LIC014-Administracion Eclesiástica.pdf

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Instituto Bíblico Teológico
“Dios Es Amor”
Inscrito en el Ministerio del Poder Popular Para Relaciones Interiores y
Justicia. Dirección General de Seguridad Jurídica e Instituciones Religiosas
Bajo el Nro. 7.755. Rif.: J- 30950119-4
Facultad de Altos Estudios Teológicos Profesionales
Facilitada y Orientada por la Dr. PHD Carlos Belizario
www.ministeriodiosesamor.net.ve
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Telf.: (0424)-848.52.17; (0281)-277.23.93
APÓSTOLES DR. CARLOS BELIZARIO Y DRA. ROSA DE BELIZARIO
DIRECTORES GENERALES
LIC014-ADMINISTRACIÓN ECLESIÁSTICA
Nombre y Apellido: ____________________ Telf.:___________________
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CONTENIDO
I.
Razón Y Conceptos De La Administración Eclesiástica………………………………4
II.
Estudio Etimológico E Histórico Del Término Iglesia………………………………..5
III.
¿Qué Es La Iglesia De Cristo En El Sentido Administrativo?........................6
La iglesia está fundada sobre bases administrativas………………………….7
La Iglesia es una verdadera empresa administrable…………………………..7
IV.
Oficiales Y Gobierno Eclesiástico Del Nuevo Testamento…………………………8
Oficiales Extraordinarios……………………………………………………………………….9
Oficiales Ordinarios…………………………………………………………………..…………10
V.
Los Tres Tipos Tradicionales De Gobierno Eclesiástico…………………………….11
Gobierno Congregacional…………………………………………………………………....11
Gobierno Episcopal…………………………………………………………..………………….11
Gobierno Presbiterial……………………………………………………………………………12
VI.
Hacia Una Teología De La Administración Eclesiástica..……………………..…….12
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I.
RAZON Y CONCEPTOS DE LA ADMINISTRACION ECLESIASTICA
No se puede pensar en la iglesia solamente como un centro de predicación;
tampoco se puede percibir como una agencia de desarrollo y bienestar social. La iglesia
es una institución divinamente establecida para desarrollar un programa integral
predicar, enseñar, pastorear y administrar; el líder cristiano opera en un verdadero
cuadrilátero de funciones:
1) Predicador.
2) Educador.
3) Pastor.
4) Administrador.
La Predicación: es la proclamación del evangelio. La palabra predicador viene de
Kéryx que quiere decir Heraldo que era el que comunicaba al pueblo las noticias del
rey, los requisitos personales del predicador según el Dr. J. Broadus son:
Una vida de santidad, Dotes racionales, Ej. Raciocinio, sentimiento, imaginación,
buen vocabulario y buena voz; conocimiento de todo pero mayormente de la palabra
de Dios y habilidad para preparar y presentar el sermón.
Educar: es el segundo ángulo del ministerio cristiano, la enseñanza fue la
ocupación característica de Cristo y sus Apóstoles, en la predicación se siembra pero
en la enseñanza se cultiva.
Pastor: es el que apacienta, las características de Cristo el buen pastor son:
a) Da su vida por las ovejas
b) Conoce sus ovejas
c) Las ovejas lo conocen
La Administración: Cierra el cuadro funcional del ministerio. Ganar, educar,
consolidar y usar; es el procedimiento integral en la iglesia. La iglesia de hoy necesita
tener líderes que tengan sabia dirección.
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El Hexágono Funcional de la Administración: Toda administración debe contar
con una base estructural de acuerdo con sus objetivos, sus seis pasos o etapas se
ilustran en una figura geométrica ya que se concibe la administración como un proceso
funcional que consiste en apreciar, planear, preparar, organizar, ejecutar y evaluar.
Hagamos conciencia de la urgente necesidad de líderes dinámicos en la iglesia.
La iglesia tiene al menos cinco tareas misionales que le han sido asignadas por
Jesucristo: Proclamación (kerigma), Enseñanza (Didaje), Adoración (marturia), Servicio
(diakonia) y comunión (koinonia). El liderato cristiano para administrar estas tareas
está compuesta por diversos ministros a mencionar: pastores, maestros, profetas,
evangelistas y apóstoles. Es importante que revisemos nuestros modelos de iglesia
para que respondan a estas tareas misionales fundamentales.
II.
ESTUDIO ETIMOLÓGICO E HISTÓRICO DEL TÉRMINO IGLESIA
Los escritores vetero testamentarios usaban cualquiera de estas dos palabras
hebreas edhad y qahal para referirse a la reunión del pueblo de Israel se usaba con
más frecuencia en los libros históricos para referirse al pueblo o asamblea de los hijos
de Israel. El profesor L.Berkhof citando a Hort dice que después del exilio, los judíos de
habla griega traducían la palabra qahal por ekklesía y designaban con ella tanto la
congregación de Israel como una asamblea de la congregación.
Hay dos palabras usadas en el Nuevo Testamento para referirse a una
congregación: sunagogué y ekklesía. Los léxicos de Thayer y Pabon dicen que el
término sunagogué significa reunir a una asamblea se usaba también para designar el
lugar donde se congregaban los judíos: sinagoga.
La palabra ekklesía es un nombre verbal, el verbo ekkaleo significa da la idea de
un grupo sacado o llamado. En Mateo 16:18: “Sobre esta roca edificaré (oikodomeso)
mi iglesia (ekklesía)”. El adjetivo posesivo “Mi” al lado del nombre iglesia hace de
Cristo el fundador y dueño de la iglesia.
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El Dr. A. Strong la define así: “La iglesia de Cristo, en su mas amplio significado, es
la compañía total de regenerados de todos los tiempos y edades en el cielo y en la
tierra”.
Koinonía es el término griego que describe la unidad espiritual y física de la
iglesia
Una de las características de la iglesia primitiva era su perseverancia en la
doctrina de los apóstoles en la comunión unos con otros, el cristiano participa de esa
comunión desde su conversión. Se trata de una comunión social y espiritual, la frase
latina Communio Sanctorum o comunidad de los santos identifica a la iglesia como un
cuerpo en plena comunión Cristo la cabeza, el cuerpo la iglesia.
III.
¿QUÉ ES LA IGLESIA DE CRISTO EN EL SENTIDO ADMINISTRATIVO?
La iglesia es la agrupación de cristianos cuyo desarrollo doctrinal y práctico
depende de la Biblia y del Espíritu Santo a través de la participación y utilización de
todos los recursos humanos y materiales.
La Biblia como fuente inagotable de sabiduría abunda en información y ejemplos
sobre la organización y el orden en materia administrativa, en la creación Dios
demuestra su habilidad administrativa planeando, ejecutando, organizando y
evaluando cada etapa creativa realizada nada escapa a su control divino no le falta ni
le sobra nada. Es el resultado de una buena administración que tiene todo previsto,
dispuesto a la hora indicada.
En el éxodo también se aprecian ejemplo de una excelente administración tal es
el caso de Moisés tratando de atender él solo las actividades y problemas de todo el
pueblo. Su suegro Jetro le recomienda seleccionar hombres de virtud para delegarles y
compartir con ellos las responsabilidades en medio de una agitada comunidad.
Otra lección es la de la organización del campamento y del tabernáculo. Cada
tribu se ubicaba en el lugar que le correspondía, tanto al reposar como al movilizarse
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se observa en el campamento un orden. Nadie hacia lo que no se le había indicado y
los que tenían que hacer algo lo hacían con exactitud. El tabernáculo fue diseñado de
acuerdo con el plan ordenado. El servicio sacerdotal se realizaba por turnos y de
acuerdo con un manual, el levítico. En la adoración, en la marcha, o en la guerra el
pueblo se movía como un solo hombre.
La iglesia está fundada sobre bases administrativas
El administrador por excelencia Cristo; sentó las bases de una organización
universal. La técnica de la acción concentrada se ve en que, aunque el Señor predico y
llamo a las multitudes, escogió un pequeño grupo de doce para comisionarles la
continuidad de la obra que el había iniciado.
Pablo en la carta a los Corintios enfatiza que el siervo de Dios debe ser un buen
administrador “se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel” en
este pasaje se establecen tres hechos:
Primero, que para ser administrador de los misterios de Dios es necesario ser un
servidor.
Segundo, que los misterios de Dios es decir, la iglesia con todos sus factores
divinos y humanos es un cuerpo administrable.
Tercero, que el requisito por excelencia para participar en la administración es la
fidelidad.
La Iglesia es una verdadera empresa administrable
Una empresa, como la describe el profesor Reyes Ponce, está formada por tres
elementos: bienes materiales, o elemento pasivo; hombres, o elemento activo, y
sistemas o normas de conducta, disciplina y orientación. La iglesia está integrada por
estos tres tipos de elementos.
1- Bienes Materiales: para el desarrollo de sus múltiples actividades la iglesia
adquiere propiedades inmuebles, edificios, mobiliario, equipos y materiales. El pueblo
de Dios ha poseído siempre este tipo de pertenencias se puede comprobar viendo al
templo del Antiguo Testamento como también a las posesiones de la iglesia primitiva.
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2- Hombre: el elemento humano es la parte vital de la iglesia y constituye el
factor primario en la administración. Aunque se dice que tratar con gente es la tarea
más difícil; pero tratar con la gente de Dios aplicando las técnicas de un verdadero
líder cristiano resulta una experiencia especial e inspiradora. Se descubren talentos, se
preparan y se les ocupa en la obra como una labor cumbre de un ministro.
3- Sistemas: la iglesia posee manuales, constituciones, reglamentos, etc., pero la
base de su gobierno y disciplina es la Biblia.
IV.
OFICIALES Y GOBIERNO ECLESIÁSTICO DEL NUEVO TESTAMENTO
El Gobierno de la iglesia se basa en el Nuevo Testamento
A través de los siglos han existido grupos opuestos a todo tipo de gobierno
eclesiástico, argumentando que cuando se establecen reglas o jerarquías
organizacionales se obstaculiza la expresión del Espíritu Santo y no se sigue la voluntad
de Dios sino de los hombres. La experiencia se ha demostrado en distintas ocasiones
que la única libertad que perdura y fructifica es la que surge de una organización
equilibrada, donde los derechos humanos son respetados, reina el orden y la justicia.
El orden libera; el anarquismo cautiva.
El anarquismo y el desorden han conducido a las masas a la frustración y a la
ruina Prov. 11:14 dice: “donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; más en la
multitud de consejeros hay seguridad”. Esta es una verdad contundente contra el
anarquismo y lo es también contra el despotismo.
La iglesia no tiene necesidad de oscilar entre el despotismo y el anarquismo. El
Nuevo Testamento establece las bases para una administración equitativa. No se
espera hallar en la Biblia cada detalle del programa administrativo; pero si se debe
depender de ella para el establecimiento de oficiales, normas y objetivos.
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Oficiales de la Iglesia según el Nuevo Testamento
Un estudio exegético y comparativo de Efesios 4:11 ilustra la técnica
administrativa de Cristo al establecer oficiales, tanto ordinarios como extraordinarios:
“y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros”. La razón de estos nombramientos se expresa en el verso
12 a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio para la edificación del
cuerpo de Cristo.
1- Oficiales Extraordinarios
a) Apóstoles: un apóstol (del griego apóstolos) era un delegado, un mensajero,
un enviado con órdenes. En Lucas 16:13 leemos que Jesús llamo a sus discípulos
y escogió a 12 de ellos, a los cuales también llamo discípulos.
Este oficio es de trascendental importancia:
1) Se menciona 19 veces en el Antiguo Testamento.
2) Fueron constituidos apóstoles por haber sido testigos de la vida de
Cristo Juan 15:27 y recibido de él directamente su comisión Marcos
3:14 y Gálatas 1:1.
3) Sentaron el fundamento del Cristianismo Efesios 2:20. Nadie más
puede ser considerado como apóstol, a menos que se tome en el
sentido de extensión por el trabajo desempeñado, como Bernabé
Hechos 14:14, Romanos 16:7.
b) Profetas: en los escritos de Esquilos y otros escritores griegos, profeta era un
intérprete de los oráculos de los dioses da la idea de predicción y adivinación.
Este término es usado en el Antiguo y Nuevo Testamento para describir el oficio
o ministerio de ciertas personas escogidas por Dios para hablar lo que Él quería
revelar el triple objetivo del ministerio profético consistía en hablar a los
hombres para edificación, exhortación y consolación.
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c) Evangelistas: la historia de la palabra evangelio es muy interesante. Homero la
usa en la Odisea el término designada recompensa u obsequio se usa en la
Septuaginta 2Samuel 4:10. Mas tarde el término se uso para referirse a las
buenas noticias.
Ernest Williams reconoce lo resume así; el ministerio de los evangelistas consistía
en:
1) Predicar y bautizar.
2) Ordenar ancianos.
3) Ejercer disciplina.
4) Representar a los apóstoles.
5) Acompañar a los apóstoles.
2- Oficiales Ordinarios:
Existen dos clases de oficiales: Pastores y Diáconos
A) Pastores: (Poimen) se usa en muchas partes de la Biblia designando a un
pastor de ovejas. Usando la palabra pastor en nuestra traducción española se
tradujeron a ella distintos términos griegos como en Hebreos 13:7,17y24, las tres
veces aparece la palabra hegoumenos que se traduce los que os dirigen en 1ra.
Corintios 12:28 se encuentra la palabra kuberneseis que significa gobernadores o
administradores.
La palabra pastor es interesante porque además del sentido de autoridad
administrativa, existe la familiaridad entre los términos pastor y pasto lo cual
ilustra la legítima función pastoral.
Después de los pastores tenemos otros tres oficios importantes:
1- Ancianos: que eran los de mayor edad y experiencia, y constituían el
presbiterio
2- Obispos: que según Thayer significa supervisor, o encargados de ver que
las cosas sean bien hechas
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3- Maestros: apto para enseñar este cargo lo podía ocupar alguien que
había sido escogido y capacitado para el efecto.
B) Diáconos: un diácono es descrito como un sirviente, los ancianos, obispos y
maestros eran puestos administrativos de la fase espiritual de la iglesia, los
diáconos se encargaban de las necesidades materiales Hechos 6:1-7.
V.
LOS TRES TIPOS TRADICIONALES DE GOBIERNO ECLESIÁSTICO
1- Gobierno Congregacional
Las
iglesias
bautistas,
las
iglesias
cristianas,
las
congregacionales
e
independientes se rigen por este tipo de gobierno. Strong, uno de los teólogos
bautistas dice: cada iglesia local está sujeta directamente a Cristo, no hay jurisdicción
de una iglesia sobre otra sino que todas están aun mismo nivel y son independientes
unas de otras.
Esta posición es citada por Ernest S. Williams que fue superintendente de las
Asambleas de Dios y agrega que las iglesias de gobierno congregacional pueden creer
en la cooperación entre iglesias pero que ninguna iglesia, ni oficina fuera de si misma
debe gobernar las iglesias locales la base neotestamentaria para un gobierno local se
dan en las citas siguientes:
a) Juntas de negocios y reuniones de adoración.
b) Elecciones y reconocimientos de líderes.
c) Autoridad local.
d) Cartas de recomendación.
e) Provisión para las viudas.
2- Gobierno Episcopal
En este sistema, sobre salen ciertos oficiales, reconocidos como obispos, (de ahí
el nombre episcopal, de “Epískopos”) la autoridad de obispos y supervisores distritales
está fundada en la práctica de la iglesia primitiva, como se registra en el Nuevo
Testamento.
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a) Las iglesias locales fueron fundadas y supervisadas por apóstoles
b) Pablo ejerció la superintendencia de las iglesias de Asia y Europa
c) El sistema de ofrendas y la institución de acciones tanto disciplinarias como
ceremoniales son asuntos trascendentales determinados por el apóstol a nivel
regional.
La iglesia de Dios reconoce como autoridad máxima en asuntos administrativos a la
Asamblea General.
3- Gobierno Presbiterial
Este gobierno difiere con el gobierno episcopal también difiere, con los
gobiernos democráticos. El tipo presbiterial elige ancianos gobernantes, los cuales
forman el consistorio para el gobierno de la iglesia local.
Para asuntos regionales, las iglesias presbiterianas cuentan con presbiterios y
sínodos que también son grupos representativos de autoridad superior.
VI.
HACIA UNA TEOLOGÍA DE LA ADMINISTRACIÓN ECLESIÁSTICA
Al estudiar el desarrollo de los currículos teológicos durante los siglos diecinueve
y veinte, uno de los elementos que salta a la vista es el desarrollo de un conjunto de
disciplinas que se ha dado en llamar «teología práctica». Esto se debió en buena
medida al surgimiento y desarrollo en el ámbito secular de toda una serie de
disciplinas que impactaban las labores pastorales. Así, por ejemplo, el desarrollo de la
sicología resultó en la «sicología pastoral», a veces llamada «consejería pastoral», y
esta nueva disciplina pronto vino a exigir un lugar en el currículo teológico, pues
parecía inconcebible que alguien se graduara de un seminario, y pretendiese practicar
el ministerio pastoral, sin conocer al menos algo de sicología, y sin saber cómo aplicar
esa disciplina a las situaciones en que todo pastor o pastora se encuentra
repetidamente. De igual modo, las nuevas teorías y conocimientos pedagógicos
llevaron a un nuevo campo de estudio y de especialización, la «educación cristiana» Y,
como sucedió con el caso de la sicología, también resultó inconcebible que alguien se
graduase de un seminario sin conocer al menos algunos rudimentos de pedagogía.
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Cuando la sociología vino a reclamar su lugar entre las ciencias, apareció también la
sociología de la religión. Con las nuevas teorías y adelantos en la comunicación, hubo
cursos de homilética que se volvieron cursos sobre comunicaciones. Así se fue creando
toda una gama de disciplinas que tenían poco en común, pero que no cabían en los
viejos encasillados del currículo teológico, y para las cuales se creó entonces un nuevo
encasillado que recibió el nombre de «teología práctica». Fue dentro de ese
encasillado que se incluyeron también los cursos sobre administración eclesiástica,
tema que nos ocupa aquí. Pero antes de pasar al tema mismo de la administración
eclesiástica—o más exactamente, de la teología de la administración eclesiástica—vale
la pena reflexionar un poco acerca de lo que se ha entendido por «teología práctica», y
las consecuencias que esto tiene para el currículo teológico así como para la práctica
del ministerio
Dentro de este contexto, lo primero que notamos es que en la mayoría de los
casos no se trataba en realidad de una teología práctica. El modo en que yo estudié
estas diversas disciplinas tenía bien poco de teología, y mucho de práctica. Así, por
ejemplo, en los cursos de educación cristiana estudiábamos el desarrollo de la mente y
de la personalidad, y hablábamos de cómo comunicar las verdades cristianas a
personas en diversas etapas de desarrollo. Pero nunca nos preguntamos cómo se
relacionaba el tema mismo del desarrollo humano con la fe cristiana, ni qué doctrinas
nos ayudan a pensar acerca de ese desarrollo de un modo netamente cristiano. De
igual modo, en los cursos sobre consejería pastoral estudiábamos toda una serie de
principios sicológicos, de mecanismos de defensa, de posibles anomalías sicológicas;
pero nunca nos preguntábamos cómo se relacionaba todo esto con lo que se suponía
proclamásemos desde el púlpito, o con nuestros estudios bíblicos. En el mejor de los
casos, mis estudios de consejería pastoral tenían un ligero contacto con la teología al
referirse al mandamiento de amar al prójimo, y utilizar ese mandamiento como
principio de aceptación del otro. Pero nunca discutimos qué tenía que ver todo eso
con la noción cristiana del pecado. Lo que es más, en mis cursos de consejería pastoral
el hablar de «pecado» era un gran pecado, que bien podía valernos una F. Ahora que
conozco un poco más de historia, me doy cuenta de que sufríamos de una triste miopía
histórica. Nos hacíamos la idea de que, porque en tiempos recientes se habían
desarrollado ciencias tales como la sicología y la pedagogía, teníamos ahora que
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inventar el modo de aplicar esas ciencias a nuestro trabajo. Aunque ciertamente era
necesario, y sigue siendo necesario, tener en cuenta esas ciencias y disciplinas, lo que
no debimos haber hecho fue olvidarnos de los largos antecedentes del pensamiento
teológico en esas áreas. Por ejemplo, desde sus inicios mismos la iglesia sintió la
necesidad de la catequesis, y por tanto la educación cristiana tiene una historia que se
remonta mucho más allá de la invención de la pedagogía moderna. En el campo del
cuidado pastoral, los penitenciarios y toda una serie de escritos debieron habernos
ayudado, junto a la sicología moderna. Y en el campo que hoy nos ocupa, la
administración eclesiástica, debimos recordar y reconocer obras como la Regla
pastoral de Gregorio el Grande, y De los oficios del clero, de Ambrosio. Pero no. Por lo
general, lo que sucedía en aquellos cursos que estudié en el seminario era que se daba
por sentado que habíamos hecho nuestra reflexión teológica y bíblica en otros cursos,
y que lo que ahora íbamos a aprender era cómo aplicar y comunicar lo que habíamos
aprendido. Pero lo cierto es que, aunque se dijese que eso era lo que íbamos a
aprender, muy rara vez pasábamos de lo supuestamente «práctico» a la reflexión
teológica.
Por otra parte, el adjetivo mismo, teología práctica, daba a entender que
nuestros otros estudios no eran prácticos. Si lo que estudiábamos en esos cursos era
teología práctica, entonces lo que estudiábamos en los cursos de teología, de Biblia o
de historia no sería práctico, sino puramente teórico. Y esa misma división tenía el
resultado de permitirles a esos otros estudios quedarse en lo meramente teórico o
académico, sin tener que relacionarse directamente con la vida práctica de la iglesia y
de los fieles. Así, por ejemplo, un profesor de Biblia podía dedicar toda su atención a la
cuestión de cuántos documentos se juntaron para formar el Pentateuco, o de cuál es la
relación entre los tres evangelios sinópticos, sin tener que ocuparse, ni que decir una
palabra, acerca de la pertinencia de los estudios bíblicos para la vida de la iglesia.
Quien enseñaba historia podía darse gusto hablando acerca de la corrupción de la
iglesia en el siglo quince, y de cómo la vida de la iglesia se pervirtió con la práctica de
la simonía, sin tener que decir una palabra de las nuevas formas de corrupción en el
presente, o de cómo algunas de nuestras prácticas de hoy se asemejan bastante a la
simonía.
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Todo esto se fundamentó en una visión del aprendizaje que hoy muchos ponen
en duda. Según esa visión, primero hay que aprender la teoría, para luego ponerla en
práctica. Por ello, en los estudios teológicos tradicionales en Europa, en las facultades
universitarias de teología se estudiaba Biblia, teología e historia. Luego, por lo general
en otra institución, se estudiaba la práctica del ministerio, la predicación, la adoración,
la consejería, etc. Hoy sabemos que el proceso de aprendizaje es más bien circular o en
forma de espiral: estudiamos algo; lo practicamos; en el proceso de practicarlo
aprendemos más acerca de lo estudiado; volvemos a la teoría; otra vez a la práctica; y
así sucesivamente. En tiempos más recientes, algunas escuelas teológicas han
comenzado procesos de revisión curricular en los que se ve cierto intento de corregir
estos problemas—aunque todavía de manera incipiente y, fuerza es decirlo, bastante
tímida. Así, por ejemplo, los estudios de misiología, que en un tiempo fueron cursos de
antropología y de etnología aplicadas a la comunicación del evangelio en otras
culturas, en muchas currículos han venido a ser parte, no de la «teología práctica»,
sino de los estudios teológicos en sí. En algunos currículos se han establecido cursos
introductorios en los que los estudiantes reflexionan acerca de su vida eclesiástica y
religiosa, y a partir de ahí pasan a cuestiones más teóricas y académicas. En América
Latina y en otras partes de lo que antes se consideraban territorios misioneros han
surgido perspectivas teológicas y pedagógicas que insisten en la circularidad entre la
praxis y la reflexión. Luego, es de esperarse que el siglo veintiuno traerá perspectivas
radicalmente nuevas a todo esa vasto, confuso y fragmentado campo de lo que hasta
ahora hemos llamado «teología práctica».
En el campo de la administración eclesiástica, puede verse todo lo que acabo de
decir. La administración eclesiástica que estudié, y la que por mucho tiempo vi a mis
colegas enseñar, no era sino un intento de traer las últimas teorías sobre
administración y aplicarlas al ámbito de la vida eclesiástica. Cuando por un breve
tiempo, en la década de los ochenta, trabajé en las oficinas de la Iglesia Presbiteriana,
lo que estaba de moda era el famoso «management by objectives». Por ello
pasábamos horas llenando formularios acerca de los objetivos que perseguiríamos
durante el próximo año, y relacionándolos con las decisiones de la Asamblea General;
pero no pensábamos mucho acerca de los valores y las deficiencias de ese método de
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administración a la luz del Evangelio. Hasta el día de hoy, muchos cursos de
administración eclesiástica son una combinación de estudios sobre el gobierno de la
iglesia con otros estudios en los que se aprende algo acerca de los principios que se
enseñan en las escuelas de administración de negocios. Rara vez se intenta desarrollar
una visión bíblica y teológica de la administración. Por todo ello, el tema que se me ha
pedido que desarrolle en estas presentaciones me parece de urgencia particular—de
una urgencia tal, que aunque no soy experto en la materia, me lanzo a la tarea, más
que nada porque me parece que alguien tiene que hacerlo, pues si no lo hacemos
corremos el peligro de que no haya mayor diferencia entre nuestros principios y
prácticas de administración y los de McDonald’s o Kentucky Fried Chicken. En el modo
en que me acerco a esta cuestión, quienes sean un poco duchos en teología notarán el
impacto de aquel gran teólogo reformado del siglo pasado, Karl Barth, para quien la
función de la teología nos es especular acerca de las verdades eternas, ni es tampoco
producir una lista de principios doctrinales, sino que es más bien criticar y evaluar la
proclamación y la vida de la iglesia a la luz del Evangelio. Por ello, lo que aquí me
propongo es explorar algunos temas del Evangelio que de algún modo nos pueden
ayudar a enjuiciar nuestras prácticas administrativas.
Por otra parte, esas mismas personas duchas en teología estarán conscientes de
algunas de las implicaciones de lo que he dicho antes, acerca de la circularidad del
conocimiento. El camino hacia una teología de la administración no va únicamente de
la teoría hacia la práctica, sino que ha de completar y luego continuar el círculo
pasando de la práctica a la teoría, de nuevo a la práctica, y así sucesivamente.
Por ello me alegro de que, aunque hoy deba limitarme a los aspectos un poco
más abstractos del tema, más adelante en esta misma semana tendremos ocasión de
explorar algunos de los aspectos más prácticos de la vida de la iglesia—aspectos que,
para aquellos de ustedes que puedan permanecer acá toda la semana, ayudarán a
completar el cuadro, o al menos la primera vuelta del círculo hermenéutico que es
toda reflexión teológica.
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El término que los griegos utilizaban para lo que hoy llamamos administración
era oikonomía—del griego oikós, casa, y nómos, ley. La oikonomía era entonces el
conjunto de leyes o principios para el manejo de la casa—aunque la «casa» entendida
en el sentido amplio de todas las posesiones de una persona, con todos sus
dependientes y esclavos. Es de esa palabra que se deriva nuestro término moderno
«economía». De ella se deriva también oikonómos, término que nuestras biblias
traducen por «mayordomo». Luego, la administración, en su sentido teológico, se
fundamenta ante todo en la mayordomía. Las bases de una teología de la
administración eclesiástica se encuentran en la mayordomía.
El tema de la mayordomía está tan repetido, tan gastado, que casi ha perdido su
perfil. Empero hay ciertas dimensiones de la mayordomía, de esta oikonomía que Dios
nos ha confiado, que a veces no vemos.
En primer lugar, por extraño que nos parezca, la oikonomía que nos ha sido
confiada, la administración, en cierto modo implica la ausencia de Dios. La más
conocida de todas las parábolas sobre esta mayordomía, la parábola de los talentos,
comienza precisamente por esa ausencia: «Porque el reino de los cielos es como un
hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes» (Mt. 25:14).
Lo que es más, esto no es un caso particular en esta parábola, sino que la ausencia del
dueño o del Señor es tema frecuente en las parábolas sobre la mayordomía. En el
mismo capítulo 25 de Mateo, inmediatamente antes de la parábola de los talentos,
aparece la parábola de las diez vírgenes, de las cuales se nos dice que «tardándose el
esposo, cabecearon y se durmieron» (Mt. 25:5). En otras palabras, la parábola es
acerca de un esposo demorado, ausente.
Así leemos en muchísimos otros lugares de los Evangelios: En Mateo 24:46:
«Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga [es decir, su señor
actualmente ausente] le halle haciendo así». En Mateo 21: «Oíd otra parábola: Hubo
un hombre, padre e familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un
lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos.»
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Todas estas parábolas, y muchas otras, se refieren de un modo u otro a la
ausencia o a la demora del dueño, del novio, del señor. Frecuentemente hablamos
acerca de la presencia de Dios—y hasta de la omnipresencia divina. Y hay muy buenas
razones para ello. Pero no olvidemos que esta otra metáfora de la ausencia aparece
también frecuentemente en la Biblia. Es la metáfora que explica la posibilidad y la
realidad del pecado. En la historia de Génesis, sobre la cual volveremos más adelante,
después que Dios hace al ser humano, le entrega el señorío sobre la creación, parece
ausentarse mientras la serpiente tienta a la primera pareja, y luego aparece
paseándose por el huerto, pidiéndoles cuenta de lo que han hecho con la mayordomía
o administración que les entregó.
Pero aun aparte del pecado—en el Génesis, aun antes del pecado—Dios le da a
su criatura humana espacio, libertad para ejercer su responsabilidad. Dios se ausenta
lo suficiente para que aquella primera pareja pueda manejar la creación sobre la cual
le ha sido dado señorío; pero también lo suficiente para que puedan decidir si han de
escuchar a la serpiente o no.
Dios manifiesta su amor hacia su criatura humana, no solamente en su presencia,
sino también en esa ausencia, en ese espacio de libertad humana. Una buena madre,
precisamente porque ama a su hijo, se retira un poco, le suelta la mano, para que el
hijo aprenda a caminar, aun a riesgo de tambalear, de fracasar y de caerse. Un padre
que se siente siempre obligado a proteger a su hija de todo riesgo y todo dolor,
llevándola siempre consigo, cuidándola a cada momento, tomando todas las
decisiones en nombre de ella, no es muy buen padre. Un niño cuyos padres siempre
están a la mano, cuidando cada uno de sus pasos, asegurándose de que no haga nada
por su propia cuenta, nunca llegará a ser un verdadero adulto.
Søren Kierkegaard expresa la misma idea con una metáfora algo diferente al
decir que la lealtad de un soldado no se demuestra cuando el capitán está presente,
sino más bien cuando el jefe está ausente y hay que tomar decisiones de acuerdo a la
voluntad y los principios de ese jefe. Luego, la mayordomía, la administración que Dios
nos ha dado, en este caso la administración eclesiástica, se basa en esta difícil realidad
de la ausencia de Dios. Dios no está directa e inmediatamente presente, de tal modo
que podamos sencillamente desentendernos de los problemas que nos rodean,
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porque Dios se va a ocupar de ellos. Esa es la gran falacia del famoso argumento de
Gamaliel: «Si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de
Dios, no la podréis destruir» (Hch. 6:38b-39a). Lo cierto es que hay muchas cosas que
no son de Dios que sí progresan. De no ser así, no habría mal en el mundo. De no ser
así, no habría hambre, ni pobreza, ni guerra, ni terrorismo. De no ser así, no habría
injusticia en el mundo y en la iglesia. Dios no siempre interviene directa e
inmediatamente para detener el mal o para fomentar el bien. Esa es tarea de las
criaturas que Dios ha puesto en la tierra para que la administren en su nombre. En
cierto modo, Dios se ausenta; y esa ausencia de Dios es el espacio para nuestra
mayordomía—y, en el caso de lo que aquí nos interesa, esa ausencia es el espacio para
nuestra administración eclesiástica.
Pero la otra cara de la moneda también es cierta: el Señor está presente. En
términos teológicos, esa presencia se nos da ante todo en la presencia del Espíritu
Santo. Jesús mismo lo dijo cuando se preparaba para ausentarse de entre sus
discípulos: «Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros
para siempre» (Jn. 14:16). Esta presencia del Dios ausente es el segundo punto
fundamental para una teología de la administración eclesiástica.
Jesús les promete a los discípulos que han de recibir el poder del Espíritu Santo, y
entender ese poder es fundamental para entender en qué consiste la administración
en nombre de este Señor ausente y presente De paso, antes de seguir adelante,
conviene señalar que los discípulos quieren desarrollar su propia administración
eclesiástica aun aparte y antes de recibir el don del Espíritu. En Hechos 1 se presenta
un episodio que bien podría tener lugar en nuestras propias iglesias hoy. Pedro se
pone en pie y dice un discurso en el cual propone que, como el Señor nombró a doce, y
ahora los del grupo son solamente once, hay que nombrar a otro para que ocupe el
lugar de Judas. Pedro parece suponer que la estructura eclesiástica [si se quiere, el
Libro de Orden] está por encima de la presencia del espíritu Santo. Eramos doce, y
doce tendremos que ser para siempre. Y entonces Pedro sugiere una serie de
requisitos que los candidatos a esta posición debe llenar. Los requisitos mismos están,
por así decir, cargados. Según esos requisitos, este personaje número doce que han de
elegir tiene que ser como los otros once. Tiene que ser galileo, como ellos. Y, lo que es
19
más, tiene que haber estado con Jesús desde el bautismo de Juan. Lea usted el
Evangelio de Lucas, a ver cuántos de los once cumplían con ese requisito. En la
ausencia del Espíritu Santo, sucede en aquella iglesia lo que tan frecuentemente
sucede en nuestras iglesias hasta el día de hoy: Se ponen requisitos y reglas cuyo
verdadero propósito es asegurarse de que la misma gente siga mandando, y que
quienes no sean como ellos no tengan lugar en el liderato de la iglesia. El resultado
daría risa de no ser tan triste y tan frecuente. De aquel Matías a quienes eligieron ni se
nos dice una palabra más. Y mucho me temo que de cualquier iglesia que siga esos
métodos, u otros parecidos, tampoco se dirá mucho en el futuro.
Pero volvamos al lado positivo. La promesa de Jesús se cumplió en el día de
Pentecostés, cuando efectivamente los discípulos recibieron el poder del Espíritu
Santo. La historia de Pentecostés es de todos conocida. Lo que muchas veces no vemos
en esa historia es que el poder del Espíritu Santo es muy diferente del poder en las
estructuras jerárquicas humanas. En primer lugar, con sólo leer el comienzo del
discurso de Pedro vemos que el poder del Espíritu Santo se manifiesta, no en la
creación de una jerarquía de poder, como si el Espíritu Santo se llegase a los fieles a
través de la jerarquía de la iglesia, sino todo lo contrario. Según Pedro, lo que está
sucediendo en el Pentecostés es que se está cumpliendo la profecía de Joel:
«Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y
de cierto, sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi
Espíritu.»
La cita no necesita comentario ni aclaración. Lo que sí necesita comentario y
aclaración es el modo en que el Espíritu les hace posible a todos los pueblos escuchar
el mensaje de los discípulos. Si el propósito del milagro era hacer que toda la gente allí
congregada, de diversas regiones del mundo conocido, entendiesen el mensaje de los
discípulos, el Espíritu tenía dos opciones. La primera sería hacer que todos entendiesen
el lenguaje de los discípulos. La segunda era hacer que cada cual escuchase en su
propia lengua. Estas dos opciones tienen mucha importancia, pues si el milagro de
Pentecostés hubiese sido hacer que todos entendiesen el lenguaje de los discípulos,
entonces no solamente ese lenguaje, sino la cultura toda de los discípulos, se hubieran
20
vuelto elemento normativo en la comunicación del Evangelio, la cultura y lengua de los
discípulos serían elemento inseparable de la predicación del mensaje, y la posición de
autoridad de los discípulos y de su pueblo y cultura hubieran quedado asegurados.
Pero lo que sucede es todo lo contrario. El Espíritu hace que cada cual escuche en su
propia lengua. Este es un milagro harto subversivo. Es un milagro que subvierte la
autoridad de los primeros discípulos, pues en fin de cuentas lo que implica es que esos
discípulos y sus allegados no tendrán control del mensaje. Al escuchar el mensaje en su
propia lengua, un capadocio o un egipcio se vuelven tan capaces como cualquier
galileo de repetir el mensaje.
¿Se dan cuenta de lo que esto implica? Los discípulos reciben el poder del
Espíritu Santo. Pero lo que ese poder les permite hacer no es acumular más poder, ni
darse importancia, ni siquiera determinar el futuro de la iglesia, sino que les permite
darles poder a un montón de extranjeros y advenedizos, a frigios, cretenses y árabes.
El poder del Espíritu Santo no es para acumular más poder, sino para compartir el que
se tiene.
No creo que sea necesario deletrear lo que esto implica para la administración
eclesiástica en nuestros días. La gran tentación de las iglesias más tradicionales en
nuestros días, como la de Pedro y los discípulos antes del Pentecostés, es imaginarse
que lo que necesitan son más líderes como los de las generaciones pasadas—líderes
con experiencias semejantes, procedentes de una cultura semejante, del mismo grupo
étnico. Por lo general, al menos en mi denominación, tales actitudes no se expresan
abiertamente—muchas veces ni siquiera se confiesan conscientemente —sino que se
justifican en base a leyes, libros de orden, disciplinas, etc. que en todo caso han sido
escritos por personas de ese mismo grupo tradicionalmente dominante —como en el
caso de Pedro, quien no dice abiertamente que el nuevo líder tiene que ser galileo,
pero establece reglas y requisitos que lo hacen inevitable. O si no se acude a razones
de presupuesto; y entonces, como quienes más contribuyen al presupuesto, y
ciertamente quienes lo controlan, son los del grupo tradicionalmente dominante, el
resultado es predecible.
21
Necesitamos una nueva teología de la administración. Pero necesitamos una
teología que, siguiendo la pauta trazada por el Espíritu Santo en Pentecostés, nos lleve,
no a concentrar el poder, sino a compartirlo; y a compartirlo a tal grado que sea
posible que el liderato pase a personas y a grupos inesperados—como en Hechos,
donde el liderato de los doce galileos pronto pasa a los siete—todos con nombres
helénicos—, y de los siete a otro que antes había perseguido a la iglesia.
La prueba de que el Señor ausente está presente entre nosotros en el Espíritu
Santo bien puede estar en ese poder para compartir el poder. Ciertamente, lo
contrario es cierto: una iglesia cuya administración se dedica principalmente a
continuar y sostener sus viejas estructuras de poder tiene tanto futuro como lo tenía el
liderato de aquel pobre Matías a quien Pedro y los demás eligieron sin esperar la
dirección del Espíritu santo.
Por otra parte, en la iglesia antigua esa palabra con la que empecé estas
reflexiones, oikonomía, se usaba frecuentemente en otro contexto, el contexto
trinitario. En uno de los tratados que le dio forma a la doctrina trinitaria, Contra
Práxeas, Tertuliano, el padre de la teología en lengua latina, se refiere a la disposición
interna de la Trinidad usando el término griego oikonomía—lo cual indica que ya para
ese entonces ésta era una palabra técnica, empleada por los griegos para referirse a la
relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tertuliano declara que se debe creer en un
solo Dios, pero creer en ese Dios según su propia oikonomía, y añade que, mientras sus
adversarios piensan que esa Trinidad divina destruye o contradice la unidad, en
realidad es todo lo contrario.
Tristemente, con mucha frecuencia los cristianos tomamos la doctrina trinitaria
como un fenómeno raro que estudiamos en el seminario, y que afirmamos en el culto,
pero que en términos de la vida cotidiana de la iglesia es mejor ponerlo en un estante
y olvidarlo. Después de todo, decimos, se trata de un misterio. Pero lo cierto es que la
palabra «misterio» en la frase «el misterio de la Trinidad» no quiere decir solamente
que sea inescrutable, sino también y sobre todo que la Trinidad expresa el mysterium
tremendum que se encuentra en la base misma de la vida y de todo cuanto existe.
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Respecto a esto, frecuentemente he citado las palabras del obispo Christopher
Mwoleka, de Tanzania:
Creo que tenemos problemas con el misterio de la Trinidad porque nos
acercamos a él por el lado equivocado. El aspecto intelectual no es el mejor
modo de abordar la Trinidad. Es como agarrar un palo por la punta equivocada,
y no funciona. El mejor modo de acercarse a la Trinidad es imitar la Trinidad....
Al creer en este misterio, lo primero que deberíamos hacer es imitar a
Dios, y entonces no nos haríamos más preguntas, pues verdaderamente
entenderíamos. Dios no se nos ha revelado para que especulemos. Dios no nos
ha dado un rompecabezas para que lo resolvamos. Dios nos está ofreciendo
vida. Nos está diciendo: «Esto es lo que significa vivir. Por tanto, vivan como yo
vivo.» ¿Para qué nos habrá revelado Dios este misterio, si no es para subrayar
que la vida no es vida si no se comparte?
Lo que Mwoleka llama «agarrar el palo por la punta equivocada» ha llevado a
buena parte de la tradición cristiana a entender la unidad de Dios en el sentido del Uno
Inefable de la tradición platónica, y luego a pasar mil trabajos para explicar cómo ese
Uno puede ser tres. Así, por ejemplo, la mayoría de las grandes teologías sistemáticas
del Medioevo comienzan con el tratado De Deo uno et trino, donde por lo general se
empieza afirmando la unicidad de Dios, y luego se busca el modo de explicar cómo ese
Dios uno puede ser trino.
Yo quisiera sugerir que el problema con este modo de acercarse a la Trinidad—
«agarrar el palo por la punta equivocada»—radica en que se concibe la unidad en
términos matemáticos, más bien que orgánicos. Un cuerpo físico, o un cuerpo social,
son «uno» de un modo muy diferente del «uno» a que nos referimos cuando decimos
que «uno y uno son dos». Esto lo expresó Leonard Hodgson en el 1943: La doctrina de
la Trinidad es .... la afirmación de que eternamente la vida divina es vida de mutua
auto-entrega entre el Padre y el Hijo, a través del Espíritu Santo, quien es el vínculo de
unión entre ellos.
23
Más recientemente, el teólogo brasileño Leonardo Boff lo ha expresado como
sigue:
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo en comunión recíproca. Los tres coexisten
desde toda la eternidad; ninguno de ellos es primero o después, superior o inferior,
que el otro. Cada Persona envuelve a las otras; todas se permean mutuamente y viven
cada una en las otras. Esta es la realidad de la comunión trinitaria, tan infinita y
profunda que las tres divinas personas están unidas y son un solo Dios. La unidad
divina es comunitaria porque cada Persona está en comunión con las otras dos.3
Muchísimo antes, otro autor cristiano lo dijo de manera mucho más breve: «Dios
es amor» (1 Jn 4:8). Dios es amor, no solamente porque nos ama a nosotros y
nosotras, sino también y antes que nada porque en el corazón mismo de la divinidad
reside el amor—amor entre las tres Personas.
En términos clásicos tradicionales, esto es lo que se expresa en el término
pericoresis, que puede traducirse aproximadamente como interpenetración. Aunque la
etimología es un poco forzada, tienen razón quienes dicen que esta peri-coresis nos
recuerda la imagen de danzar en torno, de hacer coro en derredor, de modo que cada
una de las tres personas danza en torno de las demás. En todo caso, lo que se entiende
por pericoresis es que en cada una de las tres Personas las otras dos moran también. Y
esa interpenetración es tan profunda, que se puede decir que Dios es amor. Dios es
único; pero Dios no es solitario, pues amar implica comunidad. Los cristianos
confesamos fe en un solo Dios, pero no en un Dios solo. El Dios trino, el Dios cristiano,
es comunidad y es amor.
La Trinidad no es una jerarquía. Desde tiempos antiquísimos, la iglesia rechazó
todo intento de subordinar una persona de la Trinidad a otra—lo que se llamó
«subordinacionismo». Lo que es más, la pericoresis trinitaria es tal que en cada acción
divina la Trinidad toda se encuentra presente. (Para quienes gustan de términos y
frases técnicas, esto es lo que la teología tradicional expresa con la frase opera
Trinitatis ad extra indivissa sunt—las acciones externas de la Trinidad son indivisas e
indivisibles.)
24
Sí hay en esa misma teología lo que se llaman las «apropiaciones» trinitarias. Así,
por ejemplo, la encarnación se le apropia al Hijo, y la inspiración al Espíritu Santo.
Pero, aunque la encarnación y la redención se le apropien al Hijo, en todo acto de
redención la Trinidad toda está presente y actúa. De igual modo, cuando el Espíritu
mora en el creyente, es la divina Trinidad, Dios, quien mora en nosotros, y no sólo la
Tercera Persona de la Trinidad. Y la creación es una acción, no sólo de la Primera
Persona, a quien comúnmente se le adscribe, sino también del Verbo por quien todas
las cosas fueron hechas, y del Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas.
Quizá el mejor modo de imaginarnos esto sea un triángulo cuyos ángulos
podríamos llamar A, B y C. En ciertos casos, el ángulo que se nos presenta es A; pero
aun entonces ese ángulo incluye el triángulo entero. En otros casos, nos acercamos al
triángulo por el ángulo B; pero también detrás de ese ángulo está todo el triángulo. Y
lo mismo respecto al ángulo C. En la encarnación, vemos a Dios a través de la Persona
del Hijo; pero detrás de ella está toda la Santísima Trinidad. En la inspiración,
experimentamos la presencia de Dios a través de la Persona del Espíritu; pero detrás
de ella está toda la Santísima Trinidad. En la creación y preservación del mundo, Dios
se nos llega a través de la Persona del Padre; pero detrás de ella está toda la Santísima
Trinidad.
¿Qué tiene que ver todo esto con la administración eclesiástica? Desde tiempos
antiquísimos la iglesia ha comparado su propia unidad con la de Dios. En el siglo
segundo, Clemente de Alejandría declaró que la unidad de la iglesia es un reflejo de la
unidad de Dios.4 Y mucho antes, el Cuarto Evangelio nos presenta a Jesús orando por
la iglesia: «que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sea
uno en nosotros, para que el mundo crea...» (Jn 17:21). Es decir, que haya en ellos—en
nosotros—una unidad moldeada a la imagen de la unidad pericorética de la Trinidad.
Si Dios es trino, la iglesia, y por tanto su administración, han de tomar por patrón la
Trinidad de Dios.
Si Dios fuese un Dios jerárquico, un Dios uno como el Emperador es uno,
entonces la iglesia debería ser una institución jerárquica. Lo que es más, bien se puede
25
argumentar que una visión de la unidad de Dios en términos de soberanía solitaria se
refleja en términos prácticos en sistemas totalitarios de gobierno, tanto en la iglesia
como en la sociedad civil. Si Dios es un monarca solitario, la iglesia que le imita ha de
ser gobernada también por un monarca solitario. Bajo las órdenes de ese monarca, se
desarrolla toda una jerarquía, de modo que cada cual queda supeditado a los niveles
superiores, con la obligación de rendir informes cada cual a su superior o supervisor.
Podría parecer que lo que estoy describiendo es una caricatura o simplificación
del sistema de gobierno católico romano. Los protestantes no tenemos papa. Pero no
pensemos que el solo hecho de no tener papa quiere decir que nos hemos librado de
una visión jerárquica del gobierno eclesiástico. En mi denominación, el papa colectivo
es la Conferencia General. En la de ustedes, la Asamblea General. Y no olvidemos que
hay quien se refiere al Presbiterio como un obispo colectivo. En mi denominación, si
bien hay ciertos procesos democráticos, la visión última es jerárquica. Es por eso que
en sus diversas «juntas generales»—las agencias programáticas de la denominación—
se siguen modelos de jerárquicos administración, mayormente copiados de las grandes
corporaciones. Es por eso que una de las principales preocupaciones cuando se va a
crear un cargo es quién se encuentra inmediatamente por encima de la persona que lo
ocupa—o, en la jerga de nuestros sistemas administrativos, «a quién reporta».
Pero, a manera de propuesta para un modo de administración diferente,
pensemos en Dios, no en términos de monarca solitario, sino en términos de una
Trinidad pericorética. En la Trinidad misma no hay jerarquía ni subordinación. En la
iglesia que imita la vida de la Trinidad tampoco han de dominar la jerarquía ni la
subordinación, como si unos miembros fuesen más importantes que otros. En la iglesia
no hay miembros superiores a otros. Recordemos lo que dice Pablo acerca de los
miembros del cuerpo. Y recordemos sobre todo que en ese pasaje Pablo nos dice que
en este cuerpo que es la iglesia los miembros que al parecer son menos respetables
han de tratarse con mayor respeto (1 Co 12:23).
Ahora bien, en la Trinidad sí existen las apropiaciones. Estas apropiaciones no
son internas—no determinan el orden de autoridad o de poder dentro de la Trinidad—
26
sino que se fundamentan en la misión, en las acciones de la Trinidad hacia fuera—
opera Trinitatis ad extra. Así, por ejemplo, la encarnación se le apropia al Hijo, y la
inspiración al Espíritu Santo, aun cuando en cada acción de Dios toda la Trinidad esté
presente. Luego, en una administración eclesiástica al estilo de la Trinidad pericorética,
sí es posible que una persona o un grupo de personas tenga una función particular, no
para mandar dentro de la iglesia, sino en base a un aspecto de la misión que hay que
llevar a cabo. Cuando de esa misión se trata, esa persona o grupo de personas toman
la vanguardia, y se ocupan de enfocar los recursos todos de la iglesia hacia esa misión.
Pero cuando se otra de otra misión, son otras personas quienes toman la delantera, y
quienes antes parecían jefes ahora se vuelven recursos para esa otra misión.
Volviendo al ejemplo del triángulo ABC, cuando la misión es A, una persona o un
equipo de trabajo se ocupa primordialmente de esa misión, y para llevarla a cabo apela
a los recursos, no solamente de un comité o de una junta, sino de la iglesia toda. Si,
por ejemplo, se trata de los ministerios hispanos, la responsabilidad por esos
ministerios no recae solamente sobre una o dos personas bajo el mando de una
división que a su vez es parte de una unidad, que a su vez es parte de una junta. La
responsabilidad por esos ministerios es parte de la responsabilidad de toda la iglesia, y
las dos o tres personas nombradas para ocuparse primordialmente de esa tarea tienen
la función, no de llevar a cabo la tarea, sino de orientar los recursos de toda la iglesia
hacia ella. Naturalmente, sé que esto es utópico. Entre nosotros y la Trinidad media la
distancia entre el Creador y sus criaturas, y media también el abismo del pecado. Los
límites del amor humano, corrompido por el pecado, no nos permiten practicar una
verdadera y plena pericoresis. Los creyentes no podemos amarnos mutuamente como
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman entre sí. Como decíamos al principio,
somos mayordomos, administradores, en la ausencia de Dios. Por ello siempre habrá
conflictos en la iglesia acerca del uso de los recursos de que disponemos, acerca de si
la misión entre las mujeres hispanas es más importante que redecorar un edificio o
montar una oficina nueva para algún ejecutivo. Por ello siempre será necesario un
sistema de responsabilidades y de lo que, por falta de una palabra castellana,
llamamos «accountability». Por ello siempre habrá cierta dimensión jerárquica en el
gobierno de la iglesia. Pero sepamos al menos que la existencia misma de tales
27
sistemas jerárquicos no es sino una concesión al pecado. Nuestra realidad pecaminosa
exige de nosotros ciertas cosas, como límite a los peores estragos del pecado. Pero la
iglesia, como comunidad de redención, aun cuando necesite de los sistemas
jerárquicos que le ponen coto al pecado, necesita también de la visión pericorética, de
la visión de una administración en base al amor y a la koinonía, porque si nos
olvidamos de eso, si sencillamente sucumbimos ante el ejemplo de los sistemas de
administración de las grandes corporaciones, quizá nos volvamos muy eficientes, pero
desde el punto de vista del Evangelio no seremos sino siervos deficientes.
Y termino con unas palabras del Señor Jesús que bien deberían ser lema para
nuestra administración eclesiástica—palabras que ciertamente nuestros jefes y
nuestros jerarcas deben estudiar y escudriñar cada día:
Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que tienen autoridad son
llamados bienhechores [en otras palabras, se les muestra mucho respeto, y se les trata
con bombos y platillos, y se les dan títulos]; pero no así entre vosotros, sino que el
mayor entre vosotros sea como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (Lc
22:25-26).
28
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Recomendaciones Para el Éxito en el Estudio
1) Tenga su cuaderno(s), de las diferentes Materias que usted debe de Estudiar,
Analizar y tener Control Práctico, Veraz e Inteligente.
2) Usted debe Escribir las respuestas realizadas en el Cuestionario con su puño y
letra, legible y entendible.
3) Investigue las palabras, términos y conceptos que usted no comprenda. Esto lo
hará más diestro y veraz en la profesión digna y loable que usted ha elegido en
Dios.
4) El cuaderno es Individual, y será supervisado por su profesor. Esto dará
prueba que usted está Investigando y Estudiando al máximo.
5) El cuaderno de estudios debe estar forrado, en condición higiénica y
presentable.
6) Las Diapositivas Power Point deben ser enviadas al correo
[email protected] destinado para organizar cada una de las
investigaciones que serán asignada a lo largo de los estudios realizados.
7) El Equipo que se va a conformar, debe delegar una materia donde el grupo se
especializará en esa materia exclusivamente, No dejando de leer y tener un
panorama de estudio de las otras materias. Es decir, cada integrante del grupo
se encargará específicamente de una materia. Pregunte a su coordinador
29
delegado o pregunte sólo vía texto al 0424-848.52.17/ 0424-853.65.86
especificando su Núcleo, Grado Teológico y el periodo de estudio en el que se
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respectivo alfiler y su nombre escrito con marcador negro punta gruesa.
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