4 Administrador - Ministerio Internacional Dios Es Amor

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República Bolivariana de Venezuela
Instituto Bíblico Teológico
“Dios Es Amor”
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APÓSTOLES DR. CALOR Y ROSA DE BELIZARIO
DIRECTORES GENERALES
RAZON Y CONCEPTOS DE LA ADMINISTRACION ECLESIASTICA
No se puede pensar en la iglesia solamente como un centro de predicación;
tampoco se puede percibir como una agencia de desarrollo y bienestar social. La iglesia
es una institución divinamente establecida para desarrollar un programa integral
predicar, enseñar, pastorear y administrar; el líder cristiano opera en un verdadero
cuadrilátero de funciones:
1 Predicador
2 Educador
3 Pastor
4 Administrador
La Predicación: es la proclamación del evangelio. La palabra predicador viene de
Kéryx que quiere decir Heraldo que era el que comunicaba al pueblo las noticias del
rey, los requisitos personales del predicador según el Dr. J. Broadus son:
Una vida de santidad, Dotes racionales, Ej. Raciocinio, sentimiento, imaginación,
buen vocabulario y buena voz; conocimiento de todo pero mayormente de la palabra de
Dios y habilidad para preparar y presentar el sermón.
Educar: es el segundo ángulo del ministerio cristiano, la enseñanza fue la
ocupación característica de Cristo y sus Apóstoles, en la predicación se siembra pero en
la enseñanza se cultiva.
Pastor: es el que apacienta, las características de Cristo el buen pastor son:
a) Da su vida por las ovejas
b) Conoce sus ovejas
c) Las ovejas lo conocen
La Administración: Cierra el cuadro funcional del ministerio. Ganar, educar,
consolidar y usar; es el procedimiento integral en la iglesia. La iglesia de hoy necesita
tener líderes que tengan sabia dirección.
El Hexágono Funcional de la Administración: Toda administración debe contar
con una base estructural de acuerdo con sus objetivos, sus seis pasos o etapas se ilustran
en una figura geométrica ya que se concibe la administración como un proceso
funcional que consiste en apreciar, planear, preparar, organizar, ejecutar y evaluar.
Hagamos conciencia de la urgente necesidad de líderes dinámicos en la iglesia.
La iglesia tiene al menos cinco tareas misionales que le han sido asignadas por
Jesucristo: Proclamacion (kerigma), Ensenanza (Didaje), Adoracion (marturia), Servicio
(diakonia) y comunion (koinonia). El liderato cristiano para administrar estas tareas esta
compuesta por diversos ministros a mencionar: pastores, maestros, profetas,
evangelistas y apostoles. Es importante que revisemos nuestros modelos de iglesia para
que
respondan
a
estas
tareas
misionales
fundamentales.
Bendiciones,
Estudio Etimológico e Histórico del término Iglesia
Los escritores veterotestamentarios usaban cualquiera de estas dos palabras
hebreas edhad y qahal para referirse a la reunión del pueblo de Israel se usaba con más
frecuencia en los libros históricos para referirse al pueblo o asamblea de los hijos de
Israel. El profesor L.Berkhof citando a Hort dice que después del exilio, los judíos de
habla griega traducían la palabra qahal por ekklesía y designaban con ella tanto la
congregación de Israel como una asamblea de la congregación.
Hay dos palabras usadas en el Nuevo Testamento para referirse a una
congregación: sunagogué y ekklesía. Los léxicos de Thayer y Pabon dicen que el
término sunagogué significa reunir a una asamblea se usaba también para designar el
lugar donde se congregaban los judíos: sinagoga.
La palabra ekklesía es un nombre verbal, el verbo ekkaleo significa da la idea de
un grupo sacado o llamado. En Mateo 16:18: “Sobre esta roca edificaré (oikodomeso)
mi iglesia (ekklesía)”. El adjetivo posesivo “Mi” al lado del nombre iglesia hace de
Cristo el fundador y dueño de la iglesia.
El Dr. A. Strong la define así: “La iglesia de Cristo, en su mas amplio significado,
es la compañía total de regenerados de todos los tiempos y edades en el cielo y en la
tierra”.
Koinonía es el término griego que describe la unidad espiritual y física de la
iglesia
Una de las características de la iglesia primitiva era su perseverancia en la
doctrina de los apóstoles en la comunión unos con otros, el cristiano participa de esa
comunión desde su conversión. Se trata de una comunión social y espiritual, la frase
latina Communio Sanctorum o comunidad de los santos identifica a la iglesia como un
cuerpo en plena comunión Cristo la cabeza, el cuerpo la iglesia.
¿Qué es la iglesia de Cristo en el sentido administrativo?
La iglesia es la agrupación de cristianos cuyo desarrollo doctrinal y práctico
depende de la Biblia y del Espíritu Santo a través de la participación y utilización de
todos los recursos humanos y materiales.
La Biblia como fuente inagotable de sabiduría abunda en información y ejemplos
sobre la organización y el orden en materia administrativa, en la creación Dios
demuestra su habilidad administrativa planeando, ejecutando, organizando y evaluando
cada etapa creativa realizada nada escapa a su control divino no le falta ni le sobra nada.
Es el resultado de una buena administración que tiene todo previsto, dispuesto a la hora
indicada.
En el éxodo también se aprecian ejemplo de una excelente administración tal es el
caso de Moisés tratando de atender él solo las actividades y problemas de todo el
pueblo. Su suegro Jetro le recomienda seleccionar hombres de virtud para delegarles y
compartir con ellos las responsabilidades en medio de una agitada comunidad.
Otra lección es la de la organización del campamento y del tabernáculo. Cada
tribu se ubicaba en el lugar que le correspondía, tanto al reposar como al movilizarse se
observa en el campamento un orden. Nadie hacia lo que no se le había indicado y los
que tenían que hacer algo lo hacían con exactitud. El tabernáculo fue diseñado de
acuerdo con el plan ordenado. El servicio sacerdotal se realizaba por turnos y de
acuerdo con un manual, el levítico. En la adoración, en la marcha, o en la guerra el
pueblo se movía como un solo hombre.
La iglesia está fundada sobre bases administrativas
El administrador por excelencia Cristo; sentó las bases de una organización
universal. La técnica de la acción concentrada se ve en que, aunque el Señor predico y
llamo a las multitudes, escogió un pequeño grupo de doce para comisionarles la
continuidad de la obra que el había iniciado.
Pablo en la carta a los Corintios enfatiza que el siervo de Dios debe ser un buen
administrador “se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel” en este
pasaje se establecen tres hechos:
Primero, que para ser administrador de los misterios de Dios es necesario ser un
servidor.
Segundo, que los misterios de Dios es decir, la iglesia con todos sus factores
divinos y humanos es un cuerpo administrable.
Tercero, que el requisito por excelencia para participar en la administración es la
fidelidad.
La Iglesia es una verdadera empresa administrable
Una empresa, como la describe el profesor Reyes Ponce, esta formada por tres
elementos: bienes materiales, o elemento pasivo; hombres, o elemento activo, y
sistemas o normas de conducta, disciplina y orientación. La iglesia esta integrada por
estos tres tipos de elementos.
1- Bienes Materiales: para el desarrollo de sus múltiples actividades la iglesia
adquiere propiedades inmuebles, edificios, mobiliario, equipos y materiales. El pueblo
de Dios ha poseído siempre este tipo de pertenencias se puede comprobar viendo al
templo del Antiguo Testamento como también a las posesiones de la iglesia primitiva.
2- Hombre: el elemento humano es la parte vital de la iglesia y constituye el factor
primario en la administración. Aunque se dice que tratar con gente es la tarea más
difícil; pero tratar con la gente de Dios aplicando las técnicas de un verdadero líder
cristiano resulta una experiencia especial e inspiradora. Se descubren talentos, se
preparan y se les ocupa en la obra como una labor cumbre de un ministro.
3- Sistemas: la iglesia posee manuales, constituciones, reglamentos, etc., pero la
base de su gobierno y disciplina es la Biblia.
Oficiales y Gobierno Eclesiástico del Nuevo Testamento
El Gobierno de la iglesia se basa en el Nuevo Testamento
A través de los siglos han existido grupos opuestos a todo tipo de gobierno
eclesiástico,
argumentando
que
cuando
se
establecen
reglas
o
jerarquías
organizacionales se obstaculiza la expresión del Espíritu Santo y no se sigue la voluntad
de Dios sino de los hombres. La experiencia se ha demostrado en distintas ocasiones
que la única libertad que perdura y fructifica es la que surge de una organización
equilibrada, donde los derechos humanos son respetados, reina el orden y la justicia. El
orden libera; el anarquismo cautiva.
El anarquismo y el desorden han conducido a las masas a la frustración y a la
ruina Prov. 11:14 dice: “donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; más en la
multitud de consejeros hay seguridad”. Esta es una verdad contundente contra el
anarquismo y lo es también contra el despotismo.
La iglesia no tiene necesidad de oscilar entre el despotismo y el anarquismo. El
Nuevo Testamento establece las bases para una administración equitativa. No se espera
hallar en la Biblia cada detalle del programa administrativo; pero si se debe depender de
ella para el establecimiento de oficiales, normas y objetivos.
Oficiales de la Iglesia según el Nuevo Testamento
Un estudio exegético y comparativo de Efesios 4:11 ilustra la técnica
administrativa de Cristo al establecer oficiales, tanto ordinarios como extraordinarios:
“y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,
pastores y maestros”. La razón de estos nombramientos se expresa en el verso 12 a fin
de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio para la edificación del cuerpo de
Cristo.
1- Oficiales Extraordinarios
a) Apóstoles: un apóstol (del griego apóstolos) era un delegado, un mensajero, un
enviado con órdenes. En Lucas 16:13 leemos que Jesús llamo a sus discípulos y escogió
a 12 de ellos, a los cuales también llamo discípulos.
Este oficio es de trascendental importancia:
1.- Se menciona 19 veces en el Antiguo Testamento
2.- Fueron constituidos apóstoles por haber sido testigos de la vida de Cristo Juan
15:27 y recibido de él directamente su comisión Marcos 3:14 y Gálatas 1:1
3.- Sentaron el fundamento del Cristianismo Efesios 2:20. Nadie mas puede ser
considerado como apóstol, a menos que se tome en el sentido de extensión por el
trabajo desempeñado, como Bernabé Hechos 14:14, Romanos 16:7.
b) Profetas: en los escritos de Esquilos y otros escritores griegos, profeta era un
intérprete de los oráculos de los dioses da la idea de predicción y adivinación. Este
término es usado en el Antiguo y Nuevo Testamento para describir el oficio o ministerio
de ciertas personas escogidas por Dios para hablar lo que Él quería revelar el triple
objetivo del ministerio profético consistía en hablar a los hombres para edificación,
exhortación y consolación.
c) Evangelistas: la historia de la palabra evangelio es muy interesante. Homero la
usa en la Odisea el término designada recompensa u obsequio se usa en la Septuaginta
2Samuel 4:10. Mas tarde el término se uso para referirse a las buenas noticias.
Ernest Williams reconoce lo resume así; el ministerio de los evangelistas consistía
en:
1- Predicar y bautizar
2- Ordenar ancianos
3- Ejercer disciplina
4- Representar a los apóstoles
5- Acompañar a los apóstoles
2- Oficiales Ordinarios:
Existen dos clases de oficiales: Pastores y Diáconos
A) Pastores: (Poimen) se usa en muchas partes de la Biblia designando a un pastor
de ovejas. Usando la palabra pastor en nuestra traducción española se tradujeron a ella
distintos términos griegos como en Hebreos 13:7,17y24, las tres veces aparece la
palabra hegoumenos que se traduce los que os dirigen en 1ra. Corintios 12:28 se
encuentra la palabra kuberneseis que significa gobernadores o administradores.
La palabra pastor es interesante porque además del sentido de autoridad
administrativa, existe la familiaridad entre los términos pastor y pasto lo cual ilustra la
legitima función pastoral.
Después de los pastores tenemos otros tres oficios importantes:
1- Ancianos: que eran los de mayor edad y experiencia, y constituían el
presbiterio
2- Obispos: que según Thayer significa supervisor, o encargados de ver que las
cosas sean bien hechas
3- Maestros: apto para enseñar este cargo lo podía ocupar alguien que había sido
escogido y capacitado para el efecto.
B) Diáconos: un diácono es descrito como un sirviente, los ancianos, obispos y
maestros eran puestos administrativos de la fase espiritual de la iglesia, los diáconos se
encargaban de las necesidades materiales Hechos 6:1-7.
Los tres tipos tradicionales de gobierno eclesiástico
1- Gobierno Congregacional
Las
iglesias
bautistas,
las
iglesias
cristianas,
las
congregacionales
e
independientes se rigen por este tipo de gobierno. Strong, uno de los teólogos bautistas
dice: cada iglesia local esta sujeta directamente a Cristo, no hay jurisdicción de una
iglesia sobre otra sino que todas están aun mismo nivel y son independientes unas de
otras.
Esta posición es citada por Ernest S. Williams que fue superintendente de las
Asambleas de Dios y agrega que las iglesias de gobierno congregacional pueden creer
en la cooperación entre iglesias pero que ninguna iglesia, ni oficina fuera de si misma
debe gobernar las iglesias locales la base neotestamentaria para un gobierno local se dan
en la citas siguientes:
a) Juntas de negocios y reuniones de adoración
b) Elecciones y reconocimientos de líderes
c) Autoridad local
d) Cartas de recomendación
e) Provisión para las viudas
2- Gobierno Episcopal
En este sistema, sobre salen ciertos oficiales, reconocidos como obispos, (de ahí el
nombre episcopal, de “Epískopos”) la autoridad de obispos y supervisores distritales
esta fundada en la práctica de la iglesia primitiva, como se registra en el Nuevo
Testamento.
a) Las iglesias locales fueron fundadas y supervisadas por apóstoles
b) Pablo ejerció la superintendencia de las iglesias de Asia y Europa
c) El sistema de ofrendas y la institución de acciones tanto disciplinarias como
ceremoniales son asuntos trascendentales determinados por el apóstol a nivel regional.
La iglesia de Dios reconoce como autoridad máxima en asuntos administrativos a
la Asamblea General.
3- Gobierno Presbiterial
Este gobierno difiere con el gobierno episcopal también difiere, con los gobiernos
democráticos. El tipo presbiterial elige ancianos gobernantes, los cuales forman el
consistorio para el gobierno de la iglesia local.
Para asuntos regionales, las iglesias presbiterianas cuentan con presbiterios y
sínodos que también son grupos representativos de autoridad superior.
Hacia una teología de la administración eclesiástica, I
Al estudiar el desarrollo de los currículos teológicos durante los siglos diecinueve
y veinte, uno de los elementos que salta a la vista es el desarrollo de un conjunto de
disciplinas que se ha dado en llamar «teología práctica». Esto se debió en buena medida
al surgimiento y desarrollo en el ámbito secular de toda una serie de disciplinas que
impactaban las labores pastorales. Así, por ejemplo, el desarrollo de la sicología resultó
en la «sicología pastoral», a veces llamada «consejería pastoral», y esta nueva disciplina
pronto vino a exigir un lugar en el currículo teológico, pues parecía inconcebible que
alguien se graduara de un seminario, y pretendiese practicar el ministerio pastoral, sin
conocer al menos algo de sicología, y sin saber cómo aplicar esa disciplina a las
situaciones en que todo pastor o pastora se encuentra repetidamente. De igual modo, las
nuevas teorías y conocimientos pedagógicos llevaron a un nuevo campo de estudio y de
especialización, la «educación cristiana» Y, como sucedió con el caso de la sicología,
también resultó inconcebible que alguien se graduase de un seminario sin conocer al
menos algunos rudimentos de pedagogía. Cuando la sociología vino a reclamar su lugar
entre las ciencias, apareció también la sociología de la religión. Con las nuevas teorías y
adelantos en la comunicación, hubo cursos de homilética que se volvieron cursos sobre
comunicaciones. Así se fue creando toda una gama de disciplinas que tenían poco en
común, pero que no cabían en los viejos encasillados del currículo teológico, y para las
cuales se creó entonces un nuevo encasillado que recibió el nombre de «teología
práctica». Fue dentro de ese encasillado que se incluyeron también los cursos sobre
administración eclesiástica, tema que nos ocupa aquí. Pero antes de pasar al tema
mismo de la administración eclesiástica—o más exactamente, de la teología de la
administración eclesiástica—vale la pena reflexionar un poco acerca de lo que se ha
entendido por «teología práctica», y las consecuencias que esto tiene para el currículo
teológico así como para la práctica del ministerio
Dentro de este contexto, lo primero que notamos es que en la mayoría de los casos
no se trataba en realidad de una teología práctica. El modo en que yo estudié estas
diversas disciplinas tenía bien poco de teología, y mucho de práctica. Así, por ejemplo,
en los cursos de educación cristiana estudiábamos el desarrollo de la mente y de la
personalidad, y hablábamos de cómo comunicar las verdades cristianas a personas en
diversas etapas de desarrollo. Pero nunca nos preguntamos cómo se relacionaba el tema
mismo del desarrollo humano con la fe cristiana, ni qué doctrinas nos ayudan a pensar
acerca de ese desarrollo de un modo netamente cristiano. De igual modo, en los cursos
sobre consejería pastoral estudiábamos toda una serie de principios sicológicos, de
mecanismos de defensa, de posibles anomalías sicológicas; pero nunca nos
preguntábamos cómo se relacionaba todo esto con lo que se suponía proclamásemos
desde el púlpito, o con nuestros estudios bíblicos. En el mejor de los casos, mis estudios
de consejería pastoral tenían un ligero contacto con la teología al referirse al
mandamiento de amar al prójimo, y utilizar ese mandamiento como principio de
aceptación del otro. Pero nunca discutimos qué tenía que ver todo eso con la noción
cristiana del pecado. Lo que es más, en mis cursos de consejería pastoral el hablar de
«pecado» era un gran pecado, que bien podía valernos una F. Ahora que conozco un
poco más de historia, me doy cuenta de que sufríamos de una triste miopía histórica.
Nos hacíamos la idea de que, porque en tiempos recientes se habían desarrollado
ciencias tales como la sicología y la pedagogía, teníamos ahora que inventar el modo de
aplicar esas ciencias a nuestro trabajo. Aunque ciertamente era necesario, y sigue siendo
necesario, tener en cuenta esas ciencias y disciplinas, lo que no debimos haber hecho
fue olvidarnos de los largos antecedentes del pensamiento teológico en esas áreas. Por
ejemplo, desde sus inicios mismos la iglesia sintió la necesidad de la catequesis, y por
tanto la educación cristiana tiene una historia que se remonta mucho más allá de la
invención de la pedagogía moderna. En el campo del cuidado pastoral, los
penitenciarios y toda una serie de escritos debieron habernos ayudado, junto a la
sicología moderna. Y en el campo que hoy nos ocupa, la administración eclesiástica,
debimos recordar y reconocer obras como la Regla pastoral de Gregorio el Grande, y
De los oficios del clero, de Ambrosio. Pero no. Por lo general, lo que sucedía en
aquellos cursos que estudié en el seminario era que se daba por sentado que habíamos
hecho nuestra reflexión teológica y bíblica en otros cursos, y que lo que ahora íbamos a
aprender era cómo aplicar y comunicar lo que habíamos aprendido. Pero lo cierto es
que, aunque se dijese que eso era lo que íbamos a aprender, muy rara vez pasábamos de
lo supuestamente «práctico» a la reflexión teológica.
Por otra parte, el adjetivo mismo, teología práctica, daba a entender que nuestros
otros estudios no eran prácticos. Si lo que estudiábamos en esos cursos era teología
práctica, entonces lo que estudiábamos en los cursos de teología, de Biblia o de historia
no sería práctico, sino puramente teórico. Y esa misma división tenía el resultado de
permitirles a esos otros estudios quedarse en lo meramente teórico o académico, sin
tener que relacionarse directamente con la vida práctica de la iglesia y de los fieles. Así,
por ejemplo, un profesor de Biblia podía dedicar toda su atención a la cuestión de
cuántos documentos se juntaron para formar el Pentateuco, o de cuál es la relación entre
los tres evangelios sinópticos, sin tener que ocuparse, ni que decir una palabra, acerca
de la pertinencia de los estudios bíblicos para la vida de la iglesia. Quien enseñaba
historia podía darse gusto hablando acerca de la corrupción de la iglesia en el siglo
quince, y de cómo la vida de la iglesia se pervirtió con la práctica de la simonía, sin
tener que decir una palabra de las nuevas formas de corrupción en el presente, o de
cómo algunas de nuestras prácticas de hoy se asemejan bastante a la simonía.
Todo esto se fundamentó en una visión del aprendizaje que hoy muchos ponen en
duda. Según esa visión, primero hay que aprender la teoría, para luego ponerla en
práctica. Por ello, en los estudios teológicos tradicionales en Europa, en las facultades
universitarias de teología se estudiaba Biblia, teología e historia. Luego, por lo general
en otra institución, se estudiaba la práctica del ministerio, la predicación, la adoración,
la consejería, etc. Hoy sabemos que el proceso de aprendizaje es más bien circular o en
forma de espiral: estudiamos algo; lo practicamos; en el proceso de practicarlo
aprendemos más acerca de lo estudiado; volvemos a la teoría; otra vez a la práctica; y
así sucesivamente.
En tiempos más recientes, algunas escuelas teológicas han comenzado procesos
de revisión curricular en los que se ve cierto intento de corregir estos problemas—
aunque todavía de manera incipiente y, fuerza es decirlo, bastante tímida. Así, por
ejemplo, los estudios de misiología, que en un tiempo fueron cursos de antropología y
de etnología aplicadas a la comunicación del evangelio en otras culturas, en muchas
currículos han venido a ser parte, no de la «teología práctica», sino de los estudios
teológicos en sí. En algunos currículos se han establecido cursos introductorios en los
que los estudiantes reflexionan acerca de su vida eclesiástica y religiosa, y a partir de
ahí pasan a cuestiones más teóricas y académicas. En América Latina y en otras partes
de lo que antes se consideraban territorios misioneros han surgido perspectivas
teológicas y pedagógicas que insisten en la circularidad entre la praxis y la reflexión.
Luego, es de esperarse que el siglo veintiuno traerá perspectivas radicalmente nuevas a
todo esa vasto, confuso y fragmentado campo de lo que hasta ahora hemos llamado
«teología práctica».
En el campo de la administración eclesiástica, puede verse todo lo que acabo de
decir. La administración eclesiástica que estudié, y la que por mucho tiempo vi a mis
colegas enseñar, no era sino un intento de traer las últimas teorías sobre administración
y aplicarlas al ámbito de la vida eclesiástica. Cuando por un breve tiempo, en la década
de los ochenta, trabajé en las oficinas de la Iglesia Presbiteriana, lo que estaba de moda
era el famoso «management by objectives». Por ello pasábamos horas llenando
formularios acerca de los objetivos que perseguiríamos durante el próximo año, y
relacionándolos con las decisiones de la Asamblea General; pero no pensábamos mucho
acerca de los valores y las deficiencias de ese método de administración a la luz del
Evangelio. Hasta el día de hoy, muchos cursos de administración eclesiástica son una
combinación de estudios sobre el gobierno de la iglesia con otros estudios en los que se
aprende algo acerca de los principios que se enseñan en las escuelas de administración
de negocios. Rara vez se intenta desarrollar una visión bíblica y teológica de la
administración. Por todo ello, el tema que se me ha pedido que desarrolle en estas
presentaciones me parece de urgencia particular—de una urgencia tal, que aunque no
soy experto en la materia, me lanzo a la tarea, más que nada porque me parece que
alguien tiene que hacerlo, pues si no lo hacemos corremos el peligro de que no haya
mayor diferencia entre nuestros principios y prácticas de administración y los de
McDonald’s o Kentucky Fried Chicken. En el modo en que me acerco a esta cuestión,
quienes sean un poco duchos en teología notarán el impacto de aquel gran teólogo
reformado del siglo pasado, Karl Barth, para quien la función de la teología nos es
especular acerca de las verdades eternas, ni es tampoco producir una lista de principios
doctrinales, sino que es más bien criticar y evaluar la proclamación y la vida de la
iglesia a la luz del Evangelio. Por ello, lo que aquí me propongo es explorar algunos
temas del Evangelio que de algún modo nos pueden ayudar a enjuiciar nuestras
prácticas administrativas.
Por otra parte, esas mismas personas duchas en teología estarán conscientes de
algunas de las implicaciones de lo que he dicho antes, acerca de la circularidad del
conocimiento. El camino hacia una teología de la administración no va únicamente de la
teoría hacia la práctica, sino que ha de completar y luego continuar el círculo pasando
de la práctica a la teoría, de nuevo a la práctica, y así sucesivamente.
Por ello me alegro de que, aunque hoy deba limitarme a los aspectos un poco más
abstractos del tema, más adelante en esta misma semana tendremos ocasión de explorar
algunos de los aspectos más prácticos de la vida de la iglesia—aspectos que, para
aquellos de ustedes que puedan permanecer acá toda la semana, ayudarán a completar el
cuadro, o al menos la primera vuelta del círculo hermenéutico que es toda reflexión
teológica.
Pasemos entonces al tema en concreto.
********
El término que los griegos utilizaban para lo que hoy llamamos administración era
oikonomía—del griego oikós, casa, y nómos, ley. La oikonomía era entonces el
conjunto de leyes o principios para el manejo de la casa—aunque la «casa» entendida en
el sentido amplio de todas las posesiones de una persona, con todos sus dependientes y
esclavos. Es de esa palabra que se deriva nuestro término moderno «economía». De ella
se deriva también oikonómos, término que nuestras biblias traducen por «mayordomo».
Luego, la administración, en su sentido teológico, se fundamenta ante todo en la
mayordomía. Las bases de una teología de la administración eclesiástica se encuentran
en la mayordomía.
El tema de la mayordomía está tan repetido, tan gastado, que casi ha perdido su
perfil. Empero hay ciertas dimensiones de la mayordomía, de esta oikonomía que Dios
nos ha confiado, que a veces no vemos.
En primer lugar, por extraño que nos parezca, la oikonomía que nos ha sido
confiada, la administración, en cierto modo implica la ausencia de Dios. La más
conocida de todas las parábolas sobre esta mayordomía, la parábola de los talentos,
comienza precisamente por esa ausencia: «Porque el reino de los cielos es como un
hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes» (Mt. 25:14). Lo
que es más, esto no es un caso particular en esta parábola, sino que la ausencia del
dueño o del Señor es tema frecuente en las parábolas sobre la mayordomía. En el mismo
capítulo 25 de Mateo, inmediatamente antes de la parábola de los talentos, aparece la
parábola de las diez vírgenes, de las cuales se nos dice que «tardándose el esposo,
cabecearon y se durmieron» (Mt. 25:5). En otras palabras, la parábola es acerca de un
esposo demorado, ausente.
Así leemos en muchísimos otros lugares de los Evangelios: En Mateo 24:46:
«Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga [es decir, su señor
actualmente ausente] le halle haciendo así». En Mateo 21: «Oíd otra parábola: Hubo un
hombre, padre e familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un
lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos.»
Todas estas parábolas, y muchas otras, se refieren de un modo u otro a la ausencia
o a la demora del dueño, del novio, del señor. Frecuentemente hablamos acerca de la
presencia de Dios—y hasta de la omnipresencia divina. Y hay muy buenas razones para
ello. Pero no olvidemos que esta otra metáfora de la ausencia aparece también
frecuentemente en la Biblia. Es la metáfora que explica la posibilidad y la realidad del
pecado. En la historia de Génesis, sobre la cual volveremos más adelante, después que
Dios hace al ser humano, le entrega el señorío sobre la creación, parece ausentarse
mientras la serpiente tienta a la primera pareja, y luego aparece paseándose por el
huerto, pidiéndoles cuenta de lo que han hecho con la mayordomía o administración que
les entregó.
Pero aun aparte del pecado—en el Génesis, aun antes del pecado—Dios le da a su
criatura humana espacio, libertad para ejercer su responsabilidad. Dios se ausenta lo
suficiente para que aquella primera pareja pueda manejar la creación sobre la cual le ha
sido dado señorío; pero también lo suficiente para que puedan decidir si han de escuchar
a la serpiente o no.
Dios manifiesta su amor hacia su criatura humana, no solamente en su presencia,
sino también en esa ausencia, en ese espacio de libertad humana. Una buena madre,
precisamente porque ama a su hijo, se retira un poco, le suelta la mano, para que el hijo
aprenda a caminar, aun a riesgo de tambalear, de fracasar y de caerse. Un padre que se
siente siempre obligado a proteger a su hija de todo riesgo y todo dolor, llevándola
siempre consigo, cuidándola a cada momento, tomando todas las decisiones en nombre
de ella, no es muy buen padre. Un niño cuyos padres siempre están a la mano, cuidando
cada uno de sus pasos, asegurándose de que no haga nada por su propia cuenta, nunca
llegará a ser un verdadero adulto.
Søren Kierkegaard expresa la misma idea con una metáfora algo diferente al decir
que la lealtad de un soldado no se demuestra cuando el capitán está presente, sino más
bien cuando el jefe está ausente y hay que tomar decisiones de acuerdo a la voluntad y
los principios de ese jefe. Luego, la mayordomía, la administración que Dios nos ha
dado, en este caso la administración eclesiástica, se basa en esta difícil realidad de la
ausencia de Dios. Dios no está directa e inmediatamente presente, de tal modo que
podamos sencillamente desentendernos de los problemas que nos rodean, porque Dios
se va a ocupar de ellos. Esa es la gran falacia del famoso argumento de Gamaliel: «Si
este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la
podréis destruir» (Hch. 6:38b-39a). Lo cierto es que hay muchas cosas que no son de
Dios que sí progresan. De no ser así, no habría mal en el mundo. De no ser así, no
habría hambre, ni pobreza, ni guerra, ni terrorismo. De no ser así, no habría injusticia en
el mundo y en la iglesia. Dios no siempre interviene directa e inmediatamente para
detener el mal o para fomentar el bien. Esa es tarea de las criaturas que Dios ha puesto
en la tierra para que la administren en su nombre. En cierto modo, Dios se ausenta; y
esa ausencia de Dios es el espacio para nuestra mayordomía—y, en el caso de lo que
aquí nos interesa, esa ausencia es el espacio para nuestra administración eclesiástica.
********
Pero la otra cara de la moneda también es cierta: el Señor está presente. En
términos teológicos, esa presencia se nos da ante todo en la presencia del Espíritu Santo.
Jesús mismo lo dijo cuando se preparaba para ausentarse de entre sus discípulos: «Yo
rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre»
(Jn. 14:16). Esta presencia del Dios ausente es el segundo punto fundamental para una
teología de la administración eclesiástica.
Jesús les promete a los discípulos que han de recibir el poder del Espíritu Santo, y
entender ese poder es fundamental para entender en qué consiste la administración en
nombre de este Señor ausente y presente De paso, antes de seguir adelante, conviene
señalar que los discípulos quieren desarrollar su propia administración eclesiástica aun
aparte y antes de recibir el don del Espíritu. En Hechos 1 se presenta un episodio que
bien podría tener lugar en nuestras propias iglesias hoy. Pedro se pone en pie y dice un
discurso en el cual propone que, como el Señor nombró a doce, y ahora los del grupo
son solamente once, hay que nombrar a otro para que ocupe el lugar de Judas. Pedro
parece suponer que la estructura eclesiástica [si se quiere, el Libro de Orden] está por
encima de la presencia del espíritu Santo. Eramos doce, y doce tendremos que ser para
siempre. Y entonces Pedro sugiere una serie de requisitos que los candidatos a esta
posición debe llenar. Los requisitos mismos están, por así decir, cargados. Según esos
requisitos, este personaje número doce que han de elegir tiene que ser como los otros
once. Tiene que ser galileo, como ellos. Y, lo que es más, tiene que haber estado con
Jesús desde el bautismo de Juan. Lea usted el Evangelio de Lucas, a ver cuántos de los
once cumplían con ese requisito. En la ausencia del Espíritu Santo, sucede en aquella
iglesia lo que tan frecuentemente sucede en nuestras iglesias hasta el día de hoy: Se
ponen requisitos y reglas cuyo verdadero propósito es asegurarse de que la misma gente
siga mandando, y que quienes no sean como ellos no tengan lugar en el liderato de la
iglesia. El resultado daría risa de no ser tan triste y tan frecuente. De aquel Matías a
quienes eligieron ni se nos dice una palabra más. Y mucho me temo que de cualquier
iglesia que siga esos métodos, u otros parecidos, tampoco se dirá mucho en el futuro.
Pero volvamos al lado positivo. La promesa de Jesús se cumplió en el día de
Pentecostés, cuando efectivamente los discípulos recibieron el poder del Espíritu Santo.
La historia de Pentecostés es de todos conocida. Lo que muchas veces no vemos en esa
historia es que el poder del Espíritu Santo es muy diferente del poder en las estructuras
jerárquicas humanas. En primer lugar, con sólo leer el comienzo del discurso de Pedro
vemos que el poder del Espíritu Santo se manifiesta, no en la creación de una jerarquía
de poder, como si el Espíritu Santo se llegase a los fieles a través de la jerarquía de la
iglesia, sino todo lo contrario. Según Pedro, lo que está sucediendo en el Pentecostés es
que se está cumpliendo la profecía de Joel: «Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y
vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto, sobre mis siervos y sobre mis siervas en
aquellos días derramaré de mi Espíritu.»
La cita no necesita comentario ni aclaración. Lo que sí necesita comentario y
aclaración es el modo en que el Espíritu les hace posible a todos los pueblos escuchar el
mensaje de los discípulos. Si el propósito del milagro era hacer que toda la gente allí
congregada, de diversas regiones del mundo conocido, entendiesen el mensaje de los
discípulos, el Espíritu tenía dos opciones. La primera sería hacer que todos entendiesen
el lenguaje de los discípulos. La segunda era hacer que cada cual escuchase en su propia
lengua. Estas dos opciones tienen mucha importancia, pues si el milagro de Pentecostés
hubiese sido hacer que todos entendiesen el lenguaje de los discípulos, entonces no
solamente ese lenguaje, sino la cultura toda de los discípulos, se hubieran vuelto
elemento normativo en la comunicación del Evangelio, la cultura y lengua de los
discípulos serían elemento inseparable de la predicación del mensaje, y la posición de
autoridad de los discípulos y de su pueblo y cultura hubieran quedado asegurados. Pero
lo que sucede es todo lo contrario. El Espíritu hace que cada cual escuche en su propia
lengua. Este es un milagro harto subversivo. Es un milagro que subvierte la autoridad
de los primeros discípulos, pues en fin de cuentas lo que implica es que esos discípulos
y sus allegados no tendrán control del mensaje. Al escuchar el mensaje en su propia
lengua, un capadocio o un egipcio se vuelven tan capaces como cualquier galileo de
repetir el mensaje.
¿Se dan cuenta de lo que esto implica? Los discípulos reciben el poder del
Espíritu Santo. Pero lo que ese poder les permite hacer no es acumular más poder, ni
darse importancia, ni siquiera determinar el futuro de la iglesia, sino que les permite
darles poder a un montón de extranjeros y advenedizos, a frigios, cretenses y árabes. El
poder del Espíritu Santo no es para acumular más poder, sino para compartir el que se
tiene.
No creo que sea necesario deletrear lo que esto implica para la administración
eclesiástica en nuestros días. La gran tentación de las iglesias más tradicionales en
nuestros días, como la de Pedro y los discípulos antes del Pentecostés, es imaginarse
que lo que necesitan son más líderes como los de las generaciones pasadas—líderes con
experiencias semejantes, procedentes de una cultura semejante, del mismo grupo étnico.
Por lo general, al menos en mi denominación, tales actitudes no se expresan
abiertamente—muchas veces ni siquiera se confiesan conscientemente —sino que se
justifican en base a leyes, libros de orden, disciplinas, etc. que en todo caso han sido
escritos por personas de ese mismo grupo tradicionalmente dominante —como en el
caso de Pedro, quien no dice abiertamente que el nuevo líder tiene que ser galileo, pero
establece reglas y requisitos que lo hacen inevitable. O si no se acude a razones de
presupuesto; y entonces, como quienes más contribuyen al presupuesto, y ciertamente
quienes lo controlan, son los del grupo tradicionalmente dominante, el resultado es
predecible.
Necesitamos una nueva teología de la administración. Pero necesitamos una
teología que, siguiendo la pauta trazada por el Espíritu Santo en Pentecostés, nos lleve,
no a concentrar el poder, sino a compartirlo; y a compartirlo a tal grado que sea posible
que el liderato pase a personas y a grupos inesperados—como en Hechos, donde el
liderato de los doce galileos pronto pasa a los siete—todos con nombres helénicos—, y
de los siete a otro que antes había perseguido a la iglesia.
La prueba de que el Señor ausente está presente entre nosotros en el Espíritu
Santo bien puede estar en ese poder para compartir el poder. Ciertamente, lo contrario
es cierto: una iglesia cuya administración se dedica principalmente a continuar y
sostener sus viejas estructuras de poder tiene tanto futuro como lo tenía el liderato de
aquel pobre Matías a quien Pedro y los demás eligieron sin esperar la dirección del
Espíritu santo.
********
Por otra parte, en la iglesia antigua esa palabra con la que empecé estas
reflexiones, oikonomía, se usaba frecuentemente en otro contexto, el contexto trinitario.
En uno de los tratados que le dio forma a la doctrina trinitaria, Contra Práxeas,
Tertuliano, el padre de la teología en lengua latina, se refiere a la disposición interna de
la Trinidad usando el término griego oikonomía—lo cual indica que ya para ese
entonces ésta era una palabra técnica, empleada por los griegos para referirse a la
relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tertuliano declara que se debe creer en un
solo Dios, pero creer en ese Dios según su propia oikonomía, y añade que, mientras sus
adversarios piensan que esa Trinidad divina destruye o contradice la unidad, en realidad
es todo lo contrario (Adv. Prax. ii-iii).
Tristemente, con mucha frecuencia los cristianos tomamos la doctrina trinitaria
como un fenómeno raro que estudiamos en el seminario, y que afirmamos en el culto,
pero que en términos de la vida cotidiana de la iglesia es mejor ponerlo en un estante y
olvidarlo. Después de todo, decimos, se trata de un misterio. Pero lo cierto es que la
palabra «misterio» en la frase «el misterio de la Trinidad» no quiere decir solamente que
sea inescrutable, sino también y sobre
todo que la Trinidad expresa el mysterium tremendum que se encuentra en la base
misma de la vida y de todo cuanto existe.
Respecto a esto, frecuentemente he citado las palabras del obispo Christopher
Mwoleka, de Tanzania:
Creo que tenemos problemas con el misterio de la Trinidad porque nos
acercamos a él por el lado equivocado. El aspecto intelectual no es el mejor
modo de abordar la Trinidad. Es como agarrar un palo por la punta equivocada,
y no funciona. El mejor modo de acercarse a la Trinidad es imitar la Trinidad....
Al creer en este misterio, lo primero que deberíamos hacer es imitar a
Dios, y entonces no nos haríamos más preguntas, pues verdaderamente
entenderíamos. Dios no se nos ha revelado para que especulemos. Dios no nos
ha dado un rompecabezas para que lo resolvamos. Dios nos está ofreciendo vida.
Nos está diciendo: «Esto es lo que significa vivir. Por tanto, vivan como yo
vivo.» ¿Para qué nos habrá revelado Dios este misterio, si no es para subrayar
que la vida no es vida si no se comparte?1
Lo que Mwoleka llama «agarrar el palo por la punta equivocada» ha llevado a
buena parte de la tradición cristiana a entender la unidad de Dios en el sentido del Uno
Inefable de la tradición platónica, y luego a pasar mil trabajos para explicar como ese
Uno puede ser tres. Así, por ejemplo, la mayoría de las grandes teologías sistemáticas
del Medioevo comienzan con el tratado De Deo uno et trino, donde por lo general se
empieza afirmando la unicidad de Dios, y luego se busca el modo de explicar cómo ese
Dios uno puede ser trino.
Yo quisiera sugerir que el problema con este modo de acercarse a la Trinidad—
«agarrar el palo por la punta equivocada»—radica en que se concibe la unidad en
términos matemáticos, más bien que orgánicos. Un cuerpo físico, o un cuerpo social,
son «uno» de un modo muy diferente del «uno» a que nos referimos cuando decimos
que «uno y uno son dos». Esto lo expresó Leonard Hodgson en el 1943:
La doctrina de la Trinidad es .... la afirmación de que eternamente la vida divina
es vida de mutua auto-entrega entre el Padre y el Hijo, a través del Espíritu Santo, quien
es el vínculo de unión entre ellos.2
Más recientemente, el teólogo brasileño Leonardo Boff lo ha expresado como
sigue:
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo en comunión recíproca. Los tres coexisten
desde toda la eternidad; ninguno de ellos es primero o después, superior o inferior, que
el otro. Cada Persona envuelve a las otras; todas se permean mutuamente y viven cada
una en las otras. Esta es la realidad de la comunión trinitaria, tan infinita y profunda que
las tres divinas personas están unidas y son un solo Dios. La unidad divina es
comunitaria porque cada Persona está en comunión con las otras dos.3
Muchísimo antes, otro autor cristiano lo dijo de manera mucho más breve: «Dios
es amor» (1 Jn 4:8). Dios es amor, no solamente porque nos ama a nosotros y nosotras,
sino también y antes que nada porque en el corazón mismo de la divinidad reside el
amor—amor entre las tres Personas.
En términos clásicos tradicionales, esto es lo que se expresa en el término
pericoresis, que puede traducirse aproximadamente como interpenetración. Aunque la
etimología es un poco forzada, tienen razón quienes dicen que esta peri-coresis nos
recuerda la imagen de danzar en torno, de hacer coro en derredor, de modo que cada una
de las tres personas danza en torno de las demás. En todo caso, lo que se entiende por
pericoresis es que en cada una de las tres Personas las otras dos moran también. Y esa
interpenetración es tan profunda, que se puede decir que Dios es amor. Dios es único;
pero Dios no es solitario, pues amar implica comunidad. Los cristianos confesamos fe
en un solo Dios, pero no en un Dios solo. El Dios trino, el Dios cristiano, es comunidad
y es amor.
La Trinidad no es una jerarquía. Desde tiempos antiquísimos, la iglesia rechazó
todo intento de subordinar una persona de la Trinidad a otra—lo que se llamó
«subordinacionismo». Lo que es más, la pericoresis trinitaria es tal que en cada acción
divina la Trinidad toda se encuentra presente. (Para quienes gustan de términos y frases
técnicas, esto es lo que la teología
tradicional expresa con la frase opera Trinitatis ad extra indivissa sunt—las
acciones externas de la Trinidad son indivisas e indivisibles.)
Sí hay en esa misma teología lo que se llaman las «apropiaciones» trinitarias. Así,
por ejemplo, la encarnación se le apropia al Hijo, y la inspiración al Espíritu Santo.
Pero, aunque la encarnación y la redención se le apropien al Hijo, en todo acto de
redención la Trinidad toda está presente y actúa. De igual modo, cuando el Espíritu
mora en el creyente, es la divina Trinidad, Dios, quien mora en nosotros, y no sólo la
Tercera Persona de la Trinidad. Y la creación es una acción, no sólo de la Primera
Persona, a quien comúnmente se le adscribe, sino también del Verbo por quien todas las
cosas fueron hechas, y del Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas.
Quizá el mejor modo de imaginarnos esto sea un triángulo cuyos ángulos
podríamos llamar A, B y C. En ciertos casos, el ángulo que se nos presenta es A; pero
aun entonces ese ángulo incluye el triángulo entero. En otros casos, nos acercamos al
triángulo por el ángulo B; pero también detrás de ese ángulo está todo el triángulo. Y lo
mismo respecto al ángulo C. En la encarnación, vemos a Dios a través de la Persona del
Hijo; pero detrás de ella está toda la Santísima Trinidad. En la inspiración,
experimentamos la presencia de Dios a través de la Persona del Espíritu; pero detrás de
ella está toda la Santísima Trinidad. En la creación y preservación del mundo, Dios se
nos llega a través de la Persona del Padre; pero detrás de ella está toda la Santísima
Trinidad.
¿Qué tiene que ver todo esto con la administración eclesiástica? Desde tiempos
antiquísimos la iglesia ha comparado su propia unidad con la de Dios. En el siglo
segundo, Clemente de Alejandría declaró que la unidad de la iglesia es un reflejo de la
unidad de Dios.4 Y mucho antes, el Cuarto Evangelio nos presenta a Jesús orando por la
iglesia: «que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sea uno
en nosotros, para que el mundo crea...» (Jn 17:21). Es decir, que haya en ellos—en
nosotros—una unidad moldeada a la imagen de la unidad pericorética de la Trinidad. Si
Dios es trino, la iglesia, y por tanto su administración, han de tomar por patrón la
Trinidad de Dios.
Si Dios fuese un Dios jerárquico, un Dios uno como el Emperador es uno,
entonces la iglesia debería ser una institución jerárquica. Lo que es más, bien se puede
argumentar que una visión de la unidad de Dios en términos de soberanía solitaria se
refleja en términos prácticos en sistemas totalitarios de gobierno, tanto en la iglesia
como en la sociedad civil. Si Dios es un monarca solitario, la iglesia que le imita ha de
ser gobernada también por un monarca solitario. Bajo las órdenes de ese monarca, se
desarrolla toda una jerarquía, de modo que cada cual queda supeditado a los niveles
superiores, con la obligación de rendir informes cada cual a su superior o supervisor.
Podría parecer que lo que estoy describiendo es una caricatura o simplificación
del sistema de gobierno católico romano. Los protestantes no tenemos papa. Pero no
pensemos que el solo hecho de no tener papa quiere decir que nos hemos librado de una
visión jerárquica del gobierno eclesiástico. En mi denominación, el papa colectivo es la
Conferencia General. En la de ustedes, la Asamblea General. Y no olvidemos que hay
quien se refiere al Presbiterio como un obispo colectivo. En mi denominación, si bien
hay ciertos procesos democráticos, la visión última es jerárquica. Es por eso que en sus
diversas «juntas generales»—las agencias programáticas de la denominación—se siguen
modelos de jerárquicos administración, mayormente copiados de las grandes
corporaciones. Es por eso que una de las principales
preocupaciones cuando se va a crear un cargo es quién se encuentra
inmediatamente por encima de la persona que lo ocupa—o, en la jerga de nuestros
sistemas administrativos, «a quién reporta».
Pero, a manera de propuesta para un modo de administración diferente, pensemos
en Dios, no en términos de monarca solitario, sino en términos de una Trinidad
pericorética. En la Trinidad misma no hay jerarquía ni subordinación. En la iglesia que
imita la vida de la Trinidad tampoco han de dominar la jerarquía ni la subordinación,
como si unos miembros fuesen más importantes que otros. En la iglesia no hay
miembros superiores a otros. Recordemos lo que dice Pablo acerca de los miembros del
cuerpo. Y recordemos sobre todo que en ese pasaje Pablo nos dice que en este cuerpo
que es la iglesia los miembros que al parecer son menos respetables han de tratarse con
mayor respeto (1 Co 12:23).
Ahora bien, en la Trinidad sí existen las apropiaciones. Estas apropiaciones no son
internas—no determinan el orden de autoridad o de poder dentro de la Trinidad—sino
que se fundamentan en la misión, en las acciones de la Trinidad hacia fuera—opera
Trinitatis ad extra. Así, por ejemplo, la encarnación se le apropia al Hijo, y la
inspiración al Espíritu Santo, aun cuando en cada acción de Dios toda la Trinidad esté
presente. Luego, en una administración eclesiástica al estilo de la Trinidad pericorética,
sí es posible que una persona o un grupo de personas tenga una función particular, no
para mandar dentro de la iglesia, sino en base a un aspecto de la misión que hay que
llevar a cabo. Cuando de esa misión se trata, esa persona o grupo de personas toman la
vanguardia, y se ocupan de enfocar los recursos todos de la iglesia hacia esa misión.
Pero cuando se otra de otra misión, son otras personas quienes toman la delantera, y
quienes antes parecían jefes ahora se vuelven recursos para esa otra misión.
Volviendo al ejemplo del triángulo ABC, cuando la misión es A, una persona o un
equipo de trabajo se ocupa primordialmente de esa misión, y para llevarla a cabo apela a
los recursos, no solamente de un comité o de una junta, sino de la iglesia toda. Si, por
ejemplo, se trata de los ministerios hispanos, la responsabilidad por esos ministerios no
recae solamente sobre una o dos personas bajo el mando de una división que a su vez es
parte de una unidad, que a su vez es parte de una junta. La responsabilidad por esos
ministerios es parte de la responsabilidad de toda la iglesia, y las dos o tres personas
nombradas para ocuparse primordialmente de esa tarea tienen la función, no de llevar a
cabo la tarea, sino de orientar los recursos de toda la iglesia hacia ella. Naturalmente, sé
que esto es utópico. Entre nosotros y la Trinidad media la distancia entre el Creador y
sus criaturas, y media también el abismo del pecado. Los límites del amor humano,
corrompido por el pecado, no nos permiten practicar una verdadera y plena pericoresis.
Los creyentes no podemos amarnos mutuamente como el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo se aman entre sí. Como decíamos al principio, somos mayordomos,
administradores, en la ausencia de Dios. Por ello siempre habrá conflictos en la iglesia
acerca del uso de los recursos de que disponemos, acerca de si la misión entre las
mujeres hispanas es más importante que redecorar un edificio o montar una oficina
nueva para algún ejecutivo. Por ello siempre será necesario un sistema de
responsabilidades y de lo que, por falta de una palabra castellana, llamamos
«accountability». Por ello siempre habrá cierta dimensión jerárquica en el gobierno de
la iglesia. Pero sepamos al menos que la existencia misma de tales sistemas jerárquicos
no es sino una concesión al pecado. Nuestra realidad pecaminosa exige de nosotros
ciertas cosas, como límite a los peores estragos del pecado. Pero la iglesia, como
comunidad de redención, aun cuando necesite de los sistemas jerárquicos que le ponen
coto al pecado, necesita también de la visión pericorética, de la visión de una
administración en base al amor y a la koinonía, porque si nos olvidamos de eso, si
sencillamente sucumbimos ante el ejemplo de los sistemas de administración de las
grandes corporaciones, quizá nos volvamos muy eficientes, pero desde el punto de vista
del Evangelio no seremos sino siervos deficientes.
Y termino con unas palabras del Señor Jesús que bien deberían ser lema para
nuestra administración eclesiástica—palabras que ciertamente nuestros jefes y nuestros
jerarcas deben estudiar y escudriñar cada día:
Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que tienen autoridad son
llamados bienhechores [en otras palabras, se les muestra mucho respeto, y se les trata
con bombos y platillos, y se les dan títulos]; pero no así entre vosotros, sino que el
mayor entre vosotros sea como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (Lc
22:25-26).
Amén. Así sea.
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