo de la
pequeña, insegura, triste, inteligente y recursiva nenita que me imagino
entre la selva tierna, indefensa? estás huyendo de esa realidad. He
notado que se te hace más fácil hablar de cuando esos hijueputas te
violaron que hablar de tus sentimientos de frustración y tristeza o hablar
de tu familia biológica. Lo quieras o no, allí naciste, creciste y aunque no
les debes nada, ellos existieron y por eso eres tan fuerte y valiente.
Yooooo…. – en un segundo pudo recordar cada golpe, cada insulto, cada
humillación, cada castigo. Recordó como si se viera desde fuera de su
cuerpo, cuando se metía debajo de la máquina de coser o de la mesa del
comedor después de hacer sus deberes para que no la vieran, para no
equivocarse, para que no la castigaran. A eso le tenía miedo. Todo se
hizo más claro. Ella, aunque sabía que no había hecho nada malo,
siempre se sintió culpable de que no la quisiera, de lo que hacía su
hermana, de todo – yo quizá sea culpable, porque… no debí nacer.
¡No! ¡nunca un bebe es culpable! ¡ellos son los culpables! – la recostó en
su pecho, ella no quiso llorar pero era difícil no hacerlo, caían solas las
lágrimas oscureciendo el impecable uniforme del Comandante, sacando
esos oscuros sentimientos de culpabilidad que tanto daño le hacían- eres
una valiente desde pequeña, puedes estar allá, puedes enfrentarte a
todo, pero si no te sientes capaz no lo harás, no te obligaremos ¿Lo
quieres hacer?- se retiró del pecho del padre, del amigo y miró sus ojos
miel tan parecidos a los de ella, sus ojos orgullosos y felices, sus ojos
amorosos y justos. Limpió sus lágrimas, y sonrió con temor, pero con
seguridad.
Sí.
Todo estaba listo. Ella y sus siete amigos más cercanos tendrían que llegar
primero que los demás para coordinar la operación con el comandante de la zona,
Gonzalo, para esto irían por carretera. Ya salían a su misión. Dejarían sus
pertenencias más importantes y sus armas. El camino debían hacerlo en carro, o
sea, como civil. A diferencia de los paracos, ellos no podían entrar a pueblos o
pasar por puestos del ejército armados hasta los dientes. Ellos no serían
aerotransportados en los helicópteros que debían estar al servicio del pueblo, y en
vez de eso servían para llevar bandidos, asesinos y paramilitares. No, a ellos les
tocaba una ruta más dura, a ellos como pueblo, siempre les tocaba el máximo
esfuerzo y peligro, sin embargo se sentían orgullosos de eso.
Cogió un morral negro, era de camping. Empacó las cosas que llevaría, tenía que
escogerlas bien, no deberían ser de guerrillera, por si acaso la requisaban en el
camino. Decidió que la ropa que le habían entregado para esto estaría bien, no
había nada importante que llevar. Pero al organizar todo vio la vieja muñeca de
trapo que encontró muchos años antes en la cueva. La había lavado un millón de
veces, pero las manchas de moho y los pequeños puntos negros que aparecen en
las telas cuando están húmedas mucho tiempo, nunca desaparecieron. La había
cosido, remendado, pegado botones como ojos y bordando una pequeña y tímida
sonrisa.
La miró con ternura, la abrazó y la besó despidiéndose, pero no pudo
desprenderse de ella. Temía que en algún momento la perdiera, pero era como
dejar a Estrellita, no lo iba a hacer. La volvió a abrazar como pidiéndole perdón y
le organizó el mejor y más seguro lugar en el morral. Con esto, estaba lista para
viajar, claro, había que invitar a la niña.
-
“Acompáñame por favor Estrellita”.
Salieron una tibia mañana. Sus vestimentas civiles contrastaban con los fusiles
que llevaban terciados. Estaban acompañados de otros amigos que irían hasta el
río. Por fin llegaron a su destino. Las botas que tenían puestas eran buenas,
lujosas, pero no eran la mejor opción para caminar por la selva, estaban cansados
como hace tiempo no se sentían. Sus compañeros les recibieron el fusil
prometiendo que los cuidarían, para un guerrillero su arma es su más cercano
amigo, un socio, entregarlo era difícil, pero debían hacerlo.
Se subieron a la embarcación y está comenzó su viaje río arriba a una velocidad
increíble. Bien acomodados dentro de la nave disfrutaban del paisaje, pero una
sensación de miedo turbaba sus corazones. Los grandes árboles se alejaban.
Francisca se dio cuenta que había pasado mucho tiempo en la selva, ya cumpliría
veintiún años de vida ,más de un par en ese tranquilo y misterioso lugar, era
mucho tiempo de estar allí.
El cielo era de un azul más brillante que el que recordaba o el que podía ver en los
claros de la selva que frecuentaba. Pero se dio cuenta de una cosa, ya no era
eterno. Recordó que en el colegio, en las traumáticas horas de descanso, cuando
no estaba escapando de las burlas de sus compañeros por piojosa, sucia, porque
la ropa le quedaba grande o por tener los zapatos rotos, ella miraba largamente el
cielo, veía cómo las nubes pasaban lentamente, sentía el viento en su cara, daba
vueltas y el firmamento se abría inmenso, indescriptible e infinito para ella.
Ya no, parecía una urna cerrada. Miró la tierra y lo único eterno que encontró fue
la selva, misteriosa, profunda, viva, que se alejaba rápidamente. Extendió la mano
como intentándola coger, estaba tan lejana, le dio tanto pánico, sintió tantas ganas
de llorar. Flexionó sus rodillas hacia su pecho, su cara era de terror, Alexandra le
pasó un brazo por encima, Ximena la tomó de la mano.
“Cantan, los pájaros cantan, cuando la selva despierta, como diciéndole “reina”
cantamos para agradarla, […] los ríos amansan sus aguas pa’ que se peine la reina, y
en sus cabellos se trenzan bejucos que se levantan, […]
Libre, ser libre quisiera como es libre el río Patía y que es un negro en rebeldía que
rompió con furia las piedras, […] libre se esconde en la selva y la recorre cantando, y
una guerrillera negra lo mira desde un barranco, […]
La fragancia de un canelo se unta la reina orgullosa, y un peine de mariposas cruza
volando su pelo, […] aunque otro me tire al suelo y goce con mi caída, hasta en el barro
se inspira mi corazón guerrillero, […]”
Pronto sería hora de almorzar y autorizaron sacar su comida los que quisieran.
Más de uno comió rápidamente, desde las seis no probaban bocado. Francisca no
quiso, solo podía ver con atención, un poco ridícula, las cosas a su alrededor. Ya
se escuchaban sonidos de otras embarcaciones, la gente, los pescadores. Era
curioso. Ella sabía lo qué pasaba en el mundo, era una de las encargadas del uso
de internet y de mantener informado al campamento, pero se sentía tan rara,
como si esto fuera nuevo para ella.
Llegaron a un puerto muy importante de la región. Desembarcaron los ocho,
Armando, Pablo, Claudia, Ximena, Alexandra, Julián, Jaime y ella. Luego,
tomaron un bus a la ciudad más cercana. El bus se movía más de lo que debería,
parecía que se fuera a desbaratar, teoría que apoyaba los ruidos exagerados de
toda la parte mecánica y de las latas. Un corrido norteño sonaba durísimo por los
mal mantenidos bafles.
-
-
Alguien debería apagar eso. O regalarle un equipo de sonido al señor
conductor – dijo Julián con su inconfundible acento caleño mientras se
aproximaba a Ximena y le daba un suave beso en la boca.
De acuerdo, aunque me aguantaría si pusiera un vallenatico- comentaba
Jaime, un compañero de unos veintisiete años, de facciones indígenas y
temperamento rumbero, proveniente de un pueblo cercano a la capital del
Valle, pero sus formas eran más paisas. Estaba en el asiento de atrás de
-
la pareja antes mencionada, compartiendo el puesto con Diego y una
gallina de no se sabía cuál pasajero.
¡Hay si un vallenato! – dijo duro Ximena, el conductor sonrió y cambio la
música al pedido de la joven. Ella estaba sentada con Francisca que ya
le había dado un codazo. Delante estaban Pablo y Claudia que se
secreteaban y se besaban como si no se hubieran visto hace años o si se
acabaran de hacer novios.
Llegaron al terminal de transporte. Eran ya las dos treinta de la tarde. Bromeaban
como cualquier joven de sus edades, pero estaban alerta con los movimiento a su
alrededor, claro sin levantar sospecha. Al entrar al sitio los detuvo un par de
policías. Ellos les hicieron caso a todas las órdenes. Abrieron sus equipajes, se
dejaron requisar y presentaron documentos de identidad, obviamente falsos.
Estaban en eso y la oficial que requisaba a Francisca le preguntó el nombre.
-
María Clara Rojas Cote.
Cédula
20.651.524 de Bogotá.
La oficial volvió a mirar la cédula, los muchachos y ella parecían tranquilos, pero
por dentro pensaban que los iban a coger. Lo único que mortificaba de esa
posibilidad a Francisca era Carlos y la misión. Ellos sabían que eran el ejército del
pueblo, estaban conscientes que si eran encarcelados seguirían defendiendo al
pueblo desde otra trinchera, que sería difícil, pero eran riegos que ellos asumían
con valor, dignidad y altura.
-
-
-
María Clara, cédula
20.651.524 – al entregarle la cédula la miró bien y no soltó el documento,
los muchachos tuvieron el presentimiento de que la había reconocido del
dibujo de hace unos años, en el que la presentaban como una
“importantísima guerrillera”
Oiga, tenemos afán, la muchacha ya le contestó, ¿No sabe leer? Si pide
la cédula para que pregunta. – gritaba atrás un pasajero afanado, a esto
se sumaron otras voces que también querían tomar rápidamente los
buses a su destino.
Perdón- soltó la oficial el documento y les hizo señas a los muchachos y a
Francisca de que pasaran.
Compraron los tiquetes y a las cuatro arrancó el bus. Fueron siete horas de
camino en el que, menos mal, no hicieron requisas ni nada similar. Hablaron y
bromearon un poco. Se turnaron para montar una innecesaria guardia y al fin
llegaron. Ellos fueron los últimos en bajarse del vehículo, dejaron que los policías
se distrajeran y descendieron. Al bajar Ximena le increpó a Francisca por no
contarle lo que pasaba con este viaje, por qué conocía todo y por su extraña
actitud, la joven le prometió confiarles su secreto.
Caminaron dejando unas cuadras atrás las pobladas calles donde llegaban los
buses a esa pequeña ciudad. Llegaron a un billar y se pusieron a jugar. Dos horas
más tarde salieron a una esquina a la cual llegaba puntual un carro.
El hombre se identificó como Samuel, dialogaron por el camino y Francisca pudo
ver un letrero en la carretera: “cinco kilómetros Al Paraíso, ocho kilómetros a La
Trinidad” se puso nerviosa, mordió sus labios, su corazón palpitó más rápido.
Giraron por una ruta que, aún en la oscuridad de la noche, pudo reconocer
momentos después, era por la que había tomado Francisco para visitar el río
donde murieron Adriana y Gonzalo. Podía oír el río, fuerte y hermoso, salvaje y
arrullador. No fueron hasta allá, se bajaron. Ellos siguieron caminando por una
difícil trocha hasta llegar a una casita, de donde salieron unos guerrilleros.
Durmieron esa noche allí. Era una pequeña casa de bareque, humilde y blanca.
Sus únicos habitantes eran dos ancianos de los que la organización se había
hecho cargo pues estaban solos.
Al otro día se vistieron con uniformes y recibieron fusil. Ya se sentían cómodos de
nuevo. Conocieron mejor a los cuatro compañeros que los recibieron. Vicente era
un simpático joven de diecisiete años, activo, tal vez demasiado, lo que lo
convertía un poco intenso. Gerónimo era un muchacho moreno de veinticinco
años, callado, muy inteligente y de excelente humor. Socorro era una muchacha
afro descendiente, inteligente, recursiva, hermosa y de cuerpo perfecto como las
de su raza, estaba un poco deprimida, una pena de amor embargaba su alma. Y
por último una muchacha trigueña de cabello claro llamada Diana, alegre, altanera
y perspicaz. Armando inmediatamente comenzó a pretenderla. La muchacha reía
sin parar ante cada ocurrencia del joven.
-
Y… ¿tienes socio?…
No
¿Amigo?
No - reía la joven mirándolo pícaramente.
¿Quisieras tener un noviecito? – guiñó el ojo
Ahí vemos.
Como así mamita, mire que me embrujó en un momentico y ¿no me va
dar ni una mínima esperanza?
Tal vez…
Que se necesita para un sí ¿una cancioncita?
Cual… está bien. – el muchacho aprovechó que tenía una muy buena voz
“Bajo el cielo del Caribe conocí una guerrillera, bonita la compañera, me
gusta con su fusil, le voy a pedir a Satrich que me pinte un cuadro de ella.
El amor no tiene espera y hasta me puedo morir, el amor no tienen
espera y hasta me puedo morir. Apunta bien y dispárame que ya me diste
en el corazón, hay con tus fuegos fusílame que por ti perdí hasta la
razón, hay con tus fuegos fusílame que por ti perdí hasta la razón” – la
muchacha reía sin parar y veía con interés a aquel muchacho un poco
exentico, guapo y sincero. Los demás solo podían burlarse del suceso.
-
-
-
-
-
Nadie se imaginaría, ni siquiera Armando, que la estadía del chico allí iba
a sembrar el amor entre los dos y que, la próxima vez que se vieran en un
campamento, se quedarían juntos para siempre.
Oye, deja de acosarla- intervino Claudia- no es así, no sé qué le pasa,
que pena con usted Diana. ¿Cómo es el comandante del campamento?
Es estricto, pero buen comandante, comprensivo y alegre. Es joven, tiene
entre veinticinco y veintiocho años, inteligente, muy buena gente y está
buenísimo.
Cuidado con Marcela que le pega donde la escuche – rió Vicentepobrecita, Marcelita, entro hace unos tres o cuatro años, ni siquiera sabía
leer, pero es una buena combatiente, inteligente, sería para el
Comandante como la socia, pero él, a pesar que lleva uno o dos años con
ella, no comparte la caleta. Ángel, uno de sus amigos, me dijo un día que
él estaba enamorado de otra persona. ¡Qué pecado!- rió con descaro.
El comandante Gonzalo fue entrenado por Vladimir, un viejo guerrillero.
Se dice que pertenece a las FARC, desde antes que fueran las FARC. El
Camarada Gonzalo es su alumno más aventajado y más querido. – contó
Diana después de carraspear la garganta para que Vicente se callara.
¿En serio? – se asombró Ximena
Sí. Y varios camaradas de los duros fueron entrenados por el Camarada
Vladimir. Es exigente, pero dizque muy buen tipo. Al Comandante
Gonzalo dicen que lo crio como un hijo. El Camarada Vladimir y el
Comandante Jorge, El Mono, compartieron conocimientos, eran
compañeros.
¡Qué nos van a hablar mierda a nosotros! – dijo Claudia- ¿amigo del
Comandante Jorge, del Mono Jojoy?
De verdad mamita- dijo Gerónimo – es más, cuando El Mono ingresó
Vladimir llevaba una chorrera de años aquí. Eso es lo que sabemos
nosotros, el único que puede verificar las versiones es el Camarada
Gonzalo, pero él nunca habla de eso, ni siquiera con Ángel. Pero don
Gilberto y doña Transito, donde pasamos la noche, dicen que es verdad,
y ellos son los más viejos de por aquí.
Llegaron, organizaron las cosas y se fueron a presentar a donde el camarada
Gonzalo. Desde lejos, en una especie de kiosco, se veía la figura de un hombre
joven, caminando de lado a lado. Parecía que había tenido alguna herida en la
pierna derecha, la arrastraba un poco.
Entraron al lugar y saludaron, Francisca sintió una ráfaga de calor que le recorría
todo su cuerpo, sin embargo, el sudor que corría como un río por todo su ser era
frío, tan frío como el hielo. Estaba tensa, su corazón iba a estallar, y sintió que
estalló, pues un vacío enorme quedó allí, como un hueco. Ella cogió su pecho con
fuerza y, mientras pudo mantener el control de su cuerpo, dio dos pasos para
atrás, iba a correr, pero el piso se abrió a sus pies, sintió vértigo y todo se
oscureció, lo único que pudo percibir eran dos grandes y fuertes manos tomándola
de los hombros.
Una luz intensa llenó el espacio, luego se fue tornando normal, hasta que ella
pudo ver a Francisco.
-
-
-
-
Hola- dijo la joven a punto de llorar.
Hola mi amor, estamos muy orgullosos – mostró a los lados, alrededor de
ella estaban todos, Carmen, sus amigos de las cooperativas, el padre,
Lina, otros insurgentes que habían fallecido.
Esto no puede ser, ¿Cómo puede ser que me pase esto cuando soy feliz?
Me siento culpable, debí esperar.
No, a veces el destino es diferente a lo que pensamos y planeamos, yo
también me equivoqué, el tiempo pasa, no en vano. Pero veras que el
amor sigue siendo verdadero.
Yo tengo miedo – escuchó una risa, una risa que irrumpía en sus sueños
a veces, Carmen tomó de los hombros a una pequeña que ella
inmediatamente reconoció, era Estrellita y le hablo.
Yo soy feliz, mira esto como una oportunidad de ser muy feliz, quiero que
rías conmigo.
La oscuridad volvió, la risa de la niña no cesaba, Francisca gritaba que no la
dejaran. Pronto un rayo de luz más opaca se vio, ella intentó despertar. Pudo
reconocer a sus amigos y una figura arrodillada frente a ella, se acordó, cerró los
ojos con fuerza, quería irse de nuevo.
Sintió algo caliente bajar por sus manos, eran lágrimas. Tomó el aire y volvió en sí,
posiblemente fuera un sueño. Se sentó bien, la conocida y a la vez ajena figura del
Comandante seguía arrodillada en frente de ella. Francisca le peinó sus cabellos
negros y lisos con la mano. El hombre levantó la cabeza llorando, ella tocó su
barba, miró sus ojos, sus labios. Sí, era él. Con su corazón roto, lo único que salió
de su boca fue:
-
Hola, qué rico verte. ¿Te gusta verme?
Claro mi Reina, siempre me encanta verte.
Yo – lloro la muchacha- perdóname Nacho.
No, perdóname tú, no te cumplí la promesa.
Él se levantó un poco y la abrazó fuerte, como siempre lo había hecho. Ella se
sintió entre sus brazos como aquella pequeña insegura que era tanto tiempo atrás.
Los compañeros de uno y otro se retiraron y comenzaron a alejar los curiosos a
los que la escena les había parecido bastante extraña. La pareja lloró por mucho
tiempo, abrazados. Ella miraba constantemente la cara del joven, como queriendo
estar segura que era él, le tocaba su barba, que no tenía la última vez que lo vio,
miraba sus ojos y lo abrazaba para que no se fuera esa visión.
“Volaron cual golondrinas aquellos años de infancia, en que juntos pronunciamos la
palabra “redención”, fuimos creciendo en caminos separados pero más tarde volvimos a
encontrarnos porque íbamos en la misma dirección.
Recuerdo de la abuela en su patio de columnas, los carritos, los muñecos y un trompo de
guayacán, almojábanas, leche, peto y casabe, y la sonrisa burlona de mi padre cuando
amanecía con ganas de bromear, […]
[…] y siguiendo los recuerdos de aquellos años de infancia hoy me abrazo en el ejemplo
de mi hermano Salvador, vimos caras color amarillo cobre, en los niños, las mujeres y los
hombres que vivían en los barrios de inundación, […]
Fue creciendo el compromiso de nuestro amor por el pueblo […] te bajaste con
uniforme y arma de guerrillero. Está vestida de fiesta esta garganta fecunda, he
prestado esta guitarra para cantarte Salvador, quiero que Julián borracho cante
cumbias, esas que hablan de mariposas desnudas y que invitan al pueblo a la
insurrección, […]”
¡Extraño azar! ¡Extraña vida! ¡Extraños caminos! ¿Quién lo podría imaginar? Hoy
sientes algo raro, agradeces que cada cosa que imaginaste que le pudo haber
pasado no hubiera sucedido, estas feliz de verlo, lo quieres tanto, lo extrañaste
tanto. Pero ¿Y Carlos? Ese tierno hombre que te ama, que amas también, que
daría cada instante de su vida por tu felicidad, al que tú intentas hacer feliz ¿Se
acaba ahora esa hermosa relación de tantos años, de tantos sufrimientos,
alegrías, sonrisas, llantos, tropiezos, logros?
Sabes que las decisiones son difíciles, todo en la vida es un riesgo y lo que
tenemos claro es que la única apuesta sabia, ganada, sensata y segura es la que
se hace por el pueblo, la libertad y la paz. ¿Qué harás ahora? Recuerda ser feliz.
XXI
El amor intenso, eterno,
infinito e inconmensurable
La vio subir al bus que la llevaba a Bogotá, miró como su cara inocente,
tierna, amada se asomaba por la ventana y le enviaba hermosos besos que
caían como maná del cielo a su alma solitaria.
El bus partió, luego desapareció. Él caminó solitario por las ruidosas
calles del pueblo. Llegó a la casa vacía de la que se fue al siguiente día para
cumplir una cita con la libertad, para nunca más volver.
La tristeza taladró su alma buena que solo encontró aliento en la sonrisa
del infante, en el sudor campesino, en el grito rebelde del estudiante, en el
canto de protesta que sale de las minas, de los cañadulzales, de los verdes
cafetales, de las pobrerías y del alma del pueblo.
Corrieron rápido sus años de guerrillero, sus logros eran notables y su
alma triste y vacía, a pesar de que una hermosa tarde de junio la corriente
de Caño Cristales traería unos ojos negros, fresco amor, radiante mujer,
hermosa campesina, traviesa y juguetona niña.
Su alma brinca, salta, baila y canta porque llega el amor de nuevo,
hermosos ojos miel que adornan cielo, tierra, aire, viento, sol. Más lindos
que una noche de luna llena, más eternos que dios, más expresivos que
hermoso poema, más amados que el propio corazón.
Era tiempo de trabajar. Él con una potencia que ella desconocía llamó a Ángel,
que estaba en la puerta, le dio orden de que convocara todos los mandos que
participarían en la operación. Le dijo a Francisca que se sentará al lado de él, si
quería, la muchacha no lo dudó. Todos entraron y los miraban extrañados. Ximena
era la que se veía más preocupada, le sonreía a Francisca pero ella presentía que
algo la atormentaba, y sabía que era.
De últimas entró una bella muchacha que llamó la atención de Francisca. Se
llamaba Marcela. De cabello largo, ondulado, blanca, de estatura media y ojos
tristes, se notaba que estuvo llorando hace poco, se disculpó por la demora y
todos no le quitaban los ojos de encima. Gonzalo miró la mesa, ver a la joven
sufriendo notablemente lo afecto. Empezó la reunión presentando a los mandos y
las comisiones de las estructuras que llegaban de otros frentes. De últimas
presentó a Francisca.
-
-
Ella es Francisca, se destaca en explosivos y armas artesanales de corto
y largo alcance, entre otras habilidades políticas y militares. Y… para
calmar la curiosidad de los presentes y el chisme pueda llegar a oídos de
todo el campamento, – dijo mirando a Vicente, todos rieron- ella es la hija
del Camarada Vladimir. También… es una persona muy especial para mí
y yo para ella, supongo- miró a Francisca.
Si- contestó tímida.
Siguió la reunión, se estudio de nuevo el plan y se procedió a analizar el
cronograma de preparación y realización de la operación basados en los
lineamientos enviados por el secretariado y lo planeado en el campamento del que
venía Francisca. Había algunas veces que la situación se ponía tensa para la
muchacha. No podía dejar de pensar en Carlos, y sin embargo, ella y Gonzalo
aprovechaban para mirarse o tomarse de las manos cuando se les presentaba la
oportunidad, de lo que se daban cuenta las tres docenas de guerrilleros presentes,
y generaba tristeza en Marcela, felicidad y preocupación en Ximena y risas
maliciosas en los demás.
Todos se retiraron. Francisca prometió ir a la oficina después de arreglar sus
cosas, comer algo y cuando Gonzalo terminara sus actividades. Marchando a su
caleta, en medio de miradas curiosas, pudo distinguir unos tristes ojos, era
Marcela que lloraba amargamente en los brazos de tres mujeres, se sintió muy
mal.
Por fin encontró a sus amigos. Primero que todo explicó lo referente a su actitud
antes de partir. Les contó de su familia biológica, lo de la selva en el pueblo del
Paraíso vereda La Silvia y la llegada a la familia que amaba. Les dijo que sabía
que Francisco había sido guerrillero, pero no se imaginaba que hubiera sido
Vladimir. Incluso les narró la extraña visión que tuvo cuando se desmayó. Les
confesó que no se sentía bien, que definitivamente amaba a Carlos, que estaba
confundida. Los muchachos se fueron a comer y dejaron a Francisca y a Ximena
solas.
-
-
¿Qué voy a hacer Xime?
¿Qué sientes?
No sé que siento. Como te decía en este tiempo pensé que amaba más a
Nacho, o mejor dicho a Gonzalo. Siempre fue una especie de manto que
cubría la relación entre Carlos y yo. No sé cómo explicarte lo que tengo
aquí –señaló su pecho que seguía sintiendo vacío.
Intenta buscar la manera, intenta verificar que sientes. Quiero que tengas
en cuenta tu felicidad. Si por algún motivo amas a Gonzalo más, no te
preocupes por Carlos, él te ama y te quiere ver feliz. Aunque es un poco
dependiente, se recuperará pronto. Lo único que me importa son dos
cosas: la primera que seas feliz y no culpes en el futuro a Carlos de tus
desgracias, y la segunda que Carlos pueda vivir por fin sin esa sombra
que le atormenta. Ve allá, habla con él, ya es la hora.
La muchacha se fue a la oficina del Comandante y allí encontró al ansioso y
confundido Gonzalo.
-
-
-
-
-
-
Hola
Mi Reina.
¿En qué piensas? - se sentó cerca a una ventana, él se fue a dónde ella¿qué te pasa?
Necesito un abrazo ¿Te puedo abrazar?
Sí. – sus brazos la rodearon con fuerza, había extrañado tanto esto pero
era raro, estaba acostumbrada a los suaves, tiernos y románticos abrazos
de Carlos, interrumpidos solo por la manera en que la hacía estremecer.
Sin embargo se sintió tan bien. Él cerraba los ojos. La suavidad de ella
que había anhelado tanto la tenía por fin, pero la picardía y la sensualidad
de Marcela le faltaban. Se miraron, había aún tanto amor entre los dos,
ella acariciaba su barba, la beso e hizo un gesto de impresión- creo que
no me acostumbraré a tú barba, no me gusta.
¿En serio? – río animadamente, como hace tiempo no lo hacía- sí que te
extrañaba, contigo podría hablar de cualquier cosa, serás siempre
sincera, mi amiga, mi compañera.
Sí. ¿Qué hiciste después de la última vez que nos vimos?
Pues me tocó decidir. Tenía que elegir entre el amor al pueblo y el amor a
ti. Te había jurado esperarte, con gusto lo haría, por mí me hubiera ido a
Bogotá ese mismo día y te habría amado por siempre. ¿Caminamos? –
salieron y comenzaron a pasear bajo la luna, no se soltaban, ninguno de
los dos quería separase de nuevo, sus cuerpos tan juntos, sonreían
felices- pero conocía esta realidad, estuve frustrado por no poderte
ayudar esa noche, no le pasaría a nadie esto de nuevo. Decidí ingresar
definitivamente a la guerrilla, ayudar al pueblo. Te falle.
Tranquilo, debiste decirme. – él la miró a la luz de la luna, la quería besar
pero algo adentro no permitió que fuera en la boca, en vez, sus labios se
dirigieron con ternura a su frente, se sintieron bien.- y ¿Qué paso?
Después de un par de meses se me atravesó una oportunidad que no
rechazaría. Maté al hijueputa del Coronel del ejército, ese malparido que
te… por primera vez. – la miró con pena y nostalgia- no fue suficiente, me
sentí tan mal por haber sentido ganas de venganza – la abrazó, beso sus
mejillas y la frente con delicadeza –debí ser yo ¿Cómo fue tu primera
vez?
Hermosa – miró hacia las estrellas y pensó en Carlos.
¿Quién es?
¿Te acuerdas de los universitarios que entraron a trabajar en la
fundación?
Sí.
¿Recuerdas al alto rubio, de piel clara?
-
¿Andrés? ¡claro! ¿Quién no? Me hizo reír bastante las veces que lo ví. Y
debo ser sincero, me dio celos. Cuando te descuidabas te miraba. Una
vez se dio cuenta que yo lo ví, se delató solito, él que es de piel clara, se
puso todo rojo – rió – debo admitir que en ese momento no me hizo
gracia, me dio una ira enorme, pero tus ojos tiernos solamente eran para
mí. Ahora lo sé, si había alguien que te haría feliz sería él.
Francisca le contó sin omitir ningún detalle todo lo que pasó después de que él se
desapareció. Él hizo lo mismo. Reían, lloraban, se abrazaban y se besaban las
mejillas, la frente y las manos. También hicieron muchas bromas, hablaban de sus
amigos, de sus gustos, de todo lo que ahora construía cada una de sus
realidades.
-
-
-
-
¿Cómo la conociste?
¿A Marcelita? – se sonrió y miró el piso- no quería que me interesara
nadie. Pero era difícil no verla, era alegre, feliz, pícara, cariñosa. En las
horas culturales se destacaba y su inteligencia es extraordinaria. Ya
había pasado mucho tiempo solo. Si tuve algunas…noches… - se
sonrojó- pero nada en serio.
Así que una vez me estaba bañando. Teníamos este tiempo de
esparcimiento y lo disfrutábamos. Ella consiguió una guitarra y les
dedicaba un par de versos a todos, los más hermosos fueron para mí.
Ángel me llevó hacia ella y después de un rato estábamos en un gran
grupo bromeando.
Esto le dio… no sé, como confianza para comenzar a hablarme y hacer
chistes conmigo y esas cosas. Por fin un día me vio triste y me dio una
linda flor…yo…yo deseaba que fueras feliz, siempre te vi haciendo la
familia que yo no podría tener contigo, ni con nadie,
pero…perdóname…pensé en darme la oportunidad.
Pero no te la has dado. – él se dio cuenta que la muchacha tenía razón,
ella tomó sus manos, se sentó con él, miró la luna, pasó el brazo de él
sobre ella, el chico entendió y la abrazo.- Me duele verte solo. Sigo
amándote, tú me sigues amando – miró a los ojos del chico – pero el
destino fue diferente al que pensamos y planeamos juntos – recordó su
extraña visión “papi ayúdanos, ojalá pueda lograr que sea feliz” - nuestro
amor sigue siendo verdadero, grande, fuerte, pero no el mismo – El chico
se alegró de que ella tuviera los mismos sentimientos que él.
Te amo tanto, pero, hablando contigo te sentí tan…diferente…lo que amo
de ti continua, pero ya no es lo que nos une, aunque tenemos una
especie de condón que nos vincula para siempre.- lloraron de nuevo, pero
no era llanto de sufrimiento como al principio, era como una forma de
penitencia y bautizo a la vez, estaban limpiando sus sentimientos, sus
dolores, sus tristezas, sus culpas y le estaban dando la bienvenida a su
nueva vida.
El tiempo pasa…
No en vano, siempre, lo decía tu padre, no en vano.
Hablaron toda la noche, entre anécdotas, tristezas, llantos, risas y frustraciones.
Se calmaron sus corazones y al amanecer ellos eran nuevos, se sentían bien, se
darían la oportunidad de empezar sinceramente de nuevo, cada uno por su lado,
pero jamás se separarían.
Otra cosa que aprendieron de todo este proceso de curar cada dolor que sintieron,
cada día sin su amor, su soledad, todo sufrimiento, fue que nunca deberían
perder la esperanza. Cuando Nacho, hoy Gonzalo, se fue se negó la oportunidad
de amor, pero sobretodo la esperanza de volverla a ver. Ella se habían negado la
posibilidad de que estuviera vivo, perdió toda esperanza y su alma casi muere por
eso.
Francisca, hoy miras la vida de otra forma, sabes que el amor al pueblo es
primero, pero hoy tienes un valor que fortalece tu tenacidad: la esperanza. Hoy la
recuperas, hoy el trabajo, la amistad y todo a tu alrededor tiene sentido, eres una
mujer nueva, él es un hombre nuevo, se unen para siempre, en un amor inmenso
y eterno.
XXII
Cinco kilómetros Al Paraíso
Ocho kilómetros a La
Trinidad
Niño de Colombia, zapatos rotos, zapatos de plástico, zapatos viejos, pies
descalzos.
Niño de Colombia, comida rancia, comida escaza, estómago vacío.
Niño de Colombia, juguete pala, juguete pica, juguete hacha, juguete basura,
juguete arma.
Niño de Colombia, mucho cansancio, mucho trabajo, mucha violencia.
Niño de Colombia, piel reseca, piel sucia, piel cobriza, piel percudida, piel
maltratada, piel cicatrizada, piel abusada.
Niño de Colombia, de carnes inexistentes, huesos visibles, ojos tristes.
Niño de Colombia, casa de alcantarilla, casa de lata, casa de cartón,
casa de lluvia, casa de cielo estrellado.
Niño de Colombia, futuro de droga, futuro de criminal, futuro sin alma,
futuro incierto.
Pasaron largos días de diálogos, de risas, de amor creciente, de amistad infinita.
Comprobaron así que el amor resurgía entre los dos mucho más fuerte, mucho
más potente y mucho más bello, pero que solamente los unía como grandes
amigos, también los hacía inseparables el amor al pueblo, el amor más grande y
puro. Por eso trabajaban fuertemente, y gracias a esto, llegó el día señalado para
la operación a la que le habían destinado tanto esfuerzo, constancia y tiempo.
Las tropas enemigas se dirigían a la pequeña ciudad cercana. Sabían que si
venían los guerrilleros era de la selva, y según ellos, la única forma de que
llegaran sería por ese lado. Francisca y Gonzalo se preocupaban por sus amigos,
pues esa ciudad era en la que había nacido el chico y a la que por azar llegó ella a
conocer a su familia.
Sin embargo ese pensamiento del enemigo les servía mucho, pues no esperaban
un ataque desde el flanco en que ellos se hallaban. Llegó el amanecer. El sol no
se había despertado aún. Caminaban directo al pueblo de la operación primero
llegaron Al paraíso, los recuerdos del día en que huyó la asaltaron, buscaba
impacientemente la cueva que no logró ver, su alma se sentía oprimida. Pero tenía
que sobre ponerse, su objetivo estaba a la vista.
Al poco tiempo ya estarían en la ribera de la Quebrada de la Vieja, en una finca
de entrenamiento paramilitar. Se oyeron los primeros estruendos de la guerra, los
primeros sonidos de la salvación, los primeros truenos de libertad.
Comenzaron a lanzar cilindros incendiarios a las grandes y lujosas estructuras,
pues sabían que allí estaban engreídos y desalmados jefes paramilitares.
Abrieron fuego contestando pocas ráfagas enemigas. Les daba tristeza ver las
asustadas y aterradas caras de los paramilitares rasos, torpes, ignorantes,
drogadictos y manipulados hijos de la sociedad que por dos pesos harían lo que
fuese. Pero hoy se equivocaban, hoy estos paramilitares no ganaría porque se
estaban enfrentando a un ejército bastante preparado, de muchos años de
experiencia, de conocimientos, no solo militares sino sociales.
Al entrar al campamento se dieron cuenta de algo inhumano. Los comandos
paramilitares comenzaban a disparar contra sus propios hombres: los que
quedaban sin municiones, los que se ponían nerviosos, los heridos, todos los que
“no servían”.
Lograron apoderarse del campamento. Se escalofriaron al ver los “campos de
entrenamiento”, claro que se deberían llamar “campos de tortura”. No solo tenían
animales indefensos para asesinarlos y tasajearlos como les ensañarían los
mercenarios israelíes, también, en jaulas habían personas de la calle, niños,
enfermos mentales, campesinos, todos esperando la misma suerte.
Las narraciones de niños drogadictos eran aterradoras. Los habían traídos de
grandes ciudades, eran muchos y siempre llegaban más. Encerrados en esas
jaulas veían como eran entrenados los paramilitares. Les enseñaban primero con
animales, luego con humanos. Pero la crueldad no era solo con los demás. La
forma de entrenamiento era extraña y excesiva. Les disparaban, los torturaban, los
maltrataban, los violaban, en una palabra, se herían y se asesinaban entre sí. La
competitividad era extravagante, era la imagen de la sociedad capitalistas
intensificada al ciento por ciento: el fuerte devoraba y exterminaba al débil.
“Los desprecia, los rechaza la sociedad, Esa que un día los pario y los mira indeseables
Y algunos más agresivos van más allá, Los matan como si ellos fueran desechables.”
Redujeron al enemigo. Llegaron a los Bunkers que ya estaban muy destruidos por
los cilindros. Por fin derrumbaron las paredes. Entraron, no había nadie más que
seis niñas entre doce y quince años, desvestidas, asustadas. Se oyó un
helicóptero, salió una escuadra a tumbarlo, no llegaron a tiempo. Sin embargo eso
no importaba, este golpe, junto a todos los que se les estaba dando a lo largo y
ancho del territorio nacional, era una gran pérdida para los paracos.
“Señores vengo a cantarles la puya del Urabá, […] pa’ que sepan en Colombia cómo
es que se puya acá, […]. La puya de Tamborales fue la que más les dolió, […] junto
a la puya en Dabeiba, Pavarandó y Tacidó les quitaron un mortero que barre como una
escoba una hectárea a la redonda con granadas de una arroba. “¡Justo es que ellos lo
tienen!” Se asusta un general sin saber cuándo ni dónde se lo van a hacer sonar, […]
Sintió el paramilitar la puya de la Secreta, […] con las FARC en Urabá se les
acabó la fiesta. Con la puya de Bartolo fue que se les paró el macho, junto a la
guerrilla el pueblo le dio duro a los paracos. No conforme lo muchachos se fueron al
Paramillo donde sacaron corriendo a Castaño en calzoncillos, […]
Esa puya de Sapzurro, límites con Panamá, […] es la puya más alegre que
enterraron por allá. […]”
Las niñas terminaron de romper el corazón de los guerrilleros. Al principio
pensaron que las iban a matar, las armas intimidan a cualquiera. De repente uno
de los muchachos se aproximó a la pequeña de doce años y la tapó con una
sábana que estaba cerca. Todas se acercaron y se cubrieron juntas. Francisca
llegó. Las niñas sintieron más confianza en hablarle a solas. Dos de ellas ya
estaban prostituidas antes de llegar allá, las cuatro restantes habían sido
arrancadas de sus familias, ya fuera por engaño o por la fuerza.
Tenían mucho miedo porque los jefes preferían a las niñas, pero cuando se
aburrían de ellas las dejaban para “entrenamiento” o sea que tarde o temprano
serían torturadas y asesinadas. Así que ellas hacían las perversiones y todo lo que
les pedían, se dejaban golpear y eran obedientes, aunque sabían que tarde o
temprano las matarían y quemarían. Nadie sabría nada nunca, ellas serían
desconocidas como muchas anteriormente. Este campamento comía, digería y
desaparecía seres humanos, excretando aterradores monstruos.
Las vistieron y las llevaron con ellos. Tenían que protegerlas de algún modo.
Armando informó que ya habían llegado todas las unidades participantes al pueblo
y habían ocupado su lugar. Recogieron todo lo que debían llevarse del
campamento paramilitar, esto consistían en armamento, equipos de comunicación,
dinero, computadores y documentos.
Pronto llegaron al otro pueblo, a La Trinidad. Cada cuadra traía un recuerdo a
Francisca de su niñez, generalmente amargo. La escuela la hizo llorar. Ximena la
tomó de la mano, la abrazó. Francisca se dio cuenta que ya nada le haría daño
más que ella misma. Comenzó a recordar en voz alta, contándole a Ximena todo.
Se purgó del sufrimiento, del odio, del dolor, de las afrentas recibidas, de ella
misma. La Trinidad ya no le daba miedo, ya no significaba nada.
Al llegar a la estación de policía, los civiles estaban ya protegidos, a excepción de
los que vivían en la misma cuadra. Les molestaba supremamente que el gobierno
siempre hablara de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional
Humanitario, pero no estaba dispuesto a cumplir ni uno solo. Las Estaciones de
policía, las instalaciones del ejército y todo aquello que podría ser objetivo militar,
deberían estar lejos de la población civil, los guerrilleros lo cumplían, pero
obviamente los otros no, si fuera así, ellos no estarían dentro de un pueblo
disparando. Esto enojaba a Francisca y a todos los presentes.
Estaban en plena toma. Dejaron de lanzar cilindros y bajaron el volumen de fuego,
había pasado casi un día y sabían que los policías pronto se darían por vencidos,
pues ya sabían que refuerzos no iban a llegar, de lo que se enteraron por medio
de las noticias.
-
“Los generales y altos mandos de la policía han informado que no pueden
llegar al lugar, pues las condiciones del clima no lo permiten. Esperan que
las FARC cesen esta acción terrorista”.
Estas palabras desilusionaron a los policías y asombraron a los guerrilleros, pues
era obvio que contaban con un sol abrasador y ni una sola gota de agua, ¡qué
valientes generales tenían las fuerzas militares!
“Camina malicioso y con cuidado, va andando de lado a lado la selva […], camina con
más valor que un soldado, claro si este no es mandado porque él sabe a lo que va, […].
Se refleja en su frente la esperanza y en su barba va plasmada plena la inconformidad,
un pesado morral cuelga a su espalda y en sus manos lleva el arma que porta con
dignidad, […]
Cañones que florecen al viento lo estremecen gritando libertad, y que incansablemente
piden que haya justicia, que haya igualdad social, […] y ese que tiene tres soles dice
tener pantalones pero él no sale a pelear, manda presa de cañones, los entrena pa’
matones y después los manda a matar, […]”
Francisca dio la orden a sus hombres de esperar. Fue a un parque cercano en
donde se estaban reuniendo los comandantes. Ella ya los podía ver en la pequeña
plaza, cuando de repente sintió una voz detrás.
-
-
¡¿Mariana?! – Quedó inmóvil, hace tiempo no la llamaban así. La voz era
conocida, pero se oía cansada- ¡¿Mariana?! – ella volteó.
Stella - dijo sin expresar emoción alguna en su voz o en su cara.
¿Qué está haciendo?
Mi deber, mi compromiso, mi convicción. ¿Me habla para juzgarme como
siempre lo hizo? ¿Qué se supone qué va a hacer al respecto?
¿Pegarme? – Stella se sorprendió, de la pequeña que manipulaba y
maltrataba no quedaba nada.
No, simplemente pregunto que ha sido de su vida.
Francisca miro bien, sin venganza, sin ira y sin rencor en su corazón. De la joven
alegre, radiante, hermosa, solo quedaba una cansada y triste mujer, al parecer
madre. Dos pequeñas de tres y cinco años la tomaban de la falda, mirando con
temor a Francisca.
-
-
-
-
Crecí feliz con una familia que me adoptó. Pude trabajar y estudiar, fui a
la universidad unos semestres, Sociología – sacó de su bolcillo el viejo
carnet de la Universidad Nacional que lo mostró rápidamente para que
Stella no alcanzara a leer el nombre, lo guardó, la mujer se sonrió, pero
no estaba asombrada – pero a usted no le interesa.
No me asombra, siempre fue muy inteligente.
Como su papá – interrumpió Violeta, que cargaba un bebe de unos tres
meses de nacido, el tercer hijo de Stella. Ella se veía vieja, no como
Amparo siempre joven, siempre amorosa- un universitario paisa, no
respondió por usted, la cambio por el estudio. – dijo la mujer con un poco
de ira- ¿Si le estaba yendo tan bien que hace de guerrillera?
Un día tome la decisión. A veces el amor al pueblo es más fuerte, y aquí
estoy. Al principio no creí irme tan pronto, pensé que terminaría mis
estudios, pero luego, bueno, una compañera murió – la tristeza se asomo
a sus ojos que se dirigieron al cielo, la imagen de Francisca, esbelta, de
uniforme militar, fusil, boina, de mirada triste, pura y llena de esperanza
aterró a las dos mujeres, Violeta dejó la agresividad a un lado.
Y ¿cómo la tratan mijita?
Bien, muy bien, aprendo, progreso – sonrió emocionada- ¡ya soy
comandante! A penas de escuadra, me falta camino, pero voy bien. ¿qué
paso el día que me fui? – la vergüenza pasó por la cara de las dos
mujeres que se miraron entre sí, Francisca notó que no querían hablar del
tema – bueno, espero que estén bien – señaló los compañeros que ya
estaban completos – me están esperando, estamos en plena operación,
es muy importante.
Fue a su lugar, dialogaron de la acción a seguir, llegaron a la conclusión de que si
dentro de unas horas, cuando comenzara a caer el sol, no salían los policías iban
a usar las granadas toda la noche. Se marcharon los demás comandantes y
quedaron unos pocos en la plazoleta, donde Gonzalo estaba manejando todo.
Francisca comentó a sus amigos y a Gonzalo lo de su mamá y su hermana.
-
-
Y allá como que te están esperando mi Reina – dijo Gonzalo tomándola
de una mano y señalándole a las mujeres, que desde una heladería la
miraban.
No voy, para qué.
Para chismosear amiga – la sacudió con energía Ximena todos rieron.
Pasaré por ahí, como quién va a la estación de policía, las saludo y ya, si
no me hablan pues no puedo chismosear.
Francisca hizo lo que dijo. El fusil le pesaba más, el aire le faltaba. Paró, respiró
un poco, sacó un cigarrillo, siguió su camino con su gesto inexpresivo. Al pasar
por ahí, subió las cejas en señal de saludo, pero Stella la llamó.
-
-
-
-
-
-
¿Está muy ocupada?
Pues se supone que debería estar dirigiendo mis hombres.
¿Puede tomar algo? – dijo Violeta- o después
Después me voy – miró a las mujeres, no era amor, pero si había un
sentimiento que las embargaba, supieran o no, se sentían culpables, se
querían arrancar ese remordimiento del corazón- creo que puedo beber
una gaseosa.
Bueno, este negocio es mío – decía Stella mientras con rapidez sacaba
del refrigerador una botella de gaseosa y la destapaba, pasándola a
Francisca que la miraba seria- ellas son mis hijas Violeta, Carolina y
Juanita.
Sí, bonitas.
Ese día no me enteré sino después de… me asusté, llamé a la casa pero
mamá no estaba – Violeta la miró como diciendo que no contara nada- le
di quejas a mi papá, dije que peleó con mis amigas, pensé que volvería.
La buscamos en el pueblo al otro día – intervino Violeta- después… no
es que no me preocupara, pero… dijimos que se había volado con un
novio que tenía…
¿No me buscaron, ni pusieron denuncia en la policía?
No – contestó Violeta mirando al piso, muy apenada.
¡Bien! –sonrió la muchacha- no me dañaron la vida, que bien. ¿Y ustedes
qué?
Pues Roberto sigue con el negocio Mercaquí, yo con lo de la ropa y
Stellita esta heladería. Se casó con Freddy, un buen muchacho que tiene
un local de ropa, y cosas para la casa y también vende puerta a puerta.
Tienen vendedoras y él cobra.
Bien.
Perdóneme todo Mariana –dijo arrepentida Stella a punto de llorarFresca.
Terminó la gaseosa, sonrió a las mujeres y se despidió de lejos de las temerosas
niñas, un duro estruendo le dio la escusa para salir de allí. Ella sabía que era un
tiro de granada para comenzar a asustar a los oficiales, pero dijo que tenía que ver
qué pasaba. Al doblar la esquina vio a las asustadas mujeres volviendo a cerrar su
negocio, mirándola desde la distancia. Se sintió mal porque a pesar de que les
demostró que tenía una buena vida, qué había estado mejor afuera y de que las
perdonó, ellas, pero sobretodo Stella, parecían que persistían con su dolor y
remordimiento.
Pasó una larga noche. Las granadas estallaban constantemente, todos estaban
cansados y sufriendo, pero el ánimo guerrillero seguía en alto. Se entregaron los
oficiales al amanecer. Acabada ya la acción volvieron a los campamentos
organizados para esto.
Algunos llevarían a los prisioneros de guerra retenidos. Esto era desgarrador para
todos. Los policías tenían miedo, eran como un rebaño que se había quedado
perdido en una gran llanura. Los Comandantes guerrilleros les hablaban y les
planteaban la realidad, pero ellos, aunque entendían, aunque las vendas
impuestas por los poderosos caían rápidamente ante los argumentos inteligentes y
veraces de los guerrilleros, decidieron cerrar fuertemente los ojos a la realidad
cruel. Sus espaldas encorvadas por el peso de la ignorancia, prefirieron cargar su
bulto otra vez. Un sargento, al ver la humanidad de los camaradas intentó acudir a
ella para hacerlos sentir culpables.
-
-
Dicen defender al pueblo, pero yo no soy rico, no soy oligarca como dicen
ustedes ¿por qué me detienen? – dijo tirando bruscamente las hojas en
donde se encontraba el DIH y explicaban lo que es un prisionero de
guerra- yo tengo familia, mi hijo tiene pocos meses de vida, voy a
perderme la mejor edad. Yo no tengo ninguna culpa de lo que ustedes
dicen, díganme ¿en dónde dice ahí que yo tengo culpas?
No, no la tiene – replicó Francisca tranquilamente. Se arrodillo ante el
oficial, cogió los papeles, levantándolos con sumo cuidado. Se paró frente
al hombre y le sonrió con ternura. Le daba tristeza ver que había gente
que prefería pasar la vida sin más. Desechos humanos de una sociedad
que tapaban sus propios ojos, que tragaban las mentiras sin preguntar,
solo por temor – Usted no está aquí por oligarca, simplemente tomó una
decisión entre morirse de hambre o ser policía, una de las pocas carreras
a las que el colombiano puede acceder. Usted decidió echarse al hombro
la responsabilidad de masacrar y reprimir a un pueblo al que usted
pertenece para proteger a los oligarcas y el gran capital. Usted no lo
sabe, no se da cuenta, pero es así –sin embargo en los ojos del sargento
se veía que ya estaba consciente de ello, pero no lo aceptaría – Con
respecto a su hijo, los únicos que tienen derecho a tener una familia son
los de arriba, curiosamente ellos no la disfrutan, prefieren regalarles
tecnologías y contratarles un chofer. Nosotros los pobres tenemos la
decisión de pasar miles de penurias para sacarlos adelante y después ver
que, aun con estudios, no tienen ninguna oportunidad. Otros como
ustedes, se alinean y se dejan manipular para poderlos disfrutar un poco
y, tal vez, solo tal vez, pueda aparecer en las vidas de ellos una
minúscula oportunidad de seguir adelante.
Y por último estamos
nosotros, cuyo amor al pueblo y la inconformidad nos llevaron a tomar las
armas, a dejar nuestros padres ¿Qué creían que caíamos de los árboles?
Muchos de nosotros tienen hijos, no los ven hace mucho tiempo. Y otros,
como yo, deseamos tenerlos, amo a un gran hombre ¿cree que no nos
acostamos a imaginar cómo sería nuestro hijo? Pero no lo tenemos, no
podemos tener, la convicción y el amor hacia todo el pueblo Colombiano,
incluso a ustedes nos lo prohíbe.
Francisca sintió pesar de esos hombres, tanto por la situación en la que se
encontraban, como por la ignorancia en que estaban sumidos.
“Dime cuál democracia defiendes si vives en miseria, dime tú la razón por qué mueres y
por qué vas a la guerra, si no tienes bancos, ni industrias, ni haciendas, te ponen de
blanco a que los defiendas, […]
Si te mandan a morir solo por una libreta yo te voy a repetir lo que un día dijo un poeta.
Si soy pobre como tú, somos hermanos los dos, no sé por qué piensas tú que tu enemigo
soy yo, […]
Son ellos los dueños del poder y los que inventan las leyes, ellos tienen mucho que
perder dime tú lo que tienes. Llevan nuestros hijos a cuidar las petroleras, se los llevan
vivos devuelven unas banderas, […]
Por qué los ricos no van a cuidar lo que han saqueado, bien se pueden desertar y buscar
a las FARC colombiano ¡venga usted hermano soldado! ¡Venga hermano policía!
Los tres y el pueblo algún día a Colombia liberamos, […]”
También había una captura más, una sorpresa para todos. En las instalaciones de
la policía se hallaba un paramilitar. Gonzalo y Francisca se aterraron, era el mismo
paramilitar de esa noche, el que mató a sus amigos, el que les hizo tanto daño.
Ahora se disfrazaba de importante empresario: Alfonso Cabrera. Las órdenes eran
claras, el paramilitar debía ser fusilado, así lo hicieron.
Al salir del pueblo por fin llegaron los mandos de las fuerzas armadas y, por
supuesto, su batallón informativo, los autoproclamados periodistas y su sarta de
mentiras:
-
“El pueblo está completamente destruido ante el ataque terrorista de las
FARC, dispararon indiscriminadamente asesinando nueve policías y
secuestrando catorce más – hacían algunas “entrevistas” a los familiares
de los uniformados – También tenernos que informar sobre el cruel
ataque a la finca de uno de los empresarios más queridos de los
colombianos, Alfonso Cabrera, presidente de la ANDI. Colombia ha
perdido a un hombre que luchaba por el futuro y la paz de nuestro país.”
Esto hacía parte del triunfo. Ellos respiraban por la herida y escupían su veneno a
diestra y siniestra engañando a los pocos desprevenidos colombianos que,
desafortunadamente, creían estas mentiras.
Abandonaron el lugar. Esto duró más o menos un mes. Francisca y sus amigos
salieron dos semanas después de la toma. La última noche Francisca habló hasta
tarde con Gonzalo, como era su costumbre. El chico suspiró fuerte y tristemente.
-
-
Esta es la última noche.
Sí.
Me quedo solo de nuevo.
¿Solo? Que tonto eres
¿Yo? – rió estruendosamente- de verdad que te extrañaba, siempre tan
directa, sincera y contestona – siguió riendo y la abrazó- te amo tanto.
Yo también
¿Por qué me dices tonto entonces?
Tal vez ciego, ¿no te has dado cuenta que hay una triste y bastante
atractiva muchacha esperando a que le digas que pase sus cosas a tu
caleta? Debes decirle cuánto la amas, no es difícil, sé que la amas.
No como a ti.
Pero sí como pareja.
Sí. La amo. Diferente, pero la amo –la miró largamente- Te amo.
Yo también. Sé feliz. Así te amaré más. Tus ojos negros y hermosos
brillan cuando la ves. No es el mismo brillo que conmigo, es mejor.
Sí, me da mucha emoción y alegría. La veo y…- suspiró
Lo sé. Espera aquí.
La muchacha salió advirtiéndole de nuevo que si se iba se enojaría. Pocos metros
después encontró unas caletas, allí, triste, estaba Marcela.
-
-
Buenas noches.- la muchacha y los guerrilleros presentes se pararon a
saludar
Camarada.
Marcela. Hágame un favor y acompáñeme – todos se miraron, la
muchacha hizo caso en silencio y con asombro – no hemos hablado, me
cae bien. ¿Tiene algo con Gonzalo?
No…Sí…no sé.
Raro. A mí me parece que sí.
Pero yo no sabía que era usted. Alguna vez me contó sobre usted, pero
dijo que estaba en la ciudad.
Sí. – sonrió.
Yo la respeto.
Pero lo amas.
Sí – dijo la muchacha a punto de llorar- Pero ¿cuándo me miraría como a
usted? Nunca.
No, tal vez más especial.
¿A mí? Comandante, debe estar celosa.
-
-
-
-
No. Gonzalo significó mucho para mí y yo para él. Mi padre siempre
pensó que quedaríamos juntos, pero pasó el tiempo, y como él diría, no
en vano. Perdimos la esperanza de nuestra relación. Se me presentó
una oportunidad con un ser especial, es tierno, lo amo.
¿Tiene compañero Comandante? – se aterró la muchacha, sin poder
esconder la felicidad.
Sí – sonrió Francisca –al principio me pasó lo que le pasa a Gonzalo. Yo
no quería tener a nadie, pero me estaba enamorando, no sé cómo
llegamos a tener algo, hubo peleas, estaba la sombra de Gonzalo
siempre, pero atravesamos juntos todo, gracias a la paciencia, la
comprensión y el amor de Carlos. Yo no sabía que aquí encontraría mi
gran amor de juventud… y lo encontré, creció el amor entre los dos, pero
no el que tú te imaginas. Es un amor casi fraterno, pasamos tanto juntos,
nos apoyamos cada paso, y estos días con él fueron tan especiales. Pero
queda solo el infinito y gran amor de amigos, de hermanos. Él te ama a ti
como su pareja, y yo amo a Carlos como la mía. No sé que tenemos que
discutir. Solamente- dijo mirando la oficina del camarada- debo arrancarte
la promesa que lo amarás y lo cuidarás.
¿Yo? – la muchacha se sonrió, sabía que Francisca le decía la verdad –
yo se lo prometo Camarada.
Dime Francisca, ya somos amigas – en el corazón de Francisca se cerró
el agujero, pero le daba tristeza no sabía por qué. Llegaron a la oficina
entraron, el muchacho cerró el libro que estaba leyendo- hola.
Hola- respondió un poco nerviosos Gonzalo
Te presento a una amiga.
¡Amiga! – se aproximó, tomo a Marcela de la mano y se la besó- que
hermosa amiga.
Francisca sonrió, dijo que iría a buscar un termo con café, pero la verdad, quería
dejar a la pareja sola. A pocos pasos escuchó la risa traviesa de Marcela, nunca la
había visto sonreír en el tiempo que estuvo allí, giró y los vio abrazados, ella
jugueteaba con la barba de él y le hacía cosquillas al besarle el cuello y hablarle
quedito al oído. Gonzalo estaba tranquilo, sintió por primera vez libertad de
abrazarla y besarla, ya Francisca no rondaba por su mente, estaba allí, pero como
la gran compañera que fue, es y sería.
Se fueron a su campamento Francisca y sus amigos en medio de abrazos y
despedidas. Ya no salían solos. Debían devolver las seis niñas que tenían los
paramilitares en sus casas. Lo lograron hacer con cuatro. La felicidad de estas
familias no tenía límites. Abrazaron y agradecieron a los jóvenes. Francisca les
recomendó un par de organizaciones que se encargaban de estos casos. Las
madres irían, querían que sus niñas superaran estas horribles experiencias a las
que fueron sometidas.
Otras dos sufrirían un futuro terrible, sus propios familiares las prostituían. No
quisieron fingir que eran de las FARC para luego ser entregadas a organizaciones
sociales, como siempre hacían en estos casos, ellas querían estar con Francisca,
querían pertenecer al Ejército del Pueblo. Ellos estaban sin saber qué hacer, una
tenía doce y la otra catorce, no cumplían con la edad mínima, pero ante la
amenaza de una de que se sumergirían en las drogas y prostitución, decidieron
llevarlas al campamento mientras recibían instrucciones.
Volvían. Ya en el río la selva se veía más cerca, la emoción los embargaba, la
felicidad era inmensa. Las dos niñas se asombraban de todo, todo les parecía
extraño. Francisca sacó la foto de Gonzalo, le dolió estar lejos de nuevo, pero
ahora sí lo sentía en el corazón.
-
¿Es su novio comandante? es guapo.
No, es… un gran amigo. Mi novio es más guapo – miró los árboles,
estaba emocionada. Y recordaba a Carlos, ¡Cuánto lo amaba! ahora aun
más.
Llegaron al campamento y todo fue felicidad, anécdotas y preguntas. Les dieron
las cartas que tenían guardadas para ellos. Se alegraron, pues les anunciaron que
pronto se encontrarían, ¿Cuándo? No decían, pero estarían juntos. Serían más
felices aún. Ella se sentía ya tranquila. Este viaje, al que le tenía tanto miedo, le
enseñó a tener esperanza, sentir amor sin límites, tener compasión y perdonar.
Ya curaste tus viejas heridas, fuiste capaz de perdonar y recobraste para siempre
a tu primer amor. Todo es perfecto pero tendrás que aprender otra cosa. ¿Estás
preparada?
XXIII
¡Otra vez sus ojos verdes!
Los campos, los caseríos, los pueblos y las ciudades se levantaban orgullosos
y ansiosos por los nuevos rumores, levantaban sus puños ante un triunfo
que pronto llegaría. Comenzaron a brillar pequeñas estrellas en la tierra y
los ríos. Piernas, brazos, cabezas, comenzaron a movilizarse también. Esa
masa conformada por los desaparecidos, torturados y olvidados se
arrastraba y nadaba en un torrente de sangre, ceniza, barro, napalm,
glifosato… cruzaron poblaciones, ciudades y países gritando ¡paz!
El pueblo en armas respondería a la altura de la situación. De la espesura
saldrían los hijos de la selva, fusil en mano, risa serena, mente abierta
mirada limpia. Grandes hombres llegarían a la zona que se levantaba como
la esperanza de Colombia. Sus tiernas miradas y agudas mentes trabajaban
para entregarle al pueblo lo que deseaba.
Su labor era difícil, su contra parte no dialogaba, chillaba y vomitaba
palabras de odio, invitaba a la claudicación y a un banquete de
destrucción. Fauces inmundas llenas de muerte, de carne podrida y de
corrupción no dejaron espacio para un par de oídos.
Detrás de ellos, seres disfrazados de águilas bombardeaban sanguijuelas que
pretendían aniquilar esta manifestación, callar al pueblo, sepultar más
hondo sus muertos y acabar con la esperanza.
La actividad era normal en su campamento, se sentía como en casa. Sus
hermanos, sus amigos estaban allí, trabajando con ellos y para ellos. Otra vez
eran esa hermosa y bastante grande familia que vivía en aquel tranquilo pueblo,
llorando, riendo, estudiando, trabajando y saliendo adelante.
Esto les gustó a las pequeñas que muy pronto aprendieron que allí no tenían que
entregar su cuerpo y su dignidad a nadie, pero eso sí, tendrían que trabajar fuerte.
Sus actividades no eran las mismas que se les imponían a los demás, eran más
suaves, prácticamente ayudaban mientras iban aprendiendo la importancia del
trabajo y limpiándose de la porquería de la civilización. Lo que sí hacían con más
intensidad que el resto era estudiar. Afortunadamente sabían leer y escribir, pero
al principio fueron bastante perezosas. Pronto tomarían el ritmo de la vida
guerrillera bajo la mirada atenta de Francisca, Ximena, Claudia y Alexandra.
Francisca, sin que las niñas se dieran cuenta, les daba sesiones psicológicas, con
el método que había aprendido hace años en la fundación. Funcionó a la
perfección, tanto que iban dejando sus ademanes de “grandes” y se tornaban
niñas de nuevo, no les daba vergüenza, no sentían lastima por sí mismas y poco a
poco olvidaban la venganza y la frustración.
Un día llegó el correo. Se sorprendieron porque no venía del campamento donde
estaban Carlos y sus amigos, ni de ninguno de los puntos de los que les escribían
con frecuencia. Era de Gonzalo y los demás guerrilleros que conocieron en la
operación. Habían llegado a fortalecer esta zona. Ahora estaban más cerca y
quizá tendrían que trabajar juntos pronto, eso emocionó a la joven.
Todos les escribieron. Pero, obviamente la carta que ella más esperada era la de
Gonzalo. Para su sorpresa, Marcela le envió un mensaje también y él una misiva a
Carlos. Ahora sí serían amigos, ya estaban cerca, trabajarían juntos, no había
paredes, ni mantos, ni sombras que pudiera impedir la felicidad de todos. Lo único
que oscurecía el momento era que Carlos no estaba con ella.
Pasaron algunos días. Francisca estaba en la oficina del Camarada Ramiro en
compañía de éste, Sonia y las dos niñas. Ella usaba el computador, conectada a
internet. Se enteraba de las noticias más importantes para preparar la charla de
esa noche.
-
-
-
Comandante Francisca ¿Me regala un minuto? –la muchacha se sonrojó
y se levantó, ¡por fin! ¡era él! Intentó disimular, sin lograrlo, la gran
emoción. Todos miraban sonrientes y felices. Carlos fue al encuentro de
la muchacha y la tomó suave y tiernamente entre sus brazos –hola mi
amor.
Hola –no pudo hablar más, se hundió en el pecho del joven, con lágrimas
en los ojos y abrazándolo fuertemente, como si tuviera miedo de que se
fuera otra vez. Él por su parte la sintió diferente, más cerca, más suya.
Cerró los ojos esperando que esto no se terminara, temiendo que pronto
la sombra que cubría su relación desde el principio volviera. Se quedaron
largo tiempo así, hasta que Robinson bromeó.
Claro, Carlos fue el único que regresó, el resto no merecemos un abrazo.
La muchacha se separó de su amor enjugando sus lágrimas y, sin soltarle la
mano, abrazó fuertemente a los demás amigos. Robinson lucía una poblada barba
al igual que Rolando. Carlos Mario se veía mal, había sido víctima de la
leishmaniasis, y Natalia con su gran sonrisa esperaba ansiosa poder tomar un
café con sus amigas, en las típicas reuniones nocturnas.
-
-
Uichhhhh – dijo la muchacha volviendo a cogerle la barba a Robinson,
¡qué barba tan fea! ¿qué les dio por dejársela crecer? – y mirando a
Carlos – ¿no te la dejarás cierto?
Lo intentó al igual que Calos Mario –interrumpió Rolando, orgulloso y
tocándose la barba –pero esto es para hombres – todos rieron.
Para Francisca era como si el día fuera largo y lento. Anhelaba estar por fin sola
con Carlos, abrazándolo, besándolo, amándolo. Ellas estaban en la caleta de
Natalia, que contaba todo los pormenores del tiempo separados y sobre un
muchacho en su vida. Se sorprendió al saber que Armando estaba atraído por
alguien, pero mucho más por “el regreso a la vida de Nacho, o mejor, Gonzalo”.
Miró las fotos y le pareció atractivo, eso sí “no tanto como Carlitos”. Todas
estuvieron de acuerdo, sobre todo Francisca.
Ellos estaban afuera. Veían las estrellas y también conversaban todas las cosas
por las que había pasado. Armando y Pablo les relataron a los demás, sobre todo
a Carlos, lo de Gonzalo. El muchacho se sintió triste y temeroso pero lo disimuló
¿Habría pasado algo entre ellos dos? ¿Estaría en peligro su relación? Se sentía
mal. De repente apareció Ximena.
-
Hola guapo.
Hola. – le indicó que se sentara a su lado, ella lo tomó de la mano.
Supongo que ya sabes lo de Gonzalo, si no ya estuvieras allá en tu
caleta.
¿Pasó algo?
No. Lo único que pasó fue que esa mujer esta loquita por ti.
¿Sí? –miró pícaramente y sonriendo de lado
Puedes estar seguro y correr a tu caleta que ella va para allá.
El muchacho se levantó, caminó rápido, luego giró, miró a Ximena y le mandó un
beso. Llegó a su caleta. Francisca estaba al frente, en el lugar dónde se sentaba
cuando estaba sola, cuando sufría por la distancia. Él se sentó a su lado. Ella le
contó todo. Le narró lenta, detallada y sinceramente cada detalle de su
reencuentro con Gonzalo, cada sentimiento, cada pensamiento, todo.
-
“Estrellita, papi, que esto no le haga daño, que nuestra relación no
cambie”.
Terminó su confesión. Se inclinó hacia delante haciendo un masaje a sus sienes,
como si le doliera la cabeza, lo único que le dolía era el corazón. Carlos callaba, la
miraba aterrado. Había madurado tanto, era tan diferente, era tan especial y a la
luz de la luna era tan hermosa. La tomó suavemente y la llevó hacia su pecho. La
primera sensación que tuvo al abrazarla fue correcta, ya no había nada que se
interpusiera entre los dos. Le habló al oído, nada importante, un chiste nuevo que
la hizo reír.
Fueron a la caleta después de un rato. Se besaron largo tiempo, se observaban,
no hablaban, no había nada que decir, sus ojos, su piel, su alma lo expresaban
todo. Se amaban sin límites, sin fronteras. Los ojos verdes le abrían de nuevo las
puertas a la tranquilidad, a la paz, a la felicidad. El joven empezó a abrazarla, a
mirarla, a acariciar el cuerpo que estaba desnudando lentamente. Ella también
quería sentir toda su piel, su cuerpo, su amor.
Estaban acostados, besándose, desvistiéndose, amándose. Ella temblaba,
extrañamente se sentía nerviosa pero apasionada. Él también estaba deseoso y
expectante. Hace bastante que no se sumergían en el placer de sus cuerpos, en el
éxtasis de sus caricias. Pasaron horas enteras entre giros de amor, apasionados
suspiros, sudorosos abrazos y palabras románticas.
“Tuyo, tuyito, todo, todito seré, así como siempre ha sido y será hasta el día en que me
muera, […] entorno a tu amor doy giros como planetas o estrellas.
Una misión guerrillera nos mantenía separados, […] pero hoy frente a ti me paro con
dos verdades sinceras, […]
[…] Tu eres mi único camino, mi subida y mi bajada, […] contigo si estoy perdido
hallo salidas o entradas. Por tu vida doy mi vida, tu por la mía das la tuya, […] en
mis noches más oscuras tu eres la que me ilumina, […]”
Después de tan esperado encuentro, él la miraba dormir, atento, cariñoso, feliz y
satisfecho de estar allí. Recordaba cada día sin ella y le parecía increíble que los
hubiera podido sobrevivir. Se alegraba de que el encuentro con Nacho solo
significara un cambio positivo para su relación, ya no había fantasmas acechando
cada abrazo, cada palabra.
Leyó la carta de Gonzalo. Le arrancó un par de risas y le dio más tranquilidad.
Sabía que en él encontraría una gran amistad, lo mismo que en Marcela, su
pareja. Sus palabras eran las de un hombre maduro, pero era igual de joven que
él. De pronto se dio cuenta, él mismo había cambiado. Ya no era más ese
adolescente inocente, incomprendido. Ya no era el muchacho solo, que andaba en
una isla, rodeado de ese gran e intimidante mundo que pensó no poder cambiar y
ahora lo estaba haciendo. Él también había madurado velozmente. Solo algo
mayor lograba esos cambios rápidos y decisivos: el amor al pueblo y la lucha por
la justicia.
Francisca despertó de su reconfortante sueño. Dos treinta de la mañana. Por fin
estaba al lado de su amor. Miraba su blanca piel, sus brazos fuertes alrededor de
ella, sus ojos cerrados como si estuviera perdido en un bello mundo misterioso, su
cálido cuerpo a su lado y su cabello cayendo desordenadamente en su rostro.
Esta noche había sido diferente, se sentía mucho mejor que el día en la buhardilla.
Descubrió algo maravilloso. Era como si fuera su primera vez. Cerró los ojos, feliz,
a pesar de todo el dolor, de tanto sufrimiento esos oscuros hombres que quisieron
exterminar su vida no le pudieron robar la dignidad, y no solo tuvo una
espectacular primera vez, sino dos.
Tal vez esto pasaba con Colombia y con su gente. A pesar de tanto sufrimiento,
tanta desesperación y tanta injusticia, estos horribles engendros nunca le podrían
arrancar al pueblo la dignidad, el amor, la esperanza. Por eso es que chillaban
desde sus antros, por eso atacaban e intentaban exterminar al pueblo trabajador,
por eso intentaban alienarlos a todos. Pero esto sería en vano. La libertad llegaría
por medio de valerosos hombres dispuestos a dar sus vidas y la reconciliación era
cercana, solo necesitaban el trabajo de toda la sociedad.
La esperanza trae más ilusión y pone a volar mariposas mágicas en el aire que
orientan el camino hacia la libertad. Los frutos de tu esfuerzo por fin se ven
recompensados y el amor verdadero, el amor al pueblo, está completo, fuerte y es
tan mágico que jamás pudiste vislumbrarlo.
XXIV
El nacimiento de una luz en
la cordillera oriental
Un día despertó con una sed infinita, con dolor de hija, hermana, novia,
esposa, madre, con dolor de mujer. Un día cogió la rienda de la vida y
lucho… simplemente lucho con orgullo de ser tan femenina como una flor
y tan hermosa como una dulce estrella.
Lucho… simplemente lucho… en los campos con azadón, en el hogar con
gran amor, en la batalla con decisión y por la patria por un futuro mejor.
Su huella quedó plasmada, no solo en la firma del Programa Agrario de los
Guerrilleros, quedó plasmada en la historia, en el recuerdo, en el tiempo.
Atrás quedaron esos maravillosos y difíciles años, adelante está la lucha
que continua. Vas con Bolívar, con el Che, con el Camarada Manuel y con
millones de personas que luchan por la libertad.
Ejemplo de mujer Marquetaliana, lista para la batalla, lista para la lucha,
lista para la vida, lista para la paz.
A las pocas horas estaban en la oficina del Comandante Ramiro, había un revuelo
por las órdenes que había llegado. Estaban melancólicos pero felices, partirían
hacia la ya agonizante zona de despeje. Esto les traía una cantidad de
expectativas a estos muchachos. Los doce amigos y otros compañeros más
llegaban a presentarse ante sus comandantes, grandes hombres forjadores de
luchadores, de esperanza y de paz.
Su viaje fue corto y ameno a pesar de la vigilancia en las fronteras de la zona por
parte del ejército que implicó uno que otro combate. Al llegar, lo primero que
tenían que hacer era despedirse de “sus niñas” aquellas pequeñas de doce y
catorce años, prostituidas desde más o menos los siete años, maltratadas sin
piedad y vendidas a los paramilitares para ser usadas como juguetes sexuales,
peras de boxeo y, al final, como material de entrenamiento en torturas.
Las niñas abrazaban a Francisca rogándole que no las abandonaran ellos
también. Sus pequeñas caritas mojadas por el llanto le daban besos mientras le
juraban que se iban a esforzar más, sus ojos se abrían angustiados y miraban con
desconfianza a las personas que allí se hallaban, sus menudos cuerpos abusados
y ultrajados tantas veces oponían resistencia a los guerrilleros desconocidos que
las intentaban separar de Francisca.
-
-
-
Carolinita, mamita, es la mayor – por fin hablo Francisca con un nudo en
la garganta y a punto de llorar- cuide a Lady, se fuerte y juiciosa, no se te
olvide nada de lo que te enseñé.
No Francisca, nosotras seremos más juiciosas, por favor, por favor.
Yo ya no puedo tenerlas, todo va a cambiar y será difícil.
Yo te dije que si no nos tenían aquí en las FARC nosotras íbamos a
seguir de prostitutas, y la droga, y todo lo que se me ocurra.
No mamita no me lastime así, ¿por qué me haces daño?
Yo no quiero herirte, pero llévanos contigo por favor.
No te puedo llevar, pero quiero que me lleves tú, en tú corazón, en tus
acciones, en tus logros, en tu vida.
Yo quiero estar en las FARC – lloraba Lady- yo quiero estar aquí.
Tranquilas mis amores, pronto nos veremos. Si después de estudiar, de
educarse y salir muy bien en todo, todavía están decididas las recibiré
con los brazos abiertos.
¿A dónde vamos? –preguntó Carolina – ¿Estarán pendientes de
nosotros?
Cada minuto, van a estar en una de esas Fundaciones de las que ya les
había hablado, yo estuve en una. Tranquilas.
Sí, -intervino Alexandra abrazando a la más chiquita –estaremos
pendientes, cada día.
Entre lágrimas de todos, las niñas fueron accediendo a ser apartadas de
Francisca. Cogieron la ropa y miraron por un momento a un par de mujeres con
chalecos de la cruz roja y una señora más que las recibía. Se fueron entre
sollozos, mirando atrás y con el juramento interno de volver.
-
¡Ya decía que esta voz era muy conocida! ¡señorita Francisca! –habló
desde la puerta que estaba atrás de los muchachos el Camarada Carlos
Antonio. –Me alegra los asensos y logros de cada uno, se los merecen.
Cuándo los ví por primera vez tuve una sensación rara. Algo me decía
que algunos de ustedes no lo lograrían, pero otro algo estaba seguro de
que sí. Y lo lograron.
Entro el Camarada y presentó otros comandantes, la mayoría del Bloque Oriental.
Eran muy agradables, espectaculares y audaces. Cada cual muy hábil en todos
los temas de la vida guerrillera, aunque profundizaban en sus favoritos. Hablaron
mucho, parecían esperar. Una comitiva antecedía a un agradable señor que
saludaba humildemente y al que todos querían estrecharle la mano. De estatura
media, con el ocaso a sus espaldas, con el viento acariciando su piel y una gran y
cálida sonrisa en su rostro, se veía inmenso. Era el Hombre Grande del Bloque
Oriental.
Todos se pararon para saludar. Él entró le dio la mano a cada uno de los
presentes, e incluso un beso en la mejilla a las mujeres que estaban allí. Los
muchachos que ya lo habían visto se sorprendieron, porque a pesar de toda la
gente con la que el trataba todos los días, los recordaba. Los llamó por sus
nombres y les hacía preguntas que al parecer eran la continuación de alguna
charla inconclusa.
Se sentó. Habló del asunto que los traía a ese despacho: la constitución de La
Columna Myriam Narváez. Explico simple, conciso y directamente el objetivo de la
estructura el comandante sería Carlos y el suplente Robinson. Impartió las
órdenes y dejó todo listo. Hizo una pausa, dentro de él, los demás camaradas y
del pueblo colombiano crecía un dolor inmenso. El proceso de paz se veía en
peligro. Hablo de todo al respecto e ilustró lo que pasaría luego, con una exactitud
profética, pues años después se cumplirían todas y cada una de sus palabras.
Incapaz de dar rodeos, pues se podría decir que no era diplomático, entre esas
palabras que auguraban difíciles tiempos por venir, había tanta fe, tanta esperanza
y una convicción fuerte en la victoria. Y era esa potencia y esa energía, que
transmitía en su fuerte y segura voz de comandante, de campesino, de pueblo,
las que dejó sembradas en cada uno de los presentes.
Vendría días mejores y más maravillosos para el grupo. Una charla con la
Camarada Mariana Páez sobre la vida, sobre el papel de la mujer en la sociedad y
en las FARC y sobre un futuro prometedor enardeció y llenó el corazón de calor;
una conversación interesantísima con el Camarada Iván Ríos de economía, de la
sociedad y del trabajo allanó preguntas y llenó vacíos conceptuales, iluminó sus
mentes; escuchando al Camarada Alfonso Cano hablar de paz, de amistad, de
amor, poniendo todo al sol incandescente de su razón, explicando con ideas
claras y concisas el rol del fariano, del Movimiento Bolivariano, del PCCC y del
pueblo tuvieron certeza en El Hombre Nuevo.
También bailaron y gozaron. Esta vez la voz del Camarada Julián Conrado no
salía de una grabadora, estaba allí, su carácter alegre y parrandero se dejaba
notar, y el amor llenaba el espacio a través de cada canción, cada palabra, cada
mirada, cada sonrisa. También encontraron al camarada Raúl Reyes hablando del
diálogo, única y exclusiva vía de paz. En su rostro, enmarcado en una barba que
empezaba a blanquear más de lo que él debió desear, lucía, detrás de un par
lentes, pequeños ojos brillantes, cálidos y tiernos, siempre mirando fijos al futuro,
esto le inspiró alegría, ternura, pero había algo, un frío en su pecho.
Llegó el feliz día. Ya, como la Columna Myriam Narváez, estaban presentando sus
armas al Legendario Comandante en Jefe Manuel Marulanda Vélez. Él hablaba de
los inicios de las FARC-EP, de renovar el compromiso que se había adquirido al
ingresar de siempre proteger al pueblo, su rostro se iluminó cuando les recordó
que el trabajo no solo era militar sino político y pedagógico. Al final se emocionó al
nombrar y describir La Nueva Colombia. Un puñal se introdujo en el corazón de
Francisca, su frío lo sentía tan dentro y los pensamientos de la noche en que
conoció al Camarada Raúl Reyes la volvieron a asaltar.
Terminado el acto pasó algo emocionante, pudieron hablar con el Camarada
Manuel. Estaban reunidos y de pronto lo vieron acercarse, estaba con su
compañera inseparable Sandra y los Camaradas Jorge Briceño, Alfonso Cano y
Joaquín Gómez. Todos, incluso Ximena, parecían que no podrían articular
palabra alguna. Llegó hasta el lugar y los saludo de la forma más humilde. Era una
persona tímida y de pocas palabras, pero su conocimiento, su calor y su pureza
brotaban por cada poro de su piel.
Se quedó allí un momento. Era breve y conciso, como el Camarada Jorge, pero, a
pesar de sus ocupaciones, no parecía sufrir del afán que si tenía El Mono.
Francisca se sentía tímida e indecisa de preguntarle lo que tanto le oprimía el
pecho, no lo iba a hacer, hasta que una luz de alegría, comprensión, amor y de un
sentimiento poderosísimo que ella no pudo definir, salió de los ojos del Legendario
Camarada al despedirse.
Ella trotó hasta él llamándolo dos veces, como un sediento que busca agua, así
sea un sorbo. Los aterrados ojos de todos se posaron en ella, incluso los
camaradas se notaron sorprendidos. Esto la hubiera obligado a parar y pedir
disculpas llevándose en secreto su sed, pero ella estaba tan angustiada que solo
pudo ver el rostro comprensivo que se volvió con una sonrisa tímida.
-
-
-
Camarada, es una tontería.
No creo.
Cuando compartimos un momento con el Camarada Raúl me dio la
impresión que trabajaba por un futuro en el que no se veía. Hoy en su
discurso, en sus ojos tuve la misma impresión que oprime mi pecho, y…
¿por qué?
Porque no es justo. Ustedes han comenzado este sueño, lo han
fortalecido, lo han tallado con las manos, con las uñas y que no puedan
vivirlo…me parece…
Yo ya hice lo que tenía que hacer, y ahí están el Ejército del Pueblo y sus
comandantes formados para que continúen la lucha hasta más allá del
triunfo.
Él se despidió con alegría, atrás la Camarada Sandra la miraba con cariño y
ternura, los demás Comandantes le sonrieron. Mientras caminaban el puñal salía
lentamente de su pecho, dejando un calor que nunca había sentido y fijando un
nuevo objetivo al que se dedicaría: conseguir entregarse al pueblo al igual que los
camaradas, no sabía cómo, estaba un poco confundida.
“De Marquetalia a la Uribe, de la Uribe a Casa Verde, […] moviéndose es como
vive donde amanece no duerme, […] moviéndose por aquí, moviéndose por allá, […]
triunfante se pasa feliz por Cartagena del Chairá. Y no para hasta llegar a donde
pensó al partir, […] pues la gracia de luchar es el triunfo conseguir.
A los niños en la escuela cuando triunfe la justicia, […] en clase de historia nueva le
hablaran de las Delicias, […] con un grano de maíz así comenzó las FARC, […]
hoy buñuelos para freír hoy está dando el maizal, y crecerá y crecerá se tiene que
convertir […] con el tiempo en libertad, en dicha y paz para vivir.”
Desde atrás la abrazó Carlos, recostando su cabeza en el hombro de ella y
dándole un beso suave en el cuello, como siempre lo hacía cuando quería que lo
mimara. Ella se volteó y, pasando su brazo por la espalda del joven, con la otra
mano le acarició la cara. En ese momento se dio cuenta que no era tan difícil
entregarse, Carlos lo hacía a ella. Simplemente debería reunir todo lo que había
aprendido en la vida amor, trabajo, sacrificio, dolor, reconciliación, perdón,
compasión… y aplicarlo a gran escala. Y sabía que para lograrlo tendría a Carlos
y sus amigos.
La vida te llevó por caminos impensables, te unió a las personas que jamás
imaginaste y se torna dura y cruenta. Entrega es quizás la última lección que te de
este camino, o quizás no, pero de algo estás segura, es la misión más difícil y a la
que se le debe dedicar más tiempo y esfuerzo. ¿Qué traerá el futuro?
XXV
Los caminos del corazón
Bestias acechaban por las esquinas, en la oscuridad, esperando el momento
indicado para atacar y destrozar con sus filosos colmillos la dignidad del
trabajador, el orgullo del campesino, la inocencia del niño, el valor de la
mujer.
Pero entre los árboles del páramo, los verdes infinitos de la selva, el calor
abrasador del desierto, las polvorientas carreteras de las veredas y las
capuchas rebeldes en las grises ciudades, siguen latentes y alertas los héroes
de la esperanza, la paz y la libertad.
Ejército compartimentado, nunca dividido; hábil en maniobras militares,
disciplinado en tareas intelectuales; ágil y efectivo en misiones contra el
gran capital, amoroso y humanitario con el pueblo buscando su libertad.
Otro día llegaría en La Sombra. Las reuniones y tareas para alistar las acciones a
seguir eran constantes. Habían alcanzado un rango alto de manera veloz, pero
esto solo traería trabajo y esfuerzo. Los Comandantes les exigían más y ellos
estaban felices de que fuera así.
Una tarde de arduo trabajo, pero música revolucionaria, Francisca estaba sentada
junto a Julián, Ximena, Jaime y algunos de los hombres que ella dirigiría en la
columna. Se estaba terminando la reunión cuando Armando llegó a apurarla. Ella,
que tenía un leve dolor de cabeza, salió sin muchos ánimos y no prestaba
atención al chico que le hablaba de temas sin importancia y caminaba
rápidamente hacia la oficina en donde sabía que estaba Carlos y algunos
Camaradas.
Al entrar, guiada por Armando, se alegró mucho. Gonzalo, Marcela, Ángel y Diana
estaban allí, la columna había llegado hace pocas horas a la zona. Conversaban
animadamente con Carlos sobre el diario vivir en la organización y el Hombre
Nuevo. Gonzalo se puso de pie y abrazo a Francisca, Marcela hizo lo mismo y la
muchacha se sentó al lado de Carlos. Hablaron y bromearon mucho. Carlos no se
equivocó, Gonzalo era un gran hombre y tenían mucho en común, su amor al
pueblo, una familia similar con los mismos pesares y dificultades y, obviamente, a
Francisca.
El trabajo con Gonzalo se iba a intensificar después de la creación de la Columna
porque, ésta y la estructura que manejaba su amigo, iban a trabajar
mancomunadamente muy seguido. Este encuentro no era fortuito, el trabajo de
engranaje entre ambas columnas se debía iniciar. Tenían que estar articulados
para poder llevar a cabo sus respectivas tareas y las misiones compartidas.
El estudio de la zona era necesario para iniciar el trabajo político y social con la
comunidad. El porcentaje de alfabetización, los niveles de escolaridad, el
desempleo, la inconformidad y las costumbres era, entre otros, parte de los
factores que debían aprender para poder encajar y agradar a los habitantes de la
región, que siempre habían tenido por las FARC-EP un gran aprecio y cariño.
La alegría, el entusiasmo y el trabajo se aumentaban por los nuevos cursos que
estaban tomando, las charlas con los comandantes, incluso con miembros del
Estado Mayor, y por la tranquilidad que se vivía en la Zona de Despeje. Pero este
ambiente pacífico y pleno de alegría que disfrutaban, tanto los farianos como el
pueblo desarmado, estaba a punto de acabarse, como ya lo habían advertido los
Camaradas Manuel y Jorge.
Nubarrones se posaban sobre toda la zona de influencia guerrillera, la gente ya
sabía lo que venía y tenían mucho temor. Por su parte los revolucionarios estaban
preparados, lo único que les afectaba era presentir el peligro y las atrocidades que
sobre la población civil se harían. Vendrían las fuerzas militares y paramilitares a
realizar los actos de barbarie a los que estaban acostumbrados.
Algunos optimistas pensaron en ese momento que eran exageraciones, los
medios de comunicación hablaban del beneficio que traería recuperar la zona
engañando a los desprevenidos ciudadanos y los políticos hacían exigencias y
decían que estos temores eran mentiras. El tiempo demostraría lo contrario, pues
la mano negra que se posaba sobre estos pueblos no era otra que la del amo
yanqui y su paramilitar perro faldero que luego sería elegido presidente.
Era por esto y mucho más que todos los mandos que estaban allá no podían
descansar en esos meses. Estaban tomando y profundizando cursos, tenían la
responsabilidad de educar a nuevos combatientes y, previendo el peligro antes
mencionado, deberían preparar todo lo referente a la protección de la mayoría de
población civil, pues ello mismos por un tiempo no podían defenderlos. En este
sentido estaban muy deprimidos, sabían que a pesar de las precauciones, gente
inocente iba a fallecer a borbotones bajo la bota dominante de la oligarquía. Sin
embargo la población y ellos tenían una certeza mayor: por muchos que mataran
no acabarían con el pueblo y la sed de libertad y justica.
La estadía allí y compartir tranquilamente con la comunidad les daban a Francisca
y sus amigos el escenario adecuado y tranquilo para que los chicos dieran los
primeros pasos para la entrega total al pueblo. Todos se habían propuesto esta
tarea y sabían que tarde o temprano lo lograrían. Ya se acercaban y se daban
mucho más a la población civil, y con respecto al pueblo alzado en armas, ellos
tenían un puesto muy importante que los ayudaba a su misión, eran formadores
de los combatientes que entraban por primera vez y de los que retomaban cursos
básicos, o realizaban cursos medios.
Una mañana, como siempre, los muchachos se levantaron temprano. Eran la tres
de la madrugada y ya estaban reunidos en la estructura de madera que
funcionaba como la oficina de Carlos. Antes de organizar el itinerario de ese día,
los muchachos comentaban un libro que estaba releyendo Pablo: La Venas
Abiertas de América Latina.
-
-
-
Como ustedes saben es un libro ya escrito hace muchos años –decía con
voz de gran conocedor –pero es tan actual que decidí volverlo a leer.
A mí me gusta también. –interrumpió Claudia
A ti cuándo no te gusta lo que hace Pablo –bromeó Carlos.
La parte que más me gusta –dijo con tono alto y refunfuñón después de
carraspear la garganta –es la referente a la explotación de nuestros
recursos. Creo que es muy válido lo que dice, y me frustra que sean otros
los que disfruten de nuestras riquezas y maten a nuestra gente por el
trabajo excesivo y un salario de hambre.
Sí –intervino Jaime- claro que yo leí el libro hace poco tiempo. Es un buen
libro, pero creo que nombra muy poco a Colombia y toca muy por encima
el gran problema de este país, del café y demás.
Yo creo que estás equivocado en tu apreciación –criticó sin ofender
Ximena –Galeano toca el tema de América Latina en general.
Después de esto seguiría una gran conversación compuesta de rifirrafes,
explosiones de emoción, arengas, críticas a cada capítulo y de cada tema,
acuerdos, desacuerdos y risas. Estando en esto un guerrillero anunció que el
Camarada Carlos Antonio los necesitaba, la cita era a las seis de la mañana. Así
que continuaron con su agenda.
Llegó la hora indicada y ellos alegremente, y sin dejar su conversación, fueron al
lugar donde se encontraba el Comandante. Llegaron en punto, lo que los
perjudicó, porque a unos metros de la entrada de la gran oficina, sin que ellos
supieran de su presencia por esos parajes, se hallaba El Comandante Briceño. Él,
siempre tan cumplido y presto, no soportaba los retrasos, decía que se debía
llegar unos momentos antes a las citas y no entretenerse por el camino o con
actitudes que estuvieran fuera de lugar. Era de gran humor y de charla alegre,
pero decía que cada comportamiento tenía su espacio y tiempo.
Los recibió con un breve pero fuerte regaño, que era más intenso para Gonzalo, a
quien, al parecer, conocía bien. Le recordaba sobre Vladimir su compromiso, la
puntualidad y la sensatez de aquel hombre que lo había criado como un hijo y lo
había hecho un revolucionario. Pronto dirigió una mirada a Francisca, y estos
reproches los extendió a ella. Pero en sus ojos no se veía rabia. Sí, era intimidante
la situación, pero Francisca solo pudo notar un afán por formar unos buenos
forjadores de hombres y excelentes cuadros revolucionarios.
En su boca pronto se dibujo una sonrisa y pasó a comentarles que su presencia
se debía a que la organización que se había hecho cargo de Carolina y Lady, las
dos niñas que estaban en el campamento paramilitar, había traído a las pequeñas
para hacer una visita. Por lo cual su comportamiento festivo estaba más aún fuera
de lugar.
No alcanzaron a decir palabra cuando ambas niñas, que se habían dado cuenta
de la presencia de los chicos en el lugar, salieron de la oficina y abrazaron
fuertemente a Francisca. Ella dio tres pasos atrás, pues casi se cae. Las niñas
estaban grandes, habían llegado por fin al peso que debían tener. Abrazaban y
saludaban a los demás jóvenes. Sus rostros ya no se veían demacrados y estaban
lindas. Hablaban sin parar de todo lo que les había pasado, de los lugares que
habían conocido, del colegio, de sus compañeras y de una sorpresa que les
tenían. Gonzalo logró esquivar el tumulto que se formó allí, y con una sonrisa de
alegría, entró a la oficina en compañía de Marcela.
-
-
-
-
-
¿Nacho? –preguntó Amparo con asombro. El muchacho corrió hacia allá
y estrechó fuertemente a la mujer.
Perdóname Amparito, eres como mi mamá, no pude…quería decírtelo.
Tranquilo mijo. ¿Cómo fue tu vida?
Buena Amparito. Pero siempre la tristeza, la melancolía y
ella…Francisca…
Y ¿Qué pasó? –preguntó angustiada Raquel pensando en su hijo
¿Qué pasó con la niña? ¿Con Silvia? –preguntó Amparo leyendo el
pensamiento de Raquel y al ver la cara de extrañeza que hizo Nacho por
el interrogatorio de alguien que le era extraña.
Nos encontramos hace poco. Nos dimos cuenta que el amor entre
nosotros era eterno pero no el mismo. Ella estaba enamorada de otro
hombre y yo…-llamó a Marcela que estaba cerca, la muchacha acudió
rápidamente –te presento la compañera de mis últimos años, Marcela. –
se dirigió a la nerviosa chica -Marcelita, ella es…como mi mamá.
Hola mijita –la abrazó Amparo, la muchacha tímidamente saludó.
Mira quiénes están aquí. –se asombró Gonzalo abrazando a Patricia que
lloró. Ella también había creído que él estaba muerto, fue una gran
alegría verlo allí. También estrechó fuerte a Alejo.
Yo era el único que sabía y seguía con la convicción que no estabas
muerto. –el muchacho estaba alto. Ya era todo un adolecente, fornido,
grande, de gesto severo y demasiado serio, como su padre.
¡Eres todo un Hombre!
-
-
-
Gracias por todo, por todo, nunca te lo dije, por todo –el muchacho
recordaba al chico como la gran compañía, el defensor contra aquellos
niños que lo molestaban, la persona que era su amigo, su confidente le
había enseñado a pescar, a conducir, a ordeñar…era para él muy
especial, nunca lo dijo ni lo diría, pero su desaparición partió la vida del
chico en dos, y hoy se habían unido esos pedazos, aunque dejando una
horrible cicatriz. Gonzalo entendió todo, los ojos de los dos brillaron con
lágrimas que por orgullo no dejaron salir.
Sí, sé lo que quieres decir. Gracias. Quiero decirte algo similar.
Bueno, estamos a mano. ¿No me volverás a hacer algo así? ¿no
desaparecerás de nuevo?
No.
Bueno, te presento dos mujeres hermosas que he bautizado como mis
tías. Ella es Raquel, la mamá de Andrés ¿lo recuerdas?
Sí –sonrió Gonzalo un poco apenado por el comportamiento de hace un
momento y entendió porque la mujer hizo aquella desesperada
interrogación –mucho gusto señora. Carlos, digo, Andrés y yo somos
grandes amigos.
Mucho gusto.
Y ella- interrumpió Alejo abrazando a Sandra –es mi tía preferida. Ella me
consiente un montón.
Es que es un buen chico.
Sí, es como su padre –miró a Francisco a través de Alejandro.
Yo también merezco que me saluden o me vuelvan a presentar –reclamó
Miguel.
¡Hola Hermano! –le estrechó la mano con fuerza Gonzalo y le dio tres
palmadas en la espalda – ¡cómo le va!
Haciendo sufrir a mi hermana –fingió estar enojado Alejo
¡Hay idiota!- se sonrojó Patricia golpeando el muchacho
Estaban en esto cuando se sintió todo el bullicio de Carolina y Lady. También los
chicos reían mucho. Cuando entraron y saludaron, Armando, Pablo, Claudia,
Ximena, Carlos y Francisca no pudieron mantener sus posiciones por el asombro.
Francisca corrió hasta los brazos de Amparo.
-
-
-
Mamita…-sollozó como una niña.
Mira mi Reina –le dijo Gonzalo a Francisca para que no llorara, no le
gustaba verla así –esta belleza es Patico.
Sí es hermosa – Francisca miró sonriente a Patricia mientras Alejo la
abrazaba fuerte. El chico ya estaba más alto y ella pensó que era la viva
estampa de Francisco.
Te extrañé mucho hermanita –dijo el muchacho tocando sus hombros
fuertemente, como asegurándose que no fuera un espejismo – Pato no
volvió a jugar conmigo –cruzó los brazos y miró por el rabillo del ojo a
Patricia –pasé una triste niñez, solo.
¡Qué exagerado! – protestó Patricia, rieron todos.
¿Y Luz Mary?
-
Ella murió hace un año, de viejita – se entristecieron.
Miraron a un lado y Raquel, que tuvo que sentarse por la emoción tan grande que
sentía, consentía a su hijo, Carlos estaba agachado frente a ella, con su cabeza
en las piernas de su madre dejando que ella, dulcemente lo peinara con sus
manos, mientras que lágrimas de tristeza, de alegría, de frustración y de mil
sentimientos más rodaban por la cara de la mujer. Todos decidieron hacer caso
omiso a la escena para no molestar a Raquel, pues la entendían. Sandra saludaba
animadamente a todos.
“Madre del guerrillero compañera calladita, cuál María del pueblo hebreo pariste
para la vida, un dolor fue la semilla que el pueblo puso en tu vientre, pa’ que parieras
valientes muchachos pa’ la guerrilla, […]
Ellos te recuerdan siempre me lo dicen pero no son solo para ti sus manos porque ellos
también quieren ver como reinas a las madre de todos los colombianos. Él también piensa
en la madre del soldado que en la injusticia social pierde a su hijo, no porque el
guerrillero quiera matarlo, sino porque un general chulo lo quiso.
Defendiendo los intereses de un rico que llama legítimo lo criminal, usa guarda
espaldas porque su consciencia solo entre metralletas puede acallar, en cambio a tu hijo
lo cuidan serafines, querubines y un arcángel superior, lo cuidan las diligencias que la
virgen hace cuando tu le rezas la oración. […]”
-
-
Mírate que grande estas, en tres días cumplirás veintidós. – la miró con
afecto –la recuerdo cuando llegó a la fundación.
¿Cómo era? –Preguntó Carolina
Triste, rebelde, difícil, trabajadora, colaboradora y adorable –respondió la
mujer acariciando con ternura el cabello de Francisca y con gran orgullo
en su corazón.
No ha cambiado mucho, sobre todo en lo difícil –interrumpió Rolando,
muchos le hicieron eco al muchacho y comenzaron a hacer bromas.
Sí, si cambio bastante –dijo Patricia abrazando por fin a su hermana
después de quitar con dificultad a Alejandro.
Yo también la quiero abrazar – dijo Miguel dándole un beso en la mejilla a
Francisca.
Raquel, Amparo, Sandra, Alejandro, Patricia y Miguel no podían dejar de abrazar y
de mirar a esos chicos. Los muchachos les presentaron primero a Rolando, Carlos
Mario, Alexandra, Natalia y a Robinson, de los cuales ya habían oído hablar pero a
quienes no conocían. Después presentaron a Julián y Ximena explicó que se
habían encontrado en el entrenamiento antes de ser guerrillera y se enamoraron
locamente. Por último estaba Jaime, del que eran amigos desde ese tiempo.
Los muchachos se enteraron que Raquel se fue a vivir a la casa de Amparo,
porque se sentía muy sola. Patricia estaba a punto de terminar su carrera. Miguel
también estaba a punto de terminar economía en la Universidad Nacional, y era
miembro de la FEU. Hace más o menos un año habían terminado su relación,
ambos tuvieron un noviazgo aparte que terminaron rápido.
La fundación estaba tan bien que ya tenían dormitorios para los casos como los de
Carolina y Lady, con ellas la recuperación marchaba rápidamente, puesto que ya
habían superado mucho durante su estadía en el campamento, y por eso se
destacaban. Las cooperativas estaban marchando a las mil maravillas. Cuando
mataron al paramilitar Alfonso Cabrera, se complicó un poco todo, pero mejoró
lentamente.
Se extendió la reunión hasta muy tarde. En medio de risas, chistes, caricias
maternas e historias asombrosas fueran felices o tristes. Francisca miraba todas
las personas que tenían alrededor. Todos eran diferentes y especiales a su forma.
Amparo estaría siempre sonriente a pesar de los sufrimientos, Patricia había
heredado esta fortaleza, por el contrario Alejo era más como su padre, tendía a
ocultar todo y llevarlo tan dentro de su alma aprendiendo de la situación,
superándola solo.
Raquel se hundía en la depresión, pero siempre buscaría la forma de estar fuerte
para apoyar a su hijo, al que siempre había mimado exageradamente, aunque al
mismo tiempo le exigía bastante disciplina, y por eso no le extrañaba sus logros en
las FARC. Se dio cuenta que Raquel era un ejemplo de entrega. A pesar de tanto
amor a su esposo, siguieron militando en la UP, después de su desaparición
quedó sola, sin trabajo con su pequeño hijo, y aún así ella siguió en el partido, en
las marchas, buscando su esposo, criando su hijo, trabajando por un futuro para
Colombia sin importarle las amenazas que recibía constantemente. Lo hizo bien,
Carlos era un gran hombre, un poco consentido y nostálgico, pero bueno y
luchador.
Esa noche Francisca decidió que dormiría con Patricia. Compartieron la caleta y
hablaron por horas de todas las cosas, como cuando eran adolescentes. Carlos
pasó con su madre, quien no pudo dejar de observarlo y velarle el sueño. Gonzalo
habló hasta tarde con Miguel, se hicieron muy buenos amigos, lo animó para que
volviera con Patricia, consejo que seguiría un par de meses después y duraría por
siempre.
Rápidamente pasaron los tres días. En ellos sus familiares fueron testigos de la
responsabilidad y la tarea tan grande de la que se habían hecho cargo estos
chicos. Estuvieron orgullosos de ello.
Francisca cumplía años. Desde hace tiempo poco celebraban esas fechas. Sí se
hacían un detalle, pero no más, ese día era como cualquier otro. Al enterarse de
esto Raquel y Amparo festejaron el cumpleaños de todos. Los muchachos estaban
felices. Fue un magnífico día que pasó en un pestañeo. Llegó pronto el otro
amanecer y entre suspiros y sonrisas se despidieron de los agradables visitantes.
No sabían si los volverían a ver.
-
Mami – Francisca acarició la cara amable y sonriente de Amparo, en sus
ojos había tanta ternura y nostalgia –tal vez no nos veamos de nuevo.
Tal vez mi amor, pero los caminos del corazón cuando se unen nunca los
separa ni la distancia, ni el horror, ni la muerte.
Pocos días después Carlos dirigiría la Columna Myriam Narváez, formada por
luchadores valientes, fuera de la zona de despeje. Ellos trabajarían en el apoyo de
varios frentes de la región. Esto les daría la facilidad de moverse y de estar en
contacto con sus amigos y muchos más camaradas que comenzaban a llegarles al
alma.
El movimiento hace parte del mundo y del universo, gracias a él vamos forjando
por medio de la experiencia, no solo nuestras almas, sino que también ayudamos
a forjarse a los demás. Esto causa que inevitablemente nuestros corazones se
unan, armando caminos que crean y recrean, que se entrelazan y enlazan
construyendo las calles del futuro.
Ya has demostrado que estas preparada para luchar y pelear. ¿Estás lista para
edificar?
XXVI
Se cumple la profecía
Limpió su sudor, cerró sus esperanzas y de nuevo tomó el fusil. Fusil amigo
que lo acompañó tantos días y noches en la selva, fusil amigo al que le
debía mil veces la vida, fisil amigo al que le había prometido convertirlo en
algo más amable, más tierno, más querido.
Tal vez un columpio para que compartiera con los niños que quería conocer,
tal vez un lapicero para que en vez de balas disparara bellas estrofas de
poemas que escribirían juntos en la paz, tal vez un bastón para que le
guiara sus pasos por verdes parques, amplias plazas, calles pacíficas,
libertad. Rompería su promesa como estaba roto su corazón. Tantas veces
intentar hablar, tantas veces defender la verdad.
Después de volver a luchar descansó al fin, su fusil nueva espada de
libertad, brillante e inmortal lo acompañaría por la senda luminosa que
tenía que cruzar. Días después un camarada lo invitó a recorrer el trayecto,
juntos. Así se unieron al gran ejército eterno de Bolívar, que en las
entrañas de la inmensidad guía la lucha por la libertad.
El gran capital y el imperio vomitaban su odio hacia el pueblo por todos los
medios, usando al estado como asqueroso hocico por el cual salía un
desagradable río de sangre, lodo, egoísmo, inhumanidad, muerte y desigualdad.
Vomito que tragaba feliz la gran prensa, cadáver mal oliente y asqueroso,
saboreando cada gota de sangre, tragando cada centímetro mierda, excretando
de forma vulgar y sin pudor, vanidad, ignorancia y estupidez.
Pasaron unos meses desde aquel último encuentro con las familias, desde ese
momento de felicidad y desde su marcha a cumplir su misión. El norte dio una
orden: acabar con la esperanza de Colombia. El presidente Andrés Pastrana se
arrodillo y obedeció. Acabó con la zona de despeje, acabó con el dialogo, acabó
con cualquier muestra de paz, pero no pudo hacer lo que se le indicó: no pudo
matar la esperanza.
“El Mono se lo advirtió no le alcanzó el calzón Pastrana presidentón, el proceso se
rompió por que el gringo lo exigió. Responsables de esta guerra, gorilas con charreteras,
el cacao empresarial, la derecha criminal de machete y motosierra, […]
Paz para el oligarca, […] y sin guerrillas, ganancias de maravillas, muy bien repletas
sus arcas y para el pueblo la parca, ridícula oligarquía deja tanta fantasía que al pueblo
no lo despista su cuento del terrorista pues conoce tu falsía, […]
Prefieren perder la mano que sacarse un solo anillo y defender sus bolcillos, con el
hierro del tirano matando a los colombianos. Rojo azul santanderistas, vasallos,
imperialistas, las FARC son el pueblo en armas accionando las alarmas por la lucha
socialista, […]
Ya está corriendo el reloj, a correr oligarquía que mi pueblo es rebeldía, contra aquel que
lo oprimió y el rico que lo humillo, plan Colombia Casa Blanca, no será la tranca de la
Paz Bolivariana de la Nación Soberana, la Nueva Colombia avanza, […]”
Sin cumplir la palabra o protocolo alguno, el gobierno llegaría a la zona de despeje
bombardeando indiscriminadamente, destruyendo todo lo que se había hecho
para la gente, pero sobretodo, sembrando las semillas del terror en la población
civil, semilla que el despiadado mafioso que lo sucedería como presidente de
Colombia haría germinar, dejando como resultados miles de personas muertas.
Así, las FARC continuaban su camino a la victoria, solo que desde la senda más
difícil, el camino que habían marcado ya los oligarcas y el imperio. A la par,
Francisca y sus amigos continuarían en sus tareas. En los trajines de la guerra
perderían y ganarían combates, pero en general la misión de la Columna Myriam
Narváez se cumplía a cabalidad.
De la misma manera ellos veían que su papel como formadores del Hombre
Nuevo era importante y llevado a cabo, y que su esfuerzo por ser unos
revolucionarios íntegros y coherentes era recompensado con logros. Pero para
ellos jamás era suficiente. Fue hasta que recibieran golpes en su corazón que
entendería más claramente lo que era entrega.
-
-
-
¡Comandante! ¡Comandante! –entró Gabriela, una guerrillera al mando de
Francisca, venía con lágrimas en los ojos- nos mataron a… oiga la
noticia.
¿Cuál? –prendió rápidamente un radio que estaba a su lado, cayó
sentada, cerró el libro, salió de la oficina y mientras veía que a su
encuentro llegaba Carlos con una expresión bastante nublada, triste y
preocupado, pudo entender lo que ese aparato balbuceaba, palabras que
ella escuchaba pero no oía, que retenía pero no entendía. –se nos
llevaron al camarada Raúl, Gabriela, se lo llevaron.
¡No!... –lloró la joven, Francisca seguía viendo el rápido y monótono
caminar de Carlos, nada más interrumpido por guerrilleros tristes y
furiosos que la preguntaban qué iban a hacer al respecto –¡Cómo
pudieron quitárnoslo!
-
-
No nos lo quitaron –no tenía tono alguno en su voz, pero sonaba tan
fuerte y serena, al igual que la llama que sin que ella comprendiera sentía
en el pecho –lo único que nos pueden quitar es el cuerpo. La vida sí que
lo había alejado de nosotros, hay muchos guerrilleros que no lo conocían,
yo misma no lo conocí muy bien a pesar de compartir varias horas.
Ahora, sí está junto a nosotros, tenemos que acostumbrarnos a sentir su
presencia, tenemos que entender que su sangre fue derramada por el
pueblo, y de la misma forma tenemos que actuar, hasta la victoria. En las
FARC –EP no hay espacio para la muerte.
Sí, Francisca tiene razón –interrumpió Carlos que al acercarse había
escuchado las palabras de la joven, al igual que otros guerrilleros que
asombrados la miraban y pensaban “qué grande es”.
Carlos reunió a sus mandos y los hombres que estaban en aquel lugar. Se
dispusieron, con Francisca, a la tarea de llevar este mensaje y de rendirle
homenaje a aquel gran hombre.
Sin embargo los gusanos que pudren el alma, engendrados en el odio, la envidia y
la avaricia, ya habían intoxicado el corazón de un vil canalla que se disfrazó de
humanista, la víctima: el pueblo, el medio: el asesinato y mutilación de Iván Ríos.
“Sé que tus manos como las del Che, por miedo te las cortaron, tus manos, como las del
Che yo sé, sé que también retoñaron, […] Tus manos, tus manos son como las de
Víctor Jara, que el fascismo desbaratara y se volvieron canción, […]
Tus manos, tus manos obreras, tus manos, manos campesinas, tus manos, manos
guerrilleras combaten por la vida, [...]
Las manos del monstruo que te cortó cobardemente tus manos, no son peores que las de
quien pagó por habértelas cortado, […]. Tus manos Comandante Iván son las de los
oprimidos, tus manos son para el castigo del quien se nos roba el pan, […]
Tus manos, tus manos sinceras, tus manos, tus manos amigas, tus manos, tus manos
buenas la historia no mancilla, […}
Tus manos multiplicaran los panes, tus manos desatarán la justicia, tus manos
pulverizaran el odio, tus manos resucitaran el amor, tus manos liquidaran la tristeza,
tus manos revivirán la alegría, tus manos destrozaran la violencia, tus manos
acariciaran la paz. “
El ánimo estaba caldeado, había tristeza, furia, coraje, pero nunca un pensamiento
de pérdida o de desmovilización, entrega o frustración. El repaso al estudio de los
pensamientos y conceptos que estos dos hombres los acercó más. La
recapitulación de sus ideas y el análisis sobre lo ocurrido fue para los guerrilleros
un medio para levantar su moral, aprender de los errores y retomar el juramento
de vencer en esta lucha tan larga pero justa.
Todo estaba volviendo a la normalidad cuando llegó un comunicado para la lectura
y el análisis. Escrito por el Camarada Timoleón Jiménez, el documento informaba
a todos los mandos, combatientes y al pueblo en general la noticia de la triste
partida del Camarada en Jefe Manuel Marulanda Vélez. Carlos tomo el papel y lo
leyó detenidamente, luego, procedió a la lectura en voz alta para Armando,
Ximena, Julián, Robinson, Rolando y Francisca, todos callaban y las lágrimas
parecían gotas de agua que lavaban su corazón y le daba fortaleza, a pesar del
gran dolor.
-
“Al conmemorar el 44 aniversario de las FARC, le rendimos sentido
homenaje a nuestro comandante Manuel Marulanda Vélez, a Jacobo, a
Raúl, a Iván Ríos, a Efraín Guzmán y a todos aquellos que
generosamente dedicaron y ofrendaron su vida a la causa de los pobres,
sin pedir nada a cambio, tan solo por su intima convicción de buscar el
bien común como característica de su compromiso revolucionario.
Comandante Manuel Marulanda Vélez: Morir por el pueblo ¡es vivir para
siempre!
Ante el altar de la patria: Juramos vencer!
-
-
Secretariado del Estado Mayor Cen…” -se quebró su voz, sus manos
temblaban. Dejó el papel sobre la mesa e inquieto cogía y soltaba cosas,
ordenaba el escritorio, como si este representara su interior, que en el
momento tenía gran cantidad de información, sentimientos y recuerdos.
Francisca tomó su mano y se acercó más a él. Carlos recostó su cabeza
en el hombro de ella esperando un abrazo, guía, cariño…
Tranquilo, tenemos que ser fuertes para comunicárselo a todos y poder
acompañar en este dolor a los muchachos que estarán muy tristes –le
acariciaba la cara y peinaba sus cabellos. Él tomó aire, se reincorporó.
¡Vamos! Al mal paso darle prisa.
La tristeza se apoderó aquel campamento. Muchos lloraban en silencio, otros
preferían recordarlo alegremente y dedicarle unas risas amargas a tan alto
maestro. Pero lo que a todos llenaba de orgullo fue que nunca los antropófagos
guerrerista pudieron matarle y pisotear su cuerpo sin vida, como
desafortunadamente hicieron con los camaradas Raúl e Iván.
“Canto a Manuel ese viejo querido, ese querido viejo, ese Manuel que tuvo un día el
valor de atreverse a soñar, ese que algunas malas lenguas dicen que es un bandolero, ese
que algunos como el diablo en cuero han querido pintar.
Manuel es la historia de un pueblo azotado por la violencia, un campesino bueno de
machete, de hacha y azadón, que aunque lo obligaron a escoger el camino de la guerra el
lleva una bandera de paz clavada en el corazón.
Todo el amor que hay en tu ser, mi viejo florecerá, como a Fidel a ti Manuel la historia
te absolverá, […]
Los sueños de Manuel son ver una Colombia más bonita, una Colombia donde no
exista tanta desigualdad, por qué, por qué, dice, siendo Colombia una nación tan rica,
esas riquezas solo unos cuánto las pueden disfrutar.
Y por eso cuántas veces a ti te han matado mi viejo a cada rato la gran prensa alegre lo
sabe anunciar, pero pasada la fiesta por la muerte del guerrillero, Manuel de nuevo en
las montañas les vuelve a resucitar.
Con su fusil sigue Manuel arando la libertad, con su fusil sigue Manuel arando,
arando la paz, […]”
Entre más pasaban los meses las operaciones efectistas del estado se
aumentaban, lo que ocasionaba un gran descontento en la población civil
campesina, pues ellos también eran víctimas de los bombardeos y las secuelas de
estos.
La respuesta del pueblo a la guerra impuesta por el estado ha sido una larga lucha
y una maravillosa evolución. En este trayecto hombres y mujeres han caído,
Joselo, Charro Negro, Isaías, Jacobo, Judith, Hernando y demás compañeros que
son el ejemplo y la esperanza. Los días pasan con sus recuerdos y
maravillosamente te das cuenta que no son palabras, ellos están allí, llevándolos a
la victoria y a la paz.
Francisca, la presencia de estos grandes hombres te inspira y te acompaña, estás
seguras que puedes dar todo lo imposible para culminar su revolución y que ellos
están con todo el pueblo, acompañándolos y guiándolos.
XXVII
El sueño
Hay sueños hermosos, coloridos, asombrosos mágicos. Nos vistan como
libélulas de colores, abejitas que chupan el néctar de las ilusiones dándonos
de beber la suave miel de la esperanza.
Hay sueños tiernos que reviven la inocencia hace tiempo perdida, sueños
rosados como algodones de dulce, azules como cielos eternos, rojos como
maduras manzanas, blancos como hermosas margaritas, naranjas como
enamoradas mariposas, verdes como libélulas que revolotean traviesas
guardando pequeños pedacitos para que, despiertos, escribamos canciones
alegres, cuentos infantiles, poemas de amor.
Pero hay sueños que auguran tristezas, realidades, muertes, destrucción.
Sueños que invaden nuestra adolorida alma, saca a flote nuestros peores
recuerdos, vuelven turbia nuestra mente, despierta la rabia…rabia…rabia…
¡cuánto dolor!
Afortunadamente también hay sueños que nos muestran esa dura realidad
y, a pesar de herir nuestra inocencia, nos marcan el camino a continuar,
nos muestran la esperanza y nos llenan de paz.
La estrategia que oriento el Secretariado y el nuevo Comandante en jefe Alfonso
Cano era hacerse difícil de ver. Se siguió tal y como se ordeno. La Columna
Myriam Narváez y demás estructuras guerrilleras se compartimentarían en
pequeños grupos. Dejarían los campamentos grandes para sólo ser usados de
paso y muy pocas veces. El movimiento era la clave, nunca quedarse más de un
tiempo prudencial en un sitio, y el campamento debía ser pequeño y sin claros.
Una noche Francisca meditaba en la oscuridad sobre todos los acontecimientos
vividos hasta ese momento.
-
Bebe ¿estás despierta? – susurró Carlos.
-
-
-
-
-
Sí.
¿Me abrazas?
Estaba pensando –se giró hacia él y entrelazaron sus cuerpos
acariciándose mutuamente – los muchachos se están fortaleciendo en
medio de este ataque tan fuerte, las FARC siguen adelante y este brutal
golpe de la oligarquía es un arma de doble filo para ellos, pues nosotros
estamos aprendiendo a movernos en medio de esto.
Sí, la organización se está haciendo más fuerte y mejor, y ellos se están
destruyendo desde adentro.
¿A qué te refieres?
Bebe, ¿cuánto crees que durará el matrimonio entre una oligarquía
paramilitar y mafiosa y la oligarquía tradicional? La última no va a tolerar
por mucho tiempo que los mafiositos esos se queden con el poder. Se lo
permitieron porque necesitaban que hicieran las cosas que ellos no
harían directamente, además de prever que la corrupción se destaparía,
no tolerarían que uno de sus representantes corriera el riesgo.
Más o menos lo que pasó con el General Rojas.
Más o menos, pero multiplicado por muchísimo.
Sí.
Nosotros resistimos y nuestra lucha les frustra muchos planes, por eso
acuden a esas estratagemas. Que lo hagan, que se agarren entre ellos,
que se maten, nosotros tomaremos el poder.
Sí, pero es mejor por la vía del diálogo, recuerda al Comandante Raúl
Reyes cuando nos hablaba del la solución política como el camino más
seguro para la paz que buscamos.
Sí, pero si ellos no quieren toca obligarlos.
Francisca lo besó, le encantaba hablar con él y ver la claridad de sus
pensamientos. Le gustaba darse cuenta cuánto habían avanzado los dos en su
carrera por ser mejores para poder forjar con responsabilidad el futuro del pueblo.
Con estos pensamientos, y después de que la pasión le dejó espacio al descanso,
se durmió.
En sueños iba caminando en la oscuridad y encontró un camino más oscuro, más
difícil cubierto por rocas redondas que facilitaban su andar. Estaba haciendo
mucho frío y todo alrededor le causaba mucho temor, pero ella se divertía con
unas luces hermosas que danzaban a su alrededor.
Escuchó una risa. Sí, la reconocía, era Estrellita ¿Dónde estaba aquella pequeña
que siempre amenizaba sus sueños? Detrás de un árbol vio una lámpara, era una
de las de la cueva, de eso estaba segura, la cogió y la niña pronto apareció con su
reluciente vestido blanco. En su mano llevaba una de las luces.
-
Mira, son guerreros guías.
¿Guerreros guías?
Sí, como los Camaradas no se mueren siguen aquí. Su alma ilumina el
camino, su sangre abona la tierra para el futuro y su cuerpo es la roca
-
que facilita el camino, mira –señaló el piso y lo alumbró. Las rocas eran
cráneos humanos que empedraban el piso. Ella saltó a un lado, se sintió
avergonzada por haberlos pisado. –No te sientas así, ellos dejaron sus
cuerpos para que el camino de los guerreros por venir y el pueblo sea
más fácil. Vuelve a la senda, sigue por allí.
Pero no veo nada.
Allí siempre va estar el camino, y las luces te llevan en la oscuridad.
Estaré cerca.
Francisca volvió a la senda, por un momento se sintió incomoda, pero después les
agradeció a los guerreros muertos su esfuerzo. Las luces danzaban y jugaban a
su alrededor. Se podían escuchar voces que le murmuraban y cantaban. Por fin
llegó a un claro, allí estaba el sol. Cuando iba hacia allá alguien le cerró el camino,
la tomo de la mano queriéndola llevar a un bosque luminoso, de bellos árboles y
blancas nubes. Era una mujer que le prometía todas las comodidades y sueños.
Era encantadora, su cuerpo hermoso, su risa brillante, toda ella era perfecta. Al
principio pensó que su perfume era delicioso, ese aroma la llevaba hacia un
mundo magnífico, hacia el paraíso.
Sin embargo había algo dentro de Francisca que la hacía sentir mal y desconfiaba.
Miró al cielo para ver si encontraba una guía. Lo único que pudo contemplar era
un sol tan bello tan hermoso. Pero una nube negra y extrañamente densa lo cubría
evitando que la luz y el calor llegara a la selva, solamente permitía que entrara al
paraíso.
Francisca se soltó de repente, y por fin se acabó el embrujo de aquel perfume y la
hipnosis de la voz de la mujer. Giró sobre sí misma para ver todo a su alrededor.
Pequeños niños deformes salían del bello bosque, de caras alargadas y pálidas,
dientes puntiagudos, eran gordos de comer carne, carne de… ¡Otros niños! Más
delgados, indefensos bebes. Miró con asombro a la mujer perfecta que animaba a
las bestias fofas y sin forma a comer. Estos engendros se arrastraban y les daban
duros y mortales mordiscos a los demás niños. Ella no se podía mover.
Alrededor de la selva oscura veía gente pobre, delgada, cansada. Las mujeres
dejaron una extraña carga que llevaban todos y le pedían a Francisca que salvara
sus hijos. Una luz, un guerrero guía, susurró una canción a su oído “A los pueblos
la paz y la felicidad, socialista el futuro será”. La perfecta mujer lanzó un tremendo
golpe a la luz, pero se quemó sus manos. Desesperada lanzaba chillidos agudos y
terroríficos.
-
“Si ya los matamos, lárguense, todo es ¡Mío! ¡Mío!”
Pudo salir por completo del estado en el que se hallaba y comenzó a coger los
niños y a entregarlos a las mujeres que felices extendían los brazos y le
agradecían. Los pequeños monstruos se colgaban de sus extremidades
hincándole los asquerosos dientes. Ella los apartaba y los tiraba con asco, pero al
mismo tiempo con pesar
-
“Estrellita, pobres hijos de la sociedad”.
Al fin solo le faltaba por salvar una hermosa bebe. De unos seis meses de nacida,
de piel canela y sus ojos eran verdes. Nunca la había visto, pero Francisca sabía
que era la hija de Carlos y ella. La tomó con cuidado. La metió entre su pecho y
comenzó a amamantarla. Lloraba de la emoción, pero sintió la voz de la inmunda
mujer. Chillona, vulgar y malévola, había tomado un machete y lo esgrimía contra
la joven. Precisamente cuando le iba a dar el golpe mortal Carlos y sus amigos
llegaron a defenderla. El cuerpo muerto de la mujer se descompuso rápidamente
soltando un nauseabundo olor. Del cadáver salió una especie de lagartija negra y
gigante que se arrastraba sobre su esquelético cuerpo. Sus extremidades que
terminaban en puntiagudas uñas, destrozaban todo a su paso, incluso los niños
gordos, a los que momentos antes cuidaba como una madre. Volvió al paraíso.
Francisca amarró la camisa de su uniforme de manera tal que la niña se quedara
allí segura, pero que ella pudiera usar sus manos. Extrañamente la niña no le
pesaba, y Carlos estaba feliz de tener a esa pequeña junto a ellos. Robinson
interrumpió preocupado, mirando para el cielo y señalando la nube.
-
Carlos, muchachos, miren. Tenemos que quitarla, la gente morirá sin el
sol.
Francisca miró hacia el sol y luego hacia la selva. Los hombres, mujeres y niños
encorvados por sus grandes cargas extendían sus manos hacia el astro, pero la
luz no llegaban, así que sus carnes iban desapareciendo y su piel envejeciendo
rápidamente. Pronto iban a morir.
Volvieron a la senda y comenzaron a llevar al pueblo hacia el sol. De la nada llegó
un río espeso de sangre y lodo lleno de piernas brazos, cabezas que les ayudaban
a construir una montaña para subir por ella al pueblo. A esto se sumó los
esqueletos brillantes y hermosos de los camaradas muertos. Detrás de ellos
estudiantes delgados, cansados pero enérgicos que con sus libros y sus brazos
seguían edificando aquel montículo que le salvaría la vida a los Colombianos.
Los guerreros de las FARC, encabezados por sus comandantes, alzaban a la
gente, la guiaban y la ayudaban a cruzar este largo camino. Ellos pesaban mucho,
así que Francisca gritó
-
Suelten sus cargas, no podremos levantarlos así.
¡No! ¡No! Esto nos lo regaló el patrón, nos lo dio el patrón, ¡Es nuestro!
Francisca furiosa rompió la carga de uno de los campesinos que estaba
ayudando. Rodaron negruzcas y podridas manzanas, matando el pasto y las flores
que tocaban. Al caer al pie de la gran torre que ya habían construido se rompían y
salían asquerosos gusanos que tragaban todo lo que callera, incluso varios
amigos guerrilleros, que por ayudar, eran presas de esos insaciables parásitos.
-
Esto es lo que les da el patrón – se dejó oír la melodiosa y fuerte voz del
Camarada Manuel –parásitos, podredumbre, miseria ¿Quieren cargar eso
por siempre? ¿No ven sus espaldas? ¿No les falta la fuerza? ¡El sol es
nuestro también! ¡alcancémoslo!
Todos se dieron cuenta de la verdad, costales y costales caían. Francisca miró
hacia el lugar de donde vino la voz. Era una gran luz hermosa, clara, brillante la
señaló y todos subieron animados persiguiendo la estela que dejaba.
Faltaba poco y no iba siendo suficiente. Francisca se sentía angustiada. Pronto
por entre las personas que estaban guiando hacia el sol, aparecieron sus
familiares que sacrificándose, comenzaban también a ser parte de la torre. Esto
entristeció a Francisca que seguía subiendo llevando a los campesinos que al
tocar los rayitos de sol se recuperaban lentamente, alentando a los demás y
subiendo ellos solos.
Sin embargo el esfuerzo seguía siendo insuficiente. Les tocaba a ellos mismo
seguir construyendo para que el pueblo llegara hasta el final. Esto significaría
sacrificarse con la niña. Francisca la saco del pecho y la observó unos instantes.
¿Qué hacer ahora? Ella sabía a lo que se había comprometido y se sentía feliz por
ello. Ya no podría tenerla. La bebe sonrió y se convirtió en pequeños rayos de luz
que se escaparon entre sus brazos, dejándole un vacío en el alma, pero una
alegría inmensa por haberla conocido y servir al futuro.
Se ubicó en el puesto que le correspondía, sus manos se entrelazaron con las de
Carlos y sus amigos. La gente pisaba sus cuerpos. Al principio hubo dolor y
cansancio, pero de pronto una fuerza los poseyó y se volvieron roca y acero.
Luego vio, como si volara, cómo llegaba el pueblo al sol. La nube se retorció
violentamente y se cayó hasta donde estaban los feroces gusanos. Se mataron
entre sí a pesar de nacer de la misma madre. Todo comenzó a brillar.
Aquel paraíso dejo ver su verdadero rostro inmundo. Todo era ficticio y estaba
lleno de esas lagartijas que se retorcían iracundas, miserables y agonizantes. El
mundo que veía ya era libre, lo alumbraba el sol y la muerte se alejaba. Pero aún
se podía ver los estragos de la maldad y apenas comenzaban a germinar las
primeras flores, las primeras hiervas. El camino era largo, pero ya se había
empezado y como recordatorio de ello estaba aquella grande, brillante y hermosa
torre.
Francisca despertó con un sentimiento de alegría y futuro. Le contó a Andrés su
sueño. Estaba feliz pues ya empezaba a entender que era entrega, pero
sobretodo, porque se había dado cuenta que ellos ya la practicaban hace mucho
tiempo.
-
Sí, me hubiera gustado tener una familia contigo –suspiró Carlos
abrazando a la muchacha –pero fue el camino que escogimos y no me
arrepiento.
“Por aquí pasó y dejó su aroma de montaña guerrillera, sudoroso coronó una loma habló
de una Colombia Nueva, […] en la rueda de la historia con su bandera insurgente fue
a meterse en la memoria de su pueblo para siempre, […]”
Esta es la nueva realidad a la que enfrentas, esta realidad dura y difícil, esta
misión hermosa de liberación, de amor y paz. Están dispuestos a hacer todo lo
que está al alcance guiados por sabios hombres.
XXVIII
Desde las empinadas
cordilleras hasta la victoria
Eran cuarenta y ocho campesinos buenos, eran cuarenta y ocho campesinos
trabajadores, eran cuarenta y ocho campesinos sinceros, eran cuarenta y
ocho campesinos cuando dieciséis mil hombres arrojaron el terror sobre sus
casas, su comunidad, su vida, sobre la paz.
Ellos pedían semillas, el gobierno les dio balas, ellos pedían tierra, el
gobierno les dio guerra, ellos pedían vida, el gobierno les dio muerte.
Sin casa, familia o tierra, con humildes botas, tristeza al hombro y grandes
penas subieron la cordillera. La espesa neblina los esperaba, los antiguos
árboles los protegían, la salvaje selva los acogía y la esperanza despertaría.
Pasaban los meses y los bombardeos eran más constantes. Las trincheras se
convertirían en una de las primeras defensas. Al principio eran muy aterradores,
sobre todo para los nuevos, pero gracias a la disciplina y la fuerza pasaban
avante sin más contratiempos que despertarse un poco asustados y salir corriendo
mal vestidos a la trinchera que a veces estaba mojada o un poco inundada.
Después podían reconocer qué tan lejos caían las bombas y con cuánta
frecuencia. Esta información les permitía escoger la acción a seguir gracias a su
entrenamiento y la experiencia ya adquirida.
Su trabajo iba viento en popa, en las áreas de pedagogía, tanto para los farianos
como para la población civil; las actividades cívicas; las misiones militares; el
contacto y el fortalecimiento con las redes urbanas y lo referente a inteligencia.
Un buen día se encontraron con Gonzalo, la alegría llenó a todos. Se pusieron a
conversar y notaron cierta coincidencia en las órdenes dadas a ambas columnas.
Gonzalo además había hablado con el Camarada Jorge y esto lo tenía
preocupado.
-
-
Primero lo veo un poco enfermo. Él no quiso decir nada al respecto, pero
de lo que me enteré fue que pasó varios días sin poder caminar.
Lo segundo es que una pareja de hijueputas se desmovilizó con un poco
de plata, y lo peor es que ya pasaron por los noticieros. Quién sabe qué
tanto habrán dicho ya los mal paridos.
Ya tranquilo –lo intentó calmar Francisca, aunque ella se veía tan
preocupada como él.
Y ¿Qué tanto sabían los malparidos esos? –preguntó pensativo Carlos
Arto. Los maricas eran más o menos cercanos al Mono.
¡Hijueputas! – se molestó Robinson, pateando una rama del suelo y
mandándola lejos.
“Cuentan que Jaimito murió combatiendo que Freddy Gomelo se nos desertó, […]
Jaimito es orgullo de su pueblo, Gomelo el desprecio se ganó, […]
Yo escuche fue el comentario, […] en boca de un campesino que aconsejaba a su hijo
que quería ser guerrillero […] mijo lo que yo mas quiero, chico si ese es el camino que
seas como un gallo fino y no un faltón como Gomelo. El campesino que hablaba lo hacía
con palabras puras, […] yo no quiero un hijo Judas, quiero un hijo Che Guevara.
[…]”
Luego de esto, ellos mismos tendrían el placer de ver al camarada, pasaría por el
campamento y, como siempre, compartiría un buen rato, que incluía charlas
políticas, bromas y, por supuesto, un improvisado baile.
Pocas noches después una llamada por radio los despertó. La noticia era terrible:
al campamento del Camarada Jorge lo estaban bombardeando. Todos se alistaron
y siguieron el protocolo para estas situaciones. El lugar no estaba cerca, pero allí
se dirigían.
Era una madrugada especialmente fría, pero Francisca sudaba. Hace tiempo no
sentía las manos emparamadas. Su frente estaba caliente y sus mejillas ardían.
No tenía claro que encontraría allí. Sabía que el comandante estaba bien, pues
varias personas lo habían escuchado dar órdenes. Él como buen ser humano
había exigido a sus más cercanos colaboradores que se ocuparan de la
evacuación del campamento ¡Saquen la gente! Dicen que gritaba. Pero esto
también la inquietaba. Ella, al igual que todos, sabía que tan activo era, así que le
parecía bastante extraño que no saliera a ayudar y a protegerse. Recordaba lo
que había dicho Gonzalo “pasó varios días sin poder caminar”
-
“¡Hay Estrellita, que el comandante este bien!”
Al acercarse al sitio los combates eran terribles. Ellos estaban cerca al lugar
donde estaban desembarcando. Los policías y militares caían como moscas de los
helicópteros, pero así mismo morían, haciendo que el aparato se tuviera que
retirar para darle paso a los bombarderos. La lucha era tensa, a pesar de la
tecnología y del número, los “hombres de acero” no podían igualar la valentía, la
astucia y el alto nivel combativo de los farianos.
Todo el día hubo combates, por la noche también. Era mano a mano y parecía
que no iba a terminar, solo una cosa hizo retroceder a los guerrilleros farianos, la
orden directa de uno de los comandantes del EMBO de dejar el lugar, puesto que
ya se había retirado todos los elementos que se debían sacar, además de que la
evacuación y posterior encuentro con los combatientes que estaban en aquel
campamento fue un éxito.
Ya para ese momento la muerte del comandante Jorge Briceño y de otros farianos
más era conocida por todos. Esto provocaba tristeza, dolor, pero también el
sentimiento de seguir los pasos de este gran Ser Humano. Cumplieron la orden
dada y se alejaron de allí. Por días no caían más que bombas y papelitos invitando
a la claudicación con argumentos irreales.
La manipulación mediática y el engaño no se hicieron esperar. Después de que
un general de las fuerzas armadas, Pérez, admitiera que hubo 20 policías muertos
y 64 heridos, el gobierno prefirió negarlo y sepultar con honores militares un
canino para esconder esta cruel realidad. Esto era inconcebible y solo se
explicaba por los mediocres resultados militares de la operación: 10 guerrilleros
muertos y un solo comandante.
Después, al igual que con el Comandante Raúl Reyes, inventaron tener una
cantidad descomunal de computadores y memorias, aparte de verificar la
supuesta muerte de los comandantes Romaña y Mauricio “El Médico”, cosa que
después la realidad desmentiría terminando de aplastar sus espíritus y acabar con
la moral de los soldados.
“Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento mes
prohibido llorarlos que se callen los redobles en todos campanarios vamos pu pal carajo,
que para amanecer no hacen falta gallinas sino cantar de gallos.
Ellos no serán bandera para abrazarnos con ella y el que no la pueda alzar que
abandone la pelea no es tiempo de recular no de vivir de leyendas.
Canta, canta, compañero que tu voz sea disparo que con las manos del pueblo no habrá
canto desarmado canta, canta compañero canta, canta compañero, canta, canta
compañero que no calle tu canción si te falta bastimento tienes ese corazón que tiene latir
de bongo, color de vino ancestral, viene tu cuenca de lucha cabalgando un viento austral.
Canta, canta compañero los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos canta,
canta compañero, canta, canta compañero […]”
Al igual que en las oportunidades anteriores, los farianos dieron grandes muestras
de amor por su pueblo y lealtad hacia la organización. No hubo desmovilizaciones
masivas, antes al contrario, el sentimiento de proseguir con esta ardua pero
reconfortante tarea continuó.
Después de un tiempo en el que se redoblaron actividades, se uniría al conjunto
de Camaradas en el más allá el Comandante Alfonso Cano. Salvajemente
asesinado, fusilado. Lo cogieron desarmado, solo y ciego. Balas sedientas de
sangre atravesaron su cuerpo, pero sin ser la intención de sus asesinos, lo
llevaron al alto pedestal de la historia y a la a inmortalidad. Los cobardes soldados
lo mostraron ante los antropófagos medios de desinformación. Un gobierno
caníbal babeaba deseoso de sangre y violencia ante aquel cuerpo sin vida.
Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudieron restarle dignidad,
humanidad y respeto. Lo asesinaron pero con ello no se les pasó el miedo. Lo
calumniaron pero ello no disminuyó su temor. El Camarada Alfonso Cano siguió y
seguirá, junto a muchos más, alentando al pueblo y luchando contra sus captores:
sucios y mafiosos oligarcas. Su ejemplo perdurará por siempre.
“Quien por esta vida rueda, rodando sin son ni ton, quien sólo es hueso y tendón muere
y nada bueno deja, […] pero aquel que se la juega por su pueblo con clamor si acontece
lo peor deja la herencia más bella, […]
Cuando muere un guerrillero es cuando con más razón, con más ardiente pasión arde el
fuego justiciero, […] no lo verán en el cielo pero sí en la floración del día de la
redención de la fiesta de su pueblo, […]
Antorcha de luz infinita son quienes por su pueblo se sacrifican, quien con tanta
claridad no mira porque no quiere mirar.”
Por su parte Francisca sigue con sus camaradas, su nueva familia, caminando por
verdes praderas o empinadas cordilleras. Sin sabores, errores y tristezas hay, es
una guerra, pero la valentía, el amor por el pueblo y la fuerza pueden más. Al igual
que esos 48 héroes muchos años atrás, ellos caminan sin retorno hacia lo más
alto de la historia.
Eran, son y serán hombres y mujeres buenos haciendo caminos verdes de
esperanza y justicia. Hombres y mujeres buenos construyendo lo imposible, la
paz. Hombres y mujeres buenos realizando un sueño de libertad.
Descargar