Por las montañas de mi patria En honor al inmortal comandante Jorge Briceño, El Mono Jojoy Mariamne Bolívar Escribir es difícil, pero no tanto como vivir. Podríamos hablar tanto tiempo, tanto… expresando lo que queremos, peleando para que nos escuchen. Pero hay personas que se dedican a la milagrosa labor de luchar por sus ideales. En un país como el nuestro, acostumbrados a oír un solo lado de la historia, a autocensurarnos, a cerrar las puertas del corazón por el dolor y coser nuestros labios tan fuerte… en nuestra adorada Colombia hay miles de personas que merecen ser escuchados, hay miles de despojados y angustiados, hay miles de historias bellas queriendo ser escritas. Esta humilde aventura, sobra decir que es ficticia, se construye como un esfuerzo para que esa otra Colombia sea oída y entendida. Es más que combates y bombas, es más que selva y entrenamiento, es más que critica y lucha. Hay sonrisas y llantos, cantos y poemas, ojos negros y azules, esperanzas y amor, ternura y comprensión… sed de libertad… Este es un pequeño homenaje a hombres y mujeres grandes como Jacobo Arenas, Manuel Marulanda, Alfonso Cano, Jorge Briceño, Iván Ríos, Mariana Páez, Lucero Palmera… Los Camaradas Timoleón Jiménez, Iván Márquez, Jesús Santrich, Simón Trinidad, Julián Conrado y tantos otros, pero sobre todo al guerrillero “desconocido”, valiente Ser Humano que ofrenda todo por sus ideales, tantas Franciscas, Carlos, Gonzalos… tantas vidas, tanta gente… Agradecimientos Este pequeño homenaje no hubiera sido posible sin tener algunas bases sólidas para su construcción. Para alguien que tenga un mínimo de sentido común, no va a ser un secreto que en mi vida jamás he empuñado un arma y nunca me he internado en la espesa selva más allá de sus contornos, sino hasta allí, el límite en el cual nos da un buen recibimiento y un fresco beso. En el proceso de estructuración de este escrito mis guías fueron las bellas historias de Gabriel Ángel, los esclarecedores libros de Jorge Enrique Botero, algunos videos de arrojados periodistas o de la zona de despeje, las hermosas canciones de Lucas Iguaran, Cristian Pérez y obviamente el “Cantor de la Insurrección” Julián Conrado. Para este último un gran abrazo revolucionario, Colombia te escucha y está contigo. A todos los luchadores por la paz gracias, porque por ustedes es posible que nosotros tengamos una noción de lo que realmente ocurre en Colombia y una esperanza de justicia social. Disculpas Como dije más arriba, no soy ni he sido combatiente, es una vergüenza que me duele, pues hay cientos de razones, pero ninguna se ve tan fuerte como lo era hace tiempo. Así que quiero disculparme con los guerrilleros de las FARC-EP, estos mismos a los que les dedico estas páginas, esos que dan la vida por nosotros. Sé que hay mucho de fantasía, pero si en algo cometo un error grande, espero que me entiendan. También pido excusas a los Comandantes a los cuales nombro en esta historia, pero sobre todo perdónenme por recoger textualmente una frase del Camarada Manuel: “Yo ya hice lo que tenía que hacer, y ahí están el Ejército del Pueblo y sus comandantes formados para que continúen la lucha hasta más allá del triunfo” I Silvia Los árboles crujían bajo el látigo invisible del viento, la oscuridad de la noche caía sobre la humedad de la selva y en una cueva cubierta de lama y plantas moría una niña abandonada por la justicia. Corrían los años 40. Enmontados sus padres murieron. Hoy moría ella. Detrás una vida, delante los sueños que nunca tuvo. Un manto de olvido cubrió su cuerpo. Un ser desconocido, invisible, al que solo lloraron las chicharras, los centenarios árboles y la selva. Los únicos cirios que iluminaron sus horas agónicas fueron las luciérnagas, luces de una noche que nunca vuelven a alumbrar. Mariana contaba 13 años. Su piel era de color canela, su cabello rizado y castaño oscuro, sus ojos de un café claro como la miel y una tristeza infinita. De carácter sereno y nostálgico, muy callada y temerosa. Su cuerpo era pequeño y muy delgado, esto se hacía más notable porque las prendas y zapatos que vestía eran grandes para ella, viejos y desteñidos. Tenía una hermana, Stella, su edad 17 años, hermosa, graciosa, joven y muy sociable. Su cabello crespo y claro. Ojos café oscuro. Esbelta y alta. Sus ropas hermosas y lujosas, hechas por su madre. Sus zapatos finos y caros, comprados con gran esfuerzo por su padre. Alegre, muy querida y admirada. Se reunía con sus amigas, había tenido un par de novios, andaba con un grupo de muchachos sicarios y, como deben suponer, no se destacaba en el colegio. Roberto es su padre. Dueño de un pequeño mercado llamado Mercaquí. Su negocio y su casa los había conseguido a punta de sacrificios durante casi toda su vida. Tenía 9 años cuando había comenzado a trabajar, desde entonces, quiso ser algo más. Se casó con Violeta, una joven costurera del sector. Tuvo a su hija Stella, su gran amor. Unos tres años después se separaron. Violeta se había ido con otro hombre, Juan, que luego la dejó sola y embarazada. Roberto la había perdonado, a quien nunca pudo aceptar fue al “fruto del amor” entre Violeta y Juan, el pequeño bebé que nacería pocos meses después de su reconciliación: Mariana. Él le dio su apellido, pero jamás le dirigía una palabra que no fuera un insulto. Violeta, tampoco era muy buena con la pequeña. Así fue creciendo. Mariana intentaba hacer lo mejor para agradar a sus padres: excelente estudiante, talentosa y prácticamente hacía los oficios de la casa, aparte de ayudarlos en los negocios. Pero esto solo empeoraba las cosas. Roberto quería el mejor futuro para Stella que no daba la talla o alguna muestra de siquiera poder comprender lo que le decían. La que sobresalía: “la criatura esa”. Desde hace un par de meses, por orden de Violeta, Mariana tenía que acompañar a Stella a “hacer tareas en la casa de una amiga”. La realidad era que se veía con un muchacho de unos 25 años llamado Esteban al que le decían Veneno. Mariana se sentaba en una banca del parque alejada de ellos. Pero esa tarde fue diferente. Por iniciativa de la pareja se fueron a una casa que pertenecía a la tía de Esteban. Estaba ubicada en un barrio de invasión con fama de peligroso. Estrecha, unos 4 metros de ancho, pero al entrar en ella se podía ver que era larga. Constituida por un corredor que la atravesaba completamente hasta llegar a la cocina-comedor y desembocar luego al patio donde estaba el baño. En el corredor había cuatro habitaciones, separadas del pasillo solo por cortinas. De un color beige, la pintura era de aceite, lo cual producía brillos en las paredes cuando la escasa luz de una claraboya las golpeaba. La pareja entró a una de las habitaciones. Claro, primero Stella advirtió a Mariana lo que le pasaría si decía algo. - Qué voy a decir nada. A mí nunca me creen. Además si mi papá me creyera algo, primero me mata por alcahueta. ¿Sí ve mami? Usted se preocupa mucho – le dijo Esteban a Stella. Luego dirigiéndose a Mariana –bueno cuñadita, usted me cae bien. Tome estas Luquitas pa’ que se compre algo. –le dio 10000 pesos- vaya a ese cuarto y vea la tele. –dijo señalando la primera alcoba. Mariana fue. Habían pasado unos 15 minutos cuando entró alguien a la casa, luego a la habitación en la cual estaba. Era el primo de Esteban. Un muchacho de más o menos 20 años. Su nombre era Reynel, su apodo el Ciego, porque un día no vio a una persona que tenía que matar. Se salvó de perder la vida, puesto que era uno de los “mejores gatillos,” pero le tocó hacer un par de “trabajos” gratis. - Huy mamita. ¿Es que es navidad que me llegó un regalo? Mariana no lo miró. Le hubiera gustado salir corriendo de esa casa, pero él estaba parado en la puerta. Pensó en gritar pero el miedo no la dejaba, además, era bastante exagerado en ese momento, pues no había pasado nada que lo ameritaba. - ¿Qué hace aquí mamita? Mi hermana es Stella. Está con Esteban en el otro cuarto. Yo la estoy esperando – su voz salía ronca y sin fuerza. ¿Nada más? Mariana no contestó. Fingía ver televisión, pero sus manos temblaban, los nervios se le notaban, Reynel se sonrió, se sentó a su lado pasándole un brazo por encima. Olía a licor y a humo, tal vez cigarrillo. Su cara estaba desencajada y el movimiento de las mandíbulas era tan fuerte que se podía percibir el ruido de los dientes chocando entre sí. El corazón de Mariana latía tan desenfrenadamente, que no podía oír el torrencial aguacero que caía fuera. - Y qué negrita. ¿Usted se queda aquí juiciosa, nada más viendo tele mientras Veneno y su hermana se divierten? Mariana asintió con la cabeza retirándose lo más posible de ese hombre. - ¿Tiene novio que está tan arisca? No. Tengo 13 años Qué va. – soltó una carcajada- parece de 15. Además –dice metiéndole la mano entre la camisa- tiene edad de merecer. Mariana no responde. No puede hablar, menos gritar, su cuerpo tiembla. Por fin, después de segundos eternos, tomó fuerza y se levantó. Corrió a la puerta. Pero él la alcanzó a tomar del brazo. Con fuerza la tiró hacia la pared y empezó a besarle su cuello. - Mamita, le voy a enseñar lo bueno de la vida. El terror y el asco que sentía lograron hacer que Mariana lo empujara y saliera corriendo de esa casa. Solo podía oír las carcajadas de Reynel y los fuertes latidos de su corazón. En medio de la lluvia y embarrada hasta las rodillas, recordó los 10.000 pesos. Tomó el primer taxi que pasó y fue a su casa. El teléfono sonaba sin cesar. Mariana pensó que su madre estaría llevando algún pedido de ropa. Presentía que la que llamaba era Stella. Planeó decirle que la esperaría en el parque. Sabía que estaría furiosa, pero no importaría porque nadie se iba a enterar nunca de lo que pasó. Se atrevió a abrir la puerta. Se cambiaría e iría a encontrarse con Stella. Se dirigió a la habitación de sus padres a contestar el teléfono. Al entrar vio a su madre en la cama con otro hombre. ¡Tantos años de humillaciones! ¡Tantos años de sentirse culpable! ¡Tantos años de suplicar amor! Ella sintió por primera vez que no tenía culpa alguna de la traición que su madre le hizo a Roberto. Salió corriendo. No volvería más. ¿A dónde iría? No lo sabía. Lo único que sentía era una decisión. Una energía enorme que salía de su cuerpo. Ella por fin era libre. Caminaba sin rumbo fijo. Tenía que salir pronto del pueblo antes de que alguien conocido la llevara a su casa. Tomó el primer bus que pasó. Era viejo y sus latas sonaban acompasadamente. Los pocos campesinos pasajeros susurraban. Aquella combinación de sonidos era la canción de despedida. Llegaron a su destino. Todos se bajaron. Era el fin del viaje, de la vereda, de Mariana. - Perdón señor – le preguntó a uno de los pasajeros- ¿Cómo se llama este lugar? La Silvia. Mariana caminó por instinto hacia el atardecer. Sus colores naranjas y amarillos le daban paso a los violetas y negros de la noche. Después de pasar algunos potreros siguió por un camino poco usado, la maleza se hacía más alta, parecía que la devoraba. Pero ella no perdía la huella, era como si conociera ese sector, tenía la certeza, dentro de su corazón, que se dirigía a un lugar seguro y feliz, así su mente le indicara lo contrario. Pronto se hizo de noche, el terreno que era ya difícil de transitar, se convertía en imposible. Sonidos extraños y cercanos alertaban sus sentidos. Sin embargo se sentía bien, de algún modo sabía a dónde había llegado, era el monte que se abría para ella con un sinfín de peligros, pero también aventuras y libertad. Llovía sin cesar. Mariana había tenido que recurrir a un grueso tronco para que le sirviera de bastón. Todo camino por el que decidía a ir se convertía de un momento a otro en una pequeña pero poderosa y peligrosa quebrada. Sabía que no podría avanzar más. Tenía frío, estaba mojada, hambrienta, sedienta. Sus pies no aguantarían. Hizo un último esfuerzo por subir a un pequeño montículo, casi cae, sus rodillas fallaron por el agotamiento, pero gracias a ello fue que sin querer golpeó unas ramas y encontró una cueva. Se arriesgó a entrar, no sin antes estar segura que no había animal peligroso allí. Se sentó en el borde, sin atreverse a explorar un poco más. La noche fue terrible. Cada sonido lo percibía amenazador, cada rama un animal que la mataría, cada sueño una pesadilla del pasado que dejaba atrás. En uno de ellos iba caminando por una selva que parecía un laberinto. Tenía miedo y al devolverse lo primero que vio fue al amante de su madre. Estaba sentado y ella le dedicaba todas las atenciones y lo besaba. - - - Si ve mamita –hablo con la voz de Reynel –esto es lo bueno de la vida. ¿Por qué me quita el amor de mi mamá? ¿Cuál amor? –se burló –ella nunca la ha amado, bájese de esa nube –se reía con las carcajadas horribles. Esta malparida –se encolerizó Violeta – ¿Quién le dijo que le podía dirigir la palabra? usted no es nadie, malparida, siga adelante, lárguese –la tomó del cabello como siempre lo hacía y la sacudió fuertemente. Cuando ella se intentó parar apareció la baja pero fornida figura de Roberto. Si lárguese hijueputa, me tiene mamado, lárguese –le dio una bofetada y el amante de Violeta no dejaba de reírse. Salió también Stella y la llevó del cabello hacia una especie de habitación donde estaba acostado Reynel. ¡Vaya perra! O le gusta eso o se larga –dijo burlándose de ella. Venga mamita que aquí le tengo lo que es bueno. Comenzó a reírse, ella por fin se logró soltar y salió corriendo hacia la espesura de la selva escuchando las risas de Reynel por partida doble. Se despertó asustada, estaba a la entrada de esta cueva, mojada, sola, atemorizada, pero libre. Por fin, después de horas que parecían siglos, llegó la luz. No era muy fuerte, las hojas y los árboles no dejaban pasar toda la potencia del sol que apenas despertaba, a pesar de esto, tímidos, algunos pequeños rayos se colaban entre las ramas tiñéndose de variados tonos vedes. Sacó de su maleta un pequeño espejo. Lo usó para desviar la luz de los rayitos de sol y reflejarlos dentro de la cueva, pues la curiosidad la carcomía. Lo que vio la asombró. Parecía que personas hubieran vivido allí. A su izquierda descubrió otra entrada que había sido escondida con ramas, trapos, lama y plantas vivas, haciendo de especie de patio y cocina, pues había unas ollas, sobre ellas ropa roída colgada de una cuerda como si alguien hubiera querido que se secara al calor del fuego que servía para cocinar, debajo unos madreros quemados y viejos. Al entrar de nuevo pudo observar que toda la cueva estaba adornada por inocentes dibujos que al parecer habían sido pintados con carbón por niños. Ropas, una pequeña muñeca de trapo y algunos utensilios de cocina estaban ubicados sobre pequeñas lajas que habrían servido de mesas a los habitantes de tan singular vivienda. Mariana miró detenidamente cada dibujo. Descubrió que contaban historias, historias tristes. Parecía que la pequeña hija se quedaba todo el día o la noche sola mientras sus padres salían a traer algo para comer. Al seguir observando respondió la pregunta que se había hecho al descubrir que alguien vivió allí: - “¿quién podría vivir en estas condiciones?” “solo alguien que tuviera miedo, que no tuviera más opción”. Esta familia había sido asesinada en su mayoría, los pocos que se salvaron, 7 personas, huyeron al monte y cada día iban desapareciendo, salían, pero no sabían si regresarían completos. - “¿Quién haría algo así?” No lo sabía, por los dibujos deducía que eran hombres, con largas armas y como espadas, su identidad la desconocía. Poco a poco, en medio de historias tristes se fue acercando al lado más profundo de la cueva. Habían pasado varias horas, así que los rayos de sol eran un poco más numerosos y se metían a la cueva por las grietas, jugando a aparecer y desaparecer, tiñéndose de mil colores con partículas diminutas bailando alegremente en su interior. Pensaba que esta niña pasó sola gran parte de su vida. Se quedaba esperando, sin saber si su familia llegaría. Comparó su vida y notó que no era tan mala como la de esa pequeña, cuyo mundo se resumía en tragedia y muerte danzando sin parar en aquella húmeda cueva. Llegó a una historia que la hizo recapacitar su meditación anterior. En este dibujo la niña contaba cómo su madre la quería, aunque a veces era fuerte con ella, la abrazaba, le traía el mejor alimento para ella, la besaba. Su padre jugaba un ratito, y la consentía. Quizá este pequeña infante sí tuvo algo que Mariana nunca pudo conseguir a pesar de sus esfuerzos: amor. En medio de estas divagaciones, intentó encontrar un lugar en donde sentarse. Lo que halló la estremeció. Bajo el dibujo que estaba observando había una especie de nicho, dentro de él un esqueleto. El momento fue horrible, ella intentó salir de allí pero se tropezó cayendo al suelo. Al sentarse en el piso, a más o menos un metro, estaban los restos. Los miró y notó que eran muy pequeños. Su vestido que alguna vez sería blanco de encajes aun conservaba un poco su forma. En aquel cadáver pudo ver a la pequeña, perdió el miedo, le había tomado cariño. Lloró un rato. Recorriendo cueva, viendo esas historias, esperaba encontrar una en la que narrara la manera heroica con que su padre se enfrentó a esa situación y la sacó de allí. Ya se la estaba imaginando viviendo en una pequeña finca, jugando con su perro, libre. Nunca pensó que su fin hubiera sido morir en este frío e inhumano lugar. - “¿Por qué no la habían enterrado?” Tomó el espejo y reflejó la luz hacia las paredes, buscando algo en las historias que respondiera aquel enigma. Nada encontró. Analizó todo y la niña tenía un orden de narración, la última historia era en la que dibujaba cómo sus padres se marcharon y una pequeña aventura que vivió un par de días después que salió a buscarlos. Luego se muestra a sí misma recordando momentos felices. Concluyó tristemente que sus padres se fueron y jamás regresaron. Pero la amaban así que era extraño. De pronto, cerca al nicho, vio un dibujo de dos tumbas, tal vez la niña pensó que sus padres tenían que haber muerto. Mariana estaba de acuerdo. Era tan pequeña, tan indefensa, nadie la habría abandonado. Con lágrimas en los ojos salió a respirar un poco. Se dio cuenta que ya era tarde. En estos lugares anochece más rápido. Ella tendría que pasar la noche allí. Al menos ya no se sentía tan sola. Ordenó y limpió la cueva. Ya estaba un poco oscuro y seguía lloviendo. San Pedro no había dado tregua durante todo el día, si bien había bajado la intensidad, la lluvia no había pasado y amenazaba con arreciar. Recordó un programa de televisión. Era un documental que su padre tanto le criticaba que viera. En él un señor se había internado en un desierto y enseñaba la forma de sobrevivir sin nada más que una navaja y la ropa que llevaba puesta. La selva era bastante diferente a un desierto, pero varios consejos le servirían. Por el momento no tenía ni sed ni hambre, así que se concentró en hacer el fuego. Afortunadamente había madera seca en la cueva. Salió al improvisado patio, cogió un poco de lama y la puso entre la veta de un madero que acomodó en el suelo frente a ella. Tomó un palo y comenzó a girarlo con rapidez sobre la lama. En el documental el señor había logrado obtener fuego después de 15 minutos, por el contrario, a ella le costó aproximadamente tres horas y las manos ampolladas y rotas. Aún así fue muy satisfactorio tener una hoguera prendida unos minutos después de que cayó la noche. Le sirvió mucho el carbón que había encontrado abandonado debajo de las ollas. En el programa usaron el humo para alejar escorpiones, arañas y culebras de la pequeña roca donde aquel hombre había dormido, así que agarró un palo húmedo que al prenderlo soltaba mucho humo y lo paseó por la cueva hasta en el más pequeño agujero para cerciorarse que no había ningún bicho. Al fin se sentó. Después de que se fue un poco el humo, sintió un cansancio enorme, el cuerpo le pesaba. Buscó un lugar, encontró una vieja tabla y puso unas ramas sobre ella. Eso era lo más cómodo en aquel sitio. Se acostó y se dio cuenta que a pesar de estar casi afuera, la fogata calentaba y alumbraba toda la cueva. Observó todo y los dibujos parecían moverse, recordó cada uno de ellos. Tuvo la impresión de que la niña estaba contenta de tenerla allí, desde su lugar, aquel escalofriante esqueleto parecía retomar la belleza y la vida que tenía antes. Mariana pronto fue dominada por el sueño, sin embargo ella prefería seguir alerta. La niña parecía sonreír, como si la muchacha fuera la compañía que siempre había buscado. El sueño le parecía hermoso, no estaba sola, estaba alegre de encontrarse allí. A pesar de ser consciente que, tanto en su sueño como en la vida real, estaba departiendo con un muerto pensó “le temo más a los vivos, ellos sí le hacen daño a uno” la niña paró de reír, tenía miedo. Recordaron juntas esos malvados asesinos que le quitaron sus seres amados y la dejaron morir en una cueva. Pronto el sonido de botas, las sombras que se tornaban amenazantes, todo era miedo y destrucción. Mariana despertó de un salto. - Tú tranquila. Pronto dormiremos de nuevo, a lo único que debemos temer es a los peligrosos animales. -Se levantó, avivó el fuego, paseó con su rama hasta estar segura de que no había nada.- estamos a salvo. ¿cuántas noches de terror pasaste aquí, sola, viva y muerta? ¡Pobre mi niña! Jamás lo vas a volver a hacer, porque te juro que siempre te llevaré en mi corazón, tú podrás ir conmigo a donde yo vaya, para estar segura te prometo que cada tanto te invocaré y estarás cerca a mí y jamás estaremos solas. Durmió de nuevo y el sueño era igual, solo que las conversaciones eran diferentes. Un par de veces más se levantó para tranquilizar a la niña, que en sus sueños, insistía que había alguien allí afuera. Al otro día tampoco pudo partir, y no lo haría sino cuatro días después, la lluvia era casi torrencial. Afortunadamente la cueva estaba alta, lo que impedía al agua llegar a ella. La cercanía amenazante del líquido le sirvió para asearse un poco, lavar las ollas y vasijas para poderlas usar y tomar agua, fuera fría o caliente. En todos estos días no permitió que el fuego se extinguiera, después de lo que le había costado sería el colmo. Para ello se sirvió de unas extrañas lámparas que encontró que lo conservaban y de alimentar la fogata día y noche. Como cocinera fracasó. Buscaba frutas y plantas comestibles y un par de veces tuvo que comer carbón tras fuertes dolores de estómago, pues sabía que este material cortaba la acción de varios tóxicos. Intentó buscar algo de proteína, pero sin ningún medio para matar animales, le tocó contentarse con pequeños y desnutridos peces que comenzaban a transitar por la improvisada quebrada, a los que atrapaba con redes hechas de los trapos encontrados en la cueva. Los peces más grandes escapaban con facilidad, así que los pequeños eran su única alternativa. Al tercer día la lluvia cesó, el sol salió más fuerte que los días anteriores, y aunque no lo recibió con la potencia a la que estaba acostumbrada, celebró su grato calor, que al pasar las horas pudo llegar a temperaturas bastante altas, a pesar de que la luz entraba con dificultad. Mariana supo que no se podía quedar allí el resto de la vida, pero no se arriesgaría a irse ese día, no sabía si volvería la lluvia, ni qué tan lejos tenía que ir y cuántos días se demoraría. Así que decidió dedicarse a hacer una especie de equipo de viaje con lo que tenía a la mano. - Nos vamos a ir, ya verás, mañana nos iremos. –Le dijo a la niña mirándola –Pero no podemos dejar tu cuerpo así. Antes se ha salvado, no podemos permitir que llegue algún animalucho a devorarlo. Su primera tarea sería darle “santa sepultura” a la niña. No movería el cuerpo, temía que se desbaratara. Lo que hizo fue buscar piedras y levantar una pared frente al nicho. Luego puso una de las lajas y se aseguró de que no se cayera con facilidad. En dicha laja comenzó a escribir, sería una especie de lápida. - ¿Te gusta mi nombre? Te llamarás Mariana, y yo cambiaré de nombre también – pensó unos momentos- mi nombre será Silvia. Escribió “Mariana, amada hija y amiga. Nunca te olvidaré. Estaremos juntas para siempre”. Satisfecha limpió su cueva, hizo su comida y fue reuniendo todo lo que le serviría. La sábanas, un par de trapos más, cuchillo, machete, olleta, ollas una pequeña y otra mediana, cuerda, el palo que le servía de bastón, algo de alimento y la muñeca de trapo. No le cabía todo en la maleta que llevaba pues era muy pequeña. También le parecía que las ollas le molestarían para caminar, pero no las podía dejar. Así que empacó todo lo que le cupo en la olla mediana y con trapos se ideó la manera de arreglarla como una mochila. El día transcurrió tranquilo y caluroso. Ultimó detalles y por la noche se fue a dormir. Al amanecer, cuando aún estaba oscuro, ella tomó un poco de agua, apagó la hoguera, se colgó el improvisado morral atrás y su pequeña maleta adelante, guardó el cuchillo y el machete en su cintura, llevó la única lámpara que dejó prendida y salió feliz, no sin antes invitar a su nueva compañera de vida. El camino fue tenaz con tanto peso. Su bastón fue muy útil. Después de varios días e interminables noches a la intemperie, comenzó a notar árboles frutales y menos monte, hasta que por fin pudo ver una pequeña ciudad. Era un poco más grande que el pueblo del que venía. Se entusiasmó. - “Por fin Mariana, llegamos a un lugar en el cual nuestra suerte tiene que cambiar”. Agarró carretera, la mirada aterrada de algunas personas no le importaba, sabía que pronto llegaría la oportunidad que buscaba y la sabría aprovechar. “Sueños que nacen y mueren, sin sol, amor, ni futuro, y que en las calles se pierden en un mundo cruel y duro.” El sol la acompañaba en su aventura. La calentaba como hace tiempo no lo sentía, pero también la quemaba, le hacía daño. Ese era el precio que esta niña tendría que pagar. Las oportunidades son escasas pero se presentan para los que saben luchar. Sin embargo el dolor es pan de cada día y persigue sin dar tregua a los tenaces. Silvia ¿Qué tanto estás dispuesta a dar por tu libertad y dignidad? II El encuentro con la familia Adriana estaba cansada, herida, violada, olvidada. El agua golpeaba fuerte y ella, aferrada a una vieja soga, pensaba en sus seres queridos. De pronto miró fijamente los tristes ojos de su pequeño, justo en esa fracción de segundo, donde el tiempo se detiene, cuando él soltó la cuerda. El bravo río hoy reclamaba a su hijo, al igual que el infernal fuego reclamó a sus padres, hermanos, esposo. No, no, no sería lo mismo, volteó a ver a su hermanito, quien impotente miraba con grandes ojos. Resistiría solo, era fuerte, era valiente. Y…se soltó. Sintió desesperación, se ahogaba, miró hacia abajo y vio esa oscuridad profunda. El agua curaba sus heridas y se hundía en la inmensidad y ternura de aquellos ojos negros. Al llegar a la ciudad miró su maleta. Todavía tenía siete mil pesos. Un almuerzo le costaría dos mil. Al intentar entrar a un restaurante le bloqueó el paso una enorme y agresiva mujer. - Aquí no puede pedir limosna. Si quiere sobras ya hablo con la dueña. No. –Silvia mostró en billete –tengo plata para comprar. ¡Ah! –dijo con desprecio rapándole el dinero –pues espere allá afuera. ¿Qué quiere la “señora”? –dijo en tono de burla –fríjol o alverja. Frijol por favor –respondió triste Silvia mientras salía del sitio. Tuvo que esperar más o menos media hora hasta que la misma mujer le llevó el almuerzo. De manera déspota le pidió que no comiera allí. También le dio a entender que la próxima vez que robara plata no fuera a comprar a ese restaurante. Cuando Silvia dijo que el dinero no había sido conseguido así, la mujer se fue sin escucharla. - “Mariana qué mala es la gente. ¿Por qué se tiene que fijar tanto en las apariencias? ¿Por qué lo que conseguimos la gente como yo siempre tienen que decir que es robado? ¿por qué nadie se fija en los ricachones? ¡ellos sí que roban! Pero como visten bonito si pueden entrar a todas partes y son bien atendidos ¡malditas apariencias! ¡maldita ignorancia!” Nunca había sentido una humillación tan tremenda en la vida. Se sentó en un parque y comenzó a comer. Era delicioso. Hace muchísimo tiempo no sentía el sabor de algo sazonado, el olor de la carne asada, unos exquisitos fríjoles y los vegetales frescos de una ensalada. El hambre era tremenda, pero su cuerpo no le recibió todo el almuerzo, se sentía un poco enferma. Cuando lo iba a guardar vio un niño como de siete años que la miraba. Ella le ofreció con señas, él corrió y, sin mediar palabra, comenzó a comer rápidamente hasta terminar todo. Silvia pensó que tenía que estar muy hambriento y bastante mal para recibirle comida a alguien con un aspecto como el de ella. El niño se limpió la boca con la manga de la camisa. - - - Gracias. ¿Cómo se llama? –interrogó acomodándose bien al lado de la joven y suspirando fuertemente mientras se acariciaba el estómago en señal de que ya estaba satisfecho – ¿de dónde viene? ¿Por qué se ve tan mal? ¿tiene más plata? Vengo de por ahí, una ciudad cercana y me veo así porque no me he bañado por varios días, y debo estar enferma y no, no tengo plata, este almuerzo me lo regaló una señora que iba en un carro. –mintió, se dio cuenta que el pequeño no estaba solo. Comenzó a observar que habían más habitantes de la calle por el sector y todos la miraba, así que sintió una alerta de peligro. ¡Aaaahhh! o sea que es nueva por aquí. Ya entiendo. Pensé que la había enviado James. ¿James? - - - - - - - - Sí, es dueño de un hotel en el que nos quedamos. Pedimos limosna y él nos deja dormir allí. Así que este sector es de James. Si usted quiere pedir limosna aquí, le toca pedirle permiso. Si quiere, yo la acompaño. Lo mínimo que tiene que recoger diario es como unos veinticinco. Él le da un sitio donde dormir y comida por la noche y por la mañana, el almuerzo es por cuenta suya. Pero– bajó la voz –yo no se lo recomiendo –dijo con los ojos cristalinos, mirando al piso, triste y lejano. Aaaahhh ¿y eso por qué? Porque a veces llegan unos hombres –se ruborizó y empezó a abrocharse y desabrocharse el primer botón de la camisa sin dejar de observar el suelo–y usted tiene que hacer lo que ellos le digan si la eligen, para eso hay unas habitaciones arriba. También hay problemas en las salas de dormir, sobre todo cuando hay hombres borrachos, pues usted es mujer y debe saber eso. Si lo entiendo –recordó su experiencia con Reynel, pero sobretodo, pensó en todo lo que había pasado ese pobre niño. Es mejor que se valla de aquí. –intervino una muchacha de unos dieciséis años que ayudaba a una anciana a sentarse al lado de Silvia. A mí me ve mejor porque a mí me llaman casi todos los días arriba –se sentó y su mirada triste y avergonzada se poso en recuerdos terribles – es más, acabo de salir de allá. Pero eso no es vida, mire lo que me ha hecho este hijueputa hoy, ¡lo que uno hace por un catre, un pan de cien y un café simple por la mañana y por la tarde! –le muestra un brazo con un gran morado y sus ojos soltaron dos tremendos lagrimones que pronto limpio –no es vida. Mejor me voy a la estación de gasolina. Allá si uno putea es por cuenta propia, o si no hace otra cosa o se muere de hambre, pero uno elige. ¡Esto no es vida! –suspiró fuertemente mientras se tomaba la cara con ambas manos pero sin llorar, de pronto agregó señalando a la anciana que acompañaba –yo espero que muera Estercita, le pago sus hijueputas cincuenta lucas que pide James para que uno se pueda ir y me voy a la estación de gasolina, o lejos de aquí. ¿está interesada en entrar? Podemos compartir cama, así nos queda más barato y luego nos vamos juntas. No, no estoy interesada, es que realmente estoy buscando a… -pensó un momento –mi papá. No lo conozco, mi mamá y mi padrastro me trataban muy mal y me volé y yo, pues vengo a buscarlo. Qué bueno que usted tiene a donde ir. Mi caso es similar. El hijueputa de mi padrastro me…desvirgó a los cinco…y más grande, mamada de eso, me volé y míreme aquí, sin tener a donde ir. Cuéntele mijita –dijo bajito Estercita, la anciana, casi ciega, pequeña y flaquita, parecía que se iba a quebrar. Temblaba demasiado y no oía bien. Estercita –obedeció la muchacha –pasó una vida muy dura. Es del campo. El papá también le hacía…esas porquerías que me hacia mi padrastro…pues… el amor…bueno ese tipo de amor no se debería hacer con una hija… ¡usted me entiende! Sí. - Bueno, ella se casó y el marido también le pegaba, era muy buen trabajador, pero era tomador y le pegaba. Para mí cuando el patrón no le pagaba y lo mandaba a azotar, el hijueputa se desquitaba con ella y sus hijos. Se murió y le tocó salir adelante sola. De un momento a otro el tipo que era dueño de muchas tierras la echó porque dizque en los papeles decía que la finca era de él, pero como Estercita ni sabe leer, eso quien sabe si es verdad. Fue empleada del servicio mucho tiempo, sus hijos crecieron, se casaron y ella comenzó a enfermarse, a quedar ciega, a temblar mucho. La echaron del trabajo y se fue a vivir con el hijo, porque a las hijas los maridos no las dejaban tenerla en su casa. Al man ese le estorbaba y el malparido le pegaba y todo. –Movió en signo de reproche la cabeza- eso no se hace. No, si mi vieja hubiera sido así…si mi vieja me viniera a buscar… yo. Bueno –se frotó las manos fuertemente con una nostálgica y extraña sonrisa, queriendo cerrar el tema –espero que encuentre a su papá y sea bueno con usted, pero viene y visita. No se olvide de nosotros. Ya vengo –se paró de un brincole voy a presentar al resto de los muchachos, para que hablemos. Es medio día, esto es muerto hasta las dos. Llegaron todos, el que más edad tenía era de unos veintitrés años. También se quería ir, y estaba reuniendo los cincuenta mil pesos para James, así que le estaban ayudando, ya tenía treinta. Oyó todo tipo de historias que la entristeció. Se dio cuenta que no era que las personas fueran malas, sino que la sociedad las arrinconaba, y allí, agazapadas, esperando cualquier oportunidad, estaban la droga y la delincuencia. Notó también que quien tenía más preparación académica había llegado a tercero de primaria. Y esto combinado con la ignorancia de los más pudientes que, a pesar de todos sus estudios no veían más allá, era una mezcla explosiva que se alimentaba de violencia, miseria, hambre, descomposición social y destrucción de todos los valores de convivencia. “Víctimas de la adicción y un gobierno criminal, que no ha sabido adoptar protección para el menor. Sumidos entre sus harapos y alcantarillas, hoy son tantos los muchachos para los que el sol no brilla.” - - Ya van a ser las dos pelada –dijo la muchacha –vallase por que por aquí pasa la gonorrea del James y si la ve comienza a joder. Pero cuando este mejor venga, no nos olvide. Tome mijita –Estercita le dio una bolsita con tres panes adentro –llévela que más tarde le da hambre, y mire a ver como se cuida esa terrible tos y ese ruido en el pecho, no hay nada más feo que andar enferma en la calle –la mujer miraba hacia la nada, a donde ella creía que estaba Silvia. Cuando la muchacha se intentó negar ellos insistieron. Silvia recibió la bolsa y la viejita, torpemente le apretó las manos –cuídese mamita, la calle es muy dura –es sus negras y marcadas arrugas se podía ver un gesto de preocupación y compasión, ella sabía lo que a Silvia le podía pasar. Anduvo sin rumbo, conociendo la ciudad. Se estremeció al notar que la gente parecía vivir en islas. Muchos no se daban cuenta de quién pasaba por su lado. Cada uno pensaba en sus cosas, en su vida, casi no hablaba con los otros, y cuando lo hacían solo miraban en el prójimo un enemigo, una amenaza. Entró a una cafetería y fue golpeada con una escoba y ahuyentada con agua caliente. Solo una mujer que vio la escena se compadeció de ella. - ¿Qué quería allá mija? ¿Por qué se metió allá? Porque –lloraba sin parar –iba a comprar un café –mostró unas monedas, mil pesos. Vamos allí, hay otra panadería y yo le compro su café. Caminaron un par de cuadras en silencio. La niña solo podía sollozar y notó que le habían quemado un brazo. Esto la hacía llorar con más sentimiento, pero sobretodo pensar en toda la ignorancia e indiferencia. La mayoría de la gente era buena, les dolía esto, pensaban en todas estas situaciones, pero no lo suficiente. Como no podían dar una solución definitiva, con el alma en la mano simplemente se tapaban los ojos y seguían adelante. Después de un tiempo de vivir en esta burbuja ya no podían ver, ya no podían sentir los problemas de la sociedad, así vivían felices, pero perdían uno de los valores de Ser Humanos, ser compasivos, sentir al pueblo al que pertenecen. - Mire mamita, espéreme aquí ¿Sólo un café? ¿No quiere un panecito o algo así? –la niña negó con un gesto y mostró los panes que le había dado Estercita. La mujer no tardó y le trajo su pedido –chao mamita, cuídese –miró el reloj – ¡las cuatro! Chao. Se sentó en una esquina, se quitó su olla de la espalda y miró irse a la señora. Ella era la única que la ayudó, pero la gente no se compromete mucho. Le deseó lo mejor del mundo. Pensó que cuando el chico le pregunto si tenía plata ella sintió alarma y mintió. Se acababa de dar cuenta de que ese presentimiento no era en contra de ellos, sino de la sociedad, de James, del dolor, de los peligros. Toda esta gente que había criticado hace unos momentos, a los que había acusado de indiferentes, ellos también tenían esta sensación de alarma y la necesidad de defenderse, desafortunadamente no sabían de qué, así que la emprendían en contra del más inocente, el que no se pudiera defender, los niños, sus esposas, los animales… un espiral vicioso que iba hacia abajo hundiendo nuestra sociedad en el fango. “Yo soy de una región del universo que llaman la tierra, es una bola que se la pasa girando alrededor del sol, dicen que se parece una naranja, pero gigantesca, ¡caramba!, pero la siento tan agria, me sabe a limón. La mayoría de los que la habitamos, hoy nos agobia la miseria y el dolor, encadenados con cadenas de terror nos quieren mantener los que se creen los amos, esos canallas, miserables, desalmados, legalizaron el cultivo del rencor, con qué cinismo fumigan el amor, con qué cinismo fumigan el amor, para que no vivamos como hermanos. Hermanos, hermanos, el nombre del hombre es hermano, lo más inhumano que existe es la explotación, lo más inhumano que existe es la explotación […] por qué no giramos alrededor del amor, por qué no giramos alrededor del amor” Deambulando encontró otra placita. Se acostó en un banco de parque sobre unos cartones. Se sentía muy mal y tosía mucho, pronto se durmió. Unas horas después sintió que le acariciaban las piernas. Se levantó y vio a un hombre, otro indigente que le dijo que le tenía un cliente, pero que se lo presentaba si primero le daba la muestra a él. Ella se sentó rápidamente. Ya estaba oscuro, no sabía qué hacer y ese señor la acosaba más. Silvia entendió y le dejó claro que no le interesaba, sin embargo él no se daba por vencido y ya se estaba poniendo agresivo, ella corrió, estaba asustada, de pronto sintió un grito de una mujer, su voz tenía un acento diferente. - - Hernán, ¿qué le pasa? ¡déjela en paz! Solo estaba… Mariquiando, es lo que hace. –paró, la imagen de la mujer apareció, era indígena. Traía la olla de Silvia – ¿Esto es suyo? Sí –se intentó reponer del susto. Tome –se le acercó y dio un par de golpecitos en la espalda a Silvia, quien por la carrera comenzó a toser sin parar. –si me presta la olla le doy un poco de comida ¿bueno? –Silvia asintió con la cabeza pues no podía hablar, sus pulmones no le daban tregua, la mujer la ayudó a caminar hacia un grupo de personas –la gente nos da mercado y nosotros no tenemos en qué cocinar, así que nos toca en latas y cosas así. Pero al menos hoy si tenemos una olla para la sopa. –Silvia tomo asiento y deshaciendo los nudos que le facilitaban colgarla, les dio la olla y habló con dificultad. También tengo una olleta y otra olla más pequeña, cuchillo y bueno, no creo que un machete sirva. Su voz salió con extraños silbidos y dificultad. Se alegraron al ver los elementos de cocina e incluso el machete, que fue usado ágil mente por un hombre joven, de unos veinticinco años, para completar el cambuche en donde iban a dormir. Aparte dejaron a Hernán, pues éste era acosador y había muchas mujeres. Vio a la gente de este grupo. La mayoría era indígena, pero otros no. También había un nivel alto de analfabetismo, pero era gente muy inteligente y colaboradores. Estas personas se las arreglaban vendiendo artesanías de su tierra y pidiendo mercados. No tenían un “jefe” como James, a ellos les gustaba mantener su dignidad, incluso en esta situación tan dura. Esa noche durmió allí. Se ubicaron en los cambuches muy cerca para frenar el frío. Estaban en una esquina de la plazoleta y el olor a orín era fuerte. Había unos ocho niños que lloraban, Silvia pensó en lo mal que la pasaban, cómo iban a crecer, qué sería de ellos. Al otro día le dio los cinco mil pesos a la indígena para que comprara huevos y pan. No le dolió, estaba alegre de poder ayudar con un poquito a estas personas, de devolverles las atenciones prestadas y de pasar unas horas más con ellos. Ya se había dado cuenta de que la plata en sus condiciones no le servía para nada. Pero sobretodo quería deshacerse hasta del último pedazo de su pasado. La mujer volvió pronto. Pero no solo venía con el mandado de Silvia, también le compró un jarabe para la tos y la hizo prometer que se lo tomaría. Desayunaron y al irse les dejo los implementos de cocina y el machete. Le pidieron que se quedara, argumentaron que la calle era peligrosa y que sola era peor. Ella lo meditó. - “Qué hacemos Mariana. Qué hacemos… no, este no es el futuro que yo quiero ni el que te prometí, tendré que seguir buscando” Se negó y contó la misma historieta a cerca de buscar a su padre, todos le desearon suerte y le dijeron que allí los encontraría siempre que los necesitara. Ese día se sintió muy mal, ni siquiera tenía hambre. Durmió por la mañana en un parque debajo de un árbol. A las doce del día despertó y meditó en todo lo que le habían dicho. Era verdad, no podía estar deambulando por ahí sola por la noche, cualquier cosa le podía pasar. De pronto recordó a la muchacha que conoció el primer día. Había hablado de la estación de gasolina. Le dio una corazonada y fue a verla. - ¡Hola! La saludó animada. ¿Qué hace? No por aquí. Es que me quedé pensando en lo que dijo de que en la estación de gasolina no había que… ¿Está pensando en esa vida? Es dura No, solo en un sitio en donde quedarme por la noche, segura. Sí –lo pensó –le sirve, pero le toca en el suelo. - No importa desde que no haya que hacer…nada. Además mi papá maneja un carrito, de pronto y me lo encuentro ahí. Pues sí, es lo más seguro. Tranquila allá nadie le dice que hacer y antes la ayudan. Mire a las cuatro y media o cinco llega un señor de una chaza de dulces blanca, es como un coche de bebe pero tiene una maricada de madera donde él guarda todos sus dulces, cigarrillos y todo eso. Bueno, blanca, nos se le olvide. Él se llama Don Eliseo. También busque a Fabiana ella, o mejor dicho él, es un travesti, pero que hembrota, es hermosa altísima y de un cabello espectacular, la va a reconocer de una. Ella llega como a las ocho o nueve de la noche. Dígales que viene de parte mía, de Nena, y les dice lo que quiere, ellos le ayudan. A mí me están ayudando a conseguir las cincuenta lucas para esa gonorrea del James, pero si me salgo de allá rápido. Silvia le agradeció la ayuda a la muchacha, siguió las indicaciones y llegó a las tres al sitio. Era una estación de gasolina común y corriente. Había también un restaurante, un lavadero de carros, un pequeño mercado y funcionaba como un paradero de las rutas de buses, pero nada que diera muestras de alguna actividad que tuviera que ver con la prostitución bares, tabernas, tiendas, nada. ¿Habrá equivocado el camino? Esperó un poco, el sueño la dominó otra vez y, a pesar del remedio, la tos no cesaba. Allí, recostada contra un muro, acurrucada se durmió. Era una imagen triste de ver, muchos se sintieron terriblemente nostálgicos. A las cinco y media se despertó. Miró a su alrededor y sentado en un murito estaba el hombre de la chaza. Ella se acercó temerosa. - - - - ¿Don Eliseo? Sí. –La miró. Tenía unos bellos ojos azules. Era un poco moreno y bastante delgado. Vestía impecablemente, aunque se notaba que era muy pobre Mucho gusto, vengo de parte de Nena. ¡Hola mija! ¿Qué necesita? –sonrió ampliamente. A pesar de faltarle varios dientes tenía una sonrisa muy agradable Es que necesito un lugar para dormir mientras encuentro a mi papá. Pero me ha pasado mil y un cacharros. Quería preguntar ¿si yo duermo por aquí cerca usted me podría cuidar? ¡Claro! ¿Necesita un hogar mijita? –ella lo miró, se veía tan pobre que pensó que le estorbaría. No tranquilo. No es problema, mi mujer pondrá el grito en el cielo, pero qué más da, ¿Quién paga el arriendo? Es un cuartico, pero es con amor –ahora sí estaba decidida a no ir, no pondría en aprietos a aquel hombre. No, es que anhelo encontrar a mi papá, él es conductor, tarde o temprano vendrá. Se durmió allí, a unos cuantos pasos del hombre, en una esquina. El olor era a hierba pues alrededor sólo había grandes potreros. Recordó la selva, pero el frío la estaba matando y el ruido de carros y grandes camiones era infernal, pues la estación de gasolina estaba ubicada a un lado de la vía panamericana, transito obligado de grandes tracto mulas de carga. Pasadas unas horas sintió unas grandes manos por su cara. Abrió los ojos y vio a una hermosa mujer frente a ella, se intentó sentar pero la mujer, que leía la etiqueta del jarabe que Silvia estaba tomando, le hizo señas para que se quedara quieta. - Amiga –le dijo con una voz dulce pero gruesa para ser de mujer –esto no le está sirviendo. –sacó un termómetro de debajo del brazo de Silvia – está ardida en fiebre. Mire, ahí la abrigué con una chaqueta que conseguí, mañana le traigo una cobija. – se iba a parar y se acordó – me llamo Fabiana, lo que necesite es con migo ¿Vale? La amiga de Nena es amiga mía. Ya vengo –miró un carro que paró cerca y con una sonrisa maliciosa –me demoro. Una hora más tarde Silvia despertó. Se sentó a hablar con el hombre, a contarle todo lo que había vivido en aquella ciudad. Después hablaron de temas más agradables y escucharon música en un pequeño radio. A la tertulia se les unió Fabiana y otras dos muchachas. Oyó sus historias de vida. Era triste pensar en todo esto. Era injusto y cruel. Entre más dinero tuviera una persona era menos humana. Pasaban los días, su salud iba decayendo, en el día deambulaba por las calles buscando una oportunidad, un trabajo, un lugar digno. Las noches las pasaba en la gasolinera. Una tarde, cuando paseaba por un barrio, se acercó a un puesto de comidas rápidas que estaba instalando una señora en una calle al pie de un parque. - - Señora ¿puedo ayudarle? Por cualquier poquito de papas o un huevito de esos – dijo señalando un tarro lleno de huevos de codorniz cocinados. La señora, escoba en mano, volteó a mirar Silvia que se atemorizó, pensó que la golpearía- ¡tranquila yo me voy! – sus ojos se humedecieron y dio la espalda lista para partir. ¿A dónde? Necesito ayuda – dijo la mujer. Silvia la miró alegre. Debajo de la mugre que cubría su cara se veía una inmensa sonrisa. - Pero así no puedes trabajar- dijo la mujer simulando entusiasmo y ocultando un par de lágrimas que se le habían escapado. Y dirigiéndose a un niño que estaba cerca- Alejo, llama a Patricia. El niño salió brincando alegre al parque, pronto dejo ver de nuevo su figura, gordito pero alto, de cejas pobladas y ojos negros. Detrás de él una joven de la misma edad que Silvia, más alta, de cabellos negros y lisos, de piel trigueña al igual que su hermano, delgada, ojos grandes, oscuros y sumamente expresivos. - Arreglen esto, ya venimos. Llevó a Silvia un par de calles hasta una casa. En el primer piso había una carnicería, y al lado una pequeña puerta por la que entraron. Conducía a unas escaleras que llevaban a un apartamento. Al entrar estaba la sala comedor y un balconcito. Seguía la cocina y un pequeño corredor, en él se veían cuatro puertas, que estaban cerradas. - Vamos rápido que tenemos que hacer, métete al baño – dijo abriendo la primera puerta del corredor y sacando una toalla limpia de un gabinete cercano - ya te alcanzo ropa, espero que no te moleste que sea mía, yo pienso que te quedará. Silvia hizo caso. Cerró la puerta y se miró al espejo, estaba hecha un desastre, ni siquiera ella misma se reconocía, no solo en lo físico, sentía que había cambiado, y todos esos días en la calle le enseñaron cosas dolorosas que la concientizaron. A pesar de esto no había dolor en su corazón. Se metió a la bañera, sacar la mugre era difícil, pero fue más duro abandonar su pasado. Terminó de asearse, vestirse y salió del baño. La señora la esperaba en el comedor con la comida servida. - Casi que no sale, mija. Sí- sonrió tímidamente. Mire lo linda que es. Siéntese, coma –Silvia obedecióllamas? ¿Cómo te Silvia comía rápidamente el almuerzo compuesto de arroz, lenteja, un pedazo de carne y jugo de guayaba. Lo pensó, instintivamente iba a decir Mariana, pero entendió que este era el momento indicado, una de las oportunidades que esperaba para empezar su nueva vida. - - - Silvia. Qué lindo nombre - se quedó allí esperando a que la muchacha terminara mientras tomaba un tinto -¿ya terminó? Tenía hambre. – Retiró la losa y fue a lavarla- tenemos que afanarnos, Alejo se tiene que entrar para estudiar mañana y así que nos toca madrugar, pues tenemos mucho trabajo. ¿Mañana? Sí ¿no se va a quedar? Yo hablo con el Gordo y vemos qué hacemos con usted, pero no se va a vivir más tiempo en la calle, eso es peligroso, además está muy enferma. ¿Dónde está su familia? No tengo- mintió y se sintió mal por ello, pero no iba a permitir que la devolvieran - Entonces ¿me puedo quedar? Claro, después vemos qué hacemos. Intentó disimular la tristeza. Con los trajines de la vida en la calle casi no había pensado en su familia ¿qué estarán haciendo? ¿Se preocuparían? ¿La extrañarían? Pensó en contarle todo a Amparo, pero el miedo no la dejaba, además, mientras trabajaba tenía una certeza, ella podría ser una gran amiga. No, no le contaría, pensó en Mariana y la promesa de una vida feliz que le había hecho. ¿Pasaría todo esto simplemente para volver a una casa en la cual no le habían dado el más mínimo signo de cariño? ¿Llevaría a su amiguita a ese lugar de humillaciones, insultos, golpes? No. Para eso se hubiera quedado en aquella cueva. Trabajaron hasta las 9:30 de la noche. Recogieron y llegaron a casa como a las 10. Hablaron mucho durante ese rato, de libros, de la vida de Amparo, un poco de la vida de Silvia, de gustos, de cine, música. Rieron, Amparo era una persona muy buena, detrás de esa figura pequeña y débil, se encontraba una mujer luchadora y fuerte. Al llegar a casa Amparo le pasó cobijas, sábanas y la acostó en el sofá de la sala que era cómodo. Lo que esperaba tanto tiempo, se parecía mucho a su cama. Amparo se fue a dormir. Silvia se quedó un rato en aquel sofá pensando. Invocó a Mariana. - “Te dije que esta ciudad nos iba a traer suerte, ya estamos bien, quédate conmigo” A pesar de la comodidad no podía dormir. Tanto tiempo descansando sobre tablas y cartones la obligó a bajarse al suelo. Allí concilió el sueño rápidamente. Mientras tanto, en voz baja, Amparo y Francisco, su esposo, hablaban. Él era un hombre alto y grande, por eso le decían el Gordo, pero no era una persona obesa, era fuerte. Le faltaba un pedazo del dedo índice de la mano derecha, además, ese antebrazo mostraba unas cicatrices horribles, también la cara. Parecía como si fueran grandes arañazos, por eso, un amigo, Pablo, le decía “arañazo de tigre”. - - Mijo, ¿yo qué podía hacer? Pensé en arreglarla, darle algo de comer y nada más, pero la viera toda contentica después de salir del baño. Yo no sé si es impresión mía mi amor, pero ella tiene algo. Mañana va a ver. Tranquila, mija. Mañana vemos. Lo que usted hizo está bien. A una niña no se le puede dejar así. Mañana hablamos con el padre o con alguien a ver qué hacemos con ella. Eran las cuatro de la mañana cuando Silvia sintió unos pasos y despertó. Era Amparo que intentando guardar silencio ya se preparaba para el nuevo día. - Mija, siga durmiendo. No, doña Amparo, yo quiero ayudarla. Primero, no me diga doña, segundo, ahí le dejé la ropita. Pero duerma otro poquito. No puedo. Se duchó y se vistió con rapidez y en silencio. Invocó de nuevo a Mariana y salió a continuar con su nueva vida. Amparo estaba preparando el café y se disponía a moler el maíz para las arepas, labor de la que se terminó encargando Silvia. En ese momento llegó a la cocina Francisco. Silvia intentó, sin mucho éxito, esconder el impacto. Sus cicatrices, su apariencia, era la imagen del típico hombre malo de la televisión, aunque su actitud contrastaba un poco con su físico. A pesar de su gesto severo, entró haciendo bromas y exponiendo una gran sonrisa. Sus grandes ojos completamente negros se dirigieron a Silvia que, inmóvil por segundos, apenas acertó a mostrar una tímida sonrisa. Después de un rato Francisco salió de la cocina y fue a despertar a los niños. Mientras Silvia servía la mesa pudo oír. Era un padre cariñoso pero exigente. Los niños se despertaron y se arreglaron rápidamente. Por fin a las seis todos estaban sentados a la mesa. Alejandro sentía curiosidad por la nueva acompañante y hacía un sinfín de preguntas, al igual que Patricia, que era más prudente. Después de asear la casa Amparo y Silvia bajaron a la carnicería por dinero. Fueron primero al médico y luego a comprar ropa, zapatos y demás cosas que necesitara. Silvia estaba feliz. Era una experiencia nueva para ella, pues siempre utilizó la ropa que Stella ya no se ponía. Amparo parecía también gozar las compras. Incluso adquiría artículos que no eran de importancia como esmalte para uñas, brillos labiales y demás cosas que estaban de moda entre las jóvenes. Fueron a casa y almorzaron Francisco, Amparo y ella, pues los niños salían del colegio hasta las 4 de la tarde. Después de eso, Francisco se fue a duchar y arreglar, pues tenía cita con el padre Manuel esa tarde, motivo por el cual la carnicería no se abriría y no sacarían el carro de comidas rápidas. Había algo raro en esa cita. Parecían ansiosos. Ella sabía que el padre la ayudaría, que quizá se quedaría con él o le conseguiría un hogar, pero eso no justificaba la tensión que tenía la pareja. A las dos de la tarde llegó por ellos un carro Toyota viejo en cuyo parabrisas se podía ver un papel que decía “expresos”. Servía de especie de taxi que llevaba a las personas a las veredas, o hacía trasteos. - Hola Nacho. ¡Qué más Gordo! Amparito qué milagro. ¿Quién es este hermoso ángel que hoy sube a mi modesto carro? Se llama Silvia. Y cuidadito con ella – dijo Francisco en tono de broma. Nacho era un muchacho joven, moreno, de ojos oscuros y profundos, alto, delgado, y se veía muy serio. Estudiaba en colegio municipal, terminaba su bachillerato, y también en el SENA que era un centro de capacitación que estaba a su alcance económico. Era el conductor del carro propiedad de Francisco. A pesar de su corta edad, el hombre no veía reparo en dejárselo, era cuidadoso, conducía desde que tenía 13 años, le había tocado trabajar desde niño, pues no tenía padre y se encargaba de su madre que estaba enferma de un cáncer terminal. Después de un par de chistes y de hablar de temas de poca importancia, comenzaron a tratar sobre una cooperativa lechera que estaba ubicada en unas fincas en una vereda cercana, adonde se dirigían. Allí todos los vecinos habían reunido su ganado, hicieron establos, se organizaron, compraron algunas máquinas y vendían leche, queso, yogures y demás artículos lácteos, además de sembrar otros productos como frutas, verduras y legumbres. Llegaron y la organización era estupenda. Allí mismo fabricaban abono, el concentrado para el ganado y los productos. Estaba muy bien sistematizada, y la unión entre vecinos era muy buena, tanto que hoy se celebraba una reunión con otros líderes campesinos que estaban interesados en unirse a ellos con un par de proyectos, uno que tenía que ver con la cría y venta de cerdos y otro con un galpón para la obtención de huevos y obviamente carne de pollo. Después de un rato se aprobaron los dos proyectos y se hizo el cronograma de actividades. Los campesinos salieron felices de poder colaborar y de saber que pronto su vida mejoraría, muchos de ellos estaban a punto de perder sus tierras a consecuencia de los créditos bancarios y del gobierno, esta era la única oportunidad que tenían. Silvia pudo ver sus ojos brillar de alegría. Por fin muchos veían el futuro más cercano y mejor. Cuando todos se habían retirado, el padre Manuel se acercó a ellos. - Ahora sí, hablemos de esta princesa. Cuéntame cómo te llamas. Silvia. ¿Estás segura? – dijo el padre mirándola a los ojos, escudriñando su interior- cuando uno quiere huir, lo importante es no huir de uno mismo, sino de lo que le hace daño, y tener siempre presente un futuro mejor. Silvia analizó su situación por un tiempo prudencial, todos guardaban silencio, después de unos minutos respondió decidida, con alegría y con esa energía extraña corriéndole por su cuerpo. - Sí, mi nombre es Silvia. El padre la miró orgulloso y la abrazó cariñosamente. Amparo dejó caer dos lágrimas y Nacho apretó sus puños, puesto que una gran felicidad llenaba cada rincón del salón en el que estaban. El único que se mantuvo inmóvil, como si no respirara, fue Francisco. - Muy bien, esta es tu nueva familia, tus nuevos amigos, tu nueva ciudad – dijo el padre- pero ten en cuenta que aquí se viene a trabajar duro, y se trabaja para los demás. Ella ya conocía la importancia del trabajo y le gustaba, sin embargo hasta hoy, en aquella reunión, se dio cuenta que el trabajo se convertía en un valor solo cuando no se hacía por el interés personal como Roberto, su padre, sino cuando se hacía por el interés de todos. - Ella es una gran trabajadora, padre- intervino Amparo- no hay necesidad de decírselo. No, Amparito, quizá sí. – interrumpió Silvia –Hasta hoy yo había trabajado, sabía que era el único medio de tener algo, de salir adelante y ser mejor, pero no sabía que era el milagro que lograba la unión, la solidaridad, el entusiasmo, la felicidad y la hermandad que vi hoy en este lugar. Una a una las palabras de Silvia golpeaban a Francisco como un látigo invisible que lo obligó a salir de aquel sitio. Se disculpó y fue a ver las vacas. Disimuladamente, minutos después Amparo también salió y lo encontró en el establo. - - - Qué pasa mijo. Nada. Confíe en mí- dijo acercándole una silla y tomándolo cariñosamente de las manos. No sé- dijo sentándose lentamente, como si cargara un gran peso en sus hombros que no lo dejara moverse. Una sombra turbó su mirada y las lágrimas aparecieron, incapaz de contenerlas, escondió su rostro cubriéndolo con la toalla que llevaba al cuello siempre. No sé, Gordo – dijo Amparo como si supiera cuál era su tristeza –no es mala o ladrona, es trabajadora y colaboradora. Yo necesito su ayuda, pues sabes que estoy un poco enferma. No soy capaz de dejarla por ahí, sola, aunque estemos pendientes no la podremos cuidar. El padre dice que se quede aquí en la finca, pero… Se parece tanto a ella, la forma en que habla, como mira, es ella. No puedo dejarla tampoco. No me gustaría que perdiera la esperanza, no me gustaría verla como vi a Adriana la última vez, un cascarón sin alma, no quiero que le pase nada de lo que le pasó a Adriana. Volvió a llorar, parecía un niño. Amparo se preocupó porque nunca lo había visto así, pero estuvo feliz, pues nunca había conocido a alguien que lo hubiera visto expresar sus sentimientos, y menos respecto a su hermana Adriana, eso debía ser positivo, nadie puede tragarse el dolor y menos por casi 40 años. - Dejémosla que se quede con nosotros por un tiempo, después decidimos qué hacemos con ella – y acercándose y limpiándole las lágrimas con ternura- usted tranquilo, a ella no le pasará nada. Quédese aquí un poquito más si lo necesita. Yo voy a hablar con el padre. Lo dejó solo. Encontró al padre y le contó todo. Él estuvo de acuerdo con que dejarla con ellos un tiempo era la mejor opción, tanto para Amparo y Francisco como para la niña. Lo primero que hizo Silvia, fue hablar con el padre Manuel acerca de las personas que había conocido. Éste contactó fundaciones, las cuales pudieron ayudar. Del primer grupo, el de James, rescataron doce niños, tres adultos mayores y algunos jóvenes, aparte de demandar al hombre y de dar a conocer en medios de comunicación nacionales e internacionales esta lamentable situación de explotación. Del segundo, el de los indígenas, todos recibieron una oportunidad para encontrar hogar y trabajo, además de entrar a conformar la asociación de desplazados. Del tercero, el de las prostitutas, solamente se acogieron a un programa de rehabilitación seis, pero sin embargo todas, incluyendo Nena y Fabiana, se organizaron para mejorar su nivel de vida. Cumplido esto, y viendo a sus amigos cada vez que podía, comenzaría a estudiar en el colegio departamental, claro, después de recuperar completamente su salud. No tenía papeles, el padre ayudó a su matrícula. La presencia de Silvia era buena para la familia. Las jóvenes eran ya muy amigas incluso, a pesar de un par de peleas infantiles, ellas compartían el cuarto. Alejo quería mucho a su nueva hermanita, pues ella pasaba más tiempo con él jugando Nintendo o carritos. El día que esperaba llegó, primer día de colegio. Silvia se despertó desde las tres de la mañana, estaba ansiosa y el tiempo pasaba lentamente. Por fin a las seis y treinta de la mañana llegó Nacho para llevarlos al colegio. Primero llevó a Patricia y a Alejandro al colegio en donde estudiaban, era privado. El plan era que cuando consiguieran la forma de adoptar a Silvia ella estudiaría también allí. Luego se dirigieron al departamental. Así sería su vida diaria por mucho tiempo. Estudiaría por la mañana, trabajaría por la tarde, tanto en la casa, como en la carnicería o el puesto de comidas, pero con mucho más ánimo los fines de semana en la finca, pues ellos tenían que trabajar cierta cantidad de horas. Francisco casi no iba pues él cumplía el papel de distribuidor de los productos lácteos, pero al ver a Silvia entusiasmada, comenzó a asistir más seguido, y a notar cada vez más parecido entre la chica y su hermana. Para la pareja, la joven era de mucha ayuda, aparte de ser una niña muy inteligente y juiciosa. Lo único que le molestaba a él era la desconfianza que Silvia le seguía teniendo. Un sábado, Francisco anunció que al otro día no trabajarían en la finca, pues visitarían a la tía Adriana y a su sobrino Gonzalo. Rápidamente los muchachos hicieron cartas y dibujos. El entusiasmo era tal que el bullicio se apoderó de la casa. Silvia no entendía nada, rápidamente Patricia le explicó que su tía y su primo estaban muertos y que cada rato su padre los llevaba al lugar donde murieron y hacían actividades chéveres y que por eso ellos los querían tanto. Seguía sin entender, si estaban muertos, debía ser algo triste, no un evento tan esperado. Llegó el domingo y Nacho llevó el carro. Fue un buen momento para Silvia pues, como Nacho era el que los llevaba adonde necesitaban, estudiaban en el mismo colegio, compartían mucho tiempo solos y el joven le estaba enseñando a conducir, Silvia comenzó a sentir algo por él. Ella tampoco le era indiferente, al fin de cuentas apenas iba a cumplir 17 años y ella 14, la diferencia no era mucha, sin embargo no se atrevía a decirle nada, pues estimaba mucho a Francisco que era el único que lo había ayudado en toda su vida, no lo quería molestar. Lastimosamente para Silvia, Nacho no fue al paseo, quien conducía era Francisco. Parecían que iban lejos. Después de hora y media de camino, Silvia comenzaba a preocuparse, pues el nombre de su pueblo en las señales apareció. Sin embargo doblaron en una carretera destapada y 15 minutos después llegaron a un río hermoso, grande y torrentoso. Mientras Amparo y los niños preparaban las cosas que habían llevado para el almuerzo, las cartas y los juegos, Francisco se llevó a Silvia a una gran piedra, donde se sentaron. - - Te traigo aquí porque fue el lugar exacto donde perdí a mi familia. Yo era muy pequeño pero recuerdo que no paraba de llover. Mi hermana Adriana corría desesperada, tenía la esperanza de poder alcanzar los guerrilleros comunistas, eran nuestra única salvación. La recuerdo bien, tenía 17 años, me parecía tan alta, tan hermosa. Ella siempre se ocupó de mí cuando mi mamá no podía. Siempre tuvo la energía, la potencia, el ánimo. Se parecía mucho a ti. Hasta que un día entraron los chulos a la finca. Violaron todas las mujeres. Recuerdo que salió de la casa a hurtadillas, golpeada, maltratada, ya no era ella, su alma se había ido, era su cuerpo que caminaba solo, desocupado con el único objetivo de salvarnos a Gonzalo, su hijo de 5 años y a mí de 7. ¿Por qué hacían eso? Un ricachón necesitaba tierras y mi papá no estaba dispuesto a vender, menos por la limosna que ofrecían. Y ¿la policía, o el ejército o el gobierno? Ellos apoyaban y siguen apoyando a los ricos, el pueblo somos el estorbo, pero al mismo tiempo los que los mantenemos en su pedestal. En fin, Adrianita salió y nos escondió entre los marranos. No sé ella cómo se salvó. Todavía no puedo olvidar ese olor inmundo y ver entre las maderas la casa quemándose. Yo sabía que todos estaban allí y no pude hacer nada. Pasó la noche y Adriana volvió por nosotros como prometió. Había dicho “si no lloran, les prometo que vuelvo. Si lloran, no vuelvo”. Nosotros no lloramos, aunque queríamos. Sin nada. Huérfanos, viuda, analfabetas, estábamos en medio de dos guerras: la primera, la del Estado contra el pueblo, de la cual ya éramos víctimas. La segunda, la de los “limpios” contra los “comunes”. Los primeros, eran los liberales. Sin ningún fin más que vengarse de los conservadores así fueran campesinos igual o peor de pobres a ellos. No podíamos acudir a los liberales, nuestro abuelo había sido conservador. Por el otro lado estaban los “comunes” que no pertenecían a ninguno de los dos partidos, eran comunistas, organizados y luchaban por el pueblo. A ellos sí acudiríamos, las mujeres eran tratadas bien, estaríamos seguros. Sin embargo ya estábamos muy cansados. Unos vecinos nos dijeron que los “comunes” iban muy adelante y sabíamos que atrás nos pisaban los talones los chulos. Ella corría con Gonzalo a cuestas y casi arrastrándome pero dándome ánimo. Prometiéndonos que apenas los encontráramos ellos nos ayudarían a rehacer nuestras vida y que ella trabajaría fuerte para conseguir otra tierrita y darnos la mejor vida, como lo había hecho nuestro padre. Esas palabras me alentaban, mis pies rotos por correr descalzo en ese terreno tan difícil no dolían tanto. Por fin los alcanzamos. No nos hicieron preguntas, era simplemente vernos para saber que necesitábamos ayuda y adivinar lo que había pasado. Llegamos aquí pero la lluvia había hecho que creciera el río. La idea era pasarlo, los chulos no se atreverían. Uno de los guerrilleros se arriesgó y se tiró amarrado a una soga, por fin llegó al otro lado, cansado pero a salvo. Todavía puedo recordarlo, alto fuerte, joven, altivo. Todos comenzamos a pasar en grupo porque no había tiempo de hacerlo de uno en uno. A mitad del trayecto mi sobrino se soltó. Mi hermana me miró con amor y se fue tras él, yo no pude moverme, me quedé viendo como perdía la poca familia que se había salvado de esa infernal noche. Detrás de mí había una mujer, me pasó la mano por encima, me sonrió como diciendo “te entiendo”. Y seguí. Al llegar al borde me quedé mirando todo el río, esperando que las personas que habían caído, cinco en total incluyendo mi hermana y mi sobrino, salieran. Después de un rato, cuando habíamos repuesto un poco las energías, teníamos que partir. Juan, el muchacho que había pasado la soga, me tomó del brazo y me dijo “no van a salir, pero ya estás a salvo”. Por el camino me enteré que nuestra finca no fue la única a la que entraron. Habían masacrado a la gente de la región, quince fincas en una noche, otras tantas en tres días que llevaban en su “cruzada”. Juan se convirtió en mi maestro y mi guía. Me enseñó todo lo que sabía y me hizo un buen guerrillero. Hoy día agradezco que mi hermana me salvara, por un alto costo, pero estoy bien. Hace 20 años un tiro me incapacitó. Me mandaron a la ciudad donde un hermoso ángel me cuidó –dijo mirando tiernamente a Amparo –la herida traería consecuencias a mi salud así que me dejaron quedar en la ciudad. Con lo que los camaradas me ayudaron compré el lote y construí mi casa y mi negocio. Años después compré la tierrita e hice la cooperativa con los vecinos. ¿Ya entiendes por qué no pude dejarte en la calle? Te quiero tanto, me recuerdas a Adriana. Por favor, no me temas más, sería incapaz de hacerte daño. “Volvieron los soldados, volvieron los soldados, volvieron los soldados a donde el ganadero. Fueron recompensados, fueron recompensados, fueron recompensados con Whisky y con dinero, con whisky y con dinero, con whisky y con dinero, fueron recompensados” Desde entonces Silvia aprendió que las apariencias no eran importantes. Ella ya tenía 14 años pero no dijo nada, un mes después Patricia cumpliría la misma edad, les celebraron el cumpleaños a las dos. Ese día se volvía formalmente de la familia. A veces creemos estar en callejones sin salida, pero lo que realmente pasa es que nosotros cerramos las puertas. Esta vida está compuesta por luchas y ascensos, si no, simplemente estamos viviendo un sueño sin importancia, sin huella, sin meta. Has aprendido que la perseverancia, la constancia y el valor se premian. Muchas alegrías, luchas, oportunidades y recompensas vienen por el camino. Lo único que tienes que hacer es estar lista a aprender. ¿Estás dispuesta a luchar por el amor, por el trabajo, por la familia, por la vida? III El preludio de la tormenta La estación del tren gris, grande, imponente, le parecía un estupendo recuerdo de despedida. Los copos blancos caían lentamente sobre el piso, desapareciendo algunos, otros fundiéndose a sus similares en una capa delgada que iría creciendo lentamente hasta convertirse en un gran montículo de nieve. Sus pasos, pequeños pero rápidos, la conducían a un gran tren que, después de muchos días de camino, la acercaba más a su destino. La tristeza invadía su alma, allí había comenzado su juventud, allí había tenido su gran amor, allí había encontrado su misión en la vida, allí se había vuelto un Ser Humano. Los parajes blancos e infinitos de la gran Rusia la despedían con amor. La recibirían los enormes y mágicos verdes de su adorada y natal Colombia. Pasaría de la teoría a la práctica, de los libros a la acción y de la unión al amor. Por muchas semanas Silvia estuvo en las tareas de lombricultura y fabricación del concentrado para las vacas, pues por su enfermedad, era mejor que no tuviera contacto con los productos alimenticios. Cuando se recuperó por completo, se dedicó a la fabricación de quesos y dulces. Estaba feliz, pues Nacho trabajaba en este sector. Al entrar al área designada, la recibió el joven, que por el momento, no pudo disimular la alegría que sentía y trotó hacia ella. - - - - - - - Hola. –se dio cuenta de su error, metió sus manos a los bolcillos y se sonrojó un poco –que bien que ya estás aquí…quiero decir, ya vamos a empezar, y… Sí te entiendo –contestó tímida y un poco triste la chica, que se había emocionado también al ver el muchacho – ¿cómo estás? Bien, ¿y tú? Bien –se sentían un poco extraños. ¿Quién es tu amiga? –preguntó, con tono malicioso, una voz femenina de acento extraño. Era una mujer madura, delgada, de piel blanca y cabello negro y ondulado. Carmen, te presento a Silvia. ¡Ha! Tú eres la famosa Silvia. Si señora. No soy señora, soy simplemente Carmen. Carmen es un encanto –intervino Nacho –ella es dueña de esto, de todos los terrenos de aquí arriba y de la mayoría del ganado. No, él exagera, los dueños somos todos los que trabajamos aquí. No te había visto –dijo Silvia. Es que estaba en Bogotá. ¿Conoces Bogotá? –negó la chica con la cabeza –no se compara con el campo, pero si quieres dentro de un mes tengo que ir y puedes acompañarme. Me gustaría mucho –se entusiasmo la muchacha – tengo que pedir permiso. Bueno, en eso quedamos. Perdón, tengo que ver algo. Nacho llévala cerca a nuestro puesto, le voy a enseñar yo misma. – le guiñó el ojo al joven y se retiró. Es una buena mujer –dijo Nacho buscando un tema de conversación mientras caminaba, sin querer, muy cerca a Silvia. Sí, me cayó muy bien. Y es espectacular, imagínate que la gente despectivamente le llamaba “Carmen La Loca” ¿Por qué? Porque vivía siempre en su finca, hablaba sola y en idiomas extranjeros y vestía descuidadamente, pero es tierna y sabe de muchas cosas, de arte, de idiomas, de política. Nadie se daba cuenta y eso me daba ira. Me peleé con la mitad del colegio por ella y me reventaron la nariz. ¿De verdad? –rió –no te imagino peleando –recostó su espalda a una pared y lo miró a los ojos, estaban muy cerca y sus corazones latían rápidamente ¿Me veo tan débil que crees que peleo mal? - No, solo que eres muy tier…-paró, vio que la estaba cometiendo una imprudencia. Él sonrió y se mordió el labio inferior. Bueno, entonces ella se dio cuenta y me dijo que odiar no era la solución, así es como se nos unió a la cooperativa y ha enseñado una cantidad de cosas, incluso a gente que la insultaba y a niños que le tiraban piedras, es verdaderamente buena. Él metió correctamente al gorro un rebelde mechón del cabello de Silvia que se intentaba salir. Estaban muy cerca, Nacho no sabía cómo salirse de esta situación. Si la besaba, como era su deseo, temía que pudiera desilusionar a Francisco y a Amparo y que lo alejaran de ella. Si se retiraba intempestivamente, que no quería, podría herir los sentimientos de la joven. Afortunadamente en ese momento llegó Carmen y Marleny, una campesina de la cooperativa. Ellos se alejaron y ellas sonrieron de manera cómplice. Trabajaron todo el rato entre bromas y conversaciones muy interesantes. Esta mujer era muy valiosa y excelente ser humano, se emocionaba con facilidad y a veces era tan inocente como una niña. Pasaban los días y Carmen y Silvia hacían una gran amistad. Se visitaban mutuamente y leían mucho. Con ayuda de Amparo, Carmen y Francisco, Silvia empezaba a entender mucho sobre el mundo, la realidad y la vida. Se dio cuenta que las cosas no ocurrían simplemente “porque Dios lo quiso así”, sino que habían razones de sobra y todos debíamos conocerlas. “Por qué siendo Colombia tan rica hay tanta pobreza, por qué hay niños muriendo de hambre y tanta comida, por qué mi Diosito no oye al pueblo tanto que reza, por qué al rico que hace tanto daño no lo castiga. […] por qué aquí soñar con la justicia es terrorismo…” Silvia y Carmen habían hecho una gran amistad. Un día la mujer mandó a llamar al padre, Amparo y Francisco. Después de una reunión, que duró muchas horas, Silvia se enteró. La idea que tenían solucionaba el problema de papeles de la muchacha. Dirían que Silvia era la hija de Carmen. La niña tendría quince años si viviera, pero había muerto hace mucho tiempo. A pesar de la insistencia del padre Manuel, ella la enterró en la finca, y nadie sabía de lo sucedido, así que aprovecharían esta situación. Además, Francisco la reconocería como hija de él también. Por fin hicieron el viaje a Bogotá que Carmen había prometido. Lo había pospuesto por mucho tiempo, pero ya no podía más. Aprovechó que en los Colegios no había clase un viernes. Así que viajaron la mujer, Silvia, Patricia, Alejandro y Nacho, este último conduciendo el carro de Carmen, un Nissan. Salieron desde el jueves por la tarde. Pasaron un gran fin de semana. Al llegar se quedaron en la casa de Carmen, pues ella estaba recibiendo su abogado. Era un hombre de unos cincuenta años, delgado, elegante, usaba unos pequeños anteojos, era muy canoso y su apariencia hacia recordar a alguno de esos intelectuales de antaño. Se encerraron hasta la noche en la biblioteca. La morada era grande, de arquitectura republicana y lujosa. Constaba de tres pisos, en el primero estaban la sala, el comedor, la cocina, dos habitaciones para huéspedes, dos baños y un pequeño apartamento para la señora que cuidaba la casa. Su nombre era Luz Mary, tenía como setenta y seis años. Era baja, de cabellos cortos y canosos, y un poco obesa. Ya estaba pensionada, pero como no tuvo hijos se quedó con la única familia que le quedaba en Colombia: Carmen. En la segunda planta había cinco grandes habitaciones, tres baños, una gran biblioteca y una sala de televisión y juegos, los cuales había acabado de comprar para sus visitantes. El tercer piso estaba compuesto por un gimnasio que nunca usaba, un cuarto para planchar y una gran terraza cubierta Una muchacha iba a hacer el oficio todos los días por petición de Carmen, que no quería que Luz Mary moviera un dedo, pero la anciana siempre tenía que estar ocupada. Incluso en ese momento se desvivía por atender a los jóvenes que preguntaban insistentemente sobre la vida de Carmen, argumentando que ella no contaba nada. Luz Mary los complació, sacó álbumes de fotos. Allí se enteraron de que provenía de una familia muy adinerada, esta casa la había heredado. Era la menor de seis hermanos, de los cuales tres habían muerto ya, uno estaba desaparecido y la hermana, que había llevado a suiza a su madre y su padre, este había muerto hace tres años. Luz Mary había sido la niñera de Carmen desde que nació. Cuando terminó el bachillerato se fue a estudiar al exterior, a la Unión Soviética. Allí duró mucho tiempo. Volvió y se metió en el mundo de la política y la ayuda social, esto ocasionó amenazas contra su vida. A causa de los ruegos y llantos de Luz Mary, Carmen accedió a retirarse de eso, compró una finca y se fue a vivir allí. Después de que se fue el abogado, la mujer y los jóvenes vieron películas hasta tarde y hablaron mucho. El viernes salieron todos, incluso Luz Mary, a recorrer museos y el céntrico barrio colonial La Candelaria. Allí profundizaron más en la historia de la colonia e independencia, enterándose de anécdotas poco contadas. El sábado se despertaron temprano, no querían perder ni un segundo, fueron a montar bicicleta y al parque. La tarde la pasaron en el centro comercial y por la noche jugaron y vieron televisión. Cuando se acostaron, Silvia estaba muy feliz. Se aproximaba la hora de volver a su ciudad, pero este viaje había servido para fortalecer su relación con Carmen. Era una gran mujer. Le preocupaba sin embargo varias actuaciones raras. Muchas personas ya habían informado a Francisco sobre las llamadas extrañas que ella estaba recibiendo, Silvia había sido testigo de una. La mujer se veía pálida, sin embargo su voz no flaqueó y solo dijo: “deje de joder”, al colgar simplemente sonrió y abrazó a la muchacha. - “Mariana, ojalá que no sea nada grave. Es una muy buena mujer. Protégela por favor. Por otro lado ¿Crees que le guste a Nacho? veo como me mira, pero su actitud no es diferente a la que tiene con los demás. A veces sí, pero no siempre. A uno no le puede gustar una persona un rato y otro no. Pienso que es amable conmigo y nada más. Ojalá le gustara y me lo dijera, como lo he imaginado.” Al otro día fueron a patinar sobre hielo. A Silvia le dio un poco de miedo y nadie la ayudaba, pues Carmen y Patricia estaban llevando a Alejandro que estaba en la misma situación. Ella se quedó inmóvil hasta que Nacho se atrevió y le colaboró. Se tomaron de la mano y patinaron juntos casi todo el tiempo, hasta que las miradas maliciosas de Patricia y Carmen y las burlas de Alejandro hicieron que se soltaran. Volvieron de Bogotá, pero fue un fin de semana que a la muchacha la marcó para siempre. “Amistad es una forma de sentir, es una forma de expresar un profundo sentimiento. Amistad nunca nos deja mentir, tampoco permite odiar, borra los presentimientos. Amistad significa entrega total, darlo todo sin pensar cobrar, ni se compra, ni se vende. Amistad, puertas abiertas de par en par, risa franca para refrescar, mirada limpia y de frente.” Meses después de esto, Carmen murió en un extraño accidente. Todos estaban muy consternados y Silvia estaba inconsolable. Nacho estuvo a su lado todo el tiempo, apoyándola, al igual que su familia y amigos. La comunidad coincidió en lo inverosímil de la situación, pero ella nunca habló de amenazas, ni siquiera mencionaba las llamadas. La desconfianza se incrementó cuando un hombre que decía ser el hermano intentó apoderarse de la finca con el objetivo de que no siguieran con la cooperativa. El padre demostró legalmente que la única heredera era Silvia, hija de Carmen y Francisco. Todo fue muy doloroso, pero enseñó a Silvia un valor más. El amor al prójimo. Pero no del que se hablaba siempre en la misa o el sentimiento que nos obliga a dar una limosna, sino el amor que guía a hacer el bien, trabajar juntos y formar a la gente. Carmen quizá sabía que la matarían, pero amó a la comunidad que por mucho tiempo la despreció y se burlaba de ella, amó el proyecto de la cooperativa y al final de su vida amó tanto a Silvia que decidió que ella era la persona indicada para que se quedara con sus propiedades. En nuestro camino encontramos personas valiosas que lastimosamente se alejan. Pero la muerte, aunque se lleva su cuerpo, tiene la cualidad de dejarnos pedazos del alma de nuestros seres amados y su imagen impresa en nuestro corazón. Después aprenderás que la vida sí sabe quitarnos nuestros seres queridos dejándonos solo recuerdos vacios. Silvia, cuando la muerte pasa a nuestro lado y mira directamente a los ojos tiende a volver. Ya es difícil recuperarte del repentino fallecimiento de Carmen ¿Podrás recibir sin odio ni temor la muerte de nuevo? IV La tormenta Saludo la joven mañana y despidió dos viejos campesinos que le habían dado posada. Montó la vieja mula que le dio el obispo para su largo viaje. El paso perezoso pero seguro del animal marcaba un camino por aquellas desiertas llanuras que lo despedían antes que aquel juvenil hombre subiera la cordillera, descendiera de nuevo y se internara en la más espesa selva. Allí, en ese inhóspito lugar, encontraría una pequeña comunidad. Lo habían mandado como castigo por hablar de la verdad, por hablar del amor, por hablar de la igualdad. Pero ¿acaso Dios al que le juró fidelidad no había mandado a su primogénito a dar este mensaje? ¿Acaso no fue por predicar esto que Jesús murió en la cruz? ¿Acaso ese no es el mensaje que nos da nuestro padre con cada flor, con el canto del pájaro, con el vuelo de la mariposa, con el susurrar de las aguas, con el calor del sol? Al ser recibido por estos moradores, hambrientos, desnudos, miserables, pero extremadamente felices, comprobó lo que su corazón le gritaba adentro, esto no es un castigo, esta es la ratificación de la misión que Dios le había dado: luchar por la igualdad, la libertad y la felicidad. El tiempo pasaba lentamente y, aunque dolía mucho todavía, ya la ausencia de Carmen no taladraba tanto su corazón. Aprendió que el trabajo y la ocupación eran mejores para pasar el mal momento que la depresión. Rendirle un homenaje diario a su memoria era mucho más reconfortante. Pensó que por fin había alguien que acompañaba a la pequeña Mariana y que las dos estaban a su lado. Darles los buenos días, su manera de saludar la mañana, despedirse de ellas antes de dormir, su forma de agradecer un gran y fructífero día y soñar con sus rostros y sus risas, la mejor estrategia de pasar una larga noche con estrellas y sin luna. Aparte de esto todo iba viento en popa. La cooperativa lechera se salvó y las otras dos ya estaban dando productividad, se había logrado contratar expertos que estaban capacitando los campesinos, todo iba bien. El futuro era promisorio y estaba siendo forjado por el trabajo. “Hay una relación amorosa, […] entre el hombre y la naturaleza, inspiración del alma sudorosa, interacción para engendrar belleza, podemos tener la certeza: existen manos milagrosas, esas manos laboriosas de donde nacen las riquezas. Te lo digo y no se asombren, no es el pago de un pecado, fue el trabajo que hizo al hombre, haciendo el hombre el trabajo […]” Pero los ojos de los que se creen dueños de todo se posaron furiosos sobre este bello sueño. El primer paso fue mandar a comprar tierras, nadie vendió. Dejaron unos meses todo este asunto, pero después vinieron las amenazas. A pesar de la gravedad, nadie se imaginó lo que vendría. Unas semanas después, a la una de la mañana, sonó el timbre varias veces. Era Nacho, estaba tembloroso. Todos pensaron que su madre había muerto, afortunadamente no era así. Pero las noticias no eran alentadoras. En una fiesta de la vereda en donde estaba ubicado el galpón, seis hombres extraños transportados en una camioneta último modelo y diez militares en un camión sin placas se llevaron a siete muchachos y un adulto mayor, todos pertenecientes a la cooperativa de huevos. Nacho había ido a la policía y allí no estaban. No sabía si ir al batallón que quedaba en otro pueblo. Francisco, que entendía más de esto, dijo que no lo hiciera. Al otro día las órdenes de Francisco eran precisas. Nadie de la familia iría sin él a trabajar a la finca, no habría fiestas, tardes donde las amigas, ni partidos de futbol, se cerraba el trabajo del comidas rápidas por la noche, solo se sacaría los fines de semanas y Nacho y su madre tendrían que vivir en el pueblo, pues ellos eran dueños de una de las propiedades que hacían parte de la Cooperativa de lácteos y allí podrían correr peligro. Ese día Silvia estaba en la carnicería sola, puesto que Francisco fue al otro pueblo. Tuvo que ir a la parte trasera de la tienda a sacar unos artículos de los refrigeradores grandes y notó que debajo de uno de ellos, del más pesado, había una puerta. Al otro día el caso de las personas desaparecidas ya se conocía. Comenzaron a llegar abogados e investigadores. Desafortunadamente este despliegue de gente y esfuerzo no sirvió de nada. Días después hallaron los muchachos y el adulto muertos con signos de tortura. Las semanas siguientes sicarios mataron otras personas, todos pertenecientes a las cooperativas. La respuesta de la gente sería más cuidado y organización. Todo parecía calmarse después de un tiempo. A fin de noviembre salieron a vacaciones. Nacho se había graduado. Se celebraba una fiesta en el salón social de un barrio del centro de la cuidad donde la madre y el chico se habían ido a vivir. Durante la reunión Nacho sacó fuerzas y le explicó a Francisco y Amparo lo que sentía por Silvia y la intención que tenía de pedirle a la joven que fuera su novia. A Francisco no le agradó mucho, pero después de casi media hora de escuchar promesas por parte de Nacho y súplicas por parte de Amparo, terminó accediendo. Eso sí, las condiciones eran claras: no saldrían solos, las visitas se hacían en la casa y serían más responsables en el trabajo y estudio, pues le recordó que tendría que seguir capacitándose así hubiera terminado el bachillerato. El joven contento juró que haría eso y mucho más. Momentos después invitó a Silvia a bailar. - - - - Silvia, tengo que decirte algo- Estaba un poco nervioso, así que se limpió la frente. Ya había tenido un par de novias, pero por ninguna había sentido algo fuerte como por Silvia- es que no sé qué pensarás después de que te lo diga. ¿Qué? – ella también se puso nerviosa, sus manos temblaban y algo en su estómago estaba a punto estallar. Quería pensar que iba a decirle algo romántico, pero parte de ella lo dudaba, así que sentía varias cosas contradictorias. “Mariana, por favor que sea lo que he soñado tanto tiempo”- pero dime algo – dijo con voz suave. Yo quiero que…- paró porque recordó que ella no había tenido novio antes, así que debería ser un poco más romántico, suspiró y acariciando la cara de la joven con la mano derecha la miró a los ojos- yo te quiero mucho, y quisiera saber si al menos te gusto un poquito.- Silvia sintió un torrente que recorría todo su cuerpo, bajó la mirada y asintió con la cabeza, pues las palabras no le salían- bueno, entonces… ¿Quieres ser mi novia? – ella volvió a mover su cabeza afirmativamente. Él le dio un suave beso en los labios. A pesar de la alegría que Silvia sentía recordó a sus nuevos padres, no los quería decepcionar. Pero…, – dijo en voz muy suave, todavía dominada por los nervios¿Francisco y Amparo? Yo ya hablé con ellos. Se abrazaron y hablaron casi toda la noche, claro, bajo la vigilancia un poco exagerada de Francisco. Al llegar a casa le contó todo con pelos y señales a Amparo y a Patricia. Fue una de las mejores noches de su vida. Este sería un recuerdo que la perseguiría por muchos años llevándolo en la mente y en el corazón durante los duros días de su carrera por la felicidad. “La luna sonriente señaló el camino, por donde nos fuimos de felicidad. Cambiamos la fiesta del baile y el vino, por fiesta de besos en la soledad. Hermoso el camino, hermosa la luna, pero la ternura de tu voz se da, es algo divino no me queda duda, el cielo si existe a besos lo hicimos una realidad.” Pero las semanas de tranquilidad terminarían un domingo cuando, acompañado de muchos uniformados, el comandante de policía y un hombre, que en ese momento era desconocido pero luego se posesionaría como el jefe paramilitar de la región y un “honesto e importante empresario”, entraron a la cooperativa de lácteos, se llevaron al padre Manuel y a algunas personas y quemaron los sembrados. Todos estaban en la casa cuando recibieron la llamada angustiosa de Marleny. - - Se los llevaron amarrados, Gordo, cuídese. A mí no me hacen nada. Gordo sí, porque se llevaron a Pablo, a Samuel y al padre. Yo ya salgo para allá a ayudar con el incendio, tranquila. No Gordo, no se venga, porque lo matan a usted también, Gordo, se llevaron los líderes ¿Usted no entiende? Van por usted, si vinieron los duros en persona eso es peligroso. Además, creo que hasta Nacho llevó del bulto. Al carro suyo le dieron bala. Como que hay dos muertos. Marleny, Nacho está aquí - Francisco cayó sentado- el carro lo tenían Simón y….Gerardo. ¿Mi Gerardo? ¿mi esposo? Sí. Para Francisco era un golpe duro. Gerardo, Pablo, Samuel, Simón, el padre Manuel y él habían comenzado este gran sueño de la cooperativa. Después la ayuda de Carmen fue el impulso, pero ello seis eran los que habían trabajado duro para poder iniciar esa gran aventura. Y se dio cuenta, él era el único que faltaba por coger, lo buscarían. Y no se demorarían mucho. A pesar de que pensaba que al pueblo no se iban a atrever a entrar, estaba muy equivocado. A las ocho de la noche la puerta comenzó a sonar durísimo. La intentaban derribar. Todos estaban viendo televisión, quedaron impactados. - Nacho, tome – gritó Francisco dándole un arma- vamos para abajo. Por dónde papi – lloraba a todo grito Patricia- la única forma de bajar es por la puerta. Cálmate mi amor, no llores por que te escuchan- Patricia se calmó con dificultad- Nacho sabe cómo. Entraron al cuarto de Alejandro y Nacho brincó a la pared del patio, se subió por el techo y se perdió de vista. Todos estaban nerviosos. La puerta sonaba aún más fuerte. Nacho por fin regresó haciendo un gesto negativo con la cabeza, Francisco entendió. El joven volvió a perderse de vista, pero se podía oír que había bajado al patio y movía algo. Era la vieja escalera de madera que usaban para subir al techo cuando había alguna gotera que arreglar. - Bajen ahora. Primero Alejo, luego las niñas y tú mi amor- dijo a Amparo dándole un beso. No, yo me quedo contigo, también tengo con qué- dijo sacando un arma de su cintura ante la mirada asombrada de los jóvenes. Francisco sonrió. Él la conocía bien. Era un poco frágil de nacimiento por su asma, pero era luchadora- además si te encuentran solo tendrán dudas y empezarán a buscarnos, mientras tanto si estamos juntos y decimos que están donde la abuela no pasará nada. Los muchachos bajaron en el orden programado. Entraron al negocio pero al ver por la puerta trasera se dieron cuenta que estaban también intentando abrir la carnicería. - - ¿Qué hacemos? – se comenzó a angustiar Nacho que hasta el momento no había perdido la cordura. Silvia recordó la pequeña puerta en el piso que había encontrado unos meses atrás debajo del refrigerador más grande. Ya sé, ayúdame a mover esto. Movieron el gran mueble y miraron. Era una muy pequeña bodega. - - Aquí cabemos todos – dijo Silvia feliz mientras tomaba a Alejo y lo bajaba, sacándole una promesa de que no iba a gritar o llorar. Luego bajó Patricia. Cuándo Silvia se disponía a hacerlo, se dio cuenta que alguien se tendría que quedar allá arriba para cerrar la puerta y poner el refrigerador en su lugar, se devolvió. Qué haces mi Reina, tenemos afán. No bajaré, no te quedarás aquí solo. Además necesitas ayuda para correr esto. No, métete. Lo haré solo. No me contradigas que no tenemos tiempo, podemos encontrar otro escondite, soy buena en eso. Cerraron la puerta. La última imagen que vieron era la de los dos hermanitos abrazados. Corrieron el refrigerador. Ellos se metieron en un pequeño cuarto en dónde se guardaba los elementos de aseo. - Nacho, bota o esconde el arma. De qué hablas ¿y cuando entren? No los vas a matar a todos con eso, ni que fueras Rambo. Eso arrancó a Nacho una sonrisa, luego escondió el arma y volvió al pequeño cuarto. Después de un rato un terrible sonido los estremeció. Habían logrado entrar al segundo piso pues se oían los fuertes pasos subir la escalera, justo encima de ellos. Después de un rato bajaban más lentos, estaban insultando a Amparo y a Francisco. Les preguntaban por Silvia. Ellos se negaban a contestar. Algo pasaba, Amparo gritaba de dolor, por fin Francisco habló: - Ella está en Bogotá y viajará a Suiza con la mamá de Carmen, la abuela la quería ver. – soltó el llanto- dejen a mi esposa en paz. Le creyeron. Carmen tenía familia en el exterior y supuestamente nadie sabía. Dedujeron que si Francisco conocía ese dato era porque decía la verdad. Se sintió otra vez una puerta abrir. Habían entrado al negocio. No pasó mucho tiempo antes de que encontraran a Silvia y a Nacho. Los sacaron pero antes de subirlos al camión comenzaron a hacer preguntas - - - Miren quién está aquí. Ignacio, el novio de Silvia, ¿tú debes ser Silvia?dijo el comandante de policía acariciándole la cara, ella notó rápidamente que al parecer estos hombres no las conocían. No, soy Patricia- probó a ver si se creían la mentira- yo… mami perdóname, Nacho y yo… Miren esto este varoncito con ambas hermanas- rió estruendosamentecaras vemos. - golpeó fuertemente a Nacho en la cabeza, luego lo tiró al camión. ¿Y el hermanito? Donde mi abuelita. Lo mismo me dijeron de usted, pero aquí esta. Es que Nacho y yo queríamos aprovechar que no estaba Silvia, él nos llevó y yo me quedé con él. La subieron aún no convencidos, pero como no habían encontrado a nadie más no dijeron nada. Los metieron al fondo del camión y los amarraron del techo. Amparo que era la más baja quedó prácticamente con los pies en el aire. Así que cada vez que frenaban todos, pero sobre todo ella, sufría graves golpes que comenzaban a afectar su asma. Se demoraba mucho el trayecto, no iban a la estación de policía, ¿a dónde los llevaban? No podían ver hacia afuera, la carpa cubría el vehículo y ellos estaban al fondo, al mirar hacia la puerta del camión solo podían distinguir siluetas de árboles. El movimiento del vehículo indicaba que iban por una vía destapada. Sólo se oían los ruidos normales de chicharras y grillos, nada que les diera una idea de a donde se dirigían. Francisco lo presintió, se iba a poner esto más feo, pues los estaban sacando a zona rural. Temía por Silvia, todos los tipos la miraban y la acariciaban. Sólo podía pensar en su hermana. Le dio miedo de lo que le pasara a Silvia, lo presentía pero se negaba a creerlo. También se preocupaba por Amparo, la veía sin poder respirar, pero en su mirada podía notar la fortaleza de su ser. ¿Cómo una mujer tan pequeña y débil físicamente podía ser tan fuerte? Cuando la conoció ella no tenía pretendiente alguno. Todos eran estúpidos y ciegos, no podía ver la belleza de aquella pequeña figura que se asfixiaba cada vez que trabajaba, y sin embargo, no dejaba sus deberes. También odiaba las injusticias y su voz se ahogaba y se llenaba de fuerza cuando reclamaba los derechos. Amparo cerraba los ojos. Intentaba con todas las fuerzas aspirar un poco de aire, pero sobre todo imaginar que no estaban allí. Se puso a recordar viejos momentos. El día en que conoció a su esposo. Estaba anestesiado y bastante mal. Ella vivía junto a sus padres en una finca. Por la tarde le hacía la respectiva curación mientras miraba por momentos el atardecer, parecía que se estaba quemando el cielo y las aves volaban de vuelta a su hogar. Él abrió sus ojos y le impactó esa tierna mirada, esa joven mujer delgada y pálida. Le preguntó en qué pensaba, ella entregó su corazón, su mente y su alma. Le aterró la sinceridad, la pureza, la inocencia y lo hermoso de su pensamiento. Se enamoró de ella de inmediato. Ella observó directamente al hombre que estaba a su lado y quedó naufragando en sus grandes y expresivos ojos negros. Silvia se preocupaba por sus padres. No quería perderlos. No sabía qué hacer, se negó a llamar a Mariana o a Carmen, aunque las necesitaba. Cerró los ojos con asco, todos estos hombres la tocaban y le decía vulgaridades. En un momento se movió violentamente y pudo alcanzar la mano de Nacho, quien la miró y le sonrió apretándole fuertemente la suya. Él cerró los ojos pidiendo un milagro. No podía hacer nada, se sentía impotente y furioso. Las personas que estaban allí eran como su familia. Podía recordar que cuando era un pequeño de seis años el Gordo lo dejaba lavar el piso o hacer mandados, le pagaba a su madre más de lo que debía y se encargó de los gastos estudiantiles y del vestuario. En tiempos libres le contaba sus aventuras en las selvas o le leía libros. Por su parte, Amparo le daba comida y lo enseñaba a hacer labores manuales que tanto le gustaban. También era su consejera y su guía. Le preocupaba qué les pasaría, y ahora amaba tanto a Silvia. Le daba ira que la tocaran y que él no la pudiera defender. Llegaron al Batallón. Los bajaron y los tiraron junto a Pablo, Samuel, el padre, y unos trabajadores más. Con ellos serían quince personas. Se acercó un hombre. Vestía de civil, pero los soldados que había allí lo saludaban en forma militar, y se notaba que intentaba esconder que tenía un cargo importante. - Cómo se llama- le pregunta a Silvia. Patricia. Pensé que iban a traer a la perra de Silvia. ¿Por qué te trajeron princesa? Porque soy la hermana de Silvia. Podemos arreglar todo esto princesita- le dijo mirándola de arriba abajo. Nacho se intentó mover y Francisco se puso en pie, pero fue pateado hasta que cayó al suelo de nuevo. - - - - - - - - No -dijo un policía que los había traído- no vale la pena, estaba con el cuñadito bien escondida- todos los presentes soltaron la carcajada- lo que hay que hacer… simplemente se hace. Bueno- dijo el militar- llévenla ahí a la mitad- le hicieron caso. Él se acercó y con un gran cuchillo cortó la blusa de Silvia, se paró detrás de ella y comenzó a acariciarla de manera brusca y enferma. Miró cínicamente a todos que estaban frente a ellos- vamos a ver tu noviecito a quien quiere más, a Silvia o a ti. Y tu papá ¿estará tan decepcionado de que seas una perra que no hará nada por ti? No más. Gritó furioso Francisco. Esto acaba rápido señor. Simplemente no jodan más con esas maricadas de cooperativas, véndanos todo, aquí están los papeles. Firmen y desaparezcan. No es correcto- dijo Silvia que no había llorado a pesar de que tenía muchas ganas. También quería vomitar, esa cara horrible, tan cerca besándola, era asqueroso. Sus manos tocándola, de esa forma, era horrible. Valiente la putica. – la volteó para que quedara frente a él y le dio un gran puño que la tumbó al suelo. Rápidamente la levantó del cabello y la volteó abrazándola por detrás tan fuerte que no podía respirar. Quedaron en la posición inicial. – también quiero que me digan quién llamó a esas putas organizaciones que están jodiendo, mirando todo lo que hacemos. Que si matamos, que si arrestamos. Sé por fuentes confiables que son ustedes, pero no sé quién. Fue Gerardo. Pero él ya está muerto, ustedes lo mataron en el carro. – dijo el padre Manuel rápidamente para que todos lo oyeran y le siguieran la corriente, con la esperanza de que le creyeran y los dejaran ir, o al menos esto no llegará más lejos. Padre, mentir es pecado. – miró dos soldados y les hizo señas. Los hombres fueron y lo levantaron bruscamente, lo pusieron al lado de Silvia, mirando hacia los amigos, lo amarraron a un asta y comenzaron a cortarlo con grandes cuchillos. Primero eran heridas superficiales, pero luego se profundizaban más, a medida de que el padre se negaba a responder preguntas, muchas de ellas totalmente absurdas- ¿quién es el comandante? – ¡¿comandante?! Nadie tenía ni la mínima idea de qué estaba hablando. No hay comandante – decía el padre llorando pero sus ojos, su altivez y su dignidad hacía, que a pesar de su indefensión física, él pareciera más alto y recubierto con un misticismo. Un sentimiento extraño se apoderó de todos. Los presos sintieron una fuerza que los acompañó desde ese momento para siempre, y los atacantes no lo podían vencer, sentían frustración, ira, envidia. Ni siquiera acertaban a ver a sus ojos. La respuesta: cortaron su mano izquierda. El padre gritaba de dolor. Pero de un momento a otro el silencio se apoderó del espacio. Él meditó un rato y abrió de nuevo sus ojos, se veía la decisión, la fuerza, la potencia.- no hay comandante. Ustedes están sedientos de sangre, hagan conmigo lo que tengan que hacer, al pueblo no lo van a acabar nunca. - No, pero sí a los terroristas, ¡golpeen este hijo de puta a ver si aprende y se le bajan los humos! y háganle un par de huequitos. Trajeron grandes agujas metálicas, parecían agujas de tejer y una botella de Coca Cola. Le quitaron los pantalones al padre y lo sentaron sobre la botella en medio de bromas sobre la pedofilia y el homosexualismos de los curas. Las agujas se las clavaban en varias partes del cuerpo. Silvia no resistió más e intentó desarmar al tipo que la tenía apresada. - - - Brava esta putica. Será que ella quiere también patrón. Ya casi te doy lo que te mereces- dijo tocando su intimidad ella lo golpeótocó adelantarle la dosis a esta malparida, tiene muchas ganas. Mírenla se mueve como un gusano. Tranquila mi amor- dijo Francisco, pero Silvia seguía golpeando a cuanto hombre acercaba. Francisco vio que nada podía hacer. Silvia seguiría defendiéndose y defendiendo los suyos, pero estos hombres pronto la herirían. Recordó a su hermana. Se paró y se fue contra ellos. Recibió un tiro. ¿Quién es el malparido que disparó? – dijo el comandante de policíaeste es el que más información tiene ¡miren si lo mataron hijueputas! Silvia quería ir a verlo, al igual que Amparo, pero ambas fueron retenidas violentamente. - Yo por mi parte me ocuparé de esta malparida- dijo el que mandaba a los soldados La tiró con fuerza contra una pequeña pendiente que había unos metros más allá, unos hombres iban atrás para ayudarle a desvestirla. Ella se resistió y recibió golpes de todos. Lo único que veía era oscuridad. Pensó en invocar a Mariana, a Carmen pero, ¿para que vieran esto? No, no las invocaría y resistiría como el padre. Golpeaba ella también hasta que la tomaron del cuello, se asfixiaba, casi se desmayaba, la soltaban y se reían. Pero eso no la detuvo, hasta que por fin vio un arma y todo se puso negro. Estaba en la selva con Mariana, Carmen, su nueva familia, Nacho y sus amigos. Reían y jugaban. De vez en cuando veía un poco oscuro y caras de hombres que la golpeaban se reían e insultaban sentía dolor y asco. Ella volvía a la selva. De pronto, en medio de esa felicidad, se dio cuenta que el padre tenía ambas manos, recordó todo y desafortunadamente despertó. El hombre que tenía encima no era el que mandaba a los soldados. Ella lo golpeó y él la cogió duro de las muñecas. - Tranquila mamacita que ya voy a terminar. Se despertó la bella durmiente- dijo uno de los hombres de civil y todos rieron. - Termine rápido hijueputa, que es mi turno. – dijo otro que estaba detrás de ellos. Qué turno ni qué nada malparidos- dijo el soldado de civil. Claro, él como se llevó la mejor parte. – susurraron otros inconformes. Después, desvestida, la tiraron a donde estaban los otros. Amparo se acercó a ella y pidió permiso a sus captores de cubrirla y llevarla a donde estaba Francisco y Nacho. - - ¿Mi papá está vivo? Sí mi amor- dijo Amparo simulando una sonrisa que salió como una mueca de tristeza y cubriéndola con la ensangrentada camisa de Francisco. ¿El padre? Mija – volteó a mirar hacia el asta donde estaba el cadáver. Le habían dado un tiro en la cabeza- no se preocupe, él murió con dignidad. Llegaron y se sentaron. Francisco abrazó a Silvia. Todos estaban irreconocibles por los golpes, pero estaban unidos, lo que comenzaba a molestar sus torturadores que veían impacientemente la hora, y se daban cuenta que pronto tenían que marchar. Los tres jefes, el policía, el militar y el paramilitar, se reunieron. - - ¿Los matamos? Eso no soluciona nada. ¡hijueputas! Déjenmelo a mí. – concluyó el paramilitar. Hizo señas a unos cuantos hombres. – ¡fórmenlos! - Los pararon a todos- usted- preguntó a uno de sus hombres - ¿Cuántos años tiene? Veinticinco. Cuente y mate al que caiga en veinticinco, comience a contar por la puta. Cada vez que llegaba a veintitrés se escalofriaban y el dolor se apoderaba de ellos. Silvia miró hacia donde se encontraba el padre y pudo darse cuenta que murió viendo la estatua de Simón Bolívar. ¿Por qué estos engendros tenían al libertador si pisoteaban toda su vida, su honra y su valor al cometer acciones tan atroces? Recordó los terribles sonidos que hacía el padre cada vez que lo torturaban. Sus lágrimas caían solas. Bolívar miraba hacia ellos y eso la reconfortaba, la esperanza se abría en ella y la sed de libertad crecía. Cuando ya había matado a tres de sus amigos, el paramilitar paró. - Ya saben, no los quiero aquí otra vez. Mandaré a alguien que compre sus tierras. Todo terminó. Fueron abandonados en plena carretera. El sol calentaba sus corazones y sus maltratados cuerpos. La tristeza se apoderaba de ellos al mirar sus muertos y heridos que cargaban con dificultad. Pero dentro, muy dentro, tenían un sentimiento, algo que se movía fuertemente en sus corazones. “Cuando salga el sol y se pueda vivir la vida con transparencia, un canto de amor haré diciéndole adiós a tanta violencia. Ese día que será resplandeciente, en el pueblo reinará la alegría, ya se puede pensar diferente, y el poeta cantará sus poesías. El pintor expondrá sus pinturas, que un acordeón despliegue canciones, ese día no habrá más torturas, no más muerte y desapariciones. Cantaré con toda mi garganta, trataré de alegrar corazones […] Ese día será un canto de fiesta y victoria, y el pueblo será quien cambia el rumbo de la historia, ese día tendrá tierra el campesino, y sin hambre que cause violencia, se podrán educar nuestros hijos, y la salud tendrá preferencia. Ambientará un aroma de rosas, el nevado y sus brisas refrescan, tendrá el pueblo una vivienda honrosa, y los tugurios desaparezcan. Tendrá el pueblo lo que tanto ha buscado, gozará de justicia social, no habrá más niños desamparados, y adiós al terrorismo estatal, no habrá más niños desamparados y adiós al terrorismo estatal. Una canto de amor por la vida y un canto de amor por la paz, […]” Lograron llegar al hospital. Nacho acompañó a Silvia a la casa. Se vistió, alistó ropa para Francisco y Amparo. Revisaron la vivienda y todo estaba bien. - Nacho, son las 10 de la mañana, mis hermanitos llevan más de doce horas allá, saquémoslos. Sí mi Reina. No les digas nada de lo que ocurrió. Tranquila. Los sacaron y ellos los miraron con tristeza y espanto. Preguntaron qué les había pasado, por qué estaban tan golpeados pero no obtuvieron respuesta satisfactoria. Cuando la mamá de Nacho llegó a la casa junto con la enfermera, les encargaron que cuidaran la vivienda y esperaran al señor que arreglaría las puertas, que ellos iban al hospital. La madre lloraba al verlos así. - Cuéntenme lo que pasó. Ahora no mami, tenemos que ir al hospital, Amparo nos está esperando. Más bien sea fuerte y cuide a Alejo y a Pato bien. ¿bueno? La mujer se tranquilizó y ellos pudieron marcharse. Al llegar rápidamente los dos fueron atendidos. Amparo estaba hablando con abogados y otros miembros de fundaciones que los ayudarían en este caso. Silvia pudo salir del consultorio, aunque tenía que esperar las radiografías que le habían tomado por el golpe a la cabeza con el arma. Cuando se encontró con su familia una mujer la abordó. - - - ¿Tú debes ser Silvia? No sé, - miró a Amparo que le hizo gesto para que confiara en elladespués de anoche ya no sé ni cómo me llamo. Tranquila- la miró con tristeza y le hizo señas de que se sentara a su lado- soy Joanna, psicóloga de una fundación en la cual trabajamos con…- no sabía qué decir. La mirada tranquila, melancólica pero supremamente fuerte de Silvia la ponía nerviosa- trabajamos… con víctimas de estos casos y yo… me especializo… es decir… ayudo a las víctimas de violación como arma de guerra. ¿Violación como arma de guerra? Sí, te explicaré en otro momento, lo que quiero es que confíes en mí. Puedo confiar si mi mamá confía. Si va a ser mi amiga. Pero jamás me trate como víctima de nada, nunca me vaya a tratar con pesar o como víctima, quiero dignidad. Ahora iré a ver qué pasa con mi padre. Perdón, siempre ha sido tan fuerte y este momento no es el apropiado – dijo Amparo acercándose a Joanna. Tranquila, sé que con ella trabajaremos fuerte y será fácil. Silvia se acercó a Nacho. No habían hablado en privado, ni siquiera se habían tocado las manos desde que pasó todo esto. - - - Nacho, perdóname- se ahogó la voz y se secó rápidamente las lágrimas que salían- lo que decían esos hombres que yo tenía ganas – lloró- eso es mentira. Tranquila- la tomó delicadamente de los brazos- yo sé ¿por qué crees que te culpo? es mentira. No me abrazabas- ya no podía hablar no podía más. No quería molestarte, después de lo que viviste ¿quieres que te abrace? ¿Tú me quieres abrazar? Sí, mi Reina, te amo. ¿Te puedo abrazar fuerte? Sí. Mi Reina –él también lloró- lo planeaba todo, dentro de un tiempo, sería tan romántico, velas, cosas así tipo película. Me dolió tanto que ese malparido dijera que se había ganado tu primera vez. Pero eso ya pasó. Pon cuidado que cuando quieras haremos lo que yo planeaba. Sí, quiero. Algún día. Pero no será lo mismo. No me importa. Lo haremos con amor y será tu verdadera primera vez. Francisco sería remitido a la capital apenas lo estabilizaran, pues allí era imposible hacerle la operación y el posterior tratamiento. Además Silvia y los demás niños tendrían que abandonar también la ciudad, pronto se enterarían que ella no era Patricia, su vida corría un grave riesgo. Todos se iban a Bogotá, menos Nacho, estaba encargado de la casa y los negocios, pues los campesinos se negaban a abandonar sus cooperativas y, ahora con fundaciones que los respaldaban, darían la lucha. - No te preocupes mi amor. Ve con tu familia que yo te esperaré para siempre. Te lo prometo El segundo encuentro con la muerte fue más cercano aún, pero la vida difícilmente se da por vencida, y lucha contra los emisarios de su esquelética competidora. En la oscuridad de las tristes horas es difícil encontrar la luz de la razón, pero no imposible. El juramento de Nacho llenará tu corazón de fuerza, paciencia, templanza y disciplina, sabes que estará dispuesto a esperarte, pero Silvia, ¿tú volverás? V Resurrección Caminó de mala gana. De sus ojos salían lágrimas sin parar. Su pequeño y delgado cuerpo se veía exhausto, rendido ante el peso de la vida, corta pero dolorosa, breve pero cruel. Sus piecitos eran un par de porcelanas rotas, de los cuales salía sangre, ardían mucho, como cada uno de sus recuerdos. Sus sollozos eran mezcla de impotencia, ira, rabia, resentimiento y dolor. Sus quejidos era el eco del sonido que salía de su alma, del sonido de su corazón quebrándose, pequeño y roto corazón que nunca se podría reparar por completo. Cayó de pronto a tierra, no se movió, se moriría allí, no seguiría más. Un joven fuerte extendió hacia él sus manos, lo levantó ¡manos salvadoras! ¿Por qué llegan cuando ya me quedé sin familia? Lo alzó y lo cargó por gran rato ¡brazos protectores! ¿Por qué no me acogieron junto a mí sobrino? Su gran espalda recibía sus lágrimas que pronto se secaban en su humilde camisa ¡espalda comprensiva! ¿Por qué no curaste de la soledad y el odio a mi hermana? A regañadientes se fueron. Habían sobrevivido, al menos físicamente, pero algo, más allá de lo físico, se había ido. Silvia no entendía el odio y el nuevo sentimiento que crecía en su interior. Quiso, tal vez por costumbre invocar a Mariana y a Carmen. Deseaba con su corazón invitarlas a Bogotá. Pero la sombra en su interior, que fue creciendo con cada segundo de la noche, la estaba asesinando. Los sueños eran perturbadores. Cada uno de sus amigos estaba allí. Podía ver con claridad el momento en el que recibían los golpes y los disparos, sus cuerpos se desplomaban uno tras otro, y cuando caía el último, todos, con una gran sonrisa, se volvían a parar, se ponían en pie, la alegría llenaba el espacio y viejos recuerdos de los momentos felices aparecían. Luego los disparos empezaban de nuevo, y de muevo uno tras otros morían sus amigos, se volvían a despertar, y morían otra vez. Era un interminable ciclo que por más que Silvia, desnuda y con frío, corría, y corría sin parar, gritaba y gritaba sin parar no podía detener. ¡Los van a matar! ¡Vámonos de aquí! ¡Los mataran! Ellos no oían, la miraban, se despedían y morían, solo morían una y otra vez. El padre estaba allí. Se tomaba su brazo izquierdo entre su mano derecha, había sangre, mucha sangre. Él reía y le hacía señas de que lo siguiera. No había tristeza ni dolor en su mirada. Silvia solo podía llorar, ya no le alcanzaban las fuerzas, corría hacia el padre dándose cuenta que la distancia era muy larga y estaba exhausta. Quedó sola y llorando, sola, rodeada de cadáveres, muchos y muchos cadáveres que se multiplicaban y llenaban el espacio. Tuvo miedo de dormir por muchas noches, y solo aquel sentimiento de venganza y odio la protegía de sus sueños. Pronto, poseída completamente, llegaría a la determinación de cambiar su vida. Vendería las propiedades de Carmen y se irían lejos. Había llegado la hora de ser mayor, de pensar en ella y en su familia, de olvidar las cooperativas, a Carmen y a Mariana, quien era simplemente el cadáver de una niña desconocida que murió. Los días pasaron. Amparo notaba que Silvia no era la misma. Comenzó a fumar cigarrillo, era difícil criarla, no estaba bien en el colegio, tenía peleas constantes y no le hacía las cosas fáciles a Joanna, su psicóloga. Meses después salió Francisco del hospital. Estaban instalados en una casa que había sido propiedad de Carmen, junto con Luz Mary, que también estaba preocupada por Silvia. No la conocía bien, pero Carmen le había contado cosas muy distintas de aquella niña que ahora se presentaba fría y rencorosa, y que al parecer no se sentía cómoda en la vivienda. Un día llegó el abogado de Carmen a arreglar los últimos papeles para trasladar los bienes de Carmen a Silvia. Ella contó la decisión que había tomado. - ¿Cuándo puedo vender? – todos quedaron aterrados. Puesto que tú mamá y tú papá nunca se casaron, eres la única heredera. Esto está respaldado por el testamento que la señora Carmen dejó. Pero solo podrás vender siendo mayor de edad. – contestó el abogado. La noticia de que Carmen había dejado todo a su nombre la aterró y despertó algo en su interior que estaba dormido. Francisco miró los ojos de Silvia y descubrió ese pequeño destello de la toma de conciencia y volvió a sentir alegría. Silvia se asustó, sentía esa extraña energía, no sabía que le pasaba. Por la noche tuvo de nuevo la pesadilla. El sentimiento de venganza, sus planes de matar a todos con la plata de los bienes de Carmen la habían ayudado a conciliar el sueño. Hoy el miedo volvía, los quejidos del padre, los llantos de los familiares que enterraron sus muertos, el dolor de ella, su dignidad. Intentó calmar su llanto y vio que a su cuarto, con dificultad, entraba Francisco. - ¿Silvia? Si – se limpio las lágrimas e intentó tomar la postura dura que la había hecho fuerte las últimas semanas- ¿estás bien? No, tu no, este cadáver no, yo quiero hablar con Silvia, mi Silvia, – los grandes ojos negros desesperados y adoloridos la conmovieron, no había visto ese dolor, ni siquiera cuando lo golpeaban- perdóname – vio en él la expresión de cuando hablaba de su hermana después de esa nochedebí hacer algo así me mataran pero mi cuerpo no podía más, debí intentar más, perdóname, perdóname por no defenderte. Lloró y se le arrodillo frente a su cama. La sombra oscura no podía poseer más a Silvia, el dolor y la fe de este hombre la curarían. Silvia comenzaba a sentir otra vez. Se culpaba de lo que estaba ocurriendo, nadie había visto a Francisco llorar a acepción de Amparo. Él levantó su cara y tomó a Silvia de las manos suplicándole lo perdonara. En ese momento no quedó ninguna duda, en su mirada vio aquel pequeño de siete años, solo, ¿lo dejaría ella también? ¿Haría lo que hizo Adriana? Se dio cuenta de lo que él decía. A Adriana la habían matado en la finca, la violación el dolor habían logrado crear esta sombra extraña que la mató. Eso mismo le estaba pasando a ella. Entendió que Adriana nunca quiso salvar a su hijo, se estaba salvando a ella misma. En aquel pequeño instante en que el niño se soltó pudo verse en los ojos de Gonzalo y no le gustó el monstruo en que se convirtió. ¿Cómo se salvaría ella? Tendría que consultárselo a la única persona que sabía, que se había pasado por lo mismo y hoy estaba de rodillas dándole su ayuda. Silvia lloró y le contó todo. Lo de sus verdadera familia, Mariana, los sueños, ese sentimiento extraño que se apoderaba de ella, lo del cigarrillo, una cerveza, lo que sentía por Nacho. Él se sentó en la cama, la abrazó y limpio sus lágrimas mientras ella confiaba sus secretos, sentimientos y remordimientos. Se sintió mejor. Quizá ese exorcismo era lo que necesitaba para sacar esos asquerosos pensamientos. Ya un poco tranquila habló Francisco. - - Yo también sentí lo mismo. Mi maestro Juan, aquel guerrillero, me dijo que solo el amor cura. Y es verdad. Tú pasaste cosas horribles, tu vida es única, dura y cruel. Pero hay personas que vivieron lo mismo o peor y otros que lo vivirán. ¿Permitirás que lo vivan? No Esa es mi niña. Vuelvo a ver a mi Silvia. Ahora te dejaré un par de tareas. Primera, que vuelvas a leer. Segunda que vayas a la fundación y - no te cierres, déjate ayudar, pero sobretodo ayuda, mira tú alrededor, escucha. ¿Y las pesadillas? Se irán o convivirás con ellas. La historia no se puede borrar por difícil que sea, sólo podemos aprender de ella. ¿Aprender cómo? ¿qué puedo aprender de esto? Por ejemplo que Carmen confío en ti y te amaba, dio su vida para que estuvieras mejor, que el padre y nuestros demás amigos dieron sus vidas por nosotros. Cualquiera de ellos hubiera dicho que tú eras Silvia, todos te amaban, no los olvides, cada sueño es una oportunidad de verlos y rendirles un homenaje. No los ultrajes vengándote, más bien mira la manera de que esto no se vuelva a repetir en ningún lugar. “Que gran dolor me dio mirarte pueblo desesperado en tu triste alegría, tus esperanzas ya se diluyeron en el recuerdo de tu voz perdida. Cuánta gente no te promete el cielo, cuánta gente no te brinda sonrisas pero más tarde te sacan el cuerpo cuando han logrado lo que perseguían. Qué tienes, qué tienes mi pueblo, comprende que en ti esa tristeza cada día es más triste y es lo que me apena, recuerda que yo no te miento por eso quiero que comprendas cuánto me deprime ver tanta pobreza. Qué sientes, qué sientes mi pueblo, no trates de ocultar tus penas que mi misma pena está tan visible, déjame decirte que yo soy tu voz, deja que comparta contigo el dolor, yo sé que estás mal herido, sé que ya no aguantas esta situación, pero ya no es hora de sentir temor, el temor engendra olvido y es preferible luchar mejor, […] Quisiera con mi canto lastimero cerrar la herida que llevas sangrando, quiero que si algún día te mueres pueblo morir contigo contento y peleando. Recuerda que unidos fuertes seremos, nunca lo olvides que somos hermanos, como tampoco yo olvido un momento esos aplausos que me consagraron. Pero me entristece por dentro mirar con qué gran irrespeto toman tu silencio piensan que han vencido, te creen, te miran indefenso por eso desde aquí te ofrezco, mi canto, mi aliento te abrirá el camino. Sé que ahoga luchar contra el viento pero llegará el momento que tu sufrimiento ya no será el mismo. Déjame decirte que yo soy tu voz, deja que comparta contigo el dolor, yo sé que estás mal herido, sé que ya no aguantas esta situación, pero ya no es hora de sentir temor, el temor engendra olvido y es preferible luchar mejor.” Al otro día despertó temprano como hace semanas no lo hacía. Encontró a Amparo y a Luz Mary en la cocina, se acercó y comenzó a moler el maíz. La mirada de su madre, llena de cariño, ternura y comprensión la puso triste. Había sido tan mala con esa mujer que le daba tanto apoyo, que la recogió de la calle y la adoptó. - ¿me podrás perdonar? Claro mi niña. Te quiero Yo también. Y tu Luz ¿me perdonas? Más que eso preciosa, te entiendo. Se dirigió al cuarto de sus hermanos, al primero en el que entró fue al de Patricia. Había sido tan injusta con al que se había convertido en confidente, amiga y hermana. Peleó con ella culpándola de cosas horribles, sabiendo que la verdad era que ella le había salvado la vida de una forma u otra. - - - Despierta- dijo con ternura. Patricia saltó.- debemos arreglarnos para el colegio. Me da mucha alegría que ya estés bien no sé lo que pasó esa noche, pero oí que lo que te hicieron me lo querían hacer, tú te hiciste pasar por mí, perdóname. No te preocupes, tú me salvaste a mí. Si no hubieran creído que eras tú me hubieran matado y de una forma…- se dio cuenta que a pesar de todo, hubiera estado peor, calló, no quería que sus hermanitos sufrieran lo que a ellos les tocó.- en fin. Perdóname por el comportamiento de estas semanas y… ¿aún quieres compartir la habitación con migo? No tengo nada que disculparte ni perdonarte. Después de la pelea que tuvimos cuando llegamos, mi mamá me pidió que te diera un plazo, que habías pasado cosas feas y que tenía que comprenderte. – la abrazó- y con respecto a dormir en la misma habitación ¡claro! Estaba esperando que estuvieras lista, me hacía mucha falta hablar contigo. Tengo que contarte sobre Miguel ¿has visto que es especial con migo desde que entramos al colegio? ¿crees que lleguemos a gustarnos? – las muchachas se rieron. Luego se dirigió al cuarto de Alejo. No lo había mirado desde que llegaron y un par de veces le había gritado cuando el niño, acostumbrado a jugar con ella, le había pedido que pasaran un tiempo juntos. Lo movió con suavidad. El niño, la abrazó y lloró. - Por fin volviste. No te vuelvas a ir Silvia. No vuelvas a ser esa fea persona en la que te habías convertido. No me iré más. Después de tareas- dijo el niño limpiando su llanto- ¿podemos jugar Nintendo? - Sí. – dijo Silvia El paso siguiente fue llamar a Nacho. No se había atrevido a hablarle desde hace unos días y no le contestaba las llamadas, pero seguía amándolo. Llamó a la casa en la que habían vivido, pues Nacho estaba allí para cuidarla y seguir con el negocio de la carnicería y los lácteos. - - Aló. – contestó el teléfono algo extrañado mirando su reloj, era muy temprano ¿quién podría llamar? Hola Nacho – respondió, después de unos segundos Silvia, avergonzada por su actitud- ¿todavía quieres hablar con migo? Claro mi Reina. Yo te prometí que esperaría por ti. Cuando quieras estoy para ti- sus lágrimas salían, no esperaba esta llamada, se intentó tranquilizar porque sintió que Silvia lloraba también, pero no podía, estuvieron así un tiempo. Al fin Nacho recuperó el habla- ¿cómo estás? Ahora, oyéndote sé que estoy bien. Silvia no tuvo tiempo de desayunar por que habló mucho tiempo por teléfono con Nacho y todos en la casa le hacían bromas al respecto. Después del colegio, en el cual notaron gran cambio de Silvia, ella salió a la Fundación. Llegó un poco más temprano y notó por primera vez que en los consultorios dedicados a terapias psicológicas también atendían a niños - Hola – le habló de repente una pequeña- ¿quieres jugar? Siempre juego sola, pero tú me acuerdas a una prima y –calló. Sí. Jugaron, pero de la pequeña que al principio fue agradable no quedaba ni la sombra. Sus juegos eran extraños, y cuando cogía una muñeca le quitaba siempre la parte de la cintura para abajo. No la quiso molestar con preguntas. Solo jugó a su estilo. Estaba feliz de que de vez en cuando la niña sonriera un poquito. Después de un rato llegó una mujer. Por su uniforme era una psicóloga. La niña se paró y se despidió con la mano. - Vas a venir mañana a jugar con migo – preguntó la niña suavemente sin voltearse a mirarla. Claro. Prométeme que no me vas a olvidar. No, como se te ocurre. Silvia recordó rápidamente a Mariana. Sabía que ella no existía realmente, pero se sentía tan mal de no cumplir su juramento y haberla olvidado. Además la idea de que existía la había ayudado tanto. Se puso triste. Pensaba en aquella pequeña y en Mariana, las comparaba. Mientras caminaba hacia su consultorio miraba a los pacientes, parecían que sufrían también. ¡Qué egoísta había sido! ¡Cuánto dolor que ella no había querido ver antes! Pobre Mariana, olvidada otra vez. Cuando entró a su cita, no paraba de hablar. Le contó a la psicóloga todo lo de ese día, los sueños y sus equivocaciones. Joanna estaba feliz, pero notaba que algo más había. - ¿Qué te pasa? ¿Qué te atormenta? Hoy estuve jugando con una niña y recordé una amiga. Cuéntame. Te ayudaré, no te quedes con tus sentimientos. No, creerás que estoy loca, y vas a contarle a la gente la verdad y nos quedaremos sin nada. No, te lo juro. Bueno, mis padres no son mis padres. Mis verdaderos progenitores me trataban muy mal y yo escapé. No contaré eso – dijo Joanna al ver que Silvia callaba- tus verdaderos padres son los que te dan amor ¿esos padres te dieron amor? No, siempre golpes, malos tratos, odio. Le contó de forma escueta y sin detalles por qué la trataban mal, como había sido su vida, cuál había sido el motivo de su huída, lo de Mariana, por qué no había vuelto a hablarle y lo que sentía al respecto. - - ¿Será que de verdad estoy loca? Hablarle a alguien que no existe, eso es de dementes, y aparte de eso sentirse mal por no hablarle es peor. No estás loca. Asústate cuando la oigas o la veas. Lo que pasó es que una niña muy valiente se sentía sola y luego agradecida. Mariana es tu forma de agradecer y de estabilizarte. Puedes hablar con ella mientras sepas que no es un ser real, pero lo importante es que la tengas aquídijo señalando su pecho- ella existe en tu corazón, y ella te comprende. ¿Me perdona por mis equivocaciones y no cumplir el juramento? Claro nena, todos te entendemos, no sufras más por tus errores. Volvió a casa, estuvo con Alejo jugando Nintendo en el cuarto de Amparo y Francisco. Se divirtieron y estaban felices. En esos momentos se atrevió a llamar a Mariana, a pedirle perdón y en su corazón sintió que algo se arregló, otra vez podría ser feliz. Al otro día se despertó muy animada y cumplió con sus deberes juiciosa. Por la tarde volvió a la Fundación. Ese día no le tocaba terapia, pero no desilusionaría a la niña. Jugaron de nuevo, de la misma manera. Al cabo de un rato llegó la psicóloga, pero no sola, Joanna estaba con ella. Cuando la pequeña entró a la terapia Joanna invitó a Silvia tomar un café. Le contó que esa niña se llamaba Andrea. Era la única sobreviviente de toda una familia. A su madre, hermana y prima, las habían violado y cortado el clítoris. Después las apuñalaron en el estómago y se fueron. Andrea se había salvado por milagro. Allí comprobó que sí había cosas mucho más fuertes que la suya. A pesar de lo doloroso, hay gente que también sufre alrededor. También le contó que, a pesar de ser una niña muy inteligente y de ir muy bien en el colegio, Andrea no hablaba, ni siquiera con sus primos, hijos de la tía que se había hecho cargo de ella, así que fue una gran sorpresa para Fabiola, la otra psicóloga, que Andrea hubiera hablado con alguien, pero sobretodo que en la terapia hubiera tenido un pequeño avance, pues en el año de estar allí solamente jugaba con las muñecas y no miraba a Fabiola. Así que Silvia se dispuso a trabajar con ambas psicólogas, tanto en el tratamiento de ella como en el de Andrea. Una cosa llevó a la otra y pronto todos los niños y niñas querían compartir un rato con Silvia. Venían de todas partes del país, sufrían lo mismo o tal vez más. Sus familiares también estaban prestos a hablar. Oía sus relatos y aprendió a ver más allá, a sentir al pueblo y comenzó a amarlo ¡Cómo le dolía el pueblo! ¡Cómo le dolía Colombia! ¡Cómo le dolía ver el infierno, así fuera con ojos ajenos! “Quisiera encender un grito en la noche caucana, para que despiertes cariñito mío, quiero que sepas lo que han visto los ojos míos, con las cuerdas de la guitarra que me acompaña, […] Los espantapájaros maiceros del Patía, mirando quién va por los caminos veredales, y en un cementerio ví los ojos de una madre, llorando un muchacho que mató la policía […] Y me subí al espinazo de la cordillera, y a través del toldo de la neblina Guambiana, vi los colores de la minga en la carretera, trabajando como la gente Bolivariana […]” “Escucho una moto sierra, que en manos de un coronel, abre vientres, corta piernas, cabezas, manos y pies. Por los sueños destrozados, de un montononon de gente, vean cómo es condecorado por el señor presidente. Y los perros y goleros pelean por los restos de los muertos y juegan […] con las tripas, con los ojos, con el corazón de la paz. Con la santa bendición que un obispo le echa encima sale la bestia asesina a cumplir con su misión. Un pobre es decapitado porque tuvo el pensamiento de ser libre como el viento y dejar de ser esclavo. Tomándose una cerveza saca pecho un general viendo a sus hombres jugar futbol con una cabeza. […]” En esto estaba cuando su padre se empeoró. Realmente el tratamiento jamás había funcionado. El tiro que le dieron fue en el estómago, el mismo lugar de la herida que lo había incapacitado hace años. En esa oportunidad habían tenido que sacar unos metros de intestino y no habían podido sanar bien el estómago, eso complicaba mucho su situación actual. Después de unos días Francisco murió. Para el entierro fueron al pueblo. Asistieron todos sus amigos. Fue muy triste pero el momento de llorar no era ahora. Se repartieron tareas y a la familia le tocó la de dar a conocer sus productos “Lácteos De Belén” por el nombre de la vereda, “Embutidos Don Manuel” en honor al padre y “huevos y pollos el Gordo” por Francisco. Aunque tampoco era apropiado, el reencuentro con Nacho fue la oportunidad para que éste le jurara amor eterno, ella también le juró lo mismo. Seguirían comunicándose y viéndose como lo venían haciendo. A veces, solo hay que seguir adelante a pesar de tanto dolor. Los caminos de la vida son extraños. El pasado y presente de todos se entremezclan forjando un futuro inimaginable. Ya tienes tres luces que brillan para ti, alumbrando oscuras noches, opacando lejanas estrellas, quemando viejos recuerdos y guiando tú por venir. Has cambiado bastante y te das cuenta ¿Tienes la suficiente fuerza y perseverancia para seguir tu camino hacia el futuro, hacia el amor? VI Otra vez, un nuevo comienzo manchado por un terrible adiós Los semáforos parpadeaban en amarillo, las llantas humeaban en plena calle, el gas lacrimógeno surtía el efecto físico deseado por los policías, pero extrañamente, la fuerza del pueblo era más grande que cualquier organización del estado, más efectiva que las bombas y las balas que a veces se internaban tan dentro haciendo un daño enorme a los cuerpos de los manifestantes, pero nunca a sus espíritus. La voz del compañero que tomaba la palabra retumbaba por encima de las asesinas armas. La solidaridad y hermandad de los revolucionarios presentes hacían un gran cuerpo que a las fuerzas de la opresión les costaba derrumbar. Y allí estaba él, su pañoleta le tapaba la parte baja de la cara, su joven cuerpo ya mostraba un par de señas de las peleas contra las fuerzas de la “pacificación”. Ella lo miró cuando la ayudaba y pudo adivinar una sonrisa en su cubierto y sudoroso rostro. Ya la noche traería la calma, la calma asesina. Detrás de las sombras se ocultaban los sicarios del gobierno, sin embargo, la alegría tampoco daba tregua. Reuniones hermosas, leyendo, estudiando, declamando poemas, dejándose llevar por el entusiasmo y la libertad. Y en medio de estas tertulias siempre quedaba espacio para el amor, el infinito amor. Volvieron a Bogotá. Ahora se enfrentaban a un problema legal. La ley estaba con ellos, los tendrían que indemnizar por la masacre. Todos sus amigos recibieron un dinero con el cual aseguraban el futuro y, además, se fortalecía las Cooperativas. Pero a ellos no les querían reconocer su indemnización alegando que la muerte de Francisco la había causado una enfermedad por la mala cirugía hecha hace años. La fundación y sus compañeros no los dejaron solos. La lucha se continuaría. Con el luto aún encima se pusieron a trabajar. Primero abrieron una distribuidora de sus productos. Era un local grande y vendían al por mayor y al menudeo. Después de unos meses ya tenían una buena clientela. Por otro lado Amparo, no solo estaría dispuesta a sacar adelante su problema con el estado, sino que ayudaría a las personas, que al igual que ellos, sufrían el flagelo del desplazamiento, pero que no tenían la misma suerte de tener un lugar a dónde llegar y un trabajo para sostener su familia. Silvia se había convertido en parte necesaria de las terapias con los niños, y al igual que sus hermanos, ayudaba a su madre en su labor de líder social. Sus empresas marchaban a las mil maravillas. Hacían cada vez más amigos, compañeros de luchas. Educaban a la gente, exigían sus derechos. La ciudadanía estaba con ellos, cuando se convocaba a un acto acudían sin reparo. Solo el gobierno se negaba a escuchar. “[…] Llegó hasta el jardín recogió con manos de esperanza rojos claveles, caminó con ellos destino a la plaza, ilusión de que en casa vuelva a aparecer. […] Todos los compañeros desaparecidos, nuestro pueblo exigimos ya que sean devueltos, hay de que estén muertos, los queremos vivos. Sabemos que están secuestrados por el régimen tirano, por el rescate piden que lo que el pueblo exige, su paz, su libertad, no se vuelva a mencionar, pero mi gente sigue […] De claveles rojos y de caras blancas, poco a poco se va llenando la plaza […] padres, hermanos, parientes, amigos, compañeros de los desaparecidos […]” Silvia y Patricia cumplieron 15 años. Los que pudieron viajar estuvieron allí, los que no, hicieron acto de presencia por medio de un video de una fiesta que realizaron en la vereda. Lo muertos, sus muertos, también estaban en bellos afiches. Era lógico que entre los primeros asistentes estuvieran Nacho y Norma, su madre. Fue una fiesta muy linda. Sin lujos, pero con mucho amor. Los detalles se repartieron, al final solo quedaron tres que eran de parte de su papá. Primero Amparo dio el regalo a alejo, aunque no cumpliera años ese día. Era el reloj de Francisco y una carta. El pequeño se lo puso, le quedaba enorme. Para Patricia un anillo hermoso de oro, también con una misiva. Por último, para Silvia, la cadena que él tanto guardaba. Fue un momento muy efusivo. Silvia temblaba. Y la letra inconfundible de Francisco se veía allí. “Hola Silvita. No soy tu padre, pero me esfuerzo por serlo porque te quiero como si fueras hija mía. Perdóname por no poderte defender. Anoche estuve hablando contigo al respecto, gracias por entenderme. Me sentí muy feliz de que me confiaras todos esos secretos. Volvía a ver mi Silvia. Sigue así. No me quedan muchas fuerzas, mi cuerpo no está respondiendo como debería, pero quiero que sepas que siempre estaré al lado de cada uno de ustedes, y quiero que, con la fortaleza que iras recuperando, me cuides mis niños y mi Amparito. Cuídame también a ese loco de Nacho. Nunca se lo dije pero lo quiero mucho. Recuerdo cuando era muy pequeño y llegaba en su bicicleta vieja y oxidada a la carnicería a preguntar si tenía un oficio que hacer. Estás en buenas manos. Ojalá lleguen a algo grande como Amparito y yo. También quiero que sepas que fuiste el sol que iluminó mi vida los últimos meses. Gracias por llegar a nuestro hogar. No olvides lo que has aprendido sobre el amor, la amistad, el trabajo, la vida, todo. Te quiere tu papá. Francisco” - Tu papá murió orgulloso de ti, de tu recuperación, de que volvieras a ser la misma. ¿De verdad? – dijo con lágrimas en los ojos Si. Siguieron la fiesta. A Patricia un muchacho que le gustaba le pidió que fuera su novia. Francisco ya había dado su aprobación cuando él, Miguel, fue a su casa a hacer un trabajo del colegio. Amparo le había comentado de los sentimientos de Pato y al muchacho se le notaba que también le gustaba. Nacho y Silvia estuvieron hablando y abrazados toda la noche. Ahora, el que exageraba la vigilancia de las jóvenes era Alejo que, con el reloj puesto, daba órdenes, pues el papá le había confiado el cuidado de las muchachas y la madre. Nacho y doña Norma se quedaron una semana, pero tenía que volver. La carnicería se había convertido en la distribuidora de los productos de las cooperativas en la región, y tenía que ir a surtir sus clientes. La vida de Silvia consistía en asistir al colegio, en el cual le iba muy bien, laborar en el negocio e ir a la fundación a trabajar con los niños y con su madre. Pasado el lento mes, siempre llegaba el fin de semana esperado, la visita Nacho. En la organización se divertía mucho. Sandra, una de las fundadoras, se había convertido en una gran amiga de la familia. Era bajita, un poco obesa, siempre andaba de afán y quería hacer todo. Por eso las secretarias le decían a sus espalda la “la doctora afanes”. Todos la estimaban mucho. Era muy bromista y a veces un poco inmadura, pero una gran persona. Vivía con dos hermanos y un sobrino en la casa paterna. Sus padres ya habían fallecido y ella la había comprado con mucho esfuerzo. Un día, con su rápido y característico paso, llegó a la oficina de Amparo y presentó unos muchachos universitarios que como proyecto de grado y tal vez de vida, querían participar en la fundación. - El es Diego Cárdenas, estudia Sociología, al igual que Alejandro Mendoza e Ivonne Rodríguez. Andrés Henao estudia Ciencia Política y María Cecilia Rincón y Alicia Méndez Economía – ahora se dirigió a los muchachos- Ella es Amparito, nuestra encargada de comunicaciones y de el trabajo con los líderes sociales. Cualquier cosa que necesiten es con ella. Ellas son sus hijas Patricia y Silvia, también son excelentes colaboradoras, además Silvia maneja, junto con dos psicólogas, un programa que estamos implantando, es una nueva metodología para trabajar con niños víctimas del abuso sexual causado por los actores del conflicto. Se nos olvidaba – dijo mirando que por el corredor se acercaba corriendo Alejo, al llegar, lo presentó con una sonrisa- el es Alejandro, ya es todo un experto en propaganda y computación, es mi mano derecha. El trabajo de los estudiantes era estar con la comunidad. Esta era el área de Amparo y un grupo de personas muy dedicadas. La mayor parte del día atendía gente, escuchaban sus problemas, los ayudaban, y los guiaban para realizar los trámites ante la fundación. También se encargaban de conseguirles empleos y un lugar para vivir si eran recién llegados a la capital. Esto a veces era tedioso, además había gente que se hacía pasar por desplazados. Amparo ya los reconocía y los remitía a otras organizaciones sociales que trataran sus problemas. La llegada de los universitarios avivaba un poco el ambiente. Sus constantes bromas y ocurrencias alegraban el día, sobretodo de Silvia, con quien rápidamente hicieron una gran amistad. Andrés era alto, delgado, de ojos y cabello claros. Bastante gracioso y coqueto. Diego, su gran amigo, un muchacho fornido, tez morena y ojos cafés, casi se podría decir que era la sombra del primero, le seguía los juegos, cuando no, lo animaba para que hiciera alguna locura. Alejandro, más bajo que los anteriores, de ojos y cabello negro, contextura media, un poco más serio, disfrutaba de las broma y chistes de sus compañeros. Ivonne la rubia, de ojos azules, la más alta de las mujeres, casi alcanzaba a Alejandro por unos centímetros. Impartía el orden y tenía un genio terrible. Alicia, de una estatura promedio, cabello negro, rizado y largo, no hablaba mucho, pero su sonrisa y sus ojos almendra expresaban fácilmente sus pensamientos. Por último estaba María Cecilia. Igual de alta a Alicia, con unas bellas facciones indígenas, ojos y cabello oscuro y piel cobriza. Hermosa, alegre y perspicaz. Se notaba que tenía una relación cercana con Andrés. Un sábado, a las 12 del día, Alicia se acercó con Andrés a la familia que estaba terminando de almorzar en la cafetería. - - - - - - - Amparito ¿Cómo está? – Andrés entregó una rosa blanca- una hermosa flor para otra mil veces más bella. Andrés, ese es un cuento viejo- Alicia lo golpeó suavemente en el estómago. Gracias Andrés- Amparo recibió la flor. Tan ridículo- intervino Alicia con una sonrisa en los labios. Tranquila Amparito lo que le pasa a esta loca es que está celosa – volvió hacia Alicia y la tomo de las manos- no estés celosa, solo intento despedirme de Amparito. Tú eres el amor de mi vida. Pensé que era yo – dijo en tono de broma Ivonne, que junto a los demás muchachos, acababan de entrar al lugar, todos rieron mientras Andrés se intentaba defender de las bromas de sus compañeros que eran como dardos- todos los hombres son iguales- dijo Ivonne para concluir el desorden. Todos menos mi Gordo – respondió Amparo cuyo rostro se oscureció con la sombra del horror y sus ojos se opacaron con la amargura de la muerte. Callaron, pues sabían lo de su esposo. Ella se intentó reponer¿A dónde van? – preguntó disfrazando su tristeza con una sonrisa bastante fingida. Vamos al café que queda a unas cuadras de aquí. – contestó Diego- se llama Café y Libro, hacemos un club de lectura, es un sitio interesante. ¿Quieren ir? No. – miró a sus hijos, estaban tristes, pensó que no debió hacer el comentario y se sintió culpable- aunque si las niñas quieren ir mientras Sandra y yo llevamos a Alejito a Futbol no hay problema. ¿Enserio ma? – pregunto Patricia. Sí Patico, pero no salen de allá. Yo me comprometo a cuidarlas- dijo Andrés mientras se paraba firme como un militar, lo que produjo algunas risas. Las muchachas se animaron, pero Silvia pronto lo recapacitó.- ¿Cuál es su orden capitán? Vayan. –dijo Amparo Yo no voy – intervino Silvia con un gesto de tristeza- ¿Cómo te dejo sola? Ve mi amor, a ti te gusta leer. Yo estoy bien, voy a futbol con Sandra, no estaré sola, además es un par de horas ¿verdad?- dijo inquisidoraSí. Contestó Ivonne. Estaremos felices de tenerte en el club, Silvia, me he fijado en los libros que lees y será muy interesante discutirlos. Al llegar Miguel, el novio de Patricia, se fueron. Se divirtieron esa tarde, así que se hicieron parte del club, leían, también veían películas, escribían, hacían discusiones filosóficas y políticas y teatro callejero, cuando sus ocupaciones lo permitían, además de participar en talleres de la universidad. Silvia comenzaba a entender aún más el pasado y el presente de Colombia. “Un nueve de abril en Colombia, mi abuelo solía recordar, porque hablaba de paz y justicia a un gran hombre asesinaron. Los gringos dieron la orden, claro, quién más la iba a dar, Mariano y Laureano cumplieron, luego a Fidel acusaron. Los pobres se levantaron con garrotes, con machetes, como furia de huracán, la injustica corretearon buscando vengar la muerte de Jorge Eliecer Gaitán. […] El pueblo quiere la paz, tal cual y como ella es, el burgués piensa al revés, paz para ellos nada mas […] […] Gaitán se fue por las buenas con su verbo apasionado quiso cultivar la paz, pero la muerte sin pena vestida de azul y rojo le disparó por detrás. […]” Un día hubo un taller que a Silvia le interesó, se llamaba “La realidad política y social colombiana”, así que invito a su familia. Alejo se quedó en casa de Sandra. Allí conocieron a la mamá de Andrés, Raquel. Era viuda, el padre del chico fue víctima del estado, se llamaba Carlos Alberto Henao. Lo desaparecieron y jamás volvió. Ambas mujeres congeniaron muy bien, hablaron de sus esposos. Raquel comenzó a recordar el suyo. - Lo conocí en una manifestación. Ambos estábamos jóvenes. Él siempre fue tan inteligente, activo, tenía esa personalidad impactante, que contagiaba de sus sentimientos a todos. Era gracioso, cariñoso, como Andrés. Todas las muchachas estaban detrás de él. Yo no era tan bonita. No era nada bonita, pero era inteligente. En plena manifestación estaba en problemas con los policías y él me ayudó. Pasados los días nos volvimos a ver. Yo era nueva en este grupo, lo que causó que las chicas se enfurecieran a raíz de que habló conmigo casi todo el tiempo. Después nos seguimos viendo, hasta que aceptamos que lo nuestro era amor, nos casamos y tuvimos a Andresito. Un día simplemente desapareció, todo lleva a pensar que los aparatos de inteligencia del estado se lo llevaron. El niño casi no lo recuerda pero –sus ojos se llenaron de lágrimas – ¡Cómo lo extraña! ¡Qué falta le ha hecho! Creció viendo una fotografía y asistiendo a las plazas gritando para que su papá vuelva. Sé que dentro de él todavía tiene esperanza…yo ya la perdí. Después de ese día se volvieron muy amigas. Raquel también entró a la fundación y se trasteo al mismo barrio en el que vivía Amparo y su familia. Esto acercó más a ambas familias. Una tarde el teléfono de la oficina de Amparo sonó. Era Marleny, la amiga del pueblo. En la llamada anunciaba que doña Norma se había muerto. Había pasado muchos años con esa enfermedad al final, después de tanto luchar, murió. Viajaron esa noche y acompañaron a Nacho. Para el joven fue un gran alivio tener el apoyo de Patricia, Alejandro, Amparo, pero sobre todo de Silvia. Sin embargo había algo extraño en él. La abrazaba fuerte queriendo tenerla dentro, la besaba como si fuera a ser la última vez, la miraba para que su imagen estuviera siempre en su mente. Silvia concluyó que era por la muerte de su madre. Él se iba a mudar a Bogotá. Marleny se encargaría de la casa y del negocio. Nacho se quedó arreglando los últimos detalles. Pasarían semanas y no aparecería, jamás volvería, no se comunicó, nadie sabía de él. - “Mariana, Nacho no se iría sin más. Él me prometido me esperaría, él cumplía sus promesas. ¿Dónde está?” Temía por lo que le hubiera pasado. Solo de algo estaba segura: siempre lo llevaría con ella. Esta gran pérdida produciría un dolor muy grande, que gracias a que Silvia recordó las palabras de Francisco, se transformó en fuerza. El mundo se mueve, gira, cambia. Hay razones de sobra para lo que pasa. A veces no las entendemos con claridad porque sólo podemos ver una versión de la realidad, en esos momentos el desespero, la depresión y la confusión reinan en nuestras mentes. Tu vida ha sido un mar de desilusiones, tristezas y muertes, pero debes darte cuenta que la felicidad también te acoge entre sus brazos, la esperanza se niega a soltarte y la fortaleza corre tan natural en tus venas que, difícilmente, te puedes dar por vencida. ¿Eso es suficiente para afrontar las adversidades y llegar a la felicidad? VII ¡Cómo duele el pueblo! El ocaso caía de manera inevitable en la cuidad, mezclando la luz incandescente del atardecer con la oscuridad, como se mezclan la vida y la muerte en este enlutado país. Las frías, oscuras y desocupadas calles capitalinas le daban la protección a aquel aventurero defensor del futuro. La llovizna lo acariciaba de forma constante, una pequeña puerta se abrió ante su presencia, estaban esperando sus palabras, su ánimo y su guía. Después de esas interminables noches de aprender, sentir y sufrir al pueblo, después de un día con su esposa y su hijo, después de días de tortura y dolor, su alma se quedaría en cada corazón que conmovió, en cada mente que iluminó, en las luchas del pueblo que amo y en su familia que lo espera con la fe en el futuro que él les construyó. Silvia estaba muy deprimida, solo pensaba en las cosas horribles que le pudo pasar a su novio. Se refugió en sus libros, el estudio y sus trabajos. Afortunadamente su familia y sus amigos estaban apoyándola, sobre todo los universitarios, con los que ya había construido una gran relación. Las muchachas, sobretodo María Cecilia, eran muy buenas y comprensivas y, junto con Patricia, habían formado un grupo de amigas muy fuerte. Los chicos eran los que la hacían reír y le ponían el toque alegre a todo. Una cosa que asombró mucho a Silvia fue la actitud de Andrés. Él siempre estaba bromeando con todos, excepto con ella era un poco lejano. Pero ante esta situación su comportamiento fue comprensivo y amable, incluso, a veces tierno. A pesar de todo el apoyo que recibió, el tiempo pasó lenta y dolorosamente. Llegó navidad. Patricia y Silvia aprobaron y pasaban a último año, Alejito avanzó a bachillerato, fue el mejor de su clase. Ese era el primer diciembre que estarían sin Francisco y Nacho, menos mal no pasaron las fiestas solos. Raquel, Sandra y los jóvenes estuvieron allí. Eran una bendición. El treinta uno de diciembre la reunión fue en la casa de Silvia. Estuvieron desde las seis de la tarde. Sandra y los chicos se fueron a las ocho de la noche, pues tenían que pasar tiempo con su respectiva familia. En la casa quedaron Amparo, Patricia, Alejo, Luz Mary, Raquel, Andrés y Silvia. Todo era diversión. Veían películas, hablaba, bailaban, hasta Luz Mary, que estaba ya un poco enferma por los años, se divertía bastante. Hubo un momento en el que Andrés miró hacia la ventana y se sentó. - - - - ¿Qué te pasa? –se extrañó Luz Mary al notar que el chico se puso serio. Nada –sonrió Andrés pero era imposible no notar que su risa era fingida. Se fue al baño. No sé si algún día va a dejar de esperar a su padre –Raquel retuvo un suspiro –siempre de niño en estas fechas se sentaba frente a la ventana, se ilusionaba con cada sombra masculina que pasaba, con cada sonido de pasos que escuchaba, con cada voz y risa que venía de la calle. Tal vez es malo que se le pase –analizo Silvia –él sentirá que si lo deja de esperar nunca volverá y lo olvidará. Si mamita –la abrazó Raquel adivinando que esa explicación era lo que sentía Silva respecto a Nacho –pero uno a veces tiene que seguir, eso no siempre significa olvidar, también es respetarlos y no mortificarlos. Dudo mucho que Carlos, el padre de Andresito, quiera ver su hijo así. Si, tienes razón –Silvia se hundió en los comprensivos brazos de la mujer, era la primera vez que era consciente que tarde o temprano tendría que seguir adelante sin Nacho. ¿Me quieres robar a mi mamá? –bromeó Andrés que simulaba normalidad al llegar a la sala. Sí. –contestó la chica con picardía mirándolo fijamente a los ojos –dos mamás es mejor que una –todos rieron, incluso el chico que esquivó rápidamente los ojos de Silvia. Estuvieron despiertos hasta las tres de la mañana. Raquel y Andrés se quedaron a dormir allí, pues, aunque vivían cerca, estimaron peligroso salir a esa hora. Cuando todos se acostaron Patricia y Silvia se pusieron a hablar como todas las noches. - Qué raro es Andrés. ¿No crees Pato? ¿Por qué lo dices? –imprimió un tono extraño y risueño en su voz - - No sé. Pasa mucho tiempo conmigo, pero sin embargo no es capaz de dirigirme ni media palabra cuando estamos solos, es más huye hasta cuando lo miro. Creo que le caigo mal. ¡sí, cómo no! ¡te odia tanto! –dijo con sarcasmo y risa ¿Qué insinúas? Nada. “¿Será Mariana? No, no puede ser, ni siquiera me mira, y es mejor así. A mí tampoco me puede gustar.” Esa noche tomó la decisión de alejarse aún más de Andrés, aunque no hacía falta, el muchacho parecía estar más ausente que ella misma. Silvia pensó que la actitud tierna y extraña que Andrés a veces tenía era por pura amabilidad, y se culpó de esos pensamientos que tubo. Aunque una pregunta crecía en su interior y ella no quería darle respuesta, se negó a oírla. Por fin pasaron las vacaciones. Pocos meses después el gobierno anunció medidas para “mejorar” la educación, lo que se presentía sucedió. Los estudiantes se tiraron a las calles, entre ellos Silvia y sus amigos. La medida era represora, privatizadora y ponía en peligro la educación en el futuro cercano. Al llamado de los movimientos estudiantiles universitarios, acudió gran parte de la sociedad: estudiantes de bachillerato, padres de familia, profesores, directivas e intelectuales. Muy pocos fueron neutrales, no lo podían ser. “[…] Voy a referirme a algo de mi país, es el cuento de una gente que está y no está, no son azúcar ni sal, bueno, y cómo así. No son bolero, ni guaracha, ni cumbia, ni mapalé, […] ni rajan, ni prestan el hacha, ni hacen, ni dejan hacer. Cómo así que no son ni de aquí ni de allá, ni oprimidos, ni opresores quieren decir, pero yo les digo aquí la pura verdad, que esa tal neutralidad no puede existir. Ni el mismo Dios, lo dijo el gringo, en esta guerra es neutral, […] pa’ algún lado hay que pegar el brinco, pero siempre hay que brincar […]” Dolía el pueblo, dolía el futuro. ¿Qué pretendían estos hombres? la respuesta era obvia, mano de obra barata, que no pensara ni protestara. Más explotación, más ganancias para su bolcillo, más pobreza y miseria para los trabajadores y campesinos, y mucho, mucho silencio. Un pueblo tonto que no hablara y los alabara, cuyo fruto de su trabajo no quisieran disfrutar y aceptaran la muerte y el hambre como algo común, el castigo de Dios por ser “tercermundistas”. No lo permitirían. El hambre duele más allá de las tripas, la miseria arde más allá de la piel, la injusticia quema más allá del cuerpo y el recuerdo. Silvia lo sabía, lo había vivido y no permitiría que sus horrores fueran sufridos por otros, esa cadena se tenía que romper. “[…] Qué dolor que sufrimiento, hay mi madre qué agonía, que terrible es el tormento que sufre la gente mía. Al pueblo están masacrando porque tiene hambre y protesta, para seguirlo explotando y siga comiendo mierda. Dirán que estoy diciendo groserías, dirán que soy muy plebe, muy vulgar […] pues yo le digo al que me venga a criticar, más hijueputa, más hijueputa es la oligarquía. Qué palabrota, que palabrota, pero que vaina es que no encuentro otra, qué palabrota, que palabrota, ojalá hubiera una más grandota. […]Los versos que están oyendo no tendrán mucha poesía, pero es lo que estoy sintiendo que es tristeza y putería. Mi canto es veneno y vida, pónganle mucho cuidado, veneno para los de arriba y vida para los de abajo. Es mi canción con fuerza se acentúa, cuál explosión con profunda pasión […], el grito en llamas de la insurrección, el rico tiembla, tiembla y ve la cosa peluda. […]” Se organizaron mesas de trabajos, el grupo de amigos participó, Silvia era una de las representantes de los estudiantes bachilleres. Después de la organización vino el trabajo. Se convocó a la primera marcha, la cual no tuvo grandes resultados. Se llegó a la conclusión de que tocaba llamar la atención. El plan era levantar la voz fuertemente. Actos culturales y pacíficos serían las herramientas. Pero había que bloquear vías, esto siempre atraía la atención de los medios masivos, puesto que al no tener la posibilidad de acceso a ellos a las buenas tocaba a las malas. Sin embargo esta medida siempre había llevado a enfrentamientos con la policía, era un riesgo, la situación más agresiva. Pero estaban dispuestos a afrontarla por el futuro, claro, cuidando de la seguridad de los manifestantes. - Si la cosa se pone dura, responderemos de la misma manera – sentenció en una de las reuniones Andrés. La segunda manifestación se llevó a cabo. Lo que se informaron los medios fueron los puntos de partida de las marchas, nada se dijo sobre las peticiones de los estudiantes ni de la problemática que se estaba viviendo en el país. Todos esperaban una marcha similar a la anterior, esta sería diferente. Bloqueos del tránsito y concientización de la gente por medio del diálogo, del teatro callejero y repartición de cartillas y periódicos, se mostraron como gran amenaza para el gobierno, así que ordenaron la intervención de la policía. Comenzaron los antimotines a atacar a los manifestantes, lo que causaría la defensa. Aunque el costo fue seis detenidos y algunos heridos que fueron atendidos por los estudiantes de medicina y enfermería de manera rápida, profesional y organizada, el objetivo se cumplió: se dio a conocer el problema por los medios masivos nacionales. “Ellos creen que todavía la gente se chupa el dedo que el tiempo de los pendejos no ha pasado todavía, pero van en contravía, se van a estrellar, y bueno, nosotros lo que queremos es que llegué pronto el día. Compa, esto tarde o temprano va a ocurrir, compa, se va a alborotar el avispero, así sucedió cuando los comuneros, el veinte de julio y el nueve de abril. Levántate hombre despierta, sacúdete y vámonos, vamos para el bololó porque al pueblo se respeta […]” Pero esto no pararía allí. Se organizó un paro estudiantil con asamblea permanente. Cada semana se escogería uno o dos días para el diálogo, actos culturales y atención a la gente. Se hacían bloqueos de vías cada hora en varios puntos de la ciudad, y allí, en plena calle, se informaba al público la verdadera intención del estado: privatizar la educación. El apoyo de muchas organizaciones sociales no se hizo esperar y los miembros de las diferentes mesas y movimientos estudiantiles eran entrevistados constantemente, incluso, por medios de comunicación extranjeros. El gobierno, como siempre, acudió a la represión. La acción máxima ocurrió una tarde. Silvia había llegado del colegio, como no tenía que ir a la fundación pidió permiso para ir a la Universidad Nacional, donde se iba a discutir sobre un par de temas que le interesaban y, si lo permitía el tiempo, los muchachos y ella presentarían una obra de teatro de las que ya tenían montada. Llegó hacia el medio día. Estuvo en la primera charla, como siempre tenía algo preparado para decir. Salieron de la reunión a las dos y treinta. Ya habían arreglado la posibilidad de presentarse y la oportunidad sería a las tres y quince, cuando se bloquearía la carrera treinta. Ya faltaba un cuarto para las tres, ellos, maquillados y vestidos para su obra de teatro, se acercaban al sitio en el cual se iban a presentar, faltando unos metros para salir de la universidad se escuchó el primer estruendo. - - ¡Mierda! – gritó Andrés, quien instintivamente abrazó a Silvia para protegerla- ¡¿todos están bien?! Sí. – respondió María Cecilia, quien vio un amigo que corría para dentro de la universidad- ¡oiga!- el muchacho bajó la velocidad pero seguía su camino- ¿qué pasa? Los “polachos” se quieren entrar. Por mi parte no dejo que esos hijueputas entren a la Nacho. Oír ese nombre la estremeció, Silvia se alejó de Andrés, invocó a Nacho y en un segundo se decidió y gritó. - Yo quiero ayudar. Mamita después vemos, ahora no tengo tiempo de novatos- gritó el muchacho sin mirar atrás. ¿De verdad? – sonrió Diego. Claro, cuando has visto que yo diga pendejadas. Bueno, quédate con Ivonne y Alejandro. No- intervino Andrés- yo me quedo con ella. Usted está muy adelante parce- le recordó Alejandro sonriendo maliciosamente - yo se la cuido, tranquilo. Deje de hablar maricadas- se sonrojó Andrés – está bien, movámonos que aquí nos cogieron los tombos hablando mierda. Todos salieron de la universidad menos Ivonne, Alejandro y Silvia, como estaban maquillados y con máscaras era ideal para que no los reconocieran. Pronto todo estaba lleno de encapuchados, las piedras salían del plantel, comenzaban a circular unas bolas de aluminio. - - Vamos - dijo Ivonne con su voz de mandamás característica. Sinceramente no sé porque me gustas –bromeó Alejandro mientras le daba un beso en la boca, un beso que ella no esperaba. Deja de mariquiar – se sonrojó. Llegaron a un puente cercano- toma- le dio una de las bolas de aluminio mientras le sonreía. Esto mamacita- le dijo Alejandro a Silvia mientras le hacía señas que se acostará sobre el pavimento- es una papa. – hizo una pausa y señalándole un grupo de antimotines que ya casi entraban a la institución, contó hasta cinco, como esperando algo, se paró y lanzó el artefacto que impactó contra el escudo de un policía y explotó. Mientras los compañeros del oficial lo sacaban afanosamente los muchachos de abajo seguían atacando y ellos se movieron unos metros.- eso se hace con la papa, se tira, tú no lo puedes hacer todavía, pero la mejor forma de aprender es en la acción, así aprendimos casi todos. ¿Por qué nos corrimos? Porque los tombos pudieron darse cuenta de donde vino la papa. Ah- Silvia se incomodó, se sintió mal por no estar ayudando y aparte preguntar, Alejandro se dio cuenta. Tranquila mami, tú pregunta que nosotros te trajimos para eso, para que aprendas. Alejandro e Ivonne le comentaban todo lo que necesitaba saber, que tenían que hacer ellos, los de abajo, por que hacían eso, pronto comenzó a ver que ese “desorden” no era un caos como ella pensaba al principio. Miraba que todos tenían una función y servían a un objetivo. A las cuatro, cuando los policías estaban ya conscientes de que no iban a entrar, las papas se volvían más ruidosas y botaban más humo, pero hacían menos daño. “[…] Tira papas explosivas y baila encapuchao […] Cuando hay tropel sale a bailar, tira una papa y grita por la universidad […] los del antimotines se quedan admiraos […] detrás de los escudos miran bailar el pelao […] El sargento les dice que le tiren un gas […] el pelao lo devuelve y los corre para atrás […] Me gusta esa muchacha de blue jean apretao […] y sale con capucha a bailar con el pelao […] ¡Vendito Dios! Me digo yo y veo que bien bailan los dos. El man tira una papa y ella una molotov […] Las privatizaciones de la universidad […] sacan profesionales de mala calidad […]” Los muchachos comenzaban a ingresar a la universidad, ella desde arriba pudo observar claramente a Andrés, que miraba hacia los lugares donde ellos habían estado hasta que los encontró. Se preocupó mucho por él. Desde su puesto ella había observado cómo se armaba una batalla bastante desigual. De nuevo lo vio de otra forma, le había parecido siempre tan gracioso y simpático, incluso guapo, pero había tomado la decisión de alejarse. La pregunta en su interior volvió a resurgir, y ahora, la atormentaba con más fuerza. Observó con detalle sus cabellos claros y ondulados que siempre caían sobre su cara de manera desordenada e improvisada, sus ojos verdes que parecían cambiar de tono con la luz, sus labios delgados en los cuales se dibujaban sonrisas todo el tiempo que, a veces cuando eran para ella, se convertían en un tímido y coqueto gesto y se sonrojaba haciendo un contraste enorme con su piel clara. Miro sus brazos que nunca se posaban sobre ella. Pronto se arrepintió de sus pensamientos, habló con Francisco para que le diera ánimo, para que no se dejara llevar por la tentación y pidió perdón a Nacho. Luego Silvia, Alejandro e Ivonne salían de la institución como si nada hubiera pasado. Se dirigieron a una cafetería del barrio Chapinero, en donde se encontraron con el resto del grupo y se saludaron como si hace tiempo no se vieran. Silvia se dio cuenta que Andrés tenía vendada una mano. - ¿Qué te pasó? Me lastimé un poquito. ¿Poquito? – dijo Alicia – es arto pero no es grave. Yo lo curé Con enfermeras así, me sigo hiriendo- le mandó un beso a Alicia, luego volteó a ver a Silvia. Sus ojos verdes brillaron un poco- ¿cómo estás? Aun un poco nerviosa. Bien, eso pasa siempre al principio. ¿Llamamos a tu mamá? Porque son las siete, Amparito me va a matar. Bueno. – fueron al teléfono público de la cafetería, el chico habló primero con Amparo y se fue a la mesa- aló mami, - mientras que Amparo le hablaba ella miraba a sus amigos. El que más se destacaba era Andrés, se reía, hacía bromas. Por primera vez se dio cuenta que ella lo observaba mucho, que él se había convertido en un apoyo, en el remedio que curaba su soledad- si mami, tranquila que yo ya voy- En este momento notó que Andrés también posaba sus ojos verdes de mirada ingenua sobre ella con cierta frecuencia. Siempre lo había evadido porque sentía algo adentro ¿qué era? La pregunta que tanto le atemorizaba surgió violentamente de su interior rompiendo algo por dentro ¿será que le gustaba? ¿lo quería? ¿Cómo podía sentir algo por Andrés si seguía amando a Nacho? Esto la confundió y la hacía sentir mal - bueno mami, ya vamos para allá y le contamos todo, tranquila. Se dirigió a la mesa mirando el piso. Se sentó, siguió tomando su café, sonreía cada vez menos, hablaba pero poco, Andrés estaba en frente de ella y no quería mirarlo aunque tuviera ganas de observar esos hermosos ojos verdes. - - - - - ¿Te regañó tu mamá?- preguntó Alejandro extrañado por la actitud de Silvia No, ella está preocupada porque vio el noticiero, pero todo está bien. Eso sí- se dirigió a Andrés, así que tuvo que mirarlo y sintió esa corriente recorriendo su cuerpo- tenemos que ir rápido, tu mamá está en la casa. Me va a matar cuando sepa en el lío en el que te metimos.- subió la ceja derecha y sonrió de medio lado. O sea que mañana no voy a tu casa ni muerto – Diego dio una palmada a Andrés en la espalda, él se rió pero seguía mirando fijamente a Silvia, ella volvió su mirada al café, revolviéndolo con la pequeña cucharita También tendrías que faltar a la fundación- rió María Cecilia mientras acariciaba la barbilla de Andrés. Silvia se dio cuenta y sintió un poco de dolor- ¿Estás cansada Silvia? Sí. ¿Pero te gustó? Sí. – sonrió, Andrés la observaba como embelesado, de pronto se paró a un lado de la mesa. ¡El último que se pare paga! – todos se pusieron en pie, la última fue Ivonne- mamita le tocó. –saliendo le dijo a la dueña de la cafetería- esa niña que tiene cara de brava le va a pagar. Y a ti te voy a pegar, ¡hoy me ha tocado pagar dos veces!- todos incluyendo la dueña del lugar y las meseras se rieron mientras Ivonne regañaba a Andrés por inmaduro- y es la última vez que pago, debemos organizar esto, cada uno debe cancelar lo suyo o turnarnos para las cuentas, pero claro, todos le siguen la corriente a Andrés ¿Qué no ven que está loco? Siguieron bromeando hasta que llegaron a la Caracas, una importante calle del sector en donde tomarían los respectivos buses para ir a sus casas. Diego y Alicia siempre se iban juntos, pues vivían cerca, Alejandro, Andrés y Silvia tomaban el mismo bus, pero los nervios se apoderaron visiblemente de ella cuando Alejandro dijo que acompañaría a Ivonne. - Tenemos cositas que arreglar- la tomo de la cintura y paró el vehículoalguien debería hacer lo mismo. Chao- se despidió María Cecilia de la pareja que se iba y miró a Silvia me voy con ustedes, la vuelta es más larga pero más segura. Tomaron el bus. Ellas se sentaron, Andrés se quedó parado. Silvia que estaba al lado de la ventana lo miraba en el reflejo, María Cecilia bromeaba con él. ¿Ellos se gustaban? Hablaban mucho, las únicas veces que lo había visto serio era a solas con ella. Silvia y Andrés se bajaron y caminaron en silencio. Casi llegaban a la casa. Silvia no aguantó más. - - María Cecilia es muy bonita. Sí. También es muy buena gente, y tiene una personalidad chévere. Sí, María C, es excelente. ¿Tiene novio? No ¿Quieres ser la novia?- sonrió Andrés. ¡No! – dejó de caminar Silvia Pensé, pues preguntas tanto – se paró frente a ella- me estoy preocupando- sonrió ¡Tonto!- lo golpeó suave en el estómago y sin querer le lastimó la mano perdóname- ella dio un par de pasos hacia él y lo tomo suavemente para ver la herida, nunca habían estado tan cerca, él posó la otra mano sobre las de ella, podía sentir latir rápidamente su corazón. Ella dio un paso atrás y se soltó de él- ¿no te hice mucho daño? No. – giró y siguió caminando delante de ella, no se alejó más de un par de pasos, pero no se volvió a mirarla, sintió que había sido imprudente, la muchacha podía enterarse de sus sentimientos hacia ella- ya casi llegamos a la casa. Mi mamá y la tuya me van a masacrar – rieron, por fin estaban frente a la vivienda, ella abrió la puerta y entró, y él la tomo de la cintura. Era extraño, él abrazaba y molestaba a las demás muchachas, pero a Silvia jamás, era la primera vez que la tocaba y ella se estremeció, fue un segundo pero sintió algo intenso. Cuando Raquel y Andrés se fueron Alejo ya estaba dormido, así que Silvia le contó a Amparo y Patricia todos los detalles de su aventura y la confusión que tenía con Andrés. Patricia dijo que era tiempo de reponerse de lo de Nacho, había pasado muchos meses, lo podía seguir amando, pero no debería contener sus sentimientos. Amparo estaba de acuerdo, pero recomendó un poco más de tiempo y prudencia, puesto que Silvia no estaba segura de los sentimientos de Andrés. Sin embargo Amparo ya sabía que al muchacho le gustaba Silvia, Raquel le había comentado que Andrés sufría por la muchacha hace mucho. No se lo quiso decir a la joven, ella tendría que descubrirlo por sí misma. Pasamos nuestra vida concentrados en el dolor propio. Tú eres una de las pocas personas que se detiene a ver y a sentir el dolor ajeno. Te duele tu pueblo, el campesino, el estudiante, el trabajador, el niño, el viejo…te duele Colombia y sin embargo aún no te has dado a la tarea de observar el dolor más cercano, el daño que causas sin darte cuenta, pero sobretodo, el que te causas a ti misma. Olvidar no es la solución, jamás hay que hacerlo. Debemos aprender de la historia, pero también tenemos que dejarla pasar ¿Estás preparada? VIII Un pequeño logro, un pequeño paso al futuro Sus ojos derramaban lágrimas, lágrimas de felicidad. Sostenía su pequeño en brazos. Su frágil cuerpo y su tersa piel lo enternecían. ¿Qué habían hecho? ¿Qué había pasado? Este niño tendría que sufrir ahora todos los dolores de la vida, todas las injusticias del mundo. No, no era el tiempo de darse por vencido. Sus pequeñas manos lo tomaban fuertemente, le daban valor para seguir. Si antes había luchado al lado de la mujer que amaba, había estado por pagar altos precios, detenciones, golpizas, luchas, miedos, todo por el futuro, ahora que tenía a alguien que viviera esos maravillosos días no se iba a dar por vencido. Acarició el pequeño rostro del recién nacido y recibió una sonrisa, su primera sonrisa, la primera de miles que alumbraran su porvenir. El miedo por las adversidades y las atrocidades del plan de exterminio que comenzaba a usar la oligarquía no lo iba a hacer retroceder. Era la hora de unirse y luchar, un macabro baile no iba a detener el curso de la historia, por más que la danza fuera con la muerte. Vio hacia la ventana y se encontró al sol mañanero que iluminaba fuertemente. El hombre sonrió, miraba el horizonte, se dio cuenta que su vida no importaba porque después de la triste noche vendría el amanecer, un amanecer Rojo…Rojo Comunista. Después de esto el abismo entre Andrés y Silvia era más grande. Él la trataba como a los demás, pero nunca bromeaba o hablaba a solas con ella. Silvia optó por ignorarlo sin herirlo o ser grosera, sin embargo, sus actitudes rayaban a veces en la antipatía, esto hacía sentir mal al chico que desde hace mucho tiempo la quería. “[…] Yo quisiera que me entregaras tu cariño, como lo haría la musa de un noble poema, pa’ beber los manantiales de tu cariño […] en la luna romántica de mi caleta. Yo a veces pienso que tú quieres pero es que tu orgullo se queja, tal vez eres de esas mujeres que dicen “no” pero se dejan, […] Ya estremeció los confines de mi universo el vendaval de pasiones de tu mirada, prométeme negra que si te robo un beso […] será mi cárcel tu caleta en la montaña […]” Había muchos avances era en el paro estudiantil que ya se estaba extendiendo por varios meses. Todo era favorable para los estudiantes. Tenían al gobierno entre la espada y la pared, el ataque a la Nacional había dejado al presidente muy mal, así que eso no se volvió a repetir. Por fin el ejecutivo pasó una propuesta de diálogo. La mañana en que se supo esto había un paseo del colegio, Silvia no fue, así que estaba en la universidad. Todo era celebración y trabajo, pues, tenían que definir en cuáles puntos serían flexibles y en cuáles no. Ese viernes era algarabía total, Andrés y los muchachos llamaron a Amparo para ver si podían faltar a la fundación esa tarde y si dejaba que Silvia celebrara con ellos, la respuesta fue afirmativa. Se fueron a almorzar y después a una tiendita en un barrio cercano, un lugar acogedor y muy frecuentado por el grupo de amigos. La dueña era Doña Fanny, una señora de unos sesenta y cinco años. Había una gran vitrina de madera llena de dulces y galguerías y un refrigerador en donde estaban las bebidas, delante tres mesitas de madera con cuatro sillas cada una. El local era iluminado por una gran ventana y la única puerta de acceso era pequeña, así que gozaban de mucha discreción en el rincón, lugar en donde unieron dos mesas. Silvia aprovecho este momento para llamar a su mamá y Andrés, que no quería hacer nada, disimuló su pereza con la excusa de ir a hacer el pedido. Contra la pared se sentaron Alejandro e Ivonne, que ya eran novios, después Alicia, María Cecilia, Diego y, a propósito, dejaron dos sillas contiguas para los chicos faltantes, así que cuando llegaron a sentarse se llevaron una gran sorpresa al ver que quedaron uno al lado del otro y por un momento no pudieron disimular la incomodidad que sentían. Luego de un rato ya estaban en un completo desorden. Las bromas abundaban y los chistes y las anécdotas eran parte esencial de tan agradable y despreocupada conversación. Todo transcurría con total tranquilidad y calma, lo que produjo que, sin darse cuenta, Andrés y Silvia dejaran a un lado sus prevenciones, incluso, hubo un par de momentos en los que se tomaron de las manos. Todo estaba bien hasta que María Cecilia se paró de la mesa a pedir una canción y algunos comestibles y Andrés se fue detrás de ella. Silvia sentía su sangre hervir al ver cómo él le hablaba al oído. Su corazón iba a estallar, era insoportable la situación, quería parase e irse, tal vez gritarle a Andrés, y en vez de esto se reía sin ganas de los chistes de sus amigos, temiendo que ellos pudieran saber lo que sentía, pero, ¿Qué sentía? Regresaron a la mesa con miradas cómplices y después de decirse un par de secretos. Él se sentó como si nada y miraba por momentos a María Cecilia. Silvia no podía aguantar más, menos mal ya eran las seis y se tenía que ir. Se despidió de todos, pagó lo que debía y se marchó. Mientras caminaba podía imaginar las cosas que pasarían entre ellos dos. Por un lado agradecía tener que marcharse, así no vería nada más, pero pensaba que tal vez tendría que resistir el golpe de enterarse al otro día que eran pareja. Imaginarlo le causaba dolor y confusión. - - - “Mariana, Carmencita ¿Qué me pasa? Papi por favor, guíame, ¿Qué siento?” ¡Silvia! ¡Espérame! –gritó Diego a su espalda, la joven volteo con una gran sonrisa, pero pronto quedó helada cuando vio que también venía Andrés. Otra vez una ola de sentimientos diferentes le caía encima. – nosotros también nos vamos. Y ¿por qué? –esperaba que Andrés contestara algo como: “porque realmente quiero estar contigo”. “Mariana Carmen ayúdenme, ¿Qué me pasa?” La confusión la dominaba. Es que Diego tiene que hacer un favor a su mamá y a mí me da pereza luego irme solo, pues Alejandro va primero a acompañar a Ivonne. – contestó despreocupadamente Andrés. Esta respuesta le dio alivio, no tendría que lidiar con una confusión amorosa más grande, pero también le causo tristeza, ella no era importante para él. Tomaron el bus. No hablaron mucho. Al bajar iban caminando hacia la casa cuando él, haciendo un gran esfuerzo para vencer la timidez y el temor de una negativa, la invitó al parque, ella aceptó un poco indecisa. Se sentaron en el pasto. - - Y ¿Qué más te cuento? –dijo después de narrarle una aventura de su bachillerato que hizo reír bastante a Silvia No sé. Tú siempre tienes algo que decir. Pero tú no. Me gustaría hablar menos para que cuentes algo. Pero ¿Qué? a mí me gusta oírte –la joven pensó que no debió decir eso, miró fijamente la flor de diente de león que tenía en sus manos mientras sus mejillas luchaban por recuperar el color normal. ¿Qué te gusta? –acertó a decir después de un rato, confundido, nervioso, tímido, pero intentándolo disimular, al mismo tiempo que pedía con fuerza que la chica diera una señal clara de sentir algo por él. - - - - - - - - - Lo chistoso que eres, como cuentas las cosas –su voz salía un poco temblorosa y no sabía cómo evadir la conversación, o si realmente quería evadirla. Ya. – se quedó pensando y un brillo salió de sus ojos. La voz suave y dulce de Silvia podría ser la señal que esperaba. Se corrió hacia ella y pasó un brazo detrás de la espalda de la joven suavemente. Ella se estremeció- ¿Es lo único que te gusta de mí? No sé- Silvia se cogió las manos que empezaban a sudar, el corazón se le iba a salir- tu personalidad. Me gusta mucho cuando le sacas el mal genio a Ivonne. ¿Y cuándo abrazo a María C.? – Silvia lo miró como queriendo decir que no, que no la volviera a mirar, el muchacho se sonrió como si hubiera leído su mente, se acerco más, solo un par de centímetros los separaba, y comenzó a acariciar su cabello- ¿Cuándo te abrazo… te gusta? – la muchacha bajo la cara y no pudo contener una sonrisa- a mí me gusta tu cabello, tu cara, tu cuerpo, tu sonrisa ¿Qué te gusta de mi, físicamente? A mí me gustan tus ojos. –su voz era casi inaudible. Por su parte Andrés estaba feliz, ya tenía una certeza, al menos sabía que le parecía un poco atractivo, ese era un comienzo. ¿Por qué no los miras bien? –el chico jugó su última y definitiva carta. Sabía que si ella no sentía nada por él lo iba a dejar en claro. Sus corazones corrían desbocados, contenían la respiración, ambos estaban expectantes, indecisos pero felices. No sé- dijo levantando la cara y viendo esos ojos de un verde particular. Un mechón del cabello de Andrés cayó sobre su rostro alcanzando a rozar la cara de ella también “Mariana ¿Qué estoy haciendo?” Pronto Andrés se acercó más y la beso suavemente, ella correspondió, sus manos estaban frías y sentía una gran alegría dentro - ¡Vamos! - brincó ella después de unos segundos. Tenía una sonrisa y sus ojos estaban brillantes - ya nos pasamos un poco, Alejo debe pensar que no quiero jugar con él –se levantó rápidamente, la felicidad era enorme, su confusión también. Yo también quiero ir a tu casa. – quiso asegurarse de que lo que había pasado significaba algo para ella, pues para él había sido muy especial Estoy solo en la mía, además me gusta jugar con el hermanito menor de mi novia. – se paró frente a ella y la tomo de la mano, su mirada era profunda y había un poco de tristeza, casi era una súplica, aunque su voz intentara demostrar otra cosa – Porque… eres mi novia ¿cierto? Yo… –una avalancha de pensamientos y recuerdos se agolpó en su cabeza, no podía pensar. Un calor recorría su cuerpo, no podía moverse. Su corazón estaba contento, así que decidió dejarle la decisión a este último que, en el momento, era el único que podía responder –sí “Dicen que eres pentolita que estallas por simpatía, pueden ser que te revienten de amor las canciones mías [...] Con un cilindro incendiario voy a quemar tu rechazo y que celebren los ramperos estallando un cañonazo, cuando te tenga mansita y apretujadita en mis brazos. Tengo el ángulo correcto y la distancia calculada para que una carga impulsora de pólvora apasionada me lance hasta darte un beso en el lunarcito de tu cara […] Pentolita farianita me piden los guerrilleros que aplique con mañitica la táctica del rampero, si la cosa está durita tengo que ablandar primero.” Pasaron toda la tarde los cuatro juntos. Luz Mary estaba feliz por la pareja. Ella había notado que se querían y al muchacho lo estimaba mucho. Alejandro interrogaba a Andrés, cumpliendo la promesa que le había hecho a su papá de cuidar las niñas. Pronto llegaron Amparo, Patricia y Miguel, estos últimos estaban discutiendo, hasta que notaron que Andrés tenía tomada de la mano a Silvia. Comenzaron a hacer bromas al respecto, los silbidos se tomaron el lugar. Amparo, cuando volvió el orden, se puso a hablar con la pareja. Al otro día sus amigos se enteraron de su relación, pues los vieron llegar abrazados a la universidad, hubo risas, chistes y celebración. Todos ya sabían de los sentimientos del chico, pues, por muchos meses estuvieron empujándolo para que se decidiera, Silvia apenas se enteraba ese día. Se sintió culpable de los celos que sintió, pues María Cecilia fue la que más lo animaba para que se declarara. El trabajo, estudio y las reuniones en las mesas estudiantiles seguían siendo las actividades que ocupaban el tiempo de la joven. Ahora con Andrés todo era más sencillo. Él la apoyaba mucho, era su pilar, le ayudaba cuando las ocupaciones de él le permitían pero, si no era así, igual él siempre estaba para escucharla. El tiempo pasaba y las cosas estaban tornándose muy serias entre los dos, sin embargo Silvia todavía se sentía rara, como si traicionara a Nacho. Además no podía dejar de compararlos, eran muy diferentes. Nacho hablaba poco pero con él ella había podido abrir sus sentimientos sin reserva, además de ser más serio. Andrés no podía parar de hablar, era chistoso y, aunque ella podía contar con él, no se sentía capaz de expresarle muchas cosas de manera abierta. Esta situación ponía a Silvia un poco incómoda y confundida, sin embargo conoció una faceta de Andrés que los unía cada día más. El muchacho prácticamente pasaba todo su tiempo libre con ella y le confió su interés más profundo: el estudio del socialismo. - Mi papá era del partido Comunista desde joven y estuvo…-paró, jamás hablaba de su padre, esto era lo que a ella le molestaba, no confiaba. “Mariana, Nacho ya me hubiera contado todo” Bueno, estos libros son de mi papá y me gusta leerlos. A Andrés se le notaba su espíritu rebelde, su interés en el prójimo y, algunas veces, era bastante obvio que él se emocionaba con el tema del comunismo. Pasar tardes leyendo y estudiando era extraordinario. Andrés sabía mucho y le enseñaba a la joven no solo de filosofía y política, que eran los puntos fuertes de Silvia, sino también economía política. Amparo tenía que recordarle al chico que era ya muy tarde varias veces, hasta que por fin, prácticamente lo echaba de la casa. Silvia aprendía mucho de él en estas extensas charlas y, al mismo tiempo, se fundían con cada segundo juntos, a pesar de los fantasmas. Silvia lo animó para que comenzaran a darle a la gente este mensaje tan bonito, el mensaje del amor, la fraternidad, la libertad, la unión, la solidaridad, la Colombia Nueva y El Ser Humano. Con sus tiernas palabras le expuso sus opiniones, allanó sus miedos le dio alternativas para que sus vidas no corrieran peligro y no fueran tildados de delincuentes. Con sus caricias le dio fortaleza y lo empujó a la acción. Primero les contaron a sus amigos todo lo referente al socialismo y el comunismo, su interés hacia el tema y la idea que tenían. Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a trabajar. A los pocos días sus charlas, sus debates, sus obras de teatro, las cartillas, los volantes y demás material que ellos siempre habían manejado , tenía impreso el mensaje de grandes Hombres como Marx, Lenin, Bolívar, Martí y El Che, germen de la esperanza y el futuro. “Cantando el profeta llegó a profetizar […] que una nube alegre agua va a derramar. […] Lluvia de colores es lo que va a caer […] Saquemos los chócoros para recoger, […] Llenaremos calderetas, ollas, y calderos, totumas, pa’ lavar las conciencias, que las maldades sudan, pa’ que despercudan, suelten la pestilencia y también al corazón, hay que untarle jabón. […] Del infierno vino pensando en la maldad […], un diablo que no quiere al profeta escuchar. […] Piloso el profeta se arma con un cañón […] y grita que nadie calla su corazón. […] Florecerá la alegría, viviremos de fiesta, felices, contentos, no habrá más pobrería, sobrarán alimentos, felicidad al ciento, ¡tronco de profecía! Habrá una insurrección y adiós explotación, el rico y sus sicarios saldrán del escenario. […]” El movimiento y la evolución son dos de las leyes más fuertes del universo. Tomamos las vivencias y sensaciones, comparándolas con nuestro entorno y el de los demás, poniéndolas a prueba para verificar si nuestras percepciones son correctas. Esta información la sometemos a un proceso de crítica y autocrítica constante, así reconstruimos, no solo la historia del municipio, el departamento, el país o el mundo, también nuestra historia de vida. Pero lo más importante de este proceso es mezclarlo con la práctica y ayudar a cambiar lo que está mal, esa es la única forma de evolucionar y llegar al futuro, al Hombre Nuevo. Silvia, tienes conocimientos, sufres, amas y trabajas por tu pueblo. Pero hoy te das cuenta que tienes que profundizar en el estudio y la acción, si de verdad quieres ser mejor y llevar a Colombia a un futuro sin guerra, muerte, desolación y miseria. Un futuro en el que los niños no vivan con miedo, hambre, tristeza, en el que los jóvenes no vendan sus cuerpos o mentes al mayor postor, donde los hombres y mujeres trabajadores no sean explotados, y los viejos tirados como chatarra porque ya no pueden producir la riqueza que requieren unos pocos bolcillos. Sin embargo sabes que abrir los ojos en este país es delito, y abrir la boca es peligroso, se paga con pena de muerte. Sí, la misma muerte a la que ya te has enfrentado varias veces ¿Qué harás ahora? ¿Seguirás adelante? IX El comienzo de la metamorfosis El sol abrasaba su piel con calor constante, que quema pero acaricia, el agua refrescaba sus pies mientras veía cuánta fortuna tenía a su alrededor, fortuna que perdería en pocas horas, fortuna que estaba dispuesta a dejar para que todos la obtuvieran alguna vez. Su pequeño jugaba en la piscina y ella solo podía pensar en la tristeza que sentiría. Anduvo sin rumbo por aquel pueblo, comieron helado, cantaron a la vida, jugaron en el parque, saltaron en la plaza, bailaron con amor. Vieron el atardecer, el sol quemaba las nubes mientras se desaparecía, así como los besos de aquella madre cubrían el rostro del pequeño que ya no vería. Pidieron un deseo, hicieron un juramento, atraparon luciérnagas, rezaron una oración. El día siguiente llegaría, un día de llanto para el niño y la madre, un día de preguntas que él tenía y ella no contestaría porque la distancia no lo permitiría. Distancia que la mató, distancia que lo afectó, distancia que sufrió, distancia que no acabó. Pero al final, fue una distancia que nunca los separó, solamente los unió en el infinito amor por el pueblo y la vida. Llegó un día alegre para Patricia y Silvia. Sus esfuerzos habían dado fruto, pasaron el examen que les daba la bienvenida a la Universidad Nacional de Colombia, la primera para Bellas Artes y la segunda a Sociología, además de graduarse con los más altos honores del colegio. Decidieron hacer una reunión un poco grande, pues su cumpleaños diecisiete había pasado hace bastantes meses, ellas no lo habían querido celebrar. El día llegó. La fiesta era muy hermosa y en ella estaban todos sus amigos. Silvia y toda la familia podían notar que cada vez era más grande el círculo de personas que los estimaban y ellos querían tanto. Habían ayudado a tanta gente, era hermoso tenerlos allí, verlos bien, estar felices por fin, sin importar las constantes amenazas de las que eran víctimas, la desinformación y la estigmatización. - - - Ahora nos veremos más –dijo emocionado Andrés, sus ojos brillaban de contento, era tan tierno, como un niño, ella se sentía feliz de tenerlo a su lado pero deprimida de no poderle corresponder, solo se quedó mirándolo – ¿te pasa algo? Me falta un poco de aire –mintió, no quería herirlo. Vamos un momento afuera, a ver si ya llegaron los muchachos. Bueno –lo tomó de la mano y salieron del salón comunal. Se dirigieron a la portería y esperaron unos momentos, él bromeaba y abrazaba a la muchacha quien lo besaba con ternura, pronto llegaron Diego, Ivonne y Alejandro en un taxi. Perdón ¿interrumpimos? –se rió Diego –aunque si quieren los dejamos solos. Tan bobo –lo golpeó Silvia en un brazo – y ¿Alicia y María C.? Ya vienen juntas –contestó Ivonne – tu sabes las eternidades que se demora Alicia para arreglarse. Rieron y siguieron haciendo bromas al respecto. Se quedaron allí viendo los carros pasar, esperando a ambas muchachas. Silvia notó que un carro Renault 4 había pasado dos veces. La tercera parqueó en la acera del frente. Un hombre entre los veinticinco y veintisiete años se bajó. Era alto, bien parecido, cabello corto, piel morena, delgado, facciones finas, gesto serio y sereno, su mirada fuerte y pulcramente vestido. Se aproximó a una vendedora de dulces. Fumó un cigarrillo, entabló conversación con la mujer sin dejar de mirar al frente y a las esquinas como si esperara alguien. Fumó otro cigarrillo después de un rato. Silvia sentía mucha desconfianza hacia el chico, pero extrañamente se tranquilizaba al ver su mirada, fuerte pero sincera y su sonrisa tierna y cálida. Sin embargo le parecía haberlo visto, y las amenazas que constantemente recibían por su papel como líderes comunitarios la habían convertido en una persona muy prevenida. Llegó el taxi que traía a María Cecilia y a Alicia después de unos minutos y paró de forma tal que le bloqueo a Silvia la vista del muchacho. Sus amigas bajaron y comenzaron a saludar. - ¡Hola Chicos! Hola –se aproximó Diego a las muchachas, Silvia intentaba mirar al frente disimuladamente, no lo lograba. Silvy, ¿Nos saludas? Claro –le dio un beso en la mejilla a sus amigas, feliz de que el taxi se retirara para obtener de nuevo un amplio rango de visión. – ¿y esa demora? - - - Te imaginarás cuánto se demoró Alicia. Tan cansones –rio tímidamente –no iba a venir como un espantapájaros. Siempre estás muy hermosa –la abrazó Andrés mientras notaba la extraña actitud de su novia que se mostraba desilusionada. El Renault 4 rojo arrancaba y su conductor era otro muchacho, de la misma edad, cabello negro un poco largo, menos pulcro al vestir pero impecable, piel blanca, fornido. No veía el otro chico y esto la ponía nerviosa. – voy a cambiar de novia – bromeó para lograr captar la atención de Silvia. Ella es una gran rival –respondió Silvia fingiendo tristeza sin dejar de mirar a su alrededor, con una inquietud que comenzaron a notar sus amigos y también giraron sus cuerpos para inspeccionar su entrono. – ¡bueno! Elige. Tan bobos –reía Alicia volviendo su atención a la conversación – ¿entramos? Sí – se apresuró Silvia y sus amigos la siguieron. La noche pasó sin ningún otro incidente. Se iniciaron las clases poco tiempo después, la tranquilidad y la alegría eran una constante. Un día Silvia volvió a ver al extraño muchacho. Esta vez acompañado de una esbelta, alta y hermosa chica de unos Veinte a veinticinco años. Estaban en Café y Libro. Silvia insistió a sus amigos en que dejaran el lugar. Los nervios eran evidentes, todos se pusieron alerta y se fueron rápidamente. La muchacha les transmitió sus inquietudes a sus amigos que también habían notado un par de veces que alguien los seguía. Eran estos dos hombres y la chica, ella incluso había entablado una charla con Diego algún día en un concierto de Kraken, un grupo de Metal que le gustaba mucho a los muchachos. Se pusieron nerviosos. Llegaron a la conclusión que tenía que ver con las amenazas por sus actividades en la Fundación. No les dirían nada a sus familiares, pero tendrían que cuidarse más y proteger a los suyos. Un par de meses después el grupo presentó una obra de teatro un viernes en la Plaza del Che de la universidad. Cuando ya terminaron decidieron quedarse allí oyendo unos cuenteros. De repente, de la nada, aparecieron unos encapuchados que hablaron de la situación de Colombia, de las opciones y las maneras de colaborar. Al final repartieron unos volantes. Cuando se acercaron a Silvia el muchacho le dio la propaganda, pero no la tomó de la maleta en donde tenía todas, sino del bolcillo y le guiñó el ojo. Se fueron rápidamente en medio de aplausos y vivas y pronto desparecieron como fantasmas. Silvia miró bien el papel y por detrás había una dirección de un café del centro de la ciudad, fecha, hora y un mensaje “si les interesa”. Se lo mostró a los amigos y dialogaron sobre ello, llegando a la conclusión que asistirían a la reunión. El día señalado ellos estaban en el lugar. Pronto llegó una pareja. Era el muchacho moreno y la chica. Primero hicieron unas preguntas y, al parecer, las respuestas fueron satisfactorias. Les comentaron que pertenecían a las redes urbanas de las FARC-EP, que habían estado mirándolos desde su participación en el paro estudiantil y les preguntaron si querían ingresar. Los muchachos dieron su respuesta positiva. “Colombia es la rosa hermosa es la flor latina, paraíso donde el gringo vienen a robar, país donde el que protesta lo asesinan, militares con licencia para matar. También tiene hidrocarburos por montones, al lado hay un pedestal de corrupción, pero con tanto políticos ladrones de nada sirve que tenga El Cerrejón. […] La coronan los destellos de nevados y una franja con inmensos cafetales, y es víctima de gobiernos criminales que están generando ríos de desplazados. Los gringos solo la tienen pa’ venir, se creen los dueños de un mundo ingobernable y ahora quieren el tropel de intervenir pensando que son los amos intocables. Asústese el que se asuste la veremos liberada, así como dijo Sucre: queremos Colombia o nada. […]” Pronto asistirían a reuniones de célula, leerían cartillas que los educarían sobre muchos temas y entrenaban fuertemente. Sus nombres cambiaron, Diego se llamaría Armando, Alejandro Pablo, Ivonne Claudia, Alicia Laura, María Cecilia Ximena, Andrés Carlos y Silvia Francisca, en honor a su padre. Sus nuevos compañeros eran Rolando, el muchacho que se llevó el carro la noche de la fiesta; Carlos Mario, un chico de 1,73 de estatura, agradable, muy callado, moreno, atlético y ojos y cabello de color negro; Alexandra, la muchacha que los había estado observando; Natalia una chica baja, un poco pasada de peso, ojos café claro y una cabellera abundante, larga, crespa y negra; y el “jefe” Robinson, el muchacho que había llegado en el Renault 4 aquella noche de celebración. La labor con ellos era interesante. Tendría que estudiar mucho, divulgar la verdad de nuestro país, hallar a posibles integrantes nuevos, entre otros deberes. Estas nuevas tareas también entusiasmaban a Silvia. “Convoco los cisnes blancos del monte adentro, y al cóndor que sobre el viento en silencio va, una mecida en hamaca sanjacintera, una melodía vallenata en nuestra tierra, cantada con la voz ronca de un buen cantor que canta diciendo: levántense muchachos vamos pa’ la calle que ya ha comenzado en grande la insurrección, se alza el machete en los verdes cañadulzales, con su arma junto a los obreros industriales va un soldado que desertó del batallón. Convoco del llano que sus alegres instrumentos musicales le echen un piropo a una estrellita fugaz, que pasó saludando con su cabellera, los mechones que en retenes de carreteras en las troncales instaló la población. Convoco el secreto de la lombriz de tierra y la táctica de guerra del comején, los semáforos de las pedreas estudiantiles, la camisa civil de un miliciano libre que está de guardia en un barrio bloqueando el tren y mira que pasa un río de gente dispuesta pa’ lo que sea, está fiesta tiene magnitud nacional, suelta el coco el hombre allende los cafetales y baja con su escopeta pa’ lo que él sabe protegido con la oración de su mujer. Convoco cantando, del fondo del mar los caballitos azules y la mirada firme del Libertador, el guarapo de las fiestas tradicionales, el maquillaje de una marchanta en Manaure y las canciones de un ciego compositor. Convoco la ruana con la cerveza al clima, y el tiple de una cantina en Chiquinquirá, la esmeraldada mañanita urabarence, la pañoleta con que una mujer de temple se cubre el rostro en un tropel en Bogotá. Convoco las redes, que en las ciénagas, en los ríos y en nuestros mares tira una población de tostada piel. Convoco las nubes que miran las ciudades, el japeo del ordeñador en los corrales y el beso de una pareja en un sardinel que miran entrando un ejército bueno de miradas limpias, mi amor está en la guerrilla comenta él, vamos a ayudarles a cargar sus mochilas, convoco una brocha gorda pa’ hacer una pinta pa’ contarle al mundo cuánto te amo mujer” Amparo y Raquel lo sabían, fue muy preocupante, pero ellas tenían experiencia al respecto, así que los apoyaron en su decisión. Con este entusiasmo de estar ayudando al pueblo su vida era mejor, su alegría era infinita por haber tomado esta determinación, nunca se arrepentirían. Sus nuevos amigos también eran muy especiales. Aunque no hablaban mucho de su vida, se comenzó a forjar una tremenda amistad basada en el respeto y la confianza. Tal vez la persona menos accesible era Robinson. Parecía osco, parco, malgeniado, silencioso, incluso antipático y grosero. Un día Silvia y Alicia pudieron ser testigos de un evento que cambiaría totalmente la imagen que tenían del joven. Hacia las tres de la tarde estaban en un parque, él se acercó a ellas para recibir una información importante. - - - - Hola – saludó, las chicas dejaron de jugar basquetbol. Sí. –contestó Alicia. Necesito…-fue interrumpido intempestivamente por dos pequeños de más o menos siete años, un par de gemelos que guardaban un gran parecido con el chico. Él miró aterrado mientras los niños lo abrazaban – hola –dijo al fin -¿qué hacen por aquí? Es que mi tía Amparo compró casa nueva allí –señalaron un conjunto cerrado. Aaaahhhh ¿Por qué no has vuelto? Hace tiempo no jugamos. Hay una pista de patinaje sobre hielo, ¿vamos? De pronto. ¿Con quién están? Con mi mamá –señalaron una mujer de más o menos treinta años que, de pie a pocos pasos de él, esperaba con una incomodidad notable. Era bonita, rubia, ojos verdes, bajita y de mirada tierna. El volteó y saludo sin ganas subiendo la ceja, mirándola un poco mal. Y ¿mi papá? Trabajando, mi papito últimamente está ocupado. Y mi tía Doris ¿sigue enferma? No, pero te quiere ver Mauro. ¿Cuándo vallas nos recoges y nos llevas? Sí. Niños –llamó la mujer, que al recibir la mirada un poco molesta del joven, se sintió intimidada –es que ya es un poco tarde y tienen tareas –intentó explicar. Vallan con su mamá, chao. –los despidió chocando las manos y haciendo tiernas cosquillas en el estómago de los gemelos. Chao –dijo la mujer algo incomoda moviendo tiernamente la mano. Nos vemos Juliana. –se despidió cortes pero de manera tajante el muchacho. – buenas tardes – repitió el saludo a ambas chicas que siguieron su juego simulando no ver la escena, por demás extraña. Siguieron una fingida conversación mientras entregaban simuladamente un cuaderno. Pocos días después se vieron todos en un bar. Intrigaba a Silvia y a Alicia la extraña conversación pero sobre todo la sombra triste, profunda y dolorosa que había quedado en la cara del muchacho. - - Dile ¡qué te cuesta! si no te habla de eso tampoco perdemos nada. – Alicia decía mientras que un extraño sentimiento y expectativa asomaba en sus ojos. ¿Te gusta? No…-dijo insegura. Entonces dile tú, eres la buena para dar consejos y hablar de estas cosas. No… es que… Te gusta –sonrió Silvia. - - Un poquito –admitió tímida Alicia – no le digas a nadie, menos a María C que no descansaría hasta vernos juntos. No quiero forzar nada – miró sus manos con tristeza – igual si no pasa nada no importa. Tendría que ser un completo tarado para no fijarse en ti. Silvia se dirigió a la mesa donde estaba el muchacho, pidió un cigarrillo e inició una conversación, como si fuera un extraño. Al poco tiempo quedaron solos - - Quería decirte, es que… no quiero meterme en tu vida pero Alicia y yo nos preocupamos porque…-dijo indecisa, él nunca le había dado a nadie, que no fuera Rolando, la confianza de hablar de cosas privadas y ahora la miraba atento, inexpresivo y con el seño fruncido “Mariana, ¿qué está pensando?, ahora me hecha corriendo de aquí” – te veías un poco triste esa tarde en el parque. Sí, solo un poco –tomó cerveza – pero nada. –la muchacha se sintió incómoda ante la mirada que se posó sobre ella, fuerte, penetrante. Bueno, realmente no debí decir esto. Perdóname, chao. Son mis hermanitos –dijo mirando hacia el lugar donde estaba Alicia y demás muchachos. Tal vez por el efecto de la cerveza o por la mirada y el interés sincero de la joven, pero él, que nunca se había abierto a alguien, comenzó a hablar – quedé huérfano de madre a los diez, pero igual no la veía desde los cinco, ella me dejó para ingresar… - pronunció la última palabra suavecito, ella entendió que se refería a la guerrilla –no me fue muy bien –rió amargamente con triste mirada y tomando un gran sorbo del licor – lo feliz de mi niñez fue el único paseo que hicimos a Girardot mi mamá, su única hermana y yo. Ahí se fue. Mi papá nunca me trató como a mis hermanitos, fue muy duro, la hermana de mi mamá, la única familia que tenía, murió en un accidente un par de años después de la partida de mi mami, la familia de mi papá…bueno, solo la tía Doris vale la pena mencionar. Juliana es la nueva esposa de mi cucho, vivimos un par de años juntos pero tuve muchos problemas con ellos, me fui, vivo solo en un cuarto en arriendo. A veces el viejo me ayuda, pero…nuestra relación no es buena, nunca lo fue desde que mi madre se marchó, creo que le recuerdo a ella. Desde ese día la relación con Robinson o Mauricio, como era su verdadero nombre, también se fortaleció. Él dejó sus prevenciones contra el grupo y se integró más. A Alicia se le notaba contenta, feliz, diferente, radiante, aunque no hablaba más de lo necesario con el chico, él le había cambiado la vida totalmente. “Las redes urbanas que tienen las FARC todas las mañanas salen a entrenar, para las acciones en las calles de la gran ciudad, con el ojo puesto en el palacio presidencial. Qué bonito clima tiene Bogotá, la Antonio Nariño se va a calentar en Ciudad Bolívar y estudiantes de la Nacional, están preparados para la ofensiva de las FARC. […]” El tiempo pasó tan rápido que Patricia y Silvia cumplieron dieciocho años. Silvia salió al otro día, pues irían con Andrés a cine para celebrar el hecho. Cuando iban por el camino una señora se estrelló contra el muchacho ensuciando su camisa, eso los obligó a devolverse a la casa de él. Entraron y subió a su cuarto. Ella se quedó en la sala. Al poco tiempo él bajo con la camiseta en la mano. Silvia lo miró, por primera vez sintió algo en su interior: deseo. Él, un poco desprevenido, se acercó a ella y se disponía a ponerse la camiseta, hasta que notó como lo miraba, y la beso. Se comenzaron a abrazar. La situación se tornaba apasionada, él había esperado esto, sabía lo que a ella le había pasado así que no había querido proponérselo. Ese momento era especial para él, la tomó delicadamente entre sus brazos, sería de él y él de ella. Silvia sentía la calidez de su cuerpo, la ternura de sus besos, la pasión de sus abrazos. Pensó que se estaba metiendo en una situación de la que no podría escapar, de la que no quería escapar. Su pecho era una caja de sentimientos que se abría. Sus labios eran como el cráter de un volcán por el que comenzaba a brotar toda la pasión reprimida. Silvia sentía que caía en un éxtasis increíble con el hombre que amaba. Pero aparecieron dos sombras en su mente que impidieron que sucediera. La primera fue el recuerdo de esa noche y sintió temor. La otra es que resonaron las palabras de Nacho “lo haremos con amor y será tu verdadera primera vez”. - - Espera un momento. Sí. Tranquila, perdóname. Perdóname tú. No, esperaré hasta que estés lista. Siempre te esperaré. – esas palabras hicieron que Silvia llorará. Le acordaban a Nacho, pero sobre todo, le dio dolor por no poder corresponderle como debiera a Andrés. Él se merecía que ella lo quisiera con todo el alma y ella no podía- no llores, perdóname. Perdóname tú. Yo quería… No llores más. Te amo. Me ayudas a que yo…pueda- dijo con vergüenza Si, trabajaremos duro en eso- se sonrió pícaramente, cogió la camiseta, se la puso y beso a Silvia. Gracias –dijo mientras salían. Lo miró y decidió que tenía que olvidar a Nacho o buscar la manera de amar a Andrés mucho más. Por la noche le contó a Patricia y a su mamá. La primera medida que tomó Amparo fue una gran charla sobre sexualidad para sus dos hijas. Esta constaba de hablar del amor, el respeto al cuerpo, la decisión, los preservativos, el embarazo y las enfermedades de transmisión sexual. Después de esto se ocupó de las dudas sentimentales de la joven. - Mi amor. Debes entender que amar a Andrés no significa dejar de amar u ofender a Nacho. A él le hubiera gustado que fueras feliz, deja que las cosas pasen como tienen que pasar, simplemente avanza. Silvia fue a la cama pensando en lo que había sucedido. Se dio cuenta que lo que más le daba miedo de esta situación era la incertidumbre de no saber qué le había pasado a Nacho. Avanzamos en esta vida, sin embargo hay cadenas que nos atan al pasado, al presente, a recuerdos, a personas y a lugares. Cadenas que nos estancan sin que las percibamos. Las barreras no están precisamente en la evolución o el trabajo que se haga para lograrla, están en las mentes, en los actos y en un incoherente y extraño apego al sufrimiento que, a veces, pareciera inherente al hombre, pero realmente es inseparable de la superestructura que crearon los dominadores. Silvia, sigue con fuerza, sigue así, pero no puedes perder el impulso a la felicidad ¿cuándo vas a entender que todos tenemos derecho a sonreír, amar, sentir y vivir con alegría? X Extrañas vueltas del destino, un breve vistazo al pasado Fue una misión maravillosa, la primavera con sus soles y lloviznas, lunas, estrellas, flores, mariposas, abejas y vida. Primavera que le mostró, no solo una Colombia extraordinaria que este estudiante citadino desconocía, también el amor. Tardes eternas hundido en las mieles de un prohibido amor, un amor ajeno. Sus manos inexpertas recorrían el maravilloso cuerpo de aquella hermosa mujer, solo unos cuantos años mayor en edad, pero lo suficientemente madura para enseñarle, en interminables horas, a sumergirse en el placer y a no pensar en el peligro que se cernía sobre él irremediablemente. Bajo el sol se despertó de su sueño, sueño que lo llevó a desbaratar un hogar, y engendrar un bebe en el vientre de la mujer que amaba, que ahora era su compañera de vida, pero no su compañera de luchas. Bajo la luz de las estrellas se despedía de esta mujer a la que había entregado su alma, pero no su vida, pues esta solo pertenecía a Colombia, al futuro. La despedida sin explicación, pero con bastantes lágrimas, le partió el corazón. No amaría más a su Violeta, no conocería a su bebe, el ser más esperado, por el que construiría un futuro con paz, justicia y libertad. Llegaron las vacaciones y los muchachos recibieron la orden de viajar. Fueron a un pueblo y de allí a una finca. Estuvieron en entrenamiento. Esto consistía en ejercicio y trabajo físico, conocimiento de armas y de explosivos y profundización política. Sus otros nuevos compañeros ya tenían experiencia, se notaba que no era la primera vez allí. También era muy emocionante encontrar a más personas con los mismos intereses. Allí estaban congregados muchachos de otras células, incluso de otras ciudades. El trabajo fue arduo e intensivo, poco durmieron, pero gozaron bastante. “Vamos a meterle al brete pa’ que se concrete el plan, […] vamos a meterle duro al arte insurreccional, […]. Se aprende a hacer un rampero, un arma de contención, se hace un minado casero capaz de voltear un camión que trae paramilitares pa’ joder a la población. […] […] Si quieres salir de pobre acaba la explotación, si quieres salir como hombre métele a la insurrección. […] Es marxista leninista la teoría de combinar […] la insurrección pegadita a la ofensiva general. El ejército del pueblo avanza como un vendaval y en un carnaval bretero la gente sale a pelear. Se van a los aeropuertos a coger al ricachón que se va con el dinero del pobre trabajador, o un general disfrazado de turista bonachón […]” Hubo tiempo para el amor. Robinson parecía tratar de manera especial a Alicia, un comportamiento extraño en él que todos notaron inmediatamente, aunque la chica se esmeraba por negarlo. Por su parte María Cecilia compartió un pequeño noviazgo y un par de noches con Julián, un muchacho de las redes urbanas de Cali. Un día, Silvia se encontraba haciendo sus duros deberes cuando fue llamada por uno de los guerrilleros, que le anunciaba que el comandante la quería ver. Ella obedientemente se dirigió a la oficina del camarada, al llegar noto a tres comandantes, el del campamento Abelino Girardot, el camarada Carlos Antonio y otro más. La miraban con gran interés y expectativa. Silvia estaba altamente emocionada por la presencia del comandante Carlos Antonio. Llegó y saludo como era debido. - - Descanse –ordenó Abelino con una curiosidad extraña, una sonrisa se dibujaba maliciosa en sus labios. Ella miraba emocionada al camarada Carlos Antonio lo que impidió que viera una tención en el otro comandante. –siéntese –ella obedeció –veo que obviamente reconoce al Camarada Carlos Antonio, le presento al Comandante Eduardo Román. Buenas tardes comandantes. Buenas tardes – contestó Carlos Antonio, el otro no habló, Silvia notó su actitud tensa, estaba de pie caminando de un lado a otro –nos veremos después, por ahora nos retiramos. Salieron Abelino y Carlos Antonio, el otro comandante se sentó frente a ella, mirándola con extraña alegría. Pasaron segundos que para el hombre fueron eternos, por fin tomo la palabra. - Francisca, Francisca, bonito nombre has elegido. - - Es por mi papá –contestó la muchacha que ya estaba impaciente y presentía que algo pasaba. Sí, buen hombre él. Menos mal llegaste a su casa. ¿Qué sabe de mi camarada? – preguntó asombrada, sus amigos y nadie de la organización conocían que Francisco no era su padre. Lo suficiente – la miró con tristeza y culpa, tomó su cabeza desesperado y sus ojos se llenaron de lágrimas que él se negó a dejar salir –pero no hice nada. ¿No hizo nada comandante? –dijo confundida – no entiendo. Tenía tu edad, –comenzó a narrar, a Silvia le pareció extraño que él le contara su vida, pero la confusión era tal que no se negó a oírla - estaba en la universidad, en la de Antioquia. Me metí en este cuento, quería al ser humano, al pueblo, a todos. En las vacaciones nos fuimos a un pueblo, a una vereda. Empecé a dar clases de política a algunos campesinos, queríamos organizar esas personas. Me quede allí. Los estudiantes aumentaban poco a poco. A los días apareció una mujer de veintitrés años con una pequeña niña de más o menos dos años. Poco a poco fui mirando a la muchacha diferente, era hermosa, era casada – movió la cabeza con reprobación, como reprochándose sus acciones – ella también se fijó en mi, intenté esconder mis sentimientos, pero me la encontraba en todas partes, ella quería estar conmigo, un día no me negué – sonrió recordando. Pasó el tiempo, todo iba bien, pero mi vida no. Me confundí, me enrede, me enamoré. Ella significaba todo para mí, era todo –suspiró –mi dulce flor. Obviamente el marido se enteró, tenía veinticinco años. Aunque era un poco más bajo, era más fornido. Se armó una pelea, me golpeó fuerte – rió – ella nos confesó que estaba embarazada, tenía dos meses, ella no había estado con él hace más, era mío. El hombre se fue tiste, destrozado. Viví con ella un poco más, pero esto trajo problemas. La gente me miraba con reproche, sin confianza y tenían razón, me di cuenta que había fracasado, también mis compañeros. Hubo un problema, me buscaban en mi ciudad para matarme, quería quedarme en este pueblo, pero pronto note que ella no era lo que yo pensaba… En fin, me decidí por mi vocación, el amor, pero el amor al pueblo, me fui –suspiró y acarició suavemente la mejilla de Silvia, ella estaba confundida pero sintió algo cálido por dentro. Me hice guerrillero, pasó mucho tiempo antes de que yo pudiera volver, iba al pueblo con cierta frecuencia y encontré a la mujer y a mi hermosa chiquilla –sus lágrimas brotaron por fin – estaba con un vestido muy largo, viejo, feo, un poco despeinada, sus zapatos rotos y le faltaba un diente. Se escondida debajo de una vitrina mientras su madre y su padrastro jugaban con su hermana mayor, ella había vuelto con su ex esposo y no me trataban bien a mi princesa… - - Yo… ¿qué quiere decir? Yo… Si mi amor. – se acercó y tomo la cara de la muchacha con ambas manos- perdóname –ella estaba aterrada pero feliz, lo abrazó- esperaría hasta que tuvieras la edad para entrar, siempre estuve pendiente, siempre que podía, un día solo desapareciste. Perdóname, te vi sufrir, ser golpeada, ultrajada, debí llevarte conmigo, pero mi madre murió cuando tenías dos años y te conocí a los seis añitos, no tenía con quien llevarte. Perdóname. ¿Siempre estuviste conmigo, a mi lado? Si, princesita ¿quieres ver unas fotos? Sí –dijo mientras se despegaba de él, quien sacó un pequeño álbum de su bolcillo. Esta es una foto de tu mamá y yo antes de…bueno… Sí Aquí tienes seis añitos, esta otra es de ocho añitos, diez años, aquí tienes doce y trece, perdí tu rastro, te busque, me enteré de todo, perdóname. Tranquilo. –lo volvió a abrazar – solo que mi papá es Francisco, no sé si lo entiendas – lo miró tímida y lo volvió a abrazar fuertemente. Si lo entiendo, pero puedo ser tu mejor amigo ¿verdad? Ella movió su cabeza afirmativamente mientras lloraba. ¡Tanto tiempo preguntándose por él! Hoy sabía que no la abandonó como le dijo su madre, hoy aclaraba tantas cosas y sintió por primera vez que estuvo siempre segura, acompañada, amada. Le dio ira al pensar que ella y muchísimos niños no tuvieron el derecho a una familia por culpa de un estado asesino ¡Qué diferente hubiera sido su vida! “Volvimos a encontrarnos y al abrazarnos sonrió el amor, salió huyendo el dolor que la distancia nos producía, […] La ley del embudo, lo ancho pa’ ellos lo angosto pa’ uno. […]” Pasaron las semanas. Aprendieron mucho, Silvia conoció más a su padre y pasó tiempo con él. El último día, después de las duras tareas que siguieron a las horas de estudio, el grupo entero se sentó a descansar viendo el atardecer cuando fueron llamados. Al acudir se sorprendieron, pues el lugar, un aula de clase, se había convertido en una improvisada pista de baile que aprovecharon hasta el último momento. Música de los camaradas Julián Conrado, Cristian Pérez y Lucas Iguarán sonó toda la fiesta. Reían y disfrutaban mucho, las bromas y el relajo se apoderó de todos, la única que tomaba la situación enserio eran Alicia, que en los brazos de Robinson, se dejaba llevar, no solo del ritmo, también del amor. - ¿Cómo te va? –pregunto Silvia a Alicia en la primera oportunidad que encontró. - - - Creo que le gusto –contestó emocionada, luego bajó la cara, se miró las manos que frotaba pues comenzaba a tener frío –aunque tal vez no, quizá, no, no ha dicho nada. Eres un poco insegura. Tal vez –sonrió, Robinson se aproximó a ellas, Alicia se puso nerviosa. Hola chicas – saludo muy feliz, Silvia no lo había visto así jamás. Abrazó a Alicia – ¿tienes frío Laurita? –preguntó con ternura, la muchacha asintió con la cabeza. -¿quieres ir a caminar un poquito? Sí – dijo visiblemente feliz – Chao. Nos vemos Francisca – se despidió el muchacho de Silvia. ¿Y eso? –dijo curiosa y contenta María Cecilia viendo a la pareja partir – se lo tenían bien guardado. ¿Será que ya tienen algo? No sé, creo que sí. “[…] Y expiando en la miel de tu boca te sentí dichosa mi niña mujer, yo me derretí en el placer de tu dulce miel, tu miel deliciosa. Ahora te llevo de alegría por dentro que eres en mi tiempo, el tiempo feliz, y así no permita la guerra otro encuentro, este sentimiento no se va a morir. Y si en un combate un soldado atina a darme un balazo en el corazón, cuando a rematarme se me venga encima, verá por mi herida brotar encendida la más bella flor. Después del último suspiro, ya desentendido de luna y de sol, cuando alguien te hable de amor te vendrá el sabor de un beso conmigo. […]” Se acostaron a la hora indicada. La noche se hacía larga, al otro día partirían por la tarde, era muy emocionante, se sentía feliz con lo que había pasado, su padre, sus nuevos amigos, todo. - “Mariana, ojalá vuelva a ver a mi padre” Silvia comenzaba a conciliar el sueño cuando sintió que Andrés se pasó a su caleta. Ella lo miró con emoción pero algo de temor. Él se acostó a su lado. Se besaron. Él la acariciaba y el cuerpo de ella quería caer en ese extraño trance. Él la miraba con satisfacción y amor. La trataba con ternura, no quería ser brusco, deseaba ser apasionado pero romántico y lo lograba. Silvia sentía cómo la tensión de su cuerpo cedía ante pequeños temblores de placer. Su respiración rápida y acompasada le decía a Andrés que ella estaba lista, pero al mirar sus ojos veía el manto de la duda. Así no quería que fuera el mejor momento de su vida. Continúo acariciándola y besándola, hasta que el cuerpo vestido de la joven cayó en el éxtasis total. Andrés se quedó allí, la acompañó el resto de la noche. La despedida de aquel curso fue difícil, sobre todo para María Cecilia, pero su tristeza no le pudo ganar la batalla a su temperamento descomplicado y alegre. La que salía dichosa era Alicia, que en los brazos de Robinson, no se cambiaba por nadie. Silvia compartía los últimos momentos con su padre, que se había convertido en su mejor amigo. Vio que Andrés hablaba con María Cecilia. Otra vez estaba serio, sintió celos de ella y tristeza de que él nunca tuviera la confianza para hablar así, eso era algo que extrañaba de Nacho, con él podía hablar de cualquier cosa, así fuera algo malo de ellos mismos, siempre había sido tan sincero, pero sabía cómo no herir a la gente. Silvia los observaba, ella estaba de pie mirando hacia el horizonte, él estaba sentado en un tronco con los ojos fijos en el piso, se veía tan triste, quiso abrazarlo, besarlo y consolarlo. En vez de eso tuvo que aguantar ver como ella le acariciaba la nuca y le sonreía. Llegaron a Bogotá una lluviosa noche de viernes. Andrés se quedó en la casa de Silvia hasta las nueve. Ellos les contaron a Amparo y a Raquel lo que podían de su experiencia. Estaban muy emocionados. A la hora de irse, los jóvenes quedaron un rato a solas. Andrés le dio un gran beso y le dijo que la amaba. Ella se quedó pensando un poco y se dio cuenta que también sentía lo mismo, así no pudiera olvidar a Nacho. Él le dio un bello reloj, ese día cumplían un año de estar juntos, ella no le tenía nada. Por eso Andrés estuvo triste. Intentó insinuarle varias veces el hecho, ella no dijo nada, él llegó a la conclusión dolorosa de que ni siquiera se acordaba y era verdad, Silvia se sintió muy mal. No pudo dormir. Recordaba la forma cómo le dio el reloj. Una sonrisa tímida se dibujaba en su cara y sacaba el regalo. Esperó que lo abriera, mientras los ojos se le humedecían y la miraba como esperando un milagro. Él solo quería el amor de la joven que se había convertido en su razón de ser y vivir feliz. Andrés sabía que ella no lo amaba igual, pero se sentía dispuesto a darle tiempo. Los meses pasarían en medio de trabajo, estudio y misiones. Andrés era un gran apoyo y sus amigos también, formando un excelente equipo. A pesar de tu tenacidad no puedes aprender a dejar el pasado atrás, sin eso no podrás avanzar y girarás en un circulo eterno de frustración ¿Vas a mortificarte toda la vida? ¿Por qué no aceptar la felicidad que te regala cada momento? XI Una nube negra se posa en el hermoso cielo azul Intentaba abrir sus ojos, sus pesados párpados se lo impedían. Movía sus manos, el dolor lo prohibía, trató de oír los murmullos a su alrededor, un zumbido terrible no lo permitía. Logro recobrar el dominio de su cuerpo y pudo ver una gran ventana. Las nubes negras rondaban por el cielo, uniéndose, moviéndose, conspirando amenazando con una tormenta que quizá no tuviera igual. Su madre entro y lloró sobre su pecho, los doctores y enfermeras lo miraban con desaprobación, desprecio, odio. Su familia hablaba con un viejo y cansado abogado y en el pasillo los notaba tristes, deprimidos, angustiados, impotentes. El dolor físico era grande, se intentó acomodar para abrazar a su mamá, en ese momento descubrió que no tenía una pierna, que su nombre estaba pisoteado, que su carrera estaba acabada y sus amigos y su bebe estaban muertos. ¿Por qué? ¿Por resultados inexistentes? ¿Por una marcha estudiantil? ¿Por pensar diferente? ¿Por una guerra en la que no es parte armada? La vida continuaba en el feliz avance intelectual y social. Lo único que la atormentaba era el pueblo, el pueblo pobre, humillado, torturado y secuestrado por un imperio y unos pocos adinerados. Un día en una reunión de la célula, Robinson anunció que ya no estarían más en agitación y propaganda. Les habían indicado que deberían pasar a finanzas. Les dieron el directorio de colaboradores del que se encargó Alicia, o mejor dicho Laura, como se le conocía en estas reuniones. Esto traía nuevas perspectivas y entusiasmaba al grupo. Todos estaban muy dedicados y era como un premio, pues era una tarea más complicada, y que se la pusieran a ellos significaba que les tenían confianza y que estaban haciendo bien su labor. Se enorgullecieron y cada uno estaba dispuesto a dar más de sí para llegar al triunfo, a la paz, para conseguir la felicidad, y ser parte del gran ejército de Bolívar que ya estaba en cada rincón de Colombia. “Viene a galope tendido […] Devorando la llanura con su ejército aguerrido, por el Apure ha seguido al Arauca y Casanare, del Perijá hasta el Guaviare y del mismo hasta el Caguán, selvas y cumbres están con su bandera en el aire. […] Indios, negros y mulatos, mestizos, cholos y zambos […] lo reciben en sus tambos y hamacas y garabatos, sus discursos y arrebatos conmueve el pueblo fiestero, ya divisan los luceros que alumbra ya el Chimborazo, que abarca en un mismo abrazo a los Incas y Pamperos. […] Es cóndor y es huracán en los Andes donde escucho […] a los bravos de Ayacucho forjando la libertad, es clarín y es tempestad que levanta el continente, el pasado y el presente para alzar nuestro futuro, lo sostiene el pueblo puro y el fariano combatiente […] A galope tendido, a galope tendido, con las FARC Bolívar por los oprimidos […]” A comienzo de enero la pareja fue un domingo a pasear por el parque. Andrés estaba de cumpleaños así que era un día especial. Hicieron un poco de ejercicio, y como siempre, rieron bastante. Llegaron a la casa de él, su madre había salido con Amparo, Patricia, Miguel y Sandra para presenciar un partido de futbol de Alejo. Ellos comenzaron a ver una película. Estaban sentados en el sofá. Él se recostó un poco y delicadamente la abrazó y la posó sobre su pecho. Luego empezó a acariciarle suavemente la espalda y el cuello. Como siempre, ella se estremeció de tal forma que ni Nacho había logrado que lo hiciera. Levantó un poco la vista, él la miró también y le sonrió. Le encantaba hundirse en el universo infinito de sus bellos ojos claros, le gustaba sus delgados labios y su sonrisa de medio lado. Ella tomo la decisión, seguiría adelante y sería feliz -“Perdóname Nacho. Mariana que no me equivoque por favor”. Ella levantó un poco más la cara, y él la beso. Silvia tímidamente lo acariciaba, Andrés entendió lo que sucedía. Se fueron acomodando en el sofá en medio de caricias y besos hasta que quedaron completamente acostados. Él, tímidamente, se ubicó sobre ella, era suave, cariñoso, pero muy apasionado. Se daba cuenta que por la experiencia de Silvia debía ser cuidadoso, pero presentía que ella estaba segura, de repente sonó el timbre. Él se levantó de un brinco, en lo primero que pensaba era en sus madres, pero al ver el reloj se dio cuenta que era muy temprano para que llegaran. Andrés, con sigilo, corrió un poco la cortina para ver quién podría ser. Eran sus amigos. Él abrió la puerta. La primera que entro fue María Cecilia formando una algarabía, ella llevaba una caja de pastel en las manos, que pronto dejó sobre la mesa del comedor con cuidado y abrazó a Andrés deseándole un feliz cumpleaños, esto alteró un poco a Silvia, que desde el sofá, aún se arreglaba el cabello mirando lo que estaba ocurriendo. - - - Creo que Andrés estaba pasando un feliz cumpleaños hasta que llegamos- dijo Diego en tono de broma pero algo apenado, como si supiera lo que estuvo sucediendo hace unos momentos. Silvia bajo la cara con algo de vergüenza- hola Silvy. Hola Qué pena hermano- sonrió Alejandro dando un par de palmaditas a Andrés en la espalda, luego se dirigió a Silvia y saludo, cuando se agacho para darle el beso en la mejilla susurró- voy a ver si hago que nos vallamos rápido, pero cambia esa cara. Tranquilo, no pasa nada. ¡Vamos a comer pastel! Se dirigieron al comedor, en esos pocos metros Silvia tuvo sentimientos encontrados, pero de algo estaba ya segura, no le gustaba para nada María Cecilia. Cuando se saludaron de beso en la mejilla a Silvia le dieron ganas de llorar pero se contuvo ¿qué tenían Andrés y ella? El tiempo iba pasando y la reunión era bastante animada. Estaban contando sobre un nuevo bar que quedaba en el barrio de Ivonne. Todos, menos Andrés y Silvia, habían estado allí la noche anterior. - ¿Tomaron bastante? – interrogó Andrés notando la cara de enfermos de algunos. Si. – dijo Diego- sinceramente de no ser que María C. insistió tanto para venir, yo no estuviera aquí, hubiéramos hecho esto por la noche como lo planeamos Claro, la idea era de ella ¿de quién más? Pero había algo, por la noche iban a salir ¿Por qué ella no sabía nada? La ira de Silvia se notaba. Pero decidió mirar al piso. Sin embargo, Alicia se dio cuenta y le dirigió una mirada inquisidora a Diego. Luego llegaron los del partido de futbol. El equipo de Alejo había ganado la copa. Todo era risas, Silvia estaba mal, cansada de tanta gente, quería reclamarle a María Cecilia, quería que Andrés fuera sincero con ella, quería gritar. Él notaba la indisposición de Silvia y no sabía qué hacer. Llegaron las siete de la noche y Amparo, que se daba cuenta que algo andaba mal, dijo que ellas ya se iban. La joven se negó, quería hablar con Andrés. Amparo le pidió paciencia, y le hizo caer en cuenta que era mejor que lo hiciera al otro día. Ella tomo el aire profundo y fue a despedirse de todos. - - - - - - - Yo los acompaño – sugirió Andrés No amor quédate aquí, esta fiesta es para ti, quizá salgan a otra parte, solos. – el sarcasmo en su voz fue hiriente, todos se miraron y se sintieron mal. Vamos Alejito – llamó rápidamente Amparo al niño que estaba viendo televisión, mientras cogía a Silvia del la mano y la guiaba a la entrada. Espera un momento Amparito – pidió Andrés salido de su asombro, quería arreglar la situación, él la amaba y no quería que se fuera indispuesta- mami- le dijo a Raquel- subiremos a la terraza – ella asintió con la cabeza y miró a Amparo preocupada, ambas presentían que las cosas saldrían mal y que se herirían mutuamente- ¿Qué te pasa?preguntó al llegar al lugar mirando fijamente a Silvia. Pensé que este día íbamos a pasarlo juntos, solos- hizo énfasis en la última palabra- hasta que vinieran nuestras familias – respondió ella con los ojos fijos en las estrellas ¿Y qué se supone que debía hacer? ¿Dejarlos afuera con un pastel en la mano? ¿Qué te preocupaba el pastel o quien lo traía e insistió en esta estúpida reunión? Ellos sabían que estaríamos juntos, ella lo sabía- subió el volumen de su voz. Sí, también Alejandro, y no te molestó mucho que te susurrara al oídodijo furioso, sin embargo no estaba celosos, simplemente quería contestarle de la misma manera, quería que también se sintiera mal. ¿Alejandro?, que pena, él y yo no nos paseamos y hablamos a escondidas como otros – le dio la espalda y caminó un par de pasos ¿Por qué te molesta que tenga una amiga a la que le puedo decir algunos secretos? Yo no le gustó, ella no me gusta, yo te amo. ¿Por qué no me cuentas tus secretos? – reprocho furiosa, al mirarlo tenía una ira creciente en ella, y su tono de voz se subía más-¿por qué a ella y no a Diego o a Alejandro? ¿Por qué no a mí? ¿Por qué no me tienes confianza? – le gritaba mientras él solo la miraba- Nacho me contaría cualquier cosa- se calló, pero era demasiado tarde. Andrés se puso pálido y sus ojos se humedecieron. Se apoyó en la baranda. Ella miró al cielo pidiéndole a Mariana y a su padre que no pasará nada, que esto no lo ofendiera tanto. Vio todas las estrellas titilar. Todo siempre ha girado alrededor de Nacho ¿Cierto? – hablo con voz débil, inaudible, mirando las mismas estrellas. Sus lágrimas comenzaban a brotar, así que bajó la cabeza, sin embargo Silvia alcanzó a verlas- yo lo respeté cuando él estaba con vida y después de que murió, lo respeto aún, pero yo también merezco respeto. No puedo más Silvia. Siento que me estas comparando frecuentemente, siento que te gustaría que fuera él y no lo soy, no lo seré y no fingiré que lo soy. Creo que esto se acaba aquí, te quise ver feliz, no lo logré, uno no puede hacer feliz a quien no lo quiere ser. Te amo pero yo valgo, te amo pero también me amo y esto no va más. La muchacha salió lentamente. Le dolía algo en el pecho. Miró atrás antes de bajar la escalera y él se había sentado en el piso, llevando las piernas hacia su pecho y con la cabeza sobre las rodillas. Esta imagen de Andrés le terminó de destrozar el corazón. Bajó lentamente, el oscuro segundo piso le pareció bastante largo. Comenzó a perseguir la luz que había en el primer nivel y sintió que las escaleras eran eternas, las piernas le temblaban, el dolor le iba a romper el corazón y no podría continuar. Salió de la casa le dio un beso en la mejilla a todos, incluso a María Cecilia, pero no pronuncio palabra. Sentía que las lágrimas le iban a salir. Comenzaron a caminar hacia su hogar en silencio, miró el cielo, las mismas estrellas parecían reprocharle. Recordó la última vez que vio a Andrés, se recostó en un poste, no podía más y lloró. Su hermano la abrazó. Patricia la tomó de la mano y Amparo le acariciaba la cabeza. Al fin llegaron a la casa, y ella contó todo, no la podían consolar. Al otro día no quería encontrarse con sus amigos y no creía que Andrés volviera a la fundación ni a verla. Estaba en la zona de psicología, era como las nueve de la mañana, llegó Alicia. La saludó como si nada hubiera pasado, pero sus ojos almendra no podían mentir, estaba preocupada. Hablaron de las cosas de la fundación hasta que Silvia por fin preguntó: - - - - ¿Salieron anoche? Sí, fuimos al bar del que te hablamos. ¿Todos? – Alicia sonrió mirándola con ternura, Silvia la observaba impacientemente, queriendo que hablara de Andrés. Sí. Todos, Andrés y Diego se fueron un poco temprano, - no quiso contarle que María Cecilia había hablado con el joven que estuvo muy afectado- después salimos nosotros, estábamos muy mal, habíamos tomado unas cervezas la noche anterior. ¿Ya están mejor? Sí. ¿Y tú? – dijo tomándola de la mano- sé que no estás tomando ya terapia, pero debes hablar con alguien, puede ser con Joanna o conmigo, pero no te guardes nada. Joanna es muy tierna, pero no es tan amiga. Podría hablar contigo, pero si puedes disculparme por el espectáculo de anoche. Todo está perdonado, solo que eso no me lo deberías decir a mí. No sé. No tengo celos de María C., solo quería que él me confiara todo a mí, no me di cuenta que de verdad Andrés es único, ni siquiera me di cuenta que lo seguía comparando con Nacho. Eso pasa a veces. ¿Tú lo quieres tal como es? Sí, sabía que lo quería, pero hasta anoche supe que lo amaba, tal y como es. – salieron las lágrimas, y ella rápidamente se las limpió y tomando el - aire y guardándose el dolor, sonrió amargamente- pero las cosas pasan por algo y hay que salir adelante. Sí. Allí se acordó del diálogo que tuvo con su padre aquella noche que exorcizó esa sombra, también en lo que le había dicho su madre de seguir amando a Nacho pero avanzar y de lo que dijo Andrés de que ella no quería ser feliz. Descubrió por fin sus ojos. Teníamos que aceptar y aprender de la historia, pero no quedarnos en ella. Llegó a la conclusión que si Nacho estaba muerto querría su felicidad, si estaba vivo se había marchado por alguna razón y había decidido hacer una vida y no contar con ella. Se negó a lo segundo. Se amaban tanto, así que supo que desde el cielo Nacho sufría también por culpa de ella, él siempre quiso que fuera feliz, y hoy su actitud lo debería estar mortificando. Además ella quería avanzar, no podía dar más vueltas en círculo, lo que pasó, quedaría atrás. Había perdido una oportunidad, esas que se había jurado aprovechar cuando salió de la selva, ya no sería así, costara lo que costara tomaría cada posibilidad. Llegó María Cecilia, sin que se diera cuenta Silvia hizo un gesto preguntando a Alicia si podría entrar, si seguían siendo amigas, Alicia dijo que sí y la muchacha se aproximó. Todo seguiría normal, Silvia se disculpó y las cosas estuvieron bien, hasta que a las once de la mañana se reunieron con el resto del grupo. Estaban en la cafetería, Silvia no quería entrar pero María Cecilia la tomó del brazo, Alicia de la otra mano y, con el entusiasmo característico de la primera, se hicieron notar. Saludaron de beso en la mejilla como era su costumbre. De últimas lo hizo la otrora pareja. El muchacho tomó la iniciativa. Todo volvió a la normalidad, parecía como si él no se acordara de la relación que habían tenido. Esto afectó a Silvia, que incluso físicamente, se notaba bastante deprimida. Lo que ella no sabía es que a él le temblaban las piernas, se perdía en los rizos del cabello de la joven, en el aroma de su perfume e incluso en las ojeras que le dolían hasta lo más profundo de su alma. En ese momento entró Raquel, que a pesar de estar preocupada, miró con reproche a Silvia. Ella contó que una explosión con una papa bomba había matado dos estudiantes universitarios y un bebe y dejado amputado de la pierna izquierda a otro chico, aparte de dejar ventanas rotas, doce carros averiados, muros derrumbados y desaparecer por completo el techo de la vivienda. - - ¿No es un poco exagerado? –preguntó Silvia incapaz de mirar a la mujer. Sí, bastante. – respondió tajantemente Raquel En lo personal no creo que sea una papa bomba, hizo mucho daño – abrazó Andrés a su madre intentando tranquilizarla, para que no fuera tan dura con la muchacha. Sin temor a equivocarme –intervino Diego – diría que es más bien dinamita o algo así, algo fuerte. - - - - El caso, niños –dijo la madre –es que yo presiento un ataque de inteligencia. Primero no se llevaría un bebe a armar papas bombas, pero fingiendo que fueran tan irresponsables, no harían esto en la casa de una de las familias. Además eran dirigentes de la FEU, quien sobrevivió es John Restrepo, lo van a acusar de “terrorismo” y “rebelión”. Es el colmo. –se enfureció Silvia- En este país donde los pocos ricos son los dueños de todo y la mayoría del pueblo no tenemos nada, el sagrado derecho a la rebelión es un delito que se pagaba caro. El terrorismo es para ellos las técnicas que escoge el pueblo en su derecho a la defensa, más no es terrorismo robarse las arcas públicas quedándose con el dinero de la educación o la salud, mandar a sus escuadrones de la muerte a desplazar personas, asesinar sin piedad a campesinos y oprimir al pueblo enviándolo a la extrema pobreza y a la miseria absoluta ¿Esta es una democracia? No, -se conmovió Raquel que se arrepintió de lo dura que había sido con la joven John no haría algo así. –dijo Diego – amaba a su hijo, era pacifista, tranquilo, además, como suponemos explosivos más fuertes y en las noticias no dicen nada al respecto,…sí, es un ataque del estado. Para ensuciar el buen nombre de los estudiantes y estigmatizar cualquier movimiento. –interrumpió Silvia. Están asustados –concluyó María Cecilia con una sonrisa Si María C. –Raquel arregló el cabello de la joven – eso es lo peligroso precisamente, cuando el tirano se asusta llama a la muerte para que lo ayude. Se retiró dejando una estela de preocupación en los jóvenes que por el momento olvidaron sus problemas personales. Alicia se exaltó mucho más porque no era el mejor momento, pues comentó que uno de los colaboradores había decidido dejar de ayudar. Todos la miraron tensos. Ella dio detalles de la llamada en la que el hombre había sido bastante grosero y amenazó con denunciar. Todos sabían lo que iba a decir Robinson, le darían un par de oportunidades y después le “pasarían la cuenta de cobro”. Sin embargo el miedo no los espantó, este ataque cobarde a unos muchachos inocentes cuyo único delito fue sentarse a hablar con el gobierno sobre la educación, la igualdad y la paz, les causó ira, no los iban a hacer retroceder, lo importante de todo era el objetivo principal : la paz con justicia social. “Por ese amor que es el amor, el amor de mis amores, […] voy a brindar los mejores momentos de mi vida. Es el amor lo que me inspira, por él venzo los temores, […] por eso cultivo flores aunque el peligro me siga. Sólo un hombre enamorado es capaz de hacer cosas grandes y bonitas, es que el amor siempre invita a actuar al son del latir del corazón. Qué viva el amor, bandera que en el alma buena se agita, lástima hay almas malditas, en ellas jamás florecerá el amor. […] Buen hijo del pueblo es aquel que al mirarlo empobrecido, encadenado, ofendido, se levanta y con valor, se le enfrenta al opresor, va hasta el final decidido, […] de lo contrario es mal hijo, es un cobarde traidor. […]” Las cosas se ponen duras, turbias y difíciles. Este es un momento de la vida en el que no hay como dar marcha atrás, y si existiera la posibilidad, sería vergonzoso y bajo hacerlo. Ya maduraste más, eres fuerte y serena, pero aun te falta la valentía y el coraje de aprender a enfrentarte a las cosas que ignoras, que atormentan. ¿Hallarás la forma de superar esos miedos, esas situaciones incontrolables, la verdad que no sabes, el vacío infinito de lo desconocido? XII Una daga que se incrusta suavemente Podía oler los agradables aromas de las flores de su jardín y el aire refrescante de la madrugada cartagenera. Tomó sus documentos mientras pensaba en qué bellezas le traería este nuevo día. Abrió la puerta, recibió la vida y cantó por ella. Camino dos pasos, miró hacia atrás, vio sus hijas y su esposa, sonrío a Dios. Siguió su camino, trotó un poco, recogió una flor. De pronto un ruido sordo y un fuerte dolor, oscuridad, silencio, confusión. Pudo abrir los ojos y vio los primeros rayos del sol. Una sonrisa se dibujo en su cara. Su cuerpo moría pero su alma corría con fuerza de huracán, con pasión de enamorado y con la esperanza de la libertad. Dicho y hecho, las órdenes de Robinson eran esas. Por el momento Carlos Mario y Natalia, que tenían más experiencia, harían la primera “visita”, mientras que Silvia, Ivonne y Diego hacían inteligencia para prepararse por si acaso había que “cobrar”. Las instrucciones fueron dadas, las direcciones y teléfonos aprendidos, pues no las podían llevar por escrito, y el dinero para la logística de los que iban a participar repartido. No estaban muy seguros de lo que hicieron Carlos Mario y Natalia, pero desde eso el hombre se veía bastante nervioso, así que tenían que ir con cuidado. A los que más difícil papel les correspondía eran a Diego y a Ivonne. Al primero le tocaba ser un vigilante de un terreno que quedaba frente a las bodegas del hombre. Ivonne sería una muchacha que intentaría hacer contacto con él en el bar que frecuentaba y Silvia era una vendedora de artesanías y dulces en el centro de la cuidad, frente al edificio en el que él tenía una oficina. Mientras limpiaban el lugar y se aprendían la dirección del próximo punto de encuentro Robinson, que ya había hablado con Andrés y María Cecilia, llamó aparte a Silvia. - - Francisca, permíteme un momento. Sí – dijo ella retirándose de sus ocupaciones y alejándose del grupo. Me preocupa la situación con Ximena y Carlos, aunque veo que se hablan bien sigo sintiendo una tención entre tú y él. No quiero meterme en sus vidas, pero no me vayan a obligar. Cumplan con sus deberes en la célula, con la organización, dialoga con Ximena que es excelente muchacha y arregla las cosas con Carlos, así te toque tirártele encima y cogerlo a besos. – esto produjo algo de risa tímida en Silvia- él te sigue amando y tú también, yo sé de lo que hablo, soy mayor que tú. Por ahí diez años, no exageres. Te apuesto que vuelven. Ojalá. Se dirigía a la casa sola, pues para asistir a las reuniones era mejor que llegaran y se fueran cada uno por su lado. Caminaba lento, pensando en lo que había dicho Robinson. - “Mariana ¿crees que ya llegó a su casa?” No se aguantó la tentación de saberlo y dobló la esquina, era más largo el camino pero pasaría por la casa de Andrés. Casi llegaba al frente de la vivienda que tenía las luces apagadas. - “Con lo lentas que veníamos Mariana, él ya está dormido”. Oyó un silbido a sus espaldas, se le heló la sangre, lo reconocía, volteó a mirar, era Andrés. Él también había pasado por la casa de ella pero no dijo nada - - Hola ¿qué haces por aquí? Me pasé un poco y me tocó venir por esta ruta – mintió, quería decirle que seguía pensando en él, Andrés lo presentía y tenía la tentación de abrazarla y jurarle que nunca la dejaría. Te acompaño a tu casa. – caminaron y juntos miraron las estrellas en silencio. Llegaron al hogar de Silvia. – ya, llegamos. Sí – ella miró directamente a sus ojos y él quiso tomarla en sus brazos y besarla, llevarla lejos y amarla por siempre. - Entra. Sí. – ella entró se quedó un rato mirándolo con la puerta abierta. Cuídate, te veré mañana – le mandó un beso desde la distancia, ella cerró la puerta y se quedó parada frente a la ventana, hasta que la sombra de Andrés desapareció. Amparo y Patricia estaban esperándola, su madre le sonrió, sabía lo que sentía la muchacha, hablaron un rato. Silvia convenció a Amparo de llamar a la casa de Andrés, él contestó le dijo que había llegado bien y le preguntó si Silvia se sentía mejor después del cumpleaños. Ella, sin que su hija se diera cuenta de la conversación que sostenía, le dijo que no, pero se recuperaría. ¿Qué quería decir esto? ¿Qué lo olvidaría? Esta conversación dejó más confundido al chico. Los días pasarían en medio de la misión encargada. Silvia conoció una faceta más de las calles y de la sociedad. Era bastante difícil ser vendedor ambulante. Había mucho desempleo, hambre y miseria, a la gente trabajadora no le quedaba otra opción que vender lo que pudiera en las calles y el gobierno, que no los ayudaba en nada, los atacaba ferozmente. Redadas en su contra, maltrato físico, implantación de droga, robo o quema de sus mercancías y hurto del dinero y herramientas de trabajo que podían ser costosas. Los muchachos, en su mayoría, era gente que no tenía acceso a la educación y desplazados. Otro tanto, estudiantes que, con dificultad, así se costeaban sus carreras intermedias o universitarias y un diminuto porcentaje expendedores de droga. Estos últimos eran los únicos que no corrían cuando llegaba la policía, puesto que ellos no eran hostigados por las patrullas y les avisaban cuándo iba a haber redadas grandes. Así, dolorosamente, comprobó, de nuevo, que los que deberían proteger al pueblo lo atacaban ¿Quién estaba con la gente? ¿Esos mentirosos y asesinos? ¿Los políticos corruptos? Se sintió orgullosa de la decisión que había tomado de pertenecer a las FARC, el ejército del pueblo. Los demás vendedores ambulantes la recibieron de manera agradable, le enseñaron las cafeterías, el mejor restaurante y cómo defenderse. En un par de días aprendió que tenía que estar atenta a los movimientos de los jíbaros, si ellos se iban de un momento a otro, sería porque había redada. Debería fingir que ignoraba quién vendía droga y también era importante saber cuáles personas les hacían el favor de guardarles la mercancía mientras ellos se mezclaban con la gente para impedir que les quitaran su medio de trabajo. Entre los vendedores ambulantes se hallaba una cartagenera simpática que había sido la primera persona que le habló. Vino desplazada, estudiaba en la Universidad Distrital. Su papá había sido un gran abogado. No tenían riquezas pues quería tanto a la gente que trabajaba incluso gratis. Él le había enseñado a encontrar la belleza de la vida, incluso en lo más pequeño y común como una flor. Ella tenía nueve años cuando lo mataron dejando a su madre, a su hermana y a ella completamente solas en Cartagena. Amenazadas se habían ido. Desde entonces el recorrer por Colombia, comenzar un año en una ciudad y terminar en otra. Tuvo ganas de unirla al grupo, pero temió una trampa. Meses después se enteraría que a ella, su amiga Eunice, la habían matado. “[…] Soñando con la alegría que se esconde en el futuro, […] sudándola con orgullo persiguiéndola María, […] Pétalos de sol sonriente tus miradas compañera, […] inundando la trinchera en la lucha qué aliciente […] A ti que te faltaría fuera de consciencia oscura […] pero eres clara y madura te duele el pueblo María, […] te duele el pueblo María suficiente explicación […] bordando la revolución pasas las noches y los días […]” Mientras tanto Silvia o mejor Francisca que se hizo llamar Lady, seguía haciendo su trabajo de la célula. Incluso fue un poco más allá. El hombre se convirtió en un cliente, alguna vez llevó a su hija para comprarle algunas artesanías. La personalidad de la muchacha vendedora llevó al hombre a confiar, la invitaba a tomar café en su oficina o en una cafetería cercana, le hacía regalos y le daba dinero porque tenía intenciones sexuales con ella. A Andrés esta situación lo incomodaba, pero esto era favorable para la organización, pues el hombre le daba información sin saberlo y recibía llamadas en frente de ella. El empresario hizo caso omiso a las dos “visitas”, la información recaudada ayudó bastante y la llamada de atención se estaba preparando. Ivonne en el bar logró determinar algo que ellos no sabían: el hombre tenía negocios sucios relacionados con droga. Por su parte Alejandro tenía todo preparado para que Andrés, Rolando, Diego y él actuaran una noche de miércoles. Con la información que Silvia dio concluyeron que ese día viajaría a Girardot. Había invitado a “Lady”, pero Silvia hábilmente salió de ese aprieto con una buena excusa. La tarde fue muy estresante. Los que estaban en la fundación sólo podían esperar las noticias y desear que a sus amigos les fuera muy bien. Ya era de noche y Silvia no podía más. A las diez recibió una llamada. - ¿Aló? Hola Silvy… ¿cómo estás? –contestó Andrés. Bien y tú. No, pues bien…estuve montando una obra de teatro, todo salió muy bien, pronto la podremos presentar. – Silvia sabía que se refería a la misión. Qué bueno, precisamente estaba pensando en eso. Qué bien… Sí. Yo estuve pensando en…los dos…yo – Silvia no esperaba este tema, su corazón se aceleró ¿Volverían? –yo quiero que podamos ser amigos, - normal, hablarnos bien –se arrepintió el chico de lo que iba a decir, ella recibió estas palabras como un baldado de agua fría. Sí –dijo evidentemente afectada –eso estaría bien. Sí…bueno…buenas noches Silvy, nos vemos mañana. Adiós Andrés…yo Chao, -interrumpió Andrés, su voz estaba a punto de quebrarse, tenía ganas de llorar - besos Chao –la muchacha se sintió cortada, rechazada, el chico colgó. Ambos lloraron amargamente toda la noche. Al otro día la explosión en las bodegas fue noticia, pérdidas millonarias y un despliegue mediático bastante exagerado. A los quince días Robinson declaraba satisfecho el pago de la colaboración. “ […] Cuando salen se despiden con cariño de sus hijos y besan a la mujer, no le preguntan si vuelve, el miliciano se pierde a cumplir con su deber, con su mirada secreta, como una abeja que está atenta en las ramas de un laurel, el miliciano vigila, sostiene el arma escondida pa’ no dejarse coger. Milicias Bolivarianas bajo la luna y el sol, bajo la lluvia y la noche pa’ lante con su misión” El fin de semana fueron a un bar cerca a la universidad, todo era alegría, lastimosamente en la reunión no estuvo Carlos Mario, Rolando, Natalia y Alexandra. En el transcurso de la celebración conocieron a un muchacho, se llamaba Marcos, era alto, moreno, carismático y de buen humor, aunque callado. No estudiaba por el momento porque no había podido terminar el bachillerato. Trabajaba como obrero de construcción, en una gasolinera y a veces como vigilante en un bar. Pronto congenio con la mayoría del grupo, obviamente no con Robinson que tendía a ser más antipático y desconfiado, y en este caso, celoso, pues notaba que a Marcos le gustaba Alicia. Todos rieron y lo tomaron del pelo. Sin embargo la noche no se arruinó para él, que tenía a Alicia a su lado y ella había aceptado amanecer juntos. Al otro día por la tarde se iban a reunir en la casa de Diego. Silvia llegó con el muchacho y encontraron a Andrés, que estaba esperando en el jardín, el resto del grupo no había llegado. Era una casa grande, de dos pisos y muy iluminada. Subieron a la habitación del joven, estaba llena de instrumentos musicales, una batería, guitarra y bajo eléctricos, violín y un par de flautas. En el rincón una cama y un escritorio mirando hacia la ventana cerca a la puerta había un pequeño baño. Las paredes decoradas con dibujos y afiches de su música preferida, el metal, y del che. El cuarto no estaba muy organizado, los muchachos se sentaron donde pudieron. Después de un par de canciones Silvia notó que parte del techo era más bajo y había una pequeña puerta y preguntó qué había ahí. - Allí es donde dormía cuando pequeño – sonrió recordando- es una pequeña buhardilla y escondo varias cosas, les mostraré. Buscó un palo con el que bajó un cordón que haló y descendió una escalera. Subieron los tres. Primero pasó Silvia y Andrés la ayudó, la cogió de la cintura, ella se estremeció y se sonrojó. Subieron a un pequeño cuarto donde había más afiches, carritos de juguete, libros, varios tesoros personales y recuerdos del bachillerato. Diego miró todo esto, recordando sus años de niñez y adolescencia. Está última etapa había sido difícil. Era rebelde, contestatario, atrevido pero nadie le ganaba en lo académico. Leía sin parar desde los diez años, a los doce ya leía dos libros por semana. Cogió una foto de una bella niña de unos quince años rubia, su cabello rizado, ojos azules, boca pequeña y roja. Recordó que esa foto se la robó el último año de bachillerato. La niña nunca le puso atención. Él estaba enamorado de ella desde octavo. Un día en que ella miraba un álbum fotográfico con sus amigas y Diego jugaba futbol, él noto que lo miraba y se preocupó cuando él sufrió una pequeña lesión. Se acercó, la muchacha lo ignoró, él vio la foto, se la robó y le dio un beso en la boca a su amor. Silvia reía animadamente por la forma en que Andrés le arreglaba la historia a Diego, transformándola y haciendo que el protagonista lo mirara mal. Hace tiempo no reía así. Él colocó una mano sobre la rodilla de ella que estaba sentada en una pequeña cama y miró por la ventana dirigida al cielo. Diego volvió del pasado. Dijo que iría a llamar los muchachos por teléfono, los dejó solos. Andrés, sin saber qué hacer, quitó la mano de la pierna de Silvia y se puso a jugar con un carrito. Después de unos segundos se decidió, dejó el juguete en su lugar y la miró a los ojos. - - No quise dejarte. Nunca te he dejado. Sí, sé que siempre tendré tu apoyo. Lo que quiero decir es que aún te sigo amando, yo quise escapar de este sentimiento pero no puedo. Me pasa lo mismo- miró el hermoso cielo azul manchado por una nube- te amo. ¿A mí? ¿sin pretender que soy Nacho? Siempre te he amado a ti. Sí, amo a Nacho pero diferente, y esas diferencias no significan que tu tengas que cambiar, me encanta que seas como eres. Lo que no entendía era que tenía que avanzar y ser feliz ¿me ayudas a ser feliz? Claro mi amor. Se besaron y se abrazaron. Su fuerte mirada, que abría una ventana a una inmensa pradera de paz y felicidad, la hacía sentir extraña, sus manos la estremecían de la forma que sólo él sabía hacerlo. Sus labios, suave, cálida y cariñosamente jugueteaban en los de ella, en su cara, en su cuello. El aire les faltaba, les sobraba calor y pasión. Ella se atrevió a acariciarle el pecho metiendo su mano derecha debajo de su camisa, prenda que él rápidamente se retiró. El comenzó a besar con pasión su cuello y a retirar la blusa de la muchacha. Ella se sintió bien pero con miedo y pena. Se alejó un poco intentando cubrir su pecho, momento que él aprovecho para acostarla en la pequeña cama y retirarle las prendas que faltaban con cuidado, sin dejar de mirar sus ojos. Él se quitó el resto de la ropa y se acostó a su lado. Podía ver la vergüenza y los nervios de ella, esto le pareció tierno, inocente. Entendió que aunque ella fue violada esta era su primera vez y debía hacerla especial. La acariciaba, la besaba, la alagaba y la estremecía. Tocar por fin su cuerpo desnudo, ver por completo aquella figura color canela, delgada y hermosa era un privilegio para este hombre que tanto la amaba. Cuando se acostó sobre ella con la mano derecha acariciaba su cara mientras la besaba. Ella, con sus ojos cerrados, sentía amor y placer. De pronto las caras de esos hombres volvieron a su mente, recordó el dolor tan adentró, tuvo miedo. Él se dio cuenta y le hablo, ella abrió los ojos y encontró los de él llenos de comprensión y no dejó de observarlos. A los pocos minutos volvía a disfrutar del placer, sentía esa emoción tan inmensa estallando dentro de ella. Andrés supo que era el momento, con un suave movimiento la hizo suya y fue de ella, exploraba su cuerpo mientras veía sus ojos miel húmedos por un par de lágrimas de amor. Después de este inesperado suceso él descansaba feliz boca arriba mirando el cielo con el brazo izquierdo doblado bajo su cabeza y el otro envolviendo a Silvia que dormía a su lado. Ella despertó. La pequeña nube viajaba lentamente hasta desaparecer de su ventana. Todo estaba tan claro, ya no había dudas que cubrieran sus ojos, todo brillaba más, estaba tranquila. - “Mariana esto nunca se va a acabar”. Suspiró y lo miró. Él le sonrió y la besó. “Ahora sí sé yo que me enamoré y mejor que ayer hay más comprensión. Me fui por tus ojos, llegué hasta tu alma, la comparé con mi alma y saqué una conclusión. […] Eres tú mujer según pienso yo un ángel que tiene más poder que dios. Y en tiempos de lucha se lucha mejor su junto al fusil también se lleva una flor. Ñata de color moreno me sacaste la tristeza llenándome de alegría me inspiré mientras bebía sentimiento de tu fresco manantial. No me vallas a olvidar sabes lo que pasaría vendría una fuerte sequía, la sed me va a torturar.” Se bañaron, se vistieron y bajaron a buscar a Diego. En el primer piso estaban todos sus amigos con una sonrisa cómplice. Celebraron el regreso de la pareja. Silvia se sentía feliz. Hablaron, bromearon, compartieron historias tristes y alegres. La fuerte voz y las carcajadas de María Cecilia no faltaron, el mal genio o la sonrisa imparable de Ivonne también hicieron presencia, la tierna y sincera mirada de Alicia dio cariño a todos, las chanzas siempre pesadas de Alejandro no podían faltar, la picardía de Diego estaba a la orden del día, los relatos asombrosos y contados con gracia de Andrés llenaban el espacio de risas, momento que él aprovechaba para hablarle al oído a Silvia, sin previo aviso, como siempre lo hacía, así simplemente le contara un chiste de los miles que sabía, y ella lo sentía más cerca y se estremecía con su aliento. Este recuerdo lo llevará también en su mente. Esa tarde maravillosa de las que se van y no vuelven, esos momentos que dejan agradables cicatrices que a veces duelen y otras le hacen cosquillas al corazón. La vida te devuelve de nuevo una oportunidad perdida, esto es extraño, así que cuando pasa se debe aprovechar. Aprendiste de nuevo sobre el trabajo en equipo, la amistad, el amor y la felicidad. Silvia, ¿A dónde crees que te lleve todo esto? XIII El ataque feroz de una bestia invisible La madrugada la sorprendió besando a su pequeño hijo de cinco años él, sin despertar totalmente, apretó la mano de la joven que dejó caer una lágrima. Salió a la calle buscando el sacrificio, el esfuerzo, la soledad. Buscando la vida, buscando la muerte, buscando el amor. Buscando un final heroico, buscando el anonimato, buscando el dolor. Caminó por las deprimentes, desoladas, gises y heladas calles. Tan deprimentes como la muerte, como la guerra como la desilusión. Tan desoladas como el corazón sin amor, como el cuerpo sin alma, como la vida sin libertad. Tan grises como lo bueno y lo malo, como las fronteras del hambre, como los límites de la miseria, como el diario vivir del niño pobre. Tan heladas como el corazón del rico, como las leyes del gobierno, como la justicia de este país. Todo era celebración en la casa de Silvia una noche que llegaban Andrés y la muchacha de la universidad. Había cerveza, música y muchas risas. En el comedor una fotografía de Francisco al lado de un pastel - - Mija, mija, - gritaba Amparo abrazándola- salió la indemnización, le demostramos al estado que si no le hubieran disparado a su papá esa vieja herida no lo habría matado. Mami, que bien – “gracias papi, gracias Carmen, gracias Mariana” lloró, Andrés la abrazaba. Fue una buena noticia. Todo se destinó como se había estipulado desde el principio: parte para las cooperativas, otra suma para la fundación y la última para la familia. Parecía como si ya nada malo pudiera pasar. Sus empresas iban bien, su relación con Andrés era perfecta, su familia era feliz, sus amigos estaban dichosos, sobretodo Robinson y Alicia, quienes habían llegado a la conclusión de vivir juntos, lo harían el próximo mes. A los pocos días Alicia apareció muerta con señales de tortura. Ellos nunca sabrían que aguantó los peores vejámenes, dolor intenso, humillaciones, mutilaciones, y sin embargo no habló. Las “investigaciones de la policía” llegaron a la conclusión que una banda delincuencial, que trabajaba en un barrio cercano al de la joven, la interceptó, violó, torturó y asesinó. Había algo extraño en todo esto. Al ver los detalles y analizarlos eran contradictorios, cuando no imposibles. - - - - Sí, yo ya lo había pensado Carlos. - Expresó Robinson mirando fijamente a la nada. Entonces – se impacientó Alejandro ante la extraña demora y la lentitud de Robinson, recibiendo un fuerte codazo de Ivonne. Robinson bajo la vista pero siguió en su trance. Entonces, Pablo, tenemos que pensar. ¡Guíanos Robinson por favor! –lloró Silvia en medio de su angustia y frustración. Ya, ya, déjame pensar. Lo primero que debes entender es que nuestros caídos no mueren Francisca, siempre se quedan aquí, alumbrando nuestro camino a la revolución. Si hermano pero eso no soluciona nada – intervino Rolando – por qué no sabemos qué tanto dijo la china. No dijo nada – cerró los ojos. Los amigos de la muchacha apoyaron estas palabras – ella no diría nada. La mataron por eso. Ella nos protegería siempre, no nos traicionaría, solo los ojos la delatarían pero su lengua no se movería – hizo una pausa que parecía eterna, tomó un gran sorbo de agua y quiso volver a su estado normal sin lograrlo –sin embargo tenemos que pensar que sí dijo algo. Hay que cambiar todo lo planeado e investigar ¿Quién le pudo hacer esto? – se le intentó ahogar la voz - Dígame algo Armando. Yo no sé – meditó Diego - yo hablaba más con ella, no tenía amigos más que nosotros. Siguieron hablando. Dudaron de todo. Hasta que Silvia recordó algo. - - Ese fue el día en el que asistimos a una reunión improvisada de la célula. Si Francisca. Fue en el camino que desapareció pues varios de nosotros la vimos tomar el bus. Sí –volvió a responder Robinson imprimiendo un tono de malicia en su voz- Esa ruta era la 123, la dejaba en la 68 con 68, ella me esperaba allí, ese día no llegó. Entonces allí se perdió o la bajaron antes. –intervino María Cecilia Hay que averiguarlo – suspiró Silvia - ¿pero cómo? Ahora le preguntaré a Doña Betty, la vendedora ambulante a la que a veces le comprábamos cigarrillos y dulces. También se le puede preguntar a Marcos, él está trabajando por el lugar y siempre fue muy atento con Laura – intervino María Cecilia. ¡Ese hijueputa! –estalló en cólera Robinson- ¡tenemos que investigarlo también! –intentó dejar la excitación, pero no pudo. No pensaras que… - se asombró Diego. Todo puede pasar Armando. ¿Qué hacemos? – Andrés estaba de acuerdo con Robinson Carlitos, investigar. Sacaron una lista de personas, incluyendo la banda delincuencial que era culpada por la policía, pero para Robinson el principal sospechoso sería Marcos. Ella no era una muchacha sociable, así que ahora le resultaba extraño que un hombre que no era estudiante entrara a un bar universitario y se le hubiera acercado nada más a ella. Robinson impartió tareas. - En el caso del “señor” Marcos, ustedes se van a acercar pero no mucho, los conocen, así que pueden poner en riesgo la operación. Además si estoy en lo correcto y Laura no cantó, él buscará alguien que lo haga, así que Ximena contrólate, tu eres la única soltera, si él es el culpable tú serás la carnada. Por nuestra parte nosotros haremos lo nuestro. Todos salieron del lugar duplicando las medidas de seguridad. Robinson no era el mismo. La tristeza lo abrazaba tan fuerte que le era difícil concentrarse, sólo el amor al pueblo y la preocupación por sus amigos lo mantenían en pie y le permitían cumplir con sus tareas correctamente. Él iba en el bus. Pronto se acercaba a la 68 con 68, su corazón se aceleraba pero ya no de felicidad como antes. Le dolía recordar la impaciencia por llegar allí, sabía que ella no estaba más. Cuando se bajó, por un segundo, le pareció ver a Alicia esperándolo con sus grandes, hermosos, enamorados y brillantes ojos, con su tierna sonrisa y sus nerviosas manos. Sintió que su corazón se detuvo, tomó una gran bocanada de aire y, con sus ojos llenos de lágrimas se dirigió hacia donde Doña Betty. El chico parecía desfallecer. Recordaba como Alicia siempre le llevaba algún detalle a la anciana y le compraba media cajetilla de cigarrillos y dos mil pesos en dulces. Ella no fumaba mucho, uno al día, pero se le hacía difícil negarles cigarrillos a sus amigos. Robinson al fin llegó, la mujer baja, notablemente pobre, de más o menos sesenta años y por cuyo rostro se reflejaba una vida ardua, dura, injusta y cruel, volvió los ojos al chico que le entregaba, sin mediar palabra, una ensalada de frutas. La mujer se le tiró a los brazos mirándolo con tristeza pero entregándole todo el amor y el calor de la comprensión al muchacho. - - - ¡Qué cosas tan injustas! Sí Doña Betty. ¿Usted está bien? Sí –dijo débilmente el chico – vengo a visitarla, no había vuelto porque como ya no nos encontramos… Sí mi amor, tranquilo, eso es muy difícil, yo misma que soy viuda no lo podría entender, ustedes se amaban tanto. Pero – hizo señas de que la esperara, cuando todos los clientes se fueron ella se acercó y le habló quedo - ¿usted si le cree a la policía? –el chico negó con la cabeza –yo tampoco. Esa noche íbamos a pasarla juntos, ella no tendría porque ir a su barrio, Doña Betty ¿ella vino aquí? ¿Ella me estaba esperando? Si mijito, claro, se aproximó a mí como siempre, se fumó su cigarrillo y comió infinidad de chocolates –sonrió la anciana recordando la manía de Alicia de comer bastante dulce –de pronto se le acercó un muchacho de allí -señaló la gasolinera cercana –ella parecía conocerlo, hablaron un rato, pero ella pronto estuvo comportándose extraña, luego desapareció y el muchacho ese se fue en una moto. Si supiera algo le diría más, mijito, pero no sé. Tranquila, con lo que me dijo es más que suficiente. Todos investigaron por semanas a muchas personas. Esta actividad les tomaba mucho tiempo, además en la célula tenían otras tareas, sin contar el estudio y la fundación. Se estaba volviendo horrible, tenían rendir en todas sus actividades, estaban cansados. Lo más agotador era no tener resultados, ninguna prueba del culpable. Marcos, que era el principal sindicado, se veía muy afectado. Así que María Cecilia bajo la guardia con respecto a él, hasta que un día se lo encontró en una heladería. Ella estaba esperando a Andrés. - - Hola, que bien que te encuentro – dijo Marcos, su ropa estaba untada de pintura, cemento y todo lo que se usa en una obra. Hola ¡¿Qué milagro?! – respondió María Cecilia mientras le daba un beso en la mejilla. Estoy trabajando en la obra de la esquina, estoy pañetando y pintando uno de los pisos. – se sentó a su lado e hizo señas al mesero para que viniera, y pidió una limonada. Qué bien. ¿Qué más? - - - - Pensándote. No he dejado de pensar en Alicia, ¡pobre Mauricio! No nos la llevamos bien pero él es un bacán y no me imagino lo que debe estar sintiendo. Si yo que apenas los conozco me siento tan mal. Ella era genial. Si, era mi mejor amiga. Mauro está muy deprimido pero no lo demuestra, ya no nos vemos, ¡Pobrecito! Pero es que es tan… Sí, siempre me pregunté qué hacía una muchacha tan agradable como Alicia con un chico tan serio y… no sé… ¿sabes cómo se conocieron? No, realmente no sé, creo que fue en un bus o algo así – María Cecilia comió un poco de helado, y pronto una luz iluminó su mente. Recordó que Robinson dijo que prácticamente sería la próxima víctima de este hombre. Lo miró bien y noto algo particular. Su ropa estaba en un estado lamentable, pero él no. Sus uñas no tenían ni una pequeña mancha de pintura y su manos eran tersas – sabes qué – retiró el helado -¿quieres una cerveza? Sí. Vamos. Yo invito. – la muchacha tuvo miedo, pero, como ella era muy buena para disimular, no se le noto. - Conozco un lugar. Está bien. Pero tengo que esperar a Andrés. Bueno – el hombre dejó ver su decepción, no sabía qué hacer – y eso ¿por qué? Tengo documentos importantes de la fundación – le mostró una carpeta que de verdad contenía un trabajo universitario- esto es urgente, como mañana no puedo venir tengo que dársela hoy ¡qué pesar! Sinceramente estoy que me tomo un par de politas – rió estruendosamente como de costumbre, se puso seria y le tocó la mano al joven- han sido muy difícil estos días. Sí te entiendo pero estoy aquí, junto a ti. Andrés llegó y María Cecilia le entregó la carpeta fingiendo que eran los documentos del juzgado de un caso de la fundación, aclarando que ella los tenía porque estaba trabajando con la hija del asesinado. Él le siguió la corriente. Ahí se dio cuenta que María C tenía sus dudas. La pareja salió del sitio y Andrés corrió a tomar un taxi. Los siguió de lejos y estuvo frente al bar hasta que Rolando llegó en un carro común, el Renault 4. - - No podía dejarla sola hermano, que pena, ojalá no pase nada, no los seguimos muy de cerca, no me deje ver, pero sin saber a dónde se dirigían… Tranquilo hermano, lo hizo bien. Ahora váyase parce. Yo daré un par de vueltas. Allí estuvieron unas dos horas. Marcos se tornaba tierno. Por dentro María Cecilia quería estallar de la ira. De un momento a otro Marcos la besó ella aceptó, aunque lo quería ahorcar. Salieron besándose apasionadamente de allí, María Cecilia le soltó algo que le daría que pensar y lo haría buscar una orden superior: - - No sé qué está pasando, creo que no es el momento – dijo intentando deshacerse de la situación. Lo sé. Yo también me siento mal. Pero siempre me has gustado. Eres especial. A mí también me has gustado siempre, pero… pensé que te gustaba Alicia. No – rio – primero no me metería con una mujer enamorada, segundo no tendría problemas con un hombre como Mauricio ¡me mata! Y tercero eres hermosa, tendría que ser ciego para no enamorarme de ti a primera vista. Hablaba más con ella porque era tu mejor amiga y quería hacer que ella nos uniera, soy muy tímido. ¿Sabes? Yo tengo unos amigos que me pueden ayudar a vengarla. Tranquila – le tomo la cara y la beso- ¡la vengaremos! Yo hablaré con mis amigos y te los presentaré. Se besaron, pero María Cecilia sentía asco, Marcos por su parte estaba feliz, pronto llegaría a su objetivo. Ella sacó una excusa para ir a su casa. Al llegar tuvo que aguantar de nuevo los besos de ese hombre y sus manos tocándola con morbo. Entró, se sentía mal. Pensaba que si él era el culpable ella era una idiota que en vez de matarlo lo único que se le ocurrió fue cogerlo a besos. Si no es el culpable era una prostituta que estaba jugando con los sentimientos de ese hombre. Además no podía dejar de pensar en su amiga, recordaba a Alicia y todas las cosas que pasaron juntas. Se acurrucó al lado de la cama con un álbum de fotos y lloro desesperada. No podía llamar a nadie, no podía salir, temía que la tuvieran vigilada, fue una terrible noche. Al otro día en la universidad contaba todo visiblemente afectada, estaba inconsolable. Silvia le hizo señas a Andrés para que la abrazara y la tranquilizara, él lo hizo. María Cecilia tomo de la mano a Silvia y lloró largamente. Después se enteró de que no estuvo sola, Rolando la cuidó, eso la hizo sentir mejor. A los pocos días contó de nuevo el suceso en la célula. Para a ese tiempo ya tenía más información, aunque no tan valiosa como la de Robinson. - - Ximena, déjame felicitarte por ese trabajo tan valiente y limpio. Gracias – se sonrojó María Cecilia- pero ¿cómo sabemos que él fue? ¿y si dice la verdad? Pues te cuento que como le hablaste de los “amigos que vengaran la muerte de Alicia” él tuvo que descuidarse. Fue a recibir órdenes. El hijueputa es de la policía, y piensa que en tu desesperación lo traerás aquí. Y ¿Ahora? De eso me encargo yo – Sentenció decidido Robinson. Robinson esperó a su vez órdenes, pues un órgano superior de la organización estaba investigando. Con la información de la célula y la que entregó el hombre que tenía las FARC en la policía, ahora sabían que Marcos, o mejor, el oficial de inteligencia de la policía Tulio Ruiz estaba dedicado a la “detección y neutralización de estudiantes problema”, y varias actividades de Alicia habían llamado su atención así que, aunque no tuviera pruebas contundentes, el oficial pensaba que había encontrado una integrante de una célula guerrillera. Estaba muy feliz alardeando de su misión a sus compañeros. En su afán por resultados, y ante varios comentarios malos sobre su infructuoso trabajo, se impacientó y decidió sacarle información a la joven cosa que, al parecer no sirvió, puesto que su misión sería cerrada si no conseguía comprobar la existencia de la estructura en un mes. Carlos Antonio en persona envió órdenes de cesar actividades y estar atentos. También prometió recapacitar la petición que Robinson le había hecho de ejecutar al oficial de la policía. El mando se había negado por que ni las FARC ni el marxismo leninismo están de acuerdo con la venganza y el atentado personal. - La organización tiene actividades guiadas a un fin: la revolución. La paz con justicia social no se hace matando a la gente que nos hace daño. Esto, antes que curar la herida o ayudar en algo, logra poner más obstáculos en el camino – le habían dicho. Sin embargo el joven Robinson alegaba la necesidad de desaparecer la única persona que pudo haber encontrado pistas serias sobre la existencia de esta célula guerrillera. Esto desconcertó a Ivonne que abiertamente dijo que querría vengar a su amiga. Robinson le sonrió. Él también la quería vengar, estaba ansioso, impaciente, deprimido y bastante enojado. Esto sorprendió a los compañeros que lo conocían de varios años, Rolando le preguntó si sus sentimientos estaban interfiriendo en sus decisiones. Robinson volvió al extraño trance, como si se fuera lejos de allí. - No importa eso Rolando. Claro que importa, ¿en dónde estamos si no podemos seguir el más elemental principio del marxismo leninismo, si no podemos actuar por el futuro, si estamos actuando por el pasado? Yo también la quería. Era una niña a la que era muy difícil no estimar. A mí me ayudó con la muerte de mi abuela hace unos meses. Hablábamos y fue la única que se dio cuenta que estaba raro, fue la única que se me acercó, fue la única que me abrazó – los ojos del chico se llenaron de lágrimas de tristeza, de odio, de frustración- ¿No creen que cuándo lo ví entrar a la policía no pensé que al salir le dispararía? ¡en un segundo hice el plan! sería perfecto, lo mataría cerca a su casa por la noche. Nadie me vería. Pero prefiero seguir luchando por las razones por las que ella entró en la organización. ¿Recuerdan cómo hablaba de Bolívar? Le llamaba el comandante Simón, así, sin más. ¿Recuerdan cuando hablaba del Camarada Manuel? Las ganas inmensas de conocerlo, de dialogar con él. Pero lo que más me gustaba era cuando hablaba del futuro, de la - educación en los colegios, de la vida en el campo. ¡hay que luchar por eso carajo! Sí- intervino Silvia- pensé mucho en la venganza, y matar a los que me violaron, los que mataron mis amigos, mi familia, los que nos torturaron…hizo una pausa sus lágrimas salían solas, Andrés apretó fuertemente sus manos- pero debemos luchar para que esto no vuelva a ocurrir en ninguna parte, ¡por eso hacemos parte de las FARC! Si es para vengarnos simplemente hagamos una organización diferente, pero ésta estará destinada a la muerte tanto física como intelectual, espiritual y moral de sus integrantes porque no es un objetivo altruista lleno de amor, por mucho que sea justo y deseable estará lleno de odio y el odio genera injusticia y guerra, precisamente lo contrario de lo que deseamos. “Cógela suave que ya tu sabes que el desespero no trae na’a, nadie se va afanar, hay que saber actuar, […] oye te invito a que estés listo, oye te tienes que organizar, el avispero ya, ya se va alborotar, […]” Todos recapacitaron su actitud. Estuvieron de acuerdo con Silvia. Esperarían la decisión del camarada Carlos Antonio, si decía que si lo ejecutarían, los tranquilizaría pero tendrían que ser consientes que no era ni el medio ni el fin de conseguir lo que deseaban, la paz. Si decía que no, no se frustrarían. Para Silvia era mejor esa respuesta. Miró a Robinson, estaba tan mal, se acercó mientras todos limpiaban el lugar. - - - Hola. Francisca- sonrió amargamente No te ves bien. ¿Sabes? Al principio ni la note. Cuando los estábamos vigilando notamos a Carlos, Ximena y a ti, era difícil no verlos, tan activos, tan… no la vi, sabía todo de ella pero no la veía. Incluso en las primera reuniones. Siempre callada, obediente. Fue el día en que me preguntaron sobre mis hermanitos, en aquel bar ella estaba allí, con sus grandes ojos – sonrió embelesado, como mirándola en la distancia del tiempo, hizo una pausa, se iba a parar, Silvia no lo permitiría, él tenía que desahogarse, no podría quedarse con su tristeza para siempre. Tenía esos ojos especiales, cada vez que yo la veía podía saber lo que ella pensaba, pero a veces sentía como si ella escudriñara con ternura mi interior. Era como si supiera todo, pero nunca fuera a juzgar. Sí – suspiro, no dejaba de ver al techo- recuerdo que lo primero que sentí fue eso. Esa noche me acerqué, la miré y le sonreí, tal vez un poco coqueto, ella se sonrojó, pero no dejó de mirarme. Me gustó, le iba a echar el cuento, así que empecé a observarla bien y me di cuenta que era la niña más hermosa, aparte de ser la persona que estabilizaba el grupo. Estaba esperando siempre ayudar, pendiente de si alguien se sentía triste o feliz. Sus ojos se movían inquietos por toda la habitación, y en segundos memorizaba todo y se daba cuenta de todo. Sabía escuchar. - - Esperé al entrenamiento. En el campamento le dije todo. ¿Te acuerdas que caminamos por la noche, después del baile? Estábamos así, tan cerca, la besé, nos abrazamos y ese fue el momento… Después apareció ese hijueputa- brotaron al fin sus lágrimas, él estaba tan lejos que no se molestó en ocultarlo- Laura debió ser mía para siempre, yo la esperaba desde antes. ¿Desde Cuándo? Desde niño, y no hablo de almas gemelas ni nada parecido. Recuerdo que yo era muy pequeño, solo pude ver oscuridad. Sé que era de noche porque cuando mi madre me beso yo me desperté un poco y le apreté la mano. Al otro día no estaba, se había marchado. Todas las noches imitaba esa última escena. Pasaron como tres años, ella llegó al colegio, la reconocí, estaba tal vez más delgada pero era la misma, su mirada, no pienses que soy loco, su mirada era como la de Laura. Inquieta, feliz, amable. Todo lo memorizaba, era como una niña. Fuimos al parque me regaló un carro y se fue. A los trece me enteré que la habían matado tres años antes, ella simplemente estaba luchando por una sociedad mejor. La odie, o eso creía, ¿Por qué me abandonó? ¿No me quería? ¿Qué había de malo con criarme? ¿Por qué la mataron? Fue hasta ese día en el bar cuando Laura posó sus ojos en los míos que entendí todo, en un segundo, no dijo palabra alguna simplemente me observaba, sentí que me amaba. Tal vez si estoy loco- se dispuso a organizar sus cosas. Tal vez no, yo conseguí mi familia porque me parecía a la hermana de mi papá. Tal vez eran el uno para el otro. Laura quizás debió cuidarse más, o quizás tu debiste actuar más rápido, o… no sé hay un millón de quizás que podríamos especular, pero – tomó su cara entre las manos, él se sonrojó y miró tímidamente a Andrés sintiendo vergüenza y miedo de que él estuviera celoso, luego miró a Silvia y encontró paz- lo importante es que las lleves en tu corazón siempre, entiendas que tu madre está contigo y Laura también. -El sonrió, se sintió mejor. Esa noche, en su habitación, en la que había compartido tantas horas al lado de la mujer que amaba, lloró. Pero dentro se sentía en paz, sentía que su madre y Laura lo cuidarían por siempre, que vería sus inquietos ojos en todas partes, que su tranquila mirada lo acompañaría, que estaría protegido y amado mientras las recordara y las amara, pero saliera adelante y terminara la tarea que esas especiales mujeres habían empezado. “El amor abrió en tu pecho, inocencia […] y como un cóndor al viento te elevó con su doctrina. Partiste revoloteando con alas tornasoladas, te cautivaba […] un hombre con su mirada. Caracol que vas andando adonde te la llevaste pregunta en sus oraciones la abuelita por las tardes. […] En bohemias de guerrilleros junto al canaguaro errante nos mirarás desde el cielo prestando tu guardia de ángel. […] Aves de corazón malo con un zumbido violento te alcanzaron, te asesinaron mariposita del viento. Si mataron tu belleza, no mataron tu esperanza, hasta ese lugar del alma la bala de un fusil no alcanza.” Terminaron el semestre, Silvia y Patricia celebraban, tanto su cumpleaños diecinueve, como sus buenos resultados en la universidad. Uno de esos interminables fines de semana, estuvieron hasta las tres de la tarde en cada casa. A las cuatro se encontraron en el parque del barrio donde vivía Silvia. Se enteraron que habían condenado a la banda de atracadores por el crimen de Alicia. Los chivos expiatorios. Lo bueno es que salían estos ladrones de las calles y la familia de Alicia, conformada por madre, padre y abuela paterna, obtuvo algo de tranquilidad. Aunque condenar a estos hombres por violación, tortura y asesinato era muy exagerado, no lo merecían, no lo habían hecho. Estaban allí y se acercaron Carlos Mario y Robinson. Fingiendo que no los conocían y en voz alta le pidieron a Diego, que estaba fumando, fuego. Disimuladamente ellos les informaron que el camarada Carlos Antonio dijo que Marcos no sería ejecutado, que la organización se encargaría. También había una nueva reunión. En voz alta y pasándoles un papel, les pidieron orientaciones para una dirección, la verdad les estaban mostrando día, fecha, hora y lugar de su próximo encuentro. Todos lo memorizaron y Andrés le dio unas instrucciones falsas, ellos salieron por donde se les indicó. Por el camino, usando el cigarrillo, quemaron el papel. La muerte cada vez muestra su peor faceta, el dolor es más amargo, nunca te acostumbraras a esa horrible sensación, a ese sinsabor, al frío terrible de la soledad, al espacio que deja el ser querido, a la melancolía, nunca aceptaras la frustración, la tristeza y la rabia, nunca, nunca…y eso está bien, la aceptación trae olvido, el olvido engendra temor, el temor mata el alma, tanto la del muerto como la del vivo. Solo les queda la fortaleza, la energía y el amor, ahora tú eres el bastón que sostiene a tus amigos en este momento tan difícil, ahora tú eres el aliento que los mantiene fuertes y vivos ¿quién te ayudará a ti? XIV La metamorfosis a punto de culminar Alicia miraba las estrellas grandes en el firmamento y esperaba impacientemente al hombre que amaba, que la hacía feliz. La luna se oculto tras una oscura nube bloqueando su luz hermosa, su luz de esperanza. La bestia aprovechó la oscuridad, se quitó su disfraz amigable, su máscara de ser humano, mostró su naturaleza, su enfermedad que carcomió su alma hace tanto tiempo y acabó con su mente sin misericordia. Ella miraba el cielo incansablemente, dos estrellas titilaban acompañándola. Su mente volaba lejos, su corazón estaba con su familia, su padre enfermo, triste ¿quién lo consolaría? Su madre alegre, servicial ¿mantendrá su esperanza? Su anciana abuela cariñosa, amorosa, comprensiva ¿entenderá el horror? El dolor era intenso, pero su valor más. No habló, su fuerza provenía del recuerdo de su apacible vida, de las remembranzas de los besos, de la mirada y del calor de su amor, pero, sobre todo, de su fe en el futuro, de su certeza en el triunfo del pueblo y de su esperanza en el Nuevo Amanecer. Esta reunión era diferente. No habría instrucciones o misiones, solo les informaban que tendrían que viajar al monte, nunca volvería, serían guerrilleros, se tendrían que olvidar de sus vidas, de sus familias, de sus carreras, de sus trabajos. Ellos sabían que tarde o temprano el gobierno y sus sicarios los encontrarían. Además las ganas de servir y de ayudar al alcance de la libertad eran más fuertes. Tenían una sonrisa de satisfacción, de entusiasmo. Estaban nerviosos, ansiosos, emocionados pero melancólicos. Esa tarde salieron a pasar, quizá, sus últimas horas con su respectiva familia. “A carajo usurpadores el pueblo no los aguanta, tanto va el cántaro al agua hasta que un día se revienta, ya no sostienen las riendas porque perdieron la fuerza, un nuevo jinete vienen a cabalgar en la yegua, […] El pueblo está organizando las asambleas populares, el nuevo gobierno avanza en los campos y en las ciudades, se está dando el requisito pa’ meterle a la ofensiva: los de abajo no se dejan, ya no pueden los de arriba, […] Las FARC se están preparando, afinan la puntería, tan que bajan, tan que pujan, tan que cae la oligarquía, seguirá el pueblo ejerciendo democracia verdadera, pues los ricos gobernaban dejando al pobre por fuera, […] Hambre, desempleo, violencia, corrupción e hipocresía, serán cenicita y humo cuando arda la rebeldía, se está dando el requisito pa’ meterla a la ofensiva. Los de abajo no se dejan, ya no pueden los de arriba, […] Pa’ la ofensiva me voy mamá, porque no quiero quedarme atrás, pa’ la ofensiva me voy a ir porque no quiero verte sufrir, […].” Alexandra tenía un hijo de tres años. Estuvo con él y lo abrazó hasta más no poder. Lloró por su decisión, pero no se arrepentía, el país que quería para su hijo no se hacía solo, si ella le deseaba un futuro mejor debía poner de su parte. Su madre se preocupó, Alexandra que siempre le confiaba todo, no le pudo decir lo de las FARC y su viaje, solo le pidió un abrazó, también a su hermanito, con el que todo el tiempo peleaba. Natalia era hija única, llegó y consintió a su madre, le ayudó, hablo con ella como una adolescente, contándole de novios, sucesos y pensamientos. Al llegar su padre le tenía la comida servida y leyó con él como cuando era niña. Ante el asombro de sus ellos, durmió en la misma cama abrazándolos. Carlos Mario se quedó hasta tarde oyendo los recuerdos de sus abuelos. Ellos lo habían criado. Las ocupaciones habían logrado que el joven apenas los saludara. Esto siempre lo hacía sentir culpable, pues al final de cada noche su abuelo siempre lo esperaba despierto sin importar la hora, y al comienzo de cada mañana su abuela siempre lo levantaba con un beso y un pocillo de café caliente. Sus viejos, como él les decía, se quedarían con su tía pero sería muy doloroso, sin embargo, sabía que alguien debería hacer el sacrificio. Rolando pasó hasta muy tarde en la casa de su ex novia visitando su bebe recién nacido. La muchacha, que desde antes de nacer el niño había terminado con él, lo notó extraño y se asombró cuando al despedirse el joven la beso y le pidió perdón por todo lo que la había hecho sufrir. La pareja se fundió en un fuerte abrazo y un apasionado beso, ella quedó convencida de que volverían, que equivocada estaba. Luego Rolando se fue adonde su madre, la pobre trabajaba como aseadora en una empresa, era madre soltera que difícilmente había sacado su hijo adelante, le pidió que vieran televisión juntos y durmió esa noche con ella, la mujer se alegró de tener a su “bebe” cerca después de tantas noches de llanto y preocupación. Robinson fue al trabajo de su padre, no se habían visto desde hacía mucho tiempo, se reconciliaron. El joven quiso dormir esa noche en casa de su progenitor. Al llegar al apartamento los recibió Juliana y los gemelos. Él le pidió disculpas a la mujer por el trato que siempre le había dado. Jugó con sus hermanitos largo tiempo y bebió unas cervezas con su padre y madrastra hasta el amanecer, hablando de todo, de su vida, de Alicia, de su dolor, de su niñez y de temas sin importancia. El padre se sintió culpable pero orgulloso de ver que su hijo era maduro y un gran hombre, Juliana se alegró porque por fin pudo entrar en el mundo de aquel muchacho melancólico, apático, severo pero extraordinariamente bueno. Diego llegó al colegio distrital donde trabajaba su madre hace mucho tiempo. Ella era una profesora y madre soltera que lo adoraba desde que nació. La abrazó, le llevó una chocolatina grandísima y la invitó a comer. Pasaron toda la noche viendo televisión, hablando, jugando y escuchando música. Alejandro compró una gran pizza. Sus hermanas pensaron que estaba loco, sus padres se preocuparon, y sus sobrinos disfrutaban de sus bromas. Pero al fin pasaron una maravillosa noche, incluso le dio un gran abrazo a su hermana mayor cuando el esposo llegó a recogerla, era extraño porque pasaron toda la infancia y juventud peleando, pero esa noche él le demostró cuanto la amaba y le agradecía por sus cuidados. Ivonne llegó a su casa, hizo la comida y esperó que llegaran sus tres hermanos, dos mayores y uno menor, y sus padres. Mientras cenaban, por primera vez desde hace mucho tiempo ella, que siempre se sintió tan alejada de su familia y tan fuera de lugar, se divirtió y habló de todo: la universidad, sus amigos, de Alejandro, de libros, música y del proyecto de la fundación. María Cecilia fue por su hermanita al colegio y por el camino compraron todo lo que necesitaban para una fiesta sorpresa. Cuando llegaron sus padres todo fue diversión, risa y mucho pastel de chocolate. Andrés y Silvia alquilaron una película, hicieron pasa bocas y compartieron con Raquel, Amparo, Patricia, Alejandro, Luz Mary y Miguel. Se divirtieron. Por la noche, en la casa de Andrés, Raquel cuidaba el sueño de su hijo, como cuando era un pequeño. La que no podía dormir en la otra morada era Silvia. Se levantó y miró a Patricia. La joven a la que le había confiado sus sentimientos, secretos y toda su vida. Con la que compartía su cuarto. Podía verla hace años atrás saliendo de ese parque, ¡cuánto tiempo! ¡Cuántas alegrías y dolores! ¡Cuántos años compartidos! ¡Cuánto amor! Fue a donde Alejandro. Cada vez más se parecía a Francisco. Era fuerte él también, aguantaría la tristeza de su partida. Recordó cada momento con el chico, los juegos, el futbol, los computadores, los programas de televisión y sus abrazos. Lloró a su lado. Cuando salió fue a ver a Amparo. La mujer estaba mirando por la ventana las estrellas. Se abrazaron y estuvieron allí paradas, en silencio muchas horas. Al otro día saludó con un gran beso y abrazo a Luz Mary, esa anciana que se desvivía por atenderlos, cuidarlos, mimarlos y ya los amaba como a su familia. La mujer se preocupó, veía en el rostro de Silvia una expresión que conocía muy bien. - - Si fueras de verdad la hija de Carmencita no te parecerías tanto. Hoy tienes la misma expresión de decisión, tristeza y melancolía ¿Qué piensas hacer mi niña? ¿Estás segura? Sí. Sabes que te quiero mucho ¿Verdad? Sí, yo también. Días después, unos vallenatos de moda sonaban en un mal equipo de sonido. Silvia compartía la silla de un viejo bus intermunicipal con Andrés. Unos puestos atrás estaba Alexandra y unas sillas más adelante Carlos Mario. Fingían que no se conocían, los únicos que viajaban “juntos” era la pareja. Todos estaban tristes, pensaban en sus familias, pero estaban emocionados y con la confianza en la nueva Colombia. “A mis amigos del pueblo que me conocieron siendo parrandero, hacerles saber yo quiero el por qué no he vuelto a parrandear, me fui a la Sierra Nevada porque he decidido hacerme guerrillero y estoy con mis compañeros en el 19 frente de las FARC. He tomado este camino porque considero justo y necesario que los pobres de Colombia seamos quienes estemos en el poder, hombre por que ya está bueno tanta explotación contra los proletarios y la lucha por ser libres es para nosotros sagrado deber. […] A mi viejita del alma solamente pido que no se preocupe y como Clementina se llene de orgullo y se arme de valor que nos apoye en la lucha para que el yanqui la patria desocupe y para que derrotemos al oligarca cobarde traidor. Nunca he querido la guerra, si ahora soy guerrero es por necesidad, guerra es lo que quiere el gobierno y también algunos militares. José Prudencio Padilla defendió su pueblo luchando en los mares, guerrilleros de la Sierra lo defenderemos con honor y lealtad. Y por eso guerrillero soy, soy guerrillero, empuño el fusil y al combatir lo hago hasta vencer o hasta morir, por justicia y paz que es lo que quiero.” La realidad nos impulsa a tomar decisiones difíciles, comienza a amanecer en la noche de tu existencia y de esta amada patria, entregas tu vida sin contraprestación y mucha valentía. Ahora viajas hacia la verde esperanza de paz. ¿Estás dispuesta a afrontar todos los sacrificios? ¿Entenderás las extrañas pruebas del camino? XV ¡Al fin, Francisca…! El alba llega lenta pero definitivamente El sudor corría por su cuerpo oscuro, cansado. Los árboles y demás vegetación impedían su paso haciéndolo lento y torpe. El peso que cargaba era enorme y lo hacía pensar que iba a desfallecer. Sin embargo, en esa tupida selva, las sombras desaparecían y la tranquilidad lo cubría todo. Allí podía recibir la muerte con la felicidad del deber cumplido. Sus nuevos compañeros hombres fuertes, valientes, puros y limpios eran su familia. Añoraría a su esposa, sus hijos, su madre, pero haría algo más que simplemente hablar, iba a pelear. Era un hombre sin nombre, pero claro que tenía un apellido: Libertad. Después de varias horas de camino llegaron a un pueblo. Allí esperarían a Alejandro y a Ivonne. Andrés y Silvia se sentaron en una cafetería. Carlos Mario se quedó en el lugar donde parqueaban los buses y Alexandra compró un helado y fue a la plaza. Alguna gente los miraba con desconfianza, otros con curiosidad y algunos con miedo. Media hora después llegó la pareja esperada. Fueron al sitio donde salían los expresos, carros viejos que se encargaban de viajar a las veredas. Allí tomaron uno. El recorrido duró aproximadamente quince minutos. El auto viejo pero bastante poderoso, subía por una difícil vía destapada, llena de barro y hecha, al parecer por la propia comunidad, pues se notaba que era muy improvisada y que los únicos medios de transporte que por ahí pasaban eran animales de carga y estos vehículos. Los pasajeros contaban su propia historia con solo verlos. De las doce mujeres que había allí, cinco estaban embarazadas y cuatro eran niñas entre cuatro y ocho años, las tres restantes eran ellas. Habían unos seis niños entre dos y ocho años y el total de menores de edad, quince, mostraban signos de un grave maltrato físico, incluso las que pronto tendrían un bebe, y tal vez, les darían un trato igual. Sus ojos eran tristes. Cinco hombres completaban la lista de viajeros. Sus rostros cansados, sus cuerpos doblados por la desilusión, sus manos endurecidas por el trabajo mal remunerado que, a la vez, endurecía su corazón. Los jóvenes se asombraban, sin decirlo, de la capacidad de carga del vehículo. Todos iban como podían. Generalmente mujeres y niños iban adentro y los hombres colgados de los lados. Un niño de nueve años le dijo a Ivonne, que casi se caía, que se metiera que él se colgaba. La muchacha se sonrió, le dio un beso y dijo que no se preocupará, que ella resistiría. Los demás infantes hicieron una algarabía, el niño se sonrojó y los adultos sonreían, una distracción para sus sufrimientos. Silvia no pudo evitar recordar a Nacho cuando conducía el carro de Francisco, el día en que se conocieron. También rememoró las “clases de conducción” que el joven aprovechaba para tocarle las manos y percibir su perfume. Sonrió, y miró a Andrés con sus grandes ojos verdes siempre comprensivos y amorosos, que combinaban muy bien con este paisaje casi selvático, natural. Llegaron al final del viaje, una pequeña casa de bareque que hacía las veces de tienda. Allí los esperaban Diego, Natalia y María Cecilia en compañía de cuatro muchachos más. María Cecilia, como siempre, los recibió en medio de felicidad y algarabía. Les presentó a los cuatro guerrilleros. Elías era un joven de unos quince años, moreno de ojos negros pequeños y brillantes, flaco, pero fuerte, un poco tímido y tal vez un tanto inocente; Camilo tendría unos veinte años, era lo contrario del anterior, fornido y bajo, de grandes ojos cafés y muy animado; Andrea era una pequeña indígena también muy alegre; y por último Darío, el comandante, un afro descendiente, negro como le gustaba que lo llamaran, bulloso, talentoso, simpático, y bastante bromista. La gente de allí siempre andaba con miedo. Los únicos que los defendían y apoyaban eran los de las FARC, estaban pendientes, les ayudaban con los cultivos, los animales, los educaban, alfabetizaban y les daban atención médica. Los campesinos comenzaron a ofrecer cervezas y a platicar con los muchachos, abrazándolos y agradeciéndoles el sacrificio que esto representaba. Todos esos humildes hombres y mujeres eran conscientes de las adversidades, las pérdidas y el dolor que estos muchachos sentían y sentirían. Todos les agradecieron, los chicos se sintieron mejor. El Negro se despidió y se los llevó, pero estas palabras fueron un bálsamo para sus dolores y melancolías. Aquel recibimiento fue la seguridad que estaban haciendo las cosas bien. Su decisión era la correcta, la gente los necesitaba. “Campesino, campesino, compañero, compañero, eres flor de los caminos, la vida de nuestros pueblos, […] eres el mejor amigo, compañero, compañero, […] eres la mejor montaña que ampara los guerrilleros, […]. Tú que riegas con sudor todo el campo a cultivar, siendo tan trabajador no te saben valorar, tú que siembras con amor el verde de un cafetal, […] y te quieren mal pagar el fruto de tú sudor, […]. Grito vive el campesino que es símbolo del trabajo y que padece el olvido del gobierno colombiano, […] es de estirpe luchador, marcha, con razón protesta, […] ayer un gobernador lo engañó con mil promesas. Si te prestan pa’ trabajo te matan los intereses, pagas hasta cinco veces el valor de lo prestado, y si el tiempo te hace malo se pierde la cosechita, […] pierdes también la tierrita y el derecho a tu trabajo, […]” Como cuarentaicinco minutos de difícil camino los llevaron a un campamento de curso básico. Todo estaba embarrado. Esperaban algo un poco mejor, así que sus caras mostraron algo de impacto. El Negro sonrió y paró unos metros antes de las caletas. - Bienvenido a su nuevo hogar. El curso básico. No sé que van a hacer. Aquí, en este lugar – mostraba el piso con su dedo índice- dejan su cama, su casa, su mamá, su papá, sus hijos, sus comodidades, excusas, sueños, carreras, todo. Estas cosas que les digo son válidas experiencias y cosas para hablar en los momentos indicados, pero no quiero autocompasión y que se arrepientan. Lo vieron, la gente los espera y los apoya. Diego será de hoy y para siempre Armando, Alejandro es Pablo, Ivonne se llamará Claudia, María Cecilia Ximena, Andrés Carlos y Silvia se murió, será Francisca. Al oírlo se sintió nueva “Silvia se murió”, vio una tímida estrella titilar en un cielo que empezaba a oscurecer. - “Mariana, desde hoy te llamarás Estrella, yo me llamaré Francisca. Papi, ojalá dé verdadero honor a tu nombre”. Pasaron y ya los esperaba Robinson y Rolando. Ellos estaban allí desde hace unos días. Les alegró verlos, se saludaron efusivamente. Les entregaron grandes maletas, que serían sus compañeras de ese día y para siempre, con el equipo que necesitaban, sus uniformes y demás ropaje. - Si hubiera sabido que llegaban temprano no les hubiera ayudado con sus caletas – bromeó Rolando mientras mostraba sus nuevas habitaciones. Así pasaron su primera noche. Un poco incómodos, incluso Francisca, que ya había tenido una experiencia similar. Al otro día y por tres meses recibirían su curso básico junto a otros campesinos y unos pocos milicianos. Allí nacería nuevas relaciones, compañerismos, aprenderían nuevas cosas y serían hombres y mujeres de verdad, hombres y mujeres nuevos. Para los citadinos el primer problema que se presentaba eran las labores físicas. El manejo del machete se le facilitó a Francisca que pronto recordó, a los demás les costó un poco aprender. Era bastante gracioso verlos cortar grandes troncos de madera, el miedo y los machetazos sin dirección hacían que se demoraran tres veces más. Lo mismo en lo referente al uso de azadón, hachas, cuchillos y demás. Los campesinos pronto los ayudarían enseñándoles pequeñas técnicas que facilitaban todo. Llevar la economía y otros enseres por caminos inexistentes o pequeñas estructuras de guadua vieja, mojada y resbalosa en cortos periodos de tiempo era difícil, lo que se empeoraba con Camilo o El Negro gritándoles para que se apuraran. No faltaba el que se caía o se resbalaba. Gracias a eso había sonrisas por un rato. Los animales e insectos los acechaban constantemente de mañana, tarde y noche. Hubo muchos enfermos, todos fueron atendidos a tiempo, nada más dos tendrían que quedarse más o menos ocho o quince días en la enfermería. Esta posibilidad estremecía a todos, el que se enfermaba tendría que pasar más tiempo en el campamento. Una cosa que al principio les daba un poco de vergüenza era bañarse todos juntos en la misma quebrada. Cuando ya se estaban fortaleciendo las amistades y se pudieron desprender de la mentalidad enferma e irracional de la ciudad, este espacio era muy divertido, allí podían bromear y desconectarse un poco de esas duras pruebas, eso cuando les dejaban tiempo libre, generalmente tenían unos pocos minutos para el baño y demás actividades de aseo. Cocinar fue la prueba de fuego para todos. Era diferente hacer la comida para la familia que para una compañía. La que había cocinado para el mayor número de personas era una pequeña niña de dieciséis años que había trabajado desde los siete en una finca. Ella era la cocinera de los trabajadores, más o menos veinte personas. Fallaron, probaron, se equivocaron y se volvieron a equivocar. Entre regaños y castigos por fin lograron aprender a hacer todas estas cosas. - “Gracias Estrellita, ayúdame a la próxima también” pensaba Francisca cuando creía que le estaba yendo bien. Eso era lo más difícil. Nunca se les felicitaba por sus adelantos, pero se les castigaba o reprendía fuertemente por sus fallas. Acompañando estas labores físicas siempre estaban las intelectuales. Consistían en cursos políticos, los reglamentos, leyes y demás conocimientos que generalmente venían en cartillas. Notaron pronto que los campesinos no podían avanzar mucho, por lo que en las clases El Negro y demás camaradas encargados de dictar los cursos tenía que, pacientemente, explicar una y otra vez. Esto conmovió a Francisca que se daba cuenta del gran trabajo que tenían los comandantes de formar a los hombres y, a pesar de lo fuertes y exigentes que eran, comprendían estas cosas y se demoraban el tiempo que era necesario. Esto lo comentó con Carlos y ellos dos junto con sus amigos, se dispusieron a enseñarles y ayudarles a analfabetas, tanto en esto como a leer y escribir, cosa que los distrajo mucho de sus sufrimientos. Como era lógico los universitarios se destacaban en estos temas. Esto ocasionaba que se les exigiera más. Estaban adelantando cursos y era muy difícil seguir el ritmo que les exigía El Negro. Afortunadamente para Francisca y sus amigos, esto había sido el pan de cada día. Se volvieron muy cercanos todos los nuevos guerrilleros, todos estaban sufriendo lo mismo y se sentían igual de mal. Incluso a Carlos se le salieron un par de lágrimas de frustración. Ximena, a pesar de ser tan animada, el primer mes se le veía mal, triste, callada y melancólica. Era muy difícil. Pero había algo extraño dentro de todos y cada uno de estos jóvenes, sin importar su nivel social o académico. En el momento límite, aquel en el que el cuerpo no daba más, el sudor y el calor los amarraba a la tierra, la desilusión y frustración los hacía llorar amargamente, una gran energía salía directamente del suelo avivando el fuego de los corazones, curando sus heridas, despertando su alegría y dibujando una sonrisa en sus rostros. Estuvieron en el campamento hasta que aprendieron lo más importante. Un día salieron de allí. Largas caminatas sin dormir y a veces sin comer. Solamente la entereza y la fuerza del corazón de verdaderos y honestos hombres los harían aguantar. La selva comenzaba a hacerle recordar la experiencia cuando huyó de su casa. Francisca sonreía pensando en lo graciosa que debió haberse visto hace unos años, delgada, sucia y con una gran olla a su espalda. Algunos días después descubriría que la verdadera selva era aún más difícil. Sin embargo, sus pasos y los de sus compañeros ya no eran tan torpes. Pasaron los obstáculos y se dieron cuenta que empezaban a subir. Su meta: el páramo. Este fue un verdadero reto. Sus huesos se helaban y siempre vestían con los dos uniformes disponibles. Lo peor era la noche, y ni siquiera se podían dar calor, incluso a Pablo y Claudia, Carlos y Francisca y a un par de parejas más no los dejaban dormir en la misma caleta. El frío de la madrugada los entumecía, los sueños eran raros así que no dormían muy bien. El único calor disponible provenía de sus grandes almas. Los ponían al límite en cada prueba del entrenamiento, el desespero y la dificultad era máxima. Les enseñaban a ubicarse en la selva o cualquier lugar en el que estuvieran, en esto no se destacaba Ximena que se perdía “dándole la vuelta a un árbol” según decía el Camarada Camilo en sus regaños. Al poco tiempo y poniendo de su parte, todos este esfuerzo mostraba resultados. Hasta el sentido de orientación de Ximena, si tenía alguno, mejoraba cada día más. Esto logró que se comenzaran a entusiasmar. Cumplían sus órdenes a pesar de lo difícil que eran y crecían, no solo como guerrilleros sino como personas, pues se dieron cuenta que era verdadero amor al hombre que los hizo tomar esta decisión. Faltaban sólo unos días y Camilo, que los estaba comandando en el páramo, dio la orden de bajar al campamento. Todos se emocionaron, y necesitaban ese entusiasmo pues, a pesar de lo cansados y débiles que estaban, estuvieron en marcha tres días seguidos, casi no paraban. En esta larga travesía sucedió que hubo un momento en el que el Comandante le preguntó algo sobre la cartilla que estaban estudiando a Armando y éste, que estaba dormido pero caminando, le contestó: - Si mami, ¿Si ve eso? Todos se rieron sin parar. Camilo, que en todo el viaje había sido tan serio, tuvo que detenerse pues la risa no lo dejó continuar. Esa noche acamparon. Se detuvieron en el atardecer. Hicieron sus cambuches y Camilo consintió que las cuatro parejas compartieran. Los demás miraban con malicia y hacían bromas al respecto. Pero estaban tan cansados y la privacidad era tan poca que simplemente se abrazaron y durmieron viendo las estrellas. Sin embargo ese momento era tan especial que agradecieron la decisión de su Comandante. Caminaron unos días más y llegaron. Camilo estaba feliz porque había roto su record de regreso al campamento. Esa tarde hicieron sus deberes y pudieron descansar. Al otro día recibieron su verdadero fusil. Dejarían aquel artefacto de madera que habían tallado y pulido ellos mismos con esfuerzo. La felicidad de recibir su arma era muy grande. Hicieron una gran fiesta, todo era risa y satisfacción. Allí El Negro reconoció todos los esfuerzos, las virtudes y las facultades de cada uno. - - Carlos le veo un gran potencial, tanto político como militar, Francisca, su capacidad de adaptación, de entrega a la gente, su convicción, sus conocimientos políticos y lo recursiva e inteligente que es, le darán gran avance en la organización. Robinson es gran militar, me asombra, pero usted ya lo sabe, no es la primera vez que está acá. Sí. ¿Hace cuanto se conocen? –preguntó intrigada Francisca. Hace un poco, menos de un tanto – sonrió Robinson Te saliste por la tangente como siempre – Francisca se notaba un poco inconforme por la respuesta entre las risas de El Negro y Robinson. Bueno Comandante Darío, ¿usted si me va a responder algo? Depende Francisca, es muy curiosa. Pues simplemente, si no le molesta, quisiera saber cómo llegó aquí. Mire, fue hace unos años, yo soy del Chocó. Como usted sabe, mi pueblo ha sufrido mucho, tenemos muchos recursos pero todo es saqueado, vilmente robado, la gente vive en las peores condiciones, a pesar de que el departamento aporta mucho al Producto Interno Bruto. Soy abogado, he hecho trabajo comunitario hace mucho tiempo, he estado pendiente de mi gente. Así que por la presión del pueblo me lancé como alcalde de la ciudad, ni siquiera hice campaña –se rió- no tenía presupuesto, solo un poco que me dio el Partido Liberal, y lo que reunía la gente. Eso sí, disfruté de reuniones con todo mi pueblo, conocí muchas personas –sonrió rememorando con algo de melancolía. Para mi sorpresa fui electo. Comencé a hacer las cosas como se deben hacer, lo que no le gustó a muchos, me hicieron un par de atentados, hasta mis “escoltas” me intentaron matar. Yo viajé a Santa Marta cumpliendo con mis funciones, allí me encontré con un amigo de infancia que era concejal, él también estaba pasando por la misma situación. Un día estábamos hablando de eso, teníamos un amigo en común en Suiza, se había ido asilado pues vivió lo mismo, él sabía de nuestras constantes denuncias y le había propuesto al concejal que pidiera asilo que él nos ayudaba, me propuso que si nos íbamos y yo le contesté “sabe qué hermano, váyase usted, yo me quedo aquí luchando por nuestra libertad deme el agua donde me dé, pasé lo que pasé”. Entonces se sonrió y me hablo de las FARC. Yo, como todos, no tenía clara la idea sobre la organización, así que le dije mis dudas. Él dijo que tenía una cita con un comandante en la Sierra, que si yo quería ir. Lo pensé, y después de estar seguro que no me vería obligado a alguna cosa, acepté. Llegué allí, me gustó lo que vi y después de un par de veces más decidí quedarme, sólo que había un problema, yo tenía treinta cinco, no podía entrar fácil, sin embargo solicité mi ingreso, nada perdía. El Secretariado estudió mi caso directamente, pues mi vida, con cada día que pasaba, corría más riesgo. Recibí la respuesta afirmativa y aquí estoy. Fue muy duro, yo era ya de edad y – soltó unas carcajadas – todos eran jóvenes, mi cuerpo ya no era el mismo, pero lo logré. Al otro día partirían a cada uno de los frentes que serían su nuevo hogar. Afortunadamente para Francisca no la separaron de sus diez amigos. Comenzaba su viaje entre risas, chanzas, trabajo y selva. “Una lágrima dejaste en el rancho viejo, […] rodando en el rostro de una buena mujer que te vio partir sin esperar tu regreso porque el guerrillero no promete volver. Con un envoltijo de cosas necesarias, un cepillo dental y un viejo pantalón partiste a un campamento junto a la montaña, donde muchachos guerrilleros te enseñaban a que dieras los giros en la formación. Ya sabes que es dura la vida en la guerrilla, […] sacrificio pa’ dar un futuro mejor a un pueblo que no ha dejado que sus rodillas toquen el suelo a pesar de tanto dolor. En tus horas de guardia baja la más bella de las estrellas a acariciar tu fusil y te acaricia la frente la noche fresca como un beso que la madre naturaleza manda remplazando a la que reza por ti. Compañero nuevo guerrillero tu eres del pueblo alma y corazón, […] tú en las filas como guerrillero y tu familia en la insurrección, son el binomio de oro que el viejo Jacobo en Casa Verde invitó. Ahora que ya estás en la guerrilla defiende la situación, […] un hombre nuevo sientes que brota cual manantial en tu corazón, […].” Francisca caminaba hacia un futuro nuevo por una ruta dura. Le alegraba trabajar por el pueblo y para el pueblo. Sabía los retos que afrontaba, pero al mirar a los ojos de sus compañeros, estuvo segura de una cosa: la Nueva Colombia estaba cerca y todos y cada uno de estos sonrientes guerrilleros trabajarían por ella. Hay un misterio que se oculta en las selvas colombianas. El pasado, presente y futuro se funden en momentos. El tiempo y el espacio no existen, haciendo que el mundo se torne extraño pero supremamente mágico. Volverán oportunidades que creíste perder, perderás oportunidades que tenías seguras. El dolor en forma de guerra te asechará, pero la esperanza y una energía natural siempre te ayudarán. XVI La verde vida Atrás quedaban sus hijos, amigos, esposos, esposas, sus vivos y sus muertos… Atrás quedaban sus machetes, sus hachas, sus azadones, sus humildes herramientas de campesinos, sus viejas compañeras que no quisieron dejar… Atrás quedaron ellos mismos, sus esperanzas y sus sueños, sus paisajes de huertas, sus vacas, sus caballos, amigos incondicionales... Delante tenían sus camaradas, compañeros, socios, socias… Delante estaban el fusil, el explosivo, las granadas, sus fuertes herramientas de guerrilleros, nuevas compañeras que el gobierno y la injusticia los obligó a tomar… Delante estaba el hombre nuevo, el sacrificio y los retos, paisajes tupidos e inhóspitos de verde selvático, animales salvajes, soledad profunda… Pasaban los días en aquel campamento, era más grande y cómodo. Nadie atajaría a estos muchachos, sobre todo a Francisca, en su afán de perfección y búsqueda del Hombre Nuevo que había dentro de ellos. - Para encontrarlo afuera, hay que buscarlo primero adentro. Decía optimista y altamente emocionado Carlos en las horas culturales. Esta faceta del chico ocasionaba sonrisas entre sus nuevos compañeros. Les parecía gracioso cómo se apasionaba con un tema. Aunque al mismo tiempo sentían gran entusiasmo y deseaban hablar con él sobre esto y aprender. “‘Déjeme decir, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor, es imposible concebir un revolucionario auténtico que no posea esa cualidad’ Che Guevara. Caleta, casita de guerrillero, refugio donde jamás entra el rencor, espacio donde el tiempo se vuelve amor, dulce esperanza de un mundo nuevo. […] Miro un guerrillero y una guerrillera que se dan un beso atizando el amor, ojalá las guerras desaparecieran para en esa forma amarnos mejor. […] Campamento pueblito de mi alegría, por tus calles grillitos de ilusión, se sienten pasos de revolución de la libertad se escuchan melodías, […] En el rancho rancha el ranchero contento, mientras que otros hacen aseo a fusil, los centinelas están bien atentos, si van a atacarnos hay que combatir, […] “ Aparte de los conocimientos políticos, económicos, sociales y culturales, estos chicos también se destacaban en tecnología, electrónica y otros. Armando con su música y sonido. Pablo era muy hábil en video, cine y televisión. Claudia y Ximena se habían convertido en unas expertas en informática y computadores. Rolando también estaba metido en este cuento, su especialidad virus y romper la seguridad de páginas, pronto se interesarían Natalia y Alexandra. Carlos Mario era técnico electricista, así había pagado su carrera, y capaz de crear y arreglar cualquier cosa al igual que Carlos, que tenía una gran capacidad con la electrónica. Por su parte Francisca, que en su bachillerato no había sido buena en física, se había obsesionado en esta materia, por esto se estaba destacando en temas como hidráulica y la mecánica con ayuda de Robinson. Pronto se verían capacitando a los demás compañeros, y no solo en esto sino también en inglés y algunos otros cursos que el Comandante Ramiro les encargaba. Francisca, Natalia, Claudia y Ximena se destacaban en esta materia, sabían educar y tenían la paciencia adecuada, además eran bonitas, simpáticas, graciosas y, a pesar de lo rudo de su entorno, no perdían la ternura y la suavidad. Por esto su nueva misión los fines de semana era bajar a las veredas a educar a la gente. Fue muy emocionante para las muchachas porque siempre las recibían con los brazos abiertos, felices de que estuvieran allí y dispuestos a aprender. Lo más importante era la alfabetización, aunque los cursos políticos también eran impartidos. Se sorprendieron de la cantidad de gente que no sabía leer y escribir y los niños que no asistían a la escuela. No se les había dado oportunidad alguna, es más, ellos nunca supieron que ese era su derecho. Talento desperdiciado, botado a la basura solo por el miedo que tienen los poderosos de que el pueblo piense, se levante y grite “NO MÁS”. Para Armando, Pablo, Rolando, Carlos Mario y Alexandra era más emocionante lo referente a las brigadas de salud. Los últimos dos habían estudiado medicina, y aparte de capacitar a sus compañeros que no tenían conocimientos como Pablo, ayudaban a la gente en sus dolencias que iban desde una simple alergia, hasta una hernia. Era escalofriante ver que casi todos los habitantes de la región estaban desprotegidos en este aspecto. Cuando había brigadas, en ese tiempo dos veces por semana porque lo permitían los factores de seguridad, la asistencia era grande. La gente venía de todas partes, incluso del pueblo a recibir el tratamiento que era más fácil pues no necesitaban documento ni tramite alguno, rápido porque se atacaba lo más pronto posible la enfermedad y barato puesto que todos lo que se necesitaba era dado por las FARC, incluso elementos, medicamentos e instrumentos y drogas quirúrgicas. La vida cambia y en medio de las adversidades trae alegrías infinitas. Has visto muertes, has dejado entre lágrimas a tu familia, te tocó afrontar la rudeza de la selva y de la vida guerrillera. Pero estás haciendo lo que te gusta, estás luchando por tu ideal coherentemente, esforzándote por la Nueva Colombia y su pueblo, esto te llena de satisfacción el alma y dibuja diariamente una gran sonrisa de infinita felicidad. Pero eres parte armada en esta cruel guerra ¿sabes lo que significa eso? XVII El sinsabor de la guerra Ese día vio a su esposo partir con su hijo mayor a la guerrilla. La verde montaña se había llevado a sus abuelos, padres, hermanos, tíos, cuñados, suegros, amigos… El dolor que por décadas invadió su familia, el dolor de la partida, del corazón roto, de la lejanía infinita, de la incertidumbre diaria, ese monstruo volvía, devoraba sus almas, se alimentaba de los sollozos de sus hijos, del suspiro retenido, de las lágrimas derramadas. La oligarquía los empujaba de nuevo a la lucha, los hombres limpios y valientes respondían como tenían que hacerlo, la guerra les arrebataba de nuevo la vida, y sin embargo no perdían la esperanza de alcanzar la paz, de volverlos a abrazar, de tenerlos en casa, de triunfar y ser felices. En una de las brigadas de salud, paso algo completamente aterrador e inhumano. Se estaba atendiendo un viernes. Por la cantidad de personas que se habían presentado y un par de operaciones de emergencia, era más tarde de lo acostumbrado. Una vieja grabadora, sintonizada en la Cadena Radial Voz de la Resistencia, emitía un programa especial en medio de algo de ruido y estática, distorsionando la voz del locutor fariano. Una apresurada guerrillera repartía café a cuatro madres aún presentes y leche a más de media docena de bulliciosos pequeños que veían, con emoción nerviosa, cómo la odontóloga, una insurgente llamada Lina, le sacaba una muela a otro niño. Francisca y algunos guerrilleros más estaban recogiendo las carpas que componían el centro médico. Lo único faltante era la que servía como consultorio odontológico y las cajas de medicamentos que estaban ubicados al lado de la ya mencionada carpa. Un hombre al que le habían operado un brazo por un accidente que tuvo, se dirigía con sus amigos y familia para adquirir su medicina, el único que faltaba por atender, era el pequeño que asistía a odontología. Francisca cumplía con su deber, se alejó un poco y se entretuvo mirando a un niño de cuatro años, estaba sonriendo y jugando. Pronto esta imagen cambió. Un fuerte ruido hizo que girara su cabeza, su cara se palideció y su gesto era de terror. Los guerrilleros abrían fuego hacia un caño cercano. Rolando y el resto de insurgentes comenzaron a proteger los civiles. Francisca se terció el fusil, levantó al niño con un solo brazo, con la otra mano cogió, como le fue posible, tres pequeños más y guió a las madres a unas trincheras que ellos habían cavado para estos casos. Al dejar el infante, no pudo evitar recordar cuando metía a sus hermanitos en aquella bodega de la carnicería. - Mi papá está afuera- lloraba el niño. ¿Quién es tu papá? El señor que se accidentó. Quédate aquí, ya lo traigo, no llores ¿Me lo prometes? – miro a su alrededor, los niños no dejaban de sollozar. Se fue dejando su corazón allí. Al mirar atrás varios guerrilleros habían tomado posición defendiendo aquel lugar y le hacían señas para que se devolviera. Unos metros más allá encontró otra trinchera. Dos civiles estaban allí, ninguno era el padre del pequeño. También encontró a Pablo. - ¿Dónde está el señor que operaron? ¿Qué?- pregunto desconcertado Pablo- creo que iba a recibir medicina. Pablo, dejé todo, cerca a la odontología. Medicamentos, instrumentos, ¡todo! ¡Vamos! En ese momento se sintió fuego enemigo. Los guerrilleros volvían a disparar. Francisca sin pensar fue a la trinchera cercana, la última, el hombre no estaba allí. Una mujer y una niña lloraban imparablemente mientras Alexandra las intentaba consolar. La guerrillera miró a Francisca. - Vieron morir a unos vecinos. ¿Quiénes? No los conoces, no asistían a las clases ¡¿Quiénes?! El señor que Carlos Mario opero de un brazo y los que lo traían. Están a pocos metros de aquí, no se alcanzaron a meter a la trinchera. ¡Mierda! Recordó la mirada del niño. Ya no podía hacer más. Ahora tenía que pensar en los vivos y en sacarlos de allí. También estaba preocupada por los insumos médicos, todo estaba muy cerca al caño de donde venían los tiros enemigos. Al ver atrás Pablo estaba allí. - ¿Nos vamos a quedar aquí? Me hubiera quedado en donde estaba. Vamos ¿A dónde? - Preguntó Alexandra A recuperar todo lo del hospital, lo dejamos cerca a la odontología. – contestó Francisca Yo voy también ¡Vámonos! – gritó impaciente Pablo. Se deslizaron hasta allá, acercándose al fuego enemigo. Encontraron todo y, con ayuda de otros dos guerrilleros, comenzaron a retirarlo, primero lo importante: medicamento e instrumentos caros. Francisca llevaba la última caja cuando oyó un suave gemido saliendo del consultorio de odontología. Entró, era Lina, estaba tirada en el piso. Francisca se arrastró hacia ella. - - Lina. ¡Quiubo! - Contesto rápidamente. Sus ojos llorosos se veían felices y satisfechos- el niño está ahí- señaló una roca, el pequeño se asomó tímidamente- yo no alcancé. No importa, creo que por ahí hay suero, ¿qué siente? ¿qué puedo hacer? Ya nada Francisca. Hay gordita, usted y sus maricadas. No sea terca, venga… En la redonda cara de Lina se dibujó una gran sonrisa, de esas que ella sabía dar y llenaba de alegría todo su entorno. Luego, en sus ojos fijos, solo quedaba esa extraña mancha blanca que deja la muerte cuando se lleva la luz de la vida. Era extraño, la muerte no lo acababa todo, no lo arrasaba todo, donde hubo vida siempre quedaba algo. La dejó allí, con mucho cuidado. Llevó al niño a la trinchera más cercana. Los muchachos que estaban respondiendo al fuego habían logrado hacer retroceder a la tropa del ejército, llevándolos hacia un anillo externo que se acercaba a la zona de combate. Este era el golpe final de aquella batalla. Ambos cercos se venían encima del ejército que, aunque más numeroso, no pudo combatirlos. Los que se quedaron en el campamento se disponían a evacuar. Varios se llevaron una sorpresa enorme cuando encontraron a un grupo de guerrilleros, entre ellos Francisca, Natalia y Rolando empacando lo de odontología. Pablo, Carlos Mario, Armando y otros ya estaban evacuando el hospital y Alexandra, Ivonne, Ximena y demás muchachos, sacando los civiles. Francisca sintió que le halaban del pantalón, volteó, era el pequeño. - ¿Dónde está mi papá? No te pude cumplir mi amor. ¿No? – dijo suavecito ¿Alguien te conoce? - Sí -se dirigió a una mujer y la abrazó. Era la tía, quien miró a Francisca tristemente y le dio las gracias por intentar salvar a su hermano- ¡Mi papa! – empezó a llorar el niño fuertemente. Se alejó, ya no podía escuchar el llanto, y sin embargo lo sentía adentro, no tanto en su cerebro, sino en el corazón. Todo el camino de regreso al campamento tubo ganas de llorar. Al entrar en él se sentía más segura, mucho mejor, pero su corazón estaba mal, su voz no salía. Los ahí presentes estaban enterados del vil ataque del ejército. Todavía no salían del asombro. El comandante encargado, quién dirigía la misión médica, o sea Rolando, y cuanto tuviera un grado de poder, fueron llamados inmediatamente. Después del autorizado y bien merecido baño empezó la hora cultural. Carlos abrazó a Francisca, pues se veía muy mal. Un rato después, sorpresivamente, fue llamada a la reunión. - - - - “Estrellita, ahora sí la embarre. Por favor ayúdame para que esto no pase a mayores, me he esforzado mucho”. ¿Qué paso mamita? – preguntó notablemente preocupado y molesto el comandante. Pues camarada Ramiro, con la novedad de que cuando íbamos a terminar la brigada y estábamos recogiendo todo, pues se abrió fuego. Primero fueron los muchachos y después fuego enemigo. Como por cinco minutos… Yo sé todo eso. Lo que quiero que me cuente es que hizo usted. Cagarla comandante – dijo ante el asombro de todos y unas tímidas sonrisas- se me olvido todo. O no, no se me olvidó. Sabía que tenía que defender la población civil e ir al combate. Lleve unos niños y no sé – comenzó a llorar aunque intentaba impedirlo- después uno no encontraba a su papá y luego solo pude pensar en los equipos y yo…- hizo una pausa en un intento infructuoso de retener el llanto que ya le había mojado toda la cara- yo le dije a varios que me ayudaran, y encontramos más personas… pero…bueno y a Lina también la encontramos….y… yo seguí…y… no pude ni dar un tiro…y yo… O habla o llora- Sonia, la socia del comandante Ramiro, le pasó un pañuelo y le ayudó a sentarse- ¿por qué no fue a combatir? Porque yo fui a buscar el señor ese y supe que lo mataron, y luego estaba en peligro los medicamentos y demás insumos… y yo… estaban en la línea de fuego… solo quería quitarlos y protegerlos y… luego Lina… y tenía un poco de miedo…estaba muerta del miedo y … ¡Ya! – la calló Ramiro, se quitó las gafas, cerró los ojos y se los frotó usted me cae bien, pero tenía unas órdenes claras y precisas. Uno no puede pasar por encima de las órdenes Francisca. Yo tengo que castigarla, esto es desobediencia- dejó salir una sonrisa, como si la hubiera retenido hace tiempo- aunque tengo que admitir que su actitud me sorprendió. En esa difícil situación, cagada de miedo, arrastrándose prácticamente usted planeó y ejecutó la evacuación de toda la brigada. - Ya hablé con sus compañeros, estoy aterrado y la felicito. Aunque eso no le quita el castigo. Mañana la quiero cavando trincheras medio día. – se levantó, le hizo señas a Sonia para que se quedara con la muchacha y se retiró de la oficina con los demás. Ya Francisca, tranquila- la abrazó Sonia. Una hermosa, baja y fornida mujer de campo que hace doce años pertenecía a las FARC- a todos nos pasa algún cacharro el primer combate. Una cosa es practicarlo y otra diferente es estar ahí con los chulos encima. Yo me fui de culo a un hueco, me emparamé toda y ni siquiera me podía salir – sonrieron ambas mujeres. Sonia le dio un café- ya para la próxima china. No importa, ahí va aprendiendo cómo es la acción y poco a poco va cogiéndole el tino. Al salir de ahí estaba más tranquila. Todos le preguntaban qué había pasado, ella contó que la habían castigado. Pronto comenzaron a hacer apreciaciones personales y a contar todo lo sucedido. Como siempre, las anécdotas chistosas no se hicieron esperar y las intervenciones características de Carlos, que no estuvo en el combate, harían reír a borbotones a todos. También recordaron a los dos muertos contando varias historias de sus vidas. Por fin se fueron a la caleta. Allí Carlos y Francisca hablaron largamente, ella pudo sentirse mucho mejor. A la hora de su guardia miró fijamente las estrellas, le dedicó un verso a Lina y a todos los que fallecieron allí, sin importar que fueran militares, y pudo recibir el aire fresco de la madrugada que calmó el dolor causado por la horrible guerra. Hubo otra emboscada quince días después. El saldo fue cuatro militares muertos, diez heridos, nueve armas, munición y equipo de comunicación recuperados, aunque tuvieron que enterrar otro compañero y atender cuatro más de gravedad. Esto era bastante raro. El ejército no se atrevía nunca a entrar, pero ahora lo hacía para dar golpes contundentes. No hubo patrullajes, inteligencia, nada extraño, y sin embargo habían logrado ubicar y atacar dos misiones importantes ¿Cómo? Tenían que ser realistas. Había un sapo y tenían que encontrarlo rápido antes de que esto empeorara. Se buscó tanto adentro como afuera. Afortunadamente no se logró detectar ningún traidor en las filas guerrilleras. El desastre estaba afuera, un campesino de treinta años, miembro de una familia que se había destacado desde hace décadas por su lealtad a la organización, tenía algo que esconder, debía ser investigado. Milicianos pasaron información de que contaba con mucho dinero los últimos días. Al muchacho le gustaba las cervezas y las apuestas, así que en el pueblo estaban extrañados de que últimamente apostara grandes sumas de dinero y, casi todos los fines de semana, estuviera tomando hasta tarde en los billares a un par de cuadras de la estación de policía. Un domingo Francisca estaba en la escuela y vio a la esposa de aquel hombre. Vestía elegante, había ido al salón de belleza y casi no hablaba con nadie. Ella escucho con atención la conversación de dos mujeres mientras organizaba sus documentos y esperaba a más campesinos para iniciar las clases. - - - - Mire a la hijueputa de Fabiola. Ahora no saluda la malparida porque esta peinada, maquillada y emperifollada. Ahora se cree más que los demás y una la conoció pata al suelo como una Pero le tocó volver a hacer oficio. Transito, la viejita de allá por el desecho, ahí a quince minutos de doña Carolina, dijo que allá no volvía de empleada, que la gritaba y todo. ¿Dónde conseguirán toda esa plata? Yo no sé. Estarán robando o quién sabe qué. Porque Roberto no sale sino hasta la tarde, ya ni trabaja en la finca y la tiene toda bonita. Solo sale al billar y juega y apuesta. Por muy bueno que sea uno en eso de las apuestas, no se mantienen de eso. Y viera las onces, Marielita, mi hija, me dijo que los hijos tenían dizque loncheras, de esas que se usan en la ciudad, y traían disque una bebida una maricada como de chocolate que se llamaba Milo y otra sustraen, susta… yo no sé qué, eso de ricos. Andan con zapatos nuevos y muñecos raros. Siguieron hablando, pensando que nadie las oía. Francisca al llegar al campamento le contó todo al comandante. Después de varios días se dieron cuenta que era verdad. Mientras tanto los milicianos informaron algo raro. Roberto había jugado billar un jueves hasta las tres de la mañana y estaba apostando con unos policías. Lo extraño de esto era que había un nuevo oficial que escribía o dibujaba al mismo tiempo que el sapo hablaba. A los tres días todo estaba confirmado. El hombre viajó a la ciudad cercana, reclamó una plata en el batallón de allí e hizo mercado. “Más ojos que cara, nalgas escurridas, […] lengua larga y brava, barrigota fría. El sapo espiaba ¡huy! Tremendo espía, […] de noche y de día siempre en eso estaba. Cuando algo pasaba lo presentía, […] el sapo brincaba y la bocota abría, […] lo que oía tungalalá, lo que veía tungalalá, lo que olía tungalalá, lo que intuía tungalalá. Recogía y llevaba pa’ la policía, […] cuando no bajaba era que subía, un lunes cobraba en la sapería, […] pum, pum sonó bala y el sapo moría, allá en la charcada la bola corría, […] porque la matada por sapo seguía.” Después de esto el ejército mató unos campesinos, todos asistían a las clases y a las brigadas de salud. Fueron pasados como “guerrilleros dados de baja en combate”, al mando del Comandante Ramiro y su “Compañera sentimental alias Comandante Francisca”. Ambos aparecieron en el noticiero por medio de dibujos mal hechos y los hacían pasar como si tuvieran gran importancia: “él es un comandante muy cercano al Mono Jojoy y reemplazaría, en caso de muerte, a uno de los miembros del secretariado”, “ella es una de las dirigentes de finanzas del Bloque Oriental y directora de las estructuras guerrilleras en varios municipios de Cundinamarca y en Bogotá”. Allí apareció el oficial de la policía Tulio Ruiz, o como lo habían conocidos ellos, Marcos, diciendo una cantidad de mentiras: “Sí, yo estuve a punto de atraparlos, les dimos de baja a varios de sus hombres en la ciudad, pero yo no me imaginaba que alias Francisca fuera la compañera sentimental del criminal ese del Ramiro, es una unión casi diabólica.” Pasadas las risas y las bromas al respecto, pues todo esto causó una gran algarabía, las cosas se tornaban mucho más serias. Se hizo reunión de comandantes y se llegó a una determinación. Este sapo era muy peligroso, no tanto para ellos, porque había comprobado su desconocimiento total, sino para la gente. Demostraba cínicamente que podía poner en riesgo a los campesinos inocentes que habían sido sus amigos toda la vida. - - - - Mi amor – dijo Ramiro en broma a Francisca – la embarró que día, la cagó. Hoy tiene una orden que obedecer. No me vaya a decepcionar, ¿oye? ¿Confío en usted? ¿quiere hacerlo? Porque sé que puede hacerlo. Sí Camarada. ¿Seguro? Es muy difícil, sobre todo que usted está muy biche, es una decisión nueva, difícil y terrible. Yo – suspiró, lo miró con temor e impaciencia- sí puedo hacerlo. Bien. Pues vamos a hablar con la familia de Roberto a la que respetamos y queremos mucho, pero, Francisca los sapos mueren aplastados. Sí. Hoy no va a la escuela, el mal parido va a ir a donde doña Olga, la mamá. Todos van a estar ahí. Hoy mismo por la tarde tiene que pasar todo. Francisca, no en frente de los familiares. Sí. Llévese veinte muchachos, los va a comandar, y va con Rolando. Por si acaso, si no puede… bueno ya sabe, le voy a dar orden a Byron que lo haga. Bueno. El comandante le explicó todo acerca de la familia. Le contó que varios tíos, los abuelos, el padre y el hermano mayor del sapo, habían sido grandes luchadores de las FARC, la Señora Olga también había colaborado y toda la familia era muy cercana y fiel a la organización, hasta ahora. Luego le dio la misión que tenía que realizar. - Nada nos prepara para esto, pero estamos para defender al pueblo. Es decepcionante que Roberto nos allá traicionado así, después que sus abuelos, padres y hermanos han sido tan cercanos, pero peor que sea capaz de matar a su propia gente. Por eso no se debe pasar por alto nada. Usted puede. Pero se sentirá mal. Es diferente un combate en el que uno supone que mató gente a hacerlo así nada más. Este tipo de misiones requieren otro tipo de fuerza para reponerse, y aun así, uno nunca se recupera del todo. Pero hay que enfrentar la realidad y saber que hay gente que vende su conciencia por dos pesos y hay que realizar las acciones correctivas antes que los resultados sean fatales. Llegaron a la hora precisa a la pequeña finquita. En ella estaba doña Olga, sus seis hijos, sus cuatro nueras y dos yernos y como quince niños entre los seis meses y doce años. Francisca iba comandando el grupo. Cualquiera estaría feliz, Francisca no, ella no dejaba de pensar en lo que tenía que hacer, en proteger a la comunidad y en no decepcionar al comandante Ramiro. Llegaron y su corazón saltaba, sus mejillas estaban coloradas y sus manos sudorosas. Dieron unas vueltas para seguridad. Algunos se quedaron fuera en puestos estratégicos y entraron solo cinco. Una mujer, hija de doña Olga, reconoció a Byron. - Hola compañero. ¿Quieren sancochito? Queda todavía algo de almuerzo. No teresita – dijo el hombre al ver que Francisca no hablaba y estaba mal, pensó que él tendría que ejecutar la orden. Le daba ternura verla y sabía por lo que estaba pasando- de pronto una limonadita o un juguito – dijo alargando un poco la conversación para que Francisca tuviera más tiempo. Los invitó a pasar a una sala grande donde estaban almorzando. Los recibieron felices, pero Roberto estaba pálido. Francisca en un segundo recordó todos los muertos, los campesinos, sus compañeros, incluso los policías y soldados, todos habían fallecido por culpa de ese miserable. Roberto, como el que la crió, tan egoísta como él, sería la oportunidad de matar su pasado por completo. - - - ¿Qué hacen aquí? – dijo doña Olga con felicidad. Pues venimos a aclarar una situación. Pero…- Byron miró a Francisca. Ella sintió unos nervios extraordinarios, apretó la mano de Rolando, la soltó y le hizo señas afirmativas - que Francisca les explique. Usted apareció en el noticiero- dijo doña Olga inocentemente acomodando sus viejas gafas, Francisca sintió tristeza- ¿Ramirito terminó con Sonia? No, una mala información, yo tengo mi propio compañero. ¿Por qué dirían una cosa tan descabellada? Eso vine a preguntar ¿Roberto, por qué dijo eso? – el hombre cayó sentado e intentó negarlo todo ante la mirada aterrada de toda la familiano niegue nada, lo vimos en la sapería de la ciudad, hablando con los policías, dando nuestras descripciones. - Mijo – interrumpió la mujer tristemente con los ojos llorosos- ¿de dónde sacó toda la plata? No fue un negocio ¿cierto? ¡Maricón que hizo! – gritó Julio, su hermano mayor- diga todo, por respeto al alma de nuestros abuelos y de papá, por respeto a mamá y a todos los que estamos aquí ¡hable hijueputa! Roberto explicó todo lo que había pasado y dicho. Los policía se le había acercado una vez en la ciudad. Ellos sabían que la familia había sido fiel a las FARC. Primero lo amenazaron con matar a su familia, pero también le dijeron que si colaboraba a las buenas podrían pagarle. Lo consultó con su esposa y llegaron a la conclusión de hablar un poco. Así que él, como no sabía casi nada, dijo algunas cosas sin sentido. Luego llegó el dibujante y el dio varias descripciones, sobre todo de campesinos, no pensó que los matarían, le dijeron que los iban a encarcelar. Las mujeres lloraban, los hombres estaban furiosos. Pronto la madre llamo a la pareja y los abrazó, ella presentía lo que iba a pasar. - - - - - Compañera –dijo la anciana con ojos llorosos- perdónelos. Sabe que no puedo hacer eso – respondió con ternura Francisca- por él murieron muchos, él mató a muchos – todos lloraron un poco y el hombre se arrepintió. Por favor comandante, por favor, usted tiene familia – lloraba Roberto. Si y por su culpa estarán preocupados- pensó en lo que debió sentir Amparo y sus hermanitos al verla por el noticiero- de pronto los puso en peligro de muerte. Los mataran como mataron a sus amigos y vecinos. ¿Qué van a hacer los niños sin padres? Tranquilo, si su mujer se porta bien de ahora en adelante y no sale del pueblo, pues tendremos en cuenta esto. Por el momento solo me queda disculparme con todos, sobre todo con usted doña Olga, no la conozco, pero es una gran mujer. Perdónenme. Mija – dijo la anciana viendo una gran ternura y un arrepentimiento sincero en sus ojos de la joven- yo la perdono, pero me duele – lloró. Sus hijos e hijas se acercaron y abrazaron a su hermano. Tranquila compañera- dijo Julio llevando a su hermano al frente de ella y abrazándolo- los entendemos, los perdonamos. Dejaron que Roberto se despidiera de sus hijos. Francisca nada más podía pensar en que el dinero era algo horrible. La gente mataba por él, pero si hubiera paz, educación, justicia social y oportunidades para todos estas atrocidades no pasarían. Caminaron un poco fuera de la finca en silencio. Los veinte guerrilleros que venían con Francisca le miraban la cara, se preguntaban si sería capaz de ejecutar la orden. - Bueno – suspiró mirando a los ojos de Roberto, él se puso a llorar y a rogar- uno debe ser responsable de sus actos, pero a veces se debe hacer responsable de los actos de los demás ¿por qué me obligó a hacer esto? El hombre quedó impactado, no solo de las palabras de la joven, sino de los sus ojos, seguros, tristes, alejados, adoloridos. Ella se terció el fusil a la espalda, saco su revólver, apuntó, su pulso no estaba muy bien, cerró los ojos tomó aire los abrió y disparó. Pudo ver la figura caer al frente suyo. Se acercó, disparó tres veces más, hasta que Rolando la tomó por la espalda y la abrazó. Ella guardó su arma, se giró y se aferró a su amigo, las piernas no le respondían, sentía que se iba a caer y que se le desgarraba el corazón. ¿Cómo había personas que podían hacer esto y mucho más sin pensarlo siquiera? “Siento que mi pueblo sufre y que me necesita, me llama y voy porque no puedo hacer lo contrario, lo hago a conciencia y mis pasos son muy voluntarios, solo me obliga el deber y eso es cosa bonita. Voy al campo de batalla a cumplir con la cita, voy dispuesto al sacrificio que sea necesario, el sacrificio es el fuego que le purifica el alma y el corazón al revolucionario. El revolucionario, dijo Jacobo, lo dijo y siempre lo practicaba, es quien está dispuesto a darlo todo, a darlo todo a cambio de nada, [….] Lo que a la lucha nos empuja es el más hermoso ideal y es con la fuerza de esa moral que vamos a triunfar sin duda. Es la moral que por dentro lleva el guerrillero, y es eso lo que no tiene, no tienen el soldado, que cuando viene a pelear lo hace siempre obligado, o se ha dejado comprar y pelea por dinero. Algunos hacen lo que hacen pero es engañado, pero en ninguno hay amor ni valor verdadero. Ni con tanques, ni helicópteros, ni bombarderos, evitaran que en la guerra caigan derrotados. […]” Así es la vida. Se va madurando poco a poco, de golpe en golpe, de risa en risa, de llanto en llanto. A nuestro lado siempre están todos los amigos, compañeros, hermanos, gente que nos ama verdaderamente dándonos su apoyo incondicional, una sonrisa amable o un abrazo desinteresado. Estás dispuesta a darlo todo por La Revolución, La Patria Grande y El Socialismo sin esperar nada a cambio, segura de tus decisiones y acciones. La vida es dura, la selva es verde, tu corazón es fuerte ¡cuán largo y extraño es el camino a la libertad! XVIII La emboscada Las manos sudan, el tiempo pasa lento, el calor se apodera del cuerpo, la tensión domina los sentidos, el corazón late a prisa, el afán no deja espacio al temor, el entrenamiento no deja entrar la duda, y la convicción y el amor marcan el camino hasta el triunfo. La carretera está desierta, el viento acaricia los rostros, el polvo gira haciendo pequeños remolinos y las mariposas se posan en manos y caras dando besos de esperanza y compartiendo sus secretos de libertad. El viejo cóndor avisa, los ojos penetran lejos, dirigiéndose a las polvorientas calles detrás de las verdes praderas. Viene la bestia, su aliento a muerte se siente, sus pasos destructores se escuchan, las margaritas lloran y mueren en su trayecto, los animales huyen los inocentes fallecen. Se acerca, el espíritu vuela, la fuerza se condensa en los cuerpos valientes, el arma se alista y la guerra empieza. Sonidos sordos, gritos aterradores, canto de fusiles, melodía de granadas y… silencio, silencio…se siente el sinsabor del triunfo en la guerra… sangre, sangre…la tristeza de la pérdida…brisa, brisa… la esperanza de libertad y paz. Después de este suceso Francisca no pudo volver a las veredas ni al pueblo. Su actividad estuvo restringida al campamento y labores de patrullaje. Seguía creciendo en la organización y Sonia y Ramiro comenzaban a ayudarle para que se convirtiera en un mando. Otros que estaban en la mira para los próximos cursos de comandantes eran Carlos y Robinson. Las cosas seguían normales, hasta que los milicianos llegaron con información sobre movimientos del ejército, la policía y posibles paramilitares. Extrañamente llamaron a la reunión a Carlos. - Si los paracos están llegando- decía Ramiro mapa en mano- quieren decir que se atreverán a entrar. Eso no lo vamos a permitir. Sacaremos esos perros de aquí. Organizaron un plan. Uno de los que comandaría sería Carlos. Ramiro le dio cierta libertad de acción. Los chicos eran buenos en explosivos, se ocuparían de tres cosas: recibimiento de los paracos, impedir que la ayuda por tierra se concretara y la retirada de los guerrilleros. Con las órdenes se dejó un tiempo prudencial para que el muchacho demostrara su capacidad. Unas horas después Carlos regresaba con los planes que él tenía. Aunque se necesitaba modificar unas cosas para que se ajustaran al plan total, la estrategia militar era perfecta. Llegó el día. En sus puestos la tensión y la expectativa era evidente, los nervios de los principiantes le parecía motivo de mofa a sus amigos que contaban con más experiencia, el tiempo pasaba muy lentamente. “Estoy en la emboscada esperando a que se metan, pasan los carritos, pasan mulas con cornetas, pasan buses llenos, pasan motocicletas pero nada que pasa, mamita, la tanqueta para halar yo la palanca y mirar como revienta, como se le ponen las llanticas para arriba, como una cucaracha cuando como insecticida. […]” Por fin, después de larga espera, era la hora. Se hostigó la patrulla del ejército. Detrás de ellos iban los paracos en un camión al que le dieron la bienvenida a unos pocos metros del tiroteo. La carretera explotó, el camión quedó volcado y los muchachos que esperaban su momento abrieron fuego con buen volumen de metralla. El plan era coordinado. Los minutos pasaban en medio de tensos silencios, rotos por algunos gritos de fusil. La zona estaba siendo evacuada y acordonada por las FARC. La gente se sentía feliz de que estuvieran allí después de dos semanas en las cuales llegaban, tanto militares como policías y paramilitares, a humillar y a amenazar. Incluso denunciaron que una menor de doce años fue violada por un Sargento. Les dejaron bebidas y alimentación, por si de pronto algún compañero quería comer o tomar algo. Aunque agradecieron, ningún guerrillero entro a las casas pues estaban en plena misión y además no era su costumbre ser oportunistas. Con la zona bajo su dominio y sin civiles que resultaran heridos, los farianos ubicados en un filo, por fin reportaron que la ayuda a los militares estaba en camino. Apenas habían dicho esto cuando vieron el camión volar por los aires. Un carro intentó retroceder y a su paso estalló otra carga explosiva. Comenzó el tiroteo y el último camión intentó ir adelante y corrió la misma suerte de los demás. Esto fue muy decisivo en la pelea que se planteaba desigual, pues la cantidad de paramilitares y miembros de la fuerza pública notablemente era alta. Se siguió con bombardeos en los tres puntos. Pronto llegó la aviación. El tercer grupo, donde estaba Francisca, retrocedió un poco para cubrirse de la vista de los aviones y helicópteros. Esto ayudó para que las tropas enemigas intentaran reagruparse, lo que intensifico los combates en esta área. Desde arriba Carlos pensaba en Francisca, pero no era momento de distracciones. Cerró los ojos le mandó un beso y se propuso a luchar con lo mejor de su alma. Por su parte ella y varios de sus amigos cambiaron de fusil. Con ayuda de dos compañeros más, emplearon uno mucho más potente, así lograron averiar un par de helicópteros. Al reducir a los enemigos y deshacerse de los refuerzos, se procedió a incautar material de guerra, atender heridos de ambos bandos y a retirarse. Francisca tuvo sentimientos encontrados. Estaba feliz, estaba viva, estaba en un combate, ganaron. Pero a su alrededor los muertos, heridos, tantas madres, tantos niños, tantos sueños. Se dio cuenta que era la guerra, la desigualdad, la codicia, el poder, todo esos sentimientos egoístas y los pensamientos capitalistas los que engendraban odio e inhumanidad, que terminaba con estos resultados, huérfanos, mutilados, soledad, ignorancia… un viento suave y tibio acarició su cabello que jugueteó en el aire, como revoloteaba la esperanza de una Colombia mejor. “[…] Combinando las maniobras de fuego con movimiento, […] el uno dispara mientras otro avanza, lanza una granada ahora quién lo alcanza, para detener un convoy militar unas bombas […] lo hacen estallar, un minado bueno puesto en la central para que el apoyo no pueda llegar, en todo el territorio nacional aplican la cartilla de las FARC. Como un camaleón de fuego se camuflan cuando avanza, […] a cinco metros de un guardia que ni ve ni escucha nada, […] volumen de fuego es la cantidad de proyectiles que vas que disparar, hazlo bastante para comenzar antes de que el enemigo intente dar, veo los muchachos con aplicación sacando un cilindro de demolición […] Los muchachos se despiden con una risa contenta, […] porque el pueblo pide y pide más gente que lo defienda, […]. Las emboscadas deben tener una salida pa’ donde coger, si estás cercado hay que combatir, suelta más fuego suelta más balín, aplica el principio del golpe fiel: secreto, sorpresa y alta rapidez, nunca lo olvides busca un abrigo contra la vista y el fuego enemigo. […]” Esta emboscada sería mostrada por los medios de comunicación del poder como acostumbran ellos, de forma amarillistas y miserable, diciendo que apoyan a sus hombres cuando realmente estaban abusando de sus sufrimientos y el de los familiares. Falsos “habitantes de la región” también fueron entrevistados, decían mentiras, mostraban su lado sesgado de lo sucedido y se satanizaba a las FARC. Afortunadamente el pueblo sabía la verdad y los apoyaba incondicionalmente. Los resultados de esta operación serían, primero que todo, el cambio de Ramiro, Francisca y Sonia de frente, puesto que los dos primeros estaban siendo buscados por el ejército, querían sus cabezas, eran el premio de consolación. Por otra parte Carlos y Robinson por sus destacadas acciones serían llevados a un curso de comandantes lejos de allí, y por último, aunque el gobierno redobló el pie de fuerza en la zona, las Fundaciones y organizaciones de derechos humanos llegaron a la región, esto ayudaba un poco, pues los ejércitos militares y paramilitares no se atrevían a realizar masacres grandes, como estaban acostumbrados. Hay veces que el triunfo es amargo como la hiel, y sin embargo, lo bebemos gota a gota por la sed insaciable que produce el sufrimiento. En la guerra y en la lucha hay que ser fuertes, es el pan de cada día. La vida nos quita sin preguntarnos, cuando pasa eso, mucho de lo perdido se refunde en el recuerdo, se diluye en la idealización y se olvida después de que la soledad destroza, carcome, roe y derrumba el alma. El grupo con el que se inicio toda esta aventura se dividía en dos. Por un lado, los que se iban con Francisca que eran Armando, Pablo, Claudia, Ximena, y Alexandra. Por otro lado los que se marchaban con Carlos y Robinson, que eran Natalia, Carlos Mario y Rolando. Solo el amor verdadero los puede salvar del olvido que trae impreso la distancia y la vida. Tú lo sabes, estas triste, tienes miedo ¿Los quieres realmente? ¿Te quieren realmente? Llega la hora de la verdad para una relación de amistad y amor marcada por la fidelidad y la comprensión ¿Es verdadera? ¿Sobrevivirá a esto? XIX La separación El sol quemaba la clara piel del pequeño y el menudo cuerpo de cabellos rubios y rebeldes. El niño buscaba en las caras de los hombres a su padre mientras gritaba unos versos, unos terribles versos que labios tristes repetían sin parar: “Porque vivos se los llevaron, vivos los tienen que devolver” “Ni perdón, ni olvido” “Por nuestros muertos ni un minuto de silencio, toda la vida de lucha” versos, versos que recitaba desde esa primera infancia como si fueran canciones infantiles, versos, versos que nadie escuchaba. Luego lágrimas, lágrimas que solo su madre limpiaba, que solo a su madre importaban. El tiempo pasaba venganza, venganza que crecía en sus preadolescentes ojos verdes, venganza que carcomía su corazón, impotencia, impotencia que llenaba su espíritu que crucificaba su esperanza, que frustraba su razón. De pronto en la oscuridad una luz conocimiento, conocimiento y más soledad, aunque allí estaba ella, la bulliciosa niña de su infancia convertida en la revoltosa adolescente, su paño de lágrimas, su amiga eterna. Pasaba el tiempo que no cura, el tiempo que no ayuda, el tiempo que entristece y en su mente los versos: “Porque vivo se lo llevaron, vivo lo tienen que devolver” se enfrentaba al mundo con sus amigos y unos hermosos ojos almendra, ojos consejeros, ojos sinceros, ojos que segaron, ojos que asesinaron. También apareció una tierna figura, una sonrisa amiga, un amor verdadero, sería de él, él se entregaría a ella en la inmensidad de la rebelión, de la selva, de la guerra, estarían juntos, juntos para siempre. A los tres días partió el grupo de Francisca comandado por Ramiro y Sonia. Todos se sintieron muy tristes, pero no tanto como la pareja. Francisca y Carlos se fundieron minutos antes en un fuerte abrazo que hizo trizas sus corazones, pero les dio la fortaleza para continuar. Duraron varios días de camino. Se internaban más en la verde y eterna selva que habría su corazón para recibirlos con la algarabía de las aves, los monos y demás bullosos animales. Cada tanto se encontraban con escuadras que estaban en sus labores, ya sean patrullando, cargando economía y de demás actividades típicas de la vida guerrillera. Era el momento para hablar, hacer bromas, conocer más amigos y compartir información de una estructura guerrillera a otra y de un insurgente a otro. - - Oiga Martha – saludaba Sonia feliz a una delgada pero fuerte muchacha. Ella paró y con ayuda de Francisca bajó su carga- usted conoce a Andrea, una muchacha chusca, es que Byron Martínez le manda un recadito. ¡Ole Sonia! Por fin viene a visitarnos, ya ni cartas. La Andrea viene allá – señaló a una muchacha de metro sesenta de estatura, cabello largo, liso y negro al igual que sus ojos, cuerpo hermoso y sonrisa franca- sí, es lo más de chusca, ahora se va a morir de la emoción. ¡Andrea mija venga pa’ ca! – grito mostrando el sobre, todos silbaron y hacían bromas, la muchacha corrió y la ayudaron a bajar su carga, al recibir la carta se notó visiblemente emocionada, Byron era el hombre que ella más había querido. Las noches eran interminables. Dormían en pequeños cambuches, pero a Francisca le parecía que con el paso del tiempo el espacio se abría y el lugar se hacía tan solitario. Salía de allí y miraba las estrellas titilar como aquella noche de la pelea con Carlos. Le parecía verlo aún sentado en el piso, deprimido ¿cómo estaría ahora? ¿Estaría sintiendo lo mismo que ella? También rememoraba el día en que Nacho le pidió ser novia de él. Tarareaba la canción que estaban bailando y le parecía escuchar a Nacho diciéndole que la esperaría por siempre. Te esperaré por siempre… esa promesa también la había hecho Carlos, dos veces. Sonrió pensando en la tarde en la buhardilla. Su primera vez. Esa tarde inacabable de besos, caricias, amor y, al final del inesperado combate, de amistad. Mirando a la espesura recreaba en su imaginación cada beso, cada abrazo, cada día. Las sombras nocturnas le parecían los oscuros y brillantes ojos de Nacho, discretos, calculadores, siempre con un misterio infinito, imposibles de descifrar, protectores, autosuficientes y amorosos. Los verdes diurnos mezclados de ocre, amarillo y marrón recordaban los claros, extraños, sinceros, inocentes, tiernos, dependientes y cariñosos ojos de Carlos. Hombres siempre dispuestos a amar, a darlo todo, a comprender y a ayudar. “Ya yo sé que para algunos no hay peor ridiculez, […] que un suspiro enamorado pero yo pienso al revés, […] siento por mi compañera un amor que no hay afín huele a dalia, huele a rosa a clavel y a jazmín, […] Para mi nada es más lindo, para mi nada es mejor, […] que derretirse en un suave y dulce beso con amor, […] amo como amó Bolívar a su Manuela y también amo como amó a Sandrita el Camarada Manuel. Y si toca separarnos por cumplir una misión, lo hacemos sin amargarnos, así es la revolución, […]” Al fin llegaron al campamento. Ya había información del segundo grupo que partió un par de días después. Ellos estaban llegando a su destino, se emocionaron porque era uno de los campamentos por donde, de vez en cuando, aparecía el Comandante Jorge Briceño, el Mono Jojoy, como todos le decían cariñosamente. Ojalá se les cumpliera el milagrito y sus amigos pudieran conocerlo, quizá también al Comandante Manuel, para que les contaran con lujo de detalles su encuentro con el Legendario Hombre de Colombia. Por su parte ellos también iniciaron sus cursos. Avanzaban rápidamente. Ramiro se asombró pues, aunque sabía que a Francisca le estaba doliendo mucho la soledad, ella estaba dando muy buenos resultados. Sólo una cosa le preocupaba, se escudaba en esto y se ahogaba en sus sentimientos cada día más, sola, sin decirle a nadie. Se veía frustrada cada vez que por ahí pasaba una unidad y no recibía respuesta de Carlos a sus cartas. - - Mija ¿cómo esta? Bien Camarada. Es duro cierto. Yo estuve lejos de mi Sonia unos años ¿Cierto mami? – recibió como respuesta afirmativa una sonrisa de la tierna mujer que abrazó a Francisca. Mire mija, la comunicación es muy difícil. Ese man la quiere, póngale cuidado que cuando le llegue respuesta no le va a quedar tiempo de hacer nada por la cantidad de correo que tiene que leer. Pero hablese con Alexandra, Claudia, Ximena o cualquiera, usted tiene amigos, no se le olvide. No le dé pena de molestar a nadie, aquí estamos para escucharnos. El amor en la guerrilla es así, hay distanciamientos hasta de años, pero es como se sabe si es verdadero, y cuando es de verdad dura para siempre y se enciende con más fuerza. Francisca habló con sus amigos. Esta experiencia le ayudó a algo que ella nunca esperó, tener una fuerte amistad con Ximena. Eran amigas, habían pasado por mil aventuras, darían la vida la una por la otra, pero siempre hubo un vacío, un muro invisible en esa relación: Carlos. Desde el suceso del cumpleaños del chico ellas dos habían permitido que un extraño y doloroso silencio se interpusiera. Una noche en la cual Ximena estaba de guardia descubrió a Francisca mirando las estrellas. - ¡Hola! ¿No tienes frío? – dijo alegre Ximena pasándole un café. Gracias- lo recibió Ya hemos hablado bastante de lo que sientes con todo esto, pero no de lo que piensas. ¿Qué quieres que te diga? Normal, pienso y recuerdo. Podemos recordar juntas y decir lo que estamos pensando sin miedo, porque así discutiéramos, eso no va a acabar la amistad que tenemos. Por ejemplo yo estoy pensando en que siempre me incomodo que te pusieras celosa, y te quiero aclarar que Carlos y yo nunca tuvimos nada. - - No eran celos, es que no confía en mí. Me duele que todo te lo cuente a ti. ¿Qué querías? Estudiamos juntos desde kínder, tenemos una amistad desde pequeños. ¿En serio? Yo no sabía. Ahí está pintado ese atolondrado –rió intentando controlar el volumen de las carcajadas para no despertar a nadie – ¿No te dijo eso? No Te contaré un par de cosas que lo harían avergonzar – pasó un rato narrándole anécdotas del colegio en donde estudiaron, Francisca por fin podía conocer un poco más al hombre que amaba, qué nunca le daba la llave de la puerta de su pasado, se volvió a sentir mal, él tenía más vida y confianza con Ximena que con ella – ahora, ¿quieres hablarme o preguntarme algo? ¿Por qué él no me ha confiado nada de esto? ¿Qué secretos puede tener conmigo? Ninguno, solo te quiere defender. ¿Defender de qué? Del odio, de la maldad, del sufrimiento, de sus manías, de sus defectos…de todo. Me pide consejo si quiere discutir contigo, si quiere darte un regalo, si quiere darte una mala noticia…te ama, nunca lo ví así, él vive y muere por ti. No tiene ningún secreto, ¿No te das cuenta que él te dice todo con sus ojos? ¿Qué se derrite frente a ti? ¿Qué te mira con el alma? Más que hablarte y contarte lo que tiene en su alma te la muestra en sus ojos, en sus actos, en su risa. Las palabras mienten, el corazón no. Después de esta noche se fortaleció la amistad de estas dos mujeres. A esto se sumarían Claudia, Alexandra, Armando, Pablo y otros hombres y mujeres que, al recibirlos con amor en su campamento, también abrieron sus corazones al grupo y comenzarían el camino para convertirse en una familia. Este proceso lógicamente pasaría por problemas, discusiones, anécdotas, gustos, disgustos, llanto y risa. Unas semanas después la predicción de Ramiro se cumplió. Llegó una escuadra nueva, así que traían recados de los lugares por los que habían pasado. Los chicos recibirían correo de sus amigos, no solo de Carlos, Rolando, Natalia, Carlos Mario y Robinson, sino también de muchos del otro campamento dónde habían estado. Todos se reían a montones al ver la cantidad exagerada de cartas que Carlos le había mandado a Francisca, paquete que habían entregado de últimas a propósito, con la intención de hacerle mofa a la chica. Leyeron públicamente lo que se pudo leer. Sonreían, compartían y se conocían desde la distancia. Francisca le dio la razón a Ramiro, el amor, y no solo el de pareja, cuando es verdadero, desinteresado y está desintoxicado de esta inmunda sociedad capitalista, se fortalece cada día más, así estén lejos. Era completamente extraordinario cómo todos comenzaban a responder, incluso personas que no los conocían se animaron a entablar una relación sincera con los remitentes. Alguien que andaba muy feliz de no tener el problema de la distancia fue Ximena. Uno de los miembros de la escuadra que llegó era el miliciano caleño, Julián, con el que ella compartió un pequeño pero sincero e intenso romance. Se reencontraron y no dudaron en decidir reiniciarlo ante la autorización, bastante veloz y cómplice, del Comandante del campamento. Por la tarde Francisca leía a solas las cartas de Carlos. En una de ellas el joven se alegraba de la relación entre Ximena y Francisca. Ella levantó la vista, la tarde comenzaba a morir y Ximena estaba sola guardando su correo en la maleta. Ella llamó a su amiga y la invitó a que la acompañara, con gusto leyó las cartas con Francisca, apoyándola, riendo y llorando juntas. Después de su guardia no podía conciliar el sueño. Reunía cada una de la información de las misivas para poder ver con claridad qué había pasado. El día en que marcharon Carlos estuvo bastante deprimido, callado, alejado, por ello todos en el campamento organizaron un pequeño acto de teatro para él. Se alegró bastante, rió y encontró apoyo. Sin embargo, cuando fue a su caleta no podía dormir, le pasó lo mismo que a Francisca, el espacio se le hizo tan grande y tan triste, que no aguanto estar allí, dibujando con su imaginación el cuerpo de su compañera, de su amor en el espacio desocupado y frío. Así pasaron sus días entre actividades y recuerdos. Le dolía, todo en el campamento le recordaba todo a Francisca. Por fin partió de allí, se sentía mal. Al terminar de guardar todo descubrió que ella había olvidado uno de sus libros preferidos “La Madre”. Esto lo hizo llorar amargamente. Al fin se fue. Estuvo pensando y recordando todo su camino hasta llegar allí. Escribió todos sus pensamientos para Francisca, esto lo hacía sentir bien, al igual que la selva. Llegaron al campamento que se le adjudicó. Los nuevos compañeros eran muy buenos. Hicieron rápidamente amistad con todos. Era fácil trabajar con ellos, dinámicos, activos, colaboradores y muy alegres. Lo que más los emocionaba era sus “profesores” camaradas exigentes pero muy humanos, la prueba viva de la evolución al Hombre Nuevo, la certeza de triunfo del socialismo y la cercanía a la Nueva Colombia. Estaban aprendiendo mucho. Un día, estando en una clase el comandante anunció que hoy la charla la iba a dar otro Camarada. Cuál sería la sorpresa cuando entra al aula el Camarada Jorge. Sus palabras calaron en sus mentes y corazones. Era una persona sencilla, especial. Los saludó a todos, les habló y compartió media hora. Se quedaría unos días allí, así que pudieron darse cuenta de varias facetas de su ser. Leía mucho, era supremamente exigente, dedicado, trabajador, mamagallista, puntual. A Andrés, en medio de tanta alegría, solamente algo le dolía en el alma: no poder compartir sus logros y equivocaciones con Francisca. Recordaba su cabello, sus ojos, su cuerpo, sus besos, sus abrazos. Se sentía muy solo y triste. Afortunadamente había recibido las cartas que lo alegraban infinitamente. Por las noches apagaba tarde su linterna para leer una y otra vez las misivas, cerraba los ojos e intentaba oír su voz. En la última carta Carlos le rogaba que no le dejara de escribir. Pedirle eso no era necesario, ella ya tenía un gran número de correo para decidir cuál enviarle, pues al igual que él, la muchacha le escribía todos los días. “Buscando en la distancia y mostrando un desespero un hombre enamorado mira hacia la nevada, […] se oye un fuerte suspiro, se oye un gritar “te quiero” hoy están separados así lo quiere el pueblo, […] Amor fariano es verdad, amor fariano es sincero, […] nunca se puede olvidar ¡hombre! Es amor de guerrillero, […] Cumplen con el trabajo que se le ha encomendado, se entrega en cuerpo y alma a la revolución, piensa […] es aquel siempre amado, y sé que un guerrillero quiere de corazón, […]” Así pasaban los días entre amigos, hermanos, risas, aprendizajes, errores y aciertos. El amor puro no tiene ni espacio ni tiempo, y el más puro de todos los amores es al pueblo. Francisca, la lucha se hace a punta de sufrimientos, tú sabes que la vida en todas sus fases está llena de dificultades que solo un espíritu fuerte es capaz de superar. Te has dado a la tarea de buscar paz, amor y libertad, tanto para ti como para Colombia, ¿Olvidaste la esperanza? XX ¡El reencuentro! El odio vomitaba su asqueroso veneno en forma de balas; el amor respondía con proyectiles de libertad. El odio gritaba a favor del dinero; el amor cantaba a favor de la paz. El odio escupía desde el aire basura destructiva defendiendo el gran capital; el amor respondía con grandeza defendiendo el pueblo con lealtad. El odio contaba con hombres cobardes, engañados e ignorantes; el amor combatía con seres humanos, pensantes y valientes. El tiempo pasaba lento, más lento de lo que la atareada Francisca hubiera deseado. Pero no todo era soledad. Había alegrías, compañeros, amigos y hermanos. También avances, reconocimientos y satisfacciones. Por supuesto el correo no dejaba de llegar a un campamento o al otro, y los muchachos podían olvidar por momentos sus soledades, temores y tristezas. En medio de las actividades normales había una a la que se le estaba dedicando mucho tiempo: contener los paramilitares. Se podría decir que estas bandas de asesinos eran la evolución de lo que décadas antes los campesinos colombianos conocieron y sufrieron bajo el nombre de pájaros o chulavitas. Ya tenían nombre pomposo: Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), un “carismático” líder: Carlos Castaño, mucho armamento, dinero verde venido del gobierno del norte, los narcotraficantes, la base de coca y las multinacionales, ayuda de la oligarquía criolla y complicidad del gobierno de turno y las fuerzas militares. Masacres, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, desplazamientos y miles de otros vejámenes tenía que vivir el pueblo pobre, inocente y desarmado. La guerrilla, como el resto del pueblo, resistiría emboscadas, combates y otra serie de golpes, pero a diferencia de los indefensos ciudadanos, responderían. Varias veces Francisca, sus amigos y todos los guerreros farianos, harían parte de emboscadas a militares, policías o a paramilitares. La mayoría de estas acciones con muy buenos resultados. Los paracos se paseaban por toda Colombia pavoneándose. Armados hasta los dientes atravesarían, con la ayuda del estado, desde la Región Caribe, pueblos pobres que tuvieron la desgracia de que allí resurgieran y se fortalecieran esos monstruos, hasta la el resto de Colombia, atreviéndose a penetrar a zonas de la Región Andina y Amazónica, de influencia guerrillera. Allí sus ojos de muerte se clavarían sobre los campesinos indefensos, los estudiantes, los sindicalistas y todo aquel que se interpusiera en sus tareas que, entre otras, eran: “limpiar” las tierras de pobres para que los grandes terratenientes y empresas nacionales y extranjeras pudieran invertir o explotar los recursos naturales, callar al pueblo si se atrevía a protestar, mantener el “orden” y hacer “limpieza social” de los indeseados o de las personas que “sobraran”. Los comandantes de algunas estructuras guerrilleras fueron llamados. A Ramiro lo acompañaría a la reunión Armando, Pablo, Claudia, Ximena, Alexandra y Francisca. Ellos irían a una operación muy importante: copar una estación de policía. Lugar un pueblo que, a pesar de estar en la Zona Andina, desde hace ya varios años era de dominio paramilitar. Este era uno de los puntos de llegada y expansión de este flagelo que sufría Colombia. Entre los comandantes que informaron sobre la misión estaban el Camarada Carlos Antonio, El Negro Darío, Abelino, y su padre Eduardo Román. Durante toda la reunión Francisca se veía incómoda, molestas, nerviosa. Sus manos temblorosas y sudorosas, su cara colorada y parecía estar lejos de allí. Cuando el Camarada le preguntó qué opinaba sobre el sitio en el que empezaría el ataque, ella fue hasta el mapa, como si no lo viera, como una autómata, movió sus labios pero no salió sonido alguno. Hizo una pausa, hablo de nuevo y su voz lenta y sin entonación se dejo oír suavemente. Su mano, como la de un robot, se movía sobre el gran papel. Curiosamente, a pesar de que su espíritu no estaba allí, tenía razón en todo lo que decía. Esto produjo preocupación en los amigos de la joven, ellos sabían que algo estaba mal. Seguía hablando como un ente. Luego de que terminó su intervención se sentó pesadamente, dura, recta y se quedó allí, mirando los árboles, con sus ojos tan lejos e inexpresivos que impacto incluso a los que no la conocían bien. Cada Comandante terminó su intervención, se hicieron los ajustes necesarios y las recomendaciones pertinentes. Todo estaba claro, todos se podían retirar. De pronto, cuando estaban saliendo, el Camarada Eduardo Román la tomó de la mano y la sacó del lugar. Ella, sin salir de su trance, se dejó guiar sin preguntar. Él la miró con ternura y siguió paseando con la muchacha lentamente por el campamento. Cuando se recuperó miró a su padre con algo de vergüenza. - - - - - Perdón, estaba… Yo sé lo que pasa, recuerda que yo, aparte de ser tu mejor amigo, soy tu padre y sé toda tu historia. Te advierto que quizá te lleves un par de sorpresitas. Sí, me imagino. No podías esperar que un pueblo entero se desapareciera. Sí, yo sé. Lo que quiero preguntarte es ¿por qué…? ¿… no puedes hablar con alguien para que…yo no…vaya? Si, es más, si yo quisiera no irías ¿recuerdas al Padre Manuel? ¡Claro! Sueño casi todos los días con él. Él te dijo que no puedes huir de ti misma. Yo no estoy huyendo de mí, es de ellos. ¿Qué te pueden hacer ahora? ¡Nada! ¿no será que estás huyendo de la pequeña, insegura, triste, inteligente y recursiva nenita que me imagino entre la selva tierna, indefensa? estás huyendo de esa realidad. He notado que se te hace más fácil hablar de cuando esos hijueputas te violaron que hablar de tus sentimientos de frustración y tristeza o hablar de tu familia biológica. Lo quieras o no, allí naciste, creciste y aunque no les debes nada, ellos existieron y por eso eres tan fuerte y valiente. Yooooo…. – en un segundo pudo recordar cada golpe, cada insulto, cada humillación, cada castigo. Recordó como si se viera desde fuera de su cuerpo, cuando se metía debajo de la máquina de coser o de la mesa del comedor después de hacer sus deberes para que no la vieran, para no equivocarse, para que no la castigaran. A eso le tenía miedo. Todo se hizo más claro. Ella, aunque sabía que no había hecho nada malo, siempre se sintió culpable de que no la quisiera, de lo que hacía su hermana, de todo – yo quizá sea culpable, porque… no debí nacer. ¡No! ¡nunca un bebe es culpable! ¡ellos son los culpables! – la recostó en su pecho, ella no quiso llorar pero era difícil no hacerlo, caían solas las lágrimas oscureciendo el impecable uniforme del Comandante, sacando esos oscuros sentimientos de culpabilidad que tanto daño le hacían- eres una valiente desde pequeña, puedes estar allá, puedes enfrentarte a todo, pero si no te sientes capaz no lo harás, no te obligaremos ¿Lo quieres hacer?- se retiró del pecho del padre, del amigo y miró sus ojos miel tan parecidos a los de ella, sus ojos orgullosos y felices, sus ojos amorosos y justos. Limpió sus lágrimas, y sonrió con temor, pero con seguridad. Sí. Todo estaba listo. Ella y sus siete amigos más cercanos tendrían que llegar primero que los demás para coordinar la operación con el comandante de la zona, Gonzalo, para esto irían por carretera. Ya salían a su misión. Dejarían sus pertenencias más importantes y sus armas. El camino debían hacerlo en carro, o sea, como civil. A diferencia de los paracos, ellos no podían entrar a pueblos o pasar por puestos del ejército armados hasta los dientes. Ellos no serían aerotransportados en los helicópteros que debían estar al servicio del pueblo, y en vez de eso servían para llevar bandidos, asesinos y paramilitares. No, a ellos les tocaba una ruta más dura, a ellos como pueblo, siempre les tocaba el máximo esfuerzo y peligro, sin embargo se sentían orgullosos de eso. Cogió un morral negro, era de camping. Empacó las cosas que llevaría, tenía que escogerlas bien, no deberían ser de guerrillera, por si acaso la requisaban en el camino. Decidió que la ropa que le habían entregado para esto estaría bien, no había nada importante que llevar. Pero al organizar todo vio la vieja muñeca de trapo que encontró muchos años antes en la cueva. La había lavado un millón de veces, pero las manchas de moho y los pequeños puntos negros que aparecen en las telas cuando están húmedas mucho tiempo, nunca desaparecieron. La había cosido, remendado, pegado botones como ojos y bordando una pequeña y tímida sonrisa. La miró con ternura, la abrazó y la besó despidiéndose, pero no pudo desprenderse de ella. Temía que en algún momento la perdiera, pero era como dejar a Estrellita, no lo iba a hacer. La volvió a abrazar como pidiéndole perdón y le organizó el mejor y más seguro lugar en el morral. Con esto, estaba lista para viajar, claro, había que invitar a la niña. - “Acompáñame por favor Estrellita”. Salieron una tibia mañana. Sus vestimentas civiles contrastaban con los fusiles que llevaban terciados. Estaban acompañados de otros amigos que irían hasta el río. Por fin llegaron a su destino. Las botas que tenían puestas eran buenas, lujosas, pero no eran la mejor opción para caminar por la selva, estaban cansados como hace tiempo no se sentían. Sus compañeros les recibieron el fusil prometiendo que los cuidarían, para un guerrillero su arma es su más cercano amigo, un socio, entregarlo era difícil, pero debían hacerlo. Se subieron a la embarcación y está comenzó su viaje río arriba a una velocidad increíble. Bien acomodados dentro de la nave disfrutaban del paisaje, pero una sensación de miedo turbaba sus corazones. Los grandes árboles se alejaban. Francisca se dio cuenta que había pasado mucho tiempo en la selva, ya cumpliría veintiún años de vida ,más de un par en ese tranquilo y misterioso lugar, era mucho tiempo de estar allí. El cielo era de un azul más brillante que el que recordaba o el que podía ver en los claros de la selva que frecuentaba. Pero se dio cuenta de una cosa, ya no era eterno. Recordó que en el colegio, en las traumáticas horas de descanso, cuando no estaba escapando de las burlas de sus compañeros por piojosa, sucia, porque la ropa le quedaba grande o por tener los zapatos rotos, ella miraba largamente el cielo, veía cómo las nubes pasaban lentamente, sentía el viento en su cara, daba vueltas y el firmamento se abría inmenso, indescriptible e infinito para ella. Ya no, parecía una urna cerrada. Miró la tierra y lo único eterno que encontró fue la selva, misteriosa, profunda, viva, que se alejaba rápidamente. Extendió la mano como intentándola coger, estaba tan lejana, le dio tanto pánico, sintió tantas ganas de llorar. Flexionó sus rodillas hacia su pecho, su cara era de terror, Alexandra le pasó un brazo por encima, Ximena la tomó de la mano. “Cantan, los pájaros cantan, cuando la selva despierta, como diciéndole “reina” cantamos para agradarla, […] los ríos amansan sus aguas pa’ que se peine la reina, y en sus cabellos se trenzan bejucos que se levantan, […] Libre, ser libre quisiera como es libre el río Patía y que es un negro en rebeldía que rompió con furia las piedras, […] libre se esconde en la selva y la recorre cantando, y una guerrillera negra lo mira desde un barranco, […] La fragancia de un canelo se unta la reina orgullosa, y un peine de mariposas cruza volando su pelo, […] aunque otro me tire al suelo y goce con mi caída, hasta en el barro se inspira mi corazón guerrillero, […]” Pronto sería hora de almorzar y autorizaron sacar su comida los que quisieran. Más de uno comió rápidamente, desde las seis no probaban bocado. Francisca no quiso, solo podía ver con atención, un poco ridícula, las cosas a su alrededor. Ya se escuchaban sonidos de otras embarcaciones, la gente, los pescadores. Era curioso. Ella sabía lo qué pasaba en el mundo, era una de las encargadas del uso de internet y de mantener informado al campamento, pero se sentía tan rara, como si esto fuera nuevo para ella. Llegaron a un puerto muy importante de la región. Desembarcaron los ocho, Armando, Pablo, Claudia, Ximena, Alexandra, Julián, Jaime y ella. Luego, tomaron un bus a la ciudad más cercana. El bus se movía más de lo que debería, parecía que se fuera a desbaratar, teoría que apoyaba los ruidos exagerados de toda la parte mecánica y de las latas. Un corrido norteño sonaba durísimo por los mal mantenidos bafles. - - Alguien debería apagar eso. O regalarle un equipo de sonido al señor conductor – dijo Julián con su inconfundible acento caleño mientras se aproximaba a Ximena y le daba un suave beso en la boca. De acuerdo, aunque me aguantaría si pusiera un vallenatico- comentaba Jaime, un compañero de unos veintisiete años, de facciones indígenas y temperamento rumbero, proveniente de un pueblo cercano a la capital del Valle, pero sus formas eran más paisas. Estaba en el asiento de atrás de - la pareja antes mencionada, compartiendo el puesto con Diego y una gallina de no se sabía cuál pasajero. ¡Hay si un vallenato! – dijo duro Ximena, el conductor sonrió y cambio la música al pedido de la joven. Ella estaba sentada con Francisca que ya le había dado un codazo. Delante estaban Pablo y Claudia que se secreteaban y se besaban como si no se hubieran visto hace años o si se acabaran de hacer novios. Llegaron al terminal de transporte. Eran ya las dos treinta de la tarde. Bromeaban como cualquier joven de sus edades, pero estaban alerta con los movimiento a su alrededor, claro sin levantar sospecha. Al entrar al sitio los detuvo un par de policías. Ellos les hicieron caso a todas las órdenes. Abrieron sus equipajes, se dejaron requisar y presentaron documentos de identidad, obviamente falsos. Estaban en eso y la oficial que requisaba a Francisca le preguntó el nombre. - María Clara Rojas Cote. Cédula 20.651.524 de Bogotá. La oficial volvió a mirar la cédula, los muchachos y ella parecían tranquilos, pero por dentro pensaban que los iban a coger. Lo único que mortificaba de esa posibilidad a Francisca era Carlos y la misión. Ellos sabían que eran el ejército del pueblo, estaban conscientes que si eran encarcelados seguirían defendiendo al pueblo desde otra trinchera, que sería difícil, pero eran riegos que ellos asumían con valor, dignidad y altura. - - - María Clara, cédula 20.651.524 – al entregarle la cédula la miró bien y no soltó el documento, los muchachos tuvieron el presentimiento de que la había reconocido del dibujo de hace unos años, en el que la presentaban como una “importantísima guerrillera” Oiga, tenemos afán, la muchacha ya le contestó, ¿No sabe leer? Si pide la cédula para que pregunta. – gritaba atrás un pasajero afanado, a esto se sumaron otras voces que también querían tomar rápidamente los buses a su destino. Perdón- soltó la oficial el documento y les hizo señas a los muchachos y a Francisca de que pasaran. Compraron los tiquetes y a las cuatro arrancó el bus. Fueron siete horas de camino en el que, menos mal, no hicieron requisas ni nada similar. Hablaron y bromearon un poco. Se turnaron para montar una innecesaria guardia y al fin llegaron. Ellos fueron los últimos en bajarse del vehículo, dejaron que los policías se distrajeran y descendieron. Al bajar Ximena le increpó a Francisca por no contarle lo que pasaba con este viaje, por qué conocía todo y por su extraña actitud, la joven le prometió confiarles su secreto. Caminaron dejando unas cuadras atrás las pobladas calles donde llegaban los buses a esa pequeña ciudad. Llegaron a un billar y se pusieron a jugar. Dos horas más tarde salieron a una esquina a la cual llegaba puntual un carro. El hombre se identificó como Samuel, dialogaron por el camino y Francisca pudo ver un letrero en la carretera: “cinco kilómetros Al Paraíso, ocho kilómetros a La Trinidad” se puso nerviosa, mordió sus labios, su corazón palpitó más rápido. Giraron por una ruta que, aún en la oscuridad de la noche, pudo reconocer momentos después, era por la que había tomado Francisco para visitar el río donde murieron Adriana y Gonzalo. Podía oír el río, fuerte y hermoso, salvaje y arrullador. No fueron hasta allá, se bajaron. Ellos siguieron caminando por una difícil trocha hasta llegar a una casita, de donde salieron unos guerrilleros. Durmieron esa noche allí. Era una pequeña casa de bareque, humilde y blanca. Sus únicos habitantes eran dos ancianos de los que la organización se había hecho cargo pues estaban solos. Al otro día se vistieron con uniformes y recibieron fusil. Ya se sentían cómodos de nuevo. Conocieron mejor a los cuatro compañeros que los recibieron. Vicente era un simpático joven de diecisiete años, activo, tal vez demasiado, lo que lo convertía un poco intenso. Gerónimo era un muchacho moreno de veinticinco años, callado, muy inteligente y de excelente humor. Socorro era una muchacha afro descendiente, inteligente, recursiva, hermosa y de cuerpo perfecto como las de su raza, estaba un poco deprimida, una pena de amor embargaba su alma. Y por último una muchacha trigueña de cabello claro llamada Diana, alegre, altanera y perspicaz. Armando inmediatamente comenzó a pretenderla. La muchacha reía sin parar ante cada ocurrencia del joven. - Y… ¿tienes socio?… No ¿Amigo? No - reía la joven mirándolo pícaramente. ¿Quisieras tener un noviecito? – guiñó el ojo Ahí vemos. Como así mamita, mire que me embrujó en un momentico y ¿no me va dar ni una mínima esperanza? Tal vez… Que se necesita para un sí ¿una cancioncita? Cual… está bien. – el muchacho aprovechó que tenía una muy buena voz “Bajo el cielo del Caribe conocí una guerrillera, bonita la compañera, me gusta con su fusil, le voy a pedir a Satrich que me pinte un cuadro de ella. El amor no tiene espera y hasta me puedo morir, el amor no tienen espera y hasta me puedo morir. Apunta bien y dispárame que ya me diste en el corazón, hay con tus fuegos fusílame que por ti perdí hasta la razón, hay con tus fuegos fusílame que por ti perdí hasta la razón” – la muchacha reía sin parar y veía con interés a aquel muchacho un poco exentico, guapo y sincero. Los demás solo podían burlarse del suceso. - - - - - Nadie se imaginaría, ni siquiera Armando, que la estadía del chico allí iba a sembrar el amor entre los dos y que, la próxima vez que se vieran en un campamento, se quedarían juntos para siempre. Oye, deja de acosarla- intervino Claudia- no es así, no sé qué le pasa, que pena con usted Diana. ¿Cómo es el comandante del campamento? Es estricto, pero buen comandante, comprensivo y alegre. Es joven, tiene entre veinticinco y veintiocho años, inteligente, muy buena gente y está buenísimo. Cuidado con Marcela que le pega donde la escuche – rió Vicentepobrecita, Marcelita, entro hace unos tres o cuatro años, ni siquiera sabía leer, pero es una buena combatiente, inteligente, sería para el Comandante como la socia, pero él, a pesar que lleva uno o dos años con ella, no comparte la caleta. Ángel, uno de sus amigos, me dijo un día que él estaba enamorado de otra persona. ¡Qué pecado!- rió con descaro. El comandante Gonzalo fue entrenado por Vladimir, un viejo guerrillero. Se dice que pertenece a las FARC, desde antes que fueran las FARC. El Camarada Gonzalo es su alumno más aventajado y más querido. – contó Diana después de carraspear la garganta para que Vicente se callara. ¿En serio? – se asombró Ximena Sí. Y varios camaradas de los duros fueron entrenados por el Camarada Vladimir. Es exigente, pero dizque muy buen tipo. Al Comandante Gonzalo dicen que lo crio como un hijo. El Camarada Vladimir y el Comandante Jorge, El Mono, compartieron conocimientos, eran compañeros. ¡Qué nos van a hablar mierda a nosotros! – dijo Claudia- ¿amigo del Comandante Jorge, del Mono Jojoy? De verdad mamita- dijo Gerónimo – es más, cuando El Mono ingresó Vladimir llevaba una chorrera de años aquí. Eso es lo que sabemos nosotros, el único que puede verificar las versiones es el Camarada Gonzalo, pero él nunca habla de eso, ni siquiera con Ángel. Pero don Gilberto y doña Transito, donde pasamos la noche, dicen que es verdad, y ellos son los más viejos de por aquí. Llegaron, organizaron las cosas y se fueron a presentar a donde el camarada Gonzalo. Desde lejos, en una especie de kiosco, se veía la figura de un hombre joven, caminando de lado a lado. Parecía que había tenido alguna herida en la pierna derecha, la arrastraba un poco. Entraron al lugar y saludaron, Francisca sintió una ráfaga de calor que le recorría todo su cuerpo, sin embargo, el sudor que corría como un río por todo su ser era frío, tan frío como el hielo. Estaba tensa, su corazón iba a estallar, y sintió que estalló, pues un vacío enorme quedó allí, como un hueco. Ella cogió su pecho con fuerza y, mientras pudo mantener el control de su cuerpo, dio dos pasos para atrás, iba a correr, pero el piso se abrió a sus pies, sintió vértigo y todo se oscureció, lo único que pudo percibir eran dos grandes y fuertes manos tomándola de los hombros. Una luz intensa llenó el espacio, luego se fue tornando normal, hasta que ella pudo ver a Francisco. - - - - Hola- dijo la joven a punto de llorar. Hola mi amor, estamos muy orgullosos – mostró a los lados, alrededor de ella estaban todos, Carmen, sus amigos de las cooperativas, el padre, Lina, otros insurgentes que habían fallecido. Esto no puede ser, ¿Cómo puede ser que me pase esto cuando soy feliz? Me siento culpable, debí esperar. No, a veces el destino es diferente a lo que pensamos y planeamos, yo también me equivoqué, el tiempo pasa, no en vano. Pero veras que el amor sigue siendo verdadero. Yo tengo miedo – escuchó una risa, una risa que irrumpía en sus sueños a veces, Carmen tomó de los hombros a una pequeña que ella inmediatamente reconoció, era Estrellita y le hablo. Yo soy feliz, mira esto como una oportunidad de ser muy feliz, quiero que rías conmigo. La oscuridad volvió, la risa de la niña no cesaba, Francisca gritaba que no la dejaran. Pronto un rayo de luz más opaca se vio, ella intentó despertar. Pudo reconocer a sus amigos y una figura arrodillada frente a ella, se acordó, cerró los ojos con fuerza, quería irse de nuevo. Sintió algo caliente bajar por sus manos, eran lágrimas. Tomó el aire y volvió en sí, posiblemente fuera un sueño. Se sentó bien, la conocida y a la vez ajena figura del Comandante seguía arrodillada en frente de ella. Francisca le peinó sus cabellos negros y lisos con la mano. El hombre levantó la cabeza llorando, ella tocó su barba, miró sus ojos, sus labios. Sí, era él. Con su corazón roto, lo único que salió de su boca fue: - Hola, qué rico verte. ¿Te gusta verme? Claro mi Reina, siempre me encanta verte. Yo – lloro la muchacha- perdóname Nacho. No, perdóname tú, no te cumplí la promesa. Él se levantó un poco y la abrazó fuerte, como siempre lo había hecho. Ella se sintió entre sus brazos como aquella pequeña insegura que era tanto tiempo atrás. Los compañeros de uno y otro se retiraron y comenzaron a alejar los curiosos a los que la escena les había parecido bastante extraña. La pareja lloró por mucho tiempo, abrazados. Ella miraba constantemente la cara del joven, como queriendo estar segura que era él, le tocaba su barba, que no tenía la última vez que lo vio, miraba sus ojos y lo abrazaba para que no se fuera esa visión. “Volaron cual golondrinas aquellos años de infancia, en que juntos pronunciamos la palabra “redención”, fuimos creciendo en caminos separados pero más tarde volvimos a encontrarnos porque íbamos en la misma dirección. Recuerdo de la abuela en su patio de columnas, los carritos, los muñecos y un trompo de guayacán, almojábanas, leche, peto y casabe, y la sonrisa burlona de mi padre cuando amanecía con ganas de bromear, […] […] y siguiendo los recuerdos de aquellos años de infancia hoy me abrazo en el ejemplo de mi hermano Salvador, vimos caras color amarillo cobre, en los niños, las mujeres y los hombres que vivían en los barrios de inundación, […] Fue creciendo el compromiso de nuestro amor por el pueblo […] te bajaste con uniforme y arma de guerrillero. Está vestida de fiesta esta garganta fecunda, he prestado esta guitarra para cantarte Salvador, quiero que Julián borracho cante cumbias, esas que hablan de mariposas desnudas y que invitan al pueblo a la insurrección, […]” ¡Extraño azar! ¡Extraña vida! ¡Extraños caminos! ¿Quién lo podría imaginar? Hoy sientes algo raro, agradeces que cada cosa que imaginaste que le pudo haber pasado no hubiera sucedido, estas feliz de verlo, lo quieres tanto, lo extrañaste tanto. Pero ¿Y Carlos? Ese tierno hombre que te ama, que amas también, que daría cada instante de su vida por tu felicidad, al que tú intentas hacer feliz ¿Se acaba ahora esa hermosa relación de tantos años, de tantos sufrimientos, alegrías, sonrisas, llantos, tropiezos, logros? Sabes que las decisiones son difíciles, todo en la vida es un riesgo y lo que tenemos claro es que la única apuesta sabia, ganada, sensata y segura es la que se hace por el pueblo, la libertad y la paz. ¿Qué harás ahora? Recuerda ser feliz. XXI El amor intenso, eterno, infinito e inconmensurable La vio subir al bus que la llevaba a Bogotá, miró como su cara inocente, tierna, amada se asomaba por la ventana y le enviaba hermosos besos que caían como maná del cielo a su alma solitaria. El bus partió, luego desapareció. Él caminó solitario por las ruidosas calles del pueblo. Llegó a la casa vacía de la que se fue al siguiente día para cumplir una cita con la libertad, para nunca más volver. La tristeza taladró su alma buena que solo encontró aliento en la sonrisa del infante, en el sudor campesino, en el grito rebelde del estudiante, en el canto de protesta que sale de las minas, de los cañadulzales, de los verdes cafetales, de las pobrerías y del alma del pueblo. Corrieron rápido sus años de guerrillero, sus logros eran notables y su alma triste y vacía, a pesar de que una hermosa tarde de junio la corriente de Caño Cristales traería unos ojos negros, fresco amor, radiante mujer, hermosa campesina, traviesa y juguetona niña. Su alma brinca, salta, baila y canta porque llega el amor de nuevo, hermosos ojos miel que adornan cielo, tierra, aire, viento, sol. Más lindos que una noche de luna llena, más eternos que dios, más expresivos que hermoso poema, más amados que el propio corazón. Era tiempo de trabajar. Él con una potencia que ella desconocía llamó a Ángel, que estaba en la puerta, le dio orden de que convocara todos los mandos que participarían en la operación. Le dijo a Francisca que se sentará al lado de él, si quería, la muchacha no lo dudó. Todos entraron y los miraban extrañados. Ximena era la que se veía más preocupada, le sonreía a Francisca pero ella presentía que algo la atormentaba, y sabía que era. De últimas entró una bella muchacha que llamó la atención de Francisca. Se llamaba Marcela. De cabello largo, ondulado, blanca, de estatura media y ojos tristes, se notaba que estuvo llorando hace poco, se disculpó por la demora y todos no le quitaban los ojos de encima. Gonzalo miró la mesa, ver a la joven sufriendo notablemente lo afecto. Empezó la reunión presentando a los mandos y las comisiones de las estructuras que llegaban de otros frentes. De últimas presentó a Francisca. - - Ella es Francisca, se destaca en explosivos y armas artesanales de corto y largo alcance, entre otras habilidades políticas y militares. Y… para calmar la curiosidad de los presentes y el chisme pueda llegar a oídos de todo el campamento, – dijo mirando a Vicente, todos rieron- ella es la hija del Camarada Vladimir. También… es una persona muy especial para mí y yo para ella, supongo- miró a Francisca. Si- contestó tímida. Siguió la reunión, se estudio de nuevo el plan y se procedió a analizar el cronograma de preparación y realización de la operación basados en los lineamientos enviados por el secretariado y lo planeado en el campamento del que venía Francisca. Había algunas veces que la situación se ponía tensa para la muchacha. No podía dejar de pensar en Carlos, y sin embargo, ella y Gonzalo aprovechaban para mirarse o tomarse de las manos cuando se les presentaba la oportunidad, de lo que se daban cuenta las tres docenas de guerrilleros presentes, y generaba tristeza en Marcela, felicidad y preocupación en Ximena y risas maliciosas en los demás. Todos se retiraron. Francisca prometió ir a la oficina después de arreglar sus cosas, comer algo y cuando Gonzalo terminara sus actividades. Marchando a su caleta, en medio de miradas curiosas, pudo distinguir unos tristes ojos, era Marcela que lloraba amargamente en los brazos de tres mujeres, se sintió muy mal. Por fin encontró a sus amigos. Primero que todo explicó lo referente a su actitud antes de partir. Les contó de su familia biológica, lo de la selva en el pueblo del Paraíso vereda La Silvia y la llegada a la familia que amaba. Les dijo que sabía que Francisco había sido guerrillero, pero no se imaginaba que hubiera sido Vladimir. Incluso les narró la extraña visión que tuvo cuando se desmayó. Les confesó que no se sentía bien, que definitivamente amaba a Carlos, que estaba confundida. Los muchachos se fueron a comer y dejaron a Francisca y a Ximena solas. - - ¿Qué voy a hacer Xime? ¿Qué sientes? No sé que siento. Como te decía en este tiempo pensé que amaba más a Nacho, o mejor dicho a Gonzalo. Siempre fue una especie de manto que cubría la relación entre Carlos y yo. No sé cómo explicarte lo que tengo aquí –señaló su pecho que seguía sintiendo vacío. Intenta buscar la manera, intenta verificar que sientes. Quiero que tengas en cuenta tu felicidad. Si por algún motivo amas a Gonzalo más, no te preocupes por Carlos, él te ama y te quiere ver feliz. Aunque es un poco dependiente, se recuperará pronto. Lo único que me importa son dos cosas: la primera que seas feliz y no culpes en el futuro a Carlos de tus desgracias, y la segunda que Carlos pueda vivir por fin sin esa sombra que le atormenta. Ve allá, habla con él, ya es la hora. La muchacha se fue a la oficina del Comandante y allí encontró al ansioso y confundido Gonzalo. - - - - - - Hola Mi Reina. ¿En qué piensas? - se sentó cerca a una ventana, él se fue a dónde ella¿qué te pasa? Necesito un abrazo ¿Te puedo abrazar? Sí. – sus brazos la rodearon con fuerza, había extrañado tanto esto pero era raro, estaba acostumbrada a los suaves, tiernos y románticos abrazos de Carlos, interrumpidos solo por la manera en que la hacía estremecer. Sin embargo se sintió tan bien. Él cerraba los ojos. La suavidad de ella que había anhelado tanto la tenía por fin, pero la picardía y la sensualidad de Marcela le faltaban. Se miraron, había aún tanto amor entre los dos, ella acariciaba su barba, la beso e hizo un gesto de impresión- creo que no me acostumbraré a tú barba, no me gusta. ¿En serio? – río animadamente, como hace tiempo no lo hacía- sí que te extrañaba, contigo podría hablar de cualquier cosa, serás siempre sincera, mi amiga, mi compañera. Sí. ¿Qué hiciste después de la última vez que nos vimos? Pues me tocó decidir. Tenía que elegir entre el amor al pueblo y el amor a ti. Te había jurado esperarte, con gusto lo haría, por mí me hubiera ido a Bogotá ese mismo día y te habría amado por siempre. ¿Caminamos? – salieron y comenzaron a pasear bajo la luna, no se soltaban, ninguno de los dos quería separase de nuevo, sus cuerpos tan juntos, sonreían felices- pero conocía esta realidad, estuve frustrado por no poderte ayudar esa noche, no le pasaría a nadie esto de nuevo. Decidí ingresar definitivamente a la guerrilla, ayudar al pueblo. Te falle. Tranquilo, debiste decirme. – él la miró a la luz de la luna, la quería besar pero algo adentro no permitió que fuera en la boca, en vez, sus labios se dirigieron con ternura a su frente, se sintieron bien.- y ¿Qué paso? Después de un par de meses se me atravesó una oportunidad que no rechazaría. Maté al hijueputa del Coronel del ejército, ese malparido que te… por primera vez. – la miró con pena y nostalgia- no fue suficiente, me sentí tan mal por haber sentido ganas de venganza – la abrazó, beso sus mejillas y la frente con delicadeza –debí ser yo ¿Cómo fue tu primera vez? Hermosa – miró hacia las estrellas y pensó en Carlos. ¿Quién es? ¿Te acuerdas de los universitarios que entraron a trabajar en la fundación? Sí. ¿Recuerdas al alto rubio, de piel clara? - ¿Andrés? ¡claro! ¿Quién no? Me hizo reír bastante las veces que lo ví. Y debo ser sincero, me dio celos. Cuando te descuidabas te miraba. Una vez se dio cuenta que yo lo ví, se delató solito, él que es de piel clara, se puso todo rojo – rió – debo admitir que en ese momento no me hizo gracia, me dio una ira enorme, pero tus ojos tiernos solamente eran para mí. Ahora lo sé, si había alguien que te haría feliz sería él. Francisca le contó sin omitir ningún detalle todo lo que pasó después de que él se desapareció. Él hizo lo mismo. Reían, lloraban, se abrazaban y se besaban las mejillas, la frente y las manos. También hicieron muchas bromas, hablaban de sus amigos, de sus gustos, de todo lo que ahora construía cada una de sus realidades. - - - - ¿Cómo la conociste? ¿A Marcelita? – se sonrió y miró el piso- no quería que me interesara nadie. Pero era difícil no verla, era alegre, feliz, pícara, cariñosa. En las horas culturales se destacaba y su inteligencia es extraordinaria. Ya había pasado mucho tiempo solo. Si tuve algunas…noches… - se sonrojó- pero nada en serio. Así que una vez me estaba bañando. Teníamos este tiempo de esparcimiento y lo disfrutábamos. Ella consiguió una guitarra y les dedicaba un par de versos a todos, los más hermosos fueron para mí. Ángel me llevó hacia ella y después de un rato estábamos en un gran grupo bromeando. Esto le dio… no sé, como confianza para comenzar a hablarme y hacer chistes conmigo y esas cosas. Por fin un día me vio triste y me dio una linda flor…yo…yo deseaba que fueras feliz, siempre te vi haciendo la familia que yo no podría tener contigo, ni con nadie, pero…perdóname…pensé en darme la oportunidad. Pero no te la has dado. – él se dio cuenta que la muchacha tenía razón, ella tomó sus manos, se sentó con él, miró la luna, pasó el brazo de él sobre ella, el chico entendió y la abrazo.- Me duele verte solo. Sigo amándote, tú me sigues amando – miró a los ojos del chico – pero el destino fue diferente al que pensamos y planeamos juntos – recordó su extraña visión “papi ayúdanos, ojalá pueda lograr que sea feliz” - nuestro amor sigue siendo verdadero, grande, fuerte, pero no el mismo – El chico se alegró de que ella tuviera los mismos sentimientos que él. Te amo tanto, pero, hablando contigo te sentí tan…diferente…lo que amo de ti continua, pero ya no es lo que nos une, aunque tenemos una especie de condón que nos vincula para siempre.- lloraron de nuevo, pero no era llanto de sufrimiento como al principio, era como una forma de penitencia y bautizo a la vez, estaban limpiando sus sentimientos, sus dolores, sus tristezas, sus culpas y le estaban dando la bienvenida a su nueva vida. El tiempo pasa… No en vano, siempre, lo decía tu padre, no en vano. Hablaron toda la noche, entre anécdotas, tristezas, llantos, risas y frustraciones. Se calmaron sus corazones y al amanecer ellos eran nuevos, se sentían bien, se darían la oportunidad de empezar sinceramente de nuevo, cada uno por su lado, pero jamás se separarían. Otra cosa que aprendieron de todo este proceso de curar cada dolor que sintieron, cada día sin su amor, su soledad, todo sufrimiento, fue que nunca deberían perder la esperanza. Cuando Nacho, hoy Gonzalo, se fue se negó la oportunidad de amor, pero sobretodo la esperanza de volverla a ver. Ella se habían negado la posibilidad de que estuviera vivo, perdió toda esperanza y su alma casi muere por eso. Francisca, hoy miras la vida de otra forma, sabes que el amor al pueblo es primero, pero hoy tienes un valor que fortalece tu tenacidad: la esperanza. Hoy la recuperas, hoy el trabajo, la amistad y todo a tu alrededor tiene sentido, eres una mujer nueva, él es un hombre nuevo, se unen para siempre, en un amor inmenso y eterno. XXII Cinco kilómetros Al Paraíso Ocho kilómetros a La Trinidad Niño de Colombia, zapatos rotos, zapatos de plástico, zapatos viejos, pies descalzos. Niño de Colombia, comida rancia, comida escaza, estómago vacío. Niño de Colombia, juguete pala, juguete pica, juguete hacha, juguete basura, juguete arma. Niño de Colombia, mucho cansancio, mucho trabajo, mucha violencia. Niño de Colombia, piel reseca, piel sucia, piel cobriza, piel percudida, piel maltratada, piel cicatrizada, piel abusada. Niño de Colombia, de carnes inexistentes, huesos visibles, ojos tristes. Niño de Colombia, casa de alcantarilla, casa de lata, casa de cartón, casa de lluvia, casa de cielo estrellado. Niño de Colombia, futuro de droga, futuro de criminal, futuro sin alma, futuro incierto. Pasaron largos días de diálogos, de risas, de amor creciente, de amistad infinita. Comprobaron así que el amor resurgía entre los dos mucho más fuerte, mucho más potente y mucho más bello, pero que solamente los unía como grandes amigos, también los hacía inseparables el amor al pueblo, el amor más grande y puro. Por eso trabajaban fuertemente, y gracias a esto, llegó el día señalado para la operación a la que le habían destinado tanto esfuerzo, constancia y tiempo. Las tropas enemigas se dirigían a la pequeña ciudad cercana. Sabían que si venían los guerrilleros era de la selva, y según ellos, la única forma de que llegaran sería por ese lado. Francisca y Gonzalo se preocupaban por sus amigos, pues esa ciudad era en la que había nacido el chico y a la que por azar llegó ella a conocer a su familia. Sin embargo ese pensamiento del enemigo les servía mucho, pues no esperaban un ataque desde el flanco en que ellos se hallaban. Llegó el amanecer. El sol no se había despertado aún. Caminaban directo al pueblo de la operación primero llegaron Al paraíso, los recuerdos del día en que huyó la asaltaron, buscaba impacientemente la cueva que no logró ver, su alma se sentía oprimida. Pero tenía que sobre ponerse, su objetivo estaba a la vista. Al poco tiempo ya estarían en la ribera de la Quebrada de la Vieja, en una finca de entrenamiento paramilitar. Se oyeron los primeros estruendos de la guerra, los primeros sonidos de la salvación, los primeros truenos de libertad. Comenzaron a lanzar cilindros incendiarios a las grandes y lujosas estructuras, pues sabían que allí estaban engreídos y desalmados jefes paramilitares. Abrieron fuego contestando pocas ráfagas enemigas. Les daba tristeza ver las asustadas y aterradas caras de los paramilitares rasos, torpes, ignorantes, drogadictos y manipulados hijos de la sociedad que por dos pesos harían lo que fuese. Pero hoy se equivocaban, hoy estos paramilitares no ganaría porque se estaban enfrentando a un ejército bastante preparado, de muchos años de experiencia, de conocimientos, no solo militares sino sociales. Al entrar al campamento se dieron cuenta de algo inhumano. Los comandos paramilitares comenzaban a disparar contra sus propios hombres: los que quedaban sin municiones, los que se ponían nerviosos, los heridos, todos los que “no servían”. Lograron apoderarse del campamento. Se escalofriaron al ver los “campos de entrenamiento”, claro que se deberían llamar “campos de tortura”. No solo tenían animales indefensos para asesinarlos y tasajearlos como les ensañarían los mercenarios israelíes, también, en jaulas habían personas de la calle, niños, enfermos mentales, campesinos, todos esperando la misma suerte. Las narraciones de niños drogadictos eran aterradoras. Los habían traídos de grandes ciudades, eran muchos y siempre llegaban más. Encerrados en esas jaulas veían como eran entrenados los paramilitares. Les enseñaban primero con animales, luego con humanos. Pero la crueldad no era solo con los demás. La forma de entrenamiento era extraña y excesiva. Les disparaban, los torturaban, los maltrataban, los violaban, en una palabra, se herían y se asesinaban entre sí. La competitividad era extravagante, era la imagen de la sociedad capitalistas intensificada al ciento por ciento: el fuerte devoraba y exterminaba al débil. “Los desprecia, los rechaza la sociedad, Esa que un día los pario y los mira indeseables Y algunos más agresivos van más allá, Los matan como si ellos fueran desechables.” Redujeron al enemigo. Llegaron a los Bunkers que ya estaban muy destruidos por los cilindros. Por fin derrumbaron las paredes. Entraron, no había nadie más que seis niñas entre doce y quince años, desvestidas, asustadas. Se oyó un helicóptero, salió una escuadra a tumbarlo, no llegaron a tiempo. Sin embargo eso no importaba, este golpe, junto a todos los que se les estaba dando a lo largo y ancho del territorio nacional, era una gran pérdida para los paracos. “Señores vengo a cantarles la puya del Urabá, […] pa’ que sepan en Colombia cómo es que se puya acá, […]. La puya de Tamborales fue la que más les dolió, […] junto a la puya en Dabeiba, Pavarandó y Tacidó les quitaron un mortero que barre como una escoba una hectárea a la redonda con granadas de una arroba. “¡Justo es que ellos lo tienen!” Se asusta un general sin saber cuándo ni dónde se lo van a hacer sonar, […] Sintió el paramilitar la puya de la Secreta, […] con las FARC en Urabá se les acabó la fiesta. Con la puya de Bartolo fue que se les paró el macho, junto a la guerrilla el pueblo le dio duro a los paracos. No conforme lo muchachos se fueron al Paramillo donde sacaron corriendo a Castaño en calzoncillos, […] Esa puya de Sapzurro, límites con Panamá, […] es la puya más alegre que enterraron por allá. […]” Las niñas terminaron de romper el corazón de los guerrilleros. Al principio pensaron que las iban a matar, las armas intimidan a cualquiera. De repente uno de los muchachos se aproximó a la pequeña de doce años y la tapó con una sábana que estaba cerca. Todas se acercaron y se cubrieron juntas. Francisca llegó. Las niñas sintieron más confianza en hablarle a solas. Dos de ellas ya estaban prostituidas antes de llegar allá, las cuatro restantes habían sido arrancadas de sus familias, ya fuera por engaño o por la fuerza. Tenían mucho miedo porque los jefes preferían a las niñas, pero cuando se aburrían de ellas las dejaban para “entrenamiento” o sea que tarde o temprano serían torturadas y asesinadas. Así que ellas hacían las perversiones y todo lo que les pedían, se dejaban golpear y eran obedientes, aunque sabían que tarde o temprano las matarían y quemarían. Nadie sabría nada nunca, ellas serían desconocidas como muchas anteriormente. Este campamento comía, digería y desaparecía seres humanos, excretando aterradores monstruos. Las vistieron y las llevaron con ellos. Tenían que protegerlas de algún modo. Armando informó que ya habían llegado todas las unidades participantes al pueblo y habían ocupado su lugar. Recogieron todo lo que debían llevarse del campamento paramilitar, esto consistían en armamento, equipos de comunicación, dinero, computadores y documentos. Pronto llegaron al otro pueblo, a La Trinidad. Cada cuadra traía un recuerdo a Francisca de su niñez, generalmente amargo. La escuela la hizo llorar. Ximena la tomó de la mano, la abrazó. Francisca se dio cuenta que ya nada le haría daño más que ella misma. Comenzó a recordar en voz alta, contándole a Ximena todo. Se purgó del sufrimiento, del odio, del dolor, de las afrentas recibidas, de ella misma. La Trinidad ya no le daba miedo, ya no significaba nada. Al llegar a la estación de policía, los civiles estaban ya protegidos, a excepción de los que vivían en la misma cuadra. Les molestaba supremamente que el gobierno siempre hablara de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, pero no estaba dispuesto a cumplir ni uno solo. Las Estaciones de policía, las instalaciones del ejército y todo aquello que podría ser objetivo militar, deberían estar lejos de la población civil, los guerrilleros lo cumplían, pero obviamente los otros no, si fuera así, ellos no estarían dentro de un pueblo disparando. Esto enojaba a Francisca y a todos los presentes. Estaban en plena toma. Dejaron de lanzar cilindros y bajaron el volumen de fuego, había pasado casi un día y sabían que los policías pronto se darían por vencidos, pues ya sabían que refuerzos no iban a llegar, de lo que se enteraron por medio de las noticias. - “Los generales y altos mandos de la policía han informado que no pueden llegar al lugar, pues las condiciones del clima no lo permiten. Esperan que las FARC cesen esta acción terrorista”. Estas palabras desilusionaron a los policías y asombraron a los guerrilleros, pues era obvio que contaban con un sol abrasador y ni una sola gota de agua, ¡qué valientes generales tenían las fuerzas militares! “Camina malicioso y con cuidado, va andando de lado a lado la selva […], camina con más valor que un soldado, claro si este no es mandado porque él sabe a lo que va, […]. Se refleja en su frente la esperanza y en su barba va plasmada plena la inconformidad, un pesado morral cuelga a su espalda y en sus manos lleva el arma que porta con dignidad, […] Cañones que florecen al viento lo estremecen gritando libertad, y que incansablemente piden que haya justicia, que haya igualdad social, […] y ese que tiene tres soles dice tener pantalones pero él no sale a pelear, manda presa de cañones, los entrena pa’ matones y después los manda a matar, […]” Francisca dio la orden a sus hombres de esperar. Fue a un parque cercano en donde se estaban reuniendo los comandantes. Ella ya los podía ver en la pequeña plaza, cuando de repente sintió una voz detrás. - - ¡¿Mariana?! – Quedó inmóvil, hace tiempo no la llamaban así. La voz era conocida, pero se oía cansada- ¡¿Mariana?! – ella volteó. Stella - dijo sin expresar emoción alguna en su voz o en su cara. ¿Qué está haciendo? Mi deber, mi compromiso, mi convicción. ¿Me habla para juzgarme como siempre lo hizo? ¿Qué se supone qué va a hacer al respecto? ¿Pegarme? – Stella se sorprendió, de la pequeña que manipulaba y maltrataba no quedaba nada. No, simplemente pregunto que ha sido de su vida. Francisca miro bien, sin venganza, sin ira y sin rencor en su corazón. De la joven alegre, radiante, hermosa, solo quedaba una cansada y triste mujer, al parecer madre. Dos pequeñas de tres y cinco años la tomaban de la falda, mirando con temor a Francisca. - - - - Crecí feliz con una familia que me adoptó. Pude trabajar y estudiar, fui a la universidad unos semestres, Sociología – sacó de su bolcillo el viejo carnet de la Universidad Nacional que lo mostró rápidamente para que Stella no alcanzara a leer el nombre, lo guardó, la mujer se sonrió, pero no estaba asombrada – pero a usted no le interesa. No me asombra, siempre fue muy inteligente. Como su papá – interrumpió Violeta, que cargaba un bebe de unos tres meses de nacido, el tercer hijo de Stella. Ella se veía vieja, no como Amparo siempre joven, siempre amorosa- un universitario paisa, no respondió por usted, la cambio por el estudio. – dijo la mujer con un poco de ira- ¿Si le estaba yendo tan bien que hace de guerrillera? Un día tome la decisión. A veces el amor al pueblo es más fuerte, y aquí estoy. Al principio no creí irme tan pronto, pensé que terminaría mis estudios, pero luego, bueno, una compañera murió – la tristeza se asomo a sus ojos que se dirigieron al cielo, la imagen de Francisca, esbelta, de uniforme militar, fusil, boina, de mirada triste, pura y llena de esperanza aterró a las dos mujeres, Violeta dejó la agresividad a un lado. Y ¿cómo la tratan mijita? Bien, muy bien, aprendo, progreso – sonrió emocionada- ¡ya soy comandante! A penas de escuadra, me falta camino, pero voy bien. ¿qué paso el día que me fui? – la vergüenza pasó por la cara de las dos mujeres que se miraron entre sí, Francisca notó que no querían hablar del tema – bueno, espero que estén bien – señaló los compañeros que ya estaban completos – me están esperando, estamos en plena operación, es muy importante. Fue a su lugar, dialogaron de la acción a seguir, llegaron a la conclusión de que si dentro de unas horas, cuando comenzara a caer el sol, no salían los policías iban a usar las granadas toda la noche. Se marcharon los demás comandantes y quedaron unos pocos en la plazoleta, donde Gonzalo estaba manejando todo. Francisca comentó a sus amigos y a Gonzalo lo de su mamá y su hermana. - - Y allá como que te están esperando mi Reina – dijo Gonzalo tomándola de una mano y señalándole a las mujeres, que desde una heladería la miraban. No voy, para qué. Para chismosear amiga – la sacudió con energía Ximena todos rieron. Pasaré por ahí, como quién va a la estación de policía, las saludo y ya, si no me hablan pues no puedo chismosear. Francisca hizo lo que dijo. El fusil le pesaba más, el aire le faltaba. Paró, respiró un poco, sacó un cigarrillo, siguió su camino con su gesto inexpresivo. Al pasar por ahí, subió las cejas en señal de saludo, pero Stella la llamó. - - - - - - ¿Está muy ocupada? Pues se supone que debería estar dirigiendo mis hombres. ¿Puede tomar algo? – dijo Violeta- o después Después me voy – miró a las mujeres, no era amor, pero si había un sentimiento que las embargaba, supieran o no, se sentían culpables, se querían arrancar ese remordimiento del corazón- creo que puedo beber una gaseosa. Bueno, este negocio es mío – decía Stella mientras con rapidez sacaba del refrigerador una botella de gaseosa y la destapaba, pasándola a Francisca que la miraba seria- ellas son mis hijas Violeta, Carolina y Juanita. Sí, bonitas. Ese día no me enteré sino después de… me asusté, llamé a la casa pero mamá no estaba – Violeta la miró como diciendo que no contara nada- le di quejas a mi papá, dije que peleó con mis amigas, pensé que volvería. La buscamos en el pueblo al otro día – intervino Violeta- después… no es que no me preocupara, pero… dijimos que se había volado con un novio que tenía… ¿No me buscaron, ni pusieron denuncia en la policía? No – contestó Violeta mirando al piso, muy apenada. ¡Bien! –sonrió la muchacha- no me dañaron la vida, que bien. ¿Y ustedes qué? Pues Roberto sigue con el negocio Mercaquí, yo con lo de la ropa y Stellita esta heladería. Se casó con Freddy, un buen muchacho que tiene un local de ropa, y cosas para la casa y también vende puerta a puerta. Tienen vendedoras y él cobra. Bien. Perdóneme todo Mariana –dijo arrepentida Stella a punto de llorarFresca. Terminó la gaseosa, sonrió a las mujeres y se despidió de lejos de las temerosas niñas, un duro estruendo le dio la escusa para salir de allí. Ella sabía que era un tiro de granada para comenzar a asustar a los oficiales, pero dijo que tenía que ver qué pasaba. Al doblar la esquina vio a las asustadas mujeres volviendo a cerrar su negocio, mirándola desde la distancia. Se sintió mal porque a pesar de que les demostró que tenía una buena vida, qué había estado mejor afuera y de que las perdonó, ellas, pero sobretodo Stella, parecían que persistían con su dolor y remordimiento. Pasó una larga noche. Las granadas estallaban constantemente, todos estaban cansados y sufriendo, pero el ánimo guerrillero seguía en alto. Se entregaron los oficiales al amanecer. Acabada ya la acción volvieron a los campamentos organizados para esto. Algunos llevarían a los prisioneros de guerra retenidos. Esto era desgarrador para todos. Los policías tenían miedo, eran como un rebaño que se había quedado perdido en una gran llanura. Los Comandantes guerrilleros les hablaban y les planteaban la realidad, pero ellos, aunque entendían, aunque las vendas impuestas por los poderosos caían rápidamente ante los argumentos inteligentes y veraces de los guerrilleros, decidieron cerrar fuertemente los ojos a la realidad cruel. Sus espaldas encorvadas por el peso de la ignorancia, prefirieron cargar su bulto otra vez. Un sargento, al ver la humanidad de los camaradas intentó acudir a ella para hacerlos sentir culpables. - - Dicen defender al pueblo, pero yo no soy rico, no soy oligarca como dicen ustedes ¿por qué me detienen? – dijo tirando bruscamente las hojas en donde se encontraba el DIH y explicaban lo que es un prisionero de guerra- yo tengo familia, mi hijo tiene pocos meses de vida, voy a perderme la mejor edad. Yo no tengo ninguna culpa de lo que ustedes dicen, díganme ¿en dónde dice ahí que yo tengo culpas? No, no la tiene – replicó Francisca tranquilamente. Se arrodillo ante el oficial, cogió los papeles, levantándolos con sumo cuidado. Se paró frente al hombre y le sonrió con ternura. Le daba tristeza ver que había gente que prefería pasar la vida sin más. Desechos humanos de una sociedad que tapaban sus propios ojos, que tragaban las mentiras sin preguntar, solo por temor – Usted no está aquí por oligarca, simplemente tomó una decisión entre morirse de hambre o ser policía, una de las pocas carreras a las que el colombiano puede acceder. Usted decidió echarse al hombro la responsabilidad de masacrar y reprimir a un pueblo al que usted pertenece para proteger a los oligarcas y el gran capital. Usted no lo sabe, no se da cuenta, pero es así –sin embargo en los ojos del sargento se veía que ya estaba consciente de ello, pero no lo aceptaría – Con respecto a su hijo, los únicos que tienen derecho a tener una familia son los de arriba, curiosamente ellos no la disfrutan, prefieren regalarles tecnologías y contratarles un chofer. Nosotros los pobres tenemos la decisión de pasar miles de penurias para sacarlos adelante y después ver que, aun con estudios, no tienen ninguna oportunidad. Otros como ustedes, se alinean y se dejan manipular para poderlos disfrutar un poco y, tal vez, solo tal vez, pueda aparecer en las vidas de ellos una minúscula oportunidad de seguir adelante. Y por último estamos nosotros, cuyo amor al pueblo y la inconformidad nos llevaron a tomar las armas, a dejar nuestros padres ¿Qué creían que caíamos de los árboles? Muchos de nosotros tienen hijos, no los ven hace mucho tiempo. Y otros, como yo, deseamos tenerlos, amo a un gran hombre ¿cree que no nos acostamos a imaginar cómo sería nuestro hijo? Pero no lo tenemos, no podemos tener, la convicción y el amor hacia todo el pueblo Colombiano, incluso a ustedes nos lo prohíbe. Francisca sintió pesar de esos hombres, tanto por la situación en la que se encontraban, como por la ignorancia en que estaban sumidos. “Dime cuál democracia defiendes si vives en miseria, dime tú la razón por qué mueres y por qué vas a la guerra, si no tienes bancos, ni industrias, ni haciendas, te ponen de blanco a que los defiendas, […] Si te mandan a morir solo por una libreta yo te voy a repetir lo que un día dijo un poeta. Si soy pobre como tú, somos hermanos los dos, no sé por qué piensas tú que tu enemigo soy yo, […] Son ellos los dueños del poder y los que inventan las leyes, ellos tienen mucho que perder dime tú lo que tienes. Llevan nuestros hijos a cuidar las petroleras, se los llevan vivos devuelven unas banderas, […] Por qué los ricos no van a cuidar lo que han saqueado, bien se pueden desertar y buscar a las FARC colombiano ¡venga usted hermano soldado! ¡Venga hermano policía! Los tres y el pueblo algún día a Colombia liberamos, […]” También había una captura más, una sorpresa para todos. En las instalaciones de la policía se hallaba un paramilitar. Gonzalo y Francisca se aterraron, era el mismo paramilitar de esa noche, el que mató a sus amigos, el que les hizo tanto daño. Ahora se disfrazaba de importante empresario: Alfonso Cabrera. Las órdenes eran claras, el paramilitar debía ser fusilado, así lo hicieron. Al salir del pueblo por fin llegaron los mandos de las fuerzas armadas y, por supuesto, su batallón informativo, los autoproclamados periodistas y su sarta de mentiras: - “El pueblo está completamente destruido ante el ataque terrorista de las FARC, dispararon indiscriminadamente asesinando nueve policías y secuestrando catorce más – hacían algunas “entrevistas” a los familiares de los uniformados – También tenernos que informar sobre el cruel ataque a la finca de uno de los empresarios más queridos de los colombianos, Alfonso Cabrera, presidente de la ANDI. Colombia ha perdido a un hombre que luchaba por el futuro y la paz de nuestro país.” Esto hacía parte del triunfo. Ellos respiraban por la herida y escupían su veneno a diestra y siniestra engañando a los pocos desprevenidos colombianos que, desafortunadamente, creían estas mentiras. Abandonaron el lugar. Esto duró más o menos un mes. Francisca y sus amigos salieron dos semanas después de la toma. La última noche Francisca habló hasta tarde con Gonzalo, como era su costumbre. El chico suspiró fuerte y tristemente. - - Esta es la última noche. Sí. Me quedo solo de nuevo. ¿Solo? Que tonto eres ¿Yo? – rió estruendosamente- de verdad que te extrañaba, siempre tan directa, sincera y contestona – siguió riendo y la abrazó- te amo tanto. Yo también ¿Por qué me dices tonto entonces? Tal vez ciego, ¿no te has dado cuenta que hay una triste y bastante atractiva muchacha esperando a que le digas que pase sus cosas a tu caleta? Debes decirle cuánto la amas, no es difícil, sé que la amas. No como a ti. Pero sí como pareja. Sí. La amo. Diferente, pero la amo –la miró largamente- Te amo. Yo también. Sé feliz. Así te amaré más. Tus ojos negros y hermosos brillan cuando la ves. No es el mismo brillo que conmigo, es mejor. Sí, me da mucha emoción y alegría. La veo y…- suspiró Lo sé. Espera aquí. La muchacha salió advirtiéndole de nuevo que si se iba se enojaría. Pocos metros después encontró unas caletas, allí, triste, estaba Marcela. - - Buenas noches.- la muchacha y los guerrilleros presentes se pararon a saludar Camarada. Marcela. Hágame un favor y acompáñeme – todos se miraron, la muchacha hizo caso en silencio y con asombro – no hemos hablado, me cae bien. ¿Tiene algo con Gonzalo? No…Sí…no sé. Raro. A mí me parece que sí. Pero yo no sabía que era usted. Alguna vez me contó sobre usted, pero dijo que estaba en la ciudad. Sí. – sonrió. Yo la respeto. Pero lo amas. Sí – dijo la muchacha a punto de llorar- Pero ¿cuándo me miraría como a usted? Nunca. No, tal vez más especial. ¿A mí? Comandante, debe estar celosa. - - - - No. Gonzalo significó mucho para mí y yo para él. Mi padre siempre pensó que quedaríamos juntos, pero pasó el tiempo, y como él diría, no en vano. Perdimos la esperanza de nuestra relación. Se me presentó una oportunidad con un ser especial, es tierno, lo amo. ¿Tiene compañero Comandante? – se aterró la muchacha, sin poder esconder la felicidad. Sí – sonrió Francisca –al principio me pasó lo que le pasa a Gonzalo. Yo no quería tener a nadie, pero me estaba enamorando, no sé cómo llegamos a tener algo, hubo peleas, estaba la sombra de Gonzalo siempre, pero atravesamos juntos todo, gracias a la paciencia, la comprensión y el amor de Carlos. Yo no sabía que aquí encontraría mi gran amor de juventud… y lo encontré, creció el amor entre los dos, pero no el que tú te imaginas. Es un amor casi fraterno, pasamos tanto juntos, nos apoyamos cada paso, y estos días con él fueron tan especiales. Pero queda solo el infinito y gran amor de amigos, de hermanos. Él te ama a ti como su pareja, y yo amo a Carlos como la mía. No sé que tenemos que discutir. Solamente- dijo mirando la oficina del camarada- debo arrancarte la promesa que lo amarás y lo cuidarás. ¿Yo? – la muchacha se sonrió, sabía que Francisca le decía la verdad – yo se lo prometo Camarada. Dime Francisca, ya somos amigas – en el corazón de Francisca se cerró el agujero, pero le daba tristeza no sabía por qué. Llegaron a la oficina entraron, el muchacho cerró el libro que estaba leyendo- hola. Hola- respondió un poco nerviosos Gonzalo Te presento a una amiga. ¡Amiga! – se aproximó, tomo a Marcela de la mano y se la besó- que hermosa amiga. Francisca sonrió, dijo que iría a buscar un termo con café, pero la verdad, quería dejar a la pareja sola. A pocos pasos escuchó la risa traviesa de Marcela, nunca la había visto sonreír en el tiempo que estuvo allí, giró y los vio abrazados, ella jugueteaba con la barba de él y le hacía cosquillas al besarle el cuello y hablarle quedito al oído. Gonzalo estaba tranquilo, sintió por primera vez libertad de abrazarla y besarla, ya Francisca no rondaba por su mente, estaba allí, pero como la gran compañera que fue, es y sería. Se fueron a su campamento Francisca y sus amigos en medio de abrazos y despedidas. Ya no salían solos. Debían devolver las seis niñas que tenían los paramilitares en sus casas. Lo lograron hacer con cuatro. La felicidad de estas familias no tenía límites. Abrazaron y agradecieron a los jóvenes. Francisca les recomendó un par de organizaciones que se encargaban de estos casos. Las madres irían, querían que sus niñas superaran estas horribles experiencias a las que fueron sometidas. Otras dos sufrirían un futuro terrible, sus propios familiares las prostituían. No quisieron fingir que eran de las FARC para luego ser entregadas a organizaciones sociales, como siempre hacían en estos casos, ellas querían estar con Francisca, querían pertenecer al Ejército del Pueblo. Ellos estaban sin saber qué hacer, una tenía doce y la otra catorce, no cumplían con la edad mínima, pero ante la amenaza de una de que se sumergirían en las drogas y prostitución, decidieron llevarlas al campamento mientras recibían instrucciones. Volvían. Ya en el río la selva se veía más cerca, la emoción los embargaba, la felicidad era inmensa. Las dos niñas se asombraban de todo, todo les parecía extraño. Francisca sacó la foto de Gonzalo, le dolió estar lejos de nuevo, pero ahora sí lo sentía en el corazón. - ¿Es su novio comandante? es guapo. No, es… un gran amigo. Mi novio es más guapo – miró los árboles, estaba emocionada. Y recordaba a Carlos, ¡Cuánto lo amaba! ahora aun más. Llegaron al campamento y todo fue felicidad, anécdotas y preguntas. Les dieron las cartas que tenían guardadas para ellos. Se alegraron, pues les anunciaron que pronto se encontrarían, ¿Cuándo? No decían, pero estarían juntos. Serían más felices aún. Ella se sentía ya tranquila. Este viaje, al que le tenía tanto miedo, le enseñó a tener esperanza, sentir amor sin límites, tener compasión y perdonar. Ya curaste tus viejas heridas, fuiste capaz de perdonar y recobraste para siempre a tu primer amor. Todo es perfecto pero tendrás que aprender otra cosa. ¿Estás preparada? XXIII ¡Otra vez sus ojos verdes! Los campos, los caseríos, los pueblos y las ciudades se levantaban orgullosos y ansiosos por los nuevos rumores, levantaban sus puños ante un triunfo que pronto llegaría. Comenzaron a brillar pequeñas estrellas en la tierra y los ríos. Piernas, brazos, cabezas, comenzaron a movilizarse también. Esa masa conformada por los desaparecidos, torturados y olvidados se arrastraba y nadaba en un torrente de sangre, ceniza, barro, napalm, glifosato… cruzaron poblaciones, ciudades y países gritando ¡paz! El pueblo en armas respondería a la altura de la situación. De la espesura saldrían los hijos de la selva, fusil en mano, risa serena, mente abierta mirada limpia. Grandes hombres llegarían a la zona que se levantaba como la esperanza de Colombia. Sus tiernas miradas y agudas mentes trabajaban para entregarle al pueblo lo que deseaba. Su labor era difícil, su contra parte no dialogaba, chillaba y vomitaba palabras de odio, invitaba a la claudicación y a un banquete de destrucción. Fauces inmundas llenas de muerte, de carne podrida y de corrupción no dejaron espacio para un par de oídos. Detrás de ellos, seres disfrazados de águilas bombardeaban sanguijuelas que pretendían aniquilar esta manifestación, callar al pueblo, sepultar más hondo sus muertos y acabar con la esperanza. La actividad era normal en su campamento, se sentía como en casa. Sus hermanos, sus amigos estaban allí, trabajando con ellos y para ellos. Otra vez eran esa hermosa y bastante grande familia que vivía en aquel tranquilo pueblo, llorando, riendo, estudiando, trabajando y saliendo adelante. Esto les gustó a las pequeñas que muy pronto aprendieron que allí no tenían que entregar su cuerpo y su dignidad a nadie, pero eso sí, tendrían que trabajar fuerte. Sus actividades no eran las mismas que se les imponían a los demás, eran más suaves, prácticamente ayudaban mientras iban aprendiendo la importancia del trabajo y limpiándose de la porquería de la civilización. Lo que sí hacían con más intensidad que el resto era estudiar. Afortunadamente sabían leer y escribir, pero al principio fueron bastante perezosas. Pronto tomarían el ritmo de la vida guerrillera bajo la mirada atenta de Francisca, Ximena, Claudia y Alexandra. Francisca, sin que las niñas se dieran cuenta, les daba sesiones psicológicas, con el método que había aprendido hace años en la fundación. Funcionó a la perfección, tanto que iban dejando sus ademanes de “grandes” y se tornaban niñas de nuevo, no les daba vergüenza, no sentían lastima por sí mismas y poco a poco olvidaban la venganza y la frustración. Un día llegó el correo. Se sorprendieron porque no venía del campamento donde estaban Carlos y sus amigos, ni de ninguno de los puntos de los que les escribían con frecuencia. Era de Gonzalo y los demás guerrilleros que conocieron en la operación. Habían llegado a fortalecer esta zona. Ahora estaban más cerca y quizá tendrían que trabajar juntos pronto, eso emocionó a la joven. Todos les escribieron. Pero, obviamente la carta que ella más esperada era la de Gonzalo. Para su sorpresa, Marcela le envió un mensaje también y él una misiva a Carlos. Ahora sí serían amigos, ya estaban cerca, trabajarían juntos, no había paredes, ni mantos, ni sombras que pudiera impedir la felicidad de todos. Lo único que oscurecía el momento era que Carlos no estaba con ella. Pasaron algunos días. Francisca estaba en la oficina del Camarada Ramiro en compañía de éste, Sonia y las dos niñas. Ella usaba el computador, conectada a internet. Se enteraba de las noticias más importantes para preparar la charla de esa noche. - - - Comandante Francisca ¿Me regala un minuto? –la muchacha se sonrojó y se levantó, ¡por fin! ¡era él! Intentó disimular, sin lograrlo, la gran emoción. Todos miraban sonrientes y felices. Carlos fue al encuentro de la muchacha y la tomó suave y tiernamente entre sus brazos –hola mi amor. Hola –no pudo hablar más, se hundió en el pecho del joven, con lágrimas en los ojos y abrazándolo fuertemente, como si tuviera miedo de que se fuera otra vez. Él por su parte la sintió diferente, más cerca, más suya. Cerró los ojos esperando que esto no se terminara, temiendo que pronto la sombra que cubría su relación desde el principio volviera. Se quedaron largo tiempo así, hasta que Robinson bromeó. Claro, Carlos fue el único que regresó, el resto no merecemos un abrazo. La muchacha se separó de su amor enjugando sus lágrimas y, sin soltarle la mano, abrazó fuertemente a los demás amigos. Robinson lucía una poblada barba al igual que Rolando. Carlos Mario se veía mal, había sido víctima de la leishmaniasis, y Natalia con su gran sonrisa esperaba ansiosa poder tomar un café con sus amigas, en las típicas reuniones nocturnas. - - Uichhhhh – dijo la muchacha volviendo a cogerle la barba a Robinson, ¡qué barba tan fea! ¿qué les dio por dejársela crecer? – y mirando a Carlos – ¿no te la dejarás cierto? Lo intentó al igual que Calos Mario –interrumpió Rolando, orgulloso y tocándose la barba –pero esto es para hombres – todos rieron. Para Francisca era como si el día fuera largo y lento. Anhelaba estar por fin sola con Carlos, abrazándolo, besándolo, amándolo. Ellas estaban en la caleta de Natalia, que contaba todo los pormenores del tiempo separados y sobre un muchacho en su vida. Se sorprendió al saber que Armando estaba atraído por alguien, pero mucho más por “el regreso a la vida de Nacho, o mejor, Gonzalo”. Miró las fotos y le pareció atractivo, eso sí “no tanto como Carlitos”. Todas estuvieron de acuerdo, sobre todo Francisca. Ellos estaban afuera. Veían las estrellas y también conversaban todas las cosas por las que había pasado. Armando y Pablo les relataron a los demás, sobre todo a Carlos, lo de Gonzalo. El muchacho se sintió triste y temeroso pero lo disimuló ¿Habría pasado algo entre ellos dos? ¿Estaría en peligro su relación? Se sentía mal. De repente apareció Ximena. - Hola guapo. Hola. – le indicó que se sentara a su lado, ella lo tomó de la mano. Supongo que ya sabes lo de Gonzalo, si no ya estuvieras allá en tu caleta. ¿Pasó algo? No. Lo único que pasó fue que esa mujer esta loquita por ti. ¿Sí? –miró pícaramente y sonriendo de lado Puedes estar seguro y correr a tu caleta que ella va para allá. El muchacho se levantó, caminó rápido, luego giró, miró a Ximena y le mandó un beso. Llegó a su caleta. Francisca estaba al frente, en el lugar dónde se sentaba cuando estaba sola, cuando sufría por la distancia. Él se sentó a su lado. Ella le contó todo. Le narró lenta, detallada y sinceramente cada detalle de su reencuentro con Gonzalo, cada sentimiento, cada pensamiento, todo. - “Estrellita, papi, que esto no le haga daño, que nuestra relación no cambie”. Terminó su confesión. Se inclinó hacia delante haciendo un masaje a sus sienes, como si le doliera la cabeza, lo único que le dolía era el corazón. Carlos callaba, la miraba aterrado. Había madurado tanto, era tan diferente, era tan especial y a la luz de la luna era tan hermosa. La tomó suavemente y la llevó hacia su pecho. La primera sensación que tuvo al abrazarla fue correcta, ya no había nada que se interpusiera entre los dos. Le habló al oído, nada importante, un chiste nuevo que la hizo reír. Fueron a la caleta después de un rato. Se besaron largo tiempo, se observaban, no hablaban, no había nada que decir, sus ojos, su piel, su alma lo expresaban todo. Se amaban sin límites, sin fronteras. Los ojos verdes le abrían de nuevo las puertas a la tranquilidad, a la paz, a la felicidad. El joven empezó a abrazarla, a mirarla, a acariciar el cuerpo que estaba desnudando lentamente. Ella también quería sentir toda su piel, su cuerpo, su amor. Estaban acostados, besándose, desvistiéndose, amándose. Ella temblaba, extrañamente se sentía nerviosa pero apasionada. Él también estaba deseoso y expectante. Hace bastante que no se sumergían en el placer de sus cuerpos, en el éxtasis de sus caricias. Pasaron horas enteras entre giros de amor, apasionados suspiros, sudorosos abrazos y palabras románticas. “Tuyo, tuyito, todo, todito seré, así como siempre ha sido y será hasta el día en que me muera, […] entorno a tu amor doy giros como planetas o estrellas. Una misión guerrillera nos mantenía separados, […] pero hoy frente a ti me paro con dos verdades sinceras, […] […] Tu eres mi único camino, mi subida y mi bajada, […] contigo si estoy perdido hallo salidas o entradas. Por tu vida doy mi vida, tu por la mía das la tuya, […] en mis noches más oscuras tu eres la que me ilumina, […]” Después de tan esperado encuentro, él la miraba dormir, atento, cariñoso, feliz y satisfecho de estar allí. Recordaba cada día sin ella y le parecía increíble que los hubiera podido sobrevivir. Se alegraba de que el encuentro con Nacho solo significara un cambio positivo para su relación, ya no había fantasmas acechando cada abrazo, cada palabra. Leyó la carta de Gonzalo. Le arrancó un par de risas y le dio más tranquilidad. Sabía que en él encontraría una gran amistad, lo mismo que en Marcela, su pareja. Sus palabras eran las de un hombre maduro, pero era igual de joven que él. De pronto se dio cuenta, él mismo había cambiado. Ya no era más ese adolescente inocente, incomprendido. Ya no era el muchacho solo, que andaba en una isla, rodeado de ese gran e intimidante mundo que pensó no poder cambiar y ahora lo estaba haciendo. Él también había madurado velozmente. Solo algo mayor lograba esos cambios rápidos y decisivos: el amor al pueblo y la lucha por la justicia. Francisca despertó de su reconfortante sueño. Dos treinta de la mañana. Por fin estaba al lado de su amor. Miraba su blanca piel, sus brazos fuertes alrededor de ella, sus ojos cerrados como si estuviera perdido en un bello mundo misterioso, su cálido cuerpo a su lado y su cabello cayendo desordenadamente en su rostro. Esta noche había sido diferente, se sentía mucho mejor que el día en la buhardilla. Descubrió algo maravilloso. Era como si fuera su primera vez. Cerró los ojos, feliz, a pesar de todo el dolor, de tanto sufrimiento esos oscuros hombres que quisieron exterminar su vida no le pudieron robar la dignidad, y no solo tuvo una espectacular primera vez, sino dos. Tal vez esto pasaba con Colombia y con su gente. A pesar de tanto sufrimiento, tanta desesperación y tanta injusticia, estos horribles engendros nunca le podrían arrancar al pueblo la dignidad, el amor, la esperanza. Por eso es que chillaban desde sus antros, por eso atacaban e intentaban exterminar al pueblo trabajador, por eso intentaban alienarlos a todos. Pero esto sería en vano. La libertad llegaría por medio de valerosos hombres dispuestos a dar sus vidas y la reconciliación era cercana, solo necesitaban el trabajo de toda la sociedad. La esperanza trae más ilusión y pone a volar mariposas mágicas en el aire que orientan el camino hacia la libertad. Los frutos de tu esfuerzo por fin se ven recompensados y el amor verdadero, el amor al pueblo, está completo, fuerte y es tan mágico que jamás pudiste vislumbrarlo. XXIV El nacimiento de una luz en la cordillera oriental Un día despertó con una sed infinita, con dolor de hija, hermana, novia, esposa, madre, con dolor de mujer. Un día cogió la rienda de la vida y lucho… simplemente lucho con orgullo de ser tan femenina como una flor y tan hermosa como una dulce estrella. Lucho… simplemente lucho… en los campos con azadón, en el hogar con gran amor, en la batalla con decisión y por la patria por un futuro mejor. Su huella quedó plasmada, no solo en la firma del Programa Agrario de los Guerrilleros, quedó plasmada en la historia, en el recuerdo, en el tiempo. Atrás quedaron esos maravillosos y difíciles años, adelante está la lucha que continua. Vas con Bolívar, con el Che, con el Camarada Manuel y con millones de personas que luchan por la libertad. Ejemplo de mujer Marquetaliana, lista para la batalla, lista para la lucha, lista para la vida, lista para la paz. A las pocas horas estaban en la oficina del Comandante Ramiro, había un revuelo por las órdenes que había llegado. Estaban melancólicos pero felices, partirían hacia la ya agonizante zona de despeje. Esto les traía una cantidad de expectativas a estos muchachos. Los doce amigos y otros compañeros más llegaban a presentarse ante sus comandantes, grandes hombres forjadores de luchadores, de esperanza y de paz. Su viaje fue corto y ameno a pesar de la vigilancia en las fronteras de la zona por parte del ejército que implicó uno que otro combate. Al llegar, lo primero que tenían que hacer era despedirse de “sus niñas” aquellas pequeñas de doce y catorce años, prostituidas desde más o menos los siete años, maltratadas sin piedad y vendidas a los paramilitares para ser usadas como juguetes sexuales, peras de boxeo y, al final, como material de entrenamiento en torturas. Las niñas abrazaban a Francisca rogándole que no las abandonaran ellos también. Sus pequeñas caritas mojadas por el llanto le daban besos mientras le juraban que se iban a esforzar más, sus ojos se abrían angustiados y miraban con desconfianza a las personas que allí se hallaban, sus menudos cuerpos abusados y ultrajados tantas veces oponían resistencia a los guerrilleros desconocidos que las intentaban separar de Francisca. - - - Carolinita, mamita, es la mayor – por fin hablo Francisca con un nudo en la garganta y a punto de llorar- cuide a Lady, se fuerte y juiciosa, no se te olvide nada de lo que te enseñé. No Francisca, nosotras seremos más juiciosas, por favor, por favor. Yo ya no puedo tenerlas, todo va a cambiar y será difícil. Yo te dije que si no nos tenían aquí en las FARC nosotras íbamos a seguir de prostitutas, y la droga, y todo lo que se me ocurra. No mamita no me lastime así, ¿por qué me haces daño? Yo no quiero herirte, pero llévanos contigo por favor. No te puedo llevar, pero quiero que me lleves tú, en tú corazón, en tus acciones, en tus logros, en tu vida. Yo quiero estar en las FARC – lloraba Lady- yo quiero estar aquí. Tranquilas mis amores, pronto nos veremos. Si después de estudiar, de educarse y salir muy bien en todo, todavía están decididas las recibiré con los brazos abiertos. ¿A dónde vamos? –preguntó Carolina – ¿Estarán pendientes de nosotros? Cada minuto, van a estar en una de esas Fundaciones de las que ya les había hablado, yo estuve en una. Tranquilas. Sí, -intervino Alexandra abrazando a la más chiquita –estaremos pendientes, cada día. Entre lágrimas de todos, las niñas fueron accediendo a ser apartadas de Francisca. Cogieron la ropa y miraron por un momento a un par de mujeres con chalecos de la cruz roja y una señora más que las recibía. Se fueron entre sollozos, mirando atrás y con el juramento interno de volver. - ¡Ya decía que esta voz era muy conocida! ¡señorita Francisca! –habló desde la puerta que estaba atrás de los muchachos el Camarada Carlos Antonio. –Me alegra los asensos y logros de cada uno, se los merecen. Cuándo los ví por primera vez tuve una sensación rara. Algo me decía que algunos de ustedes no lo lograrían, pero otro algo estaba seguro de que sí. Y lo lograron. Entro el Camarada y presentó otros comandantes, la mayoría del Bloque Oriental. Eran muy agradables, espectaculares y audaces. Cada cual muy hábil en todos los temas de la vida guerrillera, aunque profundizaban en sus favoritos. Hablaron mucho, parecían esperar. Una comitiva antecedía a un agradable señor que saludaba humildemente y al que todos querían estrecharle la mano. De estatura media, con el ocaso a sus espaldas, con el viento acariciando su piel y una gran y cálida sonrisa en su rostro, se veía inmenso. Era el Hombre Grande del Bloque Oriental. Todos se pararon para saludar. Él entró le dio la mano a cada uno de los presentes, e incluso un beso en la mejilla a las mujeres que estaban allí. Los muchachos que ya lo habían visto se sorprendieron, porque a pesar de toda la gente con la que el trataba todos los días, los recordaba. Los llamó por sus nombres y les hacía preguntas que al parecer eran la continuación de alguna charla inconclusa. Se sentó. Habló del asunto que los traía a ese despacho: la constitución de La Columna Myriam Narváez. Explico simple, conciso y directamente el objetivo de la estructura el comandante sería Carlos y el suplente Robinson. Impartió las órdenes y dejó todo listo. Hizo una pausa, dentro de él, los demás camaradas y del pueblo colombiano crecía un dolor inmenso. El proceso de paz se veía en peligro. Hablo de todo al respecto e ilustró lo que pasaría luego, con una exactitud profética, pues años después se cumplirían todas y cada una de sus palabras. Incapaz de dar rodeos, pues se podría decir que no era diplomático, entre esas palabras que auguraban difíciles tiempos por venir, había tanta fe, tanta esperanza y una convicción fuerte en la victoria. Y era esa potencia y esa energía, que transmitía en su fuerte y segura voz de comandante, de campesino, de pueblo, las que dejó sembradas en cada uno de los presentes. Vendría días mejores y más maravillosos para el grupo. Una charla con la Camarada Mariana Páez sobre la vida, sobre el papel de la mujer en la sociedad y en las FARC y sobre un futuro prometedor enardeció y llenó el corazón de calor; una conversación interesantísima con el Camarada Iván Ríos de economía, de la sociedad y del trabajo allanó preguntas y llenó vacíos conceptuales, iluminó sus mentes; escuchando al Camarada Alfonso Cano hablar de paz, de amistad, de amor, poniendo todo al sol incandescente de su razón, explicando con ideas claras y concisas el rol del fariano, del Movimiento Bolivariano, del PCCC y del pueblo tuvieron certeza en El Hombre Nuevo. También bailaron y gozaron. Esta vez la voz del Camarada Julián Conrado no salía de una grabadora, estaba allí, su carácter alegre y parrandero se dejaba notar, y el amor llenaba el espacio a través de cada canción, cada palabra, cada mirada, cada sonrisa. También encontraron al camarada Raúl Reyes hablando del diálogo, única y exclusiva vía de paz. En su rostro, enmarcado en una barba que empezaba a blanquear más de lo que él debió desear, lucía, detrás de un par lentes, pequeños ojos brillantes, cálidos y tiernos, siempre mirando fijos al futuro, esto le inspiró alegría, ternura, pero había algo, un frío en su pecho. Llegó el feliz día. Ya, como la Columna Myriam Narváez, estaban presentando sus armas al Legendario Comandante en Jefe Manuel Marulanda Vélez. Él hablaba de los inicios de las FARC-EP, de renovar el compromiso que se había adquirido al ingresar de siempre proteger al pueblo, su rostro se iluminó cuando les recordó que el trabajo no solo era militar sino político y pedagógico. Al final se emocionó al nombrar y describir La Nueva Colombia. Un puñal se introdujo en el corazón de Francisca, su frío lo sentía tan dentro y los pensamientos de la noche en que conoció al Camarada Raúl Reyes la volvieron a asaltar. Terminado el acto pasó algo emocionante, pudieron hablar con el Camarada Manuel. Estaban reunidos y de pronto lo vieron acercarse, estaba con su compañera inseparable Sandra y los Camaradas Jorge Briceño, Alfonso Cano y Joaquín Gómez. Todos, incluso Ximena, parecían que no podrían articular palabra alguna. Llegó hasta el lugar y los saludo de la forma más humilde. Era una persona tímida y de pocas palabras, pero su conocimiento, su calor y su pureza brotaban por cada poro de su piel. Se quedó allí un momento. Era breve y conciso, como el Camarada Jorge, pero, a pesar de sus ocupaciones, no parecía sufrir del afán que si tenía El Mono. Francisca se sentía tímida e indecisa de preguntarle lo que tanto le oprimía el pecho, no lo iba a hacer, hasta que una luz de alegría, comprensión, amor y de un sentimiento poderosísimo que ella no pudo definir, salió de los ojos del Legendario Camarada al despedirse. Ella trotó hasta él llamándolo dos veces, como un sediento que busca agua, así sea un sorbo. Los aterrados ojos de todos se posaron en ella, incluso los camaradas se notaron sorprendidos. Esto la hubiera obligado a parar y pedir disculpas llevándose en secreto su sed, pero ella estaba tan angustiada que solo pudo ver el rostro comprensivo que se volvió con una sonrisa tímida. - - - Camarada, es una tontería. No creo. Cuando compartimos un momento con el Camarada Raúl me dio la impresión que trabajaba por un futuro en el que no se veía. Hoy en su discurso, en sus ojos tuve la misma impresión que oprime mi pecho, y… ¿por qué? Porque no es justo. Ustedes han comenzado este sueño, lo han fortalecido, lo han tallado con las manos, con las uñas y que no puedan vivirlo…me parece… Yo ya hice lo que tenía que hacer, y ahí están el Ejército del Pueblo y sus comandantes formados para que continúen la lucha hasta más allá del triunfo. Él se despidió con alegría, atrás la Camarada Sandra la miraba con cariño y ternura, los demás Comandantes le sonrieron. Mientras caminaban el puñal salía lentamente de su pecho, dejando un calor que nunca había sentido y fijando un nuevo objetivo al que se dedicaría: conseguir entregarse al pueblo al igual que los camaradas, no sabía cómo, estaba un poco confundida. “De Marquetalia a la Uribe, de la Uribe a Casa Verde, […] moviéndose es como vive donde amanece no duerme, […] moviéndose por aquí, moviéndose por allá, […] triunfante se pasa feliz por Cartagena del Chairá. Y no para hasta llegar a donde pensó al partir, […] pues la gracia de luchar es el triunfo conseguir. A los niños en la escuela cuando triunfe la justicia, […] en clase de historia nueva le hablaran de las Delicias, […] con un grano de maíz así comenzó las FARC, […] hoy buñuelos para freír hoy está dando el maizal, y crecerá y crecerá se tiene que convertir […] con el tiempo en libertad, en dicha y paz para vivir.” Desde atrás la abrazó Carlos, recostando su cabeza en el hombro de ella y dándole un beso suave en el cuello, como siempre lo hacía cuando quería que lo mimara. Ella se volteó y, pasando su brazo por la espalda del joven, con la otra mano le acarició la cara. En ese momento se dio cuenta que no era tan difícil entregarse, Carlos lo hacía a ella. Simplemente debería reunir todo lo que había aprendido en la vida amor, trabajo, sacrificio, dolor, reconciliación, perdón, compasión… y aplicarlo a gran escala. Y sabía que para lograrlo tendría a Carlos y sus amigos. La vida te llevó por caminos impensables, te unió a las personas que jamás imaginaste y se torna dura y cruenta. Entrega es quizás la última lección que te de este camino, o quizás no, pero de algo estás segura, es la misión más difícil y a la que se le debe dedicar más tiempo y esfuerzo. ¿Qué traerá el futuro? XXV Los caminos del corazón Bestias acechaban por las esquinas, en la oscuridad, esperando el momento indicado para atacar y destrozar con sus filosos colmillos la dignidad del trabajador, el orgullo del campesino, la inocencia del niño, el valor de la mujer. Pero entre los árboles del páramo, los verdes infinitos de la selva, el calor abrasador del desierto, las polvorientas carreteras de las veredas y las capuchas rebeldes en las grises ciudades, siguen latentes y alertas los héroes de la esperanza, la paz y la libertad. Ejército compartimentado, nunca dividido; hábil en maniobras militares, disciplinado en tareas intelectuales; ágil y efectivo en misiones contra el gran capital, amoroso y humanitario con el pueblo buscando su libertad. Otro día llegaría en La Sombra. Las reuniones y tareas para alistar las acciones a seguir eran constantes. Habían alcanzado un rango alto de manera veloz, pero esto solo traería trabajo y esfuerzo. Los Comandantes les exigían más y ellos estaban felices de que fuera así. Una tarde de arduo trabajo, pero música revolucionaria, Francisca estaba sentada junto a Julián, Ximena, Jaime y algunos de los hombres que ella dirigiría en la columna. Se estaba terminando la reunión cuando Armando llegó a apurarla. Ella, que tenía un leve dolor de cabeza, salió sin muchos ánimos y no prestaba atención al chico que le hablaba de temas sin importancia y caminaba rápidamente hacia la oficina en donde sabía que estaba Carlos y algunos Camaradas. Al entrar, guiada por Armando, se alegró mucho. Gonzalo, Marcela, Ángel y Diana estaban allí, la columna había llegado hace pocas horas a la zona. Conversaban animadamente con Carlos sobre el diario vivir en la organización y el Hombre Nuevo. Gonzalo se puso de pie y abrazo a Francisca, Marcela hizo lo mismo y la muchacha se sentó al lado de Carlos. Hablaron y bromearon mucho. Carlos no se equivocó, Gonzalo era un gran hombre y tenían mucho en común, su amor al pueblo, una familia similar con los mismos pesares y dificultades y, obviamente, a Francisca. El trabajo con Gonzalo se iba a intensificar después de la creación de la Columna porque, ésta y la estructura que manejaba su amigo, iban a trabajar mancomunadamente muy seguido. Este encuentro no era fortuito, el trabajo de engranaje entre ambas columnas se debía iniciar. Tenían que estar articulados para poder llevar a cabo sus respectivas tareas y las misiones compartidas. El estudio de la zona era necesario para iniciar el trabajo político y social con la comunidad. El porcentaje de alfabetización, los niveles de escolaridad, el desempleo, la inconformidad y las costumbres era, entre otros, parte de los factores que debían aprender para poder encajar y agradar a los habitantes de la región, que siempre habían tenido por las FARC-EP un gran aprecio y cariño. La alegría, el entusiasmo y el trabajo se aumentaban por los nuevos cursos que estaban tomando, las charlas con los comandantes, incluso con miembros del Estado Mayor, y por la tranquilidad que se vivía en la Zona de Despeje. Pero este ambiente pacífico y pleno de alegría que disfrutaban, tanto los farianos como el pueblo desarmado, estaba a punto de acabarse, como ya lo habían advertido los Camaradas Manuel y Jorge. Nubarrones se posaban sobre toda la zona de influencia guerrillera, la gente ya sabía lo que venía y tenían mucho temor. Por su parte los revolucionarios estaban preparados, lo único que les afectaba era presentir el peligro y las atrocidades que sobre la población civil se harían. Vendrían las fuerzas militares y paramilitares a realizar los actos de barbarie a los que estaban acostumbrados. Algunos optimistas pensaron en ese momento que eran exageraciones, los medios de comunicación hablaban del beneficio que traería recuperar la zona engañando a los desprevenidos ciudadanos y los políticos hacían exigencias y decían que estos temores eran mentiras. El tiempo demostraría lo contrario, pues la mano negra que se posaba sobre estos pueblos no era otra que la del amo yanqui y su paramilitar perro faldero que luego sería elegido presidente. Era por esto y mucho más que todos los mandos que estaban allá no podían descansar en esos meses. Estaban tomando y profundizando cursos, tenían la responsabilidad de educar a nuevos combatientes y, previendo el peligro antes mencionado, deberían preparar todo lo referente a la protección de la mayoría de población civil, pues ello mismos por un tiempo no podían defenderlos. En este sentido estaban muy deprimidos, sabían que a pesar de las precauciones, gente inocente iba a fallecer a borbotones bajo la bota dominante de la oligarquía. Sin embargo la población y ellos tenían una certeza mayor: por muchos que mataran no acabarían con el pueblo y la sed de libertad y justica. La estadía allí y compartir tranquilamente con la comunidad les daban a Francisca y sus amigos el escenario adecuado y tranquilo para que los chicos dieran los primeros pasos para la entrega total al pueblo. Todos se habían propuesto esta tarea y sabían que tarde o temprano lo lograrían. Ya se acercaban y se daban mucho más a la población civil, y con respecto al pueblo alzado en armas, ellos tenían un puesto muy importante que los ayudaba a su misión, eran formadores de los combatientes que entraban por primera vez y de los que retomaban cursos básicos, o realizaban cursos medios. Una mañana, como siempre, los muchachos se levantaron temprano. Eran la tres de la madrugada y ya estaban reunidos en la estructura de madera que funcionaba como la oficina de Carlos. Antes de organizar el itinerario de ese día, los muchachos comentaban un libro que estaba releyendo Pablo: La Venas Abiertas de América Latina. - - - Como ustedes saben es un libro ya escrito hace muchos años –decía con voz de gran conocedor –pero es tan actual que decidí volverlo a leer. A mí me gusta también. –interrumpió Claudia A ti cuándo no te gusta lo que hace Pablo –bromeó Carlos. La parte que más me gusta –dijo con tono alto y refunfuñón después de carraspear la garganta –es la referente a la explotación de nuestros recursos. Creo que es muy válido lo que dice, y me frustra que sean otros los que disfruten de nuestras riquezas y maten a nuestra gente por el trabajo excesivo y un salario de hambre. Sí –intervino Jaime- claro que yo leí el libro hace poco tiempo. Es un buen libro, pero creo que nombra muy poco a Colombia y toca muy por encima el gran problema de este país, del café y demás. Yo creo que estás equivocado en tu apreciación –criticó sin ofender Ximena –Galeano toca el tema de América Latina en general. Después de esto seguiría una gran conversación compuesta de rifirrafes, explosiones de emoción, arengas, críticas a cada capítulo y de cada tema, acuerdos, desacuerdos y risas. Estando en esto un guerrillero anunció que el Camarada Carlos Antonio los necesitaba, la cita era a las seis de la mañana. Así que continuaron con su agenda. Llegó la hora indicada y ellos alegremente, y sin dejar su conversación, fueron al lugar donde se encontraba el Comandante. Llegaron en punto, lo que los perjudicó, porque a unos metros de la entrada de la gran oficina, sin que ellos supieran de su presencia por esos parajes, se hallaba El Comandante Briceño. Él, siempre tan cumplido y presto, no soportaba los retrasos, decía que se debía llegar unos momentos antes a las citas y no entretenerse por el camino o con actitudes que estuvieran fuera de lugar. Era de gran humor y de charla alegre, pero decía que cada comportamiento tenía su espacio y tiempo. Los recibió con un breve pero fuerte regaño, que era más intenso para Gonzalo, a quien, al parecer, conocía bien. Le recordaba sobre Vladimir su compromiso, la puntualidad y la sensatez de aquel hombre que lo había criado como un hijo y lo había hecho un revolucionario. Pronto dirigió una mirada a Francisca, y estos reproches los extendió a ella. Pero en sus ojos no se veía rabia. Sí, era intimidante la situación, pero Francisca solo pudo notar un afán por formar unos buenos forjadores de hombres y excelentes cuadros revolucionarios. En su boca pronto se dibujo una sonrisa y pasó a comentarles que su presencia se debía a que la organización que se había hecho cargo de Carolina y Lady, las dos niñas que estaban en el campamento paramilitar, había traído a las pequeñas para hacer una visita. Por lo cual su comportamiento festivo estaba más aún fuera de lugar. No alcanzaron a decir palabra cuando ambas niñas, que se habían dado cuenta de la presencia de los chicos en el lugar, salieron de la oficina y abrazaron fuertemente a Francisca. Ella dio tres pasos atrás, pues casi se cae. Las niñas estaban grandes, habían llegado por fin al peso que debían tener. Abrazaban y saludaban a los demás jóvenes. Sus rostros ya no se veían demacrados y estaban lindas. Hablaban sin parar de todo lo que les había pasado, de los lugares que habían conocido, del colegio, de sus compañeras y de una sorpresa que les tenían. Gonzalo logró esquivar el tumulto que se formó allí, y con una sonrisa de alegría, entró a la oficina en compañía de Marcela. - - - - - ¿Nacho? –preguntó Amparo con asombro. El muchacho corrió hacia allá y estrechó fuertemente a la mujer. Perdóname Amparito, eres como mi mamá, no pude…quería decírtelo. Tranquilo mijo. ¿Cómo fue tu vida? Buena Amparito. Pero siempre la tristeza, la melancolía y ella…Francisca… Y ¿Qué pasó? –preguntó angustiada Raquel pensando en su hijo ¿Qué pasó con la niña? ¿Con Silvia? –preguntó Amparo leyendo el pensamiento de Raquel y al ver la cara de extrañeza que hizo Nacho por el interrogatorio de alguien que le era extraña. Nos encontramos hace poco. Nos dimos cuenta que el amor entre nosotros era eterno pero no el mismo. Ella estaba enamorada de otro hombre y yo…-llamó a Marcela que estaba cerca, la muchacha acudió rápidamente –te presento la compañera de mis últimos años, Marcela. – se dirigió a la nerviosa chica -Marcelita, ella es…como mi mamá. Hola mijita –la abrazó Amparo, la muchacha tímidamente saludó. Mira quiénes están aquí. –se asombró Gonzalo abrazando a Patricia que lloró. Ella también había creído que él estaba muerto, fue una gran alegría verlo allí. También estrechó fuerte a Alejo. Yo era el único que sabía y seguía con la convicción que no estabas muerto. –el muchacho estaba alto. Ya era todo un adolecente, fornido, grande, de gesto severo y demasiado serio, como su padre. ¡Eres todo un Hombre! - - - Gracias por todo, por todo, nunca te lo dije, por todo –el muchacho recordaba al chico como la gran compañía, el defensor contra aquellos niños que lo molestaban, la persona que era su amigo, su confidente le había enseñado a pescar, a conducir, a ordeñar…era para él muy especial, nunca lo dijo ni lo diría, pero su desaparición partió la vida del chico en dos, y hoy se habían unido esos pedazos, aunque dejando una horrible cicatriz. Gonzalo entendió todo, los ojos de los dos brillaron con lágrimas que por orgullo no dejaron salir. Sí, sé lo que quieres decir. Gracias. Quiero decirte algo similar. Bueno, estamos a mano. ¿No me volverás a hacer algo así? ¿no desaparecerás de nuevo? No. Bueno, te presento dos mujeres hermosas que he bautizado como mis tías. Ella es Raquel, la mamá de Andrés ¿lo recuerdas? Sí –sonrió Gonzalo un poco apenado por el comportamiento de hace un momento y entendió porque la mujer hizo aquella desesperada interrogación –mucho gusto señora. Carlos, digo, Andrés y yo somos grandes amigos. Mucho gusto. Y ella- interrumpió Alejo abrazando a Sandra –es mi tía preferida. Ella me consiente un montón. Es que es un buen chico. Sí, es como su padre –miró a Francisco a través de Alejandro. Yo también merezco que me saluden o me vuelvan a presentar –reclamó Miguel. ¡Hola Hermano! –le estrechó la mano con fuerza Gonzalo y le dio tres palmadas en la espalda – ¡cómo le va! Haciendo sufrir a mi hermana –fingió estar enojado Alejo ¡Hay idiota!- se sonrojó Patricia golpeando el muchacho Estaban en esto cuando se sintió todo el bullicio de Carolina y Lady. También los chicos reían mucho. Cuando entraron y saludaron, Armando, Pablo, Claudia, Ximena, Carlos y Francisca no pudieron mantener sus posiciones por el asombro. Francisca corrió hasta los brazos de Amparo. - - - Mamita…-sollozó como una niña. Mira mi Reina –le dijo Gonzalo a Francisca para que no llorara, no le gustaba verla así –esta belleza es Patico. Sí es hermosa – Francisca miró sonriente a Patricia mientras Alejo la abrazaba fuerte. El chico ya estaba más alto y ella pensó que era la viva estampa de Francisco. Te extrañé mucho hermanita –dijo el muchacho tocando sus hombros fuertemente, como asegurándose que no fuera un espejismo – Pato no volvió a jugar conmigo –cruzó los brazos y miró por el rabillo del ojo a Patricia –pasé una triste niñez, solo. ¡Qué exagerado! – protestó Patricia, rieron todos. ¿Y Luz Mary? - Ella murió hace un año, de viejita – se entristecieron. Miraron a un lado y Raquel, que tuvo que sentarse por la emoción tan grande que sentía, consentía a su hijo, Carlos estaba agachado frente a ella, con su cabeza en las piernas de su madre dejando que ella, dulcemente lo peinara con sus manos, mientras que lágrimas de tristeza, de alegría, de frustración y de mil sentimientos más rodaban por la cara de la mujer. Todos decidieron hacer caso omiso a la escena para no molestar a Raquel, pues la entendían. Sandra saludaba animadamente a todos. “Madre del guerrillero compañera calladita, cuál María del pueblo hebreo pariste para la vida, un dolor fue la semilla que el pueblo puso en tu vientre, pa’ que parieras valientes muchachos pa’ la guerrilla, […] Ellos te recuerdan siempre me lo dicen pero no son solo para ti sus manos porque ellos también quieren ver como reinas a las madre de todos los colombianos. Él también piensa en la madre del soldado que en la injusticia social pierde a su hijo, no porque el guerrillero quiera matarlo, sino porque un general chulo lo quiso. Defendiendo los intereses de un rico que llama legítimo lo criminal, usa guarda espaldas porque su consciencia solo entre metralletas puede acallar, en cambio a tu hijo lo cuidan serafines, querubines y un arcángel superior, lo cuidan las diligencias que la virgen hace cuando tu le rezas la oración. […]” - - Mírate que grande estas, en tres días cumplirás veintidós. – la miró con afecto –la recuerdo cuando llegó a la fundación. ¿Cómo era? –Preguntó Carolina Triste, rebelde, difícil, trabajadora, colaboradora y adorable –respondió la mujer acariciando con ternura el cabello de Francisca y con gran orgullo en su corazón. No ha cambiado mucho, sobre todo en lo difícil –interrumpió Rolando, muchos le hicieron eco al muchacho y comenzaron a hacer bromas. Sí, si cambio bastante –dijo Patricia abrazando por fin a su hermana después de quitar con dificultad a Alejandro. Yo también la quiero abrazar – dijo Miguel dándole un beso en la mejilla a Francisca. Raquel, Amparo, Sandra, Alejandro, Patricia y Miguel no podían dejar de abrazar y de mirar a esos chicos. Los muchachos les presentaron primero a Rolando, Carlos Mario, Alexandra, Natalia y a Robinson, de los cuales ya habían oído hablar pero a quienes no conocían. Después presentaron a Julián y Ximena explicó que se habían encontrado en el entrenamiento antes de ser guerrillera y se enamoraron locamente. Por último estaba Jaime, del que eran amigos desde ese tiempo. Los muchachos se enteraron que Raquel se fue a vivir a la casa de Amparo, porque se sentía muy sola. Patricia estaba a punto de terminar su carrera. Miguel también estaba a punto de terminar economía en la Universidad Nacional, y era miembro de la FEU. Hace más o menos un año habían terminado su relación, ambos tuvieron un noviazgo aparte que terminaron rápido. La fundación estaba tan bien que ya tenían dormitorios para los casos como los de Carolina y Lady, con ellas la recuperación marchaba rápidamente, puesto que ya habían superado mucho durante su estadía en el campamento, y por eso se destacaban. Las cooperativas estaban marchando a las mil maravillas. Cuando mataron al paramilitar Alfonso Cabrera, se complicó un poco todo, pero mejoró lentamente. Se extendió la reunión hasta muy tarde. En medio de risas, chistes, caricias maternas e historias asombrosas fueran felices o tristes. Francisca miraba todas las personas que tenían alrededor. Todos eran diferentes y especiales a su forma. Amparo estaría siempre sonriente a pesar de los sufrimientos, Patricia había heredado esta fortaleza, por el contrario Alejo era más como su padre, tendía a ocultar todo y llevarlo tan dentro de su alma aprendiendo de la situación, superándola solo. Raquel se hundía en la depresión, pero siempre buscaría la forma de estar fuerte para apoyar a su hijo, al que siempre había mimado exageradamente, aunque al mismo tiempo le exigía bastante disciplina, y por eso no le extrañaba sus logros en las FARC. Se dio cuenta que Raquel era un ejemplo de entrega. A pesar de tanto amor a su esposo, siguieron militando en la UP, después de su desaparición quedó sola, sin trabajo con su pequeño hijo, y aún así ella siguió en el partido, en las marchas, buscando su esposo, criando su hijo, trabajando por un futuro para Colombia sin importarle las amenazas que recibía constantemente. Lo hizo bien, Carlos era un gran hombre, un poco consentido y nostálgico, pero bueno y luchador. Esa noche Francisca decidió que dormiría con Patricia. Compartieron la caleta y hablaron por horas de todas las cosas, como cuando eran adolescentes. Carlos pasó con su madre, quien no pudo dejar de observarlo y velarle el sueño. Gonzalo habló hasta tarde con Miguel, se hicieron muy buenos amigos, lo animó para que volviera con Patricia, consejo que seguiría un par de meses después y duraría por siempre. Rápidamente pasaron los tres días. En ellos sus familiares fueron testigos de la responsabilidad y la tarea tan grande de la que se habían hecho cargo estos chicos. Estuvieron orgullosos de ello. Francisca cumplía años. Desde hace tiempo poco celebraban esas fechas. Sí se hacían un detalle, pero no más, ese día era como cualquier otro. Al enterarse de esto Raquel y Amparo festejaron el cumpleaños de todos. Los muchachos estaban felices. Fue un magnífico día que pasó en un pestañeo. Llegó pronto el otro amanecer y entre suspiros y sonrisas se despidieron de los agradables visitantes. No sabían si los volverían a ver. - Mami – Francisca acarició la cara amable y sonriente de Amparo, en sus ojos había tanta ternura y nostalgia –tal vez no nos veamos de nuevo. Tal vez mi amor, pero los caminos del corazón cuando se unen nunca los separa ni la distancia, ni el horror, ni la muerte. Pocos días después Carlos dirigiría la Columna Myriam Narváez, formada por luchadores valientes, fuera de la zona de despeje. Ellos trabajarían en el apoyo de varios frentes de la región. Esto les daría la facilidad de moverse y de estar en contacto con sus amigos y muchos más camaradas que comenzaban a llegarles al alma. El movimiento hace parte del mundo y del universo, gracias a él vamos forjando por medio de la experiencia, no solo nuestras almas, sino que también ayudamos a forjarse a los demás. Esto causa que inevitablemente nuestros corazones se unan, armando caminos que crean y recrean, que se entrelazan y enlazan construyendo las calles del futuro. Ya has demostrado que estas preparada para luchar y pelear. ¿Estás lista para edificar? XXVI Se cumple la profecía Limpió su sudor, cerró sus esperanzas y de nuevo tomó el fusil. Fusil amigo que lo acompañó tantos días y noches en la selva, fusil amigo al que le debía mil veces la vida, fisil amigo al que le había prometido convertirlo en algo más amable, más tierno, más querido. Tal vez un columpio para que compartiera con los niños que quería conocer, tal vez un lapicero para que en vez de balas disparara bellas estrofas de poemas que escribirían juntos en la paz, tal vez un bastón para que le guiara sus pasos por verdes parques, amplias plazas, calles pacíficas, libertad. Rompería su promesa como estaba roto su corazón. Tantas veces intentar hablar, tantas veces defender la verdad. Después de volver a luchar descansó al fin, su fusil nueva espada de libertad, brillante e inmortal lo acompañaría por la senda luminosa que tenía que cruzar. Días después un camarada lo invitó a recorrer el trayecto, juntos. Así se unieron al gran ejército eterno de Bolívar, que en las entrañas de la inmensidad guía la lucha por la libertad. El gran capital y el imperio vomitaban su odio hacia el pueblo por todos los medios, usando al estado como asqueroso hocico por el cual salía un desagradable río de sangre, lodo, egoísmo, inhumanidad, muerte y desigualdad. Vomito que tragaba feliz la gran prensa, cadáver mal oliente y asqueroso, saboreando cada gota de sangre, tragando cada centímetro mierda, excretando de forma vulgar y sin pudor, vanidad, ignorancia y estupidez. Pasaron unos meses desde aquel último encuentro con las familias, desde ese momento de felicidad y desde su marcha a cumplir su misión. El norte dio una orden: acabar con la esperanza de Colombia. El presidente Andrés Pastrana se arrodillo y obedeció. Acabó con la zona de despeje, acabó con el dialogo, acabó con cualquier muestra de paz, pero no pudo hacer lo que se le indicó: no pudo matar la esperanza. “El Mono se lo advirtió no le alcanzó el calzón Pastrana presidentón, el proceso se rompió por que el gringo lo exigió. Responsables de esta guerra, gorilas con charreteras, el cacao empresarial, la derecha criminal de machete y motosierra, […] Paz para el oligarca, […] y sin guerrillas, ganancias de maravillas, muy bien repletas sus arcas y para el pueblo la parca, ridícula oligarquía deja tanta fantasía que al pueblo no lo despista su cuento del terrorista pues conoce tu falsía, […] Prefieren perder la mano que sacarse un solo anillo y defender sus bolcillos, con el hierro del tirano matando a los colombianos. Rojo azul santanderistas, vasallos, imperialistas, las FARC son el pueblo en armas accionando las alarmas por la lucha socialista, […] Ya está corriendo el reloj, a correr oligarquía que mi pueblo es rebeldía, contra aquel que lo oprimió y el rico que lo humillo, plan Colombia Casa Blanca, no será la tranca de la Paz Bolivariana de la Nación Soberana, la Nueva Colombia avanza, […]” Sin cumplir la palabra o protocolo alguno, el gobierno llegaría a la zona de despeje bombardeando indiscriminadamente, destruyendo todo lo que se había hecho para la gente, pero sobretodo, sembrando las semillas del terror en la población civil, semilla que el despiadado mafioso que lo sucedería como presidente de Colombia haría germinar, dejando como resultados miles de personas muertas. Así, las FARC continuaban su camino a la victoria, solo que desde la senda más difícil, el camino que habían marcado ya los oligarcas y el imperio. A la par, Francisca y sus amigos continuarían en sus tareas. En los trajines de la guerra perderían y ganarían combates, pero en general la misión de la Columna Myriam Narváez se cumplía a cabalidad. De la misma manera ellos veían que su papel como formadores del Hombre Nuevo era importante y llevado a cabo, y que su esfuerzo por ser unos revolucionarios íntegros y coherentes era recompensado con logros. Pero para ellos jamás era suficiente. Fue hasta que recibieran golpes en su corazón que entendería más claramente lo que era entrega. - - - ¡Comandante! ¡Comandante! –entró Gabriela, una guerrillera al mando de Francisca, venía con lágrimas en los ojos- nos mataron a… oiga la noticia. ¿Cuál? –prendió rápidamente un radio que estaba a su lado, cayó sentada, cerró el libro, salió de la oficina y mientras veía que a su encuentro llegaba Carlos con una expresión bastante nublada, triste y preocupado, pudo entender lo que ese aparato balbuceaba, palabras que ella escuchaba pero no oía, que retenía pero no entendía. –se nos llevaron al camarada Raúl, Gabriela, se lo llevaron. ¡No!... –lloró la joven, Francisca seguía viendo el rápido y monótono caminar de Carlos, nada más interrumpido por guerrilleros tristes y furiosos que la preguntaban qué iban a hacer al respecto –¡Cómo pudieron quitárnoslo! - - No nos lo quitaron –no tenía tono alguno en su voz, pero sonaba tan fuerte y serena, al igual que la llama que sin que ella comprendiera sentía en el pecho –lo único que nos pueden quitar es el cuerpo. La vida sí que lo había alejado de nosotros, hay muchos guerrilleros que no lo conocían, yo misma no lo conocí muy bien a pesar de compartir varias horas. Ahora, sí está junto a nosotros, tenemos que acostumbrarnos a sentir su presencia, tenemos que entender que su sangre fue derramada por el pueblo, y de la misma forma tenemos que actuar, hasta la victoria. En las FARC –EP no hay espacio para la muerte. Sí, Francisca tiene razón –interrumpió Carlos que al acercarse había escuchado las palabras de la joven, al igual que otros guerrilleros que asombrados la miraban y pensaban “qué grande es”. Carlos reunió a sus mandos y los hombres que estaban en aquel lugar. Se dispusieron, con Francisca, a la tarea de llevar este mensaje y de rendirle homenaje a aquel gran hombre. Sin embargo los gusanos que pudren el alma, engendrados en el odio, la envidia y la avaricia, ya habían intoxicado el corazón de un vil canalla que se disfrazó de humanista, la víctima: el pueblo, el medio: el asesinato y mutilación de Iván Ríos. “Sé que tus manos como las del Che, por miedo te las cortaron, tus manos, como las del Che yo sé, sé que también retoñaron, […] Tus manos, tus manos son como las de Víctor Jara, que el fascismo desbaratara y se volvieron canción, […] Tus manos, tus manos obreras, tus manos, manos campesinas, tus manos, manos guerrilleras combaten por la vida, [...] Las manos del monstruo que te cortó cobardemente tus manos, no son peores que las de quien pagó por habértelas cortado, […]. Tus manos Comandante Iván son las de los oprimidos, tus manos son para el castigo del quien se nos roba el pan, […] Tus manos, tus manos sinceras, tus manos, tus manos amigas, tus manos, tus manos buenas la historia no mancilla, […} Tus manos multiplicaran los panes, tus manos desatarán la justicia, tus manos pulverizaran el odio, tus manos resucitaran el amor, tus manos liquidaran la tristeza, tus manos revivirán la alegría, tus manos destrozaran la violencia, tus manos acariciaran la paz. “ El ánimo estaba caldeado, había tristeza, furia, coraje, pero nunca un pensamiento de pérdida o de desmovilización, entrega o frustración. El repaso al estudio de los pensamientos y conceptos que estos dos hombres los acercó más. La recapitulación de sus ideas y el análisis sobre lo ocurrido fue para los guerrilleros un medio para levantar su moral, aprender de los errores y retomar el juramento de vencer en esta lucha tan larga pero justa. Todo estaba volviendo a la normalidad cuando llegó un comunicado para la lectura y el análisis. Escrito por el Camarada Timoleón Jiménez, el documento informaba a todos los mandos, combatientes y al pueblo en general la noticia de la triste partida del Camarada en Jefe Manuel Marulanda Vélez. Carlos tomo el papel y lo leyó detenidamente, luego, procedió a la lectura en voz alta para Armando, Ximena, Julián, Robinson, Rolando y Francisca, todos callaban y las lágrimas parecían gotas de agua que lavaban su corazón y le daba fortaleza, a pesar del gran dolor. - “Al conmemorar el 44 aniversario de las FARC, le rendimos sentido homenaje a nuestro comandante Manuel Marulanda Vélez, a Jacobo, a Raúl, a Iván Ríos, a Efraín Guzmán y a todos aquellos que generosamente dedicaron y ofrendaron su vida a la causa de los pobres, sin pedir nada a cambio, tan solo por su intima convicción de buscar el bien común como característica de su compromiso revolucionario. Comandante Manuel Marulanda Vélez: Morir por el pueblo ¡es vivir para siempre! Ante el altar de la patria: Juramos vencer! - - Secretariado del Estado Mayor Cen…” -se quebró su voz, sus manos temblaban. Dejó el papel sobre la mesa e inquieto cogía y soltaba cosas, ordenaba el escritorio, como si este representara su interior, que en el momento tenía gran cantidad de información, sentimientos y recuerdos. Francisca tomó su mano y se acercó más a él. Carlos recostó su cabeza en el hombro de ella esperando un abrazo, guía, cariño… Tranquilo, tenemos que ser fuertes para comunicárselo a todos y poder acompañar en este dolor a los muchachos que estarán muy tristes –le acariciaba la cara y peinaba sus cabellos. Él tomó aire, se reincorporó. ¡Vamos! Al mal paso darle prisa. La tristeza se apoderó aquel campamento. Muchos lloraban en silencio, otros preferían recordarlo alegremente y dedicarle unas risas amargas a tan alto maestro. Pero lo que a todos llenaba de orgullo fue que nunca los antropófagos guerrerista pudieron matarle y pisotear su cuerpo sin vida, como desafortunadamente hicieron con los camaradas Raúl e Iván. “Canto a Manuel ese viejo querido, ese querido viejo, ese Manuel que tuvo un día el valor de atreverse a soñar, ese que algunas malas lenguas dicen que es un bandolero, ese que algunos como el diablo en cuero han querido pintar. Manuel es la historia de un pueblo azotado por la violencia, un campesino bueno de machete, de hacha y azadón, que aunque lo obligaron a escoger el camino de la guerra el lleva una bandera de paz clavada en el corazón. Todo el amor que hay en tu ser, mi viejo florecerá, como a Fidel a ti Manuel la historia te absolverá, […] Los sueños de Manuel son ver una Colombia más bonita, una Colombia donde no exista tanta desigualdad, por qué, por qué, dice, siendo Colombia una nación tan rica, esas riquezas solo unos cuánto las pueden disfrutar. Y por eso cuántas veces a ti te han matado mi viejo a cada rato la gran prensa alegre lo sabe anunciar, pero pasada la fiesta por la muerte del guerrillero, Manuel de nuevo en las montañas les vuelve a resucitar. Con su fusil sigue Manuel arando la libertad, con su fusil sigue Manuel arando, arando la paz, […]” Entre más pasaban los meses las operaciones efectistas del estado se aumentaban, lo que ocasionaba un gran descontento en la población civil campesina, pues ellos también eran víctimas de los bombardeos y las secuelas de estos. La respuesta del pueblo a la guerra impuesta por el estado ha sido una larga lucha y una maravillosa evolución. En este trayecto hombres y mujeres han caído, Joselo, Charro Negro, Isaías, Jacobo, Judith, Hernando y demás compañeros que son el ejemplo y la esperanza. Los días pasan con sus recuerdos y maravillosamente te das cuenta que no son palabras, ellos están allí, llevándolos a la victoria y a la paz. Francisca, la presencia de estos grandes hombres te inspira y te acompaña, estás seguras que puedes dar todo lo imposible para culminar su revolución y que ellos están con todo el pueblo, acompañándolos y guiándolos. XXVII El sueño Hay sueños hermosos, coloridos, asombrosos mágicos. Nos vistan como libélulas de colores, abejitas que chupan el néctar de las ilusiones dándonos de beber la suave miel de la esperanza. Hay sueños tiernos que reviven la inocencia hace tiempo perdida, sueños rosados como algodones de dulce, azules como cielos eternos, rojos como maduras manzanas, blancos como hermosas margaritas, naranjas como enamoradas mariposas, verdes como libélulas que revolotean traviesas guardando pequeños pedacitos para que, despiertos, escribamos canciones alegres, cuentos infantiles, poemas de amor. Pero hay sueños que auguran tristezas, realidades, muertes, destrucción. Sueños que invaden nuestra adolorida alma, saca a flote nuestros peores recuerdos, vuelven turbia nuestra mente, despierta la rabia…rabia…rabia… ¡cuánto dolor! Afortunadamente también hay sueños que nos muestran esa dura realidad y, a pesar de herir nuestra inocencia, nos marcan el camino a continuar, nos muestran la esperanza y nos llenan de paz. La estrategia que oriento el Secretariado y el nuevo Comandante en jefe Alfonso Cano era hacerse difícil de ver. Se siguió tal y como se ordeno. La Columna Myriam Narváez y demás estructuras guerrilleras se compartimentarían en pequeños grupos. Dejarían los campamentos grandes para sólo ser usados de paso y muy pocas veces. El movimiento era la clave, nunca quedarse más de un tiempo prudencial en un sitio, y el campamento debía ser pequeño y sin claros. Una noche Francisca meditaba en la oscuridad sobre todos los acontecimientos vividos hasta ese momento. - Bebe ¿estás despierta? – susurró Carlos. - - - - - Sí. ¿Me abrazas? Estaba pensando –se giró hacia él y entrelazaron sus cuerpos acariciándose mutuamente – los muchachos se están fortaleciendo en medio de este ataque tan fuerte, las FARC siguen adelante y este brutal golpe de la oligarquía es un arma de doble filo para ellos, pues nosotros estamos aprendiendo a movernos en medio de esto. Sí, la organización se está haciendo más fuerte y mejor, y ellos se están destruyendo desde adentro. ¿A qué te refieres? Bebe, ¿cuánto crees que durará el matrimonio entre una oligarquía paramilitar y mafiosa y la oligarquía tradicional? La última no va a tolerar por mucho tiempo que los mafiositos esos se queden con el poder. Se lo permitieron porque necesitaban que hicieran las cosas que ellos no harían directamente, además de prever que la corrupción se destaparía, no tolerarían que uno de sus representantes corriera el riesgo. Más o menos lo que pasó con el General Rojas. Más o menos, pero multiplicado por muchísimo. Sí. Nosotros resistimos y nuestra lucha les frustra muchos planes, por eso acuden a esas estratagemas. Que lo hagan, que se agarren entre ellos, que se maten, nosotros tomaremos el poder. Sí, pero es mejor por la vía del diálogo, recuerda al Comandante Raúl Reyes cuando nos hablaba del la solución política como el camino más seguro para la paz que buscamos. Sí, pero si ellos no quieren toca obligarlos. Francisca lo besó, le encantaba hablar con él y ver la claridad de sus pensamientos. Le gustaba darse cuenta cuánto habían avanzado los dos en su carrera por ser mejores para poder forjar con responsabilidad el futuro del pueblo. Con estos pensamientos, y después de que la pasión le dejó espacio al descanso, se durmió. En sueños iba caminando en la oscuridad y encontró un camino más oscuro, más difícil cubierto por rocas redondas que facilitaban su andar. Estaba haciendo mucho frío y todo alrededor le causaba mucho temor, pero ella se divertía con unas luces hermosas que danzaban a su alrededor. Escuchó una risa. Sí, la reconocía, era Estrellita ¿Dónde estaba aquella pequeña que siempre amenizaba sus sueños? Detrás de un árbol vio una lámpara, era una de las de la cueva, de eso estaba segura, la cogió y la niña pronto apareció con su reluciente vestido blanco. En su mano llevaba una de las luces. - Mira, son guerreros guías. ¿Guerreros guías? Sí, como los Camaradas no se mueren siguen aquí. Su alma ilumina el camino, su sangre abona la tierra para el futuro y su cuerpo es la roca - que facilita el camino, mira –señaló el piso y lo alumbró. Las rocas eran cráneos humanos que empedraban el piso. Ella saltó a un lado, se sintió avergonzada por haberlos pisado. –No te sientas así, ellos dejaron sus cuerpos para que el camino de los guerreros por venir y el pueblo sea más fácil. Vuelve a la senda, sigue por allí. Pero no veo nada. Allí siempre va estar el camino, y las luces te llevan en la oscuridad. Estaré cerca. Francisca volvió a la senda, por un momento se sintió incomoda, pero después les agradeció a los guerreros muertos su esfuerzo. Las luces danzaban y jugaban a su alrededor. Se podían escuchar voces que le murmuraban y cantaban. Por fin llegó a un claro, allí estaba el sol. Cuando iba hacia allá alguien le cerró el camino, la tomo de la mano queriéndola llevar a un bosque luminoso, de bellos árboles y blancas nubes. Era una mujer que le prometía todas las comodidades y sueños. Era encantadora, su cuerpo hermoso, su risa brillante, toda ella era perfecta. Al principio pensó que su perfume era delicioso, ese aroma la llevaba hacia un mundo magnífico, hacia el paraíso. Sin embargo había algo dentro de Francisca que la hacía sentir mal y desconfiaba. Miró al cielo para ver si encontraba una guía. Lo único que pudo contemplar era un sol tan bello tan hermoso. Pero una nube negra y extrañamente densa lo cubría evitando que la luz y el calor llegara a la selva, solamente permitía que entrara al paraíso. Francisca se soltó de repente, y por fin se acabó el embrujo de aquel perfume y la hipnosis de la voz de la mujer. Giró sobre sí misma para ver todo a su alrededor. Pequeños niños deformes salían del bello bosque, de caras alargadas y pálidas, dientes puntiagudos, eran gordos de comer carne, carne de… ¡Otros niños! Más delgados, indefensos bebes. Miró con asombro a la mujer perfecta que animaba a las bestias fofas y sin forma a comer. Estos engendros se arrastraban y les daban duros y mortales mordiscos a los demás niños. Ella no se podía mover. Alrededor de la selva oscura veía gente pobre, delgada, cansada. Las mujeres dejaron una extraña carga que llevaban todos y le pedían a Francisca que salvara sus hijos. Una luz, un guerrero guía, susurró una canción a su oído “A los pueblos la paz y la felicidad, socialista el futuro será”. La perfecta mujer lanzó un tremendo golpe a la luz, pero se quemó sus manos. Desesperada lanzaba chillidos agudos y terroríficos. - “Si ya los matamos, lárguense, todo es ¡Mío! ¡Mío!” Pudo salir por completo del estado en el que se hallaba y comenzó a coger los niños y a entregarlos a las mujeres que felices extendían los brazos y le agradecían. Los pequeños monstruos se colgaban de sus extremidades hincándole los asquerosos dientes. Ella los apartaba y los tiraba con asco, pero al mismo tiempo con pesar - “Estrellita, pobres hijos de la sociedad”. Al fin solo le faltaba por salvar una hermosa bebe. De unos seis meses de nacida, de piel canela y sus ojos eran verdes. Nunca la había visto, pero Francisca sabía que era la hija de Carlos y ella. La tomó con cuidado. La metió entre su pecho y comenzó a amamantarla. Lloraba de la emoción, pero sintió la voz de la inmunda mujer. Chillona, vulgar y malévola, había tomado un machete y lo esgrimía contra la joven. Precisamente cuando le iba a dar el golpe mortal Carlos y sus amigos llegaron a defenderla. El cuerpo muerto de la mujer se descompuso rápidamente soltando un nauseabundo olor. Del cadáver salió una especie de lagartija negra y gigante que se arrastraba sobre su esquelético cuerpo. Sus extremidades que terminaban en puntiagudas uñas, destrozaban todo a su paso, incluso los niños gordos, a los que momentos antes cuidaba como una madre. Volvió al paraíso. Francisca amarró la camisa de su uniforme de manera tal que la niña se quedara allí segura, pero que ella pudiera usar sus manos. Extrañamente la niña no le pesaba, y Carlos estaba feliz de tener a esa pequeña junto a ellos. Robinson interrumpió preocupado, mirando para el cielo y señalando la nube. - Carlos, muchachos, miren. Tenemos que quitarla, la gente morirá sin el sol. Francisca miró hacia el sol y luego hacia la selva. Los hombres, mujeres y niños encorvados por sus grandes cargas extendían sus manos hacia el astro, pero la luz no llegaban, así que sus carnes iban desapareciendo y su piel envejeciendo rápidamente. Pronto iban a morir. Volvieron a la senda y comenzaron a llevar al pueblo hacia el sol. De la nada llegó un río espeso de sangre y lodo lleno de piernas brazos, cabezas que les ayudaban a construir una montaña para subir por ella al pueblo. A esto se sumó los esqueletos brillantes y hermosos de los camaradas muertos. Detrás de ellos estudiantes delgados, cansados pero enérgicos que con sus libros y sus brazos seguían edificando aquel montículo que le salvaría la vida a los Colombianos. Los guerreros de las FARC, encabezados por sus comandantes, alzaban a la gente, la guiaban y la ayudaban a cruzar este largo camino. Ellos pesaban mucho, así que Francisca gritó - Suelten sus cargas, no podremos levantarlos así. ¡No! ¡No! Esto nos lo regaló el patrón, nos lo dio el patrón, ¡Es nuestro! Francisca furiosa rompió la carga de uno de los campesinos que estaba ayudando. Rodaron negruzcas y podridas manzanas, matando el pasto y las flores que tocaban. Al caer al pie de la gran torre que ya habían construido se rompían y salían asquerosos gusanos que tragaban todo lo que callera, incluso varios amigos guerrilleros, que por ayudar, eran presas de esos insaciables parásitos. - Esto es lo que les da el patrón – se dejó oír la melodiosa y fuerte voz del Camarada Manuel –parásitos, podredumbre, miseria ¿Quieren cargar eso por siempre? ¿No ven sus espaldas? ¿No les falta la fuerza? ¡El sol es nuestro también! ¡alcancémoslo! Todos se dieron cuenta de la verdad, costales y costales caían. Francisca miró hacia el lugar de donde vino la voz. Era una gran luz hermosa, clara, brillante la señaló y todos subieron animados persiguiendo la estela que dejaba. Faltaba poco y no iba siendo suficiente. Francisca se sentía angustiada. Pronto por entre las personas que estaban guiando hacia el sol, aparecieron sus familiares que sacrificándose, comenzaban también a ser parte de la torre. Esto entristeció a Francisca que seguía subiendo llevando a los campesinos que al tocar los rayitos de sol se recuperaban lentamente, alentando a los demás y subiendo ellos solos. Sin embargo el esfuerzo seguía siendo insuficiente. Les tocaba a ellos mismo seguir construyendo para que el pueblo llegara hasta el final. Esto significaría sacrificarse con la niña. Francisca la saco del pecho y la observó unos instantes. ¿Qué hacer ahora? Ella sabía a lo que se había comprometido y se sentía feliz por ello. Ya no podría tenerla. La bebe sonrió y se convirtió en pequeños rayos de luz que se escaparon entre sus brazos, dejándole un vacío en el alma, pero una alegría inmensa por haberla conocido y servir al futuro. Se ubicó en el puesto que le correspondía, sus manos se entrelazaron con las de Carlos y sus amigos. La gente pisaba sus cuerpos. Al principio hubo dolor y cansancio, pero de pronto una fuerza los poseyó y se volvieron roca y acero. Luego vio, como si volara, cómo llegaba el pueblo al sol. La nube se retorció violentamente y se cayó hasta donde estaban los feroces gusanos. Se mataron entre sí a pesar de nacer de la misma madre. Todo comenzó a brillar. Aquel paraíso dejo ver su verdadero rostro inmundo. Todo era ficticio y estaba lleno de esas lagartijas que se retorcían iracundas, miserables y agonizantes. El mundo que veía ya era libre, lo alumbraba el sol y la muerte se alejaba. Pero aún se podía ver los estragos de la maldad y apenas comenzaban a germinar las primeras flores, las primeras hiervas. El camino era largo, pero ya se había empezado y como recordatorio de ello estaba aquella grande, brillante y hermosa torre. Francisca despertó con un sentimiento de alegría y futuro. Le contó a Andrés su sueño. Estaba feliz pues ya empezaba a entender que era entrega, pero sobretodo, porque se había dado cuenta que ellos ya la practicaban hace mucho tiempo. - Sí, me hubiera gustado tener una familia contigo –suspiró Carlos abrazando a la muchacha –pero fue el camino que escogimos y no me arrepiento. “Por aquí pasó y dejó su aroma de montaña guerrillera, sudoroso coronó una loma habló de una Colombia Nueva, […] en la rueda de la historia con su bandera insurgente fue a meterse en la memoria de su pueblo para siempre, […]” Esta es la nueva realidad a la que enfrentas, esta realidad dura y difícil, esta misión hermosa de liberación, de amor y paz. Están dispuestos a hacer todo lo que está al alcance guiados por sabios hombres. XXVIII Desde las empinadas cordilleras hasta la victoria Eran cuarenta y ocho campesinos buenos, eran cuarenta y ocho campesinos trabajadores, eran cuarenta y ocho campesinos sinceros, eran cuarenta y ocho campesinos cuando dieciséis mil hombres arrojaron el terror sobre sus casas, su comunidad, su vida, sobre la paz. Ellos pedían semillas, el gobierno les dio balas, ellos pedían tierra, el gobierno les dio guerra, ellos pedían vida, el gobierno les dio muerte. Sin casa, familia o tierra, con humildes botas, tristeza al hombro y grandes penas subieron la cordillera. La espesa neblina los esperaba, los antiguos árboles los protegían, la salvaje selva los acogía y la esperanza despertaría. Pasaban los meses y los bombardeos eran más constantes. Las trincheras se convertirían en una de las primeras defensas. Al principio eran muy aterradores, sobre todo para los nuevos, pero gracias a la disciplina y la fuerza pasaban avante sin más contratiempos que despertarse un poco asustados y salir corriendo mal vestidos a la trinchera que a veces estaba mojada o un poco inundada. Después podían reconocer qué tan lejos caían las bombas y con cuánta frecuencia. Esta información les permitía escoger la acción a seguir gracias a su entrenamiento y la experiencia ya adquirida. Su trabajo iba viento en popa, en las áreas de pedagogía, tanto para los farianos como para la población civil; las actividades cívicas; las misiones militares; el contacto y el fortalecimiento con las redes urbanas y lo referente a inteligencia. Un buen día se encontraron con Gonzalo, la alegría llenó a todos. Se pusieron a conversar y notaron cierta coincidencia en las órdenes dadas a ambas columnas. Gonzalo además había hablado con el Camarada Jorge y esto lo tenía preocupado. - - Primero lo veo un poco enfermo. Él no quiso decir nada al respecto, pero de lo que me enteré fue que pasó varios días sin poder caminar. Lo segundo es que una pareja de hijueputas se desmovilizó con un poco de plata, y lo peor es que ya pasaron por los noticieros. Quién sabe qué tanto habrán dicho ya los mal paridos. Ya tranquilo –lo intentó calmar Francisca, aunque ella se veía tan preocupada como él. Y ¿Qué tanto sabían los malparidos esos? –preguntó pensativo Carlos Arto. Los maricas eran más o menos cercanos al Mono. ¡Hijueputas! – se molestó Robinson, pateando una rama del suelo y mandándola lejos. “Cuentan que Jaimito murió combatiendo que Freddy Gomelo se nos desertó, […] Jaimito es orgullo de su pueblo, Gomelo el desprecio se ganó, […] Yo escuche fue el comentario, […] en boca de un campesino que aconsejaba a su hijo que quería ser guerrillero […] mijo lo que yo mas quiero, chico si ese es el camino que seas como un gallo fino y no un faltón como Gomelo. El campesino que hablaba lo hacía con palabras puras, […] yo no quiero un hijo Judas, quiero un hijo Che Guevara. […]” Luego de esto, ellos mismos tendrían el placer de ver al camarada, pasaría por el campamento y, como siempre, compartiría un buen rato, que incluía charlas políticas, bromas y, por supuesto, un improvisado baile. Pocas noches después una llamada por radio los despertó. La noticia era terrible: al campamento del Camarada Jorge lo estaban bombardeando. Todos se alistaron y siguieron el protocolo para estas situaciones. El lugar no estaba cerca, pero allí se dirigían. Era una madrugada especialmente fría, pero Francisca sudaba. Hace tiempo no sentía las manos emparamadas. Su frente estaba caliente y sus mejillas ardían. No tenía claro que encontraría allí. Sabía que el comandante estaba bien, pues varias personas lo habían escuchado dar órdenes. Él como buen ser humano había exigido a sus más cercanos colaboradores que se ocuparan de la evacuación del campamento ¡Saquen la gente! Dicen que gritaba. Pero esto también la inquietaba. Ella, al igual que todos, sabía que tan activo era, así que le parecía bastante extraño que no saliera a ayudar y a protegerse. Recordaba lo que había dicho Gonzalo “pasó varios días sin poder caminar” - “¡Hay Estrellita, que el comandante este bien!” Al acercarse al sitio los combates eran terribles. Ellos estaban cerca al lugar donde estaban desembarcando. Los policías y militares caían como moscas de los helicópteros, pero así mismo morían, haciendo que el aparato se tuviera que retirar para darle paso a los bombarderos. La lucha era tensa, a pesar de la tecnología y del número, los “hombres de acero” no podían igualar la valentía, la astucia y el alto nivel combativo de los farianos. Todo el día hubo combates, por la noche también. Era mano a mano y parecía que no iba a terminar, solo una cosa hizo retroceder a los guerrilleros farianos, la orden directa de uno de los comandantes del EMBO de dejar el lugar, puesto que ya se había retirado todos los elementos que se debían sacar, además de que la evacuación y posterior encuentro con los combatientes que estaban en aquel campamento fue un éxito. Ya para ese momento la muerte del comandante Jorge Briceño y de otros farianos más era conocida por todos. Esto provocaba tristeza, dolor, pero también el sentimiento de seguir los pasos de este gran Ser Humano. Cumplieron la orden dada y se alejaron de allí. Por días no caían más que bombas y papelitos invitando a la claudicación con argumentos irreales. La manipulación mediática y el engaño no se hicieron esperar. Después de que un general de las fuerzas armadas, Pérez, admitiera que hubo 20 policías muertos y 64 heridos, el gobierno prefirió negarlo y sepultar con honores militares un canino para esconder esta cruel realidad. Esto era inconcebible y solo se explicaba por los mediocres resultados militares de la operación: 10 guerrilleros muertos y un solo comandante. Después, al igual que con el Comandante Raúl Reyes, inventaron tener una cantidad descomunal de computadores y memorias, aparte de verificar la supuesta muerte de los comandantes Romaña y Mauricio “El Médico”, cosa que después la realidad desmentiría terminando de aplastar sus espíritus y acabar con la moral de los soldados. “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento mes prohibido llorarlos que se callen los redobles en todos campanarios vamos pu pal carajo, que para amanecer no hacen falta gallinas sino cantar de gallos. Ellos no serán bandera para abrazarnos con ella y el que no la pueda alzar que abandone la pelea no es tiempo de recular no de vivir de leyendas. Canta, canta, compañero que tu voz sea disparo que con las manos del pueblo no habrá canto desarmado canta, canta compañero canta, canta compañero, canta, canta compañero que no calle tu canción si te falta bastimento tienes ese corazón que tiene latir de bongo, color de vino ancestral, viene tu cuenca de lucha cabalgando un viento austral. Canta, canta compañero los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos canta, canta compañero, canta, canta compañero […]” Al igual que en las oportunidades anteriores, los farianos dieron grandes muestras de amor por su pueblo y lealtad hacia la organización. No hubo desmovilizaciones masivas, antes al contrario, el sentimiento de proseguir con esta ardua pero reconfortante tarea continuó. Después de un tiempo en el que se redoblaron actividades, se uniría al conjunto de Camaradas en el más allá el Comandante Alfonso Cano. Salvajemente asesinado, fusilado. Lo cogieron desarmado, solo y ciego. Balas sedientas de sangre atravesaron su cuerpo, pero sin ser la intención de sus asesinos, lo llevaron al alto pedestal de la historia y a la a inmortalidad. Los cobardes soldados lo mostraron ante los antropófagos medios de desinformación. Un gobierno caníbal babeaba deseoso de sangre y violencia ante aquel cuerpo sin vida. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, no pudieron restarle dignidad, humanidad y respeto. Lo asesinaron pero con ello no se les pasó el miedo. Lo calumniaron pero ello no disminuyó su temor. El Camarada Alfonso Cano siguió y seguirá, junto a muchos más, alentando al pueblo y luchando contra sus captores: sucios y mafiosos oligarcas. Su ejemplo perdurará por siempre. “Quien por esta vida rueda, rodando sin son ni ton, quien sólo es hueso y tendón muere y nada bueno deja, […] pero aquel que se la juega por su pueblo con clamor si acontece lo peor deja la herencia más bella, […] Cuando muere un guerrillero es cuando con más razón, con más ardiente pasión arde el fuego justiciero, […] no lo verán en el cielo pero sí en la floración del día de la redención de la fiesta de su pueblo, […] Antorcha de luz infinita son quienes por su pueblo se sacrifican, quien con tanta claridad no mira porque no quiere mirar.” Por su parte Francisca sigue con sus camaradas, su nueva familia, caminando por verdes praderas o empinadas cordilleras. Sin sabores, errores y tristezas hay, es una guerra, pero la valentía, el amor por el pueblo y la fuerza pueden más. Al igual que esos 48 héroes muchos años atrás, ellos caminan sin retorno hacia lo más alto de la historia. Eran, son y serán hombres y mujeres buenos haciendo caminos verdes de esperanza y justicia. Hombres y mujeres buenos construyendo lo imposible, la paz. Hombres y mujeres buenos realizando un sueño de libertad.